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LA EVOLUCIÓN Y SUS

IMPLICACIONES FILOSÓFICAS
1. El término “evolución”
El término “evolución” no aparece (o casi no aparece y sólo lo hace de manera no
significativa) en Lamarck (que habla de “transformismo”), ni en Darwin, que utiliza la
fórmula “descendencia con modificaciones”. Y es que el significado tradicional de la
palabra no convenía en absoluto a las nuevas ideas.

En efecto, tradicionalmente “evolución” designaba un proceso de desarrollo


programado y finalizado: el conjunto de etapas por las que un ser debe pasar para
alcanzar su forma adulta y perfecta. La evolución es el paso progresivo de una forma
potencial (pre-forma), en germen, a una forma plenamente extendida y actual. Las
diferentes fases del desarrollo de un embrión ejemplifican esta manera de entender la
evolución.

Fue Spencer quien introdujo el término “evolución” y lo convertirá en una palabra


dominante de su gran sistema filosófico y destinada a formar parte de la biología
moderna. Pero el uso de Spencer es ambiguo y poco darwiniano. Spencer no rompe con
el finalismo: su evolucionismo es un progresismo cuya ley cree él conocer.

Hoy muchos autores siguen asociando la evolución a uno u otro finalismo y el


pensamiento religioso no parece poder asimilar de otra manera la evolución darwiniana,
que a veces se extiende a toda la cosmogénesis. El hombre se presenta así como el fin
de un proyecto biocósmico que se extiende a miles de millones de años. Sin embargo,
en la medida en que el evolucionismo sirve como marco teórico de investigación para
las ciencias biológicas contemporáneas, este finalismo no tiene cabida. Para poder ser
correctamente aplicada al pensamiento darwiniano y al neodarwinismo contemporáneo,
la idea de evolución debe ser despojada de toda referencia a la finalidad o a un proyecto
prefigurado de alguna manera en la naturaleza de las cosas. En sentido darwiniano, la
evolución está bajo el signo de lo aleatorio, lo imprevisible y el mecanicismo.

2. El origen de los seres vivos según las


religiones
La mayoría de las religiones, de manera más o menos explícita, afirman que el Universo
entero procede de Dios (o de los dioses). Por ejemplo, el hinduismo asegura que todo lo
que existe surgió gracias al dios Brahma. Éste creó el espíritu, la energía, el tiempo y
sus divisiones, las constelaciones y los seres vivos y, por supuesto, al hombre y a la
mujer. Según la religión babilónica el dios Marduk creó el Sol, la vegetación y la
humanidad; los indios hopi de Arizona defendían que una diosa creó un gran número de
aves y animales, y los envió a poblar el mundo; luego, tomando barro de la tierra, hizo
la primera mujer y después el hombre. Concepciones análogas podemos encontrar en
otras muchas religiones.
Si nos centramos en la tradición judeo-cristiana, en el Génesis se nos narra la creación
del mundo, las plantas, los animales y el hombre por Dios. Según el Génesis Dios creó
todas las cosas de la “nada” y, luego, a su imagen y semejanza, a nuestros primeros
padres, Adán y Eva, y de esta primera pareja desciende toda la humanidad.

Estas concepciones consideran, por una parte, que todas las especies de seres vivos
fueron creadas de una vez para siempre y, en consecuencia, que son inmutables y, por
otra, que entre el ser humano y el resto de los seres vivos existe una separación
profunda y tajante; los humanos son seres absolutamente distintos.

3. Las teorías naturalistas del universo


Al lado de los mitos, las leyendas y el pensamiento religioso, por toda la cuenca del
Mediterráneo aparecen una serie de explicaciones racionales o precientíficas del origen
del Mundo y de los seres vivos. En el punto de partida del pensamiento filosófico se
encuentra el asombro; el asombro del hombre frente al Ser, ante el cambio y el
movimiento. El hombre busca una explicación.

En Grecia, desde el siglo VI a.C., los primeros cosmólogos buscan un principio


universal capaz de explicarlo todo. ¿El agua, el fuego, el aire, los números? Lo que
asombra no es propiamente el origen del hombre, sino la vida, el Ser, en su estatismo y
en su cambio. El sabio cree poseer una visión coherente de todo el Universo.

La Escuela de Mileto es la expresión misma del genio jonio. Los pensadores milesios se
esforzaron en determinar “la única materia de la que salieron todas las cosas”. El
materialismo milesio está animado por la idea de una evolución lógica.

3.1 La Grecia antigua


Tales expresa su asombro ante el cambio, la multiplicidad de los individuos y las
experiencias que parecen contradecir la inmutabilidad y la unicidad de las ideas. Para él,
el origen de todas las cosas está en el agua. El agua del mar es el límite de la tierra. Más
allá de nuestro mundo se extiende el océano infinito. Si se excava en el suelo se
encuentra agua; el agua cae del cielo y hace crecer las plantas que, a su vez, constituyen
el alimento de los animales.

Para Anaximandro, el principio común de todas las cosas no es el agua, sino una
sustancia indeterminada, invisible, amorfa, de la que procede el agua y todos lo
elemento de la naturaleza. Este principio indeterminado es el caos. El mundo ordenado
–cosmos– proviene del caos. En lo que concierne al hombre y a su origen, este filósofo
tenía un punto de vista extremadamente moderno. Habiendo observado que al ser
humano, desde su infancia, le hace falta un largo período de cuidados y protección,
concluyó que si el hombre hubiese sido siempre como él lo veía no habría podido
sobrevivir. Era necesario, pues, que en otros tiempos hubiese sido diferente; tuvo que
evolucionar a partir de un animal que, más rápidamente que el hombre, hiciera su
camino solo.

El principio común de la aparente multiplicidad y variabilidad de las cosas era para


Anaxímenes el aire, medio vital que envuelve a la tierra, fuente de vida y origen de
todas las cosas. Pitágoras, por su parte, creyó descubrir en los números el principio de
todas las cosas. Sólo en las matemáticas puede encontrarse la exactitud completa y la
evidencia absoluta.

Heráclito “el oscuro” tuvo una percepción de la variabilidad y la fugacidad de todo lo


que existe, de la diversidad y del perpetuo cambio. “Todo cambia, nada es permanente,
hay un movimiento perpetuo; nadie puede bañarse dos veces en el mismo río”. Heráclito
vio en el fuego el principio de todas las cosas.

Empédocles más tarde dijo que el hombre y los restantes seres vivos nacieron de la
tierra, habiéndose originado de miembros y órganos unidos al azar, con lo que habrían
surgido muchas combinaciones poco aptas, que fueron eliminadas, persistiendo sólo las
combinaciones más armónicas.

De una inteligencia enciclopédica, Aristóteles vio en la filosofía la totalidad ordenada


del saber humano. Sus experiencias y observaciones sobre las especies animales más
variadas le permitieron esbozar su clasificación. Para darse cuenta de su estructura y
funcionamiento llegó a distinguir en todo ser una materia y una forma, que es un
principio inmanente de organización de la materia. Su concepción de la naturaleza es
finalista. El azar sólo sabría crear lo indefinido, lo indeterminado o lo desordenado.
Cada ser está organizado y tiende a su perfección. Los seres vivos no son en absoluto el
resultado de unos esbozos monstruosos. La monstruosidad no precede al
establecimiento de la regla, no es más que su desviación. Hay un orden jerárquico en las
especies animales hasta el hombre, ser dotado de razón.

Aristóteles empezó la clasificación sistemática de los seres vivos según su estructura.


Distinguía entre “animales con sangre” y “animales sin sangre”. Los animales con
sangre se dividían en: mamíferos, aves, reptiles y peces. Los animales sin sangre en:
animales de cuerpo blando, animales con escamas (crustáceos), animales de concha e
insectos.

De esta clasificación de los animales obtuvo su concepto de “escala de la ant” o de los


seres. Aristóteles observa que la naturaleza progresa desde los seres más sencillos hasta
los más complejos. No hay que entender esta afirmación en sentido evolutivo, sino en la
acepción puramente formal en que se basa la idea de la gran cadena de seres u
ordenación lineal de los distintos grupos de organismos. Cuanto más compleja es la
estructura de una criatura, tanto más alto es su lugar en la escala de los seres.

Aristóteles estaba firmemente convencido de que todos los seres naturales tienen a
alcanzar la perfección que les es propia. Esta convicción fundamental de que los seres
naturales tienden a alcanzar su propio estado de perfección surgió bajo la influencia de
sus estudios biológicos.

3.2 China
En China nunca creyeron en la inmutabilidad de las especies. Esto era consecuencia del
hecho de que nunca concibieron una creación especial, y ello a su vez ocurría porque no
imaginaban una creación ex nihilo por una deidad suprema. Por tanto, no había razón
para creer que diferentes géneros de seres vivos no pudieran transformarse fácilmente,
si se les daba tiempo suficiente.
Wang Chhung (en Lun Hêng [Discursos pesados en la balanza]) insiste en que el
hombre es un animal como los otros, si bien es el más noble de ellos, rechaza las
historias mitológicas sobre su nacimiento, pero no la generación espontánea. Además,
mantiene que todas las transformaciones, por extrañas que sean, son fundamentalmente
naturales, y habla de “mutaciones”, herencia genética, migraciones animales y
tropismos.

El naturalismo evolucionista ocupó plenamente el centro del pensamiento de la escuela


neo-confuciana. Todos los neo-confucianos aceptaron la idea de que el Universo
atravesaba ciclos alternativos de construcción y disolución.

3.3 Roma
Lucrecio, autor de un poema filosófico De Rerum Natura, expone la teoría de la
concepción atomista y mecanicista del Universo. Lucrecio centra su obra en una
inmensa compasión hacia la humanidad angustiada, a la que quiere librar de las
preocupaciones de ultratumba. Del desarrollo del mecanismo ciego de la naturaleza
deriva para el alma una posible tranquilidad, una forma íntima y nueva de libertad.

Lucrecio da la tierra como matriz común a todo lo que vive. Lo mismo que la pluma, el
pelo o las sedas cubren los miembros de los cuadrúpedos y el cuerpo de las aves, así la
naciente tierra empezó por parir las hierbas y los arbustos; a continuación, mediante mil
procedimiento, dio a luz la numerosa cohorte de los seres vivos. La organización de los
cuerpos animales procede del azar que agrupó los átomos de una forma o de otra.
Además de la eliminación de monstruos no aptos para la vida, hubo en la historia de la
naturaleza destrucción de razas viables pero insuficientemente armadas o protegidas, ya
que todos los seres vivos luchan entre sí. Lucrecio hizo algunas observaciones
interesantes: la pluralidad de los mundos, el origen relativamente reciente de nuestro
universo, la aparición tardía del hombre entre los seres vivos constituyen otras tantas
teorías que lo acercan a nosotros.

Una raza de hombres vivió entonces, una raza de los más fuertes y digna de la dura
tierra que la había creado. Unos huesos más grandes y más fuertes formaban la
constitución de estos primeros hombres, su cuerpo tenía una armadura de fuertes
músculos, resistían fácilmente el frío y el calor, los cambios de alimentos y los ataques
de la enfermedad. Cuántas vueltas dio el sol a través del cielo mientras ellos llevaban su
vida errante de bestias salvajes (De Rerum Natura, libro 907-947)

3.4 La Edad Media, el Renacimiento y el Barroco


Durante la Edad Media se difundió una interpretación literal del relato bíblico de la
Creación, interpretación que conformaba una cierta creencia en el fijismo, la cual
perdurará durante varios siglos en el cristianismo. Tal concepción, negadora de la
evolución de las especies, se consideraba tan evidente, que no se sentía ni la necesidad
ni la utilidad de designarla con un nombre particular.

No obstante, algunos Padres de la Iglesia, entre los que destaca Agustín de Hipona,
sostuvieron opiniones favorables a una cierta evolución cósmica antes de la creación del
hombre (hipótesis de la creación en potencia). Todas las obras de Dios, según San
Agustín, proceden de la unidad de la sustancia divina y son, por lo tanto, comunes a las
tres Personas divinas, el mundo fue creado de la nada y tiene como fin la manifestación
de la liberalidad y de la gloria de la Trinidad. Sin embargo, la creación no concierne a la
constitución de los entes singulares: Dios crea directamente la materia prima, que
contiene en sí “las razones seminales”, es decir, las esencias de todas las cosas en estado
germinal, que se desarrollarán en el curso de las generaciones.

Durante el Renacimiento hubo una serie de innovaciones que transformaron la visión


estática que de la naturaleza se había mantenido en la época medieval. El
descubrimiento de América fue uno de los acontecimientos que más contribuyó a este
cambio de mentalidad. Su exploración no sólo aportó una enorme cantidad de datos
nuevos, sino que también hizo considerar los hechos ya conocidos desde nuevos puntos
de vista. El conocimiento de animales y plantas aumentó de modo muy considerable y
quedó de manifiesto con toda claridad la existencia de diferentes faunas y floras en los
distintos continentes.

Durante el siglo XVII estuvo muy difundida la idea aristotélica de que todos los
organismos forman una gran cadena o escala, que se extiende desde las formas más
sencillas hasta las más complejas. El aforismo «la naturaleza no da saltos» alcanzó su
máxima expresión filosófica en la obra de Leibniz. Esa continuidad de los seres vivos
en el espacio propia de la escala no implicaba, sin embargo, una continuidad en el
tiempo.

En el campo de la Embriología alcanzó una gran resonancia la teoría de la


preformación, según la cual, el organismo adulto ya estaría contenido en el germen con
todos sus caracteres, de tal modo que el desarrollo consistiría solamente en el despliegue
o desenvolvimiento de lo ya existente en miniatura.

Contra los preformacionistas Christian Wolff defendió la teoría de la epigénesis, es


decir, el desarrollo a partir de un material básico informe. Basándose tanto en
observaciones microscópicas como en hechos experimentales, llegó a la conclusión de
que el organismo no se halla “preformado” en el huevo, sino que sus estructuras van
surgiendo a lo largo del desarrollo embrionario.

3.5 El siglo XVIII


Sin embargo, hubo que esperar hasta el siglo XVIII para que, en Francia, Benoit de
Maillet intente aportar una explicación naturalista del origen del hombre. De Maillet fue
el precursor de Buffon, el cual puso al alcance del gran público los conocimientos
científicos de su tiempo y planteó una teoría sobre la formación y evolución del
universo.

Maillet había observado en sus viajes la presencia de conchas y de peces fósiles en


algunas rocas de las montañas. ¿Cómo interpretar esto? Maillet pensaba que la
superficie del globo estuvo en otro tiempo recubierta completamente por el mar. En esos
tiempo lejanos sólo podían existir seres acuáticos. Las aguas se redujeron bajo el efecto
de la evaporación y a medida que emergieron los continentes, aquellos seres dieron
lugar a todos los seres aéreos de nuestra naturaleza actual. La prueba esencial es que a
cada tipo de animal terrestre corresponde un tipo de animal marino que probablemente
fue su antepasado.
No hay ningún animal terrestre que ande, vuele o repte, del que el mar no contenga
especies similares o próximas y cuyo paso de uno de estos elementos al otro no sea
posible

De esta forma, los peces de la superficie engendraron los pájaros; los peces del fondo
engendraron los mamíferos. En cuanto al hombre, deriva manifiestamente del tritón:
nuestra piel se encuentra cubierta de pequeñas escamas que son el testimonio
indiscutible de una ascendencia tritoniana. Incluso los bienhechores poderes
terapéuticos del agua atestiguan nuestro origen marino.

Estas “terrestrizaciones” no están totalmente acabadas. A medida que descenderá el


nivel de los mares, otras criaturas acuáticas se convertirán en terrestres. Maillet se
pregunta si la “terrestrización” humana es definitiva e irreversible y si algunos niños no
podrían habituarse a vivir en el mar como sus antepasados los tritones.

4. El problema de la formación de las


especies en el siglo XVIII
4.1 Del reino del fijismo a la aparición de un
transformismo parcial
A partir de Ray, y sobre todo de Linneo, tendía a imponerse una concepción fijista que
veía en cada una de las especies una entidad inmutable. “Nunca – había dicho Ray –
nace una especie de la semilla de otra especie”. Y en sus Fundamentos de Botánica,
Linneo declaró que la naturaleza cuenta con tantas especies como fueron creadas desde
el origen.

Este fijismo reinaría en Biología durante más de un siglo, y prestaría valiosísimos


servicios al eliminar el transformismo ingenuo y grosero de las edades anteriores. En
vez de ser un obstáculo para los progresos de la ciencia, correspondía a una exigencia
cada vez mayor de los conocimientos y, sobre todo, a una necesidad de referencia ante
la confusión formal.

Mas por fundado que fuera en su conjunto, el fijismo no podía evitar algunas
dificultades reales, pues, por lo menos en el interior de una especie, los observadores
atentos registraban variaciones que les parecían explicables.

Por ello, incluso los grandes teóricos del fijismo creyeron que tenían que reservar un
lugar a ciertas excepciones. Muy ocasionalmente, pensaba Ray, pueden producirse
“degeneraciones” de la especie, y algunas de ellas podían ser, por ejemplo, capaces de
hacer derivar una col ordinaria de una coliflor.

