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Identidades de género
v procesos sociales
SABERES Y DOLORES SECRETOS.
MUJERES, SALUD E IDENTIDAD*
Mará Viveros
INTRODUCCIÓN
Las referencias y ejemplos escogidos pra esta presentación se limitan a las sociedades
europeas y norteamericana, donde existe una abundante literatura al respecto.
SABERES Y DOLORES SECRETOS 151
Para ilustrar cómo ha sido percibida la mujer por la práctica médica se ape-
lará a algunas referencias históricas del siglo XIX, por ser éste un período
en el cual la mujer es descrita y estudiada con una minuciosidad muy gran-
de, convirtiéndose lo femenino en objeto de estudio y en problema por re-
solver. Durante este siglo los médicos ocupan un lugar central en la
definición de la "naturaleza femenina", proponiendo una formulación cien-
tífica que legitimaba prejuicios bien anclados en la sociedad europea do en-
tonces (Knibiehler y Fouquet, 1983).
La medicina de la época consideraba a la mujer como una eterna enfer-
ma y presentaba las etapas de su vida como una serie de dolencias; además
SABERES Y DOLORES SECRETOS 155
miento médico para todas las mujeres, incluyendo a las casadas (Corbin y
Perrot, 1991).
En la literatura de la época también se habla a menudo de las enferme-
dades nerviosas, de las migrañas que suscitaban la inquietud cotidiana de
las familias y ocupaban el tiempo de los médicos de la burguesía. Valdría la
pena preguntarse con Yvonne Knibiehler (1991) hasta qué punto las migra-
ñas y los desmayos se convirtieron en refugio o pretexto de mujeres decep-
cionadas y desesperadas que expresaron, a través de estos trastornos,
algunas crisis de su identidad.
Más que la migraña, la histeria fue considerada la enfermedad femenina
por excelencia. La propensión de la mujer a este tipo de enfermedad se atri-
buyó a su fina sensibilidad y vulnerabilidad a los sentimientos y emociones.
La mujer histérica se convirtió en una de las figuras emblemáticas del siglo
XIX y ejerció una fascinación de la cual no pudo sustraerse ni siquiera el
cuerpo médico de la época 2 , como lo ilustran la obra de Freud y las innume-
rables pinturas y fotografías de los cursos del doctor Charcot en el hospital
de la Salpétriére en París (Corbin y Perrot, 1991).
A lo largo del siglo XIX la histeria se presenta como inherente a la natu-
raleza femenina y se explica como disfunción de la matriz y como manifes-
tación del deseo erótico, por lo cual es tratada en los servicios de
ginecología. Únicamente a partir de 1860 es interpretada como un trastorno
cerebral (Knibiehler y Fouquet, 1983). Las manifestaciones histéricas no se
producen en un sector social determinado y, por el contrario, afectan por
igual a las mujeres de la burguesía y a las obreras de las "fábricas-interna-
dos", a las mujeres que viven en pequeñas aldeas aisladas y a las que viven
en el corazón de las ciudades.
Simultáneamente al interés de los médicos por las enfermedades espe-
cíficas de las mujeres, surgen las reflexiones sobre la complementariedad
entre los sexos, el amor conyugal y el amor materno. Más allá de la sexuali-
dad genital y de la solidaridad hogareña se analiza la complementariedad
Para algunos historiadores, la necesidad de afinar la mirada clínica no basta para explicar
semejante complacencia del cuerpo médico con la expresión de un erotismo femenino
atravesado por el sufrimiento. Para Corbin y Perrot (1991), la teatralización de los cursos
del Dr. Charcot, este juego entre el exhibicionismo de las pacientes y el voyeurismo de los
médicos, es una manifestación de la relación defectuosa con el deseo que impera en la
sociedad europea a finales del siglo XIX. Pocas veces, además, se ha evaluado el efecto que
tuvo esta fascinación sobre la multiplicación de una serie de crueles e innecesarias prácti-
cas terapéuticas como las histerectomías, la cauterización de cuellos uterinos, la hipnosis
y las drogas que acabaron convirtiendo a muchas mujeres en alcohólicas, eterómanas o
morfinómanas.
SABERES Y DOLORES SECRETOS 157
Después del recorrido por los temas y momentos que consideramos más
relevantes en la historia de la relación de la mujer con las prácticas terapéu-
ticas en la cultura occidental, dedicaremos las siguientes páginas de este
artículo a una reflexión sobre algunos aspectos de impacto de las construc-
ciones de género sobre el tema de la salud de las mujeres. Dicho tema ha
sido estudiado desde múltiples enfoques que han tenido en común el énfa-
sis en los problemas patológicos específicamente femeninos en el sentido
biológico, dejando de lado los aspectos de su salud que se relacionan con su
ubicación social y su definición cultural. Desde hace aproximadamente
veinte años se ha venido utilizando dentro de las ciencias sociales el concep-
to de "género", entendiendo por él la construcción cultural de la diferencia
sexual. Este concepto hace posible distinguir las diferencias fundadas bio-
SABERES Y DOLORES SECRETOS 159
tora de salud" y un análisis de los nexos entre los factores que caracterizan
la "condición femenina" (la continuidad entre producción y reproducción,
la división sexual del trabajo dentro y fuera del hogar, su tipo de participa-
ción en las acciones colectivas, su lugar en la construcción y mantenimiento
de las redes sociales de solidaridad, etc.) y la salud de las mujeres.
Sin embargo, si las mujeres tienen en común una posición de subordina-
ción social en relación con los hombres, las formas de vivir esta subordina-
ción varían considerablemente en función del peso que tienen las demás
relaciones sociales (clase social, pertenencia étnica, etapa del ciclo vital, etc.)
en que están inscritas las distintas experiencias de las mujeres (Meynen y
Vargas, 1994). A pesar de que las relaciones de género ejercen una gran in-
fluencia en el desarrollo de las mujeres como sujetos sociales, esto no signi-
fica que la totalidad de su experiencia pueda ser resumida en estas
relaciones ni que su identidad esté exclusivamente definida a partir de su
posición como género subordinado. Cada mujer está inscrita en una multi-
plicidad de relaciones sociales que, entrecruzadas en todas las combinacio-
nes posibles, delimita grupos de mujeres diferenciados por el lugar que
ocupan en la jerarquía social y por los poderes de los cuales disponen o no.
