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A. L. Jackson - TTR 2 If Forever Comes PDF
A. L. Jackson - TTR 2 If Forever Comes PDF
If Forever Comes
Take This Regret, #2 2
A.L. Jackson
3
Grupo de Traducción
4
dark juliet Lady_Eithne lau_diarader
pamii1992 Lore Felin28
puchurin Ivi04 Natyjaramillo97
ingrid luisa
Moderadora de Corrección
Leluli y Lsgab38
Grupo de Corrección
Revisión Final
Ilka
Diseño
Móninik
Índice
Sinopsis Capítulo 11
Capítulo 1 Capítulo 12
Capítulo 2 Capítulo 13 5
Capítulo 3 Capítulo 14
Capítulo 4 Capítulo 15
Capítulo 5 Capítulo 16
Capítulo 6 Capítulo 17
Capítulo 7 Capítulo 18
Capítulo 8 Capítulo 19
Capítulo 9 Epílogo
Capítulo 10 Sobre la Autora
Sinopsis
La vida de Christian Davison está completa. Con un anillo en el dedo de
Elizabeth y su hija a su lado, está listo para lanzarse de cabeza al futuro.
Elizabeth Ayers nunca creyó que volvería a encontrar este tipo de alegría, la
alegría de una nueva familia y la plenitud que se encuentra en el toque del hombre al 6
que siempre ha amado.
Christian
Presente, finales de septiembre 7
Una vez hice una promesa que sin importar lo que la vida trajera a nuestro
camino, nunca me alejaría.
—¿Necesitas otro?
Me encogí de hombros y empujé el vacío hacia él.
Él se echó a reír con una sacudida leve de la cabeza y comenzó a verter una
bebida nueva.
El pequeño bar estaba tranquilo esta noche. Sólo tenía que caminar dos
cuadras hacia el interior de mi apartamento para buscar aislamiento. Había pasado,
lo que parecía un millón de veces, viajando hacia y desde la casa de Elizabeth y ahora
se había convertido en una especie de jodido refugio que alimentaba la destrucción,
algo para derribarme un poco más lejos.
Sí, sabía exactamente cómo llegar aquí, pero eso no quería decir que no estaba
perdido.
Salté cuando un taburete patinó contra el suelo a mi lado. Mire mal a quien
consideró necesario tomar asiento a mi lado en un bar que estaba casi desierto.
Matthew.
Por supuesto.
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Se dejó caer en el taburete con un profundo suspiro y se apoyó en los codos.
Kurt se acercó.
—Bud Light.
—Por supuesto.
Matthew llevó la cerveza a su boca, miró hacia delante sin decir una palabra
mientras tragaba con fuerza.
Así que, obviamente, eso era una mentira. Todo lo que quería era que
Elizabeth encontrara de alguna manera su camino de vuelta a mí. Lo que no quería
era sentarme aquí y escuchar a Matthew darme de comer mierda sobre cómo todo
iba a estar bien. Que le diera tiempo.
Siempre era más jodido tiempo. Pero el tiempo sólo se dio la vuelta y
amontonó más dolor sobre nosotros. Y Matthew no había padecido lo que nosotros.
No había visto la tenue luz en los ojos de Elizabeth. No de la forma que yo. No estaba
seguro de que alguna cantidad de tiempo pudiera reavivarla.
—¿Así que esto es lo que haces contigo mismo noche tras noche, cuando no
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tienes a Lizzie?
Negué con la cabeza y di la vuelta, incliné mi vaso a mi boca. No, no creo que
él lo sepa. ¿Cómo diablos podría? Se encontraba gateando en la cama con la mujer
que amaba todas las noches, no se encontraba al otro lado de la ciudad, bien
despierto, preocupado de que fuera el momento exacto en que ella se rompía en
pedazos cada minuto de cada maldita noche.
—¿Cómo qué?
Mi cara se apretó.
—¿No crees que me doy cuenta de eso? Pero no puedo eliminar ese dolor. Si
pudiera, lo haría, pero no hay absolutamente nada en este mundo que pueda hacer
para cambiar lo que pasó.
Mi atención se redujo a mis dedos en los que tenía un dominio absoluto sobre
el vaso medio vacío. Duras palabras goteaban de mi boca.
—Ella no me quiere, Matthew. Me dejó claro que prefería morir a dejar que la
tocara de nuevo. Créeme, si hubiera alguna posibilidad de ganarla de vuelta, la
tomaría. Pero no la hay. Elizabeth ya tomó su decisión.
—Has luchado tan duro por ella. Ahora mírate. —Él sacudió la cabeza con
disgusto—. Eres un maldito tonto.
Me dejó allí sentado en mi miseria.
―He estado muriendo por tenerte para mí solo toda la noche ―gemí al
acercarla a mi cuerpo. Elizabeth rió, gutural y dulcemente. El profundo sonido vibró
contra mis labios. Me recordaba tanto a todas aquellas veces en que la había tenido
contra la pared de mi departamento, cuando vagábamos por las mismas calles de
Nueva York, cuando estábamos en la universidad. Esta mujer, que sostenía en mis
brazos, se sentía bastante como la chica de dieciocho años que había sostenido años
antes, cuando nuestros cuerpos se habían explorado por primera vez, cuando había
crecido de la inocente chica que conocí la primera vez a esta sexy mujer que casi vivía
en mi cama. En ese entonces, ella coqueteaba y me molestaba, prendiendo fuego
dentro de mí, dejándome deseando más.
—Ahora que me tienes para ti solo, ¿qué tienes pensado hacer conmigo? —
preguntó ella, tomándome de la corbata.
La habitación de nuestra suite tenía ventanas tan altas como el techo que
daban hacia la calle debajo de nosotros. Afuera, la ciudad brillaba.
Di un paso atrás y deje que mis ojos se perdieran sobre los que la habitaban.
Gradualmente, las líneas de aquel hermoso rostro llenaron mi visión y por un
momento, mi mirada se perdió en el cálido color ámbar de sus ojos. Devoción corría
por mis venas. La amaba. La amaba con todo, con mi vida, con mi alma. E iba a
pasar mi vida entera probándoselo.
—Christian.
Quería que esta noche borrara todos los malos recuerdos que ella albergaba
de este lugar mientras la llevaba a todas aquellas perfectas noches que pasamos con
nuestros cuerpos enredados.
¿Cuántas noches nos habían sido robadas cuando podríamos haber estado
envueltos el uno en el otro como lo íbamos a estar esta noche? Nunca más. Ya he
terminado de malgastar mis oportunidades, terminado de vivir mi vida como un
tonto.
Mi vida iba a ser vivida por y para ella. Y nunca tendría suficiente.
Me acerqué de nuevo. Descalza, se retorció frente a mí, con sus palmas contra
la ventana para sostenerse. Su expresión era oscura, intensa y necesitada… tan
necesitada como la mía. El suave toque de sus dedos se poso sobre mi mejilla,
recorriéndola, poniéndome en llamas mientras se posaban sobre mis labios.
La tomé de las caderas y la levanté, ella rodeo con sus largas piernas mi
cintura, tan segura igual que sus brazos rodearon mi cuello. Su diminuto cuerpo
quemó contra el mío, cada vez que ella se presionaba contra mí. Y mi espíritu parecía 17
cantar.
Elizabeth posó sus labios sobre los míos y succionó mi labio inferior antes de
pasar sus atenciones al superior. Una increíble ansia de consumirla se apodero de mi
cuando uso su lengua para acariciar mis labios en un lento y sensual movimiento.
La dejé sobre la cama. Y ella se movió sobre el colchón, haciendo que aquella
risita grave de antes volviera a surgir. Una tímida sonrisa se formó en su perfecta boca
mientras me miraba.
—¿De qué te estás riendo? —le advertí, intentando eliminar el sentido del
humor que intentaba colarse en mi tono de voz. Di un paso hacia atrás y toqué el
nudo de mi corbata. Me la quité, dejándola en el suelo. Me moví entre los botones
de mi camisa, desabotonando uno por uno, mientras la miraba fijamente.
Ella estaba acostada recargándose sobre sus codos y no pudo evitar presionar
sus muslos mientras me miraba quitarme la camisa de los hombros. Su voz estaba
toda rasposa.
—Prepárate para sentir esto noche tras noche, día tras día Elizabeth. Porque
no voy a dejar de amarte. —Separé sus piernas. Y mi atención fue directamente hacia
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el centro cubierto de encaje. Me acerqué a ella y presioné mi boca contra la delgada
tela, besándola suavemente.— Nunca voy a dejar de tocarte.
Demonios.
Sólo había pocas palabras que pudieran describirla. No pude evitar decirle lo
único que le hacia la suficiente justicia.
Me hice hacia atrás y tiré de su ropa interior pasándola por todo el largo de
sus piernas y la boté a un lado. Más rápido de lo que pude darme cuenta, Elizabeth
estaba sobre sus rodillas, la mujer arrodillándose frente a mí usando sólo el sostén
más sexy que había visto en mi vida, completamente negro, con encaje y lazos. El
resto de aquel exquisito cuerpo estaba expuesto, su piel tan suave y besada por el sol,
rogaba por mi toque.
La deseaba tanto que dolía, no podía esperar por hundirme en el calor entre
sus muslos.
Pasó sus dedos por mi pecho. Mi estómago dio un vuelco mientras ella lo
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acariciaba hasta el camino de vello que desaparecía en mis pantalones. Su expresión
era intensa, llena de una necesidad que consumía y un poder desbordante mientras
ella desabrochaba el botón de mi pantalón, su aliento era dulce mientras bañaba mí
alrededor. Se sintió casi como la más sublime contradicción.
Su toque se hizo más firme, a propósito pasó su palma a través de la tela para
provocarme. Y entonces me liberó. Con una de sus manos me tomó detrás del cuello
y recargó todo su peso hacia atrás, su pelo cayendo contra la cama mientras su cuerpo
se arqueaba. Con su otra mano, me daba placer con movimientos largos y fuertes
que casi me tenían de rodillas.
—Oh, Dios, Elizabeth. —Me hice hacia atrás y volví a entrar en ella. Jadeó,
levantando su barbilla con la boca semi abierta.— Nada podría sentirse mejor que
esto. —Las palabras salieron cortadas.— Nada en este mundo. Nada.
El placer se apoderó de mí, jalando los nudos que ya se habían estado
retorciendo en mí estomago. La besé con fuerza, tan fuerte como hundía mi cuerpo
en el suyo, determinado a perderme a mí mismo más profundamente dentro de ella
de lo que había hecho antes.
Para siempre.
Me hundí más en ella. Y pude sentir cuando ella se corrió, pude sentir su
placer cuando se apretó alrededor de mi miembro. Aquel placer creció en oleadas,
arqueando su espalda de la cama mientras gritaba mi nombre. Seguí apretándome
contra ella, devorándola, tomando lo que siempre había sido mío. Enroscando sus
piernas sobre mis brazos, la tomé de la cintura, haciendo lo que fuera para estar más
cerca Echándome hacia atrás, levanté la cabeza hacia el techo, dejándome ir.
Para siempre.
Elizabeth era mía para siempre.
Una familia.
—Christian…
—No necesito pensar nada. Estoy lista. Estoy lista para ti. Estoy lista para
nosotros. Ya no quedan más dudas. —Y entonces, sonrió, un solo movimiento de su
boca que lo dijo todo.
Amorosos dedos trazaron mi espalda antes de que me rodeara con sus brazos
en un tierno abrazo. Quedando de espaldas, la tomé y la puse sobre mi pecho.
—Tú me haces feliz. Siempre lo has hecho. Hay algo acerca de ti Elizabeth,
sólo con estar en la misma habitación que tú, me trae mucha felicidad.
—Perfecto.
Presente
Christian
Presente, finales de septiembre 26
Una risa amarga rebotó dentro del auto. Siete kilómetros. Cuando llegue a
San Diego hace más de un año y descubrí cuan cerca vivía Elizabeth y Lizzie de mí,
la corta distancia parecía una afirmación de lo que todo debería ser. Como si las
cosas hubiesen cambiado para alinearse suavemente. Como si solo me extendiera y
estaría lo suficientemente cerca para abrazar a Lizzie y Elizabeth en la seguridad de
mis brazos. Que podría protegerlas; amarlas. Quizás era un tonto para pensar que
después de todo lo que había hecho, que podría merecer de alguna manera lo que
Elizabeth había prometido.
Porque ahora sabía más. Siete kilómetros era una gran distancia que jamás
podría entender. Dios. El remordimiento me golpeaba mientras miraba por el
retrovisor y cambiaba de carril. Habíamos estado tan cerca de lograrlo. Solo un día
y Elizabeth hubiese sido mi esposa. Pero un duro golpe del destino nos hirió
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profundamente. Destrozándonos de una manera que ninguno de nosotros podría
haber anticipado. Esa herida se había infectado y podrido; desarrollándose y
quemando hasta que estalló. Elizabeth me había sacado de su vida tan duramente
como el golpe la había afectado.
Con resistencia, coloque mis manos dentro de los bolsillos del pantalón y
camine pesadamente por la acera hacia la puerta principal. Con una respiración
profunda, golpeé dos veces la puerta, luego baje la mirada para estudiar los hilos
sueltos de la andrajosa y desgastada alfombra de bienvenida colocada
estratégicamente en la puerta de Elizabeth. Bienvenido. Correcto.
Ella estaba delgada. Demasiado delgada, sus mejillas hundidas y sus brazos
frágiles, su piel estaba pálida y ceniza. Pero era el desaire que salía de sus ojos lo que
me mataba absolutamente. Destrozada. No había otra manera de describirla. Me
dolía cada parte de mí por cruzar el umbral, tomarla en mis brazos y prometerle que
haría lo que fuera para sanarla, que con el tiempo, estaría todo bien y que un día no
dolería tanto.
Pero no tenía una maldita idea de cómo recoger los pedazos y ni idea de cómo
poderla unir. Por un instante mis ojos de quedaron en los de ella y pensé que tal vez
vislumbré un transitorio parpadeo de su propio anhelo, como si ella deseara que yo
fuera lo suficientemente fuerte para salvarla también. Por incomodidad, Elizabeth
bajó su mirada y se movió mientras miraba hacia el piso.
—¡Ya voy! —dijo Lizzie desde arriba. Los apagados ecos de los movimientos
de mi hija en su cuarto se filtraban hacia abajo donde yo la esperaba en la entrada.
Cambie entre la incomodidad que había, tratando de estudiar a Elizabeth
desde donde estaba fingiendo enfocarse en mis zapatos. Estudiándola, traté de ver si
ella estaba realmente bien. Que idea más ridícula. Bien. ¿Qué significaba eso?
Porque bien por sí mismo parecía imposible. Inalcanzable. Definitivamente ella no
estaba bien.
Quería sacudirla; rogarle que lo olvidara. Suplicarle que abriera los ojos y
viera. Que en primer lugar recordara exactamente por qué me había permitido
colocar ese anillo. Quería exigir saber por qué no se lo había quitado. Pero
presionarla fue exactamente lo que había provocado la situación; lo que había
conducido al último clavo a astillar la madera. La fractura entre nosotros fue tan
profunda, la presión tan intensa que no había nada que pudiéramos hacer para
detener la rotura. Una separación de corazones que ellos no podían soportar.
Mi mirada fue hacia arriba cuando escuche pasos. Lizzie salía corriendo de
su habitación. Bajó las escaleras con su cabello negro oscuro suelto. Suaves
mechones y flequillos enmarcaban su precioso rostro. Su mochila se balanceaba en
su hombro con cada paso. El dolor en mi corazón menguó; solo una fracción, pero
estaba allí. Esta pequeña era mi luz. Ella sonrió cuando llegó al último escalón y
saltó hacia el vestíbulo.
—Estoy bien papá. Lista para la escuela y también mi mochila está llena —
dijo ella con un sentido de orgullo y asintiendo con la cabeza.
—Bueno Lizzie, creo que estas olvidando algo —dije, obligándome a sonreír,
para continuar demostrándole lo mucho que la amaba.
—¿Qué?
Todo lo que quería hacer era levantarla para poder sentir el peso de mi hija en
mis brazos. De la manera en que ella me estaba apretando, pienso que quizás se
sentía de la misma manera.
Ella había madurado mucho. La niña había crecido por lo menos ocho
centímetros durante el verano. Pero donde realmente era notable esa madurez era en
su expresión. Sus pómulos eran más prominentes y la suave redondez de sus mejillas
se había desvanecido, como si el rostro de un bebé le diera paso a una pequeña niña.
Y sus ojos. La gran inocencia que había nadado en las sus profundidades se había
borrado con el tiempo, arrasada por las circunstancias que ningún niño debería tener
que enfrentar.
—Creo que yo también voy a necesitar uno de esos, Lizzie —dijo Elizabeth
inclinando su cabeza. Su sonrisa era igual de forzada que la mía.
Cuando estamos con Lizzie, Elizabeth y yo tratamos de pretender que todo
estaba bien. Era la peor clase de engaño. La niña estaba igual de afectada que
nosotros, incluso si ella no hubiera podido entender el significado. Lizzie solo sabía
que la vida que finalmente habíamos logrado había sido destruida, que por seis
semanas, había tanto tormento llenando las paredes de esta casa que ninguno de
nosotros podía respirar. Y entonces ella supo que su padre se había ido.
Su sexto cumpleaños había sido lleno de alegría. Tuvimos una fiesta tan
grande como al primero que asistí el año pasado; aunque este había sido sin la 31
tensión y el malestar que había empañado su quinto cumpleaños. Nada de eso existió
en su sexto. Nuestra familia estuvo completa. La seguridad que ella había
encontrado en estas paredes se había aplastado una semana después. No había duda
que todo esto la había sacudido.
Miré hacia el delicado anillo de oro que ella tenía en su dedo, el que Elizabeth
y yo le habíamos dado la noche después que le había propuesto matrimonio a
Elizabeth. El compromiso que habíamos hecho a Lizzie era uno que nos negábamos
a romper. No importaba lo que pasara entre nosotros, Lizzie siempre sabría que
ambos padres la adoraban. No había duda en que Lizzie siguiera siendo parte de mi
vida; no había duda de ello.
Miré con cautela a Elizabeth, la mujer que amaba; la que no me dirigía una
mirada. Me tragué el nudo de mi garganta.
—Será mejor que nos vayamos o llegaras tarde a la escuela —la engatuse
mientras rozaba mis dedos sobre el hombro de Lizzie.
Ella asintió, resurgiendo una dulce sonrisa. Era como si la niña no supiera
cómo actuar, la alegría que vivía profundamente en ella, esa bondad natural
competía para salir mientras la tristeza que había asumido el control de nuestras vidas
luchaba para mantenerse abajo.
No la había visto desde que la llevé a su casa el sábado por la mañana después
de pasar la noche del viernes conmigo en mi apartamento. Los fines de semana sin
Lizzie eran los peores.
—¿Cómo pasaste el fin de semana, Princesa?
—Solo estaba aburrida. Tío Maffe y Tía Natalie no vinieron en todo el fin de
semana y mami no quería ir a la playa —dijo casi enojada. Ella pausó hizo una
mueca mientras continuaba, pareciendo aferrarse a las cosas buenas que habían
ocurrido durante los días que habíamos estado separados.— Mami jugó un poco
conmigo pero luego se cansó y tomó una siesta. Y ella me dejó elegir la cena y la
ayudé hacerla.
—Tuve un montón de tiempo para jugar con las nuevas muñecas que me
compraste papi. Y tengo mi casa de muñecas toda lista.
—Ya hemos hablado de por qué ahora no puedo. —El problema era que todas
esas razones tenían poca convicción. Ni yo mismo las creía.
—Papi, tu voz era tan fuerte. Hiciste llorar a mami. —Su voz salió como un
susurro, un recuerdo que claramente había traumatizado a mi pequeña.
Ese día había visto la primera reacción de Elizabeth en semanas. Con los
ánimos cargados, Elizabeth finalmente había reaccionado y yo había explotado.
Había dicho cosas que nunca debí decir, pero también Elizabeth las dijo.
—Odio que hayas escuchado eso, Lizzie, pero a veces los mayores tienen
discusiones y levantan el tono de voz. Ninguna de esas cosas estaba dirigida a ti.
Los puros y honestos intensos ojos azules se encontraron con los míos en el
espejo.
Un alivio mitigó parte de la culpa que no se iba y puse una nostálgica sonrisa
en mi boca.
