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Demasi - de Orientales A Uruguayos
Demasi - de Orientales A Uruguayos
DE ORIENTALES A URUGUAYOS.
(Repaso a las transiciones de la identidad)
Carlos Demasi
5 Centro de Estudios Interdisciplinarios Uruguayos
Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación
1() Melián Lafinur, Luis: “La acción funesta de los partidos tradicionales en la reforma constitucional” (Montevideo, Claudio García, 1918, pág.245) .
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se desea nombrar; por lo tanto en el caso de entidades complejas como los países, que
son generalmente el resultado de la reunión de diferentes partes, el nombre implica la
elección de una entre varias posibles. La designación refleja aquella de las partes que ha
logrado imponerse como determinante o hegemónica sobre el conjunto. Para el caso, el
5 “Estado Oriental” y la “República del Uruguay” serían dos países diferentes que han
ocupado sucesivamente el mismo territorio.
Esto nos puede servir como punto de partida para acercarnos a uno de los debates
actuales: aquel que tiene por centro el tema de la “crisis de la identidad” uruguaya. En el
concepto corriente parece estar la idea de que existe una determinada “forma de ser”
10 compuesta de hábitos, imágenes, actitudes, juicios, fórmulas verbales o conductuales
que nos diferencian del resto de los mortales, y se supone que tal repertorio estaría
pasando por algún tipo de transformación que implica el riesgo de su existencia.
Antes de cualquier abordaje del problema, no podemos eludir un dato
proporcionado por la misma realidad: la sola existencia del debate y de un auditorio que
15 lo atienda y amplifique, representaría en sí mismo una prueba de la existencia de esa
identidad. Aunque, bien es cierto, con cierta “malaise” de espíritu que parece propia de
nuestro tiempo; es difícil resistir la tentación de reconocer a ésta como la vertiente
particular por la que los uruguayos ingresamos al postmodernismo, si no fuera porque
en esa afirmación estaría implícita una toma de partido frente al problema de la
20 identidad.
Quizá se pueda iniciar un camino de análisis partiendo de la modificación en el
planteo del tema. Aparentemente, suponer una “crisis de identidad” (entendida ésta
como “identidad nacional”) implicaría aceptar algunos supuestos: que esa identidad
existe, que ha tenido un desarrollo progresivo y creciente a lo largo del tiempo (por lo
25 menos desde la época colonial) y que luego de una etapa de gran solidez y estabilidad
ahora se encontraría, inesperadamente, ante el acoso sin precedentes de elementos
extraños que la amenazan con la extinción. Sin embargo, esta idea no se corresponde en
absoluto con la evidencia histórica; asimila el sentimiento de identidad de una
comunidad con el de un individuo, cuando en realidad en una sociedad cualquiera
30 siempre encontramos muchos sujetos históricos. Sobre este aspecto, H.Achugar ha
traído a colación una cita de Prasenjit Duara que expresa bastante claramente la
situación: las historias nacionales tienden a “privilegiar la gran narrativa de la nación
como un sujeto histórico colectivo. El nacionalismo es escasamente el nacionalismo de
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2() P.Duara citado por H.Achugar: “Apuntes sobre el discurso nacional en América Latina”. Montevideo, Cuadernos
de Marcha 3ª época Nº93, p.9. La traducción es de H.Achugar.
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objeto: la forma como “se llama” al país no “es” el país; identificar este espacio como
“Uruguay” implica el riesgo de caer en la trampa nominalista y asimilar un rótulo (con
lo que significa de jerarquización de una visión por sobre otras) con las condiciones de
existencia de esta comunidad histórica. Necesariamente debemos suponer que detrás del
5 relato existe un pasado “olvidado” por el relato tradicional, pero que manifiesta sus
efectos en el presente.
Para intentar el rastreo de los aspectos ocultos del pasado deberemos hurgar en el
subsuelo del relato clásico, buscando aquellas “líneas de falla” que nos revelan los
rastros de aquellos cataclismos pasados, que permanecen ocultos bajo la superficie. En
10 este sentido podemos realizar el inventario de las diferentes denominaciones utilizadas a
lo largo del tiempo para designar el espacio que ocupa este país. Aceptemos entonces
que la manera de autodesignarnos es también una forma indirecta de decir algo sobre
nosotros mismos, lo que implica una determinada mirada sobre zonas de nuestro pasado
a las que difícilmente accedemos de otra forma; concretamente, se trata de un canal
15 privilegiado para observar los grupos que se han disputado la hegemonía en nuestro
país. El “nombre” ha sido como una etiqueta que ha encerrado todo un complejo
ideológico que supone una interpretación global de nuestro pasado íntimamente
vinculada con un proyecto de futuro, sustentado todo eso a partir de determinada lectura
de su realidad presente.
20 La curiosidad por nuestro nombre como objeto de estudio ya ha sido planteada por
otros autores. G.Verdesio(5) ha definido al Uruguay como “un constructo producido por
el acto de referir: es una creación discursiva”; en una Contratapa de “Brecha”, Carlos
Liscano planteaba el mismo problema desde otro ángulo: la duda nacional del uruguayo
comienza “ya desde el nombre”. [...] “El país no tiene nombre propiamente dicho.
