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EL TEPEIZCUINTE

En: Rodríguez Macal, Virgilio. La mansión del pájaro serpiente, Editores Panamericanos
Asociados, 3ª ed., México, 1956.

Alau, el tepeizcuinte, es otro de los habitantes, otro de los moradores de la mansión,


el Mundo Verde.

Su vida y su historia, es bella y sencilla, tan bella tal vez como su cuerpo, como su
faz.
Gustábale vivir entre las selvas húmedas, las selvas cerradas, por los guamilares,
sin hacer daño a nadie. Solamente viviendo su vida, solamente alimentándose, tan sólo
disfrutando, gozando tranquilamente, le gustaba vivir.

Pero he aquí que su carne, su cuerpo, era codiciado por muchísimos seres. Balam,
el tigre pintado, lo consideraba un tierno bocadito, al igual que Coj, el león; Mez, el gato
de monte, y muchos otros cuyas hambres eran aplacadas con el gusto de Chak, la
carne, con el sabor de la carne recién muerta, recién palpitante.

Cuando esta historia principia, Alau el tepeizcuinte y su hembra Ixocalau hallábanse


muy tranquilos, uno al lado del otro, comiendo a Sakul, el plátano, que un fuerte viento
había botado de lo alto del árbol llamado platanar.
Ic, la luna, brillaba con todo su esplendor por las regiones de Caj, el cielo; y era tan
grande su luz que por más que se buscara, por más que se aguzaran los ojos, no podía
distinguirse a ningún miembro de da la bella familia de Chumil, la estrella.
Agá, la noche, estaba bellísima para Alau y su hembra.
Con el chorro de luz que caía desde lo alto podían verse sus cuerpos gordos y
relucientes, rojizos como melocotones tropicales y con hileras de manchas blancas.
Tenían preciosos bigotes que les nacían en lo ancho de los labios. Estaban saboreando
la carne incomparable de Sakul, el plátano, que es dulce y es buena.
Así que hubieron comido fueron a seguir su banquete, a triturar con sus dientes
biselados la corteza de Chee, el árbol, y a Xe, su raíz. Muy a su gusto encontraban
ambos el alimento, que era fácil y sencillo de conseguir, de procurarse. Tan tranquilos
vivían que no llegaban a comprender por qué tenían que defender su vida, su aliento a
cada instante...¿Por qué los otros seres de la montaña no eran como ellos , que no se
ocupaban de nadie?...¡No! los otros moradores de la selva, muchos de ellos buscaban
a Alau y a su hembra para devorarlos, así como ellos devoraban a Sakul, el plátano.

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Fue así como, ambulando por las fangosas orillas de Akanyá, el río, dos sombras,
dos bultos saltaron sobre ellos con gruñidos que verdaderamente ocultaron el valor de
vivir en sus corazones, que verdaderamente apagaron el fuego que los mantenía bien
en el frío de sus difíciles existencias...¡Estos dos bultos, estas dos sombras que
atacaron silenciosamente a Alau y su hembra fueron Mez, el gato de monte y su pareja,
Atí Mez!

¡Hambrienta andaba la familia de Mez por la orilla de Akanyá cuando tuvieron la


suerte de toparse con el bocado más exquisito de la mansión, el Mundo Verde!

Ixocalau que estaba aún cercana a la maraña de la selva, tuvo tiempo de afianzar
sus patas en la tierra firme, sus patas que son como pequeños cascos, como pequeñas
garras grandemente endurecidas, sin permitir que el fango de la playa se la tragara, y
salió como bodoque de cerbatana por entre la maleza...A ella la siguió Mez a grandes
saltos.

Verdaderamente apurada se vio la hembra de Alau, que ya sentía que sus carnes
entraban a formar parte del placer de las mandíbulas de Mez, el gato de monte...Mez
corría mucho más rápidamente, mucho más raudamente que ella, así que pronto la
alcanzó...

