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IMPLICACIONES FILOSÓFICAS
1. El término “evolución”
El término “evolución” no aparece (o casi no aparece y sólo lo hace de manera no
significativa) en Lamarck (que habla de “transformismo”), ni en Darwin, que utiliza la
fórmula “descendencia con modificaciones”. Y es que el significado tradicional de la
palabra no convenía en absoluto a las nuevas ideas.
Estas concepciones consideran, por una parte, que todas las especies de seres vivos
fueron creadas de una vez para siempre y, en consecuencia, que son inmutables y, por
otra, que entre el ser humano y el resto de los seres vivos existe una separación
profunda y tajante; los humanos son seres absolutamente distintos.
La Escuela de Mileto es la expresión misma del genio jonio. Los pensadores milesios se
esforzaron en determinar “la única materia de la que salieron todas las cosas”. El
materialismo milesio está animado por la idea de una evolución lógica.
Para Anaximandro, el principio común de todas las cosas no es el agua, sino una
sustancia indeterminada, invisible, amorfa, de la que procede el agua y todos lo
elemento de la naturaleza. Este principio indeterminado es el caos. El mundo ordenado
–cosmos– proviene del caos. En lo que concierne al hombre y a su origen, este filósofo
tenía un punto de vista extremadamente moderno. Habiendo observado que al ser
humano, desde su infancia, le hace falta un largo período de cuidados y protección,
concluyó que si el hombre hubiese sido siempre como él lo veía no habría podido
sobrevivir. Era necesario, pues, que en otros tiempos hubiese sido diferente; tuvo que
evolucionar a partir de un animal que, más rápidamente que el hombre, hiciera su
camino solo.
Empédocles más tarde dijo que el hombre y los restantes seres vivos nacieron de la
tierra, habiéndose originado de miembros y órganos unidos al azar, con lo que habrían
surgido muchas combinaciones poco aptas, que fueron eliminadas, persistiendo sólo las
combinaciones más armónicas.
Aristóteles estaba firmemente convencido de que todos los seres naturales tienen a
alcanzar la perfección que les es propia. Esta convicción fundamental de que los seres
naturales tienden a alcanzar su propio estado de perfección surgió bajo la influencia de
sus estudios biológicos.
3.2 China
En China nunca creyeron en la inmutabilidad de las especies. Esto era consecuencia del
hecho de que nunca concibieron una creación especial, y ello a su vez ocurría porque no
imaginaban una creación ex nihilo por una deidad suprema. Por tanto, no había razón
para creer que diferentes géneros de seres vivos no pudieran transformarse fácilmente,
si se les daba tiempo suficiente.
Wang Chhung (en Lun Hêng [Discursos pesados en la balanza]) insiste en que el
hombre es un animal como los otros, si bien es el más noble de ellos, rechaza las
historias mitológicas sobre su nacimiento, pero no la generación espontánea. Además,
mantiene que todas las transformaciones, por extrañas que sean, son fundamentalmente
naturales, y habla de “mutaciones”, herencia genética, migraciones animales y
tropismos.
3.3 Roma
Lucrecio, autor de un poema filosófico De Rerum Natura, expone la teoría de la
concepción atomista y mecanicista del Universo. Lucrecio centra su obra en una
inmensa compasión hacia la humanidad angustiada, a la que quiere librar de las
preocupaciones de ultratumba. Del desarrollo del mecanismo ciego de la naturaleza
deriva para el alma una posible tranquilidad, una forma íntima y nueva de libertad.
Lucrecio da la tierra como matriz común a todo lo que vive. Lo mismo que la pluma, el
pelo o las sedas cubren los miembros de los cuadrúpedos y el cuerpo de las aves, así la
naciente tierra empezó por parir las hierbas y los arbustos; a continuación, mediante mil
procedimiento, dio a luz la numerosa cohorte de los seres vivos. La organización de los
cuerpos animales procede del azar que agrupó los átomos de una forma o de otra.
Además de la eliminación de monstruos no aptos para la vida, hubo en la historia de la
naturaleza destrucción de razas viables pero insuficientemente armadas o protegidas, ya
que todos los seres vivos luchan entre sí. Lucrecio hizo algunas observaciones
interesantes: la pluralidad de los mundos, el origen relativamente reciente de nuestro
universo, la aparición tardía del hombre entre los seres vivos constituyen otras tantas
teorías que lo acercan a nosotros.
Una raza de hombres vivió entonces, una raza de los más fuertes y digna de la dura
tierra que la había creado. Unos huesos más grandes y más fuertes formaban la
constitución de estos primeros hombres, su cuerpo tenía una armadura de fuertes
músculos, resistían fácilmente el frío y el calor, los cambios de alimentos y los ataques
de la enfermedad. Cuántas vueltas dio el sol a través del cielo mientras ellos llevaban su
vida errante de bestias salvajes (De Rerum Natura, libro 907-947)
No obstante, algunos Padres de la Iglesia, entre los que destaca Agustín de Hipona,
sostuvieron opiniones favorables a una cierta evolución cósmica antes de la creación del
hombre (hipótesis de la creación en potencia). Todas las obras de Dios, según San
Agustín, proceden de la unidad de la sustancia divina y son, por lo tanto, comunes a las
tres Personas divinas, el mundo fue creado de la nada y tiene como fin la manifestación
de la liberalidad y de la gloria de la Trinidad. Sin embargo, la creación no concierne a la
constitución de los entes singulares: Dios crea directamente la materia prima, que
contiene en sí “las razones seminales”, es decir, las esencias de todas las cosas en estado
germinal, que se desarrollarán en el curso de las generaciones.
Durante el siglo XVII estuvo muy difundida la idea aristotélica de que todos los
organismos forman una gran cadena o escala, que se extiende desde las formas más
sencillas hasta las más complejas. El aforismo «la naturaleza no da saltos» alcanzó su
máxima expresión filosófica en la obra de Leibniz. Esa continuidad de los seres vivos
en el espacio propia de la escala no implicaba, sin embargo, una continuidad en el
tiempo.
De esta forma, los peces de la superficie engendraron los pájaros; los peces del fondo
engendraron los mamíferos. En cuanto al hombre, deriva manifiestamente del tritón:
nuestra piel se encuentra cubierta de pequeñas escamas que son el testimonio
indiscutible de una ascendencia tritoniana. Incluso los bienhechores poderes
terapéuticos del agua atestiguan nuestro origen marino.
Mas por fundado que fuera en su conjunto, el fijismo no podía evitar algunas
dificultades reales, pues, por lo menos en el interior de una especie, los observadores
atentos registraban variaciones que les parecían explicables.
Por ello, incluso los grandes teóricos del fijismo creyeron que tenían que reservar un
lugar a ciertas excepciones. Muy ocasionalmente, pensaba Ray, pueden producirse
“degeneraciones” de la especie, y algunas de ellas podían ser, por ejemplo, capaces de
hacer derivar una col ordinaria de una coliflor.
Una opinión bastante análoga se encuentra en Duchesne, el cual vio nacer una nueva
especie de fresa a partir de la ordinaria. ¿Se trataba, en realidad, de una nueva especie?
