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EL RESURGIMIENTO DE LA NARRATIVA:
REFLEXIONES ACERCA DE UNA NUEVA Y VIEJA
HISTORIA*
i
* Estoy considerablemente en cicada con mi esposa, y con mis colegas los profesores Roben Oarn-
ton, Natalic Davis, Félix Gilbcrt, Charles Gillispic, Thcodore Rabí), Cari Schorske y con muchos
otros por sus valiosas críticas a un primer borrador de este ensayo. He aceptado la mayor parte de las
sugerencias, aunque la responsabilidad por la redacción final me concierne a mí únicamente.
1 No debería confundirse a este grupo reciente de “nuevos historiadores" con los “nuevos histo
riadores” norteamericanos pertenecientes a una generación anterior, como Charles Bcard y james
Harvey Robínson.
2 Para la historia de la narrativa, véanse L. Gossman, "Augustin Thjerry and Liberal I-Iísto*
riogrftpliy", HiUoryanU Tiuióry, BéiKeft 15, 1979, y 11. Whiic, Méluhntory thc iiitlorfcál ¡ magín «-
tion m the Nineteenth Century, Baltimore. 1973. (Estoy en deuda con el profesor I<. Starn porfiaber
llamado mi atención a este último.)
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II
3 Lo Roy I.adune, The Terrilory o f lile Historian, Nueva York, 1979, p. 15 y Parte I,
passivi.
* Un ensayo no publicado de R. W. Fogel, “Scicntífic History and Traditionai History" (1979),
ofrece el caso más persuasivo ai que es posible referirse para considerar a ésta como la fínica "historia
científica" en sentido verdadero, Pero sigo sin estar convencido de ello.
El. R E SU RG IM IEN TO DE L A N A R R A T IV A 99
miento electoral, tanto del electorado como de aquellos que son electos.
Estas grandes empresas son necesariamente el resultado de un trabajo de
equipo similar a la construcción de pirámides: contingentes de asiduos
asistentes compilan datos, los cuales codifican, programan y pasan a tra
vés del “ tracto digestivo” de la computadora, todo esto bajo la dirección
automática de un líder del equipo. Los resultados no pueden verificarse
mediante ninguno de los métodos tradicionales, puesto que las pruebas se
hallan sepultadas en cintas privadas de computadora, en lugar de ex p re
sarse en notas de pie de página destinadas a la publicación. En cualquier
caso, los datos se exhiben con frecuencia en una forma m atem áticam ente
tan abstrusa, que resultan ininteligibles para la mayoría de quienes ejer
cen la profesión histórica. Lo único tranquilizador para los perplejos legos
es que los miembros de esta orden sacerdotal discrepen furiosa y pú blica
mente sobre la validez de los resultados de unos y de otros.
Estos tres tipos de "historia científica” se hallan traslapados en alguna
medida, pero son lo suficientemente distintos, ciertamente a los ojos de
quienes los practican, para justificar la creación de esta tipología tripartita.
Otras explicaciones "científicas" sobre las transformaciones históricas
se han visto favorecidas por algún tiempo, para luego pasar de moda. El
estructuralismo francés produjo cierta labor teórica brillante, pero nin
gún trabajo histórico específico de importancia - a menos que se conside
ren los escritos de Michel Foueauk como trabajos primordialmente histó
ricos, más bien que como una filosofía moral en la que se aluden ejemplos
tomados de la historia---. El funcionalismo parsoniano, al que precedió la
obra Scientij'ic Theory o f Culture de Maíinowski, tuvo una trayectoria
bastante larga, a pesar de su incapacidad para dar una explicación acer
ca de las transformaciones en el tiempo, y del hecho evidente de que la
correspondencia entre las necesidades materiales y biológicas de una so
ciedad, y las instituciones y los valores por los que ésta vive, ha distado
siempre mucho de ser perfecta, mostrándose con frecuencia bastante
pobre en verdad. Tanto el estructuralismo como el funcionalismo han
proporcionado valiosas aportaciones, pero ninguno ha podido aproxi
marse siquiera a una explicación científica global acerca de las transfor
maciones históricas a las que pudieran recurrir los historiadores.