Pero, he aquí que Ixocalau cambió de rumbo con gran presteza, con gran
precipitación, saliendo de entre las mismas fauces de Mez, el hambriento. Así sorteó,
cambió la muerte en la vida por muchas veces. Por último logró llegar a un camaulotal
altísimo, tan alto que ella jamás había logrado comprender de qué alto era...Mez la
buscó, la olfateó por todas partes, por todos los rincones, pero Alau y su familia son
únicos para desaparecerse, para ocultar sus cuerpos.
Cansado, furioso y hambriento, Mez se fue rezongando cautelosamente por entre la
selva.
Entretanto...¿Que había sido de Alau?
El estaba ya en la playa de cieno cuando fue atacado por Atí Mez, la hembra del
gato de monte que andaba verdaderamente hambrienta. Por lo tanto, pues, corrió lo
más que pudo por sobre el lodo, pero su cuerpo que poseía peso, que poseía carne
deliciosa y patas como cascos, así de duras, como uñas gruesas, así de duras, se
enterraba sujetándolo a la muerte, acercándolo.
En cambio la hembra de Mez, que es muy ágil y ligera de peso, saltaba tras él
cómodamente , muy concienzudamente.
¡Ahora bien!
Alau, el tepeizcuinte, es el mejor nadador y buceador de cuantos animales habitan
en las grandes extensiones silenciosas a excepción, tal vez, de Yatú, el perro de agua.
¡Pero, he aquí que a Alau no le agradaba entrar en el agua durante la presencia de
Agá, la noche! Lo consideraba de gran imprudencia, de gran desapego a la propia
existencia puesto que en esa parte de la vida de Akanyá, el río, Paloúj, el mar, andaba
muy cerca convenciéndolo de que se juntara con él y grandes Jucú, grandes peces,
abusaban de la amistad, de la cercanía y entraban también al interior de Akanyá, el río.

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En cierta ocasión Alau había contemplado desde la playa cómo un gran pez atacó y
mató a Tixil, el tapir, que atravesaba nadando de una margen a otra. Pero no quedaba
otra alternativa si es que quería salvarse de las fauces de Atí Mez.
Así, pues, desvió el rumbo y pronto sus patas tocaron el agua. Cuando su cuerpo se
sumergió con fuerte chapoteo, la hembra de Mez estaba tan sólo a una, a dos pulgadas
detrás de su cola. Alau se sumergió con gran presteza y comenzó a nadar...Sabía que
Mez ni siquiera mete una uña dentro del agua...¡Pero le quedaban mayores peligros!
Pensó avanzar bordeando la playa y salir en el lugar más cercano.
Así lo hizo, nadando rápidamente bajo el agua. Salió a la superficie y se dirigió a la
orilla silenciosamente, llevando su boca, su cara, como si fuera la proa de una panga
achatada.
¡Pero, he aquí que no sólo Jucú, el pez, existe en Akanyá como enemigo de Alau!
Una gran mole, un gran cuerpo obscuro hallábase tendido entre los manglares,
precisamente en el sitio que Alau eligió para salir del agua...Este gran cuerpo, esta gran
mole eran Ain, el lagarto, de escamas viejísimas, enlodadas y duras como Suy, el
tecomate. Tendido a la luz de la luna estaba Ain esperando que algún habitante de la
selva llegara a beber. Cuando esto sucediera, Ain trataría de comer.
Muy difícil se había tornado la vida de Ain en el último tiempo. Desde que tuvo la
suerte de sorprender a Achí, el hombre, cuando se bañaba en el río...Desde que
Destino quiso que cerrara sus mandíbulas en sus piernas, que lo arrastrara a su nido en
el lecho de Akanyá y allí lo triturara, lo devorara con sus grandes colmillos...¡Desde ese
momento comenzó a dificultarse su existencia!
Muchos cientos de veces había visto Ain la cara de Ic, la luna, reflejada en las aguas
de Akanyá. Allí había nacido hace mucho, muchísimo tiempo, y jamás se había movido
de su hogar, de su paraje... Pero, he aquí que desde que devoró a Achí, el hombre,
todos los días venía un largo Lam, un largo tronco flotando sobre las aguas, y sobre él
llegaban muchos Achí a buscarlo...Traían unos palos largos, negros y delgados que
sabían hacer relucir en sus puntas a Kak, el fuego. En cierta ocasión llegaron de noche
con una luz, un reflejo que brillaba como un pedazo de Gij, el sol. En esa ocasión, por el
deseo, el ansia de ver de cerca ese reflejo, esa luz, sintió que sus ojos se cegaron y
escuchó el trueno de los palos de Achí, que lo hirieron gravemente. Tuvo que
zambullirse, dejando una estela de sangre y burbujas y ocultarse por mucho tiempo en
su vivienda de fango hasta que la herida sanó. Por lo tanto, Ain ya casi nunca salía de
día a tomar su baño de sol cuando el nivel de Akanyá bajaba a causa de Paloúj, el mar,
y dejaba descubierta la playa legamosa donde él tanto gustaba tenderse. Muchísimo
respeto tenía Ain por Achí, el hombre, y por sus palos negros que sabían producir a
Kak, el fuego. Llegaba a arrepentirse verdaderamente de haber aprovechado la hora en
que Destino le permitió que sorprendiera y devorara a Achí. ¡Exquisita, en verdad, era
su carne; pero esa carne no debió ser comida porque tomó su venganza, su odio contra
él!
Pero, esa noche, solamente escucharon sus oídos el debilísimo ruido que hacía Alau
al nadar. Su enorme cuerpo comenzó a moverse, a resbalarse hacia el agua. Pronto
entró en ella su bocaza y luego fué deslizándose sobre ella.
Pero Alau también lo sintió a él. Hizo un rapidísimo movimiento y volvió a
desaparecer bajo las aguas. Nadó en sentido opuesto, hacia el centro del río, a toda

