Está en la página 1de 326

Esta traducción fue hecha sin fines de lucro.

Es una traducción de fans para fans.


Si el libro llega a tu país, apoya al escritor comprando su libro.
También puedes apoyar al autor con una reseña, siguiéndolo en redes
sociales y ayudándolo a promocionar su libro.
¡Disfruta de la lectura!

2
Juli & CrisCras

CrisCras Danny_McFly Dannygonzal Snow Lawson


Mel Markham Niki Adriana Tate NnancyC
Polilla Alexa Colton Jasiel Alighieri Luna West
Val_17 Nats Jeyly Carstairs Vanessa
Fiioreee Anelynn* Noelle Farrow
BeaG Annie D Jessy. yure8
Elle Sofía Belikov Florbarbero Gabihhbelieber
Katita Sandry lililamour Juli 3

Gabihhbelieber Anakaren Mirygpe Mire★


Key CrisCras Emmie Daniela
*Andreina F* Valentine Rose Meliizza Dannygonza
Sofía Belikov SammyD mariaesperanz Pau!!
NnancyC Juli a Cami G.
Elle ElyCasde itxi Victoria Ferris
Marie.Ang AriannysG Michelle♡ Val_17
Aimetz Volkov MaryJane♥ Vanessa
Verito Ampaяo Farrow
Jasiel Odair Karool Shaw LIZZY'
Cotesyta Niki Mel M

CrisCras

francatemartu
Sinopsis
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7 4
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Nota del autor
Sobre el autor
Harder
Cuando el novio de Caroline Piasecki publica sus fotos sexuales en
internet, destruye su reputación de una buena chica universitaria. De
repente, su futuro una vez prometedor ya no parece tan brillante. Caroline
intenta hacer que las fotografías desaparezcan, con la esperanza de que el
tiempo entierre su vergüenza. Luego un tipo al que apenas conoce se alza en
su defensa y derriba a su ex.
West Leavitt es la última persona que Caroline necesita en su vida.
Todo el mundo sabe que él es problemático. Aun así, Caroline se ve atraída
por su confianza y arrogancia —incluso después de prometerle a su padre
que mantendrá las distancias. Pero al final, en noches sin dormir, Caroline 5
empieza a vagar hasta la panadería en la que West trabaja.
Pasan el rato, hablan, escuchan. Aunque Caroline y West se dicen el
uno al otro que son "sólo amigos", sus sentimientos se intensifican hasta que
llega a ser imposible fingir.
Cuanto más complicada se vuelve su relación con West, más duro
tiene que luchar Caroline para descubrir lo que quiere para sí misma —y
más fácil se hace encontrar el coraje que necesita para luchar contra las
personas que la juzgan.
Cuando todo parece perdido, el único lugar al que ir es más profundo.
Caroline & West, #1
Traducido por CrisCras
Corregido por gabihhbelieber

A veces odio a la chica que era en aquel entonces. Es como cuando ves una
película de terror; no puedes evitar sentir desprecio por la virgen que va a dar un
paseo por el bosque a medianoche. ¿Cómo puede ser tan estúpida? ¿No sabe que
está a punto de ser atacada con un hacha de forma horrible hasta la muerte?
6
Debería saberlo. Es por eso que resulta tan difícil verlo. Porque quieres
que lo sepa. Quieres que se defienda a sí misma, y la desprecias por no saber,
incluso aunque es obvio que es el tipo que la ataca con el hacha el que tiene la
culpa.
La cosa es que la película lo hace parecer una fuerza de la naturaleza —
imparable— así que la virgen queda como una total idiota por no tener la
previsión de comprobar si hay un asesino en serie antes de saltar en la noche.
En esos días, si alguien me enviaba un mensaje de texto que no decía nada
excepto ODM, no me habría preguntado si lo que fuera que estaba a punto de
descubrir iba a ser malo. Solo me preguntaría cómo de malo y cuánto tiempo iba
a llevarme salir a rastras de cualquier pozo en el que estuviera a punto de caer.
Pero en agosto de mi segundo año en la universidad de Putnam, no me
preocupé. Pensé que tal vez Bridget, mi mejor amiga y compañera de habitación,
se había distraído antes de que pudiera terminar sus pensamientos.
Me sequé el pelo con una toalla y me levanté para lanzarla dentro de mi
cesto de la ropa en el armario. Fallé. Para cuando la recogí y la puse en su sitio,
había llegado otro mensaje a mi teléfono, esta vez con un enlace.
Tienes que ver esto, decía.
Y luego, inmediatamente después, Lo siento.
Abrí el link.
Creo que parte de mí lo sabía incluso entonces. Porque la cosa acerca de
ser una buena chica es que te pasas toda tu vida desarrollando un radar
finamente pulido para detectar cualquier cosa que podría hacer potencialmente
que la gente te quiera menos.
Las chicas como yo —o, supongo, chicas como la que yo era el pasado
agosto— comemos aprobación. Vivimos por ella. Así que cuando hacemos algo
tonto —o, decimos, cuando hacemos algo real y monumentalmente idiota— lo
sabemos.
La pantalla se llenó con una imagen de mí desnuda de cintura para arriba,
con la polla de Nate en mi boca.
Miré, y tomé una profunda respiración. Cerré los ojos.
En realidad podía sentirlo —la tierra firme de mi vida, rompiéndose.

7
Suena demasiado dramático cuando lo pongo de esa manera, lo sé, pero
no puedo pensar en otra manera de describirlo. Un minuto, estaba de pie
firmemente —una friki de diecinueve años de méritos adicionales prudentes, en
camino de ir a la escuela de leyes y tomar el mundo por sorpresa— y al
siguiente, mis pies habían perdido el soporte del suelo. Me hundí contra el
escritorio. No podía conseguir suficiente aire.
No hizo falta nada de tiempo para que asimilara la conmoción. Se hundió
inmediatamente, viajando por algún tipo de atajo desde mis ojos hasta el área de
mi cerebro, que había hecho una silenciosa lista privada de las consecuencias de
esas fotos, al segundo en que Nate las tomó.
Todo el mundo te verá, se burlará, te odiará.
No entrarás en la escuela de leyes.
Nunca conseguirás una beca Rhodes.
Nunca serás jueza ni serás elegida para un cargo.
Esto lo cambia todo.
Al ver esas fotos —estaba devastada. De inmediato. Porque lo había
sabido.
Esa noche cuando le di sexo oral a Nate y él levantó su iPhone en el aire y
apuntó a mi cabeza, mi radar de niña buena estaba funcionando bien. Mala idea,
me dijo el radar. Una muy mala idea. Pero hice caso omiso, porque Nate estaba
de mal humor, y pensé que si seguía adelante, lo sacaría de él.
Confías en él, me dije. Nate nunca lo haría.
Pero lo hizo. Debía de haberlo hecho. La página web me identificaba
como Caroline Piasecki de Putnam, Iowa, y Nate era el único que tenía esas
fotografías. O las puso él ahí, o se las dio a alguien que lo hizo.
Había dos fotos de mi cara sonriendo. Una en la que puse cara de pato y
que le mandé desde mi coche solo por hacer el tonto. Una de mí en mi conjunto
favorito de bragas y sujetador con estampado animal, la cual había tomado en el
espejo de mi habitación de la escuela secundaria, metiendo hacia dentro mi
estómago y sacando pecho porque quería parecer sexy. Quería ser sexy para él.
Y las otras, imágenes incluso más sucias. Las que casi no podía ni mirar.
Tres de ellas.
Al final, mi cara otra vez, con un bocadillo de comic que decía: “¡Soy
Caroline Piasecki! ¡¡¡Soy una zorra frígida que necesita que la FOLLEN!!!”
No podía llorar.
No podía respirar. 8
No podía creerlo de verdad.
La página tenía cuatrocientos sesenta y dos comentarios.
Cuatro. Cientos. Sesenta. Y dos.
Si alguien me hubiera preguntado diez minutos antes cómo me sentía
acerca de Nate, le habría dicho—: Oh, no hay sentimientos difíciles. —Tres años
juntos y simplemente nos habíamos distanciado. Supongo que fue la
universidad la que lo hizo. Para el final de nuestro primer año, empecé a sentir
que tal vez Nate y yo no teníamos demasiado en común. En la escuela
secundaria, no había salido en citas hasta que él me pidió salir —una flor tardía,
dijo mi papá. Nate era lindo, popular e inteligente. Era atractivo ser notada por
un chico así. Pero en Putnam había empezado a pensar que tal vez faltaba algo
entre nosotros. Mejor que la química. Una conexión más profunda.
Rompí con él antes de volver a la escuela. Compartimos una pizza y
bebimos soda, e intenté explicar mi razonamiento sin herir sus sentimientos.
Pensé que lo había logrado bastante bien. Para el final de la cena, él había estado
sonriendo y siendo agradable otra vez.
Habría dicho que era un buen tipo. Que todavía éramos amigos.
Así que aunque no estaba exactamente sorprendida, también lo estaba.
Había seguido las reglas, trabajé duro para tener buenas notas, salí con un buen
chico, y le hice esperar mucho tiempo para tener sexo. Esto no se supone que
sucediera. No había esperado que mi cita para el baile de promoción, mi primer
novio, mi primer, usara internet para llamarme zorra amante del semen a la que
le encantaba que se corrieran en su cara, o poner el nombre de mi escuela y mi
escuela secundaria justo allí, debajo de la fotografía de la mamada.
Porque ¿quién esperaba eso?
Me hundí contra la silla del escritorio y hojeé las primeras pantallas de
comentarios. Luego los siguientes. Pantalla tras pantalla.
Tiene buenas tetas.
Me la follaría.
*¡fapfapfapfap, gracias Carolina, puta!*1
Qué puta más fea. ¡Quiero más coño!
Cada palabra que leía —cada cosa inmunda que alguna persona
repugnante que vivía en un sótano había dicho en internet sobre mí—
pensé, esto es culpa mía. 9
Culpa mía, culpa mía, culpa mía.
Nunca debería haber dejado que Nate tomara esas fotografías. Lo sabía.
Lo sabía cuándo las tomó, lo sabía después, lo sabía cuándo rompimos y tuve
este fugaz y urgente impulso de rogarle que me dejara borrar cada foto de mí de
su teléfono. Un impulso que reprimí porque no quería ofenderlo.
No quería ser maleducada.
Me senté allí durante mucho rato, desplazándome y leyendo, secándome
las lágrimas de los ojos con el dorso de mi mano libre. Jadeaba más que
respiraba, sintiendo pánico más que pensando, demasiado desorientada para
tener algo parecido a un plan coherente.
Creo que estaba de luto por el final de algo sin ni siquiera saber que había
terminado. Mi juventud, tal vez. La parte soleada y perfecta de mi vida.
No fue hasta que Bridget me escribió otra vez —¿Estás bien?— que en
verdad entendí. Pensé en que volvería a la habitación y lo habría visto. Lo
sabría, y tendría que enfrentarla.
Pensé en que no sería solo Bridget. Sería todo el mundo.

1
Onomatopeya asociada al sonido que se produce cuando un hombre se masturba.
Fue entonces cuando me golpeó la comprensión de que nunca estaría bien
otra vez.

10
Traducido por Gaz Holt, Mel Markham, Polilla, Val_17 & Ayrim
Corregido por Key, *Andreina F*, Sofía Belikov, NnancyC & Elle

Caroline
Dos semanas y media después de que las fotos aparecieran en línea, tengo 11
todo bajo control. Por lo menos hasta que salgo de latín y voy directamente hacia el
codo de West Leavitt.
Camino con la cabeza agachada y mi mente en la elección del senado del
alumnado a punto de tener lugar. Creía que este año me presentaría para
representar a mi curso, pero no veo cómo puedo hacerlo. La chica que se presenta
es…‖bueno,‖no‖estoy‖tratando‖de‖ser‖poco‖caritativa.‖No‖es‖mi‖primera elección.
Yo soy mi primera elección.
Mis pies salen por la puerta y me llevan hacia la derecha, lejos de la mayoría
del resto de estudiantes. Solía ir por la izquierda, pero Nate tiene macroeconómicas
en la clase que hay al lado de la mía y no quiero encontrarme con él. En su lugar,
he comenzado a ir por la derecha y luego camino por el exterior del edificio para
dirigirme hacia la cafetería para comer.
Sin embargo, hoy mi camino no está vacío —el camino hacia la cafetería se
encuentro lleno de gente agitada. Pero dado que tengo la cabeza agachada, no me
doy cuenta hasta que choco directamente con la espalda de otra persona. La bolsa
que llevo sale disparada de mi brazo por el choque y va directa al suelo. Voy a
recogerla, pidiendo perdón, dándome cuenta de cuántas piernas hay en este
pasillo, comenzando a preguntarme qué está pasando. Todavía estoy tratando de
averiguarlo cuando me levanto y me golpean en la nariz.
No soy consciente, en ese momento, de que es la parte de un cuerpo lo que
me golpea, o a quién pertenece. Solo sé que hay un montón de movimiento justo
delante de mí y de que el puente de mi nariz ha conectado con algo que está en
movimiento y profundamente imperdonable.
Duele.
Oh, santa madre de Dios, duele.
Agarrándome la nariz protectoramente, la arrugo, agachando la cabeza y
doblando el cuerpo por el dolor. Mis ojos se llenan de lágrimas. Cálido líquido
pasa por mi labio. Mi lengua sale para chuparla antes de que entienda qué es —
agh, sangre—; estoy sangrando. Luego está en toda mi boca, cálida por toda mi
barbilla, y ni siquiera me importa porque mi nariz no parará de sentirse como si
explotara.
Nunca me han golpeado en la cara.
Es angustiosamente ESPANTOSO.
Sé que debería estar haciendo algo antes de que la sangre caiga sobre mis 12
propios dedos, los que he presionado firmemente contra mi nariz como si tuvieran
el‖poder‖de‖hacer…‖algo‖en‖absoluto.‖Lo‖que‖no‖tienen.‖Parpadeando,‖confundida,‖
busco a mí alrededor con qué he chocado y por qué me odia. Considerando el
estado de mi nariz, espero una pared de ladrillos, o tal vez un monstruo con
bloques de cemento en las manos.
En su lugar, veo grandes cuerpos de hombres empujando y gruñendo. Hay
un espacio a su alrededor, pero he irrumpido en él, lo que es probablemente el por
qué he sido golpeada en la cara, lo que también me pone en una posición perfecta
para ver venir el puñetazo.
No lo veo aterrizar. El hombre que es golpeado se encuentra de espaldas a
mí, justo entre el puño y yo. Pero el golpe de la tensa piel contra el hueso hace que
mi estómago se agrie.
El chico cae, justo delante de mí. El otro chico se monta a horcajadas sobre
su cintura con el pecho agitado, inclinándose, así que solo veo la parte superior de
su cabeza. Parece como si realmente estuviera listo para otro golpe, y realmente
quiero que no lo haga, porque es todo tan primitivo y brutal que no estoy segura
de poder soportarlo.
Luego se oye un horrible sonido —este agudo, aflautado y jadeante
sonido— y el chico de encima mira directamente hacia mí.
Oh, Dios. Yo hice el ruido. Era yo, ese grito sibilante, y ahora no puedo
respirar en absoluto, porque el chico de encima es West, y la cara a la que le dio un
puñetazo pertenece a Nate.
Los ojos de West se abren. —Jesús, Caroline, ¿te hice daño?
Se levanta, acercándose un paso, extendiendo la mano. Es como si olvidara
completamente que estaba golpeando a Nate hasta el extremo, y simplemente se
acerca a mí. La mirada en sus ojos, la mano extendida —se parece tanto a la
primera vez en la que West alargó la mano hacia mí, hace más de un año, que
tengo un momento de déjà vu. Mis rodillas se doblan, lo que me molesta. Mi
cuerpo es el enemigo ahora mismo —mis incompetentes rodillas, ese sonido que
mi garganta decidió hacer, mi nariz con fugas y el punzante dolor en mi cara.
Sin mencionar mi corazón, que está tratando de escapar de mi pecho
chocando violentamente contra mis costillas.
Las manos de West están en mis muñecas, fuertes y firmes, y es estúpido.
Mi cuerpo es estúpido. Porque sus manos se sienten increíbles.
Obviamente estoy conmocionada. West es el que me golpeó, probablemente,
y‖él‖es‖definitivamente‖el‖que‖golpeó‖a‖Nate,‖quien…
Joder.
13
Nate está despatarrado en el suelo, sangrando por la boca.
Peor, no puedo enfocarme de verdad en Nate, porque la otra mano de West
terminó en mi hombro brevemente, y ahora está agarrando mi barbilla. La sangre
hace que sus manos estén resbaladizas. Estoy sangrando sobre él. Y me gusta.
Esto pasa con West. Solo me ha tocado una vez antes, pero no es el tipo de
cosa que una chica olvida.
Sin embargo, Dios, hay tantas, tantas razones por las que esto no es bueno.
La mayoría ni siquiera están relacionadas con la salud. Para empezar, no estoy con
chicos que le dan puñetazos a la gente. No estoy con chicos en este momento,
punto. Y si lo estuviera, no sería con West, porque él es problemas y yo soy
alérgica.
—Estás sangrando —dice.
—Me golpeaste.
—Déjame ver.
Tira de mi muñeca, y le dejo alejarme la mano de la nariz porque,
básicamente, le dejaría hacer cualquier cosa. Es posible que sea algún tipo de
criatura mágica. Quiero decir, no lo es. Sé que no lo es. Es un estudiante de veinte
años de segundo año en la Univesidad Putnam, especializándose en biología. Pone
libros en los estantes en la biblioteca, es camarero los fines de semana en Gilged
Pear —que es el único restaurante de lujo en Putnam— y trabaja de noche en la
panadería de la ciudad. Todo eso con, por lo menos, un par de ingresos no oficiales
y turbios, además de las clases, lo deja más ocupado que a casi todos los que
conozco.
Es alto —alrededor de un metro con ochenta, tal vez algo más— con un
despeinado cabello castaño, unos claros ojos verde azulados y un gran bronceado.
Es un chico que va a mi universidad. Eso es todo.
Pero eso no es todo.
Su‖ cara‖ es…‖ ¿Sabes‖ cuando dicen que los humanos se sienten más atraído
por las caras simétricas? Bien, la cara de West está un poco fuera de eso, en
cualquier forma concebible. Una de sus cejas se encuentra inclinada hacia arriba, y
la otra está dividida por una pequeña cicatriz blanca. Sus ojos son de un color que
no es un color de verdad, con esas pequeñas manchas que a veces son brillantes, y
no entiendo cómo es eso posible. Su boca es más ancha de lo que debería ser, lo
que le hace lucir como un idiota inteligente cuando sonríe o casi sonríe o piensa,
vagamente, en sonreír. Debe de haberse roto la nariz —tal vez más de una vez—,
14
porque no está donde se supone que debería estar. Está doblada un poco hacia la
izquierda. ¿Y, honestamente? Creo que sus orejas son demasiado pequeñas.
Cuando me mira directamente, difícilmente puedo hablar.
Es por eso que me encuentro aquí de pie, sangrando, dejando que me
inspeccione la nariz.
—¿Todavía está ahí? —pregunto. Solo que, desafortunadamente, suena más
como‖“¿Dodavia‖edt{‖ahí?”
—Sep. Creo que debo haberte dado un codazo. Sin embargo, no está rota.
—¿Cómo lo sabes?
—Sangraría más.
Traza el puente con un dedo.
Ya no duele.
Un gemido desde el suelo aleja la atención de West de mi cara, y en ese
momento mi nariz comienza a palpitar de nuevo y recuerdo quién está gimiendo y
por qué.
Nate tiene el labio partido. Toda la parte delantera de su camiseta está roja y
húmeda. Sus dientes son rosas cuando escupe.
Dientes rosas. Eso me despierta un poco.
Es Nate, pienso. West golpeó a Nate. Él está sangrando. Tú estás sangrando.
Mi cerebro sigue dándome esas declaraciones, una detrás de otra, como si
yo pudiera, eventualmente, encontrar una historia para unirlas todas. Pero
cualquiera que sea la parte de mí que se encuentra a cargo de analizar y procesar
los datos, se halla fuera de servicio.
La sangre me gotea por la barbilla. Sigo su camino y veo que ha aterrizado
en la punta de la bota negra de West.
—Necesito papel —le digo.
El amigo de West, Krishna, lo agarra por el brazo. —Tienes que salir de
aquí.
Krishna es alto, de piel oscura, con el pelo negro y un terriblemente bello
rostro. También está, por lo general, tan relajado que parece casi en coma, por lo
que su urgencia es una bocanada de amoníaco bajo mi nariz.
Los estudiantes de la periferia de la multitud se han vuelto todos para mirar 15
por el pasillo, donde está sucediendo algo. Viene alguien.
West Leavitt le dio un puñetazo en la cara a Nate.
Estoy sangrando.
Todavía me está tocando, y no puedo pensar.
—Cuida de ella. —West le está hablando a Krishna, pero me mira
directamente a los ojos cuando lo dice, con una expresión de disculpa.
Krishna le da un pequeño empujón. —Bien, amigo, sólo tienes que irte.
West se vuelve, me mira una vez más y trota por el pasillo. Krishna coge mi
bolsa del suelo —no me había dado cuenta de que la dejé caer de nuevo— y me
pone un brazo sobre los hombros. —Vamos, te ayudaremos a encontrar ese papel.
—¿Crees que Nate está bien?
—Creo que Nate es un idiota —dice Krishna—, pero todavía respira.
¿Puedes caminar más rápido?
Hago lo que puedo. Terminamos en un cuarto de baño de las mujeres en el
segundo piso, Krishna de pie junto a la puerta y manteniéndola abierta con su
cuerpo mientras yo presiono el grueso papel marrón en mi nariz y me examino en
el espejo.
Me veo como algo salido de una película slasher. Tengo sangre por toda mi
cara, y se agrupa en las puntas de mi pelo largo y castaño. Mi mano se encuentra
cubierta de sangre, y el borde blanco de mi camisa, que sobresale bajo mi suéter, se
ha vuelto de color rojo y está húmedo.
Lo que te merecías, ¿verdad, puta?
Mi estómago siente arcadas y una sacudida repentina que me hace cerrar los
ojos y aspirar una bocanada de aire.
Miro a Krishna, pero por supuesto que no fue él el que lo dijo.
Fueron ellos. Los hombres.
Me siguen a todas partes. Sus voces. Sus opiniones viles, ahora un sinfín de
comentarios de color negativo en mi vida.
Todavía me la follaría, dicen cuando enciendo el grifo. Follaría a esa perra hasta
que caminara raro. No me preocupo por su rostro.

16
Meto los dedos bajo el chorro de agua fría y espero a que se caliente.
—¿Estás bien? —me pregunta Krishna.
Se ve incómodo. Somos amigables, pero no somos realmente amigos. Es más
cercano a Bridget, mi compañera de cuarto, que a mí. Los cuatro estábamos en la
misma sala el año pasado, Bridget y yo frente a West y Krishna.
Me gusta Krishna, pero él no es el tipo de persona que elegiría para
apoyarme. Es una especie de mujeriego, en realidad, y un vago. No me imagino
que el quedarse aquí y verme sangrar sea una prioridad en su lista de cosas que
quería hacer hoy.
Experimentalmente, alejo el papel. El sangrado parece haberse detenido. —
Estoy bien. No tienes que quedarte.
—No me importaría, salvo que tengo que encontrarme con alguien. Pero si
quieres…
—Está bien.
Prefiero estar sola. Me tiemblan las manos, y mis rodillas todavía se sienten
poco fiables.
—Le diré a West que sin daño no hay falta, ¿de acuerdo?
—¿Eh?
—Voy a decirle que no estás herida.
Pero estoy herida. Dentro de mí, bajo mi caja torácica, escondido en algún
lugar muy por debajo de mis pulmones, hay una carne cruda y cortada que no va a
cerrar. Me duele todo el tiempo. Mi tierna nariz y el latido sordo en mi cabeza no
tienen nada que ver con ese dolor.
—Dile lo que quieras.
Él todavía se ve incómodo, pero dice—: Te veo más tarde. —Cuando digo lo
mismo, se va.
La puerta se cierra con un golpe silencioso.
Me apoyo en el dispensador de papel, escuchando el agua correr, y respiro
profundamente.
Dentro. Fuera.
Dentro. Fuera.
Por el octavo aliento, me las he arreglado para desterrar la mayor parte del
miedo y desconectar del dolor. He tenido un par de semanas para practicar. Me

17
estoy volviendo buena en no sentir las cosas.
La clave es mantenerse ocupado. Establecer metas y arrancarlas de la lista,
una tras otra. No puedo estar aquí respirando todo el día. Tengo que ir a comer,
porque tengo un montón que estudiar antes de mi reunión del grupo de proyectos
a las tres. Tengo que mirar mi correo electrónico —oí mi teléfono vibrando durante
latín, y sé que voy a encontrar una nueva cosecha de links en alerta diaria de
Google. Tengo algo de tiempo para tratar con ellos antes de la reunión.
Esto es lo que es mi vida ahora. Siempre hay algo que hacer.
Antes era una estudiante aplicada. Imprimía mis horarios de clase en color,
con sesiones de estudio designadas perfectamente etiquetadas y sombreadas para
que coincidieran. Comprobaba tres veces mis planes de estudio y hacía carpetas
especiales, una para cada clase, con separadores personalizados.
Ahora vierto toda mi diligencia en el diseño de hojas de cálculo para realizar
un seguimiento de mi progreso en la erradicación de mis fotos sexuales en internet.
Tomo nota de la URL de cada imagen, el servidor del sitio, la fecha y la hora de
publicación. He dominado la búsqueda de imagen inversa y desarrollé habilidades
locas de rastrear la información de contacto de los propietarios de sitios y
bombardearlos con mensajes legales hasta que eliminan hasta la último foto mía de
sus servidores.
La única manera de tener éxito en este horrible juego que ni siquiera quiero
jugar es pasar un montón de tiempo en línea viendo cosas que desearía no tener
que ver. Sé más sobre los sitios de pornografía de intercambio de archivos ahora
que un chico promedio de fraternidad. He visto el equivalente de once vidas de
penes erectos y venosos. Cada vez que me acuesto y cierro los ojos, mi cerebro es
un clip show de pornografía, y oigo a los hombres acusándome en sus oscuros y
sórdidos rincones de internet.
No eres más que una puta chupapollas.
Te mantendré debajo de mí y follaré esas tetas. Verás qué caliente te sientes
entonces.
Sé lo que piensan de mí, porque no van a dejar de hablar de ello. Algunas
noches no puedo dormir, así que salgo a hurtadillas de la habitación de la
residencia que comparto con Bridget y conduzco en círculos alrededor de Putnam.
Escucho a esos hombres porque no tengo otra opción.
Conduzco porque no sé qué más hacer.
Pero no tengo que desmoronarme. Creo que lo hice al principio, cuando vi
las fotos. Que la vida como la conocía había terminado, y sólo tenía que lidiar con
ello.
18
Estaba equivocada. Tengo opciones. No caerme a pedazos es mi elección.
Todas las mañanas, si he dormido o no, si he pasado a través del día sin llorar o he
cedido y sollozado en la ducha, donde nadie puede oírme, sale el sol y yo hago mi
elección.
Hoy no será el día en que esto me rompa.
Me deshago del fajo repugnante ensangrentado y enjuago mi cara,
secándola con una toalla fresca. Mi suéter es una causa perdida. Me lo saco por
encima de la cabeza y lo tiro a la basura. Era barato, de todos modos, y comenzaba
a picar.
Meto el puño de la camisa bajo el grifo, tratando de recordar si se supone
que tienes que usar agua fría o caliente para sacar la sangre. Nunca lo entendí bien.
Debo‖buscarlo‖en‖mi‖teléfono.‖Debería…
…averiguar por qué West acaba de golpear a Nate.
Sí. Eso también.
A menos que ya sepa por qué. Espero que no, sin embargo. Dios, espero que
no.
Tengo que tratar todo este asunto como una cosa más a la que hacer frente.
Eso es todo lo que es. Un problema a ser resuelto. Puedo resolver cualquier
problema si trabajo lo suficiente.
Los hombres pueden reírse de mí, llenar mi cabeza con su veneno. Pueden
mirarme desnuda, masturbarse pensando en mí, enviar comentarios con fotos de
sus pollas cubiertas de semen, con sus puños envueltos alrededor, con las pantallas
de sus computadoras con mi cuerpo de fondo en ellas.
No puedo evitarlo, Caroline, pueden decirme. ¡Es tu culpa por ser tan
jodidamente caliente!
Han hecho todo eso ya. Lo han hecho, así que no puedo caminar por el
campus en pantalones cortos sin sentirme como una puta y estúpida y
completamente culpable.
Pero no voy a dejar que me golpeen.
Alejo los brazos de las mangas lo suficiente para escurrir la humedad, luego
meto las manos a través de los agujeros. Voy a tener que cambiarme de camisa más
tarde. Por ahora, esto es lo mejor que puedo hacer. Bálsamo labial. Cepillo.
Un paso tras otro, hora tras hora, día tras día, hasta que mejore.
19
Si sigo adelante, con el tiempo tiene que mejorar.
Cruzo el campus con los brazos envueltos en mi torso, escaneando el cielo
azul, las alegres flores rojas, los estudiantes dirigiéndose en todas las direcciones,
solos y en grupos, decididos como las hormigas.
Antes, me sentía tan emocionada por estar de regreso en Putnam. Me
encanta el campus, con los edificios de ladrillo rojo y el pasillo al aire libre que
conecta los dormitorios que marchan junto a una extensión de césped verde. Me
encantan mis clases y el desafío de estar en una universidad donde no soy la más
inteligente. A diferencia de los chicos en secundaria, nadie me molesta por
preocuparme demasiado por las clases u obsesionarme por Rachel Maddow. Casi
todo el mundo en esta escuela es al menos un poco nerd.
Pero en las pasadas semanas, me han arruinado Putnam. Quizás para
siempre.
La cosa es, Nate no sólo subió las fotos. Usó el sitio web en donde fueron
subidas para reenviarle un enlace anónimo a un grupo de nuestros amigos. Recibí
varios correos, y cuando obligué a Bridget a que me dijera si alguien se lo había
enviado, admitió que lo recibió en su correo de la universidad siete veces. Siete. Solo
hay mil cuatrocientos alumnos en Putnam, trecientos cincuenta en nuestra clase.
No puedo imaginar cuántas veces circuló el mensaje entre los que no son mi mejor
amiga.
La publicación original de Nate ya no está, pero las fotos siguen
apareciendo en distintos sitios, y algunas publicaciones todavía nombran mi
universidad, mi ciudad natal, a mí.
Ahora, cuando camino por Putnam, miro a cada chico que paso, y pienso:
¿Qué hay de ti? ¿Me viste desnuda? ¿Guardaste mi foto en tu teléfono? ¿La miras y te
masturbas?
¿Tú también me odias?
Hace que sea difícil emocionarse por bailar con ellos en las fiestas o
animarlos en un juego de fútbol.
Mi teléfono vibra en mi bolsillo trasero. Bridget me escribe para preguntar si
me dirijo hacia el almuerzo.
Escribo: Sí, ¿tú?
¡Sip! ¿Jardín?

20
Estoy a 5 minutos.
Genial. ¿Oíst sbre West?
No estoy segura sobre cómo responder a eso, así que escribo: Algo así.
Responde con un: *desmayo*
A Bridget le gusta fingir que West y yo tenemos un silencioso amorío
hirviendo a fuego lento.
A mí me gusta fingir que él y yo somos dos completos extraños.
La verdad es algo en medio.
Cuando conocí a West, fue el día de la mudanza de los estudiantes de
primer año, y hacía calor. Calor de Iowa, lo cual significa en medio de los 32 grados
y 98 por ciento de humedad. Lo mejor para hacer bajo estas condiciones es
acostarse en el sofá en el frío sótano de alguien y mirar televisión mientras comes
huevos Cadbury. O, si debes estar afuera, buscar sombra y un helado. No
necesariamente en ese orden.
En su lugar, llevaba todas mis posesiones desde el auto de mi papá por los
cuatro pisos de escaleras hasta la habitación que compartiría con Bridget. Resulta
que tengo muchas posesiones. Me mareé un poco en el último viaje, y mi papá
insistió en que plantara el trasero en los escalones de entrada de los dormitorios y
me sentara.
Entonces, en ese momento en particular, él subía hacia su habitación.
Bridget aún no había llegado, y Nate se encontraba mudándose a su propia
habitación en el lado este del campus. Me hallaba sola, sudorosa, sucia, con la cara
roja y caliente. Es posible que me quejara un poco mentalmente por mis cansados
músculos y la falta de monos entrenados ayudando a mudar mis cosas cuando
llegó el coche más feo que he visto.
El auto era del color de las aguas negras, abollado y oxidado, con una puerta
del lado del pasajero a la que le habían puesto cinta adhesiva. Mientras observaba,
cortó por un espacio vacío de estacionamiento y golpeó en cámara lenta a lo largo
de la acera hacia el césped bien cuidado de la universidad, rodando hasta
detenerse frente a mis pies.
Miré alrededor en busca del consejero, el radar de niña buena sonando
como loco. ¡Había huellas de neumáticos en la hierba! ¡El coche soltaba por el tubo
de escape nubes nocivas con apariencia aceitosa! ¡Esto no podía estar permitido!
Ningún consejero a la vista.
La puerta del conductor se abrió, y salió un chico.
Olvidé mi propio nombre.
Ahora bien, eso seguramente era porque me levanté demasiado rápido.
21
Tenía calor, y solo había desayunado una Pop-Tart, demasiado emocionada como
para comer lo huevos y tocino que papá intentó obligarme a comer.
Definitivamente no me sentía atontada por el aspecto de este chico.
Quiero decir, sí, lo admitiré, su aspecto podría haber contribuido. La parte
sabandija de mi cerebro asimiló con avidez todos los detalles de su figura alta y
constituida, y esa boca, y su cara, oh Dios mío, y entonces la parte racional las
archivó cuidadosamente en la carpeta psicológica adecuada.
Esa sería la carpeta etiquetada: Si No Estuviera Con Nate.
Pero no fue el aspecto del chico lo que me afectó. Fue la forma en que se
movía.
Quería decir que salió del auto contoneándose, excepto que eso lo hace sonar
como si lo intentara demasiado, y obviamente no lo hacía. Era natural en él esa
gracia y soltura de caderas y, Dios, ni siquiera lo conocía. Deberás tomar mi
palabra.
Miró alrededor. Su mirada se posó en mí. —¿Tú eres el comité de
bienvenida?
—Claro —dije.
Dio un paso más cerca y me tendió la mano. —Soy West Leavitt.
—Caroline Piasecki.
—Encantado de conocerte.
Su mano era cálida y seca. Me hizo consciente de mi agarre pegajoso,
enérgico, y del sudor bajo los brazos. Mi desodorante había fallado hacía horas, y
podía olerme. Increíble.
—¿Condujiste hasta aquí? —pregunté.
La esquina de su boca se levantó, pero sonó serio cuando dijo—: Sí.
—¿Desde dónde?
—Oregon.
—Guau.
Eso hizo que su boca se levantara un poco más, casi en una sonrisa.
—¿Qué tan lejos es eso?
—Un poco más de 300 kilómetros.
Miré su coche. Miré en su coche. 22
Bien, entonces la verdad es, di un paso hacia su coche, lejos de él, me incliné
y miré dentro. El asiento trasero se encontraba repleto de equipo para acampar y
un acuario lleno de bombillas y cables eléctricos enredados, además de una bolsa
de basura gigante, húmeda por la condensación, que contenía lo que parecía ser
suciedad. También había una enorme caja llena de latas Dinty Moore de estofado
de carne y algunas camisas aleatoriamente lanzadas.
El coche lucía como si un vagabundo viviera allí. Estaba fascinada.
También un poco asustada de seguir mirándolo. Por el reflejo en la ventana
del coche podía ver que estiraba los brazos detrás de su espalda, lo cual tenía el
efecto de tensar su camisa y mostrar cosas que estaba mejor sin ver.
—¿Condujiste solo? —pregunté.
—Por supuesto.
Levantó los brazos en el aire para estirar los hombros. Su camisa se levantó,
y aparté la mirada de su reflejo, avergonzada. —¿Con la ventana bajada?
En ese punto sólo formaba palabras con la boca. Todo sentido me había
abandonado.
—Seeeeeeeeh —dijo lentamente. Cuando lo miré a hurtadillas, sus ojos se
encontraban llenos de picardía—. A veces incluso me vuelvo loco y saco un brazo.
Sentí mi garganta ruborizarse. Volver a ser imperdonablemente entrometida
con su coche parecía lo más sabio.
Noté una bolsa de dormir en el asiento delantero y me pregunté si la había
estado usando justo ahí donde se encontraba. ¿Simplemente aparcaba a un lado del
camino, bajaba el asiento del pasajero, y dormía? ¿Comía latas de estofado frío?
Porque eso definitivamente era una lata abierta en el sujetavasos.
Y eso definitivamente era una caja abierta y poco aplastada de condones en
el suelo del asiento del pasajero.
—¿No te preocupa el botulismo2?
Ahora, en mi defensa, de verdad tenía una razón para la pregunta. Vi las
latas, noté que un número de ellas estaban abolladas y dañadas, y entonces recordé
la clase de biología en la secundaria donde aprendimos sobre la bacteria
anaeróbica y cómo crecen en lugares sin aire. A veces las latas se abollan y hay un
pequeñísimo agujero que ni siquiera puedes ver, pero las bacterias entran y se
vuelven locas multiplicándose. Cuando abres la lata, la comida luce normal, así
que te la comes, pero luego mueres. 23
Todo tenía sentido en mi cabeza. No fue hasta que me enderecé y me di la
vuelta —lo cual me mareó de nuevo, supongo que porque había estado demasiado
agachada, mirando en su coche como algún tipo de peep-show de fenómenos—
que me di cuenta que no tenía sentido para él. Sus cejas se hallaban juntas.
—Por las latas. Con las abolladuras —dije.
Ningún cambio en sus cejas.
—¿La bacteria anaeróbica? ¿Una muerte dolorosa y espantosa?
Sacudió la cabeza lentamente una y otra vez, y luego hizo lo peor.
Sonrió.
Fue como un ataque nuclear.
—Eres rara, ¿verdad? —preguntó.
No soy el chico con los condones y el estofado de carne en mi coche.
Sin embargo no lo dije. Me hallaba demasiado ocupada sonriendo como una
completa idiota.

2 Intoxicación por ingerir alimentos mal preparados o conservados de manera inapropiada.


La sonrisa de West tiene ese efecto en mí. No la utiliza muy seguido, pero
cuando lo hace, me provoca muerte cerebral.
Entonces el mundo se había girado un poco borroso y hacia los lados. Mi
cadera golpeó algo duro, lo cual, según una investigación posterior, resultó ser la
puerta de su coche, y luego me hundí, descansando la frente en el neumático
delantero y diciendo—: Es porque no tienen monos que ayuden.
Ni siquiera sé a lo me refería. Estaba toda desorientada y de repente
soñolienta, y él se encontraba muy cerca, extendiendo la mano hacia mí. Sentí su
aliento en mi cuello, lo oí murmurar algo sobre entrar y tú.
Me gustaba como sonaba eso.
Y el gran peso en mis hombros resultaron ser sus brazos rodeándome,
poniéndome sobre mi espalda. En un lento y perfecto latido de mi corazón, él se
hallaba sobre sus codos en equilibrio encima de mí, sus caderas presionando las
mías. Olía bien. Cálido y rico, como algo increíble para comer que se derretiría en
mi lengua.
Luego se alejó, y yacíamos lado a lado en el suelo. Vagamente me pregunté
si mi deseo porque volviera a subirse encima de mí me hacía una mala novia.
¿Contaba como engañar? Porque me gustaban sus manos sobre mí. Me gustaba su 24
olor.
Cerré los ojos y respiré a West Leavitt, césped verde y tierra caliente.
Estoy bastante segura que sonreía cuando perdí la consciencia.
Bridget me llama desde el costado en las puertas de vidrio que marcan la
entrada al comedor.
Está sonriente todo el tiempo mientras cruzo el recibidor, hasta que me
acerco lo suficiente para que vea mi cara.
—¿Qué le pasó a tu nariz?
—Chocó contra un codo.
—Vas a tener que explicar eso.
—Sí, lo sé. Pero dame un segundo.
Atravesamos las puertas, agarramos las bandejas, y espero a que la
muchedumbre de estudiantes frente a nosotros haga su camino por la fila antes de
lanzarme. —¿Sabes sobre la pelea? ¿West y Nate? Como que me atraparon en
fuego cruzado.
—¿Nate te golpeó? ¡Oh, Dios mío! Eso es horrible. ¿Llamaste a seguridad?
Porque eso es serio, Caroline. Ni siquiera estoy bromeando, no puedes dejar que
esto‖siga‖así,‖o…
Toco su brazo para detener el torrente de palabras. Bridget habla con un
grifo. O está encendida o está apagada. Tienes que interrumpir el flujo si quieres
tener la palabra. —No fue Nate. West me codeó, creo. Ninguno de nosotros está
seguro, a decir verdad.
Sus ojos se amplían. —¿Hablaste con él?
Sé lo que se está imaginando: West y yo acurrucados en algún lugar privado
e íntimo, y él sosteniendo una compresa caliente en mi frente. De hecho, así es
como la conocí a ella. Me había desmayado junto al coche de West, y me levanté en
mi dormitorio con una hoja de papel fría en la frente y Bridget inclinándose sobre
mí, con la frente arrugada y preocupación en sus ojos azules, como una especie de
ángel adorable, pelirrojo y pecoso.
—En realidad, no —digo—. Ese color luce bien en ti.
Es cierto: Bridget luce bien en azul. Pero mayormente le digo eso porque es
una deportista —corredora de larga distancia en el equipo de atletismo— e hice un
hábito de decirle cumplidos cuando sea que usa ropa normal, sólo para fomentar la 25
práctica.
Estamos casi al final de la fila de comida ahora. —¿Tienes pollo sin las cosas
fritas? —le pregunta al estudiante que trabaja allí.
—No, solo lo que ves.
—Bien, gracias. —Está entrenando, por lo que es súper cuidadosa con lo que
come.
Tomo un plato de pollo a la parmesana y dos bizcochos de chocolate de
menta. Tengo cosas más importantes por las que preocuparme en este momento
que las calorías.
—¿Ni siquiera crees que noté que cambiaste el tema? —dice Bridget cuando
nos alejamos de la fila hacia la barra de ensaladas, donde carga huevos duros y
vegetales verdes—. Necesito saber lo que dijo. Como, ¿seguía enojado por la pelea
o fue amable? ¿Fueron a algún lugar tranquilo, o se hallaban en una multitud?
¿Qué tan enojado estaba por haberte golpeado?‖Porque‖Krishna‖dice…
—No dijo nada —aclaro—. Tuvo que irse para que no lo atraparan y
terminara expulsado o lo que sea.
—Pero dijiste que hablaste con él.
—No, no lo hice.
Rueda los ojos. —Lo diste a entender, chica abogada.
—Intercambiamos algunas oraciones. Quería asegurarse de que me
encontraba bien.
Estábamos en las bebidas ahora. Bridget fue por leche. Yo me busqué una
Coca-Cola con hielo. —¿Dijo algo del por qué lo hizo? —pregunta.
—No.
—¿Le preguntaste? ¿Los oíste discutir? Dame algo. Solo tú puedes actuar
como si el que West y Nate pelearan y tu recibieras un golpe en la cara no es la
gran cosa. Oye, ¿dónde está tu suéter?
—Lo tuve que tirar. Había sangre por todos lados. Y, no, no los oí ni
pregunté.
—Eso apesta. Me gustaba ese suéter. —Acercamos nuestras tarjetas a la caja
registradora para poner la comida en nuestros planes de alimentación, y ella
comienza a caminar hacia la mesa libre más cercana. Mirando hacia atrás por
encima de su hombro, sonríe. —¿Quieres oír lo que yo escuché?
—¿Qué? —Dejo la bandeja en la mesa con un poco demasiada fuerza. 26
Su sonrisa titubea. —Estás enojada.
—No.
No‖ lo‖ estoy.‖ Solo‖ estoy…‖ confundida.‖ Algo‖ est{‖ pasando, y en estos días,
cuando pasa algo, rara vez es bueno. Y si el algo involucra a West y a Nate,
bastante me temo que no quiero oírlo.
Nos sentamos. Me preparo. —Solo dímelo, ¿vale?
—Oí que peleaban por ti.
Mierda, mierda, mierda, mierda.
—¿Quién te dijo eso?
—Alguien que está en sus clases. Tienen macro juntos.
—¿Nate y West?
—Sí, y Sierra, ¿la conoces? Dijo que después de clases, Nate hizo una broma
al azar, West lo entendió, y resultó ser una discusión sobre ti.
—¿Qué decían?
Hay una roca en mi estómago, pesada y caliente. Tomo un sorbo de mi
Coca-Cola, cerrando los ojos contra la sensación de condena deslizándose sobre
mis hombros.
—No estoy segura. —El tono de Bridget es cauteloso—. Sierra no logró oír
todo, solo tu nombre.
Empujo el pollo con el tenedor, pero ni siquiera me atrevo a cortarlo.
Cuando lo ponga en mi boca, tendrá sabor a cenizas. Los restos quemados de la
vida que solía tener.
La gente habla de mí. No en mi cara, pero ¿a mis espaldas? Todo el tiempo.
Le hice prometer a Bridget que me diría lo que sea que escuche, porque necesito
saber. Es la única forma en que puedo estar segura de que se están olvidando,
como quiero que lo hagan.
No soy nada especial, solo una estudiante normal. Debería ser capaz de
pasar desapercibida si mantengo la cabeza baja. En un año, espero que nadie
recuerde esto. ¿Caroline quién?
No es exactamente lo que planeé. Había pensado que podría postularme
como presidenta estudiantil en primer año, segundo año al menos. Pero puedo
tachar esa ambición si tengo que hacerlo. Prefiero no sobresalir que ser notada. 27
—Sierra dijo que fue algo romántico —ofrece Bridget—. Él defendía tu
honor.
Es una idea tan ridícula —que yo tenga honor. West seguramente lo
defendería.
Apenas lo conozco. Sólo he hablado con él una vez.
West y yo no somos amigos.
Y durante las últimas semanas, las únicas personas a las que les ha
importado mi honor son a Bridget y a mí. Ninguno de mis antiguos amigos puede
mirarme a los ojos. Nate y yo éramos unidos, pero cuando tuvieron que escoger
bandos, creo que su lado lucía más divertido.
—Nunca haría algo como eso —había dicho Nate, imperturbable, cuando lo
confronté frente a un montón de dichos amigos en el salón comedor—. ¿Cómo
puedes pensar que lo haría?
Y luego, después de que balbuceara y él negara durante unos minutos más,
había dicho—: Supongo que un montón de chicas quieren tal atención que harían
cualquier cosa para conseguirla.
Miro a través de la ventana hacia al césped, incapaz de procesar la idea de
West Leavitt defendiendo mi honor. Incapaz de procesarlo por completo.
El año pasado, cuando recobré la conciencia después de desmayarme al lado
del auto de West, la primera cosa que escuché fue la voz enojada de mi padre en el
pasillo. Estaba gritando, lo que no era nada nuevo. Es un juez, así que se pasa la
mayor parte de su tiempo laboral siendo calmado y racional, pero fuera del
trabajo, es un padre soltero de tres hijas, y tiene una tendencia a volverse gritón
cuando se siente amenazado. Lo que pasa a menudo.
Sólo tienes que saber cómo manejarlo. Mi hermana mayor, Janelle, apesta en
eso. Alison generalmente llora. Yo le presento argumentos razonables, apelando a
lo lógico hasta que su parte enojada se calma.
Papá debe haber estado al final del pasillo, cerca de las escaleras, porque no
podía entender lo que decía. Ocasionalmente una voz más baja y calmada rompía
su diatriba.
La voz de West.
No comprendí todo eso hasta más tarde. En ese momento, mi cabeza se
sentía demasiado grande y blanda, y le pregunté a la muchacha inclinándose sobre
mí—: ¿Quién eres tú? 28
—Soy Bridget —dijo ella—. ¿Te encuentras bien? Te desmayaste. Este lindo
chico te cargo por las escaleras, y no sé qué le dijo a tu padre, pero tu padre está
enfurecido y, ¿es siempre tan escalofriante? Porque, si es así, me alegra que estés
aquí; se pondr{‖m{s‖agradable‖contigo,‖y‖también…
Continuó hasta que la puerta se abrió de golpe y mi papá entró en la
habitación, enrojecido y con sudor bajo las mangas de su camiseta polo. Se sentó a
mi lado en la cama, tan obviamente agitado que bien podría haber tenido vapor
saliendo por sus orejas.
—¿Cómo te sientes?
—Bien. —Eso fue una mentira.
—Voy a hacer que te cambien a uno de los dormitorios de las chicas.
Me senté abruptamente. —¿Qué? ¿Por qué?
—Ese chico allá afuera, no es una buena influencia. No deberías estar
viviendo cerca de un chico como él.
—¿Como quién? ¿Qué es lo que hizo?
Bueno. Esa era la pregunta incorrecta. Durante los siguientes minutos,
aprendí cómo es del todo alarmante para un padre dejar a su hija menor por sólo
unos cuantos segundos y luego redescubrirla acostada en el suelo debajo de un
hombre desconocido. Especialmente cuando tu hija resulta estar inconsciente, el
chico‖tiene‖“una‖mala‖actitud”‖y‖no‖te‖gusta‖“cómo‖luce”.
Todo‖esto‖ fue‖ agravado,‖ de‖ acuerdo‖a‖ mi‖ padre,‖ por‖ la‖ “parafernalia de la
droga”‖en el asiento trasero del vándalo, por lo que creo que se refería al acuario,
las luces y la bolsa de tierra, no el Dinty Moore. Aunque, ¿quién sabe? Estaba
completamente fuera de mi liga. Escuché las palabras parafernalia de drogas, e
imaginé cortos pedazos de banda de goma gruesa, bolsas de heroína y jeringas.
Mi padre todavía estaba sermoneándome cuando Nate apareció y empeoró
las cosas. Papá había invertido tres años en tratar de garantizar que Nate y yo
nunca estuviéramos solos cerca de una superficie horizontal, y ahora aquí estaba
Nate, deambulando en mi habitación sin tocar.
Mi padre se puso aún más rojo.
Rápidamente, le presenté Bridget a Nate y Nate a Bridget y Bridget a papá.
Sonreí mucho, haciendo un esfuerzo para verme más saludable de lo que me
sentía, porque esa era la primera etapa de lo que sería una ardua campaña para
asegurar que cuando mi padre se fuera —tres días después, en vez de uno, porque
29
la campaña fue malditamente larga y reñida— aún me quedaría en ese dormitorio,
en esa habitación, con Bridget.
Gané; sin embargo, West fue el sacrificio necesario. Mi padre no se iría hasta
que acordara que no tendría nada‖que‖ver‖con‖“ese‖muchacho”.
Era ridículo, realmente, pensar que tendría algo con él. Resultó ser que papá
estaba en lo correcto con respecto a la cosa de la droga.
La puerta de West y Krishna siempre estaba cerrada, las cortinas corridas.
Ellos tenían un flujo constante de huéspedes, ponían la música fuerte, y me
molestaban con sus horas intempestivas, el olorcillo a sándalo y el pegajoso humo
ocre que salía de su habitación e infestaba nuestro piso entero.
West colocó el acuario y esas luces en algún lugar secreto —nadie parecía
saber dónde— y cultivó un montón de hierba. Esto era de acuerdo a Krishna, quien
pasaba el rato en nuestra puerta, hablando con Bridget y conmigo.
Puedo‖hablar‖con‖Krishna,‖pero‖con‖West…‖no.‖El‖modo‖en‖que‖camina‖ —
ese pavoneo que no es un pavoneo—, es como si conociera el lugar, incluso si
nunca ha estado allí. Su confianza lo hace parecer más grande que yo, y Bridget
siempre está diciéndome cosas sobre él que fortalecen esa impresión.
Aparentemente, le prestó dinero a este tipo en la clase de psicología de Bridget
para que comprara un pasaje de avión para ver a su novia. West le cobró intereses.
Me hace preguntarme si rompe rodillas si alguien no devuelve el dinero.
Es‖sólo…‖m{s‖de‖lo‖que‖puedo‖manejar,‖incluso‖si‖se‖me‖estuviera‖permitido‖
hablarle.
Limité mi relación con West a mirarlo desde lejos —y ni siquiera habría
hecho eso, excepto que no puedo evitarlo. Cuando está cerca, tengo que mirarlo.
Él también lo sabe. Me sonríe a veces. Una vez, ¿cuándo estaba caminando
por el pasillo en una toalla? Dios. Creo que permanecí roja hasta una hora después.
Nunca supe lo que le dijo a mi padre. Tengo la sensación de que, fuera lo
que fuera, no estaba defendiendo mi honor. Es duro para mí ver por qué
comenzaría ahora.
Tal vez debería sentirme agradecida, pero no puedo. No necesito a tipos
como West Leavitt defendiéndome. Tiene mala fama. Entre el tráfico de drogas y
ese‖rostro,‖esa‖sonrisa…‖casi‖todo‖el‖mundo en el campus sabe quién es.
Hará que se centren en mí. Mi objetivo principal en la vida en este momento
es desaparecer.
30
Cuando regreso mentalmente a la mesa, Bridget está pelando un huevo
duro y mirándome. Se ha acostumbrado a mis largos silencios. Es fieramente leal, e
infinitamente comprensiva. La mejor persona que podría tener a mi lado.
—Si‖ las‖ personas‖ quieren‖ saber‖ lo‖ que‖ pienso‖sobre‖ lo‖ que‖ hizo‖ West…‖ —
comienzo.
—¿Sí?
—Diles que fue todo un malentendido. No tuvo nada que ver conmigo.
Su frente se arruga. —Pero pensé que era bueno. Alguien más está de
nuestro lado, ¿no?
—No quiero estar en un bando, Bridge —digo gentilmente—. Quiero que las
personas olviden todo este asunto. Pelear tiende a ser algo que la gente recuerda.
Se muerde el labio.
—No quiero que las personas me vinculen con él, ¿de acuerdo? Necesito
mantener un perfil bajo.
—Si eso es lo que quieres que haga, eso diré —me asegura—. Todo
terminará, ya verás.
Trato de sonreír y remuevo el pollo por la bandeja, luego acerco mi brownie
de menta y entierro mi tenedor en la gruesa capa de glaseado. Es tan oscuro y
cremoso que hace que el verde debajo luzca tan brillante como neón.
Todo terminará.
Deseo poder creerla, pero ya no puedo hacer suposiciones como esa. He
aprendido que cuando el mal sale de su nido de víboras, tienes que localizarlo y
aplastarlo. Luego tienes que asumir que tiene bebés y buscarlos.
Tengo un pasado que borrar si voy a reclamar el futuro que siempre he
querido —un futuro que me obliga a entrar en una buena escuela de leyes, así
puedo trabajar con un gran juez y comenzar a hacer las conexiones que mi papá
dice que necesito si quiero ser jueza algún día. Lo cual quiero. Quiero ir incluso
más lejos. Llegar a la oficina del estado. Washington, D.C.
Mi padre siempre dice que el primer paso para obtener lo que quieres es
saber qué quieres y lo que implica obtenerlo. No hay vergüenza en aspirar alto.
Para mi proyecto de historia de sexto grado, escribí un libro del epigrama
presidencial, uno por cada presidente. En noveno grado, fui voluntaria para
sondear puerta a puerta, y preparé la lista de correo para los demócratas y
republicanos de la Universidad Putnam incluso antes de recibir mi carta de
aceptación.
31
Sé lo que quiero, y sé lo que se necesita para conseguirlo. Se necesita mucho
trabajo duro y sacrificio —pero también un expediente limpio. Sin arrestos, sin
escándalos, sin fotografías sexuales en la red.
No necesito a nadie yendo por ahí golpeando personas en mi nombre. No
puedo arriesgarme a que suceda nuevamente.
Necesito hablar con West.
Lo encuentro en el cuarto piso de la biblioteca.
Todo son revistas aquí arriba; los estantes se encuentran colocados juntos en
el medio y los escritorios recubriendo las paredes externas, además hay una
máquina fotocopiadora donde pasé demasiado tiempo copiando críticas literarias
de T.S. Eliot el año pasado.
West se encuentra de pie junto a un carro lleno de libros con su espalda
hacia mí, colocando un grueso volumen rojo de algo en la estantería. Me toma un
minuto darme cuenta que es él. Ya había mirado en los tres primeros pisos, y
estaba comenzando a sentir pánico al pensar que podría no encontrarse aquí.
Había notado que a menudo lo veo con su carrito los jueves por la tarde, pero eso
no significa mucho.
Tiene los auriculares puestos, y no creo que me haya visto, así que me tomo
un segundo para pensar en lo que quiero decirle. Me siento algo sudorosa y
despeinada, a pesar de que me tomé el tiempo después del almuerzo para cambiar
mi camiseta y colocarme brillo labial.
Nunca antes había hecho esto.
Nunca había iniciado una conversación con West.
Se siente más intimidante de lo que debería, no sólo por quién es —lo
prohibido de él— sino también porque este es el cuarto piso. Es una regla no escrita
de Putnam que la cuarta planta de la biblioteca es un lugar de sagrado silencio.
West toma otro libro. Tiene que estirarse por encima de su cabeza para
guardarlo, lo que hace que su camiseta se levante, y veo que tiene un cinturón de
grueso cuero marrón sujetando sus vaqueros. No combina. Sus botas son negras, y
también su camiseta. Tiene esta gran costura naranja cosida a través de la parte
trasera, como si un tiburón se hubiera acercado y mordido un gran pedazo de ella
y luego se lo hubiese entregado a un niño de siete años para que lo arreglara.
Ni siquiera puedo imaginar cómo existe tal camiseta. O por qué alguien la
usaría.
La ropa de West es algo así. Simplemente…‖al‖azar.
32
Como que me gusta.
Cuando pone los pies en el suelo y se inclina sobre el carrito, su camiseta se
sube de nuevo, exponiendo algo de su espalda baja.
Me aclaro la garganta, pero su música debe de estar demasiada alta, porque
no se gira hacia mí. Doy un paso más cerca. Tiene la cabeza gacha, sus manos
alcanzando un libro en el estante inferior.
Mierda. Ahora me encuentro tan cerca que estoy obligada a alarmarlo
cuando finalmente se dé cuenta que me encuentro aquí.
No hay nada que pueda hacer para prevenirlo. Me estiro, con intención de
tocarlo sólo el tiempo suficiente para obtener su atención, y sin embargo, termino
presionando la palma de mi mano contra su espalda baja en su lugar.
Es un accidente. Estoy casi segura de que es un accidente.
Ochenta por ciento segura.
No se sobresalta. Sólo se queda completamente quieto. Tan quieto que
puedo escuchar la música sonando desde sus auriculares. Está alta, con voces
enojadas y un insistente ritmo que coincide con el repentino pulso entre mis
piernas.
Oh, pienso.
Quizás no es un accidente, después de todo.
La espalda de West se siente indecorosamente caliente contra mi palma. Me
quedo mirando mis dedos, ordenándoles que se muevan por largos segundos
antes de que realmente obedezcan. Cuando retiro mi mano, se siente magnetizada.
Como si hubiera esta resistencia, esta fuerza, atrayéndola de nuevo hacia West.
Estoy bastante segura que dicha fuerza se llama lujuria.
West se endereza y se gira, y sé incluso antes que él que he calculado mal, y
ahora me encuentro totalmente a su merced, lo que significa que estoy condenada.
No estoy segura que tenga piedad. Seguro no parecía que la tuviera cuando estaba
golpeando a Nate lo suficientemente fuerte como para hacerme sentir mal
físicamente.
Se saca los auriculares, y trato de pensar en algo que no sea la palabra
condenada. Condenada, condenada, condenada.
Trato de recordar lo que iba a decirle —tenía un discurso entero planeado— 33
pero no puedo. No puedo.
En cambio, miro su cinturón. Pienso en agarrarlo y tirar para acercarlo más.
Como si fuera algo que pudiera hacer. Es algo que nunca he hecho antes, con
nadie, mucho menos con West Leavitt.
Coooooondenada.
—Hola —dice.
Lo cual no es justo, porque significa que tengo que mirar hacia arriba.
Lo hago, eventualmente.
Nuestros ojos se encuentran. Sus pupilas están enormes, y hay algo intenso
en la forma en que me mira, algo escalofriante. Sólo que escalofriante es la palabra
equivocada. Me he sentido muy asustada en las últimas semanas, y esto es
diferente.
Se siente escalofriante, como cuando te detienes en la cima de la colina más
empinada en una montaña rusa, preparándote para la caída.
—Hola —respondo.
—¿Qué hay?
—¿Puedo hablar contigo?
Considera mi petición. —No.
No era lo que esperaba que dijera. Todo lo que se me ocurre es—: Oh.
Luego‖ hay‖ silencio‖ nuevamente,‖ excepto‖ por‖ su‖ música,‖ y‖ hay‖ esta…‖ esta
atmósfera. Creo que debe ser él. Creo que él está creando esta atmósfera con su piel y
sus ojos, los cuales lucen casi plateados ahora mismo, y tal vez también la está
haciendo con todos los músculos en sus brazos, los cuales están contrayendo y
relajando sus manos de una manera que es simplemente…
Es simplemente algo. Intenso, supongo. Amenazador, pero sin la amenaza.
Nunca antes me había parado tan cerca de él. Nunca había estado sola con él
desde el día que estacionó su auto justo al lado de mi pie e hizo que me desmayara.
Nunca había sentido esta excitación, incomodidad, e inconsciente
preocupación en toda mi vida.
Hasta que da un paso hacia mí. Eso es peor.
Mejor, también.
Mejor-peor. Eso es algo totalmente.
34
Retrocedo.
Se supone que debe dejar de caminar hacia mí cuando doy un paso atrás,
pero no lo hace. Continúa acercándose. Entra en mi espacio personal, y me deja
atrapada contra las estanterías, mi trasero presionando contra un estante inferior,
las manos de West apoyadas a cada lado de mi cabeza.
—Estoy trabajando —dice. Como si yo fuera un libro, y él estuviera
colocándome en el estante.
Trato‖de‖decir:‖“Volveré después”,‖pero‖en‖cambio,‖hago‖esta‖clase‖de‖sonido,‖
como un repiqueteo de gárgaras, que me hace sonar como un sapo. Puedo sentir
mi garganta enrojeciéndose —lo que siempre es un claro indicativo de que estoy
avergonzada. La aclaro y me las arreglo para decir—: Está bien. Puedo regresar
luego. O te lla-llamaré.
No tengo su número de teléfono. Ni ninguna intención de llamarlo.
No sé por qué imagino que puedo sentir el calor de su piel, porque es
imposible. En serio, él no está tan cerca. Levanto la mirada, tratando de medir
visualmente el número de centímetros entre nuestros rostros.
No son muchos centímetros, después de todo.
West no me toca, pero se encuentra mucho más cerca de lo que necesita
estar, y la manera en la que me observa; su pecho subiendo y bajando
rápidamente, un color en sus mejillas —no puedo evitar pensar acerca de su puño
conectando con la boca de Nate. La manera en que Nate cayó al suelo, duro y flojo.
Hizo eso por ti, pienso.
Vine aquí para preguntarle por qué, pero ya lo sé.
Lo hizo por mí, y así es como lucía después. Dilatado por todos lados, su
piel tibia, y su respiración rápida y superficial.
Así es como debe lucir en la cama.
Cierro los ojos, porque necesito recobrar mi compostura. Había imaginado
una conversación formal con West. Por favor, no hagas eso nuevamente, hubiera
dicho. De acuerdo, si eso es lo que quieres, habría respondido. Sí, eso es lo que quiero, le
hubiera dicho. Luego, quizás le daría un sermón sobre la importancia de arreglar
un conflicto sin violencia, seguido por un rápido apretón de manos.
No me imaginé la piel rojiza de su cuello justo debajo del cuello de su
camiseta. La incipiente barba en su mandíbula, donde se curva hacia su oreja. No
anticipé su olor, como menta y libros de biblioteca, detergente y piel cálida.
35
Dios, huele fantástico, pero también es un poco alarmante, y no tengo ni idea
qué reglas hay ahora. No tengo ni idea en lo absoluto.
Necesito reglas para atravesar esto. Soy la clase de chica que sigue las reglas.
—West —susurro.
Se supone que debe sonar calmado y serio, pero en cambio sonó como si
estuviera suplicándole algo, y supongo que lo toma como una señal. Deja caer su
cabeza sobre‖ mi‖ hombro.‖ Sus‖ labios…‖ no‖ puedo‖ estar‖ segura,‖ pero‖ creo‖ que‖ sus‖
labios están realmente cerca de mi piel. Siento su respiración cerca de mi oreja, y
mis pezones se endurecen.
—West, ¿qué demonios?
—Por qué has venido aquí, ¿eh? —murmura.
Y luego —esta es de lejos la mejor-peor parte— gira su cabeza y besa mi
mandíbula con la boca abierta.
Es como satén. Como un rayo.
No sé lo que es.
Lo que sé es que no se suponía que debería estar pasando en absoluto.
Excepto que la atmósfera que West está creando me hace sentir como que
esto es lo que se suponía que debía suceder. Exactamente esto. La amenaza de West
es como sexo en aerosol. Está haciéndolo con su cuerpo, y luego lo está poniendo
todo sobre mí.
Mi cuerpo también se encuentra en ello. Mi cuerpo está a bordo.
Mi cuerpo es bastante traidor.
—¿Por qué tuviste que venir? —Su voz es baja y ronca. Lánguida. Su voz es
un gancho, capturándome. Desorientándome.
La música de sus auriculares es un ruido lejano y West no mueve sus
manos. Sin embargo, yo lo hago. Las mías se deslizan hasta su cuello, enredándose
en su cabello, tirando de su cabeza hacia abajo.
Está bien, no, no lo han hecho. Pero quieren hacerlo. Se sienten
verdaderamente ansiosas por liberarse, y tal vez él puede ver eso en mis ojos
porque hace este sonido que ni siquiera es un sonido. Sólo es una explosión de
aliento que le hace cosas incendiarias a mis bragas.
—Dime —insiste.
¿Decirle qué? No tengo ni idea de lo que está hablando. La única cosa que sé 36
es que si no me besa pronto, voy a morir. Él es tan caliente, y no es sólo que su piel
está cálida, aunque lo está. Es que puedo sentir toda la energía de la lucha
recorriéndolo. Sigue acelerado y en lo alto de la adrenalina y los químicos. No es él
mismo. No estoy segura de cómo sé esto, pero lo sé. West no es West, y yo no soy
Caroline. No con él tan cerca. Apoyado sobre mí, calentándome, respirando en mi
cuello, se siente como un chico que apenas mantiene el control. Un chico que
golpearía hasta dejar inconsciente a la persona equivocada si la persona
equivocada pasara cerca, pero que preferiría pasar el resto de la tarde y la mitad de
la noche follando duro a la persona correcta.
La persona correcta podrías ser tú.
No puedo creer que acabe de pensar eso.
—Dime —dice de nuevo.
—¿Decirte qué?
—Por qué estás aquí.
Aparto la mirada, hacia un lado y arriba, porque quiero que me bese y no
debería. No lo conozco. No estoy segura de que me guste. Él me asusta. Sus
nudillos están partidos donde agarran la estantería metálica —agarrando tan fuerte
que se pusieron blancos. West se está conteniendo de lo que quiere hacerme, y me
pregunto: ¿qué pasa si se deja ir?
¿Le permito darme la vuelta, inclinarme sobre este estante, hundirse dentro
de mí?
Trato de sentirme disgustada por la idea, pero, Dios, puedo sentir un atisbo
de lo que sería. Sería eléctrico. Caliente y resbaladizo, profundo y rápido, la cosa
más erótica que nunca me ha pasado. Yo lo sé. Lo sé.
Pero entonces todo terminaría, y creo que también sé cómo sería. West
silencioso y con la mandíbula rígida. Una puerta cerrada.
Nunca he tenido una conversación con él.
Empujo su pecho, tratando de romper el hechizo. —West. Tenemos que
hablar.
—Estamos hablando.
Pero no tengo su atención. Su atención está más abajo, como debería ser,
porque…‖ ¿cu{ndo‖ se colocó su rodilla entre mis‖ muslos?‖ ¿Y‖ estoy‖ realmente…?
Oh. Lo estoy. Estoy casi montándolo.
—Quítate —digo. 37
Estoy susurrando, nerviosa otra vez de ser escuchados y despreciados por
los alumnos estudiando —aunque realmente no he visto a ninguno— o peor, ser
vista aquí, haciendo esto. Hablarían de mí. Nunca dejarían de hablar de mí
montando el muslo de West en la biblioteca, apenas una hora después de que le
dio un puñetazo a Nate en la boca.
Esta es la peor cosa posible que podría estar haciendo en estos momentos.
—West, quítate.
Levanta la cabeza. Su pelo oscuro cae sobre su rostro y sus ojos se ven como
pedazos de cielo.
Se aleja. —¿Qué pasa?
—Tengo que hablar contigo.
—No estoy de humor para hablar ahora mismo, Caro.
Mi cabeza se está despejando. Nadie va a ser inclinada sobre nada.
Todo esto es sólo por las hormonas. La adrenalina. Tiene que serlo. West
está biológicamente impulsado a aparearse con algo después de su exhibición de
masculinidad alimentada por‖ la‖ testosterona,‖ y‖ yo‖ estoy… supongo que estoy
biológicamente impulsada a estar en celo.
Pero soy fuerte. Puedo superar mi biología.
Creo.
—Es una lástima —digo—, porque por eso es que te buscaba. Así podríamos
conversar como seres civilizados.
West sólo nivela esa mirada hacia mí.
—No como bestias en celo —añado.
—Soy una bestia —dice lentamente—. ¿Y estamos en celo?
No parece gustarle la palabra en celo. La espeta como si se sintiera
repugnado por eso.
—¿Cómo lo llamarías?
—No sé cómo llamarlo. Tal vez deberías decirme por qué me estás
persiguiendo por ahí.
—No estoy persiguiéndote.‖Yo‖sólo…
Una enojada voz masculina dice—: Shhh. 38
Cuarto piso. Mierda.
Cuando abro la boca de nuevo, mis pensamientos se han esparcido como
canicas y apenas puedo mirar a West. Tiene los brazos cruzados. Sus nudillos
partidos se encuentran envueltos alrededor de sus bíceps. Parece duro.
Todo sobre West es duro.
Habla, Caroline, pide mi cerebro. Palabras. Oraciones. Vamos.
—Quería,‖um… sobre‖lo‖de‖antes.‖Mira,‖escuché‖de‖Bridget‖que…
—Shhh.
La misma voz irritada de nuevo. Pierdo mis palabras, nerviosa y lista para
desentenderme de toda esta cosa.
West, muy tranquilo, dice—: Hay otros tres pisos, amigo. Elije uno o cállate
la puta boca.
—Este es el piso silencioso —se queja el hombre invisible.
—Muéstrame donde dice eso.
—Todo el mundo lo sabe.
West sacude la cabeza. —No soy todo el mundo.
Hay silencio por un momento y luego el resonante sonido de una silla
siendo empujada. La cremallera de una mochila. Pasos anuncian el acercamiento
—un estudiante mira a West con ojos enojados—, pero sigue caminando y escucho
la puerta de las escaleras abriéndose.
Un latido después, justo antes de que la puerta se cierre de golpe, las
palabras puta estúpida se desviaron por ella.
La fealdad de esas palabras cortan en el lugar de mi profunda herida.
No es la primera persona que me llama puta, pero es el primero en decirlo
para que pueda escucharlo. Y ¿honestamente? No ayuda que lo diga justo después
de que dejé que West me empujara contra las estanterías y pegara su rodilla entre
mis muslos.
Tampoco ayuda que mis bragas estén húmedas. Me siento como una puta.
Me siento como si estuviera tintineando, incapaz de seguir una línea recta por más
de cinco minutos.
Un coño estúpido que se extendería para cualquiera, dicen los hombres dentro de
mi cabeza.
39
Me gustaría verlo follándola. Pagaría un buen dinero para ver eso.
Levanto la mirada hacia West. Me siento despreciada e impotente, y es tan
frustrante que él me esté viendo de esta manera —que me esté mirando tan
intensamente, y realmente viendo lo que trato de no dejar que nadie vea, nunca.
Que estoy justo a punto de desmoronarme. Todo el tiempo.
Sus ojos se suavizan, amables, pero con lástima, y eso lo hace cien veces
peor.
Puta estúpida y lamentable.
—Está bien —le digo—. Lo he oído antes.
—No está bien.
Sacudo una mano en el aire, restándole importancia, porque no tengo
ninguna respuesta. No está bien. Pero es mi vida ahora.
—Caroline, no está bien. —West pone las manos sobre mis hombros.
Me encojo retirándolas y doy un paso al costado para salir de debajo de él.
—Lo sé, ¿de acuerdo? No tienes que gritarme. Lo sé. Él va a contárselo a todos y
luego todo el campus susurrará sobre cómo prácticamente estábamos echando un
polvo en el cuarto piso de Hamilton. Lo entiendo. Lo lamento, ¿bien?
Creo que sus ojos podrían quemar agujeros a través de mí de lo intensos que
son. Las pequeñas motas parecen destellar. Los surcos junto a su boca se hacen
más profundos. —¿Por qué lo lamentas?
¿Por qué no lo lamento? Me arrepiento de todo lo que he hecho con un
chico. Mi primer beso, que tuvo lugar después de un baile de octavo grado, con un
chico llamado Cody. Mi primer beso francés, el cual fue con Nate. Dejar a Nate
quitarme mi sujetador, poner sus dedos dentro de mí. Dormir con Nate y pensar
que estábamos haciendo el amor. Comprar lencería para él, darle una mamada,
dejarle tomar las fotos cuando pensé que nos acercaría.
West, también. Me arrepiento de lo que acaba de pasar con West.
—Por todo —susurro.
Es la cosa equivocada que decir. Sus manos empujan su cabello,
apretándolo. —Cristo.‖Ni‖siquiera‖puedo…‖cu{l‖es‖el‖problema contigo, ¿eh?
—Nada que puedas arreglar.
—¿Entonces por qué estás aquí?
Tomo una respiración profunda. Puedo hacer esto. —Necesito saber que no
va a pasar de nuevo. Que no vas a ir por ahí golpeando a la gente por mi culpa. 40
Frunce el ceño, un profundo corte entre sus cejas. —¿Quién dijo que fue por
ti?
La pregunta me atrapa con la guardia baja. —Escuché…‖ escuché‖ que‖
ustedes discutían sobre mí. Sierra se lo dijo a Bridget.
—No conozco a Sierra.
—Supongo que ella te conoce.
Su rostro se vuelve aún más oscuro. —No es su asunto. O el tuyo. Es entre
Nate y yo.
—Creo que estamos más allá del punto en que puedes jugar la carta de no-
es-tu-asunto.
Eso lo pone aún más agitado. Se aleja, caminando airadamente hasta el final
de la fila. Luego regresa y agarra el carrito con ambas manos. Parece como que
quiere empujarlo hacia mí. —Él me enfadó. Eso es todo lo que necesitas saber.
—Sí,‖pero…
Con su cabeza gacha, patea con la punta de su bota el carrito. No fuerte,
pero lo suficiente para hacer demasiado ruido.
—Tienes que decirme lo que pasó —digo, con toda la calma que puedo
manejar—. Luego te dejaré en paz.
Su cabeza se levanta. —¿Crees que eso es lo que quiero? ¿Que me dejes en
paz?
No sé lo que quiere, así que mantengo los labios presionados.
—Me enojó porque es un imbécil arrogante y engreído —dice West—. Y
estaba jodidamente harto de escucharlo hablar, ¿de acuerdo?
—Entonces no tenía nada que ver conmigo.
Se pasa la mano por el pelo otra vez. Se aparta.
—¿West?
—Yo no diría eso.
Espero.
Ocurre que soy buena esperando, y tal vez es una cosa que supera a West. Él
es más mundano, más confiado, pero es temperamental y yo no. Me quedaré aquí
hasta que él haya terminado de lanzar su rabieta y luego tendrá que contármelo.
Espero un poco más. 41
Se da la vuelta. —No lo hice por ti, ¿está bien? Sólo no podía soportarlo más.
Merecía ser golpeado y nadie más iba a hacerlo. Pero si tenías algún tipo de
fantasía de héroe, puedes olvidarlo.
—¿Qué se supone que significa eso?
—Ya sabes. Si estás enloqueciendo pensando que golpeé a tu ex porque
tengo una cosa por ti.
—¿Hablas en serio?
—¿Por qué no hablaría en serio?
Por algunos segundos, no puedo hablar. Simplemente pasé tan rápidamente
de avergonzada e incómoda, a genuinamente enojada, que mi cerebro está
teniendo problemas para seguir funcionando. —Eso‖ es‖ tan… vanidoso. —Me las
arreglo para decir finalmente—. Quiero decir, tan, tan vanidoso. Después de lo que
acabas…‖¿por‖qué‖siquiera‖dirías‖algo‖así?
Da un paso más cerca. Está vibrando con emoción y no la puedo determinar.
No sé qué está pensando, cómo se siente. Sólo sé que siente mucho. —¿Por qué me
tocaste? —pregunta.
—Estaba tratando de llamar tu atención.
—La gente da un golpecito cuando están tratando de llamar la atención de
alguien. Eso no fue un golpecito.
—Fue… —No tengo nada. Lo manoseé y ambos lo sabemos. La única cosa
que puedo hacer ahora es mentir—. Fue un accidente.
Odio cuando hace esto. Elevarse sobre mí de esta manera con esos ojos y esa
cara. Me mira. Es mi nueva cosa menos favorita: ser mirada por West. Como que
está tratando de tener sexo conmigo hasta morir.
—Cariño —dice por fin—, eso fue un infierno de largo accidente.
—No me llames cariño.
—Creo que te gusta.
—Creo que tus orejas son demasiado pequeñas.
Casi gimo después de decirlo. Estúpida e impulsiva boca.
Pero tenía que decir algo, porque cariño es degradante para las mujeres,
totalmente inadecuado, absolutamente inesperado. Y como que me gusta.
West exhala una risa por su nariz, sonriendo. —Tienes un hueco entre tus
dientes delanteros.
42
—Es útil. Puedo escupir a través de él.
—Me gustaría ver eso.
—Bueno, no lo harás.
—¿No?
—No. No vamos a ser amigos. No vamos a ser nada. Eso es lo que quería
decirte.
No le gusta eso. A su boca ni a sus ojos. —No es lo que me pareció que
querías decirme hace un minuto.
—No me importa lo que pareció. —Si sigue acercándose, lo voy a pellizcar.
Se inclina más cerca. Lo pellizco.
Está bien, lo intento. Pero mi mano se acerca a su brazo y la lujuria me
absorbe, y luego sólo como que tanteo un poco su manga.
Sus bíceps son tan duros como parecen. Quito mi mano antes de que pueda
declararle su lealtad al enemigo.
—Parecía como que querías que te bese —dice West.
Cruzo los brazos y examino los libros en el estante detrás de su hombro, una
ordenada fila de gruesos lomos azules que dicen PMLA3.
—No importa —le digo—. No puedo permitirlo. Si la gente piensa que
estamos juntos o que lo que sucedió entre tú y Nate fue sobre mí, van a seguir
hablando de ello, y todo este desastre seguirá y seguirá. Eso no es lo que quiero.
Quiero que desaparezca.
—Quieres que desaparezca.
La duda en su voz enciende mi ira otra vez. Odio que algunas personas
piensen que publiqué las fotos, sólo por la atención. Odio que él pueda pensarlo.
—Sí. —La palabra sale un poco más fuerte de lo que pretendo, así que lo
digo de nuevo—: Sí.
—Rich Diehms te llamó puta hace tres minutos y no le dijiste nada. Dijiste
que está bien.
—¿Qué quieres que haga, perseguirlo y golpearlo en la boca?
—Tal vez —dice—. Al menos, grítale.

