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Monica McCarty El Caballero

Àriel x

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Monica McCarty El Caballero
Àriel x

La guardia de los highlanders:


El caballero
7.5º libro de la entrega: La Guardia de los Highlanders

Traducción: Àriel x.
Àriel ll Journals

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ÍNDICE

 Prefacio 4
 Prólogo 6
 Capítulo 1 9
 Capítulo 2 19
 Capítulo 3 27
 Capítulo 4 35
 Capítulo 5 45
 Capítulo 6 52
 Capítulo 7 57
 Capítulo 8 67
 Capítulo 9 79
 Capítulo 10 87
 Epílogo 98

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PREFACIO

Año de nuestro señor 1311.

Durante cinco largos años, Robert de Bruce luchó por su derecho a sentarse en el trono
de Escocia. Pero desde su derrota a manos de los ingleses en 1306, que lo vio huir de su
reino, como un proscrito, muchos abandonaron la esperanza de que tuviera éxito.
Sin embargo, Bruce logró un regreso triunfal, primero derrotando a los ingleses en Glen
Fruin y Loudoun Hill, y luego a los señores escoceses que se mantuvieron en su contra
en la Guerra civil.
Después de un breve descanso de la guerra, Bruce solidificó su dominio sobre su país al
norte del río Tay.
La batalla entonces se volvió hacia el sur: a las marchas molestas, a los castillos todavía
ocupados por el enemigo, y al rey inglés que invadió Escocia en el verano de 1310.
Pero Eduardo II de Inglaterra no era nada comparable a su padre "Martillo de los
escoceses", y el ejército Inglés falló cuando Bruce y sus hombres tomaron el campo
contra él. Y, en lugar de emprender su "guerra secreta" de ataques sorpresa y emboscada
hacia Harry el enemigo. Eduardo II se vio obligado a retirarse a la Marcha Inglesa para
el invierno, y así poder lamer sus heridas y planear la marcha hacia el norte de nuevo en
la primavera.
Pero no había descanso para Bruce y sus hombres. Mientras se preparaban para la
segunda invasión de Eduardo, se propusieron expulsar a los ocupantes ingleses de
algunos de los principales castillos de Escocia.
Bruce podría no tener los aterradores caballos y el equipamiento de asedio que los
ingleses tenían para tomar los castillos, pero tenía algo tan o más destructivo, incluso:
hombres como James Douglas, cuya astucia, habilidad y ferocidad se convertirían en
leyendas.

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La Guardia de los Highlanders

1. Tor MacLeod, Jefe: líder de las huestes y experto en combate con espada.

2. Erik MacSorley, Halcón: navegante y nadador.

3. Lachlan MacRuairi, Víbora: sigilo, infiltración y rescate.

4. Arthur Campbell, Guardián: exploración y reconocimiento del terreno.

5. Magnus MacKay, Santo: experto en supervivencia y forja de armas.

6. Kenneth Sutherland, Hielo: Explosivos and versatilidad.

7. Ewen Lamont, Cazador: rastreo y seguimiento de hombres.

7.5. James Douglas, Negro.

8. Robert Boyd, Ariete: fuerza física y combate sin armas.

9. Gregor MacGregor, Flecha: tirador y arquero.

10. Eoin MacLean, Asalto: estratega en lides de piratería.

11. Thomas McGowan. Herrero, Roca.

11.5. Sir Thomas Randolph, Pícaro.

12. Alex Seton, Dragón: dagas y combate cuerpo a cuerpo.

También:

Helen MacKay, (de soltera, Sutherland), Ángel: sanadora.

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PRÓLOGO

Paso de Brander, 14 de agosto de 1308


-Levantaos, Sir James.
Una feroz oleada de satisfacción se apoderó de él. El hedor de la batalla nunca había
olido tan dulce. Cuando el rey levantó la espada de su hombro, James Douglas, el
desposeído señor de Douglas, se levantó de la tierra pantanosa a lo largo del estrecho
paso de Brander como un caballero.
Las empinadas colinas rocosas de Ben Cruachan se asomaban detrás de él, proyectando
sombras oscuras sobre el fondo del valle. Amigos y enemigos semejaban el suelo y las
laderas. Afortunadamente, habían mucho más enemigos. Robert de Bruce había ganado
una gran victoria aquí hoy contra los MacDougalls de Lorn, y el papel de James en la
batalla le había hecho ganar un título de Caballero.
Bruce estaba un paso más cerca de reclamar su trono, y James estaba un paso más cerca
de reclamar su patrimonio. A medida que la fortuna de Bruce subía y bajaba, también lo
haría la suya. Habían estado unidos, Señor y Vasallo, desde aquel fatídico día, hacía casi
dos años y medio, cuando James tenía diecinueve años, había dejado a Bruce en camino
a su coronación y juró su fidelidad. Una decisión fatídica que podría haberle hecho
parecer idiota -especialmente seis meses después, cuando el rey y sus seguidores habían
sido forzados al exilio- pero había comenzado a cosechar sus recompensas.
James levantó su espada ensangrentada en el aire, y una gran alegría resonó entre los
guerreros cansados de la batalla que se habían reunido para ser testigos de esta sagrada
ceremonia de caballería. Fue el día más grande de su joven carrera como guerrero.
Deseaba que Jo estuviera aquí para verlo. Ella más que nadie sabía lo importante que
era para él.
Bruce agarró su antebrazo y le dio una palmada en la espalda.
-Bueno, sir James, ¿qué decís ahora? Tenéis vuestra caballería. Más tarde de lo que
deseabais, tal vez, pero ganar tus espuelas en un campo de batalla hace una historia
mejor que sólo, simplemente, una mera ceremonia.
James le devolvió la sonrisa desde arriba, ya que le sobrepasaba al rey, por lo menos,
una cabeza.
A los veintidós, el título de caballero había llegado más tarde de lo que le hubiera
gustado, pero no había habido mucho tiempo para ceremonias en los últimos dieciocho
meses mientras el rey luchaba por retomar su reino.
-Diría que tenía buena compañía, señor- Bruce había sido caballero en un campo de
batalla, también por un rey, aunque -irónicamente- inglés-. Me siento honrado -dijo con
un levantamiento de cabeza.
-Os lo habéis ganado, muchacho -contestó el rey con otra palmada. Campbell dijo que
vos y vuestros arqueros erais invaluables para asegurar que nuestro ataque sorpresa no
fue descubierto. ‘‘Astuto en la estrategia y despiadado a la hora de la acción’’ habían
sido sus palabras-. Gran alabanza, de hecho -sonrió, sacudiendo la cabeza-. Me hubiera

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gustado ver la expresión en las caras de los MacDougall cuando vos y los demás
aparecisteis desde las rocas que había encima de ellos.
Un lado de la boca de James se curvó, recordando:- No creo que nos estuvieran
esperando.
-No apostaría nada. La próxima vez que se acuesten, tal vez aprenderán a mirar por
encima del hombro.
-O subir más alto -dijo James.
El rey se echó a reír:- Sí. Tenéis razón.
Los MacDougall esperaban desde la colina sobre el estrecho paso, con la intención de
emboscar a Bruce ya su ejército mientras marchaban hacia el castillo de Dunstaffnage.
En cambio, gracias a la información obtenida del explorador Arthur Campbell, los
hombres de Bruce habían subido por encima de ellos, emboscando a sus emboscadores
–otra vez, irónicamente-.
-Con resultados como ese, no se sabe cuánto subiréis.
James sonrió, el juego de palabras le divirtió.
Después de que algunos de los hombres se hubieran acercado para felicitarlos, el rey lo
apartó de nuevo.
-Os estáis creando una buena reputación, muchacho, ¿estáis seguro de que no lo queréis
pensar, al menos, una vez más?
El rey le había ofrecido a James un lugar en su guardia de élite. El grupo secreto de
guerreros fantasmas que Bruce llamó la Guardia de los Highlanders, quienes ya se había
convertido en leyenda. Temerosos y vilipendiados como los monstruos de Satanás por
sus enemigos, fueron alabados como los mismos dioses, como héroes por los leales a
Bruce.
Eran los mejores de los mejores en cada disciplina de la guerra, un grupo de élite de
guerreros escogidos por el rey para emprender un nuevo tipo de guerra. Una guerra de
sorpresa, ferocidad y miedo. Una guerra de las Highlands.
A pesar de su reverencia a la caballería hoy, James sabía que la estrategia del rey era
sólida: la única manera de derrotar a los ingleses numerados, superiores y entrenados
era realizar una guerra secreta de emboscadas y ataques sorpresa, evitando la batalla
campal contra el ejército. Ciertamente no era una manera muy caballeresca de pensar
para un caballero recién acuñado, que, aún no había dado sus espuelas.
James fue honrado -y halagado- por la fe del rey en él, pero no dudó. Sacudió la cabeza.
-No, señor. Os serviré mejor en el sur.
Como su teniente. Donde el pueblo hablaría sobre él, sus enemigos estarían
atemorizados, y sus compatriotas le acogerían con amor y admiración.
El anonimato no era para él, porque la Guardia de las Highlands era una banda secreta
de guerreros, la identidad de sus miembros sólo lo sabían unos pocos.
-Sí, bueno, sólo recordad eso -dijo el rey con una sonrisa-. Es un Bruce quien se sienta
en el trono, no un Douglas.

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James sólo sonrió, acostumbrado a las bromas del rey. No era injustificado. James no
había ocultado su ambición. Ambición por ver las tierras de Douglasdale robadas de su
padre por los ingleses, de vuelta adonde pertenecía. Quería que el nombre de Douglas -
como Wallace y Bruce- fuera venerado y recordado durante generaciones.
Miedo. Fuerza. Intimidación. Esas eran las armas que ganarían la guerra y asegurarían
su lugar en la historia.
El rey inglés se arrepentiría el día en que había arrojado al padre de James en la cárcel y
lo dejó morir como un animal. James mostraría al inglés y a su rey la misma
misericordia mostrada a su padre, ninguna.
Como cientos de años antes, como cuando los aldeanos a lo largo de la costa occidental
habían gritado por miedo "los vikingos están llegando", las fortalezas Inglés en las
fronteras reverberarían con gritos de pánico "Douglas el Negro".
Sir James Douglas estaba viniendo, y que Dios ayudara a cualquiera que intentara
interponerse en su camino.

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Capítulo 1

Douglas, El sur de Lanarkshire, Escocia, febrero de 1311

Os lo ruego ye, Os lo ruego ye, pequeña mascota ye,


Os lo ruego ye, os lo ruego ye, no os preocupéis,
El Douglas Negro no os alcanzará.
-Sir Walter Scott, cuentos de un abuelo

¡James regresaba a casa! Joanna Dicson esperó ansiosamente al lado de la gran roca
sobre Pagie Hill. Por debajo de ella, agrupada en torno a las orillas del río, se
encontraba la aldea de Douglas. Al norte, al otro lado de la orilla del río, podía
distinguir las torres del castillo de Douglas, o, como decían los ingleses que ahora lo
guarnecían, el peligroso castillo de Douglas. Al oeste... Hazel, y al este...
¡Al este estaba James!
Borró la sonrisa de su cara. Al menos, pensó que vendría de Oriente. Aunque James
emprendió su campaña contra los ingleses desde una base en los bosques al oeste de
Selkirk, había oído rumores de que había estado en el norte recientemente con el rey
Robert de Bruce como miembro de su guardia personal. Ahora era tan… importante y
estaba tan orgullosa de él. Pero, había pasado mucho tiempo desde que lo vio por última
vez, hacía casi tres meses.
Desde que James había regresado la última vez a su fortaleza ancestral para hostigar a
los ingleses que tenían su castillo, no podía estar segura de poder reconocerlo.
Cuando su padre le había dicho que se rumoreaba que James estaba en la zona, había
subido corriendo a la colina hasta el lugar que ellos conocían, sabiendo que la buscaría
en cuanto llegara. Las lágrimas de felicidad le impedían ver con claridad. No podía
esperar por verlo. Tenían mucho de que hablar. Su corazón se hinchó de emoción.
Iba a ser tan feliz.
¿Cuánto tiempo había estado allí, esperando? ¿Una hora, tal vez dos? Iba a ser mediodía
pronto.
El chasquido de una rama detrás de ella hizo que su corazón saltara. Se giró con
entusiasmo. ¡Por fin!
-Estáis… -
Aquí. Excepto que no lo estaba. No era James. La oleada de emoción que había surgido
a través de ella desapareció.
El hombre que se acercó sacudió su cabeza fingiendo estar disgustado.
-Siento decepcionaros, Jo. Sólo soy yo -una esquina de su boca se curvó en una sonrisa
irónica. -Me alegra no ser uno de esos soldados ingleses vuestros; la mirada de
decepción en vuestro rostro ha hecho que mi corazón se rompiera en dos.

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Joanna sintió el calor subir a sus mejillas:- No son mis soldados ingleses, Thommy.
Sabéiss que no hago nada para alentarlos.
El hombre que había conocido desde su niñez, estaba más cercano a ella que cualquier
hermano, la miraba con diversión, centelleando en su mirada azul oscura.
-Muchacha, simplemente con estar ahí de pie los animáis. ¿Quién habría pensado que
una cosa tan graciosa resultaría ser una de las chicas más lindas de Lanarkshire?
-¿Graciosa? -fingió indignación pero no pudo evitar echarse a reír, sabiendo que era
verdad. Sus ojos eran demasiado grandes y, además, su boca. Parecían ridículas en una
cara tan pequeña-. No creo que seáis el indicado para hablar. No os he visto sin hollín
en la cara durante los primeros doce años de vuestra vida -ella le dio un empujón
juguetón y luego frunció el ceño cuando él no se movió ni un centímetro. Thom era uno
de los hombres más altos del pueblo, y estaba en caminado a ser uno de los más fuertes,
no le sorprendía, ya que su padre era el herrero del pueblo.
Le dio otro empujón:- Bueno, Thommy, sois tan duro como los acantilados que siempre
estáis subiendo. Si os hacéis más grande, podríais encontraros a vos mismo sosteniendo
una espada y no un martillo.
Una sombra cruzó su rostro.
-En realidad, por eso vine a buscaros.
Sus cejas se juntaron:- ¿Cómo me encontrasteis?
Se encogió de hombros:- Douglas está viniendo; ¿dónde más estaríais?
Ella ignoró el sarcasmo de sus palabras.
-¿Es verdad? -se abalanzó sobre él con entusiasmo-. ¿Lo habéis visto?
Negó con su cabeza:- No, pero Park Castle no deja de rumorear la inminente llegada.
Esta vez no se podía confundir su sarcasmo. Thom no intentó ocultar su descontento
con su antiguo compañero de la infancia, ahora el hombre más reconocido en Escocia
como un héroe, "el buen Sir James", que luchó para librar a Escocia de sus opresores
ingleses. Pero no fue la política de James o sus métodos lo que Thom objetaba. Era su
relación con ella.
Thom simplemente no lo entendía.
Sin embargo, algo más en su voz había captado su atención:- ¿Visteis a Beth, quiero
decir, a lady Elizabeth?
La hermana menor de James había vuelto recientemente a Escocia y residía actualmente
en el castillo viejo del parque, puesto que los ingleses habían guarnecido el castillo de
Douglas. Los cuatro habían sido inseparables en su juventud, y antes de la guerra habían
enviado a James a la batalla y, a Elizabeth, a Francia por su propia seguridad.
No respondió, pero frunció sus labios. Eso le dio la respuesta a su pregunta.
- Me voy, Jo. Ya está arreglado. He venido a despedirme.

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Ella lo miró, perpleja:- ¿Os vais? ¿Pero, adónde? ¿Cuándo regresaréis? -¿Había algún
mercado cerca del que no había oído hablar? Llevar algunos de los productos de su
padre al mercado, había sido la única vez que Thom había dejado el pueblo.
-No lo sé. No a corto plazo, imagino. Tal vez un año, o incluso dos.
Joanna parpadeó, aturdida.
-¿Dos años? -no podía haber oído bien-. ¿Vuestro padre se muda a otro castillo?
Negó con la cabeza:- esto no tiene nada que ver con mi padre. Él es el herrero de los
Señores de Douglas, incluso en su ausencia, y nunca será otra cosa. Nunca quiso ser
otra cosa. Pero yo… -se detuvo, con una expresión de profundo dolor cruzando la cara-.
No puedo quedarme aquí.
Joanna puso su mano en su brazo, sabiendo la causa de ese dolor. Thom había amado, y
prácticamente adorado, a la hermana menor de James, Elizabeth, desde que era un
muchacho. Y la única persona que no se había dado cuenta era la misma Lady
Elizabeth. Thom buscaba cualquier excusa para verla desde que había regresado con su
madrastra y dos hermanastros más jóvenes. Debió habérselos encontrado.
-Lo que ella hizo… Estoy segura que no quería causaros daño alguno. Nunca ha
entendido cómo os sentís.
Sus ojos se endurecieron:- Ahora lo hace.
Joanna contuvo la respiración, su dolor era tan intenso que casi podía sentirlo. Debió
habérselo dicho, y, a juzgar por su reacción, no fue correspondido.
-Oh Dios, Thom, lo siento. Quizás si le dais tiempo...
-Le he dado la mayor parte de mi maldita vida. Ya basta.
Podía ver la determinación en su rostro y sabía que no lo disuadiría. Y parte de ella
sabía que por mucho que le doliera perderlo, probablemente era lo mejor. Nunca vería a
otra mujer como a lady Elizabeth.
-¿Dónde vais a ir?
Esperando que encontrara trabajo como herrero en otro castillo, se sorprendió cuando
dijo:- Voy a comprometer mi servicio a Eduardo de Bruce.
-Pero ¿cómo? -soltó ella. Uno no sólo decidía ser un guerrero; le costaba de un
entrenamiento, tener contactos, y lo más importante, fortuna.
-Mi madre siempre lo deseó. Dejó algo de fortuna por si decidía irme.
La madre de Thom había sido hija de un caballero, recordó. Se había casado con alguien
de una clase social por debajo de ella. Y todo por amor.
-¿Y ahora, estáis seguro de que queréis hacerlo?
La mirada de sus ojos era tan dura y aguda como un fragmento de ónix negro:- No
puedo quedarme aquí. Ella no me ve como un hombre, sino como un amigo de su
infancia -y de una clase inferior a ella. Es una Douglas.
Joanna no perdió el toque en su voz. Uno que había oído muchas veces antes.

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-James no es así, ni Elizabeth. Sé que estáis enojado con ella, pero sabéis que él me
ama, Thom.
Él la miró con compasión:- El amor no es algo que les importe a los Douglas. El
orgullo, la ambición… esas cosas son las que ayudarán a vuestro James a construir su
dinastía. Siempre seréiss la hija del mariscal, así como yo siempre seré el hijo del
herrero. Vuestro padre puede que sea un barón, pero sigue siendo un vasallo. Douglas
tomará una esposa que alimente su ambición, y que le traerá riqueza y una buena
posición en la clase social.
Sintió escalofríos al pensar que aquello pudiera ocurrir de verdad. Sólo por un
momento.
-James no es así. No lo conocéis como yo.
Ella creía en él, en ellos.
La miró fijamente.
-Sí, lo hago. Conocí al niño por aquel entonces, y conozco al hombre que es ahora. La
ambición y James Douglas van de la mano. La gente de aquí puede reverenciarlo como
un héroe, pero no os equivoquéis: es despiadado. Nada le impedirá conseguir lo que
quiere -hizo una pausa, intentando calmarse-. ¿Estáis seguro de que lo conocéis tan bien
como creéis?
-Lo conocéis de sobra como para escuchar a los ingleses, Thommy. James no es el
demonio negro que lo dicen.
-Pero incluso mientras ella lo defendía, Joanna reconoció un creciente malestar acerca
de la reputación de James. El temible hombre que había atemorizado a los ingleses no
era el James que conocía.
Era difícil mezclar el galante caballero que amaba con el despiadado "Douglas Negro"
que había causado tanto terror y destrucción.
Y sabía mejor que nadie que no todas las historias eran falsas. El infame "Douglas
Negro" era reconocido tras tres generaciones en el mismo castillo que, incluso, podía
ver al otro lado del río. Su propio abuelo había muerto al lado de James cuando él y sus
hombres habían sorprendido a la guarnición inglesa mientras asistían a los servicios el
Domingo de Ramos. Después de saquear las tiendas del castillo, decapitaron a los
prisioneros y apilaron sus cuerpos en los almacenes restantes antes de echarlos al fuego.
Se debe combatir el miedo contra el miedo, le había dicho James. Y había funcionado.
El peligro en la celebración del Castillo de Douglas, le había hecho ganar el apodo de
peligroso Castillo del inglés.
Pero no le gustaba pensar, que el hombre que había sostenido su corazón durante todo el
tiempo que podía recordar fuera tan... despiadado.
¡Parad! se dijo a sí misma. James os ama.
Ella confiaba en él. Pero inconscientemente, su mano le cubrió el estómago.
Thom le dirigió una sonrisa triste, obviamente sintiendo la dirección de sus
pensamientos.

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-Puede que os ame, pero se casará para aumentar su riqueza y el prestigio de los
Douglas.
-Estáis equivocada. -pero su voz suave carecía de la convicción que había tenido antes.
De repente, la expresión de Thom cambió. Su mirada parpadeó hasta la mano que se
extendía sobre su vientre, primero en incredulidad, en horror y luego, en cólera.
-Oh, Dios, Jo, ¿qué habéis hecho?
Se ruborizó. Por lo que había oído de algunas de las muchachas del pueblo, Thommy
sabía exactamente lo que había hecho.
-Decidme que no estáis embarazada -respiró con fuerza.
No podía hacer eso. Ella bajó los ojos, sin atreverse a encontrarse con su mirada. No era
el enfado lo que temía, sino algo mucho peor: la lástima.
-¡El maldito bastardo, lo mataré!
Joanna agarró a su brazo, impidiéndole alejarse. James no sería el que le matara, ambos
lo sabían. A pesar de su semejanza en tamaño y fuerza física-Thom tenía los pesados
músculos de un herrero- nunca había sido entrenado para pelear. James sí.
El "Douglas Negro", era un guerrero endurecido por la batalla que había sostenido una
espada en su mano desde que era un muchacho. No sería una pelea justa.
-No, Thom. Ni necesito, ni quiero vuestra indignación. No estaba preparado. Sabía el
riesgo que corría. Yo quería... -se mordió el labio, avergonzada-. Quería acostarme con
él. No me obligó.
Pero sus palabras hicieron poco para amortiguar su enfado.
-Se aprovechó de vuestro amor por él, como siempre lo ha hecho, maldita sea. Debería
haberlo parado el día en que lo sorprendí besándoos. Haciendo más que besaros, en
realidad, pero nunca pensé que os deshonraría así.
-No me ha deshonrado.
-No os equivoquéis, Jo. No importa lo que Douglas pueda haberos hecho creer, podría
hacer de vos su esposa, pero no lo hará. Con bebé o sin él -la rabia desesperada en su
rostro la hizo encogerse. Se le apretó el corazón-. Maldito sea el infierno. Vuestra
inocencia pertenecía a vuestro marido. No tenéis que ser un caballero para saberlo.
Joanna nunca lo había visto tan enfadado. Y a pesar de su fe en James, era difícil no
estar afectada por la reacción de Thommy. Su corazón comenzó a acelerarse a causa del
pánico, y las lágrimas le quemaban los ojos.
-¿Por qué estáis haciendo esto? ¿Por qué estáis tratando de arruinármelo? Sé que estáis
molesto por Beth, pero esto es diferente. James y yo hemos estado enamorados durante
años. Vos lo sabéis. Tiene la intención de casarse conmigo; Yo lo sé. ¿No podéis estar
feliz por mí?
Suspiró, pasándose los dedos por su pelo oscuro. Parte de su ira pareció disiparse.

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-Lo siento, Jo. No quiero molestaros. Pero me preocupo por vos, y no quiero veros
sufrir. Vuestro corazón es demasiado grande. Merecéis mucho más que la tierra y el oro.
Es Douglas quien no os merece.
Ella inclinó la cabeza y dijo en voz baja con toda la convicción de su corazón:- Os
equivocáis sobre él, Thommy.
-Eso espero. Por vuestro bien, espero que así sea. Si tuviera una mujer que tuviera la
mitad de la fe en mí que túvos nunca la dejaría ir. Pero prometedme algo. -Hizo una
pausa hasta que levantó la vista-. Si no está a la altura de esa fe, me llamaréis. Si no le
da un nombre a su propio hijo, yo lo haré.
Ella lo miró sorprendida:- Pero no me quieres.
Thom rio:- Tal vez no de la forma en la que pensáis, dado que somos amigos, lo cual es
más de lo que la mayoría de los esposos y esposas pueden decir.
La generosidad de su oferta la conmovió, pero era una oferta que nunca podría aceptar.
Tanto por su bien como por el suyo propio.
-¿Qué hay de Beth? -preguntó suavemente.
Su boca se endureció:- Podría convertirme en el mayor caballero de la cristiandad, y no
cambiaría de dónde vengo, ni mucho menos, el cómo me miró. No me engaño. Lady
Elizabeth Douglas nunca será para mí. Bien podría ser la Reina Malvada.
La forma en que lo dijo...
¿Joanna se engañaba a sí misma?
No. James no le haría eso. Confiaba en él con todas las fibras de su ser: cuerpo y alma.
Fue bien pasado del mediodía cuando James subió a la colina. Había una ligereza en su
pecho que no había sentido en mucho tiempo. Desde la última vez que habían estado
juntos, de hecho.
Dios, había sido demasiado tiempo.
Al acercarse a la cima de la colina, la vio. Esperándolo bajo el viejo roble Sessile, como
siempre lo hacía. Ella se volvió, y la amplia sonrisa que se extendió por su cara hizo que
su aliento se resquebrajara en su pecho.
Los recuerdos que lo sostenían durante los largos meses de su separación nunca le
hicieron justicia. Era imposible recordar lo hermosa que era en carne y hueso. Nunca
podía conseguir exactamente definir el rubio dorado de su cabello, el azul intenso de sus
ojos, la impecabilidad de su piel, el brillo de su sonrisa o las curvas bien definidas de su
cuerpo.
Lo suyo no era la belleza refinada de las mujeres nobles en la corte, sino una bondad
sana extraída de la belleza verde del campo alrededor de ellos. Su doncella vikinga,
pensó en ella.
Su lujuriosa doncella vikinga, enmendó James. Había sabido que ella sería sensual, pero
nunca pudo haber imaginado tal sensualidad innata.
La anticipación recorría su sangre, los recuerdos de lo que había sucedido la última vez
aceleraba su corazón. No había querido dejarlo ir tan lejos, pero parecía inevitable desde

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el primer beso que habían compartido en el granero hacía tiempo. Incluso a los quince
años, lo había sabido. Pertenecía a él.
Y ella también lo sabía. Estaba yendo hacia sus brazos.
-¡James!
Sólo el sonido de su voz ronca era como ambrosía para su alma pisoteada por la guerra.
Sus brazos se deslizaron alrededor de ella, y saboreó el placer simple de su cuerpo suave
y acogedor que se fundía contra el suyo.
Se había dado cuenta de que la había echado de menos. Más de lo que había soñado.
¿Cuándo se había vuelto tan importante para él? ¿Tan vital? Como el aire que respiraba
y la comida que comía, Joanna alimentaba su alma.
-Vinisteis -dijo ella, mirándolo con una expresión de alegría en su rostro. Se quedó sin
aire.
Porque su boca estaba a sólo unos centímetros de la suya, porque prácticamente podía
probar su dulzura, y simplemente porque había sido demasiado tiempo, entonces… la
besó.
Su boca cubrió la suya, tragando su jadeo de sorpresa, y luego el gemido bajo de placer
que fue directo a sus bolas. Tan suave. Tan cálida. Era mucho más dulce de lo que
recordaba. El calor le corría por la sangre y los miembros cansados.
Él gimió, sintiéndola derretirse. Su boca se abrió sobre la suya, y sintió la necesidad de
probarla más profundamente. Su lengua se clavó en su boca, acariciando y consumiendo
en largas y lentas pasadas
Dios mío, fue increíble. Una y otra vez, él la atrajo hacia sí..
Joanna parpadeó. Ese simple gesto casi lo puso de rodillas. La pasión era nueva para
ella, pero el instinto y el entusiasmo lo compensaban, casi por la falta de experiencia. Su
cuerpo estaba hecho para esto y parecía saberlo.
Apretó su abrazo alrededor de su cintura, inclinándola hacia él. Aumentando la presión
contra su polla, ya dura como una roca.
Se sentía tan bien. No podía esperar a estar dentro de ella otra vez. Sentir toda la carne
apretada y cálida, atrayéndolo. Oír sus gritos de placer mientras la hacía estremecerse.
Su corazón latía con fuerza. Su corazón se aceleró. Sintió que perdía el control.
Se apartó con una maldición. No podía hacer esto ahora. No tenía tiempo. Ni siquiera
debería estar aquí, pero tenía que verla. Robbie Boyd y Alex Seton probablemente ya lo
estaban buscando. Los dos miembros de la guardia –secreta- de los Highlanders de
Bruce no estarían contentos de haberse escapado sólo horas antes de que pusieran en
marcha su plan.
Pero al mirar hacia sus ojos borrosos y llenos de pasión, casi lo reconsideró. Tres meses
era mucho tiempo para abstenerse. Se sentía más como un monje prestado, que como un
hombre joven, viril y lujurioso que aún no tenía veinticinco años. Pero desde el día en
que se había entregado a él, James había perdido el apetito por otras mujeres, un apetito
que había sido bastante voraz hasta ese momento. Había estado tratando de aliviar su
hambre con nimiedades, sólo encontrando satisfacción con Joanna.

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Cuando su aliento regresó, dijo:
-Por supuesto que vine. Sabéis que no puedo estar lejos de vos.
Se sonrojó, sus palabras obviamente le agradaron.
-Pero es peligroso. Los ingleses os están buscando. Si os ven...
-No lo harán -dijo sin rodeos, y luego sonrió-. No hasta que quiera que lo hagan.
Aunque su voz no interpuso ninguna discusión, sabía que no había disipado
completamente sus miedos cuando su mano se acercó a su boca. Recordaba aquello, se
mordía las uñas cuando estaba preocupada. Pero aunque odiaba aquel "hábito", trató de
no señalarlo.
Ella lo miró, sus grandes ojos azules se llenaron de preocupación.
-¿Estáis planeando algo, James?
Él arqueó una ceja. Ella sabía muy bien que así era:- Mientras Clifford siga llenando mi
sala de ingleses, seguiré vaciándolo.
Joanna sabía muy bien que disputaba por su reclamo de la propiedad de Douglas
Castle. Todo el odio que tenía contra el rey inglés, quien había matado a su padre había
sido trasladado al hombre que Eduardo le había dado a la tierra de su padre: Sir Robert
Clifford, el barón inglés y comandante militar de confianza del rey Eduardo y su rey
hijo, Eduardo II. Dos veces, James había destruido la guarnición de Clifford, y dos
veces Clifford lo había reabastecido contando con más hombres. Así lo supo dada su
última visita al Castillo.
Esta vez James pretendía recuperar Castillo de Douglas para siempre. Prefiere ver el
bastión de su familia arrasado hasta el suelo que lo han ocupado treinta ingleses.
Lástima que Clifford no estuviera aquí ahora.
James prefería ver al diablo inglés directamente en el infierno. Si Boyd no lo hacía por
él primero. Si había alguien que odiaba al Señor de Clifford más que James, era Robbie
Boyd.
Ella lo miró cautelosamente.
-¿Qué vais a hacer?
Lo que había hecho dos veces antes: usar el engaño y la astucia para engañar a los
enemigos y luego, destruirlos.
-Vaciar la despensa -dijo con una sonrisa.
Ella palideció y sus ojos volaron a los suyos:- Jurasteis que nada de eso volvería a
ocurrir. Vos dijisteis…
-Sé lo que dije -dijo bruscamente. Ella no debía decir lo que era aceptable o no en la
guerra. No era su lugar. Demonios, se decía que Wallace había sacado un cinturón de la
piel de Sir Hugh de Cressingham, el odiado comandante inglés sido había derrotado en
Stirling Bridge. Pero la manera horrenda en que lo había mirado después de ese
episodio de "Negro Douglas", fue como si no lo conociera...

