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III.

EL RESURGIMIENTO DE LA NARRATIVA:
REFLEXIONES ACERCA DE UNA NUEVA Y VIEJA
HISTORIA*
i

L o s historiadores siempre han contado relatos. Desde Tucídides y T á ­


cito hasta Gibbon y Macaulay, la composición de una narrativa expresada
en una prosa elegante y vivida se consideró siempre corno su más grande
ambición. La historia se juzgaba corno una rama de la retórica. Em pero,
durante los últimos cincuenta años esta función abocada a contar relatos
se ha visto desprestigiada entre aquellos que se consideran com o la van­
guardia dentro de la profesión, es decir, quienes practican la así llamada
"nueva historia" de la era posterior a la segunda Guerra M u n d ia l.1 En
Francia, este contar relatos se tildó como "l'histone événementielle” . A c ­
tualmente, sin embargo, he encontrado pruebas respecto a una corriente
subrepticia que está absorbiendo de nuevo a muchos de los prominentes
"nuevos historiadores” dentro de cierta forma de narrativa.
Antes de abocarnos al examen de las pruebas respecto a este viraje, y
antes de especular sobre qué pudo haberlo causado, sería conveniente
esclarecer ciertas cosas. La primera se refiere a qué se quiere decir aquí
por “ narrativa” .2 La narrativa se entiende como la organización de cierto
material según una secuencia ordenada cronológicamente, y como la dis­
posición del contenido dentro de un relato único y coherente, si bien cabe
la posibilidad de encontrar vertientes secundarias dentro de la trama. La
historia narrativa difiere de la historia estructural fundamentalmente de
dos maneras: su ordenación es descriptiva antes que analítica, y concede
prioridad al hombre por sobre sus circunstancias. Por lo tanto, se ocupa
de lo particular y lo específico más bien que de lo colectivo y lo estadísti-

* Estoy considerablemente en cicada con mi esposa, y con mis colegas los profesores Roben Oarn-
ton, Natalic Davis, Félix Gilbcrt, Charles Gillispic, Thcodore Rabí), Cari Schorske y con muchos
otros por sus valiosas críticas a un primer borrador de este ensayo. He aceptado la mayor parte de las
sugerencias, aunque la responsabilidad por la redacción final me concierne a mí únicamente.
1 No debería confundirse a este grupo reciente de “nuevos historiadores" con los “nuevos histo­
riadores” norteamericanos pertenecientes a una generación anterior, como Charles Bcard y james
Harvey Robínson.
2 Para la historia de la narrativa, véanse L. Gossman, "Augustin Thjerry and Liberal I-Iísto*
riogrftpliy", HiUoryanU Tiuióry, BéiKeft 15, 1979, y 11. Whiic, Méluhntory thc iiitlorfcál ¡ magín «-
tion m the Nineteenth Century, Baltimore. 1973. (Estoy en deuda con el profesor I<. Starn porfiaber
llamado mi atención a este último.)
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90 H IS T O R IO G R A F ÍA

co. I,a narrativa es un modo de escritura histórica, pero es un modo que


afecta también y es afectado por el contenido y el método.
El tipo de narrativa que tengo en mente no es la del simple informador
con visos de anticuario, ni tampoco la del analista. Es una narrativa
orientada por cierto “ principio fecundo” , que posee un tema y un argu­
mento. El tema de Tucídides fueron las Guerras del Peloponeso y sus ne­
fastos efectos sobre la sociedad y la política griegas; el de Gibbon fue
exactamente lo que su título sugiere; el de Macaulay fue el surgimiento de ;
una constitución de participación liberal en medio de las tensiones de una ;
política revolucionaria. Los biógrafos nos cuentan el relato de una vida, í
desde el nacimiento hasta la muerte. Ninguno de los historiadores narra­
tivos, según los he definido, elude en absoluto el análisis, aunque no es
éste el armazón desde el que su trabajo se elabora. Y finalmente, les ata­
ñen profundamente los aspectos retóricos de su exposición. Sea que ten­
gan éxito o no en su empeño, es indudable que aspiran a una elegancia en
ei estilo, conjuntamente con comentarios ingeniosos y aforísticos. N o les jo-
satisface el desperdigar palabras a lo largo de una página y dejarlas per­
manecer allí, como si fueran boñiga de vaca en medio de un campo, bajo ;
pretexto de que puesto que la historia es una ciencia no requiere la ayuda
de arte alguno.
Las tendencias que se han identificado aquí no deben considerarse como
aplicables a la gran mayoría de los historiadores. Lo único que se in­
tenta es indicar un cambio manifiesto en cuanto al contenido, el método
y el estilo dentro de una diminuta, aunque desmesuradamente prominen-
te sección de la profesión histórica vista como un todo. La historia ha te-•
nido siempre muchas moradas, y deberá continuar teniéndolas a fin de
florecer en el futuro. El triunfo de algún género o escuela conduce a la j
larga a un sectarismo estrecho, o a un narcisismo y a una autoadulación
que se traducen en un desprecio y en una actitud tiránica hacia los que no
pertenecen al campo, conjuntamente con otro tipo de características des- j
agradables y contraproducentes. Todos sabemos de casos en que esto ha
ocurrido. Hay algunos países e instituciones en que ha resultado malsano ;
el que los "nuevos historiadores” hayan hecho las cosas como han querido
durante los últimos treinta años; y será igualmente malsano el que una
nueva tendencia, en caso de que sea una tendencia, consolíde un dominio %
similar aquí o allá.
Es también fundamental dejar sentado de una vez por todas que este.rip
ensayo intenta trazar los cambios observados de una manera histórica, no Leí
hacer juicios de valor respecto a qué modos de discurso histórico son más
satisfactorios que otros. Los juicios de valor difícilmente pueden evitarse, i
en el caso de cualquier estudio historiográíieo, empero este ensayo no se i ­
E l. RESU RGIM IENTO DE L A N A R R A T IV A !>V

propone izar bandera alguna o comenzar una revolución. N o se está ins­


tando a nadie a que se deshaga de su calculadora y cuente un relato.

II

Antes de considerar las tendencias recientes, es preciso remontarse en el


tiempo con objeto de explicar el que muchos historiadores hayan a ba n d o­
nado, hará unos cincuenta años, el ideal de una tradición narrativa de
dos mil años. En primer lugar, a pesar de las apasionadas aserciones en
contra, se admitió en general, y cort cierta justicia, que el responder al
quC y al cómo de una manera cronológica, incluso bajo la orientación de
una argumentación central, no permitía avanzar mucho de hecho hacia
la respuesta del porqué. Además, en ese entonces los historiadores se
hallaban bajo la fuerte influencia tanto de la ideología marxista com o de
la metodología de la ciencia social. Como resultado de esto, su interés eran
las sociedades, no ios individuos, y confiaban en que podía llevarse a cabo
una "historia científica” que con el tiempo produjera leyes generalizadas
para explicar las transformaciones históricas.
Aquí debemos detenernos de nuevo para definir qué se entiende por
"historia científica” . La primera “ historia científica” fue form ulada
por Ranke. en el siglo XIX, y tenía como base el análisis de nuevas fuentes.
Se dio por hecho que una detenida crítica textual de los registros no reve­
lados hasta ese momento, que se hallaban sepultados en los archivos esta­
tales, establecería de una vez por todas los hechos de la historia política.
Durante los últimos treinta años, se han dado tres tendencias muy d ife ­
rentes de historia científica dentro de la profesión, las cuales no se basan
en nuevos datos, sino en nuevos modelos o nuevos métodos: se trata del
modelo económico marxista, el modelo ecológico-demográfico francés, y
la metodología “cliométrica" norteamericana. Según el antiguo m odelo
marxista, la historia sigue un proceso dialéctico de tesis y antítesis, a tra­
vés de nn conflicto de clases, las cuales se crean pot los cambios en cuanto
al control de los medios de producción. En los treintas esta idea terminó
en un determinismo económico/social bastante simplista, el cual afectó a
muchos jóvenes eruditos de la época. Esta noción de historia científica fue
fuertemente defendida por los marxistas hasta finales de los cincuentas,
como lo demuestra el hecho de que el cambio en el subtítulo de Past a?id
Presen!, de “ Un diario de historia científica” a “ Un diario de estudios his­
tóricos", no ocurriera hasta 1959. Debe advertirse que la actual genera­
ción de "ncomarxistas" parece haber abandonado gran parte de los d o g­
mas básicos de los historiadores marxistas tradicionales de los treintas,
puesto que actualmente se ocupan del Estado, la política, la religión y la
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ideología al igual que sus colegas no marxistas, y en este proceso parecen


haber dejado de lado la afirmación de aspirar a una “historia científica".
El segundo significado de “ historia científica” es aquel usado desde
1945 por la escuela de historiadores franceses de los Anuales, cuyo vocero,
si bien radical, podría ser el profesor L e Roy Ladurie. Según esta escuela,
la variable fundamental en la historia son los cambios en el equilibrio
ecológico entre el suministro de alimentos y la población, un equilibrio que
deberá determinarse necesariamente mediante análisis cuantitativos a
largo plazo sobre productividad agrícola, cambios demográficos y pre­
cios de los alimentos. Esta clase de “historia científica” surgió de la com­
binación de un añejo interés en Francia por la geografía histórica y la
dem ografía histórica, aunado a la metodología de la cuamificacíón. Le
Roy Ladurie nos dijo categóricamente que "la historia que no es cuantifi-
cable no puede pretender ser científica” .3
El tercer significado de "historia científica" es prirnordialmcnte norte­
americano, y se basa en la afirmación, expresada con claridad y en voz alta
por los “ciiometristas” , de que sólo su muy peculiar metodología cuan­
titativa puede aspirar a ser científica.4Según ésta, la comunidad histórica
puede dividirse en dos. Existen “ los tradicionalistas” , que incluyen tanto a
los historiadores con un estilo narrativo a la antigua, los cuales se ocupan
principalmente de política de Estado y de historia constitucional, corno a
los “ nuevos” historiadores económicos, demográficos y sociales de las es­
cuelas de los Anuales y de Past and Present - no obstante el hecho de que
los segundos emplean la cuantificación y de que por varias décadas ambos
grupos fueron enemigos acérrimos, especialmente en Francia — . Los his­
toriadores científicos, o ciiometristas, constituyen un caso aparte, ya que
se definen por una metodología más que por algún tema o interpretación
específicos acerca de la naturaleza de las transformaciones históricas. Son
historiadores que construyen modelos paradigmáticos, algunas veces
contrafácticos, acerca de mundos que jamás existieron en realidad; y
prueban ia validez de los modelos mediante las fórmulas matemáticas
y algebraicas más refinadas, aplicadas a cantidades muy vastas de datos
electrónicamente procesados. Su campo específico es la historia económi­
ca, misma que han conquistado virtualmente en los Estados Unidos; asi­
mismo, han hecho grandes incursiones en la historia de la política
demográfica reciente mediante la aplicación de sus métodos al comporta-

