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Hay un problema de vital importancia que suele olvidarse cuando se realiza el intento
de realizar una indagación filosófica de la Historia: ¿Se hace historia del hombre, de la persona
o de la sociedad, de la humanitas (todo indiviso: individuum magnum) o la cultura?
Una de las premisas más reiteradas para sostener la primacía de la persona sobre la
humanitas-humanidad, es aquélla en que se afirma que no se puede subordinar un ser
substancial a un ser accidental, por ser aquél ontológicamente superior. En este argumento es
donde juega su papel ilegítimo la imaginación: se piensa en un ser substancial y en un ser
accidental como si fuesen dos entidades físicamente diversas, una superior a la otra, algo así
como: aquí está el individuo, ente subsistente, y ahí el conjunto de relaciones entre individuos
al cual llamamos sociedad, HUMANITAS ¿cómo podría concebirse la subordinación del
individuo a ese conjunto de relaciones?
accidental, tuviese una existencia ajena a la existencia de los hombres que la integran, tendría
quizás sentido argumentar así. Pero eso es ininteligible, si pensamos qué significa ser
substancia y qué ser accidente: ningún accidente tiene entidad diversa a la entidad de la
substancia a la cual pertenece, pues su realidad es la realidad de la substancia, a la cual
simplemente modifica o determina. No hay diversidad entitativa entre la manzana y su color,
entre un individuo y su estatura, entre una mujer y la relación de maternidad que la une con su
hijo. Además, hay que tener en cuenta que la perfección de un sujeto consiste en un desarrollo
o despliegue de su ser accidental: la sabiduría es la perfección del sabio, el arte la del artista, la
dureza la del acero, la virtud moral la del hombre; por lo cual puede afirmarse, sin temor a caer
en aberraciones, que el hombre debe ordenarse a la virtud, o que el sabio tenga a la sabiduría
como fin de su existencia, pues ni la virtud ni la sabiduría son realidades ajenas o inferiores a la
realidad del hombre que es virtuoso y sabio.
Por otra parte, son muchos y diversos los accidentes que pueden determinar a un
sujeto. Algunos lo perfeccionan sólo bajo un aspecto particular, como la dimensión mayor o
menor de un animal, por ejemplo; otros son perfecciones en un sentido más profundo y
universal, como la sabiduría de un hombre. Puede suceder, además, que la adquisición de una
perfección implique otras determinaciones, que se den de un modo consecuente y subsidiario,
como la sabiduría de un hombre le implique tener relación con otros sabios: lo que se busca
como fin principal, no obstante, es la sabiduría, lo cual hace que la relación buscada
subsidiariamente no sea cualquiera, sino con los sabios.
Esto ocurre en toda sociedad humana: el hombre tiene como fin principal su
perfección de hombre, que es un fin común a todo miembro de su especie; además, por no
agotar el individuo humano esta especie, las formas que puede tener tal perfección en otros
rebasan sus posibilidades de realización en un individuo. El hombre constituye sociedad al
buscar una perfección que es por naturaleza común a él y a los otros, y al participar,
mediante la comunicación con esos otros, de los distintos modos de la perfección humana
que en él, individualmente, no existen ni pueden existir. LA SOCIEDAD ES, PUES, UN
CONVERGER ORDENADO DE LAS PERSONAS A SU PERFECCIÓN COMÚN, Y UN
COMPLEMENTARSE ELLAS EN LA COMUNICACIÓN MUTUA DE LAS DIVERSAS Y MULTIFORMES
PARTICIPACIONES PARTICULARES DE TAL PERFECCIÓN. ES EN ESTE SENTIDO EN EL CUAL LA
SOCIEDAD PRIMA SOBRE LA PERSONA, SUBORDINÁNDOSE ÉSTA DE MODO NATURAL A
AQUÉLLA POR ESTAR AHÍ SU PERFECCIÓN.
ERROR: Pretender que la persona no sea, en estricto sentido, parte de la sociedad que
integra, implica sostener que es ésta -las demás personas- la que debe subordinarse a aquélla
para servirla y vivir en función de sus fines particulares. Es totalmente impropio, por esto,
afirmar que la sociedad es para la persona, pues, aunque el fin de la sociedad es, en efecto, el
bien de la persona, este bien es universal y comunicable, no circunscrito por tanto a ninguna
forma individual o particular de participación.