Por esta razón, incorporar al análisis de la salud de las mujeres la consi-
deración de género no significa ignorar la existencia de otras categorías de
análisis que también ejercen influencia sobre el proceso salud-enfermedad.
En el caso de sociedades como la colombiana es importante tener en cuenta,
por una parte, las contradicciones de clase y el contexto étnico-cultural que
redefinen las relaciones de género, y por otra, la influencia que estas carac-
terísticas ejercen en las prácticas, discursos y representaciones frente a la
salud y enfermedad. Estas tres categorías de análisis, la clase, el género y la
etnia interrelacionadas, tienen gran impacto sobre el proceso salud-enfer-
medad.
tos por parte de las mujeres a la excesiva medicalización del cuerpo femeni-
no, como una expresión de búsqueda de una nueva identidad.
A lo largo del siglo XX, la contracepción dejó de ser una práctica emi-
nentemente masculina para empezar a ser una técnica medicalizada y efi-
caz, ejercida por las mujeres. Sin embargo, la medicalización de la
contracepción moderna, que respondió en gran medida a las reivindicacio-
nes femeninas por este derecho, se convirtió en la década del setenta en
objeto de serias críticas por parte del movimiento feminista norteamericano
y europeo. Se denunciaron los abusos de esta medicalización que sometía
una vez más a las mujeres al poder del saber médico y las desposeía del
control de sus cuerpos. Se escribieron libros como Nuestros cuerpos, nuestras
vidas, del Boston Women's Health Book Collective (1977), que pretendía
desmitificar dicho saber, brindando a las mujeres los elementos de informa
ción (anatómicos, fisiológicos y psicológicos) necesarios para comprender
el funcionamiento de sus cuerpos. Desde entonces se proclamó la existencia
de una íntima conexión entre la corporalidad y la constitución de la subje-
tividad. La desposesión del propio cuerpo se convirtió en sinónimo de des-
posesión de sí (Ergas, 1991).
Desde sus inicios, los grupos feministas latinoamericanos manifestaron
interés por el tema de la salud y los derechos reproductivos, aspectos en los
que, a pesar de estar directamente implicadas, las mujeres habían estado
muy poco presentes. Este interés se cristalizó en la conformación de asocia-
ciones en torno a estos problemas, en las reflexiones y discusiones sobre las
implicaciones políticas que traen los problemas generados por las técnicas
contraceptivas y en la creación de centros que prestan servicios en estas
áreas.
Dentro de las corrientes feministas latinoamericanas dos de los aspectos
más debatidos han sido el de la salud reproductiva y el de la sexualidad.
Estos dos temas han sido a la vez objeto de denuncia y de estudio. Desde
hace varios años se vienen criticando las actividades impositivas de los pro-
gramas de control de población, que consideran a la mujer como objeto de
políticas y no como sujeto de las mismas; la deficiente calidad de atención
en la planificación familiar que ha sido concebida únicamente como una
forma de control de la fecundidad; la forma en que ha sido tratado el pro-
blema del aborto, en el cual la vida y la salud de las mujeres no parecen
haber sido consideradas como un bien fundamental que también es necesa-
rio preservar.
En cuanto a la sexualidad, los grupos han discutido la necesidad de dar
un tratamiento a la actividad sexual de manera independiente de la función
reproductiva. A partir de esta separación, se ha criticado la identificación
164 GÉNERO E IDENTIDAD
BIBLIOGRAFÍA
Magdalena León
INTRODUCCIÓN
temas han entrado a formar parte de los debates más sobresalientes. Entre
ellos se pueden mencionar las discusiones sobre la democracia, la sociedad
civil, la vida cotidiana, la subjetividad y las nuevas metodologías. Con las
diferentes tendencias renovadoras, el concepto de género se entrecruza de
una manera u otra.
En segundo lugar, en el examen de la realidad familiar han desempeña-
do un papel importante las concepciones ideológicas y las posiciones éticas.
Ello da cuenta, en parte, de las diferentes posiciones y contenidos teóricos
que muestra la literatura, cuando se analizan la estructura interna y las for-
mas de organización de la familia moderna. También las concepciones ideo-
lógicas y las posiciones éticas aparecen en el análisis de las funciones que
cumple la familia y las relaciones entre sus miembros en cuanto a la autori-
dad que se ejerce y los roles que se cumplen (Watenberg, 1985).
En tercer lugar, el examen de la familia está ligado a cuestiones emotivas
de gran talante, tales como el amor, el matrimonio, el hogar, el divorcio, la
crianza de los hijos y la sexualidad. Al enfrentar estos temas, el debate de la
neutralidad valorativa en el análisis de lo social queda definitivamente
atrás, ya que es necesario reconocer que, al abordarlos, tanto el analista co-
mo el analizado son sujetos que traen consigo su propia historia familiar. El
primero ha sido y sigue siendo un miembro de su propia unidad familiar.
Ha sido socializado en ciertos valores familiares, y dentro de la mezcla par-
ticular que representa su identidad ha interiorizado un ideal de familia y
sociedad. Las personas estudiadas, cuya información representa el registro
empírico conocido sobre el tema, tienen a su vez sus propias historias fami-
liares. Los estudiosos de la familia han señalado, como fuente de dificulta-
des, que muchos informantes comparten la pauta cultural que concibe las
relaciones familiares como íntimas y personales, y no desean compartirlas
con personas externas (Anderson, 1980: 9).
Es por esto que se requieren nuevas metodologías de acercamiento al
tema, las cuales están en proceso de desarrollo; buscan integrar de manera
novedosa lo racional y lo subjetivo1. Estos acercamientos a la realidad son
Estas nuevas metodologías se han ido desarrollando a partir de las críticas al empirismo
asociado con el positivismo, e implican aceptar tanto una redefinición de la ciencia, como
la introducción de nuevas temáticas, la relatividad de las demarcaciones categóricas en
los diseños y la imposibilidad en la práctica de aplicar tipos puros de investigación. Las
corrientes de la investigación acción participativa, la historia oral y la historia de vida, las
aproximaciones feministas y la interlocución entre lo cuantitativo y lo cualitativo han
contribuido sustancialmente a este debate. Entre otros trabajos pueden consultarse: Ro-
berts, 1981; Beneria y Roldan, 1987; Rico de Alonso, 1989; Nielsen, 1990; Bruschini, 1992;
Molano, 1990 y 1992; Park, 1992.
