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Análisis de
Venturas y desventuras de Sor Alicate de la Habana a Montecristi
de Alfredo Balmaseda
MARYSE RENAUD (Université de Poitiers)
La maldita circunstancia del agua por todas partes...
Virgilio Piñera
La isla en peso
indudablemente del cuento. De este género transitado, como bien se sabe, por no pocos
escritores hispanoamericanos, toma prestados más de un rasgo. El relato, escrito en primera
persona por un narrador cuyo estatuto se irá precisando paulatinamente —¿mero testigo o
protagonista?—, se nutre en efecto de una experiencia singular, subjetiva, abierta al mundo
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particularmente relevante a lo visual y lo auditivo. Las referencias a la vista y el oído
puntúan de modo regular el texto hasta llegar a ser un verdadero leitmotiv que reimpulsa
eficazmente los recuerdos del narradorprotagonista, asignándoles incluso un tinte obsesivo.
(«Si vuelvo atrás, la veo, a Isabel, la veo», o « Si vuelvo atrás, la veo», o más adelante «Con
atención la escucho cuando con voz apagada [...] me habla...», o «A medias la escucho (a la
madre de Isabel)», fórmula que se repite dos veces). Pero ante todo es la tensión única que
anima el relato la que corrobora su condición de cuento. Venturas y desventuras de Sor
Alicate de La Habana a Montecristi se interroga insistentemente, en efecto, a través de
reiteradas analepsis de función aclaratoria, sobre las razones de la «pérdida de brújula», del
«accidente náutico» que llevó al «naufragio» a la joven Isabel, conocida en adelante como
Sor Alicate, sobre su exilio, renuncia al sexo y extraña vocación religiosa1.
Nada de vanguardista, de beligerante, tiene la estética de Alfredo Balmaseda, quien no
primera vista la del Virgilio Piñera2 del teatro y los cuentos, cuyo juego con lo perceptivo,
lo sensorial, cuyo espíritu mordaz alientan en Venturas y desventuras de Sor Alicate de La
Habana a Montecristi. Si no puede dudarse del apego a la tradición cuentística cubana
manifestado por este texto, éste no deja, sin embargo, de presentar ciertas afinidades, y
hasta una verdadera connivencia con el espíritu abarcador de otro género: la novela. Alfredo
Balmaseda, cubano radicado en Francia desde hace más de diez años, nunca pierde de vista,
en efecto, la actual producción cultural de su tierra. Más específicamente, es la novela
1
Alfredo Balmaseda, Venturas y desventuras de Sor Alicate de La Habana a Montecristi, en República
Dominicana ¿tierra incógnita?, Centre de Recherches LatinoAméricaines/Archivos, Université de Poitiers
CNRS, 2005, página 175.
2
Virgilio Piñera es autor de, entre otras, las siguientes obras de teatro: Electra Garrigó (1941), La boda (1957),
Aire frío (1954) y Dos viejos pánicos (1968). También escribió cuentos, entre los cuales conviene destacar:
Cosas de cojos (1956), Cómo viví cómo morí (1956), Frío en caliente (1959).
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manifiestamente críticas —pensemos por ejemplo en el Leonardo Padura3 de Pasado
manejo del suspense—, emigrarán de modo paródico, como lo podremos apreciar, al cuento
de Alfredo Balmaseda. Señalemos de paso que, no por casualidad, ha optado éste último
por permanecer fuera de Cuba4. Ha obtenido la nacionalidad francesa y su mirada, teñida de
una lucidez corrosiva es amiga de transgresiones y cuestionamiento de las normas.
Pronto se advierte en el cuento, sólo en apariencia limitado al «desastre» personal de
la joven Isabel (tragedia, melodrama, farsa; nos tocará aquilatarlo más adelante), la
dimensión colectiva, por no decir las raíces históricas de este asunto a primera vista
privado. Más allá del desmoronamiento íntimo, son otras las realidades a las cuales
pretende hacernos acceder el relato. Desde el mismo título afloran las ambiciones de este
cuento de modestia engañosa, que lo mismo que la actual novela policíaca cubana arroja
una impiadosa luz sobre su propio mundo. «De La Habana a Montecristi», precisa
determinado —el caribeño—, y en un tiempo supuestamente heroico y fraternal —el de la
Pronto también quedará mellada esta visión supuestamente ideal por la mención de los
altibajos del personaje femenino —de «venturas y desventuras» se trata—, por la
irrespetuosa amalgama de lo sagrado con lo profano, de los valores espirituales con una
prosaica realidad instrumental, y más aún por la brutal e incomprensible alusión a un
escandaloso y disoluto carnaval de Montecristi.