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Àriel x
Había picado su conciencia, maldita sea. Le habría prometido que no volvería a pasar
con tal de que no lo mirara así, y eso lo asustó. No podía permitir que nadie, ni siquiera
Joanna, interfiriera con sus planes. Recuperaría las tierras de su padre de los ingleses,
restauraría su patrimonio y vería la casa de Douglas elevada a alturas vertiginosas. No le
importaba cuánta sangre inglesa necesitara derramar para hacerlo.
-Voy a mostrar a vuestros ingleses misericordia, a menos que actúen manera distinta.
Ella soltó un suspiro de alivio:- Me alegro. Os temen lo suficiente.
No será suficiente hasta que todos los soldados ingleses huyan de Escocia aterrorizados.
Sus ojos se estrecharon, la chispa de algo peligroso se apoderó de él.
-¿Por qué os preocupáis tanto por ellos?
Ella lo miró con curiosidad:- No son los ingleses los que me importan, sois ustedes.
-¿Así que no es verdad el rumor que he oído de que el capitán de la guardia ha
encontrado excusas para detenerse en Hazelside?
El calor que inundaba sus mejillas le hizo sonrojarse.
-Estuve enferma esa mañana -explicó. Sir John lo presenció- sólo estaba siendo amable.
James bajó la mirada hacia el bello rostro inclinado hacia el suyo y sintió un destello de
ira tan intenso e irracional que le robó el aliento. Jo era suya, maldita sea. Si "Sir John"
de Wilton -el comandante de la guarnición inglesa- estuviera delante de él ahora mismo,
sería hombre muerto.
-No seáis ingenua, Jo. El inglés os quiere. ¿Qué hombre podría miraros y no quereros?
Ella era hermosa. La cara de un querubín con un cuerpo exuberante hecha para el
pecado. Pero era mucho más que su apariencia física. Joanna Dicson era dulce, buena y
amable. Ella era su corazón y el guardián de su alma. Sin ella, él...
Ni siquiera podía contemplarlo. Joanna había estado a su lado durante, prácticamente,
toda su vida. Ella era una parte de él, la mejor parte de él. Y si Dios lo quisiera, estaría a
su lado por el resto de su vida.
Cualquier signo de conciencia que pudiera sentir por lo que había hecho había sido
aliviado por ese pensamiento. Él se encargaría de ella. Siempre.
Alargó la mano y le dio una tierna sonrisa.
-No tenéis motivos para estar celoso, James. Sir John tiene una dama esperándole allí,
en Inglaterra. Y aunque no lo hiciera, el único hombre que quiero es a vos. Os amo."
El calor de sus palabras se esparció sobre él, calmando la neblina roja y permitiendo que
la alegría floreciera en su lugar. Amor. Sí, ella lo amaba. Y él la amaba a ella. ¿Cómo no
hacerlo?
Las buenas intenciones se olvidaron, James la atrajo de nuevo a sus brazos y la besó.
Gimió ante el contacto, ante la inundación de las sensaciones. Sus labios eran cálidos y
suaves, y tan increíblemente dulces. Ninguna miel había probado jamás tan dulce.
Sabía que no tenía tiempo para esto, pero no parecía que pudiera detenerse. Así era
como siempre había sido entre ellos, caliente y fuera de control, tan imposible de

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controlar como un reguero de pólvora. Ahora que se había desatado, se preguntó cómo
habían podido controlarlo durante tanto tiempo. La energía bruta, la intensidad, la
devastación de la misma, le sorprendieron. Nunca había sentido nada parecido y sabía
que nunca volvería a hacerlo. Este tipo de pasión pasaba una vez en la vida.
Sus labios se movieron sobre los de ella con avidez, vorazmente, bebiéndola con cada
golpe malicioso de su lengua. Quería devorar cada centímetro de ella, sin dejar ninguna
parte sin poseer, sin reclamar.
Era suya.
Y ella lo sabía. Se entregó a la pasión sin vacilar. No, la rendición no era la palabra
correcta. Le daba la bienvenida. Le abrió el corazón y se deleitó en él, saboreándolo.
Ella lo tomó, como si nunca quisiera dejarla ir.
Rezó para que nunca lo hiciera. La necesitaba, y sólo estaba empezando a darse cuenta
de cuánto.

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Capítulo 2

Estaba sucediendo otra vez. Joanna sintió que extrañas sensaciones la inundaban y sabía
que sería incapaz de resistir. Tampoco es que lo quisiera. Ese había sido el problema
desde el principio. Cuando James la abrazaba, tocándola y besándola así, nunca quería
que terminara. Le gustaba.
Le gustaba no sólo forma en que la hacía sentir su cuerpo, todo caliente, y sensible, pero
también la forma en que la hacía sentir en su corazón: protegida, querida y... amada.
Sobre todo amada. James la amaba. ¿Cómo podía haber dejado que Thom le hiciera
dudar sobre él?
Se culpó a sí misma, abriendo su boca y besándolo de nuevo con cada poco del fervor y
pasión que él le estaba dando.
Aunque Joanna era alta para ser una mujer, James todavía se elevaba sobre ella por casi
un pie, y ella tenía que ponerse de puntillas para apenas deslizar sus manos alrededor de
su cuello y así, aferrarse. Y aferrarse es lo que ella hizo. El momento en que su boca
tocó la de ella, los huesos de sus piernas le temblaron. En realidad todos sus huesos le
temblaron. Todo era calor, y mucha, mucha excitación.
Su piel se ruborizó. Su cuerpo hormigueó desde las puntas sensibles de sus pechos hasta
el lugar íntimo entre sus piernas. Le vino a la mente un fugaz recuerdo de otra sensación
-una que la había dejado destrozada y débil-.
Un bajo gemido de anticipación escapó desde lo profundo de su garganta. Aumentó la
presión de sus cuerpos, mezclando sus curvas con los contornos duros de su pecho y
muslos.
Los últimos años de guerra habían producido muchos cambios en James, pero de lejos
los más notables eran los de su cuerpo. La estructura esbelta de su juventud se había
transformado en uno bien formado y muy musculoso. Todavía estaba magro, pero todos
los vestigios de la juventud habían desaparecido. Era un hombre, con la sólida y
musculosa estructura del feroz guerrero que había golpeado el terror a través de las
Fronteras.
Se estremeció un poco, recordando cómo se había sentido al apretar esos músculos
debajo de sus palmas. Incluso su rostro había cambiado, aunque no a causa de
cicatrices. Inusualmente, la cara de James no llevaba marcas de la guerra que había
consumido toda su vida. Más bien, las buenas miradas juveniles se habían endurecido.
Siendo más nítido. Más peligroso y despiadado. Era guapo, pero esa no era la palabra
que le venía a la mente cuando lo mirabas. Era imponente. Feroz. Determinado. Desde
su tamaño, hasta los penetrantes ojos oscuros, al conjunto de su mandíbula cuadrada,
eso era lo que veía. Pero de alguna manera sólo se le añadía a su atractivo.
De hecho, parecía más un rufián que un señor o un caballero. No llevaba ni un
sobretodo de lana fina ni un tabardo con las armas de Douglas sobre su plaid. En
realidad, casi no llevaba ningún plaid, sólo un coif bajo su timón para proteger su
cuello.

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De lo contrario, su armadura consistía en un cotún de cuero negro básico y zapatos
salpicados de trozos de acero, más adecuado para un guerrero de las Highlands que un
importante teniente en el séquito personal de Bruce. Pero la armadura pesada no se
prestaba a la agilidad y rapidez requeridas para el estilo de rapidez de ataque por el que
James se estaba haciendo famoso por - modelar en los hombres de guerra que habían
aterrorizado las costas de Escocia años atrás.
En su juventud, James había sido un poco fastidioso en apariencia, y aunque los
ingleses lo habían despojado de sus tierras y le habían robado sus ropas señoriales,
esencialmente forzándolo a vivir como un proscrito en el bosque de Ettrick, todavía
quedaban vestigios. Siempre olía a limpio. Debajo de la fuerza del viento en su piel y
del cálido perfume de cuero, podía detectar la nueva señal de su jabón. Y el cabello
negro que había dado lugar a su epíteto podría ser más largo, pero todavía estaba
perfectamente recortado y peinado, excepto por aquel flequillo ondulado e indómito que
le caía por la frente. Recién afeitado también, aunque la sombra de su barba ya estaría
oscura por la tarde. Podía sentir el áspero rasguño mientras la besaba.
Y Dios, cómo la estaba besando. Su lengua en su boca le provocaba sensaciones, que
irremediablemente, se apoderaron de ella.
Gimió cuando profundizó el beso, tirando de ella más cerca y sosteniéndola más
firmemente contra él. Sus cuerpos se cerraron. La gruesa losa de su erección presionó
insistentemente contra su vientre, y su cuerpo respondió con una oleada de calor entre
sus piernas. Él la quería, y la prueba de esa necesidad, grande y dura contra ella, la hizo
temblar.
La primera vez pensó que sería era imposible. Él era demasiado grande, y ella era
demasiado... inocente. Pero le demostró que estaba equivocada. El recuerdo del dolor
inicial era distante, y desapareció bajo el recuerdo mucho más grande del placer. El
placer que le daría de nuevo. Pero no era sólo el placer que ansiaba, sino la cercanía.
Quería sentirse unida a él de nuevo. Quería sentirlo dentro de ella, llenándola,
forjándose así el vínculo que los unía para siempre.
James luchó para tomarlo con calma ya que el control se alejaba rápidamente de él.
Quería darle más placer de lo que había soñado, porque Dios sabía lo que le hizo estaba
más allá de sus fantasías más salvajes.
Sólo la presión de su cuerpo contra el suyo era increíble. El suave aplastamiento de sus
pechos contra su pecho, el suave balanceo de sus caderas hasta su ingle...
Ella lo volvía loco.
Una inundación de calor lo invadió, y él la acercó más, profundizando el beso. Su
cabello se deslizó desde su coleta, derramándose sobre sus manos como una cascada de
seda y llenándose la nariz con el olor embriagador de las rosas que usaba en su agua de
baño. Siempre olía bien. Como una tarta de manzana caliente sacada del horno, no pudo
resistirse a inhalar y atraer el aroma dulce a sus pulmones.
Pero fue su respuesta lo que lo desató. El círculo de su lengua, al principio tentativo, y
luego más audaz, cuando encontró sus golpes determinados con el suyo propio. Los
suaves gemidos de placer se aceleraron y se hicieron más insistentes. El ligero balanceo
de sus caderas contra él se convirtió en un baile. Cada instinto primitivo en él había sido
alimentado hasta el punto de no retorno. Como un barco que se dirigía hacia una
cascada, sin volver.

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Seton y Boyd tendrían que esperar.
Estaba haciendo pequeños jadeos eróticos en su garganta. Sus manos agarraron
salvajemente sus brazos y hombros, sus músculos flexionando con moderación debajo.
Una neblina descendió sobre él. Todo lo que podía pensar era la mujer en sus brazos y
las increíbles sensaciones que ella ejercía en su cuerpo. Nada más importaba.
Sus manos se llenaron de la suave carne de su trasero, sus piernas, sus pechos. ¡Dios,
esos pechos! Tenía los pechos más espectaculares que cualquier mujer que hubiera visto
antes. Completa y redonda y rematada con las puntas más rosadas. Ahuecó la suave y
madura carne, pasando sus dedos por los picos tensos hasta que ella se arqueó en su
mano.
Ambos respiraban con dificultad, y él estaba muy cerca de correrse en sus propios
pantalones, pero estaba decidido a hacerlo mejor esta vez. La primera había sido una
explosión frenética y juvenil de ansia y pasión reprimida. Sin embargo,
sorprendentemente, a pesar del dolor inicial, había logrado darle placer. Esta vez quería
darle todo. La muchacha se lo merecía.
Se obligó a retrasarlo y la arrojó a sus rodillas con él, rompiendo el beso sólo el tiempo
suficiente para arrancar el plaid de sus hombros y esparcirlo por el suelo detrás de ellos.
Por ahora, la bóveda de la naturaleza tendría que hacer, pero un día, juró que le daría la
cama fina con sábanas de sedas que merecía.
Cuando obtuviera lo que el rey inglés había robado a su familia.
Algo debió haber oscilado en su mirada.
-¿Hay algo mal? -preguntó.
Él miró su rostro, hacia los grandes ojos azules suaves, ahora llenos con pasión, sus
mejillas enrojecidas, y los labios hinchados por beso, y sintió como su corazón saltaba.
Extendió la mano, tomó su barbilla aterciopelada en la mano y sacudió la cabeza.
¿Cómo podía pasar algo malo cuando estaban juntos?
-Ojalá pudiera daros más que una simple tela debajo de los árboles.
Ella sonrió:- No me importa. Es hermoso. Cuando os marcháis, vengo aquí, y me hace
sentir más cerca de vos- un rubor se elevó por sus mejillas-. Creo que es nuestro lugar.
Aquello lo conmovió. Se habían reunido aquí durante años, pero sabía que esa no era la
razón. Fue por lo que había pasado la última vez. Confiaba en que Joanna viera siempre
lo bueno de él, incluso en algo que pueda ser visto como ilícito. La determinación se
elevó caliente y pesada dentro de él.
-Un día os construiré un palacio como os merecéis.
Sus ojos se encontraron con los suyos; parecía inexplicablemente aliviada.
-¿Lo decís en serio?
-Por supuesto -frunció el ceño-. ¿Dudáis de mí?

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-Nunca. Pero no necesito palacio; Estaré feliz en cualquier parte siempre y cuando
estemos juntos -sonrió hacia él, tan brillante y cálidamente como el sol, y como Ícaro, él
estaba incapaz de resistir el tirón magnético.
Con un gemido, volvió a cubrirle la boca y le tendió la espalda en la tela.
Se apoyó en su costado para protegerla de su peso. El beneficio fue que no sólo le dio
un mejor ángulo para besarla, sino que también le dio a su mano el libre acceso para
explorar.
Mientras su lengua se hundía en los cálidos recovecos de su boca, su mano vagaba por
las exuberantes curvas de su cuerpo, de todo su cuerpo. No podía tocarlo todo, sintiendo
y sentía su rubor y calor por él. Ella estaba tan caliente. Caluroso, ansiosa y necesitada.
Se retorció y se arqueó bajo las yemas de sus dedos, inconscientemente buscando la
presión y la fricción que su cuerpo deseaba.
Joanna gimió en su boca cuando, finalmente, tomó sus pechos.
Él la besó más fuerte, trabajando su boca con el trazo de su lengua, mientras su mano
hacía lo mismo con su pecho. Captando, apretando, rodeando el pezón tenso con la
almohadilla de su pulgar antes de finalmente tomarlo entre sus dedos y dándole la
fricción que su espalda arqueada exigía.
A pesar del frío día de febrero, el sudor se extendió por su piel mientras la fuerza de su
deseo se hacía cada vez más difícil de controlar. Se sentía como si estuviera a punto de
explotar. Cuando sus caderas comenzaron a levantarse, él la dejó hacer.
Cristo. Gimió ante el contacto. Colocándose en la dulce unión entre sus piernas, él tomó
su parte inferior, sosteniéndose firmemente contra ella mientras comenzaba a moler
contra él con frenéticos pero pequeños movimientos y círculos de sus caderas.
Su aliento estaba llegando más rápido ahora, una mezcla de suaves gritos y gemidos.
Podía sentir su cuerpo acelerándose debajo de él. Los gritos se volvieron más
insistentes, el agarre de sus dedos en sus hombros más exigente, incluso.
Podía sentir la dulce tensión que la reclamaba. Sentía como se derretía.
Oh Dios, ella iba a venirse sólo por frotarse contra él. Apretó los dientes contra su
propio impulso de hacer lo mismo y dejarse llevar. Descubriendo cómo encontrar su
placer y tomarlo.
Se mantuvo muy quieto, tratando de no pensar en lo bien que se sentía. O lo sensible
que estaba. O qué maldita suerte era encontrar a una mujer con una pasión tan
desenfrenada. Cristo, se sentía como si estuvieran bailando, a pesar de que todavía tenía
su ropa puesta.
Un momento después, su cuerpo se apoderó de él. Rompió el beso para ver su cara
mientras se separaba.
Sus ojos volaron hacia él con asombro.
-¡James!
Algo se le atascó en el pecho. Una punzada dura y caliente de pura emoción. Ella era
tan hermosa.

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-Está bien, amor -dijo con voz ronca-. Os tengo.
Y así era. Estaban tan conectados que podía sentir los espasmos y el estremecimiento de
su liberación reverberando a través de ella –y a su alrededor, tirando y agarrando. Muy
apretado. Tan cálido. Tan bueno-.
Dios, necesitaba estar dentro de ella.
Atónita por el poder de las sensaciones que destrozaban su cuerpo, Joanna era apenas
consciente de los movimientos bruscos de James mientras arrancaba su cotun y
desabrochaba los cordones de sus pantalones.
Los bruscos espasmos habían comenzado a disminuir cuando ella sintió una fresca
ráfaga de aire sobre sus piernas mientras él sacaba sus faldas. Bajando sus brazos sobre
sus piernas, él levantó sus caderas hasta estar colocado entre sus piernas.
La punta de su pene se empujó contra ella por un momento, y con un solo empuje
intencional se envolvió dentro de ella.
Su cabeza cayó hacia atrás con un grito profundo que estaba en algún lugar entre la
agonía y el éxtasis. Ella jadeó, más por el choque que por el dolor, aunque su tamaño
todavía provocaba una punzada de este último. Era la minuciosidad de su posesión, la
feroz primitividad, y la increíble plenitud de él dentro de ella.
Se mantuvo inmóvil durante un minuto, como si diera a su cuerpo la oportunidad de
acostumbrarse a las sensaciones, antes de atraerse y salir lentamente.
Se había preguntado cuál era su posición hasta entonces, pero de repente se hizo
evidente. A diferencia de la primera vez que él había estado encima de ella, con él de
rodillas y sus caderas inclinadas hacia él, tenía una perfecta ventaja de lo que estaban
haciendo. Podía ver cómo se movía dentro y fuera de ella.
Y ella también. Sus ojos se agrandaron cuando su cuerpo se estiró para tomarlo, y poco
a poco desapareció dentro de ella.
Ella sabía que debería estar sorprendida. Debería avergonzarse. Debería volver su
mirada. Pero en lugar de eso, se ruborizó con la excitación ante la exhibición erótica. En
la intimidad y la carnalidad. El calor se extendía por sus extremidades.
Sus ojos se encontraron y un rubor se elevó por sus mejillas.
Su rostro era una máscara apretada de placer, todas las líneas duras y sombras oscuras.
Tenía la mandíbula apretada, la boca apretada y los ojos hendidos de pasión. Parecía
feroz y peligroso, y tan atractivo que envió una nueva ola de calor justo al lugar que se
unieron.
-No os avergoncéis -dijo, como si pudiera leer sus pensamientos-. Vuestra pasión me
enciende. Me gusta sentir vuestros ojos en mí.
Como si acatara a la orden, sus ojos cayeron a su virilidad, a la espera del precipicio de
otro golpe.
-¿Sí? -preguntó.
Él gimió en respuesta, hundiéndose dentro y fuera de nuevo. Su voz era tensa, como si
cada movimiento fuera una tortura.

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-Dios, no tenéis ni idea. Miradme, Jo. Miradme amaros.
Ella lo hizo. Se preguntó por el tamaño de él. Por su grosor. A la capacidad de su cuerpo
para adaptarlo a su interior. Observó cómo los movimientos lentos y maliciosos se
aceleraban, mientras sus caderas palpitaban más rápido, mientras el calor y la humedad
de su excitación lo envolvían en un fino brillo, facilitando su camino.
Ella jadeó cuando el ritmo se intensificó. Su corazón empezó a golpear, y la inquietante
sensación comenzó a construirse de nuevo.
La exquisita fricción.
La plenitud pecaminosa.
El ritmo perfecto.
El calor se extendió por sus miembros mientras cada golpe duro de su cuerpo en el de
ella la acercaba a ese pico de mercurio.
Podía sentir la furia de su pasión desatando, sentir la tormenta que había mantenido a
raya la primera vez que comenzaba a liberarse. Era salvaje, primitivo y crudo.
Nunca había imaginado que ella pudiera hacerle esto, y el conocimiento la humilló y la
fortaleció. Podía ponerlo de rodillas con la misma facilidad con la que la llevó a la suya.
James podría ser el hijo de un señor, y ella podría ser la hija de un mariscal, pero aquí,
así, ellos eran uno.
Debajo del lino de su camisa podía ver sus poderosos músculos flexionar y apretarse
como el ritmo de su unión se estableció a un ritmo frenético. Su rostro se oscureció, sus
ojos encapuchados, su mandíbula apretada, los músculos de su cuello y hombros
encendidos.
-Cristo, os sentís tan bien -dijo con los dientes apretados.
Sus manos se deslizaron desde sus muslos para agarrar su parte inferior, permitiéndole
hundirse más y más profundo. Más y más fuerte hasta que ella supo que no había
ningún sitio más a donde ir. Ella jadeó, cuando había alcanzado la parte más profunda
de ella. Se unieron completamente... irrevocablemente... perfectamente.
Sus ojos la cubrieron.
-Sois mía, Jo. Mía para siempre.
-¡Sí! ¡Sí! -gritó ella, el ritmo frenético de sus empujes llevándola al pico más alto. Pero
entonces él la tomó más arriba. Con un áspero gruñido, él se hundió en su empuñadura
y la sostuvo contra él y comenzó a rodear sus caderas con un ritmo más duro.
Su cuerpo se deshizo. La sensación estalló dentro de ella.
-Oh Dios, voy a correrme -gruñó fuertemente. Sus dedos se clavaron en sus nalgas
mientras se endurecía y lanzó un profundo grito gutural que los lanzó a ambos
catapultando juntos hacia las estrellas. Los espasmos de su liberación se estrellaron
sobre ella, como la ráfaga caliente de su semilla derramándose dentro de ella.

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Eso fue increíble. Sintiendo su cuerpo temblar junto al suyo. Sabiendo que estaba
compartiendo la misma sensación, la misma pasión, estaban experimentando ese
milagro juntos.
Para siempre, había dicho. Lágrimas de felicidad saltaron a sus ojos.
Cuando terminó, se derrumbaron en un montón deshilachado de cuerpos exhaustos y
miembros enmarañados.
Ninguno de los dos pareció moverse durante mucho tiempo. Pero al final, su pecho
creciente y su pesada respiración disminuyeron. Le tomó unos minutos más para que
aquella neblina empezara a despejarse lo suficiente como para permitir un pensamiento
racional.
James juró.
El juramento era uno que nunca le había oído usar antes, y la crudeza la chocó. ¿Había
algo malo?
Sus ojos volaron hacia los suyos.
Un poco de su temor se desvaneció cuando él sonrió infantilmente.
-Lo siento. Estaba pensando que Ariete y Dragónn estarán furiosos.
-¿Quiénes?
Sacudió la cabeza:- No es importante -deslizó su mano alrededor para acariciar su
mejilla, acariciando su labio inferior con su dedo. Su tierna mirada cayó sobre la suya.
-Tengo que irme. No debería haberme quedado tanto tiempo. Los hombres me estarán
esperando.
No esperó a que ella respondiera, pero lentamente se desenredó y se puso de pie. Había
algo en verlo ponerse sus pantalones y luego a su cotun que la hizo sentirse... mal.
Pero recordando su promesa de construirle un palacio algún día, la punzada de inquietud
se desvaneció.
–Tengo que hablar contigo sobre algo importante.
Toda la atención y ternura que él le había mostrado hace unos minutos desapareció.
Estaba en modo guerrero, su atención ya estaba desviada hacia lo que fuera lo que tenía
que hacer.
-Me temo que tendrá que esperar, Jo. Ya llego tarde.
-Sólo tomará unos minutos.
Frunció el ceño, tal vez capturando algo en su voz:- ¿De qué se trata?
Le tendió la mano y ella se puso de pie, su falda cayó de nuevo en su lugar, ocultando
toda evidencia, como si él no se hubiera pasado sólo entre sus muslos hace unos
minutos.
Ella puso sus manos sobre su estómago instintivamente.
-Nuestro futuro -dijo.

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Sus cejas fruncidas en cuestión; no tenía ni idea de lo que estaba hablando.
-Nuestro matrimonio -aclaró. Avergonzada de estar sacando el tema, trató de bromear-.
Tendremos que jurarnos nuestros votos antes de lo que pensamos
La sangre se deslizó de su rostro:- ¿Qué matrimonio?
En el espantado horror de su expresión, Joanna vio la verdad. La horrible, terrible,
brutal verdad.
"Para siempre" y "construir su palacio" no significaba hacerla su esposa.
El conocimiento onduló a través de ella en una ola caliente y dolorosa. Thom había
tenido razón, y se había equivocado. Terriblemente equivocado.

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Capítulo 3

Al darse contra la realidad… la experiencia sexual más erótica, placentera, increíble de


la vida de James, quedó atrás, y las palabras de Jo fueron le sentaron como si le
hubieran echado un jarrón de agua fría. Diablos, eran como una zambullida en las
heladas aguas del mar hebrideo en pleno invierno, desnudo. Su sangre, su aliento, todo
dentro de él se congeló.
Ella lo miró, sus grandes ojos azules interrogantes y ansiosos.
-Pensé... asumí... que nos casaríamos -dijo en un susurro ronco.
Miró a la mujer que había conocido desde que ambos eran niños, que habían crecido
con él, que sabían lo que los ingleses le habían hecho a su padre y lo que le habían
quitado, que tenía que saber lo importante que era su carrera era para él, la miró como si
fuera un extraña. Iba a ser el mejor caballero de Escocia, elevando el nombre de
Douglas a alturas vertiginosas. El horror y la humillación de la muerte de su padre-
siendo abandonado para morir como un perro- nunca se lo perdonaría, pero tenía la
intención de asegurarse de que se olvidara. Nadie volvería a calumniar su honor y su
nobleza.
-Pensé que lo entendíais -dijo incrédulo.
¿Cómo no podía entenderlo? Tenía que entenderlo. No podía casarse con ella. Era
imposible. El matrimonio entre ellos estaba exento de cualquiera posibilidad, tanto, que
ni siquiera lo había considerado. Bueno, tal vez una vez cuando era un muchacho y no
sabía nada de la vida, pero su padre lo había enderezado. James tenía un deber -una
responsabilidad- de casarse por el bien de su familia.
Su elección de novia se había vuelto aún más importante después de la muerte de su
padre y Eduardo había robado el patrimonio de James. Su espada lo llevaría muy lejos.
La mujer que tomaría por esposa sería casi tan importante como el nombre que estaba
haciendo en la guerra. Sería una mujer que le traería riquezas y títulos. Una mujer que
promovería su ambición y aumentaría el poder del señorío de Douglas.
Una mujer como Margery Bruce.
James tenía todas las razones para creer -con razón de esperar- que el rey tenía la
intención de proponer un próspero matrimonio entre su hermana menor (el rey tenía
siete) y James. Lo había insinuado más de una vez. A los trece, Margery tenía edad
suficiente para casarse. Los temas de cama esperarían unos pocos años, pero el
matrimonio sería la culminación de todo lo que James había luchado por los últimos
cinco años.
La conexión de sangre con Bruce no sólo fortalecería el vínculo entre las familias, sino
que también demostraría hasta qué punto James había resucitado a favor del rey.
Randolph no sería el único pariente que compitiera por el favor de Bruce.
La rivalidad de James con Sir Thomas Randolph, sobrino de Bruce que se había
levantado en la estima del rey desde que James lo había capturado de los ingleses y lo

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habían traído de nuevo en el doblez escocés, se había intensificado últimamente.
Siempre estaban tratando de mejor el uno al otro en el campo de batalla o cualquier
misión que el rey les diera. El rey los alentó porque aquello lo ayudaba en sus esfuerzos
para retomar su reino. Sí, Randolph era una espina en la parte trasera de James. Debería
haber dejado al sin vergüenza con los ingleses.
James no podía casarse con Joanna. Él era el Señor de Douglas, -desposeído o no-, y
ella era la hija de su vasallo, ¡por el amor de Cristo! El matrimonio era una alianza
política. Una herramienta. Uno de los mejores medios que tenía de hacer avanzar a su
familia. No tenía nada que ver con sus sentimientos personales. Demonios, por eso los
hombres tenían amantes. La esposa era un deber; Joanna sería su felicidad y su corazón.
¿Cómo podría ella no entender eso?
Se pasó los dedos por el pelo, sin saber qué hacer, qué decir. Él miró hacia abajo a su
cara, y su pecho ardía, como si cada aliento de aire que él dibujó en sus pulmones le
pesara. No quería hacerle daño. Cristo, herirla era lo último que quería hacer. La amaba.
Él tomó su mejilla en su mano. Su piel se sentía como hielo. Por lo general, se acercaba
a su tacto, pero se quedó perfectamente congelada, mirándolo como si lo viera por
primera vez. Como si acabara de traicionarla de la peor manera posible y destruyera su
fe en él.
Un escalofrío lo recorrió. Su corazón se aceleró. Si no lo sabía mejor, diría que estaba
en pánico.
-Jesús, Jo, no me miréis así. No puedo casarme con vos, aunque quisiera.
Ella se estremeció como si la hubiera golpeado:- ¿Incluso si quisieráis?
Él perjuró:- Eso no es lo que quise decir. Por supuesto que quiero -se dio cuenta. Pero
los deseos personales no tenían nada que ver con el matrimonio-. Pero no soy un
campesino, que me pueda limitar por los dictados de mi corazón. Tengo un deber para
con mi familia, como señor. Debo casarme para restaurar la riqueza y el prestigio de
Douglas. ¿Seguro que lo comprenderéis?
-Pero hicimos el amor. Os di mi inocencia.
James se encogió interiormente. Sus palabras destrozaron la pared de cristal que había
construido alrededor de su culpabilidad. ¿Qué diablos podría decir? ¿Que estaba mal?
¿Que había sido incapaz de resistirse? No había palabras que pudiera reunir en su
defensa.
-Queríais entregaros a mí. Pensé que habíais entendido lo que eso significaría.
Le tomó un momento comprender lo que quería decir, pero cuando lo hizo, la mirada de
horror en sus ojos lo cortó a gran velocidad.
-¿Una amante? ¡Dios!, nunca quisisteis casaros conmigo -era una declaración, no una
acusación, pero incluso así, se sentía como una. Ella cruzó las manos sobre su estómago
como si la hubiera pateado- ¿Cómo he podido ser tan tonta? Pensé... -su voz se ahogó-.
Oh Dios, pensé que me amabais.
Las lágrimas que brillaban en sus ojos mientras lo miraba le reconcomían por dentro. Él
la alcanzó de nuevo, pero ella se apartó bruscamente.