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velocidad...Oía a sus espaldas el crujir de las ondas contra el cuerpo de Ain que nadaba
tras él.
Alau iba asustadísimo. Temblaba su cuerpecillo al sentir casi encima a Ain, el lagarto.
Pero Alau es muy ágil en el agua y sorteó por varias veces la muerte. Cuando Ain lo
alcanzaba y trataba de partirlo, de tragárselo, Alau se sumergía súbitamente, Alau se
dejaba llevar al fondo por el peso de su cuerpo; y luego con gran presteza, nadaba
describiendo círculos. Gran revuelo armaban entre las aguas los coletazos de Ain cada
vez que Alau escapábasele de entre las mandíbulas y cambiaba de rumbo. Así
recorrieron la inmensa anchura de Akanyá.
Por fin Alau sintió bajo sus patas la arena del río. Sin detenerse un instante comenzó
a correr y se internó entre la selva. Su cuerpo temblaba de espanto y de frío. Después
de sacudirse dos y más veces se agazapó en el interior de un tupido arbusto y allí pasó
el resto de la noche. No se atrevió a lanzarse nuevamente al agua y retornar a la otra
margen donde tenía su vivienda y donde Ixocalau, su hembra, estaba esperándolo con
gran intranquilidad olfateando el aire tibio de la noche en todas direcciones.

II

Cuando brilló Gij, el sol, que es el padre bueno de los pájaros, los insectos y las
flores, Alau salió de entre las húmedas hojas de su escondrijo. Olfateó por varios
instantes el aire fresco de la mañana, aspirando el aroma de los helechos y las flores.

Alau prefería buscar su alimento bajo la suave claridad de Agá, la noche, Gij, el sol,
hería sus grandes ojos causándole molestias. Pero también comprendía que sus
mayores enemigos sienten lo mismo que él y, por lo tanto, es más difícil toparse con
ellos durante el reinado de la noche.

Salió pues, hacia la playa de Akanyá.

Muy hermoso encontró Alau el panorama. Caj, el cielo, estaba tan azul que en la
lejanía se abrazaba su cuerpo con el de Paloúj, el mar. Bandadas de Gqokok, el pato,
volaban batiendo sus alas a compás con las brújulas de sus picos señalando el
horizonte. Muy alto, muy alto volaba Qot, el águila, como si estuviera allá arriba
fumándose las nubes en su enorme pico. En su alrededor pasaba la delicada caricia de
la mariposa, la Flor-pájaro. Alau estaba contento porque estaba vivo, porque respiraba
su existencia con tranquilidad.
Y, he aquí que, de pronto, vio agitarse las aguas de Akanyá junto a la orilla, y las
flores de Nap, que son los lindos lirios de caras blancas y amarillentas, se inclinaron
hasta besar las hondas.
Mucho y grande fue el susto de Alau, que ya se aprestaba a romper las hojas y los
bejucos en su carrera de miedo, imaginándose ver aparecer la horrenda faz de Ain, el