LA ÉAMILIA NUCLEAR: ORIGEN DE LAS IDENTIDADES 171
cada vez más centrales para evaluar los contenidos teóricos resultado de los
análisis en boga desde hace un par de décadas, y poder de manera novedosa
y crítica dar cuenta de la diversidad y contradicciones en el conocimiento
acumulado, máxime cuando se desea estudiar aspectos como la identidad
de los géneros.
Las Naciones Unidas han decretado 1994 como el Año Internacional de la Familia. Las
actividades preparatorias, prolongando los debates de mitad de siglo, discuten sobre las
formas, pero sobre todo sobre las funciones de la familia. Tomando el punto de vista de
que lo más importante en las diferentes clases de familias es la interrelación entre sus
miembros, se han identificado ocho diferentes funciones que no es del caso listar. Véase
Naciones Unidas, 1992.
LA FAMILIA NUCLEAR: ORIGEN DE LAS IDENTIDADES 173
Así, la asignación del rol expresivo a las mujeres, como forma d e la di-
visión sexual del trabajo, es definida c o m o funcional p a r a la sociedad i n d u s -
trial.
La siguiente cita del autor decribe la división sexual del trabajo por él
percibida. Indica la dificultad de modificarla, en razón d e q u e las diferen-
cias son en sí m i s m a s n o transformables, ya q u e están definidas como cali-
d a d e s d e los sujetos:
ban papeles orientados al trabajo5. Intenta explicar esta división sexual del
trabajo señalando que las familias deben funcionar como los grupos peque-
ños, en los cuales la asignación de roles se da por las diferencias sexuales ya
señaladas y también por diferencias de edad.
Las diferencias de edad están asignadas por la capacidad funcional aso-
ciada a la edad. El resultado es la presencia de un jefe y los demás como
seguidores. En la familia nuclear el hombre adulto, mayor de edad y con rol
de marido es el jefe, y la mujer con una edad inferior y con rol de esposa es
seguidora. Además, el hombre como padre es jefe y los hijos son seguidores.
Fuera de los planteamientos relacionados con la división sexual del tra-
bajo aquí señalados, para Parsons las funciones de la familia en una socie-
dad heterogénea deben interpretarse en función de la personalidad". La
familia tiene una serie de mecanismos interactivos para forjar la personali-
dad, de manera que ésta no nace sino que debe hacerse mediante la sociali-
zación. "Las familias son fábricas productoras de personalidades humanas",
dice Parsons (1986: 56). Así, las funciones principales de la familia son la
socialización de los hijos y la estabilización de la personalidad adulta. El
foco central de estos procesos reside en la interiorización de la cultura o
forma de adquirir el rol.
Para la internalización del rol, el funcionalismo se apoya en el psicoaná-
lisis que se había naturalizado en Estados Unidos en la época. De allí se
deriva la manera de producir la masculinidad y feminidad, mediante dife-
rentes patrones de la resolución de la crisis de Edipo. Los roles sexuales son
parte de la constitución de la persona, a través de dinámicas emocionales de
desarrollo de la familia nuclear.
En el hogar, el niño o niña aprende a diferenciar entre él y el otro, y sobre
todo a diferenciar lo femenino de lo masculino. Para el funcionalismo, en estas
primeras etapas de socialización, el niño o niña no debe tener un nivel igual
de participación con todos los miembros de la familia al mismo tiempo. Par-
sons señala claramente la importancia de que el menor tienda en la primera
etapa a tener una relación especial con un miembro de la familia: la madre.
Según los críticos del modelo dentro del mismo funcionalismo y para la sociedad que fue
formulado, éste no representa empíricamente las diferentes variantes de la clase media
blanca, al mismo tiempo que su pretensión de generalización a toda la sociedad desconoce
otras lógicas como las de la familia negra, las de los "farmers", las de los diferentes grupos
migrantes y la presencia y funcionalidad de amplias redes interfamiliares.
Este planteamiento está basado en análisis anteriores de antropólogos, quienes conside-
ran que en la sociedad moderna la familia debe responder por las necesidades psicológi-
cas de los individuos; véase Linton, 1986: 11 y 25.
176 GÉNERO E IDENTIDAD
En el primer año de vida, una fase crítica requiere una atención muy exclu-
siva de la madre (Parsons, 1975: 57).
Se justifica de este modo el encierro doméstico de la mujer y su adscrip-
ción a roles expresivos, y el papel de abandono del padre en la primera
etapa de socialización del menor, dada la adscripción del varón a roles ins-
trumentales.
Al avanzar en la teoría de la personalidad se señala que la estabilización
del adulto se da en la relación matrimonial. Al no existir la familia extensa,
la necesidad de respaldo entre esposos es fundamental. En la relación con-
yugal el adulto encuentra relaciones primarias en contraste con el mundo
público más burocrático. Aquí nos acercamos a la concepción de "hogar
dulce hogar", asociada con la privacidad, la distensión y el relajamiento
(Parsons y Bales, 1956: 16-17), y con la interpretación de la división sexual
del trabajo como colaboración y cooperación entre adultos, en sus roles di-
ferenciados de cónyuges.
Desde esta perspectiva, la estabilidad de la familia se basa en los acuer-
dos o valores consensúales de sus miembros. El matrimonio se ve como un
intercambio mutuamente favorable, donde la mujer recibe protección,
orientación, apoyo económico o estatus en torno de sus servicios emociona-
les y sexuales, el mantenimiento del hogar y la producción de la descen-
dencia.
11 Esta crítica permea la literatura feminista y antifeminista de la década de los ochenta; véase
Morgan, 1985: 240.
12 Para una revisión de la bibliografía sobre género puede consultarse Oakley, 1972; Lamas,
1986; Scott, 1990; Book, 1991; De Oliveira v Bruschini, 1992.
LA FAMILIA NUCLEAR: ORIGEN DE LAS IDENTIDADES 179
Por tanto, hay que ver cómo el género ocurre en diferentes mezclas,
junto con edad, etnicidad y clase, y qué otros factores y variables alberga.
