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If Forever Comes
Take This Regret, #2 2

A.L. Jackson
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El presente documento tiene como finalidad impulsar la lectura hacia


aquellas regiones de habla hispana en las cuales son escasas o nulas las
publicaciones, cabe destacar que dicho documento fue elaborado sin fines de
lucro, así que se le agradece a todas las colaboradoras que aportaron su
esfuerzo, dedicación y admiración para con el libro original para sacar
adelante este proyecto.
Staff
Moderadora de Traducción
Dara y Lore

Grupo de Traducción
4
dark juliet Lady_Eithne lau_diarader
pamii1992 Lore Felin28
puchurin Ivi04 Natyjaramillo97
ingrid luisa

Moderadora de Corrección
Leluli y Lsgab38

Grupo de Corrección

francatemartu MAngelBooks Keyla Hernández


vickyra MaryJane♥ Yanii
Liraz lsgab38

Revisión Final
Ilka

Diseño
Móninik
Índice
Sinopsis Capítulo 11
Capítulo 1 Capítulo 12
Capítulo 2 Capítulo 13 5
Capítulo 3 Capítulo 14
Capítulo 4 Capítulo 15
Capítulo 5 Capítulo 16
Capítulo 6 Capítulo 17
Capítulo 7 Capítulo 18
Capítulo 8 Capítulo 19
Capítulo 9 Epílogo
Capítulo 10 Sobre la Autora
Sinopsis
La vida de Christian Davison está completa. Con un anillo en el dedo de
Elizabeth y su hija a su lado, está listo para lanzarse de cabeza al futuro.

Elizabeth Ayers nunca creyó que volvería a encontrar este tipo de alegría, la
alegría de una nueva familia y la plenitud que se encuentra en el toque del hombre al 6
que siempre ha amado.

Su amor es intenso y su pasión sólo crece a medida que se redescubren el uno


al otro.

Pero la vida nunca es fácil.

Debido a los imprevistos, Christian y Elizabeth se encontrarán luchando por


la única cosa que estiman más, la familia.
Capítulo 1
Traducido por Dark Juliet
Corregido por francatemartu

Christian
Presente, finales de septiembre 7

Una vez hice una promesa que sin importar lo que la vida trajera a nuestro
camino, nunca me alejaría.

Lo decía en serio. Cada maldita palabra.

Pero la vida había tomado a Elizabeth y a mí por un camino que ninguno de


los dos sabía cómo navegar. Uno que ninguno de nosotros podía soportar. La vida a
veces pone tanto peso sobre nuestros hombros que nos derrumbamos, nos inclina
hasta rompernos.

Había roto a Elizabeth. Cruel y salvajemente.

A su vez, ella me hizo añicos.

Levanté el vaso a mis labios. El líquido dorado quemó un camino por mi


garganta y se acomodó como una patética excusa para mayor comodidad en la boca
de mi estómago.

Levanté el vaso de nuevo, hasta dejarlo vacio. Hielo resonó alrededor en el


fondo cuando golpeé hasta la barra. Me pasé la mano por el pelo y palmeé los
músculos tensos en mi cuello.

Kurt inclinó la cabeza hacia mi vaso.

—¿Necesitas otro?
Me encogí de hombros y empujé el vacío hacia él.

—Supongo que sí.

Él se echó a reír con una sacudida leve de la cabeza y comenzó a verter una
bebida nueva.

—¿Juegas al tímido esta noche? Te he visto sacar tu lastimoso trasero


tropezando al salir de aquí cerca del maldito cierre cada noche durante los últimos
tres meses. ¿Planificando cortarte antes de tiempo o algo así? —El sarcasmo rodó de 8
la pregunta, y él alzó una ceja despectiva.

Un resoplido de incredulidad tiró de mi nariz. Me hizo fijo. El único plan que


tenía era beber hasta un estado de estupor y orar que al despertar en la mañana, me
despertaré de esta maldita pesadilla y estaré en la cama de Elizabeth.

—Sólo mantenlo lleno.

Dejó el vaso en frente de mí.

—Eso es lo que pensé.

El pequeño bar estaba tranquilo esta noche. Sólo tenía que caminar dos
cuadras hacia el interior de mi apartamento para buscar aislamiento. Había pasado,
lo que parecía un millón de veces, viajando hacia y desde la casa de Elizabeth y ahora
se había convertido en una especie de jodido refugio que alimentaba la destrucción,
algo para derribarme un poco más lejos.

Sí, sabía exactamente cómo llegar aquí, pero eso no quería decir que no estaba
perdido.

Así es como estábamos. Ambos. Completa e insoportablemente perdidos.

Desplomándome hacia delante, me apoyé en mi codo, con la cabeza apoyada


en mi mano, tomé un profundo trago de mi bebida, deseando que su desaparición no
doliera tanto. Era insoportable.
Pero sabía en mi ardiente interior que le dolía peor que a mí, más de lo que
podía imaginar y eso era lo que me estaba matando, absolutamente.

Salté cuando un taburete patinó contra el suelo a mi lado. Mire mal a quien
consideró necesario tomar asiento a mi lado en un bar que estaba casi desierto.

Matthew.

Por supuesto.
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Se dejó caer en el taburete con un profundo suspiro y se apoyó en los codos.

Kurt se acercó.

—¿Qué puedo conseguirte, hombre?

—Bud Light.

Ambos no dijimos nada mientras Kurt retorcía la tapa y deslizaba la cerveza


hacia él.

—Gracias —murmuró Matthew.

—Por supuesto.

Matthew llevó la cerveza a su boca, miró hacia delante sin decir una palabra
mientras tragaba con fuerza.

La tensión estalló entre nosotros, un peso denso que espesaba el aire. En el


borde, me trague mi bebida y golpeé mis dedos en la barra, todas mis defensas se
levantaron en alerta.

—Eres un hombre difícil de encontrar —dijo finalmente.

—Eso es porque no quiero ser encontrado.

Así que, obviamente, eso era una mentira. Todo lo que quería era que
Elizabeth encontrara de alguna manera su camino de vuelta a mí. Lo que no quería
era sentarme aquí y escuchar a Matthew darme de comer mierda sobre cómo todo
iba a estar bien. Que le diera tiempo.

Siempre era más jodido tiempo. Pero el tiempo sólo se dio la vuelta y
amontonó más dolor sobre nosotros. Y Matthew no había padecido lo que nosotros.
No había visto la tenue luz en los ojos de Elizabeth. No de la forma que yo. No estaba
seguro de que alguna cantidad de tiempo pudiera reavivarla.

—¿Así que esto es lo que haces contigo mismo noche tras noche, cuando no
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tienes a Lizzie?

Levanté un hombro sin compromiso.

—¿Qué? ¿Crees que debería sentarme solo en mi apartamento en su lugar? —


Solté un bufido resentido—. Al diablo con eso.

La ira rodó alrededor de mi pecho. Mi apartamento se había ido finalmente


bajo contrato también, mientras que Elizabeth y yo habíamos buscado el hogar
perfecto para criar a nuestra familia. Pero tuve que retirarme de la venta en el último
minuto así que me gusto por lo menos tener un lugar para dormir, mientras que el
resto de mi mundo se vino abajo.

Matthew me inmovilizó con una mirada de incredulidad.

—¿Así que esto es mejor? ¿Esta es tu solución? —Sus palabras se endurecieron


mientras agitaba una mano exasperado por la habitación—. ¿Crees que no lo
entiendo, Christian? ¿Crees que no sé lo difícil que es para ti?

Negué con la cabeza y di la vuelta, incliné mi vaso a mi boca. No, no creo que
él lo sepa. ¿Cómo diablos podría? Se encontraba gateando en la cama con la mujer
que amaba todas las noches, no se encontraba al otro lado de la ciudad, bien
despierto, preocupado de que fuera el momento exacto en que ella se rompía en
pedazos cada minuto de cada maldita noche.

Bajó la cabeza y giró hacia arriba para captar la mía.

—Haz algo —declaró.


Dolor empuñó mi corazón, porque realmente quería, pero luego la amargura
llego de nuevo.

—¿Cómo qué?

Mi cara se apretó.

—Joder lo intenté. Lo intenté y sólo empeoró las cosas. Ella ni siquiera me


mira cuando la veo.
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—Está lastimada Christian.

—¿No crees que me doy cuenta de eso? Pero no puedo eliminar ese dolor. Si
pudiera, lo haría, pero no hay absolutamente nada en este mundo que pueda hacer
para cambiar lo que pasó.

—Así que... ¿qué? ¿Renuncias? ¿Pretendes que ambos no son miserables el


uno sin el otro? —Frustrado, Matthew forzó su taburete detrás de la barra y se
levantó, excavó en su cartera y tiró diez en el mostrador. Se dio la vuelta para irse,
vacilando, luego dio un paso agresivo hacia mí—. ¿Sabes qué, Christian? Tenía fe en
ti. Me prometiste que nunca te alejarías de ella otra vez y te creí. Me prometiste estar
allí en las buenas y en las malas... —Vibró, parecía tratar de calmarse a sí mismo
mientras se pasaba una mano su espeso cabello castaño—. Bueno, esta es la línea fina
y es una jodida mierda. Eso lo sé. Y sé que estás sufriendo tanto como ella. Pero esto,
en este momento —señaló con su dedo sobre la barra— es cuando esa promesa
cuenta. No cuando todo va como lo planeas.

Mi atención se redujo a mis dedos en los que tenía un dominio absoluto sobre
el vaso medio vacío. Duras palabras goteaban de mi boca.

—Ella no me quiere, Matthew. Me dejó claro que prefería morir a dejar que la
tocara de nuevo. Créeme, si hubiera alguna posibilidad de ganarla de vuelta, la
tomaría. Pero no la hay. Elizabeth ya tomó su decisión.

—Has luchado tan duro por ella. Ahora mírate. —Él sacudió la cabeza con
disgusto—. Eres un maldito tonto.
Me dejó allí sentado en mi miseria.

Vacié lo último de mi bebida. Desplomándome sobre la barra, enterré mi cara


en el hueco de mi codo.

Me dolía la cabeza. Mi corazón también.

Dolía jodidamente todo.

Mis ojos revolotearon mientras mis pensamientos nadaban y me perdí en 12


algún lugar entre la fantasía y la realidad.
Capítulo 2
Traducido por pamii1992
Corregido por francatemartu

Finales de diciembre, nueve meses antes


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Cerré la puerta detrás de nosotros y puse el seguro. Elizabeth camino hacia el
centro de la habitación, con aquellos ojos café nunca alejándose de los míos. Me
apure a llegar hasta ella, tomando sus caderas entre mis palmas mientras mi boca
descendía sobre la dulzura de sus labios.

―He estado muriendo por tenerte para mí solo toda la noche ―gemí al
acercarla a mi cuerpo. Elizabeth rió, gutural y dulcemente. El profundo sonido vibró
contra mis labios. Me recordaba tanto a todas aquellas veces en que la había tenido
contra la pared de mi departamento, cuando vagábamos por las mismas calles de
Nueva York, cuando estábamos en la universidad. Esta mujer, que sostenía en mis
brazos, se sentía bastante como la chica de dieciocho años que había sostenido años
antes, cuando nuestros cuerpos se habían explorado por primera vez, cuando había
crecido de la inocente chica que conocí la primera vez a esta sexy mujer que casi vivía
en mi cama. En ese entonces, ella coqueteaba y me molestaba, prendiendo fuego
dentro de mí, dejándome deseando más.

Y demonios, vaya que se sentía increíble tenerla de vuelta.

—Ahora que me tienes para ti solo, ¿qué tienes pensado hacer conmigo? —
preguntó ella, tomándome de la corbata.

Habíamos salido a celebrar la nueva vida que estábamos empezando. Lizzie


se había puesto el vestido más adorable que había visto y su pelito negro había sido
recogido con listones. Y Elizabeth… Dios, una sola mirada y me había robado el
aliento.
La ciudad estaba a punto de recibir al invierno, así que estaba usando un
vestido de invierno con un cinturón que resaltaba su estrecha cintura, colgando
perfectamente para abrazar la curva de sus caderas. Acababa justo por encima de sus
rodillas. Y ahí, solo una franja de piel me seducía antes de dar paso a unas botas de
tacón altas. Mi atención se dirigió al anillo de diamantes que bailaba en su dedo. Aún
no podía creer que me hubiera dejado ponerlo ahí. Dios, no podía esperar para
casarme con ella.

—Qué no pienso hacer contigo sería una pregunta mejor —murmuré, 14


rodeando la parte de atrás de su cuello con la palma de mi mano, mientras la otra se
posaba posesivamente en su cintura. La besé con fuerza y apasionadamente,
devorando el aliento que salía sorprendido de su garganta, acariciando sus labios con
mi lengua. La besé y la volví a besar porque nunca iba a dejar de hacerlo.

La habitación de nuestra suite tenía ventanas tan altas como el techo que
daban hacia la calle debajo de nosotros. Afuera, la ciudad brillaba.

El invierno estaba llegando y copos de nieve flotaban hacia el piso al ser


liberados por el oscuro cielo. Luces brillaban a través de la bruma, derramando un
suave resplandor sobre nuestra oscura habitación.

La empuje contra la ventana. Elizabeth gruñó. Se apoyó sobre la enorme hoja


de cristal, las perfectas líneas de su cuerpo siendo enmarcadas por la ciudad que
parecía hacer eco en mi pasado, los recuerdos tan fuertes, que parecían estar vivos.

Di un paso atrás y deje que mis ojos se perdieran sobre los que la habitaban.
Gradualmente, las líneas de aquel hermoso rostro llenaron mi visión y por un
momento, mi mirada se perdió en el cálido color ámbar de sus ojos. Devoción corría
por mis venas. La amaba. La amaba con todo, con mi vida, con mi alma. E iba a
pasar mi vida entera probándoselo.

Mis acciones fueron lentas y deliberadas al arrodillarme frente a ella,


observando cómo sus labios se abrían al hacerlo. Puse mis manos bajo el dobladillo
de su vestido, recorriendo la suavidad de sus muslos y rodeando su perfecto trasero,
mis dedos rozando encaje y satén. Su vestido estaba todo amontonado en mis
antebrazos mientras lo subía hasta sus caderas. Sus largas y tonificadas piernas
quedaron expuestas mientras ella estaba ahí, temblando en sus botas.

—Tienes el trasero más dulce y perfecto Elizabeth. —le susurré mientras


tocaba con mis dedos aquella delicada piel. No había forma de detener la
abrumadora necesidad que corría por mi sistema cada vez que la tocaba de esta
forma. Flamas parecían lamer mi piel, enviando calor en mis venas. Cada centímetro
de mi cuerpo se endureció— Siempre lo has tenido —digo mientras la miro a los
ojos— ¿Lo sabes? La primera vez que te vi en aquel pequeño café, en lo único en lo 15
que podía pensar era en averiguar lo que escondías debajo de tu ropa. Y es perfección,
Elizabeth. Cada centímetro de ti es perfecto.

Elizabeth me miró con ojos oscuros y hambrientos. Deliberadamente, mi


mano se deslizo hacia el frente. Mi lengua salió a mojar mis labios mientras separaba
sus piernas. Pasé mis nudillos sobre el húmedo trozo de encaje entre sus muslos.
Vibraciones la sacudieron, haciendo que buscara mi hombro para apoyarse.

—Christian.

Salió de sus pulmones en una súplica silenciosa, sus dedos desesperados


mientras se cerraban sobre mi camisa. Mi nombre en su lengua sonaba a cielo.
Contuve un gemido doloroso y dejé que mi mano trazara la ruta de vuelta hacia sus
piernas y hacia sus botas. Me apoyé un poco, con una rodilla sobre el suelo y la otra
doblada con mi pie plantado en frente de mí. Tomé su pie para que descansara sobre
mi rodilla.

—Quiero que recuerdes esta noche Elizabeth. —Lentamente, fui bajando el


cierre desde su pierna hasta su tobillo. Aquel distintivo sonido infiltrándose en el
silencio de nuestra habitación me golpeó como una bala de lujuria, enroscado como
el nudo más apretado en la base de mi estómago. Tenía que serenarme para poder
mantener el control e ir lentamente porque quería saborear esa noche— Quiero que
recuerdes por siempre la primera vez que te hago el amor en la ciudad en la que
empezamos hace tantos años.

Quería que esta noche borrara todos los malos recuerdos que ella albergaba
de este lugar mientras la llevaba a todas aquellas perfectas noches que pasamos con
nuestros cuerpos enredados.

Quería que esto hiciera una marca. Una impresión.

Quería hacerle una promesa.

Le retiré la bota, observando su expresión mientras la tiraba en el suelo con


un suave sonido. Elizabeth emitió un pequeño suspiro, temblando más. Lentamente,
me moví hacia su otra pierna. 16
La anticipación espesó el aire entre nosotros, nuestras respiraciones llenaban
la habitación, pesadas y entrecortadas. Nuestros cuerpos, ambos tensos por el placer
que estaba por venir. Elizabeth y yo habíamos desperdiciado ya mucho tiempo.
Demasiado tiempo.

¿Cuántas noches nos habían sido robadas cuando podríamos haber estado
envueltos el uno en el otro como lo íbamos a estar esta noche? Nunca más. Ya he
terminado de malgastar mis oportunidades, terminado de vivir mi vida como un
tonto.

Mi vida iba a ser vivida por y para ella. Y nunca tendría suficiente.

Me acerqué de nuevo. Descalza, se retorció frente a mí, con sus palmas contra
la ventana para sostenerse. Su expresión era oscura, intensa y necesitada… tan
necesitada como la mía. El suave toque de sus dedos se poso sobre mi mejilla,
recorriéndola, poniéndome en llamas mientras se posaban sobre mis labios.

—Eres un hombre tan hermoso —murmuró ella mientras un sombrío flash de


emoción revoloteo sobre su rostro— Por dentro y por fuera. Gracias por
mostrármelo. Por hacérmelo ver finalmente. Por ayudarme a confiar. Había olvidado
cómo.

Con su adorable toque, un escalofrió recorrió mi columna, girando con mi


deseo, junto con la devoción que llenaba cada espacio de mi ser. Era mía. Pero Dios,
no había duda alguna de que yo le pertenecía.
—No te dejaré olvidarlo otra vez. —La promesa penetró el aire entre nosotros.
Firmemente, me puse de pie, con mi mirada fija en la suya, mis intenciones claras.
Desabroché su cinturón y deje que cayera libre antes de tomar su vestido y quitárselo
por sobre su cabeza. Ondas de cabello cayeron alrededor de sus delicados hombros,
su casi desnudo cuerpo era como un faro que me llamaba a casa.

La tomé de las caderas y la levanté, ella rodeo con sus largas piernas mi
cintura, tan segura igual que sus brazos rodearon mi cuello. Su diminuto cuerpo
quemó contra el mío, cada vez que ella se presionaba contra mí. Y mi espíritu parecía 17
cantar.

Con un brazo asegurado alrededor de su cintura, pase mi otra mano a través


de sus gruesos rizos rubios que parecían brillar bajo la escasa luz de la ciudad
proveniente de la ventana.

Elizabeth posó sus labios sobre los míos y succionó mi labio inferior antes de
pasar sus atenciones al superior. Una increíble ansia de consumirla se apodero de mi
cuando uso su lengua para acariciar mis labios en un lento y sensual movimiento.

Un gruñido salió de mi pecho y la sentí sonriendo contra mis labios, toda


tierna y traviesa. Mi agarre se intensifico mientras la cargaba hacia la enorme cama
que descansaba en medio de la habitación. Esta mujer era demasiado. Con un solo
toque se las arreglaba para devorarme completamente. Pero esta noche, yo sería el
que la devoraría entera.

La dejé sobre la cama. Y ella se movió sobre el colchón, haciendo que aquella
risita grave de antes volviera a surgir. Una tímida sonrisa se formó en su perfecta boca
mientras me miraba.

—¿De qué te estás riendo? —le advertí, intentando eliminar el sentido del
humor que intentaba colarse en mi tono de voz. Di un paso hacia atrás y toqué el
nudo de mi corbata. Me la quité, dejándola en el suelo. Me moví entre los botones
de mi camisa, desabotonando uno por uno, mientras la miraba fijamente.

Ella estaba acostada recargándose sobre sus codos y no pudo evitar presionar
sus muslos mientras me miraba quitarme la camisa de los hombros. Su voz estaba
toda rasposa.

—Me estoy riendo porque no puedo parar Christian. No puedo expresar lo


que significa para mí estar contigo. Nunca pensé que me volvería a sentir de esta
manera. ¿Cómo puedo si quiera empezar a describir lo bien que me siento? —Avancé
hacia adelante y puse mis manos sobre sus rodillas.

—Prepárate para sentir esto noche tras noche, día tras día Elizabeth. Porque
no voy a dejar de amarte. —Separé sus piernas. Y mi atención fue directamente hacia
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el centro cubierto de encaje. Me acerqué a ella y presioné mi boca contra la delgada
tela, besándola suavemente.— Nunca voy a dejar de tocarte.

Elizabeth se sacudió. Los músculos de su vientre vibraron por aquel lento


temblor que la recorría entera mientras yo usaba mi lengua sobre el encaje en una
larga y firme caricia. Ella se retorció sobre el colchón.

—Oh dios mío Christian —rogó ella.

Su aroma, los sonidos que se escapan de su temblorosa boca y la necesidad


que sentía irradiar de su cuerpo llevó al mío hacia un lento frenesí. Me levanté de la
cama y la tomé de los muslos, tirando de ella hasta la orilla de la cama. Envolví mis
dedos en su ropa interior y ella levanto sus piernas en la más deliciosa manera, un
pie se presionó contra mi pecho mientras que el otro se empujo contra la parte
superior de mi muslo.

Demonios.

Sólo había pocas palabras que pudieran describirla. No pude evitar decirle lo
único que le hacia la suficiente justicia.

—Perfecta. Eres absolutamente perfecta Elizabeth. Nadie se compara contigo.


Nadie.

Era ella. Solo ella. La única que siempre había sido.

Me hice hacia atrás y tiré de su ropa interior pasándola por todo el largo de
sus piernas y la boté a un lado. Más rápido de lo que pude darme cuenta, Elizabeth
estaba sobre sus rodillas, la mujer arrodillándose frente a mí usando sólo el sostén
más sexy que había visto en mi vida, completamente negro, con encaje y lazos. El
resto de aquel exquisito cuerpo estaba expuesto, su piel tan suave y besada por el sol,
rogaba por mi toque.

La deseaba tanto que dolía, no podía esperar por hundirme en el calor entre
sus muslos.

Pasó sus dedos por mi pecho. Mi estómago dio un vuelco mientras ella lo
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acariciaba hasta el camino de vello que desaparecía en mis pantalones. Su expresión
era intensa, llena de una necesidad que consumía y un poder desbordante mientras
ella desabrochaba el botón de mi pantalón, su aliento era dulce mientras bañaba mí
alrededor. Se sintió casi como la más sublime contradicción.

Se acerco más, nunca despegando su mirada de mi rostro mientras bajaba el


cierre de mis pantalones, tan lentamente como yo había bajado sus botas. La pretina
de mi pantalón colgó floja. Las palabras salieron de su boca desde donde descansaba
a sólo un suspiro de la mía, bañándome como un embriagador hechizo.

—Diez años, Christian y aún es lo mismo. Me consumes. —Sus dedos


juguetearon con la cinturilla de mi ropa interior.— Aún te las arreglas para hacer que
mi estómago de vuelcos dentro de mí y para que mi corazón lata tan rápido como si
se fuera a salir de mi pecho de un momento a otro. —No había forma de no entender
la pasión que emanaba de sus palabras.— Haces que te ansié más que a nada. —Lo
último llego con la misma desesperación que corría por mis venas. Sus movimientos
eran densos, tan densos como el aire, que emanaba fervor. Tragó saliva.— Siempre
has sido tú, Christian. Desde el momento en que me di cuenta de que estaba
enamorada de ti cuando tenía dieciocho, nunca he dejado de estarlo. Y te lo prometo,
nunca lo voy a dejar de estar.

La lujuria se apoderó de mí cuando pasó sus manos debajo de la tela de mi


pantalón y lo bajó hasta mis caderas. Colgando abierto sobre mis muslos. Mi erección
viva por ella mientras se arrodilla frente a mí. A través de mi bóxer, pasó
delicadamente su pulgar alrededor de la sensible piel. Mi estómago se retorció y dio
un vuelco.
—Elizabeth —dije en un suspiro— eso se siente muy bien.

Su toque se hizo más firme, a propósito pasó su palma a través de la tela para
provocarme. Y entonces me liberó. Con una de sus manos me tomó detrás del cuello
y recargó todo su peso hacia atrás, su pelo cayendo contra la cama mientras su cuerpo
se arqueaba. Con su otra mano, me daba placer con movimientos largos y fuertes
que casi me tenían de rodillas.

—Demonios. —La palabra salió fuerte y gutural de mi garganta.


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Una sonrisa satisfecha se elevó en su boca, ladeada hacia un solo lado.

—Esta es la forma en la que me haces sentir, como si me fuera a deshacer con


sólo una ligera caricia. O como si me fuera a correr con solo ver la forma en la que
me estas mirando justo ahora.

Gemí, totalmente consumido, derribado, amando a esta mujer más de lo que


alguna vez pensé que fuera posible. Dulce y sensual. Inocente e increíblemente
audaz. Ella era mi todo. Todo.

Me apure a desvestirme, pateando mis zapatos y mis calcetines a la vez que


me quitaba los pantalones de las piernas. Elizabeth estaba empujando hacia abajo mi
ropa interior tan frenéticamente como yo lo hacía. La volví a recostar en la cama.
Estaba tumbada allí, jadeando, completamente expuesta.

Mi gemido hizo eco en las paredes cuando me hundí en las profundidades de


su calidez. Un estremecimiento me recorrió completamente, enderezando mi espina,
girando mi cabeza con una desbordante dicha. Mi mano se aferraba a su pelo
mientras mis caderas estaban rígidas al embestirla una y otra vez.

Elizabeth se aferraba a mí, su cuerpo ajustándose al mío como si estuviera


hecha sólo para mí. Porque así era.

—Oh, Dios, Elizabeth. —Me hice hacia atrás y volví a entrar en ella. Jadeó,
levantando su barbilla con la boca semi abierta.— Nada podría sentirse mejor que
esto. —Las palabras salieron cortadas.— Nada en este mundo. Nada.
El placer se apoderó de mí, jalando los nudos que ya se habían estado
retorciendo en mí estomago. La besé con fuerza, tan fuerte como hundía mi cuerpo
en el suyo, determinado a perderme a mí mismo más profundamente dentro de ella
de lo que había hecho antes.

Las manos de Elizabeth estaban en todos lados, impacientes, codiciosas


mientras me exploraban, hundiéndose en mis hombros, enterrándose en mi trasero.
Se levantó un poco hacia mí en una desesperada acción para acercarme más a ella,
ofreciéndome cada centímetro de aquel glorioso cuerpo. La tome completamente, 21
con ferocidad casi frenéticamente. Parecía estar envuelta en fuego, calidez y luz. Mi
felicidad. Mi vida.

Mis dedos se clavaron en sus caderas y me puse de rodillas. Ella rodeo mi


cintura con sus piernas mientras yo la levantaba para enterrarme en ella una y otra
vez. Elizabeth estaba jadeando, aquellos cortos, casi rasposos sonidos saliendo de su
boca. Su cuerpo se movía con cada firme embestida. Sus senos sobresalían de la copa
de su sostén, su cabello extendido a su alrededor mientras se aferraba a las sábanas.

—Hermosa. —Jadeé.— Como deseo que pudieras verte en este momento. Lo


que veo cuando te miro. —Su mirada se encontró con la mía, llena de significado, de
las palabras que decían nuestros corazones, nuestros pasados y nuestros futuros.

—A través de tus ojos puedo verlo.

Sus piernas empezaron a temblar.

Para siempre.

Me hundí más en ella. Y pude sentir cuando ella se corrió, pude sentir su
placer cuando se apretó alrededor de mi miembro. Aquel placer creció en oleadas,
arqueando su espalda de la cama mientras gritaba mi nombre. Seguí apretándome
contra ella, devorándola, tomando lo que siempre había sido mío. Enroscando sus
piernas sobre mis brazos, la tomé de la cintura, haciendo lo que fuera para estar más
cerca Echándome hacia atrás, levanté la cabeza hacia el techo, dejándome ir.

Para siempre.
Elizabeth era mía para siempre.

Temblé y me retorcí. Inhalando dificultosamente, tratando de meter aire a mis


vacios pulmones. Intente soltar mis dedos, que se aferraban a ella como si de un ancla
se tratara. Elizabeth intentaba estabilizar su respiración de la misma manera. Caí
sobre ella, sintiendo como una absurda sonrisa se esparcía por mi rostro al hacerlo.
Pero no podía detenerla. Estaba feliz. Tan feliz, había contentado a cada célula de mi
cuerpo, borradas estaban todas las noches que había pasado lejos de ella.
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La besé y me recargué sobre mi codo para apartar el cabello salpicado de sudor
de su frente. Ella sonrió, sus ojos tan claros con el amor que nunca nos dejaría. Mi
pulso se aceleró. Elizabeth nunca iba a dejar de robarme el aliento.

Porque ella era la poseedora de mi alma.

Sus ojos castaños me miraron y una suave y adormilada sonrisa se apoderó de


sus labios.

—¿Qué estamos esperando Elizabeth? —Salió como una imparable petición


de las profundidades de mi alma. Me alejé un poco. Una mano la tomó de la cintura
mientras buscaba su rostro. Suavemente sus labios se abrieron, su presencia
invadiendo mi espacio, robando mis sentidos.

—¿A qué te refieres? —me preguntó. Su expresión intentaba descifrar lo que


yo había querido decir, una corazonada se estaba apoderando de una de sus cejas.

—Esperando para casarnos… esperando para agrandar nuestra familia. ¿Qué


estamos esperando? Esto es lo que ambos queremos. Es lo que es bueno para los dos.
Lo que es bueno para Lizzie. Sé que planeamos esperar, pero…

Después de todo lo que habíamos pasado el último año, conmigo haciendo


contacto con mi hija por primera vez en su vida, justo unos días antes de que
cumpliera cinco, la forma en la que Elizabeth y yo habíamos luchado por meses
mientras ella intentaba alejarme, el desastre que habíamos creado cuando nuestra
pasión que nunca podía ser contenida. Y nuestra reconciliación, la que había cortado
finalmente con toda la mierda que nos estaba reteniendo de regresar a estar juntos.
Habíamos pensado que lo mejor era esperar. Darnos tiempo para acostumbrarnos a
esta nueva vida, para aprender a ser la familia que siempre habíamos querido ser.

Pero eso ya lo éramos.

Una familia.

Quería que fuera en nombre. Quería que fuera en realidad.

Las palabras se apuraron por mi garganta, saliendo de mi boca. 23


—Lo quiero todo y lo quiero ahora. Lo quiero contigo, Elizabeth.

—Christian…

—Por favor, no digas nada. Sólo quiero que lo pienses.

Ella me tomó del rostro.

—No necesito pensar nada. Estoy lista. Estoy lista para ti. Estoy lista para
nosotros. Ya no quedan más dudas. —Y entonces, sonrió, un solo movimiento de su
boca que lo dijo todo.

Alivio y dicha escaparon de mí en un pequeño gemido. Eso era todo lo que


deseaba, pasar mi vida entera con ella, con nuestra hija, vivir por mi familia, verla
crecer.

Amorosos dedos trazaron mi espalda antes de que me rodeara con sus brazos
en un tierno abrazo. Quedando de espaldas, la tomé y la puse sobre mi pecho.

Todo vibraba entre nosotros, el espasmódico latido de nuestros corazones,


nuestro amor, la confianza que una vez nos había unido. Y silenciosamente juré que
nunca haría nada por romperla otra vez.

Acaricie gentilmente su cabello y su respiración se convirtió en un tranquilo


suspiro. Nos quedamos ahí, recostados por lo que parecieron horas, ambos en
silencio mientras observábamos por la ventana hacia el blanco invierno que se
apoderaba de la ciudad. La nieve aún se divisaba en el cielo y la calma más profunda
se posó sobre nosotros.

Los dedos de Elizabeth jugueteaban en mi clavícula, haciendo círculos sobre


mi piel mientras su corazón empezaba a tranquilizarse y encontrar descanso con el
mío.

—Soy tan feliz, Christian. —Su voz sonó en la penumbra de la habitación


como una declaración, una promesa.

Su confesión se enraizó en algún lugar dentro de mí y se hinchó dentro de mi 24


pecho. Tomé su rostro entre mis manos para que pudiera mirarla, mi tono cambio
para darle énfasis a mis palabras.

—Tú me haces feliz. Siempre lo has hecho. Hay algo acerca de ti Elizabeth,
sólo con estar en la misma habitación que tú, me trae mucha felicidad.

Ella tembló y una sonrisa desprovista de pasión apareció en su rostro mientras


sus dedos trazaban mi labio inferior.

—Podré pasar el resto de mi vida con mi mejor amigo. —Esa sonrisa se


fortaleció con emoción.— No hay nada más perfecto que eso. —Mis ojos se cerraron.
Mi mejor amigo. Se volvieron a abrir solo para encontrarse con los de ella.

—Perfecto.

Todo era perfecto.

Presente

Dios, cómo la extrañaba. La extrañaba tanto que me paralizaba, dejándome


sin ninguna voluntad. Porque esto no se trataba de traición, ni de algo que ella o yo
hubiéramos causado. Esto era algo que ninguno de los dos pudo controlar. Esto era
injusto, sumamente injusto. Esto era tortura.

—¡Eh! Hombre, ya estamos listos para cerrar.

Sacado de mi estupor, me pasé una palma por el rostro para despertarme,


tambaleando un poco para poder encontrar mi equilibrio. Me esforcé por poner
atención mientras firmaba la tabla que me había tendido.

—¿Estás bien? —me pregunto Kurt, mirándome mientras esperaba el recibo. 25


La risa que se escapó de mí estaba desprovista de humor.

—Sí, estoy perfectamente bien.


Capítulo 3
Traducido por puchurin
Corregido por Vickyra

Christian
Presente, finales de septiembre 26

Los remanentes de la devastación estaban a fuego lento debajo de mi piel. Un


recordatorio constante y persistente de lo que había perdido. Haría cualquier cosa
por borrarlos de mi mente. Al mismo tiempo me aferraba a ellos. Me aferraba a los
recuerdos que atormentaban mi corazón porque de alguna manera ellos me
consolaban. Esos meses que hubiese favorecido pasarlos en los brazos de Elizabeth,
con Lizzie a mi lado, esos días hubiésemos reído y amado mientras nos perdíamos
en la expectativa; quería aferrarme a ellos. Dios, quiera aferrarme a Elizabeth. Empujé
mis manos hacia mis ojos.

Maldición. Esta no era la vida que se suponía estuviésemos viviendo. No


sabía cómo llegar hacia ella, como atravesar el dolor. ¿Cómo podía hacerla ver? Los
residuos de anoche golpearon mi cabeza, con un impulso arrollador dentro de mí
para hacer esto correctamente. Pensé que finalmente lo había conseguido; pero que
equivocado estaba. El semáforo se puso verde y aceleré para viajar los siete
kilómetros a la casa de Elizabeth.

Una risa amarga rebotó dentro del auto. Siete kilómetros. Cuando llegue a
San Diego hace más de un año y descubrí cuan cerca vivía Elizabeth y Lizzie de mí,
la corta distancia parecía una afirmación de lo que todo debería ser. Como si las
cosas hubiesen cambiado para alinearse suavemente. Como si solo me extendiera y
estaría lo suficientemente cerca para abrazar a Lizzie y Elizabeth en la seguridad de
mis brazos. Que podría protegerlas; amarlas. Quizás era un tonto para pensar que
después de todo lo que había hecho, que podría merecer de alguna manera lo que
Elizabeth había prometido.

Porque ahora sabía más. Siete kilómetros era una gran distancia que jamás
podría entender. Dios. El remordimiento me golpeaba mientras miraba por el
retrovisor y cambiaba de carril. Habíamos estado tan cerca de lograrlo. Solo un día
y Elizabeth hubiese sido mi esposa. Pero un duro golpe del destino nos hirió
27
profundamente. Destrozándonos de una manera que ninguno de nosotros podría
haber anticipado. Esa herida se había infectado y podrido; desarrollándose y
quemando hasta que estalló. Elizabeth me había sacado de su vida tan duramente
como el golpe la había afectado.

Pero no era como si yo también estuviese destruido. Crucé esos impenetrables


kilómetros. Mi corazón comenzó a latir más fuerte y rápido con cada segundo que
pasaba. No con la agitación de esperanza que había tenido en los primeros meses de
mi regreso, cuando hice todo lo que podía hacer para enmendar el mayor error que
había cometido. Definitivamente no como lo había hecho para dominar la emoción
que tenía cuando viajaba hasta aquí después que la modesta casa se había convertido
en mi hogar.

Ahora latía con la resonancia de un profundo dolor. Con un fuerte suspiro,


gire hacia la izquierda hacia el barrio tranquilo. Me estacioné en el garaje de
Elizabeth, apagando el motor y obligándome a salir del auto. Un manto de niebla
mañanero se asentaba como un gran peso en el cielo gris, cubriéndome de una
pesadez que no podía escapar, incluso si el pudiese brillar.

Con resistencia, coloque mis manos dentro de los bolsillos del pantalón y
camine pesadamente por la acera hacia la puerta principal. Con una respiración
profunda, golpeé dos veces la puerta, luego baje la mirada para estudiar los hilos
sueltos de la andrajosa y desgastada alfombra de bienvenida colocada
estratégicamente en la puerta de Elizabeth. Bienvenido. Correcto.

Los nervios me apretaban, una prensa estrechaba la base de mi garganta.


Luché para levantar esos muros de protección, desesperado para proteger mi corazón
contra lo que me encontraría dentro. Ha sido así por tres meses, pero no me había
acostumbrado. Es decir, Dios, no he podido olvidar a Elizabeth en los seis años que
habían pasado. No había absolutamente nada que pudiera ocultar el amor que tenía
por ella; ni deseos o metas o cuerpos suficientemente densos que pudieran enterrar
la necesidad que me ha consumido desde la primera vez que la vi. Ella había robado
algo de mí que nunca había podido recuperar, algo que ella mantenía oculto muy por
debajo de la superficie en lugares que ninguno podía ver, en lugares que no podíamos
definir. ¿Realmente creía ser capaz de ahora despojarla de mi ser? 28
El metal raspó mientras la cerradura era puesta en libertad. La puerta se abrió
lentamente para revelar a Elizabeth allí de pie. Sin poder evitarlo, mis ojos la
buscaron. A la que era dueña de mí, de mi corazón y mi alma. Verla me aplastaba
nuevamente. Era un golpe directo al estómago, lo suficientemente fuerte como para
sacarme el aire de los pulmones. No; no había oportunidad de que nunca dejara de
amar a esta mujer.

Ella estaba delgada. Demasiado delgada, sus mejillas hundidas y sus brazos
frágiles, su piel estaba pálida y ceniza. Pero era el desaire que salía de sus ojos lo que
me mataba absolutamente. Destrozada. No había otra manera de describirla. Me
dolía cada parte de mí por cruzar el umbral, tomarla en mis brazos y prometerle que
haría lo que fuera para sanarla, que con el tiempo, estaría todo bien y que un día no
dolería tanto.

Pero no tenía una maldita idea de cómo recoger los pedazos y ni idea de cómo
poderla unir. Por un instante mis ojos de quedaron en los de ella y pensé que tal vez
vislumbré un transitorio parpadeo de su propio anhelo, como si ella deseara que yo
fuera lo suficientemente fuerte para salvarla también. Por incomodidad, Elizabeth
bajó su mirada y se movió mientras miraba hacia el piso.

—Lizzie, querida. — Su voz era débil— Tu papá está aquí.

—¡Ya voy! —dijo Lizzie desde arriba. Los apagados ecos de los movimientos
de mi hija en su cuarto se filtraban hacia abajo donde yo la esperaba en la entrada.
Cambie entre la incomodidad que había, tratando de estudiar a Elizabeth
desde donde estaba fingiendo enfocarse en mis zapatos. Estudiándola, traté de ver si
ella estaba realmente bien. Que idea más ridícula. Bien. ¿Qué significaba eso?
Porque bien por sí mismo parecía imposible. Inalcanzable. Definitivamente ella no
estaba bien.

Maldición. Ni yo tampoco; ni cercano. Sabía que ella podía sentirme, la


gravedad de mi oculta mirada, incluso cuando estaba haciendo lo mejor para ocultar
la tensión asfixiante que rebotaba entre nosotros cada vez que estábamos en presencia 29
del otro. Ella bajaba más su barbilla como si pudiera desviar mi preocupación,
curvando y apretando sus manos. Dios, me mataba ver en su mano izquierda su
anillo de compromiso.

Quería sacudirla; rogarle que lo olvidara. Suplicarle que abriera los ojos y
viera. Que en primer lugar recordara exactamente por qué me había permitido
colocar ese anillo. Quería exigir saber por qué no se lo había quitado. Pero
presionarla fue exactamente lo que había provocado la situación; lo que había
conducido al último clavo a astillar la madera. La fractura entre nosotros fue tan
profunda, la presión tan intensa que no había nada que pudiéramos hacer para
detener la rotura. Una separación de corazones que ellos no podían soportar.

Mi mirada fue hacia arriba cuando escuche pasos. Lizzie salía corriendo de
su habitación. Bajó las escaleras con su cabello negro oscuro suelto. Suaves
mechones y flequillos enmarcaban su precioso rostro. Su mochila se balanceaba en
su hombro con cada paso. El dolor en mi corazón menguó; solo una fracción, pero
estaba allí. Esta pequeña era mi luz. Ella sonrió cuando llegó al último escalón y
saltó hacia el vestíbulo.

—Buenos días papá. —Sonrió a través de su prisa.

—Buenos días princesa. ¿Cómo está mi bebita esta mañana?

—Estoy bien papá. Lista para la escuela y también mi mochila está llena —
dijo ella con un sentido de orgullo y asintiendo con la cabeza.

—Cariño, ¿y tú almuerzo? —preguntó Elizabeth.


—Mami, ya lo había empacado. Estoy lista para irme.

—Bueno Lizzie, creo que estas olvidando algo —dije, obligándome a sonreír,
para continuar demostrándole lo mucho que la amaba.

Lizzie frunció el ceño, arrugando su pequeña nariz cuando preguntó.

—¿Qué?

—Mi abrazo, tonta. 30


Unas risas se escaparon de ella y se apresuró abrazarme alrededor de mi
cintura. Envolví mis brazos alrededor de sus hombros, inclinándome hacia abajo
para enterrar mi nariz en su cabello, inhalándola. Cuando ella comenzó el primer
grado hace varias semanas, me dijo que era muy grande para que la abrazara. Dios,
difería de ello.

Todo lo que quería hacer era levantarla para poder sentir el peso de mi hija en
mis brazos. De la manera en que ella me estaba apretando, pienso que quizás se
sentía de la misma manera.

—Papi, te he extrañado tanto —finalmente murmuró, toda la frivolidad


anterior se había ido, remplazado por la gravedad de nuestra situación.

—Cariño, también te he extrañado. Más de lo que pudieras imaginar.

Ella había madurado mucho. La niña había crecido por lo menos ocho
centímetros durante el verano. Pero donde realmente era notable esa madurez era en
su expresión. Sus pómulos eran más prominentes y la suave redondez de sus mejillas
se había desvanecido, como si el rostro de un bebé le diera paso a una pequeña niña.
Y sus ojos. La gran inocencia que había nadado en las sus profundidades se había
borrado con el tiempo, arrasada por las circunstancias que ningún niño debería tener
que enfrentar.

—Creo que yo también voy a necesitar uno de esos, Lizzie —dijo Elizabeth
inclinando su cabeza. Su sonrisa era igual de forzada que la mía.
Cuando estamos con Lizzie, Elizabeth y yo tratamos de pretender que todo
estaba bien. Era la peor clase de engaño. La niña estaba igual de afectada que
nosotros, incluso si ella no hubiera podido entender el significado. Lizzie solo sabía
que la vida que finalmente habíamos logrado había sido destruida, que por seis
semanas, había tanto tormento llenando las paredes de esta casa que ninguno de
nosotros podía respirar. Y entonces ella supo que su padre se había ido.

Su sexto cumpleaños había sido lleno de alegría. Tuvimos una fiesta tan
grande como al primero que asistí el año pasado; aunque este había sido sin la 31
tensión y el malestar que había empañado su quinto cumpleaños. Nada de eso existió
en su sexto. Nuestra familia estuvo completa. La seguridad que ella había
encontrado en estas paredes se había aplastado una semana después. No había duda
que todo esto la había sacudido.

Miré hacia el delicado anillo de oro que ella tenía en su dedo, el que Elizabeth
y yo le habíamos dado la noche después que le había propuesto matrimonio a
Elizabeth. El compromiso que habíamos hecho a Lizzie era uno que nos negábamos
a romper. No importaba lo que pasara entre nosotros, Lizzie siempre sabría que
ambos padres la adoraban. No había duda en que Lizzie siguiera siendo parte de mi
vida; no había duda de ello.

Ahora, Elizabeth y yo estábamos tratando de ver como esto podría funcionar.


Funcionar. La agonía estaba en cada célula de mi cuerpo, como si la vida me
exprimiera, en una lenta asfixia. Era difícil de comprender como estar allí realmente
dolía; física, mental y emocionalmente. Era insoportable. Nada de esto funcionaba.
Apenas estaba sobreviviendo, solo pasando los días. Y en todos ellos, extrañando a
mis chicas. Lizzie se volteó y se aplastó contra Elizabeth. Elizabeth pasó sus dedos
por el cabello de Lizzie y le dio un tierno beso sobre su cabeza.

—Estaré allí para recogerte después de la escuela. —Prometió ella mientras


daba un paso hacia atrás liberando a Lizzie de su abrazo.

—Está bien mami.

Me froté en el área donde estaba la llaga en mi pecho, deseando que hubiese


alguna manera de calmar esto. Esconderla, cubrirla, pero no había un alivio para
esta miserable situación. ¿Cómo podría estar allí? Porque todo lo que quería eran las
dos chicas frente a mí y tener solo a una de ellas por unos escasos minutos al día no
hacía nada para llenar el doloroso vacío.

Recoger a Lizzie todas las mañanas para la escuela me levantaba el ánimo


aunque simultáneamente me lo bajaba hasta el piso. Esos preciosos momentos con
ella eran lo único que acariciaba en esta solitaria vida. Pero dejarla en la entrada de
escuela, observando su cabello moverse sobre su espalda mientras desaparecía por el 32
portón, era la peor clase de recordatorio de lo que me estaba perdiendo.

Miré con cautela a Elizabeth, la mujer que amaba; la que no me dirigía una
mirada. Me tragué el nudo de mi garganta.

—Será mejor que nos vayamos o llegaras tarde a la escuela —la engatuse
mientras rozaba mis dedos sobre el hombro de Lizzie.

Ella asintió, resurgiendo una dulce sonrisa. Era como si la niña no supiera
cómo actuar, la alegría que vivía profundamente en ella, esa bondad natural
competía para salir mientras la tristeza que había asumido el control de nuestras vidas
luchaba para mantenerse abajo.

—Adiós mami —ella dijo mientras se volvía para alejarse.

Tomé su mano y la llevé por la acera. Detrás de nosotros la puerta se cerró


silenciosamente. Lizzie subió a su lugar en el asiento trasero de mi auto, lanzando
su mochila en el asiento de al lado antes de abrocharse el cinturón. Me senté en el
asiento del conductor, poniendo el auto en marcha atrás y miré a mi pequeña a través
del espejo retrovisor mientras salía del garaje.

No la había visto desde que la llevé a su casa el sábado por la mañana después
de pasar la noche del viernes conmigo en mi apartamento. Los fines de semana sin
Lizzie eran los peores.
—¿Cómo pasaste el fin de semana, Princesa?

Lizzie se encogió un poco de hombros poniendo su atención fuera de la


ventana.

—Supongo que bien —dijo con su voz baja, tejida de pesimismo.

Puse el auto en marcha y me dirigí hacia la escuela. Quizás estaba


completamente fuera de lógica, el viajar todo este camino para llevarla cada mañana
a la escuela a un kilómetro de su casa. Pero no importaba; necesitaba este tiempo 33
con ella, esta conexión prometía que yo continuaría siendo parte integral de su vida.

—¿Solo bien? —pregunté, luchando por evitar que mi voz se quebrara.


Odiaba verla de esta manera. Su ánimo fluctuaba constantemente, subía y bajaba,
adelante y hacia atrás, destellos de mi pequeña emergían luego retrocediendo
rápidamente.

—Solo estaba aburrida. Tío Maffe y Tía Natalie no vinieron en todo el fin de
semana y mami no quería ir a la playa —dijo casi enojada. Ella pausó hizo una
mueca mientras continuaba, pareciendo aferrarse a las cosas buenas que habían
ocurrido durante los días que habíamos estado separados.— Mami jugó un poco
conmigo pero luego se cansó y tomó una siesta. Y ella me dejó elegir la cena y la
ayudé hacerla.

Sonrió un poco cuando levantó su mirada para encontrase con la mía en el


espejo.

—Tuve un montón de tiempo para jugar con las nuevas muñecas que me
compraste papi. Y tengo mi casa de muñecas toda lista.

Habíamos ido de compras el viernes en la noche, buscando un juego de


comedor para su preciada casa de muñecas que estaba escondida en una esquina de
su cuarto. Terminamos con un pequeño juego de comedor y no pude negarme
cuando Lizzie me pidió añadir dos nuevos miembros a su creciente familia en
miniatura. Últimamente Lizzie parecía preferir pasar más tiempo en el santuario de
su mundo que en el real.
El dolor me golpeó porque podía sentir el de mi propia hija. Lo odiaba. Haría
cualquier cosa para poderlo eliminar.

—Eso no suena tan mal. —Dije haciendo un intento de animarla.

Ella suspiró, desplomando su barbilla en su mano mientras descansaba su


frente contra la ventana, enfocando su atención hacia el borrón del pasar de la calle.

—Yo sólo no entiendo porque no puedes dormir en nuestra casa. Es mejor


cuando tu estas allí, papi. 34
Sus palabras me hirieron. Luche internamente para mantener el control
porque sabía que tenía que ser fuerte para mi pequeña. Me obligué hablar.

—Ya hemos hablado de por qué ahora no puedo. —El problema era que todas
esas razones tenían poca convicción. Ni yo mismo las creía.

—Solo dile a mami que estás arrepentido —suplicó.

Escuche desarrollarse lágrimas a través de su voz angelical. Dios, ¿cómo iba a


sobrepasar otra conversación como esta? Las teníamos seguido y hubiese dado cualquier
cosa para darle una respuesta diferente, para tener un resultado diferente. Quería uno
para mí. Suspirando fuertemente, pasé mi mano por mi rostro, parpadeando para
tratarme de enfocar hacia adelante a través de la triste neblina que nublaba mis ojos.

—Lizzie, no es tan simple. —Dios, cuanto deseaba que así fuera.

El silencio flotaba en el auto antes de ella volviera hablar.

—Papi, tu voz era tan fuerte. Hiciste llorar a mami. —Su voz salió como un
susurro, un recuerdo que claramente había traumatizado a mi pequeña.

Ese día había visto la primera reacción de Elizabeth en semanas. Con los
ánimos cargados, Elizabeth finalmente había reaccionado y yo había explotado.

