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SEGUNDA PARTE

Identidades de género
v procesos sociales
SABERES Y DOLORES SECRETOS.
MUJERES, SALUD E IDENTIDAD*

Mará Viveros

INTRODUCCIÓN

J L \ \ reflexionar sobre la salud de las mujeres en relación con el tema de la


identidad de género surgen numerosos interrogantes que, como las muñe-
cas rusas, traen consigo muchos otros. ¿Cómo ha sido la relación de las mu-
jeres con los saberes y las prácticas terapéuticas? ¿En algún momento de la
historia han hecho parte estos saberes y prácticas de lo que la cultura consi-
dera "femenino"? ¿Qué papel han desempeñado los médicos en la defini-
ción social de la "naturaleza femenina"? ¿Existen representaciones y
comportamientos femeninos en relación con la salud y la enfermedad?
¿Qué aportes ofrece una perspectiva de género al estudio de la salud de las
mujeres?
Si bien estas preguntas no agotan las posibilidades de establecer la arti-
culación entre estos tres términos, salud, mujeres e identidad, sí ofrecen dis-
tintas perspectivas desde las cuales se puede vincular la identidad de
género con el tema de la salud de las mujeres. En este trabajo se exploran
algunas de estas perspectivas y articulaciones, con lo que se busca contri-
buir a reformular algunas de las preguntas planteadas y sugerir nuevas hi-
pótesis para estudios futuros.
El intentar desarrollar el análisis de las relaciones entre la salud de las
mujeres y la identidad de género nos conduce, por una parte, a preguntarnos
sobre el pasado, sobre la historia de los diversos roles terapéuticos de las mu-
jeres y de las definiciones médicas de lo femenino; por otra parte, nos obliga
a acudir a una perspectiva pluridisciplinaria que pueda dar cuenta de la com-
plejidad de estas relaciones. Para tal efecto se estudian, en primer lugar, las

La autora agradece la atenta lectura y los valiosos comentarios de Argelia Londoño y


Mary Luz Mejía.
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relaciones de las mujeres con las prácticas terapéuticas a través de la historia


europea de los últimos cinco siglos. En segundo lugar, las representaciones de
la "feminidad" desde el discurso y la práctica médicos, particularmente en el
siglo XIX. En tercer lugar, el impacto de las construcciones de género sobre la
salud de las mujeres latinoamericanas. Por último, se tratan las críticas de los
movimientos de mujeres, en particular del feminismo contemporáneo, a la
excesiva medicalización de la vida de las mujeres y se abren algunos puntos
de reflexión sobre estas luchas como una reivindicación de una nueva identi-
dad femenina, la de sujeto social.

LAS PRÁCTICAS Y SABERES TERAPÉUTICOS: UNA FUENTE DE IDENTIDAD


DE GÉNERO

Lo terapéutico fue considerado durante largo tiempo como un saber y un


poder específicamente femeninos, como un elemento constitutivo de su
identidad. Este poder se fundaba en una representación de la medicina co-
mo un saber más empírico que teórico y en una imagen de la mujer como
un ser que, por su capacidad de ser madre, estaba más próximo a la natura-
leza y conocía mejor sus secretos (Ortner, 1979).
Los estudios históricos y antropológicos han mostrado los innumerables
conocimientos terapéuticos que tuvieron y tienen todavía las mujeres en
distintos contextos. Los saberes sobre el cuerpo y sobre las enfermedades
infantiles les han conferido en diversos momentos históricos y lugares geo-
gráficos un poder y un reconocimiento social. Esta posición difícilmente
podía obtenerse de otra manera, si tenemos en cuenta la situación de subor-
dinación que han vivido las mujeres en la mayor parte de las sociedades.
Apelar a la historia nos permitirá entender mejor el tipo de vínculo que
han mantenido las mujeres con las prácticas y saberes terapéuticos a través
del tiempo y el papel que éstos han desempeñado como una fuente de iden-
tidad de género.

Una perspectiva histórica 1


El fin de la edad media es un período decisivo tanto para la historia de la
medicina como para la historia de las mujeres. Durante el siglo XIV apare-
cieron en Europa los decretos que reglamentaron el ejercicio terapéutico,

Las referencias y ejemplos escogidos pra esta presentación se limitan a las sociedades
europeas y norteamericana, donde existe una abundante literatura al respecto.
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autorizándolo únicamente a los médicos diplomados. Las mujeres, exclui-


das de la posibilidad de realizar dichos estudios, fueron las primeras afec-
tadas por dicha reglamentación (Berriot-Salvadore, 1981).
A partir del Renacimiento, período en que la medicina comenzó a tener
un carácter exclusivamente académico, las mujeres cuyos conocimientos no
habían sido adquiridos en las universidades fueron apartadas del circuito
oficial reconocido y relegadas a las tareas menos consideradas socialmente,
como las de las parteras. Sin embargo, en la medida en que la obstetricia fue
ocupando un lugar cada vez más importante en los estudios médicos, los
cirujanos, que percibían el embarazo como un estado patológico, cuestiona-
ron el poder de las matronas.
La obstetricia, convertida en ciencia en el siglo XVII, retiró a las mujeres
la supremacía que tenían también en este campo (Berriot-Salvadore, 1981).
Se dictaron leyes que castigaban con multas y encarcelamiento el ejercicio
ilegal del arte de los partos (Verdier, 1979). Las parteras perdieron clientela
y autonomía, se convirtieron en subalternas de los médicos y en asalariadas
de los hospitales: se les prohibió emplear instrumentos, formular remedios
y en el caso de los partos laboriosos, se les obligó a llamar al médico. Incluso
dejaron de ser consideradas terapeutas profesionales en la medida en que
ya no pertenecían, desde el punto de vista de la sociedad, a los mismos
círculos sociales de los médicos, cirujanos y boticarios (Berriot-Salvadore,
1981).
Hasta comienzos del siglo XVIII, las comadronas francesas estuvieron
sometidas a la supervisión de las autoridades religiosas y debieron, para
poder ejercer su profesión, tener un certificado del cura de sus parroquias
en el que se mencionaban sus buenas costumbres y su práctica de la religión
católica. Después de la revolución francesa, este derecho ya no fue conferido
por las autoridades religiosas sino por las autoridades civiles (Verdier,
1979). En el siglo XIX continuaron siendo perseguidas y descalificadas por
los médicos, entre otras razones porque eran las encargadas de practicar los
abortos a las pacientes adineradas, lo que significaba una competencia des-
leal para la práctica médica oficial (Verdier, 1979).
Antes del desarrollo de las técnicas obstétricas y de la asepsia, el médico
y la matrona se encontraban en similar situación de impotencia frente a los
problemas del embarazo y el parto. Incluso, la habilidad manual y el saber
empírico desarrollados por las matronas a través de sus múltiples experien-
cias las convertían en terapeutas más consultadas por muchos sectores so-
ciales que los médicos. Sólo la aplicación de los principios de asepsia y los
progresos técnicos transformaron el parto asistido médicamente en una al-
ternativa más segura que el parto a domicilio.
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La dependencia de las mujeres del sistema médico fue ampliamente


inducida por la medicalización progresiva, desde el siglo XIX, de los acon-
tecimientos de su vida reproductiva: embarazo, parto, lactancia y meno-
pausia. Esta medicalización, resultado del monopolio gradual por parte de
los médicos de la atención de la enfermedad tanto física como mental, pro-
dujo un tipo de relación entre médicos y mujeres caracterizada en general
por ser de dependencia y subordinación. Implicó, además, una amplia des-
posesión para las mujeres: desposesión del control de su cuerpo y de una
experiencia humana exclusivamente femenina como el embarazo y el parto,
desposesión y devaluación de las prácticas y saberes terapéuticos feme-
ninos.
En efecto, la intervención sistemática del médico durante el embarazo y
la hospitalización del parto contribuyeron a desorganizar el círculo de soli-
daridad femenina que en las sociedades tradicionales rodeaba a las mujeres
embarazadas y a las parturientas. Igualmente, marcaron el cambio de men-
talidad frente al parto, el cual dejó de ser una cuestión natural, una expe-
riencia femenina, para convertirse en un asunto de la medicina. En este
sentido, el saber del médico se constituyó y se afirmó sobre el no-saber de
las mujeres, sobre una verdad de su cuerpo que existía independiente de
ellas mismas.
Pero el saber médico y la revolución pasteuriana no sólo desplazaron el
saber femenino en relación con el parto y las enfermedades cotidianas sino
también con respecto al cuidado de la enfermedad en los niños pequeños.
Hasta el siglo XVIII los médicos eran poco escuchados en lo que se refiere a
la salud infantil, y las madres eran los únicos terapeutas de sus hijos. Por
otra parte, a finales del siglo XIX, con la difusión masiva de la higiene pas-
teuriana, la medicalización de la infancia adquirió un nuevo carácter mora-
lizador. Las madres y nodrizas, sobre todo las de las clases populares,
fueron acusadas por los médicos de este período de negligentes y de ejercer
prácticas nocivas para la salud infantil. La puericultura se fue convirtiendo
gradualmente en uno de los principales objetivos de la política social del
siglo XIX y comienzos del siglo XX. En Francia, la ley Roussel (1874) orga-
nizó el control de las nodrizas por parte de los médicos inspectores. Bajo su
influencia las casas se adecuaron mejor a las necesidades de la higiene, las
nodrizas fueron objeto de exámenes médicos, el uso del biberón se genera-
lizó y la lactancia materna empezó a ser valorada afectivamente (Perrot,
1979). La obediencia a estos nuevos mandatos médicos trajo consigo, por
una parte, una disminución de la mortalidad infantil y por otra, una pérdida
de las destrezas femeninas que antes eran transmitidas de madres a hijas.
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Sin embargo, a pesar de haber sido continuamente ignoradas en los cir-


cuitos médicos oficiales, las mujeres conservaron, en las pequeñas comuni-
dades y en todos los espacios en donde los médicos estaban ausentes, la
función de terapeutas, a menudo aureoladas con el significado mágico que
se atribuye a toda posibilidad de obrar en el ámbito de la vida y la muerte.
Intervinieron en la medicina cotidiana o automedicación doméstica que no
recurre al especialista "oficial" o "popular", preparando y administrando
remedios a base de plantas medicinales y desempeñando un papel prepon-
derante en las prácticas terapéuticas tradicionales.

El surgimiento de la profesión de enfermera y el acceso


de las mujeres a la profesión médica
En la segunda mitad del siglo XIX surge una nueva categoría socioprofesio-
nal: la de enfermera, que es una de las que mejor expresa la dimensión fe-
menina del tratamiento terapéutico. En ella confluyen la implicación
emotiva, la competencia técnica y los valores culturales asociados a la femi-
nidad (devoción, compasión, paciencia, discreción, etc.). Incluso, una de las
principales impulsoras de la profesión, la inglesa Florence Nightingale
(1820-1910), fundadora de la escuela moderna de enfermeras, defendía la
idea según la cual las mujeres podían ejercer sobre los enfermos la autori-
dad y la competencia profesional que les otorgaban sus responsabilidades
en la esfera doméstica (Daiglo, 1991). De esta manera, a finales del siglo XIX,
las actividades terapéuticas se organizaron a imagen y semejanza de la pa-
reja conyugal: el hombre ejercía su poder y la mujer su devoción, producto
del amor materno (Knibiehler y Fouquet, 1985).
El surgimiento de las escuelas de enfermeras se sitúa en la segunda mi-
tad del siglo XIX, dentro de un contexto social marcado por los avances
científicos y médicos, la expansión industrial y urbana y la influencia de la
ideología victoriana. Durante este período los hospitales dejan de ser insti-
tuciones marginales ("bien morir" a gran escala) para convertirse en insti-
tuciones sociales de primer orden. Las escuelas de enfermeras, que se
multiplicaron en Inglaterra, Estados Unidos y Canadá hasta el período de
crisis económica de los años treinta, brindaban una enseñanza formal que
incluía el conocimiento del medio hospitalario, las normas de higiene y ali-
mentación y el cuidado de los pacientes con el objetivo de alcanzar una
mayor eficacia en los tratamientos terapéuticos (Daigle, 1991).
Si el acceso de las mujeres a la profesión de enfermeras fue rápido, su
ingreso a la profesión médica fue lento y tardío (data de finales del siglo XIX
en Europa y Norteamérica). Las primeras médicas se comportaron como
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dóciles alumnas de sus colegas masculinos para no despertar su desconfian-


za y lograr su aceptación. Por tal razón, con muy contadas excepciones, se
hicieron "portadoras del discurso científico dominante, incluyendo todas
sus connotaciones morales e ideológicas" (Tubert, 1991: 39) y casi nunca ocu-
paron puestos de iniciativa y responsabilidad, salvo casos como el de Eliza-
beth Blackwell, Blanche Edwards y Madeleine Brés (Knibiehler y Fouquet,
1983). Sólo la conjunción de diversos factores (la primera guerra mundial,
la lucha contra la mortalidad infantil, la tuberculosis y la sífilis en el período
entre las dos guerras y los avances científicos) pudo vencer los principales
obstáculos ideológicos que impedían el acceso de las mujeres a la profesión
médica y multiplicar su participación en ella (Knibiehler y Fouquet, 1985).
La feminización de la profesión médica, fenómeno que se ha constatado
en diversas áreas geográficas, ha acompañado el aumento de profesionales
en este campo. A pesar de lo anterior, algunos estudios como el de Charlot
y Huard (1983) en Francia o los análisis de Bonilla y Rodríguez (1992) para
Colombia coinciden en señalar que hombres y mujeres no abordan la pro-
fesión en las mismas condiciones, no escogen las mismas especialidades ni
se incorporan de igual manera a un área que incluye carreras de contenido,
duración y posibilidades profesionales muy distintas entre sí. Todo parece-
ría indicar que, a pesar de ciertas variaciones según los países, algunas es-
pecializaciones como la pediatría y la medicina interna atraen masivamente
a las mujeres mientras otras, como la urología, la radiología, la cardiología
y la cirugía les están todavía vedadas. En Colombia, los programas de salud
de corta duración, la enfermería, la nutrición y la dietética son casi exclusi-
vamente carreras femeninas mientras la medicina sigue siendo mayoritaria-
mente masculina (Bonilla y Rodríguez, 1992).

EL PAPEL DE LA MEDICINA Y LA PRÁCTICA MÉDICA


EN LA CONSTRUCCIÓN SOCIAL DE LA "FEMINIDAD"

Para ilustrar cómo ha sido percibida la mujer por la práctica médica se ape-
lará a algunas referencias históricas del siglo XIX, por ser éste un período
en el cual la mujer es descrita y estudiada con una minuciosidad muy gran-
de, convirtiéndose lo femenino en objeto de estudio y en problema por re-
solver. Durante este siglo los médicos ocupan un lugar central en la
definición de la "naturaleza femenina", proponiendo una formulación cien-
tífica que legitimaba prejuicios bien anclados en la sociedad europea do en-
tonces (Knibiehler y Fouquet, 1983).
La medicina de la época consideraba a la mujer como una eterna enfer-
ma y presentaba las etapas de su vida como una serie de dolencias; además
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del parto y el embarazo, la monarquía y la menopausia eran percibidas co-


mo eventos más o menos peligrosos y la menstruación como la causa de
múltiples desequilibrios nerviosos. Las estadísticas que presentan algunos
trabajos históricos muestran que las tasas de morbilidad y mortalidad feme-
ninas en el siglo XIX fueron superiores a las de los hombres. Estas diferen-
cias se atribuyeron a la fatalidad de una naturaleza femenina frágil y pocas
veces se asociaron a las condiciones de vida y atención de salud impuestas
a las mujeres (Knibielher, 1991).
En Historia de la inda privada (1991), Alain Corbin y Michéle Perrot se
refieren a un sinnúmero de enfermedades que en aquel entonces se agrupa-
ban bajo el término de enfermedades de mujeres. Una de ellas era la cloro-
sis, enfermedad que afectaba a las mujeres adolescentes y se manifestaba
por la blancura verdosa del rostro. Esta enfermedad no podría ser disociada
de un contexto cultural en que se rendía culto a la apariencia angelical de
las mujeres, se exaltaban la virginidad y la fragilidad física y se apreciaba
todo lo que traducía la sensibilidad y la delicadeza femeninas. Esta dolen-
cia, atribuida en un primer momento a un disfuncionamiento del ciclo
menstrual y a la manifestación involuntaria del deseo, fue explicada en el
último tercio del siglo como el efecto de una carencia de hierro, interpreta-
ción fortalecida por el descubrimiento del recuento globular.
En este siglo, una de las enfermedades más mortíferas, que causó por
igual la muerte de mujeres de familias burguesas, obreras y campesinas, fue
la tuberculosis. Yvonne Knibiehler (1991) atribuye esta alta mortalidad a las
condiciones de vida poco higiénicas de las mujeres de todos los sectores
sociales en este período. Mientras las mujeres burguesas se encontraban
confinadas al interior de apartamentos oscuros, sin aire, sin sol, llevando
una vida sedentaria y encorvadas sobre costuras y tejidos, las mujeres cam-
pesinas y obreras desempeñaban desde muy tempranas edades las tareas
domésticas o cumplían jornadas laborales de dieciséis horas en los talleres
y fábricas. La tuberculosis asociada al raquitismo fue además uno de los
factores principales de las muertes maternas de la época.
Otras enfermedades significativas on el siglo XIX fueron las de los órga-
nos genitales y las enfermedades venéreas como la sífilis. Esta última fue
poco tratada por los médicos de entonces, respetuosos del pudor del mo-
mento y cómplices de los maridos que no autorizaban un tratamiento para
sus esposas (para no poner on evidencia la enfermedad que llevaban del
prostíbulo al hogar). Sólo hacia finales del siglo, cuando la sífilis se convirtió
en pandemia y verdadera pesadilla, se lanzaron múltiples campañas sani-
tarias, se expidieron carnés para las prostitutas y se reglamentó el trata-
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miento médico para todas las mujeres, incluyendo a las casadas (Corbin y
Perrot, 1991).
En la literatura de la época también se habla a menudo de las enferme-
dades nerviosas, de las migrañas que suscitaban la inquietud cotidiana de
las familias y ocupaban el tiempo de los médicos de la burguesía. Valdría la
pena preguntarse con Yvonne Knibiehler (1991) hasta qué punto las migra-
ñas y los desmayos se convirtieron en refugio o pretexto de mujeres decep-
cionadas y desesperadas que expresaron, a través de estos trastornos,
algunas crisis de su identidad.
Más que la migraña, la histeria fue considerada la enfermedad femenina
por excelencia. La propensión de la mujer a este tipo de enfermedad se atri-
buyó a su fina sensibilidad y vulnerabilidad a los sentimientos y emociones.
La mujer histérica se convirtió en una de las figuras emblemáticas del siglo
XIX y ejerció una fascinación de la cual no pudo sustraerse ni siquiera el
cuerpo médico de la época 2 , como lo ilustran la obra de Freud y las innume-
rables pinturas y fotografías de los cursos del doctor Charcot en el hospital
de la Salpétriére en París (Corbin y Perrot, 1991).
A lo largo del siglo XIX la histeria se presenta como inherente a la natu-
raleza femenina y se explica como disfunción de la matriz y como manifes-
tación del deseo erótico, por lo cual es tratada en los servicios de
ginecología. Únicamente a partir de 1860 es interpretada como un trastorno
cerebral (Knibiehler y Fouquet, 1983). Las manifestaciones histéricas no se
producen en un sector social determinado y, por el contrario, afectan por
igual a las mujeres de la burguesía y a las obreras de las "fábricas-interna-
dos", a las mujeres que viven en pequeñas aldeas aisladas y a las que viven
en el corazón de las ciudades.
Simultáneamente al interés de los médicos por las enfermedades espe-
cíficas de las mujeres, surgen las reflexiones sobre la complementariedad
entre los sexos, el amor conyugal y el amor materno. Más allá de la sexuali-
dad genital y de la solidaridad hogareña se analiza la complementariedad

Para algunos historiadores, la necesidad de afinar la mirada clínica no basta para explicar
semejante complacencia del cuerpo médico con la expresión de un erotismo femenino
atravesado por el sufrimiento. Para Corbin y Perrot (1991), la teatralización de los cursos
del Dr. Charcot, este juego entre el exhibicionismo de las pacientes y el voyeurismo de los
médicos, es una manifestación de la relación defectuosa con el deseo que impera en la
sociedad europea a finales del siglo XIX. Pocas veces, además, se ha evaluado el efecto que
tuvo esta fascinación sobre la multiplicación de una serie de crueles e innecesarias prácti-
cas terapéuticas como las histerectomías, la cauterización de cuellos uterinos, la hipnosis
y las drogas que acabaron convirtiendo a muchas mujeres en alcohólicas, eterómanas o
morfinómanas.
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psicológica como una dialéctica de la fuerza y la debilidad, la inteligencia y


la sensibilidad. La contraparte de estos planteamientos es la realidad de las
mujeres, distanciadas en su gran mayoría de los espacios públicos, profesio-
nales y educativos, confinadas al interior del hogar y con unas perspectivas
de vida limitadas al matrimonio y a la maternidad. Los médicos, cuyo papel
no fue en este siglo únicamente terapéutico sino también político y social,
contribuyeron en gran medida a la definición social de la feminidad y a la
separación de las esferas pública y privada. Esta definición encontró un con-
senso muy amplio porque se integraba perfectamente en el contexto cultu-
ral del momento (Berriot-Salvadore, 1991). No es de extrañar, entonces, que
muchos de los manuales de educación que preconizaban la "higiene social",
adjudicando un papel central a las mujeres en su mantenimiento y supervi-
sión, hayan sido escritos por médicos.
Este deseo de recluir a las mujeres en el hogar expresa también inquie-
tudes ligadas al temor que suscitaron en la opinión pública las manifesta-
ciones e insurrecciones de las mujeres, partícipes y protagonistas de
múltiples movimientos políticos (Knibielher y Fouquet, 1983). Es necesario
considerar, además, que los avances de la concentración urbana y la revolu-
ción industrial produjeron cambios en la vida familiar y en la condición
femenina. La mujer pierde su rol económico tradicional en la unidad agrí-
cola o en el comercio familiar.
En Europa, la amenaza de despoblación que planteaban las guerras de-
sencadenó el discurso natalista que identifica la maternidad con la salud y
promovió la protección de las mujeres embarazadas y el desarrollo de la
puericultura y la pediatría (Tubert, 1991). Frente a la disminución del núme-
ro de hijos, la función materna deja de ser percibida únicamente como una
función biológica y empieza a considerarse como una función social. Se en-
fatiza y magnifica el rol de la madre socializadora y se convierte el amor
materno en un valor positivo para la especie y la sociedad, así como en
objeto de exaltación lírica. En una sociedad cambiante, como la de finales
del siglo XIX, la mujer-madre encarna la feminidad ideal y representa la
posibilidad de conservar la estabilidad de la familia y su armonía. Su fisio-
logía y su psicología se entienden y representan de tal forma que puedan
justificar ese destino (Knibiehler y Fouquet, 1983).
No obstante, este discurso idealizador de la maternidad entra en contra-
dicción con la realidad social de numerosas mujeres que trabajan y asumen
la maternidad en condiciones materiales muy difíciles. En el medio rural las
mujeres agotan su salud entre numerosos embarazos, trabajos pesados y la
crianza de los hijos de las clases acomodadas. En el ámbito urbano, el servi-
cio doméstico capta las mujeres migrantes del campo, sometiéndolas en
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muchos casos al destino de madres solteras o llevándolas al aborto e infan-


ticidio de hijos, resultado algunas veces de la seducción y explotación se-
xual de los patronos. Simultáneamente las fábricas abren sus puertas a las
mujeres, incluso a las madres, casadas, solteras o en concubinato, que traba-
jan fuera de su casa de doce a catorce horas y regresan extenuadas, teniendo
que asumir además las tareas maternas (Tubert, 1991).
A pesar de la sobrevaloración de la maternidad durante este siglo, no
podemos imaginar a las mujeres de este período como un grupo social cuyo
rol y comportamiento pueden ser uniformizados y, por tanto, idealizados.
Por el contrario, a lo largo de este siglo las mujeres utilizaron múltiples re-
cursos para convertir la función materna en fuente de poder o refugio, o
incluso en medio para obtener otros poderes en el espacio social. En este
lapso, sus identidades se multiplicaron: ya no sólo se definieron como ma-
dres sino también como mujeres trabajadoras, solteras, feministas emanci-
padas, etc. Estas imágenes femeninas, que a veces cohabitaron de manera
contradictoria, prefiguran la vida de las mujeres del siglo XX (Fraisse y Pe-
rrot, 1991).
Durante el siglo XX el progreso de los conocimientos y la evolución so-
cial cuestionaron la definición médica del ser femenino. Las mujeres pene-
traron en espacios sociales (profesionales, políticos, culturales, etc.) para los
cuales los médicos del siglo XIX no las consideraban aptas, y conquistaron
el dominio de la reproducción por medio de la anticoncepción. De esta for-
ma no sólo modificaron su relación con la medicina sino también su papel
y posición en la sociedad (Knibiehler y Fouquet, 1983).