Y en tal caso, ¿cuantas variedades había en los demás géneros que debieran
considerarse como especies? Consideró que todos los fresales conocidos procedían de
una misma raíz original, y llegó a esbozar una génesis de esas especies, señalando que
“el orden genealógico es el único que indica la naturaleza, el único que satisface
plenamente el espíritu; todo otro orden es arbitrario y vacío de ideas”.
En su famoso capítulo sobre la degeneración de los animales, fue donde Buffon expuso
más claramente sus opiniones transformistas. Considera en dicho capítulo la acción
modificadora del medio, representado principalmente por el clima, que altera la forma
exterior; el alimento, que afecta a la forma interior, y la domesticación, por último, para
aquellas especies animales que el hombre ha reducido a cautividad.
Como ejemplo de esos efectos cita las variaciones en la talla del animal, en el color y en
la calidad del pelaje, en el espesor de la piel, etc. Llega así a preguntarse sobre el
cambio de las especies mismas, sobre “esa degeneración más antigua y completamente
inmemorial que parece haberse producido en cada familia, o, si se prefiere, en cada uno
de los géneros bajo los cuales pueden comprenderse las especies próximas y poco
diferentes entre sí”.
Luego de haber comparado, desde este punto de vista, todos los animales cuadrúpedos y
haberlos reducido cada uno a su género, concluirá que las doscientas especies cuya
historia ha ofrecido pueden, en definitiva, “reducirse a un número bastante pequeño de
familias y orígenes principales, de las cuales han surgido probablemente todas las
demás”.
Parece, además, que algunos géneros y especies propios del Nuevo Mundo tienen con
otras especies del Viejo relaciones lejanas que parecen indicar que hay “algo en común
en su formación”.
Por si todo esto fuera poco, Buffon tomó en consideración la hipótesis del
transformismo generalizado, es decir, la hipótesis según la cual todos los animales
derivarían de un solo antepasado.
Buffon rechaza la idea de que la esencia de los seres vivos radica en los aspectos
morfológicos, en las estructuras anatómicas y fisiológicas. En contraste, él defiende un
criterio globalista que presta especial atención a elementos estructurales, etológicos y
ecológicos.
Parece que todo lo que puede ser es. La mano del Creador no parece haberse
abierto para dar la existencia a cierto número determinado de especies, más bien
parece que haya lanzado a la vez un mundo de seres relativos y no relativos, una
infinidad de combinaciones armónicas y contrarias, una perpetuidad de
destrucciones y renovaciones (Ibídem, p. 9)
Las moléculas orgánicas constituyen una especie de átomos de la materia viva que se
van ensamblando en los órganos que les sirven de “molde interior”. Cuando se ha
completado el crecimiento del ser vivo, supone Buffon que las moléculas orgánicas
asimiladas sirven para el desarrollo de gérmenes de otros individuos semejantes que se
segregarán del organismo adulto. En la reproducción sexual las moléculas que no se
utilizan ya para el crecimiento se reúnen, procedentes de todo el cuerpo, en los órganos
sexuales y forman el licor seminal. Eso explicará el parecido de los hijos con los padres,
así como la herencia de los caracteres adquiridos. El licor seminal de ambos sexos
contiene pequeños cuerpos organizados que se desarrollarán únicamente cuando se
junten ambos licores. Se producirá entonces un cuerpo organizado, una especie de
esbozo del animal con las partes esenciales, que iniciará su desarrollo.
Los progresivos cambios se deberían a causas exteriores muy diversas: clima, hábitos,
régimen, enfermedades, ... Los diversos órganos podrían haberse adquirido
gradualmente como consecuencia de los continuos esfuerzos que hacen los animales
para procurarse el alimento, y podrían haberse transmitido a sus descendientes con una
estructura cada vez más apropiada al objeto buscado.
5. El lamarckismo
En 1809, Lamarck publicó su obra fundamental, Filosofía Zoológica, y en ella afirma
que los seres vivientes poseen una tendencia a desarrollarse y a multiplicar sus
órganos y sus formas, dando lugar a que éstos sean cada vez más perfectos. Según esta
teoría, todas las especies vegetales y animales proceden de otras especies anteriores
menos desarrolladas y más imperfectas.
Contra el fijismo aducía que, si las especies hubieran sido fijadas en la Creación y se
mantuviesen estáticas desde siempre, no podrían sobrevivir a los cambios
medioambientales. Por tanto, deberían adaptarse constantemente, aunque cambiaran
poco en apariencia. Lamarck accedió a la hipótesis transformista al tratar de encontrar
una respuesta al problema de la extinción de las especies. Al comparar las ostras fósiles
de su colección con otros ejemplares modernos, llegó a la conclusión de que unas
habían evolucionado hasta transformarse en las otras. En realidad, las antiguas especies
no se habían extinguido, sino que sólo se habrían modificado hasta convertirse en las
actuales. Más adelante consideró el desarrollo –evolución– de la vida como un proceso
lento, suave y gradual, planteamiento que prefigura el gradualismo darwinista.
El tiempo y las circunstancias favorables constituyen los dos principales medios que
emplea la naturaleza para dar la existencia a todas sus perfecciones. La causa de la
progresión perfectiva que observamos en la naturaleza es la influencia que ejercen las
“circunstancias de habitación” y “la de los hábitos contraídos”. La relación entre estos
dos tipos de causas es antagónica, puesto que las influencias exteriores vienen a
perturbar la tendencia espontánea de la naturaleza a la regularidad. Lamarck insiste en la
variablidad de los seres vivos. Como causas de estas variaciones propone el tiempo y las
circunstancias, los cuales influyen sobre los hábitos, modificándolos. Éstos, a su vez,
modifican los actos, lo que determina, a la postre, un cambio de órganos.
Grandes cambios en las circunstancias producen en los animales grandes cambios en sus
necesidades, y tales cambios en ellas las producen necesariamente en las aciones.
Luego, si las nuevas necesidades llegan a ser constantes o muy durables, los animales
adquieren entonces nuevos hábitos, que son tan durables como las necesidades que los
han hecho nacer (Lamarck, Filosofía Zoológica, pp. 167-168)
Por otra parte están los hábitos. Los hábitos son lo que explica la reacción por medio de
la cual el viviente cambia de forma para adaptarse a las nuevas situaciones en las que se
encuentra sumido, de acuerdo con la ley de uso y desuso. La necesidad que tienen los
seres de adaptarse a su medio les hace adoptar nuevos hábitos de comportamiento. Esos
hábitos comportamentales determinan, a su vez, modificaciones morfológicas, porque
un órgano se desarrolla, se atrofia, se desplaza o desaparece en proporción al uso que se
haga de él. Es lo que Lamarck denomina “ley de uso y desuso” que implica que todo
órgano que no se utiliza, se atrofia, mientras que el que se utiliza, se fortalece:
La jirafa se alimenta del follaje de los árboles, todo su cuerpo “tiende hacia arriba”, por
lo que se le han alargado el cuello y las patas delanteras. Los patos, las ocas y los
animales palmípedos, que tienen a vivir en lugares con abundancia de agua, han
desarrollado en las patas una membrana interdigital que les facilita la natación.
Sin embargo, no todo fueron críticas a Lamarck. Entre sus defensores se encuentra
Haeckel, quien estaba convencido de que los caracteres adquiridos son normalmente
adaptativos. Haeckel defendía la teoría de la evolución progresiva, en la que el
lamarckismo era la fuerza fundamental que producía caracteres y que debía ser probada
por la selección en el nivel de competencia entre las especies. El concepto de variación
por adición al crecimiento era fundamental en la aceptación por parte de Haeckel de la
teoría de la recapitulación o ley biogenética.