Ella tenía un pequeño parecido físico a su madre, pero en muchas cosas, ella
era un recordatorio de Elizabeth cuando pequeña. Dulce y amable. Tímida, recatada
e increíblemente confiada en los momentos exactos. Sabia pero continuamente
guiada por sus emociones. Bien. Eso y que ella compartía el nombre de la abuela de
Elizabeth.
Ella sonrió un poco. Una conversación en silencio se dio entre nosotros, algo
que hablaba expresaba una profunda comprensión. De alguna manera, mi niña
reconoció lo que me estaba pasando y sabía cómo realmente me sentía. Ella sabía
que iría a casa con ellas si pudiera, eso si pudiera derribar los muros de Elizabeth, lo
haría.
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Hice un viraje a la izquierda y entré a la entrada circular frente a la escuela de
Lizzie.
Estire mi cabeza para tratar de ver lo que causó tal reacción de Lizzie, una
niña llena de emoción. Me detuve por completo en la acera, ella se desabrochó
rápidamente y salió de su asiento. Señaló hacia la acera.
Una nostálgica sonrisa surgió en mi rostro. Kelsey Glenn. Ella estaba parada
en la acera con su padre Logan. Él estaba arrodillado delante de ella, ayudándola a
asegurarle su mochila en los hombros. La pequeña niña sonrió a su padre mientras
le daba un ligero toque en la barbilla con sus dedos.
Creo que nunca hubiese creído que Kelsey y Lizzie tuviesen tanto en común.
Lizzie no paraba de hablar de ella.
Sonrío mientras me asomo a ver a mi hija por el espejo retrovisor. Ella jugaba
con su pequeño collar que orgullosamente llevaba en su cuello. Lo levantó un poco
más alto cuando me miró.
—¡Ves! —dijo.
El sonido llenó el auto y mi corazón. Se sentía tan bien escucharla reír. Había
extrañado eso por mucho tiempo. Y sabía que si aunque Elizabeth y yo nunca
sanáramos de esto, nuestra hija sí.
—Que hoy tengas un buen día, ¿de acuerdo? Voy a pensar en ti todo el día y
toda la noche hasta que te vuelva a ver mañana por la mañana. Luego vas a venir y
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pasar la noche conmigo. ¿Suena como un buen plan?
—¡Lizzie! —el repique de una voz chillona resonó por toda el área— ¡Lizzie,
aquí!
Ambos nos volteamos para ver a Kelsey corriendo hacia nosotros, con la más
grande sonrisa en su rostro. La niña me sonrió mientras se acercaba.
—Hola Sr. Davison. ¿Está bien que Lizzie vaya conmigo a clases?
—¡Está bien! —dijo ella mientras las dos se volteaban. Las risas salieron de
ambas mientras caminaban hacia el portón de la escuela.
Logan camino hacia mí, vistiendo unos pantalones cortos de carga y una
camiseta; metió sus manos en los bolsillos.
—Buenos días.
—¿Si? —dije, la palabra no era una pregunta pero era un relleno para tener
tiempo mientras mi hija desaparecía entre la masa de estudiantes inundando el
corredor de la escuela.
La rabia que había ardido todos estos meses, hirvió llevando hasta un punto
máximo. ¿Pensó él que por un maldito segundo que le dejaría tenerla? ¿Qué voy a
echarme a un lado y ver a la mujer que he amado toda mi vida deslizarse de mis
manos? Si, quizás la había perdido, pero eso no significaba que la iba a dejar ir. Él
me miró; sus ojos verdes se estrecharon al ver mi expresión. Levantó su barbilla.
Christian
Mediados de enero, ocho meses antes 41
Era su expresión la que había soltado aquel nudo de ansiedad dentro de mí.
Ella miro hacia mí con anticipación, con confianza y esperanza y la misma emoción
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que estaba a punto de freír mis nervios. Trate de respirar tranquilamente.
—No estoy temblando. —Su voz bajo un poco y me susurró con emoción.—
Son maripositas.
—¿Maripositas?
Las cosas estaban cabeza arriba con los planes de boda. Era difícil creer que
habíamos llegado a casa desde Nueva York hacia menos de un mes. Anunciamos
nuestros planes a la familia de Elizabeth y de hecho ya habíamos decidido la fecha.
Siete de junio.
Dios, parecía imposible entender que las cosas finalmente estaban como
deberían ser. Solo cinco cortos meses y Elizabeth seria mía, completamente.
—No pensé que esto fuera a pasar tan rápido. No estoy segura de porque, pero
pensé que tendríamos que trabajar para tenerlo. Pero esto… —dijo, presionando más
firmemente sus manos sobre su estomago—. Esta bendición… he estado segura de
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ella toda la semana. Solo… lo sé.
Acune sus mejillas entre mis manos. Mi atención estaba centrada en cada
línea y cada curva de su rostro que estaba grabado a fuego en mi mente.
—No puedo esperar a hacer esto contigo. —Ella me sonrió. Un ligero tinte
brillaba en sus mejillas y lagrimas se acunaron en sus ojos—. En verdad espero que
no nos estemos adelantando. —Anhelo emanó de ella casi en olas. Cada una
estrellándose contra mí, como si una parte inconsciente de ella me estuviera rogando
para que lo hiciese real.
—Gracias por estar aquí, Christian. Por compartir este momento conmigo…
sea cual sea la dirección que tome. —En el estante, el cronómetro sonó. Recargué mi
mejilla contra la suya, dejando que su calidez me rodeara. Mi toque era seguro. Yo
estaba ahí para ella, de una forma u otra. Incluso si esto no resultaba como
queríamos, nos las arreglaríamos juntos.
Esta vez no había duda alguna, estaba temblando. Temblaba en mis brazos.
No había dicha más grande que la que estaba sintiendo en este momento.
Simplemente, no existía. Nada podía compararse con esto. Elizabeth estaba llorando
mientras yo me arrodillaba en el baño frente a ella. Envolví mis manos alrededor de
su cintura, enterrando mi rostro en su estómago donde nuestro hijo crecía. Donde
una nueva vida estaba empezando. Estaba superado por mis emociones. Elizabeth
acarició mi cabello con sus manos. Eche mi cabeza hacia atrás para así poder mirarla.
Moví mis manos hacia sus caderas en el mismo momento en que ella tomo mi rostro
con sus manos.
Decirlo en voz alta pareció abrir una compuerta dentro de ella. Casi se ahoga
en llanto mientras hablaba de muchas cosas, sorpresa, alivio y alegría, aplastando los
vestigios de incredulidad que había colgado de las paredes.
—Un bebé —susurró otra vez, junto a un ferviente sollozo.— Oh dios mío,
Christian… No sé cómo explicarte lo que estoy sintiendo. Cuan feliz soy. No pensé
que sería capaz de volver a vivir esto. Ya había aceptado que siempre íbamos a ser
Lizzie y yo. —Pasión emanaba de su boca, su espíritu buscaba entendimiento con el
mío—. Yo… Yo… —se tropezó con sus pensamientos, con sus labios húmedos
mientras me miraba a través de sus brillantes ojos.— Sabes, tú eres el único con el
que siempre he querido esto… al único al que le daría esto. Gracias por encontrarme,
por amarme, por llenar ese vacío en mi vida… por darme esto.
—Dios, Elizabeth… —¿Cómo podía responder a eso cuando había sido yo el
que dejo aquel espacio vacío, en primer lugar? Pero sabia… sabía que yo era el único
que podía llenar aquel vacío, porque era Elizabeth la que llenaba perfectamente el
mío.— Nada en este mundo me podría hacer más feliz que esto —le dije.
Lagrimas corrían por su rostro y me tomo de las manos y las recargó sobre su
estómago. Tragué por sobre el nudo que se posaba en la base de mi garganta, mis
manos quemaban contra su estómago plano que pronto empezaría a crecer y ponerse
redondo. 46
En aquella moribunda luz del cuarto, abrazamos a nuestro hijo. Mi mente
corría con imágenes de lo que se estaba apoderando de los más profundos lugares del
cuerpo de Elizabeth. ¿Sería un niño o una niña? Me preguntaba si el niño o niña se
parecerían a mí del mismo modo en que Lizzie lo hacía. Tal vez tendría aquel
hoyuelo como el que Lizzie tenía en su mentón y el mismo asombroso tono de
cabello negro de su cabeza.
—Estoy tan feliz, Elizabeth —susurré contra su estomago, esperando que tal
vez este bebé pudiera sentir la devoción flotando entre nosotros, que pudiera sentir el
amor que ya vivía dentro nuestro. Nunca dejaría de arrepentirme por no estar ahí
para Lizzie. Aun cuando mi espíritu la reconoció cuando la vi por primera vez, solo
conocí a mi pequeña hace algunos meses. Pero de alguna manera, en alguna parte de
aquel tiempo desolador, se las había arreglado para marcar mi corazón. A través del
tiempo y el espacio, se las había arreglado para llegar hasta mí. Ella había movido
algo dentro de mí que nunca había entendido hasta el momento en que la vi por
primera vez. Y no me debería haber sorprendido de que este bebé ya lo hubiera hecho
también.
Una sonrisa se apoderó del rostro de Elizabeth, aquellas imágenes en las que
yo había estado pensando estaban repitiéndose en sus ojos. Y me ofreció contagiosa
sonrisa.
—No puedo imaginar una mejor hermana mayor. —Le sonreí, pasando mis
manos por su estomago y luego rodeándola firmemente por la cadera. Moviéndonos
al unísono, de adelante hacia atrás. Sus manos se aferraron a mis hombros para
obtener soporte y una pequeña risita de sorpresa salió de su boca. Se mordió el labio
inferior con sus dientes. Dios, ella siempre me estaba poniendo al borde de la locura,
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volviéndome un poco más loco cada vez, porque sólo ésta chica podía lograr esas
cosas imposibles en mi, mandarme al cielo y aferrarse a mí al mismo tiempo. En la
misma caricia de su mano, se las arreglaba para llenarme de la mayor tranquilidad.
Era ella la que me hacía sentir completo. La que me hacía sentir bien.
Elizabeth estaba de rodillas en el piso del baño. Por lo que parecía la décima
vez en los últimos treinta minutos, estaba vomitando. Su cuerpo entero temblaba
mientras vertía el contenido de su estómago en el baño. Tenía sus ojos cerrados, su
espalda se arqueaba mientras se levantaba sobre sus rodillas e intentaba respirar
profundamente.
Ella busco aire antes de encorvarse hacia el frente y empezar de nuevo. Esta
vez, nada salió. Un distintivo quejido salió de su boca mientras sus músculos se
tensaban, haciendo que se sujetara de la orilla de la taza del baño mientras su cuerpo
luchaba por expulsar algo que simplemente ya no estaba en él. Con un profundo
suspiro, deposite un beso en su sien.
Se sentía miserable y de alguna forma eso también causaba dolor físico en mí.
El dolor contraía mi rostro con simpatía cuando puse mi dedo índice bajo su barbilla
y acerque su rostro hacia mí.
Diablos.
Pase la toalla por el sudor que estaba sobre su ceja. Elizabeth se quejó y sus
ojos se cerraron mientras me permitía cuidar de ella. Pase gentilmente la tela por
sobre la piel de sus labios.
—Odio que estés pasando por esto —murmuré mientras pasaba la tela por la
parte de atrás de su cuello. Por un momento pareció tranquilizarse, un momento de
tranquilidad, antes de que las nauseas volvieran a apoderarse de ella. Y se empujo
hacia adelante.
—¿Hay algo que pueda hacer? —Ella tragó fuerte. Su voz estaba toda rasposa,
como si fuera demasiado difícil incluso el hablar.
—Como si, si vomito una vez más, vas a tener una crisis. —Me reí
ligeramente— ¿Así que, es tan obvio? —Esta vez, se las arregló para sonreír, mientras
pasaba el dorso de su mano por su boca.
—No es tan malo esta vez, Christian —susurro ella, en lo que solo podía
asumir que se suponía era alguna clase de consuelo.
Aunque eso no hizo nada para aliviar mi preocupación, solo inflamo los
residuos de culpa que me cazarían por el resto de mi vida. Verla así trajo mucho a la
luz, descubriendo todas esas cosas de las que yo no pude ser testigo, las cosas
enterradas en la vida de Elizabeth cuando yo estuve ausente.
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Si, tenía una vaga idea de lo que ella había tenido que pasar. Me lo había
descrito, pero cuando una persona no está ahí para presenciar el sufrimiento, es difícil
de comprender. Pero para causar que abandonara la escuela, sabía que debía ser
bastante.
El saber aquello había sido un gran golpe para mí, me afectó bastante. Es decir,
Dios, la había dejado sola para que pasara por todo aquello ella sola. La verdad era
que, no sabía en realidad todo lo que había sufrido. No tenía ni idea. Pero ahora me
la estaba dando.
Mi corazón sufrió un poco más. Dios, esto era demasiado. Pero Elizabeth no
se quejo ni por un segundo. Sólo lo soporto, atribuyéndolo a que era algo que su
cuerpo necesitaba dar en respuesta al bebé que estaba protegiendo dentro. Nunca
dejaría de impresionarme.
—Voy a correr allá abajo a traerte agua. ¿Estarás bien mientras tanto?
Las galletas habían sido la única cosa en mi búsqueda que me sentí inclinado
a sugerirle a Elizabeth para que comiera un poco. No estaba dispuesto a arriesgarme,
ni con ella ni al bebé.
Asintiendo, me di la vuelta y corrí escaleras abajo, guiado por las tenues luces
de noche que Elizabeth había dejado para Lizzie en caso de que se despertara en
medio de la noche.
51
En la cocina, tome un vaso y lo llené con agua fría. Un incontenible bostezo
se escapo de mí. El cansancio me amenazaba. Por instinto, mi mirada viajo hasta el
reloj del microondas que me perseguía con el tiempo de sueño que habíamos perdido.
Eran casi las 3.
Pero, ¿cómo me podía quejar? No podía. No había nada aquí por lo que
quejarse. No había nada más que mi preocupación por Elizabeth. Era ella la que tenía
que soportarlo. Así que no importaba si perdía unas cuantas horas de sueño. Lo podía
manejar. Estaba completamente seguro de que no iba a dejar que Elizabeth sufriera
sola esta vez. No otra vez. Ni de broma.
Ella busco la fuerza para poder sonreír, dejándome que levantara el vaso hasta
sus secos y partidos labios. Si no teníamos cuidado, terminaría deshidratándose. Dio
el más pequeño de los sorbos y cerró los ojos mientras se obligaba a pasárselo. Por
un momento, se quedo quieta, como si estuviera probando la reacción, mirando si
podía seguir. Lentamente sus parpados se abrieron. Y me susurró su agradecimiento.
Mi cabeza se movió con sinceridad.
—¿Lo estás, eh? —Sus esfuerzos no fueron en vano. Una gentil y simpática
risa salió lentamente de mi boca y fui incapaz de evitar que aquel tono juguetón
aligerara mi pecho. Un profundo sentimiento de asombro me golpeo. Esta mujer
podía sacudirme incluso en su peor momento.
52
—Cien por ciento —dije yo. Ella me hizo señas con su barbilla hacia la taza.
—Sé que lo harías. —Me sostuvo por lo que pareció una eternidad, el aire
entre nosotros estaba lleno, tanto vivo como tranquilo, una aura de confort se
apodero de nosotros. Sus ojos brillaron antes de cerrarse.
—Ven aquí. —Me moví y me recargué contra la tina, mis piernas estiradas
frente a mí. Me queje un poco cuando mi espalda desnuda se encontró con la
superficie de porcelana. Un escalofrío se deslizo por mi espina, pero me lo sacudí y
atraje a Elizabeth hacia mí. Ella se recargó contra mí y descansó su cabeza contra mi
pecho y se movió y acomodó hasta que encontró el punto exacto. La rodee con mis
brazos. Su piel estaba fresca al toque, un poco pegajosa por el sudor. Llevé mi boca a
la parte superior de su cabeza y la bese, murmurando una promesa que me aseguraría
de cumplir—. Vas a estar bien, Elizabeth. —Ella se movió un poco, solo lo suficiente
para depositar un tierno beso en el centro de mi pecho.
—Solo porque tú estás aquí.
53
Capítulo 5
Traducido por Dark Juliet
Corregido por Liraz
Elizabeth
Día de hoy, finales de septiembre. 54
No sabía cuánto tiempo más podía hacer esto. No sé cuánto más puedo
soportar.
Luché contra la debilidad que temblaba mis rodillas, porque no quiero ser esa
mujer. La odiaba. No la reconocía.
Era visceral. Una reacción que no podía parar. Cada mañana rogaba para que
este fuera el día en que abría la puerta y lo reconociera. El día que reconociera a
Christian como el hombre que amaba.
Que le quería.
Cegadora.
55
Insoportable.
Maligna.
—Ayúdame. —Gemí.
Pero no había nada que pudiera salvarme. Nada que pudiera volver el tiempo
atrás. Nada me podría devolver lo que había perdido.
Cada vez que era testigo de la preocupación que recubría su cara, se llevaba 56
todo corriendo hacia atrás y lo único que quería era bloquear todo.
Y estaba tan enojada, tan enojada con él, y sin embargo, ni siquiera sabía por
qué.
Odiaba que casi me sintiera aliviada. Amaba a mi niña tanto, pero forzarme
a encontrar la energía para cuidar de ella era la tarea más difícil que jamás había
enfrentado. Sólo quería dormir y cuando estaba en la escuela o con Christian, eso es
lo que hacía.
Elizabeth
Marzo, seis meses antes 57
—Ven aquí —dijo Christian mientras tomaba mi mano. La noche había caído.
Las llamas lamían, brillaban y bailaban desde la chimenea en un rincón de la pequeña
habitación familiar, manteniendo fuera el ligero frío que había llegado. Habíamos
arropado a Lizzie una hora antes y nuestra hija dormía arriba profundamente.
Christian estaba acostado en el sofá y tiró de mí hacia él. Me reí mientras me
estrellaba contra su pecho firme. Me envolvió en la seguridad de sus brazos y me
acurruqué en su calor.
Sin parar, Christian había cuidado de mí durante los últimos meses. Habían
sido duros. Al igual que con Lizzie, el malestar me había poseído por la mañana y la
noche. Con su apoyo, había hecho todo lo posible para superarla. Todavía había
cuidado de mi hija y había seguido trabajando en el banco, a pesar de que me había
reportado enferma más veces que de las que en realidad había ido.
Pero a diferencia de con Lizzie, mi malestar había comenzado lentamente a
desaparecer una vez que llegué a la marca de doce semanas.
—Bien —contesté con toda honestidad. Bueno, tal vez no del todo honesta, 58
porque no creía que alguna vez me había sentido mejor de lo que me sentía entonces.
Tal vez era porque era tan feliz.
Mis dedos jugaron a lo largo del cuello de su camisa blanca abotonada antes
de que le rozara el cuello y a través de la barba sin afeitar que recubría el ángulo
agudo de su mandíbula. Tocarlo envió lentos hormigueos ondulantes, cubriendo cada
centímetro de mi cuerpo. Mordí mi labio para ocultar la sonrisa afectada. Christian
lograba hacerme sentir cosas que no debían ser posibles, los roces más suaves de piel
me encendían, dejándome en llamas.
Encontré su mirada.
—Esperaba que fuera malo todo el tiempo. Y sabes que felizmente habría
pasado por ello, pero no puedo decirte lo aliviada que estoy de que esté empezando
a desaparecer. Había estado esperando todo este tiempo que me sentiría bien en
nuestra boda y luna de miel.
Pero podía comer y podía trabajar y fácilmente podía lograrlo a través del día.
—Mmm... —Su pecho retumbó con el sonido sexy y el brazo alrededor de mi
cintura se apretó.
—Será mejor que empieces a ahorrar energía ahora. —Levantó una bromista,
sugerente ceja.
Me eché a reír.
Ella.
—Christian no ves lo que yo veo. —Lo que había visto desde que me había
permitido por fin creer.— Cada vez miras a nuestra hija, tu devoción es clara. No hay
duda de ello. Lizzie no va a cuestionarlo, tampoco. Eres su héroe. Sólo sigue
amándola cómo lo haces. Esta allí para ella cuando te necesite... muéstrale el camino
correcto cuando hace algo mal, anímala cuando hace algo bien.
—¿Y este bebé? —Presioné con énfasis.— La has adorado desde el momento
que nos enteramos.
Pero supongo que no estábamos preparados para lo grande que nuestro amor
realmente era en la mañana que entramos a mi primer ultrasonido hace tres semanas
a las doce semanas.
