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PSICOANÁLISIS Y POESÍA
Acerca de la escritura

                                                                          Miguel Oscar Menassa


-1995       

                 

Para la charla coloquio de esta tarde traigo apuntes con los cuales intentaré desarrollar los
siguientes cuatro puntos:
      a) La escritura como un trabajo y el poema como un efecto del trabajo
realizado.
      b) La diferencia radical entre la vida del escritor y su obra.
      c) La escritura como algo que pertenecía a pequeñas élites: sólo los poderosos podían
escribir.
      d) La escritura es una lengua diferente a la lengua hablada.
      Relacionando estos puntos, digamos para empezar que el que sabía hablar no sabía el
idioma que hablaba, en tanto el idioma que hablaba se transmitía por intermedio de la escritura
que, en realidad, era otra lengua de la que hablaba.
      Siempre se le ha dado a la escritura, al escritor, al poeta, a la poesía, un lugar -si bien
denostado y perseguido-, siempre privilegiado. Este planteamiento lo hago en tanto que pienso
que la poesía es un trabajo. Ahora iremos a los instrumentos.
      Para que la poesía sea un trabajo, tengo que tener instrumentos. Esos instrumentos son el
sujeto que escribe o están en el sujeto que escribe. Es decir, cualquier sujeto parlante podría
desarrollar el ser de la escritura.
      Esta concepción choca con las ideas de inspiración, musas, élite, nobleza, dando lugar a
una socialización de la escritura.
      El capitalismo genera un proceso de socialización universal, es decir, la irrupción del
capitalismo como modo de producción en nuestras civilizaciones produce como resultado un
efecto humanizador, un efecto civilizador.
      La socialización de la mercancía, la posibilidad de que la mercancía llegue a mercados
infinitos, abre las compuertas y los medios para que también se pueda llegar a pensar en la
socialización del lenguaje, en la socialización de la escritura.
      Entre cualquier jefe de sección en cualquier fábrica más o menos moderna y un maestro de
escuela hay quinientos años de diferencia en favor del jefe de sección de la fábrica. El objeto
técnico en su proceso de socialización se adelantó al proceso de socialización de la cultura, de
la escritura, de la lectura y, por lo tanto, éstas se atrasaron quinientos años.
      Si pensamos cómo se produjo la máquina herramienta, veremos que fue la física la que la
hizo posible. La física hace posible el capitalismo: sin la física, sin la máquina herramienta, sin
la rueda sinfín, no podría haber habido producción en serie. Por lo tanto hubiese sido una
ficción el proletariado o el capitalismo.
      La física posibilita la fase de producción capitalista, pero es también la fase de producción
capitalista la que genera nuevas opciones, como mínimo, de lectura de la realidad. La máquina
infernal que nos somete es la que nos posibilita la puerta de una posible libertad. La Teoría del
Valor y la Teoría del Inconsciente así lo atestiguan.
      Para conversar, elegí tres poemas míos que tienen que ver con el arte poético. Los tres son
diferentes y pertenecen a épocas distintas de mi escritura, y definen situaciones diversas de la
creación.
      En uno de ellos se ve claramente cómo el sujeto que está escribiendo, el poeta, está
procesando que la creación es un hecho que se da entre el poeta y la poesía. En otro poema, a
esta función poética el poeta la ve fuera de sí y es ciega: no se puede aprender. Allí lo que
escribe es absolutamente independiente de él. Y a mi entender, ninguno de los dos poemas
deja de ser poema, sino que son poemas y se refieren al proceso de escritura. Y, en el tercer
poema, donde aparece una verdad: «Poesía, mientras te escribo, dejo de vivir.». Después de
esa frase nombra una serie de obstáculos que el poeta tiene que vencer: rechazo la vida para
ser esa página escrita.
      Este párrafo nos lleva al segundo punto que quería plantear hoy: la diferencia radical de la
