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**Perspectivas de género en la unidad de cuidados

intensivos
Parte I

Aproximación inicial al tema de los estudios de género en el


campo de la salud
Dra. Laura F. Belli
Doctora en Filosofía, Facultad de Filosofía y Letras, UBA
Investigadora, Instituto de Investigaciones Filosóficas, SADAF, CONICET
Docente (JTP), Facultad de Filosofía y Letras, UBA
Miembro y Cofundadora del Comité de Género y Diversidad, SATI
Miembro del Capítulo Argentino de RedBioética, UNESCO

Lic. María Fernanda Lescano


Diseño didáctico

Introducción
En esta Unidad didáctica presentaremos una introducción a la temática de los estudios de género en
salud, entendida esta como el estado de completo bienestar físico, mental y social, de acuerdo con la
definición de la Organización Mundial de la Salud (OMS), y no solamente como la ausencia de afecciones o
enfermedades. Este es un objetivo buscado por los movimientos por la salud de las mujeres y LGTBQI+
desde hace más de medio siglo.
Los estudios de género aplicados al análisis de las estructuras, las investigaciones y la atención en salud trajeron a la
luz la magnitud de las desigualdades históricas que los grupos minoritarios han sufrido, y aún hoy padecen, en este
campo del conocimiento.
En los últimos años, la importancia de la mirada de género al momento de dar cuenta de los determinantes críticos de
la salud parece haber sido ampliamente reconocida y aceptada, como se pone de manifiesto a través de los
pronunciamientos de los organismos internacionales, la creación de espacios de género y diversidad en las instituciones,
y la inclusión de estas temáticas en las revistas especializadas. Sin embargo, siguen existiendo brechas significativas
entre la política y la práctica. Abordar las cuestiones de género en la salud requiere más que simplemente garantizar que
las mujeres, disidencias y otros grupos desaventajados obtengan un mejor acceso a los servicios y recursos dentro del
sector de la sanidad.
A menudo, las presentaciones en torno a las cuestiones de género relacionadas con la salud se centran en el impacto
de las prácticas generizadas sobre los resultados en las intervenciones sanitarias. La especificidad de estas cuestiones en
relación con la terapia intensiva será abarcada en profundidad en la Unidad del próximo módulo.
El objetivo principal de esta Unidad didáctica es ofrecer una aproximación inicial a la temática, de modo de
proporcionar las herramientas teórico-conceptuales necesarias para comenzar a navegar las cuestiones particulares
relacionadas con los estudios de género en salud. La presentación de este campo de estudio busca mostrar los aportes y
las críticas que esta área del conocimiento tiene sobre la comprensión de los múltiples determinantes de la salud, las
estructuras sanitarias, las investigaciones y la prestación de atención médica.
Se busca aquí romper con la premisa errónea de que las problemáticas de género se
resuelven simplemente mediante el acto de incorporar a mujeres y disidencias a los diferentes
espacios de salud. Lograr la igualdad de género es una tarea difícil que implica repensar y
modificar las lógicas sobre las cuales se ha sostenido históricamente el campo de la medicina.
Esta introducción histórica y conceptual se considera necesaria para poder abordar de modo profundo las razones por
las cuales continúa existiendo una brecha notable entre los discursos y las prácticas en relación con la búsqueda de la
equidad en salud. Con ese fin, se propone un recorrido que comienza por explorar los orígenes de los estudios de género
en esta área, desde los inicios de los movimientos por la salud de las mujeres hasta la inclusión de las disidencias en los
reclamos por la igualdad en el acceso a los recursos de salud, al incorporar una mirada interseccional.

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Luego se realiza una serie de distinciones conceptuales relacionadas con rasgos identitarios, con el fin de mostrar el
impacto diferencial que tienen en las prácticas sanitarias en todos los niveles, definiciones que, además, son centrales a
la hora de comprender las complejidades dentro de este campo de estudio.
Se revisa un problema fundamental para tener en cuenta en la búsqueda de un trato justo en salud para todas las
personas: los sesgos de género. Para ello, se analizan dos de las manifestaciones más comunes que se presentan entre
quienes trabajan en salud: el sesgo androcéntrico y el sesgo racial. Finalmente, se ofrecen lineamientos para superar
estos obstáculos en pos de garantizar el mejor trato posible para todas las personas.