25 Adoptó el geográfico”(6).
Ni tanto ni tan poco, aparentemente. Quizá la afirmación de Verdesio peque de
exagerada, así como la de Liscano parezca excesivamente simplificadora: aunque esté
fuera de duda que se trata de “un constructo”, el “Uruguay” es algo más que el resultado
del “acto de referir”. Correlativamente, aunque la denominación del país sea equivalente
30 de un “nombre geográfico” como propone Liscano, eso no implica en sí mismo ningún
conflicto. No cabe duda que nombres como “Alemania” o “Italia”, efectivamente
5() G.Verdesio: “La República Arabe Unida, el maestro soviético y la identidad nacional” en Achugar-Caetano
(comp): “Identidad uruguaya: ¿mito, crisis o afirmación?”. Montevideo, ed.Trilce, 1992, pp.98-99.
6() Carlos Liscano “Acerca del ser”; Brecha nº489, 13/abril/1995, Contratapa
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2) Denominaciones y territorios.
Comparada con la instalación de los españoles en México o en Perú, la dominación
española en la costa norte del Río de la Plata es muy tardía y sin interés especial. Estos
territorios no pudieron competir con la deslumbrante riqueza de otras regiones, o con la
20 aparentemente inagotable disponibilidad de mano de obra indígena.
Aunque este es un hecho aceptado por casi todos los historiadores, la historiografía
uruguaya parece haberse negado a aceptar las consecuencias que derivan de él; la más
importante, que el desinterés en el territorio implica la ausencia de identidad. En sí
mismo, sólo se trataba de una región dominada por indígenas bravos, y a la que se
25 aludía burocráticamente como un apéndice de alguna otra unidad administrativa mayor.
Este magma fundacional de nuestra historia se manifiesta documentalmente en una
confusión de autoridades, jurisdicciones y denominaciones en la que sólo una visión
diacrónica puede descubrir los gérmenes del Uruguay actual.
Recién cuando el ganado comenzó a valorizarse la situación cambió, si no para la
30 Corona por lo menos para las autoridades administrativas de la región. Desde entonces,
los documentos nos muestran una realidad en la que el enfrentamiento era la norma
habitual: cualquiera de los centros de poder locales se consideraba con títulos o
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indios misioneros y que los habitantes de este territorio que hoy forma el Uruguay, no
tuvieran una designación específica.
La Corona nunca decidió a quien le correspondía el dominio del territorio, en parte
porque entendiera que el conflicto entre ambas ciudades reforzaba su poder, o tal vez
5 porque los sucesos que desembocarían en la independencia se precipitaron antes de que
cada ciudad pudiera encontrar los argumentos que volcaran la decisión a su favor. Desde
la perspectiva montevideana, si el poder de su elite no era bastante para imponer el tipo
de organización que pretendían, en cambio sí tenían suficiente capacidad de veto como
para bloquear aquellas soluciones que no contaban con su aprobación, como ocurrió
10 algunas veces a fines de la colonia. Pero ¿acaso el ostentar capacidad de bloqueo no es,
también, una muestra de que se carece de margen para negociar y hacer aceptar a los
demás en todo o en parte la solución que se desea?
3) ¿Orientales o montevideanos?
15 Las guerras de independencia incorporaron a nuestra historia la tradición “oriental”
y la “cisplatina”. El surgimiento del “orientalismo”, a fines del año 1811, sería la
primera “crisis fundante” de nuestra identidad; y la misma se produce en el marco del
conflicto que se plantea entre la Junta de Buenos Aires y los habitantes de este territorio,
luego de la firma del armisticio de octubre. Aparentemente, el documento más antiguo
20 que incluye esa designación es una comunicación de Artigas a la Junta de Buenos Aires
fechada el 13 de noviembre de 1811: “...la interesante perspectiva de ver continuar su
marcha a los ciudadanos orientales cargados de sus familias y llenos de su propia
grandeza”(9), es una frase que ya trasluce una identidad propia y que prefigura los
términos utilizados en la célebre nota que un mes después enviara a la Junta de
25 Paraguay. Para los guerreros artiguistas, la expresión “Banda Oriental” los incluía como
integrantes de un movimiento que tenía por centro a Buenos Aires, mientras que
“campos de Montevideo” implicaba reconocer los derechos de las odiadas autoridades
de la plaza fuerte. De allí, “orientales”, expresión de una nueva situación que define a
los integrantes de una entidad política autónoma. Esta situación se definirá con más
30 precisión cuando surja la Provincia Oriental como cuerpo político integrado
voluntariamente a un conjunto de provincias; y en lo sucesivo, “tropas orientales”,
“pueblo oriental”, serán denominaciones habituales para la comunidad social radicada
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en este territorio, “Periódico Oriental” el órgano de prensa que los exprese, en 1815 y
“Jefe de los orientales” será la designación de quien los dirija.
La “cisplatinidad”, en cambio, tuvo menos continuidad. Fue la decisión de un grupo
dirigente radicado en Montevideo (ni siquiera de toda la clase dirigente montevideana)
5 sin tiempo ni posibilidades de arraigar en la masa de habitantes. Luego de la expedición
de Lavalleja la designación tomó un carácter peyorativo, y aunque la etapa
independiente recicló a muchos de los personajes que había ocupado un papel destacado
en el Montevideo de Lecor, lo hizo a condición de que sepultaran toda referencia a ese
“período negro” de nuestro pasado. Debieron transcurrir muchas décadas antes que
10 A.F.Costa reivindicara y defendiera la denominación y el orden político que ella
implicaba.
La Asamblea Constituyente debió crear un Estado que unificara la comunidad que
compartía este pasado conflictivo, a partir de una realidad que era vivida como impuesta
desde el exterior. Tal lo manifiesta J.Ellauri en su intervención como miembro
15 informante: “Para expresarme con más propiedad diré que es ya una obligación forzosa
de que no podemos desentendernos: nos ha sido impuesta por una estipulación solemne
que respetamos, y en la que no fuimos parte a pesar de ser los más interesados en ella.