vida del poeta, que tiene que ser rechazada para poder escribir, y el poema resultante. No
podemos decir que el poema dé cuenta o trate la vida del poeta, aunque haya partido de sus
lágrimas para escribir el verso: «el cielo llora sobre la ciudad». Es cierto que partió de sus
lágrimas, y aprovechando el sema común que tienen la caída de gotas de las lágrimas y la
caída de gotas de la lluvia produce la metáfora donde, humanizando el cielo, generaliza el
problema de su llanto y no dice como un tonto: «estoy llorando porque mi mujer me abandonó»;
no, abre la ventana, produce el hecho poético: «el cielo llora sobre la ciudad». Es una metáfora
porque humaniza el cielo y cosifica el llanto, esto es, produce una nueva temporalidad.
      Aunque el poeta crea que se vale de su propia vida para escribir, su vida no es otra cosa
que una materia prima, como la madera con la cual, aplicando instrumentos de trabajo, fabricó
una mesa que no estaba en la madera. El poema no estaba en la vida del poeta, sino que su
vida funcionó como materia prima, como materia natural, porque materia prima son los poemas
de los otros poetas. La vivencia del poeta es materia natural que, trabajada por los poemas de
otros, se transforma así en materia prima.
      El problema que planteo es que escribir siempre es un trabajo; sólo me doy cuenta de que
los instrumentos que creía conscientes y racionales en realidad son inconscientes.
      Los instrumentos son históricos, ideológicos y psíquicos y los tres son inconscientes para el
sujeto, porque si bien el mecanismo histórico, el instrumento histórico, es consciente, es
consciente para la historia, no para el sujeto, no para el hombre. Los modelos ideológicos
funcionan de manera inconsciente, lo psíquico verdaderamente real es lo inconsciente.
      Los mecanismos con los cuales trabajamos la materia prima o la materia natural, la vivencia
del propio poeta y los libros que ya están escritos antes de la existencia del poeta son
mecanismos inconscientes. Desde este lugar no me cuesta ningún trabajo hacer un pasaje y
pensar un campo que denomino Poesía y Psicoanálisis.
      El lugar desde donde digo: sin la función poética no hay poesía, no hay pintura, no hay
música, y nosotros agregamos: tampoco hay interpretación psicoanalítica sin función poética.
      Ponemos así la interpretación psicoanalítica en el lugar de la superestructura del arte, es
decir, pintura, música o cualquier otra expresión que se conciba artística. Es tan nuevo para la
historia del sujeto eso que acontece como interpretación psicoanalítica, como lo es para la
historia de la humanidad un nuevo poema que acontece con las características de serlo.
      Normalmente se dice: Fulano de Tal dejó en su obra la elegancia de sus gustos. Lo que
propongo es una lectura casi a la inversa, esto es, esa obra, que tenía que ser escrita de esa
manera, puso en ese sujeto esa elegancia que en realidad no conocí, sino que ahora leemos
desde su escritura.
      La escritura es el efecto de haber procesado una lectura. Aquí se plantea el problema de
qué es leer.
      Estamos leyendo permanentemente. Tomamos café y pensamos: «Estará caliente, estará
frío», y eso es una lectura.
      Alguien dice: «No sé si voy a llegar». Acaba de leer. Y parecen lecturas ingenuas, pero en
un caso usó la física; en otro, las matemáticas.
      Usó sin saber y eso se llama la cultura, eso se llama la civilización: sin saber utilizamos
todos esos fenómenos que han ocurrido a lo largo de la humanidad y los utilizamos para leer
pequeñas cosas cotidianas. Hay instrumentos, entonces, en lecturas sencillas como «voy a
llegar tarde», «me mira con mirada inteligente» o «cree que me estoy enojando». Cada vez que
hago eso, estoy haciendo una lectura.
      Si los modelos ideológicos funcionan de manera inconsciente, lo ideológico es la propia
vida del sujeto; por eso la ideología no se puede abolir. La ideología se puede transformar, pero
no se puede exterminar, porque se exterminaría al hombre.