3 Lo Roy I.adune, The Terrilory o f lile Historian, Nueva York, 1979, p. 15 y Parte I,
passivi.
* Un ensayo no publicado de R. W. Fogel, “Scicntífic History and Traditionai History" (1979),
ofrece el caso más persuasivo ai que es posible referirse para considerar a ésta como la fínica "historia
científica" en sentido verdadero, Pero sigo sin estar convencido de ello.
El. R E SU RG IM IEN TO DE L A N A R R A T IV A 99

miento electoral, tanto del electorado como de aquellos que son electos.
Estas grandes empresas son necesariamente el resultado de un trabajo de
equipo similar a la construcción de pirámides: contingentes de asiduos
asistentes compilan datos, los cuales codifican, programan y pasan a tra ­
vés del “ tracto digestivo” de la computadora, todo esto bajo la dirección
automática de un líder del equipo. Los resultados no pueden verificarse
mediante ninguno de los métodos tradicionales, puesto que las pruebas se
hallan sepultadas en cintas privadas de computadora, en lugar de ex p re­
sarse en notas de pie de página destinadas a la publicación. En cualquier
caso, los datos se exhiben con frecuencia en una forma m atem áticam ente
tan abstrusa, que resultan ininteligibles para la mayoría de quienes ejer­
cen la profesión histórica. Lo único tranquilizador para los perplejos legos
es que los miembros de esta orden sacerdotal discrepen furiosa y pú blica­
mente sobre la validez de los resultados de unos y de otros.
Estos tres tipos de "historia científica” se hallan traslapados en alguna
medida, pero son lo suficientemente distintos, ciertamente a los ojos de
quienes los practican, para justificar la creación de esta tipología tripartita.
Otras explicaciones "científicas" sobre las transformaciones históricas
se han visto favorecidas por algún tiempo, para luego pasar de moda. El
estructuralismo francés produjo cierta labor teórica brillante, pero nin­
gún trabajo histórico específico de importancia - a menos que se conside­
ren los escritos de Michel Foueauk como trabajos primordialmente histó­
ricos, más bien que como una filosofía moral en la que se aluden ejemplos
tomados de la historia---. El funcionalismo parsoniano, al que precedió la
obra Scientij'ic Theory o f Culture de Maíinowski, tuvo una trayectoria
bastante larga, a pesar de su incapacidad para dar una explicación acer­
ca de las transformaciones en el tiempo, y del hecho evidente de que la
correspondencia entre las necesidades materiales y biológicas de una so­
ciedad, y las instituciones y los valores por los que ésta vive, ha distado
siempre mucho de ser perfecta, mostrándose con frecuencia bastante
pobre en verdad. Tanto el estructuralismo como el funcionalismo han
proporcionado valiosas aportaciones, pero ninguno ha podido aproxi­
marse siquiera a una explicación científica global acerca de las transfor­
maciones históricas a las que pudieran recurrir los historiadores.
Estos tres grupos principales de historiadores científicos, que flo re­
cieron, respectivamente, de los treintas hasta los cincuentas, de los cin­
cuentas hasta mediados de ios sesentas, y de los sesentas hasta comienzos
de los setentas, tenían una absoluta confianza en que los problemas más
importantes con respecto a la explicación histórica eran resolubles, y de
que en un momento dado serían ellos quienes les darían solución.
Suponían que llegarían a proporcionarse finalmente soluciones irreba­
tibles en lo tocante a cuestiones hasta hoy día desconcertantes, tales
100 h is t o r io g r a f ía

como las causas de "las grandes revoluciones” o los cambios de! feudalis­
m o al capitalismo, o bien de las sociedades tradicionales a las modernas.
Este vehemente optimismo, que se hizo tan ostensible de los treíncas a los
sesentas, fue reforzado entre los dos primeros grupos de "historiadores
científicos” por la creencia de que las condiciones materiales tales como
los cambios en la relación entre la población y el suministro de alimentos,
o los cambios en los medios de producción y en el conflicto de clases,
constituían ias fuerzas directrices de la historia. Muchos de ellos, aunque
no todos, consideraban los acontecimientos intelectuales, culturales, reli­
giosos, psicológicos, jurídicos, e incluso políticos, corno meros epifenóm e­
nos, Debido a que un determinismo económico y/o demográfico fue lo
que fijó en gran medida el contenido del nuevo género de investigación
histórica, resultó que un procedimiento analítico más bien que narrativo
era el que se ajustaba ópticamente para la organización y la presentación
de los datos, y que estos últimos debían ser hasta donde fuera posible
cuantitativos en su naturaleza.
Los historiadores franceses, que en los cincuentas y los sesentas se halla­
ban a la cabeza de esta valiente empresa, desarrollaron una clasificación
jerárquica estándar: en primer término, tanto por su posición como por
su orden de importancia, estaban los hechos económicos y demográficos;
después de la estructura social; y finalmente los acontecimientos intelec­
tuales, religiosos, culturales y políticos. Estos tres renglones fueron conce­
bidos como los pisos de una casa: cada uno descansando sobre los cimien­
tos del de abajo, pero ejerciendo los superiores un efecto recíproco
ínfimo, por no decir nulo, sobre los inferiores. En ciertas manos, la nueva
metodología y las nuevas cuestiones produjeron resultados que fueron
poco menos que sensacionales. Los primeros libros de Fernand Braudel,
Fierre Goubort y Kmmanuel L e Roy Ladurie figurarán entre ios escritos
históricos más grandes de todos los tiempos.!l Por sí solos justifican sobra­
damente la adopción hecha por toda una generación del enfoque analíti­
co y estructural. (
I.a conclusión, sin embargo, fue un revisionismo histórico exacerbado.
Puesto que sólo el primer renglón era el realmente importante, y puesto
que el tema de estudio se ícfería a las condiciones materiales de las masas,
y no a la cultura o a las élites, vino a ser posible hablar acerca de la historia
de la Europa continental comprendida entre los siglos Xiv y XVIII como de
"l'h isloirc im m o b ile ". El profesor 1.e Roy Ladurie argüyó que nada, abso­
lutamente nada, había cambiado durante esos cinco siglos, ya que la so­
ciedad había permanecido obstinadamente encerrada dentro do su tradi-5

5 F. Braudel, 1& Medite-,-ranée au Tcutps de Philippe tí, tGiíi., 1049; F. Coubcit, ih'uuvais et le
fteauvaüis de 1600 á í'/)0, París, 1066; E. l.« Roy Ladurie, Les Payutns du Langucdoc, París. 1966.
EL. RESU RG IM IEN TO DE LA N A R R A T IV A 101

cional e inalterada "éco-déniographie.",6 En este nuevo m odelo histórico,


movimientos tales como el Renacimiento, la Reforma, la ilustración y el
surgimiento del Estado moderno simplemente desaparecieron. Se pasa­
ron por alto las transformaciones masivas en cuanto a la cultura, e.l arte,
la arquitectura, la literatura, la religión, la educación, la ciencia, el d e ­
recho, la constitución, la construcción del Estado, la burocracia, la o rg a ­
nización militar, las disposiciones fiscales, etc.., que tuvieron lugar entre
los niveles jerárquicos superiores de la sociedad durante esos cin co siglos.
Esta curiosa ceguera fue el resultado de una firme creencia en que todas
estas materias venían a ser partes del tercer renglón, una mera super­
estructura superficial. Cuando, recientemente, algunos eruditos de esta
escuela comenzaron a emplear sus métodos sobradamente probados en
problemas tales como Ja alfabetización, los contenidos de las bibliotecas y
el auge y la caída de la piedad cristiana, describieron sus actividades
corno la aplicación de la cuantificación a "le troisiéme ntveau".

III

Una primera causa para el resurgimiento de la narrativa sería el extendi­


do desencanto con respeto al modelo económico determinista de explica­
ción histórica, lo mismo que a la clasificación jerárquica tripartita a que
dio lugar. La escisión entre la historia social, por una parte, y la historia
intelectual, por otra, ha tenido consecuencias bastante desafortunadas.
Ambas se han vuelto aisladas, introvertidas y estrechas en cuanto a sus
enfoques. En los Estados Unidos, la historia intelectual que una vez fuera
la insignia distintiva de la profesión, atravesó por tiempos difíciles y du­
rante algún tiempo perdió confianza en ella misma;7 la historia social ha
tenido un florecimiento que jamás había exhibido, pero su arrogancia
con respecto a sus logros aislados no vino sino a presagiar un final declina-
rniento en su vitalidad, cuando la fe en las explicaciones puramente eco­
nómicas y sociales comenzó a decaer. El registro de la historia ha obligado
actualmente a muchos de nosotros a admitir que existe un flujo recíproco
extraordinariamente complejo de interacciones entre tos hechos referen­
tes a la población, el suministro de alimentos, el clima, las reservas en oro
y plata, los precios, etc., por una parte, y los valores, las ideas y las cos­
tumbres, por la otra. Conjuntamente con las relaciones sociales de status
o de clase, todo lo anterior conforma una única red de significado.