Apresurémonos, pues, Señores, a cumplir de un modo digno los votos de nuestros
comitentes, llenos de ese fuego sagrado, que inspira el verdadero amor a la Patria,
20 desprendámonos de todo sentimiento, que no sea el del bien y felicidad de los pueblos,
cuyo pacto social vamos a establecer en su nombre”(10).
Cuando comenzaba nuestra vida institucional se tenía clara conciencia de la
importancia fundacional de la Constitución: en la intervención de Ellauri es permanente
la insistencia en mostrarla como un pacto social y como elemento fundante de la
25 Nación. Para todos parece claro que del respeto a la Constitución derivará la viabilidad
del nuevo Estado, como lo dice claramente el Manifiesto de la Asamblea General
Constituyente: “...si no tenemos bastante virtud para resignarnos, y sujetar [las
pretensiones personales] a los Poderes constituidos, nuestra Patria no existirá, porque su
existencia depende del sacrificio que hacen todos los individuos de una parte de su
30 libertad, para conservar el resto”(11).
En todo el Manifiesto, así como en el discurso de Ellauri, se percibe claramente la
sensación de inseguridad que domina al autor y, probablemente, a la Asamblea. Es
10( ) “Discurso del miembro informante Dr. Don José Ellauri” en “Constitución de la República Oriental del
Uruguay”. Montevideo, Tip. a vapor de La Nación, 1887, p.27.
11() “Manifiesto de la Asamblea General Constituyente...” en “Constitución...” cit, pp.12-13.
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12() Así lo plantea R.Pérez en “El Quinto Centenario y la identidad nacional” en Achugar-Caetano (cit), Nota 5
pp.120-121.
13() “Manifiesto...” cit, p.2
5 14() Id. pp.2-3.
15()Id. p.19
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18() Lateralmente podemos recordar que la demolición de la muralla de la ciudad, que siempre había servido para
detener a las fuerzas del medio rural y nunca para frenar a los invasores del exterior, se creyó condición necesaria
para esta conflictiva integración de Montevideo y el interior en una misma entidad política.
5 19() “Manifiesto...” cit, pp.11-12.
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calculado; y mucho menos cuando para caracterizarlo se hace preciso formar un nombre
compuesto de una frase demasiado larga. Nos parece que siguiendo el mismo espíritu,
se le llamase República Uruguaya...”(20).
El sometimiento de la opinión montevideana a los dictados de la campaña no sería
5 permanente: muy rápidamente el nombre comenzó a derivar hacia el toponímico
“Uruguay” en vez de centrarse en la denominación “Oriental” como deseaba Barreiro.
Si bien en la región platense la denominación “Estado Oriental” corría con cierta
fortuna, los documentos europeos comienzan a destacar la palabra “Uruguay” en la
denominación opacando la designación “Oriental”. A veces este viraje no se percibe en
10 las transcripciones de los textos, sino en la disposición tipográfica sólo visible en las
reproducciones facsimilares. Así, gracias a la copia facsimilar de las carátulas de los
folletos publicados en 1835 y 1836 por Alfredo G.Bellemare, súbdito francés muy
vinculado a nuestro país por su relación con la casa Lafone y por su actividad en tareas
de colonización, vemos que las palabras “de l’Uruguay” aparecen con un destaque
15 mayor (gracias a la diagramación de la portada y a la tipografía empleada) que el resto
del nombre del país(21). Mientras el Cónsul francés en el Río de la Plata, R.Baradère, en
un informe redactado en Montevideo en 1834, todavía designaba al país solamente
como “República Oriental”(22), en el texto de Bellemare ya se le designa
sistemáticamente como “la República del Uruguay” (23). El mismo Dr. Ellauri, que como
20 vimos fuera participante del debate del que surgió el nombre oficial del país, también lo
llama “República del Uruguay” en su correspondencia diplomática desde Europa a
partir de 1839(24). Tal parece que tiene razón el Dr.E.Acevedo cuando atribuye el origen
de la denominación de “Uruguay” a “la opinión extranjera”(25).
Es fácil comprender el por qué de esa denominación adoptada tan rápidamente por
25 los europeos. A partir del segundo cuarto del siglo pasado, el “oriente” designaba
predominantemente a un ámbito geográfico que implicaba una situación fuertemente
conflictiva: la disgregación política de la península balcánica y su estatus con relación al
Imperio Turco, vinculado con el problema de la salida al mar de Rusia y la influencia
20() Citado por J.E.Pivel Devoto: “Las ideas constitucionales del Dr. José Ellauri”, Revista Histórica (en lo sucesivo,
RH) T.XXIII. Montevideo, 1955, p.175.
21() RH T.XXVIII pp.384-385.
5 22() RH T.XXVIII p.390.
23() RH T.XXVIII p.509
24() “Correspondencia diplomática del Dr. José Ellauri 1839-1844” Montevideo, Instituto Histórico y Geográfico del
Uruguay, 1919.
25() E.Acevedo, “Anales...” T.I p.331: “Sobre denominaciones”
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26() El primer artículo referente a la “cuestión de oriente” se publicó en la “Revue des Deux Mondes” ya en 1837.
Ver “Revue des Deux Mondes. Table Générale. 1831-1874”. París, Bureau de la Revue des Deux Mondes, 1875,
p.352.