      La «propia vida del sujeto», que el sujeto defiende con uñas y dientes, es, en él,
inconsciente.
      En apariencia, este fue el siglo del error. No funcionaron las grandes doctrinas, ningún gran
descubrimiento, pero me acaban de preguntar en la radio si el psicoanálisis ya se terminó
cuando todavía no ha empezado, cuando no ha pasado siquiera un siglo. Aún no se conoce en
el sentido de que tenemos un instrumento novedoso en las manos, que nos quema y que
produce revoluciones del sentido, de lo que creo que soy.
      El psicoanálisis produce una alteración total de la verdad. Podría decir: «esa lluvia que veo
es real, porque la veo», y la lluvia es real por un montón de motivos, menos porque yo la veo.
La mirada es lo que más le miente al hombre. Ve sólo el diez por ciento de lo que hablamos y
podemos expresar el diez por ciento de lo que seríamos capaces de expresar, de pensar. Es
decir, también
un amor atado.
      Los periódicos trabajan todos sus artículos con un máximo de trescientas palabras. Esa no
es la lengua castellana. La lengua castellana tiene un millón de palabras. Los cómicos, aun
estando en los medios de difusión, aumentan esas trescientas palabras a mil. Los poetas, los
buenos poetas, trabajan con diez mil palabras. Quedan novecientas noventa mil palabras no
utilizadas por nadie. La gente es capaz de decir frente a esa ignominia que ya está todo dicho.
Sí, ya está todo dicho con las trescientas palabras, que es la vida que nos permiten.
      La lengua castellana tiene un millón de posibilidades de combinarse, y en ese sentido decía
que sólo podrían usarlas los cultos, sólo los nobles, los grandes, los profesores. Ya eso
apuntaba con los medios por los cuales nos permitiría ser socializada la poesía, el hecho
poético, el hecho simbólico.   Y, diciendo que es un trabajo aquello que yo produzco, un
producto efecto de trabajo, un poema entra en un nuevo proceso de trabajo como cualquier
mercancía. Entra como instrumento: con un poema puedo leer una realidad, y entra como
materia prima sobre la cual, trabajando, voy a producir otro escrito.
      Existe la posibilidad de pensar una máquina herramienta del pensamiento. Existía la
posibilidad de que la ciencia matemática se hiciera corriente de opinión, que pasara de ciencia
a producción de filosofía, de ahí a producción de ideología y luego corriente de opinión. Así, no
hace falta conocer la ley de los números naturales para sumar. Es corriente de opinión. Antes
del descubrimiento de la ley de los números naturales (n + 1), la gente contaba de manera
primitiva, tenía que mostrar algo, los dedos, el ábaco, las piedrecitas, los nudillos, enfrentando
el objeto que querían contar. Para pensarlo simbólicamente había que entender la ley de los
números naturales y así nació la ciencia. Ahora que han pasado dos mil años es corriente de
opinión, ya que nadie tiene que entender la ley de los números naturales para sumar.
      Del mismo modo que una ley matemática se hace filosofía, luego ideología y, por último,
corriente de opinión, también puede ocurrir con la poesía, con el psicoanálisis o cualquier
disciplina que abra nuevos caminos para la humanidad.
      La conversión de la inspiración y la musa en trabajo hace accesible este asunto. Puede
decirse que hay gente a la que le da trabajo trabajar, y yo diría que sí, que es verdad. En un
recuerdo que tengo, veo el arte poético como un esperar. Si me permiten decirlo, el Menassa
joven. La actitud poética era la actitud de espera. Allí no sería atravesado por el lenguaje, por la
historia, la polémica. Recuerdo haber escrito un poema que decía que al poeta le mostraban
piedras preciosas, diamantes de África, mujeres extranjeras, se le leían poemas por altavoz,
todo para que dejara de esperar, porque en la espera era donde buscaba su sol, buscaba su
poema.
      Pasan los años, y evidentemente impactado por la comprensión que permite el
psicoanálisis de los procesos de creación, escribo un nuevo poema para hablar del arte
poético:

Fui lo que se dice un buen fenicio, en todo.

Fui lo que se dice un buen fenicio, en todo.


      No era navegar por navegar, mi oficio,
      mi oficio era tenderme entre los puertos.

Rosa perdida de perfumes rotos,


      color de soledad, dejaba en cada puerto,
      un infinito brote de locura.

No estoy perdido de amores sino de tedio:


      ya nadie corre por los peldaños de mi mente como tú,
      ya nadie abre su fuente con alegría y deseo para mí.
      Yo ya no veo tus ojos en lo profundo de mis manos.

Navegar por navegar no es mi oficio,


      arrancar trozos de la nada y unirlos en conjuro,
      ese es mi oficio silencioso y tenaz, como de versos,
      mi oficio no se puede aprender, no sabe, es ciego.

En el impacto del choque con la interpretación del deseo inconsciente en el proceso de


creación, el poeta queda totalmente convencido de que el arte poético es absolutamente
inconsciente y que él muy responsable de eso no es. Elabora en esta situación una posición de
la escritura como mandato social. Es escritor en realidad por mandato social. Es ciego al
mandato y ciego al producto del mandato.
      Podríamos, haciendo un paréntesis, ver esto en la interpretación psicoanalítica y preguntar
hasta dónde llega la responsabilidad del que la hace y, también para el poeta, hasta dónde
llega la responsabilidad de haber escrito un verso.
      Llega hasta ahí. Exactamente hasta ahí. Lacan lo decía así: «Ha comenzado su verdadero
viaje». Ha terminado su psicoanálisis y ha comenzado su verdadero viaje. Ahora que ya fue
producida la interpretación, usted haga con ella lo que quiera. Hasta la interpretación era el
viaje del psicoanálisis. Después de la interpretación es el viaje del sujeto Fulano de Tal.
      El viaje del poeta es haber escrito el verso. El verdadero viaje comienza cuando aparece el
primer lector.
      Si nos fuéramos pensando que hay varias maneras de pensar, sería suficiente. Porque, no
contento con lo que ya pensaba del arte poético, escribo un poema y le llamo:

Oficio de poeta 

Envuelto en las brumas del tedioso vivir,


      sólo la poesía me acompaña.

Cuando voy por la vida, Ella,


      suele asombrarse de mi soledad.
      Le digo que no importa,
      en su presencia el mundo se detiene para mí,
      los pájaros más nocturnos velan mi sueño.

Envuelto en los poderosos ruidos de la máquina,


      sólo su voz humana me acompaña.

Cuando hacemos el amor, Ella me reprocha,


      amarla como si fuera única.
      Le digo que no importa,
      en su presencia el mundo detenido en mis manos,
      se abre para mí, lo múltiple se abre para mí,
      añejas pasiones y amores venideros,
      delirios y mujeres, se abren para mí,
      diosas enamoradas y diademas, belleza embrutecida,
      el aire se abre para mí, los espacios abiertos
      donde nuestro gran sol es una estrella más.

Envuelto en las sutiles marañas del poder,


      toda la vida es Ella.

Cuando Ella me encuentra en esa encrucijada,


      donde yo mismo soy el amante de la muerte,
      Ella baila desnuda, despojada, también, del amor,
      dispara sobre mí para que no muera,
      un millón de palabras en libertad.
      Le digo que no importa,
      en su presencia danzarina, la muerte deja de brillar,
      tiemblan los cementerios,
      se abren los corazones profundos de la tierra,
      la vida nace por doquier
      y el frenesí es color, vértigo, duda,
      danza de la alegría sin escrúpulos,
      alegría en plena libertad,
      muerte de la muerte.

Aquí el poeta complica el asunto, porque intenta decirnos que el proceso de creación
es una relación que él tiene con esa abstracción que nos plantea como poesía. Plantea
el problema de la inmortalidad; dicho de una manera concreta, que no es el poeta el que
se inmortaliza, sino que, en todo caso, hay algunos poemas que se inmortalizan.
      La muerte de la muerte es lo que puede la poesía. Lo más importante es que el
poema plantea que hay una relación misteriosa del poeta, del sujeto concreto que
escribe, y la poesía. Una relación con una abstracción, con un ideal, con una marcación,
una especie de Ideal del Yo.
      En este momento se está escribiendo un poema. ¿Por qué? Porque estamos
poniendo en juego las pasiones y los requerimientos del trabajo de la poesía. Están
nuestras vivencias, están las palabras, hay palabras de otros poetas, recuerdo otros
libros, ustedes recuerdan otros libros. Hay una situación particular que nos reúne.
Tenemos nuestra ideología, nuestra filosofía, nuestra psique.
      Está todo, está la materia prima; por lo tanto, en este momento se está escribiendo
un poema. Lo que no sabemos es si el agraciado que lo escribe en una hoja, el
agraciado que representará para que se sepa que se estuvo escribiendo un poema, ése
quizá no está entre nosotros, y si entienden esto, entienden lo que pienso del
procesamiento de la poesía.
      ¿Este es mi poema o este Oficio de poeta lo escribió otro poeta y yo lo único que
hice con mi ordenador fue transcribirlo, y el poema que yo estoy escribiendo sobre el
arte poético quizás lo escribe uno de ustedes?
      Es una bella pregunta la que hago. Hay en ella cierta universalidad o historia de la
poesía. Más allá de lo que piensan los sujetos, más allá de lo que todos pensamos, hay
una historia propia de la poesía que se va concibiendo más allá de lo que aquellos que la
conciben, los poetas, piensen de la situación.
      Un poco más adelante, el título Oficio del poeta, se transforma en arte poético. Es un
intento generalizador. En Oficio del poeta, el poeta estaba en medio de la frase, el poeta
que pudo escribir eso estaba metido en el título; en cambio, en Arte poética no está
metido en el título, lo roza de sesgo.
      Analizando los títulos, pensé que en este poema se va a intentar una generalización
que no consigue en el anterior. Ese error se ve ahí donde complica el proceso de la
producción poética el que el poeta estuviera tan en contacto con la poesía, en un diálogo
casi personal. Leamos el tercer poema:

Arte poética

Poesía, lo sé, mientras te escribo,


      dejo de vivir.

Entrego, mansamente, mis ilusiones,


      mis pobres pecados proletarios,
      mis vicios burgueses y, aún,
      antes de penetrar tu cuerpo
      -tapiz enamorado-,
      abandono mi forma de vivir,
      miserias,
      locuras,
      hondas pasiones negras,
      mi manera de ser.

Vacío de mis cosas,


      abanderado de la nada,
      transparente de tanta soledad,
      invisible y abierto,
      permeable a los misterios de su voz,
      intento,
      rasgo sonoro sobre la piel del mundo
             la piel de la muerte
             la piel de todas las cosas.

Poesía, sobre tu piel, rasgos sonoros,


      esquirlas apasionadas,
      imborrables astillas de mi nombre.

Un psicoanalista mayor puede decir a un psicoanalista más joven: «Olvídese de su


pasado y podrá ser un buen psicoanalista» o «no recuerde ninguna interpretación que le
hayan hecho y así usted hará una buena interpretación». Un maestro samurai también
diría: «Cuando te olvides de cómo te enseñé a manejar el arma, aprenderás; el arma
formará parte de tu cuerpo y ahí sabrás manejarla».
      Tiene algo de artes marciales. Me perdí un poco. El goce de la interrupción; la
interrupción trae goce y por eso molesta. Estaba tan preocupado en demostrarles lo que
quería demostrar que de pronto tuve una interrupción y sentí un placer; conversando se
me fueron las preocupaciones. Después uno dice: ¡Ay, me interrumpí! Tuvimos un goce
de más, un goce que no hubiese habido.
      En ese goce que no hubiese habido, siempre hay escritura. Un día me preguntaron si
gozaba escribiendo, porque confesé que escribía de cuatro a cinco horas diarias. Dije
que sí, pero no más que con otro trabajo, porque hago otros trabajos también. En todo
trabajo se goza, porque se goza en todo aquel lugar donde pierdo, donde rechazo mi
personalidad, mi manera de ser, mis pensamientos acerca de la vida, mis compañeros y
mis amantes.
      No puede haber mundo diferente si nadie piensa el mundo diferente; si todos
estamos absolutamente convencidos de que no hay otro mundo y esto es lo que es, eso
es lo que puede el hombre.
      Pero el hombre es capaz de modificar la realidad social histórica si es capaz de
imaginarla. Ningún poema dijo eso, sino Einstein. Einstein decía que para poder
conceptualizar había que representar. Y se preguntaba: ¿cómo es posible conceptualizar
algo nuevo si primero lo tengo que representar y no lo puedo representar porque es
nuevo?
      Allí Einstein decía que la función poética era esencial en la producción no-poética, en
la producción científica, porque hay un momento de la representación de la cual se
saltaba a la conceptualización, que dependía estrictamente del imaginario universal, y
del imaginario universal es de lo que se nutre la función poética.
      Para entrar en coloquio planteo lo siguiente: El inconsciente de la poesía es más
extenso que el inconsciente del sujeto psíquico.

