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Videla - María La Cacica de Los Tehuelche
Videla - María La Cacica de Los Tehuelche
La necesidad de contar lo extraño, dio lugar a una serie de crónicas del mundo
americano, vistas desde la óptica europea. Sin embargo, el conocimiento de estos
textos sobre ciertos pueblos indígenas del cono sur americano, ilustran el modo de vida
y la existencia de mujeres en roles de jefatura, al momento de tomar contacto con los
europeos, hacia fines del siglo XV.
El gran jefe tehuelche arribó... una mujer que, acompañada por más de mil indios, lo invitó a
negociar y conocer los derechos que su pueblo tenía sobre ese territorio.
La presencia de cacicas
Mis observaciones se basan en las definiciones elaboradas por Johnson y Earle primero
y por Earle posteriormente. No ahondaremos aquí en las diversas teorías, las que
mayoritariamente admiten que la principal característica de una jefaturas es el hecho de
poseer una organización socio-política que produce y administra excedentes y bienes
de alto valor cultural, con una distribución diferencial de sus asentamientos
residenciales, control del intercambio de bienes a nivel regional, y símbolos y rituales
que refuerzan la diferenciación social y el poder político de los líderes.
En este juego de desentrañar los misterios del pasado, es necesario definir el “cristal
desde donde miramos lo que afirmamos”. En principio considero que más que posible,
es probable que esta tendencia a excluir del poder político a la mujer, tiene sus raíces
en la concepción errónea en donde el ideal de control y de dominio se relaciona
exclusivamente con una historiografía teórica que considera todo estudio sobre la mujer
como estudio de género2. No se trata aquí simplemente de reivindicar el rol femenino en
la historia, si no que intentamos dilucidar las relaciones que existieron en las
sociedades indígenas y las visiones teóricas que en torno a ellas se produjeron.
¿Cuáles eran entonces las formas y condiciones de vida de esa población indígena
que, hacia fines del siglo XVIII y principios del XIX ocupaba una extensa porción de las
costas patagónicas meridionales y el Estrecho de Magallanes, además de las tierras
vecinas de la Patagonia septentrional? El primer aspecto a considerar tiene que ver con
las condiciones materiales de vida de esa población, es decir, qué recursos tenían,
cómo los obtenían, qué percepción del paisaje y qué idea de territorio tenían. Durante
mucho tiempo, los estudiosos del tema, consideraron a los indígenas como bandas de
nómades que vagaban sin rumbo fijo viviendo de lo que adquirían de la caza y la
recolección. Sin embargo un análisis mas profundo de la organización y funcionamiento
de la economía indígena revela su complejidad y nos obliga a abandonar muchas ideas
arcaicas. Uno de los primeros investigadores en esta línea de pensamiento, hace
apenas un cuarto de siglo es el historiador argentino Raúl Mandrini.
Ahora bien, cabe preguntarnos ¿qué factores dentro de la estructura societaria y
cultural de estas comunidades posibilitaron que una mujer accediera y desempeñara el
rol de cacica? En nuestra historia de fronteras, las mujeres han tenido protagonismos
diferentes. En la mayoría de las investigaciones realizadas su papel fue singularizado al
rol de machis, lenguarazas o compañeras de caciques que en la urdimbre del poder
fortalecían alianzas entre diferentes jefes y capitanejos. Entre ellas podemos citar a
Juana Urpina (1573-1610), lenguaraza entre los comechingones; a María López (1780-
1800), lenguaraza tehuelche; a Agustina, princesa de los tehuelches; Liropeyá, princesa
guaraní; y la lenguaraza puelche María López; para dar solo algunos ejemplos3. La
lista, sencillamente, es interminable. Pero con cacicas, son muy pocos los
investigadores que se aventuraron.