43
—¿Qué lograría con eso?
—¿Todo lo que haces tiene que ser para lograr algo?
Esta, al menos, es una pregunta que puedo responder con facilidad. —Sí.
—Así que, ¿qué estás tratando de lograr ahora?
—Estoy tratando de quitar mis fotos de internet, y estoy tratando de
mantener un perfil bajo de forma que la gente olvidará que alguna vez pasó.
Se ríe de mí.
Mi mano sale tan rápido, que ni siquiera me doy cuenta de que estoy a
punto de abofetearlo hasta que atrapa mi muñeca.
—Cariño…
—No me llames cariño. —Lucho contra su agarre, enojada porque me atrapó
y no me soltará. Me atrapó sin dificultad. Nunca traté de abofetear a nadie antes.
Estoy sin aliento y demasiado emocional, manteniendo el equilibrio en el borde de
las lágrimas—. Suéltame.
—¿Me vas a golpear?
—Tal vez.

3Publications of the Modern Language Association of America (Publicaciones de la Asociación de


Lenguas Modernas de América).
—Entonces no.
Tuerzo mi muñeca, luego intento golpear su pecho. Atrapa mi otra muñeca.
—Es un caso perdido —dice—. Tratar de llegar a mí. Completamente inútil,
al igual que la idea de que puedes borrar algo de internet o hacer que la gente
olvide como te ves desnuda. Completamente inútil.
Una vez que sus palabras penetran, dejo de luchar y me suelta. Le lanzo la
mirada más fría que puedo reunir. —Gracias por las palabras de ánimo, pero eres
la última persona en este campus a quien le pediría consejo.
Algo en sus ojos se apaga. —¿Ah, sí? ¿Por qué es eso?
Porque eres un distribuidor de drogas.
Porque eres el tipo de persona que golpea a la gente cuando te enojan.
Porque eres problemas.
No le puedo decir nada de eso. No puedo hacerme sonar como un ángel.
Chupo una polla en internet.
—Porque‖estaba‖con‖Nate.‖Y‖tú‖eres…
Cuando me detengo, levanta una ceja con cicatrices. —¿Soy? 44
—No eres Nate.
Esta vez, su risa es amarga. —No —dice—. No soy Nate.
Quiero disculparme, pero no estoy segura de cómo, o siquiera qué decir.
West no espera que lo resuelva. Toma su carrito, comprueba la columna del
siguiente libro en la fila, y comienza a rodarlo por el pasillo alejándose de mí.
—Lo siento —grito a su espalda—. No quería decirlo de ese modo.
—No te preocupes por eso, princesa —dice sin girarse—. No le diré ni una
palabra a nadie.
—Está bien. —Envuelvo los brazos alrededor de mi vientre—. Gracias.
No me responde. Supongo que hemos terminado y me siento aliviada. O
algo así.
También estoy temblorosa y débil. Parece posible que pueda vomitar.
West hace una pausa, justo al medio de girar de nuestra fila a la siguiente.
Se inclina sobre el carrito, balanceando sus antebrazos sobre los libros, mirándolos
por un minuto largo e incómodo que se siente como un año.
Levanta la cabeza y me mira directamente. —Este no fue un buen día para
tener esta conversación.
—No —coincido—. Probablemente no.
Suelta una respiración. —No debería haberlo golpeado. Fue una cosa
imbécil y sigo bastante‖alterado‖por‖eso.‖Siento‖si… —Agita su mano hacia mí—.
Lo siento por todo eso.
No sé qué decir, así que asiento.
—¿Tu nariz está bien?
—Está bien.
—¿Duele?
—Un poco. Pero no es gran cosa.
Flexiona y relaja su mano hinchada unas cuantas veces, la vista fija en ella.
Es su izquierda.
—¿Qué pasa con tu mano? —pregunto.
—Sanará.
El piso queda en silencio. Me pregunto si hay alguien aquí. Si hay una chica 45
en la esquina, sentada en silencio, escuchando todo este asunto.
Tal vez está como yo. Asustada y atrapada, paralizada en su lugar.
—Sabes —dice West—, no hiciste nada malo.
—Sí. Eso es lo que me dice Bridget.
Pero ella sólo lo dice porque es lo que se supone que debe decir. Sé lo que
realmente piensa. Es lo mismo que pienso yo, lo que todos piensan.
Hice algo mal. Confié en la persona equivocada. Cometí un error estúpido.
Hice posible que Nate se aprovechara de mí, y es mi responsabilidad hacerme
cargo de ello.
West niega con la cabeza, como si pudiera escuchar todos esos
pensamientos, pero no se lo cree. —Te hiciste algunas fotos sexis con tu chico.
Muchas chicas lo hacen. Si alguna chica me diera fotos así, de ninguna jodida
manera las colgaría en internet, no importa lo enfadado que estuviera con ella.
—¿Las viste?
—Todo el mundo las vio.
Cierro los ojos contra un punzante escozor en mis fosas nasales y detrás de
los ojos. Llorar no está en mi agenda.
—Él dice que no lo hizo —le susurro.
—Eso es porque es un idiota. Los idiotas mienten.
—¿Podemos no hablar de esto?
Deja caer la cabeza, su mirada de vuelta a los libros. —Todo lo que quería
decir es que no creo que puedas hacer que desaparezca. No de la manera en que lo
estás haciendo.
No tengo ninguna respuesta. Me duele mucho oírle expresarlo —mi peor
temor—, y por segunda vez hoy, me siento como si fuera él quien me hizo daño, a
pesar de que las dos veces me lo hice yo misma.
He vuelto a chocar con su codo.
—Caroline.
La forma en que dice mi nombre me obliga a mirar hacia arriba.
—¿Sabes qué? —pregunta.
—¿Qué? 46
Empieza a apartar su carro. Volviendo la cabeza hacia mí, sonríe de manera
apenas perceptible y me dice—: A excepción de ese espacio entre los dientes, te
veías jodidamente sexy.
Da la vuelta a la esquina. Las ruedas chirrían mientras se mueve hacia el
siguiente pasillo.
Es un cerdo.
No pensaré en lo que significa no estar disgustada con él.
O que esté aquí parada con los brazos envueltos alrededor de mi torso,
sonriéndole a mis pies.
Es demasiado jodido, así que simplemente no voy a pensar en ello.
No me voy a preguntar si tiene razón y yo estoy equivocada; si todo lo que
he hecho para tratar de salvar mi futuro no tiene sentido y realmente debería estar
haciendo algo diferente. Luchando por mí misma de alguna manera.
Ahora mismo no puedo manejarlo. Sólo puedo respirar profundamente y
tratar de recordar lo siguiente en mi agenda. Dónde tengo que estar. Qué tengo
que hacer para pasar el resto del día de hoy.
Esta es mi lucha. Lo único que sé hacer para que mi vida vuelva a ser como
era. Quemar las imágenes, reconstruir mi reputación.
Esta es mi lucha, y no me voy a rendir.
Dos semanas más tarde, una pesadilla me despierta.
Sucede mucho.
Ruedo fuera de la cama y deslizo los pies sobre el suelo frío hasta que
encuentro mis sandalias en la oscuridad. Cojo las llaves de la cómoda. Las ahueco
contra mi palma para que no tintineen. Cuando me pongo una sudadera,
conteniendo la respiración porque no quiero hacer ruido, el edredón de Bridget se
mueve en la litera de arriba. Su cabeza se asoma desde debajo de las sábanas.
—¿A dónde vas?
—Sólo voy afuera. Estaré de vuelta en un par de horas.
Me siento culpable por despertarla, pero no puedo evitarlo. Es difícil ser una
insomne cuando se tiene un compañero de cuarto.
—Ten cuidado.
—Lo haré.
47
Ella se da la vuelta, y aunque está despierta, muevo con cuidado la puerta y
la cierro lentamente hasta que se cierra y se bloquea con un silencioso toque.
Siempre tengo cuidado.
Camino hacia mi coche con las llaves agarradas en mi puño, mirando a
izquierda y derecha por el estacionamiento, escuchando a ver si hay alguien, algo.
Había aparcado bajo la luz de seguridad. A tres metros de distancia, abro las
puertas con el mando a distancia y mi corazón late rápido, muy rápido. El sonido
jadeante de alivio cuando cierro la puerta detrás de mí es demasiado alto en el
limpio y seguro interior de mi Taurus
Enciendo el equipo de música, subo el volumen y conduzco.
Doy una serie de vueltas. Primero voy en un círculo alrededor de la
universidad, que tiene cuatro cuadras de largo y tres de ancho. Entonces amplio
los círculos alrededor de los edificios circundantes que son propiedad de la
universidad, por el centro de la ciudad, por la tienda de comida rápida y por los
grandes almacenes, por el campo de fútbol y por el restaurante de comida rápida.
Paso campos de maizales que empiezan a secarse y tornarse marrones. Mis luces
altas alumbran el vacío paisaje de mi estado natal.
Una de esas trayectorias solía ser mi recorrido nocturno, pero tuve que
parar. Después de que mi cuerpo desnudo y mi ubicación se convirtieran en
información pública, estar sola al aire libre perdió su encanto.
Solamente hago giros a la derecha porque no me gusta girar a la izquierda, y
mi padre no está aquí para decirme que tengo que superarlo.
Ya no sé cómo hablar con mi padre. Cuando lo llamo no puedo imaginar las
palabras que hubiera dicho antes, cuando no tenía que pensar en ello. Sabía
exactamente cómo hacerlo reír y amarme. Ahora, cuando hablamos, es como que
estoy actuando, sólo que no me sé mis líneas, y soy muy mala improvisando.
No puedo recordar cómo ser la Caroline Piasecki que se graduó del Instituto
Ankeny con su sonrisa blanca y perfecta, usando su gorro de graduación y vestido,
caminando hacia el escenario para dar el discurso de despedida con sus dos
hermanas y su padre en la primera fila de las gradas, sonriendo con orgullo.
No le he hablado de las fotografías. No puedo.
Soy una boca con la polla de un chico dentro de ella, un cuerpo que mirar,
unas piernas que se abren.
Hago girar el volante, girando mi coche a la derecha. A la derecha. Siempre
a la derecha.
48
No he visto a West durante trece días, pero pienso en él. Camino por la
tarde hacia la biblioteca, tratando de seguir todos los giros y vueltas de nuestra
conversación. ¿Por qué me hizo retroceder contra los estantes? ¿En qué estaba
pensando cuando le dijo a ese chico que se fuera? ¿Qué estaba tratando de
conseguir?
Pienso en él preguntándome si todo lo que hago es para lograr algo.
Analizo mi relación con Nate, tratando de responder a todas las preguntas
sin respuesta.
¿Él fue siempre malo y no me di cuenta? ¿Se volvió malo?
¿Cómo pude haber confiado en él?
Pienso en West diciendo:‖“Tú‖no‖has‖hecho‖nada‖malo”.
Recuerdo la forma en que se sentía su muslo presionando entre los míos.
Una vez, el año pasado, yo estaba escribiendo un ensayo en mi escritorio y
oí gritos y risas en el pasillo, golpes de periódicos que me estremecieron. Nate se
encontraba acostado en mi cama, leyendo su libro de introducción a la economía.
Bridget salió a ver lo que pasaba y no volvió. Entonces la oí reír y oí la voz alta de
West.
—¿Qué están haciendo ahí fuera?
Traté de sonar como que no me importaba. Como si estuviera un poco
molesta y no sintiera ese tirón en el pecho. Esa presión para descubrir, para
participar, ser parte de ello.
Nate se encogió de hombros. —Ve a ver.
Aún no puedo recordar exactamente lo que sentí cuando me levanté y me
dirigí hacia allí. Balanceándome sobre el filo de un cuchillo entre lo bueno y lo
malo, sin saber por qué camino inclinarme, pero consciente, profundo en mis
huesos, en mis apretados pulmones y tensos hombros, de que algo iba a suceder.
Esa noche en el pasillo, me encontré con Bridget y Krishna jugando a los
bolos con pollos de goma.
Sí. También me llevó un minuto empezar a entenderlo.
No sé de dónde sacó Krishna los pollos de goma —probablemente los robó
de alguna parte— pero quién quiera que los hubiera tenido antes, no podría haber
disfrutado tanto de ellos. Krishna y los pollos fueron famosos el año pasado. Los 49
pollos aparecieron por todas partes, ocupando los aseos, colgando de las vigas en
el comedor, encaramados en lo alto de la gran escultura fálica metálica en el centro
del campus, o colgando del barril de fiesta.
Pero en esta ocasión, Krishna estaba de pie en un extremo de la sala, a seis
metros de una buena jugada, y balanceando su pollo a varias revoluciones por
minuto mientras lo agarraba fuerte. Mientras observaba, lo soltó, un tiro por
debajo del hombro que lanzó al pollo por el aire a una velocidad sorprendente.
Golpeó los bolos y explotaron, dispersándose por el pasillo. Bridget chilló, luego se
agachó, riendo.
Era completamente infantil, el juego, la reacción femenina de Bridget, el
enrojecimiento de los ojos de Krishna y su sonrisa drogada. Yo tenía que entregar
un ensaño por la mañana y un montón de revisiones que hacerle. Tenía deberes de
latín pendientes, y si tenía que ir a la biblioteca debido a estos‖chicos,‖yo…
De repente, la puerta al otro lado de la mía se abrió. West salió con un pollo
en cada mano y una botella de dos litros de refresco bajo el brazo. —De acuerdo,
aquí está lo que pienso sobre los cohetes de pollo —dijo, antes de verme y
detenerse.
Nos miramos el uno al otro. Probablemente no por diez minutos enteros,
pero así se sintió. Como un rato indecentemente largo gastado mirando fijamente
su cara, cuando casi nunca me había permitido más que un vistazo. Un día viendo
su boca contraerse. Sus orificios nasales abriéndose. Sus ojos azul verdoso muy
pálidos iluminados con picardía.
Me quedé enredada en esos ojos suyos, tropecé y me caí mentalmente, y
luego no pude desenredarme.
West arqueó una ceja. —¿Quieres jugar?
No quiso decir nada con eso. Estoy casi segura.
O sea, lo hizo, pero lo único que quiso decir fue que, si le decía que sí,
conseguiría mi propio pollo y un pase gratuito para disfrutar de esta tontería,
escaquearme de la tarea, actuar como una chica diferente.
Él no quiso decir si lo quería a él. Si quería aprender a desinhibirme. Si
deseaba poder ser diferente.
Pero, aun así, mi corazón latía como una batería en un espectáculo de medio
tiempo, y no podía recuperar el aliento para responder: No, gracias.
Esto no es para mí.

50
Tú no eres para mí.
La negación era demasiado gruesa en mi garganta. Si trataba de decirlo en
voz alta, me ahogaría con el no, porque quería decir sí.
Al final no dije nada. Nate se acercó por detrás de mí y envolvió su brazo
alrededor de mi cintura, apoyando su barbilla en mi hombro. —¿Qué es todo ese
ruido?
Una puerta se cerró detrás de los ojos de West. Su rostro se bloqueó y el
punto de inflexión donde yo me encontraba parada se redujo bajo mis pies en el
terreno familiar y nada excepcional de mi pasillo, mi condición, mi aburrida vida
entera.
—Sólo estamos desahogándonos —dijo West.
—¿Podríais bajar la voz, tal vez? —preguntó Nate—. Estamos tratando de
estudiar.
—Por supuesto.
Nate me llevó dentro, cerró la puerta, me besó en el cuello. Sus manos
vagaron por debajo de mi blusa, encima de mi sujetador, y luego lo detuve porque
Bridget estaba en el pasillo y yo tenía un ensayo que escribir.
Y también porque me sentía desinflada, como si alguna intensa posibilidad
me hubiera sido arrebatada. Algo más que un juego juvenil de bolos en el pasillo.
La alquimia de un chico que podría convertir botellas de refresco de dos
litros en cohetes de pollo.
A veces me pregunto si la atracción que sentía hacia West es la razón por la
que rompí con Nate. Si reunió poder hasta que se hizo tan fuerte que arrojó una
sombra sobre todos mis otros sentimientos y ni siquiera me di cuenta.
Cuando pienso en Nate, en West, es difícil para mí decir lo que es mi culpa y
lo que no lo es.
Cuando duermo, no hay paz. Sueño con ser perseguida, atacada, herida. En
mis sueños, soy una víctima, y los sueños empiezan a sentirse más reales cada día.
Hay camionetas paradas detrás del mercado y de la tienda de comestibles.
El tipo de la gasolinera ha llegado a saber quién soy, y me pregunta cómo van las
cosas cuando pago por la gasolina y por el zumo de naranja. Tiene unos cuarenta
años, una barba llena de canas y una barriga. Parece un buen hombre, pero, ¿cómo
de bueno puede ser en realidad, trabajando en el turno de noche en el Kum and
Go?
Incluso el nombre de la gasolinera es demasiado grosero. Antes pensaba que
era gracioso. Ahora me hace recordar, y empecé a conducir a treinta kilómetros a la
ciudad más cercana para comprar la gasolina allí, porque ya no puedo hablar con 51
el tipo del Kum and Go sin preguntarme si me ha visto sin ropa.
Conduzco junto a grupos de estudiantes borrachos caminando de regreso a
la universidad en el bar o el pub, agarrándose por el codo unos a otros, riendo y
empujándose. Una vez vi a una chica caerse. Estaba sola con un chico, y pensé que
iba a violarla, pero él la ayudó a levantarse. Aparqué el coche y respiré hondo,
cerca de la hiperventilación. Porque, en serio, ¿qué diablos está mal conmigo al
pensar en eso?
Nunca antes lo habría hecho. Jamás.
No quiero ser así durante el resto de mi vida. Si tuviera un botón de
deshacer, lo golpearía con fuerza. Pero si hay alguna manera de volver a ser como
era antes, no la he encontrado.
Casi todas las noches acabo en la panadería.
Me digo a mí misma que no, pero lo hago.
Estoy bajo estrictas órdenes personales de dejar de conducir hasta ahí, dejar
de aparcar enfrente, dejar de mirar por la ventana para obtener un vistazo de West.
Sin embargo, aquí estoy.
La luz se derrama desde la cocina en la parte trasera de la tienda, a través de
la placa de vidrio y sobre la acera. Pongo el freno de emergencia, pero dejo el
motor encendido. Con el coche parado, mi música suena demasiado fuerte, así que
me inclino hacia adelante para bajarla.
Me imagino que se está caliente en la cocina y que huele bien. El sabor
mental de ello es dulce, un antídoto para todas las horas que paso en mi portátil,
escudriñando a través de lo peor que la humanidad tiene para ofrecer.
La figura de West cruza el umbral. En el momento en el que me pongo de
pie, con una mano sosteniendo la puerta abierta y con la otra metiendo mis llaves
en mi sudadera con capucha, él ya ha desaparecido. Una ráfaga de viento frío
sopla a través de mis pies expuestos y sobre la parte trasera de mi cuello. Me
encorvo, empujando mis puños más profundamente en el bolsillo de canguro de
mi sudadera con capucha.
Los hombres de mi cabeza quieren saber lo que estoy mirando y por qué soy
una zorra tonta.
No lo sé. No sé por qué.
Estoy a punto de volver al coche cuando el viento me empuja otra vez, un
empuje frío y duro justo en mi cara, entrecierro los ojos y levanto una mano para 52
protegerme los ojos.
Estoy molesta.
Estoy brava.
Estoy enojada.
Estoy de pie delante de una panadería a las cuatro de la mañana, furiosa,
mirando hacia una ventana vacía.
Aprieto mis llaves tan duramente, que me marcan la palma de la mano.
West camina de nuevo frente a la puerta abierta de la cocina.
Ves allí y dile que lo sientes. Dile que te gusta. Dile algo.
Pero no lo hago. No puedo. West no es lo que necesito. Él solo es lo que
quiero.
Lo quiero porque golpea cuando está enfadado.
Lo quiero porque condujo un coche ruidoso durante tres mil kilómetros él
solo, comiendo guiso enlatado como si eso fuera algo que simplemente haces.
Porque mira una botella de refresco y ve un cohete de pollo.
Porque siento que, si estuviera con él, podría arreglarme. Él podría
salvarme.
Me podría preguntar: ¿Quieres jugar? y esta vez puede que diga que sí.
Pero sé que eso no es lo que sucedería. Él no me salvaría. Él me arruinaría.
Ya estoy lo suficientemente arruinada.
Doy la vuelta, vuelvo al coche, y conduzco lejos de allí.

53
Traducido por Fiioreee, BeaG & Elle
Corregido por Marie.Ang, Aimetz Volkov & Verito

West
Me tomó diez años aprender a odiar a mi padre. 54
Él se daba vueltas por la ciudad lo suficientemente a menudo como para
joder la cabeza de mamá hasta que ella perdió su trabajo, le dio todo su dinero,
le entregó su corazón una vez más, y después le vio alejarse conduciendo.
Ese año —el verano en el que cumplí diez— mamá lloró durante una
semana. Visité a los vecinos en nuestro parque de casas rodantes, contándoles lo
que había sucedido de una manera que hizo que todo sonara divertido, con la
esperanza de que me dieran algo de comer.
En el jodido lugar de mierda de Oregon de donde soy, solía haber trabajos
en la madera, pero ahora no hay más que trabajo a tiempo parcial, pagos por
hora, con un salario con el que no se puede mantener una familia.
De donde yo vengo, las mujeres trabajan, y los hombres sólo son buenos
para dos cosas: luchar y follar.
Me hice bueno en luchar hace tiempo. Cuando tenía doce años, la amiga
de mi primo, Kaylee, me llevó a la sala de almacenamiento desbloqueada junto a
la lavandería y me enseñó a follar.
También soy bueno en eso, con un poco de práctica.
Tal vez debería haber sido suficiente para mí. Parecía que era suficiente
para todos los demás.
Pero hay algo en mí que es como una mala hierba, siempre empujando
hacia arriba a través de grietas, en busca de luz. Buscando un agarre más
profundo en el suelo inadecuado.
Tengo curiosidad. Quiero saber cómo funcionan las cosas, arreglarlas si
están rotas, hacerlas mejores. Es simplemente la forma en que soy, tanto como
puedo recordar. Cuando tres de las cinco secadoras están ahí rotas en el
remolque de la lavandería, tengo que saber por qué. Si no puedo conseguir una
buena respuesta, desarmaré a esas cabronas y trataré de averiguarlo.
Cuando hay algo que puedo hacer, tengo que hacerlo.
Creo que eso es lo que hace a un hombre de verdad. No qué culos puede
patear o lo bien que puede follar, sino lo que haces. Lo duro que trabajas para las
personas que dependen de ti. Lo que puedes darles.
Esa vez que mi papá vino cuando yo tenía diez —la vez que me paré
frente a él y me golpeó tan fuerte que finalmente aprendí a odiarlo— dejó a
mamá embarazada antes de irse.
Mi hermana, Frankie, vino al mundo con dos strikes ya en su contra.
55
Mamá no había planeado otro niño, y en realidad no se sentía muy emocionada.
Frankie apareció temprano, demasiado endeble. Dormía un montón.
Porque soy curioso —porque no puedo evitarlo— leí este folleto que
había venido a casa proveniente el hospital en una bolsa de leche artificial
gratuita. Decía que se suponía que los bebés despiertan cada tres o cuatro horas
para comer, pero Frankie no hacía eso. Ni de cerca.
—Que linda niña —decía todo el mundo.
Nadie quería escuchar que se moría de hambre.
No quería amar a Frankie. Sólo quería arreglarla. Pero lo que pasa con los
bebés es que mezclas la leche para ellos en medio de la noche —desenvuelves
sus mantas, cambias sus pañales, pasas la uña por la parte inferior de sus
diminutos pies descalzos hasta que estén lo suficientemente despiertos para
comer— y lo siguiente que sabes es que tienen sus pequeños dedos envueltos
alrededor de tu alma, y jamás te dejan ir.
Tuve que hacer las cosas por Frankie. Lo que había que hacer.
Simplemente tenía que hacerlo.
Así que aprendí a qué horas está abierto el Departamento de Seguridad
Nacional. Qué documentación hay que llevar a la oficina, a quién llamar si pasas
tu tarjeta de beneficios en el supermercado y resulta que no hay dinero en ella
porque tu madre perdió la cita y no te lo dijo. Aprendí a dónde ir para obtener
bodys4 de segunda mano. Quién da la fórmula para biberones gratis y en qué
días. Cómo convertir latas en cuartos de dólar para pagar la lavandería, dónde
encontrar trabajo cuando la gente dice que no hay ninguno.
Aprendí. Tengo un don para ello.
Para el momento en que tuve catorce, estaba ganando más dinero que mi
madre, y creo que me puse a pensar que era el hombre de la casa. La roca sobre
la que rompe la ola. Invencible.
Entonces apareció mi padre.
Si yo era la roca, él era la marea. No pude hacer nada para evitar que
arrastrara a mi mamá de nuevo al mar. Lo único que pude hacer fue mantener a
Frankie protegida, darle un lugar para esconderse y apiñarse para que no
pudiera arrastrarla también.
Después de eso, empecé a pensar en qué más podía hacer.
Sólo trabajando y manteniendo la mierda de la forma que ya estaba —
56
jamás iba a ser lo suficientemente bueno. Tenía que darle a Frankie una vida en
otro lugar, en algún lugar mejor, o si no iba a terminar como todas las otras
chicas, follando chicos de doce años de edad en los armarios de suministro,
siendo follada una y otra vez por un hijo de puta sin valor del que decidió que
está enamorada.
No podía soportar la idea de ello.
Cuando tuve la edad suficiente para conducir, me conseguí un trabajo en
este campo de golf lujoso a cuarenta kilómetros de distancia. Conseguí ese
trabajo a propósito, porque sabía que si había un lugar en el que podría conocer
a las personas adecuadas, estudiarlas, encontrar la manera de convertirme en uno
de ellos, era allí.
Me abrí paso hasta ser caddie, que es cómo conocí al Dr. Tomlinson. Fui
caddie para él una vez, cuando su chico habitual estaba enfermo, y entonces él
me pidió y me convirtiera en su chico habitual.
Este campo de golf del que estoy hablando —cuando digo que es lujoso,
me refiero a que es tan lujoso que la gente vuela allí desde todas partes del

4
Prenda de vestir de bebé completa que cubre todo el cuerpo
mundo sólo para jugar al golf, y una vez que escoge su caddie mantiene al
mismo durante el tiempo que desee. Es ostentoso.
Así que, de todos modos, el Dr. T es rico —un anestesiólogo— y su esposa
viene del dinero. He estado en su casa, en lo alto de un acantilado con vistas al
campo de golf. Es enorme, limpio, todo impecable, nada roto o fuera de lugar.
Esa casa se veía como todo lo que quería para Frankie. Una fortaleza que
la protegería de mi padre, del dolor, de la toma de decisiones jodidas y
estúpidas, y de desperdiciar su vida.
Vi esa casa, y la quise. Quería lo que él tenía.
Supongo que el Dr. T también vio algo en mí. La maleza en mí. Mi deseo
de trabajar, de crecer hacia cualquier tipo de luz que pudiera encontrar. Él dijo
que le recordaba a sí mismo cuando era un paupérrimo niño de granja en Iowa,
desesperado por hacer algo con su vida.
Lo hago sentir grande, es lo que quiere decir. Mostrarle quien era y lo
lejos que ha llegado.
El Dr. T me convirtió en su proyecto. Me enseñó a hablar para así no sonar
ignorante. Me dijo cuándo actuaba como basura, cómo encajar en medio de la
gente como él. Él y su esposa no tenían hijos, y él en cierto modo me adoptó.
57
Su esposa —no quería un niño. Me llevó al bosque y me dijo que le
levantara la falda. Me tomó en la piscina. Me tomó en su dormitorio cuando el
Dr. T no estaba cerca.
Ella no era la única mujer que me usó, o siquiera la primera. Ella quería
estar en mis pantalones. Yo quería su dinero. Un intercambio justo, pensé.
El Dr. T me dijo que me iban a enviar a la universidad a la que había ido
él, la mejor universidad, de acuerdo con él. Si pudiera conseguir los grados y
entrar, me enviarían a Putnam, Iowa, con matrícula completa. Alojamiento y
comida para mí.
Los Tomlinsons harían eso por mí. Me gustó mucho.
Me rompí el culo para entrar en Putnam. Hice cosas de las que estoy
orgulloso, e hice cosas por las que el Dr. T me mataría si se enterara. Lo hice para
poder llegar hasta aquí, y estoy aquí para así poder obtener un buen grado y
conocer a las personas adecuadas que me darán una ventaja en la vida.
Lo hice por Frankie y mi mamá.
No me avergüenzo. El mundo no es un lugar perfecto donde todo
funciona. Es una mierda, y si tengo que cortar las esquinas o violar la ley para
llegar a donde tengo que estar, bien. Si tengo que intercambiar sexo por dinero,
por la oportunidad, sigue siendo mejor usar mi polla que perder mi vida, perder
mi corazón.
El amor es lo que jode a la gente. El amor es la resaca.
Mi mamá me enseñó eso.
En Putnam no era la misma persona que soy en casa. Yo era un estudiante,
un trabajador, un actor articulando líneas. Era un impostor, pero uno bueno.
Sabía exactamente cómo tenía que comportarme, qué decir y hacer para poder
salirme con la mía, cuándo tenía que cerrar la boca y mantener la cabeza gacha,
sin importar lo mucho que no quería hacerlo.
Conocía las reglas. Sabía en dónde se inclinaban, y se me daba bien el
doblarlas, porque para un tipo como yo, doblarlas era la única manera.
Pero doblar es doblar y romper es romper. A excepción de una cagada con
Caroline, no rompía las reglas. Rompía la ley, pero no las reglas.
Supongo que cuando la cago, tiende a ser épico.

—Saca tus dedos de allí. 58


Krishna está inclinado sobre el tazón, hurgando en la masa de pan
multigranos. Saco el paño de mi cintura y lo golpeo en la nuca.
—¡Ay!
—He dicho que saques tus dedos.
Se endereza y se limpia la mano en sus vaqueros. La harina que suelta el
paño se desplaza en una nube a su alrededor. —Sólo quiero ver si se siente como
un culo.
—Eso es una mierda pervertida.
—Tú eres el que me lo dijo.
—De ninguna manera dije eso. Lávate las manos si vas a tocarla. Eso es todo
lo que pido.
—Lo hice antes de venir aquí.
—No lo hiciste.
—Si lo hice. Siempre me lavo las manos después.
Después, en este caso, significa después de salir de su cama. La mitad del
tiempo Krishna se cuela en mi turno de noche, está drogado. La otra mitad de las
veces, acaba de echar un polvo.
Esta noche, estoy bastante seguro de que es ambas cosas.
—Tal vez deberías lavarte las manos antes, y dejar de difundir sarna por
todo el campus.
—¿Sarna? Amigo, eso es enfermo. Mi cuerpo es un maldito templo.
—Y estoy seguro de que tus mujeres lo aprecian, pero yo no sé dónde han
estado tus dedos, por lo que vamos a lavarlos de nuevo antes de tocar esa masa o
te golpearé.
Levanta ambas manos en señal de rendición. —Está bien, capitán, está bien.
¿Qué arrastró tu culo esta noche?
—Nada.
Krishna se frota las manos. Limpio el bolo de la batidora con un raspador y
agua jabonosa, y luego lo seco y pulo hasta que brilla.

59
Me gusta trabajar solo. No hay nadie alrededor para hacer una gran cosa del
estado de ánimo en que me encuentro.
No hay nadie que haga que me dé cuenta de que he estado de mal humor
durante semanas, porque cada vez que veo a Nate Hetherington, quiero darle un
puñetazo de nuevo.
No debí haberlo golpeado lo suficientemente fuerte la última vez. Sigue
sonriendo con esa maldita sonrisa zalamera.
Krishna pone ambas manos en mi masa multigranos y comienza a amasarla
con los ojos cerrados, su expresión toda llena de encanto. Se comporta como un
idiota, nunca sabrías que es una especie de prodigio de las matemáticas.
—No voy a dejar que lo folles, si eso es lo que estás pensando.
—Shh —dice—. Estoy comparando.
—¿Con quién?
—Esa chica que estaba conmigo anoche. Penélope.
—¿Con el pelo oscuro? —pregunto—. ¿Grande?
—Sí.
—Jesús.
—¿Por qué, te gusta?‖Sabes‖que‖si‖me‖lo‖hubieras‖dicho,‖yo‖no…
—Nah, está bien. Ella es mi compañera de laboratorio.
—Tiene un buen culo —señala.
—No quiero oír nada de eso.
No es que me preocupe por Penélope en un sentido u otro. Es sólo que no
quiero ir al laboratorio y tener que pensar en Krishna inclinándola sobre una
barandilla o lo que sea.
Me contaría todos los detalles si no le prohíbo que lo haga. Krishna le diría a
cualquiera cualquier maldita cosa. En mi casa, un tipo que se jacta tanto como él
conseguiría que le pateen el culo con regularidad. Cuando lo conocí el año pasado,
pensé que probablemente lo mataría al cabo de una semana, y ahí va mi gran
oportunidad.
Sin embargo, tiene una manera de ser que hace que te caiga bien. Jódeme si
puedo decirte lo que es.
Golpea la masa ligeramente. —Esto no se puede comparar. Está todo lleno
de bultos.
—Es la multi-granos. Se supone que esté llena de bultos.
Cuando cree que no estoy mirando, pellizca un poco de masa y lo pone en 60
su boca. Luego lame su dedo.
—Eso es todo. Si tocas una cosa más, te irás de aquí.
—Te sentirás solo sin mí aquí para que te haga compañía.
—Sí, lloraré encima de todas las baguettes y le diré a Bob que cobre los
mocos como sal artesanal.
Bob es dueño de la panadería. Me contrató como personal extra para Acción
de Gracias el noviembre pasado, pero me hice tan indispensable que se quedó
conmigo, eventualmente dándome algunos turnos de la noche en la semana. Está
cerca de retirarse, y realmente no le importa una mierda nada mientras el lugar
abra y cierre y haya algo que vender. Me ha estado dejando experimentar con el
pan, haciendo nuevas recetas a ver si a los clientes les gusta. Es un gancho.
Además, la panadería es un gran lugar para vender hierba. Ya había una
tradición de Bob vendiendo muffins y galletas calientes a estudiantes
universitarios‖a‖altas‖horas‖de‖la‖noche…‖adictos‖a‖los‖postres,‖estudiantes‖tratando‖
de mantenerse drogados toda la noche. Yo había mantenido la tradición, pero los
que me escribían o llamaban primero y deslizaban billetes en mi mano conseguían
más que un muffin en su bolsa marrón de papel.
Krishna está pasando el dedo que lamió alrededor del borde de la taza de
mezclar gigante. Voy por la toalla de nuevo, pero se da cuenta y la agarra de mi
mano. Lo dejo. No pelearé por una toalla.
—Sabes, tengo trabajo que hacer.
—¿Qué tienes que hacer? Mirar la masa expandirse. Este es el trabajo más
aburrido del mundo.
Desde que él había llegado, yo había estado lavando los platos en agua tan
caliente como para quemar su piel de yo-nunca-he-trabajo-siquiera-un-día-en-mi-
vida.
No sé por qué lo mantengo cerca. Se salta clases, no tiene trabajo, bebe
demasiado, entierra su polla en cualquier cosa que se mueva. No me debería
gustar.
Él como que se apegó a mí.
Había planeado vivir solo este año. Encontré un apartamento en un sótano
por un buen precio y conseguí el permiso de la universidad para vivir fuera del
campus, lo que me ahorra una fortuna en alojamiento y comida.
Krishna vio el permiso en mi escritorio y me rogó que lo llevara conmigo. 61
Terminó consiguiendo un lugar más grande, arriba de una tienda, y me
prometió la renta si lo arrendaba y lo dejaba tomar una habitación. Accedí, porque
es bueno para ello. Los padres de Krishna tienen dinero.
Desempolva el mostrador con la toalla, se sube encima y dibuja un
cuadrado en la harina restante en la fría superficie de metal. —¿Te subirá el ánimo
si te digo que tu chica está afuera sentada en su carro de nuevo?
Miro hacia el frente, lo que es estúpido. Primero, no la puedo ver desde
aquí. Solo puedo verla si camino hacia el otro lado de la habitación y me asomo
por la ventana del frente. Y luego ella me vería. Lo que no quiero que haga.
Segundo, no es mi chica.
Tercero…
—¡Ja! —dice Krishna—. Caes muy fácil.
Sí. Eso es lo tercero. Se dio cuenta de mi fijación por Caroline bastante
rápido desde el año pasado, y siempre me fastidia con eso.
Desde que golpeé a Nate el mes pasado, ella ha estado estacionándose fuera
de la panadería un par de noches a la semana. Nunca entra. Simplemente se sienta
ahí cuando se supone que debería estar durmiendo.
La vi en la biblioteca hoy, inclinada sobre un cuaderno, escribiendo algo. El
sol entraba a raudales por encima de su mesa, haciendo que su cabello y su piel
brillaran como oro. Lucía frágil. Cansada.
No puedo soportar que esté ahí afuera. Quiero que se vaya.
No quiero tener que pensar en ella.
Por supuesto, quizás ni siquiera está ahí afuera. Krishna podría estar
molestándome. Está esperando a que yo le pregunte, y no le quiero dar la
satisfacción.
—¿Conoces a alguien que sea vietnamita? —dice.
—¿Qué? No.
—Necesito conseguir a alguien vietnamita que me enseñe cómo juegan ellos
a cruz‖y‖cero.‖Estoy‖trabajando‖en‖estas‖combinaciones…
—¿Está ella ahí afuera o no?
Sonríe. Sus dientes son cegadores. Su sonrisa es la menor del cincuenta por
ciento de las razones por las cuales consigue a tantas chicas. —Sí, está ahí afuera.
—¿Hablaste con ella?
62
—Me dijiste que la dejara en paz.
—Bien.
Pongo la levadura en el refrigerador y miro la lista de cosas que debo
terminar antes de que mi turno acabe.
Miro hacia el reloj.
Krishna aún está hablando sobre el juego de cruz y cero.
Mi teléfono vibra en mi bolsillo, lo saco y veo el número de mi mamá, pero
el mensaje suena como Frankie.
¿Q stas haciendo?
Escribo de vuelta. Trabajando. ¿Por qué estás despierta?
No puedo dormir, escribe. Cántame.
Es después de las diez en casa. Debería haberse ido a dormir hace horas.
Solo tiene nueve años.
¿Por qué no lo hace mamá?
Salió.
Eso era lo que temía.
¿Qué canción quieres?
Una estrella.
Así que escribo el primer verso de Dream a Little Dream of Me línea por línea.
Me envía una carita sonriendo.
Ve a dormir, Frank.
Lo estoy intentando.
Sé buena.
Siempre.
Te amo.
Buenas noches West.
Buenas noches cacahuate.
Cuando pongo el teléfono en mi bolsillo de nuevo, se siente más pesado.
No me gusta que Frankie me escriba después de las diez de la noche.
No me gusta que mi mamá no esté en casa o que me enviara un correo esta
mañana pidiéndome quinientos dólares pero no me dijo para qué eran. Traté de
llamar a Bo, el novio de mamá, con quien viven ellas, pero no respondió y no me
63
ha devuelto la llamada.
Un par de miles de kilómetros lejos de ellas, solo puedo saber lo que me
dicen. Y mamá solo me dice lo que piensa que yo querré escuchar. Se supone que
debo de tener fe en que todos estarán bien sin mí.
Cuando has tenido mi vida, la fe es escasa.
Y maldita sea, no me gusta saber que Caroline está ahí afuera en la
oscuridad, sola, despierta cuando necesita algo de descanso.
Estoy jodidamente cansado de preocuparme por ella todo el tiempo.
Eso es lo peor de Caroline, la persistente e interminable preocupación que
siento por ella. Era lo suficientemente mala el año pasado, cuando la conocí y
empecé a enamorarme de ella y me juré a mí mismo que nunca la tocaría de nuevo,
todo en el mismo día.
Era lo suficientemente malo cuando comencé a soñar con ella,
despertándome con mi polla dura y masturbándome en las sábanas, pensando en
su boca sobre mí, sus piernas alrededor de mi cintura, cómo luciría su cara cuando
acaba.
Lo suficientemente malo, pero bien. Lo que sea. Puedo ignorar ese tipo de
mierda por siempre. Podía masturbarme un millón de veces pensando en Caroline
y aún no tener que hablar con ella.
El problema con Caroline no es que la desee. El problema es que
quiero ayudarla, quiero aprender todo de ella, quiero arreglarla, y no puedo hacer
eso. No puedo quedar enganchado con ella, o me distraerá y destruirá todo.
Tengo demasiado en juego como para quedarme atascado con alguna chica
imposible.
No iré ahí.
Miro el reloj de nuevo.
Krishna mete su cabeza en el gran refrigerador industrial. —¿Tienes masa
de galleta aquí?
—No. Es tiempo de que te vayas. Comenzaré a hornear pronto.
Inclina la cabeza y me evalúa con la mirada. Tiene un rastro de suciedad en
su mejilla y un poco de harina en su cabello.

64
—Estás tratando de hacer que me vaya porque vas a ir a hablar con ella.
¿Cierto?
Demonios, lo haré.
Lo haré, porque no puedo no hacerlo más. He estado no yendo a hablar con
ella por semanas.
—Te llevaré un poco de desayuno luego —le digo—. ¿Qué quieres, un
panecillo de limón con semillas de amapola?
—Tráeme una de esas con chispas de chocolate.
—Puedes tener todas las jodidas chispas de chocolate. Solo sal de aquí. —
Lo empujo por la puerta trasera, hacia el callejón.
—Está fuera de mí interponerme entre tu dama amiga y tú.
—Sabes‖que‖es‖porque‖dices‖cosas‖como‖“dama‖amiga”‖que‖ estoy haciendo
que te vayas, ¿no?
—No, es porque tienes problemas de privacidad. Podrías ser un asesino en
serie y nadie lo sabría. O, como, un stripper secreto.
—Como si tuviera tiempo para otro trabajo.
—Eso es cierto. Tendrías que dejar de dormir. Pero podría valer la pena por
tener chicas metiendo dinero en tu paquete.
—Ellas hacen eso de todas formas cuando voy a bailar.
—¿Oh, sí? —El rostro de Krishna se ilumina—. ¿Tienes algunos
movimientos?
Yo no bailo. Si necesito emborracharme, lo hago en el bar de la ciudad que
no pide identificación.
Si necesito acostarme con alguien, encuentro a alguien que no vaya a la
universidad, la llevo a casa, la hago feliz y luego me voy. Las mujeres de la ciudad
no esperaban nada más de mí.
—No —digo—. No necesito movimientos. Tengo pantalones apretados y
una polla de elefante.
Krishna se ríe.
—No vas a conducir, ¿verdad?
—Caminé. Puedo tocar su ventana si quieres. Mandarla para acá.
—Gracias, pero no. —Le doy la vuelta hacia la dirección contraria,
llevándolo hacia el apartamento. Se encuentra a solo dos cuadras y nunca he

65
escuchado que robaran a nadie en Putnam.
—No te olvides de mi panecillo —dice mientras gira en la esquina.
Después de que Krishna se ha ido, la cocina está tan silenciosa que parece
hacer eco. Esta es mi parte favorita de la noche, lo que viene luego, la parte en la
que tiro la masa, la peso para convertirla en panes, le doy forma, lleno los moldes,
y prendo los hornos. Es un acto de creación, y soy el dios del pan.
Miro el reloj y cuento los minutos. Diez.
Diez, al menos, antes de mirar por la ventana. Tal vez se habrá ido y no
tendré que hacer esto. Puedo mandar en este pequeño mundo, jugando con las
temperaturas y probando tiempos, cuánta harina y cuánto líquido, cuántos
minutos en el horno. Es como tirar de palancas. Arriba o abajo. Más o menos.
Simple.
Desearía que Caroline me dejara serlo. Ser el dios de los panes y dejarme en
paz. Pero está ahí afuera, metiéndose con mi reino, y tengo miedo de lo mucho que
quiero ir a hablar con ella.
Pienso en Frankie en el teléfono. O en el dinero que le envié a mi mamá esta
tarde.
Me prometo a mí mismo no ir a la puerta por quince minutos.
Joder, veinte. No iré por veinte minutos.
No puedo rendirme en esto, porque lo peor de Caroline es que nunca le he
prometido nada, pero está aquí, de todas maneras. Como si supiera.
No lo sabe. No puede.
No puede saber que cuando hago una promesa, la mantengo.
O que tengo miedo de que, si comienzo a prometerle cosas, no seré capaz de
renunciar.
—¿Quieres venir dentro?
Eso es todo lo que toma. Cuando dice—: Sí, seguro. —Me doy la vuelta y
entro, y cierra su auto y me sigue.
Pongo mi iPod en aleatorio y comienza a sonar. Me gusta tener música en
esta‖ parte‖ de‖ la‖ noche…‖ ponla‖ antes‖ y los mezcladores hacen demasiado ruido
como para escucharla. Mientras me lavo las manos, Caroline divaga alrededor,
haciendo un lento circuito por la habitación. A diferencia de Krishna, no toca nada.
Me ato el delantal sobre mis vaqueros y vuelvo a hacer lo de antes.
—Bob hace los dulces —le digo—. Solo los meto en el horno al final de mi

66
turno. No estoy seguro de que quieras esperar tanto tiempo.
Como si pensara‖que‖est{‖aquí‖por‖una‖galleta,‖y‖no‖porque…‖joder‖si‖lo‖sé.‖
Golpeé a su ex, apareció en la biblioteca, la arrinconé y me dijo que no quería tener
nada que ver conmigo. Luego comenzó a acosarme en el trabajo.
¿Qué se supone que piense?
Se encoge de hombros.
Quito un trozo de pan de la báscula y lo pongo en la superficie enharinada
de la mesa. —Así que, ¿cómo estás?
Caroline apoya su cadera contra el borde de la mesa, en el otro extremo. —
Bien.
Bien.
Todo el mundo dice que está bien. Es mentira.
No es como si todas las conversaciones que tenía en casa fueran profundas y
llenas de significado, pero nunca perdí el tiempo siendo tan cortés como lo hago
aquí en Iowa.
Caroline lleva pantalones de chándal, sandalias y una sudadera en la que
podrías meter a siete como ella. La pintura en los dedos de sus pies está cayéndose
y su cabello se encuentra recogida en una de esas colas de caballo a medio hacer,
como si hubiese comenzado a hacérsela pero sus brazos se cansaron y
abandonaron el trabajo antes de terminarlo.
Hay chicas que se visten de la manera en que Caroline está vestida todo el
tiempo, pero ella no. El primer día de la clase de historia, llevaba vaqueros y un
brillante suéter azul incluso aunque hacía cuarenta grados centígrados afuera.
Alineó su pluma y su resaltador perpendicularmente a su carpeta, el libro de texto
y el programa de estudios enfrente de ella.
Hay algo acerca de ella que parece tan compuesto, incluso cuando está
usando vaqueros y una franela. No la forma en la que luce, quiero decir.
Algo dentro de ella. Como si ya lo hubiese resuelto todo, supiera lo que quiere,
supiera que merece conseguirlo.
Todavía puedo recordar cómo se veía su rostro cuando estaba metiendo su
nariz en mi auto, chequeando todas mis cosas, preguntándome—: ¿No te preocupa
el botulismo?
Esta noche, últimamente, parece estar perdida. No está bien. Ya no más.
Y no puedo dejar que eso sea así.
—¿Cómo es que todo el mundo miente cuando le preguntas eso?
67
—¿Qué, cómo están?
—Sí. Tú dices, Oye, ¿cómo estás? Y todo el mundo dice, Oh, bien. Su cabello
podría estar en llamas, y ellos aún dirían, bien, bien. Nunca nadie dice, Luces como la
mierda, o no tengo suficiente dinero para pagar la renta, o acabo de recoger una
prescripción para un grave caso de hemorroides.
—A la gente no le gusta hablar sobre hemorroides. Los hace sentir
incómodos.
—¿Pero quién decidió que era el jodido fin del mundo sentirse incómodo?
Eso es lo que quiero decir.
Se encoge de hombros de nuevo. —Creo que se supone que es la lubricación
de la sociedad.
—¿Lubricación?
—Grasa.
Le frunzo el ceño y dejo una barra de pan en la mesa, está subiendo por la
levadura. Tengo que lanzarlos hacia el lado de ella. Este aterriza con un puf de
harina que ensucia sus pantalones de chándal negro, pero no se sacude la harina.
Sé lo que es la lubricación. Solo que no entiendo por qué la necesitamos.
No la necesitamos en la biblioteca, cuando yo estaba tan jodido por haber
golpeado a Nate que olvidé que se suponía que debía ser educado.
Se sintió bien golpear a ese idiota.
Se sintió jodidamente bien llevarla contra los estantes, olerla, llenarme la
nariz de Caroline y poner mi pierna justo entre las suyas, obtener una probada de
ella en mi lengua.
—Es algo que dice mi papá —me explica—. Ser educado es una forma de
lubricación social.
—Pensaba que eso era el alcohol.
—¿Qué cosa?
—Pensaba que el alcohol era para la lubricación social.
Sonríe un poco. —Eso también.
—No estoy seguro de que nosotros necesitemos lubricación.
Eso me hace ganarme la‖ mirada‖ “estoy-tan-ofendida”‖ de‖ Caroline. Esos
enormes ojos marrones entrecerrados.
Me encantaría verla poner esa cara cuando tengo la lengua entre sus 68
piernas.
Y definitivamente no debería estar pensando en eso.
Sin embargo, es imposible parar de pensar en fricción, lubricación, lenguas y
bocas cuando se pone roja de ese modo. Cuando sé que estoy llegando a ella y la
estoy desconcertando. Se sonrojó esa vez cuando fui de mi habitación a la ducha en
una toalla. Me miró y me miró, y su cuello estaba colorado y sus ojos enormes.
Tuve una erección durante una semana.
—¿Por qué viniste esta noche?
—Me pediste que lo hiciera.
—Antes de eso. ¿Por qué sigues conduciendo hasta aquí, estacionándote al
frente? ¿Qué es lo que quieres?
Lanzo el último pedazo de masa sobre la mesa, y se desliza sobre la
superficie enharinada, deteniéndose frente a ella.
—No quiero nada.
—No te creo.
Me mira fijamente, su nariz se agita y alza la barbilla, comenzando a
enojarse porque estoy presionando.
Bien, que se enoje. Cuando lo hace, habla.
—¿Cómo va todo, Caroline?
Esta vez me apoyo en las palabras del modo en que me apoyo en la masa,
presionando fuerte con mi mano. Quiero una respuesta real, porque estamos a
mitad de la noche y podemos mentirnos mutuamente durante el día, en el campus,
en la biblioteca.
Ya lo hacemos. Cada vez que la paso en el pasillo y no la agarro y la empujo
contra una pared, besándola hasta la estupidez…‖cada vez es una mentira.
Estoy harto de eso. Acepté este trabajo esperando estar solo, trabajando
cuando nadie más estaba despierto, no teniendo que ser cortés o diciendo palabras
que no quiero decir, actuando como alguien que no soy. Necesito que el trabajo me
dé eso porque no lo obtengo de ningún otro modo, y se jode cuando Krishna
aparece y tengo que andar con sigilo alrededor del hecho de que bebe mucho y se
odia a sí mismo. Lo jode tener a Caroline sentada afuera en su coche, sin entrar. Y
ahora que está dentro, lo está jodiendo el que me esté diciendo que está bien.
—Yendo —dice.
69
—¿Sí? ¿Disfrutando el clima de otoño? ¿Las clases te tratan bien?
Se pellizca el puente de la nariz, en lo alto, y cierra los ojos. —Tenías razón.
¿Es eso lo que quieres que te diga?
—Quiero que digas la verdad, sea cual sea.
—¿Por qué?
—Porque creo que no le dices la verdad a nadie. Estás despierta a las dos de
la mañana. Luces mal. Estás exhausta. Cuando te invito a venir, cuando te
pregunto cómo va, ¿crees que me voy a creer el jodido bien? ¿Crees que eso es lo
que quiero que me digas?
—Eso es lo que dice todo el mundo.
—Sí. Lo es. Y si vas a salir de la cama y venir aquí a hablarme, lo mínimo
que puedes asumir es que no soy todo el mundo. Cuando te pregunto, de veras
quiero saber cómo estás.
—¿Y qué tal si no tengo ganas de decírtelo?
—Entonces di eso. ¿Cómo va todo, Caroline? No es nada de tu jodida
incumbencia, West. ¿Ves cómo funciona? Es sencillo.
Permanece en silencio durante un minuto, y tengo la oportunidad de
apreciar lo idiota que soy. No tengo derecho a ser de este modo con ella. No sé por
qué siempre quiero serlo —presionarla, quitarle capas, encontrar lo que hay
debajo— pero lo soy.
Esa es la cosa sobre Caroline. Quiero desnudarla, y luego quiero seguir
adelante. Quiero aprender cómo funciona. Ni siquiera lo quiero, lo necesito.
Necesito algo de ella, y de eso es de lo que tengo que cuidarme. Lo más
peligroso de ella. Porque si la necesito, me hará daño, me distraerá, tal vez me
quebrará en pedazos y los aplastará bajo su zapato. Lo he visto suceder con mi
mamá.
Tampoco es que sea tan tonto como para creer que el amor le hace eso a
todo el mundo. Bo, el novio actual de mamá, la ama, pero no de ese modo; como un
tifón, un jodido tsunami que lo tira al suelo. Sé que hay amor en el mundo, del tipo
de‖“tómalo‖o‖déjalo”,‖f{cil,‖relajado‖y‖firme.
Pero eso no es lo que siento alrededor de Caroline.
Ella podría hacerme caer al suelo con muchísima fuerza.
No es la razón por la que me hallo en Iowa.
70
Exhala fuertemente. —De acuerdo —dice—, está bien. —Y luego, después
de otra pausa, dice—: Pregúntame de nuevo.
—¿Cómo va todo?
—Terrible. —Mira hacia el suelo—. Cada día —susurra—. Cada día es el
peor día de mi vida.
Pongo harina sobre la mesa frente a mí, preparándola para darle forma a las
hogazas. El pan se hace prácticamente solo si lo haces bien. Solo tienes que dejar de
pelearte con él.
Caroline observa mis manos. El modo en que mis dedos moldean y
pellizcan, ponen el‖pan‖en‖las‖bandejas…‖tengo‖un‖modo‖de‖hacer‖que‖no‖pelearme‖
parezca que lo hago. Supongo que he estado hincando mis manos por tanto
tiempo, que es difícil recordar que hay otro modo de hacer las cosas.
Aunque no creo haber sido nunca como Caroline; privilegiado como ella,
confiado de mi lugar en el mundo, pensando que el futuro era un huevo dorado
que podía sacar del nido y llevarme a casa. Siempre he sabido que el mundo no
está bien, que está roto, que te falla cuando menos te lo esperas.
Cuando sabes eso, es sencillo aguantar los golpes, es una lucha automática
por respuesta.
—No puedo hacer que desaparezca —dice despacio—. No por mí misma.
No‖sin…
—¿No sin qué?
Arruga la nariz. —Decirle a mi papá.
—¿Qué puede hacer él que tú no puedas?
—Potencialmente, muchas cosas. Pero principalmente, contratar a esta
compañía que puede borrar tu nombre online. Eliminar los malos resultados de las
búsquedas. Pero es caro.
—Ah.
—Sí.
—Eso apesta.
—Exactamente.
—Y, ¿qué hay de nuevo?
Parpadea, obviamente no esperando el cambio de tema. —No mucho —
dice.
—Huh. —Empujo algo de masa en su dirección—. ¿Quieres intentarlo? 71
—No, gracias.
—Vamos, te enseñaré cómo.
—Gracias, pero no. Creo que mis talentos yacen en otro sitio.
Suena tanto como la antigua Caroline que casi sonrío. —No hay problema.
Comienza a pasearse por el sitio de nuevo.
—¿Has pensado en algo más aparte de las fotos desnuda desde que
aparecieron…?‖¿Cu{ndo?‖¿Principios‖del‖mes‖pasado?
—Veinticuatro de agosto. —Inclina la cabeza, considerándolo—. Sí.
—¿En qué más has estado pensando?
Caroline echa un vistazo a la mezcladora limpia. Cuando pone un dedo
dentro del tazón traza su curva, la curva que pulí hasta hacerla lo suficientemente
brillante como para atraer su atención. No le digo que se detenga, aunque tenga
que limpiarlo de nuevo una vez que ella se vaya.
Puede tocar lo que quiera.
—Mi clase de ley constitucional. Tarea de latín. La próxima boda de mi
hermana. Si mi papá está comiendo apropiadamente ahora que no estoy en casa
para molestarlo. Cómo enmascarar los círculos bajo mis ojos. Violación. Maldad. Si
los comités de admisiones de la escuela de leyes googlean a los solicitantes o solo en
circunstancias especiales. —Me mira fijamente—. Si debería arreglarme el espacio
entre los dientes. Lo de siempre.
—¿Segura que no quieres añadir un par de cosas más? Calentamiento
global, ¿tal vez? ¿La disminución de periódicos?
Casi sonríe. —¿En qué piensas tú?
Supongo que debo hacer una lista también, pero al demonio.
Tengo todavía tres años de pregrado antes de comenzar la escuela de
medicina, seguido de cuatro años para convertirme en doctor, otros cuatro o cinco
para convertirme en anestesiólogo, y luego años de duro trabajo para tener mi
propia clínica. Tengo tres trabajos, pensar en Frankie, ocuparme de mamá.
Tal vez lo que puedo tener de Caroline es esta pequeña porción de espacio y
luz en las horas más oscuras de la noche. Puedo darle permiso para no estar bien.
Dejarla hablar sobre lo que le molesta. Distraerla de sus problemas.
Si quiere venir aquí, lo haré, pero no haré míos sus problemas, no le voy a
exponer mi maldita alma.
72
—Mayormente mis orejas —digo—. ¿De veras piensas que son muy
pequeñas?
Me las toco con las manos cubiertas de harina, intentando lucir consciente.
Funciona, y ella sonríe. El espacio entre sus dientes me mata; necesito medirlo con
mi lengua.
—¿Seguro que estás completamente crecido? —pregunta—. Porque mi
dentista me dijo que pueden pasar unos cuantos años antes de que mis muelas del
juicio salgan completamente. Tal vez pasa lo mismo con tus orejas.
—Estás diciendo que podría dar un estirón. Que podrían crecerme unas
orejas más masculinas.
—Es posible.
—Aunque ya sabes lo que dicen, orejas pequeñas, equipamiento grande.
—Eso no es lo que dicen.
—¿No? Tal vez sea solo en Oregón donde lo dicen.
Se ríe, es un sonido ronco. No me gusta cómo se desliza sobre mí. No me
gusta cómo puedo sentirme poniéndolo en el libro de caricias después —Caroline
riéndose mientras desabrocho su sostén. Todavía sonriendo cuando le quito esos
pantalones de chándal sin forma y miro lo que tiene debajo. Qué aspecto tiene
desnuda.
Ya sabes qué aspecto tiene desnuda.
Todo el mundo lo sabe.
Me sacudo ese tren de pensamientos. No importa, y de todos modos no
pasará nada entre nosotros.
—Precisamente mi punto —digo—. Hay todo un montón más de mierda
por la que podrías preocuparte, y estás malgastando el tiempo en algo que no
puedes arreglar.
—¿Cómo qué? Preocuparme por el tamaño de tus orejas no llenará mucho
mi tiempo. Todavía tengo como veintitrés horas y media para preocuparme.
—¿Qué estás diciendo? ¿Solo te preocupan mis orejas durante media hora?
—Tal vez ni siquiera eso. Tengo que ser honesta contigo.
—Por favor, sé honesta.
—De acuerdo. La cosa es que, ¿si no tengo que ver las orejas de otro tipo
mientras viva? Seré una chica feliz.
73
—Ahora estás empezando a sonar amargada.
—Tal vez lo soy. Tal vez he estado demasiaaaado cerca de las orejas
últimamente.
—¿Rojas e hinchadas orejas?
Ella se inclina, como si me contara un gran secreto. —Venosas, horribles,
gigantes, asquerosas, goteantes orejas.
Eso hace que me parta de la risa.
—¿Qué pasa con los chicos tomándose fotos de sus orejas? —Ahora está
indignada—. Es como si estuvieran orgullosos de ellas.
—Si pudieras disparar cosas con las orejas, también estarías orgullosa.
Se está mordiendo el labio, mirando hacia la mezcladora como si la fuera a
rescatar del hecho de que acabamos de tener una conversación sobre penes, y se
quiere reír pero no se lo permite. —Creo que necesitamos un nuevo tema.
—¿Algo más educado?
—Sí. —Entonces me mira desde debajo de sus pestañas, y, por un segundo,
es pícara—. Algo un poco menos lubricado.
Tengo que apartar la vista de ella, tomar un respiro. Señalo un nudo en la
masa. —Lávate las manos y te dejaré amasar eso.
—Lo harás, ¿eh?
—Lo haré. Te enseñaré cómo hacer el mejor pan de masa fermentada en el
Condado de Putnam.
—¿Hay alguien más en el Condado de Putnam haciendo hogazas de pan de
masa fermentada?
—No que yo sepa.
Le hace una mueca al pan, pero se está quitando la sudadera. —De acuerdo,
me apunto.
La camiseta que tiene debajo tiene que ser de su pijama. No lleva sujetador.
Tengo listas cuatro hogazas más mientras se lava las manos en el fregadero.
Me toma dos antes de poder apartar la sorpresa. Hago otra con los ojos cerrados,
intentando apartar el rebote de sus pechos de mi cabeza.
Cuando regresa del fregadero, su rostro está serio. —Escucha.‖Yo…‖solo‖voy‖

74
a decir esto. Iba en serio lo que te dije en la biblioteca.
—¿Qué cosa de lo que me dijiste?
Está pellizcándose el pulgar con la uñas. —No puedo ser tu amiga.‖ O…‖ o‖
cualquier otra cosa.
Lo entiendo.
No quiere decir que no duela, un poco, escucharlo de nuevo, pero de veras
lo entiendo. Por todo eso tenía mis razones para no hablarle el año anterior, y ella
también tiene sus razones. Estaba Nate. Estaba su padre, que me odiaba antes que
yo deliberadamente encendiera su mecha. Pero bajo todo eso, estaba esta otra cosa.
Caroline no es del tipo de chica que se mezcla con un tipo que trafica. Es del
tipo que juega a lo seguro, hace lo que se supone que debe hacer, sigue las reglas.
Tal vez si yo fuera quien pretendo ser cuando estoy en Putnam, Caroline y
yo podríamos ser algo, pero no lo soy. No tenemos sentido juntos.
Está bien.
—Te digo qué —digo—. Esta noche te enseñaré cómo hacer una hogaza
decente y hornearla. Si vienes mañana, te enseñaré algo más. No necesitamos ser
amigos.‖Podemos‖solo‖hacer‖esto…‖ya‖sabes,‖esta‖cosa‖de‖noche.‖Si‖quieres.
—¿Podemos?
—Cuando Bob no está aquí, es mi panadería. Puedo hacer lo que quiera
siempre y cuando haga el pan.
—Y tú no…
Cuando me mira directamente, mis manos se crispan.
No lo harás, West.
Maldita sea que no lo harás.
—Haremos pan y seremos no-amigos. No tienes que acercarte a menos de
tres metros de distancia de mis orejas. De todos modos, tampoco quiero eso de ti.
¿Qué es una mentira más encima de todas las demás?
Hurga experimentalmente en la masa frente a ella. —De acuerdo, entonces
enséñame cómo hacer esto.
Se lo muestro, y luego le muestro el resto. Se queda hasta que la hogaza sale
del horno. Para entonces, ya está bostezando. La envío a casa, a su cama, con un
pan caliente bajo el brazo. Hago que me envíe un mensaje de texto cuando llegue
al dormitorio, a salvo detrás de una puerta cerrada.
La noche siguiente, está de vuelta.
75
Sigue viniendo y yo la dejo.
Así es como consigo ser no-amigo de Caroline Piasecki.
Traducido por Katita, Danny_McFly, Niki, Alexa Colton & Nats
Corregido por Jasiel Odair, Cotesyta, Anakaren, CrisCras & Valentine Rose

Caroline
Cuando pienso en la panadería, pienso en todo esto junto. 76
El crujido de las hojas caídas amontonadas en el umbral de la puerta de
atrás donde habrían volado por el callejón.
El brillo de los tazones y encimeras debajo de los fluorescentes mientras
West limpiaba y guardaba todo.
El olor de la cocción de pan, la masa de la levadura desmigajada entre mis
dedos, la voz de West detrás de mí oreja mientras se apoyaba sobre mi hombro
viéndome dejarla en el cuenco, diciendo—: Justo así. Exactamente.
La forma en que movía sus brazos con movimientos cortos y seguros
cuando rebanaba la parte superior de los panes justo antes de empujar las
bandejas en el horno.
El invierno llegó tarde. Octubre se convirtió en noviembre y pasé un largo
y crujiente otoño de harina esparcida en la encimera y amasándola, los dedos
pegajosos, la música a todo volumen y West trabajando con su gorra de béisbol
hacía atrás, un delantal atado a la cintura, y esa sonrisa de listillo en su rostro.
West es la panadería. No me puedo imaginar el punto de esta sin él en
ella, y no puedo imaginarlo —la mejor versión de él, la que rara vez permite ver
a las personas— sin esta cocina con sus movimientos como telón de fondo.
West inclinándose para medir una cucharada de granos.
West cerrando la puerta del horno con su hombro y ajustando el
temporizador.
West amasando con las dos manos, con la harina espolvoreando todo el
camino hasta sus codos, moviéndose al ritmo fácil de algo de música de club
cursi que Krish había escogido.
Allí, en la panadería, mientras que el resto del mundo estaba durmiendo,
el tiempo se detuvo y encontramos algo fuera de él. Nos convertimos en esa
cocina. Mucho antes de que él me besara, pasé toda una vida con West, bañada
por la luz amarilla, bautizada en agua tibia del grifo, consagrada al amanecer
cuando rompimos una hogaza de pan y miramos. Cavando con nuestras manos
en ella. Probando lo que habíamos hecho.
No era perfecto lo que hacíamos. Una noche se me olvidó la sal. En otra
ocasión, el agua que puse estaba demasiado caliente y destrocé la levadura.
Había noches en las que West se olvidaba de decirme algo vital y noches en las
que decidía que no me lo recordaría, sólo para ver si me acordaba.
Él se contuvo, y no siempre fui lo suficientemente valiente. No confié en
mi misma. 77
Fallamos con tanta frecuencia como tuvimos éxito, West y yo.
Pero pienso en lo que habría pasado si no hubiera venido a por mí.
Creo que podría haberme quedado en mi coche para siempre. Podría
haber hecho sólo giros a la derecha.
Nunca hubiese aprendido a dejar de tener miedo, y esos hombres
seguirían persiguiéndome, siempre.
No podía estar más encantada de que las cosas no fueran de esa forma.
En lugar de ello, West salió, y yo entré.
Después de eso, rara vez quería estar en otro sitio.

—Estás inquieto otra vez.


