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1.

EL EGO: EL LADO CONSCIENTE DE LA PERSONALIDAD

CARL G.JUNG

Aunque sus fundamentos son relativamente desconocidos e inconscientes, el ego es un factor consciente por
excelencia. Incluso es una adquisición empírica de la existencia individual. Parece surgir en primer lugar de la
colisión entre el factor somático y el entorno, y, una vez establecido como sujeto, se desarrolla a partir de nuevas
colisiones con el entorno y el mundo interior.

A pesar de la ilimitada extensión de sus fundamentos, el ego nunca es más ni menos que el conjunto de la
conciencia. En tanto que factor consciente el ego podría, al menos en teoría, ser descrito completamente. Pero ello
sólo daría una imagen de la personalidad consciente; faltarían todas esas facetas que son desconocidas o
inconscientes para el sujeto. Una imagen completa debería incluirlas. Pero una descripción total de la personalidad
es, aun en teoría, absolutamente imposible, porque su porción inconsciente no puede ser aprehendida. Esta porción
inconsciente, como la experiencia ha mostrado con profusión, de ningún modo carece de importancia. Por el
contrario, las cualidades más decisivas de una persona suelen ser inconscientes y sólo pueden ser percibidas por
quienes nos rodean, o han de ser laboriosamente descubiertas con ayuda exterior.

Claramente, la personalidad como fenómeno global no coincide con el ego, es decir, con el conjunto de la
personalidad consciente, sino que constituye una magnitud que ha de ser distinguida del ego. Naturalmente,
semejante distinción sólo es necesaria para una psicología que tiene en cuenta la existencia del inconsciente, pero
para esta psicología tal distinción es de primordial importancia.

He sugerido denominar «Yo» [das Selbst] a la personalidad total que, aunque presente, no puede ser plenamente
conocida. Por definición, el ego [das Ich] está subordinado al Yo y se relaciona con él como la parte con el todo.
Dentro del campo de la conciencia hay, como suele decirse, libre albedrío. Con este concepto no me refiero a nada
filosófico, sino sólo al conocido hecho psicológico de la libertad de decisión correspondiente a la sensación subjetiva
de libertad. Pero así como nuestro libre albedrío choca con las necesidades del entorno, también encuentra sus
límites más allá de la conciencia en el mundo interior subjetivo, es decir, entra en conflicto con las realidades del Yo.
Y así como las circunstancias exteriores nos acontecen y nos limitan, del mismo modo el Yo actúa sobre el ego como
algo objetivamente dado que la libertad de nuestro albedrío poco puede hacer para alterar. Incluso es un hecho
conocido que el ego no sólo no puede hacer nada contra el Yo, sino que en ocasiones es efectivamente asimilado
por componentes inconscientes de la personalidad que están desarrollándose y se ve enormemente alterado por
ellos.

Debido a su naturaleza, la única descripción general del ego que puede darse es de tipo formal. Cualquier otro modo
de observación debería dar cuenta de la individualidad que se adhiere al ego como una de sus características
principales. Aunque los numerosos elementos que componen este complejo factor son en todas partes los mismos,
varían infinitamente en cuanto a su claridad, su matiz emocional y su extensión. Por tanto, el resultado de su
combinación -el ego- es, en la medida en que se deja esbozar, individual y único, y mantiene su identidad hasta
cierto punto. Dicha estabilidad es relativa, ya que pueden ocurrir en ocasiones cambios de personalidad de gran
alcance. Tales alteraciones no tienen por qué ser siempre patológicas; pueden también formar parte del desarrollo y
por ello caer dentro del ámbito de lo normal.

En tanto que punto de referencia del campo de la conciencia, el ego es el sujeto de todos los movimientos
adaptativos, en la medida en que son efectuados por la voluntad. Por ello el ego desempeña un papel significativo
en la economía psíquica, Ahí su posición es tan importante que no carece de buenas razones el prejuicio de que el
ego constituye el centro de la personalidad o de que el campo de la conciencia es la psique misma. Dejando aparte
las alusiones de Leibniz, Kant, Schelling y Schopenhauer, y los esbozos de Carus y von Hartmann, es sólo a partir
de fines del siglo diecinueve cuando la psicología moderna, con sus métodos inductivos, ha descubierto los
fundamentos de la conciencia y probado empíricamente la existencia de una psique exterior a la conciencia. Con
este descubrimiento la posición del ego, hasta entonces absoluta, quedó relativizada; es decir, aunque continúa
siendo el centro del campo de la conciencia, es dudoso que constituya el centro de la personalidad. Es parte de la
personalidad, pero no el conjunto de ella. Como he mencionado, es sencillamente imposible estimar lo grande o
pequeña que es su parte, o en otras palabras, hasta qué punto es libre o dependiente de las cualidades de esta
psique exterior a la conciencia. Sólo podemos decir que su libertad es limitada y que su dependencia ha sido a
menudo decisivamente probada.

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