Sin embargo, existieron claros ejemplos de mujeres que accedieron a dicho rango y que
a lo largo de la historia ejercieron distintos grados de dominación sobre su gente: la
Reina de los Poyas del lago Nahuel Huapi registrado por Mascardi, en el siglo XVI;
María, conocida a través de las crónicas de Villarino, en el XVIII y María Grande, cacica
de los Tehuelches meridionales del estrecho de Magallanes y la Costa Patagónica
quien representó a su pueblo e intercedió ante el blanco, desempeñando como líder
funciones que aparentemente excedían las reservadas a la mujer en las sociedades
indígenas del siglo XIX. Finalmente los datos que aportan las crónicas de los viajeros
del siglo XIX sobre las sociedades patagónicas meridionales, nos permiten observar la
presencia de jefaturas al mando de caciques cuyo poder estaba basado en la
redistribución de bienes económicos y en la concentración del poder político, liderazgo
desempañado hasta entonces casi exclusivamente por hombres. Al hablar sobre la
organización social de los Tehuelches meridionales hacemos referencia a caciques que
alcanzaban tal categoría a través de las relaciones de parentesco que los vinculaban
con otros caciques. Es decir que el poder estaba asociado con la pertenencia a esas
familias.
Relato de una vida
En 1792 el teniente Juan José Elizalde desembarcó en Santa Cruz encontrándose con
el cacique tehuelche Vicente, su mujer Cogocha que oficiaba de traductora, y su hija a
quién llamaron Mariquita5. Esta es la primera referencia sobre María que confirma que
era hija de un cacique. En 1820 James Weddell6 conoció a María mientras viajaba
cazando focas. Loberos y balleneros contactaban a los tehuelches meridionales de
Santa Cruz en Bahía Gregorio. Weddell creyó que María era mestiza y asegura que era
una gran oradora que apaciguaba los ánimos de sus guerreros, e inmediatamente la
identificó como líder de los Tehuelches.
Luis Vernet conoció a María en Península Valdés en el año 1823, cuando recaló en
puerto San José para cazar caballos salvajes7. Vernet se enteró de que los indios
pensaban arrasar el campamento apenas llegara su cacique principal. Cuando “el gran
jefe tehuelche” arribó pudo ver que se trataba de una mujer. Argumentó que los
caballos eran de su propiedad porque se criaban en el territorio que ellos ocupaban y
los obligó a pactar siendo necesario entregar bienes a cambio de ganado. Fue entonces
cuando la llamó “María Grande” en alusión a la emperatriz prusiana. Más tarde, en
1831, siendo gobernador de las Islas Malvinas, recibió a ella y a su comitiva, con todos
los honores de un gran jefe. Advirtiendo que María ejercía un cacicato real, la invito a
conocer Puerto Luis con el propósito de concretar la creación de una factoría en Bahía
Gregorio que gozara de la protección de la cacica.
En 1843 el capitán Blanchard del buque lobero francés Le Fleurs también nos brinda
información sobre María a quien encontró en Bahía Posesión; la describe como vieja y
con autoridad 12.
La reina María
Los puntos a tratar no son una sumatoria de rasgos utilizados para definir una jefatura
indígena; por el contrario creemos que los ejemplos precedentes adquieren coherencia
y sentido al entenderlos como parte de la propia dinámica de las complejas estructuras
socio-políticas dentro de un contexto histórico determinado. Las jefaturas son entidades
políticas que basan su poderío en un jefe, perteneciente a familias que ocupan
territorios definidos. María era hija del cacique Vicente y hermana del cacique
Bysante14, su esposo se llamaba Manuel y tenía cinco hijos, el primogénito era el
llamado, “capitán chico”15. Entre los tehuelches meridionales tanto la primera hija mujer
como el primer hijo varón gozaban de privilegios especiales. En su primer encuentro
con Vernet, en 1823, queda claro su concepto de territorio, al no permitirle a Vernet
carnear ganado cimarrón en sus tierras, para ella el territorio también estaba vinculado
a aquel que sus animales pudieran pisar. Los bienes suntuarios de acceso restringido
son indicadores de estatus social. En los cacicazgos, las relaciones entre lo civil y lo
religioso se complementaban. Las fuentes documentales permiten aproximarnos a las
concepciones del poder entre caciques, basándonos en la información contenida en
ellas sobre la retención de objetos sagrados por parte de los mismos. La posesión de
estos objetos se asocia a la sujeción de un conocimiento o sabiduría, al manejo de
fuerzas mágico - religiosas y a la apropiación y el establecimiento de relaciones con
seres sobrenaturales con fines benéficos y de protección frente al enemigo. Poder y
religión son inseparables en las jefaturas.