Estos tres grupos principales de historiadores científicos, que flo re
cieron, respectivamente, de los treintas hasta los cincuentas, de los cin
cuentas hasta mediados de ios sesentas, y de los sesentas hasta comienzos
de los setentas, tenían una absoluta confianza en que los problemas más
importantes con respecto a la explicación histórica eran resolubles, y de
que en un momento dado serían ellos quienes les darían solución.
Suponían que llegarían a proporcionarse finalmente soluciones irreba
tibles en lo tocante a cuestiones hasta hoy día desconcertantes, tales
100 h is t o r io g r a f ía
como las causas de "las grandes revoluciones” o los cambios de! feudalis
m o al capitalismo, o bien de las sociedades tradicionales a las modernas.
Este vehemente optimismo, que se hizo tan ostensible de los treíncas a los
sesentas, fue reforzado entre los dos primeros grupos de "historiadores
científicos” por la creencia de que las condiciones materiales tales como
los cambios en la relación entre la población y el suministro de alimentos,
o los cambios en los medios de producción y en el conflicto de clases,
constituían ias fuerzas directrices de la historia. Muchos de ellos, aunque
no todos, consideraban los acontecimientos intelectuales, culturales, reli
giosos, psicológicos, jurídicos, e incluso políticos, corno meros epifenóm e
nos, Debido a que un determinismo económico y/o demográfico fue lo
que fijó en gran medida el contenido del nuevo género de investigación
histórica, resultó que un procedimiento analítico más bien que narrativo
era el que se ajustaba ópticamente para la organización y la presentación
de los datos, y que estos últimos debían ser hasta donde fuera posible
cuantitativos en su naturaleza.
Los historiadores franceses, que en los cincuentas y los sesentas se halla
ban a la cabeza de esta valiente empresa, desarrollaron una clasificación
jerárquica estándar: en primer término, tanto por su posición como por
su orden de importancia, estaban los hechos económicos y demográficos;
después de la estructura social; y finalmente los acontecimientos intelec
tuales, religiosos, culturales y políticos. Estos tres renglones fueron conce
bidos como los pisos de una casa: cada uno descansando sobre los cimien
tos del de abajo, pero ejerciendo los superiores un efecto recíproco
ínfimo, por no decir nulo, sobre los inferiores. En ciertas manos, la nueva
metodología y las nuevas cuestiones produjeron resultados que fueron
poco menos que sensacionales. Los primeros libros de Fernand Braudel,
Fierre Goubort y Kmmanuel L e Roy Ladurie figurarán entre ios escritos
históricos más grandes de todos los tiempos.!l Por sí solos justifican sobra
damente la adopción hecha por toda una generación del enfoque analíti
co y estructural. (
I.a conclusión, sin embargo, fue un revisionismo histórico exacerbado.
Puesto que sólo el primer renglón era el realmente importante, y puesto
que el tema de estudio se ícfería a las condiciones materiales de las masas,
y no a la cultura o a las élites, vino a ser posible hablar acerca de la historia
de la Europa continental comprendida entre los siglos Xiv y XVIII como de
"l'h isloirc im m o b ile ". El profesor 1.e Roy Ladurie argüyó que nada, abso
lutamente nada, había cambiado durante esos cinco siglos, ya que la so
ciedad había permanecido obstinadamente encerrada dentro do su tradi-5
5 F. Braudel, 1& Medite-,-ranée au Tcutps de Philippe tí, tGiíi., 1049; F. Coubcit, ih'uuvais et le
fteauvaüis de 1600 á í'/)0, París, 1066; E. l.« Roy Ladurie, Les Payutns du Langucdoc, París. 1966.
