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Milagros Socorro
Las causas del deceso del Libertador, así como las incidencias de su vida y obra, han
sido motivo constante de investigación y debate. Hasta ahora, la percepción mayoritaria
apunta a la tuberculosis pulmonar como desencadenante del funesto desenlace. Pero no
ha faltado quien, con mayor o menor asidero, tenga una visión discordante.
De los restos del Libertador –que fueron trasladados en 1842 por una comisión
encabezada por el doctor José María Vargas- lo último en llegar a Caracas fue la
concreción calcárea. Nadie la había echado de menos hasta que el doctor Révérend vino
a Venezuela en 1874, respondiendo a una invitación de Guzmán Blanco, quien lo hizo
venir para otorgarle el título de “Ilustre Prócer de la Independencia Sudamericana”.
Révérend, que ya tenía 78 años, se emocionó mucho con los honores de que era objeto
y, sobre todo, por el hecho de encontrarse en la ciudad natal de su “augusto enfermo”,
como lo llamaba él mismo; y regaló al gobierno venezolano ese pedacito como de
piedra que hasta el momento había guardado celosamente.
La importancia del hallazgo de ese nódulo calcificado rebasa la circunstancia de que por
muchos años formó parte del cuerpo de Bolívar: es, como dice el médico
anatomopatólogo Alberto Angulo, “el foco parenquimatoso pulmonar calcificado de
una primo-infección tuberculosa adquirida posiblemente durante la infancia o
adolescencia”. Quiere decir que cuando era un niño, Bolívar fue tocado por la
tuberculosis (que muy probablemente fue el mal que devoró tanto a su padre como a su
madre) pero su organismo se defendió de la enfermedad curándose por calcificación.
Esto nada tuvo que ver con la tuberculosis de reinfección que, según la mayoría de los
expertos, lo llevaría a la muerte. Esto sin perder de vista que, en 1850, la tuberculosis
pulmonar y sus complicaciones eran la causa de una cuarta parte de todas las muertes en
Inglaterra y en los Estados Unidos. Y a fines del siglo XIX, está documentado que la
tuberculosis mató a uno de cada 7 habitantes de Europa y América.
Envenenar a un muerto
El 17 de diciembre de 2007, cuando se cumplían 177 años de la muerte de Bolívar, el
presidente Hugo Chávez dijo, en el Panteón Nacional, el Libertador no había muerto de
tuberculosis sino que había sido envenenado.
Desde luego, Chávez dista mucho de ser el primero en retomar el asunto de la causal de
deceso del Libertador. Muchos médicos de diversas especialidades e historiadores de
distintas nacionalidades se han ocupado de él. Tal como explica el doctor Alberto
Angulo. “Salvo un trabajo publicado en 1883 por Rodrigo Chacón, la bibliografía
nacional sobre el tema comienza en 1915. Por iniciativa del Dr. Ricardo Archiva, la
Sociedad Venezolana de la Historia de la Medicina, conjuntamente con la Academia de
la Historia, la Academia de la Medicina y la Sociedad Bolivariana, se efectuó en junio
de 1963 en Caracas una mesa redonda titulada ‘La enfermedad causal de la muerte del
Libertador desde el punto de vista médico e histórico’, que constituye el estudio más
completo que se haya hecho de tan apasionante tema. En 1980, en una Asamblea
Nacional Bolivariana, realizada en Valencia en 1980, se efectuó otro encuentro titulado
‘Enfermedad, muerte y autopsia del Libertador. Juicio crítico sobre el comportamiento y
terapéutica de Révérend’. En Colombia, también se ocuparon del tema. En mayo de
1974 un grupo de médicos realizó en el Hospital San Rafael de Tunja una ‘reunión
científica histórica sobre la enfermedad que llevó a la muerte a Bolívar’”.
-Las asambleas de Caracas, en 1963, -sigue el doctor Angulo- y la de Valencia, 1980,
concluyeron que el Libertador murió a consecuencia de una tuberculosis pulmonar,
dando así un respaldo al diagnóstico del doctor Révérend. Y en la Asamblea de Tunja,
28 médicos de los 31 asistentes se pronunciaron como primer diagnóstico en el mismo
sentido.
Entrevistado 44 años después de aquella mesa redonda, el doctor Blas Bruni Celli no ha
cambiado un ápice su parecer. Hoy reafirma lo que entonces escribió en la conclusión
de su ponencia: “Bolívar murió de tuberculosis pulmonar bilateral fibro-ulcero-
cavernosa con diseminación bronconeumónica. La coexistencia de la laringitis
(verificada clínicamente) y adenitis mesentérica confirman aún más esta evidencia. En
relación con la enfermedad principal hubo una congestión y degeneración grasosa del
hígado y una anemia secundaria. Las lesiones descritas en el pulmón tanto por su
topografía como por el aspecto morfológico no pueden corresponder a ninguna otra
afección conocida. La descripción no es compatible con otra afección inflamatoria
específica (como una micosis) o inespecífica (como un absceso pulmonar), ni con una
lesión de tipo degenerativa o neoplásica”.