Esto significa que debemos movernos hacia una descomposición del géne-
ro. Ella nos lleva a entender que la identidad de género no puede ser hege-
mónica y que, como en un prisma, la identidad de cada individuo está
cruzada por diferentes aspectos, o por aquellos que son relevantes en su
vida social. Cada individuo y colectivo representan un cruce de caminos
donde género, clase, raza, etnia y otras variables se encuentran para pro-
ducir mezclas específicas de identidad. Para las mujeres, su identidad es-
tará necesariamente marcada por su posición subordinada en la sociedad,
pero, al mismo tiempo, esta subordinación tendrá las cicatrices de las de-
más variables sociales.
13 Esta discusión fue muy amplia en el feminismo del primer mundo durante la década de
los años ochenta. Véanse entre otros trabajos, Rapp, 1978; Young et ai, 1981; Barrett y
Mclntosh, 1982 y Andersen, 1991.
182 GÉNERO E IDENTIDAD
gemónicas, son y han sido del beneficio particular de un grupo, los hom-
bres, más que simplemente respuestas a necesidades funcionales para bene-
ficio de la sociedad como un todo.
Por otro lado, la teoría no es clara entre el deber ser y la realidad, entre
lo que se espera de la gente y lo que en verdad la gente hace. Las variaciones
se ven como desviaciones y fracasos en la socialización. Según este análisis,
para la construcción de las identidades de género se han creado tipos de
masculinidad y feminidad hegemónicos: el hombre fuerte, activo, racional,
o en otras palabras instrumental según el funcionalismo, y la mujer débil,
no activa, emotiva, o expresiva, según la misma teoría. Se crean de esta ma-
nera tipos ideales. La armonía y el consenso vienen de promoverlos y repro-
ducirlos, y no de cuestionarlos. Lo más grave es que las identidades
masculina y femenina pasan a tener una esencia no social, en la que se pre-
sume un modo de ser derivado de lo biológico o genético del hombre y la
mujer. La adquisición de la masculinidad y feminidad se da por medio de
un aprendizaje social y de conformidad con las normas de un modelo dado.
Este esquema analítico no deja espacio o asidero a la pregunta general de la
resistencia al modelo, ni tampoco a los aspectos específicos de conflicto y
violencia que hombres y mujeres experimentan para someterse o desviarse
de las normas.
Hay que advertir que la teoría del rol no excluye el cambio. Tal como lo
explícita la variante de la modernización, éste viene por factores externos.
Los procesos de industrialización y urbanización y sus variadas consecuen-
cias, como los cambios en la legislación y la estructura de la economía, la
mayor democratización en el hogar y la apertura en el mercado de trabajo,
dan cuenta de las trasformaciones de los roles y con ello la aparición del rol
moderno de la mujer14. Esta visión del cambio sobrestima los efectos de la
modernización y cae en generalizaciones peligrosas sobre logros para todas
las mujeres, sin diferenciar la heterogeneidad por clase, etnia, edad y otras
variables 13 . Al mismo tiempo, esta visión del cambio desconoce que el tra-
14 Una dura crítica, desde diferentes perspectivas teóricas, a esta postura se encuentra en el
libro editado por Kate Young et «/.(ed.), Of Marriage and the Markct, 1981. Se rechaza por
las autoras de esta colección (Mclntosh, Stolcke, Harris, Whitehead, Molyneux y otras) el
punto de vista de que la posición subordinada de las mujeres en la sociedad terminará
inevitablemente si tienen acceso pleno al mercado de trabajo.
15 En América Latina el sobrentusiasmo de los logros de la modernización para todas las
mujeres se ha analizado de diferentes maneras. Una de ellas es el acuñado concepto de
feminización de la pobreza, que permite señalar cómo el modelo de desarrollo neoliberal,
por un lado ha detenido y por otro ha profundizado las condiciones de subordinación de
ciertos grupos de mujeres.
LA FAMILIA NUCLEAR: ORIGEN DE LAS IDENTIDADES 183
16 Esta discusión se conoce como el debate sobre el trabajo doméstico, el cual cuenta con una
copiosa bibliografía, tanto teórica como empírica. Este debate sigue las líneas de pensa-
miento marxista, y tal como se señaló en la Nota 4, no se trabaja en este artículo,
17 En la región de América Latina la literatura sobre movimiento social de mujeres es cada
vez más amplia. En ella se caracteriza la heterogeneidad del movimiento y las diferentes
vertientes que lo componen, siendo el feminismo una de ellas. Algunos textos de primera
mano pueden consultarse en Vargas, 1989; Jaquette, 1991; Luna, 1989-1990; Jardín Pinto,
1992; León, 1994.
184 GÉNERO E IDENTIDAD
19 Para Schmuckler, el discurso moral materno prepara a la mujer para entregar su vida a
sus hijos y para el sacrificio personal en pos del bienestar de ellos. Las mujeres no deben
reconocer el interés por sí mismas como personas, aceptando en exclusividad su rol ma-
ternal para garantizar la unidad familiar. Este concepto tradicional de maternidad e iden-
tidad femenina delimita un sujeto femenino altruista. Para este sujeto, el dilema entre sí
misma y el otro se guía por pautas del discurso moral materno que invalidan los deseos
personales. La madre, así definida, no puede discriminarse del grupo familiar con deseos
o fines diferenciados, y menos aún reconocer que estos deseos o fines pueden estar en
contraposición con el grupo.
188 GÉNERO E IDENTIDAD
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PROSTITUCIÓN, GÉNERO Y VIOLENCIA
Nora Segura
INTRODUCCIÓN
L/os tres términos del título sugerido para esta discusión aparecen con gra-
dos muy desiguales de desarrollo analítico en Colombia, justamente en pro-
porción inversa al orden aquí propuesto. Así, los estudios sobre la violencia
constituyen ya una muy importante tradición nativa con sello de legitimi-
dad académica y de respetabilidad política y social. Los de género, produc-
to evolutivo de los estudios de la mujer, en menor escala que los anteriores
han abierto una ruta progresivamente reconocida y reconocible en el espa-
cio académico, en el diseño de políticas y programas de desarrollo social y
en el terreno de la cultura de los colombianos. El tema de la prostitución,
por el contrario, ha pasado inadvertido para las preocupaciones intelectua-
les, políticas, éticas, tanto de académicos como de técnicos y políticos de uno
y otro sexos. La articulación de los tres no parece tener antecedentes en
nuestro medio, y es ese el reto que se pretende asumir aquí con plena con-
ciencia de los riesgos, dificultades y limitaciones implícitos, pero con la con-
vicción de que no es posible ignorar el desafío.