Había dicho cosas que nunca debí decir, pero también Elizabeth las dijo.

—Odio que hayas escuchado eso, Lizzie, pero a veces los mayores tienen
discusiones y levantan el tono de voz. Ninguna de esas cosas estaba dirigida a ti.

—Pero luego te fuiste —respondió—. Se suponía que debías decir que lo


sientes cuando haces algo malo.

Las palpitaciones agitaron mi corazón. El más profundo sentido de tristeza y


una sugerencia de asombro se arraigaron. Mi pequeña había comprendido siempre
más de lo que había imaginado. La intuición que siempre parecía tener un velo bajo
la ingenuidad infantil brilló a través de sus sabias y lógicas palabras mientras hablaba.
35
Si solo fuera tan fácil.

—Cariño, tu madre y yo estamos haciendo ahora lo mejor que podemos. Pero


no importa lo que pase, te amamos más que nada. Sabes eso, ¿verdad?

Los puros y honestos intensos ojos azules se encontraron con los míos en el
espejo.

—Siempre lo he sabido papi. Es solo que me pone triste el que no puedas


quedarte.

Un alivio mitigó parte de la culpa que no se iba y puse una nostálgica sonrisa
en mi boca.

—Pequeña Elizabeth, eres una niña increíble.

Lizzie se sonrojo en un rojo brillante y sonrió; los hoyuelos impactaron sus


mejillas y el afecto empujó mis costillas. Rara vez la llamaba de esa manera pero
algunas veces no podía evitarlo.

Ella tenía un pequeño parecido físico a su madre, pero en muchas cosas, ella
era un recordatorio de Elizabeth cuando pequeña. Dulce y amable. Tímida, recatada
e increíblemente confiada en los momentos exactos. Sabia pero continuamente
guiada por sus emociones. Bien. Eso y que ella compartía el nombre de la abuela de
Elizabeth.

—Papi, me gusta ese nombre —murmuró a través de su timidez, nuevamente


esa dulce niña.
—A mí también princesa —le susurré mientras la emoción crecía en mi boca.
La amaba tanto que dolía.

Ella sonrió un poco. Una conversación en silencio se dio entre nosotros, algo
que hablaba expresaba una profunda comprensión. De alguna manera, mi niña
reconoció lo que me estaba pasando y sabía cómo realmente me sentía. Ella sabía
que iría a casa con ellas si pudiera, eso si pudiera derribar los muros de Elizabeth, lo
haría.
36
Hice un viraje a la izquierda y entré a la entrada circular frente a la escuela de
Lizzie.

—¡Mira! — repentinamente Lizzie chilló.

Estire mi cabeza para tratar de ver lo que causó tal reacción de Lizzie, una
niña llena de emoción. Me detuve por completo en la acera, ella se desabrochó
rápidamente y salió de su asiento. Señaló hacia la acera.

—¿Qué es? —pregunté, mis ojos buscando en el mar de niños brincando de


los asientos traseros, deslizando sus mochilas en los hombros, gritando y riendo
mientras comenzaban su día.

—¡Papi, mira…allí! —Ella clavó su dedo con énfasis y finalmente mi vista


encontró la fuente del furor que surgió a través de Lizzie.

Una nostálgica sonrisa surgió en mi rostro. Kelsey Glenn. Ella estaba parada
en la acera con su padre Logan. Él estaba arrodillado delante de ella, ayudándola a
asegurarle su mochila en los hombros. La pequeña niña sonrió a su padre mientras
le daba un ligero toque en la barbilla con sus dedos.

La había conocido un par de ocasiones. Las dos niñas se habían convertido


en buenas amigas durante el verano. Pensé que era bueno que finalmente Lizzie
tuviera una compañera de la que hablara efusivamente cada vez que la veía, la
manera en la que Lizzie se preocupaba si Kelsey le gustaba algo o no, sobre la comida
favorita de Kelsey, su color favorito o su programa favorito.
Nada me daba más sentimientos encontrados que el ver a Lizzie crecer, verla
emocionada por tener amigas, hablar por el teléfono y reír como una adolescente.
Ella solo tenía seis años pero el último año había pasado como un parpadeo, como
un punto de tiempo que ahora está en los recuerdos de mi consciencia. Sabía que
mientras pasaran los años serían más rápidos. Lizzie crecería antes de que me diera
cuenta. Me sentía orgulloso y triste, guiado por una temerosa expectativa de lo que
el futuro traería. Kelsey pasaba su tiempo entre las casas de sus padres, arrastrada
entre los dos en cualquier día que les perteneciera, si a su madre o padre. Las dos
niñas estaban en el mismo jardín escolar. Cuando el año escolar estaba a punto de 37
terminar, antes de que todo se hubiera derrumbado, Elizabeth descubrió que su padre
vivía solo a dos calles de nosotros, y Lizzie y Kelsey se habían aferrado mutuamente
en los difíciles meses que sobrevinieron.

Creo que nunca hubiese creído que Kelsey y Lizzie tuviesen tanto en común.
Lizzie no paraba de hablar de ella.

—¿Cuál es el nombre otra vez... Kelly… Katie… Karen? —bromeé.

—Papi… —Lizzie hizo un frustrado gemido— Es Kelsey. Y ella es mi mejor


amiga. ¿No sabias eso? Incluso me dio un collar que lo dice.

Sonrío mientras me asomo a ver a mi hija por el espejo retrovisor. Ella jugaba
con su pequeño collar que orgullosamente llevaba en su cuello. Lo levantó un poco
más alto cuando me miró.

—¡Ves! —dijo.

—Bueno, entonces parece que es oficial.

—Sí. —Ella rió un poco.

El sonido llenó el auto y mi corazón. Se sentía tan bien escucharla reír. Había
extrañado eso por mucho tiempo. Y sabía que si aunque Elizabeth y yo nunca
sanáramos de esto, nuestra hija sí.

—Bueno, tenemos que sacarte de aquí para que puedas alcanzarla.


Fui al lado de pasajero y abrí la puerta. Lizzie salió a la seguridad de la acera
y agarró su mochila del asiento. Ella cerró la puerta. Cayendo en una rodilla, la
ayude a colocarse las correas de su mochila y luego libré su cabello de debajo de esta.

Le sonreí suavemente con mi atención en la dulzura de sus vibrantes ojos


azules.

—Que hoy tengas un buen día, ¿de acuerdo? Voy a pensar en ti todo el día y
toda la noche hasta que te vuelva a ver mañana por la mañana. Luego vas a venir y
38
pasar la noche conmigo. ¿Suena como un buen plan?

Ella sonrió un poco.

—Si papi, me gusta esa idea.

—¡Lizzie! —el repique de una voz chillona resonó por toda el área— ¡Lizzie,
aquí!

Ambos nos volteamos para ver a Kelsey corriendo hacia nosotros, con la más
grande sonrisa en su rostro. La niña me sonrió mientras se acercaba.

—Hola Sr. Davison. ¿Está bien que Lizzie vaya conmigo a clases?

—Está bien conmigo.

Lizzie se iluminaba mientras me miraba, cada rasgo anterior de melancolía se


borró de su rostro.

—¡Gracias papi! Nos vemos mañana.

Le di un beso rápido en la frente.

—Adiós cariño. Pórtate bien. Te llamaré en la noche.

—¡Está bien! —dijo ella mientras las dos se volteaban. Las risas salieron de
ambas mientras caminaban hacia el portón de la escuela.

Logan camino hacia mí, vistiendo unos pantalones cortos de carga y una
camiseta; metió sus manos en los bolsillos.

—Buenos días.

—Buenos días. —Contesté distraídamente ya que mi atención estaba en las


dos niñas que iban saltando en la acera.

—Se ven lindas juntas, ¿no es así? —reflexionó él.

—Sí. —Realmente lo eran. 39


—Kelsey no para de hablar sobre Lizzie —él continuó—: pregunta si Lizzie
puede venir a jugar cada vez que ella esté en mi casa.

—¿Si? —dije, la palabra no era una pregunta pero era un relleno para tener
tiempo mientras mi hija desaparecía entre la masa de estudiantes inundando el
corredor de la escuela.

—Elizabeth se veía mucho mejor la semana pasada cuando fui a recoger a


Kelsey allí. Me alegré de ver un poco de color en su rostro.

Un ceño profundo se enterró en mi frente mientras le dirigía una mirada


sospechosa. Él estaba mirando al frente, hacia las niñas. Su cuerpo estaba relajado,
mechones de su cabello rubio claro se movían por las cortas ráfagas de viento. Pero
estaba moviendo su mandíbula, nervioso, agitado. El conocimiento golpeo mis
sentidos como una cadena que halaba mi consciencia. Una señal de advertencia.
Este idiota estaba cavando, esperando, queriendo.

La rabia que había ardido todos estos meses, hirvió llevando hasta un punto
máximo. ¿Pensó él que por un maldito segundo que le dejaría tenerla? ¿Qué voy a
echarme a un lado y ver a la mujer que he amado toda mi vida deslizarse de mis
manos? Si, quizás la había perdido, pero eso no significaba que la iba a dejar ir. Él
me miró; sus ojos verdes se estrecharon al ver mi expresión. Levantó su barbilla.

—Nos vemos luego. —Entonces se volteó y se dirigió a su auto. Me echó un


vistazo sobre su hombro antes de subirse al auto.
Un agudo golpe de posesión me sacudió hasta el centro; lo suficientemente
profundo para cortar la obligatoria resignación que me impulsó a empacar mis cosas
y salir de la vida de Elizabeth. Él salió de la curva y se dirigió hacia el enjambre de
autos. Vio la seriedad de mi mirada mientras lo veía salir. No había una maldita
cosa que me detuviese de golpearlo.

Porque me había lastimado, el darme cuenta que el que Elizabeth no pudiera


soportar verme no significaba que ella no quisiera tener a alguien algún día. Mis
manos se cerraron en puños y las enterré en los bolsillos de mi pantalón, luchando 40
por mantener la última pizca de cordura porque sabía que estaba a cinco segundos
de perder la cabeza. No era racional cuando se trataba de ella. Ella era mía, siempre
lo había sido; y yo me aseguraría de que siempre fuera así.
Capítulo 4
Traducido por pamii1992
Corregido por Vickyra

Christian
Mediados de enero, ocho meses antes 41

Distorsionada, luz de media tarde, entraba difusa sobre la pequeña ventana


cubierta, enviando rayos de luz sobre el baño de la alcoba de Elizabeth. Alcanzaban
el suelo inclinadamente, iluminando las densas motas que flotaban suspendidas en el
aire. Las paredes se sentían como si se estuvieran cerrando y estaba todo tranquilo.
Demasiado, condenadamente tranquilo.

Camine en círculos. El sonido de mis pasos hacia eco por mi impaciencia.


¿Qué más se suponía que debía de hacer? Estos tenían que ser los tres minutos más
largos de mi vida.

Me pase dos nerviosas manos por el cabello. Mis dedos se hundieron en mi


piel y trazaron el contorno de mi cuero cabelludo. Agarrándome la parte de atrás del
cuello, gire mi cara hacia el techo y exhalé, esperando liberar algo de tensión que
parecía no querer alejarse de mi cuerpo.

Dios, no podía soportarlo.

—¿Podrías detenerte? Me estas poniendo nerviosa —dijo Elizabeth desde su


lugar donde se había acomodado contra el aparador del baño. Me miró con una
interrogante en sus ojos. La más pequeña de las sonrisas estaba en sus labios.
Haciendo temblar aquellos lugares dentro de mí que solo existían para ella, que
simplemente debido a ella, habían sido creados.

Un lado de mi boca se levanto en señal de afecto. Su cabello rubio estaba


acomodado en un desordenado moño sobre su cabeza, una deforme sudadera
colgaba de su hombro, el perfecto compañero del par de delgados leggins negros que
estaba usando. De pie allí, parecía mucho más aquella adolescente de dieciocho años
que había conocido por primera vez, que la mujer de veintisiete años que era.

Dios, era como una visión, perfección ante mis ojos.

Era su expresión la que había soltado aquel nudo de ansiedad dentro de mí.
Ella miro hacia mí con anticipación, con confianza y esperanza y la misma emoción
42
que estaba a punto de freír mis nervios. Trate de respirar tranquilamente.

Tenía un retraso. Sólo de un día. Pero eso no importaba. Ambos ya lo


sabíamos. Podíamos sentir nuestras vidas empezando a cambiar. La única cosa que
faltaba ahora era rogarle a esa pequeña varita que pusiera el resto de la inseguridad
lejos de nosotros, que nos diera su promesa, que nos dijera que aquello en verdad
estaba sucediendo.

Elizabeth estiro su mano y silenciosamente me llamo hacia ella. Esa sonrisa


que llevaba en su hermoso rostro, creció un poquito más, temblando ligeramente en
las orillas. ¿Cómo podía esta mujer afectarme de tal manera? ¿Cómo podía su toque
tanto encenderme por dentro como tranquilizarme en la misma simple caricia? Una
sonrisa se apodero de mi boca mientras me paraba frente a ella. La rodee gentilmente
con mis brazos y ella se recargo sobre mi pecho. Pequeños temblores recorrían su
cuerpo.

—Estás temblando —murmuré, pasando mis dedos por su cabello, esperando


poder tranquilizarla. Ella retrocedió un poco. Poso sus manos sobre su plano y
delgado vientre, justo en medio de ambos. Me miró a través de sus largas pestañas,
con sus ojos brillantes y vibrantes de vida.

—No estoy temblando. —Su voz bajo un poco y me susurró con emoción.—
Son maripositas.

Un suspiro escapo de mi cuerpo. No había miedo escondido detrás de la


superficie en sus palabras, no había restos de desconfianza corriendo por su espíritu.
No había nada que amenazara con llevarnos hasta aquel día. Esta… esta era la forma
en la que debió haber sido, como yo debí haber sido, parado aquí apoyando a la
persona que significaba todo para mí. Acaricié con mis pulgares el agudo ángulo de
sus mandíbulas.

—¿Maripositas?

—Si —respondió, poniendo una sonrisa esperanzada. Calidez brillaba en sus


suaves ojos dorados. De alguna forma, Elizabeth se las arreglaba para deshacerme
un poquito más.
43
—¿Eso significa que ya sabes lo que la prueba va a decir? —Yo también
pensaba saberlo, podía sentirlo. Tal vez me había convencido a mi mismo para creer
en ello solo porque lo deseaba demasiado. No sabía. Pero demonios, siempre había
querido esto.

Las cosas estaban cabeza arriba con los planes de boda. Era difícil creer que
habíamos llegado a casa desde Nueva York hacia menos de un mes. Anunciamos
nuestros planes a la familia de Elizabeth y de hecho ya habíamos decidido la fecha.
Siete de junio.

Dios, parecía imposible entender que las cosas finalmente estaban como
deberían ser. Solo cinco cortos meses y Elizabeth seria mía, completamente.

Natalie y las hermanas de Elizabeth habían empezado a trabajar


inmediatamente en los planes para la boda, preocupándose por el día que, a mis ojos,
no podía ser menos perfecto simplemente porque Elizabeth se convertiría en mi
esposa. No importaba el lugar o la comida o que iba a usar todo el mundo. Lo único
que me importaba eran los votos que íbamos a hacer.

Nuestras vidas se habían transformado tan drásticamente en un corto periodo


de tiempo. No habíamos estado planeando esto, pero así era el curso que las cosas
debían de tomar. Las cosas ya eran lo suficientemente caóticas, todo un alboroto,
nuestras dos casas en el mercado mientras buscábamos por una casa, para llenarla de
amor y de las memorias de nuestras vidas y a eso había que sumarle los constantes
planes de boda que nos hacían correr de un lado a otro, organizando cosas. Pero era
un alboroto completamente bienvenido. Y tenía el presentimiento de que iba a
empeorar.

Pareciendo perderse en sus pensamientos, Elizabeth dejo que su atención


viajara a la pared más lejana. Unos segundos después, regreso la fuerza de su mirada
hacia mí.

—No pensé que esto fuera a pasar tan rápido. No estoy segura de porque, pero
pensé que tendríamos que trabajar para tenerlo. Pero esto… —dijo, presionando más
firmemente sus manos sobre su estomago—. Esta bendición… he estado segura de
44
ella toda la semana. Solo… lo sé.

Acune sus mejillas entre mis manos. Mi atención estaba centrada en cada
línea y cada curva de su rostro que estaba grabado a fuego en mi mente.

—No puedo esperar a hacer esto contigo. —Ella me sonrió. Un ligero tinte
brillaba en sus mejillas y lagrimas se acunaron en sus ojos—. En verdad espero que
no nos estemos adelantando. —Anhelo emanó de ella casi en olas. Cada una
estrellándose contra mí, como si una parte inconsciente de ella me estuviera rogando
para que lo hiciese real.

—Si no es hoy, ya lo celebraremos después. Pero lo haremos juntos Elizabeth.


—Ella asintió contra mi palma y unió las suyas para cubrir la mía. Envolviendo sus
dedos alrededor de los míos.

—Gracias por estar aquí, Christian. Por compartir este momento conmigo…
sea cual sea la dirección que tome. —En el estante, el cronómetro sonó. Recargué mi
mejilla contra la suya, dejando que su calidez me rodeara. Mi toque era seguro. Yo
estaba ahí para ella, de una forma u otra. Incluso si esto no resultaba como
queríamos, nos las arreglaríamos juntos.

—¿Estás lista? —le pregunté. Ella parpadeó.

—Completamente. —Su mensaje había sido claro, resonaba en mis oídos y en


mi corazón, una promesa de que cada duda de mi devoción hacia ella había sido
borrada de su mente.
Se colgó sobre mí mientras nos volteábamos a ver la prueba que estaba junto
a nosotros en el estante del baño. La sentí contener la respiración y la rodeé con mis
brazos un poco más fuerte para sostenerla mientras sus piernas se debilitaban.

Dos líneas rosas.

Esta vez no había duda alguna, estaba temblando. Temblaba en mis brazos.

—Christian —el sonido salió de su boca como un suspiro, puesto en el cuarto


con maravilla y emoción. 45
Dos líneas rosas.

No había dicha más grande que la que estaba sintiendo en este momento.
Simplemente, no existía. Nada podía compararse con esto. Elizabeth estaba llorando
mientras yo me arrodillaba en el baño frente a ella. Envolví mis manos alrededor de
su cintura, enterrando mi rostro en su estómago donde nuestro hijo crecía. Donde
una nueva vida estaba empezando. Estaba superado por mis emociones. Elizabeth
acarició mi cabello con sus manos. Eche mi cabeza hacia atrás para así poder mirarla.
Moví mis manos hacia sus caderas en el mismo momento en que ella tomo mi rostro
con sus manos.

—Vamos a tener un bebé, Christian.

Decirlo en voz alta pareció abrir una compuerta dentro de ella. Casi se ahoga
en llanto mientras hablaba de muchas cosas, sorpresa, alivio y alegría, aplastando los
vestigios de incredulidad que había colgado de las paredes.

—Un bebé —susurró otra vez, junto a un ferviente sollozo.— Oh dios mío,
Christian… No sé cómo explicarte lo que estoy sintiendo. Cuan feliz soy. No pensé
que sería capaz de volver a vivir esto. Ya había aceptado que siempre íbamos a ser
Lizzie y yo. —Pasión emanaba de su boca, su espíritu buscaba entendimiento con el
mío—. Yo… Yo… —se tropezó con sus pensamientos, con sus labios húmedos
mientras me miraba a través de sus brillantes ojos.— Sabes, tú eres el único con el
que siempre he querido esto… al único al que le daría esto. Gracias por encontrarme,
por amarme, por llenar ese vacío en mi vida… por darme esto.
—Dios, Elizabeth… —¿Cómo podía responder a eso cuando había sido yo el
que dejo aquel espacio vacío, en primer lugar? Pero sabia… sabía que yo era el único
que podía llenar aquel vacío, porque era Elizabeth la que llenaba perfectamente el
mío.— Nada en este mundo me podría hacer más feliz que esto —le dije.

Lagrimas corrían por su rostro y me tomo de las manos y las recargó sobre su
estómago. Tragué por sobre el nudo que se posaba en la base de mi garganta, mis
manos quemaban contra su estómago plano que pronto empezaría a crecer y ponerse
redondo. 46
En aquella moribunda luz del cuarto, abrazamos a nuestro hijo. Mi mente
corría con imágenes de lo que se estaba apoderando de los más profundos lugares del
cuerpo de Elizabeth. ¿Sería un niño o una niña? Me preguntaba si el niño o niña se
parecerían a mí del mismo modo en que Lizzie lo hacía. Tal vez tendría aquel
hoyuelo como el que Lizzie tenía en su mentón y el mismo asombroso tono de
cabello negro de su cabeza.

¿Miraría él el mundo a través de aquellos intuitivos ojos azules, justo como


Lizzie lo hacía? ¿O seria una pequeña Elizabeth y sus ojos serian cálidos y cafés, rizos
rubios enmarcarían su carita, su corazón seria increíblemente inocente, amable y
lleno de compasión? ¿O este niño desafiaría lo imaginable?

—Estoy tan feliz, Elizabeth —susurré contra su estomago, esperando que tal
vez este bebé pudiera sentir la devoción flotando entre nosotros, que pudiera sentir el
amor que ya vivía dentro nuestro. Nunca dejaría de arrepentirme por no estar ahí
para Lizzie. Aun cuando mi espíritu la reconoció cuando la vi por primera vez, solo
conocí a mi pequeña hace algunos meses. Pero de alguna manera, en alguna parte de
aquel tiempo desolador, se las había arreglado para marcar mi corazón. A través del
tiempo y el espacio, se las había arreglado para llegar hasta mí. Ella había movido
algo dentro de mí que nunca había entendido hasta el momento en que la vi por
primera vez. Y no me debería haber sorprendido de que este bebé ya lo hubiera hecho
también.

Una sonrisa se apoderó del rostro de Elizabeth, aquellas imágenes en las que
yo había estado pensando estaban repitiéndose en sus ojos. Y me ofreció contagiosa
sonrisa.

—Lizzie va a ser la mejor hermana mayor. No puedo esperar a decírselo.

—No puedo imaginar una mejor hermana mayor. —Le sonreí, pasando mis
manos por su estomago y luego rodeándola firmemente por la cadera. Moviéndonos
al unísono, de adelante hacia atrás. Sus manos se aferraron a mis hombros para
obtener soporte y una pequeña risita de sorpresa salió de su boca. Se mordió el labio
inferior con sus dientes. Dios, ella siempre me estaba poniendo al borde de la locura,
47
volviéndome un poco más loco cada vez, porque sólo ésta chica podía lograr esas
cosas imposibles en mi, mandarme al cielo y aferrarse a mí al mismo tiempo. En la
misma caricia de su mano, se las arreglaba para llenarme de la mayor tranquilidad.
Era ella la que me hacía sentir completo. La que me hacía sentir bien.

—¿Cómo podemos tener esta suerte, Elizabeth?

Ella toco mi rostro y negó lentamente.

—No tengo idea, pero no la voy a dejar ir.

Dos semanas después

Elizabeth estaba de rodillas en el piso del baño. Por lo que parecía la décima
vez en los últimos treinta minutos, estaba vomitando. Su cuerpo entero temblaba
mientras vertía el contenido de su estómago en el baño. Tenía sus ojos cerrados, su
espalda se arqueaba mientras se levantaba sobre sus rodillas e intentaba respirar
profundamente.

Peine hacia atrás el cabello que se le fue a la frente y lo levanté de su cuello


que estaba empapado en sudor. Dios, esto era una completa tortura. No pensé que
pudiera sentirme tan impotente en mi vida. Lo único que quería era sanarla, que se
sintiera mejor, evitar que sufriera. Pero no podía hacer ninguna maldita cosa.

Ella busco aire antes de encorvarse hacia el frente y empezar de nuevo. Esta
vez, nada salió. Un distintivo quejido salió de su boca mientras sus músculos se
tensaban, haciendo que se sujetara de la orilla de la taza del baño mientras su cuerpo
luchaba por expulsar algo que simplemente ya no estaba en él. Con un profundo
suspiro, deposite un beso en su sien.

—Espera un segundo. —Ella asintió y me puse de pie. Tome una toalla de un


48
cajón, la puse bajo el agua fría y la exprimí. Mis pasos eran ligeros mientras
regresaba. Me arrodille junto a ella— ten —le susurré, esperando ser capaz de
encontrar algo que la hiciera sentir mejor, así fuera la cosa más pequeña.

Se sentía miserable y de alguna forma eso también causaba dolor físico en mí.
El dolor contraía mi rostro con simpatía cuando puse mi dedo índice bajo su barbilla
y acerque su rostro hacia mí.

Diablos.

Ella lucía incomoda… y hermosa.

¿Cómo era eso siquiera posible?

Pase la toalla por el sudor que estaba sobre su ceja. Elizabeth se quejó y sus
ojos se cerraron mientras me permitía cuidar de ella. Pase gentilmente la tela por
sobre la piel de sus labios.

—Odio que estés pasando por esto —murmuré mientras pasaba la tela por la
parte de atrás de su cuello. Por un momento pareció tranquilizarse, un momento de
tranquilidad, antes de que las nauseas volvieran a apoderarse de ella. Y se empujo
hacia adelante.

Se estiró, cada músculo de su cuerpo se estiró y su estomago se contrajo


mientras intentaba vomitar. Nada salió, excepto el agonizante sonido que desgarraba
su garganta. Un hilillo de lágrimas se deslizó por su rostro, un llanto que no podía
contener. Alejé el flequillo de su rostro y puse una mano en la base de su cabeza para
apoyarla.

—¿Hay algo que pueda hacer? —Ella tragó fuerte. Su voz estaba toda rasposa,
como si fuera demasiado difícil incluso el hablar.

—Solo no me dejes. —Una sonrisa afloro de mi boca y mi pulgar acarició la


suave piel de su mejilla.

—No voy a ir a ningún lado cariño.


49
Casi no me había movido de su lado en dos días. Había estado de pie junto a
ella, o mejor dicho, arrodillado frente a ella, cuando los efectos del embarazo habían
hecho aparición. Lo que parecía sorprenderla bastante porque, apenas hacia dos
noches, nos habíamos ido a dormir y ella se sentía completamente bien y no habían
sido ni cuatro horas después, que salto de la cama, en las primeras horas de la
mañana. Aun medio dormido y asustado por su ausencia, había saltado de las cobijas
y corrido al baño donde la encontré en el suelo, con su cuerpo enfermo por el bebé
que crecía dentro de ella. Y no había cesado.

Honestamente, eso me asustaba, observarla sufrir de esta manera. En los


pocos minutos en los que había podido escabullirme, había estado en el teléfono,
investigando si esto era normal, y si lo era, qué podíamos hacer al respecto.

Por supuesto, no había escasez de sugerencias, un revoltijo entre tradiciones y


supersticiones que no iba a probar en mi futura esposa. Y entre él, había unos cuantos
remedios que posiblemente parecían legítimos y creíbles. Pero básicamente, teníamos
que esperar.

Ella frunció el ceño.

—No me mires así. —Y sentí fruncirse el mío.

—¿Cómo te estoy mirando? —Ella casi sonrió.

—Como si, si vomito una vez más, vas a tener una crisis. —Me reí
ligeramente— ¿Así que, es tan obvio? —Esta vez, se las arregló para sonreír, mientras
pasaba el dorso de su mano por su boca.
—No es tan malo esta vez, Christian —susurro ella, en lo que solo podía
asumir que se suponía era alguna clase de consuelo.

Aunque eso no hizo nada para aliviar mi preocupación, solo inflamo los
residuos de culpa que me cazarían por el resto de mi vida. Verla así trajo mucho a la
luz, descubriendo todas esas cosas de las que yo no pude ser testigo, las cosas
enterradas en la vida de Elizabeth cuando yo estuve ausente.
50
Si, tenía una vaga idea de lo que ella había tenido que pasar. Me lo había
descrito, pero cuando una persona no está ahí para presenciar el sufrimiento, es difícil
de comprender. Pero para causar que abandonara la escuela, sabía que debía ser
bastante.

El saber aquello había sido un gran golpe para mí, me afectó bastante. Es decir,
Dios, la había dejado sola para que pasara por todo aquello ella sola. La verdad era
que, no sabía en realidad todo lo que había sufrido. No tenía ni idea. Pero ahora me
la estaba dando.

Los ojos de Elizabeth se abrieron desmesuradamente y se volvió a recargar


contra la taza. Sus rodillas se hundían contra el tapete mientras se mantenía ahí. Se
enderezo, gimió y rogó por un poco de tranquilidad.

Mi corazón sufrió un poco más. Dios, esto era demasiado. Pero Elizabeth no
se quejo ni por un segundo. Sólo lo soporto, atribuyéndolo a que era algo que su
cuerpo necesitaba dar en respuesta al bebé que estaba protegiendo dentro. Nunca
dejaría de impresionarme.

—Voy a correr allá abajo a traerte agua. ¿Estarás bien mientras tanto?

—Sí, estaré bien.

—¿Necesitas algo más? ¿Galletas o algo?

Las galletas habían sido la única cosa en mi búsqueda que me sentí inclinado
a sugerirle a Elizabeth para que comiera un poco. No estaba dispuesto a arriesgarme,
ni con ella ni al bebé.

—No, estoy bien. —Yo dudé, no queriendo dejarla.

—Honestamente, Christian… Ya he pasado por esto antes.

Asintiendo, me di la vuelta y corrí escaleras abajo, guiado por las tenues luces
de noche que Elizabeth había dejado para Lizzie en caso de que se despertara en
medio de la noche.
51
En la cocina, tome un vaso y lo llené con agua fría. Un incontenible bostezo
se escapo de mí. El cansancio me amenazaba. Por instinto, mi mirada viajo hasta el
reloj del microondas que me perseguía con el tiempo de sueño que habíamos perdido.
Eran casi las 3.

—Mierda —murmuré. Esperando poder espabilarme, me pase la mano por la


cara y me arrastré hacia la habitación.

Pero, ¿cómo me podía quejar? No podía. No había nada aquí por lo que
quejarse. No había nada más que mi preocupación por Elizabeth. Era ella la que tenía
que soportarlo. Así que no importaba si perdía unas cuantas horas de sueño. Lo podía
manejar. Estaba completamente seguro de que no iba a dejar que Elizabeth sufriera
sola esta vez. No otra vez. Ni de broma.

En la puerta del baño, me detuve cuando encontré a Elizabeth en la misma


posición en que la había dejado. Exhalando fuertemente, me detuve a su lado y me
arrodille. Deslicé una tranquilizadora mano por toda su espalda hasta su cuello,
moviendo suavemente su rostro hacia mí.

—Ten, cariño, toma un poco de esto.

Ella busco la fuerza para poder sonreír, dejándome que levantara el vaso hasta
sus secos y partidos labios. Si no teníamos cuidado, terminaría deshidratándose. Dio
el más pequeño de los sorbos y cerró los ojos mientras se obligaba a pasárselo. Por
un momento, se quedo quieta, como si estuviera probando la reacción, mirando si
podía seguir. Lentamente sus parpados se abrieron. Y me susurró su agradecimiento.
Mi cabeza se movió con sinceridad.

—No me agradezcas, Elizabeth. Estoy contigo en esto. —En algún lugar


dentro de ella, encontró la energía para asombrarme con un asomo de travesura.

—¿Lo estás, eh? —Sus esfuerzos no fueron en vano. Una gentil y simpática
risa salió lentamente de mi boca y fui incapaz de evitar que aquel tono juguetón
aligerara mi pecho. Un profundo sentimiento de asombro me golpeo. Esta mujer
podía sacudirme incluso en su peor momento.
52
—Cien por ciento —dije yo. Ella me hizo señas con su barbilla hacia la taza.

—¿Así que crees poder relevarme en esto? —Empujé un mechón de cabello


que había caído sobre su hermoso rostro. Una incontenible sonrisa se apodero de mi
rostro. Ante mi reacción, sus cálidos ojos brillaron con emoción, una emoción tan
grande, tan pura, tan… buena. Acomode el mechón detrás de su oreja y tracé su
rostro con mis manos.

—Sabes que lo haría si pudiera. —Elizabeth tomo mi muñeca, presionando


mi palma contra su rostro como si fuera su salvavidas.

—Sé que lo harías. —Me sostuvo por lo que pareció una eternidad, el aire
entre nosotros estaba lleno, tanto vivo como tranquilo, una aura de confort se
apodero de nosotros. Sus ojos brillaron antes de cerrarse.

—Estoy tan cansada —admitió ella.

—Ven aquí. —Me moví y me recargué contra la tina, mis piernas estiradas
frente a mí. Me queje un poco cuando mi espalda desnuda se encontró con la
superficie de porcelana. Un escalofrío se deslizo por mi espina, pero me lo sacudí y
atraje a Elizabeth hacia mí. Ella se recargó contra mí y descansó su cabeza contra mi
pecho y se movió y acomodó hasta que encontró el punto exacto. La rodee con mis
brazos. Su piel estaba fresca al toque, un poco pegajosa por el sudor. Llevé mi boca a
la parte superior de su cabeza y la bese, murmurando una promesa que me aseguraría
de cumplir—. Vas a estar bien, Elizabeth. —Ella se movió un poco, solo lo suficiente
para depositar un tierno beso en el centro de mi pecho.
—Solo porque tú estás aquí.

53
Capítulo 5
Traducido por Dark Juliet
Corregido por Liraz

Elizabeth
Día de hoy, finales de septiembre. 54

La puerta se cerró silenciosa detrás de mí y me desplomé contra ella para


apoyarme mientras apretaba mis ojos cerrados, rezando... rezando para que
terminara.

No sabía cuánto tiempo más podía hacer esto. No sé cuánto más puedo
soportar.

Luché contra la debilidad que temblaba mis rodillas, porque no quiero ser esa
mujer. La odiaba. No la reconocía.

Pero no sé cómo hacer que se vaya.

Mi estómago se encrespo. Las náuseas hilaron a través de mis entrañas de la


misma manera que lo hacían cada vez que veía el rostro de Christian, un caos
tumultuoso que destruía mis sentidos, confundiéndome y nublando la verdad que se
perdió en algún lugar dentro de mí.

Era visceral. Una reacción que no podía parar. Cada mañana rogaba para que
este fuera el día en que abría la puerta y lo reconociera. El día que reconociera a
Christian como el hombre que amaba.

Que le quería.

Nadie entendía lo desesperadamente que quería.


Ninguno de ellos entendía la forma en que realmente siento.

Agarrando mi pecho, me tragué el aire, pidiendo cualquier cosa que pudiera


amortiguar este dolor implacable sofocándome de adentro hacia afuera. Agonía
insoportablemente prensada y triturada, cortando más profundo en los lugares en los
que mi vida se había desairado, infiltrándose en las grietas de oscuridad donde la luz
había sido arrancada de mi alma.

Cegadora.
55
Insoportable.

Maligna.

Y no había nada que pudiera hacer para detenerlo.

Calientes, lágrimas de rabia quemaban debajo de mis párpados.


Incontrolablemente cayeron, fluyendo desde los pliegues de mis ojos apretados.
Levanté la cara hacia el techo, mi cabeza cavando en la madera dura. Grité, dejando
que el dolor que me infectaba dentro de mí rasgara mi garganta. Expulse mi miseria
en el silencio de las paredes ahuecadas de esta casa. Pero la desolación implacable
sólo se hizo eco de vuelta a los recuerdos de lo que fue mi hogar. Esos recuerdos me
tragaron entera.

En mi pecho, empuñé mis manos en la camisa que había llevado en los


últimos tres días.

—Ayúdame. —Gemí.

Pero no había nada que pudiera salvarme. Nada que pudiera volver el tiempo
atrás. Nada me podría devolver lo que había perdido.

La desesperanza se había convertido en mi única pareja.

Me tambaleé hacia el centro de la pequeña sala de estar, donde el equivalente


a una semana de ropa se apilaba plegada en el sofá. Había tantos buenos recuerdos
aquí. Esta pequeña habitación era donde Christian y yo nos habíamos encontrado
otra vez. Durante meses, fue aquí donde nos habíamos sentado mientras jugábamos
con nuestra hija y poco a poco llegué a la conclusión de que él tenía que tener una
parte de nuestras vidas. Parte de mi vida.

¿Cómo no voy a verlo en ella ahora?

Algo dentro de mí se había borrado. Borrado. Porque sabía que lo amaba.


Simplemente no podía sentirlo más.

Cada vez que era testigo de la preocupación que recubría su cara, se llevaba 56
todo corriendo hacia atrás y lo único que quería era bloquear todo.

Y estaba tan enojada, tan enojada con él, y sin embargo, ni siquiera sabía por
qué.

Me metí mis puños en mis ojos, tratando de empujar el desorden de las


emociones que había salido a la superficie de nuevo del lugar donde pertenecían.
Ocultas.

Frenética enjugando mis lágrimas, di una respiración entrecortada. Me agarré


a la barandilla para mantenerme erguida mientras me tambaleaba hacia arriba. Caí
boca abajo en la cama sin hacer, que se suponía que Christian y yo compartiríamos.
Enterré mi cara en la almohada y exhale el aire de mis pulmones, envolví mis brazos
alrededor de ella.

Odiaba que casi me sintiera aliviada. Amaba a mi niña tanto, pero forzarme
a encontrar la energía para cuidar de ella era la tarea más difícil que jamás había
enfrentado. Sólo quería dormir y cuando estaba en la escuela o con Christian, eso es
lo que hacía.

Un silencio ensordecedor resonó en la habitación. Apreté los ojos con más


fuerza, dándole la bienvenida a la oscuridad que se había convertido de alguna
manera en mi vida.
Capítulo 6
Traducido por ingrid
Corregido por Liraz

Elizabeth
Marzo, seis meses antes 57

—Ven aquí —dijo Christian mientras tomaba mi mano. La noche había caído.
Las llamas lamían, brillaban y bailaban desde la chimenea en un rincón de la pequeña
habitación familiar, manteniendo fuera el ligero frío que había llegado. Habíamos
arropado a Lizzie una hora antes y nuestra hija dormía arriba profundamente.
Christian estaba acostado en el sofá y tiró de mí hacia él. Me reí mientras me
estrellaba contra su pecho firme. Me envolvió en la seguridad de sus brazos y me
acurruqué en su calor.

Suavemente besó la parte superior de mi cabeza. Su sonrisa era incontenible


mientras me daba un toquecito y me besaba en la nariz.

—Estás de pie demasiado tiempo. —Regañó en la forma más dulce.— Me


sorprendes. ¿Lo sabías?

Afecto vibró a través de mí ser.

Era él quién me sorprendía.

Nunca me había sentido más adorada, más preciada, más amada.

Sin parar, Christian había cuidado de mí durante los últimos meses. Habían
sido duros. Al igual que con Lizzie, el malestar me había poseído por la mañana y la
noche. Con su apoyo, había hecho todo lo posible para superarla. Todavía había
cuidado de mi hija y había seguido trabajando en el banco, a pesar de que me había
reportado enferma más veces que de las que en realidad había ido.
Pero a diferencia de con Lizzie, mi malestar había comenzado lentamente a
desaparecer una vez que llegué a la marca de doce semanas.

Acomodándome más cerca de él, me deslicé entre su costado y el respaldo del


sofá. Apoyé la cabeza en el hueco de su hombro. Un suspiro de satisfacción surgió
de mí y Christian me abrazó un poco más fuerte.

—¿Cómo te sientes esta noche? —murmuró contra mi frente.

—Bien —contesté con toda honestidad. Bueno, tal vez no del todo honesta, 58
porque no creía que alguna vez me había sentido mejor de lo que me sentía entonces.
Tal vez era porque era tan feliz.

Mis dedos jugaron a lo largo del cuello de su camisa blanca abotonada antes
de que le rozara el cuello y a través de la barba sin afeitar que recubría el ángulo
agudo de su mandíbula. Tocarlo envió lentos hormigueos ondulantes, cubriendo cada
centímetro de mi cuerpo. Mordí mi labio para ocultar la sonrisa afectada. Christian
lograba hacerme sentir cosas que no debían ser posibles, los roces más suaves de piel
me encendían, dejándome en llamas.

Echó la cabeza hacia abajo para poder sonreírme.

—Estoy tan contento de que estés empezando a sentirte un poco mejor. Me


mataba verte tan miserable día tras día.

Encontré su mirada.

—Esperaba que fuera malo todo el tiempo. Y sabes que felizmente habría
pasado por ello, pero no puedo decirte lo aliviada que estoy de que esté empezando
a desaparecer. Había estado esperando todo este tiempo que me sentiría bien en
nuestra boda y luna de miel.

No había desaparecido por completo, no del todo. Todavía me despertaba y


corría al baño todas las mañanas.

Pero podía comer y podía trabajar y fácilmente podía lograrlo a través del día.
—Mmm... —Su pecho retumbó con el sonido sexy y el brazo alrededor de mi
cintura se apretó.

—Será mejor que empieces a ahorrar energía ahora. —Levantó una bromista,
sugerente ceja.

Me eché a reír.

—Oh, será mejor, ¿eh?


59
—Mmmhmm. No tendrás ningún descanso durante esas dos semanas.

Profunda, penetrante dicha se deslizó a través de mis venas y esta vez, no


oculté la sonrisa que iluminaba mi boca. Podía sentir la fuerza de ella, la alegría que
Christian me traía manifestándose cómo una declaración sobre mi cara.

Incluso con mi cintura en expansión, Christian me hacía sentir cómo si fuera


la mujer más deseable del mundo. Cómo si fuera el centro del suyo.

Ya no tenía ninguna reserva en creerlo.

Nos instalamos en la comodidad del silencio y durante mucho tiempo, sólo


nos quedamos allí envueltos en el otro. Christian pasaba sus dedos por la longitud de
mi pelo mientras yo descansaba mi cabeza en su hombro. Sombras bailaban y
jugaban por el techo, siluetas girando en imágenes insondables que sólo he visto en
mi mente, parpadeos de insinuaciones imaginarias cómo destellos de nuestro futuro.
Los dos parecimos perdernos en ello. El calor irradiado de su piel, me envolvía,
manteniéndome caliente.

Sería feliz de estar en este lugar para siempre.

Algo profundo había hecho su camino en la conciencia de Christian, la


gravedad de sus pensamientos casi palpable en la tranquilidad de la habitación. Me
moví más hacia su costado y me acosté sobre mi espalda. Su mano grande llegó a
descansar en la pequeña protuberancia que sobresalía justo debajo de mi ombligo, su
expresión de repente rebosando con intensidad.
Mis dedos volaron a su cara y abarcaron las líneas serias grabadas
profundamente en las esquinas de sus ojos.

—¿Qué pasa? —susurré.

Su garganta se movió mientras tragaba profundamente y volvió el rostro para


mirar a la pared mientras parecía reunir sus pensamientos. Entonces centró su aguda
mirada en mí mientras aumentaba la presión sobre el lugar donde nuestro hijo
descansaba.
60
—Sólo quiero ser un buen padre, Elizabeth. A veces me da miedo no saber
cómo. —Las palabras fluyeron cómo una confesión, cómo una preocupación oculta
que lo había atormentado, algo viejo que lo había perseguido en la noche. Se puso
rígido.— Tengo miedo de lo que Lizzie vaya a pensar una vez que entienda realmente
lo que hice. ¿Qué va a pasar cuando se dé cuenta de que su papá fue un cobarde?
¿Que dejó a su madre cuando ella más lo necesitaba? ¿Y qué pasa si no sé cómo
mostrar a este bebé todo el amor que tengo para ella?

Ella.

Siempre me sacaba una sonrisa, porque estaba tan seguro de ello.

Incluso en los momentos en que no estaba tan seguro de sí mismo.

Los dos llamábamos al niño ella, a pesar de que no lo sabríamos a ciencia


cierta hasta dentro de cinco semanas.

Todo en su expresión era sincero. Mis ojos se estrecharon mientras lo miraba


con seriedad.

—Christian no ves lo que yo veo. —Lo que había visto desde que me había
permitido por fin creer.— Cada vez miras a nuestra hija, tu devoción es clara. No hay
duda de ello. Lizzie no va a cuestionarlo, tampoco. Eres su héroe. Sólo sigue
amándola cómo lo haces. Esta allí para ella cuando te necesite... muéstrale el camino
correcto cuando hace algo mal, anímala cuando hace algo bien.

Mi mano viajó hacia abajo para cubrir la de Christian donde se extendía a


través de mi estómago.

—¿Y este bebé? —Presioné con énfasis.— La has adorado desde el momento
que nos enteramos.

Dios, Christian y yo nos habíamos enamorado de este niño. Caído de cabeza


al amor. Pasaba horas murmurándole con su boca presionada a mi vientre, los dos
acunándola juntos, al igual que estábamos haciendo ahora. Y soñando... soñando
cómo luciría, imaginando el sonido de su voz. ¿Sería tranquila cómo Lizzie o
61
conmocionaría nuestra casa en el tipo perfecto de frenesí?

Pero supongo que no estábamos preparados para lo grande que nuestro amor
realmente era en la mañana que entramos a mi primer ultrasonido hace tres semanas
a las doce semanas.

Al verla por primera vez... había tocado algo perdido dentro de mí, un lugar
para ella tallado en forma permanente en mi espíritu. Y Christian... Había estado
superado. Deshecho. Estaba segura de que el hombre nunca sería el mismo.

—¿De verdad crees que hay alguna posibilidad de que no sepa lo mucho que
la amas? No hay ninguna posibilidad, Christian.

Los ojos azules brillaron con la más profunda emoción mientras me sujetaba,
palmeando la pequeña protuberancia que encajaba perfectamente en su mano.

—Amo tanto a este niño. Amo tanto a mi pequeña Lizzie. —Se inclinó y me
besó, sólo el simple roce de sus labios, pero todavía algo que hablaba de su pasión—
Dios, te amo.

Pasé mis dedos por los planos de su pecho y sobre sus hombros, no podía
apartar la vista de este hermoso hombre cuya presencia llenaba ese vacío en mí que
había dolido durante tantos años.

—Entonces no puedes hacerlo mal.

Deslizó su mano hacia arriba y extendió sus largos dedos sobre mi pecho, las
puntas de sus dedos trazando a lo largo de mis clavículas. Podía sentir el latido de mi
corazón retumbando constante bajo ellos, su toque evocando un profundo sentido de
seguridad dentro de mí.

—¿Qué quieres hacer Elizabeth?

Tomada por sorpresa por el cambio abrupto en su tono, fruncí el ceño.

—¿Qué quieres decir?

Christian apretó su abrazo, su agarre cómo un tornillo mientras se entrelazaba 62


conmigo. Intenso. Casi exigente.

—Quiero saber lo que quieres hacer con tu vida. ¿Quieres volver a la escuela
de derecho y convertirte en abogado? ¿Todavía es lo que quieres? —Un aliento áspero
se le escapó.— No puedo dejar de pensar en todas las veces que hablamos cuando
estábamos en la universidad, todos los sueños que tenías. Ibas a salvar al mundo,
Elizabeth y yo quería estar allí para verte hacerlo.

Una sonrisa nostálgica se dibujó en los bordes de mi boca al pensar en esos


días, las metas que habían definido mi vida, porque en ese momento, las creía el
aspecto más importante de lo que me convertiría. Pero al final, no lo eran. Ni siquiera
cerca.

—Esos sueños encajaban en esa etapa de mi vida Christian. Y cuando los


perdí, un pedazo dentro de mí fue aplastado. Pero cuando miró hacia atrás ahora, no
puedo lamentar la forma en que resultó. Nunca habría sido capaz de criar a Lizzie
de la manera que quería. Incluso trabajar en el banco fue un reto cuando era pequeña.
—Levanté la barbilla para estudiarlo, trazando las líneas afiladas y los ángulos de su
cara con los ojos. Dios, este hombre era hermoso.

Impresionante.

Por dentro y por fuera.

Los ojos azules parpadearon hacia mí, penetrantes en su preocupación.


Estaba tan claro ahí, el deseo intenso que Christian tenía de reconciliar el pasado,
para hacer lo correcto.
—¿Quieres saber lo que realmente quiero? —pregunté.

Acunó mi mejilla.

—Cualquier cosa, Elizabeth... todo lo que quieras, quiero dártelo.

Un temblor de aprensión rodó a través de mí. No a causa de la indecisión. Yo


quería esto. Pero algunos días, todavía era difícil entender que no tenía que hacerlo
sola nunca más. Ya no estaba sola.
63
—Quiero quedarme en casa. Quiero estar ahí cuando Lizzie llegue de la
escuela todos los días y no quiero que este bebé tenga que ir a la guardería. Sé que te
dije antes que quería seguir trabajando, pero ahora... —Atrapé el labio inferior entre
los dientes y sacudí lentamente la cabeza.— Sólo quiero estar en casa para cuidar de
mi familia y si hay una forma de que haga eso, entonces eso es realmente lo que
quiero de mi vida.

Lo miré fijamente cerniéndose sobre mí. Algo que parecía respeto brilló, con
los ojos centelleantes por ello.

Me tomó la cara entre las manos.

—Elizabeth, te apoyaré en lo que quieras. Si deseas quedarte en casa o si


deseas volver a la escuela, voy a estar allí para ti y vamos a resolverlo. Demonios,
incluso si quieres seguir trabajando en el banco, entonces quiero que hagas eso. Pero
no puedo pensar en nada mejor que saber que estás en casa con nuestros hijos.

Emoción apretó mi garganta, un pozo de gratitud por este hombre que me


entiende mejor que nadie. Me humedecí los labios.

—Eso realmente es lo que quiero.

Soltó un suspiro en mi frente.

—Elizabeth, nena, vamos a hacer esto y vamos a hacerlo bien.

Inclinó mi barbilla con el gancho de su dedo, su mirada pasando sobre mi


cara, su sujeción suave. Tan suave cómo el beso que presionó mis labios. Lo
profundizó y me abrí a él, di la bienvenida al calor de su lengua mientras rozaba la
mía.

Al instante, el fuego quemó a través de mí.

Sin romper el beso, Christian se movió y dio un golpecito a mis rodillas


separándolas con una de las suyas. Suavemente se acomodó entre mis muslos. Aferró
con urgencia un lado de mi cara, sus dedos arrastrándose a lo largo de mi mandíbula,
64
sumergiéndose en el pelo y corriendo por mi cuello mientras me besaba. Suspendido
a un mero aliento encima de mí, su fuerte cuerpo se inclinaba y bajaba y
atormentaba, los roces más ligeros y susurros que me prometían lo que iba a venir.

Suspiré en su boca y dejé que mis dedos trabajaran en los rígidos músculos de
su espalda mientras él me sumergía en el auge de su pasión. Era gentil, tan suave,
cómo si me pudiera romper, mi frágil cuerpo consolidado en la seguridad de sus
brazos.

Gimió mientras se retiraba, su boca en mi mandíbula, mordisqueando mi


barbilla.

—Dios, ha pasado mucho tiempo desde que he estado dentro de ti Elizabeth.


—Palabras ásperas, irregulares salieron de su boca, sus músculos marcándose,
sacudiéndose, rogando por mi toque.

Había estado tan enferma que pensé que no habíamos hecho el amor más de
tres o cuatro veces en los últimos meses.

Y esto... Yo quería esto. Necesitaba esto.

Christian se puso duro y grueso entre nosotros. Su pesado grosor se frotó


contra mi vientre. Sin duda, el hombre necesitaba esto, también.

—Christian —murmuré, tirando de la camisa metida en sus pantalones. Mis


palmas encontraron la piel desnuda de su espalda y las aplasté contra el músculo
vigoroso que se ondulaba y retorcía, sacudiéndose debajo de mi exploración. Mi
agarre exigente, lo acerqué más.

