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Mónica McCarty Asalto

Àriel x

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Mónica McCarty Asalto
Àriel x

LA GUARDIA DE LOS HIGHLANDERS:


Asalto
10º libro de la Entrega: La Guardia de los Highlanders

Traducción: Àriel x.
Àriel x ll Journals

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Mónica McCarty Asalto
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ÍNDICE
 Sinopsis 4
 Prefacio 7
 Capítulo 1 8
 Capítulo 2 17
 Capítulo 3 28
 Capítulo 4 36
 Capítulo 5 43
 Capítulo 6 49
 Capítulo 7 62
 Capítulo 8 72
 Capítulo 9 80
 Capítulo 10 87
 Capítulo 11 100
 Capítulo 12 108
 Capítulo 13 117
 Capítulo 14 129
 Capítulo 15 139
 Capítulo 16 147
 Capítulo 17 157
 Capítulo 18 168
 Capítulo 19 178
 Capítulo 20 187
 Capítulo 21 198
 Capítulo 22 208
 Capítulo 23 216
 Capítulo 24 228
 Capítulo 25 236
 Capítulo 26 245
 Capítulo 27 253
 Capítulo 28 262
 Capítulo 29 268
 Epílogo 271

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SINOPSIS
Hacía seis años, Eoin MacLean, Asalto, sufrió la mayor traición de su vida, un desastre que llevó a
Robert de Bruce a una aplastante derrota y dejó Eoin sin la mujer de espíritu que gobernaba su cora-
zón.

Eoin sabía que enamorarse de la hija de su enemigo era arriesgado, lo dividían entre el deseo pose-
sivo por la bella Margaret MacDowell y una eterna lealtad a su rey.

Prometió a Bruce que ocultaría a su novia lo del ejército de élite de la Guardia de los Highlanders,
pero no pudo predecir las consecuencias nefastas que su secreto conllevaría en su joven matrimo-
nio.

Tampoco podía prever cómo rendirse a la tentación podría paralizar la causa de Bruce, obligando a
Eoin a culpar a su esposa y confiar en ella.

Ahora, como Bruce se preparaba para desafiar reductos de la resistencia, Eoin finalmente tenía su
oportunidad de venganza contra la mujer que amó con tanta fuerza y todo su clan. Pero cuando
Margaret ferozmente independiente revela una sorpresa que la une con Eoin, ninguno de los dos va
a dejar a su amor ir sin una pelea.

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La Guardia de los Highlanders

1. Tor MacLeod, Jefe: líder de las huestes y experto en combate con espada.
2. Erik MacSorley, Halcón: navegante y nadador.
3. Lachlan MacRuairi, Víbora: sigilo, infiltración y rescate.
4. Arthur Campbell, Guardián: exploración y reconocimiento del terreno.
5. Magnus MacKay, Santo: experto en supervivencia y forja de armas.
6. Kenneth Sutherland, Hielo: Explosivos and versatilidad.
7. Ewen Lamont, Cazador: rastreo y seguimiento de hombres.
7.5. James Douglas, Negro.
8. Robert Boyd, Ariete: fuerza física y combate sin armas.
9. Gregor MacGregor, Flecha: tirador y arquero.
10. Eoin MacLean, Asalto: estratega en lides de piratería.
11. Thomas McGowan. Herrero, Roca.
11.5Sir Thomas Randolph, Pícaro.
12. Alex Seton, Dragón: dagas y combate cuerpo a cuerpo.

También:
13. Helen MacKay, (de soltera, Sutherland), Ángel: sanadora.

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PREFACIO

Año de nuestro Señor 1313

Después de casi siete años de guerra, Robert de Bruce ha emprendido un regreso improbable de una
derrota casi hecha para retomar casi todo su reino de los compatriotas ingleses y escoceses que se
han opuesto a él.

El último desafío de los ingleses llegará pronto, pero en Escocia todavía hay puntos de resistencia
en el hombre que se llamaría Rey Robert I. Entre ellos está la problemática provincia suroeste de
Galloway, gobernada por el hombre más buscado de Escocia: Dugald MacDowell, el jefe despia-
dado del Clan MacDowell.

Ver derrotado a Dugald MacDowell es algo personal para Bruce, ya que fueron los MacDowells
quienes fueron responsables de uno de los momentos más oscuros en la búsqueda de Bruce por el
trono.

Para dirigir esta importante misión, Bruce llama a Eoin MacLean, uno de los famosos guerreros de
la élite de la fuerza de combate secreta conocida como la Guardia de los Highlanders, que tiene sus
propias razones para ver la destrucción de los MacDowells.

Pero la venganza nunca es tan fácil como parece, y Eoin finalmente tendrá que enfrentar el pasado
que lo persigue y volver a los días antes de que Bruce hiciera su oferta por el trono.

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Capítulo 1
Iglesia de Santa María cerca del castillo de Barnard, Durham, Inglaterra, 17 de enero de
1313

Era un maldito buen día para una boda. Eoin MacLean, el hombre que había ideado el plan para
usarlo como una trampa para capturar al hombre más buscado en Escocia, apreció la ironía.

El sol, que se había escondido detrás de las nubes de tormenta durante semanas, había elegido esta
mañana de medio invierno para resurgir y brillar intensamente en el campo inglés ensuciado, ha-
ciendo brillar los gruesos pastos alrededor de la pequeña iglesia y el follaje restante en los árboles
que brillaban de color del ámbar Y el oro. También, desafortunadamente, cogía el resplandor de su
cotun, haciéndole difícil de mezclarse en el campo. El largo escudo de acero era una armadura
inusual para los hombres de Bruce, que preferían los cotunes de cuero negro más ligeros, pero en
este caso, era necesario.

Desde su punto de vista en la ladera boscosa más allá de la iglesia, el pequeño pueblo en el río Tees
en la sombra del gran castillo de Barnard se veía bonito y pintoresco. Un fondo perfecto para la no-
via igualmente bonita y su novio inglés caballeroso.

La boca de Eoin cayó en una línea dura, una pequeña grieta que revelaba cómo se sentía por dentro.
Era casi una vergüenza arruinarlo. Casi. Pero había estado esperando este día por casi seis años, y
nada, seguro como el infierno, ni la felicidad de la novia y el novio, le impedirían capturar al hom-
bre responsable del peor desastre que le ocurriría a Robert de Bruce en un Reinado lleno de un mon-
tón de ellos para elegir.

Lo pagarían. Dugald MacDowell, el jefe del antiguo reino celta de Galloway, el último de la impor-
tante oposición escocesa a la realeza de Bruce y el responsable de la masacre de más de setecientos
hombres, entre ellos dos hermanos de Bruce. El bastardo había eludido la captura durante años, pero
finalmente había cometido un error.

Que su error fuese una debilidad por la novia lo hizo aún más apropiado, ya que era la tonta debili-
dad de Eoin la misma mujer lo que había puesto en marcha todo el desastre.

Sintió por un instante el pedazo de marfil tallado en sus entrañas. Estaba allí, como lo estaba el pe-
dazo de pergamino bien leído junto a él. Una especie de talismán, recordatorios de otro, pero nunca
iba a la batalla sin ellos.

-¿Estáis seguro de que estará aquí?

Eoin se volvió hacia el hombre que había hablado: Ewen Lamont, su compañero en la Guardia de
los Highlanders, y uno de los doce hombres que lo habían acompañado en esta misión peligrosa
muy atrás de las líneas enemigas. Aunque Bruce mismo había dirigido incursiones a través de Dur-
ham el verano pasado, el rey había tenido un ejército para el apoyo. Si la docena de hombres de

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Eoin se encontraba con problemas, estaban a cien millas de la frontera escocesa. Por supuesto, era
su trabajo asegurarse de que no se toparan con más problemas.

Opugnate acriter. Doblegar con fuerza. Eso era lo que él hacía, por lo que le había ganado el nom-
bre de Asalto de guerra entre los guerreros de élite de la Guardia de los Highlanders secreta de
Bruce. Al igual que el delantero que manejaba los poderosos golpes del martillo para el herrero, la
táctica de "piratas" audaces de Eoin, justo al borde de la locura, golpeaba duramente a sus enemi-
gos.

Hoy no sería diferente, excepto que este plan podría ser aún más audaz (y más loco) que de costum-
bre. Lo cual, desde luego, quería decir algo.

Eoin se encontró con la mirada de su amigo, que sólo se veía por debajo del timón completo:- Sí,
estoy seguro. Nada le impedirá a MacDowell asistir a la boda de su hija.

La información sobre las nupcias planeadas por Maggie-Margaret había caído en sus manos por ca-
sualidad. Eoin, Lamont, Robbie Boyd y James Douglas habían estado con Eduardo de Bruce, el
único hermano restante del rey, en Galloway durante el mes pasado haciendo todo lo que podían
hacer para interrumpir la comunicación y las rutas de abastecimiento entre las fortalezas de MacDo-
well en la provincia suroccidental de Galloway, y el castillo de Carlisle en Inglaterra, que los abas-
tecía. Durante una de esas "interrupciones", habían capturado un paquete de misivas, que incluía
una carta de sir John Conyers, el condestable del Castillo de Barnard para el conde de Warwick,
dando la fecha del matrimonio de Conyers con la "amada" hija de MacDowell. Dugald tenía ocho
hijos, pero sólo una hija, por lo que no podía haber error en cuanto a la identidad de la novia.

Lamont le dirigió una larga y sabia mirada:- Sospecho que lo mismo se podría decir de vos.

El labio de Eoin se curvó en una sonrisa que estaba bordeada con mucho más enfado que diver-
sión:- Tenéis razón sobre eso.

Esta era una boda que no se perdería por nada del mundo. El hecho de que llevaría a la captura de
su enemigo más odiado sólo lo hacía más satisfactorio. Dos deudas, largas en cobrarse, serían paga-
das este día.

Pero diablos, ¿cuánto tiempo más iba a durar esto? Siempre estaba nervioso antes de una misión,
pero esto era peor de lo habitual. ¡Por el amor de Cristo, sus manos estaban prácticamente tem-
blando!

Se reiría, si no supiera por qué. El hecho de que pudiera llegar a él después de todos estos años -
después de lo que había hecho- lo enfurecía lo suficiente como para matar de inmediato cualquier
espasmo. Estaba tan frío como el hielo. Tan duro como el acero. Nada penetraba. No lo había hecho
en mucho tiempo.

Finalmente, la aparición de los jinetes en el puente levadizo, uno de los cuales sostenía una bandera
azul y blanca, señaló la llegada del novio.

Eoin bajó la visera de su timón, ajustó la pesada e incómoda camisa del cotun y se puso el sobre ro-
bado, que no coincidía con el azul y el blanco.

-Preparaos -dijo a su compañero-. Aseguraos de que los demás sepan qué hacer y esperad mi señal.

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Lamont asintió con la cabeza, pero no le deseó suerte. Eoin no la necesitaba. Cuando se trataba de
estrategias y planes, nadie los hacía mejor. Burlar, jugar mejor, ser más hábil, y cuando era necesa-
rio, derrotar y ganar. MacDowell podía haber conseguido lo mejor de él hacía seis años, pero hoy
Eoin mejoraría la puntuación.

-Bàs roimh Gèill -dijo Lamont. Morir antes de rendirse, el lema de la Guardia de las Tierras Altas
y, si tenían suerte, también de Dugald MacDowell.

***

Estaba haciendo lo correcto. Margaret lo sabía. Habían pasado casi seis años. Había llorado bastante
tiempo. Merecía la oportunidad de ser feliz. Y lo más importante, su hijo merecía la oportunidad de
crecer bajo la influencia de un buen hombre. Un hombre amable. Un hombre que no había sido
amargado por la derrota.

Nada explicaba por qué había estado despierta desde el amanecer, corriendo toda la mañana, inca-
paz de permanecer inmóvil. O por qué su corazón palpitaba como si estuviera en pánico. El pánico
que superaba la ansiedad normal del día de la boda.

No había estado nerviosa en absoluto en su primera boda. Su pecho se contrajo sólo por un mo-
mento -un pequeño momento- permitiendo que sus pensamientos volvieran a esa franja en el
tiempo, hacía siete años, cuando todo parecía tan perfecto. Había estado tan feliz. Así con el amor y
lleno de esperanza para el futuro. Su pecho se apretó fuertemente antes de soltar con un suspiro pe-
sado.

Dios, qué necia e ingenua había sido. Tan descarada y confiada. Tan convencida de que todo saldría
como quería. Tal vez un poco de ansiedad le habría servido mejor.

Había sido tan joven, demasiado joven. Sólo dieciocho. Si pudiera volver y hacerlo todo de nuevo
ahora con la perspectiva de la edad…

Suspiró. No, ya era demasiado tarde para cambiar el pasado. Pero no el futuro. Sus pensamientos
regresaron al presente donde debían quedarse, y se concentró, como siempre, en lo mejor para salir
de aquel doloroso momento. Lo que la sacaba de la oscuridad y la obligaba a vivir de nuevo. Su hijo
de cinco años, Eachann, o como le llamaban en Inglaterra, Héctor.

Cada uno tenía una pequeña cámara contigua a la suya en la casa solariega que había sido su hogar
en Inglaterra durante los últimos cuatro años, ya que su padre se había visto obligado a huir de Es-
cocia. Pero ella y su hijo estarían saliendo de Temple-Cotón para siempre esta mañana. Después de
la ceremonia de la boda, se trasladarían al castillo de Barnard con su prometido, su esposo, corrigió,
tratando de ignorar el revoltijo de su estómago y el pico en su pulso (dos cosas que definitivamente
no deberían suceder simultáneamente).

En lugar de eso, forzó una sonrisa en su rostro y miró con cariño a su hijo, que estaba sentado en su
cama, sus piernas esbeltas colgando por el costado y su cabeza rubia inclinada hacia adelante.

Los suaves y sedosos rizos se oscurecían ya que el rubio blanco de la niñez cedía el paso al rubio
más oscuro de la juventud. Como el de su padre. Éra como su padre de muchas maneras, mirarle
debería causar su dolor. Pero no lo hizo. Sólo le traía alegría. Eachann tenía un pedazo de su esposo

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que la muerte no podía reclamar. Su hijo era suyo por completo, de una manera que su marido
nunca había sido.

Sonrió, su corazón hinchándose como siempre lo hacía cuando lo miraba:- ¿Lo tenéis todo?

Miró hacia arriba. Los agudos ojos azules se encontraron con los de ella, sorprendiéndose nueva-
mente en su semejanza con el hombre que le había dado su sangre, pero nada más. Cada uno asintió
sombríamente. Él era como su padre en ese aspecto también, serio y contemplativo.

-Creo que sí.

Paseando alrededor de los dos grandes troncos de madera, Margaret miró alrededor de la habitación
para asegurarse. Justo debajo de su pequeño zapato, divisó la esquina de un tablón oscuro de ma-
dera.

Siguiendo la dirección de su mirada, Eachann trató de ponérselos discretamente debajo de la cama.


Frunciendo el ceño, Margaret se sentó en la cama a su lado. No lo miraría. Pero no necesitaba ver su
cara para saber que estaba molesto.

- ¿Hay alguna razón por la que no queráis tomar vuestro tablero de ajedrez? ¿Pensé que era vuestro
juego favorito?

Sus mejillas se sonrojaron:- El abuelo dijo que soy demasiado mayor para jugar con juguetes. Nece-
sito practicar mis espadas o acabaré siendo un bastardo traidor como mi padre -la boca del niño di-
bujó una línea dura y despiadada, la expresión parecía escalofriantemente como su padre. ¿Por qué
nunca había notado los aspectos negativos de su padre hasta que aparecieron en su hijo?

>-¡No soy un traidor! Veré a ese usurpador del trono fuera, y el buen rey John restaurara su corona,
si es lo último que hago –se estremeció. Los huesos de San Columba, sonaba exactamente igual que
su padre. Su cabeza se inclinó hacia la suya-. Pero, ¿qué es un bastardo?

-Nada que podáis ser jamás, mi amor -dijo, abrazándolo con fuerza-. Era una palabra que no iba a
preocuparse por enseñársela,

Si necesitaba pruebas de por qué estaba haciendo lo correcto, lo tenía. Amaba a su padre, pero no
quería que su hijo se rompiera por sus decepciones. No vería a Eachann convertido en un viejo
amargado y enfadado que pensaba que el mundo se había vuelto contra él. Que se deleitó en ser el
último "verdadero" patriota de la reivindicación de Balliol al trono, y el único noble escocés que
aún no se había inclinado ante el "usurpador" Robert de Bruce.

Margaret comprendía el enfado de su padre -y tal vez incluso se mostraba complacido con él por la
fuente, pero eso no significaba que quisiera que su hijo se convirtiera en una versión en miniatura
de él. A pesar del "bastardo traidor" de su padre, Dugald MacDowell amaba a su único nieto. De
hecho, era la mención que su padre hacía de que Cadaann se había criado con Tristan MacCan, su
secuaz de gille-coise, para que el muchacho pudiera estar cerca de él, lo que le dio a Margaret el
empujón para aceptar la propuesta de sir John Conyers.

Cuando llegara el año siguiente para que su hijo dejara su cuidado, ¡Dios le diera fuerzas para en-
frentar ese día! Sir John se ocuparía de su colocación y no su padre. Ser un escudero de un caballero

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inglés era muy preferible a ser fomentado por un hombre que estaba completamente bajo la influen-
cia de su padre, incluso uno que era un amigo de la infancia. La seguridad de su hijo estaba por en-
cima de todo.

-Las piezas de ajedrez no son juguetes, mi amor -sacó el tablero grabado con líneas de rejilla y las
piezas de madera talladas y pintadas con amor. Parte de la pintura había comenzado a desprenderse
en los bordes, y las caras cuidadosamente pintadas se habían desvanecido con el uso. Había ense-
ñado a Everyann a jugar cuando tenía tres años. Jugaba contra sí mismo, la mayoría de las veces,
como a pesar de los esfuerzos prodigiosos de lo contrario, nunca había tenido la paciencia para ello.
Pero lo hizo. Su hijo era brillante, y estaba muy orgullosa de él.

-A esto juegan los reyes -dijo con una sonrisa agridulce-. Vuestro padre jugaba.

Eso lo sorprendió. Rara vez mencionaba a su padre, por varias razones, incluyendo que los recuer-
dos le dolían y la mención de él creaba la ira de su familia. Todos trataron de pretender que el "bas-
tardo traidor" nunca existió alrededor de Eachann, pero si la mirada ansiosa en el rostro del chico
era cualquier indicación, tal vez se habían equivocado en eso.

-¿Lo hizo? -preguntó Eachann.

Asintió:- Fue él quien me enseñó a jugar. Vuestro abuelo nunca aprendió, por eso… -pensó en
cómo decirlo-. Por eso no entiende lo útil que puede ser para un guerrero.

La miró como si estuviera loca:- ¿Cómo?

Sonrió:- Bueno, podríais lanzar la tabla como un disco, o usar las piezas en una honda.

Él puso los ojos en blanco. No podía conseguir nada más allá de él, aunque sólo tuviera cinco años.
Siempre sabía cuándo estaba bromeando:- No seáis ridícula, madre. No sería una buena arma.

Su expresión era tan reminiscente como la de su padre que tuvo que reírse para no echarse a llorar.
Si alguien necesitaba la prueba de que los rasgos y movimientos eran heredados, -Everyann-, era él.

-De acuerdo, me tenéis a mí. Estaba bromeando. ¿Leísteis el resto del folio que el padre Christopher
encontró para vos?

Lo habían estado leyendo juntos, pero se había impacientado esperándola. Al igual que con el aje-
drez, su hijo había superado rápidamente sus habilidades de lectura forjadas.

Asintió.

Continuó:- El rey Leónidas era un gran espadachín, pero eso no era lo que lo convertía en un gran
líder, y lo que impedía a tantos persas en las Termopilas. Era su mente. Planificó y diseñó estrate-
gias, aprovechando el terreno para su ventaja.

Una amplia sonrisa iluminó el pequeño rostro de Eachann:- Al igual que vos planeáis y hacéis estra-
tegias en el ajedrez.

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Margaret asintió con la cabeza:- Eso fue lo que vuestro padre hizo tan excepcionalmente. Era uno
de los hombres más inteligentes que he conocido. De la misma manera que vos podéis mirar el ta-
blero de ajedrez y "ver" qué hacer, podía mirar a un ejército en el campo de batalla y ver qué hacer.
Podía derrotar al enemigo antes de que incluso cogiera una espada.

Aunque el padre de Eachann había favorecido un hacha de batalla como su ilustre abuelo para el
cual había sido nombrado Gillean-na-Tuardhe, Gill Eoin (el siervo de San Juan) del hacha de bata-
lla. Había sido bueno con eso también. Pero no quería mencionar eso.

Apesar del auspicioso nombre de su hijo, al escuchar a uno de los más grandes guerreros de la anti-
güedad, Héctor de Troya, Eachann era pequeño y aún no había demostrado ninguna habilidad -o
amor- por las armas. Su padre había comenzado a notarlo y esa era otra razón por la que tenía que
sacar a su hijo. A ella no le importaría que Eachann nunca cogiera un arma y se enterrara en los li-
bros por el resto de su vida. Pero Dugald MacDowell no veía a su nieto si no fuera un guerrero fe-
roz. Otro MacDowell dedicado su vida a una guerra que nunca terminaría.

Pero no dejaría que eso sucediera. El conflicto constante que había dominado su vida -que había
desgarrado su vida- no afectaría a su hijo.

Se levantó:- ¿Por qué no cogéis vuestro juego, mientras voy a decirle al abuelo que estamos listos?

Asintió con la cabeza y saltó de la cama. Estaba casi a la puerta antes de que sintiera un par de dimi-
nutos brazos alrededor de sus piernas:- Os amo madre.

Las lágrimas le llenaron los ojos mientras le devolvía el abrazo con un duro apretón:- Os amo tam-
bién, cariño.

La certidumbre llenó su corazón. Estaba haciendo lo correcto.

***

Tres horas más tarde, Margaret tuvo que recordárselo. Cuando estaba frente a la puerta de la iglesia,
su padre, su hijo y seis de sus ocho hermanos se reunieron a su izquierda, y Sir John a su derecha,
flanqueado por lo que parecía toda la guarnición del Castillo Barnard, no se sentía bien todo. De he-
cho, se sentía muy, muy mal.

Si no fuera por el firme brazo bajo su mano que la sostenía, podría haberse derrumbado; Sus piernas
tenían la fuerza de gelatina.

Sir John debió de percibir algo. Él cubrió su mano descansando en la curva de su codo con la suya.

-¿Estáis bien? Os veis un poco pálida.

Tenía que inclinar la cabeza hacia atrás para mirarlo. Era alto, aunque no tan alto como su primer
marido, y la parte superior de su cabeza apenas alcanzaba su barbilla. Era igual de guapo sin em-
bargo. Tal vez incluso más, si preferís la perfección lisa a agudo y cincelado. Y a sir John le gustaba
sonreír. Lo hacía con mucha frecuencia. A diferencia de su primer marido -sonsacar una sonrisa de
él había sido un desafío constante-. Pero cuando lo había conseguido, había sentido como si le hu-
bieran recompensado el rescate de un rey. La vida de sir John tampoco giraba en torno a la batalla:
pensar en la batalla, planear la batalla, hablar de la batalla. Sir John tenía muchos otros intereses,

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incluyendo -novedosamente- a ella. Hablaba con ella, compartía sus pensamientos con ella, y no la
trataba como si fuera un error.

Entonces, ¿por qué se sentía así? ¿Por qué la boda muy apropiada, con el hombre aparentemente
perfecto, se sentía tan diferente de la impropia, con el hombre equivocado que había venido antes?

Porque no lo amáis.

Pero lo haría. Por todo lo que era bueno y santo en el cielo, ¡lo haría! Esta vez crecería, en vez de
marchitarse en el hueso de la negligencia de morir. Se le estaba dando una segunda oportunidad de
felicidad, y se lo llevaría, ¡la tendría!

Respiró hondo y sonrió, esta vez de verdad:- Estaba demasiado emocionada para comer algo esta
mañana. Me temo que estoy mareándome un poco. Pero estoy bien. O lo estaré, tan pronto como
lleguemos a la fiesta.

Sir John le devolvió la sonrisa, pensó con alivio:- Entonces no debemos retrasar el momento -se in-
clinó y susurró más cerca en su oído-. No quiero que mi esposa se desmaye antes de la noche de bo-
das.

Sus ojos se abrieron sobre los suyos. Captó el brillo travieso y se rio-. ¿Así que esperáis que me
desmaye después?

-Lo consideraría el mejor cumplido si quisierais. Es la esperanza de todo novio superar tanto a su
novia en la noche de bodas que se desmaye -asintió con la cabeza para indicar a los soldados detrás
de él-. ¿De qué otra manera puedo impresionar a los hombres por una jarra de cerveza?

-Sois horrible -pero lo dijo con una sonrisa. Por eso se casaba con él. Es por eso que serían felices.

La hacía reír de una manera que no se había reído en mucho tiempo. Su humor era tan perverso
como lo fue el suyo. Una vez.

Siguiendo la dirección de su mirada, escaneó el gran grupo de soldados vestidos con el cotun.
-¿Es eso de lo que habláis cuando estáis todos juntos? ¿No estáis rompiendo un código secreto mas-
culino diciéndome esto?

Sonrió:- Probablemente. Pero espero que no me traicionéis.

No para traicionarme...

Un escalofrío recorrió su espina dorsal. Su mirada se clavó en algo entre la multitud. Su piel se le
erizó, y el pelo de la parte posterior de su cuello se levantó durante un largo latido del corazón antes
de que la sensación pasara.

Debían haber sido las palabras de Sir John, sin saberlo, revolviendo recuerdos. Sin saberlo, agitando
la culpa.

No le digáis a nadie de mi presencia…

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Dolor que ni siquiera seis años se pudo parar, apuñaló su corazón. Dios, ¿cómo pudo haber sido tan
tonta? Lo único bueno de que su marido muriera era que no tenía que vivir con el conocimiento de
cuánto la habría despreciado por traicionarlo.

- ¿Margaret? -la voz de sir John la sacudió de los recuerdos-. Nos están esperando.

El sacerdote y su padre, que habían estado hablando, la miraban ahora, el sacerdote interrogante, su
padre con un ceño oscuro. Ignorando ambos, se volvió hacia Sir John:- Entonces, comencemos.

Junto a ellos, se pararon ante la puerta de la iglesia y repitieron públicamente los votos que los
unían.

Si los recuerdos de otro intercambio de votos trataban de entrometerse, se negó a dejarlos. Por su-
puesto que esta vez fue diferente. Esta vez lo estaba haciendo bien. Las amonestaciones. El inter-
cambio público de votos fuera de la puerta de la iglesia. Lo único que no tendrían era la misa des-
pués. Como era viuda, no estaba permitido.

Si en secreto no le importara perder una larga misa, era lo suficientemente inteligente como para no
admitirlo. Ahora. No era la salvaje, irreverente "pagano" de "el Dios Abandonado" de Galloway
nunca más. Nunca daría a Sir John una razón para avergonzarse o avergonzarse por ella.

Cuando el sacerdote preguntó si había alguien que objetaba o sabía de una razón por la que estos
dos no se podían unir, su corazón se detuvo. El silencio parecía extenderse intolerablemente. Segu-
ramente era suficiente para esperar.

-Yo.

La voz sonó fuerte y clara, pero por un momento confuso, pensó que lo había imaginado. El incó-
modo murmullo de la multitud, y las cabezas volteadas en la dirección de la voz, sin embargo, le
dijo que no.

Sir John juró:- Si esto es algún tipo de broma, alguien se va a arrepentirse.

-Vos, -dijo el sacerdote en voz alta-. Dad un paso adelante si tenéis algo que decir.

La multitud se separó, revelando a un soldado, un soldado excepcionalmente alto y poderosamente


construido. Extrañamente, la visera de su timón se volteó.

Dio unos pasos hacia delante y Margaret se quedó inmóvil. Aturdida, su aliento atrapado en su gar-
ganta mientras observaba el poderoso paso que parecía tan familiar. Sólo un hombre caminaba con
esa clase de impaciencia, como si estuviera esperando que el mundo lo alcanzara.

No. no. No puede ser.

Todos los ojos estaban sobre el soldado que llevaba el abrigo azul y blanco de los brazos de Con-
yers. Notó el movimiento de unos cuantos soldados, dando vueltas alrededor de la multitud en el
cementerio, pero no les hizo caso. Como todos los demás, su mirada estaba clavada en el hombre
que avanzaba con intención.

Se detuvo a pocos pasos.

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Se quedó inmóvil, con la cabeza vuelta en su dirección. Era ridículo -fantástico- sus ojos estaban
ocultos en la sombra del timón de acero, pero de alguna manera podía sentirlos arder en ella. Con-
denando, acusando, despreciando.
Sus piernas ya no podían sostenerla. Comenzaron a tambalearse.

-¿Qué significa esto, Conyers? -preguntó su padre enfadado, al parecer culpando a Sir John por la
conducta de uno de sus hombres.

-Habla -le dijo el sacerdote con impaciencia al hombre-. ¿Hay algún impedimento del que tengáis
conocimiento?

El soldado levantó la visera y, durante un momento angustioso y angustiante, sus ojos azules de me-
dianoche se encontraron con los de ella. Ojos que nunca podría olvidar. El dolor la atravesó en una
explosión devastadora. Blanca-caliente, aspiró cada último pedacito de aire de sus pulmones. Su ca-
beza comenzó a girar. Apenas oyó las palabras que sacudirían a la multitud.

-Sí, hay un impedimento -oh Dios, esa voz. Había soñado con esa voz tantas noches. Una voz grave
y dura con el brillo del gaélico. Oh Dios, Maggie, eso se siente tan bien. Voy a…-. La muchacha ya
está casada.

-¿Con quién? -preguntó el sacerdote furioso, obviamente creyendo que el hombre estaba jugando
algún tipo de juego.

Pero no lo era. Eoin estaba vivo.

-Conmigo.

Margaret ya estaba cayendo mientras hablaba. Por desgracia, Sir John no iba a conseguir su deseo:
la novia se desmayaría antes de la noche de bodas, después de todo.

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Capítulo 2

Castillo de Stirling, Escocia, finales de septiembre de 1305

-¿Estáis seguro de esto, Maggie?

Margaret tomó eso como una pregunta retórica. Estaba segura de todo, como bien sabía su amiga
más mayor:- ¿Has visto alguna vez algo así, Brige?

La pregunta de Margaret era también retórica. Por supuesto que su amiga no lo había hecho. Como
Margaret, Brigid no había viajado más de veinte millas lejos desde su casa en el Rin de Galloway
en la remota esquina suroeste de Escocia. Un lugar que estaba tan lejos que parecía casi otro
mundo. Los huesos de Dios, les había llevado casi dos semanas viajar aquí con carros, y no era un
viaje que estaba ansiosa por repetir pronto.

Si tuviera éxito, cuando tuviera éxito, tal vez no regresaría. Aunque la reunión en Stirling era un
intento de hacer aliados a los rivales de Escocia para que la corona formara una fuerza unificada
contra Inglaterra, su padre tenía otro propósito al estar aquí. Tenía la intención de proponer una
alianza matrimonial entre Margaret y el joven John Comyn, hijo de John "el Comyn Rojo", Lord of
Badenoch. Era su trabajo conquistar al joven señor y hacerle ansioso por el compromiso. Como
ganar a los hombres era algo que había estado haciendo desde que podía hablar, probablemente
estaría prometida en una dos semanas.

Margaret giró alrededor:- ¿No es magnífico? ¡Mirad lo altas que son las vigas! El vestíbulo es tan
grande que me sorprende que el techo no se caiga. ¿Cómo creéis que lo construyeron para que se
mantuviera así? -no se molestó en esperar una respuesta, ya estaba corriendo a través de la
habitación para examinar la enorme chimenea-. ¡Puedo estar de pie dentro! -dijo, agachándose bajo
el manto pintado de colores.

Brigid se echó a reír mientras miraba hacia atrás:- Cuidado -advirtió su amiga, de repente sobria-.
Las brasas siguen brillando desde esta mañana. Prenderá fuego las faldas.

-Eso llamaría un poco la atención, ¿no? -dijo Margaret con una sonrisa traviesa-. Nadie me
olvidaría, entonces. La chica que se incendió sus faldas en llamas.

-Nadie os olvidará de todos modos -dijo Brigid con un tono agudo -aunque ligeramente exasperado-
sacudiendo la cabeza.

Pero Margaret no escuchaba; ya había pasado al siguiente descubrimiento. Desde que habían
llegado al Castillo de Stirling hacía unas horas, parecía que cada minuto se había llenado con ellos.
Apenas había tomado tiempo para lavarse en la mejor bañera que había visto, cambiarse de ropa y
pasar un peine por su cabello aún húmedo antes de arrastrar a Brigid para ir a explorar. Podrían
descansar esta noche
.
Margaret puso su mano en una de las paredes:- ¡Es yeso! No estaba segura. ¡La pintura de los

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brazos es tan exquisita que pensé que en realidad podría ser un escudo! ¿Podéis creer que pintaron
toda la habitación con este patrón de ladrillos y vides? No hay una superficie que no haya sido
decorada aquí. Nunca he visto una habitación más colorida. Y mirad estas cortinas -se acercó a una
de las ventanas y tiró del terciopelo escarlata alrededor de ella-. Son lo suficientemente buenas
como para hacer un vestido -echando un vistazo a su kirtle de lana marrón oscuro llano, sonrió. En
realidad es más fino que cualquiera de mis vestidos. ¿Qué pensáis? ¿Alguien lo notará si lo
tomamos?

Brigid sacudió la cabeza con asombro:- ¿Podéis imaginar usar telas tan finas como las de las
cortinas? -de repente, su rostro se llenó de consternación-. ¿Creéis que nuestras vestiduras serán
muy diferentes de las otras damas?

-Espero que lo sea -dijo Margaret con una orgullosa cuadratura de hombros-. Estamos usando
algunas de las mejores lanas de toda Escocia. No hay tejedores más finos que los de Galloway.
Deberíais pensar que las otras damas serán muy envidiosas.

Brigid se mordió el labio, no parecía convencida. Esta vez fue Margaret quien negó con la cabeza.
Su amiga estaba preocupada por cosas ridículas. ¡Sólo eran vestidos, por el amor de Dios!

Margaret pasó junto a la pantalla de madera del estrado en una antecámara:- Mirad esto, Brigid. Es
una especie de cámara privada. ¡Santa Cruz! ¿Veis estos candelabros? Deben ser de oro macizo -se
dejó caer en uno de los bancos alrededor de la habitación-. No hay una silla sin una almohada en
este lugar. Diablos, creo que voy a estar ocupada cuando regrese a Garthland Tower haciendo
cojines para todos los bancos.

-No debéis blasfemar, Maggie, y no coséis.

Margaret respondió a este pequeño detalle con una lengua estancada. Dejó que Brigid le señalara la
realidad. Pero tal vez por eso eran tan buenas amigas. Brigid era los aparejos de su vela. No la
dejaba que se dejara llevar. Bueno, no demasiado. En cuanto a las blasfemias, sus hermanos decían
cosas mucho peor. Si alguien iría al infierno, serían ellos.

-Muy bien, haré que Marsaili los haga entonces.

-No creo que le guste coser más que a vos.

-Bueno, al menos sabe cómo hacerlo -dijo Margaret, sonriendo.

Se levantó y caminó hacia una mesa. En él había una especie de tablero a cuadros con pequeñas
piezas talladas. Recogió una de las figuras para examinarla, notando que parecía estar hecha de
marfil. Había todo tipo de figuras de diferentes tamaños en dos colores. Algunos estaban dispuestos
en el tablero, y algunos estaban fuera del tablero en lados opuestos de la mesa.

-Tal vez esta habitación sea para los bairns -niños- -dijo-. Parece una especie de juego.

-¿Es un buen juego para un niño? -Brigid frunció el ceño cuando Margaret cogió otra pieza-.
¿Creéis que deberíais estar tocando eso, Maggie? ¿Y si alguien se molesta?

Margaret miró a su amiga como si fuera tonta:- Es sólo un juego, Brige. ¿Por qué alguien se
preocuparía por eso? -recogió dos de las piezas más grandes-. Miradlas, son adorables. Parece que

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tienen coronas. Deben ser un rey y una reina.

Brigid arrugó la nariz:- Me dan miedo.

Margaret negó con la cabeza:- Deben ir en el medio -dándose cuenta de que no había un espacio en
el centro en el patrón de tablero de damas, improvisó y puso a la reina en el centro de los cuatro
espacios-. Bueno, la reina irá en medio y el rey tendrá que estar a su izquierda -sonrió y movió las
piezas alrededor-. Con todos estos hombres montados a caballo alrededor de ellos.

-¿Debo entender que sois la reina? -Brigid se echó a reír-. ¿Llegar a los hombres como vos en
Garthland?

-Bueno, alguien tiene que hacerlo -dijo Margaret con naturalidad-. Tanto como mi padre y mis
hermanos están ausentes, nada se haría si no cuidase de todos esos 'pequeños detalles'.

Se miraron y se echaron a reír, sabiendo que Margaret manejaba mucho más que los
«pequeños detalles» a los que su padre le gustaba dar crédito. Brigid cogió algunas de las piezas
para examinarlas, y luego una pequeña pieza plana de madera que Margaret no había notado antes.
Tenían algo escrito en él.

-¿Qué creéis que dice? -preguntó.

Margaret miró las letras y se encogió de hombros. Como su amiga, no tenía ni idea. Sin saber cómo
jugar, se reían mientras se turnaban para arreglar las piezas en formaciones humorísticas.

-¿Oís algo? - dijo Brigid-. Creo que alguien viene -jadeó horrorizada-. ¿No puede ser ya hora de la
fiesta del mediodía? ¡No estamos listas!

-Estoy segura de que todavía tenemos mucho tiempo. No puede ser tan tarde...

Margaret se detuvo, volviéndose mientras un grupo de hombres entraba en la antecámara. Había por
lo menos media docena, pero parecían estar siguiendo a un hombre. Por lo menos asumió que
debían seguirle, ya que él tenía el noble porte de un rey y era uno de los hombres más ricamente
vestidos que había visto siempre.

Probablemente diez años mayor que sus dieciocho años, llevaba un manto de terciopelo de color
verde oscuro forrado con pieles, asegurado por un enorme broche de plata con joyas. Su sobretodo
era tan bordado que también parecía enjoyado. Era alto, de unos seis pies de altura, y robusto, con el
pelo oscuro y una barba oscura y bien arreglada.

-¿Amigas vuestras, Carrick? -preguntó uno de los hombres con una elevación especulativa de la
frente. Miró fijamente a Margaret con un interés descarado, con los ojos fijos en su cabello-. No es
el entretenimiento que esperaba, pero no me quejo.

Margaret no se dio cuenta de lo que el hombre quería decir al principio. Estaba demasiado
sorprendida al oír la identidad del joven noble. ¿Este era el infame conde de Carrick y el señor de
Annandale, Robert de Bruce? De la descripción de su padre, había estado esperando una lengua
bifurcada y los cuernos del diablo, no este joven impresionante, guapo.

¿Entretenimiento? Sus ojos se estrecharon contra el hombre que había hablado. El hombre era más

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viejo que el conde, más bajo, y no tan guapo, aunque había una fuerza bruta en él. Sus ojos estaban
fijos especulativamente en su pecho. No podía pensar...
¡Él lo hizo! ¡El hombre pensó que eran bastardas! Casi se echó a reír. ¡Esperad hasta que su
hermano Duncan lo oyera! Siempre le decía que era tan perversa como una prostituta francesa.
Carrick lanzó a su compañero una mirada de sofocación y se volvió hacia Margaret y Brigid.

-¿Estáis perdidas, muchachas? ¿Os habéis alejado... uh, separado de alguien? ¿Una de las damas,
por casualidad?

Obviamente, el joven conde estaba tan sorprendido de encontrarlas aquí, pero fue más sutil al
preguntarse quiénes eran. Si no se equivocaba, pensó que eran mujeres al servicio de una
de las nobles damas que asistían, lo que la ofendía más que la de ser una prostituta.

Los MacDowells eran uno de los clanes más antiguos de Escocia. Habían gobernado este país -al
menos la parte suroeste de él- antes de que estos señores normandos cruzaran el canal hacia
Inglaterra.

Pero tuvo que admitir que Brigid podría haber tenido un punto sobre sus batas.

Enderezó la columna vertebral, levantó la barbilla y se encontró con la mirada del joven conde con
un desafío audaz:- No nos hemos perdido, mi señor. Estábamos explorando el castillo antes de la
fiesta. Acabamos de llegar esta mañana con mi padre.

Arqueó una ceja, obviamente sorprendido:- ¿Y quién es vuestro padre?

-Dugald MacDowell, jefe de MacDowell de Galloway -dijo con orgullo, sabiendo exactamente qué
tipo de reacción provocaría.

No estuvo equivocada. Más de un hombre perjuró tras la revelación de que era la hija de su
enemigo. El conde ocultó bien su sorpresa, aunque sabía que lo estaba:- Señorita Margaret -dijo,
con una breve sonrisa.
Margaret no fue tan hábil para ocultar la suya:- ¿Sabéis de mí?

Su boca pareció estremecerse, como si estuviera luchando en ocultar una sonrisa:- Sospecho que
hay muy pocos que no hayan oído hablar de la "La hermosa muchacha de Galloway".
Margaret frunció el ceño. Ciertamente no. ¿Y por qué tenía la sensación de que había algo más que
belleza de lo que había oído hablar?

El hombre que la confundió con una prostituta habló:- Ah, diablos, Carrick. Mirad eso.

Cuando apuntó en la dirección del juego, y todos los hombres empezaron a maldecir, Margaret
sospechó que Brigid había tenido razón también sobre otra cosa. Se mordió el labio. Tal vez tocar el
juego no había sido una buena idea.

***

¡Lo tengo! Eoin sabía lo que tenía que hacer para ganar.

No sonreía mucho, pero no pudo evitarlo mientras caminaba a propósito por el patio y entró al Gran

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Salón del Castillo de Stirling.

Durante dos días había estado encerrado en una feroz batalla de ingenio con Robert de Bruce, el
joven conde de Carrick, sobre un tablero de ajedrez, pero la respuesta le había llegado anoche y la
victoria pronto sería suya.

Una victoria que le llevaría un paso más cerca de la verdadera recompensa.

Todavía no lo podía creer. Su ilustre pariente –él y la madre de Bruce eran medio hermanos- estaba
considerando a Eoin para la guardia secreta de élite que Bruce estaba formando en caso de que
hiciera una oferta por el trono.

Haber sido seleccionado y elegido por Bruce era un honor para cualquier joven guerrero, y mucho
más para el tercer hijo de un latifundiario de las Highlands de veinticuatro años, ya que el padre de
Eoin, Gillemore MacLean, Jefe de MacLean, se apresuró a señalar con un soplo de orgullo.

Pero no era por eso que Eoin estaba tan emocionado por la oportunidad. Su pariente no le había
dado muchos detalles, pero los que tenía eran como tenderle dulces a un niño. Un guardia de élite
secreta y altamente especializado utilizado para el reconocimiento, la inteligencia, la estrategia y las
misiones especiales -en otras palabras, las más peligrosas-. Para un hombre que había vivido,
respirado e incluso dormido por la guerra "pirata" desde que tenía siete años y había ayudado a sus
hermanos mayores a recuperar algunas redes de pesca robadas por muchachos de un clan vecino
(después de que los chicos habían sido lo suficientemente buenos para llenarlos para ellos, por
supuesto), la perspectiva de llevar ese estilo a una guerra contra el ejército más poderoso de la
cristiandad era un reto demasiado grande como para resistirse. Eoin estaría luchando junto a un
grupo de los guerreros más calificados de Escocia, elegido a mano, y era como rociar el azúcar
encima de una bagatela, apilando el dulce sobre el dulce.

Estaba decidido a ganar una posición en la guardia secreta como táctico de batalla, y el mejor de su
pariente en el ajedrez –Bruce era conocido por su habilidad con el juego- le ayudaría en ese sentido.
Que el juego fuera relativamente nuevo para Eoin, y Bruce hubiese estado jugando durante años, no
le preocupaba. Pensar dos, tres o cuatro pasos adelante era algo que Eoin hacía todo el tiempo en el
campo de batalla. Una vez que había aprendido las reglas, podía mirar el tablero y ver los
movimientos jugados en su cabeza. Una vez más, al igual que con la batalla, excepto que en el caso
de la guerra de las Highlands, no había reglas.

Sonrió otra vez.

-Por el amor de Dios, Eoin, ¡despacio! -su hermano adoptivo, Finlaeie MacFinnon, corrió a su
lado-. No he visto una sonrisa en vuestro rostro así desde que MacDonald cayó en el pozo.

La sonrisa de Eoin se profundizó, recordando cómo había aflojado las tablas del asiento de madera
sobre la letrina del cuartel sólo lo suficiente para que el tirano al que había sido dado la
responsabilidad de entrenarlos por su padre de crianza, Angus Og MacDonald -y que había hecho
cada minuto de dos años miserables-. Casi mejor que ver a Iain MacDonald cubierto de mierda era
el hecho de que él nunca lo había sabido. Fue Eoin quien había sido responsable:- ¿Por qué estás
tan feliz?
Eoin sacudió la cabeza:- Nada.

La parte más difícil de este grupo que Bruce estaba formando era que era secreta. Ni siquiera podía

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confiar en su amigo más cercano. Miró a Fin, contemplando los ojos rojos, el pelo revuelto y la ropa
desaliñada. La nariz de Eoin se arrugó por el fuerte hedor de los espíritus.

-¿Larga noche?

Fin sonrió:- Se puede decir así. Y una mañana aún más larga. Las muchachas de la corte son muy
acogedoras. No es que os interese.

Eoin le dijo que hiciera algo físicamente imposible. Le gustaban las muchachas tanto como a su
hermano adoptivo, cuando tenía tiempo para ellas. Ahora mismo tenía demasiadas cosas
importantes en mente.

-¿Tal vez os estáis reservando para vuestra prometida?

-Maldita sea, Fin, no es mi prometida.

-Aún no, pero no me digáis que vuestro padre no está trabajando en eso.

Eoin no podía; eso era cierto. Su padre estaba haciendo todo lo que podía para asegurar un
compromiso entre él y Lady Barbara Keith.

-Sois un bastardo afortunado, Eoin. Daría mi huevo izquierdo por tener a la hija de Marischal de
Escocia como mi esposa. Con sus habilidades y una conexión marital con el máximo comandante
militar de Escocia, estará en una posición fantástica si la guerra se reanuda.

Cuando la guerra se reanude, pensó Eoin. Pese a las intenciones de Eduardo de Inglaterra, en vez
de poner fin a la "rebelión" escocesa con el brutal asesinato de William Wallace hacía unas
semanas, todo lo que había hecho era incitarlo.

Por eso estaban aquí. Los grandes señores y magnates de Escocia se habían reunido en Stirling para
"reunirse" para ver qué podía hacerse para responder a este último acto de Eduardo.

Pero la probabilidad de que Bruce y Comyn (que representaban a su tío exiliado, el Rey John
Balliol) se unieran para acordar cualquier cosa por cualquier período de tiempo era tan probable
como que el sultán mameluco y el papa estuvierande acuerdo en compartir Jerusalén.

Eoin sabía que la reunión era más acerca de los dos aliados temporales reuniendo apoyo y haciendo
balance de aliados potenciales cuando hablar sobre la próxima toma de poder. Y vendría, no había
duda de eso. El odio corría demasiado profundo entre las dos ramas de los descendientes del
príncipe Fergus para jamás reconciliarse.

Los MacLeans se encontraban en una posición difícil. Aunque el padre de Eoin tenía toda la
intención de luchar junto a su pariente Bruce, también estaba tratando de evitar más problemas con
los MacDougalls -el Señor de Argyll era técnicamente su jefe para sus tierras en Lorn- que estaban
firmemente alineados con los Comyns, al parecer, indecisos.

-Lady Barbara es una dama encantadora -dijo-. Cualquier hombre tendría la suerte de tenerla como
esposa.

Las palabras salieron tan recitadas de memoria y como precipitadas. Pero también ciertas. Barbara

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Keith era bonita, bien educada, recatada y modesta. Una mujer de verdad, y todo lo que admiraba
en una mujer, igual que su madre. Si no fuera por Rignach, hija del antiguo señor de Carrick, su
padre nunca se habría convertido en uno de los más importantes y respetados jefes de las Highlands.

A su padre le gustaba bromear que sin ella serían tan salvajes e incivilizados como los bárbaros
atrasados MacDowells, que probablemente aún vivían con sus animales en largas casas y adoraban
dioses paganos.

Habiendo tenido la desgracia de cruzar caminos con Dugald MacDowell una vez, Eoin no lo dudó.
Podía dar a los vikingos una lección de crueldad y barbarie.

-Sí, estoy seguro de que os será una esposa perfecta -dijo Fin con sequedad.

La mirada de Eoin se afiló:- ¿Que se supone que significa eso?

Fin se encogió de hombros:- No queréis molestaros, y no os molestará. Pero es mejor que llevéis un
abrigo caliente cuando la llevéis a la cama.

Le lanzó una mirada de advertencia. Eoin estaba acostumbrado a la charla de su amigo sobre las
mujeres con las que se estaba acostado, o quería acostarse. Aunque era desagradable, por lo general
lo ignoraba. Pero especular sobre la mujer que podría ser la futura esposa de Eoin era otra cuestión.
Incluso si tenía razón. Lady Barbara era un poco. . . escarchada.

Fin levantó la mano:- No os pongáis de mal humor. No quiero decir nada con eso. No se puede
tener todo, supongo. Es por eso que tantos hombres tienen amantes. Una esposa para el dinero, la
posición, las alianzas, y los herederos, y una señora bonita para follar y chupar de vuestra polla.
Lástima que las dos cosas nunca parezcan ir juntos.

Eoin se estremeció:- Cristo, Fin, ¿tenéis que hablar así?

Fin se limitó a reírse y sacudió la cabeza:- Sois más mojigato que una monja en un harén, Eoin. Si
alguna vez os relajaseis lo suficiente para sentaros alrededor del fuego en el campamento con
nosotros, en lugar de dejaros los ojos sobre una lámpara de aceite con esos mapas vuestros, sabríais
que así es como la mayoría de los hombres hablan.

Estaba concentrado, maldita sea, no era mojigato:- Me relajaré cuando termine la guerra.

Fin hizo un sonido agudo:- Lo dudo. Todo lo que pensáis es en la batalla. Simplemente estaréis
planeando la siguiente.

Su amigo probablemente tenía más razón de lo que Eoin quería admitir. Sin embargo, se salvó de
una respuesta cuando pasaron del Gran Salón al solar donde él y Bruce estaban jugando y notó una
pared de hombres bloqueando la puerta. Parecían reunirse alrededor de algo protector.

-¿Qué es todo eso? -preguntó Fin.

Eoin frunció el ceño:- Vamos a averiguarlo.

Pasaron por delante de los primeros hombres cuando Neil Campbell, uno de los mejores amigos y
asesores de Bruce, dijo algo al conde y asintió con la cabeza en dirección a ellos. Bruce se volvió.

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Había una extraña expresión en su rostro. Parecía estar tratando de prepararlo para algo.

-Primo, me temo...

Eoin no sabía si era la expresión de Bruce o el hecho de que lo llamara primo, cosa que no hacía
habitualmente, lo que le hizo girar y mirar a la izquierda donde estaba el juego. O al menos donde el
juego había estado.

Bruce estaba diciendo algo, pero Eoin estaba demasiado ocupado atravesando la habitación como
para escuchar:- ¡Maldito infierno! -miró con incredulidad el juego destruido. Las piezas habían sido
movidas. Sus ojos se estrecharon. No sólo se habían movido, sino que habían sido colocados a
propósito en el diseño de un corazón. Se volvió indignado hacia sus parientes-. Por Dios, ¿quién ha
hecho esto? Si esto es una especie de broma...

Los mataría. Dos días, maldita sea. Y había estado a pocos pasos de la victoria. Imaginó las piezas
en su cabeza, tratando de recordar dónde habían sido colocadas.

-Fue un accidente -dijo Bruce.

-¿Accidente? -Eoin recogió el trozo de madera grabado con las palabras "No tocar"-. ¿El idiota no
leyó el cartel?

Un silencio incómodo cayó al otro lado de la habitación. Vagamente, Eoin sabía que alguien había
situado junto a Bruce.

Su mirada cambió y recibió el segundo golpe de la mañana. Éste fue mucho más devastador. Se
sentía como si le hubieran golpeado en la cabeza con un bastón. Aturdido y más que un poco
aturdido, mientras miraba, probablemente, a una de las criaturas más sensuales que había visto.

Sonrió, y esa sensación golpeada-por-una-polaina cayó sobre su pecho:- Me temo que soy la idiota.
No vi la señal hasta que fue demasiado tarde.

Ah infierno. El malestar en la habitación se hizo evidente. Aunque parecía estar tomando las
palabras ofensivas con sorprendente buen humor. La mayoría de las muchachas que conocía
estarían afectadas por la vergüenza. En cambio, fue él quien sintió el calor en su rostro.

-Pido disculpas por mis palabras mal educadas.

Le hizo un gesto con una profunda y ronca risa que hizo que sus pechos se apretaran:- Mis
hermanos me han llamado cosas mucho peores. Nunca había visto el juego antes, y no me di cuenta
de que fuera tan importante.

Sintiendo que estaba divirtiéndose por ese hecho, frunció el ceño.

Su primo, siempre el valiente caballero, se apresuró a tranquilizarla:- Y yo estaba asegurándole a


Lady Margaret que no era nada.

Eoin esperaba que sus ojos no se ensancharan tanto como se sentía con la palabra "dama". Por su
aspecto, había asumido otra cosa completamente.
Muy poco sobre la muchacha evocó la imagen de una dama. Su vestido era sencillo, simple y

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cortado bajo y lo suficientemente ajustado alrededor del corpiño para hacer que una moza de
taberna se sintiera orgullosa.

Su belleza no era tranquila y contenida como la de una dama, sino audaz y dramática. Demasiado
audaz y dramática, la muchacha llamaría la atención, particularmente la atención masculina, donde
quiera que fuera. Sus labios eran demasiado rojos, su boca demasiado ancha, sus ojos de tonos
dorados demasiado seductoramente inclinados, sus pechos demasiado grandes -no que pudiera
apreciar ese exceso en particular- y su cabello era rojo. Un rojo oscuro y vibrante que no estaba
trenzado modestamente detrás de un velo, sino que se dejaba caer sobre sus hombros en un
desorden salvaje que era más apropiado para el dormitorio que la cámara del rey de un castillo real.
Sí, el dormitorio, que es exactamente lo que pensaba cuando la miraba.

Pero probablemente lo más desdichado de ella era la audacia en su mirada. No había reserva, ni
modestia, y en una habitación llena de hombres importantes, estaba perfectamente a gusto, como si
perteneciera allí. Era desconcertante.

-Lady Margaret es la hija de Dugald MacDowell -añadió Bruce.

¿La mocosa salvaje de Galloway? Cristo, eso lo explicaba todo. Eoin había oído hablar de la
muchacha, que tenía fama de ser tan salvaje, rebelde y ultrajante como el resto de su clan. A pesar
de su juventud, dominaba las tierras de su padre cuando se iba como una reina y lo había hecho
durante años desde que su madre murió. A menudo decía "mocosa" con ironía, ya que la muchacha
tenía fama de ser libre con sus favores.

De algún modo, se recuperó lo suficiente como para inclinarse y murmurar:- Lady Margaret.

-Este es el joven pariente del que os estaba hablando, mi señora -explicó Bruce.

Respondió a Bruce con una sonrisa torcida, pero sus ojos no habían salido de Eoin:- Creo que el
juego era un poco más serio de lo que dejasteis ver, mi señor Carrick.

Eoin estaba bastante seguro de que su rubor se estaba profundizando. Bruce se echó a reír.

-Todo es serio para mi joven primo aquí. No le hagáis caso. Además, debería estar agradeciéndoos.

Rompió la conexión con Eoin y giró sus ojos inclinados de gato a Bruce. Una ceja delicadamente
arqueada se alzó:- ¿Agradecerme?

Bruce sonrió ampliamente:- Sí, por salvarle de la vergüenza de perder. Lo hice golpear, aunque
todavía no lo sabía.

Lady Margaret rio y se volvió hacia Eoin. Sentía como si cada terminación nerviosa en su cuerpo
estuviera en el borde cuando sus ojos volvieron a caer sobre él.

-¿Es así? -si alguna vez había escuchado una voz más ronca en una mujer, no podía recordarla-. ¿Y
estáis de acuerdo, mi lord?

Margaret no sabía qué pensar del joven guerrero que estaba delante de ella. Tenía que admitir que se
había quedado sorprendida cuando entró en la habitación de la misma manera que los otros
hombres habían estado haciendo todo lo posible para asegurarle que tocar el juego: las piezas de

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ajedrez no eran "nada". No sabía si fue su furia o su hermoso rostro, pero algo había hecho que su
corazón latiese un poco más rápido. Está bien, mucho más rápido.

Estaba vestido con un fino sobretodo de terciopelo, como los demás nobles de la habitación, pero
bien podía estar llevando un cotun de cadena y con una larga espada. Todo acerca de este hombre
supuso guerrero. No era sólo su tamaño, que era formidable (era incluso más alto y más fuertemente
construido que el conde de Carrick), sino la intensidad feroz que parecía irradiar de él. Cuando
caminaba, era con los largos y poderosos pasos de un hombre preparado para la batalla. Con ocho
hermanos, que eran o serían guerreros, y un padre que había pasado la mayor parte de los últimos
veinte años en el campo de batalla, reconoció el tipo lo suficientemente bien.

Los hombres -incluso ferozmente, enfadados- no solían intimidarla. Generalmente. Pero algo
acerca de ver todos esos músculos y la furia ardiendo en sus penetrantes ojos azules habían hecho
que su pulso danzara.

Aunque mientras lo miraba, esperando que respondiera, se dio cuenta de que el baile podía ser el
resultado de algo más. Al igual que tal vez el sorprendentemente sedoso cabello castaño de color
marrón rayado con suficientes trozos sol, blanqueados por recordar lo que debe haber sido la rubia
de la juventud que caía en olas descuidadas a una quijada limpia, cuadrado de la mandíbula con una
leve abolladura, aquellos ojos llamativos situados debajo de una frente aparentemente
perpetuamente surcada (como si estuviera siempre concentrado), y rasgos afilados y
cuidadosamente delineados tan finamente tallados que podrían haber sido cincelados de granito.

Señor, era guapo. Siempre había pensado en el hermano de Brigid, Tristan, como el hombre más
guapo que conocía, pero nunca había hecho que el ritmo de su pulso estuviera así. Incluso cuando
Tristán le robaba un beso, que había sucedido en más de una ocasión. Tampoco había hecho que su
piel se le erizara con un extraño calor. En realidad, todo su cuerpo parecía haber subido unos grados
de temperatura desde que había entrado en la habitación.

El joven guerrero parecía estar midiendo cuidadosamente sus palabras. Claramente, no estaba de
acuerdo con la jactancia del joven conde, pero tampoco iba a contradecirlo frente a ella y a sus
hombres.

-Estoy de acuerdo en que el juego estaba casi terminado -dijo finalmente.

¡Estimado señor, esa voz! Profunda y áspera, parecía frotarse sobre su piel y hundirse en sus huesos.

Bruce rio y le dio una palmada en la espalda:- Una respuesta muy política, primo. Pero sospecho
que sabéis muy bien que me habíais atrapado. Apuesto a que estáis reconstruyendo el tablero en
vuestra cabeza ahora mismo.

El joven guerrero Eoin MacLean, Bruce le había dicho... simplemente se encogió de hombros.

Bruce rio de nuevo y sacudió la cabeza:- ¿Sabéis la parte verdaderamente atroz, mi señora? He
estado jugando ajedrez desde que era un muchacho, y MacLean acaba de aprender. Aún así es uno
de los mejores jugadores con los que he competido.

-Me gustaría saber cómo jugar a este 'Juego de Reyes', ¿no es así como lo llamasteis? -le preguntó a
Bruce con inocencia, aunque el indicio de malicia en su mirada le dijo que sabía exactamente por
qué había hecho eso señalándolo antes. Juego de Reyes -él siendo el rey.

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El Conde de Carrick era tan audaz como había oído. Le gustaba, aunque nunca lo admitiría tanto a
su padre. Moriría antes de ver a un Bruce en el trono. La sonrisa igualmente traviesa de Bruce le
dijo a Margaret que tenía razón acerca de su intención.

Se volvió hacia MacLean:- ¿Tal vez me enseñaríais algún día?

La sorpresa en aquellos ojos azules que le picaban la piel, y el silencio repentino en la habitación, le
dijeron que una vez más, había hecho algo mal.

Diablo, ¿qué fue esta vez? Apenas había estado en el Castillo de Stirling durante unas horas, pero ya
estaba claro que estaba muy lejos de la Torre de Garthland. No importaba, pronto encontraría su
base. Margaret nunca dudó de eso por un momento.

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Capítulo 3
-Todos nos están mirando fijamente -Brigid susurró mientras que entraron en el pasillo un rato más
adelante.

Margaret había notado el repentino silencio en la bulliciosa sala y sintió que los ojos también se
volvían hacia ellas, pero su reacción fue la opuesta a la de su amiga. Utilizada para presidir muchas
mesas en Garthland como anfitriona, no dudó por la atención. En realidad, le gustaba. Entretener-
ser entretenid- era parte de sus deberes como castellana, y se aseguraba de que nadie saliera del
castillo sin disfrutar. Ayudaba que le llegara naturalmente.

Por desgracia, lo mismo no podía decirse de su amiga. Brigid era tímida y reservada. Dos palabras
que probablemente no le serían aplicables, pensó Margaret con diversión.

Después de la pausa inicial, la conversación había regresado, por lo que Margaret fue capaz de
responder a su amiga en un tono normal mientras hacía su camino a través de la multitud en busca
de su padre y sus dos hermanos mayores, Dougal y Duncan. Dada la importancia de su clan, sabía
que sus asientos estarían cerca del estrado.

Tomó el brazo de su amiga y la apretó contra su costado:- ¡Por supuesto que lo hacen! ¿No es
maravilloso? Ya hemos causado una impresión. Vamos a divertirnos, Brigid.

Brigid, sin embargo, no compartía la facilidad de Margaret de ser el centro de atención, y la


expresión de su amiga sugirió que la diversión no era definitivamente algo que estuviera teniendo.

Margaret le dio al brazo de Brigid un apretón alentador.

-Oh, ven ahora, Brigid, sonreíd. No hay nada de qué preocuparse. Somos recién llegadas. Es natural
que tengan curiosidad.

Brigid no parecía creerle:- ¿Tal vez deberíamos haber usado velos como sugirió Beth?

La sirvienta que había sido asignada para ayudarles a vestirse para la fiesta se había sorprendido
cuando Margaret había dicho que sólo usarían adornos en forma de círculos.

Margaret no le había prestado mucha atención. Sólo llevaba un velo cuando iba a la iglesia, e
incluso entonces, no le gustaba. Pero mirando alrededor de la habitación, entendió por qué lo dijo:
eran las únicas mujeres que llevaban la cabeza descubierta.

-¿Así que podemos mezclarnos con todos los demás? -Margaret le dio a su amiga una sonrisa
pícara.

-¿Qué diversión habría si fuéramos todos iguales? De esta manera, destacaremos.

-Creo que lo estamos haciendo de todos modos con nuestros vestidos -Brigid dijo con tristeza.
Margaret tenía que admitir que las delicias de las damas de la corte superaban con creces sus
expectativas. Nunca había visto semejantes lujosas telas y bordados finos. Pero eran sólo batas.
Aunque tuvieran muchos adornos... sólo eran eso: adornos.

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-Os veis hermosa, Brig. Podríais estar usando un saco y todavía eclipsar a todos en esta sala. Ya sea
vestida con terciopelo y joyas, o con un paño de lana y tela escocesa, es lo que hay dentro lo que
importa -Brigid la miró como si no supiera de dónde sacaba sus extrañas ideas-. Tendréis una
selección de pretendientes. ¿Habéis visto a alguien que os interese?

Tan pronto como su padre le habló de su intención de llevarla a Stirling para asegurar una alianza
con John Comyn, Margaret le había pedido que le permitiera traer a Brigid junto a ella como su
compañera.

El Señor sabía que había muy pocos hombres para escoger como potenciales esposos cerca de su
hogar. Excepto los hermanos de Margaret, por supuesto, pero no contaban. Esta era la oportunidad
perfecta para encontrar a alguien para Brigid, y Margaret no iba a desperdiciarla.

El calor se elevó hasta las mejillas de su amiga, y su mirada bajó:- Acabamos de llegar, Maggie.

-Sin embargo, ya hemos conocido a una docena de jóvenes -la imagen de un alto guerrero de
cabello rubio y sucio le llegó a su mente, pero rápidamente la apartó. Podría haber atraído su
atención, pero su interés debía fijarse en otra parte-. Aunque espero que no hayáis puesto la mira en
el conde de Carrick, ya que ya está casado.

Brigid soltó una risa aguda, que había sido la intención de Margaret:- Sois horrible, Maggie.
¿Os imagináis lo que dirían papá y Tristán?

La familia de Brigid era tan fielmente leal al rey John Balliol como Margaret, lo que significa que
ninguno de los hombres que habían conocido hoy, suponiendo que estuvieran con Bruce, eran
pretendientes adecuados.

-Me imagino exactamente lo que dirían mi padre y mis hermanos. ¿Estás fuera de tu mente,
muchacha? Antes te vería marchar por el fuego del pasillo del Infierno para casarse con Lucifer
mismo -dijo en una imitación simulada de la voz de su padre.

Cuando se acercaron al estrado, pudo ver que había tenido razón: su familia estaba sentada en la
mesa, justo debajo de la izquierda.

Las chicas seguían riéndose mientras los hombres se levantaban para saludarlas. Cuando su
hermano mayor, Dougal, le preguntó qué era tan gracioso, Brigid no podía mirarle a la cara, pero
Margaret, sabiendo que su hermano -sin humor- no lo entendería, respondió que no era nada.
Imaginó que su familia oiría de su encuentro anterior pronto.

Fue entonces cuando notó al joven que estaba junto a su padre. A la moda del cabello y la
coloración, la miraba con una expresión que sólo podía calificarse de aturdimiento. Un poco más
alta que su padre, que se encontraba a unos pocos centímetros bajo seis pies, era sólo una fracción
de su ancho, con la solidez de los miembros largos de la juventud. A causa de la falta de barba en su
mandíbula, supuso que era un año o dos más joven que ella –que tenía dieciocho-.

Su identidad surgió cuando su padre estaba haciendo las presentaciones. John Comyn. Este era el
hijo y heredero del señor de Badenoch, y el hombre a quien su padre la vería desposada. Sabía que
era joven, pero. . .

Cubriendo rápidamente cualquier decepción que pudiera estar sintiendo, ¿y si no parecía mucho

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Àriel x
mayor que su hermano de dieciséis años, Uchtred? Era un joven de buen aspecto y, lo que era más
importante, hijo de uno de los más grandes señores de Escocia. Tomó el asiento que había sido
establecido para ella entre el joven señor y su padre y pasó la mayor parte del primer curso de la
comida tratando de relajarse.

Era tímido y parecía un poco asombrado, pero Margaret era buena para atraer a la gente. Le
preguntó por su familia. Tenía dos hermanas, Elizabeth y Joan, que estaban aquí, y había servido
como escudero para su tío abuelo, el rey John Balliol, antes de ser exiliado a Francia, pero ahora
estaba con su padre en el Castillo de Dalswinton. Descubrió que compartían el amor por los
caballos y, al describir el apreciado caballo Jennet que había sido el regalo de su decimoctavo día de
santo (ocultó su sorpresa al saberlo), se encontró genuinamente interesada y disfrutando.

No fue hasta que los platos de aves asadas fueron sacados para el segundo curso que sintió el peso
de una mirada sobre ella. Volviéndose hacia la mesa justo enfrente de la de ellos -justo debajo del
estrado a la derecha- se encontró con la penetrante mirada de los ojos azules de Eoin MacLean.

Sintió una sacudida como si algo acabara de apoderarse de ella. Corrió por su espina dorsal y se
extendió sobre su piel en un calor de punzante. No era la primera vez que Margaret había capturado
a un hombre que la miraba fijamente, pero era la primera vez que se encontraba enrojecida en
respuesta.

No fue vergüenza por lo que había ocurrido antes. . . exactamente. En Garthland no había nada
malo en que una mujer le pidiera a un hombre que le enseñara a jugar. ¡Señor, no era como si le
hubiera pedido que le enseñara a nadar desnuda! Sin embargo, así era como todos los hombres de
la habitación la habían mirado.

Aunque quizá desnuda no era algo en lo que debería estar pensando cuando miraba a Eoin
MacLean, porque no podía dejar de preguntarse cómo sería su pecho cuando no estuviera cubierto
de terciopelo y lino. Tenía los hombros tan amplios y los brazos muy grandes. Debía ser muy
musculoso.

El calor de sus mejillas se intensificó. Sospechaba que eran pensamientos malvados como ese que
la habían hecho sonrojar en primer lugar. No era vergüenza, era algo más parecido a la conciencia.
Sí, definitivamente conciencia.
Y si la intensidad de su mirada era cualquier indicación, lo sentía también.

La conexión era tan fuerte que parecía que no necesitaban hablar para comunicarse. Sonrió
descaradamente, alzó la ceja y se encogió de hombros como para decir que tampoco lo entendía.
Por desgracia, Margaret había olvidado que no eran las únicas dos personas en la habitación.

Eoin la notó en el momento en que entró en el salón. No estaba solo. Parecía que toda la habitación
contenía su aliento colectivo cuando las dos mujeres jóvenes aparecieron en la entrada. Pero era la
pelirroja indecentemente sensual a quien todos los ojos se volvían. La bonita rubia pálida a su lado
parecía desvanecerse en el fondo. Era como ninguna otra.

Pero Margaret MacDowell era diferente. Como una flor silvestre en un jardín de rosas, no
pertenecía ahí. Y no era sólo por la suave caída de pelo que fluía por su espalda en lugar de estar
cubierta por un velo, o porque en una habitación llena de damas vestidas de terciopelo y joyas se las

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arreglaba para parecer más real en un vestido de lana simple y tela escocesa brillantemente
coloreada. No, era mucho más elemental. Estaba despreocupada y alegre en una habitación de
modestia y reserva. Estaba salvaje e indómita en un mar de constreñimiento y conformidad.

Pero o no era consciente de la atención o no le importaba. Se encontró con el silencio -la mitad de la
cual era admiración y la mitad de la cual estaba condenando- y respondió no con una mirada caída y
un rubor virginal de timidez al ser el centro de atención de tantos, sino con la sonrisa confiada de un
capitán pirata apoderándose de un barco, con paso alegre y confiado.

Pero si los comentarios que había escuchado hasta ahora era cualquier indicación, ganar a esta
tripulación -al menos la mitad femenina de la misma- no iba a ser fácil. Los chismes sobre lo que
había sucedido antes ya lo habían hecho camino a través del vestíbulo, y estaban claramente
desaprobándola.

Había tenido que rechazar media docena de preguntas de su hermana Marjory, antes de que llegara
la primera bandeja de comida. Incluso su madre reservada y por encima del chisme había
escuchado atentamente sus respuestas.

Pero dejó claro que el asunto había terminado. No iba a enseñar a la muchacha a jugar a nada.
Aunque Eoin no podía evitar admirar la impetuosa confianza de Lady Margaret, e innegablemente
su audaz belleza mantuvo un cierto atractivo -todo bien, mucho atractivo- una chica como esa
causaba problemas. El tipo de problemas que no tenía interés en perseguir, por más que ciertas
partes de él se movieran.

Eso había sido una sorpresa. Su reacción a la muchacha fue tan feroz, primitiva y física, como
inesperada. Usualmente tenía mejor control. Frunció el ceño. En realidad, siempre tenía un mejor
control. Ninguna muchacha que conociera había movido su sangre con una mirada y una sonrisa
que le hacían preguntarse si era tan traviesa como parecía.

Pero incluso si no fuera la hija de un hombre que probablemente sería su enemigo pronto -que era
razón suficiente para mirar hacia otro lado- Margaret MacDowell con su sonrisa, la cual prometían
travesuras y la actitud del diablillo podría ser indudablemente, muy exigente. Y las manos de Eoin
estaban firmemente envueltas alrededor de su hacha de guerra.

Sin embargo, a medida que avanzaba la comida, su mirada se deslizaba en su dirección más de una
vez. Dios, ese cabello era increíble. Y su piel era perfecta, tan suave y cremosa que parecía irreal.

Pero eran esos ojos conscientes, inclinados y la boca sensual lo que lo insultaron.
Había estado ligeramente sorprendido de verla sentada junto al joven Comyn. Pronto se hizo
evidente por qué, sin embargo, cuando la muchacha se salió de su manera de encantar y deslumbrar
a la juventud claramente incómoda y fuera de su elemento. No es que Eoin pudiera culpar al
muchacho. Eoin tenía veinticuatro años, definitivamente no era un muchacho que se dedicaba a las
muchachas, y sus bolas no se apretaban cada vez que escuchaba aquella risa ronca por todo el
pasillo.

Pero si el bárbaro de su padre pensaba que el señor de Badenoch, el hombre más poderoso de
Escocia, ataría a su precioso heredero a un MacDowell, estaba aún más fuera de su mente de lo que
pensaba Eoin. Badenoch podría considerar al clan antiguo en alta estima en el campo de batalla y
valorarlos como aliados, pero buscaría una novia para su heredero entre la más alta nobleza de
Escocia, el infierno, probablemente de Inglaterra.

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Sin embargo, si la expresión de amor en el rostro del joven Comyn era una indicación, el hijo podría
tener otras ideas. El ceño fruncido en el rostro de Badenoch mientras miraba a su hijo desde el
estrado, parecía haberlo notado también.

Eoin no pudo evitar preguntarse de qué estaban hablando. La muchacha estaba hablando tan
animadamente, y esa risa era... una maldita distracción.

No se dio cuenta de que estaba mirando hasta que sus ojos se encontraron. Debería haberse alejado.
Debería haberle dado la espalda. Y ella seguramente no tendría que haber llamado la atención al
intercambio dándole ese adorable pero demasiado íntimo encogimiento de hombros.

Sabía exactamente lo que quería decir porque lo sentía, también, pero otros podrían interpretarlo
mal. Lo que hicieron.

-¿Os acaba de guiñar el ojo?

Eoin miró duramente de Lady Margaret hacia su hermana menor, cuyos ojos se habían ampliado a
proporciones extraordinarias.

-Por supuesto que no -dijo-. Era más como un levantamiento de la frente y un encogimiento de
hombros.

-¡Lo lo hizo! -Marjory dijo con una extraña mezcla de horror y júbilo-. ¡Esa descarada criatura os
coqueteó desde el otro lado de la habitación! Después de lo que os propuso. Debe de ser tan
perversa como dicen.

-Baja la voz, Marjory -dijo Eoin con severidad-. Dije que no era nada.

Pero ya era demasiado tarde, su madre lo había oído. Miró con disgusto apenas velado a Lady
Margaret, y luego de nuevo a él con una mirada dura que no necesitaba interpretar.

-Cuidado, -dijo-. Hay mucho mas detrás de todo esto -un cambio de su mirada a Lady Barbara, que
estaba sentada a unos cuantos asientos al lado de su padre, y que, afortunadamente, no se había
fijado en el intercambio, le dijo lo que quería decir.

Pero no necesitaba el recordatorio. La mirada de Eoin no volvió a cruzar el pasillo. Aunque con la
creciente multitud de hombres alrededor de Lady Margaret, probablemente no habría podido verla
de todos modos.

-¿Por todos los infiernos, que habéis estado haciendo, hija?

Atrapada en el intercambio privado con Eoin MacLean por su padre, Margaret se vio obligada a
explicar cómo había ido a su encuentro. Su descripción de cómo había molestado accidentalmente
al partido de ajedrez de dos días de duración entre el conde de Carrick y su pariente hizo que su
padre y sus hermanos se rieran –muy- alborotadores. Le pareció gracioso que los hombres pudieran
poner tanto interés en el juego de un niño.

-El aliento de Dios, me hubiera gustado ver sus rostros. Debe ser una lección para Bruce ver lo fácil
que es ser derrotado por un MacDowell.

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John Comyn, que jugaba, aunque afirmó tener poca paciencia para ello (lo que Margaret interpretó
como que no era muy bueno en él), también se rio, especialmente cuando mencionó cómo habían
movido las piezas en la forma de una flor y luego un corazón.

Su padre llamó a algunos de sus amigos -muchos de los cuales eran nuevos para ella- y se vio
obligada a repetir el cuento varias veces durante la comida. No le importaba, ya que era entretener a
lo que estaba acostumbrada, y eso hizo que la atmósfera formal y extraña de Stirling se sintiera un
poco más como en casa. Estaba encontrando su equilibrio.

Al menos con los hombres.

Se dio cuenta de que las miradas de desaprobación estaban siendo dirigidas por más de unas cuantas
mujeres, pero no le molestaba. Tomarían más tiempo para ganar, eso era todo.

En su recuento de la historia, dejó de lado el papel de pedirle a Eoin MacLean que le enseñara a
jugar, pero aprovechó la oportunidad mientras los sirvientes limpiaban las mesas de caballete para
bailar y preguntarle a su padre sobre él.

Aparentemente, aunque Eoin era joven y sólo el tercer hijo del jefe, ya se había hecho un nombre
como táctico brillante, llevando una serie de incursiones audaces contra los ingleses en Carrick.

Había sido educado en las tierras bajas y a pesar de los antecedentes nórdicos de las islas
occidentales de su clan, tenía fama de ser tan erudito como un monje. Margaret no pudo evitar
pensar que esperaba que fuera la única comparación con los monjes.

Una mirada aguda de su padre la hizo preguntarse si sus pensamientos habían sido demasiado
transparentes. No la reprendía por su maldad ni por su irreverencia, ni por lo que le importaba, sino
por su interés.

Los MacLeans eran formidables guerreros, continuó, y a pesar de sus lazos de parentesco con los
Bruces, todavía estaban dando señales de indecisión sobre si lucharían por él si llegaba la guerra.
Su mirada se habría vuelto demasiada especulativa. Aunque su padre no tenía mucha educación y
tenía tanta idea de cómo jugar al ajedrez como ella, era astuto, y la mirada que posteriormente
dirigió a John Comyn le recordó lo que se esperaba de ella.

No tenía por qué preocuparse. Margaret conocía su parte. Le gustaba bastante el joven noble, y
cuando comenzó el baile, se sorprendió al descubrir que era un buen bailarín, aunque ligeramente
rígido. Cuando otro hombre la reclamó para la siguiente danza, era claramente renuente a dejarla ir,
lo que Margaret tomó como una buena señal.

Barrida en el baile y tres vasos de cerveza -el vino endulzado que le había caído a la cabeza- le
tomó un tiempo darse cuenta de que Brigid estaba tratando de llamar su atención. Cuando
finalmente pudo liberarse, su amiga la arrastró fuera del vestíbulo hacia un pequeño pasillo.
Brigid parecía que estaba a punto de llorar.

-¿Qué pasa? -preguntó Margaret.

-Las he oído -respondió Brigid, retorciendo las manos con ansiedad.

-¿Oír a quién?

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-A todas ellas -su voz se rompió-. Las damas.

Margaret frunció la boca. Podría haber endurecido la piel cuando se trataba de chismes, pero Brigid
no. Si alguien hubiera herido sus sentimientos, Margaret se encargaría de que se arrepintieran.

-¿Que dijeron?

-Nos llamaron paganas -dijo en voz baja.

-¿Eso es todo? -Margaret rio y negó con la cabeza-. Eso es ridículo, Brigid. No podéis permitir que
la gente os moleste así.

Brigid sacudió la cabeza:- Eso no es todo. Están diciendo... cosas horribles.

Margaret frunció el ceño. Era evidente que esas cosas horribles debían de referirse a ella, ya que
Brigid parecía reacia a decir más:- Todo está bien. No haréis daño a mis sentimientos.

Brigid masticó nerviosamente su labio inferior:- No es de vos... exactamente. Es más de vuestro


clan. Los MacDowells no tienen la mejor reputación.

Margaret frunció el ceño. Ferozmente orgullosa, se había criado para pensar en los MacDowells
como si fueran reyes. Habían gobernado Galloway como reyes y reinas durante cientos de años.

-¿Qué queréis decir?

-Creen que los MacDowells son... uh... un poco incivilizados. Un poco salvajes.

Margaret estaba indignada:- ¿Porque no actuamos como ingleses? ¿Porque nos mantenemos fieles a
nuestra antigua cultura de Gàidheal y a las leyes de Brehon más que al yugo feudal de los reyes
ingleses?

-Os ven como atrasados.

-Os referís a nosotros como si no tratara de vos.

Brigid se encogió de hombros con indiferencia, pero Margaret sabía que le importaba. Por mucho
que quisiera despedirla, sabía que no era tan fácil para Brigid hacerlo.

-Tienen sus costumbres y nosotros tenemos las nuestras. Sólo porque hacemos las cosas de manera
diferente no las hace equivocadas.

-Lo sé -dijo Brigid, sus ojos nadando en lágrimas-. No es tan fácil para mí ignorarlos como lo es
para vos.

Una sonrisa torcida giró su boca:- No siempre es fácil.

Brigid pareció sorprendida por su admisión:- ¿No lo es? Pero siempre parecéis tan confiada. Nunca
tomáis nada de nadie, ni siquiera de vuestro padre.

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Margaret siempre había pensado que su amiga estaba intimidada por su padre, pero en ese momento
su voz tenía algo más parecido al miedo.

-Soy la única niña en un hogar de nueve dominantes -o en su camino- de hombres dominantes –


dijo-. ¿Cuánto tiempo creéis que hubiera sobrevivido si hubiera mostrado alguna debilidad?

Aparecer confiado era una cuestión de supervivencia.

>- Aprendí temprano que si no me endurecía, estaría perdida. Tuve que gritar muy fuerte para ser
escuchada por todas esas voces masculinas -dijo con una sonrisa-. Pero finalmente aprendí a
hacerme oír sin levantar la voz -hizo una pausa y dijo con suavidad-. No podéis dejar que os
intimiden, Brig. La gente como esas mujeres, si sienten sangre, se meten para matar. El truco es no
dejarles ver que sus palabras os han herido.

Brigid la miró escéptica:- ¿Y cómo puedo hacer eso? No soy como vos. No tengo una naturaleza
rebelde.

¿La tenia? Margaret nunca había pensado en eso, pero tal vez Brigid tenía razón. Era una
MacDowell, y los MacDowells siempre estaban listos para pelear.

-Sonriendo ante su rudeza y recordando quién sois –respondió-. Un MacCan. Un miembro


orgulloso de un clan viejo y respetado. No tenéis vergüenza de vuestra familia, ¿verdad?

Por primera vez desde que llegaron, su amiga mostró un destello del espíritu que Margaret sabía
que estaba acechando por debajo. Parecía indignada por la mera sugerencia.

Brigid enderezó su espina dorsal y le dio a Margaret una mirada larga y orgullosa por la longitud de
su nariz:- Por supuesto que no.

Margaret sonrió:- Mantened esa mirada, Brig, y sonreíd. Es perfecto. No tendrán ninguna
oportunidad. Y una vez que los hayamos mostrado, no nos pueden intimidar con sus chismes, los
mataremos con nuestra arma más poderosa.

Una lenta sonrisa se deslizó por las delicadas facciones de su amiga, al darse cuenta de que había
sido engañada:- ¿Cuál es esa?

Margaret unió su brazo con el suyo:- La amabilidad, por supuesto. Una vez que nos conozcan,
verán que no somos tan diferentes. Podemos no vestir lo mismo, y nuestras costumbres podrían no
ser las mismas, pero por dentro, lo que cuenta, todos somos iguales.

Brigid sacudió la cabeza y se echó a reír:- ¿Todos iguales? Tenéis las ideas más extrañas, Maggie.
No sé de dónde las conseguís.

Margaret tampoco lo sabía. Pero su certeza debió convencer a su amiga. Un momento después,
cuando volvieron a entrar en el salón, Brigid sonreía tan ampliamente como Margaret.

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Capítulo 4
Una semana más tarde, la sonrisa de Margaret había empezado a vacilar. Desalentada, estaba
teniendo dificultades para seguir su propio consejo. ¡Amable, estas mujeres eran tan juiciosas como
San Pedro en las puertas de la perla!

Por más que sonriera y trataba de ser amable, sus esfuerzos fueron rechazados. En todo caso, las
miradas de desaprobación se habían vuelto menos veladas y más francamente hostiles, y los
susurros se habían hecho más fuertes y crueles.

Desde ser llamada "idiota" por lo sucedido con el tablero de ajedrez, a ser confundida con una
sirviente y una libertina, que había añadido sin saberlo con sus aparentes intentos de "seducir" a
Eoin MacLean (primero pidiéndole que le enseñara ajedrez y luego "guiñándole el ojo", no era un
guiño, lo que era peor), a sus vestidos y pelo descubierto, aparentemente había juzgado en todos los
ridículos malentendidos que tenían sobre ella y su clan.

Pero se negaba a dejar que llegaran hasta ella. No tenía nada de qué avergonzarse, y no pretendía
ser mansa y muda para un grupo de mujeres de mente estrecha y mezquina. Los MacDowells no
eran el grupo indisciplinado de paganos que todos hacían parecer que fuera. Se le podría haber
permitido más libertad que la mayoría de las mujeres, siendo criada en una casa de hombres tan
lejos de la sociedad y después de una semana de estar en Stirling con estas mujeres lo que hicieron
que algunas monjas que Margaret conocía pareciesen ser hasta divertidas, pero eso no la hizo
inmoral.

¿No podían ver lo ridículo que era? Aparentemente no.

Antes de cada comida tenía que ponerse de rodillas y pedirle a Brigid que saliera de su habitación.
No sabía por qué se molestó, cuando se encontraban con una hostilidad tan fría por la mitad de los
invitados en el castillo. Incluso su propia y notoria alegría había empezado a menguar.

Afortunadamente, si no había causado una impresión (por lo menos buena) sobre las mujeres, su
ostracismo no se extendía a los hombres. Nunca le faltó un acompañante de baile, y los hombres
llenaron los bancos en su mesa para cada comida.

Se rieron de sus bromas, escucharon sus historias y no parecieron importarle cuando daba un "paso
en falso". Los hombres aceptaban mucho más las diferencias.

Al menos la mayoría parecía hacerlo, pero se preguntaba por el Señor de Badenoch. Su padre le dijo
que no se preocupara, que el hijo estaba completamente "encantado", pero Margaret no pensó que
se podría decir lo mismo de su padre. Tenía la sensación de que, al igual que su esposa y sus hijas,
el Señor de Badenoch no la aprobaba. Esperaba que lo estuviera imaginando, pero mientras más
tiempo parecía pasar John a su lado, la expresión de su ilustre padre parecía crecer. Impresionarle
iba a ser su verdadero desafío.

Brigid había tenido dolor de cabeza durante la comida del mediodía, y Margaret regresaba al Hall
después de revisarla, cuando se detuvo en seco al oír una voz. Una voz profunda que parecía
hundirse en sus huesos.

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A pesar de la multitud reunida cerca de la entrada, lo supo enseguida. Como había ocurrido
demasiadas veces durante la semana pasada, su mirada aterrizó directamente sobre la conocida
cabeza rubia oscura.

Sintió aquel extraño chasquido en su pecho -como si alguien le hubiera agarrado el corazón y lo
hubiera sacudido- y entonces la ráfaga de calor que ilógicamente hizo que su piel se erizase como si
estuviera fría.

Su atracción no tenía sentido. Le gustaban los hombres que sonreían y se burlaban... como Tristan.
No hombres serios que fueran tan eruditos como un monje. Pero algo acerca de toda aquella
intensidad silenciosa e hirviente, algo acerca de esos ojos astutos, que no le llamaban la atención,
era increíblemente atractivo. Visceralmente atractivo.

Santa Cruz, ¡esto era ridículo! Estaba empeorando. Todo lo que tenía que hacer era mirarle
fijamente y su cuerpo reaccionaba. Sus sentidos aumentaron repentinamente -el aire parecía más
puro y los sonidos más agudos- y su pulso saltaba con algo que se sentía como una anticipación.
Como no había nada que anticipar, sin embargo, había hecho todo lo posible por ignorar tanto su
reacción como a él. Viendo la manera en que había evitado su mirada cuando sus ojos se dieron
cuenta de que se preguntaba si estaba haciendo lo mismo.

Era difícil decirlo. Su expresión era siempre tan inexorablemente inescrutable. Pero algo sobre la
forma en que las líneas arrugadas entre sus cejas se profundizaban cuando su mirada aterrizó sobre
ella, y la forma en que sus ojos parecían un poco más oscuros azul justo antes de que se girara, le
hizo pensar que estaba luchando contra esta atracción tanto como ella.

Sus razones eran claras, pero ¿qué pasa con las de el? ¿Tenían algo que ver con Lady Barbara
Keith?

Sintió un extraño pellizco en su pecho mientras miraba a través de la multitud y observaba a la


joven rubia bonita que estaba a pocos pies de distancia donde estaba tan a menudo en su compañía.

No era su compañía exactamente, sino su madre y su hermana, que estaban invariablemente cerca.
En realidad, las personas más a menudo en su compañía eran su hermano adoptivo, Finlaeie
MacFinnon, y sus hermanos, Donald y Neil, pero algo sobre la manera que la hija del mariscal lo
miraba -correctamente, por supuesto-, bajando la mirada cuando le veía tímida y recatadamente, le
hacía sospechar a Margaret que había algo entre ellos.

Y por qué eso la molestaba tanto cuando no podía tener nada que ver con él, no tenía ni idea.

Aprovechando a todas las personas que estaban de pie alrededor del borde de la habitación
mientras las mesas de caballete estaban siendo guardadas para el baile, se acercó más adonde estaba
para ver si podía oír algo.

Hablaba con Finlaeie, probablemente algo sobre viejas batallas, ya que las pocas veces que había
oído hablar de ello eran sobre la guerra, pero no podía distinguir sus palabras.

Desafortunadamente, a su hermana podía oírla claramente:- ¿Visteis ese vestido? No me habría


sorprendido si empezara a preparar la cerveza justo en medio de la comida.

Margaret se calló, y aunque no quiso hacerlo, su pecho se apretó. No tenía duda de a quién se

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estaban refiriendo. Miró hacia abajo en lo que ella pensaba era un bonito vestido de lana azul. ¿Una
sirvienta de ale? Aunque los chismes y rumores no la molestaran de la misma manera que a Brigid,
eso no significaba que fuera completamente inmune a sus pullas.

-No era tan malo como todo eso -dijo lady Bárbara suavemente, casi con amabilidad. Lo que
rápidamente quedo arruinado por la risa-. Si ése es el «adorno» de Galloway, no me gustaría ver
cómo son los campesinos. ¿Quizás no llevan más que hojas y brezos?

Al parecer, el pequeño gatito tenía unas garras.

-Tal vez sólo disfruta haciendo alarde de su cuerpo ante cualquier persona que tome nota -dijo
Marjory MacLean-. Espero que no tengamos que soportar otras pocas horas viéndola bailar como
una pagana en Beltane. Me sorprende que haya encontrado hombres dispuestos a asociarse con ella
y estar el tema de tal... exposición.

Margaret había oído suficiente, su dolor olvidado, su rostro calentándose de ira, ya no era capaz de
forzar una sonrisa en su rostro. No había nada malo en su vestido o en su forma de bailar. Y ella iba
a decirles exactamente eso.

***

-Estaba mirando de nuevo -susurró Fin.