Objetivos
➢ Adquirir un panorama histórico de los orígenes de los estudios de género aplicados al campo de la salud.
➢ Identificar los problemas centrales del modelo médico tradicional desde una perspectiva de género.
➢ Evaluar el papel de las mujeres y disidencias como objetos y sujetos de las ciencias médicas.
➢ Reconocer la importancia de la incorporación de una perspectiva de género interseccional al campo de la salud.
➢ Identificar los sesgos androcéntricos y racistas en la producción y evaluación del conocimiento en salud.

Red conceptual
PERSPECTIVAS DE GÉNERO EN LA UNIDAD DE CUIDADOS INTENSIVOS

ORÍGENES DE LOS ESTUDIOS DE GÉNERO EN SALUD

GÉNERO Y DETERMINANTES SOCIALES

SESGOS DE GÉNERO

ANDROCÉNTRICO

RACIAL

Orígenes de los estudios de género en salud


Desde pasada la mitad del siglo XX, los movimientos por la salud de la mujer que se fueron gestando en diferentes
regiones del mundo comenzaron a exponer los múltiples aspectos del sexismo y el androcentrismo presentes en la
medicina, que impregnaban, y aún lo hacen en estos días, los saberes científicos y populares sobre el cuerpo y la salud
de las mujeres. Las activistas de las décadas de 1960 y 1970, motivadas por los conocimientos adquiridos a partir de la
puesta en común y registro de las experiencias compartidas por los diferentes grupos de mujeres –en un movimiento
epistémico revolucionario– pusieron en tela de juicio la validez y la objetividad de gran parte del conocimiento sobre
salud construido desde la modernidad hasta esos días (Maffía, 2008).
Un aspecto central de estos aportes, que dio paso a una reconfiguración radical de la mirada sanitaria sobre las
identidades, fue el señalamiento de que la visión histórica de la biología como destino, esto es, la perspectiva
esencialista basada en la diferencia sexual no respondía a fundamentos sólidos, sino que había sido construida a partir
de premisas atravesadas por sesgos androcéntricos.
A su vez, las activistas, tanto aquellas que pensaban la salud siendo parte del sistema médico como quienes lo hacían
desde los márgenes, postularon el equívoco de pensar que las diferencias de salud entre varones y mujeres debían
reducirse solo al campo de la obstetricia y la ginecología. Sin embargo, lejos de negar la importancia del conocimiento
construido en este campo (y en el de la salud sexual y no reproductiva en general) analizaron críticamente las cuestiones
relacionadas con la sexualidad y el poder, y advirtieron sobre prácticas opresivas como la medicalización innecesaria
de procesos fisiológicos como el embarazo, la menopausia, la menstruación y otros aspectos de la vida reproductiva de
las mujeres; y señalaron el control masculino que, desde los inicios de la medicina moderna, se ejerció sobre los cuerpos
con capacidad de gestar (Schiebinger, 2004).
Comenzó entonces una suerte de revolución en el campo de la salud, que en sus inicios se enfocó principalmente en
temáticas relacionadas con el acceso al control de la natalidad, la educación sexual y las restricciones sobre el aborto
pero que, al pasar las décadas, fue cuestionando también otros aspectos centrales relacionados con el modo en que la
medicina pensaba a las mujeres.