Al verla por primera vez... había tocado algo perdido dentro de mí, un lugar
para ella tallado en forma permanente en mi espíritu. Y Christian... Había estado
superado. Deshecho. Estaba segura de que el hombre nunca sería el mismo.
—¿De verdad crees que hay alguna posibilidad de que no sepa lo mucho que
la amas? No hay ninguna posibilidad, Christian.
Los ojos azules brillaron con la más profunda emoción mientras me sujetaba,
palmeando la pequeña protuberancia que encajaba perfectamente en su mano.
—Amo tanto a este niño. Amo tanto a mi pequeña Lizzie. —Se inclinó y me
besó, sólo el simple roce de sus labios, pero todavía algo que hablaba de su pasión—
Dios, te amo.
Pasé mis dedos por los planos de su pecho y sobre sus hombros, no podía
apartar la vista de este hermoso hombre cuya presencia llenaba ese vacío en mí que
había dolido durante tantos años.
Deslizó su mano hacia arriba y extendió sus largos dedos sobre mi pecho, las
puntas de sus dedos trazando a lo largo de mis clavículas. Podía sentir el latido de mi
corazón retumbando constante bajo ellos, su toque evocando un profundo sentido de
seguridad dentro de mí.
—Quiero saber lo que quieres hacer con tu vida. ¿Quieres volver a la escuela
de derecho y convertirte en abogado? ¿Todavía es lo que quieres? —Un aliento áspero
se le escapó.— No puedo dejar de pensar en todas las veces que hablamos cuando
estábamos en la universidad, todos los sueños que tenías. Ibas a salvar al mundo,
Elizabeth y yo quería estar allí para verte hacerlo.
Impresionante.
Acunó mi mejilla.
Lo miré fijamente cerniéndose sobre mí. Algo que parecía respeto brilló, con
los ojos centelleantes por ello.
Suspiré en su boca y dejé que mis dedos trabajaran en los rígidos músculos de
su espalda mientras él me sumergía en el auge de su pasión. Era gentil, tan suave,
cómo si me pudiera romper, mi frágil cuerpo consolidado en la seguridad de sus
brazos.
Había estado tan enferma que pensé que no habíamos hecho el amor más de
tres o cuatro veces en los últimos meses.
¿Tenía alguna idea de lo desesperada que estaba por tenerlo? ¿Cuánto necesitaba que
me poseyera?
Christian siseó mientras rastrillaba mis uñas por la suave piel de su espalda a
su estrecha cintura.
Él era mi todo.
Christian se movió hacia atrás. Sin romper nunca nuestro beso, sus manos
firmes vagaron por mis costados, clavándose en mis costillas antes de que me sujetara
por las caderas. Por un segundo, cortó nuestra conexión y levantó la mirada hacia el
silencio que irradiaba desde el piso de arriba, luego volvió a mirarme con una sonrisa
arrogante elevando sólo un lado de su boca.
—Tienes que estar callada porque voy a tomarte aquí mismo Elizabeth. —Su
voz salió baja mientras pronunciaba la orden cerca de mis labios. Metió la mano entre
nosotros y liberó el botón de mis pantalones vaqueros.
Me besó hasta que estuve sin aliento, hasta que estuve jadeando y mi corazón
latía con fuerza, golpeando en mis costillas.
—Joder, Elizabeth, ¿tienes alguna idea de lo que me haces? Mírate —dijo bajo
mientras su mirada cortaba un camino de fuego sobre mi cuerpo. Sus ojos
revolotearon lejos de los míos, su atención cayendo para acariciar el encaje negro que
cubrían mis pechos y bajando por mi cuerpo para aterrizar sobre mi cintura.
La lengua de Christian salió disparada para humedecer sus labios, sus dedos
ágiles tirando de la cintura de mis pantalones vaqueros. Se movió fuera del sofá y los
quitó, luego hizo un rápido trabajo con mis bragas y sujetador. Mirándome,
desabrochó el botón de sus pantalones y lentamente bajó la cremallera. Los empujó
hacia abajo, saliendo de su pantalón y bóxer, revelando cada centímetro de la
perfección de este hombre. Mis ojos viajaron a su longitud. La lujuria que se
enroscaba en mi estómago se profundizó, acumulándose mientras palpitaba entre mis
piernas.
Me retorcí.
Christian empujó separando mis rodillas mientras se recostaba sobre mí, su
semblante apasionado, el azul de sus ojos todo en llamas en esta pasión que nunca
nos dejaría.
—Te amo más de lo que nunca sabrás —dijo otra vez mientras me 68
atormentaba, rozando su longitud a lo largo de mis pliegues. El deseo pulsaba,
enroscado en mi estómago y sacudió mis piernas. Gemí, arqueando mi espalda
mientras aplastaba mi pecho con el suyo.
—Te amo, Christian. Siempre. No hay nada que pueda hacer que deje de
amarte. Nada que pueda hacer que deje de necesitarte. Eres mi principio y eres mi
final, el único que va a estar allí para todo. —Las palabras salieron cómo un
juramento solemne, mi compromiso con él.
Calor abrasó entre nosotros, una fiebre de necesidad preparándose para hervir
dentro de los confines de la manta, nuestros cuerpos en busca del otro.
Levanté las caderas, tomando más de él, pero no lo suficiente. Mis dedos se
clavaron en sus hombros, mordiendo su piel, implorando.
Christian cayó sobre sus antebrazos, con la cara a unos centímetros de la mía.
Éramos uno.
No había mayor gozo que este. No había mayor alegría que estar en sus
brazos. La vida que había pasado tantos años anhelando había sido encontrada en la
devoción de este hombre. Una conexión que nunca podría ser rota, incluso en todos
esos desiertos, solitarios años que habíamos pasado separados.
Elizabeth
71
Presente. Finales de septiembre
—¿Liz? —Viajó por las escaleras en un camino directo hacia mis renuentes
oídos.
No contesté.
En cambio, agarré la almohada, forzando profundamente mi rostro en el
tejido. Tal vez si me enterraba lo suficiente, me podría tragar completa. Quizás…
quizás pudiera desaparecer.
Internamente me estremecí. Sabía que esas no eran sus intenciones pero esas
intervenciones siempre se sentían como una emboscada.
—Debiste haber llamado primero. Creo que hoy no me siento con ánimo para
ello.
—Un poco más tarde de las 11 am… lo que significa que es hora de levantarse.
Ahora muévete.
Todo lo que quería hacer era dormir; no soñaba, no veía, no hería y no existía.
Se iban.
Se iban.
Sabía que este daño nunca se desvanecería. Tragando las emociones
agrupadas en mi garganta, las obligue a volver adentro, buscando que se
adormecieran. La última cosa que necesitaba era que Natalie pensara que tenía que
entrar para verificarme. Rápidamente me bañe, luego cerré la ducha.
—No necesitas hacer eso —dije mientras la vergüenza corría a través de mí.
Sabía que trataba de ser amable, pero eso me golpeó el pecho. Me había
convertido en inútil, sin valor. No podía ni doblar la ropa de mi hija, era patético. Lo
más difícil para mí era el hecho de que Christian estaba cuidando de mí
financieramente. Cada dos semanas, el depositaba dinero en la cuenta que
compartíamos, una que juntos habíamos abierto para nuestra vida juntos. Una vida,
que ahora tengo que aceptar nunca será. Él nunca toco nada de ella y sabía que él
había dejado el dinero para mí. Era humillante, degradante.
Sin embargo la tome porque no sabía qué hacer. El pensar en tener que
levantarme todos los días e ir a trabajar había golpeado mi instinto convirtiéndolo en
un frenesí de ansiedad. Así que tomaba eso del hombre que había destruido o quizás
del que me destruyó a mí. Mi pecho estaba apretado. La verdad era, que la vida nos
había destruido a los dos, quitándonos lo que no sabíamos cómo vivir sin ello.
—¿Cómo te sientes hoy? —dijo ella en la forma más casual, pero con matices
más fuertes.
Era lo mismo cada vez que veía a mi familia; ellos me miraban, esperando
que me olvidara de todo; constantemente decían que algún día todo estaría bien. Mi
resentimiento crecía porque ninguno lo entendía. Había llegado al punto donde no
quería verlos o estar en su presencia; porque todo lo que hacían era animarme,
prometer cosas que no podrían ser. Ninguno de ellos sabia de lo que estaban
hablando. No sabían, no podrían. Me quedé en el último escalón, aferrándome a la
baranda como si fuera mi salvavidas. 76
—Hoy me siento muy bien. Sabes qué, ¿por qué no vas sin mí? Mientras tengo
la energía, creo que sería mejor limpiar aquí. A la casa le vendría bien una buena
limpieza.
—Sí —mentí.
Hacia la parte trasera del local, donde habían unido dos mesas para dar cabida
a todos nosotros, Sarah agitaba su mano sobre su cabeza.
—¡Allí están! —Natalie levantó su mano y saludo. Ella tomó una de las mías
y me llevó hacia ellas golpeándonos con las mesas.
Me puse tensa, ella notó mi reacción, aun así me abrazó más fuerte.
—Es tan bueno verte, Elizabeth —dijo en voz baja, apartándome para verme
el rostro.
—Es bueno verte, también —dije. Sabía que en algún lugar dentro de mí, era
cierto. Apretando mi brazo, ella dio un paso hacia atrás.
Luché para respirar. Era una tarea rutinaria, forzando el aire a entrar y salir
de los pulmones, aceptando este requisito para vivir. Era 100 veces más por la
entusiasta bienvenida de ella. Sabía que no era su culpa; eso era todo. De todas las
personas aquí presentes, Carrie era la que menos entendía. Había dicho cosas que
78
me habían herido con la fuerza de un cuchillo; solo que no estaba destinado a ser.
Sabía que ella solo lo decía para motivarme. Aun así, había querido arrancarle el
rostro, gritarle y decirle que se callara la boca. En lugar de terminar sobre mis rodillas,
vomitando, tratando de eliminar su comentario de mi mente.
Ella dio un paso hacia atrás y cayó en su asiento. Lentamente mamá se levantó
de su silla. Mientras me miraba, su acercamiento fue calculado. La habría evitado,
no sé por qué. Solo que no podía manejar la forma en que me miraba.
Entendí lo difícil que era para ella verme así, como también yo quería la
alegría para mi propia hija. Me mataría si Lizzie tuviese que pasar por algo como
esto en su vida. Me darían ganas de abrazarla y encerrarla para mantenerla protegida
de cualquier tragedia que le pudiera acontecer. Tal vez yo estaba destrozada, pero
quedaban suficientes pedazos de mí que todavía adoraban a mi hija. Era la única
cosa en este lío por lo que podía dar gracias. Lizzie, mi luz, mi vida.
Ella era la esperanza que me sacaba de la cama por las mañanas, la que me
daba la habilidad de poner un pie frente a otro, la última parte de mi todo que sostenía
mi alma cansada. Por todo esto, fui capaz de reconocer que mi madre se sentía igual
por mí.
Sus fuertes brazos me envuelven, mis brazos quedan atrapados entre las dos;
la voz áspera de mi madre dijo:
—Gracias por venir.
Asentí y mentí.
—No me lo perdería.
Ella frunció sus labios e inclinó más su cabeza, aceptando el engaño. Tomé 79
asiento y abrí el menú delante de mí.
—Su comida debe salir pronto. Déjenme saber si necesitan algo entretanto —
dijo ella colocando la bebida frente a mí.
Sabían muy poco que era una tarea imposible. Hice mi mejor esfuerzo para
mantenerme escuchando lo que decían. Traté de escuchar los detalles sobre sus
familias, las cosas que eran importantes para ellos, cercanas a sus corazones. Sarah
habló sin cesar sobre sus hijos. Angie había ganado el concurso de deletreo y
Brandon había comenzado la nueva temporada de futbol. Habló de lo emocionado
que él estaba ya que jugaría de entrada y lo aterrorizada que ella estaba por permitirle
tomar parte de ello.
Carrie había conocido alguien nuevo, alguien que debía haberle causado gran
impacto porque ella reía y sus mejillas se sonrojaban con solo mencionar su nombre.
Mi pequeña hermana no se avergonzaba. Ella habló de este chico por mucho tiempo,
brindándonos cada aspectos de si vida y como estaba segura de que encajaba en la
de él. Bajé mi cabeza y presioné mis ojos, pidiendo poder volver a sentirlo así para
mí, también poder estar contenta por ellas. Me sentía como la peor persona de este
mundo porque simplemente no podía sentirlo así y quería. Dios, ¿ninguna realmente 80
comprendía lo mucho que quería eso?
—¿Estabas escuchando?
Podría jurar que ella la había pateado por debajo de la mesa. Sarah y yo
habíamos sido siempre muy unidas. Ella había sido a la que siempre corría cuando
era niña; la que siempre parecía tener esta sabiduría natural, siempre veía las cosas
que no podía ver. Y raramente se desviaba de su recta conducta. La atención de Sarah
fue a Natalie.
Pero obviamente eso no aplicaba hoy. Sus ojos volvieron hacia mí; tenían
emoción, simpatía, indignación y decepción.
Por sus palabras, sentí que la sangre se había ido de mi rostro. Volvió el
malestar, agriando mi estómago mientras una oleada de nauseas corrían a través de
mí. Era lo suficientemente malo cuando ellas hicieron algunos comentarios, los que 81
estaban para ayudar aun cuando se sentían como una cachetada en el rostro.
Pero esto… esto no solo parecía una emboscada. Era una emboscada, un
ataque para el cual no estaba preparada. Uno que nunca estaría lista para enfrentar.
—Te has sentado allí todo este tiempo sin decir una palabra; ni una palabra
—enfatizo ella.
—Sarah por favor, no hagas esto ahora —suplicó Natalie con una voz baja.
Su atención estaba entre las dos mientras se mordía su labio. Las lágrimas bordeaban
sus ojos.
—¿Y qué hay de Christian? ¿El hombre que caminaría sobre sus manos y
rodillas por brasas calientes por ti? ¿El que con mucho gusto moriría por ti? ¿Lo has
mirado últimamente?
82
Retrocediendo por la insinuación, volteé mi rostro a un lado para protegerme
de las cosas que no quería escuchar.
Ella miró los huesos que sobresalían de mis brazos, dejándolos vagar por mis
clavículas.
—¿Te has mirado en el espejo últimamente? ¿Has visto lo que te has hecho?
—Yo no pedí esto —dije hacia la mesa, mi mirada discordante rebotó entre
las mujeres que me miraban en estado de shock.— Yo no pedí que esto pasara y estoy
segura que no pedí su opinión o consejo. —Agarrándome mí pecho herido.— Solo
déjenme en paz —supliqué.— Por favor, todas ustedes, déjenme en paz.
—Liz, lo siento —su voz era tranquila.— Por favor… —ella se ahogó con sus
propias lágrimas.— Por favor, no pienses que planificamos esto, porque no fue así.
Solo que todos están preocupados por ti.
Miré su pesar reflejado en sus brillantes ojos. Las dos nos quedamos sentadas,
84
mirándonos llorar una a la otra; sin saber qué sentido darle a este lío porque ninguna
de nosotras quería ser parte de él. Ella se aclaró su garganta y movió su cabeza.
—Pero lo que dijo Sarah, no sé, quizás estuvo mal de la manera que lo dijo.
Pero es cierto. Es tiempo —enfatizó.
—¿Todavía lo amas?
Más lágrimas bajaron por su rostro, quizás por empatía hacia mí. Su atención
viajó hacia el parabrisas mirando la calle vacía. Estábamos sentadas entre un silencio
atroz.
—Entonces quizás necesites recordar cómo vivir sin él, Elizabeth, porque no
puedes continuar de esta manera.
—Trataré —le prometí a mi prima, mi amiga; pero dentro de mí, sabía que a
quien necesitaba convencer era a mí.
—Me tengo que ir y a recoger a Lizzie —murmuré, porque había tenido toda
la conversación que había podido manejar.
Dije que trataría y eso era todo lo que podía dar. Ella asintió y salí de su auto.
Capítulo 8
Traducido SOS por Lady_Eithne
Corregido por Leluli
Elizabeth
86
Finales de mayo, cuatro meses antes.
—Voy a echarte de menos —gruñó con voz ronca cerca de mi oído antes de
hurgar entre mi pelo para besarme el cuello, enviando una excitación nerviosa
corriendo a través de mi cuerpo.
Christian nos balanceó con una lenta oscilación, su cuerpo plano contra el
mío, cada centímetro de él pegado a mí.
Era increíble cuanto me gustaba. Cuanto amaba esto. Apreté mis manos sobre
las suyas que estaban extendidas sobre mi barriga y descansé contra la fortaleza de
su pecho.
87
La voz de Christian se hizo más profunda, las palabras roncas.
—No creo que tengas nada de lo que preocuparte, Natalie. Mientras que la
boda me incluya a mí bailando con mi esposa y con ella terminando en mi cama
después, todo va a ir perfecto.
Ahora podía reconocer a ese chico ansioso que nadaba a través del espíritu de
este hombre cariñoso. Este era el Christian que me había vuelto loca, robado el
aliento con la misma seguridad que me había robado el corazón.
Natalie chilló pero no había forma de que pudiera ocultar la sonrisa que 88
capturó su cara.
—No estás preocupada, ¿verdad? —Su sonrisa era más grande que la de ella.
—Por supuesto que no, pero si esos dos no lo dejan ya, van a hacer que
lleguemos tarde.
Yo me reí más mientras Christian me acunaba desde atrás, su risa era todo
descaro con la burla de Matthew.
Una ráfaga de color se filtró hacia mis mejillas con la evidente insinuación de
Christian.
Aun así, era verdad. Christian y yo no podíamos tener suficiente el uno del
otro. Nunca lo haríamos. La necesidad entre nosotros llegaba sin fin, esta poderosa
fuerza que se disparaba a través de mí cada vez que me tocaba.
Para rematarlo, estábamos emocionados. Todos nosotros. Era una alegría que
se asentaba como un aura palpable en la calidez del aire de San Diego.
Christian giró esos fuertes dedos hacia arriba y la acunó con ternura. A
nuestra niñita. Lillie. Lizzie le había puesto el nombre porque quería que su
hermanita tuviera un nombre como el suyo. Christian y yo no dudamos en aceptar.
Era perfecto.
Levanté la vista mirándolo fijamente mientras pasaba sus pulgares justo por
debajo de mi ombligo.
—La amo —susurró— y te amo a ti. —Bajó la mirada hacia mí con esos
amables ojos azules que de alguna forma aún se las arreglaban para arder. La
atención de Christian encontró su camino de vuelta a mi oído, su aliento caliente
mientras acariciaba mi piel.— Sabes que preferiría pasar la noche en la cama contigo,
¿verdad? —murmuró.
Liberó una cálida risa sobre mi cuello mientras me apartaba el pelo hacia
atrás, besándome ahí.
Me eché a reír y di un paso atrás. Con los ojos muy abiertos, articulé con los
labios hacia ella.
—Bien.
Tras de mí, unos pasos resonaron desde la casa y al otro lado de la acera. Me
volví para encontrar a la madre de Christian, Claire, de pie al final del camino de
entrada, con la mano de Lizzie envuelta en las suyas. Su cara estaba llena de una
alegría diferente a cualquier cosa que le hubiera visto antes. Había llegado a la ciudad
dos días antes, para quedarse aquí en las festividades de la semana entrante. Se
quedaría dos semanas después de la boda para ayudar a mi madre a cuidar de Lizzie
mientras Christian y yo estábamos fuera en nuestra luna de miel.
—Bueno, ahora que tengo aquí a mis chicas, realmente no creo que quiera
irme.
—Papi —Lizzie le regaño con su gran sonrisa, los hoyuelos marcando sus
mejillas. Había crecido mucho durante el último año. Celebramos su sexto
cumpleaños el fin de semana pasado. A veces era increíble lo rápido que había
crecido, que mi bebé de carita redonda estuviera creciendo para ser una niñita.
Aun así, seguía siendo la cosa más dulce que hubiera visto jamás.
—Tienes una fiesta. Tienes que ir —continuó mientras se balanceaba sobre
los laterales de sus pies y oscilaba al lado de su abuela.
Miré pasando entre las caras de la familia que amaba y pensé que no, que no
había ni una posibilidad. Christian me había devuelto todo lo que había perdido, me
había completado de una forma que nunca creí que fuera imaginable. 92
—Será mejor que vayas a darle a tu papá un abrazo de despedida antes de que
se vaya —animó Claire mientras sesgaba una sonrisa deliberada a su hijo. Me
encantaba ver a Christian y a Claire de esta manera. Cercanos, el más acérrimo
apoyo, defensor y amigo el uno del otro.