Eoin apretó la mandíbula y tiró a su amigo a un lado. No necesitaba preguntarle a quién se refería.
Fin y algunos de sus otros amigos se habían dado cuenta de la extraña corriente subterránea que
corría entre Eoin y Lady Margaret y no podían resistirse a insistir en ella cada vez que la muchacha
lo miraba, ¡que era demasiado madiltamente a menudo!

Pero cuando se encontró haciendo la misma maldita cosa, casi no podía culparla. Cristo, su
atracción por la muchacha era un maldito inconveniente, y Fin seguro como el infierno no lo estaba
haciendo más fácil.

-Cerrad la boca, por todos los infierno, Fin. Una de las mujeres os oirá.

-No sé por qué lo dudáis. Si me mirara así, le daría exactamente lo que pedía y la pondría del revés.
No es como si fuera la primera vez -su amigo sonrió maliciosamente-. Para vos.

Eoin no tenía ganas de perder, así que cuando el relámpago de rabia se disparó a través de él,
tensando todos los músculos de su cuerpo y dejándolo a un palmo de pelo, de hundir su puño en la
sonrisa blanca de Fin, lo tomó por sorpresa.

Asombrado también. Retrocedió instintivamente, con las cejas disparadas juntas.

-¿Qué demonios os pasa, MacLean? Estáis actuando como un pretendiente celoso. Cristo, no podéis
estar pensando seriamente en perseguir a la muchacha.

-No pienso en nada -dijo Eoin con calma-. Pero no oiré chismes maliciosos repetidos sobre ninguna
señora.

Y no importaba lo que hubiera oído, creía que Margaret MacDowell era una señora.

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La furia que había surgido a través de él se calmó con la misma rapidez. De repente se sintió
avergonzado por la exhibición de la emoción, que no tenía sentido, ya que el no se emocionaba.
Debía de estar volviéndose loco. Probablemente de aburrimiento. Estando encerrados en largas y
tensas negociaciones durante todo el día, tratando de evitar que Bruce y el Señor de Badenoch, John
"El rojo" Comyn, se mataran unos a otros, y luego se vieran obligados a asistir a bailar a Lady
Barbara y escuchar a su hermana mientras bromeaba en las comidas, lo estaba poniendo en el borde.

-Creo que necesito esa cacería más de lo que me di cuenta –agregó-. Las paredes están empezando a
cerrarse sobre mí.

Fin seguía estudiándolo demasiado atentamente, pero aceptó la explicación con un golpe en la
espalda:- Creo que me gustáis más cuando habláis de vanguardias, emboscadas y flanqueo.

Eoin hizo un movimiento de la boca. Su amigo tenía razón. En eso debería centrarse. Pero tendría la
oportunidad de impresionar a Bruce mañana. La caza sería una oportunidad para probarse a sí
mismo. Se volvió hacia las damas justo a tiempo para oír el sarcástico comentario de su hermana
sobre el baile de Lady Margaret.

Su boca se aplastó con disgusto. Los comentarios no tan agradables que le había perdonado como
insensibilidad juvenil cuando Marjory tenía dieciséis años, tres años después empezaban a sonar
rencorosos y mezquinos. Su hermana necesitaba aprender a contener esa lengua ácida.

Por desgracia, el de Marjory no fue el único comentario poco halagador que había oído sobre Lady
Margaret durante la semana pasada. Se sentía mal, sabiendo que era en parte culpable de
proporcionar el forraje. Podía haberse reído de su desafortunada elección de palabras, pero el resto
de la corte no lo había hecho. Los chismes no parecían molestarla, y no pudo evitar admirar la
forma en que sonreía ante su rudeza. Su hermana estaría en lágrimas si estuviera sujeta a la mitad de
las malas palabras que había oído hablar de Lady Margaret.

Estaba a punto de amonestar a su hermana cuando notó que la señora en cuestión se movía hacia
ellos. El color intenso de sus mejillas no le dejaba duda de que lady Margaret había oído lo que su
hermana había dicho, y por la determinación en su expresión, sintió que ya no le importaba reírse.

No quería saber si estaba tratando de proteger a su hermana o lady Margaret, pero sin pensarlo se
puso delante de ella:- ¿Me honraríais con el primer baile, mi señora?

Podía oír la sorpresa de su hermana detrás de él. Odiaba bailar, y hasta ahora lo había evitado.
Lady Margaret lo miró fijamente, sus ojos dorados de esfinge parecidos a los suyos. Por un
momento pensó que podría negarse. Claramente quería darle a su hermana un latigazo. Y aunque
era merecido, no serviría para ninguno de ellos.

Lo último que Lady Margaret necesitaba era una atención más negativa para alimentar los fuegos de
los chismes de la corte. Quizá también se dio cuenta. Después de una larga e incómoda pausa,
asintió.

Su hermana podría darle las gracias más tarde, porque sabía sin lugar a dudas que la había salvado
de una situación que no sería olvidaría pronto.

Pero justo en el momento en que la mano suave de Lady Margaret se deslizó en la suya, Eoin sabía

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que había cometido un error. Debería haber dejado que su hermana se llevara los azotes públicos.
En vez de eso, había abierto la caja de Pandora, soltando algo que jamás volvería a contenerse.
El choque que le atravesó con el contacto fue similar a un rayo. Un rayo magnético. Los reunió de
una manera que no podía negarse.

Algo le atravesó el pecho. Sus pulmones parecían haber dejado de funcionar. Pero su corazón lo
compensó con el golpe frenético. Estaba retorcido, completamente hechizado. Eoin se olvidó de
que estaba bailando, olvidó que ni siquiera le gustaba bailar, olvidó la música y se olvidó de las
otras personas a su alrededor. Mientras la conducía a través de los pasos del carrete, no podía
apartar la mirada de su rostro. La delicada piel de su mejilla, el suave punto de su barbilla, la nariz
ligeramente hacia arriba. La sensual curva de su boca.

Maldita sea, era tan hermosa que casi dolía mirarla. Partes de su cuerpo le hacían daño. Su pecho,
por un lado, y otra parte que se había hinchado de calor y estaba duro como una roca, ajeno al hecho
de que estaban en un salón de baile lleno de gente.

Pero estaba más allá de toda razón, atrapado en un trance casi de ensueño. Un trance caliente, de
ensueño, de poderosa atracción que enviaba fuego por sus venas. Sus cuerpos se movían juntos
como uno. No había necesidad de hablar. Lo que se decía entre ellos era en cada mirada, cada toque,
cada latido del corazón.

El hechizo los mantuvo juntos hasta que la música se detuvo. La música se detuvo. Maldición. La
soltó tan de repente que ella dio un pequeño, sobresaltado jadeando.

Se echó atrás, mirándolo tan aturdida como él.

-Gr-gracias -susurró, su aliento cayendo irregularmente de debajo de sus labios entreabiertos.


Dios, eran tan rojos y dulces. Una oleada de deseo se elevó dentro de él. El impulso de cubrirlos
con los suyos era tan poderoso -tan elemental- que no podía pensar en otra cosa. Bajó la cabeza
unos centímetros antes de que un segundo de cordura recordara sus alrededores, y se detuvo.
Infiernos. Podría haberlo dicho en voz alta. ¿Qué había sucedido? No era una pregunta el hombre
que se suponía que era el más inteligente en la habitación se preguntaba muy a menudo. Pero no
podía pensar directamente, o en cualquier otra dirección. Su mente estaba tambaleándose.

Con un gesto que era más agudo de lo que pretendía, se alejó. Mientras aún pudiera.

El corazón de Margaret estaba latiendo tan rápido que pensó que podría explotar. Parecía que no
podía respirar ni dejar de temblar.
¿Qué había sucedido?

Aparte de sentir como si cada uno de sus sentidos acabara de cobrar vida, no lo sabía. La había
dejado nerviosa, casi asustada.

Necesitaba recomponerse, huyó del salón.

Se sentía a punto de llorar, como si acabara de pasar por un tremendo trastorno emocional. Lo que
quizás tenía. Lo que acababa de experimentar no había sido un suave despertar de emoción, había
sido como una campana gigante de una iglesia que se apagaba en un pequeño amuleto. Alto,

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clamando, reverberando. . . devastador.

Los sentimientos habían sido tan intensos. Muy poderosos. Tan abrumadores... Se había sentido
ligada a él. Conectada. Como si fueran las únicas dos personas en el mundo.

Su cuerpo todavía dolía. Su estómago seguía girando. Su pulso seguía corriendo. Todavía podía
sentir la sensación de su mano apoyada en su cintura, sus dedos envueltos alrededor de su brazo, su
palma callosa envolviendo su mano. Todavía podía sentir el calor que emanaba de su cuerpo, el
cuerpo grande y musculoso y el pecho de hombros anchos que habían estado tan cerca, su cuerpo se
había tensado para ser presionado contra él. Las puntas de sus pechos palpitaban.

Había olido tan bien. El pino de su jabón, la menta de su aliento... Su boca había estado tan cerca.
Había pensado...
Contuvo la respiración con un pequeño grito.

¿Cómo podría un hombre que decía tan poco provocar tal impacto?

No sabía adónde iba, sólo sabía que tenía que escapar. De pie allí se había sentido expuesta,
vulnerable, como si alguien que la mirara pudiera saber cómo se sentía. Su confianza, su bravata, la
habían abandonado aparentemente.

Había huido de la entrada principal del vestíbulo y había seguido el pasillo hasta la torre del rey
lejos del ruido. Necesitaba tranquilidad. A pesar de que era sólo un par de horas después del
mediodía, el pasillo ya estaba sombreado. Al llegar a la vieja torre que alguna vez había servido
como alojamiento real para Guillermo el León, pero que ahora estaba en mal estado, buscó la
soledad de una pequeña habitación en el extremo más alejado del edificio. Probablemente había
servido como cámara de espera o solar privada para el rey, pero ahora era una biblioteca. No tenía
ningún uso para los libros, solamente para la tranquilidad.

Algunos de los hombres debían de haber disfrutaado de la habitación antes, ya que todavía había
brasas en el brasero, aunque no lo suficiente como para proporcionar calor. Lo que estaba en el
fogón, sin embargo, lo haría. Llevándolo a la nariz, inhaló el olor ligeramente dulce pero penetrante
del brandy inglés.

Ella prefería el buen beatha escocés uisge, pero bajo las circunstancias no podía permitirse
discriminar. La echó en una de las copas, se la tragó con una larga golondrina. Casi al instante los
efectos calmantes de los espíritus comenzaron a extenderse a través de su cuerpo.

El latido de su corazón comenzó a disminuir, el aire llenó sus pulmones y sus manos se
estabilizaron. Lo más importante, su cabeza se aclaró. Había reaccionado exageradamente. Era sólo
un baile. Era sólo un hombre, un atractivo innegable, pero todavía era sólo un hombre. Había
exagerado el efecto de su tacto.

Entonces, ¿por qué todavía podía sentir la huella de sus dedos sobre su piel? ¿Por qué su cuerpo
seguía temblando?

Estaba inclinada sobre el brandy, agarrando el borde de la mesa para estabilizarse, cuando oyó un
ruido detrás de ella.

Volviéndose, su corazón se hundió, viendo quién era... y su expresión. Nunca había notado una

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semejanza con su padre antes, pero ahora podía ver al Señor de Aviñón en la dureza de la mirada de
John Comyn y en un giro petulante de su boca.
No se molestó con cortesía:- ¿Qué hay entre vos y el hijo del jefe de MacLean?

Margaret se enderezaba y la miraba a los ojos, su voz era mucho más constante de lo que sentía,
incluso con el brandy:- Nada.

Incluso lo decía en serio.

Sus ojos se estrecharon, y dio unos pasos hacia ella:- Eso no es lo que parecía. No soy un tonto, mi
señora.

Con ocho hermanos de edades comprendidas entre once y veinte años, Margaret sabía muy bien lo
sensible que podía ser el orgullo de un joven y se apresuró a calmarlo.

-Apenas he dicho más de una docena de palabras al hombre. Os dije lo que pasó la primera vez que
nos conocimos –sonrió-. No creo que el hecho de que me haya llamado "idiota" lo haga parecer
elegante ante mi.

Había cerrado la brecha entre ellos, y sus palabras o su cercanía parecían haberle apaciguado.
Parcialmente. Frunció el ceño:- Entonces, ¿por qué bailasteis con él?

No lo sé. Se mordió el labio, considerando cuánto decirle. Decidiendo que sería mejor ser honesta,
respondió:- Oí a su hermana decir algo desagradable. Me pidió que bailara para evitar que me
enfrentara a ella y que hiciera una escena.

El leve rubor y la incomodidad le dijeron que probablemente había oído algo del chisme:- No
deberíais prestarles atención. Sólo son celos.

Margaret le dirigió una larga mirada, viendo más allá de la juventud al hombre en el que se
convertiría:- Gracias. Eso es muy amable.

Se sonrojó más intensamente , y bailo sobre los pies. Sin el enfado, volvió a su incierto ser.

-Debería irme. No deberíamos estar solos así. No debería haberos seguido, pero estaba celoso -sus
ojos se encontraron con los de ella-. Pensé que iba a besaros, y quería ser yo.

-A mí también me gustaría.

No había querido decir eso como una invitación, pero lo había tomado como una sola. Con más
destreza de lo que habría pensado capaz, él asió su barbilla en su mano e inclinó su boca a la suya.
Apenas sintió la cálida calidez del contacto antes de que terminara.

El beso fue dulce y casto. La mirada en sus ojos no lo era. La quería, y aunque el beso no había sido
desagradable, no quería animar a otro. Afortunadamente, no era inexperta en frenar las riendas en la
pasión de un joven.
Dio un paso atrás, deseando la distancia entre ellos.

Fue entonces cuando echó un vistazo a la cámara mural: el ancho banco construido en la gruesa
pared del castillo, que podía cerrarse con una cortina, cuando vio una bota.

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Capítulo 5

Al principio, pensó que lo había seguido. Sentado en el banco de la cámara mural con una jarra de
whisky y un folio que había agarrado sin siquiera mirar el título -¡Las Reglas de San Benedicto en
latín, por el amor de Dios!-, la había oído entrar y había estado cerca de hablar con ella cuando
apareció el joven Comyn. Dándose cuenta de que probablemente empeoraría la situación si dejaba
que su presencia fuera conocida, Eoin se vio obligado a sentarse allí medio oculto a la sombra de la
alcoba y escuchar su conversación.

Una conversación que estaba haciendo que su sangre corriera más caliente, que para el estado de
Eoin ya en el borde era como tirar aceite en un fuego rugiente. ¿Qué diablos estaba haciendo? ¿No
sabía que estar tan cerca de Comyn así, levantando su boca a la suya, y diciéndole que le hubiera
gustado que hubiera sido el que estuvo a punto de besarla era prácticamente una invitación para que
hiciera exactamente eso?

Cuando el cachorro aceptó, poniendo su mano en su barbilla e inclinando su boca a la suya, Eoin
había sentido una oleada primitiva de emoción diferente a todo lo que había experimentado antes.
Todo lo que podía ver era rojo. Su pecho ardía, sus músculos se flexionaban, y cada instinto que
poseía clamaba para chocar su puño con la boca del joven señor por tocarla.

Pero su ira no estaba reservada sólo para el muchacho. En todo caso, lo que sentía hacia la dama era
mucho peor. Si no sabía que había sentido exactamente lo mismo que el durante ese baile tal vez no
hubiera sido tan malo. Pero lo había hecho. Y de alguna manera, racional o no, olvidando que
minutos antes de que entrara en la habitación, había estado negando la cosa entera: le picaba como
una traición.

No sabría cuánto tiempo más habría podido contenerse. Pero lo sabía en el momento en que ella se
dio cuenta de que no estaban solos. Comyn confundió el asustado jadeo y la súbita pérdida de color
en sus mejillas por un choque inocente del beso, que en el estado mental actual de Eoin, pensó, era
irónico.

Tal vez Fin tenía razón. Tal vez los rumores eran ciertos. Tal vez sabía exactamente lo que estaba
haciendo cuando miraba a Eoin así. "Le daría exactamente lo que pedía y la volvería insensata."
Ahora mismo se preguntaba qué le detendría.

-Probablemente, debería disculparme -dijo Comyn al retroceder.

Lanzó una mirada de ansiedad en la dirección de Eoin y rápidamente se volvió hacia el muchacho,
obviamente distraída:- ¿Por qué?

-Por aprovecharme de vuestra inocencia de esa manera.

Eoin vio un pequeño ceño fruncido entre sus cejas antes de que parecía darse cuenta de lo que
quería decir:- Ah, sí, por supuesto, el beso -se mordió el labio y bajó la mirada-. Creo que es mejor
que os vayáis ahora. No sería bueno que nos descubrieran así.

Si Eoin oyó la ligera inflexión en su voz, significando una pregunta, Comyn no lo hizo.

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-Tenéis razón –sonrió-. Aunque tal vez sería más fácil si lo hicieran.

Frunció el ceño de nuevo, claramente no entendiendo. Pero Eoin lo hizo. El chico estaba
obviamente consciente de los sentimientos de su padre y buscaba una manera de revertirlos. Estar
atrapado en una situación comprometida podría bastar. Aunque Comyn no era todavía un caballero,
tenía todo el honor y nobleza de uno. Eoin, por otra parte, no era un caballero y no tenía
pretensiones de querer mantenerlo bajo control.

Con un breve sonrisa, Comyn salió de la habitación. En cuanto cerró la puerta tras de sí, lady
Margaret se volvió y cruzó los brazos sobre el pecho.

-Sé que estáis allí, podríais salir, también.

Hizo sonar como si fuera un bairn (niño) escondido o deliberadamente oculto en las sombras para
espiarles. Ninguno de las dos eran ciertas, maldita sea. Había estado sentado allí cuando entró a la
habitación y se dirigió directamente al brandy. Pero de alguna manera, la muchacha había
conseguido ponerlo a la defensiva.

Aunque no hubiera podido ver su rostro desde donde estaba sentado de espaldas a la pared de piedra
de la alcoba, no pareció sorprenderse al ver que era él cuando estuvo de pie.

-Si hubiera sabido lo que iba a interrumpir, habría hecho conocer mi presencia antes.

-¡Habláis! -dijo con fingida sorpresa-. No estaba segura de si esa oscura, intensa y tenebrosa mirada
era una extensión de vuestras habilidades de comunicación.

Maldición.

Sus ojos se clavaron en los de ella implacablemente:- No sabía que teníamos algo que decir -
sostuvo su mirada durante un largo momento antes de volverse-. Tal vez tengáis razón.

Su voz contenía una nota de tristeza que hizo que algo dentro de él se encogiera. Muy dentro de el.
Debería haberse ido. Debería haber aprovechado la oportunidad que le había brindado y alejarse. En
cambio, cruzó la distancia entre ellos en unos cuantos pasos. El suave olor de las flores que había
notado durante su baile insultó sus sentidos. Pero todavía estaba demasiado enfadado para tener
cuidado

-Comyn no es para vos.

Alzó las cejas, obviamente sorprendida por la arrogancia de su tono:- Sonáis muy seguro de eso.

Estaba tratando de protegerla, maldita sea. Badenoch nunca dejaría que su hijo se casara con ella.

-Lo estoy. Y dejar que tome algunas libertades no cambiará nada.

-¿Libertades? -sus cejas se juntaron-. ¿Os referís a ese beso? -se rio-. Señor, eso no significa nada.

No sabía si fue la risa o la manera en que lo rechazabacomo nada que encendió las llamas de su ira
como un fuelle de herrero:- ¿Y tenéis tanta experiencia como para saber la diferencia?

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Algo en su tono hizo que sus ojos se estrechasen:- ¿Nunca habéis besado a una mujer, mi lord?
-¿Qué tiene eso que ver con esto?

Lo miró durante un largo momento, como si estuviera dispuesto a ver algo, y luego negó con la
cabeza:- Lo que sepa o no es asunto vuestro.

Tenía razón, y sin embargo estaba muy mal:- No todos los hombres son pequeños como Comyn, mi
señora, para ser tan fácilmente rechazado cuando haya terminado con ellos. Algunos podrían ver
vuestro beso como una invitación para algo más.

El rubor de sus mejillas le dijo que no ignoraba su reputación. No se dio cuenta de lo cerca que
estaban de pie hasta que enderezó la columna vertebral y las puntas de sus pezones le rozaron el
pecho. Sus rodillas casi se doblaron. Apretó los dientes contra el gutural gemido de placer que
envió una inundación de calor a su ingle.

Levantó la barbilla, inclinando la cabeza hacia atrás para encontrarse con su mirada furiosa.
-¿Os referís a un hombre como vos?

Si era un sarcasmo o un desafío, no lo sabía, pero el control de Eoin se disparó. Quería castigarla.
Quería enseñarle una lección. Quería demostrarle que jugaba a algo peligroso.
Pero, sobre todo, quería besarla tan mal que no podía verla.

-Sí, eso es exactamente lo que quiero decir -deslizó su brazo alrededor de su cintura y la empujó
contra él. Era tan perfecto que no podría haberse alejado si quisiera. Todas aquellas exuberantes y
femeninas curvas moldeadas contra él se sentían increíbles. Estaba duro contra ella. Golpeando.
Palpitante. Incluso cuando era un muchacho nunca había sentido un deseo tan intenso. La necesidad
había llegado hasta él y lo agarró por la polla, acariciando, lamiendo, con más potencia que la
lengua de un libertino. Aprovechó el jadeo y bajó la boca hacia la suya. El primer toque, el primer
gusto de ella fue como un incendio. El calor lo envolvió. El placer lo atravesó en un frenesí
abrasador. Cualquier racionalidad que pudiera haber poseído se incendió cuando abrió la boca y le
devolvió el beso.

Margaret se había reído cuando su hermano Duncan la pilló besando a Tristán en una de las cuevas
bajo el Castillo de Dunskey el año pasado y le advirtió que tuviera cuidado. Estaba jugando con
fuego, había dicho. Un beso era una cosa, pero muy fácilmente podía terminar con algo más. Más
allá del hecho de que se refiriera a la fornicación, no había comprendido y pensado que estaba
exagerando.

¿Fuera de control? ¿Peligroso? ¿De qué estaba hablando? No había nada que se sintiera peligroso al
besar a Tristán. Era encantador y agradable, pero era plenamente consciente de lo que estaba
sucediendo. No iba a terminar con los pies por los oídos, gruñendo con entusiasmo, como había
tenido la desgracia de haber presenciado más de una vez cuando los visitantes se acostaron por la
noche en el muy poco privado Hall de Garthland.

Pero Margaret ya no se reía. Si había subestimado el peligro. Curiosidad y experimentación podría


no ser peligrosa, pero la pasión ciertamente lo era. Y en el momento en que Eoin MacLean la había
empujado a sus brazos había sentido la diferencia hasta el fondo de su alma.

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El deseo prácticamente estalló entre ellos. Todas esas sensaciones despertadas y preparadas por su
danza volvieron aún más poderosas. Una ráfaga de calor se derramó sobre ella en una onda fundida.
La fuerza de sus brazos y el poderoso cuerpo musculoso contra ella la hicieron débil. Se sentía
aturdida, desorientada, como si hubiera caído en un pantano de sensación y no pudiera sacarse a sí
misma. O más bien no quería sacarse a sí misma porque se sentía demasiado bien. Se sentía
extremadamente bien.

No quería que se detuviera. Nunca.

Tenía la boca caliente y posesiva. La besó como si perteneciera allí. Y a decir verdad, se sentía
como si lo hiciera.

Experimentó una embriagadora mezcla de clavo de olor y whisky, y ella lo bebió, abriendo sus
labios para probarlo más profundo. Los hábiles movimientos de su lengua no eran tentativos y
sondeantes como esperaba, sino feroces y exigentes. El primer golpe poderoso lamió todo el camino
entre sus piernas y casi los hizo colapsar.

Sintió un extraño revoloteo en su vientre que la hizo gemir de placer. Respondió con un gruñido
áspero que sonó casi como una maldición. Cualquier restricción que hubiera existido entre ellos en
esos primeros momentos había desaparecido.

Su mano se sumergió en su cabello para cubrir la parte de atrás de su cabeza y su beso se convirtió
en un castigo, arrebatador, desesperado. Lo entendió porque también lo sentía. Le devolvía el beso
con tal pasión que parecía surgir de la nada, más por instinto que por experiencia. En las cinco o
seis veces que había permitido que Tristán la besara, nunca había sentido una fracción de este tipo
de fervor. Nunca había sentido algo así.

Lo único que sabía era que lo deseaba, más de lo que había deseado en su vida a nadie. Sus dedos
agarraron los duros rayos del músculo en sus hombros como si nunca pudiese soltarlo. Era aún más
alto y más grande de lo que se daba cuenta de cerca, haciéndola sentir extrañamente vulnerable.

Quería besarlo, sentir su lengua en su boca, sus manos en su cuerpo, y su cuerpo grande, duro de la
batalla envuelto alrededor de ella. Quería inhalar el delicioso perfume masculino de pino y jabón.
Quería sentir sus pechos aplastados contra su pecho y sus caderas apretadas contra las suyas. No
sabía cuánto lo quería hasta que sintió el grueso tronco de él contra su estómago. ¡Buen señor! Y
entonces no podía pensar en otra cosa.

El deseo se estrelló sobre ella en una onda empapada, arrastrándola hacia abajo. Se sentía tan
pesada. Especialmente sus pechos y el lugar íntimo entre sus piernas. Gimió ante cada nueva
sensación mientras la besaba más y más fuerte, instándole en silencio a darle más.

Contestó con un gemido y más presión. Sus cuerpos parecían estar unidos. Podía sentir la flexión de
los músculos de su brazo mientras la atraía cada vez más fuerte. Sus lenguas rodeaban y peleaban,
librando una desesperada batalla de deseo y urgencia. Sin embargo, nunca se sintió amenazada.

Incluso en medio de este violento ataque de pasión, había una emoción subyacente que no reconocía
pero confiaba. Se sentía casi como la ternura, que parecía tonto dado el frenesí del beso. Pero estaba
allí, apretando su pecho y flotando sobre ella como un cálido centinela, silencioso y protegido.

Su mandíbula rascó la tierna piel de su barbilla, pero no le importó. Cerca... Más fuerte... Quería ser

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consumida. Quería fundirse con él. Para convertirse en uno.
Su mano ya no estaba en su cabello. Estaba en su parte inferior, levantándola...

El suelo cayó de su estómago. Una corriente de calor líquido se inundó entre sus piernas. Podía
sentirlo, la dura columna de su virilidad ajustada íntimamente contra ella. Se sentía... grande.
Poderoso. Y realmente, muy bien.

Especialmente cuando empezó a mover sus caderas en pequeños círculos insistentes. Su estómago
cayó de nuevo, y el lugar entre sus piernas se hizo más cálido y más necesitado. Su cuerpo
temblaba. Le dolía presionar. Y lo habría hecho, si el ruido de la puerta no los hubiera desgarrado.

La soltó tan de repente que tropezó y podría haber caído si no hubiera golpeado el apoyo de piedra
de la pared detrás de ella.

-MacLean, estáis... –el hombre se detuvo, y al verlos, juró. Todavía en un deslumbramiento


inducido por la lujuria, Margaret tardó un momento en reconocer al hermano adoptivo de Eoin
parado en la puerta-. Oh diablos, yo no tenía la intención... interrumpir.

Aunque en su tono no había nada claramente lascivo o sugestivo, la forma en que sus ojos se
deslizaban sobre su boca magullada y su pecho aún inmóvil cuando dijo aquello último la hacía
endurecer.

Eoin se recuperó más rápido que ella. Se puso frente a ella. El gesto instintivamente protector -
como si pudiera protegerla de la vergüenza de ser descubierta en un abrazo tan íntimo- era
sorprendentemente dulce. Sintió que una extraña oleada de calor le llenaba el pecho.

-Me reuniré contigo en un momento, Fin -dijo con brusquedad-.

Fin le dedicó una sonrisa lenta. Esta vez no había error en la sugerencia:- Tomaos todo el tiempo
que necesitéis.

Margaret no pudo ver la expresión de Eoin, pero por lo rápido que su amigo salió de la habitación,
sospechó que había sido una amenaza. Con el tiempo se volvió hacia ella, sin embargo, la mirada se
había ido, sustituida por la máscara inescrutable.

-Os debo una disculpa. Eso nunca debería haber ocurrido.

Mirando sus rasgos duros e implacables, era difícil creer que este era el mismo hombre que la había
besado tan apasionadamente unos minutos antes.

¿Qué fue lo que la atrajo de Eoin MacLean? Conocía a hombres guapos antes, e incluso a algunos
que eran tan altos y poderosamente construidos. También había conocido a hombres serios, aunque
quizá ninguno que fuera tan intenso. Pero nunca había conocido a un hombre cuya mirada pudiera
nivelarse sobre la suya y hacerla sentir como si supiera lo que estaba pensando.

Inclinó la cabeza, estudiándolo contemplativamente:- ¿Qué pasó?

Durante un breve instante sus ojos se conectaron y sintió la fuerza de ella como un torno de acero
alrededor de sus costillas:- No tengo ni idea.

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La contundente admisión la encantó, y no pudo resistirse a darle una sonrisa burlona:- Bueno, en
caso de que os estuvierais preguntando, creo que eso significa tomarse algunas 'libertades'.
La sorprendió con una risa aguda, y luego una sonrisa, un medio curvado de su boca que golpeó su
cuadrado en el pecho. Las líneas arrugadas entre sus cejas desaparecieron, y la sonrisa transformó
sus rasgos, haciéndolo parecer juvenilmente encantador y tan guapo que pensó que podría
contentarse con mirarlo fijamente para siempre.

-Ah, sí, puedo ver la diferencia ahora -dijo secamente.

-Pensé que podríais. Y puedo ver lo que queríais decir con lo de ``pequeño´´ -su sonrisa se volvió
torcida-. Aunque no quise ofrecer una invitación tan grande.

Se puso serio instantáneamente:- No quise decir lo que dije. Hablé por la ira. No hicisteis nada mal.
Lo que pasó fue mi culpa.

-Lo que pasó sucedió. No fue culpa de nadie -contestó ella con una sonrisa-. Me alegra saber que no
hice nada malo, sin embargo. En caso de que os lo estéis preguntando, tampoco tengo ninguna
queja sobre el final.

Él intentó parar una risa aguda y sacudió la cabeza, como si no pudiera creer se estuviera burlando
de algo tan íntimo:- Bueno es saberlo.

Compartieron un momento de silencio que resultó sorprendentemente cómodo. Se dio cuenta de


que le gustaba. Este joven guerrero sereno, serio e intenso. Le gustaba ver las grietas de su reserva y
el seco sentido del humor que surgía. Le gustaba hacerle sonreír, y ver esas líneas entre sus cejas
desaparecer. Le gustaba la forma en que se veía, la aguda inteligencia en sus ojos, la forma en que la
abrazaba mientras la besaba, y la forma en que había saltado para protegerla a ambos en la pista de
baile y cuando Fin los había interrumpido.

Le gustaba... mucho.

Tal vez sus pensamientos eran más transparentes de lo que se daba cuenta. Su media sonrisa cayó, y
sus ojos se suavizaron casi imperceptiblemente:- Error o no, no puede volver a suceder.

Quería discutir, pero ¿cómo podía hacerlo? Estaba en lo cierto.

-Deberíais iros –dijo-. Comyn probablemente se está preguntando por qué no habéis vuelto al Hall.

Si hubiera habido algo en su voz para sugerirle que le importara, tal vez hubiera vacilado. En lugar
de eso, asintió con la cabeza e hizo lo que había pedido. Pero le dolía el pecho mientras se alejaba.
Había algo sobre Eoin MacLean que la llamaba, que le parecía especial, que la hacía querer
aferrarse a él y nunca dejarle ir.

Se dijo a sí misma que estaba siendo tan tonta como Annie, la muchacha de trece años, que había
seguido al muchacho al establo de dieciséis años, Padraig, alrededor de la luna durante casi un mes
el año pasado, pensando que estaba enamorada.

Las hijas de poderosos lairds no se enamoraban.

Se mordió el labio. Al menos esperaba que no lo hicieran.

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Capítulo 6
Eoin sabía que debía estar tratando de pensar en maneras de impresionar a Bruce, pero estaba
demasiado distraído. Mientras el grupo de caza de una docena de hombres recorría el valle boscoso
hacia el suroeste por debajo de la colina del castillo conocida como el Parque del Rey en una
mañana fría y gris, no pensaba en trampas, estrategias, terreno o incluso el ciervo que había sido
traído al campo. No podía pensar en otra cosa que no fuera el beso que debía olvidar.

¿Qué diablos le había ocurrido? Su debilidad física por la muchacha era inquietante. No era como él
en absoluto. Nunca había hecho algo así en su vida. Había estado a pocos minutos de empujarla de
nuevo a ese banco en la cámara mural y hacer algo estúpido. Algo muy estúpido. Algo que le
hubiera traído un montón de problemas. Con Bruce, con su padre, y con los MacDowell.

ella lo habría dejado. Eso era lo que no podía sacar de su maldita mente. Podría haberla tenido, y el
conocimiento lo insultaba -y lo tentaba- mucho más de lo que debería.

Todavía no sabía cómo había salido fuera de control de esa manera. En un minuto había estado
besándola y había estado respondiendo -de una manera que dejaba claro que no era la primera vez
que la besaban- y la siguiente había tenido su polla acuñada entre sus piernas y prácticamente
habían estado jugando con la ropa puesta. La sensación de ese trasero suavemente curvado en su
mano y la presión de su cadera mientras cabalgaba contra él no era algo que pronto olvidaría.
Diablos, era algo que jamás olvidaría. Probablemente iría a su tumba pensando en ese beso y esos
dulces gemidos insospechados.

Se acomodó por lo que se sentía como la doceava vez que habían montado esta mañana mientras se
hinchaba con la memoria.
Mientras el camino a través del bosque se ensanchaba, Fin se acercó a su lado.

-¿Qué os pasa? -preguntó su hermano adoptivo en voz baja-. Apenas habéis dicho una palabra toda
la mañana -le lanzó una mirada de soslayo-. O quizás no necesito preguntar. De vuestra expresión
oscura, ¿entiendo que no terminasteis después de interrumpiros ayer? La manera en que la
muchacha gemía, pensé que no podría esperar.

La mandíbula de Eoin se endureció, su boca se apretó por la ira y el desagrado. Envió a Fin una
mirada oscura:- Os dije anoche que no pasó nada. Lo que visteis fue un error.

Fin rio:- Podría haber sido un error, pero si eso no era 'nada', no me importaría probarlo.
¿Dónde consigo una oportunidad?

Si no hubieran estado montando, Fin estaría de espaldas. Como lo estaba, Eoin lo contempló
inclinándose y envolviendo su mano alrededor de su cuello. En vez de eso, sus dedos se apretaron
alrededor de las riendas hasta que sus nudillos se pusieron blancos.

-Manteneos alejado de ella, Fin. Lo digo en serio.

Fin le dirigió una larga mirada a través de los ojos entrecerrados, como si supiera lo cerca que
estaba Eoin de golpearlo:- Estáis actuando un poco posesivo por 'nada.' ¿Estáis seguro de que no
hay más en esto de lo que estáis dejando? ¿Por el amor de Dios, no me digáis que en realidad os

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gusta la muchacha?

Los dientes de Eoin le dolían, su mandíbula estaba tan apretada. Le gustaba. Ese era el problema.
Era... diferente. Confiada, de buen humor y encantadora con un sentido de humor irónico, auto
despreciativo, ligeramente perverso que le hacía preguntarse qué cosa escandalosa iba a salir de su
boca a continuación. "Yo tampoco tengo ninguna queja sobre el final."

La muchacha era incorregible. Y divertida. No podía recordar la última vez que había reído así con
una mujer. Probablemente porque nunca lo había hecho.

Fin debió haber adivinado sus pensamientos:- No es para vos, MacLean. Os conozco, y una perra
tan descarada como Margaret MacDowell os sacaría de vuestra mente con sus payasadas.

¿De verdad queréis tomar el tiempo para moldear a una esposa adecuadamente, incluso, suponiendo
que se pueda hacer? Podéis ser audaz e inventivo en el campo de batalla, pero sois reservado y
convencional sobre todo lo demás. Os diré algo, hay algo diferente y seductor sobre la muchacha en
todo su esplendor primitivo, pero ¿queréis una esposa que corra por el campo tan salvaje como un
pagano y parece un melocotón maduro a la espera de ser arrancado? No se contentará con sentarse
esperando por los fuegos domésticos mientras hacéis lo que queráis. Una chica como esa exige
atención. La vuestra está fijada en otro lugar y siempre lo ha estado. ¿Cuánto tiempo creéis que le
llevará a encontrar esa atención en otro lugar? -hizo una pausa dejando que profundizara-. ¿Creéis
que compartirá vuestras actividades intelectuales? Probablemente, la muchacha ni siquiera pueda
leer y escribir su propio nombre -Fin le dirigió una mirada dura e inquebrantable-. Acostaos con ella
si queréis, pero no perdáis de vista lo que es importante. Tenéis un futuro brillante por delante. La
muchacha os retendrá. ¿Os habéis olvidado de lady Barbara?

-Por supuesto que no -dijo Eoin-. No necesito un maldito recordatorio, y estáis muy lejos de esas
intenciones.

-¿Lo estoy? -respondió Fin.

Eoin cerró la boca. Su hermano adoptivo podía ser un crudo asno a veces, pero lo conocía
demasiado bien. Eoin podía haber tenido un o dos pensamientos en la dirección de Lady Margaret
después de ese beso, pero Fin tenía razón en más de una forma. Lady Margaret era una distracción
temporal -una hermosa-, pero no la sofisticada y erudita clase de mujer que lo contentaría a largo
plazo.

Para eso necesitaba una mujer como Lady Barbara. Para un guerrero ambicioso no podía haber
mejor conexión que con un Keith. Además, Lady Bárbara sabía lo que se esperaba de ella. Discreta
y circunspecta, no llamaría la atención dondequiera que fuese. No haría bromas inapropiadas ni
daría comida sin fin a los chismes de la corte. Fin tenía razón. Un hombre no tendría un momento
de paz en su vida con una esposa como Margaret.

Pero nunca habría un momento aburrido. Y sería divertido.


Y emocionante. Apasionante.

Nunca había querido eso antes, pero le habían dado una muestra de ello, y tenía que admitir que era
más atractiva de lo que esperaba. Atractivo y una distracción.

Todavía furioso con su amigo, Eoin se salvó de tener que responder cuando Bruce lo llamó

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adelante.

Durante el resto del viaje, Eoin se concentró en lo que más le gustaba, la guerra y convencer a su
pariente de que era el mejor hombre del lugar en su ejército secreto. Esta era su oportunidad, y no
iba a malgastarla.

Estaban encerrados en un feroz debate acerca de William Wallace cuando llegaron a la cima de la
empinada colina y cruzaron la puerta principal hacia el exterior del castillo. En lo alto de una colina
rocosa, inaccesible por tres lados por el muro de roca, Stirling no tenía una sino dos paredes que
protegían las torres y los edificios.

-Wallace falló porque no pudo reunir a los nobles de Escocia detrás de él para mantenerse como uno
contra Eduardo -dijo Bruce, desmontando.

-En parte -convino Eoin. Desmontando de su caballo, entregó el corcel a uno de los muchachos de
la cuadra que habían salido corriendo a su encuentro-. Pero podría haber tenido una mejor
oportunidad si se hubiera quedado con su tipo de guerra y no hubiera dependido de los nobles en la
batalla.

Bruce se puso rígido, obviamente sensible con el tema, aunque Eoin no se había referido a él sino a
la deserción de Comyn en Falkirk. La decisión del Señor de Badenoch de que su caballería se
retiraría en el campo de batalla había dejado a la infantería desprotegida y llevado a la desastrosa
derrota de Wallace. Incluso con la caballería de Badenoch, la victoria no se habría asegurado, pero
sin él la pérdida había sido casi garantizada.

Eoin se apresuró a aclarar:- Wallace estaba en su mejor momento cuando evitó la batalla campal,
cuando hizo la lucha inglesa en sus propios términos. Era su guerra no convencional -los ataques
sorpresa y la emboscada- lo que le daba una oportunidad contra los ingleses militarmente. Ganar
sobre Escocia -y sus nobles- políticamente era otro asunto.

La boca de Bruce se arqueó. Eoin tomó eso como una concesión, mientras seguía a su pariente hasta
la pared que daba a la ciudad de abajo. La mayor parte del resto del grupo no los siguió, retirándose
a los cuarteles o a Hall, pero Fin, Campbell y algunos otros se quedaron.

-Habláis de tácticas furtivas de "piratas " -dijo Bruce-. Sin embargo, aquí estamos a la sombra de la
mayor victoria de Wallace, y por la cual siempre será recordado -señaló el puente en la distancia
más abajo al noreste-. La batalla campal del Puente de Stirling.

-Sí, no fue una escaramuza o un encuentro fortuito, pero incluso entonces luchó su guerra, usando
tácticas poco convencionales, engañosas. Aprovechó su posición y atrajo al inglés al terreno de su
elección: un estrecho puente donde podía atraparlos en un bucle en el río y luego cortarlos a medida
que se cruzaban para quitarles el poder del número. Eso es ciertamente un grito lejos de dos
ejércitos que se encuentran cara a cara y que dejan a sus caballeros y la fuerza de las armas batallar
hacia fuera -Eoin hizo una pausa-. No estoy diciendo que nunca podamos luchar una batalla campal
y ganar. Estoy diciendo que no debemos luchar contra uno a menos que sea un lugar y un escenario
de nuestra elección donde podamos calcular incluso las probabilidades. Hasta entonces, muchas
pequeñas victorias pueden ser tan desmoralizadoras y tan efectivas como una grande. No son las
vanguardias y las formaciones, ni los arcos, ni la caballería, ni los schiltrones los que derrotarán a
los ingleses, sino nuestro conocimiento del terreno, nuestro ingenio y nuestra habilidad para
superarlos utilizando todas las armas de nuestro arsenal, Torturando, o con miedo.

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Bruce sonrió:- Ese es probablemente el discurso más largo que he escuchado que me dais, primo.
De hecho, no creo haberos oído hablar tan entusiasmadamente de nada.

-Vive por esta mierda, mi señor -interrumpió Fin-. No dejéis que esa seria y erudita reputación os
engañe. MacLean puede ser inteligente, pero también es el bastardo más tortuoso que conozco en el
campo de batalla. No sabéis lo contento que estaba de tenerlo a mi lado cuando éramos jóvenes.
Casi compadecí a los hijos de John de Lorn, cuando todos fuimos criados en Islay. No puedo
deciros cuántas veces MacLean consiguió lo mejor de ellos después de alguna broma que tiró. Es
como un juego para él. Pero es el único demasiado inteligente para jugar.

Como los MacDougalls eran enemigos compartidos, Bruce parecía apreciar el ejemplo. También
parecía muy intrigado, como si este fuera exactamente el tipo de información sobre Eoin que quería
oír.

Eoin se sorprendió, pero agradeció la alabanza de Fin después de los golpes cercanos a los que
habían llegado antes. Estaba más cerca de Fin que de nadie, y no le gustaba tener discordia entre
ellos. La forma en que su hermano adoptivo hablaba de las mujeres siempre le había hecho sentir
incómodo, pero Eoin nunca lo había sentido tan personalmente.

Sin embargo, no era sólo el grosero comentario sobre Lady Margaret, sino también la fría y dura
verdad que había impartido. La verdad que Eoin no quería oír.

-Bueno, si lo juega la mitad de bien de cómo juega al ajedrez, me gustaría verlo –dijo Bruce.

Antes de que Eoin pudiera preguntarle qué tenía en mente, Fin interpuso:- Hablando de ajedrez...

Asintió con la cabeza en dirección a las dos mujeres que acababan de cruzar la puerta detrás de él.
Eoin se puso rígido, casi como si se estuviera preparando. No fue suficiente para amortiguar el
impacto.

La sangre de Dios, era impresionante. Desgarradora de tripas. Dobladora de rodillas. ¿La criada
justa? Qué subestimación. La atractiva encantadora, la Sirena Seductora, la Belleza de Bronce, eran
más apropiadas.

¿Qué había dicho Fin? ¿Esplendor primitivo? Ciertamente se ajustaba a esa descripción ahora
mismo. Sus cabellos ardientes flotaban alrededor de sus hombros en un desorden salvaje, sus
mejillas estaban rosadas por el esfuerzo, y sus ojos brillaban y brillaban por la risa. Sobre el fondo
del campo bruñido y las paredes grises del castillo, parecía vibrante y viva. Como una parte de la
vida que había desaparecido. Quería inhalarla, dejarla lavarse sobre él, y disfrutar de todo ese alegre
resplandor.

Podía ser un problema, totalmente "incorrecto" para él, y no mostrar ninguna de la moderación y la
modestia de una mujer noble, pero le hizo querer molestarla.

Sus ojos se encontraron por un largo latido del corazón. Se dijo a sí mismo que estaba aliviado
cuando apartó la mirada. Pero la mano que se había envuelto alrededor de su pecho no parecía
dejarla ir.

La quería. Tanto que por primera vez no confió en sí mismo para hacer lo más inteligente.

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Se habría alejado, pero Bruce nunca había conocido a una mujer a la que no quería encantar, ni
siquiera una hija de su enemigo.

-Ah, es vuestra pequeña criada -dijo Bruce entre dientes. Cristo, ¿incluso su primo lo había notado?

Eoin trató de cubrir su vergüenza mientras Bruce daba a las damas una galante sonrisa:- Lady
Margarita, Lady Brigid, veo que no fuimos los únicos en disfrutar de un paseo esta mañana -miró
detrás de ellas y frunció el ceño-. Pero ¿dónde están vuestras escoltas? -Margaret y su amiga se
miraron, tratando claramente de no estallar en carcajadas.

-Detrás de nosotras, -dijo Margaret-. Muy lejos de nosotras, espero. Sabiendo que es una carrera.

Le dio al Conde de Carrick una sonrisa descarada mientras desmontaba con la ayuda de uno de los
muchachos de la cuadra y caminaba hacia ellos. Incluso su paso era seductor, el suave balanceo de
sus caderas era una seductora promesa. Eoin no podía apartar la vista.

-¿Con quién? -preguntó Fin.

-Mis hermanos -replicó Margaret con una mirada en la dirección de Fin que parecía extrañamente
cautelosa-. Incluso les di cinco minutos de ventaja.

Las dos mujeres intercambiaron miradas de nuevo, y esta vez los dos se echaron a reír.

Eoin podía decir que Margaret estaba a la altura de algo, pero Fin parecía confundido:- Queréis
decir que os dieron cinco minutos de ventaja.

Su mirada se endureció casi imperceptiblemente:- No, lo dijo correctamente.

-Fin no ocultó su incredulidad:- ¿Y vos habéis ganado?

-Bueno, soy una jinete rápido -su boca se retorció-. Estábamos en la carretera de Cornton a pocos
kilómetros del vado en Kildean cuando decidimos competir.

Eoin frunció el ceño:- Pero ese vado no es transitable hasta la marea baja. Tendríais que cruzar el
Forth en Stirling Bridge para llegar al castillo desde allí.

Se volvió hacia él con pura travesura brillando en sus ojos dorados:- ¿Es eso así? Ahora que lo
pienso, recuerdo que alguien lo mencionó. Me pregunto si mis hermanos los saben. Espero que no
hayan viajado hasta el vado antes de darse cuenta de que tendrían que dar la vuelta.

No pudo evitarlo, se echó a reír. Como Bruce y los demás. La muchacha no era sólo hermosa y
escandalosa, era inteligente.

Que Dios le ayudara.

Margaret miró hacia atrás y hacia delante entre los dos parientes. Su corazón todavía latía por esa
risa. Profundo y áspero como por desuso, había barrido sobre su piel como una caricia callosa,
poniendo cada nervio terminando en el borde. Maggie pensó que era el sonido más sensual que
había escuchado y temía hacer casi cualquier cosa para oírlo de nuevo.

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-Quizá no seáis el único bueno en este juego, primo -dijo Robert Bruce-. ¿Tal vez debería pedirle a
la muchacha que juegue?

-¿Qué juego? -preguntó ella.

Bruce le explicó de qué estaban hablando, y sacudió la cabeza. Se había preguntado por qué Eoin
había aparecido tan animado cuando ella y Brigid habían subido por primera vez. Debería haberlo
adivinado. Cuanto más mayor se hacía, más se daba cuenta de que los hombres eran simples
muchachos adultos dispuestos a jugar en la tierra, a construir fuertes y a idear maneras de matarse
unos a otros.

Alzó la ceja y se volvió hacia Eoin:- Cuando era joven mis hermanos y yo solíamos jugar un juego
llamado cristianos y bárbaros. ¿Tal vez estaríais interesado en un concurso?

La ligera elevación de la boca de Eoin -sólo el toque de una sonrisa- le disparó directamente a su
corazón:- Lo llamábamos Highlanders y Vikingos.

Le sonrió de nuevo:- El mismo concepto, apostaría.

-¿Y en qué lado jugabais, lady Margaret? -preguntó el Conde de Carrick.

Por el brillo de sus ojos, sospechó que podía adivinar su respuesta. Aunque su padre se horrorizara,
Margaret tenía que admitir que le gustaba el joven noble. Su sentido del humor era tan perverso
como el suyo.

-Por un bárbaro, por supuesto -le dio una sonrisa sabiendo a lo que se refería-. Ellos se divierten
mucho más.

Se rió entre dientes:- Más vale que no permitáis que el padre Bertram os oiga decir eso u os
quedaréis de rodillas diciendo el Ave María por el resto de la semana.

Margaret dio un estremecimiento no tan exagerado. De su breve exposición al severo sacerdote del
castillo, no lo dudó:- Debo admitir que he pasado más tiempo de rodillas que la mayoría.

Parecía haber un momento agudo de silencio. El conde de Carrick le dirigió una extraña mirada,
como si no estuviera seguro de haberla oído bien. frunció el ceño y miró a Eoin, quien apartó la
vista con desconcierto. Su rostro estaba un poco rojo, casi como si estuviera en el dolor o quizás
avergonzado, no podía decir cuál.

Estaba a punto de preguntar qué horrible error había cometido esta vez, cuando Dougal y Duncan
entraron galopando por la puerta.

Echó un vistazo a las expresiones disgustadas de sus hermanos y estalló en una amplia sonrisa:-
¿Tuvisteis buen paseo, muchachos? Brig y yo nos preguntamos qué os había pasado. Espero que no
tuvierais ningún problema... ¿Quizá en el vado?

Dougal, que nunca tuvo mucho sentido del humor, parecía que quería estrangularla, pero Duncan,
que compartía su temperamento más tranquilo, parecía más molesto que enfadado. Se enorgullecía
de ser el ingenioso de la familia y no le gustaba ser engañado.

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Ambos saltaron y se acercaron a ella. Aunque no eran tan altos y de cabellos más oscuros que Eoin,
sus hermanos eran de aspecto severo, gruesos de músculos, tenían el aspecto áspero y arenoso de
bandidos, y eran guerreros formidables. Pero se mantuvo firme, acostumbrada a sus intentos de
intimidación. Lo que había funcionado hasta los cinco años y se dio cuenta de que nunca la harían
daño.

-No sois demasiado mayor para estar inclinada sobre mi rodilla, Maggie Beag -dijo Duncan en voz
baja. Pequeña Maggie. Cuando era joven, solía odiar cuando la llamaba así. Ahora que era mayor, a
no le importaba tanto. De todos sus hermanos estaba más cerca de Duncan.

-Intentadlo y sentiréis mi rodilla -respondió dulcemente. Como fue él quien le enseño ese método
particular de defenderse, sabía que no era una promesa ociosa e hizo una mueca-. Por cierto, es un
chelín para cada una de nosotras -le tendió la mano-. Y no intentéis renegar de nuestra apuesta esta
vez. Tuve cuidado con mi redacción. Llegamos al castillo antes que vos, así que ganamos.

Duncan se volvió hacia Dougal para pedir ayuda.

-No me miréis -dijo su hermano mayor-. Os dije que no aceptarais el desafío, ni siquiera con el
caballo y la cabeza.

Duncan se metió la mano en su espora, recogió las monedas y, con una mirada que prometió
retribución, las dejó caer en su mano abierta.

Margaret se volvió para darle uno a Brigid, pero se dio cuenta de que su amiga miraba a Dougal con
una extraña mirada en su rostro, que a su vez miraba a los hombres detrás de ella. Margaret maldijo
en silencio, habiendo olvidado que se estaba divirtiendo con el enemigo... al menos así lo vería su
familia, a pesar de esta presunta reunión de aliados temporales.

Se apresuró a disipar algo de la tensión de la cerveza:- El conde y su grupo regresaban al castillo de


su caza justo antes de que lo hicimos. Me temo que Brigid y yo los interrumpimos con nuestro
entusiasmo por la carrera -dio una mirada de conspiración al conde de Carrick-

-Aunque afortunadamente el juego que interrumpimos esta vez no implicó figuras esculpidas -
Robert Bruce sonrió, lo que ninguno de sus hermanos parecía apreciarlo.

-¿Juego? -preguntó Dougal.

-Una broma -soltó un gesto de desprecio.

Duncan miró hacia atrás y hacia delante entre ella y el conde unas cuantas veces y pareció
satisfecho. Se relajó y se enfrentó a Robert de Bruce con una hostilidad ligeramente menos externa.
Dougal, sin embargo, miraba a Bruce como si no pudiera decidir si lo ejecutaba con una espada o
un hacha de guerra.

-No apostéis contra ella -dijo Duncan-. No si queréis salir de aquí con plata en vuestra sporran.
Nuestra Maggie Beag no ha encontrado un desafío que no guste. Tomó diez chelines de John de
Lorn la última vez que estuvo en Garthland.

-¿Por qué? -preguntó el conde de Carrick, claramente impresionado por la cantidad.

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-Dijo que una mujer no podía beber una jarra de cerveza más rápido de lo que podía él, y estaba
equivocado.

Margaret sonrió. Aunque los MacDougall eran aliados importantes de su padre, no le gustaba
mucho a John de Lorn y le gustaba verlo ahogarse en sus palabras, literalmente.

Aunque Robert de Bruce levantó una ceja en su dirección, no había nada impresionado en la
expresión de Eoin MacLean. Aunque inescrutable como de costumbre, sintió que no aprobaba su
apuesta.
Ella se abstuvo de rodar los ojos... solamente. Realmente necesitaba relajarse y divertirse más.
Apostar era casi tan divertido como ganar.

-Eso es bastante... una hazaña -dijo Bruce con aire de juego.

Se encogió de hombros:- Es fácil si sabéis cómo abrir la garganta.

Por alguna razón, Duncan estalló en una risa histérica, Dougal se estremeció, y Bruce y Eoin
tuvieron esa mirada de dolor, desconcertado de nuevo. Miró a Duncan para que le explicara algo,
pero sólo sacudió la cabeza entre risas, como si dijera que lo explicaría más tarde.

Finalmente, Duncan logró ponerse bajo control:- Fue mi culpa. Debería haber sabido mejor que
aceptar un desafío con los caballos involucrados.

-¿Por qué? -preguntó Finlaeie-. Ganó por engaño.

Duncan empezó a explicarle, pero Margaret lo retuvo con una mirada que le dijo que esperara, esto
podría ser divertido. Se volvió hacia el hermano adoptivo de Eoin. Era, sin duda, un guerrero de
buena apariencia. Alto y bien construido como Eoin, pero con cabello castaño ondulado y oscuro y
profundos ojos verdes de color esmeraldas. Al principio lo había considerado como una posibilidad
para Brigid. Brigid no había mostrado mucho interés en nadie en realidad... y ahora se alegraba.
Había algo en él que la molestaba. No sabía por qué, pero no le gustaba.

-¿No creéis que podría haberlo superado de otra manera?

Había una capa de acero bajo el tono alegre. Brigid lo reconoció, aunque Finlaeie no. Puso su mano
en el brazo de Margaret:- Se acerca el tiempo para la comida del mediodía. Quizá deberíamos ir...

-Por supuesto que no -dijo Finlaeie, cortando el intento de Brigid de alejarla.

-¿Y por qué? -preguntó Margaret.

-Sois una muchacha -respondió, como si la respuesta fuera obvia.

Miró a Duncan y a Dougal, ambos que parecían divertirse, adivinando hacia dónde se dirigía:- Qué
amable de vuestra parte que lo notaráis -dijo con más diversión que sarcasmo.

Eoin trató de intervenir, como si él, también, se diera cuenta de que algo se estaba gestando:- Fin
quiere decir que no hay falta de respeto, Lady Margaret. Estoy seguro de que sois una excelente
amazona.

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Lo era. ¿Pero por qué tenía la sensación de que estaba siendo humorizada? Sonrió, pensando que la
broma terminaría encima de ellos.

Forzó su mirada de Eoin a su hermano adoptivo:- Podría sorprenderos saber que las mujeres pueden
ser tan buenas como los hombres, incluso mejor, en algunas cosas.

-Tal vez cosas como tener bebés, coser y asegurarse de que la comida de un hombre está sobre la
mesa -dijo Finlaeie con una sonrisa paternalista-. Pero en las uh... físicas y mentales, las mujeres
son inferiores.

Maggie cruzó los brazos:- ¿Según quién?

-Dios. La Iglesia. La parte más débil, ¿sabéis?

Esta vez no pudo evitar que sus ojos rodaran:- ¿No es el argumento "vasija más débil" y "la caída
del hombre la culpa de Eva? Estaba escuchando cosas como esa las cuales fueron la razón por la
que evitó la iglesia tanto como pudo, lo que sin duda era mucho más difícil de hacer aquí que en
Garthland. Parecía que todas las mujeres lo hacían en Stirling yendo y viniendo de la capilla.

>-Me parece que el más débil no fue el que fue engañado por Satanás, sino el que podría ser llevado
a comer la manzana -sonrió ante la sorpresa. Esta vez, al menos, no tuvo que preguntarse por qué.
La irreverencia era irreverente, incluso en Garthland-. Pero en el caso de montar a caballo -y tal vez
navegar- puedo decir con certeza que estáis equivocados.

Según se informó, el rey Eduardo tenía una colección de animales en su castillo torre en Londres,
donde sus invitados podían mirar y admirar a las extrañas criaturas exóticas de tierras lejanas.
Margaret sospechaba que sabía exactamente cómo se sentían esos animales ahora mismo. No estaba
segura de si era su propio pronunciamiento o la herejía de cuestionar la doctrina de la iglesia, pero
los hombres en la fiesta del conde, incluyendo Eoin, estaban innegablemente sorprendidos.

Se encogió de hombros sin disculpas:- Era la verdad. He superado a muchos hombres en una
carrera.

El hermano adoptivo de Eoin habló sin pensar:- Tal vez nunca os habéis enfrentado a la
competencia adecuada.

Como Margaret sólo podía elegir a un hermano para dar un paso delante de el y bloquearlo eligió el
más caliente, Dougal. Pero él y Duncan habían hecho un sonido bajo y amenazador en sus gargantas
e instintivamente se apoderaron de sus espadas.

Sabiendo que tenía que actuar rápidamente para evitar el derramamiento de sangre, dijo:-
¡Qué idea más maravillosa! Acepto tu desafío.

Finlaeie, que no parecía reconocer el peligro que corría por sus hermanos, a los que había castigado
tan ligeramente, la miraba como si estuviera loca:- ¿Yo, competir con vos?

Sonó tan horrorizado que tuvo que sonreír:- ¿Por qué no? Será divertido -lanzó una mirada
puntiaguda al hermano que no había sido capaz de bloquear, que había dado un

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paso hacia él y estaba inclinado hacia adelante ligeramente como si estuviera listo para atacar-. ¿No
estáis de acuerdo, Duncan?

Intercambiaron una larga mirada. Finalmente, se acercó a él, y su hermano se relajó, soltando su
espada. Podía sentir la amenaza detrás de ella disipándose de Dougal también. Lo que planeaba
sería más que vengar adecuadamente el golpe al orgullo de MacDowell, sin alterar la paz de las
conversaciones.

-Sí, creo que es una idea brillante -concedió Duncan-. Podríamos tener un poco más de emoción por
aquí.

Eoin parecía estar consciente del potencial conflicto que acababa de evitar. Miró a sus hermanos,
como para asegurarse de que la amenaza había desaparecido, antes de que él volviera su mirada a la
suya.

-Fin no pretendía no ofender. Sólo estaba bromeando. Pero me temo que no fue completamente
sincero con vos, probablemente sea el mejor jinete de aquí.

Maggie alzó una ceja, mirando al guerrero de cabello castaño con especulación:- ¿Lo es? Entonces
esto será aún más divertido de lo que pensé. Me gusta un reto.

Finlaeie obviamente se había calentado ante la idea. Sonrió, una sonrisa lenta y presumida que la
volvió ansiosa por verla borrada:- ¿Cuándo?

- Ahora si queréis. A menos que estéis demasiado cansado y prefiráis esperar.

-Ahora está bien -su mirada se volvió calculadora-. ¿Qué debemos apostar?

Se encogió de hombros con indiferencia:- La victoria sería suficiente. Lo que queráis.

El brillo lascivo de su mirada hizo que quisiera devolver sus palabras. Estaba claro lo que quería.
Debió haber leído su disgusto porque su mirada se endureció:- El caballo negro de joven espíritu
que vuestro hermano Duncan estaba montando.

Hubo algunos jadeos de shock. El palafrén que Duncan había estado cabalgando valía lo que ganaba
un caballero en un año.
Eoin parecía que estaba a punto de explotar.

Se puso rígida y Duncan empezó a objetar:- No es mi...

-Bien -estuvo de acuerdo, cortándolo. Finlaeie no necesitaba saber que ella y Duncan habían
cambiado de caballo antes de la carrera. El palafrén era suyo. John Comyn no fue el único en recibir
un caballo precioso por el día de su decimoctavo santo:- Y si gano yo, reclamaré el caballo que
montaréis en la carrera.

Estaba claro que no tomó en serio la amenaza. Sonrió:- lo que la dama quiera.

Sí, iba a disfrutar de borrar esa sonrisa presuntuosa de su cara bastante pronto.

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Eoin observó los preparativos para la carrera con creciente frustración. Bruce se negó a intervenir,
alegando que Fin tuvo suerte de que la muchacha hubiera impedido que sus hermanos lo desafiaran
en su lugar.

Eoin también sospechaba que a su pariente no le importaba ver a los MacDowells humillados,
incluso si una dama estaba involucrada.

Fin no se echó hacia atrás, con la intención de hacer algún tipo de punto a Eoin sobre Lady
Margaret y su inadecuación, algo de lo que Eoin era muy consciente incluso sin la carrera. Era
delirante incluso cuando no quería serlo. "De rodillas" y "abrir la garganta". . . Dios en el cielo,
¿estaba tratando de matarlo?

Y la señora misma parecía inclinada hacia un curso de destrucción donde nadie -y seguro como el
infierno no la racionalidad- intervendría. Sin embargo, tenía que intentarlo. El patio se estaba
llenando de curiosos mientras Eoin iba en busca de ella. Había afirmado que necesitaba algo de su
cámara y había ido a competir en una de las torres, mientras que su hermano Duncan finalizaba los
detalles de la carrera con Fin.

Sería un sprint de unos diez estadios en la carretera desde la abadía de St. Mary's hasta el castillo,
comenzando en los terrenos llanos y fértiles del cauce del río Forth y terminando con la subida
empinada de la colina del castillo. El primero en entrar a través del puente levadizo y por el rastrillo
sería el ganador.

Cuando Eoin llegó a la torre, tuvo que abrirse paso entre la multitud de personas. Maldito infierno,
¡ya era un maldito espectáculo! La palabra de la apuesta debía haber corrido a través del castillo
como la plaga. Los buitres incapaces de resistir el olor de la muerte. Lady Margaret -aunque parecía
ajena a la amenaza de la condena- no ponía fin a esto.

Esperó al fondo de la escalera para que emergiera. Cuando lo hizo, temió que sus ojos estuvieran en
peligro de salir de su cabeza.

Se detuvo en seco cuando lo vio y arqueó la boca con una sonrisa que se las arregló para parecer
adorable y seductor al mismo tiempo. El nudo que se formaba en su pecho cada vez que estaba
alrededor se apretaba cada vez más.

-Si estáis aquí para hacerme entrar en razón como comenzó a decir antes, estáis perdiendo vuestro
tiempo.

Eoin estaba demasiado sorprendido por su atuendo para formar una respuesta adecuada:-
¡No podéis usar eso!

Echó un vistazo a los ajustados pantalones de cuero marrón, a una camisa de lino rellena en la
cintura y al sobretodo similar de cuero sin mangas que llevaba en la cintura. Había cambiado unas
suaves botas de cuero por las zapatillas que había estado usando antes, y por una vez, sus
llameantes mechones fueron domesticados en una gruesa trenza enrollada en la nuca.

Estaba vestida como un muchacho, pero nunca se había visto más femenina. Era más esbelta de lo
que se había dado cuenta, con los pantalones ajustados y el sobretodo que revelaban las inmersiones
y los contornos de la curvilínea figura que estaban ocultos por las faldas de sus batas. Sus piernas
eran elegantemente musculadas y largas, sus caderas ligeramente curvadas, su trasero redondeado y

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su cintura pequeña. Sus pechos eran generosos pero bien redondeados y firmes sobre la línea plana
de su estómago.

No necesitaba imaginar mucho cómo se vería desnuda, y una vez formado, la imagen no se
marcharía.

Eoin estaba en problemas, y lo sabía.

-Sé que no es convencional, pero no podéis esperar que corra con faldas pesadas. Estarán en la
mitad del camino, me caeré y me romperé el cuello.

-No debéis competir en absoluto, y ciertamente no en eso. ¡Podríais estar desnuda!

Alzó una ceja en la diversión –probablemente- porque sonaba tan agitado como se sentía:- No me di
cuenta de que tantos hombres caminaban en tal estado de desnudarse. Tendré que prestar más
atención.

Dejó caer la mirada de sus ojos sobre los planos de su pecho y abajo de sus piernas vestidas de
cuero, aguardando un momento de endurecimiento de su polla en el abultamiento pesado entre sus
piernas. Podría haberlo acariciado, el calor inflamó cada terminación nerviosa en su cuerpo. Se puso
tan duro como un maldito pico.

Cuando levantó esos ojos de gato dorados inclinados hacia los suyos, se sintió atrapado en la
atractiva seducción. Quería arrojarla por encima de su hombro y llevarla arriba para arrebatarla
como uno de sus ancestros vikingos saqueadores.

¿De dónde venía eso, infiernos? ¿Qué era lo que le hacía sentir tan primitivo? Para un hombre que
siempre se había enorgullecido de la racionalidad, esta reacción de base, irreflexivo, fue un golpe
amargo. Por no hablar de confusión. Era un problema que no podía resolver, y por primera vez, no
podía ver una forma de hacerlo en su cabeza.

-Y, sin embargo, lleváis ropa similar y no parecéis desnudo en absoluto -señaló.

¿Había un matiz de decepción en su voz? ¡El aliento de Dios, estaba tratando de matarlo!

-Sois una muchacha -dijo, como si la distinción fuera obvia.

-Como esa es la segunda vez que me lo han señalado hoy, creo que se nota -se rio-. Ahora, si hemos
terminado de discutir mi atuendo, tengo una carrera que ganar.

Trató de pasar por él, pero la cogió del brazo. No era lo suficientemente tonto como para acercarla
más que un brazo, pero todavía estaba lo suficientemente cerca para causar estragos en sus
sentidos. Podría estar vestida como un hombre, pero seguramente no olía como uno.

-Eso es todo, no podéis ganar. ¿No lo veis? Incluso si lo golpeáis y ganáis, perderéis.

Frunció el ceño:- ¿De qué estáis hablando?

-Las damas no organizan una carrera pública con hombres y ciertamente no ganan. No es así -
Cristo, sonaba cada vez más mojigato y tenso como la monja Fin lo había acusado de ser. Y ella

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también lo sabí, quien parecía estar luchando contra más risas.

-Tal vez no aquí, pero lo hago todo el tiempo en casa y nadie me mira. Lo superarán. Es un poco de
diversión inofensiva -le sonrió-. Os tomáis las cosas demasiado en serio. Es muy dulce, pero sé lo
que estoy haciendo.

¿Dulce? No era dulce. Maldita sea, no quería hacerle daño, pero necesitaba decirlo:- Nunca os
aceptarán, si hacéis esto.

Su sonrisa se volvió torcida:- No estoy seguro de que sea probable que suceda de todos modos. Pero
realmente estáis haciendo demasiado de esto.

¿Sí? Tal vez. Sólo estaba tratando de protegerla porque... No quería terminar ese pensamiento.

-Mira, aunque quisiera, mi familia no me dejaría salir de ello. Es demasiado tarde.

Dándose cuenta de la verdad en esa declaración, y que su mente estaba hecha, retrocedió y la dejó
ir. ¿Qué más podía hacer? Esta no era su batalla. No era suya.

Ya estaba fuera cuando la llamó:- Fin es uno de los mejores jinetes que he visto jamás. ¿De verdad
creéis que podéis ganar? -su familia debía creer que podía dejarla pasar con esto.

-No habría aceptado el desafío si no lo hiciera.

No pudo evitar sonreír mientras la muchacha le lanzaba una sonrisa burlona antes de lanzarse por el
patio.

Seguramente no le faltaba confianza. E infiernos si no la admiraba por ello.

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Capítulo 7
La confianza de Margaret era bien merecida. La carrera había terminado en menos de cinco
minutos. Apenas si el choque -‘calmó’ algo- por su inusual atuendo, ya que la multitud quedó
aturdida por su atuendo más dramático que lo que había planeado cuando atravesó de la puerta del
rastrillo.

En primer lugar, gracias a Dios.

Pero había estado más cerca de lo que le hubiera gustado. Finlaeie había estado por delante de ella
hasta que subió la colina. Había disminuido la velocidad en la esquina aguda y Margaret había
tomado la línea recta saltando a través de. Había tenido que limpiar algunas rocas para hacerlo, pero
Dubh había estado más que a la altura del desafío.

El caballo era su arma secreta, y la razón por la que había estado tan segura. Dubh nunca la había
decepcionado (aunque necesitaba un conjunto de nervios de acero, ya que le gustaba quedarse atrás
hasta el final de la carrera). La habilidad del eochaidh, o lo que los ingleses llamaban "eochy" o
jinete, sólo representaban una pequeña parte de una carrera.

No es que no fuera una jinete experta. Duncan siempre había dicho que tenía una manera misteriosa
para con los caballos. Incluso los sementales enérgicos como Dubh, que se habría pensado que eran
monturas inadecuadas para una mujer, parecieron callar cuando se acercaba.

Sonrió cuando pensó en la expresión de sorpresa de Finlaeie cuando el "negro caballo salvaje"
hubiera sido conducido para que pudiera cabalgarlo. Debía admitir que había sufrido un momento
de duda o dos cuando había sacado su propio caballo. Fuera cual fuese la razón de su aversión por
él, no podía culpar su gusto en la carne de caballo. La bestia era tan magnífica como Dubh.

Tampoco podía culpar a su caballo. Probablemente estaban igualados en eso, también. Pero el
tamaño era su otra ventaja, y una de las razones por las que pensaba que las mujeres podían
competir con los hombres cuando se trataba de velocidad, especialmente contra los grandes
guerreros enviados a la guerra. Puesto que ella era un pie más corto y probablemente mitad el peso
de Finlaeie - o más con toda esa armadura - Dubh tenía mucho menos peso llevar. Si Finlaeie
MacFinnon hubiera sido un hombre más pequeño y más ligero, y se hubiera quitado su armadura,
podría haberla superado.

Apenas se había detenido antes de que sus exuberantes hermanos la sacaran del caballo y la
abrazaron:- Infiernos, Maggie Beag, ¡qué salto! -dijo Duncan, haciéndola girar-. No estaba seguro
de que llegaráis.

A decir verdad, ella tampoco lo había estado.

-Casi detuvisteis mi corazón, -dijo su padre severamente, pero con innegable orgullo en sus ojos-.
Pensé que os dije que dejaráis de saltar o mataríais a uno de nosotros.

-Lo hicisteis, padre, y prometí que pararía. Simplemente no dije cuándo.

Brigid se acercó y le dio un rápido abrazo. Hubo más felicitaciones de los hombres de su padre y de

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algunos de sus aliados, pero después de que la excitación inicial se desvaneció, Margaret se dio
cuenta de que estaba bastante tranquila, especialmente en comparación con ocurrencias similares en
Garthland. Ella frunció el ceño, mirando alrededor del patio y dándose cuenta de que la gente ya se
había dispersado.

Sintió el primer chasquido de incertidumbre, pero rápidamente lo apartó. Era de esperar. La gente
era mucho más reservada en Stirling, y mucho menos inclinada a la celebración prolongada. En
Garthland algo así les llevaría a celebrarlo durante toda la noche.

Sintió una punzada en el pecho, reconociendo sólo por un momento cuánto extrañaba su hogar, y la
vida que conocía. Una vida en la que no sentía como si estuviera pisando huevos todo el tiempo.

Supuso que también estaba la delicadeza de la situación que podría explicar la falta de entusiasmo,
dada la tendencia de todo en Escocia a reducirse a Bruce o Comyn. Aunque la carrera no tuvo nada
que ver con eso, algunos lo verían como una victoria para Comyn sobre Bruce.

Finlaeie MacFinnon, como Eoin, podrían no estar alineados públicamente en el campamento de


Bruce, pero había sido parte de la fiesta de caza del conde. Demasiado animando a un lado se podría
tomar el camino equivocado en lo que se suponía que era una reunión para reunirse.

Finalmente miró al grupo mucho menos extático que se encontraba a corta distancia. Finlaeie la
miraba con una expresión en su rostro que le helaba la sangre. Oscuro, tempestuoso y hervido de
resentimiento, no sería demasiado extravagante decir que parecía como si quisiera matarla. Eoin
estaba de espaldas a ella y claramente trataba de decirle algo a su amigo, pero Finlaeie no
escuchaba. La estaba mirando demasiado duramente.

Con lo que le había dicho antes de la carrera, no debería importarle. -"Cuando gane, tal vez me déis
algo de lo que le disteis a MacLean anoche". Se puso furiosa y aún más decidida a verlo humillado.
Pero habría sido una tonta al no tener un poco de miedo.

Había visto a hombres enfadados ante la pérdida de orgullo antes, pero nunca había sido la
receptora de una animosidad tan virulenta.

Cualquier satisfacción y alegría en la victoria que había estado sintiendo hacía unos momentos,
desapareció. Había ganado, pero había conseguido un peligroso enemigo. Uno que no quería. Tal
vez no le gustara a Finlaeie, pero era amigo de Eoin. Y por alguna razón, le importaba.

Finlaeie dijo algo bruscamente a Eoin -si leía los labios, podría decir que era una maldición acerca
de lo que podía hacer para sí mismo- y se alejó. Con la boca blanca, se dirigió hacia ella, llevando el
magnífico castaño palafrén detrás de él. Cuando Eoin comenzó después de él, sus ojos se
encontraron. Parecía molesto, preocupado, y algo que no podía identificar.

Sus hermanos y su padre habían visto el acercamiento de Finlaeie e instintivamente formaron un


muro protector a ambos lados de ella. Se detuvo a unos pocos metros de ella y sonrió, aunque era la
sonrisa más extraña que había visto.

-Mi señora –lo dijo de una manera que la hizo sentir como una insinuación-. Os felicito por vuestra
victoria. Parece que he subestimado vuestra capacidad de montar a caballo. Escuché que erais
buena. Mucha práctica, supongo.

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No había nada específico en su voz, pero algo acerca de lo que dijo hizo que los hombres a su lado
se tensaran, y el rostro de Eoin se ennegreciera de furia.

-Fue una carrera cerrada -dijo apresuradamente-. Cualquiera podría haber ganado.

Por alguna razón, su intento de gracia fue satisfecho con más rabia por Finlaeie:- Pero la vencedora
fuisteis vos -dijo con aplomo-. Por ese salto.

Margaret pensó que había otras razones también, pero francamente sólo quería terminar la
conversación.

-Sí, tuve mucha suerte. Ahora, si me disculpais, me temo que es muy tarde para la comida del
mediodía tal como es, y probablemente, debería cambiarme a menos que quiera que la mitad del
Salón se desmaye en estado de shock.

Nadie sonrió ante la broma.

-¿No os olvidais de nuestra apuesta? -dijo Finlaeie, tirando del caballo.

Margaret captó la mirada de Eoin y en ese momento supo exactamente lo que tenía que hacer:-
¿Apuesta? -repitió, como si no supiera de qué estaba hablando-. Oh, os referís a la broma sobre el
caballo. No voy a retener a eso, por supuesto -sus hermanos explotaron, expresando sus objeciones,
pero los ignoró-. Si hubierais ganado, sé que no os habríais llevado a Dubh.

Ambos sabían que habría hecho exactamente eso. Pero le había dado una salida. Una manera de
mantener el caballo que no podía permitirse perder. La pérdida de un animal de este tipo sería un
gran golpe para un guerrero tratando de probarse a sí mismo. Dios lo sabía, el palafrén debía haber
costado una pequeña fortuna.

Forzados a estar de acuerdo, Finlaeie inclinó la cabeza como si accediera a la verdad de su


declaración.

-Bien -dijo ella-. Entonces no hablaremos más sobre el tema.

Sabía que tendría que pagar un infierno con su padre y hermanos más tarde. Estarían furiosos de
que hubiera rechazado un animal tan fino, pero valdría la pena si el gesto entorpecía algo de la
picadura de su victoria.

Una mirada en la dirección de Finlaeie, sin embargo, le dijo que podía haber- marginalmente-
aliviado su ira, pero había aumentado su resentimiento. Eoin, sin embargo, parecía aliviado.
Capturó su mirada y quiso aferrarse a ella, pero consciente de su público, se excusó de nuevo.

Brigid estaba inusualmente callada mientras se lavaban y cambiaban rápidamente para la comida,
pero perdida en sus propios pensamientos, Margaret no la presionó para que le explicara nada.
La reacción de la multitud ante la carrera la molestaba más de lo que quería admitir. No podía evitar
la punzada de temor de que Eoin estuviera en lo cierto. Pero, ¿qué podía haber hecho? ¿Debería
estallar una guerra entre sus hermanos y los hombres de Bruce en medio de una tregua para las
conversaciones de paz?

Era tan diferente aquí, con todas estas reglas y convenciones que parecían tan ridículas. Se dijo a sí

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misma que la buena opinión de estas personas no le importaba, pero eso no era del todo cierto. La
opinión de Eoin era importante. Y aunque había querido olvidarlo, estaba aquí por una razón. La
opinión de John Comyn debería importarle también. También estaba Brigid. Sabía que su amiga
había estado pasando un tiempo difícil aquí, y juró hacer todo lo posible para tratar de hacerlo mejor
para ella.

No más carreras, prometió. Y tal vez una vez que el enfado de su padre se enfriara al perder el
caballo, podía convencerle de que aligerara su sporran y les comprara algunos vestidos nuevos. Tal
vez, ¿incluso un velo o dos? Eso debería hacer feliz a Brigid.

De hecho, cuando las chicas se dirigieron al Hall y Margaret confesó sus planes, Brigid pareció un
poco más brillante.

Hasta que entraron en el Salón.

Era peor de lo que Eoin había previsto. La condena y el desprecio hacia Margaret MacDowell por
algunas de las mujeres nunca habían sido sutiles, pero ahora repercutía bastante en toda la sala.

El vestíbulo parecía haber sido sometido antes de que ella y su amiga entraran, pero se había vuelto
santo en la abadía tranquila en el momento en que lo hicieron.

No fue sólo la carrera, sino la supuesta razón de ello. Había llevado a Eoin un rato para darse cuenta
de lo que la gente estaba zumbando, pero finalmente su hermano Neil se lo explicó. Parecía
sorprendido que Eoin no lo supiera. Margaret había sido vista dejando el viejo donjuán anoche
después de Fin en un estado de paños menores. Había desafiado a Fin a la carrera (y luego "le
engañó" saltando) para tomar represalias por despreciarla. Cuando Eoin oyó la historia de Bruce
otra vez cerca del final de la comida, ella y Fin no sólo se habían visto salir, sino que habían sido
vistos en el acto de fornicar.

Eoin lo rechazó y trató de disipar los rumores, pero la gente parecía inclinada a querer creer lo peor
de ella. Era diferente, demasiado atrevida, demasiado confiada, demasiado indiferente a su
aprobación, y se lo hacían pagar.

Eoin estaba furioso, con la persona que había iniciado el rumor falso, pero también con él mismo.
Esto era culpa suya. Él era el que la había besado. Si parecía desaliñada, era por causa de él.
Alguien debió de ver a Fin salir de la habitación después de que los descubrieran, y luego vio a
Margaret cuando se había marchado antes que Eoin. Sabía que podía haber sido él tan fácilmente,
en lugar de Fin, quien era el sujeto de los rumores.

No parecía que a Fin le importase. Eoin miró a su amigo, cuyo temperamento pareció mejorar
considerablemente a medida que la comida pasaba y el rumor se extendía. Eoin comprendía la ira
de su amigo por el golpe que le causaba su orgullo por la carrera. Fin sintió que había sido
humillado, pero Eoin no comprendía la alegría que Fin parecía tener en su rechazo.

Especialmente después de lo que había hecho con el caballo. Tenía todo el derecho de reclamar el
palafrén de Fin como su premio. A pesar de la afirmación de "engaño" con el salto, había superado a
Fin. Fácil y sencillamente.

Eoin nunca había visto nada parecido. Maggie parecía hundirse en la silla, desaparecer en la bestia
hasta que habían sido de una sola carne. No tenía miedo. Ligera. Ágil. Salvaje y desenfrenada.

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Había sido una vista para contemplar.

Aunque todavía podía sentir el nudo en su pecho desde donde su corazón había salido de su cuerpo
cuando había saltado la esquina sobre todas esas rocas.

La muchacha era salvaje. Indignante. Demasiado valiente para su propio bien. Y era magnífica.
Se hacía cada vez más difícil escuchar las razones por las que no era para él.

No se dio cuenta de cuánto había estado vigilándola durante la comida hasta que terminó y no pudo
encontrarla.

¿Había algo malo? ¿Oyó algo? ¿Había sido alguien cruel con ella?

No podía soportar la idea de que alguien la lastimara y deseó al infierno poder protegerla de todo
esto. Pensando que podría estar con Comyn, Eoin lo buscó inútilmente. Estaba a punto de ir a
buscarlo cuando su hermana corrió hacia la mesa.

Parecía lista para estallar:- ¿Lo escuchasteis?

Anticipándose a lo que estaba a punto de decir, se levantó y la tiró hacia un lado:- Espero que no
estéis repitiendo chismes, Marjory.

Arrugó la nariz:- Deberíais consideraros afortunado –suspiró-. Pobre Fin.

Su hermana estaba enamorada de su amigo, pero esto era ridículo. Fin no era el que merecía
simpatía:- ¿Pobre Fin?

Asintió:- Sí, por haber escapado de la telaraña. ¡Lo sedujo y luego trató de que se casara con ella! -
Eoin ya había tenido suficiente. Ya no podía escuchar esto. Tomó el brazo de su hermana y la obligó
a mirarlo con un movimiento que esperaba que golpeara un poco de sentido en esa cabeza bastante
oscura-. Fin no tenía nada que ver con eso. Fui yo. Yo estaba en la habitación con ella y no pasó
nada. Nada. No os oiré repetir nada de esto otra vez. ¿Lo entendéis?

Con los ojos abiertos, asintió:- ¿Vos?

-Sí, yo. Así que si alguien es responsable de esos rumores, soy yo -parecía horrorizada. Pero
también apenada.

-¿La habéis visto? -preguntó. Marjory sacudió la cabeza-. ¿Y al joven Comyn?

Ella sacudió su cabeza otra vez:- Vi a sus hermanas de pie junto a la entrada hacía unos minutos.

Eoin hizo una mueca. No le gustaban mucho las hermanas de Comyn. Francamente, le recordaban
demasiado a la suya. Enfadada, crítica y chismosa. Él y Marjory iban a tener una larga charla más
tarde. Ya no podía fingir que iba a crecer.

Había una sección pequeña y protegida del vestíbulo entre la entrada principal y el pasillo a las
cocinas. Con el guardarropa cercano, las damas tendían a reunirse allí para esperar en grupos. Allí
fue donde las encontró.

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Se paró cerca de la entrada y no vio ninguna señal de que Margaret estuviera a punto de marcharse
cuando oyó su nombre. Pensó que era Elizabeth Comyn quien habló, la hermana mayor de John.

Además de Joan, la otra hermana del Comyn, había otras mujeres que Eoin no reconocía.

- ¿Margaret MacDowell? ¡Pensasteis mal! Mi hermano nunca pensaría casarse con una mujer así. Si
su padre es tan tonto como para pensar que mi hermano se casaría con alguien tan completamente
faltante de dignidad, modales y de moral, eso es culpa suya. ¿La habéis visto? Podría también llevar
la capucha amarilla de una ramera por la manera que viste y mira; No me sorprendió saber que
sedujo a Finlaeie MacFinnon -a mujer que debió haber hablado por primera vez trató de argumentar,
pero la hermana de Comyn la cortó-. Fueron vistos. ¿Qué más pruebas necesitáis? Si hubo alguna
pregunta antes, que no lo había, -enfatizó-, no lo hay ahora. Mi hermano no se casará con
mercancías sucias.

Si Eoin fuera el tipo de hombre que atacase a una mujer, Elizabeth Comyn estaría en grave peligro
ahora mismo. Sin confiar en sí mismo para escuchar otro minuto de esa mierda sin decir algo para
enderezar a esas arpías -algo que sólo empeoraría los chismes- estaba a punto de irse cuando una de
las mujeres se quejó:- ¿Quién lleva tanto tiempo allí?

La puerta del guardarropa se abrió y una mujer salió:- La mercancia sucia -dijo Margaret.

Mierda, fue entonces cuando Eoin supo lo que le pasaba. Sabía lo que había estado tratando de
negar. Sabía por qué, en lugar de concentrar todos sus esfuerzos en impresionar a su pariente por un
trabajo del que sólo podía soñar, estaba persiguiendo a una mujer hasta el guardarropa.

Su sangre se derramó al suelo. La verdad le golpeó en el pecho, mientras ella permanecía allí como
una maldita reina, enfrentándose a su condena con desafío y una mirada en su rostro que les decía
que se fueran al infierno.

Estoy enamorada de ella.

Maldito infierno, ¿cómo pudo haber dejado que esto sucediera? ¡No tenía ningún sentido! No quería
creer que pudiera hacer algo tan completamente estúpido.

Pero lo había hecho. Era salvaje, escandalosa, y no se vestía ni actuaba como una noble, pero
viéndola allí de pie, frente a esas mujeres, con más orgullo y dignidad en su diminuto pie de
zapatilla que aquellas mujeres que jamás podría esperar tener, sabía que la amaba.

Dios sabía que no lo entendía, seguro que no estaba contento por ello, y no sabía qué iba a hacer al
respecto, pero tampoco podía negarlo.

Regiamente, con la cabeza en alto, cruzó la pequeña habitación. Las mujeres parecieron aturdidas -y
no un poco avergonzadas- y se separaron instintivamente ante ella. El orgullo de Margaret, su
bravata, nunca vacilaba. Hasta que dobló la esquina de la división y lo vio.

Sus ojos se encontraron, y pudo ver que sabía que había oído cada palabra. Sus ojos dorados se
ensancharon. Su piel rubia palideció. Y entonces su cara orgullosa y hermosa simplemente se
arrugó.

Él vislumbró algo que nunca había pensado ver en su expresión: la vulnerabilidad, y lo cortó con

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rapidez.

La alcanzó:- Margaret, lo siento... -No llegó a terminar.

-Oh Dios, por favor... ¡Por favor, dejadme en paz! -con un grito suave y un sollozo que le atravesó
el pecho, se apartó de él y huyó fuera del Hall como si el diablo estuviera en sus talones.

Lo había oído. Había oído cada palabra horrible, cada mentira que decían de ella.

Margaret sintió las lágrimas deslizándose por sus mejillas mientras corría por el patio. Por primera
vez en su vida, quería huir. Quería arrastrarse en un agujero y esconderse. La vergüenza era una
nueva emoción para ella, pero ardía en cada miembro, cada hueso y cada rincón de su cuerpo.
Pensaron que había seducido a Finlaeie MacFinnon. ¿Pensaban que se vestía como una puta así que
debía ser una? ¿Es eso lo que pensaba Eoin? Dios sabía que con lo que había sucedido en la
biblioteca tenía todas las razones para hacerlo.

Lo oyó llamar su nombre, pero sólo la hizo correr más rápido. No sabía adónde iba, sólo que tenía
que escapar. Se había dirigido a los establos sin darse cuenta. Un solitario muchacho estaba sentado
en la entrada. Echó un vistazo a su rostro y se hizo a un lado.

Fue entonces cuando Eoin la alcanzó. La tomó de nuevo por el brazo. Esta vez su agarre fue firme.
Cuando trató de encogerse de hombros, se mantuvo firme. Lo agarró, era fuerte, y en este momento
odiaba todos esos músculos que tanto admiraba.

-¡Alejaos de mí! -gritó, entre sollozos que se desgarraban en sus pulmones como fuego.

-Margaret. Maggie, miradme -no quería, pero había algo en su voz que no podía negarse-. ¿Maggie?
-levantó la mirada. Oscuros y aterciopelados ojos azules se encontraron con los suyos. No con
condenación, sino con comprensión. Y algo más. Algo que parecía ternura-. No voy a ir a ninguna
parte hasta que hablemos -dijo con una voz firme pero suave.

No quería hablar, quería llorar. Quería meterse en una pelota y olvidar que algo de esto había
sucedido.

-¿Adónde ibais? -preguntó.

-No lo sé –bufó-. Sólo quería montar.

-Iré con vos.

Estaba demasiado ansiosa por salir para discutir con él. Dios sabía que su reputación no podía sufrir
más. Y si no le importaba ser visto con la puta de Babilonia, no iba a detenerlo.

La ayudó a montar en Dubh, y luego ensilló a su propio caballo antes de levantarla. Pasaron junto a
los guardias en la puerta sin hacer comentarios, y pronto estaban bajando por la colina del castillo
hasta el terreno plano que había corrido ese mismo día. Pasaron junto a la abadía y continuaron a lo
largo de las orillas del río Forth hasta que el castillo sobre la roca, el estrecho wynds de piedra
apretada y las casas de arcilla -y- barro, y la ciudad de Stirling se cayó detrás de ellos.
Sólo entonces se desmayó, dándose cuenta de lo rápido que había estado montando. Dubh había

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sentido su urgencia de alejarse y respondió.

Era tarde, que en esta época del año significaba que el sol ya empezaba a hundirse en el horizonte.
Era también, se dio cuenta, demasiado tarde, extremadamente frío y húmedo. Las oscuras nubes
oscilaban amenazadoras sobre ellas.

-Aquí, tomad esto.

Eran las primeras palabras que había hablado desde el establo. Se volvió para encontrarlo montado
a su lado, sosteniendo la tela escocesa que había envuelto alrededor de sus hombros.

Sacudió la cabeza para negarse, pero la miró duramente y se dijo que iba a ser obstinado.

-Pero parece que va a llover –protestó-. Vuestro fino abrigo se arruinará.

Parecía una costosa prenda de vestir, un terciopelo azul oscuro bordeado con un patrón de hojas y
rollos bordados intrincadamente en hilo de oro.

-Sí, bueno, quizás la próxima vez que decidas dar un paseo antes de una tormenta,
¿podríais coger una capa? -una ligera elevación de un lado de su boca, apareció.

-¿Os estáis burlando de mí? -preguntó, incapaz de mantener la sorpresa de su voz.

-Tal vez -se encogió de hombros, como si también lo sorprendiera-. Coged el plaid, lady Margaret.
Sobreviviré.

