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Literatura Argentina I

Segundo cuatrimestre de 2008

Mariana Palomino

No nos une el amor, sino la guerra

En el siguiente trabajo se analizan las figuraciones del enemigo en las crónicas y relatos
de la Guerra del Paraguay de E. Gutiérrez, J. I. Garmendia y L. V. Mansilla, las diferencias y
similitudes que presentan en los distintos autores, su relación con las diferentes figuras del héroe
y el modo como funciona la figura del enemigo en relación con los conceptos de patria y
frontera.

La retórica de Garmendia carece de sutilezas, en ella el enemigo es la figura del mal, de


lo más bajo y ajeno a lo humano por oposición y degradación. A pesar de la fuerza de las
descripciones de los cuerpos heridos y mutilados de los soldados rasos argentinos, siempre hay
un elemento que los eleva, en un tono lírico, a la categoría de héroes: sus brazos son “hercúleos”,
su cabeza “hermosa”, su valor imponderable. Las figuras se presentan bajo una lógica medieval
de lo alto y lo bajo, lo bello y lo horrible, en cuadros infernales: “aquellos bravos sufrían en
silencio, insensibles ya, puede decirse, todas las angustias y las afrentas, salpicadas con horribles
carcajadas que prorrumpían salvajes al ver correr la sangre de las maceradas carnes, y cuando
caía alguno al esfuerzo de los palos, el pie inmundo de aquella chusma vil, hería a golpes
repetidos una faz que altiva había ennegrecido el sol de los combates.”1
Las figuras de los soldados argentinos son representados de un modo complejo en los
textos de Garmendia: ostentan una “barbarie impasible”, una “afectación repugnante”, pero a
pesar de su salvajismo gauchesco, el soldado argentino “tiene el corazón de un niño, sensible,
compasivo, generoso y abnegado, todo lo sacrifica a todo, todo lo sufre; héroe ignorado casi
siempre”2.
En el capítulo VI de Los mártires de Acayuazá, donde Garmendia narra el oprobio de
Gaspar Campos como prisionero del ejército paraguayo, el enemigo ostenta “un lujo de barbarie
no conocido ni en las tribus más recónditas del desierto”3. Por el contrario, a la hora de describir
al soldado argentino, se nos presentan varios tipos, comenzando por las diferencias sociales y
culturales entre los generales y oficiales y los soldados rasos (“los oficiales prisioneros no
trabajan como peones”4), en su mayoría gauchos, pero de una barbarie que, como en Sarmiento,
1
Garmendia, J. I., p. 142.
2
Garmendia, J. I., p. 77.
3
Garmendia, J. I., p. 151.
4
Garmendia, J. I., p. 146.
no deja de tener rasgos sublimes de valentía y arrojo. Resuenan los tipos y las características
positivas y negativas de la barbarie gauchesca del Facundo en la descripción de los soldados
rasos: en El Fogón los vemos fumar, tomar mate y contar historias, allí están el “pueblero”, los
desgraciados, el bardo tañendo las cuerdas de la guitarra.
El enemigo es descrito por Garmendia en escenas multitudinarias, o en fragmentos: sus
lanzas, sus insultos, sus brazos empuñando fusiles, golpeando y torturando a los prisioneros
argentinos. López aparece como “fanático del crimen”, como tirano, casi como un diablo al
mando de un ejército del mal conformado por “crueles verdugos”, “hombres sin alma” de
“alegría feroz”, que torturan y cometen “actos inhumanos”, como “caníbales” (y aquí entran
también las mujeres y los niños paraguayos), como “fieras de la tiranía” “sin noción de piedad”,
como una “multitud inconciente, que cuando no hería con el arma, degradaba con la acción o la
palabra”.

