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Docslide - Us - Historia 3 L Benevolo Historia de La Arquitectura Moderna
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En París en el mes de abril de 1791, la Hermandad de Trabajadores de la Construcción propone a los patrones
elaborar, de común acuerdo, una reglamentación salarial basada en un salario mínimo.
La Asamblea Constituyente, un mes antes, había abolido el régimen tradicional de las corporaciones, que hasta
entonces regulaba las condiciones laborales. Los obreros excluidos de las elecciones para la Asamblea Constituyente,
quedaron al margen del espíritu de esta disposición; no añoraban las condiciones antiguas de las corporaciones donde
eran oprimidos, pero tampoco manifestaban entusiasmo por la libertad de trabajo predicada por los economistas
liberales. Les preocupaba su inmediato sustento y pensaban que la nueva reglamentación debería ocasionar una mejora
en su nivel de vida o dejarles la posibilidad de defender por sí mismos sus intereses. Así es que acuden directamente a
los empresarios. Los empresarios no dan respuesta, la Hermandad entonces apela al Ayuntamiento de París.
Por su parte, los patronos dirigen una petición a la Municipalidad, afirmando que las asociaciones obreras son
contrarias a las leyes vigentes y que pretenden imponer por la fuerza sus propias demandas.
La agitación obrera iniciada en París, se extiende a las demás clases, y se difunde por otros lugares. En el mes de
mayo es planteado el problema ante la Asamblea Nacional. Los patronos sostienen que las asociaciones obreras son un
nuevo disfraz de las antiguas corporaciones; los trabajadores refutan esta suposición, afirman que se trata de una nueva
forma de organización y que los propios patrones también se reúnen entre ellos.
En junio, el diputado Le Chapelier, presenta su proyecto de ley, que recoge en esencia las demandas de los
patronos y reafirma la supuesta neutralidad del Estado frente a las relaciones laborales. Esta ley es aprobada; prohíbe
imparcialmente “tanto las asociaciones obreras para incrementar los salarios como las coaliciones de los patronos para
reducirlos”, entre otras cosas también prohíbe el derecho de reunión.
El ejemplo de Francia es seguido por Inglaterra. En 1800 también a raíz de las agitaciones obreras, se publica la
Combination Act, que prohíbe todas las asociaciones de clase. Queda así definida la actitud del poder político en el
campo de las relaciones laborales. Pero, los acontecimientos se encargarán pronto de demostrar lo insostenible de esta
solución.
En Francia, la crisis de la agricultura, la devaluación de la moneda y los problemas bélicos imposibilitan que el
gobierno mantenga su orientación liberal y lo empujan hacia un sistema rígidamente controlado. Llega así el Imperio,
que en 1813 restablece las asociaciones de clase y se lanza en el control económico más allá de la propia monarquía.
En esta época, existe un desacuerdo entre los razonamientos que se hacen y los problemas por resolver. Las
palabras empleadas por los políticos, los patronos y los obreros no tienen el mismo significado: “libertad” significa para
unos, un programa deducido de filósofos; para otros, una reducción de los controles estatales; y para los últimos, el
derecho de alcanzar un nivel de vida razonable. No obstante, todos esgrimen (manejan) las mimas frases y aceptan que
la disensión (diferencia) se lleve a nivel de las metáforas; de este modo se parece haber llegado a una formulación
resolutiva, pero en realidad es hipotética y abre ilimitados nuevos desarrollos. Esta constatación es válida en otros
campos, donde la teoría se demuestra incapaz de resolver las dificultades prácticas. Este es el caso de la arquitectura,
donde el éxito depende del equilibrio entre la teoría y la práctica, entonces el análisis debe comenzar en ese punto.
No se puede empezar a hablar de arquitectura pasando por alto la naturaleza y los límites de lo que se entiende
por arquitectura en ese momento.
Los cambios motivados por la revolución industrial se perfilan en Inglaterra, a partir de mediados del siglo XVIII y
se traducen a los demás estados europeos. Aumento de la población, incremento de la producción industrial y
mecanización de los sistemas de producción. Este incremento no se debe a un aumento de la tasa de natalidad, ni
tampoco a un predominio de la inmigración sobre la emigración, sino a una notable reducción del coeficiente de
mortalidad. Las causas de este descenso son de orden higiénico: mejoras en la alimentación, en la higiene personal, en
las instalaciones públicas, en las viviendas, progresos en la medicina y mejor organización en los hospitales.