Estoy en mi rincón, una pequeña zona en el piso de la panadería entre el
fregadero y la larga mesa contra la pared donde West alinea sus cuencos de
mezclas. Me gusta estar aquí porque normalmente sólo puedo ver una porción de
él a la vez.
Observo sus botas, sus piernas desde las rodillas para abajo, el delantal.
Durante esta parte de la noche, cuando está mezclando, está siempre
moviéndose. Meciendo los pies de un lado a otro, alimentando y agitando la masa
fermentada. Caminando desde el fregadero hasta la mesa de mezclas, a la nevera, a
la despensa, de vuelta a la mesa de mezclas, de vuelta al fregadero, a la encimera
para recoger una herramienta que ha olvidado.
La forma en que se mueve es casi más de lo que puedo tomar. Su gracia
perezosa. Su aptitud.
Sus brazos se ven a medida que levanta un plato fuera de su puesto y pone
el siguiente. Se inclina, y veo su gorra y su cuello, su perfil, sus vaqueros apretados
sobre su pierna curvada, la forma de sus pantorrillas.
Puedo manejarlo en pedazos. Son todas buenas piezas, pero no me hacen
estallar en un sudor nervioso, como lo hizo ayer por la noche cuando llegó el
momento de volver a casa y me acompañó a la puerta de atrás, apoyó su mano en
el marco, y dijo algo que le hizo sonreír e inclinarse hacia a mí. No sé lo que fue.
No lo pude oír, porque la forma en la que él tenía su brazo apoyado hizo que el
borde de su camisa se levantara para revelar todos sus bíceps, una curva definida
de músculo tenso pegado contra el marco de la puerta. Caí en un agujero de
gusano y luego cometí el grave error de mirar su boca, la forma de sus labios y sus
pómulos, su barbilla y sus ojos. Me olvidé de escucharlo. 78
Me olvidé de respirar o de existir fuera del rostro de West.
Sí. Esa es una cosa que puede suceder, al parecer, y cuando sucede, es
realmente malo. Él tuvo que chasquear los dedos frente a mi nariz para
despertarme. Hizo que me sobresaltara, di un paso hacia atrás y casi caigo. West se
limitó a sonreír con una especie de indulgencia. —Manda un mensaje cuando
llegues a casa —dijo, y dije algo que sonó como gnugh.
Supongo que él está acostumbrado a que este desesperada a su alrededor.
Ambos fingimos que no lo estoy. De alguna manera funciona.
West y yo somos así. Funcionamos.
He estado viniendo a la panadería dos o tres noches a la semana —casi en
cada turno en que él esta, yo también me encuentro aquí. El insomnio me ha hecho
su perra, pero no me importa mucho cuando puedo salir con West y estudiar en mi
pequeño rincón. Tomo una siesta después de clase. Me estoy convirtiendo en una
criatura de la noche. Todo está bien, sin embargo. Supongo que prefiero ser Bella
Swan pasando un rato en el lugar Cullen que, ya sabes, la Bella del instituto —toda
malhumorada y a la defensiva, paseando alrededor del instituto Forks, convencida
de que todos la odian.
Los hombres de mi cabeza son tranquilos cuando estoy en la panadería.
Creo que si me insultaran, West les miraría mal y les diría que cerraran la boca. Si
fueran reales, quiero decir. Algo que no son.
El móvil de West todavía está zumbando, vibrando hasta la mitad del borde
de la mesa. Lo paro con un dedo y lo empujo de nuevo a la seguridad. —Chico de
la masa —digo en voz alta, porque es difícil de escuchar con la batidora en
marcha—, el móvil.
—¿Qué?
—El móvil.
Lo señalo y él finalmente entiende. Se acerca y lo recoge de la encimera de
metal justo a mi lado.
Cometí el error de tomarlo una vez, pensando en dárselo. La mirada en su
cara —él tiene esta manera de cerrar toda expresión, lo cual hace parecer que no
hay sentimiento en él en absoluto.
Es divertidísimo cuando quiere serlo, perversamente inteligente, abierto y
coqueto —y de repente paso más allá de alguna línea invisible y él es un robot. O
demasiado intenso, quejándose de cómo algo es una mierda, como lo hizo aquella
primera noche que llegué aquí.
79
Responde el teléfono en la parte delantera de la tienda, donde no voy a ser
capaz de oírle hablar.
Vuelvo a mi latín, aunque es difícil concentrarse, sabiendo, como lo hago,
que en diez o quince minutos alguien va a aparecer en la puerta del callejón. West
tendrá su encuentro allí, colocando su cuerpo para que no pueda ver con quién
está hablando, murmurando en voz tan baja que lo hace sonar como otro tipo, un
vago. Sus hombros se quedan atrás. Sus manos se sumergen dentro y fuera de sus
bolsillos, impulsadas junto con su suave voz no amenazante.
Trato de no mirar. Es mejor si me quedo con los pedazos. Esa es la única
manera en que podemos ser amigos, o no-amigos, supongo.
Y tengo que ser no-amiga de West. Él es la única persona en mi vida que no
me trata como si nada hubiera pasado, pero que también me trata como si no todo
hubiera pasado. Él dice—: ¿Cómo te va? —Cuando camino por la puerta, y le digo
la verdad, pero después de eso hemos terminado de hablar de ello.
Escondida en mi rincón en la panadería, por unas pocas horas, dos o tres
noches a la semana, me siento como yo misma.
Cuando regresa, él salta encima de la mesa más cercana frente a mí y dice—:
¿Qué es eso, latín?
—Sí. Tengo un examen mañana.
—¿Necesitas ayuda con sus verbos?
—No, estoy bien.
—¿Te quedas el tiempo suficiente para que te enseñe todas las sutilezas de
la magdalena glaseada?
—Probablemente no. Tengo que escribir un documento de respuesta de la
Ley Constitucional, y no traje mi portátil.
—Deberías haberlo hecho. Me gusta cuando escribes aquí.
A mí también. Es callado cuando necesito que lo sea, y cuando quiero un
descanso me enseña alguna cosa del pan. Si le leo mi borrador en voz alta, él me
sugiere algún cambio que puede parecer pequeño, pero siempre termina haciendo
el papel más conciso, el argumento más fuerte.
West es inteligente. Locamente inteligente. No tenía ni idea —la única vez

80
que tuve una clase con él, no habló.
Es posible que en realidad sea más inteligente que yo.
—La semana que viene, entonces —dice—, el martes aprenderás todos los
secretos del glaseado.
Sonrío. Creo que le gusta casi tanto enseñarme como le gusta aprenderlo en
primer lugar. Es casi una curiosidad insaciable. No importa cuál sea la tarea que
estoy haciendo, va a terminar haciéndome cincuenta preguntas al respecto.
—Me parece bien. ¿Estás en el restaurante este fin de semana?
—Sí. Y tú, ¿tienes planes?
Quiero pasar tiempo contigo. Ven el domingo, y veremos mala televisión.
Vamos a un bar.
Vamos a cenar en Iowa City.
A veces me invento una vida en la que ser más que una no-amiga de West
es una posibilidad. Una vida en la que llegamos a pasar el rato en algún lugar que
no sea una cocina a medianoche.
Entonces me pellizco mentalmente, porque, no, lo último que quiero es más
escándalo, no más.
—Bridget está tratando de conseguir que vaya a una fiesta mañana por la
noche.
—¿Dónde está eso?
—Un montón de los jugadores de fútbol.
—Oh, ¿en Casa Bourboun?
—Sí, ¿vas?
—Voy a estar en el trabajo.
—¿Y después?
Sonríe. —Nah. Tú deberías ir, sin embargo.
Cuando Bridget lo sugirió, la idea me llenó de pánico. Una multitud de
cuerpos, todas esas caras en las que tendría que estudiar si hay signos de juicio,
piedad, repugnancia. No puedo divertirme cuando estoy tan ocupada
monitoreando mi comportamiento, eligiendo la ropa adecuada, plasmando una
sonrisa fija en mi cara y observando, observando, mientras que los hombres de mi
cabeza me dicen que me veo como una puta y debo elegir a alguien ya. Llevarlo

81
arriba y dejarlo chupar mis tetas, porque eso es todo para lo que una puta como yo
es buena.
Bridget cree que necesito salir más, retomar mi vida desde donde la dejé. De
lo contrario, Nate gana.
Veo su punto. Pero no puedo obligarme.
Miro las suelas onduladas de las botas de West, girando a unos metros de
mi cara. En la forma en que sus nudillos se ven, doblados alrededor del borde de la
mesa. La costura en sus codos.
Si West fuera a la fiesta, me gustaría.
—Podría.
—Haz algo bueno —dice—. Ponte como una cuba, baila un poco. Tal vez
incluso conozcas a alguien que valga la pena para mantener tus noches ocupadas,
así no estarás por aquí, acosándome todo el tiempo.
Él sonríe cuando lo dice. Es broma, Caro, dice esa sonrisa. Los dos sabemos que
estás demasiado jodida de la cabeza como para conectar con nadie.
Antes incluso de que haya cogido aliento, él saltó y se movió hacia el
fregadero, donde llena un balde con agua y jabón para poder limpiar sus
encimeras.
Miro mi libro de latín, que realmente son solo verbos, y parpadeo para alejar
el aguijón en mis ojos.
Video, videre, vidi, visus. Ver.
Cognosco, cognoscere, cognovi, cognotus. Entender.
Maneo, manere, mansi, mansurus. Quedarse.
Veo lo que está haciendo. De vez en cuando, West lanza algunos
comentarios medio burlones para recordarme que no soy su novia. Sonríe y me
dice algo que significa: No eres importante para mí. No somos amigos.
Él tira de mí más cerca con una mano y me da un puñetazo imaginario en la
cara con la otra.
Sé por qué lo hace. No quiere que me acerque.
No sé por qué.
Pero lo veo. Entiendo.
Me quedo.
Somos un lío, West y yo.
Limpia las mesas, con movimientos bruscos y espasmódicos. Agitado. 82
Cuando se cambia a los platos, está golpeando las cacerolas en lugar de apilarlas.
Está tan absorto con el ruido que hace, que cuando una figura aparece en la puerta
de atrás, West no se da cuenta.
Sin embargo yo sí lo hago. Miro hacia arriba y veo a Josh allí. Él era mi
amigo antes. Ahora lo veo todo el tiempo con Nate. Creo que él está saliendo con
Sierra. Se encuentra de pie con la billetera en la mano, viéndose incómodo.
—Hola, Caroline —dice.
—Hola.
West se vuelve hacia mí, sigue mis ojos hacia la puerta. Frunce el ceño
profundamente y da zancadas hacia la puerta. Josh levanta la cartera, y West la
empuja hacia abajo y a su lado mientras se mueve hacia el callejón, lo que obliga a
Josh a dar un paso atrás. —Pon tu puto dinero lejos —le oigo decir mientras la
puerta se cierra—. Jesucristo.
A continuación, la cocina está vacía —sólo yo y el ruido blanco de la
batidora, el agua corriendo en el lavabo.
Cuando regresa, él está solo, con su mano empujando algo en el fondo de su
bolsillo. —Tú no viste eso —dice.
Lo que es tonto.
Supongo que él cree que me está protegiendo. Si no puedo verlo traficar, no
soy cómplice. Soy la chica inconsciente en la esquina, incapaz de sumar dos más
dos y obtener cuatro.
—Sí, lo hice.
Él nivela nuestras miradas. No presiones.
No he visto esa mirada desde la biblioteca. Me hace volcar mi libro en el
suelo y ponerme de pie, y cuando estoy de pie puedo sentirlo más —cómo aún me
pica el pecho por el dolor de lo que dijo hace unos minutos. Cómo mi corazón late,
porque me hiere a propósito, y estoy enfadada por eso.
Estoy enfadada.
Él me da la espalda y comienza a lavar un tazón.
—¿Qué tipo de beneficios sacas, de todos modos? —pregunto—. En una
venta de esa manera, ¿es que siquiera vale la pena? Porque lo he escuchado,
vender es un delito grave. Te meterían en la cárcel si te arrestan. Hay una sentencia
obligatoria de mínimo cinco años.
Sigue limpiando la taza, pero sus hombros están tensos. La tensión en la sala 83
es espesa como el humo, y no sé por qué lo provoco cuando estoy tan cerca de
asfixiarme con ello.
Tiene razón al tratar de protegerme. Mi padre se enojaría muchísimo si se
enterara de que estuve aquí, con West traficando en la puerta trasera, vendiendo
hierba con las magdalenas. Me preguntaría si había perdido mi mente, ¿y qué le
diría? ¿No es más que hierba? ¿No creo que West fume siquiera?
Excusas. Mi papá odia las excusas.
La verdad es que no tengo ninguna excusa para esto. Me convierto en una
cómplice cada vez que vengo aquí y me siento en el suelo junto a West, y no me
importa. Realmente no. Solía hacerlo. El año pasado hubiera estado escandalizada
por la hierba.
Ahora estoy muy ocupada siendo embelesada por West.
Y luego está el dinero. Pienso en el dinero. Me pregunto cuánto tiene. Sé que
se paga su matrícula, porque me lo dijo, y que hace de caddie en un campo de golf
en el verano, porque pregunté por qué tenía esas líneas de bronceado tan
marcadas.
Me imagino que él está pagando su renta, pagando por su comida, pero por
lo que puedo decir él no tiene ninguna afición o vicio. No puedo entender por qué
trabaja en tantos lugares y también trafica con hierba si no necesita todo ese dinero
sólo para sobrevivir. Y no debe, ¿verdad? Debe tener más de lo que necesita si está
comprando hierba en grandes cantidades y concediendo préstamos.
—Vamos a dejarlo —dice West.
No puedo dejarlo. No esta noche. No cuando el dolor en mi pecho se ha
convertido en este ardor, este enojo insistente. Estoy muy enfadada con él y
conmigo misma. —Voy a tener que preguntarle a Josh —medito—, o a Krish.
Apuesto a que él me lo diría. Apuesto a que cuando la gente se presenta en tu
apartamento, no le das la espalda a Krish y haces que se siente solo mientras tú te
ocupas fuera en la escalera de incendios.
Nunca he estado en su apartamento. Solo sé de la salida de incendios
porque la paso cuando conduzco por allí.
Posiblemente estoy acechándolo un poco.
West deja caer la taza en el fregadero y me rodea. —¿Debido a qué estás tan
irritada? ¿Quieres que trafique frente a ti?
¿Quiero?
84
Por un momento, no estoy segura. Miro hacia el suelo, la harina derramada
por la fila de tazones.
Recuerdo la primera noche que llegué aquí y lo primero que ha pasado
todas las noches desde entonces.
¿Cómo te va, Caroline?
—Es una mierda —digo.
Sus ojos se estrechan.
—Es una mierda que finjas no estar vendiendo drogas en la puerta trasera,
como si fueras a protegerme de conocer la verdad sobre ti. No es justo que se
suponga que tenga que venir aquí y desnudar mi alma ante ti, y tú ni siquiera
quieres que toque tu estúpido móvil.
West se cruza de brazos. Su mandíbula se aprieta con fuerza.
—Eres un traficante de drogas. —Es la primera vez que lo he dicho en voz
alta. La primera vez que he puesto esas palabras mentalmente siquiera—. ¿Y qué?
Tienes algunas plantas secas en una bolsa de plástico en tu bolsillo, y se las das a
las personas por dinero. Whoop-de-do.
Él me mira fijamente. No sólo por un momento, lo que sería normal.
Me mira fijamente durante años.
Durante todo el transcurso de mi vida, él mira directo en mis ojos, y yo
tomo respiraciones superficiales a través de mi boca, mi pecho lleno de presión,
mis oídos zumbando mientras la mezcla se va haciendo más y más y más pequeña.
Luego, la comisura de su boca se alza una fracción.
—¿Whoop-de-do?
—Cállate. —No estoy de humor para ser objeto de burlas.
—Pudiste haber lanzado al menos un mierda ahí. Whoop-mierda-do.
—No necesito tu consejo sobre cómo maldecir.
—¿Estás segura? Soy jodidamente mucho mejor que tú.
Me doy la vuelta y recojo mi bolsa y mi libro de latín del piso. No quiero
estar más aquí. No quiero estar cerca de él si va a hacerme daño, darme mierda, y
burlarse de mí. Eso no es a lo que vengo aquí, y odio la forma en que la presión de
su mirada se ha acumulado en mi cara, instalando un picor detrás del puente de mi
nariz, pegándose en mi garganta.
85
—Caro —dice.
—Déjame en paz.
—Caro, hice cuarenta dólares. ¿De acuerdo? ¿Eso es lo que quieres que
diga?
Dejo de guardar las cosas en mi bolsa y me quedo ahí parada, mirándolo.
Él hizo cuarenta dólares.
—¿Cuánto cobras?
—Sesenta y cinco.
—¿Por cuánto?
—Un octavo de onza.
Me doy la vuelta.
—¿Eso es mucho?
—¿Mucho dinero, o mucha hierba?
—Um, cualquiera.
Él sonríe de verdad ahora y niega con la cabeza.
—Es un poco más de lo que cobra cualquier otro, pero la hierba es mejor. Es
la cantidad más pequeña que me molesto en vender. ¿Por qué estamos hablando
de esto?
Y es entonces cuando pierdo el valor. Me encojo de hombros. Miro más allá
de su oreja izquierda.
No quiero preguntarle.
Antes de este año, nunca gasté dinero pensándolo mucho. Mi papá es
bastante adinerado. Crecí en una casa bonita en un barrio seguro en Ankeny, en las
afueras de Des Moines, y aunque Putnam no es barato, no tenía que preocuparme
por la matrícula. Siempre supe que mi papá iba a pagar lo que fuera.
Pero eso fue antes de las fotos, y fue antes de que me diera cuenta de que,
no importa lo que haga, no puedo hacer que desaparezcan. No por mí misma.
Necesito mil quinientos dólares —tal vez más— para contratar a la empresa
que quitará mi nombre del ranking de búsqueda y depurará mi reputación en
línea. El chico con el que hablé cuando llamé, dijo que casos como el mío pueden
ser más complicados, lo que significa una tasa más elevada.
Yo no tengo un trabajo. Tenía uno en la preparatoria, pero papá decía que
estaba mejor concentrarme en mi trabajo escolar. Tengo cien mil dólares en una
86
cuenta de ahorros, mi parte de la liquidación de seguros de vida cuando mi madre
murió de cáncer cuando yo era un bebé, pero hasta que tenga veintiún años, no
puedo tocarlo.
Sin ingresos y sin historial de crédito, no puedo conseguir mil quinientos
dólares en una tarjeta de crédito sin que mi papá firme conjuntamente en la
aplicación. Lo intenté.
—¿Caroline? —pregunta West.
—¿Qué?
Él da un paso más cerca.
—¿De qué se trata esto en realidad?
Y dejo escapar la cosa más estúpida.
—No tienes que protegerme.
Porque estoy harta de eso. De ser protegida. De la necesidad de serlo.
—No lo estoy haciendo.
Sus ojos, sin embargo. Cuando me encuentro con su mirada, están llenos de
la verdad.
Él lo hace. Él quiere.
—¿Sabes qué es lo peor? —le pregunto—. Es saber que siempre fui estúpida
y‖protegida‖y‖simplemente…‖simplemente inútil. Todo el mundo me dice que soy
inteligente, como si eso fuera tan grande e importante. El ir a una buena
universidad —oh, Caroline, qué fantástico. Pero me sucede una cosa mala y ni
siquiera‖puedo…
Vacilo, porque creo que voy a llorar, y estoy demasiado enojada como para
ceder a ello.
West da otro paso más cerca, y entonces él está frotando mi brazo. La palma
de su mano contra la parte trasera de mi cuello, por encima de mi pelo, y me está
inclinando hacia delante hasta que mi frente se apoya contra su pecho.
—No eres inútil.
—No, en serio, no puedo… Necesito que escuches esto, ¿de acuerdo?
Porque‖la‖cosa‖es…
—Caroline, cállate.
La forma en que lo dice sin duda es la más bonita en que nadie me había
dicho que me callara. Y su mano frotando círculos en mi espalda, apretándome 87
contra él, también eso es bonito. Puedo sentirlo respirar. Puedo oler su piel, sentir
mi cabello raspar debajo de su barbilla.
Es mejor estar aquí. Me gusta.
Me gusta demasiado. Tanto que me paso el posible lapso de tiempo más
largo con el que pueda salir saboreando el calor de él, el peso de su mano en la
parte de atrás de mi cuello, la forma en que su bota se ve atrapada entre mis
zapatos planos. Pero entonces tengo que preguntar. Tengo que hacerlo.
—¿West?
Él hace un ruido como hunh.
—¿Tienes suficiente dinero?
Levanto mi frente para preguntarle, lo que me pone alarmantemente cerca
de su cara. Estoy lo suficientemente cerca para ver el ceño fruncido que comienza a
armarse en sus cejas y extenderse por su frente.
Lo suficientemente cerca como para ver sus ojos desconcertándose. Luego
enojados. Luego en blanco.
Su mano cae alejándose de mi cuello.
—¿Por qué me preguntas eso?
Es demasiado tarde para no decirlo, pero las mariposas en mi estómago se
han reducido a lingotes de plomo, y sé que esto es un error. Sé que lo es. Pero no sé
por qué ni cómo salir de esto.
—Yo… Necesito un préstamo.
Retrocede un paso.
—¿Para qué?
—¿Recuerdas cuando te dije sobre la empresa que puede limpiar mi
reputación online?
—Dijiste que era cara, por lo que tendrías que decirle a tu padre.
—Sí.
Espero un latido.
—No le dijiste a tu padre.
—No puedo, West. Lo‖pensé,‖pero… ¿Qué pasa si lo ve?
Podría ocurrir en cualquier momento. Mi padre podría estar sentado en su
escritorio y escribiendo mi nombre en un buscador, solo porque sí. O alguien que
trabaja con él podría apuntar en esa dirección. Un amigo. Una de mis hermanas. 88
Cualquiera.
Cierro los ojos por la humillación, la vergüenza de pedirle a West ayuda
para‖arreglar‖esta‖cosa… No puedo.
No puedo mirarlo en absoluto.
—¿Cuánto necesitas?
—Mil quinientos dólares.‖He‖escuchado… Escuché que a veces tú haces eso.
Suspira.
—¿No tienes ningún ingreso en absoluto?
—Recibo una pensión.
Abro los ojos, pero no puedo levantarlos por encima de mis zapatos. Mis
flats negros están espolvoreados con harina. Se abrió camino hacia abajo en la
hebilla, y dudo ser capaz de limpiarlo, incluso si quisiera.
—¿Cuánto tiempo te llevará devolverme el dinero?
—Podría pagarte ciento cincuenta por mes. —Si nunca compro nada ni como
fuera del comedor.
West patea mi dedo del pie con su bota. Espera a que levante la mirada. Sus
ojos todavía están muertos.
—Te voy a cobrar interés.
—Esperaría que lo hicieras.
—Lo tendré el martes.
Y entonces no hay nada más que decir. Se ha ido, vacío, y yo estoy
demasiado‖llena… como si no hubiera bordes en mí. Es sólo dolor y decepción, a
través de todo el camino.
—Gracias —le digo— Yo… yo voy a salir. Tengo que escribir ese papel.
Él sólo me gruñe y pesa la masa. A miles de kilómetros de distancia.
No veo a West el viernes, porque está trabajando en el restaurante, y
nosotros no somos amigos.
No voy a la fiesta de fútbol. Bridget casi rompe algo tratando de venderme
la idea, pero no puedo. Le digo que tengo que estudiar, y luego me escondo en la
biblioteca y reproduzco mi conversación con West una y otra vez. Nunca debí

89
haber pedido el dinero. No sé a quién debería habérselo pedido, pero no a él. La
expresión‖de‖su‖cara… no puedo dejar de pensar en ella.
No veo a West el sábado, porque está trabajando en el restaurante, y
nosotros no somos amigos.
La semana siguiente es más de lo mismo. El martes me da el dinero, y me
enseña cómo hacer el glaseado de limón para las magdalenas. Todo es como
normal, pero hay esta delgada capa de incomodidad que se cuela por encima de
nuestras conversaciones, y cuando no me encuentro en torno a él, se endurece y se
vuelve opaco.
Convierto el dinero de West en una orden de pago y se lo envio a la gente
de reputación en Internet, pero desearía no haberlo hecho. Ojalá nunca hubiera
abierto la boca.
El siguiente fin de semana voy a cenar con Bridget, y caminamos a Dairy
Queen en la ciudad más tarde, hojas crujiendo bajo nuestros pies. Yo como un
helado de brownie tan grande que tengo que acostarme en el banquillo lacado en
rojo después y desabrochar la parte superior de mis vaqueros. Al revés, miro por la
ventana del frente y por la calle. Sólo puedo distinguir el caballete con la pizarra
que hay fuera de Gilded Pear.
Nate me llevó a cenar allí el año pasado antes del evento de Spring formal.
West fue nuestro camarero. Cada vez que él llegaba a nuestra mesa, era más
incómodo que la anterior. En el momento en que trajo la cuenta, su conversación
con Nate estaba tan densamente mezclada con ironía que me sentí como si
estuvieran realizando una escena en una obra.
El tipo de juego de lucha con espada.
No rompí con Nate debido a West. Honestamente.
Pero probablemente rompí con Nate debido a la posibilidad de alguien
como West.
—¿Terminaste tu trabajo ayer por la noche? —pregunta Bridget, y porque
estoy distraída por el recuerdo de West en su uniforme de camarero, pantalones
negros y una camisa de vestir‖blanca,‖digo‖“Mmm-hmm”.
—¿Y tu lectura de ley?
—Sí.
Tenía las mangas enrolladas. Su intenso bronceado contra el crujiente
algodón blanco.
—Así que no tienes excusa para no ir a la fiesta de la Alianza conmigo.
—¿Qué? No.
90
Me incorporo. Bridget está sonriendo con su peor y más malvada sonrisa.
—Sí.
—Realmente no quiero ir.
—Realmente no tienes otra opción. No necesitas estudiar, es el momento
para que puedas volver por ahí, y esta es la fiesta más fácil y mejor, ya que al
menos la mitad de las personas van a ser gays. Posiblemente dos terceras partes, si
se cuentan los bis y las personas que están "experimentando".
Hace las comillas en el aire con los dedos.
—Además, nos divertimos mucho el año pasado. Por favor.
Dos horas más tarde, tengo una cerveza en una mano y a Bridget tirando de
mi codo del otro brazo, tirando de mí hacia la pista de baile.
La fiesta de la Alianza Queer se encuentra en el Centro de Minnehan, que es
el edificio del campus designado para divertirse en grande. Tiene la sala de cine y
esta habitación, que es un enorme salón de techo alto con un escenario, una bola de
discoteca y un cubículo en una pared donde los anfitriones de la fiesta empujan un
desfile interminable de copas en solitario a través del mostrador hacia la multitud
de estudiantes.
No se puede entrar en las fiestas en el Centro Minnehan sin una
identificación de estudiante, pero una vez que estás dentro, no hay tal cosa como el
conseguir una tarjeta. El trabajador estudiante que reparte pulseras realiza una
comprobación de ID superficial que milagrosamente se traduce en que todo el
mundo en la fiesta es legal.
La cerveza siempre es gratis. La música siempre es alta.
La fiesta de Alianza tiene una banda sonora que pone de manifiesto a
ABBA, y también a muchos exhibicionistas corriendo desnudos. Por lo que puedo
decir, yo soy la única persona en la sala con pantalones y una camiseta. Bridget
lleva una blusa de tubo de lentejuelas de oro en la parte superior y pantalones
negros ajustados que estallan a lo largo de los zapatos de plataforma. Es una reina
de la música disco.
Encuentra un sitio en el borde de la pista de baile mientras que suena
It'srainingmense. Con los brazos alzados, saltando arriba y abajo, brinca junto con
cientos de otras personas.
—¡Baila conmigo! —grita.
Niego con la cabeza.
Entonces me bebo la cerveza, derribándola rápidamente para poder
91
alejarme de su decepción y agarrar otra.
Para cuando hemos pasado a través de la mitad de la banda sonora de
Priscilla, Queen of the desert y todo lo bueno de Gaga, la pista de baile está bullendo,
y estoy bastante relajada para unirme, chocando las caderas y golpeando las manos
con Bridget. Sonrío al ver que Krishna se acerca por detrás de ella. Le sonríe, y ella
rueda los ojos, pero le gusta. Él tira de nosotras hacia el grupo con el que está
bailando —alguna gente que no conozco, aunque estoy bastante segura de que una
de las chicas se llama Quinn.
La reconozco porque pasaba mucho tiempo en la habitación de Krishna y
West el año pasado. Es rubia y unos cuatro o cinco centímetros más alta que yo,
con caderas anchas y un generoso pecho, y una sonrisa que parece incluir muchos
más dientes de los que debería. Ella sigue tomando mi mano para girar, y yo
comienzo a sudar y a marearme un poco. Krishna nos ofrece otra ronda de
cervezas, y las bebemos rápido, lamiéndonos la espuma de los labios. Saca su
teléfono. La pantalla ilumina su rostro en el cuarto oscuro, lo que lo hace lucir
travieso y casi encantado. Me mira, sonríe y escribe algo.
—¿Qué estás haciendo?
—Le mando un mensaje a West. —Levanta el teléfono, y antes de que lo
pueda parar, me toma una foto.
Agarro su brazo, cegada por el flash y por mi pánico.
—No envíes eso. —El brillo repentino me envió tambaleante de regreso a mi
recuerdo de esa noche con Nate. La sorpresa del flash. Su mano sobre mi cabeza,
su polla en mi boca, ahogándome de forma que tenía que concentrarme para no
atragantarme—. Krish, no lo hagas.
Pero él no escucha. Está sonriendo, señalando la pantalla, y yo estoy
tratando de arrebatarle el teléfono de la mano cuando escucho un pequeño
zumbido que significa que fue enviado.
—¡Maldita sea! —Le pego en el hombro, frustrada y molesta, frustrada
conmigo misma por estar molesta. Es sólo una foto. No importa.
Excepto que estoy llorando.
—¿Qué hice?
Quinn llega hasta mí, pero yo ya me fui. Voy corriendo hacia la puerta,
abriéndome paso entre los cuerpos, la música y las luces golpeando muy fuerte. He
bebido más de lo que debería. Bajé la guardia, la sensación de seguridad, sentirme 92
bien, pero no hay nada acerca de mí bien.
Congelada en la pantalla del teléfono de Krishna con mi pelo cayendo todo
alrededor de mi cara, mi camiseta demasiado baja, oblicua, sudor brillando sobre
todo‖lo‖que‖expone‖la‖piel… Me veo como un error a punto de ocurrir.
Entonces veo a Nate, y recuerdo que soy un error que ya ha pasado.
Él se encuentra entre la puerta y yo. Para cuando me doy cuenta, está
mirándome y no hay ningún lugar para escapar. No puedo bailar ahora. Tengo que
salir. Así que sigo adelante, barbilla arriba, esperando que mi rímel no se arruine y
pretendiendo que los hombres en mi cabeza no están gritando a todo volumen.
Vamos a ver tu coño sucio, bebé. Quiero comerlo todo. Voy a joderte hasta reventar.
—¡Caroline! —Nate pone su mano en la puerta, así que no puedo pasar. Él
sonríe con su sonrisa borracha—. No creí que fuera a verte aquí.
Pienso en West, apoyándose en la puerta de la panadería mientras me
acompañaba afuera. Diciéndome que le mandara un mensaje cuando estuviera en
casa a salvo.
Miro a Nate, bloqueando mi salida. Sus ojos arrastrándose por mi camisa.
¿Era siempre así?
Tiene una cerveza en la otra mano, y su cabello de color marrón arena está
un poco largo, enroscándose alrededor de sus oídos. Viste un polo que sobresalta
el azul de sus ojos sobre estos pantalones azul marino horribles con diminutas
ballenas verdes que le encanta ponerse en las fiestas. Él insistía en que los usa
irónicamente, pero yo siempre le decía que no es posible usar pantalones con
ironía. Te pones pantalones de ballenas, estás vistiendo pantalones de ballenas.
Idiota, dice West en mi cabeza.
—¿Por qué no debería estar aquí?
—No has estado mucho últimamente.
—He estado muy ocupada. —Trato de parecerme a West cuando se pone en
blanco. Como si pudiera mostrar que Nate no me importa una mierda.
—Josh dijo que te vio con ese tipo dudoso que vivía al otro lado del pasillo
el año pasado. El traficante.
—¿Y?
—Estoy preocupado por ti, Caroline. Primero esas fotos, y ahora estás
saliendo‖con‖él… ¿Qué está pasando con ustedes?
Estoy sin palabras. Quiero decir, literalmente, no puedo hacer que salgan las 93
palabras. Hay tantas, que se atascan en la parte posterior de mi lengua, y no sé
cuáles diría si siquiera pudiera decir algunas.
Su descaro. El descaro.
Apoya su brazo superior y toma un sorbo de su cerveza, como si fuéramos a
estar aquí por un tiempo, sintiendo la brisa.
—Seguimos siendo amigos —dice—. Siempre seremos amigos, ya lo sabes.
Es sólo que no quiero ver que te lastimen.
Eso es lo que abre mi garganta. Seguimos siendo amigos.
Él me traicionó. Rompió mi vida, y luego fingió que fui yo la que lo hizo. Él
mintió, porque es un idiota y un cabrón mentiroso. Y ahora se encuentra aquí de
pie, bloqueando mi salida, diciéndome que seguimos siendo amigos.
—¿Sabes qué, Nate? Vete a la mierda.
Me agacho por debajo de su brazo, medio esperando que me detenga y me
regrese a su lugar. Medio segura de que realmente me odia lo suficiente, que
quiere hacerme daño lo suficiente, que haría eso.
Sin embargo no lo hace. Paso a su lado, corriendo por el pasillo hasta el
cuarto de baño, me encierro en un cubículo y me subo en la tapa de uno de los
baños, los pies en el asiento de modo que pueda enterrar mi cabeza entre mis
rodillas.
Me quedo allí hasta que puedo respirar.
Me quedo allí hasta que descubro que el sonido de un zumbido bajo que
oigo no está dentro de mi cabeza. Es mi teléfono. En mi bolsillo.
Cuando lo saco, hay un mensaje de West. ¿Estás bien?
No estoy bien. No, en absoluto. Pero al ver el nombre de West en mi
teléfono —el ver que me está preguntando, cuando nunca me envió un mensaje
antes para escribir una o dos palabras respondiendo a los mensajes de que llegué
segura a casa segura, ayuda.
Estoy bien, le escribo.
Bueno, en realidad escribí, estoy bu1n. Pero de alguna manera el milagro del
autocorrector lo ordena.
¿Dónde estás?
La fiesta Minnehan.
Lo sé. K me envió tu foto. ¿Dónde en M'han?
94
Cuarto de baño.
Hay una pausa. Entonces, K es un maldito idiota.
Exageré.
Está bien. Todo el mundo tiene una mala noche.
¿Por qué cuando otras personas te dicen cosas que ya sabes, es relajante?
¿Por qué cuando West me dice que estoy bien, le creo? No es que él pueda
hacerme estar bien por sólo tener ese criterio.
Quiero hablarle de Nate, pero quiero olvidar lo que sucedió aún más.
¿Todavía estás en el trabajo?
No. Acabo de salir. Una pausa. Eso sonó sucio.
Sonrío al teléfono.
Debes volver ahí. K dijo que le estabas ayudando a conseguir nenas. Otra
pausa. Pero todas son machorras.
¡Homofóbico!
Yo no. Quinn te dirá que todas esas chicas se hacen llamar así.
Se hacen llamar las mujeres —escribo, pero eso no es lo que quise decir.
Lesbianas5, intento una segunda vez, pero se autocorrige a Mujeres.
Hago un tercer intento. L-e-s-b-i-a-n-a-s. Maldito autocorrechet.
Hay una pausa, y luego West escribe: ¿Autocorrechet? Estoy muriendo.
Parpadeo hacia la pantalla. Oh. Sí, parece que he escrito eso. Me alegro de
poder divertirte.
Tomo una respiración profunda. Le toma a mis dedos tres intentos poder
escribir las palabas ¿Vienes a bailar?
Una pausa más larga.
Necesito dormir.
Estoy segura de que es cierto. Él sólo duerme cuatro horas por noche
durante la semana. Me dijo que utiliza los fines de semana para ponerse al día.
De acuerdo. Que duermas bien.
Otra pausa, y estoy empezando a pensar que hemos terminado, que debería
salir del baño, irme a casa e ir a la cama, cuando otra burbuja emerge. ¿Caroline?
¿Sí? 95
El martes es día de galletas.
Martes, de vuelta en la panadería. No quiero esperar tanto tiempo para
verlo, pero esa es la manera en que es. Claro. Nos vemos entonces.
Por cierto.
Nada durante varios segundos.
Te ves jodidamente caliente.
Sin espacio entre dientes a la vista.
Esas palabras, lo que me hacen. Mi corazón se siente tan ligero que creo que
puede estar hecho de aire. Podría flotar y escapar a través del espacio entre mis
dientes delanteros.
Tomo una captura de pantalla y guardo el teléfono.
Sin dejar de sonreír, me bajo del retrete y me lavo las manos, escuchando el
golpeteo bajo del ritmo desde el pasillo. Mis dedos del pie se mueven hacia

5 Originalmente Womyn: un término utilizado para referirse a las lesbianas y feministas. El


autocorrector del teléfono reemplaza esa palabra por women (mujeres en inglés).
adelante y hacia atrás en el suelo, un pequeño reconocimiento del ritmo por parte
de uno de mis pies.
Mis ojos también están así. Brillando con su propio pequeño
reconocimiento.
Es la segunda vez que me lo ha dicho.
Cuando salgo del baño, Bridget está haciendo su camino hacia mí con
Quinn.
O, más específicamente, Bridget está tambaleándose por el pasillo, y Quinn
la observa como un halcón, moviéndose para sostenerla cada vez que parece que
ella podría golpear el suelo.
Lo triste es que Bridget sólo ha tomado dos cervezas. No tiene tolerancia al
alcohol en absoluto.
—Caroline —grita.
—Bridget —grito en respuesta.
—Vi a Nate.
—Yo también.
96
—Y le di una patada en las pelotas a Krish por tomarte la foto. Quiero decir,
no realmente, pero metafóricamente lo hice.
—Ella lo regañó como no tienes idea —dice Quinn.
—¿Acaso Nate te hizo llorar?
—No. Estoy bien.
—¿Quieres ir a casa? ¿O podríamos conseguirte un poco más de helado?
Lo considero. Pero reconozco la canción reproduciéndose y no quiero volver
a la habitación y esconderme. —No, quiero bailar.
—¿En serio? —Bridget me mira, parpadeando con ojos legañosos.
—Más o menos. Quiero decir, lo que más quiero es patear a Nate en las
bolas. O romperle su perfecta nariz.
—Tu chico ya lo ha hecho —dice Bridget. Amplío mis ojos hacia ella en la
señal universal para oh, Dios mío, cállate, idiota. Espero contra el pronóstico de que
Quinn no haya oído o no lo entendiera.
—¿Tu chico? —pregunta Quinn.
Ella tiene una ceja levantada. Esa ceja lo sabe todo.
—Bridget está un poco borracha —le digo en tono de disculpa—. Y tenemos
este‖tipo‖de‖broma‖corriente‖sobre‖West…
—¿La‖cual‖es…?
Trato de pensar en una forma diplomática de decirlo, pero Bridget me gana
con—: Que ella quiere meterse en sus pantalones.
Sí. Esas palabras en verdad salen de su boca.
—Voy a matarte —le susurro.
No puedo mirar a Quinn. Podría, posiblemente, nunca mirarla de nuevo.
Se aclara la garganta. Golpetea con su pie.
Dios. No tengo otra opción. La miro.
Ella todavía tiene levantada la ceja. Esa ceja no se cansa. Es una atleta de
resistencia.
—¿Lo haces?
No sé cómo responder a la pregunta. Quiero decir, sí. Sí, por supuesto que
quiero meterme en sus pantalones.
Y no. No, no, no, no quiero que ella lo sepa, o West, o cualquier persona con 97
vida, básicamente, ni siquiera Bridget.
Digo algo que suena como ¿Hnnn?
Ella sonríe. —Me aseguraré de decirle eso.
—Voy a hacerte daño si lo haces.
—Hombre, estás‖llena‖de‖amenazas.‖En‖primer‖lugar‖a‖ese‖tipo‖ Nate…‖oh,‖
mierda, ¿es él quien publicó tus fotos desnuda?
Lo dice sin inmutarse, sin ningún sentido de vergüenza o el menor indicio
de que es una cosa de la que no se supone que hablemos.
Me sorprende tanto que simplemente digo—: Sí.
—No es de extrañar que estés tan llena de rabia. ¿Sabes lo que deberías
hacer? Deberías jugar rugby. ¿Eres rápida?
—Umm, ¿no?
Bridget dice—: Ella es tan rápida.
Quinn está sonriendo. —Puedes derribar a las persona. Es impresionante.
—Eso suena impresionante —habla Bridget de nuevo.
—Practicamos los domingos a las once. ¿Quieres venir también? Nos
vendría bien una nueva hooker6.
—Gracias, pero tengo que guardar mi genialidad atlética para la pista.
—Oh, cierto. Me conformo con la reina de las mamadas aquí, entonces —
dice Quinn, completamente sin malicia. Se frota las manos—. Ahora, ¿vamos a
bailar o vamos a quedarnos aquí tonteando por el resto de la noche? Porque sabes
que si no volvemos ahí dentro en dos minutos, Krishna va a tener su lengua en la
garganta de una pobre chica.
Bridget arruga la nariz. —La tiene. Y quiero bailar con él. Es tan bonito.
Como una decoración de navidad.
—Sería el chico gay más bello del mundo —coincide Quinn—. ¡Vamos a
reclamarlo!
Realmente no he terminado con la conversación sobre rugby, pero Quinn
acomoda sus codos, así que unimos nuestros brazos y como que medio corremos,
medio saltamos por el pasillo como mosqueteras borrachas. Agitamos nuestras
pulseras hacia el tipo de seguridad, que está tan aburrido con su trabajo que se
muestra completamente imperturbable ante nosotras.
Al momento en que volvemos a la pista de baile, tengo otra cerveza en la
98
mano, y me estoy riendo pensando en Quinn, Bridget y Krishna.
Pensando en mi teléfono en mi bolsillo trasero y en la captura de pantalla
que tomé.
No tengo ningún pensamiento para Nate.

—Te traje un regalo.


West levanta la vista de la balanza de suelo, donde ha vertido grandes
cucharadas de harina en el tazón grande. —¿Sí?
Agito la bolsa de plástico blanca que sostengo. —Nueces de maíz, barras de
chocolate, dos bebidas energéticas.
—Conoces el camino a mi corazón.
—Conozco la manera de evitar que te conviertas en una pequeña perra los
miércoles por la noche.

6 Posición de rugby también conocida como talonador, enganchador o júper.


West sonríe y toma la bolsa. Abre una bebida energética de inmediato,
cerrando los ojos mientras toma un trago de la lata.
Parece cansado. Los miércoles son su peor día, porque tiene laboratorio por
la tarde. La mayoría de los días, toma siestas después de las clases, pero los
miércoles tiene que sobrellevar todas sus clases con tan solo cuatro horas de sueño,
y luego ir al laboratorio, trabajar su turno de biblioteca, y dirigirse directamente a
la panadería de nuevo.
—¿Qué vas a mezclar, los franceses?
—Sí. ¿Quieres empezar el eneldo?
—Por supuesto.
Reviso el portapapeles colgando junto al fregadero para ver cuántas hogazas
de pan necesita Bob. West viene justo detrás de mí, se aplana a un lado contra el
gabinete donde está colgando el portapapeles, y sostiene su bebida fría contra mi
cuello.
—¡Aaagh! ¡No lo hagas!
Exhala una risa y la retira, pero no deja de aprisionarme.
Si me moviera unos pocos centímetros. Si me presionara contra él. Todo su 99
cuerpo, sólido contra el mío.
—¿Tuviste un buen día? —murmura.
Gah. ¿Qué me está haciendo? Creo que West ni siquiera necesita comprobar
el portapapeles. Todo está ya en su cabeza.
Lleva una camisa roja de franela a cuadros, desabrochada. Las mangas están
dobladas hacia arriba, puños sueltos, y ondean cuando usa las manos. Pienso en
pasar mi palma hacia arriba por su antebrazo. Sentir sus suaves vellos, su piel
satinada debajo.
Pienso en darme la vuelta para mirarlo.
Pero sólo inhalo. Exhalo. Mantengo mi voz normal cuando respondo—: Sí,
no estuvo mal. Me encontré con Quinn en el almuerzo, Bridget y yo terminamos
sentadas con ella y Krish.
—Es la segunda vez esta semana que tienes compañía en el almuerzo.
Tengo el valor suficiente para darme la vuelta y sonrío como si no quisiera
nada de él, esperara nada de él, o necesitara nada de él.
—Lo sé. Soy prácticamente una mariposa social, ¿no?
West me muestra una especie de sonrisa. Me siento como si fuera un
experimento que él está dirigiendo. ¿Qué hará ella si hago esto?
—¿Conseguiste dormir algo antes de venir aquí?
—Unas pocas horas. Y también tomé una laaaarga siesta después de clase.
Ves, mira. —Señalo mi mejilla para mostrarle las impresiones que dejó el cojín
sobre el que apoyé mi rostro—. Estaba tratando de leer para la clase de inglés, pero
me quedé dormida en el sofá y marqué mi rostro permanentemente con tela de
pana.
Da un paso más cerca para ver las débiles líneas que quedaron marcadas
unas horas más temprano. Pasa sus dedos ligeramente a lo largo de mi mandíbula,
usándolos para inclinar mi rostro hacia él.
Así es como me besaría. Justo así, con una bebida en una mano y una media
sonrisa casual, con sus dedos competentes acomodando mis labios en donde mejor
le parezca.
Inhalo. No te emociones demasiado, Caroline. Sólo está mirándote porque le dijiste
que lo hiciera.
—Lindo —dice—. Estoy celoso.
100
—¿De mi siesta?
—De tu cojín.
Me quedo ahí con el calor trepando por mis mejillas, respirando con la boca
abierta, tratando de convencerme a mí misma de que no quiso decir eso.
Levadura, idiota. Eneldo y capas de cebolla y semillas de amapola. Céntrate en el
trabajo.
No puedo, sin embargo, porque es imposible apartar la mirada de sus ojos.
Son de color azul grisáceo hoy, nubes de tormenta y pequeños destellos brillantes
de los rayos.
¿Qué quieres de mí? Tómalo. Sea lo que sea. Por favor.
Se toma de un trago el resto de su bebida Monster, y observo la columna de
su garganta. Está sin afeitar, como siempre lo está por las noches del miércoles. No
tiene tiempo para afeitarse. Con la cabeza echada hacia atrás, sus ojos cerrados, me
doy cuenta de lo azul y amoratada que se ve su piel debajo de sus ojos. Noto cómo
el ala de su gorra de béisbol negra presiona la parte posterior de su cuello, cómo su
cabello ahora es más largo de lo que era el mes pasado, encrespándose detrás de
sus orejas hasta la tela de‖ su‖ gorra.‖ Se‖ ve‖ cansado‖ y… no sé. Hermoso. Ojalá
pudiera darle algo más que los bocadillos que recogí en el Kum and Go de camino
aquí.
Ojalá pudiera darle descanso. Facilidad.
Me gustaría que dejara de torturarme así; donde nuestros cuerpos se tocan
siento como si fuera a explotar, y él es tan suave que ni siquiera puedo decir si lo
está haciendo a propósito.
Su antebrazo se tensa cuando aparta la bebida de su boca, luego se contrae
cuando aplasta la lata. Mi atención se enfoca en lo que parece un brazalete de cuero
negro en su muñeca.
—¿Qué es eso?
Mira donde estoy mirando. —Un brazalete.
—Lo sé, tonto. ¿Es nuevo?
—Sí.
Sin previo aviso, se da la vuelta, arrojando la lata a través del cuarto a la
papelera de reciclaje, y regresa a medir ingredientes.
Ni siquiera lo pienso. Solo camino hasta donde está y tomo su mano
mientras él tiene el contenedor de miel con la punta hacia abajo sobre una taza. —
101
¡Cuidado!
No creo que me esté advirtiendo sobre la miel.
—Quiero ver.
Es el tipo de brazalete que puedes comprar en un stand en la feria del
condado, una tira rígida de cuero, con un patrón en relieve de algunas rosas rojas y
azules, y su nombre grabado en él y pintado de blanco. El tinte negro ha hecho
que su muñeca se tiña ligeramente de azul.
—Elegante.
Se libra de mi agarre, y lo miro a los ojos. Quiero que me diga de dónde lo
sacó, porque alguien tiene que habérselo dado. Es nuevo. Lo está llevando en el
trabajo, a pesar de que es algo barato y de mal gusto, por lo que debe significar algo
para él. Pero no puedo venir y decir todo eso, y me siento como que no debería
tener que hacerlo.
—Mi hermana lo envió. —Aleja su muñeca.
Apesar de que realmente no hay espacio entre nosotros, se agacha,
obligándome a dar un paso atrás por lo que tiene espacio suficiente para tirar el
recipiente fuera de la balanza y llevarlo a la mesa de mezclas. Ni siquiera puedo
levantar esos cuencos cuando están llenos, pero West hace que parezca fácil.
Enciende el mezclador. Las varillas del mezclador comienzan su estruendosa y
vibrante canción.
Tiene una hermana.
—¿Cuántos años tiene?
—Tiene nueve. Cumplirá diez en primavera.
—¿Cómo se llama?
—Frankie.
—¿Frankie como Frank?
—Frankie como Francine.
—Oh.
Cuando levanta la vista de la máquina, sus ojos están llenos de advertencia.
—¿Tienes alguna otra pregunta?
No debería. Sé mejor que eso. Cuanto más pregunte ahora mismo, más
rápido se va a cerrar.
—¿Por qué nunca la mencionaste?
102
—Nunca preguntaste.
—Si hubiera preguntado, ¿me habrías dicho?
West se encoge de hombros, pero tiene el ceño fruncido. —Claro. ¿Por qué
no?
—No lo creo.
Niega con la cabeza, pero no dice nada más. Observo mientras se acerca al
estante, deja la receta del pan en la parte inferior de la pila, y comienza a trabajar
en lo que sea que sigue en su lista. Sus labios se mueven en un susurro, palabras
que dice sólo para sí mismo. Podría estar repitiendo los ingredientes de la lista,
excepto que esa receta es igual a la del portapapeles, de hecho sé que ya tiene esas
recetas memorizadas.
Vuelvo al pan de eneldo, furiosa y caliente, con el corazón dolorido.
Tiene una hermana llamada Frankie. Lleva su amor por él en su muñeca, y
me alegro por él. Me alegro que haya alguien más en el mundo que se preocupa
por él lo suficiente como para grabar las letras de su nombre en cuero, palabra en
carne, un acto de memoria.
Lo hago a veces, en la oscuridad. Permanecer en mi cama, mirando el patrón
sombreado de resortes del soporte del colchón de Bridget por encima de mi cabeza
y dibujando las letras del nombre de West en mi cuerpo.
W-E-S-T a través de mi estómago, alrededor del costado. Uso mi uña, sólo
mi uña, provocándome piel de gallina.
W-E-S-T a lo largo de mi esternón. Por encima de mi clavícula y hacia abajo
por la curva de mi pecho, tropezando y deteniéndome en mi pezón.
Su nombre se siente como un secreto, y ahora lo lleva puesto en su muñeca.
Quiero saber todo acerca de esta chica que lo puso allí. Cómo se ve. Si tiene pecas,
cabello rubio u oscuro, al igual que el de él. Si es rudimentaria o etérea, divertida o
seria, ruda o apropiada como una dama.
Sé que ella lo ama, por lo que quiero saber todo lo demás.
Pero West no quiere compartirla conmigo.
No debería seguir tratando de escalar estas paredes que levanta a su
alrededor. Soy muy mala escalando.
No me gusta discutir, y él no me debe nada.
103
—¡Sobre sus manos y rodillas! —dice Quinn, señalando—. Y pon tu brazo
sobre la espalda de Gwen.
El césped es frío. La humedad se filtra a través de las rodillas de mis
pantalones deportivos más o menos al instante, pero tengo la sensación de que no
es lo peor que me va a pasar en los próximos minutos. Estoy fijándome a mí misma
a lo que Quinn llama el "scrum7" —una palabra que suena demasiado a escroto
como para hacerme sentir incómoda.
Pero no es tan incómodo como lo que siento por poner mi brazo alrededor
de la espalda de una desconocida.
Somos un grupo bien formado de tres filas de mujeres, manos aferradas a
las camisas, hombros con hombros y caderas con caderas. Quinn dice que en un
momento ocho de nosotras vamos a arremeter contra otras ocho chicas, y luego la
pelota‖ ser{‖ lanzada‖ en‖ el‖ centro‖ y… algo. Ella me informó de muchas de estas
reglas de camino aquí, pero cuando dijo que estaría tirando personas al suelo, no
mencionó lo grandes que serían las personas a las que les haría frente.

7Jugada de rugby. La palabra suena como Scrotum (escroto en inglés).


Detrás de mí, otra jugadora baja su cabeza y presiona sus hombros con los
de dos jugadoras de la segunda fila que estoy flanqueando. Ella agarra un puñado
de mi camiseta con una mano.
—¿Todo listo? —pregunta Quinn.
—Um, ¿no?
Me dedica una sonrisa radiante.
—Ya lo averiguarás. —Ella comienza a correr hacia atrás a un segundo
plano, donde agarra una pelota—. ¡Muy bien, vamos a hacer esto!
Segundos después, ella está rodando entre dos mitades del scrum, y todo mi
lado de la formación se tambalea hacia adelante. Tengo que luchar para sostener a
Gwen mientras la hierba intenta salirse de debajo de mis zapatos. Hay gruñidos y
empujones, otro rápido bandazo hacia adelante, y alguien grita: "Balón fuera".
Toda la cosa está repleta de colapsos y desapariciones al mismo tiempo, y yo sólo
estoy ahí de pie, aturdida, mientras todos los demás en el campo corren.
—¡Es tu bola, Caroline! —grita Quinn—. ¡Síguela!
Me paso la siguiente media hora sintiéndome como una hermana menor
muy tonta, arrastrándome tras las niñas mayores gritando: ¡Oye, espera! 104
Como tengo dos hermanas mayores, esto es, al menos, un papel con el que
estoy familiarizada.
En cuanto tengo la pelota, me deshago de ella tan rápido como sea posible.
Resulta que me siento profundamente aterrorizada por la idea de ser derribada.
Derribar también me asusta. Una vez que la chica con el balón del equipo contrario
corre hacia mí, me digo que acabaré con ella, pero cuando llega el momento, la
agarro ineficientemente de su camiseta. Debido a que soy muy mala.
Aun así, es bastante divertido. Justo hasta que el estacionamiento que hay al
lado del campo de juego comienza a llenarse de coches y una furgoneta que dice
Universidad Carson en el lateral.
Carson es una escuela que está a unos veinticinco kilómetros de Putnam.
La camioneta está llena de mujeres universitarias en camisetas de rugby
negra y pantalones cortos a juego.
Se me ocurre que tal vez Quinn hizo que llevara una camisa azul por una
razón.
Y eso convierte a Quinn, de hecho, en una embustera mentirosa que miente,
y me ha manipulado para entrar en un partido de rugby, no en una práctica.
Las chicas de Carson que se acumulan fuera de la furgoneta son mucho más
grandes que nuestras chicas. Muuuucho más grandes.
Además, tienen un entrenador; un real, honesto y bondadoso miembro
adulto de la facultad de entrenadores. Las jugadoras de rugby femeninas de Putnam
ni siquiera tienen camisetas apropiadas. Es sólo un club cuyos miembros parecen
ser mayormente amigas de Quinn, muchas de las cuales se quejaban hace unos
minutos de tener resaca.
De cualquier forma, los miembros del equipo de Carson parece que
comieron bistec raro para el desayuno. El entrenador tiene un asistente masculino
que parece de nuestra edad, pero tiene un silbato y un bloc de notas, y por lo tanto
se ve mucho más oficial.
Estoy haciéndome un camino en mi cabeza. Empiezo intentando pensar en
una buena razón para excusarme.
Tengo que estudiar.
Poco convincente.
Me torcí un tobillo.
¿Cuándo? 105
Tengo que hacer… cosas. En otro lado.
Claro.
Cruzo los dedos detrás de la cabeza y miro al cielo, en busca de inspiración.
Pero me parece que hay algo más en su lugar.
Me parece que es un día perfecto de noviembre en Iowa.
El cielo es tan azul, que duele.
El viento se siente bien en mi cara. Las jugadores de Carson están charlando
con nuestras jugadoras, Quinn está hablando con su entrenador, y todo el mundo
parece tan feliz.
No tengo otro lugar en el que se suponga que deba estar hoy, y de pronto
me doy cuenta de que no hay otro lugar en el que quiera estar.
Me gusta esto.
Trato de recordar la última vez que hice algo completamente nuevo y
aterrador —algo que me gustara— y pienso en West en la panadería, con su gorra
negra hacia atrás y su delantal blanco.
Me gustaría mandarle un mensaje de texto que diga: Estoy jugando al
rugby con Quinn, pero en cambio me doy la vuelta y corro hacia ella para que
pueda pedirle que me dé una mejor idea de qué demonios se supone que debería
estar haciendo.
La mierda va a empezar de verdad.
Media hora más tarde, Quinn está fangosa y sonriendo, y grita—: ¿No es
genial? —desde el otro lado del campo. El equipo de Carson nos está pateando el
culo. No tengo ni idea de lo que estoy haciendo, al menos, el 80 por ciento de las
veces.
—¡Es impresionante! —le grito en respuesta.
Porque lo es. Es impresionante. Estoy en lo alto de lo maravilloso que es: lo
bien que se siente el correr, lo sólida que es la pelota cuando la cojo, lo firme que es
bajo mi brazo.
Es increíble hasta el instante en el que me atropella un camión.
Bueno, está bien, el camión es una persona. Pero ella se siente como un
camión, y sacó todo el aire de mis pulmones. Me acuesto de espaldas,
parpadeando hacia el cielo, tratando de respirar con estas bolsas de aire que se
niegan por completo a trabajar. Doblo las rodillas y levanto las caderas hacia
106
arriba, por razones que no están claras para mí. Probablemente parece que estoy
tratando de aparearme con el cielo, pero eso no importa, porque en el otro extremo
del campo sucede algo emocionante, y nadie le está prestando atención a mi
muerte.
Una figura oscura tapa mi visión del cielo. Una voz masculina, dice—:
Conseguiste que te dejaran sin aire.
No me estoy muriendo. Esa es una excelente noticia.
Me siento tan agradecida que podría darle un beso.
Sin embargo, Todavía no puedo respirar.
—Gírate y ponte de lado —me dice, sus manos se instalan en mi cadera,
girándome hacia él. Me giro, porque tiene una voz suave y me gusta su silbato. Me
quedo mirando sus pantorrillas peludas y sus medias negras, y los zapatos que
parecen que en realidad podrían ser específicamente para el rugby, con listones en
ellos y todo.
Experimento respirar de nuevo. No ocurre nada. Mis ojos están empezando
a sentir que podrían estallar.
—No entres en pánico. Tú diafragma está teniendo un espasmo, pero se
relajará pronto. Tómalo con calma. Cierra los ojos.
Hago lo que me dice. Después de unos segundos, la constricción en mi
pecho se alivia y soy capaz de inhalar.
—Bien.
Respiro. Abro los ojos. El césped es borroso. Parpadeo, pero no logro
enfocar.
—No puedo ver.
Él se agacha y mira de reojo mi cara. —¿Usas lentes de contacto?
Oh. —Sí.
Parpadeo de nuevo, y ahora reconozco esto. Así es como luce el mundo sin
un lente de contacto.
El tipo también está un poco borroso, pero de una manera agradable. Tiene
el pelo castaño muy corto en rizos apretados y un hoyuelo en la barbilla.
—¿Crees que uno salió disparado?
—Lo creo. ¿Esa mujer está hecha de ladrillos? 107
Sonríe. Hoyuelos allí también. Hoyuelos por todos lados. —Probablemente
te sobrepasa por más de cuarenta y cinco kilos. Eres bastante dura. ¿Quieres una
mano para levantarte?
Tomo su mano, pensando, me golpeó tan fuerte que perdí un lente de contacto.
—Soy Scott —dice.
Estoy tan distraída que apenas lo escucho. Estoy demasiado ocupada
pensando, Dios mío, me hicieron un placaje y no estoy muerta. Soy completamente dura.
—Caroline —digo, pero supongo que debí murmurar, porque él se pasa los
siguientes cinco minutos llamándome Carrie, mientras me consigue agua del
departamento atlético de hidratación Carson, e insiste en que use su silla plegable.
Observo el partido y trato de averiguar más de las reglas. Le pido a Scott
que me explique las partes complicadas. Lo hace, y cuando se forman sus
hoyuelos, voy por ello y le devuelvo la sonrisa.
¿Qué daño puede hacer? Él no sabe mi nombre.
El silbido suena unos pocos minutos después. Quinn me mira con una ceja
levantada. Asiento con la cabeza y regresa al campo.
Después me enteré de que todos los partidos de rugby terminan en un bar.
Esto, al parecer, no es negociable. El entrenador del equipo Carson estrecha la
mano de Quinn y se va, y el resto formamos una enorme masa de lodo de
magullada feminidad —excepto Scott— y caminamos a lo largo de las vías del
ferrocarril que dividen el campus de Putnam. Pasamos por el centro de ciencias y
la escultura fálica que me recuerda al pollo de goma de West. Una de las chicas
Carson intenta subir.
En el momento en que entro por la puerta del bar, la mayoría de las
jugadoras están cantando una canción tan sucia que me hace sonrojar. Scott está a
mi lado, de alguna manera, en este exacto momento más inoportuno. —¿No vas a
cantar? —pregunta.
—No me sé la letra.
Él sonríe. —Realmente eres nueva en esto, ¿no es así?
—Nunca he tocado una pelota de rugby antes de hoy.
Mi visión es un poco borrosa con un solo lente de contacto, pero todavía
puedo ver todos sus hoyuelos hacerse más profundos. Hay dos en la mejilla
izquierda, uno en la derecha, más el de la barbilla. Cuatro hoyuelos. Cuando él se
acerca a la barra con una de las mujeres de su equipo para ordenar la primera jarra 108
en una corriente interminable de cerveza, cierro un ojo para poder apreciar lo
amplios que son sus hombros y la forma cincelada de los músculos de sus
pantorrillas.
Las jugadoras de Putnam comienzan a juntar mesas en la parte principal del
bar. Son sólo las dos de la tarde, por lo que las mujeres del rugby tienen el lugar
completo. Agarro un asiento y estoy satisfecha, unos minutos más tarde, cuando
Scott se sienta junto a mí y no junto a alguna de las jugadoras de Carson.
Cuando lanza un brazo sobre el respaldo de mi silla, paso a través de la
emoción y la cautela; es una combinación con la cual no estoy segura de qué hacer.
Él está coqueteando contigo. Le gustas.
Se ve agradable, pero ¿qué tan agradable puede ser en realidad? ¿Qué aspecto tiene
cuando se masturba?
Tal vez él ha visto mis fotos, y es por eso que está siendo tan amable. Cree
que soy un blanco fácil. Él está imaginando mi boca sobre él. Me llama puta dentro
de su cabeza.
—Así que, Carrie. —Medio sonríe, su cuerpo tranquilo, todo relajado y
cómodo—. ¿Qué te trajo al partido de rugby hoy?
Me recuerdo a mí misma que solo porque hay fotos mías en la red, no
significa que cada hombre vivo las haya visto. Yo nunca había oído hablar de esos
asquerosos sitios porno antes de agosto, y aunque sé que los chicos ven más porno
que las chicas, no creo que eso signifique que todos corren por internet para
tomarse la entrepierna a cada segundo de su tiempo libre.
Es posible que Scott sea un tipo que piensa que mi nombre es Carrie y
quiera llegar a conocerme mejor.
Más que posible. Probable.
Así que tomo una respiración profunda. Huelo a levadura de cerveza,
suciedad y sudor. Miro alrededor de la mesa y pienso: estoy a salvo aquí. Estas
mujeres me respaldan. Y si ellas confían en Scott —si a ellas les gusta, lo que obviamente
hace— entonces está bien que yo también confíe en él. Al menos un poco.
—Quinn me obligó a meterme en ello.
—¿En serio? —Sus ojos me lanzan un vistazo rápido, pero no de una
manera pervertida. Solo en la forma normal en la que un hombre mira a una chica
cuando está a punto de decir—: No me pareces alguien a quien se pueda obligar
fácilmente.
—Bueno, estaba un poco borracha en ese momento.
109
—Ah. Sé cómo es eso.
Una de las chicas de Carson está de pie sobre una silla, con un vaso en el
aire. Todo el mundo está gritando y feliz, y no puedo concentrarme en más que
fragmentos de la conversación.
"Trabajos en Blow". "Seis intentos". "La mejor corredora del universo". "Copa
del Mundo".
Quinn sonriendo con su sonrisa más amplia, moviendo los dedos,
diciendo—: Algunas de nosotras no necesitamos una polla para bajar.
Gwen sirve y empuja un vaso en mi dirección. —Bebe.
Cuando ella se da la vuelta, le digo a Scott—: Para que lo sepas, no voy a
beberme todo esto. Tengo un examen mañana.
—Eso está bien. Tampoco voy a beber. —Miro su vaso y veo que él tiene
agua en lugar de cerveza. No me había dado cuenta—. Soy el conductor
designado.
—¿Es esto, como, tu trabajo? —le pregunto.
—No, me pagan para ayudar al entrenador durante los partidos, pero ahora
solo estoy aquí porque un montón de estas chicas son mis amigas, y no quiero que
consigan matarse de camino a casa.
—Eso es bueno.
Sonríe. —No es como si fuera difícil. ¿Quieres que te traiga un poco de
agua?
—No, gracias. Estoy bien.
Él levanta su copa y la choca con la mía. —Por tu primer partido de rugby.
Salud.
—Salud.
—Espera, ¿de quién es el primer juego? —pregunta una de las chicas
Carson.
Scott me señala. —Carrie. Ella nunca jugó antes de hoy.
—¡Señoritas, tenemos una virgen en la casa!
Antes de que sepa lo que está sucediendo, estoy de pie en la parte superior
de una mesa, y cuarenta mujeres cantan para mí.
110
Oh, las mujeres de rugby son las más grandes y las mejores
Y nunca renunciamos
Y nunca nos damos un descanso
Y construimos un mejor ambiente
Y damos un mejor polvo
Y no importa con quién jugamos, nunca tenemos suficiente
¡Afuera en el campo! ¡Abajo en el scrum! ¡Las mujeres del rugby los excitamos!
Mi garganta está muy caliente, pero estoy sonriendo.
Es imposible no sonreír. Me siento fuerte y rápida, magullada y sacudida,
rodeada de afectuosa solidaridad.
Me siento normal de nuevo, como antes, antes de que todo se saliera de los
carriles.
En Massachusetts, hay un edificio de oficinas en donde el trabajo de una
persona es borrar la vulva de Caroline Piasecki de internet. Si funciona, en un año,
esa chica no existirá. Ella estará muerta, y una parte de mí estará muerta junto con
ella.
Tal vez, mientras tanto, lo que tengo que hacer es crecer y convertirme en
alguien nuevo. Encontrar algo verde en mí, darle de comer, dejarla
cuidadosamente al sol. Convertirla en una chica que juega al rugby y baila en las
fiestas y coquetea con los chicos que están sonrientes y abiertos y que no se ocupan
de las drogas ni evitan hablar de incluso los más pequeños detalles de su vida
personal.
El rugby es impresionante.
Me he vuelto tan dura que ni siquiera puedo soportarlo.

La primera vez que veo el interior del apartamento de West, él no está en


casa.
Me siento rara acerca de ello, pero no es como si me hubiera colado. Bridget
y yo encontramos a Krishna en el centro de estudiantes, y nos invitó con él y Quinn
a ver mala televisión y a tomar alcohol "incluso aún peor". Ninguna de nosotras
podía resistir la atracción del misterioso de "incluso aún peor".
Así que aquí estamos, tendidos en un gran sofá de cuero seccional,
compartiendo una botella de licor de caramelo que Krishna sacó de las
profundidades del armario de abrigos, y viendo las repeticiones de What Not To
111
Wear8, que Krish ha almacenado en su DVR en números que me asustan.
West está trabajando en la biblioteca, pero debería terminar pronto. Le
mando un mensaje: ¿Aún no estás fuera?
Sí, responde. Estoy caminando a casa. ¿Tú?
Estoy en tú apartamento, hurgando en tus cosas.
Eso no es cierto, pero obtengo su atención. ¿ENTRASTE A LA FUERZA?
Sí. Guardo un juego de ganzúas en mi mejilla.
Houdini solía hacer eso. Me parecía una idea repulsiva, pero también como
que lo amaba.
Muy astuta. ¿Estás realmente ahí?
Si, K me invitó. Me gusta lo que has hecho con la decoración.
Eso es una broma, por supuesto. Es obvio lo que pasó aquí: Krishna compró
todo lo que pensaba que era importante para él —el sofá, la TV, el alcohol, una
cama king-size que puedo ver a través de la puerta abierta de su dormitorio— y

8No te lo pongas. Es un reality show del Reino Unido donde expertos de moda cambian los hábitos
de vestir de los concursantes.
luego él y West compraron todo lo demás en un lugar de artículos usados en
donde dan todo a dos dólares. Probablemente consiguieron sus platos en una bolsa
de papel marcados a 25 centavos, porque estoy bebiendo licor de caramelo en un
vaso de los Picapiedra. He apoyado mis pies con solo calcetines en una mesa de
café hecha de bloques de madera contrachapada y de ceniza.
Puse mucho esfuerzo creativo en ella, dice West.
Puedo ver eso.
Si encuentras mi colección de Pound Puppies9, NO MUEVAS NADA.
¿Está en el dormitorio?
Puedes ir y averiguarlo. Mira hacia arriba.
¿Por qué?
Mantengo mis cosas en una hamaca.
Sonriendo, echo un vistazo hacia la puerta cerrada de su habitación.
Podría ir. Podría sentarme en la cama de West. Tocar la colcha, sea cual sea
su color. Ver lo que ha puesto en sus paredes, los libros que hay en sus estantes,
cuánta ropa sucia hay en su cesta.
112
Quiero hacerlo.
¿Estás en mi habitación, Caro?
La pregunta hace que mi garganta se caliente tanto que si me hubiese
preguntado lo que llevo puesto. Tan caliente como si estuviéramos teniendo cyber
sexo, lo que no estamos haciendo. Ni siquiera cerca. Entonces, ¿por qué cuando
tomo un sorbo de mi vaso, el licor baja mal y empiezo a toser incontrolablemente?
—¿Qué estás haciendo ahí? —pregunta Quinn.
—Mandándole mensajes a West —dice Bridget—. Lo puedes decir porque
se mordió el labio y está encorvada sobre el teléfono, como si unos Skittles fuesen a
salir‖de‖ahí,‖o‖un‖arcoíris,‖y…
—Sé eso —interrumpe Quinn—. Sólo quiero saber lo que le dijo para hacerla
ahogarse.
—Nada —grazno.
—Oh, ¿qué? —pregunta Bridget.
—Ustedes dos tienen que follar y acabar de una vez —dice Krishna.

9 Serie de dibujos animados de 1980 sobre unos perros.


—Cállate. —Soy un genio con las réplicas ingeniosas.
La puerta se abre, y West entra. Me ve en el sofá, sonríe. —Pensé que te iba a
encontrar en mi cama.
Ardo en llamas.
En realidad no, pero casi lo hago. Sería una mejor manera de disipar el calor
que sentarse aquí, de color rojo llameante.
—No con esas orejas —le digo.
West resopla y deja caer su mochila junto a la puerta. —Hola, Quinnie.
Bridget. ¿Qué es lo que Krish las hace beber?
—Licor de caramelo —dice Quinn.
—Asqueroso.
—Es como mierda rompe culos —coincide.
—Le estaba diciendo a Caroline que ustedes dos tienen que follar —dice
Krishna.
—¿Otra vez? Estás demasiado obsesionado con lo de a quién me estoy
follando. 113
—No estoy obsesionado. Estoy preocupado. Eres un chico de veinte años
con demasiados trabajos y un solitario ceño permanente a lo James Dean. Si no
empiezas a usarlo para echar un polvo, es probable que mueras de represión. Y
aquí‖est{‖Caroline…
—¿Podrían, chicos, tal vez dejar de hablar de mí como si no estuviera en la
habitación?
—Y‖deja‖de‖decir‖“follar”‖—sugiere Bridget—.‖Es‖degradante.‖Y‖creo…
—Verás, ese es tú problema —le dice Krishna—. Piensas que follar es
degradante.
—Como si fuera la única con un problema. Esto lo dice el gigoló del campus
que…
—¡Eres tú la que tiene el problema! Nunca te diviertes.
—Estoy aquí, ¿no? Esto es divertido, ¿verdad?
Quinn gime. —Sólo para ustedes dos.
West viene por detrás y pone sus manos sobre mis hombros. Echo hacia
atrás la cabeza para mirarle del revés, preocupada de cómo se está tomando esto,
pero su boca está relajada, sus ojos llenos de diversión. —Caro y yo no somos así.
Le sonrío, porque su negación suena como una confirmación, y porque sus
manos en mis hombros están acariciando de un lado a otro. Sus pulgares
encuentran un lugar para descansar y presionan mi nuca, lo que hace que mis
pechos se sientan llenos y pesados y la boca de mi estómago se derrita.
Estoy ridículamente satisfecha con la implicación de Krishna de que West se
encuentra en medio de lo que suena como una racha de sequía prolongada.
Aunque, considerando la fuente, Krishna puede querer decir que West no ha
tenido sexo en una simple semana.
No me gusta pensar en West teniendo sexo. Para nada.
—Así que, ¿qué son ustedes dos? —pregunta Krishna.
—Son amigos —dice Bridget.
—No, no lo somos —dice West.
Bridget parece confusa.
Lo entiendo. Es un poco lioso. —¿Podemos no hablar de esto?
Pero Krishna está demasiado interesado ahora. —No, necesito resolver esto.

114
Cada vez que iba a la panadería durante las últimas semanas, ahí estabas. Parece
que West está siempre enviándote mensajes a cada rato. Simplemente entra por la
puerta sonriéndote como si el sol saliera y se pusiera por tu culo, y ahora tiene sus
manos sobre ti.
Quinn interviene con—: Siempre tiene sus manos sobre ti.
—Eso no es verdad.
Pero, de hecho, ¿no es así? Sus manos en mis hombros son familiares. En la
panadería, normalmente me toca así. Casualmente, acariciando mi rótula cuando
me pasa, dejando caer una mano sobre mi cabeza cuando estoy a punto de
marcharme, frotándome los hombros en momentos ociosos cuando ambos estamos
charlando con Krishna.
Es una persona física. No significa nada para él.
Soy la única a la que se le para el corazón cada vez.
—No es asunto de nadie más que nuestro —dice West.
Cualquier persona normal sería disuadida por la forma prohibida en la que
le está mirando, pero Krishna no es normal. —Si no van a follar, deberíamos
empezar a pensar en arreglarle una cita a Caroline. Es hora de que vuelva al juego,
¿no crees?
Bridget le golpea el brazo. —No es un juego.
Krishna cambia la voz y hace una mala imitación de Bridget. —No es
un juego, no es divertido, no es un pedazo de culo. —Luego, con su voz normal,
continua—: Lo juro por Dios, mujer, es como si fueras alérgica a todo lo que podría
accidentalmente hacerte sentir bien en este mundo.
—No seas un capullo.
—No seas una mojigata.
Ella‖le‖saca‖la‖lengua,‖y‖Quinn‖murmura‖algo‖que‖suena‖como‖“hablando‖de‖
dos‖personas‖que‖necesitan‖follar”.
—¡¿Qué?! —chilla Bridget—. ¡¿Qué estás insinuando?! Porque si estás
intentado‖decir…
—No importa.
Espero a que Krishna responda a ese comentario, pero me sorprende
levantándose del sofá y desapareciendo en la cocina. Regresa con una cerveza,
incluso a pesar de que ya tiene una bebida. Quita la tapa y toma un largo trago. No
mira a Bridget en absoluto, y simplemente le observamos, fascinados.
O, tengo que limitarme solo a mirar, en realidad, porque West ha
profundizado sus dedos en los músculos de mi cuello, inclinando mi cabeza. El 115
pelo cuelga sobre mi cara. Sus pulgares son como acero ardiendo, contundente y
caliente, abrasando líneas paralelas en mi piel desde el nacimiento del cabello hasta
la espalda por debajo del cuello de la camisa. Una vez. Y otra. Sus dedos se
envuelven alrededor de mis hombros, apretándome como si me poseyera, y me
estoy derritiendo.
Soy líquida.
Soy suya.
—No nos distraigamos del punto —dice Krishna—. El punto es que
Caroline necesita un polvo de rebote.
—Oh, ¿sí?
Sueno drogada.
Estoy drogada.
Bridget protesta por mí. —No lo necesita.
—En serio, Krish, estás siendo un idiota —dice Quinn.
—Tenemos que encontrarle una cita. Después de Acción de Gracias, haré de
mi objetivo personal en la vida encontrarle a Caroline algo de acción.
—Caroline puede conseguirse su propia acción —dice Bridget—. Quiero
decir,‖si‖incluso‖quisiera,‖lo‖que…
—Lo que no quiero.
—Porque estás traumatizada —dice Quinn.
—No estoy traumatizada.
Estoy nerviosa y caliente. Espero, con cierta desesperación, que el cosquilleo
en mis pezones no signifique que mis luces están puestas y que todo el mundo en
la habitación puede ver lo que West está haciéndome, justo frente a ellos.
—Está bien —dice Quinn—. Nadie te está juzgando. Ésta es tu zona de
seguridad.
—Caroline no necesita una zona de seguridad —dice Briget—. Lo está
haciendo‖bien.‖Cuéntales‖sobre…
Ve mi cara y se detiene, pero es demasiado tarde.
—¿Qué? —dice Krishna.
—Nada.
—No suena como nada. 116
—No es nada. En serio. —Me estiro por mi bebida, rompiendo el contacto
con West porque las cosas están a punto de ponerse feas. Lo puedo sentir. El aire se
ha vuelto pesado. Mi excitación ha huido como un conejo asustado de vuelta a su
agujero.
Le doy un gran trago al licor de caramelo y empiezo a atragantarme de
nuevo, lo que es un error táctico, porque mientras estoy debilitada, Krishna va tras
Bridget.
—Dime lo que ibas a decir —demanda. Me agarro a los reposabrazos del
sofá, tosiendo tan alto que tengo que levantar las rodillas. West frota mi espalda.
—Respira —dice en un murmullo.
Incluso eso es sexy. Me estoy ahogando hasta la muerte, atormentada por la
culpa por lo que Bridget casi reveló, y sigo teniendo un rincón en mi cerebro
dedicado a desmayarse por el ardiente West. Soy un caso perdido.
Bridget se cruza de brazos, enfrentándose a Krishna. —No voy a decirlo.
—Dilo.
—No.
—Dilo,‖dilo,‖dilo,‖dilo,‖dilo,‖dilo,‖dilo,‖dilo…
—Oh, está bien. Sólo iba a contar lo del chico este al que conoció.
—¿Hay un chico? —pregunta Quinn.
Apenas soy capaz de inhalar. Cuando digo—: No hay ningún chico. —
Babeo un poco sobre el cuero, y tengo que secarlo con la mano.
No puedo mirar a West.
—Es demasiado tarde para negarlo —dice Krishna—. Bridget ya lo ha
contado. ¿Quién es el chico?
No veo ninguna forma de escaparme de esto. Me siento. —¿Recuerdas a
Scott? —le pregunto a Quinn.
—¿Scott del rugby?
—Sí.
—¿Te pidió salir?
—¡No!‖ No.‖ No‖ es‖ nada.‖ Es…‖ sólo‖ le‖ mencioné‖ a‖ Bridget‖ que‖ quiz{‖ podía
intentar averiguar su apellido. De ti. Por si acaso.
—¿Para que puedas llamarle?
—¿Quizás? 117
—Le interesaste —dice—. Definitivamente deberías llamarle.
—¿Eso crees?
—Claro. ¿Por qué no?
—¿Quién es Scott del rugby? —pregunta Krishna.
—Va a Carson —dice Quinn—. No lo conoces. Y es realmente genial.
Y caliente. Bien hecho, Caroline.
—No he hecho nada todavía.
Me da palmaditas en el hombro. —Claro, pero deberías. Volver por ahí y
eso, ¿sabes?
Agacho la cabeza. De soslayo, le echo un vistazo a West.
Se ha puesto blanco.
Krishna también lo está mirando, y no puedo decidir si el empujar a West a
esa blancura ha sido a propósito o sin querer. Esa es la cosa con Krishna: nunca
puedo averiguar si es un imbécil o si está pretendiendo serlo.
Pero da igual.
Se deja caer en el sofá junto a Bridget, se traga el resto de su cerveza, y
dice—: Quizás deberíamos buscar a alguien más.
West abre la puerta de su dormitorio. —Tengo que estudiar.
La cierra, y luego sólo está el sonido de la tele y Bridget moviéndose
incómodamente en su extremo del sofá.
—No hice nada —digo—. Ni siquiera sé su apellido.
Pero no estoy segura de a quién le hablo.
Nadie responde.

—Así que, ¿cuándo te vas a casa? —pregunta West.


—Mañana.
Es el martes antes de Acción de Gracias, o miércoles, supongo, desde que
son las tres de la mañana. El campus se ha vuelto un pueblo fantasma desde la
hora del almuerzo, y West ha estado en la panadería todo el día. Tuvo que llegar
temprano. Se quedará hasta tarde. Tiene que hornear una cantidad insana de masa
para ayudar a Bob a completar los pedidos navideños.
118
No importa, me dijo. Tiene el resto de las vacaciones para dormir.
—¿Temprano? —pregunta.
—Sí.
—¿Puedes ventilar el horno por mí?
Me acerco al horno —que es más como un armario de metal con cristal en la
puerta— y empujo el botón de ventilar el vapor para que los panes comiencen a
secarse durante los últimos minutos de cocción.
—Gracias.
Me siento sobre la encimera y estudio la habitación. Desde octubre, se ha
vuelto casi tan familiar como mi dormitorio, y he dejado de notar lo lleno que está.
Cómo el vapor ventilado, huele a masa húmeda, cruda y húmeda. Cómo las manos
de West siempre están ocupadas, el suelo siempre sucio, y yo siempre segura,
incluso si no siempre me siento cómoda.
Oficialmente estamos de vacaciones, y debería estar en casa.
Hogar se ha convertido en un concepto cada vez más difícil. Aún hablo con
mi padre una vez a la semana, pero he llegado a temer nuestras conversaciones. He
sido una niña de papá toda mi vida, y ahora no sé qué decirle. Me recuerda que
debo buscar pasantías de verano en el centro, porque ya debería tener un poco de
experiencia antes de empezar a aplicar a escuelas de derecho en un par de años.
Me dice que me quiere y me recuerda que tenga cuidado.
Cuelgo el teléfono con un dolor punzante en el estómago. Me siento como
una mentirosa, pero no le he dicho ni una sola mentira.
Por primera vez desde que llegué a Putnam, no quiero irme a casa por
vacaciones. Papá hace toda la cosa del pavo, y yo me encargo de rellenarlo. Mi
hermana Janelle y su prometido hacen la salsa de arándanos y panecillos. Alison,
mi otra hermana, está en Lesotho con el Cuerpo de Paz, pero si estuviera en casa
haría el pastel de calabaza.
Supongo que debería hacerme cargo de la tarea de la tarta.
Se supone que tengo que entrar en el vestido de dama de honor para la boda
de Janelle, que es en verano. Me envía emails con detalles sobre los lugares que
están mirando, los colores que le gustan, las tarjetas de invitación que están
haciéndose en Etsy. Sé que debería estar entusiasmada, así que actúo de esa forma,
pero no puedo encontrar ninguna alegría encima.
—¿Llamaste a ese tipo? —pregunta West.
119
Ya han pasado dos días desde que se encerró en su cuarto. Esta es la
primera vez que uno de nosotros menciona esa conversación.
—Scott —digo.
—No lo olvidé.
—No. No lo he llamado todavía.
Su móvil vibra. West lo mira y le escribe un mensaje a alguien. Ha estado
pegado a él durante toda la noche, distraído. No me ha dicho con quién está
hablando. Podría ser su hermana, su madre, o alguna novia de casa que nunca ha
mencionado.
No me dice nada.
Esta noche no tiene nada que enseñarme. En todas estas semanas de
prácticas y pruebas, me siento como si nunca hubiéramos hablado de lo que se
supone que en realidad tendría que estar aprendiendo.
Nunca le pedí que fuera mi maestro. No es lo que quiero de él.
Pero por otro lado, he encontrado pruebas de las lecciones de West por toda
mi vida. Pruebas de que lo que Nate me hizo no es la única cosa de la que merece
la pena hablar. Pruebas de que, igual que podría entrar en la panadería cualquier
noche, también puedo ir a una fiesta o a un campo de rugby.
Sigo aquí. Estoy básicamente bien. No necesito mimos, y no voy a comprar
más mierda.
Estoy cansada, completamente harta de fingir. Porque otra cosa que he
descubierto desde octubre es que West no me cuenta nada, y si no hay nada que
pueda enseñarle, nunca seremos más de lo que somos en esta habitación.
Se quedará aquí durante las vacaciones. Es demasiado caro y toma mucho
tiempo volar a Oregon para unos miserables días de descanso que tenemos y, de
todos modos, Bob necesita su ayuda.
West me dijo todo eso.
Lo que no me contó es que quiere ir a casa, pero sé que lo hace, incluso
apesar de no estar segura de dónde está su casa, de qué ciudad es, qué tiene allí.
No lo sé porque no lo dice. No me dice por qué está tan atentamente fascinado con
su móvil, por qué ha estado tan distraído últimamente, qué le preocupa.
Sé que está preocupado. Sé que algo no está bien. Pero también sé que
nunca alzará la vista del pan y me dirá, Caro, ¿puedo contarte algo?
120
Un incómodo fin se ha instalado entre nosotros esta noche, y creo que debe
ser por esa conversación en el apartamento.
Sin embargo, quizás me equivoco. Tal vez ocurrió cuando me entregó el
sobre lleno de dinero. El dinero ha cambiado algo.
Si West compartiera su propia hierba con amigos, sería un chico divertido
con el que salir. Desde que sólo la vende, es un criminal. Es por el dinero.
Se supone que debo ser rica. Se supone que debe ser pobre. Me dio mil
quinientos dólares, y ahora algo es diferente entre nosotros, pero no me dirá qué, y
no voy a preguntar.
No soy lo suficientemente valiente como para presionarle, pero desearía que
me lo contara. Desearía que me necesitara. Porque no estoy segura de cuánto más
podré soportar ser la única en esta cocina que admitirá ser vulnerable. Y no estoy
segura, tampoco, cuánto más voy a necesitar esto: estas noches conduciendo a la
panadería, estas horas con West trabajando y las mezcladoras funcionando.
Hay tanto que podríamos estar contándonos el uno al otro, y no lo hacemos.
Esta noche el traqueteo de la batidora suena como un canto fúnebre, y me
siento más que disgustada. Me desperté de una pesadilla para venir aquí, un sueño
en donde estaba en un campo de rugby con un camisón, tambaleándome entre una
espesa niebla, y no podía encontrar algo que necesitaba, no podía oír a nadie
llamándome. Me sentía irrevocablemente perdida.
Esta noche —este momento— es el final de algo, y hemos fallado en ello.
—Voy a echarte de menos —le digo.
Está de espaldas a mí. Sin responder o incluso reconocer que hablé, aumenta
la velocidad de la mezcladora. Gira tan fuerte que no puedo oír la música. Me tapo
los oídos y escucho los latidos de mi corazón con los ojos cerrados. Cuando los
abro, es porque su mano está en mi muslo, y está de pie justo frente a mí, llenando
mi campo de visión.
Sus ojos son de un azul plateado, sombreados por sus desdibujadas cejas,
sorprendentes e intensos.
Krishna y Quinn tienen razón: West siempre está tocándome.
Siempre lo siento.
Su mano en mi muslo me hace palpitar. Entre mis piernas. Mi corazón. Mi
garganta.