En cuanto a Linneo, si bien atribuía a la sabiduría soberana del Todopoderoso las


diferencias reales, “serias”, entre las plantas, estimaba, empero, que la Naturaleza puede
producir ciertas diferencias accesorias, especie de monstruosidades destinadas a
desaparecer, mientras que las especies originales durarán eternamente.
Desde 1742, fecha en la cual un estudiante le presentó una linaria que no logró
determinar, Linneo concedió aún más campo a la variabilidad de las especies. Ni
siquiera rechazará la “sorprendente” conclusión de que en el reino vegetal pueden surgir
nuevas especies e incluso nuevos géneros permanentes, ya sea por variación brusca, ya
por el juego de la hibridación, lo cual conmovía hasta cierto punto las bases mismas de
la Botánica, al rebajar las “barreras naturales”.

Algunos decenios antes, J. Marchant había descubierto en su jardín dos especies de


mercurial que no conocía y que diferían de la especie típica por la disposición y los
bordes de las hojas; dado que esas nuevas formas, una vez aparecidas, se mantuvieron
constantes, Marchant no dudó que había asistido al nacimiento de nuevas formas, y se
consideró autorizado a proponer la siguiente hipótesis:

Por esta observación podría, pues, sospecharse que la Omnipotencia, habiendo


creado una vez individuos de plantas como modelos de cada género, hechos con
todas las estructuras y caracteres imaginables, esos modelos, digo, o cabezas de
cada género, al perpetuarse, habrían producido, finalmente, unas variedades,
entre las cuales, las que han permanecido constantes y permanentes han
constituido especies que, con la sucesión del tiempo y de la misma manera, han
dado origen a otras producciones diferentes, que han multiplicado tanto la
Botánica en algunos géneros, pues consta que se conocen hoy en algunos
géneros de plantas hasta cien, ciento cincuenta e incluso más de doscientas
especies distintas y constantes pertenecientes a un sólo género de plantas
(“Observations sur la nature des plantes”, Mém. de l’Ac. roy. des Sciences, 1719)

También, pues, Marchant adoptaba un transformismo parcial, limitado a la


descendencia de un mismo género.

Una opinión bastante análoga se encuentra en Duchesne, el cual vio nacer una nueva
especie de fresa a partir de la ordinaria. ¿Se trataba, en realidad, de una nueva especie?
Y en tal caso, ¿cuantas variedades había en los demás géneros que debieran
considerarse como especies? Consideró que todos los fresales conocidos procedían de
una misma raíz original, y llegó a esbozar una génesis de esas especies, señalando que
“el orden genealógico es el único que indica la naturaleza, el único que satisface
plenamente el espíritu; todo otro orden es arbitrario y vacío de ideas”.

Adamson se pronunció claramente contra la fijeza absoluta de la especie; pretendía


conocer cuatro producciones de especies nuevas, tres de las cuales, sobre todo, eran
“muy notables, muy seguras y observadas por viejos botánicos acostumbrados a ver
bien”. Según él, esos cambios más o menos duraderos procederían de la acción de las
condiciones exteriores: cultivo, clima, etc.

4.2 El transformismo limitado de Buffon


Buffon parece que se adhirió a la concepción de la variabilidad limitada. Buffon veía
claramente la oscuridad del problema, así como la obligación resultante de recurrir, para
resolverlo, a una experimentación metódica en la que la hibridación desempeñaría un
papel de elección:
¿Cómo podrá conocerse el grado de parentesco de animales de especie diferente
si no es por los resultados de un unión intentada mil veces...? ¿A qué distancia
del hombre situaremos los grandes monos que se le parecen tan perfectamente
por la conformación del cuerpo? ¿Eran en otro tiempo todas las especies de
animales lo que son hoy? ¿No habrá aumentado, o más bien disminuido en
número? ¿No han sido destruidas las especies débiles por las más fuertes o por la
tiranía del hombre...? ¿qué relaciones podemos establecer entre ese parentesco
de especies y otro parentesco mejor conocido, como es el existente entre las
diversas razas de una misma especie? (Des mulets.)

En su famoso capítulo sobre la degeneración de los animales, fue donde Buffon expuso
más claramente sus opiniones transformistas. Considera en dicho capítulo la acción
modificadora del medio, representado principalmente por el clima, que altera la forma
exterior; el alimento, que afecta a la forma interior, y la domesticación, por último, para
aquellas especies animales que el hombre ha reducido a cautividad.

Como ejemplo de esos efectos cita las variaciones en la talla del animal, en el color y en
la calidad del pelaje, en el espesor de la piel, etc. Llega así a preguntarse sobre el
cambio de las especies mismas, sobre “esa degeneración más antigua y completamente
inmemorial que parece haberse producido en cada familia, o, si se prefiere, en cada uno
de los géneros bajo los cuales pueden comprenderse las especies próximas y poco
diferentes entre sí”.

Luego de haber comparado, desde este punto de vista, todos los animales cuadrúpedos y
haberlos reducido cada uno a su género, concluirá que las doscientas especies cuya
historia ha ofrecido pueden, en definitiva, “reducirse a un número bastante pequeño de
familias y orígenes principales, de las cuales han surgido probablemente todas las
demás”.

Parece, además, que algunos géneros y especies propios del Nuevo Mundo tienen con
otras especies del Viejo relaciones lejanas que parecen indicar que hay “algo en común
en su formación”.

Por si todo esto fuera poco, Buffon tomó en consideración la hipótesis del
transformismo generalizado, es decir, la hipótesis según la cual todos los animales
derivarían de un solo antepasado.

El asno y el caballo, ¿son de la misma familia como dicen los nomencladores?


Si lo son en realidad, ¿no podrá decirse igualmente que el hombre y el mono
tienen también un origen común? Y teniendo en cuenta la conformidad esencial
de la naturaleza que se mantiene desde el hombre hasta los mamíferos, de los
mamíferos a los pájaros, de los pájaros hasta los reptiles y de los reptiles hasta
los peces, ¿no se podrán considerar todos los animales “como formando una
misma familia” y suponer que todos “vienen de un mismo animal que en la
sucesión de los tiempos ha producido, perfeccionándose y degenerándose, todas
las razas de los demás animales...? No habría así ya límites para el poder de la
Naturaleza, y no sería erróneo suponer que con el tiempo ha sabido obtener de
un solo ser todos los demás seres organizados
¿Cómo debe interpretarse este texto?: Según unos críticos, Buffon declara su verdadera
opinión cuando expone la tesis del transformismo generalizado, y si finge rechazarla es
sencillamente por burla y fingimiento, para evitar la persecución de la iglesia. Según
otros, en el momento en Buffon escribió esas líneas no había elaborado siquiera su
transformismo restringido, y estaba mucho más preocupado por atacar a los
nomencladores que por insinuar una opinión subversiva.

Buffon rechaza la idea de que la esencia de los seres vivos radica en los aspectos
morfológicos, en las estructuras anatómicas y fisiológicas. En contraste, él defiende un
criterio globalista que presta especial atención a elementos estructurales, etológicos y
ecológicos.

La historia de un animal debe ser no la historia de un individuo, sino la de toda


la especie de estos animales. Debe comprender su generación, el tiempo de
preñez, el del parto, el número de pequeños, los cuidados de los padres y de las
madres, su modo de educación, su instinto, los lugares en que habita, su
alimento, la manera en que se lo procuran, sus costumbres, sus ardides, su caza.
A continuación, los servicios que pueden prestarnos y todas las utilidades o
comodidades que podemos sacar de ellos. (Oeuvres philosophiques, Jean
Piveteau, PUF, Paris, 1954, p. 16)

Destacará la diversidad y complejidad de la naturaleza que, en consecuencia, exige el


enfoque globalista para su estudio. La diversidad de la naturaleza es tal, sus
producciones son tantas, la variedad de sus diseños tan sorprendente, que la mente del
hombre sucumbe, si pretende reducir la naturaleza a los compartimentos taxonómicos
de los clasificadores.

Parece que todo lo que puede ser es. La mano del Creador no parece haberse
abierto para dar la existencia a cierto número determinado de especies, más bien
parece que haya lanzado a la vez un mundo de seres relativos y no relativos, una
infinidad de combinaciones armónicas y contrarias, una perpetuidad de
destrucciones y renovaciones (Ibídem, p. 9)

Buffon concibe la naturaleza como un orden de procesos, como un sistema de leyes en


el que Dios ya está ausente. Un sistema, en fin, en el que, frente al carácter estático y al
finalismo de la concepción linneana, lo más destacable es la autonomía y el dinamismo.
En Buffon el equilibrio de los fenómenos naturales no nos remite a la providencia
divina, sino a las leyes de la naturaleza:

La naturaleza es un sistema de leyes establecidas por el Creador para la


existencia de las cosas y para la sucesión de los seres [...] una fuerza viva,
inmensa, que lo abraza todo, que lo anima todo [...] una obra perpetuamente
viva, un obrero incesantemente activo [...] el tiempo, el espacio y la materia son
sus medios, el universo su objeto, el movimiento y la vida su fin [...] Los
resortes que emplea son fuerzas vivas [...] Fuerzas que se equilibran, que se
amalgaman, que se oponen sin poder aniquilarse. Unas penetran y transportan
los cuerpos, otras los calientan y los animal. La atracción y la impulsión son los
dos principales instrumentos de la acción de esta fuerza sobre los cuerpos
inertes. El calor y las moléculas orgánicas vivas son los principios activos que
pone en funcionamiento para la formación y el desarrollo de los seres
organizados [...] La naturaleza no se aparta jamás de las leyes que le han sido
prescritas (“Sobre la naturaleza. Primera perspectiva” en Oeuvres
philosophiques, p. 31)

Las moléculas orgánicas constituyen una especie de átomos de la materia viva que se
van ensamblando en los órganos que les sirven de “molde interior”. Cuando se ha
completado el crecimiento del ser vivo, supone Buffon que las moléculas orgánicas
asimiladas sirven para el desarrollo de gérmenes de otros individuos semejantes que se
segregarán del organismo adulto. En la reproducción sexual las moléculas que no se
utilizan ya para el crecimiento se reúnen, procedentes de todo el cuerpo, en los órganos
sexuales y forman el licor seminal. Eso explicará el parecido de los hijos con los padres,
así como la herencia de los caracteres adquiridos. El licor seminal de ambos sexos
contiene pequeños cuerpos organizados que se desarrollarán únicamente cuando se
junten ambos licores. Se producirá entonces un cuerpo organizado, una especie de
esbozo del animal con las partes esenciales, que iniciará su desarrollo.

En cualquier caso, la principal aportación de Buffon es su definición de especie:

Un individuo es un ser aparte, aislado, separado y que no tiene nada en común


con los otros, excepto que se les parece o difiere de ellos. Todos los individuos
parecidos que existen sobre la superficie de la Tierra son considerados como
formando la especie de estos individuos. No obstante, no es ni el número ni la
colección de individuos parecidos lo que hace la especie; es la sucesión
constante y la renovación ininterrumpida de los individuos que la constituyen.
Pues un ser que durara siempre no sería una especie, ni tampoco un millón de
seres parecidos que también duraran siempre. La especie es, pues, una palabra
cuyo referente no existe en la realidad más que considerando la naturaleza en la
sucesión de los tiempos. Sólo comparando la naturaleza de hoy con la de otros
tiempos, y los individuos actuales con los pasados, hemos llegado a una idea
clara de lo que se llama “especie” [...] No siendo la especie nada más que una
sucesión constante de individuos parecidos y que se reproducen (Las épocas de
la naturaleza, en o.c., p. 236)

4.3 Transformismo integral de Maupertuis


La generación opera por medio de “moléculas seminales” procedentes de uno y otro
generador. Cuando esas moléculas se combinan convenientemente, el hijo se parece a
sus padres, pero a veces ocurre que se combinan irregularmente y entonces aparece un
ser singular, anormal.

¿No podría explicarse así el que de dos individuos se siguiera la multiplicación


en especies diversas? Esas especies deberían su origen primero a ciertas
producciones fortuitas, en las cuales las partes elementales no habrían seguido el
orden que tenían en los animales padre y madre: cada grado de error habría dado
origen a una nueva especie; y a fuerza de desviaciones repetidas, se habría
producido la infinita diversidad de los animales que hoy vemos, la cual seguirá
aumentando quizá con el tiempo, pero tal vez con aumento imperceptible
durante siglos (Essai sur la formation des corps organisés)
En este texto, Maupertuis introduce el concepto de variación fortuita, concepto muy
parecido al de mutación de los biólogos modernos.

Maupertuis insiste en la insuficiencia del mecanicismo para explicar el fenómeno de la


vida y de la reproducción de ésta. Como alternativa sostiene la hipótesis vitalista de
moléculas orgánicas, dotadas de un cierto grado de conciencia, aunque oscura, y, por
tanto, de algo similar a la memoria, al deseo, a la aversión, etc., como elementos
originarios de los seres vivos.

4.4 La zoonomía de Erasmus Darwin


Según Erasmus Darwin toda la vida orgánica proviene de un filamento orgánico
primordial al que la gran causa primera dio la facultad de adquirir partes e inclinaciones
nuevas “y de continuar así su perfeccionamiento por su propia actividad inherente y
transmitir esos perfeccionamientos de generación en generación a su posteridad por los
siglos de los siglos”.

Los progresivos cambios se deberían a causas exteriores muy diversas: clima, hábitos,
régimen, enfermedades, ... Los diversos órganos podrían haberse adquirido
gradualmente como consecuencia de los continuos esfuerzos que hacen los animales
para procurarse el alimento, y podrían haberse transmitido a sus descendientes con una
estructura cada vez más apropiada al objeto buscado.

Aquí se reconoce ya la idea “lamarckiana” de las necesidades creadoras de órganos.


Pero en la obra de Erasmus Darwin también se reconoce el germen de algunas nociones
“darwinistas”: la coloración protectora, la selección sexual, etc.

Así pues, al terminar el siglo XVIII el transformismo está sólidamente constituido. Se


basa por una parte en la observación positiva de los especialistas en Historia Natural y
en la especulación de los filósofos, a medida que se emancipan de la tutela de la
Teología en vistas a sustituir la doctrina de la creación independiente de las especies por
una explicación racional del mundo vivo.

5. El lamarckismo
En 1809, Lamarck publicó su obra fundamental, Filosofía Zoológica, y en ella afirma
que los seres vivientes poseen una tendencia a desarrollarse y a multiplicar sus
órganos y sus formas, dando lugar a que éstos sean cada vez más perfectos. Según esta
teoría, todas las especies vegetales y animales proceden de otras especies anteriores
menos desarrolladas y más imperfectas.

En su Filosofía Zoológica expone la primera tentativa de elaboración de una teoría


sistemática de la evolución de los organismos vivos, es decir, las tesis que lo convierten
en uno de los primeros defensores del evolucionismo. Desde una perspectiva en
conjunto deísta, según la cual la Naturaleza constituye una totalidad regulada por leyes
establecidas por el Creador, pero que funcionan de modo riguroso y son cognoscibles
por la ciencia, Lamarck cree que las especies animales se desarrollan una a partir de la
otra, de las más simples a las más complejas. Por ello concibe la evolución de los
órganos animales como una reacción y adaptación de los individuos al ambiente, y
teoriza la transmisión hereditaria de los caracteres adquiridos favorables a la adaptación
al ambiente.

Lamarck pensó siempre en los organismos en relación con su comportamiento en la


naturaleza y con los desafíos planteados por los ambientes cambiantes. Rechazó las
concepciones catastrofistas admitidas en su tiempo, considerando que «este medio
cómodo de explicar las cosas no tiene otro fundamento que el imaginativo que lo ha
creado y que no puede apoyarse en ninguna prueba». «¿Por qué suponer –decía– sin
pruebas una o varias catástrofes universales, cuando la marcha de la Naturaleza basta
para explicar los hechos que observamos en todas sus partes?».

Contra el fijismo aducía que, si las especies hubieran sido fijadas en la Creación y se
mantuviesen estáticas desde siempre, no podrían sobrevivir a los cambios
medioambientales. Por tanto, deberían adaptarse constantemente, aunque cambiaran
poco en apariencia. Lamarck accedió a la hipótesis transformista al tratar de encontrar
una respuesta al problema de la extinción de las especies. Al comparar las ostras fósiles
de su colección con otros ejemplares modernos, llegó a la conclusión de que unas
habían evolucionado hasta transformarse en las otras. En realidad, las antiguas especies
no se habían extinguido, sino que sólo se habrían modificado hasta convertirse en las
actuales. Más adelante consideró el desarrollo –evolución– de la vida como un proceso
lento, suave y gradual, planteamiento que prefigura el gradualismo darwinista.

Lamarck recoge en su obra la idea aristotélica de la gran cadena de seres u ordenación


lineal de los distintos grupos de organismos.

