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IDENTIDAD DEL MATRIMONIO, 1

El matrimonio es una institución natural:


forma parte de lo que el hombre tiene reci-
bido por su propio modo de ser. En sus
elementos esenciales, no nace de la inven-
tiva humana, sino de la naturaleza del
hombre.

Por tanto no es una institución artificial, creada por la cultura o por


las leyes para organizar de algún modo las uniones entre personas,
sino una realidad previa a cualquier cultura o legislación, que tiene
en sí misma una determinada estructura jurídica y moral. Por eso
reclama de la sociedad, civil y eclesial, el reconocimiento público
adecuado y la necesaria protección jurídica.
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Los actos sexuales humanos, por su orientación natu-


ral, expresan a dos personas constituidas en un único
principio potencial de una nueva vida humana, que,
por su misma dignidad de persona, exige ser acogida
y educada en el seno de una comunidad de vida que
vincule permanentemente a los progenitores.

Cuando no existe esa vinculación permanente, la unión sexual expresa


corporalmente una mentira o una verdad a medias: carece de su plena
significación personal (sólo hay biología o quizá cierta afectividad).

Por eso el matrimonio no es una entre otras formas posibles de rela-


ción sexual entre personas: es la forma específicamente humana de
unión interpersonal en el plano de la diversidad-complementariedad
sexual, la única que responde plenamente a la dignidad de la persona.
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El término matrimonio designa tanto el acto de casarse (boda o matri-


monio in fieri) como la unidad de varón y mujer constituido por ese
acto (sociedad o comunidad conyugal o matrimonio in facto esse).

Se trata de dos realidades inseparables (causa-efecto). Pero conviene


distinguir lo que pertenece al nacimiento del matrimonio de lo que
corresponde a la vivencia del matrimonio ya nacido.

Mientras que las vicisitudes que afectan a la cele-


bración del matrimonio pueden determinar su
nulidad, las que se producen en la vida de un ma-
trimonio válido ya no afectan por si mismas al
vínculo matrimonial, sino a la realización más o
menos lograda, o frustrada del destino común
como cónyuges.
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La inclinación natural entre varón y mujer puede llegar a transfor-


marse, entre dos personas concretas, en amor esponsal, que aspira
a una unión plena presidida por el amor conyugal.

La causa eficiente del vínculo matrimonial es el consentimiento


de los contrayentes, es decir, “el acto de la voluntad, por el cual
el varón y la mujer se entregan y aceptan mutuamente en alianza
irrevocable para constituir el matrimonio” (CIC 1057, 2).

CIC 1057, 1: “El matrimonio lo produce el


consentimiento de las partes legítimamente
manifestado entre personas jurídicamente
hábiles, consentimiento que ningún poder
humano puede suplir”.
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Para dar lugar a un matrimonio válido, el consentimiento debe


reunir ciertas condiciones:
1) los sujetos deben tener la capacidad mínima para poner un
verdadero acto deliberado de voluntad, proporcionado a una
decisión tan importante como la de casarse.
2) El acto de consentimiento debe ser consciente, verdadero y
prestado libremente. Su contenido ha de ser verdaderamente
matrimonial.
3) El consentimiento ha de ser exteriorizado. Además, la Iglesia
condiciona su validez al cumplimiento de ciertos requisitos de
habilidad jurídica de los contrayentes (ausencia de impedimentos)
y de forma de celebración.
4) Para los católicos se exige la celebración del matrimonio en
forma canónica, es decir, ante un testigo cualificado (con debidas
facultades) y dos testigos comunes.
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Lo que los dos contrayentes deben querer,


para que el consentimiento produzca su
efecto propio, es precisamente contraer
matrimonio entre ellos, no otro tipo de
relaciones.

En virtud de ese acto de libertad, por el que cada uno hace un don
total de sí mismo y acepta totalmente al otro como esposo o esposa,
varón y mujer quedan unidos en el plano del ser, es decir, no sólo
están casados, sino que son cónyuges y, por serlo, se deben el uno
al otro perpetuamente y en exclusiva las obras propias del amor
conyugal (el obrar sigue al ser).

“El marido y la mujer (...) por el pacto conyugal ‘ya no son dos,
sino una sola carne’ (Mt 19, 6)” (Gaudium et spes 48).

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