Los textos de Garmendia remiten a la retórica de Sarmiento cuando describe la barbarie


de Rosas como la más cruel por ser, a diferencia de la del gaucho malo, más refinada y
sistematizada. Este modo de definir a Rosas, al otro, al enemigo contra el que escribía
Sarmiento, resuena una y otra vez en los textos de Garmendia. El enemigo (esta vez el tirano es
López) se caracteriza por un: “refinamiento de feroces pasiones alimentadas por bárbaras
creencias”, un “lujo de barbarie”, crueldad “refinada”; “…el bárbaro dictador endurecido por las
crueldades de la tiranía no respiraba sino odios sistemados que han escrito con horrorosos
caracteres su negra página”5. También es posible encontrar elementos de la gauchesca y de El
Matadero en la “fiesta de caníbales” donde las mujeres prestan al cuadro “un colorido infernal y
grotesco, algo de furia de bacantes.”6 Parafraseando a Sartre, aquí el infierno son los otros, pero
estos otros no son parte de la nación, sino el enemigo común que une a los ciudadanos argentinos
(criollos, gauchos, indios) para defender la patria. Estos elementos tan caros a la retórica de la
primera mitad del siglo XIX, reaparecen aquí desplazados del otro lado de la frontera como línea
que separa naciones: esta vez la barbarie del gaucho parece haber sido subyugada por el
sentimiento patriótico y se nos presenta al servicio de la patria, defendiendo sus fronteras
internacionales. En los textos de Garmendia, el heroísmo y el valor de los “soldados ignorados”
parece relucir más en el modo en que soportan los tormentos que en el modo en que luchan.

En los textos de E. Gutiérrez, por el contrario, encontramos una retórica más ligada a la
literatura popular, al folletín y a los relatos de aventuras. La narración es más dinámica, menos
descriptiva y menos escabrosa. En vez de relatar con detalle –al modo de Garmendia- los
5
Garmendia, J. I., p. 145.
6
Garmendia, J. I., p. 141.
tormentos y flagelos de la carne del soldado en la guerra, Gutiérrez instala al lector en el campo
de batalla, donde se despliegan las estrategias militares, las pequeñas historias de valientes
soldados, el heroísmo del cuerpo 6 de línea. Lo épico no está ligado al horror y al sufrimiento
sino a la valentía, el arrojo y la inteligencia militar. El enemigo, en esta perspectiva, es un rival
respetable: “cada soldado es un héroe”7, “los paraguayos peleaban (…) con toda la bravura de su
raza indómita y la desesperación del que defienda su patria, su hogar y su familia”. El enemigo
es el bando contra el cual se pelea la guerra, son hombres y mujeres como los argentinos que,
como ellos, defienden su territorio. Es una guerra entre hombres, no entre seres de especies
diferentes. Así, los héroes están de los dos lados. Con el enemigo se pelea el territorio “palmo a
palmo”, y a pesar de las victorias del ejército aliado, “el ánimo de aquellos valientes no decaía”.
La construcción de la figura del enemigo no es tan central como en Garmendia, sino que
funciona más bien como contrafigura del ejército argentino. De este modo, y en la lógica del
relato de aventuras, al realzar el coraje y la resistencia del enemigo, lo que se refuerza es la
heroicidad y la valentía del soldado argentino en su defensa de la patria.8
No sólo en los textos de Garmendia sino también en los croquis y siluetas militares de
Gutiérrez “el soldado se ha sobrepuesto al hombre: la voz de la patria habla a su corazón más
alto que la de todo sentimiento”9. Pero a la hora de referir la emboscada del ejército paraguayo,
el relato no se detiene en los tormentos de los prisioneros sino que recorre y narra la acción de
valientes soldados en plena batalla.
El enemigo del soldado parece ser, más que el ejército paraguayo, el gobierno de J. A.
Roca, que en el momento en que Gutiérrez publica sus Croquis y Siluetas Militares, no reconoce
los servicios prestados por los soldados, los “desecha”, negándoles reconocimientos y garantías.
En El soldado de línea, el tono de la descripción de la vida en el campamento (que remite
directamente a la de la vida en las fronteras internas de la nación) se convierte en una denuncia
de las condiciones en que el Gobierno tiene abandonados a sus soldados –a sus héroes, diría
Gutiérrez. Así: “el soldado de línea lleva aquella vida desesperante y heroica hasta que la vejez o
las heridas obligan al gobierno a darle de baja, para que vague [por] nuestras calles muriendo de
hambre y en la más monstruosa de las miserias”.10 En vez de los tipos de Garmendia
encontramos aquí un detalle de las faltas sistemáticas en los pagos a los soldados, del escaso y