E. Le Roy Ladurie. "L'histobo ¡inmolóte”. crv su t.r Territoirv de [‘Historien, 11, Parts, 1978
{«crito «i 1975).
7 R Oauiton, 'ítH'ÓL:ion! .mil Cultural Hístory*1, iiístory m our Ttmi'. como. M. K.tmmen,
HHnca, r900.
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Muchos historiadores creen hoy día cjue la cultura del grupo, e in­
cluso la voluntad individua], son agentes causales del cambio tan im ­
portantes —por lo menos potencialmente— como las fuerzas impersona­
les responsables de la producción material y el crecimiento demográfico.
N o existe ninguna razón teórica para que los segundos factores determi­
nen a los primeros, más bien que viceversa, y de hecho hay una abundan­
te información en cuanto a ejemplos que indican lo contrario.8 La anti­
concepción por ejemplo, es claramente tanto el producto de un estado
mental, como d e circunstancias económicas o descubrimientos tecnológi­
cos. La prueba de este argumento puede hallarse en la amplia propaga­
ción que esta práctica tuvo en toda Francia, mucho antes de ¡a in­
dustrialización, sin que hubiera tanta presión demográfica excepto en las
pequeñas granjas, y casi un siglo antes que en cualquier otro país occiden­
tal. Hoy sabemos también que la familia nuclear precedió a la sociedad
industrial, y que los conceptos de privacidad, amor e individualismo sur­
gieron de manera similar en el seno de algunos de los sectores más tradi­
cionales de la sociedad tradicional de la Inglaterra de finales del siglo
XVII y comienzos del x v m , más bien que como resultado de ulteriores
procesos económicos y sociales de modernización. La ética puritana fue
un producto derivado de un movimiento religioso espiritualista, que se
arraigó en las sociedades anglosajonas de Inglaterra y de Nueva In gla­
terra durante los siglos anteriores al advenimiento de patrones rutinarios
y necesarios de trabajo o a la construcción de la primera fábrica. Por otra
parte, existe una correlación inversa, en todo caso en la Francia del siglo
X IX , entre la alfabetización y la urbanización, por una parte, y la in ­
dustrialización, por la otra. Los niveles de alfabetización resultan ser una
guía pobre con respecto a las actitudes mentales ‘'modernas” o a las ocu­
paciones “modernas” .9 De este modo, los vínculos entre la cultura y la so­
ciedad son a todas luces muy complejos en verdad, y parecen variar según
las épocas y su ubicación.
Es difícil evitar la sospecha de que la declinación en cuanto al com pro­
miso ideológico entre los intelectuales occidentales, ha tenido también que
ver en esto. Si se consideran las tres batallas históricas más apasionadas y
disputadas a lo largo de los cincuentas y los sesentas — acerca del ascenso
o el descenso de los hidalgos en la Inglaterra del siglo XVII, acerca del alza o
la baja del ingreso real de la clase trabajadora durante las primeras eta­
pas de la industrialización, y acerca de las causas, la naturaleza y las con­

8 M. Zuckcrman, "Dreatns that Mrn Oare lo Dreain: tire Role of Ideas in Western
Modernizado»”, Social Science History, vol. 2, 3. 1978.
9 V. Furet yj. Ozouf, Lite et /terne, París, 1977. Víase también K. Loekriclge, í.ileracy in Cola
nial Neto ICngland, Nueva York, 1974.
EL RESURGIM IENTO DE L A N A R R A T IV A 103

secuencias de la esclavitud en los Estados Unidos— , puede verse que se


trató en todos los casos de debates desencadenados en el fond o p o r p re­
ocupaciones ideológicas en boga. Parecía que en ese entonces era de im ­
portancia crucial el saber si la interpretación marxista era o no correcta, y
por lo tanto estos problemas históricos cobraban importancia al tiem po
que apasionaban. El silencio impuesto sobre la controversia ideológica
por el declinamiento intelectual del marxismo y la adopción de economías
mixtas en el Occidente, ha coincidido con una disminución en el impulso
de la investigación histórica con respecto al planteamiento de preguntas de
peso sobre el porqué de los hechos, por lo que resulta válido sugerir que
existe cierta relación entre ambas tendencias.
El determinismo económico y demográfico no sólo ha sido socavado
por la aceptación de las ideas, la cultura, e incluso la voluntad individual,
como variables independientes. Tam bién se ha visto debilitado p o r el re­
conocimiento revitalizado de que el poder político y militar, el uso de la
fuerza bruta, ha determinado con mucha frecuencia la estructura de la so­
ciedad, la distribución de la riqueza, el sistema agrario, e incluso la cultu­
ra de la élite. Los ejemplos clásicos a este respecto son la conquista nor­
manda de Inglaterra en 1066, y probablemente también los divergentes
caminos económicos y sociales seguidos por Europa Oriental, Europa
Noroccidental e Inglaterra durante los siglos XVI y XVII.10 Los “ nuevos
historiadores” de los cincuentas y los sesentas serán sin duda severamente
criticados por su obsesión por las fuerzas sociales, económicas y dem ográ­
ficas de: la historia, y por su incapacidad para tomar suficientemente en
cuenta la organización política y la toma de decisiones, al igual que las
veleidades observadas en las batallas, en los sitios militares, en la destruc­
ción y en la conquista. El ascenso y la caída de las civilizaciones han teni­
do como causa las fluctuaciones en la autoridad política y los cambios en
las vicisitudes de la guerra. Es realmente insólito el que estos asuntos hu­
bieran sido descuidados durante tanto tiempo por aquellos que se consi­
deraban a sí mismos como la vanguardia de la profesión histórica. En la
práctica, gran parte de la profesión siguió ocupándose de la historia
política, como lo había hecho siempre, no obstante que no es aquí donde
en términos generles se pensó que residía la arista cortante de la innova­
ción. Un reconocimiento tardío de la importancia del poder, de las deci­
siones políticas personales por parte de los individuos, y de las posibilidades
de batalla, ha obligado a algunos historiadores a volver a la modalidad
narrativa, sea que lo quieran o no. Para emplear la terminología de Ma-
quiavelo, no es posible tratar acerca de la virtu ni de Infortuna si no es de1 0

10 Me refiero ¡ti debate desencadenado por R. P. Rrenner "Agravian Class Simctuve and Peono -
PoM and Prescnl,
mic Oeveloprnet in Pie-Industrial Europe” , 70, 1976.
KM h is t o r io g r a f ía

una forma narrativa, o incluso anecdótica, ya que la primera es un atri­


buto humano, mientras que la segunda un accidente feliz o desafortunado.
El tercer acontecimiento que ha venido a asestar un duro golpe a la histo­
ria analítica y estructural es el registro mixto, empleado hasta la fecha por
la que ha sido su metodología más característica — a saber, la cuantifíca-
c ió n --. La cuantificación ha madurado sin lugar a dudas, y constituye
hoy día una metodología esencial dentro de muchas áreas de la investi­
gación histórica, especialmente en lo que se refiere a la historia demográ­
fica, la historia de la estructura social y de la movilidad social, la historia
económica, y la historia de las pautas electorales y el comportamiento
electoral dentro de los sistemas políticos democráticos. Su uso ha mejora­
do considerablemente la calidad general del discurso histórico, al exigir la
referencia a cifras exactas en lugar del empleo anterior y disperso de p a ­
labras. Los historiadores no pueden ya contentarse con decir '‘más", “ m e­
nos” , "creciente” , "declinante", etc.., que son términos que lógicamente
implican comparaciones numéricas, pero con respecto a los cuales
aquéllos no determinan jamás el fundamento explícito de sus aserciones.
Esto ha propiciado también que las argaimentadones con base en ejemplos
no parezcan dignas de crédito. Los críticos exigen actualmente una
prueba estadística de soporte que muestre que los ejemplos son típicos y
no meras excepciones a la regla. Es indudable que estos procedimientos
han m ejorado el poder lógico y la fuerza persuasiva de la argumentación
histórica. N o hay discrepancia alguna de que siempre que los registros
existentes lo permitan, y sea adecuado y provechoso, el historiador debe
recurrir al conteo.
Empero, existe una diferencia básica entre la cuantificación artesanal
efectuada por un solo investigador que recaba cifras en una calculadora
manual y genera simples tablas y porcentajes, y la labor de los cliometris-
tas. Estos últimos se especializan en la compilación de vastas cantidades
de datos mediante equipos de asistentes, el uso de la computadora
electrónica para su procesamiento cabal, y la aplicación de procedimien­
tos de un alto grado de refinamiento matemático a los resultados. Se han
suscitado dudas respecto a todas las etapas de este procedimiento. Hay
muchos que ponen en tela de juicio si los datos históricos son en algún caso
suficientemente fidedignos para justificar tales procedimientos; sí es
posible confiar en que los equipos de asistentes aplican procedimientos
uniformes de codificación a cantidades extensas que con frecuencia se re­
fieren a documentos bastante diversos e incluso ambiguos; si acaso
muchos detalles cruciales no se pierden en el procedimiento de codifica­
ción; si en algún momento es posible suponer que todos los errores de
programación y de codificación han sido eliminados; y si el refinamiento
de las fórmulas matemáticas y algebraicas no hace que sean a fin de cuen­
El. RESU RG IM IEN TO DE L A N A R R A T IV A 105