COLOQUIO

Pregunta.-¿Se escribe con una intención de decir algo concreto o hay que ser un
especialista de la propia obra?

Miguel Oscar Menassa.-Si no me impacta, si no hay hallazgo para el que lo escribió,


se puede decir que no es un poema.
      ¿La poesía es toda la poesía o la poesía es el hallazgo? Si la poesía es sólo el
hallazgo, tendría razón: todo lo que es hallazgo en la poesía es inconsciente para el
poeta, en tanto que es un hallazgo también para él.
      También hay algo de voluntad y de determinación social, lo llamado la aceptación.
Pero en el aspecto mediativo, el poeta, volviendo sobre los mecanismos de formación
del lenguaje, es el brazo que la filosofía tendría para que la poesía pudiera explicar.
      Esa meditación está en toda la poesía; es filosofía intentando dar cuenta de lo que
no se puede dar cuenta.
      Lo interesante del hecho poético es que no se puede dar cuenta de él, sino por otro
hecho poético, y por ello se distingue de todos los hechos humanos.
      Dice del inconsciente, pero no lo transforma en consciente; dice del acontecimiento,
pero no como narrador, no lo transforma en novela o cuento, es un acontecimiento:
alguien leerá el poema y sufrirá el acontecimiento. Eso no lo produce la narración, no lo
produce la novela ni la filosofía o la ciencia; eso lo produce la poesía y esa es su
distinción radical.

P.-¿Cómo se juzga lo que se escribe?


      M.O.M.-Eso es vanidad. Bueno y malo en poesía no sirve. Ahora procesamos a
Catulo. El hombre está procesando los poemas de Catulo; quiero decir, sólo ahora la
sexualidad del mundo se parece, se acerca, puede ser procesada, entendida por los
poemas de Catulo.
      Yo también digo bueno o malo, pero a veces me planteo que hay un prejuicio mío,
porque frente a un joven de quince años represento a la Academia. Cuando él lee el
poema, tengo mil poetas en la cabeza que están ahí juzgando; por lo tanto, mi crítica o
mi objeción debe ser tenida en cuenta muy relativamente, porque eso que me presenta
un chaval de quince años es una cosa nueva y yo puedo estar reprimiendo algo nuevo
por ignorancia, por pedantería, por orgullo o por creer que soy académico. Por eso hay
que ser muy cuidadoso.
      El niño va al colegio a los seis años, sale a los dieciséis y ese es un bien que le da la
cultura. Tendría que salir poeta; después puede ser ingeniero, abogado, barrendero. No
sólo enseñar a escribir poesía, sino que más fácilmente y con métodos menos
restrictivos que los actuales, enseñar matemática superior a los nueve años, ya que
están más capacitados para estudiar matemática superior a los nueve años que a los
veintiuno, cuando ya tienen de todo dentro de la cabeza.
      También se puede pensar así porque es un don, pero no es un don divino, y si lo
queremos pensar divino, será en el sentido de lo que es divino: divino es para todos; si
no, no es divino. Pero si es un trabajo, se trata de instrumentos. Viene la señorita y me
dice: Yo tengo esos instrumentos que usted dice, vivo en una ciudad, pero no puedo
escribir. Diría: Afine los instrumentos. No es que no tenga los instrumentos, usted es un
ser histórico, usted es un sujeto psíquico, usted padece la ideología, usted tiene los
instrumentos para escribir: o no se da cuenta, o es tímida frente a eso, o tiene represión.
Prefiere no renunciar al pedazo de vida al que tiene que renunciar para ponerse a
escribir.

P.-¿El poeta escribe de lo que le pasa o le pasa lo que escribe?