EL IMPACTO DE LAS CONSTRUCCIONES DE GÉNERO EN LA SALUD


DE LAS MUJERES

Después del recorrido por los temas y momentos que consideramos más
relevantes en la historia de la relación de la mujer con las prácticas terapéu-
ticas en la cultura occidental, dedicaremos las siguientes páginas de este
artículo a una reflexión sobre algunos aspectos de impacto de las construc-
ciones de género sobre el tema de la salud de las mujeres. Dicho tema ha
sido estudiado desde múltiples enfoques que han tenido en común el énfa-
sis en los problemas patológicos específicamente femeninos en el sentido
biológico, dejando de lado los aspectos de su salud que se relacionan con su
ubicación social y su definición cultural. Desde hace aproximadamente
veinte años se ha venido utilizando dentro de las ciencias sociales el concep-
to de "género", entendiendo por él la construcción cultural de la diferencia
sexual. Este concepto hace posible distinguir las diferencias fundadas bio-
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lógicamente entre hombres y mujeres, de las diferencias determinadas cul-


turalmente entre las funciones recibidas o adoptadas por mujeres y hom-
bres en una sociedad específica (Ostergaard, 1991). En lo que respecta a la
salud, las construcciones de género determinan actitudes, conductas y acti-
vidades que llevan a riesgos específicos y diversos grados de acceso a los
servicios de salud: en efecto, durante el proceso de socialización se interna-
lizan expectativas diferenciadas entre hombres y mujeres sobre cómo ser y
cómo actuar que propician distintas actitudes y conductas de riesgo para su
salud física y mental (De los Ríos y Gómez, 1991).
De acuerdo con estas expectativas, las mujeres han interiorizado como
algo "natural" el postergar el cuidado de su propia salud. A pesar de ser
ellas quienes más fácilmente se quejan de múltiples dolencias, son ¡as últi-
mas en acudir a los servicios de salud: debido a sus múltiples deberes en el
hogar, tienen menores posibilidades de desplazarse que los hombres (Vive-
ros, 1992a). Este postergamiento del recurso a los centros de atención sani-
taria aumenta los riesgos de contraer enfermedades como el cáncer
cervicouferino, que podrían prevenirse mediante tecnologías médicas de
detección temprana y tratamiento precoz. Actualmente, la principal causa
de muerte de las mujeres en edad fértil en Colombia (19,1%) es el cáncer,
fundamentalmente el de los órganos genitales (Ordóñez, 1990). En Latino-
américa se habla de una sobremortalidad femenina por cáncer y en algunas
ciudades de Colombia la incidencia de esta enfermedad es tan elevada, que
figura entre las tasas más altas del mundo (Ronderos, 1992).
A escala macrosocial, la división sexual del trabajo practicada por las
distintas instituciones económicas, educativas, sanitarias y religiosas tiene
repercusiones sobre la asignación diferencial, de acuerdo con el sexo, de los
recursos familiares y sociales necesarios para el mantenimiento de la salud
individual (De los Ríos y Gómez, 1991). En el campo laboral, las menores
tasas de empleo femenino en el sector formal de la economía inciden en un
menor acceso de las mujeres a prestaciones de salud y seguridad social y en
una mayor desprotección durante la vejez. Por otra parte, el desgaste adi-
cional de energía que asumen las mujeres por la acumulación de activida-
des en el ámbito laboral y doméstico y la necesidad de conciliar sus
responsabilidades en ambos espacios se traduce en tensiones relativas al
cuidado de los hijos, dificultades de concentración y una continua carga
afectiva que a menudo se somatiza.
Ser a la vez madre de niños pequeños y trabajadora es una situación
percibida y señalada a menudo por las mujeres de los sectores populares
como una fuente de preocupación tan nociva para su salud como una mala
alimentación. Esta situación es aún más problemática si consideramos que
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para la gran mayoría de ellas es imposible cumplir satisfactoriamente con


esta doble responsabilidad (Viveros, 1992a). Por tal razón, la necesidad y la
dificultad de conciliar estos distintos roles deberían empezar a ser conside-
radas en los estudios sobre salud de las mujeres como factores de riesgo
para su salud física y mental.
Cuando se analizan las condiciones de salud de las mujeres de los sec-
tores populares urbanos, merecen especial atención las mujeres jefes de ho-
gar por su situación particularmente vulnerable: carecen del ingreso
proveniente del hombre, cuentan con recursos muy restringidos —empleos
menos remunerados, acceso más limitado a la vivienda, al crédito y a la
seguridad social— y, debido a su fuerte aislamiento social, están privadas
de algunos de los beneficios que las redes de relaciones ofrecen a sus inte-
grantes en caso de enfermedad (González de la Rocha, 1988).
En virtud de la división sexual del trabajo, en los modelos de atención
primaria en salud se continúa asignando a las mujeres un papel decisivo en
función de la salud comunitaria (De los Ríos y Gómez, 1991). A partir de la
constatación del papel que cumplen las mujeres como principales respon-
sables del cuidado de la salud familiar se las ha empezado a considerar
como agentes de salud útiles en el logro de los objetivos propuestos. Por otra
parte, las orientaciones establecidas por la Organización Mundial de la Sa-
lud en la Conferencia de Alma Ata (1978), las cuales revalorizaron las prác-
ticas terapéuticas populares y estimularon la participación comunitaria en
salud, resaltaron, en primer lugar, el papel que desempeñan las mujeres
como orientadoras de las trayectorias terapéuticas de los enfermos y, en se-
gundo lugar, el que tienen como depositarías y transmisoras de saberes te-
rapéuticos útiles en la ejecución de las estrategias de atención primaria en
salud (Viveros, 1992b).
Desde una perspectiva de género, se ha comenzado a plantear la necesi-
dad de valorar una serie de actividades realizadas por las mujeres y que
contribuyen al bienestar y a la salud de los miembros de la unidad familiar.
La producción de la salud, es decir, la creación y mantenimiento de las con-
diciones favorables para la salud (limpieza, alimentación, protección), el
cuidado de los enfermos, la educación para la salud (aunque sólo sea a tra-
vés del ejemplo), la mediación con el exterior y la respuesta apropiada en
caso de urgencias, son algunas de las actividades sanitarias realizadas prin-
cipalmente por las mujeres en el marco del hogar (Cresson, 1991). El trabajo
sanitario de las mujeres no es en el fondo sino uno de los aspectos del trabajo
doméstico.
Igualmente, desde fecha reciente, ha empezado a incorporarse en la in-
vestigación sobre el tema una conceptualización de la mujer como "produc-
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tora de salud" y un análisis de los nexos entre los factores que caracterizan
la "condición femenina" (la continuidad entre producción y reproducción,
la división sexual del trabajo dentro y fuera del hogar, su tipo de participa-
ción en las acciones colectivas, su lugar en la construcción y mantenimiento
de las redes sociales de solidaridad, etc.) y la salud de las mujeres.
Sin embargo, si las mujeres tienen en común una posición de subordina-
ción social en relación con los hombres, las formas de vivir esta subordina-
ción varían considerablemente en función del peso que tienen las demás
relaciones sociales (clase social, pertenencia étnica, etapa del ciclo vital, etc.)
en que están inscritas las distintas experiencias de las mujeres (Meynen y
Vargas, 1994). A pesar de que las relaciones de género ejercen una gran in-
fluencia en el desarrollo de las mujeres como sujetos sociales, esto no signi-
fica que la totalidad de su experiencia pueda ser resumida en estas
relaciones ni que su identidad esté exclusivamente definida a partir de su
posición como género subordinado. Cada mujer está inscrita en una multi-
plicidad de relaciones sociales que, entrecruzadas en todas las combinacio-
nes posibles, delimita grupos de mujeres diferenciados por el lugar que
ocupan en la jerarquía social y por los poderes de los cuales disponen o no.
Por esta razón, incorporar al análisis de la salud de las mujeres la consi-
deración de género no significa ignorar la existencia de otras categorías de
análisis que también ejercen influencia sobre el proceso salud-enfermedad.
En el caso de sociedades como la colombiana es importante tener en cuenta,
por una parte, las contradicciones de clase y el contexto étnico-cultural que
redefinen las relaciones de género, y por otra, la influencia que estas carac-
terísticas ejercen en las prácticas, discursos y representaciones frente a la
salud y enfermedad. Estas tres categorías de análisis, la clase, el género y la
etnia interrelacionadas, tienen gran impacto sobre el proceso salud-enfer-
medad.

La percepción de la enfermedad: una experiencia marcada


por el género
La percepción de la enfermedad es una experiencia que está bastante mar-
cada por las relaciones de género. En algunos estudios, como el de Sánchez-
Parga sobre la Sierra ecuatoriana, se plantea la existencia de dos percepcio-
nes diferentes del hombre y la mujer sobre las propias experiencias de la
enfermedad: mientras el hombre se reconoce enfermo sólo en la medida en
que se encuentra laboralmente incapacitado, la mujer, con una gran frecuen-
cia, remite todas sus enfermedades a la experiencia de la maternidad, al
síndrome del parto, "sobreparto" y posparto. La pregunta obvia es si esta
162 GÉNERO E IDENTIDAD

representación de la enfermedad no está fundada en una representación del


cuerpo masculino como un cuerpo productor y una representación del
cuerpo femenino como el que concibe y cría (Sánchez-Parga, 1992).
En mi propio trabajo sobre Villeta muestro cómo los entrevistados, al
hablar sobre sus concepciones de la enfermedad, en realidad se refieren a
otra cosa: a la sociedad en la cual viven y al orden social en el cual están
inscritos. En este sentido, la enfermedad, como lo plantea Susan Sontag
(1979), funciona como metáfora. Al exigir una interpretación, la enfermedad
se convierte en un soporte de sentido, en el significante cuyo significado es
la relación del individuo con el orden social (Herzlich, 1984). Sin embargo,
si la enfermedad es una metáfora, ésta se diferencia según la posición obje-
tiva y subjetiva que cada uno de los entrevistados ocupa en la sociedad y en
el grupo familiar (Viveros, 1992a).
En ese mismo estudio es interesante constatar, por ejemplo, que las mu-
jeres que ocupan una posición subordinada en la familia hablan más que los
hombres de los conflictos familiares y de los desequilibrios emocionales co-
mo fuente de enfermedad. Todo sucede como si las mujeres recurrieran a la
enfermedad como medio para hacerse escuchar y expresar su sufrimiento
frente a los diversos motivos de preocupación. La utililización de la enfer-
medad como metáfora de una relación conflictiva con el orden social y se-
xual puede expresar, en parte, su dificultad para afirmar una identidad
positiva.
Algunas enfermedades como las de los nervios constituyen, como lo
muestran muy bien F. Urrea y D. Zapata en su estudio en el distrito de Agua-
blanca, Cali, Colombia, una de las manifestaciones por excelencia del sufri-
miento, en particular de algunos actores sociales más débiles en las
relaciones de poder como son los niños y una gran parte de las mujeres.
Estas enfermedades son interpretadas por los autores como una somatiza-
ción de las relaciones interpersonales, mediadas por una distribución desi-
gual de estatus y roles en los hogares, el barrio, las redes sociales y los
espacios laborales (Urrea y Zapata, 1992).

EL DEBATE ACTUAL Y SUS PERSPECTIVAS

Los grupos feministas frente a la salud de las mujeres:


en busca de una nueva identidad
Retomando el hilo conductor inicial, la relación entre el tema de la salud de
las mujeres y su identidad, parece pertinente referirse a los cuestionamien-
SABERES Y DOLORES SECRETOS 163

tos por parte de las mujeres a la excesiva medicalización del cuerpo femeni-
no, como una expresión de búsqueda de una nueva identidad.
A lo largo del siglo XX, la contracepción dejó de ser una práctica emi-
nentemente masculina para empezar a ser una técnica medicalizada y efi-
caz, ejercida por las mujeres. Sin embargo, la medicalización de la
contracepción moderna, que respondió en gran medida a las reivindicacio-
nes femeninas por este derecho, se convirtió en la década del setenta en
objeto de serias críticas por parte del movimiento feminista norteamericano
y europeo. Se denunciaron los abusos de esta medicalización que sometía
una vez más a las mujeres al poder del saber médico y las desposeía del
control de sus cuerpos. Se escribieron libros como Nuestros cuerpos, nuestras
vidas, del Boston Women's Health Book Collective (1977), que pretendía
desmitificar dicho saber, brindando a las mujeres los elementos de informa
ción (anatómicos, fisiológicos y psicológicos) necesarios para comprender
el funcionamiento de sus cuerpos. Desde entonces se proclamó la existencia
de una íntima conexión entre la corporalidad y la constitución de la subje-
tividad. La desposesión del propio cuerpo se convirtió en sinónimo de des-
posesión de sí (Ergas, 1991).
Desde sus inicios, los grupos feministas latinoamericanos manifestaron
interés por el tema de la salud y los derechos reproductivos, aspectos en los
que, a pesar de estar directamente implicadas, las mujeres habían estado
muy poco presentes. Este interés se cristalizó en la conformación de asocia-
ciones en torno a estos problemas, en las reflexiones y discusiones sobre las
implicaciones políticas que traen los problemas generados por las técnicas
contraceptivas y en la creación de centros que prestan servicios en estas
áreas.
Dentro de las corrientes feministas latinoamericanas dos de los aspectos
más debatidos han sido el de la salud reproductiva y el de la sexualidad.
Estos dos temas han sido a la vez objeto de denuncia y de estudio. Desde
hace varios años se vienen criticando las actividades impositivas de los pro-
gramas de control de población, que consideran a la mujer como objeto de
políticas y no como sujeto de las mismas; la deficiente calidad de atención
en la planificación familiar que ha sido concebida únicamente como una
forma de control de la fecundidad; la forma en que ha sido tratado el pro-
blema del aborto, en el cual la vida y la salud de las mujeres no parecen
haber sido consideradas como un bien fundamental que también es necesa-
rio preservar.
En cuanto a la sexualidad, los grupos han discutido la necesidad de dar
un tratamiento a la actividad sexual de manera independiente de la función
reproductiva. A partir de esta separación, se ha criticado la identificación
164 GÉNERO E IDENTIDAD

del proyecto de vida femenino con la maternidad, su conceptualización co-


mo única fuente de validación y reconocimiento social. Desde sus diversos
puntos de vista se ha planteado la importancia de pasar de una concepción
de mujer/cuerpo reproductivo a una de mujer como sujeto de las decisiones
que atañen su cuerpo, su salud y su vida. En este contexto, la sexualidad se
ha vuelto para las mujeres un campo fundamental para la reapropiación de
sí mismas.
La actual pretensión de la medicina de curar la infertilidad de las parejas
a través de las nuevas técnicas de reproducción humana (que captan cons-
tantemente el interés de los medios de comunicación) se ha convertido en
uno de los temas más polémicos en el movimiento feminista. Los desarro-
llos de las tecnologías reproductivas plantean numerosos interrogantes en
torno a la maternidad y a la paternidad, a la conservación de la especie
humana y a la transmisión de un patrimonio biológico y cultural que con-
cierne directamente a las mujeres.
En América Latina el debate se ha centrado en las implicaciones políti-
co-ideológicas de estas nuevas técnicas. Teniendo en cuenta la interacción
entre ciencia y política se ha cuestionado el contraste existente entre las po-
líticas de control poblacional que se aplican en América Latina y las políticas
de población natalistas que se ponen en práctica en los países europeos y
norteamericanos. Esto conduce a algunos autores como V Stolcke a plantear
que esta disparidad en las políticas de población es una forma de eugenesia
institucional que estimula la reproducción de la población "blanca" y con-
trola el crecimiento de la población "no blanca" (Stolcke, 1991). Las nuevas
técnicas diagnósticas también han traído efectos perversos como los repor-
tados en la India, donde el diagnóstico precoz del sexo del feto es utilizado
"por los padres para abortar a los fetos de sexo femenino en 29 de cada 30
casos "3.
En Europa, a pesar de la multiplicidad de posiciones existentes en el
feminismo, el debate sobre las nuevas tecnologías reproductivas está bas-
tante bipolarizado: un sector percibe estas técnicas como una voluntad de
los científicos y de los médicos de apropiarse del poder "femenino" de dar
la vida y, por tanto, se opone hostilmente a ellas; otro sector, bastante mar-
ginal, plantea la necesidad de analizar cada una de estas prácticas y sus
efectos físicos y simbólicos para evaluar en qué medida y en qué casos pue-
den tener consecuencias negativas sobre las mujeres (Dhavernas, 1991).

3 Madu Kishuar, 1987, citado por Tubert, 1991: 265,


SABERES Y DOLORES SECRETOS 165

Estas posiciones n o son sino u n a traducción d e la controversia sobre la


identidad femenina q u e ha dividido d u r a n t e tanto tiempo al movimiento
feminista. Mientras algunas estiman q u e el reconocimiento y profundiza-
ción d e la diferencia "esencial" es el objetivo primordial del feminismo,
otras p o r el contrario piensan q u e esta identidad colectiva es u n a asignación
q u e ha obstaculizado el desarrollo de las identidades individuales. Para las
primeras, las recientes técnicas de reproducción h u m a n a son u n a n u e v a for-
m a d e o p o n e r s e a la afirmación identitaria de las mujeres, privándolas de
su especificidad. Para las segundas, éste es u n n u e v o espacio en el q u e se
plantea la relación de p o d e r entre los sexos por el control de la v i d a d e las
mujeres, espacio al interior del cual la cuestión esencial es q u é opciones son
posibles y quién decide sobre ellas.
Valdría la pena p r e g u n t a r s e si es pertinente luchar por defender u n a
diferencia como fuente de identidad, o si, por el contrario, convendría lu-
char p o r q u e las mujeres r e i v i n d i q u e n u n a n u e v a i d e n t i d a d femenina y
sean, cada u n a d e ellas, sujeto de su propia historia y, globalmente, sujetos
de la historia h u m a n a . ¿Es necesaria u n a única identidad femenina? Siendo
las mujeres u n g r u p o socialmente heterogéneo, ¿cómo p o d r í a n tener u n
p u n t o d e vista c o m ú n sobre lo q u e constituye su identidad? Todos estos
interrogantes s u b r a y a n la complejidad del tema de las n u e v a s técnicas de
reproducción h u m a n a como terreno privilegiado d e expresión del debate
sobre "la identidad femenina" y dejan abierto u n n u e v o y profuso c a m p o
de reflexión a quienes se interesen por la salud sexual y reproductiva d e s d e
u n a perspectiva de género.

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LA FAMILIA NUCLEAR: ORIGEN DE LAS IDENTIDADES HEGEMÓNICAS
FEMENINA Y MASCULINA

Magdalena León

INTRODUCCIÓN

i V l i interés en este trabajo es indicar cómo a partir de la conceptualización


de género se han formulado nuevas preguntas y preocupaciones en el aná-
lisis familiar y en la identidad social de los géneros, con particular énfasis
en la mujer. Para el desarrollo del tema se presenta un bosquejo de la teoría
de la familia nuclear como tipo ideal y de la teoría de los roles sexuales
según el funcionalismo, principalmente de Parsons. Luego se señala el apor-
te crítico que el enfoque de género hace en estas teorías. Además, se elabo-
ran las consecuencias que este análisis tiene para entender la familia y
particularmente para el estudio de la identidad social del género femenino.
Antes de abordar el tema es preciso señalar algunas notas de tipo meto-
dológico. En primer lugar, la conceptualización de género que se utiliza en
este trabajo se ha dado, junto con otras tendencias renovadoras en el pano-
rama de las ciencias sociales, a partir de la década de los años sesenta. Los
diferentes enfoques están presentes en la renovación del análisis familiar y
han servido para sobrepasar las dicotomías entre estructura e individuo.
Ello ha permitido focalizar el análisis en la producción histórica de los con-
ceptos, en el poder como aspecto central de las relaciones sociales, psicoló-
gicas y materiales, y en el accionar directo de los individuos y su papel en
la conformación de las estructuras.
También han contribuido a renovar los paradigmas el crecimiento de la
literatura sobre teoría feminista, el rápido desarrollo de los estudios históricos
sobre la familia (Anderson, 1980), las revisiones de las teorías sistémicas en
relación con la práctica terapéutica sobre la pareja y la familia, la politización
más explícita sobre la familia (Morgan, 1985: 4) y los estudios etnográficos que
dan cuenta de la diversidad de tipos familiares. Al mismo tiempo, nuevos
170 GÉNERO E IDENTIDAD

temas han entrado a formar parte de los debates más sobresalientes. Entre
ellos se pueden mencionar las discusiones sobre la democracia, la sociedad
civil, la vida cotidiana, la subjetividad y las nuevas metodologías. Con las
diferentes tendencias renovadoras, el concepto de género se entrecruza de
una manera u otra.
En segundo lugar, en el examen de la realidad familiar han desempeña-
do un papel importante las concepciones ideológicas y las posiciones éticas.
Ello da cuenta, en parte, de las diferentes posiciones y contenidos teóricos
que muestra la literatura, cuando se analizan la estructura interna y las for-
mas de organización de la familia moderna. También las concepciones ideo-
lógicas y las posiciones éticas aparecen en el análisis de las funciones que
cumple la familia y las relaciones entre sus miembros en cuanto a la autori-
dad que se ejerce y los roles que se cumplen (Watenberg, 1985).
En tercer lugar, el examen de la familia está ligado a cuestiones emotivas
de gran talante, tales como el amor, el matrimonio, el hogar, el divorcio, la
crianza de los hijos y la sexualidad. Al enfrentar estos temas, el debate de la
neutralidad valorativa en el análisis de lo social queda definitivamente
atrás, ya que es necesario reconocer que, al abordarlos, tanto el analista co-
mo el analizado son sujetos que traen consigo su propia historia familiar. El
primero ha sido y sigue siendo un miembro de su propia unidad familiar.
Ha sido socializado en ciertos valores familiares, y dentro de la mezcla par-
ticular que representa su identidad ha interiorizado un ideal de familia y
sociedad. Las personas estudiadas, cuya información representa el registro
empírico conocido sobre el tema, tienen a su vez sus propias historias fami-
liares. Los estudiosos de la familia han señalado, como fuente de dificulta-
des, que muchos informantes comparten la pauta cultural que concibe las
relaciones familiares como íntimas y personales, y no desean compartirlas
con personas externas (Anderson, 1980: 9).
Es por esto que se requieren nuevas metodologías de acercamiento al
tema, las cuales están en proceso de desarrollo; buscan integrar de manera
novedosa lo racional y lo subjetivo1. Estos acercamientos a la realidad son

Estas nuevas metodologías se han ido desarrollando a partir de las críticas al empirismo
asociado con el positivismo, e implican aceptar tanto una redefinición de la ciencia, como
la introducción de nuevas temáticas, la relatividad de las demarcaciones categóricas en
los diseños y la imposibilidad en la práctica de aplicar tipos puros de investigación. Las
corrientes de la investigación acción participativa, la historia oral y la historia de vida, las
aproximaciones feministas y la interlocución entre lo cuantitativo y lo cualitativo han
contribuido sustancialmente a este debate. Entre otros trabajos pueden consultarse: Ro-
berts, 1981; Beneria y Roldan, 1987; Rico de Alonso, 1989; Nielsen, 1990; Bruschini, 1992;
Molano, 1990 y 1992; Park, 1992.
LA ÉAMILIA NUCLEAR: ORIGEN DE LAS IDENTIDADES 171

cada vez más centrales para evaluar los contenidos teóricos resultado de los
análisis en boga desde hace un par de décadas, y poder de manera novedosa
y crítica dar cuenta de la diversidad y contradicciones en el conocimiento
acumulado, máxime cuando se desea estudiar aspectos como la identidad
de los géneros.

DISCURSO SOCIOLÓGICO TRADICIONAL SOBRE LA FAMILIA Y LA MUJER

La familia nuclear como tipo ideal


El enfoque del tipo ideal de familia y los roles sexuales está inscrito dentro
de \SÍ ^or)rÍ2 funf'onslistci 1 -3 fcunilid corno irís^x^vicios piimr'ílr' ÍÍPÍ"CT*XT,,'^,,3.-
das actividades. Éstas están regidas por las expectativas acerca del modo
como las personas deben comportarse recíprocamente. El cumplimiento
de estas actividades tiene efectos sobre las demás instituciones de la socie-
dad, y sobre todo es funcional en cuanto una sociedad no podría existir
sin ellas.
En la bibliografía sobre familia encontramos que los distintos autores
han señalado diferentes funciones. Así, en 1949, Murdock señaló cuatro fun-
ciones: sexual, económica, reproductiva y educativa, e indicó que la familia
nuclear se caracterizaba por la cooperación económica entre el varón y la
mujer, basada en la división sexual del trabajo. Por su parte, Davis, en la
misma época, listó cuatro funciones: reproducción, mantenimiento, sociali-
zación y ubicación (Harris, 1986). En el debate que desde la década de los
años cincuenta viene dándose sobre el tema, unos autores consideran que
la familia ha perdido funciones e importancia, mientras que otros indican
que la familia moderna tiene cada vez más peso social, ya que, si bien es
cierto que ha reducido sus funciones, ha ganado en especificidad . Lo sus-
tantivo para nuestro propósito no es enumerar las diferentes funciones ni
identificar las pérdidas y ganancias, sino puntualizar que los diferentes au-
tores y corrientes consideran que el cumplimiento de las funciones satisface

Es de advertir que al tomar este trabajo el funcionalismo, principalmente la vertiente par-


soniana, los alcances de la reflexión, se fijan determinados límites. En la teoría sociológica,
particularmente en sus clásicos y entre ellos Weber, Durkheim y Simmel, se podrían en-
contrar nuevas luces sobre el problema.Este es un campo pendiente de explorarse. Otra
avenida muy documentada y fructífera la ofrece el pensamiento marxista, focalizada so-
bre las diferencias y la reproducción de las clases sociales. Sus aproximaciones teóricas
sobre la reproducción de la fuerza de trabajo y el debate sobre el trabajo doméstico confi-
guran un discurso sobre el tema.
Un resumen de este debate puede consultarse en Watemberg, Lucy, 1985.
172 GÉNERO E IDENTIDAD

la perpetuación de los miembros de la sociedad, la trasmisión de la cultura


y de las posiciones sociales entre las generaciones 4 .
Dentro del esquema funcionalista, el tema de la familia nuclear, como
tipo ideal de familia, surgió de argumentar cómo este tipo representaba el
ajuste real a los cambios de la sociedad occidental industrial. La familia nu-
clear, como un tipo particular, se proyectó en la teoría como la única que se
adaptaba o ajustaba a las instituciones económicas con las que está relacio-
nada la sociedad moderna. Es una teoría de ajuste entre la familia y la socie-
dad, o más concretamente entre el sistema familiar y el sistema económico.
Las sociedades heterogéneas, complejas y seculares que caracterizan a
la sociedad occidental industrial requieren de sus miembros una dispo-
sición a mudarse, a cambiar de residencia, a vivir donde se requieran tra-
bajadores. Durkheim, Simmel, Tonnies y Mannheim señalaron en sus
respectivos enfoques sobre el cambio social que en la sociedad moderna la
familia es una unidad relativamente aislada, indicando con ello transforma-
ciones en la estructura familiar tradicional. Pero es en la sociología nortea-
mericana de Talcott Parsons d o n d e se identifica el p a r a d i g m a más
destacado de esta posición. Este autor plantea el sistema familiar nuclear
aislado, compuesto por esposo, esposa e hijos aún no independientes, y que
como unidad familiar viven separados de sus familias de origen. Este siste-
ma se adapta a las exigencias de la movilidad ocupacional y geográfica,
consideradas como inherentes a la sociedad industrial moderna.
En su artículo clásico "La estructura social de la familia" (1986), escrito a
mitad de siglo, Parsons sostuvo que la familia nuclear aislada es el tipo de
familia que está más adaptada a las demás instituciones que existen en la
sociedad industrial, sobre todo al sistema económico. Así, la familia nuclear,
basada en el vínculo matrimonial entre marido y esposa, se constituye en
unidad básica y se organiza cada vez de manera más aislada. Con ello quie-
re decir que la familia nuclear ocupa una vivienda separada, forma un ho-
gar económicamente independiente y los deberes entre los cónyuges e hijos
todavía dependientes son más imperiosos que sus deberes para con los pa-
rientes de referencia de ambos esposos. La familia nuclear se constituye en
el tipo ideal, con el padre como el jefe del hogar, la madre y los hijos, todos

Las Naciones Unidas han decretado 1994 como el Año Internacional de la Familia. Las
actividades preparatorias, prolongando los debates de mitad de siglo, discuten sobre las
formas, pero sobre todo sobre las funciones de la familia. Tomando el punto de vista de
que lo más importante en las diferentes clases de familias es la interrelación entre sus
miembros, se han identificado ocho diferentes funciones que no es del caso listar. Véase
Naciones Unidas, 1992.
LA FAMILIA NUCLEAR: ORIGEN DE LAS IDENTIDADES 173

formando una unidad por medio de lazos primarios emocionales de amor


y cariño.
¿Por qué el sistema económico según la teoría parsoniana requiere este
tipo de familia? Una respuesta es la movilidad geográfica y social inducida
desde el punto de vista del empleo, como característica de las sociedades
industriales. La familia nuclear aparece como la unidad de movilidad, y la
pertenencia a un grupo más amplio que la familia nuclear inhibiría la mo-
vilidad geográfica de los individuos. El varón adulto en su rol de esposo y
padre es quien brinda el ingreso familiar, y por ello en las sociedades indus-
triales es quien se desplaza espacialmente para participar en forma activa
en el mercado laboral. Esto se da porque confluyen tres factores, a saber: los
grupos productivos en la sociedad industrial no se constituyen por relacio-
nes de parentesco, la familia nuclear no tiene lazos imperiosos con sus as-
cendientes y la mujer por no trabajar fuera del hogar no ofrece conflicto al
varón-esposo, único miembro de la familia que participa en el sistema pro-
ductivo. Parsons supone que en la familia nuclear la esposa no trabaja, y que
esta esposa domesticada con sus hijos menores puede mudarse según las
exigencias del mercado de trabajo para el marido.