—Bueno, eso es perfecto, cariño. Se una niña buena por mí, ¿de acuerdo?
Los espejos se alzaban en cada lado. Rumores en voz baja llegaban susurrando
desde ellos, revolviendo algo muy dentro de mí, pronunciando mis esperanzas y
sueños olvidados. Murmuraban acerca de un futuro que había anhelado cuando era
niña. Uno donde era el amor el que lo conquistaba todo.
Había deseado mucho eso para mi vida, pero años atrás había renunciado a
esa imagen perfecta, contándola como una perdida.
Mi atención vagó por la longitud del espejo, asimilando el simple vestido sin
tiras. Tenía un cuerpo de delicado encaje blanco tranzado con una gruesa faja que
encajaba de forma ceñida justo por encima de mi expandida cintura. Daba paso a
una cascada de tul que caía en suaves ondas por mi cuerpo. El vestido fluía hacia el
suelo y el material era más denso en la parte trasera con una leve insinuación de cola.
¿Cómo, en tan corto espacio de tiempo, mi vida había pasado de estar vacía a
completa? Hace menos de un año, había pasado mis noches sola, rindiéndome a la
94
creencia de que siempre lo estaría. Ahora, las pasaba en la seguridad de sus brazos.
Christian había, una vez más, cambiado la dirección de mi vida, esta fuerza
de hombre al que nunca me podría resistir. Nunca debí haberlo intentado.
—Oh, Dios mío, Elizabeth —susurró Natalie a mi lado. Las puntas de sus
dedos estaban presionadas contra sus labios.— Es... perfecto.
A través del espejo, Natalie se encontró con mi mirada acuosa. Dejé que la
mía vagara hacia mi hija que daba botes a su lado.
Una sonrisa trémula enmarcó mi boca mientras bajaba la vista hacia la niñita
que amaba con toda mi vida. Pasé mi mano sobre el suave material que cubría mi
estómago, donde esta nueva vida afloraba. De alguna forma este bebé se las arreglaba
para llenarme por completo. Ni por un segundo se llevaba el amor que mantenía por
Lizzie. Simplemente magnificaba lo que ya había en mi corazón.
Al principio, había tenido sus reservas acerca de Christian y yo. No era que
no quisiera que estuviéramos juntos, era solo que creía que estábamos apresurando
demasiado las cosas, la forma en que habíamos adelantado la fecha de boda y
definitivamente cuando le contamos que estábamos esperando un bebé. Quería que
95
nos diéramos tiempo para que pudiéramos volver a encajar el uno en la vida del otro,
para confiar y creer, para construir antes de que hiciéramos ningún compromiso
permanente.
Pero el tiempo había llevado todo eso a un final, porque el tiempo no podía
cambiar lo que Christian y yo compartíamos. Una relación fuerte se había construido
de forma estable entre Christian y mi madre. Era increíblemente importante para mí
porque los amaba a ambos más de lo que debiera haber sido posible. No podía
soportar que siguiera habiendo ninguna riña entre ellos.
—No me hagas llorar —ordené, presionando mis dedos contra el hueco entre
mis ojos, intentando controlar la emoción que estaba luchando por liberarse.
Elizabeth
Y quería a Lizzie.
Habían pasado dos días desde que vi por última vez a mi pequeña. Ella pasó
el martes y el miércoles por la noche con su padre. A pesar de que siempre la echaba
de menos, había una resignación sombría que siempre acompañaba el sentimiento.
Fue entonces que me encontré a mí misma perdida en el olvido del sueño,
consumiendo los minutos y las horas, dejando ir los días de mi vida porque no quería
vivirlos.
Pero hoy era diferente. No estaba segura de por qué. Esta mañana me desperté
temprano. Me había levantado y limpiado la casa, salí al patio trasero y me entretuve
en la cama de flores, me había duchado y cambiado.
Y sabía que era sólo una solución temporal, un parche que no podía
contenerlo. Sin embargo, me encontré con un cierto sentido de satisfacción en ello.
Después de lo que pareció una eternidad, el timbre sonó. Segundos más tarde,
los niños comenzaron a salir a través de las puertas de la escuela y el pasillo abierto. 98
Me levanté de mi coche y me fui a pie a la entrada, mi atención se centró por
delante mientras me esforzaba para atrapar el primer vistazo de mi hija.
—Hola, Liz.
Me calmé.
—¿La estás extrañando? —me preguntó, con una expresión seria de repente y
volvió toda su atención a mí.
Tomada por sorpresa por su pregunta, me di vuelta a mirarlo. Parpadeé
rápidamente cuando lo encontré mirándome. Su mirada era intensa, como si
estuviera buscando una respuesta dentro de mí.
Una mata de pelo negro que sólo podía pertenecer a Lizzie finalmente
apareció a la vista detrás de la manada de estudiantes que acuden a sus coches. Su
cola de caballo rebotó violentamente detrás de ella mientras saltaba a lo largo de la
acera, mano a mano con Kelsey. Ella sonreía, una sonrisa tan brillante que no podía
dejar de sonreír yo misma.
—¡Mami! —chilló cuando ella me vio. Se dirigió derecho hacia mí,
arrastrando a Kelsey.— Te extrañé. —Ella echó los brazos alrededor de mi cintura y
me abrazó. Envolví mis brazos alrededor de ella, en lo alto de su espalda,
sosteniéndola cerca de mí. Dios, se sentía tan bien. ¿Cuánto extrañé a esta niña?
Entonces me di cuenta, la he estado extrañando por mucho más tiempo que sólo los
últimos dos días.
Ella me abrazó un poco más antes de que volviera su atención a Kelsey, que
parecía estar conectada permanentemente a su lado.
—No estoy segura, cariño, pero estoy podemos encontrar algo mejor.
Casi había olvidado que estaba allí. Tomando la mochila de Kelsey, se la colgó
al hombro.
—¿Por qué no vienen tú y Lizzie el domingo por la tarde? ¿Podemos dejar que
las niñas jueguen y podemos hacer una barbacoa o algo así? —lo dijo de un modo
improvisado, por completo indiferente.
Dudé, sabiendo que no debía ser nada. Aun así, se sentía como algo.
—No creo que sea una buena idea en este momento —dije en voz baja,
volviendo la mirada hacia mis pies.
—¡Oh, por favor, mamá, por favor! —rogó Lizzie a mi lado mientras saltaba 101
arriba y abajo.
Kelsey se unió.
—No es una gran cosa, Liz. Honestamente... es solo comida y va a ser mucho
más divertido si lo compartimos con amigos.
Apreté los ojos para bloquear todo, este reflejo se acurrucó en mi estómago y
se agrió en mi boca.
Lo odiaba, odiaba no poder dejar de sentir esto cada vez que pensaba en él.
Por segunda vez en el día, nada pudo sacar la sonrisa de mi boca, el más leve
indicio de la alegría manifestándose en mi rostro. Ver a mi hija de esta manera,
sabiendo todo por lo que había sido arrastrada a través de los últimos meses y que
todavía estuviera alegre, trajo una sensación de paz dentro de mí.
Lo intentaré.
—Por supuesto. —Insegura habría sido una mejor descripción de lo que estaba
sintiendo, pero lo dije de todos modos. Tomé la mano de Lizzie para llevarla al
auto.— Nos vemos el domingo, entonces.
—Ah, ¿y Liz?
Tímidamente, miré hacia abajo a los pantalones vaqueros y la camiseta que 103
llevaba, la primera ropa de verdad que había llevado para recoger a Lizzie en meses.
Jugueteé con el dobladillo de mi camisa mientras sentí mi cara enrojecer.
Su risa estaba llena de burla, a pesar de que retumbaba con algo más.
Elizabeth
104
Finales de mayo, cuatro meses antes.
Saqué el camisón de la caja y lo sostuve frente a mí. Tenía que ser la pieza más
atractiva de lencería, todo encaje, ligas y cintas... y, bueno... no mucho más.
Discretamente negué con la cabeza y mordí mi labio. Nada sonaba mejor que
dos semanas de solo Christian y yo, largos días y noches perdiéndonos entre nosotros,
nuestros corazones, mentes y cuerpos envueltos y consumidos.
—Bueno, le diré que esto es cortesía tuya. —Le sonreí burlonamente de 105
vuelta. Entonces sonreí.— Gracias, Nat. Sinceramente.
Selina.
Una taza de café blanca. La hice girar un poco, incapaz de contener mi sonrisa
cuando me encontré con la personalización en la parte frontal.
Sra. Davison.
Me volví hacia mis invitados. Una ronda de ohhh y ahhhh muy dulce se
levantó sobre el ambiente.
No podía dejar de estar de acuerdo.
—De nada.
Realmente no podía esperar a que ese fuera mi nombre. Estaba más que lista.
La fecha se había convertido en un faro, una señal para nuestro futuro. A pesar de
que Christian y yo ya habíamos empezado nuestra vida juntos, no hacía que el día
fuera menos importante. 106
—Aquí, ahora abre el mío. —Carrie se adelantó y tomó una bolsa de regalo
de color blanco que desbordaba papel de seda negro.— Aquí.
Ella se burló.
—No actúes como una mojigata. —Inclinó la cabeza hacia mi estómago que
sobresalía por encima de mis jeans ajustados.— Porque ninguno de nosotros en esta
sala se lo va a creer.
Le di un manotazo y se rió.
—Eres terrible.
Se limitó a sonreír.
Cerré los ojos y metí la mano en la bolsa, esperando lo peor. Si alguien en esta
sala me haría sonrojar, esa era Carrie.
Pasé los dedos sobre el álbum hecho a mano antes de que lo abriera por la
primera página. Las fotografías estaban pegadas en papel decorativo, desteñido y
raído, los colores se desteñían en los días más jóvenes de nuestra juventud. Mis
hermanas y yo estábamos en el patio trasero de nuestra madre. Las tres estábamos en
nada más que nuestra ropa interior, cubiertas de barro, llevando las sonrisas más 107
grandes que jamás verás a unas niñas presumir. En otra, la Navidad había llegado y
mis hermanas y yo estábamos vestidas con pijamas con piernitas, nuestra emoción
era palpable mientras colgábamos nuestras medias sobre la chimenea.
Una tercera era de Pascua, vestidas con volantes de color rosa, un lío de
imitación, hierba verde, huevos llenando la parte superior de nuestras cestas.
No pude detenerlas.
Pasé las páginas a través de los años de nuestra vida, fotos de la escuela, obras
de teatro, partidos de fútbol y dormir fuera de casa. Crecimos y los cortes de cabello
y estilos cambiaron, una progresión de tiempo compartido, pero todos ellos eran una
proyección de nuestra alegría.
Y en la última página del álbum, había crecido. Las líneas de mi cara daban a
entender la mujer en las que me convertiría, aunque todavía llevaba la inocencia de
una niña. La foto había sido tomada justo antes de que abordara un avión por primera
vez en mi vida. Casi podía ver la maravilla que había llenado mis ojos, el miedo y la
ansiedad, todo mezclado con la mayor especie de anticipación mientras me dirigía a
la ciudad de Nueva York.
Por instinto, mi mano buscó mi estómago donde Lillie me dio una patada,
donde su pequeño pie sobresalía por mi lado.
Carrie se inclinó y me abrazó de una manera que nunca antes había hecho.
—Yo sólo quería que te vieras a ti misma a través de mis ojos... la forma en
que te veo. Estos son mis recuerdos de mi hermana mayor que admiré toda mi vida.
Nunca dejaré de hacerlo —prometió.
Las lágrimas que había estado tratando de contener cayeron. Sollozando, las
sequé con el dorso de la mano.
—Te quiero.
Mi Querida Elizabeth:
Me encuentro perdida para expresar mi alegría, mi gratitud y mi amor por ti. Son
abundantes. Profusos. Interminables.
Lo único que una madre quiere es que sus hijos sean felices. Hay tantas maneras
109
en que creo que le fallé a mi hijo, errores que nunca podré recuperar. Pero lo miro ahora y
veo la forma en que te ama a ti y a Lizzie, la forma en que ama a este nuevo bebé y sé que
algo debo haber hecho bien.
Y eres tú, Elizabeth, tú quien traes esta luz en él, que le hace brillar.
Nunca se lo he dicho a nadie, pero durante toda mi vida, he deseado una niña para
llamar mía. Puede que Christian sea el único niño que parí, pero tú eres mi hija.
Te amo, te deseo a ti y a Christian una vida de felicidad. Sé buena con los demás y
nunca olvides lo que es importante en este mundo.
Tuya, Claire
Hablamos en silencio, mil palabras dichas en silencio. Claire era una de mis
lecciones en la vida, un testimonio de que las personas no siempre son lo que parecen
y a veces los corazones puros están enterrados debajo de sus propios errores.
La amaba por su manera de ver a través de ello. La amaba por poder ver a
través de mí.
Arrastrando mi atención, desenvolví su regalo y lentamente levanté la tapa.
En el interior, el regalo estaba envuelto en papel blanco, tejido con brillo, y una nota
pequeña con algo garabateado en ella, en la parte superior.
Estaba tan emocionada por estar delante de Christian con eso puesto como lo
estaba por mi vestido de novia. No, estar con Christian no era nada nuevo. ¿Cuántas
veces había hecho el amor con él cuando éramos jóvenes, cuando éramos todo
manos, necesidades y deseos? Como me había enseñado y yo había aprendido de
buena gana, cómo había rogado y él complacido. Y Dios, en estos últimos meses
desde que volvimos... hormigueaba con el pensamiento.
Me cortó la respiración.
Mis dedos trazaron a lo largo del suave material y acariciaron sobre una
mancha descolorida que insinuaba una esquina satinada.
Pero compartir este embarazo con él, ganar de nuevo lo que había perdido, lo
que había echado de menos desesperadamente, había llenado el vacío que me había
perseguido durante tantos años. ¿Cuán intensamente había anhelado una familia?
Sólo porque lo había deseado a él. Pasando por todo esto, me sentía más cerca de él
de lo que nunca lo hice.
—Bueno, ese fue el último —dijo Sarah cuando empezó a recoger las pocas
piezas sueltas de papel de seda que habían caído al suelo. Los metió dentro de una
bolsa vacía.
Lillie me pateó de nuevo. Tomada por sorpresa, salté con la punzada de dolor 112
justo debajo de mi costilla. Cubrí el lugar con mi mano.
—Oh, Dios mío. —Me miró con una sonrisa que coincidía con la mía antes
de que dejara caer su atención de nuevo a donde tenía su mano en mi estómago.—
Ella se mueve por todo el lugar. Uno pensaría que después de tener dos hijos propios,
esto no volverá a parecer la cosa más genial del mundo.
Sabía lo que quería decir. Incluso después de haber tenido Lizzie, cada vez
que el bebé se movía, me llamaba la atención, no podía procesar lo verdaderamente
increíble que era.
No podía creer que la próxima vez que viera a mis amigos y familia completa,
sería cuando emprendiera la marcha hacia el altar para casarme con el hombre que
había amado durante tanto tiempo como lo recordaba. La próxima semana sería sin
escalas, cenas para entretener a nuestros huéspedes que llegan de fuera de la ciudad,
el ensayo y la cena; y sabía que Natalie me arrastraría por todas partes mientras nos
encargábamos de los detalles de última hora.
Cerré la puerta con un gesto final. Las únicas que se quedaron fueron mis
hermanas, Natalie, mi madre y Claire.
—Increíble. Estas mujeres... —Miré de nuevo a la puerta por donde todas ellas
habían desaparecido.— No me puedo imaginar siendo más querida que en estos
momentos.
—Gracias —murmuré mientras la miraba con una sonrisa suave y luego hacia
abajo, tire suavemente de la cinta de raso.
—Mamá —susurré. Anidado dentro del forro de satén blanco había un anillo.
El anillo de mi abuela.
—Ella me lo dio un par de días antes de morir —dijo mamá. Una corriente
distinta de nostalgia se deslizó en su tono.— Me dijo que te pertenecía a ti y que
sabría cuando sería el momento de dártelo.— Una nostálgica emoción anhelante
bailó mientras bajaba en línea, profundo en su rostro, su boca temblorosa.— Sé que
hoy es ese día, Elizabeth. Ese anillo es para que lo uses en el día de la boda.
Tragó saliva.
—Tengo que ser honesta y decir que he estado preocupada sobre todo esto
para ti. Cuando Christian volvió a entrar en tu vida, tenía miedo por ti, supongo que
fue debido a todos mis propias inseguridades... las cosas que soporté a través de mi
propia vida. —Emitió una especie de risa, aunque estaba empapada en tristeza.—
115
Durante mucho tiempo, vi en nosotras dos lo mismo y en algún lugar dentro de mí,
pensé que viviríamos nuestros días de la misma manera... solas. Como si tuviéramos
un vínculo en común que soportar. —Su voz se fortaleció.— Lo que nunca me
imaginé era que Christian llegaría a ser el hombre que es. Pero no hay duda en que
lo es. Estoy muy agradecida de que hayas encontrado a un hombre que te ame de la
manera en que te lo mereces. Completamente.
Me tocó la mejilla.
116
Capítulo 11
Traducido por Dark Juliet
Corregido por Keyla Hernández.
Christian
117
Día presente, principios de octubre.
Tenía su bolsa de color rosa que colgaba de mi hombro y me dejé caer al suelo
junto a la puerta.
La última vez que había pasado algún tiempo con ella fue la mañana del
sábado antes de que la dejara en casa y había pasado las dos últimas noches con
Elizabeth. Había tenido una reunión temprano en la mañana, así que tuve que pedirla
que la llevara a la escuela y luego la recogió esta tarde. Había estado ansioso todo el
día, deseando que pasaran las horas para que pudiera ir a recoger a Lizzie para que
pasara la noche conmigo.
Tal vez era codicioso, pero creo que sentí un cambio, algo que no pude
identificar. Como si hubiera una diferencia sutil en sus ojos. Como si hubiera un
destello de vida. Había estado ausente durante tanto tiempo, casi no la reconocí, pero
había dejado caer su mirada tan rápido que no tuve tiempo para estudiarla,
entenderla.
Pero sabía que iba a tener que hacer algo. ¿Cuánto tiempo más voy a sentarme
sin hacer nada? ¿Haciendo nada? Una sensación dominante de impotencia que había
contenido, me mantuvo abajo. Pero sentí todo viniendo a mi cabeza.
118
Me aferré tranquilamente a la puerta detrás de nosotros.
Los rayos de la luz del sol ingresaban por las ventanas de piso a techo en mi
loft. Ardientes vetas de naranjas llameaban contra el azul fundiéndose en el
horizonte, brillaban a través de la bahía ondulante mientras la luz del día se escapaba.
—Es muy bonito por ahí, ¿no? —Le eché una suave sonrisa.
—Lo sé, princesa. Lo sé. —Se había convertido en mi favorito, también. Algo
muy especial para Elizabeth y Lizzie se había convertido en inevitable para mí.
Habíamos estado buscando en las casas cercanas a nuestra playa cuando todo se vino
abajo. Lizzie se había emocionado, corriendo a través de cada casa con asombro puro
mientras proclamaba casi cada casa que mirábamos como la única. Sólo podía rezar
que un día finalmente estuviéramos allí.
Rocé su barbilla.
—¿Tienes hambre?
Vagando detrás de ella, me reí mientras rozaba una mano juguetona por su
cabello mientras pasaba a su lado.
Como si no quisiera comer pollo todos los días. Me moví hacia el lado opuesto
de la cocina y me incliné para sacar una olla grande del armario inferior y la coloque
sobre la estufa.
—Oh, papá, nos divertimos tanto. Mamá y yo pasamos casi todo el día allí.
Jugué durante tanto tiempo, y conseguí ayudar a poner la salsa en el pollo. Tuve
cuidado de no quemarme, justo como me enseñaste.
Por una vez, la niña parecía ajena a la agitación que giraba en mí.
—¿Cuál es la casa de Kelsey? —Mi voz salió más dura de lo que pretendía.
Dejando caer mi cabeza, aspiré una respiración y traté de tragarla. Sólo quedo
alojada en la base de mi garganta.
Lo que sí sabía era que no iba a dejar a ese idiota en cualquier lugar cerca de
ella. ¿Quién coño se creía que era? ¿Tomando ventaja de Elizabeth cuando estaba
más vulnerable?
Me pasé una mano temblorosa por el pelo y luego forcé una sonrisa
fraudulenta. El acto era físicamente doloroso.