¿Tenía alguna idea de lo desesperada que estaba por tenerlo? ¿Cuánto necesitaba que
me poseyera?

Christian siseó mientras rastrillaba mis uñas por la suave piel de su espalda a
su estrecha cintura.

Parece imposible, pero sólo tocarlo me quemaba, abrasándome en lugares que


sólo existían con Christian. Temblaba de anticipación. Intensificó el beso, forzando 65
mi rendición. Su lengua jugaba contra la mía. El deseo me atravesaba cuando hundió
sus dientes en mi labio inferior.

Un profundo gemido resonó en el santuario de la sala, un sonido que casi no


reconocí mientras salía de mi lengua.

Mi cabeza giró con su asalto y me encontré luchando para dar sentido a lo


mucho que amaba a este hombre.

Él lo era todo, belleza y luz, mi roca, el otro pedazo de mi alma.

Y tan increíblemente hermoso. Atractivo en todos los sentidos. El fuego en


sus ojos azules y la fuerza de su cuerpo eran algo de lo que nunca tendría suficiente.
Nunca me cansaría y la llama que él encendía en los lugares más profundos dentro
de mí, no se apagaría.

Él era mi todo.

—Shh... —murmuró, besándome más mientras disminuía su embate, dejando


que su mano aleteara en mi cuello y se deslizara a mi pecho.

Movió su pulgar sobre mi pezón. Otro choque de deseo me golpeó y gemí un


poco más.

Christian se movió hacia atrás. Sin romper nunca nuestro beso, sus manos
firmes vagaron por mis costados, clavándose en mis costillas antes de que me sujetara
por las caderas. Por un segundo, cortó nuestra conexión y levantó la mirada hacia el
silencio que irradiaba desde el piso de arriba, luego volvió a mirarme con una sonrisa
arrogante elevando sólo un lado de su boca.

—Tienes que estar callada porque voy a tomarte aquí mismo Elizabeth. —Su
voz salió baja mientras pronunciaba la orden cerca de mis labios. Metió la mano entre
nosotros y liberó el botón de mis pantalones vaqueros.

Con sus palabras, escalofríos corrieron a lo largo de mis brazos, subiendo


mientras un rubor se precipitaba hasta mi pecho.
66
—Por favor. —Fue todo lo que pude decir.

Yo temblaba mientras me apresuraba a ciegas a través de los botones de su


camisa. Christian retrocedió para que pudiera llegar a los aprisionados entre nuestros
pechos, apretando las dos manos en los cojines a ambos lados de mi cabeza.

Sonrió contra mi boca.

—¿Estás ansiosa, Elizabeth? —murmuró, la pregunta goteando de él cómo la


seducción más lenta. Vibró a través de mí.

—Sí. —Fluyó de mí mientras empujaba su camisa detrás de sus hombros.

El hombre no tenía ni idea.

Se retorció para quitarse la camisa, sacudiendo una manga libre de la muñeca.


La tiró al suelo y se lanzó de nuevo cómo si yo fuera su Tierra Prometida.

Mi ser entero zumbó, deleitándose en su urgencia mientras se pegaba encima


de mí.

Supongo que estaba ansioso, también.

Me besó hasta que estuve sin aliento, hasta que estuve jadeando y mi corazón
latía con fuerza, golpeando en mis costillas.

—Ugh... Christian —rogué. Levanté las caderas.— Por favor... te necesito...


te necesito. —Llegaron cómo diminutas súplicas entre el desesperado intento que
hice para tenerlo más cerca, porque nunca podía tenerlo lo suficientemente cerca.

Temblé cuando Christian deslizó lentamente mi camisa hacia arriba y tiró de


ella por encima de mi cabeza. La arrojó al suelo encima de la suya, se sentó sobre sus
rodillas y me contempló.

Un enrojecimiento barrió cómo un incendio justo debajo de la superficie de


mi piel, calor y necesidad y esta pasión que mantenía sólo para él elevándose para
teñir mi carne.
67
Apreté los muslos en la parte exterior de las piernas de Christian,
retorciéndome, amando cuando me miraba de esta manera, sabiendo que mi
expresión reflejaba exactamente lo que veía en la suya.

—Joder, Elizabeth, ¿tienes alguna idea de lo que me haces? Mírate —dijo bajo
mientras su mirada cortaba un camino de fuego sobre mi cuerpo. Sus ojos
revolotearon lejos de los míos, su atención cayendo para acariciar el encaje negro que
cubrían mis pechos y bajando por mi cuerpo para aterrizar sobre mi cintura.

Incluso el paso de su mirada dejaba un rastro de escalofrío en su camino.

La lengua de Christian salió disparada para humedecer sus labios, sus dedos
ágiles tirando de la cintura de mis pantalones vaqueros. Se movió fuera del sofá y los
quitó, luego hizo un rápido trabajo con mis bragas y sujetador. Mirándome,
desabrochó el botón de sus pantalones y lentamente bajó la cremallera. Los empujó
hacia abajo, saliendo de su pantalón y bóxer, revelando cada centímetro de la
perfección de este hombre. Mis ojos viajaron a su longitud. La lujuria que se
enroscaba en mi estómago se profundizó, acumulándose mientras palpitaba entre mis
piernas.

Tirando de la manta de suave lana del respaldo del sofá, la sacudió y la


envolvió alrededor de sus hombros. Lentamente se deslizó por encima de mí y nos
envolvió completamente con ella, la ligera tela ocultándonos, envolviéndonos,
nuestros cuerpos y espíritus enjaulados.

Me retorcí.
Christian empujó separando mis rodillas mientras se recostaba sobre mí, su
semblante apasionado, el azul de sus ojos todo en llamas en esta pasión que nunca
nos dejaría.

—Te amo, Elizabeth —susurró con su atención atrapada en las mía.

En el mismo segundo, cerró su agarre en la parte exterior de mi muslo. Su


erección se deslizó a lo largo de mi centro, atormentando, burlando, seduciendo.

—Te amo más de lo que nunca sabrás —dijo otra vez mientras me 68
atormentaba, rozando su longitud a lo largo de mis pliegues. El deseo pulsaba,
enroscado en mi estómago y sacudió mis piernas. Gemí, arqueando mi espalda
mientras aplastaba mi pecho con el suyo.

—Te amo, Christian. Siempre. No hay nada que pueda hacer que deje de
amarte. Nada que pueda hacer que deje de necesitarte. Eres mi principio y eres mi
final, el único que va a estar allí para todo. —Las palabras salieron cómo un
juramento solemne, mi compromiso con él.

Christian era mí para siempre.

Una sonrisa dolida bordeó su boca mientras se mantenía a sí mismo


dominándose, su voz ronca.

—Nunca te dejaré ir... nunca.

Calor abrasó entre nosotros, una fiebre de necesidad preparándose para hervir
dentro de los confines de la manta, nuestros cuerpos en busca del otro.

Por encima de mi cabeza, Christian se sostuvo rígidamente con su mano sobre


el brazo del sofá, la otra hundida profundamente en la carne de mi cadera. Apretó la
mandíbula mientras sólo la punta de su erección presionaba dentro de mí.

—Joder —gimió, apretando los dientes.— Ha sido demasiado tiempo.

Levanté las caderas, tomando más de él, pero no lo suficiente. Mis dedos se
clavaron en sus hombros, mordiendo su piel, implorando.
Christian cayó sobre sus antebrazos, con la cara a unos centímetros de la mía.

—Tú —susurró mientras se retiraba, retirada que yo había seguido. Luego se


impulsó dentro de mí con una firmeza sólida.

Mi boca se abrió con la sobrecarga de sensaciones. Era algo a lo que nunca


me acostumbraría, la forma en que Christian se sentía cuando me llenaba. Como si
estuviera completa. Entera. Y totalmente desesperada al mismo tiempo, porque
siempre quería más.
69
—Mierda —susurró, la palabra gruesa y pesada mientras se mantenía bajo
control. Aún así, una sonrisa de satisfacción se extendió por esa hermosa boca.—
Esto nunca va a ser rutinario.

Acuerdo retumbó cómo un gemido ronco en la base de mi garganta.

No, no había ni una posibilidad. El toque de Christian sería familiar para


siempre, pero nunca, jamás sería rutinario.

Christian se retiró y me llenó de nuevo, decidido y firme, aunque todavía


consciente del niño, una precaución deliberada con cada empuje de sus caderas. Este
hombre... no... no había duda de que era mi todo. Me hacía girar y me ponía de
cabeza. Me hacía sentir cómo si estuviera caminando por una cornisa en el mismo
segundo me sentía más protegida dentro de la seguridad de su abrazo. Envolví mis
brazos alrededor de él, hundí mi cara en su pecho mientras trabajaba y se esforzaba
sobre mí y me dejé llevar por completo. La manta nos cubría, el cuerpo de Christian
bailando con el mío mientras el suave resplandor del fuego se arrastraba por las
paredes, envolviéndonos con fuerza.

El alivio explotó, giró con el nudo construyéndose de manera constante en mi


interior.

A pesar de que me di cuenta de que estaba tratando de contenerse, gruñidos


ásperos seguían subiendo y escapando de su boca. Su corazón tronaba y coincidía
con el ritmo frenético del mío. Christian se apartó y me miró fijamente, sus ojos
azules brillando con la eternidad.
Luego sonrió con esa sonrisa que sólo era para mí.

Éramos uno.

No había mayor gozo que este. No había mayor alegría que estar en sus
brazos. La vida que había pasado tantos años anhelando había sido encontrada en la
devoción de este hombre. Una conexión que nunca podría ser rota, incluso en todos
esos desiertos, solitarios años que habíamos pasado separados.

—Eres mi vida —murmuró, con los ojos decididos mientras me miraban. 70


Agarró mi brazo izquierdo que estaba alrededor de su cuello, lo llevó entre nosotros
mientras besaba tiernamente el anillo que llevaba con orgullo en mi dedo.

Miré fijamente al hombre que poseía mi corazón, el único que poseía mi


espíritu, y susurré:

—Y voy a darte la mía.


Capítulo 7
Traducido por: puchurin
Corregido por: MAngelBooks

Elizabeth
71
Presente. Finales de septiembre

El conocimiento surgió en mi conciencia. Luché para aferrarme a la


oscuridad, presioné mis ojos para mantenerlos cerrados para poder permanecer en el
santuario del sueño. A regañadientes abrí los ojos en el denso tejido de la almohada
donde tenía enterrado mi rostro. Una neblina soñolienta nubló mis sentidos y mi
mente se tambaleó mientras luchaba para reconocer que me había despertado.

Acostada sobre mi estómago, levanté mi cabeza. Parpadeé mientras mi visión


se ajustaba suavemente a la moderada luz que se colaba por las espesas cortinas que
había puesto en la ventana. El continuo golpe sonaba desde abajo. De nuevo pegué
mi rostro en el refugio de la almohada, dispuesta a esperar a que quien quiera que
estuviese tocando la puerta desapareciera.

Debí haber sabido que esa nunca sería mi suerte.

Una llave sacudió la cerradura. La puerta frontal chilló cuando se abrió.

Mi pulso tartamudeaba; no por miedo sino porque no creía que pudiese


manejar esto hoy.

Cada vez era lo mismo.

—¿Liz? —Viajó por las escaleras en un camino directo hacia mis renuentes
oídos.

No contesté.
En cambio, agarré la almohada, forzando profundamente mi rostro en el
tejido. Tal vez si me enterraba lo suficiente, me podría tragar completa. Quizás…
quizás pudiera desaparecer.

Pasos sacudieron la escalera.

—¿Liz? —Ella, más tranquila, me llamó otra vez.

Apreté más mis ojos cuando sentí emerger su presencia. La puerta de mi


cuarto que estaba medio abierta, se abrió completa. 72
La tensión flotaba como un espeso silencio entre nosotras.

—Elizabeth. —Finalmente inundó la habitación. Reuniendo fuerza, me


obligue a voltearme hacia ella.

Descansaba mi mejilla contra la almohada, parpadeando hacia mi prima que


estaba parada en la puerta con líneas de preocupación en un joven rostro.

A ella le había crecido un poco el cabello, los rizos rubios oscuros se


curveaban en una suave onda sobre sus hombros. Ella vestía lo usual, una delgada
camiseta tamaño grande con el cuello cortado para que le colgara libremente de un
hombro, pantalones cortados súper cortos y sandalias. Apareció una suave sonrisa,
casual y tierna, siempre era así.

—Hola —dijo tranquilamente mientras entraba a la habitación.

—Hola —contesté, mi voz raspaba contra mi garganta seca. Traté de simular


que estaba contenta de verla.

Y no era que no quisiera verla, que ella no me importaba o no la quería aquí.


Era solo la manera en que me miraba, como si pudiera entender. No quería la
compasión que exudaba por los poros. Sus movimientos eran lentos mientras llagaba
al borde de mi cama, como si me fuera a romper si me tocaba. Ella parecía no estar
dispuesta aceptar que yo ya estaba deshecha.

—Cariño, es hora de levantarse —ella casi balbuceó mientras extendía su


mano y cepillaba el cabello de mi frente.— Estoy aquí para recogerte. Vamos a
almorzar con tu mamá y tus hermanas.

Internamente me estremecí. Sabía que esas no eran sus intenciones pero esas
intervenciones siempre se sentían como una emboscada.

—Debiste haber llamado primero. Creo que hoy no me siento con ánimo para
ello.

Aunque trató de ocultarlo, la frustración se filtró en su suspiro. 73


—Vamos Elizabeth. Nunca quieres hacerlo; y ambas sabemos que si hubiese
llamado no hubieses contestado. Necesitas salir de esta casa; solo por una hora o dos
—dijo atravesando mi habitación y abriendo las cortinas de la ventana.

Una luz brillante quemó mi habitación. Palidecí por la intromisión no


bienvenida.

Ella se dirigió a la entrada.

—Ahora vete a la ducha. Te esperaré abajo.

—Nat… —murmuré, deseando que me dejara sola.

Ella cruzó sus brazos sobre el pecho.

—Elizabeth, vamos almorzar. Tú necesitas comer y tu familia necesita verte.


Dos pájaros de un tiro, eso es todo. —Ella casi rió, aunque hubo un poco de humor
en ello; pese a que parecía más una decepción.

Rodé sobre mi espalda y coloqué mi brazo sobre mis ojos.

—¿Qué hora es?

—Un poco más tarde de las 11 am… lo que significa que es hora de levantarse.
Ahora muévete.

Resignada me senté de lado en la cama dándole la espalda a Natalie. Intenté


abandonar el lugar que era mí único alivio. El único remedio para la desolación de
esta vida era encontrado en la oscura negrura del sueño. No en las pastillas que
prometieron hacerme sentir mejor, pero en cambio intensificó la dolorosa
insensibilidad. No en las sesiones de consejería que no hicieron nada sólo revolver el
dolor, esas angustiosas horas que sólo amplificaban el dolor.

Todo lo que quería hacer era dormir; no soñaba, no veía, no hería y no existía.

Levántate, mentalmente me grité a mí misma. Aspirando profundo, mis pies


74
golpearon el piso y me obligué a levantarme. El dolor se disparó por todo mi cuerpo,
algo físico, algo real. Apretando mis manos a los lados en puños, me tragué las
lágrimas que estaban trabajando su camino hacia mis ojos, esperando que Natalie no
estuviese leyendo mi postura desde atrás.

—Vamos —me empujo por la espalda.

Me obligué a asentir y caminé hacia mi baño. Giré la ducha lo más caliente


que pude y dejé que calentara mientras me liberaba de la ropa que llevaba vistiendo
por días. Haciendo muecas, entré al vapor de la ducha. El abrazador calor me quemó
mientras el agua golpeaba mi piel. Me obligué a permanecer debajo de ella, deseando
que de alguna manera se quemara esta tristeza; rogando por limpiar mi espíritu de la
misma manera que lo hacía con mi cuerpo.

Pero fue inútil. La angustia implacable estaba en mi pecho y explotaba por


mis ojos y boca. Debajo de la ducha, coloque mis manos en la pared y bajé mi cabeza,
doblada a la mitad mientras jadeaba para respirar. Por unos incontables minutos, me
dejé llevar y me permití llorar; dejando que mi dolor se mezclara con el agua que
golpeaba mi cabeza y espalda. Pasaban a toda velocidad como arroyos por mi cuerpo
luego goteando las baldosas del suelo de la ducha antes que desaparecieran por el
desagüe.

Se iban.

Me agarré el estómago mientras lloraba.

Se iban.
Sabía que este daño nunca se desvanecería. Tragando las emociones
agrupadas en mi garganta, las obligue a volver adentro, buscando que se
adormecieran. La última cosa que necesitaba era que Natalie pensara que tenía que
entrar para verificarme. Rápidamente me bañe, luego cerré la ducha.

Me sequé y vestí; sin pensar, me pasé el cepillo a través de mi largo cabello.


No me atreví a mirarme al espejo. Inhalando, busqué en mi interior algo parecido a
la normalidad y practique mi expresión mientras dejaba el cuarto y comenzaba a
bajar las escaleras. Me agarré de la barandilla mientras bajaba uno a uno. Natalie 75
miró hacia arriba desde donde estaba parada, frente al sofá, de cara a las escaleras
mientras doblaba la ropa limpia.

—No necesitas hacer eso —dije mientras la vergüenza corría a través de mí.

—Pssh. —Ella sonrió, pero era demasiado falsa.— En absoluto, no me


importa hacer la colada. —Inclinando su cabeza hacia la imponente pila.— Además
parece que necesitas un poco de ayuda.

Sabía que trataba de ser amable, pero eso me golpeó el pecho. Me había
convertido en inútil, sin valor. No podía ni doblar la ropa de mi hija, era patético. Lo
más difícil para mí era el hecho de que Christian estaba cuidando de mí
financieramente. Cada dos semanas, el depositaba dinero en la cuenta que
compartíamos, una que juntos habíamos abierto para nuestra vida juntos. Una vida,
que ahora tengo que aceptar nunca será. Él nunca toco nada de ella y sabía que él
había dejado el dinero para mí. Era humillante, degradante.

Sin embargo la tome porque no sabía qué hacer. El pensar en tener que
levantarme todos los días e ir a trabajar había golpeado mi instinto convirtiéndolo en
un frenesí de ansiedad. Así que tomaba eso del hombre que había destruido o quizás
del que me destruyó a mí. Mi pecho estaba apretado. La verdad era, que la vida nos
había destruido a los dos, quitándonos lo que no sabíamos cómo vivir sin ello.

Natalie había doblado una las camisas de Lizzie y la colocó encima de la


creciente pila.

—¿Cómo te sientes hoy? —dijo ella en la forma más casual, pero con matices
más fuertes.

Era lo mismo cada vez que veía a mi familia; ellos me miraban, esperando
que me olvidara de todo; constantemente decían que algún día todo estaría bien. Mi
resentimiento crecía porque ninguno lo entendía. Había llegado al punto donde no
quería verlos o estar en su presencia; porque todo lo que hacían era animarme,
prometer cosas que no podrían ser. Ninguno de ellos sabia de lo que estaban
hablando. No sabían, no podrían. Me quedé en el último escalón, aferrándome a la
baranda como si fuera mi salvavidas. 76
—Hoy me siento muy bien. Sabes qué, ¿por qué no vas sin mí? Mientras tengo
la energía, creo que sería mejor limpiar aquí. A la casa le vendría bien una buena
limpieza.

Frunciendo el ceño, ella levantó una ceja mientras escuchaba mi mentira.

—Puedes limpiar después y tenemos reservaciones. Ven, vámonos.

Ella tiró la última camiseta en la pila de ropa doblada, agarrando su cartera


del piso. Se dirigió hacia la puerta dejándola abierta. Suspirando, la seguí, sabiendo
que no tenía oportunidad de salir de esta. Salí a la luz del sol. Natalie ya estaba
sentada esperando por mí en su Sedán de cuatro puertas.

Me senté en el asiento delantero del pasajero como señal de rendición. El viaje


de 10 minutos al restaurante había sido en completo silencio. Continuamente, Natalie
me miraba, agarrando el volante como si estuviese tratando de decir algo. Yo
mantuve mi atención en mis dedos mientras los retorcía en mi regazo, deseando que
la siguiente hora se acabara. Natalie entró al estacionamiento del restaurante,
encontró un espacio y apagó el motor. Yo salí del auto. Mi atención fue alrededor al
ver los autos estacionados de las mujeres de mi familia que allí se habían reunido.
Las que siempre han estado ahí para apoyarme y quererme. Una ola de culpabilidad
se estrelló sobre mí. Dios, ¿qué me pasaba? Estas mujeres solo se preocupaban por mí.
Bajé mi cabeza y apreté los ojos, colocando una mano sobre el auto para apoyarme,
sabiendo que haría cualquier cosa por salir de este agujero en el que había caído.

Solo que no sabía el camino.


—Cariño, ¿esta lista? —preguntó Natalie mientras salía del auto. Sus ojos
marrones estaban llenos de preocupación cuando se encontraron con los míos en el
techo del auto.

—Sí —mentí.

Ella sonrió e inclinó la cabeza hacia la puerta del restaurante.

—Ven, me muero de hambre. Vamos a comer algo.


77
La seguí hacia dentro. Pequeñas mesas cuadradas llenaban todo el auténtico
restaurante mexicano. Un estruendo de voces se levantó en el espacio íntimo,
mientras las meseras corrían alrededor durante la agitada hora de almuerzo,
lanzando sonrisas mientras le servían a los clientes.

Hacia la parte trasera del local, donde habían unido dos mesas para dar cabida
a todos nosotros, Sarah agitaba su mano sobre su cabeza.

—¡Allí están! —Natalie levantó su mano y saludo. Ella tomó una de las mías
y me llevó hacia ellas golpeándonos con las mesas.

—Hola chicas —dijo mientras nos acercábamos.

Dos de mis hermanas, lanzaron sus servilletas hacia la mesa mientras


sonrientes se paraban para saludarnos.

—Viniste —dijo Sarah, mi hermana mayor, mientras volteaba la mesa y me


tiraba a sus brazos. Su abrazo era cálido demostrando su apoyo interminable.

Me puse tensa, ella notó mi reacción, aun así me abrazó más fuerte.

—Es tan bueno verte, Elizabeth —dijo en voz baja, apartándome para verme
el rostro.

—Es bueno verte, también —dije. Sabía que en algún lugar dentro de mí, era
cierto. Apretando mi brazo, ella dio un paso hacia atrás.

Carrie, mi hermana menor, estaba abrazando a Natalie antes de caer sobre


mí. Una alegre sonrisa atravesó su rostro.

—¡Elizabeth! Dios, ¿dónde has estado? Te he extrañado. —Ella me abrazó


más fuerte.

Luché para respirar. Era una tarea rutinaria, forzando el aire a entrar y salir
de los pulmones, aceptando este requisito para vivir. Era 100 veces más por la
entusiasta bienvenida de ella. Sabía que no era su culpa; eso era todo. De todas las
personas aquí presentes, Carrie era la que menos entendía. Había dicho cosas que
78
me habían herido con la fuerza de un cuchillo; solo que no estaba destinado a ser.
Sabía que ella solo lo decía para motivarme. Aun así, había querido arrancarle el
rostro, gritarle y decirle que se callara la boca. En lugar de terminar sobre mis rodillas,
vomitando, tratando de eliminar su comentario de mi mente.

—También te extrañé —me obligue a decir, como con mi hermana mayor,


sabiendo que lo sentía dentro de mí, en algún lugar oculto.

Ella dio un paso hacia atrás y cayó en su asiento. Lentamente mamá se levantó
de su silla. Mientras me miraba, su acercamiento fue calculado. La habría evitado,
no sé por qué. Solo que no podía manejar la forma en que me miraba.

Entendí lo difícil que era para ella verme así, como también yo quería la
alegría para mi propia hija. Me mataría si Lizzie tuviese que pasar por algo como
esto en su vida. Me darían ganas de abrazarla y encerrarla para mantenerla protegida
de cualquier tragedia que le pudiera acontecer. Tal vez yo estaba destrozada, pero
quedaban suficientes pedazos de mí que todavía adoraban a mi hija. Era la única
cosa en este lío por lo que podía dar gracias. Lizzie, mi luz, mi vida.

Ella era la esperanza que me sacaba de la cama por las mañanas, la que me
daba la habilidad de poner un pie frente a otro, la última parte de mi todo que sostenía
mi alma cansada. Por todo esto, fui capaz de reconocer que mi madre se sentía igual
por mí.

Sus fuertes brazos me envuelven, mis brazos quedan atrapados entre las dos;
la voz áspera de mi madre dijo:
—Gracias por venir.

Ella inclinó la cabeza, estudiándome, con movimientos significativos llenos


de apoyo.

Asentí y mentí.

—No me lo perdería.

Ella frunció sus labios e inclinó más su cabeza, aceptando el engaño. Tomé 79
asiento y abrí el menú delante de mí.

La conversación surgió en la mesa, cuatro de ellas hablaban de sus días. Las


cosas sin importancia de sus vidas llenaban su charla, pero era obvio que trataban de
cubrir la situación entre todas. Ojos inquietos miraban y buscaban, viendo hacia mí
sobre sus menús y dando miradas furtivas pensando que no lo había notado. Cambié
de posición por la incomodidad.

¿Por qué dejé que Natalie me convenciera para esto?

Afortunadamente la mesera vino y me rescató del escrutinio que se había


apoderado de la mesa. Ella se fue y regresó rápido con mi té helado.

—Su comida debe salir pronto. Déjenme saber si necesitan algo entretanto —
dijo ella colocando la bebida frente a mí.

Murmuré un “Gracias”, regresando a la mesa, miré a todas las mujeres de la


mesa que siempre habían estado a mi lado. No importa las circunstancias, ellas
siempre son las que se reúnen a mi lado. Otra vez, están aquí para levantarme cuando
he caído.

Sabían muy poco que era una tarea imposible. Hice mi mejor esfuerzo para
mantenerme escuchando lo que decían. Traté de escuchar los detalles sobre sus
familias, las cosas que eran importantes para ellos, cercanas a sus corazones. Sarah
habló sin cesar sobre sus hijos. Angie había ganado el concurso de deletreo y
Brandon había comenzado la nueva temporada de futbol. Habló de lo emocionado
que él estaba ya que jugaría de entrada y lo aterrorizada que ella estaba por permitirle
tomar parte de ello.

Carrie había conocido alguien nuevo, alguien que debía haberle causado gran
impacto porque ella reía y sus mejillas se sonrojaban con solo mencionar su nombre.
Mi pequeña hermana no se avergonzaba. Ella habló de este chico por mucho tiempo,
brindándonos cada aspectos de si vida y como estaba segura de que encajaba en la
de él. Bajé mi cabeza y presioné mis ojos, pidiendo poder volver a sentirlo así para
mí, también poder estar contenta por ellas. Me sentía como la peor persona de este
mundo porque simplemente no podía sentirlo así y quería. Dios, ¿ninguna realmente 80
comprendía lo mucho que quería eso?

Su parloteo continuó y sus palabras comenzaron a interferir unas a otras,


extendiendo una fina capa de niebla que empañó mi mente. Nuestra comida fue
servida y comencé a unirla tratando de desarrollar mi apetito para tomar un bocado.
Risas y sonidos de sorpresa golpearon mis oídos pero no penetraron lo suficiente para
tocar mi distorsionado sentido de conciencia.

—Liz —dijo Sarah, su voz había tomado un giro de frustración.—


¿Escuchaste lo que acabo de decir?

Me sacudo, parpadeo y la miro a través de la mesa. Mi mente se enciende


como un carrete volviendo a la conversación que había ocurrido, dándome una pista
del tema que habían mencionado. El descontento brilló en su rostro.

—¿Estabas escuchando?

—Sarah. —Natalie había inclinado su cabeza en una súplica silenciosa con


sus ojos abiertos.

Podría jurar que ella la había pateado por debajo de la mesa. Sarah y yo
habíamos sido siempre muy unidas. Ella había sido a la que siempre corría cuando
era niña; la que siempre parecía tener esta sabiduría natural, siempre veía las cosas
que no podía ver. Y raramente se desviaba de su recta conducta. La atención de Sarah
fue a Natalie.

—¿Qué? —dijo defensivamente como si no pudiera creer que Natalie estaba


tratando de disuadirla de no hablar.

Pero obviamente eso no aplicaba hoy. Sus ojos volvieron hacia mí; tenían
emoción, simpatía, indignación y decepción.

—Elizabeth, tienes que salir de esto.

Por sus palabras, sentí que la sangre se había ido de mi rostro. Volvió el
malestar, agriando mi estómago mientras una oleada de nauseas corrían a través de
mí. Era lo suficientemente malo cuando ellas hicieron algunos comentarios, los que 81
estaban para ayudar aun cuando se sentían como una cachetada en el rostro.

Pero esto… esto no solo parecía una emboscada. Era una emboscada, un
ataque para el cual no estaba preparada. Uno que nunca estaría lista para enfrentar.

—Te has sentado allí todo este tiempo sin decir una palabra; ni una palabra
—enfatizo ella.

—Sarah por favor, no hagas esto ahora —suplicó Natalie con una voz baja.
Su atención estaba entre las dos mientras se mordía su labio. Las lágrimas bordeaban
sus ojos.

Sabía que las dos estaban tratando de protegerme a su manera.

Fuertemente Sarah meneó su cabeza.

—Hemos estado de puntillas sobre esto por mucho tiempo, Natalie. —


Aunque le habló a Natalie, su mirada estaba sobre mí.— Elizabeth, han pasado casi
cuatro meses. Te juro que estoy diciendo esto porque te quiero, pero tienes que tomar
una decisión. Es tiempo que te levantes y comiences a vivir de nuevo; por ti y por tu
hija. Comienza por prestarle atención al resto de tu familia. —Ella pasó la mano
señalando alrededor de la mesa.— Porque te estás perdiendo de todo. Incluso cuando
estás aquí, no estás presente. Y te necesitamos de regreso.

Mi rostro ardía mientras sacudía mi cabeza suavemente, luchando por ver a


través del dolor que destrozaba todo mi ser. Empecé a balancearme, torciendo mis
dedos en un apretado nudo tratando de desviar lo que salía de la boca de Sarah. Mi
cabeza gritaba que ella decía la verdad, mientras que mi corazón se contrajo
permitiéndome retirarme.

Parecía que una vez que empezara no podría detener la preocupación y


frustración que hervía dentro de ella.

—¿Y qué hay de Christian? ¿El hombre que caminaría sobre sus manos y
rodillas por brasas calientes por ti? ¿El que con mucho gusto moriría por ti? ¿Lo has
mirado últimamente?
82
Retrocediendo por la insinuación, volteé mi rostro a un lado para protegerme
de las cosas que no quería escuchar.

—Elizabeth, lo digo enserio, ¿lo ha mirado? Porque él también esta tan


desconsolado como tú. Es hora de que encuentres un lugar dentro de ti para amarlo
nuevamente o cortar con él. Elizabeth, déjalo ir, termina con su sufrimiento porque
el hombre está pendiendo de un hilo. ¿Has visto lo que esto le ha hecho a él? ¿Lo que
le estás haciendo a él?

Me estremecí, hundiéndome en la silla. Por supuesto que lo había visto. Soy


testigo cada mañana cuando viene a recoger a Lizzie. Lo había dañado, le había
dicho que se fuera y él se fue. Pero siempre había algo entre nosotros, una conexión
que ninguno de los dos podría romper. ¿Cómo esa unión no era lo suficientemente
fuerte para mantenernos juntos? Me obligué a mirarla cuando lo que realmente
quería era esconderme.

—Sarah —supliqué con voz entrecortada. Las lágrimas se estaban


desarrollando y trataba de mantenerlas dentro. Pero no podía hacer nada; fueron
imparables cuando comenzaron a caer.— Tú no entiendes.

—Maldición, Elizabeth —dijo ella con voz firme inclinándose sobre la


mesa.— No lo sé y no pretendo saberlo. Pero por más que lo entienda o no, no cambia
el hecho de que es tiempo.

Sus palabras me atravesaron, cortándome mi centro. A mi izquierda, mamá


gentilmente me tocaba mi brazo, con una expresión de tristeza.
—Elizabeth, tu hermana esta en lo cierto. Yo sé que no quieres oírlo, pero
todas te queremos demasiado para hacernos a un lado y verte desvanecer. No estoy
dispuesta a sentarme aquí y permitir que eso continúe sin decir algo.

Ella miró los huesos que sobresalían de mis brazos, dejándolos vagar por mis
clavículas.

—¿Te has mirado en el espejo últimamente? ¿Has visto lo que te has hecho?

¿Lo que me he hecho? La irá hizo un nudo en mi estómago. De todas las 83


personas, mi madre debería comprender. Empujé la silla hacia atrás y me levanté de
un salto.

—Yo no pedí esto —dije hacia la mesa, mi mirada discordante rebotó entre
las mujeres que me miraban en estado de shock.— Yo no pedí que esto pasara y estoy
segura que no pedí su opinión o consejo. —Agarrándome mí pecho herido.— Solo
déjenme en paz —supliqué.— Por favor, todas ustedes, déjenme en paz.

Entonces me di la vuelta y huí de los torturados confines del restaurante,


pasando por las personas que dejaron caer sus cubiertos en sus platos mirándome
con la boca abierta. Salí hacia el cálido sol de la tarde. Levanté mi rostro hacia él,
buscando el aliento que siempre parecía fuera de alcance, como si la capacidad de
mis pulmones se hubiese cortado a la mitad, fragmentada y nunca podría tomar
completamente lo que necesitaba para vivir; porque me estaba muriendo.

—Elizabeth —expresó Natalie, con alivio, había salido corriendo detrás de


mí.

Ella se paró allí, dudando de llevarme dentro. Finalmente dijo:

—Vamos, déjame llevarte a tu casa.

Angustiada, asentí a través de mis lágrimas y la seguí por el estacionamiento.


Ella mantenía su mano en mi codo mientras me conducía hacia la puerta del
pasajero. La abrió y mantuvo abierta para mí.

No dijimos nada mientras conducía la corta distancia a mi casa. Ella se detuvo


al final de la entrada del garaje. Podía sentir la intensidad de su ardiente mirada en el
lado de mi rostro mientras agarraba las correas de mi bolso, mirando hacia mis
nudillos volviéndose blancos mientras hacia todo lo posible por no desmoronarme.

—Liz, lo siento —su voz era tranquila.— Por favor… —ella se ahogó con sus
propias lágrimas.— Por favor, no pienses que planificamos esto, porque no fue así.
Solo que todos están preocupados por ti.

Miré su pesar reflejado en sus brillantes ojos. Las dos nos quedamos sentadas,
84
mirándonos llorar una a la otra; sin saber qué sentido darle a este lío porque ninguna
de nosotras quería ser parte de él. Ella se aclaró su garganta y movió su cabeza.

—Pero lo que dijo Sarah, no sé, quizás estuvo mal de la manera que lo dijo.
Pero es cierto. Es tiempo —enfatizó.

Quizás el problema es que no sé cómo mi vida se ve del otro lado. Siempre


creí que Christian estaba al final y ahora, no puedo verlo en ningún lugar. ¿Cómo
podría seguir adelante? ¿De las esperanzas que habían sido destrozadas?

—Natalie, yo no recuerdo ni como respirar —admití, bajando mi rostro hacia


mi regazo mientras agarraba las correas más fuertes— ¿Cómo puedo seguir adelante
cuando he olvidado cómo vivir?

Mirándola, la vi morderse los labios temblorosos, obviamente insegura de


cómo decir sus palabras. Ella inclinó su cabeza y preguntó con toda seriedad:

—¿Todavía lo amas?

Una imagen de Christian cruzó a través de mi piel; recuerdos de mi vida que


significaron mucho para mí: amor, alegría, todo. La tristeza quiso salir y me la tragué.

—No lo sé —dije en voz baja.

Más lágrimas bajaron por su rostro, quizás por empatía hacia mí. Su atención
viajó hacia el parabrisas mirando la calle vacía. Estábamos sentadas entre un silencio
atroz.
—Entonces quizás necesites recordar cómo vivir sin él, Elizabeth, porque no
puedes continuar de esta manera.

No había acusación en esta declaración, solo su propio dolor; sus palabras


llenas de un sentido de rendición. Las sentí profundamente, porque de alguna manera
sabía lo que significaba esa rendición para mí; era tiempo de seguir adelante. Aún si
fuera sin Christian.

Miré el reloj, eran solo 30 minutos antes de cuando se suponía recogiera a mi


85
hija en la escuela. Su dulce rostro vino a mi mente, mi devoción hacia ella era
interminable y sabía más que nada que mi hija me necesitaba.

—Trataré —le prometí a mi prima, mi amiga; pero dentro de mí, sabía que a
quien necesitaba convencer era a mí.

Ella llegó a mí, pasando por la consola y me envolvió en un fuerte abrazo


antes de que se retirara y sostuviese mi rostro cuando el de ella estaba rojo y
manchado.

—Lograras pasar esto —dijo— Lo sabes, ¿verdad?

Sacudí mi cabeza mientras me la sostenía; porque todavía no sabía si lo podría


hacer.

—Me tengo que ir y a recoger a Lizzie —murmuré, porque había tenido toda
la conversación que había podido manejar.

Dije que trataría y eso era todo lo que podía dar. Ella asintió y salí de su auto.
Capítulo 8
Traducido SOS por Lady_Eithne
Corregido por Leluli

Elizabeth
86
Finales de mayo, cuatro meses antes.

Desde atrás, Christian me agarró. Unas manos necesitadas se deslizaron sobre


mis caderas hacia mi parte frontal. Ancló ambas manos sobre mi prominente
estómago en el mismo instante que enterraba su cara en mi cuello.

Me apoyé contra él, incapaz de detener la pequeña risita que revoloteaba


saliendo de mi boca.

Me apretó un poquito, su calor extendiéndose para tocar cada fibra de mi ser.

—Voy a echarte de menos —gruñó con voz ronca cerca de mi oído antes de
hurgar entre mi pelo para besarme el cuello, enviando una excitación nerviosa
corriendo a través de mi cuerpo.

Gemí mostrando mi acuerdo.

—¿Podrían dejarlo ya? —chilló Natalie desde donde estaba tirando un


montón de bolsas dentro de su maletero. Estaba aparcada en la calle al final de la
entrada de mi casa.— Son peores que dos adolescentes que tienen sólo diez minutos
para meterse mano antes de que sus padres lleguen a casa. —Cerró su maletero de
golpe.— Se verán mañana.

—Aún no estoy preparado para dejarla ir —murmuró Christian,


principalmente para mí.

Natalie apoyó una mano molesta en su cadera.


—Tenemos cosas de las que ocuparnos para la boda antes de su despedida de
hoy.

Christian nos balanceó con una lenta oscilación, su cuerpo plano contra el
mío, cada centímetro de él pegado a mí.

Era increíble cuanto me gustaba. Cuanto amaba esto. Apreté mis manos sobre
las suyas que estaban extendidas sobre mi barriga y descansé contra la fortaleza de
su pecho.
87
La voz de Christian se hizo más profunda, las palabras roncas.

—No creo que tengas nada de lo que preocuparte, Natalie. Mientras que la
boda me incluya a mí bailando con mi esposa y con ella terminando en mi cama
después, todo va a ir perfecto.

Una ráfaga de risas ahogadas salió de la garganta de Natalie y volvió sus


abiertos e incrédulos ojos sobre mí.

—¿Qué le has hecho, Elizabeth? Creo que has creado un monstruo.

Yo simplemente sonreí. Ella no tenía ni idea. No había conocido al chico


engreído que yo había conocido en la facultad, esa boca flirteadora y esas manos
impacientes que me habían vuelto del revés, me habían retorcido desde adentro hacia
afuera. El Christian que ella había conocido era uno llego de remordimientos, cada
momento lo pasaba tratando de compensar por lo que había hecho.

Christian tiró de mí más cerca, su boca curvada en una sonrisa, satisfecho de


sí mismo.

—¿Qué? Tenemos mucho tiempo que compensar.

Ahora podía reconocer a ese chico ansioso que nadaba a través del espíritu de
este hombre cariñoso. Este era el Christian que me había vuelto loca, robado el
aliento con la misma seguridad que me había robado el corazón.

—Déjame amar a mi futura esposa antes de que me la robes —continuó.


Natalie refunfuño.

—Umm... de acuerdo, me la llevo para la prueba final del vestido y luego a su


despedida de soltera y Matthew se está preparando para llevaros a alguna noche loca
de chicos a algún lugar que no me quiere contar. Ahora dime: ¿quién está haciendo
el robo?

Matthew rió mientras la sorprendía desde atrás, levantándola del suelo.

Natalie chilló pero no había forma de que pudiera ocultar la sonrisa que 88
capturó su cara.

Él la colocó de nuevo sobre sus pies y la giró alrededor en el mismo instante.


Tiró de ella por la cintura acercándola y la inclinó hacia atrás mientras merodeaba
sobre ella.

—No estás preocupada, ¿verdad? —Su sonrisa era más grande que la de ella.

Ella le dio una palmada.

—Por supuesto que no, pero si esos dos no lo dejan ya, van a hacer que
lleguemos tarde.

Él le dio un pico en los labios.

—Bien. Porque voy a llevarme a nuestro Christian aquí presente y a


asegurarme de que lo pasa bien. —Levantó una ceja altanera hacia Christian.— No
creo que este tipo haya dejado su cama en meses —dijo, señalándome con la barbilla.

Yo me reí más mientras Christian me acunaba desde atrás, su risa era todo
descaro con la burla de Matthew.

—Bueno, considerando que es el único lugar en el que quiero estar... —dijo


mientras inclinaba su cabeza en clara sugerencia.

Una ráfaga de color se filtró hacia mis mejillas con la evidente insinuación de
Christian.
Aun así, era verdad. Christian y yo no podíamos tener suficiente el uno del
otro. Nunca lo haríamos. La necesidad entre nosotros llegaba sin fin, esta poderosa
fuerza que se disparaba a través de mí cada vez que me tocaba.

Para rematarlo, estábamos emocionados. Todos nosotros. Era una alegría que
se asentaba como un aura palpable en la calidez del aire de San Diego.

Como si pudiera estirar el brazo y tocarla.

En una semana, sería la esposa de Christian. 89


Me mordí el labio inferior para ocultar el placer que se iluminaba dentro de
mí. Christian me abrazó más cerca y supe que él también sentía su poder.

Girándome lentamente en sus brazos, una sonrisa afectuosa elevaba su boca


mientras empujaba ligeramente mi estómago con el suyo. Dulces yemas de dedos
acariciaron mis costados hasta que encontró su camino bajo la distintiva prominencia
que sobresalía de mi vientre.

Esta era la única evidencia de mi embarazo, la enorme bola que se asentaba


frente a mí como una declaración del amor de Christian y mío. El resto de mi cuerpo
permanecía delgado, probablemente demasiado delgado, pero no estaba ni por
asomo tan mal como había estado con Lizzie. Me sentía sana. Bien. Eso era todo lo
que podía pedir. Christian seguía diciéndome que estaba preocupado con que debería
ganar más peso, pero mi doctor nos aseguró que, mientras que el bebé creciera, no
teníamos nada por lo que estar preocupados.

Christian giró esos fuertes dedos hacia arriba y la acunó con ternura. A
nuestra niñita. Lillie. Lizzie le había puesto el nombre porque quería que su
hermanita tuviera un nombre como el suyo. Christian y yo no dudamos en aceptar.

Era perfecto.

Levanté la vista mirándolo fijamente mientras pasaba sus pulgares justo por
debajo de mi ombligo.

—La amo —susurró— y te amo a ti. —Bajó la mirada hacia mí con esos
amables ojos azules que de alguna forma aún se las arreglaban para arder. La
atención de Christian encontró su camino de vuelta a mi oído, su aliento caliente
mientras acariciaba mi piel.— Sabes que preferiría pasar la noche en la cama contigo,
¿verdad? —murmuró.

Un escalofrío viajó por toda la longitud de mi cuerpo.

—Mmmhmm... Apuesto a que vas a echarme de menos mientras estás de


fiesta con los chicos —me burlé, aunque sabía que no estaba diciendo nada más que
90
la verdad.

Liberó una cálida risa sobre mi cuello mientras me apartaba el pelo hacia
atrás, besándome ahí.

—Tú eres mucho más interesante. Créeme.

Sonreí un poco con suficiencia mientras entrelazaba mis dedos a través de


negros mechones de suave cabello, levantando mi mandíbula para que pudiera
besarme un poco más.

Natalie juntó sus manos con un golpe como si estuviera ahuyentando a un


animal salvaje.

—Ya es suficiente. Sepárense

Me eché a reír y di un paso atrás. Con los ojos muy abiertos, articulé con los
labios hacia ella.

—Bien.

Ella me devolvió la misma mirada de burla, pero lo vi todo allí, brillando en


sus ojos. El alivio se reproducía suavemente sobre sus rasgos mientras nos observaba,
su expresión reflejando alegría, su alegría por mí. Sabía que se había estado
preocupando por mi durante tanto tiempo, que había esperado y rezado por que
algún día yo encontraría una manera de curar el corazón roto que había podrido cada
aspecto de mi vida.
Nunca podía yo haber imaginado que esas piezas rotas podían ser arregladas
en los brazos de quién me había hecho añicos en primer lugar.

Pensé que había perdido la capacidad de amar, la capacidad de perdonar. Pero


el perdón había llegado a mi vida como la explosión de luz más intensa. Había
penetrado los más oscuros recovecos de mi espíritu, los lugares ocultos manchados
con amargura, este veneno que había comido y destruido todo lo bueno en mí hasta
que sólo quedaba miedo. Había estado encadenada, atada por mi ira. Librar a mi
corazón de ello lo había cambiado todo. No, no era una nueva persona. 91
Simplemente me había encontrado de nuevo a mí misma.

Una sonrisa afectada se vislumbró en mi boca. La miré fijamente, una


confirmación silenciosa que le decía lo feliz que era realmente.

Tras de mí, unos pasos resonaron desde la casa y al otro lado de la acera. Me
volví para encontrar a la madre de Christian, Claire, de pie al final del camino de
entrada, con la mano de Lizzie envuelta en las suyas. Su cara estaba llena de una
alegría diferente a cualquier cosa que le hubiera visto antes. Había llegado a la ciudad
dos días antes, para quedarse aquí en las festividades de la semana entrante. Se
quedaría dos semanas después de la boda para ayudar a mi madre a cuidar de Lizzie
mientras Christian y yo estábamos fuera en nuestra luna de miel.

El cariño se desprendía de Christian mientras su miraba se asentaba en ellas


dos.

—Bueno, ahora que tengo aquí a mis chicas, realmente no creo que quiera
irme.

—Papi —Lizzie le regaño con su gran sonrisa, los hoyuelos marcando sus
mejillas. Había crecido mucho durante el último año. Celebramos su sexto
cumpleaños el fin de semana pasado. A veces era increíble lo rápido que había
crecido, que mi bebé de carita redonda estuviera creciendo para ser una niñita.

Aun así, seguía siendo la cosa más dulce que hubiera visto jamás.
—Tienes una fiesta. Tienes que ir —continuó mientras se balanceaba sobre
los laterales de sus pies y oscilaba al lado de su abuela.

Mi corazón se hinchó un poco más.

¿Era posible ser más feliz de lo que era ahora?

Miré pasando entre las caras de la familia que amaba y pensé que no, que no
había ni una posibilidad. Christian me había devuelto todo lo que había perdido, me
había completado de una forma que nunca creí que fuera imaginable. 92
—Será mejor que vayas a darle a tu papá un abrazo de despedida antes de que
se vaya —animó Claire mientras sesgaba una sonrisa deliberada a su hijo. Me
encantaba ver a Christian y a Claire de esta manera. Cercanos, el más acérrimo
apoyo, defensor y amigo el uno del otro.

Dos noches atrás, cuando la recogimos en el aeropuerto, yo no podía dejar de


llorar mientras me aferraba a ella, tan agradecida por lo importante que esta mujer
se había vuelto en mi vida. Qué locura era que una vez hubiera sido alguien a quien
despreciaba, alguien que pensaba que solo estaba allí para acumular más carga sobre
su hijo, que realmente no lo amaba de la forma que debería hacerlo una madre.
Cuando en realidad, tenía uno de los corazones más grandes que nadie que hubiera
conocido jamás. Esta era sólo la segunda vez que la había visto desde que Christian
y yo nos habíamos reconciliado. Aún así, pasábamos horas al teléfono, hablando
como si fuéramos las más antiguas amigas y luego había veces en que ella estaba allí
para ofrecerme consejos maternales. Tan fácilmente encajaba en ambos papeles.

Lizzie corrió por el camino hacia Christian y él la levantó en volandas,


girándola.

—Te voy a echar de menos, princesa. Pásalo bien en casa de tu amiga.

Después de la prueba de vestido, la dejaríamos en casa de la madre de Kelsey


para pasar la tarde. Nos imaginamos que una despedida de soltera no era el mejor
lugar para una impresionable niña de seis años. Sin duda, algunas de estas mujeres
estarían haciendo su mejor esfuerzo para avergonzarme.
—Lo haré, papi —prometió ella.— Me gusta jugar en casa de Kelsey, ¡luego
puedo pasar la noche en casa de la abuelita Linda!

—Bueno, eso es perfecto, cariño. Se una niña buena por mí, ¿de acuerdo?

—Papi... —Se retorció y una oleada de risitas se escaparon de ella mientras él


le hacía cosquillas en el costado.— Por supuesto que seré una niña buena.

Él acarició y besó su nariz. La ternura llenaba su expresión.


93
—Sé que lo harás, nenita.

Me incliné hacia ellos, mi mano en la espalda de Lizzie mientras Christian la


sostenía en el doblez de su brazo, su otra mano envuelta alrededor de mi cintura, con
Lillie apretada entre nosotros. Esta vez, nadie nos molestó mientras permanecíamos
en pie como uno solo. Una familia.

De la forma en que siempre se supuso que debía ser.

Los espejos se alzaban en cada lado. Rumores en voz baja llegaban susurrando
desde ellos, revolviendo algo muy dentro de mí, pronunciando mis esperanzas y
sueños olvidados. Murmuraban acerca de un futuro que había anhelado cuando era
niña. Uno donde era el amor el que lo conquistaba todo.

Había deseado mucho eso para mi vida, pero años atrás había renunciado a
esa imagen perfecta, contándola como una perdida.

De pie aquí y ahora, esas esperanzas volvieron corriendo, despertando los


fragmentos de esos días de mi vida que habían sido llenados con una inocencia pura
y modesta. Prendía en llamas esas esperanzas y encendía mis sueños de nuevo.

Mi atención vagó por la longitud del espejo, asimilando el simple vestido sin
tiras. Tenía un cuerpo de delicado encaje blanco tranzado con una gruesa faja que
encajaba de forma ceñida justo por encima de mi expandida cintura. Daba paso a
una cascada de tul que caía en suaves ondas por mi cuerpo. El vestido fluía hacia el
suelo y el material era más denso en la parte trasera con una leve insinuación de cola.

Una oleada de emoción surgió, latiendo de forma constante a través de mis


venas: alegría, paz y éxtasis.

¿Cómo, en tan corto espacio de tiempo, mi vida había pasado de estar vacía a
completa? Hace menos de un año, había pasado mis noches sola, rindiéndome a la
94
creencia de que siempre lo estaría. Ahora, las pasaba en la seguridad de sus brazos.