La invisibilidad cultural y la insensibilidad ética que se hacen evidentes
en la muy limitada información sobre el fenómeno y la población afectada,
así como en la notoria escasez y calidad de los servicios asistenciales a su
disposición, sugieren una discusión impostergable a la luz de una agenda
democrática contemporánea. Los términos de la discusión, desarrollada en
torno del problema de la identidad de la mujer, plantean una doble hipóte-
sis: la prostitución como una forma extrema de la violencia sexista y la di-
cotomía buena-mala como expresión de la dominación patriarcal.
Aparte de una base mínima de fuentes secundarias, la materia prima
empírica de referencia proviene del contacto con niñas, jóvenes y adultas de
sectores populares que ejercen la prostitución callejera en la zona central de
194 GÉNERO E IDENTIDAD
Bogotá, y de los diálogos con profesionales que trabajan con ellas. También,
en menor escala, de los niños y jóvenes en prostitución que circulan en el
mismo entorno urbano y social.
Las características del fenómeno observado en esta población de estra-
tos bajos y migrantes de distintas regiones del país excluyen cualquier pre-
tensión generalizante de las afirmaciones, sugerencias e interpretaciones
que acá se consignan. Por eso, aunque se sospecha la inexistencia de la pros-
titución entre mujeres de los sectores económicamente poderosos 1 (lo que
no significa negar la promiscuidad, la ninfomanía y comportamientos simi-
lares), no hay sustento empírico para afirmaciones que vayan más allá de la
población observada.
Comenzaremos por examinar brevemente el contexto analítico de los
estudios de la mujer para localizar en él la prostitución como un fenómeno
de poder-violencia, destacando el proxenetismo como su cara oculta. A con-
tinuación, una referencia somera a la sociedad agraria y a los imperativos
de su reproducción como fundamentos históricos de la fragmentación de la
población femenina entre buenas y malas nos permite entender que tanto la
madre como la prostituta corresponden a formas muy convencionales de la
identidad femenina y de relaciones de subordinación en un encuadre pa-
triarcal. En seguida nos situaremos en un escenario más contemporáneo
para incluir otros elementos de las relaciones entre los sexos, en particular
la cosificación de la mujer y la manipulación de su cuerpo. Posteriormente
se formulan algunas reflexiones sobre la identidad de la mujer en prostitu-
ción, tomando como ejes las relaciones con su cuerpo y con la maternidad.
Finalmente, se hace una breve consideración sobre las formas incipientes de
organización y de constitución en actores políticos por parte de algunos
sectores de mujeres prostituidas en Bogotá.
ESTUDIOS DE LA MUJER
Existe una recóndita sospecha en torno del contenido del término prostitución como he-
rramienta de análisis, por su utilización ideológica convencional. En el uso cotidiano el
término asume connotaciones arbitrarias de descalificación moral, de estigma social, de
metáfora o de insulto, aun entre sectores relativamente alertas. Con frecuencia el término
alude, por ejemplo, a la promiscuidad o liberalidad sexual de la mujer, es decir, a relacio-
nes que no suponen un arreglo económico. Su abigarramiento aparente insinúa el común
denominador de transgresión a supuestos culturales sobre la sexualidad femenina.
PROSTITUCIÓN, GÉNERO Y VIOLENCIA 195
constituye un reto a la virilidad seductora del varón 7 . Pero por otra vía com-
plementaria, la exhibición ostentosa de la capacidad sexual y la autoafirma-
ción violenta son formas de validación masculina en un mundo de hombres
y una fuente frecuente de ansiedades y temores ocultos.
Así pues, las presiones culturales hacia un ejercicio sexual muy activo
por parte del hombre y las severas restricciones a la expresividad sexual de
la mujer "respetable", inevitablemente trasladan a las mujeres de los secto-
res subordinados y a las mujeres prostituidas las demandas sexuales y afec-
tivas no satisfechas.
Las desigualdades sociales incorporan, pues, su propia dinámica en la
asimetría de los encuentros sexuales de hombres y mujeres. Los recursos del
poder (económico, político, civil, militar o religioso), la "superioridad" ét-
nica, cuando no la fuerza bruta o simbólica, otorgan al hombre de las capas
superiores el acceso sexual a las mujeres de las familias cuyos varones no
logran ser garantes de la respetabilidad y protección familiar.
La asimetría del ejercicio sexual y su violencia implícita, atribuibles a la
interacción del género y la clase social, se traducen en exención para el hom-
bre de las consecuencias de su actividad, en irresponsabilización frente a
sus vastagos, en tanto que la mujer debe asumir desde la maternidad no
deseada hasta el repudio social, acompañados frecuentemente del maltrato
familiar.
Así propuesta en grandes trazos, la subordinación de la mujer dentro de
un esquema patriarcal constituye una realidad histórica que adquiere sen-
tido en los imperativos de funcionamiento y reproducción de la sociedad
agraria, articulada a un tipo de familia altamente centralizada en los varo-
nes y a requisitos de limpieza de sangre para la transmisión de la tierra,
fundamento por excelencia del poder agrario. Se trata de un mundo mascu-
lino en el que el espacio para la mujer es restringido al ámbito doméstico y
a las funciones reproductivas, y en el que ella difícilmente logra existir sin
la dominación protectora de un varón y la solidaridad tirana de un grupo
familiar. A su turno, la mujer que se prostituye ocupa un lugar de margina-
ción relativa, pues si bien transgrede los estándares de la respetabilidad y
por ello mismo se hace acreedora al estigma y la degradación públicos, si-
Tanto la imagen como la función de la mujer prostituida revisten rasgos de la más clara
convencionalidad y tradicionalismo, de modo que las relaciones habituales fácilmente
derivan a un esquema doméstico. Piénsese por ejemplo en Pilar Ternera (García Márquez,
1967) y su encarnación sucesiva de amante, esposa y madre.
PROSTITUCIÓN, GÉNERO Y VIOLENCIA 201
PROSTITUCIÓN E IDENTIDAD
Entre las distintas dimensiones y escenarios involucrados en esta relación,
m i r e m o s algunos elementos en torno del cuerpo, la vida conyugal y la ma-
ternidad d e s d e el á n g u l o d e la mujer prostituida.