Este aumento de la población va acompañado de un desarrollo de la producción y es a la vez cuantitativo y
cualitativo: se multiplican los tipos de industrias y al mismo tiempo se diferencian los productos y los procedimientos
para fabricarlos.
Ejemplos de mejoras higiénicas: la limpieza personal se favorece por la mayor cantidad de jabón y vestimentas a
precios accesibles, las viviendas alcanzan mayor salubridad porque se reemplaza la madera y la paja por materiales
duraderos, se produce la separación entre vivienda y trabajo.
Ejemplos en la ciudad: la técnica hidráulica proporciona eficiencia a alcantarillados y conductos de agua.
A su vez, la necesidad de alimentar, vestir y cobijar a una población creciente estimula la elaboración de
productos manufacturados. Pero, también podría ocasionar problemas en el nivel de vida, debido al desequilibrio entre
la mano de obra que puede ser empleada y los pedidos de comercios.
La industrialización es una de las respuestas posibles al incremento de la población y depende de intervenir
eficazmente sobre las relaciones de producción para poder adaptarla a las nuevas exigencias.
Un autor inglés escribe: “El siglo está enloquecido por las innovaciones; todos los productos de este mundo
están siendo hechos de nueva forma..”.
Aunque este espíritu de iniciativa fuera bueno, mueve a los protagonistas de la revolución industrial a decisiones
arriesgadas y los induce a constantes errores, que pesan sobre la sociedad (fracasos, regresiones).
En 1859, Ch. Dickens dice sobre la revolución industrial: “Fue la mejor época de todas, y también la peor, la
época de la sabiduría y de la locura..”. Estos males derivan de la falta de coordinación entre el progreso científico-
técnico y la organización general de la sociedad; es decir, de la ausencia de dispositivos administrativos capaces de
controlar las consecuencias de los cambios económicos. Las teorías políticas dominantes de aquel tiempo son
responsables. Los conservadores ni siquiera percibían que vivían en periodos de rápidos cambios.
En cambio, los liberales (Smith) y los radicales (Malthus) comprenden que están viviendo en una época de
transformaciones y postulan la reforma de la sociedad existente. Malthus, escribe Essay on the Principle of Population,
donde, por primera vez se establece una relación entre el problema del desarrollo económico y el de la población, y
demuestra que tan solo la pobreza de un cierto número de individuos mantiene en equilibrio ambos factores, pues el
aumento natural de la población es más rápido que el incremento de los medios de subsistencia, y solo encuentra su
límite en el hambre.
Muchos liberales piensan que el Estado no debe participar de ningún modo en las relaciones económicas y que
es suficiente con dejar que cada uno se ocupe de sus intereses, como para velar también por el interés público; muchos
consideran que Malthus había demostrado la imposibilidad de abolir la pobreza y la inutilidad de todo intento a favor de
las clases menos favorecidas. Estas ideas concuerdan con los intereses de las clases ricas. La teoría liberal infravalora los
aspectos organizativos del mundo que está naciendo de la revolución industrial y se orienta a desmantelar antiguas
formas de convivencia; solo mas tarde aparece clara la necesidad de sustituirlas por nuevas y apropiadas formas de
organización. Mientras tanto, el tono de las teorías sociales y económicas se mantiene en Francia de forma aun más
abstracta, debido a la abolición de toda vida política espontánea y al malestar social que produce la gran revolución.
Un idéntico espíritu de crítica y de innovación, como el que ya nombramos, alcanza a la cultura arquitectónica,
pero se encuentra enfrentada a una tradición sui generis ligada a una exigencia de reglamentación intelectual. Junto
con la pintura y la escultura, la arquitectura forma la triada de las artes mayores, pero están condicionadas por un
sistema de reglas, deducidas en parte de la antigüedad y en parte por la conclusión de los artistas del Renacimiento, que
las consideran universales y permanentes, basadas en la naturaleza de las cosas. La existencia de algunas reglas
generales garantiza la unidad de lenguaje, la adaptabilidad a cualquier circunstancia y la transmisibilidad de los
resultados. Así es que la libertad individual queda en un camino más estrecho, en el que las diversas experiencias son
mas confrontables y relacionables entre sí.
De este modo, el repertorio clásico ha sido empleado durante los 3 últimos siglos por todos los países civilizados
y adaptado a las exigencias de práctica y de gusto.
Todo el sistema de la arquitectura clásica, se rige por una convención inicial, atribuir carácter necesario y supra
histórico a cada opción particular.