EL. RESU RG IM IEN TO DE LA N A R R A T IV A 101
III
E. Le Roy Ladurie. "L'histobo ¡inmolóte”. crv su t.r Territoirv de [‘Historien, 11, Parts, 1978
{«crito «i 1975).
7 R Oauiton, 'ítH'ÓL:ion! .mil Cultural Hístory*1, iiístory m our Ttmi'. como. M. K.tmmen,
HHnca, r900.
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Muchos historiadores creen hoy día cjue la cultura del grupo, e in
cluso la voluntad individua], son agentes causales del cambio tan im
portantes —por lo menos potencialmente— como las fuerzas impersona
les responsables de la producción material y el crecimiento demográfico.
N o existe ninguna razón teórica para que los segundos factores determi
nen a los primeros, más bien que viceversa, y de hecho hay una abundan
te información en cuanto a ejemplos que indican lo contrario.8 La anti
concepción por ejemplo, es claramente tanto el producto de un estado
mental, como d e circunstancias económicas o descubrimientos tecnológi
cos. La prueba de este argumento puede hallarse en la amplia propaga
ción que esta práctica tuvo en toda Francia, mucho antes de ¡a in
dustrialización, sin que hubiera tanta presión demográfica excepto en las
pequeñas granjas, y casi un siglo antes que en cualquier otro país occiden
tal. Hoy sabemos también que la familia nuclear precedió a la sociedad
industrial, y que los conceptos de privacidad, amor e individualismo sur
gieron de manera similar en el seno de algunos de los sectores más tradi
cionales de la sociedad tradicional de la Inglaterra de finales del siglo
XVII y comienzos del x v m , más bien que como resultado de ulteriores
procesos económicos y sociales de modernización. La ética puritana fue
un producto derivado de un movimiento religioso espiritualista, que se
arraigó en las sociedades anglosajonas de Inglaterra y de Nueva In gla
terra durante los siglos anteriores al advenimiento de patrones rutinarios
y necesarios de trabajo o a la construcción de la primera fábrica. Por otra
parte, existe una correlación inversa, en todo caso en la Francia del siglo
X IX , entre la alfabetización y la urbanización, por una parte, y la in
dustrialización, por la otra. Los niveles de alfabetización resultan ser una
guía pobre con respecto a las actitudes mentales ‘'modernas” o a las ocu
paciones “modernas” .9 De este modo, los vínculos entre la cultura y la so
ciedad son a todas luces muy complejos en verdad, y parecen variar según
las épocas y su ubicación.
Es difícil evitar la sospecha de que la declinación en cuanto al com pro
miso ideológico entre los intelectuales occidentales, ha tenido también que
ver en esto. Si se consideran las tres batallas históricas más apasionadas y
disputadas a lo largo de los cincuentas y los sesentas — acerca del ascenso
o el descenso de los hidalgos en la Inglaterra del siglo XVII, acerca del alza o
la baja del ingreso real de la clase trabajadora durante las primeras eta
pas de la industrialización, y acerca de las causas, la naturaleza y las con
8 M. Zuckcrman, "Dreatns that Mrn Oare lo Dreain: tire Role of Ideas in Western
Modernizado»”, Social Science History, vol. 2, 3. 1978.
9 V. Furet yj. Ozouf, Lite et /terne, París, 1977. Víase también K. Loekriclge, í.ileracy in Cola
nial Neto ICngland, Nueva York, 1974.
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10 Me refiero ¡ti debate desencadenado por R. P. Rrenner "Agravian Class Simctuve and Peono -
PoM and Prescnl,
mic Oeveloprnet in Pie-Industrial Europe” , 70, 1976.