M u c h a s prácticas q u e implican la clandestinidad o el e n m a s c a r a m i e n t o
de la i d e n t i d a d de los actores sociales (guerrilla, espionaje, delincuencia)
s u p o n e n el tránsito por u n espacio social marginal, e v e n t u a l m e n t e acarrean
formas d e estigmatización m á s o m e n o s durables, en g r a d o s diversos gene-
ran a m b i g ü e d a d e s y conflictos de identidad de las personas, pero en el caso
de la prostitución todos estos aspectos revisten características propias. El
estigma del oficio revierte de m a n e r a m u y profunda y p e r m a n e n t e en la
i d e n t i d a d d e las mujeres involucradas y tiñe sus relaciones presentes y fu-
turas con tonos casi indelebles (Rodríguez Marín, 1986: 67-72).
11 El grado de sensibilidad y el umbral del dolor psíquico o físico son esencialmente subje-
tivos y varían de persona a persona en una misma sociedad, para no mencionar las dife-
rencias temporales e interculturales. Pero reconocer el relativismo cultural no puede
convertirse en anestésico ético ni en mecanismo de exculpación social. En el horizonte
contemporáneo se han establecido definiciones universales y estándares básicos sobre los
derechos humanos que invalidan su violación a nombre de la religión, la tradición, la
cultura o cualquier otro sistema suprasocial.
12 La asociación de la prostitución con el alcohol y la droga corresponde a necesidades sub-
jetivamente reales de las personas. La explotación de estas necesidades y urgencias supone
estrategias comerciales en las cuales la mujer es a la vez un medio y un objeto de mercado.
Sin embargo el proxenetismo, en su sentido amplio, es simbiótico con muchas otras acti-
vidades que movilizan enormes masas monetarias, cubre diversas franjas del mercado y
presenta una oferta muy variada de "bienes", entre los cuales la mujer puede no ser el más
costoso. Podría pensarse que el proxenetismo opera de manera parecida al narcotráfico y
al sicariato, en virtud de la oferta ilimitada de niños y jóvenes de uno y otro sexos.
204 GÉNERO E IDENTIDAD
de las relaciones ni por sus consecuencias sobre la mujer, parece válida esta
extrapolación. El mercado abierto, las relaciones anónimas, los niveles de
violencia física y simbólica, la asociación con la droga, el alcohol, en fin, el
clima que rodea la prostitución y el estigma que la acompaña establecen una
ruptura radical con otras formas de manipulación y control de la sexualidad
femenina 14 .
b) La maternidad como parte sustantiva de la identidad femenina reviste
rasgos muy contradictorios en el caso de la mujer prostituida, asociados
con la fragmentación del yo y con el estigma del oficio.
En primer lugar la clandestinidad, que eventualmente tiene que ver con
el carácter ilegal de la actividad pero que sobre todo alude al estigma que
ésta comporta, se presenta respecto de los hijos y adicionalmente respecto
de la familia de origen. Los testimonios y la información empírica señalan
un esfuerzo denodado por parte de muchas mujeres para ocultar su activi-
dad, para justificar los horarios nocturnos, para enmascarar sus fuentes de
ingresos y para compensar con regalos y dinero la amenaza a la integridad
de su núcleo afectivo más importante.
La sacralización de la madre, tan cercana a los sectores populares y tan
presente en sus formas de expresividad, constituye una "espada de Damo-
cles" para la mujer prostituta en virtud de que el estigma recae no sólo sobre
ella sino sobre sus hijos. El mayor insulto y el calificativo más soez tienen
como referencia a la progenitora y cobran su mayor capacidad ofensiva
cuando corresponden a una evidencia innegable .
14 No se trata de negar los mecanismos de retracción afectiva que puedan darse en la vida
conyugal y las consecuencias eventualmente deteriorantes para la autoestima de la mujer
y para la calidad erótica y afectiva de la relación de los dos miembros de la pareja. La
importancia de estos fenómenos para el análisis de género está intrínseca, para lo cual es
imprescindible no dejarse seducir por recursos metafóricos fáciles.
15 Aunque un examen de las formas lingüísticas del insulto y la afrenta personal codificadas
a la luz del patriarcado rebasan el objeto de este trabajo, vale la pena destacar cómo las
alusiones jocosas y las dudas sobre la respetabilidad de la madre, sobre la dotación genital
o sobre la hombría, dirigidas al varón, realzan características adscriptivas por fuera del
control individual y, por tanto, parecerían corresponder a formaciones culturales premo-
dernas. En otras palabras, con el imperio de la individualidad y de la subjetivización
características de la sociedad moderna, la descalificación de un comportamiento debería
enjuiciar la intencionalidad, la perversión o cualquier motivación de la acción o del de-
sempeño personales. De acuerdo con esta reflexión, sería interesante examinar las formas
de codificación lingüística usadas en la descalificación de la mujer de diferentes sectores
sociales y en distintas épocas.
206 GÉNERO E IDENTIDAD
PROSTITUCIÓN Y FEMINISMO
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Tesis de g r a d o
INTRODUCCIÓN
el hogar sea mantenido por una mujer. Desde 1837, Th. Barrois, industrial
de Lille, propone que se limite el trabajo de las madres de familia (1976).
Jules Simón resume en su libro La obrera los argumentos que se esgrimen
entonces a favor de la reconstitución de una familia obrera estable, que gire
alrededor de una madre dedicada a sus hijos y al hogar. Tanto él como Mi-
chelet insisten en sus escritos sobre el "libertinaje" y la "inmoralidad" que
caracterizan a las obreras parisinas y argumentan que éstos son los princi-
pales adversarios del trabajo de la mujer en la industria. El tema de las mu-
jeres solas aparece de manera recurrente en discursos que mezclan el debate
sobre la pobreza, la prostitución, la disolución de la familia y de las fronte-
ras entre los sexos. El fantasma de mujeres libres y de sus "sexualidades
peligrosas" (Walkowitz, 1993^ también está nresente en discursos ambiguos
que asimilan a obreras y prostitutas, tratándolas en algunas ocasiones como
víctimas y en otras como pervertidas.