Pero la Ilustración, en el siglo XVIII, se dispone a discutir todas las instituciones tradicionales, cribándolas
(colocándolas) a la luz de la razón. Esto aplicado a la cultura arquitectónica, ataca y pone en claro lo que permanecía en
sombras desde el siglo XV, es decir, el exacto alcance de las reglas formales del clasicismo, analizando los ingredientes
del lenguaje y estudiando sus fuentes históricas (arquitectura histórica y renacentista). Llega así a negar la validez
universal de estas reglas, colocándolas en la perspectiva histórica correcta.
La nueva orientación se advierte ya en la primera mitad del siglo mediante un cambio en la producción
arquitectónica y el desarrollo de los estudios arqueológicos (transición de la arquitectura de Luis XIV a Luis XV). La
observación de los cánones se hace más rigurosa y el control sobre el proyecto más exigente y sistemático. Se comienza
a analizar cada parte del edificio. Se prefiere separar los órdenes arquitectónicos del sistema de muros y poner de
manifiesto el entramado de columnas y cornisas. Se exige el más exacto conocimiento de los monumentos antiguos.
Se inician las primeras excavaciones arqueológicas (excavaciones de Herculano, 1711). Se publican las primeras
colecciones de planos.
De esta manera, la antigüedad clásica, que hasta entonces había sido considerada como una edad de oro,
colocada idealmente en los confines del tiempo, comienza a ser conocida en su objetiva estructura temporal. La
conservación de los objetos antiguos pasa a ser problema público. Se abre el primer museo de escultura antigua (1732).
Winckelmann en 1755 se pone a estudiar la producción artística de los antiguos tal y como es, y no como es
entendida por la moda de cada época. Es el fundador de la Historia del Arte y presenta obras antiguas como modelos a
imitar, convirtiéndose en el teórico del nuevo movimiento: el neoclasicismo.
Las reglas clásicas se mantienen como modelos convencionales para artistas contemporáneos. Nada se altera,
sucede una autentica subversión (revolución) cultural, porque no existe ya frontera entre las reglas generales y las
realizaciones concretas. La adaptación a estos modelos depende únicamente de una decisión abstracta del artista. El
clasicismo en el momento en el que queda precisado científicamente, se convierte en convención arbitraria y se
transforma en neoclasicismo.
Esta nueva actitud se extiende más allá de las formas clásicas; el mismo tratamiento puede ser aplicado a
cualquier tipo de formas del pasado produciendo sus respectivos “revivals”: el neogótico, el neobizantino, el neoarabe.
La unidad del lenguaje parece garantizada, ya que el conocimiento objetivo de los monumentos históricos
permite imitar un determinado estilo del pasado; pero, son tantos los estilos presentes en la mente del proyectista que,
en su conjunto el repertorio historicista resulta completamente discontinuo. El grado de libertad individual se reduce en
un aspecto a cero, mientras que en otro aumenta desmesuradamente. Para la aplicación concreta de cada estilo es
válido el criterio de fidelidad histórica, el artista puede aceptar ciertas referencias, refutarlas o más bien manipularlas,
pero las recibe del exterior y no tiene margen de asumirlas a su manera. En abstracto, el proyectista goza de una
libertad ilimitada.
No obstante, el relacionarlo con los cambios económicos y sociales, el historicismo aparece como una apertura
hacia el futuro, ya que permite adaptar el lenguaje tradicional, en medidas posibles, a las nuevas exigencias y madurar
entre las nuevas experiencias que darán paso al movimiento moderno.
Una consecuencia inmediata del historicismo es la división de la labor del arquitecto. La fractura entre proyecto
y ejecución se inicia en el Renacimiento. El proyectista se arroga (atribuye) todas las decisiones, dejando para los demás
la realización material del edificio. Esto no impide que proyectista y ejecutores mantengan un mutuo entendimiento.
Pero los estilos son infinitos y los constructores, a menos que se especialicen en construir exclusivamente en un
determinado estilo, deberán mantenerse neutrales ante numerosos repertorios distintos. Se concluye así, que el medio
de ejecución adecuado a esta situación es la maquina, que va invadiendo en este periodo la industria, y también las
obras en construcción.
La maquina es muy exigente y conduce hacia las soluciones menos costosas; por otro lado, las exigencias de
estilo se limitan a las apariencias formales, tendiéndose con ello a restringir el concepto de estilo y a considerarlo como
un simple revestimiento decorativo aplicable a un esqueleto estructural. El arquitecto se reserva la parte artística y deja
a los demás la parte constructiva y técnica. Nace así la dualidad de competencias, que se expresa hoy en el arquitecto y
el ingeniero.