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Los movimientos por la salud de las mujeres dirigieron sus críticas principalmente a las instituciones médicas y a los
profesionales de la salud, en su enorme mayoría varones, y comenzaron a construir otras alternativas que permitieran a
las mujeres conocer más sobre su cuerpo y su salud, y así poder reclamar una mejor y más justa atención sanitaria.
Un hito de esta transformación lo constituye la publicación, en 1973, del manual Our Bodies Ourselves (OBOS o
Nuestros cuerpos, nuestras vidas, en su versión en español editada varios años después). Este texto buscaba llenar un
vacío epistémico acerca de las necesidades y particularidades de la salud de las mujeres, al compartir información que
previamente estaba relegada, de un modo casi inaccesible al público en general, a los libros de medicina. Hubo dos
contribuciones esenciales de esta publicación que tuvieron un impacto innegable en el campo de la salud como lo
conocemos hoy:
• Compromiso con las ideas de autonomía en la toma de decisiones médicas y de consentimiento informado en la
práctica clínica, pilares de la bioética y presentes en las propuestas contemporáneas sobre derecho en salud.
• Señalamiento de que la identidad y la corporalidad son aspectos inescindibles y que el conocimiento médico
habla sobre las personas y no simplemente sobre los cuerpos.
Este segundo punto no solo permitió el desarrollo de la teoría de género en el campo de la salud, sino que también
señaló la importancia de pensar las intervenciones y cuidados en salud siempre que se tuvieran en cuenta los diversos
contextos sociales. Estas críticas habilitaron las investigaciones acerca de las implicancias que las miradas y las
prácticas médicas tradicionales tuvieron (y aún tienen) para las mujeres y otras identidades pertenecientes a la
diversidad sexo-genérica, al poner en evidencia el modo en que las asimetrías entre profesionales de la salud y pacientes
se refuerzan además por diferencias jerárquicas, raciales y otros tipos de relaciones de poder.
Al ampliar el foco más allá de las relaciones dentro de las consultas médicas, estos grupos señalaron también cómo
estas mismas dinámicas de exclusión y dominación de grupos minoritarios y vulnerados, presentes también en otras
dimensiones sociales, se replicaban y sostenían en las estructuras sanitarias y en los espacios de construcción de
conocimiento como universidades, centros de investigación y asociaciones médicas, entre otros. Un primer
señalamiento fue que los varones dominaban y controlaban todos los niveles de las profesiones sanitarias y que no se
trataba de todo el grupo de los varones sino, casi con exclusividad, de varones blancos, adultos, hetero-cis,
pertenecientes a una clase social privilegiada.
El término cis se refiere a las personas cuyo sexo asignado al nacer se corresponde con su
autopercepción identitaria. Por el contrario, se utiliza trans para referirse a aquellas personas cuya
autopercepción no se corresponde con el sexo que les fue atribuido al nacer.
Como veremos en los próximos apartados, esta falta de representación de los diferentes grupos se replica en sesgos
que permean tanto las investigaciones como la atención en salud, en detrimento de quienes resultan excluidos.
Estos movimientos por la salud de las mujeres no estuvieron exentos de críticas. Las más importantes, desde la
perspectiva de los estudios de género, fueron aquellas que señalaron el problema de que muchas de sus representantes,
especialmente las profesionales y académicas, hablaban por todas las mujeres, pero en realidad desconocían o no tenían
en cuenta los intereses o los problemas de muchas otras cuyas experiencias eran diferentes: mujeres negras, trans,
lesbianas, mujeres migrantes y más.
El llamado de atención sobre esta injusticia epistémica que, paradójicamente, replicaba los mismos
comportamientos que se denunciaban en los representantes masculinos de la salud, permitió con rapidez incorporar a los
reclamos una mirada atenta e inseparable de cuestiones relacionadas no solo con la salud, entendida de un modo
restringido como todo lo relacionado con la biología, sino también con otros determinantes sociales importantes como
la edad, la raza o pertenencia étnica, los rasgos identitarios particulares, la discapacidad, la orientación sexual y más.
Hoy en día, para hacer referencia a la necesidad de entrecruzar los aspectos sexo-genéricos con otros determinantes
sociales que impactan en el acceso y la atención en salud, apelamos a la noción de interseccionalidad. Este concepto
fue introducido por el feminismo negro estadounidense (black feminism) durante la década de 1990 (Crenshaw, 1991).
Sin embargo, desde los años setenta las feministas afrodescendientes venían advirtiendo que las desigualdades en el
campo de la salud no afectaban a todas las mujeres por igual y que era necesario tener en cuenta estas particularidades a
la hora de pensar cómo y qué conocimientos son válidos en la medicina y también al momento de diseñar políticas
públicas e intervenciones sanitarias.
La identidad sexo-genérica es un determinante importante para el acceso a la atención en
salud, pero no debe analizarse aislado de otros rasgos que también constituyen nuestras
identidades sociales.
Esta propuesta advierte que la identidad presenta una complejidad que trasciende cualquiera de sus categorías por
separado, y que las personas cuyas vidas se hallan en las intersecciones de diferentes opresiones identitarias sufren las
injusticias de modo complejo y no reductible a una sola dimensión de su identidad. Si estas intersecciones no son
tenidas en cuenta, se puede fallar al intentar promover la equidad. Por eso, hablar de mujeres sin distinguir entre clase,
género, sexualidad, contexto y pertenencia étnica –entre otras características– suele resultar en una sobrerrepresentación
de las necesidades sanitarias de algunos de los miembros del grupo, generalmente los más privilegiados.
La aplicación de una mirada interseccional al campo de la salud constituye un gran desafío. Se trata de implementar
modelos de análisis de intervenciones o investigaciones que permitan dar cuenta de los múltiples niveles de experiencia

