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Cultura Aonikenk

Reseña histórica

Los restos arqueológicos de la ocupación humana más


antigua de la Patagonia se remontan a un período que
abarca entre 12.990 y 12.390 años antes del presente.
Se ubican en diferentes cuevas en la zona de Ultima
Esperanza (Chile) y Santa Cruz (Argentina), en las que
se han encontrado restos de cuchillos, raspadores
líticos y puntas de proyectil.

Esta primera cultura de cazadores se mantiene hasta


el noveno milenio antes de Cristo. Desde entonces,
comienzan a variar las técnicas de tratamiento en la
elaboración de los utensilios de piedra.
La arqueología ha permitido
conocer la evolución de los
pueblos cazadores (paleoindios)
pudiendo reconocerse tres
etapas. La primera, cuyos restos
datan aproximadamente del año
7.380 A.C, se caracteriza por la
presencia de instrumentos y
puntas de proyectil de material
lítico, de un tamaño
considerable. Esta etapa está
asociada a manifestaciones
pictóricas en las paredes de las
cuevas, en la que se representan
manos y escenas de cacería. Un
ejemplo son las pictografías de
Río Pinturas en Argentina.
La segunda etapa, que se extiende
hasta antes del segundo milenio
precristiano, se caracteriza por la
presencia de bolas de piedra que,
con un tiento atado, servían como
armas arrojadizas.

En la tercera etapa, que se extiende


entre el segundo y primer milenio
precristiano, se distinguen
instrumentos líticos de refinada
confección y con gran variedad de
formas. También se encuentran
puntas de proyectil muy parecidas a
las utilizadas por los cazadores
históricos.
Los cazadores que habitaban la Patagonia en la zona
Austral a comienzos del S. XVI D.C. (aonikenk, también
conocidos como tehuelches) descienden de estos grupos.

Hacia esta misma época (siglo XVI), llegan los primeros


europeos a esta zona.

El primer contacto que tuvieron los aonikenk con los


europeos fue con la expedición de Hernando de
Magallanes. Uno de los integrantes de la expedición dejó
constancia de este primer encuentro (1520). El cronista
describe a estos hombres con sus vestimentas y da cuenta
de expresiones culturales que generaron rechazo entre los
extranjeros. Este encuentro terminó en guerra, destrucción
y muerte. En 1584, hubo un primer intento de los
extranjeros por establecerse en la zona del Estrecho de
Magallanes. La llevó a cabo Pedro Sarmiento de Gamboa
fundando dos poblados:
Nombre de Jesús y Rey don
Felipe. Estos asentimientos no
lograron permanecer en el
tiempo, pues sus habitantes
murieron de hambre y frío. En
1587, el corsario Tomas
Cavendish rescató a un
sobreviviente del poblado
Nombre de Jesús.

Durante los siglos


siguientes hasta bien avanzado
el siglo XVIII, el contacto de los
europeos con los indígenas fue
esporádico, limitándose a un
escaso intercambio de
productos entre cazadores y
comerciantes que pasaban por
la zona.
Desde mediados de siglo XIX, época en que se fundan el
Fuerte Bulnes (1843) y Punta Arenas (1848), comienza el
proceso de colonización del territorio aonikenk. Este proceso,
las migraciones y las enfermedades contribuyeron a la
disminución de su población. En 1890 sólo quedaban 150
aonikenk en territorio chileno.

Fueron vistos en Chile por última vez en el año 1927. En


Argentina, en un censo realizado en Santa Cruz en el año
1931, se da cuenta de 315 indígenas "Tehuelches" y mestizos
en el área. Los últimos aonikenk, en gran parte mestizos, no
sobrepasan las 40 personas y viven en Santa Cruz, Argentina.
UBICACIÓN GEOGRÁFICA

Los aonikenk (tehuelche)


habitaron la región de la
Patagonia Oriental, al norte
del Estrecho de Magallanes,
entre la precordillera y la
costa del Océano Atlántico.

Esta región corresponde


a llanuras y mesetas de
vegetación esteparia, donde
sólo crecen arbustos
espinosos y pastos duros que
sustentan animales
herbívoros. Es región de clima
con temperaturas bajas, poca
humedad y fuertes vientos.
ACTIVIDADES DE SUBSISTENCIA

Los aonikenk tuvieron como


principal actividad de subsistencia la
caza. Constituían bandas con una
forma de vida nómade, pues debían
seguir los movimientos migratorios de
sus presas que recorrían grandes
distancias en busca de su propio
alimento.

Cazaban principalmente guanaco y


ñandú. De ellos tomaban la carne,
sangre y vísceras para alimento;
aprovechaban la grasa para untarse el
cuerpo en época de invierno y también
las pieles que usaban para cubrirse y
montar sus viviendas.
LENGUA

La lengua de los aonikenk pertenecería, según algunos


estudios, al mismo grupo lingüístico de la de los selknam.