tas contraproducentes, puesto que desconciertan a la mayoría de las his­


toriadores. Finalmente, a muchos perturba el hecho de la virtual im p osi­
bilidad de verificar la confiabilidad de los resultados finales, ya que éstos
no dependen de notas de pie de página destinadas a la publicación, sino
de cintas privadas de computadora, a su vez el resultado de miles de hojas de
código privadas, las cuales han sido abstraídas a partir de los datos no e la ­
borados.
Estos problemas son reales y persistirán, Todos sabemos de las diserta­
ciones doctorales o de la impresión de ensayos o monografías en donde se
ha hecho uso de las técnicas más refinadas, ya sea para probar aquello
que es obvio o para pretender demostrar lo improbable, recurriendo a
fórmulas y a un tipo de lenguaje que hacen que la metodología sea ínveri-
ficable en el caso del historiador común. Los resultados combinan en o c a ­
siones los vicios de la ilegibilidad y la trivialidad. Todos conocemos las
disertaciones doctorales que languidecen inacabadas debido a la in capa­
cidad del investigador de mantener bajo su control intelectual el volumen
total de copias impresas arrojado por la computadora, o por el hecho de
que al haber éste invertido un esfuerzo excesivo en la elaboración de los
datos, su tiempo, su paciencia y su dinero han terminado por agotarse.
Ciertamente, una conclusión clara de esto es que, siempre que sea p o ­
sible, el muestreo manual resulta preferible, más rápido, y tan confiable
corno el intento de cruzar el universo a través de una máquina. Todos sa­
bemos de los proyectos en los que un error de lógica en la argumentación
o el simple dejar de usar el sentido común, han traído consigo el que las
conclusiones resulten viciosas o dudosas. Todos estamos también al tanto
de otros proyectos en los que el omitir el registro de un pedazo de in for­
mación en la etapa de codificación, ha conducido a la pérdida de algún
resultado importante. Todos conocemos otros en donde las fuentes de in ­
formación son ellas mismas tan poco fidedignas, que podemos tener la
certeza de que es poca la confianza que puede depositarse en las conclu­
siones basadas en su manejo cuantitativo. Los registros parroquiales son
un ejemplo clásico de esto: en la actualidad se les dedica un enorme es­
fuerzo en muchos países, no obstante que sólo es probable que cierta par­
te del mismo produzca resultados valiosos.
A pesar de sus incontestable logros, no puede negarse que la cuantifi-
cación no ha realizado las elevadas expectativas que sobre ella se tuvieran
hace veinte año3. La mayoría de los grandes problemas históricos perm a­
necen tan irresolubles como siempre, si no es que más. Ei consenso res­
pecto a las causas de las revoluciones inglesa, francesa o norteamericana
se muestra tan lejos de ser alcanzado como siempre, a pesar del enorme
esfuerzo que se ha llevado a cabo para elucidar los orígenes sociales y eco­
nómicos de las mismas. Treinta años de investigación exhaustiva acerca
106 H ISTO R IO G RA FÍA

de la historia demográfica nos han dejado poco más que perplejos. Igno­
ramos por qué la población cesó de crecer en la mayoría de las áreas de
Europa entre 1640 y 1740; tampoco sabernos por qué comenzó a crecer
de nuevo en 1740; ni incluso si la causa pudo haber sido una creciente fer­
tilidad o una declinación en la tasa de mortalidad. La cuantificación nos
ha dicho mucho acerca de cuestiones concernientes al qué de la
demografía histórica, pero hasta ahora relativamente poco acerca dei
porqué. Las principales cuestiones sobre !a esclavitud en los Estados Uni­
dos siguen siendo tan evasivas como de costumbre, a pesar de haberse
aplicado a las mismas los análisis más extensos y refinados que jamás ha­
yan sido elaborados. Su publicación, lejos de resolver la mayoría de los
problemas, simplemente hizo más candente el debate.11 Empero, tuvo e!
benéfico efecto de centrar ¡a atención sobre aspectos importantes tales
com o la dieta, la higiene, la salud y la estructura familiar de los negros
norteamericanos bajo la esclavitud, pero a la vez distrajo la atención de
los igualmente importantes, si no es que más, efectos psicológicos de dicho
fenómeno tanto sobre los amos como sobre los esclavos, simplemente por
el hecho de que estas cuestiones no son mensurables a través de la compu­
tadora. Los historiadores urbanos se debaten desordenadamente en m e­
dio de estadísticas, y a pesar de ello las tendencias que señalan el grado de
movilidad siguen siendo aún oscuras. Hoy nadie está completamente se­
guro de si la sociedad inglesa era más abierta y móvil que la francesa du­
rante los siglos XVJI y XVIlí, o incluso si los hidalgos o la aristocracia se
hallaban en ascenso o en decadencia en la Inglaterra que precedió a la
Guerra Civil. Nuestra situación no es nada mejor a este respecto que la de
James Harrington en el siglo XVII o la de Tocquevílle en el siglo XIX.
Son precisamente este tipo de proyectos los que han sido más pródiga­
mente financiados, los que se han mostrado más ambiciosos con'respecto
a la compilación de vastas cantidades de datos ~ mediante ejércitos de in­
vestigadores asalariados— , los que han sido procesados de la manera más
científica por la más reciente tecnología eomputacional, y los que han
exhibido el más alto grado de refinamiento matemático en su modo de
presentación, los que han resultado ser los más decepcionantes de todos.
Hoy, dos décadas y millones de dólares, libras y francos después, se cuen­
ta únicamente con resultados más bien modestos a cambio del gasto de tal
cantidad de tiempo, esfuerzo y dinero. Éstos consisten en enormes rimeros
de verdosas copias impresas empolvándose en los cubículos de los erudi­
tos; hay también muchos tornos voluminosos y extremadamente tediosos
que contienen tablas numéricas, abstrusas ecuaciones algebraicas y por-

11 R. W. Fo&ei y S. F.ngwmnn. Time <jn tha Croes. Boston. 1974; P. A. David el al., RceAoning
Nueva York, 1976; H. Giitmcm. Slavery and thc Nutnbers Game, Urbana, J97/>.
unth Slavory,
EL RESU RGIM IENTO DE l.A N A R R A T IV A 107

centajes proporcionados hasta el segundo punto decimal. Asim ism o, es


posible encontrar muchos hallazgos nuevos y valiosos, a la vez q u e unas
pocas contribuciones importantes en lo tocante al relativamente p eq u eñ o
corpus de obras históricas de valor permanente. Sin embargo, el re fin a ­
miento de. la metodología ha tendido en general a exceder a la c o n fia b ili­
dad de los datos, en tanto que la utilidad de los resultados parece -..hasta
cierto punto — estar en correlación inversa con la complejidad m a tem á ti­
ca de la metodología y la monumental escala de la recabación d e datos.
En el caso de los análisis de beneficio de costos, los tipos de recompensa
obtenidos por la historia computarizada a gran escala han justificado
muy rara vez, hasta la fecha, la inversión de tiempo y de dinero, lo que ha
llevado a los historiadores a lanzarse a la búsqueda de otros m étodos de
investigación acerca del pasado, que arrojen luz sobre los hechos sin ta n ­
tos problemas. En 1968, Le Roy Ladurie profetizó que para los ochentas
“ el historiador será un programador o no será n ad a".12 La profecía no se
ha cumplido, y mucho menos en el caso del mismo profeta.
Los historiadores se ven obligados a regresar, por lo tanto, al principio
de indeterminación, al reconocimiento de que tas variables son tan num e­
rosas que en el mejor de los casos sólo es posible hacer generalizaciones de
medio alcance con respecto a la historia, tal como Robert Merton sugi­
riera hace ya mucho tiempo, El modelo macroeconómico es un sueño de
opto, y la “ historia científica” un mito. Las explicaciones monocausales
simplemente no funcionan. El uso de modelos explicativos de retroali-
mentación construidos en torno a las “ afinidades electivas” weberianas, al
parecer proporcionan mejores herramientas que puedan revelarnos algo
acerca de la verdad evasiva con respecto a la causalidad histórica, espe­
cialmente si abandonamos cualquier pretensión de que esta m etodología
sea en algún sentido científica.
El desencanto con respecto al determinismo monocausal de carácter
económico o demográfico, lo mismo que a la cuantificación, ha llevado a
los historiadores a comenzar a formular un conjunto enteramente nuevo
de preguntas, muchas de las cuales habían quedado anteriormente
excluidas de sus perspectivas debido a la preocupación por una m etodolo­
gía específica de índole estructural, colectiva y estadística. Actualmente
son cada vez más los “ nuevos historiadores" que se esfuerzan por descubrir
qué ocurría dentro de las mentes de los hombres del pasado, y cóm o era
vivir en él, preguntas que inevitablemente conducen de regreso al uso de
la narrativa.
Un subgrupo significativo de la gran escuela francesa de historiadores,
encabezado por Lu den Febvre, ha considerado siempre los cambios inte-

i!i L. Le Hoy Laduvic, l.e Terriloire ti? I'Misionen, vo!. 1, París, Í9'/S, p. M.
108 H IS TO R IO G R A FÍA