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-Os amo – James insistió-. Esto no tiene nada que ver con cómo nos sentimos el uno
hacia el otro.
Sus palabras cayeron en oídos sordos. Ella sacudió la cabeza con incredulidad, sus ojos
nunca dejaron su rostro.
-Thom tenía razón acerca de vos. No quería creerlo. Yo os defendí.
James se puso rígido ante la mención de su viejo amigo y compañero de infancia. Su
amistad había llegado a un final abrupto hacía unos cuantos años, cuando James
comprendió los sentimientos de Thom por su hermana, Beth. El hijo del herrero se fijó
en algo que estaba fuera de su alcance. Pero fue más que eso. Era el desprecio y la
desaprobación en los ojos del otro hombre que sonaba fuerte y claro cada vez que se
cruzaban. Thom no mantuvo en secreto que no aprobaba la forma en la que James se
hacía un nombre. Pero a James no le importaba la aprobación de su viejo amigo. Thom
no sabía nada acerca de los deberes y responsabilidades de un señor.
James apretó los puños a su lado.
-MacGowan ha estado tratando alejaros de mí durante años. ¿Qué diablos ha dicho?
-Que nunca os casaríais conmigo. Que su ambición no lo permitiría. Que no importa lo
que haya pasado entre nosotros o si...
Él la agarró por el brazo, no dejándola terminar.
-¡Dios! ¿Se lo contasteis?
¿Por qué el hecho de que MacGowan supiera lo que habían hecho hacía que se sintiera
infinitamente peor?
James casi podía escuchar la condena de su viejo amigo. Sus músculos se flexionaron y
sus puños se apretaron aún más fuerte. ¿Qué diablos sabía el hijo de un herrero sobre el
honor?
Más que vos. Apartó la voz. Nunca había querido que esto sucediera, maldita sea. Pensó
que lo comprendería.
Levantó la barbilla; ella siempre había sido inmune a su temperamento.
-Él lo adivinó. Pero, ¿por qué os importa? Tuvisteis la intención de hacerme vuestra
puta, o no creías que la gente se daría cuenta de lo que significaba cuando me
construirías un "palacio" y me rodeaba de bastardos. Nuestro bebé será un bastardo.
La atrajo hacia él con enfado:- No habléis así. No lo hagáis feo.
-No soy yo quien hace que suene feo, James. Lo es. Puta. Fornicadora. Adúltera.
Bastardos. ¿Qué más llamáis cuando tomáis a una mujer por esposa e instaláis a otra
como vuestra concubina?
-Lo llamo tratar de hacer lo mejor de una situación complicada. Lo llamo hacer lo
necesario para que podamos estar juntos. ¿Qué diablos queréis que haga?
Sus ojos la sostuvieron por un largo rato. Pensó que estaba empezando a entenderlo
hasta que dijo:

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Àriel x
-Quisiera que seáis el hombre honorable que pensé que seríais durante el resto de mi
vida. Quiero que entendáis que lo que me habéis ofrecido, lo que planeasteis para
nosotros, es más imposible que el matrimonio. Quiero que me améis lo suficiente como
para no hacer la pregunta.
Su boca se convirtió en una fina línea:- No es tan fácil, y lo sabéis. Tengo una
responsabilidad y un deber, maldita sea.
-¿Es el deber lo que te impulsa o, es la ambición? ¿No habéis logrado lo suficiente?
Eres uno de los caballeros más grandes del rey Robert, y os recompensará como tal.
¿Son los Douglas quien buscan más, o es James?
Sus ojos se estrecharon. No estaba acostumbrado a que ella le hablara así. Sonaba como
MacGowan.
-Ellos son uno y es lo mismo.
-¿Son ellos? -los ojos azules sin ojos se asomaron a los suyos con demasiada
comprensión. "Nada lo traerá de vuelta, James. Nada cambiará lo que pasó.
Una cálida bola de emoción ardió en su pecho y garganta ante la mención de su padre.
-¿No creéis que lo sé? Pero le hice una promesa. Juré que haría cualquier cosa para ver a
los Señores de Douglas restaurados a la grandeza. Y eso es lo que tengo la intención de
hacer. No intentéis detenerme, Jo.
El corazón de Joanna se estaba rompiendo. El hombre que creyó conocer no existía.
Había dado su amor a una ilusión, a un mito, a una leyenda que seguramente se
convertiría en él.
Aquí estaba el "Douglas Negro" de quienes los ingleses hablaban, el despiadado e
intransigente guerrero que había dirigido una campaña de destrucción y terror en las
fronteras inglesas. Había visto indicios de este hombre a lo largo de los años, pero
nunca había pensado que la crueldad se dirigiría hacia ella.
¿Cuántas veces había inventado excusas para él? ¿Se dijo a sí misma que el James que
conocía, era diferente del que estaba en el campo de batalla? Conocía a los demonios de
su pasado por los que James luchaba. Comprendió que la cruel muerte de su padre en
una prisión inglesa, despojado de todo y abandonado para morir de hambre y pereciendo
por sus heridas, se había apoderado de él. Había estado allí el día en que James, de
dieciocho años de edad, había regresado del tribunal inglés después de haber sido
públicamente humillado por el rey Eduardo.
A instancias de William Lamberton, el obispo de St. Andrews, James había pedido a
Eduardo la devolución de sus tierras y le ofreció su lealtad. Pero al enterarse de su
identidad como "hijo del traidor de Douglas", Edward había caído en uno de sus
famosos temperamentos angevinos, arrojando una diatriba pública viciosa contra los
advenedizos Douglases, que no eran más que campesinos vestidos de señores. Decirle a
James que no estaba en forma de limpiar su culo o limpiar su garderobe. El "Señor del
Garderobe" lo había apodado. James había sido forzado a huir por su vida. Había sido
un duro golpe para su entonces joven orgullo.
Comprendió las oscuras sombras de venganza que lo impulsaron, pero ingenuamente
pensó que el amor sería suficiente. Que ella sería suficiente.

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Dios mío, ¿cómo pudo haber estado tan equivocada?
-Nunca dije que me casaría con vos, Jo. Nunca os hice promesas.
Parecía estar leyendo su mente, algo que había sido común entre ellos. Hasta ahora, ella
siempre lo había visto como una prueba de su cercanía, una falacia que parecía ridícula
ahora.
Ella lo miró, con el pecho ardiendo, sintiendo que sus esperanzas y sus sueños eran de
ceniza.
-Tenéis razón. No me hicisteis ninguna promesa. Supuse que me honrasteis lo suficiente
como para no pensar lo que significaba un marido.
Su rostro se enrojeció de rabia y, lo conocía lo suficiente como para detectarlo, un tinte
de vergüenza.
-Os he honrado lo suficiente como para contarle a una mujer que conocía, mis propios
planes, que era consciente y sería capaz de tomar sus propias decisiones.
-No tomé nada que no se diera libremente, ni me di cuenta de que había condiciones.
Sus palabras le picaron como una bofetada fría en su rostro.
Viendo su reacción, juró en voz baja. Las líneas ásperas de su rostro se suavizaron.
-Lo siento, Jo. Aceptaré parte de mi culpa, pero no voy a ser tratado en el papel de
malvado seductor o deflorador de vírgenes. No actué solo. Queríais lo que pasó tanto
como yo.
Por mucho que quisiera maldecirle y culparlo, tenía razón: la culpa era de ambos. No
era una muchacha recién sacada de un convento; sabía lo que estaba haciendo, y lo que
significaba. Había estado tan emocionada como él. De hecho, ahora recordaba -con
vergüenza-, que le había rogado que tomara su inocencia, cuando James había dudado.
Pero eso no solucionó el problema ni disminuyó la decepción que sintió. Para bien o
mal, James la había decepcionado.
Y no era sólo ella quien pagaría el precio por su estupidez. Dios mío, el bebé. El bebé,
que sólo minutos antes parecía una bendición, ahora se sentía como una maldición.
¿Qué iba a hacer?
Un pájaro silbaba en la distancia. Por lo menos pensó que era un pájaro hasta que su
cabeza se volvió en aquella dirección.
-Tengo que irme –dijo-. Están buscándome -parecía desgarrado, claramente no
queriendo dejarla así. Él la alcanzó.
Esta vez no se apartó, pero tampoco permitió que la consolara. Se sentía extrañamente
vacía.
-No quiero pelear con vos, Jo. Vamos a resolver esto.
Tal vez, no la conocía en absoluto.
-No hay nada que resolver. No pensáis casaros conmigo, y no tengo la intención de ser
vuestra amante.

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James frunció el ceño:- ¿Qué estáis diciendo?
Se enderezó, mirándolo directamente a los ojos.
-Que tenéis que elegir. En esto no hay intermedio. Tampoco me convenceréis de lo
contrario. Toda mi vida os he dado todo, pero no cederé en esto. Nunca seré vuestra
puta. Yo o vuestra ambición.
Su rostro se oscureció de ira:- Eso suena como un ultimátum.
A James no le gustaba que lo pusieran entre la espada y la pared, nunca lo había hecho.
Pero no le importaba.
-Lo es -dijo ella con aplomo-. ¿Cuánto estáis dispuesto a sacrificar, James?
-Jo -el sonido de otro silbato lo cortó-. Maldita sea. Tengo que ir. Pero esta
conversación no ha terminado. Os encontraré mañana.
Ella se volvió, no queriendo que viera sus lágrimas. ¿Qué opción tenía?
-Jo, por favor -tomó su barbilla y giró su rostro hacia el suyo-. Vamos a resolver esto.
Creedme.
Pero ese había sido su error. Miró el hermoso rostro del hombre que había pensado que
amaría para siempre y casi lo odió. Su pecho ardía. Le dolía verlo. La nariz fuerte, la
mandíbula dura, los ojos penetrantes. Características que conocía tan bien como las
suyas. Sin embargo, resultó que no había sido suficiente.
-Si queréis decir que me convenceréis, estáis equivocado. Quise decir lo que dije,
James. Nunca seré vuestra puta.
Ella habló suavemente, pero resueltamente, para que pudiera escuchar cada palabra.
Su mandíbula se endureció. Estaba claro que quería discutir con ella, pero cuando llegó
el siguiente silbido le dirigió una mirada dura.
-Mañana -le prometió antes de desaparecer entre los árboles.
James se encontró con los dos hombres que lo buscaban a medio camino de la colina.
Robbie Boyd, el hombre más fuerte de las Tierras Altas y, de hecho, ejecutor de la
Guardia de las Highlands, se paró frente a él, bloqueando su camino.
-¿Dónde demonios habéis estado?
-Os dije que tenía algo que hacer -James replicó. Pocos hombres tenían el valor de
hacerlo. Boyd podría ser más roca que carne, y más acero que nervio, pero si él quería
una maldita pelea, James estaba en el estado de ánimo perfecto para darle una. La
conversación con Jo había matado la felicidad de su amor, dejándolo enfadado y al
borde. No podía creer que la muchacha dulce, amable, y siempre agradable que había
conocido por tanto tiempo como recordaba, le había dado un ultimátum.
Pero no lo decía en serio. Ella lo amaba demasiado.
Los ojos de Boyd se estrecharon mirándolo fijamente.
-¿Todo esto tiene que ver con una muchacha? He oído que tenéis un amor en el pueblo.
James se tensó, sus músculos se agruparon con prontitud.

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-Déjalo, Ariete. No es asunto vuestro.
-¡Al infierno si no lo es! Nos estamos arriesgando para ayudaros a sacar a los ingleses
de vuestro castillo, otra vez, y, oh: estáis en una cita de amantes.
James se enfrentó a su ira de frente:- No os pedí ayuda, queríais venir. Ahora salid de
mi camino.
Durante un largo momento, los dos hombres se enfrentaron uno delante del otro, y por
un instante, parecía como si pudieran llegar a los golpes. Pero Alex Seton, -compañero
de Boyd, quien salió de Yorkshire, y que, odia-todas-las-cosas-inglesas; se interpuso
entre ellos.
-Dejad a Douglas, Ariete. No os ha hecho ningún daño. Y tiene razón: queríais estar
aquí tanto como él. Nunca perdéis oportunidad de golpear a Clifford.
-Haré mucho más que eso, si vuelvo a encontrarme cara a cara con el negro -dijo Boyd,
retrocediendo sin emoción en su rostro. Boyd había nacido para pelear y rara vez se
alejaba de una pelea.
-Si no lo encuentro primero -dijo Douglas.
El estribillo familiar alivió inmediatamente la tensión entre los dos hombres. James y
Boyd regularmente se empujaban unos a otros acerca de quién sería el primero en
encontrarse con su enemigo en el campo de batalla. Clifford había ganado la enemistad
de James al reclamar su tierra y Boyd por casi llevarle a la cárcel por el restro de su
vida.
-Sí, bueno, son los ingleses quienes estarán haciendo la captura si no tenemos cuidado.
Demasiadas personas saben de su presencia en la zona -remarcó Boyd. -¿Qué hicisteis,
enviasteis un mensaje?
James sonrió:- No exactamente. Pero, necesitaremos la ayuda de algunos de los
hombres locales para que esto funcione. No necesitáis temer que me traicionen. Esta no
es la primera vez que han sido llamados a la acción.
-Sí, pero esperemos que sea la última -dijo Boyd.
La boca de James se curvó.
-La tenencia del castillo de Douglas es ya el poste menos popular, el más temido en el
ejército inglés. Cuando hayamos terminado, tengo la intención de asegurarme de que no
queda nada para reconstruir.
Seton miró hacia a James y Boyd, su expresión carecía de intensidad o avidez para la
batalla.
Boyd y James podían cruzar espadas de vez en cuando, pero cuando se trataba de los
ingleses eran de una sola mente. El odio y la venganza que los empujaban a ambos, sin
embargo, eran claramente faltantes en Seton.
Sus ganas de resolver lo que fuera necesario para ganar esta guerra no era tan intensas
como el resto de la Guardia de las Highlands. Estaba claramente en conflicto con sus
métodos más "no-caballerescos". Aunque al ser llamado, luchó tan despiadadamente
como el resto de ellos.

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E inglés parecía un extraño ajuste para el ejército secreto de "bandidos" como los
ingleses los llamaban burlonamente. Incluso su nombre de guerra de "Dragón" se podía
palmar la tensión de que era una broma en el Wyvern, y que formaba parte de las armas
de Seton que, normalmente, se usarían en el tabardo o sobretodo de un caballero.
-Entonces debemos seguir adelante -dijo Seton-. Busquemos a los otros y veamos si este
plan tuyo funcionará.

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Capítulo 4

Tenía que funcionar, se dijo James. Pero en el momento en que los hombres estaban en
posición, y era precariamente cerca del anochecer, sabía que su demora con Joanna
podría haberle costado la oportunidad de tomar el castillo.
Desde su posición en el bosque al este del castillo, Boyd miró hacia el oeste, donde el
sol ya había comenzado a hundirse en el horizonte. No quedaba mucha luz. Sus ojos
cayeron sobre los de James.
-Espero que valga la pena.
James apretó la mandíbula. Lo haría, pero la crítica de Boyd lo llevó al borde.
Permanecer tanto tiempo con Jo había sido irresponsable, y James lo sabía. Pero no iba
a volver a suceder. No lo permitiría. Joanna le hacía demasiadas exigencias,
interfiriendo donde no debía. Tenía que concentrarse en lo que era importante: restaurar
su honor alcanzando la grandeza para sí mismo y su familia.
El nombre de Douglas nunca volvería a ser menospreciado. Por nadie.
Joanna tendría que entenderlo.
Boyd no parecía esperar una respuesta, y James no se la dio. Pero cada minuto que
esperaron a Seton pareció una eternidad.
Los ingleses serían muy cautelosos después de los dos ataques anteriores, y atraerlos
hacia detrás de la seguridad de las paredes del castillo. Incluso en la luz del día iba a ser
difícil.
Pero James se había tomado en serio las lecciones de la Guardia de los Highlanders y de
la superación de los ingleses en la batalla de Brander. Se había ganado una reputación
no sólo por el frenesí y la sorpresa de sus ataques, sino también por la astucia de sus
planes. El Douglas Negro parecía surgir de la nada, ya fuera en la iglesia mezclándose
entre los ingleses el Domingo de Ramos, -como lo había hecho en el primer ataque
contra el castillo-, o expulsando al ganado del castillo a una pequeña fiesta animar a los
ingleses para que siguieran, y luego, llevarlos a una emboscada, como lo había hecho la
última vez.
Para este tercer ataque su plan era aún más sutil. Seton y una docena de hombres de
James pasaban al oeste del castillo con ropas de campesinos, con sus caballos cargados
de fardos de heno y bolsas de grano, como si mañana se dirigieran a la feria de Lanark.
James y Boyd, con sus construcciones distintivas, reconocibles incluso a distancia, y la
otra mitad de sus hombres de su constitución, esperarían cerca de la puerta del castillo
para cerrar la salida inglesa desde atrás y, si todo iba según lo previsto, tomar el castillo.
James sólo esperaba que los ataques que él y sus hombres habían cometido contra los
suministros que se dirigían al castillo en los últimos meses, hubieran hecho lo que se
había planeado, y que, la guarnición estuviera desesperada por provisiones.

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Lo suficientemente desesperados como para tomar su cebo. Con la feria marcada para
mañana, la espera no era una opción. Cada minuto que James permanecía en el área se
arriesgaban a que lo descubrieran. Tenía que ser hoy.
-Ahí están -dijo James. Finalmente, el primero de los caballos del "paquete" conducido
por Seton fue visto al oeste del castillo en el páramo incoloro, windsweptled.
Quedaba menos de una hora para que anocheciera. Todavía, eran perceptibles como
campesinos, pero rezó para que no fuera demasiado tarde. ¿Acaso los ingleses tomarían
la posibilidad de un ataque y dejarían sin seguridad al castillo con la oscuridad cayendo
sobre ellos?
Los minutos pasaron. Maldito infierno, ¿no estaba nadie de servicio? Pasó una eternidad
hasta que un guardia se diera cuenta de ellos.
Su pulso aceleró más rápido, la sangre latía a través de sus venas por anticipación y
energía nerviosa. Siempre se ponía así esperando que el plan saliera bien. Debería pasar
en cualquier momento...
Pero nada pasó.
Maldita sea. Maldijo entre dientes, mirando a los "viajeros" a lo lejos. Seton y los
hombres se movían demasiado rápido. Estarían fuera de la vista antes de que el enemigo
lograra ponerles los ojos encima. ¿Qué demonios hacían los ingleses allí? ¡Eran tan
lentos como las muchachas preparándose para un banquete!
Afortunadamente, Seton se dio cuenta de lo que estaba sucediendo y actuó. Los fardos
de heno unidos a su caballo se desataron y cayeron al suelo. Se detuvo adrede,
deteniendo al resto de personas detrás de él.
Todavía las puertas no se abrían. Era muy tarde. La demora de James les había costado
eso. Los ingleses no iban a arriesgarse con la oscuridad acercándose cada vez más.
-No están tomando el pelo -dijo Boyd.
James oyó la crítica tácita.
-Dadles un minuto -insistió. Maldición, ¿dónde estaba ese orgullo inglés tonto cuando
lo necesitaba? Eran campesinos; seguramente los soldados no se preocuparían por un
poco de oscuridad.
Casi suspiró de alivio cuando oyó el sonido del metal perforar el aire fresco del
crepúsculo.
Aunque no era tan grande como los grandes castillos de la Frontera, tales como
Berwick, Roxburgh o Jedburgh, y no tenía un portcullis, la torre circular del castillo de
Douglas del castillo estaba protegida por una pared del barmkin y un portón de hierro
que, ahora mismo, se estaba abriendo.
Un momento después, una veintena de saqueadores ingleses salieron del castillo con
caballos blindados.
Los bastardos habían cogido el cebo. Su plan había funcionado. La satisfacción surgió a
través de sus venas en una ráfaga caliente, sus músculos brillaban con anticipación en la
batalla que estaba por venir. Pero aún no había terminado. Todavía había un montón de
piezas que necesitaba que encajara.

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-Estaos listos, muchachos -advirtió en voz baja.
Sintió el entusiasmo de los hombres detrás de él. Para uno que teniendo en sus manos la
oportunidad de exigir retribución a los invasores Ingleses, eran hombres como él,
señores o vasallos, que habían tomado algo de ellos o que exigían justicia. La habilidad
de James, era reunir a los hombres de Douglasdale en su estandarte para hostigar a los
ingleses, era lo que le hacía ser tan valioso para Bruce.
Él y sus hombres ya controlaban los bosques de Ettrick, pero no descansarían hasta que
hubieran arrancado cada centímetro de Escocia de las manos inglesas.
La tensión era palpable mientras los ingleses se acercaban a Seton y a sus hombres.
Cien pies. Ochenta. Cincuenta.
Ahora -instó en silencio- ahora.
Boyd no era tan circunspecto:- ¡Cristo, dragón, al ataque!
Casi como si pudiera oírlo, Seton finalmente dio la señal. El principal caballero inglés
ya estaba sobre él cuando Seton se quitó su bata y se lanzó a través de las pilas de heno
por la espada que había sido escondida cuidadosamente en su interior. Con un grito de
batalla de Airson y Leòmhann - Por el León, el grito de batalla del Guardia de los
Highlanders-, Seton derribó al primer inglés que había estado casi encima de él antes de
darse cuenta de lo que estaba sucediendo. Con un grito de sorpresa el caballero cayó de
su caballo, su pierna casi cortada de su cuerpo de la fuerza del golpe de Seton.
En cuanto a los hombres montados detrás de él, de lejos parecía como si alguien hubiera
sacado el suelo de debajo de ellos como una alfombra. Los caballos se alzaban
salvajemente en todas direcciones cuando la carga detrás del soldado caído se detuvo
repentinamente. La formación cuidadosamente ordenada explotó en el caos como los
ingleses lucharon para reaccionar ante el ataque sorpresa y el hecho de que aquellos
campesinos indefensos, –a los que tenían la intención de saquear-, se habían convertido
en formidables guerreros armados.
Antes de que los ingleses pudieran reagruparse, Seton y los demás se movieron
alrededor de ellos, sin darles espacio para maniobrar. Los caballos, que debían ser una
ventaja, se habían convertido en un obstáculo. Las largas picas de los soldados de a pie
de James, los alcanzaron mucho antes de que sus espadas y martillos pudieran
golpearles.
Una media docena de hombres fueron arrancados de sus caballos en esos primeros
momentos clave del caos. Pero el comandante inglés no carecía de valor y habilidad,
admitió James con un tirón de la mandíbula. Observó como sir John de Wilton, el
hombre que había mostrado tanta "consideración" a Jo, gritó y cabalgó a caballo hacia
adelante, agitando su espada mientras intentaba reunir a sus hombres conmocionados y
desanimados de nuevo a su posición.
Y funcionó, maldita sea.
Contaban con los ingleses para volver al castillo. Cuando el tintineo que se había
cerrado detrás de ellos se abrió de nuevo, James, Boyd y el resto de los hombres harían
su movimiento -James para enfrentar a los soldados que huían y Boyd para tomar el
castillo.
Boyd se puso inquieto a su lado, maldiciendo entre dientes.

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-Nos están cazando. ¿Qué diablos le pasa a Dragón? Parece medio dormido.
Seton parecía inusualmente sometido.
-Dadle un minuto -dijo James, mostrando una paciencia que no sentía.
Dio su fruto. Repentinamente revolviéndose de su letargo, Seton, con su espada –y co
una fuerza brutal-, le atravesó el corazón al soldado inglés. Tres soldados más cayeron y
el primer hombre se volvió y regresó hacia el castillo.
El comandante inglés gritó furioso, intentando reunirlos una vez más, pero fue en vano.
Más caballos se giraron de vuelto y huyeron.
Ahora era su turno:- Un poco más… -dijo James en voz baja.
La reja penetrante del acero resonó en sus palabras. Su boca se curvó al oír el sonido de
la apertura del túnel una vez más. Una pieza más.
Casi podía sentir la presión de los hombres detrás de él mientras esperaban su señal. Los
ingleses cabalgaban en busca de la entrada al castillo, Seton y sus hombres les
perseguían con fuerza detrás de ellos. La puerta estaba abierta. James miró la distancia.
Necesitaba tiempo para perfeccionarlo, dando a sus hombres suficiente tiempo para
entrar, pero no lo suficiente para que pudieran llegar a cerrar la puerta. Unos segundos
más...
-¡Ahora! -gritó-. -¡Un Douglas!
Los hombres se hicieron eco del grito de guerra detrás de él, corriendo desde su
escondrijo en los árboles. Mientras que los ingleses huían, -sin quererlo- se reunieron
con James y sus hombres como si hubieran corrido directamente hacia una pared.
Parecían derrumbarse en una lenta oleada hacia atrás mientras la caballería inglesa y el
ejército escocés se encontraban en las puertas a la misma vez.
Después del grito inicial, James condujo la carga, balanceando su gran espada de dos
manos en un arco largo y mortal en las costillas del cobarde inglés que se había girado
primero. La fuerza del golpe sacó al hombre de su silla. Él aterrizó –muerto- a los pies
de James. Tal vez una docena de ingleses permanecieron quietos. Pero entre los
escoceses atacando desde ambos lados, no tenían adónde ir.
James se abrió camino hacia el centro, esquivando los golpes de un martillo y un hacha
mientras atravesaba el enredo de soldados al comandante, que había desmontado.
Vio el parpadeo del reconocimiento en la mirada de Wilton y el miedo. Para su crédito,
el caballero no se rindió.
Se mantuvo firme, balanceando su espada para encontrarse con él. Pero era hombre
muerto. Porque eso es lo que era. Wilton había sellado su destino en el momento en que
James se enteró de su interés por Jo.
James atacó con venganza, ira y los celos prestando un borde brutal a sus golpes. Para
sorpresa de James, Wilton lo detuvo, bloqueando cada movimiento aplastante de la
espada de James contra la suya. El clamor del acero sobre el acero resonó en sus oídos,
reverberando en sus huesos. La habilidad del inglés sólo hizo que James se enfadara
más.

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Vagamente se dio cuenta de la frenética lucha que se desarrollaba a su alrededor y del
ruido del ataque del castillo a sus espaldas, pero su atención se centró en el hombre que
luchaba por contenerlo. Con las dos manos, Wilton sostenía su espada defensivamente a
unos centímetros de su cabeza, donde la espada de James estaba sobre él. Los brazos de
Wilton temblaban con la lucha para mantener la hoja atrás, pero James utilizó su altura
para presionar.
Bajo el borde de su timón de acero, James podía ver el dolor del caballero. Tenía la cara
roja, los dientes apretados y las venas hinchadas.
Wilton podría ser fuerte.
Pero James lo era más.
Lentamente, el caballero se puso de rodillas, la espada de James se acercó cada vez más
a su cabeza.
Sus ojos se encontraron. Enemigo a enemigo. Caballero a caballero.
-Me rindo -Wilton apretó los dientes-. Maldita sea, me rindo.
James no quería oírlo. Seguía presionando. Manteniéndose más cerca de la mortal
victoria que ansiaba. ¿Qué clase de misericordia había mostrado el rey inglés a su
padre? Ninguna. No le habían mostrado nada.
-Maldita sea, Douglas, dijo que se rinde.
La voz de Seton penetró en el frenético velo de la batalla, pinchando en algo que James
no quería: su conciencia. James miró con frustración y enfado al guerrero que se había
situado a su lado. Vio la condena en la mirada de su amigo.
-Esto no es lo que hacemos -dijo Seton.
Caballeros Eran caballeros. Con un código que se suponía que debía atribuir, aunque a
veces quisiera olvidarlo.
James peleó consigo mismo. Wilton apenas se defendía. Un empujón más y él sería
aplastado. Quería ver muerto a este hombre, lo deseaba tanto. Pero las palabras de Seton
se habían acercado peligrosamente a las de Jo. Era su voz la que oía ahora. Era su voz la
que frenaba su mano.
Con un furioso juramento, levantó su espada y se alejó del caballero que había estado
muy cerca de la muerte.
Seton le dio una breve inclinación de cabeza y comenzó a alejarse.
La espada de Wilton había caído a su lado, pero por el rabillo del ojo, James captó un
movimiento. El caballero estaba buscando algo en su cintura. De Wilton agarró algo y
empezó a sacarlo.
El instinto se apoderó, y James reaccionó. Haciendo girar, clavó la espada en el cuello
del otro. El acero de la armadura de Wilton impidió que el golpe le partiera en dos, pero
cayó a su lado, la sangre brotando de la herida mortal.
Eso es lo que James tenía por mostrar misericordia. Un cuchillo en la espalda.
-¿Qué demonios? -dijo Seton, volviéndose hacia el sonido.

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-Él estaba cogiendo su daga -James respondió antes de volverse.
Dejó Seton parado allí y se dirigió hacia el castillo, sorprendido al darse cuenta de que
la batalla había terminado.
No había ni inglés en pie.
Uno de los hombres que Boyd había llevado con él salió corriendo a su encuentro.
-Hemos tomado la puerta, mi señor -dijo.
-El resto de la guarnición se ha retirado a la torre y está pidiendo sus condiciones, pero
Boyd dice que podemos tomarlo. Esperábamos vuestras instrucciones.
-Decidle que lo tome -dijo James-. Matadlos a todos.
-Esperad -gritó Seton con rabia, acercándose a él-. Antes de condenar a esos hombres a
la muerte, necesitáis ver esto.
Como Joanna, James se había cansado de la interferencia de Seton. Sin embargo,
preguntó:
-¿Ver el qué?
-Lo que el caballero que acabáis de matar estaba alcanzando.
Para sorpresa de James, no era una daga lo que Seton sostuvo sino un trozo de
pergamino.
Escudriñó las palabras, su corazón se hundió con cada pedacito de tinta en la página. Su
estómago se hundió. Oh, infiernos.