Las personas que tuvieron la oportunidad de oír hablar a


los indígenas, concuerdan en que su lenguaje era gutural y
aglutinante ; que tenía abundantes consonantes.

La lengua utilizaba unos veinticinco sonidos elementales,


de los cuales seis eran semejantes a nuestras vocales.
ORGANIZACIÓN SOCIAL

Los aonikenk vivían en grupos o bandas


compuestos por varias familias unidas por lazos de
parentesco. Este grupo ocupaba un territorio de
considerable extensión heredado de sus antepasados.
En él encontraban todo lo indispensable para su
subsistencia.

Es posible que haya habido hombres que, frente a


determinadas circunstancias, tomaran el mando del
grupo territorial. Estos jefes debían su liderazgo a
conocimientos o destrezas especiales, como por
ejemplo: un perfecto dominio del medio ambiente, un
manejo de estratagemas de captura
de animales, etc. Su autoridad era de
carácter efímero y duraba mientras su
ejercicio contentara a la comunidad.
Cuando había otra persona que
pudiera responder con mayor
propiedad que él a determinadas
necesidades del grupo, era
reemplazado por ella. Asimismo, es
posible que algunas decisiones la
tomaran en conjunto varios jefes de
familia.
Algunas razones que imponían
este liderazgo podían ser también
catástrofes naturales, ataques de
personas o grupos ajenos a la
comunidad.
FAMILIA

La familia de los aonikenk


estaba formada por un hombre,
una o varias mujeres, los hijos y
algunos parientes allegados. Sus
miembros habitaban bajo un
mismo toldo y recibían
temporalmente a los yernos, pues
al parecer era costumbre que el
esposo de un matrimonio recién
formado se incorporara a la
vivienda de la cónyuge, hasta que
por el natural crecimiento
erigieran su propia habitación.
En la familia, la autoridad era ejercida por el padre
en forma discrecional e indiscutida.

Los hombres tenían la responsabilidad de conseguir


el grueso de los alimentos mediante la caza. También
debían decidir los momentos de mudanza del
campamento.

Las mujeres, por su parte, se encargaban del


funcionamiento dentro del campamento. Esto es, la
provisión de agua y leña para el fuego. Debían armar y
desarmar los toldos y cargarlos junto con todos los
enseres domésticos a la hora
de un traslado. También se ocupaban de confeccionar
prendas artesanales en cuero para vestimenta y
habitación. La tarea femenina más importante era
introducir a las nuevas generaciones en los fundamentos
de su cultura y valores, pues los niños permanecían con
sus madres los primeros años de vida.

Para los aonikenk, según destacan algunas fuentes,


los hijos se recibían con agrado. El nacimiento de un
niño era ocasión de celebraciones con ritos y festejos,
en los cuales un chamán tenía un lugar destacado.
Estas celebraciones duraban dos o tres días y en ellas
había abundante comida y muchos bailes.
Una costumbre que
tenían las madres con los
hijos los primeros meses, era
atarles a la cabeza un
pedazo de madera que le
daba una forma plana en la
parte posterior del cráneo.

La educación de los
hijos consistía en la
transmisión de la experiencia
de los adultos a los jóvenes
y del consejo de los
mayores.
MATRIMONIO

Entre los aonikenk el matrimonio consistía en la


entrega de una hija por parte del padre al joven que la
pedía, previo pago de un precio en especies, que estaba
en relación con la calidad que la hija podía tener o de los
atributos con los que ésta estaba dotada. Por ejemplo, si
era buena curtidora de pieles, el valor que debía pagar el
novio era mayor, porque mayor era el vacío que dejaba al
casarse. Este valor, en la época anterior al contacto con
los europeos, estaba conformado por un conjunto de
bienes, tales como armas, utensilios, pieles, etc. Una vez
recibido el pago, se permitía la cohabitación de los
cónyuges.
Para celebrar esta unión se realizaba una ceremonia con un
ritual. En esta celebración participaban todas las familias que
conformaban el grupo territorial. El gasto alimentario de la
fiesta corría por cuenta del esposo.

Los aonikenk podían tener dos o tres esposas, costumbre


que dependía de su capacidad para poder sostenerlas.

JUEGOS

Los aonikenk tenían algunos juegos con los que niños y


adultos se distraían.
En invierno los niños se deslizaban por pendientes
nevadas utilizando una pieza de madera a modo de trineo.

Además de esto, jugaban a desempeñar las ocupaciones


de los mayores. Los niños se entretenían adiestrándose
desde pequeños en el manejo de la boleadora. Las niñas,
por su parte, construían pequeñas réplicas de toldo y se
asentaban en ellos para jugar imitando a las mujeres
adultas.