121
En todas partes.
Estúpida chica.
Cuando mueve su mano, me agarro a ella. Entrelazo los dedos, los míos
sobre los suyos, y aprieto con fuerza.
West mira nuestras manos, y suspira. —¿Qué se supone que voy a hacer
contigo? Creo que será mejor que me lo digas, Caro, porque no tengo ni puta idea.
Miro el hueco del hueso de su muñeca. El oscuro pelo en sus antebrazos, la
nuez en su garganta, el parche bajo sus labios en donde olvidó afeitarse un par de
pelos.
Su boca. Sus ojos. Su boca.
Siempre su boca, amplia y sabelotodo, generosa y retentiva.
Espero a que la boca de West forme las palabras que nunca voy a escuchar.
Te echaré de menos.
Me preocupo por ti.
No quiero que salgas con ese tipo, porque te quiero conmigo. Quiero que seamos más
que esto.
Quiero decirle Cuéntamelo todo, West. Por favor.
Pero por la mañana voy a regresar a casa y ver a mi padre. Lo que sea que
West podría tener que decir, esta noche no es la correcta para que lo haga, y no soy
la persona adecuada a quien decírselo.
No es sólo él. Soy yo. No soy lo suficientemente valiente.
Mis dedos patinan sobre la forma de su cara. El arco de su ceja y la cicatriz
que la divide. La curva de su oreja. La exuberante plenitud de su boca.
Quiero respirarle cuando exhala, descansar contra su cuerpo, envolver con
mis piernas su cintura, y llevarlo dentro de mí.
No sé cómo deshacerme de esto.
No sé cómo renunciar a él.
El horno suena. West se aleja y lo apaga. Abre la puerta. Saca el pan.
Durante el resto de la noche, mantiene las distancias.
Por la mañana, me meto en el coche y pongo noventa y seis kilómetros entre
nosotros, pero no es suficiente.
No sé cómo de lejos tendré que ir para que lo sea.
122
Traducido por Anelynn*, Annie D. & Sofía Belikov
Corregido por SammyD, Juli & ElyCasdel

West
No te involucres, me dije a mi mismo desde el comienzo. No es tu 123
problema.
Pero ya estaba involucrado, incluso entonces. Para Acción de gracias,
estaba tan involucrado con Caroline que casi no podía soportar verla.
Todo lo que le dije fue una mentira.
No íbamos a ser amigos, lo había prometido. ¿Pero qué otra cosa llamas a
alguien cuando le envías mensajes un millón de veces al día y esperas verlos
aunque los acabas de ver?
¿Cómo lo llamas cuando sabes cuándo alguien tiene clase y cuál es el
material de su siguiente clase, y ellos saben cuándo vas a estar trabajando y
cuántas horas pasaron desde que dormiste, entonces te llevan toda tu comida
chatarra favorita para ayudarte a continuar?
Caroline y yo éramos amigos.
Estaba mintiendo sobre eso.
Le dije que no la iba a tocar, pero la tocaba cada vez que tenía la
oportunidad. Rozaba mi brazo contra el suyo. Me inclinaba hacia ella con mi
rodilla. Cuando se daba la vuelta, le echaba un vistazo a su culo y pensaba cómo
se sentiría en mis manos. Cuando se inclinaba sobre la mesa, yo miraba debajo
de su camisa.
Encontraría razones para entrar en su espacio personal. Observaría su piel
ponerse rosa y moteada, me encantaba eso.
No era ningún tipo de santo. Aunque no podía tenerla, hice todo lo que
pude para hacerla quererme. Me aseguraba de que estuviera pensando en mí, no
me detuve cuando descubrí que quería pedirle salir a algún tipo que conoció
jugando al rugby.
Redoblé mis esfuerzos.
La trataba como si me perteneciera, aunque no la tendría, y tampoco la
dejaría tenerme.
Le dije a Caroline que admitiera lo que estaba sintiendo —como se estaba
sintiendo en realidad— pero cuando me preguntara, “¿Qué piensas?” no diría:
Me preocupo por mi mamá porque dijo que se lastimó la espalda y creo que debe
estar perdiéndose sus turnos en la prisión. Si consigue que la despidan, va a
ponerse quejumbrosa, y Bo nunca ha estado cerca cuando se pone así. Podría
botarla por ser una carga inútil —lo cual es, juro que mi madre lloriquea como
nadie— y si eso pasa, tendré que volver a casa. 124
¿Cuál sería el punto?
Yo era dos tipos de persona diferentes, y sólo uno de ellos era el real. El
verdadero West Leavitt vivía en un tráiler en Silt, Oregón. Hablaba conmigo
todo el día. Comprueba a tu mamá. Asegúrate que consiga comida para que
Frankie tenga algo decente que comer. Toma otro turno en la biblioteca, porque
nunca se sabe. Nunca se sabe.
Mientras que el tipo que era en Iowa, era la ropa que me ponía para
conseguir ir a donde sea que necesitara ir. Él era yo, pretendiendo ser el tipo de
persona con el que Caroline ha estado cada minuto de su vida.
Quién sea que seas cuando naciste, no puedes simplemente sacudirte eso.
Nos gusta pretender que podemos. Ese es el sueño americano, ¿cierto? Sin
límites. Pero la verdad es que podrías volverte rico, pero no puedes comprar la
manera en que es la gente rica. No puedes simplemente ponerte la ropa indicada
y formar parte de ellos. Aún vas a pensar como un niño pobre, soñar como uno.
Querer como uno. Todavía te encogerás cada vez que otro estudiante te
pregunte, ¿Entonces qué hace tu papá? O ¿A dónde vas a ir para las vacaciones?
Es un trabajo duro, enseñarte a ti mismo a no encogerte. Aprender a ser
alguien que no eres.
Eso es lo que estaba haciendo en Putman. Estaba trabajando. No estaba
ahí para reír, o ir de fiesta, o encontrar a la chica con la que quería pasar el resto
de mi vida. Estaba ahí para hacer que el resto de mi vida sucediera, y era un
proyecto a tiempo completo.
Las personas como Caroline no tienen que preocuparse por los alimentos
o el alquiler. Pueden asumir que alguien más se encargará de su mierda, y
entonces sólo tienen que averiguar lo que quieren e ir a por ello.
De donde soy, asumir que vas a entrar en la escuela de medicina es como
asumir que puedes caminar sobre el agua. Es un cuento de hadas, y la gente que
cree en los cuentos de hadas son idiotas.
No entré en Putman asumiendo nada. Entré ahí por la caridad de un idiota
rico cuya esposa me follé.
Sabía lo que estaba haciendo. Lo habría hecho otra vez.
Lo odiaba, pero lo había hecho.
Odiaba mentirle a Caroline, pero le mentí. Si le decía la verdad, habría
roto su corazón.
No podía tenerla. Esa era la verdad. 125
Sólo podía tener esta única cosa, si trabajaba lo suficientemente duro.
Nada más.

Caroline me envía un mensaje el sábado. ¿Qué haces?


Había estado durmiendo.
Me desperté al amanecer y caminé alrededor del campus en la niebla —una
niebla literal, el aire lleno de gruesa neblina blanca— y me sentía como algún
fantasma perdido acechando el lugar. Me quedé ahí afuera mucho tiempo, no
vestido correctamente para la húmeda invasión del clima.
Cuando regresé al apartamento, estaba temblando, y estaba tan silencioso
que tuve esta escalofriante sensación, como que tal vez yo no existía en absoluto.
Saqué mi teléfono y me desplacé por los mensajes de texto de ayer de Caroline,
Frankie y mi mamá.
Son las vacaciones de Acción de Gracias, me dije a mí mismo. No es el apocalipsis.
Pero aun así se sentía extraño. Me senté en mi cama, mirando afuera hacia la
niebla, y me terminé los últimos centímetros de la botella de schnapps10 sabor a
sirope de mantequilla de Krishna.
Miré hacia el techo hasta que me quedé dormido.
Cuando el mensaje de Caroline me levanta, el teléfono dice cuatro en punto,
pero me toma unos segundos descifrar que quiere decir que es tarde. Dormí todo
el día. Mis dedos se encuentran rígidos, mi boca sabe cómo a basura, y mi polla
está medio dura sin ninguna razón.
Nada. ¿Y tú?
El teléfono suena. Es ella. —Hola.
—Hola.
—Suenas adormilado. ¿Te desperté?
—Sí.
—Lo siento. Puedo irme. Vuelve a dormir. Sé que esto es, como tu gran
oportunidad para ser perezoso.
—No pasa nada. ¿Cómo van tus vacaciones? —Sólo hemos intercambiado
algunos mensajes desde que se fue el miércoles. No he sabido qué decirle. Está
126
cabreada conmigo. Estoy cabreado conmigo mismo. Creo que sería mejor no
vernos, pero si vamos a detenernos, va a tener que ser ella quien lo detenga.
—Bien, supongo. Quiero decir, Acción de gracias estuvo bien. Ahora todos
se fueron, y eso como que apesta.
—¿A dónde fueron?
—Janelle y su prometido ya se fueron a casa. Mi papá fue a visitar a algunos
amigos de nuestra familia en Marshalltown.
—¿Te dejó sola en casa?
—Quería que fuera con él, pero no tenía ganas.
—¿Cuándo va a regresar?
—Tarde, supongo. Para la cena, pero su amigo también es un juez y
normalmente beben después de la cena y se sientan a contar historias de jueces
durante horas.
—Huh. ¿Entonces en qué andas?

10 Licor alemán muy fuerte.


—Nada. —Hace este suave sonido, como riéndose de sí misma—. Me
aburro. Tres días libres de escuela, y oficialmente no tengo ni idea de qué hacer
conmigo misma. Además, estoy acostada en la cama de mi habitación, la cual no
ha cambiado desde la secundaria, así que como que siento que me encuentro en
esta extraña distorsión del espacio y el tiempo, como si nunca hubiera ido a la
universidad en absoluto, y nada de lo que pasó en Putman fuera real.
Bajo la mano para ajustarme a mí mismo. La imagino en su cama, y no
ayuda a la situación de estar duro. En la vida real probablemente use unos
pantalones de chándal y su cabello esté en una de esas coletas despeinadas, pero
en mi cabeza usa ese top de pijama de la primera noche en la panadería, bragas
blancas, y nada más. Bragas de encaje, del tipo que quedan bajas sobre sus caderas,
como shorts, su coño una sombra rosa debajo.
—Pero no estarías hablando conmigo —digo—. Ya que me conoces de
Putman.
—Sí. Todavía se siente así, sin embargo.
—¿Como qué?
Hay una aceleración en mi respiración. Tengo mi mano en mi polla,
acariciando. 127
Joder. No debería. Se interesa en otro tipo, y soy un imbécil. No debería.
Pero no me detengo. No he escuchado su voz en unos días. He estado solo
por mucho tiempo. No estoy seguro de si puedo parar. Mi mano es seca y caliente,
tirando tan fuerte que es casi cruel.
—Como si no fuera real —dice—. Como que mis palabras colapsan, sólo que
no…‖colapsan.‖¿M{s‖como‖mezcl{ndose‖o‖algo?
—¿Estás sobria?
Se ríe. —Lo estoy. Eso sólo lo hace más extraño. ¿Y tú?
—Sí, ¿por qué?
La razón por la que me la imagino tan vívidamente con esas bragas blancas
es porque las llevaba puestas en una de las fotos en internet.
Sé que su coño es rosa debajo de esas bragas, depilado, porque lo he visto.
No merezco ser su amigo.
Tengo que detenerme.
—Tu voz está toda rasposa —dice—. No suenas como tú mismo.
No soy quien crees que soy.
Soy un gilipollas con mi mano en mi polla, imaginándote, porque te deseo.
Te deseo todo el maldito tiempo, y hace todo imposible.
—¿Cómo sueno?
Se calla por un segundo, y entonces se ríe otra vez, tímida ahora. —No lo sé.
Quiero que diga algo sucio. Quiero que sea sexo telefónico, que Caroline me
diga que me da una mamada, que la estoy follando, que nunca quiere que pare.
Soy asqueroso.
Eso sólo hace que mi mano tire más rápido.
—Dime cómo luce tu habitación —digo.
Dime qué llevas puesto. Dime qué quieres que te haga.
Entonces la describe —paredes moradas pintadas cuando tenía once, un
escritorio que la metió en problemas por tallarle su nombre, un sofá cama, lo que
jodidos signifique eso— y giro la cara para apartarla del teléfono para que no
pueda escuchar mi respiración entrecortada.
—¿West? 128
—¿Sí? —Sueno extraño. He perdido la pista de todo menos del sonido de su
voz y la resbaladiza piel moviéndose debajo de mi palma.
—¿Vendrás, West?
El sonido de mi nombre, la manera en que su voz se envuelve alrededor de
él. La susurrante intimidad de su petición. Me quiere con ella, y me voy a venir.
Sobre toda mi mano.
—Seguro. —Estoy tan destrozado, tengo que aclararme la garganta e
intentarlo otra vez—. Seguro, sí. Iré.
Sólo cuando me encuentro en el auto, pidiéndole direcciones, es que
entiendo que esta es una terrible idea.
Para entonces es muy tarde para arrepentirme.

—Empújame —dice, y se ríe entre dientes. De hecho suelta una risita, como
una niña—. ¡Vamos, West! ¡Dame un empujón!
Tiene sus manos en el tejado, un pie abollando el canalón del techo —
aunque ya está bastante dañado en ese lugar, siempre debe subir de esta manera—
y su trasero se balancea en mi cara. Me empujo contra la barandilla de este
pequeño balcón de la habitación de Caroline en el segundo piso de su gigantesca
casa, el frío metal filtrándose a través de mi abrigo, preguntándome cómo me metí
en esta loca situación.
Se resbala, chilla y me golpea duro. Sin pensarlo, consigo poner un brazo
alrededor de su cintura, los dedos de mi otra mano envueltos con fuerza alrededor
del barandal. Me pregunto cómo es que este balcón se sujeta a la casa. ¿De algunos
tornillos? ¿Cuál es el límite de peso? ¿Para qué sirve esta jodida cosa, de todos
modos? No es como si fuera a colgar la ropa en su ventana para que se seque.
—Estás loca —le digo, pero sólo se ríe.
—He hecho esto una millón de veces. Dame un empujón y te ayudaré a
subir.
—Es noviembre.
—No hay nieve ni hielo. Las estrellas son lindas acá arriba. Vamos.
Pienso en si la ayudo a subir al techo o si paso la siguiente hora de mi vida
tratando de hacerla cambiar de opinión. Además, si seguimos tratando de hacerlo
a su manera, vamos a terminar muertos.
129
Ya tiene su pie arriba otra vez, su culo presionándose contra mi ingle. Mis
manos agarran sus caderas automáticamente, guiando esa dulce y suave presión
justo hacia donde lo quiero.
He olvidado todo sobre ayudarla a subir, pero Caroline encuentra la manera
de impulsarse con su otro pie, y entonces se ha ido, arriba, arriba, y lejos.
Acabo de ayudar a una chica drogada a subir al techo de su mansión
suburbana. Después de drogarla.
Voy a ir al infierno por esto.
Su mano se encuentra enfrente de mi cara ahora, blanca y pequeña. —Te
ayudaré a subir.
—Puedo hacerlo. Hazte a un lado.
Su mano desaparece. Brinco hacia arriba. Se deja caer sobre su espalda,
mirando hacia el cielo. El abrigo negro que usa desaparece un poco en las oscuras
tejas del techo, y la luz de la luna atrapa la hilera de botones color plata como una
pista de aterrizaje que se dirige a su sonrisa y a los brillos en su gorro de lana.
—Túmbate —me dice.
Sólo me quedo ahí parado y la miro por un minuto, porque es perfecta. Su
cabello suelto. Su guardia baja. Me dijo que le preocupaba de que la hierba la
hiciera paranoica, pero quería probarla, de todos modos. En su lugar, la hacía
suave y receptiva, dilató sus pupilas de tal manera que sus ojos se ven enormes y
oscuros, llenos de asombro.
Siento como que he desarrollado algún tipo de milagro.
—Guau —dice—. Te ves tan raro desde aquí.
Eso me hace sonreír. Me arrodillo en el techo a su lado, fascinado por sus
dientes. Sólo tomé unas caladas de la pipa que compré, pero ha pasado un tiempo
desde que fumé. Podría mirar su rostro por una hora. Quiero tocar su cabello,
sentir la suavidad de este. Pasar mis dedos a través de él, sobre su garganta, bajar
por la hilera de botones y subir por debajo de su camisa, sacándola del camino
para exponer su piel a la luz de la luna. Quiero hacer que tenga frío para poder
calentarla con mi cuerpo, mi boca, mis manos y mi lengua.
Quiero que me pertenezca.
—¿Qué pasa?
—Prométeme que no te vas a caer del techo y a matarte.
130
—No lo haré. Ya te lo dije, he hecho esto un millón de veces.
—¿Por qué necesitarías un empujón, entonces?
—Nunca he subido sola. Janelle normalmente me empujaba.
—¿Te dejaban?
—¡Claro! Oh, espera, ¿quieres decir mi papá? No. Bueno, más o menos. Sabe
que lo hacemos, y nunca nos hemos metido en problemas ni nada, pero
definitivamente lo desaprueba. Nunca subimos cuando se encuentra en casa.
Me dijo cuando llegué aquí que no iba a regresar por horas. Que
probablemente terminará quedándose con los amigos de Marshalltown. Muy
borracho para manejar. Pero me hizo estacionarme a la vuelta solo por si acaso.
Si fuera una chica de mi ciudad, no habría ninguna duda sobre la invitación.
Mi padre se ha ido. Ven. Trae hierba.
Si fuera una chica de mi ciudad, tendría una tira de condones en mi bolsillo
y una sonrisa de mierda en mi cara.
Pero es Caroline, y no estoy seguro de que tenga alguna idea de lo que me
hace. No es como si hubiera sido sutil, pero dije que no iría detrás de ella, y dijo
que no quería que fuera detrás de ella. Pensando en algún otro tipo. Scott.
Así que no sé. Si ella tiene intenciones ocultas, no tengo ni idea de cuáles
son.
—Acuéstate —dice—. Estás bloqueando mis estrellas.
Me acuesto, con los codos detrás de mi cabeza, y miro hacia arriba.
—Está nublado.
—Shh.
—No hay estrellas.
—Shhhhhhh —dice de nuevo, con mucho drama—. Cállate y disfruta del
firmamento.
Le sonrío al cielo. Drogada y fuera de sí, Caroline es incluso más mandona
de lo normal. Y aun así dice porquerías como firmamento.
Miramos al desastre de cielo oscuro y nublado por un tiempo. La noche, de
hecho, no es tan mala. Las nubes son espesas, pero se están moviendo en masas
rápidas, y a veces la luna escapa y trae algunas estrellas con ella. Mejor que el
usual cielo de Iowa, tan a menudo blanco grisáceo y repleto de humedad.

131
Jodidamente opresivo. De alguna forma, el cielo parece más profundo que el de
casa.
Está fresco, pero no tan frío como debería ser para el final de noviembre.
Llevo un suéter grueso sobre una franela y una camiseta, y estoy lo
suficientemente cómodo, excepto por la capa de piel junto a mi espalda baja donde
mis camisetas se han subido porque tengo los brazos por encima de mi cabeza.
Siento el techo a través de mis pantalones, entumeciendo mi trasero.
No importa. Estar drogado hace que todo sea definido y nítido, pero
también hace que no me importen mierdas como si estoy cálido. El subidón apaga
la estación de radio en mi cabeza, cambiando constantemente a Oregón, y
sintonizando a Caroline.
Ella está acostada a mi lado, mirándome.
Siento su respiración en mi rostro. La calidez desprendiéndose de su cuerpo.
Sé exactamente cuán lejos debería moverme para besarla, y no es lo
suficiente lejos.
—Puedo ver cada pelo en tu rostro —me dice.
—Me afeité.
—No, me refiero como a, tus poros. Puedo ver todos los lugares donde salen
tus pelos. Es extraño.
—No es extraño. Es mi rostro.
—Sin embargo, tu rostro es extraño, West.
—Gracias.
Ríe, un aliento a hierbabuena sobre mi oreja. —Por favor. No necesitas que
te diga lo bonito que eres.
—Los chicos no son bonitos.
—¿Has visto a tu compañero de cuarto? Es la chica más bonita del campus.
—Deberías decírselo algún día. Estaría tan molesto.
—No es como si le hiciera daño en el departamento de las citas.
—Krish no va a citas, Caro.
—Sabes a lo que me refiero. —Se inclina más cerca.
—¿Por qué estás merodeándome como un buitre?
—Me gusta ver cómo se mueve tu mandíbula cuando hablas. Puedo ver los
músculos y cosas. Nunca lo noté.
—Tal vez porque usualmente no hablas con tu rostro a dos centímetros de
distancia.
132
—Probablemente ese es el por qué —dice solemnemente.
—O porque estás drogada.
—Esa es otra fuerte posibilidad.
Cierro los ojos. Siento que algo importante está escabulléndose de mí y se
supone que lo quiero recuperar, pero no es así. No quiero nada que signifique que
se supone que me mantenga alejado de ella.
—Sin embargo, lo eres —dice.
—¿Qué?
Quiero que me diga qué soy. Entré a esta casa, a esta casa con sus grandes
columnas blancas colocadas por todo el frente y sus encimeras de granito, con la
alfombra blanca en la sala de estar que debe ser nueva porque no hay ni una
mancha en ella. Entré y me perdí.
No sé lo que soy. Ella es lo único aquí que reconozco, y hace más difícil
recordar por qué se supone que no debo poner mis manos de nuevo en sus
caderas, colocarla encima de mí, besar sus labios fríos, y empujar mis dedos por
debajo de su gorro para sentir la calidez de su cabello, su cabeza en mis manos.
Lo único que conozco en este lugar es a Caroline.
¿Qué soy?
Cuando abro los ojos, ella está justo allí, mirándome. Estudiándome.
Roza ligeramente el puente de mi nariz con la punta de su dedo, pausando
en la punta. Luego salta al espacio sobre mi boca. Por encima de mi labio superior.
Está dibujándome con su dedo, y saca a flote algo que he empujado dentro de mí,
enterrado y cubierto con una roca.
No sé cómo llamarlo. Codicia. Necesidad.
Está tocándome como si fuera frágil, valioso, y me hace querer voltearla,
sujetar sus muñecas, subirme encima de ella y hacerle cosas hasta que se sienta sin
huesos, desesperada. Hasta que la única palabra que pueda decir con esa boca sea
mi nombre, una y otra vez. Quiero conocer cada cavidad frágil de su cuerpo, y
quiero mi lengua en ellas, mi nombre grabado en algún lenguaje secreto que sólo
Caroline y yo conozcamos.
—Eres hermoso —dice.
Soy peligroso.
Me siento, apartándome unos pocos centímetros y tratando de no ser muy 133
obvio al respecto. Mis manos están temblando.
—Estás drogada —le digo.
—Lo sé.
—¿Cómo te va últimamente con lo de internet?
Le pregunto porque quiero recordarle el dinero. Quiero que seamos una
transacción, algo lógico y obligado. Extraño las paredes de la panadería. Cuando
estoy sobre la hora y ella no es más que una visitante, ambos tenemos un rol que
hacer. Sobre este techo, no hay ninguna barrera. Las pondré de vuelta, si eso es lo
que se necesita.
—¿La compañía que contrataste está haciendo lo que quieres que haga?
Se ha alejado de mí ligeramente, sin darme la espalda pero tampoco sin
mostrarme su rostro. Creo que debo de haber herido sus sentimientos. Sin
embargo, ella lo pidió, al tocarme de esa forma. —Se supone que obtenga un
reporte cada mes, pero hasta ahora no he visto ni uno. Tal vez por los días de
fiesta, están retrasados o algo.
—¿Parece como si estuviera funcionando?
—No lo sé. He decidido que era mejor si no me googleaba todo el tiempo, así
que me detuve.
—Tiene sentido.
Envuelve los brazos alrededor de sus rodillas. —He estado pensando en
cambiar mi apellido.
—¿En serio?
No me responde. Está mirando hacia el patio trasero.
—¿A cuál?
—Fisk. Ese era el nombre de mi mamá.
—No le permitas que te haga eso.
—No‖lo‖pensaba‖de‖esa‖forma.‖Sólo‖pienso…
—No le dejes ganar. No así. No es quien eres. No eres una cobarde.
Se da la vuelta, sus ojos brillantes. —No dije que iba a hacerlo. Sólo pensé en
eso, y tengo todo el derecho a pensarlo si quiero.
Levanto las manos. —De acuerdo. Piensa en ello.
Eso sólo la molesta más. —No tienes ni idea de cómo es. Camino por el
134
campus sabiendo que las personas hablan de mí a mis espaldas. Miro alrededor en
mis clases, y no puedo decir quién me ha visto con mis piernas separadas. ¿Podrías
soportarlo, si fueras tú?
—¿Si todo el mundo en el campus hubiera visto mi pene? Seguro. Es sólo mi
pene. No soy yo.
—Tal vez. Pero es diferente para los chicos. Nadie te hubiera llamado zorra
si eso pasara. Hubieran pensado que eres, ya sabes, un tonto. O que habías bebido
mucho. No que no tenías valía.
—Si las personas piensan eso, son idiotas. ¿Por qué debería importarte lo
que un montón de idiotas piensan?
—¡Porque el mundo está lleno de idiotas, West! Y porque le importa a las
personas que no son idiotas. Mi padre no es un idiota, ¿de acuerdo? Es inteligente.
Pero‖si‖se‖entera…‖¿si‖mis‖hermanas‖se‖enteran?‖¿O‖si‖voy‖a‖la‖escuela‖de‖leyes‖e‖
intento obtener una buena pasantía, pero no puedo porque mi vagina está en
internet? ¿Sabes lo mucho que eso apestaría?
—Lo haría, está bien, lo entiendo. Pero cambiar tu nombre, eso es quien
eres. Eso es tú.
—Las mujeres cambian sus nombres cuando se casan.
—Manzanas y naranjas.
—No. Es siempre arbitrario. Es una decisión que puedo tomar si quiero. Y me
sorprende que estés siendo un imbécil sobre esto. Pensé que estabas de mi lado.
—Estoy‖de‖tu‖lado,‖sólo…‖Él‖coloco‖esas‖fotos‖allí‖para‖que‖las‖personas‖te‖
dijeran cosas. Estaba molesto contigo, ¿cierto? Quería que te sintieras como mierda.
Y creo que si cambias tu nombre, eso es lo que quiere. Eso es probablemente
incluso más de lo que quería. Eso es lo que todos quieren, que te avergüences de ti
misma, pero no hiciste nada para estar avergonzada. Te quitaste la ropa con un
chico, le hiciste una mamada, le dejaste que te follara, gran jodida cosa, Caroline.
Así que te llaman zorra, y perra frígida, y eso ni siquiera tiene sentido. Es decir,
escoge uno, ¿verdad? Nada de eso significa algo sobre quién eres. Esas fotos no son
tú.
—Sin embargo, sí lo son. Soy las fotos. Las fotos son yo. No hay nada más.
Pienso en este chico que conocí, ¿Scott? ¿Sabes por qué no lo he llamado? Porque
me pregunto: ¿cuánto tiempo le tomará encontrar las fotos? Y todavía no sabe mi
nombre. Cuando lo conocí, de hecho pensó que dije‖“Carrie”,‖así‖que‖piensa‖que‖
mi‖ nombre‖ es‖ Carrie,‖ y‖ es‖ como…‖ ¿Qué‖ si‖ lo‖ fuera?‖ ¿Qué‖ si‖ fuera‖ Carrie‖ Fisk?‖
Entonces no tendría que preocuparme, ¿cuánto tiempo hasta que sepa? ¿Qué pensará?
135
¿Qué hará?
—Si te juzga por eso, es un cretino y estás mejor sin conocerlo.
—No‖es…‖no‖es‖sólo‖por‖él,‖West,‖es‖todo‖el‖mundo.‖Todo‖el‖mundo‖dice:‖
Ten cuidado con lo que haces en las fotos. Internet es para siempre. No pongan fotos tuyas
borracha en Facebook. Podría tener sesenta años, y las fotos podrían seguir en línea.
Podrían estar allí en resto de mi vida. Así que ¿qué si a Scott no le importa? ¿Qué si
salimos por años y nos comprometemos, y luego su mamá se entera? ¿O su papá, o
su tía abuela, o quien sea? ¿Qué si tiene un primo pervertido que se masturba con
mis fotos y se lo dice a Scott?
—¿Que si mueres en un extraño accidente la semana que viene? ¿Qué si tu
primer hijo tiene leucemia? ¡Jesús, Caroline, no conviertas esto en el centro de tu
jodida vida!
Después escucho cómo sueno en el silencio.
Molesto. Acusador.
Me siento como la cosa más baja de todas. Peor que un gusano. Algo
podrido, asqueroso. Algo se deterioró dentro de mí.
Soy tan malo como cada chico por los que se ha preocupado. Me masturbé
con ella en el teléfono hace unas pocas horas, y si eso no me hace un pervertido y
un idiota, no estoy seguro de qué lo haría.
Simplemente odio escucharla hablar de este otro chico. Odio que su
esperanza esté atada a un nombre que no es el mío, su futuro a un nombre que no
es el suyo.
La vergüenza me inunda, un intenso impulso que hace que me moleste que
ella no esté hablando. Me hace llenar el silencio con más estupideces. —Es normal
—le digo—. Son tetas y un coño, piernas, un culo, no es el fin del jodido mundo,
Caro. Crees que eres tan jodidamente especial, pero hay un millón de otros coños
de chicas en línea, y la mayoría de esas chicas no están quejándose por que sus
vidas terminaron sólo porque un chico cualquiera le está dando un vistazo.
Silencio de nuevo. Es un buen vecindario donde Caroline vive, todo el
mundo está durmiendo esta noche. Eso también me hace sentir vil. Que ella debe
vivir en este lugar, que es exactamente el tipo de lugar donde quiero poner a
Frankie. Rodeado por seguridad.
Que soy la cosa aquí, esta noche, que está haciéndola sentir insegura.
Me arriesgo a lanzar una mirada hacia su rostro. Luce como si la hubiese 136
abofeteado.
Sí la abofeteé.
La peor parte es que no tengo una razón para estar molesto con ella. No lo
estoy…‖Sólo‖me‖siento molesto en general.
Me siento molesto porque el mundo sea tan horrible, porque esto tuvo que
pasarle a ella, porque se siente tan mal acerca de eso.
Estoy molesto porque el sexo no puede ser sólo sexo, también tiene que ser
todo lo demás —dinero y poder y miseria y placer todo mezclado. Porque la
quiero, estoy molesto con ella, y es tan jodidamente estúpido.
Todo esto. Estúpido.
Suspiro y me levanto. Mido con pasos la longitud del techo. Esta casa
gigante en donde Caroline pasó toda su vida, protegida de cualquier cosa la mitad
de mala de lo que le hizo el rufián de su ex novio. Él probablemente también creció
en una casa como esta. Probablemente arruinó todo su mundo sin pensarlo dos
veces.
Camino de regreso hacia Caroline.
—Lo siento —le digo—.‖Eso‖salió…‖Lo‖siento,‖¿de‖acuerdo?
Sacude la cabeza. Tiene los brazos envueltos alrededor de sus piernas y no
me mira. —¿Sabes que nunca le dije así a eso?
—¿ A eso?
—Coño —dice, como si la palabra supiese mal en su boca—. Concha. Raja.
Tetas. Polla. Todas esas palabras, nunca han tenido nada que ver conmigo.
Inclina la cabeza hacia mí, y puedo ver sus ojos llenos de lágrimas. —No
quiero que tengan nada que ver conmigo.
Me siento a unos pocos metros de distancia. Inseguro de qué decirle.
—Hay tantas cosas que no estoy segura que pueda recuperar —dice en voz
baja—.‖Es‖decir… Entiendo lo que dices. Entiendo que la vida no termina por un
par de borrosas fotos online. Pero también un poco sí, ¿sabes? Porque ahora todo
lo que he escuchado a las personas decir acerca de mí está dentro de mí. Tengo un
coño, soy un coño, estoy vestida como una zorra, soy una zorra, soy frígida, soy
una perra, quiero semen en mi rostro; todas esas cosas sucias que nunca antes se
aplicaban a mí, ahora sí. Me carcomen. Así que si siento algo, si quiero a un chico,
si‖me…‖si‖me‖mojo‖por‖un‖chico,‖si‖quiero que alguien me bese, ya no es lo mismo.
Siempre voy a estar llena de esas cosas, o porque aparto todas esas palabras o
porque intento descubrir cómo hacerlas mías. Y odio eso. 137
Desearía no saber lo que quiere decir, pero lo sé. No puedo provocar a una
mujer, buscar una sonrisa, hacerla correrse con mi lengua dentro de ella, sin pensar
en lo que ella quiere de mí. Lo que voy a obtener de esto.
Esa es la cosa de cambiar sexo por favores. Hace que todo se sienta como
una transacción.
—¿Quieres que alguien te bese? —pregunto—.‖¿Esto‖es‖todo‖teórico,‖o…?
Envuelve los brazos con más fuerza alrededor de sus piernas. —No es
teórico.
—¿Scott?
—Seguro, Scott. Es decir, tal vez. Lo acabo de conocer. Pero qué tal si,
¿cierto? ¿Por qué todo tiene que estar estropeado antes de que siquiera empiece?
—No está estropeado.
—Se siente estropeado.
—Eso apesta.
—Sí.
Traza un circulo en la rótula de su rodilla con la punta del dedo. —Sólo
hablé con él por un par de minutos. Me gusta. Es fácil, ¿sabes? Y Quinn obtuvo su
número para‖mí,‖pero‖no‖he…‖No‖quiero‖pensar‖acerca‖de‖él‖de‖esa‖forma.‖Quiero‖
que todas esas palabras y partes del cuerpo no tengan algo que ver con nada de
eso. Excepto que lo hacen.
—Sí, eso es bastante inevitable si vas a salir con el chico.
Me observa por un segundo, luego de regreso al techo. —Casi empezaba a
sentir que podía hacerlo, más temprano. Llamarlo e invitarlo a salir después del
receso.‖Pensé…‖pero‖debo‖decir que arruinaste toda esa idea, así que gracias.
Sin embargo, hay una sonrisa en su voz. Una pequeña, pero está allí.
—Entiendo que fui un imbécil, pero no entiendo lo que arruiné. Vas a tener
que explicar eso.
—No creo que pueda hacerlo. Nada. Voy a convertirme en una monja.
—Eso sería un desperdicio. —Ahora puedo ver la sonrisa, la manzana de su
mejilla levantándose, apesar de que aún no me mira.
—No, puedo ver ahora que es la única forma.
—Hermana Caroline —digo—. Mártir del Porno por Internet. 138
Levanta la cabeza. No puedo apartar la mirada del resplandor de sus
dientes, sus labios, porque tengo esta repentina, horrible e increíble idea, y estoy
enfocando toda mi atención en evitar que salga en mi boca.
Podría besarte, es lo que estoy intentando no decir.
Podría hacerte olvidar todas esas jodidas fotos.
Podría hacerte sentir bien, limpiar toda la vergüenza, mostraste lo que se supone
que debe haber en tu mente cuando estás con un chico.
Podría. Yo.
—Te gusta mucho —digo en vez de eso. Porque ya tomó su decisión, y no
soy yo. Ni siquiera fui una opción.
—Es divertido.
—Divertido es poco interesante.
—No, no lo hagas. No te metas con él. Es genial. O podría serlo. Parece
como que podría serlo.
—Que mal que sea tan feo.
—No, también es caliente. Quinn lo dijo.
—A Quinn le gustan las chicas.
—Quinn es bisexual.
—¿De verdad?
—¿No lo sabías?
Sacudo la cabeza.
—Bueno, lo es. Y cree que Scott es caliente.
—Así que lo invitas a salir, y luego te lanzas y lo besas. Mira a ver qué pasa.
La miro cuando digo eso porque, sea cuál sea su reacción, voy a
memorizarla. Voy a usarla como recordatorio cuando sea que lo necesite.
Ella no es mía. No puedo tenerla. Eso es todo.
—Lo haré —dice—. Es una idea genial.
Pero la mueca que hace no va a funcionar como el recordatorio que quería.
—Luces como si estuvieras pensando en lamer una babosa.
—No te burles. Estoy trabajando en ello.
Pero quiero molestarla. Me siento repentina y completamente drogado por 139
esta idea que he tenido. Es lo que le hace a mi cerebro, supongo. Ha trabajado a
través de mi sistema en una rápida y excitante avalancha.
Nada es real a excepción de mí y ella, y este océano de oscuridad en el que
estamos vagando.
Nada es real a excepción de la forma más ligera en la que me siento cuando
me sonríe. Cuando la molesto, me siento como si fuera alguien después de todo, y
no solo un hijo y un hermano, un empleado, una follada rápida. Como si fuera más
que un estudiante, un impostor, alguien con una meta. Como si le importara.
Como si le importara por quién soy y no por lo que puedo hacer por alguien
más.
—Si te hubiera dicho que deberías hacerle una mamada, tal vez, tal vez,
habría esperado esa expresión. Pero, ¿besarlo? ¿Cómo puedes estar interesada en
un tipo y poner esa cara cuando piensas en besarlo?
—Es complicado. Cállate.
—Me callaré cuando respondas mi pregunta.
—No.‖No‖voy‖a…‖¿Por‖qué‖siquiera‖estamos‖hablando de esto?
—Porque estás drogada. No tienes filtro.
—Sí que lo tengo.
—Acabamos de hablar de tu coño. Definitivamente no estás bien.
Se ríe y entierra el rostro entre sus manos. —Eso fue culpa tuya.
—Todo es culpa mía.
No puedo detener esto. No puedo controlarme. No cuando me está
haciendo sentir de esta forma.
Sus hombros están temblando. No estoy seguro de cuándo deja de reír y
comienza a llorar, o si incluso deja de hacerlo. Tal vez todo es lo mismo. Reír y
llorar.
Solo sé que cuando levanta la mirada, las lágrimas hacen que sus ojos
brillen, y allí es donde están las estrellas.
Así es como luce para mí. Como si las estrellas estuvieran en Caroline, y
solo fuésemos ella y yo en el mundo.
Porque estoy drogado.
Y porque estoy enamorado de ella.
—También esto, Caro —digo, inclinándome hacia delante—. Esto también 140
es completamente mi culpa.
Cuando nuestros labios se encuentran, exhala, y eso es todo lo que sucede.
Tal vez por un segundo, tal vez por siempre, es difícil decirlo cuando estoy
drogado. El tiempo se vuelve impredecible. El sexo se vuelve mucho más grande y
pequeño, porque puedes sentir todo. Cada cabello, cada respiración, cada latido,
cada centímetro de piel. Es un distractor. Me distraigo por cómo la boca de
Caroline se siente suave pero seca, y este beso es como un apretón de manos.
Midiéndola.‖Salud{ndola.‖No‖es‖sexy.‖Es…‖interesante.
—Raro —dice contra mi boca.
—Tú eres rara.
—Mira quién habla.
Lamo su labio inferior, y se inclina sobre sus codos.
La sigo y lo hago de nuevo. —¿Aún se siente raro?
—Estás lamiéndome —murmura.
—¿Qué te parece?
Cierra los ojos. —Creo…
Chupo su labio y lo muerdo gentilmente. Se siente carnoso entre mis
dientes, más sustancial de lo que luce. Quiero hacerlo con cada parte de ella.
Lamerla y saborearla, morderla, probarla. Consumirla, pedazo a pedazo.
—No pienses. El pensar no es tu amigo.
—Tú tampoco lo eres.
—Graciosa. —Pongo una mano en su cabello, mi pulgar bajo su mandíbula,
alzando su cabeza hasta donde quiero, así puedo besarla realmente.
Pienso fugazmente. No lo hagas, y luego lo hago.
Nuestras lenguas se encuentran. Nuestros dientes chocan suavemente, y
hace este sonido con su respiración que habría sonado como una carcajada si no
fuera porque se encuentra demasiado ocupada enterrando sus dedos en mi cabello
y devolviéndome el beso.
Si fuéramos amigos, esto habría sido asqueroso. La saliva y las lenguas, los
dientes y labios.
Pero no somos amigos.

141
Y es jodidamente maravilloso.
La beso con fuerza. La controlo, uso su boca, dirijo su mente.
La beso suave. Toco con la lengua ese sexy espacio entre sus dientes.
Retrocedo y le dejo tomar el control, mostrarme lo que quiere, cómo lo quiere.
Y lo quiere. Tal vez solo por esta noche, tal vez por todas las razones
equivocadas, no lo sé. No pienso en ello. Estoy besando a Caroline, que es mejor
que pensar.
Caemos en este tipo de neblina, sin tocarnos más allá de nuestras bocas, con
las manos acariciando cabellos, cuellos, hombros. Estoy duro, pero este trozo de
información se siente inherente, con nada de urgencia. Esto no es sexo. Son besos.
Del tipo que duran para siempre, donde no hay urgencia ni tiempo. Como olas
salpicando. Besos perfectos.
—¿Aún se siente raro?
—Muy raro.
Está sonriendo cuando tira de mi cabeza hacia abajo de nuevo.
Caroline está sonriendo, y estamos besándonos, y todo es perfecto, hasta
que unas luces iluminan su rostro, y dice—: Oh, mierda.
Hay luces en la entrada.
—Mi padre.
Su balcón al estilo Romeo y Julieta está a la altura justa como para bajar al
patio trasero.
Mi auto se encuentra justo en el lugar correcto para que no me vean.
Pero el viaje entre Ankeny y Putnam es demasiado corto como para pensar
en qué diablos hacía y lo suficientemente largo como para que el recuerdo de la
boca de Caroline contra la mía perdure.
El apartamento luce extraño cuando entro. Pequeño, frío y horrible. Vacío.
Entro en mi habitación y cierro la puerta. Caigo de espaldas sobre mi cama,
sintiéndome cansado y gastado.
Mi teléfono móvil suena. Casi decido no responder, porque sé que tiene que
ser Caroline.
No puedo hablar con ella. Tengo que aclarar mis pensamientos primero,
descubrir qué demonios fue eso. Descubrir el por qué, cuando me escurrí de su
entrada con las luces apagadas, cierta parte de mí esperaba no ser atrapado
mientras que la otra se encontraba decepcionada, avergonzada, jodidamente furiosa
con ella por hacerme sentir como si fuera su sucio y pequeño secreto. 142
Pero cuando miro la pantalla, no es ella. Es mi madre.
—Hola, ¿qué sucede? —pregunto.
Es la voz de Frankie. —Papá está aquí.
Mi corazón se salta un latido. Me siento tan rápido que mi visión se nubla.
Tengo que poner la palma sobre mi frente para estabilizarme. —¿Dónde estás?
—En‖casa.‖En‖la‖de‖Bo.‖Él…‖él‖no‖se‖va,‖West. Tienes que hacer que se vaya.
Suena como si estuviera a punto de llorar, su voz alta y aflautada, justo al
borde.
Frankie nunca llora.
—Bien, respira hondo, niña. Estás adentro, ¿cierto?
—Sí.
—Y él está fuera.
—Ajá, sí. Y bloqueé la puerta del frente, pero sigue golpeando. ¡Temo que se
rompa!
Ahora que lo dice, puedo escuchar el golpeteo. Estoy a kilómetros de
distancia, y el sonido me asusta un montón. Aún lo recuerdo fuera del remolque,
gritándole a mi madre en medio de la noche.
—¡Michelle! ¡Déjame entrar! ¡Déjame entrar a mi casa, jodida perra!
Se encontraba borracho, me dijo mamá. Estaba enojado. No quería decir esas
cosas. Que no debería preocuparme, porque ella nunca, jamás, permitiría que me
lastimara.
Ni siquiera habían pasado cuarenta y ocho horas cuando lo dejó entrar en su
habitación.
Me lastimó bastante.
—¿West? —La voz de Frankie suena insegura—. Estoy asustada, West.
Mis manos tiemblan por la adrenalina. Retrocedo hasta que mi espalda
entra en contacto con la pared. Necesito algo duro a lo que aferrarme. —Lo sé,
cariño, pero es una puerta dura, no entrará. ¿Dónde están mamá y Bo?
—Salieron.

143
A beber, supongo que eso es lo que quiere decir. Son solo las diez en
Oregón. No volverán en horas.
—¿Bloqueaste la puerta trasera?
—No.
—Bien. ¿Puedes ir y bloquearla por mí?
—Sí,‖pero‖West…
—Solo bloquéala. Una cosa a la vez, Franks.
El golpeteo se hace más fuerte. Está respirando pesadamente, rápido.
Asustada más allá de la muerte. Trato de centrarme en el sonido de mis propias
inhalaciones y exhalaciones.
Cuando era pequeña y tenía pesadillas, la metía en mi cama y le permitía
acurrucarse a mi lado, igualando nuestras respiraciones hasta que ambos nos
dormíamos.
—Ya lo hice —dice.
—¿La de arriba y la de abajo?
—Sí.
—Bien, ahora las ventanas.
—¿Qué pasa con las ventanas? —pregunta Frankie.
—Revísalas, solo para asegurarte.
Algo que sé sobre Bo es que es un tipo paranoico. Nombra una teoría sobre
una conspiración y te creerá. Además, tiene una plantación de marihuana en los
árboles de atrás de la casa y trabaja como guardia en una prisión, que por lo
general libera hombres que lo odian a morir en la sociedad. La casa de Bo es un
endeble rancho de una planta, pero tiene cerraduras firmes y barras en las
ventanas.
Murmuro palabras reconfortantes.
—Todo saldrá bien, cariño.
—No va a lastimarte.
—No entrará.
Pero no lo sé. No estoy allí. Me está tomando todo lo que tengo no pedirle
detalles de lo que sucede.
—Ya las revisé —dice finalmente—. Están cerradas.
—Buena chica. Ahora aléjate tanto como puedas de la puerta, así no tienes
que escucharla.
144
—Está gritando, West.
—Solo ignóralo.
—Me siento mal por él.
—No lo hagas. Él consiguió todo esto. Siéntate en la bañera, ¿vale?
—¿Por qué?
—No serás capaz de escucharlo desde allí. Te sentirás como en una burbuja.
—Eso es tonto.
—Oye, ¿quién llamó a quién en busca de ayuda?
La imagino sonriendo, incluso aunque yo no lo hago. No tengo razón para
sonreír.
Escucho los anillos de la cortina de baño deslizarse por la barra. Luego su
acelerada respiración.
—¿Ya entraste, Franks?
—Sí.
Debe de tener un brazo envuelto alrededor de sus rodillas, justo como
Caroline en el techo. La imagino en su camisón, su oscuro cabello cayendo por sus
brazos y espalda. Sus delgadas piernas, picadas por los mosquitos, cubiertas con
rasguños y llagas. Sus desnudos pies sucios.
Vi a Frankie en verano. Pero es noviembre, y cuando hablé con mamá en
Acción de Gracias me dijo que había nieve en el suelo. No he visto a mi hermana
en tres meses.
—¿Debería llamar a la policía? —pregunta.
Pienso en la plantación de Bo, en las plantas que llegan hasta su barbilla. Sé
que no están así ahora. Ha cosechado para la temporada. La última vez que hablé
con él me dijo que dejaba que los capullos de Indica madurasen, y que muy pronto
iba a ir a California a vender.
Por lo general no tiene nada de eso en casa. Conoce la ley. Me enseñó que es
esencial saber por qué puedes ir a la cárcel si te metes en problemas. Nunca tengas
suficiente como para ser acusado de crimen.
Aun así. ¿Qué pasa si no está siguiendo sus propias reglas? No quiero ser
responsable de llevar a los polis a la casa de Bo y meterlo en problemas. Si pierde
su trabajo y va a la cárcel, y mamá también, estaremos todos jodidos. 145
Frankie es solo una niña indefensa, metida en una bañera.
—¿Qué sucedió? —pregunto.
—Veía televisión. Mamá dijo que me fuera a la cama a las nueve, pero
exhibían esta película y sabía que ella aún no iba a regresar, así que la vi, y luego lo
escuché golpear. Fue tan fuerte, West.
—¿Le abriste la puerta?
—No. Mamá me dijo que no la abriera.
—¿Mamá sabe que ha vuelto?
—Nos topamos con él. Está viviendo en la caravana.
—No lo está, Franks…‖dime‖que‖bromeas.
—¡En serio! Dice que es suya, y que no tenemos derecho a sacarlo de ahí.
—Ese idiota. ¿Qué le sucedió a Hailey?
—Se mudó con su novio.
Dejé a Hailey en ese remolque a propósito. Pagué un montón de dinero por
todo el año escolar. Quería que mamá y Frankie tuvieran un lugar a donde llegar si
las cosas salían mal con Bo, pero nunca pensé en esto. Nunca pensé que estaría
pagando para que ese hijo de puta tuviera una base para aterrorizar a mi hermana
menor.
Pongo los talones en las sábanas, presionándolos contra los resortes. Bajo la
cabeza, y pongo los codos en mis rodillas, deseando estar con Frankie. Desearía
estar allí para ella.
Desearía estar donde pertenezco.
—¿Qué está diciendo?
—¿Quieres decir…‖ahora?
—No, quiero decir, ¿qué dijo cuando llegó allí? ¿Qué quiere?
—Dijo:‖ “Sal,‖ pequeña.‖ Tu‖ papi quiere‖ verte”.‖ Y‖ llamó‖ a‖ mam{‖ perra,‖ pero‖
luego dijo que no quería decirlo, que ella rompió su corazón, y esa clase de mierda.
—No salgas, Frankie.
Resopla. —Lo sé, West. No soy estúpida.
—¿Sonaba molesto?
—Suena borracho. 146
—¿Por qué lo dices?
—Está, como, baboso.
—Jesús.
Permanece en silencio por un momento. —Ya no lo escucho golpear.
Suena más como ella misma ahora. Creo que se siente mejor en la ducha y
con las puertas cerradas. Además, le gusta saber cosas que yo no. Ser la que me
dice las cosas para variar.
—Voy a ver si su camión aún está ahí.
—Ten cuidado.
—Vale.
Escucho la cortina de baño de nuevo, y luego su respiración más calmada,
más tranquila, mientras se mueve a través de la casa, hacia las cortinas. —Se ha
ido.
—Bien. Pero mantén todo cerrado.
—Lo haré.
Permanecemos en silencio. Solo respirando.
—Quédate conmigo durante un rato —dice.
—Tanto como me necesites.
Pasan horas antes de que se duerma. Vemos una película juntos, hablamos
de todo, los dramas con sus amigas, las nuevas bandas para el cabello que compró,
sobre un cantante que ama y que estará en una película que quiere ir a ver la
próxima vez que mamá tenga tiempo.
Cuelgo, finalmente, ante el sonido de Frankie respirando pesada y
lentamente.
Está a salvo. Está bien.
Pero me siento como si estuviera cayendo, y no hubiera nada sólido a lo que
aferrarme.

147
Traducido por Sandry, florbarbero, Dannygonzal & Adriana Tate
Corregido por AriannysG, Jane, AmpaЯo & Karool Shaw

Caroline
Me pregunto, a veces, por qué no pude ver lo que estaba sucediendo. 148
Quiero decir, era obvio para absolutamente todos. Debería haber sido
obvio para mí. Aquella noche en el tejado, cómo acabó, cómo mis labios se
sintieron suaves y cambiaron por horas después, cómo seguí tocándolos, cómo
no pude pensar en nada más. No durante días.
Ese acuerdo ridículo al que nos apegamos.
Mi impaciencia para que Bridget se fuera a sus clases de la mañana de los
martes y jueves para que así yo pudiera sentarme en mi cama y esperar a que él
llamara a la puerta. Dos toques, siempre dos. Y yo iría a la puerta, y la abriría, y
ahí estaría él. De regreso otra vez, cuando había estado asustada de que este sería
el día en que no aparecería.
Volver otra vez a acostarnos en mi cama y poner su boca toda sobre mí,
sus manos todas sobre mí, para liberar respiraciones calientes y cortas contra mi
cuello mientras yo pretendía que mi corazón no era oscuro y rico, lleno hasta
reventar con el sonido, olor y sabor de él.
No sé por qué no entendía. Supongo que me sentía asustada.
Nunca supe que podría ser tanto el éxtasis del miedo.
Él ha estado evitándome por una semana. Más de una semana. Nueve días.
Al principio no me di cuenta. Me encontraba demasiado envuelta en mi
confusión mental de qué-diablos-es-lo-que-ha-pasado, y luego fui a desayunar con
mi padre, quien quería hablar sobre Mi Futuro. Solo que ahora la conversación fue
más incómoda que nunca, porque una parte de mí se encontraba felizmente
asintiendo, pensando ¡Sí! Conseguiré un gran trabajo de prácticas este verano, pero
también tenía que lidiar con el coro de los idiotas de Internet diciendo: ¡No con tu
coño en línea!
Y mientras tanto, la nueva y completamente centrada en West parte de mi
cerebro, se encontraba ocupada exprimiéndose, me drogué y me besuqueé con West en
el tejado —Oh, mi jodido Dios.
Lo que significaba que me perdí un montón de pistas, dije cosas raras, y fui
desaprobada por mi padre, quien no entendía por qué me había convertido en un
fenómeno.
Conduje de vuelta a la escuela el domingo por la tarde y le envié a West un
mensaje cuando llegué. Me respondió, Genial.
Genial.
¿Quién dice genial todavía?
149
No lo sé, pero me dije a mi misma que era bueno que no pareciera tan
entusiasmado de verme. Probablemente necesitábamos un tiempo alejados, unos
pocos‖días‖para‖ordenar‖lo‖que‖significó‖aquel…‖aquel‖episodio en el techo. Y desde
que había tenido una conversación seria con mi padre, lo admitiré, imaginé que
podía usar un poco de ese espacio alejada de West para pensar en lo que hacía.
Vi un montón de televisión y malas películas con Bridget. Fui a la habitación
de Quinn con Krishna, hice abdominales y me reí con Harold y Kumar.
No pensé sobre lo que hacía.
Tampoco fui a la pastelería. Iría el jueves por la noche, pero West
usualmente me manda un mensaje para preguntar si va a verme, pero no lo hizo.
Así que yo tampoco. En vez de eso, dormí. Toda la noche, como una persona
normal.
Lo hice de nuevo la noche del miércoles.
El jueves le envié cuatro mensajes, pero no los respondió.
El viernes le envié un quinto. ¿Qué demonios, West?
Respondió tres horas después. Lo siento. Ocupado.
S{bado,‖domingo…‖nada.‖Fui‖al‖entrenamiento‖de‖rugby‖y‖logré‖mi‖primer‖
y realmente gran tackle. Después salí con Quinn y Bridget. Le pregunté a Quinn si
había visto a West desde las vacaciones, y ella dijo—: Sí, ¿por qué?
Por nada.
Para el lunes, sin embargo, todas las cosas en las que no quería pensar
hicieron aparición. Comencé a sentirme horrible. El Coro de Idiotas estaba siendo
ruidoso.
Lo sabías cuando lo invitaste, dijeron los hombres. Lo sabías cuando le hiciste
traer la marihuana. Querías que te follara en la cima de ese techo.
¿Quería? No puedo recordarlo. No puedo decidir. Todo parece tan turbio.
Esa noche, me derrumbé y le dije a Bridget lo que había pasado, y se enfadó
mucho con West.
—¡No puede tratarte así! ¡No está bien!
Me convenció para que le llamara. Le dejé un enojado mensaje de voz. Le
envié un mensaje de nuevo, demandándole que se pusiera en contacto conmigo.
Bridget me‖quitó‖el‖teléfono‖de‖la‖mano‖y‖lo‖llamó‖“hijo‖de‖puta”,‖por‖lo‖que‖luego‖
me disculpé, pero seguía sin dar respuesta. 150
No pude dormir después de eso. Bridget roncaba suavemente en la litera
encima de mí y saqué el teléfono y escribí: Me siento fatal por lo que pasó en el
tejado.
Me siento sucia.
Me siento avergonzada.
¿Por qué no me hablas?
Por la mañana, deseé poder recuperar esos mensajes. ¿Demasiado
exagerado, Caroline?
Pero se enviaron, eso fue todo.
Es martes después de las clases cuando me responde. El teléfono suena
mientras estoy acostada sobre mi vientre, mirándome las uñas de las manos y
tratando de desarrollar un poco de entusiasmo para el almuerzo.
No hubo nada sucio en ello, escribe West.
Una frase entera fragmentada. ¡Qué te parece!
Entonces, ¿por qué estás evitándome?
No estoy evitándote. Estoy ocupado.
Eso nunca te detuvo antes.
Lo siento.
Espero para ver si me da una explicación mejor, pero no lo hace, y estoy
muy harta de ello. Muy harta de él.
También harta de mí misma. ¿Cómo estoy dejando que pase esto? Después
de lo que Nate hizo, no dejaré que la miseria me deprima. Pasé a la acción. ¿Ahora
un beso de West y estoy rebajándome por mensajes?
A la mierda esto.
Ven a mi habitación y habla conmigo, envío. Ahora mismo.
Tengo clases.
Miro el reloj. No durante una hora.
Nada por un momento. Me desplazo a través de las burbujas azules y
verdes de nuestra conversación, tratando de reconocerme en estas demandas.
Tratando de reconocer al West que me frotó el cuello en mi apartamento, quien
puso su mano en mi muslo y me preguntó qué iba a hacer conmigo. El West que

151
dijo‖“Esto‖es‖completamente‖mi‖culpa”,‖justo‖antes‖de‖besarme‖sin‖sentido.
Está bien, responde.
Y entonces espero.
Bueno, vale, me cambio los vaqueros, me suelto el pelo, y entonces espero.
No sé por qué tenemos un cliché acerca de mirar ollas y agua hirviendo.
Claramente debería haber uno sobre esperar al chico con el que te besaste en un
tejado para que viniera y se explicara.
Un West vigilado11 que nunca aparece.
Pero, ya sabes, un idiota menos.
Finalmente, después de una eternidad, toca dos veces. Abro la puerta, y no
lo sé. No lo sé. Sus pálidos ojos son los ojos de West, y su cara es la cara de West,
¿y cómo no lo he visto durante nueve días? ¿Cómo olvidé lo que me hace?
Quiero hundirme en él, entrelazar nuestros dedos, besar sus párpados
cerrados, y darle la bienvenida nuevamente.

11Juego‖de‖palabras‖con‖el‖p{rrafo‖anterior,‖donde‖dice‖“mirar‖ollas‖y‖agua‖hirviendo”,‖que‖se‖
refiere a una frase hecha del inglés que significa que algo que estás esperando no sucederá si te
concentras demasiado en ello. Caroline compara ese caso con la aparición de West.
No lo hago. No estoy completamente loca. Pero el deseo se encuentra allí,
opresivo como una mano empujándome hacia abajo.
También algo hermoso.
Desvío la mirada, desesperada por ponerme en contacto conmigo misma.
Está vistiendo un abrigo que parece gris al principio, pero cuando te acercas ves
que está hecho de rayas muy juntas blancas y negras en una especie de patrón de
chevron. No puedo imaginar dónde conseguiría alguien un abrigo como ese,
excepto tal vez del armario de mi abuelo. Debería ser extraño o feo, pero todo lo
que West usa lo hace parecer sexy. Como si los abrigos de hombres mayores fueran
lo que se llevara este año.
—Bonito abrigo.
Me lanza una mirada en blanco. Como si yo fuera la mujer en el comedor
que pasa su identificación. Alguna persona anónima que apenas conoce. —Gracias.
—¿Quieres que te coja eso?
Se encoge de hombros para sacarse el abrigo de hombre mayor y lo deja caer
en el sofá. Luego me dejo caer yo junto a él.
Una de sus cejas está un poco elevada, lo que supongo que quiere decir: 152
Bueno, ¿Caroline?
Me siento en la cama. Pongo una almohada sobre mi regazo, desplumando
la funda de la almohada, que tiene Pitufos en ella. Se supone que son Pitufos
irónicos, pero tal vez son como los irónicos pantalones de ballena. Una
imposibilidad.
Me recuerdo a mí misma por qué hice venir aquí a West. Porque besé a Nate
y él subió mis fotos desnuda a Internet. Luego besé a West y me dejó de hablar.
Estoy cansada de está mierda.
—¿Qué es lo que te pasa?
—Nada.
—Estás enfadado conmigo.
—No lo estoy. —Está obsesionado con ese punto en el suelo, como si todos
los secretos del mundo estuvieran escritos allí, una pequeña cabeza de alfiler.
—Estás disgustado conmigo.
—No.
—Deseas nunca haberme besado.
Él encuentra mis ojos por una fracción de segundo. Mira al lugar secreto de
nuevo. —Sí. —Pero luego mira de nuevo mi cara—. No.
—¿Cuál es?
—Ambas.
—¿Qué se supone que tengo que hace con esto, West?
Suspira. Su cabello cae hacia adelante, cubriéndole los ojos, apretando las
manos con sus rodillas, aquel brazalete en su muñeca deletreando su nombre, un
símbolo de todo lo que no compartirá conmigo. —Te dije desde el principio cómo
iban a ser las cosas entre nosotros.
—Dijiste que no me tocarías.
Asiente, pero no levanta la mirada.
—Sin embargo me tocaste.
—Joder, lo sé, Caroline.
—No te pongas insolente conmigo. No tienes ningún derecho. Los dos
subimos allí. Los dos nos besamos.
—Sí, pero soy el único que tuvo que saltar del balcón, ¿o no? 153
—¿Es por eso que estás enfadado conmigo?
—¡No estoy enfadado contigo!
Finalmente me mira, pero no es ninguna ayuda. Sus introvertidas cejas y
fruncida boca significan que está enfadado por algo. Si no soy yo, ¿entonces qué?
—Parece que lo estás.
Se levanta. Camina adelante y atrás un par de veces. Mira hacia las literas, al
escritorio vacío de Bridget, al mío desordenado. Recoge un cuadro con una foto de
mi padre, mis hermanas y yo en mi graduación de secundaria, y se sienta de
nuevo.
Señala la imagen. —¿Sabes lo que le dije?
—¿A quién, a mi padre?
Se cruza de brazos. —Le‖dije:‖“¿Así‖que‖esa‖es‖su hija?” Eso fue después de
llevarte escaleras arriba y de que te acostara en tu cama. Me pare sobre ti, mirando
tus tetas,‖y‖dije:‖“Estoy al otro lado del vestíbulo. Dormitorios mixtos, tío. Esto será
dulce”.
Usa su voz de traficante de drogas, su voz de drogadicto; absolutamente
falsa si conoces a West, pero terriblemente convincente si no. Puedo escuchar
exactamente cómo debe haber sonado para mi padre. Como si su bebé estuviera
involucrándose al otro lado del vestíbulo con un violador, o por lo menos, con un
asqueroso lascivo.
Es un milagro que papá abandonase Putman.
—¿Por qué?
—Así tenías una buena razón para mantenerte malditamente lejos de mí.
—Sí, eso lo pillo, pero no lo entiendo. Y no trates de darme alguna excusa de
que yo soy rica y tú pobre, o demasiado noble o lo que sea.
Él hace una mueca. Se aleja hacia la ventana, dándome la espalda. —No soy
noble.
—¿Entonces qué eres?
No responde. El silencio se alarga, el reloj de Bridget de la universidad
Putman marca los segundos, uno, dos, tres, cuatro, cinco, sin respuesta, hasta que
de repente West se gira y dice—: Soy un maldito egoísta, ¿vale? Tengo planes para
el futuro, y tú no estás en ellos. Nunca estarás en ellos, Caro, así que me parece
más lógico el mantenerme alejado de ti y así poder concentrarme en lo que es
importante. 154
Lo que es importante. Lo cual yo no soy.
Miro a Pitufina en mi regazo, su cabello de oro, sus estúpidos zapatos de
fóllame y su vestido, queriendo darle un puñetazo. Quiero golpearme a mí misma,
justo donde duele, justo donde las palabras de West se clavaron en la vieja herida
de dolor ardiente debajo de mis pulmones, ese golpe vital que sigue golpeándome
sin siquiera importar lo suficiente para querer hacerlo a propósito.
No está tratando de herirme. Solo es egoísta.
—No me mires así —dice él.
—Miraré como quiera —enuncio cada palabra, lentamente y con cuidado,
porque no quiero que sepa que está haciéndome daño.
Doy la vuelta a la almohada. Trazo la silueta del sombrero del Pitufo
Filósofo. Siempre me identifiqué con Filósofo.
—Caro…
—Tal vez deberías irte.
Recoge su abrigo. Camina hacia la puerta. Espero que la abra, espero que se
marche, espero a que empiece la parte de mi vida que no tiene a West en ella.
Pero se queda allí, luego se inclina hacia la puerta y la patea brutalmente,
tres veces. Patea la puerta tan fuerte que salto.
El vello en mis brazos se levanta.
La violencia es una campana que suena dentro de mí. Un anuncio de que
algo está comenzando, de que algo ha sido desatado.
Se da la vuelta hacia mí. —No quiero irme, ¿vale? Ese es mi problema,
Caroline. Nunca quiero irme.
—¿Qué quieres, entonces?
Estoy casi llorando. Estoy casi gritando, ¿Por qué? No lo sé. Nunca lo he
sabido.
Se acerca, deja caer su abrigo en la litera de Bridget, asegurando ambas
manos en la estructura metálica de la cama. Sus pies son grandes, extendiéndose
sobre los míos, bloqueando la lámpara del techo. No puedo ver su cara, pero
cuando dice—: Quiero besarte de nuevo. —Puedo oír la suavidad de su boca. Casi
puedo sentirla.
West empuja mi pie con el suyo, para encajarse entre mis rodillas. —Podría
darte una frase sobre cómo quiero esto porque creo que necesitas a alguien que te 155
muestre que no estás rota, lo hermosa y sexy que eres y que si eres sucia, es solo de
la buena manera, de la forma en que todo el mundo es sucio. Te podría decir esto, y
sería verdad, pero realmente la verdad es que soy egoísta y te deseo. No sé cómo
parar de desearte. Simplemente estoy jodidamente cansado de intentarlo.
Se mueve un poco, dejando la luz suelta alrededor de su cabeza. Le ilumina
la oreja, me muestra sus ojos. Están firmes, brillantes y llenos de algo que he visto
allí cientos de veces pero nunca supe cómo llamarlo.
Necesidad. Codicia.
Así es como se ve West cuando se encuentra codicioso.
Su codicia es por mí.
No puedo pensar. Respirar es todo lo que puedo manejar. Respirar y
observarlo.
—Te deseé desde el momento en que te vi —dice—. Te deseo justo ahora, y
tú apenas puedes soportarme. Apenas puedo soportarme yo, así que no sé por qué
aguantas mi mierda, pero incluso justo ahora, cuando me odio y estás enfadada
conmigo, aún quiero presionarte contra la cama, quitarte la camiseta y entrar en ti.
Entrar profundamente en ti, luego más profundamente, hasta que esté tan adentro
que ni siquiera sepa ya qué eres tú y qué soy yo.
Se agacha, cruza sus brazos sobre mis muslos y se apoya de alguna manera.
Nuestras narices se encuentran separadas por un milímetro. Quiero alejar mi
cabeza, pero no lo hago. Su boca se mueve tan cerca de la mía que creo que me va a
besar, cuando dice—: Esto es lo que quiero, Caroline. Eso es lo que nunca te dije.
Veo tu cara cuando cierro los ojos. Durante las vacaciones, ¿cuándo llamaste? Me
masturbé con el sonido de tu voz mientras te encontrabas al teléfono. Soy egoísta y no
soy bueno para ti, no tengo nada que darte y no hay lugar para ti en mi vida, pero
te deseo de todos modos.
Permanezco inmóvil. Muy inmóvil, porque necesito comprender sus
palabras.
No puedo descifrarlas. Me llevará mucho tiempo hacerlo, y ahora no me
importa. Solo necesito sentir lo que dijo hasta el fondo, a través de mí, porque su
codicia, su necesidad, es todo lo que me rodea, tocando mi piel y mi corazón, que
quiere absorberlas.
Profundo y luego más profundo, justo como él dijo.
Así que hago eso mientras él espera. Guardo sus palabras alrededor de mi
corazón, sabiendo que no debería, porque no son las palabras correctas. Es
peligroso querer a West tanto que tomaré cualquier miga que me dé —cualquier
profana pieza rota suya—, y la convertiré en una carta de amor.
156
Es desesperado y dañado, estúpido y equivocado.
No me importa. No me importa.
—¿West? —suspiro.
—Sí.
Nuestros labios se están tocando, roces secos de su boca sobre la mía habla,
y luego después —supongo que después— lo que significa que esto es un beso,
incluso aunque no he admitido estar abierta a besarnos más.
—Eres un amigo horrible.
—No somos amigos.
Sus manos. Sus manos en mi cara de nuevo, ahuecándome la mandíbula,
enmarcando mi oreja, sus dedos deslizándose por mi cabello.
—Serías el peor novio en toda la historia de los novios.
Se deja caer, con las rodillas en el suelo ahora, un brazo en mis caderas
acercándome más, así que estoy prácticamente cayéndome del borde de la cama,
excepto que él se encuentra ahí para atraparme. Su boca está abierta. Su lengua
está caliente. Lamiéndome. Pidiéndome dejarle entrar. —No voy a ser tu novio.
—Entonces qué. Qué.
No es una pregunta. No soy capaz de concentrarme lo suficiente para
preguntarle algo. Estoy cayendo, encontrando un camino alrededor de sus codos y
de sus manos vagando para acercarme más a él, tensándome. Estoy vibrando, y
caliente, lisa y flotante, perdida y estúpida, y es mejor que nada.
Pone una rodilla entre mis piernas, arrastrándome hacia arriba por sus
muslos con sus manos en mi trasero. Me besa fuerte, tan fuerte que duele, pero no
importa, porque lo quiero más cerca. No me importa hasta que tira de mi cabeza
hacia atrás, me pellizca el cuello y miro hacia el cielo raso, donde la luz es tan
brillante que me duelen los ojos. Los cierro, mareada, y el brillo resplandece como
una luz estroboscópica.
Como una cámara.
Esto es una locura.
Esto es imprudente.
—West —le digo. 157
—Caroline —murmura.
—Para.
Se detiene.
Cuando levanta la cabeza, sus ojos se ven lujuriosos, drogados y
somnolientos. Sus labios están rojos, la piel enrojecida detrás de la barba en su
mentón, y siento el hormigueo en carne viva en la zona de mi cuello por donde la
raspó contra mí. Quiero que lo haga por todo mi cuerpo —que deje marcas que me
hagan sentir hormigueos y dolor, y luego lo repare— y no reconozco esta versión
de mí misma. No sé quién soy cuando estoy así.
—Necesito…
Apoya sus manos sobre mis hombros, manteniéndome apartada. Aunque
permanece allí, a un brazo de distancia. —¿Qué necesitas?
—Reglas. Límites.‖Necesito‖alguna‖idea… acerca de qué se trata esto.
Mira hacia el suelo, pero su mirada queda atrapada en mi pecho. También
bajo la mirada, y veo una maliciosa sonrisa extendiéndose por su rostro mientras
mira fijamente mis pezones sobresaliendo a través de mi camisa.
—Deja eso.
—Te gusto —dice.
—Cállate.
—Te gusto tanto. Apuesto a que estás mojada en este momento.
—Apuesto a que estás duro.
—Lo que hay dentro de mis pantalones ss como el poderoso martillo de
Thor —dice con una sonrisa.
—¿Acaso el martillo tiene un nombre?
West dice algo que suena parecido a Mole.
—Deletréalo.
—M-j-o-l-n-i-r12.
—Jesús. ¿Por qué conoces eso?
—Una mejor pregunta sería por qué estamos hablando de ello.
—¿Debido a que a los chicos les encanta hablar de lo grandes y duros que
son sus martillos?
—Y lo que quieren hacer con ellos. No lo olvides. 158
Salgo de debajo de sus manos y me siento en la cama de nuevo. —Sí. Esa
parte.
West se sienta junto a mí, pero me da un poco de espacio para pensar.
Así que pienso. Acerca de la mano en su martillo. —¿De verdad lo hiciste
cuando estábamos al teléfono?
Sonríe, pero parece un poco avergonzado. No es una expresión que vea en
West muy a menudo.
—Quiero decir, realmente, ¿en serio? ¿No lo dices tratando de halagarme?
—Si quisiera halagarte, te diría que la camisa se ve bien en ti. O que me
gustan tus ojos. Algo como eso, ya sabes, realmente agradable.
Bajo la mirada la mis rodillas y sonrió.
Pienso en lo que quiero y lo que necesito, lo que puedo tomar y de lo que no
puedo prescindir.
Tal vez estoy traumatizada. Tal vez estoy siendo irracional. No sé.

12 Mjolnir es el legendario martillo de Thor.


Quiero a West, sin embargo. Cualquier versión de él que pueda tener,
cualquier manera en que pueda tenerlo.
Y no es como si pudiera tomarlo si estuviera dispuesto a darme todo. Como
mi papá me recordó recientemente, tengo que pensar en mi futuro. No puedo
poner a prueba mi reputación saliendo con el traficante de drogas del campus.
No quiero salir con West. Quiero que me muestre cómo se siente más
profundo.
Profundo y luego más profundo. Todo el camino hacia abajo.
—Está bien —le digo—. Esto es lo que vamos a hacer.
Dos veces a la semana. Martes y jueves, desde las diez a las diez cincuenta,
mientras Bridget está en clases, West está en medio de dos clases y yo no tengo
nada que hacer hasta el almuerzo.
No vamos a citas, y no lo vamos a contar.
Esas son nuestras reglas.
Antes de que West aparezca el jueves, ando por las nubes. Como si por

159
seguir pensando en ello lo tuviera bajo control, mi cerebro deambula como un niño
caprichoso, y soy incapaz de evitarlo. Bridget me sigue preguntando qué pasó con
West, pero no puedo decírselo. Hicimos un trato. Y, de todos modos, ¿qué podría
decirle? ¿Decidí ser amiga con beneficios de West? ¿Su compañera para follar?
¿Que vamos a conseguir que Caroline regrese al programa de entrenamiento para
montar dos veces a la semana?
Soy lo suficientemente inteligente como para saber que para los demás esto
va a sonar como una épica mala idea. Bridget no lo aprobaría. Mi padre tendría un
accidente cerebro-vascular. Los idiotas de Internet, como era previsible, piensan
que soy una puta descuidada que necesita una buena polla, o lo que sea.
Empiezo a aburrirme un poco de los idiotas de Internet.
Sé lo que hacen las chicas buenas, y no es esto.
Pero lo puse en mi calendario, de todos modos, cincuenta minutos dos veces
a la semana, alrededor de una hora, y sombreado en anaranjado porque el naranja
se siente como su color. WEST, escribo.
Bridget y yo colocamos una cadena de luces de Navidad alrededor de las
ventanas de la habitación de la residencia, y vamos al Walmart para comprar una
cadena adicional para envolverla alrededor de los postes de la cama y en los
bordes. Cuando Bridget no se encuentra en casa, apago la bombilla del techo y me
coloco bajo mis mantas. Las luces iluminan en verde y rojo, azul, amarillo y
naranja.
Cierro los ojos, deslizando mis dedos sobre mi piel, pensando en West.
Nunca me he sentido tan emocionada.
Aparece justo después de su clase. Golpea dos veces, y a continuación, sólo
abre la puerta y entra. Tiene el abrigo de nuevo, un libro de texto y un cuaderno
bajo el brazo. No me mira a los ojos en absoluto.
—Pensaba —dice directamente.
Uh-oh.
—No‖quiero‖que‖esto… te detenga. Así que creo que debemos ponernos de
acuerdo, sólo estamos haciendo esto hasta que te sientas lista. Para algo normal.
—¿Como qué?
—Scott. Tienes que prometerme que cuando estés lista para salir con Scott, o
algún otro tipo como él —un tipo que quiera llevarte a cenar y conocer a tu padre y
todo eso— me lo dirás. Y lo dejaremos.
Con West en mi habitación, me resulta difícil recordar cómo se ve Scott o
por qué alguna vez querría algo más de lo que quiero esto. Pero reconozco que está
160
tratando de hacer lo correcto. Alguna versión de lo correcto.
Me encanta eso de él. Dice que no es noble, pero tiene su propio código, y
necesita los límites y las reglas tanto como yo.
Vamos a hacer esto, pero primero lo encasillaremos, marcaremos los límites
y encontraremos una manera de hacer que sea aceptable. Lo haremos conveniente.
—Bieeeeeen —digo.
Con eso fuera del camino, él se desata las botas y las deja en la puerta.
Nunca lo había visto sin sus botas antes. Sus calcetines son sólo calcetines grises
ordinarios, y no hay razón por la que deberían hacerme zumbar de anticipación.
No hay ninguna razón en absoluto.
Deja caer sus cosas en mi escritorio, cuelga su abrigo en mi silla. Saca su
teléfono y lo pone en el borde de mi escritorio junto a la cama, al lado de mi
almohada.
Tengo mi cabeza sobre la almohada. West me da un beso, y luego mira más
allá de mí hacia la mesa y mira la cantidad de minutos que nos queda.
Cincuenta minutos parecían una cantidad razonable de tiempo antes. No
demasiado largo, no demasiado corto. Ahora parece una eternidad. Lo único que
he hecho ha sido darle un beso, pero nadie se besa durante cincuenta minutos.
Esto es una locura.
Echo un vistazo a West para tranquilizarme, pero no ayuda. Sus ojos han
encontrado el mismo punto mágico en mi suelo que miraba la última vez que
estuvo aquí.
Yo, pienso. Mírame.
No lo hace. Así que camino hacia donde ha estado mirando, encuentro el
lugar, y me detengo sobre él.
Doy un paso hacia él, porque, loco o no, me preparé para esta hora. Enchufé
las luces de Navidad. Me puse mis vaqueros oscuros favoritos, una camisa blanca
que es un poco más ajustada de lo que me haría sentir cómoda si la llevara fuera de
la habitación, y un sujetador bonito. Me cepillé el pelo.
No me puse los zapatos, sin embargo. Voy descalza, las uñas de mis pies
pintadas de rosa, y quiero que West mire mis pies y piense en el resto de mi cuerpo
desnudo. Quiero que me diga que me desea de nuevo, aunque, en serio, ¿cuántas
veces lo tiene que decir antes de que yo le crea? La forma en que me tomó hace dos
161
días,‖me‖arrastró‖hasta‖su‖muslo…‖siento oleadas de calor sólo de pensarlo.
Igual que siento otra ahora viendo cómo los ojos de West se alzan desde el
punto del piso que borré, viajando sobre mis piernas, demorándose en mis caderas,
mis pechos, mis labios. Esa mirada está de regreso en sus ojos, codiciosa.
Quiere tocarme.
Pero ninguno de los dos parece saber cómo.
Se podría pensar que ambos somos vírgenes, en lugar de la chica que es la
sensación en Internet‖ por‖ sus‖ fotos‖ desnudas‖ y…‖ lo‖ que‖ sea‖ que es West. No es
virgen. Estoy bastante segura.
Segura en un noventa por ciento.
Se sienta en el colchón. —Ven aquí.
Lo hago.
Me siento a su lado, muslo contra muslo, y quiero mirarlo a la cara.
Lo miro. Durante cincuenta minutos, se me permite mirarlo. No estoy
segura de qué otra cosa se me permite hacer, pero mirarlo está bien.
Su rostro es hermoso. Las luces de Navidad emiten un resplandor sobre su
piel, azul sobre su pómulo, rojo detrás de su oreja. Sus ojos, ligeramente
entrecerrados, parecen brillar. La palabra que pienso para describirlo es ansioso. Lo
que sea que estoy a punto de hacer, él va a observarlo, recostarse, tomarlo y
hacerlo conmigo.
Me gusta ser la cosa por la que él se siente ansioso, porque ese es el mismo
sentimiento que hay dentro de mi piel. La tensión por no tocarlo, un leve zumbido
que siempre está ahí, que siempre estoy empujando hacia abajo, ignorándolo.
Sólo que ahora no tengo que hacerlo.
Tan pronto como lo pienso, mis dedos viajan a la deriva hasta tocar su
cuello. Giro la mano y siento el roce de su barba contra el dorso de mis dedos, la
textura irregular que se suaviza más abajo, hasta que encuentro un lugar donde su
piel es como el satén caliente.
—¿Puedo hacer esto?
Lo que estoy preguntando realmente es, ¿Cuán codiciosa puedo ser? ¿Cuánto
me vas a dar?
Sonríe, resoplando un poco para respirar, por lo que no es una risa ni un
juramento, sólo un ruido satisfecho. —Sí.
162
Dibuja una línea a través de mi pecho, por encima de la curva de mis senos.
—Por encima de aquí.
Inhalo y siento como asciende la línea. La consecuencia de su contacto.
Acaricia mi brazo hasta mi muñeca. —Y aquí. —Frota su pulgar sobre los
huesos de mi muñeca.
—¿Aquí?
—Ahí es donde te voy a tocar.
—¿Eso es todo?
Mira larga y duramente mi cuerpo. Cada parte de mí que se encontraba
dormida se despierta y extiende sus brazos y le dice: ven, ven, ven.
Golpea mi rodilla. —Desde aquí hacia abajo.
Escondo mis ojos en su hombro, con ganas de quejarme. Va a omitir todas
las mejores partes. —¿Hay alguna extraña y retorcida razón para esto que no estoy
entendiendo?
Él pone su mano en mi pelo y levanta mi cara, así que tengo que mirarlo. —
Es‖sólo… lo que deseo.
Sus ojos son cautelosos, diciendo esto. Como si me dijera que lo que quiere
es la cosa más espantosa que ha hecho desde que abrió la puerta. Me doy cuenta
que no siempre ha sido capaz de dibujar los límites, no siempre ha establecido los
términos.
Esto hace que me pregunte con quién ha estado antes, y cómo.
—¿Quieres que yo haga lo mismo? —Arrastro mi dedo sobre su pecho—.
Por encima de aquí. —Desde el brazo hasta su muñeca, tomando su brazalete—. A
lo largo de aquí. —Toco persistentemente al norte de su rodilla—. ¿A partir de aquí
hacia abajo?
—Puedes hacerlo. —Su muslo se mueve bajo mis dedos, que han
renunciado a moverse desplegándose sobre el músculo que han encontrado.
Quiero ascender hacia arriba, llenando todo el ancho de mi palma con el algodón
suave, cálido y firme hasta alcanzar el pliegue de la cadera y tener que decidir a
dónde ir. Trazar un mapa sobre él con las manos—. O podrías dejarte llevar y
confiar en mí.
Trato de pensar en algo inteligente que decir, o algo divertido. Pero esas
palabras —confía en mí— estropean mi confianza y la tiran a la basura.
Pienso, rápidamente, en las razones por las que no puedo confiar. El mal 163
aliento y los olores corporales, las cremalleras que se atascan lastimando. Las
palabras en la tabla de control de natalidad que cuelga en la puerta dentro de los
baños para que las consultemos, pero nunca lo he hecho. Follar en seco. Beso
negro. No sé lo que significan. No sé con cuántas chicas ha tenido relaciones
sexuales West, y parece una necesidad vital averiguar si puedo compararme con
ellas.
Hay condones en el cajón de mi escritorio, pero podrían ser del tamaño
incorrecto.
Confía en mí, dice, y no puedo apagar mi cerebro. La última vez que nos
besamos, estaba drogada, por lo que fue diferente. Esta vez no tengo ninguna
defensa, no hay manera de esconderse de lo cerca que se encuentran sus ojos, de lo
mucho que ve.
Fue así con Nate. Con el tiempo fui mejorando en ello, pero la agitación
mental fue más o menos mi compañera constante hasta que me di cuenta de que
funcionaba mejor si me tomaba un par de copas en primer lugar. Entonces traté de
planear nuestros encuentros sexuales mientras fuera posible.
No estoy segura de haber sido besada a las diez de la mañana a la luz del
día alguna vez.
No confío en él. No confío en mí misma.
—Deberíamos poner un poco de música —suelto.
West suspira.
Entonces me empuja.
Estoy sobre mi espalda con West encima de mí, con esos ojos como el humo,
esa boca inteligente, seguro de sí mismo. —Confía en mí —dice otra vez, y me
besa.
Entonces todo está bien.
Mucho mejor que bien.
Besar a West no es como besar a Nate. Su boca es cálida y segura, y dice:
Cállate, Caro. Cierra los ojos. Deja de pensar.
Siente.
Lo hago. No puedo no hacerlo. Con la boca de West en la mía, es el único
sentimiento posible.
Nos besamos. El tiempo pasa, y nos besamos.
Me gustaría poder decir algo, aunque sólo sea para poder guardarlo en mi 164
memoria. El caliente y húmedo deslizamiento de su lengua contra la mía, los labios
suaves y las bocas inclinadas, una sobre la otra. Esta hermosa vibración, esta
bruma húmeda, esta niebla, el calor, el dolor del anhelo.
Hay más maneras de besar de lo que alguien me dijo alguna vez, y las deseo
todas.
Las consigo. Consigo a West, su boca, su peso, su olor.
Nos besamos.
Las líneas que dibujamos en nuestros cuerpos no son importantes. No son
más que las marcas de lápiz que necesitamos poner alrededor de esto, que es tan
grande que podría asustarnos si se lo permitimos.
Beso a West con mis manos en su pelo, en su cuello, sobre sus hombros.
Estoy sosteniendo su espalda cuando sumerge su lengua en mi boca, y busco su
cintura, colocando furtivamente mis manos bajo su camisa para robar el calor y la
suavidad de su piel.
Es su cuerpo el que se halla encima de mí, con el pecho sobre el mío, y no
puedo tener suficiente de él porque siempre ha estado tan lejos, y ahora se
encuentra aquí. Su palma acunando mi cabeza, con los dedos curvados alrededor
de mi camisa, en mi hombro, su puño apretado fuertemente porque quiere
deambular por mi cuerpo y él no lo permite.
Son sus ojos claros; hay un borde de color azul alrededor de las enormes
pupilas oscuras, sus largas pestañas y sus párpados somnolientos.
Es el suave peso de su frente contra la mía cuando tiene que respirar.
Calor. Conexión. Seguridad y tranquilidad, cuando he estado desde hace
semanas, meses, sola y con miedo, y con las voces en mi cabeza gritando fuerte.
Lanza un hechizo sobre mí, me pone en un ensueño magnífico donde puedo
besarlo para siempre y ser perfectamente feliz.
Tenemos cincuenta minutos.
El pensamiento chasquea los dedos en mi conciencia.
Cincuenta minutos. ¿Cuántos quedan? Mis labios se sienten llenos,
magullados, tiernos y resbaladizos. No puedo recordar besar tanto jamás.
Seguramente debo haberlo hecho con Nate durante los primeros meses de novios.
Pero cuando pienso, me acuerdo sobre todo de las discusiones. Nos gustaba
besarnos, pero luego el querría más y yo lo detendría, y entonces él se alejaba,
susceptible, dolido.
165
No sabes lo que se siente, Caroline.
West sostiene su peso en un codo, con las piernas y las caderas fuera a cada
lado. No sé si está duro. No me he preocupado, no he pensado. He estado
demasiado ocupada besándolo, y no sé lo que se siente.
Calientapollas, me dicen los idiotas de internet, pero esta vez tienen razón. Lo
olvidé. Me olvidé de él.
Rompo el beso para poder estirar la cabeza y mirar la hora en el teléfono.
Diez minutos para que se acabe. Hemos estado besándonos durante treinta y cinco,
cuarenta minutos, y no he pensado. Pero diez minutos es tiempo suficiente, si
queremos hacer algo diferente. Hacer que West termine.
La idea es extraña, incómoda.
Le pregunto—:‖¿Est{s…?
—Mmm.
Su boca está en mi cuello. Sin prestarle atención a mi intento de hacerle
preguntas.
Hundo mis dedos alrededor del grueso cuero de su cinturón. Los llevo a la
hebilla, pesada y amenazante.
Tiro del cuero de la presilla.
La mano de West cubre la mía. —¿Qué haces?
—Tu…‖tú‖tienes‖clases,‖así‖que…
West rueda lejos y se sienta. Tiene que agachar la cabeza. —¿Tengo clases?
—No‖quiero‖que… —No puedo decirlo—. Olvídalo.
Agarra mi barbilla y vuelve mi cabeza y me hace mirarlo. No me deja mirar
hacia otro lado. Se está volviendo molesto, y lo odio.
—Confía en mí —dice—. Necesito esto, necesito que hagamos esto bien.
Contigo hablándome, diciéndome lo que te gusta, no tratando simplemente de
adivinar o haciendo cosas que no queremos necesariamente. Lo necesito.
No puedo decir que no a eso. A cualquier cosa que necesite. Por mucho que
me cueste, tengo que decirle.
—Pensé que quiz{s‖estabas‖incómodo.‖De‖tanto… besarme, tal vez eso se te
estaba‖haciendo… difícil, y si sólo teníamos unos cuantos minutos antes de la clase,
sería‖mejor…‖terminarlo.
Él se sienta allí, mirándome con sus cejas alzadas. No puedo decir lo que
piensa —si está enojado o frustrado, confundido, o tal vez deseando estar en otro
166
lugar. Con una chica que no sea un bicho raro.
Luego se inclina hacia mí, me agarra por la cintura y me tira a su regazo.
Besa mi pelo, justo al lado de mi oído. —Él realmente te hizo daño, ¿eh?
Pienso en decirle ¿Quién? o No, pero estoy temblando, y mi boca sabe a
ácido de batería, así que, sí.
Sí. Supongo que sí.
—Tengo que irme en un minuto —dice West en voz baja—. No quiero. Pero
tengo que hacerlo.
—Lo sé.
—Me gusta besarte, Caro. —Pone sus labios en mi cuello. Su brazo se
envuelve alrededor de mi espalda, con la mano pesada sobre mi cadera. Ese peso
es…‖perfecto—. ¿Te gusta besarme?
—Sí.
—Bien.
Su boca baja hacia mi hombro, a la franja de piel expuesta en el cuello de mi
camisa. Al hueco detrás de mi oreja. Donde su respiración me hace temblar.
Encuentra mi boca y luego nuestros labios vuelven a encontrarse, calientes,
húmedos y perfectos, perfectos.
—¿Te gusta esto? —Su voz es un gruñido, un tono rasgado bajo, explícito
como los dedos entre mis piernas.
—Sí.
—Entonces, eso es todo. Te gusta. Me gusta. Comienzo, medio, final. No hay
final. Esto es todo, en este momento.
Está besándome de nuevo, así que no puedo pensar sobre si lo que dijo es
verdad. Solo envuelvo mis brazos alrededor de su cuello, paso mis dedos por su
cabello, trazo su oreja con la punta de un dedo y le devuelvo el beso. Debajo de las
luces de navidad, en nuestra cueva. Besos persiguiendo besos, manos y bocas.
Todo. Todo.
Y luego se acaba el tiempo. Me toma un segundo darme cuenta que el
sonido que escucho es el de su teléfono.
—¿Pusiste una alarma?