-Me llamasteis Maggie antes.

-¿Lo hice? -le dio una mirada de soslayo-. Muy bien, tomad, Maggie.

Hizo lo que le pidió, envolviendo la gruesa lana verde y azul modelada alrededor de sus hombros.
Una sensación de calor se instaló instantáneamente a su alrededor. Se acomodó a su alrededor, se
dio cuenta, porque el plaid seguía reteniendo el calor de su cuerpo. Y olía a él, cálido y acogedor
con sólo el más leve indicio de brezo. Respirando profundamente, suspiró con satisfacción.

-¿Estáis cómoda? -preguntó secamente, mientras las primeras gotas de lluvia comenzaban a caer.

Sus ojos se encontraron. Probablemente debería haberse sentido culpable, pero algo acerca de sus
bromas la hacía feliz. Notó que no revelaba este lado de sí mismo muy a menudo. Así que en su
lugar se arqueó la boca.

-Mucho.

Eoin se echó a reír y sacudió la cabeza:- Podríais al menos fingir un poco de preocupación por mi
sufrimiento.

Puso los ojos en blanco:- Y si decidís jugar al caballero errante de nuevo, debéis tratar de no
quejaros. Eso arruina el efecto.

-Por no hablar de un buen sobretodo.

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Esta vez fue ella quien se rio. Le llevó un momento darse cuenta de lo que había hecho. La había
hecho sentir mejor:- Sois muy inteligente, ¿verdad?

Su boca se arqueó:- No siempre, aparentemente.

Le tomó un momento darse cuenta de que se refería a ella, pero no estaba segura de lo que
significaba. ¿Se arrepentía de estar aquí con ella?

-Podemos regresar ahora, si queréis -dijo.

Negó con la cabeza, mirando las nubes oscuras:- Creo que será mejor si salimos de la tormenta -
señaló un edificio de piedra en ruinas anidado a lo largo del río por delante que parecía ser una
cabaña de pescadores. Por mucho tiempo abandonado, por el aspecto de la misma-. Podemos
intentar allí. La mitad de un tejado es mejor que ninguna.

En realidad era más de la mitad. Sólo el rincón más lejano del edificio de piedra de ocho por ocho
pies había perdido su techo. Suficiente para dejar entrar el frío y la humedad, pero al menos estarían
relativamente secos.

Mientras Eoin cuidaba los caballos, Margaret hacía todo lo posible por barrer el polvo y las
telarañas con una vieja escoba de paja que, aunque un poco mohosa, seguía siendo útil. Había poco
en el camino de los muebles. Una mesa, unos cuantos taburetes y una cama rellena de paja y
cubierta por una vieja tela vieja y polvorienta. El suelo era de tierra y piedra, pero también estaba
cubierto por una gruesa y bien batida capa de paja ligeramente mohosa. Estaba agradecida por ello.
El moho era muy preferible a tener los pies en el barro.

Eoin entró poco después de sentarse en uno de los taburetes. Se paró en la puerta, escudriñando la
casita:- No diría cómodo, pero es mejor de lo que esperaba.

Cerrando la puerta detrás de él, entró en la habitación. No, dominó la habitación. La casita ya
pequeña se puso incluso más pequeña.

¿Frío? ¿Qué frío? Se sentía como si alguien hubiera encendido un fuego. Dentro de ella.

El aire parecía moverse, y cada cabello diminuto en sus brazos y cuello estaba en el borde. El
corazón le latía con fuerza y el estómago volvió a sentirse hundido en el suelo.

No sabía dónde buscar, qué decir, sintiéndose repentinamente incómoda, casi tímida. ¿Qué era lo
que la hacía sentir así? ¿Incierta? ¿Tan afectada? ¿Tan confusamente vulnerable?

Levantó un taburete y se sentó a su lado:- ¿Estáis lista para hablar?

Tenía el pecho pellizcado. No quería hablar de eso en absoluto:- ¿Qué se puede decir? Las
escuchasteis -se rio duramente-. Pero no ha sido una sorpresa para vos. Dios sabe que después de lo
ocurrido en la biblioteca, no os he dado ninguna razón para pensar de otra manera -de repente, su
valentía desapareció. Cuando lo miró fue con sus sentimientos expuestos-. Pero no quiero que
penséis eso de mí.

Parecía casi enfadado con ella:- No lo hago. Por supuesto que no. ¿Cómo creéis que podría?

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-¿Cómo no pudisteis hacerlo después de lo que pasó en la biblioteca? Dejé que el hermano de
Brigid me besara unas cuantas veces, pero juro que nunca he hecho algo así antes.

La sostuvo, su mandíbula pareció apretarse un poco más:- Lo que ocurrió fue culpa mía -su boca se
curvó.

-Pensé que habíamos dicho que nadie tenía la culpa.

Pero esta vez no pudo sacar una sonrisa de él. Su expresión era dolorosamente seria mientras la
miraba fijamente en las sombras crecientes:- No bromeéis, Maggie, no sobre esto.

Tenía que bromear. ¿Qué más podía hacer? La misericordia de Dios, ¿qué quería de ella? ¿No había
sacado suficiente sangre por hoy?

-¿Por qué estamos aquí, Eoin?

Parecía sobresaltado por su pregunta. Después de un momento negó con la cabeza:- No lo sé.

-Dudo que vuestra familia lo apruebe -hizo una pausa-. O Lady Barbara.

-Probablemente no.

Sintió otro pinchazo. Éste más profundo y más persistente. No se soltaría hasta que su pecho
empezó a doler. ¿Acaso una pequeña parte de ella esperaba que no estuviera de acuerdo?
Ella apartó la mirada.

-Creo que deberíais iros.

-Eso sería lo más inteligente.

El pellizco se torcía ahora con dolor. Se quedó mirando los húmedos zapatos de cuero que se
asomaban bajo el borde de su vestido azul grisáceo, y esperó a oírlo empujar el taburete.
En vez de eso, sintió los ásperos callos de sus dedos en su mentón mientras inclinaba su rostro hacia
el suyo.

-Pero eso no es lo que deseo.

-¿Y qué deseáis?

-A vos.

Había algo belicoso en sus ojos que ella no entendía. ¿Tormento? ¿Indecisión? ¿Resolución? Fuera
lo que fuera, se perdió cuando sus labios tocaron los suyos.

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Capítulo 8

Eoin sabía que era una mala idea. Si no hubiera tenido ningún control cuando había estado a cien
pies de distancia de un castillo lleno de gente, ¿cómo demonios creía que lo iba a encontrar cuando
estuvieran solos en una casa aislada?

Pero como debía saber, conocer y detener eran dos cosas muy diferentes. Había estado deseando
tomarla en sus brazos desde que la había pillado en los establos, y en el momento en que había
entrado en esta cabaña y la había visto sentada allí, sabía que estaba luchando una batalla perdida
para no tocarla. Necesitaba tocarla. Necesitaba mostrarle cuánto se preocupaba por ella. Y
necesitaba hacerle saber que estaría bien.

Así que por segunda vez en tantos días, no hizo lo inteligente. No pensó. Se dejó sentir... Y fue
increíble.

La pasión que había explotado entre ellos en la biblioteca no se había apagado. Había crecido más,
de hecho. Sus lenguas sabían exactamente cómo encontrarse, sus cuerpos cómo encajar, y sus
manos cómo tocar.

Bueno, tal vez no exactamente cómo tocar, porque si fuera por él, no estaría agarrando los músculos
duros de sus brazos en este momento, estaría agarrando otra parte dura de él. Sólo pensar en su
mano envuelta alrededor de él le hizo palpitar, le hizo profundizar el beso, y doblar su espalda en la
curva de su cuerpo.

Le encantaba el sabor de ella, la suave sensación de sus labios y los apasionados empujones de su
lengua que rodeaban los suyos.

Era buena besando. Empujó ese pensamiento antes de que pudiera agarrarlo, sin querer pensar en lo
que había dicho sobre el hermano de Brigid. Sin embargo, una oleada de posesividad surgió dentro
de él, y su beso se hizo un poco más feroz. Un poco más áspero. Y mucho más carnal.

¿Estaba tratando de sorprenderla? No lo sabía, pero con cada chupada, cada mordisco, cada empuje
rítmico de su lengua -que equivalía a imitar otro empujón rítmico- saboreaba los jadeos de sorpresa
que le decían que esto era nuevo.

Él violó, saqueó, reclamó su boca, y entonces demandó un infierno entero de mucho más. Su boca
se deslizó sobre su mandíbula, bajó por su garganta, y una vez que le sacó la tela de sus hombros,
por la blusa curva de su vestido.

Se había quedado relajada en sus brazos, con la cabeza hacia atrás, la respiración agitada, como
para ofrecerle la abundancia de sus pechos. Y qué festín eran. Lleno y generoso, pero firme y
perfectamente redondeado, era todo lo que había soñado en la noche cuando era un chico inexperto.

La presión en su ingle era cada vez más insoportable. Gimió mientras deslizaba su mano para cubrir
sus pechos, mientras su boca se deslizaba sobre la cremosa piel suave por encima de su corpiño.

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Sólo el peso de toda esa carne suave en sus manos envió una hinchazón de calor en su entrepierna
que fue casi suficiente para llevarlo por el borde. Cuando arqueó la espalda y comenzó a presionar
en la palma de su mano, se deslizó justo encima.

Margaret no sabía lo que estaba sucediendo, pero sabía que no quería que se detuviera. Eoin había
tomado el control de su cuerpo, y no quería que volviera. No cuando podía hacerla sentir tan bien.
La sensación de sus manos sobre sus pechos era diferente a todo lo que había imaginado. Tristan
había tratado de tocarla allí una vez, pero lo había arrodillado en los cojones tan duro que no había
podido caminar derecho durante una semana, o eso decía. Pero con Eoin...

Quería su mano allí. Y cuanto más abajo sus labios descendían sobre su pecho, más bajo su lengua
bailaba bajo el borde de su vestido, más quería su boca allí también.

Una fiebre se había apoderado de su cuerpo. Su piel estaba caliente, su aliento desigual, su latido
errático. Sus miembros eran tan débiles que apenas podía pararse. Pero la tenía. La fuerza de su
cuerpo era como una cuerda de salvamento, un ancla para aferrarse a como el remolino azotado a su
alrededor.

Aún así no era suficiente. El torbellino no estaba a su alrededor, estaba dentro de ella, y necesitaba
encontrar una forma de liberarlo. Instintivamente, sabía lo que quería, y la presión de su cuerpo
moviéndose contra él se hizo más insistente. Más demandante.

Y él respondió. El calor de su boca a través de la tela de su vestido cuando cubrió su pecho la hizo
débil. La sensación de su virilidad acuñada entre sus piernas la hizo húmeda. Gritó de placer
mientras sus manos ahuecaban la carne sensible de sus pechos, mientras su boca chupaba, y
mientras sus caderas empujaban. Estaba cayendo a pedazos. Derritiendo. Se entregó al placer
corriendo por sus venas.

Pero quería más.

¿Lo había dicho en voz alta?

Lo oyó jurar, la maldición aguda una respuesta gutural a su súplica. Al instante siguiente, sintió el
muro rocoso de la cabaña contra su espalda. Levantó su falda, envolvió una de sus piernas alrededor
de sus caderas y comenzó a buscar con los lazos en su cintura.

Podría haberlo detenido, pero no quería. Quería esto tanto como él.

Sin embargo, tanto como le quería a él dentro de ella, todavía era un shock para sentir la punta de su
virilidad enclavado en la hendidura entre sus piernas, y ella jadeó.

Por un momento, la niebla se aclaró, y sus ojos se encontraron en silenciosa lucidez. Por el firme
agarre que tenía sobre los hombros, podía sentir la tensión reverberando a través de su cuerpo.

Estaba temblando con él, cada músculo de su cuerpo flexionado con moderación.

-Decidme qué queréis esto -dijo bruscamente, sus ojos azules tan oscuros que casi parecían negros.
Se alejaría si lo deseaba. Le estaba dando la oportunidad de cambiar de opinión. Pero no iba a
hacerlo.

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-Quiero esto -dijo suavemente.

-Gracias a Dios -gruñó-, lo siento...

No entendió la disculpa hasta que sintió el golpe de la pared mientras él empujaba dentro de ella.
Ella gritó mientras un agudo dolor la atravesaba.

-Lo siento –murmuró-. Oh Dios, mi pequeña. Lo siento. Será mejor en un momento.

Esperaba que no fuera una nota de incertidumbre lo que oyó en su voz. Como no podía ponerse
mucho peor, no estaba dispuesta a discutir. Su cuerpo estaba tirado tan apretado como un arco. No
podía respirar, y mucho menos hablar. Pero viendo la preocupación en sus ojos, y la suave súplica,
hizo todo lo que pudo hacer y asintió.

La besó entonces. Un beso lento y tierno como nunca antes le había dado. Era como si estuviera
tratando de calmar la picadura -el dolor- con su boca y lengua. No, se dio cuenta. Era más que eso.
La estaba cortejando. Le mostraba con su beso cuánto le importaba.

Podía sentir su corazón ablandarse. Sentir el amor que ahora sabía que sentía por este hombre
florecer dentro de ella. Era la única explicación de lo que estaba sucediendo. Le amo.
Amaba a este joven y serio y joven guerrero con toda su calma intensidad que era tan erudito como
un monje, pero besaba con la cruda y agresiva pasión de un hombre que sabía ser malvado. Le
encantaba el seco sentido del humor que parecía estar reservado sólo para ella. Le encantaba
burlarse de él, le encantaba hacerle sonreír hasta que el pliegue entre sus cejas desapareció, y adoró
la inesperada dulzura y ternura de sus ojos cuando la miró.

Su cuerpo respondió a esa emoción. Relajante. Soltó el apretón que tenía sobre su dolor.

Fue entonces cuando se dio cuenta de lo que el dolor había impedido: el sentimiento de él dentro de
ella. Grande, grueso y duro, llenándola con su calor. Poseyéndola. Estaban conectados, unidos de
una manera que nunca había imaginado.

No es que no supiera los detalles de la fornicación, cosa que sí. Y sabía lo suficiente de sus
hermanos (y de esas personas en el Salón) para saber que podía ser agradable. Pero había pensado
que sería embarazoso y torpe. Lo que no esperaba era la increíble cercanía y el vínculo que se
forjaría entre ellos.

Levantó la cabeza de su boca:- ¿Estáis bien?

Al ver la auto-recriminación y la silenciosa disculpa en sus ojos, su corazón tiró. Recordaría este
momento por el resto de su vida y lo apreciaría.

Puso su mano para cubrir su quijada barbilla:- Estoy perfecta.

Y lo estaba. Margaret sabía que estaba exactamente donde debía estar. Unida a este hombre en la
forma en que Dios había pensado. No le importaba lo que dijeran los sacerdotes, esto no podía ser
un pecado. Era el cielo.

Los dientes de Eoin apretados contra el impulso de empujar. El impulso que era tan primitivo y
poderoso como cualquier cosa que había experimentado alguna vez. Él había hecho esto antes. Tal

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vez no tantas veces como Fin -se centró en otras cosas que perseguir a las mujeres-, pero lo
suficiente como para saber que esto era diferente.
Y no era sólo porque Margaret fuera una inocente (incluso si había tenido que seguir recordando ese
hecho con la forma apasionada en que le respondía). Cristo, no había esperado tanto dolor. Le había
asustado la lujuria. Aunque lamentablemente sólo por un minuto. Había llegado rugiendo de nuevo
con fuerza cuando se dio cuenta de la opresión de su cuerpo apretando alrededor de él.

Lo que hacía esto diferente no eran sólo las sensaciones que se aferraban a su cuerpo, sino las
emociones que agarraban su corazón. Eoin no creía en la mierda de los bardos como destino y su
otra mitad, pero al mirar esos increíbles ojos dorados mientras estaba sentada dentro de ella, las
palabras le vinieron a la mente. Sintió que algo en su pecho se movía con la intensidad de la
emoción que se elevaba dentro de él. Quería protegerla, acariciarla y sobre todo amarla con todo lo
que tenía.

Desafortunadamente, los instintos básicos clamando dentro de él como el tambor tenían otras ideas.
La presión que golpeaba en la base de su espina dorsal le advirtió que no tenía mucho tiempo.
Acababa de enfrentarse a los límites de su control.

Tan pronto como la sintió relajarse, ya no podía retenerlo. Tenía que moverse. Poco a poco al
principio, y luego como su aliento acelerado, y gritos suaves llenaron la cabaña, más rápido.
Su respuesta lo volvió loco. La espalda arqueada... La pierna alrededor de su cintura se tensó, y se
perdió. Sus caderas empujaron, rodearon y se sumergieron. Más profundo, más duro, más rápido,
hasta que el placer se desenrolló dentro de él.

-Oh Dios, Maggie, os sentís tan bien. Voy a...

No pudo terminar. Se puso rígido, se estremeció y gritó cuando la fuerza de su liberación estallando
en él en olas tras olas de poderosas ráfagas.

Cuando terminó, fue todo lo que pudo hacer para pararse. Se derrumbó contra ella y lentamente la
dejó deslizarse de su cuerpo mientras luchaba por recuperar algo de su fuerza y respiración.
Estaba completamente agotado. Gastado. Arruinado de toda su energía. Cuando tenía siete años,
justo antes de partir para ser criado, había estado nadando en el mar alrededor del castillo de Gylen
y quedado atrapado en la corriente. Casi se había ahogado, luchando durante más de una hora, antes
de arrastrarse finalmente a la orilla y colapsar en un montón muerto en la arena. Eso era acerca de
cuánta energía tenía ahora.

Hasta que su voz ahogada penetró en la neblina eufórica:- Eoin, uh, ¿estáis bien?

Ah infierno. Se echó hacia atrás con una maldición, dándose cuenta de que probablemente la había
aplastado. También se dio cuenta de otras cosas, como el hecho de que acababa de tomar su
virginidad con un poco más de delicadeza que un muchacho de dieciocho años.

Probablemente estaba confundida, preocupada, preguntándose qué diablos pasaba ahora. En otras
palabras, sentía lo mismo que él. La desvinculación de las jóvenes de su virginidad no era
precisamente algo con lo que tuviera mucha experiencia.

No se molestó en preguntarse qué diablos acababa de hacer, sabía exactamente lo que acababa de
hacer. Preferiblemente rápido. Contra un muro, por el amor de Dios.

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-Dios, lo siento -dijo, pasando los dedos por el pelo-. No quise que sucediera de esa manera. Os
merecíais algo mejor.

Parecía afligida:- Lamento lo que...

La detuvo:- No. Dios sabe que probablemente debería, pero yo no.

Era demasiado tarde para arrepentirse. Demasiado tarde para la auto-recriminación. Demasiado
tarde para decir que había cometido un error. Demasiado tarde para decirse a sí mismo que nunca
debería haberla traído aquí.

Incluso si quería estar enfadado consigo mismo por hacer algo tan increíblemente estúpido (por no
hablar de la deshonra), algo garantizado para causarles tanto una mierda de problemas, y algo que
podría poner en peligro su lugar en la guardia secreta de su pariente, él sabía que no cambiaría
nada. Lo que se hizo estaba hecho. Si estaba bien o mal para él ya no importaba: era suya. Y mierda
si eso no lo hacía feliz.

Alzando la mano, tomó su cara en su mano, acariciando suavemente la suave curva de su mejilla
con su pulgar. Era tan condenadamente bella que le quitaba el aliento, y nunca más que ahora
cuando llevaba el sello de su pasión en sus labios hinchados y su piel raspada.

Eoin estaba descubriendo que no había dejado a esas raíces de merodeador vikingas tan atrasadas
como pensaba.

-Todo lo que quería decir -explicó- es que merecéis mucho más que una pared en la casa de un
pescador en vuestra primera vez, y si tuviera alguna apariencia de honor y control, os lo hubiera
dado, junto con mucho más placer.

El alivio se extendió sobre sus rasgos delicados en una sonrisa brillante:- Pero me disteis placer.

Se dio cuenta, por sorprendente que fuera de una virgen. De todo lo que había oído, la primera vez
para una muchacha era siempre horrible. Pero a Margaret le había gustado. Sólo pensando en cómo
su cuerpo le había respondido, cómo había presionado sus pechos contra su pecho y apretaba su
pierna alrededor de su cadera, acercándolo más, hizo lo que habría pensado imposible. Desafiando
todas las leyes de la naturaleza, se sintió endurecer de nuevo.

La miró a los ojos y continuó pasándole el pulgar por el labio inferior:- Hay más, pequeña -dijo
roncamente-. Mucho más.

-¿De verdad?

La chispa de anticipación en sus ojos se dirigió directamente a sus cojones. Todavía estaba de pie
frente a la pared, y recordaba demasiado bien cómo había estado presionada contra ella. Como sus
ojos se habían roto, su aliento se había acelerado y sus mejillas se habían encendido.

Tenía la intención de volver a ver eso, pero esta vez lo iba a hacer bien:- Sí, en serio. Pero antes de
que os muestre exactamente lo que quiero decir, debéis aceptar una cosa.

Un pequeño ceño fruncido se dibujó entre sus cejas:- ¿Qué?

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-Ser mi esposa.

La expresión de shock en su cara habría sido divertida si no hubiera sido a expensas del honor que
le había quedado.

-¿Que... qué?

Frunció el ceño. Seguramente sabía tan bien como él lo que esto significaba. Era suya, maldita sea.
Se había entregado a él, y no tenía intención de dejarla ir.

-Quiero que os caséis conmigo, Maggie. Aquí y ahora.

La cabeza de Margaret estaba girando.

Apenas se había recuperado del temor de haberla matado... la expresión de su rostro antes de que se
hubiera desplomado contra ella hubiera sido lo más parecido a un hombre que vislumbrara el
paraíso como había visto jamás. Pensando que lamentaba lo que había sucedido. ¿Ahora estaba
proponiendo? Y a menos que se equivocara, lo que estaba proponiendo era igual de sorprendente.

-¿Un matrimonio clandestino? -preguntó.

Asintió sombríamente:- No es lo ideal. Y si hubiera otra manera, no lo sugeriría. Pero sabéis tan
bien como yo que nuestras familias no quieren una alianza entre nosotros. Puede que a la iglesia no
le gusten las ceremonias informales hechas sin las amonestaciones, pero será válido y vinculante.

Sus ojos se encontraron, y sabía exactamente lo que quería decir. Incluso si sus familias quisieran
intentar deshacerlo, no podrían. Si estuvieran de acuerdo en casarse ahora, hablarían sus votos y los
consumarían, a los ojos de la iglesia estarían tan casados como si hubieran colocado las
amonestaciones para los próximos tres domingos y después hubieran intercambiado votos ante la
puerta de la iglesia con un sacerdote.

-Pero una vez que les expliquemos lo que ha sucedido...

-¿Realmente queréis tomar esa oportunidad? ¿Qué creéis que dirá vuestro padre?

Su padre estaría furioso. No quería pensar en lo que iba a decir, pero era lo que haría lo que la
preocupaba. No pondría mucho más allá de su padre cuando su orgullo estuviera involucrado.
Quería que se casara con el hijo del señor de Badenoch -por muy improbable que fuera ahora- no se
conformaría con un pariente de Bruce, y un tercer hijo en eso. Su padre la amaba, pero haría lo que
fuera necesario para mantenerlos separados, virginidad o no.

Eoin tenía razón, si no se casaban ahora, no tendrían otra oportunidad.

Pero algo la impedía decir que sí. Inclinó la cabeza, estudiando a este serio y guapo guerrero que se
había abierto camino alrededor de su corazón:- ¿Por qué queréis casaros conmigo, Eoin?

Se puso rígido:- Creo que eso es obvio.

Ese era exactamente el problema. Margaret no era romántica. No había pensado que los
sentimientos de su marido por ella le importaran cuando se casara. Era desconcertante darse cuenta

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de que lo hacían. El honor debería ser suficiente, pero en este caso no lo era.

-No hay razón para que nadie sepa lo que acaba de suceder -dijo suavemente.

Su mandíbula se cerró con rabia, sus ojos se oscurecieron hasta medianoche. Bajó cada palabra:- Lo
sabré yo -sus ojos la escudriñaron como si recordara cada momento. Una emoción inconfundible se
extendió sobre su piel-. Os habéis dado a mí, Margaret, y si creéis que fingiré que no sucedió, no
me conocéis muy bien.

No lo hacía. Ese era parte del problema.

El peligroso brillo en su ojo la hizo estremecer. Si no hubiera estado apoyada contra una pared ya,
podría haber dado un paso atrás. Pero no dejaría que la intimidara.

-No tenéis que caer en vuestra espada por el bien de mi reputación, Eoin. Me temo que es
demasiado tarde para eso. Casarse conmigo no cambiará lo que piensen.

Sus ojos se estrecharon. ¡Santa Cruz, podía parecer amenazador!

-Eso no es lo que estoy diciendo.

¿No era cierto?:- Soy lo suficientemente fuerte como para aguantar la tormenta; No dejaré que me
derroten tan fácilmente. No me importa lo que digan. Yo sé la verdad -le dedicó una sonrisa irónica.

-Lo creáis o no, en casa, a la gente realmente le gusto.

Sostuvo su mirada durante tanto tiempo que pensó que iba a decir nada. Pero como de costumbre,
su expresión no contenía ningún indicio de sus pensamientos:- Me lo creo. Y por eso quiero
casarme con vos.

Le tomó un momento comprender lo que quería decir. Cuando finalmente lo hizo, parecía que el
sol acababa de salir de detrás de una nube:- Os preocupáis por mi.

La atrajo hacia él:- sí, me preocupo por vos, muchacha.

La profunda y áspera ronquera de su voz provocó estremecimientos en su piel. Rodeó sus manos
alrededor de su cuello como si pertenecieran allí:- Yo también me preocupo por vos.

Como sus manos ya se movían posesivamente sobre su cuerpo, claramente lo había adivinado.

-Bueno. Ahora, si habéis con vuestras preguntas, tenéis unos cinco segundos para darme una
respuesta antes de llevaros a esa cama. Podéis ser mi esposa la segunda vez que estoy dentro de vos
o la tercera, pero de cualquier manera, estaré dentro de vos, y vos seréis mi esposa.

Abrió los ojos. Era un lado feroz y primitivo de él que nunca había visto antes, y algo de eso hizo
que su pulso se acelerara y su sangre se calentara. O tal vez ese era el sentimiento de él duro contra
ella.

Arqueó una ceja:- ¿Así será?

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La mano estaba sobre su pecho. Contuvo el aliento mientras su pulgar rodeaba la cresta de su
pezón. Cuando lo hizo difícil, lo atrajo entre sus dedos y lo pellizcó suavemente. Jadeó mientras el
placer inundaba sus sentidos e inundó otro lugar también. Temblaba de placer.

-¿Y Maggie? -su boca estaba junto a su oreja, su cálido aliento y su sedosa lengua la hacían
estremecerse.

Estaba en una sensación tan sensual que le llevó un momento darse cuenta de que estaba hablando
con ella:- ¿Qué?

La levantó en sus brazos:- Vuestros cinco segundos han terminado.

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Capítulo 9

Eoin no sabía lo que le había ocurrido, salvo que sabía que no iba a salir de aquí sin Margaret
MacDowell siendo su esposa.

La muchacha le hizo algo, además de convertirlo en un chico loco por la lujuria. Sacó su lado feroz
y posesivo de sí mismo que nunca había exhibido antes. No estaba seguro de que le gustara, y
seguro que no era muy civilizado, pero no podía negar que la llevaba a la cama con toda la
intención de arrebatarla de nuevo.

Sostuvo su mirada mientras cruzaba los pocos escalones hasta la pequeña cama. Tenía que bajarla
para recoger la tela escocesa que había sacado de sus hombros y dejarla sobre el colchón de paja. La
próxima vez habría plumas y ropa de cama de seda, pero por ahora tendría que hacerlo así. Al
menos era una mejora sobre lo de la pared.

Con cualquier otra mujer no habría pensado en preguntar lo que hizo a continuación. Pero Margaret
era diferente. Era audaz y confiada, y no fácilmente se conmocionaba.

-Quiero veros, mo' leanbh. Toda entera.

Le tomó un momento comprender lo que quería decir. Sus ojos se abrieron un poco antes de
enfrentarse a él con un desafío:- ¿Y si deseo lo mismo?

Sonrió. Esperaba que dijera eso. Se daba cuenta de que había algunas cosas buenas acerca de una
esposa que no podía resistirse a un desafío:- No puedo negarme.

-Primero vos -dijo ella, su voz un poco ronca.

Se había quitado la ropa delante de más de una mujer, pero nunca había sido tan consciente del
efecto de su desnudez en otra. Observó cada uno de sus movimientos con la atención de un halcón,
sin perder ningún detalle, ya que rápidamente se despojó de su ropa.

Con cada centímetro de piel que reveló, su aliento se quedó atrapado y luego se aceleró, hasta que
eventualmente, se quitó la túnica de lino para revelar su pecho, y se detuvo por completo. Si la
forma en que sus ojos parecían devorarle los brazos y el estómago era una indicación, era una de
esas muchachas a las que les gustaba mucho el músculo.

Como si los sonidos de su excitación no fueran suficientes, juró que también podía sentirla cada vez
más caliente. Y eso, a su vez, lo ponía más caliente.

En el momento en que quitó sus braies, estaba tan duro como una roca. Y cada vez se hacía más
difícil a medida que sus ojos devoraban esa parte de él, y se excitaba con un poco de jadeo que
separaba sus labios en una perfecto O pequeña, que era demasiado condenadamente sugerente. Era
demasiado fácil imaginar su suave boca rosada cerrándose alrededor de él, succionando, ordeñando,
llevándolo a lo más profundo de su garganta.

"Si sabéis cómo abrir la garganta..."

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Ah Cristo. Gimió, y sus ojos volaron a los suyos.

-Sois grande por todas partes -dijo casi acusadoramente-. No es de extrañar que me doliera.

Eoin sonrió; No podía evitarlo. Era grande y seguro como el infierno algo que no iba a disculparse.
Seguramente lo apreciaría más tarde, aunque dudaba que lo creyera ahora.

-Se sentirá mejor esta vez, lo prometo -alzó una ceja en desafío silencioso-. Vuestro turno.

Lo miró de nuevo, olisqueó como para decir ya veremos, y empezó a quitarse la ropa. Era su turno
de ver como un halcón. Diablos, no podría haber mirado hacia otro lado aunque los ingleses
estuviesen dando patadas en la puerta.

Sus movimientos eran rápidos e irreflexivos sin ningún indicio de seducción, pero eso era
exactamente lo que hacía. Había una sensualidad natural que no podía negar. Se impregnaba en el
aire que la rodeaba.

Cada movimiento se sentía como un silencio llamando, un señuelo para que la tocara. Sus manos le
picaban por arrancarle sus ropas, pero forzó sus puños a su lado.

Vibró. Se sumergió. Le alcanzó y tiró. Era tentadora. Inflamando su deseo con la habilidad de
Salomé y sus velos.

Cuando finalmente Margaret levantó la camisa sobre su cabeza para revelar un cuerpo que hubiera
hecho que Venus llorara de envidia, pensó que iba a explotar. Inconscientemente, había clavado su
mano alrededor de sí mismo y estaba bombeando duro lejos de querer hacer exactamente eso.
Cuando sus ojos siguieron la dirección de su mano y se ensancharon con curiosidad descarada, juró
y se liberó.

Definitivamente iba a matarlo

Era irreal. Su cuerpo era más increíble de lo que había imaginado... y había hecho una imaginación
muy detallada. Piernas largas y elegantes, caderas estrechas, cintura estrecha, pechos exuberantes y
redondos, con pezones rosados que se movían agudamente mientras sacudía su largo cabello sobre
sus hombros y mostraba pulgadas de piel blanca cremosa y perfecta.

Se quedó allí, orgullosa, sin una pizca de vergüenza, mientras bebía de ella. ¿Por qué no? No tenía
nada de que avergonzarse. Era perfecta.

Y era suya. Su pequeña y salvaje hechicera.

Con la mirada fija, alargó la mano para rozar con la parte posterior de su dedo sobre un pezón
nacarado tan exquisitamente formado que no parecía real.

-Sois hermosa, un leanbh. Hermosa.

Sonrió:- También vos -levantó la mano para rodear su cuello con su mano, poniendo en contacto por
primera vez sus cuerpos desnudos.

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Siseó ante el chisporroteo de la sensación, deslizando su brazo alrededor de su espalda
aterciopelada para acercarla.

-Los guerreros no son hermosos. Tendréis que pensar en otra palabra.

Contuvo su respiración cuando él comenzó a deslizar su boca por el lado de su cuello cerca de su
oreja:- ¿O qué?

Sus dientes se cerraron alrededor del pequeño lóbulo:- O tendré que castigaros -podía sentir el
emocionado salto de su corazón contra el suyo.

-¿Cómo?

Chica traviesa:- Así -mordisqueó su oreja y deslizó su mano alrededor para tomar su pezón entre
sus dedos y comenzar a pellizcar. Podía decir lo mucho que le gustaba por los gemidos suaves y la
huella profunda de su polla en su vientre.

Con cuidado, la bajó sobre la estrecha cama. Como no había mucho espacio, tuvo que apoyarse en
su lado e inclinarse sobre ella. Pero como eso le daba acceso a ese hermoso cuerpo, no le importaba.

Margaret estaba agradecida de sentir la paja del colchón a su espalda, ya que significaba que ya no
tenía que pensar en ponerse de pie. Podía concentrarse completamente en lo que le estaba haciendo.
Todo era tan nuevo e increíble. La forma en que su boca le rozaba el cuello, los dedos le rozaban los
pezones, e incluso la sensación de su cuerpo grande y duro se extendía contra ella.

Todos los pequeños detalles la fascinaban. El calor de su piel, lo curtido que era todavía del sol de
verano, la pequeña V de pelos dorados en su pecho y el sendero aún más atractivo que llevaba desde
su estómago hasta su virilidad.

Había querido tocarlo. Especialmente después de ver cómo se había sujetado en su mano, cuando la
había estado observando. Le había despertado su curiosidad. Y despertó. Sólo mirarle la hizo
despertar. Se equivocó antes: era hermoso. Alto y de hombros anchos, su cuerpo estaba apretado
con la losa después de la losa de músculo delgado tan claramente delineada que podría haber sido
tallada en piedra. No había una onza de grasa en él. ¡Buen señor, su estómago estaba lleno de tantos
abdominales!

Cuando se inclinó para besarla, no pudo resistirse a deslizar la palma de su mano sobre algunas de
esas bandas de cuerdas antes de apoyarse en la gran roca de músculo en la parte superior de su
brazo.

Le encantaba sentirle inclinado sobre ella. La solidez. El peso. La conexión.

Besó su boca, su garganta y, finalmente, sus pechos. El cálido y húmedo calor de su boca que se
cerraba sobre ella y la chupaba la hizo querer llorar. Se arqueó contra él descaradamente, suplicando
más mientras chupaba más fuerte, mientras su lengua rodeaba su pezón y lo tiraba suavemente entre
sus dientes.

Una extraña sensación se apoderó de ella. Se construía. Intensificándose. Su piel se sentía caliente,
sus miembros débiles, el lugar entre sus piernas suave y húmedo.

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No sabía lo que quería hasta que la tocó. Hasta que sus dedos encontraron ese lugar cálido y
empezaron a acariciarlo. Suavemente al principio, con delicados pequeños círculos que hacían que
su cuerpo llorara de placer. Pero pronto no fue suficiente. Empezó a temblar. Sus caderas
comenzaron a levantarse contra su mano, presionando... Pidiendo más.

Gruñó, quizás murmuró una especie de maldición, contra su pecho y chupó más fuerte. Chupó hasta
que una aguja de placer conectó su boca con su pecho y su mano entre sus piernas. Finalmente, su
dedo se deslizó dentro de ella y le dio lo que no sabía que quería. Acariciándola. Muy abajo. Más y
más rápido. Más y más duro. El Talón de su palma se apretó contra ella, dándole la presión que
había anhelado inconscientemente. Se sentía tan bien...

Estaba retorciéndose, gimiendo, perdida en sensaciones que no entendía. Su cuerpo parecía estar
luchando, luchando contra algo.

Vagamente se dio cuenta de la frescura del aire contra su pecho húmedo mientras levantaba su
cabeza para mirarla a los ojos. Nunca olvidaría su apariencia, su rostro una máscara apretada de
contención, su mirada tan feroz e intensa como la había visto nunca.

-Está bien, cariño. Solo dejadlo ir. Os atraparé.

Si fue simplemente el sonido de su voz, la mirada en sus ojos, o que su cuerpo simplemente no
podía luchar más, sus palabras rompieron los últimos hilos de resistencia. Se entregó a las
sensaciones y sintió que su cuerpo se elevaba y se elevaba.

El vuelo de los ángeles. Pues, ¿cómo podría describir la catapulta en el cielo, el rompimiento de las
estrellas y luego el suave flotar en las nubes mientras los espasmos del placer se desvanecían
lentamente.

Y cuando finalmente cayó de nuevo a la tierra, estaba allí para atraparla tal como él había
prometido.

Observar el placer de su liberación en sus rasgos era lo más hermoso que Eoin había visto, y
también el más erótico. Tenía que estar dentro de ella.

Dejando caer un tierno beso en su boca, se movió sobre ella. Con las manos plantadas a cada lado
de sus hombros, él la miró a los ojos hasta que la neblina se desvaneció.

-Necesito vuestro voto, Margaret.

Su boca se curvó en una lenta sonrisa que se envolvió alrededor de su pecho y apretó:- Yo,
Margaret, os tomo, Eoin, para que seáis mi esposo, hasta que la muerte nos separe, y a ello le pongo
mi merced.

Repitió el voto y, con un solo empuje, consumó los votos que acababan de pronunciar.

Y luego se detuvo. Saboreando las sensaciones. Saboreando el momento de abrumadora plenitud y


de rectitud.

Estaba hecho. Estaban casados. Bendecidos por Dios como marido y mujer.

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La urgencia del momento no se perdía en ninguno de los dos. Parecía estar en el aire... y en su
pecho.

Lo miró a los ojos, buscando su cara por un largo tiempo. Podía ver la emoción en sus ojos y se
preguntó si reflejaban algunos de los suyos.

-No hay vuelta atrás -dijo ella.

-No hay vuelta atrás -estuvo de acuerdo.

Maggie sonrió:- teníais razón.

-¿Razón?

Asintió:- No duele tanto la segunda vez -se mordió el labio-. Os sentís bien.

-Vos también, cariño -gruñó-. Dios, vos también.

Comenzó a mostrarle lo bueno que era, con movimientos largos y lentos que daban voz a las
emociones dentro de él. La amaba, y se lo dijo que con cada beso, cada toque, cada empuje. Y
cuando la había llevado al pico y la siguió, le dijo también con palabras.

-Tha gaol agam ort –Os amo.

Pasó mucho tiempo antes de que ninguno de los dos hablara. Eoin yacía allí con su nueva esposa
acurrucada contra él: su suave mejilla apretada contra su pecho, sus cabellos derramados sobre su
piel como un velo de seda, su brazo sosteniéndola estrechamente, sintiéndose más contento de lo
que se había sentido en su vida, viendo la habitación oscurecerse y deseando que nunca tuvieran
que irse.

Pero tenían que irse. El sol que filtraba a través del agujero en el techo estaba casi desaparecido. Por
mucho que quisiera quedarse aquí y retrasar lo que iba a ser un desagradable regreso al castillo, se
habían ido por un par de horas y alguien ya se habría dado cuenta de su desaparición. La gente
estaría comentando sobre ello, que era lo último que necesitaba. Y pronto alguien -su familia
probablemente- vendría a buscarlos.

Para su familia, encontrarlos aquí, esto haría mucho más difícil una situación ya precaria. Eoin no
se engañó a sí mismo. A pesar de su matrimonio, tendría suerte de salir de esto sin un puñal en la
espalda. Si no era de Dugald MacDowell, entonces de uno de sus ocho hermanos. Aunque el más
joven de ellos probablemente todavía era sólo un muchacho, eran un grupo sanguinario.

No quería pensar en la reacción de su propia familia.

Margaret apoyó la barbilla en su pecho para mirarlo:- ¿Lo decíais en serio?

No pretendió malinterpretarlo. Barrió unos mechones de pelo rojo que se habían enredado en sus
gruesas pestañas hacia un lado, pero era sólo una excusa para pasar sus dedos sobre la curva de su
mejilla. Se preguntó si alguna vez se acostumbraría a la suavidad de su piel.

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-Sí -dijo-. Lo decía en serio.

La felicidad que brillaba en sus ojos y la sonrisa que iluminaba su rostro calentaron el frío que se
había introducido en la habitación oscurecida con sus pensamientos de lo que estaba por venir.

-Yo también os amo.

Aunque lo había adivinado, escuchar las palabras le llenó de placer y no una pequeña cantidad de
satisfacción.

-Me alegro de ello, un leanbh –de verdad. Sus sentimientos ayudarían a que la tormenta de mierda
que acababan de desatarse valiera la pena.

O, al menos, lo esperaba.

Pero viendo sus miembros desnudos entrelazados con los suyos, su cabello cayendo alrededor de
sus hombros en un desorden salvaje, y los rasgos audazmente hermosos se volvieron a los suyos, no
pudo evitar sentir una punzada de duda.

Las palabras de Fin volvieron a él. Atención... Exigente... Salvaje.

No. Su amigo estaba equivocado. Margaret podía hablar y actuar un poco escandalosamente a
veces, pero eso era simplemente porque no sabía nada más. A pesar de la inusual libertad en cómo
se había criado, había algo extrañamente protegido en ella, casi inocente.

Ignoraba las costumbres sociales, eso es todo, no es que fuera malvada. Bueno, tal vez un poco
perversa, pero como sospechaba que eso le haría bien satisfecho en el dormitorio, no le importaba.

Con todo lo demás, su madre le ayudaría. Una vez que Margaret pasara algún tiempo en su casa con
su madre y sus hermanas, aprendería lo que era apropiado y lo que se esperaba de ella como su
esposa.

Si algo de eso no se sentaba muy bien, lo apartó. Todo saldría bien.

Había bajado la cara hacia su pecho, y estaba trazando pequeños círculos a través del pelo de su
pecho con la punta de su dedo.

-Ojalá pudiéramos quedarnos aquí para siempre -dijo. Pensó que ella podría haber recogido algo de
su preocupación hasta que se rio.

Pensé muchas veces... e imaginé cómo sería mi boda, pero nunca así.

-¿Queríais una boda grande?

-Por supuesto que sí. ¿No quieren eso todas las muchachas?

Maldición:- Lo siento.

Sacudió su cabeza:- Eso no es lo que quise decir. Nunca pensé que mi matrimonio sería tan
romántico ... o que podría ser tan feliz siendo tan perversa -sonrió maliciosamente-. Aunque

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podríamos tener que contar una historia diferente que contar a nuestros hijos -su corazón se le
atascó. ¿Niños?-. No creo que contar como 'papá ha apretado a mamá contra una pared por lo que
tuvo que casarse con ella' sea exactamente el tipo de lección de cortejo que queremos impartir.

No podía evitarlo. Se rio. Ella era escandalosa, y maldición si no le gustaba.

-Aunque sospecho que tendría dificultades para convencer a cualquiera -agregó. Sus cejas se
juntaron.

-¿Qué queréis decir?

Puso los ojos en blanco:- Casi nunca mostráis una sonrisa, Eoin. Dudo que alguien piense que
habéis sido arrastrado por la pasión.

-Mirándoos ahora mismo podrían hacerlo -dijo con ironía.

Sonrió sin arrepentirse:- ¿Me veo tan maravillosamente y completamente pervertida como me
siento?

-Creo que deberíais parecer estar menos orgulloso de ello, pero sí, lo hacéis.

-Oh, me gustaría tener un espejo.

Deseaba poder pintar un cuadro. Lo llevaría consigo para siempre, y no se cansaría de mirarlo.
Cristo, lo estaba convirtiendo en un trovador enamorado. Pronto estaría componiendo sonetos y
cantando canciones sobre su belleza.

Deslizándola por su cuerpo, bajó la cabeza y la besó en los labios una vez más, y luego en la frente.

-Tenemos que irnos.

Su mirada se clavó en la suya:- ¿Tenemos? -asintió. El repentino temblor en sus ojos le hizo pensar
que no era tan ajena al conocimiento de lo que les esperaba de lo que había pensado-. ¿Será tan
horrible como parece? -preguntó.

Le mintió por primera vez:- Una vez que el choque inicial haya terminado, estoy seguro de que
estará bien.

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Capítulo 10

Eoin estaba equivocado. No había nada bueno en ello. Incluso más de una semana después,
Margaret seguía sintiendo las consecuencias de su regreso al castillo.

La bienaventuranza de ensueño de la cabaña se había dejado decididamente atrás en el momento en


que habían pasado por la escotilla y se habían enfrentado a sus hermanos, que se preparaban para ir
en su busca.

Margaret no sabía lo que había sido peor, ver a sus hermanos llegar a golpes físicos con el hombre
que amaba, o más tarde, viendo la furia fría de su padre y la suya, mientras ella y Eoin –con la
sangre corriendo por su nariz por la pelea con sus hermanos- se presentaron ante ellos en la cámara
del rey y anunciaron lo que habían hecho.

La guerra entre los dos clanes podría haber salido allí mismo, la madre de Eoin no intervino.
Mientras los hombres gritaban, emitían amenazas y ultimátums e intercambiaban nombres de
parientes, con la esperanza de encontrar una conexión que constituyera un impedimento para anular
el matrimonio, Rignach MacLean les había dicho con calma que ya era demasiado tarde para eso.

Margaret ya podría tener un hijo, y su primer nieto no sería calificado de bastardo. Tendrían que
hacer lo mejor de una situación "desafortunada".

A pesar de su intervención, sin embargo, Margaret no se engañó a sí misma de que la madre de Eoin
sería su compinche. Lady Rignach no pudo ocultar su desdén mientras su mirada la atravesaba
rápidamente, como si prolongadamente pudiera mancillarla. Miró a Margaret como si estuviera
debajo de ella, como si hubiera seducido a su hijo y lo hubiera obligado a hacer lo único honorable.

Margaret deseaba poder decir que una vez que el choque inicial y la ira habían pasado, fue mejor.
Pero no fue así. La decepción de su familia fue igual de mala, o incluso peor. No importaba lo
extravagante que fuera la idea de un compromiso con John Comyn, se sentía como si hubiera
dejado a su padre en el suelo. Trató de hacerle entender, pero no escuchó sus explicaciones. De
hecho, apenas le dijo tres palabras en los días previos a su partida.

Incluso Duncan la miraba como si fuera una traidora, casándose con "el enemigo". Pero Eoin no iba
a luchar contra ellos ahora... ¿Lo haría? Era la única cosa que no había considerado plenamente en
esos momentos de ensueño en la cabaña, y la idea de estar en los lados opuestos de su familia en la
guerra que se avecinaba era demasiado horrible como para contemplarlo. Se comprometió a hacer
todo lo posible para convencerlo de luchar con su clan y los Comyn si llegaba el problema. La
perspectiva de tener los talentos considerables de su marido a su lado había sido la única cosa para
tranquilizar un poco más a su familia.

La madre de Eoin había pensado que era mejor que Margaret y Eoin se retiraran de la corte y
regresaran al castillo de Gylen en la Isla de Kerrera tan pronto como fuera posible para acallar los
chismes. Margaret sospechaba que tenía más que ver con que su madre no podía soportar la
vergüenza de Eoin al casarse con una criatura "atrasada", "pagana" de la esquina olvidada de
Escocia.

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Aunque Margaret estaba de acuerdo en que sería mejor para ella y Eoin irse, no hizo que fuera más
fácil decir adiós.

Sólo Brigid había tratado de ser feliz por ella. Pero algo le pasaba a su amiga, y no importaba
cuántas veces le preguntara Margaret, no confiaba en ella. Tenía una pista, cuando Brigid dijo que
la admiraba por "seguir su corazón" y "no dejar que nadie se interponiera en el camino cuando
amaba a alguien".

¿Se había enamorado Brigid sin que Margaret se diera cuenta? Quería estar allí para su amiga, pero
en lugar de eso se estaba despidiendo, sabiendo que pasaría algún tiempo antes de que se volvieran
a ver.

Si se volvían a ver.

La pena de perder a su familia y mejor amiga de un solo golpe, de ser enviada lejos de todo lo que
había conocido, podría haber sido más fácil de soportar si Margaret hubiera podido compartirlo con
Eoin.

Pero desde ese día en la cabaña habían pasado poco tiempo juntos. Había estado encerrada la mayor
parte de los días con su padre... y el conde de Carrick, no podía evitar notarlo. Tampoco
compartieron una cama por la noche. No se podía arreglar una cámara privada en Stirling, y todos,
aparte de ella aparentemente, pensaron mejor no añadirlo al "escándalo".

Margaret no se dio una idea del escándalo. Sólo quería saber que Eoin estaba bien, y que no se
arrepentía de casarse con ella después de todo.

Sin embargo, cualquier esperanza de que tuvieran tiempo a solas en el viaje hacia el oeste
desapareció cuando se enteró de que su madre, hermana y hermano adoptivo los acompañarían,
junto con la mitad de los hombres de su padre para protegerlos.

Al final del tercer día de viaje, cuando estaba claro que una vez más se vería obligada a compartir
una tienda con su madre y su hermana, y no con su marido, que al parecer estaba acostado junto al
fuego con algunos de los otros hombres -No sabía si llorar o estrangularlo-. Era el más indiferente
de los novios o el más obtuso. Fuera lo que fuera, no iba a dejar que continuara. Nunca se había
sentido tan perdida en su vida y necesitaba saber que no había sido un error horrible.

Dejando a su madre y a su hermana para dirigir a los sirvientes con dónde poner sus baúles en la
tienda de lona, -que era más grande que la habitación que ella y Brigid habían compartido con
algunas de las otras mujeres en Stirling-, Margaret se excusó para ir en busca de su marido.

Envolviéndose su capa alrededor de ella para evitar el frío otoñal en el aire, se abrió camino a través
de los miembros del clan que se apresuraban a establecer el campamento en la luz que cae del
anochecer.

Hasta el momento habían soportado largos días en la silla de montar, levantándose justo antes del
amanecer para estar en el camino tan pronto como la luz nacía y se detenían poco antes de
anochecer. El ritmo, sin embargo, era agonizantemente lento, incluso más lento que el viaje de
Garthland a Stirling. Dubh se estaba volviendo medio loco como ella, mascando el pedacito para
montar.

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Como los carruajes eran raros e impracticables en todas las viejas calles romanas, todas las mujeres
estaban a caballo, pero la madre y la hermana de Eoin viajaban con mucho más carros que ella y
Brigid. Los dos baúles de Margaret parecían insignificantes para sus cuatro o cinco.

Además de los baúles de ropa de cama y ropa, había cajas para sus joyas, otra para sus velos y
adornos, y otra para sus zapatos. Pero no era sólo ropa. Margaret se había quedado sorprendida por
la cantidad de platos y muebles que los acompañaban. Sin duda por el tiempo regresó a la tienda, se
vería tan cómodo como una habitación en Stirling, repleta de camas, sábanas finas, sillas, mesas -
una utilizado únicamente para la escritura de Lady Rignach (Margaret había preguntado
erróneamente si viajaba con un empleado, lo que supuso una gran diversión para la hermana de
Eoin, quien le informó que sólo los villanos de Kerrera no sabían leer ni escribir)-, un enorme baño
de bronce y dos braseros.

En el camino hacia Stirling, Margaret y Brigid habían dormido en los colchones y estuvieron
contentas de comer con los hombres alrededor de la fogata. Pero incluso una noche en el bosque no
era una excusa para desviarse de los arreglos de vida "civilizados", según Lady Rignach. Margaret
estaba segura de que la palabra había sido para su beneficio.

Pero lady Rignach no necesitaba recordarle. Margaret era dolorosamente consciente de sus
insuficiencias cada vez que sacaban un libro para leer o un pedazo de pergamino sobre el que
escribir.
Sólo deseaba que el ser civilizada, no le tomara tanto tiempo. A este paso no llegarían a Oban,
donde harían ferry a Kerrera, durante otra semana. En las islas occidentales, viajar en barco
era generalmente mucho más rápido y mucho más eficiente, pero a lady Rignach no le gustaba el
mar.

Encontró a Eoin en el lado opuesto del campamento, reunido cerca de los caballos con un puñado
de sus hombres, incluyendo a Finlaeie MacFinnon. Eoin estaba de espaldas a ella, y los hombres
parecían estar discutiendo sobre algo.

Finlaeie la miró y la vio primero. Se puso tiesa reflexivamente, pero se obligó a sonreír. Por el amor
de Eoin estaba haciendo un esfuerzo para olvidar lo que había sucedido en Stirling y hacerse amiga
de su hermano adoptivo. Pero no fue fácil cuando Finlaeie la miró como si perteneciera a las clases
más bajas de Londres.

Nunca olvidaría lo que le había dicho antes de la carrera, pero se dijo que podía intentar perdonarle.
Por supuesto, tenía que querer ser perdonado primero, y hasta el momento no le había dado ninguna
indicación de que sentía pena por nada.

Sin embargo, parecía que había algo de frialdad entre los hermanos de crianza, y por el moretón
desagradable de la mandíbula de Finlaeie, sospechaba que tenía algo que ver con eso. Por la
intensidad de la conversación, pudo darse cuenta de que no era un buen momento y se habría
alejado, pero Finlaeie le dio un codazo a Eoin, dijo algo en voz baja y asintió con la cabeza en
dirección a ella.

Eoin se volvió, la vio y le dirigió una agradable "mi señora", pero estaba demasiado preocupado
para ocultar por completo que su interrupción -no era bienvenida-.

Era una mirada que una buena esposa habría leído, habría dicho alguna excusa, y se hubiera
escabullido lejos. Desafortunadamente para él, no era una buena esposa, en realidad en este

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momento no se sentía como una mujer en absoluto, y la mirada sólo alimentaba su frustración,
dolor y enfado.

Había dejado a la única familia que había conocido hacía más de tres días atrás, había sido
"bienvenida" a la de él con tanto entusiasmo como un leproso, y, ¿no podía darle unos minutos?

-¿Hay algo que necesitéis, Margaret? -preguntó Eoin.

-Me gustaría hablar con vos. Solo si queréis.

-¿Puede esperar? Estábamos a punto de salir...

-Es importante -dijo firmemente, negándose a retroceder.

Tenía que averiguar por qué la estaba evitando, y esa mirada que había cogido la dejó sin duda de
que estaba haciendo exactamente eso.

Eoin le dijo a sus hombres que volvería en pocos minutos y se dirigió a su esposa, ignorando la
mirada despectiva de Fin que decía "os lo dije".
El hecho de que lo interrumpiera no la hacía exigir y necesitar atención, maldita sea.

Fin tuvo suerte de que Eoin estuviera hablando con él, después de lo que había dicho sobre su
matrimonio.

¿Por qué demonios os casasteis con ella? La muchacha probablemente ni siquiera era virgen.
Espero que hayáis comprobado las marcas de corte frescas cuando visteis la sangre.

Eoin lo había golpeado con tanta fuerza como nunca había golpeado a nadie en su vida. Lo había
tirado al suelo con ese puño en la mandíbula y tuvo las manos alrededor de su garganta un minuto
después. "Si vuelves a decir algo así", juró, "os mataré".

Lo decía en serio. Margaret era su esposa, y Eoin no permitía que ningún hombre hablara mal de
ella, ni siquiera el hombre que era como un hermano para él. Solo deseaba que Fin no hubiera
dicho lo que había dicho. Eoin ni siquiera había pensado en la sangre, o en la ausencia de ella.
Maldito Fin, ojalá se fuera al infierno. Sólo porque no había sangre, no significaba nada. Había sido
obvio que había sido una virgen.

¿Por qué estaba pensando en esto?

Tomándola del brazo, la condujo a través de los árboles hasta el borde del río, donde algunos de los
muchachos estaban trayendo cubos de agua fresca para el campamento.
Señaló una roca baja para que se sentara, pero ella negó con la cabeza y se volvió hacia él.

-¿Hay algo mal? -preguntó.

-No es nada de lo que dabáis preocuparos. Uno de los exploradores descubrió que un puente ha sido
destruido delante de nosotros. Vamos a ver cuál será la mejor ruta para los carros.

-Eso no es lo que quise decir -no lo había pensado, pero había esperado-. ¿Estáis molesto conmigo
por alguna razón?

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-Por supuesto que no.

-Entonces, ¿por qué me evitáis?

-No os estoy evitando -pero incluso mientras lo decía, sabía que era una mentira. La había estado
evitando. Inconscientemente, tal vez, pero eso no era una excusa. La promesa que le había hecho a
Bruce no le sentaba bien, y se arrepentía. Incluso si hubiera sido la única manera de salvar la
oportunidad que su pariente le estaba dando.

La reacción de su familia había sido peor de lo que había previsto. Las negociaciones para un
acuerdo de esponsales con los Keiths habían ido mucho más allá de lo que Eoin se había dado
cuenta, y sus acciones habían impugnado el honor y el orgullo del clan. Su padre había sido
humillado y obligado a disculparse y reparar. Pero Eoin había arruinado cualquier oportunidad que
tenía de trabajar con el gran Marischal de Escocia y probablemente haría mejor para evitar cruzar
caminos con Robert Keith en el futuro.

Eoin sospechó que la decepción de su padre era peor porque las acciones de Eoin habían sido
inesperadas. A diferencia de sus dos hermanos mayores, Eoin nunca hizo nada imprudente o
inesperado. Era calculador. Reflexivo. Inteligente.

Pero no esta vez. Su padre no podía creer que hubiera tirado un futuro brillante por una aventura
con una muchacha. "Ella os retendrá," había dicho, sus palabras un eco extraño de Fin.

Las palabras parecían demasiado proféticas cuando su padre le dijo que Bruce se negaba a
considerar a Eoin como guardia secreta. El conde no arriesgaría a un hombre tan estrechamente
ligado al enemigo, especialmente a Dugald MacDowell. Perder la oportunidad con Keith era
bastante malo, pero la idea de perderse en un lugar en la guardia secreta de Bruce era impensable.

Habían tardado días de discusión -suplicando- pero finalmente Bruce había cedido. Sin embargo,
sólo después de haber exigido una promesa de Eoin de no decirle a Margaret nada de lo que
estuviera haciendo, a dónde iba o de qué era parte. Se mantendría completamente en la oscuridad
acerca de esa parte de su vida.

Tendría que mentirle.

Y tal vez por eso la estaba evitando. Era casi como si supiera que cuanto más tiempo pasaba con
ella, y cuanto más se acercaban, más traición tendría cuando supiera la verdad. A pesar de que
mantendría su voto a Bruce, Eoin no tenía ninguna duda de que si esto progresaba como ellos
esperaban, un día lo descubriría.

Sin embargo, su joven y bella esposa no parecía feliz con él en este momento. Lo miró con los ojos
entrecerrados:- ¿Estamos casados o no?

La pregunta lo sorprendió:- ¿De qué estáis hablando? Por supuesto que estamos casados.

-¡No estaba segura, ya que parezco estar compartiendo una cama con todo el mundo menos con
vos!

Su voz había aumentado en su ira, y la apartó de algunos de sus hombres, que por sus expresiones
de shock había oído lo que había dicho.

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Aún así, su boca se curvó:- No me creo que lo dijerais así.

Pensó por un momento, y luego se sonrojó:- Por supuesto que no quise decir eso. Simplemente
quería decir que sólo quería... Sólo esperaba... -sus ojos atraparon los suyos, y sintió que su pecho
se apretaba-. Os echo de menos -dijo suavemente.

Eoin juró y la arrastró en sus brazos. Era un idiota. Había estado tan atrapado en su propia culpa por
la promesa que le había dado a Bruce que no había considerado lo que su elusión le estaba
haciendo. Se sentía abandonada, comprensiblemente.

Y sólo empeoraría. Pero apartó ese pensamiento preocupante por ahora.

Dios sabía que la última semana y media probablemente había sido tan horrible para ella como lo
había sido para él. Nada de esto era su culpa, pero estaba actuando como si la culpara. No lo hacía.

Sólo se preocupaba por ella demasiado y temía que el peaje que se unía al ejército secreto de su
primo iba a asumirlos.

Pero lo que Bruce le ofreció fue el sueño de toda una vida y un reto al que no podía resistirse. Le
daría la oportunidad de ponerse a prueba y operar en el nivel más alto, con la mayor élite. No podía
alejarse de eso. Había estado trabajando en este momento toda su vida. Y estaba luchando por algo
en lo que creía profundamente. Su primo era el rey legítimo y la mejor oportunidad de ver y acabar
con el señorío de Eduardo. No podía alejarse de eso. Incluso por la esposa que amaba.

No sería fácil, pero estaba decidido a tener a Margaret y a un lugar en la Guardia.

-Lo siento, un leanbh. He estado... preocupado.

Habían pasado diez días desde aquel día en la cabaña, y su cuerpo reaccionaba a su cercanía. Era
suave y dulce y olía como si acabara de descender de un baño de flores silvestres. Probablemente,
era el responsable del vapor: el calor de su cuerpo se había disparado unos cien grados apenas
sosteniéndola, pero cómo demonios su cabello todavía olía a flores después de un largo día en la
silla de montar, no tenía ni idea.

Dejó descansar su mejilla contra su polvoriento pecho, vestido de cuero por un momento antes de
empujar hacia atrás para mirarlo:- ¿Así que no habéis cambiado de opinión?

-¿Acerca de qué?

-Tener una esposa.

-¡Por todos los infiernos! Por supuesto que no.

Maggie escaneó su rostro, como si estuviera buscando cualquier duda:- Entonces, ¿por qué no
compartimos la cama?

¡Que Dios tuviera misericordia, las cosas que salían de su boca!:- Cristo, Maggie, no es que haya
mucha privacidad -la dejó ir, pensando que el calor debía de estar aumentando demasiado en él. Su
cara incluso se sentía caliente. No podía estar sonrojado, maldita sea. Sacudiéndose del casco, se
pasó los dedos por el cabello y trató de no tartamudear-. No voy a echar a mi madre y a mi hermana

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de su tienda.

Lo estudió hasta que se sintió como un insecto bajo una roca:- No estoy sugiriendo eso. Pero no hay
razón para que no podáis dormir en la tienda con nosotros.

Su rostro ya no se sentía caliente. En realidad, se sentía como si cada gota de sangre se hubiera
escurrido fuera de él viendo como la miraba en mudo horror.

Ella mantuvo una cara recta durante todo el tiempo que pudo y luego se echó a reír.

-Sólo estaba bromeando. Bien, ojalá pudierais haber visto vuestro rostro.

Sacudió la cabeza y se rio unas cuantas veces más, mientras él le fruncía el ceño. Sin ningún efecto,
se dio cuenta. Maldición.

-Sé que no hay mucha intimidad en el camino -explicó-, pero la mujer agotadora de vuestra madre
duerme cerca del fuego con su marido, y también algunos de los criados casados. No tenemos que
hacerlo... -no necesitó terminar, el rosa en sus mejillas dijo exactamente lo que estaba pensando. Se
mordió el labio varias veces y volvió a mirarlo-. Sería suficiente poder dormir a vuestro lado.

La suave súplica le llegó al corazón:- Sólo pensaba en vuestra comodidad.

Sonrió:- Bueno, la carpa es ciertamente eso. No puedo imaginar que haya mucho mobiliario en
vuestro castillo con todo lo que hay en esos carros. Pero no necesito todo eso. Estaré perfectamente
a gusto con vos.

Al menos uno de ellos lo estaría. No podía pensar en algo más insoportablemente incómodo que
dormir junto a ella noche tras noche y no poder tocarla ... o tocarla de la manera que quisiera.
Pero tenía razón sobre su madre.

-Ojalá mi madre y hermana pensaran como vos, haría que este viaje fuera mucho más rápido.

-Es bastante lento, ¿no? -dijo en exagerada subestimación-. Pero ¿podemos aprovechar el tiempo
para conocernos mejor? -ante la objeción que no había estado a punto de hacer, añadió-. Sé que
estáis ocupado, pero pensé que cuando hubierais terminado el día, o tuvierais un poco de tiempo,
podríais hacer lo que prometisteis.

Su frente se arrugó. ¿Le había hecho una promesa que había olvidado?

Al ver su expresión, sonrio:- Quizá esto os refresque la memoria -sacó algo del bolso atado a su
cinturón y lo puso en su mano-. Desafortunadamente, no podía llevar el set completo. Pero la forma
en que éste estaba frunciendo el ceño me recordó a vos.

Estaba demasiado sorprendido como para oponerse al comentario fruncido. Miró al caballero de
marfil finamente esculpido con incredulidad.

-¿Habéis robado una de las piezas del ajedrez del set de Stirling?

¡Cristo, probablemente pertenecía al rey Guillermo el León!

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Le sonrió sin arrepentirse:- Robado es más bien una palabra áspera para la pieza de un niño de
juego, ¿no? Simplemente quería un recuerdo de la primera vez que nos conocimos. Había otra de
este color, así que supuse que estaría bien.

No tenía corazón para corregirla. Lo descubriría pronto. Pero Eoin tuvo que sonreír pensando en la
manera en que su pariente estaría jurando la próxima vez que se sentara a jugar.

Eoin seguía sonriendo cuando se reunió con sus hombres y cabalgó en busca de un camino
alternativo a través de las colinas boscosas de Callander. También estaba sorprendentemente
tranquilo, dada la incomodidad que estaba destinado a causarle, esperando la noche siguiente.

Por primera vez desde el anuncio de su matrimonio, sintió algo de la esperanza para el futuro que
había tenido en la cabaña. Estaría bien. Lo que él y Margaret tenía valía la pena todos los desafíos
que enfrentarían.
Si ese primer desafío no llegara tan pronto.

***

-Jaque...

Con incredulidad, Margaret miró fijamente el tablero improvisado y terminó para él:

-Mate -a lo que añadió un juramento muy crudo.

Tentada a voltear la mesa entera, se las arregló para ejercer cierta moderación y miró al hermoso
potro en su lugar.

Eoin sólo sonrió:- Oh, vamos, Maggie, es sólo un "juego de niños", ¿no estaréis molesta?

Sus ojos se estrecharon. Si no fuera tan extenuantemente grande, lo voltearía en su lugar.

-¡Es el juego del diablo, eso es lo que es! -negó con la cabeza, mirándolo acusadoramente-. Me
dejasteis pensar que os tenía esta vez.

Era sabio no decir nada y se limitó a encogerse de hombros, demostrando que, aunque no hubieran
podido hacer el amor, seis noches de dormir junto a él junto a la fogata no fueron completamente
inútiles para convertirlo en un buen marido.

Pero le haría pagar por ese encogimiento de hombros. Esta noche.

No le había llevado mucho tiempo darse cuenta de que su cercanía nocturna le causaba un poco de
angustia a su marido. La quería. Y si el tamaño de la erección presionado contra su trasero era
cualquier indicación, la quería bastante. No podía resistirse a burlarse de él. Señor, recordando
cómo se ruborizaba de vergüenza ante la palabra "privacidad", todavía la hacía reír. Al igual que la
maldición amortiguada la primera vez que había presionado contra esa dureza.

Pero Eoin estuvo a la altura de su brillante reputación táctica. Si la última semana de lecciones de
ajedrez no le había demostrado que tenía una mente tortuosa, la tortura que había exigido a su
cuerpo ciertamente lo había hecho.

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Cuando movió sus caderas contra él de manera burlona la siguiente noche, movió la mano que
había sido rodeada suavemente alrededor de su cintura hasta su pecho, donde su dedo rodeó su
pezón de manera ligeramente –frustrantemente- ligera. En el momento en que hizo un sonido, se
detuvo.

-Privacidad -susurró.

Les había llevado mucho tiempo dormir aquella noche. Pero despertarse a la mañana siguiente,
metido en su abrazo, sintiéndose cálida, segura e increíblemente feliz, había hecho que la
frustración valiera la pena.

La noche siguiente, sin embargo, cuando no la atrajo en sus brazos como lo había hecho la noche
anterior, sino que se volvió hacia otro lado, decidió que había que pagar un poco. Había deslizado
su brazo alrededor de su cintura por detrás y había deslizado su mano bajo el borde de su túnica,
donde había rozado ligeros remolinos sobre las rígidas bandas de su estómago. Las bandas que no
podía dejar de notar se hicieron más y más tensas. Cuando su pulgar accidentalmente rozó la gruesa
cabeza de su virilidad e hizo un fuerte sonido seseante, se detuvo.

-Privacidad -le había recordado ella, presumidamente.

Por desgracia, no había contado cómo la sensación rígida y excitada de su cuerpo contra la suya le
afectaría. Su corazón había estado golpeando tan rápido como el suyo. Le había llevado aún más
tiempo dormir aquella noche. Pero de nuevo, despertar en sus brazos hizo que todo valiera la pena.
Sin embargo, no estaba tan segura esa misma noche, cuando el momento en que se deslizó bajo el
plaid detrás de ella, sus dedos se deslizaron entre sus piernas. La acarició hasta que estuvo medio
enloquecida de deseo, deteniéndose cuando no había podido impedir hacer un sonido. Casi había
llorado de todos modos, con frustración.

Había sido una noche larga e inquieta.

La noche siguiente se había acostado tarde, el cobarde, pero estaba lista. En el momento en que se
quitó la tela escocesa sobre ella, lo encontró con la mano, rodeando con la mano la rígida columna
de acero aterciopelado de la misma manera en que lo había visto sosteniéndose aquel día en la
cabaña. Él había cerrado su mano alrededor de la suya y en silencio le enseñó cómo acariciarlo.
Había mantenido su mirada en la oscuridad cuando lo había llevado hasta el límite del placer.

Estaba tan tenso que pensó que podría ganar la sensual batalla que había surgido entre ellos. Pero
contuvo el aliento, haciendo un sonido ... y ella se detuvo.

Después de casi una semana de acariciar y tocar, estaba en tanto tormento como él. No podía
esperar hasta que pudieran volver a hacer el amor. Mañana por la noche, ¡gracias a Dios! Eoin dijo
que llegarían al ferry en Oban al final de la tarde del día siguiente. A menos de media milla separada
del castillo de Gylen de la parte continental, justo al sur de Oban, el rápido viaje en bote la llevaría a
su nuevo hogar mucho antes del anochecer.

A pesar de la promesa de placer que la esperaba, las noches atormentadoras, el ritmo lento de los
viajes y la lluvia de tiempo lluvioso que les había golpeado en los últimos días, parte de ella estaba
triste por saber que el viaje llegaba a su fin.

Estaba nerviosa por la nueva vida que la esperaba en Kerrera. No sabía qué esperar, cómo encajaría

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o qué se esperaría de ella. El castillo de Gylen era lo desconocido; En el camino, podía fingir que
las cosas serían las mismas.

También le gustaba conocer a su marido. Desde que lo había confrontado hace una semana, Eoin
había hecho un esfuerzo por pasar más tiempo con ella, y no sólo por la noche. Montaba a su lado
cuando podía, y cada noche después de terminar de comer, sacaba la delgada pieza de madera que
había grabado con un cuchillo y las pilas de piedras de diferentes colores para enseñarle a jugar al
ajedrez.

Había recogido las reglas del juego con la suficiente rapidez, estaba perdiendo (bastante bien) esa
era la parte difícil de aceptar.

-¿Quién habría pensado que el juego de un niño podría exprimir tal golpe al orgullo? -dijo-.
Creedlo o no, hasta que os conocí, yo solía pensar en mí misma como relativamente inteligente.

Él sonrió:- Creo que vuestro orgullo es lo suficientemente fuerte como para aguantar el golpe, y no
es la inteligencia de pie en vuestro camino.

Alzó la frente:- ¿Entonces qué es?

-Sois demasiado impaciente para que el juego termine. Vais a atacar demasiado pronto. Tenéis que
esperar vuestro tiempo.

Alzó la frente, sorprendida por la perspectiva. Estaba en lo correcto. Estaba impaciente y se aburría
con facilidad. Tampoco era el tipo de mentira en la espera; Le gustaba el desafío directo. Maggie
sospechaba que una batalla de dos días sobre un tablero nunca estaría en su futuro.

-¿Es eso lo que hacéis? -preguntó.

Se encogió de hombros. Para un hombre que hablaba tanto de la batalla con todos los demás,
evitaba completamente el tema con ella. Esperaba que no hubiera una razón. Todavía no había
abordado el tema de la guerra, pero tal vez ahora era el momento.

Miró a su alrededor, viendo que como en noches anteriores, los demás les daban espacio.

-¿Qué vais a hacer si la guerra estalla de nuevo? -preguntó en voz baja.

Podría haber sido un truco de la luz de las antorchas, pero juró que se puso rígido, a la defensiva:-
¿Qué queréis decir?

-Mi padre quiere que peleéis con él. Dijo que vuestras habilidades serían valoradas por los leales al
rey John.

Esta vez no se equivocó: su expresión se volvió rígida. Había un brillo de acero en su ojo que nunca
había visto antes:- Mi deber está con mi padre.

-Y el suyo es para su señor, Alexander MacDougall, el señor de Argyll, y a su rey. No a su pariente -


agregó, refiriéndose a Bruce.

Esperó una reacción, pero no la tuvo. Su expresión no traicionó una pizca de sus pensamientos.

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Llevaba la misma expresión seria e intensa en su rostro que siempre tenía cuando estaba con todos
los demás. Pero no solía tenerla con ella.

-Mi padre sabe bien dónde está su deber, Margaret.

La esperanza saltó en su pecho:- ¿Eso quiere decir que...?

Se levantó:- Significa que es una conversación inútil. Cuando llegue el momento -si llega- hará lo
que deba. Como yo.

Empezó a alejarse, pero lo detuvo con una mano en su brazo:- Esperad, ¿por qué no habláis de esto
conmigo?

-No hay nada que discutir, y no tiene nada que ver con vos.

-¡Yo soy vuestra esposa! Por supuesto que tiene algo que ver conmigo.

Sostuvo su mirada, sin decir nada, pero desafiándola al mismo tiempo. No lo entendía. ¿Por qué
estaba haciendo esto? ¿Por qué se estaba cerrando? ¿No valoraba su opinión? Tal vez no fuera tan
inteligente como él, o supiera leer y escribir, pero eso no significaba que no lo entendería.

-Tengo que irme -dijo con impaciencia.

Dejó caer la mano, sin saber o entender cómo la conversación podría haber ido tan mal.

-¿Adónde?

-Es mi noche de guardia -hizo una pausa-. No me acostaré hasta la media mañana. ¿Sería mejor que
durmierais en la tienda la última noche?

Estaba herida:- ¿Por qué estáis actuando así?

Su expresión cambió, y una vez más era el hombre que amaba. La atrajo en sus brazos.

-Ah, lo siento. Pero es vuestra culpa -lo miró interrogativamente-. Me habéis empujado al borde de
la locura. No puedo aguantar otra noche.

La estaba molestando, pero sólo parcialmente. De repente, frunció el ceño:- Os ofrecisteis como
guardia, ¿verdad?

Se estremeció, sin molestarse en mentir:- Es sólo una noche más.

O eso pensó él. Pero la noche siguiente, después de que finalmente se retiraron a la cámara privada
que se había arreglado para ellos (su madre había insistido en mostrarle todas las habitaciones de la
casa de la torre bellamente decorada), Margaret tenía una sorpresa para él.

-¿Vuestro qué?

-Shhh –dijo-. ¿Queréis que el castillo entero lo oiga? Mi período. Sólo serán unos días.

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Àriel x
Pensó que encontraría el momento divertido irónico, pero aparentemente, no lo hizo. Estaba
extrañamente callado, su expresión casi dolida.

Su frente se arrugó:- No tengo mucho control sobre estas cosas, Eoin -sonrió maliciosamente y se
deslizó contra él, cubriéndolo con su mano-. Además, aquí hay mucha intimidad, y no hay razón
para que calléis.

Apartó la mano:- Maldita sea, Margaret. Parad. No lo entendéis.

Más que un poco herida por el rechazo, retrocedió unos pasos para mirarlo:- Entonces,
¿por qué no me lo explicáis?

Una extraña sensación de destino se apoderó de ella como una espesa niebla gris. Se acercó a la
ventana acristalada, miró durante unos minutos antes de volverse para contestarle.

-Me voy.

Por un momento no creyó que lo hubiera ído correctamente. Su corazón latía demasiado fuerte en
sus oídos:- ¿Os marcháis?

-Hay algo que tengo que hacer. Debo marcharme para el sábado.

Margaret lo miró, atónita. El sábado era en dos días:- ¿Cuándo volveréis? -se las arregló con asfixia,
una bola de emoción caliente parecía haber quedado atascada en su garganta.

-No lo sé.

Se estremeció como si hubiera sido golpeada:- ¿Qué queréis decir con "no sé"? ¿Unos pocos días?,
No dijo nada-. ¿Navidad? -apenas podía respirar.

-Eso espero.

¿Lo esperaba? ¡Todavía quedaban casi dos semanas hasta el Día de Todos los Santos! La Navidad
estaba a más de dos meses. Esto no estaba sucediendo. Por favor, que alguien le diga que esto no
estaba sucediendo. La habitación parecía estar balanceándose como si todavía estuvieran en el ferry.

-¿Adónde vais?

-Yo... -se pasó los dedos por el pelo, como lo hacía cuando estaba preocupado o incómodo-. No
puedo explicarlo. Es algo que tengo que hacer, ¿de acuerdo?

-Por supuesto que no está bien. ¿Cómo podría estar bien? Hemos estado casados apenas dos
semanas, no hemos compartido todavía un techo, ni mucho menos un dormitorio para pasar la
noche, y me vais a dejar en dos días, sin decirme nada sobre dónde vais, qué estáis haciendo y
cuánto tiempo iréis, y se supone que está "bien"? -al oír la creciente histeria en su voz, se obligó a
tratar de calmarse. ¿Pero cómo podía estar tranquila? ¿Cómo podía hacerle esto?- ¿Hace cuánto que
lo sabíais?

Tuvo la vergüenza de apartar la vista:- Desde el día anterior salimos de Stirling –sintió como la
apuñalaba en su pecho-. ¿Y no pensasteis en decírmelo?

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Àriel x
-Tenía intención, maldita sea, simplemente no como esto.

-¿Entonces cuándo? ¿Después de que me hubierais hecho el amor, hasta que estuviera demasiado
agotada para discutir? -jadeó, sus ojos se ensancharon ante su expresión culpable.- Dios mío, eso es
exactamente lo que pretendíais, ¿no?

-Ah, demonios, Maggie, sé que debería haber dicho algo antes. Pero sabía que estaríais molesta, y...

Enderezó su espina dorsal, su cólera lo único que la mantuvo de colapsar en una bola y sollozar:- Y
pensasteis que sería más fácil de esta manera.

-No, eso no es lo que iba a decir. Estabais muy feliz. No quería hacer nada para arruinar eso.

-¿Y pensasteis que sería mejor? -no dijo nada. Lo miró fijamente-. Por favor, no hagáis esto. No os
vayáis.

-Tengo que hacerlo.

-Entonces esperad unos días más. Al menos dadme eso.

-No puedo. Ya voy tarde.

La buscó, y por primera vez, se alejó de él. También por primera vez, no quería que la tocara:-
Entonces idos, Eoin. Solo marchaos.

Y para su total desesperación y miseria, dos días más tarde, hizo exactamente eso.

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Capítulo 11
Navidad llegó y se fue. Pero Eoin tenía la esperanza de que pudiera salir de la Isla de Skye, donde
había estado entrenando con los otros guerreros de élite reclutados para la guardia secreta de Bruce,
y regresar con Margaret durante unos días en enero.

Cuando se había alejado de ella todas esas semanas, había tenido su cólera para aferrarse a ella.
Durante dos días había intentado explicarle que eso era lo que hacía. Era un guerrero. Iba donde y
cuando su jefe le decía. Pero se negó a escuchar ninguna explicación. Cuando quedó claro que no
retrasaría ni cambiaría sus planes -o explicárselos-, se volvió tan fría como el hielo y apenas lo
miraba.

Había esperado lágrimas y súplicas, pero tal vez debería haberlo sabido mejor. Margaret
MacDowell podría no ser tan refinada y sofisticada como las mujeres nobles que conocía, pero tenía
el acero en la espalda y el hierro en su sangre de antepasados reales y generaciones de orgullosos
jefes celtas que habían venido antes que ella.

La frustración por la situación y su reacción se habían convertido en ira. Pero a lo largo de las largas
semanas de entrenamiento, incluyendo casi dos semanas de infierno que había sido apropiadamente
llamado "Perdiciónn", esa ira se convirtió en culpabilidad. El dolor en sus ojos -la mirada de
traición- lo perseguía. No podía evitar la sensación de que cada día que estaban separados, la estaba
perdiendo cada vez más.

Y luego estaban los sueños torturados de que se volviera hacia otro hombre en su ausencia -Fin, sus
hermanos, incluso el infame Tristan MacCan, a quien nunca había conocido-. Sólo había dejado que
MacCan la besara, maldita sea... ¿No era así? Se puso tan mal que ni siquiera quería cerrar los ojos
para dormir.

No había oído nada de su esposa desde el día en que se fue. Le había escrito, pero o se había negado
a recurrir al empleado de su padre o había decidido ignorarlo. Solamente la mención ocasional en
las misivas de su padre o madre tenía una palabra de ella. Margaret volvió a Oban el lunes,
pidiendo prestado el esquife de vuestro padre sin permiso. Podía oír la desaprobación de su madre
hasta Skye. Se empeoró con "Mathilda la sigue por toda la Isla." Su hermana de dieciséis años era
una especie de impulso que no era de extrañar que se hubiera sentido aficionada a su nueva cuñada.
Tampoco era sorprendente que su madre no lo aprobara.

Ninguna comunicación, junto con la frecuente mención de viajes a Oban para ayudar a las monjas
en el convento (¿Margaret?) lo atormentaban junto con cada duda y miedo que tenía en la cabeza.
Pero era ahí donde lo guardaba.

Algunos de los otros guardias, especialmente Erik MacSorley (cuya personalidad le recordaba
bastante a Margaret) y el compañero de Eoin, Ewen Lamont, tenían curiosidad por su esposa. Pero
aparte del hecho de que era una MacDowell, de la que probablemente sacaron sus propias
conclusiones, se negó a hablar de ella. No era sólo que no quisiera darles una razón para no confiar
en él -la precaución de Bruce a su alrededor era bastante difícil- pero ¿cómo diablos podría Eoin
explicar cómo un matrimonio podría funcionar entre ellos, cuando ni siquiera se conocía a sí
mismo?

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Al final de Hogmanay, se estaba mordiendo las uñas por ir a casa. Pero todo cambió cuando
Christina MacLeod fue capturada por los ingleses y Tor MacLeod, el líder de la guardia secreta,
lanzó un ataque contra la guarnición inglesa en el castillo de Dumfries para recuperarla.

Fue la primera oportunidad de Eoin para demostrar su lugar entre los guerreros de élite, y su plan
había sido un éxito rotundo.

También había desencadenado una cadena de acontecimientos que nadie podría haber visto venir.
Pasado un mes de liberar a Christina MacLeod y para tomar el castillo, John "el rojo" Comyn, el
señor de Badenoch, estaba muerto a la mano de Bruce, y su pariente había lanzado una oferta para
el trono.

Después de semanas de reunir apoyo, y de enfrentarse a las escaramuzas contra partidarios del
Comyn, a principios de marzo -¡Marzo, maldita sea!- las preparaciones estaban en marcha para la
coronación de Bruce en Scone. Eduardo de Inglaterra ya había ordenado la detención de Bruce por
el asesinato del Comyn, pero todos los hombres de Bruce sabían que la coronación sería un acto de
rebelión que llevaría a Eduardo y a su ejército a su puerta una vez más.

La guerra venía, y Eoin sabía que si no volvía a casa ahora, podría pasar meses antes de que tuviera
otra oportunidad.

El problema era que Bruce se negaba a darle permiso. A Eoin no se le podía permitir ausentarse tan
cerca de la coronación. Y si los MacDougalls habían notado su ausencia y sospechaban su
implicación con Bruce, un viaje a Kerrera en Lorn podría ser peligroso también.

Eoin rompió su silencio sobre la preocupación sobre su esposa y llevó su caso al único hombre que
podría ser capaz de cambiar la mente de Bruce.

No había muchos hombres que dieran una oportunidad a Eoin, pero Tor MacLeod era uno de ellos.
Conocido como el mayor espadachín de Escocia -y probablemente el más feroz-, era tan alto como
Eoin, con seis años de músculo añadido sobre él, cada libra que ganaba en el campo de batalla.
Si había alguien más difícil de leer que Eoin, era MacLeod. Mientras Eoin se encontraba al otro
lado de la mesa ante el orgulloso jefe de la isla y presentaba su caso, era imposible saber qué
pensaba el otro hombre.

-No nos separamos en los mejores términos -explicó Eoin-. Mi esposa es joven, sólo tiene dieciocho
años, y nos habíamos casado hacía menos de tres semanas antes de irme. Una semana es todo lo que
estoy pidiendo. Regresaré antes de partir para Scone.

-¿Tenéis intención de volar? Se necesitarían al menos cuatro o cinco días de duro viaje para llegar a
Oban desde aquí.

Habían estado en el Castillo de Lochmaben de Bruce desde el rescate de Christina MacLeod del
Castillo de Dumfries.

- Encontraré un barco.

-También encontraréis a la marina inglesa -dijo MacLeod sin rodeos-."Están patrullando arriba y
abajo de la costa a Ayr.

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Eoin apretó la boca:- Soy un isleño, me las arreglaré -MacLeod lo miró con atención.

-¿Esto es importante para vos?

-Lo es.

MacLeod parecía entender, tal vez mejor de lo que se había dado cuenta. El jefe también tenía una
joven esposa a la que casi había perdido.

-Veré lo que puedo hacer.

***

El estómago de Margaret se cayó de miedo cuando su pequeño bote se acercó a la orilla, y


comprendió la forma familiar del hombre que la esperaba. Después de bajar la vela, dejó que la
corriente la llevara con seguridad al muelle, pero deseaba poder volverse.

Mientras un par de muchachos la ayudaban con los amarres, Fin estaba al pie del sendero rocoso
que conducía al castillo mirando. No podía evitarlo, y su corazón latía con una pequeña trepidación
mientras caminaba hacia él.

No tenía razón para asustarse de él, y sin embargo, no podía negar que por primera vez en su vida
un hombre la hacía sentirse incómoda, y sí, un poco asustada. Lo había intentado -de hecho lo había
hecho-, pero en los cinco meses desde que Eoin la había abandonado en esta miserable roca, no
podía obligarse a gustarle a Fin MacFinnon.

No había hecho nada específico que pudiera señalar, tal vez sería más fácil si lo hubiera hecho, pero
había algo en sus ojos cuando la miraba que hacía que su piel se erizase. Algo que la hacía sentir
que estaba esperando su tiempo... esperando. Pero no sabía el qué. No podía decir si la odiaba o
deseaba, tal vez las dos.

Parecía estar siempre allí, al acecho en las sombras de los pasillos, los rincones oscuros de los
establos o dependencias, y ahora, al parecer, por los acantilados rocosos. Sabía que no era
casualidad que él estuviera en el lugar perfecto para bloquear su camino, donde no podía rodearle
sin arriesgarse a caer por las rocas.

-¿Dónde estabais? -preguntó.

A pesar de la trepidación golpeando en su pecho, se negó a dejar que la intimidara. No se atrevería a


hacerle daño físicamente. O eso esperaba:- No es asunto vuestro.

La tomó por el brazo y la atrajo hacia él. Cualquiera que lo viera parecía que se preparaba para
guiarla por el camino de las rocas. Pero sus dedos la agarraron con demasiada fuerza, y la atrajo un
poco demasiado cerca.

-Estoy haciendo mi trabajo. ¿Esperais que me crea que realmente ayudáis a las monjas del
convento?

Su mirada cayó sobre sus pechos como si su tamaño de alguna manera explicara su razonamiento.

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Ahora su corazón latía en su garganta:- No me importa lo que creáis, es la verdad -Principalmente.
En realidad eran las monjas quienes la estaban ayudando-. Cómo os atrevéis a tocarme. Dejadme ir
o...

Miró a los hombres del muelle, pero estaban ocupados con el bote y se volvieron en la otra
dirección. Como estaba segura de que Fin lo sabía. No la habría tocado de otra manera. No es que
los hombres vinieran a rescatarla. Toda la isla parecía mirarla con recelo y desconfianza.

No pertenecía aquí. Nunca pertenecería aquí. No era nada como en casa. Todo lo que hacía era
censurado. No podía montar, navegar ni caminar a ninguna parte sin que nadie se preguntara a
dónde se dirigía o por qué no estaba acompañada. No había más retos, no había más whisky (al
parecer era la bebida de un hombre) y no había más bromas con sus hermanos. Lo que llevaba,
cómo comía, incluso cómo oraba -o más bien con qué frecuencia oraba- todos estaban pendientes de
escrutinio.

Dios, cómo lo odiaba.

-¿O qué? -Fin se burló, pero al menos dejó caer su brazo-. ¿Adónde vais a huir? ¿Lady Rignach?
¿El laird? Creo que estarán más interesado en adonde fuiste después del convento, y qué hay en el
bolso de la cintura.

Lo miró sorprendida:- ¡Estabais espiándome!

Sonrió:- Sólo estoy cumpliendo con mi deber. Sois mi responsabilidad. Eoin me dejó a mí
-Margaret sospechaba que la explicación era intencional, y hacía que su corazón latía más rápido.

De todos los agravios que había tenido con su marido -y había muchos- tal vez eso era lo peor.
Había hecho que Fin jurara velar por ella y protegerla con su vida. En otras palabras, había puesto a
Fin en la posición de atormentarla.

-Me pregunto qué haría con su esposa, callejeando por toda la ciudad con otro hombre, y luego
desapareciendo durante horas juntos en un edificio.

Los dientes de Margaret estaban apretados tan duramente con indignación que apenas podía sacar
las palabras:- ¡Con un hombre de velo en la rectoría!

El joven sacerdote había tenido la amabilidad de permitirle usar sus pinturas.

Fin dio una risa áspera:- No sería la primera vez que un sacerdote no se aferra a sus votos.

Margaret ya había tenido suficiente:- No os debo ninguna explicación. Si mi marido tiene preguntas
cuando regrese, puede preguntarme él mismo.

-Después de cinco meses, creo que es seguro decir que vuestro marido ha encontrado cosas más
importantes para mantenerse ocupado.

Las palabras eran crueles e hirientes, sobre todo porque eran ciertas, pero algo en la voz de Fin le
decía que no era la única que sentía el aguijón. Fin, también, estaba en la oscuridad acerca de las
actividades de Eoin, y en ese punto tal vez podrían compadecerse.

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Cinco meses. ¿Cómo podría Eoin haberla dejado durante cinco meses con apenas una palabra? Las
dos notas cortas que había recibido de él, que las monjas habían tenido la bondad de leerle, no
habían ofrecido explicación ni excusa, sólo palabras vagas de arrepentimiento de cómo "pronto
tuvieron que separarse", y aún más vagas promesas de que volvería a ella "tan pronto como
pudiera". Hasta entonces, esperaba que "hiciera un esfuerzo" para "encajar" en torno a Gylen con la
ayuda de su madre.

Obviamente Lady Rignach había estado expresando sus quejas.

Tal vez si Margaret hubiera podido hacerlo por su cuenta, habría respondido. Tal vez habría
derramado su miseria, su cólera y su corazón roto en oscuras manchas de tinta por todo aquel
pedazo de pergamino.

Pero ella no les pediría a las monjas que escribieran sobre lo mucho que lo odiaba aquí. Cómo
nunca "encajaría". Como todos la trataban como un paria, así que tuvo que escapar a Oban para
encontrar a alguien que la ayudara. Cómo esperaba mantenerse ocupada como lo había hecho en
Garthland al ayudar con la familia, pero cómo su madre había dejado muy claro que su ayuda no era
necesaria ni deseada.