Joanna fue despertada por los fuertes sonidos resonando en la planta de debajo de su
dormitorio que compartía con sus tres hermanas menores. Sus dos hermanos, también
más jóvenes, estaban ausentes.
Era la presencia de sus hermanas en la habitación lo que había impedido que Joanna se
desmoronara completamente al regresar de su desastrosa reunión con James ayer.
Aunque sospechaba que, Eleanor, -de dieciséis años- se había dado cuenta de sus ojos
rojos y las mejillas manchadas de lágrimas, Constance, de trece años, y Agnes, de doce
años, estaban demasiado ocupadas discutiendo sobre una cinta de seda perdida, como
para prestar atención a las emociones destrozadas de su hermana mayor.
Lo harían, pensó Joanna con horror, con la mano en su estómago aún plano. Dios, cómo
le avergonzaba saber que lo sabrían todo. Si James no se casaba con ella, sería
deshonrada. Se convertiría en nada más que una fuente de vergüenza para su familia.
Miró las caras inocentes, dormidas, de los querubines rubios de ojos azules que se
despertaban a su lado y sintió el ardor de las lágrimas en sus ojos de nuevo. ¿Qué les
había hecho? Joanna reprimió la ola de temor que se elevaba en su pecho.
-¿Qué era ese ruido? -preguntó Eleanor, agarrando el grueso plaid que cubría su cama.
Joanna sacudió la cabeza, sin confiar en sí misma para hablar. Estaba haciendo todo lo
que podía para contener la ola de emociones que la golpeaban. No ayudó que hubiera
estado levantada la mayor parte de la noche haciendo lo mismo.

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-Estoy cansada -gimió Agnes, hundiendo su cabeza en la suave almohada de plumas-.
¿Qué hora es?
Joanna observó la fina corriente de luz del día que entraba por la única ventana cerrada
por encima de ellos. Se habían ido a dormir tarde, por lo que parecía.
-Es hora de vestirnos y lavarnos las caras antes de las oraciones. Otro ruido resonó
desde abajo. Voy a averiguar lo que está sucediendo en el Salón.
-¿Creéis que tiene algo que ver con sir James? -preguntó Constance, con los ojos muy
abiertos y brillantes de emoción.
Joanna intentó calmarse, incluso su nombre le causaba una punzada de dolor.
La expresión de admiración en los ojos de su hermana, era una que Joanna sospechaba
que había usado muy a menudo. Para su hermana de trece años, James era el caballero
más grande, más hermoso y más noble que el mundo jamás había visto. No podía hacer
nada malo. El dolor en su pecho se retorció más fuerte. Ella quería pensar así, también.
Joanna quería esa expresión de nuevo en su propio rostro.
-Madre y padre no podían hablar de otra cosa en la cena de la noche anterior con los
rumores de su regreso -comentó Constance con entusiasmo.
Esa fue una de las razones por las que Joanna había sufrido un terrible dolor de cabeza y
se había retirado temprano. Su madre suponía que algo andaba mal, y Joanna no sabía si
tenía fuerzas para confiar en ella. Sus padres amaban a James como un hijo y lo
reverenciaban como un semidiós. Esto rompería sus corazones tanto como el suyo.
¿Cómo podía haber estado tan equivocada acerca de sus intenciones? Había supuesto
que el "amor" y el "para siempre" significaban matrimonio. Había asumido que si no
podía pensar en otro futuro que no fuera matrimonio, James pensaría igual, también.
Pero estaba claro que no pensaban lo mismo.
¿Su amante? Dios mío, se sentía como una tonta. Una ingenua, cegada por el amor. Una
ingenua embarazada.
Joanna se echó agua fría sobre sus ojos cansados, se limpió los dientes con un paño y
una pasta de vino, sal y menta, y arrastró una hermosa diadema incrustada de perlas en
el pelo. James se la había dado hace unos años cuando se había convertido en caballero.
¿El bebé marcaría la diferencia? No lo sabía. Pero, le daría a James la oportunidad de
hacerlo bien, por ambos. Se lo debía a su hijo.
Ayer había tenido prisa, y lo había pillado desprevenido. También la había cogido
desprevenida. No debería haberle dado un ultimátum así. Debería haberla manejado con
más delicadeza. Hacía mucho tiempo que le conocía, y James odiaba estar atado de
manos y pies, y Joanna, efectivamente, le había empujado justo a eso. Su orgullo lo
haría, aunque él no lo quisiera.
Se mordió el labio, enrollando una cinta rápidamente a través de su larga trenza. Cuando
hablaran más tarde hoy, se prometió a sí misma no amenazar sino explicarle. ¿Tal vez
podría hacerle entender? Tal vez cuando su mente estuviera clara y tuviera la
oportunidad de pensar en ello, vería que podía alcanzar sus metas y aún así casarse con
ella. Que ella no necesitaba ser el precio de su ambición.

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A los veinticuatro años, James ya era uno de los más valiosos e importantes tenientes
del rey Robert. Era uno de los pocos hombres sobre los que se apoyaba el rey. A James
se le había dado la importante tarea de ganar control en las caóticas Fronteras. Sabía que
el sobrino del rey, Sir Thomas Randolph, se estaba haciendo un nombre para sí mismo,
y que había una rivalidad tonta entre los dos, pero la habilidad de James para reunir a
los hombres en su estandarte le daba la ventaja.
Por mucho que su reacción la hubiera herido ayer, parte de ella todavía no quería creer
que la hubiera lastimado... a ellos... de ese modo. Si la amaba -y realmente creía que sí-
la honraría con su nombre. Ella y su hijo no merecían nada menos.
Aunque la voz de Thommy sonaba fuertemente en su cabeza diciendo que estaba
simplemente inventando excusas por él de nuevo, Joanna no estaba lista para renunciar
todavía. El brillo de su armadura podría haber disminuido un poco, pero James era un
caballero, honorable y noble hasta el fondo. Su ambición no le impediría hacer lo que
era correcto.
Se animó un poco, y rápidamente terminó de vestirse, dejando a sus hermanas en sus
quehaceres matutinos, se apresuró a ir al Hall.
Su padre había sido el encargado del castillo de Douglas desde que estaba el padre de
James y, como digno de uno de sus vasallos más importantes, su señorío en Hazelside
era uno del más impresionante en el área. Una casa de campo fortificada, el edificio
rectangular de dos pisos y las dependencias de madera estaban situados en una antigua
colina y estaban rodeados por una alta empalizada de madera. Aunque no tan
formidable como la pared de piedra del castillo de Douglas, la barrera de madera había
servido su propósito por más de cien años.
El ruido de las voces se hizo más fuerte cuando Joanna bajó corriendo las escaleras.
Realmente, algo estaba pasando.
En lugar de una mañana tranquila, sonaba como si en un banquete del mediodía después
de la cerveza y el whisky hubieran estado fluyendo durante horas.
Se veía así también. Cuando Joanna entró en el salón, apenas podía ver a sus padres a
través de la multitud de personas reunidas alrededor de las mesas de caballete que se
habían creado para desayunar. Sin embargo, nadie parecía interesado en comer. Los
ocupantes se reían y hablaban animadamente de un lado a otro.
Ella vio a su tío primero, con algunos de sus hombres, y se dio cuenta de un puñado de
personas cercanos a su padre también estaban aquí.
-Traed el vino y la cerveza -gritó su padre-. Esto es motivo de celebración -Al verla
mientras se abría camino hacia él, sonrió y abrió los brazos-. ¡Ahí estáis, hija! Venid y
escuchad las noticias.
Viendo su felicidad, Jo no pudo evitar devolverle la sonrisa. Thomas Dicson de la buena
disposición de Hazelside se reflejaba en su apariencia. Con la misma color de pelo que
de Jo y sus hermanas, los años le habían ennegrecido el cabello y le había puesto un
sello rojizo y roto en su rostro rubio, pero todavía era un hombre apuesto. De estructura
gruesa y robusta, tenía una personalidad bulliciosa, hecha a él. Y era mucho más alto
que ella. Cuando la envolvió en sus brazos, la cabeza de Joanna casi se alineó con la
suya.

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-¿Qué pasa, padre? Escuchamos el ruido desde arriba.
-Os despertamos, ¿verdad? -sonrió, pellizcando su nariz-. Qué montón de perezosas
tengo. ¿Cómo voy a encontrar maridos para todas vosotras? Ya ha pasado la mitad de la
mañana.
Joanna sintió una puñalada ante la mención del matrimonio, pero al ver el familiar brillo
provocador en su ojo, logró ocultarlo detrás de una sonrisa.
-Tendréis que levantaros temprano para dar a los ricos algo que llevarse a las manos.
Lanzó una carcajada y la besó en la mejilla antes de soltarla.
-Deberían pagarme por esos tesoros. Ya tengo a la mitad de los hombres del pueblo
compitiendo por mi hija mayor; cuando Eleanor sea mayor, probablemente los tenga
todos.
Su madre estaba junto a su padre, sacudiendo la cabeza mientras escuchaba sus bromas.
-¿Le vas a decir, Thomas, o debería decirla yo?
Joanna se volvió hacia su padre expectante, aunque ya podía adivinar lo que iba a decir.
-Ah, muchacha, es lo mejor de las noticias. Vuestro tío llegó esta mañana para decirnos
que nuestro legítimo señor ha tomado el castillo y nos ha librado de los cerdos ingleses
para siempre.
Joanna intentó calmarse, el aire se escapó de sus pulmones. ¡Lo prometido!
-¿Por siempre? -susurró. -¿Qué queréis decir con para siempre?
-El joven Douglas pretende derrumbar el castillo hasta el suelo. No quedará nada para
los ingleses en la guarnición. Tampoco imagino que habrá soldados ingleses dispuestos
a defender el peligroso castillo –sonrió-. Nuestro joven señor se está forjando un gran
nombre.
El temor se apoderó de ella. Era cómo se estaba creando su nombre lo que la
preocupaba.
-¿Y Sir John? -preguntó, incapaz de ocultar la preocupación en su voz.
El comandante inglés siempre había sido amable con ella. Sabía que era el enemigo, y
debía odiarlos como James y su padre, pero vivir con ellos día a día… era difícil no
hacer algunos amigos.
Su padre frunció el ceño. Al igual que James, no aprobaba su amistad con sus
"ocupantes". Podría verse obligado a interactuar con ellos, pero no lo estaba.
-Muerto, por lo que dijo tu tío. Junto con la mayoría de sus hombres.
Sus ojos se llenaron de lágrimas, pensando en el apuesto jefe ansioso por volver con su
novia en Inglaterra.
-Esta vez no quedará nada -agregó su padre. Ni un maldito inglés escapó de Douglas.
Los ojos de Joanna se dispararon con horror. El "Douglas Negro" pudo haber sucedido
hace casi tres años, pero todavía estaba fresco en su mente. Lo haría de nuevo. James
había jurado que les mostraría misericordia.

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Se lo había prometido.

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Capítulo 5

James estaba fuera en la fortaleza de Douglas. Su fortaleza. El castillo donde había


nacido, y que, había sido construido por su abuelo en los días del rey Alejandro III. Él
lo reconstruiría, lo juró, y lo haría incluso mejor que antes. Pero la emoción ardía en su
pecho y en su garganta.
El día se había vuelto gris y frío, supuso, para el desagradable pero necesario hecho que
se estaba haciendo aquí, hoy. Como William Wallace antes que él, Robert de Bruce
había adoptado la estrategia de la batalla de no dejar nada detrás al inglés pero la tierra
había sido quemada, sin ofrecerles nada para comer e incluso si significaba destruir sus
propios hogares. Los castillos del rey no habían escapado a la redada de la destrucción:
los castillos de Lochmaben y Turnberry habían sido tomados y despreciados.
Ahora era el turno de James para ver destruido su castillo.
La larga noche de banquete ya no se veía en los rostros sobrios de los hombres que
estaban reunidos detrás de él, viendo cómo los hombres preparaban los fuegos. A decir
verdad, después de lo que pasó con Wilton, James no se había sentido con ánimos de
celebrar anoche, pero él hizo. Los movimientos de sus hombres y de su castillo. Se
merecía un cambio apropiado.
Era sólo madera y piedra, se dijo. Los recuerdos no podían ser destruidos.
Boyd, que lo había estado mirando toda la noche como si de repente le hubiera crecido
dos cabezas, debió haber leído algo en su rostro.
-No tenéis que hacer esto.
James apretó su mandíbula:- Sí, tengo que hacerlo. Era su orden, y estaría hecha. Lo
menos que podía hacer era ser testigo. ¿Ha terminado Seton con los prisioneros?
La boca de Boyd cayó en una fina línea.
-Los está preparando ahora -le dirigió una dura mirada-. ¿Dinero y una escolta segura
hacia la frontera? Eso no suena como vos.
James se encogió de hombros. No era así. No sabía cómo explicarlo, aparte de que algo
le había tocado una fibra sensible cuando leyó esa carta. Lo que Wilton había estado
intentando alcanzar, lo que le había costado la vida, había sido una carta de una mujer
de Inglaterra. La señora con la que había esperado casarse.
Joanna había intentado decirle que Wilton tenía un amor en casa, pero James había
estado demasiado celoso para creerla.
La señora había escrito que ella estaría de acuerdo en casarse con el comandante inglés
si podía mantener el peligroso castillo durante un año. Era el tipo de prueba que los
trovadores habían cantado, escuchando la gran edad de la caballería cuando los
caballeros habían probado su dignidad en las listas y emprendido otros desafíos y
hazañas de valentía en nombre del amor.

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-No hicisteis nada malo -dijo Boyd- se movió y actuasteis por instinto. No tenía derecho
a pedir misericordia en primer lugar. Si los papeles hubieran estado invertidos, os habría
golpeado sin dudarlo y se hubiera convertido en un hombre rico, en el proceso.
Todos tenían altos precios por sus cabezas, pero el Douglas Negro estaba más alto que
la mayoría.
-Lo sé -Pero James no podía negar la culpa que había experimentado al leer la nota. Así
que en lugar de tomar el castillo por la fuerza, les había ofrecido a los soldados ingleses
encerrados las condiciones para la rendición.
Términos que habían incluido una escolta segura y suficiente dinero para verlos a casa a
cambio del voto solemne de que nunca volverían a pisar tierras escocesas.
Boyd negó con la cabeza y le dedicó una larga mirada.
-Tú y Seton con vuestra maldita caballería. Pronto estaréis lanzando códigos
caballerescos como Randolph.
A James le dio un verdadero escalofrío. Aunque el sobrino del rey había llegado a
"luchar como un bandolero" como había acusado a Bruce, Randolph todavía tenía sus
momentos de superioridad caballeresca. Pero James no podía esperar a que él oyera
sobre esta última victoria, que intentar superar esto.
-Morded vuestra lengua.
-¿Esto tiene algo que ver con la muchacha que fuiste a ver ayer?
-No -dijo James en tono llano, apartándose bruscamente.
Pero, ¿así era? Tal vez un poco. No debía haberle hecho una promesa a Joanna, pero lo
había hecho, y haría todo lo posible para honrarlo. Estaría afligida por la muerte de
Wilton, pero quizás esta demostración de misericordia ayudaría a emprender su error.
Un momento después, Seton llevó a los prisioneros y James dio la orden de encender
los fuegos.
Como carecían de armamento como los trebuchets o los motores del asedio, quemarían
todo primero y atacarían las paredes debilitadas más tarde con grandes troncos de
madera, barras de hierro, picos y todo lo que pudieran encontrar.
Acabada la charla, James observó cómo los fuegos que se esparcían alrededor del
castillo chispeaban, crujían y rugían a la vida, destruyéndose con intensidad. El humo
llenaba sus pulmones y le quemaba los ojos, pero aun así se negaba a alejarse. Se puso
de pie y observó cómo su casa se incendiaba. Como el lugar que había amado más que
cualquier otro lugar era destruido. Él sostuvo sus brazos firmemente a su lado, como si
así se detuviera a sí mismo de intentar aferrarse a algo
Joanna, se dio cuenta. Deseó que estuviera aquí, a su lado, con su pequeña mano metida
en la de él. Ella entendería lo que estaba sintiendo. Joanna sabía lo que este lugar
significaba para él, que el castillo era una conexión con su padre que sentía como si
estuviera cortando para siempre. Necesitaba su suavidad, su bondad, necesitaba sentir su
presencia tranquilizadora a su lado.
¿Pero a qué precio? El sonido de su ultimátum seguía resonando en su cabeza.

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¿Tal vez debería hablar con ella? Pero de la manera que se sentía ahora mismo, temía lo
que iba a decir. Temía cuánto la necesitaba.
Maldita sea, no podía casarse con ella, por mucho que la quisiera a su lado. ¿Cómo no
podía ver eso? ¿No lo conocía en absoluto? Restaurar el nombre de su familia y ver a
los Douglas ser llevados a la grandeza era lo único que le había importado durante
mucho tiempo.
Un crujido desgarrador le hizo estremecerse. Un momento después el techo del
vestíbulo se derrumbó. Se quedó mirando el resplandor ardiendo, incapaz de tragar el
nudo de su garganta.
Sólo cuando las brasas comenzaron a volar y la pared de calor se hizo insoportable,
permitió que Boyd lo apartara.
-Vamos, los hombres encontraron un barril de whisky en el almacén. Regresemos a al
Castillo de Park y brindemos por nuestra victoria. ¿Qué decís?
James vaciló. Había bebido toda la noche, y no había hecho nada por aliviar el dolor en
su pecho. Sólo sabía una cosa: una única persona podía hacer eso. Jo sabría cómo
hacerle sentir mejor.
Necesitaba verla:- Yo…
Pero Boyd lo interrumpió.
-¿Qué diablos está haciendo aquí?
James siguió la dirección de su mirada y vio acercarse la fiesta de los jinetes. Su boca se
adelgazó.
El carmesí brillante y el oro de los brazos de los jinetes sonaron, como la identidad de
los recién llegados. El hecho de que no hicieran ningún esfuerzo por ocultarlos hablaba
de la autoridad, confianza y audacia de su líder. Los pensamientos de James se hicieron
eco de Boyd: ¿Qué diablos estaba haciendo Randolph aquí?
-No lo sé -dijo-. Creí que estaba con el rey en Dunstaffnage.
Unos minutos más tarde, sir Thomas Randolph y sus hombres se detuvieron junto a
ellos en el campo que daba al castillo todavía ardiendo. Después de saltar, Randolph se
quitó el yelmo y lo metió debajo del brazo, pasando los dedos por su pelo oscuro y
rizado. Su mirada encontró la de James con más comprensión de lo que James deseaba.
-Veo que habéis tenido éxito.
James miró a su compatriota y rival sin pestañear. Aunque por derecho, eran adversarios
naturales, ambos estaban dispuestos para la posición en el séquito de Bruce, James y él
se habían hecho amigos. A pesar de la arrogancia de Randolph y su pomposidad
caballeresca, era un guerrero hábil con una gran racha de honor en él que
ocasionalmente podía meterle en problemas. Eran más parecidos en ese sentido de lo
que James quería reconocer.
-Hey -respondió James, y no pudo resistirse a añadir-. Creo que eso es un punto más
para mí.
Randolph le devolvió una sonrisa:- No me di cuenta de que esto era alguna clase de
competición.

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James se encogió de hombros:- Sólo hacía una observación, eso es todo.
-¿Cómo tomasteis esto? -Antes de que James pudiera responder, Randolph levantó la
mano-. Espera, no me lo digáis. Estoy seguro de que escucharé acerca de esto durante
un tiempo.
La sonrisa de James se profundizó.
-Creo que sí.
La ceja de Randolph se arqueó cuando vio a los soldados ingleses reunidos a corta
distancia. Seton se disponía a escoltarlos de regreso a la frontera, habiéndose ofrecido
como voluntario para el servicio.
-¿Habéis tomado prisioneros?
James no sabía si irritarse o no por la incredulidad del otro hombre:- Se rindieron -
Randolph sostuvo su mirada, sabiendo que había más. Pero James no tuvo ganas de
explicarlo y cambió de tema-. ¿Por qué estáis aquí?
-Tenéis la oportunidad de agregar otro castillo a vuestra cuenta. Debemos atacar la
ejército de Linlithgow.
-¿Bruce quiere que tome el castillo?
Randolph asintió con la cabeza:- Gaveston, el conde de Cornualles -corrigió,
refiriéndose al nuevo título dado al favorito de Eduardo- ha sido enviado a Perth.
Debemos asegurarnos de que su viaje sea lo más desagradable posible. Hay una
oportunidad en Linlithgow, uno de los agricultores locales cree que puede hacernos
entrar. Pero tendremos que movernos rápido. ¿Cuánto tardaréis en iros?
James vaciló. Inconscientemente, su mirada se desplazó hacia el oeste hacia Hazelside.
Había prometido hablar con ella.
Randolph frunció el ceño:- ¿Hay algo mal?
-Hay algunas cosas que necesito atender.
-¿Como cuáles?
-Cuando el fuego se enfríe, tendremos que desmontar las paredes…
Randolph le restó importancia.
-Por lo que parece, los ingleses no volverán pronto. Esto no debería tomar mucho
tiempo. Podéis regresar en una semana, o dejar a unos cuantos hombres para que cuiden
de ella.
James aún no decía nada. Boyd le estaba dando una mirada de desaprobación que le
decía que sospechaba exactamente por qué James se demoraba.
-¿Hay algo más? Si estás demasiado ocupado, yo mismo puedo cuidarlo.
James apretó los dientes. No había forma en el infierno que dejara a Randolph tomar
crédito por sí mismo.

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-No, nada más -Jo tendría que esperar-. Tengo que volver al Castillo Park para dejar
instrucciones a mi madre y mis hombres, pero podemos estar en camino dentro de una
hora.
Joanna llegaba demasiado tarde. Se quedó horrorizada ante el castillo ardiendo, el humo
todavía ondulado sobre las torres ennegrecidas.
Oh Dios, ¿qué había pasado aquí?
Algunos de los aldeanos se habían reunido para observar las ruinas de lo que había sido
el edificio más impresionante de Lanarkshire y el centro y el corazón de este pueblo.
Reconoció a uno de los hombres como el padre de Thomas y corrió hacia él.
-¿Habéis visto a James?
-¿El joven señor? -contestó el herrero- Se fue.
La sangre se escurrió de su cuerpo:- ¿Que se ha ido? ¿Qué queréis decir con que se ha
ido?
-Ha cabalgado hacia el Castillo Park hace una hora con sus hombres.
Suspirando de alivio, por un momento pensó que se había ido, Joanna le dio las gracias
y corrió por el castillo destruido hacia la pequeña casa de la torre que la madre y la
hermana de James habían ocupado desde su regreso. Diez minutos después, estaba sin
aliento y se ruborizó al coronar el último pequeño ascenso, y la motte y bailey de Park
Castle aparecieron a la vista.
Ubicado en los árboles en una pequeña colina con vistas a la hoguera, la antigua torre de
cáscara de piedra no era tan impresionante como el castillo, pero aún exudaba una
fuerza formidable. Siempre le había gustado el Castillo Park. Podría ser viejo y
construido simplemente, pero las gruesas paredes de piedra y las habitaciones cuadradas
mantenían un aire de confort que eran bienvivido.
La antigua empalizada de madera que rodeaba la bailey fue destruida durante mucho
tiempo, lo que permitió a Joanna ver claramente en la bailey alrededor de la motte. El
pequeño patio se inundó con al menos dos guerreros, incluyendo un grupo de una
docena o más, de hombres de armas que usaban tableros carmesíes y dorados.
La visión de la ráfaga de actividad era algo que le era familiar. Los hombres estaban
empacando sus pertenencias y preparando a los caballos para que se fueran.
Sintió el primer chasquido de alarma y aceleró el paso. Unas cuantas miradas curiosas
fueron arrojadas en su dirección mientras recorría el laberinto de hombres y caballos.
Uno o dos se demoraron apreciativamente, demasiado apreciativamente, probablemente,
pero ella no les hizo caso, su propia mirada buscaba a James.
Ella se dirigió hacia un hombre que reconoció que estaba de pie cerca de la escalera de
la torre, cuando una pared de cuero negro y acero bloqueó su camino. Sorprendida, se
echó hacia atrás, mirando hacia arriba la mirada de ojos de acero de un hombre, no una
pared, aunque a decir verdad, no había mucha diferencia. Él era sólido. Rock duro. Una
fortaleza de fuerza masculina. Aunque no era tan alto como James, era más ancho y
grueso con músculos.
Sus brazos y hombros estaban apilados con él.

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La primera palabra que le vino a la mente cuando ella lo miró fue "fuerte", y la segunda
fue "intimidante". Sus rasgos eran ásperos y contundentes, su expresión inflexible.
Podría haber sido considerado apuesto si no fuera tan imponente.
Ella se estremeció y dio un paso atrás.
Parecía no darse cuenta de su reacción, o tal vez sólo estaba acostumbrado.
-¿Tenéis necesidad de algo, mi señora?
Su voz era profunda y fuerte como el resto de él. Aunque no es exactamente antipático,
tampoco era amable.
-Yo… -su pulso corrió nervioso-. Estoy buscando a alguien.
-Ahora no es un buen momento, muchacha. Quizá deberíais regresar dentro de unas
horas.
-Pero yo…
-Jo, ¿qué hacéis aquí?
Joanna suspiró aliviada ante el sonido familiar de la voz de James. Pero cuando miró
por encima del hombro para verlo acercarse, su expresión no era más acogedora que la
de los guerreros de aspecto despiadado, si acaso, era mucho menos acogedora.
-Tenía que veros -las lágrimas saltaron a sus ojos-. Vi el castillo. ¿Que pasó?
Prometisteis…
-Es suficiente, Boyd -dijo James, cortándola bruscamente y mirando al hombre que
había bloqueado su camino-. Me encargaré de esto desde ahora.
¿Boyd? ¿Robbie Boyd? No era de extrañar. El nombre del aterrador guerrero que una
vez luchó con William Wallace era bien conocido alrededor de estas partes. Se decía
que era el hombre más fuerte de Escocia. Por una vez pareció que se podía creer en los
rumores.
-Los hombres están listos para marcharse -dijo Boyd.
¿Marchar? Ella jadeó. Su mirada se dirigió a James, pero él estaba mirando al otro
hombre.
-Lo sé -dijo James bruscamente-. Esto no tomará mucho tiempo.
Boyd le dio a James una inclinación de cabeza que parecía ser una especie de
comunicación silenciosa. Sea lo que sea lo que significaba, causó que el rostro de James
se volviera blanco mientras el otro hombre se alejaba.
James no podía irse, se dijo. Había prometido hablar con ella.
Había hecho muchas promesas, pensó, recordando su promesa de no repetir el episodio
de la "despensa".
¿Acaso no había visto la cáscara vacía y ardiente del castillo hace unos minutos?
Qué poco le importaba ella:- ¿Os vais?
Tenía la mandíbula apretada.

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-Me han llamado.
-Prometisteis venir a buscarme.
-Sé lo que dije, pero tendrá que esperar -Joanna se encogió ante la agudeza de impacien-
cia en su voz. Nunca se había sentido como si hubiera superado sus límites con él, en
cambio… ahora. No la quería aquí. No pertenecía aquí. Ella lo estaba avergonzando.
-No deberíais haber venido aquí, Jo. Os veré cuando vuelva.
Ella negó con la cabeza y agarró su brazo implorante. Sabía que tenía razón, pero el pá-
nico brotó dentro de ella. No podía irse. Tenía que decírselo.
-No. Por favor. Es importante.
Vagamente, Joanna se dio cuenta de que los hombres que los rodeaban fingían no escu-
char, pero no les prestó atención mientras aguardaba su respuesta. De alguna manera
sentía que si le dejaba marcharse ahora, sería demasiado tarde.

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Capítulo 6

James estaba muy consciente de las curiosas miradas que tenían encima. ¿Qué
demonios hacía aquí? Cuando bajó por primera vez las escaleras y vio a Jo con Ariete,
se había sentido tan aliviado, tan feliz de verla que casi había hecho algo tonto y hubiera
corrido hacia ella, antes de recordar que estaba enfadado con ella.
La ira sólo creció cuando se dio cuenta de por qué estaba aquí.
Obviamente, había oído hablar del castillo y asumió lo peor. Su falta de fe en él le
molestó. Joanna siempre creyó en él. A veces incluso más de lo que merecía. A veces,
incluso, más de lo que creía en sí mismo. James contaba con esa creencia.
No debía estar aquí así, reprochándole ante sus hombres y montándole una escena.
Debería aclararlo. Pero incluso enfadado y avergonzado, no podía hacerle daño así,
aunque fuera merecido.
Ignorando las miradas interrogantes de sus hombres, la tomó por el brazo y la empujó
hacia la torre.
Después de subirla por las escaleras, miró al vestíbulo y, al ver que todavía estaba
ocupada por su madre, su hermana y Randolph, la condujo hacia la escalera que
conducía a los pisos superiores. No había mucho espacio en la pequeña zona de
aterrizaje, y podían ser vistos por cualquiera que observara desde el vestíbulo, pero al
menos era poco probable que los oyeran.
Cruzó los brazos para que no se sintiera tentado a envolverlos alrededor de ella y
enseñarle sus rasgos en una máscara en blanco.
-¿Qué pasa, Jo? ¿Qué es tan importante que debéis venir aquí, así, y arrastrarme lejos de
mis hombres?
Por el rabillo del ojo, vio a Randolph que se despidió de la madre de James y luego de
su hermana.
Él frunció el ceño, viendo el rubor de la niña que se elevó a las mejillas de Beth cuando
Randolph le tomó la mano y le dio una galante reverencia.
-He oído que habíais tomado el castillo y...
Su mirada se volvió hacia Jo:- Y os preocupasteis por si había roto mi promesa -terminó
por ella.
Así lo pensaba él.
Joanna asintió:- Vi la torre. ¿Cómo pudisteis hacer eso, James? ¿Cómo pudisteis
quemar vuestra propia casa así?
Estaba tan acostumbrado a su comprensión, que era extraño que no lo hiciera. Si no
sabía lo difícil que había sido para él, no lo conocía en absoluto.
-No tuve elección. Deberíais saber eso. Es la única manera de ganar esta guerra.
-Pero todos esos hombres...

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-Cumplí mi promesa, Jo, aunque nunca debería haberlo hecho. La guarnición está de
regreso a Inglaterra ahora mismo.
Joanna brió los ojos:- ¿Lo están?
Asintió.
-Oh.
Él sostuvo su mirada mientras mordisqueaba ansiosamente sus uñas. Normalmente se
sentiría tentado a envolverla en sus brazos y consolarla, pero estaba demasiado
enfadado y consciente de la mirada interesada de Randolph, que desafortunadamente los
había notado cuando empezó a caminar hacia las escaleras de entrada.
-Lo siento -dijo ella. Debería haber confiado en vos.
Siempre había confiado en él.
-Tengo que irme, Jo. Hablaremos de esto más tarde.
-¿Ibais a iros sin decir adiós?
-No había tiempo. No tardaré mucho.
-Pero os dije que tenía algo que deciros. Si fuera sólo yo... pero no es así -respiró hondo
y lo miró con algo parecido a la desesperación en su mirada-. Lamento lo de ayer. Me
sorprendió, eso es todo. Pensé que ambos queríamos lo mismo. No debería haberos
dado un ultimátum.
¡Gracias a Dios! El alivio se derramó a través de él. No se dio cuenta de lo mucho que la
situación con Jo había pesado sobre él hasta que desapareció. Se sentía como si una roca
hubiera sido levantada de su pecho.
Una sonrisa se quebró a la superficie. La necesidad de tocarla era tan abrumadora, que
apenas recordaba empujarla más profundamente en la escalera, lejos de ojos curiosos,
antes de que su boca cayera sobre la suya. Aunque había querido decir que era un beso
suave y tierno, mostrarle exactamente lo mucho que significaba para él, como siempre
parecía suceder en el momento en que sus labios se tocaban, algo le invadió. Algo
caliente, potente y exigente. Una necesidad tan intensa, que retrocedió antes de que se
encontrara con ella en la escalera.
A pesar de la brevedad del beso, su respiración era todavía pesada.
-Estoy tan contento de que lo hayáis reconsiderado -le acarició suavemente-. Prometo
hacer todo lo que esté a mi alcance para haceros feliz.
Al instante, la bruma del beso se aclaró de sus ojos. Ella retrocedió.
-No, James, no entendéis bien. No lo he reconsiderado. Bajo ninguna circunstancia seré
vuestra amante.
La cólera volvió a sumergirse en él, la aguda decepción casi lo empeoró. ¿Por qué
demonios estaba siendo tan terca? Debería amarlo, maldita sea, en vez de lanzar
ultimátums y amenazas.
-Así que o me caso con vos o se acabó, ¿no?
Ella se mordió el labio, sus manos se retorcían nerviosamente.