—¿Por qué no terminas de enjuagar el brócoli? estaré de vuelta para ayudarte
a que ponerlo en marcha, ¿de acuerdo?
Apreté mis ojos, tratando de bloquear las imágenes que invadían mi mente.
Busqué orientarme antes de ir por el pasillo a mi habitación. La oscuridad me tragó
mientras en silencio la puerta se cerró detrás de mí. Por un segundo, me quedé allí,
simplemente forzando el aire estancado dentro y fuera de mis pulmones, luego me
122
tambaleé el resto del camino a mi cuarto de baño. A ciegas busqué el interruptor de
luz. La luz inundó el espacio y parpadeé para orientarme. No a la dura mirada
brillando desde la luz por encima del espejo, sino a la cruel realidad de que en
realidad podría perderla.
Supongo que en algún lugar dentro de mí, me había aferrado a la idea de que
un día Elizabeth abriría los ojos y realmente me vería. Que me vería de la misma
manera en que la veía.
Mierda.
La realización me aplastó.
Levanté la cara para encontrar mi reflejo mirándome. Mis ojos nadaban con
tormento, hundido en un dolor que sentía sin fin y se hizo eco de la soledad que me
estaba comiendo de adentro hacia afuera. Se estaba destruyendo el último pedazo de
mí, mi última gota de esperanza que de algún modo saldríamos de esto juntos.
123
Pero, ¿qué se supone que pensaría Elizabeth cuando se despertara sin mí
mañana tras mañana? ¿Qué se suponía que debía sentir? ¿Se suponía que tenía que
creer que la amaba, que me paraba a su lado sin importar lo que viniera en nuestro
camino, como le había prometido que lo haría?
Mierda.
La verdad era que, a pesar de que era Elizabeth quien me había expulsado, me
alejé porque era demasiado duro.
Debido a que la vida era dura e injusta. Debido a que Elizabeth estaba herida
y me hería a cambio. Porque no podía soportar estar allí y verla sufrir más. Me di
cuenta ahora que verla de esa manera me había cortado tan profundamente, que no
sabía cómo manejar la situación.
Siempre supe, a pesar de que ella nunca me lo dijo directamente, que en algún
lugar en su interior Elizabeth creía que la había defraudado.
Había estado tan envuelto en darle perfección que no me habían preparado 124
para sostenerla cuando la devastación golpeó.
Capítulo 12 Traducido por luisa
Corregido por Vickyra
Christian
Siempre hermosa.
Suavemente acaricié con las puntas de los dedos su anguloso mentón, para a
continuación acariciar su delicado hombro.
Mientras la miraba, adoración izó un lado de mi boca y moví mis dedos hacía
su mano izquierda, que estaba cerrada en un puño sobre la cama, acunada cerca de
su cara. El diamante en su dedo atrapó un destello de luz del sol que entraba sesgado
por la ventana. Bailaba y jugaba, un símbolo de nuestro para siempre.
Ésta mujer será mañana, por fin, mi mujer.
¿Cómo he podido ser tan afortunado? Quizás podría llamarlo suerte. Pero soy
lo suficientemente sensato para pensar de esa forma. Esto era redención. Elizabeth
me salvó con su perdón y por su honesto corazón.
Sabía de antemano que para mí sería perfecto, ya que por fin Elizabeth se
convertiría en mi mujer.
Aún estaba muy delgada, aunque sus caderas se encontraban algo más
rellenas y perceptibles líneas se perfilaban en los músculos de sus definidas piernas.
Y su estomago. ¿Estaba mal por encontrar ese bulto la cosa más sexy que haya visto?
Todavía no tenía mucho, pero pronunciado, un abultamiento redondeado que
encajaba perfectamente entre mis extendidas manos.
Me estaba mirando con algo parecido al deseo, aunque esa mirada englobaba
mucho más. Esa mirada contenía todo lo que yo sentía cuando la miraba.
Era preciosa, increíblemente sexy. Cada movimiento erótico de sus dedos era
suficiente para volverme loco.
Desinhibida y tímida.
Ahí fue cuando Elizabeth me capturó, cuando fui su cautivo, sabía que sólo
era así de libre conmigo, por la confianza que compartíamos.
—¿Ah, me necesitas? —le dije con voz áspera debido a la necesidad que se
acumulaba dentro de mí.— Estoy seguro que soy yo el que te necesita.
Con su mirada fija, el fuego bajo mi piel se encendió, ardió, un fuego intenso
que quemaba y abrasaba. Sólo bastaba su mirada para marcarme.
Observándome, deslizo los dedos hacía más abajo, pasándolos sobre el 129
estómago y deslizándolos entre sus muslos.
Joder.
Un gruñido débil separó mis labios cuando las uñas de Elizabeth rozaron los
perfectos botones rosados de sus pechos. Ante su toque ambos se endurecieron.
Bajé la vista y la miré, sintiendo su calor introducirse dentro de mí, ésta chica
que era la única.
Elizabeth tembló entre mis brazos y me moví para recorrer mi nariz sobre su
mejilla de arriba a abajo. Dando un empujoncito a su mentón, buscaba la suave piel
131
de su cuello, besándola, adorándola, subiendo para lamer la sensible carne en el
hueco de su oreja. Mordisqueé y mordí y después rocé con mis labios la piel
enrojecida para calmar la quemazón.
Con mi confesión, sus labios se abrieron, ojos marrones abrasando los míos.
Cuando habló, lo hizo seriamente, con total veracidad.
—Sólo tú... siempre has sido tú, Christian. Y para siempre serás tú.
Ella se retorcía.
Mierda. 132
Ya no había forma de parar el deseo que me golpeó, me cortó la respiración
cuando rodó la lengua alrededor de la punta antes de tomarme entero.
—Por favor —susurró ella. Elizabeth estaba temblando, las uñas clavándose
133
en mis hombros mientras apresuradamente la llenaba una y otra vez, mis dedos
enroscándose en su calor.
Dejé caer mi mano que tenía apoyada por encima de su cabeza y me aparté
una fracción para poder recorrer con mi mano su vientre. Elizabeth se desplomo
contra la pared, su estomago se tensó bajo mi caricia cuando extendí mi mano
ahuecando la protuberancia que descansaba entre nosotros.
—Elizabeth esto es tan malditamente sexy. ¿Lo sabías? Poder observar cómo
te redondeas con mi hijo. No existe nada más hermoso que eso. Nada más hermoso
en este mundo que tú.
Sin embargo reduje la velocidad y desplacé mis ojos a donde mi mano estaba
enterrada entre sus muslos.
—Mírate —exigí con un ronco susurró. Mientras la trabajaba con los dedos,
ambos mirábamos, con resolución y con fuerza, tentándola con el alivio. Pero
rehusaba en dejarla ir.— Fíjate en lo perfecta que eres.
Ella temblaba aún más y de nuevo extendió su mano para agarrarme alrededor
del cuello.
La tomé por los muslos y la levanté más alto, llenándola rápido y duramente.
Mierda.
—Cariño... dime si esto está bien porque ha pasado mucho tiempo desde que
te he tomado de esta manera.
Luché por evitar una sonrisa, esta chica, esta mujer que era tan increíblemente
sexy, tan perfecta, la que se anticipa sobre lo que necesito antes de pedírselo, la que
me conoce muy bien.
Me eché para atrás y empuje dentro de ella, duro, exigente. Su espalda golpeo
fuertemente contra la pared.
—¿Si? —reté, otra prueba, sólo porque necesitaba oírselo decir.
Sus ojos se clavaron en los míos mientras levantó su mentón hacía mi, nuestra
conexión inquebrantable, la mujer que sujetaba entre mis manos representaba todo
lo que era bueno en mi vida.
Bajó arrastrando los dedos por mi espalda, volviendo a subirlos para asirlos
en mi pelo. Y estábamos cara a cara, nuestras bocas alejadas un suspiro. Pequeños
soplidos de aire escaparon de su garganta y me estaba mirando fijamente como si yo
fuese su mundo.
Eso fue todo lo que hizo falta y me deje llevar, rompiéndome mientras fui
golpeado con un placer tan inmenso como nunca antes había conocido. Sólo podía
encontrarlo en Elizabeth. Palpitaba y me sacudía mientras me corría, mis caderas
sujetándola contra la pared.
136
Jadeando, intente coger aire mientras mi pecho se desplomaba sobre ella.
—No puedo esperar mucho más para llamarte mi esposa. Has sido ya durante
mucho tiempo Elizabeth Ayers. —Mis palabras toscas con resolución.— Elizabeth te
voy a dar todo. Cualquier cosa que desees en este mundo, es tuyo.
Su sonrisa era casi triste cuando me miró. Extendió los dedos temblorosos y
delineo mi labio inferior.
—Christian, eso es todo lo quiero. Todo lo quiero es ser tuya para siempre.
Christian
Mi cabeza daba vueltas, confusa. Un caos desordenado caía como una intensa
tormenta, enviando un diluvio para arruinar y destruir.
—No.
No.
—Sé que no quieres hacer esto Elizabeth, pero necesito que lo hagas. Sólo un
pequeño empujón ¿De acuerdo? Sólo necesitamos un pequeño empujón y todo habrá
terminado. —La Dra. Montieth la persuadía, el tono de la mujer compasivo mientras
convencía a Elizabeth a sucumbir a lo que no quería hacer.
No.
—Sí, tú puedes Elizabeth. Necesito que hagas esto por mí —incitó la Dra.
Montieth. Su voz era suave y a la vez firme.
Frío se deslizo por mis venas cuando una angustiada quietud se apodero del
cuarto.
Dios, había soñado con éste momento desde el momento que estuvimos
Elizabeth y yo en ese cuarto de baño con la prueba, mientras la felicidad nos
embargaba con la esperanza de ese futuro. Páginas y páginas de ese maldito libro,
que estaba en mi mesilla de noche, manoseado, el cual estudie como si fuese la Biblia,
para así estar familiarizado con cada detalle. Quería estar preparado para ayudar a
Elizabeth, quería estar preparado para dar la bienvenida a nuestra pequeña niña a
este mundo.
Sólo había una insoportable quietud y el dolor más atroz que jamás haya
padecido en mi vida.
Y Elizabeth. Ella sólo lloraba. No paraba de llorar y yo no tenía ni idea como 140
acabar con el dolor.
Le besé la coronilla.
Parecieron sólo segundos, una eternidad desde esta mañana cuando empezó
con una promesa para nuestro futuro.
Terminado.
Elizabeth me llamó un poco antes del mediodía. Contesté con una sonrisa,
riendo con Matthew mientras recogíamos nuestros esmóquines. Pero Elizabeth... el
miedo en su voz me acalló. Ella susurró que estaba segura que algo iba mal.
Esperando aplacar su miedo, le dije que no se preocupara y llamase a la Dra.
Montieth. Aún así algo dentro de mí se estremeció.
Sé que debería haber sido esta mañana más suave con ella, sabía que fui rudo
y exigente.
Si la dañaba nunca me lo perdonaría.
Pasó la media hora y Elizabeth me llamo, frenética, rogando que fuera a casa.
Ya me encontraba de camino.
Lo vi, la boca ceñida cuando se inclinó sobre la tripa de Elizabeth con ese
pequeño escáner mientras buscaba y buscaba y buscaba por encontrar el latido del
corazón, diciendo más tarde que seguramente dejó de latir durante la noche anterior.
Pensaba que fue un accidente con el cordón, aunque dijo que no se podía estar
seguro al cien por cien.
La Dra. Montieth nos informo sobre nuestras opciones. Elizabeth podía ser
inducida o podía irse a casa y esperar a que su cuerpo iniciara de forma natural el
parto. Pero la opción que queríamos no era viable, la que nos diera la oportunidad
de que el bebé viviera.
Destrozados.
Elizabeth continuaba llorando y yo intentaba respirar, intentaba respirar por
los dos mientras me inclinaba sobre ella, abrazándola a mí, pero parecía imposible,
no había suficiente aire para los dos. Para ninguno.
Finalmente, la Dra. Montieth acabo con la tortura, pero solo había empezado
el tormento.
142
Treinta minutos más tarde una de las enfermeras volvió a entrar. Me separe
un poco y me posicioné en la cabecera de la cama para darle algo de espacio y así
poder acceder al lado de Elizabeth. En cada línea de su cara estaba escrita la
compasión, su voz apagada mientras se agachaba para ponerse a nivel de los ojos de
Elizabeth.
—Sí.
Después de unos minutos regreso. Lillie estaba totalmente tapada con una
manta, su cara cubierta. La enferma la deposito suavemente en los brazos de
Elizabeth.
Todo ello... dejé caer mi cabeza hacía el suelo y enterré la cara entre mis
manos. No podía soportarlo.
Mamá desplegó una vieja manta que sacó de una bolsa y cubrió a nuestra hija.
Mi cabeza palpitaba por el dolor, invadido con las constantes visiones de una
vida que se suponía debíamos llevar.
Me volví como si hubiese encontrado una salida, pero sólo me encontré con
la pared. Dejé caer mis antebrazos sobre ella y descansé mi frente sobre ellos,
manteniéndome erigido mientras todo se desplomaba a mí alrededor.
—Joder —grite. Mi puño se estrelló contra duro, frío azulejo justo al lado de
mi cabeza. El dolor astilló mis huesos, pero ni se acercaba al dolor que me devastaba
en sitios que no sabía que existían.
Arruinado.
Destruido.
—La madre de Elizabeth se ha ido a nuestra casa para estar con Lizzie, para
que Natalie pudiese venir. Anoche pudimos mantener a Lizzie distraída, pero
sospecha que algo ocurre. Puedo ver que tiene miedo. Está empezando a hacer un
sinfín de preguntas y esta lloriqueando. No está actuando como siempre. ¿Quieres
que Natalie o yo hablemos con ella?
—No. Se supone que le darán dentro de un rato el alta a Elizabeth. Deja que
la lleve a casa y después iré a por Lizzie ¿De acuerdo? Quiero ser yo el que se lo diga.
—¡No! —luchó contra mí, sus gritos una maldita tortura en mis oídos.
—Por favor —Elizabeth gimoteó. Pero esta vez fue en rendición. Su cuerpo se
quedó lacio y se desplomo de nuevo sobre la cama pero las lágrimas de sus ojos eran
interminables, sus manos formaron puños mientras mis manos sujetaban sus
muñecas.
Supongo que no me iba a casa sabiendo que las cosas nunca serán igual.
Mi parte racional sabía que no era culpable, pero mi corazón sólo quería
protegerla.
Empezaba a sentirme agotado. La bruma que volvió borroso mis
pensamientos ahora enturbiaba mis ojos. Di la vuelta y me acerqué a la entrada de la
pequeña casa que compartíamos antes de aparcar en la entrada. Una tenue luz
brillaba dentro, la casa silenciosa, las paredes desprendían tristeza.
Con cuidado cogí a Lizzie del asiento trasero y la acune en mis brazos.
Caminé arduamente por el sendero. En la puerta, moví a Lizzie a un lado, manipule
el tirador y la abrí. La puerta chirrió al abrirse lentamente.
149
Mi madre se sobresaltó de donde estaba sentada en el sofá, recostada sobre un
lado. Su expresión captó la mía. Desolada. Rota. Como el resto de nosotros.
Lágrimas mojaron sus mejillas y parecía frenética mientras se las enjugaba, como si
quisiera ocultar que yo las viese. Durante un momento la miré, antes de inclinar la
cara hacía un lado dando a entender que lo entendía, pero estaba seguro que en este
mundo no existía persona que entendiese como me sentía. Aún así asentí con la
cabeza, me di la vuelta y subí las escaleras con Lizzie durmiendo en mis brazos.
Abrí el grifo y me mojé la cara con agua fría, agarré la encimera y dejé caer la
cabeza entre los hombros.
Los pelos de mi nuca se izaron en conciencia, una conciencia que acogía una
calma entrando por la puerta.
Con la conexión, con su pesar, me dejé ir, deje el no vertido dolor anegar mis
ojos mientras me aferraba a mi hija.
Meciéndola, levanté la cara al techo, sentí la humedad caer sobre mis mejillas.
Con un fuerte suspiro pasé mis dedos a través de su pelo y descanse mi mejilla
sobre su cabeza.
—Lo siento mucho, mi niña. Siento que tengas que pasar esto junto a
nosotros. Te quiero tanto.... nunca olvides cuanto te quiero.
152
Capítulo 13 Traducido por Lore SOS
Corregido por Lsgab38
Elizabeth
Desde mi posición en la silla que había arrastrado hasta el centro del patio,
abracé mis rodillas más cerca de mi pecho.
Hoy me desperté en una casa vacía, pero me fue imposible meterme de nuevo
en el refugio del sueño. Lizzie había pasado la noche anterior con Christian.
Normalmente duermo las mañanas en las que ella se ha ido, no me levanto hasta que
llega el momento de recogerle de la escuela.
Hoy, cuando mis ojos se abrieron, me llamó la atención todo el dolor que
continuamente me devoraba, las heridas palpitaron de nuevo, ya que cada nueva
mañana parecían que se volvían a abrir.
Pero incluso mientras alejaba ese dolor, sentí algo diferente. Era como si el
vacío dentro de mí me hubiera susurrado que me estaba perdiendo algo mientras los
días se quedaban en la nada. Era algo que hizo eco en la soledad que sufría por mi
espíritu roto. Pero donde antes le había dado espacio, había sucumbido ante el vacío
que había aceptado siempre sería la pieza más importante de mi vida, hoy he tenido
el impulso de llenarlo. Era sólo un parpadeo, pero estaba ahí.
Lo intentaré.
Supongo que disfruté el domingo, si es que eso era posible. El aire fresco casi
había hecho más fácil respirar. Casi. Respirar era la parte más difícil. Contaba cada
154
entrada de aire. Forzado. Como si la vida ya no fuera algo natural.
Pero estar allí con Logan, Kelsey y Lizzie había sido simple. No había presión
y no había recuerdos. Cuando Logan me hizo reír, me sorprendió. Era como si mis
oídos estuvieran escuchando que salía de la boca de otra persona, un sonido que ya
no reconocía.
Y me llamó Liz.
Tal vez ese fue el problema entre Christian y yo. Tal vez la conexión que nos
unía era demasiado abrumadora, demasiado poderosa, demasiado. Tal vez un amor
que ardió tan brillante sólo podía quemarnos. Tal vez era inevitable, nuestra ruina.
Tal vez ya habíamos tendido una trampa para la destrucción, porque algo tan fuerte
se hizo inherentemente débil.
La parte más difícil era que no sabía si ese sentimiento cambiaría alguna vez.
Si podría mirarle y no ser derribada a mis pies por un torrente de dolor.
Abrí los ojos y dejé que mi mirada vagara por el patio a los columpios que él
había construido hacía unos seis meses.
155
Traté de hablar con él sobre eso. Le dije que estaba loco y que estábamos
tratando de mudarnos y que podríamos construir uno en la nueva casa. Pero solo
sonrió con esa sonrisa y dijo que no tenía importancia y si Lizzie jugaba en él, incluso
por un día, entonces valdría la pena su esfuerzo.
Y ella lo había hecho. Había jugado y jugado y jugado en el hasta que lo había
abandonado el día en que Christian se había ido. Desde entonces, había permanecido
estancada, al igual que los restos de nuestra decadencia.
Dolor apretó mi corazón y las lágrimas brotaron de mis ojos como si hubiera
sabido que su presencia me invadió. Apoyé la mano sobre mi boca, ya que todo se
abrió paso.
Y pude verla aquí, podía imaginar la forma en que habría sonreído, el sonido
de su risa, porque la conocía.
Porque la conocía y sin ella, no podía recordar cómo respirar. Fui golpeada
con otra ola asombrosa. Me inclinó en mi centro y me agarró mi estómago mientras
trate de absorber el aire frío de otoño.
Le echaba de menos.
Nunca había sido capaz de mirar antes, aunque sabía que estaba allí. Antes
de que ella regresara a Virginia, Claire había besado mi frente y me dijo que estaba
allí para mí cuando estuviera lista. Y no sabía si estaba lista. No sabía si alguna vez
lo volvería a estar. Cuatro meses habían pasado y sabía que un día tendría que
enfrentar esto.
Lo intentaré.
Valiente.
La risa ronca que me sacudió fue casi amarga. Nada de eso se dirigió a Claire,
a pesar de que ella era la única que lo había proclamado. 157
No había valentía en mí.
Lo intentaré.
Una vez que mi vista se acostumbró, me deslicé hacia adelante y luego caí de
rodillas.