Realizada esta distinción podemos decir que se hace HISTORIA DE UNA SOCIEDAD, DE
UNA CULTURA, DE LA HUMANITAS O BIEN DEL TIPO HUMANO QUE LA REPRESENTA. Es en
este sentido que realizaremos nuestra indagación: por el tipo humano que ha representado a
lo hebreo, lo griego, lo romano, lo medieval, lo moderno.
y por eso San Pablo siendo de raza judía, carnalmente hablando, afirmaba no ser
ni judío, ni griego, porque pertenecía a un linaje nuevo que trascendía la
carnalidad de la raza y realizaba un nuevo tipo antropológico: el hombre cristiano.
Este es el tipo antropológico definitivo, después del cual sólo está la nada 3.
Toda forma de clausura sobre sí mismo significa una posibilidad para la irrupción de lo
demoníaco, en un amplio sentido, tanto en relación con las fuerzas irracionales del hombre,
que surgen de sus estratos inferiores, cuanto en relación con las energías preternaturales que las
dinamizan y llevan a sus frutos más sazonados.
Es por ello el Prólogo joánico la clave para una genuina interpretación de la historia.
“En el principio el Verbo era, y el Verbo era junto a Dios, y el Verbo era
Dios. Él era, en el principio, junto a Dios: Por Él, todo fue hecho, y sin Él nada
se hizo de lo que ha sido hecho. En Él era la vida, y la vida era la luz de los
hombres”. Síntesis de la historia de los pueblos.
lejano”6.
Noción de CULTURA
1- Cultura
La cultura antigua de la que somos herederos no tuvo su origen en la razón ( logos) sino
en una fuente de mayor significación, el mythos. “El hombre del siglo XX difícilmente llega a
comprender que la «cultura» es algo más que razón, «racionalista y tecnológica», que la
«cultura» se origina, se transmite, se recrea o se participa en fuentes de mayor significación
que la “razón”7 .
Dicha afirmación no significa sostener contradicción entre mythos y logos, sino que
intenta, en una época en que el racionalismo tecnológico atenta contra todo otra forma de
conocimiento que no esté signado por la utilidad y el afán de dominio, destacar la necesidad de
reconocer que existen realidades que superan positivamente nuestra inteligencia (misterios),
que constituyeron el fundamento de nuestra cultura, que se nos han dado a conocer por el
mythos y que estas realidades no nos han sido comunicadas sino para que su contemplación
nos transfigure en nuestra modesta manea de ser hombres. El mythos, en tanto modo de
conocimiento de la realidad del misterio, guarda con éste una relación etimológica estrecha.
7 CARLOS A. DISANDRO, Las fuentes de la cultura, 2ª edición, Struhart & Cia., Buenos Aires, 1986,
p. 14; la 1ª edición corresponde al año 1965. En esta obra como en el Tránsito del Mythos al logos de
1969 el Autor destaca la importancia raigal del mythos en la conformación de la cultura de occidente.
Ambos corresponden a cursos dirigidos a sus discípulos del Instituto de Cultura Clásica “Cardenal
Cisneros”.
Por ello sólo cuando en la historia existió verdadera experiencia del símbolo (visio
comprehensionis característica del “hombre antiguo”) el hombre accedió al mythos y en él vio
aclarada la totalidad de su existencia; experiencia y conocimiento que luego permitieron el
despliegue del logos humano. Tal despliegue resultó de la necesidad de lograr una cierta
inteligencia de aquello (los misteria) que le habían sido dados a modo de don, y hablamos de
“don” ya que en el mythos “la verdad no procede de las operaciones previas de la vista o del
tacto, ni siquiera de aquellas que son propias de las ciencias, sino del testimonio de la palabra
de otros que narran una verdad como acontecimiento que ilumina la obscura densidad de la
existencia en sus dilemas racionales más hondos” 10.