Valiéndose del vigor desmitificador tan propio de la actual narrativa cubana, el relato de
Alfredo Balmaseda destapa con gran sentido del humor los entretelones de un mundo
basado, de tiempo atrás, en las apariencias, la mentira y la indiferencia. De un mundo
grotesco en que el adoctrinamiento oficial y el fervor mecánico del cuerpo docente no
enseñanza religiosa, que esterilizan toda curiosidad de parte de los estudiantes. De un
liderazgo regional. Véase el sugestivo pasaje en que se evocan las improductivas clases de
Historia de Cuba y la inconsciente crueldad e insensibilidad de adolescentes totalmente
cerrados al Otro:
habrá de organizarse la Guerra Necesaria, o sea, la guerra de independencia cubana de 1895. Fue redactado y
firmado en la localidad de Montecristi, en República Dominicana, el 25 de marzo de 1895. En este documento se
especifica que la lucha del pueblo cubano es contra el régimen colonial impuesto a la isla durante más de tres
siglos, y no contra el pueblo español. .
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La Foca dictaba la doctrina, el catecismo que luego aprenderíamos de memoria, ¡y a no
olvidar que Montecristi estaba en la República Dominicana! Sí, lo recordaríamos, pero
¿dónde estaba exactamente esa República Dominicana? Parecía que no lejos. Poco
importaba. Ya era para nosotros suficiente saber, más o menos, dónde estaba
Puerto Rico, otra isla que no existía más allá del llevado y traído versito de la Rodríguez
de Tío: «Cuba y Puerto Rico son de un pájaro las dos alas…».. Y las risas y la furia de la
mujer que no tuvo ni el tiempo de presentarse antes de que comenzáramos a burlarnos de
ella, a ignorarla, a aparentar que le concedíamos existencia durante la media hora de
clase para, más tarde, condenarla al olvido, a la nada6.
Más allá de la divertida crónica de la vida escolar esbozada en este pasaje, la falta de
diálogo no tarda en presentarse como el verdadero mal de que adolece la sociedad descrita
en este cuento. Llama la atención el ansia del narrador por volver a aquellos idealizados
tiempos de «fabulaciones y quimeras», desde una actualidad degradada de «certidumbres y
frustraciones», por restablecer con Isabel, más allá de su ausencia y quizás de su muerte,
una forma de contacto, un conato de comunicación. Tal habrá de ser la función de la
recreación imaginaria, fantasmática, voluntariosa, desesperada, de un diálogo interrumpido
que nunca pudo darse, sin embargo, ni siquiera en el pasado, de modo satisfactorio. La
estructuración contrapuntística del texto resulta a este respecto sumamente ilustrativa. En él
alternan escenas presentes —de la edad adulta—, signadas por una confusa sensación de
adolescencia—, marcadas por un malestar reptante, anhelos ambiguos y una comunicación
cuento al pasado o al presente del narrador, es para evidenciar la imposibilidad del diálogo,
hecha visible por una sugestiva puntuación. En ciertos pasajes claves, en efecto, el afán de
6
Alfredo Balmaseda, op. cit., págs. 175176.
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diálogo se estrella literalmente contra un compacto muro de interrogaciones o el uso
suspensivos señalan a todas luces los límites de la empresa del narrador cuyas preguntas
angustiadas o amargadas permanecerán hasta el final sin respuesta.
El lector termina por entender que es, de hecho, el monólogo la forma privilegiada de
expresión, quizás la única, que rige realmente la sociedad aquí aludida. Desde las aulas del
Instituto, donde habla como en el desierto la maestra ridiculizada, viene fijada consciente o
inconscientemente la norma: escuchar, someterse reproduciendo el modelo, o encerrarse en
monólogo[s]7». (pág. 176). De ahí también, al final del texto, la alusión a esos absurdos
monólogos que resultan ser, de hecho, las supuestas confidencias o confesiones que hace la
madre de Isabel a un narrador cuyo increíble estatuto de sacerdote estalla como una bomba,
a último momento, evidenciando el excelente manejo del suspense desplegado en toda la
ficción. De un suspense cuya función supera con creces, como lo veremos más adelante, el
mero gusto por las peripecias y lo espectacular:
¿Fabulará, mentirá ahora su madre?, ¿desvariará esa anciana de la que los niños se burlan
cuando atraviesa la calle rezando o amenazándolos con el infierno [...]Viene a verme y
me habla de Isabel. Diálogo imposible. Habla y no escucha, habla y no responde a una
sola de mis preguntas, como siempre, como desde el día en que se me acercó por primera
vez y me dijo que me recordaba con diez y ocho años, como Isabel en aquella época, en
el Instituto, que sabía que yo había sido su amigo, quizás el único. [...] Viene a verme y
me habla de Isabel, en Montecristi. Hace poco le mandó su hija la receta del pudín de
7
Ibid. , pág.176.
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monja, muy dominicano —dice mientras se arregla las flores en el pelo ceniciento.
Gráciles marpacíficos rojos, flores de locas8.
