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ELIADE, Mircea. (2001). El mito del eterno retorno: Arquetipos y repetición.

Anaya, Ricardo
(Trad.). Buenos Aires, Argentina: Emecé Editores.

Al estudiar las sociedades arcaicas Eliade enuncia un rasgo característico de ellas “…su
rebelión contra el tiempo concreto histórico; su nostalgia de un retorno periódico al tiempo
mítico de los orígenes, al Tiempo Magno” (p. 5). Es decir la preferencia por una historia
regulada por los arquetipos y su repetición.

“El producto bruto de la Naturaleza, el objeto hecho por la industria del hombre, no hallan su
realidad, su identidad, sino en la medida en que participan en una realidad trascendente” (p. 8).

Los hechos humanos pueden ser considerados en tres grandes grupos:


1- Los elementos cuya realidad es función de la repetición, de la imitación de un arquetipo
celeste.
2- Los elementos: ciudades, templos, casas, cuya realidad es tributaria del simbolismo del
Centro supraterrestre que los asimila a sí mismo y los transforma en “centros del mundo”.
3- Los rituales y los actos profanos significativos…planteados ab origine por dioses, héroes o
antepasados.

Los espacios indómitos requieren de previa dedicación antes de su ocupación, es decir se


realizan ritos que “…repiten simbólicamente el acto de la creación” (p. 10). Necesitan de ritos
fundadores que legitimen la transición del caos al orden.

La importancia de ser el centro del mundo radica a ejecutar un rito de paso, un viaje simbólico
o arquetípico, donde el “…acceso al ‘centro’ equivale a una consagración, a una iniciación; a
una existencia ayer profana e ilusoria, sucede ahora una nueva existencia real, duradera y
eficaz” (p. 15).

1- toda creación repite el acto cosmogónico por excelencia: la Creación del Mundo;
2- en consecuencia, todo lo que es fundado lo es en el Centro del Mundo (puesto que, como
sabemos, la Creación misma se efectuó a partir de un centro) (p. 16).

“Así quedan aseguradas la realidad y la duración de una construcción, no sólo por la


transformación del espacio profano en un espacio trascendente (“el Centro”), sino también por
la transformación del tiempo concreto en tiempo mítico” (p. 17).

“Todo ritual tiene un modelo divino, un arquetipo” (p. 18). O una reactualización de “aquel
tiempo” (p. 19).

“La abolición del tiempo profano y la proyección del hombre en el tiempo mítico no se
producen naturalmente, sino en los intervalos esenciales, es decir, aquellos en que el hombre es
verdaderamente él mismo: en el momento de los rituales o de los actos importantes
(alimentación, generación, ceremonia, caza, pesca, guerra, etcétera). El resto de su vida se pasa
en el tiempo profano y desprovisto de significación: en el ‘devenir’” (p. 26).

¿Cómo recuerda el pueblo a un personaje histórico, documentable? La élite interpreta la


historia contemporánea por medio de un mito “…se trata, pues, de una serie de acontecimientos
contemporáneos que están articulados e interpretados conforme al modelo atemporal del mito
heroico” (p. 28).
“…la experiencia del primitivo presiente un signo de la inevitable confusión que ha de poner
fin a cierta época histórica, para permitir su renovación y la regeneración, es decir, para volver
a tomar la historia en su comienzo” (p. 48).

“Diversos en sus fórmulas, todos esos instrumentos de regeneración tienden hacia la misma
meta: anular el tiempo transcurrido, abolir la historia mediante un regreso continuo in illo
tempore, por la repetición del acto cosmogónico (p. 52).

“Sería, en efecto, necesario comparar al hombre ‘histórico’ (moderno), que se sabe y se quiere
creador de historia, con el hombre de las civilizaciones tradicionales que, como hemos visto,
tenía frente a la historia una actitud negativa. Ya la anulara periódicamente, ya la desvalorizara
encontrándose siempre modelos y arquetipos transhistóricos, ya, en fin, le atribuyera un sentido
metahistórico (teoría cíclica, significaciones escatológicas, etcétera), el hombre de las
civilizaciones tradicionales no concedía al acontecimiento histórico ningún valor en sí: en otros
términos, no lo consideraba como una categoría específica de su propio modo de existencia” (p.
88).

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