Claramente lo expresa Parménides en el Proemio de los Poemas del ser (frag. 1), ya que
si algo sabe verdaderamente el poeta es porque las diosas Temis y Dike lo condujeron al
conocimiento de la “bien redonda verdad”, es decir, de la verdad perfecta que debe ser re-
velada al poeta que de otro modo las desconocería.
La pregunta que podría ahora guiar nuestra argumentación es qué sea el mythos, para
que él y no el logos se constituyera en la antigüedad en fuente de la cultura.
Tanto logos como mythos tienen en principio el mismo significado: “palabra”, sin
embargo, logos es la palabra que expresa, profiere, aquello que resulta de la actividad
analítica-racional del hombre; en tanto la palabra mythos es aquella palabra en tanto
proferición de la experiencia divina originaria (misterio). “«El mito» responde pues a la
rememoración de una experiencia divina, de una inmediatez que puede recomponerse en el
relato mítico-poético”12. Por lo que “mythos, sería una palabra que expresa aquella experiencia
originaria”13.
En este mismo sentido Verstraete sostiene que el mythos es palabra que lo originario
del alma (Dios) se dice a sí misma. “El mythos es el no-ser (télos) que se reclama, en y por la
pulsión (no-ser) de ser (enteléchia). Es el alma originaria que se busca en y desde sí misma. Es
el absoluto naciente de sí misma, para sí misma. Por ende, en lo recóndito del alma, en lo más
escondido y cerrado (myo) ella se escucha en su palabra rumorosa, en su decir hermético y
remoto (illud tempus): se inicia con respecto a ella misma en la experiencia de lo originario y
absoluto de sí (…) En la escucha el alma se da fe, socráticamente experimentado en el Fedón (a
pesar de Nietzsche): «hablo de estas cosas por haberlas oído (ék akhoús), pero no tengo recelo
alguno en contar lo que he podido. Además, tal vez lo que más conviene al que está a punto de
viajar hacia el más allá es examinar y también mytho-logein acerca de esa visita al más allá,
12 CARLOS DISANDRO, Tránsito del mythos al logos. Hesíodo-Heráclito-Parménides, óp. cit., p. 58.
13 Ibídem, p. 25.
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Esta “palabra de los dioses” - mythos- aclaraba la existencia humana en los dilemas
más difíciles: si la vida culmina con la muerte, si es posible esperar algo después de la muerte,
cómo debemos vivir, entre otros, es decir aquellos dilemas de los que no tenemos experiencia
y de los que, por tanto, no podemos afirmar o negar nada. En tales casos sólo podemos creer.
Creencia que no constituyó fideísmo alguno pues la fe en lo escuchado se abrió y permitió el
despliegue de la inteligibilidad, del logos humano, “por ser ella misma (la narración mythica) el
lógos embrionario”17.
15 HÉCTOR PADRÓN, Josef Pieper y la reflexión sobre el mito y la cultura, óp. cit.
16 CARLOS DISANDRO, Tránsito del mythos al logos. Hesíodo-Heráclito-Parménides, óp. cit., p. 45.
La cultura, por tanto, bebe de una fuente que es, en primer término, religiosa y que
luego se despliega por el logos19 y por la acción del hombre en todas las manifestaciones y
ámbitos de la vida humana. Por ello Disandro sostiene una tesis que puede resultar poco
comprensible a los oídos modernos 20: la cultura en tanto vínculo religioso, tiene su fuente en el
culto, en tanto que el culto es “experiencia del mythos”. Y por ello el mythos es fontal respecto
de todos nuestros despliegues culturales. “Pues nosotros somos históricamente, de alguna
manera, por referencia a lo helénico; somos hasta cierto punto memoria de lo griego, como el
griego era memoria del mito”21.
El mito dio unidad a la cultura griega. Unidad que provino de la creencia común en un
relato que no era invención humana. Memoria del mito y fidelidad a lo recordado serán una
de las características de la cultura griega. “El mito no puede ser cambiado; la tradición no
puede ser sustituida, debe ser interiorizada”22.
21 CARLOS DISANDRO, Tránsito del mythos al logos. Hesíodo-Heráclito-Parménides, óp. cit., p. 15.
22 Ibídem, p. 19.
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literarios)23.