El tiempo y las circunstancias favorables constituyen los dos principales medios que
emplea la naturaleza para dar la existencia a todas sus perfecciones. La causa de la
progresión perfectiva que observamos en la naturaleza es la influencia que ejercen las
“circunstancias de habitación” y “la de los hábitos contraídos”. La relación entre estos
dos tipos de causas es antagónica, puesto que las influencias exteriores vienen a
perturbar la tendencia espontánea de la naturaleza a la regularidad. Lamarck insiste en la
variablidad de los seres vivos. Como causas de estas variaciones propone el tiempo y las
circunstancias, los cuales influyen sobre los hábitos, modificándolos. Éstos, a su vez,
modifican los actos, lo que determina, a la postre, un cambio de órganos.

Grandes cambios en las circunstancias producen en los animales grandes cambios en sus
necesidades, y tales cambios en ellas las producen necesariamente en las aciones.
Luego, si las nuevas necesidades llegan a ser constantes o muy durables, los animales
adquieren entonces nuevos hábitos, que son tan durables como las necesidades que los
han hecho nacer (Lamarck, Filosofía Zoológica, pp. 167-168)

Al decir que «las circunstancias influyen sobre la forma y organización de los


animales», Lamarck no afirma que el medio actúe directamente sobre el organismo, sino
que hace al organismo modificarse por sí mismo para adaptarse al medio. Aunque con
frecuencia se piensa que la inducción de variaciones por influencia directa del medio
ambiente fue postulada por Lamarck, en realidad se trata de una hipótesis de Geoffrey
Saint-Hilaire que Lamarck siempre rechazó. La influencia indirecta del medio sobre el
organismo que evoluciona fue establecida por Lamarck:
Ciertamente, si se tomasen estas expresiones al pie de la letra, se me atribuiría
un error, porque cualesquiera que puedan ser las circunstancias, no operan
directamente sobre la forma y sobre la organización de los animales ninguna
modificación (o.c., p. 167)

Por otra parte están los hábitos. Los hábitos son lo que explica la reacción por medio de
la cual el viviente cambia de forma para adaptarse a las nuevas situaciones en las que se
encuentra sumido, de acuerdo con la ley de uso y desuso. La necesidad que tienen los
seres de adaptarse a su medio les hace adoptar nuevos hábitos de comportamiento. Esos
hábitos comportamentales determinan, a su vez, modificaciones morfológicas, porque
un órgano se desarrolla, se atrofia, se desplaza o desaparece en proporción al uso que se
haga de él. Es lo que Lamarck denomina “ley de uso y desuso” que implica que todo
órgano que no se utiliza, se atrofia, mientras que el que se utiliza, se fortalece:

En todo animal que no traspasado el término de sus desarrollos, el uso frecuente


y sostenido de un órgano cualquiera lo fortifica poco a poco, dándole una
potencia proporcionada a la duración de este uso, mientras que el desuso
constante de tal órgano le debilita y hasta le hace desaparecer (o.c., p. 175)

Es la función la que produce el órgano, lo transforma, lo fortalece o lo atrofia, según el


pensamiento lamarckista. Y es el organismo el que evoluciona en su esfuerzo por
adaptarse al medio en el que vive. La teoría de Lamarck se puede resumir en la
siguiente frase: “Un cambio de las circunstancias induce un cambio de los hábitos; éste,
a su vez, determina un cambio de los actos, lo que conduce finalmente a un cambio de
los órganos. Junto a esta frase tenemos las siguientes dos “leyes” o “hipótesis”:

1. la necesidad crea el órgano necesario; el uso lo robustece y aumenta. La falta


de uso determina la atrofia y la desaparición del órgano inútil.
2. el carácter adquirido por la acción del ambiente se transmite por la generación.
El carácter adquirido es así pues hereditario

Para ilustrar su teoría el propio Lamarck propuso algunos ejemplos de variaciones


animales, a saber: los topos, que pasan casi toda su vida bajo tierra y sin luz, apenas
utilizan el sentido de la vista y, en consecuencia, casi la han perdido debido a que sus
ojos son diminutos y están profundamente hundidos.

La jirafa se alimenta del follaje de los árboles, todo su cuerpo “tiende hacia arriba”, por
lo que se le han alargado el cuello y las patas delanteras. Los patos, las ocas y los
animales palmípedos, que tienen a vivir en lugares con abundancia de agua, han
desarrollado en las patas una membrana interdigital que les facilita la natación.

El concepto de herencia constituye la clave de la teoría lamarckiana. No basta con que


surjan variaciones en los individuos para que se produzcan modificaciones en las
especies, es necesario, además, que estas variaciones individuales sean heredadas por
sus descendientes. En este sentido, la evolución para este científico posee un carácter
finalista, es decir, según él, en el proceso evolutivo van surgiendo cada vez especies
mejor dotadas, más desarrolladas, más perfectas

5.1 Críticos y sucesores


La teoría de Lamarck ha sido muy controvertida siendo, aún hoy, fuente de polémica.
Entre sus primeros críticos destaca Cuvier, el cual defendió el creacionismo como
origen de las especies y, en consecuencia, el fijismo de éstas. Los animales se
distribuían, según Cuvier, en cuatro planes principales de organización: vertebrado,
molusco, articulado y radiado, que son independientes e irreductibles entre sí.
Consecuentemente, había de combatir cualquier teoría que afirmase la unidad o
continuidad de la escala animal, bien fuese en el tiempo, bien en el espacio.

Cuvier estableció que ha habido una sucesión de faunas independientes entre sí en el


transcurso de los tiempos geológicos. Dichas faunas fueron distintas de la actual, y sus
restos guardan relación con determinados grupos de estratos, no existiendo transiciones
o formas intermedias entre unos y otros. Para explicar tales hechos postuló su teoría de
las catástrofes, según la cual sucesivos cataclismos geológicos habrían ocasionado la
extinción de la mayoría de las especies contemporáneas, siendo sustituidas por otros
conjuntos de especies más avanzadas. De ahí surgió la idea de las creaciones sucesivas,
que desarrollaron sus discípulos.

Lyell, frente al lamarckismo, afirmó la constancia de las especies. No admitió la


doctrina de las creaciones sucesivas para explicar los cambios de flora y fauna, sino que
los atribuyó a un efecto de perspectiva incompleta, considerando los conjuntos de seres
vivos pretéritos análogos a los actuales.

Sin embargo, no todo fueron críticas a Lamarck. Entre sus defensores se encuentra
Haeckel, quien estaba convencido de que los caracteres adquiridos son normalmente
adaptativos. Haeckel defendía la teoría de la evolución progresiva, en la que el
lamarckismo era la fuerza fundamental que producía caracteres y que debía ser probada
por la selección en el nivel de competencia entre las especies. El concepto de variación
por adición al crecimiento era fundamental en la aceptación por parte de Haeckel de la
teoría de la recapitulación o ley biogenética.

Esta ley postulaba que la serie de fases por las que atraviesa un organismo durante su
desarrollo embrionario es una repetición abreviada de la larga serie de formas por las
que atravesaron sus antepasados en el curso de la evolución. En otras palabras, “la
ontogenia es una recapitulación de la filogenia”. De este principio, así como de la teoría
de la selección darwinista, dedujo: a) una concepción estrictamente mecanicista de la
naturaleza, que rechazaba cualquier perspectiva teleológica y vitalista, y reemplazaba la
teoría de la creación de la vida por la “generación espontánea”; b) una concepción
monista, que rechazaba el dualismo espíritu-materia y veía en el hombre el resultado de
la evolución de los vertebrados inferiores, considerándolo, por lo tanto, objeto de
estudio de la Zoología; c) una concepción panteísta de aliento goethiano.

También de corte lamarckista es la teoría de Spencer, quien veía la adaptación como un


proceso por el cual el organismo se ve impulsado a restablecer un equilibrio con el
medio ambiente cambiante mediante la acción y reacción de una serie de fuerzas. Según
él, negar que este proceso puede tener un efecto permanente a través de la herencia de
los caracteres adquiridos supone negar el principio de la conservación de la energía o de
la “persistencia de la fuerza”. Spencer sugirió que la herencia es controlada por
“unidades fisiológicas” con una fuerza polarizadora desconocida capaz de responder a
las condiciones externas. La existencia de unas condiciones nuevas produce en la
especie variaciones útiles y variaciones al azar, de forma que operan tanto los
mecanismos lamarckianos como los darwinianos. Unos producen un equilibrio “directo”
y los otros un equilibrio “indirecto”, entre el organismo y su medio ambiente.

También Samuel Butler defendió el lamarckismo. Butler afirmaba que las acciones
inteligentes pueden llegar a ser instintivas y, por tanto, heredadas. Sostuvo la idea de
que el cuerpo puede comportares de forma inteligente sin necesidad del cerebro, a través
de los efectos heredados del instinto. A partir de ahí elaboró la analogía entre la herencia
y la memoria: el cuerpo recuerda sus actividades pasadas no sólo en forma de instintos,
sino también de modificaciones físicas que ha provocado el comportamiento instintivo.

La analogía de la memoria llevó a Butler a una posición lamarckista. Butler afirmó que
esa teoría explicaba todos los hechos de la herencia, incluyendo la herencia de los
caracteres adquiridos y la recapitulación de la evolución pasada por el embrión en
crecimiento, y suponían una solución válida de todos los problemas conceptuales
planteados por el darwinismo.

6. El darwinismo
En 1831 el Almirantazgo Británico organizó una expedición científica a las cosas de
América del Sur y a algunas islas del Pacífico; es la famosa expedición del Beagle en
donde Darwin participó como naturalista. En este viaje Darwin realizó gran cantidad de
observaciones y recolectó multitud de datos; entre las numerosas observaciones que fue
realizando, varias series de hechos le llamaron especialmente la atención: el modo en
que especies distintas, aunque parecidas, se reemplazan ocupando el mismo hábitat de
una región a otra; el hallazgo, en las formaciones geológicas de la pampa argentina, de
mamíferos fósiles comparables, pero no iguales a ciertos animales que la habitan
actualmente; la semejanza de la fauna y flora de las islas con el continente más cercano
a ellas; la existencia de especies diferentes, pero afines, en las distintas islas de un
mismo archipiélago.

A la vuelta de su viaje, mientras intentaba poner orden en todos estos datos, leyó la obra
de Malthus Primer ensayo sobre la población, en la cual se advierte que la población
humana tiende a aumentar más deprisa –en progresión geométrica– que los recursos
necesarios para la subsistencia que, en el mejor de los casos, lo hacen en progresión
aritmética:

La capacidad de crecimiento de la población es infinitamente mayor que la


capacidad de la Tierra para producir alimentos para el hombre [...] La población,
si no encuentra obstáculos, aumenta en progresión geométrica. Los alimentos tan
sólo aumentan en progresión aritmética. Basta con poseer las más elementales
nociones de números para poder apreciar la inmensa diferencia a favor de la
primera de estas dos fuerzas (Malthus, T.R., Primer ensayo sobre la población,
Madrid, Alianza, 1966, p. 53)

Como consecuencia de ello, supone Malthus, se produce una “lucha por la existencia”.
Los recursos son limitados y, en consecuencia, ha de producirse una lucha por la
consecución de estos recursos; esta lucha es a muerte. Ahora bien, ¿quiénes y dotados
con qué cualidades sobreviven al enfrentamiento de la población? Herbert Spencer
respondió que quienes sobrevivían eran “lo selecto de su generación”, los más aptos. De
este modo, la especie humana progresa, y Darwin aplicó este razonamiento a las
especies animales para explicar su origen y diferenciación. De este modo nacía el
Origen de las especies y, con él, la teoría evolucionista.

Lo que Darwin extrajo de la lectura de Malthus fue que el proceso de selección natural
ejerce una presión que fuerza a algunos a “abandonar la partida” y a otros a “adaptarse”
y a “sobreponerse”. Es decir: la lucha por la existencia en el mundo orgánico, dentro de
un ambiente cambiante, engendra alteraciones orgánicas, en el curso de las cuales,
sobreviven los más aptos, los cuales transmiten a sus descendientes esas características
más favorables. En esto consiste básicamente la selección natural.

Sin embargo, estas ideas no fueron gestadas solamente por Darwin. En 1855 Wallace
publicó un artículo (“On the law which has regulated the introduction of new species”)
cuya principal conclusión era que las especies actuales coinciden, tanto en el espacio
como en el tiempo, con especies preexistentes muy afines a ellas. Era lógico deducir que
sólo el cambio en el transcurso del tiempo podía aclarar satisfactoriamente esta
conexión entre los animales del presente y los del pasado. Mientras tanto, Wallace
también había leído a Malthus y, en febrero de 1858, se le ocurrió la teoría de la
selección natural. Wallace había elaborado sus ideas combinando la doctrina de Malthus
con sus observaciones sobre la diversificación de las especies en variedades, y el
resultado fue una teoría de la selección natural análoga a la de Darwin.

El trabajo de Wallace señala en primer lugar el valor universal de la lucha por la


existencia en el mundo animal. En todas las especies el número de individuos tiende a
aumentar rápidamente, pero a la larga permanece estacionario. El número de los que
mueren debe ser inmenso, y como la existencia individual de cada animal depende de él
mismo, los que mueren deben ser los más débiles, mientras que aquellos que sobreviven
serán los más perfectos en salud y vigor. Y lo que ocurre entre los individuos de una
especie se aplica asimismo a las variedades que existen dentro de esa especie. Si una
variedad presenta mayores posibilidades de preservar su existencia que la forma
originaria, aumentará el número de individuos y acabará por desplazarla.

Como reacción a la publicación de Wallace, Darwin publica El origen de las especies.


En esta obra se manifiesta decididamente contrario a la tesis creacionista:

Aunque es mucho lo que permanece oscuro, y permanecerá durante largo


tiempo, no puedo abrigar la menor duda, después del estudio más detenido y
desapasionado juicio de que soy capaz, de que la opinión que la mayor parte de
los naturalistas mantuvieron hasta hace poco, y que yo mantuve anteriormente, o
sea, que cada especie ha sido creada independientemente, es errónea. Estoy
completamente convencido, no sólo de que las especies no son inmutables, sino
de que las que pertenecen a lo que se llama el mismo género son descendientes
directos de alguna otra especie, generalmente extinguida, de la misma manera
que las variedades reconocidas de una especie cualquiera son los descendientes
de ésta. Además, estoy convencido de que la selección natural ha sido el más
importante, sino el único medio de modificación (El origen de las especies, p.
57)

Darwin encontró cierta incompatibilidad entre la aceptación de la teoría de la selección


natural y la admisión de la idea de la creación independiente de las especies. Por ello, se
lamentó de tener que haber incluido al final de la obra una referencia explícita al
Creador:

Así pues, el objeto más excelso que somos capaces de concebir, es decir, la
producción de los animales superiores, resulta directamente de la guerra de la
naturaleza, del hambre y de la muerte. Hay grandeza en esta concepción de que
la vida, con sus diferentes facultades, fue originariamente alentada por el
Creador en unas cuantas formas o en una sola, y que, mientras este planeta ha
ido girando según la constante ley de la gravitación, se han desarrollado y se
están desarrollando, a partir de un comienzo tan sencillo, infinidad de formas
cada vez más bellas y maravillosas (o.c., p. 604)

En la obra de Darwin ocupa un lugar importante la crítica de la noción de especie y,


aunque tuvo muchas dudas sobre este concepto, en el momento de escribir El origen...
tiene una certidumbre: un camino conduce del individuo a series de variedades más y
más estables y distintas, que a su vez conducen a subespecies y, finalmente a especies,
que no aparecen sino al término de numerosas variaciones acumuladas sin que las
transiciones sean siempre perceptibles:

Ciertamente, no se ha trazado todavía una línea clara de demarcación entre


especies y subespecies –o sea, las formas que en opinión de algunos naturalistas,
se acercan mucho, aunque no llegan completamente, a la categoría de especies–,
ni tampoco entre subespecies y variedades bien caracterizadas, o entre
variedades ínfimas y diferencias individuales (o.c., p. 105)

Es por ello que Darwin concede tanta importancia a las diferencias individuales, pues
esas diferencias iniciales, generalmente ínfimas, son los verdaderos puntos de partida
del cambio que conduce a las futuras especies.

De acuerdo con las pautas evolucionistas, se presume que las especies proceden unas de
otras, a través de los cambios que se han ido operando con el correr de los milenios.
Ahora bien, no es de esto de lo que Darwin habla en su libro, lo que lleva a una
imprecisión en la definición del objeto del libro. Si el libro lleva por título El origen de
las especies, parece que de lo que se debería de hablar ahí es del origen existencial de
las mismas; y, sin embargo, no es de esto de lo que se habla; no se inquiere cómo es que
hay especies, sino que, presuponiendo que las hay, se investiga cómo son. Darwin
tampoco resolvió el problema del origen de la forma actual de las especies, pues la
solución que propone es la lucha por la vida a partir de variaciones espontáneas que
favorecen la supervivencia de ciertos individuos y, gracias a la transmisión hereditaria
de esos caracteres favorables, la formación progresiva de una nueva especie. Si es así,
se ha objetado, son las variaciones individuales espontáneas los verdaderos orígenes de
las especies, y son ellas, más que la lucha por la vida o la supervivencia del más apto, lo
que habría que explicar de entrada.