Esta ley postulaba que la serie de fases por las que atraviesa un organismo durante su
desarrollo embrionario es una repetición abreviada de la larga serie de formas por las
que atravesaron sus antepasados en el curso de la evolución. En otras palabras, “la
ontogenia es una recapitulación de la filogenia”. De este principio, así como de la teoría
de la selección darwinista, dedujo: a) una concepción estrictamente mecanicista de la
naturaleza, que rechazaba cualquier perspectiva teleológica y vitalista, y reemplazaba la
teoría de la creación de la vida por la “generación espontánea”; b) una concepción
monista, que rechazaba el dualismo espíritu-materia y veía en el hombre el resultado de
la evolución de los vertebrados inferiores, considerándolo, por lo tanto, objeto de
estudio de la Zoología; c) una concepción panteísta de aliento goethiano.
También Samuel Butler defendió el lamarckismo. Butler afirmaba que las acciones
inteligentes pueden llegar a ser instintivas y, por tanto, heredadas. Sostuvo la idea de
que el cuerpo puede comportares de forma inteligente sin necesidad del cerebro, a través
de los efectos heredados del instinto. A partir de ahí elaboró la analogía entre la herencia
y la memoria: el cuerpo recuerda sus actividades pasadas no sólo en forma de instintos,
sino también de modificaciones físicas que ha provocado el comportamiento instintivo.
La analogía de la memoria llevó a Butler a una posición lamarckista. Butler afirmó que
esa teoría explicaba todos los hechos de la herencia, incluyendo la herencia de los
caracteres adquiridos y la recapitulación de la evolución pasada por el embrión en
crecimiento, y suponían una solución válida de todos los problemas conceptuales
planteados por el darwinismo.
6. El darwinismo
En 1831 el Almirantazgo Británico organizó una expedición científica a las cosas de
América del Sur y a algunas islas del Pacífico; es la famosa expedición del Beagle en
donde Darwin participó como naturalista. En este viaje Darwin realizó gran cantidad de
observaciones y recolectó multitud de datos; entre las numerosas observaciones que fue
realizando, varias series de hechos le llamaron especialmente la atención: el modo en
que especies distintas, aunque parecidas, se reemplazan ocupando el mismo hábitat de
una región a otra; el hallazgo, en las formaciones geológicas de la pampa argentina, de
mamíferos fósiles comparables, pero no iguales a ciertos animales que la habitan
actualmente; la semejanza de la fauna y flora de las islas con el continente más cercano
a ellas; la existencia de especies diferentes, pero afines, en las distintas islas de un
mismo archipiélago.
A la vuelta de su viaje, mientras intentaba poner orden en todos estos datos, leyó la obra
de Malthus Primer ensayo sobre la población, en la cual se advierte que la población
humana tiende a aumentar más deprisa –en progresión geométrica– que los recursos
necesarios para la subsistencia que, en el mejor de los casos, lo hacen en progresión
aritmética:
Como consecuencia de ello, supone Malthus, se produce una “lucha por la existencia”.
Los recursos son limitados y, en consecuencia, ha de producirse una lucha por la
consecución de estos recursos; esta lucha es a muerte. Ahora bien, ¿quiénes y dotados
con qué cualidades sobreviven al enfrentamiento de la población? Herbert Spencer
respondió que quienes sobrevivían eran “lo selecto de su generación”, los más aptos. De
este modo, la especie humana progresa, y Darwin aplicó este razonamiento a las
especies animales para explicar su origen y diferenciación. De este modo nacía el
Origen de las especies y, con él, la teoría evolucionista.
Lo que Darwin extrajo de la lectura de Malthus fue que el proceso de selección natural
ejerce una presión que fuerza a algunos a “abandonar la partida” y a otros a “adaptarse”
y a “sobreponerse”. Es decir: la lucha por la existencia en el mundo orgánico, dentro de
un ambiente cambiante, engendra alteraciones orgánicas, en el curso de las cuales,
sobreviven los más aptos, los cuales transmiten a sus descendientes esas características
más favorables. En esto consiste básicamente la selección natural.
Sin embargo, estas ideas no fueron gestadas solamente por Darwin. En 1855 Wallace
publicó un artículo (“On the law which has regulated the introduction of new species”)
cuya principal conclusión era que las especies actuales coinciden, tanto en el espacio
como en el tiempo, con especies preexistentes muy afines a ellas. Era lógico deducir que
sólo el cambio en el transcurso del tiempo podía aclarar satisfactoriamente esta
conexión entre los animales del presente y los del pasado. Mientras tanto, Wallace
también había leído a Malthus y, en febrero de 1858, se le ocurrió la teoría de la
selección natural. Wallace había elaborado sus ideas combinando la doctrina de Malthus
con sus observaciones sobre la diversificación de las especies en variedades, y el
resultado fue una teoría de la selección natural análoga a la de Darwin.
Así pues, el objeto más excelso que somos capaces de concebir, es decir, la
producción de los animales superiores, resulta directamente de la guerra de la
naturaleza, del hambre y de la muerte. Hay grandeza en esta concepción de que
la vida, con sus diferentes facultades, fue originariamente alentada por el
Creador en unas cuantas formas o en una sola, y que, mientras este planeta ha
ido girando según la constante ley de la gravitación, se han desarrollado y se
están desarrollando, a partir de un comienzo tan sencillo, infinidad de formas
cada vez más bellas y maravillosas (o.c., p. 604)
Es por ello que Darwin concede tanta importancia a las diferencias individuales, pues
esas diferencias iniciales, generalmente ínfimas, son los verdaderos puntos de partida
del cambio que conduce a las futuras especies.
De acuerdo con las pautas evolucionistas, se presume que las especies proceden unas de
otras, a través de los cambios que se han ido operando con el correr de los milenios.
Ahora bien, no es de esto de lo que Darwin habla en su libro, lo que lleva a una
imprecisión en la definición del objeto del libro. Si el libro lleva por título El origen de
las especies, parece que de lo que se debería de hablar ahí es del origen existencial de
las mismas; y, sin embargo, no es de esto de lo que se habla; no se inquiere cómo es que
hay especies, sino que, presuponiendo que las hay, se investiga cómo son. Darwin
tampoco resolvió el problema del origen de la forma actual de las especies, pues la
solución que propone es la lucha por la vida a partir de variaciones espontáneas que
favorecen la supervivencia de ciertos individuos y, gracias a la transmisión hereditaria
de esos caracteres favorables, la formación progresiva de una nueva especie. Si es así,
se ha objetado, son las variaciones individuales espontáneas los verdaderos orígenes de
las especies, y son ellas, más que la lucha por la vida o la supervivencia del más apto, lo
que habría que explicar de entrada.