Christian había, una vez más, cambiado la dirección de mi vida, esta fuerza
de hombre al que nunca me podría resistir. Nunca debí haberlo intentado.

Porque una vida con él era lo único que quería.

—Oh, Dios mío, Elizabeth —susurró Natalie a mi lado. Las puntas de sus
dedos estaban presionadas contra sus labios.— Es... perfecto.

A través del espejo, Natalie se encontró con mi mirada acuosa. Dejé que la
mía vagara hacia mi hija que daba botes a su lado.

—Estás tan guapa, mami... como una princesa —aseguró a través de su


preciosa sonrisa.

Una sonrisa trémula enmarcó mi boca mientras bajaba la vista hacia la niñita
que amaba con toda mi vida. Pasé mi mano sobre el suave material que cubría mi
estómago, donde esta nueva vida afloraba. De alguna forma este bebé se las arreglaba
para llenarme por completo. Ni por un segundo se llevaba el amor que mantenía por
Lizzie. Simplemente magnificaba lo que ya había en mi corazón.

—Y mírate a ti, niña preciosa. Vas a robar el espectáculo —le prometí.

El rubor inundó la cara de Lizzie mientras retorcía el material sedoso de su


vestido de niña de las flores de color azul celeste. Se echo a reír. Tímidamente,
susurró:
—Creo que yo también parezco una princesa, mami.

Por encima de mi hombro, atrapé a mi madre mirándome con completa


adoración.

Al principio, había tenido sus reservas acerca de Christian y yo. No era que
no quisiera que estuviéramos juntos, era solo que creía que estábamos apresurando
demasiado las cosas, la forma en que habíamos adelantado la fecha de boda y
definitivamente cuando le contamos que estábamos esperando un bebé. Quería que
95
nos diéramos tiempo para que pudiéramos volver a encajar el uno en la vida del otro,
para confiar y creer, para construir antes de que hiciéramos ningún compromiso
permanente.

Pero el tiempo había llevado todo eso a un final, porque el tiempo no podía
cambiar lo que Christian y yo compartíamos. Una relación fuerte se había construido
de forma estable entre Christian y mi madre. Era increíblemente importante para mí
porque los amaba a ambos más de lo que debiera haber sido posible. No podía
soportar que siguiera habiendo ninguna riña entre ellos.

El mismo sobrecogimiento que yo estaba sintiendo se reflejaba de nuevo hacia


mí. La humedad nadaba en sus ojos, brillando sobre el cálido marrón.

—Estas preciosa, Elizabeth. Increíblemente preciosa —dijo.

Sus palabras apretaron mi pecho e hicieron difícil respirar.

—No me hagas llorar —ordené, presionando mis dedos contra el hueco entre
mis ojos, intentando controlar la emoción que estaba luchando por liberarse.

Pero ya era demasiado tarde.

Las lágrimas se abrieron su camino y se deslizaron por mis mejillas, una


ferviente demostración de todo lo que siempre había querido.

Frenéticamente me las limpie.

—Oh, dios mío, voy a llorar por encima de mi vestido de boda.


Desde donde estaba de pie junto a mi madre, Claire me observaba con su
propia euforia reluciendo. Mordiéndose el labio inferior, luchaba por controlar sus
rebosantes emociones que rápidamente se desbordaron.

Y yo estaba intentando no reír, intentando no llorar, sabiendo que parecía un


completo desastre, porque todo esto era completamente abrumador.

Iba a casarme con Christian.

La comprensión de esto me golpeó fuerte. 96


Natalie se atragantó sobre las lágrimas que brotaban en su garganta, riéndose
por encima del sollozo que parecía estar luchando por contener.

La modista que había hecho las alteraciones finales probablemente pensaba


que estábamos todas locas, estas mujeres adultas de pie en medio del vestidor de la
tienda de novias, llorando entre risas.

Natalie se limpió sus mejillas mojadas, su sonrisa infinita. Luego sacudió la


cabeza con una sonrisa.

—Christian va a perder la compostura cuando te vea con ese vestido.

Mi mirada viajó de vuelta a mi reflejo. El rubor se filtró por mi pecho e hizo


arder mis mejillas, porque no podía evitar imaginar la expresión que pondría
Christian cuando me viera por primera vez. Pero lo que más me golpeó fue que solo
podía imaginar cómo me iba a sentir cuando finalmente caminara por el pasillo hacia
el hombre que me poseía, mi corazón y mi alma. El único que me sostenía en sus
manos y capturaba cada pensamiento de mi mente.

No podía esperar a estar de pie junto a él con este vestido y prometerle mi


vida.
Capítulo 9 Traducido por Lore
Corregido por Jane

Elizabeth

El presente, finales de septiembre 97

El jueves por la tarde, me detuve cerca de la acera en el camino circular frente


a la escuela de Lizzie. Apagué el motor del pequeño Honda rojo y miré el reloj
brillante del tablero. Sólo tres minutos hasta que la última campana sonara. El anhelo
me dio un codazo en algún lugar de mi pecho. Fue sólo un poco de golpe de
conciencia. Pero estaba allí. Era un sentimiento que no había experimentado
realmente en mucho tiempo. Había anhelado y lamentado, pero entonces me di
cuenta que realmente no había querido.

Y quería a Lizzie.

Habían pasado dos días desde que vi por última vez a mi pequeña. Ella pasó
el martes y el miércoles por la noche con su padre. A pesar de que siempre la echaba
de menos, había una resignación sombría que siempre acompañaba el sentimiento.
Fue entonces que me encontré a mí misma perdida en el olvido del sueño,
consumiendo los minutos y las horas, dejando ir los días de mi vida porque no quería
vivirlos.

Pero hoy era diferente. No estaba segura de por qué. Esta mañana me desperté
temprano. Me había levantado y limpiado la casa, salí al patio trasero y me entretuve
en la cama de flores, me había duchado y cambiado.

Incluso me miré en el espejo, estudiando lo que mi madre había visto a


principios de semana, la mujer hueca que había estado viendo en mí. Casi
frenéticamente, me puse maquillaje, como si pudiera encubrirlo, ocultar lo que
supuraba desde dentro.

Y sabía que era sólo una solución temporal, un parche que no podía
contenerlo. Sin embargo, me encontré con un cierto sentido de satisfacción en ello.

Ahora estaba ansiosa. Agarré el volante, deseando que el tiempo pasara. No


podía esperar para envolver a Lizzie en mis brazos.

Después de lo que pareció una eternidad, el timbre sonó. Segundos más tarde,
los niños comenzaron a salir a través de las puertas de la escuela y el pasillo abierto. 98
Me levanté de mi coche y me fui a pie a la entrada, mi atención se centró por
delante mientras me esforzaba para atrapar el primer vistazo de mi hija.

—Hola, Liz.

Un breve suspiro se me escapó y salté cuando oí la voz demasiado cerca de mi


oído. Presioné mi mano en mi pecho, tratando de recuperar el aliento.

—Logan, hola —jadeé. Una sonrisa desconcertada alborotó mi boca mientras


intentaba recuperar la compostura. Ridículo, pero el hombre realmente me había
sobresaltado.— No te oí —dije, sintiéndome cohibida mientras lo miraba desde el
costado. Él se río, pasando una mano casual por su desordenado pelo rubio.

Yo podría haber sido de California, pero Logan definitivamente poseía la


apariencia.

—Bueno, eso es porque estabas un millón de kilómetros de distancia. —Con


una sonrisa, hizo un gesto de su barbilla hacia la puerta.— O más bien, perdida
dentro de esas salas de allá.

Me calmé.

—Sí, supongo que lo estaba, ¿no?

—¿La estás extrañando? —me preguntó, con una expresión seria de repente y
volvió toda su atención a mí.
Tomada por sorpresa por su pregunta, me di vuelta a mirarlo. Parpadeé
rápidamente cuando lo encontré mirándome. Su mirada era intensa, como si
estuviera buscando una respuesta dentro de mí.

Yo realmente no lo conocía tan bien. Había hablado con él casualmente


cuando dejaba a Lizzie fuera en su casa o cuando él dejaba a Kelsey en la mía y
habíamos compartido charlas rápidas como ésta aquí en frente de la escuela. Pero,
sinceramente, los últimos meses habían pasado rápidamente de tal manera que
realmente no podía recordar mucho de nuestras interacciones en absoluto, sólo 99
saludos inocuos de hola y adiós que no significaban nada.

Ahora él me miraba como si entendiera alguna pieza fundamental de mí.

Él parecía tomar mi silencio como una aceptación y lanzó un suspiro de


empatía.

—Sabes... —Habló en voz baja, lentamente, sus manos metidas


profundamente en los bolsillos de sus pantalones cortos.— Es muy difícil
acostumbrarse al principio. —El medio se encogió de hombros.— Dejarlos y saber
que no vas a verlos durante días. Volver al silencio discreto de una casa vacía. —Él
inclinó la cabeza, asintiendo como si me estuviera convenciendo de algo que
necesitaba saber.— Pero se hace más fácil. Te puedo prometer eso. Muy pronto, sólo
se convierte en una rutina. Normal. —Casi sonaba como una derrota.

¿Es eso lo que era? ¿Algo a lo que me acostumbraría? Me mordí el borde de


mi labio inferior mientras dejaba mi atención derivara de nuevo hacia las puertas. La
idea cayó en mi cabeza. Mi primera reacción fue rechazar la idea. No, no estaba
dispuesta a aceptar esto como algo normal. Pero la verdad era que ya no sabía lo que
era normal.

Una mata de pelo negro que sólo podía pertenecer a Lizzie finalmente
apareció a la vista detrás de la manada de estudiantes que acuden a sus coches. Su
cola de caballo rebotó violentamente detrás de ella mientras saltaba a lo largo de la
acera, mano a mano con Kelsey. Ella sonreía, una sonrisa tan brillante que no podía
dejar de sonreír yo misma.
—¡Mami! —chilló cuando ella me vio. Se dirigió derecho hacia mí,
arrastrando a Kelsey.— Te extrañé. —Ella echó los brazos alrededor de mi cintura y
me abrazó. Envolví mis brazos alrededor de ella, en lo alto de su espalda,
sosteniéndola cerca de mí. Dios, se sentía tan bien. ¿Cuánto extrañé a esta niña?
Entonces me di cuenta, la he estado extrañando por mucho más tiempo que sólo los
últimos dos días.

Durante unos segundos, se quedó con el rostro hundido en mi estómago antes


de levantar esa cara preciosa hacia mí. 100
Corrí la parte posterior de los dedos por la suave piel de su mejilla, mi cabeza
inclinada hacia un lado, mientras miraba hacia abajo a mi hija sonriéndome radiante.

—Te extrañé mucho, mi niña. ¿Lo sabías?

Sus pequeñas manos se aferraron a mí y yo sentí todo su amor. Pero estaba


allí, también, un rastro de su confusión, un indicio de su necesidad se mantenía
escondido en su interior, escondido en la misma manera en que yo escondía la mía.
Suspiré de arrepentimiento mientras pasaba los dedos por los sedosos mechones de
su cola de caballo, un estímulo suave que de alguna manera, de alguna forma, vamos
a resolver todo esto.

Ella me abrazó un poco más antes de que volviera su atención a Kelsey, que
parecía estar conectada permanentemente a su lado.

—Mami, ¿cuándo podemos Kelsey y yo jugar de nuevo? No jugamos en toda


una semana —dijo Lizzie enfáticamente, la inocente, dulce niña de vuelta.

Mi voz era suave mientras tomaba su mejilla.

—No estoy segura, cariño, pero estoy podemos encontrar algo mejor.

—Kelsey va a estar conmigo el fin de semana. —La voz de Logan rompió en


el momento.

Casi había olvidado que estaba allí. Tomando la mochila de Kelsey, se la colgó
al hombro.
—¿Por qué no vienen tú y Lizzie el domingo por la tarde? ¿Podemos dejar que
las niñas jueguen y podemos hacer una barbacoa o algo así? —lo dijo de un modo
improvisado, por completo indiferente.

Dudé, sabiendo que no debía ser nada. Aun así, se sentía como algo.

—No creo que sea una buena idea en este momento —dije en voz baja,
volviendo la mirada hacia mis pies.

—¡Oh, por favor, mamá, por favor! —rogó Lizzie a mi lado mientras saltaba 101
arriba y abajo.

Kelsey se unió.

—¡Sí! ¡Quiero tener una barbacoa!

Eché un vistazo en su dirección. Logan me sonrió con su cabello cayendo en


su rostro. Él los apartó con un movimiento de cabeza.

—No es una gran cosa, Liz. Honestamente... es solo comida y va a ser mucho
más divertido si lo compartimos con amigos.

Mis sentidos amortiguados se desataron. Christian revoloteaba en mi


conciencia como una brisa, una ráfaga de su presencia dentro de mí. Su toque... un
susurro de su boca. Una oleada de necesidad.

Una erupción de dolor cegador.

Apreté los ojos para bloquear todo, este reflejo se acurrucó en mi estómago y
se agrió en mi boca.

Lo odiaba, odiaba no poder dejar de sentir esto cada vez que pensaba en él.

Alejé la reacción involuntaria, convenciéndome de que no importaba de todos


modos. No era como si esto significara algo, porque no lo hacía. Era algo que me
sacaría de casa, algo que rompería con el ciclo que me había dado a mí misma.

Le había prometido a Natalie... me había prometido a mí misma.


Lo intentaré.

—Vamos, mamá —imploró Lizzie de nuevo mientras tiraba de mi mano,


mirándome con ojos azules esperanzadores.

—Está bien. —Me mordí el interior de mi boca mientras me mostraba de


acuerdo, sintiendo un destello de inquietud— ¿Hay algo que pueda llevar? —pregunté
con cautela, cediendo y mirando a Logan.

—Nah. Kelsey y yo casi nunca tenemos la oportunidad de entretener a nadie, 102


así que estaría encantado de hacer de todo. ¿No es cierto, dulzura? —le preguntó
mientras le dedicó una sonrisa de megavatios a su hija radiante.

—De acuerdo —dijo con una inclinación de cabeza.

—¡Siii! ¡Tengo la oportunidad de ir a tu casa! —Lizzie me soltó la mano y


abrazó a Kelsey, las niñas saltaban a medida que se apretaban entre sí en una
demostración evidente de la emoción.

Por segunda vez en el día, nada pudo sacar la sonrisa de mi boca, el más leve
indicio de la alegría manifestándose en mi rostro. Ver a mi hija de esta manera,
sabiendo todo por lo que había sido arrastrada a través de los últimos meses y que
todavía estuviera alegre, trajo una sensación de paz dentro de mí.

Cualquier molestia que esto me trajera, valía la pena.

Lo intentaré.

Me gustaría intentarlo por ella.

—Entonces, ¿a qué hora nos quieres en tu casa? —pregunté.

—¿A las tres te suena bien?

—Por supuesto. —Insegura habría sido una mejor descripción de lo que estaba
sintiendo, pero lo dije de todos modos. Tomé la mano de Lizzie para llevarla al
auto.— Nos vemos el domingo, entonces.
—Ah, ¿y Liz?

Me detuve y miré por encima de mi hombro.

La mirada de Logan viajó por mi cuerpo antes de que aterrizara de nuevo en


mi cara.

—Te ves muy bien hoy.

Tímidamente, miré hacia abajo a los pantalones vaqueros y la camiseta que 103
llevaba, la primera ropa de verdad que había llevado para recoger a Lizzie en meses.
Jugueteé con el dobladillo de mi camisa mientras sentí mi cara enrojecer.

—Eh... sí... supongo que he estado hecha un lío últimamente.

Su risa estaba llena de burla, a pesar de que retumbaba con algo más.

—Créeme, Liz, nadie puede lucir unos pantalones de chándal roñosos de la


manera que tú haces.

Luego alzó la barbilla con una sonrisa y se giró y se llevó a su hija.

Aturdida, me quedé mirándolo irse. Mi mente daba vueltas mientras trataba


de dar sentido a lo que acababa de ocurrir. Coloqué una mano cariñosa en la espalda
de Lizzie. Mi voz era apenas audible sobre el dolor de cabeza a todo volumen que
golpeó mi cabeza.

—Será mejor que nos pongamos en marcha.

—Está bien, mamá.

Logan me devolvió el saludo mientras subía a su coche.

Lo intentaré. Por mi hija, voy a intentarlo.


Capítulo 10
Traducido S.O.S. por Ivi04
Corregido por Lsgab38

Elizabeth
104
Finales de mayo, cuatro meses antes.

Un rugido de abucheos y silbidos llenó la pequeña sala de estar de Sara.


Encaje negro yacía apilado en la caja que sostenía sobre mis piernas, una que había
obtenido de Natalie.

—¿Hacen ropa interior para chicas embarazadas? —le pregunté a través de mi


sonrisa mientras mi atención la buscó.

Se apoyó contra la pared de la habitación. Ni por un segundo me avergoncé.


Me estaba divirtiendo demasiado.

—Ummm, no se suponía que estarías embarazada de seis meses en el día de


la boda, pero sí, definitivamente sí. Solo tuve que cavar un poco más profundo —
gritó Natalie por encima del estruendo de la ruidosa habitación. La jocosidad
completaba su sonrisa de suficiencia.— Y créeme, Christian apreciará mis esfuerzos.

Saqué el camisón de la caja y lo sostuve frente a mí. Tenía que ser la pieza más
atractiva de lencería, todo encaje, ligas y cintas... y, bueno... no mucho más.

No, no pensé que hubiera ningún problema con llamar la atención de


Christian con esa cuestión. El único problema sería esconderlo de él lo suficiente para
salvarlo para la luna de miel. Si lo encontraba antes, me suplicaría para que lo usara.

Discretamente negué con la cabeza y mordí mi labio. Nada sonaba mejor que
dos semanas de solo Christian y yo, largos días y noches perdiéndonos entre nosotros,
nuestros corazones, mentes y cuerpos envueltos y consumidos.

Donde, no quiso decirme, pero sus ojos se habían iluminado, un furor de


excitación nadando en las profundidades mientras me prometió que sería un lugar
donde nunca antes había estado, pero no podía esperar para llevarme. No importaba
donde me llevara. Simplemente sería el paraíso porque estaríamos juntos.

Lo doblé y lo puse de nuevo en la caja.

—Bueno, le diré que esto es cortesía tuya. —Le sonreí burlonamente de 105
vuelta. Entonces sonreí.— Gracias, Nat. Sinceramente.

Le estaba agradeciendo por mucho más que simplemente su regalo. Había


pasado incontables horas planeando para esta boda, tomándose muy en serio su
papel como madrina de honor, casi hasta el extremo. Estaba agradecida por cada
segundo de ella. Nunca habría resultado tan perfecto sin el trabajo que ella y mis
hermanas habían puesto en ello.

—No hay de qué. —La sinceridad transformó su rostro.

—Bien, siguiente —dijo Sarah. Ella estaba posada en el suelo a mi lado,


alcanzándome regalos tan rápido como podía abrirlos. Depositó en mi regazo una
pequeña bolsa dorada con un hermoso revuelto de papel blanco y negro
sobresaliendo de la parte superior. Torpemente busque la tarjeta.

Selina.

Le dirigí una sonrisa mientras sacaba lo que había dentro.

Una taza de café blanca. La hice girar un poco, incapaz de contener mi sonrisa
cuando me encontré con la personalización en la parte frontal.

Sra. Davison.

Me volví hacia mis invitados. Una ronda de ohhh y ahhhh muy dulce se
levantó sobre el ambiente.
No podía dejar de estar de acuerdo.

—Me encanta. Gracias, Selina.

—De nada.

Realmente no podía esperar a que ese fuera mi nombre. Estaba más que lista.
La fecha se había convertido en un faro, una señal para nuestro futuro. A pesar de
que Christian y yo ya habíamos empezado nuestra vida juntos, no hacía que el día
fuera menos importante. 106
—Aquí, ahora abre el mío. —Carrie se adelantó y tomó una bolsa de regalo
de color blanco que desbordaba papel de seda negro.— Aquí.

—Bueno, no estás en un aprieto —bromeé mientras colocaba la bolsa en mi


regazo.— Será mejor que no me hayas regalado algo que me avergüence —le advertí

Ella se burló.

—No actúes como una mojigata. —Inclinó la cabeza hacia mi estómago que
sobresalía por encima de mis jeans ajustados.— Porque ninguno de nosotros en esta
sala se lo va a creer.

Le di un manotazo y se rió.

—Eres terrible.

Se limitó a sonreír.

—Abre —pinchó, ansiosa.

Cerré los ojos y metí la mano en la bolsa, esperando lo peor. Si alguien en esta
sala me haría sonrojar, esa era Carrie.

Mis dedos rozaron algo firme y cubierto de suave tela.

Con el ceño fruncido, abrí los ojos y saqué su regalo.


Parpadeé ante mi hermana pequeña. Ella siempre había sido propensa al
egoísmo, la hija menor, el centro de atención. Eso no quería decir que no le amara
con cada pizca de mí ser. Pero esto... esto era amable y atento.

Pasé los dedos sobre el álbum hecho a mano antes de que lo abriera por la
primera página. Las fotografías estaban pegadas en papel decorativo, desteñido y
raído, los colores se desteñían en los días más jóvenes de nuestra juventud. Mis
hermanas y yo estábamos en el patio trasero de nuestra madre. Las tres estábamos en
nada más que nuestra ropa interior, cubiertas de barro, llevando las sonrisas más 107
grandes que jamás verás a unas niñas presumir. En otra, la Navidad había llegado y
mis hermanas y yo estábamos vestidas con pijamas con piernitas, nuestra emoción
era palpable mientras colgábamos nuestras medias sobre la chimenea.

Una tercera era de Pascua, vestidas con volantes de color rosa, un lío de
imitación, hierba verde, huevos llenando la parte superior de nuestras cestas.

La última era nuestra playa.

Las lágrimas brotaron.

No pude detenerlas.

A través de los ojos brillantes, miré a mi hermana pequeña.

—Esto es... perfecto.

Pasé las páginas a través de los años de nuestra vida, fotos de la escuela, obras
de teatro, partidos de fútbol y dormir fuera de casa. Crecimos y los cortes de cabello
y estilos cambiaron, una progresión de tiempo compartido, pero todos ellos eran una
proyección de nuestra alegría.

Hacia la parte de atrás, estaba de pie en el campo de fútbol después de recibir


mi diploma del instituto, flanqueada por mi madre y mis hermanas. Nuestros brazos
envueltos alrededor de la otra, mientras todas nos inclinábamos hacia la cámara, las
cuatro sonriendo como si nos estuviéramos preparando para el grandioso mañana.

Y en la última página del álbum, había crecido. Las líneas de mi cara daban a
entender la mujer en las que me convertiría, aunque todavía llevaba la inocencia de
una niña. La foto había sido tomada justo antes de que abordara un avión por primera
vez en mi vida. Casi podía ver la maravilla que había llenado mis ojos, el miedo y la
ansiedad, todo mezclado con la mayor especie de anticipación mientras me dirigía a
la ciudad de Nueva York.

Casi podía sentirlo ahora, exactamente de la manera que lo había sentido


entonces. Sabía que mi vida estaba a punto de cambiar. Nunca imaginé cuánto.
108
Apenas unos días después de que se tomara esta foto, conocí a Christian.

Por instinto, mi mano buscó mi estómago donde Lillie me dio una patada,
donde su pequeño pie sobresalía por mi lado.

Hoy sentí lo mismo.

Mi vida estaba a punto de cambiar.

—Gracias. No te puedo decir lo mucho que esto significa para mí.

Carrie se inclinó y me abrazó de una manera que nunca antes había hecho.

—Yo sólo quería que te vieras a ti misma a través de mis ojos... la forma en
que te veo. Estos son mis recuerdos de mi hermana mayor que admiré toda mi vida.
Nunca dejaré de hacerlo —prometió.

Las lágrimas que había estado tratando de contener cayeron. Sollozando, las
sequé con el dorso de la mano.

—Te quiero.

En voz baja, dijo:

—Yo también te quiero.

—De acuerdo, siguiente —Sarah interrumpió, rompiendo la pesadez, todo


sonrisas mientras buscaba el montón de regalos.
Dejó un paquete muy bien envuelto en mi regazo, papel de color plata con
una cinta en blanco y negro. Abrí la carta. Leí la carta escrita con aquella delicada
caligrafía.

Mi Querida Elizabeth:

Me encuentro perdida para expresar mi alegría, mi gratitud y mi amor por ti. Son
abundantes. Profusos. Interminables.

Lo único que una madre quiere es que sus hijos sean felices. Hay tantas maneras
109
en que creo que le fallé a mi hijo, errores que nunca podré recuperar. Pero lo miro ahora y
veo la forma en que te ama a ti y a Lizzie, la forma en que ama a este nuevo bebé y sé que
algo debo haber hecho bien.

Y eres tú, Elizabeth, tú quien traes esta luz en él, que le hace brillar.

Por ello, voy a estar siempre agradecida.

Nunca se lo he dicho a nadie, pero durante toda mi vida, he deseado una niña para
llamar mía. Puede que Christian sea el único niño que parí, pero tú eres mi hija.

Te amo, te deseo a ti y a Christian una vida de felicidad. Sé buena con los demás y
nunca olvides lo que es importante en este mundo.

Tuya, Claire

Mi corazón se encogió. Temblando, mis ojos le encontraron a través de la


pequeña habitación, donde ella estaba sentada, mirándome como si hubiera estado
proyectando cada palabra de esa carta que me envió.

Hablamos en silencio, mil palabras dichas en silencio. Claire era una de mis
lecciones en la vida, un testimonio de que las personas no siempre son lo que parecen
y a veces los corazones puros están enterrados debajo de sus propios errores.

La amaba por su manera de ver a través de ello. La amaba por poder ver a
través de mí.
Arrastrando mi atención, desenvolví su regalo y lentamente levanté la tapa.
En el interior, el regalo estaba envuelto en papel blanco, tejido con brillo, y una nota
pequeña con algo garabateado en ella, en la parte superior.

Para tu noche de bodas.

El papel tisú crujió cuando lo liberé.

Tal vez estaba un poco sorprendida. Tal vez realmente no lo estaba en


absoluto. Y no era raro o extraño. Supe que me estaba dando su bendición. 110

Suavemente lo levanté por las delicadas tiras de cinta. El camisón era


completamente blanco. Estilo baby-doll, el blando material lucía como si fuera a
rozar justo la parte superior de mis muslos. El sujetador y el corte estaban bordeados
de satén, y el resto fluía libre en una malla de seda pura. Era elegante y totalmente
sexy.

Asombrada, levanté la vista hacia ella.

—Esto es hermoso, Claire.

Estaba tan emocionada por estar delante de Christian con eso puesto como lo
estaba por mi vestido de novia. No, estar con Christian no era nada nuevo. ¿Cuántas
veces había hecho el amor con él cuando éramos jóvenes, cuando éramos todo
manos, necesidades y deseos? Como me había enseñado y yo había aprendido de
buena gana, cómo había rogado y él complacido. Y Dios, en estos últimos meses
desde que volvimos... hormigueaba con el pensamiento.

Conocíamos muy bien el cuerpo del otro.

Pero en nuestra noche de bodas sería un principio, un comienzo y un final.


Una culminación. Una finalización.

—Muchas gracias —susurré.

Pinchando, hizo un gesto con la barbilla.


—Hay uno más de mi parte.

Sarah se apresuró a colocar el segundo regalo en mi regazo. Sonriendo, tiré


del papel y lo abrí.

Me cortó la respiración.

—Ahora, sé que esto es tu despedida de soltera y tal vez debería haber


esperado para tu baby shower, pero realmente no pude resistirme. —Una sonrisa
expectante cruzó su rostro, la que solo una abuela podría llevar. 111
Una pequeña manta yacía en la caja. Blanca con pequeñas manchas de color
amarillo y verde, suave y usada, simplemente perfecta.

Casi vaciló, luego lo dejó salir.

—Fue de Christian. Yo... Me habría gustado que Lizzie tuviera la oportunidad


de usarla. Cuando lo guardé, esa había sido mi intención, que fuera transmitida al
primer hijo de mi hijo. Y ella debería haberla tenido... Desearía que lo hubiera
hecho... pero quiero que este bebé tenga la oportunidad de representar el comienzo
de tu familia.

Mis dedos trazaron a lo largo del suave material y acariciaron sobre una
mancha descolorida que insinuaba una esquina satinada.

—Esto es increíble... Claire. —Las lágrimas afloraron de nuevo. Luchar contra


ellas era inútil. Limpié las que cayeron.— Así que voy a culpar a este bebé por todas
estas lágrimas que continuo largando —dije entre risas empapada.

Claire se limpió las suyas.

Amaba a Christian. Mucho. Siempre lo he hecho. Era imposible amarlo más


y no había ninguna posibilidad de que pudiera amarlo menos.

Pero compartir este embarazo con él, ganar de nuevo lo que había perdido, lo
que había echado de menos desesperadamente, había llenado el vacío que me había
perseguido durante tantos años. ¿Cuán intensamente había anhelado una familia?
Sólo porque lo había deseado a él. Pasando por todo esto, me sentía más cerca de él
de lo que nunca lo hice.

Sabía que iba a apreciar este regalo tanto como yo.

—Bueno, ese fue el último —dijo Sarah cuando empezó a recoger las pocas
piezas sueltas de papel de seda que habían caído al suelo. Los metió dentro de una
bolsa vacía.

Lillie me pateó de nuevo. Tomada por sorpresa, salté con la punzada de dolor 112
justo debajo de mi costilla. Cubrí el lugar con mi mano.

—¿Esa niña te está atacando de nuevo? —preguntó mamá. La tranquila


dulzura que siempre la rodeaba brillaba en sus ojos.

—Sí. —La amplia sonrisa se alzó de mi boca mientras presionaba mi mano


un poco más firme a mi lado, sintiendo el lento rodar de sus movimientos a través de
mi abdomen.

—¿Puedo sentirle? —preguntó Sarah. No esperó una respuesta, porque ya


sabía cuál sería y extendió la mano para cubrir mi mano con la suya.

Inclinó la cabeza como si estuviera estudiando, antes de que el asombro


llenara su rostro.

—Oh, Dios mío. —Me miró con una sonrisa que coincidía con la mía antes
de que dejara caer su atención de nuevo a donde tenía su mano en mi estómago.—
Ella se mueve por todo el lugar. Uno pensaría que después de tener dos hijos propios,
esto no volverá a parecer la cosa más genial del mundo.

Sabía lo que quería decir. Incluso después de haber tenido Lizzie, cada vez
que el bebé se movía, me llamaba la atención, no podía procesar lo verdaderamente
increíble que era.

Me volví hacia mis invitados.

—Muchas gracias a todos... por todo —dije, levantándome para abrazar a


cada uno de ellos. Realmente me habían bañado con su amor y sus bendiciones.
Sarah y Natalie ubicaron todas las bolsas cerca de la puerta, una gran cantidad de
velas, perfumes y tarjetas de regalo que me prometían unos días de relax en el spa.

Mi espíritu bailaba en medio de estas mujeres que se habían unido a mí


alrededor. Sólo que esta vez, no fue para recogerme cuando estaba abajo, sino para
acompañarme en mi felicidad. La mayoría permaneció durante un tiempo mientras
entablaban conversaciones casuales en la acogedora sala de estar de mi hermana.
Con el tiempo la gente comenzó a irse. Las despedidas fueron dichas, abrazos y 113
suaves manos apretadas contra mi vientre.

No podía creer que la próxima vez que viera a mis amigos y familia completa,
sería cuando emprendiera la marcha hacia el altar para casarme con el hombre que
había amado durante tanto tiempo como lo recordaba. La próxima semana sería sin
escalas, cenas para entretener a nuestros huéspedes que llegan de fuera de la ciudad,
el ensayo y la cena; y sabía que Natalie me arrastraría por todas partes mientras nos
encargábamos de los detalles de última hora.

Cerré la puerta con un gesto final. Las únicas que se quedaron fueron mis
hermanas, Natalie, mi madre y Claire.

Solté un suspiro pesado, dando cuenta de lo cansada que estaba después de


hoy. Todo el mundo se dirigió a la cocina para empezar a limpiar, todos a excepción
de mi madre, que estaba sentada en el otro lado del sofá, observándome.

—Este fue un gran día, Elizabeth —dijo con un sutil asentimiento.

—Increíble. Estas mujeres... —Miré de nuevo a la puerta por donde todas ellas
habían desaparecido.— No me puedo imaginar siendo más querida que en estos
momentos.

Me ofreció una sonrisa mientras sacaba un pequeño regalo por detrás de su


espalda. Comenzó a caminar hacia mí.

—Tengo algo para ti, pero no quería dártelo delante de todos.


Una sonrisa se tambaleó en una esquina de mi boca y miré a mi madre que
parecía un poco cohibida, cambiando el peso en sus pies, incómoda.

El regalo estaba envuelto caprichosamente, todo lleno de pliegues y bordes


irregulares y una tenue belleza, un poco como la actitud constante de mi madre. El
asombro bombeaba un ritmo constante con mi corazón, henchido con la esperanza
y la esperanza. De alguna manera sabía lo que había en el interior, su regalo iba a
convertirse en una de mis posesiones más preciadas. Poco a poco extendí mi mano
entre nosotras, con la palma hacia arriba y vi como dejaba con cuidado el regalo en 114
ella.

—Gracias —murmuré mientras la miraba con una sonrisa suave y luego hacia
abajo, tire suavemente de la cinta de raso.

Con cautela, desenvolví su regalo. Arrancando las tachuelas de la cinta, quité


el papel. Levanté la tapa de la pequeña caja.

—Mamá —susurré. Anidado dentro del forro de satén blanco había un anillo.

Pero no cualquier anillo.

El anillo de mi abuela.

Un viejo anhelo me golpeó. Me dolió, consoló y me llenó. Extrañaba mucho


a mi abuela y que me regalara eso, superaba cualquier expectativa.

La banda de oro blanco aparentaba lo antigua que era, desgastado, aunque


todavía se jactaba del intrincado diseño que lo envolvía y enrollaba. Delicados
zarcillos trepaban hasta sostener una pequeña piedra azul. Pellizcándolo entre mis
dedos, le di la vuelta a través de los rayos de luz de la tarde que surcaban por la
ventana, dejando que el brillo de los colores danzara.

Algo viejo y algo azul.

—Ella me lo dio un par de días antes de morir —dijo mamá. Una corriente
distinta de nostalgia se deslizó en su tono.— Me dijo que te pertenecía a ti y que
sabría cuando sería el momento de dártelo.— Una nostálgica emoción anhelante
bailó mientras bajaba en línea, profundo en su rostro, su boca temblorosa.— Sé que
hoy es ese día, Elizabeth. Ese anillo es para que lo uses en el día de la boda.

Tragó saliva.

—Tengo que ser honesta y decir que he estado preocupada sobre todo esto
para ti. Cuando Christian volvió a entrar en tu vida, tenía miedo por ti, supongo que
fue debido a todos mis propias inseguridades... las cosas que soporté a través de mi
propia vida. —Emitió una especie de risa, aunque estaba empapada en tristeza.—
115
Durante mucho tiempo, vi en nosotras dos lo mismo y en algún lugar dentro de mí,
pensé que viviríamos nuestros días de la misma manera... solas. Como si tuviéramos
un vínculo en común que soportar. —Su voz se fortaleció.— Lo que nunca me
imaginé era que Christian llegaría a ser el hombre que es. Pero no hay duda en que
lo es. Estoy muy agradecida de que hayas encontrado a un hombre que te ame de la
manera en que te lo mereces. Completamente.

—Mamá —fluía por la boca un torrente de gratitud. Corrí a tirar de ella en un


abrazo entusiasta.— No puedo decirte lo que esto significa para mí. Este anillo... Tu
diciéndome esto. Gracias... muchas gracias. No sabes cuánto.

Me abrazó fuerte, sus brazos envueltos alrededor de mí en una declaración


firme de apoyo.

—Sí, lo sé. —susurró— Sólo quiero que seas feliz.

Me alejé un centímetro, todavía aferrada a ella, aferrándome al anillo que


había pellizcado entre mis dedos. Dios, estaba llorando de nuevo, pero me sentía tan
llena. Amada. ¿Cómo iba a detenerlas? Hoy... bueno, en realidad, estos últimos
meses, habían sido perfectamente abrumadores. Perfectamente impresionantes.

—No creo que jamás haya sido tan feliz.

Me tocó la mejilla.

—Lo puedo ver. Lo irradias. Nunca la dejes ir.

Esa promesa fue sencilla de hacer.


—No lo haré.

116
Capítulo 11
Traducido por Dark Juliet
Corregido por Keyla Hernández.

Christian
117
Día presente, principios de octubre.

El lunes por la noche, di vuelta a la llave en la cerradura de mi condominio.


Sostuve la puerta y encendí la luz.

—Vamos adentro, cariño.

Con una sonrisa pasajera, Lizzie correteó a mí alrededor en la sala de estar.

Tenía su bolsa de color rosa que colgaba de mi hombro y me dejé caer al suelo
junto a la puerta.

Una sonrisa nostálgica tocó mi boca mientras veía a mi hija entrar en mi


apartamento. Dios, había estado ausente de ella.

La última vez que había pasado algún tiempo con ella fue la mañana del
sábado antes de que la dejara en casa y había pasado las dos últimas noches con
Elizabeth. Había tenido una reunión temprano en la mañana, así que tuve que pedirla
que la llevara a la escuela y luego la recogió esta tarde. Había estado ansioso todo el
día, deseando que pasaran las horas para que pudiera ir a recoger a Lizzie para que
pasara la noche conmigo.

Hubo algo que no pude leer sobre Elizabeth esa noche.

Tal vez era codicioso, pero creo que sentí un cambio, algo que no pude
identificar. Como si hubiera una diferencia sutil en sus ojos. Como si hubiera un
destello de vida. Había estado ausente durante tanto tiempo, casi no la reconocí, pero
había dejado caer su mirada tan rápido que no tuve tiempo para estudiarla,
entenderla.

Negué con la cabeza. Simplemente no sabía, no sabía lo que quería, no sabía


lo que podía hacer.

Pero sabía que iba a tener que hacer algo. ¿Cuánto tiempo más voy a sentarme
sin hacer nada? ¿Haciendo nada? Una sensación dominante de impotencia que había
contenido, me mantuvo abajo. Pero sentí todo viniendo a mi cabeza.
118
Me aferré tranquilamente a la puerta detrás de nosotros.

Los rayos de la luz del sol ingresaban por las ventanas de piso a techo en mi
loft. Ardientes vetas de naranjas llameaban contra el azul fundiéndose en el
horizonte, brillaban a través de la bahía ondulante mientras la luz del día se escapaba.

Lizzie fue a la derecha de la ventana, su lugar favorito en mi casa.

—Mira todos los veleros —susurró, casi pensativamente mientras presionaba


su cara y manos al cristal.— Me gustaría llegar a ver el mar todos los días.

Me arrastré hasta su lado y apoyé la mano en la parte trasera de su cabeza.

—Es muy bonito por ahí, ¿no? —Le eché una suave sonrisa.

Me devolvió una que eclipsó todo lo que ocurría fuera.

—El océano es mi favorito, papá.

—Lo sé, princesa. Lo sé. —Se había convertido en mi favorito, también. Algo
muy especial para Elizabeth y Lizzie se había convertido en inevitable para mí.
Habíamos estado buscando en las casas cercanas a nuestra playa cuando todo se vino
abajo. Lizzie se había emocionado, corriendo a través de cada casa con asombro puro
mientras proclamaba casi cada casa que mirábamos como la única. Sólo podía rezar
que un día finalmente estuviéramos allí.

Rocé su barbilla.
—¿Tienes hambre?

—Uh-huh. —Dejó caer una ferviente inclinación de cabeza y una alegría


repentina se hizo cargo de su expresión—. Estoy súper hambrienta, papi. — Ella se
deslizó fuera de la ventana y fue hacia la cocina. Abrió la puerta de la nevera y miró
dentro.

Preparar la cena se había convertido en una de sus tareas preferidas. Siempre


quería ayudar a planear y cocinar. Estos preciados momentos que pasábamos en la
119
tranquila comodidad de mi cocina se había convertido en una de las cosas que
esperaba con más interés.

—¿Qué deberíamos hacer? —preguntó ella, una ráfaga de emoción inundando


su voz desde donde se hacía eco en la nevera. Tenía la cabeza enterrada en el interior,
buscando a través de las existencias de comida que había preparado para ella.

—Fui al supermercado ayer para asegurarme de que tenía un montón de


comida para ti. Cogí un poco de pollo. ¿Pensé que tal vez haríamos algo de puré de
papas y verduras con él? ¿Qué te parece?

—Eso suena delicioso... pero justo comí pollo ayer.

Vagando detrás de ella, me reí mientras rozaba una mano juguetona por su
cabello mientras pasaba a su lado.

Como si no quisiera comer pollo todos los días. Me moví hacia el lado opuesto
de la cocina y me incliné para sacar una olla grande del armario inferior y la coloque
sobre la estufa.

—Lo hiciste, ¿no? ¿Ayudaste a tu mamá a preparar la cena anoche?

—¡Nop! mamá y yo tuvimos una barbacoa en casa de Kelsey, había salsa de


barbacoa, y me comí dos pedazos enteros.

Normalmente me habría reído de las divagaciones de mi hija. Hoy no.

Me calmé mientras una lenta sensación de presentimiento se arraigó, una


conmoción de conciencia helada penetrando profundamente se deslizaba por mi
espina dorsal. Se extendió a congelar todas las células de mi cuerpo. Con los ojos
entrecerrados, me di la vuelta para mirar hacia atrás en dirección a ella. Lizzie se
inclinó con la espalda hacía mí, hurgando en las verduras en el cajón inferior.

—¿Fuiste a una barbacoa en casa de Kelsey? ¿Con mami? —clarifiqué. Las


palabras salieron duras, forzadas, porque estaba seguro de que no iba a ser capaz de
soportar su respuesta.
120
Lizzie se enderezo y, con el pie, ella empujó la puerta del refrigerador cerrada.
Todo su rostro brillaba mientras se daba la vuelta y bailaba su camino hacia mí con
una bolsa de plástico rellena con brócoli balanceándose de su mano.

—Oh, papá, nos divertimos tanto. Mamá y yo pasamos casi todo el día allí.
Jugué durante tanto tiempo, y conseguí ayudar a poner la salsa en el pollo. Tuve
cuidado de no quemarme, justo como me enseñaste.

Por sí sola, la cabeza poco a poco me comenzó a temblar y sentí como si


estuviera siendo llevado a una masacre, configurado para matar.

Esto no estaba sucediendo. Me negué a permitir que esto sucediera.

—Aquí tienes. —Lizzie indico a mi lado, mirándome confundida mientras me


entregaba la bolsa de brócoli, sin darse cuenta de que sus palabras me habían cortado
hasta la médula.

Por una vez, la niña parecía ajena a la agitación que giraba en mí.

—¿En cuál casa, Lizzie? —le pregunté.

Lizzie me dio una mirada que me dijo que estaba loco.

—Ya te lo dije, tonto. En la casa de Kelsey.

—¿Cuál es la casa de Kelsey? —Mi voz salió más dura de lo que pretendía.

Debido a que ya sabía.


Mierda.

Angustiado, froté mi mano sobre mi boca y la arrastré por mi barbilla. Me


tomó todo lo que tenía para no gritar, tomó todo dentro de mí no exigir a Lizzie que
me diera una respuesta diferente a la que ya sabía que me iba a dar. Esto no tenía
nada que ver con ella, el mensajero involuntario que estaba allí sonriendo hacia mí.
No había posibilidad de enojarme con ella. No había posibilidad que le demostrara
que el día del que hablaba sin cesar era suficiente para destrozar lo que quedaba de
mí. 121
—Oh... —Ella se rió como si recién entendiera lo que decía.— En la casa de
su padre.

Ese imbécil. Lo sabía. Joder, lo sabía.

Me obligué a quedarme quieto, porque mi control se deslizaba rápidamente.


Estabilizándome, apreté mis manos sobre el mostrador. La superficie fría
conmocionó a mis manos calientes. La ira golpeó a través de mi sistema, una furiosa
tormenta que tronó a través de mis venas, un ataque de miedo e indignación y el
sentido brutal de decepción apretó firmemente mi pecho.

Dejando caer mi cabeza, aspiré una respiración y traté de tragarla. Sólo quedo
alojada en la base de mi garganta.

No sabía si estaba más enfadado conmigo mismo o con Elizabeth.

Lo que sí sabía era que no iba a dejar a ese idiota en cualquier lugar cerca de
ella. ¿Quién coño se creía que era? ¿Tomando ventaja de Elizabeth cuando estaba
más vulnerable?

Esto no era un juego de mierda.

Esta era mi familia.

Me pasé una mano temblorosa por el pelo y luego forcé una sonrisa
fraudulenta. El acto era físicamente doloroso.
—¿Por qué no terminas de enjuagar el brócoli? estaré de vuelta para ayudarte
a que ponerlo en marcha, ¿de acuerdo?

—Está bien, papi.

Apreté mis ojos, tratando de bloquear las imágenes que invadían mi mente.
Busqué orientarme antes de ir por el pasillo a mi habitación. La oscuridad me tragó
mientras en silencio la puerta se cerró detrás de mí. Por un segundo, me quedé allí,
simplemente forzando el aire estancado dentro y fuera de mis pulmones, luego me
122
tambaleé el resto del camino a mi cuarto de baño. A ciegas busqué el interruptor de
luz. La luz inundó el espacio y parpadeé para orientarme. No a la dura mirada
brillando desde la luz por encima del espejo, sino a la cruel realidad de que en
realidad podría perderla.

Supongo que en algún lugar dentro de mí, me había aferrado a la idea de que
un día Elizabeth abriría los ojos y realmente me vería. Que me vería de la misma
manera en que la veía.

Como la única cosa con la cual no podía vivir.

Mierda.

¿Cómo podía haber permitido que esto sucediera?

Me sostuve sobre la pileta y dejé caer mi cabeza.

La realización me aplastó.

Al igual que Matthew me había acusado la otra noche, fui un tonto.

La peor clase de tonto.

Después de todo lo que habíamos pasado juntos, había dejado a Elizabeth


cuando más me necesitaba. Dejándola cuando la vida era más difícil, porque no sabía
cómo lidiar con el dolor más que ella. Habíamos estado cegados, nuestros cimientos
arrancados de debajo de nosotros, nada allí para atraparnos cuando caímos.
Y cuando habíamos caído, habíamos caído completamente separados.

Había estado de pie en el banquillo, esperando. Esperando cuando debería


haber estado luchando.

Levanté la cara para encontrar mi reflejo mirándome. Mis ojos nadaban con
tormento, hundido en un dolor que sentía sin fin y se hizo eco de la soledad que me
estaba comiendo de adentro hacia afuera. Se estaba destruyendo el último pedazo de
mí, mi última gota de esperanza que de algún modo saldríamos de esto juntos.
123
Pero, ¿qué se supone que pensaría Elizabeth cuando se despertara sin mí
mañana tras mañana? ¿Qué se suponía que debía sentir? ¿Se suponía que tenía que
creer que la amaba, que me paraba a su lado sin importar lo que viniera en nuestro
camino, como le había prometido que lo haría?

Mierda.

Apreté los puños.

¿Qué había hecho?

Sentí un atisbo de contacto con Elizabeth, sentí su boca cerca de mi oído


mientras prometía: te amaré por siempre.

Mi pecho se tensó y mi cabeza daba vueltas.

La verdad era que, a pesar de que era Elizabeth quien me había expulsado, me
alejé porque era demasiado duro.

Debido a que la vida era dura e injusta. Debido a que Elizabeth estaba herida
y me hería a cambio. Porque no podía soportar estar allí y verla sufrir más. Me di
cuenta ahora que verla de esa manera me había cortado tan profundamente, que no
sabía cómo manejar la situación.

Había tenido el impulso irresistible de sacudirla, para obligarla a salir de ella,


porque lo único que quería era verla sonreír de nuevo. Debería haberme sentado a su
lado, llevado, resistido, incluso cuando la distancia entre nosotros parecía
insuperable.

Debí haberme quedado.

Siempre supe, a pesar de que ella nunca me lo dijo directamente, que en algún
lugar en su interior Elizabeth creía que la había defraudado.

Tuve que admitir ahora que lo había hecho.

Había estado tan envuelto en darle perfección que no me habían preparado 124
para sostenerla cuando la devastación golpeó.
Capítulo 12 Traducido por luisa
Corregido por Vickyra

Christian

Cuatro meses antes, principios de Junio 125

La alarma sonaba insistentemente sobre la mesilla de noche. Con apenas una


sonrisa, lo apague rápidamente. Ya me encontraba despierto. Tumbado sobre la
espalda, mirando fijamente las sombras que aparecían y se desvanecían en el techo.
Por la ventana irrumpía la mañana. A mi derecha, la profunda, lenta respiración de
Elizabeth invadía el silencio, como una armonía sonando en mi oído.

Me invadió un profundo sentimiento de alegría.

Rodé hacía un costado con cuidado para no despertarla. Pérdida en el abismo


del sueño, ella se encontraba con su cara vuelta hacía mi. Su rubio cabello esparcido
alrededor de ella y un solitario rizo caía sobre su hombro y acariciaba su cuello.

Tranquila. Perfecta. Hermosa.

Siempre hermosa.

Suavemente acaricié con las puntas de los dedos su anguloso mentón, para a
continuación acariciar su delicado hombro.

Sus labios se abrieron, pero no se despertó.

Mientras la miraba, adoración izó un lado de mi boca y moví mis dedos hacía
su mano izquierda, que estaba cerrada en un puño sobre la cama, acunada cerca de
su cara. El diamante en su dedo atrapó un destello de luz del sol que entraba sesgado
por la ventana. Bailaba y jugaba, un símbolo de nuestro para siempre.
Ésta mujer será mañana, por fin, mi mujer.

¿Cómo he podido ser tan afortunado? Quizás podría llamarlo suerte. Pero soy
lo suficientemente sensato para pensar de esa forma. Esto era redención. Elizabeth
me salvó con su perdón y por su honesto corazón.

Me devolvió mi familia y juntos podremos aumentarla, propiciarla.


Propiciarnos.

Júbilo martilleaba mi pecho. 126


No, las cosas no podrían ir mejor.

Antes de desembarazarme sin ganas de la comodidad de nuestras retorcidas


sábanas y mantas me la quedé mirando fijamente durante un minuto más. Me puse
de pie estirando los brazos sobre mi cabeza, deseando poder volver a meterme en la
cama y poder despertar a Elizabeth de la forma que más anhelaba. Me había
despertado con una inmensa necesidad de enterrarme dentro de ella, de perderme,
durante horas y horas en su cuerpo.

Sin embargo me tumbé a su lado en silencio escuchando su respiración.

Necesitaba el descanso. Se encontraba mucho mejor que al principio, pero la


niña la drenaba demasiado. Hoy será un día sin parar para organizar los últimos
toques para la boda.... y mañana... sólo quería que se encontrase bien, que disfrutase
de ello y que su día de nupcias fuese perfecto.

Es lo que más deseaba.

Que fuese perfecto a los ojos de Elizabeth.

Sabía de antemano que para mí sería perfecto, ya que por fin Elizabeth se
convertiría en mi mujer.

Nada más importaba.

Lanzando una última sonrisa a su dormida figura me obligue a entrar en el


baño y puse en marcha la ducha a máxima potencia. Me quite la ropa interior y
esperé a que se calentase el agua. El vaho se escapaba por encima de la ducha y entré
bajo el chorro caliente. Levanté la cara hacía el chorro y restregué las palmas de las
manos a través del pelo mientras empapaba el cuerpo.