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individual de las personas y, a la vez, que permitan identificar estructuras de opresión, y sus consecuentes impactos en
la salud, sobre grupos específicos.
Veremos a continuación cómo todos estos debates contribuyeron al surgimiento de los estudios de género y cuál fue
su impacto en el campo de la salud.

Género y determinantes sociales de la salud


Los estudios de género surgieron y se desarrollaron a partir de los movimientos feministas y LGTBIQ+ y se
consolidaron como campo académico diferenciado durante las décadas siguientes.
LGTBIQ+ son las siglas que designan a los colectivos lésbico, gay, bisexual, travesti/trans, intersexual
y queer, incluyendo a través del + otras identidades que no se identifican estrictamente con las
mencionadas. Si bien el uso de estas siglas no está libre de críticas (ya que responde a una mirada rígida
sobre la identidad, discutida conceptualmente), se utiliza para representar distintas identidades, expresiones
de género y orientaciones sexuales.
Además de postular al género como una categoría específica de identidad, que no se corresponde con el sexo,
entendido desde una mirada biologicista, también incorpora las premisas de que el género nunca está aislado de otros
factores que determinan la posición de alguien en el mundo y que las estructuras sociales son las que naturalizan,
normalizan y disciplinan el género en contextos históricos y culturales determinados.
En el campo de la salud, los estudios de género señalan el equívoco presente, casi de manera ubicua, en los escritos
médicos de entender los conceptos de sexo y género como intercambiables y conectados entre sí. Además, señalan que
dificulta la comprensión del impacto que las prácticas sociales tienen en la salud de las personas y no permite
vislumbrar que muchos riesgos o prevalencias de algunas condiciones de salud podrían tratarse en realidad de
prevalencias género-específicas y no sexo-específicas.
Es importante aclarar que el género no es equivalente al sexo, y que ambos deben ser
considerados como posibles variables en la investigación y en la atención en salud (Ciccia,
2017). Esto significa que deben evaluarse, por un lado, las particularidades relacionadas con
nuestra constitución biológica (sexo) y, por el otro, los roles socialmente construidos y
asignados a las personas desde su nacimiento (género).
Por ello, un señalamiento básico de los estudios de género en salud tiene que ver con la importancia de definir ciertas
premisas y conceptos claves.
En primer lugar, se debe comprender que la conceptualización clásica mujer-varón habitual en el campo de la
salud es una descripción inadecuada de la realidad de las identidades, por ser:
• Dicotómica: establece un par opuesto y excluyente (se es varón o se es mujer, pero no ambas cosas a la vez), y
postula que no existen nada más que esas dos categorías. De este modo, el discurso biomédico, al basarse en
este régimen sexual dicotómico, vuelve inteligible solo dos sexos, cada uno homogéneo en términos de
constituciones biológicas.
• Heteronormativa: se corresponde con un régimen que, con base en una perspectiva funcionalista centrada en
los órganos reproductivos, impone la heterosexualidad como norma de orientación sexual.
• Cisexista: equipara la salud con la identificación genérica basada en los caracteres y órganos sexuales y, por
contraposición, considera las expresiones trans como anómalas.
Esta caracterización, además, naturaliza una relación lineal entre sexo, género y orientación sexual: si el sexo
asignado al nacer es leído por la medicina como “mujer” en base a sus características anatómicas, dicha persona se
identificará y expresará el género femenino (cisgénero), y su objeto de deseo serán las personas del “sexo opuesto”
(heterosexual).
Esta mirada, señalan las teorías de género en salud, resulta inadecuada y limitada a la hora de dar cuenta de la
realidad de las identidades presentes en el mundo: por un lado, existen identidades trans y orientaciones sexuales no
normativas (bisexuales, gais, lesbianas, asexuales, etc.); por otro lado, incluso aquellas personas que se identifican como
cis y heterosexuales a menudo llevan adelante prácticas (es decir, estilos de vida) asociadas a otro género, prácticas que,
además, se asociaron a diferentes géneros de manera variable a lo largo de la historia.
Entonces, seguir postulando la existencia de solo dos sexos (varón-mujer) relacionados de manera lineal y directa con
dos géneros (masculino-femenino) implica caer en un reduccionismo que ignora las características de las poblaciones
sobre las que interviene y sobre las cuales construye conocimientos y establece parámetros.
Un buen punto de partida para no incurrir en estos errores es distinguir entre diferentes aspectos que forman parte de
la identidad sexo-genérica de las personas. Para ello, resulta adecuado tomar como punto de partida las definiciones
incluidas en dos documentos centrales a los movimientos por los derechos de las personas LGTBIQ+: los principios de
Yogyakarta y Yogyakarta + 10.