5 27() El adjetivo aparece en el año 1835, en la obra de Luciano Lira: “El Parnaso Oriental” que lleva como subtítulo
“Guirnalda poética de la República Uruguaya”. En este caso la palabra está empleada en sentido poético y no se
encuentra en ninguno de los poemas transcriptos en el primer tomo; sí aparece en el segundo tomo, en dos poemas
publicados originalmente en la prensa montevideana el 18 y el 19 de mayo de 1835. En este caso parecería que la
circulación de la palabra habría comenzado con la publicación del 1er. tomo. (Luciano Lira: “El Parnaso Oriental o
10 Guirnalda poética de la República Uruguaya”. reimpresión facsimilar. Montevideo, Biblioteca Artigas, 1981. Tomo
II, pp. 145 y 149.)
28() E.Acevedo: “Anales...” T.II p.392.
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4) Uruguayos.
Aunque aún en la década del 80’ encontramos que “Oriental” y “Uruguay” aparecen
10 con similar frecuencia, el gran viraje enunciativo se produjo en la década anterior y
esconde la que tal vez sea la primera crisis “transformista” de nuestra identidad: aquella
que coincide con la desaparición de la generación que había protagonizado la revolución
artiguista y la independencia. Quizá en ningún lado se exprese el sobrio dramatismo
implícito en ese relevo generacional como en una breve frase que E.Acevedo Díaz
15 incluyó en la necrológica que dedicó a la muerte de su abuelo, el Gral A.Díaz, en 1869:
“recuerdo con las lágrimas que deja correr la tradición animada, la expresión magnífica
del noble octogenario, cuando (escuchaba) el sonido de su voz (...) recuerdo cuando yo
tomaba la pluma y él me dictaba las glorias uruguayas”(32).
Si aceptamos, como propone Hobsbawm, que “Las naciones no construyen estados
20 y nacionalismos, sino que ocurre al revés”(33), debemos afirmar entonces que en el
Uruguay, como parece ser el caso general en Latinoamérica, el Estado antecede al
nacionalismo y este es anterior a la “Nación”. Por lo tanto, el acto de “crear la
Nación” consistió en fundamentar la existencia del Estado tal como pre-existe, con
su organización y su funcionamiento. Es la defensa de la “nación realmente
25 existente” contra cualquier otro proyecto diferente. Así, como se ha dicho, en la
historia uruguaya fundar la nación y fortalecer el Estado son equivalentes. Y esto
implica consolidar un centro político y un grupo social que ejerza el poder; pero los
grupos sociales que habían hegemonizado la “construcción del Estado”, en 1830, no
29() En las acciones se lee: [título] “República Oriental. [Destacado:] Ferrocarril Central del Uruguay” Ver “Nuestra
Tierra” Nº41. Montevideo, Ed. Nuestra Tierra, 1969, p.8.
30() “Cien años de la Asociación Rural del Uruguay” Montevideo, 1971, pp.5-6.
5 31( )”Centenario del Club Uruguay”; “El País”, 12 de diciembre de 1978, p.12.
32() El Siglo, Montevideo, 18/IX/1869, citado por Rocca, P: “Eduardo Acevedo Díaz y el destino nacional”. Brecha,
“La Lupa” 13/IV/1995, p.16.
33() Citado por G.Caetano: “Identidad nacional e imaginario colectivo en Uruguay. La síntesis perdurable del
Centenario” en H.Achugar-G.Caetano (cit.), p.81.
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eran exactamente los mismos que lo controlaban cincuenta años después. Por lo tanto,
había que replantear aquellos problemas que en la hora fundacional habían quedado
arbitrados de una forma que no se adaptaba a la nueva distribución de fuerzas.
Era ya evidente que el país había cambiado en los años transcurridos desde el fin de
5 la Guerra Grande, y que los valores de aquel grupo fundacional no daban cuenta del
progreso material del país. La modesta aspiración de sobrevivencia manifestada por
aquella generación sonaba demasiado tímida en el contexto de un país que había
logrado multiplicar su riqueza ganadera y transformarse en un importante centro
financiero, que recibía oleadas de inmigrantes europeos y que estaba viendo aparecer las
10 primeras empresas industriales. La independencia ya no debía ser un estado transitorio
sino una forma definitiva, un valor a defender en un contexto que se presentaba poco
favorable para tales aspiraciones. Pero para que eso fuera viable había que crear una
“realidad nacional”, una comunidad imaginaria que se presentara como posible, incluso
deseable, para quienes integraban (y se integraban) al país.
15 Podemos asumir sin dificultad que los fundadores de nuestra historiografía
consideraban que lo que estaba en juego era demasiado valioso y su conquista era
todavía muy insegura, para permitir que los adversarios pudieran argumentar y darles la
posibilidad de quedarse sin más con el favor del auditorio. En definitiva, todo relato
histórico lleva implícita una propuesta de futuro (un “prospecto” diría Real de Azúa) (34)
20 de enunciación no siempre explícita pero cuya concreción resulta esencial para el autor;
todo aquello que contribuyera a debilitar su credibilidad era visto como la obra de un
enemigo. El empeño tiene entonces un curioso resultado: el “proyecto” no es sino la
prolongación indefinida de algunas características de la situación presente que al
proponente le parecen especialmente valiosas o positivas. Así, la “historia” escrita en
25 nuestro país a finales del siglo XIX responde a determinado patrón característico:
reproduce casi exactamente la realidad de su momento y construye un relato que
proyecta esa realidad al principio de los tiempos, aunque para todos fuera evidente que
había sido construida sólo en las últimas décadas.