lectualcs, psicológicos y culturales como variables independientes de im ­


portancia central. Sin embargo, por mucho tiempo constituyeron una
minoría que quedó apartada en aguas estancas mientras la marea de la
historia científica --económica y social en cuanto a su contenido, estruc­
tural en su organización y cuantitativa en su metodología— inundaba y
arrasaba todo a su paso. Actualmente, no obstante, aquellos asuntos por
los que dichos historiadores se interesaban han vuelto a estar súbitamente
en boga. Las preguntas formuladas, empero, no son exactamente las mis­
mas que solían ser, ya que ahora se plantean con mucha frecuencia a
partir de la antropología. En la práctica, si no es que en teoría, la
antropología ha tendido a ser una de las disciplinas más ahistóricas debi­
do a su falta de interés por las transformaciones en el tiempo. Sin em bar­
go, nos ha enseñado cómo todo un sistema social y un conjunto de valores
pueden ser brillantemente esclarecidos por el método iluminador consis­
tente en registrar minuciosa y elaboradamente un suceso particular,
siempre y cuando a éste se le ubique con sumo cuidado dentro de ia tota­
lidad de su contexto, y se analice con mucho detenimiento en lo tocante a
su significado cultural. El modelo arquetípico de esta "densa descripción”
es la narración clásica hecha por Clifford Geertz acerca de las peleas de
gallos de los balineses.14 Por desgracia, nosotros los historiadores no pode­
mos hacer acto de presencia, provistos de libros de apuntes, grabadoras y
cámaras, donde ocurren los sucesos que describimos, pero aquí y allá nos
topamos con un sinnúmero de testigos que pueden decimos cómo fue ha­
ber estado en el lugar de los hechos.
Uno de los cambios recientes que más llaman la atención con respecto
al contenido de la historia, ha sido la súbita intensificación del interés por
los sentimientos, las emociones, las normas de comportamiento, los valo­
res y los estados mentales. A este respecto, la influencia de antropólogos
como Evans-Prítchard, Clifford Geertz, M ary Douglas y Víctor Tu rner ha
sido bastante considerable en verdad. Por consiguiente, la primera causa
del resurgimiento de la narrativa entre algunos de los "nuevos historiado­
res” ha sido la sustitución de la sociología y la economía por la antropolo­
gía corno la más influyente de la ciencias sociales. N o obstante que la psi-
cohistoria sigue siendo en gran medida un área de desastre —un desierto
en el que se hallan diseminados los restos de los vehículos cromados que se
averiaron poco después de haberse puesto en marcha -, la psicología mis­
ma ha tenido también su efecto sobre una generación que actualmente
orienta su atención hacia los deseos sexuales, las relaciones familiares y los
vínculos emocionales, en la medida en que afectan al individuo, y hacia1 5

15 G. Gct'ii.i, "Deep Pluy: .Votes otv thc Batine?e CocSc-fíyl, [’ en eu Interftry tallón o f Cultures.
Nueva York. 1973.
F.I.. RESU RG IM IEN TO DE l.A N A R R A '!'! VA 109

las ideas, las creencias y las costumbres, en la medida en que afectan al


grupo. Este cambio con respecto a las preguntas que se están form ulan do
tiene que ver probablemente con el escenario contemporáneo exhibido
por los setentas. Ésta ha sido una década en la que los ideales y los intere­
ses más personalizados han asumido la prioridad sobre los asuntos p ú bli­
cos, como resultado del extendido desencanto con respecto a las expecta­
tivas de cambio a través de la acción política. Por lo tanto, resulta
plausible el vincular el súbito auge en cuanto al interés por estos temas en
el pasado, con preocupaciones similares en el presente.
Este nuevo interés por las estructuras mentales se ha visto estimulado
por el derrumbamiento de la historia intelectual tradicional, tratada
corno una cacería de documentos para rastrear las ideas a través de las d i­
versas épocas (procedimiento que normalmente termina en Aristóteles o
en Platón). Los “grandes libros" se estudiaban en medio de un vacío his­
tórico, haciéndose poco o casi ningún esfuerzo por ubicar a los autores o a
su terminología lingüística dentro de su verdadero marco histórico. La
historia del pensamiento político occidental está volviendo a escribirse
hoy día, principalmente por los profesores J. G. A . Pocock, Quentin
Skinner y Bernavd Bailyn, mediante tina penosa reconstrucción del con­
texto y el significado precisos de las palabras y las ideas del pasado,
mostrando cómo éstas han cambiado su form a y su color a través del
tiempo, como camaleones, a fin de adaptarse a nuevas circunstancias y
necesidades.
La historia tradicional de las ideas está siendo orientada concurrente­
mente hacia el estudio de auditorios cambiantes y de los medios de comu­
nicación. Ha nacido una nueva y boyante disciplina abocada a la historia
de la imprenta, los libros y la alfabetización, lo mismo que a sus efectos
sobre la propagación de las ideas y la transformación de los valores.
Otra de las razones por la que varios de los “ nuevos historiadores” están
volviendo a la narrativa, parece ser el deseo de hacer que sus hallazgos re­
sulten accesibles una vez más a un círculo inteligente de lectores, que sin
ser expertos en la materia se hallen ávidos por aprender lo revelado en
estos nuevos e innovativos planteamientos, métodos y datos, pero sean in­
capaces de asimilar las indigestas tablas estadísticas, las frías argumenta­
ciones analíticas y los enredados galimatías. Los historiadores cuantitati­
vos, analíticos y estructurales han encontrado que cada vez hablan más
para sí mismos y para nadie más. Sus resultados han aparecido en diarios
profesionales o en monografías tan costosas y de tan reducido tiraje (por
debajo de los mil ejemplares), que en la práctica han sido las bibliotecas
las que han absorbido su compra casi por completo. Y sin embargo, el
éxito de sus publicaciones periódicas históricas de índole popular como
Hútory Today y L 'tíatorre prueba que existe un extenso auditorio dis
lio H IS TO R IO G R A FIA

puesto a escuchar, y que los nuevos historiadores se hallan ahora ansiosos


de hablar a dicho auditorio, en lugar de dejar que se nutra del pábulo de-
biografías populares y libros de texto. Después de todo, las preguntas for­
muladas por los nuevos historiadores son aquellas que nos preocupan a
todos hoy día: la naturaleza del poder, la autoridad y el liderazgo ca-
rismático; la relación de las instituciones políticas con las normas so­
ciales implícitas y los sistemas de valores; las actitudes hacia la juventud,
la ancianidad, las enfermedades y la muerte; el sexo, el matrimonio y el
concubinato; el nacimiento, la anticoncepción y el aborto; el trabajo,
el ocio y el consumo ostentoso; la relación entre la religión, la ciencia y la
magia como modelos explicativos de la realidad; la intensidad y la direc­
ción de emociones tales como el amor, el miedo, el placer y el odio; los
efectos que sobre las vidas de las personas tienen la alfabetización y la
educación, y las maneras de mirar el mundo a través de ellas; la im por­
tancia relativa adscrita a las diferentes agrupaciones sociales tales como la
familia, el parentesco, la comunidad, la nación, la clase y la raza; la fuer­
za y el significado del ritual, el símbolo y la costumbre como formas de
cohesión de una comunidad; los enfoques morales y filosóficos con respec­
to al crimen y al castigo; las pautas de tolerancia y las explosiones del
igualitarismo; los conflictos estructurales entre los grupos o las clases con
status; los medios, las posibilidades y las limitaciones de la movilidad so­
cial; la naturaleza y la importancia de la protesta popular y las expectati­
vas milenarias; el cambiante equilibrio ecológico entre el hombre la natu­
raleza; las causas y los efectos de las enfermedades. 'Iodos estos son
problemas candentes en este momento y conciernen a las masas más bien
que a las élites. Tienen una mayor “ relevancia" para nuestras propias vi­
das que las gestas de monarcas, presidentes y generales difuntos.

IV

Como resultado de estas tendencias convergentes, un número significati­


vo de los exponentes mejor conocidos de la “nueva historia” están volvien­
do actualmente al otrora menospreciado modo narrativo. Y sin embargo,
los historiadores — e incluso los editores— parecen un poco turbados por
actuar así. En 1979, el Publisher’s Weehly —é) mismo un órgano del co ­
m ercio-- resaltó los méritos de un nuevo libro, un relato acerca del juicio
de Luis X V I, con estas peculiares palabras: “ La elección hecha por Jor­
dán de un tratamiento narrativo más bien que académico [las cursivas
son mías], . . es un modelo de claridad y síntesis.” 14 Es evidente que el

D. P. Jordán, The Kmg's Tria/: l.outs X t/ v. the Prendí Hevolutiuii, líerkclcy, 1979. Reseñado
en Publishers' Weehly, lft ele agosto de 1979.
E L R ESU RG IM IEN TO DE L A N A R R A TIVA II)

libro le agradó al crítico, pero pensó que la narrativa es por defin ición no
académica. Cuando un miembro distinguido de la escuela de la “ N u ev a H is­
toria” escribe en forma narrativa, sus amigos tienden a disculparlo, d icien ­
do: “ Por supuesto que sólo lo hizo por el dinero." A pesar de estas excusas
más bien pudorosas, las tendencias referentes ala historiografía, el conten ido,
el método y la modalidad, resultan evidentes dondequiera que uno mire.
Después de haber languidecido sin ser leído durante cuarenta años, el
libro precursor de Norbert Elias acerca de las costumbres, The C ivilisin g
Process, ha sido traducido repentinamente al inglés y al francés,1 16 El d o c ­
5
tor Zeldin ha escrito una brillante historia en dos volúmenes acerca de la
Francia moderna, en una serie estándar de libros de texto, que h ace o m i­
sión de casi todos los aspectos de la historia tradicional, y se concentra
casi exclusivamente en las emociones y en los estados mentales.16 El p r o fe ­
sor Philippe Ariés ha estudiado, tomando en cuenta un parám etro de
tiempo muy vasto, las diferentes respuestas con respecto al trauma u n i­
versal de la muerte.17 La historia de la brujería se ha vuelto súbitamente
una industria en crecimiento en todos los países, lo mismo que la historia
de la familia, incluyendo la referente a la infancia, la juventud, la a n ­
cianidad, las mujeres y la sexualidad (estas dos últimas se hallan en p e ­
ligro de sufrir un exceso de intelectualismo). Un excelente ejem plo de la
trayectoria que los estudios históricos han tendido a asumir durante los
últimos veinte años, nos lo proporcionan los intereses de investigación
mostrados por el profesor je an Delurneau. Éste comenzó en 1962 con un
análisis sobre un producto económico (el alumbre); seguido en 1969 por
el de una sociedad (Rom a); en 1971, por el de una religión (el catolicis­
mo); en 1976, por el de un comportamiento colectivo (Les Pays de Cocag-
ne)\ y finalmente, en 1979, por el de una emoción (el m iedo).18
El francés tiene una palabra para describir este nuevo tema de estudio
..m entalité— , pero desafortunadamente ésta no está muy bien definida
ni es fácil do traducir. En cualquier caso, el contar relatos, la narración
circunstancial minuciosa de uno o más “ acontecimientos” con base en el
testimonio de los testigos oculares y los participantes, es claramente una
forma de recapturar algo de las manifestaciones externas de la m entalité
del pasado. Ciertamente el análisis permanece como la parte esencial de