En conjunto, la arquitectura ha perdido contacto con los problemas importantes de su época: los artistas que
deberían discutir objetivos de la producción arquitectónica, se ocupan de problemas ficticios en su aislamiento; y los
técnicos comprometidos con las medios de realización olvidan lo que es finalidad de su trabajo y se dejan emplear
dócilmente para cualquier fin.
Si lo vemos al revés: a los artistas se les ha permitido pasar revista para determinar las formas adecuadas a las
nuevas necesidades de distribución y construcción, liquidando así todo el peso de la tradición; a los técnicos se les ha
permitido hacer frente a las consecuencias de la revolución industrial y de esta manera hacer progresar la teoría y la
practica constructiva. Las relaciones entre artistas y técnicos no quedan rotas en la práctica; esta relación es puramente
instrumental pero permite restablecer una nueva unidad cultural. En síntesis, la cultura arquitectónica que sigue la
tradición antigua, va perdiendo contacto con la realidad de su época. Se están preparando los elementos para una nueva
síntesis, que se cumplirá cuando los artistas acepten comprometerse sin reservas en la organización de la nueva
sociedad.
Por ahora, se enfrentan dos principios abstractos, el de la libertad y el de la autoridad, y se interfieren
mutuamente debido a la falta de una estructura intermedia. El pensamiento moderno no se conforma, pretende una
integración entre libertad y autoridad, que convierta las nociones abstractas y opuestas en realidades concretas y
complementarias. Se trata de rellenar un “espacio vacío” con nuevas instituciones que tengan en cuenta las variaciones
de las condiciones económicas y técnicas. En el ámbito político, este intento toma el nombre de democracia y en el
ámbito económico, toma el nombre de planificación; las esperanzas de mejorar el mundo que la revolución industrial
está cambiando dependen de esta posibilidad.
La arquitectura moderna surge cuando la actividad constructiva se siente atraída por la evolución de esta
búsqueda.
CAPÍTULO 1 – Los cambios en las técnicas de construcción durante la revolución industrial.
La palabra “construcción” indica a finales de 1700 una serie de aplicaciones técnicas: edificios públicos y
privados, calles, puentes, instalaciones urbanas (acueducto y alcantarillado). Antes de la Rev. Industrial el arte de
construir máquinas estaba relacionado con el de edificar; ahora, luego del progreso técnico, la palabra “construcción”
indica actividades relacionadas con el concepto de “arquitectura”.
La continuidad de las sistemas tradicionales no impide que el construir sufra cambios; estos principales cambios son:
-Primero: La Rev. Ind. Modifica la técnica constructiva; los materiales tradicionales (piedra, ladrillo, madera) son
trabajados de manera racional y a estos se unen nuevos materiales (la fundición, el vidrio, el hormigón). La ciencia
permite poner en práctica los materiales y medir su resistencia. Mejoran las instalaciones de obras y se difunde el uso de
la maquinaria en la construcción. El desarrollo de la geometría permite representar el dibujo de forma más rigurosa. La
fundación de escuelas especializadas, provee un gran número de profesionales. La imprenta y los nuevos métodos de
producción grafica permiten una rápida difusión de todos los adelantos.
-Segundo: Aumentan las cantidades puestas en juego; se construyen calles más anchas y canales más anchos y
profundos, crece el desarrollo de carreteras. El aumento de la población y las migraciones de un lugar a otro exigen
nuevas viviendas. Las ciudades requieren instalaciones cada vez más amplias, así también mayores edificios públicos.
Con la multiplicación de las necesidades y el empuje de la especialización, se requieren edificios de tipología nueva. La
economía industrial necesita nuevas instalaciones.
-Tercero: Los edificios alcanzan un significado distinto al que tenían; no se presentan como desembolso de un capital
perdido, sino como inversiones amortizables.
Adquiere gran importancia la diferenciación entre edificio y suelo. Si se considera limitada la vida del edificio, el
solar adquiere un valor económico independiente. En esta época, al Estado le enajenan el suelo, que pasa a manos
privadas; desaparece así todo emprendimiento de libre compraventa de terrenos. El valor del solar, se convierte en un
medio importantísimo para juzgar la conveniencia del edificio que lo ocupa.
5. Ingeniería y neoclasicismo
El periodo entre 1760 y 1830 que para los historiadores de la economía es la era de la Rev. Industrial, para los
historiadores del arte es la era del neoclasicismo. Hay relación entre estos periodos.