Los adultos varones se divertían con sencillas pruebas de


fuerza corporal. Entre ellas había una que consistía en
cargar piedras pesadas sobre los hombros, otra en que
dos hombres se tomaban del pelo o por el cuello
procurando desestabilizar uno al otro, botándolo al suelo.
VIVIENDA

La vivienda de los aonikenk consistía en un toldo


que llamaban Kau. Era una vivienda firme y segura que
satisfacía las necesidades de resguardo y abrigo del
grupo. Tenía la característica de ser fácilmente armable,
desmontable y transportable.

El toldo aonikenk se construía en base a una


estructura de palos delgados pero firmes, que
enterraban unos 30 cm. en la tierra. Se disponían en
hileras paralelas y de distinta altura (los más altos en el
frente y el centro, los más bajos al fondo y los costados),
a una distancia que variaba entre 1,5 y 2 metros entre
sí.
Sobre esta estructura se
extendía una gran capa
confeccionada con cueros de
guanaco cosidos (entre 30 y 50
cueros dependiendo el tamaño del
toldo) . Se extendía con el pelo hacia
afuera y era amarrada a los palos de
la hilera frontal, cayendo hacia atrás
y los costados. Los bordes de la
gran capa caían hacia los costados y
el fondo se aseguraba con estacas.

La parte anterior, la más


elevada, era la entrada. Se
encontraba abierta ya que frente a
ella se encendía fuego y se
cocinaba. El sector posterior servía
de dormitorio y muchas veces se
encontraba separado en
compartimentos.
VESTUARIO

De vestimenta los
aonikenk usaban capas de
cuero de guanaco de muy
buena confección. La
usaban con el pelo hacia
adentro. Además usaban
una pieza de cuero que
ataban a la cintura, con la
que tapaban desde el vientre
a la mitad de los muslos.
Usaban en la cabeza un
especie de cintillo que
amarraba, a la altura de la
frente, toda la cabeza.
Finalmente se cubrían los
pies con unos cueros que
hacían las veces de calzado.
Era característico en los hombres, el
rostro pintado con colores obtenidos de
fuentes naturales. El rojo era uno de los
colores más usados y lo combinaban con
otros como amarillo, blanco y negro. En
otras fuentes se señala que los aonikenk
se pintaban el cuerpo desde el cuello a
los pies, con colores rojos, verdes y
amarillos. Se pintaban con tal arte que no
se les veía parte alguna de su cuerpo.

Las mujeres usaban las mismas capas


de cuero para cubrirse y además una
prenda de cuero que hacía de
taparrabos. Las mujeres no usaban los
cueros en los pies como los hombres.
Las que tenían más autoridad entre ellas
usaban adornos (collares de cuentas).
APARIENCIA FÍSICA

Los aonikenk se caracterizaban


por su estatura elevada.

Los hombres medían como


promedio 1.80 metros.
Mostraban un gran desarrollo
torácico y espaldas amplias.
Tenían la cabeza voluminosa, el
cuello grueso y corto. Sin ser
musculosos, eran macizos. En
conjunto, estas características
daban al hombre aonikenk un
aspecto corpulento y vigoroso.
El rostro en los varones se caracterizaba por tener
una forma oval, algo más ancha en la parte inferior y
estrecha en la frente. Tenían pómulos notorios. Sus ojos
eran negros y vivos, grandes y oblicuos. Eran de nariz
por lo general aquilina y boca mediana a grande, con
labios gruesos. Los rasgos faciales de las mujeres eran
semejantes.

El cabello de hombres y mujeres era negro, grueso,


lacio y abundante. Por lo general lo usaban largo. Los
hombres lo dejaban suelto, sujetándolo en la cabeza con
un especie de cintillo.
UTENSILIOS

Entre los utensilios que tenían los aonikenk, había


unos recipientes en los que conservaban la grasa,
hechos de cuero de guanaco, cuidadosamente raspados
para quitarles el pelo, y otros que eran vejigas de
animales que servían para el mismo fin.

Para obtener y conservar el agua usaban unas


vasijas y bolsas hechas de cuero y vejigas.

Es posible que también hayan usado recipientes


(baldes) hechos con corteza de árboles para distintos
fines.
Los aonikenk tenían muchos y variados
instrumentos hechos de piedra. Entre ellos se
encuentran cuchillos, raederas, raspadores, todos ellos
de distintas clases.

También instrumentos para moler, como yunques y


morteros. Asimismo pulidoras, escamadoras (con las
que hacían el surco a las boleadoras por ejemplo),
cepillos o alisadores, martillos y perforadores.

Tenían también utensilios elaborados con huesos de


animales, como por ejemplo punzones, descortezadores
y cuñas.