Euforia atravesaba mi piel, una excitación que zumbaba en mis huesos. No


podía esperar.

Después de tanto tiempo por fin lo había hecho bien.


127
Mis sentidos se alertaron cuando sentí.... ojos que me observaban por detrás.
O quizás fue su aroma que invadió mis sentidos. De cualquier manera, la presencia
de Elizabeth me envolvía.

Lentamente me di la vuelta para mirar sobre mi hombro, pestañeando a través


de las gotas de agua que se acomodaban sobre mis pestañas.

Y ahí estaba allí, mi vida. La mitad de su cuerpo oculto mientras se agarraba


a la pared exterior de la ducha, mirándome. Su cabeza inclinada a un lado. Cascadas
de pelo rubio oscuro cayendo sobre un hombro, rozando el hinchado, perfecto
redondeado busto.

Mientras mi atención se desviaba para deleitarse en cada centímetro de su


exquisita piel, un amortiguado gruñido salió de alguna parte profunda de mi pecho.

Elizabeth estaba delante de mí, completamente desnuda.

Tragué con fuerza.

—Elizabeth ¿Qué estás haciendo?

Aún estaba muy delgada, aunque sus caderas se encontraban algo más
rellenas y perceptibles líneas se perfilaban en los músculos de sus definidas piernas.
Y su estomago. ¿Estaba mal por encontrar ese bulto la cosa más sexy que haya visto?
Todavía no tenía mucho, pero pronunciado, un abultamiento redondeado que
encajaba perfectamente entre mis extendidas manos.
Me estaba mirando con algo parecido al deseo, aunque esa mirada englobaba
mucho más. Esa mirada contenía todo lo que yo sentía cuando la miraba.

Devoción y necesidad. Adoración y esta pasión que nunca nos abandonaba.

Mi cuerpo reacciono a esta tentación y me empalme. Estaba muy dispuesto


en dejarme cazar.

—Me desperté en una cama vacía —murmuró ella de la manera más


seductora, de una manera que sólo Elizabeth sabía hacer, porque sólo era su voz que 128
reconocía.— Y no llegué a dormir contigo esta noche... y.... simplemente te necesito
—susurró su boca. Izó suavemente el mentón y recorrió con la punta de sus dedos la
suave inclinación de su cuello. Sus dedos aletearon mientras se encaminaron al valle
entre sus pechos, atrayendo mi mirada, para verla.

Era preciosa, increíblemente sexy. Cada movimiento erótico de sus dedos era
suficiente para volverme loco.

Mientras estaba ahí de pie, provocándome, mis ojos se deslizaron de nuevo


sobre su cuerpo.

Un rubor se extendió sobre su piel ante mi evidente escrutinio.

Desinhibida y tímida.

Ahí fue cuando Elizabeth me capturó, cuando fui su cautivo, sabía que sólo
era así de libre conmigo, por la confianza que compartíamos.

Una provocativa sonrisa tironeaba de mis labios y me giré completamente


para que pudiese ver lo que provocaba en mí. El agua golpeaba mi espalda cuando
me giré, mi erección sobresaliendo, rogando su caricia.

—¿Ah, me necesitas? —le dije con voz áspera debido a la necesidad que se
acumulaba dentro de mí.— Estoy seguro que soy yo el que te necesita.

Ella soltó un gemido sorprendido y se mordió el labio y me miró a través de


la mata de su pelo que cayó sobre un lado de la cara. Un vaho nebuloso humedecía
su piel mientras entraba despacio en la ducha. Se le veía claramente la piel de gallina.
Mientras se aproximaba sus ojos marrones se clavaron en los míos, hirviendo con
fuego lento.

Con su mirada fija, el fuego bajo mi piel se encendió, ardió, un fuego intenso
que quemaba y abrasaba. Sólo bastaba su mirada para marcarme.

Pero Elizabeth ya estaba ahí. Escrito en mi corazón, marcando mi espíritu.

Observándome, deslizo los dedos hacía más abajo, pasándolos sobre el 129
estómago y deslizándolos entre sus muslos.

Mi mentón se consterno mientras mi atención se fijó en sus movimientos. Mi


lengua salió como una flecha para humedecer mis ya mojados labios y mis ojos se
movieron rápidamente para encontrarme con los suyos antes de volver a ir hacia
abajo, buscando la provocación en cada una de sus acciones.

Joder.

Un gruñido débil separó mis labios cuando las uñas de Elizabeth rozaron los
perfectos botones rosados de sus pechos. Ante su toque ambos se endurecieron.

—¿Que estás haciendo? —le pregunte de nuevo, las ásperas palabras


entrecortadas brotaron de mi boca, estaba muy seguro que lo que estaba haciendo
me estaba llevando al límite. Mis músculos se crisparon, cada milímetro de mí
agonizaba por ella.

Ella tomó un breve paso adelante donde el torrente de agua alcanzaba su


estómago. Dedos suaves acariciaron mi torso bajando sobre mi vientre plano, su
mentón se izó encontrándose con mi mirada. Suave, delicada, su expresión tan dulce,
pero tan intensa, llena de deseo.

Bajo su caricia mi abdomen se agitó y se tensó.

Ella se balanceo un poco, casi vacilando antes de tomarme en su mano.

Di un respingo e inhale bruscamente.


—Me desperté y oí la ducha — murmuró ella, sin apartar la mirada.— Sólo
pude pensar en ti aquí, el agua cayendo a tú alrededor, cada milímetro de ti mojado,
lo hermoso que eres. —Barrio la lengua sobre sus labios, frunciendo el ceño como
pensando en decir las palabras correctas.— No podía dejar de pensar que por fin eres
mío. Todo ese tiempo en la facultad cuando me prometiste que te ibas a casar
conmigo y después de todo, has mantenido tu palabra.

Temblores atravesaron mis sentidos cuando ella movió lentamente su mano


hacia arriba y después hacía abajo. Estábamos nariz con nariz, sus palabras 130
susurradas como un abrazo cuando pasaron por mi cara y su voz descendió.

—Deseaba tocarte.... deseaba que me tocaras.

Un gruñido emanó de alguna parte en mi interior, se sentía como avaricia,


algo posesivo que se retorcía fuertemente. Porque nos pertenecíamos. Por completo.
Ya no existían las dudas ni las incertidumbres.

Rodeé la palma de mi mano en su nuca y acerqué su sonrojo a mí. Mi boca se


apoderó de la suya, contundente, necesitado, exigente. Capturé su lengua con la mía,
acariciando e implorando firmemente mientras ella continuaba acariciándome. El
agua seguía cayendo sobre nosotros, empapando su pelo y deslizándose por su
hermoso cuerpo. Piel de gallina se extendió por su deliciosa carne, recargando mi ya
caliente piel.

—Dios Elizabeth ¿tienes alguna idea de lo que me provoca encontrarte aquí


parada? —demandé a través de mi agresivo beso. Me apreté contra ella mientras
enmarcaba su cara con mis manos— ¿Te das cuenta hasta qué extremo me vuelves
loco?

Bajé la vista y la miré, sintiendo su calor introducirse dentro de mí, ésta chica
que era la única.

Ella me apretó un poco más fuerte.

—No es nada diferente a lo que tú me inspiras.


El zumbido en mis huesos se despertó, acelerándose a un rugido. La emoción
se acrecentó, espesándose mientras circulaba a través de mi torso en evidencia de este
amor que crecía, uno que me daba aliento.

Tomé ambas manos y las envolví alrededor de mi cuello, teniéndola muy


cerca.

Elizabeth tembló entre mis brazos y me moví para recorrer mi nariz sobre su
mejilla de arriba a abajo. Dando un empujoncito a su mentón, buscaba la suave piel
131
de su cuello, besándola, adorándola, subiendo para lamer la sensible carne en el
hueco de su oreja. Mordisqueé y mordí y después rocé con mis labios la piel
enrojecida para calmar la quemazón.

Mi boca encontró el lóbulo de la oreja y lo introduje entre mis dientes,


soltándolo antes de hablar, las palabras rasgando mi garganta.

—Elizabeth hoy me desperté absolutamente dolorido por ti. Estando en la


cama conmigo, tentándome mientras dormías.

Deslice mi nariz bajo su oreja, acariciando en profundidad su pelo. Inspiré,


atrayéndola más cerca, porque ella era la que sostenía mi vida.

—¿Lo sabías? ¿Sabías lo mucho que necesitaba sentirte esta mañana? Me


vuelves loco, es inconcebible que una mujer me pueda afectar de esta manera. — Me
separé un centímetro y la inmovilicé con la mirada.— Sólo tú.

Con mi confesión, sus labios se abrieron, ojos marrones abrasando los míos.
Cuando habló, lo hizo seriamente, con total veracidad.

—Sólo tú... siempre has sido tú, Christian. Y para siempre serás tú.

Una sonrisa ardiente dibujo su boca, la misma boca de la cual se apoderó la


mía. Mi lengua barrió sobre la suya, reclamando con urgencia. Ella cedió, abriéndose
a mí.

Mis manos deambularon, volando sobre la parte inferior de su espalda hasta


el culo. La levanté y me incrusté contra su centro caliente.
Elizabeth jadeó e introdujo sus dedos dentro de mi pelo. Tomé esa
oportunidad para encorvar su espalda, me incline y recorrí con la lengua sus pechos.
Absorbí su pezón dentro de mi boca, rodeándolo con mi lengua mientras lo
provocaba y lo mojaba.

Ella se retorcía.

De repente Elizabeth se arrodillo.

Mierda. 132
Ya no había forma de parar el deseo que me golpeó, me cortó la respiración
cuando rodó la lengua alrededor de la punta antes de tomarme entero.

—Mierda Elizabeth.... —mi cabeza golpeó contra la pared de la ducha. La


tome de la nuca, mis dedos inmersos en su pelo. Presionando mis pulgares en su
mentón hice un vano intento en parar su asalto.

Pero se sentía tan malditamente bien.

Mis manos se acogieron a su ritmo, guiándola mientras me llevaba a un frenesí


que era incapaz de parar.

Lo que no podía tomar su boca lo tomó en su mano. Y hacía todos estos


pequeños sonidos que rápidamente me empujaron al abismo, hinchándome tanto
que estaba a punto de reventar.

—Ah... es increíble —gruñí. Demasiado bien. Intenso placer. Necesitaba


parar esto antes de que acabase sin siquiera haber comenzado.— Joder. —Siseé
mientras le agarraba el pelo y la apartaba lentamente.

Los ojos necesitados de Elizabeth encontraron los míos antes de soltarme


renuentemente.

Estaba dolorido, empalmado, tenso, deseando estar dentro de ella. Ahueque


sus mejillas y le obligue a levantarse, instando a que se apoyase contra la pared de la
ducha. Con un ruido sordo su espalda golpeo el azulejo.
Introduje profundamente dos dedos dentro de ella.

Elizabeth jadeó, su cabeza se inclinó hacia atrás intentando coger aire. Su


cuerpo se dobló, arqueándose como si instintivamente me buscase, tan desesperada
por mi cuerpo como yo por el suyo. Me cerní a unos centímetros de ella con una
mano apoyada en la pared, por encima de su cabeza. Mi enorme erección rogaba al
deslizarse a lo largo de su plano abdomen.

—Por favor —susurró ella. Elizabeth estaba temblando, las uñas clavándose
133
en mis hombros mientras apresuradamente la llenaba una y otra vez, mis dedos
enroscándose en su calor.

Dejé caer mi mano que tenía apoyada por encima de su cabeza y me aparté
una fracción para poder recorrer con mi mano su vientre. Elizabeth se desplomo
contra la pared, su estomago se tensó bajo mi caricia cuando extendí mi mano
ahuecando la protuberancia que descansaba entre nosotros.

—Elizabeth esto es tan malditamente sexy. ¿Lo sabías? Poder observar cómo
te redondeas con mi hijo. No existe nada más hermoso que eso. Nada más hermoso
en este mundo que tú.

Sentí como temblaba ante mis palabras.

—Christian.... por favor.

Sin embargo reduje la velocidad y desplacé mis ojos a donde mi mano estaba
enterrada entre sus muslos.

—Mírate —exigí con un ronco susurró. Mientras la trabajaba con los dedos,
ambos mirábamos, con resolución y con fuerza, tentándola con el alivio. Pero
rehusaba en dejarla ir.— Fíjate en lo perfecta que eres.

Ella temblaba aún más y de nuevo extendió su mano para agarrarme alrededor
del cuello.

—Christian por favor, ya no aguanto mucho más —imploró ella.


Me eché hacía atrás, mis manos sobre sus caderas mientras bajaba mi mirada
hacía ella. Me distendí entre nosotros, goteando con necesidad.

Y esos tibios ojos marrones me estaban mirando, rebosantes de confianza y


llenos de fe en mí.

La tomé por los muslos y la levanté más alto, llenándola rápido y duramente.

Un desbocado aliento emanó de sus pulmones y sus uñas se clavaron en los


rígidos músculos de mi espalda. 134
—Argh —salió como un forzado gruñido de entre sus labios.

—¿Está bien así? —le pregunté con un gruñido.

Mierda.

A cada segundo que pasaba estaba perdiendo el control. Pero de ninguna


manera la iba a dañar. Sostuve mi mirada con la de ella, levantando la mano para
retirar el pelo que tenía pegada a la cara mientras el agua caía sobre él.

—Cariño... dime si esto está bien porque ha pasado mucho tiempo desde que
te he tomado de esta manera.

Ambas manos se desplazaron a su culo, agarrándola, equilibrando su peso,


mis dedos provocando su carne por donde estábamos unidos.

Ella gimió y apretó sus piernas alrededor de mis caderas.

—Ah... perfecto... ni pienses en parar.

Luché por evitar una sonrisa, esta chica, esta mujer que era tan increíblemente
sexy, tan perfecta, la que se anticipa sobre lo que necesito antes de pedírselo, la que
me conoce muy bien.

Me eché para atrás y empuje dentro de ella, duro, exigente. Su espalda golpeo
fuertemente contra la pared.
—¿Si? —reté, otra prueba, sólo porque necesitaba oírselo decir.

—Sí —dijo ella, dándome exactamente lo que necesitaba.

Mis caderas se sacudieron mientras empujaba dentro de ella. La penetraba


una y otra vez. Implacable. Desesperado. Porque siempre estaré desesperado por ella.

Ruegos incoherentes brotaron de su boca, uniéndose a los gemidos que subían


por mi garganta.
135
—Joder.... Elizabeth... te sientes tan bien. Cariño, necesito más —chirrié
mientras la sujetaba con las caderas. Con un movimiento enrollé mis brazos bajo sus
piernas, sujetándola por la parte posterior de sus muslos. La separé ampliamente y
me hundí tan profundamente como nunca había hecho, forzando a salir el aire de
sus pulmones con cada embestida de mi cuerpo.

Sujete su trasero en mis manos, acelerando mientras entraba en ella.

Sus ojos se clavaron en los míos mientras levantó su mentón hacía mi, nuestra
conexión inquebrantable, la mujer que sujetaba entre mis manos representaba todo
lo que era bueno en mi vida.

—Más —dijo ella.

Bajó arrastrando los dedos por mi espalda, volviendo a subirlos para asirlos
en mi pelo. Y estábamos cara a cara, nuestras bocas alejadas un suspiro. Pequeños
soplidos de aire escaparon de su garganta y me estaba mirando fijamente como si yo
fuese su mundo.

Un quemazón de placer se anudaba como un nudo en mi espina dorsal,


pulsando como rogando de ser liberado.

—Christian... mmm... tan cerca —murmuró ella, luchando por acercarme


más.

Mientras me inclinaba la apretaba más fuerte, rodando mis caderas y


moviéndome dentro de ella.
—Córrete para mí —la insté.

Ante mis palabras sentí como se desgarraba en ella, arrasándola en palpables,


tambaleantes olas.

Eso fue todo lo que hizo falta y me deje llevar, rompiéndome mientras fui
golpeado con un placer tan inmenso como nunca antes había conocido. Sólo podía
encontrarlo en Elizabeth. Palpitaba y me sacudía mientras me corría, mis caderas
sujetándola contra la pared.
136
Jadeando, intente coger aire mientras mi pecho se desplomaba sobre ella.

Mis dedos se soltaron y suavemente rodeé con mi brazo su cintura para


sujetarla. Mi sonrisa tierna mientras la miraba.

—Ha sido.... —Pestañeé, dándome cuenta que no existían palabras para


definirlo. No existían palabras para esta mujer que era mi corazón, no existían
palabras para la mujer que tenía mi alma.

En su lugar retiré el empapado pelo que estaba apelmazado a su cara,


poniéndolo cuidadosamente detrás de su oreja y ahuequé un lado de su cara. Recorrí
con el pulgar el pómulo de su mejilla. Mi corazón. Al tragar mi garganta subía y
bajaba con fuerza.

—No puedo esperar mucho más para llamarte mi esposa. Has sido ya durante
mucho tiempo Elizabeth Ayers. —Mis palabras toscas con resolución.— Elizabeth te
voy a dar todo. Cualquier cosa que desees en este mundo, es tuyo.

Su sonrisa era casi triste cuando me miró. Extendió los dedos temblorosos y
delineo mi labio inferior.

—Christian, eso es todo lo quiero. Todo lo quiero es ser tuya para siempre.
Christian

Principios de Junio, cuatro meses antes.

Destruidos, quebrados sollozos me golpean el pecho en donde está enterrada


su cara. Estaba de pie al lado de la cama, inclinado sobre ella mientras acunaba su
cabeza en el recodo de mi brazo. Mi otro brazo estaba apresado entre ambos, nuestras 137
manos enlazadas, aferradas, buscando cualquier cosa para aliviar este dolor.

Mi cabeza daba vueltas, confusa. Un caos desordenado caía como una intensa
tormenta, enviando un diluvio para arruinar y destruir.

Mientras lloraba, Elizabeth agarraba mi mano. Presionaba su cara más


fuertemente contra mi camisa. Su boca se abría de par en par mientras gritaba:

—No.

Un vahído me atravesó. Ampliaba la conmoción que se aferraba como una


aletargada confusión en mi mente. Una intensa punzada de malestar retorcía mis
entrañas, tan fuerte que casi me derrumbo.

No.

La voz del médico de Elizabeth se interpuso.

—Sé que no quieres hacer esto Elizabeth, pero necesito que lo hagas. Sólo un
pequeño empujón ¿De acuerdo? Sólo necesitamos un pequeño empujón y todo habrá
terminado. —La Dra. Montieth la persuadía, el tono de la mujer compasivo mientras
convencía a Elizabeth a sucumbir a lo que no quería hacer.

—No puedo. —Lamento de nuevo Elizabeth. Mientras lloraba contra mi


pecho, sus lágrimas traspasaron mi camisa. Apretó mi mano tan fuerte que
comprimió mi flujo sanguíneo, sus uñas se clavaban en el dorso de mi mano.
Intensifique mi agarre. Daría cualquier cosa con tal de poder para esto. Daría
mi vida, vendería mi alma.

No.

Desesperadamente busque dentro de mí para encontrar una forma de


consolarla. Quería decirle que todo iría bien. Intenté decirlo, pero la mentira se quedó
atrapada en mi garganta.

No iría todo bien. 138


En su lugar rogué:

—Sh.... Cariño.... Shh. —A través de un conmocionado susurro en su oído,


totalmente impotente. Completamente y totalmente impotente. Incapaz de hacer
cualquier maldita cosa aparte de esta aquí y observar como nuestro mundo se venía
abajo.

—Sí, tú puedes Elizabeth. Necesito que hagas esto por mí —incitó la Dra.
Montieth. Su voz era suave y a la vez firme.

Elizabeth gritó mientras su cuerpo se rendía. Grito en mi camisa que estaba


empapada con sus lágrimas. La agarré por la parte posterior de la cabeza, sujetándola
más cerca, deje que sollozara, desagarrara y destruyera mientras me traspasaban.

Frío se deslizo por mis venas cuando una angustiada quietud se apodero del
cuarto.

En el segundo en que se rompió mi corazón las respiraciones se dejaron de


oír.

Dios, había soñado con éste momento desde el momento que estuvimos
Elizabeth y yo en ese cuarto de baño con la prueba, mientras la felicidad nos
embargaba con la esperanza de ese futuro. Páginas y páginas de ese maldito libro,
que estaba en mi mesilla de noche, manoseado, el cual estudie como si fuese la Biblia,
para así estar familiarizado con cada detalle. Quería estar preparado para ayudar a
Elizabeth, quería estar preparado para dar la bienvenida a nuestra pequeña niña a
este mundo.

Pero jamás me prepare para esto.

Ausente estaba el aliento de apoyo. Ausente estaba el recabar apoyo. De éstas


paredes no se desprendían ningunas aguda emoción ni felicidad.

En lugar de ello se desprendía un aire sofocado, asfixiante, sofocante, un


silencio intenso resonaba en el frío, rebotando del esterilizado suelo.
139
Sólo los profundos, agonizantes gritos de Elizabeth lo traspasaba.

En ellos había conmoción, tumulto en mi mente. Porque no le sacaba sentido


a esto.

Porque era incomprensible. Mal. Inimaginable.

Una parte de mí no quería verlo, la otra parte no podía apartar la vista. Mi


agarre era fiero mientras sujetaba a Elizabeth, manteniendo su cara oculta en mi
pecho como si pudiese protegerla de esta crueldad que se estaba desarrollando
delante de mis ojos.

No había estridentes lloros para dar la bienvenida a este mundo.

Sólo había una insoportable quietud y el dolor más atroz que jamás haya
padecido en mi vida.

Sobre una almohadilla azul desechable, el médico de Elizabeth sujetaba en


sus manos a nuestro bebé sin vida.

Sangre le cubría completamente, a ésta pequeña niña a quien ya le pertenecía


mi corazón. Mi visión se nubló. Era tan pequeña. Dios, era tan pequeña. Tan
delgada. El cordón que se suponía sostenía su vida, sin embargo le volvió la espalda,
aún seguía conectado a su tripa, aún conectado a Elizabeth.

Se me afloraba el vomito, pero lo inhibí mientras trastabillaba a través de la


confusión que daba volteretas y se agitaba. En alguna parte dentro de mí, lidié por la
coherencia, gritándome a mí mismo que despertara, porque esto debía ser una
pesadilla. De ninguna manera esto podía ser real.

A través del abotargamiento, pestañeé y bajé la mirada para ver a mi bebé


mientras cortaban el cordón umbilical.

Mientras la Dra. Montieth continuaba trabajando en Elizabeth para sacar la


secuela de nuestra destrucción, una enfermera se llevo al bebé.

Y Elizabeth. Ella sólo lloraba. No paraba de llorar y yo no tenía ni idea como 140
acabar con el dolor.

Le besé la coronilla.

—Elizabeth te quiero —susurré en su pelo.

Se aferró un poco más a mí.

Miré el reloj. Era un poco más de las dos de la madrugada.

Parecieron sólo segundos, una eternidad desde esta mañana cuando empezó
con una promesa para nuestro futuro.

¿Cómo pudo terminar así?

En un abrir u cerrar de ojos.

Terminado.

Elizabeth me llamó un poco antes del mediodía. Contesté con una sonrisa,
riendo con Matthew mientras recogíamos nuestros esmóquines. Pero Elizabeth... el
miedo en su voz me acalló. Ella susurró que estaba segura que algo iba mal.
Esperando aplacar su miedo, le dije que no se preocupara y llamase a la Dra.
Montieth. Aún así algo dentro de mí se estremeció.

Sé que debería haber sido esta mañana más suave con ella, sabía que fui rudo
y exigente.
Si la dañaba nunca me lo perdonaría.

La Dra. Montieth le dijo que se tomara un zumo de naranja, se tumbara un


rato y si después de media hora seguía sin sentir a Lillie moverse volviese a llamarla.

Pasó la media hora y Elizabeth me llamo, frenética, rogando que fuera a casa.
Ya me encontraba de camino.

Entramos en la sala de urgencias donde nos mandaron a la sala de


maternidad. Ahí nos encontramos con la Dra. Montieth. Entró en la sala con su 141
sonrisa habitual reflejada en la cara. Se había reído un poco, bromeando con
Elizabeth de que siempre estaba preocupada, su conducta informal siempre nos
tranquilizaba.

Hasta que vi su cara.

Lo vi, la boca ceñida cuando se inclinó sobre la tripa de Elizabeth con ese
pequeño escáner mientras buscaba y buscaba y buscaba por encontrar el latido del
corazón, diciendo más tarde que seguramente dejó de latir durante la noche anterior.

Pensaba que fue un accidente con el cordón, aunque dijo que no se podía estar
seguro al cien por cien.

Pero en el fondo no importaba porque no cambiaba el hecho de que nuestra


pequeña niña se había ido.

La Dra. Montieth nos informo sobre nuestras opciones. Elizabeth podía ser
inducida o podía irse a casa y esperar a que su cuerpo iniciara de forma natural el
parto. Pero la opción que queríamos no era viable, la que nos diera la oportunidad
de que el bebé viviera.

Ni Elizabeth ni yo podíamos soportar la idea de ir a casa sabiendo que nuestro


hijo ya no vivía.

Y ocho horas más tarde aquí estábamos.

Destrozados.
Elizabeth continuaba llorando y yo intentaba respirar, intentaba respirar por
los dos mientras me inclinaba sobre ella, abrazándola a mí, pero parecía imposible,
no había suficiente aire para los dos. Para ninguno.

Mi cabeza palpitaba, latía y me perforaba, cegando, tan severo que me era


imposible ver.

Finalmente, la Dra. Montieth acabo con la tortura, pero solo había empezado
el tormento.
142
Treinta minutos más tarde una de las enfermeras volvió a entrar. Me separe
un poco y me posicioné en la cabecera de la cama para darle algo de espacio y así
poder acceder al lado de Elizabeth. En cada línea de su cara estaba escrita la
compasión, su voz apagada mientras se agachaba para ponerse a nivel de los ojos de
Elizabeth.

—¿Te gustaría tomarla en brazos ahora?

A través de las lágrimas Elizabeth asintió frenética.

—Sí.

Ella ya lo había decidido. Elizabeth quería verla, tener la oportunidad de tener


en brazos a nuestra niña.

—Bien. Vuelvo enseguida.

Después de unos minutos regreso. Lillie estaba totalmente tapada con una
manta, su cara cubierta. La enferma la deposito suavemente en los brazos de
Elizabeth.

Un irreconocible sonido escapo de Elizabeth, un dolor tan intenso, que rebotó


en la habitación, reverberando de las paredes, penetrándome. La acunó sobre el
hombro, meciéndola mientras gritaba al techo, gritaba al cielo. Se transformo en un
desesperado gimoteo mientras Elizabeth lentamente empezó a destaparla, mientras
besaba su cara y sus dedos de las manos y de sus pies. Elizabeth la sintió, la tocó, una
frenética posesión sobrevino mientras intentaba memorizar cada milímetro de la
pequeña niña que nunca llegaríamos a conocer de verdad.

Me moví para sentarme en la silla al lado de la cama de Elizabeth. Descansé


mis codos sobre los muslos y con las manos enredadas entre las rodillas. Le di tiempo
ya que era la única cosa que podía dar.

La madre de Elizabeth vino y se fue, tocando mi mejilla al pasar.

Pasaron horas y el sol se puso lentamente anunciando el día que se suponía


era nuestra boda. 143
Yo seguía tambaleándome, mis sentidos incapaz de entender esta salvaje
realidad.

Todo ello... dejé caer mi cabeza hacía el suelo y enterré la cara entre mis
manos. No podía soportarlo.

Hubo una suave llamada en la puerta. Se abrió lentamente y levante la mirada


en el momento que entró mi madre. Lágrimas empañaban sus mejillas, sus vívidos
ojos azules se ensombrecieron con la misma agonía que albergaba mi corazón. Se
quedó ahí de pie, mordiéndose el labio inferior mientras otra ronda de lágrimas se
derramaba por su cara. Su atención fija en Elizabeth, que acunaba al niño, reticente
a dejarla ir.

Se aproximó, cautelosa y se sentó sobre el borde de la cama. Con la palma de


su mano tocó la cara de Elizabeth y la levantó para encontrarse con la suya.

Dios, tuve que apartar la mirada. Lo que estaba dibujado en la expresión de


Elizabeth me destrozaba. Estaba deshecha. Bolsas negras e hinchadas colgaban bajo
sus ojos. Esos ojos estaban rojos, vidriosos, aturdidos como si no pudiese sacar
ningún sentido a esto igual que yo. Todo ello era agonía.

Mamá le retiró el pelo de la cara y le beso la frente.

—Valiente, maravillosa chica —dijo mientras le cogía a Elizabeth por el


mentón, se recostó mientras su cara miraba hacía un lado. Nunca perdió la conexión
con la mirada de Elizabeth llena de dolor.
Finalmente presto atención a Lillie y con la palma de la mano abarco su
pequeña cabecita.

—Mírala… es preciosa. —Pena espesó sus palabras y recorrió su pulgar a


través de su frente.— Sé que no necesitas que yo te lo diga, pero no dejes que nadie
te convenza que esta niña no es tu hija.

Mamá desplegó una vieja manta que sacó de una bolsa y cubrió a nuestra hija.

—Esto le pertenece. 144


Elizabeth se atragantó con un sollozo.

Desvié la mirada al techo. Dios esto era insoportable. Brutal.

Entonces se levantó, tocó su pequeña mano y volvió a depositar otro beso


sobre la cabeza de Elizabeth, tardando como si fuera un abrazo.

Se dio la vuelta y me beso casi de la misma manera, con actos llenas de


comprensión, con compasión con los cuales no estaba seguro poder soportar.

Entonces salió silenciosamente de la habitación.

La hermana de Elizabeth, Sarah, entró con el mismo resultado. Aún más


jodida pena se amontonaba en esta habitación que se hacía más y más intolerable de
soportar.

Me tiré del pelo, sintiendo que me encontraba a un ápice de perder la razón.


No podía con esto. No podía. No quería. Quería a mi hija. Quería que Elizabeth se
convirtiera en mi esposa. Quería arreglar todo esto.

Y Elizabeth simplemente la sujetaba, la mecía, la besaba y maldita sea le


hablaba.

Al final ya no pude aguantar más.

—Enseguida vuelvo —dije.


Me tambaleé por el pasillo y encontré el servicio de caballeros que era
malditamente igual de inaguantablemente frío que las demás habitaciones de esté
lugar dejado de la mano de Dios. Para aliviarme me sujete de la encimera mientras
miraba en el espejo. Estaba demacrado. El pelo oscuro apuntaba en todas las
direcciones y ojeras negras se destacaban bajo abatidos ojos.

Temblé con ira y me aferré al borde de la encimera mientras me doblaba por


la cintura.
145
¿Cómo pudo haber pasado esto? ¿Cómo? Se suponía que hoy Elizabeth se iba
a convertir en mi esposa y sin embargo estábamos aquí.

Mi cabeza palpitaba por el dolor, invadido con las constantes visiones de una
vida que se suponía debíamos llevar.

Me volví como si hubiese encontrado una salida, pero sólo me encontré con
la pared. Dejé caer mis antebrazos sobre ella y descansé mi frente sobre ellos,
manteniéndome erigido mientras todo se desplomaba a mí alrededor.

—Joder —grite. Mi puño se estrelló contra duro, frío azulejo justo al lado de
mi cabeza. El dolor astilló mis huesos, pero ni se acercaba al dolor que me devastaba
en sitios que no sabía que existían.

Arruinado.

Destruido.

Nunca pensé que algo pudiera doler tanto.

Desesperanza se disparó en mi conciencia donde se asentó firmemente.

Luché por respirar.

Pero no podía encontrar el aire.

Me obligue a ir al lavabo y me eché agua fría en la cara. No era capaz de hacer


esto. Sé que Elizabeth me necesita. Me fui tambaleando de vuelta al pasillo.
Matthew se encontraba afuera de la habitación de Elizabeth, apoyado contra
la pared. Su firme mirada encontró la mía mientras me aproximaba. Bajé los ojos.
Demasiadas emociones revoloteaban en mi interior, brotando y amenazando por
estallar.

Mientras me aproximaba él se enderezó y entonces me arrastro y me envolvió


en un abrazo, una palmada sobre la espalda antes de darse cuenta y sus brazos se
apretaron alrededor de mis hombros. Me abrazó con fuerza.
146
—Lo siento Christian. —Retrocedió un paso y miró a la pared más alejada,
se pasó el anverso de la mano bajo el ojo mientras sorbía.— Joder... no me puedo
creer que esto haya sucedido. Ni siquiera sé que decirte.

Mi pecho se contrajo. Me pregunto si siempre ha sido tan difícil respirar.

—No necesitas decir nada.

Se giró hacía mi asintiendo, como si captase perfectamente mi sentir. Entonces


clavó su mirada en mí.

—La madre de Elizabeth se ha ido a nuestra casa para estar con Lizzie, para
que Natalie pudiese venir. Anoche pudimos mantener a Lizzie distraída, pero
sospecha que algo ocurre. Puedo ver que tiene miedo. Está empezando a hacer un
sinfín de preguntas y esta lloriqueando. No está actuando como siempre. ¿Quieres
que Natalie o yo hablemos con ella?

Negué con la cabeza mientras miraba fijamente al brillante suelo blanco.

—No. Se supone que le darán dentro de un rato el alta a Elizabeth. Deja que
la lleve a casa y después iré a por Lizzie ¿De acuerdo? Quiero ser yo el que se lo diga.

—Muy bien...Entonces le diré que dentro de un rato irás por ella.

—Aprecio que la hayas cuidado.

—Por supuesto Christian. Cualquier cosa que necesiten... cualquier cosa...


háznoslo saber. —Recorrió una temblorosa mano por su cabeza bajando a su nuca.
—Me voy a casa a relevar a la madre de Elizabeth para que pueda regresar aquí.

—Gracias —dije con sinceridad.

—Por favor... Christian... por favor... no permitas que se la lleven. 147


Estaba frenética, agitada.

Le sujeté los brazos, hablando cerca de su cara.

—Cariño es la hora.... tienes que dejarla ir.

—¡No! —luchó contra mí, sus gritos una maldita tortura en mis oídos.

Mi espíritu se quebró, chocando con el suyo mientras rogaba.

—Tienes que dejarla ir —dije de nuevo, las palabras salían resquebrajadas al


forzarlas por mi boca.

Elizabeth lloraba, alzando su espalda de la cama mientras se volvía con furia


contra mí, su angustiada cara mirando al techo. Lágrimas corrían desde la línea de
los ojos y se deslizaban para desaparecer entre su pelo.

—No... por favor Christian, no permitas que se la lleven.

—Debes dejarles, Elizabeth.

—Por favor —Elizabeth gimoteó. Pero esta vez fue en rendición. Su cuerpo se
quedó lacio y se desplomo de nuevo sobre la cama pero las lágrimas de sus ojos eran
interminables, sus manos formaron puños mientras mis manos sujetaban sus
muñecas.

Me trague el dolor y le solté despacio las muñecas.


—Lo siento tanto —susurré.

Sonaba a mi propia concesión.

Elizabeth abandono, apartó su cara y cerró fuertemente los ojos. Intente


tomarla entre mis brazos, pero ella se giró a un lado, dándome la espalda.

Me quedé de piedra, mirándola fijamente mientras inhalaba con dificultad.

Le prometí cualquier cosa. Le prometí todo. 148


Pero me quede sin poder dar nada.

Seis horas después, estaba conduciendo por el dormido vecindario. Ya era de


noche, las tenues farolas reflectando una luz débil a lo largo de la calle. Una hora
antes, Lizzie se había quedado dormida en su sillita en el asiento trasero del coche.
Cuando me encontraba en el umbral de la casa de Matthew y Natalie, mirando a mi
pequeña niña de pelo negro, era como si ya lo supiese. Me miró, apenada, aflicción
asomaba en las profundidades de sus jóvenes ojos. La había cogido entre mis brazos
y la llevé al parque donde le conté todos los detalles que pude, aunque las imágenes
arrasaban, vívida violencia desarrollándose en mi mente.

En este momento conducía, escuchando desde del asiento trasero la inquieta


respiración de mi hija. Conduje en círculos. Sin rumbo.

Supongo que no me iba a casa sabiendo que las cosas nunca serán igual.

La Dra. Montieth me apartó a un lado y me aseguró que nadie podría haber


hecho algo, no podría haber cambiado nada para que el desenlace fuese diferente del
que tuvo.

Era imposible impedir a mi mente volver ahí, de divagar, preguntarme,


culparme. Si existió algo para poder haber cambiado este desenlace. Sí hubiese sido
más delicado, más cauteloso, si la hubiese obligado a descansar.

Mi parte racional sabía que no era culpable, pero mi corazón sólo quería
protegerla.
Empezaba a sentirme agotado. La bruma que volvió borroso mis
pensamientos ahora enturbiaba mis ojos. Di la vuelta y me acerqué a la entrada de la
pequeña casa que compartíamos antes de aparcar en la entrada. Una tenue luz
brillaba dentro, la casa silenciosa, las paredes desprendían tristeza.

Con cuidado cogí a Lizzie del asiento trasero y la acune en mis brazos.
Caminé arduamente por el sendero. En la puerta, moví a Lizzie a un lado, manipule
el tirador y la abrí. La puerta chirrió al abrirse lentamente.
149
Mi madre se sobresaltó de donde estaba sentada en el sofá, recostada sobre un
lado. Su expresión captó la mía. Desolada. Rota. Como el resto de nosotros.
Lágrimas mojaron sus mejillas y parecía frenética mientras se las enjugaba, como si
quisiera ocultar que yo las viese. Durante un momento la miré, antes de inclinar la
cara hacía un lado dando a entender que lo entendía, pero estaba seguro que en este
mundo no existía persona que entendiese como me sentía. Aún así asentí con la
cabeza, me di la vuelta y subí las escaleras con Lizzie durmiendo en mis brazos.

No la llevé a su cama. Pasé de largo y la llevé a nuestra oscurecida habitación.

Desde el lado de la cama donde estaba tumbada, la silueta de Elizabeth


parecía llenar todo el espacio, su dolor robando todo el aire del cuarto.

En silencio avancé y deposité a nuestra hija en medio de la cama. Ambas se


encaraban, perdidas en el sueño, sus respiraciones cortas y desiguales. Les tapé con
el cobertor hasta la barbilla. Elizabeth se movió. Su brazo envolvió la cintura de
Lizzie y la acercó.

Me quedé simplemente en la sombra, en la oscuridad que consumía las


paredes, la oscuridad que consumía mi corazón. Devolvía el eco del vacío. La
pérdida.

Me respalde contra la pared, deslizándome sobre el suelo y subí las piernas a


mi dolorido pecho.

El torbellino había amainado. La tormenta despejada. Y todo lo que dejaba


era la devastación en su estela.
En el presente

La decepcioné. Aún cuando no pude hacer nada para impedirlo no cambia el


hecho de verme incapaz de ahorrarle el dolor a Elizabeth. No pude. Me sentí tan
inútil, tanto como ella y nunca quise serlo. 150
Echaba de menos a mi bebé. La echaba tanto de menos porque mi amor por
ella era sincero. Me arrepentiré toda mi vida de no haberla cogido entre mis brazos.
Por ser un cobarde por no coger en brazos a mi hija. Esa decisión siempre me
perseguirá.

Después de lo sucedido Elizabeth no era capaz de mirarme a la cara. En


alguna parte dentro de mí, entendí que no era realmente yo, sino que al verme era un
recuerdo de lo que perdimos.

Eso no significaba que no doliese. No significaba que no existía dolor ni


asuntos de los que Elizabeth ni yo éramos suficientemente fuertes para tratarlos.

Ni una vez hablamos. Sólo dejamos aumentar la amargura y el resentimiento.


Hasta aquel día ni una palabra fue escatimada. Fueron dichas cuando no debieron.
No quise decirlas. La agredí verbalmente cuando Elizabeth me hirió el corazón, sus
palabras tan brutales como si me hubiese pegado una patada en el estómago.

Abrí el grifo y me mojé la cara con agua fría, agarré la encimera y dejé caer la
cabeza entre los hombros.

Los pelos de mi nuca se izaron en conciencia, una conciencia que acogía una
calma entrando por la puerta.

Lentamente me giré mirando a la puerta del baño en donde estaba de pie


Lizzie, mirándome mientras sujetaba el pomo.
Ella pestañeo a través de esos ojos conocedores.

—Papi ¿estás triste?

Sonreí tembloroso albergando la pequeña niña que era mi luz.

Tragando con fuerza, hablé, las palabras salieron estranguladas al forzarme


en pasarlas por el nudo de mi garganta.

—Si cariño, papi está muy, muy triste. 151


Avanzó un paso, cautelosa al entrar en el baño. Se puso a mis espaldas y rodeo
con sus brazos la parte posterior de mis piernas.

Despacio me di la vuelta y me incliné para cogerla en brazos, deslizándome


hacía el suelo y la amolde sobre mi regazo.

Lizzie enterró su cabeza en mi pecho y se atraganto, un sollozo subiendo de


su palpitante pecho. Lo expulsó sobre el cuello de mi camisa.

Con la conexión, con su pesar, me dejé ir, deje el no vertido dolor anegar mis
ojos mientras me aferraba a mi hija.

Meciéndola, levanté la cara al techo, sentí la humedad caer sobre mis mejillas.

Dedos pequeños se agarraron a mis costados.

—Papi, yo también estoy muy triste.

Con un fuerte suspiro pasé mis dedos a través de su pelo y descanse mi mejilla
sobre su cabeza.

—Lo siento mucho, mi niña. Siento que tengas que pasar esto junto a
nosotros. Te quiero tanto.... nunca olvides cuanto te quiero.

Me sujeto aún más fuerte.

—Sólo quiero que vuelvas a casa.


—Lo sé princesa, yo también quiero.

Es todo lo que deseaba.

Sólo quería volver a casa.

152
Capítulo 13 Traducido por Lore SOS
Corregido por Lsgab38

Elizabeth

El presente, principios de octubre 153

Tiré de las mangas de mi suéter y agarré los extremos en mis manos.


Envolviendo mis brazos alrededor de las rodillas, las atraje a mi pecho. Mis ojos se
cerraron mientras volví la cara hacia el calor del sol que estaba alto en el cielo. Una
brisa fresca soplaba, revolviendo mi pelo y susurrando entre las hojas de los árboles
de cítricos que tanto había amado cuando compré esta casa.

Desde mi posición en la silla que había arrastrado hasta el centro del patio,
abracé mis rodillas más cerca de mi pecho.

¿Qué me había obligado a venir aquí?, realmente no lo sabía. Pero parecía


como si no hubiera sentido el sol en mucho tiempo. En los últimos cuatro meses, me
había consumido la oscuridad. Un prisionero de las sombras que gritaba mi
desesperación.

Hoy me desperté en una casa vacía, pero me fue imposible meterme de nuevo
en el refugio del sueño. Lizzie había pasado la noche anterior con Christian.
Normalmente duermo las mañanas en las que ella se ha ido, no me levanto hasta que
llega el momento de recogerle de la escuela.

Hoy, cuando mis ojos se abrieron, me llamó la atención todo el dolor que
continuamente me devoraba, las heridas palpitaron de nuevo, ya que cada nueva
mañana parecían que se volvían a abrir.

Pero incluso mientras alejaba ese dolor, sentí algo diferente. Era como si el
vacío dentro de mí me hubiera susurrado que me estaba perdiendo algo mientras los
días se quedaban en la nada. Era algo que hizo eco en la soledad que sufría por mi
espíritu roto. Pero donde antes le había dado espacio, había sucumbido ante el vacío
que había aceptado siempre sería la pieza más importante de mi vida, hoy he tenido
el impulso de llenarlo. Era sólo un parpadeo, pero estaba ahí.

Lo intentaré.

Supongo que disfruté el domingo, si es que eso era posible. El aire fresco casi
había hecho más fácil respirar. Casi. Respirar era la parte más difícil. Contaba cada
154
entrada de aire. Forzado. Como si la vida ya no fuera algo natural.

Pero estar allí con Logan, Kelsey y Lizzie había sido simple. No había presión
y no había recuerdos. Cuando Logan me hizo reír, me sorprendió. Era como si mis
oídos estuvieran escuchando que salía de la boca de otra persona, un sonido que ya
no reconocía.

Y me llamó Liz.

Casual. Como si nada. Como si me hubiera conocido toda mi vida. Como si


realmente no importara tanto.

Christian nunca me llamó así. Él siempre decía mi nombre como si fuera su


aliento, como si se tratara de una oración, tanto significado que tuvo lugar solo en la
inflexión de la palabra.

Tal vez ese fue el problema entre Christian y yo. Tal vez la conexión que nos
unía era demasiado abrumadora, demasiado poderosa, demasiado. Tal vez un amor
que ardió tan brillante sólo podía quemarnos. Tal vez era inevitable, nuestra ruina.
Tal vez ya habíamos tendido una trampa para la destrucción, porque algo tan fuerte
se hizo inherentemente débil.

Porque sabía que no podía manejar a Christian en estos momentos. No podría


manejar la intensidad de lo que me hacía sentir. Él era como una explosión de color
detrás de mis ojos que no podía distinguir una pelota en la boca del estómago que
sentía con tanto temor y expectación.
Era un recordatorio de todo lo que debería ser y lo que no podía tener.

Un símbolo de lo que había perdido.

La parte más difícil era que no sabía si ese sentimiento cambiaría alguna vez.
Si podría mirarle y no ser derribada a mis pies por un torrente de dolor.

Abrí los ojos y dejé que mi mirada vagara por el patio a los columpios que él
había construido hacía unos seis meses.
155
Traté de hablar con él sobre eso. Le dije que estaba loco y que estábamos
tratando de mudarnos y que podríamos construir uno en la nueva casa. Pero solo
sonrió con esa sonrisa y dijo que no tenía importancia y si Lizzie jugaba en él, incluso
por un día, entonces valdría la pena su esfuerzo.

Y ella lo había hecho. Había jugado y jugado y jugado en el hasta que lo había
abandonado el día en que Christian se había ido. Desde entonces, había permanecido
estancada, al igual que los restos de nuestra decadencia.

Armándome de valor, me puse de pie. La hierba estaba húmeda, fresca bajo


mis pies descalzos. Me acerqué a él tentativamente, como si se tratara de algo
sagrado. Pasé mis dedos hasta el suave plástico del tobogán y luego pasé mi mano a
lo largo de las cadenas de metal recubiertos donde Christian había pasado horas y
horas enseñando a Lizzie cómo mover sus piernas. Tragué saliva mientras me movía
para estar detrás de la otra, el columpio infantil que Christian tan orgullosamente
había colgado por si acaso todavía vivíamos aquí cuando Lillie tuviera la edad
suficiente para usarlo.

Mi mano tembló mientras la extendía y la apoyaba, dándole la más mínima


presión. Crujió, ya que apenas se tambaleó. La empujé de nuevo y cerré los ojos y la
imaginé, lo que hubiera sido como si hubiera estado aquí.

Su rostro brilló, tanto la que yo había conocido y la que fantaseaba en mi


mente. La forma en que se había sentido en mis brazos. Había sido tan liviana,
demasiado liviana, muy incorrecto. Y aún así, yo le amaba. Le había amado con todo
mi corazón y lo vacié dentro de ella, rogando que de alguna manera ella pudiera
sentirlo.

Dolor apretó mi corazón y las lágrimas brotaron de mis ojos como si hubiera
sabido que su presencia me invadió. Apoyé la mano sobre mi boca, ya que todo se
abrió paso.

Oh, Dios mío. Me duele. Me duele tanto, no sé la forma de soportarlo. Fue


aplastante. Pero hoy en día lo dejé, levante la cara al cielo mientras dejaba que me
recorriera, le dejé tocarme, una caricia de su espíritu pasó por mí.
156
Había tenido tantas esperanzas para su vida.

Y pude verla aquí, podía imaginar la forma en que habría sonreído, el sonido
de su risa, porque la conocía.

Porque la conocía y sin ella, no podía recordar cómo respirar. Fui golpeada
con otra ola asombrosa. Me inclinó en mi centro y me agarró mi estómago mientras
trate de absorber el aire frío de otoño.

Le echaba de menos.

Un sollozo rompió mi garganta. Era imparable.

Debería haberlo sabido, dejarlo ir, dar la bienvenida a los restos de su


existencia en esta vida miserable. Porque no podía tratar con ello, pero no podía dejar
de recibir la parte más pequeña de su luz.

Me tambaleé de vuelta a mi casa. Las cortinas permanecían cerradas, las


habitaciones se oscurecieron cuando me tropecé a través de la cocina y la sala de
estar. En las escaleras, me agarré de la barandilla, tirando de mí hacia adelante o tal
vez me atrajo.

Nunca había sido capaz de mirar antes, aunque sabía que estaba allí. Antes
de que ella regresara a Virginia, Claire había besado mi frente y me dijo que estaba
allí para mí cuando estuviera lista. Y no sabía si estaba lista. No sabía si alguna vez
lo volvería a estar. Cuatro meses habían pasado y sabía que un día tendría que
enfrentar esto.
Lo intentaré.

Llegué a un punto muerto ante la puerta de mi dormitorio. Las lágrimas caían


y yo sólo miraba. Todavía no sabía si era lo suficientemente valiente como para
manejar lo que había dentro.

Valiente.

La risa ronca que me sacudió fue casi amarga. Nada de eso se dirigió a Claire,
a pesar de que ella era la única que lo había proclamado. 157
No había valentía en mí.

Después de que ellos la habían arrancado de mis brazos, ni siquiera tuve el


coraje de abrir los ojos. Sólo quería desaparecer, sangrar en la nada en la que mi
espíritu me llamó.

Lo intentaré.

Con mano temblorosa, extendí la mano y empuje la puerta. Se abrió a la sala


que servía de mi refugio y aún así me perseguía al mismo tiempo. En él estaba la
presencia de Christian, tanto la luz más cálida y la congelación más severa. Fue aquí
donde le había amado y aquí es donde le dejé ir. En estos muros aún se arrastraban
esa ira, algo que había hervido entre nosotros antes de que finalmente hubiera volado.

Una parte de mí todavía le odiaba por ello.

Respirando dolida, di un paso dentro. La soledad con la que me encontraba


cada vez que entraba por esa puerta me invadió, me envolvió en un manto de
aislamiento, lo que amplifica el vacío en el centro de mí que era cada vez más difícil
de soportar.

Tragué profundamente mientras me arrastraba por el suelo. Llegué a estar de


pie en la entrada de mi vestidor. Un frenesí de nervios se aceleró a través de mis venas.
Me los sacudí y lentamente abrí la puerta. Un agujero oscuro, vacante me devolvió
la mirada.
Busqué el interruptor de la luz. Una molesta claridad inundó el pequeño
espacio. Entrecerré los ojos, sosteniendo mi mano hacia arriba para protegerlos.

Una vez que mi vista se acostumbró, me deslicé hacia adelante y luego caí de
rodillas.

La caja estaba en el estante superior, puesta bien atrás y oculta detrás de una
pila de mantas en la esquina más alejada.

Desechada. 158
Al igual que la basura.

Agonía apretó mi corazón, tan apretado, no sabía cómo era posible que
siguiera latiendo.

Ella nunca sería así para mí. Olvidada. No deseada.

Rechazada.

Un disparo de ira retumbó bajo la superficie de la piel, el resentimiento que


estaba seguro de que nunca volvería a temblar.