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-Sí, pero debéis saber...
No la dejó terminar. Estaba demasiado condenadamente furioso. No era la única que
podía hacer amenazas.
-Muy bien, si eso es lo que queréis, podéis reflexionar sobre ello.
Sus ojos se abrieron en shock. Parecía que la había pateado en el estómago. Tuvo que
obligarse a no abrazarla. Pero no le permitiría usar los sentimientos que sentía por ella
contra él. Tenía que mantenerse fuerte paracon su propósito.
-No lo decís en serio.
-Es lo último que quiero. Sois vos quien está haciendo esto, Jo. Esa es vuestra elección,
recordad eso.
Y antes de que pudiera tomar las palabras de vuelta, se giró sobre su talón y la dejó de
allí, sola.
Su pecho estaba en llamas. Cada instinto clamaba que volviera, para decirle que no
quería decirlo, pero obligó a sus pies seguir hacia adelante. Tenía que aprender que no
podía amenazarlo y manipularlo para que hiciera lo que le pidiera. La amaba, pero no
podía casarse con ella. Necesitaba aceptar eso... y lo que significaba. Esto era lo que
sería. Pero se sentía como si le hubieran arrancado el corazón.
Si le hacía daño a la mitad tanto como si le estuviera lastimando, estaría lista para saltar
a sus brazos cuando volviera dentro de unos días. No sería mucho. Sólo el tiempo
suficiente para que ella se diera cuenta de lo que decía.
Pero sintió que una inquietud vaga comenzaba a crecer en él. Miró atrás, y su corazón se
tambaleó. Parecía destruida y extrañamente desesperada. Había querido decirle algo,
recordó. La vaga inquietud se convirtió en una trepidación completa. Algo andaba mal.
No podía dejarla así.
Habría vuelto a ella, pero Randolph lo detuvo. Randolph, que le recordaba todo por lo
que estaba luchando. Grandeza. Restauración del honor familiar. Su padre.
-¿Quién era esa mujer? -preguntó.
-Nadie -dijo James.
-Seguramente se parecía a alguien -Randolph le dio una mirada astuta-. Tenga cuidado,
Douglas. Mi tío tiene grandes planes para vos.
La boca de James se endureció. No necesitaba a Randolph para advertirle.
-Es sólo la hija del mariscal. Una chica que conozco desde que era un niño. No es nada.
Las palabras tenían un sabor ácido en la boca. Su estómago se revolvió inquieto.
Necesitaba salir de allí.

Nadie. Nada.
Joanna se desplomó contra la pared de la escalera con incredulidad. Si no lo hubiera
oído por sí misma, nunca lo hubiera creído. La había rechazado, tratándola como si no

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fuera importante, negándose a reconocerla y saber quién era. Era la hija del mariscal.
Alguien por debajo de él.
Alguien que no valía la pena reconocer. Alguien que no importaba.
Nunca había sentido las diferencias en sus rangos tan bruscamente como en aquel mo-
mento. Había sido ingenua; podía verlo. Había sido engañada por la amistad que habían
sostenido durante tanto tiempo, por la pasión, por el amor. Sentía el pecho como si al-
guien estuviera aplastándoselo. Le costaba respirar. Así era como se sentiría una
amante.
Estaría a su lado, permaneciendo sin ser reconocida, indigna y relegada a las sombras.
Si no estaba segura antes, lo estaba ahora: nunca aceptaría una vida así para sí misma o
para su hijo.
En las cenizas ardiendo de su amor se encendió un destello de ira. Merecían algo mejor.
¿Cómo se atrevía a hacerle esto? Se lo había dado todo, y la trató como si no significara
nada para él.
Si cambiaba de opinión cuando se enterara de que el bebé… ya no le importaba. Ella
había cambiado de opinión. No se casaría con él ahora, incluso si el gran James Douglas
venía arrastrándose por ella.
¿Pero qué iba a hacer? El horror de la situación se apoderó. Joanna se deslizó por la es-
calera, acunando su estómago en sus manos, odiándolo por hacerla sentir de esta ma-
nera. Odiándolo. Sí, Dios, ella lo odiaba.
Vagamente se dio cuenta de los pequeños pasos que se aproximaban. El aroma suave de
las rosas flotó en el aire un momento antes de que sintiera la presión tentativa de una
mano en su hombro.
-Jo-Joanna, ¿estáis bien? –le hablaba en un tono dulce, que le resultaba familiar. Joanna
levantó la mirada hacia la mujer que se inclinaba sobre ella.
Parpadeó, la magnificencia del hermoso rostro que la miraba casi rivalizaba con el sol
en puro brillo. Ojos azules brillantes, cabellos relucientes de lino, la piel tan blanca
como la nieve casi brillaba, y los rasgos pequeños y delicados que pertenecieron a una
princesa de hadas, Elizabeth Douglas parecía algo que había descendido de los cielos.
¿Era realmente su vieja amiga? Ya no estaba esa pequeña niña desaliñada y de ropajes
rasgados. Ambas solían correr por el campo... La señora de pie frente a ella estaba ves-
tida tan ricamente como una reina con cada mechón de cabello perfectamente peinado
bajo un círculo de diamantes incrustados de oro y velo tan fino que podría haber sido hi-
lado de los hilos de una telaraña.
La mano que descansaba sobre su hombro parecía como si nunca hubiera conocido un
momento de trabajo. Suaves y blancass, con uñas perfectamente ovales desprovistos de
una mota de suciedad debajo.
Instintivamente, Joanna se enroscó las manos, con las uñas mordidas casi al instante, en
sus lisas faldas de lana.
Ella aspiró el aliento cuando la cruel verdad la golpeó. ¡Oh Dios! Esta... era la clase de
mujer con la que James pensaría casarse. Una dama. Una señora que había viajado a In-
glaterra o a Francia. Una señora que llevaba sedas finas, terciopelos y joyas. No era una

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niña provinciana con cintas entre el pelo, las faldas barrocas, las uñas desgarradas y las
mejillas manchadas de sol.
Joanna no necesitaba mirar de un lado a otro para ver las diferencias. Eran tan obvias
que se preguntó cómo podía haber sido tan ciega.
¿Acaso no quería verlo? Tal vez había querido fingir y ser feliz durante todo el tiempo
que pudo. Tal vez había esperado que el James que creía conocer como un muchacho
nunca se convertiría en el gran caballero y señor importante que él había querido ser.
Tal vez ella había esperado que nunca lograría su ambición y permanecería aquí con
ella. ¿Era eso?
-¿Joanna? -Lady Elizabeth Douglas repitió incierta, su voz y cara mostrando aún más
preocupación.
Joanna trató de apartarse del trance de la pena, pero el ver a Elizabeth la había hundido
aún más.
Quería estallar en lágrimas. Quería abrazar a la dulce niña que había sido su amiga y de-
rramar su miseria. Pero las cosas habían cambiado. Todo había cambiado. Aunque toda-
vía dulces y gentil, los ojos azules claros que se encontró contra los suyos, eran tam-
bién, más reservados. Había una incomodidad entre ellos que nunca había estado allí an-
tes, la torpeza de dos personas que habían sido amigas cuando eran de distinto rango no
importaba y, de repente, se daba cuenta de que sí.
Pobre Thommy. De repente Joanna comprendió la montaña que debía ver delante de él
cuando miró a Elizabeth Douglas. Debió parecer insuperable, incluso para un hombre
que pudiera escalar cualquier cosa.
Elizabeth seguía mirándola fijamente. Dándose cuenta de cómo debía mirar, el orgullo
le dio fuerzas para ponerse de pie.
-Estoy bien -se las arregló.
Pero apenas había soltado la mentira por su boca cuando se balanceó. Elizabeth jadeó
alarmada y la atrapó por los hombros. La reserva se olvidó, su expresión se llenó de ira.
-No estáis bien. Parece que habéis visto un fantasma. ¿Qué dijo Jamie para que os sin-
tierais tan molesta?
Jamie. Sólo Beth se había atrevido a llamarlo así.
El corazón de Joanna se retorció un poco más.
-No fue nada -respondió.
Nada. Se había acabado.
Para él, pero no para ella. La niña que había estado tan emocionada ahora se sentía
como una insignia de la vergüenza al ver los meses difíciles por delante aún. Sola. Des-
graciada. ¿Cómo se las arreglaría?
¿Qué clase de vida podría esperar su hijo? Sin un padre, sin nombre. Se estremeció, un
bastardo.
De repente, las palabras de Thom volvieron a ella. Él la ayudaría. Había dicho que se
casaría con ella.

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Egoístamente, quería aceptar su oferta, sabiendo que eso la salvaría a ella y a su hijo.
Pero le encantó esta joven etérea, inconsciente, y si había alguna posibilidad...
Sus ojos se dirigieron a Elizabeth, a la mujer que parecía más una princesa que la posi-
ble novia del hijo de un herrero. ¿Tenía alguna oportunidad?
-Lo siento, mi señora -dijo Joanna-. Fue un placer veros, pero tengo que irme. Tengo
que encontrar a Thom antes de que se vaya.
Si no hubiese estado observando con atención, tal vez se lo hubiera perdido, pero en la
mirada de lady Elizabeth había un parpadeo inconfundible. Sin embargo, fue demasiado
fugaz como para descifrarlo.
Su amiga de la infancia se puso rígida, mirando a toda la nobleza.
-¿Marchar? -repitió.
Joanna mantuvo la mirada fija en el rostro de Elizabeth.
-Sí, ¿no os lo dijo? Va a marcharse hoy para comprometer su servicio a Eduardo de
Bruce.
-¿Como un herrero?
Joanna sacudió la cabeza:- Como hombre de armas.
Elizabeth abrió mucho los ojos:- ¿Qué?
Joanna asintió, esperando algún tipo de reacción inconsciente y reveladora. No consi-
guió nada. Elizabeth simplemente parecía confundida.
¿Por qué haría eso? -dijo finalmente-. Thommy va a ser un herrero como su padre -ese
era el destino. Los hombres no sólo eligían ser algo diferente. Eran lo que eran.
-Pensé que podrías saber por qué -dijo Joanna con suavidad.
Elizabeth sostuvo su mirada y bajo la confusión, Joanna vio la sombra de algo más.
Algo de lo que Elizabeth ni siquiera parecía consciente. Algo que era demasiado vago y
sin forma como para ponerle un nombre, pero que claramente marcaba la diferencia.
Las mejillas de Elizabeth se ruborizaron de vergüenza y ella asintió.
-Nunca quise decir -se mordió el labio-. Nunca me di cuenta… -su expresión se endure-
ció, frunció sus labios, haciendo un puchero-. Thom era mi amigo. ¿Por qué tuvo que
arruinarlo todo? ¿Por qué no podía dejarlo así?
La esperanza de Joanna se hundió. Aunque claramente, Elizabeth no sabía qué hacer
con la declaración de Thom, no era inmune. Podría ser nada más que el parpadeo de la
posibilidad, pero Joanna no obviaría aquello. No podía casarse con él. Estaba sola. Ten-
dría que enfrentar las consecuencias de sus acciones por sí misma.
¿Cuánto tiempo tenía? ¿Un mes, quizás unas semanas más? Tiempo para que James
cambie su mente -
Ella se detuvo y una ola de lágrimas calientes se acumularon en sus ojos. ¡Tonta! No
merecía sus lágrimas. Incluso si cambiaba de opinión, no cambiaría la suya. James Dou-
glas podría tomar su ambición e ir directamente hacia diablo. Había mostrado lo que

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pensaba de ella hoy, y nunca lo olvidaría. Joanna también sabía que nunca sería la noble
esposa que le traería fama y fortuna.
-Yo… yo…. -u voz tembló-. Tengo que irme.
Sin esperar a que la otra mujer respondiera, Joanna pasó junto a ella y corrió hacia la
puerta.
Las lágrimas corrían por sus mejillas mientras bajaba por las escaleras al patio. Sólo
quedaba un puñado de hombres. James y los hombres vestidos de oro y escarlata habían
desaparecido.
La desesperanza de la situación le golpeó con fuerza. Oyó a Elizabeth gritar su nombre,
pero no dejó de correr. Sólo quería alejarse, lejos de todo lo que le recordaba a James
Douglas.
No deseaba que nada de esto hubiera sucedido. Ojalá nunca se hubiera enamorado de él,
nunca le hubiera hecho el amor, y nunca le hubiera dejado embarazada. Lo deseaba más
que a nada.
Ella no quería este bebé.
Corrió hacia la colina, tratando de silenciar sus pensamientos y emociones.
Estaba atardeciendo, la luz ya oscura cuando entró en el bosque.
Ella oyó un grito de advertencia detrás de ella -la de Elizabeth, se dio cuenta- en la frac-
ción de un instante antes de que una enorme sombra saliera de los árboles delante de
ella.
Un hombre juró, y un caballo chilló como un cerdo mientras se levantaba para evitarla.
Una patada en el pecho le causó una explosión de dolor, mientras caía hacia el suelo. Su
cabeza se estrelló contra él, y la tierra, la roca, la asaltaron desde todas las direcciones
mientras seguía cayendo colina abajo. Todo lo que podía pensar era en el dolor.
Entonces, felizmente, el mundo se volvió negro.

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Capítulo 7

Al final de la semana, el castillo de Linlithgow era suyo. Un granjero local, un hombre


llamado William Binnock, conocido como Binny, había resultado ser muy valioso.
Ejecutaron una versión escocesa de un caballo de Troya.
Mientras entregaba heno a la guarnición en Linlithgow, el granjero ocultó a ocho de los
hombres de James en su carro.
Binny les era familiar a los ingleses y el portón fue levantado para permitirle entrar. Una
vez bajo la puerta, el granjero cortó los bueyes libres y bloqueó la puerta con su carro
mientras James y Randolph dirigían el ataque.
Esta vez la guarnición no se rindió, y James no se molestó por las promesas, ni por su
conciencia.
Sin embargo, estaba preocupado por otras cosas. Por mucho que odiara admitir perder la
concentración, y estar distraído por una mujer, lo que le había sucedido a Jo le pesaba.
Trató de sacarlo de su mente, diciéndose que no había tenido elección. Tenía que
entender la realidad, y una vez que aceptara la situación, continuarían con sus vidas
juntos.
Le había dado un ultimátum, maldita sea. No había hecho más que llamarlo farol.
Pero su plan para hacerla ver cómo sería si no estuvieran juntos no estaba funcionando
de la manera que él había pensado, en absoluto. Debía ser ella era quien se suponía que
tendría que estar apesadumbrada y atormentada. Debía temer un futuro sin él.
¿Y si decidía que podía vivir sin él? ¿Y si decidía que ya no lo quería?
¿Y si no hubiera sido un farol y ella realmente tomaba en su palabra? Aquel
pensamiento le atormentaba, y hacía que su estómago se sintiera como si se estuviera
revolviendo ácido por dentro.
James descargó su ira contra los ingleses, luchando con un frenesí que sorprendió de
Boyd una o dos veces. Pero mientras los ingleses caían bajo su espada, James no podía
dejar de ver su rostro. El dolor. La desilusión. Y algo más. Algo que le hacía temer sus
palabras había golpeado de una manera que no lo había previsto.
Tenía que decirle lo que no le había dicho. Joanna lo amaba, y sabía que lo perdonaría.
Era una de las cosas que más amaba; siempre podía contar con ella.
Pero su comentario irreflexivo no era el único problema. Jo era dulce y amable con la
culpa, siempre viendo lo bueno de la gente, de la que a veces se aprovechaban. No era
ingenuidad, lo sabía, sino terquedad.
Y eso lo preocupaba. ¿Y si era obstinada con el matrimonio? ¿Qué haría entonces?
Maldición, tenía que hacerle entrar en razón. Los hombres en su posición no se casaban
por amor. Sino por una alianza.

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Una transacción. Un contrato entre familias para aumentar su riqueza y prestigio. Pero
para él era más que eso. El honor de su familia estaba en juego. No podía dejar a su
padre caer.
Pero la idea de perderla lo volvía loco. Demonios, más de la mitad. No podía perderla.
Joanna significaba todo para él.
Sentía como si estuviera desgarrándose en dos direcciones diferentes, con el deber por
un lado y su corazón y alma en el otro. Tenía que encontrar una manera de juntarlas.
El castillo apenas había caído antes de que decidiera volver a Douglas. Pero antes de
que pudiera irse, fue ordenado en otra misión. Esta vez, Bruce lo necesitaba en el
bosque de Ettrick al oeste de Selkirk. Los ingleses trataban de cortejar a los escoceses
de la zona, y Bruce quería que James se asegurara de que sus inconfundibles partidarios
en las fronteras no fueran tentados por falsas promesas.
Bruce necesitaba el control de los bosques, que servirían como su base de operaciones
para montar sus ataques sorpresa contra las tropas inglesas cuando Eduardo renovara su
campaña en el verano.
James envió una misiva a su madrastra y hermana, explicando los retrasos y pidiendo a
Beth que le dijera a Jo que regresaría lo antes posible, pero eso no alivió su ansiedad.
La misión tardó más de lo que James esperaba y requirió un poco de "convencimiento".
Randolph y Seton estaban claramente incómodos con los deberes de hacer cumplir la
voluntad del rey, mientras que él y Boyd encajaban naturalmente en el papel. Miedo,
fuerza e intimidación. La guerra no se ganaría sin esas cosas. Podría no ser bonito, pero
para derrotar al ejército más poderoso de la cristiandad, la crueldad era muy necesaria.
Aun así, empezó a cansarse cada vez que un aldeano se encogía ante él de miedo. Y
cuando una niña, que no tenía más de siete u ocho años, se echó a llorar por la simple
mención de su nombre, James había tenido suficiente.
-Manejadla esta vez -le dijo a Randolph, alejándose de la pequeña casa de la torre-. Se
les había dicho que el padre de la niña, David Somerville, el barón de Linton, había re-
cibido una comunicación de su primo Roger, señor de Wichenour, en Inglaterra, y que-
rían asegurarse de que Linton no estuviera dispuesto a unirse a su primo.
Randolph podría hacer el trabajo sucio por una vez. Le daba crédito, James no se moles-
taba. Estaba cansado de ser lanzado en el papel de ogro mientras Seton y Randolph bri-
llaban con su sangrienta armadura. Nunca lo había molestado antes, pero James no po-
día evitar preguntarse si la reputación que estaba luchando tan duro para construir era
hacer de él el hombre que Jo temía.
A medida que las semanas pasaban, y su regreso a Douglas se retrasaba una vez más-
esta vez para acompañar a Bruce como parte de su séquito personal en una marcha hacia
el sur a Galloway para poner otra amenaza de John MacDougall, el temperamento del
Caballero James se volvía cada vez más y más negro. Con lo que parecía que la mitad
de los miembros de la Guardia de las Highlanders de Bruce se alejaban para ver a sus
esposas o asistir al nacimiento de otro niño, negarse a la misión estaba fuera de la cues-
tión. El rey no podía perdonarlo.
Así que aquí estaba casi tres meses después de haber visto por última vez a Jo, en los
bosques de Galloway, no lejos de Glen Fruin, donde habían ganado su primera batalla

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clave contra los ingleses cuatro años atrás, deseando estar a kilómetros de distancia.
Nunca había estado tan ansioso por estar en otro lugar. No podía relajarse hasta que se
disculpara y todo estuviera bien.
No podía escapar de la sensación de que le faltaba algo importante, y que si lo seguía
viendo, lo vería. Pero no importaba cuántas veces volviera a hablar de lo que había su-
cedido, se le escapaba algo.
El malestar quizás explicaba el alivio que sentía cuando salió de la tienda que se había
establecido como un improvisado pasillo y casi se encontró con un hombre que de otra
manera habría deseado evitar.
No sabía qué demonios hacía Thom MacGowan en Galloway con los hombres de
Eduardo de Bruce, que acababan de llegar al campamento, pero su viejo amigo le re-
cordó su casa y por un momento James se alegró de verlo. Era una conexión con Jo
cuando más lo necesitaba.
Pero el momento no duró mucho. MacGowan lo miró con una expresión de odio en su
rostro. Lo que su viejo amigo hizo a continuación, sin embargo, sorprendió al infierno
fuera de él.
James apenas había sacado las palabras ¿Qué estáis haciendo aquí? Antes de que el
puño de MacGowan cayera sobre su mandíbula.
James no sabía si era el choque de ser golpeado o la fuerza del golpe, que parecía ser
golpeado por una maza, pero no reaccionó de inmediato ni trató de defenderse. Estaba
demasiado aturdido, y su cabeza parecía como si una campana estuviera chocando con-
tra su cráneo. Cristo, el hijo del herrero podría dar a Boyd un concurso en bruto.
MacGowan lo golpeó de nuevo, esta vez en el estómago. Como James no llevaba arma-
dura, sólo un sobretodo, tomó toda la fuerza del golpe y lo puso de rodillas. Los dos
hombres habían estado en más de unas pocas peleas en su juventud, pero ya no eran jó-
venes. MacGowan podría no haber sido entrenado como un guerrero, pero tenía los ins-
tintos de un peleador y la fuerza bruta de un hombre que manejaba el martillo de un he-
rrero para ganarse la vida.
Sin embargo, James debería haber sido capaz de defenderse fácilmente, pero su ex
amigo logró obtener cuatro o cinco golpes sólidos antes de que alguien lo sacara.
O tratara de alejarlo. Dos hombres se llevaron de los brazos de MacGowan y él seguía
arrojando mierda.
-¡Sois un bastardo! ¡Debería mataros por lo que habéis hecho!
John de Carrick, uno de los capitanes de Eduardo de Bruce, se había precipitado cuando
vio lo que estaba sucediendo.
-¿Qué demonios creéis que estáis haciendo, MacGowan? Acabáis de atacar a uno de los
principales tenientes del rey y miembro de su guardia personal. Pasaréis al calabozo por
esto -se volvió hacia Douglas-. Le pido disculpas, mi señor. Él es el nuevo recluta. Será
castigado.
James se puso de pie. Miró a MacGowan, que lo miraba con veneno en los ojos, y sacu-
dió al otro.
-Eso no será necesario. Ha sido un malentendido. Conozco a este hombre.

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John no parecía convencido. Le dio a MacGowan una mirada que le dijo que no lo olvi-
daría tan fácilmente y asintió con la cabeza a James.
Bastantes miradas curiosas se lanzaron en su dirección, pero la multitud que se había
reunido en el alboroto se disipó gradualmente.
Los dos hombres se callaron, en un silencio absoluto. Finalmente, cuando estaban solos,
James habló.
-¿Por qué demonios fue eso?
Detectó la conmoción en los ojos del otro, pero rápidamente fue reemplazada por una
nueva rabia.
-Dios, ¿todavía no lo sabéis? ¿Qué clase de bastardo egoísta sois para no estar en con-
tacto con ella durante meses? Ella os amaba. Dios sabe por qué, nunca hicisteis nada
para merecerlo. Os dio todo, y vos, lo que hicisteis fue tomarla de mala manera. El alto
y poderoso Señor de Douglas y leal sargento. Alguien para admiraros y deciros lo mara-
villoso que erais. Eso es todo lo que siempre fue para vos. ¿Y que hicisteis? Robasteis
su inocencia y la dejasteis, sola, con un bastardo?
James se sentía como si hubiera sido golpeado.. Su corazón, su aliento, todo dentro de él
parecía dejar de funcionar. Excepto su mente, que estaba trabajando demasiado rápido,
luchando para encajar las piezas todas juntas en una imagen que finalmente podía ver.
Un bebé. Eso es lo que había estado tratando de decirle.
Prometernos los votos antes de lo que pensábamos… Si fuese yo… Nuestro bebé será
un bastardo.
-¿Jo está embarazada? –se las arregló. Su voz no sonaba como la suya. Se estrangulaba
y se ahogaba de la emoción. Iban a tener un bebé. Una burbuja de felicidad se hinchó
dentro de él.
La mirada dura de MacGowan no tenía ninguna compasión por el golpe que estaba a
punto de transmitir.
-Lo estaba. Perdió al bebé en el accidente.
¿Perder…? ¿Accidente…? James tardó un momento en procesar las palabras crueles, y
el momento de alegría se convirtió en un hundimiento en las frías profundidades de la
desesperación. Oh, Dios, no. Su hijo estaba muerto. ¿Y Joanna? El miedo y el pánico,
como nunca lo había imaginado, surgieron dentro de él.
El hecho de que un accidente hubiera tomado la vida de su hijo aún no nacido era bas-
tante horrible, pero no podría haber tomado más. Agarró el brazo de MacGowan y lo
habría llevado a la cara, si el bastardo no estuviera construido como una roca.
-¿Qué accidente? ¿Jo está bien? Decidme lo que pasó.
MacGowan se encogió de hombros:- Como si os importara. Es demasiado tarde para
fingir. Ya no importa. La dejasteis allí, sola. La abandonasteis cuando más os necesi-
taba.
La mente de James resonaba. Su corazón latía salvajemente. Jo estaba bien. Tenía que
estar bien. ¡Cristo, no! Ni siquiera podía contemplarlo.
-Maldita sea, Thommy, dejad de torturarme y decidme qué diablos pasó.

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-Merecéis ser torturado. Casi la destruisteis. Os dio su corazón y lo tratasteis como si no
fuera nada. Sí, está viva. Por algún tipo de milagro sobrevivió a una caída que debería
haberla matado después de huir de vuestro maldito castillo después de que os marcha-
rais -apretó los puños, tenía ganas de golpearlo-. Espero que estéis sufriendo, pero os
aseguro que no es la mitad del sufrimiento que sufrió la pobre muchacha en las semanas
posteriores a vuestra marcha, sin una mirada hacia atrás.
-Envié una misiva…
-Sí, bueno, no fue suficiente. Maldita sea, Jamie, se merecía algo mejor de vos -James
apenas se fijó en lo del viejo apodo. Ahora sólo lo llamaba así Beth-. Creyó en vos. Si
tuviera a alguien con tanta fe en mí, haría cualquier cosa por aferrarme a ella.
Algo pasó en los ojos del otro, y James entrecerró los ojos.
-¿Os referís a haceros soldado?
Sus ojos se encontraron, la muchacha, la hermana de James, que había desgarrado una
vieja amistad entre ellos.
-Idos al infierno, Douglas. Tengo mis razones. No tienen nada que ver con vuestra her-
mana. Todas las ilusiones que yo podría haber tenido en ese sentido desaparecieron hace
tiempo. Como hermanos, supongo.
James apretó los dientes, pero sabía que estaba justificado. Más quw justificado. Nada
de lo que MacGowan pudiera decir era peor que la culpa y la vergüenza que sentía
ahora.
Debería haber estado allí con ella. No debería haber pasado por esto sola. Tenía que
verla.
Sólo una vez para mirarla por sí mismo y asegurarse de que estaba bien. Sólo entonces
el pánico que corría a través de él disminuiría.

***

James miró a su hermana con cólera frustrada.


-¿Qué queréis decir con que no está aquí?
Después de correr por el campo durante casi veinticuatro horas para regresar a Jo lo an-
tes posible, nunca se le ocurrió que no estaría aquí. Joanna pertenecía a Douglas. Con él.
Esta era su casa, su hogar.
La mirada de Elizabeth se estrechó en su tono.
-No os atreváis a gritarme, Jamie. ¡Si estáis buscando a alguien con quien enfadaros,
miraos en el espejo! -frunció la boca, a regañadientes, decidiendo responder a su pre-
gunta-. Jo dejó Douglas hace un mes.
No podía creer que Jo se hubiera ido. Tenía el pecho retorcido, incómodo. Por primera
vez, James intuyó que las cosas estaban mucho peores de lo que había imaginado.

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-¿Qué queréis decir con que se fue? ¿Adónde fue? ¿Y por qué demonios no me contas-
teis sobre el accidente cuando os escribí?
-Joanna no me dijo adónde iba, y yo no le pregunté. No quiere que la encontréis, y pro-
bablemente temía que me intimidarais para contároslo. En cuanto a por qué no os dije
sobre el accidente, fue porque me pidió que no lo hiciera. Me rogó que no lo hiciera, de
hecho. Fue lo primero que me dijo cuando despertó después de la caída. Allí estaba ella,
acostada en un montón de hojas al pie de la colina, herida y rota, con la sangre a su alre-
dedor, y su único pensamiento era que no os dijera lo que había sucedido. Sabía que os
apresurarías a hacer promesas, y no os quería así. Quería que vinierais por ella, por pro-
pia cuenta. Lástima que haya sido casi tres meses tarde.
Cristo. ¿Nadie vio la razón? ¡Estaban en medio de una maldita guerra! Él juró, pasando
sus dedos por su cabello. -Maldita sea, Beth, no podía irme. Bruce me necesitaba.
Ella levantó una ceja delicadamente arqueada:- Pero aquí estáis.
-Sí, bueno, no le di una oportunidad al rey para que negara mi petición.
Eso la sorprendió. Elizabeth abrió los ojos:- ¿Os habéis ido?
Se encogió de hombros. Había estado tan fuera de su mente con dolor y pánico, todo lo
que podía pensar era salir de allí lo antes posible. Se encontró con Boyd mientras se
marchaba y afirmó que había una "emergencia familiar". Pero Bruce no estaría con-
tento, y James sabía que tendría que explicarlo.
Beth lo miró, sacudiendo la cabeza como si fuera un colegial recalcitrante. Por el mo-
mento, se sentía bien.
-¿Qué esperabais, Jamie, que se sentara aquí revolcándose en su aflicción y esperara a
que vinierais corriendo en vuestro corcel blanco para hacer todo mejor? No hay nada
que podáis hacer para mejorarlo -aunque estaban solos en el solar del laird en el Castillo
Park, bajó la voz-. Perder al bebé casi la mató.
¿Nada que pueda hacer para mejorarlo? La certidumbre de su hermana le dio un mo-
mento de duda, pero él la apartó. Joanna estaba sufriendo, afligiendo por la pérdida de
su hijo, pero ella lo amaba. Comprendería que él no la había abandonado. Si lo hubiera
sabido, habría encontrado una manera de estar allí.
-¿Os ha hablado del bebé?
Beth sacudió la cabeza:- Fue traída aquí después del accidente por Sir David Lindsay.
Thommy y yo oímos al curador decírselo a nuestra madrastra.
Demonios.
Viendo su expresión, Beth sacudió la cabeza.
-No tenéis que preocuparos por nuestra madrastra, vuestro secreto está a salvo. No tiene
más interés en veros casar con Jo que vos. Ella le informó al curador que si alguien más
oía hablar de este niño, sería arrojado en la cárcel y condenado como un traidor.
James reprimió un escalofrío. No lo dudaba. Eleanor de Lovaine tenía una columna de
acero. Su interés por ver a James surgir en la estima del rey -y por lo tanto elevar el es-
tatus de sus dos hijos, James y medio hermanos de Elizabeth Archie y Hugh- era igual a
la suya.