Margaret todavía sentía una punzada ante aquella decepción. Tal vez no sabía leer niescribir, ni
vestirse ni actuar como una mujer noble, pero sabía cómo dirigir un castillo y quería que lo viera.
Saber que no se había casado con una bárbara y atrasada, sino con una esposa de quien podía estar
orgulloso.

Le diría cómo nunca se había sentido tan inútil en su vida. Como la única cosa que hizo que su
madre y el desprecio de Marjory por su educación "desagradable" y las interminables
comparaciones con la santa Lady Barbara fueran insoportables. Su hermana menor era la única
persona en la isla que no creía que había cometido un error, incluida ella.

Y eso es lo que le diría la última vez. Cómo temía haber cometido un error. Cómo toda la felicidad
y el amor que había sentido por él en aquella casa parecía muy lejano. Cómo miró a su alrededor y
se preguntó cómo había llegado a estar aquí y cómo podía escapar. Cuán desesperadamente echaba
de menos su casa y estaar rodeada de gente que de verdad le gustaba y no se avergonzaba de ella.
Cómo ya no quería ser un error.

Decirle cualquier otra cosa habría sido una mentira.

Así como las monjas trabajaron pacientemente con ella en sus letras, cada tanto preguntando si
quería responder a la misiva de su marido, Margaret declinaba. Las rudimentarias habilidades de
lectura y escritura que había adquirido con esmero en los últimos meses -no lo avergonzaba con su
falta de educación- no podían competir con el torbellino de emoción que esperaba ser desatado
cuando volviera.

-Tal vez tengái razón -le dijo a Fin-. Ahora, si me disculpáis, necesito cambiarme antes de la cena.

Dios lo sabía, lady Rignach no aprobaría su kirtle de lana simple. Pero Margaret no había querido
arriesgarse a ponerse la pintura en uno de sus nuevos vestidos.

No debió de sorprenderse cuando el día después de que Eoin dejara a su madre, la modista de Oban
la midió para comprarle nuevas camisas, cotos, sobrecotos, mantos y velos, muchos de ellos. Lady

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Rignach también debió dar instrucciones al padre de Eoin, porque cuando el jefe de MacLean llegó
al castillo de Gylen con los dos hermanos de Eoin unas semanas después de que Eoin se hubo
marchado, su padre estaba cargado de paños más finos, bordados de piel y bordados de Edimburgo.

Fin la dejó pasar con sólo un arco burlón pero la siguió de cerca. Al principio le atribuyó el extraño
zumbido que corría por su cuello cuando entraron en el patio hacia él. Pero era un tipo diferente de
conciencia. Una que no había experimentado en tanto tiempo, lo había olvidado.

Notó una multitud de gente que estaba junto a la puerta. Fue entonces cuando Tilda la vio. La chica
fue el único punto brillante en estos últimos meses. Era dulce y amable y no le importaba que
Margaret fuera un "salvaje" MacDowell.

-Oh, Maggie, ahí estáis. Os buscaba por todas partes, mira quién...

Margaret no oyó el resto de sus palabras, porque en ese momento un hombre salió de la multitud, y
se congeló.

Estaba polvoriento, sucio, más gris que nunca, con la mandíbula llena de bigotes y cabellos hasta
los hombros, y parecía haber puesto una buena piedra de músculo, pero cuando esos intensos ojos
azules se clavaron en él, lo conoció al instante.

Toda la emoción, todo el dolor, toda la miseria de los últimos cinco meses la alcanzó en un latido de
corazón perdido. Tenía el pecho apretado. Su garganta se tensó. Sus ojos se hincharon de calor.
Hizo un sonido que era un grito de medio dolor, medio alivio, y corrió.
Al instante siguiente estaba en sus brazos. Eoin la sostenía, enterrando su rostro en su velo,
murmurando palabras tranquilizadoras contra su oído, y luego su boca estaba sobre la suya.

Eoin nunca olvidaría el miedo y la incertidumbre del momento en que su esposa lo había visto y
pareció convertirse en piedra. Tampoco olvidaría el alivio y la felicidad que había sentido cuando se
lanzó en sus brazos unos instantes agonizantes.

Deseaba poder olvidar lo que vendría después. ¡Cómo había empezado a besarla allí mismo en el
patio, sin prestar atención a la multitud que los rodeaba, que incluía a su madre y a sus hermanas,
maldita sea! -y entonces, como si eso no fuera bastante malo, cómo la había levantado y la llevó a
su dormitorio en medio del maldito día.

Nadie en ese patio había visto lo que había venido después, pero estaba seguro de que todos lo
habían adivinado. Apenas había tomado tiempo para quitarle las armas y la armadura antes de que
la siguieran en la cama y le hiciera el amor de cinco meses de pasión.

No había sido bonito. Había sido apresurado y frenético y demasiado rápido, aunque se había
asegurado de encontrar su placer primero. Pero había sido tan poderoso como recordaba. Y tal vez
había sido justo lo que habían necesitado. Un momento de conexión física ante las preguntas y
recriminaciones que su regreso inevitablemente traería comenzó a volar.

Se había derrumbado un montón en su pecho y había permanecido en silencio desde entonces. Su


mejilla descansaba contra su camisa, pero su rostro se apartó de él, y todo lo que pudo ver fueron
las trenzas sedosas de largo cabello rojo enrollado cuidadosamente en la parte superior de su
cabeza. Había estado usando un velo cuando la había visto por primera vez, y le había tomado un
momento reconocerla sin las ondas salvajes de rojo vívido que habían caído sobre sus hombros

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como una nube de seda.

-¿Estáis bien? -preguntó.

No respondió durante mucho tiempo. Finalmente, se levantó de su pecho y de su abrazo a una


posición sentada donde podía mirarlo. Demasiado tarde recordó las palabras de su última
conversación.

-No, Eoin, no estoy bien, no me siento bien desde el día en que os fuisteis -había olvidado la
inclinación sensual y el brillo de un gato. Cómo la sensación de esos ojos en él podía hacer su calor
de la piel y la sangre correr a través de sus venas-. Pero si os referís al placer que acabas de darle a
mi cuerpo, entonces sí, creo que me recuperaré.

No había ni una sola nota de burla en su voz, ni un pálido centelleo en su ojo, ni una curva traviesa
de su hermosa boca roja.

No esperaba ser recibido por la muchacha sonriente, alegre y traviesa que había entrado en el Gran
Salón del Castillo de Stirling -y en su vida- hacía cinco meses, tomando como un pirata
merodeador. Pero tampoco se había esperado esta joven seria y sometida.

¿Qué le había hecho?

-No estoy seguro de que lo haga -dijo con ironía. Le tomó la mano, asombrada de lo suave y
delicado que se veía en la suya, y se la llevó a la boca-. Ha pasado mucho tiempo.

-¿Ah, sí? ¿De verdad?

Él frunció el ceño:- ¿Qué se supone que significa eso?

Maggie se encogió de hombros, mirando a otro lado:- No lo sé. Sentí algo diferente.

Eoin juró interiormente, contento de no ver la culpa en su rostro. Ni siquiera se había dado cuenta
de lo que estaba haciendo hasta que se retiró en el último segundo. No podía creer que realmente
tuviera la idea en la mente para hacerlo. Pero sabía que era lo correcto. Por mucho que quisiera
dejarla con su hijo, sabía que no sería justo para ella, sabiendo que no podría sobrevivir para verla
nacer.

Pero sabía que eso no era lo que estaba aludiendo. Levantó la mano para cubrir su barbilla y girar su
rostro hacia el suyo:- No he mirado a otra mujer desde el día que os conocí, Maggie. Habéis sido y
sois sólo vos.

Sostuvo su mirada y debió estar satisfecha por lo que vio allí porque cambió el tema:- Os veis
diferente.

Inconscientemente, se frotó la mandíbula que no había visto una navaja en semanas. Sabía que se
veía como un demonio: había pasado por ello para llegar hasta ella:- No tuve demasiado tiempo de
lavarme después de veros.

La chica que había conocido por primera vez no habría podido resistirse a burlarse de su entusiasmo
y de su exhibición pública inusual, pero ella la ignoró.

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-¿Cómo llegasteis? No vi un barco en el muelle.
No había querido llamar la atención de su presencia. El barco y los hombres que habían navegado
con él estaban esperando en una ensenada en el lado oeste de Kerrera. MacLeod había llegado a un
acuerdo por él: había dispuesto que el mejor marinero de Escocia llevara a Eoin a casa. Sin las
habilidades de MacSorley, Eoin probablemente estaría muerto, ya fuera por los ingleses que los
habían perseguido a mitad de camino por Irlanda o por la tormenta que al principio casi los volcó y
luego los obligó a refugiarse en una pequeña isla durante casi dos días hasta que había pasado.
Los pocos días que había esperado se habían reducido a menos de veinticuatro horas.

¿Cómo iba a hacerla entender en menos de un día?

-Entré por el otro lado de la isla -esperando cortar más preguntas, preguntó-. ¿Es ahí donde
estabais? ¿En el muelle? ¿Mi madre dijo que os vais a Oban unas cuantas veces por semana para
ayudar a las monjas del convento?

Lo miró fijamente como si intentara calibrar si había algo detrás de la pregunta. No había nada...
excepto curiosidad.

-Si queréis saber lo que he estado haciendo durante cinco meses, Eoin, -cinco meses-, sólo
preguntadme. Porque eso es exactamente lo que quiero saber de vos.

Eoin juró. ¡Maldito Bruce al diablo por hacerle estar de acuerdo con ese voto!

Le diría lo que podía. Aprendería parte de la verdad pronto, cuando las noticias de la coronación se
extendieran.

-Haré todo lo posible para contestar vuestras preguntas, y sé que tenemos mucho que hablar, pero
permitidme bañarme y comer algo primero.

También sabía que su padre, sus hermanos y Fin estarían ansiosos por un informe. Cuando llegase
la llamada a la batalla de Bruce, ellos responderían.

Podía decir que quería discutir, pero se compadeció de él. Debía parecer más golpeado por los
últimos días de lo que se había dado cuenta.

-Ahora que estáis en casa, supongo que hay tiempo. Pero espero respuestas.

No sabía lo que esperaba menos: decirle que se iba de nuevo, o decirle por qué.

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Capítulo 12

-Fue tan romántico... aunque pensé que mi madre iba a desmayarse allí mismo, se puso tan roja.

Tilda rio a su lado en el banco. Margaret sabía que pertenecía en medio de la horda al lado de su
marido, pero había tomado su asiento habitual debajo de la mesa alta junto a Tilda. Pensó que sería
más fácil sentarse junto a alguien con quien pudiera hablar y no con alguien que no pudiera. Su
madre y su padre estaban muy contentos de aceptar su oferta de tener a su hijo para sí mismos, sin
su lamentable nuera de por medio.

Pero por una vez, Margaret no estaba de humor para la charla alegre de Tilda. Estaba demasiado
ansiosa por la próxima conversación y el intento de su marido de explicar lo inexplicable.

Necesitaba respuestas. Pero lo más importante, necesitaba que le demostrara que no había cometido
el mayor error en su vida.

Echó un vistazo a la mesa y se alegró de ver que después del baño, el afeitado y la comida, las
oscuras cejas bajo sus ojos y las líneas de cansancio grabadas en su rostro se habían desvanecido.

Pero todavía había algo diferente en él, aparte del volumen agregado y lo que parecía ser una o dos
nuevas cicatrices en su rostro. Parecía más duro que alguna manera. Feroz. Más oscuro. Más
intenso de lo que recordaba. Diferente del hombre con el que se había casado.

Tilda no había notado su inusual quietud. Sacudió su cabeza bastante dorada. Tenía la misma
coloración que Eoin y Neil. Los otros dos hermanos, Marjory y Donald, eran más oscuros como su
madre.

-Nunca he visto a Eoin hacer algo así –dijo-, sabía que debía amaros mucho. Tendría que apartar la
cabeza del campo de batalla o de uno de esos viejos folios aburridos durante más de unos minutos.

Espero que algún día me case con un hombre que me eche un vistazo y me lleve hasta el dormitorio
-suspiró dramáticamente-. Sois tan afortunada.

¿Afortunada? Margaret tuvo suerte de no estar bebiendo su vino dulce (la mermelada de jarabe era
una bebida de señora adecuada) o podría haber "brutalmente" salpicado por todo el bonito mantel
de lino. Murmuró algo inteligible en respuesta, lo cual debió haber satisfecho a Tilda, porque
reanudó su soliloquio sobre los "románticos" acontecimientos anteriores.

Margaret deseaba poder verlo de la misma manera que Tilda. Pero para ella, el amor frenético había
parecido más un grito de desesperación y una liberación de emoción reprimida y dolor que una
expresión romántica de amor.

Nunca negaría la pasión que sentía por él, pero la lujuria no era romance. Romance no era
compartir una cama, estaba compartiendo una vida. Era confiar en alguien. Tener a alguien para
compartir los pensamientos. Sabiendo que la persona que está a tu lado haría cualquier cosa por ti
porque harías lo mismo por ellos.

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No era desaparecer durante cinco meses sin explicación alguna. No era ocultar cosas en la
oscuridad. Y no era dejarla sola y miserable entre la gente que pensó que no era lo suficientemente
bueno o lo suficientemente inteligente para el "brillante" joven guerrero con un futuro tan
prometedor.

Tal vez algo de esa miseria apareció en su rostro. A Eoin le llamó la atención, dijo algo a su padre y
se levantó. Lady Rignach miró en su dirección, y por una vez Margaret pensó que había detectado
simpatía.

Descubrió por qué poco tiempo después. Margaret se sentó en el borde de la cama, ientras el
hombre que había dado su corazón se paró frente a ella y pisoteó todo. Él calmadamente explicó
que había estado en Lochmaben en Dumfries con el conde de Carrick y volvió su mundo al revés.

-Pero dijisteis que estabais haciendo algo por vuesto padre.

-Y lo estaba -dijo-. Bruce es el rey legítimo de Escocia. Mi padre lo cree tanto como yo.

¿Rey legítimo de Escocia? ¡Sólo porque se libró de su rival matándolo en una iglesia! La noticia del
asesinato del Señor de Badenoch el mes pasado se había extendido por Escocia como un incendio
forestal. Estaba sorprendida, horrorizada, y triste por su hijo. John Comyn era demasiado joven para
tener tanto peso sobre sus hombros. Pero, irónicamente, había pensado que el acto asesino ayudaría
a Eoin a tomar la decisión de pelear con su clan. Nunca había imaginado que Eoin...

-¡Oh Dios! Por favor, decidme que no tenéis nada que ver con eso.

Su boca se tensó:- No estaba allí cuando sucedió. Fue lamentable, pero Bruce fue provocado.

Margaret no podía creer que esto estuviera sucediendo. La pesadilla sólo empeoraba. Su marido
ausente había regresado a casa, pero lo había hecho en plena rebeldía. Había elegido luchar no sólo
contra su familia, sino contra el hombre más poderoso de la cristiandad. ¿Cómo podría haberle
impedido esto?

-No podéis hacer esto, Eoin. Tenéis que reconsiderarlo. Piensa en lo que le pasó a Wallace. El rey
Eduardo hará algo mucho peor a Robert de Bruce, un hombre en quien confiaba, y a sus seguidores.
Será cazado como un perro. ¿Y qué hay de mi familia? Habrá una guerra civil, y mi padre nunca os
perdonará si peleáis con el asesino del Comyn. Pensé que me amabáis. ¿Cómo podéis elegir a Bruce
por delante de nuestro matrimonio?

Frunció el ceño:- Esto no tiene nada que ver con vos ni con nuestro matrimonio. Mi decisión se
tomó mucho antes de que os conociera.

Lo miró con los ojos muy abiertos:- Pero pensé... Nosotros discutimos... -lo miró-. Me dejasteis
pensar que consideraríais pelear con mi familia.

Sacudió la cabeza:- No os dejé pensar eso. Os dije que no quería hablar de eso.

¿Se suponía que eso era una excusa?:- ¿Entonces no debo decir nada al respecto? ¿Haréis enemigos
de mi familia, pondréis vuestra vida en peligro, y no me quedan opciones?

-Hicisteis vuestra elección cuando acordasteis ser mi esposa -alivió la aspereza de sus palabras

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arrodillándose ante ella y tomando sus heladas manos en las suyas. Grande y cálida, con más callos
de lo que recordaba, parecían tragarse la suya:- Sé que esto es difícil para vos, y nunca quise
lastimaros, pero vos sois mi esposa. Vuestra lealtad me pertenece ahora.

Su corazón se le arremolinaba en el pecho, como si estuviera siendo torcido en dos direcciones


diferentes. Pero tenía razón. No importaba cuánto no quisiera oírlo, había hecho su elección cuando
se casó con él. Pero nunca se dio cuenta de lo que tendría que renunciar. Sin discusión ni palabra.

-Amo a mi familia. No podéis esperar que los olvide.

Sacudió la cabeza:- Nunca os lo pediría. Pero estoy pidiendo vuestro apoyo y lealtad. Os pido que
confiéis en que sé lo que estoy haciendo. Realmente creo que esto es lo mejor para Escocia.

-¿Más guerra es lo mejor?

-Si conseguimos con ella al rey legítimo de Escocia en el trono y el fin del señorío de Eduardo, sí.

-¿Y creéis que Robert de Bruce es ese rey legítimo? La mitad de Escocia -incluyendo su clan-
estaría en desacuerdo.

-Lo hago. No os estoy pidiendo que creáis en él, os pido que creáis en mí.

Su corazón se apretó:- Lo hago.

La política no era lo que le importaba, sino mantener a todos los que amaba vivos.

-No sabía que iba a suceder así -dijo en serio-. Pensé que tendríamos más tiempo juntos antes de
que estallara la guerra. Creedme, si no tuviera que irme...

Se detuvo repentinamente, como si se hubiera dado cuenta de lo que acababa de decir.

-¿Iros? -repitió lentamente, a través de los pulmones que acababan de aspirar todo el aire.

Su expresión se volvió sombría:- Mañana. Yo esperaba tener más tiempo, pero nos retrasamos
inevitablemente. Estaremos corriendo a través de Escocia para llegar a tiempo.

Estaba demasiado sorprendida para preguntarle por "nosotros". Negó con la cabeza:- No -sacudió la
cabeza furiosamente, el pánico se elevó en su pecho-. No podéis iros. No podéis dejarme aquí sola.

-No estaréis sola, mi madre...

-Vuestra madre me desprecia. Ella y Marjory apenas pueden estar en la misma habitación conmigo.
No entendéis lo horrible que ha sido desde que os fuisteis. Todo el mundo me odia aquí.

Parecía realmente sorprendido:- Sé que debe ser difícil adaptaros a una nueva casa, y puede parecer
así, pero...

-No me digáis que estoy exagerando o imaginando cosas, no lo estoy haciendo. Piensan que soy una
especie de malvada prostituta que os obligó a casaros conmigo.

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Las circunstancias de su matrimonio, desgraciadamente, las habían seguido a Kerrera, al igual que
las historias despectivas de su clan y de la justa criada de Galloway.
Frunció el ceño, claramente sorprendido:- Si alguien ha dicho algo que os haya ofendido...

-Nadie ha dicho nada. Es la forma en que me miran. La forma en que dejan de hablar tan pronto
como entro en la habitación. Soy un MacDowell, Eoin. Para ellos, yo también podía estar bailando
pagano desnudo alrededor de los fuegos de Beltane. Ni siquiera puedo ir a un convento sin chismes
ni especulaciones. La mitad de la gente aquí, incluyendo a vuestra madre, piensa que estoy haciendo
algo ilícito. ¿Sabéis que Fin me siguió hoy? ¡Prácticamente me acusó de seducir a un sacerdote!

Eoin frunció el ceño:- Estoy seguro de que no entendisteis. Fin me contó lo que pasó. Sólo estaba
haciendo lo que le pedí que hiciera. No deberíais ir y venir a Oban sola.

Margaret trató de controlar su temperamento, pero se le escapaba rápidamente entre los dedos.

-No lo he entendido mal. Lo siento, pero no puedo gustarle, Eoin. Lo he intentado, pero hay algo
acerca de vuestro hermano adoptivo... Me pone nerviosa.

Sus ojos brillaron con el primer signo real de ira:- Si Fin ha dicho o hecho algo por lo que os haya
herido, lo mataré. Maldita sea, pensé que el asunto con la carrera había sido olvidado. Pero si tiene
rencor...

-No es eso. No ha hecho ni dicho nada. No me fío de él.

-Es mi mejor amigo, Maggie. Lo conozco desde que tenía siete años. Confiaría en él con mi vida

-Y, sin embargo, tampoco le dijisteis nada sobre adónde ibais.

Su boca cayó en una línea dura y sombría; Claramente no estaba contento de haberlo señalado.
Estaba escondiendo algo. Lo sabía, y ahora tenía pruebas.

-Hablaré con él. Pero no tenéis que preocuparos por Fin.

-¿Por qué?

-Se irá con mi padre y mis hermanos en cuanto estalle la guerra.

La mirada de alivio en su rostro le dijo que tal vez había más de la soledad de una niña y la
propensión a la hipérbole en el trabajo.

Maldito Fin. Eoin sospechaba que su hermano adoptivo tenía tan poca consideración por su esposa
como lo hizo con él. Tal vez había sido una mala idea tener a Fin vigilándola, pero esperaba que
pudieran ser amigos.

Qué desastre. Eoin nunca se había sentido tan indefenso en su vida. Exagerada o no, la gente no la
odiaba, simplemente no la conocían; no podía negar que Margaret era miserable y creía que era
verdad.

Odiaba que no hubiera estado aquí para ayudarla a facilitar la transición. Odiaba haber tenido que
pasar sus primeros meses en Gylen sola. Pero, ¿qué demonios se suponía que debía hacer? Era una

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situación imposible. No debería estar aquí ahora mismo.

Se arriesgó y se levantó de sus rodillas para sentarse a su lado en la cama. Cuando no se apartó de
él, él puso su brazo alrededor de ella y la atrajo contra él. Se derretía en su pecho, envolviendo su
brazo alrededor de su cintura, y Eoin sintió el primer parpadeo de esperanza.

-Ojalá pudiera hacerlo más fácil para vos –dijo-. Decidme qué puedo hacer para mejorarlo.

Lo miró, sus hermosos ojos vidriosos:- No os vayáis.

Se sorprendió de lo mucho que la suave súplica lo reconcomía, y cuánto deseaba poder quedarse
con ella:- Si no tuviera que irme absolutamente, no lo haría. Pero hago falta.

-Es más que eso, ¿verdad? –acusó-. Queréis ir.

La muchacha era demasiado perspicaz.

-Me quedaría aquí con vos ahora mismo si pudiera, pero si me preguntáis si esto es algo que quiero
hacer la respuesta es sí. Sabíais quién era cuando os casasteis conmigo. Soy un guerrero, Maggie.
Los guerreros luchan. Y esta oportunidad... -se detuvo, dándose cuenta de que estaba acercándose
demasiado a la verdad-. Esto es algo que he estado preparando para toda mi vida. Habrá desafíos y
la oportunidad de hacer algo diferente: la oportunidad de marcar la diferencia.

-¿Entonces, estáis eligiendo la guerra por delante de mí?

Maldita sea, eso no era lo que estaba haciendo en absoluto. No tenía que ser así a menos que lo hizo
de esa manera:- No estoy escogiendo nada. ¿Qué queréis que haga? ¿Ignorar mi deber? ¿Le
pediríais a vuestro padre o a vuestros hermanos que hicieran lo mismo? ¿Habría pedido vuestra
madre que vuestro padre se quedara con ella en lugar de pelear por el rey John?

Podía ver la respuesta brillando furiosamente en sus ojos.

Él tomó su barbilla, inclinándola hacia la suya:- ¿Me amáis, Maggie?

No esperaba que vacilase. Cuando lo hizo, se dio cuenta de lo cerca que estaba de perderla, su
intestino retorciéndose con fuerza. Demonios, le asustó como la mierda.

-Sí -dijo finalmente.

-Entonces os rindáis conmigo. Sé que ha sido difícil para vos, pero si pudierais intentar un poco
más, sé que os los ganaríais -sonrió con ironía-. No me digáis que todos estos vestidos nuevos y
velos os han hecho suave.

Un surco apareció entre sus cejas finamente grabadas:- ¿Suave?

Se encogió de hombros:- Pensé que no os importaba lo que la gente decía y no seríais derrotada tan
fácilmente. ¿Qué le pasó a la chica que vestía ropa de muchachos y superó a uno de los mejores
jinetes que conozco en una carrera? ¿Fue todo ese orgullo de MacDowell un montón de
fanfarronadas?

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Se sentía como si hubiera colgado la maldita luna cuando una de las comisuras de su boca se alzó:-
¿Estáis sugiriendo que lleve pantalones para romper mi ayuno mañana?
Él rio:- Dios mío, no. No querría que mi madre expirara de shock. Sé que puede ser difícil a veces,
pero una vez que la conozcáis, veréis que sólo quiere lo mejor para mis hermanos y hermanas y
para mí.

-Cual es exactamente el problema.

-Vos sois lo mejor para mí. Aún no se ha dado cuenta.

Sonrió, y no era como si hubiera colgado la luna, era como si hubiera colgado el sol. El calor se
extendió sobre él como un brillante día de verano. Por eso la amaba. Era divertida y alegre,
escandalosa, sabía cómo hacerle reír y le recordaba que no todo era la vida o la muerte de la guerra.
Por eso la necesitaba en su vida. Era la luz en un mundo que a veces se hacía demasiado oscuro.
Los últimos meses de hacer, pensar, nada más que en batalla se desvaneció.

-¿De verdad?

-De Verdad.

Y se dispuso a probarlo. Despacio. Con un beso que le dijo exactamente cuánto significaba para él.
Tenían toda la noche, y él iba a asegurarse de que sabía cuánto la amaba. No quería pensar en
cuánto tiempo tendría que durar.

Siguiendo su ejemplo, respondió a los largos y lentos golpes de su lengua con una delicada ternura
propia que le dolió el pecho. Nunca había imaginado que un beso pudiera llenarse de tanta
emoción... o expresar tanto sentimiento. Pero sintió el anhelo, el deseo y el amor que igualaban los
suyos, con cada suspiro, cada golpe y cada caricia suave.

Cuando terminó de adorar su boca con sus labios y lengua, continuó adorando al resto de ella. Le
besó la mandíbula, la garganta, el lugar blando debajo de la oreja, y finalmente, una vez que se
detuvo el tiempo suficiente para quitarse la ropa, las puntas rosadas de sus pezones. Sí, se tomó un
montón de tiempo con ellos, rodeando su lengua alrededor de los bordes arrugados, agitando los
puntos rígidos, y succionándolos profundamente en su boca hasta que ella se retorció y gimió.
Intentó deshacer su sobretodo, pero él la detuvo.

-Aún no, cariño. Si me tocáis, será demasiado pronto. Quiero daros placer. Dejadme hacer esto.

Asintió, y continuó explorando. Su cuerpo era una fantasía, y se tomaba su tiempo saboreando cada
centímetro de endurecimiento de polla. No podía obtener suficiente. Era tan suave y dulce, su piel
disolviéndose contra su boca como miel. Sabía tan malditamente bien que quería probarla todo.
Quería darle el tipo de placer que nunca le había dado a otra mujer antes. Quería poner su boca
entre sus piernas, deslizar su lengua dentro de ella, y sentirla separarse contra sus labios. Y si la
forma en que estaba presionando sus caderas contra él era cualquier indicación, estaba cerca.
Pasó su mano por la delgada curva de su cintura hasta la cadera.

-Decidme lo que queréis, Maggie.

Sus ojos entrecerrados se encontraron con los suyos en una sensual bruma de pasión tan oscura y
profunda que amenazó con arrastrarlo. Dios, ella era hermosa. Se había tomado el tiempo de quitar

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no sólo su velo esta vez, sino los alfileres de sus trenzas, y su cabello extendido sobre la almohada
detrás de su cabeza como un resplandor ardiente.
-A vos. Os quiero, Eoin. Dentro de mí.

Una furiosa oleada de satisfacción surgió a través de él; Le encantaba la audacia con la que le decía
lo que quería. Margaret no tenía ninguna modestia falsa.

Se pasó los dedos entre las piernas, sintiendo la sedosa humedad deslizándose entre sus dedos como
miel caliente:- ¿Queréis mis manos, mi polla, o tal vez mi boca?

Ella jadeó, la niebla se despejó de sus ojos cuando se encontraron con los suyos. Estaba claramente
sorprendida, pero también estaba claramente excitada por la idea, si la nueva corriente de humedad
que se extendía a través de sus dedos significaba algo. Tan cálido y sedoso.

>-¿Debería besaros aquí mismo? -jadeó de nuevo cuando él presionó contra su montículo-.
¿Debería deslizar mi lengua dentro de vos así? -gritó cuando su dedo se sumergió y rodeó-. ¿Puedo
hacer eso, Maggie?

Ya no lo miraba. Sus ojos estaban cerrados, su cabeza moviéndose de lado a lado en la almohada.

-Sí. Oh Dios, por favor, sí.

Le dio lo que quería. Lo que su cuerpo estaba suplicando. Pero se tomó su tiempo, burlándose de
cada sensación, cada gota de placer, mientras le besaba un rastro lento por el estómago.

Cuando alcanzó el lugar delicado entre sus piernas, levantó sus caderas, envolvió sus piernas
alrededor de su cuello, y deslizo besos plumosos a lo largo del interior de sus muslos hasta que ella
comenzó a temblar. Finalmente, él la acarició suavemente con la boca, aplicando la presión más
ligera donde sentía que más la necesitaba. Sólo cuando sus muslos comenzaron a apretar y sus
talones clavados en su espalda le dio la presión que ella quería. Suavemente al principio, y luego
más duro cuando su placer alcanzó su máximo. Cuando su cuerpo empezó a temblar y contraerse.

Sabía tan bien que no podía obtener suficiente. Su lengua se hundía más y más, su boca chupaba
más fuerte, y finalmente tuvo su recompensa cuando sintió los espasmos duros de su liberación
contra sus labios.

Pero no dio un cuarto, trayéndola al pico una y otra vez. Durante toda la noche y el día siguiente,
entre cortos períodos de descanso y comida, le hizo el amor con sus manos, su boca y su polla. La
única vez que se entrometió en la realidad fue cuando se quitó la camisa y notó el vendaje que
había envuelto alrededor de su brazo para cubrir el nuevo tatuaje que debía esconder de ella, y
cuando se deslizó y se movió entre sus piernas en lugar de dentro de ella, cuando tomó su
liberación.

Poco antes de que tuviera que irse, la despertó por última vez. Se parecía a un ángel caído, con las
sábanas serpenteando alrededor de sus miembros desnudos, su cabello ardiente flotando alrededor
de sus hombros, y su piel rosada -todo por encima- de la raspadura de su barba, y estaba claramente
agotada, pero no tenía tiempo de espera. Dios sabía cuánto tiempo estarían separados, y ahora que
conocía el placer, tenía que asegurarse de que sabía cómo encontrarlo sin él.

Tomándole la mano, la movió entre sus piernas y le dijo lo que quería que hiciera.

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Abrió los ojos. Sacudió la cabeza y trató de apartar la mano:- No puedo -se sonrojó-. Está mal.

-No está mal -dijo con firmeza, manteniendo la mano donde él quería-. Quiero que penséis en mí.
Imaginad que es mi mano la que os está tocando. Mis dedos que os acarician -con suavidad, movió
sus dedos debajo de los suyos, mostrándole lo que quería-. Eso es lo que yo voy a pensar.

Parecía sorprendida y tal vez un poco intrigada:- ¿Vais a pensar en esto?

Asintió:- Me volverá loco pensando en que os tocáis a vos misma. Por favor, cariño, dejadme ver.
Dadme algo para recordar.

Lentamente, le quitó la mano.

Ella lo miró con atención, con un suave rubor que le manchó las mejillas:- No sé que hacer.

-Lo que se siente bien. Cerrad los ojos -hizo lo que le pidió y él casi gimió en los primeros
movimientos tentativos de sus dedos delicados contra esos labios rosados bonitos. Sólo se dio
cuenta de que se había tomado en su propia mano cuando abrió los ojos, y su mirada lo siguió allí.
Lentamente, comenzó a acariciarse, igualando el ritmo de los tentativos dedos que se movían entre
sus piernas.

-Eso es, así, cariño. Un poco más rápido ahora. Frotad un poco más fuerte -apretó su propio agarre y
comenzó a bombear más rápido-. Dios, ¿no os sentís bien? Mirad lo que me estáis haciendo -estaba
grande, rojo, y tenso en su puño-. ¿Estáis mojada todavía? ¿Están temblando esos labios rosados y
suaves?

Fue recompensado con un suave gemido y la gradual bajada de sus párpados mientras el pesado
velo del deseo empezaba a descender. Lo sentía también, la intimidad erótica del momento
envolviéndolo. Él tejió la tela sucia más apretada, hablándole a través de cada momento del
despertar mientras tomaba el control de su deseo -como él le dio el poder de conocer su propio
placer-.

-Cuando cerréis los ojos, quiero que recordéis cómo sentíais mi boca. Cómo sentíais mi lengua
dentro de vos -los movimientos se intensificaban ahora. Su cuerpo se esforzaba por liberarse, su
espalda arqueada, sus caderas afiladas contra su mano-. Pensad en mi mano en vuestro pecho –Eoin
gimió mientras su mano seguía su licitación inconsciente, acariciando su propio pecho y apretando-.
Apretad vuestro pezón, cariño. Oh Dios, justo así -sintió la presión en la base de su espina dorsal y
no pudo contenerse. Sus dientes se cerraron cuando su culo se cerró y los músculos de su estómago
se pusieron rígidos-. Voy a correrme. Dios mío, Maggie, me voy a correr.

Sintió el primer chorro justo cuando se separó. Se estrelló justo a su lado, su cuerpo contraído en
espasmos que coincidían con los suyos. Cuando terminó, la tomó en sus brazos y la sostuvo hasta
que la luz del sol que fluía a través de las contraventanas se suavizó.

Deslizándose de la cama, empezó a ponerse la ropa.

Maggie rodó sobre su lado para mirarle, trayendo la sábana de arriba para meter debajo de su
barbilla. No dijo nada. No necesitaba hacerlo. Sus ojos nadaron con una desgarradora combinación
de anhelo y desesperación.

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Cuando terminó de atar su armadura, la culpa era tan intensa que parecía que una roca estaba sobre
su pecho. Maldita sea al infierno, ¿por qué tenía que ser tan difícil? ¿Por qué no podrían haber
tenido más tiempo?

Se inclinó para darle un último beso. Por un momento sus brazos se sujetaron alrededor de su cuello
y se sostuvieron tan firmemente que no sabía si ella lo había dejado ir. Pero lo hizo.

Quitó una lágrima que se deslizó por la esquina de su ojo, deseando que fuera tan fácil de borrar el
ácido de comer su camino a través de su pecho.

Él inclinó su barbilla para mirarla:- Volveré tan pronto como pueda.

Estaba luchando por controlar sus emociones y sólo podía asentir con la cabeza. La sangre de Dios,
¿cómo podría dejarla así?

-Será mejor, Maggie. Creedme. Sólo dadle una oportunidad. Prometedme que lo intentaréis. ¿Podéis
hacer eso por mi?

-Lo intentaré –susurró-. Si prometéis volver. No importa lo que pase, sólo volved a mí.

Era una promesa que ambos sabían que no podía hacer. Dios y el campo de batalla podrían tener
otras ideas:- Haré todo lo que esté a mi alcance para volver a vos tan pronto como pueda.

Era lo mejor que podía hacer, y parecía entender eso. Con una última mirada que le llevaría a través
de los largos meses por delante, se fue.

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Capítulo 13

Margaret lo intentó... Las primeras semanas después de que Eoin se marchara fueron más duras que
cualquier otra cosa que había venido antes. El alivio y la alegría de verlo, por muy breve que fuese,
hacía el contraste de cuando se había ido aún más agudo. Todo el amor que había sentido por su
nuevo marido había llegado corriendo en una ola torrencial, y su partida la había dejado sintiéndose
aplastada por todo aquello. Pero le había dado su palabra y se había enfrentado a los miembros de
Kerrera con una renovada determinación para vencerlos.

Sonrió ante su rudeza, fingió no oír los susurros, e hizo un esfuerzo por ser amable y servicial. Se
aseguraba de llevar un velo donde quiera que fuera, mantenía su opinión en las comidas, incluso
cuando la conversación se volvió hacia la guerra y las mentiras descaradas sobre su clan y sus
aliados amenazaron con ahogarla, y no discutió cuando Lady Rignach sugirió que tomara a un
guardia para acompañarla cuando salía alrededor de la isla o viajó por el esquife a Oban.

Incluso trató de disfrutar de bordados, uniéndose a Marjory, Tilda, Lady Rignach y algunos de sus
asistentes en las tardes para trabajar en la bandera de MacLean que acompañaría a los hombres a la
batalla. Pero cuando se dio cuenta de los diminutos agujeros en la tela en las secciones donde
trabajaba y se dio cuenta de que muchos de sus puntos estaban siendo retirados por la noche y
cosido, utilizando las tardes en lugar de terminar el proyecto que la había mantenido ocupada
durante los primeros cinco meses. Pero la última pieza había sido tallada, la pintura había sido
aplicada, y el juego de ajedrez que había hecho como un regalo para su marido estaba acumulando
polvo en una mesa esperando su regreso, como ella.

Pero nada de lo que hizo pudo atravesar la pared del prejuicio contra ella. Era una "salvaje,
perversa" MacDowell. Una forastera y, peor aún, después de que la guerra estallara y su familia se
aliara con los Comyns y Eduardo de Inglaterra contra Robert de Bruce, era el enemigo. Al desdén,
desconfianza y el desprecio, ahora podía añadir odio.

Margaret pasaba cada vez más tiempo en Oban. Nunca sería una erudita como su marido, pero ya
no era una analfabeta. Podía leer un poco de gaélico y francés e incluso algunas palabras de inglés
y latín. Su escritura era sin duda cruda por los estándares de lady Rignach y Marjory, pero podía
componer una nota sencilla.

Lo que impresionaba a las monjas, sin embargo, no era su lectura y escritura, sino su memoria y
facilidad con las habilidades numéricas que había perfeccionado cuando su padre la había dejado a
cargo. Cuando había oído a uno de los comerciantes que estaba haciendo una gran entrega de
víveres leer una larga serie de números haciendo un error en el cálculo, y lo corrigió sin mirar a las
cuentas (¡esperaba que no estuviera tratando de engañar a las monjas!), La abadesa estaba aturdida.

Había recibido la ayuda de Margaret con el administrador del convento. No sólo le había dado algo
que hacer, sino que le había dado una manera de pagar a las monjas por toda su ayuda.

Pero tanto como apreciaba que todas las monjas lo hubieran hecho, no eran un sustituto de las
amistades que había conocido en Garthland. Echaba de menos a Brigid desesperadamente. Echaba
de menos la risa. Echaba de menos las bromas. Se perdió conversaciones animadas que duraron
mucho la noche. Y extrañaba tener a alguien en quien confiar, alguien que compartiera sus alegrías

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y alguien que compartiera sus angustias. Dios sabía que había habido tantos.

Tampoco el convento era un sustituto de un hogar. Era tranquilo y pacífico, pero el ambiente
moderado no era nada como el salón animado, escandaloso en Garthland, donde siempre había
visitantes para entretener o hermanos con los que pelear y reprimendas. Echaba de menos el ruido,
la emoción y la energía de la vida que había conocido.

Pero quizás la mayor parte de todo, extrañaba la libertad. Echaba de menos el galope a través del
campo con el viento rasgándole el pelo. Echaba de menos poder ir a donde quisiera y decir lo que
quería sin tener que preocuparse de ofender a alguien o estar haciendo algo malo.

Se dio cuenta de que estaba loca. Y ahora se sentía enjaulada. Margaret no sabía cuánto más podía
soportar. Estaba muriéndose en esta isla. Cada día estaba perdiendo más y más de sí misma.
Su único escape era por la noche. Por la noche se aferraba a los recuerdos de su marido y el amor
que sentía por él, mientras tocaba su cuerpo como él le había enseñado. En ese momento parecía
más cercano. Pero cuando se despertaba, la soledad era aún peor.

El único punto brillante en las semanas que siguieron después de la salida de Eoin fue el día no
mucho después del primer día de mayo, cuando Fin salió con el padre y los hermanos de Eoin para
unirse a la llamada de la bandera de Bruce. No la había seguido de nuevo desde el día en que Eoin
había llegado a casa, pero aún estaba aliviada al verlo partir.

Marjory, por otro lado, tenía el corazón roto. Pensando que tal vez su dolor compartido y miedo
sobre los hombres que habían ido a la batalla podría acercarlas, Margaret se había acercado una vez
más a su cuñada. Pero fue duramente rechazada. Parecía que Margaret no era la única consciente de
la atención indeseada de Fin hacia ella. Marjory, sin embargo, sufrió bajo la ilusión de que la
atención fue solicitada. Acusó a Margaret de "coquetear" y "jugar" con Fin en su aburrimiento y
"tener la necesidad de tener a todos los hombres adulándola".

Margaret había protestado y tratado suavemente de advertirle acerca de Fin, pero Marjory estaba
cegada por el amor y se negaba a aceptar cualquier crítica del joven y guapo guerrero. Margaret la
dejó con sus ilusiones, pero esperó por el bien de Marjory que supiera la verdad antes de atarse a un
hombre que Margaret estaba segura que sólo traería su dolor.

Incluso Tilda parecía diferente. Margaret se enteró de por qué una semana después de la salida de
Eoin, cuando le preguntó a Tilda si quería salir en el esquife -la chica le encantaba navegar casi
tanto como Margaret- y sacudió la cabeza sin mirarla. Finalmente, le había dado una explicación.

-Mi hermano dijo que las damas bien educadas no navegan solas.

Margaret discutió con ella, hasta que se dio cuenta de que no era Neil o Donald, sino Eoin quien
había hablado con ella. Aparentemente, Lady Rignach había amenazado con casar a Tilda con el
hijo de un laird cercano si continuaba con su "locura".

No debería haber dolido tanto, pero lo hizo. ¿Era Margaret tan mala influencia que Tilda tuviera que
arriesgarse a ser enviada lejos en lugar de pasar tiempo con ella? ¿Es eso lo que pensaba Eoin
también?

Pero la peor parte de las semanas intolerables que pasaron no fue saber lo que estaba sucediendo y
el temor constante de saber que su esposo estaba en peligro. Sin saber nada de él desde que se fue,

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no tenía ni idea de dónde estaba, de lo que estaba haciendo, o de si estaba acostado en alguna parte
dañado -o, Dios no lo quiera, peor-, muerto.

No le había dicho nada acerca de sus planes, y si Lady Rignach sabía más, no lo compartía con la
mujer de su hijo MacDowell. La noticia de los movimientos de "Rey" Robert era escasa y tomó un
tiempo interminable hasta que llegaban. Fue a principios de julio cuando se enteraron de la
desastrosa derrota de Bruce en Methven dos semanas antes. Las fuerzas de Bruce habían sido
diezmadas, aplastadas bajo el poderoso rey inglés, Eduardo I, el autodenominado Martillo de los
Escoceses. Y fue otra agonizante semana de espera e imaginación antes de que Lady Rignach
recibiera noticias de su marido diciéndole que habían sobrevivido, aunque Neil había sufrido una
seria herida de flecha en su hombro.

Durante semanas Margaret miró por la ventana, buscando un barco, rezando para que Eoin pudiera
ver la inutilidad de la causa de Bruce y volviera a ella. Nadie, ni siquiera el carismático caballero
que había conocido en Stirling, podía derrotar a Eduardo de Inglaterra. Y ciertamente no sólo con
la mitad de Escocia detrás de él.

No fue hasta finales de agosto que vio a un birlinn de guerreros que se acercaban de Oban. Corrió
por las escaleras de la casa de la torre hasta la bahía justo cuando los hombres empezaban a tropezar
a través de la compuerta del muelle como si fueran los muertos ambulantes. Aunque no todos
caminaban. Algunos estaban cojeando, algunos estaban siendo ayudados por hombres
marginalmente más capaces, y unos pocos eran transportados en camadas.

Con el corazón en la garganta, Margaret escudriñó los rostros mugrientos y ensangrentados de los
hombres en busca de alguien familiar. Pero no fue hasta que vio el rostro ensangrentado del hombre
hablando con lady Rignach que reconoció a uno de los capitanes del laird. Había perdido parte de su
brazo, que estaba envuelto en un vendaje que estaba ensangrentado y sucio para hacer que el
estómago de Margaret se sacudiera.

Pero fue su corazón que se tambaleó un momento después, cuando la madre de Eoin palideció y dio
un grito de dolor que se elevó por encima del estruendo del caos.
Margaret la alcanzó justo cuando las piernas de lady Rignach cedían. La mirada en la cara de la
dama orgullosa no era una Margaret que alguna vez olvidaría. Su formidable suegra parecía
destrozada y repentinamente muy frágil.

Margaret ayudó a lady Rignach a entrar, pidió vino y la sentó en un banco del Hall. Marjory y Tilda
se unieron a ellas. Las hermanas de Eoin se pararon a un lado, parecían ansiosas y asustadas al igual
que Margaret. Por una vez, Marjory estaba feliz de dejar que se hiciera cargo.

Tan pronto como el ama de casa trajo el vino, Margaret le pidió que reuniera a los sirvientes y
comenzara a preparar camas, comida y enviar a alguien con conocimiento de sanidad. Los hombres
que inundaban el patio tendrían que ser atendidos.

Cuando volvió hacia Lady Rignach, la otra mujer había dejado de temblar y parecía un poco más
compuesta. Margaret se obligó a hacer la pregunta:- ¿Qué ha sucedido?

Las lágrimas brotaron de la esquina de los ojos de lady Rignach:- Se acabó. La causa de mi sobrino
está perdida -respiró hondo y tembló-. El ejército de Bruce fue casi destruido ayer en Dal Righ por
los MacDougalls.

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Tilda y Marjory gritaron en desesperación, mientras Margaret luchaba por estabilizar sus rodillas
tambaleantes.

-¡Oh Dios, Eoin! Por favor, no digáis...

Su pecho, sus ojos, su corazón ardía.

-¿Padre? ¿Nuestros hermanos? -preguntó Tilda.

Lady Rignach sacudió la cabeza:- Connach no está seguro. Cree que escaparon con el rey, pero fue
un caos cuando fueron forzados a huir del campo de batalla y desaparecieron en las colinas. Los
hombres que estaban demasiado heridos a seguir fueron dejados para hacer su camino a casa. El
ejército ha sido disuelto, y los MacDougalls y sus aliados están buscando lo que queda de Bruce y
sus partidarios.

-¿Fin? -preguntó Marjory sin aliento.

Lady Rignach negó con la cabeza:- No lo sé.

Algo en Marjory pareció estallar. Se volvió hacia Margaret, con los ojos llenos de furia:- Espero que
seáis feliz. Vos y vuestra familia traidora han ganado. ¿Tal vez vuestro padre esté bailando en la
tumba de mi hermano?

Margaret jadeó, mirando a la chica horrorizada.

-¡Marjory, es suficiente! -dijo lady Rignach-. Margaret es la esposa de vuestro hermano. No es su


culpa que su clan haya elegido el lado de nuestros enemigos ingleses.

El enmascaramiento sutil de la excavación como defensa rompió los últimos hilos de su control.

-Mi padre eligió luchar por su rey, el legítimo rey John, y no por el hombre que asesinó a su
pariente -se volvió de una sorprendida Lady Rignach a su hija-. Amo a vuestro hermano, y cuando
me casé le di mi lealtad. ¿Alguna vez habéis pensado por un momento lo difícil que es esto para mí?
¿Podéis imaginar lo que es saber que mi marido está peleando contra mi padre y mis hermanos, y la
tortura con la que vivo cada día preguntándome si están reunidos en algún campo de batalla? No
elegí nada de esto, y estoy haciendo lo mejor que puedo en circunstancias difíciles. Sé que me
odiáis y pensáis que no soy lo suficientemente buena para Eoin, y tal vez tengáis razón, pero él me
eligió. Quería casarse conmigo, si queréis aceptarlo como si no, y tal vez si no puede darme el
beneficio de la duda, deberíais dársela a el.

La miraron sorprendida, incluso Tilda.

Margaret sabía que probablemente había cometido un error, pero no podía permanecer allí ni un
minuto más y mantener su lengua controlada. Nunca iba a encajar aquí de todos modos. No
importaba lo que su marido quisiera pensar.

Sin decir nada más, se volvió y se alejó. Los hombres del patio la necesitaban, y eso le ayudaría a
mantener su mente fuera de Eoin y la incertidumbre de saber si vivía o moría.

Había terminado de intentarlo. Sólo oró para que su marido cumpliese su promesa mejor que ella.

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Àriel x
***

-Espero que sepáis lo que estáis haciendo. Jefe va a estar furioso, cuando descubra que os habéis
ido.

Eoin miró fijamente al hombre que había sido su compañero en la Guardia de los Highlanders desde
el primer día de entrenamiento en la Isla de Skye hacía nueve meses. Él y Lamont -conocido por el
nombre de guerra Cazador- habían pasado por el infierno y habían regresado en los últimos tres
meses. Se habían salvado la vida unos a otros más de lo que quería recordar. No había nadie en
quien confiar más, por lo que se fiaba de él.

Tor MacLeod no iba a estar furioso, iba a matarlo. El líder de la Guardia nunca le concedería la
licencia de Eoin en este momento, por lo que no había pedido permiso. Pero Eoin no podía salir de
Escocia por Dios sabía cuánto tiempo sin decírselo a su esposa. Excepto por MacLeod, cuya esposa
estaba al corriente de todo y segura en la Isla de Skye, Eoin era el único guardia que estaba casado.
En momentos como éste, podía entender por qué. Le daba una responsabilidad que los demás no
tenían.

-Me iré dos días, no más. Os pondré al día en Tarbert. El jefe apenas tendrá tiempo de notar que me
he ido.

Ninguno de los dos creía eso. El jefe lo maldijo por todos los infiernos Hades en cuanto se despertó
y descubrió que Eoin había desaparecido. No quería pensar en su castigo cuando regresase.

-Suponiendo que puedes superar a los MacDougalls. Estarán patrullando cada centímetro de vía
acuática entre aquí y Dunaverty.

Después de la pérdida en Dal Righ a manos de los MacDougalls, Bruce y lo que quedaban de sus
hombres estaban huyendo a la carrera. Después de huir del campo de batalla, se habían refugiado en
una cueva en la costa norte del Loch Voil, en Balquhidder-MacGregor. Pero con los MacDougall
cazándoles desde el oeste, el conde de Ross del norte y los ingleses que se acercaban desde el este y
el sur, no había lugar seguro para esconderse. Tenían que salir de Escocia. Desde allí llegarían a
Dunaverty, en el extremo más meridional de Kintyre, donde esperaban que Erik MacSorley, el
mejor marinero del reino de la gente de mar de la Isla Occidental, pudiera deslizar un barco más allá
del bloqueo inglés.

-Es por eso que planeo nadar la corta distancia de Oban a Kerrera mañana por la noche. Regresaré
antes del amanecer y abriré camino por Argyll. No buscarán a un hombre a caballo.

Lamont no pareció convencido, pero asintió con la cabeza:- Bàs roimh Gèill -dijo al separarse.
Morir antes de rendirse -el lema de la Guardia de los Highlanders, y la manera de Lamont de
desearle buena suerte.

Las palabras fueron con Eoin en el traicionero viaje de más de cincuenta millas de terreno
accidentado, lleno de más avistamientos de partidos de guerra de lo que había previsto. Pero menos
de veinticuatro horas más tarde, estaba subiendo a la orilla de Kerrera. Empapado y frío, pero lo
había conseguido.

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No estaba seguro de lo que iba a encontrar, se acercó cautelosamente a la puerta de atrás del oscuro
castillo. Los MacDougalls llegarían eventualmente, pero por ahora, esperaba que estuvieran
demasiado ocupados tratando de atrapar a Bruce.

La campana para el toque de queda se había ejecutado horas atrás, y las puertas del castillo estaban
cerradas. Pero reconociendo a los guerreros de guardia, Eoin se arriesgó y se acercó. El hombre
llamó al portero, y poco después la puerta fue desbloqueada. Eoin estaba en casa.

Despertó a su madre primero. Después de que se recuperara por el choque y le aseguró de su


bienestar, le encontró ropa seca mientras él le dijo lo que podía de sus planes. Sabiendo que su
tiempo era corto, le pidió despedirse de sus hermanas y fue a despertar a su esposa.

El sollozo de alivio que se desgarró de la garganta de Margaret, y la sensación de ella en sus brazos
un momento más tarde, hizo que el riesgo que había tomado en venir valiera la pena.

-Gracias a Dios, estáis vivo -sollozó contra su pecho-. Estaba tan asustada. Pero la pesadilla ha
terminado. Regresasteis. Os extrañé mucho. No sabía cuánto más podría aguantar.

Maldijo las palabras que debía hablar, sabiendo lo difícil que iban a ser para ella oírlas. Se había
sentado para lanzar sus brazos alrededor de su cuello, y ahora, la empujaba suavemente hacia atrás
para que pudiera mirarla.

-No ha terminado, Maggie. Pero no podía irme sin deciros que estaba vivo... sin deciros adiós.

Ella parpadeó, como si lo hubiera malinterpretado:- ¿Qué queréis decir con adiós? Por supuesto que
se acabó. Bruce ha sido derrotado. Su causa está perdida.

Eoin sacudió la cabeza:- No ha terminado. Bruce ha sido derrotado, sí, pero no ha perdido. Nos
reagruparemos y regresaremos cuando estemos listos para luchar de nuevo.

Lo miró como si estuviera loco:- ¿Reagruparse? No podéis estar hablando en serio. Bruce no puede
tener más que un puñado de partidarios. Su ejército ha sido disuelto. Aquellos que no murieron en la
batalla han renunciado a su lealtad a Bruce y se han rendido a John MacDougall, al conde de Ross o
al conde de Buchan.

La mandíbula de Eoin se endureció. Era muy consciente de los hombres que abandonaron al rey. Su
hermano adoptivo estaba entre ellos. La traición le picaba, pero confiaba en Fin para proteger a su
familia.

-No lo ha hecho. Y yo tampoco.

-¡Pero tenéis que hacerlo! -había un salvaje, pánico en sus ojos que él nunca había visto antes-. No
podéis quedaros con él, seréis cazado como un perro y ejecutado. Todo el mundo sabe lo que le
pasó a William Wallace... ¿queréis morir así? -la mano de ella se aferraba a su brazo, como si
quisiera escucharlo-. Mi padre nos ayudará. Si vamos a él ahora, verá veréis que no seréis castigado.

Desató cuidadosamente su mano:- No voy a ir con vuestro padre, Maggie. No ahora, nunca. Mi
lugar esta con Bruce, y seguiré con él mientras haya un soplo de libertad en sus pulmones.

-Lo cual no tardará en que el rey Eduardo se acerque a él. No hay roca lo suficientemente grande

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como para ocultar a Bruce y sus hombres. El rey Eduardo tendrá a cada hombre de Ross en las
fronteras buscándoos -es por eso que estaban huyendo de la parte continental, refugiándose en los
cientos de islas en los mares occidentales-. ¿Dónde vais a ir?

Él la miró en silencio.

-¿No me lo diréis? -preguntó, con el vacío de dolor que resonaba en su voz-. Por supuesto que no.

Él maldijo, pasando sus dedos por su pelo frustrante. Maldito sea su pariente por hacerles esto:- No
puedo, Maggie. No es sólo mi secreto. Hice una promesa.

-¿Y no tiene nada que ver con ser un MacDowell? -cuando no lo negó -no podía negarlo- su
expresión se endureció-. No seáis tonto, Eoin. No lo hagáis. No entreguéis vuestra vida a una causa
perdida.

Eoin trató de controlar su temperamento. No esperaba que lo entendiera, pero tampoco esperaba que
lo llamaran tonto. Después de luchar junto a su primo durante meses, la creencia de Eoin en la causa
de Bruce se había fortalecido. Pero Eoin sabía que eso era lo último que su mujer quería oír. Sólo
quería que estuviera a salvo.

-No he venido a discutir con vos, Maggie. Vine a despedirme. No sé cuánto tiempo será, pero
volveré.

Sacudió la cabeza frenéticamente:- No, no podéis dejarme aquí. Si no escucháis a la razón, entonces
llevadme con vos. No puedo quedarme aquí más sin vos.

Su pecho tiró, escuchando la desesperación en su voz:- Lo haría si pudiera, pero es imposible. A


donde vamos no hay sitio para una mujer. Bruce había enviado a su propia esposa, hermana y hija.

Lachlan MacRuairi, Víbora, las condujo y a la condesa de Buchan al este al castillo de Kildrummy.

-No me importa. Juro que no voy a ser una carga. No me dejéis sola aquí. Por favor –gritó-. No
podré soportarlo.

Venir aquí había sido un error. Sólo empeoraba la situación. Su voz era histérica. Trató de aliviar su
pánico tomándola en sus brazos, pero estaba rígida e inflexible.

-Lo haría si pudiera. Tienes que creer eso."

Se arrancó de sus brazos con un duro tirón:- Estoy cansada de creer. Estoy cansada de esperar aquí,
mientras desaparecéis durante meses sin decirme nada. Hemos estado casados casi un año, y hemos
pasado menos de tres semanas juntos y de compartir una cama, una noche. Una noche, Eoin. No
podéis dejarme aquí. No lo permitiré. U os quedáia o me lleváis contigo o...

Eoin sabía que estaba molesta, y estaba tratando de ser comprensivo, pero no le gustaban los
ultimátums:- ¿O qué, Maggie? ¿Qué opción tenéis? Así debe ser.

Su boca se frunció obstinadamente, y apartó la cabeza de él a la luz de las velas. Casi podía oír lo
que estaba pensando, y eso lo enfureció. Las palabras de advertencia de Fin volvieron a él. ¿Por qué
tenía que ser así? Esto tampoco era fácil para él. ¿No podría por lo menos tratar de entender sin

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hacer demandas? Lady Bárbara habría sabido su deber. Esto era la guerra, maldita sea.
Pero era joven e impaciente, lo sabía. Tomando su barbilla, él forzó su mirada de nuevo a la suya.

-Vos sois mi esposa, Margaret. Os quedaréis aquí y esperaréis adonde pertenecéis.

-¡No pertenezco aquí! No sin vos. Ya no puedo hacer esto.

Su pecho latía por el golpe. No quería estar casada con él. Tenía la mandíbula tan fuerte que podía
sentir el pulso en su cuello.

-Tal vez sea así, pero como es demasiado tarde para una segunda reflexión, os sugiero que hagáis
todo lo posible para vivir con ello. Quién sabe, tal vez tendréis suerte, y el rey Eduardo os sacará de
vuestra miseria.

Jadeó, mirándolo con una expresión de asombro en su rostro. Las lágrimas llenaron sus ojos, pero
estaba demasiado enfadado para ofrecerle consuelo.

-¿Cómo podéis decir algo así? El temor de que algo os suceda me ha perseguido cada hora de cada
día que hemos estado separados. Os amo, es sólo que no puedo...

Pero tenía que hacerlo. Ambos lo sabían. Era su esposa. Lo miró con impotencia, con lágrimas
corriendo por sus mejillas.

La cólera salió de él. Él la atrajo de nuevo a sus brazos y, como no pudo decir nada para consolarla,
la abrazó mientras sollozaba. Hicieron el amor casi por desesperación, pero sólo pareció ensanchar
el abismo entre ellos.

Cuando se fue poco después, apenas lo miró. Se sentía como si se estuviera desgarrando. Había
llegado a casa para mejorar las cosas y sólo las había empeorado. Y temía que el tiempo y la
separación estuvieran separándose entre ellos de una manera que nunca sería capaz de salvar.
No queriendo empeorar las cosas, no le habló de Fin.

¿Qué estoy haciendo aquí?

Margaret se paró en las murallas mirando fijamente al mar, preguntándose cómo su vida podría
haber cambiado tanto en un año. Ya no era la "muchacha salvaje" de Galloway, era la esposa
abandonada de un proscrito. No vivía con un padre y ocho hermanos que la amaban, era un paria
entre extraños, la mayoría hostiles. No era la anfitriona risueña y alegre que había presidido la mesa
de su padre con confianza, era el "desafortunado" error que se sentaba debajo de la sal y rara vez
hablaba con alguien que no fuera Tilda. Y no era la señora del castillo que estaba ocupada ayudando
a dirigir un feudo para su padre, era la muchacha antes irreverente que trabaja en un convento y era
la única cosa que le impedía enloquecer de aburrimiento.

¿Y para qué todo? ¿Estaba esperando aquí para nada? ¿Dónde estaba Eoin? ¿Cuándo volvería?
¿Volvería?

Después de la forma en que se había separado la última vez, no estaba segura de que quisiera. Había
pasado casi un mes desde aquella horrible noche en que su marido había aparecido como un
fantasma en la oscuridad para contarle sus planes. Lamentó profundamente algunas de las cosas que

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había dicho, y la forma en que había respondido a sus noticias con demandas. Pero había estado
molesta, frustrada y desesperada porque no la no abandonase una vez más en este miserable lugar
donde estaba separada de todos y de todo lo que amaba, incluso del marido que la había traído aquí.

Pero habían sido sus palabras las que la perseguían. ¿Cómo podría sugerir -aun en cólera- que
deseara su muerte para que así escapara a este matrimonio? Lo amaba. Sólo quería estar con él.
Pero tenía razón. ¿Qué opción tenía? Se alejó del mar para regresar a la torre. No importaba cuánto
le hiciera señas, no podía irse.

No entendía cómo todo podría haber ido tan mal. ¿Cómo podría el matrimonio que había parecido
tan romántico y perfecto sentirse como un error? Parecía como si nada hubiera ido bien desde el
momento en que habían hablado sus votos en la cabaña. El mundo se había vuelto contra ellos. Y no
había nada romántico en casarse con un hombre cuya lealtad extraviada lo había alejado de su lado
durante un año.

Todo por una causa perdida. Todavía no podía creer que hubiera decidido quedarse con Bruce.
Incluso el hermano adoptivo de Eoin se había rendido al Señor de Lorn. Fin, el último adulador de
John MacDougall, había llegado a Gylen Castle como su guardián hacía una semana. Con el laird
MacLean y su hijo declarados rebeldes forajidos, las tierras del clan habían sido perdidas para la
corona, la corona inglesa. Como sheriff de Argyll -la autoridad del rey inglés en el área- Lorn había
dado el mando de Fin al castillo.

Al principio, Margaret se horrorizó por la noticia del regreso de Fin, hasta que se enteró de la razón.
A Fin se le había dado Marjory como novia. El matrimonio que la hermana de Eoin siempre había
deseado sería suyo tan pronto como se pudieran leer las amonestaciones.

Margaret trató de ser feliz por ella. Deseaba desesperadamente que se equivocara con respecto a
Fin. Parecía estar haciendo todo lo posible para evitarla, por lo que estaba agradecida... y aliviada.

No fue hasta la noche de la celebración de esponsales que Margaret aprendió que sólo había estado
esperando su tiempo. A pesar de la felicidad de la futura esposa, la ausencia del laico y de sus hijos,
de los que no se había oído hablar desde que Eoin se había marchado, dejó escapar una ocasión.
Aunque los miembros del clan habían sido obligados a jurar a su nuevo señor, su lealtad seguía
siendo con su laird, y miraban a Fin como algo entre un oportunista y un traidor.

Fin les había asegurado que sólo lo había hecho para protegerlos -y eso lo entendió Eoin-, pero
Margaret no le creyó completamente. Sintió que lady Rignach tampoco lo había hecho, sino que
había elegido hacer lo mejor de la situación pretendiendo hacerlo.

La celebración era un asunto atrevido y torpe que continuaba hasta altas horas de la noche debido al
deber, no al deseo. Sintiendo la ausencia de su esposo y encontrando difícil ocultar su miseria,
Margaret salió del asfixiante salón a los establos para traer a Dubh un trato especial: una manzana
robada de la fiesta.

No se dio cuenta de que la habían seguido.

-¿Qué hacéis aquí?

Se sobresaltó ante el sonido de la voz detrás de ella, y reconociéndola como Fin, su corazón
inmediatamente comenzó a correr. Carreras queestimuló cuando miró a su alrededor y se dio cuenta

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de que había acorralado en el pequeño puesto y se deshizo del muchacho de la cuadra que había
estado sentado cerca de la puerta. La puerta que ahora estaba cerrada.

Enderezando la columna vertebral, cuadró los hombros para enfrentarse a él:- Darle a Dubh un
regalo. Ahora, si me disculpáis -dijo, tratando de pasar por él- le dije a Tilda que volvería en un
momento.

La cogió del brazo:- No tan rápido. Tenemos algunas cosas que discutir, vos y yo.

El palpitar de su corazón resonó en el abismo creciente de su estómago. Podía oler el olor pesado
del whisky en su aliento, y sus ojos estaban salvajes con una bruma borracha. Cada instinto de su
cuerpo parecía sonar alarmado.

Estar sola con Fin siempre la ponía nerviosa, pero estar sola con un borracho Fin la hacía
aterrorizada.

Sus ojos le escudriñaron el rostro y luego cayeron sobre sus pechos, donde permanecieron con un
inconfundible destello de lujuria antes de regresar a su boca:- ¿Cómo conseguisteis que se casara
tan pronto? Sois hermosa, pero nunca se ha distraído con una cara bonita. Debe ser otra cosa. ¿Os
pusisteis de rodillas? Siempre tuvo una debilidad por una chica que chupara su polla. Pero entonces,
¿qué es lo que no hace el hombre?

Margaret jadeó, tan sorprendida e indignada que no supo qué decir. ¿Las mujeres...? Apartó el
brazo:- ¡Cómo os atrevéis! Cuando Eoin vuelva...

-¿Volver? -se echó a reír más fuerte-. Eoin no regresará. ¿No os habéis dado cuenta de eso todavía?
Si viene aquí, es un hombre muerto. Diablos, probablemente ya sea hombre muerto.

La ira ahogó algo de su miedo. Odiaba oír sus propios temores en eco:- ¿Cómo podéis decir eso? Es
vuestro amigo.

Fin se puso sórdido un poco:- Sí, pero hizo su elección. Yo hice la mía. Los dos tenemos que vivir
con ello. Me sorprende que sigáis defendiéndolo, considerando...

Margaret esperaba que su voz no temblara, pero tenía el corazón en la garganta. Había bloqueado la
única salida del establo con su cuerpo y ahora la apoyaba contra la pared trasera.

Él sonrió, pero nunca llegó a sus ojos enloquecidos por la bebida:- Considerando que os dejó aquí
desprotegida -se inclinó y se estremeció cuando su respiración cargada de whisky se arrastró por su
piel-. Sois una mujer hermosa. Muchos hombres serían tentados...

-Entonces serían unos tontos -dijo ella, poniéndose en pie derecho, negándose a acobardarse-. Si mi
marido no vuelve para vengar mi honor, os aseguro que mi padre y hermanos lo harán.

Eso le hizo detenerse. Pero entonces sus ojos se estrecharon sobre ella una vez más, como un halcón
con su presa a la vista. Parecía que ya no estaba esperando su tiempo:- Vuestro padre y hermanos
están muy lejos, pero tal vez si miráis a vuestro alrededor hay alguien más cerca de casa en quien
podáis confiar.

-¿Quién?

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-Podría ser convencido. Con las seducciones adecuadas -si la mirada que barrió sobre su cuerpo le
dejó alguna duda de lo que quería decir, su siguiente movimiento no lo hizo.

La alcanzó, atrayéndola tan rápidamente que no tuvo tiempo de reaccionar antes de que su boca la
aplastara.

Saboreó el whisky y la lujuria, y habría amordazado si hubiera podido respirar. Era tan grande y
musculoso como su marido, y el asalto de un hombre tan poderoso la llenó de terror, pero estaba
preparada. Prometiendo que pagaría a sus hermanos si tenía la oportunidad de insistir en que
aprendiera a defenderse, Margaret levantó la rodilla entre las piernas. Duramente.

Se arrugó como un puñado de harapos, gritando de dolor. No perdió el tiempo, pero sacó su cuchillo
de comer de la vaina de su cintura y se la sujetó a su cuello.

-Si volvéis a tocarme así, os mataré.

La lujuria había desaparecido. Era un odio puro que ahora le miraba a los ojos:- Lo lamentaréis,
perra.

No dudaba que lo decía en serio. No queriendo darle la oportunidad de recuperarse, corrió lejos de
su lado fuera del puesto. No había nada que hacer: tenía que ir a Lady Rignach.

Tendría que haberlo hecho si no hubiera corrido directamente a un Marjory aturdida que estaba
justo al lado del puesto. De la mirada atribulada en el rostro de la chica, si no lo había visto todo,
había visto lo suficiente.

Cuando se volvió y corrió, Margaret la persiguió.

-Esperad -dijo, cogiéndola en el fondo de la escalera de la torre-. Oh, Dios, Marjory, siento tanto
que hayáis tenido que ver eso. Pero quizá sea mejor que aprendáis la verdad ahora.

-¿Saber qué verdad? -repitió con enfado-. ¿Que traicionasteis a mi hermano e intentasteis seducir a
mi prometido? Os vi besarlo -la fachada de ira se desmoronó como una pared seca-. ¿Cómo
pudisteis?

Viendo la devastación en los ojos de la otra mujer, Margaret luchó por la paciencia como trató de
explicar con calma. Marjory estaba herida, pero no había ninguna interpretación que pudiera haber
errado con los hechos que acababan de ocurrir de culpa de Margaret.

-Fin me atacó, Marjory. Estaba borracho. Cuando intentó besarme, me vi obligada a defenderme.
¿Debéis haber visto el cuchillo?

-¿Atacada? Queréis decir provocada. ¿Qué esperáis cuando os habéis burlado de él, seduciéndolo
durante semanas o meses? Luego, cuando finalmente decide tomaros en cuenta con vuestra oferta,
jugáis a los inocentes y sacáis vuestro cuchillo -las lágrimas comenzaron a caer y Marjory sollozaba
incontrolablemente-. Dios sabe, habéis hecho todo lo posible para confundirlo. Pero Fin me ama, y
todo el mundo sabe que sois una puta.

El sonido de una bofetada destrozó el aire fresco de la noche. Margaret no sabía cuál de ellas estaba

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más sorprendida. Pero no iba a dejar que nadie dijera algo así, ni siquiera una mujer que
supuestamente fuera su hermana.

Se miraron a la luz de las antorchas.

-Os odio -dijo Marjory, sosteniendo su mejilla en su palma-. Todo el mundo os odia. Nadie os
quiere aquí. Ojalá mi hermano nunca se hubiera casado con vos, así podríais iros.

Esta vez cuando ella huyó, Margaret no la persiguió.

Subió las escaleras a su cámara, se puso una capa oscura, metió algunas pertenencias en una bolsa -
incluyendo el juego de ajedrez en el que había trabajado tan duro- y salió de la puerta de atrás en la
multitud de juerguistas sin que nadie se diera cuenta.

Dejó atrás un corazón roto, su adorable caballo con el que no podría escapar sin ser vista, y una nota
para su marido siempre que regresara. Había hecho lo que tenía que hacer, y ahora también lo era.

Margaret MacDowell ya había tenido suficiente: se iba a casa.

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Capítulo 14

Cerca de Garthland Castle, Galloway, Escocia, San Valentín, 1307

El viento arrastraba las ataduras de sus trenzas, enviando su cabello por detrás de ella, mientras
Margaret bajaba la cabeza hacia el cuello del palafrén y corría a través de los árboles sombreados.
Podía oír el grito de su compañero detrás de ella, pero no la atrapó hasta que se detuvo en el lago.

-Por el amor de Dios, Maggie Beag, ¿qué diablos creéis que estáis haciendo? -se acercó y agarró las
riendas, obligando a su montura a detenerse completamente-. ¿Estáis tratando de mataros, andando
por los árboles así? Debería poneros por encima de mi rodilla.

Margaret se quedó mirando el rostro familiar y apuesto, aunque a menudo no se volvía hacia ella
con tanta furia. Señor, casi creía todas esas historias que oyó de su ferocidad en el campo de batalla
cuando se parecía a esto. Pero Tristan MacCan había sido su amigo todo el tiempo que pudo
recordar. Se necesitaría más que una mirada oscura para intimidarla.

Entrecerró los ojos de inmediato:- Estaba corriendo -y ganando- voy a señalar. Y la última vez que
os miré no eráis mi padre o mi marido, Tristan MacCan, así que no tratéis de mandarme.

Con un movimiento de su cabeza, desmontó, saltando con una exclamación. Caminó hacia el borde
del agua.

Pero estaba justo detrás de ella. Tomándola por el brazo, Tristan la hizo girar para mirarlo.

-Aún no, tal vez. Pero cuando lo sea, os llevaré por encima de mi rodilla, si alguna vez volvéis a
hacer algo así. Podríais haber montado en un miembro en la oscuridad que va tan rápido. Habéis
asustado a mi corazón.

Siempre hacía esto, la destrozaba. No podía enfadarse con él cuando decía cosas tan dulces como
esa. Le había asustado y su reacción había sido motivo de preocupación.

Pero era más que eso. Tristán cuidaba de ella, más de lo que había imaginado. No fue hasta que
volvió a casa de Kerrera que había notado los sutiles cambios. La forma en que la miraba con
anhelo, y tal vez un ligero borde de posesividad cuando no pensaba que estaba mirando. El modo en
que ya no seguía a toda linda muchacha que le sacudía las pestañas por la puerta. La forma en que
había intentado aliviar la transición de su regreso a casa con su padre y sus hermanos.

Tristan siempre había asumido -como ella misma- que su matrimonio sería político. Su matrimonio
con Eoin lo había cambiado todo. Ahora que estaba de vuelta, pensó que le habían dado una
segunda oportunidad, gracias a su padre. Pero le preocupaba demasiado darle esperanza donde no la
había. Su corazón pertenecía a un hombre, y hasta que aprendiese a vivir de otra manera, lo
esperaría.

Cuatro meses después de volver a casa, Margaret se preguntó si había cometido un error. El
episodio con Fin y Marjory la había sacudido hasta el corazón; Su único pensamiento había sido

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escapar. ¿Había renunciado demasiado fácilmente? ¿La habría escuchado Lady Rignach? ¿Acaso
Eoin había vuelto a casa para encontrarse sólo?

No había oído nada de él directamente, sólo los rumores de Bruce y un puñado de hombres huyendo
a las islas occidentales. Era como si hubieran desaparecido en la niebla hacía cinco meses.

Recientemente había oído rumores sobre el regreso del "rey" -y su padre ciertamente estaba
reservado acerca de algo con mensajeros que iban y venían a todas horas-, pero los soldados que
habían guarnecido los castillos cercanos habían permanecido inactivos durante meses. Por lo cual se
sintió aliviada. Dios sabía que no quería al rey Eduardo, pero tampoco quería que la guerra se
reanudara. Sólo quería que Eoin regresara a casa con seguridad. No importaba lo que le dijera su
padre, se negaba a creer que estaba muerto.

Se volvió hacia Tristan, que había relajado su agarre en su brazo, pero todavía estaba de pie cerca de
ella.

-Sé lo que mi padre quiere, Tristan. Pero no voy a estar de acuerdo con sus planes para disolver mi
matrimonio con la pretensión de un precontrato. Vos y yo no stábamos prometidos en secreto, y no
diré que lo estábamos.

Todavía no estaba lo suficientemente oscuro para enmascarar la expresión de Tristan, y pudo ver el
destello de la irritación en sus ojos ridículamente verdes -¡Señor, pondrías a las esmeraldas en
vergüenza!

-No puedo creer que sigáis amando a un hombre a quien apenas conocéis, que os abandonó entre
extraños, y luego esperó que os sentaráis junto a la chimenea esperándolo. Si fueráis mi esposa, os
habría llevado conmigo. Nada me hubiera impedido teneros a mi lado.

Margaret sintió una punzada en el pecho, sabiendo que Tristan lo decía de verdad. La habría llevado
consigo, y no podía evitar pensar en la idea de que si Eoin la hubiera amado de verdad, lo habría
hecho también.

Sostuvo su mirada:- Probablemente esté muerto, ¿lo sabéis?

No dijo nada, pero apartó la mirada. Lo sabría si lo estuviera... ¿No?

Forzó su rostro de nuevo a él con una mano en su barbilla:- Pero aunque haya sobrevivido los
últimos meses, no creéis que irá a buscaros aquí, ¿verdad? Lo dejasteis, Maggie.

El dolor se intensificó, las palabras de Tristán eran un eco de sus temores:- Os dije por qué -dijo
ella, su voz quebrándose.

-Sí, pero dudo que se moleste en venir a preguntar. Dejasteis clara vuestra elección cuando
volvisteis a vuestra familia, adonde pertenecéis.

Pero eso era el punto. No estaba segura de que perteneciera a ninguna parte. Garthland era el
mismo, pero también era diferente. O tal vez ella era la que era diferente. Se reía y bromeaba,
hablaba sin pensar, y hacía lo que quería sin pedir permiso. Sus días estaban ocupados y llenos de
propósito. Había vuelto a su papel de dama del Castillo y había organizado innumerables fiestas
desde que había regresado. Ya no era tan desgraciada.

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Pero tampoco era feliz. ¿Cómo podía estarlo cuando Eoin estaba en peligro? Y al igual que en
Gylen, no había nadie con quien hablar en Garthland sobre sus temores por su marido. Ni siquiera
Brigid. La distancia que había sentido de su amiga antes de salir de Stirling se había ensanchado
desde el regreso de Margaret. Normalmente, Brigid habría acompañado a Margaret y a Tristan en el
viaje al lago, pero todo lo que Brigid parecía querer hacer, ya que ella y su hermano habían llegado
era sentarse junto a la ventana y observar a los hombres en el patio mientras cosía. Margaret estaba
aún más convencida de que Brigid se había enamorado, pero cada vez que le preguntaba a su amiga,
tenía una expresión de dolor en la cara y se negaba a hablar de ello.

Justo como en el castillo de Gylen, Margaret estaba entre dos lealtades. Ya no encajaba en ninguna
parte, no pertenecía a ninguno de los clanes por completo y desconfiaba de ambos.

-Eoin me ama -dijo Margaret al hermano de Brigid, tratando de retorcerse de su agarre-. Vendrá por
mí cuando pueda.

Debía de parecer más segura de lo que sentía, porque la expresión de Tristán se endureció.

-¿Y cuánto tiempo será? -la atrajo más cerca, así que sus ojos estaban separados sólo unos
centímetros en la oscuridad-. Sois una mujer joven y hermosa, Maggie. ¿Estáis preparada para
esperar años para que sea lo suficientemente seguro como para que MacLean intente escabullirse
aquí para ir a buscaros? Colarse es lo que él tendrá que hacer. Mientras vuestro padre viva, siempre
que viva alguno de los parientes del Señor de Badenoch, nunca será seguro para Bruce y sus
hombres en Escocia. Lo mató delante de un altar, por el amor de Dios -ignorando su propia
blasfemia, bajó la voz en voz baja-. Y os olvidáis de que os he tenido en mis brazos antes. Sé lo
apasionada que ois. ¿Queréis estar meses y años sin esto?

Siempre había sido bueno para sorprenderla, y lo hizo de nuevo cuando inclinó la cabeza y la besó.
Sus labios eran cálidos y suaves, y su boca sabía a clavos. Era instantáneamente familiar, pero
también era, al instante, equivocado.

Trató de acunarle la cabeza en la mano y acercar la boca a la suya para deslizarse en su lengua
como solía hacerlo, pero lo apartó con fuerza. Tropezó hacia atrás, jurando.

-¡Dejadloo, Tristán, deteneos! -le puso las manos en las caderas y lo miró furiosamente-. ¿Qué
creéis que estáis haciendo?

Sus ojos brillaban igual de ardientemente ... pero con otra cosa:- Mostrando lo que os falta.
Probándoos que serías tonta al esperar a un hombre que nunca volverá, cuando tenéis uno aquí
mismo que os quiere.

Dio un paso más cerca de ella, pero ela lo retuvo:- ¡Deteneos, Tristán! No quiero esto.

Sus ojos se volvieron feroces, se inclinó hacia ella, como si pudiera atraerla entre sus brazos.

-Puedo hacer que lo queráis.

Había una poderosa ventaja en su voz que no reconocía. Le lanzó un escalofrío de temor por su
espina dorsal. Pero Tristan no era Fin MacFinnon. Nunca la haría daño.

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Àriel x
-No, no podéis -dijo con firmeza-. Hemos sido amigos durante mucho tiempo, pero si persistís en
esto, ya no lo seremos.

Por un momento parecía como si pudiera presionar su caso, pero entonces sus palabras parecieron
penetrar en él. Podía ver el enfado y la frustración en guerra en sus características expertas.

-Estáis cometiendo un error, Maggie. Espero que cuando os hayáis dado cuenta, no me haya
cansado de esperar. No voy a dormir solo para siempre. Pero continuad con esta terquedad, y muy
bien podría.

Tomando a su caballo por la brida, se dirigió hacia la oscuridad. Quería llamarle, pero sabía que era
mejor darle tiempo para enfriar su temperamento. El castillo estaba a sólo un grito de distancia.
Un momento después lo reconsideró. Se había oscurecido de repente, y las sombras del bosque
habían tomado un tono siniestro. Algo se sentía mal. El ruido de las hojas agitaba un escalofrío que
corría por su espina dorsal. Miró a su alrededor, mirando la oscuridad.

Es sólo el viento, se dijo.

Pero no fue así. Los cabellos de la parte posterior de su cuello palpitaron. Ella podía sentir algo.
Alguien estaba allí afuera.
Empezó a gritar por Tristan, cuando una mano se deslizó sobre su boca, y un hombre la agarró
bruscamente por detrás.

***

No debería estar aquí. Eoin había prometido a Lamont que echaría un vistazo al castillo y se
reuniría con su cita en una hora. Se suponía que no debía permitir que nadie supiera que estaba aquí,
ni siquiera su esposa fugitiva. Demasiadas cosas dependían de él.

Después de cinco meses de tiempo en las islas occidentales mientras Bruce reunía el apoyo
necesario para retomar su reino, estaban listos. Mañana por la noche, el rey y unos trescientos
hombres dirigirían un ataque a Turnberry más allá de la costa, y la mayor parte de sus fuerzas, unos
novecientos hombres, bajo el mando de los dos hermanos de Bruce, Alexander y Thomas, dirigirían
un ataque contra Galloway en la costa sur.

Todo estaba listo, y a los guerreros de la Guardia de los Highlanders se les había dado la peligrosa
tarea de explorar las áreas de aterrizaje la noche anterior. En Galloway, eso significaba Eoin y
Lamont. En Ayrshire significaba MacSorley, MacLeod y MacGregor. La otra mitad de la Guardia
estaba en algún lugar del noroeste de Escocia, llevando a las mujeres de Bruce a la seguridad.

La misión de Eoin y Lamont era simple: reconocimiento de la fuerza y posición del enemigo, y
asegurarse de que nadie los esperaba. El sitio elegido para su desembarco era menos que ideal. De
hecho, Eoin había argumentado en contra. La profunda y estrecha ensenada en Loch Ryan podría
permitir al enemigo atacarlos desde la orilla como peces atrapados en un barril. Pero con las
corrientes, era el único lugar para desembarcar a tantos hombres con seguridad, y había perdido en
la discusión. Su éxito dependería de la sorpresa.

Sin embargo, allí estaba él, en la misión más importante de su vida, arriesgándolo todo porque
estaba demasiado furioso, demasiado consumido por los celos, para tener cuidado.

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Había estado en lo alto de un árbol, a las afueras de las murallas del castillo, tratando de ver el patio
para tener una idea del número de hombres que había en el interior -y con la esperanza de ver a su
esposa- cuando la mujer y el hombre salieron de la puerta. La luz era baja, y ella llevaba una capa
sobre la cabeza, pero la había reconocido al instante. La risa por encima de su hombro y la forma en
que había salido disparada a través de los árboles en su caballo sólo lo había confirmado. Se había
bajado y los había seguido.

No podía creerlo. Había estado riñéndose durante meses sobre cómo la había dejado, para descubrir
que no sólo su esposa lo había dejado con apenas una explicación (no necesitaba mirar la nota, -
¿cómo había aprendido a escribir?- en su sporran para recordar las palabras, deletreado y todo: "Os
amo, pero no puedo permanecer aquí sin vos por más tiempo, estaré esperándoos en Garthland.
Perdonadme.), Pero cuando la encontró, estaba dando vueltas a través del campo con otro hombre.

Un hombre a quien no tardó mucho en darse cuenta que debía ser Tristan MacCan. El bastardo que
probablemente le había dado su primer beso. Y su segundo. ¿Y cuántos más? ¿Cuántos?

Los pensamientos perniciosos lo asaltaron en la oscuridad. Los celos se enrollaban dentro de él


como una serpiente, esperando la oportunidad. No le ayudó el hecho de que MacCan pudiera
sostener sus intenciones en el campo de batalla y darle a MacGregor un buen combate en cara.
Cuando el bastardo la besó, Eoin se enfureció de rabia. Había tomado todo lo que tenía para no
arrancar a MacCan de ella y destrozarlo miembro a miembro.

Si no hubiera alejado a MacCan, Eoin podría haberlo hecho. Pero la cordura intervino.

Por lo menos por un momento. Hasta que sintió su presencia y abrió la boca para gritar. Sabiendo
que no podía dejar que advirtiera al castillo de su presencia, los hombres que pululaban por toda la
zona era una posibilidad que no podía soportar, se vio obligado a revelarse.

-Shhh -le susurró al oído. Sintió el aire penetrante bajo su mano, mientras su cuerpo se enrojecía de
shock y reconocimiento-. A menos que queráis traer a los hombres de vuestro padre a mí, esposa.

Incluso en su ira se dio cuenta de la presión de su cuerpo contra el suyo. Todas aquellas suaves
curvas que amaba encajaban perfectamente contra él, y reaccionaba como una bestia hambrienta,
endurecida, mientras la sangre corría a todas partes de su cuerpo en contacto con ella.

Tan pronto como soltó su agarre, se volvió y le abrazó:- ¡Eoin! –sollozó-. Vinisteis.

La apartó de él:- Sí, y justo a tiempo, por lo que acabo de ver.

Algo en su voz debió haberla alertado. Lo miró con ansiedad, aunque pudiera tener algo que ver con
su apariencia. Todos esos meses huyendo habían tomado su peaje. No sólo encajaba, sino que
parecía la parte del proscrito. Recordando que llevaba el timón nasal ennegrecido, favorecido por la
Guardia de los Highlanders, la dejó ir para quitárselo. Lo tiró al suelo y esperó.

Se mordió el labio, claramente avergonzada:- No fue nada, Eoin.

-¿Nada? -explotó, su mente corriendo hacia aquel día en Stirling Castle, y lo fácil que había
descartado el beso del joven John Comyn-. Tenía la boca sobre vos, Margaret, y seguro, como sois
mi esposa, un hecho que parecéis haber olvidado.

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-Por supuesto que no lo he olvidado.

-¿No? -la acarició contra él. Sus sentidos explotaron, pero la ira le impidió aplastar su boca contra la
suya-. Entonces, ¿qué demonios hacíais aquí sola con él? ¿O tal vez no necesito preguntar? Vos y yo
fuimos a cabalgar solos.

Jadeó de indignación, sus ojos se estrecharon con enfado:- ¿Qué estáis insinuando?

-No estoy insinuando nada, estoy preguntando. ¿Cómo demonios es vuestra relación con Tristan
MacCan?

-No tengo una relación con él -debería haber visto algo en su expresión-. ¿Qué?

-No sangrasteis.

Le tomó un momento comprender lo que quería decir. Le dirigió una mirada que le hizo querer
esconderse bajo una roca.

-¿Y por eso no era virgen? -soltó una risa dura-. Los celos os han hecho tonto e idiota. No todas las
mujeres sangran en su primera vez, Eoin. Incluso yo sé eso. Yo era virgen cuando os conocí, y he
sido fiel a vos todos los días desde entonces, aunque ahora mismo me estoy preguntando por qué -
hizo una pausa, como si luchando para calmar su temperamento-. Tristán estaba equivocado al
besarme, y siento que tuvierais que ver eso, pero no soy una puta. Y sólo porque terminé en la cama
con vos no significa que lo haré con ningún otro hombre.

Maldita sea, estaba haciendo que se sintiera mal. Pero no era él quien estaba besando a otra mujer
en el bosque. No era él quien estaba discutiendo cómo terminar su matrimonio.

-¿Por qué diablos os encuentro aquí? Mi esposa debería estar en Gylen. ¿Es MacCan la razón por la
que me dejasteis? ¿Os cansasteis de esperar a un marido y decidisteis tomar otro?

-¡Tal vez debería haberlo hecho! No soy yo la que os dejó solo y desprotegido. No soy el que
desapareció durante meses sin decir nada. No soy yo quien os mantiene en la oscuridad. No soy yo
quien saltó de la oscuridad, me asustó hasta la muerte, lanzando acusaciones como un salvaje,
cuando no os veo desde hace meses. Meses en que no sabía si vivíais o no. Esto no es un
matrimonio, Eoin, o al menos no uno del que yo sea parte.

¿Desprotegida? ¿Qué quería decir? Habría preguntado, pero trató de alejarse y sabía que no podía
dejarla ir. Parte de él temía que ya la hubiera perdido.

Apoyó su rostro hacia el de ella, de modo que sólo unos pocos centímetros separaban sus ojos.

-Mientras haya respiración en mi cuerpo me pertenecéis. Si MacCan o vuestro padre piensan que
van a cambiar eso con alguna afirmación falsa de precontrato, pueden irse al Infierno. Yo mismo los
pondré allí.

Sus ojos brillaron:- No pertenezco a nadie. No soy una posesión por la que luchar, se supone que
debo ser vuestra esposa. Pero si esta es vuestra idea de cómo tratar a alguien que se supone que
queréis, entonces ya he tenido suficiente, y sois vos quien puede irse al Infierno, o volver a la
guerra, que es tan importante para vos.

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Pero Dios, la amaba. Ese era el problema. No podía dejarla ir, aunque merecía más de lo que podía
darle ahora. Tenía que aferrarse a ella. Tenía que encontrar alguna manera de poner la conexión rota
de nuevo juntos.

Así que hizo lo único en lo que pudo pensar. Lo único que no podía negar. Lo único que sabía podía
acallar la tormenta que corría dentro de los dos. Le cubrió la boca con la suya y la besó con toda la
pasión reprimida, toda la ira desenfrenada, todo el miedo azotando dentro de él. Su necesidad por
ella era cruda y poderosa, feroz en su intensidad. Como una tormenta de relámpago, centelleó y
tronó, azotando los elementos que los rodeaban en un violento frenesí de lujuria y deseo.
Su boca estaba abierta, su lengua se empujaba contra la suya con la misma hambre, la misma
necesidad, la misma desesperación frenética. Estaba agarrando sus hombros, apretando sus brazos,
moviendo sus manos sobre su cuerpo con el mismo fervor. Le encantaba cuando ella lo tocaba, le
encantaba la sensación de sus codiciosas manos sobre él.

Su boca estaba en su garganta, sus manos en sus pechos, en su parte inferior, levantándose.
Lo alcanzó, moldeando su mano alrededor de su polla. Se sentía tan bien, pensó que iba a explotar.
Se estaban tirando de la ropa del otro. Sus zapatos estaban desatados, sus braies desatados, y su
erección se suelta.