167
—Sabía que de lo contrario nunca me habría detenido.
De mala gana, me saca de su regazo y alcanza el teléfono, silenciándolo.
Luego se pone de pie, ajusta su cinturón y ata sus botas.
Cuando levanta la cabeza, sus ojos se encuentran adormilados y sexys, sus
labios manchados, un intenso color en sus mejillas. Mirarlo me hace algo loco, una
tensión húmeda y caliente entre mis piernas, calor extendiéndose al exterior y
hacia arriba. Deseo haber desabotonado su camisa mientras tuve la oportunidad.
Hubiera visto más de él. Me hubiera presionado contra su piel desnuda.
La próxima vez.
Dios, espero que haya una próxima vez.
—¿Esta noche vas a venir a la panadería? —pregunta.
—Sí.
—Genial. Regresaré el martes. Si me quieres de regreso.
—Sí. Quiero.
Recupera su chaqueta del sofá y se la pone. Cuando su mano está sobre el
pomo, dice—: ¿para tu información, Caro?
—¿Sí?
—Duro como una maldita roca.
Se escapa por la puerta, y todavía estoy sonriendo como una idiota cuando
Bridget regresa de clase.
Martes.
Cincuenta minutos.
Afuera, el cielo está oscuro. Está nevando, soplando nieve helada medio
derretida de lado, gris y miserable. He puesto a Bing Crosby solamente para hacer
que West sacuda la cabeza y pretenda lamentar mi terrible gusto en música.
Su cabello está frío y húmedo, su nariz congelada cuando la presiona contra
la mía, pero sus labios están calientes. Su sonrisa más cálida. Tenemos esta borrosa
habitación, esta cama rodeada de color, nuestros pies entrelazados, su cuerpo
presionándome.
Tenemos besos lentos y profundos que se mantienen más profundos.
Arrugo su camisa y sigo la zanja de su columna hacia arriba. Los músculos
de sus hombros se flexionan debajo de mis manos. Los muevo hacia abajo. Mi
camisa se levanta. Nos besamos y besamos, y encuentro una manera de menearme
hasta que mi estómago desnudo está tocando el suyo.
¿Sientes esto? ¿Tu piel y la mía? 168
Porque la siento en todas partes.
La deseo. Te deseo.
Deslizo mis palmas por sus costados. Sobre sus hombros, en el interior de
las mangas de su camisa, hasta que me quedo sin espacio sobre sus duros bíceps.
Sus caderas se mueven contra mi muslo, la hebilla de su cinturón picando en la
parte de arriba de mi pierna; presiono mis uñas en su piel y las muevo otra
fracción, buscando un mejor posicionamiento.
Buscando presión entre mis piernas.
Quiero el conocimiento de lo que le hago, el fuego de lo que nos hacemos el
uno al otro.
Cuando llego allí, gruñe y muerde mi labio. Sus ojos están entrecerrados,
sus fosas nasales ensanchadas como si respirara profundo, rápido. —Caroline.
Me levanto sobre la cresta de calor dentro de sus pantalones, amando que
pueda hacerle eso. Amando la presión, el peso, la forma en que su beso se vuelve
más oscuro, más desesperado, y la forma de movernos juntos, sincronizados.
No es sexo. Es mejor que eso.
Es West.
Jueves. Usé esta camisa, esta broma de camisa. Se supone que cae del
hombro. Se supone que es una capa sobre otra camisa, pero no le dije eso, y tan
pronto como nos acostamos y comenzamos a besarnos, se desprende de mi
hombro y expone la tira y un poco de mi sujetador.
Encaje rojo.
Vamos, West. Cae en la tentación.
Todo es más rápido esta vez. Su primer beso es hambriento y estoy contenta
porque lo he extrañado, no he pensado en nada más durante dos días. Sus manos
tienen desesperación en ellas, deslizándose arriba y abajo, en mi cabello, espalda y
brazos. Hambriento.
Ya no es suficiente. Esos límites que dibujó en mi cuerpo, las marcas de lápiz
apenas son visibles. Quiero más. Ambos queremos más.
No tengo que ser astuta para tenerlo entre mis piernas. Tiro de su cinturón,
y él se encuentra sobre mí, tan duro y caliente como está, lo recuerdo pero mejor.
Mucho mejor. La forma en la que repentinamente me mira. Sus ojos tienen esa luz,
sin guardar secretos. Mi estómago está mostrándose, la mitad del sujetador afuera,
sus manos tiemblan en mis muñecas mientras las pone sobre mi cabeza y las cruza
sobre la almohada. 169
Nunca me he sentido tan deseable. Es una droga en mis venas, un éxtasis de
vértigo que me hace sonreírle con labios bien besados. Me hace poderosa.
Haz algo, le ordeno con mis ojos y con los pequeños e inquietos movimientos
de mis caderas. Haz algo o lo haré yo.
Él se calma, el pelo cayéndole sobre la cara y besándome de nuevo. Empuja,
realmente empuja, y mi cabeza se recuesta. Toda mi columna se arquea hacia
arriba, moviéndose con él. Estoy húmeda, y quiero sus dedos. Quiero toda su
mano dentro de mis pantalones, colocándola en mis bragas. Su boca en mis pechos.
Nos quiero pasando por todas las bases, una después de otra, en la siguiente media
hora.
—Por favor —digo.
West respira contra mi oreja. Lame mi lóbulo. Me muerde. —Esto no es una
camisa.
Sonrío hacia la estructura de la cama sobre mí. —Por favor.
Se reacomoda otra vez. —Quítatela.
Con mucho gusto. Con mucho gusto lo hago, y luego sus manos están
solo…‖por‖todas‖partes.
Por todas partes. Más de una vez.
Mi sujetador se engancha en el frente. Le muestro amablemente, y luego el
sostén se ha ido y él está besándome de nuevo, su camisa con una mordida de
tiburón tan molesta, su cálida palma en mi pecho. Dedos largos. Manos preciosas,
competentes e inteligentes. Él sabe qué hacer exactamente. Exactamente.
—Quítate esto —digo, tirando de su dobladillo, así que lo hace, tira la
camiseta al piso, regresa y se coloca sobre mí, piel con piel, desnudo de la cintura
para arriba, oh, Dios mío, es la mejor cosa que le ha pasado a alguien en la historia del
Universo. Deslizo mis manos por toda su espalda. Él besa un camino desde mi boca
hasta mi mandíbula, baja por mi cuello.
Lame mi pezón, y muero. Simplemente muero.
Somos manos y brazos, color claro en piel suave, calor y sudor en la
abrasadora habitación. Somos bocas besándose, empujando caderas, construyendo
tensión entre mis piernas.
—Aquí, esto no puede sentirse bien —dice, tira para abrir su cinturón, lo
saca de las presillas, lo tira al suelo. Él es un vaquero, su cinturón un látigo. Son los
cuatro segundos de acción más sexys que he presenciado nunca.
Extraño el pellizco de su hebilla en mi estómago, pero no por mucho
170
tiempo. No por mucho tiempo, porque toca mis pechos. Me mira. Se da cuenta de
lo que me gusta, arranca la tensión con sus dedos, presiona contra mi clítoris solo
lo justo hasta que estoy boquiabierta, jadeando, embarazosamente húmeda.
Acercándose sigilosamente a mí, inesperado, porque me he venido antes con un
chico, pero nunca con un roce, nunca a través de mis pantalones. Nunca tan fácil.
No reconozco este salto espontáneo de bueno a grandioso a insuperablemente
asombroso, pero West puede, porque él entiende los ángulos y se presiona contra
mí en el sitio correcto, tan duro, tan perfecto, hasta que me estoy desmoronando
contra su dureza y sus manos y su boca, oh, Dios, su boca.
Cuando la alarma estalla, todavía estoy recuperando mi respiración, y él
está sonriendo como si le diera un premio.
Creo que quizás él me dio uno. No el orgasmo, aunque fue grandioso.
El conocimiento de que puede ser tan fácil.
Lo hace otra vez antes de dejarme, con su muslo entre mis piernas y su boca
en mis pechos. Llegará tarde a clase, creo, pero me siento sin fuerzas y mi labio
superior está sudando, él lo lame bien cuando me besa en la despedida.
Se pone sus botas y pasa sus ojos sobre mí, mitad desnuda, mitad muerta de
placer.
Nunca me había sentido tan hermosa.
Son los cincuenta minutos más cortos de mi vida.
Llega el final del semestre y no estoy lista para él. Regresa septiembre;
parecía una meta imposible, superar los días, mantener la cabeza alta, continuar.
No estoy segura de cuándo dejó de ser imposible, pero sé que la diferencia tiene
todo que ver con West.
Se termina la semana, lo que significa que no hay clase. Sin horario, excepto
por unos pocos exámenes en clase que tengo que presentar.
Ni martes ni jueves en la mañana tengo tiempo con West.
Peor, no lo veré en todo un mes. Va a volar hacia casa en Oregón. Papá va a
llevarnos a Janelle, su prometido y a mí a St. Maarten por Navidad, y luego
estaremos merodeando por la casa, esperando que empiece el próximo semestre. El
año pasado pasé la mayoría del receso de navidad con Nate. Ahora es como un
gran vacío adelante, nada que esperar y mucho de qué escapar.
Apesar de que no tenemos clase, West tiene que trabajar, por supuesto,
entonces lo veo en la panadería, la biblioteca y en su apartamento. Bridget y yo
hemos estado pasando mucho el rato con Krishna y Quinn, y también con West,
cuando se encuentra alrededor. Los cinco estamos logrando ser una especie de
171
unidad.
No me había dado cuenta de lo mucho que extrañaba ser parte de un grupo
de amigos hasta que tuve uno de nuevo. Hay algo imprevisible en él, un potencial
para la diversión, o por lo menos para la conversación, alguien con quien hablar,
algo interesante sobre lo que escuchar. Cuando solo éramos Bridget y yo, la veía en
los mismos lugares. Teníamos diversión, pero creo que fui una clase de fortaleza
después de agosto, y nos encontrábamos detrás de las paredes.
Ahora cuando atravieso el campus, me encuentro con Quinn en el patio. Ella
está tratando de convencerme para que compre unos zapatos de rugby. Está
planeando una gran fiesta justo después de las vacaciones y quiere que la ayude a
organizarla. Quinn ha llevado el club de rugby sin ayuda desde finales del año
pasado. Creo que quiere reclutarme al lado oscuro.
Salgo de latín y veo a Krishna, nos dirigimos a la misma dirección, hablando
sobre nada. Televisión. Lo que su mamá le envió por correo. Lo que trama para
Navidad.
Las fotos todavía se encuentran ahí afuera, pero ya no son todo lo que veo
cuando miro alrededor. La primera información que obtuve del servicio que
contraté sólo es una página larga y escasa de detalles. No le hice caso, feliz de tener
que ser la responsabilidad de alguien más.
West llena mucho el espacio de mi cabeza en donde solían hallarse las
imágenes. Desplaza mi concentración cuando trato de repasar mis notas en la
biblioteca. Empuja su último carrito, con los auriculares puestos y las cejas
levantadas en un discreto hola.
Obtengo un vistazo de una sonrisa de suficiencia y estoy muerta, de regreso
en mi cama, bajo las luces. Debajo de él.
No puedo concentrarme durante una hora.
Durante nuestro tiempo habitual de encuentro el martes, me mantengo
mirando mi cama, sorprendida de lo mucho que lo extraño. La noche siguiente
pasamos el tiempo en la panadería, y quiero tocarlo, pero Krishna está aquí, y de
cualquier modo no voy a reconocerlo. No en la panadería. No en la biblioteca. No
donde alguien nos pueda ver.
Me siento en mi rincón sobre el suelo, volteando mis tarjetas
mnemotécnicas de latín, y cuando levanto la vista, está mirándome fijamente
desde el otro lado de la mesa.
Tiene harina en el puente de la nariz. Espolvoreado sobre sus antebrazos.
172
Tiene en sus pantalones y en sus botas, está midiendo ingredientes,
raspando tazones, vaciando las bolsas de harina de veinte kilos dentro del bote de
la basura con ruedas. No puedo parar de pensar en esa escena que vi una vez en
una película, donde el hombre y la mujer tuvieron sexo con ella sentada en el
borde de la mesa y con toda su ropa puesta, solo la empujaron hacia abajo fuera
del camino.
Ciertamente, eso no sería higiénico, pero tengo la sensación de que no me
importaría.
—¿Qué vas a hacer después de esto? —pregunta West.
Es hacia el final del turno. Krishna se ha ido. Él ya ha hecho lo último y va
de camino a casa en Chicago por las vacaciones.
—Voy a tomar una siesta, y después todavía tengo que hacer mi trabajo de
inglés.
—Esa es la última cosa, ¿verdad?
—Sí. Es debido al viernes.
—¿Vas a ser capaz de dormir?
Lo dice porque la familia de Bridget estará aquí para recogerla a primera
hora de la mañana. Parte de su familia, su papá y su nueva esposa, más algunos
hijastros. La habitación será un zoológico.
—Eso espero.
—Podrías pasar la noche en nuestro sofá —dice—. Escribirlo en nuestra
casa.
—¿Sí?
—Seguro. ¿Por qué no?
West lava los platos y me da sueño. Caigo dormida con mi cabeza contra la
pata del lavadero, despertando una vez cuando alguien aparece para comprarle
una octava a West, y más tarde de nuevo cuando deja caer una sartén con un
ruidoso repiqueteo.
En el camino a su apartamento, me siento borracha. Caigo dormida en el
sofá mientras él se ducha, apenas llego a despertar cuando coloca una manta sobre
mí, besa mi sien, y dice—: Duerme bien.
Despierto tiritando.
La manta es un charco en el suelo, el apartamento está frío. Afuera, la nieve 173
cae con fuerza, molesta. Pienso en Krishna en su auto y espero que esté bien. Pero
lo siento como si fuera tarde en la mañana, probablemente en este momento esté
en casa.
Alcanzo la manta, la envuelvo alrededor de mis hombros y me levanto.
Me encuentro en el umbral de la habitación de West, todavía somnolienta,
buscándolo en ella.
Él es un bulto debajo de un edredón para niños azul oscuro con cohetes y
planetas. Le pregunté una vez si lo consiguió en una venta de garaje y me lanzó
una mirada extraña. —Lo traje desde casa —dijo, mientras pensaba que eso es lo
que todos nosotros hicimos. Recogimos los edredones de las camas de nuestra
niñez y los transportamos con nosotros a la universidad.
Sé que todos los demás trabajan demasiado duro para separar la infancia de
la universidad, para probar que estamos creciendo y que esos años están lejos en el
pasado. West no.
No es porque todavía sea un niño. Me pregunto si es porque nunca lo fue.
No puedo imaginarme la niñez de West. No puedo imaginarme nada sobre
su vida lejos de aquí.
No hay mucho en la habitación. Sin decoración. Sin luces de navidad. Sin
señales de lo que ha amado o de que ama algo.
No es tentador, pero es jueves por la mañana. Las nueve, de acuerdo a lo
que muestra su reloj de alarma. Estoy descalza, envuelta en una manta azul de lana
del sofá y me siento una invitada.
Él me invitó.
Camino hasta su cama y me quito mis pantalones.
Echo hacia atrás la colcha. Me subo a su lado. Doblo mis rodillas detrás de
las suyas. No lleva pantalones, el pelo de sus piernas me hace cosquillas en mis
muslos y me pregunto brevemente si debería estar haciendo esto. Si se enojará
conmigo por tomarme la libertad.
Pero West es quien lo hace mientras estamos solos, y aquí lo estamos, a
punto de no poder vernos el uno al otro durante un mes.
Mayormente lo hago porque justo al lado de West es donde quiero estar.
Con mi cabeza en su almohada, puedo sentirlo respirar, despacio y
constante. Él es cálido y pesado, seguro y peligrosamente demasiado
imprescindible. 174
Cierro mis ojos. Huele como pan y jabón.
Me dejo llevar.
Cuando me despierto, hemos cambiado posiciones. Está haciendo cucharita
detrás de mí y la energía es diferente.
Está despierto.
En todos los aspectos.
—Caroline. —Su voz es baja y ronca, con un filo en ella que no había
escuchado nunca.
—¿Mmm?
—Estás en mi cama.
—Sí. Parecías acogedor.
—Son las diez. Jueves.
Ruedo sobre mi espalda. Él lo hace justo encima de mí, levantando mi brazo
sobre mi cabeza. Nuestros ojos se encuentran, luego nuestros labios.
El beso es adormilado, perezoso, pero insistente. Estás en mi cama.
Así es como consigo besarlo si me encuentro en su cama.
Mi camiseta es sólo una camisa. Mi sostén es blanco y aburrido.
Probablemente podría necesitar una ducha. Tengo aliento matutino.
Él me besa como si estuviera deliciosa.
Quita las capas de mi ropa como si fuera a encontrar algún fabuloso tesoro
debajo, luego acaricia con sus manos mi cuerpo desnudo como si dijera: Esto. Esto
es todo. Tú.
Su camisa sale. Él es precioso, bronceado y perfecto, musculoso y delgado.
Lamo sus bíceps. Muerdo su hombro. Sabe a limpio y vivo, como todo lo que
quiero.
En minutos nos quedamos en sus calzoncillos y mis bragas, me estoy
retorciendo, realmente retorciendo. No es una cosa que sabía que fuera capaz de
hacer, pero con West ni siquiera es una opción. Lo tengo que hacer. Nuestras
lenguas están en guerra, mis manos sobre su trasero, tirándolo más cerca, más
cerca, siempre más cerca.
Estoy tan húmeda. La humedad traspasa mi ropa interior, estoy segura de
eso, y la punta de su erección lo está descubriendo, empujando mis bragas unos
centímetros dentro de mí con el peso de su cuerpo y sus lentos y ondulantes
175
empujes. Dos capas delgadas de tela entre nosotros, húmedas, resbaladizas,
frágiles. Nuestras caderas se encuentran al tiempo con nuestras bocas, nuestras
lenguas, nuestra necesidad de presión.
Lo necesito. Lo necesito. No puedo pensar en nada más. Mis manos
encuentran la cinturilla de sus calzoncillos y se deslizan en el interior para
encontrar la tensión de sus músculos debajo de mis palmas.
—Jesús —dice, con su cara contra mi cuello—. No.
Saco mis manos, desalentada. West me mira. Besa la arruga entre mis cejas,
la punta de mi nariz, mi barbilla, mi boca. —Vamos, no quería decirlo así. Me estás
matando, eso es todo.
—Quiero estar matándote.
Te quiero dentro de mí. Profundo. Más profundo.
Por favor.
Las palabras se encuentran detrás de mi lengua, amontonadas pero no
puedo obligarme a decirlas. No puedo pedir.
—Quiero hacer que te corras —dice.
Eso también estaría excelente.
Acaricia hacia arriba mi pierna con su mano y hago ese sonido que es como
un chillido. Creo que le gusta, porque me besa con fuerza. Su palma comienza otra
vez, deslizándose desde mi cuello hasta la cima de mi hombro. La desliza sobre mi
clavícula hasta la cima de mi pecho, y la arrastra lentamente sobre mi pezón, para
luego bajarla hacia mi cintura, a mi ombligo, al espacio entre nuestros vientres. —
Necesito tocarte.
—Por favor.
Se mueve hacia el lado, deja su muslo colgado sobre el mío, su codo junto a
mi brazo, su respiración en mi oreja mientras acaricia mis pechos con el dorso de
su mano. La pasa hacia adelante y hacia atrás sobre mis pezones. Traza círculos,
patrones al azar, hasta que estoy lista para lastimarlo porque la anticipación está
matándome, y digo: “West, por favor, por favor”. Y el cede. Aplana su mano y la
desliza lentamente, dolorosamente lento, hacia mi estómago. Sobre mi ombligo.
Justo en el margen de mis bragas, que son ridículas de un algodón rojo y blanco a
rayas con frutos de acebo en ellas y ese Papá Noel de caricatura, las bragas menos
sexys que tengo.
No sabía que estaría aquí, que esto sucedería. No tenía ni idea de lo que me
ofrecería esta mañana. Este levantamiento cauteloso del elástico. Este malvado,
176
cómplice y obsceno paso a hurtadillas por debajo.
Nunca podría haber imaginado la sensación de la mano de West
ahuecándome. Sus dedos apartándome, trazando las formas secretas de mi cuerpo,
el‖sonido‖de‖su‖voz‖diciendo:‖“joder,‖Caro”‖como‖una‖oración‖y‖un‖cumplido.
Presiona su dedo dentro de mí. Luego otro. Cuando intenta tres, gimo y él
encuentra mi clítoris con su pulgar. Me arqueo en la cama, deliciosamente
impresionada.
Hay una sensación de que he hecho esto antes, todo esto, pero se siente
totalmente nuevo y asombrosamente diferente. Se siente tan bien que duele, me
duele y lo odio, pero no tanto como me encanta.
—Te gusta eso —dice él.
Maúllo. Como un gato. Y su sonrisa es tan presumida, que estiro mi mano
para darle un golpe juguetón, pero cambia el ángulo de sus dedos dentro de mí y
termino tirándolo más cerca por el cabello, besándolo con tanta fuerza que
nuestros dientes chocan y me muerdo la lengua. No me importa. No con el pulgar
de West haciendo círculos en mi clítoris, una y otra vez, un poco demasiado duro,
que resulta ser como me gusta.
No con sus dedos moviéndose dentro y fuera de mi cuerpo, en un ritmo
constante que me fractura en miles de pedazos desesperados y ansiosos.
—Esa es mi chica —dice, cuando tengo que voltear mi cara porque no
puedo concentrarme en besarlo, no puedo respirar, no puedo hacer nada más que
sacudirme contra su mano, sin sentido como un animal—. Justo así.
Cuando me vengo, es terrible. Esta baja tensión acumulada serpentea y
serpentea hasta que creo que voy a morir, y luego muero, lo hago, y se siente tan
increíble que duele. West se queda conmigo a través de ello, me observa, me alivia,
y ahora puedo sentir la emoción de ello, la parte que es todo placer en un gran
impulso, una ola, una estela, una ola, hasta que me agarra por todas partes, me
empuja y me suelta.
Floto.
—Oh, Dios mío —susurro cuando puedo hablar nuevamente. Mi voz es
débil. El sudor se ha reunido en mis codos, en mis axilas y en mis sienes. La
humedad entre mis piernas se ha extendido por mis muslos y soy consciente del
olor a sexo.
Nate‖lo‖llamó‖una‖vez‖“ese‖olor‖a‖pescado.”‖Bromeó‖sobre‖ello.
Jódete, Nate, pienso débilmente, pero no hay rencor en ello. Honestamente no
177
me importa.
Me siento tan bien.
No era de esta manera con Nate. Me venía, pero era una meta que tenía que
ser alcanzada. Un obstáculo para ser laboriosamente superado para que
pudiéramos‖pasar‖a‖la‖siguiente‖cosa,‖y‖luego‖lo‖siguiente.‖Nunca‖fue‖ esto… esta
dicha, esta cosa compartida que West y yo hacemos entre nosotros, un resultado
natural de estar juntos y no el producto de nuestros esfuerzos tenaces.
—Oye, ¿a dónde fuiste?
West se encuentra apoyado sobre un codo a mi lado, con la mano extendida
sobre mi estómago, descansando. Pobre mano, debe estar exhausta. Le doy una
palmadita, luego entrelazo nuestros dedos. Él sonríe y deja que su codo se deslice,
colocándose en el colchón. Estoy muy cansada para hacer otra cosa más que
mirarlo. Su rostro, su pecho, su estómago, su calzoncillo gris oscuro con su
intrigante bulto y una mancha de humedad aún más intrigante.
Nunca lo he tocado allí. He tenido miedo de hacerlo, siempre temerosa de
que haya reglas y no las conozco. Como, si espero lo suficiente, alguien me dará un
libro llamado Cómo tocar el pene de West y podré estudiarlo hasta que esté segura.
Sea una experta.
Basta de eso. En esta cama, en este capullo, tengo permitido llegar a él.
Disfrutar de la aspereza de su inhalación, lo hosco de sus párpados, su labio
atrapado entre sus dientes.
Tengo permitido viajar con mis dedos por su camino feliz, menearme más
cerca para que estemos vientre con vientre, mis senos presionados en su pecho, mi
mano extendida, deslizándose dentro de su ropa interior para investigar lo que
encuentre.
Duro.‖Caliente.‖Grande… oh, Dios mío.
—Eres como un horno —le digo, y él se ríe.
Creo que se supone que es una risa. Suena como si le doliera. Quiero hacerlo
mejor.
Aprieto mi mano y acaricio experimentalmente, observando su rostro para
ver si está bien. Si estoy bien, haciendo esto. No es mi primera ronda en este rodeo,
pero no quiero ser inepta. Quiero darle lo que me dio.
Cuando acaricio de nuevo, su boca se abre, su cabeza cae hacia atrás.
Bien, entonces. Eso parece funcionar, así que lo hago hasta que hace este
ruido que supongo, oficialmente, es un gruñido, pero es tan sexy que podría morir. 178
Encuentro el lugar húmedo en la cabeza de su pene, deslizando mi palma sobre él,
haciéndolo resbalar hacia abajo. La mano de West se halla allí de repente,
embistiendo bruscamente después de la mía, agarrándose a sí mismo fuertemente.
—¿Estoy…? ¿Quieres‖que…?
—Eres perfecta —dice—. Jodidamente perfecta. Sigue haciendo eso.
Así que hago lo mismo un par de veces más, acariciando y distribuyendo,
poniéndolo escurridizo. Él comienza a empujar en mi mano, duro y luego más
duro, banderas de colores alzándose en sus mejillas. Me encanta eso. Lo observo,
ansiosa por más señales de que le gusta, le gusta esto. Lo beso, queriendo tirarlo de
un acantilado como hizo él conmigo, pero no puede besarme. Está totalmente
perdido en ello, supongo que es debido a que no puede concentrarse.
Eso me hacer sonreír.
Mi mano acelera. Su rostro está duro, feroz y hermoso.
—Caroline. —Se cubre los ojos con el antebrazo y la mano que está en sus
pantalones cortos agarra la mía, guiándome a un ritmo, un agarre que es más
fuerte y más cruel que nada que me hubiera atrevido por mi propia cuenta—. Justo
de esa forma, cariño. No te detengas. Me voy a venir, no te detengas.
No puedo decidir qué observar, así que observo todo. Nuestras manos
trabajando juntas. La cabeza de su pene asomándose entre ellas, sus caderas
levantándose de la cama, lo indefenso en su rostro cuando se viene, mojando
nuestras manos, mi cadera, su estómago. Lo escucho gemir, siento su cuerpo
levantarse debajo del mío, sucio, sexy y glorioso.
Cuando se termina, su brazo cae y me abraza fuertemente a su lado. Su
agarre en mi mano se libera, sus dedos se aflojan. Su rostro se relaja. Nos cubro con
las sábanas.
Escucho el viento afuera, la nieve golpeando la ventana en un millar de
pequeños toques.
Pienso en cuántas fotos he visto en internet. Pollas resplandecientes, cabezas
rosáceas-purpuras, con semen saliendo a chorro.
Pienso en lo que acabamos de hacer, West y yo. Cómo se vería en una foto.
Una‖ foto‖ como‖ esa…‖ nunca‖ podría‖ ser‖ m{s‖ que‖ una‖ sombra‖ de‖ lo‖ que‖
hicimos. De lo que somos juntos. Sólo serían partes, pero las partes no son lo que
importa.
Es todo. Todo de West y de mí. La forma en que se siente.
179
West tiene razón. Las fotos mienten. No comprendo por qué no lo entendí
antes…‖esa‖no‖soy‖yo en internet. Sólo son algunas estúpidas fotos. Alguna mentira
que Nate arregló para contársela al mundo.
Esas fotos son sobre él. No son sobre mí.
—¿Estás bien? —pregunta West.
Nunca he visto su rostro tan relajado. Beso la comisura de su boca, y se
levanta en una sonrisa torcida.
—Estoy bien.
Su sonrisa crece. —No lo estás. Eres mala. Mala como el resto de nosotros,
Caroline Piasecki.
Beso su barbilla. Esa sonrisa de listillo. —Lo sé. Es más divertido de lo que
pensé que sería.
Su risa es tan suave como su rostro. —Mejor limpio este desastre.
Deja caer sus piernas por el lado de la cama, camina hacia el baño,
agarrando un par de pantalones en el camino. Escucho el agua correr. —¿Quieres
algo de comer? —grita—. Creo que tengo sopa de pollo con fideos. Y traje una
hogaza.
Miro el reloj, sorprendida de ver lo tarde que es. Nuestros cincuenta
minutos están corriendo, pero no hay alarmas sonando esta vez. Ni paredes
subiendo.
—Sí, eso suena bien.
Me acurruco y tiro de las mantas hasta mi mentón, y me doy tres minutos
para complacer a mi estúpido y sensiblero corazón, atesorando los recuerdos para
las solitarias próximas semanas.
—Tengo algo para ti —le digo.
Se encuentra sentado en el borde de la cama, colocándose sus calcetines.
Preparándose para hacerme sopa de pollo con fideos, lo cual, tengo que decir, es
sexy. A pesar de que todo lo que eso involucra es una lata y un poco de agua.
Caliente.
—No necesito nada.
Hay tensión en la forma que articula las palabras, y cuando me mira, sus
ojos son cautelosos.
No dejo que me moleste. Quizás West no recibe muchos regalos. Me siento y
presiono mis senos contra su brazo, besando su cuello. —No seas un grinch. 180
Espera, iré a buscarlo.
Camino hacia la sala de estar con sólo mis bragas de Navidad puestas,
hurgando en mi bolso con mi trasero en el aire, haciendo un pequeño espectáculo
porque sé que puede verme y me siento tan bien. Tan feliz.
Cuando regreso, le doy el libro que le compré, envuelto en un papel de reno
con un arco dorado brillante. Lo coloca en su regazo, renuente o quizás esperando
que le de la tarjeta que tengo en la mano, así que hago eso.
Abre la tarjeta primero, rasgándola a lo largo por un lado de una manera
que hace que se flexione dentro del sobre y luego se libere, ligeramente arrugada,
en su palma. El dinero sale revoloteando. Doscientos dólares en billetes de veinte,
cayendo en una pila desordenada en la cima del libro.
—¿Qué es esto?
Tres‖palabras,‖pero‖en‖la‖forma‖en‖que‖las‖dice… me estremezco.
Algo está mal.
Algo está mal y de repente me siento asustada, pequeña. Avergonzada de
encontrarme aquí parada casi desnuda cuando West está vestido y distante.
Cuando suena tan enojado.
Comienzo a buscar por la habitación mi sujetador. —Se suponía que debías
abrir el regalo primero —bromeo—. ¿Quién comienza con la tarjeta?
—Yo.
Me las he arreglado para ubicar mi sujetador y me lo estoy colocando,
apretando los tirantes, cuando la mano de West se cierra alrededor de mi
pantorrilla. —Caroline. ¿Para qué es esto?
Hace la pregunta muy lenta y deliberadamente, haciendo énfasis en cada
palabra. Con furia grabada en las líneas de su rostro.
No puedo imaginar qué piensa que he hecho. ¿Caridad? ¿Lástima?
—El préstamo. —Y me digo que no voy a decir más, pero no consigo evitar
hablar con sus ojos tan enojados. Balbuceo—: Siento que no sea más. Eso es todo lo
que pude ahorrar en las últimas seis semanas, con la llegada de la navidad. Espero
que no seas una de esas personas que piensan que un libro es un mal regalo,
porque compré libros para todo el mundo este año. Aunque pensé que te podría
gustar. Se trata de la ciencia del pan, y hay un‖capitulo‖allí…‖¿qué?
Está relajado. El alivio en sus ojos —en su cuerpo entero— es palpable.
—Por Dios. West, ¿qué pensaste que era? 181
No responde. Espero, y él desenvuelve el libro, pasa las páginas. Creo que si
estuvieran en latín o en blanco, no lo notaría. Sólo está recobrando la compostura y
me siento avergonzada de tener que quedarme parada aquí y verlo suceder,
cuando obviamente desea que estuviera en algún otro lugar.
—Esto es genial —dice después de un largo e incómodo minuto—. Gracias.
—Hay una pausa—. No tienes que pagarme.
—Por supuesto que sí.
Por fin levanta la mirada. —Preferiría que no lo hicieras.
No estoy segura de cómo responder a eso. Me siento tan desconcertada,
pero coloca el libro en la cama y pone las manos en mis caderas. Me coloca entre
sus piernas y apoya su rostro contra mi estómago.
—En serio —dice—. Simplemente no lo hagas.
Sus manos se deslizan sobre mi trasero. Estoy preocupada por lo que
sucedió, pero las manos de West son calmantes. Una distracción efectiva. Como
estoy segura que sabe.
—No te compré nada —murmura.
—Está bien.
—¿Te he dicho lo mucho que me gustan estas bragas?
—¿Estas? ¿Por qué?
—Las tienes puestas.
Exhalo una risa. No estoy segura de qué hacer con mis manos, por lo que las
apoyo en la cima de su cabeza. —Pensé que me ibas a hacer sopa. Ese puede ser mi
regalo de Navidad.
Mete un dedo en el elástico de mis bragas, las baja, sigue a su dedo con la
nariz. Inhala.
—Tengo una mejor idea.
Golpeo su hombro. Es uno de esos golpes que se convierten en una caricia.
—West.
Algo sucedió. Me gustaría presionarlo, pero la verdad es que tengo miedo
de hacerlo, y tiene sus manos dentro de mi ropa interior ahora. Sus manos son
grandes y cálidas, su respiración es una provocación que me hace pensar en su
lengua y en cómo nunca antes me ha gustado tener sexo oral, pero cómo, con West,
todo es diferente.
Con West, tengo la sensación de que me va a gustar. 182
—Regresa a la cama —ordena.
Así que lo hago.
Y oh, Dios mío. Me gusta.
Más tarde, el timbre suena.
Las ráfagas han disminuido, pero la nieve sigue cayendo. Me encuentro en
el sofá de West, con mi ordenador portátil calentando mis muslos, con mis
pensamientos en poesía romántica, jarrones griegos, Mont Blanc. Estoy mirando la
parte de atrás de la cabeza de West, donde se halla sentado en el suelo junto a mi
cadera, resolviendo los problemas de la práctica de su examen final de física. Estoy
tratando de decidir si lo sublime en realidad podría ser este momento. Este
resplandor en mi cuerpo, mi afecto por sus orejas, la forma en que mis dedos
quieren descansar en él cuando estoy pensando en el siguiente párrafo que voy a
escribir.
El timbre no tiene ningún sentido en absoluto. No puedo imaginarme por
qué alguien querría salir con este clima o qué posible razón tendría una persona
que no sea West o yo para estar aquí.
Sin embargo, él se pone de pie casi de inmediato, sacando su teléfono del
bolsillo, revisando sus mensajes o su correo.
Oh, cierto, es un traficante.
—¿Esperas a alguien?
La panadería estaba llena anoche, con un montón de estudiantes queriendo
asegurarse de que tenían suficientes provisiones para mantenerse drogados por la
pena de un mes de encuentros con sus padres o fiestas con sus viejos amigos de la
secundaria.
—No.
Va hacia la puerta, la abre y bloquea mi vista de la escalera de incendios. Se
encuentra arriba, en el segundo piso, en el apartamento que hay encima de una
tienda que vende regalos y ropa de mujeres. El rellano de afuera es pequeño, y el
sofá tiene un mejor ángulo de la puerta que mi rincón en la panadería. Puedo ver
dos figuras más allá de West.
No estoy segura de por qué me levanto. Porque no quiero sentirme apartada
de él hoy, supongo. Porque me estoy volviendo menos dispuesta a apartar los ojos
de las cosas que me hacen sentir incómoda y simplemente pretender que no están
sucediendo.
183
Esto va a sonar extraño, pero también es un poco debido al pene de West. A
lo que me refiero es a que tenía miedo de tocarlo allí sin directrices claras. Miedo
de que no sería buena en ello o que lo estropearía. Pero mira lo bueno que resultó
cuando lo hice, ¿cierto?
Tengo miedo de esta parte de quién es, más temerosa de lo que me sentía de
tocarlo. Este West que rompe las reglas, que podría ser arrestado o enviado a la
c{rcel… ni siquiera sé por qué lo hace. ¿Sólo por el dinero? ¿Porque quiere hacerlo?
¿Porque quiere demostrar que no tiene miedo?
O‖quiz{s‖lo‖hace‖porque‖le‖gusta.‖Tiene‖una‖experiencia‖que‖no‖comparto…
palabras que no conozco, misterios de semillas y resina, el peso y coste. Tiene esa
voz que usa cuando está traficando. Creo que es el porqué le pedí que me drogara
cuando vino a mi casa. Porque quiero conocer todas sus partes. Incluso las que me
asustan.
De todos modos, no me filtro a través de todo esto conscientemente. Sólo me
meto debajo de su brazo, sonriendo, tocándolo, reclamándolo en esta noche y en
esta parte de su vida, en él, en todo.
Y entonces me paro en seco, la sonrisa cae de mi rostro.
El que se halla en la puerta, hablando con West, es Josh. E inclinándose
contra la barandilla detrás de él, envuelto en su abrigo de invierno, una gorra y la
bufanda‖que‖le‖di‖la‖navidad‖pasada… se encuentra Nate.
Se ve tan sorprendido de verme aquí como yo de verlo a él. Sus cejas se
juntan, su boca se aprieta y se pone blanca alrededor de los bordes —dolor—, y
luego con la misma rapidez se ha ido y está tratando y fallando de parecer
indiferente.
La conversación muere.
—Hola, chicos —digo alegremente. No estoy segura de cómo más jugar a
esto. Alguien tiene que suavizar esta incomodidad y supongo que tengo que ser
yo—. ¿Consiguiendo algo para matar el hambre durante las vacaciones?
—Ellos no van a conseguir nada. —El tono de West es cáustico. Mira a
Josh—.‖ ¿Qué‖ parte‖ de‖ “m{ndame‖ un‖ mensaje‖ primero”‖ y‖ “no‖ vengas‖ a donde
vivo”‖te‖resultaba‖tan‖difícil‖entender?
El mentón de Josh se levanta, desafiante. —Pensamos en ello mientras
conducíamos. Pensé que estarías aquí, con los exámenes finales.
West niega con la cabeza. —Te dije cómo funciona.
184
—Sí,‖pero…
—Yo pongo los términos —dice secamente—. No tú.
—Compraremos una onza completa —dice Nate. Se encuentra apoyado
contra la barandilla, fingiendo relajación. Su expresión es toda puritana, y la
reconozco como la cara que ponía cuando quería que hiciera algo para él que no
quería hacer.
West nunca me ha mirado de esa manera.
—Probé algo de lo que le vendiste a Marshall —dice Nate—. Es una mierda
muy buena. Él dice que es ciento cincuenta por media onza.
—No te voy a vender.
—Te pagaré cuatrocientos. —Hay‖algo‖en‖la‖manera‖en‖que‖Nate‖dice‖esto…
como si intentara averiguar el precio de West para así poder pagarle, y luego
mirarlo por encima del hombro por estar lo suficientemente quebrado para dejarse
corromper.
Me siento un poco impresionada. Me refiero a que lo vi en el suelo después
de que West le diera un puñetazo. No puedo creer que tenga las agallas de estar
aquí, mucho menos de mostrarse tan superior.
—Tal vez no estoy siendo claro. —West se está enojando—. No te vendería
sin importar lo que me pagaras. —Señala a Josh—. También he terminado contigo.
Fuera de aquí.
La mandíbula de Nate se endurece. —Eres un idiota.
—Tú eres un chupapollas.
—¿Esa no es más el área de Caroline?
Tengo tiempo para registrar lo que le hacen las palabras a‖ West… esta
extraña ondulación de tensión que lo atraviesa, como si cada parte de su cuerpo se
pusiera dura y furiosa, todo a la vez.
Tengo tiempo para pensar: Oh, mierda.
Entonces todo sucede rápido. West se lanza hacia delante y me empuja
hacia atrás, dentro del apartamento, al mismo tiempo. Estoy atrapando su cintura,
intentando evitar que golpee a alguien o que lo golpeen, no por mí, no esta noche.
—Mantente fuera de esto —dice, y me aleja hacia la puerta, pero la escalera de
incendios está resbaladiza y pierdo el equilibrio y me golpeo la sien contra algo
duro que me hace ver las estrellas, lo que siempre pensé que era una figura
retórica. Nate se halla contra la barandilla, West por encima de él, Josh está
empujando‖a‖West,‖el‖puño‖de‖West‖se‖levanta…
185
No creo que sea culpa de West, realmente no lo creo.
Pero cuando todo ha terminado, West es el que se encuentra parado en la
escalera de incendios con los calcetines mojados, frotándose los nudillos
distraídamente, y Nate es el que se halla de rodillas al pie de las escaleras,
sosteniéndose las costillas y escupiendo sangre.
Creo que necesitas una ambulancia.
Puedo caminar.
Mantente alejado de ella.
Ella no te pertenece.
Tampoco te pertenece a ti, imbécil.
Tuviste tu oportunidad. Lo jodiste.
Desearía haberla tenido por más tiempo. Extraño ese dulce trasero. ¿O no la has
follado allí todavía?
Sácalo de aquí. No me haré responsable.
Vamos. Nate. Vamos.
Lo lamentarás.
Me deslizo por la jamba, sacudo la cabeza, parpadeando. Hace frío.
Desearía que no hubiese ido a la puerta.
West está allí, su rostro justo enfrente del mío, su intensidad es casi más de
lo que logro soportar. —Mierda, Caro, ¿estás bien?
—Estoy bien.
Me pone de pie, posiciona su brazo a mí alrededor, le cierra la puerta a Nate
y a Josh. Se hallan ahí afuera en la nieve, Nate cojeando cuando intenta caminar,
posiblemente herido.
Es tan feo. Todo eso, esta fealdad, por mi culpa.
Lo odio.
Creo que se suponía que me gustara. Pienso en todas las películas que he
visto en las que el chico se pelea con alguien por su mujer. La chica nunca sale
golpeada en esas películas. Nadie nunca corre al baño, encorvada, y vomita sopa
de pollo a medio digerir en el inodoro.
Claramente, estoy haciendo esto mal. Estoy haciendo todo mal.
186
Escucho a West entrar en la habitación, pero no sé lo que quiere de mí.
Cuando fui a la puerta, antes de que incluso mirara a la escalera de incendios, puse
mi brazo a su alrededor y él se alejó de mí.
Me dolió cuando hizo eso. Todo lo que vino después sólo hizo que doliera
más.
Pienso, estúpidamente, en el regalo que le di. El arco brillante. Doscientos
dólares en un sobre.
¿Qué pensó que le estaba pagando?
La fealdad no se encuentra solo en mí. También está en él, y no quiere que
sepa sobre ella, pero eso no hace que no esté allí.
Me estoy enamorando de un chico que vende drogas, que da puñetazos
cuando está enojado, que conoce mi cuerpo mejor que yo.
Ya estoy enamorada de él. De West, a quien le gusta poner las reglas y que
no quiere que le de dinero en un sobre después de haber tomado su polla en mi
mano y le haya hecho correrse.
No sé quién es, cómo se ve su pasado. No puedo saberlo, porque él no me lo
dirá. Pero su presente es lo suficientemente feo para hacerme cruda y
dolorosamente consciente de mi propia ingenuidad.
Estoy temblando, aferrándome a la fría porcelana, llorando.
West se agacha junto a mí. —Déjame ver tu cabeza.
Lo dejo. Apesar de que me siento enferma, sollozando más por él que por
mí. Apesar de que me odio.
Me acurruco en el regazo de West en el piso de su baño y lo dejo mirar mi
cabeza, revisándome en busca de una contusión. Envuelve sus brazos a mí
alrededor y se inclina contra la pared, abrazándome. Sosteniéndome.
Algo está mal con nosotros, pero no quiero dejarlo ir nunca.

187
Traducido por Jasiel Odair, Jeyly Carstairs & Noelle
Corregido por Niki, mirygpe & Emmie

West
Mi mamá tenía una cosa por El Mago de Oz. Cuando era niño, encontró 188
estas cortinas azules con cuadros blancos en una tienda y las colgó en el tráiler,
donde hacía que todo se viera mal. Fue sólo unos meses después del más
reciente acto de desaparición de papá, y ella aún llevaba esos zapatos rojos
brillantes baratos que él le había dado. ¿Conoces la clase de zapatos con horma
ancha y tacón apilado como una cuña de queso?
Los amaba. Los llevaba a todas partes, apesar de que siempre hacían que
se le torcieran los tobillos. Una noche se los puso para ir a beber con papá y
regresó tres días después vistiendo ropas nuevas, con un tatuaje de Toto en su
tobillo y un vaso de chupito que decía Reno. Me lo dio como recuerdo.
Después papá se fue y mamá perdió su trabajo porque él se llevó el coche
y ella no podía encontrar a nadie fiable que la llevara a la ciudad; ella hacía esta
broma en la que hacía clic con los tacones de los zapatos y decía—: No hay lugar
como el hogar, no hay lugar como el hogar.
Entonces miraría alrededor del remolque y frunciría el ceño como si
estuviera decepcionada.
—Sigue siendo un basurero —decía.
Pero se inclinaba hacia mí si estaba cerca, su hombro contra el mío,
nuestro cabello tocándose. —Por lo menos nos tenemos el uno al otro, Westie.
Todos sus chistes eran así, el humor a costa nuestra, el rayo de luz en el
hecho de que éramos un equipo. Una familia.
No hay lugar como el hogar.
Pero no puedes ir a casa de nuevo —aprendí eso de estar en Putnam. El
hogar cambia mientras estás lejos, y tú también cambias, sin darte cuenta. Te
metes en el auto, ves las formas de tu mamá y tu hermana menor desde el
retrovisor más pequeño, y piensas que todo seguirá estando ahí la próxima vez,
como si fueras a por comestibles o a trabajar en los hoyos del dos al dieciocho en
el campo de golf, en turnos seguidos, entonces giras a la derecha en el camino de
entrada de la casa de Bo como si nunca te hubieras ido.
No funciona de esa manera. Llegas a casa en un avión. Aterrizas en
Portland, haces autostop a CoosBay, caminas a la escuela para sorprender a tu
hermana cuando salga, y luego, cuando pasa el grupo de chicos con los que va,
ni siquiera la reconoces.
Nunca has visto su ropa antes. Sus orejas perforadas. Su rostro es
diferente.
Y lo peor es que ella tampoco te reconoce. Pasa justo a tu derecha. Tienes
que cogerla de la manga, decir su nombre. 189
Nunca me he sentido más como dos personas diferentes de lo que lo hice
esa Navidad.
Una de mí viviendo en Oregón, con Frankie, mamá y Bo. Desarraigado,
preocupado, frustrado y cauteloso —pero allí, donde pertenecía.
El resto de mí estaba con Caroline.

Me quedo dormido después de mi último final y me despierto con un fuerte


golpe en la puerta del apartamento.
Para este momento, Caroline ya se ha ido en un avión al Caribe con su
familia, así que sé que es una mala noticia.
He estado esperando malas noticias desde que golpeé a Nate por las
escaleras hace dos noches.
No hay manera de que no vaya a tomar represalias. Lo humillé. Dos veces.
Ella es mía. Eso es lo que pensaba cuando lo hice. No me importa lo que me
pase, no voy a permitir que nadie diga ese tipo de mierda sobre Caroline frente a
ella, en mi cara, en mi puerta.
La peor parte es que sabía que ella jodería mis prioridades, arruinaría mi
cabeza. Sabía que lo haría, y ahora que lo ha hecho, me gusta.
Es perfecto. Quiero que ella se mude a mi apartamento, duerma en mi cama,
se duche con mi jabón, use mis camisas viejas. Quiero comérmela antes de
desayunar cada mañana, frotar su culo, enterrar mi cara entre sus tetas, y venirme
sobre su cadera.
Estoy a dos centímetros de estar tan dominado que me he convertido en uno
de esos tipos que hace lo que su mujer le dice que haga y sonríe todo el tiempo,
como si estuviera drogado por el olor a coño.
Soy un maldito caso perdido por esa chica. Ella me posee.
Razón por la cual, cuando el golpe suena en la puerta, casi me alegro por
ello. No puedo soportarme. No puede soportar que se haya golpeado la cabeza,
que se haya magullado la sien. Recordar el miserable y feo sonido que hizo al
vomitar en mi baño.
Después de que se quedó dormida, le envié un mensaje a Bo, diciéndole que
había una buena probabilidad de que terminara tras las rejas antes de que llegara a
casa por Navidad.
No dejes entrar a nadie sin una orden judicial, escribió.
190
En el momento en que tengo mis botas puestas, el golpeteo se ha convertido
en un asalto, pero me tomo el tiempo para recoger de mi almohada el libro que
Caroline me dio, doblo la esquina de la página, y lo meto dentro de mi bolsa de
lona.
Es un buen libro, y no lo quiero destrozado.
Hay dos de ellos en la puerta, un hombre fornido con el pelo rubio rizado
con un uniforme negro del departamento de policía, y un tipo negro más flaco y
más pequeño que lleva una camiseta roja de Seguridad de la Universidad de
Putnam.
—¿Eres West Leavitt? —pregunta el rubio.
—Sí.
—Soy el oficial Jason Morrow del Departamento de Policía, y este es Kevin
Yates, de seguridad del campus. Recibimos una llamada anónima acerca de que
usted ha estado involucrado en la venta ilegal de marihuana. Tenemos que entrar y
echar un vistazo alrededor.
Puedo decir por la forma en que lo dice que por lo general le funciona.
Llaman a las puertas de los universitarios —dos veces al año, tres veces si hay una
denuncia seria. Actúan civilizadamente y piden las cosas de manera agradable, y
estos otros niños ceden enseguida.
No tengo nada en el apartamento para que encuentren, porque a pesar de lo
que Nate parece pensar, no soy jodidamente estúpido. La cantidad de marihuana
que estoy cargando —esa es una falta grave por posesión por sí misma, un delito
mayor de clase D si pueden probar que estoy vendiendo. Lo cual pueden, por
supuesto, porque nadie podría fumar tanto y funcionar como un ser humano
normal. Lo guardo en un armario en el centro de recreación, y voy por allí dos o
tres veces a la semana, corro alrededor de la pista, levanto pesas, me ducho, me
embolso unos octavos, unos pocos cuartos, lo que sé que voy a ser capaz de
vender.
No he cultivado una planta en el campus desde el comienzo del año pasado,
cuando lo hice más como un alarde que nada. Quería que la gente hablara. Él es el
tipo que está cultivando buena mercancía. Él es el único que puede engancharte bien. Una
vez que la primera cosecha se recogió, cerré todo. Demasiado arriesgado.
Sé en lo que me he metido. Conozco mis derechos.
—No —le digo a la policía en la puerta.
No, él no puede entrar. 191
No, no puedo salir.
Estoy atrapado en este lío que hice, y tengo un mes lejos de aquí —de ella—
para averiguar cómo me voy a escapar.

Mi mamá lanza su brazo alrededor de mi cuello por detrás de mí,


acercándose a plantar un beso que rebota en mi oído y aterriza sobre todo en mi
gorra de béisbol.
—Ugh. Mamá. Hueles como carne al vapor.
Ella acaba de llegar a casa de su turno en la prisión. Nunca he visto la
cafetería en la que trabaja, pero si la forma en la que huele cuando llega del trabajo
es una indicación, no me estoy perdiendo mucho.
Sin embargo, realmente no me importa el beso. El olor de la cafetería está en
su ropa, pero también puedo oler su piel, un poco de jabón o loción de flores. El
mostrador del baño de Bo se encuentra lleno de productos de belleza de mamá.
He estado fuera tanto tiempo que las impresiones más fuertes cuando llegué
hace un par de días eran todas de olores. Humo rancio de cigarrillo, el
ambientador, la ráfaga de aire que salió desde el sofá cuando me senté —pelo de
perro y espuma envejecida de los cojines recubiertos con ambientador.
La primera vez que mamá me abrazó, su olor me causó molestia en la
garganta, una reacción física que no era debido a las lágrimas y tampoco era
debido a alergias. El niño que hay en mí diciendo mamá, al mismo tiempo que mis
manos picaban por apartarla, poner un poco de distancia entre nosotros.
—Simplemente no puedo creer lo bueno que es tenerte de vuelta.
—Deja de colgarte de él —dice Bo desde el otro lado de la mesa—. Es
demasiado mayor para esa mierda.
Mamá me quita la gorra y revuelve mi pelo aplastado.
—Es mi bebé. ¿Aún no has comido, Westie? Puedo hacerte carne si quieres.
Me ha estado manipulando con mis favoritos.
—Nah, comí en la ciudad. Frankie y yo cogimos comida en Arby después de
que la llevara a Bandon.
Bo levantó la mirada.
—¿Qué fuiste a hacer a Bandon?
192
Él se había ido cuando nos fuimos, desapareció cuando llegamos a casa.
Supongo que no lo sabía.
—Llevé a Franks a la clínica para el reconocimiento médico.
Sus ojos se estrechan y se vuelve hacia mi madre.
—¿Dejaste que la llevara para que le pongan esa inyección?
Mi mamá parpadea unas cuantas veces, con demasiada rapidez, y me doy
cuenta que se encuentra atrapada en medio de algo. Ella dijo que Frankie
necesitaba un chequeo para que se le permitiera hacer algún tipo de actividad de
fútbol después de la escuela cuando llegara enero. Cuando llegamos a la clínica, la
enfermera me dijo que Franks estaba retrasada en sus vacunas contra la hepatitis y
que tenía que conseguirla o no sería capaz de permanecer en la escuela el próximo
año.
Pensé que era una casualidad. El plan de salud estatal la había cubierto, así
que le dije a la enfermera que continuara, garabateando mi firma en el formulario
que me dio.
Pero ahora recuerdo, demasiado tarde, que Bo no cree en las vacunas. Él
tiene un libro sobre el tema, una conferencia preparada sobre la falacia de la
inmunidad de grupo y la toxicidad de las cosas que ponen en esas cosas como
conservantes. Iría con todo sobre los niveles de aluminio en la sangre durante una
hora si lo alentaras.
—¿Acaso Frankie obtuvo una vacuna? —pregunta mamá.
Cuando mamá entró por la puerta, lo primero que hizo Frankie fue
mostrarle la curita.
La miro, y ella me dedica esa sonrisa débil. Sus ojos me están
rogando. Vamos, West. Ponte de mi lado.
No quiero que haya lados. No entre mamá y Bo.
—Fui por lo que dijo el doctor.
Bo recoge sus cigarrillos Camel de fuera de la mesa y mira con atención el
paquete abierto. Frunce el ceño, desliza fuera el último cigarrillo. Él tiene mucho
aguante. Si él y mi mamá van a pelear por esto, no va a ser ahora.
Pero él no va a olvidar lo que pasó.
—Me voy a tomar una Coca-Cola —dice mamá—. West, ¿quieres algo?
—Tomaré una cerveza.
—¿Me traerías otro paquete del congelador? —pregunta Bo. 193
Mamá se dirige hacia la nevera.
—¿No acabas de abrir uno esta mañana?
—¿Y qué si lo hice?
—Se supone que debes tratar de reducir tu consumo. Por Frankie.
Frankie está fuera del salón, no es visible desde la cocina, pero la casa de Bo
es pequeña, y puede oír. Ella le dice—: Se supone que tienes que dejar de fumar, Bo.
—Tal vez la próxima semana.
Mamá agarra una cerveza para mí. No le pregunta Bo si quiere una, y
cuando saca la tapa, dice—: ¿Quieres un vaso, West? —Bo produce un ruido de
disgusto y se levanta de la mesa.
—¿A dónde vas?
—Fuera, al invernadero.
Abre el congelador y toma un paquete de cigarrillos.
—¿Cenaste algo?
—Sí, estoy bien.
Las comisuras de sus labios se bajan mientras lo observa salir por la puerta
trasera. Esto ocasiona su antigua mirada. Mi mamá sólo tiene treinta y siete años,
pero en su uniforme de prisión se ve de mediana edad, las líneas en su cara
hundidas, la decepción en los bordes de su boca nunca desaparece.
Ella odia ese uniforme. Dentro de poco se va a tomar una ducha y a
arreglarse el pelo, colocarse los pantalones vaqueros ajustados y una camisa
bonita, persiguiendo una juventud que se le escapa de las manos.
Ella siempre fue más como una amiga con permiso de conducir que uno de
los padres. Una amiga cuyos malos hábitos y defectos son evidentes para todo el
que la conoce, pero el tipo de amiga que te perdona, porque tiene un buen corazón,
y parece que no puede parar de ser aplastada.
Me gustaría pensar que esta es la primera vez desde que llegué a casa que
Bo se ha ido al invernadero en una rabieta, pero no lo es. Algo no va bien entre
ellos.
Hay un montón de cosas que no se sienten bien. Cosas que no esperaba.
Quiero pegar la aleta suelta en la esquina de la encimera de la cocina, cintas
amarillentas en los bordes anuncian tres o cuatro intentos a medias por arreglarlo,
pero es la cocina de Bo, y cuando busco a través del cajón de basura para pegar y
encuentro un sobre lleno de dinero en efectivo —uno de los muchos alijos de Bo—
194
me siento como un ladrón.
Quiero decirle a Frankie que no lea ese libro que tiene, ese libro de bolsillo
que recuerdo ver leer a las chicas cuando estaba en la escuela secundaria, así que sé
que trata de incesto, sexo oral y otra mierda que es demasiado adulto para ella.
Pero es la hija de mamá, no la mía.
Nada aquí se siente como si fuera mío.
Me digo que es porque nunca he vivido en esta casa. Antes de irme a
Putnam, cuando mamá decidió mudarse aquí con Bo, yo me quedé en el tráiler. He
dormido en el sofá de Bo antes, pero nunca he llamado la casa de Bo mi casa.
El tráiler es mío, y mi padre está viviendo en él.
—¿Qué pasa contigo y Bo?
Ella agita la mano en un gesto de desdén. Coge un mechero que hay encima
de la mesa, le da la vuelta un par de veces, golpeándolo ligeramente sobre la mesa.
—Está bien. Probablemente no duerme lo suficiente. Odia cuando tiene que
trabajar por las noches. Lo pone de mal humor.
—Está de vuelta al turno de día la semana que viene, sin embargo, ¿no?
—Así es. —Se deja caer en la silla que Bo dejó vacante, desliza los zuecos
que usa para trabajar y los arroja en el montón de zapatos que hay junto a la puerta
de atrás. Sus calcetines tienen diminutos Totos, y menea los dedos de los pies hacia
mí. Le di los calcetines para Navidad.
—Lindos —le digo.
—Los amo.
Se inclina y coge el mechero de nuevo, lo chasquea hasta que enciende una
llama. Un brillo astuto en sus ojos me dice que tiene una agenda para esta
conversación. —Así que esta es la primera vez que realmente te tengo todo para mí
misma. Dime todo lo relacionado con la escuela.
—No hay mucho que contar.
—Pregúntale por su nooooooovia —dice Frankie por toda la sala de estar.
Los ojos de mi mamá se iluminan. —Sabía que tenías una chica. No me
extraña que no me devuelvas las llamadas.
—Siempre te devuelvo las llamadas.

195
Ella rueda los ojos y chasquea el mechero de nuevo. —Sí, cuando no estás
trabajando. —Le infunde duda a la palabra, como si yo estuviera trabajando con el
fin de evitarla.
La mitad del dinero que gano, acabo enviándoselo a ella. Probablemente he
pagado por las revistas sobre la mesa de café, al igual que pagué por sus calcetines.
—Déjame ver una foto —dice ella.
—No tengo novia.
—¡Sí la tiene! —Frankie se encuentra en el umbral de la cocina ahora, su
sonrisa de placer—. Ella le envió una foto en bikini.
Maldita sea.
—Ella te envió una foto en bikini —le digo, porque es la pura verdad. Entré
en la sala para encontrar a Frankie con mi teléfono, mandándose mensajes con
Caroline, que acababa de compartir una foto de sus vacaciones con el brazo
colgando alrededor de una muchacha más fornida, su hermana Janelle. Ambas en
bikini con el pelo mojado, sonriendo.
Tengo que dejar de enviarle mensajes de texto. Dejar de mirar a esa foto.
Necesito trazar mejor las líneas en mi vida, porque esto es por lo que se
supone que debería preocuparme. Los problemas en esta cocina. Como Frankie,
obteniendo C’s en la escuela y sin conocer el significado de la palabra privacidad.
Como que sus tetas están creciendo y lleva un sujetador y blusas que anuncian este
hecho para que el mundo lo vea. Mi cabeza debe centrarse en lo que está pasando
entre mamá y Bo, y si Wyatt Leavitt tiene algo que ver con eso.
Sobre cómo, cuándo le pregunté a mamá si lo había visto, dijo que no, pero
no quiso mirarme a los ojos, y luego se volvió falsamente alegre, como cuando me
está mintiendo.
No tengo que preocuparme sobre si Caroline está divirtiéndose en el Caribe,
pensando en cuando voy a ser capaz de escaparme veinte minutos para llamarla, si
hay alguna manera de conseguir que se encuentre sola detrás de una puerta
cerrada con llave cuando la casa esté vacía, así puedo hablar sucio con ella, abrir la
cremallera de mis vaqueros y tomarme en mi mano.
—Déjame ver —dice mamá.
—No.
Pero Frankie aparece detrás de mí, sus dedos hundiéndose en mi bolsillo
trasero en busca de mi teléfono, y no soy lo suficientemente rápido para detenerla.
La agarro, haciéndole cosquillas, me extiendo por el teléfono mientras pellizco sus
costillas lo suficientemente fuerte para hacerla retorcerse y decir—: ¡Ay¡ —incluso
mientras se ríe. 196
—¡Atrápalo, mamá!
Arroja el teléfono, y consigo un vistazo de la pantalla con la aplicación de
texto abierta antes de que la carcasa golpee el suelo y se deslice a través de él.
Entonces me pongo de rodillas, luchando con mamá, Frankie en mi periferia, y es
la cosa más extraña, porque ambas se están riendo, pero cuando mamá pone su
mano sobre mí y me empuja, empuja fuerte. Cuando consigue el teléfono, se
levanta de un salto y corre a través de la cocina, diciendo—: ¡Mantenlo alejado de
mí, Frankie! —, y no se siente como un juego.
No es gracioso.
Evado a Frankie sin esfuerzo, agarro la muñeca de mi mamá, arrancando el
teléfono de su mano. Mi pecho agitado. Estoy alterado, fuera de control, lleno de
una ira mal dirigida, furia frustrada.
—Cristo, West, relájate —dice mamá. Pero sus ojos están brillantes, heridos
y orgullosos, y cuando miro a Frankie se estremece.
Quiero salir hecho una furia de la casa. Tomar un largo paseo por la
carretera y a lo largo del camino en la creciente oscuridad. Quiero enfurecerme,
pero no tengo nada sobre lo que enojarme excepto mi propio fracaso para hacer las
líneas en mi vida lo suficientemente negras, lo suficientemente oscuras para
impedir que este tipo de mierda suceda.
Respiro hondo y suelto el aire.
Esta es mi familia. Mi casa.
Esta es mi gente, y es aquí a donde pertenezco.
Si no se siente de esa manera, estoy haciéndolo mal. Cerrándome. Y no
puedo hacer eso, porque si pierdo esto, ¿quién soy?
Hojeo un par de pantallas en el teléfono y se lo devuelvo a mamá, cuya
expresión se suaviza con la ofrenda de paz. —¿La de la‖derecha,‖o…?
—La bonita. —Me escucho decir —. Su nombre es Caroline.

¿Qué estás haciendo?


Responde al mensaje enseguida. Nada.
¿Qué tipo de nada?
Acostada en el sofá viendo una película.
¿Qué película?
197
El Club de los Cinco. He visto 400 películas de Molly Ringwald hoy.
¿Por qué?
Eran de mi madre. Las veo a veces.
Una pausa. Mi papá está en el trabajo. Estoy aburrida. Malditas
vacaciones.
Sí.
Otra pausa. Te voy a llamar.
Me encuentro en el sofá, solo en la casa. El año nuevo ha pasado, y Franks se
halla de vuelta en la escuela. Bo tiene turno de día de nuevo. Él y mamá están
trabajando, y la casa está en silencio por primera vez desde que llegue aquí.
Estoy duro incluso antes de que ella conteste.
—Hola —dice.
—Hola.
Luego silencio, y se ríe con esa especie de risa entrecortada. —Esto es
extraño.
—¿Qué parte?
Puedo imaginarla mordiéndose el labio. Apartando la mirada de mí.
Puedo imaginar su garganta sonrojándose y poniéndose rojo tomate. La
forma en que sus pechos se elevan con cada rápida inspiración.
—¿Has visto la parte de la película donde Judd Nelson se encuentra en el
armario, y Molly Ringwald se encierra ahí con él?—pregunta.
—¿Cuál es Judd Nelson?
—El chico con el pelo largo y camisa de franela.
—El chico malo.
—Sí. Y Molly Ringwald‖es‖la…
—Se quién es.
Caroline se ríe. Un poco nerviosa. —Esa parte está pasando en estos
momentos.
—¿Y?
—Y esa es la mejor parte. Molly tiene su blusa de seda color rosa y su
cabello absolutamente perfecto, porque es una buena chica, solo que ahora están en 198
el‖armario‖juntos…
Comienzo a reír, al darme cuenta de a dónde va esto. —Pensé que estarías
con ese otro chico.
—¿Quién? ¿Anthony Michael Hall?
—El luchador.
—¿Emilio Estevez? Puaj.
—Se parece a Nate, pero no tan rubio.
Silencio por un par de segundos. —Dios. Se parece. Tienes razón.
Suena tan horrorizada que comienzo a reír.
—Pero siempre me gustó más Judd —dice —, incluso cuando escupe en el
aire y se lo traga.
—Tienes algo por los chicos malos, ¿no es así?
—No.
Puedo oír la sonrisa en su voz, sin embargo. —Está bien. Tal vez soy una de
esas pobres niñas ricas.
—Tal vez lo eres.
—¿Qué llevas puesto, niña rica?
Exhala una risa de nuevo. Hay un cambio que casi puedo sentir, un click en
la línea, señales digitales reorganizándose de una secuencia a otra. ¿Qué llevas
puesto? El disparo de salida para sexo telefónico suena y estoy en la línea de salida,
listo para ello. Mis vaqueros desabrochados. La mano fuera de mis calzoncillos,
porque no puedo hacerlo hasta que sepa que estamos jugando juntos. Esta vez no.
—Tengo mi blusa de seda color rosa. —Puedo oír el cambio también en su
voz. Diciendo sí.
Deslizo mi mano dentro de mis calzoncillos.
—Y esa larga y ajustada falda marrón —añade —. Botas marrones.
—¿Tienes botas?
—Claro. Todas las chicas en América tienen botas.
Un estricto control. Una caricia lenta. —Vas a tener que usarlas para mi
alguna vez.
—¿Por qué?
199
—Me gustan las botas.
La tensión. No hay nada como eso, tan malo y tan bueno. Está en todos los
músculos de mi cuerpo
—Oh. —El sonido es un susurro.
—¿Oye, niña rica?
—¿Mmm-hmm?
—Apaga el volumen de la TV.
Espero, desarrollando un ritmo. El ruido de fondo se desvanece en la nada.
Puedo escuchar su respiración.
—¿Qué crees que están haciendo en ese armario? —le pregunto—. ¿Ya
sabes, cuando la cámara cambia de plano?
Hay una pausa. —Nunca había pensado en eso.
—¿Quieres pensar en eso ahora?
—Tal vez.
—¿Dónde están tus manos?
—Mmm. No estoy segura de decirlo.
—Pon una de ellas en algún lugar interesante.
Exhala una especie de risa, y espero unos segundos para asegurarme de que
lo está haciendo. Entonces digo, lento y bajo—: Creo que empezaron besándose.
—Sí.
—Y los besos consiguieron calentarlos, y él la empujó hacia abajo sobre el
banco.
—No estoy segura de que haya un banco.
—Hay un banco. Es largo y plano, sin respaldo, así puede acostarla,
arrodillarse junto a ella y subir su falda más allá de sus rodillas.
—Pero es algo larga y estrecha. No creo que pueda subirla.
—Es bueno con las faldas. No tiene que quitársela. Solo la empuja hacia
arriba, así ella siente el aire en sus muslos y empieza a preocuparse por que sean
atrapados. Es emocionante pensar eso. Tal vez alguien entre y los vea: la chica
buena con las piernas abiertas, el chico malo de rodillas en el suelo, besándola.
Tocándola.