Por otra parte, los individuos de cualquier especie no son todos absolutamente iguales:
presentan variaciones, algunas de las cuales serán ventajosas en la lucha por la
existencia, mientras que otras resultarán desfavorables. De aquí se desprende que en
competencia mutua y con el medio, los individuos con variaciones favorables
sobrevivirán en proporción más elevada que los afectados por variaciones
desfavorables. Y, como a su juicio, casi todas las variaciones que se producen en los
organismos son hereditarias, tales efectos se irían acumulando por selección natural en
el transcurso de las generaciones. El motor de la evolución sería la selección natural que
actúa constantemente para mantener la adaptación de los seres vivos a su ambiente:
Pero puede objetarse que si todos los seres orgánicos tienden a elevarse de este
modo en la escala, ¿cómo es que por todo el mundo existen todavía multitud de
formas inferiores, como es que en todas las clases grandes hay algunas formas
muchísimo más desarrolladas que otras? ¿por qué las formas más desarrolladas
no han suplantado ni exterminado por todas las partes a las inferiores?... Según
nuestra teoría la persistencia de organismos inferiores no ofrece dificultad
alguna, pues la selección natural, o la supervivencia de los más actos, no implica
necesariamente desarrollo progresivo, sólo saca provecho de las variaciones a
medida que surgen y son beneficiosas para cada ser en sus complejas relaciones
vitales. Puede preguntarse: ¿qué ventaja –hasta donde nosotros podemos
comprender– para un animálculo infusorio –para un gusano intestinal– o incluso
para una lombriz de tierra, en tener una organización superior? (o.c., pp. 180-
181)
Otra dificultad es la ausencia de formas transicionales entre las especies, ausencia que
atribuye a la precariedad del registro fósil. Esta objeción es de tal gravedad que, a juicio
de Darwin, puede suponer la aniquilación de su teoría:
¿Por qué no hallamos estas transiciones graduales? Según Darwin y los neodarwinistas
actuales, esto es debido a la imperfección del registro fósil. Éste contiene lagunas por la
forma azarosa como acontece la fosilización, condenada a ser una crónica imperfecta de
la historia de la vida. Por otra parte, Darwin dio por seguro que todos los miembros de
una especie estarían en competencia unos con otros –competencia intraespecífica–, y las
especies con las otras especies –competencia interespecífica–. Pero, en realidad, la
competencia intraespecífica es mas bien infrecuente, y los animales desarrollan
mecanismos para evitarla, como el marcar el territorio o la especialización dietética.
Aunque la creencia de que un órgano tan perfecto como el ojo pudo haberse
formado por selección natural es para hacer vacilar a cualquiera, sin embargo, en
el caso de un órgano determinado, si tenemos noticia de una larga serie de
gradaciones de complejidad, cada una de ellas buena para su poseedor, entonces,
en condiciones variables de vida, no hay ninguna imposibilidad lógica de la
adquisición, por selección natural, de cualquier grado de perfección concebible
(o.c., p. 264)
La selección desempeñaría, pues, un papel muy importante en el proceso evolutivo,
aunque obraría lentamente por acumulación de variaciones favorables, pequeñas y
sucesivas. No obstante, Darwin admite que también intervienen otros factores en la
modificación de las especies.
Por lo tanto, Darwin aceptaba como un complemento de su teoría las ideas lamarckianas
del uso y desuso en el desarrollo de los órganos y la herencia de los caracteres
adquiridos, y en grado menor, la influencia directa del medio ambiente.
En resumen, la teoría de Darwin era una teoría compuesta de los siguientes aspectos:
Según Darwin, las especies nuevas aparecen por la adición gradual de rasgos nuevos a
una especie existente, de modo que, si se examina la población en un punto del tiempo,
se verán todas las características de la especie antecesora, mientras que un examen de
un momento posterior, quizá correspondiente a un millón de años después, mostrará una
especie relacionada, pero diferente, que tiene rasgos nuevos. Y en cualquier momento
intermedio habría estadios de transición, con las características nuevas desarrolladas aún
de forma incompleta. La transición evolutiva, decía, afecta a toda la población de una
especie. A esta teoría se le ha dado el nombre de “gradualismo filético”.
Esta idea de Darwin ha sido criticada por Gould en los siguientes términos:
Darwin básicamente respondió que tenía que existir una serie gradual de intermediarios,
y que nuestra incapacidad para especificar su función lo único que expresa es nuestra
falta de imaginación. Darwin dijo: «Si se pudiera demostrar que existió cualquier
órgano complejo sin posibilidades de haberse formado por numerosas modificaciones
leves y sucesivas, mi teoría se derrumbaría totalmente».
Según la teoría del equilibrio discontinuo, el origen de una especie nueva siempre se
produce en un grupo reducido de individuos que se hallan geográficamente aislados de
la población principal de la especie. La nueva especie surge allí y luego ocupa el
territorio de la población principal de la especie, con lo que aparecerá en el registro fósil
bajo su forma plenamente desarrollada. Según este modelo, por una parte, se acepta que
el registro fósil sea incompleto, debido a que la fosilización es un acontecimiento raro, y
nunca hay un registro completo de los cambios producidos de año en año. Y, por otra
parte, se acepta también la existencia de “saltos” en el registro, porque se interpreta que
éstos son un fiel reflejo del modo en que opera la evolución.
Uno de los problemas del darwinismo es que era incapaz de explicar cómo se
transmitían los caracteres adquiridos de una generación a otra. Fue G. H. Mendel quien,
finalmente, logró dar una explicación de la transmisión de la herencia. Mendel, tras una
larga serie de experimentos con guisantes, formuló las leyes de la herencia (hoy
conocidas como leyes de Mendel). Estas leyes son tres:
Ley de la disyunción de los alelos. Los genes alelos procedentes del padre y de la madre
están juntos en los híbridos, pero se pueden separar en la generación siguiente. Esto
significa que la descendencia obtenida por autofecundación de los híbridos no es
uniforme, sino que en ella aparecen individuos que presentan el carácter dominante e
individuos que ostentan el recesivo, en la proporción de tres a uno (principio de la
segregación).
Ley de la herencia independiente de los caracteres. Cada uno de los caracteres
hereditarios se transmite a los descendientes con absoluta independencia de los demás,
como si éstos no existiesen. Para demostrarla, Mendel cruzó dos variedades de guisante
que diferían en dos caracteres: forma de la semilla y color de los cotiledones. La
descendencia resultante de la unión de estos gametos presentó las siguientes
proporciones: semilla lisa y cotiledón amarillo 9:16, semilla rugosa y cotiledón amarillo
3:16, semilla lisa y cotiledón verde 3:16 y semilla rugosa y cotiledón verde 1:16. Lo que
confirma que los factores que determinan cada carácter se transmiten de modo
completamente independiente (principio de la recombinación).
Ahora bien, las leyes de la herencia sólo nos dicen cómo se transmiten los caracteres
desde los padres hasta los descendientes; pero no nos dicen cómo cambian. Para
explicar el cambio de estos caracteres y, por tanto, la posibilidad de que aparezcan
caracteres nuevos es necesario un concepto nuevo. Este es el concepto de mutación. Por
mutación se entiende cualquier cambio en el material genético, heredable y detectable,
no atribuible a segregación o recombinación, que se transmite a las células o individuos
mutantes. La mutación puede afectar a células somáticas, con lo que todas las células
descendientes de éstas la llevarán, pero la mutación muere con el individuo; y puede
ocurrir en una o más células germinales, que tienen capacidad de reproducir un
organismo completo, con lo que es probable que algún descendiente lleve el gen
mutado, perpetuándose la mutación. Es evidente que es este último tipo de mutación el
que tiene que ver con la evolución.