Tarea que cumplieron acabadamente los poetas (de modo paradigmático Homero y
Hesíodo) los cuales retornando por la contemplación al pasado theofánico lo proferían
renovado a la ciudad. Tarea sublime que era dar a conocer a los hombres el mythos, la patencia
del orden divino en el cosmos y en el hombre. Por lo que el poeta constituía un verdadero
teólogo.
23 Ibídem, p. 12.
24 Ibídem, p. 13-14.
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Si bien la cultura griega era en tanto tenía su fuente en el mythos, una fuente
especialmente religiosa, cabe aclarar que no existió contradicción entre mythos y logos, pues el
mythos aclaraba e iluminaba el razonamiento dialéctico propio del logos y a su vez le logos
auxiliaba en la comprensión del mythos. Por ello y a pesar de la fuerza que adquiere el logos en
la última etapa de la cultura griega (siglo V d.C.) con la preeminencia del razonamiento
discursivo propio de la filosofía, el mythos continúa iluminando la tarea del filósofo. Es decir, el
poeta no ha callado, sigue hablando a los hombres a través de los filósofos. Quizás sea Platón el
ejemplo más acabado.
25 Ibídem, p. 13.
Aclarado el sentido del mythos en tanto logos embrionario y de la razón por la que el
Autor lo coloca como fuente de la cultura, asido a la historia, desarrollo y despliegue de la
cultura griega27, examinemos la razón semántica que esgrime el Autor a fin de explicar la
relación culto-cultura (segundo argumento)
Ambas palabras, culto-cultura, tienen en latín una fuente común: el verbo latino colo,
verbo que designaba la acción de cultivar. Cultura indicaba por su terminación “ura” un
proceso, el proceso de cultivo que realizaba el hombre de la tierra a fin de hacerla fructificar
por su trabajo; a diferencia de la natura donde el proceso de crecimiento se desarrolla
espontáneamente.
existe este vínculo no se puede hablar de cultura en sentido estricto, sino de una manera
analógica, pues la fuente por excelencia de la cultura la constituye el culto. “La relación entre
culto y cultura es fundamental en el ámbito heleno-cristiano” 29.
A modo de una siembra originaria, para expresarlo simbólicamente, los hombres han
recibido de los dioses “semillas” que deben cultivar con su trabajo. Este cultivo constituía la
condición para la humanización de la tierra.
Esa interioridad divina pasa del culto al hombre y del hombre al mundo. “«Culto» es
una realidad, un ámbito estable que se supone derivado de un vínculo divino, de una
pedagogía divina que ha llevado al hombre a configurar ese «culto». O sea, para la mente
antigua son los dioses quienes han establecido esas realidades incambiables, que constituyen
el culto. Pero al establecerlo, los dioses lo hicieron también como una siembra, y no como una
mera imposición legal, externa; se trata de una "realidad" que está cargada de interioridad
divina, interioridad que pasa del «culto» al hombre”31.
Por eso, la cultura es lo propio de la naturaleza del hombre. “Para que exista la
«cultura» se requiere la labor del hombre, que orienta las fuerzas creadoras de la tierra y
establece una nueva dimensión, que la «natura» por sí sola no tiene” 32.
30 Ibídem, p. 60.
32 Ibídem, p. 61.
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En la palabra "culto", tal como la entienden los antiguos, son los dioses los
que han establecido esa especie de siembra originaria, que incluye una realidad
interior que pasa de allí al hombre. En la palabra "cultura" destacamos un proceso
con una ineludible participación del hombre; "cultura" es etimológicamente una
humanización de la tierra, mediante el trabajo, que es en consecuencia la primera
"cultura"33.
33 Ibídem, p. 61.
34 Ibídem, p. 65.
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De allí que pueda comprenderse que para el “hombre antiguo” -griego, romano,
cristiano- la fuente de la cultura la constituyera el culto 36, pues la cultura no constituía sino “la
experiencia de la inmediatez divina”, experiencia que se lograba de modo ejemplar en el culto
y que se hacía patente en el mundo por el Derecho, la Literatura, la Poesía, la Arquitectura, el
orden político, es decir, en todas las manifestaciones posibles y, en fin, en el hombre mismo,
cuando éste, habiendo realizado en sí dicha experiencia, la manifestaba en la totalidad de su
obrar como obrar virtuoso o si se quiere como obrar dócil a lo re-velado por la divinidad. Lo
que podríamos denominar cultura objetiva y cultura subjetiva, respectivamente 37.