La única justificación de Darwin se reduce a afirmar que un camino conduce del


individuo a series de variedades más y más estables y distintas, las cuales, a su vez,
conducen a subespecies y, finalmente, a especies. Éstas no aparecen sino al término de
numerosas variaciones acumuladas, sin que las transiciones sean siempre perceptibles.
En suma, el problema del origen absoluto de las especies no será planteado por Darwin,
que apenas hace una alusión de pasada a él.
Pero, entonces, ¿de qué habla el libro?, ¿por qué es tan importante? En la obra de
Darwin hay dos aspectos destacables: por un lado, la recopilación de un gran conjunto
de datos paleontológicos y biológicos, de los cuales se infiere la idea de evolución; por
otro, la formulación de la teoría de la selección natural para explicar el mecanismo del
proceso evolutivo. Darwin estableció el principio de la selección natural por deducción,
basándose en determinados hechos observables en la naturaleza: la variación en
animales y plantas, la tendencia de todos los organismos a incrementar su número en
progresión geométrica y la necesaria eliminación de gran número de individuos. De la
combinación lógica de estos hechos se deduce la selección natural a través de la lucha
por la existencia.

En principio, el número posible de descendientes de cualquier especie animal o vegetal


sobrepasa siempre al de sus progenitores, existe una tendencia universal hacia el
aumento numérico de individuos. Sin embargo, la cantidad de individuos de cada
especie permanece constante en general, a pesar de dicha tendencia al aumento
progresivo. Lo cual se debe a que los individuos “que sobran” son eliminados en la
lucha por la existencia, tanto por competencia directa de unos organismos con otros,
como por la acción restrictiva de los factores físicos ambientales.

Por otra parte, los individuos de cualquier especie no son todos absolutamente iguales:
presentan variaciones, algunas de las cuales serán ventajosas en la lucha por la
existencia, mientras que otras resultarán desfavorables. De aquí se desprende que en
competencia mutua y con el medio, los individuos con variaciones favorables
sobrevivirán en proporción más elevada que los afectados por variaciones
desfavorables. Y, como a su juicio, casi todas las variaciones que se producen en los
organismos son hereditarias, tales efectos se irían acumulando por selección natural en
el transcurso de las generaciones. El motor de la evolución sería la selección natural que
actúa constantemente para mantener la adaptación de los seres vivos a su ambiente:

Según el principio de la selección natural con divergencia de caracteres, no


parece increíble que, tanto los animales como las plantas, se puedan haber
desarrollado de alguna de tales formas inferiores e intermedias; y si admitimos
esto, también tenemos que admitir que todos los seres orgánicos que en todo
tiempo han vivido sobre la tierra descienden tal vez a partir de una sola forma
primordial (o.c., p. 599)

La selección aparece como resultado lógico de tres hechos básicos de la vida:


superpoblación, variabilidad y herencia. El primero, la superpoblación: los animales y
las plantas tienden a producir más descendientes que los que pueden sobrevivir. La
superpoblación entraña mortalidad. El segundo, variabilidad: en toda especie existe
diversidad de estructura y función corporal. Hay diferencias en caracteres más o menos
triviales, como el color de los ojos o del pelo, pero existen también diferencias
importantes, hasta el punto de que podrían condicionar la supervivencia, como la
agudeza visual en algunas especies. El tercero, la herencia: muchos caracteres del
individuo pasan a su descendencia por transmisión genética. De hecho, se considera que
la mayoría de los caracteres están supeditados a la genética en mayor o menor
extensión. Estos tres factores interrelacionados dan como resultado la selección natural.

En su libro, Darwin aborda algunas dificultades de la teoría. La primera de ellas es la


ausencia de la esperable perfección en todos los seres orgánicos. Sobre esta objeción,
Darwin quiere dejar claro que la selección natural no impone necesariamente un
progresivo perfeccionamiento en los seres vivientes.

Pero puede objetarse que si todos los seres orgánicos tienden a elevarse de este
modo en la escala, ¿cómo es que por todo el mundo existen todavía multitud de
formas inferiores, como es que en todas las clases grandes hay algunas formas
muchísimo más desarrolladas que otras? ¿por qué las formas más desarrolladas
no han suplantado ni exterminado por todas las partes a las inferiores?... Según
nuestra teoría la persistencia de organismos inferiores no ofrece dificultad
alguna, pues la selección natural, o la supervivencia de los más actos, no implica
necesariamente desarrollo progresivo, sólo saca provecho de las variaciones a
medida que surgen y son beneficiosas para cada ser en sus complejas relaciones
vitales. Puede preguntarse: ¿qué ventaja –hasta donde nosotros podemos
comprender– para un animálculo infusorio –para un gusano intestinal– o incluso
para una lombriz de tierra, en tener una organización superior? (o.c., pp. 180-
181)

Otra dificultad es la ausencia de formas transicionales entre las especies, ausencia que
atribuye a la precariedad del registro fósil. Esta objeción es de tal gravedad que, a juicio
de Darwin, puede suponer la aniquilación de su teoría:

Quien rechace esta opinión de la imperfección del archivo geológico, rechazará


con razón toda la teoría, pues tal de se pregunte en vano dónde están los
innumerables lazos de transición que enlazaron antiguamente las especies afines
o representativas, que se encuentran en los pisos sucesivos de una misma gran
formación (o.c., p. 458)

¿Por qué no hallamos estas transiciones graduales? Según Darwin y los neodarwinistas
actuales, esto es debido a la imperfección del registro fósil. Éste contiene lagunas por la
forma azarosa como acontece la fosilización, condenada a ser una crónica imperfecta de
la historia de la vida. Por otra parte, Darwin dio por seguro que todos los miembros de
una especie estarían en competencia unos con otros –competencia intraespecífica–, y las
especies con las otras especies –competencia interespecífica–. Pero, en realidad, la
competencia intraespecífica es mas bien infrecuente, y los animales desarrollan
mecanismos para evitarla, como el marcar el territorio o la especialización dietética.

Las dificultades aumentan considerablemente si se intenta esclarecer lo que ha dado en


llamarse “el enigma de los órganos complejos”, acudiendo en exclusiva a la teoría de la
selección natural. ¿Cómo explicar, por ejemplo, que una estructura tan compleja como
el ojo pudiera haber surgido por acumulación causal de variaciones favorables? La
respuesta de Darwin es que

Aunque la creencia de que un órgano tan perfecto como el ojo pudo haberse
formado por selección natural es para hacer vacilar a cualquiera, sin embargo, en
el caso de un órgano determinado, si tenemos noticia de una larga serie de
gradaciones de complejidad, cada una de ellas buena para su poseedor, entonces,
en condiciones variables de vida, no hay ninguna imposibilidad lógica de la
adquisición, por selección natural, de cualquier grado de perfección concebible
(o.c., p. 264)
La selección desempeñaría, pues, un papel muy importante en el proceso evolutivo,
aunque obraría lentamente por acumulación de variaciones favorables, pequeñas y
sucesivas. No obstante, Darwin admite que también intervienen otros factores en la
modificación de las especies.

Esto se ha realizado principalmente por la selección natural de numerosas


variaciones sucesivas, ligeras y favorables, auxiliado de modo importante por los
efectos hereditarios del uso y desuso de las partes, y de un modo accesorio –es
decir, con relación a las conformaciones de adaptación, pasadas o presentes- por
la acción directa de las condiciones externas y por variaciones que, en nuestra
ignorancia, nos parece que surgen espontáneamente (o.c., p. 594)

Por lo tanto, Darwin aceptaba como un complemento de su teoría las ideas lamarckianas
del uso y desuso en el desarrollo de los órganos y la herencia de los caracteres
adquiridos, y en grado menor, la influencia directa del medio ambiente.

En resumen, la teoría de Darwin era una teoría compuesta de los siguientes aspectos:

1. Evolución. Ésta es la teoría de que el mundo no es constante, ni se ha creado


recientemente, ni está en un perpetuo ciclo, sino que está cambiando
continuamente, y de que los organismos se transforman en el tiempo.
2. Origen común. Ésta es la teoría de que cada grupo de organismos desciende de
un antepasado común, y de que todos los grupos de organismos, incluyendo los
animales, las plantas y los microorganismos, se remontan a un único origen de la
vida en la Tierra.

Finalmente, las diversas clases de hechos que se han considerado en este


capítulo, me parece que proclaman tan claramente que las innumerables
especies, géneros y familias, de que está poblada la tierra, descienden todos,
cada uno dentro de su propia clase o grupo, de unos progenitores comunes, y
que se han modificado todos en el transcurso de la descendencia, que yo
adoptaría sin titubeos esta teoría, aun cuando no se apoyarse en otros hechos o
argumentos (o.c., p.p. 571-572)

3. Diversificación de las especies. Esta teoría explica el origen de la enorme


diversidad orgánica. Postula que las especies se diversifican, ya sea por división
en especies hijas o por “gemación”, es decir, por el asentamiento de poblaciones
fundadoras geográficamente aisladas que evolucionan a nuevas especies.
4. Gradualismo. Según esta teoría, el cambio evolutivo tiene lugar a través del
cambio gradual de las poblaciones y no por la producción repentina
(saltacionista) de nuevos individuos que representen un nuevo tipo.
5. Selección natural. Según la cual, el cambio evolutivo se produce a través de la
producción abundante de variación genética en cada generación. Los
relativamente pocos individuos que sobreviven gracias a una combinación
especialmente bien adaptada de caracteres heredables, dan lugar a la siguiente
generación.
6. El modelo: una fuente especial de la teoría darwiniana ha sido la observación de
la selección artificial de las variedades domésticas, animales y vegetales. Pero
era imposible transportar tal cual a la naturaleza salvaje este modelo de la
ganadería y la agricultura sin postular un Selector, un dios que escoge las
especies en función de criterios y de fines. Como científico, Darwin se negaba a
tal antropomorfismo finalista.

6.1 ¿Cómo evolucionan las especies?


El principal argumento a favor de la evolución es la existencia del registro fósil. Sin
embargo, éste es tremendamente incompleto, en el sentido de que el registro fósil rara
vez muestra transiciones graduales entre diferentes estadios evolutivos de una misma
especie; en vez de ello lo que nos encontramos son saltos. Darwin explicó los “saltos”
del registro fósil diciendo que el registro era incompleto. Sostenía que, si una misma
persona pudiera recoger fósiles que representaran de manera más completa el paso del
tiempo, vería las formas de transición entre especies. Una explicación alternativa,
planteada por Niles Eldredge y Stephen Jay Gould nos dice que las especies nuevas
aparecen como resultado de acontecimientos relativamente súbitos y no como
consecuencia de transiciones graduales lentas.

Según Darwin, las especies nuevas aparecen por la adición gradual de rasgos nuevos a
una especie existente, de modo que, si se examina la población en un punto del tiempo,
se verán todas las características de la especie antecesora, mientras que un examen de
un momento posterior, quizá correspondiente a un millón de años después, mostrará una
especie relacionada, pero diferente, que tiene rasgos nuevos. Y en cualquier momento
intermedio habría estadios de transición, con las características nuevas desarrolladas aún
de forma incompleta. La transición evolutiva, decía, afecta a toda la población de una
especie. A esta teoría se le ha dado el nombre de “gradualismo filético”.

Esta idea de Darwin ha sido criticada por Gould en los siguientes términos:

Siempre ha habido problemas con el gradualismo, en particular, con la transición


entre los diseños orgánicos principales: de los invertebrados a los vertebrados,
por ejemplo, y de los peces sin mandíbulas a los provistos de ellas. Nadie ha
resuelto nunca el viejo dilema de Mivart de “las etapas incipientes de estructuras
inútiles”. Por ejemplo, la mandíbula es una maravillosa obra de ingeniería; los
mismos huesos funcionaban igualmente bien para aguantar el arco branquial de
un antecesor desprovisto de mandíbula. Pero ¿podemos realmente construir una
serie gradual de formas intermedias que funcionen? ¿Para qué sirven una serie
de huesos desligados de las branquias, pero todavía demasiado alejados para
funcionar como una boca? ¿Se trasladaron hacia delante, milímetro a milímetro,
hasta alcanzar finalmente una posición coordenada alrededor de la boca?

Darwin básicamente respondió que tenía que existir una serie gradual de intermediarios,
y que nuestra incapacidad para especificar su función lo único que expresa es nuestra
falta de imaginación. Darwin dijo: «Si se pudiera demostrar que existió cualquier
órgano complejo sin posibilidades de haberse formado por numerosas modificaciones
leves y sucesivas, mi teoría se derrumbaría totalmente».

Sin embargo, según la concepción de Gould (equilibrio discontinuo), el cambio


anatómico sería completo en diez o cien generaciones, y esta fase de transición
resultaría muy corta en comparación con la duración total de la especie. Ello explicaría
por qué no se hallan fósiles de formas intermedias. En conjunto, la fosilización es un
fenómeno raro. La inmensa mayoría de los restos animales son revueltos y dispersados
antes de tener la oportunidad de quedar enterrados en depósitos que asegurarán su
fosilización. Son muy pequeñas las probabilidades de que sea hallada una forma
transicional de una especie en el registro geológico.

Según la teoría del equilibrio discontinuo, el origen de una especie nueva siempre se
produce en un grupo reducido de individuos que se hallan geográficamente aislados de
la población principal de la especie. La nueva especie surge allí y luego ocupa el
territorio de la población principal de la especie, con lo que aparecerá en el registro fósil
bajo su forma plenamente desarrollada. Según este modelo, por una parte, se acepta que
el registro fósil sea incompleto, debido a que la fosilización es un acontecimiento raro, y
nunca hay un registro completo de los cambios producidos de año en año. Y, por otra
parte, se acepta también la existencia de “saltos” en el registro, porque se interpreta que
éstos son un fiel reflejo del modo en que opera la evolución.

7. El mutacionismo y la posición actual


Según la teoría de Darwin, todas las especies existentes tienen un origen común; a partir
de este origen común, y mediante un proceso gradual regido por la selección natural, las
especies han ido evolucionando (apareciendo unas y desapareciendo otras) hasta la
situación actual. En todo este proceso hay dos factores clave: la selección natural y la
herencia. La teoría de Darwin necesita explicar cómo es posible que los caracteres
adquiridos se transfieran de unos individuos a otros y cómo se realiza esta transmisión.
Una vez explicado esto, es la selección natural la encargada de seleccionar aquellos
caracteres que son favorables y de rechazar aquellos que no lo son.

Uno de los problemas del darwinismo es que era incapaz de explicar cómo se
transmitían los caracteres adquiridos de una generación a otra. Fue G. H. Mendel quien,
finalmente, logró dar una explicación de la transmisión de la herencia. Mendel, tras una
larga serie de experimentos con guisantes, formuló las leyes de la herencia (hoy
conocidas como leyes de Mendel). Estas leyes son tres:

Ley de la uniformidad de los mestizos de la primera generación filial. Si cruzamos dos


razas puras con respecto a un determinado carácter –es decir, que difieren entre sí con
respecto a ese carácter–, los descendientes de la primera generación son todos iguales
con respecto a ese carácter. Si se cruzan, por ejemplo, dos razas puras de guisantes con
flores rojas y blancas, respectivamente, el resultado será que todas las plantas de la
generación filial tendrán todas sus flores de color rojo. Esto se explica porque el color
rojo de las flores del guisante es dominante sobre el color blanco, en este caso (principio
de la dominancia).

Ley de la disyunción de los alelos. Los genes alelos procedentes del padre y de la madre
están juntos en los híbridos, pero se pueden separar en la generación siguiente. Esto
significa que la descendencia obtenida por autofecundación de los híbridos no es
uniforme, sino que en ella aparecen individuos que presentan el carácter dominante e
individuos que ostentan el recesivo, en la proporción de tres a uno (principio de la
segregación).
Ley de la herencia independiente de los caracteres. Cada uno de los caracteres
hereditarios se transmite a los descendientes con absoluta independencia de los demás,
como si éstos no existiesen. Para demostrarla, Mendel cruzó dos variedades de guisante
que diferían en dos caracteres: forma de la semilla y color de los cotiledones. La
descendencia resultante de la unión de estos gametos presentó las siguientes
proporciones: semilla lisa y cotiledón amarillo 9:16, semilla rugosa y cotiledón amarillo
3:16, semilla lisa y cotiledón verde 3:16 y semilla rugosa y cotiledón verde 1:16. Lo que
confirma que los factores que determinan cada carácter se transmiten de modo
completamente independiente (principio de la recombinación).

Ahora bien, las leyes de la herencia sólo nos dicen cómo se transmiten los caracteres
desde los padres hasta los descendientes; pero no nos dicen cómo cambian. Para
explicar el cambio de estos caracteres y, por tanto, la posibilidad de que aparezcan
caracteres nuevos es necesario un concepto nuevo. Este es el concepto de mutación. Por
mutación se entiende cualquier cambio en el material genético, heredable y detectable,
no atribuible a segregación o recombinación, que se transmite a las células o individuos
mutantes. La mutación puede afectar a células somáticas, con lo que todas las células
descendientes de éstas la llevarán, pero la mutación muere con el individuo; y puede
ocurrir en una o más células germinales, que tienen capacidad de reproducir un
organismo completo, con lo que es probable que algún descendiente lleve el gen
mutado, perpetuándose la mutación. Es evidente que es este último tipo de mutación el
que tiene que ver con la evolución.