El concepto de mutación, tal y como se lo entiende hoy, fue introducido por el holandés
Hugo de Vries. De Vries sustituyó la noción de variación continua darwiniana por la de
variación discontinua o mutación. Según dicha concepción, en los seres vivos se pueden
distinguir dos clases de variaciones: unas llamadas modificaciones, debidas a factores
medioambientales; y otras, denominadas mutaciones, que poseen un origen más
complejo y que ocasionan perturbaciones genéticas. Las primeras no se transmiten y,
por tanto, no desempeñan ningún papel en la evolución; las segundas, actuando sobre
las células germinales, provocan cambios que se transmiten y originan las variaciones
de las especies.
Según Haldane la selección natural por sí sola puede producir cambios considerables en
una población heterogénea, pero es la mutación la que proporciona el material sobre el
que actúa la selección. Las diferencias entre especies son de la misma naturaleza que las
diferencias entre variedades. Éstas se deben en general a unos pocos genes y aquéllas
afectan normalmente a un número muy grande. Gracias a la selección natural se van
acumulando las variaciones favorables hasta llegar a constituir diferencias de grado
específico. Otras veces, la especie puede surgir bruscamente, pero siempre debe pasar
ante el tribunal de la selección.
La teoría sintética, aun cuando procede de Darwin y utiliza las mismas expresiones
darwinistas, ha cambiado, de hecho, el significado de casi todas las palabras, de tal
manera que lo que resulta es considerablemente distinto de lo que Darwin propuso.
1. “Variación debida al azar”. Darwin pensaba en la variación fenotípica. Con la
misma expresión, los neodarwinistas significan variación genotípica o mutación.
2. “Supervivencia del más apto”. Darwin argumentaba como si realmente tomase
“supervivencia” en el sentido que un organismo vive durante un largo período, y
la expresión “el más apto” para significar “el más capaz de llevar a cabo las
transacciones ordinarias de la vida”, tales como correr, recoger alimento, etc. El
significado que los neodarwinistas confieren a estos términos es, por completo,
diferente. Sustituyen “supervivencia” por “reproducción”; y con “el más apto”
significan “el más eficaz en contribuir con sus gametos a la siguiente
generación”. Así, toda consideración de habilidad para llevar a cabo los asuntos
ordinarios de la vida ha desaparecido en la teoría neodarwinista, siendo
enteramente reemplazado por el concepto de eficacia para la reproducción.
Si esto es así, al cabo de muchas generaciones, los caracteres con éxito aumentarán,
mientras que los ineficaces desaparecerán y, con suficiente tiempo, la población se
habrá modificado en respuesta a un medio ambiente cambiante. En esto radica la
denominada selección natural que conduce, de este modo, a la formación de nuevas
especies. La selección aparece, en síntesis, como resultado lógico de tres hechos básicos
de la vida:
Superpoblación: los animales y las plantas tienden a producir más descendientes que los
que pueden sobrevivir. La superpoblación entraña mortalidad.
En respuesta a estos trabajos, Jacques Monod afirmó en El azar y la necesidad, que los
seres vivientes son estructuras dotadas de propiedades particulares: invarianza
reproductiva y teleonomía (son estructuras en apariencia finalistas). Sin embargo,
Monod critica todas las explicaciones globales teleológicas y animistas que suponen una
alianza entre el hombre y la Naturaleza, como también las reivindicaciones procedentes
del cientificismo (religiones, antropocentrismo teilhardiano, materialismo dialéctico de
los marxistas).
Para Monod, las propiedades de lo viviente deben explicarse a partir del azar que reina
en el nivel microscópico, y ser compatibles con el segundo principio de la
Termodinámica. El azar interviene igualmente a nivel del patrimonio genético y el ADN
asume el papel del vínculo entre invarianza y teleonomía.
El problema –y de ahí gran parte del impacto del libro de Monod– lleva directamente a
la cuestión sobre el origen de la vida, es decir, del código genético. Cualquiera que sea
éste, un tal estatus de azar despoja a la humanidad de toda significación trascendente.
Sin embargo, la ética no se halla en peligro porque el mismo conocimiento científico
descansa en imperativos morales que gozan del mismo rango que el de la objetividad. El
afán de superación y de trascendencia humana se encarna, según Monod, en un
socialismo humanista, que no es “socialismo científico marxista”, pero que deberá
perseguir el ideal de la objetividad científica.
En mi opinión, la mayoría de los genes mutantes que sólo se detectan por medio
de las técnicas químicas de la genética molecular, son selectivamente neutros, es
decir, no tienen adaptativamente ni más ni menos ventajas que los genes a los
que sustituyen; a nivel molecular, la mayoría de los cambios evolutivos se deben
a la “deriva genética” de genes mutantes selectivamente equivalentes (M.
Kimura, “Teoría neutralista de la evolución molecular”, Libros de Investigación
y Ciencia, Barcelona, Prensa Científica, 1979-1987, p. 232)
9. Fundamentos de la evolución
9.1 Lucha por la existencia
Darwin tomó este concepto del libro de Malthus. Este autor califica como ley natural
«la tendencia constante de todos los seres vivos a multiplicarse más rápidamente de lo
que permite la cantidad de alimento de que disponen». Como consecuencia de ello, los
individuos de una especie luchan entre sí por la obtención de recursos limitados:
alimento, pareja sexual, espacio o territorio, ... Los más fuertes y adaptados sobreviven,
transmitiendo sus características hereditarias a la descendencia, mientras que los menos
aptos desaparecen en un periodo de tiempo más o menos largo. La lucha por la
existencia también se da contra individuos de otras especies y contra el entorno
ecológico).
9.2 Adaptación al medio
Todas las especies se esfuerzan por adaptarse al medio ambiente en el que viven, ya que
ello incrementa sus posibilidades de sobrevivir y reproducirse. Aquéllas que consiguen
una mejor adaptación aumentan sus probabilidades de perpetuarse con éxito, mientras
que aquellas otras que no consiguen adaptarse disminuyen sus posibilidades de
supervivencia y, por lo tanto, de reproducción.
La selección natural puede ser estabilizadora (cuando favorece los valores medios de
una población, penalizando los valores extremos) o direccional (cuando una población
evoluciona sistemáticamente en una dirección determinada, dando lugar a grandes
cambios genéticos).
9.5 Selección familiar
Uno de los más graves problemas de la teoría evolutiva era la explicación del
comportamiento altruista en numerosas especies, puesto que parecía contradictorio con
la lucha por la existencia de los individuos. Pero analizado convenientemente resulta
que no es así. Puesto que cada individuo comparte el 50% de los genes con sus
descendientes, la selección natural favorece las conductas altruistas en relación con los
hijos, siempre que el peligro de dicha conducta represente menos de la mitad del
beneficio que recibe por ella el descendiente.
9.6 Especiación
La definición clásica de especie es: «el conjunto de organismos que pueden
reproducirse entre sí, pero no con individuos pertenecientes a otros grupos». Hoy
existen en la Tierra aproximadamente dos millones de especies. Todas ellas provienen,
por evolución, de un antepasado común. ¿Cómo se produjo esta diferenciación tan
extrema?
