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Capítulo 1.
Psicología social es una ciencia que estudia la influencia de nuestras situaciones, con especial atención en la manera
en que nos percibimos y afectamos unos a otros. Dicho de forma más precisa, es el estudio científico de la forma en
que las personas piensan, influyen y se relacionan con los demás.
La mayoría de los psicólogos sociales analizan a los individuos promedio, es decir, lo que piensa una persona, en un
momento dado, acerca de los demás, la forma en que los otros influyen en él y cómo se relaciona con ellos. Estos
estudios incluyen la manera como los grupos afectan a las personas de forma particular y cómo los individuos afectan al
grupo.
Aunque los sociólogos y los psicólogos sociales utilizan algunos métodos de investigación similares, estos emplean
mucho más los experimentos en los que manipulan un factor, como la presencia o ausencia de la influencia de los
semejantes para observar su efecto. Los factores que estudian los sociólogos suelen ser difíciles de manejar o no
resultan éticamente manipulables.
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LA PSICOLOGÍA SOCIAL Y LA PSICOLOGÍA DE LA PERSONALIDAD.
La diferencia entre estas reside en el carácter social de la psicología social. Los especialistas de la personalidad se
interesan en el funcionamiento interno, privado, y en las diferencias entre los individuos. Los psicólogos sociales se
enfocan en nuestra humanidad común. Se preguntan como las situaciones sociales pueden conducir a la mayoría de
los individuos a actuar de manera amable o cruel, por ejemplo.
NIVELES DE EXPLICACIÓN.
Las disciplinas van desde las ciencias básicas, que estudian los bloques de construcción de la naturaleza, hasta las
integradoras, que abarcan sistemas complejos. Una explicación exitosa del funcionamiento humano en un nivel no
necesariamente contradice las explicaciones en los otros niveles.
Los valores entran en escena cuando los psicólogos sociales eligen temas de investigación. La psicología social refleja
la historia social.
Los valores también influyen en el tipo de personas que se ven atraídas hacia diversas disciplinas (Campbell, 1975;
Moynihan, 1979). Es obvio que los valores entran en escena como objeto de análisis de la psicología social. Los
especialistas de esta disciplina investigan cómo se forman los valores, por qué cambian y cómo afectan las actitudes y
los actos. Sin embargo, nada de esto nos indica cuales son correctos.
Con menos frecuencia, reconocemos las formas sutiles en que los valores convenidos se enmascaran como la verdad
objetiva. Considere tres maneras no tan evidentes en que éstos intervienen en la psicología:
Los científicos y los filósofos coinciden en que la ciencia no es puramente objetiva. Existe una realidad objetiva allá fura,
pero siempre la vemos a través de los lentes de nuestras creencias y valores. Lo que damos por hecho – las creencias
compartidas de los psicólogos sociales europeos llaman nuestras representaciones sociales (Augoustinos e Innes,
1990; Moscovici, 1988) – frecuentemente son nuestras convicciones más importantes y no obstante las menos
examinadas.
Un error para aquellos que trabajan en las ciencias sociales es pasar de una descripción de lo que es a lo que debe ser.
Los filósofos llaman a esto falacia naturalista.
El escritor Cullen Murphy (1990) pensaba eso: “diariamente los científicos sociales salen al mundo. Día tras dia
descubren que el comportamiento de las personas es bastante similar a lo que esperamos”.
Sin embargo un problema con el sentido común es que recurrimos a él después de conocer los hechos. Los sucesos
son más evidentes y predecibles en retrospectiva que de antemano. Con nuevos conocimientos a la mano, nuestro
eficiente sistema de memoria depura sus viejas suposiciones (Hoffrage, 2000).
En la vida cotidiana con frecuencia no esperamos que algo ocurra hasta que ocurre. Entonces, repetidamente vemos
con claridad las fuerzas que provocaron el suceso y no nos sentimos sorprendidos.
Si este sesgo retrospectivo (también llamado fenómeno de siempre lo supe) es dominante, usted debe sentir ahora
que sabia esto de antemano. De hecho, casi cualquier resultado posible de un experimento de psicología puede
semejar al sentido común después de conocer los resultados.
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Karl Teigen (1986) realizó estudios con proverbios. Cuando se menciono “el miedo es más fuerte que el amor” la
mayoría consideró verdadero. Pero lo mismo sucedió con otros estudiantes cuando se citó la forma opuesta “el amor es
más fuerte que el miedo”.
Cullen Murphy (1990) editor de Atlantic, reprochó que “la sociología, la psicología y otras ciencias sociales muy a
menudo determinan lo evidente o confirma el lugar común”. Su propia encuesta informa de hallazgos de las ciencias
sociales “no produjo ideas o conclusiones que no puedan encontrarse en Bartlett’s o en cualquier otra enciclopedia de
citas”.