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Sus ojos se estrecharon:- ¿Qué tenía que ver Lindsay con esto?
Sir David Lindsay había sido llamado recientemente a la baronía de su padre Alexander
de Crawford, que no estaba lejos de Douglas. Alexander había sido un adherente cer-
cano de Bruce, al igual que su hijo. Con la muerte de su padre, Lindsay había estado en
la Torre Lindsay atendiendo las propiedades durante los últimos meses.
"Estaba cabalgando con algunos de sus hombres para encontraros y corrió hacia ella,
causando la caída -James se tensó con furia, pero antes de que pudiera decir algo, lo em-
pujó hacia atrás-. Fue un accidente. Jo se marchó de aquí como si el diablo la persi-
guiera. Corrí tras ella y vi todo el asunto. Prácticamente corrió directamente al caballo
de Sir David. No había nada que pudiera haber hecho para evitarl. Estaba angustiado y
se negó a dejarla hasta que se recuperara.
James sintió que algo de la tensión disminuía. Algo, pero no toda. Hizo que Elizabeth se
lo contara todo.
Cada lesión, cada hora de recuperación de Jo, cada semana que había pasado en la
cama, las semanas después de cuando había regresado a la casa de sus padres, y luego la
corta conversación donde le había dicho a Elizabeth que se iba. Lo que Elizabeth no le
dijo, pero lo que oyó de todos modos, fue la profunda tristeza y dolor de Jo.
Cada palabra cavaba el cuchillo de la culpa cada vez más profundo en su corazón.
-¿Cómo habéis podido, Jamie? ¿Cómo pudisteis deshonrarla así, sabiendo que no os ca-
saríais con ella?
Una cosa era oírlo de Thom, y otra, de la joven hermana que siempre le había mirado
como si fuera el mayor caballero de la cristiandad.
-Pensé... -pasó sus dedos por su cabello otra vez. Cristo, no había excusa. Sólo había
pensado que lo entendería.
Pero lo compensaría... tan pronto como la encontrara. Se volvió y salió de la habitación.
-¿Adónde vais? -preguntó Elizabeth.
-A Hazelside para hablar con su padre. Sabrá a dónde se ha ido.
-¿Y creéis que os lo dirá? -Elizabeth se rio, aunque sin humor-. Es posible que sus pa-
dres no conozcan todos los detalles, pero saben que algo terrible ocurrió y que tenéis la
culpa. No os dirán nada. Tampoco deberían. Dejó Douglas para que no acordarse de vos
y de lo que había perdido. Si la perseguís, sólo lo recordará.
-Tengo que encontrarla. Cristo, Beth, la quiero.
Tenía que explicarle… para disculparse. No había estado allí para ella cuando lo necesi-
taba, y nunca se perdonaría por eso. Pero Jo lo haría. Era la mujer más dulce, amable y
maravillosa que había conocido, y su corazón era tan grande como el sol.
Su joven hermana lo miró con sabiduría mucho más allá de sus años.
-Está tratando de hacer un nuevo comienzo para ella, Jamie. Si realmente la amais, la
dejaréis en paz.
Él la amaba, pero no podía hacer eso. Porque sabía que sin ella nunca tendría un mo-
mento de felicidad. Debían estar juntos. Nunca lo dudó un minuto.

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Capítulo 8

Jo sintió que su boca se contraía. El temblor se volvió imposible de controlar y de


repente, se echó a reír. Una risa real, honesta. Había pasado tanto tiempo, que había
comenzado a preguntarse si alguna vez sentiría el impulso de reírse de nuevo.
Pero parecía que lo haría y, tal vez, eso estaba bien.
La pérdida de su bebé estaría con ella siempre, pero Joanna había sobrevivido. Aunque
en ese momento no había entendido por qué. Se había culpado a sí misma. Todo lo que
podía recordar era que deseaba que James no la hubiera dejado embarazada justo antes
de caerse, y el horrible temor de que Dios hubiera escuchado su oración.
Pero ella no lo había querido decir, y Dios lo sabía. Había sido un accidente. Un
horrible y doloroso accidente. Pero la había hecho más fuerte, y había perseguido las
últimas estrellas de sus ojos. La tragedia tenía una forma de forzar la realidad sobre ti, y
Joanna podía ver ahora todos los errores que había cometido y juró que nunca volvería a
hacerlo.
Fue con una visión mucho más clara de las duras realidades del mundo cuando Joanna
miró al hombre que estaba a su lado. Era difícil imaginarlo persiguiendo a un diminuto
lechón para ser golpeado en la barriga por la irritada cerda, pero el relato de la desgracia
de ayer había conseguido hacerla reír y había devuelto un poco de alegría a su corazón.
Se lo agradeció por ello. Tenía mucho que agradecerle.
-Ah, es bueno oírte reír así, muchacha -sus ojos oscuros brillaban con malicia-. Aunque
me gustaría que no hubiera sido a costa mía.
Era un hombre fácil de gustar, Sir David Lindsay. Hermoso, amable, y con el tipo de
fuerza sólida que la hacía sentir segura.
Joanna le devolvió la sonrisa.
-Me disculparía, pero como sospecho que la historia tuvo exactamente el resultado que
pretendíais, no lo haré -su sonrisa le dijo que tenía razón. Su expresión cambió cuando
la gratitud se hinchó en su pecho-. Habéis sido un buen amigo para mí estos últimos
meses, David, y os lo agradezco.
Él tomó su mano en la suya. Era cálido y firme, tan agradable y sólido como el propio
hombre. El mal había desaparecido de sus ojos, reemplazado por una profunda seriedad.
-No os presionaré, pero cuando estéis lista, espero poder ser más que vuestro amigo. Si
pudiera, cambiaría todo de ese día, excepto por el hecho de que os conocí. Os merecéis
ser feliz, Joanna. Y quiero ser yo quien lo haga.
Su declaración no fue una sorpresa. Cuando se enteró de su intención de dejar a
Douglas, la invitación para que se quedara en la casa de su primo -el primo que estaba
casado con uno de los vasallos de sir David- para ayudarla con el cuidado de sus hijos y
su hogar mientras su marido se recuperara de la pierna rota, -accidente que había sufrido
después de que se cayera del techo de su casa mientras trataba de hacer reparaciones,
había sido demasiado conveniente para ser coincidencia-. Pero en ese momento, Joanna

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había estado tan desesperada por un lugar donde James no la encontrara fácilmente, esa
había sido su oportunidad.
Sir David Lindsay era un buen hombre, y con el tiempo, tal vez, podría amarlo. No el
apasionado amor de niña que había tenido por James, sino el amor sólido y maduro de
una mujer. Pero no sería justo alentarlo, aunque no sospechara que sus sentimientos por
ella fueran más el resultado de esa fuerte racha de rescate que había corrido a través de
su sangre.
-Hay cosas que no sabéis. Cosas que harían imposible que hubiera algo más que amistad
entre nosotros.
Su expresión se endureció, y vio vestigios del formidable guerrero que se suponía que
era. Como James, sir David era un compañero cercano del rey y de un miembro de su
séquito personal.
-Si os referís a Douglas, no me asusta.
Debería, casi lo dijo. Sir David era alto, fuerte y seguramente hábil, pero pocos
hombres podían ser los mejores de James Douglas en tamaño, pura fuerza física y
ferocidad.
Ella sacudió su cabeza:- No es James. Al menos no, por completo –dijo mordiéndose las
uñas. ¿Cómo podía explicárselo sin hablar del bebé? Ella era pura.
Llevaba el hijo de otro hombre. Casi podría ser la esposa adecuada para un señor joven.
Aunque tenían la misma edad –veintidós años-, se sentía mucho más vieja por la
experiencia.
Debió haber adivinado la razón de su vacilación. Se inclinó la barbilla con la parte de
atrás de su dedo para mirarle a los ojos.
-No soy un sacerdote, Joanna. No necesitaré una confesión de pecados antes de pedirle a
una mujer que sea mi esposa. Os escucharé, si os sentís como que debéis decirme, pero
recordad que fui la primera persona que os alcanzó cuando caísteis, y fui yo quien os
llevó desde la colina al castillo. Puedo no ser un curador, pero entiendo por qué una
mujer podría sangrar después de una caída como esa. También vi la forma en que
llorasteis y acunasteis vuestro estómago cuando os despertasteis. Cuando supe de
vuestra -antigua- conexión con Douglas, no me fue difícil averiguar lo que había
sucedido.
Joanna estaba aturdida:- ¿Y vos todavía...? -no pudo sacar las palabras.
El hecho de que este hombre ofreciera tan fácilmente lo que James había rechazado -aun
después de lo que acababa de decir- le hacía desear llorar. Él asintió.
-Sí, todavía lo siento. No os mentiré y diré que no deseo que hubiera sucedido de otra
manera. Pero estuve pensando…, y su relación anterior con Douglas no es lo que me
preocupa. Lo que me preocupa es si esa relación realmente está en el pasado -abrió su
boca para responder, pero él la detuvo-. No estoy pidiendo garantías. No ahora, por lo
menos. Pero pensé que debíais saber cómo me sentía.
Joanna no lo entendía:- ¿Por qué yo? -luego, avergonzada, trató de explicar-. Quiero
decir, estoy seguro de que tiene a su elección las damas de la corte.

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Él sonrió otra vez:- Porque sois dulce, amable y hermosa, y ninguna de las damas de la
corte me ha hecho tan feliz. Sois especial, Joanna, y agradezco a Dios todos los días que
Douglas fuera demasiado tonto como para darse cuenta del tesoro que sois.
Nadie... sólo la hija del mariscal. Las palabras crueles todavía tenían el poder de picar,
pero Sir David había ayudado a disminuir el daño. No todos los hombres vieron su valor
como simplemente un peldaño en la escalera del posicionamiento social.
Por un momento pensó que la besaría. Lo habría dejado, curioso, por ver si podía
despertar en ella la misma pasión que James. Pero debió haber recordado su voto de no
presionarla.
Dejando caer su mano de su cara, retrocedió.
-Debería volver al castillo. Algunos de los invitados llegarán pronto, y yo debería estar
allí para saludarlos. Sólo me detuve para asegurar que me guardaseis el primer baile –
sonrió-. Y el último baile y uno en el medio.
A pesar de sus espíritus más ligeros de hoy, Joanna no se sentía de ánimo como para ir
un banquete. Pero después de todo lo que sir David había hecho por ella, no podía
negarse a asistir a la celebración del Primero de Mayo que parecía tener a toda la aldea
en un estado de excitación apenas contenida. Con la guerra, había habido pocas
oportunidades para festejar, y todo el mundo sabía que con el Rey Eduardo amenazando
con invadir de nuevo en el verano, podría ser algún tiempo antes de que hubiera otro.
-Me gustaría mucho -respondió con honestidad-. Aunque creo que vuestros deberes
como anfitrión requerirán la asociación de más de una mujer.
David hizo una mueca y suspiró:- Supongo que tienes razón. Pero el primero será
vuestro, y no disfrutaré del resto.
Ella se echó a reír y su sonrisa se detuvo mucho tiempo después de que él se fuera.
Aunque supuso que debía entrar y empezar a ayudar a los niños -y ella misma- a
prepararse, Joanna se dirigió al borde del fuego que arrollaba a lo largo del borde de la
cabaña. La colina se inclinaba a lo largo de la orilla, y ella era cuidadosa mientras se
sentaba sobre la hierba húmeda para no resbalar. Era un día hermoso, y como la risa que
había venido antes, el calor del sol en su cara parecía alzar un despertar. Un retorno
desde los días oscuros y doloridos de los últimos meses.
No se permitió pensar mucho en James, pero sorprendentemente, hablar de él con Sir
David hoy no había sido tan doloroso como lo había temido. Sus sentimientos -el amor,
la ira, la desilusión y el odio- no eran tan intensos. El tiempo y la curación habían mer-
mado en él y dado su perspectiva.
No le culpaba por lo que había pasado. Había sido tanto su culpa como la suya. Había
sido ingenua y llena de expectativas poco realistas. Conociendo su ambición y la impor-
tancia de restaurar el honor de su familia para él, debería haber comprendido que el ma-
trimonio con él no se basaría en el amor, sino en la posición y la fortuna. Su novia sería
un premio a ganar, como todo lo demás.
Pero su culpa fue más allá de la incapacidad de hacer un balance apropiado de las cir-
cunstancias. Lo había puesto en un pedestal como un semidiós con un amor semejante a

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la adoración. No era de extrañar que nunca la hubiera visto como su igual. La dura reali-
dad era que Joanna nunca se había visto como su igual. Lo había amado demasiado y
había dado demasiado de sí misma en el proceso.
Le había dado todo y nunca había exigido nada a cambio. ¿Por qué se sorprendió de que
cuando finalmente lo hizo, se negara?
Había dejado que él la diera por sentado, que pensara que era una mujer con la que po-
día hacer el amor y no casarse, pero eso nunca volvería a suceder. El siguiente hombre
en quien confiaba con su corazón lo valoraría.
Pero Joanna no estaba segura de que alguna vez pudiera confiar en alguien de esa ma-
nera, de nuevo. Como las cicatrices en su piel, las heridas de su corazón fueron sanadas,
pero no borradas. Los recuerdos, como las marcas, permanecerían.
Oyó un sonido detrás de ella y vio a su prima Maggie corriendo hacia ella.
Los ojos de Jo se entrecerraron con preocupación por la expresión ansiosa de Maggie.
-¿Qué pasa?
A pesar de haberse roto un hueso tan mal como Patrick, el marido de su primo, a me-
nudo había significado la pérdida de la extremidad…, su pierna parecía estar sanando
bien. Tan bien que fue capaz de andar con un palo y reanudar muchos de sus deberes.
Su primo no la necesitaría mucho más, si alguna vez lo hubiera hecho.
Maggie sacudió la cabeza:- Alguien está aquí para veros.
Una sombra se movió de alrededor de la cabaña detrás de Maggie.
Joanna se quedó quieta. Su corazón se paró y se congeló mientras el hielo se endurecía
alrededor de él como una concha protectora.
Sabía quién era antes de que apareciera la forma familiar. La había encontrado. Y la tor-
menta de emociones que brotaba dentro de ella, tratando de romper el hielo, le dijo que
tal vez, no lo había superado tanto, como pensaba.
Después de días de frustración al tratar de convencer a su familia de que le dijera dónde
estaba, y toda la infructuosa búsqueda, la primera visión de Joanna casi lo puso de rodi-
llas. James estaba tan contento de verla, todo lo que podía pensar era cruzar la distancia
entre ellos y envolverla en sus brazos. Quería sujetarla contra él, saboreando el suave
calor de su cuerpo acunado contra él y sofocando sus sentidos con el olor fragante de las
flores silvestres que siempre empapaban su piel y cabello.
Pero la mirada en sus ojos lo detuvo fríamente. Se veía tan diferente. Había perdido
peso, las curvas exuberantes que tanto amaba habían desaparecido. Parecía dolorosa-
mente frágil, como si sólo un fuerte viento pudiera llevársela lejos. A pesar del día so-
leado, sus mejillas no eran rosadas y bronceadas, sino pálidas e incoloras. Podía ver la
fina línea rosa de una cicatriz en su frente, una en su sien, y otra en su barbilla. Los
cambios forjados por el accidente eran como un puñetazo en el intestino, y otra piedra
puesta en la pila de culpa aplastando su pecho.
Podría haberla perdido. Y lo cerca que había llegado de eso estaba mirándolo de nuevo.
Pero no fueron los cambios físicos los que enfriaron todos los huesos de su cuerpo. Era
la expresión en blanco de sus ojos y la indiferencia de su reacción. Por primera vez en

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su vida, Joanna lo miraba sin sentir, y lo congeló. Demonios, le aterrorizó. Le hizo darse
cuenta de que tal vez no iba a estar tan dispuesta a perdonarlo como él había pensado.
-¿Joanna? -preguntó vacilante su prima.
-Está bien, Maggie. Podéis dejarnos. Lord Douglas no estará aquí mucho tiempo.
¿Lord Douglas? Cristo, nunca lo había llamado así en su vida.
Su prima se fue, y Joanna volvió a mirarlo.
-¿Cómo me encontrasteis?
Nada de "os echaba de menos", ni "gracias a Dios que estáis aquí", sólo el frío y plano
tono sin emoción de una mujer que no había querido ser encontrada.
Realmente no había querido que él la encontrara. En realidad no había creído eso hasta
ahora.
Se encogió de hombros:- No fue demasiado difícil.
Ella sostuvo su mirada, desafiando la mentira.
-¿A quién amenazasteis?
Él frunció el ceño. ¿Era eso realmente lo que pensaba de él?:- No amenacé a nadie. Si
queréis saberlo, fue vuestra hermana quien me lo dijo.
Joanna murmuró una maldición que nunca había oído de sus labios antes.
-No necesito preguntar cuál. Constance tiene admiración por vos, probablemente no le
costó demasiado esfuerzo por su parte.
En el pasado él se hubiera burlado, de que Constance no era la única, pero sentía que la
broma no sería bienvenida. También sentía que ya no era cierto. Joanna siempre lo ha-
bía mirado como si fuera una especie de héroe de una historia de bardo. Como si pu-
diera matar dragones, colgarse la luna, y fuera el mismísimo Lancelot, todos al mismo
tiempo. Pero ahora no lo miraba así. Los claros ojos azules lo miraron sin una pizca de
aspereza.
La había herido mucho más de lo que se había dado cuenta y el conocimiento le pesaba.
A pesar de que su mirada no era más acogedora que antes, dio unos cuantos pasos hacia
ella hasta que estuvieron a pocos pies de distancia.
-Lo siento, mo ghrá –mi amor-. Perdón por todo. El bebé. Dios, el bebé. Su voz se que-
bró-. No lo sabía. Debería haber estado allí contigo. Lo habría estado, si me lo hubierais
dicho.
Sus palabras no tuvieron efecto. Ella lo miró fijamente, impasible y aparentemente de-
sinteresada.
-¿Por qué habría de hacer eso? Se terminó.
-No quise decir eso. Estaba enfadado. Me estabais obligando a elegir entre vos y mi de-
ber, y yo reaccioné. Mal, lo admito. Pero maldita sea, Jo, teníais que saber que no lo de-
cía en serio. Os amo.

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La había tomado por el brazo sin darse cuenta y trató de acercarla a él, pero estaba tan
rígida como un palo de acero.
Volvió su cabeza:- Ya no importa.
Su corazón tomó el ritmo, acelerando a una carrera frenética. Estaba actuando como si
lo odiara. Pero eso no era posible. Esta era Jo -su Jo-, lo amaba.
-Por supuesto que importa -dijo suavemente-. Tenemos que hablar de esto, si vamos a
superarlo.
-¿Superarlo? -Joanna lo miró y luego hizo algo tan inesperado que lo sacudió hasta el
corazón. Se echó a reír-. Querido Dios, ¿de verdad pensáis que me podéis decir que se
acabó, iros durante tres meses mientras lloro al niño que hubierais mandado llamar al
mundo un bastardo, y después, volvierais como si nada hubiera cambiado? Todo ha
cambiado, James. No os culpo por lo que pasó más de lo que culpo a mí misma. Fue un
accidente. Pero está hecho, y no se puede hacer nada para cambiarlo de nuevo. Llegáis
muy tarde. Cualquier oportunidad que pudiéramos haber tenido ha muerto junto con
nuestro hijo.
Oyó las palabras, pero no quiso oír lo que decía. No podía haber llegar tarde.
A pesar de la calidez del día, su piel se sentía como hielo. Un escalofrío recorrió su es-
pina dorsal. Tenía que hacerle ver la razón.
-Estáis sobrecogida y enfadada. Dios lo sabe, tenéis todo derecho a estarlo. Pero no di-
gáis algo que no queráis decir. Me amási, Jo, y yo os amo. Vamos a pasar por esto jun-
tos.
Ella sacudió su cabeza:- No hay un 'juntos', James. Vos y yo no debíamos…, lo veo
ahora. Siempre seréis una parte importante de mi pasado, pero ahí es donde permanece-
réis.
-Pero maldita sea, Jo, me amáis.
-Sí, lo hice. Mucho. Demasiado, como resultó, porque no me permitía ver lo que estaba
justo delante de mí. Vos y yo queríamos cosas diferentes.
James sintió como si las llamas rugieran en sus oídos, en su pecho, ardientes como el
fuego.
-No lo decís en serio -Pero sí. Podía verlo en sus ojos. Había matado el amor que había
tenido por él con tanta seguridad como si le hubiera metido una daga en el corazón.
-Deberías iros, James. No pertenecéis aquí.
-Tampoco vos. Pertenecéis a Douglas. Conmigo.
La triste sonrisa en su rostro decía lo contrario.
-Yo también pensé lo mismo. Pero ambos estábamos equivocados. Yo pertenezco donde
esté feliz, y ahora mismo es aquí.
Sus ojos se estrecharon, la sospecha que había estado tratando de mantener a raya em-
pujando su camino hacia delante y hacia el centro.

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-¿Por qué estáis aquí, Jo? ¿Tiene algo que ver con Lindsay? -la tomó por el brazo, mi-
rándola con toda la intensidad que ardía dentro de él-. Si os ha tocado, lo mataré.
Joanna empujó su brazo lejos de ella, la primera chispa de emoción resonando en sus
brillantes ojos azules. Lástima que fuera la ira.
-¿Cómo os atrevéis a hacer amenazas y a desacreditar a un hombre que no ha sido más
que amable conmigo? Sir David es un amigo, eso es todo. No es que sea asunto vuestro.
Perdisteis voz y voto el día que me dijisteis que se había terminado.
-Maldita sea, Jo, no quise decir eso.
Tan repentinamente como se había disparado, su ira se apaciguó. En su lugar estaba la
tristeza y la resolución. ¿Quién diablos era esa mujer tranquila y poseída? ¿Qué pasó
con la chica efervescente que sólo tenía que sonreírle para hacerle el día más brillante?
Su corazón se apretó.
-Si lo quisisteis decir, ya no importa. Fue lo mejor. Eso me obligó a ver la verdad. Os
quería demasiado, y eso no era bueno para ninguno de los dos.
-Dejad de hablar en el pasado, maldita sea. No ha terminado.
La mirada en sus ojos le dijo algo diferente:- Idos, James. No os quiero aquí. No quiero
veros de nuevo. Si alguna vez os preocupasteis por mí, dejadlo estar.
Y con eso, se dio la vuelta y caminó hacia la cabaña.
La dejó ir... por ahora. Pero no tenía intención de dejarla alejarse de él para siempre. La
amaba y, mierda, haría todo lo que pudiera para recuperarla.

***

-¿Pasó algo? -preguntó sir David mientras la llevaba de regreso al banco del estrado-.
¿Fue demasiado el baile?
Joanna miró hacia su preocupada mirada y logró una pequeña sonrisa. El baile fue per-
fecto. El carrete es mi favorito.
Otra canción se puso en marcha, y tuvo que alzar la voz sobre las melodías animadas de
los músicos.
-Entonces, ¿es algo más? ¿Vuestras lesiones? ¿Os duele…?
Ella lo detuvo con un toque en el brazo:- Estoy perfectamente sana. De verdad, no hay
nada de qué preocuparse.
Inconscientemente, escrutó la habitación, relajándose sólo una vez que se aseguró que
no estaba. ¿Había desaparecido tan fácilmente? Así lo esperaba. Por supuesto que sí.
Sir David la estudió con una ceja pellizcada:- ¿Sabéis que es la décima vez desde que
llegasteis que habéis mirado alrededor de la sala como si estuvierais a punto de huir?
Estaba de comerse una uña, pero se mordió el labio.
-¿Sí?

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Él asintió con la cabeza, esperando pacientemente -no exigiendo- que continuara. Ella
lanzó un profundo suspiro y le dijo.
-James vino a verme después de que os fuerais.
Podía sentirlo tenso a su lado. Cada músculo de su cuerpo pareció arder. Aparente-
mente, además del instinto de rescate, el impulso de defender y proteger corrió tan
fuerte en él. ¡Caballeros! Debía tener algo que ver con la espada y la armadura.
Pero se calló las maldiciones, y la tomó de la mano, empujándola hacia un rincón más
tranquilo en el vestíbulo, cerca del borde de la pantalla de madera detrás del estrado.
-¿Estáis bien?
No, no estaba bien. Se había sentado, derrotada, junto al fuego cuando James se había
marchado, y se estaba empezando a encontrar de la misma manera. Se había forzado por
volverse y verlo cabalgar sin mirar hacia atrás y no caer a los pies de su prima.
Viéndole de nuevo, oyendo sus palabras de amor, y luego viendo el shock y el dolor
cuando se dio cuenta de que no se dejaba influir. Cuando terminó, se sintió agotada y
débil.
Había hecho lo correcto, pero nunca se había imaginado lo difícil que sería hacerlo.
James había sido todo para ella durante tanto tiempo; al verlo de nuevo le había venido
todo de golpe. El amor que había tenido por él había desaparecido, pero sus recuerdos
conservaban vestigios –sobre todo en su cuerpo-. Sí, su reacción física hacia él era tan
fuerte como siempre. Sus terminaciones nerviosas no sabían que no debían resplande-
cer, su piel no sabía que no debía apretarse, sus mejillas no sabían que no debían enjua-
gar, y sus pezones no sabían que no debían endurecerse.
No podía ver ese cuerpo alto y fuerte y no recordar lo sólido que se sentía encima de
ella, cómo se sentía moviéndose dentro de ella. La memoria de su piel deslizándose con-
tra la suya, el calor de su cuerpo, la sensación de los músculos duros bajo sus manos...
El anhelo se elevó bruscamente en su pecho y se encogió.
Cada vez que la había tocado antes había sido una tortura. Joanna estaba tan acostum-
brada a tocarlo de nuevo, que había tenido que aferrar los puños a sus faldas para evi-
tarlo.
Pero lo había hecho. Lo había enfrentado y había resistido la tormenta de emociones.
Quizás estaba maltratada, pero todavía seguía de pie.
Fue lo mejor. Joanna quiso decir lo que dijo: James Douglas era su pasado. Hoy había
dado el último paso para hacer de eso una realidad.
La inquietud y el cuidado de Sir David por sus sentimientos la conmovieron.
-Estaré bien -dijo, dándose cuenta de que era verdad-. Fue difícil, pero tenía que pasar
en algún momento -logró otra sonrisa-. Francamente, me alegro de que haya terminado.
Algo endureció en la expresión de sir David. Estaba mirando por encima de su hombro
al Salón de detrás de ellos.
-Tal vez no haya acabado como esperabais.

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Se volvió y su corazón se detuvo. Mirándoles fijamente, con la mirada negra y mortal
que se había ganado a pulso, estaba James.
Caminó hacia ellos, -asaltó contra ellos- con mayor exactitud, prácticamente empujando
a la gente fuera de su camino mientras atravesaba la multitud.
Su valiente protector, Sir David, valientemente, si no sabiamente, tomó su mano y se le-
vantó a su lado para enfrentarse al imponente guerrero, que parecía más un demonio
vengativo.
James no había perdido el gesto posesivo y podía ver sus ojos brillar de rabia. Cólera. Y
celos.
Sabiendo que tenía que calmar la situación, apartó cuidadosamente su mano de la de Sir
David y la cuadró para encontrarse con James, que se había detenido a pocos metros de
distancia. Parecía que quería golpear el puño contra la mandíbula de Sir David, pero
afortunadamente había logrado ejercer cierta apariencia de control, y sus puños de guan-
telete seguían en bolas apretadas a sus lados.
-Tocadla de nuevo, y os mataré -dijo en voz baja.
Sir David no reaccionó ante la amenaza, aunque todos sabían que no era una ociosa.
-Vamos, Douglas. Si la señora no quiere que la toque, ella misma me lo dirá. No tenéis
nada que decir al respecto.
Joanna gimió por dentro. Dios mío, sir David iba a empeorar esto. No sería responsable
de que estos dos hombres se pelearan.
-¿Qué hacéis aquí, James? Dije todo lo que tenía que decir. Os dije que no quería volver
a veros.
-No queríais decir eso.
Joanna desmentó esa afirmación con una mirada silenciosa. James entrecerró los ojos-.
¿Tal vez debería preguntaros qué estáis haciendo aquí? Pensé que no había nada entre
vosotros. No me parece así.
-No todo el mundo es tan tonto como vos, Douglas. No me culpéis por reconocer un te-
soro cuando lo veo.
James hizo un sonido como un gruñido bajo en su garganta y dio un paso hacia el otro
hombre, pero Joanna se interpuso entre ellos.
-¿Qué es lo que queréis, James? Di lo que tengáis que decir y luego idos.
La miró tan incrédulo y tan lleno de dolor, que casi tembló y se tuvo que concentrar
para permanecer allí, de pie.
-Vamos, Jo. -su voz había adquirido un suave tono suplicante que ella nunca había oído
antes-. No seáis así. No es propio de vos.
Joanna se volvió hacia sir David:- ¿Podrías darnos un momento, por favor?
El joven caballero miró hacia atrás y hacia delante entre ellos. Aunque su expresión de-
cía que era lo último que quería hacer, asintió con la cabeza. Joanna soltó un suspiro de
alivio cuando se alejó.