Este periodo comienza con la separación entre arquitectura y los problemas de la practica constructiva
(ingenieros). El arquitecto perdió contacto con las exigencias de la sociedad y es así que ambos fenómenos se van
separando poco a poco (se produce la ruptura entre ciencia y técnica, y el arte).
El espíritu de Ilustración, reconoce en la tradición renacentista dos motivos de validez: la correspondencia con
los modelos antiguos y la racionalidad de las formas.
Progresan los estudios arqueológicos: la antigüedad se convierte en un periodo histórico científicamente
estudiado y hace ver que la antigüedad grecorromana nos es más que una etapa.
El progreso de la técnica permite mejorar los razonamientos constructivos y funcionales, y se entra en una
rectificación y restricción de las reglas convencionales (si debe o no ir una determinada columna y si es así, como debe
ir).
Por ambos caminos los títulos de legitimidad del antiguo repertorio son puestos a disposición, la persistencia de
las formas clásicas debe justificarse, sino los argumentos serian: que se recurra a las supuestas leyes eternas de la
belleza, que se invoquen razones de contenido o que se atribuya al repertorio clásico una existencia real. Las formas
antiguas hacen recordar los nobles ejemplos de la arquitectura griega y romana.
La tercera posición que se basa en las premisas renacentistas es teorizada por las nuevas escuelas de ingeniería,
especialmente por Durand; se apropian de ella los proyectistas que trabajan en tiempos de Restauración. Los primeros y
los segundos constituyen una minoría culta que atribuye un gran valor al neoclasicismo, este tipo de neoclasicismo
puede llamarse ideológico. Para los renacentistas el neoclasicismo no deja de ser una simple convención al que no se
atribuye ninguna cosa especial, pero permite dar por descontados los problemas formales para así poder desarrollar los
problemas constructivos; esto último sería el neoclasicismo empírico.
Las experiencias del neoclasicismo ideológico son poco duraderas. Por el contrario la asociación de gusto clásico
y práctica constructiva, se ha mostrado altamente tenaz y aun hoy tiene influencia. Es evidente un paralelismo mental,
los métodos normales de cálculo conducen a los ingenieros hacia soluciones simétricas y hacia ciertos efectos típicos del
neoclasicismo.
Durand utiliza esta herencia para transmitir un sistema de reglas razonable y práctico, adaptado a la amplitud de
las tareas que se presentan. Además dice que es tarea de la arquitectura que se conserve el bienestar de los individuos y
que los medios a utilizar por la arquitectura son la conveniencia (solidez, salubridad y comodidad del edificio) y
economía (requiere la forma más simple, regular y simétrica posible). La noción tradicional es criticada por Durand, y
refuta también a los tratadistas que intentan dar a los órdenes universalidad. Sostiene que los órdenes no forman la
esencia de la arquitectura, que el gusto y la decoración no existen, y que son los gastos la autentica locura.
La belleza de la arquitectura deriva de la coherencia con que la arquitectura alcanza su fin utilitario y la
verdadera “decoración” resulta de la mejor disposición de los elementos estructurales. Hasta aquí el programa de
Durand, dejando aparte la economía con las formas simétricas, parece anticipar el funcionalismo moderno. El entiende
la “disposición” como la combinación de los elementos dados y comprende tres fases: primero la descripción de los
elementos; segundo los métodos para asociar estos elementos; y por tercero el estudio de los tipos de construcción.
Durand escribe consideraciones constructivas de las que se deducen los órdenes pero se da cuenta de que las
formas constructivas no están fijadas en la naturaleza de las cosas, se puede suprimir o añadir algo. Tenemos así la
posibilidad de escoger entre ellas las formas y proporciones que mejor se nos adapten.
En conclusión, los proyectistas deberían valerse de las formas clásicas pero preocuparse lo menos posible por
ellas.
Aparecen ya claramente todos los caracteres: la manera de componer por adicción, la independencia entre el
conjunto estructural y el acabado de los elementos, la preferencia por las cotas en números redondos y las formas
elementales que reducen las opciones del proyectista.
Unos creen que en el proyecto deben darse por sabidos ciertos aspectos, así se puede presentar atención a
otros. Del mismo modo que en los cálculos se le da a la incógnita un numero convencional para hallar otras.
La aplicación de los refinamientos en un estilo sirve para disimular los problemas constructivos.