      M.O.M.-Soy un vitalista, y si me pregunta si por algo dejaría de vivir, le respondo que
no, que no hay nada en el mundo por lo cual pueda pensar en dejar de vivir. Sin
embargo, soy el que escribió: Poesía, lo sé, mientras te escribo, dejo de vivir. Una cosa
es lo que siento y otra cosa es que me haga el tonto. Siento que nada me haría dejar de
vivir, pero cuando estoy escribiendo no estoy viviendo, estoy abandonando situaciones
de vida para escribir esa página, que es otra cosa, otro tiempo, otra dimensión.
      Dije antes que el goce que me daba la escritura, me lo daba también cualquier otro
trabajo. Los accidentes de trabajo tienen que ver con esto: el sujeto que está trabajando,
olvida que está trabajando, como si me olvidara de escribir y entonces no escribo,
llevado por la vida, arrastrado por la vida. La vida no es buena consejera nunca, ni
siquiera para el amor. ¿Qué buen amor progresa si se tiene muy en cuenta la vida?
      Cuando la vida humana está tan restringida a los modelos ideológicos de
convivencia, no sabemos si esa es la vida humana, no sabemos si la vida humana es
escribir el poema. No sé lo que es la vida; sé que me hacen vivir una vida, pero no sé si
es la única.
      A veces siento como una obligación el escribir; hay una pulsión, estoy entre ver el
partido de fútbol y sentarme a la mesa a escribir. Si opto por las dos cosas, puede salir
una desviación en lo que escriba, empiezo un ensayo y termino escribiendo un artículo
periodístico en contra.
      Creo que es un mandato social. ¿Cómo se paga al decirle que no? Decirle que no al
mandato social es convertirse en un maldito. Es un trabajo en todos los sentidos, porque
fue trabajo simple cuando era un joven poeta. Escribía el poema y el poema, el producto,
se agotaba en el uso. Lo mostraba a ella y se terminaba el poema. Bueno, ahora me han
invitado a dar una conferencia, me han pagado el billete por venir; entonces ahora se ha
transformado en trabajo complejo. Si sigo así, algún día obtendré plusvalía de la poesía.
P.-¿Cómo que no es un trabajo?
      M.O.M.-Empezó agotándose en el uso: lo mostraba a mi novia, ella lo leía y
estábamos los dos muy contentos. A veces, después lo mostraba a mi mamá. Un día mi
mamá me dijo: ¿No te convendría mostrárselo a más personas? Mi novia no me dijo
nada, quería que siguiese mostrándoselo sólo a ella; fue mi mamá la que me dijo: Hay
más personas en el mundo...
      Es como pensar que la ideología de Freud produjo el conocimiento psicoanalítico
que produjo Freud. Ni hablar; si Freud era más burgués que yo, pensaba como un
intelectual, médico. Pero, investigando, las cosas que se iban produciendo en su
investigación sobrepasaban totalmente su manera de pensar. A la novia que tenía, no le
daba ningún consejo que tuviera que ver con su teoría. Su padre era un pobre hombre;
su madre, no sé qué, pero el conjunto de las ciencias y filosofías estaban preparadas
para la producción de una teoría científica acerca del inconsciente.
      Se hablaba de la cara oculta de las cosas y del modo de presentarse de los objetos,
la apariencia y la latencia. Toda la filosofía de fin de siglo estaba fundamentada en que
lo que aparecía del ser, no era lo verdadero; lo verdadero era lo latente. Esa es la
filosofía de la época en que Freud hace sus estudios e investigaciones.
      El famoso principio de constancia que Freud utiliza fue un principio que invadió todo
el conocimiento, las leyes del equilibrio, las leyes de la constancia, los equilibrios iónicos
de entrada y de salida, hasta el amor se gestionó sobre el principio de la constancia, ¿o
acaso hasta hace un mes no pensábamos que el amor era dar y recibir, y cuando dabas
y recibías era en un equilibrio?
      Ese no es el amor; ese es el principio de constancia irrumpiendo en el amor, como
irrumpió en la filosofía y en la psicología de la mano de Freud, para proponer un deseo
que nunca se pierde; sólo se transforma. Una homeostasis, singular, asimétrica, ya que
cuando se equilibra el deseo, viene la muerte del individuo.
      Eso pasa en el poema. Cuando se equilibró esa tensión, es el punto final. Eso
también pasa en los cuadros. Yo pinto y en el cuadro es fácil ver cómo, si no pongo el
punto ahí, la próxima pincelada no sólo es otro cuadro, sino que estropeo los dos. Así
que, evidentemente, hay puntuación, hay muerte de la cosa. Para que surja el poema
tiene que haber muerte de la intención del poeta, que en este ejemplo sería la tontería
de seguir escribiendo.
      Hay un pintor famosísimo al que su mujer le sacaba los cuadros porque él seguía
pintando y los estropeaba. Ella lo perseguía para que terminara el cuadro. Era un pintor
inmortal que no había concebido la puntuación. Esto lo puedo decir porque soy poeta,
pero no sé si lo hubiera podido decir sin el psicoanálisis. Todos los poetas puntuamos,
pero no sabíamos que eso era la muerte, no sabíamos que eso era dejar de lado nuestro
ser para que surgiera el poema. Porque si no ponemos el punto final, no hay poema,
pero sigue nuestro ser en los cajones del escritorio. Tenemos que dejar de ser; punto.
Dejar de ser para que sea el poema. Eso es una renuncia.