Otra modalidad de expresión directamente engendrada por el monólogo, suscitada
precisamente por el silencio irritante y el misterio que acompañan a éste, se encuentra, sin
malevolencia, la envidia, o la mera irresponsabilidad, el rumor público da lugar a una
obsesionada por el sexo, hueca, y sumamente chismosa (mentalidad que el lector avezado,
dicho sea de paso, habrá reconocido como característica del Caribe). Son particularmente
truculentos los juegos de palabras y la rica sinonimia que designa al miembro viril que,
según sus acusadores, tanto gusta de rozar, toquetear, manosear o agarrar, cual alicate
justamente, la transgresora Isabel. Del clásico «rabo» pasa el lector a la vigorosa y brutal
finalmente al jocoso «tolete de los machitos», objetos todos de la supuesta voracidad sexual
de la protagonista. Si esta furia erótica es abordada con humor y campechanía, el lector no
deja, sin embargo, de comprender que la libertad sexual de la adolescente constituye, para
legendaria sensualidad y el desenfreno de los cubanos —ases del «meneo», la rumba o el
estereotipado, carnavalesco, y su utilización mercantil por un mercado europeo ávido de
sensaciones exóticas.
Como quiera que sea, los jocosos juegos verbales con el sexo no consiguen hacernos
olvidar la nocividad del rumor público y sus peligrosas derivas, entre las cuales está la
delación, lacra de una sociedad basada en una palabra cautiva. Éste es el caso aquí, siendo
8
Ibid., pág. 178.
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el delator no el deslenguado, bretero y «jodedor» Rafael sobre quien parecían recaer
inicialmente todas las sospechas, sino el mismo narrador. Es ésta una demoledora
explícitamente asociada, además, a una teórica búsqueda de la verdad. Lo mismo que el
detective en ciertas novelas policíacas puede resultar un personaje dudoso, el narrador se
nos presenta aquí como un verdadero delincuente moral, cuyo delito no provoca, sin
embargo, ningún rechazo social. Antes bien, la traición es todo un valor.
regularidad por el narrador, y completadas al final del texto por una aclaradora confesión y
una petición de perdón («Y estés donde estés, me perdonarás por esas tres palabras escritas
por mí junto a tu nombre en un insignificante papelito; escritas con rencor, por venganza,
porque a mí no, Isabel, a mí, no»), vienen a entregarnos la clave del enigma planteado
frustración sexual y el despecho de un joven admirador desairado: el narrador, quien fue su
antiguo compañero de clase. Toda intempestiva afirmación de libertad, toda imprudencia
reviste en la sociedad cubana tintes transgresivos. Tanto la transgresión sexual, como la
religiosa e ideológica son objeto de exclusión social. Isabel, «gusana e inmoral», a ojos de
la colectividad, terminará efectivamente botada del Instituto por haberse hecho culpable de
un triple atropello al orden establecido: a su impúdico amor por los varones —creación en
gran parte del rumor público y del poco fiable discurso de un narrador amargado, no lo
olvidemos—, se agregarán su fiel apego a «la iglesia del Ángel», la evocada en la Cecilia
Valdés de Cirilo Villaverde —apego que es, de alguna manera, una forma de respeto de la
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tradición popular, algo así como una herencia cultural—, y una fuerte «castroenteritis», que
precipitará su caída.
Eficazmente estructurado, el cuento Venturas y desventuras de Sor Alicate de La
Habana a Montecristi parece querer afrontar todos los retos de la actual narrativa cubana de
intenciones críticas. Ya era notable su forma de insinuar la dimensión políticoideológica de
Siguiendo por esa línea, con un vigor anafórico de efectos desacralizadores, apelando al
humor, la parodia intertextual y por momentos a un melancólico lirismo, el texto de Alfredo
Balmaseda se eleva cada vez más netamente por encima de lo meramente psicológico. La
intencionalidad del texto se precisa. El narradorprotagonista se asoma a las lacras de una
sociedad cubana víctima, según él, desde los primeros días de la revolución castrista, de las
utopías peligrosas de sus ideólogos. La sombra esperpéntica de un Lenin convertido en
«momia» y exhibido como «mono de feria en una arrebolada plaza», así como la de Ernesto
Che Guevara, el «asmático y alucinado aventurero del gatillo fácil», hecho explícitamente
responsable del proceso de epuración inmediato al triunfo de la Revolución, planea sobre la
antillanos decimonónicos, fervorosos partidarios de la Independencia americana, como la
celebérrima puertorriqueña Lola Rodríguez de Tío9, o en el discurso nacional oficial, Cuba
únicamente comparte hoy, de hecho, con las islas vecinas del Caribe precariedad y
9
Lola Rodríguez de Tío (18431924). Nacida en Las Lomas de San Germán, Puerto Rico. Una de las figuras
femeninas más relevantes del contexto antillano del siglo XIX. Feminista, exaltada partidaria de la independencia
americana, luchó encarnizadamente por la liberación de su patria, por lo que tuvo que exiliarse con su familia en
reiteradas ocasiones. Vivió en Venezuela y República Dominicana. Durante su breve estancia en Nueva York,
entró en contacto con los emigrados cubanos y puertorriqueños y se adscribió al Partido Revolucionario Cubano,
fundado por José Martí en 1892. A Lola Rodríguez de Tío corresponde la letra de La Borinqueña, himno
nacional de Puerto Rico. Sus poemarios gozaron de una enorme popularidad, tanto en Puerto Rico como fuera de
las fronteras nacionales. Sus versos forman parte del patrimonio cultural puertorriqueño y permanecen muy
vivos en la memoria colectiva.