El aire frío de la noche no aliviaba el calor que latía en sus venas. Estaba ardiendo. Estaban en
llamas. Él la apretó contra un árbol, levantó sus faldas, y deslizó su mano entre sus piernas.
Jesús. Ya estaba lista para él, y no podía esperar un segundo más para estar dentro de ella. Había
sido tanto tiempo...

La golpeó con un empujón que los sorprendió a ambos. Un empuje de posesión. Un empujón de
exclamación. Y un empuje que no se podía negar.
Pertenecían juntos.

Una y otra vez se lo demostró, mientras sus caderas se balanceaban de un lado a otro, primero
lentamente, y luego mientras sus gritos se hacían más insistentes, más rápidos. Bombeó más duro.
Rodando más profundo en un tambor feroz y primitivo de necesidad y deseo.

Sí. Oh, dios, sí. Se sentía bien.

Estaba construyendo. Alrededor de ellos. Clamando para la liberación.

Podía sentir la presión en la base de su espina dorsal. Incesante, consumidora e irreprimible.


El sonido de sus gritos lo envió:- Oh Dios, Maggie... os amo mucho.

Las palabras resonaron una y otra vez en su cabeza cuando su cuerpo se apoderó y las poderosas
emociones lo separaron. La llenó con la prueba de ese amor, explotando profundamente dentro de
ella.

Sólo cuando el rugido de las llamas se había apagado notó el silencio. Algo había sido diferente.
Desde aquella primera vez en la cabaña, Margaret había sabido que había algo diferente en el amor
de su marido. Sintió que se había estado conteniendo. Pero no fue hasta ahora que se dio cuenta de
lo que era.

Él empujó atrás, su virilidad que salía de ella -fuera de ella- desde donde había encontrado su
liberación. Sintió la frialdad y se preguntó cómo podía haber perdido algo tan significativo. Excepto

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por aquella primera vez, cada vez que había hecho el amor con ella, se había retirado de ella.

-Oh, Dios, Maggie, lo siento. -retiró la mano a través de su desaliñado cabello que era mucho más
bajo de lo que recordaba. Parecía muy diferente. Todos los vestigios de la juventud habían
desaparecido. Era un hombre y uno de aspecto muy peligroso. Este hombre pertenecía a las
sombras, vivía en las sombras. No era el hombre con el que se había casado-. No quise que eso
sucediera así.

No se movió de su lugar contra el árbol mientras volvía a vestirse.

¿Por qué? ¿Por qué? La pregunta sonó en su oído. Temía que no quisiera escuchar la respuesta,
pero preguntó de todos modos.

-¿No quería decir qué pasaría así? ¿Por qué, os olvidasteis de hacer algo? -la miró, obviamente
confundido-. ¿Hay alguna razón por la que habéis elegido tomar vuestro placer fuera de mí hasta
ahora?

No se apartó de la acusación en sus ojos:- Pensé que era lo mejor –sus puños apretados a su lado, su
voz estridente.

-¿Qué era lo mejor?

-Hay menos posibilidades de tener un hijo.

Lo miró fijamente en la oscuridad, incapaz de respirar, sintiéndose como si sólo la hubiera pateado
en el pecho:- No queréis un niño conmigo -susurró. Su error salvaje, atrasada esposa.

Él tomó su mano helada en la suya, pero temió que nunca volvería a sentirse caliente otra vez.

-Por supuesto que sí, pero no ahora. No sé si iba a estar vivo de un día para otro durante casi el
último año, Maggie. Pensé que sería más fácil para vos -la voz sonó tan aburrida y lejana como se
sentía.

Se había mantenido atrás de ella de muchas maneras, ¿por qué debería sorprenderse? No le dijo
nada sobre sus planes de pelear por Bruce, donde había desaparecido durante meses, adónde iba y
qué estaba haciendo. Se había negado a llevarla con él, y había dejado a un hombre que la odiaba
que podría haberla herido para "protegerla". ¿Y sólo ahora venía a ella?

-¿Por qué estáis aquí, Eoin? ¿Por qué habéis venido a buscarme ahora? -la angustia de su mandíbula
fue su respuesta. Contuvo en su respiración, el apretar en su pecho un dolor cruel, ardiente-. Ya veo
-dijo suavemente-. No habéis venido a buscarme, ¿verdad?

La alcanzó, pero se alejó:- Esperaba veros, pero no puedo llevaros conmigo. Aún no.

-¿Por qué no?

No esperaba una respuesta, y no le dio una:- No sería seguro. No debería estar aquí ahora mismo.
No puedes decirle a nadie de mi presencia.

-Estáis planeando algo, ¿no? Por eso estáis aquí.

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No traicionó nada por su expresión, pero su voz se intensificó:- Lo digo en serio, Maggie, nadie.
Bajo cualquier circunstancia. Estoy confiando en vos. Mi vida y la de los demás dependen de ello.
Tan pronto como sea seguro, haré que Fin envíe a sus hombres para que os lleve de vuelta a Gylen.

-No.

La lentitud de su voz pareció sorprenderle:- ¿Que queréis decir con no?

-No volveré a Gylen, especialmente con Fin. ¿No os interesa saber por qué me fui? Vuestro
hermano adoptivo me atacó, Eoin. Me besó, y creo que habría intentado forzarme, si no hubiera
podido escaparme.

Eoin parecía absolutamente aturdido:- Jesús, Maggie. ¿Estáis segura? ¿Quizás hubo algún tipo de
malentendido? Ahora está casado con Marjory.

-Por supuesto que estoy segura, y no hubo ningún malentendido. Vuestra hermana lo vio todo,
aunque se convenció de que fui yo la que lo besé.

No dijo nada, pero por un momento -una fracción de instante- vio la pregunta en sus ojos, y parecía
como si la hubiera apuñalado con una daga, tan agudo y penetrante era el golpe.

Lo miró con incredulidad. ¿Cómo podría pretender amarla y creer en ella, aunque sea por un
instante? Parecía el golpe final. Estaba cansada de los celos, cansada de la sospecha, cansada de la
desconfianza, pero sobre todo estaba cansada de estar sola. Nunca se había comprometido con ella
ni con su matrimonio.

-Idos al infierno, Eoin. Y no os molestéis en volver.

Su ceño se volvió feroz y enojado:- ¿Qué se supone que significa eso?

-Significa que he terminado de esperar que confiéis en mí. He terminado de intentar probarme a
vos. ¿Cómo pudiste pensar por un momento... -se detuvo, respirando hondo a través de la bola de
dolor que ardía en su pecho-. Ya no me defenderé ante vos ni ante nadie más. No seré la mitad de
una esposa. No seré un pequeño y sucio secreto para esconderme en algún castillo para que podáis
voltear cuando el impulso llegue. Fue un error.

Había una nota de finalidad en su voz que debía haberle alertado.

-Eso no es así, Margaret. Si tratáis de ver las cosas desde mi perspectiva. He hecho promesas.
Tengo un deber.

-¿Y vuestros votos y deberes para mí? Decís que me amáis, pero esto no es amor, Eoin. Esto es
soledad, secretos y sospecha entremezclados con momentos de placer físico.

Él la miró fijamente. La impotencia de sus ojos la desgarró, pero se mantuvo firme.

-Estoy haciendo lo mejor que puedo, Maggie. Sé que esto ha sido difícil, pero por favor tratad de
ser un poco más paciente.

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-No -dijo, y luego repitió con más firmeza-. No. Ya he terminado de ser paciente. Quiero todo de
vos. Si os vais ahora sin mí, no os molestéis en volver.

Sabía que no le gustaban los ultimátums, pero no se echó atrás. No esta vez. No podían seguir así.
No quedaría nada. Tal vez ya no había nada. Su expresión se había convertido en hielo, frío y duro.

-¿Es eso lo que realmente queréis?

Sus entrañas se anudaron:- Sí.

Quería devolver la palabra de vuelta tan pronto como lo dijo, pero sabía que tenía que ser dicho.
Tenía que elegir.
Simplemente no creía que decidiera dejarla.

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Capítulo 15

Margaret perdió el sentido del tiempo. No sabía cuánto tiempo se había sentado en la base del árbol
sollozando. ¿Un minuto? ¿Dos? ¿Diez? Pero de repente, Brigid estaba allí.

-¡Maggie! ¡Gracias a Dios, aquí estás! ¿No me escuchasteis llamaros?

Margaret alzó la cabeza y se encontró con la mirada de su amiga a la luz de la luna.

Brigid palideció, sus ojos se abrieron de horror. Corrió hacia adelante para arrodillarse junto a ella.

-Querido Dios en el cielo, ¿qué ha pasado?

Margaret parpadeó a través de las lágrimas de sus ojos hinchados y sacudió su cabeza, su garganta
demasiado apretada para responder.

-¿Tristan os hizo esto? -dijo Brigid-. Estaba preocupado cuando lo vi regresar al castillo sin vos con
tal temperamento. Oh Dios, por favor decidme que mi hermano no os obligó...

Sólo entonces Margaret se dio cuenta del estado de su ropa. No había atado los cordones de su
vestido donde Eoin los había aflojado, y probablemente llevaba su huella donde había asolado su
boca y su garganta con su beso. Siguiendo la dirección de la mirada de Brigid, miró hacia abajo y
vio el rasguño bajo en su corpiño que debía de ser de su barba.

Sacudió su cabeza:- N-no T-Tristán.

Margaret pudo ver el alivio en la cara de su amiga, antes de endurecerse en acero:- ¿Entonces
quién? ¿Quien os hizo esto? Tenemos que regresar al castillo para decírselo a vuestro padre.

Margaret se aferró a ella para impedir que se pusiera de pie:- No -dijo -. No, no debéis.

-Por supuesto que debemos. El demonio todavía podría estar en el área.

-No, Brigid. Lo digo en serio. No podéis -dijo frenéticamente-. No es lo que pensáis. No pueden
saber...

Margaret se detuvo, sin querer decir demasiado. Eoin podría haberle roto el corazón, pero eso no
significaba que quisiera que muriera por ello. Se obligó a ponerse de pie, aunque sus piernas se
tambalearon, e intentó componerse. Su amiga la observaba cada vez que Margaret hacía lo que
podía con su apariencia.

-Fue él, ¿verdad? -preguntó Brigid-. Vuestro marido. Él fue quien hizo esto. Es él a quien estáis
tratando de proteger.

Margaret trató de negarlo, pero era una horrible mentirosa, y Brigid la conocía demasiado bien. Al
final se vio obligada a admitirlo, o Brigid juró que iría directamente al padre de Margaret.

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-Pero debéis jurar no decir nada, Brigid, a nadie. Podría haber terminado, pero todavía lo amo -las
lágrimas calientes llenaron sus ojos otra vez-. Se acabó, Brig. Ya ha terminado.
Su amiga la envolvió en su abrazo e hizo todo lo posible por consolarla. Pero Brigid no pudo
rehacer lo que había sido destrozado.

-¿Estáis segura? -preguntó Brigid.

Había algo en la mirada de su amiga que Margaret no entendía. Una intensidad -una vehemencia-
con la que hizo su pregunta.

Margaret asintió con la cabeza:- Sí. Estoy segura -su voz se detuvo con un sollozo-. No me ama.

Una vez más estaba envuelta en los brazos de su amiga. Brigid la apretó y la sacudió de un lado a
otro.

-Entonces es un tonto, Maggie Beag, y no os merece. Tal vez... un final definitivo sea lo mejor.

Casi sonaba como una pregunta, pero Margaret estaba demasiado devastada para prestar atención a
la advertencia.

Margaret no se dio cuenta de su error hasta la mañana siguiente, cuando se levantó después de una
noche de insomnio y trató de abrir la puerta de su dormitorio. Tal vez el único beneficio de ser la
única mujer en la familia era que le habían dado una pequeña habitación privada solar en el segundo
piso de la casa de la torre.

Tiró un par de veces en el mango, pero había sido cerrada desde el exterior. Al principio pensó que
era un error y llamó fuerte, llamando la atención de alguien. Pero cuando uno de los soldados de su
padre le trajo comida para romper el ayuno, se dio cuenta de que no era un error.

Lo inundo con preguntas, que quedaron sin respuesta, y exigió que la liberaran, lo cual rechazó
incómodamente. Cuando estaba claro que no llegaría a ninguna parte con él, le pidió ver a su padre.

Durante largas horas su padre la mantuvo esperando, se vio obligada a considerar la posibilidad de
que su mejor amiga la hubiera traicionado.

Un hecho que se confirmó unos minutos después de que Dugald MacDowell entrara en la
habitación. Parecía un gato que acababa de comer un gran ratón gordo mientras se quitaba el timón,
lo golpeaba sobre la mesa y se derrumbó en su silla favorita ante el brasero.

Se paró frente a él, prácticamente temblando de frustración:- ¿Cuál es el significado de esto, Padre?
¿Por qué he estado encerrado en mi habitación todo el día?

Sus ojos se estrecharon un poco en su tono, y tal vez en otro día él la habría castigado, pero hoy
estaba demasiado contento consigo misma:- Es por vuestra propia protección.

-¿Para mi qué?

Su sonrisa se volvió un poco fría:- No quiero que vuestro deber os confunda.

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Luego le contó lo horrible que había sido traicionada. Brigid le había dicho que, en realidad, le
había contado todo a Dougal. Miró fijamente a su padre con incredulidad:- ¿Pero por qué?
¿Por qué Brigid haría eso?

Se encogió de hombros con indiferencia:- ¿Por qué debería importarme? Pero sospecho que es un
enamoramiento que tiene la muy tonta con vuestro hermano. Siempre ha estado fijándose en él.

¿Lo tenía? ¿Cómo no se habría dado cuenta Margaret? Pero todavía no tenía sentido.

-Hubiera preferido que hubiese sido mi propia hija quien me trajera noticias de la presencia del
rebelde.

No echó de menos el reproche nada sutil. Pero incluso su padre no podía negar que le debía a Eoin
su lealtad:- Es mi marido, padre.

-No por mucho tiempo.

Su certidumbre envió un escalofrío a su corazón:- Por favor, padre, debéis creer que no tengo ni
idea de dónde está. Estoy seguro de que Eoin ya ha desaparecido hace mucho tiempo.

-Estoy seguro de que no es nada de eso. Hemos estado esperando un ataque, y la presencia de
vuestro marido en la zona lo ha confirmado. Loch Ryan es el lugar perfecto para aterrizar con
seguridad un número significativo de barcos. ¿No habéis notado todos los hombres que he estado
movilizando en la zona durante el último mes? Los he extendido entre los castillos cercanos para
evitar que los rebeldes conozcan nuestra fuerza. Tendremos una maravillosa sorpresa esperando por
ellos. Esta noche, apostaría.

Oh Dios... no. Margaret se dejó caer en la cama, incapaz de ponerse de pie. La habitación parecía
girar. Su cabeza estaba palpitando con sus palabras: No digáis a nadie de mi presencia.

No había querido hacerlo. Pero Brigid lo había adivinado, y había pensado que lo estaba
protegiendo confirmándolo. Había pensado que podía confiar en ella. Nunca había imaginado que
su amiga podría hacer algo así.

Pero no importaba. Inconscientemente o no, Margaret había revelado su presencia aquí, y al


hacerlo, lo traicionó. Pero no podía permitir que su error le costara la vida.

-Por favor, padre, no lo entendéis bien. Vino a verme, eso es todo. Discutimos. Me vio con Tristan y
lo malinterpretó.

Su padre se paró, su mirada se endureció:- Me preguntaba por qué sería tan tonto como para tener
una reunión contigo. Deshecho por los celos -se rio, sacudiendo la cabeza-. Si estáis diciendo la
verdad, no tenéis nada de qué preocuparos. Pero si estáis mintiendo... –su boca cayó en una línea
plana-. Si mentís, nada lo salvará de todas maneras, porque nada me impedirá exigir venganza a los
hombres que mataron a mi pariente. Y si este es el retorno "glorioso" de Bruce para retomar su
reino, finalmente conseguiremos el reconocimiento que merece nuestro clan. ¿Podéis imaginar
cómo recompensará Eduardo al hombre que le lleve la cabeza del asesino traidor rey capucha?

Margaret abogó por su caso, pero sabía que no valía nada. Su padres había puesto su rumbo, y su
felicidad era un pequeño precio a pagar por la venganza y la ambición.

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Su intento equivocado de proteger a su marido podría acabar costándole la vida. La había advertido.
"No se lo digas a nadie... "Bajo cualquier circunstancia."

Oh Dios, ¿cómo no pudo haberle escuchado?


Tenía que hacer algo.

***

Fue una matanza. El estómago de Eoin se tambaleó mientras luchaba contra los guerreros
MacDowell mientras rodaba la sangre de sus compatriotas. Cientos de cuerpos, la mayoría de ellos
hombres de Bruce, estaban esparcidos por la playa y flotando boca abajo en el lago que a la luz del
amanecer sería un rojo espantoso.

Se habían dado cuenta de que estaban atrapados demasiado tarde. La flota de barcos y el ejército
que había llevado a Robert de Bruce cinco meses para juntar -dos tercios de ellos mercenarios de
Gallowglass de Irlanda- habían navegado hacia el lago bajo el cielo sin luna sin el elemento vital de
la sorpresa. El enemigo los estaba esperando. Mucho más de lo que su inteligencia les había llevado
a creer.

Eoin hizo una mueca como una fuente de sangre salpicada en su cara después de clavar su espada
en el cuello de su oponente. No tuvo tiempo de borrar la mugre de su rostro... o pensar en cómo
MacDowell hubiera podido encontrar su inteligencia... antes de que el enjambre de guerreros
Gallovidian siguiera sobre él. Dos, tres, a veces cuatro hombres a la vez. Los hombres de
MacDowell salían de los árboles donde se habían escondido como langostas a cuadros.

MacDowell era un bastardo astuto, Eoin le daría eso. El jefe galvánico y sus hombres habían estado
esperando hasta que una gran parte del ejército de Bruce había arrastrado sus birlinns a la playa
antes de atacar, y luego con sólo una pequeña fuerza destinada a atraer a más del ejército de Bruce a
ayudarlos.

Había funcionado. Pensando que estaban navegando al rescate, las tripulaciones de la segunda
oleada de naves se habían sorprendido y luego se sintieron abrumados cuando una fuerza mucho
mayor de los hombres de MacDowell apareció de repente.

Como parte de la vanguardia, Eoin y Lamont habían estado entre los primeros hombres en la playa.
Al darse cuenta de lo que estaba sucediendo, Eoin trató de advertir a los barcos que se encontraban
detrás de ellos que se volvieran, pero sus gritos no podían oírse por encima del ruido de la batalla y
no podía separarse de sus atacantes durante el tiempo suficiente para hacer otra cosa. Entre las
oscilaciones de su gran espada de dos manos, Eoin observó cómo los hombres con los que había
luchado a lo largo de unos meses habían sido derrotados bajo la violenta embestida.

Su único golpe de suerte vino cuando alguien había encendido un faro destinado a guiar a los
marinos en la boca del lago. Había alertado a los últimos barcos del peligro, y dos habían logrado
escapar antes de que entraran en la trampa. De los dieciocho buques y novecientos hombres que
navegaron en Loch Ryan para lanzar el ataque de Bruce para la corona, todos menos un poco más
de cien hombres habían sido atrapados en la red de MacDowell.

El resto de ellos fueron dejados para luchar su escape o morir. Eoin luchó como un hombre poseído,

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pero no fue suficiente. Superado en número, Thomas Bruce, uno de los comandantes, dio la orden
de retirarse, que en efecto era un llamado a huir por cualquier medio posible. Un momento después,
Eoin observó con horror cómo Thomas, junto con su hermano menor, Alexander, estaban rodeados
por MacDowells y obligados a rendirse.

Con sus comandantes tomados, se convirtió en un libre para todos-cada hombre para sí mismo-
como lo que quedaba del ejército de Bruce corrió por los árboles, su única esperanza para evadir la
captura en el bosque.

Por encima del estruendo del caos, Lamont gritó para llamar la atención de Eoin y le indicó que se
dirigiera hacia él. Eoin asintió con un gesto de comprensión y envió a uno de los dos espadachines
que lo atacaba con un golpe de su espada en sus piernas, seguido por un mortal en su cuello. Se
abrió paso a través de algunos guerreros enemigos más, lentamente forjando su camino hasta la
playa hacia su pareja.

Estaba a sólo unos metros de distancia de Lamont cuando un gran guerrero se metió en su camino.
Por la calidad de su armadura y armamento, Eoin sabía que no era un hombre de armas regular,
pero no fue hasta que sus espadas se encontraron en el primer choque de acero que Eoin reconoció
el rostro bajo el timón y la mugre: Dougal MacDowell, El hermano mayor de su esposa.

Eoin maldijo y dio un paso atrás. Estaba furioso con Margaret, pero no había manera en el infierno
de volver a ella como el hombre que mató a su hermano. Pese a su ultimátum, tenía toda la
intención de reclamar a su esposa en la primera oportunidad. No se libraría de él con tanta facilidad,
pero no iba a seguir discutiendo con ella cuando estaba siendo tan irracional.

-Dejadme pasar, Dougal.

-Rendíos -respondió el heredero de MacDowell-. y mi padre puede ser persuadido para salvaros la
vida. Después de todo, os merecéis un poco de crédito por esto.

Eoin bajó el estómago. Sus huesos se convirtieron en hielo:- No.

Dougal sonrió, leyendo su sorpresa:- Vuestra devoción a mi hermana ha resultado


sorprendentemente útil para nosotros.

Se echó a reír, y Eoin sintió como si acabara de tomar un puñal en el estómago. No, en la parte de
atrás. No podía creerlo. Le había contado a alguien acerca de su presencia. Había sabido que había
cometido un error cuando la siguió y se vio obligado a revelarse, pero ni una sola vez había
pensado que lo iba a traicionar.

Lo había traicionado. Las palabras resonaban una y otra vez en su cabeza, pero aún así no podían
penetrar.

-MacLean, ¡cuidad vuestra espalda!

Oyó la advertencia de su compañero un instante demasiado tarde. Su desatención -su conmoción


por la traición de su esposa- le había costado más de uno. Mientras se alejaba de Dougal, otro
guerrero MacDowell había subido en su flanco. Se volvió a tiempo para ver el destello de acero
plateado justo antes de que la hoja le golpeara la nuca con un golpe sordo.

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Àriel x
Cuando Eoin cayó al suelo, estaba casi contento de que no tuviera que vivir con el conocimiento de
lo que su debilidad por su esposa había hecho.

***

Margaret estaba todavía a kilómetros de distancia de Stranraer y de la playa de Loch Ryan cuando
empezó a oír los sonidos. Sonidos horribles. El violento choque y ruido de metal, los gritos de
voces enojadas y los gritos horrendos de los moribundos.

Ya era demasiado tarde. Le había tomado demasiado tiempo para escapar y llegar al antiguo faro
de Kirkcolm. Su advertencia no había funcionado. Los barcos debían de estar delante de ella.

-Oh Dios, ¡por favor, no dejes que le pase nada!"

Si no hubiera tardado tanto en encender el faro. Había traído una caja de yesca y podía encender un
pequeño fuego, pero el último encargado no había dejado la cesta lista, y le tomó algún tiempo para
recoger la madera y ramitas, y luego subir y bajar los peldaños El poste para colocarlos en la cesta
de fuego de hierro.

Su corazón parecía haber dejado de latir mientras cabalgaba tan rápido como ella se atrevía a
recorrer el camino boscoso oscuro-rezando, mendigando, negociando cada paso del camino.
Pero los sonidos de la playa sólo empeoraron a medida que se acercaba. El violento estrépito de
espadas que había reverberado en el aire se apagó cuando la batalla perdió su intensidad y los gritos
se hicieron cargo. Eran gritos diferentes a los que había escuchado, y perseguirían sus sueños
durante los años venideros, pero instintivamente sabía lo que significaba: era el sonido de una
masacre.

El mundo parecía un borrón, ya fuera por las lágrimas que salían de sus ojos o por las horribles
imágenes que recorrían su mente. Pero con el tiempo llegó a Stranraer, saltó de su caballo, y se
abrió camino a través de los cientos de miembros de clanes, Margaret parecía haber perdido todo el
sentido de la realidad. Se sentía como si estuviera en una horrible pesadilla, un mundo lento de
incredulidad y horror, mientras corría hacia la playa, su camino iluminado por las antorchas que
parecían brotar a su alrededor.

Algunos de los hombres la reconocieron; oyeron a más de una sorprendida «mi señora», pero nadie
intentó detenerla. Sabía por qué el momento en que rompió a través de los árboles y la playa en
forma de media luna se extendió ante ella: la batalla había terminado.

El estómago le dolía al oír la mirada que le llegaba a los ojos. Los cuerpos -o partes de cuerpos-
estaban por todas partes. Unos pocos parches de arena ligera era todo lo que quedaba en el mar de
sangre y sangre. Ella vomitó, el olor enfermizo, cobrizo abrumador.

Cuando levantó la cabeza, miró a ciegas, sin saber dónde mirar, sin saber mirar, tan asustada de lo
que pudiera encontrar.

Eoin. Por favor, no Eoin.

Los hombres de su padre arrastraron cuerpos en montones. El repentino rugido de fuego y las
primeras y agrias manchas de carne ardiente que le golpearon la nariz explicaron por qué.

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Con un agudo grito de desesperación, comenzó a buscar frenéticamente entre los cuerpos. La bilis
se elevó a la parte posterior de su garganta más de una vez ante las imágenes espeluznantes, los
rostros mutilados más allá del reconocimiento, la sangre, los ojos deshilachados, giró frente a ella,
mientras se abría camino entre los muertos.

Muchos eran jóvenes y pocos llevaban cotun. De los tejidos teñidos con azafrán y de los cotunes
acolchados, se dio cuenta de que la mayoría eran irlandeses. Sin embargo, ningún timón nasal
ennegrecido y cotunes de cuero negro tachonados con correo.

-Margaret, ¿qué diablos estáis haciendo aquí? -Duncan se había acercado detrás de ella, y la hizo
girar por el codo para enfrentarse a él-. ¡Las piedras de Satanás, como si tuviera que preguntar! No
podía creerlo cuando uno de los hombres dijo que os vio. Debéiss estar loca viniendo aquí así.
Podría ser peligroso. Padre estará furioso de veros aquí.

-¿Dónde está, Duncan? ¿Dónde está padre? -rogó desesperadamente. Debía ver si sabe algo sobre
Eoin.

Su aliento parpadeó cuando algo parpadeó en su expresión: ¿simpatía?

-MacLean ha muerto, Maggie. Dougal lo vio caer.

-¡No! -se tambaleó-. ¡No! -agarró el brazo de Duncan para estabilizarse. Eoin no podía estar
muerto-. ¿Dónde está? Si está muerto, mostradme su cuerpo.

-Probablemente sea demasiado tarde.

-¿Qué queréis decir con demasiado tarde?

Sus ojos parpadearon hasta el extremo de la playa, donde podía ver las llamas de un fuego más allá
de una gran multitud de hombres. Su corazón se congeló. El pánico corría salvajemente a través de
las venas heladas.

Empezó a correr. Duncan gritó después de que se detuviera, pero sus palabras fueron emitidas por el
martilleo de su corazón en sus oídos.

La atrapó cuando todavía estaba a unas pocas docenas de metros de distancia:- No podéis ir allá -
dijo furiosamente, levantándola desde atrás por la cintura-. Jesús, Maggie, confíad en mí, no queréis
ver eso.

-¿Por qué no? Qué son...

Un destello de plata sobre la cabeza de los hombres, seguido de un rugido de aplausos, ortó la
pregunta en su garganta. Dejó de golpear los brazos de su hermano y él la giró para mirarlo.

-Algunos de los rebeldes están siendo ejecutados -explicó.

Sus ojos se abrieron con horror. Su padre exigía su venganza con despiadada brutalidad que sería
recordada por siglos.

-No es vuestro marido -le aseguró-. Fue asesinado en el campo de batalla.

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Su mente gritó, negándose a creerlo. Tenía que verlo por sí misma:- Si está en esa pira, necesito
verlo, Duncan.

Tuvo que haber oído la desesperación en su voz. Después de un momento la dejó ir:- No digáis que
no os lo advertí.

Debería haberle escuchado. Llegó a la orilla de la multitud justo a tiempo para ver la espada del
verdugo tomar su arco mortal a través del cuello de un hombre que reconoció: Duncan de Mar,
hermano menor del anterior Conde de Mar, y cuñado de Robert de Bruce dos veces más . Bruce
había estado casado con la hermana de Duncan, Isabella, y la hermana de Bruce, Christina, había
estado casada con el hermano de Duncan, Gartnait, el ex conde. Apartó la vista, pero no fue lo
suficientemente pronto.

Margaret había visto a hombres morir, pero esto era diferente. Esta vez había participado en ello. La
náusea se levantó de nuevo. Dios mío, ¿habían muerto estos hombres por causa de ella?

Empujó a través de la multitud hasta que vio a su padre. Estaba observando desde el costado
cuando el cuerpo de Duncan de Mar fue lanzado sobre la pira y otro hombre fue adelantado. Éste
parecía ser un jefe irlandés.

Su padre no pareció sorprendido de verla, pero pudo decir que no estaba satisfecho por la
interrupción.

-Hija -dijo bruscamente mientras se acercaba-. La próxima vez os encerraré en la buhardilla.

Ignoró la amenaza. Habría escapado también, aunque admitió que usar el hierro de póquer para el
brasero como una barra a través de su ventana, atar una de las sábanas, y sólo tener que bajar quince
pies había sido mucho más fácil.

-¿Dónde está, padre? ¿Dónde está mi esposo?

El naranja rojizo de las llamas se reflejaba en sus oscuros ojos mientras su mirada se volvía hacia el
fuego:- A mitad de camino al infierno, si el fuego ha hecho su trabajo.
Señaló un cuerpo consumido en llamas cerca de la parte superior de la pila. Cerca de ella vio el
timón que debió de caerse. Un timón nasal ennegrecido como Eoin había estado usando.

Margaret miró fijamente las llamas y sintió que la luz dentro de ella salía. El mundo se oscureció.
Se hundió en las rodillas, un grito suave y roto, el único sonido del dolor abrasador que las palabras
de su padre habían desatado.

Eoin estaba muerto. Por ella. Dios, perdonadme.

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Capítulo 16

Iglesia de Santa María cerca del castillo de Barnard, Durham, Inglaterra, 17 de enero de
1313

Eoin no había esperado que se desmayara. Y seguro que no había esperado ser el único con la
presencia de la mente para atraparla antes de que cayera al suelo.

Pero allí estaba sosteniendo a su esposa en sus brazos de nuevo, preguntándose por qué no la había
dejado caer. No era más de lo que merecía. Y no se quedaría con el olor de ella en la nariz, el peso
de sus pechos en el brazo que había serpenteado alrededor de su cintura, y el cuerpo suave,
eróticamente -curvado- que había frecuentado sus sueños durante casi seis años presionado
ajustadamente en su contra.

Tampoco se vería obligado a mirar de cerca la cara que nunca había podido olvidar, aunque Dios
sabía que lo había intentado.

Lamentaba ver que seguía siendo bella, sus rasgos aparentemente no marcados por el paso del
tiempo. Sus labios seguían siendo el mismo carmesí vibrante, los ojos inclinados de su sirena
todavía enmarcada con las pestañas largas y oscuras, su piel todavía una crema pulverulenta juvenil,
y el pelo que asomaba por los lados del velo todavía un rojo audaz y ardiente.

No parecía mucho mayor que la última vez que la había visto, hacía casi seis años, cuando había
visto desde la seguridad del bosque donde Lamont lo había arrastrado, después del golpe en la parte
posterior de la cabeza que debía haberlo matado, como se había hundido a sus rodillas en el pesar
aparente ante del fuego que podría haber sido su pira funeraria.

Incluso desde lejos podía ver su devastación, pero ya era demasiado tarde. Su corazón ya se había
endurecido. Se había alegrado de que pensara que estaba muerto, porque estaba muerta para él. Se
había vuelto y nunca había mirado hacia atrás.

O trató de no hacerlo. A veces por la noche, en momentos de debilidad, se preguntó qué habría sido
de la mujer que casi le había costado todo. Donde estaba ella. Con quién estaba.

Casada, pensó amargamente. Se sorprendió de que hubiera esperado tanto tiempo.

Pero quizás fue en parte culpa suya. Debería haber tratado con su mal aconsejado matrimonio hacía
mucho tiempo. Ya era hora de poner a Margaret MacDowell detrás de él para siempre.

Pero mientras su mirada se demoraba un momento más en la cara que alguna vez había pensado
mirar para el resto de su vida, su mandíbula se endureció ante la injusticia. Seguramente su
semblante debería mostrar algo de la negrura de su alma, no? Se parecía más a un ángel que a una
perra traidora que lo había traicionado y había enviado a tantos hombres a su muerte.

Claro, Eoin sabía lo que Lamont y el resto de sus hermanos de la Guardia de los Highlanders

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dijeron. Que MacDowell estaba preparado para ellos. Que los rumores sobre el ataque planeado de
Bruce ya lo habían alcanzado. Que las guarniciones del jefe de Galway habían estado llenas y sus
hombres habían estado listos. Que su propia inteligencia había sido defectuosa. El error de Eoin no
era culpar por lo que había sucedido. Que no fue culpa suya.

Cuando po pensar racionalmente en ello, lo cual era raro, probablemente estaba de acuerdo con
ellos, pero no cambió lo que había hecho.
O lo que el había hecho. Su debilidad por su mujer le había costado su alma. Ella te retendrá. Fin y
su padre tenían razón. Había perdido la confianza de su pariente y su lugar en la Guardia por un
corto tiempo, aunque el jefe había hecho que Bruce reconsiderara rápidamente.

Eoin nunca tendría lugar en el gobierno de Bruce. No importaba cuántos planes exitosos Eoin se le
ocurrieron, ninguno podría compensar el desastre en Loch Ryan. Eoin sabía que el rey sentía parte
de la culpa por la muerte de sus hermanos a los pies de Eoin. Aceptaba eso, pero Dugald
MacDowell finalmente daría cuenta del resto.

Recordando su propósito, Eoin volvió su mirada de la mujer en sus brazos a los hombres que
estaban de pie frente a la puerta de la iglesia, quienes todavía estaban tambaleándose por el impacto
de su anuncio y todavía no se habían movido.

Lo que era exactamente con lo que Eoin había contado. Una exploración rápida alrededor del patio
le dijo que sus hombres estaban casi en posición. Unos cuantos momentos más, y el cementerio
estaría rodeado.

Imaginó cómo se jugaría en su cabeza, anticipándose a cómo MacDowell y los ingleses


reaccionarían y darían cuenta de cada movimiento posible. Podría haber intentado la simple y
sorpresiva incursión "pirata" por la que Bruce y sus hombres se habían dado a conocer - cabalgando
con espadas atraídas por el feroz ataque - pero eso habría dejado demasiado al azar. MacDowell se
había mostrado tan resbaladizo como una serpiente. Confiar en los disfraces podría ser más
arriesgado si alguien los notara demasiado pronto, pero al rodear el cementerio, MacDowell no
tendría adónde ir. Una rápida toma y agarre, y Eoin y sus hombres estarían en el camino de vuelta a
Escocia antes de que los ingleses -y la guarnición en el castillo- supieran lo que les había golpeado.

Conyers y sus hombres tendrían que ser neutralizados, pero el objetivo de Eoin era el jefe de
MacDowell y sus hijos -como muchos de los que podían ser tomados-. Eoin reconoció a los dos
mayores de pie junto a Conyers y su padre con un muchacho joven. Su mirada se deslizó sobre el
muchacho de pie con la espalda hacia él, que era demasiado joven para ser uno de los otros
hermanos de Margaret. El chico debía ser de Dougal.

El hermano mayor de Margaret se había casado con una heredera inglesa poco después de Loch
Ryan, una de las recompensas de MacDowell de Eduardo de Inglaterra por el servicio que habían
hecho ese día al capturar a los hermanos de Bruce y aplastar el ataque sureño. Afortunadamente
para Bruce, la punta norte del ataque en Turnberry había tenido más éxito, y a pesar de la pérdida
de casi dos tercios de su ejército en Loch Ryan, Bruce había desafiado las probabilidades contra él y
había resucitado de las cenizas de la derrota para establecer su reino. Un punto de apoyo que en los
últimos años se había atrincherado. MacDowell y sus Gallovidians eran el último de la resistencia
escocesa significativa.

Y Eoin sería el que pondría fin a ello capturándolo, tan pronto como pudiera descargar la carga
(literal y figurativamente) en sus brazos. Empezó a empujar a Margaret hacia Conyers, que como el

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novio en esta farsa de una boda estaba más cerca de él, cuando sus ojos se abrieron.
Sus miradas se cerraron, y ni siquiera seis años de amargura y odio podían hacerle apartar la vista.
No esperaba verse afectado. No esperaba sentir nada. No había esperado que el aire se sacara de
sus pulmones y su corazón se sintiera como si estuviera quemando un agujero en su pecho.

Pero era como si estuviera de nuevo en ese campo de batalla, escuchando a su hermano burlarse de
él con su traición, y todo volvió corriendo. Todo el enfado, toda la rabia, todo el dolor de corazón, y
sobre todo, todas las preguntas.

¿Por qué no importaba? ¿Por qué era irrelevante? Había confiado en ella, y lo había traicionado.
Eso debería ser suficiente. Pero maldita sea, ¿cómo podría haberle dicho a alguien, cuando debió
saber lo que significaría? ¿Deseaba deshacerse de él tanto? ¿Había sido tan insoportable el
matrimonio que había comenzado con tal felicidad? ¿Su amor una vez probado no era más profundo
que la imaginación de una jovencita?

Una ola de furia y rabia se elevó caliente y pesada dentro de él. Su sangre hervía. Su cuerpo
temblaba. Quería atacar la injusticia. ¿Cómo podía haberle hecho esto? ¿Por qué no podía haber
sido más paciente? ¿Por qué no podía haber cumplido con su deber e intentado entender? ¿Por qué
no podía haber sido como las otras esposas? Desde Loch Ryan, siete de sus hermanos se habían
casado, y ninguna de sus esposas se quejó de lo que hicieron o cuánto tiempo habían desaparecido.

Margaret no leyó ninguna de la tormenta de emoción que tenía lugar dentro de él. Sus ojos se
suavizaron. Los labios que aún podía probar en sus sueños se curvaban en una sonrisa de ensueño,
deliciosa.

Alzó la mano, colocando la mano en su rostro deteniendo su corazón:- ¡Regresasteis! No era un


sueño. Estáis vivo. Gracias a Dios en el cielo, estáis vivo.

Ni siquiera el mentiroso más consumado podía haber fingido esa reacción. No podía dudar de que
estuviera feliz de verlo. Le dio una pausa, pero un movimiento por el rabillo del ojo le frenó.
Los preciosos pocos segundos de desatención -los últimos segundos que había pasado encerrados en
el trance de un tonto con su esposa- le habían costado. ¿Por todos los infiernos. dónde estaba
MacDowell?

No de nuevo, maldita sea.

Margaret no lo podía creer. Realmente era él. Eoin estaba de pie delante de ella vivo, y por su
apariencia, perfectamente sano.

Quizás más que sano. Desde la amplitud de sus hombros y el tamaño de los brazos rocosos
alrededor de ella, estaba en buena forma. Un estremecimiento de conciencia la atravesó mientras
sus sordos sentidos comenzaban a enfocarse y agudizarse. En muy buena forma. Bien saludable,
estaba en forma como muy bien construido.

Seis años de guerra lo habían endurecido. Era más grande, más feroz y más aterrador. No sólo
parecía lo suficientemente fuerte como para sacar a todo un ejército, sus ojos poseían la fría
crueldad de hacerlo. El brillo de la medianoche que no había estado allí antes, ahora había un brillo
duro, y las líneas grabadas en su rostro estaban cada vez más profundas y enojadas, y marcadas por
algunas cicatrices más. Ninguna sonrisa borraría el surco entre su frente ahora.

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El joven y serio guerrero que recordaba necesitaba que le recordaran la risa. El sombrío, imponente,
bandolero vestido de cotun ante ella parecía incapaz de hacerlo.

Pero no importaba lo cambiado que estuviera tan solo era feliz de verlo, no pudo resistirse a tocarlo.
Su mandíbula se endureció bajo su mano, pero la aspereza del rastrojo bajo su palma envió un
escalofrío de recuerdo derribando su espina dorsal. Le había encantado sentir el rasguño de su barba
en su piel cuando la había besado.

Pero si la forma en que de repente la empujó de sus brazos hacia Sir John era una indicación, su
marido no compartía los mismos recuerdos de su toque.

-Cogedla -dijo con un despectivo desprecio.

Entonces recordó lo que había hecho y cómo debía despreciarla. Su pecho apuñaló con un cuchillo
empuñado por su propia mano.

-¿Estáis bien? -preguntó sir John, enjugándose la frente con una tierna caricia en el pulgar.

Era un gesto irreflexivo que no se habría dado cuenta hacía una hora, pero que en presencia de su
marido repentinamente resucitado-de-la-muerta se sentía mal. No necesitaba preocuparse sin
embargo. Una mirada de soslayo a Eoin le dijo que se había olvidado de ella.

-Bien -dijo farfullando, aseguró a Sir John, que rápidamente se extrajo de sus brazos donde había
sido tan sin ceremonias arrojados como un saco de grano indeseado.

No fue hasta que sir John sacó su espada y la empujó detrás de él que se dio cuenta de lo que estaba
sucediendo. El movimiento que había sentido antes eran los hombres de Eoin, que llevaban la
armadura y los capotes de caballeros ingleses que rodeaban el cementerio.

¿Cómo todavía tenía el poder de lastimarla después de todos estos años? No se trataba de su boda,
se dio cuenta. Eoin no había venido a por ella. No se trataba de ella en absoluto. Era sobre su padre
y sus hermanos. Debía haber descubierto que estarían aquí y esperaba usar su boda como una
trampa al crear una celebración.

Lo había hecho bien. Mientras todos se habían quedado boquiabiertos ante Eoin, atónitos por su
declaración, sus hombres se habían movido en silencio.

Pero la diversión había terminado, y todo el infierno se había desatado. ¿Tal vez también había
contado con eso? ¿Tal vez había esperado atrapar a su padre y a sus hermanos rápidamente en el
caos resultante?

Si ese hubiera sido el plan, no había funcionado. Era ciertamente caótico: los invitados a la boda se
habían dado cuenta poco a poco de que algo no estaba bien y huían en todas direcciones; pero,
como sir John, sus hermanos habían sacado sus espadas y se preparaban para pelear.

Esto era una locura. Con toda esta gente en este espacio confinado serían personas inocentes...

Se le cayó el corazón. Dios mío, cada uno. ¿Dónde estaba su hijo?

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Su mirada se dirigió al último lugar donde lo había visto. Había estado entre su padre y Dougal al
otro lado del sacerdote cerca de la puerta de la iglesia cuando empezó a decir sus votos. Podía ver a
Dougal y a Duncan con las espadas dibujadas de pie frente a la puerta, pero ni el muchacho, ni el
sacerdote, ni su padre estaban con ellos.

Eoin debió darse cuenta de que su padre tampoco estaba allí.Le oyó gritar una orden a uno de sus
hombres para encontrar a MacDowell. Probablemente lo habría hecho él mismo, excepto que estaba
defendiendo una amenaza de sir John.

-Deberíais haberte quedado muerto, MacLean -dijo sir John con una voz amenazadora que nunca
antes había oído.

-Y deberías haber encontrado a una novia que no estuviera ya casada -respondió Eoin-. Pero yo no
he venido aquí por vos... o por ella -añadió con una mirada despectiva en su dirección-. Ninguno de
vuestros invitados necesita ser herido. Quiero a MacDowell. No interfierais, y escribiré al papa yo
mismo. Estoy seguro de que mi esposa puede pensar en docenas de razones por las que nuestro
matrimonio podría ser disuelto.

Margaret no se perdió la idea de la conversación con Tristán que Eoin había oído durante todos esos
años, ni su evidente deseo de deshacerse de ella no sin un doloroso pellizco o dos (o puñado) en el
pecho, pero su enfoque estaba en su hijo.

¿Dónde estaba?

Trató de mirar por encima de la multitud, pero había demasiada gente en el camino, incluyendo a
Sir John y Eoin. Tenía que rodearlos. Sir John la había empujado detrás de él contra la iglesia,
pensando que la estaba protegiendo, pero ahora estaba atascada.

-La escritura al Papa no será necesaria -dijo sir John con tono significativo-. No cuando termine.

Él puntuó sus palabras con un aplastante giro de su espada, que Eoin desvió con la suya. El choque
de batalla envió una ola de pánico disparando a través de la multitud, y una mujer gritó.

El acto de sir John había roto el estancamiento silencioso y el choque de más espadas siguió.
Margaret maldijo, sabiendo que derramar sangre era inevitable. Pero maldita sea si permitiera que
su hijo fuera atrapado en el lío. Esto era todo lo que había esperado evitar. Pero su marido había
llevado la guerra a la puerta de su casa. Lo maldeciría... después de encontrar a Eachann.

Suponiendo que Sir John no matara a Eoin primero. Su antiguo novio era uno de los mejores
espadachines del rey Eduardo. Pero una rápida mirada a los hombres que intercambiaban golpes de
la espada le dijo que Sir John era el que debería preocuparse.

Nunca había visto a Eoin pelear antes, y la primitiva ferocidad de ello la sorprendió y la perturbó.
No había esperado que fuera tan hábil con una espada. Desvió los golpes sin esfuerzo, casi como si
estuviera jugando con el poderoso caballero. Cuando sir John se impacientó y se acercó demasiado,
Eoin no sólo utilizó su espada, sino que también utilizó el codo para golpear la nariz de Sir John y
su pie para girar detrás del tobillo del otro hombre y dejarlo caer al suelo.

Se quedó allí, así que todavía Margaret rezó para que no lo hiciera.

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Habría ido a verle para asegurarse de que estaba bien, pero Eoin le había dado una oportunidad. Se
lanzó hacia la iglesia donde sus dos hermanos mayores habían derrotado a unos cuantos hombres de
Eoin y estaban en el proceso de instar a sus hermanos menores a entrar. ¿Esperaban refugiarse en la
iglesia? Por alguna razón, dudaba que Eoin y sus hombres prestaran atención a las leyes del
santuario.

Duncan la había visto y la hizo señas:- Apresuraos, Maggie, no hay mucho tiempo.

-¿Dónde está Eachann?

-Seguro -dijo Duncan-. Padre lo tiene.

Margaret soltó un enorme suspiro de alivio y murmuró una oración de agradecimiento. Siguiendo a
su hermano dentro, inmediatamente se dio cuenta de que no era un santuario que buscaban. La
iglesia tenía una puerta trasera.

Siempre preparado, Maggie. Siempre tienen un medio de escape.

¿Cuántas veces le había dicho su padre eso a lo largo de los años? Había evitado ser capturado
todos estos años siguiendo esas reglas. Hoy no era diferente. La parte trasera de la iglesia era donde
habían puesto los caballos.

Su padre acababa de montar un caballo y tiró a Eachann detrás cuando ella y el resto de sus
hermanos salieron afuera. Había solamente un puñado de caballos así que algunos de ellos
tendrían que montar en tándem.

-¡Padre, esperad! -gritó ella-. Quiero a mi hijo.

Se volvió y la miró a los ojos:- Lo tengo. Id con Duncan. Aprisa -supuso que se iría con él. ¿Eso es
lo que haría? ¿Y Eoin?

No tuvo tiempo de pensar en ello. La mirada de su padre se movió detrás de ella, y cuando su rostro
se ensombreció de rabia, supo que era demasiado tarde para ella. En un momento de pánico,
empezó a llorar por su padre a esperar, a dejar a su hijo con ella, pero ya se había alejado.
Reuniendo a Eachann más cerca de su cintura, su padre rompió las riendas y chasqueó los talones.
El caballo disparó como una flecha, desgarrando el patio hacia los árboles.

Oyó la voz de Eoin gritar detrás de ella:- Disparadle, ahora, maldita sea. Se está escapando.

El rostro de Margaret se secó de horror. Se dio la vuelta y vio a Eoin y a otro hombre a pocos
metros de distancia. El otro hombre sostenía un arco, con una flecha señalada...

No pensó antes de reaccionar:- ¡No! -gritó y se lanzó hacia delante, poniéndose entre la flecha y la
huida de su padre.

El arquero no podría haber parado el tiro si lo hubiera querido. Su movimiento había sido muy
oportuno. Ya estaba soltando los dedos mientras se movía. La flecha debería haberse estrellado
contra su pecho un instante después. Pero con una vil maldición, Eoin golpeó el arco a un lado,
haciendo que la flecha se deslizara sin peligro al suelo.

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Estaba en ella un momento después, levantándola por su brazo para gritarle furiosamente.

-¡Pequeño tonta! Debería haberle dejado matars. ¿Qué demonios creíais que estabais haciendo? -se
volvió hacia el arquero antes de que pudiera responder-. Fuego otra vez. No os preocupéis por los
demás, conseguid a MacDowell antes de que desaparezca.

-¡No! -nunca había visto a Eoin tan enfadado, y dadas las circunstancias probablemente debería
haber mostrado más sensibilidad. Pero su corazón todavía latía mareado de pánico, y sintió que su
propio temperamento se elevaba. Su mirada se volvió hacia él.

>-¿Que qué estaba haciendo? ¡Estaba impidiéndole que disparara a vuestro hijo, eso es lo que
estaba haciendo!

Como miembro del grupo más elitista de guerreros jamás reunidos en la cristiandad, escogido por
Bruce para las misiones más peligrosas y difíciles, Eoin había sufrido su cuota de golpes
devastadores que lo habían dejado aturdido y tambaleante, la mayoría de ellos en el patio de
prácticas a manos de Jefe y Ariete. Pero ningún golpe en la cabeza o golpe en el pecho lo había
dejado tan completamente coronado.

Se sentía como si el suelo hubiera sido sacado de debajo de sus pies, como si el mundo se hubiera
inclinado, como si todo lo que supiera -o lo que creía saber- hubiera cambiado en un instante.

Su hijo.

¿El chico era suyo? Intentó recordar cómo era, pero la memoria era un borrón. Eoin no había
prestado mucha atención, sin tener en cuenta...

Se quedó mirando los ojos brillantes y dorados, vio la desafiante inclinación de la barbilla y la
furiosa bolsa de su boca, y sintió que una ola de furia se elevaba dentro de él, tuvo que luchar para
evitar que sus dedos apretaran más fuertemente alrededor de su brazo.

-Decidlo de nuevo -gruñó lentamente-.

Si había pensado en intimidarla, había olvidado a quién estaba hablando. Margaret MacDowell no
se intimidaba, ni siquiera cuando debía hacerlo. Empujó esa barbilla más arriba y entrecerró su
mirada de nuevo a la suya.

-El chico que vuestro arquero pudo haber matado es nuestro hijo, Eachann.

El niño fue nombrado por uno de los más grandes guerreros de todos los tiempos, Héctor de Troya,
que también era conocido como un domador de caballos. La oda perfecta para... ¿ellos?

La atrajo hacia él, sus caras a sólo unos centímetros de distancia:- Si me mentís, Maggie, os juro por
todo lo que es santo, que haré que os arrepintáis.

Se apartó de él con un empujón:- Por supuesto que no os estoy mintiendo. Eachann cumplió cinco
el noviembre pasado. Supongo que vuestra mente brillante puede contar con suficiente rapidez,

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vuestra visita esa noche me dejó con más que un corazón roto. Irónico, ¿no? Todo ese problema
para evitar un niño y un lapso fue todo lo que tomó -hizo un sonido agudo y burlón-. No es ningún
secreto quién es su padre. Preguntadle a cualquiera.

Miró a su alrededor, obviamente dándose cuenta de lo que ya sabía: sus hermanos habían
desaparecido. Se habían ido sin ella.

¿Un hijo? ¿Infiernos, un hijo de cinco años? ¿Cómo podía haberle hecho esto?

Si pudiera pensar racionalmente, podría darse cuenta de que esto no era un pecado que pudiera
poner a sus pies, pero estaba demasiado enfadado para ser racional.

-¿Vuestro padre usó a mi hijo como escudo para poder escapar? Voy a matar al bastardo con mis
propias manos.

Margaret parecía indignada:- No lo estaba usando como un escudo, sólo mantenerlo a salvo.

Eoin estaba tan furioso que no se dio cuenta de que estaba bramando con ella:- ¿Seguro?
¿Poniéndolo en medio de mi arquero? Estaba contando con el hecho de que no iba a disparar con el
chico detrás de él.

Ella sacudió su cabeza:- No haría eso. Ama a Eachann. Es su único nieto. Nunca le haría daño. Sé
que tenéis motivos para odiar a mi padre, pero lo que digáis de él, no es un cobarde, y moriría antes
de dejar que le suceda algo a ese muchacho. Yo estaba allí, vi lo que pasó. Lo quería con él, nada
más.

Eoin oyó la convicción en su voz y apretó los dientes. Incluso si tuviera razón en la estimación de
las acciones de su padre esta vez, nunca verían a los ojos en el tema. Había poco de lo que Dugald
MacDowell no fuera capaz, y Eoin no podía poner nada más allá de él.

Pero había terminado de discutir con ella. Necesitaba concentrarse en salvar la misión. No sólo
había dejado que MacDowell se escurriera por la red, ¿cómo diablos habían perdido la puerta
trasera de la iglesia cuando habían explorado la zona anoche? Tenía un hijo que le habían robado
durante cinco años.

El fracaso no era una opción. Se los devolvería a ambos, maldita sea.

Olvidándose de Margaret, le dijo al arquero que lo siguiera, y regresaron al cementerio, donde


Cazador y el resto de los hombres acababan de dominar a los ingleses.

Ya habían excedido su bienvenida. Eoin mantuvo un ojo en el castillo que sabía que en cualquier
momento podía abrir para liberar una inundación de más soldados.

-¿Qué pasó? -preguntó Hunter.

-Lo explicaré más tarde -dijo Eoin-. Tenemos que llegar a los caballos. MacDowell y sus hijos -y mi
hijo- entraron en el bosque.

- ¿Se dirigen al castillo?

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Eoin sacudió la cabeza. Se había preparado para eso, colocando a unos cuantos hombres en la
carretera en caso de que MacDowell hubiera podido escapar del cementerio. Pero no

había planeado en esa puerta trasera. Eoin no cometía errores así. Al menos no lo había hecho en
unos seis años.

-Sospecho que se dirigen a la costa.

Lamont juró, sabiendo tan bien como Eoin hizo que si MacDowell llagaba a un barco no serían
capaces de atraparlo. Si estuvieran en Escocia con Halcón, podrían tener la oportunidad de
deslizarse por el corazón de las fuerzas navales inglesas, pero sin la famosa gente de mar sería un
suicidio.

-No os preocupéis -dijo Lamont-. Lo atraparemos.

Eoin no necesitaba asentir con la cabeza, su mirada sombría lo decía todo. Maldita sea, lo
conseguirían. Lamont silbó e hizo un gesto para que los hombres siguieran.

Habría ido tras ellos, pero Margaret lo detuvo.

-Esperad -dijo, agarrando su brazo.

Miró hacia abajo y se dijo a sí mismo que el enrollamiento y la torcedura en su pecho, la sensación
de que estaba saliendo de su propia piel, era porque estaba enojado. Su toque había perdido el poder
de afectarlo años atrás. Pero no se podía negar el pesado tambor de su corazón.

Quizás sintiendo las emociones peligrosas hirviendo dentro de él, dejó caer su mano:- Voy con vos.

Casi se echó a reír. Echando un vistazo, notó que sir John empezaba a moverse:- No creo que a
vuestro novio le guste mucho eso. Además, hace seis años perdí el gusto por las pelirrojas
traicioneros.

Se ruborizó, pero se negó a ser provocada:- Esto no tiene nada que ver con vos. Mi hijo me necesita.

Su mirada se volvió tan invernal como su sangre:- Mi hijo tendrá a su padre.

-No os conoce, Eoin. Estará asustado. Sé que me odiáis, pero no toméis vuestros sentimientos por
mí en nuestro hijo. Es sólo un niño pequeño. Por favor, me necesita. Os juro que no me meteré en el
camino.

Dio una risa dura. Como si eso fuera posible. Había estado en su camino desde el primer día que la
había conocido.

-No tenéis que preocuparos de que no pueda seguir adelante –insistió-. Sé cómo montar.

Le dio una larga mirada:- Lo recuerdo.

Y demonios, lo enfureció.

Se sonrojó de nuevo, dándose cuenta de lo que estaba aludiendo.

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Su mandíbula se endureció, negándose a dejar que lo sacudiera:- El muchacho estará bien. Aunque
lo mismo no se puede decir de vuestro padre cuando lo alcance.

-Puedo ayudaros a encontrarlo.

Eso si que era algo que le llamó la atención. Sus ojos se estrecharon sobre ella, evaluando. Si le
estaba mintiendo...:- ¿Sabéis adónde va?

-No exactamente, pero...

La cortó con un sonido áspero. No lo creía:- No necesito vuestra ayuda. Lo encontraré solo.

Lamont era el mejor seguidor en Escocia.

-¿Y si no lo hacéis? Pensadlo, Eoin. Si queréis atrapar a mi padre, ¿es mejor que me llevéis con vos
o que me dejéis aquí? Tengo conocimientos que necesitáis.

Tenía razón. Pero eso no significaba que pensara que se lo daría... de buena gana. La tortura, ahora
era tentador. Su boca se curvó.

-¿Os ofrecéis a traicionar a vuestro padre tan fácilmente? ¿Por qué no estoy sorprendido?

Sus mejillas se encendieron de rabia, pero no intentó defenderse. ¿Cómo podía? Ambos sabían lo
que había hecho. Levantó la barbilla.

-No hay nada que me impida ver a mi hijo a salvo, nada.

Podría ser una mentirosa, pero no estaba mintiendo sobre eso.

Podría ser capaz de usarla. Para sostener la cabeza de su padre si nada más. ¿Podría MacDowell
cambiar su mala vida por la de su hija? Debería tener tanta suerte.

Se volvió hacia uno de sus hombres:- Encontradle a la dama un caballo. Puede ser de alguna
utilidad para nosotros. Se volvió hacia su engañosa esposa, asegurándose de que entendía las
apuestas-. Mentidme o haced cualquier cosa para hacerme arrepentirme, Margaret, y juro que haré
todo lo que esté a mi alcance para asegurarme de que nunca volváis a ver al chico.

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Capítulo 17

El enfriamiento de sus palabras le siguió horas después. No había querido decir eso, se dijo
Margaret. Eoin estaba enfadado. No trataría de quitarle a su hijo... ¿Lo haría?

Hacía años, habría dicho que era imposible. El hombre con el que se había casado no sería tan cruel,
por muy enfadado que estuviera con ella. Pero Eoin ya no era el hombre con el que se casó, y
adivinar lo que este frío e imponente desconocido podía hacer parecía una tontería. El joven serio
del que se había enamorado se había convertido en un cáustico extraño.

Pero tal vez ese había sido el problema todo el tiempo. En realidad nunca lo había conocido. Todo
había ocurrido demasiado rápido. Amor, matrimonio, pasión... y ni siquiera en ese orden. La
cercanía física que habían compartido había dado una ilusión de más. No habían tenido tiempo de
aprender a confiar el uno en el otro antes de que la guerra los hubiera separado.

Mirando hacia atrás con la perspectiva del tiempo y la madurez, pudo ver que nunca había tenido
una oportunidad. Habían sido demasiado jóvenes. Demasiados apasionados. Demasiado inseguros
uno del otro. Había sido toda emoción ardiente y atracción, con unos preciosos momentos de algo
más profundo. Algo que podría haber florecido si se le daba la oportunidad de crecer. Tal vez si la
guerra no hubiera llegado, habría sido diferente. Pero la guerra había llegado, y los lazos frágiles
entre ellos habían sido tensos hasta el punto de ruptura. El amor como todo lo demás necesitaba
alimento. Sin ello, había muerto.

De muchas maneras, su matrimonio había sido un error. Habían sido demasiado diferentes. Él
quería que fuera algo que no era. Pero también tenía razón. Nunca había sentido a otro hombre
como lo había hecho con Eoin. Lo había intentado... Dios lo sabía, lo había intentado... pero la
había hecho sentir cosas que nunca antes había sentido. Pasión que nunca había sentido antes.
Cuando habían estado juntos, había sido insoportablemente feliz. Lo que hizo que su separación
fuera más difícil.

Error o no, se arrepentía de la forma en que se habían separado la última vez. Nunca debió haberlo
despedido así, con ultimátums y demandas, pero debería haberle dado algo.

Las palabras y las promesas no habían sido suficientes. El feroz amor no había sido suficiente.
Necesitaba ternura y amor, no deseo. Había necesitado confianza y fe, no duda y sospecha.
Necesitaba saber que era importante para él. Que importaba. Que no era simplemente una
distracción a la hora de acostarse para la guerra que siempre lo había definido.

No podía creer que estuviera vivo. Pero el primer salto de esperanza en su corazón por lo que esto
podría significar había sido rápidamente aplastado por el conocimiento de que había regresado por
su padre, no para ella. Por supuesto, no quería tener nada que ver con ella. Y ella... no sabía qué
pensar. Había aceptado la muerte de Eoin y había puesto su amor por él detrás. Pero verlo de nuevo
lo había devuelto todo.

Habían andado duro durante unas tres horas, retrasándose sólo cuando se vieron obligads a
desviarse de la carretera cerca de uno de los castillos más grandes o, como ahora, cuando tuvieron

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que hacer una pausa para determinar qué bifurcación su padre había tomado. Aunque estaba claro
que su padre se dirigía a la costa de Cumbria, había muchos caminos diferentes para llevarlo allí.
Por el rabillo del ojo, se aprovechó de la rara pausa en su persecución para observar a su marido,
que había subido delante de ella para hablar con el guapo, si estoico, el guerrero que parecía estar
liderando el seguimiento de su padre.

Su marido podría haber cambiado; el bandido demasiado musculoso y de aspecto espantoso no era
el joven guerrero que recordaba, pero seguía, sin duda, guapo. Tal vez incluso más, el tiempo y la
batalla habían hecho que unos cuantos rasgos fueran más duros en sus características forjadas con
fuerza.

Pero eso nunca había sido lo que la había atraído. Había sido algo más profundo, algo mucho más
elemental. Era la nitidez de su mente, el aura de fuerza que lo rodeaba y la forma en que la miraba.
Toda aquella intensidad que había sido imposible de resistir. Lo había querido. Quería saber lo que
estaba pensando. Había querido ser lo que estaba pensando. Y como una polilla para la llama, había
sido arrastrada hasta que ambos se habían incendiado.

Él en esa pira, y ella, en los hoyos del infierno que había atravesado en los días después. Había
llorado durante días, incapaz de dormir o comer. Se había culpado a sí misma y quería morir,
pensando que merecía morir. Si no hubiera sido por el descubrimiento de su embarazo, podría haber
hecho eso.

Cada uno de ellos le había dado una razón para vivir, y no le importaba si había dejado que el
marido que le había dejado pensar que estuviera muerto durante seis años se lo quitase.
No importaba lo que hubiera hecho.

Había cometido un error, horrible error, pero no había sido intencional. No había pensado que
hubiera tenido elección. Pero lo había hecho. Eoin había decidido dejarla pensar que estaba muerto
y, al hacerlo, le había costado a su hijo un padre durante cinco años. Si Eoin no conocía a su hijo, no
era por causa de ella.

Casi como si supiera lo que estaba pensando, sus ojos se movieron hacia los de ella. Sus miradas
sostuvieron un largo latido del corazón, antes de que su expresión se oscureciera y reanudara la
conversación -si el brusco intercambio de palabras podía considerarse una conversación- con el otro
guerrero en lo que parecía un clip más duro.

Eoin no había hablado con ella desde que dejaron la iglesia, y parecía que estaba haciendo todo lo
posible para fingir que no existía. Debía ser bueno en ello, con seis años de práctica. Ahora que el
impacto de su supervivencia había disminuido, Margaret se sintió enfadada.
¿Cómo pudo haberle hecho esto?

Su cólera sólo empeoró cuando la persecución se reanudó. A pesar del paso agotador, su padre los
eludía. Margaret no sabía si estar triste o contenta. Incluso con el aumento de amargura de su padre
durante los últimos años, todavía lo amaba y no quería verlo capturado. Después de la matanza en
Loch Ryan y la ejecución de los dos hermanos de Bruce en el período posterior, no quería pensar
en qué tipo de venganza tomaría el rey del hombre que fue responsable. Aunque "Bruce", como la
gente lo llamaba, había sido notablemente conciliador con algunos de los hombres que se habían
opuesto a él, incluido el conde de Ross, que había violado el santuario para capturar a su esposa,
hija, la formidable condesa de Buchan... ¿haría lo mismo por el hombre que había entregado a sus
dos hermanos al rey Eduardo para que los ejecutaran?

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Podría. Lo cual era un pecado más que su marido podía poner a sus pies. Bruce había vivido a la
altura de la fe de Eoin en él. El rey y su "causa perdida" habían sido buenos para Escocia. Margaret
debería haber tenido más fe en su marido. Pero le había parecido imposible y le había aterrorizado
lo que le sucedería si el rey Eduardo los alcanzara.

No era diferente al miedo que sentía ahora. Su miedo por su padre luchaba contra el miedo por su
hijo. El muchacho debía estar aterrorizado y agotado: su padre debía estar sosteniéndolo en la silla
todavía, a estas alturas.

Cuando el cielo se oscureció, su temor empeoró. ¿Dónde estaban? Seguramente ya deberían


haberlos alcanzado. Si continuaban así a través de la oscuridad, alguien se lastimaría.

La siguiente vez que hicieron una pausa para uno de sus -dolorosamente cortos- descansos para
abrevar a los caballos, Margaret ya no podía retener la lengua. Encontró a Eoin, volviendo a hablar
con el mismo guerrero. Ambos hombres se callaron mientras se acercaba.

Miró hacia atrás y hacia delante entre ellos, pensando que había algo similar en ellos. Ambos eran
altos, de hombros anchos y construidos como un par de motores de asedio del Rey Eduardo, pero
era algo más que eso. Era el modo en que se sostenían, el aura de invencibilidad y la quietud de sus
expresiones.

Sin embargo, si hubiera esperado encontrar simpatía por parte de uno de estos hombres, no sería del
rastreador. La hostilidad en los ojos azules oscuros de Eoin era sólo marginalmente menor en el
rastreador.

De su silencio continuo, parecía que el otro hombre también compartió la rudeza de los modales de
su marido y la propensión al silencio. Debían ser grandes amigos.

Frunció los labios e inclinó la cabeza hacia el desconocido guerrero:- Mi señor. Supongo que sabéis
quién soy. Pero como ‘Lázaro’ ha decidido prescindir de las bromas, me temo que no sé a quién me
estoy dirigiendo.

Arqueó una ceja y lanzó una mirada a Eoin antes de volverse hacia ella:- Ewen Lamont, mi señora.
Sonrió como si dijera, Ahora no era demasiado difícil, ¿verdad?

Eoin debió haber objetado a la sonrisa porque dijo:- ¿Qué queréis, Margaret?

¿Aparte de esta conversación centelleante? ¿Aparte de una explicación de dónde demonios había
estado durante casi seis años? Apretó los dientes para que las palabras amargas no salieran volando
y forzó la moderación a su tono.

-Tenemos que parar.

-Hay un montón de castillos en la zona. Si estáis demasiado cansada para seguir adelante, estoy
seguro de que abrirán sus puertas a la hija de Dugald MacDowell.

Estaba tentada de señalar que tal vez no dieran la bienvenida a la esposa de Eoin MacLean.

-No estoy cansada. Pero está oscureciendo. Si seguís presionando así, alguien se lastimará. Eachann
podría resultar herido.

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Se puso rígido y el otro hombre, Ewen Lamont, se volvió para mirarlo. ¿Eachann?

-Mi hijo -explicó ella-. Nuestro hijo.

Lamont murmuró lo que pensó que era una maldición bastante fuerte, y su mirada fue a la de Eoin
para confirmación.

Eoin apretó la boca:- Dice que el muchacho que está con MacDowell es mi hijo.

Lamont dio un silbido largo y bajo y sacudió la cabeza, su expresión aparentemente de simpatía por
Eoin.

Margaret tuvo que morderse la lengua para no discutir sobre las "reclamaciones".

-Sé que queréis atrapar a mi padre, pero si seguís presionando así, mi padre seguirá presionando, y
Eachann será quien sufrirá. ¿Habéis pensado en cómo debe ser ese ritmo para él?

Eoin respondió con una flexión de su mandíbula que hizo un músculo comenzara a hacer tic:- ¿Qué
sugerís que hagamos? ¿Dejar escapar a vuestro padre? Si llega a la costa y un barco, no tendremos
la oportunidad de atraparlos antes de que llegue a cualquier castillo fuertemente fortificado que
decida asaltar. No pueden estar a más de una o dos millas por delante. Ya los habríamos cogido si
no hubiéramos tenido que evitar las fiestas de soldados ingleses que vuestro padre envió después
tras nosotros. Pero no hay manera en el infierno de que me detenga ahora.

Margaret no podía creer que este hombre brutal e intransigente fuera su marido. Era más como...
Hizo una mueca. Se parecía más a su padre.

-¿Así que pondréis en peligro la vida de vuestro hijo para evitar que mi padre se escape de entre
vuestros dedos?

Eoin mantuvo una rienda cerrada sobre su temperamento. No necesitaba defenderse ni dar
explicaciones. Ni frente a ella, ni a nadie.

-No soy yo quien ha puesto su vida en peligro, sino vuestro padre -miró a Lamont-. Venga. Ya
hemos descansado suficiente.

Eoin se alejó. Pero justo antes de que Ewen Lamont lo persiguiera, pensó que la miraba con un
destello de simpatía.

***

-¿Vuestro hijo, Asalto? Cristo, ¿por qué no me lo dijisteis? Pensé que la habíais llevado con
nosotros para obtener información.

Eoin montó en su caballo:- Lo hice, y no hubo tiempo.

Lamont le lanzó una mirada como si supiera que la explicación era una mierda, lo cual, así era. Pero
al enterarse de que tenía un hijo, un hijo de cinco años, lo había lanzado en tal estado de conmoción
y confusión que la única cosa en la que había podido concentrarse había sido la misión. Encontrar a

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MacDowell y luego trataría de llegar a un acuerdo con el conocimiento de un hijo. Seguro que no
había estado dispuesto a hablar de ello. Todavía no lo estaba.

-La chica tiene razón -dijo su compañero-. Esto podría ser peligroso para el muchacho. Si es
vuestro...

-Es mío -dijo Eoin, cortándole airadamente.

Lamont levantó una ceja:- No parecíais tan seguro hace unos minutos -Eoin gruñó una maldición-.
Hay otras formas de exigir venganza.

Eoin lo fulminó con la mirada:- ¿Me culpáis? Sabéis tan bien como yo lo que hizo -su compañero
reconoció la verdad con un gesto sombrío.

-Sí. Pero...

La mirada de Eoin se estrechó:- ¿Pero qué?

Lamont se encogió de hombros:- No lo sé. No es lo que esperaba.

-Esconde las serpientes bajo el velo.

Lamont ignoró el sarcasmo:- No puede tener más de veintitrés años.

-Cumplió veinticinco el pasado junio.

-Parece que realmente se preocupa por el muchacho. Vi su rostro cuando os vio en la iglesia. No
parecía alguien que os hubiera enviado felizmente a vuestra muerte.

La boca de Eoin dibujó una línea dura:- Pero eso es exactamente lo que hizo.

Lamont lo miró con atención:- Tampoco mencionasteis que es más bien... atractiva.

Eoin sintió que sus músculos se tensaban de una manera que no lo habían hecho en mucho tiempo.
Su mujer siempre había llamado la atención, la atención masculina. Tal vez ahora incluso más que
a los dieciocho. ¿Cómo lo puso a Fin? ¿Maduro como melocotón? Ella era aún más madura.

-No creí que tuviera importancia.

-No lo hace. Pero todavía es una sorpresa. No creía que nadie pudiera rivalizar con la esposa de
MacLeod.

Eoin le lanzó una mirada:- ¿Qué os parece la vuestra?

Lamont alzó una ceja astuta, y Eoin juró, dándose cuenta de que su compañero lo había engañado
para que admitiera más de lo que quería. Eoin ya no se preocupaba por ella,
¿cómo diablos podía seguir sintiéndose celoso?

-Si habéis terminado, quiero volver a la pista antes de perderla de nuevo -dijo Eoin bruscamente.

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MacDowell era un bastardo difícil. También era bueno para minimizar sus pistas. Pero Lamont era
el mejor seguidor en Escocia. "Si había un rastro, Cazadoor lo encontraría. Incluso en la
oscuridad."

Pero a medida que corrieron a través del campo, sumiéndose más profundamente en el bosque
envuelto por la luz de la luna, Eoin no podía dejar de pensar lo fácil que sería para un caballo perder
su pie. Por una caída que podría enviar un jinete y el joven con él navegando por el aire a la tierra
dura. Qué fácil sería quitarse el cuello delgado. ¿Por qué había tantas ramas que sobresalían? Esta
era una maldita "carretera". Una de esas ramas podía arrancar un ojo o...

Se detuvo. Joder, se había acercado a él. Había llenado su cabeza con un desfile de cosas horribles
para hacerle cumplir su promesa. No podían parar, maldita sea. MacDowell saldría con su hijo. Un
sitio podría tardar meses. Además, no había ninguna garantía incluso si se detenían de que
MacDowell seguiría su ejemplo. Su hijo todavía podría estar en peligro, incluso si Eoin hiciese
detener la persecución.

Pero la decisión fue tomada de sus manos poco tiempo después. Habían frenado para que Lamont
revisara las huellas, cuando juró y pidió una antorcha.

-¿Qué ocurre? -preguntó Eoin.

Lamont meneó la cabeza:- Creo que se separaron.

Eoin sintió que la furia se elevaba dentro de él:- ¿Por qué?

-No parece haber tantas huellas. Desmontó para subir y bajar por el sendero, contando las pezuñas
de los caballos.

Después de siete años y medio como compañeros, Eoin había recogido lo suficiente para saber que
Lamont podía identificar a cada caballo con alguna marca definitoria -no importaba lo
aparentemente trivial- en su huella. Contó cuatro. MacDowell y sus hijos habían partido con cinco
caballos.

-Hay una desaparecida -contestó Eoin, jurando cuando Lamont asintió.

-¿Dónde?

Lamont meneó la cabeza:- Probablemente en el último cruce. Maldita sea, no puedo creer que lo
perdiera.

-No es culpa vuestra.

Era de Eoin. Con su presa a la vista, los había empujado con demasiada fuerza. Había sido el que
apresuró a Lamont en el último cruce cerca de Cockermouth:- No importa. Los atraparemos.

Pero no lo hicieron. Retrocedieron al cruce anterior y recorrieron solo una milla o dos antes de
llegar a un gran pueblo donde MacDowell había cambiado de caballo. Para el momento en que
rastrearon al nuevo caballo, era demasiado tarde. La costa de Cumbria en Wyrkinton estaba a sólo
un puñado de millas de distancia, como lo estaba la torre de la fortaleza, fuertemente guarnecida de
Sir Gilbert de Curwen. No podrían evadir a los soldados ingleses y alcanzar a MacDowell a tiempo.

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Los habían perdido.

-¿Y ahora qué? -preguntó Lamont.

-Los encontraremos en Galloway.

-Puedo pensar en al menos seis castillos en los que pueda refugiarse. Pueden pasar semanas hasta
que podamos encontrarlo.

Eoin no se dio cuenta de que Margaret había subido a su lado:- Irá a Dumfries –dijo-. Es el más
fuerte y fácil de acceder desde el río.

-Estáis muy segura -dijo Eoin.

-Tan segura como puedo estarlo. Es donde pienso que estaba planeando ir después de la... -se
detuvo-. Cuando regresó de Inglaterra.

Después de la boda. Eoin sintió que sus dientes se apretaban de nuevo:- ¿Y se supone que debo
fiarme de vuestra palabra? Podría ir tan fácilmente a Buittle. También es fácil el acceso por el río y
está fuertemente defendido.

-Sí, podría, pero creo que irá a Dumfries. Es su castillo favorito, y el guardián es uno de sus
hombres más confiados.

-¿Quién?

Incluso en el claro de luna cubierto de niebla, pudo ver el rubor rosa subirse a sus mejillas:- Tristan
MacCan -Eoin sintió que cada músculo de su cuerpo se tensaba, pero no dijo nada, y continuó-. No
espero que confiéis en mí, nunca lo habéis hecho antes, pero pensé que querríais mi consejo.

-Sí. Y confié en vos una vez.

Sus ojos se sostuvieron, y él pudo ver la culpa que la oscuridad no podía esconder completamente.
Parecía que quería decir algo, pero después de mirar a Lamont y a los otros hombres que fingían no
escuchar, respiró hondo.

-No tengo ninguna razón para mentir, Eoin. Osdije que haría lo que fuera necesario para recuperar a
mi hijo. Lo quiero tanto como vos queréis a mi padre. Por eso me trajisteis, ¿no? Pero si creéis que
conocéis a mi padre mejor que yo, por supuesto, haced lo que quieras. Pero voy a ir a Dumfries.

Algunas cosas no habían cambiado. Externamente podía parecer la dama apropiada -había sido
sorprendido por la diferencia en su apariencia y forma reservada- pero la muchacha que había
entrado en el Gran Salón del Castillo de Stirling como un pirata que se apoderaba de un barco y
había sido demasiado confiada y atrevida para su propio bien, todavía estaba allí. Nunca había
rehuido un desafío antes, y ciertamente, no lo estaba haciendo ahora. Había sabido que sería un
problema desde el principio. Nunca había adivinado cuánto.

Se volvió hacia Lamont:- Decidle a los hombres que descansen unas cuantas horas. Iremos a la
frontera al amanecer.

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-¿Vamos a dormir aquí? -preguntó Margaret mientras su compañero se alejaba.

-Los arreglos rústicos para dormir no servían para molestaros.

No perdió el recordatorio puntiagudo de aquellas noches que compartieron con la fogata hacía años
-¿por qué demonios estaba actuando como que los recordaba?- levantó su barbilla:- Me refería al
hecho de que estamos a pocas millas de distancia de Wyrkinton.

Dio una risa aguda:- Los ingleses no tienen el coraje de atacar a los hombres de Bruce por la noche
en el bosque. No se apartarán de la seguridad de las murallas del castillo hasta el amanecer. No
debéis temer por vuestra seguridad -hizo una pausa-. Aunque podríais coger frío con ese vestido tan
fino, así que si fuese vos me quedaría cerca del fuego.

Se ruborizó con rabia ante el sarcasmo que no podía ocultar. Estaba a punto de casarse, maldita sea.
No debería molestarla.

-Yo no estaría usando un vestido de novia si hubiera sabido que todavía tenía un marido.
¿Cómo pudisteis, Eoin? Prometisteis que volveríais a mí, si podríais. ¿Cómo pudisteis dejarme
pensar que estabais muerto todos estos años? ¿No creíais que tenía derecho a saber que mi marido
vivía?

Seis años de furia reprimida, seis años de infección en una herida que no había cicatrizado, seis
años fingiendo que no importaba que su esposa lo hubiese traicionado, no pudieron permanecer
enterrados en otro momento. Lo había prometido, sí, pero eso fue antes de que ella intentara meterlo
en la tumba.

Dio un paso amenazador hacia ella, enseñándole sus dientes:- Después de lo que hicisteis, perdisteis
el 'derecho' a saber nada. Recuerdo que también hicisteis una serie de promesas. No os debo una
mierda, Maggie.

-¿Qué hay de Eachann? ¿Qué le debíais?

-Se quedó quieto:- No sabía nada de él.

-¿De quién es la culpa?-habló suavemente pero el desafío golpeó duramente.

Apretó las manos a su lado para no tocarla. ¿Qué demonios tenia esta mujer que le hacía querer
arrastrarla a sus brazos y besar esa boca?

Pero su enfado se calmó tan rápido como había surgido. Parecía triste y derrotada, y de alguna
manera, eso lo inquiettó aún más.

-Tal vez no me debáis nada, pero no creáis que no me he culpado por lo que os pasó -o lo que
pensaba que os había pasado- desde entonces. Nunca quise traicionaros, Eoin. Os amaba.

Lo amaba tanto que lo había dejado. Lo amaba tanto que había estado discutiendo la disolución de
su matrimonio con su novio antes de que la besara. Lo amaba tanto que lo había echado y le había
dicho que nunca regresara.

-Así que todo fue un gran error, ¿eh? ¿Vuestro hermano mintió entonces? ¿No le dijisteis a alguien

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de mi presencia esa noche?

Negó con la cabeza, con los ojos rígidos:- No, no fue un error. Se lo dije a alguien, pero estaba
tratando de protegeros.

-¿Traicionándome?

Ignoró su sarcasmo:- Brigid me encontró en el bosque después de que os fuérais y amenazó con
decirle a mi padre que había sido violada si no le contaba lo que pasó. Cometí un error al confiar en
alguien que había sido como una hermana para mí, pero no tuve elección.

-¿Qué tal la opción de mantener la boca cerrada? -se acercó a ella, la ira golpeando a través de él-.
¿Cómo de claro tenía que ser? ¿No estaba «nadie», «bajo ninguna circunstancia», y «mi vida»
sujeta a interpretación? Confiaba en vos, maldita sea. Os dije lo importante que era no decirle a
nadie que estaba allí. Dejé caer a cada uno de esos hombres en esa playa porque creí que mi esposa
-la muchacha que amé más que cualquier otra persona en el mundo- sabría mantener su condenada
boca cerrada. Sus intenciones no hicieron una maldita diferencia a todos los hombres de esa playa.

Parecía afligida. Sus ojos se llenaron de lágrimas mientras trataba de explicar.

-Lo siento. No tenía idea de lo que planeabais. No quería correr el riesgo de perseguir a los hombres
de mi padre. Pensé decirle que os estaba protegiendo. Nunca imaginé que iría a mi hermano.

Su boca cayó en una línea dura. Supuso que se alegraría de no haber ido a su padre. Que se alegraría
de que no hubiera sido una pequeña forma de venganza por todos sus errores percibidos. Pero seis
años de odio habían formado una gruesa capa de acero alrededor de su pensamiento, en lo que se
refería a su esposa, que no era fácil penetrar. Se lo había dicho a alguien. ¿Importaba a quién?
Y el resultado no había cambiado.

Sin embargo, se sorprendió al enterarse de la parte de su amiga:- ¿Por qué lo hizo? -preguntó.

-Estaba enamorada de Dougal y pensó que aquello sería suficiente para que mi padre permitiera un
matrimonio entre ellos. Irónicamente, Dougal recibió una novia por lo que pasó, y no fue Brigid.

Un pellizco de dolor cruzó su rostro, y se encontró preguntando:- ¿Qué pasó?

Margaret lo miró fijamente:- Brigid se tiró por el acantilado del castillo Dunskey, poco después del
matrimonio de Dougal. Nunca se perdonó por lo que pasó esa noche. Todos esos hombres... -se
estremeció y luego lo miró-. No se dio cuenta de lo que iba a suceder, y yo tampoco -cuando no dijo
nada, agregó-. No espero que me perdonéis. Confiasteis en que guardara vuestro secreto, y no lo
hice. Debería haber dejado que Brigid les dijera que me habían atacado y tal vez... -se detuvo y se
enderezó-. Cometí un error, pero fue confiar en una amiga cuando no debería haberlo hecho.
Intenté ayudar cuando me di cuenta de lo que había hecho Brigid, pero ya era demasiado tarde.

-¿Qué queréis decir con que tratasteis de ayudar?

-Mi padre me encerró en mi cámara, pero salí de la torre y encendí el viejo faro cerca de Kirkcolm.
Pero vuestros barcos ya habían llegado a la playa.

Se quedó en silencio, sorprendido por lo que había revelado. ¿Había encendido el faro? Siempre se

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había preguntado acerca de su misterioso ayudante.

-No fue demasiado tarde para todos los barcos -admitió-. Dos fueron capaces de escapar a tiempo.

Le daría eso, pero su expresión de acero le dijo que era todo lo que él concedería. Fuera cuales
fueran sus intenciones, había traicionado su confianza diciéndoselo a su amiga.

-Me alegro -dijo suavemente.

La creyó. No es que cambiara nada. Había pasado demasiado entre ellos. Habían pasado
demasiados años. Para un hombre conocido por ver todo en un campo de batalla, irónicamente
nunca lo había visto venir.

Margaret le había hecho sentir algo que no había sentido antes o desde entonces. La pasión era
incomparable. Pero era más que físico. Mucho más. Durante tanto tiempo su vida había girado en
torno a la guerra, siendo el mejor guerrero no sólo físicamente, sino también mentalmente. Le
encantaba el desafío de pensar más allá y burlar al enemigo desde que era un muchacho. Era lo
único en lo que había pensado, y preocupado, hasta que la conoció. Durante un poco de tiempo,
había hecho que el mundo fuera un poco más grande fuera del campo de batalla. Le había
importado algo más.

Y le había costado muy caro. Había hecho cosas estúpidas para verla. Tomado posibilidades
arriesgadas que no podía tener.

Tal vez ese era el verdadero problema. Por mucho que la culpara por lo ocurrido, se culpaba aún
más a sí mismo. Nunca debería haberla enfrentado esa noche. Tal vez no habría cambiado nada,
pero aún así había sido un error. No debería haber confiado en ella con algo tan importante. Bruce
lo sabía, y él lo sabía. No podía culpar a su pariente por cuestionar su juicio. Cuando se trataba de
Margaret MacDowell, Eoin nunca pareció tenerlo.

Incluso ahora sólo mirarla era suficiente para perderlo. Los recuerdos lo inundaron. Podía recordar
cada centímetro de piel cremosa debajo de ese vestido aburrido que quería desgarrar. Recordó haber
enterrado su rostro entre los generosos pechos expuestos a tan tentadora perfección en las capas de
seda formadora. Recordó el olor de su piel, la miel sedosa de su placer, y el sonido de sus gemidos
cuando la había hecho estremecerse. Recordó la forma en que sus caderas se alzaban para
encontrarlo mientras lo empujaba, llevándolo más profundo, más fuerte, más rápido.

Cristo.

Retrocedió un paso. Cuanto antes, esto trataba sobre el mejor. La rápida disolución de su
matrimonio había sido complicada por el descubrimiento de un hijo, pero no había cambiado su
deseo de ponerle fin. El fin de la guerra se acercaba, y Bruce ya había insinuado en las tierras, que
sería su recompensa. Tierras y una novia, si Eoin quería una. Sorprendentemente, lo quería. Ver a
sus hermanos con sus esposas le hacía darse cuenta de lo que se estaba perdiendo. Había estado solo
durante mucho tiempo.

Demonios, hasta Lachlan MacRuairi era feliz. Como Eoin, el guardia con la disposición de la
víbora que le había dado su nombre de guerra tuvo un desastroso primer matrimonio con una mujer
que lo había traicionado. Pero él había encontrado la felicidad con la segunda, y Eoin tenía alguna
esperanza por eso.

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Casi como si supiera lo que estaba pensando, preguntó:- ¿Qué pasa ahora, Eoin?

La miró fijamente:- ¿Qué pensáis? Seguro que no podemos volver.

-Podríamos intentar seguir adelante.

Enfurecido por el inconfundible enganche en su pecho, su respuesta salió más dura de lo que
pretendió:- ¿Cuál sería el punto de eso? Parecéis haber encontrado Inglaterra mucho más a vuestro
gusto que Kerrera.

El ligero rubor en sus mejillas y el fruncidode su boca eran los únicos signos de que había
escuchado la crítica demasiado sutil. Pero siempre había sabido cómo atacar.

-Sí, sir John se aseguró de que siempre me sintiera bienvenida e hizo todo lo posible para que fuera
feliz. Quería compartir su vida conmigo, solo eso.

La daga se deslizó entre sus costillas y se retorció. La agudeza del dolor casi le hizo estremecerse.
Maldita sea, no debería doler tanto. Después de todos estos años, nada de lo que pudiera decir o
hacer debería ser capaz de llegar hasta él.

-Estoy seguro de que sí.

Trató de alejarse, pero le cogió el brazo. El choque de su tacto lo hizo estremecerse esta vez:- Sé
que no era el tipo de mujer que queríais, Eoin. Pero si queríais a alguien como lady Barbara, ¿por
qué no os casasteis con ella? Habría sido mucho más fácil para nosotros dos.

-Sí, lo habría sido.

Era verdad, aunque no tenía la intención de pegar tan fuerte. Por la mirada de sus ojos, no había
duda de que había hecho eso.

Ya no quería hacer esto, nada de eso. Cuanto más estaban juntos, más se lastimaban.

Miró hacia abajo los hermosos rasgos bañados a la luz de la luna de la mujer que había perseguido
sus sueños durante demasiado tiempo.

-Creo que será mejor para nosotros si vos y yo nos separáramos de manera permanente cuando esto
termine.

Maggie se incorporó rígidamente con una respiración fuerte. Sus ojos le escudriñaron la cara, como
si estuviera buscando una abertura:- Si eso es lo que queréis.

Ahora lo que quería era empujarla contra él y besarla hasta que ya no pudiera sentirla golpeando a
través de su sangre, invadiendo sus huesos, y obsesionando sus sueños. En su lugar, respondió con
un gesto de la cabeza y se alejó.

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Capítulo 18
Debían separarse definitivamente...

Después de todo este tiempo, no debería doler tanto. Por supuesto que no quería tener nada que ver
con ella. Pero oírle hablar tan inequívocamente de poner fin a su matrimonio -Dios sabía cómo
pretendía hacerlo sin hacer de su hijo un bastardo- le había herido profundamente.

La larga noche pasó sin dormir por el frío (dormir fuera no era tan cómodo sin Eoin junto a ella), y
enel paseo aún más largo al norte de Escocia, Margaret se preguntó cómo podría haber pensado,
incluso por un momento que Eoin volver junto a ella. La odiaba, como ella sabía que haría si él
viviera. ¿Qué esperaba? ¿Perdón?

Algunos errores eran imperdonables. Lo había dejado, le había dicho que nunca regresara, y
traicionó su confianza, llevando a la muerte a muchos hombres. Incluso si hubiera pensado que no
había tenido opciones, lo había hecho. Mirando hacia atrás, dadas las consecuencias, podría no
parecer como si hubiera tomado las decisiones correctas, pero había hecho lo que creía mejor en ese
momento. Evidentemente, Eoin no estaba de acuerdo y, dadas las consecuencias, ¿cómo podía
culparlo?

Pero mientras daba vueltas y vueltas contra al duro suelo tiritando y sintiéndose miserable, en lo
que iba a haber sido su noche de bodas, con un hombre que la cuidaba, un buen hombre que sólo
había sido amable con ella y su hijo..., el desagradable pensamiento acerca de Eoin sólo aumentó.

Podía haber merecido esto, pero Sir John no, y tampoco Eachann. Para que Eoin le dejara pensar
que estaba muerto durante seis años, llorando por él, sufriendo, culpándose a sí misma, criando a su
hijo sola, sólo para aparecer de repente en su día de la boda, cuando finalmente intentó ser feliz, era
imperdonable.

Podría haber sido feliz también, o al menos lo habría intentado... Pobre Sir John. Se sentía horrible
por la rapidez con que había tenido que abandonarlo. Apenas había tenido la oportunidad de
murmurar una disculpa precipitada antes de que saltara sobre el caballo para tratar de alcanzar a
Eoin, que ya se había alejado.

Escribiría a sir John lo antes posible y se lo diría... ¿El qué? ¿Que lamentaba no poder casarse con él
ahora porque el marido que había llorado durante seis años, el marido que la despreciaba, había
decidido volver y destrozarle la vida? ¿Haciéndola miserable? ¿Divorciándose?