-A nadie se le ha ocurrido –dice Bruni Celli, médico y miembro de más de una docena
de academias repartidas en todo el continente- que Bolívar fue envenenado. Nunca se ha
hablado de envenenamiento. Ni hay nada en el protocolo de autopsia redactado por
Révérend que haga pensar en esa posibilidad.
A esta certeza se une el coronel (Ej.) Arturo Castillo Machez, presidente de la Sociedad
Bolivariana de Venezuela, quien descarta la tesis del envenenamiento porque “toda la
comida que consumía el Libertador era probada antes por su mayordomo, José Palacios,
quien estuvo con él hasta sus últimos momentos en San Pedro Alejandrino”.
Cierto es que la tuberculosis pulmonar es la que gana más adeptos en el debate. Pero
también están quienes aseguran que Bolívar murió de amibiasis y no faltan los lanceros
de la hipótesis de una intoxicación cantaridiana.
En su libro ¿De qué murió Simón Bolívar?, el médico guatemalteco Horacio Figueroa
Marroquín, escribió: “No fue la malaria, no fue la infección estafilocóccica. Si tomamos
en cuenta que su enfermedad de Pativilca fue de manifestaciones del aparato digestivo,
que el hígado estaba grande y con manifiestas lesiones de su cara convexa; que en el
pulmón derecho se le encontró un absceso cuyo pus era del color de las heces del vino
(color rojizo oscuro o achocolatado); que en sus últimos días mantuvo un hipo, que es
clara manifestación de un ataque al peritoneo o al diafragma, podemos decir que Bolívar
murió de una amibiasis que le atacó el hígado y el pulmón […] Cualquier médico de esa
época al encontrar pus en el pulmón y el cortejo de síntomas: tos, enflaquecimiento
extremo, no podía sino diagnosticar tuberculosis. ¿Cómo podía diagnosticar una
amibiasis cuando esta enfermedad no se conocía? La amibiasis y todos los trastornos
que es capaz de producir, no se descubrieron sino hasta el año 1875, o sea, 45 años
después de la muerte de Simón Bolívar”.
En esta opinión Horacio Figueroa Marroquín coincide con el médico colombiano Luis
Ardila Gómez, quien ha afirmado que “…el Libertador Simón Bolívar NO murió a
consecuencia de una tuberculosis pulmonar, como se venía creyendo hasta ahora, sino
de un absceso amibiano del hígado abierto en los bronquios, porque no hay ninguno de
los síntomas comprobados que no concuerde con este diagnóstico , mientras que, por el
contrario, sería preciso forzar un tanto la interpretación para encajar el conjunto dentro
de la concepción de una tuberculosis pulmonar”.
Los restos de Simón Bolívar han sido sometidos a cuatro entierros. Y su corazón, a tres
entierros y un incendio.
El 24 de mayo de 1834, esta ciudad costeña de Colombia fue afectada por un terremoto
que produjo grietas en el suelo de la catedral, precisamente donde se encontraba la
tumba del Bolívar.
El 26 de julio de 1839 los restos fueron cambiados de lugar dentro de la catedral a otra
bóveda, construida por Joaquín Anastasio Márquez en la parte superior de la nave
mayor, cerca de las gradas del presbiterio. En el acta levantada para dejar constancia de
este tercer entierro, se da cuenta de la existencia de dos urnas, la grande que contiene el
esqueleto y la pequeña que contiene el corazón y otras vísceras. Allí se van a quedar
durante tres años, hasta que les llega el momento de ser llevados a Caracas, como era la
voluntad del Libertador y así lo dejó establecido en su testamento.
La tercera y última exhumación de los restos se realizó el 20 de noviembre de 1842
cuando fueron trasladados a Caracas en presencia de las comisiones venezolana y
neogranadina, que congregaron numerosos testigos de alta calidad moral. Ese año de
1842, ante la presión de las hermanas del Libertador y los movimientos bolivarianos
que se estaban gestando en todo el país para que se cumpliera la voluntad de Bolívar de
yacer en su país, Páez solicita al Congreso de Venezuela la autorización para traer los
restos.
Por petición de la comisión colombiana, según cuya expresión “Santa Marte merece
conservarlo”, los venezolanos accedieron a su petición de dejar en tierra samaria la
pequeña urna que atesoraba el corazón y las vísceras de Bolívar.
El martes 20 de diciembre de 1842, los restos del Libertador llegaron a la catedral de
Caracas, y fueron ubicados en la cripta de la familia Bolívar. Allí mismo se afanó el
doctor José María Vargas con su trabajo de anatomista.