7
Gutiérrez, E., p. 100.
8
En Sobre la guerra en el Paraguay (relatos nacionales en las fronteras), Alejandra Laera analiza bajo esta
perspectiva el episodio de Esteban Guelves narrado por Gutiérrez y concluye: “El soldado que ofrenda su vida –no
el que la pierde- es el verdadero héroe. Y para enfatizarlo como tal –en un procedimiento típico de la narrativa
popular de Gutiérrez-, también el enemigo debe verlo como un héroe: <los mismo paraguayos quedaron
asombrados> (el subrayado es mío). El reconocimiento de la heroicidad detiene, pone en suspenso, la acción del
enemigo.” En Graciela Batticuore, Loreley El Jaber y Alejandra Laera (comps.), Fronteras escritas. Cruces, desvíos
y pasajes en la literatura argentina, Bs. As., Beatriz Viterbo, 2008. (p. 199).
9
Gutiérrez, E., p. 241.
10
Gutiérrez, E., p. 242.
erróneo envío de ropa y comida, del olvido del Gobierno que deja a su suerte a estos héroes
anónimos.

La Guerra del Paraguay es un episodio central en la producción literaria de Garmendia y


Gutiérrez. Pero en el caso de Mansilla se trata de un episodio más a partir del cual continuar
desplegando su literatura. En sus causeries, la guerra es un juego, los relatos son narrados en
primera persona y en términos anecdóticos, son divertidos y no faltan las digresiones, ironías y
referencias literarias y filosóficas que caracterizan su estilo: “En la guerra acaba uno por
familiarizarse con todo, hasta con el peligro. Es un juego como cualquier otro. El valor mismo
suele ser, más que real, teatral.”11
De hecho, los relatos de Mansilla sobre la Guerra del Paraguay (tanto en las causeries
como en la historia del Cabo Gómez de Una excursión a los Indios Ranqueles) presentan un
panorama de la guerra más personal, no tienen ni el tono militar de Garmendia ni el popular de
Gutiérrez. Se trata de casos donde lo narrado –y el modo en que se narra- desmitifica el heroísmo
(de hecho, los héroes son enganchados y desertores), la traición o la tragedia de la deserción, la
cuestión de lo nacional y la frontera como límite entre naciones: aquí la frontera con el enemigo
es un lugar de contacto visual: “¡Estábamos tan cerca de las trincheras enemigas! A simple vista
se veía lo que en uno y otro campo pasaba. / Yo conocía perfectamente, y ellos a su vez me
conocían a mí, a los oficiales paraguayos con quienes diariamente nos tiroteábamos. A mis
demás compañeros de armas les sucedía lo mismo.”12; de cruce de cuerpos, de jugadas y
revanchas. El enemigo está al lado, y esa cercanía está naturalizada en la guerra: “¿O se
imaginan ustedes que en los ejércitos, frente al enemigo, porque se está cerca de él, se acuesta
uno con el Jesús en la boca, y no es posible pegar los ojos?” -y la consiguiente provocación:
“No; se duerme perfectamente, mejor que en blanda cama”.13
El enemigo es el contrincante en el juego de la guerra, los relatos de La emboscada y La
mina parecen, más que relatos de guerra, relatos de juego, enfrentamiento de estrategas, anécdota
de campamento que termina con la muerte de un perro. Ante el robo de uno de sus centinelas,
Mansilla confiesa “el deseo que tenía de que los paraguayos cayeran, a su vez, en una trampa
mía.”14 Llega por fin, después de tanto suspenso, el relato de La mina, que concluye: “Una de
tiros del demonio, que se cruzan, saliendo de todos los puntos del círculo. Racedo se salva
milagrosamente. Los paraguayos no entran en el círculo, huyen. No hay más que un muerto y
una lección. / El muerto es el perro.”15
11
Mansilla, L. V., La emboscada, p. 207.
12
Mansilla, L. V., Juan Peretti, p. 232.
13
Mansilla, L. V., La emboscada, p. 207.
14
Mansilla, L. V., La emboscada, p. 208.
15
Mansilla, L. V., La mina, p. 214.
Tanto en Garmendia como en Mansilla encontramos el tedio de la Guerra del Paraguay,
pero mientras en los relatos de La cartera de un soldado el esplín trae consigo al fantasma de la
deserción, en Mansilla parece ser un desafío a superar a mediante el entretenimiento, lo que
Mansilla releva, lo que elije narrar son pequeñas anécdotas, personajes peculiares que sorprenden
o provocan risa más que tristeza, angustia y terror. Hay un disfrute de la guerra en los relatos de
Mansilla: “Nos habíamos acostumbrado tanto a aquel juego, que había momentos en los cuales
nos habría dado rabia, si nos hubieran dicho: ‘Esto concluye mañana.’”16
Por otra parte, el hambre y la sed, que en Garmendia desolan al soldado argentino, en
Mansilla son sufrimientos del enemigo. El ejército enemigo se vuelve visible en las fronteras
naturales que lo separaban del ejército aliado, se vuelven visibles sus necesidades y estrategias,
tanto la del perro (citada más arriba) como las pequeñas incursiones de los soldados paraguayos
hambrientos que salían “casi todas las noches de sus líneas, para merodear por el terreno
ocupado durante el día por nosotros, limpiándolo de cuanto desperdicio dejaban nuestros
soldados, a punto que ni los huesos despreciaban. ¡Cómo estarían de famélicos, cuando hasta
nuestras heces podían servirles del alimento!”17.