KM h is t o r io g r a f ía
de la historia demográfica nos han dejado poco más que perplejos. Igno
ramos por qué la población cesó de crecer en la mayoría de las áreas de
Europa entre 1640 y 1740; tampoco sabernos por qué comenzó a crecer
de nuevo en 1740; ni incluso si la causa pudo haber sido una creciente fer
tilidad o una declinación en la tasa de mortalidad. La cuantificación nos
ha dicho mucho acerca de cuestiones concernientes al qué de la
demografía histórica, pero hasta ahora relativamente poco acerca dei
porqué. Las principales cuestiones sobre !a esclavitud en los Estados Uni
dos siguen siendo tan evasivas como de costumbre, a pesar de haberse
aplicado a las mismas los análisis más extensos y refinados que jamás ha
yan sido elaborados. Su publicación, lejos de resolver la mayoría de los
problemas, simplemente hizo más candente el debate.11 Empero, tuvo e!
benéfico efecto de centrar ¡a atención sobre aspectos importantes tales
com o la dieta, la higiene, la salud y la estructura familiar de los negros
norteamericanos bajo la esclavitud, pero a la vez distrajo la atención de
los igualmente importantes, si no es que más, efectos psicológicos de dicho
fenómeno tanto sobre los amos como sobre los esclavos, simplemente por
el hecho de que estas cuestiones no son mensurables a través de la compu
tadora. Los historiadores urbanos se debaten desordenadamente en m e
dio de estadísticas, y a pesar de ello las tendencias que señalan el grado de
movilidad siguen siendo aún oscuras. Hoy nadie está completamente se
guro de si la sociedad inglesa era más abierta y móvil que la francesa du
rante los siglos XVJI y XVIlí, o incluso si los hidalgos o la aristocracia se
hallaban en ascenso o en decadencia en la Inglaterra que precedió a la
Guerra Civil. Nuestra situación no es nada mejor a este respecto que la de
James Harrington en el siglo XVII o la de Tocquevílle en el siglo XIX.
Son precisamente este tipo de proyectos los que han sido más pródiga
mente financiados, los que se han mostrado más ambiciosos con'respecto
a la compilación de vastas cantidades de datos ~ mediante ejércitos de in
vestigadores asalariados— , los que han sido procesados de la manera más
científica por la más reciente tecnología eomputacional, y los que han
exhibido el más alto grado de refinamiento matemático en su modo de
presentación, los que han resultado ser los más decepcionantes de todos.
Hoy, dos décadas y millones de dólares, libras y francos después, se cuen
ta únicamente con resultados más bien modestos a cambio del gasto de tal
cantidad de tiempo, esfuerzo y dinero. Éstos consisten en enormes rimeros
de verdosas copias impresas empolvándose en los cubículos de los erudi
tos; hay también muchos tornos voluminosos y extremadamente tediosos
que contienen tablas numéricas, abstrusas ecuaciones algebraicas y por-
11 R. W. Fo&ei y S. F.ngwmnn. Time <jn tha Croes. Boston. 1974; P. A. David el al., RceAoning
Nueva York, 1976; H. Giitmcm. Slavery and thc Nutnbers Game, Urbana, J97/>.
unth Slavory,
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i!i L. Le Hoy Laduvic, l.e Terriloire ti? I'Misionen, vo!. 1, París, Í9'/S, p. M.
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15 G. Gct'ii.i, "Deep Pluy: .Votes otv thc Batine?e CocSc-fíyl, [’ en eu Interftry tallón o f Cultures.
Nueva York. 1973.
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IV
D. P. Jordán, The Kmg's Tria/: l.outs X t/ v. the Prendí Hevolutiuii, líerkclcy, 1979. Reseñado
en Publishers' Weehly, lft ele agosto de 1979.
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libro le agradó al crítico, pero pensó que la narrativa es por defin ición no
académica. Cuando un miembro distinguido de la escuela de la “ N u ev a H is
toria” escribe en forma narrativa, sus amigos tienden a disculparlo, d icien
do: “ Por supuesto que sólo lo hizo por el dinero." A pesar de estas excusas
más bien pudorosas, las tendencias referentes ala historiografía, el conten ido,
el método y la modalidad, resultan evidentes dondequiera que uno mire.
