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202-Picasso 1917
dia y la tragedia como, más bien, de esa máscara con la que ni siquiera un
autocontrol distanciado puede acaliar el pánico. El Picasso cosmopolita
que cortejó a su novia rusa, primero en Roma y más tarde en la Barcelona
neutral, nunca lograría liberarse por completo de la realidad que vivían, al
otro lado de la frontera, las naciones en conflicto.
Tanto el cosmopolitismo cultural de Picasso como la presencia de la
muerte se ponen de manifiesto en el contenido de un cuaderno de dibujo
que realizó en Barcelona; resulta revelador de la movilidad transfronteriza
del artista en 1917 el hecho de que, aunque las páginas llenas del bloc fue-
ron dibujadas en Barcelona, en el interior de éste se encontrasen una postal
de Nápoles alusiva a la commedia dell'arte y una serie de reproducciones de
acuarelas de entretenimientos populares italianos firmadas por un artista
napolitano, Achille Vianelli, además de la carte de visite de Manuel de Falla
con su dirección de Madrid." Entre las obras picassianas del cuaderno, la
modernidad parisina está presente en diversas naturalezas muertas de
estilo cubista a base de instrumentos musicales y en numerosos bocetos
vinculados a tres figuras cubistas de Barcelona, y se observan asimismo
dibujos relacionados con otra pintura barcelonesa, el óleo realista clásico
Arlequín, un tema de la commedia dell'arte italiana pero que tiene también
una larga historia cultural en Francia, donde se remonta a los tiempos de
Watteau." En cuanto a ia evocación de la muerte en este cuaderno, destila
un dramatismo muy español. Está latente en los apuntes que ejecutó el
artista, aparentemente in situ en la plaza de toros de Barcelona durante la
corrida del 12 de octubre de 1917, de un banderillero saltando en el aire,
de un toro de lidia presto a embestir, de un picador alanceando al astado
y de la letal agonía de un caballo destripado por una cornada." Aparte de
traernos ecos de una guerra que ya había herido gravemente a dos amigos
íntimos de Picasso, Apollinaire y Georges Braque, este animal moribundo
anuncia —como se ha señalado con frecuencia— el desgarrador caballo
del Guernica.
Según parece, los bocetos del citado cuaderno se hicieron después del
primer cuadro que pintó Picasso en Barceiona, y que presenta un trata-
miento neoimpresionista incuestionablemente «francés» de un asunto
incuestionablemente «español»: Mujer con mantilla. El artista deja incon-
clusa la elegante figura de Fátima, su modelo marroquí, en una ingeniosa y
colorida respuesta a la estudiada irregularidad del acabado que se aprecia
en los retratos monocromos dibujados a lápiz por Ingres; un elogio irónico
de la tradition írangaise. Por otra parte, la densa saturación de sus pince-
ladas de color reduce el pointUlisme de Seurat a un chillón centelleo, sin
dejarse influir por la «ciencia» de los contrastes simultáneos del neoimpre-
sionismo; una apropiación muy poco elogiosa del moderno estilo francés.
En cambio, es el españolismo de su «maja» lo que Picasso se toma total-
mente en serio. La dignidad alerta de la modelo contrasta con la belleza casi
grotesca de los personajes creados por el futuro y controvertido dadaista
Francis Picabia en Mujeres españolas, que Picasso seguramente conocía.^
Picabia estaba en Nueva York en el momento de ejecutar la tela, pero es
indudable que Picasso sabía de ia existencia de 391, la pequeña revista que
su colega francés había inaugurado en Barcelona a principios de año, y al
parecer mantenía con él una buena relación." Aunque en los números ini-
ciales de la edición barcelonesa de 391 no aparece ninguna «mujer espa-
ñola» de Picabia, el primero de ellos incluye, como es bien notorio, su
ridiculización de los nuevos retratos dibujados que Picasso realizó, más o
menos, a la manera ingresca.'" Cuando el maestro malagueño pintó, como
continuación de la obra de Barcelona, un retrato de busto de Olga envuelta
en una mantilla, perseveró absolutamente en su intención de transmitir una
imagen «española» plausible, aun a pesar de que su modelo era una rusa
apátrida interpretando el papel de una maja, y de que, según Richardson,
en realidad su tocado español se improvisó con ajmda de un mantel."