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desgracia. Lejos del vano internacionalismo enarbolado por el poder oficial, es la
«[h]ermandad en el afán de yoleros y balseros», es el común deseo de escapar lo que el
narrador destaca en su monólogo al evocar el cruel destino de tantos haitianos, o la cruenta,
infrahumana y por momentos burlesca travesía de náufragos dominicanos, tan parecidos a
sus compatriotas cubanos:
Ayer supe que un grupo de náufragos dominicanos sobrevivió doce días, en una barca a
la deriva. Una barca precaria, una yola, le llaman, como nuestras balsas. Querían llegar a
Puerto Rico, ala de pájaro, otra isla, para ellos tierra cercana y prometida. Cuentan que
murieron algunos pasajeros y los hombres exigieron a las mujeres —también las que no
habían parido— que les dieran la leche de sus pechos, que una mujer que los amamantó
murió de una hemorragia, que algunos náufragos comieron carne humana y mordieron a
otros para beber su sangre. Carne humana y leche materna...Todo eso lo supe ayer10.
Estos amargos comentarios del narrador, contrariamente a lo que podría pensarse,
nada tienen de enfebrecidas elucubraciones personales, sino que se hacen el eco de
fidedignas fuentes de información que permiten anclar el texto en la realidad económica y
social de los años 200011. La situación de las islas resulta desesperante y el exilio se vuelve
una constante tentación. Tentación de huida hacia la tierra firme, preferentemente, como lo
inicialmente subjetiva del cuento, frívolo y hasta pícaro—algo del famoso «choteo13»
cubano aflora en él— gana densidad, cobrando la gravedad y pujanza de una auténtica
10
Alfredo Balmaseda, op. cit., pág. 177.
11
Estas informaciones proceden de noticias publicadas en la prensa caribeña en el año 2004.
12
Ibid., pág. 176.
13
Antonio Benítez Rojo (19312005), cuentista cubano, novelista y ensayista. Autor, entre otras cosas, de La isla
que se repite (El Caribe y la perspectiva posmoderna), texto publicado en 1989 y considerado por la crítica como
un hito en la ensayística hispanoamericana. Autor igualmente de El mar de las lentejas, novela que confirmó su
relevancia entre los escritores cubanos aparecidos después de la revolución.
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sátira sociopolítica, que irá adquiriendo paulatinamente un tinte existencial. Porque la isla
es algo más que un espacio concreto. Símbolo de clausura e infortunio, de frustración, aquí
como en no pocos textos cubanos, termina tragándose al hombre como lo hiciera la selva, el
renacentista del «lugar ameno» se desmorona. Tampoco parece convincente a ojos del
narrador el posmoderno metadiscurso crítico de un Benítez Rojo14, por ejemplo, analista de
fugazmente el cuento. Nada de «ínsula» paradisíaca, de «perros que no ladran», de tierra
impiadosamente asignado a la República Dominicana, que no consiguen hacernos olvidar
las exquisitas, pero sobre todo anacrónicas y burlonas ensoñaciones mitificadoras del
desenlace. Y si encabeza efectivamente el cuento el célebre «Mon île au loin ma Désirade»,
del poeta francés Apolinaire, conviene tener en cuenta la dimensión en gran parte irónica
de semejante epígrafe. En cambio, según el narrador, un traidor arrepentido y en adelante
lúcido testigo del deterioro de su isla, cuyo destino reproduce sugestivamente el de su
víctima Isabel —cura el uno, monja posiblemente la otra—, todos terminamos siendo islas,
soledades irremediables, náufragos en tierra. Condenados como él, como Isabel, como la
madre de esta última, en La Habana, Montecristi, el cielo, o donde sea, a un inexcusable y
desengañado monólogo con la nada, a una suave forma de locura. Así culmina este cuento
ambicioso que se inscribe en la línea de la narrativa del desencanto, antimítica, antiépica, y
cuyo autor —no lo olvidemos— es un cubano de afuera, un exiliado, de temperamento
solitario y mirada humorísticamente transgresiva.
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