Es interesante señalar cómo en el caso colombiano, a comienzos de este
siglo, tienen lugar en Antioquia debates análogos en torno a los peligros del
trabajo fabril de las mujeres. En este caso, la voluntad industrializadora y la
defensa del trabajo femenino conducen a instaurar políticas de moraliza-
ción de las fábricas, fomentando la presencia de matronas que vigilen "la
moral y las buenas costumbres", además de otros controles religiosos sobre
la conducta moral de las trabajadoras y los trabajadores (Botero, 1985; Aran-
go, 1991).
A lo largo del siglo XVIII y de la primera mitad del XIX, las luchas de los
obreros en defensa de su valor profesional —de su "identidad obrera"—, se
dirigieron ante todo en contra de la mecanización. La lucha contra las má-
quinas expresó durante algún tiempo la resistencia de los obreros a este
nuevo proceso de trabajo que los dominaba. Pero a lo largo del siglo XIX,
los obreros de élite reconocen el valor de la máquina, producto también de
su trabajo, y tratan de elaborar estrategias distintas. En 1867, en la Exposi-
ción Universal de París señalan la utilidad de la máquina para liberar al
obrero de trabajos pesados, abriendo la posibilidad de un tiempo libre des-
tinado a la educación. Estas aspiraciones se inscriben en los proyectos y la
mística socialista que se desarrolla entonces, pero las delegaciones obreras
a las exposiciones universales, compuestas por obreros calificados, se que-
jan de la consecuencia inmediata de la mecanización: la pérdida de su "valor
intrínseco" (Perrot, 1976). Este "valor intrínseco" parece referirse a varios
elementos relacionados con la identidad social del obrero: la calificación y
220 GÉNERO E IDENTIDAD
En el extremo opuesto, las obreras, sobre todo aquellas que debían asu-
mir el trabajo asalariado como alternativa de vida, se afirman como traba-
jadoras y reclaman para sí los mismos derechos de sus colegas varones.
Expresan entonces sus aspiraciones a la independencia económica y afec-
tiva, reclaman su derecho al trabajo y exigen la socialización de las tareas
domésticas, con reivindicaciones como las guarderías, las lavanderías y los
restaurantes colectivos. Al defender una identidad social como trabajado-
ras, las obreras expresan la búsqueda de una nueva "identidad femenina",
autónoma y liberadora que transforme tanto las condiciones de inserción
laboral de las mujeres, especialmente sus bajos salarios, como las condicio-
nes de la reproducción doméstica y la dependencia con respecto al varón.
Paradójicamente, al pretender apropiarse de la identidad obrera para
acceder a un nuevo estatus social, las trabajadoras develarán en la práctica
las limitaciones de una identidad obrera definida desde lo masculino. Sus
aspiraciones no serán validadas por sus compañeros de clase, quienes abo-
garán por unos derechos restringidos para casos extremos: el de las muje-
res "obligadas" a trabajar. Para las demás, negociarán un estatus especial
como trabajadoras de segunda categoría, cuyo ingreso es complementario
y cuya vinculación al empleo deberá subordinarse a las necesidades de la
familia y a sus obligaciones como madres. Los trabajadores no están dis-
puestos a ceder las prerrogativas atribuidas a su condición masculina. Esta
defensa de sus intereses irá disfrazada posteriormente por argumentacio-
nes "científicas", ya no sobre el carácter "natural" de la división sexual del
trabajo sino sobre la primacía de la lucha de clases sobre la lucha contra la
opresión sexual, afirmando que esta última se resolvería después de la re-
volución.
Sin embargo, la identidad de género no se define exclusivamente a partir
de los discursos dominantes. Aunque éstos influyen indudablemente en las
definiciones que los sujetos individuales y colectivos elaboran sobre sí mis-
mos y su lugar en la sociedad, la construcción de la identidad de género y
su interrelación con la identidad de clase son procesos múltiples y diná-
micos que incorporan interacciones entre sujeto (individual y colectivo) y
discurso. El estudio de la diversidad de las prácticas de las trabajadoras
muestra la multiplicidad de sus experiencias, percepciones y resistencias,
así como la incapacidad de los discursos dominantes para dar cuenta de
éstas. Esto ha sido puesto en evidencia por los estudios historiográficos que
han proliferado desde la década de los setenta, como los que mencionamos
sobre la familia, las culturas y subculturas obreras o los más recientes sobre
la sexualidad, la vida privada y pública de las mujeres en el siglo XIX, como
los que fueron compilados por Philippe Aries y Georges Duby en la Historia
IDENTIDAD FEMENINA, IDENTIDAD OBRERA 229
PERSPECTIVAS LATINOAMERICANAS
monte del modelo de obrero construido a lo largo del siglo XX, dueño
colectivo al menos de una organización sindical y dotado de derechos so-
bre el puesto de trabajo, el salario y las prestaciones sociales, parece estar
extendiendo a capas crecientes de la población condiciones marginales que
eran propias de la inserción discriminatoria de las mujeres en la produc-
ción industrial. En efecto, el modelo de trabajador protegido por una legis-
lación laboral y una organización sindical no benefició sino a una minoría
de las obreras de industria. El modelo "fordista" de trabajador estaba aso-
ciado con una visión igualmente masculina de la fuerza de trabajo, con
referencia al obrero padre de familia, proveedor permanente, con derecho
a un empleo de por vida, mientras las mujeres conservaban un estatus de
segunda clase, con una vinculación intermitente y bajas remuneraciones
legitimadas por la ficción del carácter complementario de su salario. En
América Latina, el modelo de seguridad social copió estos esquemas, ne-
gando la realidad de numerosas trabajadoras, proveedoras fundamentales
en sus familias, jefas de hogar o mujeres solas luchando por asegurar su
independencia. En la actualidad, algunas de las desventajas del empleo de
las mujeres, consideradas como ventajas por los empleadores, son incorpo-
radas a una de las variantes del nuevo modelo de trabajador "flexible" (vía
baja): fácil vinculación y desvinculación a las empresas, polifuncionalidad
con baja calificación, ausencia de protección sindical, contratación indivi-
dual sin convenciones ni pactos colectivos. En forma análoga, el trabajo a
domicilio que numerosas obreras, en general madres en etapa de crianza,
han realizado tradicionalmente en sus hogares, en condiciones de sobreex-
plotación con jornadas extensas y salarios a destajo, así como el trabajo en
pequeños talleres subcontratados por las grandes empresas (Benería y Rol-
dan, 1988; Gladden, 1994), tienden a convertirse en modelos de vinculación
232 GÉNERO E IDENTIDAD
laboral que liberan a las empresas de obligaciones laborales con los traba-
jadores 3 .