Teoría de los roles sexuales


El enfoque del tipo ideal de familia de mitad de siglo corrió parejo con la
teoría funcionalista de los roles sexuales, la cual dominó el discurso socio-
lógico sobre la mujer. Los roles sexuales fueron tomados en sí mismos, como
hechos dados. Lo que se discutía era el proceso y las estructuras que les
permitían desarrollarse. Parsons derivó la explicación de los roles sexuales
de un principio sociológico general: el imperativo de la diferenciación es-
tructural y la forma particular de ésta fue explicada por la famosa distinción
entre liderazgo instrumental y expresivo. Los roles sexuales fueron vistos
como las diferencias instrumentales y expresivas que operan en el contexto
de la familia conyugal nuclear. La familia conyugal, como una agencia es-
pecífica de la sociedad más amplia, se encarga de socializar a los menores,
según patrones de roles de género. En este proceso se garantiza la reproduc-
ción a través de las generaciones de los requisitos estructurales de cualquier
orden social.
Los patrones de roles de género o diferencias sexuales se dan por las
diferentes funciones procreativas de los cónyuges. Así, a los hombres les
corresponden los roles instrumentales, y entre ellos el más importante es el
trabajo.
174 GÉNERO E IDENTIDAD

Es gracias a la importancia del papel ocupacional del esposo-padre que


podemos designarlo en forma inequívoca como el líder instrumental de la
familia como sistema (Parsons, 1980: 52).

A las mujeres les c o r r e s p o n d e n los roles expresivos: criar y educar a los


hijos. Parsons considera esta relación como resultado en p r i m e r a instancia
d e la biología. Esta relación fue m o l d e a d a por posteriores siglos de condi-
cionamiento cultural, q u e hacen q u e cualquier otro o r d e n a m i e n t o alterna-
t i v o p a r e c i e r a i m p r o b a b l e , en p a r t e p o r q u e esta d i v i s i ó n d e r o l e s es
funcional al sistema económico. Además, a r g u m e n t a q u e u n a familia q u e
tiene especialización en su seno es m á s eficaz.

Si la mujer debe pasar parte de su tiempo engendrando y criando hijos, es


más eficaz que combine esas tareas con otras que impliquen la misma
orientación de valores expresivos y que pueda atender al mismo tiempo
que su función materna. En la sociedad industrial la provisión de sostén
material al hogar requiere salir de éste y verse envuelto en actividades que
conllevan orientaciones de valor opuestas a la crianza de los hijos (Harris,
1986: 87).

Así, la asignación del rol expresivo a las mujeres, como forma d e la di-
visión sexual del trabajo, es definida c o m o funcional p a r a la sociedad i n d u s -
trial.
La siguiente cita del autor decribe la división sexual del trabajo por él
percibida. Indica la dificultad de modificarla, en razón d e q u e las diferen-
cias son en sí m i s m a s n o transformables, ya q u e están definidas como cali-
d a d e s d e los sujetos:

Podemos afirmar que el papel de las mujeres adultas no ha dejado de girar


sobre los asuntos internos de la familia, como esposa, madre y administra-
dora de la casa, mientras que el papel del hombre adulto se cumple sobre
todo en el mundo ocupacional, en su empleo y a través de él por sus fun-
ciones generadoras de posición y de ingreso para la familia. Aun si (...) las
mujeres casadas tuvieran empleo parece improbable que se borrara por
completo la diferenciación cualitativa (Parsons, 1986: 55).

Parsons señala que, d a d a la necesidad funcional de segregar la familia


nuclear del sistema económico, la participación en éste c o r r e s p o n d e al ma-
rido y n o a la mujer. El autor analiza la familia norteamericana, blanca, ur-
b a n a y d e clase m e d i a de mitad de siglo, en la que, según él, las mujeres
d e s e m p e ñ a b a n papeles domésticos, mientras q u e los h o m b r e s d e s e m p e ñ a -
LA FAMILIA NUCLEAR: ORIGEN DE LAS IDENTIDADES 175

ban papeles orientados al trabajo5. Intenta explicar esta división sexual del
trabajo señalando que las familias deben funcionar como los grupos peque-
ños, en los cuales la asignación de roles se da por las diferencias sexuales ya
señaladas y también por diferencias de edad.
Las diferencias de edad están asignadas por la capacidad funcional aso-
ciada a la edad. El resultado es la presencia de un jefe y los demás como
seguidores. En la familia nuclear el hombre adulto, mayor de edad y con rol
de marido es el jefe, y la mujer con una edad inferior y con rol de esposa es
seguidora. Además, el hombre como padre es jefe y los hijos son seguidores.
Fuera de los planteamientos relacionados con la división sexual del tra-
bajo aquí señalados, para Parsons las funciones de la familia en una socie-
dad heterogénea deben interpretarse en función de la personalidad". La
familia tiene una serie de mecanismos interactivos para forjar la personali-
dad, de manera que ésta no nace sino que debe hacerse mediante la sociali-
zación. "Las familias son fábricas productoras de personalidades humanas",
dice Parsons (1986: 56). Así, las funciones principales de la familia son la
socialización de los hijos y la estabilización de la personalidad adulta. El
foco central de estos procesos reside en la interiorización de la cultura o
forma de adquirir el rol.
Para la internalización del rol, el funcionalismo se apoya en el psicoaná-
lisis que se había naturalizado en Estados Unidos en la época. De allí se
deriva la manera de producir la masculinidad y feminidad, mediante dife-
rentes patrones de la resolución de la crisis de Edipo. Los roles sexuales son
parte de la constitución de la persona, a través de dinámicas emocionales de
desarrollo de la familia nuclear.
En el hogar, el niño o niña aprende a diferenciar entre él y el otro, y sobre
todo a diferenciar lo femenino de lo masculino. Para el funcionalismo, en estas
primeras etapas de socialización, el niño o niña no debe tener un nivel igual
de participación con todos los miembros de la familia al mismo tiempo. Par-
sons señala claramente la importancia de que el menor tienda en la primera
etapa a tener una relación especial con un miembro de la familia: la madre.

Según los críticos del modelo dentro del mismo funcionalismo y para la sociedad que fue
formulado, éste no representa empíricamente las diferentes variantes de la clase media
blanca, al mismo tiempo que su pretensión de generalización a toda la sociedad desconoce
otras lógicas como las de la familia negra, las de los "farmers", las de los diferentes grupos
migrantes y la presencia y funcionalidad de amplias redes interfamiliares.
Este planteamiento está basado en análisis anteriores de antropólogos, quienes conside-
ran que en la sociedad moderna la familia debe responder por las necesidades psicológi-
cas de los individuos; véase Linton, 1986: 11 y 25.
176 GÉNERO E IDENTIDAD

En el primer año de vida, una fase crítica requiere una atención muy exclu-
siva de la madre (Parsons, 1975: 57).
Se justifica de este modo el encierro doméstico de la mujer y su adscrip-
ción a roles expresivos, y el papel de abandono del padre en la primera
etapa de socialización del menor, dada la adscripción del varón a roles ins-
trumentales.
Al avanzar en la teoría de la personalidad se señala que la estabilización
del adulto se da en la relación matrimonial. Al no existir la familia extensa,
la necesidad de respaldo entre esposos es fundamental. En la relación con-
yugal el adulto encuentra relaciones primarias en contraste con el mundo
público más burocrático. Aquí nos acercamos a la concepción de "hogar
dulce hogar", asociada con la privacidad, la distensión y el relajamiento
(Parsons y Bales, 1956: 16-17), y con la interpretación de la división sexual
del trabajo como colaboración y cooperación entre adultos, en sus roles di-
ferenciados de cónyuges.
Desde esta perspectiva, la estabilidad de la familia se basa en los acuer-
dos o valores consensúales de sus miembros. El matrimonio se ve como un
intercambio mutuamente favorable, donde la mujer recibe protección,
orientación, apoyo económico o estatus en torno de sus servicios emociona-
les y sexuales, el mantenimiento del hogar y la producción de la descen-
dencia.

La modernización y las tensiones entre los roles sexuales


El funcionalismo reconoce formas de tensión entre los roles sexuales que se
dan como resultado de la articulación de los diferentes subsistemas de la
sociedad. Así, en la relación entre la familia y la economía se encuentra la
fuente de muchos de los cambios en los roles sexuales y particularmente las
alteraciones en los roles para las mujeres. La teoría de la modernización 7 ,
como variante del funcionalismo, destaca la dualidad que experimentan las
sociedades en su proceso de transición del polo atrasado al moderno. Al
mismo tiempo, resalta las desviaciones a las normas como disfunciones so-
ciales.
En la sociedad dual, una parte es tradicional y otra industrial moderna.
En la primera predomina la familia extensa y un rol de la mujer caracteriza-
do por su dependencia del varón, su encierro doméstico y su no participa-
ción ocupacional. En la segunda se encuentra la familia nuclear, pero dado

7 Véase Solé, 1976.


LA FAMILIA NUCLEAR: ORIGEN DE LAS IDENTIDADES 177

que la urbanización e industrialización indujeron un proceso de transición


hacia la modernización, el rol de la mujer se alteró con su entrada al merca-
do de trabajo y su participación activa en la sociedad.
La entrada de la mujer a la esfera pública y su presencia en el mercado
laboral llevaron a plantear la tesis reduccionista de considerar la participa-
ción extradoméstica de la mujer como una condición, no sólo necesaria sino
suficiente, para lograr la redefinición de su identidad femenina. Los lentes
acríticos de la modernización proyectaron un sobreentusiasmo de logros
para las mujeres incorporadas a la esfera laboral, sin mirar hasta qué punto
los modelos de desarrollo profundizan o utilizan la división sexual del tra-
bajo existente8, o si simplemente el trabajo de las mujeres en el mercado
laboral constituye una extensión de su trabajo doméstico.
Según la teoría de la modernización, la etapa de transición de una socie-
dad a otra acarrea desorganización social y desintegración familiar. El aná-
lisis se enfoca en lo disfuncional y tensionante de la incongruencia de roles.
Dado, por un lado, el énfasis normativo en la familia y, por otro, que las
prácticas directas de sus miembros no se ajustan a las normas, las activida-
des o roles de las mujeres empiezan a aparecer como parte del recuento de
los problemas sociales. Así, los conflictos de la esposa trabajadora 9 , la depri-
vación maternal, las tasas de divorcio, las separaciones, el incremento de las
uniones consensúales, el número creciente de hogares monoparentales (en-
tre ellos los que tienen la mujer como jefe), el madresolterismo y la mater-
nidad precoz se interpretan como expresiones de desintegración familiar y
societal. Es claro que en el enfoque de la modernización subyace un modelo
idealizado de familia, tal como se analizó anteriormente 10 .

8 El artículo clásico de Lourdes Benería (1979) sobre la articulación de la producción y la


reproducción señala este argumento.
9 Un trabajo clásico que aplica la teoría funcionalista para señalar cómo la modernización
produce un choque entre el ideal femenino de "homemaker" y el ideal de la "career girl",
fue elaborado por Mirra Komorovsky (1946 y 1950). Este mismo esquema de análisis se
repite ininterrumpidamente hasta la fecha y ha permeado los estudios sobre mujer y tra-
bajo en América Latina.
10 Es preciso anotar que una parte de la bibliografía, especialmente latinoamericana, analiza
estas transformaciones sin nostalgia del modelo de familia ideal. Ejemplos de ello son los
trabajos sobre las estrategias familiares de supervivencia o sobre las familias de los secto-
res populares y campesinos que ven los determinantes de la vida familiar con relación a
su posición de clase. Buena parte de esta producción está influida por la corriente marxista
de pensamiento, la cual, tal como se explicó en la Nota 2, no se aboca en este artículo.
178 GÉNERO E IDENTIDAD

A P O R T E DESDE EL G É N E R O AL ANÁLISIS FAMILIAR: LA I D E N T I D A D


NO NACE, SE CONSTRUYE

G é n e r o o la i d e n t i d a d como construcción social


El concepto de género aparece en el debate q u e busca dar cuenta d e la su-
bordinación de la mujer, ante la ausencia en las teorías sociales d o m i n a n t e s
de Occidente de explicaciones sobre las desigualdades entre h o m b r e s y m u -
jeres. U n a d e las primeras p r o p u e s t a s identificó la subordinación femenina
como p r o d u c t o del o r d e n a m i e n t o patriarcal (Millet, 1970), y éste se definió
c o m o u n a visión totalizadora, similar a la regla del p a d r e en las sociedades
premodernas.
El uso del término patriarcado, a u n q u e no ha sido aceptado universal-
mente, señaló, con a p o y o del registro antropológico e histórico, el hecho de
q u e las d e s i g u a l d a d e s sexuales están presentes a través del tiempo y el es-
pacio (Morgan, 1985: 242), a u n q u e también la información empírica indica
u n a considerable diversidad en la forma como estas d e s i g u a l d a d e s se pre-
sentan. El debate q u e ha a c o m p a ñ a d o el concepto de patriarcado n o se ha
centrado tanto en el origen del m i s m o (Lerner, 1990), sino m á s bien en la
persistencia y reproducción de los patrones de desigualdad en el tiempo. En
este debate, la categoría patriarcado ha sido criticada por razón de su gene-
ralidad y carácter totalizante. Al respecto Barbieri señala:

Resultó un concepto vacío de contenido y de tal vaguedad que se volvió


sinónimo de dominación masculina, pero sin valor explicativo (Barbieri,
1992; 113)".

En la b ú s q u e d a de explicaciones a la subordinación surgió el concepto


de género 1 2 , como el sexo socialmente construido. Rubin define lo q u e llamó
sistema s e x o / g é n e r o como:

El conjunto de disposiciones por el que una sociedad transforma la sexua-


lidad biológica en productos de la actividad humana, y en el que se satisfa-
cen esas necesidades humanas transformadas (Rubin, 1986: 97).

11 Esta crítica permea la literatura feminista y antifeminista de la década de los ochenta; véase
Morgan, 1985: 240.
12 Para una revisión de la bibliografía sobre género puede consultarse Oakley, 1972; Lamas,
1986; Scott, 1990; Book, 1991; De Oliveira v Bruschini, 1992.
LA FAMILIA NUCLEAR: ORIGEN DE LAS IDENTIDADES 179

Esta definición trabaja con el sexo biológico y con el género social. Se ve


a los dos como esenciales en la relación. Enfocar al uno con la exclusión del
otro sería una distorsión. El género como categoría analítica incluye pero
trasciende la definición biológica de sexo, y ubica a hombres y mujeres co-
mo categorías de análisis socialmente construidas. Es un modo de referirse
a la organización social de las relaciones entre los sexos. El problema queda
entonces planteado en los significados de ser hombre o ser mujer. En otras
palabras, se enfoca en las diferencias sociales y culturales entre hombre y
mujer, que varían en el tiempo y el espacio. De esta manera, se privilegia a
la sociedad como generadora de la ubicación social de los géneros, lo cual
quiere decir la construcción de cualidades distintas del hombre y la mujer,
o sea, la construcción de la masculinidad y la feminidad como productos
históricos. Esta conceptualización representa un rechazo frontal al determi-
nismo biológico, el cual busca las explicaciones para la posición de la mujer
y el hombre en la capacidad reproductiva de las hembras o en la fuerza
física de los machos.
Según Barbieri, los sistemas de género son el conjunto de prácticas, sím-
bolos, representaciones, normas y valores sociales que las sociedades elabo-
ran a partir de la diferencia sexual anatómica y fisiológica, y que dan sentido
a la satisfacción de los impulsos sexuales, a la reproducción de la especie
humana y en general al relacionamiento entre las personas. Por eso el aná-
lisis de género implica necesariamente estudiar formas de organización y
funcionamiento de las sociedades, y analizar las relaciones sociales. Estas
últimas pueden darse de mujer a varón, de mujer a mujer o de varón a va-
rón. En este orden de ideas, los sistemas de género son el objeto de estudio
más amplio para comprender y explicar el par subordinación femcnina-do-
minación masculina (Barbieri, 1992: 114-15).
Los criterios de Roldan y Benería (1978: 11-12) permiten profundizar en
la conceptualización de género. Según estas autoras, género es una red de
creencias, rasgos de personalidad, actitudes, sentimientos, valores, conduc-
tas y actividades que diferencian a hombres y mujeres a través do un proce-
so de construcción social, el cual tiene una serie de características. Es
histórico, toma lugar en diferentes esferas macro y micro, tales como el Es-
tado, el mercado de trabajo, la escuela, los medios de comunicación, lo jurí-
dico, la familia y los hogares y las relaciones interpersonales. Además,
envuelve una graduación de rasgos y actividades de manera que las asocia-
das con el hombre normalmente tienen mayor valor. El resultado es el acce-
so estructuralmente asimétrico a los recursos, lo cual lleva a generar el
privilegio y dominación del varón y la subordinación de la mujer.
180 GÉNERO E IDENTIDAD

Queda por responder cómo se articulan los diferentes niveles y la com-


plejidad de relaciones entre factores individuales y los sistemas de género.
Para los propósitos de este trabajo, en cuanto interesa destacar la relación
familia y género, es fundamental señalar que las jerarquías de género son
creadas, reproducidas y mantenidas día a día a través de la interacción de
los miembros del hogar. Es por esto que aunque el análisis de género revela
internamente los factores de poder en la familia, inevitablemente se la ve
como la institución primaria para la organización de las relaciones de géne-
ro en la sociedad. En la familia es donde la división sexual del trabajo, la
regulación de la sexualidad y la construcción social y reproducción de los
géneros se encuentran enraizadas.
En suma, hablar de género es hablar de desigualdad, pero hay que estar
alerta sobre la manera como las desigualdades de género se relacionan con
otras desigualdades básicas, como edad, etnicidad y clase. Al respecto, Mor-
gan dice:

Hay pocas, si alguna situación donde el género puede considerarse irrele-


vante, pero al mismo tiempo habrá pocas si alguna situación donde el gé-
nero pueda considerarse el único factor de relevancia (Morgan, 1985: 259).

Por tanto, hay que ver cómo el género ocurre en diferentes mezclas,
junto con edad, etnicidad y clase, y qué otros factores y variables alberga.
Esto significa que debemos movernos hacia una descomposición del géne-
ro. Ella nos lleva a entender que la identidad de género no puede ser hege-
mónica y que, como en un prisma, la identidad de cada individuo está
cruzada por diferentes aspectos, o por aquellos que son relevantes en su
vida social. Cada individuo y colectivo representan un cruce de caminos
donde género, clase, raza, etnia y otras variables se encuentran para pro-
ducir mezclas específicas de identidad. Para las mujeres, su identidad es-
tará necesariamente marcada por su posición subordinada en la sociedad,
pero, al mismo tiempo, esta subordinación tendrá las cicatrices de las de-
más variables sociales.

CUESTIONAMIENTO A LAS IDENTIDADES HEGEMÓNICAS Y A LA


NEGACIÓN DEL PODER, Y EVIDENCIA DE LA IDEOLOGÍA FAMILÍSTICA

La atención a la familia nuclear como tipo ideal representa un modelo "op-


timista" de familia, que trabaja bajo el supuesto de que existe un conjunto
de necesidades universales que son o deben ser cumplidas por la familia, tal
como se señaló anteriormente. En contraste, desde el género, la familia se
LA FAMILIA NUCLEAR: ORIGEN DE LAS IDENTIDADES 181

analiza en términos de cómo las funciones se distribuyen en el hogar, pero


reconociendo el papel de la familia en la subordinación de la mujer. El aná-
lisis se concentra en las diferencias de género en la familia y éstas se ven no
como simples divisiones domésticas, sino como divisiones esenciales en tér-
minos de poder 13 .
Es evidente que para el funcionalismo, con sus planteamientos de la fa-
milia nuclear y de la teoría del rol, la preocupación no fue mirar, advertir,
explicar o cuestionar las posiciones de desigualdad social que los géneros
femenino y masculino experimentan en la sociedad. El funcionalismo miró
las diferencias sin advertir que implicaban desigualdades. En particular, en
cuanto a la mujer no se encuentra rastro alguno que permita cuestionar su
subordinación.
La teoría acepta la diferenciación como un fenómeno dado. Su preocu-
pación es cómo los roles sexuales se aprenden, adquieren e internalizan
dentro de la familia nuclear, y las formas como estos roles se manifiestan y
sustentan en el hogar, el trabajo, los medios y la religión. La idea del rol
significa un estándar reconocible y aceptable, y esa norma se toma para
explicar la diferenciación sexual. Así, la sociedad aparece como organizada
alrededor de una diferencia que permea los roles de los hombres y las mu-
jeres, que son internalizados por todos los individuos y trasmitidos en el
proceso de socialización encargado de construir la identidad. Según Mor-
gan (1985: 240), si se aplica una metáfora teatral a la teoría del rol, la concen-
tración se da en el actor más que en el libreto que tiene que interpretar, y el
autor del mismo permanece anónimo y misterioso.
Esta teoría de la socialización presume una sociedad homogénea, donde
hay gran consenso sobre lo esperado del rol, y consecuentemente poca ten-
sión, ambigüedad y contradicción que permita el cambio. Desde el género,
los roles no se ven como simple o naturalmente dados y aceptados por la
fuerza del consenso. Más bien se señala que en formas muy diferentes son
impuestos sobre los individuos y las colectividades por otros individuos y
por el colectivo.
En el caso de los roles de género, por la complejidad del proceso, éste
aparece a primera vista como dado e inevitable. Sin embargo, debe argu-
mentarse que las especializaciones de roles, instrumental para el hombre y
expresivo para la mujer, que se defienden como identidades de género he-

13 Esta discusión fue muy amplia en el feminismo del primer mundo durante la década de
los años ochenta. Véanse entre otros trabajos, Rapp, 1978; Young et ai, 1981; Barrett y
Mclntosh, 1982 y Andersen, 1991.
182 GÉNERO E IDENTIDAD

gemónicas, son y han sido del beneficio particular de un grupo, los hom-
bres, más que simplemente respuestas a necesidades funcionales para bene-
ficio de la sociedad como un todo.
Por otro lado, la teoría no es clara entre el deber ser y la realidad, entre
lo que se espera de la gente y lo que en verdad la gente hace. Las variaciones
se ven como desviaciones y fracasos en la socialización. Según este análisis,
para la construcción de las identidades de género se han creado tipos de
masculinidad y feminidad hegemónicos: el hombre fuerte, activo, racional,
o en otras palabras instrumental según el funcionalismo, y la mujer débil,
no activa, emotiva, o expresiva, según la misma teoría. Se crean de esta ma-
nera tipos ideales. La armonía y el consenso vienen de promoverlos y repro-
ducirlos, y no de cuestionarlos. Lo más grave es que las identidades
masculina y femenina pasan a tener una esencia no social, en la que se pre-
sume un modo de ser derivado de lo biológico o genético del hombre y la
mujer. La adquisición de la masculinidad y feminidad se da por medio de
un aprendizaje social y de conformidad con las normas de un modelo dado.
Este esquema analítico no deja espacio o asidero a la pregunta general de la
resistencia al modelo, ni tampoco a los aspectos específicos de conflicto y
violencia que hombres y mujeres experimentan para someterse o desviarse
de las normas.
Hay que advertir que la teoría del rol no excluye el cambio. Tal como lo
explícita la variante de la modernización, éste viene por factores externos.
Los procesos de industrialización y urbanización y sus variadas consecuen-
cias, como los cambios en la legislación y la estructura de la economía, la
mayor democratización en el hogar y la apertura en el mercado de trabajo,
dan cuenta de las trasformaciones de los roles y con ello la aparición del rol
moderno de la mujer14. Esta visión del cambio sobrestima los efectos de la
modernización y cae en generalizaciones peligrosas sobre logros para todas
las mujeres, sin diferenciar la heterogeneidad por clase, etnia, edad y otras
variables 13 . Al mismo tiempo, esta visión del cambio desconoce que el tra-

14 Una dura crítica, desde diferentes perspectivas teóricas, a esta postura se encuentra en el
libro editado por Kate Young et «/.(ed.), Of Marriage and the Markct, 1981. Se rechaza por
las autoras de esta colección (Mclntosh, Stolcke, Harris, Whitehead, Molyneux y otras) el
punto de vista de que la posición subordinada de las mujeres en la sociedad terminará
inevitablemente si tienen acceso pleno al mercado de trabajo.
15 En América Latina el sobrentusiasmo de los logros de la modernización para todas las
mujeres se ha analizado de diferentes maneras. Una de ellas es el acuñado concepto de
feminización de la pobreza, que permite señalar cómo el modelo de desarrollo neoliberal,
por un lado ha detenido y por otro ha profundizado las condiciones de subordinación de
ciertos grupos de mujeres.
LA FAMILIA NUCLEAR: ORIGEN DE LAS IDENTIDADES 183

bajo doméstico es un trabajo invisible y que constituye un aporte a la acu-


mulación . Además, al concentrarse en los factores externos de cambio, de-
ja invisibles las luchas individuales y colectivas de las mujeres17, y sobre
todo la persistencia y desigualdades sexuales profundamente enraizadas en
la familia y el mercado de trabajo, ya que no penetra en las construcciones
ideológicas de feminidad y masculinidad y las definiciones de sexualidad,
maternidad y paternidad.
Más aún, si miramos la familia como punto focal de una serie de ideolo-
gías que tienen resonancia en la sociedad en general, encontramos relacio-
nes entre trabajo y familia que la teoría de la modernización no percibe. Se
trata de la correspondencia entre la división del trabajo en el hogar y lo que
se da en el mundo de la labor extra-hogar. La segregación sexual del trabajo
corresponde muy de cerca a los patrones de la división doméstica del mis-
mo. El trabajo que la mujer hace por un salario es básicamente la misma
labor doméstica o una extensión de la misma en contextos diferentes. El más
claro ejemplo es el trabajo doméstico remunerado o empleada doméstica
(León, 1984 y 1987). Encontramos a las mujeres en el mundo laboral, donde
el trabajo es cocinar, limpiar, cuidar del enfermo, el anciano, el menor, en-
señar a niños, jóvenes y adultos, coser, servir a los otros o ser amable, sim-
pática y atenta con los demás. La feminización de ciertas profesiones
encuentra su anclaje en estas ideologías (Barrett, Mdntosh, 1982).
Finalmente, puede afirmarse que, por su ceguera ante el poder o desco-
nocimiento de las relaciones desiguales de los géneros, la visión del cambio
en la teoría del rol deja como no existentes otras desigualdades que forman
parte de la vida diaria de las mujeres, entre ellas la violencia familiar (Cor-
dón, 1988; Casa de la Mujer, 1986) y callejera, el acoso sexual en el trabajo y
la pornografía de la mujer en los medios.
El problema fundamental con la teoría del rol es que no permite integrar
al análisis las diferencias de poder entre hombres y mujeres. Esconde, en-
mascara, cuestiones de desigualdad material y cultural, y aun peor, tiene
como supuesto que hombres y mujeres "están separados pero son iguales".
Más aún, oculta e invisibiliza el poder que el hombre ejerce sobre la mujer.