Tiré de la caja hacia abajo, la puse en mis rodillas en medio del suelo del
armario. Era una caja de regalos grande, de color rosa con flores y acentuado con
cintas. Del tipo diseñado para mantener los recuerdos más preciados de alguien.

Me senté allí durante mucho tiempo, mirando a través de ojos legañosos,


buscando dentro de mí misma por el coraje que sabía no existía.

Pegué mis manos en mis muslos. Parpadeé y las lágrimas se deslizaron por
mis mejillas y gotearon de mi barbilla. Sollocé y las limpié.

Le debía esto. Le debía este respeto, le debía este acto de adoración cuando
mi cuerpo no había sido lo suficientemente fuerte como para proteger al suyo. Y tal
vez me lo debía a mí misma, porque era su recuerdo al que me aferré tan
desesperadamente y su recuerdo que me causó mi mayor dolor.
Tal vez lo necesitaba ver.

Algo me empujó hacia adelante y levante la tapa de la caja. Por un momento,


me quedé helada, afectada por los elementos que esperaban en el interior. Mi pecho
se estremeció. Poco a poco puse la tapa a un lado.

Poco quedaba de ella, sólo las pocas cosas que habían tocado su vida.

Mi mandíbula se estremeció y hundí mis dientes en el labio inferior para tratar


de detenerla. 159
A ella ni siquiera se le había dado eso. Vida.

Pero para mí sí, porque la tuve. Había vivido porque vivía en mi corazón.

La pequeña pulsera de identificación que había sido cortada de su tobillo se


encontraba en la parte superior. Era tan pequeña, tan pequeña que podría haber sido
un anillo. Un escalofrío estremeció todo mi ser. ¿Se me olvidó lo pequeña que había
sido realmente? La recogí y suavemente torcí la banda de plástico, que había marcado
su pierna, quedó inmóvil alrededor de mi dedo.

Las lágrimas volvieron a surgir. Traté de contenerlas, pero salieron libres. Y


sabía que iban a caer sin fin, sin cesar, incluso cuando mis ojos estuvieran secos.
Nunca voy a dejar de estar en duelo por ella. Este amor era eterno. Mi nombre estaba
allí, justo debajo del suyo y los números que fueron impresos por debajo, sabía que
de algún modo categorizaba su muerte. Dejé que ésta se doblara alrededor de dos
dedos, la sostengo mientras sumerjo mi otra mano en la caja. Saco el mono de bebé
prematuro que mi madre había comprado en la tienda de regalos del hospital para
que la vistiera. Era el único que vestía mientras mamá tomó tres fotos de ella en mis
brazos. Estaban allí también, las imágenes, metidas dentro de una tarjeta, un
recordatorio sin piedad de su rostro que estaba congelado para siempre en el tiempo.

Sofocada intenté respirar. Me sentía ahogada, como si la vida poco a poco se


estuviera yendo de mí.

Verla así, tan claro, alejada de la niebla de ese día, me destrozó.


Destroza hasta la nada.

¿Cómo iba a enfrentar esto? ¿Cuándo estaría bien?

No lo haría.

Aún así, sostuve las fotos en mi pecho cuando levanté mi rostro hacia el techo.
La única bombilla desnuda me fulminó con la mirada, rayos de luz brillando en
contra de mis ojos que se aprietan muy fuertes. Las lágrimas siguen cayendo y mis
gritos de angustia rebotan alrededor de los confines del minúsculo espacio. 160
Apenas pude dar una respiración entrecortada. Me duele, mientras expande
mis pulmones.

Para el momento que puse las fotos en el suelo y tire de la manta que Claire
le había dado de la caja, apenas podía ver. Frenéticamente la apreté contra mi nariz,
desesperada por atrapar un vestigio de ella. Lo sostuve fuerte e inhale el tejido, porque
se siente como la cosa más tangible que tengo de ella.

Pero ese vacío... sólo palpitaba.

Se había llevado un pedazo de mí con ella y dejó este lugar ahuecado que yo
no sabía cómo llenar.

Y dolía, pinchaba y cortaba.

Ella era real. ¿Es que no entienden eso?

Pero sabía que nadie podía. En realidad, nadie podía entender el impacto que
había hecho en mi vida. ¿Cómo me había cambiado en el interior?

Mi hija había sido real y ahora se había ido.

Ido.

Y dolía. Oh, Dios mío, dolía tanto, me apretaba y comprimía; y no sé si me


gustaría ver a través de él.
Mis dedos se cerraron en la manta mientras lloraba, mientras lloraba por la
niña por la que haría cualquier cosa para tener en mis brazos otra vez.

Una pieza se mantuvo en la parte inferior de la caja.

Todavía no sabía si podría soportar la idea de mirarla.

Ninguna cantidad de tiempo podía sanarlo. Ni el paso de los días, meses o


años podía borrar el hecho de que ella nunca había tenido la oportunidad de vivir.
161
Recuerdos aparecieron, los que había bloqueado a través de la bruma
sorprendida que me mantuvo abajo. Seres que todavía no quería recordar. De alguna
manera, sabía que Christian la había escogido. Impresiones vagas se deslizaron por
mi mente, la forma en que había tratado de mantenerme, como hacía preguntas en
mi oído que no quería oír. Me acordé de que esto era lo que había querido y de alguna
manera me había mostrado de acuerdo.

Era un pequeño cubo de peltre.

Era diferente a todo lo que había visto, diferente a todo lo que me esperaba
cuando Claire me había dicho que estaba allí, pero sabía que era su urna.

Una inscripción delicada estaba inscrita en la parte superior.

Lillie Ann Davison

Siempre en nuestros corazones

No había ninguna fecha.

Él simplemente había manifestado su tiempo como eterno.

Y por un momento, lo único que pude sentir era la pena de Christian. Se


rompió por encima de mí como una ola estrellándose. Di un grito ahogado y me
incliné hacia adelante y me mantuve con una mano mientras luchaba por respirar.

¿Había sido incapaz de reconocerlo entonces? ¿O estaba imaginándolo ahora?


Pero era fuerte. Abrumador. Tan abrumador como la confusión en mí.

Luché contra el peso opresivo que de repente aplastaba mis hombros.

Yo no podía soportar su dolor también.

Me volví frenética, recogiendo sus cosas, presionándolas en mi cara, mi nariz,


antes de que me apresurara a poner sus fotos y las pequeñas cosas de nuevo en la
caja.
162
Pensé...

Pensé que podía hacer esto. Pensé que estaba lista, pero me di cuenta entonces,
que no lo estaba. No sabía si alguna vez volvería a estarlo. No podía mirarlos, porque
no quería dejarla ir y de alguna manera sostener todas sus cosas me hizo sentir como
si estuviera tratando de hacerlo. Fue mucho más fácil mantener todo en el interior,
en la caja arriba con todas estas cosas que he querido atesorar, aun cuando sólo
parecen causarme más dolor.

Los sollozos se acumulaban a través de mí mientras doblo la manta y me


apresure para colocarla en la parte superior de todo lo demás.

Pero no puedo.

No puedo dejarla ir.

Mi pulso tartamudeó mientras todo se ralentizó. Mis dedos se cerraron en la


tela, mientras que con cuidado saque la manta de vuelta. Mis ojos se cerraron
mientras presiono la tela contra mi mejilla.
Capítulo 14
Traducido por: lau_diarader
Corregido por Vickyra

Elizabeth
Comienzos de Junio, cuatro meses antes 163

Furiosa. No podía respirar. No. La abracé contra mí, la acuné sobre mi pecho.
No.

—Debes dejarla ir.

Esto era todo lo que tenía de ella y ellos me lo querían arrebatar. Yo luché,
luché por ella mientras la apretaba contra mí.

Sólo necesitaba un poco más. Eso era todo lo que pedía. Sólo un poco más.
Necesitaba recordar, necesitaba sentir. Esto era todo lo que tenía. Supliqué.

Otras manos agarraron las mías, separándome de ella, llevándosela.

—¡No! —Deje escapar, como un llanto de ira, mientras ese, lugar que para
ella fue esculpido dentro de mí era fuertemente desgarrado.

Dios mío... Dios mío...

Eso era todo lo que tenía. ¿Acaso no lo entendían?

El dolor me golpeó desde todos lados, aplastando, empujando, rasgando,


cortando y destruyendo. Propagándose en una agonía incontenible.

Silenciosos pasos atravesaron la habitación mientras resonaban contra el duro


piso, apagándose brevemente al abrirse la puerta, desapareciendo cuando esta se
cerró.
Se la llevaron.

Ardía, este vacío que me devoraba completamente. Ella se había ido.

Luego sentí su aliento en mi mejilla, oía su voz, clavándose en mis oídos,


buscando penetrarlos. Lo siento.

Quería insultarlo, escupir en su cara.

Él dejó que se la llevaran. Él fue quien dijo que ya era tiempo. Él me obligó a 164
hacerla a un lado. Ella se fue…. Se fue.

El dolor comprimía mi pelvis y mis pechos se morían por alimentar. No había


aire. No podía respirar.

Seis semanas después

—Mami. —Mi nombre flotó desde su boca en un susurro. Una pequeña mano
presionó mi rostro— Mami, ¿estás despierta?

Forcé mis ojos a abrirse. El dolor se disparó. Estiré las sábanas sobre mí y me
esforcé por centrarme en mi pequeña niña. En el colchón, ella se inclinaba sobre sus
antebrazos, su barbilla en las sábanas. Grandes ojos miraban dentro de mí, su rostro
a cinco centímetros de mi nariz. Rápidamente, parpadeé.

Lizzie me sonrió, como si ver mis ojos abiertos fuera lo mejor que ella hubiera
presenciado.

—Hola, mami —dijo.

—Hola, nena —susurré de respuesta, mi voz ronca por falta de uso.


—¿Quieres jugar? Tengo mi fiesta de té lista y tú tienes un lugar especial. —
Ella me miró con enormes ojos, llenos de esperanza.

Tragué. El movimiento dolió. Todo dolía. Mis brazos. Mi estómago. Mi


cabeza. Mi alma.

Mi voz se quebró.

—Hoy no, cariño. —Forcé una sonrisa y me estiré para acariciar su barbilla.
165
Su cara cayó con desilusión.

—Nunca quieres jugar —ella afirmó, casi llorando, algo tan extraño en mi
pequeña.

La culpa me golpeó, enterrando profundamente sus garras en mi piel,


cortándome como si me dividiera. Las heridas sangraban. Yo no era lo
suficientemente fuerte para ella. No lo era para ninguno.

—Lo siento, cariño, Mami no se siente muy bien. Tal vez un poco más tarde,
¿está bien?

Ella asintió, mirándome con una expresión que decía mucho. Se inclinó,
dándome un beso en la frente.

—Está bien, Mami. Que te mejores.

Cerré firmemente mis ojos mientras ella se alejaba, los mantuve así hasta que
la escuché retirarse de mi cuarto. Deje salir el aire de mis pulmones que estaba
reteniendo, mientras la escuchaba retirarse por la sala.

Me enterré más en la seguridad de mi cama, tratando de olvidarme de todo.


El dolor, las voces que continuamente me decían que un día todo estaría bien,
mientras decían palabras que no significaban nada.

Casi me había quedado dormida cuando lo sentí.


La ansiedad se apodero de mi tan pronto lo sentí emerger detrás de mí, por el
corredor. El malestar, se deslizaba a través de las heridas que goteaban de mi piel.
Podía sentirlo, su intensa mirada, invadiéndome. Lo que solía sentirse como caricia,
ahora se sentía como una violación.

Cerré más fuerte mis ojos, fingiendo estar dormida, rogando solo porque él se
fuera.

No podía soportarlo. No podía soportar su escrutinio, no podía soportar la


166
forma en que me miraba como si entendiera.

No podía aguantar la ira.

—Elizabeth. —Mi nombre en su boca era frustración y simpatía e intensa


desilusión.— No puedes seguir haciendo esto. Tu hija te necesita. Tienes que salir de
esa cama. —Su voz se suavizó en un pedido.— Cariño, levántate…pasemos el día
con Lizzie. Vayamos a la playa… hagamos algo.

Me calme a mí misma, tratando de retener el llanto en mi garganta. Si tan sólo


aguantase lo suficiente, él se iría. Se rendiría

Me dejaría sola.

Esta vez, eso era todo lo que quería que hiciera.

Cuando no respondí, él dejó salir un exasperado suspiro.

—Maldición, Elizabeth, sé que estás despierta. Deja de ignorarme. Me has


ignorando por semanas. —Vaciló un momento y continuó—: Por favor.

Tragué, enrollándome más firmemente, no soportaba el sonido de su voz


impactando mis oídos. En mi mente, yo rogaba para que sólo se fuera. No podía
hacer esto con él.

Pero él se quedó ahí. Podía sentir su mirada perforándome. Lentamente,


empezó a caminar por la habitación, dirigiéndose a mi lado de la cama.
Una fría sensación me sacudió mientras se aproximaba.

Este era el hombre que creí amaría toda la vida.

Aún bajo la pila de cobijas, sentía como me helaba de adentro hacia afuera.
Mi pulso se disparó mientras buscaba un aliento que parecía nunca encontrar.

Una cálida mano presionó mi fría mejilla. Traté de no encogerme, pero la


ansiedad me superó, dando un tirón en mi corazón y hundiéndose como una roca en
la boca de mi estómago. 167
Me atraganté cuando deslizó su pulgar debajo de mi ojo, su respiración
esparciéndose sobre mi rostro.

—Cariño, tienes que levantarte. Has estado en esta cama por seis semanas. Te
necesitamos.

Me encogí y sacudí mi rostro.

La frustración lo malhumoró, con voz tensa.

—Maldición, Elizabeth, tienes que salir de esta cama. No podemos seguir con
esto.

—Por favor, sólo déjame sola —supliqué, volteando mi cabeza.

—No volveré a dejarte sola. Te he dejado descansar y descansar; y nada va a


cambiar hasta que tú hagas un cambio. Sé que estás herida, pero tienes que hacer
algo diferente a esto.

¿Hasta que yo haga un cambio?

Una fresca carga de furia vino a mis sentidos, punzando como sufrimiento en
lo más profundo de mi alma.

—Sólo déjame sola. —Las palabras fueron duras, roncas mientras rozaban mi
seca garganta.
Él saltó de la cama, yo enterré mi cara en la almohada y estiré la frazada sobre
mi cabeza, pidiendo que se fuera. Solo quería descansar. Aun así, podía sentir como
iba y venía, casi podía verlo tomándose del pelo, mientras daba vueltas por la
habitación.

Salté cuando él arranco la cobija de mi rostro y me sacudí para mirar al


hombre a quien ya no estaba segura de seguir reconociendo. Él estaba furioso, su
mandíbula se tensó mientras me fulminaba con la mirada como si lo enfermase.
168
O tal vez era al revés.

Y lo sentí, algo en el aire que hizo más difícil respirar de lo que ya era.

—Elizabeth, cariño, es tiempo.

Destellos de ellos arrancando mi pequeña niña de mis brazos me golpearon,


Christian obligándome, diciéndome que ya era hora.

Es hora.

Eso repiqueteaba en las entrañas de mi cerebro. Memorias. Ese día. Lo que


me forzó a hacer.

Un embrollo de emociones hirvieron en mi sangre. Estallando libremente.

Me apoye en mis manos y rodillas. El esfuerzo sacó casi todo lo que tenía. Mi
cabeza colgando entre mis brazos, luchando por levantarla mientras dirigía mi
mirada hacia Christian.

—Sólo déjame sola. —Toda la amargura que había estado sintiendo se


manifestó en mis palabras.— ¡Sólo déjame sola! No tienes ni idea por lo que estoy
pasando.

— ¿Cómo puedes decir eso? —replicó. Una profunda línea surcó su frente—
¿Crees que no sé lo que estás sintiendo? —demandó con puro escepticismo.

Una incrédula risa se disparó de mi boca en una despectiva burla.


—¿A qué te refieres con “cómo puedo decir eso”? —Me enderecé,
apoyándome completamente en mis rodillas.— Yo soy quien la llevé dentro,
Christian. —Presioné mi dedo contra mi pecho.— Yo fui quien la amó y la cuidó.
Ella murió dentro de mí y yo tuve que darle a luz. —Levante el mentón.— Así que
sí, puedo decirlo… no tienes ni idea de lo que siento. Ninguna.

Su cara se retorció, conteniéndose.

—¿Piensas que ella significó menos para mí que para ti? ¿Crees que mi
169
corazón no está roto por esto?

— Tú ni siquiera la tocaste. —Salió de mi boca a modo de burla.

Él palideció, como si lo hubiera abofeteado.

Tal vez quería hacerlo. Debo admitir que así era. Quería golpearlo, sacarle
cualquier pobre excusa que tuviera. Exigirle saber cómo pudo rechazarla de ese
modo. Nuestra niñita. La niña que nosotros habíamos creado. Todas esas intensas
horas en que la sostuve y acuné, que le mostré todo el amor que pude antes de que
ya no pudiera hacerlo más, él ni siquiera la miró.

Todo ese tiempo traté de amarla por los dos.

Si era posible, eso me destrozó un poco más.

Luego él dejo que se la llevaran antes de que yo estuviera lista para dejarla ir.
Le rogué por una hora más. Tan sólo una hora más y ni siquiera pudo darme eso.

Su cuerpo entero se sacudió y pestañeó como si no pudiera creer lo que había


dicho.

—¿Piensas que porque no la sostuve, no la amé? —Su elevada, cortante voz


rebotó contra las paredes.

La mía era baja, pero mantenía todo lo ponzoñoso.

—Yo sé que no lo hiciste.


Su cara se retorció en agonía.

—Sólo vete. —Me sofocaba, un sollozo se liberó pues no entendía que pasaba
conmigo, pero no lo podía detener. Yo estaba tan lastimada, tan lastimada.— No te
quiero aquí.

Él inclinó su cabeza y la sacudió, duro y severo, como si estuviera tratando de


encontrarle sentido a lo que había dicho. Cuando volvió su atención hacia mí, sus
ojos llameaban de furia.
170
—¿Es esto lo que quieres? —preguntó, apuntando su mano hacia mí.
Con ira, se dirigió hacia el closet y abrió bruscamente la puerta. Ésta golpeó contra
la pared. Christian revolvió el interior y saco una valija, arrojándola al medio de la
habitación. Esta de desplomó, abriéndose en el acto. Él comenzó a arrancar camisas
de sus perchas y tirándolas dentro. Se volvió hacia atrás, con un gran puñado de
camisas frente a él.

—¿Es esto lo que quieres, Elizabeth? ¿Quieres que me vaya? ¿Piensas que no
entiendo lo que estas sintiendo? ¿Crees que eres la única que está pasando por esto,
que eres la única lastimada? Entonces bien, hazlo sola.

Yo estaba sollozando, llorando, porque sus palabras volaron hacia mí en un


ataque permanente. No pude detener tal masacre, el modo en que tomaban y
destrozaban lo último que quedaba de mí.

Abrió el cajón inferior del armario, sacó todos sus jeans y los empujó dentro
de la maleta. Levanto la mirada hacia mí mientras cerraba su maleta.

—Pensé que eras mejor que esto Elizabeth, pero estaba equivocado. Eres la
persona más egocéntrica que haya conocido.

Me sentí enferma, un dolor que no pude entender me destrozaba. Aún así las
palabras temblaron en mi boca.

—Te odio. —Dije entre lágrimas.

Se lo había dicho antes. Esta fue la primera vez que parecía creerlo.
Fue la primera vez que yo en verdad creía sentirlo.

Él posó su mirada en mí mientras levantaba su equipaje.

—Sí, eso es bastante obvio.

Atravesó el cuarto. Deteniéndose en el umbral de la puerta, me miró sobre su


hombro. Su garganta vibró pesadamente mientras tragaba.

—Piensa lo que quieras, Elizabeth, pero la amé. La amé con toda mi vida. 171
Lo vi partir y no traté de detenerlo.

Al contrario, lloré, aferrando mi cobija a mi cara mientras me derrumbaba.


Mis oídos zumbaban mientras lo oía hablando, su voz dando instrucciones a Lizzie.
No las pude comprender. Eran amortiguadas mientras me enterraba profundamente
en el refugio de la cama. Rogué por la oscuridad que dormir traería.

Todo lo que quería era ir allí.

Todo lo que quería era escapar.

Día presente

Tomé desesperadamente el aire sofocado. Dolía mientras se expandía en mis


pulmones. Todo aún dolía tanto. La extrañaba. Ese huevo vacío de ella, sabía que
siempre quedaría así. Apoye la sábana contra mi rostro. Lágrimas de confusión caían
mientras me daba cuenta que en ella encontré un cierto confort. Pequeño, pero así
como la urgencia de llenar ese vacío producido esta mañana, allí estaba.
Froté el satinado borde de la cobija contra mi mejilla, con la que Claire una
vez había sostenido a Christian. Memorias de él se encendieron en cada uno de mis
sentidos.

Chispeó cariño. Me deshice de él, lo aniquilé. Perdonarlo, salir de esto,


parecía imposible.

Simplemente dolía demasiado.

Ese día, Christian se había ido y se había llevado a Lizzie con él. En ese 172
tiempo, me había tranquilizado, aliviado que mi pequeña niña se haya ido porque yo
no tenía la fuerza para ser la madre que ella necesitaba que fuera. Luego de eso,
dormí tres días completos. Nunca me desperté completamente hasta que fui
sorprendida por Matthew, sentado al lado de mi cama, pasando su mano por mi
desordenado cabello mientras me traía del sueño. Él dijo que Christian le había
pedido que viniera a ver cómo estaba.

Christian lo había facilitado todo, Lizzie viniendo a pasar tiempo conmigo. A


través de Matthew, él dijo que Lizzie necesitaba verme. Era como si me otorgaran
sus visitas, ya que no era suficientemente competente para cuidar de mi propia hija.
Saber que Lizzie vendría, fue lo único que me hizo salir de la cama.

Lentamente caímos en una rutina. Lizzie estaría en mi casa un par de días y


luego pasaría un par en la de Christian, solo cuando la escuela comenzó nuevamente,
ella pasó más tiempo en la mía. Aún así, Christian había insistido en venir y recogerla
cada mañana para llevarla a la escuela.

Por mi hija, había hecho mi mejor esfuerzo tanto como pude mientras estaba
aquí, aunque la mitad del tiempo, me sentía sólo parcialmente consiente. El resto del
tiempo, me dormí.

La culpa palpitaba dentro de mí. Por todos estos meses, sentí un cierto alivio
mientras Lizzie no estaba, alivio porque podía solo sucumbir.

Me di cuenta esta mañana, en el vacío vacante de mi cuarto, que ya no me


sentía aliviada.
La extrañaba y ella me necesitaba.

Lo intentaría.

Levantando mi rostro al techo, donde la única bombilla brillaba, inhalé


profundamente mientras las lágrimas continuaban saliendo a mares de mis ojos.

Y por primera vez en semanas, quería algo diferente a dormir.

Quería respirar. 173


Capítulo 15 Traducido SOS por Felin
Corregido por Jane

Christian
Hoy, principios de octubre 174
El viernes por la mañana, aparqué en la entrada de Elizabeth para recoger a
Lizzie para la escuela y dejar el auto en el parque. Todavía agarrando el volante, me
quedé mirando a la nada a través del parabrisas. La agitación se acurrucó en mi
conciencia. Mi pierna estaba recuperada. Dios, estuve a punto de perderla.

Después de lo que Lizzie me había revelado la noche del lunes, un sentimiento


de desesperación se había apoderado de mí. Apoyado contra la pared ahí estaba.
Observaba a lo lejos el reloj. Me estaba quedando sin tiempo. Lo sabía. Lo sentía. Si
no hacía algo, realmente perdería a Elizabeth. La mujer a la que amaría toda mi vida.
La mujer que me pertenecía, sería extraño saber que ella no estaría a mi lado.

El martes por la noche, sabiendo que Lizzie estaría en la cama, vine. Caminé
junto a la puerta de Elizabeth como un tipo de acosador obsesionado. Pero es que si
estaba obsesionado, obsesionado con llevarme de nuevo a mi familia. No podía dejar
que entre nosotros hubiera distancia. Esa realidad me había dado el valor para tocar
el timbre. Yo sabía que ella estaba de pie al otro lado de la puerta. Sabía que estaba
allí, deseando que me fuera. Y me quedé. Esperando. Esperándola. De la misma
forma en que la he estado esperando todos estos meses.

Paso mucho tiempo antes de que la puerta finalmente se abriera de golpe. Su


atención se centraba al suelo, todo su cabello cayendo alrededor de ella como si
quisiera esconder su rostro de mí.

Me agaché y la miré, tratando de recuperar su mirada, para finalmente


conseguir que me viera. Necesitaba que ella me mirara, que recordara.
Susurré su nombre. Elizabeth. Era su nombre todo lo que yo sentía, la devoción
por ella sería la que consumiría siempre mi vida, las heridas aún me dolían y era
sorprendente sentirla pero no tocarla desde que la dejé.

En esta se encontraba todo mi amor.

Dios, cuánto amo a la mujer con la que terminé y está parada frente a mí.

Por un segundo, se rindió y se encontró con mi mirada con un temblor que


parecía no dejarla nunca. 175
Grandes, ojos intensos me observaron desde el otro lado de su umbral. Fue
como un pequeño espacio entre el tiempo, con un propósito, congelarnos, como si la
vida quisiera jugar dándonos un adelanto rápido de lo que podríamos vivir entre
nosotros. O tal vez fuera retroceder.

Tan pronto como abrió los ojos, los cerró de golpe, apagándolos,
bloqueándome. Ella se estremeció retrocediendo, como si mirarme le produjera un
dolor físico.

¿Quién supondría que una sola expresión pudiera cortar tan profundamente?

Aun así, me obligué a avanzar, presionándola.

—Tenemos que hablar —le había dicho, estirando una mano que tan
desesperadamente quería tocarla. Pero me había contenido de nuevo, sabía que no
podía pedirle tanto.

—No puedo. —Su voz atascada en agonía. Aunque un poco extraña su


respuesta me pareció una exageración.

Pero esas dos palabras carecían de todo el veneno que había llenado nuestra
última interacción real, a pesar de que el resultado había terminado muy mal.
Elizabeth, una vez más, bloqueaba mis esfuerzos.

Cada palabra pronunciada desde que salí de su casa había sido dicha con cero
emociones, solo planes que podría haber por nuestra hija. Nada más.
Eso era lo que sucedía.

—Por favor —dije con mi corazón, como si la vida estuviera siendo exprimida
fuera de él.— No puedo dejar que se vayan, Elizabeth. Habla conmigo. Háblame.

Movió su cabeza y susurró:

—Estoy tan triste. —Las lágrimas cubrían las palabras, y ella tropezaba con el
dolor—. No puedo. —Entonces dio un paso atrás y cerró la puerta.
176
Yo me quedé de pie al otro lado durante unos minutos, tal vez horas, no tenía
idea de qué dirección tomar. ¿La llevé a este punto? ¿Era una posibilidad que las cosas
llegaran demasiado lejos cuando me marché? ¿Me arriesgaría a que me lo dijera?
¿Elizabeth me diría que había dejado de amarme?

Aunque me lo dijera, no le creería.

Lo vi en ese segundo que abrió esos ojos marrones hacia mí. Ella todavía me
pertenecía. Incluso si se negaba a verlo.

Exhalé, fuerte y duramente, apagué mi auto y salí. Subí con dificultad la acera
y toque el timbre de su puerta.

Unos segundos después, la puerta fue abierta por Elizabeth.

Me cortó la respiración.

Sin importar cuántos días me detuviera en la puerta para recoger a nuestra


hija, siempre era lo mismo.

Un anhelo intenso explotó en mis costillas, algo que hablaba del pesar que
atormentaría para siempre mi vida y la esperanza que todavía ardía por mi futuro.
Elizabeth era todo y cada uno de ellos.

Un impulso me golpeó, uno que gritaba que me acercara a ella. Que hiciera
algo.

En lugar de ello, di un paso atrás, dándole el espacio que ella exigía y que cada
vez era más difícil cumplir.

—Buenos días, Elizabeth —dije, algo que hice durante toda la semana, algo
que se sentía como un progreso, aunque era un espectáculo patético.

Por lo menos abrí la boca.

Contuve la risa de incredulidad que despertó en mi pecho.

Patético era correcto. 177


Sabía que tenía que hacer algo, de nuevo estaba esa pared y no sabía cómo
romperla.

¿Cómo retrocedía? ¿Cómo podría armar una batalla cuando no me daba la


oportunidad de luchar por ella?

Ella me dio una mirada cautelosa.

—Buenos días. —Salió de sus labios prudentemente. Entonces se giró, miró


hacia las escaleras, como hacía cada mañana.— Lizzie, cariño, tu papá está aquí.

—Voy.

Esta mañana, Lizzie apareció inmediatamente, su sonrisa más amplia de lo


que había visto últimamente. Corrió escaleras abajo y lanzo sus brazos alrededor de
mí.

—Buenos días, papi. —La emoción salía de ella mientras rebotaba.

Una risa se me escapó cuando la abracé.

—Bueno, alguien está feliz mañana.

Levantó ese rostro dulce mientras abrazaba mi cintura.

—¡Iré a mi primera fiesta de pijamas esta noche!

Con curiosidad, volví mi atención a Elizabeth.


Ella le sonreía a Lizzie. Realmente sonreía. Entonces me miró de nuevo.

—Iba a hablar contigo sobre esto mañana para confirmar que estuvieras de
acuerdo. Lizzie fue invitada a pasar la noche en casa de Adriana por su cumpleaños.
Pensé que no te importaría ya que ella se iba a quedar aquí esta noche de todos
modos.

Lizzie saltó arriba y abajo.

—Oh, por favor, papá... en verdad, en verdad, en verdad ¡quiero ir! 178
Me reí un poco más y revolví una mano en su cabello.

—Bueno, supongo que si en verdad, en verdad, en verdad quieres ir, tendré


que dejar que vayas —bromeé.

—¡Yay! ¡Gracias, papá!

Se dio la vuelta hacia Elizabeth, apretando su cintura en un fuerte abrazo.

—Gracias, ¡mami!

Elizabeth soltó una risa suave.

—De nada, cariño. —Entonces suavizó el abrazo, que sostenía apretado


mientras se aferraba a Lizzie, luego acarició con una mano afectuosa uno de los
largos mechones de su cabello. Había una emoción palpable entre ellas.— Tendrás
un día fantástico, mi dulce niña. Voy a estar pensando en ti.

Lizzie tenía la cara enterrada en el estómago de su madre, sus palabras fueron


ahogadas mientras la abrazaba un poco más.

—Bien, lo tendré.

Tomé un vacilante aliento. Mi agradecimiento se incrementó. Dios, verlas de


esta manera, su amor compartido, era como si sanaran una pequeña porción de las
heridas que aún ardían dentro de mí.
Con una suave sonrisa, Elizabeth dio un empujón a su espalda.

—Vámonos o llegaras tarde.

Girándose, Lizzie salió corriendo hacia el interior.

—¡Vamos, papá! —Ella me agarró la mano y me llevó al camino. Aún perdido


en las sensaciones que se habían arremolinado entre mis chicas, me aventuré a echar
un vistazo por encima de mi hombro. Elizabeth me miraba. Por primera vez, ella no
apartó la vista. 179
Reduje la velocidad deteniéndome, justo antes de que diera vuelta en la
esquina de la calle. Me miraba la mujer por la que estaba tan desesperado. Sin
embargo, no sabía cómo hacerlo.

Una tristeza cayó sobre nosotros. Todo lo que quería hacer era dar la vuelta y
tomarla en mis brazos, tocar su rostro, besarla. Amarla.

Inconsciente, Lizzie tiró de mi mano.

—Tenemos que apurarnos.

Elizabeth parpadeó y el muro regresó.

Con un suspiro resignado, me volví hacía Lizzie y seguimos caminando hacia


el auto.

Cinco minutos más tarde, me detuve en la acera del camino circular frente a
la escuela de Lizzie. Ella salió por la puerta de atrás y saltó a la acera justo cuando
llegué junto a ella por la parte delantera del auto. Me agaché, ayudándole a ponerse
la mochila sobre sus hombros. Y le di un beso rápido en la frente.

—Que tengas un buen día, cariño. Espero que te diviertas en tu fiesta de


pijamas.

Una sonrisa con hoyuelos dividió su cara.

—Va a ser el mejor día de mi vida.


El calor se filtró en mi piel, mi niña, mi luz. Cuando parecía que no sonreiría,
de alguna manera esta niña hacía lo impensable. Tomé su mejilla, incliné mi cabeza
con la fuerza de esa sonrisa.

—Será mejor que te des prisa. Llegamos un poco tarde hoy.

Se dio la vuelta y salió trotando.

—Nos vemos mañana —dije.


180
—¡Nos vemos mañana! —gritó mientras me miraba por encima del hombro.

Levanté mi mano en un movimiento pensativo. Se dirigió hacia la entrada.


Ella se desvió cuando vio a Kelsey de pie al lado del auto de su padre en la acera.

Cada músculo de mi cuerpo se contrajo.

Lizzie se acercó hasta detenerse junto a Kelsey. Desde la distancia, la vi


inclinar la cabeza hacia atrás y reír sin restricciones. Y ese imbécil estaba allí, riendo
también. Entonces el pedazo de mierda extendió la mano y pasó sus dedos por el
cabello de mi hija.

Hijo de puta.

Mis manos se apretaron en puños a un lado en el mismo segundo que él


levantó la mirada para atrapar la mía. Se dio vuelta de nuevo hacia Lizzie y Kelsey
dijo algo más antes de que ambas se adentraran sobre las puertas de la escuela.

La ira me poseyó, lastimando con posesividad que me envió en un frenesí. Mi


cabeza palpitaba y estaba bastante seguro de estar a punto de perder la cabeza.

Las palabras de Lizzie de la semana pasada sonaban en mis sentidos, lo


emocionada que había estado, lo divertida que habían estado.

Y Elizabeth estaba tan diferente. ¿Contenta? Casi. Quizás. Negué con la


cabeza. Yo no lo sabía. Pero definitivamente estaba diferente.

Mierda.
Pasé una mano temblorosa por mi cabello.

¿Lo estaba viendo?

Entrecerré los ojos de nuevo a él, en busca de algún tipo de señal. Un signo.

¿La había tocado?

Imágenes de Elizabeth con Logan se estrellaron contra mi conciencia,


enfrentándome con todo lo que tan bien conocía. No podría soportarlo. Apreté los 181
ojos para bloquearlos.

Cuando los abrí, él se había ido y yo me quedé allí de pie como el tonto que
había sido en todos estos meses, mirando el lugar donde habían estado.

Me moví a mi auto, mis pies pesados, con dificultad, como si estuviera entre
agua estancada, perdiendo el equilibrio a medida que me quedaba atrapado.

La cabeza me daba vueltas.

A ciegas, me dirigí a mi oficina. Haciendo clic en mi puerta cuando la cerré


detrás de mí, me hundí en mi silla de escritorio y me quedé mirando los veleros que
se balanceaban en la bahía mientras mentalmente traté de abrir mi mente entre la
confusión en que se había convertido mi vida.

Trato de dar sentido a todo. Esto sólo hacía que la rabia se incremente,
avivando un ataque de celos dentro de mí.

¿Será que Elizabeth realmente me está haciendo esto? ¿A nosotros?

Dios, no podía imaginar tocar a otra mujer. Nunca. No después de la forma


en que Elizabeth me había tenido.

Pasé la mañana en un estupor. Un denso estupor se arremolinó en mi cabeza.


Me contradecía al tratar de soportar la sensación o escapar para salir de este infierno
sofocante de mi oficina. Cuando no pude tolerarlo por más tiempo, me apresuré a
salir, le dije a mi secretaria que me regresaría pronto, tenía que ir a mi auto y
marcharme. El destino estaba claro, aunque no tenía idea de lo que le iba a decir
cuando llegara allí.

Lo único que sabía es que no podía dejarla irse.

Me detuve en la acera frente a su casa. El sol del mediodía miraba desde el


cielo, arrojando rayos brillantes a través del parabrisas. Los mirtos susurraban una
brisa tranquila. La pequeña casa parecía tan pintoresca, por lo tranquila.

Nadie creería los planes que se habían albergado allí. 182


Inhalando unas cuantas respiraciones resueltas, empujé hacia abajo toda la
ansiedad de lo desconocido. Todo lo que sabía es que tenía que hablar con ella,
hablarlo todo. Tenía que decirle que la amaba y que ya no podía seguir viviendo sin
ella.

Convencerla de que me necesitaba tanto como yo la necesitaba.

Dejando el auto en la calle, corrí hasta la acera y golpeé su puerta.


Erizándome con mi agitación por los nervios, restregué mis manos sobre mi cara.
Esperando, paseándome.

—Vamos, Elizabeth —le rogué con mi aliento.

Pero no hubo respuesta, ni crujido o movimiento desde el interior.

Sin desanimarme, apreté mi cara a la ventana izquierda de la puerta, me


asomé al interior de la quietud de la sala de estar. Un montón de ropa para una lavada
estaba desplegada sobre en el sofá, juguetes esparcidos por el suelo.

Probablemente se encontraba en la cama, de la forma en que siempre fue,


escondiéndose de las realidades que no quería enfrentar.

Tal vez estaba equivocado antes. Tal vez la había orillado a algo que ella no
estaba lista para hacer.

Pero ahora... no había duda.


Había llegado el momento.

Atravesé las fronteras del silencio que había en la sala. Hurgando en mis llaves,
produje el sonido que hace mucho no usaba. El metal sonó cuando deslicé la llave en
la cerradura. Empujé la puerta abierta en el silencio que se hizo eco atrás. Tragando
con dificultad persistente, me dirigí escaleras arriba.

Nuestra habitación se encontraba entreabierta. Una rendija de luz de sol


entraba por la grieta y brillaba contra la pared pasillo.
183
Me acerqué, cauto y reservado la llamé por su nombre. Dios, probablemente
la asustaría como el infierno, hacerlo de este modo, despertarla de su sueño.

Pero no hubo respuesta, sólo más silencio.

Toqué la puerta. Se abrió con un chirrido. Su cama estaba deshecha y vacía.


Me moví un poco hacia delante, escuchando algún movimiento desde el cuarto de
baño. No había ninguno.

Mierda.

Mis movimientos eran casi frenéticos lanzando una mirada cuidadosamente


alrededor de la habitación.

Ella se había ido.

Elizabeth nunca se iría. Siempre había apostado por esto, que se había perdido
en el sueño y que un día, despertaría. El miedo se apoderó de mí cuando me di cuenta
que ya lo había hecho.

No sabía exactamente lo que había despertado en ella, dónde encontraría su


corazón.

Corrí escaleras abajo, busqué el resto de la casa, miré hacia el patio trasero en
vano.

Ella se había ido.


Volví corriendo al frente. En la acera, llegué a un punto muerto. Mi cabello
revoloteaba alrededor de mi cara mientras el viento soplaba, agitando el suelo,
removiendo las hojas caídas.

¿Qué demonios se supone que debo hacer?

Saqué mi teléfono de mi bolsillo, abriéndolo, la llamé. Ella no respondió.

No dejé mensaje. Esto era necesario hacerlo cara a cara.


184
Era una pesadilla tener que obligándome a regresar a la oficina para una
reunión que tenía en la tarde. Estaba perdido, realmente. No se me ocurría nada, solo
imágenes de ella, esa necesidad que constantemente se construía en mis entrañas. La
única cosa que podía ver era Elizabeth. Mi vida.

En el instante que terminó la reunión, me dirigí directamente hacia la puerta.


Conduje con mi mente confundida y mis latidos del corazón.

No podía permitir que esto sucediera.

No lo haría.

Esta era mi familia. Una familia por la que siempre había prometido luchar
por ella. Viviría para eso.

El lunes por la noche me hizo darme cuenta de que lo deseaba.

No más. Me negaba a quedar estancado. No dejaría que lo más importante


para mí me fuera arrebatado.

No dejaría que él la tuviera.

Dejé mi auto delante de la casa de Natalie y Matthew. Salté.

Que estaba haciendo aquí, realmente no lo sabía. Pero aparte de mí, Matthew
y Natalie conocían a la perfección a Elizabeth.

Habían estado con ella en los momentos más duros de su vida.


Esta, era la mayor tragedia que cualquiera de nosotros había enfrentado
alguna vez. Tenía que haber ido a ellos. Otro disparo de los celos me golpeó. Yo
quería ser esa persona, que Elizabeth me buscara en un momento de necesidad.
¿Cómo es que habíamos terminado tan lejos uno de otro, cuando más nos
necesitábamos?

Di un golpe en su puerta.

Un movimiento crujiente desde el otro lado y la puerta la abrió Matthew. La


185
incertidumbre en cada centímetro de su cara, con los ojos entrecerrados con
preocupación mientras buscaba el lío que debía tener mi expresión.

—Christian... bueno, hombre. ¿Estás bien? —Él miró detrás de mí, como si
estuviera buscando una explicación antes de centrarse de nuevo en mí— ¿Qué está
pasando?

Levanté mis hombros y empecé a caminar en la pequeña entrada hacia el


interior de su casa. Cada segundo que pasaba, me sentía en ruinas, mi espíritu
destrozado, mi control resbalaba un poco más cerca del borde. Tiré de mis cabellos
antes de mirar la inquietud que se había apoderado de todo el comportamiento de
Matthew.

Puso sus manos tranquilizadoras en frente de él.

—Oye hombre, no sé lo que está pasando, pero no te ves bien. Te ves como si
estuvieras a cinco segundos de tener un infarto.

Parpadeé, tragué, traté de reírme de mí. Dejó en una exhalación entrecortada


que temblaba a través de mi pecho.

—¿Está saliendo con él? —le exigí.

Sentí la presencia de Natalie emerger detrás de mí al final del pasillo.

—¿Quién? —Una verdadera confusión pareció saturar a Matthew. Dejó que


la puerta se cerrara y se giró para enfrentarme plenamente— ¿De qué estás hablando,
Christian?
Lancé una mirada a Natalie, quien se retorció, me inquieté al ver que ella
llevaba su mano a la pared, como si pudiera sostenerse. La incertidumbre se mostraba
en su cara mientras fruncía el ceño.

Volví mi atención a Matthew.

—Ustedes dos tiene que decirme lo que está pasando con Elizabeth. ¿Ella está
viéndose con ese imbécil? Y no me mientan.

Sólo la idea envió otro estremecimiento a través de mis venas. 186


¿Estaba durmiendo con él?

Me ahogué con el pensamiento. Las náuseas rodaban en mi estómago. Estaba


desquiciado.

—Christian, vamos, hombre, toma una respiración o algo así. Cálmate por un
segundo, porque no tengo una sola idea de lo que estás hablando.

—Logan... el padre de Kelsey —le aclaré a través de palabras endurecidas—


Lizzie dijo que Elizabeth fue y yo me acerque a Elizabeth para hablar con ella hoy y
no estaba en casa. Siempre está en casa.

Algo parecido a una sonrisa creció en la boca de Matthew.

—Bueno, esto es una mierda. Me retracto... no te calmes, porque has estado


demasiado tiempo sentado en tu culo. Es hora de que pelees por ella.

Se acercó soltando a Natalie y posó una mano suave en mi espalda.

—¿Por qué no vamos a sentarnos en el sofá?

No me resistí y dejé que me llevara a su sala de estar. Me hundí en el sofá y


enterré mi cara en mis manos.

Matthew se dejó caer en el sillón junto al sofá, se sentó encorvado, con las
manos entrelazadas entre sus rodillas.
Natalie se sentó a mi lado. La pena la recorría, se apoderó de mis en oleadas
agobiadas. Una mano solidaria encontró mi rodilla. Ella la apretó.

—Dinos lo que está pasando.

Pasé mis manos de mi cabello a mi cuello, soplando respiraciones con


dificultad.

—No sé... Es que... —Entrecerré los ojos hacia Natalie, la miré con toda
honestidad. Sus ojos marrones, como los de Elizabeth, parpadearon hacia mí. Las 187
emociones apretaron mi garganta. Apenas podía hablar.— He estado esperando por
ella Nat. A la espera de que algo cambiara, que ella hiciera un cambio. —Levanté la
cara al techo.— Nunca pensé que una vez que ella lo hiciera no me incluiría. Aunque
este tipo... él dijo algo hace un par semanas y tuve este presentimiento. —Mi boca se
encontraba en una línea sombría cuando la miré.— Luego, el lunes, Lizzie me dijo
que ella y Elizabeth habían ido allí para una barbacoa. Por supuesto, para Lizzie, es
todo diversión y no creo que sepa algo de lo que está pasando.

La especulación hizo retorcer la expresión de Natalie, como si lo que había


dicho fuese imposible. Esperaba como el infierno que no lo fuera.

—¿Sabes si algo está pasando? ¿O crees que algo está sucediendo? —preguntó
ella.

Con frustración, tamborileé mi puño en mi frente.

—No sé... es sólo una de esas cosas que me golpean, ¿ya sabes?

—Maldita sea. —Matthew restregó su palma sobre su rostro como si no


quisiera creerlo— ¿Has hablado con ella sobre eso?

—Lo he intentado. Fui allí el martes y dijo que no podía hablar conmigo. Yo
sabía que tenía que convencerla, así que volví hoy, pero se ha marchado. —Me giré
a Natalie, en busca de algún tipo de consuelo. Para que me dijera algo.— Está
diferente, Nat. Lo puedo ver.

La voz de Natalie fue baja, cautelosa.


—Sabes que nunca te mentiría, Christian y te prometo, que nunca ha
mencionado nada acerca de este tipo. Aunque en realidad es que no ha hablado
conmigo de nada. La hice venir a almorzar con nosotros hace un par de semanas y
ella tuvo una crisis justo en mitad del restaurante. Pero en el auto... —Ella endureció
su mandíbula como si pareciera vivirlo de nuevo.— Pensé que tal vez te había dicho
algo. Le dije que había llegado el momento y ella me prometió que lo intentaría.

Ha llegado el momento.
188
Esas tres palabras. ¿Quién sabía que podían ser tan destructivas? Cada vez que
las decían, perdía un poco más.

Desesperadamente, busqué el rostro de Natalie.

—¿Qué significa eso, que va a intentarlo?

Ella negó con la cabeza, sus palabras sometidas con pesar.

—Honestamente, no lo sé. Pero me preocupa que no sea capaz de tomar las


decisiones correctas en su actual estado de ánimo. No puede superar sus problemas
y no tengo idea de lo que realmente está pasando en su cabeza. Pero la única cosa
que sé es que los dos se pertenecen. Nadie será adecuado para ella si no eres tú.

Matthew se inclinó hacia adelante, sentándose en el borde de su asiento.

—Si está realmente tonteando un poco con este tipo, ¿va a cambiar algo?
Quiero decir, mierda, Christian. —Su mirada cayó sobre Natalie que no dejaba de
moverse a mi lado. Sus ojos se llenaron de adoración. Su cabeza se sacudió
lentamente mientras se volvía de nuevo a mí.— No puedo ni siquiera empezar a
imaginar lo que tú y Elizabeth han tenido que pasar, pero puedo asegurarte que si lo
hiciera, yo no descansaría hasta que Natalie regresara.

Estremecimientos me sacudieron y mi mirada cayó al suelo. ¿Cambiaría lo


que yo sentía, sabiendo que había terminado tonteando con otra persona? Tragué
saliva. Eso me mataría. Dios, ¿podría ver a través de ella?

Sentándome hacia atrás, puse mi cabeza en el respaldo del sofá poniendo la


base de mis manos contra mis ojos.

Un gemido torturado inundó mi boca abierta.

—¿Qué demonios se supone que haga?

Pero yo ya sabía cuál era la respuesta. Sólo había una.

Tenía que traerla de regreso.


189
Capítulo 16
Traducido por Lore
Corregido por Vickyra

Elizabeth
190
El presente, principios de octubre

—¿Estás lista, cariño? —Me apoyé en el marco de la puerta de la habitación


de Lizzie y crucé los brazos sobre mi pecho mientras miraba a mi hija empacar para
su primera fiesta de pijamas.

—Casi... Sólo tengo que conseguir mi cepillo de dientes. —Ella estaba de


rodillas, llenando su mochila de cosas que estaba segura realmente no necesitaba,
Barbies y muñequitos, marcadores y pegatinas, y diferentes pares de zapatos.

Eso me divertía. Esta niña era demasiado linda. Me tragué mi risa mientras
ella luchaba para cerrar la cremallera.

—¿De verdad crees que debes llevar todas esas muñecas contigo? —le
pregunté.

—Uh, huh. Adriana tiene de la misma clase y vamos a jugar con ellas toda la
noche —dijo.

Yo apostaba a que estaría dormida a las diez.

Ella se puso de pie, sus pequeñas piernas llevándola tan rápido como pudieron
mientras corría a mi lado en la sala. Yo la oigo excavar a través del cajón de su cuarto
de baño. Estaba de nuevo en cuestión de segundos. Metió su cepillo de dientes en el
bolsillo lateral de su mochila, se la colgó en la espalda y agarró su bolsa de dormir de
color rosa. Sonrió mientras se balanceaba sobre los talones.
—¡Todo listo!

—Muy bien, vamos allá.

Corrió escaleras abajo y yo la seguí hacia el aire fresco de la noche. Levanté


la puerta del garaje y Lizzie se metió en el asiento trasero de mi coche. Salí y puse el
coche en marcha, no podía dejar mi sonrisa al mirar a mi hija obsesionada por el
espejo retrovisor. Surgió una alegría en mi corazón, bombeando lentamente,
pulsando a través de mis venas. Yo respiré.
191
—¿Estás emocionada? —le pregunté, sabiendo muy bien lo emocionada que
estaba.

—¡Ni siquiera puedo esperar! —Chilló desde su lugar, sosteniendo su saco de


dormir cómodamente en su regazo.

En la señal de stop al final de la calle, miré su reflejo, asegurándome de que


mi hija de seis años de edad, estaba realmente preparada para dar este paso de niña
grande.

No estaba del todo segura de que estaba preparada para ello.

—¿No estás nerviosa en absoluto? —Mis ojos entrecerrados en cuestión.

Ella estaba creciendo tan rápido. Y los últimos meses habían sido tan
borrosos. Me sentí como si me hubiera echado mucho de menos.

Ahora, he tenido la tentación de aferrarme, aferrarme a ella, para volver a


conocer a mi pequeña. Sin duda, me perdí mucho de lo que la había moldeado, me
perdí todas esas pequeñas cosas que habían sido importantes para su vida.

Y tan importante como las pequeñas cosas eran, tuve que aceptar que
esencialmente estuve ausente cuando Lizzie tuvo que tratar de acostumbrarse al
trauma que había sido arrastrada a través de los últimos meses. No había duda de
que había hecho un gran impacto en su vida. Vidas habían sido destrozadas cuando
Lillie había muerto, las esperanzas y los sueños que a todos nos habíamos picado.
Tristeza vibraba, vencida junto con esa alegría que ahora sentía deslizarse a
través de mis venas.

Dios, estas emociones conflictivas eran abrumadoras.

Sabía que tenía que hablar con ella sobre eso, tenía que hablar, había hecho
muy poco desde que Lillie había sido arrancada de nosotros. El miedo me lo impidió,
sin embargo, el miedo a abrirme a la profusión de dolor. Pero por Lizzie, lo haría y
tendría que hacerlo pronto.
192
La mirada de Lizzie flotó por la ventana y ella parecía meditar mi pregunta.
Poco a poco se volvió hacia mí.