Dentro de esa “realidad” a justificar se encontraba, como uno de sus elementos
30 fundamentales, la posición de Montevideo como centro político. Como ya vimos, el
dominio de la ciudad sobre el territorio había sido el centro de un conflictivo proceso
que se inició ya en la época colonial y que se prolongó a lo largo del siglo XIX.
34() G.Caetano: “Notas para una revisión histórica de la “cuestión nacional” en el Uruguay”, en H.Achugar (Editor):
“Cultura(s) y nación en el Uruguay de fin de siglo”. Montevideo, ed.Trilce, 1991, p.22.
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35() C.Real de Azúa: “Montevideo: el peso de un destino” Montevideo, Ediciones del Nuevo Mundo, s/f (1987?)
p.49. Desde la perspectiva capitalina, Real de Azúa resume así los factores de la centralidad montevideana:
“...Montevideo estructuró en buena proporción el ámbito geográfico que tras sus suburbios comenzaba; debe
5 admitirse que, en términos uruguayos, un “proceso de montevideanización” y un “proceso de nacionalización” se
aproximaron hasta confundirse. Circuidos estuvieron primitivamente al medio montevideano los alcances materiales
de la autoridad estatal, la efectividad de la norma jurídica, la ordenación administrativa, la existencia regular, en
suma, de una colectividad. El abrupto discontinuo estructural interior-capital sólo comenzó a amortizarse a nivel
político administrativo hacia los tiempos de la dictaduras militares: el ferrocarril, el telégrafo, las nuevas armas
10 -desde el remington estrenado en Perseverano (1875) hacia adelante- que consolidaron la hegemonía- si bien harto
precaria- de un Estado nacional, afirmaron con ella la primacía montevideana”. La óptica fuertemente capitalina del
discurso de Real de Azúa hace que el resto del país sólo cobre existencia cuando se subordina a Montevideo.
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(no por casualidad) es en ella donde aparece con más frecuencia la palabra “Uruguay”
para designar el nombre del país.
Para el observador desprevenido, el nombre “Uruguay” parece el arbitraje más
equitativo entre las pretensiones de la campaña y las de Montevideo; concreta la
5 propuesta de un “nombre nuevo” para el nuevo Estado, lo que parece más adecuado a
una realidad también “nueva” en la que se ha modificado la importancia de Montevideo
y equilibrado el peso específico de cada una de las partes. Pero eso sólo ocurre en el
nivel enunciativo. Montevideo logró resignificar la “historia del Uruguay”, utilizándola
para hacer “olvidar” su pasado y justificar su centralidad. El resultado es una “historia
10 de Montevideo” aunque con tal grado de invisibilidad que se puede decir que Latorre
“montevideanizó el Uruguay” sin que sea evidente la tautología.
El primer representante de este giro historiográfico es un historiador de tendencias
conservadoras y clericales. En buena medida podría llamarse a Francisco Bauzá el
fundador de la historiografía “uruguaya”, ya que fue quien primero utilizó el término
15 con su nuevo significado, lo proclamó desafiante desde su título y lo mantuvo a lo largo
de todo el libro. J.A.Oddone caracteriza así los objetivos de Bauzá: “Historiador y
legislador, periodista y hombre de partido, Bauzá encara la creación historiográfica
como vehículo vivificante de la conciencia nacional, urgido por una exigencia espiritual
que le mueve a ahondar en el pasado para explicarse por vía retrospectiva la existencia
20 independiente de su país, en el momento culminante de la controversia sobre la
autenticidad histórica de la República. El preconcepto de la existencia nacional -como
se sabe- dinamizó variadamente la historiografía americana. La hipótesis del trabajo de
Mitre, al “perseguir los orígenes del sentimiento nacional como conciencia de la
comunidad”, es el supuesto que dinamiza en Bauzá la búsqueda atenta de los elementos
25 físicos, geográficos, políticos y sociales que dan cuerpo al ser nacional uruguayo. Por
eso es la suya la primera historia de los orientales”(36).
Cabría decir “de los uruguayos” más que de los orientales, ya que el término
“oriental” es utilizado con muy intencionado acotamiento por parte de Bauzá: recién en
el tercer tomo de la obra aparece la expresión para aludir a una realidad que ya es
30 netamente provincial, un producto de la revolución que sólo durará lo que la etapa
“artiguista” de ésta. Bauzá tiene clara la novedad histórica del nombre “oriental” pero la
aprovecha para retrodatar la denominación “Uruguay” que utiliza durante toda la obra:
36() Oddone, J.A.: “La historiografía uruguaya en el siglo XIX”, en Revista Histórica de la Universidad, Segunda
época Nº1. Montevideo 1959, pp.32-33.
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“Que la población salvaje, descubierta por los españoles sobre el suelo uruguayo,
constituía al tiempo de la conquista una entidad social con aspecto y dominios propios,
es creencia uniforme de los primitivos historiadores de estas regiones, según se sabe.
Pero lo que generalmente ha pasado inadvertido, es que los españoles, al declararse
5 dueños de la tierra, la designaron oficialmente con el nombre de Uruguay, dando
por extensión el de uno de los ríos del país a todo el territorio comprendido entre sus
límites hasta la costa del Paraná, como dieron el nombre de Río de la Plata a todos los
países cuya entrada franqueaba aquel caudal de aguas. Si provino esto, en cuanto al
Uruguay, de que sus primitivos habitantes aplicasen por antonomasia dicho nombre,
10 tanto al río como al país, lo ignoramos, pero es cierto que los gobernadores del Río de la
Plata, se titularon durante muchos años gobernadores del Río de la Plata, Uruguay, Tapé
o Mbiaza. De este modo, el verdadero nombre del país, que muchas veces se ha
pretendido repudiar por creerlo una inventiva del localismo, tiene la más antigua
confirmación histórica”. Y fundamenta su afirmación en una cita: “Pedro Lozano,
15 Historia de la Conquista del Paraguay, Río de la Plata y Tucumán; Tomo I, Libro I, cap.I
(edic. Lamas)”(37).