El fenómeno de siempre lo supe puede tener consecuencias dañinas. Sobrestimar nuestro propio poder intelectual nos
conduce a la arrogancia. Además, debido a que parece que los resultados deben ser previsibles, tendemos a culpar a
quienes toman las decisiones de lo que son malas elecciones “evidentes” que a elogiarlos por las buenas decisiones,
que también parecen obvias.
Ahora bien, no se trata de que el sentido común sea predeciblemente equivocado. Más bien generalmente es correcto,
una vez que ha pasado el hecho. Con frecuencia nos engañamos pensando que sabemos más de lo que realmente
conocemos. Y es precisamente esto sobre lo que debemos hacer ciencia, en ayudarnos a separar la realidad de la
ilusión y las predicciones genuinas de la retrospección fácil.
Una teoría es un conjunto integrado de principios que explican y predicen sucesos observados. Las teorías constituyen
una taquigrafía científica. Los acontecimientos son aseveraciones consensuadas acerca de lo que observamos. Las
teorías son ideas que los resumen y explican.
Las teorías no solo resumen, también implican predicciones que pueden ponerse a prueba, llamadas hipótesis. Estas
permiten probar una teoría, al sugerir como podríamos tratar de falsificarla.
Una buena teoría 1) resume en forma efectiva un amplio intervalo de observaciones, y 2) hace predicciones claras que
podemos utilizar para a) confirmarla o modificarla, b) generar nuevas investigaciones, y c) sugerir aplicaciones
prácticas.
Cuando dos variables se correlacionan, cualquier combinación de tres explicaciones es posible. Técnicas
correlacionales avanzadas pueden sugerir relaciones de causa efecto. Las correlaciones atrasadas revelan la
secuencia de hechos.
Entonces la gran fuerza de la investigación correlacional reside en que tiende a ocurrir en ambientes reales, en los que
podemos examinar factores como raza, género y estatus social, los cuales no pueden ser manipulados en el
laboratorio. Su gran desventaja radica en la ambigüedad de los resultados.
Investigación de encuestas.
Los investigadores que utilizan este recurso obtienen un grupo representativo al tomar una muestra aleatoria, es decir
una en la que cada persona de la población estudiada tiene la misma probabilidad de ser elegida. Tenga presente que
las encuestas no predicen las votaciones de manera literal, sino que describen la opinión pública en el momento en que
se realizan, y ésta puede cambiar. Debemos de tener en cuenta algunos sesgos como; la muestra no representativa, el
orden de las preguntas, las opciones de respuesta y la redacción de las preguntas.
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Muestra no representativa. El tamaño de la muestra no es lo único importante en una encuesta, sino también qué tanto
representa ella a la población que se estudia.
Orden de las preguntas. Considere también los efectos de las opciones de respuesta.
Redacción de las preguntas. La redacción precisa de las preguntas también puede influir en las respuestas.
Los psicólogos sociales experimentan construyendo situaciones sociales que simulan características importantes de la
vida diaria. Al variar sólo uno o dos factores a la vez – llamados variables independientes-, el experimentador determina
la forma precisa en que los cambios nos afectan.
La correlación de ciertos factores hace parecer que la discriminación podría explicar el nexo entre la obesidad y una
posición social menor (Steven Gortmaker y otros 1993). Pero no podemos estar seguros. Los prejuicios hacen efecto en
las personas, y es probable que las personas obesas de este estudio acabasen creyendo que son inferiores por su
físico, a esto se le podría llamar el “efecto de Cenicienta”.
Chris Boyatzis y otros 1995, experimento con televisión y agresividad en niños. Los infantes cometieron siete veces más
actos violentos que los niños que vieron menos la televisión. Los actos agresivos se denominan variable dependiente.
Este tipo de experimentos implica que la televisión puede ser runa causa de comportamiento agresivo de los niños.
Todos los experimentos sociopsicológicos tienen dos ingredientes esenciales. Sólo hemos considerado uno: el control.
Manipulamos una o dos variables independientes mientras tratamos de mantener constante todo lo demás. El otro
ingrediente es la asignación aleatoria.
La asignación aleatoria elimina los factores extraños. Con la asignación aleatoria, cada persona tiene las mismas
probabilidades de observa la violencia de no hacerlo. Así, los individuos en ambos grupos promediarían, en cada
aspecto concebible aproximadamente lo mismo.
La ética de la experimentación.