La caja estaba en el estante superior, puesta bien atrás y oculta detrás de una
pila de mantas en la esquina más alejada.
Desechada. 158
Al igual que la basura.
Agonía apretó mi corazón, tan apretado, no sabía cómo era posible que
siguiera latiendo.
Rechazada.
Tiré de la caja hacia abajo, la puse en mis rodillas en medio del suelo del
armario. Era una caja de regalos grande, de color rosa con flores y acentuado con
cintas. Del tipo diseñado para mantener los recuerdos más preciados de alguien.
Pegué mis manos en mis muslos. Parpadeé y las lágrimas se deslizaron por
mis mejillas y gotearon de mi barbilla. Sollocé y las limpié.
Le debía esto. Le debía este respeto, le debía este acto de adoración cuando
mi cuerpo no había sido lo suficientemente fuerte como para proteger al suyo. Y tal
vez me lo debía a mí misma, porque era su recuerdo al que me aferré tan
desesperadamente y su recuerdo que me causó mi mayor dolor.
Tal vez lo necesitaba ver.
Poco quedaba de ella, sólo las pocas cosas que habían tocado su vida.
Pero para mí sí, porque la tuve. Había vivido porque vivía en mi corazón.
No lo haría.
Aún así, sostuve las fotos en mi pecho cuando levanté mi rostro hacia el techo.
La única bombilla desnuda me fulminó con la mirada, rayos de luz brillando en
contra de mis ojos que se aprietan muy fuertes. Las lágrimas siguen cayendo y mis
gritos de angustia rebotan alrededor de los confines del minúsculo espacio. 160
Apenas pude dar una respiración entrecortada. Me duele, mientras expande
mis pulmones.
Para el momento que puse las fotos en el suelo y tire de la manta que Claire
le había dado de la caja, apenas podía ver. Frenéticamente la apreté contra mi nariz,
desesperada por atrapar un vestigio de ella. Lo sostuve fuerte e inhale el tejido, porque
se siente como la cosa más tangible que tengo de ella.
Se había llevado un pedazo de mí con ella y dejó este lugar ahuecado que yo
no sabía cómo llenar.
Pero sabía que nadie podía. En realidad, nadie podía entender el impacto que
había hecho en mi vida. ¿Cómo me había cambiado en el interior?
Ido.
Era diferente a todo lo que había visto, diferente a todo lo que me esperaba
cuando Claire me había dicho que estaba allí, pero sabía que era su urna.
Pensé que podía hacer esto. Pensé que estaba lista, pero me di cuenta entonces,
que no lo estaba. No sabía si alguna vez volvería a estarlo. No podía mirarlos, porque
no quería dejarla ir y de alguna manera sostener todas sus cosas me hizo sentir como
si estuviera tratando de hacerlo. Fue mucho más fácil mantener todo en el interior,
en la caja arriba con todas estas cosas que he querido atesorar, aun cuando sólo
parecen causarme más dolor.
Pero no puedo.
Elizabeth
Comienzos de Junio, cuatro meses antes 163
Furiosa. No podía respirar. No. La abracé contra mí, la acuné sobre mi pecho.
No.
Esto era todo lo que tenía de ella y ellos me lo querían arrebatar. Yo luché,
luché por ella mientras la apretaba contra mí.
Sólo necesitaba un poco más. Eso era todo lo que pedía. Sólo un poco más.
Necesitaba recordar, necesitaba sentir. Esto era todo lo que tenía. Supliqué.
—¡No! —Deje escapar, como un llanto de ira, mientras ese, lugar que para
ella fue esculpido dentro de mí era fuertemente desgarrado.
Él dejó que se la llevaran. Él fue quien dijo que ya era tiempo. Él me obligó a 164
hacerla a un lado. Ella se fue…. Se fue.
—Mami. —Mi nombre flotó desde su boca en un susurro. Una pequeña mano
presionó mi rostro— Mami, ¿estás despierta?
Forcé mis ojos a abrirse. El dolor se disparó. Estiré las sábanas sobre mí y me
esforcé por centrarme en mi pequeña niña. En el colchón, ella se inclinaba sobre sus
antebrazos, su barbilla en las sábanas. Grandes ojos miraban dentro de mí, su rostro
a cinco centímetros de mi nariz. Rápidamente, parpadeé.
Lizzie me sonrió, como si ver mis ojos abiertos fuera lo mejor que ella hubiera
presenciado.
Mi voz se quebró.
—Hoy no, cariño. —Forcé una sonrisa y me estiré para acariciar su barbilla.
165
Su cara cayó con desilusión.
—Nunca quieres jugar —ella afirmó, casi llorando, algo tan extraño en mi
pequeña.
—Lo siento, cariño, Mami no se siente muy bien. Tal vez un poco más tarde,
¿está bien?
Ella asintió, mirándome con una expresión que decía mucho. Se inclinó,
dándome un beso en la frente.
Cerré firmemente mis ojos mientras ella se alejaba, los mantuve así hasta que
la escuché retirarse de mi cuarto. Deje salir el aire de mis pulmones que estaba
reteniendo, mientras la escuchaba retirarse por la sala.
Cerré más fuerte mis ojos, fingiendo estar dormida, rogando solo porque él se
fuera.
Me dejaría sola.
Aún bajo la pila de cobijas, sentía como me helaba de adentro hacia afuera.
Mi pulso se disparó mientras buscaba un aliento que parecía nunca encontrar.
—Cariño, tienes que levantarte. Has estado en esta cama por seis semanas. Te
necesitamos.
—Maldición, Elizabeth, tienes que salir de esta cama. No podemos seguir con
esto.
Una fresca carga de furia vino a mis sentidos, punzando como sufrimiento en
lo más profundo de mi alma.
—Sólo déjame sola. —Las palabras fueron duras, roncas mientras rozaban mi
seca garganta.
Él saltó de la cama, yo enterré mi cara en la almohada y estiré la frazada sobre
mi cabeza, pidiendo que se fuera. Solo quería descansar. Aun así, podía sentir como
iba y venía, casi podía verlo tomándose del pelo, mientras daba vueltas por la
habitación.
Y lo sentí, algo en el aire que hizo más difícil respirar de lo que ya era.
Es hora.
Me apoye en mis manos y rodillas. El esfuerzo sacó casi todo lo que tenía. Mi
cabeza colgando entre mis brazos, luchando por levantarla mientras dirigía mi
mirada hacia Christian.
— ¿Cómo puedes decir eso? —replicó. Una profunda línea surcó su frente—
¿Crees que no sé lo que estás sintiendo? —demandó con puro escepticismo.
—¿Piensas que ella significó menos para mí que para ti? ¿Crees que mi
169
corazón no está roto por esto?
Tal vez quería hacerlo. Debo admitir que así era. Quería golpearlo, sacarle
cualquier pobre excusa que tuviera. Exigirle saber cómo pudo rechazarla de ese
modo. Nuestra niñita. La niña que nosotros habíamos creado. Todas esas intensas
horas en que la sostuve y acuné, que le mostré todo el amor que pude antes de que
ya no pudiera hacerlo más, él ni siquiera la miró.
Luego él dejo que se la llevaran antes de que yo estuviera lista para dejarla ir.
Le rogué por una hora más. Tan sólo una hora más y ni siquiera pudo darme eso.
—Sólo vete. —Me sofocaba, un sollozo se liberó pues no entendía que pasaba
conmigo, pero no lo podía detener. Yo estaba tan lastimada, tan lastimada.— No te
quiero aquí.
—¿Es esto lo que quieres, Elizabeth? ¿Quieres que me vaya? ¿Piensas que no
entiendo lo que estas sintiendo? ¿Crees que eres la única que está pasando por esto,
que eres la única lastimada? Entonces bien, hazlo sola.
Abrió el cajón inferior del armario, sacó todos sus jeans y los empujó dentro
de la maleta. Levanto la mirada hacia mí mientras cerraba su maleta.
—Pensé que eras mejor que esto Elizabeth, pero estaba equivocado. Eres la
persona más egocéntrica que haya conocido.
Me sentí enferma, un dolor que no pude entender me destrozaba. Aún así las
palabras temblaron en mi boca.
Se lo había dicho antes. Esta fue la primera vez que parecía creerlo.
Fue la primera vez que yo en verdad creía sentirlo.
—Piensa lo que quieras, Elizabeth, pero la amé. La amé con toda mi vida. 171
Lo vi partir y no traté de detenerlo.
Día presente
Ese día, Christian se había ido y se había llevado a Lizzie con él. En ese 172
tiempo, me había tranquilizado, aliviado que mi pequeña niña se haya ido porque yo
no tenía la fuerza para ser la madre que ella necesitaba que fuera. Luego de eso,
dormí tres días completos. Nunca me desperté completamente hasta que fui
sorprendida por Matthew, sentado al lado de mi cama, pasando su mano por mi
desordenado cabello mientras me traía del sueño. Él dijo que Christian le había
pedido que viniera a ver cómo estaba.
Por mi hija, había hecho mi mejor esfuerzo tanto como pude mientras estaba
aquí, aunque la mitad del tiempo, me sentía sólo parcialmente consiente. El resto del
tiempo, me dormí.
La culpa palpitaba dentro de mí. Por todos estos meses, sentí un cierto alivio
mientras Lizzie no estaba, alivio porque podía solo sucumbir.
Lo intentaría.
Christian
Hoy, principios de octubre 174
El viernes por la mañana, aparqué en la entrada de Elizabeth para recoger a
Lizzie para la escuela y dejar el auto en el parque. Todavía agarrando el volante, me
quedé mirando a la nada a través del parabrisas. La agitación se acurrucó en mi
conciencia. Mi pierna estaba recuperada. Dios, estuve a punto de perderla.
El martes por la noche, sabiendo que Lizzie estaría en la cama, vine. Caminé
junto a la puerta de Elizabeth como un tipo de acosador obsesionado. Pero es que si
estaba obsesionado, obsesionado con llevarme de nuevo a mi familia. No podía dejar
que entre nosotros hubiera distancia. Esa realidad me había dado el valor para tocar
el timbre. Yo sabía que ella estaba de pie al otro lado de la puerta. Sabía que estaba
allí, deseando que me fuera. Y me quedé. Esperando. Esperándola. De la misma
forma en que la he estado esperando todos estos meses.
Dios, cuánto amo a la mujer con la que terminé y está parada frente a mí.
Tan pronto como abrió los ojos, los cerró de golpe, apagándolos,
bloqueándome. Ella se estremeció retrocediendo, como si mirarme le produjera un
dolor físico.
¿Quién supondría que una sola expresión pudiera cortar tan profundamente?
—Tenemos que hablar —le había dicho, estirando una mano que tan
desesperadamente quería tocarla. Pero me había contenido de nuevo, sabía que no
podía pedirle tanto.
Pero esas dos palabras carecían de todo el veneno que había llenado nuestra
última interacción real, a pesar de que el resultado había terminado muy mal.
Elizabeth, una vez más, bloqueaba mis esfuerzos.
Cada palabra pronunciada desde que salí de su casa había sido dicha con cero
emociones, solo planes que podría haber por nuestra hija. Nada más.
Eso era lo que sucedía.
—Por favor —dije con mi corazón, como si la vida estuviera siendo exprimida
fuera de él.— No puedo dejar que se vayan, Elizabeth. Habla conmigo. Háblame.
—Estoy tan triste. —Las lágrimas cubrían las palabras, y ella tropezaba con el
dolor—. No puedo. —Entonces dio un paso atrás y cerró la puerta.
176
Yo me quedé de pie al otro lado durante unos minutos, tal vez horas, no tenía
idea de qué dirección tomar. ¿La llevé a este punto? ¿Era una posibilidad que las cosas
llegaran demasiado lejos cuando me marché? ¿Me arriesgaría a que me lo dijera?
¿Elizabeth me diría que había dejado de amarme?
Lo vi en ese segundo que abrió esos ojos marrones hacia mí. Ella todavía me
pertenecía. Incluso si se negaba a verlo.
Exhalé, fuerte y duramente, apagué mi auto y salí. Subí con dificultad la acera
y toque el timbre de su puerta.
Me cortó la respiración.
Un anhelo intenso explotó en mis costillas, algo que hablaba del pesar que
atormentaría para siempre mi vida y la esperanza que todavía ardía por mi futuro.
Elizabeth era todo y cada uno de ellos.
Un impulso me golpeó, uno que gritaba que me acercara a ella. Que hiciera
algo.
En lugar de ello, di un paso atrás, dándole el espacio que ella exigía y que cada
vez era más difícil cumplir.
—Buenos días, Elizabeth —dije, algo que hice durante toda la semana, algo
que se sentía como un progreso, aunque era un espectáculo patético.
—Voy.
—Iba a hablar contigo sobre esto mañana para confirmar que estuvieras de
acuerdo. Lizzie fue invitada a pasar la noche en casa de Adriana por su cumpleaños.
Pensé que no te importaría ya que ella se iba a quedar aquí esta noche de todos
modos.
—Oh, por favor, papá... en verdad, en verdad, en verdad ¡quiero ir! 178
Me reí un poco más y revolví una mano en su cabello.
—Gracias, ¡mami!
—Bien, lo tendré.
Una tristeza cayó sobre nosotros. Todo lo que quería hacer era dar la vuelta y
tomarla en mis brazos, tocar su rostro, besarla. Amarla.
Cinco minutos más tarde, me detuve en la acera del camino circular frente a
la escuela de Lizzie. Ella salió por la puerta de atrás y saltó a la acera justo cuando
llegué junto a ella por la parte delantera del auto. Me agaché, ayudándole a ponerse
la mochila sobre sus hombros. Y le di un beso rápido en la frente.
Hijo de puta.
Mierda.
Pasé una mano temblorosa por mi cabello.
Entrecerré los ojos de nuevo a él, en busca de algún tipo de señal. Un signo.
Cuando los abrí, él se había ido y yo me quedé allí de pie como el tonto que
había sido en todos estos meses, mirando el lugar donde habían estado.
Me moví a mi auto, mis pies pesados, con dificultad, como si estuviera entre
agua estancada, perdiendo el equilibrio a medida que me quedaba atrapado.
Trato de dar sentido a todo. Esto sólo hacía que la rabia se incremente,
avivando un ataque de celos dentro de mí.
Tal vez estaba equivocado antes. Tal vez la había orillado a algo que ella no
estaba lista para hacer.
Atravesé las fronteras del silencio que había en la sala. Hurgando en mis llaves,
produje el sonido que hace mucho no usaba. El metal sonó cuando deslicé la llave en
la cerradura. Empujé la puerta abierta en el silencio que se hizo eco atrás. Tragando
con dificultad persistente, me dirigí escaleras arriba.
Mierda.
Elizabeth nunca se iría. Siempre había apostado por esto, que se había perdido
en el sueño y que un día, despertaría. El miedo se apoderó de mí cuando me di cuenta
que ya lo había hecho.
Corrí escaleras abajo, busqué el resto de la casa, miré hacia el patio trasero en
vano.
No lo haría.
Esta era mi familia. Una familia por la que siempre había prometido luchar
por ella. Viviría para eso.
Que estaba haciendo aquí, realmente no lo sabía. Pero aparte de mí, Matthew
y Natalie conocían a la perfección a Elizabeth.
Di un golpe en su puerta.
—Christian... bueno, hombre. ¿Estás bien? —Él miró detrás de mí, como si
estuviera buscando una explicación antes de centrarse de nuevo en mí— ¿Qué está
pasando?
—Oye hombre, no sé lo que está pasando, pero no te ves bien. Te ves como si
estuvieras a cinco segundos de tener un infarto.
—Ustedes dos tiene que decirme lo que está pasando con Elizabeth. ¿Ella está
viéndose con ese imbécil? Y no me mientan.
—Christian, vamos, hombre, toma una respiración o algo así. Cálmate por un
segundo, porque no tengo una sola idea de lo que estás hablando.
Matthew se dejó caer en el sillón junto al sofá, se sentó encorvado, con las
manos entrelazadas entre sus rodillas.
Natalie se sentó a mi lado. La pena la recorría, se apoderó de mis en oleadas
agobiadas. Una mano solidaria encontró mi rodilla. Ella la apretó.
—No sé... Es que... —Entrecerré los ojos hacia Natalie, la miré con toda
honestidad. Sus ojos marrones, como los de Elizabeth, parpadearon hacia mí. Las 187
emociones apretaron mi garganta. Apenas podía hablar.— He estado esperando por
ella Nat. A la espera de que algo cambiara, que ella hiciera un cambio. —Levanté la
cara al techo.— Nunca pensé que una vez que ella lo hiciera no me incluiría. Aunque
este tipo... él dijo algo hace un par semanas y tuve este presentimiento. —Mi boca se
encontraba en una línea sombría cuando la miré.— Luego, el lunes, Lizzie me dijo
que ella y Elizabeth habían ido allí para una barbacoa. Por supuesto, para Lizzie, es
todo diversión y no creo que sepa algo de lo que está pasando.
—¿Sabes si algo está pasando? ¿O crees que algo está sucediendo? —preguntó
ella.
—No sé... es sólo una de esas cosas que me golpean, ¿ya sabes?
—Lo he intentado. Fui allí el martes y dijo que no podía hablar conmigo. Yo
sabía que tenía que convencerla, así que volví hoy, pero se ha marchado. —Me giré
a Natalie, en busca de algún tipo de consuelo. Para que me dijera algo.— Está
diferente, Nat. Lo puedo ver.
Ha llegado el momento.
188
Esas tres palabras. ¿Quién sabía que podían ser tan destructivas? Cada vez que
las decían, perdía un poco más.
—Si está realmente tonteando un poco con este tipo, ¿va a cambiar algo?
Quiero decir, mierda, Christian. —Su mirada cayó sobre Natalie que no dejaba de
moverse a mi lado. Sus ojos se llenaron de adoración. Su cabeza se sacudió
lentamente mientras se volvía de nuevo a mí.— No puedo ni siquiera empezar a
imaginar lo que tú y Elizabeth han tenido que pasar, pero puedo asegurarte que si lo
hiciera, yo no descansaría hasta que Natalie regresara.
Elizabeth
190
El presente, principios de octubre
Eso me divertía. Esta niña era demasiado linda. Me tragué mi risa mientras
ella luchaba para cerrar la cremallera.
—¿De verdad crees que debes llevar todas esas muñecas contigo? —le
pregunté.
—Uh, huh. Adriana tiene de la misma clase y vamos a jugar con ellas toda la
noche —dijo.
Ella se puso de pie, sus pequeñas piernas llevándola tan rápido como pudieron
mientras corría a mi lado en la sala. Yo la oigo excavar a través del cajón de su cuarto
de baño. Estaba de nuevo en cuestión de segundos. Metió su cepillo de dientes en el
bolsillo lateral de su mochila, se la colgó en la espalda y agarró su bolsa de dormir de
color rosa. Sonrió mientras se balanceaba sobre los talones.
—¡Todo listo!
Ella estaba creciendo tan rápido. Y los últimos meses habían sido tan
borrosos. Me sentí como si me hubiera echado mucho de menos.
Y tan importante como las pequeñas cosas eran, tuve que aceptar que
esencialmente estuve ausente cuando Lizzie tuvo que tratar de acostumbrarse al
trauma que había sido arrastrada a través de los últimos meses. No había duda de
que había hecho un gran impacto en su vida. Vidas habían sido destrozadas cuando
Lillie había muerto, las esperanzas y los sueños que a todos nos habíamos picado.
Tristeza vibraba, vencida junto con esa alegría que ahora sentía deslizarse a
través de mis venas.
Sabía que tenía que hablar con ella sobre eso, tenía que hablar, había hecho
muy poco desde que Lillie había sido arrancada de nosotros. El miedo me lo impidió,
sin embargo, el miedo a abrirme a la profusión de dolor. Pero por Lizzie, lo haría y
tendría que hacerlo pronto.
192
La mirada de Lizzie flotó por la ventana y ella parecía meditar mi pregunta.
Poco a poco se volvió hacia mí.
—Yo no lo creo, mamá. Tal vez un poco. Mi estómago se siente medio raro,
pero creo que es en el buen sentido.
Una suave sonrisa curvó mi boca. Ella era realmente la hija más sorprendente,
la profundidad que tenia, la forma en que pensaba y la forma aguda en que miraba
al mundo. Estudié la vía y luego la miré.
—Hey ustedes dos. —Él esbozó una amplia sonrisa cuando nos notó allí. Tocó
la nariz de Lizzie— ¿Estás emocionada por la fiesta? —le preguntó.