16 Esta discusión se conoce como el debate sobre el trabajo doméstico, el cual cuenta con una
copiosa bibliografía, tanto teórica como empírica. Este debate sigue las líneas de pensa-
miento marxista, y tal como se señaló en la Nota 4, no se trabaja en este artículo,
17 En la región de América Latina la literatura sobre movimiento social de mujeres es cada
vez más amplia. En ella se caracteriza la heterogeneidad del movimiento y las diferentes
vertientes que lo componen, siendo el feminismo una de ellas. Algunos textos de primera
mano pueden consultarse en Vargas, 1989; Jaquette, 1991; Luna, 1989-1990; Jardín Pinto,
1992; León, 1994.
184 GÉNERO E IDENTIDAD

En otras palabras, esta teoría fracasa en registrar tensiones y procesos de


poder dentro de las relaciones de género. El supuesto estructural de su aná-
lisis es siempre la diferenciación y no la relación. Por ello, se presume que
la conexión entre los roles sexuales es de complementariedad y no de poder.
Esta mirada lleva a enfocar el análisis en la colaboración y no en las desi-
gualdades y asimetrías que niegan la esencia del modelo, o sea la comple-
mentariedad y armonía del núcleo familiar.
En la versión funcionalista, el género se confunde con el sexo y se asume
como una propiedad de los individuos. Además, se conceptualiza en térmi-
nos de diferencias entre los sexos y no como un principio organizador de lo
social. Visto el género de esta manera, su análisis se relega al proceso de
socialización y al estudio de las relaciones interpersonales en la familia, as-
pectos que son de hecho fundamentales, pero que, al reducirse a ellos, se
dejan por fuera los arreglos estructurales.
Desde la perspectiva de género, se da un viraje radical a los plantea-
mientos del tipo ideal de familia y a la teoría de los roles. En cuanto el gé-
nero es construido por experiencias culturales e históricas, transciende el
nivel individual de la conducta y el ámbito de la familia, incluye arreglos
institucionales y sirve para entender todas las relaciones sociales, entre ellas
las de la familia, pero no sólo las que en ella ocurren.
Las relaciones entre el género y la familia se ven como una relación dia-
léctica. Al mismo tiempo que estructura las relaciones familiares, el género
está constituido por éstas. Esta perspectiva subraya la relación de la familia
con otras relaciones sociales y permite ubicarla en contextos políticos y eco-
nómicos definidos por otras relaciones, entre ellas las de clase, etnia y edad.
Desde el género la familia no se conceptualiza como una unidad armo-
niosa y consensual, sino más bien como un sistema de relaciones de poder,
donde el conflicto social puede tener una importante cuota. Más aún, se ha
cuestionado la función de la familia como unidad económica. En este senti-
do, Judith Bruce, tomando un registro empírico amplio, ha presentado la
provocadora hipótesis de que la mayoría de los hogares no presenta una
unidad económica familiar, como reiteradamente ha insistido la definición
del tipo ideal de familia, sino que a menudo en cada familia se encuentran
varias economías que compiten entre sí (Bruce, 1989). La identidad indivi-
dual y social de cada uno de los miembros de la familia va a definir la direc-
cionalidad, grado e intensidad de los conflictos. La posición desventajosa
de las mujeres, los niños y los jóvenes los coloca en el polo débil del poder.
Según el análisis precedente, el enfoque de género permite reforzar las
críticas que desde otras disciplinas se han hecho a la teoría de la familia
nuclear, por apoyarse en el supuesto según el cual la familia es una unidad
LA FAMILIA NUCLEAR: ORIGEN DE LAS IDENTIDADES 185

relativamente estable y de base natural. No está por demás recordar que el


registro empírico sobre familias reales desvirtúa este supuesto y confirma
la existencia de una diversidad muy amplia de expresiones familiares18.
Dentro de esta diversidad de arreglos familiares, desde el género que-
remos destacar dos aspectos, dada su importancia analítica para la identi-
dad de género femenina. En primer lugar, la estructura de poder existente,
que reconoce la jefatura femenina en la familia cuando se da la ausencia del
hombre. Son las mujeres solas, solteras con y sin hijos, o separadas y viudas
las que con mayor frecuencia acceden a la jefatura. En segundo lugar, entre
las mujeres casadas o en unión disminuye la hegemonía masculina en el
mantenimiento del hogar. El incremento de las mujeres en el mundo labo-
ral ha aumentado las familias con doble proveedor. La mujer sola como jefe
de hogar por ausencia masculina y la mujer unida como aportante al ingre-
so familiar son realidades actuales. De una manera u otra estos cambios
empiezan a transformar las representaciones sociales, y por este camino
lento, a alterar los patrones culturales, de manera que puedan desarrollar-
se identidades de género femenino más allá de la exclusividad de madres
y esposas.
Dentro de los nuevos arreglos familiares, es preciso también destacar
aquellos que rompen la heterosexualidad de la familia nuclear. Las parejas
de homosexuales, tanto femeninas como masculinas, que reclaman paterni-
dad y maternidad social y apoyo del Estado a toda &u relación familiar, re-
p r e s e n t a n u n quiebre muy profundo a las visiones de sexualidad,
maternidad y paternidad sobre las cuales se ha construido tradicionalmente
la identidad hegemónica masculina y femenina.
Por otro lado, dentro de los aportes críticos que el enfoque de género
hace al análisis familiar, está distinguir entre la familia como una construc-
ción ideológica y la real experiencia de hombres y mujeres que viven en
diferentes arreglos domésticos. El texto de Barrett y Mclntosh, The Antiso-
cial Family (1982), habla de la ideología familística. Con este enfoque es po-
sible examinar el proceso mediante el cual —y las instituciones por medio
de las cuales— la construcción ideológica de la familia se logra y mantiene,
y la permanente interacción entre estas construcciones y las experiencias

18 Entre otros, historiadores, antropólogos, demógrafos y sociólogos han argumentado y


documentado la multiplicidad de formas familiares. La extensa obra de Burguiere Andre
etal, La historia de la familia (1986), documenta ampliamente este aspecto. Queremos hacer
referencia especial al prólogo del Tomo 2 de Jack Goody y al artículo de Segalen, La revo-
lución industrial: del proletario al burgués. En Colombia también hay diferentes estudios
sobre el tema; véanse Gutiérrez de Pineda y Vila de Pineda, 1991; Rico de Alonso, 1985.
186 GÉNERO E IDENTIDAD

reales. Además, este análisis permite desmitificar la construcción de tipos


ideales de familia y mostrar las falacias de sus supuestos, y de esta manera
entrar a explorar las diferencias reales tanto de género como de edad y ge-
neración que se dan en las familias. Finalmente, permite entender que las
diferencias no son solamente individuales sino también estructurales, y que
los cambios no se resuelven simplemente a través de los individuos, sino
que requieren además variaciones fundamentales en la manera como las
sociedades se organizan.
Este análisis permite reconocer que las sociedades están permeadas por
un carácter familiar o ideología del familismo. Buena parte de su población
a nivel de los valores, creencias e ideología se acoge al tipo ideal, y el hori-
zonte simbólico y el imaginario colectivo están teñidos por la definición
ideal tradicional. La ideología del familismo mistifica la posición de hom-
bres y mujeres en la familia, haciendo ver el trabajo reproductivo y domés-
tico de la mujer como algo natural y encubriendo el uso que la familia y la
sociedad hacen del mismo. Al definirse el hombre en su rol instrumental,
con gratificaciones en el exterior de la familia, se le mutila su capacidad
emocional y de ternura, recortándosele las posibilidades de expresividad de
su ser, o sea, alejándolo de experiencias humanas gratificantes.
El familismo reduce la familia a la esfera privada y la convierte en refu-
gio y defensa para el individuo en relación al mundo exterior. La desmitifi-
cación de esta realidad permite ver la familia como un sistema de luchas y
conflicto, donde las relaciones de poder moldean la experiencia individual
y colectiva, y donde la violencia intrafamiliar y las asimetrías de poder per-
mean las relaciones de pareja y de los grupos otarios.

PERSPECTIVAS DE LA IDENTIDAD FEMENINA

Mediante el análisis de género es posible deconstruir la definición tradicio-


nal que en la familia nuclear se plantea para la identidad social femenina:
ser madre y esposa en exclusividad. Un análisis familiar renovado, que per-
mite enfocar sobre las severas desigualdades de poder que existen en casi
todas las familias, abre la puerta para mirar procesos de disenso, de consen-
so y de concertación. A partir de estos procesos es posible mirar, por un
lado, a las mismas mujeres en su papel de madres como negociadoras de su
propia identidad, y por otro la no distinción tajante de las esferas privada y
pública en el accionar de la vida de las mujeres.
Siguiendo el trabajo desarrollado por Beatriz Schmuckler (1986 y 1988)
se revisarán los procesos que dentro de la familia le permiten a la madre
actuar como negociadora de su propia identidad. El discurso moral mater-
LA FAMILIA NUCLEAR: ORIGEN DE LAS IDENTIDADES 187

no señala una identidad femenina congelada y tradicional en los roles de


madre y esposa que la ideología de la familia nuclear como tipo ideal hi-
pertrofia. Schmuckler toma estos papeles de la mujer y analiza, mediante
un estudio empírico, cómo estos papeles no pueden verse como cristaliza-
dos, sino más bien entender a las madres como negociadoras de su propia
identidad.
Los procesos de negociación no se basan en discursos homogéneos o
militantes en los que la madre toma partido por posiciones contestatarias,
cuestionadoras o alternativas, sino que son el producto de prácticas frag-
mentadas, contradictorias y ambiguas respecto de la moral materna. Así, las
madres no se guían en todas sus prácticas por el discurso tradicional mater-
nal. Hay un estilo ae maternidad que presupone una mujer-sujeto, para
quien lo tradicional puede ser negociado. Se negocia el lugar de autoridad
en la familia y los significados de los conceptos de feminidad y masculini-
dad. En otras palabras, las madres negocian los significados de género. La
mujer-madre, aunque subordinada a un lugar secundario de autoridad en
la familia, tiene control sobre la socialización de los hijos, lo cual le permite
un margen de negociación para disputar la satisfacción de sus propios de-
seos e incluir prácticas más flexibles en la formación de género de sus hijos.
Este enfoque reconoce que la voz femenina como madre ha participado
de la producción y transformación cultural. Asume, como lo hace Heller, lo
privado como parte de lo social y no sólo como parte de lo individual y
personal, y considera las relaciones íntimas, interpersonales, como parte del
proceso social. Las negociaciones de las madres pueden darnos pistas sobre
el desarrollo de discursos multivalentes sobre género, y contribuir a cues-
tionar los supuestos naturalistas que fundamentan las diferencias entre
hombres y mujeres y que justifican la superioridad social masculina.
Como producto de las negociaciones, las madres van produciendo un
proceso de cambio en la identidad de género. Así, la madre como actor so-
cial puede haber introducido y seguir introduciendo fisuras, contradic-
ciones y ambigüedades con relación al código masculino dominante, y

19 Para Schmuckler, el discurso moral materno prepara a la mujer para entregar su vida a
sus hijos y para el sacrificio personal en pos del bienestar de ellos. Las mujeres no deben
reconocer el interés por sí mismas como personas, aceptando en exclusividad su rol ma-
ternal para garantizar la unidad familiar. Este concepto tradicional de maternidad e iden-
tidad femenina delimita un sujeto femenino altruista. Para este sujeto, el dilema entre sí
misma y el otro se guía por pautas del discurso moral materno que invalidan los deseos
personales. La madre, así definida, no puede discriminarse del grupo familiar con deseos
o fines diferenciados, y menos aún reconocer que estos deseos o fines pueden estar en
contraposición con el grupo.
188 GÉNERO E IDENTIDAD

p r o d u c i r de esta m a n e r a d e s d e la familia, en su rol m a t e r n o , u n aporte al


sistema d e género. La m a d r e negociadora constituye u n sujeto cambiante
q u e trasmite significados acerca de sí m i s m a a lo largo d e su vida contradic-
toria y fragmentada, en diversas circunstancias cotidianas y a los varios in-
terlocutores con quien dialoga.
Al m i s m o tiempo, m e d i a n t e el análisis d e género, la participación d e la
mujer como m a d r e se ha constatado como protagónica en el m o v i m i e n t o
social de mujeres. Según Virgina Vargas (1989), la vertiente m á s n u m e r o s a
del m o v i m i e n t o la constituyen las mujeres que, a partir d e su rol r e p r o d u c -
tor e n lo doméstico, h a n accedido a espacios públicos para paliar la subsis-
tencia y el bienestar familiar. Con base en esta realidad, se h a p l a n t e a d o la
hipótesis d e q u e estas n u e v a s prácticas de las mujeres están arraigadas en
la esfera psicológica y subjetiva, posibilitando la emergencia de n u e v o s su-
jetos sociales, o sea, facilitando procesos de redefinición de la identidad fe-
m e n i n a tradicional.
Lo n o v e d o s o y a la vez riesgoso es q u e el proceso de cambio de identi-
d a d aquí señalado tiene su arraigo en el rol doméstico. La p r e g u n t a q u e cabe
es si este rol a d q u i e r e u n a n u e v a potencialidad en la actualidad, o si siempre
h a encerrado posibilidades de cambio q u e no h a n sido reconocidas. Tal vez
lo i m p o r t a n t e es aceptar q u e las mujeres en su n u e v o rol, tanto las del sector
p o p u l a r c o m o las d e otros estratos sociales, no viven u n a distinción tajante
entre lo p r i v a d o y lo público, ya q u e su d e s e m p e ñ o exige m a n t e n e r s e en lo
p r i v a d o pero insertándose en lo público. La identidad d e las mujeres, dice
Vargas:

Parecería comenzar a perfilarse a partir de este engarce entre lo privado y


lo público, donde no renuncian a lo que siempre ha sido suyo, más propio,
pero tampoco renuncian ni se resignan a permanecer al margen de lo pú-
blico (1989: 94).

La identidad tradicional de las mujeres que enarboló la definición de fa-


milia nuclear como tipo ideal está siendo resquebrajada, y nuevas perspecti-
vas de identidad femenina emergen en el p a n o r a m a social. Algunas para
cuestionar el papel de m a d r e en exclusividad y negociar u n nuevo sentido
para la maternidad, otras para ligar lo privado y lo público d e u n a manera
m á s dinámica y otras más para anclar en lo público y especialmente en el
m u n d o del trabajo r e m u n e r a d o el reconocimiento a la identidad femenina.
Dos procesos se están d a n d o al mismo tiempo, que podrían aparecer como
contradictorios si no se los mira cuidadosamente. La ecuación mujer igual
madre, igual encierro doméstico está siendo cuestionada, al mismo tiempo
q u e se valora la identidad femenina anclada en u n a maternidad renovada.
LA FAMILIA NUCLEAR: ORIGEN DE LAS IDENTIDADES 189

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PROSTITUCIÓN, GÉNERO Y VIOLENCIA

Nora Segura

INTRODUCCIÓN

L/os tres términos del título sugerido para esta discusión aparecen con gra-
dos muy desiguales de desarrollo analítico en Colombia, justamente en pro-
porción inversa al orden aquí propuesto. Así, los estudios sobre la violencia
constituyen ya una muy importante tradición nativa con sello de legitimi-
dad académica y de respetabilidad política y social. Los de género, produc-
to evolutivo de los estudios de la mujer, en menor escala que los anteriores
han abierto una ruta progresivamente reconocida y reconocible en el espa-
cio académico, en el diseño de políticas y programas de desarrollo social y
en el terreno de la cultura de los colombianos. El tema de la prostitución,
por el contrario, ha pasado inadvertido para las preocupaciones intelectua-
les, políticas, éticas, tanto de académicos como de técnicos y políticos de uno
y otro sexos. La articulación de los tres no parece tener antecedentes en
nuestro medio, y es ese el reto que se pretende asumir aquí con plena con-
ciencia de los riesgos, dificultades y limitaciones implícitos, pero con la con-
vicción de que no es posible ignorar el desafío.
La invisibilidad cultural y la insensibilidad ética que se hacen evidentes
en la muy limitada información sobre el fenómeno y la población afectada,
así como en la notoria escasez y calidad de los servicios asistenciales a su
disposición, sugieren una discusión impostergable a la luz de una agenda
democrática contemporánea. Los términos de la discusión, desarrollada en
torno del problema de la identidad de la mujer, plantean una doble hipóte-
sis: la prostitución como una forma extrema de la violencia sexista y la di-
cotomía buena-mala como expresión de la dominación patriarcal.
Aparte de una base mínima de fuentes secundarias, la materia prima
empírica de referencia proviene del contacto con niñas, jóvenes y adultas de
sectores populares que ejercen la prostitución callejera en la zona central de
194 GÉNERO E IDENTIDAD

Bogotá, y de los diálogos con profesionales que trabajan con ellas. También,
en menor escala, de los niños y jóvenes en prostitución que circulan en el
mismo entorno urbano y social.
Las características del fenómeno observado en esta población de estra-
tos bajos y migrantes de distintas regiones del país excluyen cualquier pre-
tensión generalizante de las afirmaciones, sugerencias e interpretaciones
que acá se consignan. Por eso, aunque se sospecha la inexistencia de la pros-
titución entre mujeres de los sectores económicamente poderosos 1 (lo que
no significa negar la promiscuidad, la ninfomanía y comportamientos simi-
lares), no hay sustento empírico para afirmaciones que vayan más allá de la
población observada.
Comenzaremos por examinar brevemente el contexto analítico de los
estudios de la mujer para localizar en él la prostitución como un fenómeno
de poder-violencia, destacando el proxenetismo como su cara oculta. A con-
tinuación, una referencia somera a la sociedad agraria y a los imperativos
de su reproducción como fundamentos históricos de la fragmentación de la
población femenina entre buenas y malas nos permite entender que tanto la
madre como la prostituta corresponden a formas muy convencionales de la
identidad femenina y de relaciones de subordinación en un encuadre pa-
triarcal. En seguida nos situaremos en un escenario más contemporáneo
para incluir otros elementos de las relaciones entre los sexos, en particular
la cosificación de la mujer y la manipulación de su cuerpo. Posteriormente
se formulan algunas reflexiones sobre la identidad de la mujer en prostitu-
ción, tomando como ejes las relaciones con su cuerpo y con la maternidad.
Finalmente, se hace una breve consideración sobre las formas incipientes de
organización y de constitución en actores políticos por parte de algunos
sectores de mujeres prostituidas en Bogotá.

ESTUDIOS DE LA MUJER

En sus tres lustros de existencia, los estudios de la mujer en Colombia han


aportado una reflexión sistemática sobre la identidad femenina en transfor-

Existe una recóndita sospecha en torno del contenido del término prostitución como he-
rramienta de análisis, por su utilización ideológica convencional. En el uso cotidiano el
término asume connotaciones arbitrarias de descalificación moral, de estigma social, de
metáfora o de insulto, aun entre sectores relativamente alertas. Con frecuencia el término
alude, por ejemplo, a la promiscuidad o liberalidad sexual de la mujer, es decir, a relacio-
nes que no suponen un arreglo económico. Su abigarramiento aparente insinúa el común
denominador de transgresión a supuestos culturales sobre la sexualidad femenina.
PROSTITUCIÓN, GÉNERO Y VIOLENCIA 195

mación, teniendo como telón de fondo los procesos de modernización del


país en las últimas cuatro décadas. El análisis del ingreso masivo de la mujer
en múltiples escenarios de la actividad extradoméstica y de los replantea-
mientos en las imágenes y representaciones colectivas sobre su identidad
social ha ocupado una buena parte de los esfuerzos realizados. Igualmente
se han hecho avances muy notables en el tratamiento de la diversidad de la
población femenina y en la dinámica de su diferenciación interna, como
fuentes tributarias de una compleja y distinta identidad de las colombianas
contemporáneas.
Por el contrario, el trabajo sistemático sobre los escenarios tradicionales
y sobre la identidad femenina convencional en ellos ha revestido menor
importancia. Quizás no resulte desacertado afirmar que su tratamiento pro-
cede más de un modelo abstracto y de supuestos generales que de la des-
cripción detallada de realidades empíricas. A diferencia de lo sucedido en
otras latitudes, en Colombia son escasos los estudios sobre presupuestos de
tiempo del ama de casa de distintos sectores, y mínimos los análisis cualita-
tivos sobre la maternidad y su significado para las mujeres de distintas con-
diciones sociales, entre otros temas 2 .
En lo que respecta a la prostitución (identidad femenina tradicional por
excelencia al lado de la maternidad), el panorama es aún más restringido.
Temas como la mujer en prostitución o como la prostitución de la mujer no
han logrado un desarrollo sistemático ni estimulado los esfuerzos de teo-
rización más global. Aparte de unos pocos trabajos de grado universitario
de carácter descriptivo y relativos a un número pequeño de casos {véase
bibliografía a final), resulta inquietante el silencio sobre el tema. En con-
traste, la Cámara de Comercio de Bogotá (1991 y 1992) presenta un censo
de los establecimientos y de las personas dedicadas a la prostitución en la
capital del país, cuya publicación puso en la mira una necesaria discusión
pública.
Ante la desdibujada atención a la prostitución por parte de organizacio-
nes de mujeres y de analistas de la condición femenina, a continuación se
exponen algunas ideas de carácter provisional, con el ánimo prioritario de
estimular el debate y de llamar la atención sobre el problema. Son anotacio-
nes que, a manera de archipiélago, constituyen mojones dispersos de distin-
to calibre intelectual sin pretensión de gran coherencia, surgidas en los

C o n desarrollos desiguales p a r a los distintos países de América Latina se cuenta con u n a


" m a s a crítica" d e investigación e n d ó g e n a importante. Al respecto de p r e s u p u e s t o s d e
t i e m p o del a m a de casa, ivansc Bruschini y Cavasin (s.f.) de la Fundación Carlos Chagas
p a r a el Brasil; para Colombia, M u ñ o z (1987).
196 GÉNERO E IDENTIDAD

intersticios de un estudio sobre prostitución infantil en Bogotá realizado


para la Unesco (Segura, 1992).

¿CUÁL PROBLEMA Y PARA QUIÉN?