Según la tesis clásica del gradualismo, a través de un proceso en el que dos poblaciones
pertenecientes a una especie común divergen entre ellas hasta convertirse en especies
distintas. No es posible, pues, hablar de un momento concreto de separación, sino que se
dan gradualmente procesos intermedios de divergencia hasta la escisión definitiva. Sin
embargo, no todos los evolucionistas aceptan totalmente esta explicación.
Todas estas creencias han sido un pilar básico –durante siglos– del modo de vida
occidental; y, aunque algunas de ellas ya habían sido sometidas a crítica, esta crítica se
había considerado más como un ejercicio puramente intelectual que como algo que
afectase a la realidad profunda de las cosas; la teoría de la evolución, por el contrario,
atacaba todos los fundamentos del mundo occidental y, sobre todo, uno: el carácter
privilegiado del hombre dentro de la creación. Es más, al afirmar que todas las especies
existentes proceden, por evolución, de un tronco común, se atacaba directamente un
dogma fundamental del cristianismo: Dios, según el Génesis, había creado al hombre a
su imagen y semejanza. Desde Darwin, el hombre no es creado por Dios, sino fruto de
la evolución, y no está hecho a imagen y semejanza de Dios, sino que es el último
eslabón –hasta ahora– de una larga cadena; pero que sea el último eslabón no quiere
decir que sea distinto, sino uno más.
La primera reacción de los teólogos fue de rechazo, por suponer que Darwin atacaba la
doctrina de la singularidad del hombre como creación máxima de Dios. En el caso de
los círculos protestantes se consideraba que atacaba también la extendida convicción de
que la Biblia era una fuente de información sobre el mundo natural.
Otra consecuencia fue el auge del materialismo. A este respecto son célebres las cartas
entre Marx y Engels a propósito de la obra de Darwin.
Spencer intentó formular la teoría evolutiva en términos que englobaran todas las
esferas de la existencia, más allá de la naturaleza orgánica, persiguiendo la reducción
del conocimiento a una ley suprema. Mecanicismo, unicidad del Universo, teoría
empirista del conocimiento, agnosticismo religioso son rasgos sintetizadores del
pensamiento de Spencer. Este darwinismo social pretende fundamentar biológicamente
las ciencias sociales. Desde una perspectiva conservadora trata de legitimar el
liberalismo económico y el primitivo capitalismo industrial.
Spencer realiza una biologización de la ética e intenta establecer leyes naturales de las
que inferir conclusiones morales o principios de conducta: los individuos mal adaptados
sufren las condiciones de su existencia, mientras que los mejor adaptados se aprovechan
de su superioridad. No hacen falta reformas sociales ni intervención del Estado, la
selección social actúa por sí sola.
El rasgo principal del darwinismo social de derechas o de izquierdas es utilizar todo tipo
de acotaciones más o menos emparentadas con la teoría de la evolución para ilustrar o
justificar un comportamiento social y legitimar la acción política.
Otra corriente del darwinismo social se vinculó al racismo. Destacan Houston Stwart
Chamberlain, Alfred Rosenberg o el mismo Hitler.
En otra línea política se encuentra Kropotkin, que usa la obra de Darwin como
fundamento de su ética libertaria: las especies que prosperan y perduran son las que
recurren a la cooperación y a la ayuda mutua.
Nietzsche también utilizará conceptos como “derecho de los fuertes” y otros. Aunque la
evolución no se cumple en la sociedad, dado que no son siempre los fuertes quienes
triunfan, y ello se debe a la nefasta influencia del cristianismo, que considera iguales a
los débiles y a los fuertes.
Las teorías de filósofos anteriores a Darwin mostraban que el hombre desarrolla sus
capacidades morales a partir de sentimientos y deseos de los que todos los seres
humanos están naturalmente dotados. A esto Darwin añadió tres cosas:
1. sugirió que los impulsos sociales iniciales que constituyen la base sobre la que
se edifica la conciencia se encuentran también en los animales;
2. sugirió que la selección natural probablemente ha constituido un factor causal
importante en el desarrollo de los “instintos sociales”. Un individuo de instintos
sociales fuertes es menos probable que sobreviva que un individuo egoísta
atento a salvar su pellejo, y por ello es menos probable que deje descendencia
que herede sus instintos. Pero debido a que su tipo de conducta contribuye más
al bienestar del grupo, podría ser alabado por sus semejantes y el aprecio de sus
cualidades haría que otros las emularan y estimularan esta emulación en sus
crías. Un aumento de tales cualidades en un grupo por la fuerza del ejemplo
daría al grupo mayor valor de supervivencia que el de grupos cuyos miembros
actuaran sólo para su bienestar social;
3. Darwin pensaba que las cualidades de la mente y de la conducta adquiridas por
ejemplo, y por educación, se transmiten por herencia a los hijos.
Los dos primeros puntos parecen verdaderos; el tercero es, obviamente, falso.
La tesis de que un estudio de la evolución puede enseñarnos lo que hay que considerar
bueno no se encuentra en las obras de Darwin; sin embargo, sí que influyeron en otros
autores. Los intentos del XIX de basar la ética en la evolución fueron criticados por T.H.
Huxley. La idea fundamental de la ética evolutiva es que, lo mismo que las especies que
surgen después en el tiempo están más perfeccionadas que las que surgieron antes, lo
mismo se puede aplicar a las normas morales. A esta tesis, T.H. Huxley objeta lo
siguiente:
Nadie cree que las cosas mejores precisamente por ser posteriores y que la
resaca de la borrachera sea preferible a la juerga, por venir a la mañana
siguiente. ¿Por qué, pues, hay que suponer que la dirección de la evolución
pueda constituir una guía para la ética?
Una razón pudiera ser que “más evolucionado”, a diferencia de “posterior”, incluye la
idea de superior, de más alto en una escala de valores. Pero, ¿qué criterio de evaluación
se aplica, de hecho, al afirmar que un organismo es “superior” en la escala evolutiva a
otro? A primera vista pudiera parecer que los resultados naturales del proceso de la
evolución facilitan el criterio. Pues la selección natural se traduce en “la supervivencia
del más apto” y es fácil suponer que “más apto” significa “mejor”. Así sería si
pensáramos en lo que es más apto para sobrevivir. Pero en tal caso la supervivencia del
más apto no significa más que la supervivencia del más capaz de sobrevivir, pero no del
“mejor”. Es más, la supervivencia como tal no basta para captar nuestra simpatía. No
vemos con ninguna simpatía los esfuerzos del virus de la gripe para sobrevivir y
multiplicarse.
Esta conclusión de T.H. Huxley ha sido combatida por C.H. Waddington y J. Huxley.
Waddington se opone al veredicto de T.H. Huxley de que el perfeccionamiento ético
esté en contra de la evolución:
Por su parte, J. Huxley, nieto de T.H. Huxley, está en desacuerdo con la contradicción
establecida por T.H. Huxley entre la dirección del progreso ético y el curso de la
evolución natural.
T. H. Huxley opinó, hace cincuenta años, que hay una contradicción fundamental entre
el proceso ético y el proceso cósmico:
J. Huxley aplica el término “evolución” para cubrir tres fases del desarrollo: primera, la
del mundo orgánico; segunda, la de las especies biológicas; y tercera, la de las
sociedades humanas. Sólo en la segunda de estas fases el agente de la evolución es el
proceso darwinista de la selección natural. La primera fase de la evolución fue seguida
de la segunda cuando la sustancia se transformó en organismo autorreproductor, y la
segunda fase fue seguida de la tercera cuando la sociedad se hizo autorreproductora.