El concepto de mutación, tal y como se lo entiende hoy, fue introducido por el holandés
Hugo de Vries. De Vries sustituyó la noción de variación continua darwiniana por la de
variación discontinua o mutación. Según dicha concepción, en los seres vivos se pueden
distinguir dos clases de variaciones: unas llamadas modificaciones, debidas a factores
medioambientales; y otras, denominadas mutaciones, que poseen un origen más
complejo y que ocasionan perturbaciones genéticas. Las primeras no se transmiten y,
por tanto, no desempeñan ningún papel en la evolución; las segundas, actuando sobre
las células germinales, provocan cambios que se transmiten y originan las variaciones
de las especies.

Según el neodarwinismo sintético –la teoría actualmente más extendida sobre la


evolución– la selección no actúa sobre genes individuales cuando son creados por
mutación, sino sobre un conjunto de genes que constituyen el fondo de varibilidad de la
especie, constantemente reaprovisionado mediante mutación y recombinación genética.

Según Haldane la selección natural por sí sola puede producir cambios considerables en
una población heterogénea, pero es la mutación la que proporciona el material sobre el
que actúa la selección. Las diferencias entre especies son de la misma naturaleza que las
diferencias entre variedades. Éstas se deben en general a unos pocos genes y aquéllas
afectan normalmente a un número muy grande. Gracias a la selección natural se van
acumulando las variaciones favorables hasta llegar a constituir diferencias de grado
específico. Otras veces, la especie puede surgir bruscamente, pero siempre debe pasar
ante el tribunal de la selección.

La teoría sintética, aun cuando procede de Darwin y utiliza las mismas expresiones
darwinistas, ha cambiado, de hecho, el significado de casi todas las palabras, de tal
manera que lo que resulta es considerablemente distinto de lo que Darwin propuso.
1. “Variación debida al azar”. Darwin pensaba en la variación fenotípica. Con la
misma expresión, los neodarwinistas significan variación genotípica o mutación.
2. “Supervivencia del más apto”. Darwin argumentaba como si realmente tomase
“supervivencia” en el sentido que un organismo vive durante un largo período, y
la expresión “el más apto” para significar “el más capaz de llevar a cabo las
transacciones ordinarias de la vida”, tales como correr, recoger alimento, etc. El
significado que los neodarwinistas confieren a estos términos es, por completo,
diferente. Sustituyen “supervivencia” por “reproducción”; y con “el más apto”
significan “el más eficaz en contribuir con sus gametos a la siguiente
generación”. Así, toda consideración de habilidad para llevar a cabo los asuntos
ordinarios de la vida ha desaparecido en la teoría neodarwinista, siendo
enteramente reemplazado por el concepto de eficacia para la reproducción.

El quid quaestionis de las teorías darwinistas es la selección natural o la “supervivencia


del más apto”, la idea de que las especies pueden surgir por la diferente supervivencia
de las criaturas en su lucha por la existencia. La apreciación no era original de Darwin,
sino que la sugirió Malthus, para quien el crecimiento de las poblaciones orgánicas en
proporción geométrica y el de los medios de subsistencia en proporción aritmética
obliga a las especies a una lucha por la existencia, tanto entre individuos de la misma
especie, como entre especies del mismo género. En esta lucha sobreviven solamente los
más aptos, los que exhiben variaciones favorables. La preservación de las variaciones y
diferencias individuales favorables es obra de la selección natural.

La selección natural escoge automáticamente las mutaciones y combinaciones de genes


que favorecen a sus poseedores en la competición por la supervivencia, y durante el
transcurso de unas generaciones las incluye en la constitución hereditaria de la especie.
En consecuencia, los organismos van mejorando paulatinamente y quedan mejor
reajustados a las condiciones de su vida (J.S. Huxley, Evolution in action, Harper,
Nueva York, 1953, p. 31)

Si esto es así, al cabo de muchas generaciones, los caracteres con éxito aumentarán,
mientras que los ineficaces desaparecerán y, con suficiente tiempo, la población se
habrá modificado en respuesta a un medio ambiente cambiante. En esto radica la
denominada selección natural que conduce, de este modo, a la formación de nuevas
especies. La selección aparece, en síntesis, como resultado lógico de tres hechos básicos
de la vida:

Superpoblación: los animales y las plantas tienden a producir más descendientes que los
que pueden sobrevivir. La superpoblación entraña mortalidad.

Variabilidad: en toda especie existe diversidad de estructura y función corporal. Hay


diferencias de caracteres más o menos triviales, como el color de los ojos o del pelo,
pero existen también diferencias importantes, hasta el punto de que podrían condicionar
la supervivencia, como la agudeza visual en algunas especies.

Herencia: muchos caracteres del individuo pasan a su descendencia por transmisión


genética. De hecho, se considera que la mayoría de los caracteres están supeditados a la
Genética en mayor o menor extensión.
Estos tres factores interrelacionados dan como resultado la selección natural. Ahora
bien, la selección no es el único integrante del proceso evolutivo. Según la teoría
sintética, la selección natural y la mutación son conjuntamente responsables del proceso
que ha llevado los organismos primitivos a los organismos complejos de hoy día.

Las mutaciones ejercen un papel secundario, pero coadyuvante. Aparecen de manera


aleatoria, independientemente de que sean ventajosas o no a sus poseedores, aunque su
carácter azaroso está contrarrestado por la selección natural, que preserva y multiplica
las mutaciones útiles y elimina las dañinas. Ambos elementos, selección y mutación, se
concitan y coimplican en el fenómeno evolutivo, son ingredientes necesarios de la
evolución, según la teoría sintética: sin mutaciones, la evolución no podría acaecer,
puesto que no habría variantes que la selección pudiera escoger; pero, sin la selección,
el proceso aleatorio de la mutación llevaría a la desorganización y a la extinción, puesto
que, por ser aleatorias, la mayoría de las mutaciones son desfavorables. La selección
natural se constituye, por tanto, como un proceso determinístico, capaz de engendrar el
orden que se aprecia en la naturaleza, conservando y transmitiendo las mutaciones
favorables. Como éstas son pocas y muy pequeñas, hace falta que transcurran enormes
períodos de tiempo para que lleguen a producirse cambios notables en las especies.

7.1 La crisis del neodarwinismo


En los años 60, profesores del MIT demostraron, mediante cálculos estadísticos, que si
los organismos vivos hubiesen elegido ciegamente entre el gran número de
posibilidades existentes, a través de los mecanismos postulados por la teoría sintética, la
probabilidad de existencia para la mayor parte de los seres vivos hoy sería nula; esto
suponía –según estos científicos–, una refutación general al mecanismo evolutivo
neodarwinista basado en el binomio azar-selección natural.

En respuesta a estos trabajos, Jacques Monod afirmó en El azar y la necesidad, que los
seres vivientes son estructuras dotadas de propiedades particulares: invarianza
reproductiva y teleonomía (son estructuras en apariencia finalistas). Sin embargo,
Monod critica todas las explicaciones globales teleológicas y animistas que suponen una
alianza entre el hombre y la Naturaleza, como también las reivindicaciones procedentes
del cientificismo (religiones, antropocentrismo teilhardiano, materialismo dialéctico de
los marxistas).

Para Monod, las propiedades de lo viviente deben explicarse a partir del azar que reina
en el nivel microscópico, y ser compatibles con el segundo principio de la
Termodinámica. El azar interviene igualmente a nivel del patrimonio genético y el ADN
asume el papel del vínculo entre invarianza y teleonomía.

Monod confía en la selección natural de Darwin completada por el descubrimiento del


ADN que, «sacado del reino del puro azar, entra en el de la necesidad, el de las más
implacables certezas» (p. 119). El problema del origen de las especies se convierte en
“el mayor problema” de “el origen del código genético y del mecanismo de su
traducción”. Monod sostiene que sólo el azar está en el origen de toda novedad
evolutiva y es, por tanto, el responsable de toda creación orgánica:

Sólo el azar está en el origen de toda novedad, de toda creación en la biosfera. El


puro azar, el único azar, libertad absoluta pero ciega, en la raíz misma del
prodigioso edificio de la evolución: esta noción central de la biología moderna
no es ya hoy en día una hipótesis, entre otras posibles o al menos concebibles.
Es la sola concebible, como única compatible con los hechos de observación y
experiencia (p. 113)

El problema –y de ahí gran parte del impacto del libro de Monod– lleva directamente a
la cuestión sobre el origen de la vida, es decir, del código genético. Cualquiera que sea
éste, un tal estatus de azar despoja a la humanidad de toda significación trascendente.
Sin embargo, la ética no se halla en peligro porque el mismo conocimiento científico
descansa en imperativos morales que gozan del mismo rango que el de la objetividad. El
afán de superación y de trascendencia humana se encarna, según Monod, en un
socialismo humanista, que no es “socialismo científico marxista”, pero que deberá
perseguir el ideal de la objetividad científica.

Otro aspecto del neodarwinismo que ha sido atacado es la doctrina de la selección


natural. Las críticas contra ella provienen de la teoría neutralista de la evolución,
defendida por Motoo Kimura. Según Kimura, la mayor parte de las variantes genéticas
son neutras en sus efectos, no confieren ventaja ni desventaja al portador, y son capaces
de derivar por las poblaciones sin el estorbo de la selección. Ésta posee, por tanto, un
poder mucho menor que el que se atribuyen los neodarwinistas. Kimura no admite que
la selección sea la fuerza omnipotente de la evolución.

Ambas teorías, neodarwinismo y neutralismo, están de acuerdo en la existencia de la


selección negativa –forma de selección natural que actúa evitando que las mutaciones
desventajosas aumenten su frecuencia–. Las dos están de acuerdo en que algunas
mutaciones son desventajosas, y que la razón por la cual estas mutaciones no se
encuentran en las poblaciones naturales es que la selección negativa las evita. La
diferencia entre las dos teorías reside en cuál es la causa de los cambios evolutivos. El
neodarwinismo afirma que la evolución está dirigida por selección natural positiva. Por
el contrario, la teoría de la neutralidad de Kimura afirma que está dirigida por una
deriva al azar:

En mi opinión, la mayoría de los genes mutantes que sólo se detectan por medio
de las técnicas químicas de la genética molecular, son selectivamente neutros, es
decir, no tienen adaptativamente ni más ni menos ventajas que los genes a los
que sustituyen; a nivel molecular, la mayoría de los cambios evolutivos se deben
a la “deriva genética” de genes mutantes selectivamente equivalentes (M.
Kimura, “Teoría neutralista de la evolución molecular”, Libros de Investigación
y Ciencia, Barcelona, Prensa Científica, 1979-1987, p. 232)

La teoría de la selección natural ha sido criticada también, desde un plano


epistemológico, por Popper. Según Popper esta teoría es demasiado versátil. Su
versatilidad se resuelve en la incapacidad de ser sometida a verificación empírica,
porque, en principio, puede dar cuenta de muchas situaciones alternativas del mundo
vivo. En otras palabras, Popper censura la ambigüedad de la teoría de la selección
natural. A tenor de su formulación, sobrevirirán en esa lucha por la vida “los mejor
dotados” o “lo más fuertes”. Pero los organismos vivos son tan complejos, y también el
entorno en que se encuentran tan intrincado, que son muchos los aspectos en que
pueden basarse la apreciación de que un ser está “más adaptado” o “mejor adaptado”.
Esto significa que, para interpretar un mismo fenómeno, caben muy distintas opciones,
lo cual es poco científico. Y si se objeta que no es cierto que para interpretar un
fenómeno caben muchas opciones, sino que hay varias razones interrelacionadas que
explican un fenómeno, habrá que justificar por qué se dan a veces interpretaciones
contradictorias para fenómenos similares. Es más, la teoría es tautológica, no puede
demostrarse su falsedad y, por tanto, de acuerdo con el falsacionismo popperiano, no es
científica.

8. Teilhard de Chardin, una concepción


providencialista
Según Teilhard de Chardin, el Universo se ha ido desarrollando en distintas etapas hasta
formas las condiciones propicias para la aparición de los seres vivos. Surge así la esfera
de la vida que, a su vez, configura la base o el soporte del espíritu, inteligencia o nous y,
de este modo, nace el ser humano, que constituye la más perfecta expresión de la vida
sobre la Tierra. Ahora bien, con el surgimiento del espíritu, de la inteligencia y del ser
humano la evolución se orienta hacia su meta final, hacia “el Punto Omega”, que
constituye el logro de la plena espiritualización del ser humano dentro de la obra de
Dios.

La interpretación de Teilhard de Chardin supone una visión teleológica y


providencialista del mundo, es decir, que tanto el proceso evolutivo como su punto de
llegada estaban previstos y prediseñados por la omnisciencia divina; por consiguiente, la
evolución no es más que la realización del proyecto divino que orienta la marcha de la
naturaleza.

Se ha insistido frecuentemente en que la evolución, entendida de esta manera, no


constituye una concepción científica, sino una teoría metafísica y teológica en la que se
interpretan determinados datos físicos a la luz de la fe y de los contenidos religiosos.
Mas, Teilhard de Chardin niega esta interpretación y afirma que su teoría se encuentra
respaldada por las investigaciones paleontológicas y los hallazgos de las ciencias
geológicas.

9. Fundamentos de la evolución
9.1 Lucha por la existencia
Darwin tomó este concepto del libro de Malthus. Este autor califica como ley natural
«la tendencia constante de todos los seres vivos a multiplicarse más rápidamente de lo
que permite la cantidad de alimento de que disponen». Como consecuencia de ello, los
individuos de una especie luchan entre sí por la obtención de recursos limitados:
alimento, pareja sexual, espacio o territorio, ... Los más fuertes y adaptados sobreviven,
transmitiendo sus características hereditarias a la descendencia, mientras que los menos
aptos desaparecen en un periodo de tiempo más o menos largo. La lucha por la
existencia también se da contra individuos de otras especies y contra el entorno
ecológico).
9.2 Adaptación al medio
Todas las especies se esfuerzan por adaptarse al medio ambiente en el que viven, ya que
ello incrementa sus posibilidades de sobrevivir y reproducirse. Aquéllas que consiguen
una mejor adaptación aumentan sus probabilidades de perpetuarse con éxito, mientras
que aquellas otras que no consiguen adaptarse disminuyen sus posibilidades de
supervivencia y, por lo tanto, de reproducción.

9.3 Mutaciones genéticas


Se habla de mutación cuando se producen nuevas variantes hereditarias. El proceso
tiene lugar en la replicación del ADN durante la transmisión hereditaria, al surgir
alteraciones que convierten a las células hijas en diferentes de las parentales. En
general, se habla de dos tipos de mutaciones: la génicas, que alteran uno o muy pocos
nucleótidos de un gen, y las cromosómicas, que afectan al número o a la configuración
de los cromosomas. Según sea su frecuencia, se dividen en recurrentes (cuando las
mutaciones aparecen con una frecuencia determinada) y no recurrentes (si su aparición
es excepcional). Estas últimas apenas influyen en la evolución, al contrario que las
primeras ya que ellas sí pueden afectar a un número alto de individuos dentro de una
población. Las mutaciones beneficiosas son favorables para la selección natural y se
incrementan progresivamente de generación en generación. Las mutaciones pueden ser
debidas al azar o provocadas por factores externos.

9.4 Selección natural


Es el mecanismo más importante de la evolución. Darwin constató que existen
variaciones entre los individuos de una especie; unas que son útiles para los organismos
porque aumentan sus probabilidades de sobrevivir y reproducirse; y otras que son
perjudiciales, pues provocan el efecto contrario. Él mismo escribe: «esta conservación
de las diferencias y variaciones favorables de los individuos y la destrucción de las que
son perjudiciales es lo que yo he llamado selección natural». Darwin ignoraba, sin
embargo, los mecanismos hereditarios. Hoy sabemos que la selección natural debe
complementarse con las mutaciones genéticas para explicar el proceso evolutivo. Éste
consiste, en síntesis, en lo siguiente:

Cuando una mutación aleatoria favorece la adaptación de un organismo al medio


ambiente, se convierte en una característica ventajosa para la supervivencia de dicho
organismo. Como es lógico, aumentan sus posibilidades reproductoras, con lo cual la
mutación se transmite a los descendientes. Como éstos son favorecidos por la mutación
con respecto a los otros miembros de la población que no la poseen, sobrevivirán y se
perpetuarán con mayor facilidad, provocando así un desarrollo evolutivo dentro de esa
población. A la vez, y como fruto de la lucha por la existencia, los individuos menos
aptos irán desapareciendo al no gozar de las ventajas adaptativas de la mutación
genética.