Tenía el pecho apretado. Pero incluso si disolvía su matrimonio, Margaret sabía que no había vuelta
atrás con Sir John. No sería justo para él. Si Eoin hubiera muerto de verdad ese horrible día,
tendrían una oportunidad. Pero mientras vivía su marido... ¿Cómo podía contemplar una vida con
otra persona?

¡Lo arruinó!

Sí, fue una noche miserable llena de ira, frustración, decepción y angustia.

Le hubiera gustado decir que encontró consuelo al despertar y saber que se dirigían a Dumfries.

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Pero sospechaba que no era Eoin quien confiaba en ella tanto.

Al llegar la noche siguiente, Margaret estaba agotada. Apenas soltó una objeción cuando Eoin la
dejó con las monjas benedictinas en la abadía de Lincluden durante la noche, mientras él y los otros
hombres cabalgaron a un lugar que no compartiría con ella para encontrarse con más hombres de
Bruce.

En la primera oportunidad había escrito su nota a sir John. Había sido más difícil de lo que había
previsto, y había estado agradecida por la soledad para tratar de encontrar las palabras para expresar
su pesar y decepción, pero aún así dejar claro que su relación debía terminar.

Pero con su tarea completa, había empezado a temer que la soledad fuera permanente, y Eoin no
regresaría. Finalmente, a la tercera mañana, la priora llegó a la pequeña cámara que le habían dado
para anunciar que tenía un visitante.

Eoin la esperaba en el jardín del claustro. Trató de calmar su pulso, que iba repentimanente rápido.
Como ella, se había bañado y cambiado de ropa. Ya no llevaba la camisa de plaid de un soldado
inglés, sino un algodón de cuero negro tachonado con trozos de otro cuero. Sus zapatos también
estaban hechos de cuero oscuro. Ilógicamente, parecía aún más imponente sin la pesada armadura.

Dios mío, ¿quién era este hombre? ¿Era esta fortaleza de guerra terrible y de aspecto feroz
realmente el seria, pero todavía capaz de sonreír joven guerrero con la que se había casado? Su
marido podría estar vivo, pero no era el hombre que recordaba. Era un extraño, y el dolor de aquello
le quemaba en el pecho.

Su mirada se deslizó sobre ella cuando se acercó, y no perdió el leve levantamiento de su frente en
su atuendo.

-Veo que estáis siendo bien cuidada.

Qué fácil era para él empujar viejas heridas:- Las monjas tuvieron la amabilidad de prestarme otra
bata. Sé que pensáis que la capucha amarilla de una ramera es más apropiada, pero me temo que era
un hábito negro lo único que tenían.

Frunció el ceño, claramente sorprendido:- Nunca pensé eso.

-¿No? -rio duramente, recordando las acusaciones de aquella noche, incluso si Eoin no quería-. No
sangré, ¿no os acordáis de que me preguntásteis si era virgen? ¿Qué hay de todos esos viajes que
hice a Oban? Y traté de seducir a vuestro amigo, seguro que vuestra hermana os lo contó todo.

Por primera vez desde que reapareció en su vida, la fachada impenetrable del odio cayó. Parecía
realmente desconcertado.

-Esa noche, Margaret, estaba loco de celos. No estaba pensando racionalmente. Todo lo que podía
ver era la mujer que me había dejado en los brazos de otro. Nunca dudé de vuestra inocencia... en
realidad. Tampoco pensé que me fuerais infiel. Os debo una disculpa. Debería haberos creído acerca
de Fin, no quería pensar que mi amigo más viejo pudiera... -se levantó y la miró a los ojos-. Admitió
haberos besado en el granero. Dijo que estaba borracho y nunca pretendió asustaros. Lamento lo
que os pasó. erais mi esposa y yo debería haberos protegido.

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Margaret sintió un nudo en su garganta y los ojos ardiendo. Eran las palabras que había querido
desesperadamente oír, seis años más tarde. Apartó la mirada.

-No estabais. No hubierais podido hacer nada.

La tomó del brazo y la obligó a mirarlo. Sus dedos parecían quemarse a través de su piel. Incluso
ahora, después de todos estos años, su corazón todavía hacía un pequeño tirón cuando la tocaba y su
piel se le erizaba.

-Podría haberos escuchado cuando hablasteis por primera vez de vuestros problemas con Fin.
Podría haberme asegurado de que mi madre fuera consciente de la situación. Podría haber intentado
impedir que se casara con mi hermana.

Vio la rabia y la auto-recriminación en sus ojos e instintivamente quiso calmarlo. Ella, de todas las
personas, era quien podría entender. Como ella, había confiado en un amigo.

-Fue hace mucho tiempo, Eoin. Estoy segura de que hay cosas que habríamos hecho de manera
diferente si hubiéramos sabido lo que sucedería. Tenéis razón: no tiene sentido intentar volver.

Parecía que quería decir algo más, pero la soltó su brazo y dio un paso atrás.

-Sí, bueno, os defendisteis bien. Vuestra rodilla hizo algún daño. Por lo que he oído estuvo en la
cama durante días. -se estremeció ligeramente como si la idea de que le causara dolor-. Recordadme
que no os haga enfadar.

Aunque no le gustaba pensar en alguien que sufriera, en el caso de Fin haría una excepción. Su boca
se torció en una sonrisa.

-Lo haré.

Le devolvió la sonrisa por un momento, y luego pareció acordarse de algo y eso rompió el momento
de la conexión.

-Vine a deciros que teníais razón. Vuestro padre se ha refugiado en el castillo de Dumfries.

-¿Y? -preguntó con ansiedad-. ¿Está bien?

-Un muchacho estaba con vuestro padre. Eso es todo lo que sabemos. Vuestros hermanos se han
refugiado en Buittle.

Asintió, no sorprendida de que se hubieran separado:- ¿Habéis intentado comunicaros con mi


padre?

Eoin asintió:- Se ha negado a liberar al niño.

Aunque sospechaba la respuesta, el corazón de Margaret se apretó:- No le hará daño, Eoin.

No respondió. Claramente, no estaba inclinado a confiar en su juicio. Maggie no lo culpaba, pero lo


decía en serio. Su padre amaba a Eachann. No le haría daño... intencionadamente.

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Su corazón se apretó de miedo:- ¿Qué sucede ahora? -preguntó.

Su boca cayó en una lúgubre línea:- Eduardo de Bruce está buscando sitio en el castillo.

La sangre se deslizó de su cara cuando el pánico saltó en su pulso:- ¡No! No podéis dejar que hagan
eso. Nuestro hijo sufrirá junto con ellos.

Podía ver el miedo en sus ojos que coincidía con el suyo, y algo más: la ira.

-No hay nada que pueda hacer –obviamente, lo había intentado-. Ahora que hemos acorralado a
vuestro padre, no se le permitirá escapar. El asedio en Perth ha terminado, el castillo ha caído, y el
rey está de camino aquí.

Habría palidecido si le quedara sangre en la cara:- ¿Bruce viene?

Asintió:- Los castillos de Galloway son los siguientes. Los antiguos bastiones de Balliol y
MacDowell de Dumfries, Buittle, Dalswinton y Caerlaverock.

Uno por uno Robert de Bruce estaba recuperando los castillos de Escocia del control inglés y
destruyéndolos para que no fueran utilizados contra él de nuevo. Pero Eacchann... se estremeció,
pensando qué podría hacerle un largo asedio.

-Dejadme hablar con mi padre. Me escuchará.

Eoin sacudió la cabeza:- Carrick no lo permitirá -dijo, usando el título (junto con Lord of Galloway)
que Robert de Bruce había dado a su hermano menor, Eduardo. Trató de consolarla-. Intentad no
preocuparos. No durará mucho. El castillo no ha sido provisto adecuadamente en meses. Vuestro
padre estará de acuerdo en hablar pronto.

Negó con su cabeza:- No conocéis a mi padre. Nunca se rendirá ante Bruce. Primero morirá de
hambre.

No dijo nada, y por la mirada sombría de su rostro sospechó que conocía a su padre y estaba de
acuerdo.

-Debería irme –dijo-. Sólo quería manteneros informada. Voy a tratar de enviar la palabra cada
pocos días o así.

-¡No podéis esperar que me quede aquí!

Eso era exactamente lo que esperaba que hiciera. Eoin miró fijamente a la mujer indignada que
podría llevar un saco y todavía conseguir mover su sangre. La prueba le golpeaba contra el
estómago. ¿Qué diablos le pasaba?

-¿Dónde queréis ir? -preguntó con impaciencia.

-Con vos.

¿En su tienda? ¡La sangre de Dios! Casi se estremeció:- Eso es imposible.

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-¿Por qué?

Porque al parecer seis años no habían hecho a su polla más inteligente:- El campamento no es lugar
para una dama.

-Tal vez no, ¿pero no hay algunas mujeres? -continuó antes de que pudiera objetar al tipo de
mujeres que estaban en el campo, acercándose a él para hacer su punto. Probablemente más cerca
de lo que se dio cuenta. Sus cuerpos estaban prácticamente tocándose, y cada músculo de su cuerpo
se endurecía-. Por favor, Eoin. No voy a estar en medio. Os juro que no os avergonzaré. He
cambiado.

Frunció el ceño:- ¿De qué estáis hablando?

Sus ojos cayeron de los suyos como un delicado tono de rosa rosa en sus mejillas:- No soy la chica
ignorante que era cuando nos casamos. No voy a decir la cosa equivocada o hacer algo tonto como
mover las piezas de un juego de ajedrez. Ahora puedo leer y escribir. No voy a desafiar a vuestro
amigo a una carrera o ver quién puede beber una jarra de cerveza más rápido. No he usado calzones
en mucho tiempo. Ya no soy la criatura irreverente e irreversible que necesitáis cambiar para
convertirla en la esposa adecuada.

Eoin la miró sorprendido. ¿Era eso lo que pensaba?

-Eso no es lo que yo... -Ah infierno. Era lo que había querido. Pero nunca había querido que pensara
que se avergonzaba de ella. Sólo quería que no destacara tanto. Que no fuera tan escandalosa. Que
no mirara como si no pudiera esperar para llegar al dormitorio. Quería que mostrara un poco de
moderación y decoro. Ser más como las otras damas.

Pero si había deseado a alguien como lady Barbara, ¿por qué se había casado con Margaret?
Porque había sido diferente. Porque había sido fresca y dulce, y sí, escandalosa. Porque le había
hecho reír. Porque lo había burlado y desafiado, y lo había vuelto loco por la lujuria. Porque había
penetrado en una habitación como si fuera su dueña, con su pelo suelto flotando salvajemente
alrededor de sus hombros, y supo que nunca habría otra mujer para él.

Era ella la que había deseado. ¿Por qué había intentado convertirla en otra persona? La culpa se
retorcía en sus entrañas.

-Nunca me habéis avergonzado -dijo con voz ronca.

Le dirigió una sonrisa torcida que decía que no le creía:- Hace mucho tiempo, Eoin. Ya no importa.

Trató de apartar su rostro, pero sin darse cuenta de lo que estaba haciendo, alargó la mano y le puso
la mano en la barbilla para obligarla a mirarlo. Fue un error. Su piel era tan cálida y suave como
recordaba. Quería pasar su pulgar sobre la suave curva de su mejilla y el delicado punto de su
barbilla.

-Sí importa. Lo siento si os hice sentir así. Pensé que sería más fácil para vos encajar si fuerais...

-¿Como todos las demás? -terminó. Eoin asintió, avergonzado.

-No tenéis que disculparos. Sólo por favor, llevadme con vos. No puedo quedarme aquí sin saber

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qué está pasando. Necesito estar allí, Eoin. Os prometo que ni siquiera sabréis que estoy allí.

Como si fuera posible. Siempre había sido demasiado consciente de ella. Incluso ahora, cuando por
todos los derechos no debería querer tener nada que ver con ella. Pero comprendió su urgencia.
Estaba preocupada por el chico.

Debió haber sentido su vacilación:- Puedo ser de ayuda. Conozco el castillo, y sé cómo piensa mi
padre. Puedo ayudar a recuperar a Eachann, sé que puedo.

Sacudió la cabeza:- No puede ser, Margaret. Vuestra presencia haría las cosas difíciles.

Lo malinterpretó, contuvo la respiración como si sus palabras la hubieran apuñalado.

-Habéis dejado vuestros sentimientos claros por mí, Eoin. Sé que no me queréis. No interferiré si...
-miró hacia abajo, sus mejillas pálidas-. Si ya tenéis una mujer en tu tienda. Dormiré afuera si
queréis privacidad.

Sabía que no le debía ninguna explicación. Ella era la que había estado a punto de casarse con otro
hombre. No debería importarle lo que pensaba. Demonios, tal vez incluso sería más fácil si tuviera
una mujer en su tienda.

Pero no había sido él mismo el que había estado hablando sino los demás en el campamento de
Bruce. Demasiadas personas sabían lo que había hecho. Sus hermanos, el rey, algunos de sus
hombres. Era la hija de Dugald MacDowell y el enemigo. Él de toda la gente no debería necesitar
un recordatorio.

Endureció la mandíbula, negándose a dejar que ella le sacudiera:- Os quedaréis aquí por ahora.
Enviaré noticias tan pronto como tenga algo que informar.

-Pero...

-No es una petición, Margaret -dijo, cortándola.

Sus ojos ardían de fuego. Enderezó su espina dorsal y levantó su barbilla de esa manera desafiante
que recordaba:- Al parecer, todo ese músculo extra os ha convertido en un matón. No tenéis
derecho a ordenarme que haga nada.

-¿No? –desafió-. Todavía soy vuestro marido -hizo una pausa significativa-. Por ahora.

Se sonrojó con rabia:- Un hecho que parecéis haber olvidado durante seis años.

No lo había olvidado. Ese era el problema. Y estar cerca de ella lo debilitaba. No podía ablandarse,
maldita sea. La odiaba, ¿no?

Eso había creído, pero tal vez "el porqué" había importado más de lo que quería. Había pensado en
ella como una perra traidora durante seis años, pero no podía pensar de esa manera ahora, no
después de escuchar su explicación. No era tan negro y blanco como había pensado. No lo había
traicionado intencionalmente. Ella no había estado intentando volver a él revelando su presencia en
el área a su padre. No había buscado deliberadamente verlo capturado o asesinado. Y saberlo hizo
que su ira y rabia aparecieran.

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Sí, lo que estaba sintiendo en este momento definitivamente no era odio. Estaba caliente y ardiente,
se elevaba a través de su sangre, ponía sus nervios en el borde, y le hacía querer atacar, no con ira,
sino con otra cosa. Seis años o sesenta, pensó que no habría diferencia: todavía la querría.
Mierda. El juramento era dolorosamente apropiado.

Le dirigió una mirada dura para ocultar las emociones que rezumaban dentro de él.

-Sí, bueno, no fui el primero en olvidar. Quizás esta vez podáis recordar que estáis casada y
quedaros donde os dejé.

Sin querer oír lo que estaba seguro de que sería su furiosa respuesta, se volvió sobre sus talones y se
fue.

***

Tal vez esto no era una buena idea. Consciente de la cantidad de ojos que la seguían, Margaret
atrajo la capa con más firmeza a su alrededor. Deseaba tener una capucha. Las largas y demelenadas
ondas de rojo que fluían por su espalda bajo el velo dorado y sedoso de oro se volvieron,
repentinamente, relucientes.

¿Acaso no debería haberse cambiado de batas y velos? El hábito de la monja habría desalentado
ciertamente la mirada descarada. Pero cuando el paquete llegó ayer al convento, Margaret asumió
que el vestido y el velo eran un regalo de su esposo -una disculpa por su actitud arrogante en el
convento hacía unos días-.

Muy bien, no creía realmente que el vestido fuera una disculpa (Eoin había estado demasiado
seguro en su papel de "señor y maestro"), pero era tan buena como una excusa como cualquiera que
viniera a encontrarlo.

Dios sabía cómo había podido conseguir algo tan bueno en tan poco tiempo. Habría pensado que el
vestido de terciopelo verde musgo estaba cosido con bordados de oro y que el velo de seda dorado
que le correspondía se había hecho especialmente para ella, -si no fuera un trocito demasiado
pequeño en el corpiño y las caderas-.

En cualquier caso, pensó que lo menos que podía hacer era ponérselo, ya que no iba a estar
encantado de encontrarla aquí. Pero si pensaba que se pondría a un lado discretamente y haría su
voluntad...

Apretó las manos a los costados y apretó la boca, recordando su imperiosa orden de permanecer en
su sitio. No había cambiado tanto.

Sin embargo, no había pensado que sería tan difícil encontrarlo; el campamento era mucho más
grande de lo que se había dado cuenta. Cientos de hombres se habían reunido para el asedio,
convirtiendo los páramos herbosos del campo alrededor del castillo de Dumfries en una aldea
improvisada de tiendas de campaña, carros, puestos, cocinas y corrales para el ganado y los
caballos.

Se vio obligada a caminar con una guarnición de hombres -más bien grandes hombres, que no podía
dejar de notar- mientras recorría el bullicioso campo.

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Aunque su impulso era morderse el labio, mirar hacia abajo e intentar no hacer contacto visual con
el grupo de guerreros que estaban sentados fuera de las tiendas, Margaret sabía que era mejor que
mostrar debilidad. En cambio, se encontró con las miradas atrevidas e intentó fingir no escuchar los
sugestivos comentarios que la siguieron. Como le había advertido Eoin, estaba claro por las
"invitaciones" que se le lanzaban en su dirección, qué tipo de mujer típicamente frecuentaba el
campamento de un ejército.

Los hombres de Bruce tenían fama de ser bandidos, y debía admitir que tenían ese aspecto. La
mayoría de ellos parecían no haber visto una maquinilla de afeitar o un baño en meses y parecían
mucho más familiarizados con el hierro cauterizador de un barbero que con sus tijeras. Unos rostros
feroces, con cicatrices y bocas duras y sin sonrisas estaban medio escondidos detrás de barbas
desaliñadas y pelo largo y descuidado. Eran grandes, e imponentes hombres aún más grandes y más
imponentes por la abundancia de armaduras y armas que los rodeaban. La mayoría llevaba cotas de
cuero, algunos de los cuales estaban tachonados de metal, y parecía haber llegado al momento de
preparar el arma, ya que muchos hombres estaban sentados fuera de sus tiendas acentuando o
tendiendo a sus diversas espadas, hachas, picas y martillos.

Lástima que no pudiera haber llegado a la hora de la siesta en su lugar.

A decir verdad, no parecían tan diferentes de los guerreros gallovidianos de su padre; La diferencia
era que los hombres de su padre sabían quién era y no la miraban con tanta brusquedad -o,
groseramente-, por eso.

Las miradas licenciosas no eran nada con lo que no había tenido que lidiar antes, si se tratara de una
escala más pequeña y menos intimidante. Aún así, estaba buscando ansiosa por las tiendas de los
líderes. Eoin podría haber sido un hombre de armas regular para su padre cuando lo conoció hace
tantos años, pero estaba claro que había subido a través de las filas en los años transcurridos. No
podía decir que estaba sorprendida. Incluso su padre había sido consciente de su potencial. Siempre
era lo que había sido importante para él, tal vez era todo lo que había sido importante para él.
Al ver las tiendas más grandes en la cima, comenzó a caminar en esa dirección cuando un brazo
serpenteaba alrededor de su cintura por detrás, y su aliento se atascó cuando fue sacudida contra un
cuerpo duro, envuelto en el cotun.

Echó un rápido vistazo a la cara gris de un guerrero de cabello oscuro, de pelo oscuro, y un sudor
masculino. El hedor era abrumador, e instintivamente trató de liberarse.

Su respiración caliente, -cargada de ale sonó en su oído:- No tan rápido, muchacha. Maldita sea,
sois un buen pedazo de carne.

Bien, estaba borracho. Podía sentir su mano moviéndose hacia su pecho y trató de retorcerse para
evadir el contacto, pero de todas maneras consiguió entrar en un buen apretón.

-Malcolm y yo podríamos conseguir una pequeña compañía. ¿No es así, Malcolm?

Un soldado más alto y delgado se puso delante de ella. No parecía menos gris, y le faltaban algunos
dientes, pero parecía oler un poco mejor. O tal vez era que el primer guerrero olía tan terriblemente,
que ahogaba todo lo demás. Tenía el estómago revuelto y corría peligro de perder su contenido si no
respiraba aire fresco pronto.

-Sí -dijo Malcolm con valor-. Hace mucho que no tengo una compañía como vos. Cristo -dijo con

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una mirada a su pecho, que ya no estaba oculta detrás de su capa gracias al tanteo del primer
guerrero. El nuevo vestido con su corpiño demasiado apretado mostraba sus pechos más bien...
Prominentemente-. ¿Os habéis fijado en el tamaño de esas tetas? -frunció el ceño-. Mirad ese
vestido. Es demasiado bueno para una puta.

-Eso es porque no soy una puta -dijo Margaret enfadada, tratando de usar su codo para alejarse del
bruto. Pero era como tratar de acero dentado-. Dejadme ir -dijo.

-¿Qué está pasando aquí? -dijo una voz profunda-. Creo que la muchacha no está interesada,
capitán.

-Manteneos fuera de esto, MacGowan. No es asunto vuestro.

-Estoy haciendo mi trabajo –el hombre apareció a la vista, entre Malcolm y el hombre que había
identificado como capitán. Margaret había visto su cuota de hombres guapos, pero su aliento
todavía chisporroteaba un poco. Si no fuera parcial con el cabello rubio oscuro, los ojos azules de
medianoche y misterioso, este hombre podría haberla convencido de que considerara los cabellos
oscuros, casi negros, los ojos azul acerado y peligrosos. Dios, era muy guapo, poseía las sombras
buenas que conjuraban toda clase de maldad. Tal vez un par de centímetros más alto que Eoin con
una construcción fuertemente musculosa, este hombre sin duda podría tener su propia en el campo
de batalla-. Dejadla, capitán.

-Olvidais con quién estáis hablando, MacGowan. Yo doy las órdenes, no al revés. Idos de aquí,
antes de que os arroje a un agujero o seáis azotado por insubordinación.

Los ojos del hombre se encontraron con los suyos:- ¿Estáis dispuesta, muchacha?

-Por supuesto que no -dijo.

Sin duda, oyendo los tonos refinados su discurso, que en su lujuria borracha los otros dos
aparentemente habían perdido, MacGowan frunció el ceño:- ¿Cómo os llamáis, señora?

Casi –orgullosamente- dijo que era Margaret MacDowell, hija del jefe de MacDowell. Al darse
cuenta de que esto podría no ser la mejor audiencia para esa información, cambió rápidamente su
respuesta.

-La esposa de Eoin MacLean.

El capitán la dejó ir tan rápidamente que casi tropezó:- MacLean no está casado.

MacGowan debe haber oído la misma incertidumbre en su voz y respondió al capitán:- Es mejor
que no lo sea".

El rostro de Malcolm adquirió un matiz decididamente ceniciento.

-No pretendíamos ofender, mi señora. Ha sido un malentendido.

Margaret habría estado dispuesta a dejarlo ir, si el capitán no hubiera decidido llevar sus planes
frustrados a su salvador. Sin previo aviso, el puño del capitán se clavó en la mandíbula de
MacGowan. Un segundo aterrizó en sus costillas. Y luego un tercero. Entre los disparos, el capitán

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estaba murmurando acerca de "conocer su lugar", y "campesinos".

Como estaba claro, MacGowan no iba a luchar, Margaret trató de detenerle ella misma. Por
desgracia, el capitán estaba demasiado enfadado, demasiado beligerante y tal vez demasiado
borracho para notar que su siguiente golpe se dirigía hacia su cara y no al hombro del joven
guerrero.

Maggie gritó cuando su cabeza fue golpeada de nuevo con la fuerza del puñetazo y el dolor explotó
en su cabeza. Lo último que oyó antes de caer de nuevo fue un gran rugido.

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Capítulo 19

Los sonidos de una perturbación exterior interrumpieron su reunión.

-¿Qué demonios sucede? -preguntó Eduardo de Bruce a su escudero-. Averiguadlo.

El muchacho salió corriendo y Eoin intentó que el hermano del rey volviera a las conversaciones.
De los cuatro hermanos de Bruce, Eduardo era el único que aún vivía y el único a quien Eoin nunca
había querido. Su aversión sólo había crecido después de luchar junto a él durante la mayor parte de
los cinco años.

Cuando el rey había enviado a su hermano como su lugarteniente para intentar luchar contra el
problemático sur y frontera en sumisión, además de sir James Douglas y sir Thomas Randolph,
cuatro miembros de la Guardia de los Highlanders habían ido: Eoin, Lamont, Boyd, y -hasta que
desertó al enemigo- Seton. A pesar de que a veces eran llamados a otras partes para varias misiones,
y a veces el resto de la Guardia se unía a ellos, Eoin había pasado la mayor parte de su tiempo desde
su regreso a Escocia en el sur con Eduardo.

En su mejor momento, Eduardo de Bruce era un mojigato arrogante, impetuoso y mercurial. Era
ferozmente leal a su hermano y profundamente celoso de él. El amor que "Bruce" inspiraba en sus
hombres estaba visiblemente desaparecido en su hermano. No era difícil ver por qué. Eduardo no
era la mitad del líder que su hermano. No le gustaban los consejos o dejar que alguien más
obtuviera el crédito, lo que a menudo lo ponía en desventaja directa con los miembros de la Guardia
de los Highlanders, como ahora.

-Podemos entrar allí -dijo Eoin con una uniformidad forzada. -¿Qué daño hay en al menos dejarnos
intentarlo?

-El daño es que os maten. ¿Qué creéis que diría mi hermano si yo ordenara una misión que matara a
algunos de sus preciados guerreros? No. Proseguiremos con el sitio. MacDowell no podrá aguantar
por mucho tiempo. Vos y vuestros hermanos habéis visto eso. No ha habido un embarque de
provisiones que haya hecho su camino en meses.

La paciencia de Eoin se estaba agotando rápidamente. No se trataba de que fueran asesinados, sino
de que a Eduardo le dieran crédito por derribar a MacDowell. Apenas había podido ocultar su
regocijo cuando Eoin había regresado de Inglaterra sin él.

Pero había más de que conseguir a MacDowell ahora:- Mi hijo está allí -dijo Eoin.

La mirada de Eduardo se afiló, oyendo la advertencia -o amenaza- en la voz de Eoin:- Eso es


desafortunado. Pero estoy seguro de que el chico no será herido. Después de todo, es nieto de
MacDowell.

El desprecio era inconfundible. Eduardo nunca dejaría que Eoin se olvidara de que su esposa y su
familia habían sido responsables de la muerte de dos de sus hermanos. Eoin nunca le había echado
la culpa por el sentimiento, pero ahora había algo picado. Se salvó de lo que probablemente habría
sido un feo intercambio de palabras con su pariente por el regreso del escudero.

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-Es una pelea, mi lord -dijo el muchacho-. Entre el capitán y uno de vuestros hombres de armas por
una muchacha.

-¿Una muchacha? -preguntó Eduardo.

El niño asintió con la cabeza:- Sí, una hermosa con el pelo rojo.

La sangre de Eoin se enfrió. No podía ser. Había un montón de hermosas chicas con pelo rojo. Pero
no podía convencerse de que no era ella. Había esperado que Margaret lo desafiara. Demonios,
estaba más sorprendido de que le hubieran llevado tres días hacerlo.

Problemas.

Salió de la tienda sin decir una palabra. Tan pronto como se detuvo fuera, pudo oírlos. Pero fue lo
que vio lo que hizo caer su corazón como una roca a sus pies. Era Margaret, metida en medio de
una pelea. La furia se elevó dentro de él. ¿Qué diablos estaba haciendo? ¡Se iba a matar!

Eoin vio el puño del hombre volar hacia atrás, pero estaba demasiado lejos para detenerlo. Todo lo
que pudo hacer fue rugir cuando una rabia primigenia lo invadió. Observó con angustiosa
impotencia mientras la cabeza de Margaret retrocedía, y volaba al suelo por la fuerza del puño que
golpeó su mandíbula.

No se movió.

Eoin cruzó la distancia de unos cincuenta metros en segundos. No podía pensar. Una nube roja se
arremolinaba delante de sus ojos. Al igual que sus antepasados vikingos antes que él, se volvió
loco. Estrelló el puño contra el capitán una y otra vez. Lo habría matado si Boyd, Lamont y Douglas
no lo hubieran parado.

Se necesitó los tres.

-¿Qué demonios está pasando aquí, MacGowan? -Douglas se dirigió al guerrero alto, de cabello
oscuro unos momentos después. Por su tono penetrante, estaba claro que a Douglas no le gustaba el
hombre.

Lentamente la neblina roja empezó a disiparse. La cabeza de Eoin se aclaró. Vagamente se dio
cuenta de que MacGowan había estado luchando contra el capitán hasta que Eoin había intervenido.
Ahora, sin embargo, Eoin era evidentemente consciente de que este MacGowan había ido a ayudar
a Margaret y la estaba cuidando. De repente, pudo simpatizar con la animosidad de Douglas.

Pero Margaret no miraba al joven guerrero. Estaba mirando a Eoin. Sus ojos se encontraron y pudo
ver su miedo, su preocupación y su ansiedad. Por él.

-Estoy bien -susurró.

La boca de Eoin se cerró con fuerza. No estaba bien, maldita sea. Estaba herida. Incluso ahora
podía ver el moretón que se formaba en su mandíbula. Dios, podría haber sido asesinada.

Apretó los puños. Debía de parecer que iba a terminar el trabajo porque añadió con insistencia:

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-Es un malentendido, Eoin.

-¿Alguien me puedo decir lo que está pasando aquí? –Eduardo de Bruce demandó-. ¿Quién es esta
mujer?

-Mi esposa -dijo Eoin sin dudarlo, aunque sabía lo que la respuesta provocaría.

El rostro de Eduardo de Bruce se puso lívido. Su mirada se deslizó sobre Margaret con odio sin
reprimir antes de volver a Eoin:- ¿Que está haciendo aquí? ¿Cómo diablos podríais llevar una espía
al campamento?

Margaret se tambaleó mientras se levantaba, y Eoin se habría lanzado hacia ella, pero MacGowan la
estabilizó.

-No soy una espía -dijo-. Estoy aquí para ayudar a liberar a mi hijo.

Eduardo la ignoró. Se volvió hacia Eoin con furia en los ojos:- Sacad a la perra de aquí. Es
responsable de la muerte de mis hermanos. Es una puta MacDowell.

Eduardo de Bruce no estaba diciendo nada que Eoin no hubiera pensado cien veces en los últimos
seis años. Pero oír las palabras de otra persona -especialmente de Eduardo- ronronear cada
terminación nerviosa en su cuerpo. Fue un error, y Eoin no pudo evitarlo.

Dio un paso amenazador hacia el segundo al mando de Bruce:- También es mi esposa, primo, y
mientras lo sea, le daréis el respeto que esa postura merece. Lo que pasó no fue culpa de Margaret.
Cometió un error pero no tenía la intención de traicionarnos. Si queréis alguien culpar a alguien,
culpadme a mí.

Estaba claro por la expresión en su rostro que Eduardo lo hacía. Pero había visto a Eoin pelear y era
lo suficientemente sabio como para contener su lengua, o Douglas la sostuvo para dirigir la
conversación lejos de Margaret.

Douglas volvió a mirar a MacGowan con una animosidad apenas contenida:- ¿Sabéis que podéis ser
castigado por golpear a un superior? ¿Tal vez Carrick debería enviaros a casa?

-No os metáis, Jamie -MacGowan le cortó la espalda. Eoin nunca había oído que alguien llamara a
Douglas Jamie antes-. Además, pensé que seríais feliz de verme marchar de Douglas.

Douglas apretó los puños y pareció que podría golpear al otro hombre cuando Eduardo intervino.

-Os he dicho antes que dejéis de interferir, Douglas. MacGowan es mi hombre y un buen soldado.
No me importa vuestro pasado, dejadlo estar -se volvió hacia MacGowan-. Pero en este caso, voy a
tener que estar de acuerdo con él. Será mejor que tengáis una maldita buena excusa.

-La tiene -dijo Margaret-. Me estaba protegiendo.

A Eoin no le gustaba cómo sonaba eso. Douglas no era el único que apretaba los puños:- ¿De qué? -
preguntó.

Margaret se mordió el labio y un rubor suave subió a sus mejillas. Un tipo diferente de hinchazón se

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elevó dentro de él.

-Estos hombres me confundieron con otra persona. MacGowan los corrigió, y el capitán se ofendió
-como MacGowan no se defendía -se volvió hacia Eduardo-. Supongo que porque estaba siguiendo
el protocolo de no pelear con un comandante, traté de detenerlo y me metí en el camino. No fue
hasta después de que me golpearon que luchó. Espero que no sea castigado por mi error.

Todos comprendieron por quién la habían confundido. Eoin estaría furioso, si no estuviera
demasiado ocupado estando orgulloso. Después de la manera en que Eduardo había atacado
verbalmente sus minutos antes, sin mencionar tener que admitir que había sido confundida con una
espía, Eoin no pudo dejar de admirar con cuanta confianza y con toda naturalidad se enfrentó a su
detractor. Era un atisbo de la chica de la que se había enamorado. La muchacha del diablo -cuidado-
que sabía su propio valor y no vacilaba si ésos alrededor de ella amenazaban.

Incluso Eduardo pareció sorprendido. No era completamente diferente de su hermano, y él,


también, había sido empapado en caballerosidad durante la mayor parte de su vida. Ahora
reapareció.

-No castigaría a un hombre por defender el honor de una mujer -cualquier mujer -agregó.

A Margaret no parecía importarle, aunque a Eoin sí. Ella se iluminó:- Entonces creo que es mejor
que nos olvidemos de todo esto.

Debió haber sentido la mirada de Eoin sobre ella. Se volvió y sus ojos se encontraron. Cuando se
mordió el labio de nuevo, sabía que había recibido el mensaje: no había forma en el infierno que se
iba a olvidar de esto.

Margaret trató de decirse a sí misma que no significaba nada. Pero ¿cómo podía ignorar lo que Eoin
había hecho? Había venido en su defensa. No sólo había matado prácticamente a ese vil capitán por
golpearla (decidió que era prudente no mencionar cómo el capitán la tocado a tientas), Eoin también
le había dicho a Eduardo de Bruce que no era su culpa.

¿Lo había dicho en serio?

Por desgracia, sabía que iba a haber un infierno por pagar antes de que pudiera averiguarlo. No
confundía la calma con la que la conducía a su tienda. Una tormenta se estaba gestando dentro de
él, y ella estaba justo en el centro de la misma. ¿Por qué eso le hacía sentir algo... que no sabía lo
que era?

Por el amor de Dios, debía estar aterrorizada. Pero grande y aterrador, o meditabundo y serio, no
importaba. Sabía que nunca la haría daño.

Casi no tenía el colgajo caído detrás de ellos cuando se giró:- ¿Qué diablos creías estar haciendo al
venir aquí sola?

- Supuse que habíais cambiado de opinión.

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-¿Asumisteis qué?

Se estremeció ante el sonido de su voz elevada:- No solíais gritar tanto.

De las líneas blancas que se formaban alrededor de su boca, sintió que rápidamente se estaba
quedando sin paciencia:- Yo diría que no solíais ser tan problemática, pero eso no sería cierto,
¿verdad?

No pudo evitar sonreír:- Probablemente no. Aunque tengo que decir -sólo para ser clara- que
normalmente, ya no soy un problema.

Hizo un agudo sonido de incredulidad:- ¿Qué demonios os hizo pensar que cambié de opinión?

Empujó los bordes de la capa para sostener el vestido y sonrió:- Por este hermoso vestido, por
supuesto. Supuse que era vuestra manera de disculparos por ser tan idio.. -se detuvo, como si la
palabra hubiera sido un desliz, que ambos sabían que no era. Sonrió-. Un matón.

No pareció apreciar mejor la palabra enmendada que la primera.

-Sabéis muy bien que no fue una disculpa.

-¿No lo fue? -arqueó una ceja con una burla-. Bueno, debería haberla sido -le dio una larga mirada-.
¿Todo está bien? Parecéis un poco tenso.

Sus ojos se encendieron, y casi se arrepintió de haberle cegado. Pero no se había divertido tanto...

Su corazón se apretó. En casi siete años y medio. Desde los primeros días de su matrimonio.

-Debería haberos dejado estar vestida como una monja. Tal vez, así, no tendríais a cada hombre a
menos de cien metros jadeando por vos.

Se encogió de hombros con indiferencia:- Tal vez -sólo había un hombre del que hubiera deseado
ese tipo de atención. Pero ya no la quería.

¿O lo hacía?

Mirando por encima de su duro control forjado y su cuerpo tenso, se lo preguntó.

-Os llevaré de vuelta al convento.

Sacudió su cabeza:- Voy a seguir volviendo. Tendréis que hacer que me encierren.

-No me tentéis -dijo bruscamente.

Margaret había echado un rápido vistazo a la tienda de lona enmarcada de madera, asustada de lo
que pudiera ver. Respiró hondo y se obligó a mirar más de cerca y estuvo más aliviada de lo que
quería admitir ya que no veía señales de presencia femenina.

Simple era un eufemismo. En los lados opuestos de la habitación había dos camas básicas de
madera enmarcada, asumió que estaban atadas con cuerdas a un colchón, con algunas telas de lana y

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pieles de animales en la parte superior para el calor y la comodidad. En un rincón, que suponía que
pertenecía a Eoin, había un escritorio cargado de rollos de pergamino. Aparte de dos baúles, otra
mesa, un par de taburetes, un puñado de lámparas de aceite de piedra y un brasero, había poco más
en términos de comodidad o decoración.

Su madre estaría horrorizada.

-No estáis compartiendo vuestra tienda con una mujer, ¿verdad?

No pensó que iba a contestar, pero al final su boca cayó en una línea dura, y negó con la cabeza.

-Con Lamont.

Sonrió:- Por favor, dejad que me quede, Eoin. Prometo no estorbar. Puedo ayudar, si me dejáis.

No se dio cuenta de que lo estaba tocando, hasta que sus ojos bajaron la vista hacia la mano que
había caído sobre su brazo:- ¿Cómo?

¿Se imaginaba la ronquez en su voz? Algo había hecho que le picara la piel:- Dejadme hablar con
mi padre. Sé que puedo convencerlo de que deje a Eachann.

-Absolutamente no. Es muy peligroso.

Retrocedió:- Mi padre no me haría daño.

-Vuestro padre está desesperado. No hay nada que podáis decir para que os ponga delante de él.

Tal vez era demasiado pronto para presionarlo, pero la oportunidad fue demasiado tentadora.

-No creo que os importara que me pasara algo. Sería más fácil para vos deshacerte de mí.

El tic saltó en su mandíbula, su reacción visceral, incluso si un momento después lo ocultó:- Es el


peligro añadido para el chico lo que me preocupa.

Sostuvo su mirada por un momento y asintió:- Por supuesto -pero no le creyó. Se preocupaba por
ella, al menos un poco, incluso si no quería.

Por más razones que una, tenía que quedarse.

-Por favor, Eoin, no podéis devolverme al convento.

No dijo nada durante un largo momento, pero sólo la estudió cuidadosamente:- Si fuera inteligente,
eso es exactamente lo que haría.

Su esperanza se disparó:- Pero...

Terminó como esperaba que lo hiciera:- Pero Dios sabe qué tipo de problemas tendríais si no os
vigilara.

Sin pensar lo que estaba haciendo, Margaret lo abrazó:- Oh Eoin, ¡gracias!

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En el momento en que su cuerpo presionó contra el suyo, Eoin supo que había cometido un error.
¿Cómo diablos iba a compartir una tienda con ella porque Dios sabía cuántos días sin tocarla, sin
besarla, sin hacerle el amor, cuando todos los huesos de su cuerpo clamaban para hacer exactamente
eso?

Dios, se sentía bien. Se había olvidado de lo bien que era. Cálida y suave, su cuerpo moldeado
contra el suyo como un guante apretado. Maldijo interiormente. No era lo correcto pensar en ello
cuando su pene estaba presionado contra otro guante apretado. Pero había estado en este camino
antes. Su deseo por ella había nublado su razón. No dejaría que sucediera de nuevo. No importaba
cuánto la quisiera.

Muy decididamente, la apartó:- Habrá algunas reglas.

Parpadeó hacia él, al parecer todavía sufriendo la ilusión de que había estado a momentos de
besarla:- ¿Reglas?

-Sí. No interferiréis, no vais a husmear, haréis todo lo que os pida, y no os echaréis sobre mí. Os
dije que ya no me interesaban las pelirrojas.

Sus ojos se encendieron. La mirada se estrechó y se movió por su cuerpo con familiaridad que
desmentía una separación de seis años, y se demoró por un momento en el lugar que lo probó
mentiroso.

-No parecíais tan desinteresado.

Su boca se aplastó:- Oí a las monjas llamar, Margaret.

Parecía que quería lanzarle algo. Pero por una vez, la discreción prevaleció. Su sonrisa era
demasiado agradable para su gusto.

-Os prometo que no me voy a lanzar a vos, a interferir o a espiar. Seré la esposa perfecta y haré lo
que me pidáis.

No la creyó por un instante, pero sonrió, sabiendo lo mucho que debía haberle costado. Eoin sonrió.
Demonios, ¿cuánto tiempo había pasado desde que había hecho eso?

-Entonces, bienvenida a vuestro nuevo alojamiento. Mandaré a alguien por vuestras cosas del
convento.

-No os molestéis. No volveré a usar ese vestido, y no tenía nada que me perteneciera.

No hizo comentarios sobre el vestido, pero sólo de pensarlo hizo que sus dientes se apretaran.

-Haced una lista de todo lo que necesitéis, y enviaré a un muchacho a la ciudad para ver qué se
puede conseguir.

-No tengo mucha moneda conmigo. Sólo lo que llevaba en mi bolso para las ofrendas de la iglesia.

Le hizo un gesto con la mano:- Yo me encargaré de ello.

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-Gracias. Os lo pagaré.

Como si lo hiciera.

Miró alrededor de la tienda:- ¿Dónde dormiré?

Señaló su cama a la derecha:- Yo dormiré en la cama de Lamont.

No iba a analizar por qué no la quería en la cama de su compañero.

Frunció el ceño:- ¿Que hay de vuestro amigo?

-Dormirá en una de las otras tiendas.

Maggie se mordió el labio fuertemente:- No quería obligarle a salir de su cama.

-A Lamont no le importará -le aseguró-. Yo hago lo mismo cuando su esposa está con él.

-¿Está casado?

-Parecéis sorprendida.

Se encogió de hombros:- No habla mucho.

Eoin no pudo evitar sonreír, pensando en la esposa de Lamont, Janet de Mar. La muchacha no había
encontrado una palabra que no le gustara.

-Su esposa lo compensa. Cuando la conozcáis...


Se detuvo, de pronto dándose cuenta de que era muy improbable. Vidas separadas
permanentemente. Eso es exactamente lo que quería.

Siguió una pausa incómoda. Eoin no perdió el destello de dolor en los ojos de Margaret, antes de
romper el silencio preguntando:- ¿Se sabe algo sobre Eachann?

Agradecido por el cambio de tema, Eoin negó con la cabeza:- No.

-¿Cómo planeáis recuperarlo?

Le sorprendió la pregunta:- ¿Por qué creéis que tengo un plan?

Puso los ojos en blanco:- Tal vez no sea capaz de mantener el ritmo todo el tiempo, pero sé cómo
funciona vuestra mente. Siempre tenéis un plan.

-Sí, muy poco bien me hará esta vez -no pudo ocultar su amargura-. Carrick se ha negado a
considerarlo.

-¿De qué se trata?

No dijo nada. No iba a decirle los detalles. No sólo porque no confiaba en ella, sino también porque

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cuanto menos dijera acerca de la Guardia de los Highlanders, mejor.

El reciente desenmascaramiento de MacGregor y el secuestro de su prometida por los ingleses les


recordó la importancia de mantener en secreto su identidad.

No quería que hiciera demasiadas preguntas, lo que estaba obligada a hacer si hablaba de un
pequeño grupo de guerreros altamente entrenados que intentarían un ataque furtivo contra toda una
guarnición. La noticia de sus hazañas se había extendido demasiado.

Sería aún más difícil cuando Bruce y el resto de la Guardia llegaran. El resto, es decir, con la
excepción de MacGregor. El tirador experto -y el hombre conocido como el más guapo de Escocia-
aparentemente tenía alguna dificultad con su prometida. Acostumbrado a ver a las mujeres lanzarse
al famoso arquero, Eoin estaba ansioso por conocer a la muchacha que había atrapado el
impracticable.

Pero la inminente llegada de sus hermanos era la única cosa que Eoin no había considerado cuando
había aceptado dejarla permanecer aquí. Margaret era demasiado observadora. Esto iba a
complicarse, como si no fuera lo suficientemente complicado ya.

-Preferiría no decirlo -respondió finalmente-. Pero tendré una mejor oportunidad cuando llegue el
rey.

Parpadeó. Infiernos, speraba que no hubiera humedad en sus ojos, porque se encontró con que su
pecho se hacía un poco más pesado.

-Lo entiendo -dijo suavemente-. ¿Cuándo lo esperáis?

-Pronto.

Asintió y se volvió. Ella parecía tan deprimida que quería alcanzarla antes de que se contuviera y
tuvo que tirar su mano de vuelta bruscamente a su lado.

Infiernos. ¿Qué era lo que la hacía actuar como un idiota incluso cuando sabía que era mejor?
¿Dónde demonios estaba todo ese odio y esa amargura cuando lo necesitaba? Sin él era débil.
Nunca podría olvidar lo que había sucedido. Loch Ryan siempre estaría entre ellos. Podía no ser la
perra traidora que había pensado durante años, pero su error, su error, había costado demasiado.
Pero era mejor que encontrara un maldito control de sí mismo o los próximos días -semanas- iba a
ser una tortura.

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Capítulo 20
La tortura lo estaba convirtiendo tierno. A pesar de que Eoin encontró todas las excusas posibles
para alejarse, cada vez que entraba en esa tienda y la veía -o captaba el ligero olor a cualquier
mezcla floral que hubiera decidido echarse ese día- era como si alguien estuviera perforando un
agujero a través de su firmeza contundente. Muy pronto, no iba a haber nada más que agujeros.

Hacía dos días, había cometido el error de volver a la tienda después de desayunar sólo para
encontrarla en el baño. De alguna manera había hablado con el muchacho que estaba sirviendo
como su escudero de clase para "tomar prestada" la bañera de madera de alguien. Por desgracia, no
la ocultó mucho, y el tono rosado de su piel que había vislumbrado antes de girar sobre sus talones
e irse -de acuerdo, aquello había estado persiguiéndolo desde entonces. Noche y día-.

Estaba teniendo dificultades para recordar por qué tocarla era una mala idea. La pequeña voz que
seguía diciéndole que podía tenerla y seguir alejándose era cada vez más fuerte. Era sólo lujuria. No
necesitaba ser nada más. La emoción no tenía por qué interponerse en el camino, no si no lo dejaba.
Después de seis años se lo había ganado, ¿no?

Pero incluso si le daba la bienvenida en su cama, él no estaba tan seguro de que lo hiciera (ya no lo
miraba como si fuera un regalo que no podía esperar para devorar, de lo que estaba agradecido,
¡maldita sea!), sabía que sólo complicaría las cosas entre ellos.

La anulación ya no era una opción. No haría de su hijo un bastardo. Pero eso le dejó con la difícil
perspectiva de buscar el divorcio. No sería fácil de obtener -y podría llevar años-, pero no tenía otra
opción. No si quería deshacerse de ella. Eso quería, ¿no? No había pensado en otra cosa durante seis
años.

Pero volver a verla...

Era más difícil de lo que había pensado. Más difícil de lo que debería ser, maldita sea. Y Eachann
lo hacía doblemente. Quería conocer a su hijo. No podía alejarse de él, pero tampoco podía
apartarlo de su madre.

Infiernos.

Para cuando Bruce y el resto de la Guardia llegaron tres días después de que se hubiera metido en
su tienda, Eoin estaba al límite. Su temperamento -que ciertamente, se había vuelto peor desde lo de
Loch Ryan- era decididamente negro. Nauseabundo podría ser una mejor descripción. Incluso
Lamont lo había evitado durante los últimos días.

Eoin estaba mordiéndose las uñas tratando de poner su plan en el movimiento. Cuanto antes
terminara el asedio, antes estaría a salvo su hijo, y antes podría librarse de la mujer que lo estaba
volviendo loco de tentación.

A pesar de que Eduardo de Bruce llegó a su hermano primero, y la furia del rey apareció al
enterarse de que Margaret estaba en el campamento, Eoin fue capaz de convencer a Bruce de dejar
que la Guardia intentase tomar el castillo por subterfugio. Después de éxitos similares en Douglas,
Linlithgow, y castillos de Perth, el rey confiaba en el juicio de sus guerreros de la élite. A Bruce no

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le encantaba invertir castillos, y estaba casi tan ansioso como Eoin para ver el final del asedio. Una
vez que cayese Dumfries, seguirían los otros castillos en Galloway, y el rey estaba ansioso por
dirigir su mirada hacia los premios más grandes: castillos de Stirling, Edimburgo y Roxburgh. Con
los castillos perdidos, el dominio inglés sobre Escocia se rompería y el reino sería suyo.

Pero primero estaba poniendo fin a la espera de MacDowell en Galloway. El plan de Eoin era
sencillo, y no tardó mucho en que todos los detalles se resolvieran. Margaret había proporcionado
alguna información adicional sobre el castillo, pero era casi como lo recordaba.

Un poco más tarde, los guerreros dejaron la tienda del rey para conseguir algo decomida y
descansar antes de hacer su intento más tarde esa noche. Además de nueve de los diez guardias
restantes, MacLeod, MacSorley, Campbell, MacRuairi, MacKay, Sutherland, Lamont, Boyd y
Eoin -Douglas y Randolph también participarían en la incursión.

Eoin caminaba junto a Douglas cuando oyó a MacSorley soltar un silbido bajo. "Maldita sea,
Asalto, ¿es ella?

Eoin miró hacia arriba y siguió la dirección de la mirada de MacSorley. Se puso rígido, viendo los
familiares y profundos cabellos rojos brillando como oro y cobre en la luz del sol. Pero no fue la
ausencia del velo lo que enfrió su sangre, sino la cercanía de esa cabeza a otra. Sus ojos se
estrecharon sobre el guerrero de pelo oscuro a su lado.

-Sí -dijo bruscamente-. Es ella.

Por una vez el marino siempre listo-con-un-chiste no estaba bromeando. En realidad, la mirada que
MacSorley le dirigió estaba llena de simpatía.

-Infiernos, no parece lo que es. Es difícil creer que envió a tantos hombres a su muerte.

Eoin tuvo que anular el impulso de defenderla. Sabía que sus amigos no lo entenderían. Diablos, él
no estaba seguro de entenderlo.

-¿Con quién está? -preguntó Boyd-. Me resulta familiar.

Douglas se tensó a su lado y respondió:- Thom MacGowan.

La ceja de Boyd se alzó:- ¿El compañero de infancia que vuestra hermana mencionó a mi esposa?

No había muchos hombres que se atrevieran a lanzar una mirada fulminante hacia el hombre más
fuerte de Escocia, pero James Douglas, El Negro, hizo precisamente eso.

-Sí, es el hijo del herrero de nuestro pueblo. Éramos amigos antes de irme como escudero para
Lamberton, pero ahora no es mi amigo, ni de mi hermana.

La vehemencia de Douglas decía más de lo que pretendía. Eoin sospechaba que la hermana de
Douglas, Elizabeth, tenía algo que ver con su animosidad hacia el otro hombre.

-¿El hijo de un herrero? -preguntó Randolph-. ¿Cómo llegó a ser un hombre de armas para
Eduardo?

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-Thom nunca ha conocido su maldito lugar -replicó Douglas enfadado. Pero después de una pausa,
respondió a la pregunta-. Su madre era hija de un caballero. Creo que le dejó alguna moneda cuando
murió.

A Eoin no le importaba quién demonios fuera, sólo quería saber por qué MacGowan estaba con su
esposa de nuevo. ¿Y qué estaba haciendo Margaret fuera de la tienda? Tanto para su adhesión a sus
reglas. La había advertido de que no se moviera sola por su campamento. Se suponía que no debía
llamar la atención, como si eso fuera posible. Su esposa siempre era el centro de atención, para bien
o para mal.

Debía de haber sentido esa mirada negra que le estaba dando. Levantó la vista. Sus ojos se
encontraron y se sostuvieron. Algo pasó entre ellos. Algo caliente y penetrante, y peligroso.
Pareció recibir el mensaje. Maggie hizo una mueca de dolor -culpablemente- dijo algo a
MacGowan, y se precipitó en dirección a la tienda que no debía haber desocupado.

Eoin había estado tan atrapado en su esposa que no había notado que el rey se había movido detrás
de él. La mirada entrecerrada de Bruce expresó su enfado.

-¿Qué hace realmente aquí, Asalto?

Eoin escuchó la pregunta subyacente. Pero una reconciliación no era lo que quería:- Como os dije,
está preocupada por el niño y quiere ayudar si puede.

Raramente su pariente desahogaba su rabia por el peaje personal que le exigía esta guerra, pero lo
hizo ahora. Los ojos de Bruce brillaron como el acero.

-¿Al igual que ayudó a matar a mis hermanos?

Eoin lo miró a los ojos:- Eso fue tanto mi culpa como la suya.

Bruce no estaba en desacuerdo. Al menos de inmediato. Pero al cabo de un momento pareció


recobrarse. Era el rey de nuevo y no el hombre que había perdido a tres hermanos e incontables
amigos a la espada del verdugo, y a su esposa, hermana e hija al cautiverio inglés.

-MacDowell estaba preparado y sabía que íbamos. La información de vuestra esposa sólo lo
confirmó -hizo una pausa por un momento, considerando-. Estoy dispuesto a aceptar lo que me
habéis dicho de que no nos traicionó intencionalmente, pero eso no significa que confíe en ella.
Recordad vuestra promesa y aseguraos de que no sepa nada que pueda poner en peligro nuestra
misión aquí. Es vuestra responsabilidad, primo.

El recuerdo de su parentesco se lo tomó como una disculpa del rey por mostrar la ira y el
resentimiento que Eoin sabía se demoró, a pesar de todo lo que había hecho en los años posteriores.
Nunca repararía lo que había hecho.
Ásintió, pero se preguntó si con Margaret había tomado más de lo que podía manejar.

Margaret había esperado que Eoin llegara a asaltar a través de la solapa de la tienda en cualquier
momento, por lo que se sorprendió cuando cayó la oscuridad y aún no había regresado. Había sido
obvio que había estado furioso al encontrarla con Thom MacGowan, y estaba lista con una
explicación, pero no había aparecido para dársela.

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No parecía ser una ocurrencia común desde que se había metido en la tienda. Eoin entraba y salía
con poca frecuencia durante el día, apenas dándole tiempo para preguntarle sobre el progreso del
asedio. Había movido su baúl con el de su amigo, así que supuso que se había vestido y lavado en
otro lugar.

Habría pensado que había dormido en otra parte también, pero la noche anterior fingió dormir y
esperó a ver si entraría. Finalmente hizo lo que debía haber pasado hacía horas. Se había acercado
lo suficiente a su cama para que ella sintiera el aire frío de la noche en su piel, y había tomado todo
lo que no tenía para abrir los ojos, sabiendo que la estaba mirando. Había permanecido allí durante
unos minutos hasta que temió que la calma de su aliento se la hubiera entregado.
Murmurando una maldición, se había ido.

Había querido llamarle de vuelta, pero por una vez no quería presionarlo. Su marido estaba
luchando por sus sentimientos hacia ella, y sabía que un movimiento equivocado podría empujarlo a
su límite. Cuál era el límite del problema. ¿La enviaría o se rendiría al deseo de que supiera que
estaba peleando?

¿Qué quería? A decir verdad, Margaret no lo sabía. Estaba luchando con sus propios sentimientos.
No hacía dos semanas se había estado preparando para casarse con otro hombre. Un hombre que
incluso si no lo amaba, había cuidado de ella.

Ya no estaba segura de que el amor era lo único que importaba. Hacía años había amado a Eoin con
todo su joven corazón y no había sido suficiente. Nunca la había hecho parte de su vida. Nunca se
había comprometido realmente con ella ni con su matrimonio. La había mantenido en la oscuridad y
le había mostrado en todos los sentidos que no confiaba en ella.

Si lo hubiera hecho, tal vez lo que había ocurrido no hubiese ocurrido. Si hubiera confiado y le
hubiera dicho lo que estaba en juego, nunca se lo habría contado a Brigid. Habría permitido que su
amiga creyera que había sido atacada en vez de darle alguna pista de que Eoin estaba en la zona.

Había traicionado su confianza, y no había duda de que las consecuencias habían sido horribles,
pero había tomado la mejor decisión posible con la información que tenía en ese momento.
Fue una epifanía. Una parte de la culpa y horror que la había perseguido durante años se levantó.
No era culpa suya. Lo había traicionado ese día, pero él la había traicionado y a su matrimonio cada
vez que se había ido sin decirle nada. La había traicionado de nuevo dejándola pensar que estaba
muerto durante seis años.

Todavía le amaba, sospechaba que siempre lo haría, pero no era suficiente. A los dieciocho años no
había sabido nada diferente, pero ahora sí. Sir John le había demostrado lo que podía ser. Había
confiado en ella y compartido su vida con ella. No se conformaría con nada más.
Pero ahora que Eoin tenía aún menos motivos para confiar en ella, ¿eso era posible?

No lo sabía, pero tenía la intención de averiguarlo tan pronto como su hijo estuviera libre.

Era el pensamiento de lo que estaba pasando en ese castillo, y el posible sufrimiento del chico, que
dominaba sus pensamientos. Hasta que Eachann estuviese a salvo, sus sentimientos por su marido
tendrían que permanecer sin clasificar.

Esperaba que la llegada de Robert de Bruce los llevara un paso más cerca de ver a su hijo regresar a
ella. Aunque había estado concentrada en su marido antes, no se había perdido

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al hombre que venía detrás de él. El ex conde de Carrick había envejecido desde que se había
declarado rey, pero lo reconocería en cualquier parte.

Era difícil creer todo lo que este hombre había logrado, no había sido sin sufrimiento. Había
perdido tres hermanos y su esposa, hermanas e hija estaban en manos inglesas; una de sus hermanas
había sido colgada en una jaula.

Conocer de la llegada de Bruce valió la pena de la reprimenda que estaba segura de recibir por
romper una de sus llamadas "reglas". Ansiosa por saber lo que estaba sucediendo, estaba a punto de
romperlo e ir a buscarlo, cuando finalmente su marido se dignó darle su presencia.

Él se quedó justo dentro en la solapa mirándola, tratando claramente de intimidarla con ese fulgor
pesado y brutal que había perfeccionado. Siempre había sido intenso, pero esa intensidad había
adquirido una dureza en los años transcurridos. Se estremeció, un poco asustada.

Como estaba vestido de la cabeza a los pies en cuero negro y acero, y tenía lo que debía ser cada
arma de aspecto mortal conocida por el hombre atado a él, la mirada no era totalmente ineficaz.

Pero sospechando que había tardado tanto en acudir a ella porque sabía lo ansiosa que estaría,
exigiendo una especie de castigo, levantó la barbilla y le devolvió la mirada.

Su boca se tensó y la mayor parte del impresionante número de músculos de su cuerpo se tensó.
¡Bueno! ¿Qué aspecto tendría ahora su torso y sus brazos? Sintió un revuelo bajo en su vientre y la
inundación familiar de calor. Probablemente era mejor no pensar en eso.

Dio unos pasos hacia ella. Obviamente estaba listo para pelear, y no tenía intención de
decepcionarlo.

-Sea lo que sea, lo que tengáis que decir, decidlo -dijo con una indiferente ola de su mano.
Sus ojos se volvieron positivamente depredadores-. ¿Qué os hace decir eso, Margaret? ¿Podría ser
que os dije específicamente que no salierais de la tienda, y sin embargo os encuentro pululando
alrededor del campamento con MacGowan?

La forma en que prácticamente escupió el nombre del otro le dio una idea de por qué estaba tan
furioso.

-No estaba coqueteando -aclaró ella-. Simplemente estaba asegurándome de que Thom se había
recuperado de sus heridas después de venir en mi ayuda el otro día. Espero que no os importe, pero
usé parte de la moneda que me dejaste para comprarle un cuchillo nuevo.

-¿Hicisteis qué?

Se estremeció ante la reverberación en sus oídos:- Os lo pagaré.

-¡No quiero vuestro maldito dinero! Y por lo que he oído, puede adquirir bien sus propios cuchillos.
No deberíais comprar cosas para Thom o cualquier otro hombre.

Alzó la ceja, ocultando la sonrisa que se avecinaba por la forma en que había dicho Thom:- ¿Por
qué no?

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-No está bien, maldita sea.

No pudo resistirse a burlarse un poco. La había hecho esperar durante horas:- No tenéis motivos
para estar celoso de él.

No creía posible que los ojos azules se volvieran tan negros.

-¡No estoy celoso de él -gruñó.

-¿No lo estáis? Oh, eso es bueno. Aunque sería comprensible que lo estuvierais. Realmente es muy
guapo. Ese pelo oscuro con esos ojos azules es realmente una combinación asombrosa -pareció que
pensaba en ello mientras Eoin luchaba para no explotar-. Siempre me han gustado los hombres altos
-levantó su mano una o dos pulgadas sobre su cabeza como si estuviera calibrando-. Debe de tener
por lo menos cuatro pulgadas más de seis pies, ¿no creéis?

Cuando hizo un gruñido bajo en su garganta y dio otro paso hacia ella, Margaret decidió que lo
había presionado lo suficiente. Parecía que estaba pensando en estrangularla o arrojarla de vuelta a
esa cama. No importaba lo mucho que quisiera eso último -y la emoción que corría a lo largo de su
piel le decía que lo deseaba mucho- no estaba lista para ello. La pasión tenía una manera de
confundir las cosas. Lo había aprendido la primera vez.

-¿Estuvo de acuerdo Bruce con vuestro plan? -preguntó, sorprendiéndolo claramente por el rápido
cambio de tema-. ¿Es por eso que estáis vestido para la batalla?

La expresión de repente en blanco en su rostro respondió a su pregunta, incluso si no lo quiso.


Aunque no podía esperar que confiara en ella, su corazón todavía se retorcía.

Escaneó sus rasgos endurecidos para cualquier signo de una brecha agrietándose:- Decidme, ¿es
peligroso?

Sin embargo, no dijo nada, y su corazón se retorció de nuevo.

-Por supuesto que es peligroso -dijo, respondiendo a su propia pregunta-. ¿Cómo no puede serlo?
estaba desgarrada: quería que su hijo fuera libre, pero no quería que Eoin fuera herido en el proceso.
Renovó su súplica-. ¿No me dejaréis al menos intentarlo primero...

-No. Hemos pasado por esto antes. No os arriesgaré a vos ni al muchacho. Esto es lo que hago,
Margaret. Dejadme hacer mi trabajo.

Lo miró y sintió un anhelo tan fuerte que le robó el aliento. Las lágrimas brotaron en sus ojos. No
estaba segura de por qué. ¿Miedo? ¿Anhelo? ¿La vida que habían perdido o el amor que habían
compartido una vez?. Pareció querer decir algo, pero inclinó la cabeza y se volvió para marcharse.

-Espera -dijo, corriendo tras él. Lo alcanzó cuando apartó la solapa.

-¿Qué?

-Esto -y sin vacilar, se puso de puntillas y le dio un beso en los labios. Fue casto y breve, pero el
tiempo suficiente para despertar recuerdos. Se había olvidado de la sorprendente suavidad, el sutil
sabor de la especia y la forma en que su corazón saltó al contacto. La forma en que su cuerpo entero

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saltó.

Tomó todo lo que tenía para retroceder. Pero cuando lo hizo, pudo ver que lo había sorprendido.

-Manteneos vivo esta vez -dijo, rompiendo el silencio-. Y por cierto, no fui yo quien se arrojó a vos.

Una esquina de su boca se alzó. Sacudió la cabeza. "Gracias por la aclaración, y lo haré lo mejor
que pueda.

-Lo sé.

Él asintió, y un momento después desapareció en la oscuridad de la noche. No sabía cuánto tiempo


permaneció observándolo.

Mejor si vamos por caminos separados...

¿Cómo iba a dejarlo ir de nuevo?

***

Robert de Bruce no tenía máquinas trebuchets con nombres intimidantes como Warwolf tenía algo
mejor. Los guerreros de la Guardia de las Highlands eran tan destructivos como los potentes
motores de asedio de Inglaterra, pero eran mucho más ágiles y no necesitaban docenas de carros
para moverlos o meses de excavación y espera.

Después de siete años y medio de luchar lado a lado en las peores trincheras de este pozo de una
guerra, la Guardia operaba como un instrumento de guerra perfectamente afinado. Se comunicaban
en silencio y se anticipaban mutuamente. Pero siempre estaban preparados para lo inesperado. A
diferencia de las leyendas que los proclamaban superhombres o fantasmas, no eran indestructibles
(la muerte de William Gordon, el Templario, se los había recordado), ni eran infalibles (el fracaso
de tomar el castillo de Berwick el año pasado todavía escocía).

Pero esta noche todo estaba en marcha según el plan de Eoin.

La torre de piedra del castillo de Dumfries estaba sobre una alta colina. Los lados empinados de la
colina en sí estaban en forma defensiva, evitando que los atacantes pudieran acercarse rápidamente.
La paliata de madera que rodeaba el torreón y la muralla había sido reemplazada y fortificada por
los ingleses con un muro de piedra, después de que la Guardia de los Highlanders rescatara a la
esposa de MacLeod hacía siete años, iniciando la cadena de eventos que conduciría a la candidatura
de Bruce al trono. La defensa rofunda fue proporcionada por la profunda zanja húmeda que
colindó con la pared.

El castillo tenía dos puertas: una puerta interior sobre el foso húmedo que rodeaba la acequia que
custodiaba las escaleras que conducían al castillo, y una puerta mucho más fuerte con el puente y el
rastrillo que protegían la entrada principal en el muro. Para tomar la guardia, los atacantes tendrían
que pasar por la puerta exterior y la puerta interior.

La Guardia de los Highlanders pasó por ambos lados. Bajo el manto de la noche, Eoin y sus
hermanos se acercaron a la torre desde la parte trasera de la colina. Con la zanja húmeda, la

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empinada colina y la imponente muralla que rodeaba la fortaleza, este lado del castillo era el punto
de acceso más impenetrable y poco probable -era exactamente por qué estaban allí-. Impenetrable
significaba ligeramente vigilado.

Un ejército nunca sería capaz de lanzar un ataque sorpresa sobre el castillo desde aquí. Pero una
pequeña fuerza de hombres podía. Como lo habían hecho cuando rescataron a Christina MacLeod,
los guardias nadaron a través de la fosa húmeda llena de suciedad y se deslizaron por la colina en
sus vientres. El alto muro de piedra, sin embargo, requería algo más que cuerdas. Afortunadamente,
Douglas había desarrollado recientemente un artefacto ingenioso que les permitía escalar muros aún
más altos que la barricada de veinte pies alrededor de Dumfries. Las escaleras de cuerda, equipadas
con tablas de pie y ganchos de agarre, habían sido utilizadas en los castillos de Berwick y Perth. Un
perro ladrando había frustrado el ataque en Berwick, pero las escaleras habían sido utilizadas con
éxito hacía unas semanas en Perth.

Una vez que todos los hombres estaban seguros sobre la pared, se dividieron en grupos. Eoin y
MacRuairi irían en busca del muchacho, Lamont, MacSorley, el hermano de MacGregor, John,
Boyd, MacLeod y Douglas vigilarían y proveerían defensa si fuera necesario, y los otros abrirían las
puertas interiores y exteriores para dejar entrar al resto del ejército de Bruce, que se escondía en el
bosque para tomar el castillo.

La misión de Eoin era sacar a su hijo fuera de peligro antes de que el grito se levantara y se
produjera el caos de la batalla. La cautela y la sorpresa eran primordiales, por lo que MacRuairi
estaba con él. El desgraciado bastardo no sólo había ganado su nombre de guerra –Víbora- por su
disposición: como una serpiente que podía obtener en un lugar de cualquier lugar sin dejar rastro.
Habiendo neutralizado a los soldados que guardaban la guardia con relativa facilidad, Eoin
persuadió a uno –con su puñal- para que les mostrara donde estaba el niño. Al tener experiencia con
MacDowells, Eoin no se sorprendió cuando el hombre trató de llevarlos a una habitación llena de
guerreros durmientes. Sin embargo, después de unas pocas incitaciones, el hombre subió las
escaleras.

Eoin podía sentir su pecho palpitar con anticipación. Su hijo estaba cerca, y pronto estaría a salvo.
Al salir de la escalera del tercer piso, pasaron por una pequeña antecámara antes de que su reacio
guía se detuviera ante una puerta y asintiera, indicando que era ahí. Eoin lo golpeó con un rápido
golpe en la parte posterior de la cabeza. Con un vistazo a MacRuairi para estar listo en caso de que
esto fuera otra sorpresa, respiró hondo y abrió la puerta.

La habitación estaba negruzca, y tardó un momento en ajustar los ojos. Un destello de luz de las
antorchas del pasillo se derramó en la habitación, permitiéndole distinguir una pequeña forma
acurrucada en una cama bajo una gruesa capa de piel. La forma cambió y una pequeña cabeza
apareció.

Eoin reaccionó como un rayo, avanzando y poniendo su mano sobre la boca del niño para
amortiguar el grito que estaba a punto de arrancarse de sus pulmones. Sus ojos se encontraron en la
penumbra, y vio el reconocimiento en la mirada del niño que sin duda se reflejaba en la suya.

Cristo, se parece a mí.

No cabía duda de que éste era su hijo.

Eoin se sintió aturdido, como si alguien le hubiese golpeado con un taber en el pecho. Que se le

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dijera que tenía un hijo era muy diferente de verse confrontado con la prueba viviente. La prueba
viviente de cinco años.

El arrepentimiento y unas cien emociones le apretaron la garganta.

-¿Sabéis quién soy? -preguntó en voz baja.

El chico asintió, pero luego abrió los ojos e intentó gritar de nuevo.

Eoin miró por encima del hombro con rabia:- Cristo, Víbora, lo asustastéis -dijo en un susurro
áspero. MacRuairi parecía el bizcoñero con sus misteriosos ojos verdes brillando bajo el oscuro
metal del timón nasal. Su rostro parecía desaparecer en la oscuridad.

-Vuestra reunión tendrá que esperar -dijo MacRuairi-. Tenemos que salir de aquí. Aseguraos de que
se quede callado.

Eoin no perdió tiempo discutiendo. MacRuairi tenía razón. Todavía sosteniendo su mano alrededor
de su boca, Eoin sacó al niño de la cama como si no pesara nada -lo que no estaba tan lejos de la
verdad- y lo llevó fuera de la cámara. Aunque Eachann no se resistía, Eoin no quería arriesgarse
hasta que estuvieran fuera de la torre. Sólo entonces lo bajó y lo miró directamente a los ojos.

-Voy a quitaros la mano de la boca, pero si hacéis un sonido, tendré que poneros una mordaza. ¿Lo
entendéis? -el chico, su chico, asintió. Eoin lo estudió atentamente, viendo algo en los ojos del niño.
- ¿Tengo vuestra promesa?

Su hijo asintió de nuevo, esta vez con mucho menos entusiasmo, y Eoin intentó no sonreír. No era
difícil imaginar lo que estaba pensando. Pero el hecho de que a Eachann no le gustara ser obligado
a prometer le dio suficiente razón a Eoin para pensar que lo mantendría, y soltó su agarre sobre su
boca.

El muchacho tomó unas cuantas respiraciones profundas mientras miraba a Eoin -que se inclinaba
sobre una rodilla- con cautela.

Eoin tomó una piel de su hombro y se la entregó-. ¿Queréis agua? -Eachann no vaciló, tomando la
ofrenda con un asentimiento ansioso.

Eoin juró mientras el niño bebía el agua como si no hubiera bebido en Dios sabía cuánto tiempo. La
situación era obviamente más grave de lo que habían pensado, y la idea de que su hijo sufriera...
Se alegró de que Dugald MacDowell no estuviera aquí en este momento.

MacRuairi le dio un empujón, pero Eoin se lo quitó de encima:- Tiene sed, maldita sea y
probablemente también hambre. Cavó en su sporran y sacó un pedazo de carne seca. -"Toma esto.
Debería haber traído más, pero tan pronto como volvamos al campamento, puedes tener lo que
quieras."
Los ojos del chico se ensancharon ante sus palabras, y Eoin sintió como si acabara de ofrecerle un
reino. El muchacho masticó la carne con gusto, cada mordida haciendo que Eoin se sintiera más
enfadado y enojado.
Miró bruscamente a Lamont y MacSorley mientras se acercaban a ellos.

-¿Algún problema? -preguntó a su compañero.

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Lamont meneó la cabeza:- Esta calmado. Unos cincuenta hombres en la torre.

-Bueno, menos de lo que pensábamos. Vámonos.

Estaban a punto de continuar por la colina cuando los otros subieron las escaleras hacia ellos.
Eachann retrocedió instintivamente aterrorizado a su lado, y Eoin puso una mano en su hombro para
consolarlo.

-Está bien, son amigos.

El muchacho pareció ofenderse y se puso rígido:- No tengo miedo -dijo con orgullo-. Los
MacDowells no se asustan.

La mandíbula de Eoin se apretó, y lo habría corregido -el chico era un MacLean- si no hubiera
visto la expresión de Douglas.

-Hay un problema -dijo el gran guerrero. Aparte de Eoin, que no había querido asustar al muchacho,
Douglas era el único que no llevaba un timón nasal. A Douglas no le importaba que todo el mundo
supiera que quién era-. No podemos abrir la puerta.

-¿Por qué no? -preguntó MacRuairi con impaciencia.

Para sorpresa de Eoin, respondió su hijo:- El guardia no tiene las llaves. Mi abuelo las tiene.

MacLeod miró al chico y luego se volvió hacia Eoin:- No importa. Podemos nadar a través de la
zanja por ahora para abrir la puerta principal. Hielo puede conseguir una de sus bolsas de pólvora
para esa puerta.

Todo el mundo comenzó a moverse hacia las escaleras excepto Eoin. Todavía miraba a su hijo.
Había algo... Maldita sea.

-La puerta exterior tampoco funcionará, ¿verdad? -dijo. Eachann no dijo nada, pero una esquina de
su boca se alzó-. ¿También faltan esas llaves?

Eachann asintió:- Y las cuerdas para el portón.

Los otros también se habían detenido, y como Eoin miraba fijamente a su hijo.

-¿Quién le dijo a vuestro abuelo que hiciera eso? -preguntó Eoin, ya adivinando la respuesta.

Eachann no dijo nada, pero el capricho de su boca lo entregó. Lamont soltó una carcajada y dijo a
Eoin:- Es vuestro hijo, sí.

Voy a ser condenado. Eoin no podía quitarle los ojos al muchacho. El oleaje de orgullo que se
elevaba dentro de él amenazaba con estallar su pecho.

Por un momento, Eachann pareció hincharse también, y empezó a darle una sonrisa tentativa. Pero
entonces, pareció recordar algo y se apartó de él como si estuviera escaldado. Su pequeña cara se
contorsionó de rabia.

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-No soy vuestro hijo -dijo con enfado-. Soy un MacDowell, ¡y vos sois un traidor bastardo! ¡Os
odio y deseo que nunca volváis!

Eoin se echó hacia atrás como si el chico acabara de golpearlo.

El choque le dio a Eachann su momento. Antes de que alguien pudiera detenerlo, se lanzó hacia la
torre. Y, obviamente, pensando mejor en su promesa, gritó.

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Capítulo 21

Sabiendo que no podría dormir, Margaret no se molestó en intentarlo. ¿Cuánto tiempo había pasado
desde que Eoin se había ido? ¿Una hora? ¿Dos? Caminó por la pequeña tienda, la llama de las
lámparas de aceite parpadeaba, y de vez en cuando se detenía para abrir la solapa y echar un vistazo
fuera.

Desde la posición de la tienda en la pequeña elevación, podía fácilmente distinguir el castillo en una
distancia no tan lejana. El oscuro castillo que...

Su corazón saltó a su garganta cuando el castillo de repente saltó a la vida. Las antorchas subían por
todas partes y los sonidos de gritos y clamores de hombres despertados para la batalla destrozaron
el aire de la noche.

¿Se había descubierto Eoin o era parte de su plan? Oh Dios, ¿qué estaba pasando? ¿Por qué no lo
había obligado a confiar en ella?

Observó con horror cómo los hombres de su padre comenzaban a alinear las murallas. No sólo sus
hombres, se dio cuenta un momento después, sino sus arqueros.
Las flechas se desplegaron en la oscuridad, aparentemente apuntando a objetivos más abajo.

No Eachann. No Eoin. ¡Por favor!

Unos momentos después, el campamento a su alrededor respondió, rugiendo a la vida también. Los
hombres corrían por todas partes. Hombres en armadura completa listos para atacar. Pero no estaban
atacando. Algo estaba mal. El pecho le latía con fuerza en la garganta. Trató de interrogar a los
hombres que corrían a su lado, pero la ignoraron.

Los arqueros de Bruce comenzaron a devolver el fuego, retrasando el granizo de flechas en los
blancos abajo. Por favor...

Al menos cinco minutos más tardaron en responder sus oraciones, cuando en el extremo más
alejado del campamento vio al menos una docena de guerreros que salían de la oscuridad. ¡Eoin!
Tenía que serlo. Examinó las figuras inusualmente imponentes. Su corazón se detuvo en el hombre
que era llevaba entre los otros dos. Incluso desde lejos, lo reconoció.

Inconsciente de las advertencias de Eoin sobre salir de la tienda, Margaret corrió. No se detuvo
hasta que llegó a la reunión de hombres, y luego tuvo que abrirse paso entre la multitud para verlo.
Cuando lo hizo, un grito escapó de donde lo había sostenido firmemente en su pecho. Se habría
lanzado hacia él, si no hubiera sido detenida por dos hombres.

-Está herido -dijo ella, dando un paso más tentativo hacia él.

-Estoy bien -dijo, pero se estremeció cuando trató de ponerse de pie sobre sus propias piernas para
demostrárselo-. Me hice daño en la rodilla.

Sólo entonces notó que los dos guerreros que lo sostenían llevaban unos timones nasales

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ennegrecidos como el que Eoin llevaba puesto seis años atrás. De la docena de guerreros que
estaban con Eoin, sólo unos pocos usaban timones regulares como él, pero todos los hombres
llevaban negro de la cabeza a los pies. Abrigos de guerra de cuero negro, camisas de correo
ennegrecidas, yelmos ennegrecidos, botas de cuero negro, incluso algunas de las caras debajo de las
máscaras parecían ennegrecidos. Parecían mezclarse con la noche.
Había algo en ellos que hizo que el pelo de su cuello se erizara. ¿Quiénes... qué eran?

Pero su atención fue sacada por uno de los hombres que sostenían a Eoin. Sonaba irritado:- Podría
estar doblada o rota, así que no tratéis de poneros en pies hasta que Helen tenga la oportunidad de
mirarlo.

De repente, se dio cuenta. Sus ojos se encontraron con los de Eoin.

Cuando le dio un sacudido severo de la cabeza, supo que había entendido su pregunta. No había
funcionado. No había podido liberar a Eachann.

-¿Qué pasó?

Margaret reconoció la voz como la de Robert de Bruce, aunque el guerrero vestido de cotun que
estaba en la multitud de hombres que los rodeaba era indistinguible. Se dio cuenta de que ninguno
de los hombres llevaba brazos ni colores. La guerra secreta de Bruce, un ejército de piratas y
bandidos, dijeron. No era difícil entender por qué.

-El muchacho nos engañó -uno de los hombres bromeó con sequedad.

El corazón de Margaret saltó cuando su mirada encontró la de Eoin. ¿Eachann?

Asintió y le explicó al obviamente impaciente rey:- No podíamos abrir ninguna de las dos puertas.
Las llaves habían sido retiradas, así como las cuerdas para levantar el puente. MacDowell anticipó
un ataque furtivo y sabía que incluso si lográramos meter a unos cuantos hombres en el interior, no
podríamos conseguir que el resto del ejército fuera lo suficientemente rápido como para tomar el
castillo. Fue una defensa sencilla pero efectiva -la nota de orgullo en la voz de Eoin calentó un poco
el frío de sus huesos-. Fue idea de mi hijo -añadió.

Bruce estaba incrédulo:- Debéis estar bromeando. Dijisteis que el chico sólo tenía cinco años.

-No está bromeando -dijo uno de los hombres que sostenían a Eoin. Reconoció la voz como la de
Lamont-. Todos oímos al muchacho.

Margaret sintió la mirada del rey en ella; la miraba como si fuera su culpa. Maggie le sonrió
dulcemente:- Mi hijo también sabe jugar al ajedrez, mi lord.

Por un momento nadie dijo nada, y de repente Bruce dejó escapar una carcajada de risa:- Lo
recordaré.

Margaret se volvió hacia Eoin, cuya boca temblaba sospechosamente. Era la primera mirada de
ligereza que había visto en él desde que había regresado de entre los muertos. Esas sonrisas duras
siempre habían sido su debilidad. Resultó que todavía estaban.

Desatando el puño que se había abierto paso alrededor de su corazón, forzó las emociones y le

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preguntó:- Pero ¿por qué no está con vos, si hablasteis con él?

Una sombra de dolor cruzó su rostro:- Se escapó de mí.

Uno de los otros se apresuró a cubrir la incómoda pausa:- Tuvimos que salir de allí de la misma
manera que entramos. MacLean se lastimó la pierna cuando tuvo que caer de la pared, y Randolph
fue rozado en el hombro con una flecha, pero tuvimos suerte.

El hombre que había mencionado al sanador gruñó y reajustó su dominio sobre Eoin:- Necesitamos
tumbarlo, señor. Jefe puede informarte con el resto.

-¿Helen está cerca? -preguntó el rey.

-Bastante cerca. La traeré esta noche.

Bruce miró a Margaret:- Supongo que podéis atenderlo hasta que llegue la sanadora.

-Estoy bien, maldita sea -se quejó Eoin.

Tanto ella como el rey lo ignoraron. Maggie asintió:- Sí.

-Bien -el rey se dirigió a Lamont-. Aseguraos que tenga todo lo que necesite.

Bruce volvió su atención a uno de los más imponentes de los guerreros que estaban junto a ellos,
mientras los dos hombres llevaban a Eoin hacia su tienda. Estaban todos empapados, se dio cuenta,
y olfateó ligeramente. Aarrugó la nariz. Debieron haber nadado la zanja.

Estaban a punto de ponerlo en la cama cuando los detuvo.

-¡Esperad! -agarró un plaid viejo y lo extendió sobre la cama para proteger las cubiertas de la cama.
Al darse cuenta de que todos la miraban con diversión -no eran exactamente finos linos-, levantó la
barbilla-. Tendrá frío.

Peter, el muchacho que ayuda al a Eoin, se había precipitado en la tienda, y Lamont lo envió a
buscar ropa y agua limpias.

Rápidamente se hizo evidente que su marido no iba a ser un paciente fácil. Las quejas comenzaron
tan pronto como estuvo en la cama. No necesitaba un sanador, Eoin maldijo, pero el guerrero sin
nombre se fue de todos modos para ir a buscarla. Cuando Lamont le preguntó si quería ayuda con
su armadura, la respuesta espinosa de Eoin hizo que sus oídos le dolieran. ¡Y estaba acostumbrada a
manejar el lenguaje de sus hermanos!

Después de unos minutos tratando de hacerle sentir cómodo, Lamont renunció:- Divertiros, mi
señora. Haré que el muchacho os traiga whisky para el dolor.

-No necesito ningún whisky, bastardo -dijo Eoin.

-No es para vos, es para ella -respondió Lamont.

Margaret se echó a reír:- Gracias, pero eso no será necesario. Me las arreglaré bien.

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Lamont la miró como si no estuviera tan seguro, pero se marchó con un breve movimiento unos
momentos después. Peter debió ser advertido por Lamont sobre el mal genio de Eoin, porque el
muchacho se precipitó poco después con un cubo de agua y un cambio de ropa, y luego volvió a
salir corriendo.

Eoin se había sentado un poco para empezar a sacudir sus armas y armaduras, y ella se movió
silenciosamente para ayudarlo. La detuvo cuando intentó ayudarle a quitarse la túnica.

Sus ojos se encontraron:- Yo lo haré -dijo con voz ronca.

El calor se elevó hasta sus mejillas, y asintió. Ayudarle a quitarse la camisa probablemente no era
una buena idea para ninguno de los dos, la situación actual ya era lo suficientemente íntima. Cuando
se dio la vuelta, se había lavado lo peor de la mugre y se había puesto una nueva túnica.

No protestó, sin embargo, cuando le ayudó con sus botas, sin duda dándose cuenta de que no sería
capaz de quitárselas por su cuenta con su pierna lesionada. Incluso con su ayuda, era obvio que tirar
de ellos le había causado un dolor considerable.

-Lo siento -dijo -. ¿Tenéis... Estáis...? –se vino abajo, su miedo por corriendo por él.

Inclinó la cara hacia él. Las lágrimas enmascararon sus ojos:- Estoy bien, Margaret, de verdad.
Duele un poco -sus ojos se estrecharon a través de las lágrimas. Su boca se curvó-. Muy bien, me
duele mucho, pero estoy seguro de que se sentirá mucho mejor en unos días.

-¿Estáis seguro? -susurró con voz ronca. Eoin asintió.

Y entonces, como si fuera lo más natural, se recostó en la cama y la atrajo contra él para que su
mejilla se apretara contra su pecho vestido de lino. ¿Cuántas veces se había acurrucado contra él de
esta manera hacía tantos años? Nunca se había sentido más tranquila ni más segura que cuando sus
brazos estaban envueltos alrededor de ella así y el ritmo constante de su corazón resonaba en su
oído.

Oh Eoin, ¿por qué? ¿Por qué les había sucedido esto? La emoción quemada en sus ojos y garganta.
Podrían haber sido tan felices. Todos.

-Lo tuvisteis -susurró.

Se quedó en silencio un momento y luego dijo:- Sí.

Oyó algo en su voz y levantó la vista:- Es vuestro, Eoin. Seguro que os habéis dado cuenta.
Eachann es igual a vos.

-Ha huido de mí, Margaret. Sabía quién era y huyó.

Parecía tan consternado que su corazón se aceleró:- Seguro que estaba asustado.

Eoin sacudió la cabeza:- No fue eso. Me odia. Podía verlo en sus ojos. ¿Y cómo puedo culparlo?
Dejé que mi enfado se hiciera cargo, y me costó a mi hijo -la miró con los ojos rígidos-. Teníais
razón, no tengo a nadie a quien culpar más que a mí.

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-Es un niño, Eoin. No os odia, no os conoce. Lo que sí sabe es todo sobre mi familia. Es culpa mía.
Debería haberle hablado más, pero me dolía demasiado. Esto ha sido un shock para él. Una vez que
llegue a conoceros, será diferente. Sólo dadle tiempo. No guarda rencor como mi padre.

-¿O como su padre? -sus ojos se sostuvieron.

Sorprendida, Margaret no sabía qué pensar. ¿Era sólo Eachann o Eoin estaba admitiendo algo más?
¿Se arrepentía del rencor que los había mantenido separados durante tanto tiempo?

Eoin sabía que el arrepentimiento no servía para nada, pero al ver por primera vez aquel pequeño
rostro de muchacho -el rostro que se parecía mucho al suyo-, lo abrumó tanto que podía haberse
ahogado en él.

Cinco años. Había perdido cinco años de la vida de su hijo porque había estado demasiado
demasiado lleno de odio y cólera para hacer frente a la mujer cuya traición había cortado tan
profundamente y le costó tanto.

Y ahora, en la última justicia cruel, su hijo lo odiaba. El odio engendra odio.

Era su maldita culpa. Debería haber vuelto hacía años. Pero le había asustado que la ira y el odio no
fueran suficientes. Asustado de que la volviera a ver y fuera débil. Asustado de que lo que había
hecho -lo que pensaba que había hecho- no había borrado completamente el amor que había tenido
por ella. Así que se había quedado como un cobarde, lejos.

¿Y qué había conseguido? Todas las emociones confusas por su esposa que había tratado de evitar,
y un hijo que lo odiaba tanto que prefería morirse de hambre que ir con él.

Eoin quería creer lo que Margaret decía, pero había mirado a los ojos del chico. Había visto la
intensidad de la emoción y la había reconocido como suya. ¿Cómo podía esperar el perdón de su
hijo, cuando no podía perdonarse a sí mismo?

Apartó la vista primero:- Tenéis motivos, Eoin.

Él tomó su muñeca y la obligó a mirar hacia atrás:- ¿Los tengo? Ya no se siente tan blanco y negro
como lo hizo una vez. Debería haberle dado la oportunidad de explicar.

-¿Hubiera hecho alguna diferencia?

En ese momento, probablemente no. Sus emociones habían sido demasiado crudas. Sus intenciones
no le habrían importado entonces. Sin perspectiva, las consecuencias de su error eran demasiado
horribles para la comprensión.

-No lo sé. Pero habría sabido que tenía un hijo. Y no pensaría que lo había abandonado.

-No lo hicisteis. Y no lo hará. Sólo dadle una oportunidad.

Ninguno de los dos dijo nada. Por último, asintió con la cabeza. Haría todo lo posible por
arreglárselas con el muchacho. Tan pronto como lo sacase de ese castillo.

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La lúgubre línea de su boca debió de alejar sus pensamientos.

Se puso rígida, como si se estuviera preparando para algo:- ¿Cómo estaba, Eoin? ¿Se veía... -su
aliento se enganchó- ... bien?

Su pecho se torció, y forzó a un lado los pensamientos la manera ansiosa que el muchacho había
tomado el agua y la carne.

-El muchacho está bien, Margaret -dijo con firmeza-. Perfectamente sano hasta donde pude ver.

Escudriñó su cara intensamente, como si desesperadamente quisiera creerle:- ¿Entonces no está


sufriendo? Es tan pequeño, me temo... -se volvió hacia su mirada-. ¿Tiene suficiente para comer?

No le respondió directamente:- El castillo ha estado bajo asedio por un corto tiempo. Estoy seguro
de que cualquier alimento que haya irá a parar a nuestro hijo. No está sufriendo.

Todavía. Pero, ¿durante cuánto tiempo?

Asintió, como satisfecha, pero se preguntó si había notado su cuidadosa respuesta.

Se movió un poco sobre la cama, estremeciéndose cuando el dolor le atravesó la pierna. No le dolía
tanto ... hasta que se movía. Pero podía sentir el fuerte golpeteo del dolor hinchado en su pierna. A
pesar de todas sus protestas en contrario, no estaba completamente seguro de que no estuviera
fracturado o roto.

Margaret hizo un grito agudo de horror que sonó un poco como un chillido:- ¡Olvidé ataros la
rodilla! El hombre que se fue a buscar a la sanadora me dijo qué hacer. Me temo que no estoy dando
una muy buena impresión de mis habilidades de enfermería.

-Magnus MacKay -dijo, antes de que pudiera detenerse. Pero suponía que lo sabría pronto, cuando
el gran Highlander regresara con Helen-. Helen, la sanadora, es su esposa.

Asintió, y luego inclinó su cabeza hacia él contemplativamente:- Debería haber adivinado que era
un Highlander, por su tamaño. ¿El resto de los hombres que estaban con vos eran Highlanders
también? -dio un escalofrío y se echó a reír-. Me sentí como si un fantasma hubiera caminado detrás
de mí la primera vez que los vi a todos.