15 N. Elias, The Civilising Procees, Nueva York, 1078.


16 T. Zeldin, Franco 1848-1945, vols. 1, II, Oxford, 1973, 1979 (traducida como Hisloire des Pas-
sions l'rancams, París, 1978). Víase también R. Mandrou, Introduclion a la Frunce Moderno (1500-
>640), París, 1961.
15 P. Anís, L'Homme dernnt luí Morí, Parts, 1977.
la J. Detumeau, L'altm de Home, París, 1962; La Fie cconomique el sociale de Rome dans la se-
conde modié du X VI asiécle. París, 1969: Le Calhotrcrsme entre Lulher et VoUaire, París, 197 i; La
Morí des Pays de Cocague' Comportmenls Collectifs de la Renaissance d l'Age Classique, París,
1976, LT-lisioirc de la Peur, París, 1979,
112 H ISTO R IO G R A FÍA

la empresa, la cual se basa en una interpretación antropológica de la cul­


tura que pretende ser tanto sistemática como científica. Empero, esto no
puede ocultar el papel del estudio de la mentalité con respecto al renaci­
miento de modos no analíticos de discurso histórico, de los que el contar
relatos es sólo una forma.
Por supuesto que la narrativa no es la única manera en que puede
escribirse la historia de la mentalité, la cual se lia hecho posible gracias al
desencanto con respecto al análisis estructural. Tómese por ejemplo esa
extremadamente brillante reconstrucción de una estructura mental desa­
parecida, me refiero a la evocación del mundo de la antigüedad tardía
hecha por Peter Brown,19 En ella se ignoran las usuales y claras categorías
analíticas -la población, la economía, la estructura social, el sistema po­
lítico, la cultura, etcétera— . En lugar de ello, Brown elabora un retrato de
una época más bien a la manera de un artista posimpresionista, dando
pinceladas que se traducen en groseras manchas de color aquí y allá, pero
que si alguien se aleja lo suficiente de ellas crean una asombrosa visión de
la realidad, al mismo tiempo que si se les examina de cerca se disuelven
en algo borroso y sin significado. La imprecisión deliberada, el enfoque
pictórico, la íntima yuxtaposición de la historia, la literatura, la religión y
el arte, la preocupación por lo que ocurría dentro de las mentes de las
personas, son rasgos característicos de una forma fresca de mirar la histo­
ria. El método no es narrativo, sino que consiste más bien en una manera
p oin tillú te de escribir historia. Pero también se ha visto estimulado por
el nuevo interés en la mentalité, a la vez que se ha hecho posible gracias al
descenso en el enfoque estructural y analítico, el cual había prevalecido
en extremo durante los últimos treinta años.
Incluso se ha dado un renacimiento en cuanto a la narración de un úni­
co suceso. El profesor Georges Duby se ha atrevido a hacer lo que pocos
años atrás habría sido impensable. Ha dedicado un libro a la narración
de una única batalla —Bouvines — , y a través de ésta ha esclarecido las
principales características de la incipiente sociedad feudal francesa del
siglo XIII.80 Cario Gínzburg nos ha proporcionado una minuciosa narra­
ción acerca de la cosmología de un oscuro y humilde molinero del norte
de Italia de principios del siglo XVI, y a través de esto ha buscado de­
mostrar la conmoción intelectual y psicológica causada en los estratos
populares por la infiltración de las ideas reformistas.21 El profesor Emma-
nuel Le Roy Ladurie ha trazado un retrato único e inolvidable acerca de
la vida y la muerte, el trabajo y el sexo, la religión y las costumbres dentro

ly P. R. L. Brown, The Makinff o f Late Antiquity, Cambridge, Mass., 1978.


20 G. Duby, Le Dimanche de Bouvines: 27JuiUci 121-i, París. 1973.
21 C. Ginzburg. The Cheese and the Worms, Baltimore, 1980.
EL RESURGIM IENTO DE I,A N A R R A T IV A 113

de una aldea de. los Pirineos de comienzos del siglo XIV. Montaülou es
significativo por dos tazones; la primera es que ha llegado a ser u no de los
libros históricos más vendidos en Francia en el siglo XX; y la segunda es
que no nos cuenta un relato de manera directa — ya que tal relato no
existe — , sino que vaga de un lado a otro por el interior de las mentes de
las personas. N o es accidental el que ésta sea uua de las maneras en las
que la novela moderna se diferencia de aquellas de épocas anteriores.
Más recientemente, Le Roy Ladurie nos ha contado el relato de un único
y sangriento episodio ocurrido en un pequeño pueblo del sur de Francia
en 1580, valiéndose de él para revelar las tendencias antagónicas in d ica ti­
vas del odio que desgarraba a la estructura social de dicho pueblo.*2 El
profesor Cario M. Cipolla, quien hasta la fecha ha sido uno de los más
acérrimos e inflexibles estructuralistas económicos y demográficos, acaba
de publicar un libro que muestra una mayor preocupación por hacer una
reconstrucción evocadora de las reacciones personales ante la terrible cri­
sis suscitada por vira pandemia, que por establecer las estadísticas con
respecto al grado de morbosidad y de mortalidad. Por primera vez, lo que
hace es contar un relato.*3 El profesor Eric Hobsbawm ha descrito lo
odioso, brutal y efímero de las vidas de los rebeldes y de los bandidos en
todo el mundo, con objeto de definir la naturaleza y los objetivos de sus
"rebeldes primitivos” y sus “ bandidos sociales".*4 Edward Thompson ha
narrado la lucha escenificada en la Inglaterra del siglo XViJi entre los ca ­
zadores furtivos y las autoridades en el bosque de Windsor, con objeto de
reforzar su argumentación acerca del choque entre plebeyos y patricios
ocurrido en esa época.*5 El último libro del profesor Robert Darnton nos
narra cómo la gran Encyclopédte francesa llegó a publicarse, y al hacer
esto ha logrado esclarecer considerablemente y bajo una nueva luz el pro­
ceso de la propagación del pesamiento de la Ilustración en el siglo XV111, y
los problemas de complacer a un mercado nacional —e internacional —
de ideas.*6 La profesora Natalie Davis ha presentado una narración acer­
ca de cuatro charivaris o procedimientos rituales de ignominia en las
ciudades de Lyon y Ginebra del siglo XVIb con objeto de ilustrar los es­
fuerzos comunitarios para reforzar el cumplimiento de los estándares
públicos referentes al honor y la propiedad.*72*
4
3

22 E. Le Hoy Ladurie, Montaülou, Vil(age occítan de 1294 á 1924,Parts, 1975;L e Carnaval de


Román*. París. 1979,
23 C. M. CipolÍR, Faith, Reason and thePlague in Sevanleenth Century Vvscany, Ithaca, 1979.
24 E. Hobsbawm,
J. Primitiva Rebels,Manches ter, 1959; Pandits,Mueva York, 1969; Captain
Swing. Nueva York, 1909.
E. Thompson,
¿t> V. Wkigs and llnnien, Nueva York, 1975.
20 R. Damron, The Business of the RnUghienraeul, Cambridge, Masa., 1979.
11N. Davis. "Charivari, Honm.-ur el CommuiliiucC» á Lyon et CicnSve au VJ1,?Su-do". en
Z. ?. X Le
tomps. j. I.c Goff y }. C. Schmitt (de próxima publicación).
Charivari,

jp
114 H IS TO R IO G R A FÍA

IÍ1 nuevo interés jjoi la mentalité ha estimulado el regreso a las viejas


formas de escribir la historia. El relato de Keith Tilomas sobre el conflicto
de la magia y la religión está construido en torno a un "principio
fecundo" a lo largo del cual se enhebran un sinnúmero de narraciones y
ejemplos.28 Mi reciente libro acerca de las transformaciones en la vida
emocional de la familia inglesa es muy similar en cuanto a su propósito y
a su método, si no es que también en cuanto a sus logros.29
Todos los historiadores mencionados hasta aquí son eruditos maduros
que por mucho tiempo han estado vinculados a la “nueva historia” , ya
sea formulando nuevas preguntas, probando nuevos métodos, o buscan­
do nuevas fuentes. Actualmente están volviendo a la actividad de contar
relatos.
Existen, sin embargo, cinco diferencias entre sus relatos y aquéllos de
los historiadores narrativos tradicionales, En primer lugar, se interesan
casi sin excepción por las vidas, los sentimientos y la conducta de los
pobres y los anónimos, más bien que de los grandes y los poderosos. En se­
gundo lugar, el análisis resulta tan esencial para su metodología como la
descripción, de manera que sus libros tienden a saltar, un poco desmaña­
damente, de un modo a otro. En tercer lugar, están abriendo nuevas
fuentes, con frecuencia registros de tribunales penales que empleaban
procedimientos de derecho romano, puesto que en ellos se contienen
apógrafos escritos donde consta el testimonio cabal de testigos sometidos
a interpelaciones e interrogatorios. (El otro uso en boga es el de los ante­
cedentes penales, que intenta trazar cuantitativamente los índices de
ascenso y descenso de los diversos tipos de desviación, y que a mi juicio
constituye una empresa casi totalmente banal, puesto que lo que se está
tabulando no son los crímenes perpetrados, sino criminales que han sido
arrestados y enjuiciados, lo cual es un asunto totalmente diferente. No
hay ninguna razón para suponer que lo uno mantiene alguna relación
constante a través del tiempo con lo otro.) En cuarto lugar, con frecuen­
cia cuentan sus relatos de manera diferente a como lo hacían Homero,
Dickens o Balzac. Bajo la influencia de la novela moderna y las ideas
íreudianas, exploran cuidadosamente el subconsciente en lugar de ape­
garse a los hechos desnudos; y bajo la influencia de los antropólogos in­
tentan valerse del comportamiento para revelar el significado simbólico.
En quinto lugar, cuentan el relato acerca de una persona, un juicio, o un
episodio dramático, no por lo que éstos representan por sí mismos, sino
con objeto de arrojar luz sobre los mecanismos internos de una cultura o
una sociedad del pasado.