En ocasiones el tratamiento experimental es una experiencia inocua, incluso agradable, para la cual las personas dan
su consentimiento. Las pruebas no necesitan tener lo que Elliot Aronson, Marilynn Brewer y Merrill Carlsmith (1985)
llaman realismo mundano; es decir, el comportamiento en el laboratorio no tiene que ser literalmente igual al cotidiano.
Pero el experimento debe tener realismo experimental, es decir, debe absorber e involucrar a los participantes. Esto
requiere a veces que se engañe al participante con una historia verosímil. Los investigadores también ocultan sus
predicciones para los participantes. De forma sutil, también las palabras, el todo de voz y los gestos del experimentado
pueden producir respuestas deseadas. Para disminuir este tipo de características de la demanda los investigadores
suelen estandarizar sus instrucciones.
Principios éticos desarrollados por la American psychological Association (2002), la Canadian psychological Society
(2000) y la British psychological Society (2000):
Informar a los probables participantes acerca del experimento, para permitirles su consentimiento informado.
Ser veraces. Que utilicen el engaño solo si es esencial y si está justificado por un propósito importante.
Proteger a las personas de daños y de incomodidades significativas.
Hacer indagación con las personas. Explicarles de forma completa la prueba, una vez que ha terminado, y
también cualquier engaño. La única excepción a esta regla sería si la retroalimentación sería angustiante.
Hay que ser precavidos al universalizar lo que pasa ahí hacia la vida real. Aunque el laboratorio revela dinámicas
básicas de la existencia humano, no deja de ser una realidad simplificada y controlada.
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Capítulo 2.
EL YO EN UN MUNDO SOCIAL.
Desde nuestra perspectiva enfocada a nosotros mismos, sobreestimamos nuestra notoriedad. Este efecto del centro
del universo significa que propendemos a vernos en el centro del escenario y por lo tanto, sobrestimamos de manera
intuitiva la magnitud en que la atención de los demás se nos dirige. Demasiado conscientes de nuestras propias
emociones a menudo padecemos una ilusión de transparencia. Si nos sentimos felices y lo sabemos, supone que
nuestro rostro seguramente lo reflejará y que los demás lo notarán. En realidad, podemos ser más opacos de lo que
nosotros creemos.
También sobreestimamos la visibilidad de nuestra torpeza social y los errores mentales públicos. Pero la investigación
muestra que los demás apenas notan y olvidan pronto lo que nos hace sufrir tanto (Savitsky y cols., 2001).
El entorno social afecta a la autoconciencia. Como individuos en un grupo dentro de una cultura, raza o género
distintos, notamos en qué diferimos y cómo reaccionan los demás ante nuestra diferencia.
El interés en uno mismo matiza el juicio social. No somos jueces objetivos y desapasionados de los sucesos.
Cuando surgen problemas en una relación cercana, como el matrimonio, generalmente atribuimos mayor
responsabilidad a nuestra pareja que a nosotros mismos. Cuando las cosas van bien nos sentimos más autores de ello.
La preocupación por uno mismo motiva el comportamiento social. Nuestros actos suelen ser estratégicos. Con la
esperanza de dar una buena impresión. La preocupación por la autoimagen dirige gran parte de nuestro
comportamiento.
Las relaciones sociales ayudan a definir nuestro yo. Según Susan Andersen y Serena Chen (2002), en nuestras
diversas relaciones tenemos diversos yo. Podemos ser uno como madre, otro con los amigos y otro con los profesores.
La forma en que pensamos de nosotros mismos está vinculada con quienes somos en la relación que tenemos en ese
momento.
El concepto de “autoconcepto” podría definirse como las respuestas de una persona a la pregunta “¿quién soy yo?”.
Los elementos de su autoconcepto, las creencias específicas con las que se define, constituyen sus esquemas de si
mismo (Markus y Wurf 1987). Los esquemas son los patrones mentales por medio de los cuales organizamos nuestros
mundos. Los esquemas del yo afectan enormemente la forma en que procesamos la información social. Los esquemas
que conforman nuestro autoconcepto nos ayudan a catalogar y recordar nuestras experiencias.
Autorreferencia.
La manera en que el autoconcepto afecta a la memoria; este fenómeno es conocido como efecto de autorreferencia:
cuando la información es relevante para nuestro autoconcepto, la procesamos con rapidez y la recordamos bien
(Higgins y Bargh, 1987; Kuiper y Rogers, 1979; Symons y Johnson, 1997). Si alguien nos pregunta si una palabra
específica, como “extrovertido”, nos describe, posteriormente la recordaremos mejor que si nos hubiesen dicho que
define a alguien más. Los recuerdos se forman alrededor de nuestro interés principal: nosotros mismos. Nuestro sentido
del yo se localiza en el centro de nuestros mundos. A menudo nos sentimos responsables de hechos en los que
nosotros tuvimos un papel poco importante (Fenigstein, 1984). Cuando juzgamos a alguien más a menudo lo
comparamos con nosotros mismos (Dunning y Hayes, 1996).