Eché una pequeña sonrisa a Logan mientras me deslicé hacia la entrada. 193
—Me alegro de que Kelsey esté aquí esta noche. Me hace sentir mejor.
—No es un problema.
Pase por la puerta y al caos que sucedía dentro. Las niñas corrían, chillando
mientras aullaban de risa. Serpentinas y globos colgados de lo que parecían cada
superficie, confeti esparcido por la mesa de entrada donde se establecieron los
regalos. Puse el regalo de Lizzie justo cuando Dana, la madre de Adriana, apareció
por la esquina.
—Oh, hola. Me pareció ver a Lizzie pasar cerca de mí hace unos cinco
segundos.
Le ofrecí una sonrisa incómoda mientras trataba de mirar más lejos en su casa.
—¿Estás segura de que puedes manejar todas estas chicas esta noche?
—Pfft. —Ella hizo un ademán desdeñoso.— Van a estar muy bien. Mientras
se diviertan, me imagino que puedo manejarlas.
—Bueno, eres una mujer valiente. —Dudé antes de lanzar una mirada
cautelosa hacia las profundidades de su casa.
—Por supuesto, Elizabeth. Pero por favor, no te preocupes, creo que todas
estarán bien. Tenemos un montón de cosas planeadas, así que me imagino que todas
van a pasarse de su hora de acostarse esta vez.
Asentí con agradecimiento luego poco a poco hice mi camino hasta el final
del pasillo. El espacio habitable era grande y abierto, la cocina y sala de estar separada
sólo por una gran isla bordeada en taburetes. Tres niñas sentadas en el medio de la
alfombra, jugando muñecas, mientras otro puñado de ellas corría salvajemente de
una habitación a otra.
—Lizzie —la llame mientras una de las chicas pasa volando, desapareciendo
por otro pasillo.— Voy a irme ya.
—¡Voy a extrañarte!
—No te preocupes, mamá. Voy a estar bien. —Casi parecía que estaba
preocupada por mí.
Luego se echó a correr. Me dirigí de nuevo al final del pasillo de entrada, deseé
a Dana buena suerte.
Con un fuerte suspiro, seguí hacia adelante. Llegué y me paré a dos metros
delante de él.
—¿Estás bien? Puedo decir que no estás toda emocionada acerca de esto —
dijo con una inclinación de la cabeza.
Con nostalgia, miré hacia atrás a la casa donde sabía que mi hija jugaba. Me
imaginaba la sonrisa iluminando cada centímetro de su preciosa cara, la alegría que
brillaba en sus expresivos ojos azules, la diversión que seguramente tendría. Poco a
poco me di la vuelta hacia Logan, sentí las esquinas de mis ojos arrugarse mientras
me perdí en la contemplación.
196
Logan sólo se inclinó hacia atrás, sus manos metidas en los bolsillos,
completamente a gusto, casual mientras me miraba sin todas las expectativas de las
que había estado huyendo. Otra ráfaga de viento azotó a través del aire,
desparramando las mechas de su cabello. Se dejaron caer en su rostro. Él los
acomodó de nuevo, revelando sus juguetones ojos verdes.
Yo no estaba ciega. Sabía que el hombre era atractivo. Pero eso no tenía que
ver con la razón por lo que me gustaba, por lo que me gustaba estar en su espacio.
Logan no me había ni una sola vez preguntado cosas que no quería decir.
—Es difícil para mí verla crecer de esta manera. —Levanté los hombros en un
encogimiento confuso.— Pero estoy muy feliz de verla tan emocionada. —Hice una
pausa, mordiendo mi labio antes de poner mí mirada plenamente en él.— Sólo quiero
que sea feliz.
Sencillo.
Al igual que sentí que eran las cosas con Logan. 197
—Eres una buena madre, Liz. —Su afirmación fue lenta y significativa.
—Yo no iría tan lejos —le dije en tono de burla, luego la corte.— De todos
modos, será mejor que me vaya. —Señalé mi coche como pidiéndole que se retire de
él.
—Eso es realmente triste, Liz. —Aquellos ojos verdes brillaban con la broma.
—Emocionante, ¿no?
—No mucho. —Él se movió un poco.— Escucha... tengo cena a fuego lento
en la cocina. ¿Por qué no vienes? Podemos revolcarnos porque nuestras pequeñas
niñas crecen juntas.
Quería... quería hacer algo diferente a pasar otra noche sola en mi casa. Cada
noche, esta semana fue más difícil de soportar. Sin embargo, algo que me lo impedía,
una vacilación que martilleaba en mi corazón.
¿Podría?
¿Ahora?
¿Con el tiempo?
No lo sabía.
—Dios, Liz, te preocupas demasiado. Es sólo una cena. —Su sonrisa era
amplia y sin rastro de tensión. Indiferente.
Pero, ¿lo era? ¿Eso era lo que él realmente quería que fuera? ¿Es eso lo que
pretendía? Porque me sentía sola. Podía admitirlo ahora. Me perdí de algo, pero no
podía precisar qué exactamente era lo que me estaba perdiendo.
Finalmente lo admití, porque al final, no podía soportar la idea de caminar a
mi casa vacía.
Lo intentaré.
—Señora.
Christian
Presente, principios de octubre 201
Mis faros extendidos a través del camino, la tenue cabina, el agudo zumbido
de mi motor pellizcando en mis oídos mientras aceleraba la corta distancia de la casa
de Matthew y Natalie a la de Elizabeth.
Sabía que Elizabeth tenía un montón propio que debía ser derramado.
La primera fue el día en que había llegado aquí sin saber siquiera el nombre
de mi hija, sin saber las circunstancias de su vida o el dolor que mis decisiones le
trajeron. Había estado preparado entonces para lo que había encontrado.
Elizabeth viviendo sola, sin amor, únicamente sosteniendo a la hija que yo 202
había abandonado.
Ese día me había roto, empujando todos mis pesares y errores al frente. Hasta
que finalmente había tenido que aceptar las verdaderas consecuencias de las
decisiones terribles que había hecho. Pero en aquel tiempo, todavía encontré la luz.
Un propósito. Esperanza. Un oleaje inundando de devoción había latido constante a
través de mis venas mientras observaba a las dos chicas que amaba con todo
abrazándome en el final del esfuerzo de Elizabeth. En ese momento marcado en el
tiempo tomé la decisión de recuperar a mi familia. Cuando me levanté, tomando la
responsabilidad que siempre había sido mía.
Mientras acercaba mi coche por la tranquila calle del barrio, mi ritmo cardíaco
subió. Se tornó en un rugido en mis oídos y derramó la sangre por mis venas, empujó
y presionó y tiró.
Me acerqué lentamente.
Tres parpadeos largos protegieron mis incrédulos ojos, golpeó el aire de mis
pulmones. No quería ver. Sin embargo, no podía dejar de mirar, como si estuviera
atraído por la masacre.
Al igual que había hecho el primer día, aparque en la acera en el lado opuesto
de la carretera y me oculté detrás de la cubierta de otro coche.
Pero a diferencia de entonces, hoy ha sido sin esa esperanza. Sin el brillante
destello de luz que había sido inyectado en mi vida cansada.
Hoy sólo había rabia, dolor y angustia que conmocionó a través de mi piel.
Y se echó a reír.
Golpeó su puerta cerrándola y echó a correr hacia el lado del conductor. Luces
de freno brillaron mientras movía el coche. Volviendo al camino, se dirigió en la
dirección opuesta a la forma en que normalmente se colaba por la calle principal.
Él la llevaba a su casa.
Lo sabía.
Hijo de puta.
Incapaz de detenerme, los seguí, sabiendo que no había otra opción. Luché
para aferrarme a un pensamiento racional mientras me arrastraba a distancia. Luces
traseras quemaban un camino delante de mí, como un faro. O tal vez una llamarada
de advertencia.
Elizabeth
Presente, principios de Octubre 205
¿Estaba loca? Cualquier mujer sabia sabe que un hombre no te lleva a su casa
para hablar. Logan no estaba buscando un amigo. Él buscaba algo que no estaba
segura de poder darle.
Extendió la mano para alcanzar la visera y apretó el botón para abrir la puerta
del garaje. La ruidosa cadena empezó a funcionar, rotando sobre ruedas mientras la
puerta lentamente se asentaba sobre el suelo de hormigón. Con ello vino el silencio,
de un modo claustrofóbico, deseando salirme de mi piel.
Logan me palmeó el muslo. Una coqueta sonrisa curvaba su labio superior
mientras me miraba.
Nos apeamos del coche. Mientras caminaba hacia la puerta de entrada giraba
el llavero con el dedo índice. Se apartó un poco sosteniendo abierta la puerta para
mí.
—No te preocupes. Deberías ver el mío. Creo que tengo suficiente colada para
mantenerme ocupada durante los tres próximos meses.
Había estado aquí en varias ocasiones, al dejar a Lizzie o al recogerla y desde 207
luego estuve dentro de la casa el fin de semana anterior durante la barbacoa. Pero
estando aquí a solas con él era totalmente distinto. Claustrofóbico. Confinado.
Desde donde estaba situado de pie al otro lado del sofá, me sonrió.
—Sin las chicas correteando por aquí hay mucho silencio ¿verdad?
Fije una lastimera sonrisa en él, sin saber en realidad lo que hacía aquí,
preguntándome porque me quedaba.
Dios, estoy hecha una mierda. Destrozada. Ya me había dado cuenta hace mucho
tiempo cuando estuve perdida en mi pena. Cuando mi mente empezó a aclararse,
empecé a aceptarlo. Quizás incluso lo entendí.
¿Sabía que penaba por una pequeña niña a quien jamás podré volver a abrazar? ¿Sabía
él que me perseguía? ¿Sabía acaso que nunca la dejé marchar?
¿Qué está buscando? ¿Una reparación rápida? ¿Un polvo? ¿Una mujer vulnerable que
carecía de sentido común por estar cegada de dolor?
¿O quizás viera algo diferente en mí? Una compañera. Alguien que entendía.
Un padre con circunstancias similares, alguien que se encontraba sola, alguien que
deja pasar los días hasta que por fin algo tome sentido. 208
Quizás la más importante pregunta era aquella que brillaba más, aquella que
incordia, aquella que promete que nunca podré arrancar a Christian de mi
conciencia. Ninguna hoja de cuchillo sería lo suficientemente afiliada. Ninguna
incisión sería lo suficientemente profunda.
Y dolía.
Inspiré consternada.
—¿Estás segura? Porque si no te gustan los espaguetis, los tiro y hago otra
cosa. Mejor aún, podemos salir a cenar.
Temblé un poco.
¿Empezar de cero?
¿Dejar atrás todos los recuerdos que me perseguirán siempre? ¿Deseaba olvidar aquellos
que más habían significado para mí en favor de rehuir del dolor?
Intenté relajarme. Era una de las más relajantes cocinas que conociese, muy
parecidas a aquellas casas que Christian y yo visitábamos para comprar. 210
Logan fue directamente a la olla hirviendo en la cocina. Levantó la tapa. El
vaho salía en espirales y él se inclinó para aspirar el aroma.
Su cejo se alzó.
—¿De veras?
—De veras.
Él sonrió y mordió con los dientes su labio inferior. Entonces se rió, el sonido
arrogante y seguro, rompiendo el lazo de tensión que nos tenía atados.
Abriendo un armario superior, sacó dos copas de vino. Sus labios presionados
en una fina línea mientras trabajaba sobre el corcho y lo sacaba de la botella. Lleno
las copas por la mitad y me entregó una. Una amplia sonrisa le ilumino.
Me tendió la mano.
—Ven aquí.
Dejé mi mano deslizarse en la de él. Era una prueba, para saber cómo se
sentía.
Quizás estaba mal, todo ello, su piel contra la mía, mi rendición. Pero quería
intentarlo.
Respiré a su alrededor.
Lo intentaré.
Le entretuve lo mejor que pude, reí en todos los momentos apropiados, ya que
no tenía nada que aportar. Estuve ausente todo este año escolar, ausente de nuestras
vidas.
Lo intentaré.
Logan colocó su copa de vino vacía a un lado y se vino a sentar enfrente mío
sobre el gran cuadrado otomana. Tomó una de mis manos entre las suyas.
Él pareció atragantarse con su risa. En este hombre estaba tan fuera de lugar,
pero también tenía que admitir, que en realidad no le conocía tan bien. Era el padre
de la amiga de mi hija. Nada más. Y aquí estaba, sentada, con mi mano ardiendo
entre el calor de las suyas.
—Desde la primera vez que te vi quise hacer algo. —Su mano apretó la mía
mientras inclinaba su cabeza, escrutando, buscando permiso.
Tomó mi cara entre sus manos, su agarre firme, fiero mientras me miraba con
fervientes ojos. Cuando se inclino hacia adelante, no lo paré. Lo dejé. Quería sentir.
Éste beso.
Es devastador.
Me ha hecho trizas, astillando mientras caía, demoliendo las paredes que erigí
a mí alrededor.
Me abrió en canal.
“Te quiero Christian. Para siempre. No existe nada que me impidiese amarte. Nada
que me impidiese desearte. Eres mi comienzo y mi final, aquel que siempre estará ahí siempre
para todo.”
Me estaba ahogando.
216
Una incrédula risa brotó de mi boca en una desdeñosa burla.
—¿Qué quieres decir, como puedo decir eso? —Me puse de rodillas.— Christian, fui yo
la que la llevaba. —Me golpeé con el dedo el pecho.— Era yo quien la quería y cuidaba. Murió
dentro de mí y la tuve que dar a luz. —Levanté la barbilla.— Por lo tanto, si puedo decirlo...
no tienes ni idea lo que siento. Ni idea.
—¿Crees que significaba menos para mí que para ti? ¿Crees que mi corazón no está roto
por esto?
La ira se desencadenó.
Predominante.
Brutal.
Destructiva.
Logan se echó hacia atrás, sujetando mi cara a una cierta distancia como
queriendo contener el caos arrasando dentro de mí, el pánico afloro en sus ojos
verdes.
Logan saltó sobre sus pies, su cuerpo una barricada mientras se situaba
delante mío. Protegiéndome.
217
Era imposible. No existía defensa. Nada me podía defender contra la fuerza
de Christian.
Y la ira.
Y me duele.
Christian
Presente, principios de octubre 218
Elizabeth y yo habíamos pasado por muchas cosas.
Nuestro amor era tan profundo y sin embargo, al parecer las heridas eran más
profundas.
Algunas de esas heridas parecían insoportables, penas de las que era imposible
recuperarse.
Sin duda, una llegó con el arrepentimiento del error más grande que jamás
cometí, el día en que Elizabeth había sido obligada a elegir entre Lizzie y yo antes de
que ella naciera, el día que la había enviado a vivir su vida por cuenta propia, asustada
y sola.
Otra había sido el día que perdimos a Lillie. Nuestros corazones se habían
roto cuando fue arrancada de nuestras vidas.
Una vez creí que la otra había sido el día en que había salido de la casa de
Elizabeth hace poco más de tres meses. No podía imaginar daño peor que ese
momento, cuando azoté la puerta para bloquear la inmensa tristeza de la mujer que
amaba, un muro colocado entre nosotros porque ninguno de los dos sabía cómo
manejar el insoportable dolor.
Elizabeth manteniendo el equilibrio justo en el borde del sofá de él, con una
pierna inclinada a un lado, como si estuviera preparándose para deslizarse sobre el
regazo del imbécil. Esos dedos que yo conocía tan bien estaban enredados en su
camisa mientras él sostenía su perfecto rostro entre sus sucias manos.
Él la estaba besando.
—¿Cómo pudiste hacer esto, Elizabeth? —Fue una acusación, una oleada de
emoción me apretó desde el interior. La miré con ojos incrédulos, mi cabeza 220
sacudiéndose lentamente a medida que el dolor me desgarraba— ¿Cómo pudiste?
Y supe que había estado llorando, incluso antes de que yo atravesara la puerta.
Como si tal vez ella también lo sintiera, el caos que me había hecho dar vueltas a una
jodida locura mientras aporreaba la acera fuera de la casa del hijo de puta durante
los últimos quince minutos. Cuando ya no pude aguantar más, traté de mirar a través
de las cortinas de su ventana, las dos siluetas oscurecidas, aunque los había visto
inclinándose, juntándose, moviéndose.
Yo iba a recuperarla.
Logan avanzó un poco más delante de ella. Inclinó la cabeza hacia un lado
mientras entrecerraba los ojos.
—Lárgate de mi casa.
—No voy a ninguna parte sin ella. —Le escupí las palabras.
Logan se precipitó por el otro lado del sofá, como para protegerla, como si
supiera algo sobre la mujer derrumbándose en medio de su habitación.
Nena.
La llamó nena.
Cuando él dio un paso hacia mí, me lancé contra él. Mi hombro chocó con su
pecho.
Elizabeth gritó.
—Ve a mi auto, Elizabeth. —Fui duro, áspero por la ira. Me di cuenta que la
mayor parte iba dirigida a ella.
Ella vaciló, moviéndose, tan obviamente atraída por la puerta y atraída a este
lugar donde se escondía, donde se escondía detrás de mentiras y fingía que no tenía
que enfrentar lo que habíamos sufrido. Su mirada vacilante se encontró con la
intensidad de la mía.
Ira y pesar.
Repulsión.
—Mantente alejado de ella. ¿Me entiendes? Esta es mi familia. ¿Has visto ese
anillo en su dedo? ¿Crees que esto es un juego? Esa mujer me pertenece. Siempre ha
sido mía y siempre lo será. No pienses ni por un segundo que puedes quitármela. Me
amará hasta el día que muera.
Había dicho un millón de mentiras en mi vida. Esa declaración fue una que
224
reconocí como verdad.
Tal vez la había jodido y habría que pagar consecuencias, mis acciones
descontroladas mientras me había perdido en mi rabia. Pero eso no importaba. Había
hecho una promesa de luchar por ella y la cumpliría a cualquier precio.
Dios, la amaba tanto. Quería abrazarla, decirle que iba a estar bien en el
mismo segundo en que quería arremeter contra ella.
El aire era espeso, pesado, denso mientras me cernía detrás de ella mientras
sacaba sus llaves con torpeza. Temblaba mientras las deslizaba en la cerradura y nos
dejaba entrar en la casa que se suponía iba a ser nuestro hogar.
La puerta se abrió.
—No.
Fue un susurro, suficiente como para debilitar mis rodillas con la oleada de
alivio, todavía alimentada la furia por lo que ella había entregado.
—No.
Revoloteé mis dedos por la pendiente de su cuello. Cada gramo del dolor que
me había causado exprimió las palabras que obligué a salir de mi boca.
—Dime que ya no me amas.
Apretó la mandíbula.
Borré todo el espacio que nos separaba, apretándome contra ella mientras se
encogía contra la pared. Aún así, no dijo nada.
Agarré su cara entre mis manos. Mi boca descendió sobre la de ella. Tenía los
labios agrietados, haciendo un mohín y llenos, todo mal y perfectamente correcto. Y
quería borrarlo, borrar al cabrón de sus labios, borrar el pasado.
—Te odio. —Susurró con pena, torturada, sus dedos cerrándose en la piel de
mi mandíbula.
La ira que habíamos dejado sin resolver el día que me fui, pulsaba entre
nosotros, una fuerza que ninguno de los dos podía parar. Mi beso fue exigente,
urgente mientras la consumía. El suyo, desesperado.
Otro sollozo.
228
Mi brazo se enredó alrededor de su cintura, nos dejé caer de rodillas y la
deposité en el suelo. Su pecho levantándose mientras las lágrimas corrían.
—Te odio.
Me dio una bofetada en la cara, antes de que sus dedos se clavaran en la parte
trasera de mi cuello, jalándome hacia ella.
Forzó su boca contra la mía y me volví loco, la besé y la besé, rasgué su ropa,
desesperado por sentirla contra mí. La necesitaba. Oh Dios mío, la necesitaba. Y sin
embargo, me había lastimado, cortado tan profundo, no sabía cómo ver, no tenía ni
idea de cómo dar sentido a nada de esto excepto que me negaba a dejarla ir.
—Dime que pare, Elizabeth. Dime que pare. —Pedí mientras me liberaba de
mi ropa.
—No te atrevas a parar. —Pasó sus uñas por mi espalda, extrayendo sangre,
su cuerpo pidiendo el mío.— No pares nunca.
Me estrellé contra ella.
Elizabeth se quedó inerte debajo mío, pero estaba adherida a mí, llorando
sobre mi piel.