El culto como experiencia del mythos es por tanto la verdadera fuente de la cultura.
Con el cristianismo se producirá una plenitud de la cultura 38, pues ya no es el mythos, el
murmullo del logos embrionario, la fuente de la cultura, sino el mismo Logos que se hace
presente entre los hombres asumiendo su naturaleza. Y con la presencia del Logos entre los
hombres se establece una nueva relación con la divinidad por la relación de intimidad que se
35 Ibídem, p. 67.
36 Tesis de Disandro que coincide con las afirmaciones de Rubén Calderón Bouchet. Cfr. RUBÉN
CALDERÓN BOUCHET, La Ciudad Griega, Ciudad Argentina, Buenos Aires, 1998, pp. 11-45.
37 Distinción que utiliza Rubén Calderón Bouchet. Cfr. RUBÉN CALDERÓN BOUCHET, La Ciudad
Griega, óp. cit., p. 35.
Esta noción no abstracta, pues la cultura no es un simple esquema de acción, sino viva
de cultura en tanto ámbito propicio para el desarrollo de todas las virtualidades humanas, es
decir, de todo lo que en el hombre se encuentra en potencia de ser actualizado en sentido
perfectivo (cultura subjetiva), y cuyo centro es el culto, se comprenderá en tanto se acepte que
el hombre es un viviente en tensión a lo divino o en agustiniana expresión, homo capax Dei. De
allí la íntima relación entre culto cristiano –liturgia- y santificación humana. En definitiva, todo
lo que el hombre es y puede llegar a ser se comprende desde el Logos inhumado, en Él y por
Él. Tal afirmación sólo puede comprenderse a la luz de lo enunciado en el capítulo anterior
acerca de la imagen de “hombre antiguo”, en particular del homo transfigurationis y del homo
mediator.
Tales son la raíces más profundas del mundo griego [mito y misterio], de
tales raíces habrá de brotar la tensión entre “mythos” y “logos” (filosofía), la
“representación” del destino en los grandes ciclos dramáticos (teatro), la
contemplación de las imágenes o eídola divinos (juegos y plástica), la sujeción del
ámbito cósmico humano al rostro expresivo del templum helénico (arquitectura),
el carácter celebrante de la poesía coral, la disyunción entre una religión
cósmico-teofánica (experiencia de la inmediatez divina) y una religión de la
penumbra teándrica, de la total iniciación originaria (misterios helénicos). Nada
queda fuera de la radical coherencia entre saga, mito y poesía. 43.
42 Ibídem, p. 13.
Hacemos alusión a la noción de paideia pues lo que para los latinos se designó con el
término cultura, los griegos denominaron “paideia”, aunque con algunas connotaciones
semánticas que no los constituyen en sinónimos.
Paideia deriva de “país” que significa “niño, adolescente, joven”. Por su raíz puede
entenderse que para el griego paideia fuera aquello que perduraba en el tiempo, que resistía
su paso, que era siempre joven porque su contenido no caducaba con el tiempo pues estaba
como al margen del mismo; o en otras palabras, aquello que el griego realizaba, crea, poiética,
práctica o especulativamente en vínculo con la eternidad, permanecía. De este modo lo
sostenía Horacio: “Aquello que en la cultura sea verdadera articulación entre tiempo y
eternidad perdurará más allá del contexto precario del tiempo edax (Horacio, oda III, 30) y
aquello que no lo sea, perecerá”44.
De este modo, cultura y paideia escapan al tiempo. El tiempo edax, es el que consume,
devora, es el tiempo destructor, jronos, que todo lo corroe, como Cronos devoraba a sus hijos.