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lagarto.
Pero pronto se calmó su espanto cuando salió a flote la redonda cabezota de
Lamyá, el manatí.
Inmenso y grotesco era Lamyá, el manatí. Su cabeza parecía un enorme coco gris
obscuro que flotara en el agua. ¡Y aquel coco estaba poblado de arrugas y bigotes!
Tenía unos grandes ojos que observaban todo con quietud, con dulzura. ¡Su cuerpo era
tan largo y tan grueso que el cuerpo del más grande de los lagartos se parecía a su
lado, a Kik, la espina! ¡Y lo más peculiar en Lamyá eran sus patas traseras! Tenían la
forma de la cola de Jucú, el pez, mientras que sus brazos cortos estaban armados de
uñas curvas y amarillentas.
Tan importante era la figura de Lamyá que muy raro era el ser que en el agua lo
atacaba. Ain el lagarto, el gran cocodrilo chato que es muy feroz, tan sólo soplaba
cuando lo veía y se alejaba malhumorado.
Pero, he aquí que Lamyá, a pesar de su gran volumen, tenía el carácter más
apacible de cuantos habitantes poblaban Akanyá. Además, Lamyá era muy viejo, sabio
y observador.
Alau sintió gran alegría al verlo aparecer. Sin vacilar se acercó a la orilla y comenzó
a mover sus bigotes en señal de contentamiento. Entonces Lamyá sacó toda la cabeza
y mostró parte de su cuello rollizo. Luego comenzó a hablar con voz que parecía un
ladrido débil y enronquecido.
Salud, --le dijo al tepeizcuinte.
Alau acercóse más y comenzó a hablar con su voz de ronroneo.
--Salud, grande y sabio Lamyá, señor de Akanyá, el río...
Largo rato conversaron sobre el tiempo y sobre el alimento...¡Porque, en verdad,
muy parecidos eran los alimentos de ambos!
Lamyá, a pesar del tamaño de su cuerpo, jamás había matado a nadie, a no ser
cuando tuvo que defender su vida y su prole. Y para esto, cada vez que husmeaba el
peligro lo evitaba sumergiéndose a gran profundidad y ocultándose en el bosque de
plantas acuáticas. El alimento de Lamyá lo constituía principalmente la tierna raíz del
tul, que sabía sacar de entre el fondo legamoso del río, la raíz pilosa de la lechuguilla y
las hojas fresquísimas de Raxaj, el platanillo silvestre que crece en la humedad de
Tagaj, la playa.
Únicamente de hierbas se alimentaba Lamyá, que era viejísimo y sabio. Todo lo veía
a través del velo azulino del río u oculto entre los manglares o las hojas de la flor de
Nap.
Tenía muchos amigos. Pero había dos a quienes más estimaba, con quienes le
gustaba conversar y cambiar impresiones: uno era Alau, que le refería cosas del mundo
verde, y la otra era Tizcoc, la tortuga acorazada, que le refería cosas e historias de
Paloúj, el mar, y que ella llamaba "el otro cielo".
En esa ocasión Alau le refirió su aventura con Ain en la última noche.
¡Por poco cierra sus horribles fauces sobre mi faz, sobre mi existencia --decía Alau
subiendo el tono de su ronroneo! En verdad no comprende mi humilde pensamiento, mi
humilde entendimiento por qué quiso matarme Ain, y antes que él Mez, el gato de
monte y antes que éste Kan, la masacuata, y tantos otros que han atentado contra mi
vida...

