El desafo de la creacin
Desgraciadamente, yo no tuve quin me contara cuentos; en nuestro
pueblo la gente es cerrada, s, completamente, uno es un extranjero ah.
Estn ellos platicando; se sientan en sus equipajes en las tardes a
contarse historias y esas cosas; pero en cuanto uno llega, se quedan callados o
empiezan a hablar del tiempo: Hoy parece que por ah vienen las nubes. En
fin, yo no tuve esa fortuna de or a los mayores contar historias: por ello me vi
obligado a inventarlas y creo yo que, precisamente, uno de los principios de la
creacin literaria es la invencin, la imaginacin. Somos mentirosos; todo
escritor que crea es un mentiroso, la literatura es mentira; pero de esa mentira
sale una recreacin de la realidad; recrear la realidad es, pues, uno de los
principios fundamentales de la creacin.
Considero que hay tres pasos: el primero de ellos es crear el personaje;
el segundo, crear el ambiente donde ese personaje se va a mover; y el tercero
es cmo va a hablar ese personaje, cmo se va a expresar. Esos tres puntos de
apoyo son todo lo que se requiere para contar una historia Cuando yo
empiezo a escribir no creo en la inspiracin, jams he credo en la inspiracin,
el asunto de escribir es un asunto de trabajo; ponerse a escribir a ver qu sale
y llenar pginas y pginas, para que de pronto aparezca una palabra que nos
d la clave de lo que hay que hacer, de lo que va a ser aquello. []
El poema
Tal vez lo que se intenta toda la vida es escribir un solo poema, uno solo.
Entonces, el poeta no sera un pequeo dios, como quera Huidobro, sino
apenas un mendigo de la magia que siempre se da por accidente, el
perseguidor de una nota que sabe que no existe. Como el poeta de las
tradiciones rabes, montado por un demonio que lo obliga a buscar en la
lengua lo que la lengua niega, a encontrar la palabra que separa a la lengua
del lenguaje.
El trabajo de la poesa
La poesa da forma al vaco para que este sea posible.
Las emociones que la literatura suscita son quizs eternas, pero los
medios deben constantemente variar, siquiera de un modo levsimo, para no
perder su virtud. Se gastan a medida que los reconoce el lector. De ah el
peligro de afirmar que existen obras clsicas y que lo sern para siempre.
Jorge Luis Borges, Sobre los clsicos, en Otras inquisiciones, Buenos Aires,
Emec, 1996.