Sucedió así mediante el pensamiento y el lenguaje que permite que el producto de la
experiencia se maneje en la tradición y educación.
Lo común a estos dos saltos evolutivos es que cada uno implica el surgimiento de un
tipo de autorreproducción, y ello a pesar de que las causas de ambos saltos son
diferentes. Por tanto, la conexión entre la evolución y los criterios de la ética nada tiene
que ver con el proceso darwinista de selección natural.
¿Cómo se produce esta conexión? Las ideas éticas del hombre tienden a estar
determinadas por factores psicológicos y sociológicos. Sin embargo, podemos aprender
a luchar contra nuestros prejuicios y a encontrar criterios externos para la validez de
nuestro sentido moral.
Si observamos el proceso de la evolución podemos observar dos cosas: 1) la dirección
general de la evolución va desde lo menos a lo más complejo y, en consecuencia, está
produciendo continuamente nuevas formas de existencia; 2) como este proceso de
evolución incluye, en su última fase, las cosas que nosotros valoramos muy en alto,
podemos decir que la dirección del proceso va desde lo que tiene poco o ningún valor a
lo que tiene más valor. La conclusión de J. Huxley parece ser que, como el proceso de la
evolución en su conjunto ha conducido a resultados en los que lo bueno predomina
sobre lo malo, podemos inferir que, en su mayoría, los cambios dentro del proceso
conducen preferentemente a resultados buenos y no a malos.
Sólo por la evolución social la materia del mundo puede realizar ahora
posibilidades realmente nuevas. La interacción mecánica y la selección natural
seguirán operando, pero se harán de una importancia secundaria. Para bien o
para mal, el mecanismo de la evolución se ha transferido al nivel social o
consciente...
La ética es un atributo humano universal. Los hombres tienen valores morales, es decir,
aceptan normas con arreglo a las cuales pueden decidir si su conducta es buena o mala,
recta o no, moral o inmoral. Los sistemas y normas morales varían de un individuo a
otro, de una cultura a otra, pero en todas las culturas los hombres adultos forman juicios
de valor moral.
¿Hasta qué punto puede decirse que la ética es un atributo natural, determinado por la
constitución genética de los seres humanos? Los puntos de vista difieren de unos
autores a otros: para unos, los valores éticos son naturales, mientras que, según otros,
los valores éticos o están establecidos por la sociedad humana con el fin de facilitar la
convivencia social o se derivan de las creencias religiosas. Cuando se plantea la
cuestión de si la ética está determinada por la naturaleza biológica humana, la cuestión a
discutir puede ser una u otra de las dos siguientes: 1) ¿está la capacidad ética de los
seres humanos determinada por su naturaleza biológica?, 2) ¿están los sistemas o
códigos de normas éticas determinados por la naturaleza biológica humana?.
La noción de que los hombres sean “seres éticos por naturaleza” no es nueva:
Aristóteles y otros filósofos mantenían que la capacidad ética es natural, está enraizada
en la naturaleza humana; el hombre no es sólo homo sapiens, sino también homo
moralis. Pero la evolución biológica añade una nueva dimensión al problema, nos
provee con una nueva perspectiva desde la cual se puede considerar la cuestión. La
evolución biológica es un proceso gradual: ¿cuándo y cómo surge la capacidad ética en
la evolución y por qué se da en los seres humanos pero no en otros animales?
La cuestión de por qué utilizan los biólogos un lenguaje teleológico ofrece respuestas
variadas, pero siempre se afirma que la biología exige modelos finalistas, puestos que
los biólogos, a diferencia de los físicos, se ocupan de objetos que se asemejan a modelos
intencionales.
Según esta visión del mundo, todas las cosas encuentran su lugar en uno u otro nivel de
la pirámide cósmica, incluso la vacía nada, el último fundamento. No toda la materia
está ordenada, alguna se halla en estado de caos; sólo alguna materia ordenada se
encuentra también diseñada; sólo algunas cosas diseñadas tienen también mentes y,
naturalmente, sólo una mente es Dios. Dios, la primera mente, es la fuente y explicación
de todas las cosas por debajo de él.
La quinta vía se toma del gobierno del mundo. Vemos, en efecto, que cosas que
carecen de conocimiento, como los cuerpos naturales, obran por un fin, como se
comprueba observando que siempre, o casi siempre, obran de la misma manera
para conseguir lo que más les conviene; por donde se comprende que no van a
su fin obrando al acaso, sino intencionadamente. Ahora bien, lo que carece de
conocimiento no tiende a un fin si no lo dirige alguien que entienda y conozca, a
la manera como el arquero dirige la flecha. Luego existe un ser inteligente que
dirige todas las cosas materiales a su fin, y a éste llamamos Dios.
Este argumento quedó invalidado a partir de Darwin (esto, por supuesto, no quiere decir
que se haya demostrado que Dios no existe). Lo que nos enseña la teoría de la evolución
mediante la selección natural es que podemos llegar a un orden mediante el azar; que
podemos llegar a un orden sin que haya un ordenador. En efecto, la teoría de la
evolución por medio de mutaciones y selección natural nos dice que las mutaciones se
producen por azar, y es el azar el que determina qué mutaciones son ventajosas y cuáles
perjudiciales para sus poseedores. Ahora bien, mediante este proceso azaroso “la
naturaleza ha conseguido” estructuras tan ordenadas como un pájaro o un ser humano;
por tanto, no es necesaria la intervención de Dios; o, al menos, no lo es en el sentido de
la quinta vía de Sto. Tomás; de donde se sigue que la quinta vía no demuestra la
existencia de Dios, pues hemos sido capaces de encontrar orden sin que Dios tenga que
intervenir para nada.
Para mostrar que podemos conseguir orden simplemente mediante el azar, Dennett usa
el siguiente ejemplo: supongamos un torneo de tenis en donde los partidos se deciden
lanzando una moneda al aire. Quién sea el ganador de un partido es una cuestión
totalmente azarosa (suponiendo que la moneda no está trucada, y que no se hace ningún
otro tipo de trampa). Del mismo modo es algo totalmente dependiente del azar quién
ganará el torneo. Pero podemos asegurar, sin temor a equivocarnos, que al final habrá
un ganador. Por tanto, en este torneo, donde sólo interviene el azar, hay también un
orden, aunque no hay un ordenador. Podría objetarse que aquí no se tienen en cuenta las
cualidades tenísticas de los competidores, y que el ganador, que lo es simplemente por
suerte, no tiene por qué ser el mejor tensita. Pero esto es, precisamente, lo que afirma la
teoría de la evolución. Parece ser que el hombre es, hasta ahora, el ganador en este
juego, pero ¿no lo es simplemente por azar? Podemos afirmar, sin miedo a
equivocarnos, que si el medio hubiera sido otro (si hubiera salido otra moneda) el
hombre no habría ganado. Parece ser que los datos acumulados apoyan esta conclusión
y que, por tanto, el argumento de Tomás era erróneo, pues podemos conseguir orden sin
ordenador.