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Ahora Lamyá comenzó a soplar el agua levantando grandes
burbujas...Verdaderamente parecía que se estaba riendo. ¡Mucho le agradaba oir las
ingenuidades del sencillo Alau!
Esa es la razón de la vida, la razón de la existencia --le respondió tendiéndose muy
cómodamente en la playa. Es que tu no sabes, Alau, la Ley de la Selva que hoy Destino
administra y que le fue ordenada por Tzakol y Bitol, Alom y Cojolom, los constructores,
los formadores. Cuando nos hicieron, cuando fuimos construidos, moldeados, a cada
uno se nos dio nuestro alimento, nuestra vivienda...Así, a mí me fue dado el tul, la
lechuguilla, el platanillo silvestre, a ti te fue dado, señalado, ordenado como alimento la
corteza de Chee, el árbol, o a Xé su raíz o a Sakul, el plátano o a Vuach, la fruta...Así, a
Balam, el tigre, a Coj, el león, a Kan, la masacuata y a Mez, a Ain, a Cas y a
muchísimos otros les fue ordenado alimentarse de Chak, la carne...Y ellos obedecen,
como tú y yo obedecemos. ¡Y buscan su alimento, su obediencia en un cuerpo, en mi
cuerpo, en el de Juyubalak, el coche de monte, en el de Iboy y en el de Tixlí, el tapir!...
Pero, a su vez, son buscados, deseados. A Mez lo buscan Coj y Balam, Coj y Balam
no pueden verse, no pueden tolerarse y luchan y se destruyen entre sí...La existencia,
la vida de los comedores de Chak, la carne, es tanto o más dura que la nuestra...
Ahora Alau estaba verdaderamente encantado, verdaderamente maravillado de
cuanto escuchaba por boca del sabio Lamyá. Sentado sobre su insignificante colita, con
las patas enterradas entre el fango de Tagaj, la playa, se hallaba inmóvil como piedra.
De manera --dijo Alau-- que todos nos hacemos daño unos a otros. ¿Y, cómo
entonces Sakul, el plátano no le hace daño a nadie, ni Chee, el árbol, ni Xé, la raíz?...
Lamyá volvió a hacer ruido de burbujeo. Eso crees tú, pequeño Alau --dijo. A ellos
también les fue dado su alimento, Xé, la raíz, no es sino el colmillo de Chee que se
clava profundamente en Uléu, la tierra y la devora...Chee devora a Uléu, le quita su
agua, le quita sus jugos, sus carnes y las come para mantenerse alto y fuerte...¡Uléu
sufre a causa de Chee! Pero Chee también sufre a causa tuya que le devoras su carne,
que le devoras a Vuach, la fruta, que no es sino la hembra de Chee.
¿Si tu no comieras a Vuach, ésta reventaría un día y caerían de su interior semillas,
que son las hijas, los hijos de Chee, y se enterrarían en Uléu para transformarse en
otros Chee altos y poderosos!... Y también Uléu devora, come todo cuanto le den. Así,
cuando muere Chee de viejo o partido por víbora del cielo, entonces Uléu aprovecha y
devora su cuerpo para nutrirse, para alimentarse. ¡Cuando tú y yo muramos, Uléu, la
tierra, devorará nuestros huesos, nuestra podredumbre!
Y muchos árboles, todos, se hacen la guerra entre sí... Se entrelazan, se abrazan
formando cosas que son bonitas de ver como la enredadera, como el bejuco, como el
matapalo. Pero no están haciendo sino luchando, sino destruyéndose para subsistir,
para vencer, para subir y poder contemplar a Caj, el cielo y poder aspirar libremente sus
aires...¿Tú ves la lindísima flor? Pues ella también devora a Uléu y se alimenta de ella y
de Cakik, el viento y de Gij, el sol, como tú y como yo. Y también paga su tributo,
obedece su ley porque cuando sus hojas, sus pétalos se pudren y caen, Uléu, come,
Uléu se alimenta...¿Ves la mariposa, la bella flor-pájaro? ¡Pues se alimenta de la saliva,
la sangre de las flores!
¡Alau estaba maravillado! Casi no comprendía, casi nada llegaba a entender de todo
lo que su amigo decía. Pero sabía que todos eran enemigos de todos en el gran

