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LUCIA ESTRADA: UNA BELLA GEMA NEGRA

Miguel Huezo Mixco


Lucía Estrada encontró una figura perfecta para hacernos ingresar a su
propio espacio poético: la Maiastra, la reiterada forma que obsesionó a
Brancussi, metáfora de exasperada verticalidad, representación de esa ave
fabulosa y legendaria que en las tradiciones rumanas empuja al príncipe a
emprender hazañas y combates. Epopeya, idilio y tragedia. La Maiastra, como nos
sugiere Lucía, acaso sea el alma: ese pájaro primordial de todas las leyendas.
“Maiastra” (2004) es precisamente el título del libro de Lucía Estrada, una de las
participantes del recién pasado III Festival Internacional de Poesía de Medellín, donde
la conocí. Nacida en 1980 (era la más joven de todos y todas), invariablemente vestida
de rojo o negro, en medio de aquella bola de “rolling stones” de pelo blanco que
batieron las aguas del Festival, lucía (sí, Lucía) como una pequeña hechicera. Pese a que
su temperamento es ajeno a la locuacidad de quienes buscan los aplausos, su voz y su
presencia no pasaron para nada inadvertidas.
Autora también de los libros “Fuegos nocturnos” y “Noche líquida”,
con “Maiastra” obtuvo el Premio de Poesía Ciro Mendía en 2002. En su natal
Colombia, trabaja en la peña de Prometeo, la revista que producen los
“alzados en almas” del reconocido Festival de Poesía de Medellín.
El tipo de poemas que escribe Lucía no tiene muchos cultores, ni aquí
ni en ninguna parte. (No sólo en El Salvador la poesía ha estado sometida a
los “reality shocks”).
A la lectura de “Maiastra” puede entrarse hilando y deshilando el
tejido de las cincuenta y siete estrofas que lo componen, y también
leyéndolo como un solo poema. Cualquiera que sea el camino que se escoja,
participaremos de una exaltación de huracanes, caravanas, gusanos y
estrellas; caminaremos por las estaciones de la noche de los muertos; y
escucharemos el llanto a solas de una alma incitada a ser su propia hiedra.

“Descanso sobre un ala de dragón que me pasea por las mismas


regiones que antes había visitado. Y me digo: son las mismas. Nada
en mí o en ellas ha cambiado, y la fiesta a nuestro alrededor
continúa más inexplicable, decididamente ajena...”.

“Maiastra” expresa la búsqueda del prodigio de la creación, y es


también un proceso de interrogación de la poeta misma. En ese juego de
espejos, la Maiastra -- la poeta misma-- pinchada como mariposa en la
cartulina del tiempo, es capaz de decir:
“Mira dónde apareces, sujeta al muro, entre las hendijas, tan
pequeña que sólo el ojo de la poesía te percibe”.

Este poemario excava desde los mundos subterráneos buscando


trepar por la escala donde se trenzan lo terreno y lo celeste. Y no es difícil
adivinar que los habitantes favoritos de esos mundos --los artistas, ángeles
caídos-- son esas “piedras rodantes” que “rehusaron todo banquete que no
fuera el de la belleza”, y para quienes –profetiza Lucía— “vendrá también el
pájaro que custodia por siglos el secreto”. Este libro contiene en su pomo
una pizca de la sal que juntan la creación y la destrucción. Carnaval y
cuaresma. Plumero que toca la cabeza de los seres raros bajo el disco de la
luna; epístola que interroga y acusa, volando entre nubes lúgubres.
Prendido, tatuado de símbolos, “Maiastra”es una bella gema negra
abrazada a una flor de luz.

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