En contraste con esta realidad que busca generalizar la precariedad ca-
racterística del empleo y el trabajo femeninos, los discursos empresariales
construyen una imagen sobre el trabajador que busca eliminar toda refe-
rencia a una "clase obrera" y a un conflicto capital-trabajo: la retórica geren-
cial moderna, incorporada por las grandes empresas latinoamericanas,
habla de "colaboradores", las empresas se autodefinen como organizacio-
nes democráticas, pluralistas y participativas. Curiosamente, los postulados
de la empresa como organización democrática con base en el respeto a los
derechos individuales y a la igualdad se combinan muchas veces con refe-
rencias comunitarias y con una exaltación de la empresa como familia. Parte
del discurso busca explícitamente afirmar el carácter "andrógino" y no dis-
criminatorio de las prácticas empresariales, en donde las mujeres entrarían
con un estatus igual, como trabajadoras medidas por sus cualidades estric-
tamente profesionales y técnicas. En ese contexto, las trabajadoras se ven
confrontadas no solamente con discursos contradictorios en sí mismos sino
con evidentes contrastes entre los discursos y las prácticas de las empresas.
Los procesos de selección, distribución de los trabajadores en los puestos de
trabajo, promoción y capacitación revelan la permanencia de una discrimi-
nación de género que reproduce una segmentación vertical y horizontal
(Abramo, 1993; Roldan, 1993; Lovesio, 1993).
Una de las grandes diferencias con los debates europeos del siglo XIX
es, sin duda, la legitimidad ganada por un discurso igualitario y antidiscri-
minatorio, que se difunde a través de cierta propaganda estatal, del sistema
educativo y de la acción organizada de las mujeres. Esto no impide que
resurjan con nuevos ropajes discursos que se apoyan una vez más sobre una
pretendida "cientificidad" para argumentar sobre el carácter "natural" y
biológico de las diferencias de género. Mientras en el siglo XIX los discursos
de los filántropos y moralistas, la Iglesia, los economistas, los higienistas o
de las vanguardias obreras llegaban a los trabajadores a través de la prensa
y de los debates sindicales, siendo muchas veces objeto de una apropiación
colectiva, en la actualidad éstos les llegan a través de los medios de comu-
Andrés Bilbao (1988) sostiene que estamos asistiendo a una tercera gran expropiación del
trabajador: la primera fue la expropiación de los medios de producción, la segunda la
expropiación técnica realizada por el taylorismo, la tercera sería la expropiación del pues-
to de trabajo, sobre el cual la clase obrera como realidad político-organizativa tenía un
control gracias a la legislación laboral. La mayoría de las mujeres trabajadoras nunca ac-
cedieron al control sobre el puesto de trabajo.
IDENTIDAD FEMENINA, IDENTIDAD OBRERA 233
nicación sin que se produzca una "discusión" en torno a éstos. Uno de los
aspectos importantes de trabajar sobre la construcción de las identidades de
género de las obreras es el impacto de estos discursos, las formas de asimi-
lación, reinterpretación y transformación de las múltiples y contradictorias
imágenes que les devuelve la sociedad sobre su condición como mujeres y
trabajadoras.
Los estudios recientes sobre las trabajadoras latinoamericanas ponen en
evidencia el papel fundamental que sigue desempeñando la familia no so-
lamente en la definición de las formas de inserción laboral sino en los valo-
res y expectativas que orientan las escogencias de las mujeres a lo largo de
sus vidas. Se ha señalado el carácter desigual de las estrategias familiares,
la dificultad para conciliar maternidad y trabajo, la importancia del ciclo de
vida familiar, las renegociaciones de pareja, la permanencia de una subva-
loración del trabajo de la mujer y de su contribución al ingreso familiar (Be-
nería y Roldan, 1987; Arango, 1991). Sin embargo, es indudable que la
mayor escolarización de las trabajadoras y el contacto temprano con el uni-
verso urbano generan cambios generacionales de impacto diferenciado se-
gún los sectores y estratos socioeconómicos. Es importante ampliar los
análisis sobre los efectos de la experiencia escolar y la socialización laboral
mixta sobre las expectativas de las mujeres, su concepción de la maternidad
y el lugar que ocupa el trabajo en sus vidas.
Como vimos en el caso francés, la identidad obrera se construye en es-
trecha articulación con una identidad masculina que incorpora elementos
distintos de los que provienen del campo laboral. La identidad masculina
tiene que ver también con el papel de los hombres en la familia, con su
estatus como proveedores exclusivos o principales y con su poder de con-
trol sobre esposa e hijos. Los cambios en las familias de los trabajadores en
América Latina, marcados por las nuevas expectativas de los jóvenes y las
mujeres, cuestionan de hecho elementos tradicionales de la identidad mas-
culina. Resulta urgente entender los cambios en los referentes de identidad
de los obreros latinoamericanos si consideramos que la mayoría de los fun-
damentos de su identidad parecen estar en crisis: en la familia, sus prerro-
gativas como jefes de familia y su autoridad como padres y esposos han
sido cuestionadas; en el trabajo, sus privilegios comparativos en cuanto a
empleo y calificaciones, así como su control sobre unas organizaciones sin-
dicales cuyo poder se ha visto seriamente afectado, ponen en entredicho el
carácter superior de su identidad profesional, directamente relacionada con
su identidad de género. Por otra parte, los cambios actuales favorecen una
creciente fragmentación de la identidad de clase y pueden generar en algu-
nos casos reflejos corporativistas por parte de los sindicatos y de algunos
234 GÉNERO E IDENTIDAD
4 En el caso de Fabricato, empresa textilera colombiana, es claro que uno de los motivos
para que la empresa decidiera suspender el ingreso de mujeres en la última generación
fue el sentimiento de que las relaciones sexuales entre los trabajadores de ambos sexos
escapaban totalmente a su control.
IDENTIDAD FEMENINA, IDENTIDAD OBRERA 235
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