200
—¿Dónde la está tocando?
—En todas partes excepto donde ella realmente más lo desea.
Ella inhala profundamente, y su respiración queda atrapada. La he oído
hacer eso antes. Visto hacer eso. El sonido causa una oleada de calor desde mis
bolas, y me acaricio desde la cabeza hacia abajo. Lento y fuerte.
—¿Qué estás haciendo, Caro?
—¿Qué quieres que esté haciendo?
—Te quiero sobre tu espalda con la falda levantada y las piernas separadas.
Eso consigue de mí un mmm amortiguado.
—Ya estás así, ¿cierto?
—Tal vez.
—Esa es mi chica.
—¿Qué estás haciendo?
—Cariño, sabes lo que estoy haciendo.
—¿Cómo la última vez? —pregunta —. ¿En acción de gracias?
—Sí.
Solo respira.
—Él consiguió subir su blusa ahora —le digo—. Su boca en su estómago.
Descendiendo.
—Está nerviosa.
—¿Por qué?
—Nunca ha hecho esto antes. Es emocionante.
—A él le gusta la forma en que huele. Lo suaves que son sus piernas, lo
pálida que es. Como un secreto. Lleva bragas amarillas debajo, sencillas. ¿Están
mojadas, Caroline?
Hace una especie de chillido, y mis manos se aprietan. Dios, me encanta ese
chillido.
—Dime.
—Sí.
—Sí, eso pensé. La humedad atraviesa sus bragas, y él se adelanta,
colocándose a horcajadas sobre ese banco, pone su nariz justo ahí abajo,
empujando sobre la mancha de humedad.
—Eso es vulgar.
201
—Él es vulgar. Es por eso que a ella le gusta.
—Esa no es la única razón.
—Es una, sin embargo. Ella piensa que es excitante. Le encanta saber que
piensa en ella cuando no está. Que lo pone duro. Que lo hace venirse en su cama,
en la ducha, pero nunca la ha tocado.
—Dios. Eso es caliente.
Sonrío.
—¿Por qué le gusta ella? —pregunta.
Tengo que pensar en ello, no es la cosa más fácil de hacer con la mano en tu
polla, pero me las arreglo. —Le gusta que no sepa todas las cosas que él sabe. Que
no ha visto lo peor de la vida.
—Ha visto más de lo que él piensa.
—Tal vez, pero todavía tiene ese aire a su alrededor, como si las cosas malas
nunca pudieran tocarla realmente.
—Ella odiaría eso —dice Caroline—. Si le dijera que ese‖es‖el‖por‖qué… se
sentiría decepcionada.
—Pero esa no es la única razón. Ni siquiera es la principal.
—¿Cuál es la principal?
Trato de enfocarme en la película. No en Caroline extendida en su sofá,
tocándose. —Que está ahí en el armario. Es valiente, una vez que ha tomado la
decisión de lo que quiere. Es salvaje.
—¿Le gusta cuando es salvaje?
—Sí. Sí.
¿De quién estamos hablando? No estoy seguro. Estoy empezando a sentirme
de alguna manera drogado, tonto, como si pudiera estar diciendo más de lo que
quiero, pero no me importa.
—¿West?
—Sí.
—¿Qué hace después?
—Pone sobre lengua en ella, moviéndola sobre sus bragas. Coloca sus
manos bajo el elástico, sosteniéndola ahí en el banco, y lame y lame hasta que sus
bragas están empapadas y ella se halla a punto de terminar.
202
—¿A él le gusta eso?
—Malditamente le encanta. Hacer que se sienta bien, hacerla ceder el
control, desconectar su cabeza y solo sentir…‖es un viaje. Y también le gustan esas
bragas. Esas bragas amarillas. Pero necesita algo más, así que en lugar de
quitárselas, solo las mueve unos pocos centímetros. Lo suficiente para poner su
lengua en su coño, donde está suave, hinchada y tan mojada. No puede conseguir
suficiente de ella. Solo entierra su cara en ella, logrando empaparse todo el mentón
y su boca.
—West.
—Ella sabe increíble.
—Dios,‖West,‖no‖puedo…
No puedo, tampoco. Estoy pensando en su coño, la forma en que se sentía
bajo mis dedos, debajo de mi lengua. Sus muslos presionando contra mi cabeza,
sus manos en mi pelo, en mi polla, es demasiado. —Te deseo —digo —. Joder, te
deseo.
—Me tienes.
—Justo aquí, en este sofá, aquí. Te quiero aquí, Caro. Quiero probarte.
Colocar mis dedos dentro de ti, mi lengua en tu clítoris. Te quiero desnuda.
Está jadeando.
—Usa tu mano —le digo —. Piensa que soy yo. Vente para mí. Quiero oírte.
—West.
—Sí.
—Tú también.
—Estoy cerca.
Y luego es simplemente impresionante. El sonido. Solo gemidos y gruñidos.
Saber lo que está haciendo, imaginarla haciéndolo, sus tetas, su coño, sus
ojos cerrados, su boca abierta y la forma en que su rostro se ve cuando hago que se
venga.
Es mi mano trabajando duro y rápido, sus dedos volando, hay un hilo de
conexión entre nosotros, sobre el que no hay nada real, nada verdadero, nada
correcto, y de todos modos está aquí. No hay nada que pueda hacer al respecto, no
hay nada que quiera hacer excepto esto, excepto Caroline. Nada.
203
Aspirando una bocanada de aire, dice—: Ahora. —Y me vengo junto con
ella con un gruñido, y un chorro caliente cae en mi mano y un poco en el sofá. Lo
cual, joder, voy a tener que limpiar, pero ni siquiera me importa. Se esfuerza
mucho para no hacer ruido, e incluso así puedo escucharla, puedo oír el no-ruido
que está haciendo, y es malditamente glorioso.
Me vine un poco antes. Me inclino hacia atrás, cierro los ojos escuchándola.
Me libero, desquiciado, y me rompo en pedazos.
Pero siento, después, como si tal vez una parte de mi logro unirse de nuevo.

Es tarde. Salgo al invernadero, esquivando mierda de perro en el patio


trasero y deseando haber encendido la luz del porche.
Piso algo demasiado suave. —Joder.
Trato de quitarla arrastrando mi bota por el césped, pero es inútil. El olor
esta en mi nariz ahora, mi labio se encrespa. Tengo que encontrar un palo, tratar de
retirar la porquería marrón de la suela, pero eso no funciona tampoco, y termino
encendiendo la manguera del jardín, cubriendo el frío accesorio de cobre con mi
pulgar, dirigiendo el agua a presión sobre la suela de mi bota y enviando pedazos
de mierda por todo el lugar.
Para cuando consigo limpiar mi bota, mis pantalones se encuentran pegados
a mis espinillas. Tengo frio y estoy enfadado, disgustado con todo.
Voy a volver a la escuela en una semana, y toda mi vida se ha convertido en
un campo minado de basura.
Cuando llego al invernadero y abro la puerta, no veo a Bo de
inmediato. Tomo una respiración, tratando de encontrar un lugar tranquilo donde
hacer esto. No es su culpa que pisé una mierda de perro. No es su culpa que haya
estado esperando para hablar con él durante días y nunca hubo un momento
adecuado.
Está trabajando. Mamá se encuentra cerca. Frankie necesita ayuda con su
tarea.
Bo ha estado alejándose de la mesa de la cocina y desapareciendo durante
horas a veces, y yo siempre he pensado en el invernadero como su territorio,
donde va a estar solo, a no ser molestado por el hijo de su novia, que está
durmiendo en su sofá, comiendo su comida, metiéndose en su camino.
Pero tengo que hablar con él, porque me voy pronto. Nadie más va a
decírmelo.
Suena música en la parte de atrás. La sigo, sigo la luz, y encuentro a Bo
204
inclinado allí, soplando el humo de su cigarrillo hacia la noche por un cristal roto.
Reconozco la canción. Metallica. Le gustan todas las bandas de metal viejo,
pero mamá no puede soportar esas cosas.
El invernadero es un oxidado basurero, un montón de cristales rotos. A Bo
le encanta. Le gustan las cosas que crecen, y no sólo las malas hierbas, las cuales
sólo las planta en el bosque, pero sí verduras, hierbas, todo tipo de mierda. Habla
de conseguir un liofilizador, almacenar alimentos contra el colapso de la
civilización, pero generalmente termina poniendo cestos de tomates y maíz y
pimientos sobre la carretera con un cartel que dice: Sírvase usted mismo.
Bo es bajo, fornido, con la cabeza afeitada y pelo canoso en su pecho, que
por lo general puedes ver porque va por ahí sin camisa o a medio abrochar. En su
uniforme de la prisión, un cinturón con su radio, su teléfono, una macana, su
Beretta, se ve como un tipo duro.
Él es un tipo duro. Tiene cicatrices para probarlo. Lo vi entrar en una pelea
una vez en un bar. Destruyó al tipo que inició la pelea. Simplemente lo destruyó.
Es en parte debido a Bo que estoy en Putnam, en lugar de en la universidad
comunitaria. Porque confío en él para mantener su trabajo, cuidar de mamá, vigilar
a Frankie, y no transformarse en un pervertido o un idiota cuando deje de prestar
atención.
Él las ama. A ambas.
Nunca he estado completamente seguro de que mamá le corresponda. Él
tuvo que invitarla a salir un montón de veces antes de que ella dijera que sí. Tuvo
que cortejarla unos pocos meses antes de que ella comenzara a dormir en su
casa. Le gusta estar con él, le gusta su casa, pero no creo que le guste la idea de
ser la mujer de Bo por el resto de su vida.
Creo que es adicta a la forma en que mi padre la hace sentir. Ese
emocionante, nervioso y jodido rubor que sólo puede obtener de él.
—Me enamoré de él, al segundo en que lo conocí —me dijo una vez—. Tenía
quince años, y él condujo por el pueblo en esa moto, y el mundo dejó de girar.
Bo no se puede comparar con eso. Nada puede.
Lo sé, porque me sentí de esa manera la primera vez que vi a Caroline, y
todavía lo hago. Si hay una manera de apagarlo, no la he encontrado todavía.
Bo deja caer las cenizas sobre el borde de un vidrio irregular, que caen en las
malas hierbas que hay al otro lado de la ventana. 205
—¿Qué pasó con la policía? —pregunta.
No se refiere a si buscaron en el lugar o se fueron, ya le dije eso. Lo que
quiere decir es qué hice para conseguir su atención.
—Esta chica a la que estoy viendo, tiene un ex al que no le gusto mucho.
—¿Le diste una razón? Además de robar a su chica.
—No se la robé. Ellos ya habían roto.
Pero sí la había robado un poco. El primer año, cuando cruzaba el pasillo, la
observaba. Intentando conseguir un sonrojo. Hacía cosas para que me mirara a los
ojos, y Nate lo sabía. Me odiaba incluso entonces.
Tiene todo el derecho a odiarme.
—Me metí en ello con él. Por hablar mierda sobre ella.
Bo da una calada profunda, los ojos entrecerrados, observando. Esperando
el resto.
—Dos veces. La segunda vez fue un poco peor que la primera.
Pienso en Caroline vomitando en mi cuarto de baño. El rugiente dolor en mi
mano cuando conecté con su rostro. Su caja torácica.
Hago un gesto hacia el paquete de cigarrillos en el bolsillo de la camisa de
Bo. —¿Puedo tener uno de esos?
Levanta una ceja. No fumo, pero eso no significa que
no sepa cómo. Necesito el subidón en este momento, la forma en que la nicotina
espabila los bordes de todo, me hace desconfiar, me hace inteligente.
Necesito ser inteligente.
Me entrega un cigarrillo, y cuando lo pongo en mi boca y ahueco mis manos
alrededor de la punta, me da fuego de su encendedor.
—¿Qué es lo que tiene sobre ti? —pregunta Bo.
—Lo empujé por una escalera de incendios. Puede que se haya agrietado las
costillas. Agresión, supongo. Especialmente si fue al hospital después de eso.
—¿Hubo testigos?
—Su amigo. Y Caroline.
Asiente.
—Le he vendido al amigo —agrego.
—¿Más de una vez? 206
—Sí.
—Así que le avisó a la policía.
—Probablemente. Quiero decir, cualquiera podría haberlo hecho, pero
probablemente. ¿Crees que estarán de vuelta?
—Sí.
Aprieto los labios e inhalo, agradecido por el pequeño y susurrante sonido
del papel encendiéndose. Agradecido de tener esta pequeña y crispada chispa a la
que mirar, esta apretada plenitud en mi pecho mientras mantengo el humo en mis
pulmones.
Es bueno tener a alguien con quien hablar.
—¿Crees que debería dejar de vender? ¿Pasar desapercibido por un
semestre?
—Si puedes vivir sin el dinero.
Vacilo. Tomo otra calada. Me crecen un par de bolas y admito—: Terminé
enviándole la mayor parte a mamá.
Hace este sonido, no estoy seguro de lo que significa. Es una especie de risa,
excepto que con dolor en ella. Sin embargo, no se sorprende. Hay resignación en
esa risa.
No dice nada durante mucho tiempo. Se fuma el cigarrillo hasta el filtro, y lo
deja caer sobre el piso de tierra, rompiéndolo.
—No lo necesita —dice.
—¿Qué hace con él, entonces?
Se encoge de hombros.
—¿No tienes ninguna idea?
—Ahora no lo sé. Ropa y mierda para ella y Frankie. Creo que le
dio dinero a una de tus primas para deshacerse de un bebé, pero no hablará de
ello.
Dejo que eso se hunda.
—Va a ver a tu abuela una vez a la semana.
No se refiere a la madre de mamá, quien solía vivir en California pero ahora
está muerta. Se refiere a la madre de papá.
207
Quiere decir que la ruptura de hace una década entre mi mamá y la familia
de mi papá ha sido reparada discretamente, y ella no me lo dijo. Que mi dinero
paga por cosas que la gente de papá necesita, o cosas que quieren, porque así es
como actúa mamá con el dinero. Si lo tiene, se lo dará a cualquiera, por cualquier
cosa.
Si yo lo tengo, ella cree que es lo mismo que si fuera suyo.
—¿Ha estado aquí?
No tengo que decirle a Bo que me refiero a mi papá. Los dos sabemos acerca
de qué es esta conversación, y es un alivio hablar en torno al trasfondo de las
palabras, desenterrar los cables enterrados sin tener que nombrarlos.
Cuanto más permanezco aquí, más obvio se hace que, en el fondo, las cosas
están muy jodidas.
A cinco kilómetros de distancia, viviendo en un remolque de mierda en el
tipo de parque de remolques en el que nadie vive si tienen una opción mejor,
hay un hombre con mis ojos. Mi boca. Jodiendo las cosas simplemente al respirar.
—Una vez —dice Bo—, lo saqué con una escopeta.
—¿Qué es lo que quiere?
Bo me lanza una mirada de lástima, y tomo otra calada del cigarrillo y miro
mis pies.
Pregunta estúpida. Quiere lo que quiere siempre. Cualquier cosa que mi
mamá tenga. Su corazón. Su coño. Su dinero. Su orgullo.
Quiere la lealtad de Frankie.
Quiere ganarse a todo el mundo otra vez, llevarlos a su lado, conseguir que
sientan lástima por él, que miren el mundo a través de sus ojos, pensando, Hombre,
él pasó por algunas mierdas difíciles, pero es un buen tipo. Me alegro de que todo esté
funcionando para él en esta ocasión. Me alegro que haya solucionado todo.
Quiere que mamá se enamore de él, y luego, cuando ella esté tan perdida
que ni siquiera pueda recordar lo que sucedió antes, quiere pegarle en el estómago.
La última vez que vi a mi padre, me echó como a un perro. Me escupió. Me
dejó allí, mi labio partido, acurrucado alrededor del dolor.
No sé por qué mi mamá no puede entenderlo. Eso es lo que él quiere.
—¿Lo ha visto?

208
Bo no me responde durante tanto tiempo que creo que no va a hacerlo. Se
mueve por el banco, le da un golpe a una sucia maceta desbordante de tierra, frota
las manchas marrones secas que dejó una planta entre el pulgar y el índice. —
Mientras yo estaba en California, vendiendo la cosecha.
—¿Ella te lo dijo?
Su expresión se oscurece. —¿Crees que jodidamente la dejaría vivir aquí si
me lo hubiese dicho? Lo escuché de un tipo que conozco. Ella dice que es pura
mierda.
—No la crees.
—Aún no lo he decidido. Pero ya sabes lo que pasa si me entero de que lo ve
a mis espaldas.
Joder. Sí. Sé lo que pasa.
La echaría, y ella se lo merecería.
A Frankie también. Bo no criaría a una niña de nueve años de edad que no
le pertenece. No sin mi madre en su cama.
Se vuelve hacia mí. Se acerca, posando su mano en mi hombro. —Me
gustaría que no fuera así —dice.
No puedo mirarlo. Miro a las estrellas y termino el cigarrillo.
Es el peso del pasado, suspendido sobre nuestras cabezas por una cuerda
deshilachada.
Es una mujer con un cuchillo en la mano, un corte que podría arruinarlo
todo para mí. Arruinar a Frankie. Arruinar a Bo. Arruinarla a ella.
Es así, y no hay nada que pueda hacer al respecto.

Frankie se arroja sobre el respaldo del sofá, su antebrazo presionando contra


mi tráquea. —¿De verdad tienes que irte?
Inclino la cabeza hacia atrás y la agarro por la cintura para lanzarla sobre mi
regazo.
En el aire, se siente tan insustancial, sus huesos huecos como los de un
pájaro. Le hago cosquillas hasta que chilla.
—¡Detente, West! Lo juro por Dios, ¡detente, para, por favor! ¡West!
La dejo, y ella se apresura a alejarse de mí, piernas delgadas en vaqueros
ajustados, medias gruesas, una camiseta con una pequeña y corta cremallera en su

209
hombro, que no es lo suficientemente caliente para el invierno o lo suficientemente
juvenil para ella.
Mamá y Bo están en el trabajo. Esta mañana somos sólo Franks y yo, y un
autobús que tengo que coger si voy a tomar mi vuelo de regreso a la escuela.
Me voy, pero no creo que esté lejos mucho tiempo.
Desde aquella noche en el invernadero con Bo, puedo oír el tictac del
reloj. Las manos están volando alrededor de la esfera, como en una película,
borrándose, mezclándose, hasta que el tiempo es tan fino como un pañuelo de
papel.
Los ojos de mamá nunca se iluminan por cualquier cosa por mucho
tiempo. Sus manos nerviosas, sus respuestas evasivas.
En semanas a partir de ahora, meses si estoy de suerte, voy a recibir una
llamada que me hará dejar caer todo y volar a casa. Y la verdad es que no tengo
que ir a Putnam en absoluto.
Nunca tuve que hacerlo.
Me dije a mí mismo cuando me fui a la escuela que lo hacía por Frankie y
mamá, pero podría haber cuidado mejor de ellas si hubiese estado aquí. Inscrito en
el colegio comunitario. Teniendo un ojo en Frankie, manteniendo a mi papá fuera
de ese remolque.
Fui a Putnam porque quería.
Quería saber quién podía ser si no estuviera atado a este lugar. Lo que podía
lograr por mi cuenta.
Cualquier cosa, me diría Caroline. Puedes hacer cualquier cosa.
Ella también lo cree.
Caroline no podría entender cómo de egoísta puede ser un pensamiento
como ese. Qué egoísta soy por haber salido y por estar a punto de salir de nuevo
cuando sé cómo están las cosas aquí.
Frankie me está sonriendo, respirando con dificultad, sus clavículas
asomándose por la línea del cuello de su camisa, su labio inferior agrietado, los
dientes un poco demasiado grandes para su cara.
Tiene mierda negra todo alrededor de sus ojos, pendientes largos que
cuelgan casi hasta sus hombros.
Tiene nueve años.
Necesita a alguien que establezca límites, que la mande a la cama, que le

210
diga que cuelgue el teléfono y se lave la cara.
Me necesita para mandarle hacer su tarea y para manejar a mamá, que sólo
puede pasar como un padre decente si hay alguien a su lado para hacer su trabajo
por ella.
Me necesita.
El resentimiento se clava en mí, oscuro y venenoso.
Me gustaría saber alguna manera de darle la espalda. Si supiera cómo parar
de preocuparme, llegar a ser tan desleal como mi padre, entonces podría ir a
Putnam y quedarme allí. Enviarle a Frankie una tarjeta en su cumpleaños.
Ser el West de Caroline, con amplios horizontes y un sinfín de opciones.
—Te voy a echar de menos —dice mi hermana.
Aprieto los puños, tengo que cerrar los ojos.
Te dejaría atrás, si pudiera.
Ojalá pudiera. Quiero hacerlo.
Pero abro los ojos, abro la boca, y le digo—: También te echaré de
menos. Voy a estar en casa en unos pocos meses. Entonces te voy a llevar a algún
lugar genial. Portland, tal vez.
—¿En serio? ¿Qué hay de San Francisco? Keisha dice que tienen leones
marinos allí, y hay una tienda que tiene todo tipo de chocolate. Ahí es
donde debemos ir.
—Sí, creo que podríamos ir a San Francisco. Tal vez acampar en el camino.
Ver las secoyas.
—¿Acampar? De ninguna manera. Acampar apesta.
—¿Cuándo has acampado siquiera?
—¡Sé acerca de eso! Duermes en una tienda de campaña y no hay duchas y
te caen arañas encima de la cabeza. No, gracias.
Tampoco he acampado nunca. Pero, ¿quién va a llevarla si no lo hago yo?
—Podríamos hacer una fogata. Preparar galletas de
malvaviscos. Vamos a encontrar un lugar donde haya una ducha.
—Una fogata sería bueno —dice ella—. Mientras haya una ducha. Y
tendrías que matar a todas las arañas.
—Puedo manejarlo.
Lo que sea que tenga que ser manejado, arañas, pesadillas, tareas, padres,
puedo manejarlo.
211
¿Qué otra opción tengo?
Me pongo de pie. —Un abrazo de despedida.
Ella se levanta y envuelve sus brazos alrededor de mí.
Beso la cima de su cabeza. Su pelo es suave. Huele a productos químicos de
color rosa, y todo el rencor dentro mí se ha ido, llevado lejos como si nunca
hubiera existido.
Caminamos por la carretera juntos. Ella parlotea sobre San Francisco.
Me observa desde la carretera, ondeando su mano cada vez que me doy la
vuelta.
Me pertenece. No puedo hacer nada al respecto.
Son cinco kilómetros a la ciudad, pero tengo suerte y consigo que me lleve
uno de los vecinos de Bo.
Miro por la ventana del pasajero hacia el paisaje, blanco y trigo, beige y
marrón, el cielo completamente despejado e inalcanzablemente azul.
No luce como Iowa. Luce como yo. Esos colores, los colores de los
que estoy hecho, la suciedad en ese lugar en mis huesos, fija alrededor de mi
corazón.
No puedo seguir siendo dos personas. El reloj está corriendo, mi tiempo casi
termina, y no me dejaré atar a Caroline en esto, dejarle pensar que soy algún otro
chico, alguna versión de Iowa de mí mismo, cuando no lo soy. No consigo serlo.
Soy de Frankie.
No puedo ser de Frankie y mantener a Caroline. Ojalá pudiera, pero no
tiene sentido desear.
Cada vez que besé a Caroline, la atraje más profundamente. Profundo y
luego más profundo, hasta que no pude venir a casa sin traerla conmigo.
—Aquí está mi chica —le dije a mi madre—. Es hermosa.
Me senté en el sofá de Bo en la oscuridad y le dije a Caroline—: Quiero estar
dentro de ti. Te quiero aquí.
Pero fingía. No hay ningún mundo que tenga a
Frankie, mi mamá y Caroline en él, todas ellas perteneciéndome a mí.
He hecho un lío de las cosas. Eso es a lo que todo se reduce. Un jodido y 212
cruel desastre.
Caroline está dentro de mí, y ahora tengo que sacarla.
Traducido por Jessy., florbarbero & Lililamour
Corregido por Meliizza, mariaesperanza.nino & Itxi

Caroline
Las vacaciones de invierno fueron interminables. Dormí hasta tarde y 213
vagabundeé por la casa en mis pantuflas. El resto del mundo trabajaba,
productivos, pero yo no tenía nada que hacer.
Jugué seis millones de partidas de buscaminas, lo cual —sí, ni siquiera sé.
Obviamente existen mejores juegos. No me atrevía a comprometerme con nada
que involucrara más de un nivel o cualquier tipo de estrategia compleja.
Era agotador estar en casa. La Navidad en el Caribe me cansaba. Tener que
sonreír tanto. Tener que hablar de mis clases, mis amigos, mis intereses, y nunca
mencionar a West o la panadería, a Nate o las fotos, nada de eso.
Guardar secretos es agotador. Cuando toda tu vida se vuelve un secreto,
¿entonces qué?
Le hablé a mi padre del rugby. No le gustó la idea de mí jugando un
deporte de contacto.
—Deberías jugar al golf —dijo él.
—Papá, odio el golf.
—¿Qué hay de malo con el golf?
El golf me hacía pensar en West. Como hacía de caddie, de forma que
debía saber cuándo entregarle a alguien un palo número nueve o un hierro corto
especial sand wedge. Como debía tener opiniones acerca de los palos drivers, o
como usar algún tipo de uniforme, una camisa limpia de polo, pantalones cortos
color caqui. Se debía ver tan diferente.
Estudiaba minuciosamente los mapas de Google, buscando campos de
golf en Oregon, intentando adivinar cuál era el suyo.
Mis calificaciones llegaron. Dos A, dos menos A. Papá las colocó en el
refrigerador.
Preguntó si iba ir a ver a Nate, y cuando le recordé que habíamos
terminado, dijo—: Eran amigos antes de que salieran. Tal vez es mejor no
quemar ese puente.
Obviamente, no llamé a Nate. En su lugar, me eché una siesta de cuatro
horas.
Para año nuevo, papá me llevó a cenar e hizo una gran cosa dejándome
beber una copa de champagne. La mañana siguiente me dio su tarjeta de crédito
para comprarme “algo lindo”, debido a que tuve buenas calificaciones. Porque
se sentía muy orgulloso de mí.
Cuando le mostré el suéter de cachemira que había comprado en el centro
comercial —del tono exacto de los ojos de West— me besó la sien, frotó mi
214
hombro, y me dejó sola para ver películas malas en el estudio.
En la noche, mucho tiempo después de que papá se quedó dormido, me
recosté en el resplandor de la televisión y esperé a que West llamara.
Dormitaba a veces. Me encontraba tan cansada.
Pero cuando el teléfono sonó, me desperté. Reí. Ansié. Anhelé.
Enrojecí, clavé los dientes en la carne de mi pulgar, susurré palabras que
nunca pensé poseer.
“Te deseó”. “Te necesito”. “Dentro de mí”. “Dios, West”.
Él me diría cosas que quería que digiera. Cosas sucias que de alguna
manera no eran sucias con él, solo eran ciertas. Eran de verdad. Me las diría, y yo
las diría. Todo lo que él quisiera.
Sin embargo, había palabras que no dije.
Te extraño.
Te amo.
Debí haber pensado que habría tiempo para eso más tarde. Después de las
vacaciones, cuando lo viera otra vez, seríamos diferentes. Estaríamos cerca —tan
cerca como estábamos en el teléfono. Seríamos de verdad.
No había aprendido todavía que cuando toda tu vida es una farsa, lo
verdadero no es algo que te pase a ti.
Cuando te rodeas de mentiras, todas las cosas de verdad comienzan a
romperse.

Estoy de regreso en Putnam, una hora antes de ir al departamento de West.


No puedo evitarlo. Necesito verlo.
Quería recogerlo en el aeropuerto anoche, pero había dejado su auto en Des
Moines, y se le estaba haciendo tarde. Así que seguí su vuelo y vi cuándo
aterrizaba, a un viaje rápido de veinte minutos de mí en Ankeny. Lo imaginé
manejando hasta Putnam solo en la oscuridad.
Esta mañana, le había prometido a mi papá que me quedarían a pasar el
rato para el almuerzo después de que mi hermana y yo fuéramos a la tienda de
novias a recoger mi vestido. Janelle me interrogó sin descanso acerca de los chicos, 215
esperando saber si ya había superado a Nate. —Deberías empezar a pensar en
conocer a un nuevo chico —dijo al menos seis veces—. No es bueno centrarse solo
en la escuela.
Papá dijo que no debería involucrarme en nada.
Todo el tiempo, estuve pensando en West a una hora de distancia. Casi lo
suficientemente cerca para tocarlo.
Quiero subir los escalones de la escalera de emergencias de dos en dos,
pero me contengo. Están fríos. Golpeo la puerta, sin aliento, con el corazón
latiendo con fuerza. He estado imaginando este momento durante semanas. Pasé
todas las vacaciones anticipando este encuentro, este beso. West me presiona
contra la pared. Empujando su peso contra mí, sus caderas. Yo paso mis manos por
sus brazos y su espalda. Perdiéndome en él, tan cierto como me he perdido en mi
cabeza todo el mes.
Sin embargo, cuando abre la puerta, nada es de la manera en que lo
imaginé.
Su rostro se encuentra en blanco. Tan blanco como el cielo, tan gris y frío.
Espero a que reconozca que soy yo, para que se caliente, pero solo dice—:
Hola. —Y entonces me doy cuenta que me ha reconocido. Y esta es mi bienvenida.
No da un paso al lado para dejarme pasar. Va vestido para el trabajo en el
restaurante: pantalón negro, camisa blanca, lustrados zapatos negros. Tan guapo
que da un poco de miedo, con los ojos de esa manera.
—Hola. Has vuelto. —Tengo está molesta necesidad de revisar la puerta,
asegurarme de que estoy en el departamento correcto. En la dimensión correcta.
—He vuelto.
—¿Tuviste un buen vuelo? —Gah. Se suponía que debíamos estar besándonos a
estas alturas.
Él se da la vuelta y coge su abrigo del armario. —Estuvo bien. Tengo que ir
a trabajar.
—¿Un jueves?
—Tomé un turno.
—¿Puedo caminar hasta allí contigo?
Se encoge de hombros como si no fuera nada para él de una manera u otra.
Me siento desconcertada. Solo la otra noche dijo que quería estar dentro de
mí, estimularme, follarme duro hasta que los dos estuviéramos magullados y
temblorosos, y luego quería hacerlo otra vez, lento, sudorosos, temblorosos, y
216
observarme cuando me viniera.
Él dijo eso. Hace dos noches. No me lo inventé.
Cuando me roza al pasar, huele a lana y menta, y ni siquiera me mira a la
cara.
Lo sigo por las escaleras.
Se pone un gorro que nunca había visto antes, con rayas de color negro y
gris oscuro, gruesas y delgadas. Miro el lugar donde se encuentra la parte posterior
de su cuello. Mis dedos pican por tocarlo ahí.
Su humor me impide hacerlo. Su humor es algo real dividiendo el espacio
entre nosotros, tan sólido como el granito.
Vete, dice su humor, y me recuerda a las otras veces en las que él ha estado
así. Hace semanas.
Casi lo había olvidado. Todas las reglas que hemos tenido entre nosotros —
supongo que se suspendieron durante las vacaciones. Nuestra conversación de
tocar, querer, los sucios pensamientos que intercambiamos, me hicieron olvidar.
No sé cuáles son las reglas ahora, pero sé que las que sean, están
plenamente vigentes.
—¿Qué pasa?
—Nada.
—¿De verdad? Pareces algo distante.
Se vuelve a medias hacia mí, con las manos metidas en los bolsillos. Por un
instante, todo su rostro es una mueca de dolor. —Supongo que no tengo muchas
ganas de hablar.
Tenías ganas de hablar la otra noche.
Me provocaste dos orgasmos hablando antes de que colgáramos el teléfono.
Te oí venirte.
¿Qué demonios te sucede?
Probablemente debería haber elegido una de esas cosas y decirlas. Pero pasé
un mes en casa sin decir nada de lo que realmente sentía. West era la única persona
con la que me abría, e incluso con él, me censuraba a mí misma.
Mi garganta se siente apretada. 217
Llegamos a un cruce. La pila de nieve helada llega a mi cintura, pero hay un
camino cavado, y pasamos a través de él. Hago crujir el agua nieve de color gris
congelada en el camino. El restaurant se encuentra a media cuadra a la derecha.
Está oscureciendo, apesar de que son solo las cuatro. El mundo se siente
sombrío y amenazador. Pasa un auto, y el crujido de sus neumáticos me parece
una amenaza.
Hace frío. Mucho frío.
—¿Qué harás más tarde?
—Estoy ocupado hasta tarde.
No dice a qué hora estará en casa. No me invita.
Esa cosa vacía que hace con su rostro, es un truco. Un acto que ha
descubierto cómo hacer. Me vuelve loca, porque no sé cómo esconderme así, y no
he hecho nada para merecer su retirada.
Me hace pensar en ese día en la librería cuando intenté darle una bofetada.
El modo en que se encontraba ese día, ese es West. Esa era yo, también.
Ambos ahí esa tarde, enojados, intensos, impulsivos, reales. Considerando aquello,
este es West siendo un idiota.
—¿Cuál es tu horario de clases este semestre?
Otro encogimiento de hombros. —Tendría que revisar. No lo he
memorizado.
Hay una ligera burla en esa oración. No lo he memorizado, como estoy seguro
que tú sí.
West nunca se ha burlado de mí antes.
Me ha molestado, desafiado, seducido, pero nunca se ha burlado de mí.
Algo está de verdad profundamente mal aquí.
Me armo de valor y le cojo la manga del abrigo, haciéndolo detenerse de un
tirón en el medio de la acera.
—¿Te sucedió algo? ¿Anoche, o en el camino de regreso?
Es una remota posibilidad, pero él podría tener una excusa. Una explicación.
Podría.
—Te lo dije, no hay ningún problema.
—¿Entonces por qué te comportas así?
—Así ¿cómo? 218
Presiono sus bíceps con las puntas de mis dedos, mirando su rostro vacío. —
Así.
En cierto modo pone los ojos en blanco. No del todo, pero mira hacia el
cielo, como si lo molestara. Alguna chica problemática al azar. —Creo que tienes
una idea equivocada de nosotros.
—¿Qué significa eso?
—Presentarte en mi departamento. No vamos a ser así.
No vamos a ser así.
Eso es lo que está consiguiendo con esta rutina suya. Ese es su propósito. —
Me estás alejando.
Todavía no me mira, y al principio pienso que es más de lo mismo —una
manera para que pretenda que me estoy poniendo previsiblemente quejumbrosa
ahora, histrionismo femenino en total vigor—, salvo que sus ojos están brillando.
Su manzana de Adán se mueve, meneándose mientras traga.
Su voz está llena de grava cuando me dice—: Es solo que voy a estar
ocupado —se aclara la garganta, y continua—: Tengo dieciocho créditos este
semestre, además de un turno extra en‖la‖panadería,‖y‖no‖creo‖que…
—¿Quién crees que eres?
—¿Qué?
—¿Eres la misma persona con la que hablé por teléfono hace dos noches? ¿Y
la noche anterior a esa, y la noche anterior a esa, y dos veces muchos días, cuando
la casa se hallaba vacía, con Frankie en la escuela? ¿Ese eras tú, o era algún otro
chico que sonaba como tú?
—Sabes que era yo.
—¿Entonces que estás diciendo?
Cruza los brazos. Completamente incapaz de mirarme. —Estoy diciendo
que quiero dar marcha atrás a esta cosa.
—Esta cosa.
—Nosotros.
—¿Estás terminando conmigo?
—Nunca estuvimos saliendo.
Las palabras caen sobre el suelo entre nosotros, y miro el lugar donde
aterrizaron, justo enfrente de sus pies. El aguanieve gris congelado. West se 219
encuentra allí parado con las piernas abiertas, los brazos cruzados, la puerta del
restaurante a tres metros detrás de él, brillando como un faro.
Planeó esto. Se hallaba listo para ello.
Y sigue haciendo un trabajo realmente horrible fingiendo que no le importa
una mierda.
Nunca estuvimos saliendo.
No somos amigos.
Me dijo hace menos de cuarenta y ocho horas que quería pasar la lengua por
mi clítoris hasta que mis muslos temblaran. No sé qué es lo que cambio. Algo.
Nada. No se ha molestado en decírmelo.
Porque después de todo, ¿cuándo se ha molestado alguna vez en decirme
algo?
Debería sentirme enojada, pero me siento tan sorprendida, y tan
malditamente decepcionada. Pensé que encontraría en su cama en este momento.
Pensé que estaríamos sonriendo, desnudos, poniéndole un condón para que así
pudiera finalmente, finalmente, sentirlo en mi interior.
En su lugar, está tan lejos, que ni siquiera puedo encontrarlo en su propio
rostro.
—Bien —digo lentamente, mirando esas cinco patéticas palabras en el
suelo—. Nunca estuvimos saliendo.
Le echa un vistazo al restaurante tras él. —Me tengo que ir.
Debería dejarlo.
Debería decirle que se joda.
Pero necesito algo, una cuerda a la que agarrarme, alguna idea de lo que
pasa a continuación. Así que pregunto—: ¿Te veré? ¿En la panadería, o vendrás a
la‖fiesta‖de‖rugby‖del‖s{bado,‖o…?
—De seguro te veré por ahí.
—Sí. Grandioso. Eso es jodidamente genial, West.
Retrae las cejas, como si, quizás, estuviera llegando un poco a él.
Podría deberse a que las lágrimas dejan líneas calientes por mi rostro,
haciendo un charco bajo mi mandíbula, enfriando mi cuello.
Podría ser eso. 220
—Que tengas un gran turno —le digo—. Te veré por ahí. Es bueno que no
seamos amigos, o de lo contrario te extrañaría. O algo más que amigos; es bueno
que no estuviéramos saliendo, o me sentiría destrozada en este momento. Pero,
sabes, no lo estamos. Saliendo. Obviamente. Es tan obvio, no estoy segura de por
qué no recibí el mensaje. Tal vez fue todo el sexo telefónico, añadido a mi estúpido
cerebro femenino. O, demonios, tal vez fueron todas esas horas que pasamos
juntos en la panadería, pasando el rato, o esa vez en la que dormí en tu cama y
lloré en tu regazo en el piso del baño. Simplemente me confundí acerca de lo que
somos. No recibí el mensaje.
—Caroline…
Doy un paso atrás. Pierdo el equilibrio, me deslizo, y caigo sobre mi coxis. El
dolor hace aumentar las lágrimas. Cuando West me ofrece la mano, la aparto de un
golpe. —No. Estoy bien. Disfruta de tu noche.
Me levanto atropelladamente, y si sus ojos se han descongelado por fin —si
su expresión está llena de tanta miseria como siento yo— maldición, no voy a dejar
que me importe.
Voy a alejarme de él antes de que todo ello pueda alcanzarme.
Camino rápido, y luego comienzo a trotar, porque temo que si me permito
sentir todo lo que hay dentro de mí en este momento, tendré que aceptar que él
está rompiendo mi corazón a propósito, y mierda, no me dirá por qué.

La fiesta de rugby es legendaria.


En realidad son tres fiestas. Comenzando justo después de la cena, hay una
pre-fiesta en el salón de Rawlins que es sólo para el equipo. A las nueve, la fiesta
para toda la escuela se inicia en el Centro Minnehan, que siempre se encuentra
repleto de personas, debido a que el equipo de rugby realiza la primera gran fiesta
después de las vacaciones de invierno, toca la mejor música, y nunca se queda sin
cerveza.
Entre las dos fiestas, bueno, sucede eso por lo que es legendario. El concurso
de tomar mamadas.
El año pasado me lo perdí. Supongo que estaba estudiando. Pero esta vez no
hay duda de que iré. Ayudé a Quinn con la planificación, me presenté para decorar
Minnehan con recortes de papel de feroces jugadoras rugby y ese tipo de cosas
para el gran mural en la pared, que creo se suponía iba a ser una representación de
tamaño natural de un scrum, pero terminó pareciéndose a una orgía lesbiana 221
gigante, con todas las lenguas y manos. Realmente tenemos suerte de que en la
universidad nadie le preste atención a la decoración, porque guau.
Guau.
Quinn dice que va a guardarlo y ponerlo en su dormitorio después de la
fiesta.
Hice bocadillos de queso y salsa y galletas, pero nadie tiene hambre. Están
sedientos. Quinn trajo diez litros de ponche de frutas y tres botellas de vodka.
Mezclamos las bebidas en los vasos de plástico de color rojo. El vodka siempre
hace que me duela el estómago, pero lo tomo, de pie a un costado, observando a
los demás bailar.
No quiero beber demasiado. Tengo miedo de hacer algo estúpido, como
aparecer en la puerta de West y gritarle.
Como decirle que aunque sé que no va a fiestas, y quiere dar marcha atrás con
esta cosa, me gustaría que estuviera conmigo esta noche.
También podría patearlo.
Y luego probablemente lo besaría.
Me gustaría beber seis vasos en hilera, pero eso sería algo tonto. Entonces,
aquí estoy, bebiendo un solitario vaso de ponche lenta y precavidamente como una
niña buena, y cuando Quinn intenta que baile con ella, sólo sonrío y digo—: No,
gracias, voy a observar.
Voy a observar a Bridget y Krishna riéndose juntos al otro lado de la
habitación, mis amigos, que oficialmente no se supone que se encuentren aquí, a
menos que estuvieran ayudándonos a Quinn y a mí, pero a nadie le importa
realmente.
Voy a ver a Quinn ondulándose, haciéndose pasar por una medusa, porque
ese es el tema que le asignaron para interpretar bailando.
Vigilaré la puerta, apesar de que no va a venir; no fue invitado a la fiesta, y
diría que no si lo invitara.
Voy a estar aquí y ver mi vida pasar, porque soy una buena hija, una
organizadora de fiestas, una idiota cobarde seguidora de reglas. Y como están las
cosas, eso es todo lo que siempre seré.
Salimos del destrozado salón, nos ponemos nuestras chaquetas y gorros, nos
envolvemos con las bufandas, y salimos a la noche oscura. La temperatura es de
seis grados bajo cero; hay una gruesa capa de nieve medio derretida. Caminamos 222
hacia el campo de rugby junto a las vías del tren, en un lugar detrás del Centro
Minnehan que Quinn y yo limpiamos diligentemente antes. Doce metros de
relucientes vías libres de nieve en líneas paralelas.
Algunas personas ya se encuentran allí, la mayoría amigos, novias y novios
de los jugadores. Mientras sacamos las botellas de las mochilas y desenvolvemos
los vasitos desechables para alinearlos a lo largo de las vías, la multitud crece.
Tengo un sobre de tela lleno de dinero. Se supone que debo ser el cajero, pero
cuando Quinn se arrodilla junto a las vías, y dice—: ¡Vamos, chicas! ¡Pónganse en
fila! —No quiero serlo más.
No quiero estar en el exterior, observando.
Encuentro la cabeza de Krishna entre la multitud, y lo señalo. —Tú eres el
cajero —le digo, colocando el sobre en su mano.
—Sólo si me das una gratis.
—Está bien. Puedes ser el primero. —Atrapo la mirada de Quinn—. Quiero
entrar en esto.
—¡Dulce! ¡Tenemos otra virrrrgen!
La idea de que soy virgen tomando mamadas es claramente hilarante, pero
nadie se burla de mí aquí.
Hace un poco de espacio a su lado, me consigue un chupito y lo coloca en
las vías frente de mí.
—¡Muy bien! —grita, y la multitud comienza a reunirse a nuestro
alrededor—. ¡Todos saben cómo funciona esto! Diez dólares te consiguen dos
mamadas: uno para ti y otro para la increíble y asombrosa jugadora de rugby patea
traseros del otro lado de las vías. Le pagas a tu chica, y ella te deja pegar su billete
de diez dólares en su camisa. Comenzamos al mismo tiempo con el sonido del
silbato. Tienen que beber en las vías, y tienen que tomarlo en un solo intento sin
usar las manos. Si se ahogan o se escupen toda la cara como perdedores, vuelven al
final de la fila. Si la jugadora se atraganta o lo vuelca sobre ella, pueden recuperar
su dinero. Si ambos tragan como niños grandes, pueden pagar otros diez y hacerlo
de nuevo si lo desean. ¿Entendiste todo, Krishna?
Sus ojos se vuelven hacia Krishna. Asiente.
—Cierto. Todo el mundo conoce a Krish. Si necesitan cambiar dinero,
hablen con Krish. También voy a nombrarlo el jodido árbitro. Esto se supone que
sea divertido para recaudar dinero para el rugby. Sí, los tragos se llaman mamadas. Sí,
es tan atrevido. Pero si traspasan la línea de la diversión y los juegos intentando
223
tocar o insultando, o con cualquier otra idiotez, Krish los va a echar, y una docena
de jugadoras de rugby cabreadas van a respaldarlo. Este es un lugar seguro. Para
todos. ¿Entendido?
Hay más asentimientos y algunos aplausos. La multitud está feliz, somos
felices. No somos las únicas que se prestaron para la fiesta previa. —¡Muy bien!
¡Vamos a hacerlo! ¿Dónde está mi chica con el silbato?
De alguna manera, Bridget tiene el silbato. La primera fila de tomadores
paga su dinero y se pone de rodillas.
—¡Las manos detrás de la espalda! —grita Bridget.
Meto los dedos en los bolsillos traseros de mi pantalón, así no caeré en la
tentación.
Krishna me guiña un ojo.
—¡Succionen, chicas! —dice Bridget, y hace sonar el silbato.
Hundo la cabeza. Es difícil conseguir colocar mi cabeza justo al nivel de las
vías, y tengo que abrir la mandíbula mucho para colocar la boca alrededor del
vaso. Lo suficientemente amplia para que sea doloroso. Cuando me incorporo,
algo parpadea en mi visión periférica, una cámara o una linterna, o simplemente
una luz brillante fuera de las vías.
Me veo a mí misma desde el exterior. La cabeza echada hacia atrás. Con los
ojos cerrados. Una parodia de un orgasmo.
El chupito se desliza por mi garganta Baileys, Kahlúa, crema batida.
Ardiente y frío a la vez, extraño y alarmante. Sofoco mi reflejo nauseoso. Me lloran
los ojos. Es imposible no recordar las manos en mi pelo, tirando demasiado fuerte.
La polla de Nate empujando más lejos en mi garganta de lo que yo quería, y esa
sensación de estar justo al límite de la asfixia.
No es gracioso. No lo es.
Pero cuando trago y levanto la cabeza, nadie tiene sus manos sobre mí.
Tengo a Quinn a mi derecha. Bridget con su silbato, sonriendo. Krishna frente a mí
con crema batida desparramada por su chaqueta negra, jadeando de risa. —Eso es
jodidamente asqueroso —dice.
—¡Perdiste! —Se burla Quinn—. Al final de la fila.
Es una cosa extraña, porque no estoy borracha, no estoy traumatizada, y no
enloquezco.
224
No soy una puta tonta.
No soy una zorra, no soy frígida, no soy una decepción.
Solo soy una chica que toma un chupito en las vías del tren, chocando las
manos en alto con sus amigas, disfrutando de la calidez que se extiende por su
garganta y estómago.
Es estúpido. Pero me encuentro bien. En realidad me siento un poco feliz.
El siguiente par de chupitos son con chicos que no conozco. Consigo tomar
el segundo, pero me ahogo en el tercero, y el chico no acepta el dinero cuando
intento devolvérselo. Le dejé comprar otra ronda apesar de que no se supone que
lo haga. Se ahoga y deja gotear líquido amarillo-blanquecino por todo su mentón,
lo que es lo suficientemente repugnante para que ambos riamos. —Soy Aaron —
dice, ofreciéndome su mano.
La tomo. Es pegajosa. —Caroline.
Sonríe. —Lo sé.
Decido que quiere decir exactamente lo que dijo. Sabe mi nombre. No es
nada peor que eso.
—Tal vez te veré en la fiesta más tarde —me dice cuando se levanta, con las
rodillas de sus pantalones manchadas con la humedad.
Quizás lo haga.
Viene otro chico. Después de él, las piernas que caen pesadamente frente a
mí pertenecen a Scott.
Rugby Scott
—Hola —dice.
—Hola.
—Que fantástico es verte aquí.
Me río de eso. En realidad,‖resoplo.‖He‖tomado… uh, oh. Algunas bebidas.
Cinco. ¿O seis? No son muy grandes. Quinn nos enseñó a hacerlas con un montón
de crema batida y no tanto alcohol, porque hace unos años una de las jugadoras
tuvo que ir al hospital con una intoxicación etílica. Se supone que rotamos cada
cierto tiempo, pero todavía estoy bien. Estoy mejor que bien.
—¿Pensaste que no me verías?
—Um… —Sus ojos pestañean—. ¿Esa pregunta tiene una respuesta
correcta?
225
—¡Gente, hay que pagar! —grita Bridget. Scott extiende su mano con un
billete de diez dólares saliendo entre sus dedos.
—¿Dónde se supone que debo poner esto?
Tengo dinero sobresaliendo de mi bolsillo, y los veinte pegados en mi cuello
se están metiendo en mi oído. Miro al cielo, fingiendo exasperación. —Donde
quieras, chico grande.
Reduce la grieta entre nosotros.
Lo pone en mi bolsillo.
Me pregunto si también ha estado bebiendo.
Me pregunto por qué se encuentra aquí. Si llegó a pensar que me vería. Si
esperaba hacerlo.
Una de las jugadoras coloca un chupito frente a mí y otro delante de Scott.
Bridget hace sonar el silbato. —¡BEBAN!
Abro mi mandíbula. Coloco la cabeza hacia abajo, aspiro mi chupito,
volviendo a dejarlo con un golpe. No me pican más los ojos. Mis labios están
pegajosos y dulces, mis manos frías por estar fuera de mis bolsillos por tanto
tiempo. Scott también baja el chupito, y saca otro billete de diez de la cartera.
—¿Se supone que tengo que hacer esto de nuevo ahora? —pregunta.
—Tienes permitido hacerlo.
—Oh, es un privilegio.
Le sonrío. —Definitivamente es un privilegio. Y es por una buena causa.
Esta vez, mete el dinero en mi abrigo. Está abierto, así que cuando envuelve
sus dedos alrededor del cuello, sólo por un segundo, toca inocentemente mi pecho,
unos cinco centímetros al norte de mis tetas. Aunque hay un par de capas de ropa.
Pero nuestros ojos se encuentran, y sé lo que hizo, y lo mismo ocurre con él.
Silbato. —¡BEBAN!
Éste no es tan divertido. Comienzo a ahogarme, y tengo que agarrarme de la
vía del tren por un segundo, el hierro se siente frío a través del cuero marrón de los
guantes y aspiro aire por la nariz. En mi visión periférica, noto que hay un
disturbio. Movimientos. Una oleada de agresión.
—No es tu turno, amigo —le oigo decir a Krishna.
226
—Me toca hacerlo otra vez. —Scott.
—No me importa.
Conozco esa voz.
Miro hacia arriba y veo a West, de rodillas frente a mí.
Debe haberse metido en la parte delantera de la línea. Irrumpiendo y
quitando a Scott, algo que no está permitido. Si alguien más lo hiciera, Krishna lo
habría expulsado, pero West es West, y son amigos.
West es West, y quiere marcar algún tipo de punto. Solo Dios sabe cuál es.
Tiene la mandíbula apretada. Hay una línea entre sus cejas, su boca severa.
Me pregunto cuánto tiempo ha estado mirando y qué tipo de derecho piensa que
tiene aquí, de todos modos.
El músculo de su mandíbula se flexiona, sus dientes se aprietan.
—¿Estás aquí por una mamada?
—No.
Cruzo los brazos, haciendo un mohín. —Bueno, mamadas es lo que
ofrecemos. ¿Estás dentro o estás fuera?
Alguien desliza un chupito en las vías en el espacio frente a él. Bridget
grita—: ¡Paguen!
Con el ceño fruncido, West abre su cartera y saca un billete.
Lo extiende hacia mí.
—Se supone que tienes que ponerlo en mí.
—No voy a hacer eso.
—Todo el mundo hace eso.
Vacila, y creo que no lo hará. Parece preocupado por todo esto, no seguro de
si estoy siendo utilizada, utilizándome a mí misma.
Tampoco estoy segura, pero quiero decirle que a veces sólo tienes que
confiar en la forma en que se siente. Tienes que creer que las cosas felices pueden
hacerte feliz, y las cosas malas se sienten mal.
Quiero decirle que esta noche tiene que confiar en mí para saber lo que
quiero, en vez de decidir por mí.
Él no está a cargo de mí. Nunca lo estuvo.
Nunca salimos. No éramos amigos. Y no he pasado cada hora desde la 227
última vez que lo vi hace dos noches sintiendo el corazón roto, furioso, traicionado.
Detrás de él, Scott está esperando. El prometedor Scott. El agradable,
ordinario y aceptable Scott. Un hombre que podría llevar a casa para conocer a mi
papá. Debe de haber conducido todo el camino desde Carter esta noche por mí.
Es una pena que no es Scott a quien quiero.
Extiendo la mano, agarro la muñeca de West, y arrastro su mano a mi
pecho. —Este es un buen lugar.
Nuestros ojos se encuentran. Coloca el billete dentro de mi abrigo, debajo de
mi escote; sus largos dedos se sienten como un explosivo.
No he estado tan cerca de él desde antes de las vacaciones. Sólo en mis
sueños. Sólo en mi cama, en la oscuridad, recordando el sonido de su voz en mi
oído, el calor de su cuerpo, el deslizamiento de su lengua.
El silbato suena. —¡BEBAN!
Mantengo mis ojos en West mientras me agacho para tomar el chupito. No
se bebe el suyo. Sólo me observa.
Me mira mientras me lo trago.
Me mira cuando abro los ojos.
Tal vez sea porque estoy borracha, pero no lo creo. Pienso que es porque
estoy cansada de hacer lo que todo el mundo espera que haga. Estoy cansada de
esperar reclamos, que me digan que es lo que quiero.
Estoy cansada de tener miedo de lo que podría suceder.
Ya pasó.
Así que cruzo las vías, inclinándome hacia adelante con mi culo en el aire,
tomo su chupito, y lo dejo de regreso con los ojos cerrados.
Entonces lo miro directamente a los ojos. Me lamo los labios lenta y
seductoramente.
Y eso es todo lo que se necesita.
West se acerca, coloca sus manos en mi abrigo, y me tira hacia él. Nuestras
bocas se encuentran.
Es el beso más obsceno de mi vida. Profundo y duro, caliente, dulcemente
pegajoso y sucio.
Resulta que West ni siquiera necesita palabras para mostrar un punto.
Mía, dice su boca. Mía, mía, mía.
228
Pero no lo soy. Soy de mí misma. Y agarro su cabello, tiro de él, rasguñando
su cuello, castigándolo porque no lo entiendo. Por hacer esto, por no haberlo hecho
antes. No lo sé. Lo castigo por torturarme.
Sigue, y soy vagamente consciente de alguien gritando. Tal vez un montón
de personas. No me importa. Mis manos se aprietan y aflojan en sus caderas. Está
diciendo mi nombre. Besa mi cuello en mi garganta. Está recuperando el aliento,
presionando su frente contra la mía.
Y luego está de pie, y dejándome fría. Sola.
Mira a Scott y se aleja.
Sólo entonces comprendo lo profunda, correcta e incandescentemente
furiosa que me siento.

Me quité mi sujetador, bailando entre una masa de mujeres agitadas, sin


camisas, sudorosas y sonrientes.
Estoy segura, borracha, y cansada de los hombres que escriben sus
afirmaciones sobre mi cuerpo.
Puta, escribió Nate, y yo le creí.
Mía, escribió West, y lo dejé, me derritió, le di mi rendición y mi lengua,
pero estoy furiosa ahora. Ya he tenido suficiente de su mierda.
Suficiente.
Quinn toma mi cadera, golpeando mi culo, levantando la mano y dándome
vueltas. Dos chicas se abrazan, se besan con sus lenguas delante de mí. Bridget está
bailando con Krishna, con una cerveza en la mano.
Hay una razón por la que la fiesta de rugby es más popular que las
mamadas, y eso tiene mucho que ver con el montón de camisas en el escenario
cerca del DJ. Estamos en sujetadores deportivos, de encaje, con acres de carne
expuesta, chicas que son demasiado gordas, demasiado delgadas, y estamos bien, a
ninguna nos preocupa. Estamos aquí para bailar. Estamos aquí las unas para las
otras.
Hay una línea de baile. No sé los pasos. Son simples, pero sigo
olvidándolos, chocando contra las personas, girando demasiado lejos en el giro,
perdiendo el equilibrio y encontrándolo de nuevo. Cuando caigo, unas manos se
extienden, cerrándose con las mías, y me levantan. Cuerpos se aprietan contra mí,
una abrazadora hermandad de caderas empujando y brazos levantados, gafas de
sol y caras de pato, bañadas por la luz de la bola de discoteca. 229
No soy mala. No soy buena. Sólo estoy viva. Sólo estoy aquí, bailando.
Amo a todos. Todo el mundo me ama. Somos calor, sudor, jóvenes,
hermosas y sexis, todo junto. Ninguna de estas mujeres me haría daño. Bebo y
estoy ebria. Bailo y estoy respirando, moviéndome, viviendo.
Nos encontramos en medio de la pista de baile, el centro de todo, y a veces
creo que lo veo en la periferia de la habitación.
Botas y piernas cruzadas, apoyado contra la pared. Ojos entornados.
Observando. A veces creo que veo pantalones con ballenas en ellos. Una sonrisa de
superioridad que sabe demasiado. Un hoyuelo que me hace pensar que estaba a
salvo cuando nunca lo estuve, no importa lo agradables que son sus padres o los
modales tan buenos que tiene.
Pero estoy enfadada, estoy bailando y no me importa.
Que se jodan.
Que se jodan los dos.

—No quiero verlo.


—¡Shh!
—¿Qué? —Estoy susurrando.
Me tropiezo con algo, Quinn agarra mi codo y me ayuda a levantarme.
Encontramos en el apartamento de West. Todavía estoy ebria, pero me hallo lo
suficientemente sobria como para saber que esto es una mala idea.
—No tienes que verlo —dice Krishna—. Está durmiendo. Mantén la boca
cerrada, y estarás bien.
Quinn enciende la televisión, una pared de sonidos explota y me derriba.
—Guau —digo desde el suelo.
—¡Mierda! —Empieza a reírse.
Ella y Krishna luchan por el control remoto. Estoy pensando en sí debería
marcharme, pero Bridget me ayuda a levantarme y empuja una botella de agua fría
en mi mano, así que en su lugar, bebo. Cierro los ojos, saboreando cada refrescante,
calmante e increíble trago.
El sonido baja a un silencio. El apartamento huele como el apartamento de

230
West, y está lleno de recuerdos que no quiero en este momento, excepto por
supuesto, que siempre los quiero y siempre le quiero a él, y no hay nada que pueda
hacer al respecto.
Por lo menos, el agua suaviza mi garganta. Mis sentimientos tendrán que
esperar para otra noche. Abro los ojos porque mi equilibrio está apagado, lo cual es
mucho más evidente ahora que no estamos en la fiesta. Bridget se encuentra justo
frente a mi cara, metiendo mi cabello detrás de mi oreja, y tengo que extender una
mano para apoyarme contra un mueble para que su preocupación con olor a
cerveza no me derribe de nuevo.
—¿Por qué me trajiste aquí? —Se supone que mi pregunta sea un susurro,
pero suena como un gemido—. No quiero verlo.
—Lo sé, cariño. Lo sé. No estábamos seguras de qué otra cosa hacer contigo.
Teníamos que espabilarte y eras demasiado ruidosa para el dormitorio.
Me lleva hasta al sofá, donde Quinn y Krishna ya se encuentran sentados.
Cuando me siento también, Bridget lleva mi cabeza a su regazo y desenreda mi
cabello con sus dedos. El aire se siente fresco en mi cuello. La película es una
estupidez, algo con autos y armas. Justo cuando mis ojos empiezan a ponerse
pesados, llega la comida, tres enormes envases de nachos de la pizzería. Me hundo
hasta el suelo, manteniéndome entre el sofá y el bloque que sirve de mesa de café.
Meto nachos, sal y queso en mi boca.
—Esto es taaan bueno.
—No olvides masticar —dice Krishna—. Ya sabes que todo vuelve más
tarde.
—De ninguna manera —dice Quinn.
—¿Hablas en serio?
Krishna y Quinn siguen discutiendo amistosamente sobre cuáles son las
probabilidades de que vaya a vomitar antes de mañana, cuando la puerta principal
se abre de golpe.
West parpadea hacia nosotras con ligera sorpresa durante varios largos
segundos antes de que Krishna diga—: Mierda.
—Bonito saludo. —Se agacha para quitarse las botas cubiertas de nieve y
desaparece de mi vista. Me encuentro en el suelo, cubierta de restos de chips, y
probablemente embarrada por todos lados con queso de nachos. No me ha visto.
No me importa.
—Amigo, pensé que dormías en tu habitación —dice Krishna.

231
—No estaba dormido.
—Sí, lo deduzco. ¿Has estado en el bar?
Hay un ruido sordo.
—Sí. —Luego unos segundos de silencio y un gran estruendo—. Mierda.
—Estás borracho.
—No me digas.
Krishna se da la vuelta para mirar a Quinn con los ojos como platos. Ella
hace este movimiento agitado con sus manos que significa mételo en su habitación.
Krishna se pone de pie, con los nachos en la mano, y es el movimiento equivocado
porque West se enfoca en el envase y dice—: ¿Tienen buena comida? —Y camina
hacia el sofá.
Entonces me ve y se detiene.
—Tengo que hablar contigo.
—No quiero hablar —le digo.
—Sí. Lo‖ apuesto.‖ Escucha…‖ —Se detiene. Mira a Bridget, a Quinn y a
Krishna—. Probablemente deberían largarse durante un rato.
—Son las tres de la mañana —dice Quinn.
—En invierno —señala Bridget.
Krishna se cruza de brazos.
—Somos responsables de ella esta noche.
—Seré responsable —les dice West.
—Estás borracho.
—¿Y?
—Y no puedes quitarte los zapatos sin caerte. No voy a darte a Caroline.
—¿Hola? ¿Estoy aquí abajo? ¿Sana y salva? ¿Perfectamente capaz de tomar
mis propias decisiones?
—Me la voy a llevar —dice West.
—No voy a dejarla —insiste Krishna.
—Está bien. Quédate. Pero vamos a la habitación.
—Tal vez yo no quiera…
Y entonces estoy boca abajo, con el hombro de West presionado con fuerza
en mis entrañas, y tengo que enfocar porque me pican los ojos y se sienten
calientes, y temo que voy a vomitar sobre él. Me recogió. Me levantó del suelo y me
232
tiró sobre su hombro.
Este cretino.
Cuando me baja, choco con la pared. Cierra la puerta y la cierra con llave.
Está tan muerto.
—Tú, Neandertal. Jodido cabrón, Hombre de Piltdown. ¿Cómo te atreves?
¿Cómo te atreves?
Se encuentra junto a su escritorio; saca la cartera y la coloca en el cajón. Se
quita la chaqueta. Desabrocha su sudadera. Abre un cajón y saca una hilera de
condones y mete uno en su bolsillo.
—¿Para qué es eso?
—No te preocupes por eso.
—¿Que no me preocupe? ¿Qué tal si dejas de actuar como un hombre de las
cavernas que puede simplemente besarme cuando quiere, tirarme por encima de
su hombro, llevarme a su cuarto y sacar un condón, como si eso fuera a suceder,
quien puede llamarme para tener sexo cuando quiere, para luego dejarme y
hacerme a un lado cuando todo ha terminado? ¿Qué tal si…?
—Caroline. —Se sienta en la cama. Su voz es suave y relajante—. Tenemos
cosas de que hablar. ¿Podrías estar cinco minutos sin chillar?
—¡No estoy chillando! —Pero sale bastante chillón.
Me doy la vuelta y quedo de cara a la pared. Me cubro la cara con las manos
porque duele demasiado mirarlo.
Necesito estar enojada, porque si dejo de estar enojada, todo lo que queda es
decepción y deseo, y no puede darme el lujo de nada de eso nunca más. Cuestan
demasiado. Han estado tomando demasiado de mí por mucho tiempo.
Los resortes de su cama chirrían. Incluso eso parece emotivo, un sonido que
recuerdo por estar en su cama, sus manos sobre mí, su boca. Mis ojos se inundan
de lágrimas, y me siento muy decepcionada conmigo misma.
—Caroline. —Su voz está justo detrás de mí ahora. La he oído de esa
manera, mi nombre bajo e íntimo, justo antes de que se corra. Es más de lo que
puedo soportar, la forma en que mi corazón se levanta, mi cuerpo responde,
todavía intentando localizar mi ira y hacer retroceder las lágrimas.
—No.
Pero no escucha. Pone una mano contra la pared y la otra en la parte baja de 233
mi espalda. Se inclina, su boca en mi oído, el calor de su cuerpo detrás de mí lo
suficientemente cerca como para sentir, lo suficientemente cerca para anhelar, lo
suficientemente cerca como para atraerme de nuevo si lo dejo, si me rompo, si soy
débil.
—Por favor —dice.
Hay un golpe en la puerta.
—¿Estás bien, Caroline?
Es la voz de Quinn. La puedo imaginar junto con Krishna y Bridget
alineados ahí afuera. Preocupados por mí. Pienso en la fiesta de esta noche, el
baile, la sensación de estar rodeada de personas que me quieren. No soy débil.
Estoy un poco ebria, consiguiendo ponerme sobria con cada segundo, pero soy
fuerte. Tomo una respiración profunda y encuentro esa fuerza. Envuelta a mi
alrededor.
Entonces aparto las manos de mi cara y me doy la vuelta para enfrentar a
West.
—Estoy bien —grito lo suficientemente fuerte como para que me
escuchen—. Él puede tener diez minutos.
—¿Estás segura? —pregunta Krishna.
—Vayan a ver su puta película —dice West.
Después de un momento, el volumen de la televisión aumenta. Entonces
sólo nos estamos mirando el uno al otro, West y yo. Su rostro es tan perfectamente
imperfecto. Esa amplia y listilla boca que puede hacerme sentir electricidad, que
me hace sentir como si me estuviera ahogando, que me hace sentir como si pudiera
vivir en él y sólo en él. Su boca es una mentira.
Lo desarmo, una pieza a la vez. Barbilla, pómulos, nariz, cejas. Esos ojos. Sus
pupilas marrones con bordes más claros y círculos oscuros debajo. Es sólo una
cara. La cara de West. Su aliento es sólo aliento, apestando a alcohol.
Es un hombre, parado ahí. No supone un problema para mí resolverlo. No
es una obligación, no es una necesidad, no es amor. Tal vez ni siquiera es mi
amigo. Casi puedo creerlo.
—¿Qué quieres? —pregunto.
Su boca se abre. Sus ojos se estrechan. Se coloca una mano en la nuca, baja la
cabeza y exhala.
—Sí —digo, porque es fácil de ver en este momento. No estoy segura de sí 234
es la falsa sabiduría de todas esas mamadas y cervezas, o si es porque he estado
tan enojada, pero siento como si todo el fingimiento hubiera sido eliminado, todas
las cómodas mentiras detrás de las que me he escondido hubieran ardido en la
pista de baile. Me siento sabia, y hay cosas que sé que no he sabido antes. Como
esta… esta verdad: West no sabe lo que quiere—. ¿Ese es todo tu problema, no es
así?
Hizo ese discurso en mi habitación el mes pasado. Dijo:‖“Te‖deseo,‖y‖no‖sé‖
cómo dejar de desearte. Quiero llegar muy profundo dentro de ti, y luego más
profundo, hasta que esté tan profundo que ni siquiera sepa dónde termino yo y
dónde‖empiezas‖tú”.‖Dijo‖eso,‖pero‖no‖ha‖tomado‖una‖decisión‖al‖respecto. Tiene
miedo. Sigue trazado líneas de lápiz alrededor de nosotros.
Podría decirle que ya es demasiado tarde. Ha sido demasiado tarde desde
hace un buen tiempo, tal vez desde el principio.
En su lugar, le digo—: Estoy harta de esperar a que lo resuelvas. —Levanta
la vista. Esas motitas brillan con algo, con alguna protesta. Alguna súplica—. Estoy
harta de ti actuando como si yo fuera a ser lo que tú quieres que sea. Tal vez he ido
muy lejos. Creo que he hecho todo lo que has dicho, seguí tus reglas. Pero ya no
m{s.‖Esto‖no‖es‖un‖juego,‖y‖no‖est{s‖a‖cargo‖de‖él.‖Y‖creo…
—Caro…
—No. Estoy hablando ahora. Puedes jodidamente esperar. He sido paciente
contigo, pero mi paciencia se ha ido, West. No puedes irrumpir en la línea de rugby
y besarme delante de todos —delante de todos, cuando me dejaste, cuando te has
negado a admitir que tenemos algo incluso a nuestros amigos durante meses— y
luego alejarte como si hubieras dicho lo que tenías que decir y eso es todo. No me
recoges a la fuerza y me tiras sobre tu hombro y me arrastras a tu habitación como
si no tuviera voz ni voto en eso. Y meter un condón en tu bolsillo ¿por si qué?
¿Como si sintieras que ibas a joderme más tarde? ¿Bien podrías estar preparado?
No. No haces eso. ¿Quieres que seamos amigos? Podríamos haber sido amigos.
Quieres que seamos amigos con beneficios, ya sabes, ¡yo estaba dispuesta a eso!
Probablemente me habría apegado demasiado y habría conseguido que me
rompieras el corazón, si estamos siendo honestos, pero ¿y qué?, no sería la primera
chica en la historia del mundo que deja que eso le suceda. Pero tú eres el que dijo
que te hiciera saber cuándo estuviera lista para ver a otros chicos, y eres el que me
dejó después de las vacaciones como si nada de lo que dijimos o hicimos por
teléfono importara, así que no finjas tener algún derecho en absoluto a jugar al
novio celoso cuando tú no eres mi puto novio.
Lo estoy empujando en el pecho ahora, y es posible que esté llorando, pero
no vamos a examinar eso muy de cerca, porque necesito hacer esto. Se siente como
un alivio sacarlo, acusarlo, golpearlo con estas palabras que he estado conteniendo
235
dentro de mí por demasiado tiempo.
—Lo siento —dice.
—Deberías sentirlo. Has sido un idiota conmigo y yo simplemente lo soporté.
Te lo permití. Pero ya no te lo permito nunca más. Si quieres estar conmigo, aclara
tu puta mente.
Atrapa mi cara entre sus manos. Ni siquiera puedo oír sobre el flujo de
sangre en mis oídos, el fuerte latido de mi corazón, mi furia. No estoy segura de lo
que está mal conmigo. Dije mi parte. Debería irme, pero me ha atrapado aquí entre
sus manos, con sus ojos en mí, y no quiero estar en otro lugar. Todo lo que dije es
verdad, y todavía quiero estar aquí.
—Eres el cobarde. —Mi voz es ronca. Baja. Conmocionada porque solo
ahora descubro esto.
—Lo sé.
—Y un mentiroso.
—Lo sé.
—Estás jugando conmigo.
Niega con la cabeza. —No, no lo… no quise hacerlo. Simplemente no puedo.
—¿No puedes qué?
Otra negación, nuestras narices chocan y se deslizan entre sí. No me está
besando. Sólo está contra mí, frotando su mejilla contra la mía. Rascando su barba
de tres días sobre mi barbilla. Te necesito. Eso es lo que está intentando decirme. Te
deseo.
También lo necesito. También lo deseo. Pero no es justo que me dé esto y
nada más. No es suficiente.
—No puedo —repite.
—Ni siquiera sé de lo que estás hablando. —Ya no sueno tan dura. Sueno
suave. Me siento suave, porque, Dios, me preocupo por él, apesar de que está mal
y se ha quedado sin palabras. Se encuentra lastimado y me importa—. No puedo
saberlo porque no me dices nada.
—Lo sé. Lo siento.
Ahora soy yo la que empuja sus manos y agarra su cabeza, como hizo con la
mía. Quiero que me vea. Quiero que me oiga, que entienda. Hundo mis dedos en
su cabello, sosteniéndolo ahí. Quiero hacerlo escuchar. 236
—Podrías contármelo —digo—. No hay nada que no me pudieras decir.
Dios, cualquier cosa… sabes que‖estoy‖de‖tu‖lado.‖Y‖si‖tan‖solo‖me‖dijeras…‖—Bajo
la voz, pensando en cómo se vería eso. Debería guardar silencio, pero hay
demasiado alcohol en mí, demasiada franqueza como para no decir todo esto. Lo
miro a los ojos—. Si tan solo me dijeras, entonces podríamos entrar en esa cama y
meternos debajo de las sábanas. Podríamos quitarnos todo y realmente podríamos
estar juntos. Profundo y luego más profundo, tal como dijiste. Ya sabes cómo sería,
West. Ambos lo sabemos.
—Increíble —dice.
Bajo mi pulgar pasándolo sobre el arco de su ceja.
—Sí. Increíble.
Pongo mis brazos a su alrededor, trayéndolo más cerca, meto mi cabeza en
su cuello, porque creo que necesita esto. Estoy bastante segura de que soy la única
persona en Iowa que alguna vez lo ha abrazado, y en Oregon, ¿quién sabe? Tal vez
nadie lo ha abrazado, sólo yo. Lo sostengo fuerte, y está temblando. Temblando de
verdad. Siento pena por él. Esa es una cosa nueva. Creo que esta es la primera vez
desde que lo conocí que no siento como si West tuviera todo el poder, como si
tuviera todas las cartas.
La primera vez que he creído que está, quizás, aún más jodido que yo.
Beso su mandíbula. Acaricio su espalda una vez más, porque es amplia,
cálida y fuerte, y la verdad es que no puedo evitarlo. Nunca pude.
Pero después de todo eso, lo dejo ir. Doy un paso atrás. Encuentro sus ojos y
levanto la barbilla.
—Es más profundo o nada —le digo—. Así que decídete. —Esta vez, soy yo
la que se va.

237
Traducido por Snowsmily, NnancyC & Gaz Holt
Corregido por Michelle♡, Vanessa Farrow & LIZZY’

West
Enero terminó. Febrero vino. 238
Rápidamente vendí la hierba y me deshice de mi reserva. Sin Caroline
alrededor, la pastelería se sentía muerta. Trabajaba duro, estudiaba cuando el
pan crecía, escuchaba las vibraciones de los fluorescentes.
Era aburrido. Aburrido y miserable.
Transcurrieron tres semanas en las que no vi a Caroline, y aun así, ella
estaba unida a mi vida. Mis recuerdos, mis sueños, mis pensamientos. Resulta
que no puedes sacar a alguien de tu corazón solo por quererlo.
No quería herirla.
No quería entregarle el poder para destrozarme.
No quería follarla y alejarme como si no significara nada, como si ella no
significara nada.
Solo quería estar con ella. Todo el tiempo. De cada forma. Apesar de que
iba a marcharme, y apesar de que no la merecía.
—Más profundo o nada. —Eso es lo que dijo antes de salir de mi
departamento y de mi vida.
Estaba demasiado aterrado para elegir. Demasiado asustado para seguirla
afuera, para decirle lo que quería saber, arrodillarme y rogarle si tenía que
hacerlo.
Estaba demasiado enfrascado en todas esas preguntas para las que no
tenía respuesta.
¿Qué tal si vas tras el amor de tu vida y eso te arruina?
¿Qué tal si no lo haces, y descubres que ya estás arruinado?
¿Qué tal si no hay algo correcto? Solo tú y la chica que amas y tu temor.
Un reloj avanzando, una madre en la que no puedes confiar, una hermana que te
necesita, un padre determinado a joder cada cosa buena en la que logras poner
tus manos.
Había rehuido el “más profundo”, pero nunca le di mucha oportunidad a
la alternativa.
Nada, o más profundo.
Mi elección para hacerla.

239
¿Qué clase de idiota elige nada?
Humo llena mis pulmones, y ha pasado tanto tiempo, la acometida es
inmediata.
Estar drogado es feo. Amplifica mi mal humor, tanto que puedo sentir mi
labio curvarse, las esquinas de mi boca bajar. Mis fosas nasales se ensanchan.
Tomo otra calada profunda.
Me encuentro en el soleado porche en la parte trasera del restaurante,
tomando una fumada de cinco minutos en medio de la prisa del día de servicio de
San Valentín. Hace frío aquí, el sonido de la cocina amortiguado por el aislamiento
y el revestimiento de madera.
Las propinas son buenas esta noche. Debería estar alegre de trabajar, pero
estoy malditamente enloqueciendo.
No he visto a Caroline en veintidós días.
En la ventana, contra la oscuridad del exterior, mi reflejo me mira,
molestándome de verdad.
Me veo como mi padre.
Tengo la edad que tenía en mi primer recuerdo con él. Me compró una
bicicleta con ruedas de apoyo y Spiderman en el asiento. Pensé que era
jodidamente increíble. Mi padre, quiero decir. No Spidey, aunque Spidey también
era bastante genial.
Mi papá y mi mamá siempre estaban besándose, manos por todas partes.
No tenía permitido estar en la habitación de mamá por la noche cuando él llegaba.
Hacían ruidos ahí, así que tenía que apretar los ojos y alejar mis pensamientos. Me
tendería en el sofá debajo de un viejo saco de dormir verde de nailon, frotando el
forro satinado debajo de mi mentón, pensando en lo asombroso que sería casarse.
Como yo tendría dos padres.
Los niños con dos padres vivían en una casa con patio. Sabía eso porque
observaba a los chicos en la escuela que tenían lo que yo quería, y la cosa principal
que tenían era papás y mamás. Papás con trabajos y anillos de boda, quienes
aparecían para los conciertos escolares con cámaras de video y saludaban.
A cinco metros de distancia, al otro lado de los paneles de madera, el
cabecero marcaba su ritmo. Las voces de mis padres se combinaban, bajas y
urgentes, llenas de dolor.
Imaginaba que en poco tiempo conseguiría un perro para acompañar al gato
que mi papá había traído a casa repentinamente la semana anterior.
En poco tiempo, todo sería perfecto. 240
No duró, sin embargo. Nunca duraba. Discutió con mi mamá, y ella no
logró tranquilizarlo. Seguía insistiendo en lo mucho que ella había gastado en
alguna camisa que compró. La pelea ascendió hasta una diatriba sobre sus
molestias, sus preocupaciones, la maldita carga inservible que éramos.
Se metió detrás del volante borracho, retrocedió en el camino con una nube
de polvo, y movió el coche hacia adelante tan rápido que atropelló al gatito.
Se detuvo entonces. Me arrojé sobre mis rodillas al lado del coche. Salió, y
ambos miramos.
Ese maldito pobre gatito. No podía dejar de mirarlo. Mi mamá se
encontraba de pie contra la puerta, llorando como si fuera a la que habían
atropellado, mientras observaba al gatito tratar de respirar con su pecho
destrozado.
Pensé que estábamos unidos. Pensé que miraba al gatito de la forma en que
lo miraba, tratando de respirar por él, colmado de remordimiento y confusión, y
una desesperada esperanza retorcida por rescatarlo.
Seguí pensando eso. Justo hasta que lo arrastró y lo pateó.
Ni siquiera estaba muerto, pero lo pateó con la suficiente fuerza para
enviarlo volando en un arco bajo, a centímetros sobre el suelo. Rodó a través del
espacio que había en el enrejado del vecino, deteniéndose debajo, demasiado lejos
debajo del tráiler para alcanzarlo.
Se deterioraría allí. No sabía eso entonces.
—Deja de llorar —dijo—. Es solo un maldito gato.
Cuando se subió al pequeño coche, tiró de la manilla de la puerta y se alejó,
no lo odié. Culpé a mi mamá por todo —la pelea, su ira, el gatito.
No lo odié, pero entendí por primera vez que él y yo no somos lo mismo.
Yo no lo soy.
Mi mamá parece no comprender eso. Esta mañana me envió un mensaje que
decía: ¡Feliz día de San Valentín para el amor de mi vida!
Sostuve el teléfono en un tenso agarre. Era eso o arrojarlo por la habitación.
El amor de su vida.
Cuando ella está con mi papá, lo llama de ese modo. Wyatt Leavitt, el amor
de su vida. Su dulce hombre. Su nómada.
241
—No hay nada como la pasión —me dijo la última vez que lo aceptó de
nuevo—. No lo entenderías, Westie, eres demasiado joven, pero la pasión es para
lo que estamos‖hechos.‖Sin‖ella…‖ —Se encogió y levantó la mirada al techo raso,
buscando las palabras correctas—. Sin ella, solo somos animales.
Esto acerca de un hombre que la golpeaba en las entrañas. Un hombre que
me partió el labio cuando traté de protegerla porque estaba dándole una paliza,
insultándola, abofeteándola hasta la inconsciencia, mientras lloraba y le rogaba que
no lo hiciera, que no la hiriera de ese modo. —Por favor, cariño, no lo hagas.
El amor de su vida.
Y yo lucía malditamente igual que él.
La encargada, Jessica, asoma la cabeza por la puerta. —La dieciséis está lista
para la cuenta, la ocho apiló los menús al borde de la mesa, y yo tomé un pedido
para un postre tuyo en la doce. Si no regresas ahí, le diré a Sheila que te despida.
—Ya voy.
Abro la puerta que da hacia el exterior, dejo caer el cigarrillo a medio
terminar en el cemento, y lo aplasto debajo de mi zapato.
Jessica espera hasta que de hecho me ve moviéndome antes de dirigirse al
frente.
Llevo la cuenta a la mesa dieciséis, tomo el pedido de la mesa ocho, entrego
el postre en la doce. Luego reviso mis otras mesas. Todo el tiempo, las palabras de
mi madre marcan una línea entre mis cejas.
El amor de mi vida.
He dedicado casi diez años a tratar de ser el hombre que mi padre debió
haber sido pero que no es. Un hombre que pondrá a la familia primero, sin
importar qué. Que los mantiene a salvo, alimentados, los hace feliz.
Nunca quise ser su amor. Su clase de amor —te hace débil. Te arrastra.
Pero esta noche más que nada en las ultimas veintidós noches que he
pasado sin Caroline, no puedo evitar pensar que hay más de una manera de
ahogarse.
Otra camarera pasa junto a mí, y dice—: Jessica acaba de darte la seis.
—Gracias.