Eoin maldijo hacia adentro. Sus bromas estaban demasiado cerca de la verdad. Tener que ver a sus
hermanos en sus yelmos y armaduras había sido malo. Había querido que su hijo lo reconociera, así
que se había despojado del timón nasal. Pero la armadura ennegrecida se había vuelto demasiado
conectada con los "Fantasmas" de Bruce, como la gente los llamaba.

No queriendo arriesgarse a más preguntas, volvió a cambiar de puesto. La consiguiente mueca de


dolor que hizo por el dolor la hizo jadear de nuevo, esta vez con un juramento amortiguado, y se
apresuró a ir a buscar la tela para atarle la rodilla.

Volvió rápidamente, pero luego se detuvo, mirando fijamente su pierna. Se mordió el labio y lo
miró con incertidumbre:- Vais a tener que quitaros los zapatos. ¿Necesitáis ayuda?

Resistió el impulso de gritar:- No, no -en lugar de eso, sacudió la cabeza-. Lo puedo manejar.

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El dolor que le causaba sería infinitamente preferible al dolor de tener sus manos sobre él. El
ofrecimiento de ayudarle a quitarse la túnica había sido bastante malo -aunque también había
querido evitar que viera su tatuaje- pero tener sus manos tan cerca...

Se estremeció.

Apretando los dientes contra el dolor, se sentó y comenzó a trabajar los lazos de los zapatos. Tuvo
que moverse un poco para sacarlos, pero en pocos minutos todo lo que estaba entre él y su túnica
era un fino par de calzas de lino.

No había pensado que la lesión parecía tan mala hasta que gritó:- Parece horrible. Es casi el doble
del tamaño y ya está descolorido con moretones. Debe de doler terriblemente.
¿Estáis seguro de que no queréis algo para el dolor?

Lo que quería en este momento sólo causaría más dolor. Sacudió la cabeza:- Sólo envolvedlo.

Lo hizo, pero incluso eso no fue una buena idea. Tuvo que sentarse en el borde de la cama para
inclinarse sobre él, y cada vez que hacía sus pechos rozaban tentadoramente cerca de su polla, y su
cabello sedoso se deslizó hacia adelante a través de su pecho, le dolía. Se estaba sujetando con tanta
fuerza que se olvidó de respirar.

-¿Estáis bien? -preguntó, volviendo la cara para encontrarse con la suya mientras terminaba de
sujetar las cintas de lino alrededor de su rodilla-. ¿Os estoy lastimando?

-Sí -dijo con una mueca-, pero no de la manera que pensáis -claramente, no entendía-. No es mi
rodilla, Maggie.

Le tomó un momento, pero luego sus ojos se abrieron y cayó en lo que quería decir, lo que sólo le
causó más dolor. Y un gemido.

-Oh, -dijo suavemente. Sus ojos se encontraron. Podía ver las preguntas en sus ojos. Preguntas que
no podía contestar-. Eoin, yo... -oyó su vacilación, y lo entendió porque también lo sentía-.
Probablemente no sea una buena idea -terminó.

Negó con la cabeza estando de acuerdo, ignorando la decepción en su voz:- Probablemente no.

-Sólo complicaría las cosas, ¿no? -lo miró como si estuviera esperando que no estuviera de acuerdo.

Pero no podía:-Sí."

Esto confundiría las cosas, y ya estaba bastante confundido. Pero eso no significaba que cada
terminación nerviosa en su cuerpo no clamara no estar de acuerdo. Con tirarla encima de él y
enterrarse tan profundamente dentro de ella que nada podría separarlos de nuevo.

Cristo, estaba demasiado cerca. Casi podía probarla en su lengua. Casi sentía la suavidad de su piel
bajo sus manos. Casi olía el olor de su placer mientras la acariciaba para soltarla.

Recordó la forma en que sus ojos se cerraban, sus labios se separaraban y su aliento se aceleraba.
Recordó el rubor rosado de sus mejillas y el grito que siempre parecía tintineado de sorpresa cuando

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llegaba.

No sabía si alguna vez podría olvidarlo. Ya no estaba tan seguro de que lo quisiera.

No sabía qué decir, así que no dijo nada. En vez de eso, la tiró a su lado en la cama. Se encogió en
su costado como si nunca se hubiese ido, apoyando la mejilla y la palma en el pecho.

Miró al techo, acariciándose el pelo y pensando durante mucho tiempo.

Margaret se despertó antes que Eoin y salió de la tienda, necesitando escapar por un momento.
Caminó hacia la valla al otro lado de la colina y recogió un poco de agua fría para salpicarle la cara.
Si esperaba una claridad repentina, no ayudó. ¿Qué significaba?

Hacer el amor habría sido confuso, pero lo que había sucedido era aún más. La proximidad de la
pasión podría ser fácilmente descartada como lujuria, como un momento temporal de locura. Pero la
cercanía -la ternura- que sentía al pasar una noche en los brazos de su marido no podía.

Era difícil no dejar que sus emociones se dejaran llevar, pero se obligó a ser realista. Una noche de
ternura no era mejor que una noche de pasión para construir un matrimonio.

Si más era posible tendría que esperar hasta que Eachann fuera libre. Su corazón se apretó, dando
paso a la decepción en el fracasado intento que no había querido que Eoin viese. Estaba lo
suficientemente alterado por lo que había sucedido.

Eachann está bien, se dijo. Pero no podía evitar la sensación de que Eoin no había sido
completamente sincero con ella. Estaba conteniendo algo y sabía que tenía que hacer algo.
Se sentó junto al agua, saboreando el silencio de la madrugada y observando la débil luz del
amanecer iluminando el campo invernal. Tan pronto como los hombres comenzaron a levantarse y
los bulliciosos sonidos del campamento interrumpieron su soledad, sin embargo, Margaret se
levantó de la roca en la que había estado sentada y caminó lentamente hacia la tienda.
Al oír las voces alzarse, ella aceleró el paso. Los tres habitantes miraron fijamente mientras se
agachaba a través de la solapa. Eoin estaba furioso, pero fue Magnus MacKay quien habló.

-Lo cogimos a medio camino de la cama.

Margaret no conoció a Eoin cuando era un niño, pero cada uno de ellos evidentemente heredó la
mirada de un tozudo, descontento cuando se metía en problemas.

-¿Dónde estabais? -preguntó. Tal vez dándose cuenta de que había dado demasiado lejos, trató de
ocultarlo-. Me dejasteis solo con ellos.

Margaret miró a la mujer que estaba junto a la cama y se sorprendió de que no la hubiera notado
antes. Era encantadora. El suave y flácido cabello rojo, la piel clara, los ojos verdes y las facciones
delicadas la hacían parecer un duendecillo, incluso si su expresión la hacía parecer un comandante
de batalla.

La mujer, la sanadora, asumió Margaret, le dirigió una mirada decididamente fría antes de dirigirse
a Eoin. Empujó una taza hacia su boca.

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-No seáis tan malo. Sólo bebed. Os hará sentir mejor.

Eoin se echó atrás con disgusto:- Huele mal, y os lo dije, me siento bien. Dijisteis que no estaba
roto.

La sanadora puso sus manos sobre sus caderas, mirando como si estuviera invocando paciencia
desde lo alto:- Os dije que no parecía estar desgarrado, pero no puedo estar segura. Y sé que duele,
así que podéis detener esa rutina de guerrero duro conmigo -puso los ojos en blanco hacia su
marido-. El Señor lo sabe, tengo suficiente de ello.

Eoin lo apartó:- Entonces, dejad que beba de esto.

Magnus se estremeció y retrocedió:- Demonios, no. Huele como el estiércol. Intentad obligarme.

La sanadora –Helen; Margaret recordó su nombre- levantó las manos con exasperación:- Bueno
señor, ¿nacísteis con alguna perversa predilección para sufrir el dolor? ¿Sabéis lo ridículo que es
esto? -miró a Eoin-. Creía que eráis ¡ el inteligente.

Magnus se aclaró la garganta, dirigiendo una mirada a Margaret, y su esposa frunció los labios.
Margaret frunció el ceño, preguntándose qué era lo que no debía haber dicho, pero luego volvió su
atención a Eoin.

-¿Confíais en esta mujer? -preguntó.

Eoin parecía completamente sorprendido:-Con mi vida. Es una de las mejores sanadoras que he
conocido.

Margaret no dijo nada, se acercó a la cama, tomó la taza del curandero, se sentó tranquilamente en
el borde del colchón y esperó. Eoin era inteligente. Él mismo la pondría en orden. No le llevó
mucho tiempo. Naldijo, tomó la taza de su mano, y se la tomó de un largo trago. El rostro que hizo
después fue casi cómico, pero Margaret se obligó a no sonreír.

Helen la miró interrogativamente y Margaret se encogió de hombros:- Sólo se dio cuenta de que vos
erais la que estaba en posición de saber qué era lo mejor para él, y que si queríais que bebiera el
pozo era por su propio bien.

Eoin le lanzó una mirada, como si no estuviera contento de que lo conociera tan bien.

-Ojalá todos mis pacientes fueran tan razonables -dijo Helen con una mirada significativa hacia su
imponente esposo.

La mirada de la sanadora cuando se volvió hacia ella fue apreciadora, y quizás ligeramente menos
fría. Margaret no podía culpar a la otra mujer por su reserva, asumiendo que sabía de su parte en la
batalla en Loch Ryan. Debería esperar hostilidad de los seguidores de Bruce y de los amigos de
Eoin (como era obvio de aquellos dos), pero no lo hizo menos incómodo. Eoin también debió
haberse dado cuenta.

-Helen, Magnus -dijo a modo de presentación-. Esta es mi esposa, Margaret.

La hermosa curandera alzó una ceja, obviamente tan sorprendida como Margaret en la forma en que

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había enfatizado a su esposa:- He oído hablar bastante de vos -dijo de una manera que estaba
definitivamente abierta a la interpretación.
Magnus lanzó una mueca a su esposa y Eoin parecía como si estuviera a punto de intervenir, pero
Margaret lo sacudió. Necesitaba pelear sus propias batallas.

-Estoy segura de que lo habéis hecho. Y estoy segura de que la mayoría de eso es verdad.

-¿Sólo la mayoría? -preguntó Helen.

-Es una cuestión de perspectiva. Pero espero que obtengáis todos los hechos antes de emitir un
juicio.

Helen sonrió y se volvió hacia su marido:- Creo que he sido muy cortésmente puesta en mi lugar -
cuando Margaret trató de objetar, le hizo un gesto con la mano-. No, teníais razón. Voy a formar mi
propia opinión, y más allá de lo que he visto, al menos puedo ser razonable, que es más de lo que
puedo decir de él.

Eoin frunció el ceño, pero Helen lo ignoró y procedió a darle a Margaret instrucciones sobre cómo
cuidarlo, lo que en su mayor parte obligaba a beber eso durante unos días para que descansara y no
dejar que pusiera peso en la pierna.

-En cuanto a su mal humor –la sanadora se encogió de hombros-. Bueno, me temo que no hay nada
que pueda hacer al respecto. Todos son así cuando están heridos.

-¿Todos? -preguntó Margaret.

Helen parecía momentáneamente sorprendida por la pregunta, pero se recuperó rápidamente:-


Guerreros. Highlanders. La mayoría de ellos.

Margaret se mordió el labio para no sonreír:- Sin embargo, tienen sus beneficios.

Las dos mujeres compartieron una mirada, y Margaret supo que comprendía cuando la mirada del
curadora se deslizó sobre el amplio pecho de su marido:- Sí, tenéis razón en eso.

Magnus frunció el ceño, obviamente confundido. Margaret sospechaba que Eoin también habría
estado así, pero ya se estaba durmiendo.

-La medicina podría hacerle un poco somnoliento -dijo Helen.

Lo hizo. Y unos días más tarde, con el asedio arrastrando y sin fin a la vista, también le dio una idea
a Margaret.

Aunque Eoin estaba mucho mejor e incluso había comenzado a andar con la ayuda de un palo largo
con un palo más pequeño en cruz colocado debajo de su brazo para apoyarse, puso un poco más de
la medicina de Helen en su taza esa noche. Aunque protestó, sólo cedió cuando le aseguró que era la
última vez.

Cuando estuvo frío, fue en busca de Bruce.

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Capítulo 22

Eoin se despertó sintiéndose más aturdido que de costumbre. Tenía que admitir que la medicina de
Helen le ayudaba con el dolor, pero odiaba la confusión que se le daba. Ahora que se sentía mejor,
no iba a permitir que Margaret lo empujara a tomar otra gota. No sólo olía a estiércol, sino que
sabía también.

Estirándose, miró alrededor de la habitación y se preguntó adónde había ido. Había estado
sorprendentemente acostumbrado a que su esposa estuviera preocupada por él. También había
estado sorprendentemente acostumbrado a tener que ignorar su regla de no salir de la tienda.

Sabía que no iba muy lejos y los hombres sabían quién era ahora, pero siguió preocupado cuando
no volvió a aparecer cuando Peter llegó con el pan, el queso y la fruta para desayunar.

-¿Habéis visto a lady Margaret? -preguntó Eoin.

El muchacho parecía decididamente incómodo, y Eoin sintió su primer pico de alarma:- No desde
anoche.

-¿Anoche?

Ásintió:- Me pidió que la llevara al rey.

El corazón de Eoin cayó. Él juró y saltó de la cama, olvidando su rodilla. Se encogió de hombros y
agarró el palo que MacKay le había hecho y ordenó al muchacho que le ayudara a vestirse.

Con un esfuerzo considerable, un par de tropiezos cercanos mientras trataba de pasar por el terreno
accidentado, y unas pocas maldiciones, Eoin irrumpió en la tienda del rey menos de un cuarto de
hora más tarde.

-¿Dónde está? -preguntó él.

Los hombres sentados alrededor de la mesa -el mueble más grande de la tienda del rey- no parecían
sorprendidos al verlo. Eran los consejeros más cercanos del rey: Tor MacLeod, Neil Campbell,
Eduardo de Bruce, Douglas y Randolph.

-Ten cuidado, Asalto -le advirtió MacLeod, presumiblemente por su tono.

Pero Eoin no se preocupaba con quién estaba hablando: sólo quería a su esposa. Su esposa que
nunca hizo lo que se suponía que debía hacer, maldita sea. ¿Qué pasa con su regla de no interferir?

-¿Supongo que os estáis refiriendo a vuestra esposa? -preguntó Bruce.

-Sí.

-Está en el castillo.

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Oír lo que había sospechado no hacía que fuera más fácil soportarlo o hacerle estar menos furioso.
Eoin se olvidó de su lesión, de la formalidad y de la deferencia real. Se inclinó sobre la mesa y miró
fijamente al hombre que había sido su primo mucho más de lo que había sido rey, aunque a Bruce
no siempre le gustaba que se lo recordara:- ¿Por qué diablos está allí?

Bruce no se estremeció, levantando su mano para evitar que los demás se opongan.

-Dejadnos –dijo. Sus perros de guardia no parecían felices, pero cumplieron con la orden del rey.
Cuando se fueron, Bruce respondió a su pregunta-. Porque me pidió que le diera la oportunidad de
acabar con el cerco negociando la rendición de su padre.

La sangre de Eoin estaba hirviendo, literalmente. Sentía que su cabeza estaba a punto de volar:- ¿Y
la dejasteis entrar allí sin ninguna protección?

-No sabía que necesitaba protección. MacDowell es su padre.

Hervía, el aire estaba tenso y pesado a través de sus pulmones.

-MacDowell es un perro acorralado. Sabéis tan bien como yo que no hay nada que ese bastardo no
sea capaz de hacer, y que seguro como el infierno incluye el uso de su hija y mi hijo si piensa que
ayudará a su maldita causa.

El aire de certeza en la actitud del rey disminuyó:- Fue muy insistente. Pensaba que su padre la
escucharía. Dijo que quería ayudar, para reparar lo que había sucedido antes.

-¿Y lo hará, aunque eso la hiera o muera de hambre? Maldita sea, Rob -el viejo apodo se deslizó-.
No sabía qué pasaría. No buscó más las muertes de Thomas y Alexander que yo. La conocíais. Era
sólo una jovencita, un poco salvaje y un poco temeraria tal vez, pero no capaz de enviar
intencionalmente a esos hombres a su muerte.

El rey sostuvo su mirada:- Y sin embargo, eso es lo que pensabais.

Eoin tomó el disparo, lo que estaba justificado:- Estaba equivocado.

Había estado fuera de su mente por los celos, herido por su partida, y luego destruido por la masacre
en Loch Ryan. No había sido racional. Había estado enfadado y amargado, y tan atado en su propia
culpa que no podía ver más allá.

Su pierna finalmente cedió. Se derrumbó en una de las sillas y se puso la cabeza entre las manos. La
sangre de Dios, ¿qué diablos había hecho?

-Estoy seguro de que estará bien -dijo Bruce después de un minuto.

Eoin levantó la cabeza:- Espero que tengáis razón -respondió él con las palabras de su pariente-. Os
responsabilizaré si le sucede algo.

-Creí que no os importaba lo que pasara.

-Yo también lo creía.

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Era una especie de declaración, aunque Eoin no sabía. Pero la idea de lo que podía estar pasando en
aquel castillo le hacía sentir como si estuviera arrastrándose por las paredes. Dos días después
estaba medio enloquecido con las posibilidades.

A la tercera tarde, cuando finalmente la puerta se abrió y la vio salir, estaba completamente
desquiciado.

Margaret sabía que Eoin iba a estar enfadado, pero esto... Esto estaba mucho más allá de sus
expectativas.

Sintió la mirada de su esposo en ella en el momento en que cruzó el puente más allá de la escotilla.
Cólera caliente, penetrante y prácticamente radiante, sus ojos contemplaban cada detalle de su
apariencia.

El calor le encendió las mejillas. ¡Golpeada por su padre y su genio! La magulladura de su


mandíbula iba a hacer las cosas mucho más... difíciles.

Había esperado que Eoin fuera el primero de los hombres de Bruce en encontrarse con ella,
mientras se abría camino al campamento. Que no se adelantase, sino que mantuviese su posición en
la periferia de la multitud de hombres que la esperaban, era un poco desconcertante.

Quizás eso fuera un eufemismo. El enfoque de la serpiente en espiral era una ansiedad absoluta que
provocaba -el nerviosismo- el desgarre extremo.

Rechazando ser intimidada, levantó su barbilla y se encontró con su mirada desafiante. Había hecho
lo que había decidido hacer. Eachann estaría a salvo. Su desafío no duraría mucho. Apenas se
habían encontrado sus ojos durante un momento cuando el golpeteo del pulso sobresaltó y
rápidamente dejó caer su mirada.

¡Buen! Sabía cómo sentía un ratón. Un ratón gordo y jugoso en la vista depredadora de un halcón
hambriento..

Margaret no estaba acostumbrada a retroceder, pero había algo en los ojos de Eoin que le decía que
ahora probablemente no era el momento para los desafíos. Algo que decía que no tenía ninguna
intención de ser racional sobre esto. Algo que hizo que su pulso se acelerara, su piel se erizara, y su
aliento se enganchara. Algo que francamente le hacía querer correr hacia otro lado.

Por eso se sintió aliviada cuando fue llevada inmediatamente a la tienda del rey para dar su informe.
Trató de ignorar a su marido, pero sospechó que sus manos no estaban temblando y sus palmas no
estaban calentándose por tener que enfrentar al rey.

Sintió que la mirada de Bruce le recorría la mandíbula:- Estáis bien, mi lady?

Margaret se enderezó:- No es nada, señor. Una reacción desafortunada por el mensaje, me temo,
pero estoy bien.

No estaba segura de si era un sonido o un movimiento de la esquina de su ojo que hizo que su
corazón se congelara. Pero la furia fría y asesina de los ojos de su marido le disparó el hielo por las
venas. Si no fuera por Lamont de un lado y por un hombre al que no reconocía, sino que parecía
estar a cargo, por el otro, sospechaba que la inusitada contención de su marido podría haber

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terminado. Mientras las cadenas iban, sin embargo, los dos hombres a su lado parecían más que
preparados para el trabajo.
El rey lanzó una mirada de advertencia a Eoin antes de volverse hacia ella:- ¿Qué pasó?

-Era como sospechasteis. La guarnición estaba muy baja en provisiones. Estaban sobreviviendo con
pedacitos de grano, carne de perros y gatos, y la última de la cerveza. Los hombres están sufriendo,
mi señor.

Se abstuvo de echar un vistazo significativo a Eoin. Había subestimado la condición del castillo.
Eachann podría no haber estado sufriendo tanto como los demás, pero era sólo cuestión de tiempo.
Días. Su corazón se apretó ante el recuerdo de ver su pálido rostro por primera vez. No había
querido dejar a su hijo, pero sabía que debía ser ella la que trajese de vuelta el mensaje de su padre.

-Mi padre no estaba dispuesto a escucharme al principio. Pero al final pude convencerlo de que no
había salida esta vez. Podía ver a sus hombres morir o podía presentarse y verlos vivir.

-¿Entonces estuvo de acuerdo?

Al oír la incredulidad de la voz del rey, asintió:- Sí. Podéis enviar a vuestros hombres para que
resuelvan los términos de la rendición esta noche, y os entregará el castillo por la mañana y se
someterá a vuestra autoridad como rey. Pero como vos y yo discutimos, a él y a sus hombres se les
permitirá entrar en el exilio.

Probablemente, Bruce estaba aliviado de que tuviera la sumisión de su padre sin tener que tratar de
dar la bienvenida al asesino de sus hermanos de vuelta al redil. Había esperado alivio, y tal vez un
poco de exuberancia. Pero la tienda llena de unos quince hombres -la mayoría de ellos eran tan altos
y poderosamente construidos como su marido- estaba extrañamente tranquila. El rey expresó lo que
debe ser la preocupación colectiva.

-¿Cómo podemos estar seguros de que esto no es un truco?

-No podéis -levantó su barbilla-. Pero creo que mi padre estaba hablando en serio, mi lord. No
habría dejado a mi hijo allí de lo contrario. Si lo deseáis, yo mismo guiaré a vuestros hombres.

La boca del rey se retorció con ironía:- Eso no será necesario. No me gustaría parecer ingrato, de
hecho, estoy muy agradecido por todo lo que habéis hecho.

Margaret asintió con la cabeza. De repente, el agotamiento de los últimos días la abrumó:- Si hemos
terminado, me gustaría volver a mi tienda. Me temo que no he dormido mucho en las últimas
noches.

Había definitivamente un sonido esta vez. Un agudo y áspero sonido de indignación que hizo que
su corazón pulsara erráticamente y su aliento se contraía poco a poco. Esta vez no miró en su
dirección, tal vez un poco asustada de lo que pudiera ver. El rey asintió con la cabeza, y se tomó
todo lo que tenía para mantener su dignidad y no salir corriendo de la tienda.

De todos modos, la habría atrapado.

Podía sentir su presencia detrás de ella mientras atravesaba el campamento. Estaba corriendo
prácticamente, pero sus pasos eran ominosamente lentos y regulares. Golpear. Golpear. Bien, el

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suelo no podía temblar. Había escuchado demasiadas historias de hadas sobre gigantes hambrientos.
¿No se suponía que estaba cojeando? ¿Cómo podía estar caminando tan rápido con un palo?
Sabía que no había escapatoria, pero todavía deseaba que la tienda tuviera una puerta,
preferiblemente una con una gran barra de hierro. Aunque de alguna manera, no pensaba que eso lo
mantuviera fuera esta noche.

El ratón estaba acorralado.

Temió que estuviera chirriando cuando finalmente se volvió hacia él para explicarle:- Ahora, Eoin,
sé que estáis molesto...

Algo que sonaba sospechosamente como un gruñido la interrumpió.

Estaba de pie junto a la abertura de la tienda hirviendo como un loco apretando los puños. En
realidad, estaba apretando todo. Cada músculo de su cuerpo parecía tenso y abocinado como una
bestia esperando a saltar.

Se mordió el labio. Tal vez no lo conocía tan bien como creía. No parecía tan civilizado como
recordaba. En realidad, parecía bastante incivilizado. Claramente, no era la única que no había
dormido ni comido mucho en los últimos días. Tampoco había encontrado tiempo para una
maquinilla de afeitar, aunque debía admitir que la peligrosa mirada de bandido enviaba un pequeño
impulso de excitación a través de ciertas partes de ella.

Pero no podía negar su nerviosismo. Su voz temblaba cuando dijo:- Quizá deberíamos dejar esta
discusión para la mañana, cuando ambos estamos descansados y seamos un poco más racionales.

¿Dónde estaba esa mente brillante cuando la necesitaba?

No era lo correcto. Él estaba encima de ella mucho más rápido de lo que un hombre con una rodilla
lesionada debía hacerlo. Se asomó sobre ella, amenazándola, pero sin tocarla, casi como si no
confiara en hacerlo.

-No lo creo, un leanbh. Eso no es lo que tengo en mente para vos ahora mismo.

La ronca oscuridad de su voz la hizo estremecerse, dejando sin duda lo que quería decir.

-Pensé que ambos acordamos que no sería una buena idea.

-Al diablo con la buena idea, Maggie. Quitaos la maldita ropa porque estoy a unos dos segundos de
arrancarosla y a cinco segundos de estar dentro de ti. Si tenéis suerte, llegaremos a sesenta antes de
que los dos gritemos.

Oh, querida, eso no debería ponerla tan caliente y ardiente, ¿no?:- Eoin...

Se inclinó más cerca, fijando su mirada en la de ella, dejándole sin duda que quería decir lo que
dijo:- Uno.

-¿No intentaréis...?

No terminó. El sonido de su corpiño rasgado fue amortiguado por el gemido bajo en su garganta

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cuando su boca bajó sobre la suya.

Una pizca de ella, y casi se había corrido. Todo lo que Eoin podía pensar era estar dentro de ella.
Necesitaba estar dentro de ella. Lo necesitaba más de lo que había necesitado en su vida. La besó
como un hombre hambriento, o tal vez como un hombre que había pasado los últimos tres días
preocupado.

Se quitó la ropa, desnudándola para poder mirar cada centímetro de ella y asegurándose que no
había ningún otro moretón que le estuviera ocultando.

Cuando pensaba en el de su rostro...

La besó más fuerte, más profundamente, dejando que la sensación de su lengua deslizase contra la
de él. Gimió mientras el calor y la sensación lo ahogaban. Había olvidado lo increíble que se sentía.
Qué increíble se sentía. Con más gentileza de lo que se creía capaz en ese momento, la acostó en la
cama, rompiendo el beso durante el tiempo suficiente para poder mirarla.

Murmuró una maldición. Un puño cerró su corazón y lo apretó. Estaba tan condenadamente bella
que le quitó el aliento.

¿Cuántas veces había imaginado toda esa piel suave y cremosa? ¿Esas piernas largos y delgados?
Esos pechos increíbles. Sí, los que había imaginado sobre todo. Había imaginado sus manos sobre
ellos, apretándolos, con la boca sobre ellos, chupando, y su rostro enterrado entre ellos, inhalando
ese dulce olor de su piel.

Pero los recuerdos de la niña palidecieron en comparación con la mujer que tenía delante. Era un
poco más suave, un poco más llena y más sensualmente curvada que antes.

No sabía si maldecir o ponerse de rodillas en gratitud. ¿Cómo podía culpar a los hombres por
jactarse detrás de ella? Era una hechicera con un cuerpo maduro para el placer.
Su placer, maldita sea. Era suya.

Y lo demostró, en sólo unos pocos segundos más de lo que había prometido.

Al instante siguiente, sus piernas estaban envueltas alrededor de su cintura y estaba empujado
profundamente dentro de ella. Era como si sus cuerpos se hubieran unido por su cuenta. Instinto,
memoria, no lo sabía. Todo lo que sabía era que se sentía perfecto y natural, como si seis años no
hubiera pasado entre ellos.

La miró a los ojos y sintió una abrumadora sensación de silencio. De paz y destino.

No dijo nada. No necesitaba hacerlo. Sus emociones eran crudas y estaban allí, en la superficie para
que las viera. La amaba. Siempre la había querido y siempre lo haría.

La ráfaga de emociones que lo había enviado a un frenesí en los últimos días empezó a desplegarse
mientras empujaba. Lento al principio y luego más rápido cuando sus gemidos lo empujó. La
presión golpeó en la base de su espina dorsal como un martillo. Insistente. Exigente. Duro.
Sesenta segundos podrían haber sido ambiciosos, para ambos. El único bálsamo para su orgullo era
que gritó primero.

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Àriel x

Cuando Eoin rodó por encima de ella, la llevó con él, metiéndola en su costado. Tardó unos minutos
en respirar para encontrar de nuevo los pulmones de Margaret antes de que pudiera hablar.

Apoyando la barbilla en su pecho, lo miró fijamente:- ¿Mejor ahora?

Alzó una ceja:- Cariño, si pensáis que esto bastó para hacerme sentir mejor, estás equivocada. Eso
apenas me sirvió de nada -su mano deslizó sobre su trasero desnudo, presionándola más cerca de su
pierna.

¡Su pierna! Se levantó de un salto:- ¡Vuestra rodilla! Me olvidé de vuestra rodilla. Oh Dios, ¿os
dolió?

Su boca se arqueó:- Puedo aseguraros que lo último en lo que estaba pensando era en mi rodilla.
Pero está bien -hizo una pausa, nivelando su mirada sobre la suya-. La poción de Helen funcionó su
magia.

Se sonrojó, dándose cuenta de lo que estaba haciendo:- Lo siento, pero era la única forma en la que
podía pensar para evitar que me detuvierais.

-¿Drogándome?

Se encogió de hombros:- Sabía que no me decíais todo, lo que no eráis, y yo sabía que no tenía
mucho tiempo. Era sólo un poco más de lo que se suponía que teníais que tomar -cuando pareció
que su temperamento podría volverse a llamar, añadió-. Además, no es como si estuvierais siendo
racional sobre el asunto.

-Bajo un buen motivo, maldita sea -le tomó la barbilla, inclinando su rostro hacia la luz de una de
las lámparas de aceite-. Lo mataré.

-No haréis tal cosa. Es mi padre, Eoin. No estoy excusándolo. Bueno, tal vez lo haga, pero no está
exactamente en el mejor estado de ánimo. No ha comido en días, dando toda su comida a sus
hombres y Eachann. Llegué demasiado fuerte, diciéndole lo que no quería oír, y él sin pensar.
Estaba más en el camino que en cualquier otra cosa.

-Eso no es excusa.

-No, no lo es -admitió-. Pero se sentía tan culpable por ello que eso me ayudó a convencerlo de que
sólo había una manera. Eachann también ayudó. Realmente ama al chico, Eoin. No podía soportar
pensar en él sufriendo.

-¿Qué hará?

-Irse a Irlanda o a la Isla de Man, sospecho. Inglaterra está fuera de la cuestión por un tiempo.
Eduardo no estará contento de haber renunciado uno de sus castillos más importantes -hizo una
pausa, vacilante al abordar el tema, pero sabía que debía hacerlo-. Quiere llevar a Eachann con él.

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Mónica McCarty Asalto
Àriel x
Todo su cuerpo se puso rígido:- Sobre mi cadáver.

No pensó que fuera sabio decir que eso era exactamente lo que su padre había propuesto.

Pero entonces un rayo de pánico saltó en su pecho ante lo que quería decir:- Y será sobre el mío
antes de que os deje alejarlo de mí.

Él alzó una ceja, pero no estaba siendo dramática, lo decía en serio.

Sin embargo, la emisión de amenazas no iba a ayudar a nada. Necesitaba razonar con él:- No podéis
simplemente llevarlo lejos; Ni siquiera os conoce, Eoin.

-Lo sé, y tengo la intención de cambiar eso. Pero no tengo la intención de alejarlo de vos.

Se quedó sin aliento:- ¿Y nuestros caminos separados?

Su mirada se deslizó sobre su cuerpo desnudo y las sábanas se torcieron en el fondo de la cama:-
Eso no funcionó muy bien, ¿verdad?

Apenas podía respirar:- ¿Qué estáis diciendo?

-Estoy diciendo que me gustaría que volvierais a Kerrera conmigo y con nuestro hijo.

Kerrera. Se puso rígida ante la mención del lugar donde había experimentado tanta infelicidad.

-Esta vez será diferente, Margaret -dijo, sintiendo su reacción-. Estaré con vos. Por un tiempo al
menos. El rey me ha dado permiso hasta que mi rodilla sea sanada. Pero incluso después de eso no
será como la última vez. Podré volver a vos, a ambos, más frecuentemente. El final se acerca.

Ella hizo una pausa, no queriendo preguntar, pero sabiendo que tenía que hacerlo:- ¿Esto significa
que me habéis perdonado?

Él asintió, pasando el pulgar sobre su pómulo como si fuera la porcelana más rara:- Sí, ambos
cometimos errores. No podemos volver hacia atrás, pero podemos intentar seguir adelante.

Margaret no lo podía creer: la había perdonado. Dejó de lado el malestar y la ansiedad provocados
por la idea de regresar al lugar que había huido de todos aquellos años atrás. Era su hogar, y si
quería ser parte de su vida -para darle a su matrimonio otra oportunidad- también tendría que
convertirlo en su hogar. Por el bien de Eachann, así como el suyo propio, asintió.

La sonrisa que le dio le rompió el corazón:- Entonces está resuelto -la levantó encima de él-. Pero
otras cuentas no lo han sido -una mano serpenteó alrededor de la parte posterior de su cuello y la
otra alrededor de su trasero para atraerla-. Esta vez vais a ayudarme a sentirme mejor lentamente.
Muy, muy lentamente. Y va a llevar mucho tiempo.

Así hicieron.

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Capítulo 23
A mediodía, el castillo de Dumfries pertenecía a Bruce, su padre se había tragado su orgullo el
tiempo suficiente para expresar las palabras sometidas a la autoridad del "rey" Robert, y Margaret
se había despedido de él bajo el fulminante resplandor de su marido, que a pesar de sus súplicas que
no hizo ningún esfuerzo para ocultar sus sentimientos hacia el hombre que la había golpeado menos
aparente.

Con Dugald MacDowell vencido, el rey y sus hombres estaban celebrando la victoria sobre la
última de la resistencia escocesa con una fiesta en el Gran Salón del castillo que sería destruido
mañana. Dumfries -como todas las otras fortalezas que Bruce había retirado de los ingleses- sería
destruido para evitar que el enemigo lo obtuviese nuevamente.

Dadas las circunstancias, Margaret no tenía ganas de celebrar y decidió quedarse en la habitación
que había reservado para ella y para Eachann.

Aunque el día podía ser contado como un gran éxito para Bruce y había procedido tan bien como se
podía esperar, había sido un día difícil para ella. No sólo el antagonismo virulento de su padre al oír
que pretendía quedarse con su marido era difícil de soportar, también estaba la reacción con
Eachann.

Una reacción que no había mostrado signos de disminución. Incluso después de una comida
abundante de sus favoritos -incluyendo el cordero de las propias tiendas del rey y las ciruelas
azucaradas adquiridas por Eoin como por arte de magia- y un baño caliente, el muchacho todavía
estaba cerca de las lágrimas y, al meterlo en la cama, seguía con las preguntas que había estado
haciendo desde que había salido del castillo con su padre.

-Pero ¿por qué tenemos que ir con él? ¿Por qué no podemos ir con el abuelo a la Isla de Man o
volver a Inglaterra con Sir John? ¿Creía que queríais casarte con él?

-Lo quería -trató de explicar, temiendo que no lo estuviera haciendo mejor de lo que había hecho en
la nota que había escrito a Sir John. Esperaba que lo hubiera entendido-. Pero entonces pensaba que
vuestro padre había muerto. Él es mi esposo, Eachann, e incluso si lo deseara -lo cual no- no puedo
casarme con nadie más.

El rostro que se parecía tanto a Eoin estaba enormemente enfadado:- Ojalá estuviera muerto. ¡Es un
bastardo traidor y lo odio!

Aparentemente había aprendido a pronunciar la palabra correctamente. Margaret no quería ser dura
con su hijo después de todo lo que había pasado, pero sabía que no podía permitir que estos
sentimientos se apoderaran. Su expresión se endureció, impartiendo la seriedad de lo que estaba a
punto de decir.

-Sé que estáis confundido y trastornado, pero desear la muerte de alguien es un asunto grave.
Vuestro abuelo se equivocó al hablar de vuestro padre así, y yo me equivoqué al permitirlo. Vuestro
padre nunca ha sido un traidor. Siempre ha luchado por lo que creía, incluso si vuestro abuelo no
estaba de acuerdo con él. Me avergüenza pensar que condenaríais a un hombre sin darle una
oportunidad.

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La cara que la miraba estaba tan pálida como la almohada detrás de él. Parpadeó, sus ojos redondos
y azul oscuro se llenaron de lágrimas:- Pero ¿por qué me quiere ahora, cuando no lo hizo antes?

Margaret jadeó horrorizada:- ¿Quién os dijo eso? -como si tuviera que preguntarlo. Su boca cayó en
una línea plana-. Vuestro abuelo estaba equivocado. Vuestro padre os ama mucho. Se quedó lejos
porque estaba enfadado conmigo, por algo que yo hice -sus ojos se abrieron de par en par-. Vuestro
padre confió en mí con algo, y lo traicioné diciéndoselo a alguien que no debía. Muchos hombres
murieron y vuestro padre estuvo a punto de morir por eso. No sabía nada de vos. Si lo hubiese
hecho, nada le hubiera impedido estar sin vos.

Parecía aceptar lo que decía, pero como siempre entendía más de lo que pretendía. Su expresión se
volvió grave:- Si lo hicisteis, ¿por qué os quiere de vuelta?

No estaba segura de que lo hiciera, pero el chico estaba bastante confundido:- Porque vuestro padre
es un hombre justo, Eachann, y me está dando otra oportunidad. Espero que hagáis lo mismo por él.

Lo consideró por un momento y asintió. Margaret lanzó un suspiro de alivio, sonriendo ante la
pequeña victoria, y se inclinó para presionar un beso en su frente. Sin embargo, antes de que
pudiera desearle una buena noche, preguntó:

-¿Qué es una puta?

La sonrisa cayó de su rostro:- ¿Dónde oísteis esa palabra?

Se ruborizó incómodo, pareciendo darse cuenta de que había dicho algo que no debía:- De uno de
los hombres del abuelo.

-¿Qué dijo?

Miró a sus pies bajo los revestimientos de la cama:- Nada.

-Está bien, cariño -dijo suavemente-. No haréis daño a mis sentimientos.

-Dijo que no eráis más leal que una puta que cobra medio penique -hizo una pausa-. No es una
palabra muy agradable, ¿verdad?

Sacudió su cabeza:- No, no lo es. Pero está equivocado, Eachann. Amo a vuestro abuelo y siempre
seré su hija, pero mi lealtad pertenece a vuestro padre, desde que me casé con él, como ahora vos
se la debéis a él –las divididas habían interferido en su matrimonio antes. No dejaría que pasara otra
vez-. ¿Lo entendéis?

Asintió solemnemente.

Sonrió:- Bien, entonces intentad dormir un poco. Tenemos un largo día por delante.

Presionó otro beso en su frente y cerró la puerta del pequeño cuartucho que se encontraba junto a su
dormitorio detrás de ella.

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Se sobresaltó ante la figura oscura que se alzaba en el dormitorio, relajándose cuando reconoció a
Eoin. ¿Algún día se acostumbraría a su tamaño? En voz baja para que Eachann no oyera, preguntó:

-¿Cuánto tiempo lleváis ahí parado?

-Bastante". -Sus puños estaban fuertemente apretados-. Debería haber matado al bastardo. ¿Cómo
pudo decirle a mi hijo que no lo quería?

Margaret no lo sabía; Ni haría ninguna excusa:- Eachann sabe la verdad ahora. Eso es lo importante.

Pero Eoin no sería tan fácilmente pacificado:- Vuestro padre lo ha envenenado contra mí. ¡Dios
sabe qué otras mentiras le habrá contado!

Margaret no quería pensarlo:- Eachann verá que son mentiras. Sólo dadle tiempo.

-He perdido demasiado tiempo -podía oír la emoción en su voz mientras pasaba sus dedos por su
cabello-. Tiene cinco años, Maggie. Cinco.

Margaret miró la devastación en su rostro y supo que tenía que hacer algo:- Lloró horriblemente
cuando era un niño, y siempre en medio de la noche. No dormí en casi un año. Gritaba tanto que me
dolían los oídos y pensé que me volvería loca.

Eoin frunció el ceño, claramente sorprendido:- ¿De verdad?

Asintió:- Sí, fue horrible. Pero no tanto como todos esos paños sucios -el ceño fruncido se convirtió
en disgusto.

-¿Paños?

-Sí –se estremeció-. Era increíble que ese olor desagradable pudiera venir de una pequeña criatura.

Su boca se retorció con diversión:- Eso es asqueroso.

-No es tan repugnante como limpiarlo cuando la niñera no estaba cerca, os lo aseguro.

Él sostuvo su mirada, una sonrisa torcida curvando su boca:- Estáis tratando de hacerme sentir
mejor.

Su boca se arqueó:- Tal vez un poco. Pero sólo estoy señalando que no todo fue arrullos y pringues,
y caras de bebé lindo. Había un montón de días que tenía ganas tirarme de los pelos. Y estoy segura
de que habrá mucho más para vos.

-Gracias. Creo.

Se rio, y luego preguntó:- ¿Queríais algo? Por los sonidos de abajo, la celebración apenas acaba de
comenzar.

-Así es, pero quería asegurarme de que ambos tuvierais todo lo que necesitabais.

Sonrió:- Estamos bien, Eoin. No es necesario que nos reviséis. Disfrutad de vuestra celebración. Sé

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que debíais de estar esperando esto por mucho tiempo.

Teniendo en cuenta lo que había sucedido años atrás, no le reprocharía su victoria, aunque fuera a
expensas de su padre y de sus miembros. Pero, ¿qué sería del clan de MacDowell, una vez orgulloso
y antiguo? Eoin tenía su lealtad indivisa, pero eso no significaba que dejara de amar a su familia.

Se acercó más a ella, y no pudo evitar que la aceleración de sus latidos de corazón o su aliento se
acelerara.

La pasión que habían compartido anoche sólo intensificó la reacción de su cuerpo ante él. Cada
terminación nerviosa parecía encenderse con conciencia y anticipación.

Se había olvidado de todo. Olvidó lo bueno que había entre ellos. Olvidó cómo se sentía
experimentar el tipo de placer que había y no dejarlo ir. Olvidó cómo era sentir su peso encima de
ella, cómo tenerlo dentro de ella, llenándola. Y, sobre todo, había olvidado cómo se sentía
alcanzando un millón de pedazos diminutos de dicha.

Seis años de abstinencia no estarían saciados por una noche. Primero Tristán, y luego, cuando se
había cansado de esperar que su duelo terminara, sir John, había tratado de hacer su relación íntima,
pero se había sentido mal, de alguna manera desleal incluso para un marido que creía muerto.
Irónico, dado que...

Trató de alejar el pensamiento que se había alojado en su cabeza la noche anterior, cuando se dio
cuenta de la diferencia en el amor de su marido. Hizo el amor como un hombre, un hombre
experimentado. Con toda la confianza y finura de alguien que sabía exactamente cómo traer placer a
una mujer.
Tenía el pecho apretado. No tenía derecho a esperar seis años de abstinencia de él, pero verse
confrontada con la prueba la hería.

La miró fijamente:- He estado esperando este día por mucho tiempo, pero extrañamente no tengo
ganas de celebrarlo -sonrió un poco tortuoso para alguien normalmente tan serio-. Por lo menos, no
con los hombres de ahí abajo.

La mirada que recorrió su cuerpo no le dejó duda de lo que quería decir. Pero Margaret estaba
decidida a no volver a caer en la trampa de la pasión. Quería estar cerca de él, no sólo físicamente, y
sentía que había algo en los guerreros con los que estaba, era importante.

Ella dio un paso atrás:- Contadme sobre ellos.

Frunció el ceño:- ¿Quiénes?

-Los hombres con los que siempre estáis. Ewen Lamont, Magnus MacKay... -estaba a punto de
decir el guapo hombre con el que MacKay estaba siempre, pero luego se dio cuenta de que no era
exactamente descriptivo, ya que habría tenido que ser ciega para no darse cuenta de que sus amigos
eran bastante guapos –todos-. El guerrero de cabello oscuro con el que siempre está, Robbie Boyd y
los tres asustadizos habitantes de la Isla -quizás habían uno o dos más, pero sólo se acordaba de
esos.

Si no hubiera estado observándolo de cerca, habría perdido la sorpresa que cruzaba su mirada antes
de que la máscara en blanco se le cayera sobre su rostro. Está escondiendo algo.

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-¿Qué queréis saber?

Se encogió de hombros:- No lo sé, parecéis inusualmente cercanos, eso es todo. Es extraño ver a
hombres de diferentes clanes luchando juntos en lugar de con los suyos -frunció el ceño; La
mayoría de los hombres de la comitiva de Robert deBruce eran bien conocidos: Douglas,
Randolph, Eduardo de Bruce, James Steward, Robert Keith, Neil Campbell, Alexander Lindsay,
David Barclay y Hugh de Ross-. ¿Sois parte del séquito del rey?

-No exactamente, aunque a menudo lucho con ellos -cerró la distancia entre ellos, no por casualidad
sospechaba ella, apoyándola en el mueble más dominante de la pequeña habitación: la cama-. ¿Por
qué tenéis tanta curiosidad por ellos, Maggie? -su voz era ronca mientras rozaba la parte posterior
de su dedo sobre la curva de su mejilla. Cuando la dejó caer sobre su garganta, sobre su pulso hasta
la curva de sus pechos, y se inclinó más cerca, su aliento se aceleró-. ¿Tengo motivos para estar
celoso?

El calor rugió por sus mejillas:- ¡Por supuesto que no!

-Bien. De todos modos, todos están felices.

-No quería...

Él cortó su protesta con un beso. Un beso largo, lento, completamente distrayente.

Aunque sospechaba que era intencional, decidió dejar que se saliera con la suya. Tenía que ser
paciente. Quería saber de él, de lo que hacía, pero compartir y confiar no llegaría de la noche a la
mañana. Y mientras tanto...
Era muy bueno distrayendo.

***

Los músculos de la nuca se tensaron con el sonido de la risa. Eoin tuvo que obligarse a no volverse
de nuevo. Sabía lo que iba a ver.

Maldito infierno, pensó, con una cantidad de irritación insignificante. Tal vez deberían haber ido a
Kerrera después de todo. Cuando Halcón se ofreció a llevarlos a Gylen en su camino a la isla de la
cuchara para ver a su propia familia, Eoin había saltado en la oportunidad de evitar la fatiga de
viajar por tierra y largos días en la silla de montar-especialmente con su dolor de rodilla. En barco,
el viaje que podría tomar semanas dependiendo de las carreteras sería sólo cuestión de días. A pesar
de que las carreteras marítimas entre Dumfries y la costa de Argyll podían ser peligrosas -y Eoin no
se habría enfrentado por su cuenta- con el mejor marinero de un reino de gente de mar al timón,
Eoin confiaba en poder superar cualquier problema.

MacSorley le había salvado más veces de las que podía contar, y Eoin confiaba en el impetuoso jefe
de las Highlands del Oeste no solo con su vida, sino también con la de esposa y su hijo. ¿Pero por
qué demonios tenía que ser tan condenadamente simpático?

MacSorley era gracioso, podía encantar el hábito de una monja, y nunca tomar nada demasiado en
serio. En resumen, él era todo lo que Eoin no era. Era por eso que miraba a su hijo -el hijo que
apenas le había dicho tres palabras-, colgado de cada palabra de su amigo, cautivado por el gran

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Gall-Gaedhil (que parecía más Vikingo que Gael).

Margaret no ayudaba. Se reía de las bromas de Halcón tanto como el muchacho, maldita sea.
¿Por qué estaba sorprendido? Halcón y Margaret eran dos caras de la misma moneda. Frunció el
ceño. Al menos lo eran. Cuando conoció a Halcón, Eoin había sido golpeado por sus personalidades
similares. Pero Margaret había cambiado, se dio cuenta. Ya no entraba en la habitación con la
impetuosa y arrogante confianza de cuando un pirata se apoderaba de un barco. No decía cosas
extravagantes ni hacía bromas irreverentes. Y se vestía tan bien como cualquier mujer noble inglesa,
con sus atrevidas y dramáticas cerraduras escondidas cuidadosamente y modestamente detrás de un
velo, aunque estaba teniendo un diablo de tiempo con el viento. Sonrió, mirándola luchar para
domar las hebras rojas que azotaban salvajemente alrededor de su cabeza.

Era mucho más tranquila y reservada, y aunque su belleza siempre la hacía destacar, ya no se paraba
como un pavo real en un rebaño de cornamentas. Era la clase de nobleza noble que haría a cualquier
hombre orgulloso. ¿Qué era exactamente lo que había querido, no?

Volviéndose, vio su rostro centelleando de risa, y lo golpeó en el pecho con la fuerza de un taber.
Era un idiota. Se había sentido atraído por ella precisamente porque era muy diferente, porque era
muy especial. Había sacado un lado de él que nadie había visto antes. Se había sentido más ligero
cuando estaba con ella. Más feliz. El mundo no parecía tan duro y no todo tan horrible. Su vida se
había sentido más amplia que el estrecho campo de batalla.

No era de extrañar que hubiera sido tan infeliz con Kerrera. La había obligado a entrar en un molde
convencional y le había hecho sentir que no era lo suficientemente buena para él. Pero había sido
perfecta.

Quería a la chica con la que se había casado. Quería que volviera a ser feliz. La quería traviesa y un
poco escandalosa. Quería ver su cabello caer por su espalda y su cabeza inclinarse sobre un caballo
mientras se divertía desinhibida por el campo. Quería que lo mirara como si no pudiera esperar a
estar en la cama.

La forma en que se estaba riendo ahora le hacía pensar que no sería demasiado tarde. Pero tan
pronto como sus ojos se encontraron, pareció atraparse. La sonrisa de niña cayó de su rostro y su
risa parecía de repente más contenida.

La culpa apuñaló y juró que haría lo que pudiera para compensarla. Haced que vuestra familia esté
en orden -dijo el rey antes de marcharse. Eoin pretendía hacer precisamente eso.

Pero sería mucho más fácil si pudiera confiar en ella sobre su papel en el ejército de Bruce. Odiaba
mantenerla en la oscuridad, y si sus preguntas acerca de la Guardia eran una indicación, su
percepción iba a hacerla difícil.

Cuando la costa de Galloway desapareció en la niebla de la mañana, tomó su turno en los remos,
centrándose en el ritmo constante de la hoja que cortaba las olas, en lugar de los acontecimientos en
la parte trasera de la nave. Pero podía oírlos.

-Tengo un hijo de vuestra edad -sonó la voz profunda de MacSorley.

-¿Vos? -preguntó Eachann-. ¿Cuántos años tiene?

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-Tendrá cinco años después del verano.

-Yo ya tengo cinco años -dijo Eachann orgulloso-. Mi cumpleaños fue el Día de Todos los Santos.

El intestino de Eoin se contrajo. Ni siquiera lo sabía.

-Debería haberlo adivinado -dijo MacSorley, con una carcajada en la voz-. Sois mucho más grande
que Duncan.

-¿Lo soy? -Eachann no pudo ocultar su sorpresa-. Mi abuelo dijo que tenía que comer más o que
nunca crecería lo suficientemente grande y fuerte como para ser un guerrero.

-Podéis ser lo que quieras, Eachann -intervino Margaret firmemente-. No tenéis que ser tan alto
como el capitán para ser un guerrero, si eso es lo que queréis ser.

Por la manera en que Margaret se apresuró a responder, Eoin percibió que el tamaño del muchacho
era un punto sensible. ¿Era pequeño? Eoin no tenía mucha experiencia con niños de su edad, pero
supuso que podría serlo. Eachann estaba constituido como su hermano Donald. Donald era dos años
mayor que Eoin, pero Eoin había sido una cabeza más alta que él cuando tenían trece años. Donald
era delgado y rizado, al contrario que en el tono muscular como Eoin y su hermano mayor, Neil.
También le había molestado a Donald hasta que encontró fuerzas. Como MacSorley, su hermano
sobresalía en la navegación.

MacSorley debió haber recogido el punto dolorido también:- Vuestra madre tiene razón, muchacho.
De hecho, incluso conozco a una muchacha que puede girarme en mi trasero. Y ella lo ha hecho...
Más de una vez -gruñó.

-Debe ser una chica grande -dijo Eachann, claramente no estando seguro de si creerlo.

MacSorley se echó a reír:- Me temo que no. Se trata del tamaño de Peter -señaló al joven, que sólo
medía unos pocos centímetros sobre cinco pies.

-Ahora sé que estáis bromeando -dijo Eachann.

-Su nombre es Cate y está comprometida con un amigo mío -al menos estaban prometidos hasta
entonces -le hizo un gesto con la mano-. No importa. También pasa por ser la hija del rey.

-Pero la hija del rey está en un convento inglés -dijo Eachann.

-Creo que se refiere a la hija natural del rey -dijo Margaret.

-¿Queréis decir que es bastarda? -preguntó Eachann.

Eoin apretó la boca. No necesitó volverse para sentir la mirada del chico aterrizar en su espalda.
¡Maldito Dugald MacDowell, por todos los Infiernos!

-Eachann... -Margaret empezó.

Pero MacSorley sólo se rio:- Sí, supongo que sí. Pero yo no la llamaría así si fuera vos, u os pondrá
de espaldas.

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Eoin había oído hablar de cómo la prometida de Gregor MacGregor tenía la intención de haber sido
entrenada en la guerra y había logrado darle la vuelta al gran Vikingo, siempre listo y con una
broma mientras practicaba. Los otros guardias habían estado pinchando a MacSorley desde
entonces. Eoin habría dado un mes de salario por haberlo visto.

Cansado de mirar desde lejos mientras Halcón entretenía a su hijo, Eoin se alejó de los remos. Iba a
ver si Eachann quería ayudarlo con la navegación, cuando oyó a MacSorley preguntar:

-¿Queréis sujetar las cuerdas por un rato?

-¿Yo? ¿De verdad?

Eoin se recostó rápidamente ante la emoción de la voz de su hijo. Los mapas ásperos de la línea de
la costa y de una brújula del sol apenas podían competir con sostener los aparejos. No se dio cuenta
de que estaba frunciendo el ceño hasta que Margaret se sentó a su lado:- Vuestro amigo es divertido.
Me recuerda a alguien, aunque no puedo pensar quién.

Eoin escondió una sonrisa, preguntándose cuánto tiempo le llevaría a darse cuenta de que era ella
misma. Maggie bajó la voz.

-Eachann tiene miedo. No está intentando deliberadamente haceros daño. Simplemente no sabe qué
decir. Vuestro amigo MacSorley es más fácil, no hay nada en juego con él.

Cristo. ¿Era tan fácil de leer? No se molestó en negarlo:- Intenté hablar con él esta mañana antes de
que nos fuéramos, pero no pudo evitar salir rápidamente.

-¿De qué le hablásteis?

Se encogió de hombros:- Nada en concreto. Le pregunté si tenía un arma favorita con la que le
gustaba practicar y le dije que esperaba su entrenamiento cuando llegáramos a Kerrera -ella no dijo
nada-. ¿Dije algo malo?

Se mordió el labio como si debatiera algo. Al cabo de un minuto, llegó a una decisión. Su mirada
sostuvo un toque de desafío cuando dijo:- No creo que a Eachann le interese mucho la guerra.

Sus palabras lo sorprendieron:- Creía que a todo niño le interesaba la guerra. Yo no pensaba en otra
cosa.

Su boca se tensó casi imperceptiblemente:- No a Eachann.

Sintió una ligera actitud defensiva y adivinó que, como el tamaño del niño, el tema era sensible. No
fue difícil entender por qué. Dugald MacDowell sólo criaba guerreros. Pero, francamente, dado que
era todo lo que Eoin pensaba -al menos hasta que conoció a Margaret-, había supuesto que lo haría
también.

Pensó por un momento. -¿En qué está interesado?

-Libros. Lee todo lo que puede conseguir en sus manos. Le gusta construir cosas -Señaló hacia la
brújula-. Probablemente, esté interesado en eso. Le gusta saber cómo funcionan las cosas.

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El comienzo de una sonrisa alzó una esquina de su boca. Tal vez su hijo era como él de otras
maneras:- ¿El muchacho es inteligente?

Su boca se crispó:- Se podría decir que sí. Ya me está ganando en el ajedrez.

-Bueno, eso no quiere decir mucho

-¡Eoin! -le empujó el hombro-. Eso es grosero.

Él rio:- Tal vez, pero es verdad. La paciencia nunca ha sido vuesto fuerte, pero tenéis otros... Uh,
talentos.

La mirada significativa que le dio emitió un rubor que rugía por sus mejillas, pero le miró
remilgadamente.

-Sí, bueno, nunca habéis sido muy paciente tampoco cuando se trata de ciertas cosas.

Se rio de nuevo. Tenía razón. Todavía no era paciente cuando se trataba de ella. Tenían que
recuperar seis años para ponerse al día, y no podía esperar a volver a Kerrera para comenzar.
Sus risas habían llamado la atención de su hijo. Tan pronto como la mirada de Eoin encontró la
suya, el niño se volvió. Eoin suspiró, dándose cuenta de que iba a necesitar un poco de paciencia
cuando se trataba de su hijo.

Margaret estaba triste por tener que decir adiós a la gente de mar. No era sólo que le gustara Erik
MacSorley -lo que hacía (no había reído así desde hacía años)- también significaba que habían
llegado a su destino.

A medida que las laderas planas y verdes y las oscuras y rocosas costas de la Isla de Kerrera
llegaban a la vista, tenía que admitir que había sentido más de una punzada de aprensión y duda.

Pero cualquier preocupación de que estuviera haciendo lo correcto se había desvanecido cuando
recordó haber visto esas dos cabezas rubias oscuras dobladas por primera vez. Su garganta aún se
tensaba apenas pensando en ello.

Cuando habían dejado la pequeña isla de la costa de Irlanda donde habían pasado la noche, Eoin
había tomado su consejo y le había preguntado si quería aprender a navegar por la nave. Aunque
vacilante, su hijo demasiado curioso había sido incapaz de resistir la tentación del pedazo plano de
madera con las marcas curvadas dibujadas de la sombra del sol en un indicador vertical. Había
formulado docenas de preguntas, que Margaret rápidamente perdió interés, pero a las que Eoin no
pareció importarle. Tenía que admitir que era agradable tener a alguien más que respondiera a las
interminables preguntas de Eachann, centrándose cada vez más en los detalles más minuciosos, que
a veces gravaban la maternal paciencia de Margaret.

Casi podía ver la mente del niño trabajando mientras trataba de encontrar una manera de mejorar la
precisión del instrumento bruto. A Eachann le gustaba construir cosas. No fuertes y castillos de
barro y palos como los otros chicos, sino cosas útiles. Cosas que hacían las tareas más fáciles para
las personas. Nunca olvidaría cuando leyó sobre el gran horologe en la catedral de Canterbury que
sonaba el tiempo con las campanas. Usaba pesos más que agua, y antes de su fracasada boda el
chico había estado experimentando con la construcción de su propio cloque, la palabra gaélica para
campana. Había estado tan emocionado, que había hablado sin parar de ello durante días.

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Ahora era así. La diferencia esta vez era que tenía una audiencia igualmente intrigada. Su boca se
retorció con una sonrisa. Tal vez no una audiencia sino una cohorte entusiástica.

Eoin se sorprendió al oír que su hijo no parecía tener mucho interés en ser un guerrero, pero se
había recuperado más rápido de lo que esperó. Sorprendentemente, no parecía decepcionado. En
realidad, a medida que la conversación se intensificaba, el orgullo de Eoin en el niño se hizo
evidente. Estaba haciendo lo correcto. Su hijo necesitaba esto. Un padre que se sintiera orgulloso de
él -que lo entendía- no importaba lo que decidiera hacer valía cualquier riesgo para su corazón.

Animada por las primeras señales de suavizamiento en la actitud de su hijo hacia su padre, Margaret
se despidió del apuesto marinero con la sonrisa diabólica, que estaba ansiosa por volver a su esposa
e hijos, y mantuvo la mano de Eachann estrechamente mientras seguían a Eoin por el mar -la Puerta
de escaleras a la piedra cuadrada guardando del castillo de Gylen, donde se sentó encaramado en el
acantilado con vistas al mar-. Necesitaba todo ese aliento mientras miraba hacia arriba y vio a la
pareja esperando para saludarlos. El latido de su corazón se aceleró, y un temor familiar se extendió
sobre ella como un cuadrito empapado, el incómodo peso de ella arrastrándola hacia abajo.

Margaret sabía que Eoin había enviado una misiva a sus padres, informándoles de la existencia de
Eachann, pero no había tenido tiempo de informarles de su llegada. No albergaba ilusiones por su
propia cuenta. Es probable que los padres de Eoin no la recibieran con los brazos abiertos, pero por
el bien de Eachann, esperaba que ocultaran su desdén.

La idea de que su hijo pudiera pensar menos de ella era algo que no podía soportar.

Eoin estaba a unos cuantos pasos por delante, presumiblemente para darles a sus padres una
advertencia rápida, pero resultó innecesario. La mirada de lady Rignach pareció encontrar la suya al
instante. Debajo de la sorpresa, Margaret habría jurado que vio lo que parecía alivio antes de que
los ojos de la otra mujer se desplazaran hacia un lado. Su rostro perdió cada rastro de color, y podría
haber caído al suelo si su marido no la hubiera cogido por el brazo. El orgulloso jefe parecía casi tan
agitado cuando se dio cuenta de por qué su esposa casi se había desmayado.

Eachann no era un muchacho tímido, pero cuando las dos imponentes figuras lo miraron como si
fuera una extraña criatura de un zoológico, se acercó a ella. Los dedos de lady Rignach se acercaron
a sus labios. Los ojos oscuros que volvían a Eoin brillaban con lágrimas.

-Dios mío, se parece a vos. Había temido... -su voz se apagó.

Margaret se puso rígida, dándose cuenta de lo que había temido: que el chico no fuera suyo.

Pero unos instantes después, se preguntó si se habría equivocado. La mirada que la encontró ahora
no estaba llena de burla ni de animosidad, sino de gratitud.

-Gracias por traerlo aquí. Después de lo sucedido, temí que nada pudiera haceros volver.

Margaret habría pensado que lady Rignach lo consideraría una buena cosa, si no la hubiera mirado
con un alivio tan obvio.

Margaret no sabía qué decir, sintiéndose como si acabara de entrar en algún tipo de Faerie. Pero con
su mano perdiendo la sensación de ser apretado, tan apretado y el cuerpo pequeño presionando
contra su lado en peligro de darle moretones, sacudió la inquietud.

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-Eachann -replicó al muchacho-. Estos son vuestros abuelos, lady Rignach y Laird Gillemore, jefe
de los MacLean.

Eachann, muy serio, les dirigió una breve y formal reverencia, murmurando que se alegraba de
conocerlos. Lady Rignach miró al muchacho con tanto anhelo que Margaret pensó que podría
intentar empujarlo en sus brazos.

Al parecer, Eoin lo pensó también. Para salvar al niño de estar más abrumado de lo que ya estaba,
Eoin se paró frente a él.

-¿Deberíamos entrar? Ha sido un largo viaje, y todos estamos cansados.

-Por supuesto -dijo el laird-. Vuestra madre tiene algunas habitaciones preparadas.

-Habitación -dijo Eoin firmemente-. Mi esposa y yo compartiremos mi cámara, y mi hijo dormirá


en la antecámara -si había alguna duda sobre su lugar, no la hubo más. Incluso Margaret se
sorprendió por el tono que lo debaja tan claro.

Arqueó una ceja, pero su única respuesta fue un ceño fruncido, que asumió era su manera de decirle
que se comportara.

Tratando de no reír, siguió a Eoin y a sus padres al Gran Salón. No había cambiado mucho en los
años desde que había estado aquí por última vez. La habitación podría haber rivalizado con uno en
cualquier palacio real. Había finos tapices colgados en las paredes recién calcinadas, telas coloridas
que cubrían las filas de mesas de caballete y la mesa en el estrado elevado estaba adornada con
candelabros de plata y otros platos ricos.

Como era tarde y la comida del mediodía ya se había completado, el Salón estaba relativamente
tranquilo. No se les habían esperado, así que una fiesta no había sido preparada, pero lady Rignach
prometió que sería rectificada al día siguiente. Los clanes estarían deseosos de conocer al nieto del
laird. Su primer nieto, Margaret se dio cuenta. Al parecer, Marjory aún no había tenido un hijo.
Detectar el tema era doloroso, no haría más preguntas.

Desde que Eoin le había hablado de su hermana y de su hermano adoptivo, Fin había hecho la paz
con Bruce y ahora estaba sirviendo como el secuaz del laird. Él y Marjory vivirían en una nueva
torre que se agregaba al castillo, pero por ahora estaban residiendo en una casa en el pueblo.

Margaret admitió que había querido volverse cuando Eoin le había hablado de su presencia en la
isla la primera noche de su viaje, pero el orgullo se lo había impedido. No dejaría que Fin pudiera
con ella. Tal vez no estuviera tan convencida como Eoin de que Fin había cambiado, pero estaba
dispuesta a tratar de poner el pasado en el pasado.

Aunque estaba agradecida de no tener que hacerlo ahora mismo. Sólo había unos pocos miembros
del clan reunidos en el salón, y Fin no estaba entre ellos.

Sin pensarlo, Margaret casi se sentó en la mesa, justo debajo de la mesa, donde tan a menudo se
había sentado con Tilda (que se había casado y se había mudado hacía unos años). Pero Eoin la
atrajo hacia el lugar donde su madre esperaba en el estrado. Se sentó entre Eoin y Eachann mientras
se sentaban en el extremo del largo banco. Lady Rignach parecía como si estuviera contemplando

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acercarse a ellos, pero el laird la condujo al centro de la mesa.

Eoin y su padre llenaron la mayor parte de la conversación, mientras disfrutaban de una comida
ligera de aves asadas y carne de cordero, queso y pan. Eachann era muy tenue, aunque revivió un
poco cuando unas cuantas tartas y tortas fueron traídas para que lo probara.

Margaret se rio de sí misma cuando notó cómo él y Eoin escogieron la misma tarta de ciruela y el
pastel especiado, cuando levantó la vista y captó las lágrimas y también la mirada divertida de su
suegra. Claramente, lo había notado también, y por primera vez las dos mujeres que no podían ser
más diferentes compartieron un momento de comprensión.

Margaret no sabía qué pensar. Había esperado la cortesía de la orgullosa madre de Eoin, pero esto
parecía ser algo más. ¿Acaso no era ella la única que trataba de poner el pasado en el pasado?
Parecía que sí. Antes de retirarse a su habitación, lady Rignach apartó a Margaret.

-Os debo una disculpa -dijo la mujer mayor. Aunque habían pasado más de seis años desde que
Margaret la había visto, lady Rignach no había cambiado mucho. Seguía siendo una mujer atractiva,
aunque debía tener unos pocos años más. Margaret estaba demasiado desconcertada para responder.

>- Vos erais la esposa de mi hijo, y debería haberos hecho sentir bienvenida. Debería haberos hecho
sentir como si pudierais venir a mí con cualquier problema que tuvierais con Finlaeie -su rostro se
endureció con disgusto-. Yo sabía que algo estaba mal. Nunca debería haber dejado que Marjory se
casara con él, pero estaba tan segura de que la amaba -se estrechó como si hubiera dicho demasiado
y volvió a ver a Margaret-. Mi mayor pesar es que sintierais que vuestra única opción era marchar.
Yo... -su voz se redujo a un susurro-. Fui una tonta e hice caso a los chismes. Teníais razón, debí
haber confiado en el juicio de mi hijo -su mirada se dirigió hacia donde Eachann estaba con Eoin y
el anhelo allí era casi palpable-. Casi me costó mi hijo y a mi nieto.

Al parecer Eoin había hecho a su madre parcialmente responsable de la partida de Margaret. Ver a
la orgullosa dama humillada pudo haber sido una vez satisfactoria, pero la madre de Eoin no era la
única perseguida por el arrepentimiento. Margaret también había cometido errores. No había sabido
cómo relacionarse con la gran dama mejor que lady Rignach había sabido cómo relacionarse con la
chica salvaje y atrasada que había sido. Margaret había entrado sin prestar atención a las reglas o
costumbres. Había hecho lo que quería sin pensar en cómo eso reflejaría en su marido o su familia.

Dudaba que pudieran ser amigas, pero tal vez podrían aprender a aceptarse mutuamente. Además,
tenían dos personas importantes en común: Eoin y Eachann.

-Eso fue hace mucho tiempo -dijo Margaret-. Ambos hicimos cosas que lamentamos, pero como no
podemos cambiarlas, ¿podríamos intentar empezar de nuevo?

-Me encantaría -dijo lady Rignach solemnemente-

-Madre -dijo Eoin con una nota inconfundible de advertencia en su voz-. ¿Hay algún problema? -
Margaret no se había dado cuenta de que había llegado detrás de ella. Para un hombre tan grande, se
movía como un gato. Era un poco desconcertante.

Antes de que lady Rignach pudiera responder, Margaret le puso la mano en el brazo con
tranquilidad.

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-Todo está bien -no necesitaba que la rescatara, aunque apreciaba el esfuerzo-. Le iba a preguntar a
vuestra madre si le gustaría ir conmigo y Eachann a Oban el lunes. Me gustaría que conociera a las
monjas del convento.

-Podría llevaros -dijo Eoin, quizás anticipando la objeción de su madre.

Pero lady Rignach no estaba dispuesta a objetar. Saltó en la oportunidad de estar con su nieto.

-Me honraría acompañaros.

Margaret asintió con la cabeza. Tenían un largo camino por recorrer, pero era un comienzo.

Se volvió hacia su marido y sintió que su corazón se apretaba de deseo. Un inicio. Ahora mismo era
todo lo que podía pedir.

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Capítulo 24

Margaret gimió, retorciéndose en su sueño. Su cuerpo se sentía tan pesado, tan lánguido. Jadeó,
arqueándose, en un delicioso parpadeo de sensación entre sus piernas. El largo círculo lento, un
empujón suave, y las caricias...

Sus ojos se abrieron. ¡Una lengua!

Los suaves rayos de sol se derramaron a través de las hendiduras de los estremecimientos,
permitiéndole distinguir la cabeza rubia oscura del hombre que la había sacado de su sueño.
No es que se quejara, especialmente cuando él...

Gimió nuevamente mientras su lengua empujaba profundamente dentro de ella. Tan profundo que
podía sentir el rasguño íntimo de su mandíbula contra ella. Y luego la estaba lamiendo de nuevo,
acariciando tiernamente, con avidez.

Se sentía tan bien...

Su cuerpo empezó a temblar. Sus pezones se tensaron bajo las sábanas -la había desnudado anoche-,
con la espalda arqueada y las caderas levantadas descaradamente hacia su beso íntimo. Los
remolinos calientes del placer corrieron a través de ella. Podía sentir las sensaciones creciendo...
Intensificándose.

-Oh Dios, voy a...

No se dio cuenta de que había gritado hasta que levantó la cabeza:- Privacidad,
¿recordáis?

No se atrevería a parar.

-¡Eoin! -lo miró con ganas de matarlo. A pesar de que estaba demasiado oscuro para que pudiera ver
su expresión, debió de adivinar su tono y empezó a reír.

-No queremos despertar a Eachann.

-Dormirá con cualquier cosa.

-Espero que tengáis razón porque voy a haceros gritar.

Él lo hizo. Sacándole el trasero, la levantó a su boca y la violó. Esos golpes largos y malvados...

La besó más fuerte, chupando y lamiendo hasta que pensó que se enfadaría de placer.

Y cuando la llevó hasta el límite, la sostuvo allí, forzando los espasmos más profundos, más lentos,
más duros. Ella sintió la roca de liberación a través de ella, y luego explotar.

Puso la almohada que Eoin le dio para amortiguar sus gritos. Y cuando terminó, se lo entregó.

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Iba a necesitarlo.

Eoin no se dio cuenta de lo que estaba haciendo de inmediato. No era exactamente lo que un
hombre esperaba de su esposa.

Cuando ella le entregó la almohada y lo tomó en su mano, se había divertido. Sus juegos en el
bosque después de casarse fueron hacía mucho tiempo. Una mano, incluso su mano, le traía placer,
no le iba a hacer perder el control suficiente para gritar.

Pero su sonrisa cayó cuando los labios salpicaban besos sobre su boca y la mandíbula empezó a
bajar por su pecho y su estómago.
No se detuvieron.

¿Que estaba haciendo?

Se puso rígido, sintiendo algo casi como alarma. La mano que lo agarraba había dejado de bombear
y su pene estaba golpeando.
Se detuvo cuando su boca estaba a centímetros de la punta palpitante y levantó la vista. Había
apenas suficiente luz que miraba a través de las sombras para que pudiera distinguir su sonrisa
traviesa, como un gato.

Sabía exactamente lo que estaba haciendo, y ella también.

Se estaba sujetando con tanta fuerza que no se dio cuenta de que sus manos estaban sujetando las
sábanas hasta que se rio.

-Creo que tal vez necesitéis esa almohada después de todo.

No podía hablar. Su boca estaba demasiado cerca y estaba tan condenadamente tenso con
anticipación que no sabía cuántas bromas podría tomar antes de que comenzara a suplicar. Antes de
agarrarle la nuca y mover su boca sobre él.

Chupadme...

Sólo el pensamiento de su cálida boca cerrándose sobre él hizo que su polla se sacudiera en su mano
y una gota de placer se filtrara por la punta. Lo lamió. Con un chasquido lento de la lengua lamió y
giró la capucha regordeta y sensible como si fuera una ciruela jugosa.

El placer le atravesó como una flecha. Casi salió de la maldita cama. Pero no era nada comparado
con la increíble sensación cuando su boca finalmente se envolvió alrededor de él, esos sensuales
labios carmesíes que se extendían para tomarlo. Más adentro.

Oh Dios. ¿Cuántas veces había imaginado esto? Pero nunca se acercaba a la realidad. Quería
empujar. Tenía que empujar. Su cuerpo temblaba cuando la sensación se enrollaba en la base de su
espina dorsal.

Cuando ya no podía soportar más la tortura de sus inocentes besos, le dijo qué hacer. Le dijo cómo

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sacar su semen con la lengua y su mano, y cómo chuparlo profundo y duro.

No necesitaba mucha instrucción. No le llevó mucho tiempo llevarlo al borde. Se habría retirado,
pero no lo dejó. Lo tomó profundamente en su garganta, persuadiendo la vena gruesa con su lengua,
y no pudo contener. Empezó a entrar en caliente, feroz, las ondas pulsantes que le arrancaron en un
rugido de placer tan intenso, que probablemente podría haber utilizado dos almohadas.
¿Cómo lo había sabido?

Eoin no se dejó terminar la pregunta que no tenía derecho a preguntar. Le había permitido pensar
que estaba muerto. No tenía derecho a esperar fidelidad de ella. Había estado prometida con otro
hombre, por el amor de Dios.

Nada bueno vendría de saberlo o preguntarlo. Sería mejor para ambos si borraran esos seis años de
memoria y nunca hablara de ello. Pero no iba a ser fácil. Los celos y la irracionalidad que siempre
había sido su debilidad en lo que se refería a su esposa no escuchaban la razón.

***

Margaret no debería tener quejas. Los primeros días en Gylen fueron mucho mejores de lo que
podría haber esperado. La cautela natural de Eachann se había aliviado un poco, y parecía que se
hacía a la idea de los nuevos abuelos, especialmente una abuela que no había ocultado que tenía
intención de consentirlo más allá de toda buena medida.

Ver a lady Rignach con Eachann mostró a Margaret un lado diferente de la formidable madre de
Eoin. Le dio a Margaret una idea de lo que debió haber sido con sus propios hijos. Debía de
haberlos amado ferozmente, protegiéndolos como una leona que hacía sus cachorros. Margaret
saliendo de la nada, lanzando la vida de su hijo en un tumulto, habría sido percibida como una
amenaza. Quizás no excusara toda su frialdad, pero explicaba algo de ello.

Con Eoin, Eachann seguía reservado - no tan cauteloso-, pero disminuyó considerablemente
después de que Eoin le mostrara su biblioteca personal y prometió hacer arreglos para que un tutor
lo instruyera hasta que estuviera listo para la escuela. La emoción del muchacho no tenía límites.
Incluso se había relajado lo suficiente como para unirse a algunos de los otros muchachos del patio
para entrenar un día.

La pared de animosidad y sospecha que había enfrentado a Margaret en Gylen la primera vez no
parecía tan espesa, aunque quedaban vestigios de ell. Algunos miembros del clan aún susurraban y
miraban fijamente, y había sutiles recuerdos de su estatus de hija de uno de los mayores enemigos
de Bruce. Una tela escocesa que había sido dejado tras de sí tejida de lana de Galloway de alguna
manera encontró su camino hasta la parte superior de su baúl. Uno de los guardias de "luchd-taighe"
del laird la miraba cada vez que se hablaba la palabra "traidor"; Y otro la miraba cada vez que se
mencionaba a John de Lorn y sus cohortes rebeldes. Al parecer, el jefe de MacDougall exiliado
había sido puesto a cargo de la flota inglesa y estaba haciendo difícil para Bruce obtener suministros
de Irlanda y Francia.

Su breve viaje a Oban con Lady Rignach y Eachann había ido tan bien como se podía esperar.
Después de la partida de Margaret, la madre de Eoin había aprendido la verdad de lo que había
estado haciendo allí y había hecho un regalo sustancial al convento que- convenientemente- había
sido utilizado para establecer una escuela para los niños en el pueblo. Como disculpas, fue una

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satisfactoria.

El momento más difícil hasta ahora había sido cuando Margaret se había visto obligada a confrontar
a Fin en la fiesta. Como era marido de Marjory, difícilmente podía evitarlo. Pero después de un
saludo incómodo, la hermana de Eoin y su marido habían mantenido su distancia. Margaret sabía
que tenía que agradecer a Eoin por eso.

La rodilla de Eoin había mejorado lo suficiente como para caminar sin la muleta que Magnus había
hecho para él, y había prometido llevarla a caballo por la isla pronto.

Aunque había estado encerrado con su padre y sus hombres durante la mayor parte de los días, las
noches le habían pertenecido. Como siempre, su pasión era explosiva. Hicieron el amor feroz y
tiernamente, con una intimidad de la que nunca había soñado.

Era casi perfecto. Pero no podía escapar de la sensación de que algo lo estaba molestando. A la
cuarta mañana de su llegada a Gylen tenía que saberlo. Como siempre, Eoin se levantó temprano,
antes de que la luz del amanecer fuera lo suficientemente fuerte para iluminar completamente la
cámara. Ya había colocado su túnica y acababa de atar los calzones de su cintura cuando hablaba.

-¿Hice algo malo?

Se volvió hacia ella con sorpresa:- Por supuesto que no. ¿Por qué preguntáis?

Colocó la sábana sobre su pecho y se levantó para apoyarse en la cabecera de madera tallada.

-Parece que algo os está molestando -hizo una pausa-. Ha sido así desde la primera noche que
llegamos -pensó por un momento, la repentina comprensión de lo que podría ser le iluminó-. Desde
que yo... -su voz se dejó caer con vergüenza-. ¿Hice algo que no os gustó?

Se sentó en el borde de la cama, poniendo el sporran que había recogido para atar a su cinturón en
la cama a su lado. Su mano encontró su mejilla.

-¿Estáis loca? Por supuesto que me gustó. ¿No podríais dudarlo por todos esos gritos, no?

Casi dejó que la sonrisa juvenil la detuviera. Se veía tan guapo y relajado, tan diferente del hombre
desagradable y enojado que había aparecido en la iglesia hacía cuatro semanas. Pero sabía que no lo
imaginaba.

-No lo hagái, Eoin. Por favor, no volváis a hacer esto. Si hay algo mal, decídmelo. No quiero que
haya secretos entre nosotros esta vez. ¿No lo veis? No puede funcionar de otra manera.

Retrocedió, su expresión se endureció:- Algunos secretos están mejor ocultos. La verdad no siempre
es una gran panacea. A veces la verdad puede lastimar. A veces es mejor no saberlo.

-¿Qué tiene esto que ver conmigo? No tengo secretos para vos...

-¿No? -estaba enfadado ahora, sus ojos duros y su boca blanca-. ¿Entonces debería preguntaros
cómo supisteis hacer eso? ¿Debería oír hablar de los hombres con los que habéis compartido la
cama? ¿Debo aprender todos los detalles salaces? ¿Será bueno para mí?

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Margaret contuvo el aliento, mirándolo conmocionada. Pensó que...

¡Querido señor! Lo que le molestaba era la misma cosa que había estado tratando de forzar de su
mente. Tal vez tenía razón: algunos secretos sólo podían doler.

Pero estaba equivocado acerca de ella:- Lo aprendí de Fin.

-¿Qué? –explotó-. ¿Por qué no me lo dijisteis? Por el amor de Dios, lo mataré, sea mi cuñado o no.

Lo agarró por el brazo antes de que pudiera saltar de la cama:- Simplemente quería decir que me
dijo que os gustaba. Me preguntó si eso era lo que yo le usé para convenceros de que os casarais
conmigo. Nunca le he hecho eso a otro hombre, Eoin.

Sostuvo su mirada durante un largo momento. Podía ver algo de la ira disminuyendo:- Os dejé
pensar que estaba muerto. Erais una mujer libre. No me debéis ninguna explicación.

-Tal vez no, pero tendréis una. A diferencia de mi primer matrimonio, estaba esperando hasta que
estuviera casada para compartir una cama con mi segundo marido. Si hubierais llegado un día más
tarde, quizás no hubiese podido decir esto, pero sólo hay un hombre con el que he tenido esa
intimidad, y ese sois vos.

Sus ojos sostuvieron los suyos:- No necesitáis decirme esto. No cambiaría nada si lo hubieráis
hecho. Lo odiaría, pero lo superaría.

Ella lo entendía muy bien:- Tal vez sí, pero es la verdad de todos modos. Mis recuerdos de vos eran
demasiado fuertes. Estaba casi asustada de intentarlo. Os había amado tanto -sonrió tristemente-.
Fue diferente para vos. Me odiabais.

Él frunció el ceño, y luego parecía entender lo que quería decir y sacudió la cabeza con ironía:- No
todo fue diferente. Además, a diferencia de vos, sabía que todavía estábamos casados.

Margaret no lo entendía:- ¿Pero rompisteis vuestros votos?

-Estaba tratando de decirte que no lo hice.

-¡Pero debéis haberlo hecho! -exclamó.

La miró como si estuviera loca:-¿Por qué?"

-Porque... -podía sentir sus mejillas enrojecer-. Porque sois muy diferente ahora.

Al principio no parecía entender lo que quería decir, pero luego sonrió:- Tuve mucha práctica.

Su corazón se hundió, como el color se lavó de su cara:- Pensé que dijisteis...

-No es ese tipo de práctica. El tipo de práctica que os enseñé -de repente, comprendió: había
pensado en ella mientras se tocaba-. Pensé en cómo quería tocaros, donde quería tocaros, en vívidos
detalles. Practiqué con vos una y otra vez durante seis años.

Su respiración se mantuvo, sin atreverse a esperar:- ¿Vos nunca... con otra mujer?

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Se encogió de hombros, casi como si se avergonzara de admitirlo:- Quería. Os odiaba, y me
enfurecía porque todavía os quisiera. Lo intenté una vez. Pero no llegó muy lejos.

Margaret no sabía qué decir. Estaba sorprendida, atónita, e innegablemente aliviada. Había estado
dispuesta a aceptar lo que debía, pero se alegraba de que no tuviera que hacerlo.

-Me alegro.

Le lanzó una mirada fulminante:- Fue humillante.

-¿No esperaréis que sienta lástima por vos?

Su boca se torció:- Bajo las circunstancias, tal vez no.

-¿Tenéis algún otro secreto que me queráis confiar? -lo en con broma, pero su rostro se extendió en
la máscara en blanco que odiaba. La máscara que la cerró.
Está escondiendo algo.

-¿Como qué?

Su mirada se posó en su brazo, donde pudo distinguir una sombra oscura bajo el delgado lienzo.

-¿Como lo que estáis escondiendo bajo esa camisa, y por qué no me dejáis veros sin luz?

Juró entre dientes y pasó los dedos por su cabello:- No es nada.

-Entonces, ¿por qué no me dejáis verlo? -no le respondió directamente. ¿Estaba avergonzado? ¿Era
eso de lo que se trataba?-. Es algo que hice hace un tiempo. Es una marca -sus cejas se juntaron.

-¿Os referís a un tatuaje? –asintió-. Fue algo que algunos amigos hicimos.

¿Era la alondra de un joven? ¿Algo que ahora deseaba no haber hecho? Bien, ¿qué había tatuado en
sí mismo? Su mente se llenó de todo tipo de posibilidades tontas.

-¿Puedo verlo?

Se quitó la camisa y jadeó, sin siquiera mirar el tatuaje. Buena gracia. Verlo en las sombras no era
nada como verlo en la luz. Sus ojos se agitaron ante la impresionante exhibición de músculos
abultados ante ella. Era tan grande. Fuerte.
Su torso... sus brazos...

Dios en el cielo, era hermoso. Quería pasar sus manos sobre cada centímetro de esos músculos
esculpidos, quería...

Se aclaró la garganta, claramente divertido, recordándole lo que se suponía que debía hacer. No era
que mirarle el brazo fuera ninguna dificultad. Había inclinado el brazo para mostrárselo, y la flexión
del músculo hizo que su aliento se acelerara y su cuerpo se calentara con una excitación
inconfundible.

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A decir verdad, apenas notó el león desenfrenado y las extrañas marcas de rayas que rodeaban su
brazo como un manguito. Sin embargo, notó las mismas palabras que estaban grabadas en su espada
-Opugnate acriter-, ya que estaban justo en el borde de la mayor protuberancia de músculo, cuyas
marcadas demarcaciones la fascinaban bastante.

-Seguid mirándome así, cariño, y Eachann va a recibir un tipo de educación muy diferente cuando
entre aquí dentro de unos minutos.

Se ruborizó:- ¿Qué significan esas palabras?

-Es latín. La traducción es luchar fieramente.

Pensó por un momento:- Es lo que hacéis en el campo de batalla.

Parecía sorprendido:- En cierta forma de hablar -se inclinó para besarle la nariz-. Ahora, si vuestra
curiosidad se ha apaciguado por el momento, debo irme -se levantó y buscó su sporran-. ¿Me dais
eso?

Lo cogió, sintiendo en su interior algún tipo de objeto pequeño y duro:- ¿Qué tenéis aquí?

-Nada -trató de arrebatárselo, pero ya estaba sacando el objeto.

Al darse cuenta de lo que era, la sostuvo en la palma de su mano y lo miró incrédula.

-Maldita sea, Maggie. ¿No podéis seguir alguna de mis reglas? Os dije que no espiaráis.

Ignoró la referencia a sus reglas ridículas (no podía honestamente haber pensado que realmente las
seguiría), sintiendo que su pecho se hinchaba de emoción mientras tomaba la pieza de ajedrez que
había robado todos esos años atrás desde el castillo de Stirling.

Sus ojos se encontraron con los suyos:- Todo este tiempo lo guardasteis.

Puede que la haya odiado, pero también la había amado. Siempre había mantenido una parte de
ella, un símbolo de su amor. Gruñó algo, claramente avergonzado por el sentimentalismo, y luego,
como en aceptación, se encogió de hombros y cavó algo más del sporran.

-Y esto. Lo leía cada vez que entraba en batalla.

Reconoció el pergamino arrugado como la nota que le había dejado. Echando un vistazo a la cruda
escritura y las palabras mal escritas, fue su turno de sentir vergüenza.

-Deberíais haber tirado eso -intentó reírse-. O tal vez era un recordatorio de la niña ignorante con la
que os casasteis por error y lo afortunado que erais por deshacerse de ella.

Su reacción fue instantánea y feroz. Él tomó su barbilla en su mano y volvió su cara a la suya.

-Era un recordatorio de que era un maldito idiota. Era un recordatorio de la chica que me había
amado tanto que había resistido el rumor, el chisme y las insinuaciones para aprender a escribir y a
leer, porque pensaba que me agradaría. Porque le hice pensar que no era lo suficientemente buena.
Pero me equivoqué, Maggie. Erais perfecta, tal como erais, y odio que os haya hecho creer que

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necesitabas cambiar por mí. Lectura, escritura, nada de eso importaba. Nunca fue lo importante.

Apartó la mirada, encogiéndose ante los recuerdos:- Era un pequeña pagana salvaje y atrasado. No
sé lo que visteis en mí.

Él forzó su mirada a la suya:- Erais fuerte y bella y divertida y extravagante y sensual como pecado,
y os amé desde el primer momento que os vi.

-¿Lo hicisteis?

Asintió:- Nunca he dejado de hacerlo. Dios sabe que hubiera sido más fácil si lo hubiera hecho,
pero estáis en mi corazón, Maggie, y ahí es donde os quedaréis.

-Yo también os amo.

Él sonrió y la besó tan tiernamente que sólo sabía que esta vez sería diferente.

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Capítulo 25

Con Neil sosteniendo el castillo de Tarbert para Bruce y Donald sirviendo como comandante de las
galeras del rey, su padre miraba cada vez más a su hijo menor como su tanaiste de facto. Tan pronto
como Eoin llegó a Gylen, fue acosado por una multitud de problemas que requerían su atención,
incluyendo el más grande, John of Lorn, ahora Jefe de MacDougall y posible Señor de Argyll, que
seguro como el diablo que lo engendró no era más que problemas.

Eoin estaba seguro de que no era el único que deseaba que Arthur Campbell no hubiera dejado a
Lorn ir después de la Batalla de Brander hacía cuatro años y medio. Campbell -o Guardián como
era conocido entre sus compañeros de la Guardia- se había enamorado de la hija de Lorn y lo había
dejado huir al exilio por ella. Eoin podía entender el conflicto quizás mejor que nadie (habiendo
esperado ver al padre de su propia esposa en el borde de su espada más de una vez), pero la
demostración de misericordia de Campbell había sido castigada muchas veces durante los últimos
años. Si Bruce lo atrapaba de nuevo, Lorn no tendría una segunda oportunidad.

-¿Cómo podéis estar seguro de que era él? -preguntó Fin al pescador que había venido a ellos con el
último informe. -¿Se identificaron?

Eoin trató de no mellar los dientes cuando su hermano adoptivo habló pero fracasó. Por el bien de
su hermana, Eoin había intentado perdonar a Fin por lo que le había hecho a Margaret, que parecía
tan condenadamente arrepentida y sincera en sus disculpas, pero las últimas revelaciones de
Margaret habían reavivado su ira. Eoin quería matarlo de nuevo, no sólo por tocarla, sino por
hablarle tan crudamente. Había estado teniendo un infierno de un tiempo manteniendo su genio bajo
control toda la mañana, mientras que se reunieron en la cámara del laird con los otros miembros de
la meinie de su padre.

-Yo sé que fue así -dijo el anciano obstinadamente, no dejando que Fin lo intimidara- lo cual, dado
el tamaño del secuaz, era una impresionante muestra de valor. Fin había añadido considerable
volumen -la mayor parte del músculo- a su alto marco y se había convertido en el más importante
espadachín del jefe-. Reconocí a uno de los hombres que se llevó mi captura.

-Pensé que dijisteis que todos llevaban el timón -explicó Fin, obviamente tratando de atrapar al
hombre en una mentira.

-Lo llevaban, pero tenía una cicatriz. El pescador dibujó una larga línea por su mejilla y por su
nariz-. Lo pude ver cuando levantó su visera mientras se alejaban.

Eoin le dio una mirada aguda a Fin y le hizo unas cuantas preguntas más antes de darle las gracias y
de enviarlo en su camino.