En total oposición a las miradas de sentido común y en contravía de las


visiones culpabilizantes de la mujer prostituida, el análisis del poder permi-
te ver en la prostitución una forma de violencia, ininsible en virtud de su
aceptación social y selectiva a causa de la población involucrada. Los modos
de distribución del poder social y las formas como se legitima la desigual-
dad vistos en cuatro escenarios complementarios: el género, la ciase, la etnia
y la edad, permiten acercarnos al cómo y al porqué de la invisibilidad y de
la selectividad de la violencia sexual inherente a la prostitución. De la mis-
ma manera el poder patriarcal, tomado como eje de análisis, permite supe-
rar la discontinuidad de la población femenina y la oposición buena-mala
postuladas desde una moral patriarcal y clasista, y hacer énfasis en las di-
mensiones comunes a todas las mujeres frente a la violencia sexual.
Ésta, en cuanto expresión de la dominación masculina, no corresponde
a manifestaciones aisladas o a eventos puntuales sino a un continuum que
abarca desde las formas "normales" experimentadas por todas las mujeres
(violencia psicológica, simbólica), pasando por las formas "tolerables" (aco-
so sexual) que afectan a algunas, hasta las más extremas (incesto, violación,
golpizas, prostitución), intolerables a todas luces (Unesco, 1986: 11), que
afectan selectivamente a otras.
Por esta razón, a la visión de sentido común sobre la prostitución como
"la profesión más vieja del mundo", es decir, presente en muchas culturas
y períodos históricos, en la que tiende a aparecer como fenómeno natural,
formal o inevitable 3 , se opone una mirada desde la violencia ejercida ances-
tralmente sobre la mujer. Del mismo modo, la visión unidimensional y cul-

Al postular un fenómeno social como natural o inevitable se lo extrae del terreno de la


acción y de la responsabilidad humanas y, por tanto, tiende a acallarse la sensibilidad ética
sobre sus consecuencias. En otras palabras, se produce un efecto anestésico sobre la con-
ciencia que tiende a bloquear las relaciones de solidaridad e identificación con las víctimas
de tal situación y a exacerbar la percepción de diferencia con ese otro.
En la presente discusión nos ocuparemos de la prostitución en su expresión más restrin-
gida y directa, esto es, como la relación comercial por la cual se tiene acceso sexual al
cuerpo ajeno, tanto en su realidad material como simbólico-sexual. Se excluyen otras for-
mas de acceso simbólico al cuerpo ajeno, como por ejemplo la publicidad, el modelaje
artístico o comercial, así como la venta del cuerpo en cuanto imagen pública, que pudieran
eventualmente ser incluidas en una acepción más amplia del término.
PROSTITUCIÓN, GÉNERO Y VIOLENCIA 197

pabilizante de la prostitución se modifica al incorporar su contraparte his-


tórica, el proxenetismo y la explotación de mujeres, niños y niñas. Finalmen-
te, al carácter de constante histórica se enfrenta el carácter de construcción
social sujeta a variaciones espacio-temporales, con significados sociales di-
versos y con consecuencias diferenciales para distintos sectores de mujeres
y el conjunto de ellas. Pero además, y de modo prioritario para esta discu-
sión, en la nueva mirada propuesta la prostitución se revela como una ex-
presión más de la desigualdad social y de la dominación de género, y por
tanto como problema ético para la sociedad en su conjunto y no sólo para la
población involucrada.

tución no es esencialmente ésta sino el proxenetismo y las relaciones de


explotación de sectores débiles de la sociedad; y que no se trata prioritaria-
mente de un problema de la moral privada o de la salud pública (si bien son
dimensiones importantes) sino de un problema de la ética de una sociedad
que pretende construirse como democrática.
Empieza, pues, con algunas consideraciones generales como ilustración
de la heterogénea composición del panorama y como punto de anclaje ana-
lítico que nos permita escapar a la tiranía de lo empírico.

¿QUÉ HAY DETRÁS DE LAS BUENAS Y LAS MALAS?

Examinemos brevemente algún trasfondo de la dicotomía buena-mala; res-


petable-prostituta; María-Eva; esposa-amante; madre-hembra, sistema de
contrarios aprendido desde la infancia como constitutivo de la identidad
social femenina .
Estas representaciones convencionales de la mujer en nuestra herencia
cultural hunden sus raíces en una visión cristiana patriarcal y elitista, cuya
coherencia deriva de su formalización teológica hacia los siglos XIII y XIV
(Turner, 1984: 115 y ss.). En ella la asociación de la mujer y la sexualidad se

Si bien los distintos términos de la dicotomía no son equivalentes ni pertenecen al mismo


orden de ideas, hay que destacar su utilización descalificadora como mecanismo de con-
trol. En el terreno de la ciencia es bien sabido que no es posible clasificar a las personas
mediante el uso de categorías cerradas y permanentes, por cuanto la conducta humana
no puede reducirse a un patrón fijo y predecible. Por el contrario, en el ejercicio del poder
la eficacia para obtener la sumisión está en relación directa con las propuestas simplistas
y con la manipulación de visiones maniqueas.
198 GÉNERO E IDENTIDAD

plantea en oposición a la espiritualidad, el misticismo y el camino ascético


hacia la salvación 5 .
Sin embargo, tales definiciones ideológico-culturales entran en conflicto
con los imperativos pragmáticos de la reproducción humana y con los re-
quisitos económicos y políticos de una sociedad agraria cuya expresión más
condensada la constituye un sistema de alianzas matrimoniales entre pro-
pietarios y de garantías de la pureza del linaje por medio del control de la
sexualidad femenina (fidelidad y castidad de la esposa; virginidad de las
hijas y hermanas). La tensión entre imperativos ideológicos y materiales,
pues, tiende a resolverse históricamente por vía de la idealización y dese-
xualización de la mujer madre, la dicotomización de la identidad femenina
en dos polos irreconciliables, la fragmentación de la vida sexual entre repro-
ducción y placer, y la imposibilidad —también para el varón— de integrar
una imagen femenina como objeto del deseo.
Así, en nuestro pasado agrario podemos leer los rasgos básicos de una
sociedad tradicional y el ejercicio del poder patriarcal que le es inherente,
así como las tensiones y ansiedades de un mundo esencialmente masculino
y la condición subordinada de la mujer en él.
La respetabilidad de la mujer y de la familia se deriva de la capacidad
del varón para imponer el monopolio sobre la sexualidad de sus mujeres;
por tanto, una falla en este terreno se convierte en amenaza al honor mismo
del varón o los varones del grupo familiar. El legítimo recurso de la violen-
cia en la defensa del honor mancillado cobra sus víctimas: en primer térmi-
no en la mujer, pero también en los varones involucrados 6 .
La tendencia a la desexualización de la mujer propia tiene como contra-
parte inevitable la propensión a la hipertrofia de la mujer "ajena" como ob-
jeto de deseo, al tiempo que la sacralización de la virginidad femenina

"Para la teología cristiana medieval el coito no ligado a la inseminación de la mujer era un


'pecado contra natura'. El acto sexual debía ser despojado del placer y, por tanto, si el
marido disfrutaba a su esposa, el acto era considerado fornicación. Estos 'pecados contra
natura' incluían no sólo la sodomía, el bestialísimo y la masturbación sino también el coito
interrumpido" (Turner, 1984:15). Traducción de la autora.
En los últimos años los procesos de modernización y secularización del Estado colom-
biano han borrado la codificación legal y, en menor grado, institucional de estos pa-
trones culturales. En el ámbito de la sociedad civil, también para algunos segmentos
han pasado a constituir parte del folclor tradicional, pero aún persisten en muy am-
plios sectores de la población. Innumerables casos de "Crónica de una muerte anun-
ciada", de uxoricidios, homicidios y suicidios han poblado la literatura, los archivos
judiciales, los folletines y la música popular, particularmente desde el ángulo del va-
rón ofendido.
PROSTITUCIÓN, GÉNERO Y VIOLENCIA 199

constituye un reto a la virilidad seductora del varón 7 . Pero por otra vía com-
plementaria, la exhibición ostentosa de la capacidad sexual y la autoafirma-
ción violenta son formas de validación masculina en un mundo de hombres
y una fuente frecuente de ansiedades y temores ocultos.
Así pues, las presiones culturales hacia un ejercicio sexual muy activo
por parte del hombre y las severas restricciones a la expresividad sexual de
la mujer "respetable", inevitablemente trasladan a las mujeres de los secto-
res subordinados y a las mujeres prostituidas las demandas sexuales y afec-
tivas no satisfechas.
Las desigualdades sociales incorporan, pues, su propia dinámica en la
asimetría de los encuentros sexuales de hombres y mujeres. Los recursos del
poder (económico, político, civil, militar o religioso), la "superioridad" ét-
nica, cuando no la fuerza bruta o simbólica, otorgan al hombre de las capas
superiores el acceso sexual a las mujeres de las familias cuyos varones no
logran ser garantes de la respetabilidad y protección familiar.
La asimetría del ejercicio sexual y su violencia implícita, atribuibles a la
interacción del género y la clase social, se traducen en exención para el hom-
bre de las consecuencias de su actividad, en irresponsabilización frente a
sus vastagos, en tanto que la mujer debe asumir desde la maternidad no
deseada hasta el repudio social, acompañados frecuentemente del maltrato
familiar.
Así propuesta en grandes trazos, la subordinación de la mujer dentro de
un esquema patriarcal constituye una realidad histórica que adquiere sen-
tido en los imperativos de funcionamiento y reproducción de la sociedad
agraria, articulada a un tipo de familia altamente centralizada en los varo-
nes y a requisitos de limpieza de sangre para la transmisión de la tierra,
fundamento por excelencia del poder agrario. Se trata de un mundo mascu-
lino en el que el espacio para la mujer es restringido al ámbito doméstico y
a las funciones reproductivas, y en el que ella difícilmente logra existir sin
la dominación protectora de un varón y la solidaridad tirana de un grupo
familiar. A su turno, la mujer que se prostituye ocupa un lugar de margina-
ción relativa, pues si bien transgrede los estándares de la respetabilidad y
por ello mismo se hace acreedora al estigma y la degradación públicos, si-

C o m o cualquier principio ideológico, el tabú del incesto t a m p o c o logra regular totalmente


el c o m p o r t a m i e n t o , de m a n e r a q u e las transgresiones son m u c h o m á s frecuentes d e lo q u e
socialmente se reconoce. El incesto y el a b u s o sexual d e la niña y d e la adolescente p o r
parte d e los v a r o n e s afectiva y socialmente cercanos constituyen u n c o m ú n d e n o m i n a d o r
de la población en prostitución (Cámara de Comercio, 1992: 26; Hidalgo, 1991: 63; Presses
d e la Santé, 1987: 6; Segura, 1992: 32).
200 GÉNERO E IDENTIDAD

multáneamente en la intimidad y dependiendo de la edad, sirve de válvula


sexual y afectiva, de compañía y confidente, de iniciadora sexual de los ado-
lescentes, es decir, eventualmente se aproxima a las figuras de amante, es-
posa, madre y abuela 8 .
En síntesis, si imaginariamente observáramos alguna de nuestras pe-
queñas ciudades o pueblos de comienzos de siglo, notaríamos que entre las
buenas y las malas media el poder patriarcal que las distancia socialmente
y que bloquea sus acercamientos y posibilidades de acción compartida; que
segrega a las unas en el hogar y a las otras en el prostíbulo; que exalta la
maternidad en las unas y la denigra en las otras; que controla a las unas por
la vía de la dependencia económica y a las otras por la de la prostitución;
que las somete a todas con distintas formas de violencia y que bloquea sus
posibilidades de acercamiento y acción compartida. Pero también veríamos
que las buenas y las malas en el espacio de la intimidad se relacionan con
hombres de carne y hueso, no reducidos a un estereotipo sexual; que todas
visten sus galas para asistir a la misa mayor dominical, y que se ponen de
luto en la Semana Santa.

TAN CERCA Y TAN LEJOS DEL PODER

Una mirada rápida en otras direcciones y latitudes nos muestra la prestan-


cia y autonomía logradas por algunas cortesanas, amantes, meretrices en la
órbita del poder de papas, reyes, soberanos, alta nobleza y clerecía. En efec-
to, en disímiles escenarios puede observarse que la posición social, el grado
de influencia, el "estilo" de relaciones de las hetairas atenienses del período
clásico, de sus contrapartes cortesanas de Roma o Venecia de los siglos XVI
y XVII, de las ennoblecidas mattresse-en-titre de la corte francesa diecioches-
ca o de las geishas japonesas, ilustran una manera de "vender favores" feme-
ninos sin incurrir en la degradación o el estigma social (Anderson y Zinsser,
1988: 26-51; El Saadawi, 1986: 343-37).
Por el contrario estas mujeres, imbuidas del halo del poder de sus pro-
tectores y ellas mismas producto del refinamiento y la elegancia, fueron
elevadas en muchas ocasiones a la condición de confidentes y consejeras;
lograron para sus hijos la aceptación en los círculos exclusivos; con frecuen-
cia se desempeñaron como equivalentes sociales de la esposa legítima, y

Tanto la imagen como la función de la mujer prostituida revisten rasgos de la más clara
convencionalidad y tradicionalismo, de modo que las relaciones habituales fácilmente
derivan a un esquema doméstico. Piénsese por ejemplo en Pilar Ternera (García Márquez,
1967) y su encarnación sucesiva de amante, esposa y madre.
PROSTITUCIÓN, GÉNERO Y VIOLENCIA 201

ocuparon un lugar de prestancia por encima de los límites históricos de su


origen y de las barreras clasistas vigentes. No obstante, esta prestancia, de-
pendiente total y exclusivamente del favoritismo del poderoso, imponía un
permanente esfuerzo de seducción y el constante peligro de las mujeres más
jóvenes.

LA SECULARIZACIÓN: ¿ U N CAMINO A LA IGUALDAD?

En nuestra sociedad de masas moderna y secular, al tiempo con el debilita-


miento progresivo de la división del trabajo por sexo, de los estereotipos
culturales del género y sus expresiones institucionales y jurídico-legales, la
mercantilización del sexo v la ampliación del oroxenetismo se oresentan ^^
una escala que cuantitativa y cualitativamente no tienen antecedentes his-
tóricos (Fernand-Laurent, 1986: 75-79).
Sobre la explotación física y simbólica del cuerpo, de la mujer prioritaria-
mente pero también de los niños y jóvenes, prolifera una gigantesca industria
que abarca desde la publicidad más o menos neutra hasta la pornografía y el
cine rojo, y que ofrece todos los servicios que las urgencias y fantasías sexuales
puedan imaginar. De ella se nutren desde empresarios de mínima envergadu-
ra hasta cadenas multinacionales articuladas al mercado de narcóticos y de
turismo internacional, que moviliza enormes volúmenes de dinero y perso-
nas (Time, 1993:10-25; Dimenstein, 1992; Semana, 502: 30-35).
La industrialización del sexo y sus múltiples dimensiones económicas,
políticas, sociales y culturales sugieren otros tantos esfuerzos de aclaración
hacia el futuro; no obstante, el ángulo propuesto para este estudio nos orien-
ta en otra dirección, de manera que sin pretender embarcarnos en una eru-
dita y profunda sociología del cuerpo (por lo demás necesaria y sugestiva),
parece insoslayable alguna referencia al cuerpo a la luz del patriarcado co-
mo materia prima de nuestra discusión.

PODER, REIFICACIÓN, SEXISMO

El cuerpo en cuanto sede de la identidad y en cuanto base material e imagi-


naria de las relaciones sociales es también una construcción social, vehículo
y receptáculo de la acción individual y colectiva. En el régimen patriarcal,
el control de la sexualidad de la mujer supone el control de su cuerpo físico
y simbólico, incluida su movilidad en el espacio (físico, social y psicológico),
de modo que mediante esta expropiación su cuerpo deviene instrumento
para la acción de otros.
202 GÉNERO E IDENTIDAD

Como receptáculo de proyectos sociopolíticos de distintos sectores, por


ejemplo, la mujer debe "criar hijos para la patria"; "tener los hijos que nece-
sita la revolución"; "tener hijos para el cielo" o "no tener hijos para lograr el
desarrollo económico", según distintas definiciones del presente y del futu-
ro colectivos.
También en el pensamiento y en las manifestaciones culturales, popula-
res o artísticas, el cuerpo humano expresa la asimetría de las relaciones
sociales. Las representaciones del deseo, del amor y de la belleza general-
mente han codificado la mirada masculina sobre el cuerpo femenino, de
modo que con la gramática corporal disponible, la mujer (más que el hom-
bre) tiende a verse con ojos ajenos.
Como objeto ambivalente de deseo y temor, el cuerpo de la mujer es y
ha sido la encarnación del "otro", sus emanaciones y procesos objeto de
suspicacia; materia prima pasiva e inconsulta de prácticas terapéuticas (mé-
dico-quirúrgicas, psicológicas, religiosas, mágicas); de teorizaciones vejato-
rias; de exaltación artística. Son, pues, estas representaciones "desde la otra
orilla" la base ambivalente de la relación de la mujer con su cuerpo y con su
identidad.
Finalmente, en la violencia sexista se fragmenta el cuerpo y se degrada
la identidad sexual al reducir el ser social a segmentos manipulables de la
anatomía, lo cual abona el terreno para otras expresiones de violencia.
En sus relaciones con el otro sexo y en sus prácticas de afirmación sexual,
un varón puede encontrar la mujer apropiada9 (definida por extensión del
yo) y la(s) apropiable(s), mujeres "ajenas" susceptibles de acceso mediante
modalidades diversas y para distintos propósitos, cuyo extremo lo consti-
tuye la mujer prostituida. Esta posibilidad de apropiación (diferencial se-
gún otros ejes de distribución del poder y relativa a las mujeres del nivel
social propio y de los inferiores) alude a la instrumentalidad de estas rela-
ciones y, consecuentemente, a la reificación de la mujer10.

9 La mujer apropiada en su doble significación de ser la adecuada y de ser susceptible de


apropiación. En el primer caso, la mujer propia generalmente corresponde a la socialmente
adecuada para ingresar en el grupo de parentesco, aquella que llena los requisitos y exi-
gencias sociales y familiares que la habilitan como esposa y madre de los herederos. En el
segundo sentido, esas mismas cualidades la habilitan como objeto de apropiación exclu-
siva, de afirmación del monopolio sobre su afectividad, su sexualidad, su persona.
10 En el lenguaje popular cristalizan en su forma más nítida las relaciones percibidas: "Comerse"
o "tirarse" a la mujer son expresiones que implican un acto de dominio y no el intercambio
entre iguales. Quizás tales expresiones verbales efectivamente describan con mayor precisión
la manera de relación v lo que ocurre en la intimidad de muchísimas parejas.
PROSTITUCIÓN, GÉNERO Y VIOLENCIA 203

Esto último a s u m e su cara m á s descarnada en el proxenetismo y d e m á s


formas d e explotación de la sexualidad d e la mujer, p u e s agota la totalidad
de la persona: c o m p r o m e t e el cuerpo, sede por excelencia de la i d e n t i d a d y
base material d e las relaciones consigo m i s m a y con los d e m á s .

PROSTITUCIÓN E IDENTIDAD
Entre las distintas dimensiones y escenarios involucrados en esta relación,
m i r e m o s algunos elementos en torno del cuerpo, la vida conyugal y la ma-
ternidad d e s d e el á n g u l o d e la mujer prostituida.
M u c h a s prácticas q u e implican la clandestinidad o el e n m a s c a r a m i e n t o
de la i d e n t i d a d de los actores sociales (guerrilla, espionaje, delincuencia)
s u p o n e n el tránsito por u n espacio social marginal, e v e n t u a l m e n t e acarrean
formas d e estigmatización m á s o m e n o s durables, en g r a d o s diversos gene-
ran a m b i g ü e d a d e s y conflictos de identidad de las personas, pero en el caso
de la prostitución todos estos aspectos revisten características propias. El
estigma del oficio revierte de m a n e r a m u y profunda y p e r m a n e n t e en la
i d e n t i d a d d e las mujeres involucradas y tiñe sus relaciones presentes y fu-
turas con tonos casi indelebles (Rodríguez Marín, 1986: 67-72).

a) El ejercicio de la prostitución c o m p o r t a p r o f u n d a s consecuencias desin-


t e g r a d o r a s del yo, en c u a n t o c o m p r o m e t e la totalidad d e la p e r s o n a con
sus distintas capacidades, incluido su c u e r p o . Tal vez por esto el re-
c u r s o al alcohol, los psicotrópicos y otros estimulantes es tan cercano a
la v i d a cotidiana de esta población, como forma d e lidiar con los altos
niveles d e angustia q u e genera este e n t o r n o . También d e esto se n u t r e .

11 El grado de sensibilidad y el umbral del dolor psíquico o físico son esencialmente subje-
tivos y varían de persona a persona en una misma sociedad, para no mencionar las dife-
rencias temporales e interculturales. Pero reconocer el relativismo cultural no puede
convertirse en anestésico ético ni en mecanismo de exculpación social. En el horizonte
contemporáneo se han establecido definiciones universales y estándares básicos sobre los
derechos humanos que invalidan su violación a nombre de la religión, la tradición, la
cultura o cualquier otro sistema suprasocial.
12 La asociación de la prostitución con el alcohol y la droga corresponde a necesidades sub-
jetivamente reales de las personas. La explotación de estas necesidades y urgencias supone
estrategias comerciales en las cuales la mujer es a la vez un medio y un objeto de mercado.
Sin embargo el proxenetismo, en su sentido amplio, es simbiótico con muchas otras acti-
vidades que movilizan enormes masas monetarias, cubre diversas franjas del mercado y
presenta una oferta muy variada de "bienes", entre los cuales la mujer puede no ser el más
costoso. Podría pensarse que el proxenetismo opera de manera parecida al narcotráfico y
al sicariato, en virtud de la oferta ilimitada de niños y jóvenes de uno y otro sexos.
204 GÉNERO E IDENTIDAD

en buena parte, el predominio del presente como horizonte vital carac-


terístico de estas formas de vida.
La contaminación moral y social, fundamento del estigma que se des-
carga sobre la población prostituida, tiene como locus prioritario el cuerpo
mismo e implica su fragmentación como mecanismo adaptativo. En efecto,
en la conciencia de las mujeres prostituidas opera una disociación muy
clara entre la(s) parte(s) del cuerpo que se alquila(n) y el resto. Al tiempo
con aquéllas también se congelan la sensibilidad, los afectos, la expresivi-
dad, es decir, se enajena la mujer como persona y se niega su cuerpo como
totalidad 13 . Como podemos ver, no se trata solamente de la deserotización
del encuentro (inherente al carácter comercial de la relación) sino más pro-
fundamente de la desexualización del cuerpo. Por el contrario, en sus rela-
ciones familiares y en su vida conyugal, al igual que las demás mujeres,
pueden o no integrar la expresividad afectiva y sexual, comprometer o no
la totalidad de su cuerpo y su fantasía, erotizar en mayor o menor grado el
encuentro.
Es decir, la fractura del cuerpo que ocurre en el terreno de la conciencia
es equivalente a la que ocurre en la vida misma de la mujer, así como el
mecanismo que protege de la desintegración del yo es un equivalente del
que pretende distanciar el espacio afectivo familiar y el espacio del oficio.
No obstante, por fuera de la conciencia y de la voluntad, el estigma de la
prostitución es una amenaza crónica que influencia las relaciones del oficio
tanto como las domésticas. Siempre habrá un pasado que se enrostra, que
alimenta los celos y suspicacias del compañero, que atenta contra la estabi-
lidad de la relación.
A la luz de lo anterior valdría la pena revisar la metáfora de la "prosti-
tución" de la esposa, como equivalente doméstico de la prostitución públi-
ca. Se arguye que en la relación conyugal y en el ejercicio sexual de muchas
esposas económica y emocionalmente dependientes, su cuerpo es, en esen-
cia, un instrumento de supervivencia y un medio de satisfacción y de reten-
ción del hombre. El valor metafórico que pueda tener esta visión parece ser
inferior al riesgo de confusión que promueve, pues ni por las características

13 Cabe preguntarse en q u é medida esta es una experiencia m á s general de lo q u e se p r e s u m e y


si este mecanismo de congelación erótico-afectiva n o es más o menos común a todas las mu-
jeres. Por una parte, distintos informes sobre la sexualidad femenina indican que la simulación
del orgasmo es una práctica m u y frecuente, aun en condiciones de relaciones afectivas estables
y gratificantes. En este caso es una opción puntual producto de la solidaridad con la pareja
sexual. Por otra parte, la frigidez femenina como respuesta m á s o menos p e r m a n e n t e se ha
interpretado como una forma de prostitución de la esposa o compañera permanente.
PROSTITUCIÓN, GÉNERO Y VIOLENCIA 205

de las relaciones ni por sus consecuencias sobre la mujer, parece válida esta
extrapolación. El mercado abierto, las relaciones anónimas, los niveles de
violencia física y simbólica, la asociación con la droga, el alcohol, en fin, el
clima que rodea la prostitución y el estigma que la acompaña establecen una
ruptura radical con otras formas de manipulación y control de la sexualidad
femenina 14 .
b) La maternidad como parte sustantiva de la identidad femenina reviste
rasgos muy contradictorios en el caso de la mujer prostituida, asociados
con la fragmentación del yo y con el estigma del oficio.
En primer lugar la clandestinidad, que eventualmente tiene que ver con
el carácter ilegal de la actividad pero que sobre todo alude al estigma que
ésta comporta, se presenta respecto de los hijos y adicionalmente respecto
de la familia de origen. Los testimonios y la información empírica señalan
un esfuerzo denodado por parte de muchas mujeres para ocultar su activi-
dad, para justificar los horarios nocturnos, para enmascarar sus fuentes de
ingresos y para compensar con regalos y dinero la amenaza a la integridad
de su núcleo afectivo más importante.
La sacralización de la madre, tan cercana a los sectores populares y tan
presente en sus formas de expresividad, constituye una "espada de Damo-
cles" para la mujer prostituta en virtud de que el estigma recae no sólo sobre
ella sino sobre sus hijos. El mayor insulto y el calificativo más soez tienen
como referencia a la progenitora y cobran su mayor capacidad ofensiva
cuando corresponden a una evidencia innegable .

