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La moraleja
En la narrativa didáctica, se llama moraleja a la enseñanza o reflexión que transmite
la historia. Puede ser explícita, es decir, que se expresa con una oración al final del texto, o,
en otros casos, se presenta de manera implícita, como una conclusión que el lector debe
extraer de la historia. Las moralejas se vinculan, por sus características, con otros géneros
breves, por ejemplo, los proverbios, entre los que se destacan los chinos, los bíblicos o los
árabes, como Atiende más a la mirada del sabio que al discurso del necio; los refranes, de uso
más cotidiano, como A buen hambre no hay pan duro; y las máximas, destinadas a dirigir la
conducta, como las que San Martín escribió para su hija (por ejemplo, Amor al aseo,
desprecio al lujo).
En las fábulas, en particular, las moralejas suelen escribirse como versos rimados.
La enseñanza en este tipo de literatura didáctica es la que permitió afirmar al filósofo
alemán Friedrich Hegel: “La fábula es como un enigma que siempre está acompañado por
su solución”. Entonces, el enigma sería el conflicto que plantea el relato, y la solución, la
enseñanza que deja a los lectores.
Las fábulas
Las fábulas son narraciones didácticas protagonizadas por animales que hablan y
actúan como seres humanos. Se centran en un solo episodio, suelen ser breves y las
protagonizan pocos personajes. También es común que no se precise el tiempo en el que se
desarrolla la acción, que parece transcurrir fuera de un momento histórico particular: ni en
el pasado, ni en el futuro, ni el presente en el que fueron escritas.
Los animales recurrentes que protagonizan estos relatos son, entre otros, el zorro,
el gallo, el ciervo, el león, el oso y el cuervo, ya que se los asocia con defectos y virtudes de
las personas. Así, por ejemplo, el león encarna la fortaleza, y el gallo, el empeño.
Estas características propias de las fábulas se aceptan porque entre el lector y el
autor de todo género literario se establece lo que se denomina pacto ficcional, es decir, un
acuerdo por el que cada género literario presenta sus propias reglas de verosimilitud, esto
es, de credibilidad. Por ejemplo, en el mundo que construye el cuento maravilloso, resulta
verosímil la existencia de hadas madrinas, ogros, seres mágicos; en el relato de ciencia
ficción, la de extraterrestres que pueden convivir, pacíficamente o no, con los humanos.
Fabuladores históricos
Una de las fábulas más antiguas que se conocen es la del halcón y el
ruiseñor, escrita por el poeta griego Hesíodo alrededor del siglo VIII a. C.,
como parte de su obra Los trabajos y los días. Un siglo más tarde,
se conocieron las fábulas que se atribuyen a Esopo, un esclavo de
Asia Menor, de existencia aún no probada, pero que supuestamente vivió en el
siglo V a. C.
Luego, en la primera mitad del siglo I, Fedro, un esclavo liberado por el emperador
Augusto, publicó cinco libros de fábulas latinas en verso. Muchos de los temas provenían de
Esopo, pero incorporó otros inspirados por su experiencia personal y la vida en la corte
romana. Se cree que los esclavos se servían de las fábulas para expresar sus reflexiones, ya
que si lo hacían de manera directa podían ser severamente castigados.
Las fábulas de Esopo también fueron recuperadas durante la Edad Media europea,
cuando fueron divulgadas en diversas colecciones. Además, comenzaron a circular otras
recopilaciones fabulísticas de origen indio, como el Panchatantra.
Sin dudas, el más célebre fabulista de todos los tiempos es el francés, de
la época del Renacimiento, Jean de la Fontaine (1621-1695). Aunque no
escribió su obra expresamente para un público infantil, dedicó sus fábulas al
pequeño hijo del rey Luis XIV, de Francia.
Uno de los mayores exponentes del género es el español Félix María
Samaniego (1745-1801), que se educó en Francia y escribió fábulas al estilo
de La Fontaine. Sus escritos están plagados de críticas encubiertas a
personajes de la época, hábitos sociales y conductas políticas dudosas.