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Se trata de dos documentos internacionales redactados por profesionales y activistas de derechos humanos, en los que
se establece la declaración autoritativa de estos en las personas de diversas orientaciones sexuales e identidades de
género.
Estos principios presentan cuatro conceptos centrales para pensar la salud desde una perspectiva de género:
• Orientación sexual: consiste en la capacidad de cada persona de sentir una profunda atracción emocional,
afectiva y sexual por personas de un género diferente del suyo, o de su mismo género, o de más de un género,
así como la capacidad de mantener relaciones íntimas y sexuales con estas personas.
• Identidad de género: se refiere a la vivencia interna e individual del género tal como cada persona la siente
profundamente, que podría corresponderse o no con el sexo asignado en el momento del nacimiento. Incluye la
vivencia personal del cuerpo, que podría involucrar la modificación de la apariencia o la función corporal a
través de medios médicos, quirúrgicos o de otra índole, siempre que sea libremente escogida, y otras
expresiones de género, que incluyen la vestimenta, el modo de hablar y los modales.
• Expresión de género: cada persona presenta el género a través de su apariencia física, que incluye vestimenta,
peinados, accesorios, cosméticos y gestos, habla, patrones de comportamiento, nombres y referencias
personales, y observa que la expresión de género puede o no ajustarse a la identidad de género de una persona.
• Características sexuales: hace referencia a las características físicas de cada persona en relación con el sexo,
incluidos los genitales y otras anatomías sexuales y reproductivas, cromosomas, hormonas y características
físicas secundarias que emergen de la pubertad.
Si bien todos estos conjuntos de características se encuentran presentes en la conformación identitaria de las
personas, son distinguibles entre sí y deben ser tenidos en cuenta como variables separadas en las intervenciones en
salud.
El reconocimiento de la libre expresión de la identidad de las personas es un compromiso
ético que debe ser asumido por los y las profesionales en línea con el respeto por los derechos
humanos y en pos de ofrecer un trato justo y equitativo para todas las personas que requieren
servicios de salud.
En 2012, en la Argentina, se promulgó la Ley de identidad (Ley 26743). Este documento pionero en el mundo es
central desde el punto de vista de los estudios de género en salud, ya que es la primera de identidad del mundo que no
requiere diagnósticos médicos o psiquiátricos ni operaciones de cambio de sexo para acreditar la identidad de las
personas, define la identidad en términos de autopercepción y regula también el acceso a la atención sanitaria integral
de las personas. Indica que pueden acceder a intervenciones quirúrgicas totales y parciales y a tratamientos hormonales
para adecuar su cuerpo sin necesidad de requerir autorización judicial o administrativa; también que los tratamientos
médicos de adecuación de género deben ser incluidos en el Programa Médico Obligatorio, lo que garantiza una
cobertura de las prácticas en todo el sistema de salud tanto público como privado.
“Artículo 2°- Definición. Se entiende por identidad de género a la vivencia interna e individual del
género tal como cada persona la siente, la cual puede corresponder o no con el sexo asignado al momento
del nacimiento, incluyendo la vivencia personal del cuerpo. Esto puede involucrar la modificación de la
apariencia o la función corporal a través de medios farmacológicos, quirúrgicos o de otra índole, siempre
que ello sea libremente escogido. También incluye otras expresiones de género, como la vestimenta, el
modo de hablar y los modales” (Ley 26743, Argentina)”.
Esta ley constituye también un ejemplo de un cambio de paradigma que lentamente se está produciendo en algunos
espacios de salud, con vistas a la despatologización de las identidades y en búsqueda del reconocimiento desde la
medicina de la diversidad identitaria sexo-genérica (Cabral, 2003).
Los estudios de género en salud son un campo de análisis en constante transformación. El abandono de la perspectiva
clásica del dimorfismo sexual inauguró una serie de debates sobre los próximos pasos por seguir que buscan las
alternativas más adecuadas a los enfoques sexuales binarios y esencialistas clásicos de la medicina moderna.
Veamos a continuación otro de los aportes fundamentales que esta disciplina realizó al campo de la salud.