14 No se trata de negar los mecanismos de retracción afectiva que puedan darse en la vida
conyugal y las consecuencias eventualmente deteriorantes para la autoestima de la mujer
y para la calidad erótica y afectiva de la relación de los dos miembros de la pareja. La
importancia de estos fenómenos para el análisis de género está intrínseca, para lo cual es
imprescindible no dejarse seducir por recursos metafóricos fáciles.
15 Aunque un examen de las formas lingüísticas del insulto y la afrenta personal codificadas
a la luz del patriarcado rebasan el objeto de este trabajo, vale la pena destacar cómo las
alusiones jocosas y las dudas sobre la respetabilidad de la madre, sobre la dotación genital
o sobre la hombría, dirigidas al varón, realzan características adscriptivas por fuera del
control individual y, por tanto, parecerían corresponder a formaciones culturales premo-
dernas. En otras palabras, con el imperio de la individualidad y de la subjetivización
características de la sociedad moderna, la descalificación de un comportamiento debería
enjuiciar la intencionalidad, la perversión o cualquier motivación de la acción o del de-
sempeño personales. De acuerdo con esta reflexión, sería interesante examinar las formas
de codificación lingüística usadas en la descalificación de la mujer de diferentes sectores
sociales y en distintas épocas.
206 GÉNERO E IDENTIDAD

En segundo lugar, los niveles de autoculpabilización inherentes a la ex-


periencia de la maternidad 16 entre las mujeres en prostitución tienen muy
pocas probabilidades de ser exorcizados a consecuencia de la ratificación
cotidiana "objetiva" de su inadecuación personal relativa a la madre ideal.
Es frecuente que los niños tengan que afrontar insultos, burlas y acusacio-
nes en la escuela por causa del oficio de la madre; que otros adultos, padres
o maestros pongan en evidencia a la madre o auspicien la segregación de
los hijos, situaciones muy difíciles de ocultar en el vecindario. Aparte de
otras vertientes, valdría la pena examinar ésta como responsable de la de-
serción escolar, tan frecuente entre los "hijos de la prostitución" (Dimens-
tein, 1992).
Con el crecimiento de los hijos y su llegada a la pubertad, tiende a incre-
mentarse la ansiedad de la madre con relación a su vida "pública". En mu-
chas ocasiones, ante el descubrimiento de su actividad, se presentan crisis
muy graves en sus relaciones, mientras que en otras pocas se disuelve el
conflicto por la vía de mayor afecto y reconocimiento del amor filial atribui-
do al "sacrificio" materno.
Finalmente, es casi inevitable que a pesar de la influencia de la madre o
bajo sus presiones, las hijas tiendan a reproducir su recorrido por "la vida",
sean objeto más probable de abuso sexual, o compitan con ellas en el mer-
cado del sexo y de los afectos.
En síntesis, la búsqueda de trascendencia a través de la maternidad, for-
ma privilegiada de la identidad femenina y nicho para la construcción de la
respetabilidad y reconocimiento sociales, reviste posibilidades muy limita-
das y conflictivas en el marco de la prostitución.

PROSTITUCIÓN Y FEMINISMO

Comenzamos por destacar el silencio inexplicable de los estudios de la mu-


jer sobre la condición y la identidad de la mujer prostituta. Examinemos
muy brevemente la prostitución con relación a los movimientos de las mu-
jeres.

16 La experiencia clínica, la evidencia acumulada por el feminismo a través de los grupos de


sensibilización y de elevación de la conciencia de género, y diferentes trabajos sistemáticos
sobre la maternidad en distintas latitudes, han arrojado suficiente información testimonial
sobre la culpa como un componente "normal" inherente a la maternidad para la mujer con-
temporánea. Esta normalidad, que desde luego se refiere a una normalidad estadística y no
de otro tipo, tiene como telón de fondo la idealización de la maternidad, la hipertrofia cultural
de la imagen materna y el peso inconsciente de las imago maternas en las biografías indivi-
duales. Véanse, por ejemplo, Badinter, 1980; Chodorow, 1978; Daily, 1982; Olsea 1981.
PROSTITUCIÓN, GÉNERO Y VIOLENCIA 207

Quizás resulte extraño plantear la rebeldía de la mujer prostituida cuan-


do su oficio implica relaciones sexistas por excelencia. De igual forma pare-
cería improbable su movilización y organización a la luz de la competencia
en el mercado y de la violencia que la circunda. Ambos terrenos apuntarían
a un profundo individualismo y a la atomización de esta población.
En efecto, sus relaciones cotidianas están atravesadas por una violencia
multiforme: peleas, agresiones físicas y verbales, expresiones autoderoga-
torias, aceptación aerifica de una moral que las excluye, descalificación a las
compañeras por "putas" y muchas otras manifestaciones que esencialmente
hablan de un sector social muy conservador e individualista. Pero a la vez,
para los sectores que viven en la calle y de ésta, es decir, para las capas más
vulnerables de esta población, esa misma violencia impone la cohesión fren-
te a sus agresores (policía, clientes, proxenetas, basuriegos, drogadictos, ga-
mines) y crea condiciones propicias para el establecimiento de redes de
solidaridad puntual en situaciones de crisis (enfermedad, accidente, calami-
dad doméstica, inactividad forzosa, etc.). Por así decirlo, la prostitución las
separa y la pobreza y la violencia las junta.
Dentro de este marco contradictorio, en Bogotá han comenzado a desa-
rrollarse algunos gérmenes de organización para la acción colectiva17. En
coyunturas como la Constituyente y la última campaña electoral se han pre-
sentado momentos de movilización y se ha empezado a construir un discur-
so propio que bien vale la pena revisar, no tanto por su discutible contenido
como por los intentos de autoafirmación y de dignidad que representa 18 .

17 Durante el primer semestre de 1991 se reunió en Bogotá la Asamblea Nacional Constitu-


yente, convocada para reformar la Carta de 1886, y en julio de ese mismo año entró en
vigencia la nueva Constitución. En torno de este hito en la historia política reciente, se
desplegó una actividad inusitada a todo lo largo y ancho de la geografía física, política y
social del país. La movilización de nuevos sectores sociales, entre ellos las mujeres, hizo
evidente un espectro mucho más amplio de las realidades políticas y de las posibilidades
de acción colectiva. Un grupo numeroso de mujeres en prostitución marchó por las calles
de Bogotá y se hizo presente en el recinto de la Constituyente para hacerse oír como sector
específico. Por otra parte, en las elecciones para cuerpos legislativos a finales de 1991, el
M-19 (grupo en armas desmovilizado dos años antes), incluyó en su lista al Concejo de
Bogotá a una de las líderes de la población en prostitución. Tanto esto como la publicación
del estudio de la Cámara de Comercio sacaron el tema a la luz pública por algunos mo-
mentos. Paralelamente a la ampliación de un proceso organizativo incipiente, también se
han agudizado las rivalidades y tensiones entre distintos segmentos de esta población.
18 La reflexión sobre la identidad y la construcción de un discurso propio se refieren a la
conciencia sobre los límites y la diferencia entre un yo colectivo y un otro externo, y a los
intentos por lograr ser reconocido por ese otro. Ese discurso supone algún nivel de for-
malización de reivindicaciones grupales o sectoriales, de definición mínima del entorno
y de las acciones posibles para su modificación.
208 GÉNERO E IDENTIDAD

Este discurso pretende redefinir el oficio en el terreno laboral. Se recla-


ma entonces la autodenominación de "trabajadoras sexuales"; se busca in-
vestir la actividad de las características respetables de un servicio; se
reivindica el "derecho" al trabajo y sus consecuencias en el terreno de la
seguridad social y de la protección laboral.
En segundo lugar, se destaca la función pública que cumple la prostitución
(como válvula de escape a una sexualidad masculina no canalizable por otras
vías; como compañía y alivio a la soledad del hombre; como mecanismo de
prevención de la violación y el abuso sexual a otras mujeres), intentando un
deslinde con la actividad individual propia del espacio privado.
En estas dos líneas de argumentación se adivina el propósito de imponer
una redefinición social de la actividad en la esfera de lo público y, por tanto,
de legitimar una acción colectiva frente al Estado y a la sociedad. Al sacar la
prostitución del ámbito privado y de la relación individual, se busca proponer
una dimensión nueva en la cual se identifican necesidades y reivindicaciones
grupales y se convoca una acción afirmativa. Pero por sobre todo, querría
destacar en esto la búsqueda de una veta de dignidad, el gesto para sacudirse
el estigma social y construirse un nicho de respetabilidad y autorrespeto.
Reconocer la validez de este proceso incipiente de autoafirmación no
puede significar pasar por alto la confusión de elementos que aparecen en
el discurso y su carácter esencialmente regresivo, como veremos a continua-
ción. En efecto, la visión de la prostitución como trabajo oculta las distintas
formas de proxenetismo y de parasitismo sexista que la alimenta. La reivin-
dicación del "derecho al trabajo" en verdad alude al hostigamiento policial,
a la violencia y a tantos otros atentados contra la vida y la seguridad de la
población de la calle. El reclamo de seguridad social, de garantías para la
vejez, de préstamos para vivienda, etc., es decir, de las reivindicaciones eco-
nómicas de la población prostituida, no puede ampararse en ésta sino en la
condición ciudadana.
Igualmente, la dolorosa ingenuidad expresada en la "funcionalidad" de
la prostitución para la vida social constituye efectivamente una forma de
violencia autoinfligida, una manera degradada y degradante de autodefini-
ción a partir de la aceptación sumisa del estigma de la sociedad "respeta-
ble". Pero también esta visión corresponde a una reedición, en su versión
más violenta, de la "mater dolorosa", imagen tan central a nuestra herencia
cultural y a una posición de impotente resignación.
Por último, en los dos terrenos analizados se alimenta un visión inmo-
dificada de la sociedad. Se intenta una redefinición de la actividad, pero no
un enjuiciamiento de la violencia sexista que hace de la prostitución y del
proxenetismo una forma inadmisible de relación social.
PROSTITUCIÓN, GÉNERO Y VIOLENCIA 209

Mi distancia con el discurso en construcción implica u n a forma autocrí-


tica y u n llamado a las feministas hacia u n acercamiento a las mujeres pros-
tituidas. Allí hay u n espacio de reflexión q u e parece haberse dejado librado
a otros sectores, y u n potencial de movilización fundamental en la construc-
ción de u n proyecto democratizador. Si planteamos q u e la a g e n d a democrá-
tica incluye el paso por la cocina, la lavandería y la cama, también en ésta
debe incluirse a la mujer prostituida.

F I N A L TAMBIÉN P R O V I S I O N A L

A m a n e r a de síntesis de las preocupaciones q u e h a n orientado la discusión


anterior, querría puntualizar las siguientes:

a) Parece m u y pertinente iniciar u n proceso de decantación conceptual so-


bre la prostitución con el fin de eliminar los tintes moralistas y la confu-
sión con fenómenos a p a r e n t e m e n t e equivalentes.
b) La ausencia de estudios, cifras e interpretaciones serias sobre los fenó-
m e n o s de la prostitución y la población involucrada constituye la mejor
evidencia d e la insensibilidad y aceptación pasiva d e situaciones d e vio-
lencia y explotación d e mujeres, niños y jóvenes.
c) De m o d o semejante al problema de la droga, la prostitución s u p o n e ac-
tuar tanto en la oferta como en la d e m a n d a , es decir, redefinir su espacio
conceptual, ético y legal. El proxenetismo y la prostitución requieren
m e d i d a s diferenciales de intervención (represión, reglamentación, pro-
tección y prevención) estatal y comunitaria.
d) Para los estudios de género resultaría m u y sugestivo examinar la pros-
titución d e s d e la óptica de h o m b r e s y mujeres, p u e s en ella parecen re-
p o s a r claves m u y i m p o r t a n t e s sobre las lógicas d e relación inter e
intragénero.
e) Para los g r u p o s feministas y sus simpatizantes, h o m b r e s y mujeres, pa-
rece relevante analizar las formas de movilización y constitución d e u n
discurso de esta población. U n a aproximación d e s d e u n a perspectiva d e
género permitiría identificar elementos de encuentro y ahorrar riesgos
d e reabsorción sexista.

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prostitución y estrategias contra el proxenetismo y la explotación sexual d e las
mujeres, Madrid, España.

RESEÑA BIBLIOGRÁFICA SOBRE EL TEMA

En a p o y o de trabajos futuros se transcribe esta breve reseña, originalmente incluida


en el "Informe a Unesco sobre la prostitución infantil y la educación: Colombia"
(z'éase supra).
PROSTITUCIÓN, GÉNERO Y VIOLENCIA 211

1. C á m a r a de Comercio d e Bogotá. "La prostitución en el centro de Bogotá: censo


d e establecimientos y personas", Bogotá, m a y o d e 1991.
Junto con los dos estudios posteriores sobre la prostitución en C h a p i n e r o (1992)
y sobre niñas y adolescentes en el centro (en proceso), p r e t e n d e cuantificar la
m a g n i t u d del fenómeno m e d i a n t e u n b a r r i d o en tres zonas d e la ciudad. Des-
cribe las características socioeconómicas de la actividad y a l g u n o s rasgos d e la
población involucrada. Son los únicos estudios d e e n v e r g a d u r a cuantitativa y
quizá los m á s recientes. Su publicación p r o p u s o la discusión d e u n tema invi-
sible y socialmente subestimado.
2. Contreras, G o n z a l o y G u s t a v o Cadavid, " A l g u n o s aspectos d e la prostitución
en n u e s t r o m e d i o " , Medellín, D e p a r t a m e n t o d e Medicina Preventiva, Univer-
sidad d e Antioquia, 1958. Analiza algunas variables familiares y personales a
partir d e 7.955 fichas d e mujeres en prostitución, recogidas entre 1937 y 1958.
3. Hidalgo, H u g o y otros, "Hacia el rescate de la m e n o r afectada por la prostitu-
ción. P r o g r a m a d e Promoción Integral d e la Mujer. Religiosas Adoratrices d e
Colombia", Bogotá, Unicef, Serie Divulgativa No. 5,1991.
Presenta la evaluación d e las actividades d e rehabilitación y prevención d e la
joven prostituida, desarrolladas p o r las Religiosas Adoratrices con el a p o y o del
G r u p o Renacer. Tras u n breve análisis social y psicológico d e la población en
prostitución, describe la evolución d e los p r o g r a m a s a lo largo de 15 a ñ o s de
funcionamiento.
4. Molina, Diana y otros, "La prostitución c o m o problema social", Medellín, Fa-
cultad de Medicina, Universidad de Antioquia, 1968. Describe las característi-
cas económicas, sociales, familiares.

Tesis de g r a d o

1. Contreras, Carlos Leonardo, "Prostitución femenina, una visión integral", Cali,


D e p a r t a m e n t o d e Medicina Social, Universidad del Valle, 1991,
Hace u n a revisión histórica y legal del fenómeno y a continuación describe las
características personales, familiares y d e la actividad, en u n a m u e s t r a d e 30
mujeres usuarias de los centros de salud d e los barrios O b r e r o y Belalcázar
( C o m u n a 9), en Cali.
2. Callejas, Leonor, " M á s malas son las b u e n a s " , Bogotá, D e p a r t a m e n t o d e A n t r o -
pología, U n i v e r s i d a d d e los A n d e s , 1990.
P r o p o n e u n a descripción etnográfica del m u n d o de la prostitución a través del
análisis d e los tipos de negocios en los sectores del centro, norte, sur y Teusa-
quillo en Bogotá. Describe las relaciones de la población en prostitución y algu-
nos rasgos psicológicos de las mujeres.
3. Betancur, Fanny y Rocío Castro, "Influencia de u n p r o g r a m a d e expresión cor-
poral en la i m a g e n corporal d e u n g r u p o de prostitutas", Bogotá, D e p a r t a m e n t o
de Psicología, Universidad Nacional, 1989.
212 GÉNERO E IDENTIDAD

Se trabajó con un grupo de 14 menores prostitutas de 13 a 18 años, participantes


en el programa de las Adoratrices. Los resultados, medidos con un test de ima-
gen corporal, apuntan a cambios positivos al respecto.
Caicedo, Rosalba, "Reeducación de menores prostitutas", Bogotá, Departa-
mento de Trabajo Social, Universidad Nacional, 1985.
Describe la aplicación, durante seis meses, de la metodología scout a un grupo
de menores prostitutas, hacia el diseño de una nueva forma de tratamiento.
Opera con un grupo de 24 jóvenes de 13 a 18 años vinculadas al programa de
las Adoratrices, analiza las relaciones intragrupales e identifica la necesidad de
estímulos a la cooperación como base educativa.
González, Martha Irene y Janet Victoria Nivia, "Enfermedades de transmisión
sexual en un grupo de promiscuas: Unidad Antivenéreas", Bogotá, Departa-
mento de Trabajo Social, Universidad Nacional, 1989,
Estudia 17 casos de usuarias de los servicios de la Unidad Antivenéreas de la
Secretaría de Salud del Distrito de Bogotá. Realiza un seguimiento más deteni-
do a seis de ellas. Describe actitudes y prácticas sexuales y detecta altos niveles
de desprotección.
IDENTIDAD FEMENINA, IDENTIDAD OBRERA: LA PROLETARIZACIÓN
DE LA MUJER EN FRANCIA EN EL SIGLO XIX

Luz Gabriela Arango

INTRODUCCIÓN

JIJI debate sobre las relaciones entre "identidad de género" e "identidad


obrera" está asociado con las discusiones sobre las articulaciones entre gé-
nero y clase social; sin embargo, mientras estas discusiones remiten a las
interacciones entre sistemas de relaciones económicas, sociales, culturales y
políticas (Rubin, 1986; Scott, 1990a; Barrett, 1984), la identidad de género y
la identidad obrera, como formas de identidad social, se refieren a los dis-
cursos y representaciones que le dan significado a la existencia de los gru-
pos sociales, definiendo los límites y el contenido de su especificidad dentro
de la sociedad en su conjunto. La identidad social se presenta entonces co-
mo una "construcción cultural" (Butler, 1990; Lamas, 1994) que construye a
los actores sociales individuales y colectivos, y por medio de las cuales éstos
a su vez se construyen. En una sociedad y en un período determinados coe-
xisten discursos y representaciones diversos que se superponen y se contra-
dicen y nutren las imágenes que los unos y los otros tienen de su lugar en el
mundo. Los grupos dominantes se reconocen en representaciones que legi-
timan y exaltan su ubicación social y que devuelven a los grupos domina-
dos, como un espejo cóncavo, imágenes desvalorizantes.
La revolución industrial generó cambios sin precedentes en la composi-
ción de los grupos sociales, sus fronteras, sus relaciones e identidades. A lo
largo del siglo XIX, al ritmo do los cambios económicos y demográficos, pro-
liferan las representaciones que buscan nombrar y definir las nuevas catego-
rías sociales y las relaciones que las enfrentan o las reúnen. La clase obrera
surge como una de las nuevas categorías sociales que protagonizan los cam-
bios de la época y cuya identidad se construye a lo largo del siglo. Surgidos
en distintos campos, las imágenes y los discursos sobre la clase obrera son
214 GÉNERO E IDENTIDAD

profundamente contradictorios. Desde las imágenes desvalorizantes que in-


cluyen la visión criminalista que iguala clases trabajadoras y clases "peligro-
sas" (Chevalier, 1978), la mirada paternalista y caritativa q u e los define como
pobres desprotegidos, la definición economista que los ubica como fuerza de
trabajo q u e debe ser productiva, la mirada moralista de los movimientos fi-
lantrópicos, el cuerpo médico y el Estado que los analiza como "raza" en pe-
ligro de " d e g e n e r a c i ó n " , hasta las imágenes exaltantes en las cuales los
trabajadores buscan su dignidad social. La visión mesiánica de una clase obrera
redentora de la humanidad o la mirada evolucionista de los proletarios como
portadores de una etapa histórica superior, son dos de las variantes que los mo-
vimientos sociales y, en particular, los pensadores socialistas, comunistas y anar-
quistas construyen como definiciones sociales afirmativas de la clase obrera.
La mujer obrera aparecerá a su vez como u n a "figura problemática y
visible" a lo largo del siglo XIX, como lo ha señalado Joan Scott (1993). Está
e n el centro de múltiples debates, caracterizados por u n fuerte tono moral,
en los cuales también participan sus c o m p a ñ e r o s de clase. A u n q u e las dis-
cusiones son agitadas a lo largo del siglo, al comenzar el siglo XX u n a defi-
nición parece d o m i n a r el panorama: el lugar de la mujer es la familia y el
ámbito doméstico y la m a t e r n i d a d es el núcleo de la identidad social feme-
nina, cualquiera q u e sea su ubicación de clase. El trabajo fabril de la mujer
será p e n s a d o c o m o u n a condición marginal, pasajera e intrascendente en la
v i d a individual y social, como u n "mal m e n o r " con el cual convivirán Esta-
do, sindicatos y patrones con relativa incomodidad y silencio.
El caso francés, a pesar de sus particularidades, refleja las g r a n d e s carac-
terísticas d e u n debate q u e tiene lugar en los otros países afectados por la
industrialización. Las diferencias entre países están relacionadas con el de-
sarrollo del movimiento obrero, las orientaciones políticas e ideológicas q u e
lo guían, el impacto de los movimientos feministas, las características pro-
pias de la industrialización, el papel de las Iglesias. Esto repercute en cada
país en u n énfasis distinto a c o r d a d o a d e t e r m i n a d o s temas como la disolu-
ción de la familia, la desmoralización de la clase obrera, la prostitución de
la mujer obrera, la exaltación de la maternidad, el estatus laboral y el salario
d e las trabajadoras o su participación sindical. Pero las preocupaciones se-
rán f u n d a m e n t a l m e n t e las mismas 1 .
En este artículo examinaré algunos de los temas desarrollados por los
moralistas y los obreros en torno al trabajo de la mujer en la industria, con-

1 Véanse los artículos de Nash, Walkowitz y Káppeli aparecidos en el volumen 8 de la Hís-


toria de las mujeres, editada por G. Duby y M, Perrot, Taurus, 1993.
IDENTIDAD FEMENINA, IDENTIDAD OBRERA 215

frontándolos con las prácticas y reivindicaciones de las trabajadoras, para


destacar las contradicciones entre u n a identidad obrera q u e se define d e s d e
p a r á m e t r o s masculinos y la b ú s q u e d a d e las obreras d e u n a i m a g e n social
positiva como trabajadoras y como mujeres. De ahí se derivarán a l g u n a s
perspectivas p a r a el estudio de la construcción d e la identidad de género de
las actuales trabajadoras latinoamericanas.

D E L OBRERO PROFESIONAL AL PROLETARIO: EL LUGAR DE LAS MUJERES


Los obreros profesionales poseían u n a identidad social enraizada en los ofi-
cios y corporaciones medievales. La revolución industrial p o n e en crisis esta
identidad, al destruir las condiciones q u e aseguraban la existencia d e los
antiguos obreros profesionales y al desarrollar u n n u e v o tipo de trabajador:
el proletario. Este último, despojado no sólo de sus instrumentos d e trabajo
sino de su saber profesional y su organización corporativa, carece d e digni-
d a d social: la "identidad proletaria" se define inicialmente como negación.
El discurso marxista construirá u n a imagen del proletario en la q u e el carác-
ter totalmente negativo de su condición será el f u n d a m e n t o d e su capacidad
revolucionaria. A u n q u e los estudios históricos de las últimas d é c a d a s tien-
d e n a matizar el impacto de la revolución industrial en términos d e prole-
tarización m a s i v a y d e r u i n a generalizada de los obreros profesionales,
p o n i e n d o en evidencia diferencias regionales y sectoriales, es i n d u d a b l e
q u e sus efectos se hacen sentir con d u r e z a a lo largo del siglo XIX.
Entre los obreros profesionales a r r u i n a d o s por la revolución industrial,
las mujeres o c u p a b a n algunos siglos antes u n lugar particular q u e las colo-
caba en considerable desventaja. Evelyne Sullerot (1968) se refiere al Libro
de los oficios, de Etienne Boileau, escrito en 1254, para constatar la existencia
d e n u m e r o s a s corporaciones femeninas con estructuras similares a las m a s -
culinas. Existía u n a especializacióm de los oficios, siendo el oro y la seda los
materiales privilegiados de la mujer. Los trabajos textiles estaban divididos
en múltiples operaciones efectuadas por obreras especializadas; las mujeres
tenían acceso a algunos oficios mixtos, pero sólo p o d í a n ejercer la maestría
bajo condiciones m u y restrictivas. Sullerot afirma q u e las mujeres fueron
excluidas de las corporaciones a partir del siglo XVI, a m e d i d a q u e a u m e n -
taba el p o d e r de estas instituciones. A ñ a d e Sullerot q u e las mujeres en Oc-
cidente siempre h a n d e s e m p e ñ a d o labores " p r o d u c t i v a s " pero éstas n u n c a
han sido para ellas u n a fuente de poder.
A finales de la e d a d media, en Italia se les prohibió tejer a las mujeres;
en Francia, los tejedores de Estrasburgo protestaron por la competencia de
las mujeres q u e no pertenecían a las corporaciones. Los oficios femeninos
216 GÉNERO E IDENTIDAD

comenzaron a ser subordinados a los masculinos: la costurera se convirtió


en ayudante del sastre; la hilandera, del tejedor. En el siglo XVII, las mujeres
fueron excluidas de las cofradías y las compañías profesionales se transfor-
maron definitivamente en privilegio masculino. En 1789, las mujeres del
"Tiers-État" exigieron en vano el monopolio femenino sobre los oficios de
hilar, tejer y coser. Las antiguas profesiones femeninas conservaron el nom-
bre de oficios (métiers) y sus categorías (maestras, obreras y aprendices),
pero adquirieron estatus y salarios inferiores a los masculinos. Como ve-
mos, antes de la expansión del capitalismo industrial la identidad social de
los obreros profesionales se establecía sobre una clara jerarquía de género.
Al llegar la industrialización, las mujeres ocupaban un lugar doblemen-
te frágil: como obreras profesionales se encontraban en amplia desventaja
con respecto a los obreros, relativamente protegidos por organizaciones
profesionales sólidas; como campesinas arruinadas o jóvenes asalariadas,
encarnaron, junto con los niños, la imagen misma de la nueva condición
proletaria, como "apéndices de la máquina". Ejemplo de ello es el caso de
la industria textil en el norte de Francia.
Aunque se asemeja al modelo "manchesteriano" descrito por Marx y
Engels, la revolución industrial no ocurrió con la misma rapidez ni tuvo los
mismos efectos de empobrecimiento masivo del campesinado y desorgani-
zación del mundo obrero. Las hilanderías se modernizaron a comienzos del
siglo XIX y emplearon una mano de obra constituida principalmente por
mujeres y niños. Familias enteras de campesinos migrantes trabajaban en
estas manufacturas alrededor de 71 horas por semana (Barrois, 1976). Los
niños recibían un salario tres a diez veces inferior al de los adultos. Roubaix
se convirtió en una típica ciudad industrial, construida alrededor de los tex-
tiles. En 1872, esta industria empleaba el 52% de la mano de obra total y el
54% de la femenina. La mayoría de las mujeres solteras de la ciudad traba-
jaba allí con salarios similares a los de los niños (Tilly, 1978).
La industria de la seda en Lyon es otro ejemplo de proletarización for-
zada de la mano de obra femenina. En este caso, existía una fuerte tradición
rural, con una característica división sexual del trabajo: los hombres tejían
los hilos de seda que las mujeres preparaban, siendo ellas quienes cultiva-
ban los gusanos (Strumingher, 1978). Estas dos actividades artesanales eran
realizadas en forma complementaria con las tareas agrícolas. La moder-
nización de las hilanderías de la seda ocurrió hacia 1840, cuando se instala-
ron establecimientos con 50 a 100 campesinas, acostumbradas a trabajar en
grupos de 8 a 10, y se les impusieron las leyes de la fábrica: una jornada de
trabajo de 14 a 16 horas, una división estricta del trabajo y la sumisión a la
autoridad de los capataces, cuyos salarios duplicaban o triplicaban los su-
IDENTIDAD FEMENINA, IDENTIDAD OBRERA 217

yos. Pero el reclutamiento d e la m a n o de obra femenina no se hizo espontá-


n e a m e n t e ; los industriales leoneses recurrieron a u n a solución "eficaz",
aliándose con algunas congregaciones religiosas especializadas en a d m i n i s -
trar lo q u e se dio en llamar "conventos de la seda".
En 1796, el Estado francés otorgó a los manufactureros el derecho a uti-
lizar la m a n o d e obra de los huérfanos y los niños a b a n d o n a d o s d e los hos-
picios, "a cambio d e su alimentación, educación moral y el aprendizaje d e
u n oficio" (Douailler y Vermeren, 1976); los conventos d e la seda se c o m p r o -
metieron también con los p a d r e s a dar a sus hijas u n oficio y u n a formación
religiosa. El principal establecimiento d e esta n a t u r a l e z a , Jujurieux, fue
c r e a d o en 1835 como u n internado industrial dirigido por empresarios; la
" s u m i s i ó n d e las a l m a s " fue confiada en él a una congregación religiosa.
Jujurieux llegó a reunir 1.500 niñas internas, q u e provenían parcialmente
del hospicio de Lyon. Establecimientos similares fueron instalados en otras
regiones y algunas congregaciones, como Les Saints Coeurs de Jésus et de
Marie, se especializaron en la administración de este tipo de fábrica (Vanoli,
1976). Los campesinos enviaban a sus hijas a la e d a d d e 10 ó 12 años y éstas
recibían u n entrenamiento industrial en jornadas de 12 horas, alternadas
con ejercicios religiosos, hasta que alcanzaban u n a e d a d casadera. En algu-
nos casos, la explotación era tan intensiva que, cinco años después, los pa-
dres recibían, en lugar d e u n a hija casadera, u n a mujer enferma y agotada.
A finales del siglo XIX y comienzos del XX, la industria leonesa de la seda
introdujo n u e v o s cambios técnicos, a c a b a n d o definitivamente con los tela-
res m a n u a l e s y con los célebres " c a n u t o s " (antiguos tejedores), d e s p l a z a d o s
p o r los n u e v o s proletarios textileros.
M a r x vio en la proletarización de las mujeres y los niños u n c o m p o n e n t e
liberador: al "igualar" por lo bajo a hombres, mujeres y niños en el universo
de la producción, se cuestionaba la jerarquía patriarcal y se abría la posibi-
lidad d e u n a n u e v a condición femenina:
Por más terrible y repulsiva que parezca en la actualidad la disolución de
los antiguos lazos familiares, el papel decisivo que la gran industria asigna
a las mujeres y a los niños en procesos de producción socialmente organi-
zados está creando una nueva base económica sobre la cual podrá levantar-
se una forma superior de la familia y las relaciones entre los sexos (Marx,
1976: 348).