Picasso dibujó a Olga e hizo su retrato «a la española» en la pensión
Ranzini del paseo de Colón, donde se hospedó la bailarina durante la estan-
cia de la pareja en Barcelona. Sin embargo, ejecutó sus lienzos cubistas
lejos de ella, en el estudio que encontró en la parte alta de las Ramblas tras
su llegada a la ciudad. Pintar como un cubista equivalía a pintar «como
Picasso», que era el innovador abanderado de la vanguardia parisina. Los
artistas barceloneses tenían desde hacía tiempo una relación tremenda-
mente receptiva con París, de una naturaleza tal que cabría argumentar que
subrayaba la separación de la cultura catalana frente a la castellana.
Picasso, vanguardista en París, era un español de Andalucía, pero también
un portavoz de lo catalán que poseía un raro sentimiento de afinidad y de
adhesión a la cultura moderna en Cataluña. En 1912, Barcelona fue la pri-
mera capital de España donde se vio pintura cubista, aunque sin la inter-
vención de Picasso;'^ no podía resultar más oportuno que, cinco años más
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tarde, Picasso se estableciera de nuevo en la ciudad como el cubista pari-
sino que era.
Cuenta el pintor futurista y cubista italiano Gino Severini, quien conocía
a Picasso de sus tiempos de Montmartre, que cuando le mostró Arlequín y
mujer con collar en París, a su vuelta de Roma, Picasso dijo que se había
inspirado en «la pureza de contornos y de formas de Ingres».'" Cualidades
como la definición de la línea, la nitidez y la estructura son otras tantas
características de las figuras cubistas barcelonesas que no habría que tildar
simplemente de «españolas»; Picasso era capaz de «ver» a Ingres incluso en
su cubismo de afilados contornos de 1917. Los dibujos de su cuaderno aso-
ciados a estas figuras cubistas demuestran cuán a conciencia se preparó
para elaborarlas, y en particular los adyacentes a Mujer sentada en un sillón
evidencian su búsqueda de una plenitud de ejecución comparable a la del
gran cuadro romano. De hecho, ninguna de las figuras cubistas de Barcelona
alcanza ese nivel de acabado tan propio de Ingres excepto la más obvia-
mente «española» de todas, Blanquita Suárez, cuya protagonista, provista de
los consabidos mantilla y abanico, taconeando con sus zapatos altos, era
una famosa actriz y cantante a quien Picasso vio actuar en el teatro Tívoli.
La idea de figuración que se desarrolla con mayor rigor en los dibujos
del cuaderno allana el camino de cara al más ambicioso de estos lienzos,
Hombre sentado, cuyo aspecto inacabado parece ser consecuencia de la
falta de tiempo más que de una inconclusión intencionada.'" Richardson
relaciona convincentemente uno de los bocetos preparatorios de Hombre
sentado, donde la cabeza que asoma bajo el sombrero presenta un trata-
miento sumamente realista, arruga por arruga, con el pintor vasco Francisco
Iturrino.'" Sus rasgos «españoles», no obstante, se han perdido en la trasla-
ción de la obra al cubismo. Más atractivas, por su acabado irregular, son
las telas Personaje con frutero y Mujer sentada en un sillón. La manifiesta
inconclusión de la primera es ciaramente premeditada, lo mismo que la
de Mujer con mantilla, como lo es a su vez la colisión casi discordante en
el núcleo de la obra entre la vacua y recortada mancha de color negro y la
exuberancia dei frutero cubista, pulcramente detallado, que la invade desde
la parte inferior. Mujer sentada en un sillón, por el contrario, parece ser
producto de una idea plenamente captada y asumida, aunque la desigual-
dad de su superficie sea tan diferente del suave acabado general de Arlequín
y mujer con collar.