Sesgos de género en salud


Las desigualdades en salud sufridas por personas pertenecientes a grupos minoritarios son un problema estructural de
la salud tanto de la conformación de las estructuras sanitarias como de la atención e investigación médicas. Estas
personas tienen más probabilidades de verse afectadas por diferentes obstáculos en el acceso a la salud, y menos
probabilidades de recibir los tratamientos y cuidados adecuados.
Si bien el concepto de equidad está presente en las definiciones de la Organización Mundial de la Salud (OMS) desde
hace más de setenta años, como se establece en la Declaración Universal de los Derechos Humanos de 1948 en los
artículos 2 y 25, los sesgos implícitos y los prejuicios existentes en todas las sociedades llevan a que se repliquen y
sostengan las diferencias en el acceso a los recursos y oportunidades en salud. Por ello, es importante identificar y

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visibilizar las diferentes instancias y modos en que la discriminación opera dentro del sistema de salud para poder
brindar atención y cuidados de calidad.
Los sesgos de género en el área de sanidad constituyen uno de los mecanismos más difíciles de remover que
contribuyen a perpetuar las injusticias entre las personas en el ámbito de la medicina. Antes de realizar una
caracterización de dos de las formas más habituales en que se presentan, es menester aclarar de qué se habla cuando se
hace referencia a estas operaciones cognitivas.
Los sesgos son actitudes inconscientes bajo la forma de estereotipos que afectan nuestra
comprensión, acciones y decisiones sobre el mundo sin que nos demos cuenta. Este último aspecto es
importante, ya que lo diferencia de los prejuicios, que son sencillamente reconocibles y pueden ser
modificados con mayor facilidad.
Estos sesgos, llamados también sesgos implícitos, se forman a menudo a través de la exposición a mensajes presentes
en los medios de comunicación, en las experiencias personales y en las normas culturales. Pueden manifestarse de
diversas formas e influyen, sin que podamos reconocerlos de manera consciente, en nuestras percepciones e
interacciones con personas pertenecientes a diferentes grupos sociales. Además, son difíciles de admitir porque están
profundamente arraigados en nuestro subconsciente.
Sin embargo, su reconocimiento y abordaje es absolutamente central para prevenir mecanismos actitudinales o
cognitivos a partir de los cuales perpetuamos prácticas discriminatorias y contribuimos al mantenimiento de la
desigualdad sistémica. Tomar conciencia de nuestros sesgos implícitos, y eliminarlos si no contribuyen a la igualdad y
la justicia, puede permitirnos tomar decisiones más equitativas e informadas, y fomentar una sociedad más inclusiva.
Los estudios de género en salud identifican dos tipos de sesgos de género presentes en la práctica profesional en
todos los niveles de los sistemas sanitarios: androcéntrico y racial.