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Pero la tensión se mantuvo.
James lo observó desaparecer entre la multitud con una mirada estrecha, y luego se vol-
vió hacia ella. Antes de que pudiera protestar, él la tomó por el brazo y la arrastró detrás
de la partición.
Estaba oscuro. El pequeño espacio servía como área de almacenamiento para las mesas
de caballete cuando se guardaban, como estaban ahora. No había mucho espacio, pero
no necesitaba nada.
Apenas habían desaparecido de la vista del Salón, la hizo girar, la empujó contra el
muro de piedra detrás de ella y golpeó su boca contra la suya.
Su jadeo de shock fue tragado en el ataque inicial de sensación. Caliente, empapado, y
con una sensación de necesidad. Seguramente, fue una sorpresa explicar cómo su boca
se abrió instintivamente y cómo su cuerpo se derritió por su lengua. Por supuesto que sí.
Su cuerpo grande y duro presionó contra el suyo, caliente y pesado, envolviéndola en un
calor y macho viril, dejándola sin saber qué hacer.
Sus sentidos se ahogaban en él. El sabor cálido el cuero, el olor a jabón de su piel siem-
pre recién bañada, el olor a brezo que le quedaba en el sobretodo. La pasión se elevó
como un torbellino dentro de ella, amenazándola con arrastrarla. Pero ella lo apretó an-
tes de que el impulso -la necesidad- de responder se hiciera cargo.
-¡No! -murmuró contra su boca-. Poniéndole dos manos sobre los hombros, ella le dio
un duro empujón:- ¡No!
Esta vez la palabra se formó lo suficiente como para ser escuchada. Él la soltó, retroce-
diendo para darle unos cuantos centímetros de espacio, pero todavía asomándose sobre
ella.
-¿Cómo os atrevéis? -susurró ella, con el pecho levantado mientras luchaba por respirar
aire.
Él se encontró con su rabia desmedida, devolviéndole una mirada feroz.
-Sois mía, Jo. Mía.
¿Así que eso es lo que fue? ¿Una demostración primitiva de posesión? ¿Por qué no aga-
rráis un puño lleno de tierra, lo arrojáis a mis pies, y me reclamáis?
-Si funcionase, lo haría.
Su boca cayó en una línea dura:- No os pertenezco, James. No tenéis derecho a tocarme
así.
-Tengo todo el derecho. Vuestro cuerpo no miente, Jo. Me queréis, tanto como antes.
Joanna no discutiría, no cuando todavía estaba temblando por el esfuerzo de alejarse de
él.
-La lujuria no es amor, James, y sin este último, no sucumbiré al primero. Podéis me-
terme en cuevas apenas iluminadas, y todo lo que queráis, pero no cambiará nada. He
aprendido el precio de la pasión sin restricciones, y no importa lo bien que hagáis sentir
mi cuerpo, no lo olvidaré. No me ganaréis por la pasión.
¿Cómo puedo ganaros?

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La suave súplica en su voz casi la rompió. No lo miréis. No vaciléis. Volvió la cabeza,
negándose a encontrar la mirada que ella sabía que traspasaría sus defensas y su cora-
zón.
-No podéis.
Él tomó su brazo y le dio la espalda, su rostro era una máscara de ira, celos, y algo más.
Algo que no sabía y que, pensaba que era el miedo.
-¿Qué haces con Lindsay? ¡No podéis casarte con él!
Lo sabía, pero no tenía derecho a decirlo:- ¿Por qué no? ¿No soy lo suficientemente
bueno para él? Nunca me ha hecho sentir así, James. No le importa que yo sea ‘sólo la
hija del mariscal’.
La vergüenza se extendió por sus hermosos y oscuros rasgos.
-Lo siento, Jo. No lo dije de esa manera. Estaba enfadado. No estaba pensando. Siempre
habéis sido todo para mí.
-Pero no lo suficiente para honrar vuestro nombre o incluso presentarme a vuestros ami-
gos.
La emoción la estranguló, un nudo se instaló en su garganta y las lágrimas se acumula-
ron sus ojos. Maldito sea por hacerle esto. Había jurado no hablar de esto, no pensar en
esto. Se terminó. Pero ese beso lo había devuelto a la superficie, el dolor era tan intenso
como si hubiera pasado ayer.
-Me merezco algo mejor, no me culpéis por tratar de encontrarlo. Ahora dejadme ir. No
os odio, James, pero seguid forzándome, y lo haré.
Sabiendo que estaba a segundos de romper a llorar y arruinarlo todo, se aprovechó de su
conmoción y pasó por delante de él.
Pero no fue lo suficientemente rápida. Apenas se había deslizado alrededor de la pared
divisoria en el vestíbulo cuando la cogió del brazo.
-¡Dejadme ir!
Ignorada para cualquiera a su alrededor, luchó por desprenderse de su agarre antes de
que sus lágrimas la traicionaran. Se movía salvajemente, como una especie de loca, pero
James la mantenía firme.
-¡Deteneos, Joanna! ¡Maldita sea, dejad de hacerlo! -su apretón aumentó en su brazo,
mientras la atraía hacia él. Su expresión era tan salvaje y furiosa como sospechaba que
la suya debía de serlo-. Parad. Si vais a ser terca acerca de esto, voy a poner todo de
nuestro lado. Ignoraré mi deber, los deseos de mi padre, y renunciaré a la oportunidad
de hacer avanzar a mi clan y casarme con vos -la sacudió de nuevo-. Me casaré con vos,
mierda. ¿Es eso lo que queréis?

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Capítulo 9

James no estaba pensando. No oyó que la música se había detenido; no sentía todas las
miradas curiosas sobre ellos, ni notó que se habían convertido en el centro de la
atención; era ajeno a todo menos a la mujer que estaba tratando de salir de su vida.
Lo decía en serio. Cada palabra, y sabía que si no hacía algo para aferrarse a Joanna, la
perdería para siempre. Así que dejó escapar la propuesta apresuradamente hecha sin
darse cuenta de lo que estaba diciendo. O más bien, lo mal que lo estaba diciendo.
Pero la mirada de horror, seguida rápidamente por la ira desmedida, le dijo que había
cometido un error. Uno flagrante.
Levantó la barbilla, se puso derecha y orgullosa como cualquier princesa, y le lanzó una
mirada de tal desprecio, que se sentía tan grande como un insecto bajo su diminuta
zapatilla.
-Eso no es lo que quiero. En realidad, es lo último que quiero. Os equivocasteis, James
Douglas. Sois vos quien no sois lo suficientemente bueno para mí. Preferiría casarme
con el muchacho que limpia el guardarropa que con vos.
Se detuvo de repente, como si se diera cuenta de lo que acababa de decir. Sus ojos se
abrieron con horror y quizás incluso con una silenciosa disculpa.
Pero era demasiado tarde. Oyó los jadeos. El incómodo chillido. Las risitas que no
estaban muy amortiguadas detrás de la tos.
La sangre rugía en su cabeza. El calor se deslizó por su piel. La humillación tan aguda y
cortante como la que había tenido seis años antes.
Señor del Guardarropa. Sus oídos vibraron. Sus ojos sólo veían rojo.
Al soltarla, dio un paso atrás. Su espalda estaba muy rígida.
-James, lo siento. Eso no es lo que yo...
-Creo que he tenido vuestra respuesta, mi señora. No os molestaré de nuevo.
Apretó su mandíbula, y pasó a su lado sin mirarla. Apretando los dientes, se obligó a no
mostrar la humillación que sentía, forzó el calor de su rostro por pura fuerza de
voluntad. Incluso logró inclinarse ante su anfitrión cuando se marchó. La expresión de
Lindsay era sombría pero por lo demás ilegible. Si el otro hombre estaba complacido
por el giro de los acontecimientos, no lo mostró.
Ni siquiera cuando la luz del sol golpeó la cara de James mientras salía de la torre y
llamó a su montura soltó la máscara apretada de control que contenía sus emociones en
jaque. Mantuvo la máscara en su lugar hasta que se endureció en piedra y no pudo sentir
nada.
Cuando volvió al campamento en el bosque de Galloway la tarde siguiente, el
sentimiento de muerte dentro de él se había convertido en ira. Al diablo con ella. Había
hecho su elección. Él no suplicaría. Joanna Dicson lo había avergonzado bastante.
Pero extrañamente, mientras estaba acostado en la cama más tarde en la noche, mirando
fijamente las gruesas paredes revestidas de lana de la tienda, no era su orgullo herido lo

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que lo mantenía despierto. Era la sensación de pérdida tan dolorosa que parecía como si
estuviera abriendo una enorme y abierta herida en el pecho.
A la mañana siguiente le ordenaron a la tienda del rey que explicara sus acciones. Como
James había anticipado, el rey no estaba complacido por su repentina desaparición.
Robert de Bruce se sentó detrás de la mesa que servía de su escritorio mientras estaba de
campaña, estudiándolo con mucho más escrutinio, haciéndolo sentir incómodo.
-Sí, bueno la próxima vez que tengáis una emergencia, preferiría que me pidierais
permiso antes de marchar -una esquina de su boca se alzó-. A menos que pretendáis
desafiarme por el Trono, todavía soy vuestro rey.
James, normalmente, disfrutaba de las bromas sobre su ambición tanto como el rey,
pero hoy tuvo que forzar una sonrisa. ¿Estaba tan mal? ¿Había centrado demasiado su
búsqueda por alcanzar la grandeza a su familia?
¿James o Douglas? Las palabras de Joanna resonaron en su cabeza. ¿Tenía razón? ¿Era
simple ambición por sí mismo o para su familia? ¿Cuánto tendría que tener para estar
satisfecho?
-No quiero sentarme en esa silla en particular, mi lord -Dios lo sabía, James no tenía
ningún deseo de ser rey. Prácticamente todos los miembros de la familia de Bruce y
cada persona que había amado habían sido asesinados o encarcelados. Se encontró con
la mirada del rey, todos los signos de burla, desaparecieron-. Me siento orgulloso de es-
tar a vuestro lado, a vuestros pies, o en cualquier otro lugar que me necesitéis mientras
sigamos con vida. Diablos, os seguiría al infierno si me lo pidierais.
Bruce sonrió con ironía:- No creo llegar a eso, al menos, espero que no, durante muchos
años. Pero me alegra oírlo, especialmente con lo que voy a ofreceros.
James frunció el ceño:- ¿Señor?
-Tenéis casi veinticinco año -tenía razón; El Día del Santo de James era el próximo
mes-. Bueno, ¿no creéis que es hora de tomar una esposa?
James se quedó quieto. Su corazón pareció dejar de latir. Era lo que había estado espe-
rando. Pero ahora que había llegado, sintió el peso inconfundible del miedo que se hun-
día en su tripa.
-Hoy he tenido algunas reflexiones al respecto, señor.
Tan recientemente como ayer, aunque Dios, qué desastre había resultado ser.
Me alegra oír eso. Si no tenéis una novia en mente, me gustaría proponeros una. Mi her-
mana menor, Margery, tiene sólo trece años, pero es lo bastante mayor como para ca-
sarse. ¿Os gustaría llamar hermano a vuestro Rey?
-Yo…
Un sudor frío le recorrió la frente. James miró al rey y sintió que las paredes de la tienda
comenzaban a girar alrededor de él.
No entendía su reacción. Era todo lo que quería. Debía estar emocionado. Debería caer
de rodillas y dar las gracias al rey por el honor que le estaba dando. Debería estar gri-

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tando su alegría por todos los lados. Había logrado lo que su padre había pedido, ele-
vando el nombre Douglas a los niveles más altos. Los hijos de James tendrían sangre
real y serían sobrinos del rey.
Pero éstos no eran los niños -el niño- en los que pensaba. Su estómago se revolvió. Por
primera vez, se dio cuenta de lo que había perdido. Y le daban ganas de vomitar.
Sólo un momento, pensó en todo lo que había logrado, pero se dio cuenta que quería
más. Mucho más.

Una semana después de la horrible confrontación con James en la celebración del Pri-
mero de Mayo, Joanna regresó a Hazelside con su familia.
Su prima ya no la necesitaba, y ya no había razón para que Joanna se escondiera. No ha-
bía nada que pudiera haber hecho mejor que garantizar un final –definitivo- de su rela-
ción con James que humillarlo así, aunque Dios sabía que no había sido su intención.
Guardarropa. Se encogió, aún sentía el dolor y la culpa. Todavía podía ver la mirada de
traición en sus ojos, el shock y el espantoso rubor de vergüenza en las mejillas de su
rostro orgulloso y guapo como las huellas de una mano por una bofetada. Su bofetada.
Había hecho cuanto pudo para no ir tras él e intentar disculparse. Lo dejó irse y que la
odiara. Pero se dijo a sí misma que era lo mejor.
Había terminado. Era difícil de creer y mucho menos de aceptar. Durante el tiempo que
podía recordar, James Douglas había sido lo más importante en su vida. Ahora que se
había ido, sentía un gran vacío dentro de ella, como si algo vital faltase. Uno de los
hombres de su padre había perdido una pierna en la guerra, y cuando se estaba recupe-
rando, dijo que a menudo sentiría dolor en el lugar que su pierna solía estar. Nunca lo
había entendido hasta ahora.
Con el tiempo, llenaría de nuevo el vacío en su corazón. O eso esperaba. Aunque no se-
ría con Sir David. Después de que James se hubiese marchado, habían hablado, y ella
sabía que no podía continuar animándolo, más allá de la amistad. Al parecer, lo que ha-
bía visto en su rostro lo había convencido de su sinceridad.
O tal vez fue la horrible escena que había presenciado en el Hall. Trató de hacerla cam-
biar de opinión y le hizo prometer que lo llamaría si lo hacía, pero ambos sabían que no
lo haría.
El hombre con el que se casara merecía tener todo su corazón, y hasta que no olvidara a
James, sería imposible.
Tiempo, se dijo. El tiempo era el gran sanador. El tiempo curaría la miseria en su cora-
zón y le la claridad que su mente necesitaba.
Hasta entonces, tendría a su familia. Estaba sentada en el salón con su madre, ayudán-
dola con el intrincado bordado de un nuevo paño que estaba haciendo para el estrado.
Normalmente Joanna evitaba el trabajo de la costura, prefería actividades que la lleva-
ran al aire libre, pero aún no había recuperado completamente su fuerza y tendía a can-
sarse fácilmente.
Acababa de llegar al punto en que la monotonía tranquila y agradable la aburría, sin em-
bargo, cuando su hermana Constance llegó a la puerta:

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-Está aquí –exclamó emocionada-. ¡Ha vuelto!
Su madre frunció las cejas:- Calmaos, niña. Respirad hondo y volved a intentarlo.
¿Quién está aquí y desde dónde regresó?
Constance hizo lo que su madre le ordenó -aunque con un arrebato impaciente- y volvió
a intentarlo con un poco menos de exuberancia.
-Sir James -el corazón de Joanna cayó-. Regresó de dondequiera que estuviera sirviendo
al rey.
Su madre frunció el ceño como siempre lo hacía siempre que se mencionaba el nombre
de James, sus ojos parpadeaban a Joanna con preocupación.
-¿Y cómo sabéis eso?
-Porque acaba de entrar para ver a papá. Y papá me dijo que os dijera que tuvierais a los
sirvientes preparados con algunas bebidas para su solar privado. Aparentemente tienen
algo que discutir -Constance frunció las cejas-. Debe ser importante, aunque no creo que
Padre esté muy contento.
Joanna no creía que su corazón latiese o que una respiración hubiera salido de sus pul-
mones desde el pronunciamiento de su hermana.
Su sangre pareció haberse congelado en sus venas.
-¿Por qué decís eso? -preguntó su madre.
Constance bajó la voz:- Estaba mirando a sir James, y padre le dijo que no tenían nada
de qué hablar -se encogió de hombros con todo el descuido de una inocente niña de
trece años-. Pero sir James le dijo algo que logró convencerlo –suspiró-. Sólo esperad a
verlo, Jo, se ve magnífico. Nunca lo he visto tan bien. Lleva un sobretodo con los bra-
zos de Douglas.
Pero Joanna no tenía intención de verlo. James había venido a hablar con su padre de
negocios, y probablemente ni siquiera sabía que estaba aquí.
Su mirada se dirigió a su madre. Ella asintió y Joanna corrió fuera del Salón, hacia su
habitación mientras su corazón latía apresuradamente.
Las dos horas siguientes pasaron en una lentitud agonizante, mientras Joanna trataba de
controlar su ansiedad, mientras esperaba el golpe en su puerta que le decía que se había
ido.
Estaba siendo ridícula. Cuando había decidido volver a casa, lo había hecho con el co-
nocimiento de que no podría evitarlo en el futuro. Simplemente no había previsto que el
futuro fuera tan pronto. ¿Por qué estaba aquí? Era extraño tomar un descanso de la gue-
rra con el rey inglés supuestamente preparándose para dirigir otra campaña en el verano.
No podía creer que el rey Robert dejara que uno de sus los caballeros más importantes
se marchara en un momento como este.
Finalmente, pegaron a la puerta. No era su madre. En cambio, era uno de los sirvientes,
diciéndole que su padre deseaba verla en el salón. Asumiendo que James se había ido,
se sorprendió cuando entró a verlo, y se lo encontró de pie junto a su padre.

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Constance tenía razón. Se veía magnífico. Este era el joven señor de Douglas que habría
sido si la guerra no hubiera llegado. Su pelo brillaba como un ébano pulido, cayendo so-
bre su frente con sedosas y oscuras ondas, su mandíbula recién afeitada, su cofia y es-
pada de malla resplandeciéndose como plata sin mancha, y su plaid de terciopelo bor-
dado con la franja azul y las tres estrellas de los brazos de Douglas azur tres salmonetes
de plata-era apto para un rey. Parecía más guapo de lo que lo había visto, pero tanto im-
portante, que se estremeció-
No se dio cuenta de que sus pies habían dejado de moverse hasta que su padre habló.
-Vamos, hija. No hay motivo para alarmarse.
Los tonos tranquilizadores de la voz de su padre hicieron poco para aliviar la inquietud
que sentía.
A pesar de que era consciente del hombre a su lado, mantuvo su mirada fija en su padre,
lentamente hizo su camino por el pasillo central de la sala vacía. Su madre ya no estaba
sentada junto al fuego y los sirvientes que debían poner las mesas para la comida del
mediodía no se encontraban en ninguna parte.
Se detuvo a pocos metros de distancia.
-Padre –dijo. Entonces, sabiendo que ya no podía evitarlo, se volvió hacia James y dejó
caer la cabeza a modo de saludo. Levantó la mirada lo suficiente como para ver que
apretaba su mandíbula, y rápidamente se volvió hacia su padre-. ¿Me habéis llamado?
La expresión normalmente jovial en el rostro de su padre había desaparecido. Su rostro
era más duro de lo que jamás había visto, pero se ablandó con preocupación cuando la
miró.
-Sí. El joven señor ha pedido permiso para hablar con vos. Lo he concedido.
Por su voz, pudo darse cuenta de que no se le había concedido fácilmente.
Joanna sabía que debía rechazar la invitación -Dios sabía que se habían causado dolor
suficiente la última vez que habían "hablado"-, pero después de suponer que nunca que-
rría hablar con ella de nuevo, también tenía curiosidad por saber qué tenía que hacer de-
cirle.
Tal vez sintiendo su vacilación, James habló por primera vez.
-Por favor, Joanna, es importante.
La tranquilidad de su tono la sorprendió. Al igual que la mirada en sus ojos cuando sus
miradas finalmente se encontraron. Le estaba suplicando, lo cual era ridículo. James
Douglas no suplicaba.
-Por favor -repitió, despreciando sus pensamientos. Tenía el pecho apretado. La pe-
queña señal de debilidad le hacía desear rechazarla.
-Escuchadle, hija -dijo su padre-. -Entonces podéis decidir si queréis que se marche.
Miró hacia adelante y hacia atrás entre los dos hombres, hombres que solían actuar más
como padre e hijo que como vasallo y señor, pero ahora sólo había ira de por medio. Po-
dría no ser capaz de hacer nada para reparar el daño que se había hecho a su relación
con James, pero podría hacer algo acerca de su relación con su padre. No permitiría que

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lo que había sucedido entre ella y James se interpuso entre ellos. Joanna también tenía
un deber. Finalmente, asintió.
En el momento en que su padre se fue, Joanna quiso llamarle de vuelta. Estaba dema-
siado nerviosa, y tuvo que juntar sus manos para evitar que jugar con ellas.
Tal vez sintiendo su nerviosismo, James dijo:- ¿Queréis caminar conmigo afuera?
Asintió agradecida y caminó a su lado mientras la llevaba fuera del Salón y bajaba por
las escaleras de madera hacia el patio.
No dijo nada, ni tomó su brazo como solía hacerlo, pero parecía estar haciendo todo lo
posible por darle tiempo a acostumbrarse de nuevo, a él. Pero su presencia nunca era
nada a lo que pudiera acostumbrarse.
La conciencia saltó a cada una de sus terminaciones nerviosas y llenó sus sentidos cada
vez que estaba cerca. La forma en que olía -siempre tan limpio con el más débil tinte de
jabón- la hacía sentir como si hubiera bebido demasiadas copas de vino.
Cruzaron el pequeño patio y salieron de la puerta en la empalizada de madera. Era un
cálido día de primavera y la hierba y flores que cubrían el suelo alrededor del castillo
había comenzado a florecer en vibrantes tonos de púrpura.
Conscientemente o no, comenzó a caminar hacia las colinas-sus colinas- y ella lo de-
tuvo.
-¿Qué queréis, James?
A vos, pensó James. Pero no lo dijo, no queriendo hacer nada para asustarla. Joanna era
como una liebre asustada en este momento, un movimiento equivocado, y huiría.
James tiró de la cofia de su cuello, que de repente se sintió demasiado apretado. En
realidad todo se sentía demasiado apretado. Y aunque no hacía calor, podía sentir que su
piel estaba manchada de una capa de sudor.
Joder, estaba nervioso. Más nervioso de lo que jamás había estado en su vida. Incluso
cuando había sido un muchacho de dieciocho, y permitió a Lamberton convencerlo de
que tratara de apelar al rey inglés, y Eduardo se hubiera lanzado a uno de sus terribles
ataques angevinos de temperamento que habían enviado a James corriendo desde el cas-
tillo para salvarse a sí mismo. Señor del Guardarropa. Se dijo a sí mismo que había ol-
vidado la vergüenza, y que, aquello, había picado el orgullo de un muchacho, no el de
un hombre. Su reacción a la elección mal intencionada de palabras de Joanna probó que
estaba equivocado.
Pero él era un hombre, y era hora de comenzar a actuar como tal.
Respiró profundamente:- Vine a deciros que teníais razón. Os merecéis mucho más de
lo que os di, Jo. Y el hombre que os dejó con un hijo y os hizo sentir que no erais lo su-
ficientemente buena como para ser su esposa no es apto para limpiar vuestro guarda-
rropa.
Su rostro se retorció de remordimiento:- Lo siento, James. No me di cuenta de lo que
estaba diciendo hasta que fue demasiado tarde. Nunca quise haceros daño así.

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Negó con su cabeza:- No, teníais razón. Me alegro de que lo hayáis dicho, ya que me
obligó a enfrentar algunas verdades desagradables sobre mí. La peor cosa es que he he-
cho daño a la única mujer que amo pensar que no me importáis. Os he dado por sentado,
Jo, y lo siento por eso. No sabéis cuánto lo siento. Cuando pienso en todo lo que pasas-
teis solo y en las cosas que os dije... -no pudo reprimir estremecerse-. Tenéis todo el de-
recho de odiarme por ello.
Joanna puso su mano en su brazo. Se dijo a sí mismo que no debía guardar demasiado
en el gesto inconsciente, pero era la primera vez que lo había tocado voluntariamente
desde que la había dejado hace tres meses.
-No os odio, James.
-Pero ya no me queréis.
Ella sostuvo su mirada por un momento y miró hacia otro lado, sacudiendo su cabeza.
-Lo siento.
Su pecho parecía que estaba en llamas. No se había dado cuenta de que le dolería tanto
oírlo.
-No tenéis nada por qué disculparos. No es más de lo que me merezco.
Su mirada se volvió hacia él, insegura:- ¿No?
Asintió:- Nunca me perdonaré por lo que hice, pero espero que con el tiempo me perdo-
néis. Ya no soy ese hombre, Jo.
No dijo nada de inmediato, pero comenzó a caminar hacia las colinas, de nuevo. Eso era
bueno, ¿no?
-No os culpo, James. Sentía tanta culpa por lo que pasó. Conocía el riesgo. Fui una in-
genua…
La tomó por el brazo y la detuvo:- No fuisteis ninguna ingenua. Teníais todo el derecho
de esperar que os honrara a vos y a nuestro amor con el matrimonio; soy yo quien os fa-
lló. Debería haberme puesto de rodillas y rogaros que os casarais conmigo hace años
Respiró hondo-. No tengo excusa. Teníais razón. Yo estaba cegado por la ambición y no
podía ver lo que tenía justo delante de mí.
Las lágrimas brotaron a sus ojos.
-¿Por qué estáis haciendo esto, James? ¿Por qué me contáis todo esto cuando os he di-
cho que ya es demasiado tarde?
No podía creer eso. Se negaba a creer eso. La había maltratado horriblemente y lo sabía.
Esta chica, esa mujer, lo amó prácticamente toda su vida. La había tomado y a ese amor,
por sentado, pensando que siempre estaría allí. Sólo cuando se dio cuenta de que no ha-
bría visto la verdad y sabía lo que tenía que hacer. Él se lo demostraría. Haría cualquier
cosa hasta enamorarla otra vez, aunque tomara el resto de su vida y tuviera que perder
todo lo que había logrado hasta ahora.
Respiró hondo, tratando de ignorar el temblor:- He pedido permiso a vuestro padre para
cortejaros.
Sus ojos se abrieron de par en par:- ¿Que qué?

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Se estremeció ante la indignación en su voz. Era merecido, pero no lo hacía más fácil de
escuchar. Por supuesto que sabía que no sería fácil. Pero si su expresión era un indicio,
iba a ser mucho más difícil de lo que imaginaba.
-Quiero casarme con vos, Jo. Quiero pasar el resto de mi vida con vos. Os amo. Y
cuando os hayáis convencido de eso, os pediré que seáis mi esposa... de la manera co-
rrecta esta vez.
Estaba furiosa y, por primera vez desde que regresó, pudo ver vestigios de la muchacha
que recordaba. La chica que despertó con vida y la emoción.
-¿No habéis oído nada de lo que os he dicho? Es muy tarde. No podéis hacerlo mejor,
James, no esta vez.
Su voz se quebró en el último momentoo, y James sintió como si una daga se retorciese
dentro de él. La emoción que había enterrado desde que oyó hablar del bebé se levantó
para agarrarlo por la garganta.
Dios, ¿no creéis que lo sé? No pasa un solo día en el que no piense en el niño que perdi-
mos y, que no estaba allí para compartir el dolor con vos. No hay nada que pueda hacer
para cambiar eso, y lo sé. Pero ya no soy el mismo hombre. Tengo la intención de hace-
ros ver eso, y no me iré hasta que lo haga.
Joanna le dirigió una larga mirada:- Entonces espero que estéis preparado para estar
aquí durante mucho tiempo porque no sé si es posible.
-Solo dadme una oportunidad. Eso es todo lo que os estoy pidiendo.
Sus ojos escrutaron la suya y la cautela -el miedo- en su expresión envió otra daga a su
tripa.
-Yo… -sus ojos se llenaron de lágrimas, su voz se quebró. Se volvió y lo dejó de pie
allí.
No sabía si eso era un sí, pero iba a tomarlo como uno. Joanna era lo más importante en
su vida, y no iba a renunciar hasta que se lo demostrara.

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Capítulo 10

No iba a durar, se dijo a sí misma. James se aburriría o se enfadaría y se rendiría.


Pero después de quince días, Joanna ya no estaba tan segura. Durante dos semanas,
James llegó a Hazelside cerca de una hora después de la comida de la mañana y pidió
verla. Y durante dos semanas se fue un poco más tarde después de ser rechazado.
Cada día miraba desde su habitación en la casa de la torre mientras se alejaba, y desde
donde podía echar un vistazo detrás de la contraventana de madera, Joanna juró que
podía ver la súplica silenciosa en sus ojos. La súplica para el perdón que derretiría
incluso el más duro de los corazones, incluyendo a su padre.
El día quince, su padre le presentó la petición. Él le dirigió una mirada solemne.
-No sé lo que sucedió para volver vuestro corazón contra el joven señor, pero asumiré
que fuera lo que fuese, tuvo que ser horrible. Pero también sé que lo habéis amado
durante mucho tiempo, y si os preocupáis por él, pondréis fin a esto. Está decidido a
demostraros algo, no importa lo que le cueste. Su madrastra exigió verme ayer y me
ordenó obligaros a casaros con él antes de que destruya a la familia. Aparentemente, se
suponía que debía regresar con Bruce la semana pasada, pero se negó, y el rey está
furioso. Ha amenazado con enviar a James a la Isla de St. Kilda como responsable si no
aparece pronto.
St. Kilda era una isla en los confines más lejanos de las islas occidentales: sería como
exiliarle al fin del mundo. Y la idea de que Eleanor de Lovaine -cuya ambición
rivalizaba con la de James- estuviera tan desesperada que quería ver a James casarse con
Joanna le dio un momento de pausa.
Pero sólo un momento, y luego su boca cayó en una línea dura.
Su padre hizo un sonido de frustración.
-Sois tan tonta como él. Pero esto no es un juego, Joanna. Esto le costará caro al joven
señor.
Cuando el joven señor entró en la sala a la mañana siguiente, fue Joanna quien lo esperó
y no su padre.
La mirada de sorpresa le siguió rápidamente una sonrisa -la chica tortuosa que amaba-
que se estrelló contra su pecho y puso la primera grieta en el hielo alrededor de su
corazón.
Furiosa por su reacción, frunció el ceño.
-¿Por qué hacéis esto, James?
-¿Hacer qué?
Le irritó aquella pregunta inocente. Puso sus manos en sus caderas y le dedicó su
mirada más severa:- ¿Qué pensáis hacer, venir aquí todos los días hasta que alguien
llegue para poneros grilletes por abandono de deber o traición?
Tenía la mandíbula apretada:- Si eso es lo que debo hacer para demostrar que os quiero,
entonces sí.

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Sonaba tan tranquilo, mientras que Joanna se sentía de cualquier modo menos tranquila.
-¿Estáis loco? No podéis ignorar las órdenes del rey.
-No lo hice. Le dije que tenía una emergencia familiar.
-¿Así que no os han ordenado volver?
-Sí.
-¿Y?
-Y tendrá que esperar.
-¿Habéis informado al rey Eduardo de esto por casualidad? ¿No está planeando algo
pronto? ¿Quizás… mm… una guerra? -respondió a su sarcasmo con un encogimiento
de hombros.
Joanna no podía creer su descuido:- Sé cuánto habéis trabajado por esto, James.
¿Realmente lo echaríais todo a perder?
-Perder es exactamente lo que estoy tratando de no hacer. Sois lo más importante del
mundo para mí, Jo. No me alejaré de vos otra vez.
-No tendréis que hacerlo. Os arrastrarán a ello.
Sonrió ante su indignación:- No creo que llegue a eso. Pero, sí, sospecho que Bruce está
lo suficientemente enfadado como para despojarse de algunas de mis propiedades, y tal
vez, de mi título ahora mismo.
Joanna lo miró con horror. ¿Cómo podía bromear sobre algo así? Sus ojos se encontra-
ron y ella sintió otro golpe del martillo golpear el hielo alrededor de su corazón. Su voz
era un susurro.
-Estáis hablando en serio, ¿verdad?
Asintió y le tendió la mano:- Dadme una oportunidad para mostraros, Jo. Sólo una opor-
tunidad... unos días... eso es todo lo que os estoy pidiendo.
Las lágrimas brotaron a sus ojos. Los sentimientos que había enterrado en aquel horrible
día, hace tres meses, no volvieron sin prisa, sino en un susurro. Un susurro tentador de
lo que podría ser.
¿Podría confiar en él otra vez? ¿Podría dejar el pasado atrás y darle otra oportunidad?
Joanna no lo sabía, pero sabía que iba a intentarlo.
Con una respiración profunda, deslizó su mano en la suya.