Por ello las obras humanas sólo permanecerán en tanto vínculo con lo eterno, que rescata al
hombre y a sus obras de la corrupción temporal. “El griego no siente el abismo del tiempo que
viene, ni se siente como absorbido por el futuro; se siente en cambio enraizado en una
eternidad, «aquí»” 46.
De allí que sus obras por su relación “con lo que jamás tiene ocaso” en expresión
44 Ibídem, p. 18
46 Ibídem, p. 62.
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Por cultura podemos designar más bien el proceso de cultivo por el que se humaniza la
tierra, mientras que por paideia la nota de perdurabilidad de las obras de la cultura. A pesar de
la clara distinción pero también de la coincidencia de los términos griego (paideia) y latino
(cultura), es el término latino el que ha perdurado en nuestra lengua, pues paideia, como es
sabido, ha devenido semánticamente en una de sus consecuencias o aspectos, a saber la
educación o cultivo del niño.
“En las iglesias finalmente, [prosigue Pío XI] donde se reunía un gran coro
formado por casi toda la ciudad, alcanzaron los obreros, arquitectos, pintores,
escultores y literatos, mediante la liturgia, tales conocimientos teológicos, cuales
resplandecen en los monumentos de la Edad Media”.
concepción del "misterio cultual" (expuesta por Casel y otros), lo que interesa es
precisamente el contexto de los actos salvíficos, que están de alguna manera en el
culto y que significaban la continuidad de los "actos" o "gestos" salvíficos del
Señor48.
A fin de destacar esta “íntima dependencia entre el dogma y la liturgia, no menos que
entre el culto cristiano y la santificación de los fieles” 49, Disandro recurre al texto del Motu
Proprio de Pio X (1903) sobre canto gregoriano y música sagrada.
50 Citado por CARLOS A. DISANDRO, Las fuentes de la cultura, óp. cit., pp. 71.
51 Cfr. PLATÓN, Teeteto (176 a-b) donde establece: “El mal no puede perecer, se ejercita
siempre en algo opuesto y contrario al bien; no puede tener sede entre los dioses, sino que debe por
necesidad hallarse sobre esta tierra y en torno a nuestra naturaleza mortal. He aquí porqué conviene
ejercitarse en huir del aquende cuanto antes para ir hacia arriba. Y este huir es un asemejarse a Dios en
cuanto al hombre le es posible; y asemejarse a Dios es adquirir justicia y santidad y conjuntamente
sabiduría”; en GIOVANNI REALE, Storia de la Filosofia Antica, II, Platone e Aristotele (Traducción H. J.
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la paideia aristotélica que comenzaba por el cultivo de las virtudes morales para rectificar las
tendencias y de este modo preparar al alma para la contemplación de lo divino; la paideia
pitagórica que colocaba el culto a las Musas como condición necesaria para la concordia de la
polis y la educación, pues éstas sostenían el orden cósmico, el orden humano y el vínculo entre
ambas realidades, de allí que mandara elevar a los gobernantes de Crotona un templo a las
Musas, pues sin su mediación consideraba imposible toda concordia y paideia. Ejemplos todos
que denotan esta continuidad del mythos-misterio como conocimiento-contemplación de la
verdad de Dios desde la antigüedad grecorromana hasta la Encarnación.
Para el Autor precisamos recuperar el verdadero sentido de culto porque no hay vida
del espíritu sin contemplación-conocimiento de la realidad de Dios. “El conocimiento simbólico
por excelencia es el culto de la Iglesia. Y por ello la primera fuente de la Cultura Cristiana es el
culto y no la filosofía o la teología. Por ello además depende del culto el sentido del misterio
cristiano, y de sus efectos en el orden temporal, todas las obras del hombre, incluso las de una
política cristiana”52. Esto resulta incomprensible para el racionalismo moderno que sostiene el
carácter pragmático e instrumental de la razón y el lado utilitario del conocimiento, y que por
lo mismo sólo entiende la cultura como un esquema racional que le permite organizar las
actividades prácticas. Sin embargo, para el “antiguo” 53 el conocimiento de la realidad no se
agotaba en el conocimiento discursivo, abstracto, per essentiam, propio de la visio cognitionis,
ya que no agotaba su “anhelo de saber” como lo afirma el Estagirita al inicio de la Metafísica, ni
tenía un carácter exclusivamente pragmático. Por ello se veía necesitado de la visio
comprehensionis, en tanto conocimiento total y perfecto, que conoce todo lo que puede
conocerse acerca de una realidad y que le brindaba un cierto conocimiento del misterio. De allí
que el conocimiento del misterio se realizara por el símbolo.