El carácter fundacional de Bauzá no solo surge de su rigor lógico y su claridad
expositiva o de su capacidad para alejarse un tanto de su identidad “colorada” y
contribuir a crear un discurso “nacional” (Bauzá se limita a historiar desde el
20 descubrimiento hasta 1820, sin entrar en el repaso de las guerras de divisas), sino que es
también (usando palabras de Oddone) una “frontera historiográfica” ya que define un
conjunto explicativo que puede considerarse como un paradigma en nuestra
historiografía. Casi todo está en Bauzá: en su relato de la colonia vemos la preexistencia
del Uruguay, su carácter “especial”, la comunidad igualitaria que forman sus habitantes,
25 la permanente lucha que mantienen contra los invasores de regiones vecinas bajo la
dirección indiscutida de Montevideo; y en el Tomo III, correspondiente a la revolución,
una defensa tenaz (y muy sugestiva) del principio de autoridad, especialmente la
autoridad “legítima” que es aquella surgida de la “voluntad del pueblo”
institucionalmente expresada, por oposición a la autoridad arbitraria de los caudillos.
30 También es Bauzá el que (reinterpretando la frase de Renán sobre la forma de hacer la
unidad) impone un “estilo argumental” fuertemente agresivo para defender estas
propuestas cuando no le sobraban los argumentos propiamente históricos.
37() F.Bauzá: “Historia de la dominación española en el Uruguay”. Montevideo, 2ª ed. 1895 T.I pp.144-145. Los
subrayados son míos.
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40() P.Blanco Acevedo: “El gobierno colonial en el Uruguay y los orígenes de la nacionalidad”. Montevideo,
Imp.L.I.G.U. 4ª ed. 1959, pp.XIX-XX.
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profundas raíces en la corta historia de los dos pueblos. Los argumentos en favor de una
u otra solución eran igualmente fuertes y el tiempo transcurrido no había hecho otra
cosa que enconar y agravar las pasiones.”
Según este planteo, por más que “las dos rivales” se exaltaran y enardecieran por
5 “la grave cuestión”, la disyuntiva parece indecidible; así tenemos postulada en un sólo
párrafo la “permanente rivalidad” (un “pleito viejo” a pesar de la “corta historia” de las
ciudades) y que alcanzará la categoría de “lucha” cuando Buenos Aires trate de abrir un
nuevo puerto. Sin embargo, ya en el párrafo siguiente el propio autor modifica
radicalmente los términos del problema: “Prácticamente, la discusión no resistía un
10 examen serio, ya que el puerto de Buenos Aires, en puridad de términos, no existía para
buques de tonelaje por la escasez de fondos y las dificultades de acceso; Montevideo, al
contrario, tenía su puerto natural y su bahía ofrecíase como resguardo a las naves en los
días tempestuosos”(41). En este marco la “lucha...” cumple una función claramente
instrumental en la tarea de remontar a la época colonial el surgimiento de un país
15 independiente con capital en Montevideo; de aquí surge naturalmente una de las
justificaciones más claras de la independencia del país, en cuanto libera a su puerto del
dominio de un centro rival(42).
Aunque en el planteo de P.Blanco la oposición comercial es notoria y resulta
fuertemente explicativa, ésta pasó desapercibida para F.Bauzá que apenas le dedica un
20 párrafo al problema (esencial para P.Blanco) de la apertura del puerto de la ensenada de
Barragán, e incluso se niega a aceptar la posibilidad de enfrentamientos o rivalidades
entre Montevideo y Buenos Aires. En las diferencias entre las ciudades sólo ve la
prueba de dos destinos diversos: en el concepto “Buenos Aires” distingue claramente
entre el pueblo por un lado, y sus gobernantes, a los que identifica como “lautarinos”,
25 por otro. Esto responde a la idea de la culpabilidad histórica de la masonería, central en
Bauzá pero que luego quedó sin continuadores; la corriente principal de la historiografía
uruguaya prefirió seguir una interpretación diferente.
A la “lucha de puertos” de Blanco Acevedo, Pivel Devoto agregó a mediados de
este siglo el concepto de “problema del arreglo de los campos” como una nueva
30 categoría de análisis. Ésta incorporaba, por vez primera, al medio rural con sus
peculiaridades en el conjunto de la explicación histórica.