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mundo, la Mansión Verde.
Y dijo de pronto: A ti, poderoso Lamyá, ¿quién te mata? ¿A quién le fuiste dado
como alimento?...
Ahora fue Lamyá quien se asustó. Un temblor sacudió su enorme cuerpo haciendo
chapotear el agua. Olfateó un instante y miró en varias direcciones. Verdaderamente
maravillado estaba Alau del efecto que su pregunta produjo en el ánimo del amigo.
Por fin, el manatí habló con voz temblona: --Mi enemigo es el más formidable de
todos cuantos existen --dijo. A él no puede atacársele sin morir, no puede vérsele sin
pagar al instante el tributo de la muerte. Viene de noche, en un gran tronco de árbol que
flota, con una luz viva que atrae nuestra atención. Mi padre, mi madre y mis hermanos
murieron en sus garras. Se acercaron a contemplar de cerca esa luz viva que flotaba
sobre las aguas de Akanyá y, de pronto, un palo agudísimo atravesó sus carnes, sus
cuerpos. Por más que huían, por más que nadaban, ese palo que tenían clavado los iba
sacando, los iba subiendo de las profundidades donde se habían ido a meter en su
congoja, en su aflicción. ¡Hasta que murieron! Cuando Gij brilló, pude ver con horror
sobre Tagaj, la playa, a mis padres, mis hermanos, tendidos entre mucha sangre, y a
nuestro Gran Enemigo quitándoles sus pieles, sus vestimentas y descuartizándolos.
¡Desde ese día, cuando veo brillar una luz, un reflejo sobre Akanyá, me sumerjo y me
oculto con gran espanto en mi corazón!...
¡Este ser, éste a quien llamamos el gran enemigo es...Achí, el hombre!
Alau nunca había visto a Achí, el hombre. Por lo tanto, se maravilló muchísimo de
este relato.
--Muy poderoso debe ser este ser a quien tu llamas Gran Enemigo, que es capaz de
dar muerte al sabio y poderoso Lamyá --dijo --. ¿Es acaso muy grande y terrible?
--No es grande en tamaño --le fue respondido. Camina erguido como un pequeño
árbol, pero su astucia, y sus garras, son poderosísimas e ilimitadas.
¿Y Destino ordenó a Achí que te tuviera a ti por alimento? --preguntó Alau.
--¡No! ¡Esa pregunta me causa espanto responderla! ¡Jamás he podido ver,
comprender qué le fue dado, asignado como alimento! Parece que ha desechado, ha
renegado, se ha burlado de las sabias leyes de Alom y Cojolom, de Tzakol y Bitol, los
constructores, los formadores...¡Y hasta parece que Destino le teme porque no lo
castiga!
En una larga, larguísima vida, he podido ver muchísimas veces a Achí, el hombre, y
le he visto comer, procurarse alimento. Una vez fueron mis padres, mis hermanos los
que murieron. Otra vez lo vi mientras Gij brillaba, llevando un palo negruzco y delgado
que vomitó a Kak, el fuego, he hizo un ruido similar al de Víbora del cielo cuando baja
desde Caj, el cielo, hasta el seno de la selva en la época de las Grandes Aguas y de los
Grandes Ruidos...Verdaderamente se paralizó mi viejo corazón al escuchar el ruido que
Achí hacía, que Achí manejaba a su antojo con la punta de su palito negro. Ese fue el
ruido que mató a Ain, el lagarto. Lo vi muerto sobre Tagaj, la playa, y vi también a Achí
sobre él, quitándole su vestimenta y destrozándolo, como hizo con mis padres, mis
hermanos.
Otra vez vi a Jucú, el pez, debatirse al extremo de una cosa larga y que su cuerpo
subía a la superficie donde lo estaba esperando Achí, que era el que manejaba la cosa
larga, por más que Jucú luchó por escaparse, por defenderse. Escondido entre los tules