242
Cuando llevo la jarra de agua a la mesa, encuentro a mi profesora de
economía en la mesa. Una mujer regordeta que una vez llevó con ella a cuatro
niños y una bolsa de donas cubiertas de azúcar a una sesión de estudio y los dejó ir
a la ciudad. Está con su esposo esta noche, vestida agradablemente. Presume de mí
un poco. —Uno de mis mejores estudiantes del semestre pasado —me dice, y dice
que espera tenerme en su seminario el próximo año.
Tomo su orden y les deseo un feliz día de San Valentín.
Me agrada, así que hago un esfuerzo para mover los labios cuando lo digo.
De regreso en la cocina, pongo la orden y recojo aperitivos para otra mesa,
una de cuatro. Empujo través de la puerta de la cocina con un plato en cada mano,
dos más equilibrados en mis antebrazos, pensando en otra cena con otra mujer lo
suficientemente mayor como para ser mi madre.
Dos años atrás en el día de San Valentín fue la primera vez que alguna vez
serví comida en la casa Tomlinson. La señora Tomlinson tenía una cena a la luz de
las velas preparada en la cocina del centro turístico, y dijo que me pagaría
doscientos dólares si hacía de camarero durante un par de horas.
Serví la comida y permanecí en la esquina donde me había dicho que me
quedara, observándolos comer —este hombre que me había tomado bajo su ala y
la mujer con la que se había casado. Su amor.
Este hombre al que quería parecerme con tanta fuerza, porque tenía todo lo
que siempre quise. Respeto, dinero, seguridad, habilidades.
La señora T. utilizaba un vestido negro de corte bajo en la parte delantera, la
mitad de sus senos se balanceaban fuera, diamantes decoraban sus orejas, su
escote, brillantes en sus dedos. Le habló con cariño a su esposo sobre el día de su
boda.
—El día más feliz de mi vida —dijo.
La semana siguiente me la follé en su cama. Quería que la tomara desde
atrás. Trepé sobre ella, la follé hasta que apretó las sabanas, arqueó la espalda, y se
vino con un aullido como un gato.
Recuerdo sostener sus caderas, empujándome dentro de ella. Un movedizo
trozo de carne sin importancia.
No mejor que un animal.
El amor de mi madre era un desastre, pero yo no estaba haciendo nada
mejor para mí mismo hasta que conocí a Caroline. Vine a Putnam pensado que el
amor era una debilidad y que el sexo era una herramienta. Tal vez tenía razón.
Creo, con la vida que he tenido, que tendría que ser alguna clase de jodido idiota
para no estar, al menos, un poco asustado de la manera en que me siento por
243
Caroline.
Me ha estado preocupando que ese “m{s profundo” sea una influencia
subyacente que me quitará el control y me dejará tan indefenso y crédulo como a
mi madre. He pensado que si lo dejo suceder —si permito que Caroline me
distraiga, rompo las reglas, le digo a la mierda a mi sentido común— entonces no
podría respetarme, porque no sería mejor que mi padre. Ni más listo que mi
madre.
Pero aquí estoy, sirviendo filetes y ensaladas y pastel de quínoa a una pareja
tras otra, sonriendo y siendo encantador apesar de que odio malditamente esto,
odio todo esto, odio todo cuando no estoy con Caroline, y estoy pensando todo el
tiempo, ¿Qué se necesitará, un mazo en la cabeza? ¿Una maldita señal de neón?
Amo a Caroline. La quiero. Quiero todo lo que me dará, y no va a detenerse.
Nunca va a detenerse.
No soy mi padre.
Solo luzco como él, pero no lo soy. He sabido eso por un largo tiempo.
Lo que necesito comprender en mi cabeza, tal vez, es que tampoco soy mi
madre.
No estoy enamorado de una mujer que no me merece. No estoy
arrojándome a la pasión como si fuera una droga y necesite una dosis, rogándole
para que me acepte, me lastime, me destroce si es necesario.
Esperé más de un año para siquiera besar a Caroline, y tuve suficiente
tiempo antes para aprender todo lo que hay acerca de ella.
Es buena. Lista. Jodidamente feroz.
Honestamente, me alegro de que me dijera que me alejara. Estaba siendo un
idiota, y me lo dijo. La mujer de la que estoy enamorado es lo suficientemente
fuerte para insistir en que la trate de la manera en que se merece.
No lo he hecho. No le he dicho nada sobre mí, mi vida, mi familia, mi gente,
porque he tenido miedo de que lo usara contra mí. Me degradara. Me destrozara.
¿Pero por qué haría eso? No es mi padre. Ni mi enemiga.
Es Caroline.
Tres semanas sin ella me enseñaron lo mismo que debería haber descubierto
en los dieciocho meses desde que la conocí. Que es asombrosa. Que estoy
enamorado de ella. Que la pasión se siente fantástica.
Amar a Caroline no me ha arrojado de un acantilado. 244
Todavía soy yo. No mi padre. Ni mi madre.
Si me llaman de casa, iré, porque tengo que hacerlo. No es negociable.
No sé qué va a suceder antes de que suceda —no con Caroline y conmigo, o
con cualquier cosa, en realidad. Podría tener que marcharme mañana. Podría ser
disparado en un atraco en un almacén. Todos podríamos morir de una maldita
enfermedad aviar.
Pero esta noche, es el día de San Valentín.
Si el mundo se acaba en la mañana, voy a hacer todo lo que pueda para
asegurarme de que termine con Caroline en mi cama, su cabello en mi almohada,
mis manos en su culo.
Y quiero decirlo de la forma más románticamente posible.

Me encuentro en su puerta con una docena de rosas baratas de una


gasolinera apretadas en mi mano. Huelo a sudor y a aroma de lavavajillas, y ella
va en pijama, sus ojos ligeramente abiertos por el brillo del pasillo.
La desperté.
Desperté a Bridget.
Si me quedo aquí el tiempo suficiente, probablemente despertaré a la mitad
del pasillo, y no me importa una mierda.
—¿Qué quieres saber?
—¿Qué? —Su voz es rasposa por el sueño.
—Dime qué quieres saber. Hazme una pregunta. La responderé. Soy un
libro abierto.
Su cabello se encuentra todo enmarañado en la cima de su cabeza. Quiero
alisarlo, besarla, tomarla en mis brazos.
Demasiado pronto. Demasiado pronto, incluso si esto funciona. Y si no lo
hace…‖no‖puedo‖pensar‖en‖eso.
—Eres un libro abierto —repite. Debe de estar despertando, porque le
inyecta un poco de escepticismo a sus palabras.
—Cualquier cosa que quieras saber.
—Comencemos con ¿por qué estás aquí? ¿Qué hora es?
—Las once y treinta y cinco. 245
—A las once y treinta y cinco en la noche del día de San Valentín —Y ahora
pone los ojos en blanco ante el ramo en mi mano—, cuando no me has llamado ni
escrito, ni dado la más mínima señal de que recuerdas que estoy viva, en casi un
mes.
—Veintidós días.
—¿Estás contando?
—Puedo decirte cuántas horas, si quieres.
—Porque…
—Porque cuando se trata de ti, soy un maldito idiota. Más de lo que tú
sabes. Probablemente en un montón de maneras de las que ni siquiera tienes ni
idea.
Eso casi la hace sonreír. Puedo ver sus labios torcerse. Decide no permitirlo,
pero su labio retorciéndose es una buena señal, así que voy a por ello. —Mira, no
quise despertarte. Habría venido más temprano, pero estaba en el restaurante, y
había una pareja que llegó justo antes de las diez y se quedó malditamente por
siempre, así que esto fue lo más rápido que pude venir aquí. Supongo que debería
haber‖venido‖mañana,‖pero…
…pero no podía soportarlo más.
…pero necesitaba verte.
…pero una vez que me decidí, no quería esperar ni siquiera cuatro segundos m{s de
lo que debía.
—Te traje rosas. —Se las entrego, el único regalo que le he dado alguna vez,
color rojo sangre y, espero, tan cursis que tienen que gustarle.
—Ya veo.
Espero que diga algo más, que me dé una pista de cómo lo estoy haciendo.
Se frota las manos sobre su rostro —algo que la he visto hacer cientos de veces en
la pastelería para despertarse.
—Bien —dice—. De acuerdo, señor de-repente-soy-un-Libro-Abierto. ¿De
dónde eres?
—Oregón.
—Qué ciudad, idiota.
—Silt.
—¿Eres de una lugar llamado Silt? 246
—Sí.
—¿Cómo es?
—Está cerca de Coos Bay, que se encuentra junto al océano. Coos es lindo,
tiene‖ turistas.‖ Silt‖ est{‖ m{s‖ lejos‖ de‖ la‖ costa.‖ Es‖ como…‖ —Una mierda—. No hay
mucho ahí.
—Así que, ¿tienes padres o eres, como, el producto de la generación
espontánea?
Está bromeando, pero no realmente. Mi familia es un punto doloroso entre
nosotros, y ella está presionando justo en él. —Todos tienen padres, Caro.
Bridget, desde algún sitio en la oscuridad, dice—: No lo olvides, puedes
cerrar la puerta en su pie.
Pienso en apartar mi pie, pero me arriesgaré. —Tengo una mamá. Mi papá
est{…‖no‖est{‖cerca.‖La‖mayor‖parte‖del‖tiempo.‖Lo‖que‖es‖mucho‖mejor‖para‖todos‖
los‖involucrados.‖Él‖es…‖malas‖noticias.
Encuentra mis ojos, una ligera arruga entre sus cejas. Completamente
despierta ahora, así es como luce en clase. Escuchando con el suficiente esfuerzo
como para oír todo lo que no estoy diciendo entre las cosas que digo. —¿Cuál es el
nombre de ella?
—¿Mi mamá? Michelle.
—¿Está casada con tu papá?
—No.
—Así‖que‖ella‖es‖Leavitt,‖¿o…?
—Es el apellido de mi papá.
—¿Algunos hermanos y hermanas?
—Sólo Frankie. Te hablé acerca de ella.
—No, no lo hiciste.
Bastante justo. —Lo haré.
Inclina la cabeza, pensando. —¿Cuál es tu color favorito?
—Verde.
—El mejor lugar en el que alguna vez has estado de vacaciones.
—Nunca fuimos a ningún lado. California, supongo. 247
—El mejor regalo que recibiste alguna vez.
—Ese libro que me diste.
Sus ojos se amplían una fracción. —Es sólo un libro. Sobre pan.
—Me gustó.
—¿Qué clase de regalos recibes habitualmente?
—Ropa. Cosas que necesito. Mierda que mi mamá pensaba que era gracioso,
pero no lo era particularmente. Bo me dio un quinto de whiskey en navidad.
—¿Quién es Bo?
—El novio de mi mamá. Ella y Frankie viven con él.
—¿Por qué me botaste después de las vacaciones?
No me esperaba la pregunta. Mis ojos parpadean hacia la oscuridad que hay
pasado su hombro. —¿Crees…‖ si te prometo que te contaré todo lo que quieras,
regresarás a mi casa?
No contesta de inmediato. En su lugar, arranca las flores de mis manos, saca
el plástico transparente y el papel de seda que hay alrededor de la cima, y las
estudia. —Si esto es sólo un intento sucio para conseguir un polvo en el día de San
Valentín, no va a funcionar.
—No es eso.
Después de un largo momento, levanta la mirada.
He visto su rostro en cientos de formas. Cautelosa y esperanzada, valiente y
feroz, feliz y llorando. He visto su suavidad y sinceridad, su boca besada
profundamente. No la he visto lucir así excepto una vez: esa primera noche cuando
caminé hasta su coche y la invité a entrar a la panadería.
Asustada. Está asustada de lo que va a suceder.
Pero lo quiere de todas formas.
—¿Qué es esto, entonces? —pregunta.
Deseo poder pensar algo perfecto para decir. Deseo haber tenido las
palabras que nos acojan a ella y a mí, dieciocho meses de mirar y esperar, noches
que he permanecido despierto, medianoches que hemos pasado juntos mezclando
masa y haciendo al otro reír. Cada sueño que he tenido sobre ella. Cada vez que
escuché su voz o recibí un mensaje que me hizo sonreír o sacudir la cabeza. Cada
noche que sostuve el teléfono junto a mi oído y dije lo que sea que podía pensar 248
para hacerla chillar, gemir y deshacerse.
Con todas las formas en que la conozco, todavía no sé cómo hacerla entender
cómo puedo estar parado aquí, completamente inseguro de lo que estoy haciendo,
de a dónde estamos yendo, de lo que es esto —y cómo puedo todavía estar tan
seguro de que esto es donde pertenezco.
Ella es lo que quiero. Más que mis planes, más de lo que quiero ser
inteligente, más de lo que quiero seguir las reglas. Quiero estar con ella.
Necesito hacerlo. Tengo que hacerlo. Quiero hacerlo.
No puedo perder nada más de tiempo tratando de descubrir cuál de todos
esos es. No cuando dudo que nos quede todo ese tiempo para perderlo.
—Quiero ser tu novio —suelto.
De inmediato deseo que se me hubiera ocurrido otra manera de decirlo.
Quiero ser tu novio —peor que un fracaso. Infantil. Las palabras caen en mis
entrañas, pesadas.
Nunca las he dicho antes.
Caroline está mirándome directamente, esos ojos grandes y color café, llenos
de‖interés‖y…‖compasión,‖tal‖vez.
A la mierda todo, se compadece de mí.
Demasiado tarde. Esperaste demasiado tiempo.
Pero su boca es suave, y así es su voz cuando dice—: Espera un segundo.
Espero en la puerta, un anzuelo atado a una cuerda sostenida en la mano de
Caroline. Sólo esperando a ver a dónde me arrastrará.
Unas llaves tintinean. Vuelve con su abrigo y el cordel que usa como un
llavero oscilando en sus dedos. Sus botas se encuentran junto a la puerta. Mete sus
pies en ellas, tirándolas sobre los pantalones de pijama. —No me esperes despierta,
Bridge —dice, y se mueve por la puerta, cerrándola detrás de ella, moviendo el
pomo para asegurarse que está cerrada con llave.
Va a venir conmigo.
Se vuelve, su rostro cerca del mío, su cuerpo cerca, las flores presionadas en
mi abrigo, susurrando y crujiendo.
—¿Tengo que conducir?
Sólo me quedo mirándola. No tengo ni idea de lo que dije para conseguir

249
esta suerte.
Tal vez ella es un regalo. El universo dándome algo a cambio debido a que
mi papá es un hijo de puta inútil.
Lo tomaré.
—¿West?
—Es…‖¿eso‖es‖un‖sí?
Sus hombros se elevan y caen con otro crujido plástico. —¿Alguna vez te
digo que no?
—Lo hiciste una vez.
Sonríe. Su sonrisa al igual que el rosa y el naranja en el horizonte cuando
salgo de la panadería en el callejón y me sorprendo por el amanecer.
He estado en la oscuridad. He estado en la soledad, determinado a
perseguir una vida que sentí que podría ser suficiente —hasta que ella entró en ella
y no lo fue.
Más profundo o nada. Mi nuevo lema.
—No te dije que no —dice—. Te dije que compongas tu maldita mente. ¡Y
mira! —Ondea las flores en mi cara—. Funcionó. Ahora estoy siendo cortejada.
—Eso es lo que querías, ¿eh? —Sonrío—. ¿Algunos buenos cortejos pasados
de moda?
—Tal vez es algo de lo que quería.
Me apoyo, sobre tierra firme al fin. —Te cortejaré hasta que no puedas
caminar, cariño.
—Promesas, promesas.
Cierra los ojos cuando la beso, pero mantengo los míos abiertos.
Quiero mirar la salida del sol.
Creo que se suponía que debía ser incómodo. Caminar hasta su coche, la
noche lo suficientemente fría como para congelar mis bolas. Conducir a mi
apartamento con el calor arrasando y todo el silencio alrededor de nosotros.
Subimos la escalera de incendios, dejamos nuestros zapatos en la puerta,
pasamos a través del área común hasta mi dormitorio. Cuelgo mi abrigo sobre la
silla del escritorio y me siento en la cama, las piernas estiradas, y me apoyo contra
la pared.

250
Lo considera por un momento, luego hace lo mismo.
Nos hallamos lado a lado en mi cama, y sigo esperando que vaya mal, que
se sienta mal, pero todo lo que puedo sentir es alivio, si el alivio se siente como
caminar con nada arrastrándose detrás de ti después de que has estado
remolcando un tráiler de miseria por todas partes durante la mayor parte de tu
vida.
Me giro un poco para poder mirarla.
Su cabello se encuentra todavía todo despeinado. Tiene lagañas en la
esquina interior de un ojo, y su labio inferior tiene un relieve elíptico como el que
conseguirías cuando tus labios están demasiado secos debido al tiempo o porque
has estado mordiéndolos.
Lo que hace, mientras la observo. Atrapa su labio entre los dientes, lo chupa
en su boca, lo libera con líneas blancas que vuelven a colorearse de rosa mientras
observo.
Quiero devorarla.
Estoy bastante seguro que no es el momento aún.
—Tienes que decirme lo que necesitas que haga ahora —digo—. Es decir,
quieres‖hablar,‖pero‖no‖estoy‖seguro…‖soy‖una‖completa‖mierda‖en‖esto.
Es otra clase de alivio, soltarlo. Ser una mierda en ello y sólo ser capaz de
decirlo así.
—Esto es, ¿qué? ¿Chicas? —Está sonriendo.
—Sí, te encantaría que admita eso.
—Me haría muy feliz escucharte decir que eres una mierda con las chicas, sí.
—No acostumbrabas a tener ninguna queja sobre mis habilidades.
—Pero eso era, como, un entorno de práctica. Un estudio preliminar.
—Estás diciendo que podría ser la clase de persona que no puede con ello en
una aplicación en el mundo real.
Se gira hacia mí, apoyando el hombro contra la pared. —Estoy diciendo que
tengo la sensación de que nunca has tenido una novia antes.
—Eso es cierto —le digo—.‖He‖estado‖con‖chicas,‖pero‖nunca‖he…
Pienso en cómo decirlo, y comienzo a atarme en nudos antes de que
recuerde que es simplemente Caroline y yo. Tengo más de una oportunidad para
corregirlo si saliera mal la primera vez.
—Eres la primera chica que me ha gustado de esta manera. 251
Pensé que admitirle eso a Caroline sería como tomar una pieza de mí y
sostenerla para ella.
Lo es.
Y no lo es.
Es‖ m{s‖ como…‖como‖si‖ hubiera todas estas cosas que empaqué dentro de
mí mismo, como una defensa contra lo que temo. Rocas y mugre, pedazos de
varillas de acero y trastos que encontré por el borde de la carretera. Y lo que estoy
dándole no soy yo, es un pedazo de esta barrera que me acostumbré a pensar como
si fuera yo.
No lo necesito. No para mantenerme a salvo de ella.
Está sonriendo, mirando sus manos donde se encuentran posadas en la
cama. Sólo a unos centímetros o menos de mis manos. Hace avanzar los dedos
lentamente hasta que se rozan con las puntas de los míos. —¿Sabes cuál fue la
palabra mágica, en mi cuarto?
—No, ¿cuál?
—Novio. —Mira mi rostro, luego baja la mirada—. Ese es el porqué vine
contigo. Porque dijiste eso.
—Debería haberlo dicho hace mucho.
También hablo en serio. Desearía haber sido capaz de hacerlo. Desearía no
haber perdido cada noche que podía haber sido capaz de pasar con ella. —Amigo.
Novio. Merecías ambos.
Levanta una mano para tocar mi rostro. Sus dedos acarician mi frente, pasan
mi sien, sobre mi mejilla, curvándose en un puño suelto de forma que puede
deslizar sus nudillos sobre mi boca. —¿En verdad me dirás cualquier cosa?
—Sí. —La palabra es un susurro, el movimiento de mis labios contra su piel.
—Si te preguntara por qué te enojaste tanto cuando te di ese dinero en
Navidad…
Maldita sea. Qué forma de escoger a una mujer que va a por la yugular.
—Sí. Si me preguntaras.
Se sienta, mirándome por un momento.
—¿Si te preguntara por qué saliste hasta mi coche esa noche en la
panadería?
Asiento y volteo su mano. Beso su palma. Es cursi, supongo, pero
simplemente me siento tan malditamente feliz de que esté aquí.
252
—Cu{ntas…‖parejas‖has‖tenido.
Beso su muñeca. —Sí.
—Cómo te sientes respecto a mí.
—Sí.
Pero creo que quizás ya sabe eso. Creo es ahí cuando la miro, cuando me
mira. Si no estuviera allí ahora, no habríamos durado tanto. No nos habríamos
hecho pasar el uno al otro a través de tanto cuando hubiera sido más fácil no
hacerlo.
Me gusta ella, la amo y la deseo.
Si preguntara, se lo diría.
Sin embargo, por ahora, porque quiero hacerlo y porque está mirando mis
labios, beso su cuello. Encuentro su pulso y hago una pausa allí, lamo, imaginando
la avalancha de sangre y calor en su garganta. Adulándome porque el latido de su
corazón se acelere por mí.
Sigo pensando que va a detenerme, pero no lo hace, así que beso toda la
longitud de su cuello hasta debajo de su mandíbula, detrás de su oreja. Beso sus
párpados y su nariz, sus pómulos, su mentón.
Llevo mi mano a la base de su columna, presiono hacia arriba para que
levante las caderas, se recueste sobre la cama.
Beso su boca.
Sabe a todo lo que he estado anhelando.
Sigo besándola y me lo sigue permitiendo. Sus brazos se deslizan alrededor
de mi espalda y se arrastran por mi columna. Me coloco sobre ella, las caderas
centradas sobre las de ella, duro contra suave. No planeé esto, pero sus labios son
la forma de bienvenida que he estado esperando durante mi vida entera, sus
brazos son el ancla que necesito, su cuerpo es mi casa.
Estamos bien juntos, Caroline y yo. Incluso si estuviera haciendo esto mal,
completa y jodidamente mal, no importa.
Estamos bien.
—Dime lo que necesitas que diga.
Tiene que haber algo. No puedo simplemente besarla. Nada en mi vida es 253
tan simple.
Me aparta y se incorpora. La sigo, creo que va a comenzar a hacer demandas
ahora. Insistir en las repuestas de todas las preguntas de hace un minuto, lo cual,
está bien, algunas no son bonitas. La repuesta a esa primera pregunta, en
particular, podría significar que nunca quiera que la bese de nuevo, ¿y eso no
significa que tengo que decírselo?
¿No? No estoy seguro.
Caroline alcanza el dobladillo de su camisa, la sube por su cabeza y la arroja
al piso.
No lleva sujetador.
Joder, esto no es justo. Ya estoy teniendo un problema con la ética de la
situación. No puedo pensar en lo correcto y lo erróneo mientras que las tetas de
Caroline se encuentran expuestas, sus pezones frunciéndose en el aire frío, sus
brazos una invitación abierta.
—Debería…‖Deberíamos.‖Ya‖sabes.‖Hablar.‖¿Si‖quisieras‖hacerlo?
—Estoy bien. Pero tienes mucha ropa puesta.
Desabotona mi camisa de vestir, trabajando en los botones mientras yo me
aferro a su cintura y la miro boquiabierto como si nunca antes hubiera visto a una
mujer desnuda. Hay algo diferente en Caroline. Siempre lo ha habido.
Quita los dedos de mis botones para chasquearlos enfrente de mis ojos. —
Aquí arriba.
Parpadeo y sacudo la cabeza, rompiendo el hechizo.—Lo siento.
—Y yo que pensé que me extrañaste.
La beso en la frente. —Lo hice.
Libera el último botón, y dice—: Quítatela.
—¿Estás segura?
Se eleva sobre sus rodillas, así que es más alta que yo. Pone las manos en
mis hombros y me mira directamente a los ojos. —Todo lo que necesitaba escuchar
era eso que me dijiste. Que confías en mí.
—Siempre lo hice.
—No. No puedes mantener todo para ti y todavía llamarlo confianza.
Quítate la camisa.
254
Me encojo para quitarme la camisa, pero dudo en la camiseta. Trabajé un
turno largo, y tengo que advertirle. —Huelo mal.
Alza la mirada al techo y agarra mi dobladillo, entonces levanto los brazos
sobre mi cabeza y le permito quitarme la camiseta. Cuando abro los ojos, sus senos
están en mi cara y no veo que tenga ninguna opción en el asunto. Tengo que
tocarlos.
Dios, ella es tan jodidamente suave. Los sostengo, probando su peso en mis
manos. No he olvidado su sabor, la presión de su pezón contra el paladar de mi
boca. Cuando gime, la derribo y caigo encima de ella, yendo tras ella con ninguna
delicadeza, plan ni restricciones. Chupando y lamiendo, moldeando y apretando,
frotándome contra su muslo, entre sus piernas, sobre el hueso de su cadera, como
un niño estúpido.
Así es como me siento. Joven, tonto y suertudo.
Ella es simplemente mala, agarrándome en puñados, las manos en mi
cabello, en mi culo, sujetando mi cadera, hundiéndose en mi espalda. Y todavía
hago un penoso intento más de hablar con ella. —Escucha, acerca de las
preguntas…
Frota la palma de su mano arriba y abajo por mi polla, y mi mandíbula se
afloja. Mi cerebro deja de funcionar. Toda la tensión en mi cuerpo se encuentra
ocupada fluyendo a donde está tocándome su mano.
—Después —dice.
Después, funciona para mí.
Me insta a colocarme de espaldas y se sube a horcajadas, centrándose sobre
mi erección, frotando de un lado a otro y balanceando sus tetas en mi cara. Soy el
tipo más afortunado del mundo.
Las chupo y ella me monta. Su piel es tan pálida, un pezón hinchándose y
ablandándose, oscureciéndose mientras retuerzo el otro entre mis dedos. Sus ojos
se encuentran cerrados, su garganta moteada de rosa, su cuerpo elevándose y
cayendo a un ritmo lento y constante que apenas puedo soportar. Ha pasado
mucho tiempo desde que me corrí. Los primeros pocos días después de que salió
de mi habitación, estuve furioso con un resentimiento equívoco. Me hice una paja
como si estuviera planeando hacer una profesión de ello. Pero después de un
tiempo, perdí interés, perdí el ánimo.
Estoy fuera de práctica.
Lo que es otra forma de decir que tengo la resistencia de alguien de catorce
255
años.
Le agarro las caderas y la sostengo quieta. Gime y se mece.
—No. Bebé. En serio.
—Se siente bien.
—Lo‖sé.‖Demasiado‖bien.‖Sigue‖haciendo‖eso,‖y‖me‖voy‖a…
Tira de mis muñecas hasta que la suelto, las pone en sus tetas. —Adelante.
—¿Quieres que me corra en mis pantalones?
Sus ojos van a la deriva, cerrándose. Cuando le paso un pulgar sobre los
pezones, inhala una respiración como si estuviera hiriéndola, y es muy, muy
bueno. Luego se aplasta contra mí incluso con más fuerza.
—Caro, hablo en serio.
—Yo también —dice.
—Será sucio.
—Tienes que lavar esos pantalones, de todas formas.
—Sí, pero aun así.
—Te limpiaré todo. Con mi lengua.
Ese es el final de la conversación. Toda la parte superior de mi cuerpo se
rompe en espasmos —un signo seguro de que solo me quedan unos segundos.
Coloco la mano en la parte baja de su espalda, la bajo, introduzco mi lengua en su
boca y la estoy besando cuando los dedos de mis pies se doblan y tengo que echar
la cabeza hacia atrás, cerrar los ojos, con la cabeza de mi polla increíblemente
sensible, un hormigueo revoloteando y moviéndose hacia arriba, fuera de mí,
caliente contra mi piel lisa y resbaladiza mientras desacelera, besando mi cuello,
pronunciando sobre mis clavículas.
Jesús. Jesús.
Le pongo la mano en la nuca, y ella se ríe, escondida en el hueco de mi
cuello. —Ese fue un ruido interesante.
—Cállate.
—Como si estuvieras muriendo.
—Te lo juro por Dios.
—No sonó placentero.
—Fue placentero. Nunca lo dudes. 256
Ella tiembla contra mi pecho, con mis brazos envueltos firmemente a su
alrededor.
—Nos encargaremos de ti en un minuto. —Sueno como si me encontrara
bajo el agua—. Entonces veremos quién se ríe.
Eso la pone en marcha de nuevo, y la miro, sonriendo, porque somos
ridículos.
Ridículos y felices.
Caroline y yo.
Después de recuperar el aliento, comienzo a darme cuenta de que soy un
imbécil13.
Como, literalmente. Acabo de dejarle a la cabeza de mi polla hacerse cargo
de la situación. Genio.
Froto mi mano por la espalda de Caroline. Ella está tensa, sus músculos
retorcidos y apretados.

13 En inglés dickhead; que significa, literalmente, cabeza de polla.


—¿Qué tan cerca estuviste?
Suelta una risa aspirada. —Um, ¿cerca?
Si yo fuera ella, estaría molesta. Primero me da un ultimátum y la ignoro
durante tres semanas, a continuación, la despierto, la convenzo de venir a mi
apartamento, ¿y ni siquiera se viene?
—Apesto.
Ella se apoya en mi pecho y sonríe. —No sé, disfruté un poco de cómo te
volviste completamente inútil ahí al final.
—Apuesto a que sí
—No, en serio. Siempre eres tan responsable. Me has hecho venir como un
millón de veces, y sólo‖he… —Ella se vuelve tímida y mira hacia otro lado.
—Me gusta hacerte venir.
Caroline se desplaza hacia un lado y me dedica una sonrisa tímida desde mi
pecho. Acaricia con su mano mi pecho, mi estómago. —También me gusta hacerte
venir. Mucho.
—Suenas sorprendida.
257
—No siempre me gustó. Antes.
Me lo imaginé.
—No‖fue…‖no‖estuvo‖mal,‖la‖verdad.‖Simplemente‖no‖era…
—Como esto.
—Sí.
Sus dedos encuentran el botón de mis vaqueros. —Bueno, te dije hace un
momento que yo, eh, te limpiaría.
—No tienes que hacerlo.
—Pero quiero hacerlo.
—Si quieres, sácatelo de encima. —Le cojo la barbilla, levantándole la cara
para mirarla a los ojos—. Pero si no quieres, esta noche, o si todavía vienes la
próxima semana o en un mes, y no quieres entonces tampoco, está bien. Quiero
decir, sé que amas las listas y los horarios y toda esa mierda, pero no hay como una
lista de cosas que tenemos que hacer o algún calendario que tengamos que
cumplir.‖Donde‖nos‖encontramos‖ahora… es bueno.
Me río de mí mismo. Bueno. —Está bien, es jodidamente increíble.
Ella empuja su nariz contra mi cuello y me besa allí. No es el tipo de cosa
que hubiera pensado que quería que una chica hiciera, pero Caroline puede
hacerlo toda la noche si quiere. Es agradable. Como cuando Frankie se despertaba
en medio de la noche y se metía en mi cama, toda caliente y suave. Cómodo.
—Gracias —dice.
—No me lo agradezcas. Ya establecimos que soy un idiota.
Su brazo se aprieta alrededor de mí. —No lo eres. Eres genial. Quiero decir,
también eres un poco imbécil. Pero sobre todo genial.
Está en silencio por un minuto, y estoy pensando en cómo de correcto me
siento con ella y cómo nunca he tenido esto con nadie. Nunca dejé que ninguna
chica se acercara tanto.
Me alegro de que sea lo mismo para ella. Sé que eso me convierte en un
idiota, porque significa que todo lo que le pasó con Nate tuvo que ser una mierda
para que ella viniera a mí y piense que lo que tenemos es algo diferente —nada
especial en absoluto.
Pero me alegro de todos modos.
Quiero que todo con Caroline sea especial. 258
Después de un tiempo, su mano comienza a caer hacia mi estómago,
desabrocha mis pantalones y baja la cremallera. Levanto las caderas para ayudarla
a bajarlos. Ella desliza un dedo por debajo de la cintura de mis calzoncillos y sigue
a través de mi estómago, lo que me hace jadear.
Podría venirme de nuevo. Pronto.
—Sácatelos —le digo, agarrando sus pantalones de pijama.
Ella lo hace, mientras me quito los calzoncillos. Es un poco tímida al
respecto, y se deja las bragas puestas. Son de color púrpura, con encaje de color
púrpura oscuro en la parte superior.
—Bonitas —le digo.
Eso hace que sonría. Lanza una mirada nerviosa hacia mi entrepierna y
comienza a maniobrar hacia allí, pero la tomo por las axilas y la coloco de espaldas
para poder darle un beso. Ella se aprieta contra mí, piel con piel, con nada más que
unas pequeñas bragas separándonos. La beso lento y perezoso, sabiendo la suerte
que tengo, y con ganas de sumergirme en ella durante un buen tiempo.
Cuando por fin aleja su boca, estoy duro de nuevo, y ella intranquila,
apretándose contra mí.
Empieza a besar mi pecho.
—Déjame hacer que te corras —digo.
—Te lo prometí.
Sólo puedo ver la parte superior de su cabeza, y no puedo decir si ella lo
dice en broma o en serio.
—No tienes que hacerlo —le recuerdo.
—Shh. —Se toma su tiempo para llegar allí, y la forma en que lo
hace… Jesús. Todas esas miradas tímidas de alguna manera me hacen pensar que
no sabe lo que está haciendo, pero para cuando pone su lengua en mi polla, como
un remolino rápido alrededor de la cabeza, ya estoy medio muerto.
—Tentadora —digo ahogadamente.
Ella sonríe. Saca esa legua rosada suya. Me lame hasta dejarme limpio.
Mantengo mis puños apretados en las mantas para no ponérselos en el pelo.
Caroline y yo nos hemos jodido mucho, pero esta noche es diferente, y no quiero
joderla. Traumatizarla o lo que sea. Puede hacer lo que quiera conmigo, pero no

259
voy a presionarla.
Sin embargo, es jodidamente difícil. Mantenerme quieto. Evitar mostrarle
exactamente lo que quiero que me haga. Ella envuelve sus dedos alrededor de la
base de mi polla, y existe este espacio en el que puede ejercer presión, pero no lo
hace. Ella lame y chupa la parte inferior, donde soy tan sensible, pero hace
chasquear la lengua justo sobre el lugar que hay debajo de la cabeza que me hace
enloquecer.
Me doy por vencido con las mantas y froto mis manos sobre sus hombros,
por su cuello, en su pelo. Sin agarrarme ella, apesar de que necesito un esfuerzo
monumental para no hacerlo. Sólo tocándola.
Ella ahueca mis bolas, pero sus dedos‖son‖tan‖suaves,‖su‖boca‖tan… atenta.
Es agradable.
Es bueno.
Ella levanta la cabeza. Se arrastra hasta estar a un par de centímetros de mi
cara. —Oye.
—¿Qué?
—No vienes con una guía. Dime lo que quieres.
—Lo estás haciendo bien.
Me levanto de la cama de golpe antes de entender por qué. Ella me pellizcó
el pezón, lo retorció. No de una manera linda.
—¿Qué mierda? ¡Eso duele!
—Dime lo que quieres.
Sus ojos son atentos, con la boca situada en esta línea sensata. Ella se ve
como la Caroline de clase, segura de sí misma, enojada conmigo por mantenerla
lejos de finalizar esta lección.
La amo así.
—Chúpame —le digo—. Fuerte.
Ella me dedica esta pequeña sonrisa. Totalmente satisfecha de sí misma. —
Gracias. —Su cabeza cae de nuevo—. Ahora sigue hablándome o me voy a casa y te
vas a quedar a solas con tu mano derecha. ¿O es la izquierda, ya que eres zurdo?
No creo que tenga que responder a la pregunta. No cuando ella está
arrastrándose por mi cuerpo, con el culo en el aire. Quiero poner las manos en ese
culo. Girarla, con su coño en mi cara goteando sobre mí mientras me chupa.

260
Le he dicho cosas así por teléfono, cuando estaba demasiado ido para
pararme, salvo porque me encontraba a un par de miles de kilómetros de ella. Pero
es diferente pensar en decírselo a la cara. ¿Le gusta o solo se resigna a ello? ¿Dónde
trazan la línea las chicas como Caroline?
Cuando ella envuelve su mano a mi alrededor, me agacho, mostrándole de
dónde tirar bien de la piel. —Aquí.
Ella se hace cargo. Entonces me está lamiendo de nuevo, haciendo
chasquera la lengua por mi cabeza, chupándome en su boca. Chupando fuerte.
—Jesús jodido Cristo.
Ella me saca de su boca el tiempo suficiente para decir—: Eso me gusta más.
No hay chicas como Caroline. Sólo Caroline.
Ella es más que suficiente.
Me chupa, me lame, me da con la lengua en el lugar que le enseño hasta que
me estoy levantando de la cama, con las piernas rígidas y la polla tan dura que no
es posible que dure. Cuando va para mis bolas en esta ocasión, le muestro dónde
golpear detrás de ellas, dónde presionar, oh, joder, aprende rápido.
—Date la vuelta —le digo, pero no estoy seguro de que ella me entienda. No
estoy seguro de poder hacer que las palabras suenen en inglés.
—Caroline.‖Yo…‖¿Puedes…? Ah.
—¿Eh? —bromea.
Me incorporo, la agarro por debajo de sus brazos y la levanto. Sus labios
brillan, mojados, y la beso, con mi lengua dentro de ella, mi mano en sus bragas y
mis dedos en su centro. Está resbaladiza, empapada. Maldita sea.
Ella gime en mi boca. —West.
—Date la vuelta —le digo.
—¿Qué?
—Date la vuelta. Levanta las caderas hacia arriba, aquí —tiro hacia mi
cara—, y tu boca ahí abajo.
—Eso‖es… ¿No podemos tener sexo ahora?
Por un segundo, me siento estupefacto. Cuando me las arreglo para juntar
algunas células cerebrales, digo—: Cariño, estamos teniendo sexo.
Sus mejillas ya son de color rosa, pero ahora se ponen rojas. Lo cual es muy
gracioso. Quiero decir, tengo mis dedos dentro de ella, ella está montando mi
mano, todavía moviéndose suavemente de arriba a abajo incluso cuando estamos
hablando, con el pelo todo suelto alrededor de sus hombros, jodidamente hermosa,
261
¿y ahora se va a poner tímida ante mí?
—¿Qué pensaste que era? —pregunto.
—Lo sé. Quiero decir, sí, también he oído la conferencia de Quinn el-sexo-
no-tiene-que-incluir-un-pene. Pero, quiero decir, ya sabes, si vamos a tener sexo.
Sexo de pene-en-la-vagina.
Levanto una ceja. —¿Sexo de pene-en-la-vagina?
—Cállate.
—No, quiero decir, eso es romántico. Esa es probablemente la propuesta
más romántica que he escuchado.
Se está riendo. —Cállate.
Muevo los dedos y la empujo sobre su espalda. La miro profundamente a
los ojos. Muy serio, digo—: Caro, me encantaría tener sexo de pene-en-la-vagina
contigo.
Ella golpea mi brazo,‖ y‖ luego‖ la‖ beso,‖ y‖ luego… maldita sea. Es como si
hubiéramos estado jugando y ahora no lo estamos. En absoluto. El beso se vuelve
intenso rápidamente; sus manos están en todas partes, agarrándose a mí,
colocando mis caderas donde ella me quiere, donde estoy meciéndome contra ella.
Sus bragas se encuentran en mi camino, y he tenido suficiente de eso. Las bajo, tiro
hasta que se encuentran en sus tobillos, le abro las rodillas y lamo entre sus piernas
hasta que está haciendo estos tranquilos e indefensos sonidos que amo
jodidamente.
—West —dice.
Sí. Lo sé. Me quiere dentro de ella, y si no llego en los próximos treinta
segundos, el mundo bien podría terminar.
—Espera. No te muevas. Ni un solo centímetro.
Me levanto, agarro el condón del escritorio, lo rasgo y lo enrollo, con mis
ojos en Caroline en mi cama, con las piernas abiertas, mojada y lista; su cuerpo, su
boca, su sonrisa, sus ojos.
—Me estoy enfriando.
—Sí, sí.
Cuando he vuelto a ella, mi polla se desliza sobre su caliente coño, suave,
con nuestras bocas unidas y sus brazos alrededor de mí. —¿Estás segura?
—Estoy segura. 262
Me agacho. Encontrando el lugar adecuado, el ángulo correcto.
Me deslizo dentro de ella. Centímetro a centímetro. Lento, porque no quiero
hacerle daño, ya que ha pasado un tiempo para los dos, porque yo no quiero
avergonzarme y venirme antes de que apenas empecemos.
Reduzco la velocidad porque quiero ver su cara, y, a la
mierda, es romántico. Es especial.
Es Caroline.
Cuando estoy completamente dentro, con sus rodillas bien abiertas y sus
ojos bien en mí, la beso. Me quedo allí, sin moverme, porque he querido estar aquí
con ella durante tanto tiempo, pero creí que nunca lo haría.
Es una tortura. La peor tortura mejor de mi vida.
Así es cómo se siente más profundo.
Así es cómo se siente el sexo cuando estás haciéndolo bien.
Si estás enamorado.
Es increíble.
Enmarco su cara entre mis manos, alisándole el pelo de la frente. —¿Estás
bien?
Pensé que esto no podría ser mejor, pero lo es cuando sonríe. Y cuando ella
se mueve, meciendo sus caderas de forma experimental contra mí y luego
retrocediendo, Jesucristo. Jadeo y cierro los ojos.
—Estoy muy bien.
—Bueno.
No estoy listo para seguir todavía. Me han dicho que tengo una resistencia
asombrosa, pero es obvio ahora que esto sólo es cierto cuando no me importa una
mierda. Con Caroline, voy a tener que trabajar duro para no ser el rey de los
eyaculadores precoces.
—¿West?
Se mece de nuevo.
—¿Hunh?
—¿Vas a follarme o qué?
—¿Te dije alguna vez que no me gustan las mujeres mandonas?
263
Ella se aleja de debajo de mí, y luego empuja hacia arriba. Su boca cae
abierta en una suave O. Luego sonríe y me mira, como, soy un genio.
Lo hace de nuevo. —Sin —oh—, embargo, te gusto —oh, Dios mío.
Cualquiera que fuera la pequeña pieza de control que sostenía, la pierdo.
Empiezo a moverme, y ella está bien conmigo. Chupo sus tetas, le beso el cuello,
detrás de la oreja, en todos los sitios en los que le gusta. Me conduzco dentro de
ella, saboreando cada golpe, el cierre hermético de su coño, la forma en la que se
queja, el deslizamiento de nuestro cuerpo, el sexo huele mejor que cualquier
perfume, el sabor del sudor en su garganta.
—¿Puedes venirte así? —le pregunto.
—Yo‖no… lo sé.
Coloco una mano debajo de su culo, levantándola. Ella chilla.
—¿Mejor?
—Oh, guau. —Después de unos segundos, ella dice—: Más duro.
Música para mis oídos.
Acelero, paro de desacelerar mis embestidas, la dejo tener más de mí, más
de mi codicia, y ella se lo lleva. Lo quiere. Coloca las piernas a mi alrededor, clava
sus talones en mí, en cada golpe, se levanta contra mí, y dice—: West, sí, oh, Dios.
—No creía que sería así, tan abierta, tan demandante; pero es ella y me encanta.
—¿Esto va a funcionar?
Sin embargo, no tengo que preguntar. Ella está sacudiendo la cabeza, con los
talones clavados en la cama, cada vez más inquieta y desesperada. —Por favor —
dice—. Por favor.
Ella siempre ruega cuando está a punto de llegar. También me encanta eso.
Me encanta volverla tan loca que pierda su orgullo y sólo ruegue.
—Tan jodidamente sexy.
Entonces nos estamos moviendo rápida y frenéticamente, y no tenemos
ninguna manera de describirlo que esté a la altura. Empujo dentro de ella hasta
que no hay ningún lugar para llegar, hasta que ya la tengo allí, y no hay ella o yo,
sólo nosotros, nuestros cuerpos, nuestro calor, este encuentro de placer al rojo vivo
y peligroso, muy peligroso, pero no me importa. No puedo pensar.
Sólo puedo moverme con Caroline, profundo, más profundo, todo el
camino hacia el centro de algo más grande que cualquiera de nosotros.
Ella se aprieta. Me quejo. Me agarra. La beso. 264
Ella gime y su voz se quiebra, un hermoso sonido agrietado. Mis bolas se
tensan, con la alegría abrasadora pasando a través de mí, ella cierra los ojos, me
aprieta los brazos y mi corazón se abre mientras la observo iluminarse con placer.
Traducido por Luna West, Vanessa Farrow, Yure8, gabihhbelieber & Sofía Belikov
Corregido por Mel Markham, Mire, Daniela, Dannygonzal & Pau!!

Caroline
Hemos estado juntos cinco semanas. 265
Me burlé de West por contar los días de nuestra separación, incluso
cuando yo pasé todo ese tiempo dudando de mí misma, destrozada por su
desaparición. Pero cuando estuvimos juntos —las últimas dos semanas de
febrero y las primeras tres de marzo— fue como si cada día fuera un aniversario.
Cada día me sentía especial, valía la pena pasar a la siguiente página, continuar
y no mirar atrás.
Noches en la panadería. Duchas en el apartamento, un aperitivo
silencioso en la cocina, tratando de no despertar a Krishna, cubriendo mis risas
con mis manos. Las mañanas en la cama de West, manos y bocas moviéndose,
un hermoso ritmo entre su cuerpo y el mío.
La manera en que él se movía siempre me volvía loca, pero nada se
comparaba con la manera en que él se mueve dentro de mí. Nada.
No sabía que esto podría ser así. Tan sucio y tan bueno. Tan magnífico y
perfecto.
Durante cinco semanas estuvimos siempre juntos. Volví a mi horario
vampiro, durmiendo por la tarde, despertándome a la mitad de la noche y
encontrándome con él en sus turnos en la panadería. Estudié en la biblioteca
cuando él estaba trabajando allí, llenando un carrito de revistas en el cuarto piso
y esperando silenciosamente que él lo encontrara cuando necesitara regresarlas a
su lugar. Enredé mis dedos en su cabello cuando se arrodilló debajo de mi silla,
mordiéndome mi dedo pulgar para no gritar, viniéndome contra sus dedos y su
lengua, era escandaloso, prohibido y feliz.
Me besaba en el pasillo del comedor. Tomaba su mano cuando
caminábamos a través del patio. Corrimos cada uno por las vías del tren, uno en
cada carril, balanceando nuestros brazos a los lados, empujando las manos del
otro para ver quién podía permanecer de pie por más tiempo, quién podía ganar.
Yo lo amaba.
No se lo dije, pero era obvio. Obvio para mí, obvio para West.
Obvio para todo aquel que prestara atención.

West está sentando en el borde de la cama, inclinado sobre su teléfono.


Tiene la alarma a las ocho en punto. Yo no tengo que despertarme hasta dentro de
una hora, pero me levanta de todas maneras. West tiene varias ideas.
Bueno, el pene de West tiene ideas. Despierto con su boca en mi cuello, su
pesada y caliente mano contra mi estómago, su erección presionando contra mi 266
culo.
—¿Buenos días? —digo. Porque no estoy segura de qué decir. No sé qué es
bueno decir tan temprano.
—Umm.
Eso es todo lo que necesita para convencerme. Hace su camino por mi
cuerpo con esa respiración baja y deliciosa que vibra justo contra mi clítoris. Es tan
sexy. Es tan West. Un umm, y ya estoy lista.
Quiero decir, ¿qué hay de malo en despertarse con un delicioso y agradable
chico adentrando sus suaves y fuertes dedos en tus bragas, separando tus pliegues
y deslizándolos sobre tu clítoris y dentro de ti?
Nada.
Me hace respirar pesado, removerme e intentar ahogar mis gritos bajo la
almohada, y luego él se mueve detrás de mí, su mano en mi clítoris, besando mi
cuello, mis hombros, hasta que comienzo a ver las estrellas.
Después colapsa encima de mí como un gigante hombre-gusano, toma una
ducha, así que ahora huele a jabón, cabello mojado y a West. Aún sigo como
gelatina y con la relajación post-sexo, y él está silbando, frotando mi pierna
desnuda, revisando sus mensajes de texto.
—¿Quién te escribió?
—Franks.
—¿Qué dice?
—Usó el teléfono de mamá y me mandó un montón de selfies.
—Déjame ver.
Me arrastro hacia su regazo, y me lo enseña. —Ella se ve tan linda.
Se parece un montón a él —West con mejillas redondas y una barbilla
afilada, maquillaje en los ojos y una blusa con brillos. También parece encantada
con tomarse fotos. He visto probablemente treinta en las últimas semanas, ya que
West ha sido un libro abierto como prometió. Me contó todo sobre Frankie, su
mamá y Bo, sobre su papá.
Hay algunas cosas de las que evita hablar, creo. Algo sobre el sexo y sobre el
dinero que yo tengo. Pero sé lo suficiente. No necesito saber absolutamente todo

267
para entender quién es West.
A veces pienso en la vida que se me dio comparada con la vida de él, lo
duro que trabaja, y eso me molesta. Sin embargo, no le gusta hablar sobre lo que es
justo o no, ni sobre la gran diferencia que hubo en nuestras infancias.
—Así son las cosas —dijo la última vez que se lo comenté—. ¿Tienes
hambre?
Él dice ahora—: Tiene un montón de mierda en los ojos.
—Lo llaman maquillaje para ojos. —Miro fijamente el teléfono—. En
realidad, es un buen efecto ahumado. Yo nunca puedo hacer que mi delineador se
vea así de impresionante.
—Tú no usas esas cosas.
—No todos los días, pero a veces para una fiesta o algo así.
Le frunce el ceño a las fotografías. —Es demasiado joven.
—Sólo está probando el maquillaje. Yo era igual a su edad. Quieres usar
sujetadores grandes y lápiz labial, todas esas cosas.
—Sí, pero tú no creciste en Ankeny. Es diferente con Franks. Tiene que ser
lista o si no algún cabrón la embarazara antes de que sea lo suficiente mayor para
siquiera saber qué es lo que quiere.
Le observo escribir un mensaje. Quita esa mierda de tus ojos. Ya eres lo
suficiente linda sin ello.
—Que reconfortante.
—Soy su hermano, no su novio.
Sin embargo, él es para ella más como su padre, creo. Lo más parecido que
ella cree que es tener uno.
Poniéndose de pie, West se estira y coloca su teléfono en el escritorio. —¿Me
puedes pasar el mío? —pregunto—. Necesito ver si Bridge irá a desayunar antes de
clases.
Lo hace, luego se coloca un par de vaqueros y una camiseta. Veo su pecho
desnudo y su estómago desaparecer de mi vista, siempre me resulta triste
despedirme de ellos.
West está sonriendo cuando lo miro a la cara. —¿Qué?
—Tu. Pareces estar lista para otro round.
Deslizo mi dedo sobre la pantalla de mi teléfono. —Apenas estaba despierta

268
en el primer round.
—Oh, no lo creo. Parecías bastante despierta al final. Pensé que iba a tener
que cubrirte la cabeza con dos almohadas para evitar que despertaras a Krish.
—Probablemente me hubieras sofocado, pero estabas demasiado ocupado
atendiendo tus asuntos.
—¿Atendiendo mis asuntos? —Suena ofendido. Me encanta ofenderlo.
—Ya sabes. —Me quedo mirando mi teléfono, agitando una mano en su
dirección—. Eres un hombre ocupado. Sólo bajas tu pantalón y listo. Lo juro,
algunas veces no estoy segura de por qué lo hago contigo.
Apenas lo veo venir antes de que tome mi tobillo y me arrastre por la cama.
Estoy enredada entre las sábanas, retorciéndome y riendo cuando sube sobre mí y
apoya sus brazos en cada lado de mi cabeza. —¿Sólo bajas el pantalón y listo?
Debería azotar tu culo por eso.
—Me gustaría verte intentándolo.
Sus ojos brillan. —Lo haría. Pero voy a llegar tarde a clases. —Ladea su
rostro y me besa—. ¿Vendrás a la biblioteca más tarde?
—Sí, pero tengo un proyecto grupal después del almuerzo, así que estaré en
la planta baja.
—Sube después.
Se refiere al cuarto piso. Nuestro piso.
Lo juro, vamos a ser pillados y luego lo despedirán.
Pero él dice que valdría la pena.
—Claro.
Un beso más, con lengua y una pequeña embestida en mi pierna me da una
pista y una promesa de lo que ocurrirá, luego se aparta. Se coloca la mochila en el
hombro mientras yo navego entre los mensajes y llamadas perdidas.
Tengo un montón. Tenía el timbre apagado anoche, mi teléfono en el fondo
de mi bolsa, así que no lo noté.
Son todos de mi papá.
—Nos vemos más tarde, nena.
Uno a las nueve de la noche. Uno a las nueve y media. Uno a las diez. Diez
con quince. Once y media. Seis en punto de la mañana.
Mi estómago se hunde como una roca.
—¿Qué es lo que un chico tiene que hacer para que su chica se despida de 269
él?
Levanto la mirada. West está apoyando en la puerta, su mano alrededor de
la perilla.
—Mi papá me llamó seis veces anoche.
—Eso…‖eso‖suena‖excesivo.
—Sí.
Malas noticias, zorra, susurran en mi mente los imbéciles de internet.
Casi me había olvidado de ellos. Me permití a mí misma olvidarlos. Me
permití fingir que no existían.
Sin estar lista para escuchar el mensaje de voz de mi papá, cambio a mi
correo electrónico. Cincuenta mensajes nuevos. Me deslizo a través de la lista,
viendo las extrañas direcciones y los amenazantes títulos.
Veo el nombre de mi papá. Llámame. Es un asunto urgente.
Un correo de mi hermana Janelle. NECESITO HABLAR CONTIGO.
No abrí ninguno.
Abro el explorador y escribo mi nombre.
Caroline Piasecki. Búsqueda avanzada. Noticias en las últimas veinticuatro horas.
Hay demasiadas páginas. Todas en los peores sitios. Todas las mismas
imágenes una y otra vez.
No se suponía que ocurriría esto, pero así es.
West se encuentra detrás de mí, con sus manos sobre mis hombros. El
teléfono está oculto de su vista por la caída de mi cabello, y deseo tener algo donde
esconderme. Algún lugar, alguna parte del mundo donde pueda llevármelo a él,
donde nada vaya a ser arruinado.
—Es malo —dice.
No es una pregunta. Él puedo presentirlo. Lo sabe.
—Sí. Es malo.
Pero después de eso, solo se pone peor.

Entro en la oficina de mi papá armada hasta los dientes.


West se queda en el auto, estacionado al final de la calle. Me siento una
mierda por ello, pero él dijo que solo puedo pelear una batalla a la vez, y tiene 270
razón. Probablemente el día que deba presentarle mi novio a mi padre no es
cuando descubrió mis fotografías pornográficas.
Aun así, el sólo saber que West está ahí fuera, esperando. El solo saber que
está a mi lado. Eso ayuda.
Ambos nos saltamos las clases esta mañana. Llamó a la biblioteca para decir
que se encontraba enfermo. No creo que se hubiera saltado una clase en todo el
año, y definitivamente nunca faltó al trabajo, así que aprecio el gesto. Además, lo
necesito. Él no es muy bueno con los ordenadores, pero es bueno conmigo. Se
sentó a mi lado durante horas mientras yo revisaba las páginas, hacia búsquedas
hasta que mis ojos ardían, maldiciendo y gritando mientras yo descubría una tras
otra el video con Nate.
Es peor esta vez. Mucho peor que antes.
Las imágenes están por todas partes, claro, recién publicadas en todos los
sitios pornográficos más conocidos, junto con mi nombre, mi escuela y más. Ha
pasado mucho tiempo desde que perdí la habilidad de encontrarlas incomodas.
Lo que me sorprende es todo lo demás.
Los mensajes de odio en mi muro de Facebook. Los mensajes a mi correo
personal de la escuela provenientes de extraños que quieren violarme, follarme,
patearme en el coño. Mi cuenta de Twitter ha recibido demasiados mensajes de
spam con vínculos hacia mi vulva. Y de alguna manera, Dios, todos mis profesores
se han puesto en contacto conmigo. Tengo tres correos que suenan preocupantes y
un mensaje de voz de Asuntos Estudiantiles requiriendo una entrevista conmigo
tan pronto como sea posible.
En seis horas, he pasado del dolor a la ira, del asco al miedo, de la
resignación a la furia. Soy una bolsa de cien kilos llena de sentimientos. Estoy
triste. Estoy furiosa. Soy un desastre.
Pero West está conmigo.
Tengo más apoyo además de West. Después de las ocho, Bridget apareció
con Quinn. Llamaron a Krishna, para que hiciéramos una búsqueda con su
portátil, el mía y el de Quinn en la sala. En menos de una hora, él supervisaba una
operación de búsqueda-y-cacería con Quinn y Bridget. Ellos hacían impresiones de
pantalla de todo, pidiéndoles favores a amigos geek de Krishna que tiene
conocimientos ilegales de informática, investigando el reglamento estudiantil para
ver qué tipo de reglas rompió Nate y qué podía hacer con ello.
Estoy cansada, pero todos están de mi lado, y eso ayuda. Muchísimo.
Fue un amigo de Krishna quien descubrió como empezó todo. Encontrando 271
uno de esos sitios donde no hay moderadores y solo hay chicos pasando el rato y
siendo imbéciles juntos, había un tema sobre mí. Un vínculo a las fotografías, una
historia sobre que soy una frígida, una malvada zorra, y luego escribía: ¿Qué
podemos hacer para enseñarle a esta perra una lección?
Docenas de usuarios tomaron el asunto en sus manos. Mientras yo estaba en
la panadería con West, durmiendo entre sus brazos, teniendo sexo con él —todo el
tiempo estaba siendo atacada. Por extraños. Sin ninguna razón.
Si esto me hubiera pasado hace siete meses, creo que me hubiera venido
abajo. Saber que han enviado las imágenes a mis profesores, a mi hermana, mis
tías, quizás a mis abuelos y han llenado Facebook de spam con imágenes desnudas
de mí —eso apesta. Me hace querer llorar y encerrarme, sin saber cuánto puede
afectar eso a mi futuro, lo que se dirá de mí por el resto de mi vida.
Pero esto también me pone muy molesta.
Estoy lista para pelear. Tengo una pila de impresiones en mis brazos. Una
bolsa con mi portátil cayendo de mi hombro. Tengo a West al final de la calle.
Delante de mí, mi padre se encuentra sentado en el sillón de cuero marrón
junto a la ventana, con su propio portátil abierto sobre su mulso, las gafas
levantadas sobre su pesado cabello gris, manteniendo una actitud digna. Estudio
su familiar rostro —gruesas cejas, esa ancha nariz hereditaria de Janelle que yo no
tengo, esa fuerte mandíbula que recordaba. Tiene algo de peso extra. Demasiadas
hamburguesas de autoservicio.
Me pidió que viniera a casa, así que vine.
Mis palmas están sudorosas cuando me siento en la otra silla en su esquina.
Es suave y alta, así que mis pies apenas rozan el suelo. Todos mis recuerdos de ser
castigada de niña comienzan aquí, con mis pies oscilando en el aire. Conozco el
número de clavos que tiene el reposabrazos de su sillón. Nueve en cada lado. Doce
en la parte del frente. Estudié cada arruga en el cuero y memoricé los arcos
geométricos y espirales en su alfombra para evitar tener que mirarlo a los ojos.
Hoy me siento con mi espalda recta, las manos húmedas entrelazadas en mi
regazo. Me recogí el cabello en una coleta, me puse unos vaqueros y el suéter que
me regaló en navidad, que es de un color azul pálido con verde, como los ojos de
West. Mi armadura.
Me siento en silencio y espero, porque Janelle viene con quejas y Alison es
quien llora. Yo soy la única que se enfrenta a él armada con argumentos, defensas
ingeniosas, maniobras complicadas.
Yo soy la hija que lucha. 272
Desde haces meses he estado demasiada asustada para luchar. Viví en una
burbuja que Nate creó desde agosto. Yo no quería aceptarlo. Me dije a mí misma
que podía solucionarlo. Pegar unos parches por aquí y por allá, pintar sobre las
grietas, mirar a otras direcciones y fingir que todo estaba bien.
Pero nada está bien.
La burbuja está absolutamente jodida.
Pero saliendo de la burbuja, he ido a partidos de rugby y hecho nuevos
amigos a los que no les importan mis estúpidas fotos pornográficas. Fuera de la
burbuja, tengo noches en la panadería, sexo telefónico y siestas largas durante las
tardes con mis brazos alrededor de un chico que huele a pan fresco y jabón, y que
me hace sentir que importo, sin importar cómo me veo, qué he hecho, ni lo que me
han hecho.
El mundo no ha cambiado. Está lleno de hombres que odian a las mujeres.
Escriben cosas estúpidas aprovechando el anonimato para atacar a una
desconocida solo porque es mujer y ellos son monos con un complejo de
superioridad.
El mundo no ha cambiado, pero yo sí.
Fuera de la burbuja esta la vida. West.
Me gusta estar fuera de la burbuja. Salir de ella.
Papá hace clic en algo, cierra la tapa de su ordenador y me mira. —Caroline
—dice.
Sólo mi nombre, por un momento.
Sólo mi nombre, porque se comienza con la identificación del acusado.
—Anoche recibí una llamada de tu tía Margaret. Vio algo inquietante en tu
página de Facebook y quería saber si yo era consciente de ello.
Sus ojos son mis ojos, castaños y llenos de simpatía. Su actitud es razonable.
Su dicción es clara y mesurable. Él no grita en la oficina. Él juzga. Venimos a él
como criminales, y nos dicta una sentencia con calma y racionalmente.
—Cuando le dije que no sabía a lo que se refería, me envió el enlace, y lo
comprobé‖por‖mí‖mismo.‖El‖enlace‖me‖llevó‖a‖un‖sitio‖web‖donde…
Se aclara la garganta —la primera señal de que esto le preocupa.
—…donde‖ encontré‖ algunas‖ fotografías‖ tuyas‖ sin‖ ropa.‖ Algunas‖
comprometedoras. Sexualmente comprometedoras. Aunque no era posible
identificar totalmente cada una de las fotografías como tuyas, había‖cierta…
273
Aparta la mirada de mí por un segundo.
Esto no es culpa tuya, me digo a mi misma. Tú no hiciste esto. Lo hizo Nate.
Papá se aclara la garganta. —No‖hay‖duda‖de‖que‖al‖menos‖en‖una…‖si‖no‖
más de esas fotografías sexualmente explicitas, eres tú. Seguí un segundo link para
encontrar las mismas cosas, y puedo asumir que los vínculos adicionales contienen
las mismas fotos.
Hay una larga pausa, y me pregunto si se supone que debo decir algo. Pero,
¿qué puedo decir?
Sí, esa soy yo.
Esa soy yo dándole a Nate una mamada.
Esa es mi vagina, mi mano entre mis piernas acariciando mi clítoris.
Sí, esa soy yo montando la polla de Nate. Mi rostro con su semen.
Sí.
Esa es tu niña. Tu orgullo y alegría.
Me siento en silencio. Yo sabía que esto sería duro, pero es más duro de lo
que esperé. Había pensado que me juzgaría, había temido su disgusto, pero nunca
pensé en su dolor.
El dolor en su rostro, en sus ojos.
Esas fotografías lo entristecen, lo entristecen por mí, y es insoportable.
—Entonces. —Cruza las manos sobre su estómago, encima de su chaqueta
de punto beige que usa sobre sus camisas Oxford para casa—. Dime como ocurrió.
Respiro profundamente y me imagino un cordel atado a la coronilla de mi
cabeza, tirando de mí con la espalda recta y alta. Un ejercicio que nos puso el
director del coro de la escuela secundaria, pero es útil en el momento que necesito
estar perfectamente tranquila y ser cuidadosa.
—Nate‖ tomó‖ las‖ fotos.‖ Cuando‖ todavía‖ est{bamos‖ saliendo.‖ Y‖ él…‖
aparecieron en línea justo después de que nos separamos.
Las líneas alrededor de su boca se profundizan, paréntesis gemelos
enmarcando su impaciencia. —¿Estoy en lo correcto al recordar que rompiste con
Nate justo antes de regresar a la escuela en agosto?
—Sí. Era agosto cuando las publicó por primera vez. 274
—¿Estás segura que él las publicó?

—No. Supongo que lo fue, pero no puedo demostrarlo. Fueron enviadas de


manera anónima a los sitios. Él lo negó.
—Caroline. —Mi padre me mira directamente, inclinándose un poco—.
Estamos en marzo.
—Sí.

—Dime qué ocurrió entre agosto y marzo.

—Hice un esfuerzo sistemático para eliminar las fotos de internet. Configuré


búsquedas automáticas, envié correos electrónicos‖de‖cese‖y‖desista…
Mi papá hace un sonido de impaciencia. No aprueba la defensa por cuenta
propia.
—…y‖cualquier‖otra‖cosa‖que‖se‖me‖pudo‖ocurrir‖para‖sacarlas de línea. Y
entonces, cuando eso no funcionó, contraté un servicio para ayudarme a limpiar mi
reputación. Me refiero a internet. Ellos las buscan por ti, borran fotos, tratan de
obtener los resultados legítimos‖en‖las‖p{ginas‖de‖búsqueda…
Y no he sabido nada de ellos en semanas. Los informes que me enviaron llegaron
tarde, esbozados, e incompletos. Es posible que sean farsantes o simplemente basura en lo
que hacen.
Es posible que tirara mil quinientos dólares del dinero de West en un sueño
imposible.
¿Cuántas horas de su esfuerzo, su sudor, desperdicié, para poder encogerme
en mi habitación, deseando que la vida fuera justa?
En la lista de mis arrepentimientos, ese préstamo está en camino de llegar a
la cima.
—Pero este último ataque fue lanzado desde un tablón de anuncios en línea
—continúo—. Presumiblemente por Nate. Varias personas participaron en esto con
él. No sé sus identidades. Lo que sí sé es que las imágenes se han extendido tan
lejos, que es probable que sea un esfuerzo inútil tratar de conseguir que se retiren.
Me‖gustaría‖centrar‖mi‖energía‖en‖este‖punto‖en…
—¿Un esfuerzo inútil? ¿Tienes alguna idea de lo que te pasará si no retiras
las fotos?
—Tengo una buena idea, sí.
275
—Tendrás problemas para entrar en la escuela de leyes. Las
recomendaciones serán difíciles, pero aun suponiendo que puedas presentar una
buena aplicación, los comités de admisión investigan en internet. Aplicaciones
prácticas, becas, solicitudes de empleo. No hay ninguna posibilidad ante la Beca
Rhodes, el Marshall. Sacar las imágenes de línea tendrá que ser tu máxima
prioridad. Debiste venir a mí desde el principio, Caroline. Es demasiado el daño
que ya está hecho.
Demasiado daño.
¿Pero para qué? ¿A quién?
—No estoy dañada.

—Eso no es lo que quise decir.

—Sin embargo, es eso. Estás hablando de esto, de mi futuro, como si hubiese


ensuciado esta cosa blanca y pura. Como si me hubieras mandado a jugar en un
vestido blanco y no fui lo suficientemente cuidadosa con él.
Frunce el ceño.
—No soy un vestido blanco, papá. Y no tomé esas fotos. No las compartí. No
dije todas esas cosas sobre mí. Nate lo hizo.
—No estás segura.

—Está bien. Alguien lo hizo. Lo importante es, que ese alguien no fui yo.

Gruñe y mira por la ventana hacia el patio. Nuestra casa se encuentra en la


parte más bonita de Ankeny, con mucha sombra grande y un acre de césped que
tuve que cortar en la preparatoria si esperaba que me dejaran salir los fines de
semana. Hoy está nublado, nieve dispersa todavía en el suelo, lejos de las semanas
de primavera.
Ese ya no es mi patio.
Esta no es mi casa.
No soy una niña.
—¿Informaste de este incidente en la universidad? —pregunta—. ¿O a la
policía?
—No. Pero tengo la intención de hacerlo.

—Dices que supones que Nate publicó estas fotos la primera vez porque
estaba molesto. ¿Tiene alguna razón para seguir molesto contigo? ¿Algo que

276
provocó este segundo ataque?
Por supuesto, es por West. West y yo, juntos. Saliendo en público, en el
campus, como una pareja, como si estuviéramos enamorados.
¿Qué me dijo Nate esa noche en la fiesta, cuando me impidió salir de la
habitación? Que estaba preocupado por mí. Que éramos amigos,
que siempre seríamos amigos.
¿Qué quería esa noche cuando llegó al apartamento de West con Josh y se
ofreció a comprar hierba? ¿Plantar algún tipo de derecho sobre mí? ¿Demostrar
que era mejor que el tipo que con el que terminé?
—Creo que todavía podría tener sentimientos por mí.

—Ya veo.

Entonces mi papá no dice nada, y tengo que soportar el tic-tac del reloj del
abuelo y esperar su opinión.
—Tendré que hablar con Dick —dice—. Podría tener una idea de la mejor
línea de acción en asuntos como este.
Dick Shaffer es un fiscal amigo de mi padre.
—He investigado sobre eso —le digo—. Y tengo una reunión con la oficina
de Asuntos Estudiantiles esta tarde, donde voy a preguntar sobre los posibles
enfoques. No es ilegal compartir imágenes sexuales en línea, siempre que sean
imágenes de un adulto y propiedad de la persona que las comparte, que no sean
robadas y no fueran forzadas. Lo que significa, creo, que no hay mucho que la
policía‖pueda‖hacer.‖Pero‖si‖vamos‖tras‖Nate‖por‖violar‖la‖política‖tecnológica…
La mirada de mi padre se agudiza. —¿Ir tras él?
—Sí, por la publicación que hizo ayer por la noche. Si usó la red del campus,
eso fue una violación de la política tecnológica del campus, y creo que si va a una
audiencia…
Mi padre se levanta bruscamente y lleva su portátil al escritorio, donde lo
deja, plateado y resplandeciente. Pone las manos en su espalda y comienza a
caminar, sumido en sus propios pensamientos.
He perdido el hilo conductor de mi argumento. De todos modos, no creo
que estuviera escuchando.
No sé qué decir para conseguir que escuche.
—¿Te acuerdas? —pregunta—, ¿lo que te dije cuando cumpliste quince años
y te permití tener tu propia cuenta de Facebook?
—Sí. 277
Gira un dedo hacia mí. Repítelo.
—Me dijiste que tenga cuidado, porque internet es un foro público y nada
de lo que haga o diga en línea desaparecerá.
—Y te dije que era especialmente importante para ti tener cuidado, ¿no? Más
que tus hermanas. Porque quieres ser abogada. Quieres ser una líder de hombres.
Lo quería.
Lo quiero.
—¿Es este el comportamiento de una líder de hombres, Caroline?

Esa pregunta me marea por un segundo. Envía una oleada de fuego a través
de mí, una ráfaga caliente de una sensación que no puedo identificar de inmediato.
Antes de mi segundo año en Putnam, nunca comprendí que todo tu mundo
puede centrarse en unas pocas palabras.
Un mensaje de texto que dice ODM.
Una pregunta de mi padre: ¿Es este el comportamiento de una líder de hombres?
La respuesta viene de lo más profundo de mí ser. Desde ese lugar debajo de
mis pulmones, que abre la herida que ha sido cortada y pateada y maltratada. La
parte de mí que se ha negado, todavía se niega, a renunciar.
Sí, es lo que me dice. Sí, jodidamente lo es.
Si hay algo que aprendí de una infancia estudiando detenidamente las
biografías de los líderes del mundo, es que las personas que hacen una diferencia
en el mundo no tienen éxito apesar de lo que les ha ocurrido, sino a causa de eso.
Ser un líder no se trata sólo de hacer las cosas que tu padre aprobará. No se trata
de ser buena e inteligente y bonita y afortunada. No puedes dirigir desde el
interior de una burbuja.
Tienes que vivir para dirigir, y en los últimos meses he estado viva. Me he
estado enamorando de un chico con el que mi padre me prohibió hablar.
Demonios, no un chico, un hombre. Un hombre inteligente que trabaja duro y
nunca se salta las clases, excepto cuando tiene que hacerlo, porque estoy en medio
de una crisis.
Un traficante de drogas. Un alborotador. West es ambas cosas.
Pero es también un hijo, un hermano mayor, un amante generoso, y un
chico increíble y amable. 278
Este año he estado averiguando quién soy. He estado aprendiendo lo que
quiero, y es lo mismo que siempre he querido, sólo que soy diferente.
Los líderes viven y crecen y aprenden. Se encuentran con dragones, son
quemados por ellos, atemperan sus espadas en el fuego, y las llevan hacia delante.
Eso es lo que quiero hacer. Eso es lo que quiero ser. No esta chica
acobardada en el despacho de su padre.
Quiero ser feroz.
Así que también me pongo de pie. Me planto en el medio de su alfombra,
cruzo los brazos para que coincidan con los suyos. Dejo que mis cejas se acerquen,
las esquinas de mi boca caen, y le pregunto—: ¿Qué quieres decir con este?
—¿Disculpa?

—Tú dijiste: ¿Es este el comportamiento de una líder de hombres? ¿Qué


quieres decir? ¿Me estás preguntando si los líderes tienen relaciones sexuales
consentidas con sus parejas monógamas a largo plazo? Sí. Lo hacen. ¿Estás
preguntando si los líderes son traicionados alguna vez? Sí. Todo el tiempo. La
pregunta‖es…
—La pregunta es una de juicio —interrumpe—. Hay una razón por la que
nunca has visto un escándalo de fotografías sexuales involucrando al presidente de
los Estados Unidos, Caroline,‖y‖se‖debe‖a‖que…
—Es porque Monica Lewinsky no tenía un iPhone, papá. ¿Me estás tomando
el pelo con esto? ¿Sabes cuántos senadores han sido atrapados enviando fotos de
sus penes a empleadas?
—Basta, debiste haberlo sabido mejor.

Eso me atrapa en seco. Atrapa mi aliento en mis pulmones.


Debería haberlo sabido mejor.
Por supuesto que debí haberlo hecho. Las cosas con Nate nunca fueron del
todo bien, y debí saber que le gustaba por las razones equivocadas, que tenía que
trabajar muy duro por su aprecio, que no se preocupaba por mí de la manera
correcta. Creo que esa fue siempre parte de su mística, el sentido de que nunca
podría ser suficiente para él, que me eligió, pero yo era poco inteligente,
demasiado ingenua, y tenía que probarme a mí misma para hacer que rebajarse a
salir conmigo valiera la pena.
Me di cuenta de todo, eventualmente. Rompí con él porque no funcionaba,
porque en Putnam tuve más confianza de que podía encontrar a alguien mejor.
279
Alguien como West.
Simplemente no lo imaginaba tan pronto.
Ten cuidado con lo que pones en internet. Lo he escuchado cientos de veces. Ten
cuidado con lo que haces en esta era digital. No te dejes convertir en una víctima, porque si
lo haces, es culpa tuya. Tu error.
Sabía que las fotos eran una mala idea. Tenía mi boca en la polla de Nate
cuando levantó el teléfono en el aire y tomó la primera, y no se sintió sexy. No se
sintió arriesgado ni inteligente, un secreto compartido entre nosotros. Se sintió mal.
Decidí darle lo que quería, así sería amable conmigo. Así me aprobaría,
actuaría como si me amara, como si estuviera orgulloso de mí.
Tomó esa foto. Se vino en mi boca.
Después, quería tomas del cuerpo. Una, dos, tres, cuatro. Mi escote pegajoso,
mis sentidos embotados, mi mandíbula dolorida, hice lo que me pidió.
Tenía dieciocho años y pensaba que lo amaba. Debería haberlo sabido, pero
no lo hice.
Y no merezco que abusen de mí por ello. Ser juzgada por ello. Insultada.
No merezco que arruinen mi vida.
—Confiaba en él.

—No debiste hacerlo. ¿Crees que el profesor Donaldson será capaz de


escribir una carta de recomendación para la facultad de derecho ahora, con estas
fotografías en su mente? ¿Crees que será capaz de dar fe de tu inteligencia, tu
forma de comportarte, cuando ha visto esto?
—Probablemente no.

—¿Crees que serás capaz de obtener una pasantía este verano, o el año que
viene? ¿Que serás capaz de solicitar becas con esto en tu registro?
—Sé‖que‖es‖una‖vergüenza,‖pap{,‖pero…

—No es una vergüenza. La vergüenza se desvanece. Esto es una marca


negra. Es como si hubieras cometido un delito, Caroline, y todo porque no
utilizaste la cabeza.
—Nate es el que publicó las imágenes.

—Y tú eres la que le permitió tomarlas.

—Confiaba en él.
280
Hace un sonido indignado. Aparta la mirada. Se pasa la mano por la boca.
—No debiste hacerlo —dice por segunda vez. Y me mira, más triste que
enojado—. Pensé que‖tenías‖un‖mejor‖juicio.‖Me‖siento‖decepcionado‖de‖ti.‖Estoy…
estoy indignado con esas fotos, y estoy decepcionado.
Algo se rompe en mi interior al oírle decir eso.
Duele.
Pero creo que lo que se rompe no es mi corazón. Es un último fragmento
delicado de la burbuja. Es la parte de mí que todavía era la chica de papá, viviendo
con la esperanza de que si fuera perfecta, me amaría mejor. Me amaría más. Me
amaría siempre. Y su amor me haría más poderosa.
Duele saber que lo enojé. Duele saber que de ahora en adelante, nunca me
amará de la misma manera, si encuentra la forma de amarme en absoluto.
Pero no necesito su amor para ser poderosa.
Ya soy poderosa.
Y hay suficiente trabajo para mí en el mundo, solo tratando de arreglar esto,
de forma que puedo pasar el resto de mi vida haciéndolo.
—Siento mucho que estés decepcionado —le digo—. Pero soy humana.
Tengo diecinueve años. A veces‖cometo‖errores.‖Y‖creo…‖ya‖sabes,‖tal‖vez debería
habértelo dicho de inmediato. Tal vez esto lo hace más difícil para ti, porque he
tenido siete meses para pensar en lo que significan estas fotos y tú has tenido,
como, siete horas.
Me acerco un paso y pongo la mano en su brazo.
Si se estremece ligeramente, si mi corazón se contrae, lo ignoro.
No soy asquerosa. Soy su hija.
—Pero, ¿papá? Esto es lo que significan para mí. Son un acto de odio. Son
venganza contra mí, de alguien a quien nunca traté mal. Son inmerecidas. E incluso
si fueran merecidas, ¿qué significa eso exactamente? ¿Que si alguien toma fotos de
mí desnuda, me vuelvo una mala persona, y entonces tienen el derecho de
llamarme puta en internet? ¿Estás tratando de decirme que sólo porque no detuve
a Nate de tomarme las fotos, merezco todo lo que me pasa, para siempre?
¿Merezco este ataque porque lo pedí? ¿Escuchas lo desagradable que es esto?
—Nunca dije que lo hayas querido. —Suena diferente, con la voz ahogada e
inquieta.
—Sí. Lo hiciste.
281
Mi padre siempre me ha dicho que el primer paso para conseguir lo que
quiero en la vida es saber lo que quiero. Te das cuenta, y luego vas tras eso.
Así que hago que me mire. Hago que me escuche.
—Lo hiciste.