—Yo no lo creo, mamá. Tal vez un poco. Mi estómago se siente medio raro,
pero creo que es en el buen sentido.

Una suave sonrisa curvó mi boca. Ella era realmente la hija más sorprendente,
la profundidad que tenia, la forma en que pensaba y la forma aguda en que miraba
al mundo. Estudié la vía y luego la miré.

—Bueno, ya sabes mi número de teléfono, ¿no? Si te sientes asustada o sólo


quieres hablar, le puedes decir a la mamá de Adriana que quieres llamarme, ¿de
acuerdo?

—Está bien, mamá.

Giré a la derecha por una calle estrecha de la vecindad y me detuve detrás de


la línea de los coches aparcados a ambos lados de la calle.

Lizzie ya se había desabrochado y salido por la puerta en el momento en que


me di la vuelta a su lado. Corrió hasta la calzada por delante de mí, trepando de a
dos pasos a la casa de estilo rancho, el frente llena de árboles frondosos. La puerta
principal se abrió antes de que tuviera la oportunidad de tocar el timbre.

Logan salió, saludando.

—Hey ustedes dos. —Él esbozó una amplia sonrisa cuando nos notó allí. Tocó
la nariz de Lizzie— ¿Estás emocionada por la fiesta? —le preguntó.

—¡Sí! No he estado más entusiasmada en toda mi vida. ¿Esta Kelsey ya aquí?

—Lo está. Ya en el interior. —Él inclinó la cabeza hacia la puerta.— Será


mejor que te pongas al día con ella. Pregunta por ti.

—Está bien. —Lizzie corrió dentro.

Eché una pequeña sonrisa a Logan mientras me deslicé hacia la entrada. 193
—Me alegro de que Kelsey esté aquí esta noche. Me hace sentir mejor.

—A mi también. He estado preocupando por esto todo el día. —Resopló con


un suspiro.— Supongo que es hora de dejarlos crecer un poco. —Caminó por los dos
escalones, se volvió hacia el lado para que pudiera deslizarse más allá de mí. Hizo un
gesto hacia la casa con la barbilla.— Es el caos puro allí. Prepárate. No creo que
jamás haya visto tanto rosa en mi vida.

Me reí y sacudí la cabeza.

—Gracias por la advertencia.

—No es un problema.

Pase por la puerta y al caos que sucedía dentro. Las niñas corrían, chillando
mientras aullaban de risa. Serpentinas y globos colgados de lo que parecían cada
superficie, confeti esparcido por la mesa de entrada donde se establecieron los
regalos. Puse el regalo de Lizzie justo cuando Dana, la madre de Adriana, apareció
por la esquina.

Diversión llenó su rostro.

—Oh, hola. Me pareció ver a Lizzie pasar cerca de mí hace unos cinco
segundos.

Le ofrecí una sonrisa incómoda mientras trataba de mirar más lejos en su casa.
—¿Estás segura de que puedes manejar todas estas chicas esta noche?

—Pfft. —Ella hizo un ademán desdeñoso.— Van a estar muy bien. Mientras
se diviertan, me imagino que puedo manejarlas.

—Bueno, eres una mujer valiente. —Dudé antes de lanzar una mirada
cautelosa hacia las profundidades de su casa.

Volviendo hacia atrás, bajé la voz.


194
—Realmente aprecio que invitaras a Lizzie. Esta es su primera fiesta de
pijamas, así que sólo dame una llamada si no puede dormir o si tengo que venir a
recogerla o lo que sea.

Entendimiento se deslizó en su expresión.

—Por supuesto, Elizabeth. Pero por favor, no te preocupes, creo que todas
estarán bien. Tenemos un montón de cosas planeadas, así que me imagino que todas
van a pasarse de su hora de acostarse esta vez.

Asentí con agradecimiento luego poco a poco hice mi camino hasta el final
del pasillo. El espacio habitable era grande y abierto, la cocina y sala de estar separada
sólo por una gran isla bordeada en taburetes. Tres niñas sentadas en el medio de la
alfombra, jugando muñecas, mientras otro puñado de ellas corría salvajemente de
una habitación a otra.

Al parecer, Lizzie era una de ellas.

—Lizzie —la llame mientras una de las chicas pasa volando, desapareciendo
por otro pasillo.— Voy a irme ya.

Lizzie se acercó corriendo, apareciendo de la nada. Riendo, ella apretó sus


brazos alrededor de mí.

—¡Voy a extrañarte!

Le devolví el abrazó de nuevo, duro y desesperado y con todo el amor que


tenia para mi niña.

—Se una buena chica, ¿de acuerdo?

Ella asintió con la cabeza enfáticamente.

—No te preocupes, mamá. Voy a estar bien. —Casi parecía que estaba
preocupada por mí.

Le toqué la barbilla. 195


—Te quiero.

—Yo también te quiero.

Luego se echó a correr. Me dirigí de nuevo al final del pasillo de entrada, deseé
a Dana buena suerte.

La puerta se cerró detrás de mí y yo me quedé en la frescura suave del rocío


nocturno. Me abracé a mi misma y levanté la cara al cielo. Por un segundo, me calmé
mientras una estrella de brillante luz se filtró lentamente a la vista. El viento soplaba,
esparciendo las hojas a través de mis pies.

Un soplo suave de aire se escapó a través de mi nariz.

Me di cuenta, que no importa lo que la vida ponga en nuestro camino, todavía


se aceleraba.

Sacudiendo la cabeza, empujé mis preocupaciones a un lado, envolví mi


suéter un poco más apretado alrededor de mí misma y fui por el pasillo hacia la calle.

Sobresaltada, perdí mi pisada cuando vislumbré a Logan apoyado en la parte


delantera de mi coche.

Supongo que tal vez no debería haber estado tan sorprendida.

Con un fuerte suspiro, seguí hacia adelante. Llegué y me paré a dos metros
delante de él.
—¿Estás bien? Puedo decir que no estás toda emocionada acerca de esto —
dijo con una inclinación de la cabeza.

Con nostalgia, miré hacia atrás a la casa donde sabía que mi hija jugaba. Me
imaginaba la sonrisa iluminando cada centímetro de su preciosa cara, la alegría que
brillaba en sus expresivos ojos azules, la diversión que seguramente tendría. Poco a
poco me di la vuelta hacia Logan, sentí las esquinas de mis ojos arrugarse mientras
me perdí en la contemplación.
196
Logan sólo se inclinó hacia atrás, sus manos metidas en los bolsillos,
completamente a gusto, casual mientras me miraba sin todas las expectativas de las
que había estado huyendo. Otra ráfaga de viento azotó a través del aire,
desparramando las mechas de su cabello. Se dejaron caer en su rostro. Él los
acomodó de nuevo, revelando sus juguetones ojos verdes.

Yo no estaba ciega. Sabía que el hombre era atractivo. Pero eso no tenía que
ver con la razón por lo que me gustaba, por lo que me gustaba estar en su espacio.

Con Logan, nada parecía forzado y él se quedó mirándome sin el escrutinio


de los que juzgaban, los que querían respuestas de mi parte que yo no quería dar.

Querían que les prometa que estaba bien cuando no lo estaba.

Logan no me había ni una sola vez preguntado cosas que no quería decir.

La presencia de Christian se deslizó justo debajo de la superficie de mi piel. Y


me dolió y ardí en deseos, susurró una llamada que creo que nunca seré capaz de
prestar atención. Debido a ese susurro que quema, el recuerdo de ese hermoso
hombre arraigado tan profundamente en mi espíritu que ahora se sentía como una
carga. Él siempre estaría allí, una parte de mí. No había forma de librarse de algo tan
fuerte. Él me había llamado. Lo dejé ir al correo de voz, porque yo sólo... no podía.

Me las arreglé para empujar todos los pensamientos de Christian fuera de mi


mente, tenían que estar escondidos en el interior donde escondía todo lo demás y me
centré en Logan.
Le ofrecí un poco de honestidad.

—Es difícil para mí verla crecer de esta manera. —Levanté los hombros en un
encogimiento confuso.— Pero estoy muy feliz de verla tan emocionada. —Hice una
pausa, mordiendo mi labio antes de poner mí mirada plenamente en él.— Sólo quiero
que sea feliz.

Sencillo.

Al igual que sentí que eran las cosas con Logan. 197
—Eres una buena madre, Liz. —Su afirmación fue lenta y significativa.

—Yo no iría tan lejos —le dije en tono de burla, luego la corte.— De todos
modos, será mejor que me vaya. —Señalé mi coche como pidiéndole que se retire de
él.

—¿Tienes planes para esta noche?

— No, no en realidad. Sólo voy a hacer algo de lavado de ropa.

Él se rió y volvió su atención hacia el cielo profundo. Estaba sonriendo cuando


me miró de un lado, con los brazos cruzados en lo alto de su pecho.

—Eso es realmente triste, Liz. —Aquellos ojos verdes brillaban con la broma.

Dejé caer mi mirada a mis pies y solté una risita tímida.

—Emocionante, ¿no?

—No mucho. —Él se movió un poco.— Escucha... tengo cena a fuego lento
en la cocina. ¿Por qué no vienes? Podemos revolcarnos porque nuestras pequeñas
niñas crecen juntas.

Di un solo paso atrás.

—No creo que sea una buena idea.


—Oh, vamos, ¿cómo podría ser una mala idea? Tengo cena y vino. No hay
muchas cosas mejor que eso. —Por encima de mi hombro, miró a la casa. Luces
brillantes salían de todas las ventanas. Tanta era la vida sucediendo en el interior.

Quería... quería hacer algo diferente a pasar otra noche sola en mi casa. Cada
noche, esta semana fue más difícil de soportar. Sin embargo, algo que me lo impedía,
una vacilación que martilleaba en mi corazón.

Algo se sintió intrínsecamente mal.


198
—¿Por qué no vas en coche de vuelta a tu casa? —continuó— Lo dejas allí, y
te puedes venir conmigo. De esa manera puedes tomar una copa de vino, relajarte,
divertirte un poco.

Dudé, con la cabeza inclinada hacia un lado mientras trataba de descifrar su


intención. Yo no era tonta. Lo vi en sus ojos, lo leí en sus acciones, la forma en que
se me miraba decía demasiado, la atracción estaba allí. Yo sabía que quería que algo
se desarrollase entre nosotros.

¿Podría?

¿Ahora?

¿Con el tiempo?

No lo sabía.

Como si leyera hasta el último de mis pensamientos, sacudió la cabeza y se


rió.

—Dios, Liz, te preocupas demasiado. Es sólo una cena. —Su sonrisa era
amplia y sin rastro de tensión. Indiferente.

Pero, ¿lo era? ¿Eso era lo que él realmente quería que fuera? ¿Es eso lo que
pretendía? Porque me sentía sola. Podía admitirlo ahora. Me perdí de algo, pero no
podía precisar qué exactamente era lo que me estaba perdiendo.
Finalmente lo admití, porque al final, no podía soportar la idea de caminar a
mi casa vacía.

—Eso suena bien, supongo.

Su sonrisa se ensanchó aún más.

—¿Supones, eh? —Él extendió su mano sobre su corazón.— Me hieres, Liz.

Un chisporroteo de risa se escapó de mi boca. No pude evitarlo. 199


Luego se levantó y se enderezó.

—Déjame tomar mi coche y te seguiré.

—Está bien —estuve de acuerdo.

En el momento en que me senté en mi auto, estaba temblando. Intenté poner


la llave en el encendido. Eché un vistazo a donde Logan se encontraba estacionado
en el lado opuesto de la calle, frente a mí.

¿Qué estaba haciendo?

Dios, no tenía ni idea.

No tenía idea de lo que sentía o lo que necesitaba.

Encendí mi coche, di la vuelta en U y me dirigí hacia mi casa. Faros brillaban


en mi espejo retrovisor, un recordatorio constante de que un hombre diferente al que
yo había pensado que me gustaría pasar mi vida atada, me seguía con intenciones
desconocidas. Tuve la sensación de que esta noche las haría claras.

Entré en mi garaje y apagué el motor. Mi corazón se deslizó y yo no podía


decir si era una agradable o inoportuna sensación.

Lo intentaré.

Me di cuenta de que esto era parte de ello, moverme, vivir. Ocultarse ya no


era una opción.

En el teclado, puse el código y cerré el garaje. Comencé a caminar hacia el


auto de Logan. No pude evitar sonreír cuando corrió hacia la puerta del pasajero y
la abrió, agachándose en una exagerada reverencia.

—Señora.

Me reí y me sentí bien.


200
Capítulo 17
Traducido por Dark Juliet
Corregido por Vickyra

Christian
Presente, principios de octubre 201

La Noche tragó firmemente el cielo, un manto de oscuridad esparcida por el


cielo. Debajo de ella, me sentía enjaulado. Nervioso.

Mis faros extendidos a través del camino, la tenue cabina, el agudo zumbido
de mi motor pellizcando en mis oídos mientras aceleraba la corta distancia de la casa
de Matthew y Natalie a la de Elizabeth.

No me importaba si estaba allí o no. Esperaría.

Había llegado el momento.

Es hora de traer toda esta mierda al descubierto. Luto empuñó mi pecho,


retorcía mis costillas como las palabras que había que decir, dolor que necesita ser
confesado.

Sabía que Elizabeth tenía un montón propio que debía ser derramado.

La impaciencia rebotó mi rodilla cuando me detuve en un semáforo en rojo.


Treinta segundos pasaron como una eternidad. Por último, cambió y aceleré,
subiendo a través del tráfico de la tarde espesa. Me fundí en el carril de vuelta e hice
una izquierda al camino angosto. Los árboles se levantaron por todas partes. Luces
brillaban su calor desde las ventanas donde las familias comían la cena dentro de las
paredes de sus casas, donde jugaban y reían y amaban. Este barrio siempre se había
sentido así. Seguro. Tranquilo. Como en casa.
Dos veces había conducido por este camino cuando había tenido la certeza de
que mi corazón se libraba nada más sacarlo de mi pecho. Vacilando.

Cesó de sostener mi vida.

La primera fue el día en que había llegado aquí sin saber siquiera el nombre
de mi hija, sin saber las circunstancias de su vida o el dolor que mis decisiones le
trajeron. Había estado preparado entonces para lo que había encontrado.

Elizabeth viviendo sola, sin amor, únicamente sosteniendo a la hija que yo 202
había abandonado.

Ese día me había roto, empujando todos mis pesares y errores al frente. Hasta
que finalmente había tenido que aceptar las verdaderas consecuencias de las
decisiones terribles que había hecho. Pero en aquel tiempo, todavía encontré la luz.
Un propósito. Esperanza. Un oleaje inundando de devoción había latido constante a
través de mis venas mientras observaba a las dos chicas que amaba con todo
abrazándome en el final del esfuerzo de Elizabeth. En ese momento marcado en el
tiempo tomé la decisión de recuperar a mi familia. Cuando me levanté, tomando la
responsabilidad que siempre había sido mía.

Cuando por fin supe que tenía que hacer lo correcto.

La segunda era hoy.

Mientras acercaba mi coche por la tranquila calle del barrio, mi ritmo cardíaco
subió. Se tornó en un rugido en mis oídos y derramó la sangre por mis venas, empujó
y presionó y tiró.

Me acerqué lentamente.

Tres parpadeos largos protegieron mis incrédulos ojos, golpeó el aire de mis
pulmones. No quería ver. Sin embargo, no podía dejar de mirar, como si estuviera
atraído por la masacre.

Al igual que había hecho el primer día, aparque en la acera en el lado opuesto
de la carretera y me oculté detrás de la cubierta de otro coche.
Pero a diferencia de entonces, hoy ha sido sin esa esperanza. Sin el brillante
destello de luz que había sido inyectado en mi vida cansada.

Hoy sólo había rabia, dolor y angustia que conmocionó a través de mi piel.

Un temblor me estremeció, sacudió hasta los huesos y me esforcé por atraer


un soplo de aire sofocado. Pero no había nada que encontrar.

Una parte de mí estaba gritándome que me levantara, saliera, para detener la


ruina actuando en cámara lenta frente a mí. 203
El otro estaba congelado, fijado a la pared que parecía imposible liberarse de
él.

El dolor me golpeó, me cortó en dos, separando los pocos hilos deshilachados


que sujetaban mi cordura.

Aquel que había ocupado el último pedazo de mi corazón.

Mi visión se puso borrosa.

Ese imbécil estaba ahí, de pie en la puerta del copiloto de su coche,


manteniéndola abierta como si fuera una especie de jodido caballero de brillante
armadura.

Jugando el juego de un hijo de puta con el que ganó y perdí a mi familia.

Elizabeth se precipitó por el camino de entrada al lugar donde la esperaba en


la calle.

Y se echó a reír.

Ella jodidamente se río y subió a su coche.

Golpeó su puerta cerrándola y echó a correr hacia el lado del conductor. Luces
de freno brillaron mientras movía el coche. Volviendo al camino, se dirigió en la
dirección opuesta a la forma en que normalmente se colaba por la calle principal.
Él la llevaba a su casa.

Lo sabía.

Hijo de puta.

Imágenes asaltaron mi mente. Mis dedos se contraían alrededor del volante,


los nudillos blancos. Furiosamente parpadeé, tratando de ver a través de la locura
que me nubló la vista. La ira chamuscó mi sangre, latía más rápido y más difícil y
consumía cada centímetro de mi ser. 204
¿Habían estado haciendo esto? ¿Escabulléndose? ¿Cuando Lizzie estaba en mi
casa, estaba con él?

Incapaz de detenerme, los seguí, sabiendo que no había otra opción. Luché
para aferrarme a un pensamiento racional mientras me arrastraba a distancia. Luces
traseras quemaban un camino delante de mí, como un faro. O tal vez una llamarada
de advertencia.

Porque el resultado final de esta noche seguía siendo desconocido.

Pero tenía que tener un resultado.

Y muy bien podía ser el final.


Capítulo 18
Traducido por luisa
Corregido por Yanii

Elizabeth
Presente, principios de Octubre 205

Logan aparcó el coche en el garaje.

Durante todo el trayecto estuve inquieta, cuestionándome la decisión de venir


aquí.

El trayecto fue corto.

Eso no quiere decir que un millón de pensamientos no se arremolinaban en


mi hiperactiva mente, confusión, contención y dudas.

En mi interior, se desataba una guerra.

Supongo que lo que más me asustaba es que ni siquiera me conocía ya a mí


misma. No reconocía a la mujer sentada en este asiento, camino a la casa de otro
hombre.

¿Qué estaba haciendo aquí?

¿Estaba loca? Cualquier mujer sabia sabe que un hombre no te lleva a su casa
para hablar. Logan no estaba buscando un amigo. Él buscaba algo que no estaba
segura de poder darle.

Extendió la mano para alcanzar la visera y apretó el botón para abrir la puerta
del garaje. La ruidosa cadena empezó a funcionar, rotando sobre ruedas mientras la
puerta lentamente se asentaba sobre el suelo de hormigón. Con ello vino el silencio,
de un modo claustrofóbico, deseando salirme de mi piel.
Logan me palmeó el muslo. Una coqueta sonrisa curvaba su labio superior
mientras me miraba.

—Venga Liz, vamos a cenar, estoy famélico.

Nos apeamos del coche. Mientras caminaba hacia la puerta de entrada giraba
el llavero con el dedo índice. Se apartó un poco sosteniendo abierta la puerta para
mí.

—Después de ti. 206


Agachando la cabeza, accedí, ignorando la alarma sonando en mi cabeza.

Prometí intentarlo y sabía que tenía que llevarlo a cabo.

Entrando me encontré en medio de un montón de ropa sucia apilada en


pequeños montones en el suelo en la pequeña lavandería que llevaba a la casa.

Risa cohibida se filtraba en el pequeño cuarto desde atrás.

—Perdona la leonera. No esperaba compañía, aunque tengo que admitir, me


siento feliz por tenerla.

Forcé una sonrisa por encima de mi hombro y esquivé el desorden.

—No te preocupes. Deberías ver el mío. Creo que tengo suficiente colada para
mantenerme ocupada durante los tres próximos meses.

Él colocó una tibia mano sobre la parte inferior de mi espalda mientras me


guiaba, llevándonos a un pequeño recibidor.

—Por la izquierda. —Me dirigió, incitándome hacía adelante con el calor de


su mano.

Expulsé un fuerte suspiro. No estaba segura de que me gustara.

Eché a andar rápidamente.


Dejó caer la mano y empezó a encender las luces mientras caminábamos
hacía la parte delantera de la casa. Entramos en el salón y el serpenteó al otro extremo
de la pared para encender la luz.

Su casa era muy similar a la mía, modesta, las pequeñas habitaciones


atestadas con tantos recuerdos que estaban atiborradas de la manera más confortable.

Había estado aquí en varias ocasiones, al dejar a Lizzie o al recogerla y desde 207
luego estuve dentro de la casa el fin de semana anterior durante la barbacoa. Pero
estando aquí a solas con él era totalmente distinto. Claustrofóbico. Confinado.

Desde donde estaba situado de pie al otro lado del sofá, me sonrió.

—Sin las chicas correteando por aquí hay mucho silencio ¿verdad?

Quizás él también lo percibía.

—Sí —dije. Demasiado silencio.

Fije una lastimera sonrisa en él, sin saber en realidad lo que hacía aquí,
preguntándome porque me quedaba.

Dios, estoy hecha una mierda. Destrozada. Ya me había dado cuenta hace mucho
tiempo cuando estuve perdida en mi pena. Cuando mi mente empezó a aclararse,
empecé a aceptarlo. Quizás incluso lo entendí.

Mis ojos se estrecharon mientras observaba a Logan desde el otro lado de la


habitación y me preguntaba si él lo notaba. ¿Sabía lo destrozada que estaba? ¿Sabía que
estaba hecha una mierda? ¿Qué la mayoría de las mañanas apenas podía levantarme de la
cama?

¿Sabía que penaba por una pequeña niña a quien jamás podré volver a abrazar? ¿Sabía
él que me perseguía? ¿Sabía acaso que nunca la dejé marchar?

¿Qué está buscando? ¿Una reparación rápida? ¿Un polvo? ¿Una mujer vulnerable que
carecía de sentido común por estar cegada de dolor?

Quizás le pueda dar eso.

Quizás por unos minutos, taparía el dolor, la pena y la crueldad de este


mundo.

¿O quizás viera algo diferente en mí? Una compañera. Alguien que entendía.
Un padre con circunstancias similares, alguien que se encontraba sola, alguien que
deja pasar los días hasta que por fin algo tome sentido. 208

¿Alguna vez sucederá?

Ahora mismo nada tenía sentido. El estar aquí. No mirarle. La confusión


causando estragos en mis emociones.

Quizás la más importante pregunta era aquella que brillaba más, aquella que
incordia, aquella que promete que nunca podré arrancar a Christian de mi
conciencia. Ninguna hoja de cuchillo sería lo suficientemente afiliada. Ninguna
incisión sería lo suficientemente profunda.

¿Sabe Logan que nunca se podrá comparar?

Estando aquí en su casa, observándole a través del pequeño espacio de esta


habitación, éste tranquilo hombre con la insípida sonrisa, que conocía. Conocía la
marca que hizo Christian. Era profunda. Permanente.

Y dolía.

Logan inclinó la cabeza hacía la arcada de la cocina.

—Mejor le echo un vistazo a la salsa. Estoy cocinando espaguetis, ¿si te parece


bien?

Una delirante risa amenazaba por escaparse, pero la subyugue, la mantuve


dentro. Por supuesto lo estaba haciendo. El pasado parecía burlarse de mí. Quizás
una simple cena era común, pero daba igual. Seguía perteneciendo a Christian y a
mí. Cuantas veces, después de reconciliarnos, hemos estado en mi pequeña cocina,
los brazos de Christian envolviendo mi amplia cintura, su cara hundida entre mi pelo
mientras buscaba mi nuca, besándome. Casi podía escuchar su voz en mi oído.
“¿Estás cocinando mi favorito? Cariño huele muy bien. Me estas mimando. Deja, yo lo acabo.”

Inspiré consternada.

—Sí, perfecto. —Forcé.


209
Las profundas líneas de la cara de Logan mostraban preocupación. Inclinó la
cabeza.

—¿Estás segura? Porque si no te gustan los espaguetis, los tiro y hago otra
cosa. Mejor aún, podemos salir a cenar.

Entonces me di cuenta lo despistado que estaba. No me conocía. El hombre


no tenía ni la más remota idea de lo que me dolía y lo que me conmovía. Lo que me
excitaba y lo que me dejaba fría.

Temblé un poco.

¿Era eso lo que quería?

¿Empezar de cero?

¿Dejar atrás todos los recuerdos que me perseguirán siempre? ¿Deseaba olvidar aquellos
que más habían significado para mí en favor de rehuir del dolor?

Parecía la única opción, ya que no encontraba otra manera de mantenerme


de pie bajo el dolor.

Un suave sonido se me escapo y negué con la cabeza.

—No, en serio, me encantan los espaguetis. Es uno de mis platos favoritos.


Su preocupación se convirtió en confusión.

—Estupendo. —Se giró y pasó a través de la arcada.

Le seguí a la cocina. Era pequeña pero modernizada. Las encimeras de


granito negro brillaban con motas plateadas, combinando con negros
electrodomésticos, oscuros armarios cálidos.

Intenté relajarme. Era una de las más relajantes cocinas que conociese, muy
parecidas a aquellas casas que Christian y yo visitábamos para comprar. 210
Logan fue directamente a la olla hirviendo en la cocina. Levantó la tapa. El
vaho salía en espirales y él se inclinó para aspirar el aroma.

—Hmm... huele bien. —Abrió un cajón a su lado, hurgó dentro de él y sacó


una cuchara. La sumergió en la espesa salsa roja—. Toma.... pruébalo.

Me lo puso delante, ofreciéndolo.

Con cautela me aproximé, un pusilánime filo en mis movimientos. Mis labios


se abrieron mientras me inclinaba para aceptar la cuchara. Ahueco la mano debajo
de la cuchara mientras la levantaba hacía mi boca y la deslizo dentro.

Estaba ardiendo, quemando mi lengua, la sabrosa salsa fuerte. Tragué y me


aparté, nuestras caras demasiado cercas mientras ojos ansiosos me observaban.

—Esta deliciosa. —Murmuré.

Su cejo se alzó.

—¿De veras?

—De veras.

Él sonrió y mordió con los dientes su labio inferior. Entonces se rió, el sonido
arrogante y seguro, rompiendo el lazo de tensión que nos tenía atados.

—Bien, es estupendo Liz, ya que es la receta especial de mi madre. A quien


no le guste la comida de mi madre es un rompe tratos.

Moví la cabeza, miré mis pies mientras reía mi incomodidad, obligándome a


relajarme. Le miré con cautela y a través del flequillo que caía sobre mi frente.

—¿Rompe tratos, eh? ¿Y exactamente qué tipo de trato estoy aceptando?

Él soltó una risita y se rasco la incipiente barba de su barbilla.

—Bueno, eso depende cuánto puedas manejar. 211


Todo se ralentizó, ese grueso cordón de tensión volvió a resurgir, absorbiendo
el aire de ésta pequeña habitación.

Retrocedí un paso y él bajo la cabeza y la inclinó hacía un lado, sus manos


sobre las caderas. Él sonreía cuando volvió a elevar la cabeza, rápidamente
cambiando el asunto.

—¿Te gustaría tomar un vaso de vino?

Se mantuvo ocupado buscando en el pequeño botellero situado al final de la


encimera, extrajo una botella y la mostró en alto.

—¿Te va bien el tinto?

Me obligué a un semblante distante, volviendo a decirme a mí misma que


tenía que intentarlo.

—Sí, me parece bien.

Abriendo un armario superior, sacó dos copas de vino. Sus labios presionados
en una fina línea mientras trabajaba sobre el corcho y lo sacaba de la botella. Lleno
las copas por la mitad y me entregó una. Una amplia sonrisa le ilumino.

Extendió su copa de vino.

—Por nuestras pequeñas niñas que están creciendo.


Lillie me golpeo como un errante rayo. Mi hija jamás crecerá. Cerré
fuertemente mis ojos contra ello, contra sus palabras, concentrándome sólo en mi
Lizzie. Renuentemente choqué mi copa contra la suya.

—Por nuestras pequeñas niñas.

Ambos tomamos un gran sorbo de nuestro vino.

Él levanto la copa y lo inclinó para un lado, gesticulando hacía el fogón.


212
—Voy a poner el agua para la pasta. Entonces nos podemos sentar y relajarnos
un rato antes de comer.

—¿Puedo ayudarte en algo?

—No, relájate. Diviértete.

Dispuso el agua para que comenzara a cocer y a continuación se dio la vuelta


hacía mí. Su boca se curvó en una atenta lectura, como si le gustase lo que veía. Dio
cinco pasos hasta llegar a mí, cada uno de sus pasos recortaba un poco más de aire
que abastecía mis desinflados pulmones.

Me tendió la mano.

—Ven aquí.

Dejé mi mano deslizarse en la de él. Era una prueba, para saber cómo se
sentía.

Quizás estaba mal, todo ello, su piel contra la mía, mi rendición. Pero quería
intentarlo.

Necesitaba intentarlo, estaba tan cansada de sentirme muerta. Quería sentir.


Pero cuando cedía a sentir, no podía soportar su dolor. He estado demasiado tiempo
dolida. Sólo por una noche, quería sentirme bien.

No de la manera, como bien sabía, el toque de Christian me quemaría, la


manera de hacerme dichosa y me hacía sangrar, la manera que me chamuscaría
mientras sus dedos me recorriesen mi piel, la manera que me abrasaría con su beso.

No era capaz de manejar algo tan intenso.

Algo se agarró en el medio de mi pecho, algo pesado, algo vital.

Respiré a su alrededor.

Logan me volvió a guiar al salón y puso su copa al final de la mesa. Con su


mano libre apartó una manta arrugada y un muy sobado libro parental que estaban 213
en el medio del sofá.

Una sonrisa revoloteo sobre la comisura de su boca.

—Te avisé que mi sitio era un caos.

Una incómoda inhalación se liberó de mi apretada garganta, yo aquí de pie


con mi mano cogida a la de un hombre que ni siquiera conocía.

Y de nuevo, me preguntaba que estaba haciendo, que estaba esperando


conseguir.

Lo intentaré.

Apretó mi mano y me arrastró delante de él, guiándome para que me sentara


sobre el suave cuero de su sofá marrón oscuro. Me senté al borde, incómoda, mi ser
tambaleando mientras luchaba por no salir corriendo, por el deseo de quedarme.

Quiero sentir algo bueno.

Agarrando su copa, Logan se sentó a mi lado. Habló sobre el profesor de las


chicas, el colegio, rió sobre lo estresante que fue estar a cargo de un grupo de seis
chicas que tutoraba en una excursión al campo la semana anterior.

Le entretuve lo mejor que pude, reí en todos los momentos apropiados, ya que
no tenía nada que aportar. Estuve ausente todo este año escolar, ausente de nuestras
vidas.
Lo intentaré.

Sorbimos de nuestro vino, hablamos de nada en particular.

Logan colocó su copa de vino vacía a un lado y se vino a sentar enfrente mío
sobre el gran cuadrado otomana. Tomó una de mis manos entre las suyas.

—Liz me siento muy feliz de que estés aquí.

Pestañeé. Emociones restallaron dentro de mí. Volátiles. Violentas. 214


—Yo también me alegro de estar aquí.

Él pareció atragantarse con su risa. En este hombre estaba tan fuera de lugar,
pero también tenía que admitir, que en realidad no le conocía tan bien. Era el padre
de la amiga de mi hija. Nada más. Y aquí estaba, sentada, con mi mano ardiendo
entre el calor de las suyas.

Retirándose extendió al parecer una mano nerviosa por su alborotado pelo.


Por un momento, desvió la mirada, entonces volvió a posar su mirada en mí. Toda
la naturalidad que esperaba de él se evaporo, la severidad tomo su lugar.

—Desde la primera vez que te vi quise hacer algo. —Su mano apretó la mía
mientras inclinaba su cabeza, escrutando, buscando permiso.

Me mordí el labio, ese desasosiego de antes tan intenso, hundiendo dedos


agresivos en mi espíritu.

—Ves... eso.... eso mismo. Liz me vuelve loco. Esa boca.

Tomó mi cara entre sus manos, su agarre firme, fiero mientras me miraba con
fervientes ojos. Cuando se inclino hacia adelante, no lo paré. Lo dejé. Quería sentir.

¿Podría? ¿Podría tapar el dolor? ¿Revelar algo de mí que fuese bueno?

Sus labios rozaron los míos, un suspiro, un roce insignificante.

Aún así, robó el poco aire que pude encontrar.


Un gimoteo traspasó mis labios abiertos. Algo que al parecer lo tomó como
deseo. Presionó más fuerte, sus firmes labios escrutando los míos. Él gimió y se tiró
hacía atrás, su agarre constante mientras puso toda su atención a mi cara. Me agarró
fuertemente.

—Dios Liz, lo he deseado durante mucho tiempo. ¿Lo sabías? ¿Que he


deseado saborearte? Y sabes increíble.

Levantó la barbilla, inclinó y bajó su cabeza y me escudriño de nuevo, su boca


215
poderosa mientras explora la mía. Entonces profundiza, su lengua pasando con
rudeza a través de mi trémulo labio inferior.

Una respiración entrecortada rasgo a través de mis oprimidas vías


respiratorias. Me desagarró con una furia vengativa.

Éste beso.

Es devastador.

Me ha hecho trizas, astillando mientras caía, demoliendo las paredes que erigí
a mí alrededor.

El beso llegó con una fuerza implacable.

Me abrió en canal.

Separó las heridas de par en par. Sangraron, explotaron, me inundaron con


todo lo que nunca más quise sentir.

Mi mente se desvió a Christian y de pronto estaba de vuelta en el sofá de mi


salón. Y le puedo palpar, sentir como me abraza.

“Te quiero Christian. Para siempre. No existe nada que me impidiese amarte. Nada
que me impidiese desearte. Eres mi comienzo y mi final, aquel que siempre estará ahí siempre
para todo.”

Y sentí.... sentí todo lo que había intentado tan desesperadamente excluir.


Dolía.

Oh Dios mío, dolía tanto.

Agarré la camisa de Logan en un puño, necesitando agarrarme a algo.

Él se acercó, su mano alcanzando la nuca mientras me besaba.

Me estaba ahogando.
216
Una incrédula risa brotó de mi boca en una desdeñosa burla.

—¿Qué quieres decir, como puedo decir eso? —Me puse de rodillas.— Christian, fui yo
la que la llevaba. —Me golpeé con el dedo el pecho.— Era yo quien la quería y cuidaba. Murió
dentro de mí y la tuve que dar a luz. —Levanté la barbilla.— Por lo tanto, si puedo decirlo...
no tienes ni idea lo que siento. Ni idea.

Su cara entera se retorció en dolor.

—¿Crees que significaba menos para mí que para ti? ¿Crees que mi corazón no está roto
por esto?

—Ni siguiera quisiste tocarla. —Brotó de mi boca con desprecio.

La ira se desencadenó.

Predominante.

Brutal.

Destructiva.

Un sollozo fue arrancado de mi garganta.

Logan se echó hacia atrás, sujetando mi cara a una cierta distancia como
queriendo contener el caos arrasando dentro de mí, el pánico afloro en sus ojos
verdes.

—Oh Dios mío, Liz, lo siento tanto.... no pretendía....


Ambos saltamos cuando oímos el estruendo en la puerta de entrada. Nos
giramos atentos justo en el momento que Christian entró como un tonel. Cuando vio
a Logan y a mi abrazados se quedó de golpe paralizado.

Violencia temblaba de su furioso ser, su cara contraída en dolor mientras


arrojaba su devastación sobre mí.

Logan saltó sobre sus pies, su cuerpo una barricada mientras se situaba
delante mío. Protegiéndome.
217
Era imposible. No existía defensa. Nada me podía defender contra la fuerza
de Christian.

Levanté la vista al hombre, quien había habitado cada recuerdo significativo


de mi vida, el dolor y el júbilo, el amor y el éxtasis, la miseria y el tormento.

Y la ira.

Era deslumbrante. Abrumadora.

Estaba tan enfadada.

Ojos azules me miraron con indignación, destruido, clavándome al sofá.

El dolor me atravesó, el cuchillo más afilado introducido hasta el fondo del


estómago.

Y me duele.

¿Cómo es posible odiar a un hombre que amo tanto?


Capítulo 19 Traducido por ingrid
Corregido por Yanii

Christian
Presente, principios de octubre 218
Elizabeth y yo habíamos pasado por muchas cosas.

Gozo indescriptible y tristeza devastadora.

Nuestro amor era tan profundo y sin embargo, al parecer las heridas eran más
profundas.

Algunas de esas heridas parecían insoportables, penas de las que era imposible
recuperarse.

Sin duda, una llegó con el arrepentimiento del error más grande que jamás
cometí, el día en que Elizabeth había sido obligada a elegir entre Lizzie y yo antes de
que ella naciera, el día que la había enviado a vivir su vida por cuenta propia, asustada
y sola.

Otra había sido el día que perdimos a Lillie. Nuestros corazones se habían
roto cuando fue arrancada de nuestras vidas.

Una vez creí que la otra había sido el día en que había salido de la casa de
Elizabeth hace poco más de tres meses. No podía imaginar daño peor que ese
momento, cuando azoté la puerta para bloquear la inmensa tristeza de la mujer que
amaba, un muro colocado entre nosotros porque ninguno de los dos sabía cómo
manejar el insoportable dolor.

Pero ese momento no se acercaba a la devastación que me golpeaba ahora.

Elizabeth manteniendo el equilibrio justo en el borde del sofá de él, con una
pierna inclinada a un lado, como si estuviera preparándose para deslizarse sobre el
regazo del imbécil. Esos dedos que yo conocía tan bien estaban enredados en su
camisa mientras él sostenía su perfecto rostro entre sus sucias manos.

Malicia curvó mis manos en puños mientras contemplaba la brutalidad que


estaba pasando a dos metros de mí.

Él la estaba besando.

Él estaba jodidamente besándola y tocándola. 219


Y el hijo de puta tuvo el descaro de hacerlo mientras ella aún llevaba mi anillo.

Su cabeza giró en mi dirección, rompiendo su conexión. El impacto abrió sus


ojos marrones mientras me miraba boquiabierta a través del corto espacio de la
habitación. Aún así, se sentía como que nunca había estado más lejos de ella de lo
que estaba ahora. La distancia tan grande. Una extensión impenetrable.

Logan se puso de pie de un salto y el cabrón se movió para pararse frente a


ella. Agresión fuera de lugar serpenteó en sus músculos. Como si yo estuviera
cometiendo una falta. Como si él pensara que era su trabajo mantenerla alejada de
mí. Esa era su intención. Yo lo sabía. La posesividad irradiaba de su postura, como
si tuviera algún tipo de derecho sobre ella.

Pero no tenía ninguno.

Ella era mía y siempre iba a serlo.

Incluso a través de la barrera que Logan trataba de forjar entre nosotros, su


mirada cautelosa sostuvo la mía. Una tormenta rugía en su expresión, tirante en
estado de shock, tensa de ira, con destellos de visible alivio y adoración. No supe si
Elizabeth reconocía lo que aún sentía por mí.

La voz del cabrón sonó en algún lugar de mi mente.

—¿Estás jodidamente loco?


Mi atención se lanzó para encontrarse con su sonrisa burlona.

Sí, definitivamente estaba jodidamente loco.

¿Cómo pudo hacerme esto?

Lo dije en voz alta, el trauma fluyendo libremente.

—¿Cómo pudiste hacer esto, Elizabeth? —Fue una acusación, una oleada de
emoción me apretó desde el interior. La miré con ojos incrédulos, mi cabeza 220
sacudiéndose lentamente a medida que el dolor me desgarraba— ¿Cómo pudiste?

Las lágrimas se deslizaron por sus mejillas, sus labios temblorosos.

Y supe que había estado llorando, incluso antes de que yo atravesara la puerta.
Como si tal vez ella también lo sintiera, el caos que me había hecho dar vueltas a una
jodida locura mientras aporreaba la acera fuera de la casa del hijo de puta durante
los últimos quince minutos. Cuando ya no pude aguantar más, traté de mirar a través
de las cortinas de su ventana, las dos siluetas oscurecidas, aunque los había visto
inclinándose, juntándose, moviéndose.

No pude estar más de pie, apartado.

Yo iba a recuperarla.

Logan avanzó un poco más delante de ella. Inclinó la cabeza hacia un lado
mientras entrecerraba los ojos.

—Lárgate de mi casa.

Mi risa fue desigual, al borde de la histeria.

Debido a que no había cordura en esta situación.

—No voy a ninguna parte sin ella. —Le escupí las palabras.

Elizabeth gimió, agarrando el cuello de su camisa mientras salía con dificultad


del sillón, poniéndose de pie sobre piernas temblorosas.
Podía ver su silueta, su cara bloqueada de la vista, su cuerpo temblando
mientras retrocedía con torpeza un par de pasos.

Y casi se sintió como alivio cuando se dio la vuelta y se puso de pie en la


pequeña zona abierta detrás del sofá. Su rostro estaba agachado y vacilaba con
indecisión.

Lo hice por ella.

—Entra en mi auto, Elizabeth. —La orden salió en voz baja. 221


Un grito brotó de ella, como si tuviera dolor físico. Yo sabía que lo tenía.

Logan se precipitó por el otro lado del sofá, como para protegerla, como si
supiera algo sobre la mujer derrumbándose en medio de su habitación.

—Ella no va a ninguna parte contigo. —Extendió su brazo hacia atrás para


mantenerla a raya.— Nena, quédate atrás —vino como un asalto tranquilo de su
boca, como si estuviera compartiendo algún tipo de conversación privada con ella,
diciéndole sin palabras que no tenía que tener miedo de mí.

Nena.

La llamó nena.

Hostilidad salió de mí en oleadas de posesión estallando y propagándose,


haciéndose cargo de cada célula de mi cuerpo.

Cuando él dio un paso hacia mí, me lancé contra él. Mi hombro chocó con su
pecho.

Un grito de horror se elevó de Elizabeth, mezclado con los sollozos que no


era capaz de contener. Ellos alimentaron la agitación, la locura que me dejó
trastornado. Porque sin Elizabeth, yo estaba en pedazos. Destrozado. Tomado por
sorpresa, Logan trastabilló hacia atrás antes de recuperar el equilibrio. Sobre los
dedos del pie, saltó en agresión.
—Estás jodidamente loco —jadeó. Como una tromba, se balanceó mientras
apuntaba a mi cara. El golpe falló cuando agaché la cabeza.

Mi brazo se arqueó hacia atrás, locura saliendo de mí como un torrente como


nunca había conocido. Todo lo que sabía era que no le permitiría tenerla. No lo haría
y no podía soportar la puta idea, saber que los dos habían estado juntos.

¿Estaba durmiendo con él? ¿Se había acurrucado con él en su cama?

Cegado por la furia, golpeé mi puño en la cara inferior de su mandíbula. Su 222


cabeza se echó hacia atrás.

Un gemido gutural rugió de su garganta.

Su presencia eterna mordisqueó mi alma, bromeó y se burló mientras


derrotaba a este imbécil que incluso por un segundo pensó que de alguna manera
podría ser suya.

Lo golpeé de nuevo, el golpe aterrizando en su mejilla.

Se tambaleó hacia atrás, su propia furia aumentando su resistencia mientras


se lanzaba hacia delante.

Elizabeth gritó.

Mi atención se lanzó a ella, a la que yo no estaba seguro de que conocía más.

Tristeza se vertía de ella mientras atestiguaba mi rompimiento.

Desprevenido, distraído por ella, su puño conectó con mi nariz. El dolor


explotó, desdoblando mi visión.

La sangre brotó y vi rojo.

Me volví loco, perdiéndome en la rabia contenida que había abrigado durante


tanto tiempo. La liberé sobre él, la ira por ella, la ira por mí, la ira contra la injusticia
de este jodido mundo.
Su voz desesperada golpeó mis oídos.

—Christian, por favor, para.

Retrocedí con torpeza, la agresión todavía enroscándose a través de mis


sentidos mientras miraba hacia abajo al pedazo de mierda que estaba tratando de
robármela.

Me pasé el dorso de la mano por debajo de la nariz y por la boca. La sangre


me manchó. Sorbiendo por la nariz, volví mi atención a Elizabeth. Estaba llorando, 223
perdida, tan jodidamente perdida como yo.

—Ve a mi auto, Elizabeth. —Fui duro, áspero por la ira. Me di cuenta que la
mayor parte iba dirigida a ella.

Ella vaciló, moviéndose, tan obviamente atraída por la puerta y atraída a este
lugar donde se escondía, donde se escondía detrás de mentiras y fingía que no tenía
que enfrentar lo que habíamos sufrido. Su mirada vacilante se encontró con la
intensidad de la mía.

—Ve. —Le dije.

El marrón de sus ojos llameó y se atenuó, turbios en confusión, albergando


una molestia diferente a todo lo que había visto jamás, una perturbación tan grave
como la que hervía dentro de mí.

Ira y pesar.

Repulsión.

Dolor, prominente y sofocante.

Debajo de todo estaba el amor que nunca nos soltaría.

Bajó la mirada y caminó arrastrando los pies rodeándome, en silencio


deslizándose por la puerta.

Me quedé mirando fijamente a Logan que estaba tratando de levantarse por


sí mismo, todo mi cuerpo meciéndose con el odio. Sangre goteaba de mi nariz. Con
violencia, me limpié con el dorso de la mano.

—Mantente alejado de ella. ¿Me entiendes? Esta es mi familia. ¿Has visto ese
anillo en su dedo? ¿Crees que esto es un juego? Esa mujer me pertenece. Siempre ha
sido mía y siempre lo será. No pienses ni por un segundo que puedes quitármela. Me
amará hasta el día que muera.

Había dicho un millón de mentiras en mi vida. Esa declaración fue una que
224
reconocí como verdad.

—Vete a la mierda. —Se burló, pasando el talón de su mano por su cara


ensangrentada.

Risa burlona fluyó de mí. Retrocedí, levantando un dedo acusador hacia él


mientras se enderezaba.

—No estoy bromeando. Aléjate de ella. No la conoces... ni por un segundo...


no pretendas que lo haces.

Entonces me di la vuelta y corrí hacia la puerta que había atravesado como


un cañón ni cinco minutos antes.

Tal vez la había jodido y habría que pagar consecuencias, mis acciones
descontroladas mientras me había perdido en mi rabia. Pero eso no importaba. Había
hecho una promesa de luchar por ella y la cumpliría a cualquier precio.

Ella valía todo.

La noche había caído por completo, la oscuridad densa, un manto de nubes


bajando en gran medida sobre la ciudad. Mi Audi plateado colocado al borde de la
acera. Los cristales tintados ocultaban a Elizabeth esperando dentro.

Luché contra la rabia todavía ardiendo a través de mi sangre, luché contra la


imagen de ellos dos en su sofá. Estaba seguro de que nunca sería capaz de purgarlo
de mi mente. Me cegaba. Restregando la palma de mi mano sobre mi cara, abrí la
puerta. La luz del techo brilló a la vida, iluminando a Elizabeth en el asiento del
pasajero. Con la cabeza abatida, se retorcía los dedos en su regazo.

Me senté, encendí mi coche y lo puse en marcha. La tensión se extendía entre


nosotros, la banda más apretada, algo explosivo amenazando con romperse. Ira y
furia y preguntas sin respuesta rebotaban entre nosotros mientras yo hervía en el
silencio.

La miré, mi labio curvándose mientras limpiaba los residuos de sangre de mi


labio. Ella no me miró. Sólo se mecía lentamente y lloraba, lágrimas silenciosas
225
brillando en las luces de la calle que destellaban a través de las ventanas.

Dios, la amaba tanto. Quería abrazarla, decirle que iba a estar bien en el
mismo segundo en que quería arremeter contra ella.

Me tomó treinta segundos regresar a su casa.

Me detuve en el camino de entrada y apagué el motor. Se detuvo y zumbó.


Nos quedamos sentados allí, yo mirando hacia adelante, Elizabeth mirando sus
manos. El aire era tan denso y casi pude oír el pesado ruido sordo de su corazón.

Las náuseas se arremolinaron en mi estómago en carne viva.

¿Cómo podríamos alguna vez superar esto?

Con la cabeza baja, Elizabeth buscó a ciegas la manija, un sollozo escapando


mientras salía de mi coche.

Saliendo, la arrastré hasta el sendero hacia la puerta principal. En el silencio


estancado que nos rodeaba con fuerza, no había espacio para respirar.

El aire era espeso, pesado, denso mientras me cernía detrás de ella mientras
sacaba sus llaves con torpeza. Temblaba mientras las deslizaba en la cerradura y nos
dejaba entrar en la casa que se suponía iba a ser nuestro hogar.

La puerta se abrió.

Ella entró, deteniéndose en la entrada, de espaldas a mí.


En silencio cerré con pestillo la puerta detrás de nosotros y me deslicé hacia
adelante, mi pecho a un centímetro de su espalda. Una sola luz ardía desde las
profundidades de la cocina. Lanzaba un débil resplandor en la habitación tenuemente
iluminada. Las paredes cerradas a nuestro alrededor, una sensación de cólera y una
avalancha de necesidad. Podía olerla, su pelo rozándome mientras ella inhalaba, su
cuerpo palpitando con la respiración entrecortada.

—¿Lo follaste? —Las palabras cayeron de mí en una acusación lenta. Atadas


con todo el dolor de encontrarlos juntos. 226
Sentí cada uno de sus músculos tensarse, el lento balanceo de su cuerpo
mientras negaba.

—No.

Fue un susurro, suficiente como para debilitar mis rodillas con la oleada de
alivio, todavía alimentada la furia por lo que ella había entregado.

Mis dedos se entrelazaron en su pelo y apenas tiré de su espalda, su mandíbula


elevándose mientras llevaba mi boca a su oído.

—¿Es eso lo que quieres, Elizabeth? ¿Qué otra persona te toque?

Un gemido torturado escapó de su garganta.

—No.

Poco a poco le di la vuelta y la empujé contra la pared junto a la puerta. Su


espalda la golpeó con un ruido sordo.

Un gemido se elevó de las profundidades de ella, escapó como agonía en la


habitación, algo parecido a la tortura comiéndome vivo. Ojos marrones encontraron
los míos y levantó la barbilla, rígida, esta chica rota que me miraba con amargura y
necesidad.

Revoloteé mis dedos por la pendiente de su cuello. Cada gramo del dolor que
me había causado exprimió las palabras que obligué a salir de mi boca.
—Dime que ya no me amas.

Apretó la mandíbula.

Borré todo el espacio que nos separaba, apretándome contra ella mientras se
encogía contra la pared. Aún así, no dijo nada.

Curvé los dedos alrededor de su cuello, el pulgar presionando debajo de su


mandíbula mientras la obligaba a mirarme.
227
—Dime que ya no me amas, Elizabeth.

Un sollozo ahogado salió de ella, rebotó en torno a la tirante tensión de la


pequeña habitación.

Agarré su cara entre mis manos. Mi boca descendió sobre la de ella. Tenía los
labios agrietados, haciendo un mohín y llenos, todo mal y perfectamente correcto. Y
quería borrarlo, borrar al cabrón de sus labios, borrar el pasado.

Elizabeth me besó desesperadamente mientras me arañaba el cuello, los dedos


hundiéndose profundamente, cortándome más mientras luchaba por acercarme.

Más puto dolor.

—Dime... dime que no me amas.

Sus manos se apretaron en mi camisa y me golpeó, golpeó mi pecho.