Androcéntrico
Representa un problema generalizado que fue ignorado durante mucho tiempo, principalmente debido a la
concepción moderna de las ciencias médicas como espacios de producción de saber objetivo y neutral. Este sesgo es
evidente en varios aspectos de la atención médica, desde la investigación y los ensayos clínicos hasta la forma en que
los y las profesionales diagnostican y tratan a sus pacientes, pero también en la conformación de las estructuras
sanitarias y la composición de los espacios de toma de decisiones.
Mediante la expresión sesgo androcéntrico en salud designamos a un modelo de construcción de
conocimiento que equipara la mirada masculina con la idea de universal, omitiendo las particularidades de
las otras identidades y las relaciones de género de las problemáticas u objetos de estudio.
La identificación de este mecanismo cognitivo muestra cómo las relaciones de género, que son relaciones de poder,
se construyen sobre las diferencias culturalmente atribuidas a hombres y mujeres y legitimadas en base a una
naturalización de ellas, en el caso de la medicina tomando los cuerpos de los varones blancos y adultos como el modelo
ideal a partir del cual explicar la diferencia.
El sesgo androcéntrico se corresponde también con una mirada capacitista y hetero-cis-normativa. Lesbianas, gais,
bisexuales, transgénero, queer, no-binarias y personas con discapacidades están mucho más expuestas a sufrir las
consecuencias de este sesgo en la atención clínica. Las minorías sexuales y de identidades disidentes están
subrepresentadas en el campo de la salud y experimentan prejuicios, agresiones y microagresiones similares a las que
experimentan las minorías raciales y étnicas, como veremos en el próximo apartado.
El estudio de este fenómeno en medicina reconoce dos áreas básicas relacionadas con el sesgo:
• Investigación médica.
• Atención clínica, tiene una serie de consecuencias negativas para los grupos más vulnerables:
✓ Invisibiliza a las mujeres e identidades disidentes bajo la normatividad masculina, e ignora las diferencias
en la forma de enfermar en relación tanto con el sexo como con el género.
✓ Concibe la salud de las mujeres y disidencias en base a los significados que el sistema heteropatriarcal
asimila con la feminidad, por ejemplo, se suele identificar la salud de las personas con útero con la salud
sexual y reproductiva.
✓ Mantiene el control sobre el cuerpo de las personas trans o intersex, y patologiza procesos y características
relacionadas con su identidad.
✓ Influye en las investigaciones en salud en tanto contribuye a la selección no consciente de qué vale la pena
investigar y qué no, y sobre quiénes debe realizarse la investigación. También sobre la interpretación de los
datos obtenidos.
✓ Influye en la atención en salud en términos de atribución de credibilidad de los y las pacientes, retrasos en
los diagnósticos, etc.
Estos son solo algunos aspectos del poder que el sesgo androcéntrico tiene sobre las prácticas profesionales en el área
de los cuidados. Abordar estas creencias inconscientes es un problema complejo que requiere un ejercicio continuo de

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reflexión y autoexaminación por parte de quienes llevan adelante actividades en el campo de la salud. Reconocer y
modificar los sesgos permite promover mejores resultados de salud para todas las personas.

Racial
Como ya vimos, las asociaciones implícitas (procesos inconscientes, incontrolables o irracionales) influyen en
nuestros juicios y causan sesgos que influyen en nuestras decisiones. Producen una suerte de disociación entre lo que
una persona explícitamente manifiesta hacer, por ejemplo, atender a todas las personas por igual, y el resultado de sus
acciones influenciadas por el sesgo, por ejemplo, otorgar a algunas personas mayor credibilidad que a otras con base en
prejuicios no identificados. En el caso de los sesgos raciales, además, estas asociaciones suelen ser casi siempre
negativas.
La importancia de incorporar una mirada interseccional a nuestras intervenciones en salud
permite no pasar por alto uno de los problemas sistémicos con mayor impacto en el campo de
la salud: la discriminación basada en la raza, etnia o procedencia de las personas.
En todo el mundo, las minorías étnicas padecen desigualdades en el acceso a la atención médica, la calidad de la
atención recibida y los resultados de salud, y las actitudes y comportamientos de los y las profesionales de la salud
contribuyen directamente a profundizar estas desigualdades.
En el ámbito sanitario los sesgos raciales operan de manera naturalizada reproduciendo prejuicios que interfieren en
la provisión de buenos cuidados en salud para las poblaciones. Se manifiestan de manera explícita a través del maltrato
verbal o gestual, pero también a través de la presencia sistemática y enmascarada de la violencia psicológica: falta de
credibilidad, falta de reconocimiento de la capacidad de autonomía y otros mecanismos de discriminación.
Se trata de perspectivas reduccionistas y descontextualizadas que culpabilizan a las personas por sus
comportamientos en relación con la salud y con la enfermedad, dependiendo de rasgos identitarios particulares que
tienen que ver con su procedencia, por ejemplo, en el caso de las personas migrantes, o pertenencia a un grupo, por
ejemplo, en el caso de las personas que pertenecen a pueblos originarios.
La relación entre el racismo y la desigualdad en salud tiene un impacto profundamente negativo y se asocia a
menores niveles de salud física y mental, especialmente entre las mujeres y disidencias que forman parte, a su vez, de
estos grupos minoritarios. Este último señalamiento es importante porque nos permite ver cómo los aspectos identitarios
se interrelacionan, esto es, que no es posible entender una categoría sin pasar por el análisis de su relación con otra.
Como ya vimos, aplicar una mirada interseccional implica reconocer que estos sistemas de opresión están mutuamente
constituidos y actúan en conjunto produciendo desigualdades que demarcan las experiencias en salud de los grupos
identitarios marginados.

