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Pero resulta que, un buen día, sin que ningún signo lo pudiera vaticinar con
exactitud, el clima de la tierra comenzó a transformarse radicalmente y, entonces,
los inmensos bosques se redujeron considerablemente, y el antiguo homínido,
nuestro remoto antepasado, se vio abocado a una situación de incertidumbre
permanente, pues con la deforestación ya no era posible garantizar su
sobrevivencia.
Decíamos que, mientras este desajuste logra soldarse, otros procesos están
deviniendo; al primero de ellos lo podríamos denominar “reducción del instinto”;
ello significa que la intensidad primaria de los instintos es atenuada en función de
una adaptación a un espacio de posibles sabánico que nunca se hallará
demarcado totalmente, como sí ocurría, por el contrario, con el espacio
relativamente cerrado del mundo arborícola.
El hombre será, por tanto, a partir de ese momento, la única especie que se
transforma o evoluciona sin especializarse, en la medida en que siempre se verá
abocado a experimentar e inventar estrategias de adaptación, en relación con un
medio que siempre se expresa en una infinitud de “posibles” y de coyunturas por
develar, afirmar o resolver. Esta misma circunstancia le brinda cierta dosis de
libertad, pero también lo hace proclive al error, pues de lo que se trata, finalmente,
es de hacer coincidir lo posible con lo real.
Bibliografìa
CASSIRER, Ernest. Antropología Filosófica. Santafé de Bogotá: Fondo de Cultura
Económica. 1993.