Después de haber languidecido sin ser leído durante cuarenta años, el
libro precursor de Norbert Elias acerca de las costumbres, The C ivilisin g
Process, ha sido traducido repentinamente al inglés y al francés,1 16 El d o c
5
tor Zeldin ha escrito una brillante historia en dos volúmenes acerca de la
Francia moderna, en una serie estándar de libros de texto, que h ace o m i
sión de casi todos los aspectos de la historia tradicional, y se concentra
casi exclusivamente en las emociones y en los estados mentales.16 El p r o fe
sor Philippe Ariés ha estudiado, tomando en cuenta un parám etro de
tiempo muy vasto, las diferentes respuestas con respecto al trauma u n i
versal de la muerte.17 La historia de la brujería se ha vuelto súbitamente
una industria en crecimiento en todos los países, lo mismo que la historia
de la familia, incluyendo la referente a la infancia, la juventud, la a n
cianidad, las mujeres y la sexualidad (estas dos últimas se hallan en p e
ligro de sufrir un exceso de intelectualismo). Un excelente ejem plo de la
trayectoria que los estudios históricos han tendido a asumir durante los
últimos veinte años, nos lo proporcionan los intereses de investigación
mostrados por el profesor je an Delurneau. Éste comenzó en 1962 con un
análisis sobre un producto económico (el alumbre); seguido en 1969 por
el de una sociedad (Rom a); en 1971, por el de una religión (el catolicis
mo); en 1976, por el de un comportamiento colectivo (Les Pays de Cocag-
ne)\ y finalmente, en 1979, por el de una emoción (el m iedo).18
El francés tiene una palabra para describir este nuevo tema de estudio
..m entalité— , pero desafortunadamente ésta no está muy bien definida
ni es fácil do traducir. En cualquier caso, el contar relatos, la narración
circunstancial minuciosa de uno o más “ acontecimientos” con base en el
testimonio de los testigos oculares y los participantes, es claramente una
forma de recapturar algo de las manifestaciones externas de la m entalité
del pasado. Ciertamente el análisis permanece como la parte esencial de
de una aldea de. los Pirineos de comienzos del siglo XIV. Montaülou es
significativo por dos tazones; la primera es que ha llegado a ser u no de los
libros históricos más vendidos en Francia en el siglo XX; y la segunda es
que no nos cuenta un relato de manera directa — ya que tal relato no
existe — , sino que vaga de un lado a otro por el interior de las mentes de
las personas. N o es accidental el que ésta sea uua de las maneras en las
que la novela moderna se diferencia de aquellas de épocas anteriores.
Más recientemente, Le Roy Ladurie nos ha contado el relato de un único
y sangriento episodio ocurrido en un pequeño pueblo del sur de Francia
en 1580, valiéndose de él para revelar las tendencias antagónicas in d ica ti
vas del odio que desgarraba a la estructura social de dicho pueblo.*2 El
profesor Cario M. Cipolla, quien hasta la fecha ha sido uno de los más
acérrimos e inflexibles estructuralistas económicos y demográficos, acaba
de publicar un libro que muestra una mayor preocupación por hacer una
reconstrucción evocadora de las reacciones personales ante la terrible cri
sis suscitada por vira pandemia, que por establecer las estadísticas con
respecto al grado de morbosidad y de mortalidad. Por primera vez, lo que
hace es contar un relato.*3 El profesor Eric Hobsbawm ha descrito lo
odioso, brutal y efímero de las vidas de los rebeldes y de los bandidos en
todo el mundo, con objeto de definir la naturaleza y los objetivos de sus
"rebeldes primitivos” y sus “ bandidos sociales".*4 Edward Thompson ha
narrado la lucha escenificada en la Inglaterra del siglo XViJi entre los ca
zadores furtivos y las autoridades en el bosque de Windsor, con objeto de
reforzar su argumentación acerca del choque entre plebeyos y patricios
ocurrido en esa época.*5 El último libro del profesor Robert Darnton nos
narra cómo la gran Encyclopédte francesa llegó a publicarse, y al hacer
esto ha logrado esclarecer considerablemente y bajo una nueva luz el pro
ceso de la propagación del pesamiento de la Ilustración en el siglo XV111, y
los problemas de complacer a un mercado nacional —e internacional —
de ideas.*6 La profesora Natalie Davis ha presentado una narración acer
ca de cuatro charivaris o procedimientos rituales de ignominia en las
ciudades de Lyon y Ginebra del siglo XVIb con objeto de ilustrar los es
fuerzos comunitarios para reforzar el cumplimiento de los estándares
públicos referentes al honor y la propiedad.*72*
4
3
jp
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3I) S. Schama, Patriots and Liberators: Ttevolntion in the Netlierlands, Nueva York, 1977.