Actividad
a. Hemos señalado que la conceptualización clásica mujer-varón habitual en el ámbito de la salud es una
descripción inadecuada de la realidad de las identidades, ¿qué opina de esta afirmación? Justifique y
desarrolle sucintamente los conceptos analizados.
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b. Enuncie los principales lineamientos de la llamada Ley de identidad que se promulgó en la Argentina en
2012. ¿Por qué fue decisiva en relación con el tema de los estudios de género en salud?
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c. Identifique y describa una situación dentro de la terapia intensiva en la que se encuentre operando el
sesgo androcéntrico. Explique de qué modo opera.
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d. Identifique y describa una situación dentro de la terapia intensiva en la que se encuentre operando el
sesgo racial. Explique de qué modo opera.
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e. Analice ambos casos a la luz de conceptos aprendidos es esta Unidad didáctica (p. ej., interseccionalidad
o identidad) y proponga formas de abordar la problemática detectada y evitar que se repita.

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Conclusiones
Como vimos a lo largo de la presente Unidad didáctica, un compromiso real con la incorporación de la perspectiva de
género en el campo de la salud no puede limitarse a la mera incorporación de mujeres y disidencias a los diferentes
espacios. Esa estrategia puede funcionar a modo de reparación de las injusticias cometidas a través de la exclusión
histórica de estos grupos del ámbito de la medicina, pero no logra resolver los problemas estructurales presentes en
todos los niveles de este campo. Es necesario pensar en transformaciones profundas que requieren el compromiso no
solo de los y las profesionales de la salud, sino también de quienes se encuentran en posiciones estratégicas de toma de
decisiones.
Hay evidencia suficiente para sostener que la falta de equidad de género en materia de salud influye de manera
negativa sobre la salud de las mujeres y otros grupos socialmente desaventajados. Por ello, es también importante
integrar, como se propuso aquí, la perspectiva de género interseccional a los programas de formación profesional en
carreras de salud, al diseño de investigaciones y políticas públicas sanitarias, de modo de evitar las barreras que son
injustas, innecesarias y evitables.
En la Unidad didáctica siguiente se presentará un análisis detallado de cómo muchas de estas temáticas operan en el
ámbito particular de las unidades de cuidados intensivos.

Lecturas sugeridas
Belli L. F. (2018). Repensando la bioética: aportes desde el feminismo. Revista Avatares Filosóficos. Vol. 5. pp. 131-142.
Belli L. F y Suárez Tomé D. (2020). La autonomía revisitada desde la perspectiva de una bioética feminista. En Herrera M.,
Fernández S. E., de la Torre N y Videtta C. (Dir.). Tratado de Géneros, Justicia y Filosofía, Tomo V, Buenos Aires, Rubinzal Culzoni
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Belli L. F., Suárez Tomé D. (2021). Las pandemias no son indiferentes al género: el impacto social de la COVID-19 desde una
perspectiva feminista. En Bernabé Federico (Coord.) Filosofía e historia de la ciencia y sociedad en Latinoamérica. Vol. 2: A
filosofia das ciências sociais na América do Sul / Ciencia, género(s) y feminismo(s). AFHIC ed., pp. 202-214.
Butler, J. (2008). Cuerpos que importan. Sobre los límites materiales y discursivos del sexo. Buenos Aires: Paidós.
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