LOS DISCURSOS SOBRE LA MUJER OBRERA

En sentido o p u e s t o a la anterior opinión d e Marx, a lo largo del siglo XIX


proliferan los reportes, ensayos y publicaciones q u e r e p u d i a n el trabajo de
218 GÉNERO E IDENTIDAD

la mujer en la industria. Participan economistas políticos como Jean-Baptis-


te Say, con su Tratado de Economía Política (1841); historiadores como Jules
Simón con su famoso libro La obrera (1861), o Jules Michelet con sus obras
La mujer (1860) y El amor (1858), médicos y filántropos como L. Villermé con
su reporte sobre El estado físico y moral de los obreros empleados en las manufac-
turas de algodón, lana y seda (1840) y p e n s a d o r e s c o m o P r o u d h o n con La por-
nocracia o las mujeres en los tiempos modernos (1871) (Scott, 1990). Todos ellos
se dedican a a r g u m e n t a r en contra del trabajo de la mujer en la industria.
Los economistas políticos como J. B. Say o A d a m Smith justifican los salarios
d e las mujeres por debajo del nivel de subsistencia, a r g u m e n t a n d o sobre la
" n a t u r a l e z a " marginal y el carácter " s u p l e m e n t a r i o " de su trabajo, ya q u e
las mujeres, por definición, d e p e n d e n de u n h o m b r e q u e asegure su mante-
nimiento (Scott, 1993). Según ellos, por naturaleza, las mujeres tenían u n
estatus inferior e n el m u n d o del trabajo y, por tanto, había q u e conservarlas
en el seno d e la estructura familiar (Scott, 1990).
Por su parte, los moralistas le atribuyen al trabajo femenino en la i n d u s -
tria efectos de degradación moral para las trabajadoras, prostitución y sobre
t o d o consecuencias d e v a s t a d o r a s sobre la familia, en peligro d e disolución.
La preocupación d e los movimientos filantrópicos por el estado físico de las
clases trabajadoras está ligada a u n a preocupación moralista por la familia
y el rol d e la mujer. Uno d e los primeros testimonios alarmantes sobre el
" e s t a d o físico y m o r a l " d e los obreros e m p l e a d o s en las manufacturas lo
ofreció el médico L. Villermé, en 1834-1837 (Guilbert, 1966), p o n i e n d o sobre
el tapete el debate en torno a la familia obrera y el trabajo de la mujer. El
tema de la degeneración de la "raza" expresa entonces la preocupación por
la reproducción d e la fuerza de trabajo presente y futura, a m e n a z a d a por la
explotación d e s m e d i d a de mujeres y niños. La primera legislación protec-
tora está orientada a limitar el trabajo d e estos dos g r u p o s , b u s c a n d o evitar
su a g o t a m i e n t o p r e m a t u r o . Entre 1841 y 1892 se expidieron leyes cada vez
m á s protectoras: la ley del 22 de m a r z o de 1841 prohibió el trabajo de me-
n o r e s de 8 años, instituyó la jornada m á x i m a de 12 horas para los niños de
8 a 12 años y prohibió el trabajo nocturno para los menores de 13 años. La
ley del 2 d e n o v i e m b r e de 1892 estableció la jornada d e 10 h o r a s para los
menores d e 18 años y de 11 horas para las mujeres adultas, p r o h i b i e n d o el
trabajo n o c t u r n o para las mujeres y los niños menores de 18.
La "protección" del trabajo femenino e infantil va de la m a n o con esfuer-
zos m u y concretos por "reconstruir" la familia obrera y el espacio domésti-
co. N o se trata únicamente de asegurar u n hogar a los trabajadores, con
políticas de vivienda como las i m p u l s a d a s por la Escuela de Le Play, con
ejemplos c o m o los barrios obreros d e M u l h o u s e . Es necesario a d e m á s q u e
IDENTIDAD FEMENINA, IDENTIDAD OBRERA 219

el hogar sea mantenido por una mujer. Desde 1837, Th. Barrois, industrial
de Lille, propone que se limite el trabajo de las madres de familia (1976).
Jules Simón resume en su libro La obrera los argumentos que se esgrimen
entonces a favor de la reconstitución de una familia obrera estable, que gire
alrededor de una madre dedicada a sus hijos y al hogar. Tanto él como Mi-
chelet insisten en sus escritos sobre el "libertinaje" y la "inmoralidad" que
caracterizan a las obreras parisinas y argumentan que éstos son los princi-
pales adversarios del trabajo de la mujer en la industria. El tema de las mu-
jeres solas aparece de manera recurrente en discursos que mezclan el debate
sobre la pobreza, la prostitución, la disolución de la familia y de las fronte-
ras entre los sexos. El fantasma de mujeres libres y de sus "sexualidades
peligrosas" (Walkowitz, 1993^ también está nresente en discursos ambiguos
que asimilan a obreras y prostitutas, tratándolas en algunas ocasiones como
víctimas y en otras como pervertidas.
Es interesante señalar cómo en el caso colombiano, a comienzos de este
siglo, tienen lugar en Antioquia debates análogos en torno a los peligros del
trabajo fabril de las mujeres. En este caso, la voluntad industrializadora y la
defensa del trabajo femenino conducen a instaurar políticas de moraliza-
ción de las fábricas, fomentando la presencia de matronas que vigilen "la
moral y las buenas costumbres", además de otros controles religiosos sobre
la conducta moral de las trabajadoras y los trabajadores (Botero, 1985; Aran-
go, 1991).

LOS OBREROS Y LA DEFENSA DE SU IDENTIDAD

A lo largo del siglo XVIII y de la primera mitad del XIX, las luchas de los
obreros en defensa de su valor profesional —de su "identidad obrera"—, se
dirigieron ante todo en contra de la mecanización. La lucha contra las má-
quinas expresó durante algún tiempo la resistencia de los obreros a este
nuevo proceso de trabajo que los dominaba. Pero a lo largo del siglo XIX,
los obreros de élite reconocen el valor de la máquina, producto también de
su trabajo, y tratan de elaborar estrategias distintas. En 1867, en la Exposi-
ción Universal de París señalan la utilidad de la máquina para liberar al
obrero de trabajos pesados, abriendo la posibilidad de un tiempo libre des-
tinado a la educación. Estas aspiraciones se inscriben en los proyectos y la
mística socialista que se desarrolla entonces, pero las delegaciones obreras
a las exposiciones universales, compuestas por obreros calificados, se que-
jan de la consecuencia inmediata de la mecanización: la pérdida de su "valor
intrínseco" (Perrot, 1976). Este "valor intrínseco" parece referirse a varios
elementos relacionados con la identidad social del obrero: la calificación y
220 GÉNERO E IDENTIDAD

la d i g n i d a d del oficio, enraizados en el saber profesional y en la organiza-


ción corporativa, p e r o también la garantía d e la reproducción física y el d e -
recho a u n salario q u e les permita vivir dignamente.
La o p i n i ó n d e los obreros profesionales en defensa d e su " i d e n t i d a d
obrera", q u e h e m o s o p u e s t o a la "identidad proletaria", fue decisiva en este
sentido, p o r q u e ellos i m p u l s a r o n la mayoría d e las luchas obreras y estuvie-
r o n a la cabeza d e las organizaciones sindicales. El temor a verse r e d u c i d o s
a la condición del proletario los llevó en ocasiones a pasar d e u n a defensa
corporativista d e su profesión a u n a lucha colectiva. La u n i ó n entre los obre-
ros calificados y los proletarios se consolidó gracias a u n a s e g u n d a alianza,
q u e reunió a t o d o s los obreros varones bajo u n a d i g n i d a d social c o m ú n : su
d i g n i d a d d e jefes d e familia, su "identidad masculina". C o m o jefes d e fami-
lia, se declararon con derecho a reclamar u n salario consecuente, según la
opinión mayoritaria de los obreros franceses. La contraparte de esta posi-
ción fue el rechazo al trabajo d e sus esposas fuera del hogar.
Los obreros se oponían al trabajo d e la mujer por dos razones. En algu-
n o s sectores, la mujer representaba u n a competencia q u e actuaba como fac-
tor d e abaratamiento de la fuerza de trabajo. Los tipógrafos, por ejemplo,
rechazaron el trabajo de la mujer, prohibiéndoles la entrada en sus sindica-
tos hasta 1919. Pero, por otra parte, los obreros defendían con vehemencia
su responsabilidad exclusiva de proveedores, invocando las "leyes de la
n a t u r a l e z a " como a r g u m e n t o "científico", a d e c u a d o a la época:
Sólo al hombre le está destinada la tarea de subvenir a las necesidades de la
familia, es un deber para él someterse a esta ley de la naturaleza, para ello
ha recibido la inteligencia y la fuerza necesarias (Perrot, 1976).

Así lo manifestaron los obreros mecánicos en la Exposición Universal d e


1867, a g r e g a n d o :
Pidamos al gobierno el cierre de las guarderías, él nos lo concederá, y tra-
bajemos para aumentar nuestros salarios de modo que nuestras mujeres se
dediquen a nuestros hijos (Perrot, 1976).

Pocos defendían el derecho de la mujer a trabajar en igualdad d e condi-


ciones que el h o m b r e . Tan sólo u n a minoría dentro de los socialistas defen-
día la e m a n c i p a c i ó n de la mujer y su d e r e c h o a u n salario igual. En el
Congreso d e la Primera Internacional en Ginebra, en 1866, la sección fran-
cesa c o n d e n ó el trabajo d e la mujer fuera del hogar.
Pero este trabajo era u n a realidad que los obreros no p o d í a n negar, vién-
d o s e obligados a m o d e r a r sus posiciones. En 1848, declararon el principio
del salario igual para las mujeres que "están obligadas a trabajar". Simultá-
IDENTIDAD FEMENINA, IDENTIDAD OBRERA 221

neamente, defendieron el trabajo a domicilio para las mujeres casadas, opo-


niéndose a la competencia que ejercían en este sentido las prisiones y con-
ventos, e insistieron en la separación de los oficios en función del sexo.
Las opiniones expresadas por los obreros que asistían a las exposiciones
universales fueron asumidas a finales de siglo por los sindicatos y perdura-
ron hasta la guerra, a pesar de las luchas adelantadas por algunas obreras.
En 1884 se legalizaron los sindicatos profesionales y en 1886 se conformó
la Federación Nacional de Sindicatos, la cual llevó a la creación de la Con-
federación General del Trabajo, CGT, en 1895. Estos sindicatos reunían a una
minoría de trabajadores: en 1900 tan sólo representaban el 2,49% de la po-
blación activa censada y en 1911 el 4,45%. Sin embargo, es de notar que las
mujeres representaban en 1900 el 34,5% de la población activa y el 6,35% de
los sindicalizados, pasando en 1911 a comprender el 35,8% de la población
activa y el 9,8% de los sindicalizados. La tasa de sindicalización de las mu-
jeres aumentó proporcionalmente más que la tasa global de sindicalización
(Guilbert, 1966).
Las mujeres participaban especialmente en tres sectores: el vestido, el
tabaco y los textiles, pero participaban poco en los congresos sindicales. Ello
no impidió que hasta la primera guerra mundial el tema del trabajo feme-
nino ocasionara numerosos debates y conflictos en el seno de los sindicatos
y los congresos, y que se volvieran frecuentes las huelgas de hombres en
contra del mismo. Entre 1890 y 1900, Madeleine Guilbert censó 56 huelgas
de este tipo, principalmente en la Federación del Libro y en la industria
textil. En algunos casos, como el del libro, los hombres se oponían al empleo
de mujeres porque constituían competencia barata; en los textiles, las pro-
testas iban dirigidas contra la introducción de nuevas máquinas manejadas
por mujeres y destinadas a remplazar trabajo masculino.
El análisis de los congresos sindicales efectuado por Madeleine Guilbert
(1966) permite obtener una visión global de las posiciones dominantes entre
los obreros frente al trabajo de la mujer. En primer lugar, consideraban que
la presencia femenina en las fábricas tenía consecuencias negativas para los
trabajadores: competencia, reducciones salariales, pérdida de prestigio del
oficio. En segundo lugar, tenía también consecuencias negativas en los ho-
gares: la madre descuidaba a los hijos y al esposo, el hogar desatendido
provocaba la desmoralización y el alcoholismo del marido. En tercer lugar,
el trabajo de la mujer también la perjudicaba a ella, la conducía a la inmora-
lidad y a la prostitución, la destruía físicamente y le impedía cumplir con
sus deberes maternos.
Como vemos, las "razones" de los sindicatos no diferían sustancialmen-
te de los argumentos esgrimidos por los moralistas burgueses, como Simón
222 GÉNERO E IDENTIDAD

o Michelet. La única excepción que contemplaban los sindicatos, incluso el


de tipógrafos —uno de los más reacios opositores al trabajo femenino—, era
el empleo de mujeres solas, viudas, madres solteras o mujeres abandona-
das. Para éstas sí se justificaba el trabajo y se les reconocía el derecho a un
salario igual.
Los obreros ingleses y alemanes tomaron posiciones similares. Joan
Scott menciona cómo en el Congreso de Sindicatos Británicos de 1877,
Henry Broadhurst manifestó "que los miembros de dichas organizaciones
tenían el deber, 'como hombres y maridos, de apelar a todos sus esfuerzos
para mantener un estado tal de cosas en que sus esposas se mantuvieran en
su esfera propia en el hogar, en lugar de verse arrastradas a competir por la
subsistencia con los hombres grandes y fuertes del mundo'" (1993:119). Así
mismo, en la reunión fundacional del Partido Socialdemócrata Alemán, los
delegados "pidieron que se prohibiera el 'trabajo femenino allí donde po-
dría ser nocivo para la salud y la moralidad'" (Scott, 1993: 119).

EL DEBATE SOBRE LA DISOLUCIÓN DE LA FAMILIA OBRERA

En contraste con la actitud moralista de filántropos, historiadores y obreros


profesionales que condenan el supuesto libertinaje de las trabajadoras y la
degradación de la familia obrera, algunos estudiosos contemporáneos co-
mo Shorter (1977), Cottereau (1980) o Ranciére (1981) han reinterpretado
estos comportamientos, destacando, al contrario, el carácter liberador de las
conductas femeninas. Sin embargo, fenómenos como la generalización del
concubinato y la unión libre entre las obreras parisinas, interpretados como
inmoralidad por algunos y como liberación sexual por los otros, podía ser
objeto de otras lecturas. Michel Frey (1978), por ejemplo, señala que las obre-
ras aspiraban en general al matrimonio, pero encontraban grandes difi-
cultades. El bajo nivel de salarios obligaba a los obreros a aplazar
indefinidamente el momento de formar una familia; por otra parte, muchas
obreras vivían en concubinato para pagar en conjunto el alquiler de un cuar-
to. La independencia que obtenía la mujer al devengar un salario era muy
frágil, pues su autonomía no era real en las condiciones de sobreexplotación
en que se encontraban. Los hijos se convertían para ella en una responsabi-
lidad que debía asumir sola o con el compañero que eventualmente la ayu-
dara.
El abandono de niños y la prostitución clandestina de las obreras eran
una realidad que aparece frecuentemente en la literatura de la época. La
prostitución, llamada el "quinto cuarto" de la jornada de la obrera, en la
mayoría de los casos se desarrollaba clandestinamente en el mismo marco
IDENTIDAD FEMENINA, IDENTIDAD OBRERA 223

de la jerarquía industrial. En otros, parece haber sido una alternativa mar-


ginal de subsistencia, asumida con arrogancia por las canutas de Lyon,
donde el "Cabaret de Mme Jordán" llegó a desarrollar una organización
gremial sui generis en 1848 (Strumingher, 1978).
Estas situaciones caracterizaban a algunas obreras urbanas, entre las
cuales había muchas mujeres solas, obligadas a enfrentar con sus propios
recursos unas condiciones de vida y un ambiente bastante hostiles. En algu-
nas oportunidades, la exageración de los moralistas de la época sólo descri-
bía nuevos comportamientos urbanos, propios de una juventud que
descubre la sociabilidad mixta del cabaret, las ferias y los bailes. La permi-
sividad sexual entre las jóvenes obreras parece haber sido una costumbre
que se mantuvo en sectores obreros tradicionales, como los que describe
Richard Hoggart (1970), en la forma de una actividad pasajera que llevaba
posteriormente a un matrimonio que reproducía la familia original.
Los estudios recientes de los historiadores tienden a relativizar el pro-
ceso de disolución de los lazos familiares y de relajamiento de los controles
sobre la sexualidad femenina descritos por los historiadores de la época.
Hay indudables transformaciones generadas por la migración a las ciuda-
des industriales de mujeres solas, quienes experimentan un proceso de au-
tonomía con fuertes limitaciones económicas. Pero en términos numéricos,
éstas constituyen una minoría. En general, las unidades familiares conser-
van sus relaciones tradicionales o se crean nuevos patrones familiares en
las ciudades que no cuestionan radicalmente los anteriores (Tilly y Scott,
1978).
Uno de los aspectos más destacados es la persistencia de la unidad
familiar como unidad en la que se definen las estrategias familiares, en
acuerdo con los análisis de Michéle Perrot. Aunque las condiciones de sub-
sistencia, el mercado de trabajo y las formas productivas se transformaron
radicalmente, la unidad familiar permaneció como recurso de superviven-
cia en el seno del cual se elaboran nuevas estrategias.
Louise Tilly estudia las familias que trabajaban en la industria textil del
norte, en la ciudad de Roubaix, destacando la existencia de estrategias fa-
miliares que definían pautas de incorporación de la mujer a la industria,
dependiendo de su edad, de su fecundidad o de la edad de sus hijos. En
general, las mujeres se empleaban en las fábricas durante su juventud y se
retiraban para casarse y procrear, siendo éste el momento de mayor preca-
riedad económica para la familia. Una vez que los hijos estaban en edad de
trabajar, ingresaban a su vez a la industria. En otros casos, las estrategias
familiares debieron adaptarse a las duras condiciones del mercado de tra-
bajo urbano, al empleo inestable y a la precariedad de la vivienda. Alain
224 GÉNERO E IDENTIDAD

Faure (1981) se ha ocupado del estudio de la infancia obrera en París, seña-


lando que la supervivencia familiar se organizaba muchas veces en la calle
y que los niños alternaban la mendicidad y el hurto con trabajos pasajeros
en las fábricas. En estas estrategias, el papel de la mujer como responsable
de la reproducción doméstica interviene para definir los momentos en que
podrá vincularse al trabajo industrial. La estructura familiar tradicional
tiende a persistir, adaptándose a las nuevas condiciones de vida.
Joan Scott (1990) señala cómo las discusiones y las descripciones dramá-
ticas que se hacen sobre la disolución de la familia y la prostitución de las
obreras exageran el impacto real de la industrialización sobre la mujer y la
familia. Según Scott, los discursos moralistas en torno a la mujer obrera no
sólo buscan naturalizar una división sexual del trabajo que justifica y repro-
duce los mecanismos de sobreexplotación de las obreras, sino que está en
juego un debate más amplio sobre "la independencia, el estatus legal y las
funciones sociales que les corresponden a las mujeres" (1990: 3).

LAS LUCHAS DE LAS MUJERES POR SU IDENTIDAD OBRERA

La revolución de 1848 y la Comuna de París de 1872 fueron ocasiones privi-


legiadas en las que se expresaron las aspiraciones de algunas obreras y su
capacidad para proponer alternativas propias. Las obreras se organizaron
en la ciudad de Lyon en 1848 y un ejército de mujeres exigió a la Prefectura
que abriera talleres nacionales para las mujeres, semejantes a los que habían
sido creados para los obreros en contra del desempleo. De este modo, logra-
ron la apertura de un taller que empleaba a 200 obreras (Strumingher, 1978).
En los años siguientes a la revolución, se desarrolló la asistencia mutua
y se crearon numerosas cooperativas de producción y consumo en la men-
cionada ciudad. Un grupo de costureras. Las Hormigas Reunidas, fundó un
taller de confección y una lavandería colectivos. A su vez, la Asociación
Fraternal de las Mujeres para la Explotación de todas las Industrias Obreras,
fundada en 1848, organizó una cooperativa con base en el trabajo a domici-
lio para algunas y en grandes talleres para otras. En estos últimos, las con-
tramaestres eran elegidas por las obreras por un período de tres meses y
todos los miembros recibían un salario semanal y una parte igual de los
beneficios netos dos veces al año. La cooperativa proyectaba también la
creación de una guardería, una escuela y un taller de aprendizaje.
El periódico La Voix des Femmes, que apareció en 1848 y reunía a varias
mujeres socialistas, exigía la creación de talleres nacionales, pero estas expe-
riencias fracasaron al ser confiada su dirección a "damas de la caridad". Las
obreras buscaron la asociación profesional como alternativa a los sistemas
IDENTIDAD FEMENINA, IDENTIDAD OBRERA 225

de caridad y a los talleres nacionales. U n a de las mujeres q u e había partici-


p a d o en el periódico La Voix des Femmes y o b s e r v a d o la experiencia de los
talleres nacionales, se expresó de este m o d o en el periódico La Démocratie
Pacifique:

La asociación es para la mujer algo más que la transformación del "compag-


nonage" en universo de solidaridad obrera; debe contribuir a la emancipa-
ción de las mujeres, facilitándoles un trabajo mejor pago y menos pesado,
brindándoles los medios de liberarse de la tutela individual de los hombres
(Fraisse, 1975).

Se crearon asociaciones de lavanderas y e m p l e a d a s domésticas; las par-


teras exigieron por su parte u n estatus de funcionarías q u e reconociera la
utilidad pública de su oficio. La C o m u n a d e París decretó la " a p e r t u r a d e
u n taller d e mujeres en cada barrio, o r g a n i z a d o por ellas m i s m a s " (Fraisse,
1975) y proyectó la formación d e sindicatos y federaciones de obreras. En
1871, el periódico La Unión de las Mujeres en Defensa de París y por la Atención
de los Heridos, q u e reunía algunas obreras, reivindicó la formación de aso-
ciaciones cooperativas federadas que retomaran los talleres a b a n d o n a d o s y
e m p l e a r a n a las mujeres.
Entre 1876 y 1878, las costureras, lavanderas y parteras fundaron en va-
rias c i u d a d e s sus " C h a m b r e s Syndicales", conocidas como " C h a m b r e s des
D a m e s Réunies", reafirmando en sus estatutos:

Es material y moralmente imposible que las obreras continúen en un aisla-


miento que afecta gravemente sus intereses. (...) Sería soberanamente injus-
to que el trabajo de las mujeres fuera constantemente insuficiente para la
vida y la independencia [Cahiers du Feminismo, 1977).