La selección natural puede ser estabilizadora (cuando favorece los valores medios de
una población, penalizando los valores extremos) o direccional (cuando una población
evoluciona sistemáticamente en una dirección determinada, dando lugar a grandes
cambios genéticos).
9.5 Selección familiar
Uno de los más graves problemas de la teoría evolutiva era la explicación del
comportamiento altruista en numerosas especies, puesto que parecía contradictorio con
la lucha por la existencia de los individuos. Pero analizado convenientemente resulta
que no es así. Puesto que cada individuo comparte el 50% de los genes con sus
descendientes, la selección natural favorece las conductas altruistas en relación con los
hijos, siempre que el peligro de dicha conducta represente menos de la mitad del
beneficio que recibe por ella el descendiente.

Según R. Dawkins, el sujeto de la selección natural no es ni la especie ni el individuo,


sino el gen. Por lo tanto, son los genes los que luchan por la existencia, mientras que los
organismos no son más que sofisticadas máquinas de supervivencia fabricadas por los
genes con el objeto de perpetuarse. De esa manera, un gen, en virtud de su capacidad
replicadora a través de la herencia, se transmite de un cuerpo a otro durante un número
elevado de generaciones, mientras los individuos concretos que lo han portado
desaparecen. El altruismo sería, así, una forma encubierta de egoísmo. Puesto que los
parientes comparten entre sí un número elevado de genes idénticos, la selección natural
habría favorecido comportamientos altruistas en beneficio del parentesco, ya que se
obtendrían más posibilidades de supervivencia para los genes con este tipo de conducta
que con la contraria.

9.6 Especiación
La definición clásica de especie es: «el conjunto de organismos que pueden
reproducirse entre sí, pero no con individuos pertenecientes a otros grupos». Hoy
existen en la Tierra aproximadamente dos millones de especies. Todas ellas provienen,
por evolución, de un antepasado común. ¿Cómo se produjo esta diferenciación tan
extrema?

Según la tesis clásica del gradualismo, a través de un proceso en el que dos poblaciones
pertenecientes a una especie común divergen entre ellas hasta convertirse en especies
distintas. No es posible, pues, hablar de un momento concreto de separación, sino que se
dan gradualmente procesos intermedios de divergencia hasta la escisión definitiva. Sin
embargo, no todos los evolucionistas aceptan totalmente esta explicación.

Si las especies se caracterizan por su aislamiento reproductivo, preguntar por el origen


de las especies es preguntar por los mecanismos de aislamiento reproductivo entre
poblaciones. Se han propuestos dos teorías de especiación:

Teoría incidental: dos especies divergen genéticamente como consecuencia de la


adaptación a sus respectivos entornos. Poco a poco irán aumentando las diferencias
entre ellas hasta que sus acervos genéticos resulten tan diferentes que no sea posible la
generación de híbridos.

Teoría selectiva: considera el aislamiento reproductivo como un producto directo de la


selección. En el caso de que dos poblaciones estén ya genéticamente un tanto
diferenciadas, los híbridos estarán menos adaptados que los no híbridos. La selección
natural favorecerá directamente la evolución de mecanismos de aislamiento
reproductivo, puesto que genes que restringen la hibridación tienen mayor eficacia que
los que la favorecen o permiten.

10. El impacto filosófico y teológico


El darwinismo es una combinación de cinco teorías: 1) la evolución como modo de
desenvolverse la vida en el tiempo; 2) el origen común de las especies; 3) la
diversificación de estas especies por cambios genéticos y geográficos; 4) el gradualismo
del cambio evolutivo; 5) la selección natural (el cambio evolutivo se produce a través de
la producción abundante de variación genética en cada generación). Con estas cinco
teorías, Darwin desafió algunas de las creencias básicas de su tiempo. Cuatro de ellas
eran pilares del cristianismo: 1) la creencia en un mundo constante, 2) el carácter creado
de este mundo, 3) su diseño por un Creador sabio y benigno, 4) la posición única del
hombre en la creación; pero también había creencias de carácter puramente filosófico, y
no teológico: el planteamiento filosófico esencialista, la causalidad mecanicista de los
físicos y la creencia en causas finales o “teleología”.

Todas estas creencias han sido un pilar básico –durante siglos– del modo de vida
occidental; y, aunque algunas de ellas ya habían sido sometidas a crítica, esta crítica se
había considerado más como un ejercicio puramente intelectual que como algo que
afectase a la realidad profunda de las cosas; la teoría de la evolución, por el contrario,
atacaba todos los fundamentos del mundo occidental y, sobre todo, uno: el carácter
privilegiado del hombre dentro de la creación. Es más, al afirmar que todas las especies
existentes proceden, por evolución, de un tronco común, se atacaba directamente un
dogma fundamental del cristianismo: Dios, según el Génesis, había creado al hombre a
su imagen y semejanza. Desde Darwin, el hombre no es creado por Dios, sino fruto de
la evolución, y no está hecho a imagen y semejanza de Dios, sino que es el último
eslabón –hasta ahora– de una larga cadena; pero que sea el último eslabón no quiere
decir que sea distinto, sino uno más.

En resumen, la teoría de Darwin viene a destruir una imagen de la naturaleza


fundamentalmente estable y ordenada, querida por Dios, que sólo es inteligible en su
funcionamiento y evolución si se parte de la noción omnipresente de finalidad, de una
naturaleza en que la distinción de las especies es ontológica, una naturaleza cuya
“vejez” no supera unos cuantos milenios, una naturaleza en que el hombre ocupa un
lugar soberano y ontológicamente distinto, pues es el único ser vivo que tiene un alma
supranatural... Nada de todo eso resiste el potencial revolucionario del pensamiento
darwiniano, que subraya:

 El papel del azar: la contingencia es universal. Si la selección natural deja


triunfar al más apto, la superioridad de éste sólo tiene sentido en relación con un
medio, con condiciones de vida, por sí mismas no necesarias y que pueden
cambiar. Este cambio podría ser de tal índole que las formas de vida
aparentemente más elementales o rudimentarias resulten más aptas para
sobrevivir en el nuevo medio. La noción de “superioridad” no es absoluta.
 El estallido de los cuadros temporales: el ser vivo se temporaliza; incluso la
especie humana apareció en un momento determinado del proceso, y las leyes
de la selección natural que hoy actúan han actuado siempre. No hay por un lado
el tiempo del origen (la creación del mundo y las especies) y por otro lado el
tiempo posterior de la naturaleza creada y la historia humana. Hacia el pasado, el
tiempo se ahonda cada vez más vertiginosamente, pues se pasa de unos milenios
a una edad del mundo vivo que hoy se calcula en más de tres mil millones de
años. Pero también comienza a plantearse la cuestión relativa a un abismo
temporal futuro, lo que suscita interrogantes todavía más excitantes sobre el
porvenir del hombre: ¿qué será del hombre dentro de un millón, diez millones o
cien millones de años, puesto que el fin de los tiempos no parece que vaya a
producirse mañana?
 La uniformación del tiempo biológico y el geológico coincide con la extensión
ilimitada de la ciencia causal y mecanicista. Un acontecimiento es producido
por una causa que es un acontecimiento anterior, y no por una suerte de
atracción procedente de una finalidad o una situación futura.

La primera reacción de los teólogos fue de rechazo, por suponer que Darwin atacaba la
doctrina de la singularidad del hombre como creación máxima de Dios. En el caso de
los círculos protestantes se consideraba que atacaba también la extendida convicción de
que la Biblia era una fuente de información sobre el mundo natural.

Algunos teólogos propusieron más tarde considerar el darwinismo como una


concepción elevada del papel divino: el hombre sería algo singular, aunque parte de la
Naturaleza y producto de un proceso evolutivo.

En el campo filosófico el darwinismo afectó principalmente al punto de vista dominante


desde la época de Platón, el esencialismo, que afirma que los seres vivos están
compuestos por un número limitado de esencias invariantes, del que las manifestaciones
variables son meros reflejos incompletos.

Otra consecuencia fue el auge del materialismo. A este respecto son célebres las cartas
entre Marx y Engels a propósito de la obra de Darwin.

Spencer intentó formular la teoría evolutiva en términos que englobaran todas las
esferas de la existencia, más allá de la naturaleza orgánica, persiguiendo la reducción
del conocimiento a una ley suprema. Mecanicismo, unicidad del Universo, teoría
empirista del conocimiento, agnosticismo religioso son rasgos sintetizadores del
pensamiento de Spencer. Este darwinismo social pretende fundamentar biológicamente
las ciencias sociales. Desde una perspectiva conservadora trata de legitimar el
liberalismo económico y el primitivo capitalismo industrial.

Spencer realiza una biologización de la ética e intenta establecer leyes naturales de las
que inferir conclusiones morales o principios de conducta: los individuos mal adaptados
sufren las condiciones de su existencia, mientras que los mejor adaptados se aprovechan
de su superioridad. No hacen falta reformas sociales ni intervención del Estado, la
selección social actúa por sí sola.

El rasgo principal del darwinismo social de derechas o de izquierdas es utilizar todo tipo
de acotaciones más o menos emparentadas con la teoría de la evolución para ilustrar o
justificar un comportamiento social y legitimar la acción política.
Otra corriente del darwinismo social se vinculó al racismo. Destacan Houston Stwart
Chamberlain, Alfred Rosenberg o el mismo Hitler.

Haeckel englobó darwinismo y organicismo. El ser humano no podría escapar de los


condicionamientos biológicos, y no respetar la selección natural conduciría a la
decadencia de la humanidad. Propuso luchar contra la desviación social mediante la
selección artificial.

En otra línea política se encuentra Kropotkin, que usa la obra de Darwin como
fundamento de su ética libertaria: las especies que prosperan y perduran son las que
recurren a la cooperación y a la ayuda mutua.

Nietzsche también utilizará conceptos como “derecho de los fuertes” y otros. Aunque la
evolución no se cumple en la sociedad, dado que no son siempre los fuertes quienes
triunfan, y ello se debe a la nefasta influencia del cristianismo, que considera iguales a
los débiles y a los fuertes.

Bergson llegó al evolucionismo progresivamente y creó una versión relativamente


original, rechazando el mecanicismo y admitiendo un finalismo parcial. El tiempo trae
novedad y perfeccionamiento, permite que el universo evolucione. Las dos líneas
básicas de la evolución son la de los insectos y la de los vertebrados, ésta última
continúa su desarrollo hasta llegar al hombre. El hombre es el término y la finalidad de
la evolución.

10.1 Etica y biología


Cabe hacerse una pregunta: la capacidad para crear y adecuarse a códigos morales, ¿es
un rasgo distintivo de la naturaleza humana?. Hay tres teorías al respecto:

1. La que considera que la ética es un producto de la evolución


2. La que propone que la evolución ha de guiar el desarrollo futuro de las ideas
éticas. Es el caso de Spencer, E. Wilson. Ambos incurrirían en la falacia
naturalista, pueden explicarse conductas, pero no dictarse
3. La que sugiere que las ideas éticas afectan al curso futuro de la evolución. Lo
que afecta al hombre el mecanismo de la evolución se ha transferido al nivel
social. El futuro de la evolución orgánica, y no sólo la cultural, dependerá en
buena medida de la actuación del ser humano.

10.1.1 La evolución de la ética

Nuestras capacidades morales y nuestras ideas morales han evolucionado según un


proceso que forma parte del proceso general de la evolución o, al menos, es análogo al
proceso general de la evolución. En un sentido, esto es obviamente verdadero, pues
nuestras ideas morales son hoy, efectivamente, distintas a muchas de las existentes, por
ejemplo, en la península en el siglo XII de nuestra era. Ahora bien, en tanto que obvio,
esto no explica nada. Estamos, en este caso, usando el término “evolucionado” como
sinónimo de “desarrollado”.
Sin embargo, hay otro sentido mucho más interesante de esta expresión. Es aquel según
el cual la capacidad moral humana es un producto de la evolución. Esto es lo que
afirmaba Darwin en su obra Descent of Man. Los psicólogos modernos también
explican nuestra capacidad moral desde un punto de vista evolutivo, aunque ligeramente
distinto al de Darwin. Los psicólogos modernos no intentan ver si la selección natural
ha sido el medio por el que las facultades morales se han desarrollado. En lugar de ello,
han construido teorías que muestran cómo nuestras capacidades morales están
constituidas a partir de otras facultades mentales como el amor y el miedo, en respuesta
a los estímulos de la familia y del medio social más amplio.

Las teorías de filósofos anteriores a Darwin mostraban que el hombre desarrolla sus
capacidades morales a partir de sentimientos y deseos de los que todos los seres
humanos están naturalmente dotados. A esto Darwin añadió tres cosas:

1. sugirió que los impulsos sociales iniciales que constituyen la base sobre la que
se edifica la conciencia se encuentran también en los animales;
2. sugirió que la selección natural probablemente ha constituido un factor causal
importante en el desarrollo de los “instintos sociales”. Un individuo de instintos
sociales fuertes es menos probable que sobreviva que un individuo egoísta
atento a salvar su pellejo, y por ello es menos probable que deje descendencia
que herede sus instintos. Pero debido a que su tipo de conducta contribuye más
al bienestar del grupo, podría ser alabado por sus semejantes y el aprecio de sus
cualidades haría que otros las emularan y estimularan esta emulación en sus
crías. Un aumento de tales cualidades en un grupo por la fuerza del ejemplo
daría al grupo mayor valor de supervivencia que el de grupos cuyos miembros
actuaran sólo para su bienestar social;
3. Darwin pensaba que las cualidades de la mente y de la conducta adquiridas por
ejemplo, y por educación, se transmiten por herencia a los hijos.

Los dos primeros puntos parecen verdaderos; el tercero es, obviamente, falso.

10.1.2 Ética evolutiva

La tesis de que un estudio de la evolución puede enseñarnos lo que hay que considerar
bueno no se encuentra en las obras de Darwin; sin embargo, sí que influyeron en otros
autores. Los intentos del XIX de basar la ética en la evolución fueron criticados por T.H.
Huxley. La idea fundamental de la ética evolutiva es que, lo mismo que las especies que
surgen después en el tiempo están más perfeccionadas que las que surgieron antes, lo
mismo se puede aplicar a las normas morales. A esta tesis, T.H. Huxley objeta lo
siguiente:

Los defensores de lo que denominamos la “ética de la evolución”, si bien


“evolución de la ética” expresaría mejor el tema de sus especulaciones, aducen
un número de hechos más o menos interesantes y de argumentos más o menos
sanos a favor del origen de los sentimientos morales, del mismo modo que de
otros fenómenos naturales, por un proceso de evolución. Por mi parte, dudo
poco de que se encuentren en el buen camino; pero como los sentimientos
inmorales no han evolucionado menos, hay, hasta ahora, la misma sanción
natural para los unos que para los otros ... La evolución cósmica puede decirnos
cómo pueden haberse producido las buenas y las malas tendencias del hombre;
pero, en sí misma, no puede darnos ninguna razón mejor de las que teníamos de
por qué lo que llamamos bien sea mejor que lo que llamamos mal.

Nadie cree que las cosas mejores precisamente por ser posteriores y que la
resaca de la borrachera sea preferible a la juerga, por venir a la mañana
siguiente. ¿Por qué, pues, hay que suponer que la dirección de la evolución
pueda constituir una guía para la ética?

Una razón pudiera ser que “más evolucionado”, a diferencia de “posterior”, incluye la
idea de superior, de más alto en una escala de valores. Pero, ¿qué criterio de evaluación
se aplica, de hecho, al afirmar que un organismo es “superior” en la escala evolutiva a
otro? A primera vista pudiera parecer que los resultados naturales del proceso de la
evolución facilitan el criterio. Pues la selección natural se traduce en “la supervivencia
del más apto” y es fácil suponer que “más apto” significa “mejor”. Así sería si
pensáramos en lo que es más apto para sobrevivir. Pero en tal caso la supervivencia del
más apto no significa más que la supervivencia del más capaz de sobrevivir, pero no del
“mejor”. Es más, la supervivencia como tal no basta para captar nuestra simpatía. No
vemos con ninguna simpatía los esfuerzos del virus de la gripe para sobrevivir y
multiplicarse.

Una gran capacidad de una función no va necesariamente de la mano con un elevado


valor ético. Los criterios de evaluación ética no dependen del desempeño de ninguna
función específica. Decir que un hombre es bueno no es encomiarlo por los mismos
criterios que se utilizan al decir que es un buen superviviente.

El jardinero que cultiva un trozo de tierra trabaja oponiéndose al estado de la naturaleza,


eliminando malas hierbas que, en otro caso, ganarían en la lucha natural por la
existencia. Huxley acepta que el hombre, y lo que el hombre hace, forma parte de la
naturaleza. ¿Por qué, pues, la lucha entre el jardinero y las malas hierbas no debe
considerarse una parte del proceso evolutivo general de selección natural? Justamente
porque el proceso de selección natural no es un proceso de selección propiamente
hablando. Darwin mismo insistió en que usaba el término “selección” en sentido
metafórico, ya que no implica una selección consciente. El jardinero, a diferencia de las
malas hierbas y otras plantas, posee un propósito: asegurar la supervivencia de las
plantas que le gustan o necesita. Si cesa en sus esfuerzos, el proceso natural reanudará
su curso y las malas hierbas invadirán el jardín. El jardinero selecciona ciertas
variedades de plantas para que sobrevivan. En cambio, la selección natural deja
sobrevivir las variedades que son más fuertes que sus competidoras.