Durante las últimas décadas del siglo XIX, en los años de configuración de la identidad y
el estado nacional, se puede leer en estos relatos y crónicas de la Guerra del Paraguay ciertos
elementos en relación con la definición de la patria, de lo nacional, y la relación entre los
soldados del ejército y el estado. Esos elementos no están siempre en armonía, sino que aparecen
cuestionados (incluso en los relatos de corte más militar y solemne de Garmendia).
La patria parece existir sólo del otro lado de la frontera, sólo cuando no se está allí, un
poco alejada del Estado y más aún del gobierno, que en todos los relatos –en algunos más
acentuadamente que en otros- aparece como ingrato, olvidadizo, dejando en estado de abandono
a quienes han luchado en sus fronteras. Es allí, en las fronteras, donde se juega la patria, en un
movimiento de afuera hacia adentro, del desprendimiento que siente el soldado, de la nostalgia
del hogar mientras se está combatiendo en otras tierras.
La guerra por el territorio configura los bandos aliados y enemigos, y este movimiento es
el que configura la idea de la patria en términos de unidad nacional, pero se trata de una unión
más bien coyuntural desencadenada pro el conflicto bélico, y que se sostiene en la Guerra
básicamente gracias a la disciplina, a la subordinación de los soldados a la ley y la jerarquía
militar, ya que éstas están mucho más presentes que las garantías estatales.

16
Mansilla, L. V., Amespil, p. 84.
17
Mansilla, L. V., La emboscada, p. 206.
La figura del enemigo funciona básicamente en estos relatos y crónicas de la Guerra del
Paraguay como contrafigura del sentimiento patriótico, pero en cada autor tendrá diferentes
matices y funciones. En el caso de Mansilla, aparece como un elemento más que desmitifica los
terrores de la guerra, a diferencia de los relatos de Garmendia, donde el enemigo parece ser de
otra especie, casi un diablo en persona, exacerbando la retórica antirosista (pero en la figura de
López y los paraguayos) de Sarmiento y Echeverría, y elevando a la categoría de héroes a los
oficiales y soldados rasos que padecen sus torturas. En el caso de Gutiérrez, finalmente, la figura
del enemigo se inscribe en la tradición de la literatura popular de los relatos de aventuras,
labrando el heroísmo de la soldadesca argentina.

Bibliografía:

- Corpus de la Cátedra de textos sobre la Guerra del Paraguay:


o José Ignacio Garmendia:
 “El fogón (escenas de la vida de campamento)”
 “Los mártires de Acayuazá”
o Eduardo Gutiérrez:
 “Los Héroes ignorados”
 “El soldado de línea”
 “La bandera del héroe”
o Lucio V. Mansilla:
 “Amespil”
 “Juan Patiño”
 “Juan Peretti”
 “Un hombre comido por las moscas”
 “La mina”
 “La emboscada”

- Laera, A., Sobre la guerra en el Paraguay (relatos nacionales ne las fronteras), en


Graciela Batticuore, Loreley El Jaber y Alejandra Laera (comps.), Fronteras escritas.
Cruces, desvíos y pasajes en la literatura argentina, Bs. As., Beatriz Viterbo, 2008.
- Clases teóricas y prácticas del segundo cuatrimestre 2008 de Literatura Argentina I.

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