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pude ver que Achí, sobre el tronco que flotaba sobre Akanyá, sacaba la cosa larga y
flexible donde venía prisionero Jucú y le daba muerte y lo guardaba en el seno del
tronco. Y lo vi repetir la misma operación dos y más veces sobre dos y más Jucú que
murieron.
En otra ocasión oí gran ruido en Juyú, el monte, y asomé mi cabeza para ver. Era
Achí, el hombre, que con una garra gruesa y reluciente mataba a Chee, el árbol, a uno
muy alto y muy viejo que hasta Víbora del cielo había respetado; y luego lo destrozaba,
como hizo con mis padres, mis hermanos.
Otra vez vi un Achí pequeñito, con una cosa blanca que flotaba al soplo de Cakik, el
viento, correr tras la flor-pájaro, la mariposa y darle muerte para destrozarla, como a mis
padres, mis hermanos. ¡Y también vi a la hembra de Achí sobre Tagaj, la playa,
cortando mis flores de Nap y mis Tules! ¡La vi asimismo, en otra ocasión, matando a
Tap, el cangrejo y a Chom, el camarón y cortar y destrozar a Cojíj, la orquídea blanca,
como hizo con mis padres, mis hermanos!
Otra vez oí gran algazara que venía desde el vientre de Juyú, el monte...Salí a la
orilla a curiosear, a comprender, y pronto vi a Balam, el gran tigre pintado, salir a
grandes saltos de entre el guamilar y detenerse frente a Akanyá, indeciso. Pronto llegó
la gran algazara, que no era sino la gente de Tzíi, el perro...¿Tú, Alau, nunca has visto,
nunca has escuchado la voz de Tzíi, el perro? ¡Pues bien! Es el ser abominable que
nosotros, todos aquellos que lo hemos oído, llamamos el Gran renegado, pues es gente
de la Mansión, el Mundo Verde, como todos nosotros los que somos, los que existimos,
y nos traicionó para servir al hombre...Este gran renegado le sirve y le admira, aunque
Achí le pegue, aunque Achí lo mate. Así es de servil...¡Pues bien! cuando llegó la
bandada de Tzíi, Balam acosado, presentó combate, mostró su faz de valiente ante sus
enemigos; pero pronto llegó Achí, el hombre, que venía corriendo y que traía el palo
que vomita a Kak, el fuego. Inmediatamente hizo ruido y Kak salió, obedeciendo, a
matar a Balam. ¡Luego le quitó su piel, su vestimenta y lo destrozó, como hizo con mis
padres, mis hermanos!...
¡Después tiró gran parte de la carne de Balam a los grandes renegados para que
ellos también comieran, para que ellos también pelearan entre sí por la carne, por el
cuerpo de Balam, alimento que no les fue dado, que no les fué ordenado!
Otra vez lo vi llevando a Quej, el venado, muerto sobre su espalda y siempre
seguido por Tzíi, el perro. ¡Y asómbrate, Alau sencillo, tierno e ignorante! Sakul, el
plátano, que tanto te gusta, lo come Achí, lo devora con gran avidez...Muchas han sido
las veces que han venido varios Achí hasta estas playas sobre grandes Lam, grandes
troncos flotando sobre Akanyá, y los he visto cortar con relucientes garras a Sakul en
familias enteras, en grandes Chuy, grandes racimos, para luego llevárselos en los Lam
que flotan.
Ahora Alau verdaderamente se asusto, verdaderamente sus bigotes temblaron. --¿Y
si Achí termina con Sakul? preguntó con el ronroneo de su voz muy agitado.
--Lo terminará, lo agotará todo, como te agotará, te comerá a ti, Alau, el día que te
vea; como a mis padres, mis hermanos. ¡Su vientre, su hambre es insaciable! Nada lo
contenta, nada lo satisface, por grande que sea. Ni uno, ni dos de nosotros
satisfacemos el ansia, el grito de su vientre...
Entonces Alau volvió a estar verdaderamente espantado, verdaderamente