En conclusión, según Huxley los principios de la ética se oponen completamente al


principio de selección natural:

La práctica de lo que es éticamente mejor (de lo que llamaremos bondad o


virtud) implica una conducta que, en todo respecto, se opone a lo que conduce al
éxito en la lucha cósmica por la existencia ... su influencia está dirigida no tanto
por la supervivencia del más apto, como por el ajuste del mayor número posible
para sobrevivir...
Comprendamos, de una vez por todas, que el progreso ético de la sociedad
consiste, no en imitar el proceso cósmico, todavía menos en huirlo, sino en
combatirlo (T.H. Huxley y J. Huxley: Evolution and Ethics)

Esta conclusión de T.H. Huxley ha sido combatida por C.H. Waddington y J. Huxley.
Waddington se opone al veredicto de T.H. Huxley de que el perfeccionamiento ético
esté en contra de la evolución:

Hemos de aceptar la dirección de la evolución como buena simplemente porque


es buena según toda definición realista de tal concepto. Definimos los principios
psicológicos como coacciones psicológicas actuales derivadas de la experiencia
de la naturaleza de la sociedad; afirmamos que la naturaleza de la sociedad es tal
que, en general, se desarrolla en cierta dirección; pues bien, los principios éticos
que ayudan al movimiento en tal dirección son, de hecho, los adoptados por tal
sociedad (Waddington, C.H. and others, Science and Ethics, London, Allen and
Unwin, 1942, p. 18)

Por su parte, J. Huxley, nieto de T.H. Huxley, está en desacuerdo con la contradicción
establecida por T.H. Huxley entre la dirección del progreso ético y el curso de la
evolución natural.

T. H. Huxley opinó, hace cincuenta años, que hay una contradicción fundamental entre
el proceso ético y el proceso cósmico:

Actualmente, creo que la contradicción puede resolverse, por una parte,


extendiendo el concepto de evolución hacia atrás, hacia lo inorgánico y hacia
delante hacia el dominio de lo humano, y, por otra parte, considerando la ética
no como un cuerpo de principios fijados, sino como un producto de la evolución
y en evolución él mismo (T. H. Huxley y J. Huxley, o.c.)

J. Huxley aplica el término “evolución” para cubrir tres fases del desarrollo: primera, la
del mundo orgánico; segunda, la de las especies biológicas; y tercera, la de las
sociedades humanas. Sólo en la segunda de estas fases el agente de la evolución es el
proceso darwinista de la selección natural. La primera fase de la evolución fue seguida
de la segunda cuando la sustancia se transformó en organismo autorreproductor, y la
segunda fase fue seguida de la tercera cuando la sociedad se hizo autorreproductora.
Sucedió así mediante el pensamiento y el lenguaje que permite que el producto de la
experiencia se maneje en la tradición y educación.

Lo común a estos dos saltos evolutivos es que cada uno implica el surgimiento de un
tipo de autorreproducción, y ello a pesar de que las causas de ambos saltos son
diferentes. Por tanto, la conexión entre la evolución y los criterios de la ética nada tiene
que ver con el proceso darwinista de selección natural.

¿Cómo se produce esta conexión? Las ideas éticas del hombre tienden a estar
determinadas por factores psicológicos y sociológicos. Sin embargo, podemos aprender
a luchar contra nuestros prejuicios y a encontrar criterios externos para la validez de
nuestro sentido moral.
Si observamos el proceso de la evolución podemos observar dos cosas: 1) la dirección
general de la evolución va desde lo menos a lo más complejo y, en consecuencia, está
produciendo continuamente nuevas formas de existencia; 2) como este proceso de
evolución incluye, en su última fase, las cosas que nosotros valoramos muy en alto,
podemos decir que la dirección del proceso va desde lo que tiene poco o ningún valor a
lo que tiene más valor. La conclusión de J. Huxley parece ser que, como el proceso de la
evolución en su conjunto ha conducido a resultados en los que lo bueno predomina
sobre lo malo, podemos inferir que, en su mayoría, los cambios dentro del proceso
conducen preferentemente a resultados buenos y no a malos.

10.1.3 Evolución ética

Según J. Huxley, la ética puede ayudar a determinar el curso de la evolución en su fase


actual, la tercera.

Sólo por la evolución social la materia del mundo puede realizar ahora
posibilidades realmente nuevas. La interacción mecánica y la selección natural
seguirán operando, pero se harán de una importancia secundaria. Para bien o
para mal, el mecanismo de la evolución se ha transferido al nivel social o
consciente...

Y a medida que el mecanismo de evolución cesa de ser ciego y automático y se


hace consciente, la ética puede inyectarse en el proceso evolutivo. Antes del
hombre el proceso era meramente amoral. Después de haberse elevado al nivel
más alto de la vida se ha podido introducir en la evolución la fidelidad, el valor,
la veracidad, la bondad, en una palabra, el propósito moral (o.c.)

10.1.4 La ética, atributo humano universal

La ética es un atributo humano universal. Los hombres tienen valores morales, es decir,
aceptan normas con arreglo a las cuales pueden decidir si su conducta es buena o mala,
recta o no, moral o inmoral. Los sistemas y normas morales varían de un individuo a
otro, de una cultura a otra, pero en todas las culturas los hombres adultos forman juicios
de valor moral.

El carácter universal de la capacidad ética surgiere que su fundamento está en la


naturaleza humana misma y, por ello, que es un producto de la evolución biológica. Sin
embargo, su carácter específico, es decir, el que se trate de un atributo exclusivo de la
humanidad, sugiere que la capacidad ética ha aparecido muy recientemente en la
evolución.

¿Hasta qué punto puede decirse que la ética es un atributo natural, determinado por la
constitución genética de los seres humanos? Los puntos de vista difieren de unos
autores a otros: para unos, los valores éticos son naturales, mientras que, según otros,
los valores éticos o están establecidos por la sociedad humana con el fin de facilitar la
convivencia social o se derivan de las creencias religiosas. Cuando se plantea la
cuestión de si la ética está determinada por la naturaleza biológica humana, la cuestión a
discutir puede ser una u otra de las dos siguientes: 1) ¿está la capacidad ética de los
seres humanos determinada por su naturaleza biológica?, 2) ¿están los sistemas o
códigos de normas éticas determinados por la naturaleza biológica humana?.
La noción de que los hombres sean “seres éticos por naturaleza” no es nueva:
Aristóteles y otros filósofos mantenían que la capacidad ética es natural, está enraizada
en la naturaleza humana; el hombre no es sólo homo sapiens, sino también homo
moralis. Pero la evolución biológica añade una nueva dimensión al problema, nos
provee con una nueva perspectiva desde la cual se puede considerar la cuestión. La
evolución biológica es un proceso gradual: ¿cuándo y cómo surge la capacidad ética en
la evolución y por qué se da en los seres humanos pero no en otros animales?

Parece que la cuestión de si la capacidad ética está determinada por la naturaleza


biológica, es decir, de si la propia constitución genética de los seres humanos hace
necesario que éstos emitan juicios morales, debe resolverse de manera afirmativa. Los
hombres poseen capacidad ética como un atributo natural, son seres éticos, porque su
naturaleza biológica determina con ellos la presencia de las tres condiciones necesarias
y, juntamente, suficientes para que se dé en ellos el comportamiento ético. Tales
condiciones son: a) la capacidad de prever las consecuencias de las acciones propias; b)
la capacidad de formular juicios de valor, es decir, de evaluar las acciones (o los
objetos) como buenos o malos, deseables o indeseables, y c) la capacidad de elegir entre
modos alternativos de acción.

10.2 El problema de la teleología


Los objetos animados parecen tener una función. Los organismos que tienen
características identificables con procesos adaptativos, algo frecuente en biología,
suelen describirse con expresiones aparentemente teleológicas, pero eso presupone la
existencia de un plan predeterminado de algún agente externo o creador divino.

La cuestión de por qué utilizan los biólogos un lenguaje teleológico ofrece respuestas
variadas, pero siempre se afirma que la biología exige modelos finalistas, puestos que
los biólogos, a diferencia de los físicos, se ocupan de objetos que se asemejan a modelos
intencionales.

El filósofo o epistemólogo sigue mostrándose incómodo, puesto que las explicaciones


teleológicas se asociaron en el pasado a la doctrina de las causas finales, y porque a
menudo invocan implícitamente la presencia de propósitos u objetivos como factores
causales de los procesos naturales.

E. Nagel ha propuesto considerar los enunciados teleológicos como abreviaturas o


argumentos resumidos que no implican explicaciones realmente finalistas. Los
enunciados aparentemente finalistas pueden adaptarse al modelo deductivo.

Señalaremos por último el problema de la ortogénesis, o progreso evolutivo orientado


en dirección ascendente. Los biólogos hablan a menudo de “progreso evolutivo”, pero
por ello no entienden habitualmente “dirección ascendente”. El cambio evolutivo no
implica progreso, puesto que no pueden producirse cambios que, para una especie
determinada, no supongan progreso.

10.3 La teoría de la evolución y la religión


10.3.1 La teoría de la evolución y las pruebas de la existencia de Dios
Las visiones predarwinianas del mundo se pueden caracterizar como un mapa global de
las cosas, desde su cúspide hasta su base. A menudo se describe como una escalera;
Dios se encuentra en la cúspide, con los seres humanos un peldaño o dos por debajo
(dependiendo de si los ángeles forman parte o no del esquema). En la base de la escalera
se encuentra la nada o tal vez el caos o tal vez la materia inerte e inmóvil. La escalera es
como una gran cadena de seres que se puede representar según el siguiente esquema:

Según esta visión del mundo, todas las cosas encuentran su lugar en uno u otro nivel de
la pirámide cósmica, incluso la vacía nada, el último fundamento. No toda la materia
está ordenada, alguna se halla en estado de caos; sólo alguna materia ordenada se
encuentra también diseñada; sólo algunas cosas diseñadas tienen también mentes y,
naturalmente, sólo una mente es Dios. Dios, la primera mente, es la fuente y explicación
de todas las cosas por debajo de él.

El mundo es un mundo ordenado; ahora bien, este orden no es un orden no es un mera


regularidad, sino que más bien es un diseño, obedece a un telos. Ahora bien, si este
orden tiene un fin, debe haber algún ser supremo que imponga este fin, y este ser
supremo es Dios. Éste es el sentido de la quinta vía de Sto. Tomás. Según Sto. Tomás,
todas las operaciones de los cuerpos naturales tienden hacia un fin, aún cuando carezcan
en sí mismos de conocimiento. La regularidad con que alcanzan su fin muestra bien a
las claras que no llegan a él por azar, y esta regularidad no puede ser más que
intencional y querida. Puesto que carecen de conocimiento, es preciso que alguien
conozca por ellos, y a esta inteligencia primera, ordenadora de la finalidad de las cosas,
llamamos Dios. La idea es que vemos orden y propósito en todo lo que es. “Por lo tanto,
existe un Ser Inteligente que dirige las cosas naturales a su finalidad y orden, y este Ser
es Dios”. En esta prueba se presupone el axioma de que todo lo que está ordenado es
racional.

La quinta vía se toma del gobierno del mundo. Vemos, en efecto, que cosas que
carecen de conocimiento, como los cuerpos naturales, obran por un fin, como se
comprueba observando que siempre, o casi siempre, obran de la misma manera
para conseguir lo que más les conviene; por donde se comprende que no van a
su fin obrando al acaso, sino intencionadamente. Ahora bien, lo que carece de
conocimiento no tiende a un fin si no lo dirige alguien que entienda y conozca, a
la manera como el arquero dirige la flecha. Luego existe un ser inteligente que
dirige todas las cosas materiales a su fin, y a éste llamamos Dios.

Este argumento quedó invalidado a partir de Darwin (esto, por supuesto, no quiere decir
que se haya demostrado que Dios no existe). Lo que nos enseña la teoría de la evolución
mediante la selección natural es que podemos llegar a un orden mediante el azar; que
podemos llegar a un orden sin que haya un ordenador. En efecto, la teoría de la
evolución por medio de mutaciones y selección natural nos dice que las mutaciones se
producen por azar, y es el azar el que determina qué mutaciones son ventajosas y cuáles
perjudiciales para sus poseedores. Ahora bien, mediante este proceso azaroso “la
naturaleza ha conseguido” estructuras tan ordenadas como un pájaro o un ser humano;
por tanto, no es necesaria la intervención de Dios; o, al menos, no lo es en el sentido de
la quinta vía de Sto. Tomás; de donde se sigue que la quinta vía no demuestra la
existencia de Dios, pues hemos sido capaces de encontrar orden sin que Dios tenga que
intervenir para nada.
Para mostrar que podemos conseguir orden simplemente mediante el azar, Dennett usa
el siguiente ejemplo: supongamos un torneo de tenis en donde los partidos se deciden
lanzando una moneda al aire. Quién sea el ganador de un partido es una cuestión
totalmente azarosa (suponiendo que la moneda no está trucada, y que no se hace ningún
otro tipo de trampa). Del mismo modo es algo totalmente dependiente del azar quién
ganará el torneo. Pero podemos asegurar, sin temor a equivocarnos, que al final habrá
un ganador. Por tanto, en este torneo, donde sólo interviene el azar, hay también un
orden, aunque no hay un ordenador. Podría objetarse que aquí no se tienen en cuenta las
cualidades tenísticas de los competidores, y que el ganador, que lo es simplemente por
suerte, no tiene por qué ser el mejor tensita. Pero esto es, precisamente, lo que afirma la
teoría de la evolución. Parece ser que el hombre es, hasta ahora, el ganador en este
juego, pero ¿no lo es simplemente por azar? Podemos afirmar, sin miedo a
equivocarnos, que si el medio hubiera sido otro (si hubiera salido otra moneda) el
hombre no habría ganado. Parece ser que los datos acumulados apoyan esta conclusión
y que, por tanto, el argumento de Tomás era erróneo, pues podemos conseguir orden sin
ordenador.

10.4 Evolución y epistemología


En el siglo XX, sobre todo a raíz de la caída en descrédito de la filosofía del positivismo
lógico han surgido dos enfoques nuevos de considerar la epistemología partiendo de un
punto de vista evolucionista.

El primero de ellos intenta dar cuenta del cambio de teorías y del progreso en la ciencia
utilizando la evolución de las especies orgánicas como una analogía de la que pueden
obtenerse recursos explicativos iluminadores. Las teorías científicas (en el caso de
Popper) o las disciplinas científicas integradas por diversas poblaciones conceptuales
(en el caso de Toulmin) desempeñarían el papel de las especies orgánicas, mientras que
la crítica racional y los intentos rigurosos de falsación (Popper) o la aceptación de la
élite de la comunidad científica (Toulmin) ejercerían el mecanismo de selección. El
conocimiento en general, y la ciencia en particular, ya no se conciben como un proceso
simplemente acumulativo, en donde es solamente la mayor cantidad de potencial
explicativo lo que explicaría el que prefiramos una teoría científica a otra; a partir de
Popper es, más bien, el éxito en la lucha por la existencia. La labor de los científicos no
es demostrar que nuestras teorías son verdaderas, sino intentar demostrar que son falsas.
En este intento de falsación sólo sobreviven aquellas teorías que mejor pueden resistir a
los intentos de crítica; estas teorías son las mejor adaptadas en la lucha por la existencia
y, por tanto, son las mejores. El caso de Toulmin es muy parecido. Una teoría científica
tiene éxito en tanto en cuanto hay científicos dispuestos a defenderla. Ahora bien, en un
mundo en competencia, donde los científicos no sólo compiten por alcanzar el
conocimiento, sino también por alcanzar recursos económicos que les permitan llevar a
cabo sus proyectos de investigación, sólo sobrevivirán aquellas teorías científicas cuyos
defensores estén más capacitados para conseguir tales recursos. En este sentido, las
teorías que sobreviven no son, necesariamente, las que son “más verdaderas”, sino
aquellas cuyos defensores mejor saben desenvolverse en un mundo en competencia.

El segundo enfoque (denominado bio-epistemología o, también, epistemología


naturalizada) no trata de explicar el modo en que se produce el cambio de teorías o el
desarrollo del conocimiento usando la analogía evolucionista. Lo que pretende es
averiguar las bases evolutivas de las capacidades perceptivas y cognitivas de los
humanos, entre otros seres vivos. Por mucho que su historia sea también la historia de la
separación mediante la cultura del suelo natural sobre el que se asentó su origen, los
seres humanos no son extraños a la naturaleza. Como cualquier otro ser vivo son el
producto de un proceso evolutivo de adaptación al medio; es decir, son el resultado de la
selección natural que el ambiente ha ejercido sobre ellos a partir de las variaciones
azarosas de su dotación genética. Y para los epistemólogos evolucionistas sus
capacidades y mecanismos cognitivos no pueden ser considerados como algo aparte de
este hecho natural.