116 H IS TO R IO G R A FÍA
* Antiguo tribunal británico de inquisición, execrado por !a injusticia y la crueldad de sus senten
cias. [T.j
31 G , R . E lto n , Star Chumbar Stories, L o n d r e s , 10138.
9* H. XI. Trevor Uopcr, Ths last Days ofHithr, Londres, 1047.
H . ,R. T r e v o r K o p e r , The ííermii of Poking, N u e v a Y o r k , 1977; A . j . A . S y m o n s, Ojuest for
Corno, L o n d r e s , 1034.
M ¿i. Cobb, The Pólice and ths People, Oxford, .1070; 31. Cobb, Dctttk in Pavés. N u e v a Voric,
1278.
95O. Rniísell, Parflamente and fíngUsk Politics 1621 -1629, Oxford, 1979; J. í \ Kenyon, Síuart
Füigbmd, Londres, 1978; v ííu w c tom & fóa los artículos en c\fom m í of Modat n Ziütory, tvd.. 49 (> ),
1977.
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¡Inglaterra. Sea como sea, son cronistas del pequeño acontecim iento, de
l'hisloire é.vénementielle, dotados de una gran erudición e inteligencia, y
conforman por ello una de las muchas vertientes que alimentan, el resur
gimiento de la narrativa.
La razón fundamental del viraje observado entre los “ nuevos histo
riadores" del modo analítico al descriptivo, consiste en un im portante
cambio de actitud con respecto a cuál deba ser el tema histórico central.
Y esto a su vez depende de supuestos filosóficos anteriores sobre el papel
de! libre albedrío humano en su interacción con las fuerzas de la n atu ra
leza. Ambos polos contrastantes de pensamiento nos son m ejor revelados
mediante las siguientes citas, una de ellas como ejemplo de una postura y
las otras dos como ejemplos de la otra. En 1973, Emmatiuel L e R oy L a
drare intituló a una de las secciones de uno de los volúmenes de sus ensa
yos “ Historia sin gente” . Contrariamente, hace medio siglo Lucien Pebvre
proclamó “M a proie, c'est l ’homme” [M i presa es el hom bre], mientras
que hace un cuarto de siglo Hugh Trevor-Roper exhortaba a los histo
viadores en su disertación inaugural al “ estudio no de las circunstancias
sino del hombre en medio de las circunstancias” .S(i Actualmente, el ideal
histórico de Febvre se está volviendo popular en muchos círculos, al mis
mo tiempo que los estudios analíticos estructurales sobre fuerzas im perso
nales continúan publicándose profusamente. Por ende, los historiadores
se están dividiendo hoy en cuatro grupos: los viejos historiadores narrati
vos, fundamentalmente historiadores y biógrafos políticos; los cliometrís-
tas que persisten en actuar como natcómanos estadísticos; los acérrimos
historiadores sociales que aún se ocupan de analizar estructuras imperso
nales; y los historiadores de la mento.lité que en la actualidad se valen de
la narrativa para capturar ideales, valores, estructuras mentales, y nor
mas de comportamiento personal Intimo --e l cual entre más íntimo sea,
mejor.