Las principales armas de los aonikenk eran el arco y


la flecha, aunque también usaban la boleadora. El arco
que usaban era corto, tenía prácticamente el mismo
tamaño que la flecha.
ARTE RUPESTRE

Uno de los restos


que han quedado de los
antecesores de los
aonikenk son las
llamadas Pinturas
Rupestres. Estas pinturas
se encuentran
especialmente en los
aleros de las montañas y
en cavernas. Tenían
como finalidad recordar
algún hecho particular o
simplemente manifestar
sus aptitudes artísticas.
Una de las muestras gráficas más comunes son las
improntas de manos. En algunos lugares, aunque menos
común que las anteriores, hay impresiones de pies.

Otros motivos recurrentes son las figuras de animales,


especialmente del guanaco, el avestruz, el puma. Junto a
estas formas se encuentran figuras geométricas, donde el
significado de las líneas quebradas, los círculos
concéntricos y los puntos son una incógnita.

Los colores de estos dibujos están basados en los ocres,


especialmente el rojo y amarillo. También usaban el blanco
y negro.
MÚSICA

Los aonikenk tenían gusto por la música. Lo manifestaban en


sus cantos y en el uso de un instrumento musical llamado
koolo.

El canto era, por lo general, expresión de alegría, de tristeza


o de dolor.

Para ocasiones especiales, como bienvenidas y


agradecimientos o para conjurar amenazas y males, hacían
uso del canto.

En épocas ancestrales, los ancianos relataban las leyendas


de la comunidad cantando.
El koolo era un instrumento musical aonikenk, del
que se obtenía una extraña y dulce melodía. Este
consistía en un arco que sostenía una cuerda de crines.
Para hacerlo sonar deslizaban un accesorio de hueso
sobre la cuerda.

Además de éste, usaban el tamboril y el sonajero,


instrumentos que se empleaban para dar ritmo a los
pasos de baile, con sonidos secos y sin melodía.
TRABAJO EN CUERO

Otra de las actividades de los aonikenk era el


trabajo artesanal del cuero. Para ello usaban pieles de
distintos animales: guanaco, puma, zorro, ñandú; incluso
en épocas posteriores a la llegada de los españoles, con
piel de ganado.

Este trabajo lo realizaban las mujeres y consistía


principalmente en prendas para vestir y la capa del
toldo, que era de muy buena confección. Además
fabricaban toda clase de bolsas, carteras, alforjas y
estuches.
CREENCIAS

Los aonikenk creían en un


ser todopoderoso llamado
koosh, que identificaban
genéricamente con el cielo
(llamado también Seecho,
Wekkon, Ushuá). A él se debía
el ordenamiento cósmico, esto
es, la separación de las aguas
y tierra, la luz y tinieblas, el sol
y la luna y los fenómenos
atmosféricos que, en conjunto,
forman el entorno celestial.
Concluida su obra koosh se
habría retirado a descansar en
una isla lejana en el océano,
hacia el oriente.
Este Ser, pese a reconocérsele sus atributos y
omnipotencia, no era objeto de veneración. Su figura era
algo misteriosa y difusa. Se le imaginaba desligado del
mundo por él originado.

Alguna importancia daban a los astros Sol y Luna.


Estos se disputaban desde un principio el derecho a
regir el día, y así pasaban persiguiéndose por el
firmamento para encontrarse en el horizonte. Unidos en
matrimonio, surgió Karro, la estrella matutina.

Creían también en unos espíritus malos, hijos de la


noche. Entre ellos estaba Azshem, quien era visto
algunas veces como un engendro masculino, otras como
femenino, permanentemente enmascarado que infundía
temor en las noches a mujeres y niños. El era el
causante de las enfermedades en los humanos.
Otro espíritu malo era Máip, el maligno por
excelencia, responsable de los infortunios de los
hombres. Este espíritu habitaba en las cavernas y se
manifestaba en los atardeceres, augurando sucesos
nefastos.

Kélenken, era el espíritu gemelo de Máip, que se


identificaba en un ave de rapiña, (lechuza, chimango). A
él se le atribuía la capacidad genérica de hacer el mal,
especialmente a través de las enfermedades febriles.
MUERTE

Los aonikenk creían que después de la muerte el


espíritu de la persona se volvía a reencarnar en algún
miembro de la familia. Si era una persona anciana la que
moría, no se lamentaba tanto, ya que pasaba a una vida
mejor. Si el que fallecía era un joven, el pesar era
mayor, pues creían que su espíritu quedaba sin destino,
como un prisionero en la tierra, hasta que llegara el
tiempo de hacerse viejo.

Cuando una persona moría, los parientes envolvían


el cuerpo en la capa que usaba para vestirse, junto con
objetos personales, alimentos y armas, y lo sepultaban
mirando hacia el oriente con el cuerpo flectado en
posición fetal. Recubrían la tumba con pesadas piedras
y no se volvía a hablar de la persona fallecida.

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