Posibles yos.
El autoconcepto no incluye únicamente los esquemas de nosotros mismos acerca de quiénes somos en este momento,
sino también en quién nos podríamos convertir, es decir en nuestros posibles yos. Hazel Markus y sus colegas señalan
que nuestros posibles yos incluyen la imagen del yo que anhelamos ser, es decir, el yo rico el yo delgado, el yo amado y
que ama apasionadamente. También incluyen el yo en que tememos convertirnos. Estos posibles yo nos motivan con
metas específicas para la imagen de la vida que deseamos.
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DESARROLLO DEL YO SOCIAL.
Estudios de gemelos indican influencias genéticas sobre la personalidad y el autoconcepto, aunque la experiencia
social también tiene un papel importante. Entre ellas se encuentran:
Identidad social.
El autoconcepto no solo tiene la identidad personal sino también social. Esta definición de quién es uno implica un
concepto de quién no se es. El círculo que incluye a “nosotros” excluye a “ellos”.
Cuando formamos parte de un pequeño grupo que está rodeado de uno más grande, a menudo somos conscientes de
nuestra identidad social; cuando nuestro grupo social es la mayoría pensamos menos en ello.
Comparaciones sociales.
Las personas que nos rodean nos ayudan a definir el parámetro por el cual nos consideramos ricos o pobres,
inteligentes o torpes… Nos miramos con respecto a ellos y determinamos cuanto diferimos. Gran parte de la vida gira
entorno a las comparaciones sociales. Solemos compararnos con iguales. Cuando enfrentamos una competencia, a
menudo protegemos nuestra vulnerable autoestima al percibir como aventajado al competidor.
Éxito y fracaso.
Hacer las cosas bien y obtener beneficios nos permite tener mayor confianza y poder. En ocasiones el concepto bajo de
uno mismo causa problemas.
EL YO Y LA CULTURA.
En el caso de las personas que viven en culturas occidentales industrializadas, prevalece el individualismo; la
identidad se encuentra más contenida en el yo. Podría definirse como la tendencia a dar prioridad a las metas propias
por encima de las del grupo, y definir la propia identidad en términos de atributos personales en lugar de identificarse
con el grupo. La adolescencia es una época de separación de los padres, donde uno confía más en sí mismo y donde
se define el yo independiente y personal.
Las culturas originarias de Asia, África, América Central y Sudamérica otorgan un valor mayor al colectivismo. Es el
hecho de dar prioridad a las metas de los propios grupos (a menudo de la familia extensa o al grupo de trabajo) y definir
la identidad propia, de acuerdo con ellos. Cultivan lo que Shinobu Kitayama y Hazel Markus (1995) llaman el yo
interdependiente. La gente es más autocrítica y tiene menor necesidad de una autoconsideración positiva (Heine y
otros, 1999). La identidad se define más en relación con los demás.
Nisbett concluye que los asiáticos del este piensan de una manera más holística, es decir, perciben y piensan en los
objetos y las personas con respecto a la forma en que se relacionan entre sí y con el entorno.
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Aunque como todo es un error encasillar a culturas tan diversas en individualista o colectivista, ya que existen las
diferencias entre personas. Con un yo interdependiente se tiene un mayor sentido de pertenencia. No tienen uno sino
muchos yos. El yo interdependiente está enclavado en las membresías sociales.
Independiente. Interdependiente.
La identidad es… Personal, definida por características Social, definida por vínculos con los
y metas individuales. Menor demás. Autoconcepto muy vinculado
importancia de las valoraciones de con las valoraciones de los demás.
los demás
Lo importante es… Yo: los logros y la realización Nosotros: objetivos y solidaridad de
personal; mis derechos y libertades. grupo; nuestras responsabilidades y
relaciones sociales.
Desaprobación de… La conformidad. El egoísmo.
Lema ilustrativo… “Que sea verdad para ti mismo” “Nadie es una isla”
Culturas que la apoyan… Occidental individualista. Asiática colectivista y el Tercer
Mundo.
AUTOCONOCIMIENTO.
Formamos creencias sobre nosotros mismos, y no dudamos en explicar por qué nos sentimos y actuamos como lo
hacemos. En ocasiones pensamos que sabemos, pero nuestra información interna es incorrecta.
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nivele consciente. Las actitudes se pueden reemplazar.
Frecuentemente los autorreportes son poco confiables. Los errores en la propia compresión limitan la utilidad científica
de los informes personales subjetivos.
La sinceridad con que la gente da e interpreta sus experiencias no garantiza la validez de éstas. Los testimonios son
sumamente persuasivos.