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El concepto fue desarrollado en los Prólogos al Tomo Segundo y Tomo Tercero del
“Archivo Artigas”(43). Según su autor, la intención de la obra era demostrar la
preexistencia de “la nacionalidad uruguaya” desde “los orígenes de nuestra formación
social”(44). De acuerdo con esto podemos suponer que ambos coinciden con el comienzo
5 de la obra, y ubicar “nuestros orígenes” a mediados del s.XVIII cuando ya se ha
fundado Montevideo y se encuentran en el escenario todos los actores que representarán
luego el conflictivo proceso de la independencia. La elección del momento de inicio
resulta muy funcional ya que minimiza absolutamente el papel desempeñado por dos de
los protagonistas (los indígenas que habitaban el territorio y las autoridades de las
10 Misiones) mientras que jerarquiza excepcionalmente a otro: Montevideo.
El papel hegemónico de Montevideo es presentado por Pivel como una
consecuencia natural de su situación geográfica y administrativa. El centro conceptual
del relato se sitúa en los comienzos del siglo XIX, ya que en ese momento se produce la
combinación de reclamos de diversa índole que muestran (a juicio de Pivel) la madurez
15 ya alcanzada por las fuerzas sociales de la ciudad: “...señala el momento en que la
ciudad y su puerto, a poco de iniciarse el siglo XIX, veían culminar el proceso político y
económico de su evolución. Si razones de buena administración y mejor defensa de las
fronteras, arreglo de los campos y seguridad de sus habitantes eran las que dictaban a
los hombres de gobierno de Montevideo los proyectos mencionados para extender su
20 gobierno a todo el territorio con una mayor jerarquía política y militar, el destino
mercantil a que estaba llamada la ciudad emproada hacia el mar y desafiante desde sus
murallas, acuciaba a sus comerciantes y navieros a reclamar para el puerto la autonomía
económica y el dominio del gran río dentro de la jurisdicción virreinal”(45). El liderazgo
de las elites montevideanas (que aparentemente veían coincidir tan exactamente su
25 beneficio directo con el interés general) era naturalmente secundado por las poblaciones
del interior del territorio: “En el caso de la Banda Oriental, pues, la geografía, el factor
económico y las exigencias de los deberes militares impuestas por su calidad de
limítrofe con el Brasil, despertaron en sus pobladores el instinto de asociación regional
43() Comisión Nacional Archivo Artigas: “Archivo Artigas” Tomo Segundo. Prólogo de Juan E.Pivel Devoto.
Montevideo, Monteverde y Cia. 1951; Tomo Tercero, Prólogo de Juan E.Pivel Devoto, Montevideo, Monteverde,
1951 (en lo sucesivo, AA T.II y AA T.III). Ambos fueron reunidos y publicados luego con el título de “Raíces
5 coloniales de la revolución oriental de 1811”, Montevideo, 1952.
44() J.E.Pivel Devoto: Prólogo a “La independencia nacional”. Montevideo, Biblioteca Artigas Vol.145, 1975, p.VII.
45() AA T.III p.XLV.
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campeonato “uruguayo” de fútbol ha sido durante casi todo el siglo el que se juega en
Montevideo entre equipos de la capital(49), como es también montevideano el carnaval
“del Uruguay” que cantaba una célebre conga de los cuarenta. A pocos les choca que la
“Comedia Nacional” sea una dependencia del municipio de Montevideo.
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49() La reciente incorporación de equipos del interior a la 1ª división, especialmente el caso de Frontera de Rivera
que accedió a la categoría por los mecanismos regulares, fue debidamente destacado por el periodismo como una
fractura en la tradición centralista.
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definido como “la tierra purpúrea” a la “Suiza de América” tiene su correlato en el papel
acordado a Montevideo: “Nueva Troya” al principio, “Atenas del Plata” después.
Creo que es necesario prevenir alguna interpretación extremista. Sin lugar a dudas,
la tradición historiográfica es un logro digno de ser conservado. El trabajo de pesquisa,
5 recopilación, análisis y exposición de toda la dispersa y confusa masa documental
generada durante nuestro pasado, y la elaboración de explicaciones socialmente válidas
a partir de ella, puede presentarse como uno de los resultados más valiosos y
perdurables de nuestra evolución intelectual. Los tres autores que repasamos
brevemente han contribuido a elaborar toda la interpretación histórica en nuestra
10 sociedad. La difusión de este modelo interpretativo ha sustentado los estudios históricos
en nuestro país hasta nuestros días, sin que sea perceptible que ejerciera ninguna acción
que fuera sentida como inhibitoria por la sociedad. Para referirnos sólo a su
representante más reciente, la obra de Pivel Devoto reorientó los estudios sobre nuestro
pasado colonial al proponer un relato que daba sentido a la enorme masa de documentos
15 sobre el medio rural (inorgánicos e inabarcables hasta entonces) y abrió camino a
nuevas investigaciones que profundizaron el conocimiento de la importancia del medio
rural en nuestro desarrollo (la “Historia rural del Uruguay moderno” de Barrán y
Nahum se inscribe en esta línea) o que a partir de la incorporación de una dimensión
social en el análisis (particularmente en los trabajos del equipo integrado por Sala,
20 Rodríguez y de la Torre), promovieron una profunda resignificación de la figura y la
obra de Artigas. Correlativamente, el peso de toda la tradición historiográfica
contribuyó a la eficacia con que la sociedad uruguaya bloqueó el anacrónico culto a la
“orientalidad” que impulsara el gobierno militar.
La imagen de un Montevideo como centro directriz del Uruguay, empeñosamente
25 promovida por nuestra historiografía, tampoco ha resultado demasiado chocante para
los habitantes del espacio supuestamente “postergado”. Si bien es cierto que se han
levantado protestas contra ella, puede admitirse que la centralidad de Montevideo ha
respondido en cierta medida a una imagen del país “deseable” para todos sus habitantes.