28 K. V. Tilomas, Religión and the Decline o f Magic, Nueva York, 1971.


29 L. Sume, Family, Sex and Alarriñge in Bngtand 1500-1800, Nueva York, 197H
EL R E SU RG IM IEN TO DE L A N A R R A T IV A 115

Si mi diagnóstico es correcto, el desplazamiento hacia la narrativa por


parte de los “nuevos historiadores” señala el fin de una era; el térm in o del
intento por producir una explicación coherente y científica sobre las
transformaciones del pasado. Los modelos del determinismo h istórico, los
cuales se basan en la economía, la demografía o la sociología, se han
derrumbado frente a las pruebas, empero ningún modelo com pletam ente
determinista sustentado en alguna otra ciencia social —la política, la psi­
cología o la antropología— ha surgido para ocupar su lugar. El estructu-
vaiismo y el funcionalismo no han resultado ser mucho mejores e n absolu­
to. La metodología cuantitativa se ha mostrado semejante a una caña
bastante frágil que sólo puede responder a un conjunto lim ita d o de
problemas. Obligados a decidir entre modelos estadísticos a príorz sobre
el comportamiento humano, y una comprensión basada en la observa­
ción, la experiencia, el juicio y la intuición, algunos de los "nuevos histo­
riadores” manifiestan actualmente la tendencia a dejarse llevar hacia el
segundo modo de interpretación del pasado.
A pesar de que el resurgimiento del modo narrativo entre los “ nuevos
historiadores” es un fenómeno muy reciente, es tan sólo un tenue goteo en
comparación con la producción constante, vasta, e igualmente relevante,
de la narrativa política descriptiva por parte de historiadores más tradi­
cionales. Un ejemplo reciente que ha recibido un considerable reconoci­
miento académico, es el libro de Simón Schama acerca de la política
holandesa del siglo XVIII.so Trabajos de esta índole han sido vistos por déca­
das con indiferencia, o con un menosprecio a duras penas disimulado,
, por los nuevos historiadores sociales. Esta actitud no era muy justificable,
pero en años recientes ha estimulado el que algunos de los historiadores
tradicionales adapten su modo descriptivo para formular nuevas pregun­
tas. Algunos de ellos no tienen ya una preocupación tan marcada por los
problemas referentes al poder, y por consiguiente a los reyes y a los prim e­
ros ministros, lo mismo que a las guerras y a la diplomacia, sino que al
igual que los "nuevos historiadores” están dirigiendo su atención a las v i­
das privadas de personas bastante oscuras. L a causa de esta tendencia,
si es que puede llamársele así, no resulta clara, aunque parece estar inspi­
rada en el deseo de contar un buen relato, y al hacer esto revelar las suti­
lezas de la personalidad y la interioridad de las cosas dentro de una época
y una cultura diferentes. Algunos historiadores tradicionales se han esta­
do dedicando a esto por algún tiempo. En 1958, el profesor G. R . Elton
publicó un libro integrado por relatos acerca de los disturbios y las muti-3

3I) S. Schama, Patriots and Liberators: Ttevolntion in the Netlierlands, Nueva York, 1977.
116 H IS TO R IO G R A FÍA

laciones ocurridos en la Inglaterra del siglo X V I , tomando como fuente los


registros de la Star Chamber.*31 En 1946, el profesor Hug'h Trevor-Roper
reconstruyó brillantemente los últimos días de ílitíc r.3 32 Muy reciente­
1
mente, ha investigado la extraordinaria trayectoria de un compilador
inglés de manuscritos, de fama relativamente oscura, y además estafa­
dor y pornógrafo clandestino, que vivió en China durante los primeros
años de este siglo. El propósito de escribir este entretenido e increíble
cuento parece haber sido el puro placer de contar un relato por sí mismo,
en el afán por perseguir y capturar un bizarro espécimen histórico. La
técnica es casi idéntica a ¡a que hace años empleara A. J. A . Symons en su
clásica Quest fo r Corvo,33* en tanto que la motivación se muestra muy
similar a aquella que inspira a Richard Cobb a registrar de manera por­
menorizada y atroz las sórdidas vidas y muertes de los criminales, las pros­
titutas, y otros inadaptados sociales del bajo mundo en la Francia revolu­
cionaria.3'*
Bastante diferentes en cuanto a su contenido, su método y sus objetivos
son los escritos de la nueva escuela inglesa de jóvenes empiristas anticua­
rios. Éstos escriben un tipo de narrativa política minuciosa que niega
implícitamente la existencia de algún significado histórico profundo, con
excepción de los caprichos accidentales de la fortuna y la personalidad.
Encabezados por el profesor Conrad R usscll y John Kenyon, e instados
por el profesor Jeoffrey Elton, se hallan actualmente ocupados en tratar
de suprimir cualquier sentido ideológico o idealista de las dos revoluciones
inglesas del siglo XVII.36 No hay duda de que ellos, al igual que otros como
ellos, dirigirán pronto su atención hacía otra parte. N o obstante que
su premisa no se formula jamás expifeitamnte, su enfoque viene a ser un
neonamierismo puro, justo en el momento en que el namierismo está su­
cumbiendo como form a de considerar a la política inglesa del siglo X V I I I .
'Uno se pregunta si su actitud con respecto a la historia política no podría
originarse subconscientemente de un sentimiento de desencanto en lo re­
ferente a la capacidad del sistema parlamentario contemporáneo para
tratar de resolver el inexorable declinamienío económico y de poder de

* Antiguo tribunal británico de inquisición, execrado por !a injusticia y la crueldad de sus senten­
cias. [T.j
31 G , R . E lto n , Star Chumbar Stories, L o n d r e s , 10138.
9* H. XI. Trevor Uopcr, Ths last Days ofHithr, Londres, 1047.
H . ,R. T r e v o r K o p e r , The ííermii of Poking, N u e v a Y o r k , 1977; A . j . A . S y m o n s, Ojuest for
Corno, L o n d r e s , 1034.
M ¿i. Cobb, The Pólice and ths People, Oxford, .1070; 31. Cobb, Dctttk in Pavés. N u e v a Voric,
1278.
95O. Rniísell, Parflamente and fíngUsk Politics 1621 -1629, Oxford, 1979; J. í \ Kenyon, Síuart
Füigbmd, Londres, 1978; v ííu w c tom & fóa los artículos en c\fom m í of Modat n Ziütory, tvd.. 49 (> ),
1977.
E L R E SU RG IM IEN TO DE L A N A R R A T IV A 117

¡Inglaterra. Sea como sea, son cronistas del pequeño acontecim iento, de
l'hisloire é.vénementielle, dotados de una gran erudición e inteligencia, y
conforman por ello una de las muchas vertientes que alimentan, el resur­
gimiento de la narrativa.
La razón fundamental del viraje observado entre los “ nuevos histo­
riadores" del modo analítico al descriptivo, consiste en un im portante
cambio de actitud con respecto a cuál deba ser el tema histórico central.
Y esto a su vez depende de supuestos filosóficos anteriores sobre el papel
de! libre albedrío humano en su interacción con las fuerzas de la n atu ra­
leza. Ambos polos contrastantes de pensamiento nos son m ejor revelados
mediante las siguientes citas, una de ellas como ejemplo de una postura y
las otras dos como ejemplos de la otra. En 1973, Emmatiuel L e R oy L a ­
drare intituló a una de las secciones de uno de los volúmenes de sus ensa­
yos “ Historia sin gente” . Contrariamente, hace medio siglo Lucien Pebvre
proclamó “M a proie, c'est l ’homme” [M i presa es el hom bre], mientras
que hace un cuarto de siglo Hugh Trevor-Roper exhortaba a los histo
viadores en su disertación inaugural al “ estudio no de las circunstancias
sino del hombre en medio de las circunstancias” .S(i Actualmente, el ideal
histórico de Febvre se está volviendo popular en muchos círculos, al mis ­
mo tiempo que los estudios analíticos estructurales sobre fuerzas im perso­
nales continúan publicándose profusamente. Por ende, los historiadores
se están dividiendo hoy en cuatro grupos: los viejos historiadores narrati­
vos, fundamentalmente historiadores y biógrafos políticos; los cliometrís-
tas que persisten en actuar como natcómanos estadísticos; los acérrimos
historiadores sociales que aún se ocupan de analizar estructuras imperso­
nales; y los historiadores de la mento.lité que en la actualidad se valen de
la narrativa para capturar ideales, valores, estructuras mentales, y nor­
mas de comportamiento personal Intimo --e l cual entre más íntimo sea,
mejor.
La adopción hecha por este último grupo de una narrativa descriptiva
minuciosa o de una biografía individual no se ha llevado a cabo, sin em­
bargo, sin ciertas dificultades. El problema es el mismo de antaño; que la
argumentación mediante ejemplos selectivos no es filosóficamente con­
vincente, que es simplemente un recurso retórico y no una prueba cientí­
fica. La trampa historiográfica fundamental en la que hemos caído ha
sido expuesta recientemente bastante bien por Garlo Ginzburg:37

Desde Galileo, el enfoque cuantitativo y antiantropocéntrico sobre las cien­


cias de la naturaleza ha colocado a las ciencias humanas en un desagradable
,s E. le voy Laduric, The Terriioty oj tha Historian, p. 285; H. R. Trcvot-Roper, History, Profes-
sinnal and hay, Oxford, 1957, p. 81.
37 C. tlimburg, “Roota of a Sctentific Raradi^m”, Theoty and Socioly, 7, 1979, p. 276.
118 H IS TO R IO G R A FÍA

dilema: ya que deben adoptar un criterio científico poco sólido con objeto de
ser capaces de obtener resultados significativos, o bien adoptar un criterio
científico firme que alcance resultados que no tengan una gran importancia.