Ninguno de estos cuadros cubistas, incluido El frutero —la pequeña
naturaleza muerta extraída de Personaje con frutero—, habría puesto en
entredicho la visión mayoritaria del cubismo que imperaba en París en
1917. Sin embargo Picasso, tanto en Barcelona como en Roma, trabajó al
margen de las represivas limitaciones de la purificada estética formalista
que predominaba entre los cubistas de la capital francesa. Nunca se sentiría
atraído por la categórica versión de la teoría del cubismo que promovía un
antiguo amigo de Montmartre, el poeta Pierre Reverdy, en su nueva revista
parisina Nord-Sud}^ ni menos aún se tomaría en serio las reivindicaciones
expuestas por ei marchante Léonce Rosenberg a favor del cubismo como
un avance disciplinado, militarista en su mismo orden, hacia un ideal esté-
tico trascendente." A comienzos de septiembre de 1917, Rosenberg había
enviado a la totalidad de los cubistas que representaba (Gris entre ellos)
una «circular» en la que rechazaba la colaboración con la danza como una
distracción indigna.'" En cualquier caso, el incumplimiento más revelador
por parte de Picasso de su «deber» como cubista fue la determinación
tomada en Barcelona no sólo de proseguir con la vuelta a ciertas formas de
realismo en los dibujos de sus amigos y colegas, sino de explorar nuevas
fórmulas realistas sobre lienzo y no únicamente sobre papel. Así lo hizo,
por supuesto, en su muy «española» Mujer con mantilla y su no menos
«española» Olga, pero donde se aplicó más ambiciosa y decisivamente fue
en el Arlequín barcelonés.
Podría parecer que este Arlequín de Barcelona nos ofrece el realismo
de Picasso en su expresión más «tranquiiizadoramente» cohesionada, pero
en lo que se refiere a identidad cultural admite múltiples reacciones, algu-
nas de ellas incluso contradictorias. Se trata de una tela muy personal, que
recupera al alquímico Arlequín Trismegisto de la poética juvenil del pintor
y de Apollinaire en los años anteriores al cubismo, si bien se sitúa en un
mundo cultural europeo de más amplio aicance, un mundo abierto a todos
exceptuando, lógicamente, Alemania y Austria-Hungría.'" Como se ha visto,
su tema original es la comedia italiana, aunque tiene pedigrí francés, una
ascendencia gala a la que dota de una inflexión «moderna» la conmovedora
fidelidad con la que Picasso cita a Cézanne. Y no lo hace limitándose a
elegir un personaje que Cézanne ya había pintado, sino mediante una ligera
torpeza en el tratamiento del brazo, doblado forzadamente, y la frontalidad
casi plana de la pose. De todos modos, el guiño a Cézanne no le identificaba
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bajado en Barcelona, con una sola excep- 1917 (MNAC, Museu Nacional d'Art Modern de
ción (el busto Olga de al estilo «español»). Catalunya), que rinde un auténtico homenaje
Richardson 2007, p. 67 (véase nota 1). al Cézanne provenzal, y el retrato infantil de
corte cezannesco Niña con un perro, 1917
15. Sólo hay una lámina en la que Picasso
(MNAC). Cowling menciona tcunbién el vinculo
trata de este modo la cabeza. Véase Léal 1996,
noucentista. Véase Elizabeth Cowling, Picasso.
Cat. 20, 16R (nota 5). Una mirada a la célebre
Style and Meaning. Londres: Phaidon Press,
fotografía de Iturrino, con el sombrero sobre
2002, pp. 318-321.
la rodilla, junto a Picasso en la cena conme-
morativa celebrada el 12 de junio de 1917 en 21. El cuadro de la serie que se expuso en el
el restaurante Lyon d'Or de Barcelona, le rati- Salón des Indépendants en abril de 1911, sus-
fica como el «español» que Picasso tenia en la citando una reacción entusiasta por parte de
mente al hacer este boceto. Richardson 2007, Apollinaire, se ha perdido en la actualidad.
p. 61 (véase nota 1). Las telas más relevantes en relación con el
monumento de El paseo de Colón picassiano
16. Véase especialmente el intento de resumir
son la Torre Elffel de 1910-1911 conservada
su posición teórica en Pierre Reverdy, «Sur le
en el Kunstmuseum Basel, y la Torre Elffel
cubisme», Nord-Sud, n° 1. Paris: 15 de marzo
de 1911 que se puede ver en el Solomon R.
de 1917, pp. 5-7.
Guggenheim Museum de Nueva York; en
17. La postura de Rosenberg queda patente, ambas la torre aparece encajada apretada-
por ejemplo, en su correspondencia con Juan mente entre diversos edificios.
Gris. Véase Christian Derouet, Juan Gris,
Correspondance, Dessins 1915-1921 (cat. de 22. Richardson cita un revelador pasaje sobre
exposición). Valencia: IVAM Centre Julio la función del Liceo en una carta enviada por
González/Paris: Centre Georges Pompidou, Robert Delaunay a Albert Gleizes. Richardson
Musée national d'art moderne, 1990-1991. 2007, pp. 66-67 (véase nota 1).