***

Joanna le había dado unos pocos días, y James los aprovechó. La llevó a caballo, a pes-
car, a la feria de Lanark el sábado, y la arrastró por Douglasdale a prácticamente todos
los lugares que habían estado, tratando de recordarle todos los recuerdos que compar-
tían.

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Excepto por uno. Evitó Pagie Hill. Su colina y el lugar donde habían hecho el amor por
primera vez, y el segundo, bajo los árboles. No estaba lista para ese recuerdo, y sincera-
mente, tampoco James.
Si sólo su cuerpo lo entendiera. Lo más difícil de pasar tanto tiempo con Joanna en los
últimos días fue el persistente rubor de deseo y dolorosa dureza que lo acompañó. Pero
él había jurado no tocarla de nuevo hasta que fuera su esposa, y era un voto que quiso
guardar. Esta vez la honraría, aunque lo matara, lo cual podría ocurrir.
¿Quién demonios había pensado que era una buena idea ir a nadar?
Lo había hecho, pero, maldita sea, no había estado pensando en las camisas mojadas y
el agua fría. Tampoco se había acordado de lo hermosa que era con el cabello recogido,
las largas pestañas llenas de humedad y los ojos brillantes de risa mientras se alejaba de
él.
Le había enseñado a nadar años atrás, en este lugar exacto, una pequeña piscina en uno
de los arroyos del río Douglas Water que serpenteaba por el pueblo. Pero a lo largo de
los años, había perfeccionado sus habilidades, y el alumno había superado rápidamente
al maestro. El infierno, la muchacha podría ser rival de Erik MacSorley para la fluidez
en el agua, y el jefe de La Guardia secreta de los Highlanders del oeste, era más tiburón
que hombre en el agua.
Afortunadamente, el tamaño de James le dio una larga ventaja a través del río poco pro-
fundo, y se las arregló para agarrarle el tobillo delgado antes de que fuera lejos. Ella rio
y pateó, casi retorciéndose de nuevo, antes de que deslizara su mano alrededor de su
cintura y tirara de ella contra él.
Mala idea. Su gemido fue amortiguado por su risa. Pero había pasado demasiado tiempo
desde que la había sostenido así, y la sensación de su suave cuerpo femenino contra el
suyo era increíble. Seguía siendo demasiado flaca, pero sus curvas no habían desapare-
cido tanto como él había pensado, y podía sentir cada uno de ellas pegado contra él.
-Creo que me arrepiento de haberos enseñado a nadar.
Joanna sonrió, levantando su mirada a la suya, pero cualquier respuesta descarada que
ella había pensado hacer desapareció en la repentina explosión de conciencia.
Ella contuvo su respiración, y su brazo instintivamente se apretó alrededor de su cintura,
acercándola aún más.
Sus ojos se encontraron, y la suave bruma de excitación en su mirada casi cortó todas
sus buenas intenciones en pedazos.
-James -dijo ella con voz entrecortada. Demasiado entrecortada.
Sus labios se separaron.
Podía besarla y el conocimiento corría a través de su sangre con toda la sutileza del
fuego. Su corazón latía con fuerza. Deseó apretar fuertemente su polla y empujar. Pero
no bajó la boca hacia la suya. No deslizó la lengua profundamente en su boca y no la
acarició de la manera que sabía que le gustaba. La abrazó y saboreó el momento de co-
nexión que temía que nunca volviera a tener.
Era suficiente.

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Al menos para él. Pero cuando quedó claro que no iba a besarla, sus ojos parpadearon
de confusión.
Él sonrió y la dejó ir:- Os estoy cortejando, Jo, no seduciéndoos. Estoy haciendo las co-
sas en el orden correcto esta vez -su ceño fruncido casi le hizo reír-. Cuidado, o podéis
hacerme creer que queréis que os bese.
Levantó la barbilla y se encontró con su mirada, con una confianza que nunca antes ha-
bía visto. Había cambiado, y tanto que lloraba la pérdida de la muchacha que lo había
mirado con las estrellas en los ojos, tuvo que admitir que la mujer atrevida que se en-
contraba con su mirada ahora era aún más fascinante.
-¿Y si quiero que me beséis?
Su aliento se sintió atrapado en sus pulmones:- ¿Queréis?
Ella asintió, y él la alcanzó de nuevo. Pero esta vez, la acunó contra él, inclinó su barbi-
lla hacia atrás con sus dedos y barrió un suave beso sobre sus labios. Fue un beso más
superficial, pero era suficiente para hacerle gemir. Era suficiente para saborear el leve
indicio de menta de la pasta que usaba para limpiar sus dientes, y era suficiente para
sentir como si una espesa manta de calor lo arrastrara hacia abajo.
Todo parecía perfecto y correcto, pero se obligó a dejarla ir.
Ella parpadeó hacia él:- ¿Eso fue todo?
Luego se rio:- Sí, por ahora. Si queréis más, tendréis que llevar mi anillo en el dedo.
Esta vez su ceño no le complacía.
-¿Y si no estoy segura de querer eso?
Decepción, eso fue lo que sintió. Por un momento, pensó que estaba lista para amarlo de
nuevo, pero no lo estaba. Unos cuantos días no compensarían lo ocurrido. Tenía que ser
paciente. Pero no era fácil. Él logró sonreír.
-Entonces espero poder haceros cambiar de opinión. Porque os amo mucho. Quiero que
seáis mi esposa. Sé que nunca podré reemplazar al niño que perdimos, pero si Dios
quiere, vos seréis la madre de mis hijos y estaréis a mi lado hasta mi último aliento.
Ella lo miró a los ojos. El temblor de su labio fue el primer signo y luego, se rompió.
Las lágrimas corrían por sus húmedas mejillas.
Con una maldición la tomó en brazos y la sacó del agua. Se sentó en una roca y envol-
vió una cálida tela a cuadros alrededor de los dos mientras enterraba su cabeza contra su
pecho, y la emoción se arrancó de ella en sollozos duros, con sus hombros. Sentía sus
propias emociones calientes y apretadas en su garganta, mientras murmuraba palabras
tranquilizadoras.
Lloró hasta que no pudo más, y cuando los últimos sollozos habían salido, ella lo miró
con ojos rojos y lágrimas en sus pestañas.
-Oh, James, fue horrible.
-Contádmelo -dijo suavemente.

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Y ella lo hizo. Ella le contó la alegría al descubrir que llevaba a su hijo, y cómo ella
quería decirle primero ese día en la colina, y luego la siguiente cuando ella lo atrapó
justo cuando estaba a punto de irse.
Ella le contó lo asustada que había estado, cómo había deseado que la niña se retirara
justo antes de caer. Y luego confesó su culpa, el temor de que sus oraciones hubieran
sido contestadas.
-Ni siquiera había sentido que el bebé se moviera todavía –dijo-. Sé que sólo estuve
unos meses en cinta, pero lo sentí tan… real.
-Por supuesto que sí -dijo, acariciándole el pelo-. También fue real para mí.
Ella lo miró con incertidumbre:- ¿De verdad?
James asintió:- Me quedé estupefactado cuando MacGowan me lo dijo, pero tan conde-
nadamente feliz... por un momento, al menos.
-¿Tommy os lo dijo?
James le explicó cómo se había topado con su viejo amigo en el campamento. Saltó la
parte de la pelea, pero pudo darse cuenta por sus cejas fruncidas que ella adivinó lo que
había sucedido.
-No hizo ninguna tontería, ¿verdad?
La boca de James se endureció:-Nada que no fuera merecido.
Se sentó mejor en su regazo.
-¿No le hicisteis daño?
Él la apoyó contra su pecho con un suave roce de su espalda.
-No le toqué -frunció el ceño y su boca se retorció. Lo conocía demasiado bien. James
nunca hubiera retrocedido de una pelea-. Es la verdad, Jo, os lo juro.
Ella hizo un sonido agudo, claramente no estaba seguro de si creerlo.
-Thommy actúa como un hermano sobreprotector a veces, pero le amo, y no querría
verlo herido por mi culpa.
Le amo. Aunque James sabía que no quería decir nada con eso, oír las palabras que tan
ansiaba oír caer tan fácilmente de sus labios provocó una chispa bastante desagradable
de celos.
-Sí, bueno, vuestro campeón está perfectamente sano. Y no creo que necesitéis preocu-
paros por él -inconscientemente, se frotó la mandíbula donde MacGowan lo había gol-
peado-. Con un poco de entrenamiento, él podrá cuidarse bastante bien -demasiado bien,
probablemente. Pero la próxima vez que su viejo amigo le lanzara un puñetazo, James
actuaría
Le agarró la barbilla y volvió la cara hacia su mirada.
-MacGowan tenía razón, Jo. Yo era un asno. Vuestro honor nunca debería haber necesi-
tado defenderse. Y no debería haber sido él quien me hablara del bebé. Debería haber
estado allí, y no sabéis cuánto desearía haberlo hecho de otra manera.

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Joanna sostuvo su mirada y su pecho se apretó. Un anhelo tan agudo le robó el aliento.
Dios, la amaba. ¿Cómo podía haber sido tan tonta? Nunca hubiera sido tan feliz ni aun-
que hubiera vivido dos vidas, y lo que había propuesto habría destruido a ambos.
Después de un largo momento, asintió y se acurrucó contra su pecho.
Allí bajo el sol, envueltos en el plaid y sentados en una roca junto al borde del río, llora-
ban la pérdida del niño que debía haber sido suyo. Fue meses más tarde de lo que debe-
ría haber sido, pero James sabía que acababan de dar el primer paso hacia el futuro.
Algo había cambiado. Ambos lo percibieron. Después de hablar con James, Joanna no
se sentía tan vacía. La oscuridad que había envuelto su corazón no era tan negra. Podía
sentirse abriéndose de nuevo, como los pétalos de una flor con los primeros rayos de sol
de primavera después de un largo y amargo invierno. Sentía el calor de la esperanza y
de la posibilidad.
El amor que sentía por James cuando era niña se había ido, pero en su lugar había cre-
cido algo nuevo y más fuerte. Sus recuerdos compartidos y el amor que habían tenido
una vez se convirtieron en su nuevo fundamento para construir sobre una futuro basada
no en ilusiones ciegas y juveniles, sino en la realidad. Un futuro no entre la hija del va-
sallo y el joven señor, sino entre una mujer y un hombre.
James Douglas no era el semidiós perfecto que una vez había reverenciado con un amor
semejante a la adoración. Era demasiado humano. Un hombre que cometió errores-a ve-
ces flagrantes. Sin embargo, de alguna manera lo amaba aún más por ello. Su falibilidad
lo hizo real y lo puso en pie de igualdad.
Pero eso estaba aquí, en este mundo falso que había creado para ellos. Este paraíso tem-
poral de a través del campo-riendo, nadando, montando-como los tambores de la guerra
golpeaba en torno a ellos. Ella era muy consciente de que acabaría pronto. Todos los
días esperaba que las banderas aparecieran en el horizonte con un mensajero, o peor,
soldados para llevarlo de regreso a Bruce.
Probablemente debería haberlo enviado, sabiendo lo que él estaba arriesgando, pero la
idea de que se marchara de nuevo la desgarraba. ¿Cómo podía estar segura de que vol-
vería y se sentiría de la misma manera? ¿Y si su deber lo llamaba de nuevo? Aunque
pudiera pensar en él como su igual, el resto del mundo no lo haría. ¿Volvería la ambi-
ción a volver a su fea cabeza, cortada una vez para volver a crecer como la mítica hidra?

***

-No tenéis razón para estar nerviosa. Mi madrastra no muerde.


Obviamente, James había confundido su silencio mientras cabalgaban hacia el Castillo
Park por nerviosismo ante la inminente reunión.
Ella hizo una mueca. La formidable Eleanor de Lovaine era una mujer intimidante que
podía hacer temblar a las mujeres más fuertes en sus zapatillas ante la perspectiva de ser
presentado a ella.
Por supuesto, Joanna había conocido a Lady Douglas muchas veces antes -incluyendo
durante la semana o más que había pasado en Castillo Park después de su accidente-

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pero James había insistido en la formalidad y, como parecía importante para él, había
aceptado unirse a ellos para la comida del mediodía.
-¿Estáis seguro de eso? Nunca le he gustado, James, y sospecho que ahora le gustaré
menos.
Aunque no había repetido su propuesta, James había dejado claro en todo lo que hacía
que quería casarse con ella.
Sacudió la cabeza:- ¿Estáis equivocada? Puede que se sorprendiera al principio, pero lo
ha estado pensando. Recordad que ella y mi padre no tuvieron exactamente un cortejo
típico –eso era un eufemismo. Había sido un escándalo cuando el señor de Douglas ha-
bía secuestrado a la viuda adinerada y la había obligado a contraer matrimonio. Dado el
amor reputado entre ellos, sin embargo, Joanna sospechó que la "fuerza" era principal-
mente para apaciguar a un rey furioso.
Hablando de reyes furiosos, se preguntó qué tendría que decir Bruce sobre los planes
maritales de James.
-Es muy romántica de corazón -añadió James.
Una risa aguda escapó de entre sus labios.
-¿Estamos hablando de la misma mujer? Sospecho que no estaría satisfecha con una
reina para vos como esposa. Sí, el rey podía desfilar a todas sus hermanas ante vos, y
probablemente las enviaría de regreso hasta que trajera a vuestra esposa.
Una misteriosa sonrisa surgió desde la comisura de sus labios.
-No es su elección. Pero como he dicho, ha venido.
Sus ojos se estrecharon, y le habría pedido que le explicara la sonrisa, pero habían lle-
gado y uno de los muchachos de la cuadra había venido para ayudarla a salir de su caba-
llo.
En el momento en que entraron en el vestíbulo, Joanna supo que había sido engañada.
De los sonidos de júbilo dentro, esto no era una comida familiar íntima. Ella arqueó una
ceja.
-No me di cuenta que planeabais un banquete.
Fingió inocencia... y no muy bien:- ¿No mencioné eso?
-No lo hiciste. ¿Qué se celebra?
-Nada -le dio una mirada mesurada-. Todavía.
Su corazón comenzó a latir. El miedo y la ansiedad se apoderaron de ella en un sudor
frío. James no había ocultado sus intenciones, y tal vez incluso se había acostumbrado a
la idea, pero eso no significaba que estuviera lista para hacer un anuncio... o escuchar
otra propuesta pública.
-James, yo… -su voz se cayó impotente.
Pareció entenderla y le dio un suave apretón en la mano:- Estará bien, Jo. Quiero que
hoy sea especial para vos, eso es todo.
Ella lo miró con incertidumbre, pero viendo su sinceridad, asintió.

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Y fue especial. Más especial de lo que podría haber soñado. Parecía que todas las perso-
nas de importancia en el área habían sido invitadas, incluida su familia, que de alguna
manera había conseguido mantener la fiesta en secreto.
Había baile, juegos de tuberías y más comida y bebida de lo que había visto desde el co-
mienzo de la guerra. Sólo el vino francés le costó una fortuna. Aunque el comercio con
otros países como Francia e Irlanda se había reanudado, era difícil, y los bienes extran-
jeros, ya fueran vinos franceses, exóticos especias, armas o tela- eran todavía raros y ca-
ros.
Y en el centro de toda esta celebración y generosidad, estaba ella. James no había salido
de su lado desde el momento en que llegaron, llevándola primero al estrado para sen-
tarse a su lado (y ser formalmente presentado a su madrastra), y luego guiándola por la
habitación para saludar al resto de los invitados. No estaba ocultando sus intenciones.
Podría haber colgado un cartel alrededor de su cuello que decía:
ESTA ES LA MUJER CON LA QUE INTENTO CASARME.
Se sentía como una princesa, y habría tomado un corazón de piedra para no ser arras-
trado por el romance de todo, al menos un poco. Tal vez más que un poco. Los últimos
días de cortejo, le habían derretido tanto hielo ya.
Se había enamorado de él de nuevo, si, acaso, alguna vez no lo hubiera estado, y con
cada risa, cada giro en la pista de baile, todo orgulloso.
-¿Os acordáis de Joanna Dicson, ¿no es así? -La verdad, era más difícil negarlo.
Pero, ¿podría confiar lo suficiente como para casarse con él?
La emoción del día se vio empañada sólo por su creciente ansiedad, y la sensación de
anticipación a su alrededor. No podía evitar la sensación de que algo grande iba a suce-
der. La pregunta era si estaba lista para ello.
No fue hasta que llegó el mensajero que ella tuvo su respuesta.
James acababa de llevarla de regreso al estrado, cuando el senescal se acercó y susurró
algo en su oído.
-Está bien, Roger -dijo James-. Lo dejo entrar. Lo he estado esperando.
Aunque James no parecía demasiado preocupado, algo acerca de sus palabras envió un
escalofrío de temor susurrando por su espina dorsal.
-¿Pasa algo malo? -De repente se le ocurrió un horrible pensamiento. -¿Es otro mensaje
del rey?
Él sonrió, cubriendo su mano con la suya. -En cierto modo, sí. Pero no os preocupéis,
hay alguien a quien quisiera que conocierais.
Un momento después, la muchedumbre de juerguistas se separó como un hombre ves-
tido de pies a cabeza en el plaid más brillante que había visto-tan brillante que parecía
brillar- con un tabardo de escarlata y dorado que se extendía por el pasillo central con
toda la pompa y arrogancia de un rey. Ella había visto al hombre antes, se dio cuenta.
Era el mismo hombre al que James había hablado aquel horrible día, el hombre al que
había dicho que no era nadie.

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Sin embargo, no era el recuerdo de aquellas duras palabras lo que le helaba el corazón,
sino la visión de la docena de soldados que marchaban detrás de él.
Se volvió hacia James con horror:- ¡Vienen a llevaros!
Empezó a levantarse, ¿con qué propósito?, no lo sabía. Apenas podía arrastrarlo. Pero él
la sujetó.
-Está bien, Jo. Creedme
Sus ojos se encontraron. Creedme. Desesperadamente quería, pero ¿y si…? Ella tragó, o
trató de tragar con su garganta repentinamente seca- y logró un breve asentimiento.
El hombre había quitado su timón, y cuando se acercó, Joanna pudo ver que en realidad
era bastante guapo. Probablemente cerca de la edad de James, era de cabello oscuro, de
ojos oscuros, con una barba corta y bien arreglada, y los rasgos finos y aquilinos de un
príncipe para ir junto con las insignias. Aunque unos centímetros más bajo que James,
tenía hombros anchos y aparentemente -aunque era difícil decir debajo del plaid- como
bien musculado.
Se detuvo ante el estrado y miró a James por un momento antes de hablar. Con una mi-
rada significativa a lo largo de la larga mesa llena de comida y bebida, dijo secamente:
-Esto es una emergencia familiar, Douglas -se volvió hacia las damas Douglas que esta-
ban sentadas en el otro lado de James y ejecutó una reverencia formal. -Señora Eleanor -
dijo a la madrastra de James, y luego a su hermana- lady Elizabeth.
Su mirada se dirigió a Joanna con aprecio antes de dirigir una ceja a James.
James entrecerró los ojos. Se volvió hacia ella.
-Joanna Dicson, quiero presentaros a Sir Thomas Randolph."
Joanna abrió mucho los ojos. Así que este era el sobrino del Bruce y el infame rival de
James. Ella lo miró con atención.
Finalmente, él tomó su mano y le dio un galante beso.
-Mi señora. Belleza como la vuestra no es fácil de olvidar. Recuerdo haberos visto an-
tes; Lamento no haber tenido la oportunidad de conoceros. A Douglas no le gusta la
competencia.
James hizo un ruido que sonaba sospechosamente como un gruñido bajo en su garganta.
-Soltad su maldita mano. Y me gusta la competencia, bien, suponiendo que tuviera al-
guna.
Sir Thomas sólo sonrió:- Me alegra oírlo.
Tomando el desafío, se dejó caer en el banco al lado de ella y procedió a coquetear tan
escandalosamente con ella durante la siguiente media hora, pensó que la vena abultada
en el templo de James estallaría.
Fiel a la feroz rivalidad entre ellos, sir Thomas parecía disfrutar viendo hasta dónde po-
día empujar a su amigo, y cuando su mano accidentalmente aterrizó en la suya mientras
ambos buscaban sus copas, la tolerancia inusual de James encontró su límite.
-Haced eso de nuevo, Randy, y os clavaré mi daga.

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Sir Thomas sonrió, la amenaza pareció sólo divertirlo. Pero él apartó su mano. Tomó un
largo sorbo de vino, casualmente apareció unos cuantos más del puñado de preciosas
uvas de las que se había servido en su boca, y finalmente llegó al motivo que lo había
traído aquí.
Espero que esta fiesta signifique que habéis manejado cualquier "emergencia" que os
haya mantenido alejado de mi tío -su mirada parpadeó a Joanna por un momento. -Está
impaciente por vuestro regreso.
La expresión de James se endureció. Mantuvo su mirada fija en Sir Thomas.
-Me temo que tendrá que esperar un poco más. No puedo volver todavía.
-No es una petición -todos los chistes se desvanecieron cuando la expresión de sir Tho-
mas se volvió terriblemente seria-. Me han ordenado que llevaros de vuelta.
La boca de James cayó en una línea obstinada:- Necesito un poco más de tiempo.
Joanna ya no podía quedarse callada. Su mano fue hacia el brazo de James implorando.
-No podéis rechazarlo. Tenéis que ir. No necesitáis hacer esto para probarme nada.
El reflejo obstinado en su ojo sugirió de otra manera.
-No me iré hasta que las cosas se arreglen entre nosotros, y no voy a forzaros a tomar
una decisión hasta que estéis lista.
Joanna podía sentir la mirada de sir Thomas moviéndose de un lado a otro entre ellos.
De repente, se echó a reír.
-¡Dios mío, ella os rechazó! -le cogió la mano y se la llevó a la boca- Inteligente y bella.
Mi señora, sois un verdadero premio. Me pregunté qué mujer podría negarle a tener una
novia real, pero ahora lo entiendo. Sois una dama de raro gusto y discernimiento. Des-
pués de todo, puedo que luchar contra Douglas. –Le echó una mirada –llena de risas- a
James, que parecía estar luchando por mantener su temperamento bajo control-. Ella os
rechazó -repitió sir Thomas-. Esperad a que Halcón se entere de esto.
Joanna podría haber preguntado quién era Halcón, pero ella estaba demasiado aturdida
por lo que sir Thomas había dicho. Se volvió hacia James con absoluta incredulidad.
-¿Una novia real?
El temperamento que había estado luchando por mantener en jaque se convirtió en ver-
güenza cuando se encontró con su mirada:- No es nada.
Miró a Sir Thomas, que estaba demasiado ansioso por explicar.
-Mi tío le ofreció un compromiso con mi prima Marjory. Douglas se negó y dijo que
sólo había una mujer con la que se casaría.
Joanna sintió que la sangre se le escurría de la cara. No podía creerlo. Sólo ella sabía lo
mucho que una alianza así significaría para James. Era todo lo que había querido. ¿Y se
había negado?
No podía apartar los ojos de su rostro.
-¿Es verdad, James?

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Le lanzó una mirada molesta a Sir Thomas.
-Sí, pero dejó fuera una parte. Yo dije, 'si ella me quiere.'
-¿Por qué no me lo dijisteis?
Se encogió de hombros, genuinamente confundido.
-No lo creía importante. No tiene nada que ver con nosotros.
Lágrimas de felicidad emborronaron sus ojos. Si le quedaban dudas sobre su sinceridad,
se habían ido.
La hermana de Bruce. No podía creer que hubiera renunciado a ese tipo de alianza por
ella. Él la amaba. Realmente quería casarse con ella.
Y quería casarse con él. Su corazón se hinchó cuando las primeras lágrimas se desliza-
ron por sus mejillas. Pero eran lágrimas de alegría, y fue con una sonrisa que ella susu-
rró:
-Ella os quiere.
Le tomó la mano, con los ojos fijos en los suyos. Podía ver la intensidad de las emocio-
nes que estaba luchando por contener.
-¿Lo decís en serio? No os obligaré, da igual lo que diga. -Hizo un gesto con la cabeza
hacia sir Thomas.
Parpadeando las lágrimas, se echó a reír y asintió:- Estoy segura.
Dejó escapar un grito de alegría mezclado con un alivio innegable y le dio un fuerte
abrazo antes de caer sobre su rodilla.
Y allí, ante todo el Salón y el rival que se pondría a su lado tres semanas más tarde des-
pués de que se leyeran los votos, mientras se casaba con ella, James Douglas, el Señor
de Douglas, le pidió a Joanna que se casara con él por segunda vez.
Esta vez ella dijo que sí.

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Epílogo

Castillo Park, tres semanas después

James iba a hacer esto bien aunque lo matase. Pero en el momento en que cerró la
puerta detrás de él y vio a su nueva esposa acostada en la cama esperándole, recordó
todas las semanas de abstención.
Ella parecía tan condenadamente hermosa, sus grandes ojos azules mirando por encima
de la colcha apretados contra su barbilla, su cabello dorado se derramaba como un velo
de seda sobre la almohada detrás suya, y la deseaba con una ferocidad que era similar a
la desesperación. Había sido demasiado tiempo. Cuatro meses y medio sin tocarla, sin
estar dentro de ella, sin sentir su movimiento bajo él.
Pero tenía que hacerlo bien, maldita sea. Tenía que honrar el vínculo que acababan de
hacer. Ella era su esposa. Merecía que le hicieran el amor en su noche de bodas, no ser
violada por algún tipo de bestia hambrienta.
Se apoyó contra la puerta, respirando hondo. Lento. Él logró sacar una sonrisa torcida.
-Sé que esta no es la boda que esperabais... o la que os merecíais... pero os prometo que
cuando acabe esta maldita guerra, os lo compensaré.
Sus palabras parecieron relajarla. Soltó la colcha y subió un poco en la cama grande.
Trató de no notar el fino lienzo de su camisón o de pensar en toda la piel desnuda que
había debajo. Pero sólo la inmersión de la piel cremosa revelada en el cuello fue
suficiente para que se volviera duro.
-Estoy sorprendida de que el rey os diera permiso. De lo que dice Sir Thomas, tienes la
suerte de que Eduardo no ha hecho ningún movimiento hacia el norte o Bruce todavía
os tendría excavando trincheras.
-Randolph exagera. No fue tan malo.
-¿De verdad tuvisteis que cavar las fosas?
Se movió a través de la habitación para sentarse en el borde de la cama. Su boca se
retorció en una sonrisa irónica.
-No exactamente. Dije que me casaría contigo en tres semanas, incluso si tuviera que
cavar fosas durante el resto de la guerra.
El rey apreció la ironía y debió convencerlo de que estaba en serio. Dijo que eso no
sería necesario, pero me pusieron a cargo de poner algo de la "base" para la llegada de
Eduardo.
Al igual que antes, Bruce no tenía ninguna intención de cumplir con Eduardo en el
campo de batalla, pero se realizaría un montón de los ataques sorpresas de los piratas
rápidas, y gracias a ellos, Bruce y su guardia fantasma fueron adquiriendo popularidad.
Las trincheras fueron utilizadas tanto para causar estragos en la caballería como para
ocultar su presencia.

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Pero había rumores de que Eduardo iba a ser obligado a abandonar su segunda campaña
a Escocia y regresar a Londres para tratar con más problemas de sus barones.
Joanna se sentó, la colcha cayó a su cintura. James aspiró el aliento, viendo la
inconfundible sombra de sus pezones puntiagudos debajo del lino.
-Teniendo en cuenta las circunstancias, estoy feliz de poder tener una noche de bodas.
Cuando no respondió, siguió la dirección de su mirada y se sonrojó.
Intentó levantar las sábanas de seda para cubrirse, pero él la detuvo.
-No lo hagáis -se ahogó. Sus ojos ardían en los suyos-. Sois tan hermosa -sus mejillas
dispararon aún más, y él soltó una risa aguda-. Dios, no me digáis que estáis
avergonzada. He visto a cada centímetro de vos desnuda a la luz del sol.
Se mordió el labio, luchando con una sonrisa.
-Sí, pero esto se siente diferente.
-Así es, ¿verdad? -admitió, después de haber tenido los mismos pensamientos-. Me
siento un poco nervioso.
-¿Sí?
Parecía tan sorprendida que tuvo que reírse:- Sí, quiero que sea perfecto.
Una amplia sonrisa iluminaba cada rincón de su hermoso rostro.
-¿Cómo no podría serlo, James? Cada vez que me tocáis, es perfecto.
Tenía razón, y no podía esperar otro minuto para demostrarlo. Deslizando su mano
alrededor de la parte posterior de su cuello, él tiró su boca a la suya y la besó.
Gimió ante el contacto, ante la embriagadora sensación de calor y suavidad. Sus labios
se movieron sobre los de ella suavemente al principio y luego con más insistencia
cuando su boca se abrió para tomar su lengua.
Dios mío, había pasado demasiado tiempo desde que él la había besado así. Los golpes
calientes y malvados de sus lenguas encendieron en él un fuego que no podía esperar
contener. Sus manos estaban por todas partes, tocando cada centímetro del exuberante
cuerpo que lo volvía loco. Olvidó el hecho de que era su noche de bodas, que había
jurado tomarlo con calma, que era su esposa. Lo que era importante nunca había
cambiado. La amaba, y cuando la tocaba todo se sentía bien. Todo parecía perfecto.
Se concentró en lo único que le importaba: traerle placer.
Con el nerviosismo y la vergüenza olvidados, rompió el beso el tiempo suficiente para
despojarse de su ropa y levantar la camisa sobre su cabeza. Nada los separaba cuando se
deslizaba sobre ella... y luego dentro de ella... piel a piel, calor a calor.
Ella lo tomó con un jadeo y un gemido, sus manos agarrando los músculos flexionados
de sus hombros y brazos.
-¡James!
Él contestó su grito con un empuje duro, y luego otro. Se sentía tan bien, tenía que
luchar contra el impulso de venir con cada golpe. Su cuerpo lo agarró con fuerza,

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sosteniéndolo, cada vez más profundo, mientras levantaba sus caderas para enfrentarse a
sus poderosos empujones.
Y era poderoso, no sólo en vigor, sino en importación. Con cada golpe duro, con cada
inclinación amorosa de sus caderas, forjaron un enlace que nunca se rompería. Con su
cuerpo, le hizo una promesa. Debía amarla, honrarla y cuidarla por el resto de su vida.
Sólo cuando gritó por segunda vez se dejó ir. La sensación atravesó a través de él como
un rayo de placer tan intenso, pensó que había muerto e ido al cielo. Un rato más tarde,
cuando Joanna se acurrucó contra él, presionó su suave mejilla contra su pecho, y se
quedó dormido, estaba seguro de ello.
Tenía suerte y lo sabía. Había llegado tan cerca de perderla. Su ambición casi le había
costado todo. Podía alcanzar la grandeza y elevar su clan a alturas vertiginosas, pero
nada de eso significaría una maldita cosa sin Joanna a su lado.

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