El primero de ellos intenta dar cuenta del cambio de teorías y del progreso en la ciencia
utilizando la evolución de las especies orgánicas como una analogía de la que pueden
obtenerse recursos explicativos iluminadores. Las teorías científicas (en el caso de
Popper) o las disciplinas científicas integradas por diversas poblaciones conceptuales
(en el caso de Toulmin) desempeñarían el papel de las especies orgánicas, mientras que
la crítica racional y los intentos rigurosos de falsación (Popper) o la aceptación de la
élite de la comunidad científica (Toulmin) ejercerían el mecanismo de selección. El
conocimiento en general, y la ciencia en particular, ya no se conciben como un proceso
simplemente acumulativo, en donde es solamente la mayor cantidad de potencial
explicativo lo que explicaría el que prefiramos una teoría científica a otra; a partir de
Popper es, más bien, el éxito en la lucha por la existencia. La labor de los científicos no
es demostrar que nuestras teorías son verdaderas, sino intentar demostrar que son falsas.
En este intento de falsación sólo sobreviven aquellas teorías que mejor pueden resistir a
los intentos de crítica; estas teorías son las mejor adaptadas en la lucha por la existencia
y, por tanto, son las mejores. El caso de Toulmin es muy parecido. Una teoría científica
tiene éxito en tanto en cuanto hay científicos dispuestos a defenderla. Ahora bien, en un
mundo en competencia, donde los científicos no sólo compiten por alcanzar el
conocimiento, sino también por alcanzar recursos económicos que les permitan llevar a
cabo sus proyectos de investigación, sólo sobrevivirán aquellas teorías científicas cuyos
defensores estén más capacitados para conseguir tales recursos. En este sentido, las
teorías que sobreviven no son, necesariamente, las que son “más verdaderas”, sino
aquellas cuyos defensores mejor saben desenvolverse en un mundo en competencia.
Konrad Lorenz señala que las ciencias biológicas del siglo XX han abierto un nuevo
camino para la epistemología: el conocimiento debe considerarse como un fenómeno
biológico producto de la evolución de los organismos. En el marco de la adaptación de
los organismos a su medio, encuentran acomodo, según Lorenz, los problemas
tradicionales de la epistemología normativa.
La perspectiva biológica nos lleva, según Lorenz, a una expansión del espectro de
sistemas cognitivos más allá del complejo de categorías que ocupa tradicionalmente a la
epistemología, que, tal vez, hayan caído en el pecado del provincianismo. Los
organismos dotados de sistema nervioso central deben ser objeto de reflexión
epistemológica, puesto que presentan los mismos problemas que el sujeto culturalmente
maduro, implícito en la epistemología tradicional, y lo que es más importante, avanzan
algunas posibles soluciones.
Los filósofos que defienden una epistemología evolucionista comparten, a pesar de sus
diferencias, las siguientes tesis:
1. Todos los sistemas vivos son sistemas negantrópicos que violan localmente el
segundo principio de la termodinámica: preservan su propia estructura
transformando la energía del medio. Hay una continuidad ontológica entre todos
los seres vivos que permite considerarlos como procesadores de información.
2. Los mecanismos propiamente cognitivos son sistemas funcionales producidos
por la presión de la selección natural. La selección natural ha operado
desarrollando una gradación de mecanismos de complejidad creciente, desde los
tropismos, hasta el aprendizaje cultural.
3. Hay una relación entre el desarrollo individual del organismo y la evolución de
la especie a partir de tipos anteriores de organismos. El desarrollo individual está
sometido a constricciones que derivan de los estadios de organización anteriores
que dejan huella en la forma de organización de los sistemas cognitivos.
4. La teoría de la evolución contiene elementos intrínsecamente normativos, como
son los de eficacia biológica y adaptación sobre los que descansa la parte
normativa de los conceptos epistemológicos.
5. Discusiones tradicionalmente epistemológicas, como la presencia de elementos
cognitivos a priori son analizables ahora empíricamente: cada especie tendría
sus propios elementos a priori.
a. ¿Cuáles son las bases, o los fundamentos últimos, de nuestras creencias sobre el
mundo externo?
b. Si los sujetos que conocen no tienen un acceso directo o inmediato al mundo
externo, ¿cuales son los criterios bajo los cuales se puede decidir que tienen
conocimiento del mundo externo, o que tienen creencias debidamente
justificadas?
La manera usual de plantear esta última pregunta desde la epistemología tradicional, así
como la forma en la que ésta sugiere que debe responderse, supone que los criterios son
absolutos, válidos para todo sujeto en cualquier contexto, en cualquier tiempo y en
cualquier lugar. La epistemología naturalizada, en cambio, niega que haya criterios
absolutos, intemporales y omniaplicables de cientificidad. No existen fundamentos
últimos ni criterios absolutos respecto al conocimiento científico. También niega que
pueda buscarse una fundamentación externa a la ciencia:
Si reconocer que las ciencias y sus métodos ofrecen el mejor conocimiento que
tenemos acerca del mundo, entonces lo que tenemos que preguntarnos no es
cuáles son las condiciones a priori que han permitido esto, sino dar una
explicación a posterior de cómo eso ha sido posible y por qué las ciencias y sus
métodos se han desarrollado de la manera en que lo han hecho (Martínez, S.,
Olivé, L., Epistemología evolucionista, México, Paidós, 1997)
Ello equivale a decir que la filosofía de la ciencia es una reflexión a posteriori sobre la
ciencia, y que debe tener en cuenta el carácter histórico de ésta.
Pero la propuesta de Quine iba más lejos, pues afirmaba que la epistemología
tradicional debía ser abandonada, sustituyéndola por la investigación científica en torno
al conocimiento humano, y en particular por la psicología.
La teoría evolucionista del conocimiento toma de las ciencias biológicas noticia de que
no sólo los órganos sensoriales, el sistema nerviosos central y el cerebro han surgido
evolutivamente, sino también por supuestos sus funciones: visión, percepción, memoria,
el conocer, el pensar, el hablar.
A partir de estas tesis, se aplica la teoría de la evolución para explicar la aparición del
conocimiento científico. Hay dos grandes tendencias. La primera, defendida por Popper,
Campbell y Toulmin, recurre a la metáfora evolutiva para explicar el cambio de teorías
y compara las especies con las teorías (Popper) o las disciplinas (Toulmin). La segunda,
defendida por Lorenz, Ruse y Vollmer, no se preocupa tanto del cambio de teorías, sino
de las bases biológicas y evolutivas del aparato sensorial y cognitivo de los seres
humanos. Estos últimos autores defienden la epistemología evolucionista, que es la
variante más fuerte de la epistemología naturalizada. De acuerdo con ella, el sistema
cognitivo humano es un producto de la evolución natural, por lo que los procesos y las
capacidades cognitivas han de ser consideradas, en último término, como un resultado
de la adaptación al medio. Ello tiene una consecuencia muy importante, que consiste en
relativizar la validez del conocimiento sensorial directo.
Según Vollmer,
No hay ninguna ley natural (y tampoco ninguna ley de la teoría evolucionista del
conocimiento) que afirme que la inteligencia y el conocimiento hubieran de
surgir [...] Pero la teoría evolucionista del conocimiento afirma que, bajo las
condiciones iniciales dadas, el conocimiento humano ha surgido según leyes
naturales. Ningún milagro fue necesario, ninguna intervención divina, ninguna
lesión de las leyes de la naturaleza (Vollmer, K., Was können wir wissen?,
Stuttgart, 1985, vol. I, p. 79)
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