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El cacao nacional es un cacao fino de aroma conocido como ‘Arriba’, desde la época
colonial. Ecuador es el país con la mayor participación en este segmento del mercado
mundial (un 63% de acuerdo con las estadísticas de ProEcuador). En el 2011, Ecuador
recibió el premio como “mejor cacao por su calidad oral” y “mejor grano de cacao por
región geográfica” en el Salón du Chocolat en París, Francia.
Actualmente, el cacao ecuatoriano enfrenta varios desafíos para
mantener su competitividad y sostenibilidad, tales como el
envejecimiento de los árboles, el control de plagas y enfermedades, la
falta de tecnificación y capacitación, el bajo precio del producto, la
competencia de otros países productores y la adaptación al cambio
climático. Para superar estos retos, se requiere de una mayor
inversión pública y privada, una mejor organización de los
productores, una mayor innovación y diversificación de los productos
derivados, una mayor promoción y diferenciación del cacao nacional y
una mayor responsabilidad social y ambiental del sector.
Problemas ambientales presentes en el
circuito
El cultivo del cacao tiene un impacto ambiental tanto positivo como
negativo, dependiendo del sistema de producción que se utilice. Por
un lado, el cacao puede contribuir a la conservación de la
biodiversidad, al secuestro de carbono, a la protección del suelo y al
mantenimiento de los servicios ecosistémicos, si se cultiva bajo
sistemas agroforestales que combinan árboles nativos con árboles
frutales y otras especies. Estos sistemas permiten aprovechar la
sombra natural, reducir el uso de agroquímicos, diversificar los
ingresos y mejorar la calidad de vida de los productores.
Por otro lado, el cacao puede generar deforestación, erosión,
contaminación, pérdida de hábitat y disminución de la diversidad
genética, si se cultiva bajo sistemas intensivos que privilegian los
monocultivos con alta densidad y baja sombra. Estos sistemas requieren
mayor uso de fertilizantes, plaguicidas y herbicidas, lo que afecta la
salud humana y animal, así como la calidad del agua y del suelo.
Además, estos sistemas son más vulnerables a las plagas, enfermedades
y al estrés hídrico provocado por el cambio climático.