Son símbolos las creaciones humanas que religan lo visible y lo invisible, que expresan
una íntima tensión, un itinerario a Dios. Por eso el “antiguo” es hacedor de símbolos, pontífice
Padrón), Vita e Pensiero, Milano, 1981, la nueva morale ascética, pp. 4-5.
entre el mundo visible y el mundo invisible, entre los visibilia e invisibilia Dei. Esta relación con
Dios que promueve el símbolo es la fuente de la cultura, que se traduce ya sea en la
configuración de la personalidad moral o en la realización de obras que hacen manifiesto en el
mundo la presencia invisible de Dios. Esta configuración de la personalidad resulta de la
obediencia a los mandatos de ese Dios que se conoce y se revela; lo mismo sucede con las
obras que resultan de su actividad práctica o poiética como la Literatura, la Plástica, el Derecho,
entre otras, constituyen cultura en tanto remiten a Dios. Obras como la catedral en el plano de
la Plástica, de Las Siete Partidas en el Derecho, de la universitas en el plano de la
contemplación y la especulación, del icono en la Pintura, del canto gregoriano, de los cantares
de gesta en la Literatura, son ejemplos de lo afirmado en la cultura medieval. De lo contrario
sólo tendremos obras, que por analogía podemos designar como cultura, faltas de vigor pues
carecen de aquello que confiere vitalidad: el culto.
Otro aspecto que no puede dejar de tratarse cuando se estudia la cultura, es la relación
íntima entre ésta y la tradición 56, entendida esta última en su doble dimensión: como acto de
transmisión viva y fiel –tradere- de la cultura y como el conjunto de verdades que mantienen
viva dicha cultura –depositum fidei. La cultura para mantenerse tal necesita de la traditio en su
doble dimensión, por ello la cultura de que somos herederos se mantuvo vital en tanto el
hombre fue fiel al depósito transmitido.
55 Ibídem, p. 66.
56 Seguimos en este punto el desarrollo que realiza en su obra Tradición, creación, renovación.
Cfr. CARLOS A. DISANDRO, Tradición, creación, renovación, Hostería Volante, La Plata, 1965.
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Este vínculo reproduciría por otro lado una misteriosa proporción entre el
mundo intradivino y el nivel de la creatura. Sobre esto precisamente intento
meditar según el ordenamiento "tradición", "creación", "renovación", para
proponerles a ustedes una imagen de la tradición que es al mismo tiempo la
fuente más profunda de los actos creativos y por supuesto el estímulo alertador y
diáfano de toda empresa espiritual renovadora 57.
Tradición deriva de tradere, a su vez una forma de transdo que implica el vínculo
incesante, el movimiento ininterrumpido de algo que se da, que traditur58. Es decir, que en la
tradición se puede distinguir el acto de trasegar, transmitir –tradere-, de aquello que se da, que
se trasiega, que se transmite: traditur, depositum fidei en expresión religiosa. La expresión
latina con su prefijo trans significa más bien puente, sucesiva entrega. Este traditur sería lo que
en Platón aparece designado con el término parádosis59, que significa “fuente”, lo que puede
entenderse si se tiene en cuenta que la preposición pará de dicho término significa “de parte
de”. La expresión griega tiene un carácter fontal, constituyendo aquel pasado que se venera
como lo paradigmático y divino60.
Esta aclaración semántica nos ayuda a discernir el verdadero sentido de tradición que
anuda en su significado los caracteres de “fuente” y “transmisión”. “Este dar (de tradición), que
es un “darse” para que otros “den” (…) es un vínculo con la fuente y un despliegue pontifical” 61.