El autocontrol ejerce de forma similar a la fuerza muscular, afirman Baumeister y Julia Exline (2000): amos se debilitan
después de un esfuerzo, se recuperan con el descanso y se fortalecen con el ejercicio. Nuestro autoconcepto influye en
el comportamiento (Graziano y otros, 1997). En tareas desafiantes, las personas que se imaginan a sí mismas como
trabajadoras y exitosas se desempeñan mejor que aquellas que se consideran fracasadas (Ruvolo y Markus, 1992).
AUTOEFICACIA.
Albert Bandura (1997, 2000) capturó el poder del pensamiento positivo en sus investigaciones y teorías acerca de la
autoeficacia. Los niños y los adultos que poseen sentimientos más fuertes de autoeficacia son más persistentes, menos
ansiosos y menos depresivos. En la vida cotidiana la autoeficacia nos conduce a establecer metas desafiantes y a
perseverar ante las dificultades. La autoeficacia al igual que la autoestima aumenta con los éxitos logrados con
esfuerzo.
Hasta la manipulación sutil de la autoeficacia puede afectar la conducta. La autoeficacia se refiere a qué tan
competente se siente uno para hacer algo.
LOCUS DE CONTROL.
Magnitud en que la gente percibe que los resultados son controlables internamente, ya sea por sus propios esfuerzos y
acciones o de forma externa, por la suerte o fuerzas exógenas. Cuánto control sintamos depende de la forma en que
explicamos la derrota. Las personas exitosas propenden a considerar las derrotas como situaciones fortuitas.
AUTOESTIMA.
Es la autoevaluación de una persona o su sentido de valía. Para Jennifer Crocker y Connie Wolfe (2001) “una persona
puede tener una autoestima que sea altamente compatible con un buen desempeño escolar y el hecho de ser
físicamente atractiva, mientras que otra puede tener una autoestima compaginable con ser amada por Dios y con
principios morales”. La primera, entonces, tendrá una alta consideración de sí misma cuando la hagan sentir inteligente
y atractiva, y la segunda, cuando la reconozcan como un ser moral.
Jonathon Brown y Keith Dutton (1994) argumentan que esta perspectiva “ascendente” de la autoestima no agota todos
los aspectos. Consideran que la causa también ocurre a la inversa. Quienes se autovaloran de una manera general
(autoestima alta) tienden más a apreciar su apariencia, habilidades, etc.
MOTIVACIÓN DE LA AUTOESTIMA.
Un motor motivacional impulsa nuestra maquinaria cognoscitiva (Dunning, 1999; Kunda, 1990). Al enfrentar el fracaso,
los individuos con alta autoestima mantienen su valía personal al percibir a otras personas en la misma situación, y al
exagerar su superioridad sobre los demás (Agostinelli y otros, 1992; Brown y Gallagher, 1992).
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Algunos estudios confirman que el rechazo social disminuye la alta valoración personal y fortalece nuestra necesidad de
aprobación. Despreciados o rechazados, nos sentimos inadecuados y poco atractivos.
OPTIMISMO IRREAL.
El optimismo predispone un enfoque positivo hacia la vida. Neil Weinstein (1980,1982) llama “un optimismo irreal acerca
de los futuros acontecimientos”.
Linda Perloff (1987) señala que nuestro optimismo ilusorio incrementa la vulnerabilidad. Al creernos inmunes a la
desgracia no tomamos medidas sensatas. El pesimismo defensivo prevé los problemas y motiva a una confrontación
más eficaz.
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AUTORREPRESENTACIÓN.
Los seres humanos parecen motivados no solo para percibirse a sí mismos de formas mejores, sino también para
presentarse de manera favorable ante los demás.
FALSA MODESTIA.
“A menudo la humildad no es sino un truco en el que el orgullo se degrada, sólo para engrandecerse después”.
La gratitud superficial puede surgir cuando, nos desempeñamos mejor que los que nos rodean y nos sentimos
incomodos sobre los sentimientos que tienen los demás hacia nosotros. Con frecuencia mostramos menor autoestima
de la que sentimos de forma privada (Miller y Schlenker, 1985).
AUTOLIMITACIÓN.
En ocasiones las personas sabotean sus oportunidades de éxito al crear impedimentos que disminuyen las
posibilidades de alcanzar el éxito, este tipo de comportamiento suele ser autoprotector. Cuando la autoimagen está
ligada al desempeño, puede ser más autodesvalorizante hacer un duro esfuerzo y perder que posponer las cosas y
tener una excusa de la mano. Las restricciones protegen tanto la autoestima como la imagen pública, al permitirnos
atribuir los fracasos a algo temporal o externo y no a la falta de talento o capacidad.