Este es mi poder ahora, y a él no le tiene que gustar.


Voy a usarlo, le guste o no.
Voy a seguir utilizándolo hasta que la gente empiece a escuchar.

West se pone de pie tan pronto como me ve.


Ha estado esperando en la zona de recepción de Asuntos Estudiantiles,
sentado frente a la asistente de oficina en una silla de respaldo alto color rosa que
es demasiado pequeña y completamente demasiado enloquecedora para él.
Estuve en la reunión durante más de una hora, pero está exactamente en el
mismo lugar donde lo dejé. Lo único diferente es que su cabello se ha arreglado en
surcos arados, surcos que me quedo mirando inexpresivamente por un momento
hasta que me doy cuenta que son de sus dedos.
¿Cuántas veces tuvo que pasarse la mano por el pelo para dejarlo luciendo
como un campo de primavera?
—¿Cómo te fue?

Me toca el codo cuando me acerco, deslizando su mano en mi cintura. Con


una ligera presión, me conduce a través de la puerta hacia el pasillo.
Asuntos Estudiantiles ocupa parte del sótano del centro de estudiantes,
junto con una galería y algunas otras oficinas. Es un laberinto de color blanco
brillante, y siempre consigo perderme en él, pero estoy bastante segura de que
entramos por el otro extremo de donde West me está guiando.
—Creo que bien. Les dije un montón de cosas, y ellos hicieron algunas
preguntas. Entonces les di todas mis impresiones de registro. Se supone que deben
hablar con Nate pronto, y luego ya veremos.
La expresión de West se oscurece. —¿Eso es todo? ¿Ya veremos?
Ha estado así desde que salimos de donde mi padre. Nervioso, amargado,
un poco sarcástico. Creo que estuvo bajo la ilusión de que, porque tengo razón,
todos se pondrán de mi parte. Como si esa fuera la forma en que funciona el
mundo.
282
Por mi parte, he llegado a pensar que nada me será entregado sin una pelea.
—Bueno, sí. ¿Qué pensabas, que lo atarían a la parte posterior de un caballo
y lo arrastrarían por el campus?
No encuentra la broma divertida. Lo alcanzo y siento la línea de
preocupación profunda entre sus cejas. —Oye. ¿Por qué es esto?
—Por nada. ¿Tienes hambre? Debes comer algo. Descansa un poco. Quiero
que duermas mientras estoy esta noche en la panadería.
Me detengo. —West.
—¿Qué?

—¿Qué te pasa?

Porque le pasa algo más que lo que puede ser explicado por la decepción de
cómo fue mi entrevista. Hay una energía viniendo de él, reuniendo una nube de
tormenta, oscura y peligrosa. Lo puedo sentir cuando estoy cerca, y me recuerda
aquel día que me lo encontré en la biblioteca después de que golpeó a Nate, a
violencia física, átomos vibrando, químicos primitivos.
—Nada. Estoy bien.
Tomo sus antebrazos en un agarre firme, tiro de él para acercarlo más, me
pongo de puntillas para besarlo. Solo se queda ahí como un bloque de madera, y
cuando bajo, trata de formar una sonrisa que es tan patéticamente no sonrisa,
quiero borrarla de su cara.
—Sí, te sientes completamente bien —le digo—. Ese fue un beso tan
grandioso que estoy a punto de arrancarme las bragas y hacértelo en el pasillo.
Ninguna sonrisa. Sin humor en él en absoluto. Tira de mi mano. —Salgamos
de aquí.
—No hasta que me hables.

—No aquí.

—¿Por qué no? No hay nadie.

Sus ojos se mueven más allá de mi hombro, al otro extremo de la sala.


—Joder —murmura.

Descubro por qué está maldiciendo, la única razón probable de que esté tan
tenso, mientras me doy la vuelta. La visión de Nate parado donde no había nadie

283
hace unos segundos es más confirmación que sorpresa.
―¿Sabías que él iba a venir?
West no responde. Tal vez escuchó algo, tal vez la secretaria se lo contó,
pero de alguna manera, lo sabía.
―Está bien, West. Quiero decir, es dulce que estés tan preocupado, pero iba
a tener que verlo tarde o temprano, yo sólo…
Una mirada me dice que no me está escuchando.
Una mirada a sus ojos me informa que el intento de West de sacarme del
edificio no era para protegerme. Al menos, no en la manera que imagino.
Está sonrojado. Enfocado.
Homicida.
―Ni se te ocurra ―le digo―. Ni siquiera lo pienses.
―Deberías‖irte ―dice.
Nate nos ha reconocido. Se encuentra a unos diez metros de distancia, lo
suficientemente cerca para verlo todavía.
Creo que si estuviera más cerca, vería el miedo en sus ojos.
―Serás expulsado.
Mi mano se halla sobre el galopante corazón de West. No estoy segura de
que pueda escucharme siquiera, y ya he tenido bastante de no ser escuchada hoy.
Mi padre, el decano, el supervisor de la residencia que se encontraba sentado en la
reunión, ninguno de ellos me había escuchado realmente. Y ahora West.
―Vete de aquí, Caroline.
Está dejándome atrás, moviéndose firmemente por el pasillo hacia su presa,
y estoy segura, segura de que West no va a golpear a Nate. No, va a darle una
paliza hasta que alguien lo separe. Va a mandar a Nate al hospital. Tal vez incluso
matarlo.
Supongo que debería estar preocupada por West, o incluso por Nate, pero
no lo estoy. Entender lo que va a suceder no me asusta. Me enfurece.
West ya ha meado en este árbol en particular. Dos veces.
Agarro un puñado de la parte trasera de su camiseta y tiro. La tela se rasga.
West se gira.
―Esta‖es‖mi‖pelea‖―le digo―. Mía. No tuya.
―Sal de aquí si no quieres ver esto.
―¿Te estás escuchando? Esto no es una película de acción. Déjalo ya. 284
―Suelta mi camisa.
―No servirá de nada, West. Solo te meterás en problemas, tal vez vayas a la
cárcel, y luego no te tendré y todavía tendré que lidiar con esto. No servirá de nada.
Intenta quitar mi mano de su camisa, pero tengo un buen agarre. Así que se
quita la camisa. Ahí mismo, en el sótano del centro de estudiantes, se saca
bruscamente la camisa y se dirige por el pasillo hacia Nate.
Dejo caer mi bolso y corro.
Nunca fui muy buena en el rugby, pero aprendí un par de cosas sobre
derribar antes de que terminara la temporada. Ninguna de ellas tiene nada que ver
con esta torpe caída hacia West. Choco con el dorso de sus muslos, rodeos sus
rodillas con mis manos, resbalo hasta sus tobillos.
Sin embargo, soy tenaz. No lo suelto. Si quiere pelear con Nate, tendrá que
arrastrarme detrás de él. Me aferraré a su espalda como un mono bebé. No será
digno, pero no me importa.
―Caroline, por el amor de Dios.
―No te dejaré ir.
Con las manos en sus caderas, mira a Nate, quien ahora está sonriendo.
Realmente merece que lo golpeen en la nariz.
Pero eso no viene al caso. Dejé claros mis sentimientos sobre la violencia
cuando vomité en el baño de West. No me gusta esto. No lo quiero. No lo estoy
buscando.
―Suéltame ―dice West―. Esto es entre él y yo.
―No, no lo es.
―Llamó a la policía.
―Y ese fue un movimiento en una larga guerra, y la guerra es por mí y digo
que no. Sin peleas. Las odio. No solucionan nada. Sólo te da una excusa para
desahogarte, lo que no es justo de todos modos. Quiero decir, también tengo que
desahogarme y no llego a golpear a la gente. ―Miro a West, con mis brazos
alrededor de sus tobillos, suplicándole―. Entiendo que estés frustrado, ¿de
acuerdo? Lo entiendo. Estás furioso. Quieres arreglar esto por mí. Pero no puedes
arreglar esto por mí. Todo lo que puedes hacer es empeorar las cosas.
Puedo ver el momento en el que penetro en él. Tal vez no lo que estoy
diciendo tanto como el hecho de que estoy prácticamente acostada en el suelo,
enredada en sus piernas. No va a lograr nada de esta manera.
285
Nate también lo ve. Entra a Asuntos Estudiantiles sin otra mirada.
El aliento sale de golpe de West en un fuerte suspiro de frustración.
Después de unos segundos, cuando he empezado a sentirme tonta, es decir,
¿cómo es, exactamente, que acabé envuelta alrededor de las piernas de un hombre
sin camisa en un lapso tan corto de tiempo?, me da su mano.
―Ven aquí.
Su palma está caliente y húmeda, su agarre fuerte. Cuando estoy de pie,
toma mi cara entre sus manos.
―Eres mía. Te lastimó. Quiero hacerle daño.
―Lo sé.
―Es lo único que puedo hacer por ti.
―Sin embargo, no lo es. No es lo que necesito de ti. Tienes que confiar en
que yo puedo hacer esto. Es mi lucha.
—Se siente como si también fuera mía.
Giro mi cara en su palma. Lo beso ahí, donde puedo sentir el pulso en su
mano.
―Eso es porque somos un equipo. ―Sonrío contra su piel―. Pero yo soy la
líder.
Resopla. ―No eres la líder.
―Sí lo soy. Deberías haberme visto en esa reunión. Pateé traseros.
―Apuesto a que sí.
―¿West? ―lo miro. Hay más tranquilidad en su expresión ahora, suavidad
en sus ojos que yo puse ahí―. Necesito que creas en mí. Incluso aunque haya
momentos en que nadie más lo haga, necesito que seas la única persona en mi vida
que confía en que puedo patear todos los traseros que necesiten ser pateados.
―Claro‖que‖puedes.‖Pero‖no‖es…
―Y luego ―interrumpo, porque esto es importante―. Y luego, aunque sé
que es más difícil y no es lo que quieres, necesito que me dejes hacerlo.
Mira más allá de mí hacia la puerta, donde Nate ya no está.
―West, mírame.
286
Lo hace.
―Va a haber otras ocasiones como esta. En algún momento, cuando yo no
esté alrededor, y tengas una oportunidad con Nate. Te pido que me prometas que
no vas a tomarla.
―Caro.
―Por favor. ―Toco su pómulo. Acaricio su cuello. Se siente tan peligroso,
justo en el límite, y tengo que hacerlo retroceder, porque sé que esta decisión, en
este momento, es uno de esos puntos de no retorno. Un momento decisivo.
No puedo estar con él si no me deja pelear mis propias batallas.
Cubre mi mano con las suya y la sostiene contra la curva entre su cuello y su
hombro.
Amo sus ojos. Amo la forma en que me mira, lo que ve en mí, que estamos
juntos.
―Odio‖no‖poder‖hacer‖nada‖por‖ti ―dice.
―Lo estás haciendo todo por mí. Sólo por ser tú. ―Lo beso―. Prométemelo.
Su aliento contra mi boca es un suspiro y una rendición. ―Lo prometo.
―Gracias. ―Acaricio su cuello y lo beso de nuevo. Es tan cálido, nervudo,
animal.
También está sin camisa.
Cuando su lengua separa mis labios, me vuelvo débil contra él. El beso se
pone serio rápidamente. Mi espalda choca con la pared, su mano toma mi pierna
por detrás de la rodilla.
―Vamos‖a‖casa ―le digo.
Ni siquiera llegamos al estacionamiento antes de que esté presionándome
contra un árbol, la corteza rugosa contra la parte posterior de mi cabeza hasta que
su mano está ahí, protegiéndome.
Luego, calor abrasador y manos errantes. Estoy húmeda, ya estaba húmeda
en el pasillo, más húmeda aún mientras me empujaba por la puerta y le daba un
empujón por detrás de mí, manosea mi culo con su mano libre de la manera más
profunda, más sucia.
―Casa ―digo en un jadeo.
―Sí.
―Tú‖conduces. 287
―Llaves.
Las saco de mi bolso, aunque no estoy segura de cómo. West no ayuda. Sus
manos están sobre mí.
―Toma.
Tengo que colgarlas enfrente de su cara para llamar su atención.
De vuelta en el apartamento, Krishna y Bridget están esperando.
―¿Cómo te fue?
―¿Pateaste su culo?
West ni siquiera me deja hablar. Me empuja delante de él, diciendo―:‖
Dennos‖un‖minuto‖―y cierra la puerta de su dormitorio en sus sorprendidas caras.
―Eso fue grosero.
Se encuentra demasiado ocupado desabrochando mis pantalones para
responder.
Unos tirones rápidos, un empujón en la cama, un condón sacado del
escritorio, y está sobre mí, separando mis rodillas, probándome con sus dedos.
Cuando siente lo mojada que estoy, hace ese sonido de umm que me vuelve loca.
―Date prisa ―le digo.
No dura mucho pero, oh, Dios, es increíble. Un empuje confiado y me está
llenando, nuestras lenguas bailando, la hebilla de su cinturón tintineando mientras
se mueve dentro de mí duro y profundo. No hablamos. No estoy segura de sí
respiramos. Necesita reclamarme, y también necesito reclamarlo, sus defectos, su
ira, y su estúpida mierda machista sobreprotectora, su promesa y su cuerpo y su
forma de ser, frustrante e imperfecto, hermoso y caliente, violento e inteligente y
real.
Chupa mi pezón en su boca, lame con su lengua de la manera que sabe que
me vuelve loca, pone su mano debajo de mí y se inclina para poner fricción cuando
la necesito. No le toma mucho. Estoy cerca. Tan cerca, y se siente más grande, más
duro y más profundo que nunca, impulsándose rápido, respirando
entrecortadamente contra mi cuello.
―Vamos, bebé ―dice, y hago este sonido como un sollozo, pero nunca me
he sentido tan bien.
Más apretado y más duro, entierro mis dedos en sus hombros cuando
empiezo a llegar, necesitando aferrarme a él para mantenerlo aquí, justo aquí, tan
cerca. Él gime, empuja su frente contra la mía, besa mi sien cuando giro la cabeza,
se viene en mi interior sosteniendo mis manos, nuestros dedos entrelazados, su
288
agarre es tan fuerte que el dolor en mis articulaciones es lo primero que siento
cuando soy capaz de sentir otra cosa que no sea felicidad.
Muevo mis dedos, y él los suelta.
―Santa‖mierda.
Sonríe. ―Eso fue…‖santa‖mierda.
Besa mi nariz, sin dejar de sonreír, y sacude la cabeza.
―En serio. Eso es todo lo que tengo. Estoy segura de que hay otras palabras,
pero…
West empieza a reírse, su vientre moviéndose contra el mío. ―Que nunca se
diga que la cosa cavernícola no te excita.
―¡No lo hace!
Sigue riéndose, así que lo pellizco. ―¡La última vez que golpeaste a Nate
vomité!
―Acabas de venirte, como, en quince segundos. Y ese momento en la
biblioteca…
―Ni siquiera menciones eso.
―Después de que lo derribé. Estabas caliente por mí.
―¡Claro‖que‖no!
―Podrías haberme dejado hacerte algo ese día.
―No, por supuesto que no.
―Podrías. Debería haberte besado. Haberme saltado todos esos meses que
pasamos engañándonos a nosotros mismos. No me digas que no pensabas en eso.
―No lo hacía.
―Claro, porque eres una buena chica.
Pongo mis manos alrededor de su cabeza, tiro de él, lo beso. ―Bueno, tal
vez pensaba en eso. Pero sólo porque claramente necesitabas una salida para toda
esa desenfrenada testosterona.
―¿Te habrías ofrecido voluntaria para ser mi salida?
―Tu receptáculo. Porque soy generosa.
―Acabo de darte un orgasmo que hizo que se te cruzaran los ojos.
―Bueno, claro. Dar tiene sus beneficios.
289
Empieza a reírse de nuevo, y lo abrazo fuerte, amando la manera en que su
cuerpo se siente contra el mío.
Amándolo.
Cuando salimos, chocamos a través de la puerta del dormitorio, la mano de
West en mi cadera, una sonrisa de idiota en su cara que no puedo ver, pero que
puedo sentir con todo mi cuerpo.
Feliz.
Es increíble, creo, que podamos encontrar tanta felicidad en un momento
como este. Quiero decir, sí, sexo. Pero en realidad no es el sexo. Es lo que hay
debajo del sexo. Es la forma en que me hace sentir, cómo le hago sentir, de cómo
estamos juntos. Este lazo dorado de algo hermoso que siempre hemos tenido entre
nosotros, incluso cuando miraba su coche tratando de no mirar demasiado al
pedazo de vientre plano desnudo reflejado en la ventanilla. Incluso cuando
estábamos discutiendo en la biblioteca, sin tocarnos en la panadería, besándonos
en las vías del tren.
Incluso cuando le dije que tomara una decisión y lo dejé, ese lazo estaba ahí,
bajo una posibilidad radiante.
Sin embargo, me siento un poco incómoda respecto a Krishna y Bridget.
Quiénes están sentados en el sofá, viendo‖la‖televisión‖un‖poco…‖tensos.
Creo que la tensión debe estar en sus cuerpos. Bridget sentada erguida, su
nuca rosada. Krishna tiene su brazo apoyado a lo largo de la parte superior de los
cojines, todo su cuerpo girado hacia ella, con una rodilla sobre el sofá, sin embargo,
me da esa impresión de prisa, como si tal vez acabara de apartarse de ella, apesar
de que lo habría visto.
Si él hubiera estado medio metro más cerca de Bridget, su brazo derecho
detrás de ella, inclinándose sobre ella, apoyándose en ella, y luego se hubiera
alejado apresuradamente a donde está ahora cuando abrí la puerta del dormitorio,
nunca podría haberlo pasado por alto.
Excepto que creo que quizás lo hice, porque cuando Krishna se da la vuelta,
esta especie de algo en sus ojos, duro y brillante, me recuerda a un caballo a punto
de rebelarse.
Ni siquiera he visto un caballo a punto de rebelarse, pero eso es lo que
pienso. Un terrible impulso, apenas contenido.
―¿Qué están viendo? ―pregunta West.
Es una pregunta justa. Porque están viendo Mi Pequeño Pony. Con el
290
volumen extrañamente bajo. Como, apenas audible.
Bridget está pellizcando sus pantalones deportivos, haciendo pequeñas
tiendas de campaña en el lugar donde se dobla su rodilla y se arruga la tela.
Krishna mira a todas partes, a la nada.
Creo que jamás los he visto a los dos en la misma habitación sin hablar.
Ambos son conversadores de medalla olímpica. Hablar es prácticamente su
religión.
Definitivamente nunca los he visto tan incómodos.
Tampoco a Bridget fracasar al responder a una pregunta directa.
Este es el punto en el que me gustaría meterme en una cueva durante un
tiempo, así puedo sentarme con mi humillación, porque, por supuesto, esto es
culpa nuestra. West y yo, con nuestro portazo y probablemente nuestro fuerte,
fuerte y ruidoso sexo a través de las delgadas paredes, y Bridget y Krishna aquí
escuchando Dios sabe cuánto tiempo.
¿Qué tan horribles somos?
Totalmente horrible. No soy una buena amiga. Están aquí para apoyarme
después de mi reunión con la administración, y los dejé exiliados en el salón
cociéndose en incomodidad por nuestros horribles gruñidos de coito.
Si es que eso era lo que estaban haciendo. Cociéndose en incomodidad.
No sé. Sólo estoy pensando la mejor manera de barrer todo el asunto bajo la
alfombra, ¿disculparme? ¿Pero cómo puedes pedir disculpas por los ruidos
sexuales? Me voy a morir, cuando West gira la conversación en una dirección
completamente diferente.
―¿Esta es una de esas cosas donde silencias el televisor y lo sustituyes por
otra banda sonora? Como ver El mago de Oz mientras escuchas El Lado Oscuro de la
Luna, ¿excepto que con Mi Pequeño Pony y Caroline y yo follando?
Le pego en el brazo. ―¡West!
Krishna empieza a reírse.
Bridget se cubre la cara con sus manos y entierra su cabeza en el cojín del
sofá. Creo que dice algo sobre Twilight Sparkle 14, pero es difícil escucharla con su
boca contra el cuero.
―Amigo ―dice Krishna―. Eso fue épico. 291
―¿Cierto? ―West está sonriendo de esta manera en la que sólo un hombre
podría: setenta por ciento ego, treinta por ciento arrogancia―. Debería obtener una
medalla.
―¿Quieren una regla, chicos? ―pregunto―. Ya saben, ¿para medir sus
penes?
Krishna hace un ruido despectivo. ―Ganaría él.
Desde el fondo de los cojines del sofá, Bridget hace este ruido que es como
un grito cruzado con un chillido.
―¿Quieres un helado? ―pregunto. Porque eso es todo lo que tengo para
ofrecer. No tengo una de esas armas láser que pueden borrar los recuerdos con un
pulso brillante de luz blanca.
―Sí‖ ―dice ella―. Pero sólo si tienes del tipo de galletas saladas con
mantequilla de maní en medio y chocolate en el exterior, en el helado de vainilla
con franjas de mantequilla de maní.
―Chubby Hubby.

14 Personaje de Mi Pequeño Pony.


―Sí. O supongo que tomaría de chocolate con chispas de menta. Pero no
esas cosas terribles que tenías antes con fruta, porque sabes lo que pienso de la
fruta en mi helado.
―¿Por qué no vienes conmigo y ves?
Se levanta. Espero que pase sobre Krishna, cuya pierna está bloqueando
parcialmente el camino entre la mesa y la cocina, pero en lugar de eso, va por el
camino más largo y no lo mira.
―Twilight Sparkle, ¿eh? ―le‖dice‖West a Krishna―. ¿Es eso lo que te tiene
molesto y caliente?
―No, es la foto que tu mamá me envió de ella en su ropa interior.
―¿Oh, sí? ¿Fue tan bueno como el video que tengo de tu abuela de la
semana pasada?
―Amigo. Deja a mi abuela.
―Eso es lo que dijo tu hermana cuando quería su turno.
―Oh, Dios mío ―dice Bridget―. Haz que paren.
Mi cabeza ya se encuentra dentro del congelador. La saco para gritar―:‖
¡Cálmense, muchachos! Ambos son geniales.
292
Trato de sonar despectiva, pero es difícil de lograr cuando estás sonriendo
tanto que te duelen las mejillas.

La semana después del día de las fotos sexuales es una locura.


Las vacaciones de primavera se acercan. Tanto West como yo tenemos
trabajos y proyectos a mitad de semestre para entregar. Soporto otra reunión con
Asuntos Estudiantiles porque mi papá ha decidido que quiere ser parte de todo,
excepto que, una vez que está en la reunión, no dice ni una palabra. Esta es una
extraña repetición de la primera reunión, pero con más gente en la habitación.
Los correos de los imbéciles de internet siguen abarrotando mi bandeja de
entrada. Supongo que encontraron mi número telefónico, porque ahora estoy
recibiendo todos estos mensajes de voz donde solo se escuchan respiraciones y
despotrican amenazas estúpidas. Tengo que examinar todas mis llamadas,
eliminar tres cuartas partes de mis mensajes. Decido suspender mi cuenta de
Facebook y cerrar mi Twitter al mismo tiempo.
Todo tiene que estar documentado, también. Todo tiene que ser rastreado.
Ya estoy cansada de eso. Ojalá pudiera apagar el teléfono, apagar el ordenador, y
hacer caso omiso de todo el río de basura en que se ha convertido mi vida.
Y, como si eso no fuera lo suficientemente malo, West no puede contactar
con su mamá por teléfono. Frankie no le ha enviado ningún mensaje durante unos
días. Está preocupándose.
No hay nada que yo pueda hacer.
Estoy abrumada, cansada de ser odiada, agotada de tanto trabajo duro.
No hay nada que él pueda hacer.
Nos mantenemos juntos como si hubiéramos sido pegados el uno al otro.
Estamos en la panadería cuando por fin suena su teléfono. Estoy mezclando
el eneldo, y él está rajando una bolsa de harina para tirarla en el bote de la basura.
Ya que estoy más cerca de su teléfono, miro la pantalla. —Es Bo.
Deja caer la pala al suelo. Me encuentro con él a mitad de camino con el
teléfono. Sé que ha estado esperando que Bo, su mamá, alguien, le devuelva la
llamada.
—Oye. ¿Qué pasa? 293
Le doy la espalda para ajustar el volumen de la música, y los diez segundos
que necesita ese trabajo es todo el tiempo que toma para que el color se drene de la
cara de West.
—¿Hace cuánto tiempo?
Camina de un lado a otro por el largo de la mesa mientras escucha.
—¿Trataste‖de‖convencerla‖de‖ello?‖O…‖No,‖lo‖sé… No. De acuerdo. Y qué
sobre‖Frankie,‖ella‖est{…
Sus hombros caen.
Sus dedos son blancos donde se enroscan alrededor del teléfono.
—De acuerdo. Gracias. Fue amable de tu parte llamar. Yo… me encargaré
desde aquí.
Cuando cuelga, simplemente se queda ahí.
Se para allí durante tanto tiempo, que tengo miedo de tocarlo.
—¿West?
—Lo aceptó de nuevo —dice.
—¿Tu papá?
—Ella malditamente lo aceptó de nuevo.
Esta es la posibilidad que ha tenido miedo de nombrar en los últimos días.
La peor.
—¿Cómo ocurrió?
—No‖lo‖sé.‖Bo‖ni‖siquiera… no la echó. Él llegó a casa y todas sus cosas se
habían ido, con una nota que decía que lo sentía pero que tenía que seguir a su
corazón. —Golpea su puño sobre la mesa—. Su corazón.
—¿Se‖fueron‖de‖la‖ciudad,‖o…?
—Están en el parque de casas rodantes. Ella y Frankie. Se mudaron con mi
papá.
—Oh.
No estoy segura de qué decir. No hay palabras que vayan a arreglar la
derrota en su postura. El sonido muerto y pesado de su voz, como si alguien le
hubiera arrancado toda su lucha.
Sé que es malo porque, cuando me paro frente a él y trato de poner mis 294
brazos a su alrededor, se desploma contra mí con tanta fuerza que tengo que
bloquear mis rodillas para sostenerlo.
No por mucho tiempo. Se da a sí mismo diez segundos, seguramente no
más de eso, y luego se aleja.
No me mira cuando dice—: Voy a tener que ir a casa.
—Por supuesto. —Tendrá que asegurarse de que están a salvo. Hablar con
su mamá. Comprobar a su hermana—. Dime qué puedo hacer para ayudar.
—Tengo que volar. Empaca mis cosas. Justo después de que este turno
termine.
—¿Te vas a quedar para el examen? —Tiene un trimestral a las diez de la
mañana.
—No, no tiene sentido. Escucha, ¿puedes consultar vuelos por mí? Mira lo
más temprano que pueda salir de Des Moines.
—Lo haré, pero tal vez deberías tomar el examen, por lo menos. Así, cuando
vuelvas…
Es la forma en la que aparta la mirada lo que hace que me detenga.
Es el dolor que veo antes de que gire su cara, así no puedo verlo en absoluto.
—¿West?
Él agarra la mesa con ambas manos. Estoy mirándolo de perfil, sus brazos
apoyados, la cabeza baja, la línea recta de la columna vertebral.
Lo sé antes de que me lo diga.
No va a volver.
—De todos modos, nunca iba a salir bien —dice en voz baja—. Fui
extremadamente tonto al pensar que lo haría.
—¿Qué no iba a funcionar?
—No es algo que debí haberme permitido creer que podía hacer.
—No sé de qué hablas.
Sacude la cabeza. —No importa.
—Importa mucho. ¿West?
Cuando me mira, se halla tan lejos. Se encuentra en un estado en el que
nunca he estado, en un lugar del que he visto fotos, pero que no puedo imaginar,
no puedo oler. Una ciudad junto a un océano que nunca he visto.
Oregón. Ni siquiera puedo pronunciarlo correctamente. Él tuvo que 295
enseñarme a decirlo como un nativo.
—Vamos. Háblame.
—Lo siento —dice—. Pero es mi hermana, y tengo que estar pendiente de
ella. Nadie más va a hacerlo, nadie lo ha hecho.‖ Es‖ mi‖ culpa‖ por‖ pensar… Es mi
culpa.
La forma en que me mira, se siente como una despedida, pero no puede ser.
Estamos mezclando el pan. Vamos a estar aquí durante horas, encendiendo los
hornos, rebanando las barras de pan, ventilando el vapor. Después de recibir el día
de mañana, es vacaciones de primavera, y probablemente no lo veré mucho
durante la semana, pero luego tenemos el resto del semestre. El penúltimo año. El
último año.
Todavía tenemos todo ese tiempo.
Esto no puede estar pasando.
—No puedes irte. Por lo menos tienes que ir a hablar con tu asesor, tomar un
permiso de ausencia,‖o…
Estoy entrando en calor cuando hay un fuerte golpe desde el otro lado de la
habitación. La puerta del callejón se encuentra abierta, como siempre, porque la
cocina se pone muy caliente. Allí, de pie, enmarcados en él, hay dos policías
uniformados.
—Señor Leavitt —dice el que está enfrente. Es rubio, de mediana edad, de
aspecto agradable.
—Oficial Jason Morrow. Nos conocimos en diciembre.
—Lo recuerdo —dice West—. ¿Qué quiere?
—Tenemos razones para creer que usted ha estado involucrado en la venta
ilegal de marihuana de este lugar. Nos gustaría echar un vistazo.
Me acerco a West. Pone su brazo a mí alrededor y besa la parte superior de
mi cabeza. Murmura—: Guarda silencio.
Le dice al policía—: Esto no es de mi propiedad. No puedo acceder a un
registro.
—¿Es esta joven una empleada?
—No. Está conmigo.
—Así que eres el único empleado aquí, ¿verdad?
West da pasos lejos de mí, hacia la puerta, y bloquea mi vista de los 296
oficiales.
He estado aquí antes, demasiadas veces, mirando su espalda mientras se
pone entre sus problemas y yo. Pero esta vez los problemas vienen a por él.
—Sí.
—Como la persona a cargo del local, puedes acceder.
—Va a tener que llamar a Bob. Él es el dueño. Todo depende de él.
—Señor Leavitt, tenemos un equipo en su apartamento ahora mismo con un
perro entrenado. Es de su mejor interés en este punto cooperar con nuestra
investigación.
West toma la puerta en su mano y usa la bota para empujar el bloque de
madera que Bob utiliza como tope. —Hasta que regrese con Bob o con una orden,
no voy a abrir esta puerta.
Y luego la cierra y voltea la cerradura.
—Llama a Bridget —dice—. Voy a llamar a Krish.
—West,‖¿crees…?
Pero ni siquiera me escucha. Se agacha, hurgando en mi bolsa. Encuentra mi
teléfono, lo pone en mi mano. —Tenemos un lío espantoso y no mucho tiempo
para arreglarlo. Si están en el apartamento, tengo que saber lo que está pasando.
Llámala.
Mis dedos hacen el trabajo.
Siento como si estuviera viendo todo esto suceder a unos metros fuera de mi
cuerpo, como que no puedo hacer nada excepto la tarea frente a mí, y no entiendo lo
suficiente. Todo está girando alrededor de mi cabeza. West se va. La policía se
encuentra afuera. Él les cerró la puerta. Están registrando el apartamento. Tiene que
hacerse cargo de Frankie. West se va. Podría ser arrestado. Entonces yo también. Soy un
cómplice. No puedo hacer esto.
Es todo tan completa y confusamente enredado.
El teléfono suena y suena, pero nadie contesta. West tiene su propio teléfono
junto a su oído, y está mirando fijamente a media distancia. —¿No hay respuesta?
—pregunta.
—No.
Entonces mi teléfono repica con un mensaje entrante. ¡¡¡¿¿¿Qué está
pasando???!!!
297
—Es de Bridget.
—Pregúntale dónde está.
Lo hago, y ella responde: En W &K's. En la escalera de incendios. ¡¡¡La
policía está aquí con un perro de drogas!!!
West se encuentra justo detrás de mí, leyendo por encima de mi hombro. —
Mierda. Tenía la esperanza de que estuvieran mintiendo sobre eso. Averigua
dónde está Krish.
El minuto que tenemos que esperar se siente como toda una vida.
En la habitación de West con los policías y el perro.
—¿Tenías algo que ellos encuentren? —le pregunto a West en un susurro.
—No. No he vendido en todo el semestre, lo sabes.
—Así que no hay nada de qué preocuparse.
La mirada que me da es casi compasiva. —Me gustaría que funcionara así.
Pregúntale si puede llamarte. No deberíamos estar mandando mensajes de esta
mierda.
Bridget dice: Hay un policía mirándome. No quiere que conteste al teléfono.
Una pausa.
Trató de tomarlo, pero le pregunté si estaba arrestada, me dijo que no, así
que lo guardé. Pero el mensaje es mejor.
—Me sorprende que ella pensara en eso —dice West.
—Ve una gran cantidad de delitos en TV.
Después de unos segundos, otro mensaje. Están en la habitación de Krish.
West tiene su mano en mi cintura. Está justo detrás de mí, justo conmigo.
No creo que pudiera soportarlo si se fuera.
Encontraron algo.
—Joder —dice—. Ese pequeño gilipollas. Se le dije. Se lo dije.
—¿Qué le dijiste?
—Que no mantenga las hierbas en el apartamento. Nunca. Bajo ninguna
circunstancia. Pero es un jodido pequeño perezoso, y no piensa. Maldita sea.
Toma el teléfono de mi mano y comienza a escribir con sus pulgares. 298
—¿Qué estás diciendo?
—Shh. Voy a llamarla. Sólo estoy diciéndole que escuche lo que diga cuándo
conteste. No tiene que hablar.
Debe de entender que Bridget está bien, porque después de un segundo,
marca unas cuantas veces, pone el teléfono en su oreja, y espera.
—Bridge, escucha, necesito que hagas algo por mí. Necesito que
simplemente lo hagas, si quieres ayudar a Krish, y sé que quieres. En unos minutos
va a ser demasiado tarde, así que este es el trato. Necesito que irrumpas en ese
dormitorio y obtengas la atención en medio de todo y dile al policía que la hierba
me pertenece. Actúa como si fueras la novia de Krish, como si él estuviera siendo
noble tratando de asumir la culpa y tú me odiaras, como si quisieras que me venga
abajo por tratar de culparlo a él. Di lo que quieras. Puede que tengas que ir a la
comisaría para ser interrogada, pero sólo sigue actuando como si no supieras nada,
lo que no haces, y sigue diciendo que la hierba me pertenece. Vas a estar bien, y
también lo estará Krish. Ellos no lo quieren. Me quieren a mí. Y si él te lo complica,
encuentra‖ una‖ manera‖ de‖ decirle‖ “West‖ dice‖ que‖ haga‖ esto.‖ Él‖ insiste”‖ ¿Me
escuchas?
West me mira, luego hacia el techo. —Y después de que todo esté hecho y
que te liberen, quiero que encuentres a Caroline y la cuides por mí. Cuídala bien.
Sé que no puedes hablar en este momento, pero prométemelo igualmente. Va a
necesitarte.
Un golpe estruendoso en la puerta de la panadería me hace saltar. —¡Señor
Leavitt!
Están pronunciando mal su nombre. Leave-it, en lugar de lev-it.
Por ninguna razón en absoluto, eso es lo que me hace llorar.
—Gracias, Bridget —dice West, y desconecta la llamada.
Él golpea y abre la guía de direcciones en mi teléfono.
Bang bang bang. —¡Señor Leavitt!
Bo, teclea. Y luego, un número de teléfono con un código de área 541.
Me pasa el teléfono. —Voy a abrir esa puerta —dice—. Voy a dejarlos entrar
aquí, porque no hay nada para que encuentren, de todos modos, y conseguirán
una orden y estarán de vuelta mañana molestando a Bob. Así que van a buscar, y

299
vamos a hacer el pan, ¿de acuerdo? Puede ser que les tome diez minutos, puede
ser que les tome tres horas, pero en algún momento van a decidir llevarme a la
estación. Tú te quedas aquí y terminas el turno. No quiero que Bob salga
perjudicado más de lo que ya tenga que hacerlo. Luego, simplemente mantén un
perfil bajo, Caro. No pueden haber encontrado más de media onza en el cuarto de
Krishna. Tal vez un cuarto. Es un delito menor. No es nada.
—¿Por qué estás haciendo esto?
—Por la mañana, llama a Bo y dile lo que pasó. Él se ocupará de lo que sea
que tenga que encargarse. Dile que yo dije que le debo un favor más, que lo
necesito para mantener un ojo sobre Frankie hasta que tenga todo esto resuelto.
—West.
Bang bang bang.—¡Señor Leavitt!
Tienen mal su nombre.
No puedo soportarlo. No puedo.
—Necesito que hagas lo que dije —dice West—. Lo necesito. ¿De acuerdo?
—Está bien.
Cuando me besa, su boca es cálida y viva, con los brazos apretados a mí
alrededor, pero algo está terminado, algo ya está muerto, quiero gritar. Enrollo su
camisa en mis puños.
—Te amo —le digo sin planearlo. No es el momento adecuado. No es lo
correcto. Es sólo lo que pasa cuando abro la boca, cuando trato de decir lo que hay
que decir, ahora, antes de que sea demasiado tarde. Sus ojos están tan llenos de
cariño y pesar. Como un color hermoso, como un rostro hermoso. Le digo de
nuevo—: Te amo.
Me besa una vez más, pero lo único que dice es—: Lo siento.
Entonces abre la puerta.

Tengo que tirar el francés. La levadura hizo efecto antes de que West
terminara el mezclado y la masa tiene un aspecto raro. Pero el resto del pan está
bien, y continúo con el trabajo, comprobando el portapapeles, manejando los
mezcladores sola en el ruidoso silencio.
West se ha ido.
West fue arrestado. 300
West se ha ido, y yo estoy aquí, rodeada de un centenar de puestos de
trabajo, objetos, olores, sabores, que me recuerdan a él.
Lloro. Mucho.
Me quedo, y hago el trabajo.
A las cinco y media, Bob entra desconcertado a mi encuentro.
—West me habló de ti —dice después de que resuelva quien soy—. ¿Está
enfermo?
—Fue arrestado.
No sé, tal vez no tenía que decírselo. Pero iba a descubrirlo, y me imagino
que West preferiría que lo hiciera por mí.
La conversación toma treinta minutos. Es desagradable. Deseo, después de
que se acabó, haberlo manejado mejor. En el momento en que hemos terminado,
Bob se ve triste y derrotado, y siento como que he hecho un mal trabajo
defendiendo a West.
Tal vez, cuando vaya a la escuela de leyes, aprenderé la manera correcta de
defender al hombre al que amas cuando él mismo se ha cambiado de posición por
posesión de drogas que no eran suyas, pero que también podrían haberlo sido.
Creo, sin embargo, que es posible que no haya manera correcta.
Cuando salgo de la panadería, llamo a Bo, que se muestra monosilábico y
un poco temeroso. Creo que lo desperté. No es importante.
Entonces no estoy segura de a dónde ir. Podría caminar hasta la estación de
policía, pero ¿qué haría allí? West dijo que me mantuviera alejada. Quiero hacer lo
que dije que haría, pero no puedo soportar esto. No sé cómo se ve dónde él está.
He visto un montón de series policíacas, al igual que Bridget. He leído historias de
detectives. Todo lo que puedo imaginar es a West en una habitación impersonal
siendo interrogado por el policía rubio. West siendo instado a dar nombres.
West con su boca listilla, diciendo algo equivocado. Ganándose problemas
más profundos.
Pero entonces pienso en Frankie, y sé que estoy equivocada. Sólo en lo lejos
que iría por Krishna, sólo en la medida que va a darse por vencido.
Estará en un avión. Esta tarde, mañana, el día después, nada le impedirá
irse.
Ojalá no supiera eso de él. Ojalá no estuviera tan segura de él, tan
inquebrantable en mi convicción de que él va a hacer exactamente lo que cree que
es correcto, siempre.
301
Ojalá que lo correcto pudiera ser lo que quiero, pero no lo es, y me deja aquí.
Preocupada por West. Atascada, sola, al borde de las lágrimas, porque se va a ir y
yo me voy a quedar, y lo amo.
No es justo.
Simplemente no lo es.
Camino unas pocas cuadras hasta la estación de policía y me siento en los
escalones exteriores. No hay nadie alrededor tan temprano. Sólo el coche ocasional
pasa cada rato en la fría mañana. A partir de mañana son vacaciones de primavera,
pero Iowa se ha quedado atascado en el invierno, congelándose y descongelándose
sólo para congelarse de nuevo.
Hoy odio este lugar. También odio Oregón, el océano, los cerros que nunca
he visto. Odio los parques de casas rodantes. Odio a la madre de West por ser un
fracaso, por amar a un hombre que no merece ser amado y mantener al hombre
que amo lejos de mí.
Demasiado odio. Pero no se siente venenoso ni tóxico. Se siente verdadero,
inevitable. Tengo que odiar estas cosas, porque aquí están, estacionadas en el
centro de mi vida. Una caja de metal gigante de Imposibles, costuras selladas, y
cuando lo saco, se hace eco. Cuando golpeo, nadie responde.
Odiar es la única opción que tengo.
Todavía me encuentro sentada en los escalones una hora más tarde, cuando
el amigo de Nate, Josh, sale de la estación y hace una pausa para encender un
cigarrillo.
—Caroline —dice cuando me ve. Ha inhalado, y se ahoga con el humo y se
toma un tiempo mientras recupera su voz—. Por Dios.
No pregunta, ¿Qué estás haciendo aquí?
Sabe por qué estoy aquí.
El ágil Josh de pelo largo y flexible. Pensé que era mi amigo. Pensé que le
gustaba.
Él delató a West.
—¿Nate está ahí? —pregunto.
—¿Qué? No.
—Así que fuiste sólo tú el que lo delató. 302
Parece como si lo hubiera golpeado en la frente con un mazo. Totalmente
desprevenido para esta conversación.
Me pongo de pie con el único propósito de tomar la ventaja de su sorpresa.
Pensando en mi padre en su despacho, la forma en la que se levanta para caminar
de un lado a otro cuando quiere tomar una posición de poder sobre mí, hasta que
me pongo un paso por encima de Josh. ¿Por qué no debería usar cualquier ventaja
que tenga?
¿Por qué no debería juzgar? ¿Acaso no me he ganado el derecho a estas
alturas?
—¿Qué te hizo, por Dios? —pregunto—. Es más, ¿qué te hice yo, para que
me odiaras tanto? No lo entiendo. Necesito que te expliques.
—Nada. Quiero decir, no te odio.
—Lo entregaste.
—No, no lo hice, lo juro.‖Yo…
—¿Qué sucedió? ¿Te fuiste de la lengua o te atraparon?
Observo su rostro con los ojos entrecerrados, esperando por una señal. Pero
no necesito ser dura para verlo —es obvio.
—Te atraparon. ¿Qué hiciste?
—Estaba fumando un porro en mi auto.
—¿Dónde? ¿En el campus?
—En el aparcamiento del supermercado Hy-Vee.
—Estás jodiéndome.
Niega con la cabeza.
—¿Fuiste atrapado fumando marihuana en tu auto en un supermercado? ¿Qué
tan estúpido eres?
No me mira.
—Así que, te preguntaron quién te vendió la hierba y les diste el nombre de
West. Incluso aunque era mentira.
—No tenía opción.
—Claro que la tenías. Sólo escogiste la salida más fácil. ¿Por qué no acusar a
West? Nate lo odia, de todas formas. No es como si West fuera tu amigo. Es sólo
un traficante. Prescindible. No es nadie. No es como si alguien lo ame o se
preocupe cuando lo echen de la Universidad, ¿cierto? No es tan importante como 303
tú. Nadie es tan importante como tú.
Y cuanto más hablo, más enojada me pongo. Ni siquiera estoy molesta con
Josh. Sólo con Nate.
Nunca fui realmente humana para él. Alguien vivo. Si lo hubiera sido, no
me habría tratado de la forma en que me trató —no mientras salíamos ni en agosto,
ni ahora.
Él está detrás de esto. No me importa si fue Josh quien entregó a West —fue
Nate quien lo hizo posible. Nate, que convenció a todos nuestros amigos, Josh
junto entre ellos, de que era una perra psicótica. Nate, quien me trató como si fuera
un pedazo de mierda, quien me lastimó y atacó; Nate, quien no recibió ningún
castigo.
He pasado tantos meses sin estar enojada con él.
¿Por qué diablos no he estado enojada?
—¿Dónde está Nate?
—No sé. ¿Durmiendo?
—¿Está en casa?
—Eh, ¿sí?
—¿Fue a su casa en Ankeny para las vacaciones? ¿O aún está aquí?
—Fue a casa.
—Gracias.
Troto escaleras abajo, dejando‖ a‖ Josh‖ allí‖ para…‖ lo‖ que sea. Para que los
cuervos lo devoren. Para que las lluvias de abril lo mojen.
No me importa una mierda. Finalmente he conseguido la fuerza y
velocidad, una dirección a la que ir, y tan pronto como toco la acera, comienzo a
volar.
Para el momento en que llego a Ankeny son casi las ocho, y la carretera está
repleta con personas en su camino al trabajo. El tráfico del vecindario de Nate está
en dirección opuesta al mío, así que ya me siento como si estuviera rompiendo las
reglas cuando aparco en su entrada. Incluso más cuando su madre abre la puerta.
Su madre es tan agradable. Siempre fue genial conmigo. Parece no saber qué
hacer con el que me encuentre de pie en su entrada, lo que comprendo. Solía tener
permitido entrar sin tocar. Prácticamente viví aquí en mi último año.
Ahora soy peligrosa —para su hijo, para su paz. Lo sabe. Puedo decirlo.
—¿Está Nate? 304
—No se ha despertado aún.
—Me gustaría que lo despertara.
—No deberías de estar aquí.
—Pero lo estoy.
—Deberías dejar que la universidad solucione esto, Caroline.
Estoy cansada de la palabra esto. La he escuchado un montón desde la
primera vez que la escuché de mi padre —una palabra empleada como refugio, un
pedazo de escurridizo lenguaje que puede ser utilizado como barrera para ocultar
cosas. Esta situación. Este problema. Este desacuerdo.
Soy una fiscal. No le permitiré que se oculte detrás de palabras.
—¿Vio las fotografías?
No puede mirarme. —Caroline, no quiero hablar de esto.
—¿Las vio o no?
—Sí.
—¿Reconoció el edredón de Nate en el fondo?
Se cruza de brazos. Mira fijamente el área en el suelo junto a sus pies.
—Soy yo la que está en esas fotos —digo—. Pero también lo está su hijo,
tanto si le gusta como si no, sin importar si quiere admitir que está en ellas
conmigo. No le hablé a ninguna persona de su existencia, así que, ¿el que todo el
mundo lo sepa? Es culpa suya. Nate tiene deudas que pagar. Me gustaría que lo
despertara.
Por medio minuto, permanecemos de pie allí. Creo que piensa que me iré,
que cambiaré de opinión, pero eso no va a suceder.
Eventualmente, se gira y sube la escalera alfombrada. Deja la puerta abierta.
Permanezco en el umbral bajo la luz gris de la mañana. Un indeseado regalo en la
entrada.
Puedo escuchar la radio en la cocina. Escaleras arriba, un murmullo de
voces, un baile verbal demasiado apagado entre Nate y su madre como para
enterarme qué dicen.
Una queja. Una respuesta dura. Luego la conversación se hace más audible
—una puerta se ha abierto.
—¿Por qué te pones de su lado?
305
—No me estoy poniendo de su lado. Pero si descubro que hiciste esto, no
esperes que te apoye sólo porque eres mi hijo. Es horrible lo que le sucedió.
—Lo que ella hizo es horrible.
—Lo que hizo, lo hizo contigo. Ahora, vístete y baja.
Pisadas. Agua corriendo en el baño de la segunda planta.
Nate baja con los pies descalzos en una camiseta roja y vaqueros, oliendo a
pasta dental.
Se frota la parte trasera de su cuello con una mano. —No se supone que
deba hablarte.
—¿Quién lo dice? ¿El decano? Por favor.
—Podría ser expulsado.
—Tal vez deberías de haber pensado en ello antes de tratar de arruinar mi
vida.
Sus ojos se estrechan. —¿No crees que estás siendo demasiado
melodramática?
—¿Crees que estoy exagerando?
—Nadie trató de arruinar tu vida, Caroline. Tu vida está bien. Siempre
estará bien.
—¿Qué significa eso?
Sus labios se presionan. No responde.
—No tienes ni idea.
Es entonces cuando la verdad me golpea. Quiero decir, él realmente no tiene
ni idea.
Cuando dijo que siempre seríamos amigos, de alguna retorcida forma,
quería decir lo que dijo.
—Crees‖ que‖ es…‖ como‖ una‖ broma.‖ Como‖ la‖ vez‖ en‖ que‖ tú‖ y‖ los‖ chicos‖
pusieron detergente en todas las ventanas de la secundaria, o cuando movieron el
auto del entrenador de fútbol del aparcamiento y lo dejaron encima del subi-baja.
¿Qué estabas haciendo? ¿Te habías quedado hasta tarde con un pack de cervezas,
viendo porno, y luego pensaste: Debería hacerle una broma a Caroline?
—Alguien robó mi teléfono —murmura.

306
—Oh, mentiras. Es una mentira tan grande y estúpida que ni siquiera voy
a…‖Dios.‖Lo‖hiciste, ¿no? Pensaste que podrías hacerlo y sería divertido o increíble o
dirías que me lo merecía. No pensabas que arruinaría mi oportunidad de entrar en la
escuela de leyes. Arruinaste mi relación con mi único padre vivo. No creías que no
podría dormir en meses, que no podría mirar a un tipo sin hacer una mueca, que ni
podría ponerme una camiseta en la mañana sin pensar: ¿Luzco como una puta?
Pensé en cambiarme el nombre, Nate. Recibí llamadas de extraños diciéndome que
querían enterrar una hoja de afeitar en mi coño. Eso es lo que provocaste. Eso, y un
millón de horribles cosas más. Quiero saber por qué.
—No lo hice.
Su voz es pequeña, comprimida. Es una mentira, una flagrante y ridícula
mentira que ni siquiera él se cree. Demasiado patética para incluso ser respaldada
con volumen, lenguaje corporal, lo que sea.
—Lo hiciste.
Se encoge de hombros.
—Eres patético —digo. Porque lo es. Es tan patético. Escondiéndose detrás
de su odio, mirándome con superioridad, mirando con superioridad a West—.
Siento lástima por ti.
—Sí, bueno, tú eres una perra.
—¿Por qué? ¿Por qué soy una perra? ¿Porque rompí contigo? ¿Porque estoy
aquí? ¿Porque no dejé que metieras tu pene en mi trasero? ¡Fui buena contigo, Nate!
¡Te amaba! Por tres años hice lo que pude por ti, y me pagaste así. Quiero escuchar,
de ti, qué es lo que piensas que hice para merecerlo.
—No tengo nada que decirte.
Su expresión es tan testaruda —desearía que su madre pudiera verlo ahora
mismo. En serio. Luce como un niño de cuatro años.
Es un niño, demasiado terco para decirme la verdad, demasiado infantil
como para comprender las consecuencias de sus acciones.
Me odia porque puede.
Porque se le ha permitido.
Porque es hombre, lindo, privilegiado, y el mundo se lo permite.
Pero ya no. ¿La vida que arruinará esas fotografías? No va a ser la mía.
—Disfruta de tus vacaciones —le digo—. Disfruta del resto de tu semestre.
Será el último.
Y puedo verlo en sus ojos —el miedo.
307
Por primera vez, Nate me tiene miedo.
Me gusta.
Cuando entro en mi auto, la puerta al cerrarse me sella en el silencio.
Estoy en la caja de metal, pero está bien. Puedo ir y venir como me plazca.
Puedo encontrar una forma de sentirme cómoda con todas las imposibilidades en
mi vida.
No sé qué haré con Nate, si la administración me respaldará en la pelea
contra él, si hay una forma en que pueda hacer todo legal —un proceso legal. He
estado buscando en línea, pero hasta este mes que no había pensado en presentar
pelea, así que realmente no he considerado cómo irá todo este asunto. Cuánto
tiempo tomará. Lo que quiero siquiera de Nate, ahora que me he permitido desear
cosas de nuevo.
Hoy no es el día en que voy a preocuparme por ello. Para hoy hay otras
imposibilidades en las que pensar.
West se va, y lo amo.
No puedo cambiar eso. Sólo puedo encontrar una forma de cooperar.
Tengo un trabajo aquí. Tengo cosas que necesito hacer, un poder que
ejercitar, equivocaciones que corregir.
Retrocedo en la entrada y me dirijo a la casa de mi padre.
Hay un favor que necesito, y él es el único que puede concedérmelo.

—Necesito que saques a mi novio de la cárcel.


Es una frase que nunca esperé tener que decirle a alguien, mucho menos a
mi padre, pero sale directamente, fluido y fácil.
Todo el nerviosismo, la confusión, está de su lado.
—Necesitas‖que…‖¿tú‖qué?‖¿De‖la‖cárcel?
Tal vez debería haberlo explicado mejor.
Desearía haber escogido otro momento para venir, una mañana en la que,
cuando entrase en la cocina, realmente luciera feliz de verme. Al contrario de esta,
que lo encontré leyendo el periódico con su café, los círculos debajo de sus ojos
demasiado oscuros, su boca demasiado triste cuando me vio en las puertas
francesas.
308
Pero no habría otro momento. Sólo este, este dolor retorciendo mi estómago
al pensar en cómo el futuro con mi padre podría ser siempre así —una decepción
infinita, nuestra antigua relación imposible de recuperar.
—Su nombre es West Leavitt, y está siendo retenido en Putnam por la
policía. Al menos, creo que está siendo retenido. En realidad, sería genial si
pudieras averiguarlo por mí. Planeaba confesar que posee marihuana.
—Tienes un novio. Que fuma marihuana.
—Algo así. Quiero decir, sí, es mi novio. Y ocasionalmente fuma. Pero por lo
general…‖—La vende.
Diablos. Necesito prestar más atención a lo que digo, porque mi padre es
demasiado minucioso. Ha hablado con acusados durante un montón de tiempo.
Supongo que es bastante bueno en escuchar lo que no dicen.
Cuando lo comprende, puedo verlo en sus ojos. Las líneas en su rostro se
profundizan, y su carrillo cae.
Siempre solía pensar que era el padre más hermoso. Nunca lo he visto tan
viejo, o débil, y duele demasiado ser lo que le debilita.
—¿Es ese chico? —dice—. ¿Ese chico que vive cruzando el pasillo? ¿El del
año pasado?
—Sí.
—Me prometiste que te alejarías de él.
—Lo hice. Por un largo tiempo.
Hay una pausa, y la nieve golpetea en las ventanas, porque el clima ha
cambiado.
Toma un trago de su café.
Me aferro al respaldo de una silla de la cocina y me pregunto por mi madre.
Si habría estado de mi lado si no hubiera muerto.
Pienso en mi hermana, Alison, en el Cuerpo de Paz. Recibe el correo donde
sea que esté, e internet. Me pregunto si ya lo sabe.
Pienso en mi hermana Janelle, que sí sabe. Me escribió un correo —este
largo, largo correo que había cerrado y ni siquiera terminado de leer, porque el
primer párrafo contenía las palabras “te perdono”, y no quiero el perdón de nadie.
No soy quien tiene que ser perdonada.
309
—Cuéntame lo que sucedió —dice mi padre.
—¿Con las drogas?
—Todo.
Así que lo intento.
Lo intento de una forma en que no lo he hecho los otros días porque estaba
demasiado enojada.
Lo intento incluso aunque me siento como si no hubiera tiempo para esto y
desearía estar con West ahora mismo, y no estoy segura de cuánto de lo que le digo
a mi padre puede incluso alcanzarlo a través de su dolor y decepción.
Lo intento porque lo conozco, y sé que es justo, y sé que me ama.
Empiezo desde el principio, y avanzo a través de este momento, esta cocina.
Le cuento todo lo que pienso que realmente necesita saber. Lo que Nate me hizo.
Lo que West me ha dado. Todo lo que ha sucedido, lo que es pertinente, y más.
Uso la palabra amor. Le digo que amo a West. Porque lo amo, y es
pertinente.
Y porque ahora que se lo he dicho a West, puedo decírselo a cualquiera.
Amo a West. Lo amo, lo amo, lo amo.
Cuando termino, mi padre sale de la habitación, pero no voy detrás de él.
Llevo su taza de café al lavabo y la enjuago. Cojo otros granos de café del
refrigerador y los muelos, y hago otra taza; agarro los platos de la encimera y la
mesa para llenar el lavavajillas.
Le doy su tiempo.
Creo que si fuera él, lo necesitaría.
Soy su hija más joven, la que perdió a su madre antes de tiempo, cuando
aún era demasiado pequeña como para recordarla. Él fue quien me meció contra
su pecho para hacerme dormir cuando tenía pesadillas. Fue quien vino a cada
ceremonia de premiación, a cada debate, cada graduación.
Tiene una fotografía mía en su recámara con una sonrisa sin dientes, mi
cabello en coletas.
Creo que tal vez, cuando tu hija menor, la que creció sin madre, con su
cabello en coletas, madura y se va, te consuelas con el conocimiento de que es
inteligente, que estará a salvo, y que sabe tomar buenas decisiones.
Debe ser difícil para él tratar con la lluvia de decisiones que he tomado. 310
No soy un vestido blanco. Mi futuro no es algo que pueda ensuciar, hacerle
agujeros, o arruinar. No de una forma real. Pero para él, supongo que ese
vestido…‖ es‖ uno‖ que‖ ha‖ lavado,‖ una‖ esperanza‖ que‖ amaba,‖ y‖ ahora‖ tiene‖ que‖
encontrar una forma de adaptarse a lo que he hecho.
Su hija está desnuda en la red.
Su pequeña está enamorada de un traficante.
Le doy su tiempo.
Sólo le toma diez minutos volver a la cocina.
Acepta la taza de café que le ofrezco. Mira fijamente la oscura infusión.
Encuentra mi mirada, y dice—: Haré unas cuantas llamadas.
—Gracias.
Suspira.
Pone la taza de café en la mesa.
—No me des las gracias aún. No hay mucho que pueda hacer. Y tengo que
decírtelo, Caroline, no estoy seguro de que siquiera lograría demasiado si este
chico…
—West.
—Si‖este…‖West no tuviera un pie fuera de la puerta.
—Bien. Gracias. —Es una gran concesión de su parte. Si va a hacer algunas
llamadas, eso significa que está poniendo su reputación en juego por West —lo que
significa que confía en mí. Al menos un poco.
Pongo mis brazos a su alrededor. Su cuello huele a loción para afeitar. A mi
padre.
—Te quiero —le digo. Porque lo hago. Siempre lo he hecho. Es el mundo en
el que crecí, y me ha dado tanto. Seguridad y fuerza, inteligencia y coraje, el
conocimiento del que estoy hecha.
Es un gran papá, y lo amo.
Cuando lo aprieto, sus brazos se alzan y me devuelve el apretón.
—Después de esto, ¿podemos dejar de bombardearnos con sorpresas? —
pregunta—. Vas a darme un ataque.
—Espero que podamos. Tal vez debería decirte ahora que no voy a estar

311
aquí en vacaciones. Una vez que saques a West de la cárcel, voy a quedarme con él
hasta que se vaya a casa.
Otro suspiro.
Pasa un largo minuto, con la nieve golpeando el vidrio y mi padre sin
soltarme, y yo sin dejarlo ir. El cuello de su camisa está tieso, su cuerpo cálido, su
tamaño sintiéndose sorprendentemente equivocado debido al tiempo que he
pasado acurrucada contra West.
Mi padre no es demasiado alto. Siempre he creído que es más alto que yo,
pero no lo es, después de todo.
Es sólo normal.
Ambos estamos haciéndolo lo mejor que podemos.
—Hablé con Dick —dice—. Tenemos algunas estrategias que considerar.
—Bien. ¿Por qué no nos organizas una reunión? Consideraré todo lo que
diga.
Mi padre retrocede un paso y me mira con las cejas arqueadas. —¿Lo
considerarás?
—Exacto. —Toco su brazo—. Esta es mi pelea, papá. Aceptaré tu ayuda sí
creo que es lo que necesito. Pero no olvides quién está a cargo.
Y es divertido —se ríe. No una gran risa. Es más como un resoplido con una
media sonrisa acompañándolo, y una ligera sacudida de cabeza. —Siempre fuiste
una tocapelotas —dice.
Pero lo dice como si estuviera orgulloso.

312
Traducido por Juli
Corregido por Cami G.

West
Me gustaría tener una foto de cómo se veía ese día. 313
Le había dicho que no viniera, que no se involucrara, pero no esperaba
que escuchara. Es como me dijo: estamos en un equipo, y ella es la líder.
Hay chicos que tendrían un problema con eso, su ex imbécil entre ellos. Y,
por supuesto, incluso lancé una protesta simbólica cuando lo dijo, pero eso fue
todo para hacerla sonreír.
Que Caroline sea la líder no quiere decir que yo sea su lacayo. No me
subestimen. Es solo que ella es así.
Siempre me gustó eso de ella. Cómo podía entrar en un salón de clases
con sus libros, su carpeta, sus bolígrafos, y podías notarlo por la forma en que
levantaba la mano, las preguntas que hacía, la postura recta de su espalda: es la
líder.
Eso es lo que la hace tan impresionante.
Así que me gustaría tener una foto de Caroline en las escaleras de la
estación de policía, y no es porque lo haya olvidado.
Su postura perfecta. La forma en que su cabello rebotaba contra el cuello
de su chaqueta, brillante y suave.
La expresión de su cara, seria un segundo y radiante al siguiente.
La luz que alcanzó esos grandes ojos marrones cuando me vio atravesar la
puerta de la estación.
No lo olvidaré. Nunca podría olvidar cómo lucía Caroline la primera vez
que la vi después de que me dijo que me amaba.
Ella es la única persona que me lo dijo, aparte de mi mamá o Frankie. La
única chica que me dio su corazón, y no me gusta que me lo haya dado justo
cuando me voy. Cuando arruiné todo —la escuela, mi situación en el hogar, la
hierba, mi trabajo. Me despidieron de la panadería. Perdí mi parcial, casi hago
que la arresten, y fue entonces cuando decidió que era el momento de decir las
palabras.
No sabía qué responderle. Todavía no lo sé.
También te amo.
Creo que lo sabe. Si no es así, hice algo mal en todas esas semanas que
pasamos juntos.
Lo sabe, pero no sería bueno para ninguno de los dos revelarlo. Si lo
hubiera dicho, habría sido otra pérdida con la que tendríamos que cargar.
Pensé en decirle: No deberías, pero tampoco me atreví a decir eso. 314
Ella no debería. Pero lo hace. Me alegro.
Más que alegre, soy codicioso por ello. No puedo encontrar ninguna parte
de mí —un hueso del dedo, una molécula, un átomo— que quiera que ella se
sienta diferente.
Está enamorada de mí.
Gracias Jodido Cristo.
Así que quería esa foto. Caroline, de pie en el sol con nuestros amigos
reunidos a su alrededor. Bridget y Quinn en las escaleras, escuchando mientras
ella les contaba algo. Le pedí a Bridge que la cuide, pero al ver a Caroline allí,
me di cuenta de que ya no necesita que la cuiden, si es que alguna vez lo
necesitó. Tenía a las dos rodeándola y a su padre en un coche junto a la acera,
esperando sus órdenes.
Ella era la líder.
Su padre tuvo que mover algunos hilos para conseguirme la libertad
condicional con permiso para salir del estado siempre y cuando complete algún
tipo de programa de drogas en cuanto regrese a casa. Todavía hay obstáculos que
superar, pero el defensor público dijo que el delito menor va a desaparecer de
mi expediente una vez que los atravesara. El departamento de policía dijo que
estaba preparando un buen trato, tal vez mejor de lo que merecía.
Su padre dijo que estaría contento de ver qué hay detrás de mí.
Lo entendía. Si yo fuera ellos, sentiría lo mismo.
Mejor de lo que merecía —eso era Caroline. De cabeza a los pies, de
principio a fin, cada día la tenía.
Debería arrepentirme de haberme acostado con ella, arrepentirme de
llegar a ser amigos, arrepentirme de haber ido a donde estaba sentada junto a la
acera en la oscuridad y traerla a mi vida.
Hay cosas por las que estoy arrepentido. Haber dejado a Frankie. Pensar
que podría tener un lugar en el mundo que no sea mi casa, pensar que podría
acabar con la responsabilidad que tomé hace diez años y confiar en que alguien
más podría tomarla.
Me arrepiento de haber venido aquí, porque si me hubiera quedado en
Oregon, tal vez podría haber evitado que esto sucediera. Mantener a mamá lejos
de papá. Asegurarme de que siguiera junto a Bo, y mantener a Frankie a salvo
con animales de peluche en su cama y el brillo en sus uñas. Debería haber
estado allí, contándole cuentos antes de dormir. Diciéndole que puede ser
315
cualquier persona, cualquier cosa que quiera ser.
Eso es lo que está en mi poder —darle eso a Frankie. No tomarlo solo para
mí.
Me arrepiento de intentarlo.
Pero no me arrepiento de Caroline. Ni siquiera un poco.
Sin embargo, me gustaría tener esa imagen.
Su sonrisa.
Sus ojos en el primer instante en que levantó la vista y me vio salir,
siendo un hombre libre.
Me gustaría tenerla, solo para tener algo de Caroline para conservar.
Traducido por Juli
Corregido por Victoria

Caroline
Lo tuve por una semana más, mientras solucionaban algunas cosas 316
legales.
Siete días.
Trató de alejarse de mí, pero de ninguna manera iba a dejar que eso
sucediera. Dormí en su cama. Lo besé y lamí, mordí y arañé, puse mi lengua en
cada lugar de su cuerpo en el que quise.
Él era mío. Mío, y sabía que tenía que dejarlo, pero todavía no tenía que
hacerlo. Me negué a llorar por perderlo cuando no se había ido.
Le ayudé a empacar. Le ayudé a venderle su coche a Quinn.
Lo llevé a la cama.
Lo acompañé a Asuntos Estudiantiles y le obligué a retirarse formalmente.
No porque pensé que podría volver, sino porque era la manera correcta de salir.
Con deliberación. Con cuidado.
Deliberadamente, cuidadosamente y lentamente llevé su polla a mi boca y
chupé hasta que dejó de decir mi nombre y comenzó a apartarse del colchón y
sus talones se enredaron en la sábana ajustable, por lo que se plegó debajo de él
y él se vino con las manos enredadas en mi pelo y sus dedos suaves detrás de
mis orejas.
Lo sostuve.
Lo toqué.
Esa última noche, le acaricié la espalda y los hombros, las caderas y el
culo, los brazos, el cuello, su rostro.
Durante el tiempo que todavía podía amarlo, lo amé.
Luego lo dejé ir.

En el aeropuerto, no sé qué decir.


Nos tomamos de las manos en el camino desde el estacionamiento hasta el
mostrador de facturación.
Nos tomamos de las manos en el camino desde el mostrador de facturación
a la línea de seguridad.
Nos tomamos de las manos hasta el momento en que tenga que irse y yo
tengo que quedarme y ya no podremos sostenernos las manos.
Deja caer la mochila en el suelo y me atrae a sus brazos.
No puedo pensar en qué palabras decirle que signifiquen algo. Con mi 317
cuerpo es fácil, al presionarme contra él. Al frotar mis pestañas húmedas contra su
camisa, sentir sus labios sobre la coronilla de mi cabeza, sus brazos rodeándome
tan fuerte.
No voy a decirle que me gustaría que no se fuera. Hay una niña al otro lado
del país que lo necesita. Hay un lugar en el que encaja, una vida que no es esta
vida, y no puedo cuestionar la demanda que tiene sobre él. No tengo derecho.
Puedo desear que las cosas fueran diferentes. Lo he deseado mil veces. Pero
siempre y cuando no sean diferentes, esta es la manera en que es, y no le voy a
decir que me gustaría que se quede.
—Oye —dice.
Levanto la vista hacia su rostro. Levanto las manos por su cuello, cubriendo
sus orejas donde sobresalen porque lleva su gorra negra de béisbol. Va a estar en
un avión junto a una señora que va a pensar que es un universitario anónimo,
nadie importante. No sabrá que él es todo.
—Voy a extrañar tus orejas —digo.
—Voy a extrañar ese espacio entre tus dientes.
—Nunca te mostré cómo puedo escupir a través de él.
—Eso está bien. Hemos encontrado algunas otras cosas que hacer con
nuestro tiempo.
Eso me hace sonreír, y a él también, y solo nos miramos. Estudio cómo se
arrugan sus ojos en las esquinas, la profundidad de las líneas que aparecen
alrededor de sus labios, lo lindo que son sus dientes. Su nariz ligeramente torcida.
La sonrisa se desvanece y deja a su boca tan seria, tan seria como sus ojos.
Le acaricio las orejas. Aprieto sus lóbulos.
—No sé cómo hacer esto —digo.
—No hay una manera. Simplemente lo hacemos.
Alcanzo el borde de su gorra, la giro alrededor de su cabeza, y me alzo de
puntillas para besarlo.
Es un adiós. Le estoy dando un beso de despedida a West.
Su mano sujeta mi nuca. Su lengua se mueve en mi boca y el beso se
profundiza, más profundo, hasta llegar al lugar donde no hay límites entre
nosotros. El lugar donde le he dado un pedazo de mi corazón, mi alma, una
plegaria en una bandera con bordes suaves y deshilachados que aletea en el viento,
reclamándolo como mío, para siempre. 318
Con este beso, le digo que quiero que esté bien. Que prospere. Quiero que
use su mente y sus manos, su energía febril y curiosa, su creatividad —para
ponerlas al servicio de algo que alimente su alma.
Le digo que quiero que se alimente, que haga un buen pan, que preste
atención a lo que hace con sus días, lo que pone en su cuerpo, lo que come.
Le digo que lo amo, y mi amor significa que quiero que sea feliz, quiero que
sea todo.
Mi amor significa que tengo que dejarlo ir.
Cuando aparta los labios, presiona la punta de la nariz por mi mejilla, estoy
llorando, sucia, húmeda, y me dice—: Caroline. Dios, Caroline. No.
—Está bien —le digo—. Así es como tiene que ser.
Sus manos. Tiene las manos en mis hombros, mi cuello y sus dedos pulgares
rozan mi boca, y yo le acaricio los antebrazos, los músculos firmes y tensos,
siguiendo los surcos, erizándole el vello del brazo, deseando que tuviéramos más
tiempo.
No creo que sea justo que no tengamos más tiempo.
No tenemos a nadie con quien quejarnos.
Mis dedos atrapan el brazalete de cuero en su muñeca, las letras de su
nombre. Encuentro el broche y meto mi dedo pulgar por debajo, sacudiéndolo. El
brazalete cae al suelo, y cuando me agacho a recogerlo, nuestras cabezas se
golpean, porque él se agachó para conseguirlo para mí. Sólo algo más que haría
por mí si pudiera. Una forma más en la que quiere ayudarme con el trabajo de
estar viva.
—Tengo que quedármelo.
Sonríe, y dice—: Está bien.
Me lo pone en la muñeca, y entonces me besa el brazo, al lado del broche,
justo por encima de mi pulso.
Hay banderas en mi interior, también, con sus plegarias en ellas. Lo voy a
llevar a todas partes, por el resto de mis días.
—Cuídate —dice—. No dejes que nadie se libre de ninguna mierda.
—No lo haré.
—Bridget y Quinn van a cuidarte. Y, si puedes, trata de evitar que Krish se
autodestruya.
Krishna. 319
Krishna es un desastre.
Él dejó que West tomara la culpa por él, salió de la cárcel y se fue
directamente a un bar. No ha regresado al apartamento, y no responde a las
llamadas de West.
Solo Bridget parece saber lo que le pasa. Habló con él un par de veces. Está
preocupada por él, pero ninguno de nosotros sabe qué hacer.
En estos momentos, no puedo concentrarme en Krishna.
—Voy a hacer mi mejor esfuerzo.
Mi voz está llena de lágrimas. Mi corazón está tan lleno de cortes y golpes,
que cada segundo que pasa hace que la sangre fluya más libremente.
Limpiándome. Vaciándome.
Apoya la cabeza en mi cuello y besa el rincón en donde mi cuello se une con
mi hombro. —No llores por mí. Vas a estar bien. Genial. Mejor que bien. También
podrás dormir mucho más, lo cual es bueno. Vivirás más tiempo.
Vuelve a mí.
Las palabras gritan en mi interior, rebotando como fantasmas maníacos,
pero cierro la boca y apoyo las manos sobre su cuerpo, solo para sentir su calor y la
forma en que su espalda sube y baja con cada respiración. La rugosidad de su
columna vertebral.
No sé si alguna vez volveré a verlo.
—Prométeme…‖ —digo, apesar de que no iba a hacerlo. Apesar de que me
juré que no volvería a hacer una demanda—. Prométeme que serás mi amigo. Que
me llamarás, que me enviarás mensajes y me contarás lo que pasa contigo.
Prométeme que si estás despierto en medio de la noche, si estás solo, si necesitas a
alguien…
Levanta la cabeza y me limpia las lágrimas de nuevo, esta vez con los
pulgares. —Lo prometo.
—Vas a necesitar un amigo.
—Sí.
—Quiero ser tu amiga, West.
Me besa la punta de la nariz. —Ya eres mi amiga, Caroline Piasecki.
Cierro los ojos. Cierro los ojos y abro las manos y suelto la parte trasera de 320
su camisa. —Deberías ponerte en la fila.
—Sí.
—Mándame un mensaje cuando llegues.
—Lo haré.
—Dile a tu hermana que le mando saludos.
—Le va a gustar eso.
Esta vez, cuando me besa, no me permito tocarlo. En ningún lugar, excepto
la boca.
Sus labios son tan suaves.
Me dicen todas las cosas que le dije y más.
Vive. Respira. Lucha.
Sé quién eres. Sé mejor.
Sé feroz.
—No me esperes —susurra, y me besa de nuevo—. No quiero que me
esperes.
Cuando agarra la mochila y se aleja, pienso en el día en que nos conocimos.
Cómo condujo su coche casi directo a mis pies. Cómo se burló de mí, me
hizo sonreír, me hizo desmayar.
Cómo se veía con ese tonto pollo de goma colgando de sus dedos, con una
sonrisa, preguntándome—: ¿Quieres jugar?
Creo que tal vez siempre lo he estado esperando.
Siempre.
No sé cómo alguna vez voy a ser capaz de dejar de hacerlo.

321
Traducido por CrisCras
Corregido por Val_17

La cosa sobre ser una buena chica, es que te pasas toda tu vida
desarrollando un radar finamente pulido para detectar cualquier cosa que pueda
hacer que la gente te quiera menos.
322
Las chicas como la que era yo el agosto pasado, comemos aprobación.
Vivimos por eso.
Así que cuando somos atacadas cruelmente por un tipo que hace todo lo
posible para hacernos sentir sucias y repugnantes, nuestra primera reacción es
siempre tomar toda la culpa.
Mi culpa, decimos. Mi culpa, mi culpa, mi culpa.
Hace falta un tipo especial de persona para apartarnos las manos de los
ojos y mostrarnos lo que realmente estamos mirando. De quién es la culpa. Lo
inútil que puede ser culparse.
West me enseñó a hacer pan. Me alzó hasta un tejado y me besó hasta que
vi las estrellas.
Me enseñó que vale la pena ir más profundo por lo que viene después.
Porque un mensaje de texto puede agrietar la firme tierra de tu vida de
par en par. Una mala decisión, un disparo de la cámara, y la parte soleada y
perfecta de tu juventud se ha acabado.
Entonces tienes que decidir. Miras a tu alrededor, examinas
cuidadosamente los escombros, tomas tus decisiones.
Te armas con amor, amigos, conocimiento.
Descubres quién eres. Qué quieres.
Te das cuenta, y vas detrás de ello con todo lo que tienes.
Y eso significa que a veces tienes que permitirte tener miedo. Tienes que
girar a la izquierda y tomar riesgos y cometer errores, porque, de otro modo,
¿cómo encuentras amigos que te enseñarán a enfrentarlos, beber aguardiente de
mantequilla sin ninguna razón en absoluto, quitarte el sujetador y bailar?
Cuando tienes una oportunidad de profundizar, tienes que aferrarte con
tus puños de su camiseta y acercarla. Tirar hasta que la tela se rompa. Tirar y
retroceder hasta que esté desnuda contra tu vientre y estés famélico y lleno,
desesperado y saciado, mareado y con los pies en tierra firme.
Tienes que hacerlo, porque la fealdad está en todas partes.
Porque la vida no es justa.
Porque el mundo es un lugar seriamente jodido.
Tienes que hacerlo, porque la belleza está ahí afuera, y vale la pena cada

323
sacrificio que tenemos que hacer para aprovecharla.
Vale la pena incluso si no conseguimos conservarla.

Fin
Queridos lectores,
Lo que le sucedió a Caroline se llama “porno de venganza” o “pornografía no
consentida”, y es una mierda. También es perfectamente legal en todas partes en los
Estados Unidos con la excepción de Nueva Jersey.
El porno de venganza es una forma de abuso que usa imágenes sexuales sin el
consentimiento de las mujeres (o hombres) fotografiadas como una forma de avergonzar,
lastimar y denigrar a sus víctimas. Sucede todo el tiempo, saliendo directamente a la luz,
con el consentimiento de nuestro ordenamiento jurídico.
Tiene que parar.
Si te gustaría aprender más sobre el porno de venganza o prestar tu voz para apoyar
su criminalización, te insto a visitar End Revenge Porn (www.endrevengeporn.org), una
campaña que está trabajando para mejorar la imagen pública de este tema, apoyar a las 324
víctimas y presionar a los legisladores para cambiar la ley.
Con los mejores deseos,
Robin York
ROBIN YORK creció en una universidad, fue a la universidad, firmó para
algo más de universidad, luego se casó con un profesor universitario. Todavía no
está segura de por qué no se le ocurrió escribir New Adult antes. Está
pluriempleada como madre, prepara unos caramelos salados asesinos, y arregla los
problemas espinosos de la trama mientras corre, camina o monta en bicicleta.
www.robin-york.com

325
En la nueva novela provocativa de Robin York, dos
jóvenes ex amantes se vuelven a encontrar en la
sombra de la tragedia, y una intensa e innegable
atracción.
Caroline sigue soñando con West. En su piel cálida,
sus músculos firmes, en su mano deslizándose por
su estómago. Luego se despierta y regresa a la
realidad: West se ha ido. Y antes de irse, le rompió
el corazón.
Entonces, inesperadamente, West llama en una
crisis. Una tragedia ha golpeado a su familia, una 326
familia que ya es un desastre. Caroline sabe lo que
tiene que hacer. Sin discutirlo, sin detenerse a
pensar, ella se sube a un avión, para volar a su lado
y apoyarlo en todo lo que necesite.
Están juntos otra vez, pero las cosas son totalmente diferentes. West parece tenso,
enfadado con el mundo. Caroline no encaja. Ella debería regresar a Iowa y
terminar con la demanda civil contra el ex novio que publicó sus fotos explícitas
como venganza en un sitio web porno. Pero está aquí. Profundamente con West,
involucrada con él, enamorada de él. Todavía.
Una vez lucharon contra las adversidades. Perderse mutuamente fue difícil. Pero
volver a encontrar su camino al otro no podría ser más difícil.
Caroline & West, #2

También podría gustarte