Estas eran las aspiraciones de algunas obreras, en general las m á s ca-


lificadas, aquellas cuyos oficios derivaban de las antiguas corporaciones.
Sus reivindicaciones expresaban el deseo d e i n d e p e n d e n c i a y la necesidad
de recibir t a m b i é n u n salario digno. La " i d e n t i d a d obrera" de las mujeres
se asociaba, c o m o sucedía con los obreros calificados de las exposiciones
universales, con su d i g n i d a d de p r o d u c t o r a s y su derecho a condiciones d e
v i d a respetables. N o obstante, m i e n t r a s la d i g n i d a d d e p r o d u c t o r e s d e los
h o m b r e s estaba e s t r e c h a m e n t e r e l a c i o n a d a c o n su e s t a t u s p r i v i l e g i a d o
d e n t r o d e la familia, la b ú s q u e d a de u n a " i d e n t i d a d obrera" de las mujeres
era la vía p a r a cuestionar u n estatus doméstico s u b o r d i n a d o . La " i d e n t i d a d
o b r e r a " d e las mujeres abría las p u e r t a s a u n a n u e v a " i d e n t i d a d femenina".
226 GÉNERO E IDENTIDAD

Las huelgas también fueron ocasiones privilegiadas para expresar las


aspiraciones de las obreras a una dignidad como trabajadoras. La prensa de
la época contiene relatos de algunas huelgas célebres de mujeres, por ejem-
plo las de las obreras de las fábricas de azúcar en París, en 1892, la de las
costureras de Limoges en 1897, que duró 108 días, la de las tejedoras de
Rouen en 1897 o la de las sardineras de Douarnenez en 1905. Estas huelgas
revelan la vulnerabilidad económica de las mujeres pero también su capa-
cidad de organizar movimientos espontáneos con entusiasmo. A través su-
yo se perseguían reivindicaciones como la anulación de rebajas salariales, la
reducción de las multas o el despido de capataces, demostrando un carácter
mucho más defensivo que las huelgas mixtas orientadas a pedir aumentos
salariales, disminución del tiempo de trabajo, fijación de salarios o supre-
sión del trabajo a destajo. Generalmente culminaban con el despido siste-
mático de las huelguistas, remplazadas con trabajo a domicilio en los
internados, conventos y prisiones. El hecho de que las huelgas repre-
sentaran para las mujeres riesgos mayores explica, sin duda, el valor que
manifestaban y que provocaba la admiración de la prensa sindical. La huel-
ga era muchas veces la ocasión de una sindicalización pasajera de las muje-
res. En los pueblos, estaban relacionadas con manifestaciones tradicionales:
sopas populares, desfiles, cantos, misas y llamados a la comunidad para que
juzgara a los patrones injustos. La observación de estas huelgas femeninas
inspiró a Michéle Perrot la siguiente frase: "En ese momento de la historia,
la cultura masculina es política, la cultura femenina es folclórica, en el sen-
tido fuerte del término" (Perrot, 1978: 11).
La lucha por su dignidad social como trabajadoras con derecho a condi-
ciones salariales y de trabajo adecuadas y equitativas va acompañada en
ocasiones de una lucha contra la dominación sexual que se reproduce en la
fábrica. Los abusos de los capataces son la causa de varias huelgas. Un caso
heroico es mencionado por Marie-Héléne Zylberberg-Hocquard (1981): en
1901, 25 hilanderas de la fábrica de Ringwald en Lure entran en huelga exi-
giendo el despido de un capataz, grosero con las trabajadoras y quien le
había dado una cachetada a una de ellas. Ante la propuesta del patrón de
trasladar al capataz a otro oficio, las obreras se radicalizan y ninguna de las
150 empleadas en la fábrica se reintegra al trabajo hasta que la policía las
obliga a hacerlo.
Pero numerosas trabajadoras de las industrias urbanas, en la confección
y los textiles, defendían su derecho a participar de los sindicatos, exigían
una solidaridad consecuente a sus compañeros y reivindicaban la organiza-
ción de las mujeres en sus propios sindicatos, generalmente menosprecia-
dos por las direcciones sindicales.
IDENTIDAD FEMENINA, IDENTIDAD OBRERA 227

Paralelamente, algunas feministas burguesas, en especial Marguerite


Durand, quien dirigía el periódico La Fronde, se esforzaban por formar sin-
dicatos femeninos, sin tener mayor éxito, pues conservaban una política pa-
ternalista y autoritaria. Pero la intervención de las feministas contribuyó a
plantear a los sindicatos la necesidad de organizar a las trabajadoras. A par-
tir de 1908, la CGT lanzó una campaña a favor de la "semana inglesa", que
"liberaba" la tarde del sábado para el trabajo doméstico de la mujer y el
domingo para el paseo familiar, según la propaganda de la época. Por este
medio, los sindicatos esperaban atraer a las trabajadoras. En 1914, la CGT
organizó Comités de Propaganda Femenina y creó una Liga Femenina de
Acción Sindical.
Dentro de una versión paternalista de la desigualdad de género en la
clase obrera, los sindicatos pasarán de una oposición radical al trabajo de la
mujer a la protección de aquellas obligadas a hacerlo, porque no tienen un
hombre que pueda asumir el rol de proveedor. Las reivindicaciones de las
mujeres orientadas a construir una identidad obrera equitativa que incluya
condiciones salariales justas y les permita garantizar su autonomía, liberán-
dolas de la "tutela individual de los hombres", pasarán a un segundo plano
y sólo serán reactivadas con fuerza en la segunda mitad del siglo XX, en el
marco de los nuevos movimientos de mujeres.
En resumen, la revolución industrial significó un aumento sustantivo en
el grado de explotación de los trabajadores y provocó una crisis de la iden-
tidad social de los obreros. Esto operó a través de dos mecanismos princi-
pales: la desvalorización de la fuerza de trabajo en un proceso de producción
mecanizado ante el cual el obrero perdió su saber y su autonomía profesio-
nales, y la explotación de la familia obrera al aumentar el número de fuerzas
de trabajo y reducir el tiempo y el espacio necesarios para la reproducción
doméstica.
Los obreros profesionales responden a la pérdida de su dignidad social
reivindicando su estatus como proveedores y como jefes de familia. Para
ello, se apoyan en los discursos dominantes que se oponían al trabajo de la
mujer fuera del hogar con argumentos "científicos" sobre las "leyes de la
naturaleza". Esto los llevará a defender una visión de la familia obrera cen-
trada en el trabajo de la mujer en el hogar y a oponerse al ingreso de las
mujeres a las fábricas, coincidiendo en sus planteamientos con los filántro-
pos y con la economía política. Buscando preservar sus prerrogativas de
género y bajo el pretexto de defender los intereses de su clase, los líderes
obreros y los sindicatos sancionarán en la práctica el tratamiento discrimi-
natorio hacia la mujer obrera. La "identidad obrera" dominante se constru-
ye entonces en simbiosis con la identidad masculina.
228 GÉNERO E IDENTIDAD

En el extremo opuesto, las obreras, sobre todo aquellas que debían asu-
mir el trabajo asalariado como alternativa de vida, se afirman como traba-
jadoras y reclaman para sí los mismos derechos de sus colegas varones.
Expresan entonces sus aspiraciones a la independencia económica y afec-
tiva, reclaman su derecho al trabajo y exigen la socialización de las tareas
domésticas, con reivindicaciones como las guarderías, las lavanderías y los
restaurantes colectivos. Al defender una identidad social como trabajado-
ras, las obreras expresan la búsqueda de una nueva "identidad femenina",
autónoma y liberadora que transforme tanto las condiciones de inserción
laboral de las mujeres, especialmente sus bajos salarios, como las condicio-
nes de la reproducción doméstica y la dependencia con respecto al varón.
Paradójicamente, al pretender apropiarse de la identidad obrera para
acceder a un nuevo estatus social, las trabajadoras develarán en la práctica
las limitaciones de una identidad obrera definida desde lo masculino. Sus
aspiraciones no serán validadas por sus compañeros de clase, quienes abo-
garán por unos derechos restringidos para casos extremos: el de las muje-
res "obligadas" a trabajar. Para las demás, negociarán un estatus especial
como trabajadoras de segunda categoría, cuyo ingreso es complementario
y cuya vinculación al empleo deberá subordinarse a las necesidades de la
familia y a sus obligaciones como madres. Los trabajadores no están dis-
puestos a ceder las prerrogativas atribuidas a su condición masculina. Esta
defensa de sus intereses irá disfrazada posteriormente por argumentacio-
nes "científicas", ya no sobre el carácter "natural" de la división sexual del
trabajo sino sobre la primacía de la lucha de clases sobre la lucha contra la
opresión sexual, afirmando que esta última se resolvería después de la re-
volución.
Sin embargo, la identidad de género no se define exclusivamente a partir
de los discursos dominantes. Aunque éstos influyen indudablemente en las
definiciones que los sujetos individuales y colectivos elaboran sobre sí mis-
mos y su lugar en la sociedad, la construcción de la identidad de género y
su interrelación con la identidad de clase son procesos múltiples y diná-
micos que incorporan interacciones entre sujeto (individual y colectivo) y
discurso. El estudio de la diversidad de las prácticas de las trabajadoras
muestra la multiplicidad de sus experiencias, percepciones y resistencias,
así como la incapacidad de los discursos dominantes para dar cuenta de
éstas. Esto ha sido puesto en evidencia por los estudios historiográficos que
han proliferado desde la década de los setenta, como los que mencionamos
sobre la familia, las culturas y subculturas obreras o los más recientes sobre
la sexualidad, la vida privada y pública de las mujeres en el siglo XIX, como
los que fueron compilados por Philippe Aries y Georges Duby en la Historia
IDENTIDAD FEMENINA, IDENTIDAD OBRERA 229

de la vida privada y por Georges Duby y Michéle Perrot en la Historia de las


mujeres.
Las luchas feministas de la segunda mitad del siglo XX han tenido u n im-
pacto sobre el movimiento obrero, transformando los discursos hegemónicos
o, al menos, poniéndolos en competencia con discursos críticos más radicales
y de relativo alcance. Muchos sectores del sindicalismo europeo integraron
activamente las reivindicaciones feministas en sus prácticas y sus discursos.
Sin embargo, las condiciones globales de inserción de las mujeres en el merca-
do de trabajo conservan sus rasgos discriminatorios más sobresalientes: segre-
gación del mercado laboral por sexo, bajos salarios y bajas calificaciones para
las mujeres, mayor precariedad del empleo femenino, poca participación en las
organizaciones sindicales y especialmente en su dirección.

PERSPECTIVAS LATINOAMERICANAS

¿Qué perspectivas p u e d e ofrecer el análisis anterior para el estudio d e la


construcción de la identidad de género de las trabajadoras latinoamerica-
nas? De m a n e r a u n tanto especulativa en la m e d i d a en q u e no se basa en u n a
revisión rigurosa de las investigaciones existentes, intentaré establecer algu-
nas comparaciones y enunciar algunas pistas de investigación.
En primer lugar, es importante señalar q u e los discursos d o m i n a n t e s
desarrollados por el movimiento obrero europeo, bajo la influencia de ideo-
logías socialistas, comunistas y anarquistas, fueron incorporados de m a n e r a
desigual por sectores obreros de los países latinoamericanos; sin e m b a r g o ,
en la m a y o r parte de los países se desarrollaron sindicatos y partidos polí-
ticos con diversos discursos clasistas. El impacto d e estas organizaciones y
sus discursos varía sustancialmente entre u n o y otro país y entre u n o y otro
período de las historias nacionales, pero es i n d u d a b l e q u e en todos los paí-
ses ejercieron u n a influencia en la construcción d e las imágenes sobre la
clase obrera, compitiendo o c o m b i n á n d o s e con discursos nacionalistas, cris-
tianos y / o populistas . Pero si en el caso e u r o p e o los discursos d o m i n a n t e s
sobre la clase obrera expresan la realidad de u n sector r e d u c i d o de los tra-
bajadores varones, en el caso latinoamericano esto es todavía más cierto. El
proletariado, cuyas características se definen a partir de las sociedades in-

En e! caso colombiano, Mauricio Archila hace u n interesante análisis sobre la formación


d e la i d e n t i d a d de la clase obrera d u r a n t e la p r i m e r a mitad del siglo XX, p o n i e n d o en
evidencia la diversidad d e discursos sobre los trabajadores y la intervención d e actores
c o m o la Iglesia católica, el p a r t i d o liberal y ias organizaciones socialistas y c o m u n i s t a s en
la elaboración de estas imágenes.
230 GÉNERO E IDENTIDAD

dustrializadas del "Norte", no tiene un equivalente en las sociedades lati-


noamericanas, en donde los obreros industriales constituyen una minoría
entre los trabajadores, evidentemente con notorias diferencias entre países.
¿En qué medida los discursos sobre la clase obrera lograron traducir las
experiencias y las expectativas de la mayoría de los trabajadores y, en parti-
cular, de las mujeres? ¿De qué manera estos discursos influyeron sobre la
definición de las reivindicaciones obreras y de los criterios para establecer
prioridades? Una de las perspectivas de investigación es de tipo histórico e
invita a ahondar en el lugar que ocuparon las mujeres en estos discursos, así
como en las imágenes que proyectaron sobre sí mismas a través de sus lu-
chas y comportamientos, tarea que ya ha sido emprendida por historiado-
ras e historiadores latinoamericanos.
Realizar un análisis del proceso histórico de construcción de las identi-
dades de la clase obrera en los países latinoamericanos y de su articulación
con las identidades de género de los trabajadores y en particular de las tra-
bajadoras, reviste interés no sólo como relectura del pasado sino como pun-
to de partida para vislumbrar las tendencias que pueden desprenderse de
una situación caracterizada por cambios tan importantes como los que se
viven actualmente. Como ha sido analizado con frecuencia, vivimos un pe-
ríodo de reestructuración del trabajo y el empleo a nivel mundial que re-
presenta un cuestionamiento radical de las conquistas históricas de la clase
obrera y ante el cual las organizaciones de los trabajadores manifiestan por
el momento una relativa impotencia.
Como lo discutimos en este trabajo, las identidades de clase y género, al
igual que otras formas de identidad social (nacional, étnica, religiosa, etá-
rea, etc.) pueden ser aprehendidas desde dos perspectivas: por una parte,
desde los discursos que definen los rasgos que identifican y diferencian a
los grupos sociales y, por otra, desde las experiencias y percepciones indi-
viduales y colectivas de los actores sociales, teniendo en cuenta que la cons-
trucción de la identidad es un proceso dinámico de interacción entre sujeto
y discurso. Para finalizar este ensayo, quisiera proponer algunos interro-
gantes sobre los procesos de construcción de la identidad de las trabaja-
doras latinoamericanas, señalando algunos elementos de continuidad y de
cambio con respecto al modelo dominante que se definió durante el siglo
XIX en Europa.
En primer lugar, hay que señalar que en el período actual, al igual que
en el siglo XIX europeo, existe una gran heterogeneidad tanto en las condi-
ciones de vida, las experiencias y percepciones de las obreras latinoameri-
canas como en los discursos que las definen. En cuanto a las experiencias
de vida y condiciones de trabajo de las trabajadoras actuales, podemos se-
IDENTIDAD FEMENINA, IDENTIDAD OBRERA 231

ñalar algunos elementos de continuidad con respecto a sus predecesoras


europeas: la permanencia de un estatus secundario en la industria para
una mayoría de ellas, caracterizado por su confinamiento en procesos es-
pecíficos dentro de algunos sectores de la producción en donde predomina
el uso intensivo de mano de obra, las bajas calificaciones, los bajos salarios,
las formas precarias de contratación, la violación de la legislación laboral,
la escasa organización sindical, y los dispositivos de disciplinamiento y
control que reproducen mecanismos de subordinación de género. Para-
dójicamente, así como en la revolución industrial las mujeres y los niños
encarnaron la imagen del nuevo obrero que se gestaba entonces —el pro-
l p f í * r í o Cl'r» V i a B l l l ' í l a n P ^ S a b p r * 3 ^ n i t-*rr\r-*ií3rG(Hoc o l n r n ^ o c n 'J>nl-l^7.^ í l o r ! o c _
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monte del modelo de obrero construido a lo largo del siglo XX, dueño
colectivo al menos de una organización sindical y dotado de derechos so-
bre el puesto de trabajo, el salario y las prestaciones sociales, parece estar
extendiendo a capas crecientes de la población condiciones marginales que
eran propias de la inserción discriminatoria de las mujeres en la produc-
ción industrial. En efecto, el modelo de trabajador protegido por una legis-
lación laboral y una organización sindical no benefició sino a una minoría
de las obreras de industria. El modelo "fordista" de trabajador estaba aso-
ciado con una visión igualmente masculina de la fuerza de trabajo, con
referencia al obrero padre de familia, proveedor permanente, con derecho
a un empleo de por vida, mientras las mujeres conservaban un estatus de
segunda clase, con una vinculación intermitente y bajas remuneraciones
legitimadas por la ficción del carácter complementario de su salario. En
América Latina, el modelo de seguridad social copió estos esquemas, ne-
gando la realidad de numerosas trabajadoras, proveedoras fundamentales
en sus familias, jefas de hogar o mujeres solas luchando por asegurar su
independencia. En la actualidad, algunas de las desventajas del empleo de
las mujeres, consideradas como ventajas por los empleadores, son incorpo-
radas a una de las variantes del nuevo modelo de trabajador "flexible" (vía
baja): fácil vinculación y desvinculación a las empresas, polifuncionalidad
con baja calificación, ausencia de protección sindical, contratación indivi-
dual sin convenciones ni pactos colectivos. En forma análoga, el trabajo a
domicilio que numerosas obreras, en general madres en etapa de crianza,
han realizado tradicionalmente en sus hogares, en condiciones de sobreex-
plotación con jornadas extensas y salarios a destajo, así como el trabajo en
pequeños talleres subcontratados por las grandes empresas (Benería y Rol-
dan, 1988; Gladden, 1994), tienden a convertirse en modelos de vinculación
232 GÉNERO E IDENTIDAD

laboral que liberan a las empresas de obligaciones laborales con los traba-
jadores 3 .
En contraste con esta realidad que busca generalizar la precariedad ca-
racterística del empleo y el trabajo femeninos, los discursos empresariales
construyen una imagen sobre el trabajador que busca eliminar toda refe-
rencia a una "clase obrera" y a un conflicto capital-trabajo: la retórica geren-
cial moderna, incorporada por las grandes empresas latinoamericanas,
habla de "colaboradores", las empresas se autodefinen como organizacio-
nes democráticas, pluralistas y participativas. Curiosamente, los postulados
de la empresa como organización democrática con base en el respeto a los
derechos individuales y a la igualdad se combinan muchas veces con refe-
rencias comunitarias y con una exaltación de la empresa como familia. Parte
del discurso busca explícitamente afirmar el carácter "andrógino" y no dis-
criminatorio de las prácticas empresariales, en donde las mujeres entrarían
con un estatus igual, como trabajadoras medidas por sus cualidades estric-
tamente profesionales y técnicas. En ese contexto, las trabajadoras se ven
confrontadas no solamente con discursos contradictorios en sí mismos sino
con evidentes contrastes entre los discursos y las prácticas de las empresas.
Los procesos de selección, distribución de los trabajadores en los puestos de
trabajo, promoción y capacitación revelan la permanencia de una discrimi-
nación de género que reproduce una segmentación vertical y horizontal
(Abramo, 1993; Roldan, 1993; Lovesio, 1993).
Una de las grandes diferencias con los debates europeos del siglo XIX
es, sin duda, la legitimidad ganada por un discurso igualitario y antidiscri-
minatorio, que se difunde a través de cierta propaganda estatal, del sistema
educativo y de la acción organizada de las mujeres. Esto no impide que
resurjan con nuevos ropajes discursos que se apoyan una vez más sobre una
pretendida "cientificidad" para argumentar sobre el carácter "natural" y
biológico de las diferencias de género. Mientras en el siglo XIX los discursos
de los filántropos y moralistas, la Iglesia, los economistas, los higienistas o
de las vanguardias obreras llegaban a los trabajadores a través de la prensa
y de los debates sindicales, siendo muchas veces objeto de una apropiación
colectiva, en la actualidad éstos les llegan a través de los medios de comu-

Andrés Bilbao (1988) sostiene que estamos asistiendo a una tercera gran expropiación del
trabajador: la primera fue la expropiación de los medios de producción, la segunda la
expropiación técnica realizada por el taylorismo, la tercera sería la expropiación del pues-
to de trabajo, sobre el cual la clase obrera como realidad político-organizativa tenía un
control gracias a la legislación laboral. La mayoría de las mujeres trabajadoras nunca ac-
cedieron al control sobre el puesto de trabajo.
IDENTIDAD FEMENINA, IDENTIDAD OBRERA 233

nicación sin que se produzca una "discusión" en torno a éstos. Uno de los
aspectos importantes de trabajar sobre la construcción de las identidades de
género de las obreras es el impacto de estos discursos, las formas de asimi-
lación, reinterpretación y transformación de las múltiples y contradictorias
imágenes que les devuelve la sociedad sobre su condición como mujeres y
trabajadoras.
Los estudios recientes sobre las trabajadoras latinoamericanas ponen en
evidencia el papel fundamental que sigue desempeñando la familia no so-
lamente en la definición de las formas de inserción laboral sino en los valo-
res y expectativas que orientan las escogencias de las mujeres a lo largo de
sus vidas. Se ha señalado el carácter desigual de las estrategias familiares,
la dificultad para conciliar maternidad y trabajo, la importancia del ciclo de
vida familiar, las renegociaciones de pareja, la permanencia de una subva-
loración del trabajo de la mujer y de su contribución al ingreso familiar (Be-
nería y Roldan, 1987; Arango, 1991). Sin embargo, es indudable que la
mayor escolarización de las trabajadoras y el contacto temprano con el uni-
verso urbano generan cambios generacionales de impacto diferenciado se-
gún los sectores y estratos socioeconómicos. Es importante ampliar los
análisis sobre los efectos de la experiencia escolar y la socialización laboral
mixta sobre las expectativas de las mujeres, su concepción de la maternidad
y el lugar que ocupa el trabajo en sus vidas.
Como vimos en el caso francés, la identidad obrera se construye en es-
trecha articulación con una identidad masculina que incorpora elementos
distintos de los que provienen del campo laboral. La identidad masculina
tiene que ver también con el papel de los hombres en la familia, con su
estatus como proveedores exclusivos o principales y con su poder de con-
trol sobre esposa e hijos. Los cambios en las familias de los trabajadores en
América Latina, marcados por las nuevas expectativas de los jóvenes y las
mujeres, cuestionan de hecho elementos tradicionales de la identidad mas-
culina. Resulta urgente entender los cambios en los referentes de identidad
de los obreros latinoamericanos si consideramos que la mayoría de los fun-
damentos de su identidad parecen estar en crisis: en la familia, sus prerro-
gativas como jefes de familia y su autoridad como padres y esposos han
sido cuestionadas; en el trabajo, sus privilegios comparativos en cuanto a
empleo y calificaciones, así como su control sobre unas organizaciones sin-
dicales cuyo poder se ha visto seriamente afectado, ponen en entredicho el
carácter superior de su identidad profesional, directamente relacionada con
su identidad de género. Por otra parte, los cambios actuales favorecen una
creciente fragmentación de la identidad de clase y pueden generar en algu-
nos casos reflejos corporativistas por parte de los sindicatos y de algunos
234 GÉNERO E IDENTIDAD

sectores obreros, oponiendo de un lado a los trabajadores protegidos, fun-


damentalmente hombres con alguna antigüedad y calificación, y del otro
lado, a las mujeres y los jóvenes, sometidos a las nuevas condiciones de
trabajo desprotegido.
Otro de los elementos que intervienen en los procesos actuales de cons-
trucción de la identidad de género de las obreras y de los obreros latinoa-
mericanos es la sexualidad. El fantasma que rondó el siglo XIX europeo
sobre la prostitución y el libertinaje femeninos como consecuencia de la pro-
letarización de las mujeres no está ausente en las prácticas y repre-
sentaciones actuales de los maridos obreros, de los compañeros de trabajo,
de los jefes y supervisores, de las mismas trabajadoras. Por una parte hay
que considerar la exposición de las trabajadoras a los abusos de poder que
se expresan mediante el chantaje sexual o las humillaciones relacionadas
con el cuerpo de las mujeres, tratado como "propiedad pública" y objeto de
burlas o insultos que acompañan los controles disciplinarios (Kergoat,
1978). Por otra, se encuentra el temor a que las relaciones laborales se "ero-
ticen" por la presencia de trabajadores de ambos sexos en un mismo lugar.
Este temor probablemente está presente en los múltiples mecanismos que
redefinen segmentaciones de género al interior de los espacios mixtos, ¡có-
mo si la sexualidad desapareciera en los espacios exclusivamente femeninos
o masculinos! 4 . Adele Pesce (1988) analiza las ambivalencias frente a la se-
xualidad entre los obreros y obreras italianos: el rechazo de las mujeres a ser
juzgadas como "objetos sexuales" por sus colegas y jefes y, simultáneamen-
te, la afirmación provocadora de su coquetería y su sensualidad frente al
universo gris de la fábrica. Sin duda, en el espacio laboral se negocian otras
dimensiones de la sexualidad que también expresan tensiones entre las
identidades de género de los obreros de uno y otro sexo.
Si en la Europa del siglo XIX los discursos dominantes no traducían las
experiencias de la mayoría de las trabajadoras, podemos preguntarnos si en
América Latina, en donde la vida laboral de las mujeres es diversa y transita
entre la fábrica, la calle, el taller y el domicilio a lo largo de su ciclo vital, en
tensión permanente con la actividad doméstica y reproductiva, ¿qué imá-
genes y qué discursos dan cuenta de esta realidad y ofrecen alternativas de
cambio en las cuales las trabajadoras puedan reconocerse? ¿Qué elementos
de identidad proyectan los discursos de las mujeres en sus organizaciones.

4 En el caso de Fabricato, empresa textilera colombiana, es claro que uno de los motivos
para que la empresa decidiera suspender el ingreso de mujeres en la última generación
fue el sentimiento de que las relaciones sexuales entre los trabajadores de ambos sexos
escapaban totalmente a su control.
IDENTIDAD FEMENINA, IDENTIDAD OBRERA 235

en sus experiencias de lucha y en sus reivindicaciones? ¿De q u é m a n e r a los


discursos feministas h a n modificado la imagen de sí m i s m a s q u e tienen las
trabajadoras? ¿Qué tanto h a n contribuido estos n u e v o s referentes de iden-
tidad a transformar las imágenes recíprocas d e los h o m b r e s sobre las m u -
jeres (e i n v e r s a m e n t e ) y q u é i m p a c t o h a n t e n i d o s o b r e s u s f o r m a s d e
comunicación e interacción?
Estos son algunos d e los interrogantes q u e buscan dar cuenta d e los pro-
cesos complejos d e construcción e interacción entre dos dimensiones fun-
d a m e n t a l e s d e la i d e n t i d a d d e los sujetos: su i d e n t i d a d d e clase y su
identidad d e género.

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