MANEJO DE LA IMPRESIÓN.
Trabajamos para manejar las impresiones que creamos. En situaciones familiares esto ocurre sin un esfuerzo
consciente.
Para algunas personas la autorrepresentación consciente es un estilo de vida. Continuamente vigilan su propio
comportamiento, observan la forma en que reaccionan los demás, y después ajustan su desempeño social para lograr
un efecto deseado. Los individuos que obtienen altas puntuaciones en una escala de la tendencia al automonitoreo,
ajustan su comportamiento a situaciones externas. Los sujetos que obtienen menor puntuación de automonitoreo se
preocupan menos por lo que piensan los demás. Se guían más por aspectos internos y, por lo tanto, son más
propensos a hablar y actuar de acuerdo con sus sentimientos y creencias.
Capítulo 3.
- Inferencia de rasgos.
Edward Jones y Keith Davis (1965) señalaron que, a menudo, inferimos que las intenciones y disposiciones de otras
personas corresponden a sus actos. La “teoría de las inferencias correspondientes”, de Jones y Davis, especifica las
condiciones bajo las que este tipo de atribuciones son más probables. El comportamiento normal o esperado nos dice
menos acerca de una persona que la conducta poco común.
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ERROR DE ATRIBUCIÓN MENTAL.
El hecho de no tomar en cuenta la situación, denominado error de atribución fundamental por Lee Ross (1977) se
define como la tendencia de los observadores a subestimar las influencias situacionales y a sobrestimar las
disposicionales en el comportamiento de los demás. También llamado como sesgo de correspondencia porque
frecuentemente consideramos que la conducta corresponde a una disposición. El error de atribución fundamental surge
cuando es útil para nuestros intereses.
Una diferencia entre observador y actor. Los teóricos de la atribución señalan que observamos a los demás desde una
perspectiva distinta a la que nos vemos a nosotros mismos (Jones y Nisbett, 1971; Jones, 1976). Cuando actuamos, el
entorno domina nuestra atención. Cuando observamos a otro individuo en acción, el centro de nuestra mirada lo ocupa
esa personas, y la circunstancia se vuelve relativamente invisible.
Autoconciencia. Las circunstancias también pueden cambiar la perspectiva que tenemos de nosotros mismos. Es el
estado de reconocimiento propio en el que la atención se dirige a uno mismo. Provoca que las personas sean más
sensibles a sus actitudes y disposiciones.
Es más fácil poner etiquetas de los rasgos cuando describimos a personas extrañas.
DIFERENCIAS CULTURALES.
La influencia también influye en el error de atribución (Ickes, 1980; Watson, 1982). Una visión occidental del mundo
predispone a asumir que las personas y no las situaciones, causan los sucesos. Las explicaciones internas son más
aprobadas socialmente (jellison y Green, 1981). En la cultura occidental, conforme los niños crecen aprenden a explicar
la conducta en términos de las características personales del otro (Rholes y otros, 1990; Ross, 1981). El error de
atribución fundamental se presenta en todas las culturas estudiadas (Krull y otros, 1999). Sin embargo, la gente
asiático-oriental es, hasta cierto punto, más sensible a la importancia de las situaciones. Así, cuando está consciente
del contexto social, es menos propensa a suponer que el comportamiento de los demás corresponde a sus
características.
Investigaciones sorprendentes revelan el grado en que los prejuicios pueden desviar nuestras percepciones e
interpretaciones, y en que la información errónea puede sesgar nuestros recuerdos.
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es: existe una realidad afuera, pero nuestras mentes la construyen activamente. Los procesos de atribución también
matizan la forma en que los demás nos perciben. Aunque existe una realidad objetiva afuera, pero la vemos a través de
las lentes de nuestras creencias, actitudes y valores.
PERSEVERANCIA DE LAS CREENCIAS.
Persistencia de las ideas iniciales, como cuando el sesgo de las propias creencias se desacredita, pero sobrevive una
explicación del porqué éstas podrían ser verdades. Es sorprendentemente difícil destruir una mentira una vez que la
persona crea un fundamento para esta. Entre más examinamos nuestras teorías y justificamos como podrían ser
verdaderas, nos cerramos más a la información que desafía nuestras creencias. Nuestras creencias y expectativas
afectan poderosamente la forma en que construimos los sucesos en la mente. Nos beneficiamos de nuestras ideas
preconcebidas.
¿Existe un remedio para la perseverancia de las creencias? Sí lo hay: la explicación de lo opuesto. Charles Lord, Mark
Lepper y Elizabeth preston (1984). La explicación de cualquier resultado alternativo, no sólo del opuesto, hace que las
personas ponderen varias posibilidades (Hirt y Markman, 1995).