Los objetos sagrados hacían poderoso a un cacique, así como su capacidad real de
controlar el acceso a determinados bienes. Cómo los distribuía y cómo los organizaba,
sumado al conocimiento adquirida por el contacto con los “otros” y por la posesión de
los objetos exóticos, era lo que le brindaba la oportunidad de convertirse en más menos
poderoso. La competencia entre los caciques por el control de las ruta comerciales y
por la adquisición de conocimientos y bienes, evidencian una palpitante red de
intercambio indígena en esta época. Como ejemplo de ello, podemos citar las medallas
cristianas, que María usaba coma aretes16.
El número de miembros que formaban la jefatura de María era de unos 120 individuos
en el momento que fueron vistos por Fitz Roy en la costa. Dicha cantidad variaba según
la época del año en que se encontraban, lo que da cuenta de los momentos de
agregación o segregación estacional. También permite comprender su capacidad para
conducir y coordinar un numeroso grupo de guerreros.
Como cacica, María reforzaba su estatus a través de bienes suntuarios como los que
describe Fitz Roy al hablar sobre su vestimenta. María legitima su poder a través del
uso de una iconografía ritual, como el Cristo al cual le habla. A través de estas
prácticas, ejerce su poder y su estatus como media para definir vínculos y asociaciones.
Ella manipula la iconografía del Cristo mezclando palabras y ritos indígenas con
cristianos, logrando un sincretismo religioso que le permite acentuar, a través de la
ceremonia, el carácter divino de la imagen tanto frente a su pueblo como frente a la
expedición extranjera.
Según unos náufragos portugueses, María no era la única que realizaba ritos religiosos,
sino que en cada familia habla mujeres encargadas de hacerlo; esta comprobación es
utilizada para refutar su poder de líder religiosa. Sin embargo, el argumento entra en
franca contradicción si nos detenemos a analizar la ceremonia presenciada y descripta
por Fitz Roy en la cual María es la encargada de indicar quién, dónde y cómo debe su
marido Manuel desangrar a los hombres de su tribu. Durante esta ceremonia, María
utiliza un espacio común socialmente organizado entre los toldos, para desempeñar
funciones religiosas, como lo hizo al despedirse cuando partió hacia las islas Malvinas21
y dejó a Manuel, su consorte, a cargo del campamento.
Resplandor de hogueras
Dilucidar las diversas formas en que este poder es expresado, sigue siendo hasta la
fecha tema de debate, que concita la atención de arqueólogos, lingüistas, historiadores
y filósofos. Con el avance de la colonización, los caciques debieron enfrentar cambios
ocurridos en sus territorios, estableciendo distintos tipos de relaciones con los
conquistadores y viajeros. Esto es nodal para identificar los rasgos que caracterizaron la
dinámica de las relaciones sociales a principios del siglo XIX en el territorio patagónico
meridional.
A medida que nos acercamos al siglo XIX, evidenciamos el deterioro en las relaciones
coloniales en el extremo patagónico meridional, entre los cacicazgos, los oficiales
gubernamentales, los comerciantes, los ganaderos, y luego con el Estado nacional.
Estas relaciones son las que, finalmente, marcan los cambios y la pérdida de autonomía
política.
En las sociedades patagónicas existe mayor variación social que la esperada, variación
que supera las alternativas propuestas por los modelos y esquemas tipológicos y
evolutivos clásicos. Al encarar el tema de los cacicatos femeninos nos encontramos con
problemas de grado más que de clase; estas clasificaciones suelen enmascarar las
variaciones culturales y temporales de sociedades que presentaban una amplia gama
de opciones dentro de un tipo de un tipo de organización social basada en la figura de
un jefe cuyo principal poder reside, en nuestra opinión, en la capacidad de coerción que
ejercía sobre su pueblo. Su poder se reflejó en creciente control sobre los recursos
claves de los territorios, y en la concentraci6n y movilización de recursos humanos. Esta
diferenciación social también se ve reflejada en el plano ritual, el que, a través de la
complejización de las ceremonias, indica una consolidación de las diferencias.
Socialmente lo que se valora no depende de lo que las personas hacen sino del sentido
de sus comportamientos en el entretejido social.