El 30 de enero de 1843, cursa una comunicación al Secretario de Estado, donde presenta
un informe que dice, entre otras cosas: “Debo informar que aunque el esqueleto está
cabal, los más de los huesos por efecto de la humedad y la muy impropia preparación de
conservación inmediatamente después de la muerte, están ya negros y decaídos hasta el
grado de deleznarse entre los dedos al asirlos. La operación de barnizarlos de modo que
se conserven mejor, sólo puede hacerse con respecto del cráneo y los huesos largos de
los miembros. Los demás serán separados de la tierra y relegados a otra caja que pueda
contenerse dentro de la misma urna; y quedarán como se hallan en sus respectivas
posiciones del esqueleto”.
Al concluir el trabajo de conservación, el esqueleto fue ensamblado con alambres de
plata, envuelto en un damasco negro y armado con cuñas en una caja de plomo,
construida con láminas de ese metal y soldadas por el mismo Vargas. La caja de plomo
se guardó en una urna de madera con dos llaves, y permaneció en la cripta hasta 1852,
cuando fue llevada a la capilla de la Santísima Trinidad e instalada al pie del mausoleo
de Tenerani, entonces de estreno.
En cuanto a la caja donde se atesoraba el corazón de Bolívar, que había frente al altar
mayor de la catedral de Santa Marta, se incendió el 19 de noviembre de 1860, el templo
fue incendiado por la tropa liberal que atacó la ciudad para reducir a los conservadores.
Sesenta años antes de que el presidente Chávez asegurara que él anda tras la pista del
cráneo del Libertador y que por eso ha encargado “una investigación hasta policial e
histórica”, el doctor José Izquierdo, respetado médico y profesor universitario, movilizó
un escándalo nacional al asegurar que había encontrado, en la cripta de la familia
Bolívar en la Catedral de Caracas, un cráneo con señales de ser autopsiado, que podía
ser el de Simón Bolívar. Su suspicacia apuntaba a que los restos del Libertador podían
haber sido profanados antes de ser depositados en el Panteón.
Era el año 1947, así que la Asamblea Constituyente, presidida por Andrés Eloy Blanco,
nombró una comisión de distinguidos científicos e historiadores para que investigaran
los señalamientos del doctor Izquierdo. Esta comisión constató que Simón no era el
único Bolívar en haber sido autopsiado y que otros miembros de la familia habían sido
sometidos a ese trámite forense.
Alejandro Próspero Révérend tenía 34 años cuando recibió el encargo del general
Mariano Montilla de convertirse en el médico de cabecera de Simón Bolívar, quien
llegaría a Santa Marta (ciudad en la que se había instalado el médico francés desde
hacía seis años) el primero de diciembre de 1830 en estado tan calamitoso que hubo de
ser bajado del bergantín Manuel en una silla de brazos. No podía caminar. Estaba tan
delgado que no llegaba a pesar ni 30 kilos. Pero seguía siendo el general Bolívar, el
alma indoblegable, el jefe de más recursos, como había dicho uno de sus grandes
oponentes, el general Pablo Morillo. Y seguía siendo un paciente tremendamente difícil,
que no hacía caso a los médicos y prefería morir, así lo dijo, que tomar los bebedizos
que le prescribían.
Para el momento de su desembarco en Santa Marta, la salud del Libertador estaba tan
maltrecha que es probable que ni siquiera con los auxilios de la medicina de hoy hubiera
podido salvarse. Pero el caso es que su drama tenía lugar en el primer tercio del siglo
XIX, cuando todavía se aplicaban ventosas y vejigatorias. Aún si hubiera estado entre
los médicos más avanzados de su época, Révérend no hubiera contado con
medicamentos ni prácticas capaces de curar a su admirado paciente. No existían. No se
habían descubierto. No lo tocó más que asistirlo a una muerte digna, tomar nota de sus
últimas horas y hacer una autopsia que constituye el único documento donde consta el
estado del organismo de Bolívar en el momento de su fallecimiento.
Nacido en Falaise (Francia) el 14 de noviembre de 1796, Révérend se había alistado en
1814 como soldado en un cuerpo de caballería del ejército de Napoleón y había
participado en la campaña del Loire de 1820, año en que se trasladó a París, donde debe
haber cursado medicina, aunque de estos estudios poco se sabe. Es posible que sus
conocimientos hayan derivado de su ejercicio como cirujano Mayor del Ejército
Republicano de Francia.
Ministros y detectives
A ellos les corresponde indagar si los restos guardados en el cofre corresponden a los
despojos del más grande de los caraqueños, para lo cual deberán “dirigir y proponer los
mecanismos, procedimientos y acciones más expeditas para efectuar dicha
investigación”. En apoyo a tan compleja encomienda, el Presidente prometió que
contarían con los adelantos más recientes de la ciencia y declaró que ya era hora de abrir
el sarcófago para efectuar en su contenido las pruebas que la comisión estime
pertinentes.