El desencanto con respecto al segundo enfoque está trayendo consigo un


regreso al primero. Como resultado de esto, actualmente se está dando
un desarrollo del ejemplo selectivo —que con frecuencia no consiste en un
ejem plo único y detallado-- como uno de los modos en boga del discurso
histórico. En un sentido, esto viene a ser únicamente una ampliación lógi­
ca del enorme éxito de los estudios históricos locales, los cuales han referi­
do su temática no a ía totalidad de la sociedad, sino únicamente a una de
sus partes —ya sea una provincia, un pueblo o incluso una aldea— . La
historia total parece que sólo es posible si se considera un microcosmos, y
de hecho los resultados a este respecto con frecuencia han esclarecido
y explicado mejor el pasado que todos los estudios anteriores o concurren­
tes basados en los archivos del gobierno central. En otro sentido, sin em ­
bargo, la nueva tendencia es la antítesis de los estudios históricos locales,
puesto que abandona la historia total de una sociedad, no importa qué
tan pequeña sea, considerándola como una imposibilidad, y se aboca a la
narración del discurso sobre una única célula.
El segundo problema, que surge del uso d d ejemplo detallado para
ilustrar la mentalité, es cómo distinguir lo normal de lo excéntrico. Pues ­
to que el hombre es ahora nuestra cantera, la narración de un relato muy
minucioso acerca de un único incidente o una personalidad puede hacer
que la lectura sea buena y coherente. Pero esto sólo será así en el caso
de que los relatos no narren solamente la trama sorprendente, pero bási­
camente irrelevante, de algún episodio dramático sobre disturbios o sobre
alguna violación, o bien sobre la vida de algún excéntrico rufián, villano
o místico, sino que su selección se haga por virtud de sus posibilidades de
esclarecimiento de ciertos aspectos de una cultura pasada. Esto significa
que dichos relatos deben ser típicos, enipei'o, el extendido uso de registros
de litigación hace que esta cuestión acerca de lo típico sea rnuy difícil de
resolver, Las personas que son llevadas a un tribunal son atípicas casi por
definición; no obstante, el mundo tan crudamente exhibido por el testi­
monio de los testigos no requeriría serlo necesariamente. Por ende, lo
más seguro consiste en examinar los documentos no tanto por la evidencia
que proporcionan respecto al excéntrico comportamiento de los acusa­
dos, com o por la luz que arrojan sobre la vida y las opiniones de aquellos
que se vieron implicados en el incidente en cuestión.
El tercer problema concierne a la interpretación, y es aún más difícil de
resolver. Suponiendo que el historiador esté consciente de los riesgos
implicados, el contar relatos es quizá un modo tan satisfactorio como
El. R E SU RG IM IEN TO DE I,A N A R R A T IV A 119

cualquier otro para obtener una visión íntima del hombre del pasado, y
para tratar de penetrar en su mente. El problema es que en caso de qtie
logre llegar hasta este punto, el narrador requerirá de toda la h a b ilid a d ,
experiencia y conocimiento que haya adqurido en el ejercicio de la histo­
ria analítica de la sociedad, la economía y la cultura, si es que ha de p r o ­
porcionar una explicación plausible sobre los fenómenos tan peculiares
que está sujeto a encontrar. Es posible que también necesite la ayu da de
un poco de psicología amateur, aunque este tipo de psicología es bastante
engañosa para ser manejada satisfactoriamente —y hay quien argüiría
que es imposible hacerlo.
Otro peligro evidente es que el resurgimiento de la narrativa podría
traducirse en un regreso a una pura labor de anticuario, a un contar re la ­
tos por el hecho de contarlos. Sin embargo, otro es que aquélla cen tre su
atención sobre lo extraordinario, oscureciendo así la opacidad y la m o ­
notonía de las vidas de la vasta mayoría. Tan to Trevor-Roper com o
Richard Cobb resultan extremadamente divertidos de leer, y sin em bargo
están bastante expuestos a las críticas en ambos respectos. Muchos d e los
que ejercen esta nueva modalidad, incluyendo a Cobb, Hobsbawrn, T h o m p ­
son, Le Roy Ladurie y Trevor-Roper (y a mí mismo) se hallan bajo la fas­
cinación de los relatos de violencia y de sexo, los cuales atraen los instintos
escopofílicos que hay en cada uno de nosotros. Por otra parte, puede adu­
cirse que el sexo y la violencia son partes integrales de toda experiencia
humana, y que por lo tanto resulta tan razonable y justificable el explorar
sus efectos sobre los individuos del pasado, como lo es el esperar encontrar
dicho material en las películas, la televisión y las novelas contemporáneas.
La tendencia hacia la narrativa plantea problemas aún sin resolver
acerca de cómo habremos de capacitar a los estudiantes que se gradúen
en el futuro --suponiendo que haya algunos para capacitar— , ¿En las
antiguas artes de la retórica? ¿En la crítica textual? ¿En la semiótica? ¿En
la antropología simbólica? ¿En la psicología? ¿O acaso en la técnica de
análisis sobre las estructuras económicas y sociales, las cuales hemos esta­
do ejerciendo durante una generación? Por consiguiente, sigue siendo
una pregunta abierta el si esta inesperada resurrección de la modalidad
narrativa entre un número considerable de aquellos que encabezan la
práctica de la ‘‘nueva historia” , tendrá efectos satisfactorios o perniciosos
para el futuro de la profesión.
En 1972, L e Roy Ladurie escribía confiadamente:38 “ La historiografía
del presente, con su preferencia por lo cuantificable, lo estadístico y lo
estructural, se ha visto obligada a suprimir para sobrevivir. En las últimas
décadas ha virtualmente condenado a muerte a la historia narrativa de

3fl E. Ir* Roy Ladurie, The Terrilory o f thc Histurian, p. 111.


IZO H ISTO R IO G R A FÍA

los acontecimientos y a la biografía individual.” Pero en esta tercera dé­


cada, la historia narrativa y la biografía individual están mostrando sig­
nos evidentes de un nuevo retorno al mundo de los vivos. Ninguna presen­
ta e l mismo aspecto que solía tener antes de su presunta desaparición,
empero son fácilmente identificables como variantes del mismo género. A
pesar de esta resurrección sería muy prematuro proferir una oración fú­
nebre sobre el cadáver en descomposición de ia historia cuantitativa, ana­
lítica y estructural, ya que ésta aún sigue floreciendo y desarrollándose, si
es que la tendencia en las disertaciones doctorales norteamericanas puede
servir como guía.59
Es claro que en el taso específico de una simple palabra como ‘‘narrati­
va’’ , que encierra una historia tan complicada tras de sí, ésta no resulta
adecuada para describir lo que viene a ser de hecho un amplio conjunto
de transformaciones con respecto a la naturaleza del discurso histórico.
Existen indicios de un cambio en el problema histórico central, con un
énfasis sobre el hombre en medio de ciertas circunstancias más bien que
sobre las circunstancias que lo rodean; en los problemas estudiados, susti­
tuyéndose lo económico y lo demográfico por lo cultural y lo emocional;
en las fuentes primarias de influencia, recurriéndose a la antropología y
a la psicología en lugar de a la sociología, la economía y la demografía; en
la temática, insistiéndose sobre el individuo más que sobre el grupo;
en los modelos explicativos sobre las transformaciones históricas, realzán­
dose lo interrelacionado y lo multicausal por sobre lo estratificado y lo
monocausal; en la metodología, tendiéndose a los ejemplos individuales
más bien que a la cuantificación de grupo; en la organización, abocándo­
se a lo descriptivo antes que a lo analítico; y en la conceptualización de la
función del historiador, destacándose lo literario por sobre lo científico.
Estos cambios multifacéticos en cuanto a su contenido, lo objetivo de su
m étodo y el estilo de su discurso histórico, los cuales están dándose todos a
la vez, presentan claras afinidades electivas entre sí: todos se ajustan per­
fectamente. N o existe ningún término adecuado que los abarque, y por
ello la palabra “ narrativa” nos servirá por el momento como una especie
de símbolo taquigráfico para todo lo que está sucediendo.
Ten go la esperanza de que al centrar la atención sobre el resurgimiento
de la narrativa, este artículo estimulará futuras reflexiones acerca de su
importancia para el porvenir de la historia, y acerca de la cambiante rela­
ción — la cual se vuelve ahora cada vez más débil — entre la historia y sus
hermanas las ciencias sociales, suponiendo que la historia ataña en pri­
mer término a las ciencias sociales.

39 R. Darnton, 'Tntcllectual and Cultural History". apC-ndíce

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