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Dones y frutos del Espíritu Santo

Vivimos rodeados de regalos de Dios. Fue sobretodo en el momento de nuestro Bautismo cuando nuestro Padre Dios nos llenó
de bienes incontables. Junto con la gracia, Dios adornó nuestra alma con las virtudes sobrenaturales y los dones del Espíritu
Santo.

El Espíritu Santo nos inspira (Mateo 10, 19 ss; Juan 3, 8), nos enseña (Juan 14, 26), nos guía (Juan 16, 13), nos consuela (Juan
14, 16), nos santifica (Romanos 15, 16), nos vivifica (Romanos 8, 11). Por eso nuestro Señor Jesús lo llama “otro Paráclito”
(Juan 14, 16), palabra griega que significa literalmente “aquél que es invocado” y, por lo tanto, abogado, mediador, defensor,
consolador.

El abogado defensor es aquel que, poniéndose de parte de los que son culpables debido a sus pecados, los defiende del
castigo merecido, los salva del peligro de perder la vida y la salvación eterna. Esto es lo que ha realizado Cristo, y el Espíritu
Santo es llamado “otro paráclito” porque continúa haciendo operante la redención con la que Cristo nos ha librado del pecado
y de la muerte eterna.

El Espíritu Santo, a través de sus dones, va conformando nuestra vida según las maneras y modos propios de un hijo de Dios
que se guía ahora por el querer de Dios, Su Voluntad, y no por nuestros gustos y caprichos.

Hoy le pedimos al Paráclito, nuestro Divino Santificador, que doblegue lo que es rígido en nosotros, particularmente la rigidez
de la soberbia, que caliente en nosotros lo que es frío, la tibieza en el trato con Dios; que enderece lo extraviado.

La Iglesia nos invita de muchas maneras a preparar nuestra alma a la acción del Espíritu Santo. En el Catecismo nos da la
relación de estos maravillosos dones:

1. El don de inteligencia nos descubre con mayor claridad las riquezas de la fe.
2. El don de ciencia nos lleva a juzgar con rectitud de las cosas creadas y a mantener nuestro corazón en Dios y en lo
creado en la medida que nos lleve a Él.
3. El don de sabiduría nos hace comprender la maravilla insondable de Dios y nos impulsa a buscarle sobre todas las
cosas y en medio de nuestro trabajo y nuestras obligaciones.
4. El don de consejo nos señala los caminos de la santidad, el querer de Dios en nuestra vida diaria, nos anima a seguir la
solución que más concuerda con la gloria de Dios y el bien de los demás.
5. El don de piedad nos mueve a tratar a Dios con la confianza con la que un hijo trata a su Padre.
6. El don de fortaleza nos alienta continuamente y nos ayuda a superar las dificultades que sin duda encontramos en
nuestro caminar hacia Dios.
7. El temor de Dios nos induce a huir de las ocasiones de pecar, a no ceder a la tentación, a evitar todo mal que pueda
contristar al Espíritu Santo, a temer radicalmente separarnos de Aquél a quien amamos y constituye nuestra razón de
ser y vivir.

Contrarias al Espíritu son las obras de la carne: “fornicación, impureza, libertinaje, idolatría, hechicería, odios, discordia, celos,
iras, rencillas, divisiones, disensiones, envidias, embriagueces, orgías y cosas semejantes... quienes hacen tales cosas no
heredarán el Reino de Dios” (Gálatas 5, 19-21).

“En cambio el fruto del Espíritu es amor, alegría, paz, paciencia, afabilidad, bondad, fidelidad, mansedumbre, dominio de sí;
contra tales cosas no hay ley. Pues los que son de Cristo Jesús, han crucificado la carne con sus pasiones y sus apetencias. Si
vivimos según el Espíritu, obremos también según el Espíritu.” (Gálatas 5, 22-25).

Seamos cada vez más dóciles a las gracias que continuamente nos otorga el Paráclito y recibamos el fruto del Espíritu con
agradecimiento y humildad.

Acercarnos a la Virgen, Esposa del Espíritu Santo, es un modo seguro de disponer nuestra alma a los nuevos dones que el
Paráclito quiera darnos.

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