—Te odio. —Susurró con pena, torturada, sus dedos cerrándose en la piel de
mi mandíbula.

Me besó más duro mientras trababa sus dedos en mi cabello.

Nos encendimos. Un frenesí nos dominó a medida que apretábamos y


aferrábamos, mientras ella mordía y golpeaba y rogaba.

La ira que habíamos dejado sin resolver el día que me fui, pulsaba entre
nosotros, una fuerza que ninguno de los dos podía parar. Mi beso fue exigente,
urgente mientras la consumía. El suyo, desesperado.

Tiré con fuerza de su camisa sobre su cabeza.

—Dime que pare —supliqué. Mi cuerpo tenso, enfrentado con la furia de lo


que ella había hecho, el dolor que había causado, colisionó con la pena que devoraba
a Elizabeth.

Otro sollozo.
228
Mi brazo se enredó alrededor de su cintura, nos dejé caer de rodillas y la
deposité en el suelo. Su pecho levantándose mientras las lágrimas corrían.

Laceró mi piel, reclamó de nuevo.

—Te odio.

La aprisioné, rastrillé mi nariz subiendo por su mandíbula a su oreja.

—Dime que no me amas. —Llegó duro, agudo y severo.

Me dio una bofetada en la cara, antes de que sus dedos se clavaran en la parte
trasera de mi cuello, jalándome hacia ella.

Forzó su boca contra la mía y me volví loco, la besé y la besé, rasgué su ropa,
desesperado por sentirla contra mí. La necesitaba. Oh Dios mío, la necesitaba. Y sin
embargo, me había lastimado, cortado tan profundo, no sabía cómo ver, no tenía ni
idea de cómo dar sentido a nada de esto excepto que me negaba a dejarla ir.

Mis súplicas cambiaron mientras le arrancaba la ropa interior de su cuerpo y


buscaba a tientas el botón de mis jeans.

—Dime que pare, Elizabeth. Dime que pare. —Pedí mientras me liberaba de
mi ropa.

—No te atrevas a parar. —Pasó sus uñas por mi espalda, extrayendo sangre,
su cuerpo pidiendo el mío.— No pares nunca.
Me estrellé contra ella.

Grité en placentero alivio.

Y la follé. La follé y la follé, porque estaba enojado. Enojado de que hubiera


dejado que ese hijo de puta la besara. Enojado que yo le hubiera permitido escapar.
Enojado porque Lillie había sido arrancada de nuestro lado. Enojado de que no había
sido lo suficientemente fuerte como para mantenerla unida cuando se había caído a
pedazos.
229
Y ella estaba llorando, llorando mientras la reclamaba. La marcaba. Tomaba
de nuevo lo que era mío. La sentí convulsionar alrededor de mí, su cuerpo aferrando
mi polla mientras se corría. Aún así, lloraba, lloraba y rugía y sacaba a golpes todo
su dolor contra mi pecho.

Su nombre salió de mi boca mientras me vertía en ella. Fue agonía. Fue


éxtasis. Me desplomé sobre ella, mi pecho contra el de ella.

Elizabeth se quedó inerte debajo mío, pero estaba adherida a mí, llorando
sobre mi piel.

—¿Por qué no la amabas? —Las puntas de los dedos horadando


profundamente, cortando en mi espíritu— ¿Por qué no la amabas? —preguntó con
un sollozo mudo.

Sostuve mi peso sobre mis antebrazos mientras hundía la nariz en el calor de


su cuello. Pasé mis dedos por su pelo, la besé en la mandíbula, susurré en su oído.

—La amé, Elizabeth... tanto... la amaba mucho. —Fue bajo, desigual, una
promesa para aquella que viviría para siempre en nuestros corazones.

Una pequeña que había tocado nuestras vidas.

Una pequeña que las había destrozado.

Un trauma que no pudimos soportar.


Y ella lloró. Elizabeth lloró y me limité a abrazarla.

Finalmente, me puse de rodillas, levanté esta mujer rota en mis brazos y me


puse de pie. Elizabeth envolvió sus brazos alrededor de mi cuello. La abracé a mí, la
besé en la frente mientras la llevaba arriba.

—Te amo, Christian. —Sentí sus palabras más que las oí.

—Lo sé. —Susurré con ternura a su piel, todo lo mío sostenido en la simple
aceptación de lo que había dicho. 230
Con mi pie, empujé para abrir la puerta de la habitación. Cruzándola,
suavemente la instalé en el medio de la cama. Elizabeth me miró con todo el
tormento que había sido reacia a mostrar, con los ojos bien abiertos, la oscuridad
revelando la profundidad real de su dolor.

Mis movimientos fueron mesurados mientras subía a su lado. Tiré de sus


sábanas retorcidas sobre nosotros mientras me ponía de lado y tiraba de ella a mis
brazos.

No hubo resistencia. Tenía los brazos cruzados entre nosotros mientras la


sostenía entera, mi mano en la parte posterior de su cabeza mientras lloraba meses
de miseria en mi pecho.

La abracé, la apoyé de la forma que debería haberlo hecho, incluso cuando


me rechazaba.

—Lo siento mucho —finalmente logré murmurar. Pasé los dedos por la
longitud de su pelo.— Lo siento mucho por todo. Por todo.

Enroscó su mano en la piel de mi pecho, anclando sus dedos profundo.

—No me dejes.

Exhalando, de alguna manera me las arreglé para tirar de ella un poco más
cerca. Nunca la dejaría ir.
—Nunca, Elizabeth. No iba a ninguna parte. Solo estaba esperando que
regresaras a mí.

En todo esto, ese había sido mi mayor error, mi mayor fracaso. Dejarla sola
cuando más me necesitaba.

Otro sollozo se hizo eco de su boca.

—Duele. —Gimió.
231
—Lo sé, cariño, lo sé.

Se ahogó a través de la emoción en su pecho. La abracé con más fuerza.


Nunca más volvería a permitir espacio suficiente para que una cuña pasara entre
nosotros. Nunca me sentaría en silencio. Ya no esperaría.

Susurré en su pelo suavemente:

—Es tiempo, Elizabeth.

Dije esas dos palabras de nuevo, las que habían sido nuestra ruina. No tenía
miedo de decirlas ahora.

—Es el momento de hablar de ello. Hablar de ella. Hablar de nosotros. Tienes


que decirme lo que sientes.

Elizabeth se hundió más, sus lágrimas mojaban sobre mi carne.

—Duele. —Dijo de nuevo.

—Lo sé. Me duele también, pero tenemos que hacerlo.

Esconderlo sólo nos arruinó, destruyó lo que teníamos.

Poco a poco, levantó su cara hacia mí y miré fijamente a la mujer que amaba,
en silencio animándola a abrirse a mí.

Tragó saliva antes de que su rostro se tensara y un torrente de lágrimas brotara


de los pliegues de sus ojos.

—Ese día, Christian. —Sus párpados cerrados como si estuviera tratando de


bloquear el recuerdo, o tal vez estuviera finalmente permitiéndole entrar. Las palabras
eran ásperas, dolidas.— Pasar por el trabajo de parto... fue una tortura. —Me miró,
buscando comprensión.— Se sintió como si la estuviera rechazando cuando lo único
que quería hacer era aferrarme a ella. Pero luego me la trajeron...

Se humedeció los labios, su atención alejándose antes de que se revoloteara


232
de nuevo para buscar mi cara, agonía establecida en cada línea.

—Durante todo ese tiempo, cuando la estuve sosteniendo, seguí pidiéndole


que respirara. Se sentía tan entera en mis brazos que seguía pensando que tenía que
hacerlo. Sólo tenía que tomar aliento una vez y todo estaría bien.

Podía sentir su pánico, el dolor que rodaba a través de ella, mientras apretaba
en su garganta y golpeaba con furia en su pecho.

Quería repararlo, repararla a ella, para protegerla, pero sabía que teníamos
que hacerle frente y enfrentarlo iba a doler. Todo, el dolor de lo que habíamos perdido
y el desastre que habíamos creado a su paso.

Mis brazos se estrecharon alrededor de su cuerpo. Se sentía tan frágil en mis


brazos, tan delicada. Escalofríos la sacudían mientras temblaba en mi abrazo.

—Cariño, sé que duele, pero tienes que decirme. Nunca vamos a superar esto
si no hablamos el uno con el otro.

Sus dedos hurgaron en mi piel, como si buscara un ancla. Sus palabras


salieron con una aglomeración de dolor, insoportable mientras, una vez más se
rompía.

—Cuando se la llevaron, fue como si la realidad finalmente me golpeara y ese


fue el momento en el que me di cuenta de que ella nunca lo haría, Christian. Mi niña
no iba a respirar y cuando se alejaron por la puerta con ella, se llevó mi capacidad de
respirar también.
Y estuve allí otra vez, con ella, viendo a través de sus ojos. Y Dios, era
jodidamente devastador.

—Me sentí como si me estuviera ahogando Christian y pensé que me iba a


morir. Y tú... tú fuiste el que me obligó a hacerlo. Tú fuiste el único que me dijo que
era el momento. —Cerró los ojos con fuerza.— Dios, es tan difícil hablar de esto, lo
he mantenido dentro durante tanto tiempo.

—Nena... tómate tu tiempo.


233
Respiró hondo, parpadeando mientras lentamente negaba con la cabeza.

—Ahora sé lo loco que fue, Christian. Te culpé por algo que no podías
controlar, pero se sentía como si estuvieras en mi contra, como si no estuvieras
luchando por ella de la manera que yo lo estaba. Te odié por ello.

Al oírla decirlo otra vez me golpeó en las entrañas. Sabía que lo había hecho,
pero también sabía que venía de un trauma, del choque, que había estado perdida
para sesgar emociones porque no sabía cómo hacer frente a la pérdida.

Acuné su mejilla, mi pulgar pasando sobre la manzana de su mejilla.

—Está bien, Elizabeth. Simplemente dime... quiero oírlo. Necesito escucharlo


para que pueda entender.

Me miró con los ojos llorosos, con una expresión intensa.

—No la abrazaste. —Su boca tembló mientras lo decía. Apartó la mirada y


luego llevó su atención de nuevo a mí.— Sé que lo que te dije fue egoísta, porque sé
que la amabas. Pero eso me hizo daño y sólo se añadió a la rabia que sentía hacia ti.
Cada vez que te veía, el dolor casi me derrumbaba. No podía sentir nada más que la
pena, el dolor y el odio. Y el dolor sigue ahí —enfatizó.— Necesito que sepas que
tengo miedo y estoy confundida yaciendo aquí contigo, pero el dolor ya no está
oscureciendo lo que realmente siento por ti.

Esperanza serpenteó en su voz.


—En las últimas semanas, lo he estado sintiendo, pequeños destellos de algo
que se sentía como si me estuviera llamando. Me tomó besar a Logan esta noche para
darme cuenta de lo que era. Eras tú.

—Ver eso esta noche... me mató, Elizabeth. Me volvió loco de celos. —Le di
la vuelta sobre su espalda y me apoyé, cerniéndome sobre ella. Mis dedos se
arrastraron para situarse extendidos sobre su pecho, presioné mi mano sobre su
corazón mientras miraba hacia abajo a los ojos marrones que me buscaban a través
de nuestra miseria.— Porque ya sabía eso, Elizabeth. Ya sabía que me pertenecías al 234
igual que yo te pertenezco. —Dejé caer mi mirada al espacio vacío cerca de su cabeza.
Traté de frenar la profundidad de la rabia que los celos habían evocado en mí.
Entonces entrelacé mi mirada con la de ella.— Me heriste, Elizabeth. No voy a
mentir y decirte que está bien, porque no lo está. Eres mi vida, pero tienes que tomar
la decisión de si vas a vivirla conmigo, incluso cuando esa vida traiga dificultades que
no queramos enfrentar.

Pena torció su cara, pero continué:

—Nunca seré capaz de expresarte cuánto siento que te empujara a dejarla ir.
Fue una estupidez, pero pensé que te estaba protegiendo y que te hacías daño al
continuar aferrándote a ella todo ese tiempo. Debí dejarte tomar la decisión cuando
estuvieras lista.

Dedos vacilantes revolotearon a lo largo de mi pecho. Tristeza profundizó las


líneas en su rostro. Empuñó su mano como si tuviera que tomar valor para lo que
quería decir. Su voz salió tranquila, desigual en su admisión.

—Pero esa es la cosa, Christian, nunca habría estado lista para dejarla ir. Y
creo que lo sabías. Me conoces. Me conoces como nadie más lo hace, de una manera
que nadie más lo hará. Te culpé por lo que nunca fuiste responsable. Ni siquiera podía
mirarte porque representabas todo lo que había querido, todas mis esperanzas, mis
esperanzas para esta niña y para nuestro matrimonio. En un día se hizo añicos.

Deslizó su mano por mi cuello, acunó mi mandíbula, sus ojos ardiendo en los
míos.
—Tengo miedo porque cuando tú y yo estamos juntos, soy tan feliz. Se siente
como si cada vez que me entrego a ti, fuera golpeada con el peor tipo de devastación.
Tengo miedo de lo que me haces sentir. Es tan intenso que a veces es abrumador.
Pero esta noche, con Logan... —Desesperadamente tomó mi mano, se arqueó hacia
atrás para poder colocar la palma sobre su corazón—. Nadie puede tocar esto,
excepto tú. Mi corazón te pertenece al igual que cualquier otra parte de mí lo hace.
Todo esto... todo de mí. Soy tuya.

Todo me daba vueltas, tambaleante por la profundidad de sus palabras. Por lo 235
que significaban.

—Te amo, Elizabeth. Nada puede cambiar eso.

—Siento tanto que otra persona tuviera que tocarme para darme cuenta de
eso, para traerme de nuevo a la realidad. Si hubiera resistido un poco más, lo habría
visto, Christian. He sentido un cambio en mí, un rayo de luz cuando estaba tan
perdida en la oscuridad. Sé que se habría encendido sobre ti.

Pasé los labios sobre los de ella, el paso más suave, un abrazo.

Me echó los brazos al cuello y enterró su cara en mi cuello.

—Nunca voy a conseguir olvidarla.

Un suspiro roto salió de mí, porque entendí la verdad de sus palabras. Eran
mi verdad, también.

—Nadie espera que la olvides, Elizabeth. Ninguno va a curarse nunca


completamente. Perdimos a nuestra niña. Eso es algo con lo que vamos a tener que
lidiar para siempre. Nunca va a dejar de doler, pero irá mejorando y tenemos que
atravesar por ello juntos.

Teníamos que creer que nuestra pequeña estaba a salvo, libre, que no estaba
sola o sintiendo algo de este dolor que llevábamos por ella.

Elizabeth lloró, abrazándome más fuerte.


Pasé la mano por su pelo, le susurré en su cabeza.

—La gente no siempre llega a amar así, Elizabeth. No de la manera que lo


hacemos. Es un regalo.

Me moví para poder mirarla.

—Por favor, no se te ocurra dejarlo ir.

236
Epílogo
Traducido por Natyjaramillo97
Corregido por Yanii

Elizabeth
Siete meses después 237

Una brisa gentil corrió a través del creciente oleaje. Las olas del océano se
desplomaron, chocando mientras rompían en la costa. Rayos de sol atravesaban
entre las lagunas en la fina capa de nubes que colgaban en el cielo de la tarde. Mis
pies descalzos se hundieron en la húmeda arena, un sentimiento que había amado
desde que era una niña pequeña.

Paz me lleno como un cálido abrazo.

Él se paró en nuestra playa justo al lado en la distancia. Mechones de cabello


negro golpearon su frente mientras el viento soplaba. Su cara era todavía toda de
ángulos afilados, su mandíbula fuerte, esos labios enfurruñados y llenos.

Pero sus ojos. Eran raros, sabios y amables.

Mi corazón se aceleró mientras una corriente de energía nerviosa me recorrió.

Sí, Christian Davison todavía se las arreglaba para robarme el aliento. No era
diferente a hace diez años cuando caminó por las puertas de ese café y cambió la
dirección de mi vida.

Supongo que debí haberlo sabido entonces, la manera en que me había hecho
sentir como si golpeara algo suelto dentro de mí, desatando algo que no sabía que
existía.
Lizzie miró hacia mí. Su largo cabello negro estaba todo atado en un elegante
moño. Era hermoso y la hacía ver mucho más grande, pero ella insistió en tener el
cabello como el mío. Tenía casi siete, pero hoy mientras pausaba y me miraba con
una sonrisa significativa, su boca suave y sus ojos azules aún más suaves, sé que mi
niña pequeña sabe exactamente lo que este día significaba para nosotros.

Al final del camino de arena, se giró hacia la izquierda y tomó su lugar.

Todos nuestros invitados se levantaron y me enfrentaron. Había pocos, dos


238
cortas filas de sillas situadas en cada lado. Esta era la manera en que Christian y yo
lo queríamos.

La boda que nos perdimos hace casi un año atrás estaba supuesta a tomar
lugar en una gran iglesia rebosante con todas las personas que conocíamos - amigos,
familia y conocidos.

Hoy sólo estaban aquellos más cercanos, aquellos que en verdad comprenden
lo que tuvimos que pasar para llegar aquí.

A la izquierda, mi hermana, Sarah, estaba rodeada por su esposo y dos hijos.


Carrie, mi hermana menor, me sonrió desde dentro de la mezcla. Mi madre, estaba
ahí, su expresión tan amable, tan gentil desde el fondo de la fuerte mujer que ha
trabajado su vida entera para cuidar de nosotros. Había unos cuantos otros, mi tía y
unos cuantos primos.

Mire hacia la derecha. La tía de Christian, una mujer que llegue a conocer
sólo esta semana, de pie radiante, al costado de su esposo que tenía su brazo
alrededor de su cintura. Ellos dijeron que no se perderían esto, por nada en el mundo.

Mi atención viajo a la primera fila y se centró en Claire. Una sonrisa


melancólica se levantó en un lado de su temblorosa boca. Nuestros ojos se
encontraron. Los suyos estaban vidriosos y rojos. Ya estaba llorando, doblando un
pañuelo entre sus dedos. Articuló: “Gracias.”
Emoción se expandió por mi pecho, llenándolo todo, haciéndome difícil
respirar. Pero la pérdida de aliento esta vez no era por dolor como solía ser. Esto era
alegría.

Era yo quien debía agradecerle, a la que debería agradecerle por el resto de mi


vida por su hijo.

Mi atención se dirigió hacia él. El hermoso hombre de pie, mirándome,


esperándome, como si yo fuera su vida.
239
Sabía que lo era, tan segura como que él era la mía.

Nunca más me alejaría de él.

El violinista se movió, las cuerdas sonando con la canción que habíamos


elegido para este día. Se balanceaba con el viento, chocaba con las olas, una suave
canción de amor que se elevaba a un hermoso crescendo que me llamaba a casa.

Mis pasos eran lentos. Tal vez porque estaba disfrutando cada uno, como si
ellos representaran un obstáculo que tuvimos que escalar, las pruebas que tuvimos
que superar. Tal vez eran un triunfo, una celebración.

Aunque cada paso era mesurado, en realidad, estaba corriendo hacia él.

Corriendo hacia mí para siempre.

Porque descubrí que no tendría uno sin Christian.

Era mi todo.

Me detuve a treinta centímetros de él. Sonrió con esa sonrisa, de esa que
revuelve el estómago, tambalea corazones, destroza tierras.

La que era sólo para mí.

Suavemente inclinó su cabeza hacia un lado, tantas palabras habladas en sus


expresivos ojos, su amor y su devoción, sus esperanzas y sus sueños. Tomó mi
mentón y corrió su dedo por mi mejilla.
—Chica hermosa. —Susurro en el viento.

Cubrí su mano con la mía, presionándola más cerca mientras cerraba mis
ojos.

Y yo amando.

Amando a este hombre.

Mis ojos revolotearon y atrapé la expresión de Mathew desde dónde estaba 240
detrás de Christian, de pie, como su padrino. ¿Quién más podría ser? Él estuvo a mi
lado, a nuestro lado por mucho tiempo. Es nuestro mejor amigo, nuestra familia. Sus
bondadosos ojos cafés nadando en suave afecto, en alivio y felicidad por algo que
había deseado para mí por muchos años. Él siempre me había dicho que quería
verme feliz.

Y en verdad lo era.

Christian deslizo su mano de mi mejilla a mi cuello, su cálida palma contra


mi fría piel mientras lo arrastraba hacia abajo por la extensión de mi hombro
desnudo, sobre mi codo y todo el camino hasta mi mano.

Frío corrió sobre mi piel, su toque encendiendo dentro de mí. No más


desconocido. Esta necesidad la conocía bien. Era algo que sólo encontraba en él, una
seguridad y una carga de deseo.

Unió nuestros dedos mientras nos girábamos a ver al ministro que estaba de
pie frente a la simple rotonda floral.

Natalie camino hacia adelante, beso mi mejilla mientras cogía mi ramo. Mi


dama de honor retrocedió detrás de Lizzie. Su sonrisa amplia, como si estuviera
conteniendo la risa, deleite incontenible mientras nos miraba a Christian y a mí
comenzar una nueva etapa de la travesía que comenzamos tantos años atrás.

Y con mi familia rodeándome, las personas que me han visto pasar por tanto,
le prometí mi vida a Christian.
Nuestros votos fueron simples.

Estaré juntó a ti por siempre.

Nosotros ya sabíamos lo que eso significaba, que habían dificultades que


tendríamos en enfrentar, que habría tristeza. Pero que también habría alegría.

Y viviría cada uno de esos días con Christian.

El ministro nos declaró marido y mujer. Christian se giró hacia mí y por unos 241
cuantos momentos, sólo nos paramos viendo al otro. Este hermoso hombre que me
había tocado, que me cambió y ajusto a la persona en la que me convertí.

Su agarre era gentil mientras me alcanzaba y tomaba mi cara en sus manos,


sus dedos extendidos mientras inclinaba mi cabeza hacia arriba para encontrarme
con su mirada penetrante.

Una ráfaga de viento pasó entre nosotros, el olor del océano corriendo por la
genial, brisa de primavera. Hebras errantes de mi cabello volaron a nuestro alrededor,
balanceándose en nuestra piel y estimulando nuestros espíritus.

Ojos azules ardieron mientras me miraban. Por un destello, su agarre firme,


y en él, hizo otra promesa.

Nunca te dejare ir.

Luego su boca descendió a la mía, sus manos en mi rostro y su agarre en mi


alma. Este beso era lento, irritante, fuego, hielo, siempre demasiado pero nunca
suficiente. Mis dedos encontraron su camino dentro de la chaqueta de su traje
mientras él me inclinó hacia atrás. Pasión se extendió por nosotros antes de que
viajáramos a este placer consumidor. Luego estaba sonriendo en mi boca y yo estaba
riendo y llorando mientras pasaba mis brazos alrededor de su cabeza. Él me levanto
del piso en sus brazos, dando vueltas conmigo.

—Te amo, Elizabeth Davison.

Me incliné hacia atrás para poder ver su cara.


—Te amo, Christian. Por siempre.

Lizzie rió, corrió a nuestro lado mientras Christian me ponía en mis pies. La
levantó en sus brazos. Hoy, ella no parecía quejarse, sólo se reía mientras se agarraba
alrededor de su cuello, El agarre de Christian se aferró a mi cintura.

Me quede de pie meciéndome en los brazos de mi pequeña familia. Vítores


se levantaron de la pequeña reunión, aquellos que estaban allí porque nos amaban,
porque deseaban lo mejor para nuestra vida, mientras nos bañaban en bendiciones,
242
apoyando nuestras esperanzas y este sueño inmortal.

Y estaba feliz. Intensamente. Completamente.

Risa corrió por mi garganta mientras pasaba mis dedos por el cabello de
Christian. Alcé la cara al techo de espejos, su boca en mi cuello. Me tenía presionada
contra el ascensor mientras subía hacia el último piso del hotel.

—Mmm... Hueles tan bien. —Un roce de su boca, una mordida de sus
dientes.

Gemí mientras apreté mi agarre.

Un gemido retumbó en su pecho y besó a lo largo de mi clavícula.

El ascensor sonó y las puertas se separaron. Christian alzó la cabeza de golpe,


tan rápido como se disparó una sonrisa en su cara. Agarró mi mano, jalándome
detrás de él mientras rebuscaba por la llave, como si no pudiera llegar a nuestra
habitación lo suficientemente rápido.

De repente me hizo girar y me llevo a sus brazos. Grité antes de acurrucarme


en la perfección de su agarre, situando mis brazos alrededor de su cuello.
Maniobró para poder deslizar la llave por la ranura y pateó la puerta para
abrirla del todo.

—¿No se supone que deberías cargarme por el umbral de nuestra casa, no del
hotel? —Le lance una sonrisa coqueta, mi boca se curvó con la fuerza de este amor.

Se dobló hacia un lado para que ambos entráramos por la puerta. Diversión
brilló en sus ojos. Destellando con alegría.

—Bueno, estaría feliz de hacer eso también. Pero esta noche, estoy cargando 243
a mi esposa a través de estas puertas y una vez que pase tras ellas, voy a hacerle el
amor una y otra vez. ¿No tienes algún problema con eso, o sí, Sra. Davison?

Reí un poco más, sin ser capaz de comprender esta felicidad, la manera en
que se sentía, un zumbido de energía quemando bajo mi piel mientras Christian me
cargaba dentro de la suite en el punto más alto del centro de San Diego.

Nos llevó dentro de la costosa suite. Velas brillaban por todo el lugar de la
sala de estar, parpadeando mientras saltaban y centellaban en los ventanales del piso
al techo frente a la bahía. Aguas negras ondeaban y bailaban a la luz de la luna que
colgaba bajo en el cielo oscuro.

—¿Quien hizo esto? —susurré.

—Pude haber tenido un poco de ayuda de tu hermana y Natalie. Es por eso


que dejaron la recepción un poco antes.

Mordí mi labio tras mi asombro, gire mi cara roja hacia el collar de su


abotonada camisa blanca y respiré a este magnífico hombre. Horas antes, se había
deshecho de la sofocante chaqueta y retirado su corbata.

No me había podido decidir si me gustaba más en traje o en sus jeans de


cintura baja.

Sus elegantes zapatos hacían eco en el suelo de mármol mientras cruzaba la


sala de estar hasta el cuarto. Aquí, también, velas se asentaban en cada superficie.
Llamas titilaban y bailaban, causando sombras sobre la larga cama cubierta en lino
de felpa blanco, las sábanas desechas esperando por nosotros, con una masa de ramos
florales llenando el espacio.

En el fondo nuestra canción sonaba.

—No necesitaba todo esto. —Susurré en la calmada habitación.

—No, pero te lo puedo dar. ¿Así que por qué no lo haría? —Su expresión
cambió, su mandíbula manteniéndose tiesa. La jocosidad que nos había seguido todo
el camino desde nuestra fiesta de recepción, dentro de la limosina y hasta aquí a 244
nuestra suite había desaparecido. En su lugar una intensidad diferente, su expresión
severa. Líneas se ajustaron en sus cejas. Un denso peso lleno la habitación y, en el
suave destello de las llamas, vi la emoción juntarse en su rostro.

Lentamente me puso de pie.

Un gran nudo se formó en mi garganta cuando Christian retrocedió, su


descarada mirada acariciando mi cuerpo.

El cabello apilado arriba en mi cabeza comenzaba a derrumbarse con la


diversión de esta tarde, los bailes y los besos y las manos que Christian parecía no
poder apartar del complejo moño. Partes colgaban sueltas, cepillando hacia abajo
sobre mi hombro desnudo y cayendo en la parte de arriba de mi vestido sin tirantes.

Era el mismo vestido que había colgado en su bolsa en la parte de atrás de mi


armario por tantos meses, en el que había estado tan ansiosa por estar delante de
Christian mientras le prometía mi vida. Tuvo que ser alterado, el vestido
originalmente estaba hecho para acomodarse a mi vientre hinchado, pero este vestido
siempre había sido para él.

Me sentía hermosa vistiéndolo ahora.

Él pasó las yemas de sus dedos bajo mi mandíbula, dejando que


permanecieran en el hueco de mi cuello.

—Eres la mujer más exquisita, Elizabeth. Nadie se compara contigo. Ni una


sola alma.
Temblé en su toque, conmocionada con sus palabras.

¿Cómo era posible que aún me hiciera sentir de esta forma?

Me tomó por los hombros y me guio para girarme. Su aliento chocaba contra
la parte trasera de mi cuello.

Los finos bellos de mi nuca se levantaron y escalofríos corrieron por mi espina


dorsal.
245
Dedos expertos trabajaron en el botón de la perla pequeña en la parte superior
de la cremallera del vestido. La piel de gallina brilló a través de mi carne mientras
Christian la liberaba y comenzaba a bajar la cremallera, mi piel lentamente expuesta.

El vestido se apiló en un montón a mis pies.

—Hermosa. —Susurró.

Vestía un bustier blanco que caía bajó en la espalda, un corpiño forrado de


satín presionaba mis pechos juntos levantándolos, las bragas que combinaban eran
todos de satín y encaje; y un par de zapatos de tacón blancos que me había puesto
cuando dejamos la playa.

Por un momento, sólo estuvimos ahí de pie, la presencia de Christian


quemando en mi interior desde atrás.

Finalmente, me tocó, sus palmas deslizándose bajo mis caderas hacia mis
muslos, antes de recorrer el mismo camino hacia arriba, aplicando presión mientras
me giraba. Su boca se curvó en un gentil cariño cuando tomó mi mano y me ayudo
a salir del montículo de tela agrupado en el suelo.

Tomó un paso hacia atrás, dejando deambular sus ojos mientras contemplaba
cada centímetro de mí.

Sonrojo floreció en mi pecho y se expandió hasta mis mejillas. El hombre me


había visto en lo peor y en lo mejor; y me había hecho el amor incontables veces.
Todavía, su mirada se posaba en mí en una lenta apreciación, como si me estuviera
desvistiendo por primera vez.

Una franja de piel desnuda estaba expuesta entre el corpiño y mis bragas y la
atención de Christian se centró en ella. La alcanzó, su pulgar derecho pasando
cariñosamente sobre el tatuaje que descansaba en la parte delantera de mi cadera
izquierda.

La pequeña ave negra ha desplegado sus alas, su espíritu libre.


246
Mi Lillie.

Christian tenía uno que coincidía.

Hemos dado juntos otro paso que se sentía como sí lentamente estuvieramos
curando. He llegado a darme cuenta que estaba asustada de que seguir adelante
significara que tendría que dejarla ir. Ahora sabía que no era verdad. Aunque no se
nos permitió quedárnosla, por siempre viviría en nuestros corazones.

Nuestro por siempre.

Ella siempre sostendría una parte de eso.

Siempre sentiría la pérdida de Lillie. Su memoria siempre dolería, pero


aprendí a encontrar alegría en ella, en el amor que Christian y yo compartíamos por
ella, con la esperanza infinita me di cuenta de que necesitábamos llevar a cabo en su
nombre.

Christian acunó mi cara en sus manos, una tormenta de intensidad cruzando


por sus ojos.

—Te amo, Elizabeth. Más de lo que alguna vez sabrás. Me has hecho
absolutamente el hombre vivo más feliz.

Pasé las yemas de mis dedos sobre sus ángulos afilados de su mandíbula,
dejándolas revolotear hasta trazar la curva de sus labios.
—Pero lo sé, Christian. Porque no hay manera de amarte más de la que yo te
amo ahora. Ningún placer mejor que este.

Sus manos se deslizaron hasta mi cuello y sobre la superficie de mi hombro,


se inclinó para alcanzarme por detrás desabotonando los pequeños ganchos que
mantenían unida la ropa interior.

Una ola de frío chocó sobre mi piel, y mis pezones se endurecieron mientras
se encontraban con el aire. Christian bajó su cabeza, se apoderó de mi boca, su beso
247
fuerte y lento mientras el rodeaba mis senos con la yema de sus pulgares.

Un pequeño gemido se deslizó por mi garganta. Christian lo devoró mientras


intensificaba su beso, acariciando mi lengua con la suya.

Mordí su labio inferior mientras buscaba el botón en su cintura de su pantalón,


liberándolo, recorrí a través de los botones de su camisa. Mis palmas llegaron flojas
a su pecho y tiré de su camisa libre de sus hombros.

Pateando sus zapatos y medias, Christian torció la camisa. Bajé su pantalón,


llevando su ropa interior con ellos.

Mis ojos vagaron y trazaron, adorando a este hermoso hombre que amaba
con cada gramo de mi vida.

Me levantó y me colocó en el centro de la cama, sus músculos contrayéndose


mientras se arrastraba hacia mí. Me jaló por las rodillas, suavemente presionándolas
aparte mientras corría sus palmas por el interior de mis muslos.

Un camino de fuego quemó en su mirada y palpitó entre mis piernas.

Torció sus dedos en el borde de mis bragas y las arrastro hacia abajo,
inclinándose para lamer sus labios en un tortuoso camino detrás de ellos.

—Christian, por favor.

El hombre siempre estaba haciéndome rogar.


Una suave risa salió de él mientras se movía para cernirse sobre mí, bajando
para besar, largo y duro. Gimió, el sonido una vibración de su boca que choco directo
a través de mí. Dejó sus dedos vagando entre mis muslos, pasando sus nudillos por
la piel sensible.

Gemí.

—Mírate. —Susurró mientras se acomodaba entre mis piernas. Su erección


deslizándose contra mis pliegues. Una mano tomó mi quijada, e inclinó mi barbilla
248
hacia arriba.— Mi esposa.

Luego me tomó toda, cuerpo y alma. Todo de mí. Siempre.

Nuestros cuerpos se unieron, nos movimos lento. Mis dedos se tejieron en la


promesa de él y él los mantuvo anudados entre nuestros pechos. Estábamos nariz
contra nariz, aliento contra aliento.

Christian miro abajo, hacia mí, mientras me hacía el amor por primera vez
como mi esposo, el hombre al que le estaba dando todos mis días.

Nuestras vidas nos habían llevado en tantas direcciones. Nos habían


concedido tanta alegría y agobiado con tanto dolor. Habíamos sido forzados a tomar
caminos que no queríamos tomar, cegados por lo imprevisto, tomado caminos que
nos habían llevado a lo inesperado.

Mis ojos estaban fijos en el que esperó al final de cada una de mis rutas. Mi
destino. Aquel del que nunca podría escapar.

—Te amo, Christian. —Susurré, una promesa, un juramento.

Christian me acaricio tras mi oreja, luego inclinó su boca para susurrar en ella.

—Lo hicimos, Elizabeth.

Y Christian me amaba, de la manera que sólo él podía.

Y yo lo sabía. Sabía que él sería mí por siempre.


Christian
Un año después
249
Me pare en la larga ventana, mirando fuera hacia la cercana oscuridad.

Cuando la noche se había vuelto profunda, había escalado desde la cama


donde había permanecido por horas, sin poder dormir. Me deslicé de la cama, atraído
a la pacífica escena pintada afuera.

El cuarto de luna colgaba baja en el cielo. Brilló a través de las turbias aguas
del mar embravecido. Ramas de árboles golpeaban las paredes, una fuerte ráfaga de
viento azotaba la tierra. En la distancia, las olas se precipitaban a la orilla y chocaban
en la playa.

Podría permanecer aquí por horas. Sólo escuchando, perdido en mis


pensamientos.

Cinco meses atrás, finalmente encontramos la casa perfecta. Era una


estructura hermosa, cinco habitaciones, una cocina en la que Elizabeth estaría feliz
de vivir y un extenso patio.

Sí. Daba a nuestra playa.

Lizzie se pasaba días enteros afuera jugando en la grama, balanceando sus


piernas furiosamente en su columpio, caminando a la mano de su madre, descalzas
en la arena.

Tanto como amáramos esto, Elizabeth y yo sabíamos que las paredes solas
no significaban nada. Era lo que las llenaba lo que contaba, la risa que hacía eco en
ellas, la felicidad que contenían.
Alegría reinaba aquí.

Eso no significaba que no hubiera días malos. Habías todavía tiempos en los
que encontraba a Elizabeth en sus rodillas en el enorme vestidor continúo a nuestra
habitación. La manta de Lillie hecha una bola en sus brazos. Meciéndolo como si
estuviera meciendo al bebé que en verdad nunca tuvo la oportunidad para hacerlo.
Lloraba y susurraba incoherencias, que le encantaba y adoraba. Luego se secaba las
lágrimas y se colocaba de pie, guardando ese precioso símbolo hasta que se sentía
obligada de nuevo a sumergirse en ellos. Nunca tuvo la fuerza para deshacerse de 250
ellos, de poner alguno en exhibición, en cambio los escondía como su propio tesoro
enterrado.

Estaría esperando por ella, inclinado contra el marco de la puerta. Elizabeth


me lanzaría una sonrisa triste mientras yo la jalaba entre mis brazos y ella
murmuraría en mi camisa cuanto la extrañaba.

Y nosotros estábamos bien con eso, dando la bienvenida a esos días porque,
aunque dolieran, le pertenecían a Lillie.

Otra ola chocó y el océano se movió.

Tras de mí, la cama chirrió, un suave crujido de sábanas. Miré sobre mi


hombro.

Elizabeth se sentó a un lado de la cama, arqueándose mientras apretaba las


manos en su espalda baja. Su largo cabello caía en ondas mientras levantaba su
barbilla, estirándose a lo largo de la cama mientras estiraba el cuello.

Mi aliento quedó atrapado.

Belleza. No había otra manera para describirlo.

Ella siempre me recordaba a la miel, el dorado brillo de su piel, la dulzura de


su boca, la calidez en sus ojos.

Comencé a caminar hacia ella, susurrando:


—¿Qué haces despierta, bebé? Necesitas descansar.

Parpadeó hacia mí a través de las sombras de la oscura habitación. Casi hizo


pucheros.

—Muy incómodo.

Soltó un aliento tenso entre los labios fruncidos.

Me agaché entre sus rodillas. Mis dedos se arrastraron hasta la parte superior 251
de su pierna y alrededor de su espalda donde le di un masaje profundamente en sus
caderas, donde ella siempre parecía estar adolorida.

Dejo escapar un tenue gemido.

—Eso se siente bien.

—Desearía poder hacer más.

—Sólo continúa haciendo lo que estás haciendo y soy una chica feliz.

Su ajustada camiseta se había enrollado hacia arriba. Agrupado justo debajo


de sus hinchados senos. La gran protuberancia se disparó entre nosotros, su ombligo
estirado al máximo.

Elizabeth estaba cinco días pasada de su fecha de parto.

Una sonrisa apareció en la esquina de mi boca.

Aparentemente mi hijo era terco.

Tres meses después de nuestra boda, descubrimos que Elizabeth estaba


embarazada de nuevo. La noticia de este embarazo no fue recibida con la emoción
del anterior, con la salvaje expectativa de lo que sería. En cambio fue recibida con
manos temblorosas e inquietud.
Pero nos dimos cuenta de que esta vida se merecía la oportunidad, que
tendríamos que respirar y vivir y amar; y no podíamos permitir al miedo que nos
detuviera.

No quería decir que no había persistentes preocupaciones, el pánico que


apretaban los ojos de Elizabeth si pensaba que había pasado demasiado tiempo desde
la última vez que lo sintió moverse.

Por nuestra paz mental, la Dra. Montieth nos recomendó conseguir un


252
monitor del corazón para la casa. Ella nos enseñó cómo utilizarlo, lo que
necesitábamos buscar y de lo que debíamos preocuparnos, el torbellino acelerado de
su corazón la promesa de que él estaba bien.

Elizabeth miró hacia abajo mientras pasaba su mano sobre su estómago,


mordió su labio mientras miraba hacia mí bajo la valla de cabello que había caído en
su cara.

Levanté el brazo y lo peine había atrás.

Ella lo acuno entré sus manos.

—Desearía que viniera —susurró. Una sonrisa tembló en su boca.— No


puedo esperar para conocerlo.

Deslicé mis manos alrededor de sus lados y de su parte delantera, cubrí el


agarre de Elizabeth en el mío mientras nos zambullíamos en la anticipación.

—Nunca he estado tan listo para algo, Elizabeth.

Ella sonrió un poco antes de que un bostezo la tomara. Se rió mientras trataba
de ocultarlo detrás de su mano.

Le di un codazo a su barbilla con el gancho de mi dedo índice.

—Necesitas obtener un poco de descanso. Tengo el presentimiento de que no


tendrás mucho muy pronto.
Rió de la manera más linda.

—Sí, creo que no se podrá esconder aquí dentro por siempre.

Trepé a la cama con ella, puse las sábanas sobre nosotros mientras la
acurruqué contra mi pecho. Se enroscó contra mí, su delicada mano cubriendo la
mía donde la descansaba en la pared de su relajado vientre.

Satisfacción vibraba entre nosotros.


253
Su respiración nivelada como un bálsamo calmante, rápidamente me llevo al
sueño.

Un estremecimiento de energía aumentó en la sala, una ovación de aliento.

—Casi estas ahí, Elizabeth. Dame otro gran puje. —La Dra. Montieth
articuló.

Sudor empapaba la frente de Elizabeth, mojando su cabello. Agarró mi mano


mientras se inclinaba y gritaba.

Por un momento, hubo un silencio mientras nuestro hijo se escurría a las


manos de la Dra. Montieth. El tiempo pareció detenerse mientras miraba los
movimientos frenéticos que se había desacelerado en mi mente. La doctora lo
sostuvo en una manta azul, una mano en la parte de atrás de su cuello como sí lo
volteara al revés, la otra succionando fuera de su boca y nariz.

Sangre lo manchaba, cubriéndolo todo, este pequeño niño que ya sostenía mi


corazón.

Mi visión se nubló.

Luego lloró.
Este chillón, sorprendido llanto que le daba la bienvenida al mundo.

Otra manta fue lanzada en la barriga de Elizabeth y lo pusieron de lado, dos


enfermeras limpiando su pequeño cuerpo.

Y él estaba llorando y llorando. El hermoso sonido resonaba por la habitación


mientras sus pequeños brazos y piernas se agitaban.

Temblando incontrolablemente, Elizabeth lo alcanzo, palmeo su cabeza con


una mano inestable. Él reaccionó, inclinándose a su toque como sí la buscara, su 254
llanto un murmullo mientras su boca se torcía hacia un lado porque el niño ya la
conocía.

Y ella lloró, lágrimas de alivio y de alegría, un torrente de emociones


derramándose de esta maravillosa mujer. De la mujer que contenía mis sueños, la
que sostenía mi futuro.

Corrí a alisarle el cabello hacia atrás que estaba empapado en sudor, deje caer
la frente a la de ella, me perdí en el calor de sus ojos marrones.

—Lo hiciste. —Solté como un susurro desesperado mientras la besaba en la


boca, mientras besaba a la mujer que amaba con toda mi vida.— Tu niña hermosa.
Lo hiciste.

Me paré en la ventana, observando la noche, meciéndose en un lento


balanceo. Olas se precipitaban, estallando en la orilla. Un suspiro de satisfacción
brotó de mí mientras me mecía de lado a lado.

Myles se retorció en la seguridad de mi agarre, acurrucado en mi brazo. Era


un revoltoso, el pequeño revoloteaba por ahí con un rollo inquieto, extendiendo la
cabeza hacia atrás.
No pude contener mi sonrisa.

Estaba bien.

Mi hijo era terco. Él sabía exactamente lo que quería y cuando lo quería.

Estirando la pierna libre, flexionó su pie, clavando un dedo del pie en mi piel.
Apretando contra el lado de su cara, apretó y aflojó un pequeño puño. Él hizo un
gesto con la boca abierta hacia mi pecho, su lengua sobresalía entre sus labios como
si estuviera buscando, cazando. 255
Pero claro que lo estaba.

Quería a su madre.

Sacudiéndose hacia otra dirección, peleo con su puño, tratando de meterlo


dentro de su boca. Él estaba haciendo todos estos pequeños sonidos, sonidos
vibrantes que no eran como el llanto.

—Shh... —Lo arrulle, rebotando lo más suave.— Vamos a dejar que mami
duerma sólo un poco más. ¿Crees que podrías hacerlo? No es tu hora para comer
todavía.

Al sonido de mi voz baja, miro hacia mí con sus grandes ojos azul tormenta.

Amor me consumió, llenó cada rincón de mi ser mientras miraba hacia abajo
a su perfecta cara.

Mi hijo.

Elizabeth insistía en que esos ojos azules oscuros se volverían como el color
de los míos. Decía que Lizzie había sido casi igual. No me había convencido todavía.
Su cabello era brillante, una capa delgada que ni siquiera cubría la parte superior de
su cabeza, tal vez él iba a heredarlo de su madre, este hermoso niño que había
completado nuestro hogar.
Se agitó un poco más y comencé a pasearme por el lugar, esperando poder
darle a Elizabeth unos cuantos minutos más de sueño.

Lo levanté para acariciar su mejilla.

—¿Porqué no vamos a chequear a tu hermana mayor? —murmuré a la


suavidad de su piel.

Me reí bajito cuando su boca succiono mi mejilla, acomodándose, buscando,


explorando. Uñas pequeñas arañaron mi cara, escarbaron como un abrazo que fue 256
directo a mi corazón. Besé las puntas de sus dedos mientras se estiraban a mis labios.

Me deslicé fuera de nuestra habitación, a través del espacio de estar, hacia el


otro lado de la casa. La puerta de Lizzie estaba parcialmente abierta, la luz de noche
que brillaba en el interior iluminaba su hermosa cara con una luz sutil.

Estaba profundamente dormida, perdida en sus sueños, esa dulce cara


relajada mientras descansaba en su almohada, su cabello enmarañado en su espalda.

Empujé la puerta para abrirla más, caminé a su lado y pasé mi dedo por el
suave cabello negro de mi hija.

Esta pequeña niña que una vez me había parado en seco con una penetrante
mirada y una pequeña sonrisa que deshizo algo en mí. Aquella que me había llenado
de conciencia, la que había enviado amor a través de mí.

Esta niña, la que había sido el punto de ruptura de Elizabeth y yo, la que
también había sido nuestro inicio.

El catalizador con sus sabios ojos y su tierno corazón.

Ella había sido la que había cambiado la persona egoísta que era.

Nunca dejaría de desear ir hacia el pasado y cambiarlo. Pudiendo


experimentar esto con Myles... Nunca sabré cuanto en verdad me perdí. Y me lo
perdí. Lo desee. Poder sostener a Lizzie mientras era un bebé.
En su sueño profundo, soltó un suave suspiro, una emoción que era palpable
mientras se hundía con mi corazón, como si esta intuitiva niña lo entendiera.

Todo lo que tenía era hoy y elegía amarla con cada segundo, con cada respiro.

Inclinándome, deposité un pequeño beso en la mejilla de Lizzie.

Ella era la más asombrosa hermana mayor, también, la manera en que


siempre imaginé que sería. Ella no podía esperar a que Myles creciera un poco más,
oír la primera de sus risas, observar su primera sonrisa adornar su cara. No podía 257
esperar por él para jugar.

Abracé a mi hijo de seis semanas un poco más cerca, dispuesto a que el tiempo
se hiciera más lento. Aprendí a apreciar cada día y deseé no perderme ninguno de
ellos.

Él se agitó y un pequeño llanto gorgoteo de su temblorosa boca, sus encías sin


dientes se expusieron.

Mi pecho se apretó, afecto presionando.

¿Era extraño que pensara que era la cosa más adorable?

Susurre a Lizzie: “Buenas noches, princesa”, luego la volví a besar antes de alzar
a Myles al centro de mi pecho. El enrosco sus piernas hacia arriba debajo de él
doblado en una pequeña bola. Palmeé su espalda mientras caminaba de regreso por
la casa, presioné mis labios en la coronilla de su cabeza.

Entré de nuevo en la silenciosa luz y miré hacia donde mi esposa descansaba.


Despierta, enfrentándome. Una sonrisa soñolienta se deslizó por su asombrosa boca.

—Creí escucharlo llorar. ¿Está hambriento?

Asentí con una sonrisa, mi palma acariciando la parte trasera de su cabeza.

—Aparentemente a este pequeño niño le gustas tanto como a mí.


Su sonrisa se transformó mientras un sonrojo se arrastraba por su cara, la
tierna inocencia que había robado mi corazón arrastrándose por sus mejillas.

—¿Lo hace, huh? Bueno, como que me gusta, también.

Con nuestro hijo en mis brazos, coloque una rodilla en el colchón y escale a
la cama. Le pasé a Myles y le dio la bienvenida en sus brazos.

Luz llenó su cara. Intensa, radiante. Brilló con amor. Con alegría.
258
Todavía descansando de lado, lo acurrucó contra ella, alzó su brazo sobre su
cabeza mientras ceñía su blusa para que Myles pudiera encontrar su seno.

Se acurrucó de nuevo en esa pequeña bola, sus dedos sujetos en la camisa de


ella. Gruño, movió su cabeza y su boca mientras lactaba.

Elizabeth acarició el dorso de su mano por su mejilla redonda, miró hacia


abajo al niño que nos había enseñado tantas cosas: que estaba bien abrirse de nuevo,
amar sin miedo, incluso cuando nos costara demasiado, demostrarlo cada día.

Me senté junto a ellos, nuestro hijo cobijado entre nosotros.

Ella miró arriba hacia mí, sus ojos cafés se impregnaron de emoción.

—Nunca pensé que amaría así de nuevo.

La jalé por el corto espacio, sostuve su cara en el hueco de mis manos y me


di cuenta que nunca me sentí tan cerca de ella como ahora.

Su mirada atrapó la mía, esta mujer que me amaba con todo y confiaba en mí
con todo.

Mi mente corrió por los años de nuestras vidas, lo que mis esperanzas
sostenían para el futuro.

Las pisadas que clamarían sobré estos pisos de madera, las risas y los juegos,
los días que pasarían y veríamos a nuestros hijos crecer. Podía imaginarme a Myles
tropezando por el césped con pies inseguros, la más grande sonrisa en su cara, Lizzie
a su lado, alentándolo a dar otro paso.

La manera en que soñaría cuando me llamara “Papi”.

La manera en que mi pequeña niña lentamente se convertiría en una mujer,


como me aterraba y me volvía totalmente orgulloso al mismo tiempo.

Como mis hijos aprenderían. Todos sus tropiezos y triunfos, fallos y éxitos.
259
Como algún día encontrarían un amor cada uno.

Como a Elizabeth y a mí se nos permitiría envejecer juntos.

Que habríamos amado hasta que no se nos dieran más días y luego, de alguna
manera, la encontraría de nuevo.

Esta mujer, aquella que robó mi aliento con una rápida mirada.

Esta mujer, aquella que cambió cada parte de mí.

Me aferré a su cara mientras la besaba.

Esta mujer.

Mí por siempre.

Fin
Sobre la Autora
A.L. Jackson
260
Encontró por primera vez el amor por la escritura
durante sus días como joven madre y estudiante
universitaria. Lleno las revistas que llevaba con
historias cortas y poemas que utilizaba como una
salida para las dificultades y alegrías que
encontró en la vida del día a día.
Años más tarde, compartió una historia corta
con la que había estado trabajando con sus dos
amigos más cercanos y, con su apoyo, esta
historia se convirtió en su primera novela de larga
duración.
A.L. ahora pasa sus días escribiendo en el sur de
Arizona, donde vive con su esposo y sus tres
hermosos hijos. Su pasatiempo favorito es pasar
el tiempo con los que ama.

Mas informacion en:


www.facebook.com/aljacksonauthor
Traducido, corregido y diseñado en...

261

http://thefallenangels.activoforo.com/forum

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