Aunque varios guerreros de sus padres, incluyendo a Fin, pensaron que debían esperar más
"pruebas" que los recuerdos de un viejo pescador, postulando que los hombres eran probablemente
irlandeses, el padre de Eoin insistió en enviarle noticias a Bruce. Si los hombres de Lorn hubieran
sido avistados tan lejos al norte, tan cerca de su antiguo bastión de Dunstaffnage, el rey querría
saberlo. Cuando se decidió que alguien debería ir al castillo de Dunstaffnage para ver si guardián
había oído algo, su padre pareció aliviado cuando Eoin se ofreció voluntariamente.

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Su padre era el único en la mesa que sabía que el guardián del antiguo bastión de Ma
cDougall -Arthur Campbell- era uno de los hermanos de Eoin en la Guardia de los Highlanders.
Juntos, Eoin y Campbell podrían enfrentar cualquier amenaza del hombre que alguna vez había sido
el más poderoso en el "Reino" de las Islas.

La reunión se acabó y los guerreros se fueron a ocuparse de sus deberes. Después de ofrecerse a
escribir la nota a Bruce, Eoin no se dio cuenta de que uno se había quedado hasta que habló.

-Iré con vos -dijo Fin.

Eoin miró hacia arriba, su expresión una máscara dura:- Eso no será necesario.

-Pero ¿qué hay de vuestra rodilla?

-Estoy tomando un esquife, no corriendo. Además, está casi curada.

-¡¿Eso significa que vais a coger una espada otra vez pronto?! -exclamó Fin con una sonrisa-. He
estado esperando nuestra revancha.

Eoin agarró la pluma hasta que sus dedos se pusieron blancos. La actitud de Fin de todo-está-bien
rayaba su temperamento.

-Lo tendréis -prometió Eoin sombríamente. La última vez se había retenido, pero esta vez había
molido a su amigo en la tierra.

-¿Qué demonios os pasa? ¿Tiene esto algo que ver con vuestra esposa? Me he mantenido alejado de
ella como me pedísteis. Pensé que habíamos pasado esto. Os dije que lo sentía. Estaba borracho. No
sabía lo que estaba haciendo.

-¿Y lo que dijisteis? -exclamó Eoin. Pero al ver la confusión de Fin y darse cuenta de que Margaret
no querría que hablara de esto, negó con la cabeza-. Solo dejdalo.

Fin permaneció allí un minuto mirándolo fijamente:- Lo haría, pero no creo que podáis. No lo
entiendo. Después de lo que hizo, ¿cómo podéis perdonarla? ¿Cómo podéis haberla traído aquí
cuando os traicionó?

Los dientes de Eoin volvieron a moler. Sabía que Fin sólo estaba expresando lo que muchos
pensaban. Había llevado a Eoin unos días para notar la sutil frialdad hacia su esposa por parte de los
hombres de sus clan. Los Highlanders tenían recuerdos largos y no olvidarían pronto que era un
MacDowell y que lo había dejado. Y como Fin, un miembro de la meinie de su padre sabía que lo
había traicionado en Loch Ryan.

-Lo mismo se podría decir de ti, y sin embargo aquí estáis.

Era su esposa, maldita sea. Y su mejor amigo había tratado de tener su camino con ella.

El rostro de Fin se enrojeció y algo brilló en sus ojos:- Obtuvo su venganza sin embargo, ¿no? No
estuvisteis aquí, casi perdí las bolas por ella.

-Las habríais perdido si hubiera estado aquí.

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Fin lo miró fijamente, su mandíbula apretada firmemente como si estuviera luchando para retener
algo.

-Os dije que estaba borracho.

¿Era una excusa? Tal vez no lo había perdonado tanto como había dicho. Eoin respiró hondo.
Aunque no le debía a su hermano adoptivo una explicación, le dio una.

-Fue más complicado de lo que me di cuenta. Margaret pensó que me estaba ayudando.

Fin no ocultó su incredulidad:- ¿Entonces confíais en ella otra vez?

Eoin no respondió. No tenía una respuesta:- Es mi esposa y la madre de mi hijo.

Fin se puso rígido, aunque Eoin no había querido decirlo como una ofensa. El reciente aborto de
Marjory después de años de no poder tener un hijo había sido desgarrador para todos ellos, pero Fin
lo había tomado más duro. Parecía ofenderse si incluso la palabra "niño" o "bebé" era mencionada,
como si hubiera alguna crítica implícita de él.

-Así que perdonar y olvidar, ¿es eso? Bueno, tened cuidado de que la muchacha no descubra algo y
os traicione de nuevo. ¿Qué le vais a contar de Campbell?

Los ojos de Eoin se estrecharon. Sabía que Fin era curioso acerca de su lugar en el ejército de Bruce
y todas las desapariciones que se negaba a explicar, pero ¿cuánto había adivinado? ¿Sospechaba lo
que él y Campbell hacían o era sólo una pregunta general?

-¿Qué queréis decir?

-Nada. Sólo sed cuidadoso. Su padre probablemente se ha unido a Lorn.

Al parecer, era sólo una advertencia general esta vez. Pero en otros, Eoin podía jurar que Fin
sospechaba la verdad.

Margaret no fue la única herida por Eoin manteniéndola en la oscuridad. También había afectado su
amistad con Fin. Tal vez tanto como Margaret se había interpuesto entre los hermanos de acogida,
la vida secreta de Eoin también lo había hecho.
Y eso era culpa suya.

Las palabras de Margaret, esta mañana, resonaron en su cabeza: No quiero que haya secretos entre
nosotros... No puede funcionar de otra manera.

Su conversación le había preocupado más de lo que él quería admitir. Sabía que tenía razón, pero
¿qué diablos iba a hacer al respecto? ¿Cómo iba a seguir manteniéndola en la oscuridad acerca de
su lugar en el ejército de Bruce? Los secretos los habían desgarrado hacía tantos años. ¿Estarían
destinados a repetir los mismos errores?

Maldito Bruce. ¿Cómo podía Eoin conseguir su matrimonio en orden si no podía decirle nada?
Todas las demás esposas sabían lo que hacían sus maridos. ¿No tenía ella derecho también? ¿Podría
guardar algo que fuera tan importante para él?

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Como antes, estaba en una posición insostenible. La diferencia era que esta vez sabía que no podía
funcionar. No podía irse por semanas y esperar que no hiciera preguntas. No podía esperar su
confianza, amor y lealtad y no darle nada a cambio.

¿Pero podía confiar en ella después de lo que había sucedido? Sorprendentemente, quería hacerlo.
Mirando hacia atrás, se dio cuenta de que, como él, había estado en una situación imposible. Le
había dado suficiente información para estar en peligro, pero no lo suficiente como para tomar la
decisión correcta. ¿Deseaba que no hubiera admitido su presencia a su amiga? Sin duda. Había sido
claro en sus instrucciones, pero no podía culparla por hacer lo que hizo, sus motivaciones habían
sido puras.

Si alguien tenía la culpa, era él. La había puesto en esa posición imposible por no decirle loo que
estaba haciendo allí. Pero su maldito primo le había dado escasas posibilidades.

-Dejad que me preocupe yo por mi esposa -dijo Eoin, la culpa tomando algo de la ventaja de sus
palabras. Fin había puesto una pared entre su amistad, pero Eoin había puesto la otra-. Además, no
puede exactamente la forma de contactar con su padre... si supiera dónde está.

Antes de que Fin pudiera responder, Eoin miró hacia la puerta y vio a Eachann observándolos.
¿Cuánto tiempo llevaba parado allí?

-Lo siento -dijo el muchacho-. El jefe -hasta ahora se había negado a llamarlo abuelo- dijo que la
reunión había terminado. Puedo volver luego si queréis jugar otra vez.

Maldita sea, ¡el juego! Eoin casi lo había olvidado:- No -dijo rápidamente, y probablemente
demasiado ansioso- hemos terminado aquí.

La misiva de Bruce podía esperar.

Fin asintió con la cabeza a Eoin y saludó a Eachann con una sonrisa y alegre saludo. Pero Eoin no
perdió el destello de dolor -¿y algo más?- que cruzó su rostro cuando vio por primera vez al niño de
pie allí.
Hubo un mome
nto incómodo de silencio después de que Fin se marchara, donde Eoin trató de averiguar qué decir.
No quería decir nada malo ni llegar demasiado fuerte. El muchacho estaba tan asustadizo como un
potro como él de preocupado.

No era el único. Maldito infierno, ¿cómo podría un niño de cinco años tenerlo tan atado?

El niño barajó los pies, y Eoin se dio cuenta de que estaba mirándolo. Se levantó y se dirigió al
aparador para ir a buscar el set.

-Vuestra madre dijo que erais un buen jugador -metió la tabla debajo del brazo y juntó los pedazos
en sus manos.Dijo que ya podéis vencerla.

Cuando Eachann no dijo nada de inmediato, Eoin se volvió para encontrarlo aparentemente
meditando sus palabras.

-Sí, pero... -dejó caer sus palabras-. Ella puede hacer más sumas que yo en su cabeza. Sólo puedo

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recordar cinco o seis. Puede hacer hasta diez.

Eoin sonrió. Su hijo tenía los ingredientes de un buen estadista. Bajó la tabla y empezó a colocar las
piezas.

-No creo que vuestra madre haya participado en el juego.

Eachann miró conspirativamente a su mirada, y la tentativa de sonrisa que le dio un momento


después hizo que el pecho de Eoin se apretara como si fuera aplastado por un tornillo.

-Es demasiado impaciente -dijo Eachann. Y...

-Siempre quiere ir al ataque -terminó Eoin por él.

La sonrisa tentativa Eachann se convirtió en una sonrisa, y Eoin sintió como si acabara de tragar un
rayo de sol.

-¿También mamá os hizo un set? -preguntó Eachann, recogiendo una de las piezas bellamente
talladas y pintadas.

-No, lo encontré... -Oban, terminó para sí mismo, como la verdad lo golpeó. Había visto el set en
una tienda de Oban unos seis meses después de que Margaret se fuera. Era el único de su clase,
había dicho el propietario. Un sacerdote la había llevado para trocar por algunos bienes.

Así se había marchado, se dio cuenta. Siempre se había preguntado cómo había encontrado el
dinero para irse tan rápido. Eoin cogió una de las piezas, viendo cada golpe cariñoso que había
puesto en ello, sintiendo que su garganta se apretaba.

-Sí -dijo bruscamente después de una larga pausa, notando que Eachann lo miraba con una mirada
de perplejidad en su rostro-. Lo hizo para mí.

Nunca había estado aquí para que se lo diera.

-¿Hay algo mal? -preguntó.

Eoin respiró profundamente y sacudió la cabeza, intentando despejar la emoción de sus pulmones y
de su garganta. Pero el pesar se quemó. Se preguntó si alguna vez se detendría.

-No, ahora... ¿estáis listo para mostrarme lo que tenéis? No os lo voy a poner fácil.

Un rostro que era tan grave como el suyo lo miró de nuevo:- Yo tampoco.

Eoin sonrió:- Bueno es saberlo. Supongo que me doy por advertido.

Después de una docena de movimientos, Eoin se dio cuenta de que era muy bueno, y sería mejor
que se concentrara si no quería ser derrotado por un niño de cinco años.

-Las sábanas se cambian los viernes y se lavan los sábados -dijo la sirvienta inútilmente-. Se
verificará si hay alguna tara y se arreglan.

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Margaret trató de reprimir su temperamento, pero ¿por qué cada petición, por pequeña que fuera, se
enfrentaba con resistencia?

Ella sonrió:- Sólo pensé que desde que noté una pequeña tara en la sábana, podría tomar prestado
algo del hilo que coincidiera e intentar hacerlo ahora.

-Hoy es miércoles -dijo la mujer obstinadamente.

Margaret apretó los dientes, su sonrisa vacilante:- Sí, soy consciente de eso.

-¿Hay algún problema?

Ambas mujeres saltaron un poco al oír la voz de Eoin detrás de ellas. Aparentemente se había
materializado en el pasillo de la nada. Ella le frunció el ceño por escabullirse, pero luego notó su
expresión. Poniéndole una mano en el brazo, le rogó silenciosamente que no interfiriera.

-No -dijo brillantemente, mirando a la sirvienta ruborizada-. No hay problema. Morag y yo


estábamos discutiendo el horario de la ropa.

Claramente Eoin quiso decir algo más, pero con un endurecimiento furioso de su boca se aferró a
sus deseos. Asintió con la cabeza, lo que Morag tomó como un despido, corriendo escaleras abajo
como si no pudiera escapar lo suficientemente rápido.

-Creo que la asustasteis -dijo Margaret con ironía.

-Bien -dijo con una mirada oscura por la escalera, donde Morag había desaparecido. Su mirada se
volvió hacia la suya-. Realmente fueron horribles con vos, ¿no?

No era tanto una pregunta, si no una afirmación.

Una media sonrisa volvió su boca:- Crecí con una piel gruesa. Fue más fácil una vez que me di
cuenta de que no me odiaban, odiaban que yo fuera un MacDowell.

-Erais mi esposa -dijo amargamente.

No había sido suficiente, entonces:- Es mejor ahora. Vuestra madre está haciendo un esfuerzo por
Eachann.

-Y por vos -hizo una pausa-. No estaba exactamente contento cuando supe que os habíais ido.
Cuando sugirió que tal vez era lo mejor, le hice saber en términos inequívocos lo equivocada que
estaba -sacudió la cabeza-. Cristo, lo siento, Maggie. No quería creerlo. Demonios, tal vez no pude
creerlo.

Sus cejas fruncidas:- No entiendo.

-Tenía tantas cosas que me tiraban hacia otro lado, ¿cómo podría haberos dejado? Necesitaba que
estuvierais en un lugar donde pensaba que estaríais a salvo.

Así podía concentrarse en lo que tenía que hacer. Extrañamente comprendió:- Ahora es diferente -

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dijo-. Eachann ayudará. Ambos necesitamos darles tiempo.

Parecía comprender que le estaba pidiendo que no interfiriera. Asintió, pero no parecía contento.

-Hablando de nuestro hijo -dijo-. Tenéis razón sobre su habilidad con un tablero de ajedrez. Es
notable para ser tan joven.

-¿Os derrotó también? -No pudo ocultar su alegría ante la perspectiva. Alzó una ceja:- Por supuesto
que no. Pero tuve que prestar atención.

-Que es más de lo que podéis decir que hacéis conmigo, ¿no es así?

Él le dirigió una sonrisa torcida que le habría dejado sin aliento, si no estuviera tan indignada:- No
he dicho eso.

Frunció el ceño:- Pero lo estabais pensando.

Se encogió de hombros y su sonrisa se ensanchó.

-Le gustaba mi juego de ajedrez. De hecho, dijo que se parecía al suyo -sacó algo de su sporran y se
lo entregó-. ¿Os resulta familiar?

Se quedó inmóvil, contemplando con asombro la figura pintada que le había dado. Era una pieza del
set en el que había trabajado tan duro para él hacía tantos años:- ¿Dónde lo conseguísteis?

-En la ciudad. Un sacerdote se lo había dado a un comerciante para venderlo. Pensé que era
magnífico. No puedo creer que hicierais esto, Maggie. La artesanía es extraordinaria -tomó la pieza
-el rey- y la sostuvo, retorciéndola en la mano-. Soy yo, ¿no?

Asintió.

Sacudió la cabeza:- Debería haber sabido que había una razón por la que la reina tenía pelo rojo.

Ella rio:- Quería asegurarme de que sabíais quién estaba a cargo.

La tomó en sus brazos:- ¿Estáis bien?

Asintió, y él le cubrió la boca con un largo beso antes de soltarla.

-Hmm. Tenemos que hablar sobre eso. Podéis demostrármelo esta noche. Pero primero hay alguien
que creo que estará deseoso de veros.

Margaret no podía pensar en nadie en Kerrera que estuviera ansioso por verla. Incluso cuando la
llevó a los establos y le dijo que esperara, no lo adivinó. Así que cuando sacó el gran semental
negro, sus rodillas se tambalearon y la sangre se deslizó sobre sus pies en absoluta conmoción.

-¿Dubh?

Al oír su voz, las orejas del caballo se alzaron. Se apresuró a arrojar sus brazos alrededor del animal
sobresaltado. Y murmuró palabras tranquilizadoras contra su sedoso pelo para calmarlo... y ella

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misma. Cuando finalmente levantó la cara para encontrarse con a divertida mirada de su marido,
sus ojos estaban húmedos:- ¿Lo mantuvisteis?
-En realidad, Fin lo hizo -eso no la sorprendió. Fin no había ocultado que quería el animal-. Lo
devolvió cuando volví.

-¿Queréis decir cuando los MacDougalls fueron derrotados, y cambió de lealtad a Bruce?

Él asintió, y Margaret dejó que el asunto descansara. No quería hablar de Fin ni de su oportunismo.
Estaba muy contenta de regresar con su caballo.

-¿Deberíamos estirar las piernas? -preguntó.

Ella dudó:- ¿Vuestra rodilla está lo suficientemente fuerte?

-Sois tan mala como Helen.

Ella arqueó una ceja:- ¿Eso es una respuesta?

Él puso los ojos en blanco:- Está bien. Os prometo que lo tomaré con calma -lo mantuvo así.

Fue una tarde perfecta. Cabalgaron hacia el extremo norte de la isla y se sentaron en un
afloramiento de roca por un tiempo viendo los barcos de pesca pasar en su camino hacia el mar. Por
primera vez, vio la hermosura de la isla. Cada vez que pasaban a alguien en el camino, Eoin hizo un
punto de detener y presentarla como su esposa. Con la mirada tierna en su ojo y la mano colocada
en su codo, se estaba asegurando de que no hubiese ninguna duda sobre su importancia para él.

Se estaban riendo mientras subían las escaleras a su cámara de la torre para cambiarse para la cena.
Margaret se burlaba de él sobre la rodilla súbitamente dolorida que era la culpa de su pérdida de la
carrera de regreso al castillo.

Fue Margaret quien abrió la puerta, y fue ella quien soltó un grito con lo que vio en la cama.

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Capítulo 26

La sangre de Eoin se había escurrido de su cara cuando había oído el grito de Margaret, pero se
convirtió en hielo cuando vio la razón por la cual había gritado

Su mandíbula se cerró con una furia invernal cuando rápidamente quitó el plaid -y el pájaro muerto
que había estado descansando en él- de la cámara. Pidió a uno de los sirvientes que se deshiciera de
ambos. Los interrogaría a todos más tarde, pero primero tenía que atender a su esposa.

Todavía estaba pálida cuando entró en la habitación. Fue al aparador y le sirvió una taza de whisky.

Entregándoselo, dijo:- Bebed esto.

No discutió e hizo lo que le ordenó. Fue recompensado con un rubor de color en sus mejillas.
Entregándole la copa, rio nerviosamente:- Por lo menos, no necesitamos adivinar para quién se
trataba.

Eoin apretó la boca con furia. No, no había ninguna duda. No había sido cualquier pájaro muerto,
había sido un cuervo muerto, el símbolo de los MacDowells.

-Voy a averiguar quién fue el responsable.

La amenaza en su voz debió de haberla preocupado. Puso una mano apaciguadora en su brazo, sus
ojos dorados abiertos de preocupación.

-Estoy segura de que no hay una amenaza real. Probablemente fue una mala idea de una broma o
una manera de animarme a volver a casa. Pero esta es mi casa, Eoin, y no dejaré que me intimiden
esta vez. Simplemente me asusté. No se hizo ningún daño real. Sólo conseguirías hacer las cosas
más difíciles.

-Por el amor de Dios, Maggie. ¿No podéis pensar que voy a ignorar esto? Llamadlo como querais,
pero alguien quería asustaros.

-Tal vez, pero no estoy tan asustada -una sonrisa torcida giró su linda boca-. Os conozco demasiado
bien para pensar que no haréis nada. Sólo os pido que no reaccionéis exageradamente. No me
ganaré amigos sometiendo a todo vuestro a una inquisición.

Su boca cayó en una lúgubre línea:- Sé por dónde empezar.

Era obvio a quién se refería:- Dudo que Fin hiciera algo tan descarado.

Él tampoco lo pensaba, pero nadie se había mostrado más descontento al saber del regreso de
Margaret. El incidente echó una nota pálida sobre el resto de la noche. Eoin le explicó a sus padres
lo que había sucedido, y parecían casi tan indignados como él -especialmente su madre, que señaló
lo fácil que podría haber sido que Eachann quien encontró el pájaro muerto. De hecho, parecía
haber tomado el "mensaje" personalmente, e insistió en interrogar a los sirvientes después de que

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hubiera terminado él.

Su padre mandó llamar a Fin y a sus otros guardias. Uno por uno, Eoin los interrogó, pero la
mayoría de los hombres de su padre, incluyendo a Fin, habían estado ausentes toda la tarde
patrullando los mares al norte y al oeste. No habían regresado hasta el primer plato de la comida.
El interrogatorio fue inútil. Nadie había visto nada.

Eoin vigilaba de cerca a Margaret y a Eachann (afortunadamente, el muchacho no era consciente de


lo que había sucedido) en los días siguientes, rara vez los dejaba solos, pero nada parecía estar mal.
Sin duda, el cobarde había sido alertado y volvió a su escondite.

Margaret tenía razón. Eoin dudaba de que fuera una amenaza real como algo que la hiciera sentir
incómoda, pero no se arriesgaría. Sabiendo que ya no podía retrasar su viaje a Dunstaffnage, estaba
debatiendo si llevarlos consigo, aunque ver de nuevo a Campbell volvería a provocarle más
preguntas a Margaret, cuando se solucionó ya el problema. Aunque no de una manera que lo haría
más fácil.

Respondiendo a una convocatoria de su padre que lo alejó de la formación, Eoin se sorprendió al


encontrar a Campbell esperándolo en la cámara. Aunque el estimado explorador era conocido por
sus instintos agudos, casi misteriosos, Eoin podía decir enseguida que no era una visita de vecinos.
Los miembros de la Guardia de los Highlanders habían perfeccionado la piedra en piedra, por lo
que la expresión de Campbell no reveló nada, pero Eoin percibió el nerviosismo de su amigo.

Para asegurar su privacidad, y que lo que tenían que decir no se oiría, el padre de Eoin puso un
guardia fuera de la puerta.

En cuanto se marchó, la expresión de Campbell se volvió grave:- Sé que se supone que estáis con
una excedencia, pero necesito vuestra ayuda.

-¿Tiene algo que ver con vuestro suegro?

-¿Cómo lo supisteis? -preguntó con sarcasmo seco.

Eoin le relató la historia del pescador. La mandíbula de Campbell se apretó con tanta fuerza que
Eoin se preguntó si estaba dudando de su decisión durante todos esos años.

-Eso seguro como el infierno suena como él. Hemos tenido algunos reportes de ataques 'piratas' en
las últimas semanas, así como informes de sus hombres en la zona exigiendo rentas de sus antiguos
inquilinos.

Eoin no se sorprendió. Cuando Bruce se había sido exiliado en el otoño de 1306, había financiado
su regreso para reclamar su reino enviando a Eoin, Lamont, Boyd y MacGregor en misiones
similares para cobrar los alquileres de sus inquilinos (o antiguos inquilinos según el rey Eduardo) en
Ayr. En el momento en que sus movimientos habían sido ayudados por Campbell, que había estado
actuando como un informante en el campo inglés, como ahora, confiaron en la información de una
fuente secreta en el castillo de Roxburgh al que llamaban simplemente como el fantasma.

-Por eso estoy aquí -explicó Campbell-. Necesitaba que me ayudarais a establecer una trampa para
ellos. Tenía un informe creíble de que los MacDougall se dirigían a Appin, la pequeña península
costera entre Loch Linnhe y Loch Creran, y quería estar allí esperando por ellos cuando lo hicieran.

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Los MacDougall tenían una pequeña fortaleza en un islote, justo al lado de la costa, en Loch
Linnhe, llamado Stalker, con muchos leales miembros del clan en la zona. A pesar de la victoria de
Bruce en Brander hacía algunos años, y el hecho de que había hecho de Dunstaffnage su cuartel real
en las Highlands, había todavía un montón de miembros de clanes en la zona que simpatizaban con
los antiguos señores de Argyll MacDougalls, que habían reinado sobre esta parte De Escocia como
reyes durante siglos. Antes de la guerra, los MacDougall habían sido el clan más poderoso del
oeste. Pero su decisión desafortunada de apoyar a los Comyns en lugar de a Bruce había abierto
grieta ente los MacDonalds y los Campbell.

-¿Qué tan rápido podéis estar listo? -preguntó Campbell.

Eoin empezó a responder, luego vaciló. Margaret. No era sólo que no hubiera descubierto quién
había dejado al cuervo, sino que también sabía que su partida iba a provocar preguntas. Preguntas
que no quería responder, o más bien, que no quería contestar.

Campbell confundió su silencio:- ¿Es vuestra rodilla? ¿No os habéis recuperado lo suficiente para
luchar?

Eoin sacudió la cabeza:- Ayer volví a entrenar.

-¿Entonces, estáis reacio a dejar a vuestra esposa? -la percepción de Campbell había dejado de
sorprenderlo hacía años-. Querrá una explicación, y no podéis darle una.

No era una pregunta, y Eoin no necesitaba explicarlo. Estaba seguro de que Bruce no era el único
que no quería que Margaret supiera lo que hacía. Eoin podría estar dispuesta a confiar en ella de
nuevo, pero eso no significaba que sus hermanos sintieran lo mismo.

Maldijo, pasando los dedos por el pelo. ¿Por qué diablos tenía que ser tan complicado?

-No debería haber venido -dijo Campbell-. Necesitáis más tiempo. Puedo encontrar a alguien más.
Tal vez Halcón...

-No tenéiss tiempo de ir a buscar a Halcón y estar en posición para cuando anochezca -dijo Eoin en
tono llano.

-Tengo a mis hermanos. Ellos y algunos otros guardias serán suficientes.

Eoin sabía que Arthur se refería a sus hermanos Dugald y Gillespie, que sirvieron al rey con Arthur
en Dunstaffnage. Ambos eran guerreros formidables.
Pero no eran la Guardia de los Highlanders.

Éste era su trabajo -su responsabilidad- y seguro que no iba a dejar que uno de sus hermanos se
fuera sin una buena causa. Una amenaza hipotética y el deseo de evitar conflictos no eran
suficientes. Si algo pasaba porque no estaba allí, sería el responsable.

Sólo eran unos días como mucho. Su padre protegería a Margaret y a Eachann con su vida. Y si
Margaret quería saber a dónde se dirigía...

Maldito infierno, iba a tener que lidiar con esto en algún momento. Podría ser ahora.

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-Dadme una media hora y estaré listo.

-Pero ¿y vuestra mujer?

-Voy a resolverlo -solo deseaba saber el qué.

No otra vez.

Margaret miró a Eoin en estado de shock, diciéndose a sí misma que no reaccionara


exageradamente. Pero no podía escapar de la sensación de que todo estaba sucediendo de nuevo. El
suelo de la cámara de repente se sintió como si fuera un barco que se balanceaba en el océano. Su
cabeza estaba girando.

-Tengo que irme.

Había sabido que algo así iba a suceder cuando reconoció al hombre que pasaba por la puerta como
uno de los guerreros de Dumfries. Durante el asedio, había estado más tranquilo que los demás y
parecía mezclarse con el fondo, por lo que no se había fijado en él de inmediato. Arthur Campbell,
recordó a Eoin llamándolo. Era el hermano menor de Neil Campbell, el jefe que había estado con
Robert de Bruce todos esos años atrás en el Castillo de Stirling y que todavía estaba a su lado ahora.

Margaret había sentido un hilillo de inquietud deslizándose por su cuello, sintiendo que el mundo
real estaba a punto de entrometerse. Pero si esta era su primera prueba, era un fracaso hasta ahora.
No había extrañado que no le hubiera dicho nada sobre dónde iba o qué estaba haciendo. En la
oscuridad...

Eoin parecía dolido:- Dios, Maggie, no me miréis así. Odio salir así, pero tengo que irme. Son sólo
unos días como máximo. Estaréis a salvo. Mi padre se encargará personalmente de que vos y
Eachann estéis vigilados.

-Eso no será necesario.

-Sé que pensáis que no fue nada, pero no voy a arriesgarme...

-Fue Marjory -fue su turno de estar sorprendido. Se echó hacia atrás para mirarla-. Venía a
decíroslo, pero vuestro padre dijo que estabais en una reunión y no podíais ser molestado. Ahora sé
por qué. Más secretos.

-¿Cómo lo sabéis?

-Alguien la vio entrando en la habitación con un "regalo." Él le preguntó acerca de ello hoy cuando
Marjory vino a pasar la tarde con su madre trabajando en el nuevo tapiz.

Juró.

-Vuestra madre tuvo la misma reacción, aunque no tan claramente. Nunca la había visto tan
enfadada. Saqué a Eachann de la habitación, pero Marjory se marchó poco después llorando. Estoy

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segura de que no se repetirá el incidente.

-Lo siento, Maggie -negó con la cabeza, furioso-. ¡Maldita sea, mi propia hermana!

-No tenéis nada de qué disculparos. Marjory no es vuestra responsabilidad.

-Hablaré con Fin cuando vuelva.

-No lo hagáis. Sólo será peor. Además, sospecho que el matrimonio de vuestra hermana no necesita
más retos.

Tal vez lo mismo se podía decir de ella. Deseaba desesperadamente que Eoin confiara en ella, pero
tal vez estaba pidiendo demasiado. Tal vez el perdón era todo lo que podía esperar.
¿Eso sería suficiente?

En su corazón sabía que no lo haría. No necesitaba saber todos los detalles, pero no podía cortarla
de la mitad de su vida como antes. No cuando ahora sabía la diferencia. Había algo que él estaba
escondiendo. Algo importante. Pero no podía obligarle a confiar en ella.

Se dio la vuelta:- Os veré cuando regreséis.

La agarró por el codo para darle la espalda:- No seáis así, Maggie. Quiero decíroslo, pero no puedo.

Mojó su cara para que no viera su decepción y dolor:- Lo entiendo.

-No, no lo hacéis -dijo, volviendo su cara hacia la suya-. Tampoco deberíais. Es sólo... Maldita sea,
es complicado.

Asintió, sin confiar en sí misma para hablar. No sabía si empezaría a llorar o comenzaría a lanzar
demandas y acusaciones contra él. Pero ninguno de los dos haría ningún bien. Sólo sería peor.
Paciencia, se recordó. Pero, ¿por cuánto tiempo?

***

Eoin llegó hasta el muelle antes de dar la vuelta. No podía hacerlo. No podía dejarla así.

Se sentía demasiado como la última vez, excepto quizás esta vez era peor. No tenía acusaciones y
demandas para alimentar su ira, distraerse y ayudarse a convencerse de que estaba haciendo lo
correcto.

No estaba haciendo lo correcto. Todo lo que podía pensar era el dolor y la decepción en sus ojos
cuando se lo había dicho. Un pedazo de pedrusco se había formado en su pecho, y sólo se había
vuelto más pesado cuando la había dejado de pie en la barmkin junto a sus padres, agarrando la
mano de Eachann como una cuerda de salvamento. Verla tan vulnerable comía en él. Margaret era
fuerte, confiada, irreprimible. Estaba rompiendo su corazón, maldita sea. Justo como lo había hecho
hacía seis años.

"No puede funcionar... "

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Tenía razón, si iban a tener una oportunidad, necesitaba confiar en ella.

-Tengo que volver –dijo. Campbell ya había saltado en el birlinn y estaba preparando el barco para
el viaje. Curiosamente, no parecía sorprendido por el pronunciamiento de Eoin.

-¿Olvidasteis algo?

-Sí, decirle a mi esposa adónde voy -la admisión contundente provocó sólo una ceja arqueada de
Campbell-. ¿Tenéis alguna objeción?

El otro se encogió de hombros:- No, si vos no la tenéis.

En otras palabras, Campbell confiaba en su juicio. Eoin sabía que... todos lo habían vivido en sus
propias pieles en algún momento durante los últimos siete años y medio, pero de alguna manera
esto se sentía diferente. Reconoció la demostración de la fe con un movimiento de cabeza.

La boca de Campbell se alzó en una sonrisa irónica:- Casarse con la hija del enemigo no es fácil,
¿verdad?

Eoin le devolvió la sonrisa, apreciando la comprensión que sólo podía provenir de alguien en la
misma posición:- Totalmente de acuerdo. Dadme unos minutos.

Subió las escaleras de dos en dos, con la esperanza de atraparla en el patio, pero el pequeño grupo
que se había despedido de lo que supuestamente era un corto viaje a Dunstaffnage ya se había
dispersado.

Casi se topó con su padre cuando subía las escaleras hacia la casa de la torre:- ¿Habéis olvidado
algo, hijo?

Eoin sacudió la cabeza:- ¿Habéis visto a Margaret?

-Se fue a los establos. Creo que dijo que iba a dar un paseo.

Su pecho apuñaló con una dura punzada de culpa. Maldita sea, realmente debió haberla herido.
Recordó que su primer impulso había sido el hecho de que la hermana de Comyn la hubiera herido
haía tantos años.

La encontró en el establo de Dubh con uno de los muchachos de la cuadra, asegurando la silla
alrededor del caballo.

Ella saltó cuando lo oyó subir detrás de ella. -"¡Eoin! Pensé que erais ... Me habéis asustado -pensó
que vislumbró una punzada de miedo en su expresión antes de que se convirtiera en preocupación-.
¿Hay algo mal?

-Sí -le dijo al muchacho que trajera al caballo una zanahoria y les diera unos minutos de privacidad.
Tan pronto como el muchacho se fue, la sobresaltó otra vez atrayéndola en sus brazos-. Olvidé
deciros algo.

Parpadeó, evidentemente confundida por su extraño comportamiento. La luz a través de la ventana


abierta proyectaba sombras suaves sobre sus rasgos delicados. Su piel era tan suave y pálida que

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casi parecía translúcida:- ¿Sí?

-No me preguntasteis adónde iba.

Su mirada la sostuvo durante un largo latido del corazón:- Pensé que era un secreto.

-Lo es. Pero confío en vos.

Abrió los ojos:- ¿Lo hacéis?

Se avergonzaba de la sorpresa que había en su voz:- Sí. Quiero que sea diferente esta vez -quería
hacer de ella parte de su vida, toda su vida.

-Yo también -dijo, la sorpresa volviéndose suave de felicidad.

Él respiró profundamente. No era fácil compartir cosas que solía guardar para sí mismo.

-John de Lorn está dando problemas de nuevo. Hay rumores de que sus hombres están en la zona,
tratando de recoger algunas monedas. Tenemos razones para pensar que van a llegar a sus antiguas
tierras en Appin. Vamos a preparar una trampa para ellos y ver si podemos averiguar lo que han
planeado.

No necesitaba saber los detalles, la idea era suficiente. Más que suficiente. Aunque no estaba
rompiendo técnicamente su promesa a Bruce, no le había hablado de la Guardia de los Highlanders,
sabía que su primo no lo aprobaría diciéndole nada sobre sus actividades.

Pero Eoin tenía la intención de tener una conversación seria con Bruce la próxima vez que lo viera.
O le dejaba romper su promesa, o dejaría La Guardia. El secreto de su papel en el ejército de Bruce
era demasiado grande como para evitarlo. Tal vez no necesitara conocer todos los detalles
operativos, pero necesitaba saber en qué estaba involucrado.

Margaret tenía razón: le debía un deber tanto como debía a su primo. Eoin no había hecho de su
esposa una prioridad antes, pero eso iba a cambiar.

Se aseguró de impartir la seriedad de lo que le decía.

-Nadie que no esté involucrado en la misión lo sabe, excepto vos, Margaret -ni siquiera se lo había
dicho a su padre-. Esa es la forma en que nos gusta hacerlo -cuanta menos gente sabía, menos
posibilidades había de que algo saliera mal.

Se mordió el labio, la preocupación nublando sus rasgos:- ¿Será muy peligroso?

-No es nada que no haya hecho cien veces antes. No os voy a mentir, siempre hay un elemento de
peligro, pero se reduce mucho al tener el elemento de sorpresa –sonrió-. Es mejor ser el pirata,
¿recordáis?

La broma le hizo sonreír:- Creía que lo llamabais Vikingos y Highlanders. ¿Cuál es el pirata?

Le sonrió de nuevo:- Ambos.

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Se rio, y él presionó un suave beso en sus labios. Un beso suave que casi se convirtió en algo más,
cuando sus manos se envolvieron alrededor de su cuello y sus pechos estuvieron contra su pecho. Él
se esforzó en el contacto, su polla instintivamente buscando la dulce coyuntura entre sus piernas.
Tomó su trasero, levantándola contra él, mientras su lengua se acariciaba cada vez más en la cálida
caverna de su boca. Pero era fue suficiente. Quería estar dentro de ella. Quería sentir sus piernas
envueltas alrededor de su cintura mientras entraba y salía.

Estaba a un poco incrustar sus caderas lejos de arrojarla sobre la pila de heno detrás de ella. Pero
Campbell lo estaba esperando.

Retrocedió, con un poco de esfuerzo:- Tengo que irme.

Asintió un poco aturdida, sus rasgos aún llevando el sello de excitación. Sus ojos estaban pesados,
sus pupilas oscuras, sus labios rojo cereza e hinchados, su aliento desigual... Cristo, iba a matarlo.
Empezó a irse, pero lo llamó.

-Eoin -miró por encima del hombro-. Gracias -sus ojos se mantenían, y la sonrisa que se extendía
por su rostro fue una que nunca olvidaría. Era tan brillante como un diamante raro, pero mil veces
más precioso para él-. Os amo -dijo suavemente.

Un poderoso calor se extendió por su pecho, llenándolo de una sensación de alegría que nunca
había experimentado antes. Había hecho lo correcto.

-Os amo también, un leanbh.

Unos momentos después se fue, dejando atrás las sombras del establo -y su ventana abierta-.

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Mónica McCarty Asalto
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Capítulo 27
Las emociones de Margaret habían pasado de la desesperación y la angustia a la alegría y felicidad
en cuestión de minutos. Si no fuera por el peligro y la preocupación que acompañaban a la
revelación, su felicidad habría sido completa.

Por primera vez desde los primeros días de su matrimonio, tenía esperanza por un futuro. La
cercanía más allá del dormitorio que anhelaba parecía posible. Ella y Eoin habían dado un paso
importante. Su paciencia había sido recompensada, y había confiado en ella. Tal vez no todo -sabía
que había algo más grande y más significativo que no le estaba contando- pero era un primer paso
importante.

Confió, y prometió ser digna de esa confianza. Por supuesto, no esperaba que ese voto fuera puesto
a prueba en menos de veinticuatro horas después.

Había pasado la mañana con lady Rignach y el mayordomo, mientras Eachann trabajaba con su
nuevo tutor. Margaret se había sorprendido al ser incluida en la reunión, y aún más sorprendida
cuando Lady Rignach le pidió su opinión sobre algunas compras. Al parecer, había aprendido cómo
Margaret había pagado a las monjas del convento por enseñarle a leer y escribir.

Margaret no creía que la orgullosa dama renunciara a su papel de dama del Castillo pronto, pero el
hecho de que estuviera dispuesta a incluir a Margaret mostraba una clara intención de su parte de
hacer que Margaret se sintiera como parte de la familia. Y tal vez incluso algún día, la trataría así.

La persona más resistente a eso pidió verla después de la comida del mediodía. Mientras Lady
Rignach llevaba a Eachann al establo para ver a un nuevo potro, Marjory se sentó con Margaret en
el jardín para disculparse.

A pesar de que Marjory era sólo un año mayor que los veintitantos de Margaret, los últimos años
habían tomado su peaje. Pocos vestigios de belleza juvenil quedaron detrás de las líneas de
decepción y desamor. Margaret no sabía la razón, si su matrimonio o su incapacidad de tener un
hijo hasta ahora. Tal vez, ambos. Pero la joven y orgullosa joven belleza era una sombra
desamparada.

-No quería asustaros -dijo Marjory, con las manos en el regazo-. Yo solo quería... -sus ojos se
llenaron de lagrimas-. Que os fuerais. Como la última vez.

-¿Fue tan perfecto para vos cuando me fui?

Margaret habló en voz baja, pero los ojos de Marjory se abrieron como si las palabras fueran una
explosión. La miró casi sorprendida. La primera lágrima se deslizó por su mejilla y su labio inferior
tembló cuando negó con la cabeza.

-No. No fue perfecto en absoluto. Fin nunca me quiso. Creo que se casó conmigo sólo para estar
más cerca de Eoin. Cuando os fuisteis, me culpó.

Margaret frunció la boca:- Eso es ridículo. Ya sabéis por qué me fui -era un desafío, no una
pregunta.

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Marjory asintió con la cabeza, ahora las lágrimas rodaban con fuerza:- Sí, lo vi todo, excepto que
no quería creerlo. Pensé que me amaba. Me convencí de que debísteis hacer algo para que os
besara. Pero en mi corazón lo sabía.

Margaret suspiró profundamente, casi sintiendo lástima por ella:- Entonces, ¿por qué os casasteis
con él?

La otra mujer se encogió de hombros, su pecho se alzó de sus sollozos, y se secó algunas de las
lágrimas con el dorso de su mano.

-Pensé que una vez que os hubierais ido, podría hacer que me amara. Pensé que cuando le diera un
hijo... -su voz se cayó-. Fin dice que soy estéril, pero sé que este bebé fue una señal y la próxima
vez...

El corazón de Margaret se dirigió a la otra mujer, pero temía que Marjory estuviera depositando
todas sus esperanzas en lo incorrecto. Un bebé no haría que su marido la amara. Ni siquiera estaba
segura de que Fin fuera capaz de esa clase de emoción. No estaba sorprendida de que le hubiera
echado la culpa de lo del bebé.

Marjory la miró:- Pero entonces volvisteis y os quiere de nuevo.

Margaret negó con la cabeza:- Puede que lo haya hecho una vez, pero eso fue hace mucho tiempo.
Creo que me desprecia más que cualquier otra cosa. Ya no me mira así.

Ahora la miraba como si no pudiera esperar a verla irse. Había algo frío en sus ojos... Dio un
estremecimiento involuntario, pero no tenía intención de dejar que la asustara esta vez.

El rostro lleno de lágrimas de Marjory la miró fijamente:- ¿Y si es mejor ocultándolo?

Margaret negó con la cabeza:- No lo creo -pero si era verdad o sólo estaba en la imaginación de
Marjory, no importaba. Nunca lo había hecho-. Amo a vuestro hermano, Marjory. Siempre lo he
amado. No había nadie más para mí desde el primer momento que lo vi.

La otra mujer la miró a los ojos, tal vez viendo la verdad por primera vez: Margaret no era una
amenaza. Si quería que culpar a alguien por su infeliz matrimonio, tendría que buscar a otra
persona. Margaret, con la sensación de haber girado un rincón importante con su cuñada, abandonó
el jardín con una sensación aún mayor de optimismo para el futuro.

Pero justo cuando parecía que finalmente estaba encontrando una forma de encajar en su nueva
vida, su vieja volvió amenazando con destruir todas las incursiones que había hecho.

Estaba camino a los establos a última hora de la tarde cuando notó a un monje caminando hacia ella
a través del patio desde la puerta del mar. Llevaba la túnica parda de un fraile, y aunque los cielos
estaban despejados, una capucha le cubría la cabeza, ocultando su rostro. Pero eso no era lo que
llamaba su atención. Era la forma en que caminaba. Erguido. Orgulloso. Como un guerrero, no un
pobre, humilde eclesiástico.

Curiosa, pero también un poco incómoda, miró a su alrededor para asegurarse de que no estuvieran
solos. El patio no estaba lleno, pero media docena de guardias del laird estaban practicando a poca

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distancia.

Tranquilizada por su presencia, comenzó a saludar al recién llegado, que ahora estaba a sólo unos
metros de distancia.

-Bienvenido, Padre, podría ayudar... -su voz se apagó cuando pudo ver su cara. Su aliento se le
atascó en el pecho.

-Hermano -corrigió su hermano Duncan en voz baja, tomando sus manos en las suyas como en
bendición-. No es padre -Margaret estaba demasiado atónita como para reaccionar. Se había
congelado en su lugar-. Cristo, Maggie Beag. ¿Queréis que me arrojen al pozo? Fingid que me
estáis dando indicaciones al kirk.

Soltó sus manos, y se recuperó lo suficiente como para darse cuenta de que había presionado una
nota en su palma. Deslizándola en las faldas con una mano, señaló la puerta con la otra.

-¿Qué hacéis aquí? -susurró.

Pero ya se dirigía hacia la puerta:- Rescatándoos -dijo al separarse-. Estaos preparada.

El corazón de Margaret seguía flotando salvajemente mientras cuidadosamente desplegaba el


pergamino en su cámara unos minutos después. Las letras apresuradamente rasguñadas de tinta
negra se revolcaron en su cabeza. Tuv que leerlo unas cuantas veces para darse cuenta de que su
hermano y sus hombres estarían en el fondeadero del otro lado de la isla mañana, justo después del
crepúsculo para "rescatarla" a ella y a Eachann y llevarlos a la Isla de Man, donde podrían reunirse
con su familia.

Al parecer, sus hermanos se habían rendido en el Castillo de Buittle a Bruce también y se unieron a
su padre en el exilio. Duncan tenía obviamente la impresión de que ella y Eachann habían sido
forzados a ir con Eoin.

Margaret maldijo a su padre, sabiendo que él era el responsable de eso. Se preguntó si Dugald
MacDowell se daría cuenta del peligro en el que había puesto a su hijo dándole esa impresión... y
los problemas que le causarían a ella. Aunque Margaret estaba conmovida por el riesgo que había
tomado su hermano para venir en su ayuda, su aparición iba a hacer las cosas difíciles.
Ahora, Eoin no era el único con secretos.

Pocas horas antes del amanecer, Eoin subió por las escaleras de la puerta del mar. Su rodilla gritaba
en agonía a cada paso, pero no le importaba. Tenía la suerte de estar vivo y lo sabía. Sin embargo,
estaba furioso. Apenas había intercambiado una palabra con Campbell todo el camino de regreso.
Pero podía percibir la pregunta del otro, una pregunta que Eoin no quería oír.
¡No fue ella, maldita sea!

Pero, ¿cómo había ido tan mal? No sólo se había frustrado el plan perfecto de Eoin de atrapar a los
hombres de Lorn, sino que los habían atrapado casi en una red.

Eoin y Campbell, junto con un equipo de los mejores guerreros de Campbell, unos quince hombres
en total, habían estado en posición en la cresta occidental de Glen Stockdale, con vistas a Loch
Linnhe y al fuerte de Stalker al anochecer después de dejar a Gylen. Desde allí podían ver a los
hombres de Lorn aterrizar en la costa de Appin y luego estar listos para un ataque sorpresa cuando

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los MacDougalls hicieron su camino hacia sus inquilinos en Glenamuckrach.

Eoin y el equipo de guerreros se habían quedado esperando la primera noche sin resultado.
Aprovechando algunas cuevas cercanas para descansar durante el día, habían emergido al caer la
noche para tomar posición para la segunda noche.

Los MacDougall los estaban esperando. Una lluvia de flechas había caído sobre ellos desde atrás.
Los hombres de guardia habían estado mirando hacia el oeste, pero los MacDougall habían tomado
una ruta tortuosa desde el este, acercándose a Appin por tierra y no por mar. Casi como si supieran
que alguien los estaba esperando.

Cinco de los hombres de Campbell habían muerto en los primeros minutos. Campbell había cogido
una flecha en la espalda, pero el grueso cuero y los clavos de acero providencialmente situados de
su cotun le habían impedido hundirse en su carne. Eoin había tenido la suerte de estar usando un
timón de acero y coifa de correo, o la flecha que le golpeó justo debajo de la oreja lo habría matado.

A pesar de que su pequeña fuerza de combate fue cortada por más de un tercio de esos primeros
minutos, se habían reunido y luchado contra los atacantes, que superaban en número por lo menos
dos a uno. Los MacDougalls habían caído de nuevo, pero con tres más de los hombres de Campbell
muertos y otros cuatro heridos, una persecución no era una opción.

No todos los MacDougalls, una voz le recordó. Deseaba que esa voz se cerrara. No necesitaba
recordar que había visto al hermano de Margaret Duncan y al menos a una docena de MacDowells
luchando junto a sus lejanos parientes.

No significaba nada. No podía considerarse una sorpresa que los MacDowells se hubieran unido a
los MacDougalls. Todos sabían que la relación de MacDowell no duraría.

Él y Campbell habían reunido a sus hombres y navegado de regreso a Gylen, si no en la derrota,


entonces en algo que viene condenadamente cerca de ella. ¿Cómo demonios se había ido tan mal?
¿Alguien les había advertido? Pero eso no era posible. Nadie había conocido su plan. Excepto...

Eoin sabía lo que pensaba Campbell, porque había pensado lo mismo, maldita sea, pero Margaret
no podía haberlos traicionado. Incluso si la creyera capaz -que no lo hacía- a menos que hubiera
brotado alas y hubiera aprendido a volar, no había tenido tiempo de decírselo a nadie.

Tenía que haber otra explicación. La encontraría. Tanto para Campbell como para su propia paz
mental. Su padre debía de tener a sus hombres a su lado, la puerta cerrada se abrió cuando Eoin
alcanzó la cima de la escalera. Habría ido directo a las cocinas para librarse de toda la mugre y
sangre de la batalla, pero su padre lo esperaba en su cámara. No estaba solo, Fin estaba con él.
La mirada de su padre lo invadió, contemplando todos los detalles de la aparición de Eoin.

-¿Estáis herido?

Eoin negó con la cabeza. El dolor en la rodilla era de esperar, y no era nada que no pudiera manejar.
Había peleado estando mucho peor:- La sangre no es mía.

Su padre asintió, su rostro se volvió sombrío:- Por vuestraexpresión, supongo que vuestro viaje no
tuvo éxito.

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Eoin frunció el ceño, con una mirada hacia Fin.

La mueca de su padre se hizo más profunda. Comprendiendo la comunicación silenciosa de Eoin,


explicó:

-Fin está aquí por una razón. Tiene alguna información complicada.

Eoin se volvió hacia su hermano adoptivo para obtener una explicación.

-No os va a gustar -dijo Fin sin rodeos-. Puede que haya una explicación.

Dormir unas horas en una cueva, ser emboscado y casi matado no era propicio a la paciencia:- Lo
que sea que tengáis que decir, Fin, solo soltadlo.

-Vuestra mujer fue vista hablando con un monje ayer.

-¿Qué demonios Fin? ¿Y?

-Había algo raro en el hombre. Lo seguí hasta el kirk del pueblo, pero me golpeó por detrás. Cuando
me desperté, se había ido -por la forma en que Fin y su padre lo miraban, Eoin sabía que no le iba a
gustar lo que Fin diría a continuación-. Lo vi antes de que me golpeara. Era Duncan MacDowell.

La expresión de Eoin no dio indicio alguno del golpe que Fin le había dado, pero en su interior se
sentía como si todos los huesos se hubieran despedazado y se hubieran fragmentado en un millón de
piezas. Permaneció de pie por pura fuerza de voluntad, pero podrían haberlo derribado con un
empujón.

No significaba nada. A menos que sí.

Margaret se despertó con el calor del sol que fluía a través de las contraventanas. Se estiró
perezosamente, sintiéndose un poco como un gato satisfecho, y abrió los ojos.

Dio salto repentino cuando vio al hombre sentado en la esquina mirándola, pero luego sonrió
cuando se dio cuenta de quién era. El alivio la invadió.

-¡Eoin! ¡Estáis de vuelta! -frunció el ceño, mirándolo entre las sombras-. ¿Por qué estás allí sentado
así? Me asustasteis.

Permaneció perfectamente quieto, sin reaccionar ante sus palabras:- Veros dormir. Os veis como un
ángel.

Había algo extraño, casi acusatorio, en su voz que hacía que le picara la piel. Se levantó y caminó
hacia la cama.

Jadeó por su apariencia y se sentó rápidamente. La sangre y la suciedad estaban salpicadas y


rayadas por toda la cara y la ropa. Parecía un hombre que acababa de salir de las fosas del infierno.

-Dios mío, ¿qué pasa? ¿Estáis herido?

Trató de alcanzarlo, pero él tomó su muñeca y llevó su mano firmemente de nuevo a un lado.

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-Estoy bien.

Su corazón saltó. Pese a sus palabras, sabía por la intensidad de su mirada que algo andaba mal,
muy mal. Margaret estaba acostumbrada a ser atrapada en la bodega de aquellos oscuros y
penetrantes ojos azules, pero esto era diferente. Se sentía como un insecto bajo una lente de
aumento, como si cada movimiento estuviera siendo escudriñado.

-¿Qué pasó?

-Eso es exactamente lo que quiero saber.

-¿Habéis encontrado los MacDougalls?

-Puede decirse que lo hice. ¿Y qué hay de vos, Margaret? -cambió de tema-. ¿Qué hicisteis mientras
no estaba?

Parecía haber un propósito para su pregunta que ella no entendía. Respondió tentativamente: todo
acerca de él la hacía ser tentativa. Estaba tan tenso como un arco: los músculos de sus brazos y
hombros tensos.

-Vuestra madre me pidió mi ayuda ayer con el mayordomo, mientras Eachann trabajaba con su
nuevo tutor. Creo que estaba en el cielo -se rio, pero estaba extrañamente silencioso.

-¿Algo más?

La pregunta parecía inofensiva, pero sabía que no lo era. Trató de no pensar en la nota que se había
reducido a brasas en su brasero:- Hablé con Marjory. Se disculpó. Creo que realmente lo siente.

Una vez más, ninguna reacción, excepto que él continuó observando -escudriñándola- con
intensidad inquietante. Su corazón empezó a latir más rápido. ¿Sabía algo o estaba imaginando que
la estaba haciendo parecer culpable?

¡Odiaba a su padre por ponerla en esta posición! El deber y la lealtad con su marido lucharon con la
lealtad hacia su hermano. Quería contarle a Eoin sobre Duncan, pero no quería poner en peligro a su
hermano.

¿Podría confiar en Eoin para que no hiciera nada con la información de que Duncan estaba en la
zona?

Sabía la respuesta. Si le decía a Eoin estaría en la misma posición que ella: atrapada entre lealtades
divididas. Si usaba el conocimiento, la traicionaría, pero si no lo hacía, y Duncan hacia algo en
contra de Bruce, se sentiría como si hubiera decepcionado al rey.

Margaret no lo pondría en esa posición de tener que elegir entre dos lealtades. Se lo diría, pero una
vez que Duncan se hubiese ido.

-¿Nada más?

Si era su persistencia o, por su tono, no lo sabía, pero cada instinto se encendió. Sin embargo, no

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prestó atención a la advertencia y sacudió la cabeza.

Sus ojos nunca salieron de su rostro:- Los hombres de Lorn nos atacaron anoche.

-¡Oh, Eoin! -se movió de rodillas, deseando lanzar sus brazos alrededor de él por el alivio de que no
había sido dañado o peor, pero se retiró rígidamente.

-Creo que fueron advertidos.

Ella abrió los ojos:- ¿Pero cómo? Pensé que dijisteis que nadie conocía vuestros planes.

-Nadie los sabía.

Fue entonces cuando comprendió su frío saludo.

Se apartó, mirándolo con horror:- ¿No creeréis que dije algo? -pero estaba claro que era
exactamente lo que pensaba. Una ola de dolor se estrelló contra ella, amenazando con arrastrarla
hacia abajo, pero se obligó a mantener la calma-. No fui yo, Eoin. Conozco el peligro, nunca
traicionaría vuestra confianza.

Sus ojos exploraron los suyos:- Quiero creer eso -levantó la barbilla.

-Entonces hacedlo. Es la verdad.

-¿Y la visita de vuestro hermano ayer? La visita que no mencionasteis. ¿Cuál es la verdad sobre eso,
Margaret?

La sangre se deslizó de su cara. Lo sabía. Oh Dios, debería habérselo dicho. Debía estar pensando
lo peor. ¿Cómo podía hacérselo entender?

-Quería decíroslo, pero no quería poneros en una posición incómoda.

Hizo un sonido agudo:- Debéis estar bromeando. ¿No podéis afirmar seriamente que me habéis
mentido por «mi propio bien»?

Margaret se encogió ante su tono:- No os he mentido. Iba a deciros cuando mi hermano se marchase
de la zona. Pero es mi hermano, Eoin. No quiero verlo más herido que yo. Hice lo que me pareció
mejor bajo las circunstancias. ¿Qué habríais hecho si os lo hubiera dicho? ¿Habríais traicionado mi
confianza e ido tras él o habríais ignorado vuestro deber hacia Bruce y lo hubierias dejado?

Su boca cayó en una línea plana-claramente no le gustaba su pregunta- ni se lo ponía en duda.

-No es así de simple. Tampoco se trata de lo que he hecho -cogiéndola por el codo, la apartó de la
cama para que se levantara, delante de él.

-¿Qué le dijisteis a Duncan, Margaret?

-Nada -contuvo su mirada fija-. No le dije nada -sus ojos le suplicaron que la creyera, pero su
expresión era como piedra e impenetrable.

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-Así que es sólo una coincidencia que vuestro hermano apareciera aquí un día y esa misma noche
los MacDougalls no sólo evitan la trampa que tenemos para ellos, sino que la rechazan contra
nosotros? Una trampa, podría añadir, que nadie sabía más que vos.

Levantó la barbilla:- Alguien más debía de saberlo, porque no se lo dije. El propósito de mi


hermano aquí no era espiaros o reunir información. Estaba aquí para ofrecernos a Eachann y a mí
una manera de salir. Tenía la impresión de que no estábamos aquí por nuestra propiavoluntad y que
podría necesitar un rescate.

Sus ojos se afilaron hasta puntos azules duros:- ¿Y qué le dijisteis?

-No tuve la oportunidad de decirle nada. Apenas intercambiamos dos palabras. Pero yo le habría
dicho que estábamos muy felices aquí y no necesitábamos rescate -ahora no estaba tan segura-. De
verdad no compartí nada sobre adónde ibais o lo que estabais planeando. ¿Por qué habría de hacer
eso? No tiene sentido.

-No lo sé. ¿Por qué no me lo decís? He estado tratando de averiguarlo yo mismo. ¿Lo dejasteis
escapar accidentalmente? ¿Os amenazó a vos o a Eachann?

-Os dije que no dije nada. ¿Es tan difícil de creer? -no respondió, sólo la miró fríamente.

Margaret sintió su propio pico de temperamento. Pensó que habían superado esto. Pero tal vez
nunca serían capaces de superarlo. La nueva confianza por la que había estado tan emocionada se
había desmoronado en la primera prueba.

-¿Entonces es así como va a ser entonces? ¿Voy a ser la primera sospechosa cada vez que algo salga
mal, sin importar lo que diga? ¿Qué pasa con todas esas cosas que me dijisteis, Eoin? ¿No
significan nada? Creí que habíasi confiado en mí.

-Lo hice... o nunca os habría contado mis planes.

-¿Y ahora?

Su boca se enfureció:- Ahora me gustaría estar en el infierno y haber mantenido la boca cerrada.

Se encogió, sus mejillas picaban como si la hubiera abofeteado:- ¿Así que no sólo soy sospechosa ,
sino que también he sido juzgada y condenada?

Se pasó los dedos por el pelo:- Maldita sea, Maggie, mirad los hechos. ¿Qué se supone que debo
pensar?

-Supongo que es demasiado pensar que podría estar diciendo la verdad -su silencio fue suficiente
respuesta.

-No haré esto, Eoin. No otra vez. Cometí un error hace seis años, pero yo no fui la único culpable.
No compartisteis lo suficiente conmigo para que tomara la decisión correcta. Si yo hubiera sabido
en lo que estabais involucrado y tuviera algún sentido del peligro, nunca habría admitido a Brigid
que estuvisteis allí. Para que nuestro matrimonio funcione, no puede haber secretos entre nosotros.
No seré la mitad de una esposa. Os amo, pero no voy a vivir mi vida bajo sospecha. Necesito que
confieis en mí. Aquí y ahora. Incluso cuando todos los "hechos" os digan lo contrario.

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-¿O qué? -dijo furiosamente-. ¿Seguís emitiendo ultimátums? ¿Es fe ciega o nada? No es así,
Margaret. Sois mi esposa, no mi sacerdote.

Un golpe en la puerta los sobresaltó a ambos. Eoin respondió, tomó la misiva del hombre que la
había traído, uno de los guardias de su padre, y la leyó rápidamente antes de volver a ella. Sabía lo
que iba a decir antes de hablar.

-Tengo que irme -dijo, sombrío-. Tendremos que terminar esta discusión más tarde.

Luego. Siempre era más tarde con él. Nunca la ponía en primer lugar. Tengo que ir. Sólo tened
paciencia, Margaret. Quedaos aquí, Margaret. No hagáis preguntas, Margaret. Sed una buena
chica, y os lo compensaré en la cama.

Bueno, ya no podía hacer eso.

-Por supuesto -respondió en tono apagado-. Sin duda es importante.

Frunció el ceño, tal vez oyendo algo en su voz:- No tardaré mucho.

-¿Y si os preguntase adónde vais?

Su boca cayó en una línea dura. La respuesta era obvia. No se lo diría.

-No os preocupéis -dijo, sin dejar que se desgarraba su corazón-. No preguntaré.

Se volvió, sintiendo una abrumadora sensación de desesperanza. Lo amaba, pero no era suficiente.
El dolor y la decepción la apuñalaron. No podía hacer nada más. Tal vez en otros seis años, se daría
cuenta de que estaba diciendo la verdad, pero no iba a esperar a que llegara ese día. Una vez más, la
pasión la había engañado para que creyera que las cosas habían cambiado. Pero no era diferente de
lo que había sido antes. Compartía con su cama con ella, pero nada más.

Había hecho todo lo posible para tratar de recuperar su confianza, pero nunca sería lo
suficientemente bueno. Nunca sería lo suficientemente buena. Era una malvada MacDowell. El
enemigo y un forastero.

Había terminado de intentar probarse a sí misma. Al diablo con él. Al infierno con todos ellos.

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Capítulo 28

Campbell lo esperaba en Dunstaffnage. Su amigo había llegado a casa poco después de dejar caer a
Eoin en Gylen para encontrarse con que de los aldeanos quería hablar con él inmediatamente. Tan
pronto como había oído lo que la anciana tenía que decir, había enviado a buscarlo.

El mensaje había sido corto y directo: uno de los hombres de MacDougall estaba en el pueblo.

Parecía que la anciana tenía una nieta que había estado involucrada con uno de los guerreros
MacDougall antes de ser forzado al exilio. A veces volvía a verla cuando estaba en la zona. La
última vez la había dejado con la niña y apareció con un ojo morado, se había ganado la enemistad
de la anciana, estuvo muy feliz de vengarse al informar de su presencia al guardián del rey.

Eoin, Campbell y un puñado de hombres de Campbell tenían la cabaña pequeña rodeada por la
madrugada cuando el guerrero MacDougall finalmente salió a orinar. Cogido con sus pantalones
abajo-literalmente-y sin un arma, no puso mucha resistencia por no ser atrapado. Horas más tarde,
sin embargo, se había mostrado menos colaborador en proporcionar respuesta a su interrogatorio.
Lo habían dejado en la cárcel para contemplar sus opciones mientras comían. Pero a pesar de que
Eoin no había tenido una comida en casi veinticuatro horas, estaba demasiado inquieto para forzar
más de unas cuantas mordeduras. No podía evitar el sentimiento de temor que le había estado
acosando desde que abandonó a Gylen.

Al principio lo atribuyó a su enfado con su esposa, pero cuanto más se iba y cuanto más lo pensaba,
más crecía el malestar.

-Necesitamos a Víbora -dijo Eoin, un poco más tarde mientras esperaban en el cuarto del guardia
para que el hombre fuera levantado. Lachlan MacRuairi era un experto en la extracción de personas
y de información.

Campbell lo miró con atención:- ¿Ansioso por la confirmación? Pensé que estabais convencido de
que vuestra esposa dejó que algo se le escapara a su hermano.

-Es lo único que tiene sentido.

-¿Pero?

Eoin se pasó los dedos por el pelo con dureza:- No lo sé. Algo no cuadra.

No importaba cuántas veces repitiera la conversación con Margaret en su cabeza, no podía


convencerse a sí mismo de que había sido herida y humillada por sus acusaciones. Había visto su
culpa, sí, pero sólo para ocultar la verdad de la presencia de su hermano. Por el resto había estado
duramente agraviada. ¿Había estado demasiado preparado para llegar a conclusiones precipitadas?
¿Demasiado listo para culparla?

Un rincón de la boca de Campbell se alzó:- Mis instintos siempre me han servido bien.

Eso fue un eufemismo. Campbell se había convertido en el mejor explorador de Escocia confiando

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en sus instintos.

-¿Y qué pasa cuando se trata de vuestra esposa?

Su amigo sonrió:- Sí, bueno, tienden a ponerse un poco confundidos cuando se trata de ella. Sólo
tengo que escuchar un poco más.

-Margaret no le dijo nada a nadie -dijo Eoin repentinamente-. Pondría la mano en el fuego por ella.

Campbell asintió con la cabeza, cuando el guerrero MacDougall fue llevado de vuelta a la
habitación:- Entonces, averigüemos quién lo hizo.

Era más fácil de lo que esperaban. MacDougall no diría nada contra sus hombres de clan, pero no
estaba tan cerca cuando hablaba del traidor que había dado información a Duncan MacDowell sobre
Kerrera. El hombre había sido un traidor para ellos, antes.

Ante la enormidad de su error, Eoin corrió hacia Kerrera. Ya estaba oscuro cuando apareció la
sombra de la torre en el acantilado. Que sus instintos sobre su esposa habían sido probados como
correctos era un pequeño consuelo a pesar de la comprensión de que podrían haber llegado
demasiado tarde.

"Necesito que confíes en mí. Aquí y ahora."

Una mezcla de temor y pánico cayó sobre él. Su pulso estaba acelerado y un sudor frío le helaba la
piel. Se sentía enfermo. ¿Qué diablos había hecho? Había estado tan enfadado por el ultimátum que
no había pensado en lo que había hecho en el pasado. El "o qué" que él le había dado -el hecho de
que ella había dejado, y podría haberle dado todas las razones para hacerlo de nuevo.

***

-¿Adónde vamos?

Margaret miró a la pequeña figura caminando a su lado y trató de darle una sonrisa tranquilizadora,
temiendo que las lágrimas no derramadas que ardían en sus ojos fueran cualquier cosa menos una
llorera.

-Es una sorpresa -dijo con brillo forzado.

Incluso en la creciente oscuridad pudo ver el pequeño ceño fruncido en la cara de su hijo:- No me
gustan las sorpresas.

Tanto como su padre...

Apretó el pecho, tratando de no pensar en lo mucho que le dolía. Podía hacer esto. Lo había hecho
antes, ¿no?

-Lo sé, pero espero que os guste ésta -al darse la vuelta y al ver que la torre se había desvanecido,
decidió que estaban lo suficientemente lejos. El punto de anclaje estaba justo al otro lado del islote
de Eilean Orasaig en la bahía-. ¿Cuánto os gustaría ver a vuestro tío favorito?

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-¿Tío Duncan? -preguntó el muchacho emocionado-. ¿Aquí? -frunció el ceño y la miró con una ceja
fruncida-. ¿También ha decidido pelear por el maldito usurpador?

Margaret se estremeció al darse cuenta de que el corto tiempo transcurrido en Kererra no había
borrado todos los rastros de la ira de su padre.

-No. Está con vuestro abuelo y el resto de vuestros tíos en la Isla de Man. Pero ha venido a
llevarnos de visita.

Se detuvo, dejando caer su mano de la suya:- Pero qué pasa... ¿Qué pasa con mi padre?

Se arrodilló para enfrentarlo. Sobre su hombro el sol se escondía en el horizonte. Estaba casi al
atardecer. Sabía lo confuso que debía de ser para él -lo confundía-, pero juró que haría lo que fuera
necesario para que Eachann no fuera herido por su decisión. Incluso si significaba que tuviera que
estar separada de él algunas veces... Dios la ayudara.

-Puede que volváis y lo veáis cuando lo deseéis, pero yo... -su voz bajó. ¿Qué podía decir?-. No
puedo quedarme aquí más tiempo.

No podía ser ni una esposa, ni siquiera por su hijo. Quería compartir la vida de Eoin, no sólo ser
parte de ella. Pero los secretos entre ellos estaban todavía allí.

El rostro de Eachann se puso tan serio que quiso apretarlo con fuerza y nunca dejarlo ir:- ¿No nos
quiere más?

Ella lo abrazó fuertemente:- Por supuesto que sí, cariño. Os ama mucho.

-Entonces, ¿por qué huimos?

-No estamos... -se interrumpió, mirándolo. Tenía razón. Estaba huyendo. Justo como antes. Tal vez
estaban condenados a repetir sus errores después de todo. Todos ellos.

Estaba tratando de averiguar qué decir cuando se salvó por un punto de blanco en la distancia. Una
vela. Se levantó y le tomó la mano.

-Vamos, hijo, tenemos que darnos prisa. Vuestro tío está aquí.

***

Para Eoin era demasiado tarde. Se habían ido.

Había corrido por la escalera de la torre hasta la habitación que compartía con Margaret, sólo para
encontrarla oscura y vacía. No necesitaba mirar en la antecámara para saber que Eachann se había
ido también.

Sentía como si una pared de piedra se hubiera estrellad contra él al darse cuenta de todo lo que
había perdido. Era como la última vez, cuando regresó a casa para darse cuenta de que se había ido,
a excepción quizá incluso ahora, fue más devastador. Había perdido a su esposa y a su hijo.

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Habían huido y no le tomó mucho tiempo darse cuenta de cómo: su hermano. Eoin había estado tan
enfadado por la trampa fallada que no le había preguntado los detalles de cómo su hermano
planeaba "rescatarla". Debía haber planeado recogerla en el camino de regreso de Appin –hoy-.

Un rápido interrogatorio de los guardias de servicio en la puerta le dijo que tenía razón. La señora y
el pequeño Eachann habían salido hacía más de una hora para un paseo corto a la aldea. Eoin no lo
sabía, sino uno de los otros anclajes de la isla. Había tres, incluida la del castillo. El del lado
noroeste, frente a Oban, estaría demasiado ocupado, incluso a esta hora, pero el que estaba en el
lado este de la isla sería fácilmente accesible para un barco de merodeadores MacDowells
navegando por el Firth of Lorn que no querría atraer mucha atención.

El fondeadero era un paseo corto. Veinticinco minutos como máximo. Si se hubieran marchado
hacía más de una hora, sabía que probablemente ya habían desaparecido hacía tiempo. Pero tenía
que asegurarse. Sabiendo que sería más rápido montando, se dirigió hacia el establo cuando alguien
bloqueó su camino.

-Se ha ido -dijo Fin.

Tomó todo lo que no tenía para no matarlo. Sólo el hecho de que Fin estuviera casado con su
hermana impedía que su abuelo y el legendario hacha de batalla se le cayera sobre la cabeza. Pero
aún así, su mano le picaba para llegar a su lado y sacudirlo.

No sabiendo el peligro inminente, Fin añadió:- La vi, ella y el muchacho subieron a bordo de un
barco junto al muelle de Bar-nam-boc.

Eoin dio un paso amenazador hacia él, con las manos clavadas a los costados. Nunca había querido
golpear a alguien tanto.

-¿Y no hicisteis nada para detenerlos?

Fin se encogió de hombros, obviamente confundiendo la fuente de la amenaza de que era


demasiado bueno de un guerrero que hubiera perdido.

-Pensé que era lo mejor. Os traicionó de nuevo. Es mejor que la perra traidora se vaya con sus
parientes.

-¿No os referís a que se vaya lejos para que no descubra la verdad?

La confianza de Fin se deslizó, pero sólo por un momento. Él, sin embargo, enderezó de su postura
relajada en algo un poco más defensivo.

-Sabéis la verdad.

-Sí, lo sé -dijo Eoin oscuro, sus músculos tensándose mientras daba un paso más cerca.

-Os dije que su hermano Duncan estaba aquí en Gylen.

-Lo hicisteis -dijo Eoin, hirviendo-. Pero olvidasteis mencionar que fuisteis vos quien le dijo mis
planes. Estabais en el granero, ¿no?

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Era la única explicación, y la que Eoin no había considerado cuando había estado tan concentrado
en condenar a su esposa. Alguien los había oído. Fue culpa suya, maldita sea. Había tenido prisa y
no había comprobado.

Fin vaciló. Parecía estar sopesando si mentir. Aparentemente reconociendo la futilidad, se encogió
de hombros otra vez. Como si no fuera nada. Como si su traición no le hubiera costado todo a Eoin.

-Fortuitamente estaba de la ventana. Os vi volver y decidí quedarme.

-¿Entonces me espiásteis y decidisteis traicionarme? -Eoin no pudo contener su rabia. Lo golpeó


contra la pared de piedra de la caballeriza-. Confié en vos. Erais como un hermano para mí.

La expresión de Fin se deslizó, revelando ira y amargura que debía de haber estado hirviendo
durante años.

-Éramos como hermanos, hasta que os casasteis con ella. ¡Os casasteis con ella! -se burló con
incredulidad-. Me sorprendisteis. Con todos esos rumores circulando... Nunca pensé que seríais el
tipo caballero andante que montaba para su rescate.

Eoin tardó un momento en darse cuenta de lo que quería decir.

-Fuisteis vos. Comenzasteis los rumores sobre lo que pasó en la biblioteca.

Fin no se molestó en negarlo:- No era más de lo que se merecía. La muchacha era desvergonzada y
totalmente equivocada para vos. Pero no lo visteis -su boca se endureció-. Pero nunca os he espiado.
Tenía curiosidad y pensé que estaba tratando de que me enviara lejos después de lo que Marjory
hizo. Nunca habría dicho nada, pero cuando vi a MacDowell al día siguiente...

-Decidisteis aprovecharos de eso, sabiendo que culparía a Margaret, ¿verdad? -un bastardo
oportunista. Fin había hecho lo mismo que en la guerra. Eoin había hecho excusas para él, pero ya
no lo haría. Lo sostuvo por la piel como el perro que era y lo sacudió-. Han muerto hombres.
Buenos hombre. Podría haber sido asesinado, maldita sea. ¿Para que pudierais quitar vuestro odio
equivocado a una mujer que hubiera sido vuestra amiga, si le hubieseis dado una oportunidad?

-¿Amistad? -Fin se burló, ignorando la mano que le apretaba el cuello-. No quería su amistad. Sólo
quería follarla -el puño de Eoin golpeó la mandíbula de Fin antes de que las palabras ofensivas
hubieran salido de su boca. La sangre corrió por el mentón de su hermano adoptivo mientras
sonreía-. Debe de ser tan buena como parece, para que os hayáis vuelto contra mí tan rápido.

Eoin apenas escuchaba. Estaba demasiado ocupado golpeando a su antiguo amigo con todo lo que
tenía. La cara. La tripa. Las costillas. Le tomó un minuto darse cuenta de que Fin no estaba
peleando. Estaba inclinado, medio sobre sus rodillas.

La sangre seguía golpeando a través de las venas de Eoin mientras se inclinaba sobre él,
sosteniéndolo recto por el borde de su cotun, con el puño preparado para un último golpe.

-Nunca trató de volverme contra vos. Ella no necesitaba hacerlo. Hicisteis todo eso solo cuando la
atacasteis.

Los ojos de Fin se ponían negros de rabia:- Sí, pero me ha costado, ¿no? Esa perra me ha hecho

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pagar.

Asumiendo que Fin se estaba refiriendo a su amistad, Eoin dijo:- ¿Así que tratáis de matarme?

-Sabía que vos y Campbell no corríais ningún peligro. ¿Los fantasmas indestructibles de Bruce? -
Fin rio ante el shock de Eoin-. ¿Me tomáis por un completo tonto? ¿No creéis que nunca lo adiviné
todos estos años?

Eoin miró fijamente al hombre que había sido su amigo más íntimo y sintió su rabia humedecida
por el disgusto y una increíble sensación de tristeza por la pérdida de algo que había sido importante
para él.

Bajó la mano, sabiendo que no podía matarlo. Pero nunca volverían a ser amigos:- Idos de aquí.
Voy a recuperar a mi esposa y mi hijo, y quiero que vos y Marjory os vayáis cuando vuelva.

Oyó un jadeo de mujer detrás de él. Se volvió para encontrarse a su hermana mirándolo fijamente.
Pero eso no era lo que le distraía. Fueron las dos personas que estaban a su lado.

-Estamos aquí, Eoin. La sonrisa en el rostro de su esposa y la forma en que lo miraba le hicieron
preguntarse cuánto había oído.

Estaba aturdido:- Pensé que os habíais ido.

Su boca se curvó con ironía. Miró a su hijo y le dio a su mano un apretón cariñoso:- Bueno, alguien
me recordó que huir nunca resolvía ningún problema, y que los MacDowells somos luchadores.

-Aun en contra de cabezas de caballos cabizbajos, sin humor, demasiado inteligentes para sus
propios caballos -dijo Eachann con orgullo.

Margaret jadeó, mirando a su hijo con horror:- No se suponía que tuvierais que oír eso -le dio a
Eoin un encogimiento de hombros avergonzado-. Estaba hablando sola.

El alivio y una efusión de felicidad de la que nunca se había sentido se hinchó dentro de él. Sonrió:-
Obviamente es más fuerte de lo que os habéis dado cuenta.

Así que centrado en su esposa, Eoin no vio la amenaza hasta muy tarde. Golpeado y ensangrentado,
Fin se lanzó hacia Margaret. Un destello de plata parpadeó a la luz de las antorchas.

¡Oh Dios, tenía un puñal!

Eoin gritó una advertencia, pero ya era demasiado tarde. Fin rodeó su cintura con su brazo y sujetó
la hoja a su garganta.

-Ya me robasteis un hijo, ahora estoy siendo expulsado...

Las palabras de Fin fueron cortadas cuando sus ojos se abrieron de horror. Un momento después
cayó al suelo, aterrizando con un golpe mortal. Sólo entonces Eoin vio el mango del cuchillo de
comer de su hermana pegado en su nuca.

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Capítulo 29

Era de noche antes de que Margaret tuviera la oportunidad de hablar a solas con Eoin. Tenía que
cuidar a su hermana sorprendida y traumatizada, mientras Margaret hacía todo lo posible para
aliviar los temores de su hijo, que casi había presenciado la muerte de su madre antes de ver la
muerte de su tío.

Sabía que pasaría algún tiempo antes de que se olvidaran los acontecimientos del día, pero una
leche caliente, un pastel de mantequilla con azúcar y canela, y muchos abrazos habían hecho un
largo camino para aliviar la angustia del muchacho. Eachann dormía pacíficamente cuando Eoin
entró en su habitación.

Una mirada en la dirección de la antecámara fue su primera pregunta.

-Estará bien -respondió Margaret-. No estoy segura de que entendiera exactamente lo que estaba
sucediendo. Francamente, yo tampoco.

Eoin parecía agotado, cansado se quito sus armas y lanzó su cotun en un banco antes de sentarse en
el borde de la cama frente a su silla ante el brasero:- ¿Cuánto habéis oído?

-Bastante para saber que veníais por mí -lo miró con los ojos abiertos a la luz del fuego-. ¿Os disteis
cuenta que estaba diciendo la verdad?

-Si hubiera estado pensando racionalmente, me habría dado cuenta antes. Pero pensando
racionalmente y nunca ha funcionado muy bien cuando estamos juntos -explicó lo que había
sucedido cuando había llegado a Dunstaffnage y la parte de Fin que se había perdido.

-¿Cómo está Marjory?

Eoin se encogió de hombros:- En estado de shock, lo que es de esperar. Pero creo que es un alivio.
Comprendía mejor las profundidades del resentimiento y la amargura de Fin que nosotros. Vivía
con él todos los días y no se sorprendía de que se manifestara en la violencia. Todavía pensaba en él
como el amigo con el que me alentaba, pero la guerra, el tiempo y las decepciones lo habían
convertido en una persona diferente.

-No puedo creer que me odiara tanto -reprimió un escalofrío, y luego frunció el ceño, recordando lo
que le había dicho-. ¿Qué quería decir con que le robé a su hijo?

-Creo que debía culparos por no tener un niño. Ya sabéis, vuestro rodillazo.

-Pero le dijo a Marjory que era estéril -se mordió el labio-. ¿Creéis que es verdad?

-Sospecho que estaba más en su cabeza que en la realidad. Creo que erais un blanco fácil para su
rabia.

-Me culpó por haberme interpuesto.

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Reconoció la verdad con un movimiento de cabeza:- Lo que estaba mal, ya que nos habríamos
separado de todos modos.
Ella le dirigió una larga mirada arqueando una ceja:- ¿Por los fantasmas? -la boca de Eoin se
retorció.

-¿Habéis oído eso, verdad?

-¿Es por eso que nunca me dijisteis lo que estabais haciendo? ¿Realmente sois parte de los infames
fantasmas de Bruce?

Lanzó un pesado suspiro:- Hice un voto de silencio. No sólo estaba protegiéndoos, sino también a
los demás. Pero planeaba decíroslo después de hablar con Bruce.

Fue la pieza del rompecabezas que finalmente hizo que todo encajara. Este era el gran secreto que
había estado guardando de ella. No era de extrañar.

-Los hombres en el campamento. Por los que os pregunté -no confirmó ni negó, pero ya lo había
adivinado-. ¡Sabía que había algo extraño en todos vosotros! Pero nunca os había imaginado... -se
detuvo, mirándolo acusadoramente-. Debería haber sabido que os embarcaríais en el trabajo más
peligroso. Sin duda habéis estado a la vanguardia de todo. Podríais haber muerto. Debería estar
furioso con vos. Pero... -lo miró, sus ojos se llenaron de emoción.

Él inclinó su barbilla con la parte posterior de su dedo, inclinando su cara a la suya:- ¿Pero?

-Estoy muy orgulloso de vos.

Sonrió ampliamente y un poco demasiado presumido:- ¿Lo estáis?

Le empujó en el pecho:- No tenéis que parecer tan contento con vos mismo. No he dicho que os
perdone.

Le tomó la mano y se la llevó a la boca, presionando las yemas de sus dedos en sus labios en un
gesto romántico atemporal.

-¿Pero lo haréis? -la sostuvo-. Lo siento, Maggie. Debería haber sabido que no importa lo mal que
parezca, no traicionaríais mi confianza. Lo sabía, pero me tomó un tiempo entenderlo.

Asintió:- Creo que ahora puedo ver por qué sentíais que teníais que mantenerme en la oscuridad. Es
peligroso -pensó en ello un minuto-. Supongo que tendré que confiar en vos para hablar de lo que
podáis conmigo. Nunca fue acerca de los detalles. Se trataba de ser parte de vuestra vida y de sentir
que os importaba.

Parecía asombrado:- Por supuesto que me importabais. Sólo pensaba en vos, erais por lo que estaba
queriendo llegar a casa, erais lo que me impedía hundirme en la oscuridad de la guerra. Sin vos
nada más importaba.

Maggie debió haber mostrado su escepticismo porque se rio:- Si no me creéis, preguntadle a


Lamont. Puede confirmar mi mala predisposición los últimos seis años. Sin vos -hizo una pausa- el
mundo estaba más oscuro. Erais mi luz.

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Ella sonrió:- Eso es dulce.

Parecía asustado y echó un vistazo a su alrededor, como si le hubiera preocupado que alguien
pudiera haber oído.

-Dios, Maggie, no digáis esas cosas, especialmente en torno a Halcón.

-¿Quién?

No vaciló:- MacSorley."

Lo entendió:- ¡Nombres de guerra! ¿Vos también tenéis uno?

-Asalto.

Recordó las palabras en su brazo. Sólo algo que algunos amigos y yo...:- ¿El tatuaje? asintió y
cambió el tema.

-¿Qué os hizo volver?

Su boca se arqueó:- Creo que a Eachann le habéis gustado. No quería irse, y me di cuenta cuando
pensé en eso, que yo tampoco -hizo una pausa-. No quería seguir cometiendo los mismos errores, y
tenía la intención de regresar aquí y echar un poco de sentido a esa mente supuestamente brillante
vuestra.

-No siempre. Recordad lo que os dije una vez cuando se os ocurrió que no era nada inteligente.

Sus ojos se encontraron, recordando aquel día, cuando se habían enamorado, casado y consumado
ese amor (no necesariamente en ese orden) todo en una tarde lluviosa. Le sonrió con los ojos
llorosos.

-Ojalá no hubiéramos tardado siete años y medio en resolverlo todo.

La atrajo en sus brazos:- Sí. Pero tenemos toda una vida para compensarlo –sonrió-. Empezando
ahora mismo.

Ella sonrió, dejándolo llevarla a la cama:- Tal vez seáis muy inteligente después de todo.

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Epílogo
Garthland Castle, Galloway, 15 de febrero de 1315

Eoin no querían estar aquí. Los recuerdos eran demasiado agudos, el dolor demasiado fresco, los
fantasmas demasiado vivos. Ocho años no era suficiente para olvidar. Demonios, una vida no sería
suficiente para olvidar. Pero sabía lo importante que era para Maggie regresar a casa, así que había
aceptado regresar al lugar de tanta muerte y desesperación.

Miró la melena de cabellos ardientes en sus brazos y sintió una abrumadora sensación de gratitud.
Tenía mucha suerte, y todo lo que tenía que hacer era mirar las caras de su familia para recordarlo.

Margaret, su hijo de siete años de edad, la querubina de quince meses de edad, pelirroja en sus
brazos que, si su niñez era algo a juzgar, podría ser la muerte para él en unos pocos años.

-Aquí tenéis -dijo Margaret, entrando en la habitación detrás de él-. Debería haberlo adivinado -se
inclinó, su melena cayó sobre su hombro. Había renunciado al velo y ahora, se parecía mucho más
la jovencita descarada, sin límites que recordaba.

-Se ve tan dulce cuando estaba durmiendo, ¿no? -susurró suavemente. Sus ojos se encontraron, y
sonrió-. Casi hace olvidar como es el resto del tiempo.

Hizo una mueca:- Casi. La pequeña tirana arrojó una de las piezas de ajedrez por la ventana de la
torre esta mañana.

Margaret trató de esconder su sonrisa, sin éxito:- ¿Dejadme adivinar? ¿El obispo de nuevo? Muestra
una terrible falta de respeto por vuestro juego.

-Y por los clérigos -dijo Eoin secamente-. ¿Queréis saber de dónde lo saca?

Margaret puso su mano sobre su estómago hinchado. Su tercer hijo nacería en el verano. Si era un
muchacho, Margaret le amenazaba con nombrarlo como Víbora, -por alguna razón desconocida le
gustaba.

-Quizás tendréis más suerte con el siguiente, y Eachann encontrará alguna nueva competencia.

Él le dirigió una mirada dura:- Sólo me derrotó una vez. Os dije que fue una aberración.

Sus ojos se encontraron y ambos se echaron a reír. No había sido una aberración. Eachann era casi
asombrosamente brillante como él. Un solucionador de problemas, Eoin lo llamó. Estaba
convencido de que el muchacho inventaría algo grande un día.

-De todos modos, es un juego de niños aburrido –dijo-. O eso me han dicho.

Se echó a reír, tomó a su hija de sus brazos, y la puso de nuevo en la cama de la caja que se había
proporcionado para ella.

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-Vamos -dijo-. Marsaili velará por ella.
-¿Como si la cuidara? -Eoin levantó los ojos-. Dios, ayúdeme.

Se frotó el brazo cuando un puño lo golpeó:- ¡Ay! –dijo-. Eso duele.

-Bien -replicó con aspereza-. Pero como uno de los legendarios guerreros de Bruce, creía que seríais
un poco más duro.

-¿No lo habéis oído? La guerra se acabó. Ahora soy el guardián de un castillo real en Sael.

Emitió un agudo sonido burlón:- Y Laird de los MacLeans -su padre lo había hecho oficial hacía
unos meses. Eoin sabía lo insólito que era que un tercer hijo fuera nombrado heredero y hubiera
sido honrado.

-Además -añadió con astucia-. Os vi vi cuchicheando con Erik y Lachlan antes. No me engañáis. Sé
que estáis tramando algo. Y os lo tendré en cuenta más tarde.

Levantó una ceja muy intrigada:- ¿Y cómo pensáis hacer eso?

-Tengo mis secretos -dijo con aire de suficiencia.

Claro que sí, y no podía esperar hasta esa noche cuando inevitablemente dr pusiera de rodillas.
Muchas cosas habían cambiado entre ellos, pero la pasión ardía tan caliente como lo había hecho
hacía tantos años. Diablos, pensando en cómo se había despertado a la sensación de su culo
presionando contra él con insistencia esa mañana, tal vez lo volvía incluso más caliente.

La siguió por las escaleras, por el vestíbulo y salió al patio.

-Pensé que podíamos caminar -dijo.

Asintió con la cabeza y se dirigieron hacia la puerta. Miró por encima de su hombro, y edebió haber
sentido sus pensamientos.

-Estarán bien –dijo-. Duncan se ocupará de ellos mientras estamos fuera -debió haber hecho una
mueca y sacudió la cabeza-. No os olvidéis, ahora todos somos una gran familia feliz.

Aunque el hermano de Margaret había hecho la paz con Bruce después del final de la guerra y se
convirtió en el encargado del castillo de Garthland a cambio, Eoin que era el huésped de su enemigo
anterior todavía tendría algún tiempo para acostumbrarse. Pero sabía lo importante que era para
Margaret estar aquí, especialmente después de la muerte de su hermano mayor en la batalla el año
pasado. Su padre se negó obstinadamente a aceptar a Bruce y luchar en Irlanda.

-¿Cómo puedo olvidarlo? Me lo habéis recordado todos los días durante los últimos seis meses para
tratar de convencerme de venir aquí.

Le apretó la mano, súbitamente seria:- Gracias. Sé que no ha sido fácil para vos, pero quería hacer
algo.

Poco después, cuando llegaron al lago, descubrió lo que quería decir. Se volvió hacia ella con
sorpresa:- ¿Vos habéis hecho todo esto?

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Asintió, sus ojos recorrieron su rostro inciertamente mientras trataba de medir su reacción. Estaba
aturdido, y luego increíblemente emocionado por lo que había preparado.

Sus hermanos estaban junto al borde del agua, flanqueando a dos hombres en el centro. El primero
llevaba una corona, y el segundo una mitra de obispo: el rey Roberto de Bruce y el más importante
clérigo del país (y el aliado de Bruce durante mucho tiempo), William Lamberton, el obispo de St.
Andrews. Detrás de ellos, las aguas tranquilas del lago no estaban llenas del rojo que había visto la
última vez que había estado aquí, sino pequeñas flores blancas, o como se les conocía debido a su
uso en Candlemas, Belces de Nuestra Señora.

-Debe haber miles de ellos -dijo en voz alta.

Margaret negó con la cabeza:- Setecientos ochenta y cuatro. Los he contado.

Sus ojos se fijaron en una comprensión compartida. Su garganta se tensó ante lo que significaba.
Cada flor representaba a un hombre que había muerto como resultado de la fallida misión en Loch
Ryan hacía ocho años

-Es el momento, Eoin -sollozo-. Es hora de que descansen en paz.

Asintió. Tenía razón. Era el momento de decir una oración por los hombres que habían muerto aquí,
y soltar los fantasmas del pasado, todos ellos. Nunca olvidaría lo que había sucedido aquí, pero le
había perdonado a Maggie, tal vez ahora era el momento de intentar perdonarse a sí mismo.

-Gracias, dijo, su voz estaba ronca, a punto de romperse. Apretó su mano, luchando contra la
emoción-. Os amo.

Le dio una de esas sonrisas que rivalizaban con el sol:- Y no lo olvidéis.

Nunca lo haría. Con un movimiento de cabeza, Eoin dejó que su esposa tomara su mano y lo llevara
hacia adelante donde sus amigos esperaban para ayudarlo a enterrar el pasado para siempre.

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