Muchos recuerdos no son copias de las experiencias sino que los construimos en el momento de la evocación. Por lo
tanto, podemos revisar con facilidad los recuerdos para que se ajusten a nuestros conocimientos actuales. En su
búsqueda de la verdad a veces la mente construye falsedades.
JUICIOS INTUITIVOS.
Algunos trabajos sobre la preparación sugieren que el inconsciente realmente controla parte de nuestro
comportamiento. Tal como lo explican John Bargh y Tanya Chartrand (1999): “la mayor parte de la vida cotidiana de una
persona está determinada no sólo por sus intenciones conscientes y decisiones deliberadas, sino por procesos
mentales que se activan a través de características del entorno y que operan fuera de la percepción y guía consciente”.
El poder de la intuición.
Nuestro pensamiento es controlado (reflexivo, deliberado y consciente) y también es automático (impulsivo con poco
esfuerzo e inconsciente). El pensamiento automático no ocurre “en escena”, sino fuera de ella y de la vista donde no
existe el razonamiento.
Esquemas. Patrones mentales- de forma automática e intuitiva guían las percepciones e interpretaciones de
nuestra experiencia.
Reacciones emocionales. A menudo son casi instantáneas, antes de que haya tiempo para el pensamiento
deliberado. Un atajo neural lleva información del ojo o del oído al conmutador sensorial del cerebro (el tálamo),
y hacia su centro de control emocional (la amígdala), antes de que la corteza pensante tenga cualquier
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oportunidad de intervenir (LeDoux, 1994, 1996).
Con la suficiente pericia, la gente puede saber, de forma intuitiva la respuesta a un problema.
Algunas cosas las recordamos de forma explícita (conscientemente). Pero otras las evocamos de forma
implícita sin un conocimiento consciente y sin decir lo que sabemos.
Ceguera cortical. Al perder una porción de la corteza visual durante una cirugía o por una embolia, las
personas pueden quedar funcionalmente ciegas en una parte de su campo visual. Pero dar aun así respuestas
correctas, las personas saben más de lo que saben.
Sesgo de confirmación.
La gente tiende a evitar la búsqueda de información que pueda desmentir sus creencias. Nos mostramos ansiosos por
verifica nuestras creencias, pero poco inclinados a buscar datos que puedan desmentirlas. Éste es el fenómeno llamado
sesgo de confirmación. Este nos ayuda a entender porque nuestra autoimagen es tan estable.
Heurística de la representatividad.
Tendencia a suponer en ocasiones a pesar de evidencias de lo contrario, que alguien o algo pertenecen a un grupo en
particular si se asemeja (representa) a un miembro típico.
Puede provocar: Descartar otra información importante.
La heurística de la disponibilidad.
Regla cognoscitiva que juzga la probabilidad de las cosas en términos de su acceso en la memoria. Si ejemplos de algo
vienen con facilidad a la mente, suponemos que son comunes.
Puede provocar: Dar demasiado peso a los ejemplos vividos y, así, por ejemplo, sentir temor por las cosas equivocadas.
Pensamiento contrafactual.
Los sucesos que pueden imaginarse con facilidad también afectan a nuestras experiencias de culpa, arrepentimiento,
frustración y alivio. El pensar peores alternativas ayuda a sentirnos mejor. Esto y evaluar que podremos hacer de
manera diferente en las siguientes ocasiones lleva a que preparemos para hacer las cosas mejor en el futuro (Boninger
y otros, 1994; Roese, 1994, 1997).Este pensamiento contrafactual – simular mentalmente lo que pudo haber sucedido –
ocurre cuando podemos imaginarnos fácilmente un resultado alternativo (Kahnema y Miller, 1986; Markman y McMullen,
2003). El pensamiento contrafactual subyace a la sensación de tener suerte. Cuando apenas escapamos a un evento
desafortunado con facilidad tenemos un pensamiento contrafactual negativo. Y, por lo tanto, sentimos que tenemos
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“buena suerte” (Teigen y otros, 1999) La “mala fortuna” por otro lado se refiere a sucesos malos, pero que fácilmente
pudieron no haber ocurrido. Entre más significativo es el acontecimiento más intenso es el pensamiento contrafactual.
PENSAMIENTO ILUSORIO.
Es fácil ver una correlación donde no existe. Cuando esperamos encontrar vínculos aclaratorios, fácilmente asociamos
sucesos azarosos y percibimos una correlación ilusoria. Si pensamos que existe una correlación, somos más propensos
a observar y recordar situaciones que la confirman. Si suponemos que las premoniciones se correlacionan con
acontecimientos, notamos y recordamos la ocurrencia de la premonición y su realización posterior. La gente no solo ve
lo que espera, sino que también correlaciona lo que desea ver.