P.- Yo dudo que por dejar de hacer cosas pueda escribir un poema. 
      M.O.M.-No se contradice con lo que digo, aunque parece distinto. Pero ¿vas a
escribir el poema o sólo a tener la duda? Porque si sólo tienes la duda, estás en mi
teoría. Pero si lo escribes, en ese momento no es un juego de ausencias y presencias.
Es: dejo de hacer estas cosas para escribir el poema. Lo planteé concretamente. Es una
máquina que si no se conecta, no funciona.
Es una máquina que si la conecto, dejo de hacer otra cosa.
      No creo que la decisión sea consciente, porque vuelvo a insistir que no todas las
veces que me siento a escribir escribo. Pero no todas las veces que no quiero escribir,
no escribo. Hay veces que no quiero escribir y escribo.
      Hay noches que me pongo loco ya las tres de la mañana me levanto a escribir; no sé
qué me mandó ni quién me dijo, soy una persona que normalmente duerme, pero a
veces, por decirle que no durante todo el día, me levanto de noche y me doy cuenta:
tengo que escribir.
      Creo que es un problema de entrega como el amor. Como si hubiera hombres y
mujeres que tienen mayor capacidad de hacer el amor. Hoy quiero pensarlo
exactamente como el amor: todo el mundo tiene los instrumentos, todo el mundo posee
la materia prima, hay gente que lo hace más o menos, hay gente que lo hace bien. Pero
pienso que la sexualidad puede ser modificada, así como pienso que la relación que
tienen todos los hombres con la creación puede ser modificada. No tengo apuro: calculo
doscientos años. Estoy hablando de cuando el proceso de escribir sea corriente de
opinión; ahora, cuando dos personas quieren hablar, se encuentran y se quedan mudos;
uno dice: qué raro; espero un tiempo cuando frente a una persona que no escriba uno
pueda decir: qué raro.

P.-Usted plantea un mundo de escritores.


      M.O.M.-Esta fantasía la tenemos cuando todos somos paralíticos. Yo también.
«Cuando seamos todos escritores» es una fantasía que tenemos cuando todos somos
paralíticos y sale un escritor por siglo. No estamos en un momento en que hay tantos
escritores. Yo me empezaría a preocupar cuando haya un diez o un veinte por ciento.
Esto además toca a la nobleza. A mí me conviene que no sea fácil escribir, a mí me
costó mucho.
      Pero, cómo no decirlo, si lo descubrí; fue difícil porque nadie me lo dijo: lo aprendí
solo. Nadie me dijo que era entregarse, que si uno se entrega como en el amor, aparece
el buen uso del instrumento; que el instrumento no se puede usar bien cuando uno tenía
pretensiones de dominar el uso del instrumento.
      Cuando se tienen pretensiones de manejar el lenguaje se puede correr el peligro de
Holderlin: volverse loco. Dice Heidegger: La luz era tanta que lo cegó. Creo, en cambio,
que Holderlin tenía una tendencia manifiesta a controlar el uso del lenguaje, cuando el
asunto es dejarse manejar por el lenguaje.
      Hay teóricos que hablan de esto: de la pasividad del escritor, de la función mujer
como función escritor, en el sentido de dejarse atravesar por lo Otro.
      Lo Otro, en el sentido de una apertura al campo de lo Otro; lo Otro desconocido,
misterioso, de lo Otro no simbolizable, no representable.
      Bueno, sería terrible que yo hablara así y no escribiera, pero les aseguro que
escribo. 

                                             En: http://www.menassa.org/

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