La adopción hecha por este último grupo de una narrativa descriptiva
minuciosa o de una biografía individual no se ha llevado a cabo, sin em
bargo, sin ciertas dificultades. El problema es el mismo de antaño; que la
argumentación mediante ejemplos selectivos no es filosóficamente con
vincente, que es simplemente un recurso retórico y no una prueba cientí
fica. La trampa historiográfica fundamental en la que hemos caído ha
sido expuesta recientemente bastante bien por Garlo Ginzburg:37
dilema: ya que deben adoptar un criterio científico poco sólido con objeto de
ser capaces de obtener resultados significativos, o bien adoptar un criterio
científico firme que alcance resultados que no tengan una gran importancia.
cualquier otro para obtener una visión íntima del hombre del pasado, y
para tratar de penetrar en su mente. El problema es que en caso de qtie
logre llegar hasta este punto, el narrador requerirá de toda la h a b ilid a d ,
experiencia y conocimiento que haya adqurido en el ejercicio de la histo
ria analítica de la sociedad, la economía y la cultura, si es que ha de p r o
porcionar una explicación plausible sobre los fenómenos tan peculiares
que está sujeto a encontrar. Es posible que también necesite la ayu da de
un poco de psicología amateur, aunque este tipo de psicología es bastante
engañosa para ser manejada satisfactoriamente —y hay quien argüiría
que es imposible hacerlo.
Otro peligro evidente es que el resurgimiento de la narrativa podría
traducirse en un regreso a una pura labor de anticuario, a un contar re la
tos por el hecho de contarlos. Sin embargo, otro es que aquélla cen tre su
atención sobre lo extraordinario, oscureciendo así la opacidad y la m o
notonía de las vidas de la vasta mayoría. Tan to Trevor-Roper com o
Richard Cobb resultan extremadamente divertidos de leer, y sin em bargo
están bastante expuestos a las críticas en ambos respectos. Muchos d e los
que ejercen esta nueva modalidad, incluyendo a Cobb, Hobsbawrn, T h o m p
son, Le Roy Ladurie y Trevor-Roper (y a mí mismo) se hallan bajo la fas
cinación de los relatos de violencia y de sexo, los cuales atraen los instintos
escopofílicos que hay en cada uno de nosotros. Por otra parte, puede adu
cirse que el sexo y la violencia son partes integrales de toda experiencia
humana, y que por lo tanto resulta tan razonable y justificable el explorar
sus efectos sobre los individuos del pasado, como lo es el esperar encontrar
dicho material en las películas, la televisión y las novelas contemporáneas.
La tendencia hacia la narrativa plantea problemas aún sin resolver
acerca de cómo habremos de capacitar a los estudiantes que se gradúen
en el futuro --suponiendo que haya algunos para capacitar— , ¿En las
antiguas artes de la retórica? ¿En la crítica textual? ¿En la semiótica? ¿En
la antropología simbólica? ¿En la psicología? ¿O acaso en la técnica de
análisis sobre las estructuras económicas y sociales, las cuales hemos esta
do ejerciendo durante una generación? Por consiguiente, sigue siendo
una pregunta abierta el si esta inesperada resurrección de la modalidad
narrativa entre un número considerable de aquellos que encabezan la
práctica de la ‘‘nueva historia” , tendrá efectos satisfactorios o perniciosos
para el futuro de la profesión.
En 1972, L e Roy Ladurie escribía confiadamente:38 “ La historiografía
del presente, con su preferencia por lo cuantificable, lo estadístico y lo
estructural, se ha visto obligada a suprimir para sobrevivir. En las últimas
décadas ha virtualmente condenado a muerte a la historia narrativa de