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horrorizado. Casi gritó lo que dijo: --¿Y Destino no castiga a este ser, este gran enemigo
común, este Achí desobedecedor, burlador de las leyes?...¿Quién mata a Achí, quién lo
devora, a quién le fue asignado como alimento?
Lamyá movió su cabeza de un lado a otro dos y más veces en un gesto de duda, de
gran incomprensión.
--Lo que sé, tierno Alau, es que no nos explicamos cómo Alom y Cojolom, Tzakol y
Bitol, los constructores, los formadores, no se sienten indignados y no castigan a aquél
que los burla, los desobedece, que se ríe de las leyes establecidas en lo que ellos
formaron...
¿Quién puede matar a Achí, que es tan poderoso?
Más, he aquí que, un día en que remonté la corriente de Akanyá hasta un lugar
donde nunca había estado antes, vi a dos Achí reunidos en Tagaj, la playa...A su vista,
el eterno miedo anidó en mi corazón, así que pronto oculté mi cuerpo, mi ser, entre la
lechuguilla. De allí pude verlos...Estaban ambos hablando un lenguaje extraño y
movían sus brazos violentamente. De repente, oí gran ruido en Juyú, el monte; y los
dos Achí lo escucharon también porque hicieron gestos de susto, gestos de
miedo...Pronto apareció el ruido, que trajo a muchos, muchísimos Achí. Venían con los
palos negros que vomitan a Kak y con unas garras largas y relucientes.
Los que estaban en Tagaj trataron de huir, pero pronto fueron alcanzados por los
recién llegados y entonces comenzaron a combatir. Muchas veces sonó el ruido que
mata y muchas veces brillaron las garras en el aire. Por fin quedaron muertos los dos
Achí que estaban en la playa, en Tagaj, y otro más, otro de los que llegaron de último.
Mucho rato estuvieron los otros haciendo ruido de voces y luego se internaron en
Juyú, el monte, y todo quedó silencioso. Tan sólo quedaron tendidos entre su sangre los
tres Achí.
--Y,--dijo Alau, que se hallaba excitadísimo-- ¿los otros Achí no devoraron a los que
habían matado? ¿Quiere esto decir que a Achí le fue ordenado, señalado como
alimento a Achí, el hombre?
--¡No! --dijo Lamyá. Los otros Achí se fueron y no volvieron más. Mucho tiempo
estuve yo oculto entre la lechuguilla temblando de emoción y de susto. Los cuerpos de
los Achí estaban rígidos y pronto fue bajando de lo alto de Caj, el cielo, la familia de
Chuch, el zopilote.
La gente de Chuch estuvo merodeando alrededor de los que estaban muertos y muy
pronto toda la gente de Chuch devoraba los cuerpos de Achí...Ya tu sabes que Chuch
se alimenta de lo que ya está muerto, de lo que ya no alienta, de la podredumbre!
Ahora, verdaderamente confundida y alborotada hallábase la mente de Alau, el
tepeizcuinte...¿Por qué mataron unos Achí a otros Achí y no los devoraron, no se
alimentaron? ¿Por que no los trituraron con sus dientes, con sus garras, para sus
estómagos? ¿Por qué mataron si no tenían hambre? ¿Por qué se atacaron muchos a la
vez?...¡Alau no comprendía!
Y tampoco Lamyá pudo decirle nada, porque tampoco Lamyá lo sabía, tampoco
Lamyá se explicaba por qué Achí mató a Achí el hombre. ¡Sólo Alom y Cojolom, Tzakol
y Bitol sabrían decirlo!
Más tarde, mucho más tarde, a la hora en que Gij, el sol, iba ya por el bajo cielo con
el color de Kak en sus mejillas, el gran Lamyá cruzó el río acompañando a Alau a la otra

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margen donde éste habitaba. Se despidieron con gran ternura, con cariño, el
tepeizcuinte ronroneando y moviendo sus bigotes y el manatí ladrando ronca y
débilmente: ¡Que Alom y Cojolom, Tzakol y Bitol, a través de Destino, guarden tu faz y
tu aliento!
Poco aprendió Alau de lo mucho que su amigo, el viejo y sabio Lamyá, le contó...No
sabemos cuánto pudo comprender, cuánto pudo quedar pintado, grabado en su
pensamiento...Sólo se sabe que temió desde entonces a Achí con todos los latidos de
su tierno corazón, así como al eterno compañero de éste, a Tzíi, el perro, el Gran
renegado, y que desde entonces, él y su compañera devoran con gran avidez y
precisión a Sakul, el plátano, durante el reino de Agá, la noche, probablemente porque
temen que de un momento a otro no quede ni uno más para embadurnar de placer sus
bigotes.

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