—La amé, Elizabeth... tanto... la amaba mucho. —Fue bajo, desigual, una
promesa para aquella que viviría para siempre en nuestros corazones.
—Te amo, Christian. —Sentí sus palabras más que las oí.
—Lo sé. —Susurré con ternura a su piel, todo lo mío sostenido en la simple
aceptación de lo que había dicho. 230
Con mi pie, empujé para abrir la puerta de la habitación. Cruzándola,
suavemente la instalé en el medio de la cama. Elizabeth me miró con todo el
tormento que había sido reacia a mostrar, con los ojos bien abiertos, la oscuridad
revelando la profundidad real de su dolor.
—Lo siento mucho —finalmente logré murmurar. Pasé los dedos por la
longitud de su pelo.— Lo siento mucho por todo. Por todo.
—No me dejes.
Exhalando, de alguna manera me las arreglé para tirar de ella un poco más
cerca. Nunca la dejaría ir.
—Nunca, Elizabeth. No iba a ninguna parte. Solo estaba esperando que
regresaras a mí.
En todo esto, ese había sido mi mayor error, mi mayor fracaso. Dejarla sola
cuando más me necesitaba.
—Duele. —Gimió.
231
—Lo sé, cariño, lo sé.
Dije esas dos palabras de nuevo, las que habían sido nuestra ruina. No tenía
miedo de decirlas ahora.
Poco a poco, levantó su cara hacia mí y miré fijamente a la mujer que amaba,
en silencio animándola a abrirse a mí.
Podía sentir su pánico, el dolor que rodaba a través de ella, mientras apretaba
en su garganta y golpeaba con furia en su pecho.
Quería repararlo, repararla a ella, para protegerla, pero sabía que teníamos
que hacerle frente y enfrentarlo iba a doler. Todo, el dolor de lo que habíamos perdido
y el desastre que habíamos creado a su paso.
—Cariño, sé que duele, pero tienes que decirme. Nunca vamos a superar esto
si no hablamos el uno con el otro.
—Ahora sé lo loco que fue, Christian. Te culpé por algo que no podías
controlar, pero se sentía como si estuvieras en mi contra, como si no estuvieras
luchando por ella de la manera que yo lo estaba. Te odié por ello.
Al oírla decirlo otra vez me golpeó en las entrañas. Sabía que lo había hecho,
pero también sabía que venía de un trauma, del choque, que había estado perdida
para sesgar emociones porque no sabía cómo hacer frente a la pérdida.
—Ver eso esta noche... me mató, Elizabeth. Me volvió loco de celos. —Le di
la vuelta sobre su espalda y me apoyé, cerniéndome sobre ella. Mis dedos se
arrastraron para situarse extendidos sobre su pecho, presioné mi mano sobre su
corazón mientras miraba hacia abajo a los ojos marrones que me buscaban a través
de nuestra miseria.— Porque ya sabía eso, Elizabeth. Ya sabía que me pertenecías al 234
igual que yo te pertenezco. —Dejé caer mi mirada al espacio vacío cerca de su cabeza.
Traté de frenar la profundidad de la rabia que los celos habían evocado en mí.
Entonces entrelacé mi mirada con la de ella.— Me heriste, Elizabeth. No voy a
mentir y decirte que está bien, porque no lo está. Eres mi vida, pero tienes que tomar
la decisión de si vas a vivirla conmigo, incluso cuando esa vida traiga dificultades que
no queramos enfrentar.
—Nunca seré capaz de expresarte cuánto siento que te empujara a dejarla ir.
Fue una estupidez, pero pensé que te estaba protegiendo y que te hacías daño al
continuar aferrándote a ella todo ese tiempo. Debí dejarte tomar la decisión cuando
estuvieras lista.
—Pero esa es la cosa, Christian, nunca habría estado lista para dejarla ir. Y
creo que lo sabías. Me conoces. Me conoces como nadie más lo hace, de una manera
que nadie más lo hará. Te culpé por lo que nunca fuiste responsable. Ni siquiera podía
mirarte porque representabas todo lo que había querido, todas mis esperanzas, mis
esperanzas para esta niña y para nuestro matrimonio. En un día se hizo añicos.
Deslizó su mano por mi cuello, acunó mi mandíbula, sus ojos ardiendo en los
míos.
—Tengo miedo porque cuando tú y yo estamos juntos, soy tan feliz. Se siente
como si cada vez que me entrego a ti, fuera golpeada con el peor tipo de devastación.
Tengo miedo de lo que me haces sentir. Es tan intenso que a veces es abrumador.
Pero esta noche, con Logan... —Desesperadamente tomó mi mano, se arqueó hacia
atrás para poder colocar la palma sobre su corazón—. Nadie puede tocar esto,
excepto tú. Mi corazón te pertenece al igual que cualquier otra parte de mí lo hace.
Todo esto... todo de mí. Soy tuya.
Todo me daba vueltas, tambaleante por la profundidad de sus palabras. Por lo 235
que significaban.
—Siento tanto que otra persona tuviera que tocarme para darme cuenta de
eso, para traerme de nuevo a la realidad. Si hubiera resistido un poco más, lo habría
visto, Christian. He sentido un cambio en mí, un rayo de luz cuando estaba tan
perdida en la oscuridad. Sé que se habría encendido sobre ti.
Pasé los labios sobre los de ella, el paso más suave, un abrazo.
Un suspiro roto salió de mí, porque entendí la verdad de sus palabras. Eran
mi verdad, también.
Teníamos que creer que nuestra pequeña estaba a salvo, libre, que no estaba
sola o sintiendo algo de este dolor que llevábamos por ella.
236
Epílogo
Traducido por Natyjaramillo97
Corregido por Yanii
Elizabeth
Siete meses después 237
Una brisa gentil corrió a través del creciente oleaje. Las olas del océano se
desplomaron, chocando mientras rompían en la costa. Rayos de sol atravesaban
entre las lagunas en la fina capa de nubes que colgaban en el cielo de la tarde. Mis
pies descalzos se hundieron en la húmeda arena, un sentimiento que había amado
desde que era una niña pequeña.
Sí, Christian Davison todavía se las arreglaba para robarme el aliento. No era
diferente a hace diez años cuando caminó por las puertas de ese café y cambió la
dirección de mi vida.
Supongo que debí haberlo sabido entonces, la manera en que me había hecho
sentir como si golpeara algo suelto dentro de mí, desatando algo que no sabía que
existía.
Lizzie miró hacia mí. Su largo cabello negro estaba todo atado en un elegante
moño. Era hermoso y la hacía ver mucho más grande, pero ella insistió en tener el
cabello como el mío. Tenía casi siete, pero hoy mientras pausaba y me miraba con
una sonrisa significativa, su boca suave y sus ojos azules aún más suaves, sé que mi
niña pequeña sabe exactamente lo que este día significaba para nosotros.
La boda que nos perdimos hace casi un año atrás estaba supuesta a tomar
lugar en una gran iglesia rebosante con todas las personas que conocíamos - amigos,
familia y conocidos.
Hoy sólo estaban aquellos más cercanos, aquellos que en verdad comprenden
lo que tuvimos que pasar para llegar aquí.
Mire hacia la derecha. La tía de Christian, una mujer que llegue a conocer
sólo esta semana, de pie radiante, al costado de su esposo que tenía su brazo
alrededor de su cintura. Ellos dijeron que no se perderían esto, por nada en el mundo.
Mis pasos eran lentos. Tal vez porque estaba disfrutando cada uno, como si
ellos representaran un obstáculo que tuvimos que escalar, las pruebas que tuvimos
que superar. Tal vez eran un triunfo, una celebración.
Aunque cada paso era mesurado, en realidad, estaba corriendo hacia él.
Era mi todo.
Me detuve a treinta centímetros de él. Sonrió con esa sonrisa, de esa que
revuelve el estómago, tambalea corazones, destroza tierras.
Cubrí su mano con la mía, presionándola más cerca mientras cerraba mis
ojos.
Y yo amando.
Mis ojos revolotearon y atrapé la expresión de Mathew desde dónde estaba 240
detrás de Christian, de pie, como su padrino. ¿Quién más podría ser? Él estuvo a mi
lado, a nuestro lado por mucho tiempo. Es nuestro mejor amigo, nuestra familia. Sus
bondadosos ojos cafés nadando en suave afecto, en alivio y felicidad por algo que
había deseado para mí por muchos años. Él siempre me había dicho que quería
verme feliz.
Y en verdad lo era.
Unió nuestros dedos mientras nos girábamos a ver al ministro que estaba de
pie frente a la simple rotonda floral.
Y con mi familia rodeándome, las personas que me han visto pasar por tanto,
le prometí mi vida a Christian.
Nuestros votos fueron simples.
El ministro nos declaró marido y mujer. Christian se giró hacia mí y por unos 241
cuantos momentos, sólo nos paramos viendo al otro. Este hermoso hombre que me
había tocado, que me cambió y ajusto a la persona en la que me convertí.
Una ráfaga de viento pasó entre nosotros, el olor del océano corriendo por la
genial, brisa de primavera. Hebras errantes de mi cabello volaron a nuestro alrededor,
balanceándose en nuestra piel y estimulando nuestros espíritus.
Lizzie rió, corrió a nuestro lado mientras Christian me ponía en mis pies. La
levantó en sus brazos. Hoy, ella no parecía quejarse, sólo se reía mientras se agarraba
alrededor de su cuello, El agarre de Christian se aferró a mi cintura.
Risa corrió por mi garganta mientras pasaba mis dedos por el cabello de
Christian. Alcé la cara al techo de espejos, su boca en mi cuello. Me tenía presionada
contra el ascensor mientras subía hacia el último piso del hotel.
—Mmm... Hueles tan bien. —Un roce de su boca, una mordida de sus
dientes.
—¿No se supone que deberías cargarme por el umbral de nuestra casa, no del
hotel? —Le lance una sonrisa coqueta, mi boca se curvó con la fuerza de este amor.
Se dobló hacia un lado para que ambos entráramos por la puerta. Diversión
brilló en sus ojos. Destellando con alegría.
—Bueno, estaría feliz de hacer eso también. Pero esta noche, estoy cargando 243
a mi esposa a través de estas puertas y una vez que pase tras ellas, voy a hacerle el
amor una y otra vez. ¿No tienes algún problema con eso, o sí, Sra. Davison?
Reí un poco más, sin ser capaz de comprender esta felicidad, la manera en
que se sentía, un zumbido de energía quemando bajo mi piel mientras Christian me
cargaba dentro de la suite en el punto más alto del centro de San Diego.
Nos llevó dentro de la costosa suite. Velas brillaban por todo el lugar de la
sala de estar, parpadeando mientras saltaban y centellaban en los ventanales del piso
al techo frente a la bahía. Aguas negras ondeaban y bailaban a la luz de la luna que
colgaba bajo en el cielo oscuro.
—No, pero te lo puedo dar. ¿Así que por qué no lo haría? —Su expresión
cambió, su mandíbula manteniéndose tiesa. La jocosidad que nos había seguido todo
el camino desde nuestra fiesta de recepción, dentro de la limosina y hasta aquí a 244
nuestra suite había desaparecido. En su lugar una intensidad diferente, su expresión
severa. Líneas se ajustaron en sus cejas. Un denso peso lleno la habitación y, en el
suave destello de las llamas, vi la emoción juntarse en su rostro.
Me tomó por los hombros y me guio para girarme. Su aliento chocaba contra
la parte trasera de mi cuello.
—Hermosa. —Susurró.
Finalmente, me tocó, sus palmas deslizándose bajo mis caderas hacia mis
muslos, antes de recorrer el mismo camino hacia arriba, aplicando presión mientras
me giraba. Su boca se curvó en un gentil cariño cuando tomó mi mano y me ayudo
a salir del montículo de tela agrupado en el suelo.
Tomó un paso hacia atrás, dejando deambular sus ojos mientras contemplaba
cada centímetro de mí.
Una franja de piel desnuda estaba expuesta entre el corpiño y mis bragas y la
atención de Christian se centró en ella. La alcanzó, su pulgar derecho pasando
cariñosamente sobre el tatuaje que descansaba en la parte delantera de mi cadera
izquierda.
Hemos dado juntos otro paso que se sentía como sí lentamente estuvieramos
curando. He llegado a darme cuenta que estaba asustada de que seguir adelante
significara que tendría que dejarla ir. Ahora sabía que no era verdad. Aunque no se
nos permitió quedárnosla, por siempre viviría en nuestros corazones.
—Te amo, Elizabeth. Más de lo que alguna vez sabrás. Me has hecho
absolutamente el hombre vivo más feliz.
Pasé las yemas de mis dedos sobre sus ángulos afilados de su mandíbula,
dejándolas revolotear hasta trazar la curva de sus labios.
—Pero lo sé, Christian. Porque no hay manera de amarte más de la que yo te
amo ahora. Ningún placer mejor que este.
Una ola de frío chocó sobre mi piel, y mis pezones se endurecieron mientras
se encontraban con el aire. Christian bajó su cabeza, se apoderó de mi boca, su beso
247
fuerte y lento mientras el rodeaba mis senos con la yema de sus pulgares.
Mis ojos vagaron y trazaron, adorando a este hermoso hombre que amaba
con cada gramo de mi vida.
Torció sus dedos en el borde de mis bragas y las arrastro hacia abajo,
inclinándose para lamer sus labios en un tortuoso camino detrás de ellos.
Gemí.
Christian miro abajo, hacia mí, mientras me hacía el amor por primera vez
como mi esposo, el hombre al que le estaba dando todos mis días.
Mis ojos estaban fijos en el que esperó al final de cada una de mis rutas. Mi
destino. Aquel del que nunca podría escapar.
Christian me acaricio tras mi oreja, luego inclinó su boca para susurrar en ella.
El cuarto de luna colgaba baja en el cielo. Brilló a través de las turbias aguas
del mar embravecido. Ramas de árboles golpeaban las paredes, una fuerte ráfaga de
viento azotaba la tierra. En la distancia, las olas se precipitaban a la orilla y chocaban
en la playa.
Tanto como amáramos esto, Elizabeth y yo sabíamos que las paredes solas
no significaban nada. Era lo que las llenaba lo que contaba, la risa que hacía eco en
ellas, la felicidad que contenían.
Alegría reinaba aquí.
Eso no significaba que no hubiera días malos. Habías todavía tiempos en los
que encontraba a Elizabeth en sus rodillas en el enorme vestidor continúo a nuestra
habitación. La manta de Lillie hecha una bola en sus brazos. Meciéndolo como si
estuviera meciendo al bebé que en verdad nunca tuvo la oportunidad para hacerlo.
Lloraba y susurraba incoherencias, que le encantaba y adoraba. Luego se secaba las
lágrimas y se colocaba de pie, guardando ese precioso símbolo hasta que se sentía
obligada de nuevo a sumergirse en ellos. Nunca tuvo la fuerza para deshacerse de 250
ellos, de poner alguno en exhibición, en cambio los escondía como su propio tesoro
enterrado.
Y nosotros estábamos bien con eso, dando la bienvenida a esos días porque,
aunque dolieran, le pertenecían a Lillie.
—Muy incómodo.
Me agaché entre sus rodillas. Mis dedos se arrastraron hasta la parte superior 251
de su pierna y alrededor de su espalda donde le di un masaje profundamente en sus
caderas, donde ella siempre parecía estar adolorida.
—Sólo continúa haciendo lo que estás haciendo y soy una chica feliz.
Ella sonrió un poco antes de que un bostezo la tomara. Se rió mientras trataba
de ocultarlo detrás de su mano.
Trepé a la cama con ella, puse las sábanas sobre nosotros mientras la
acurruqué contra mi pecho. Se enroscó contra mí, su delicada mano cubriendo la
mía donde la descansaba en la pared de su relajado vientre.
—Casi estas ahí, Elizabeth. Dame otro gran puje. —La Dra. Montieth
articuló.
Mi visión se nubló.
Luego lloró.
Este chillón, sorprendido llanto que le daba la bienvenida al mundo.
Corrí a alisarle el cabello hacia atrás que estaba empapado en sudor, deje caer
la frente a la de ella, me perdí en el calor de sus ojos marrones.
Estaba bien.
Estirando la pierna libre, flexionó su pie, clavando un dedo del pie en mi piel.
Apretando contra el lado de su cara, apretó y aflojó un pequeño puño. Él hizo un
gesto con la boca abierta hacia mi pecho, su lengua sobresalía entre sus labios como
si estuviera buscando, cazando. 255
Pero claro que lo estaba.
Quería a su madre.
—Shh... —Lo arrulle, rebotando lo más suave.— Vamos a dejar que mami
duerma sólo un poco más. ¿Crees que podrías hacerlo? No es tu hora para comer
todavía.
Al sonido de mi voz baja, miro hacia mí con sus grandes ojos azul tormenta.
Amor me consumió, llenó cada rincón de mi ser mientras miraba hacia abajo
a su perfecta cara.
Mi hijo.
Elizabeth insistía en que esos ojos azules oscuros se volverían como el color
de los míos. Decía que Lizzie había sido casi igual. No me había convencido todavía.
Su cabello era brillante, una capa delgada que ni siquiera cubría la parte superior de
su cabeza, tal vez él iba a heredarlo de su madre, este hermoso niño que había
completado nuestro hogar.
Se agitó un poco más y comencé a pasearme por el lugar, esperando poder
darle a Elizabeth unos cuantos minutos más de sueño.
Empujé la puerta para abrirla más, caminé a su lado y pasé mi dedo por el
suave cabello negro de mi hija.
Esta pequeña niña que una vez me había parado en seco con una penetrante
mirada y una pequeña sonrisa que deshizo algo en mí. Aquella que me había llenado
de conciencia, la que había enviado amor a través de mí.
Esta niña, la que había sido el punto de ruptura de Elizabeth y yo, la que
también había sido nuestro inicio.
Ella había sido la que había cambiado la persona egoísta que era.
Todo lo que tenía era hoy y elegía amarla con cada segundo, con cada respiro.
Abracé a mi hijo de seis semanas un poco más cerca, dispuesto a que el tiempo
se hiciera más lento. Aprendí a apreciar cada día y deseé no perderme ninguno de
ellos.
Susurre a Lizzie: “Buenas noches, princesa”, luego la volví a besar antes de alzar
a Myles al centro de mi pecho. El enrosco sus piernas hacia arriba debajo de él
doblado en una pequeña bola. Palmeé su espalda mientras caminaba de regreso por
la casa, presioné mis labios en la coronilla de su cabeza.
Con nuestro hijo en mis brazos, coloque una rodilla en el colchón y escale a
la cama. Le pasé a Myles y le dio la bienvenida en sus brazos.
Luz llenó su cara. Intensa, radiante. Brilló con amor. Con alegría.
258
Todavía descansando de lado, lo acurrucó contra ella, alzó su brazo sobre su
cabeza mientras ceñía su blusa para que Myles pudiera encontrar su seno.
Ella miró arriba hacia mí, sus ojos cafés se impregnaron de emoción.
Su mirada atrapó la mía, esta mujer que me amaba con todo y confiaba en mí
con todo.
Mi mente corrió por los años de nuestras vidas, lo que mis esperanzas
sostenían para el futuro.
Las pisadas que clamarían sobré estos pisos de madera, las risas y los juegos,
los días que pasarían y veríamos a nuestros hijos crecer. Podía imaginarme a Myles
tropezando por el césped con pies inseguros, la más grande sonrisa en su cara, Lizzie
a su lado, alentándolo a dar otro paso.
Como mis hijos aprenderían. Todos sus tropiezos y triunfos, fallos y éxitos.
259
Como algún día encontrarían un amor cada uno.
Que habríamos amado hasta que no se nos dieran más días y luego, de alguna
manera, la encontraría de nuevo.
Esta mujer, aquella que robó mi aliento con una rápida mirada.
Esta mujer.
Mí por siempre.
Fin
Sobre la Autora
A.L. Jackson
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Encontró por primera vez el amor por la escritura
durante sus días como joven madre y estudiante
universitaria. Lleno las revistas que llevaba con
historias cortas y poemas que utilizaba como una
salida para las dificultades y alegrías que
encontró en la vida del día a día.
Años más tarde, compartió una historia corta
con la que había estado trabajando con sus dos
amigos más cercanos y, con su apoyo, esta
historia se convirtió en su primera novela de larga
duración.
A.L. ahora pasa sus días escribiendo en el sur de
Arizona, donde vive con su esposo y sus tres
hermosos hijos. Su pasatiempo favorito es pasar
el tiempo con los que ama.
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