La tradición es vínculo (religioso) con la fuente (Dios) que se “da” al hombre y este
57 Ibídem, p. 9.
61 Ibídem, p. 11.
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“transmite”. Es, por consiguiente, vínculo viviente con la herencia espiritual recibida. Esta
trasmisión viviente encuentra su último fundamento en la “economía del mundo intradivino,
en la perikhóresis (circunmincessio) donde el Padre es única fuente de la Deidad” 62.
Ese vínculo se anuda precisamente con dos etapas: la creación y la renovación, por las
que el hombre y la realidad toda se hacen partícipes de esa Fuente.
63 Ibídem, p. 13.
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En primer lugar, para la modernidad no hay algo que trascienda el tiempo. La historia
es clausura, pues en ella no hay relación con categorías supra-temporales como la eternidad.
De allí la imposibilidad de lo religioso. No se intenta actuar en acuerdo a un vínculo existente
entre tiempo y eternidad, pues no existe tal eternidad sino sólo el tiempo, al que le otorga un
carácter divino.
La modernidad por ello hizo del tiempo un ídolo, pues era dentro del tiempo donde el
hombre lograría su transfiguración, su plenitud, entendida ésta como progreso por la ciencia, o
expresado con mayor exactitud, por la técnica.
64 Ibídem, p. 14.
65 Cfr. CARLOS A. DISANDRO, Argentina bolchevique, Hostería Volante, La Plata, 1960, pp. 29-30.
66 Ibídem, p. 30.
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Para los que sostienen la restauración lo que existe es un esquema, un marco teórico,
con capacidad de ser aplicado a cualquier tiempo, pues independientemente del tiempo ese
esquema será capaz de suscitar la transfiguración del hombre como si el mismo, éste tiempo,
no tuviera sentido existencial. Se obra como si el hombre no fuera ser en el tiempo, como si no
fuera necesario que la Fuente, parádosis, irrumpiera en este tiempo y lo configurara por un
acto de asimilación, creación y renovación. En este contexto no tiene sentido la tradición como
transmisión vital de aquello que, recibido, se ha encarnado, pues el marco teórico de la
restauración lo constituyen principios a-temporales. “La restauración es el modo de transferir
al orden temporal la conciencia de la alteridad sacra” 69.
67 Ibídem, p. 29.
69 Ibídem, p. 29.
pues consiste en la misteriosa articulación de todos los elementos dispersos, en la línea única
del progreso temporal”71.
Ahora bien, para comprender por qué estas formas desvirtúan de la tradición, es
necesario aclarar el significado de “creación”, acto que acompaña a la tradición cuando la
misma es vital. Dicho término deriva del verbo latino “creare” que significa capacidad
germinativa y productiva de la tierra o de la naturaleza. A esa raíz se vinculó el nombre de la
diosa Ceres, la que hacía crecer, la acrecentadora y fecundadora 72.
71 Ibídem, p. 31.
73 Ibídem, p. 19.
74 Ibídem, p. 21.
Filosofía de la Historia, cultura y paideia
Dr. Santiago Alejandro Frigolé
cuanto humana, es decir en cuanto vía a Dios. De allí que fuente –parádosis-, tradición y
creación, sean términos inseparables. Tradición sin fuente es mera reproducción caduca,
llamada a perecer; tradición sin creación es esterilidad; creación sin tradición es realización no
promotora, in-humana, pues culmina atentando contra la physis, el mismo hombre o en el
desafío de Dios, hybris.
76 Ibídem, p. 21.
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Espíritu Paráclito”77.
77 Ibídem, p. 23.
78 SAN PABLO, Colosenses III. 9, Trad. Castellana de Edic. Colunga, p.1226, citado por CARLOS A.
DISANDRO en Tradición, creación, renovación, óp. cit., p. 24.
Por lo que en el plano del aquí y del ahora -en la actual situación argentina, en la que
se reproduce la situación cultural de Hispanoamérica y del mundo- existe la urgente necesidad
de actos creativos en todos los niveles, “al nivel de la patria, ello significa la promoción de una
labor contemplativa e intelectual, el ejercicio de una capacidad educativa, la audacia de una
honda visión política”82.
80 Ibídem, p. 25.
81 Ibídem, p. 28.
82 Ibídem, p. 28.