También el interior se adaptó a Montevideo: lo tomó como guía y modelo a copiar (el
30 surgimiento de algunos centros industriales del interior reprodujo el esquema de la
industrialización montevideana), y en general prefirió dirigirle sus demandas en vez de
apelar a sus propias energías internas; así se admite generalmente que “lo que hace
Montevideo lo hace luego el resto del país”. A su vez, si los referentes “uruguayos” eran
esencialmente montevideanos, la capital nunca pretendió atribuírselos en exclusividad y
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sus éxitos han sido compartidos y festejados por todo el país. Y eso, como reconoce
Real de Azúa, porque “también es verdad que el país hizo en cierto modo a Montevideo
y ello en el sentido de que el crecimiento de la ciudad hubo de enderezarse hacia la
posesión de medios idóneos reclamados por su condición de capital de una
5 República”(50). Al cabo de más de siglo y medio de capitalidad, nadie podía imaginar a
Montevideo con el estatuto de “ciudad hanseática” (es decir, sin espacio rural) como lo
propuso en algún momento el gobierno inglés a comienzos de la revolución lavallejista.
Todos esos cambios tuvieron su imagen historiográfica, en la medida en que el
relato histórico construía un pasado adecuado a las posibilidades que abría el futuro. El
10 eco social que recibía la propuesta historiográfica, amplificada por las obras de la
comunidad de historiadores, era la prueba de su “sintonía” con la sensibilidad social del
momento. Como cualquier otra obra humana la historiografía es también producto de su
tiempo; y cuando ocurre que esos tiempos cambian, cambia la mirada que se vuelca
sobre los libros de historia.
15 Algunos datos de la realidad parecen indicar que también este esquema está
alcanzando el final de su desarrollo. Desde la sociedad aparecen cada vez con más
insistencia los reclamos de “descentralización”, cuando algunas ciudades del interior
muestran un dinamismo y una capacidad de crecimiento que superan a la propia capital
del país. No está en tela de juicio entonces la validez o la fundamentación de este
20 modelo historiográfico, sino su vigencia. ¿Hasta qué punto es posible seguir
proponiendo tal esquema explicativo a una sociedad que ya no lo ve como eficaz para
dar cuenta de su realidad o responder a sus expectativas? Parece claro que muchos de
los fundamentos que le servían de base se encuentran fuertemente alterados: estas
épocas de Mercosur ya no justifican la definición de la nacionalidad a partir de la
25 enemistad de nuestros vecinos; la centralidad de Montevideo ya no parece tan
inconmovible, y nuestra siempre proclamada “especificidad” y la postulada
ineluctabilidad democrática de nuestro sistema político se han visto fuertemente
cuestionadas por la experiencia de la dictadura militar. El “político” también encuentra
cuestionamientos inéditos: su capacidad directriz se ve ocasionalmente desmentida por
30 el mayoritario voto negativo como ocurrió en 1994 con la “minirreforma”, y su papel
dirigente permanentemente acosado por la apelación a la eficacia del “técnico”. Es
decir: todo aquello que se envolvía con la etiqueta “Uruguay”, se encuentra en crisis de
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credibilidad. Como dijo A.Methol Ferré(51) cada uno de los elementos que vertebraban
nuestra historiografía “clásica” se ven cuestionados.
La inadecuación de la explicación historiográfica a las demandas sociales no es un
problema que afecte solamente a la comunidad de historiadores; su importancia
5 trasciende ampliamente el ámbito académico para incidir de alguna medida sobre la
sociedad toda. En nuestro país la imagen historiográfica es “la imagen del pasado” de la
sociedad; no tenemos aquí “otras historias”, otras visiones del pasado generadas por la
propia sociedad y que compitan o complementen la historiografía académica. Así lo
afirman también Cosse y Markarian “...parecería que la producción historiográfica
10 nacional ha influido en la formación de concepciones sobre la historia que priman en la
sociedad. Lo ha hecho a través de su receptividad en la escuela, en el liceo, los medios
de comunicación, la actividad política y sindical.” Es claro entonces que todas las
incorporaciones reseñadas tuvieron su respuesta en la sociedad que amplificó y
multiplicó sus conclusiones y las utilizó con otros fines diferentes. “Se ha conformado
15 una conciencia histórica que, desde una perspectiva en la cual el pasado condujo
inevitablemente al presente, aspira a que la historia evidencie de manera racional la
ilación del pasado con “este presente”. De esta forma, la historia aparece en cierta
medida como “maestra de vida”. Por un lado, porque se piensa que permite aprender del
pasado, de sus errores y aciertos. Por otro, porque es usada para habilitar ciertos
20 proyectos de futuro, silenciar otros y argumentar la validez de determinado accionar”(52).
Cuando la producción historiográfica no responde a las demandas de la sociedad,
ésta comienza a manifestar alguna forma de mensaje que expresa su malestar; tal vez
éste sea el lote que corresponde a los historiadores en la postulada “crisis de identidad”.
Posiblemente la aparición en el ámbito académico de otras visiones del pasado puedan
25 leerse como intentos de respuesta a esas nuevas demandas. La actividad historiográfica
muestra abordajes completamente novedosos, ya sea renovando sus temas (como es el
caso de las obras más recientes de J.P.Barrán, o las historias de género), retomando
temas poco estudiados (como la historia religiosa o la inmigración), eludiendo la
elaboración de un relato uniforme en la reconstrucción de momentos de nuestro pasado
30 que se encuentran poco laudados (así como A.Rico presentó las reacciones de la
sociedad ante el golpe de Estado de 1973) o abordando el conjunto de nuestra historia,
aún la que ha sido más estudiada, con la mirada menos normativizadora como en la
51() A.Methol Ferré, 1991? citado por G.Caetano: “Identidad nacional e imaginario colectivo...” cit. pp.90-91.
52() Ambas citas son de I.Cosse-V.Markarian: “Memorias de la Historia”. Montevideo, ed.Trilce, 1994 p.30.
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