Somos, no sólo en nuestro fenotipo, sino hasta en nuestras actividades simples o


complejas, el efecto (y para algunos su mero medio de perpetuación) de las órdenes
expresadas mediante un código genético ínsito en las moléculas de ADN que forman
nuestros cromosomas. En la visión del ser humano que intenta fijar la epistemología
evolucionista de corte naturalista, el hecho de que éste sea un animal cultural no lo hace
menos dependiente de la biología, porque la cultura sólo es posible sobre la base de sus
peculiaridades como animal, esto es, del hecho singular de que el hombre ha dispuesto
de su inteligencia como el mejor instrumento de adaptación al medio. La tradicional
oposición naturaleza/cultura sería, por tanto, una dicotomía falaz cuando se la presenta
como una interacción de instancias divergentes o contrapuestas; pues las capacidades
cognitivas que posibilitan y generan la cultura se han formado evolutivamente, y si son
las que son y no otras posibles es porque la naturaleza determinó que era con esas y no
con otras con las que teníamos mejores oportunidades de supervivencia y reproducción.

¿Por qué nuestro subjetivo e innato espaciamiento de cualidades se acuerda tan


bien con los agrupamientos funcionalmente relevantes de la naturaleza, al punto
de hacer que nuestras inducciones tiendan a resultar correcta? [...]

Un cierto estímulo para el aliento lo hay en Darwin. Si el innato espaciamiento


de cualidades de la gente es un rasgo fundado en una combinación de genes,
entonces el espaciamiento que condujo a las inducciones de mayor éxito habrá
tendido a predominar a través de la selección natural. Las creaturas que marran
inveteradamente en sus inducciones tienen una patética, si bien encomiable,
tendencia a morir antes de reproducir su género (Quine, W.v.O., La relatividad
ontológica y otros ensayos, Madrid, Tecnos, 1986, pp. 161-2)

Konrad Lorenz, por su parte, pretende investigar la emergencia de los mecanismos


cognitivos complejos como producto de presiones y constricciones evolutivas. Al final
del proyecto encontraremos una historia natural del conocimiento que muestre la
profunda unidad de todos los sistemas vivos como sistemas que almacenan y procesan
la información del medio para preservar su propia estructura.

Konrad Lorenz señala que las ciencias biológicas del siglo XX han abierto un nuevo
camino para la epistemología: el conocimiento debe considerarse como un fenómeno
biológico producto de la evolución de los organismos. En el marco de la adaptación de
los organismos a su medio, encuentran acomodo, según Lorenz, los problemas
tradicionales de la epistemología normativa.

La perspectiva biológica nos lleva, según Lorenz, a una expansión del espectro de
sistemas cognitivos más allá del complejo de categorías que ocupa tradicionalmente a la
epistemología, que, tal vez, hayan caído en el pecado del provincianismo. Los
organismos dotados de sistema nervioso central deben ser objeto de reflexión
epistemológica, puesto que presentan los mismos problemas que el sujeto culturalmente
maduro, implícito en la epistemología tradicional, y lo que es más importante, avanzan
algunas posibles soluciones.

Los filósofos que defienden una epistemología evolucionista comparten, a pesar de sus
diferencias, las siguientes tesis:

1. Todos los sistemas vivos son sistemas negantrópicos que violan localmente el
segundo principio de la termodinámica: preservan su propia estructura
transformando la energía del medio. Hay una continuidad ontológica entre todos
los seres vivos que permite considerarlos como procesadores de información.
2. Los mecanismos propiamente cognitivos son sistemas funcionales producidos
por la presión de la selección natural. La selección natural ha operado
desarrollando una gradación de mecanismos de complejidad creciente, desde los
tropismos, hasta el aprendizaje cultural.
3. Hay una relación entre el desarrollo individual del organismo y la evolución de
la especie a partir de tipos anteriores de organismos. El desarrollo individual está
sometido a constricciones que derivan de los estadios de organización anteriores
que dejan huella en la forma de organización de los sistemas cognitivos.
4. La teoría de la evolución contiene elementos intrínsecamente normativos, como
son los de eficacia biológica y adaptación sobre los que descansa la parte
normativa de los conceptos epistemológicos.
5. Discusiones tradicionalmente epistemológicas, como la presencia de elementos
cognitivos a priori son analizables ahora empíricamente: cada especie tendría
sus propios elementos a priori.

Dentro de la epistemología naturalizada la línea más vigorosa es la epistemología


evolucionista, que ve al conocimiento humano como un resultado de un proceso
darwiniano de adaptación al medio. El conocimiento científico no queda excluido de
esta tesis general, y por ello los epistemólogos evolucionistas tienen a pensar en las
teorías científicas como el resultado de un prolongado (y sofisticado) proceso de
evolución cuyo origen está en la evolución natural.

La naturalización de la razón supone una nueva concepción filosófica del conocimiento


humano que tuvo sus orígenes en las propuestas de Quine. En opinión de quienes
defienden la epistemología naturalizada, la epistemología tradicional sigue planteando
preguntas que no pueden responderse. Se trata de preguntas como las siguientes:

a. ¿Cuáles son las bases, o los fundamentos últimos, de nuestras creencias sobre el
mundo externo?
b. Si los sujetos que conocen no tienen un acceso directo o inmediato al mundo
externo, ¿cuales son los criterios bajo los cuales se puede decidir que tienen
conocimiento del mundo externo, o que tienen creencias debidamente
justificadas?

La manera usual de plantear esta última pregunta desde la epistemología tradicional, así
como la forma en la que ésta sugiere que debe responderse, supone que los criterios son
absolutos, válidos para todo sujeto en cualquier contexto, en cualquier tiempo y en
cualquier lugar. La epistemología naturalizada, en cambio, niega que haya criterios
absolutos, intemporales y omniaplicables de cientificidad. No existen fundamentos
últimos ni criterios absolutos respecto al conocimiento científico. También niega que
pueda buscarse una fundamentación externa a la ciencia:

Si reconocer que las ciencias y sus métodos ofrecen el mejor conocimiento que
tenemos acerca del mundo, entonces lo que tenemos que preguntarnos no es
cuáles son las condiciones a priori que han permitido esto, sino dar una
explicación a posterior de cómo eso ha sido posible y por qué las ciencias y sus
métodos se han desarrollado de la manera en que lo han hecho (Martínez, S.,
Olivé, L., Epistemología evolucionista, México, Paidós, 1997)

Ello equivale a decir que la filosofía de la ciencia es una reflexión a posteriori sobre la
ciencia, y que debe tener en cuenta el carácter histórico de ésta.

Pero la propuesta de Quine iba más lejos, pues afirmaba que la epistemología
tradicional debía ser abandonada, sustituyéndola por la investigación científica en torno
al conocimiento humano, y en particular por la psicología.

Otro de los filósofos que más ha defendido la naturalización de la filosofía de la ciencia


es P. Kitcher. Retomando la oposición entre la concepción heredada y la concepción
semántica, el proyecto de Kitcher consiste en lo siguiente:

En lugar de pensar en la ciencia como una secuencia de teorías, y en las teorías


como conjuntos de enunciados, ofreceré una descripción multifacética del estado
de la ciencia en un momento dado. Además, trataré el crecimiento de la ciencia
como un proceso en el que entidades biológicas cognitivamente limitadas
combinan sus esfuerzos dentro de un contexto social. Poner firmemente al sujeto
que conoce en el trasfondo de la discusión de los problemas epistemológicos me
parece la marca de fábrica de la epistemología naturalizada. (Kitcher, P., The
Advancement of Sciencie, Nueva York, Oxford University Press, 1993)

La filosofía naturalizada de la ciencia insiste mucho en la importancia que tienen el


sujeto cognoscente y el modo en que dicho conocimiento surge y se transforma. Kitcher
distingue entre los estados cognitivos y las prácticas de dicho sujeto, tanto en su fase de
aprendizaje como cuando actúa como profesional. La ciencia no la hacen seres
lógicamente omniscientes, sino sistemas biológicos con cierto tipo de capacidades y
limitaciones. Por ello, hay que preguntarse por las características de dichos sistemas
cognitivos, por sus cambios de estado, por sus limitaciones y por sus metas e intereses a
la hora de investigar. En cuanto a sus prácticas, son muy diversas según los individuos,
pero aun así hay algo común: el consenso sobre esas prácticas. Kitcher subraya la
existencia de una fuerte componente social en la actividad científica, que se manifiesta
en las prácticas de los diversos científicos.

La epistemología evolucionista mantiene tesis del tipo siguiente:

La teoría evolucionista del conocimiento toma de las ciencias biológicas noticia de que
no sólo los órganos sensoriales, el sistema nerviosos central y el cerebro han surgido
evolutivamente, sino también por supuestos sus funciones: visión, percepción, memoria,
el conocer, el pensar, el hablar.

A partir de estas tesis, se aplica la teoría de la evolución para explicar la aparición del
conocimiento científico. Hay dos grandes tendencias. La primera, defendida por Popper,
Campbell y Toulmin, recurre a la metáfora evolutiva para explicar el cambio de teorías
y compara las especies con las teorías (Popper) o las disciplinas (Toulmin). La segunda,
defendida por Lorenz, Ruse y Vollmer, no se preocupa tanto del cambio de teorías, sino
de las bases biológicas y evolutivas del aparato sensorial y cognitivo de los seres
humanos. Estos últimos autores defienden la epistemología evolucionista, que es la
variante más fuerte de la epistemología naturalizada. De acuerdo con ella, el sistema
cognitivo humano es un producto de la evolución natural, por lo que los procesos y las
capacidades cognitivas han de ser consideradas, en último término, como un resultado
de la adaptación al medio. Ello tiene una consecuencia muy importante, que consiste en
relativizar la validez del conocimiento sensorial directo.

Una epistemología que supusiera la percepción visual como verídica no sería


compatible con el modelo evolucionista, a menos que tal epistemología fuera
también compatible con la evolución del ojo desde una serie de estadios previos
menos adecuados, hasta llegar a un gránulo de pigmento sensible a la luz
(Campbell, D.T., “Evolutionary Epistemology”, en P. Schilpp (ed.), The
Philosophy of Karl Popper, La Salle, Illinois, Open Court, 1974, pp. 413-463)

El lenguaje observacional ya no sólo depende de las diversas teorías e instrumentos


científicos que implementan el aparato sensorial humano, sino que está sujeto a una
dependencia mucho más originaria, que suele ser descrita por la teoría de la evolución.
La base empírica común a los seres humanos de la que hablaban los neopositivistas,
caso de existir, será relativa al proceso evolutivo de la especie humana y, por tanto, una
consecuencia de complicados procesos adaptativos. Después de esto, difícilmente puede
buscarse un fundamento para la ciencia en este tipo de conocimiento, a no ser que
aceptemos el carácter evolutivo e histórico del mismo. La epistemología evolucionista
ataca la línea de flotación epistemológica del empirismo lógico, y suscita el debate
sobre el relativismo. ¿Cómo afirmar, después de esto, que el mundo es como lo
percibimos?, ¿no habrá innumerables percepciones distintas de la naturaleza, tantas
como especies vivas se han adaptado a ella?

Según Vollmer,

No hay ninguna ley natural (y tampoco ninguna ley de la teoría evolucionista del
conocimiento) que afirme que la inteligencia y el conocimiento hubieran de
surgir [...] Pero la teoría evolucionista del conocimiento afirma que, bajo las
condiciones iniciales dadas, el conocimiento humano ha surgido según leyes
naturales. Ningún milagro fue necesario, ninguna intervención divina, ninguna
lesión de las leyes de la naturaleza (Vollmer, K., Was können wir wissen?,
Stuttgart, 1985, vol. I, p. 79)

Esto, en términos del programa estructura de filosofía de la ciencia, quiere decir lo


siguiente: la teoría darwiniana de la evolución (ed) es universalmente ED-teórica, y
desde luego es ED-teórica para la epistemología. Si para conocer las leyes naturales que
rigen los procesos evolutivos hemos de recurrir obligatoriamente, como es el caso, a un
sistema cognitivo cuya constitución ha estado regida por esas mismas leyes naturales
que queremos determinar, entonces los conceptos básicos de la teoría de la evolución
son T-teóricos para la epistemología y, en la medida en que la ciencia depende también
del sistema cognitivo de los seres humanos, lo son también para todas las teorías
científicas. Ello implica un reduccionismo evolucionista, reduccionismo que algunos
autores han intentado suavizar:

En cuanto naturales, todos los elementos que integran el sujeto cognoscente,


incluida por tanto la denominada “razón”, o bien son producto directo de la
evolución biológica, o bien están indirecta pero originariamente determinados
por ella. Como se ha observado, la teoría evolucionista del conocimiento afirma
que sólo la capacidad cognitiva es producto de la evolución biológica, no sus
adquisiciones; éstas son producto (directo), no de la evolución biológica, sino de
la cultural. Frente a la acelerada movilidad de la evolución cultural, la biológica
es prácticamente “invariable”; las diferencias entre las teorías de Aristóteles y
Newton, Euclides y Riemann, no son pues explicables mediante la evolución
biológica, y en este sentido tampoco mediante la teoría evolucionista del
conocimiento, pero sí todas estas teorías en lo que concierne a las comunes
condiciones reales de posibilidad (Pacho, J., ¿Naturalizar la razón? Alcance y
límites del naturalismo evolucionista, Madrid, Siglo XXI, 1995, pp. 94-95)

La epistemología evolucionista ha sufrido fuertes críticas. Así, Thagard, en un artículo


titulado “En contra de la epistemología evolucionista”, describía a ésta así:

El modelo neodarwiniano de la evolución de las especies consiste en la teoría de


Darwin de la selección natural sintetizada con la teoría de la genética del siglo
XX. Los ingredientes centrales del modelo neodarwiniano son la variación, la
selección y la transmisión. Las variaciones genéticas que ocurren en una
población son el resultado de mutaciones y de combinaciones mixtas de material
genético. Los individuos participan en una lucha por la existencia basada en la
escasez de comida, territorio y posibilidades de apareamiento. Por ello, es más
probable que los individuos con variaciones que les confieren cierto tipo de
ventaja ecológica sobrevivan y se reproduzcan. Sus características valiosas se
transmitirán genéticamente a sus descendientes.

La epistemología evolucionista presta atención al hecho de que la variación, la


selección y la transmisión son también características del crecimiento del
conocimiento científico. Los científicos generan teorías, hipótesis y conceptos;
sólo algunas de estas “variaciones” se consideran como avances respecto a ideas
ya existentes, y éstas son “seleccionadas”. Las teorías y los conceptos
seleccionados se transmiten a otros científicos por medio de revistas
especializadas, libros de texto y otros recursos pedagógicos. Las analogías entre
el desarrollo del conocimiento y el desarrollo de las especies son ciertamente
sorprendentes, pero sólo en un nivel superficial. Trataré de demostrar que la
variación, la selección y la transmisión de las teorías científicas difiere
significativamente de sus contrapartidas en la evolución de las especies
(Thagard, P., “En contra de la teoría evolucionista” en Martínez y Olivé, o.c., pp.
285-286
A continuación Thagard considera la primera componente teórica de los modelos
darwinianos, la variación, y afirma:

Las unidades de variación en las especies son los genes, y la variación se


produce por errores en el proceso mediante el cual los genes se replican. Puesto
que los cambios en los genes generalmente son independientes de las presiones
ambientales en el individuo, suele decirse que la variación genética es fortuita
[...] A diferencia de la variación biológica, la variación conceptual depende de
las condiciones ambientales [...] las innovaciones científicas son diseñadas por
sus creadores para resolver problemas reconocidos [...] es también común que
los científicos busquen nuevas hipótesis que corrijan los errores en ensayos
previos [...] Así, la generación de las unidades de la variación científica no
tienen ninguna de las tres características de la ceguera que Campbell describe
como distintiva de la variación evolucionista (o.c., pp. 286-287)

Con respecto al problema de la selección natural y de la selección de propuestas


científicas, Thagard afirma:

Las diferencias entre la selección epistemológica y la biológica surgen del hecho


de que la selección de teorías es llevada a cabo por agentes intencionales que
trabajan con un conjunto de criterios, mientras que la selección natural es el
resultado de tasas diferenciales de organismos que transmiten genes adaptativos.
La naturaleza selecciona, pero no de acuerdo con determinados criterios
generales. La naturaleza es totalmente pragmática, favorece cualquier formación
que sirva a un ambiente determinado [...] En contraste con lo anterior, la
selección de teorías y conceptos ocurre en el contexto de una comunidad de
científicos con fines definidos. Estos fines incluyen encontrar soluciones a
problemas, explicar hechos, alcanzar la simplicidad, hacer predicciones precisas,
etc. (o.c., pp. 289-290)

En resumen: en la evolución biológica no hay progreso, mientras que en la científica sí.


Por tanto, la segunda componentes de los modelos dawinianos tampoco se adecua a las
peculiaridades de la evolución de la ciencia.

Por último, compara la transmisión biológica y la epistemológica:

Un gen benéfico se replica en miembros específicos de una población, pero una


teoría exitosa se distribuye inmediatamente a la mayoría de los miembros de la
comunidad científica. La preservación se hace mediante publicaciones y
pedagogía, y no por un proceso que se asemeje a la herencia. La diseminación de
teorías exitosas es mucho más rápida que la diseminación de genes benéficos
(o.c., p, 291)

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