Los ingenieros hacen progresar en el siglo XIX la técnica de las construcciones y dejan listos los puntos que
servirán al mov. Moderno, aunque también ponen una pesada hipoteca cultural.
Para romper esta unión, el mov. Moderno debe utilizarse a fondo y tendrá que poner tiempo para hace énfasis
en la investigación formal pura.
2. El movimiento neogótico
EL año 1830 señala el comienzo de las reformas sociales y urbanísticas, y señala también el éxito del movimiento
neogótico en la arquitectura.
La posibilidad de imitar formas góticas en vez de las clásicas está presente en la cultura arquitectónica desde
1750, pero recién en 1840 esto se concreta y se contrapone al movimiento neoclásico. Como resultado de este
enfrentamiento se llega a una aclaración: el nuevo estilo no reemplaza ni se une al precedente, sino que permanecen
uno junto al otro como hipótesis parciales.
El uso de las formas góticas se presenta como una variable por los gustos exóticos y tiene un carácter
marcadamente literario. El gótico aparece ahora como un conglomerado confuso de torrecillas, pináculos, pupitres
tallados, bóvedas tenebrosas y luces oblicuas filtradas por vidrieras multicolores.
El mov. neogótico tiene relación con las reformas de la época. Las reformas comienzan cuando los problemas de
organización de la industrialización hacen evidente la imposibilidad de conservar antiguas reglas de conducta.
El gótico se difunde con rapidez en la pintura, la escenografía, en la imprenta y en la decoración, pero se
presenta aleja de la práctica constructiva. Mientras que la relación clasicismo-ingeniería es segura y acertada. Lo que
introduce al gótico entre los proyectos corrientes es la restauración de los edificios medievales (Violet le Duc, trabajos
de Notre-Dame de París)(En Inglaterra St. John´s College de Cambridge-1825 y Castillo de Windsor-1826).
En Francia pese a la resistencia de la Academia, que controla buena parte de los edificios públicos, se realizan
numerosas casas privadas e iglesias en estilo gótico. De esto se aprovecha la industria de ornamentos sagrados, inundan
el mundo con una ola de candelabros, estatuas, sagrarios, cálices y ornamentos góticos.
Se sabe que a medida que los artistas y sabios han estudiado con detalle, ha ido creciendo el reconocimiento por
el estilo gótico, y frente a tales contrastes se trato de hacerlo revivir y ponerlo en práctica.
En la Ecole des Beaux Arts el estudio del gótico está prohibido y la academia francesa lanza un manifiesto en el
que condena por arbitraria y artificiosa la imitación de los estilos medievales; el gótico es un estilo que puede ser
admirado históricamente, mientras que el lenguaje clásico está dotado de actualidad. Contraponiéndose a esto, Violet le
Duc y Lassus dicen que la propuesta de la academia, es decir, el lenguaje clásico, es también un producto de imitación,
con la agravante de que los modelos son aun más lejanos en el tiempo.
Ya no es posible justificar la permanencia de las formas clásicas. Y, mientras la sociedad esta comprometida con
organizar los problemas surgidos por la rev. ind. y los ingenieros participan de este trabajo proporcionando a higienistas
y políticos los instrumentos necesarios, los arquitectos se apartan de esta realidad y se refugian en discusiones sobre las
diversas tendencias y el mundo de cultura.
Los arquitectos neogóticos están ligados al hábito de la perspectiva. Los edificios neogóticos difieren de los
góticos en mayor medida que los neoclásicos difieren de los clásicos. Se intenta reproducir la estructura abierta,
repetitiva y anti volumétrica de ciertos modelos, mediante la unión de varios volúmenes pero independientes entre sí:
resulta un tipo de composición “pintoresca”. Esta composición es convencional pero es capaz de convertirse en el
soporte de las experiencias innovadoras de Richardson, Olbrich y de Wright. Se establece así una tensión entre los
originales y las copias que suaviza la relación de imitación y descalza los fundamentos de la perspectiva.
El medievalismo genera un aislamiento mayor de los artistas y se produce una élite de inspiración literaria; es de
aquí de donde salen las más importantes contribuciones al urbanismo moderno: Morris, Richardson, Berlage.
En la edificación común la polémica entre lo neoclásico y lo neogótico produce confusión. Mientras no existía
más de un estilo las formas se hacían con más convicción. Como ahora hay cantidad de estilos, el adherirse a uno u otro
se vuelve incierto. Se comienza a considerar al estilo como simple revestimiento decorativo de un esquema constructivo
diferente.