Ilusión de control.
Nuestra tendencia de percibir una relación entre sucesos aleatorios alimenta una ilusión de control, es decir, la idea de
que estos se encuentran sujetos a nuestra influencia.
Juegos de azar. La gente actúa de manera consistente y como si pudiese predecir o controlar los sucesos aleatorios
(Presson y Benassi, 1996; Thompson y otros, 1998).
Regresión hacia el promedio. Tendencia estadística de las puntuaciones extremas o comportamiento extremos a
regresar hacia el propio promedio (Tversky y Kahneman 1974).
La experiencia nos ha demostrado que cuando tova va bien, algo saldrá mal, y que cuando la vida nos confronta a
situaciones difíciles, generalmente podemos esperar que mejoren. Sin embargo, muchas veces no reconocemos este
efecto de regresión.
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identidad social se preocupan por clasificar de manera correcta a las personas en nosotros y ellos.
Sesgo hacia la raza propia: solemos mostrar tendencia hacia nuestra raza, a reconocer mejor rostros de nuestra
propia raza.
Casos vividos.
Nuestra mente también usa casos vívidos como atajo para juzgar a los grupos. Dada la experiencia limitada con un
grupo social, recordamos ejemplos y los generalizamos (Sherman, 1996). Generalizar a partir de casos aislados puede
causar problemas. Los casos vividos, aunque al alcance de la memoria, casi nunca son representativos del grupo en
general. Quienes pertenecen a una minoría, por ser más notorios, también podrían ser sobrestimado numéricamente
por la mayoría.
Cuanto menos sabemos de un grupo, más nos influye pocos casos vividos (Quattrone y Jones, 1980). Al contrario de
los estereotipos de “reinas de la beneficencia” que maneja Cadillacs, la gente que vive en la pobreza comparte las
aspiraciones de la clase media y preferiría mantenerse que aceptar la asistencia pública (Cook y Curtin, 1987).
Acontecimientos distintivos.
Como somos sensibles a los acontecimientos distintivos, la ocurrencia de dos de tales sucesos es particularmente
notable, más notable que las veces en que no ocurren juntos los dos hechos. Rose (1980) nuestros estereotipos nos
llevan a ver correlaciones que no existen.
Endogrupo Exogrupo
Actitudes Favoritismo Denigración
Percepciones Heterogeneidad (somos distintos) Homogeneidad (son iguales)
Atribuciones de las conductas A las situaciones A disposiciones
negativas
Los grupos en desventaja y los grupos que destacan la modestia (como los chinos), muestran la predisposición al
servicio del grupo (Fletcher y Ward, 1989; Heine y Lehman, 1997; Jackson y otros, 1993). La predisposición al servicio
del grupo matiza sutilmente nuestro lenguaje.
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las víctimas. Este fenómeno es la tendencia de las personas a creer que el mundo es justo y que, por tanto, los
individuos se ganan lo que se merecen y se merecen lo que se ganan. Las personas aborrecen al perdedor aunque sea
muy evidente que sus infortunios son resultados de la mala suerte.
¿Cuáles son las consecuencias de los prejuicios?
Los estereotipos también generan su propia realidad. Incluso si al principio son mentiras, su existencia los vuelve
realidad. Las aseveraciones negativas de los prejuicios socavan el rendimiento de las personas y repercuten en la
manera en que éstas interpretan la discriminación.
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Capítulo 4.
COMPORTAMIENTO Y ACTITUDES.
“Uno hace lo que uno es; uno es lo que uno hace”.
Cuando se pregunta sobre la actitud de alguien, se hace alusión a creencias y sentimientos relacionados con una
persona o suceso, y a la tendencia resultante del comportamiento. Consideradas en conjunto, las reacciones
evaluativas favorables e inconvenientes hacia algo, definen la actitud de una persona (Olson y Zanna, 1993). Podemos
recordar las tres dimensiones de las actitudes por sus siglas ACC: afecto (sentimientos), tendencia del comportamiento
y cognición (pensamiento).
Al saber que uno muestra lo que siente los psicólogos han buscado un “canal hacia el corazón”. En consecuencia,
Edgard Jones y Harold Sigall (1971) diseñaron un método de línea falsa que engaña a los individuos para que
expongan sus actitudes reales. Primero se convence a los participantes de que una maquina puede utilizar sus
respuestas psicológicas para medir sus posturas privadas. Después se les pide predecir las lecturas del aparato, lo que
descubre sus actitudes. No nos sorprende que las personas a las que primero se persuade de que los detectores de
mentiras funcionan, después admitan la verdad.
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