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Infanto Juvenil
Los síntomas son semejantes a los de la edad puberal, con conductas de autorriesgo más
marcadas; se observan negativistas y disociales, se exponen al abuso de alcohol y
sustancias, tienen marcada irritabilidad, agresividad, sentimientos de no ser aceptado,
aislamiento, descuido en el autocuidado, hipersensibilidad con retraimiento social,
anhedonia y cogniciones de autorreproche, autoimagen deteriorada y disminución de la
autoestima.
En ocasiones, pueden tener pensamientos relativos al suicidio o a las autoagresiones
(cortes superficiales en extremidades, abdomen, golpearse contra las paredes, quemarse,
pellizcarse, rasguñarse, entre otros).
Es frecuente en cualquiera de las edades de presentación que el trastorno depresivo se
manifieste asociado con otros trastornos.
Antecedentes Compresivos…
Moureau de Tours, Psiquiatra del siglo pasado postulaba que el niño, a partir de los 7
años, podría presentar una franca excitación maniaca o, por el contrario, una
manifestación de depresión. El DSM-III R definió el síndrome depresivo, como un
grupo de síntomas del estado del ánimo con otros síntomas asociados que se presentan
conjuntamente. Por su parte, en el DSM-IV no hay criterios diagnósticos exclusivos de
la depresión infantil y se clasifican dentro de los "trastornos no especificados".
En los escritos de Winnicott, así como en las observaciones realizadas por R. Spitz, se
observa que, ante la situación de privación afectiva de niños y niñas de 6 a 8 meses, se
observaron síntomas parecidos a los que se encuentran en los adultos cuando padecen
de depresión. No obstante, también se apreciaron síntomas diferentes, en algunos era
evidente el llanto, en otros aparecía el retraimiento, pero cada niño tenía algunas
particularidades específicas. Es por ello que se hace complejo clasificar síntomas que
determinen la depresión infantil.
El abordaje de la privación emocional total dio lugar a un nuevo cuadro clínico,
cuyos síntomas eran: coordinación ocular defectuosa, pasivos por completo y
retraso motor. En el segundo año de vida el desarrollo de estos niños se detenía
un 45% y a los cuatro años estos niños no podían sentarse, hablar o estar de pie.
Cada vez empeoraban más, aparecían problemas somáticos, infecciones,
desarrollo psicológico inadecuado y privación emocional, en algunos casos
muerte del infante; Spitz denominó esta problemática como Síndrome del
hospitalismo.
Bowlby, al igual que Spitz, considera que la depresión en niños/a puede
relacionarse con la ausencia o pérdida de un ser amado primordial en la temprana
infancia. Como síntomas principales según las investigaciones de estos autores
aparece el llanto debido a la ausencia de su objeto de amor, desesperanza,
pérdida de peso.
Cyrulnik refiere síntomas similares en niños sin familia cuya situación implica
afrontar la imposibilidad de narrarse (apreciación cercana a los postulados de P.
Aulagnier) al no tener de base una historia que los identifique. Para este autor, la
importancia de la palabra para los bebés, “es un modo de expresión aun
imperfecto”; por tal hecho, para que adquiera una ritmicidad depende del
encuentro entre un organizador interno, necesidad de apego y un organizador
externo (sensorial, afectivo, social).
Por otra parte, Fonagy identifica que vínculos tempranamente interrumpidos
pueden generar en el individuo psicopatía, es decir, crear la máxima distancia con
las personas del exterior, generando en el/la niño/a insensibilidad. Estos síntomas
se manifiestan de acuerdo al desarrollo del infante, por ende, la escuela y la
familia son de gran importancia en la detección de la depresión infantil. La
significación que enmarca este autor a la vinculación inadecuada del/la niño/a
como generadora de estragos en el desarrollo psicosocial son puntos a tener en
cuenta para futuras investigaciones.
Desde los planteamientos de Lacan se sostiene que la madre es para el/la
niña objeto de amor en tanto presencia que suple inicialmente sus
necesidades biológicas. Tal presencia se articula en el par “presencia-
ausencia” y, en ese lugar el/la niña se constituye como objeto de amor de la
madre. En este sentido, cabría cuestionar ¿Qué acontece simbólicamente en
el infante cuando una madre, o quien cumpla dicha función, no se
presentifica bajo ninguna circunstancia? Como se observa, esta lectura no se
aleja significativamente de los planteamientos de los autores anteriores en
tanto otorgan un lugar preeminente a la madre (o su sustituto) como pivote
de la constitución del sujeto. Con lo anterior, no sentirse amado, ser
abandonado o separado de su madre podría ser nefasto para el/la niña.
Aspecto que es abordado de forma retrospectiva A. Green en su Complejo
de la Madre Muerta.
El diagnóstico de Depresión en la infancia –más que en la
adolescencia-, sigue causando polémica, no obstante, la
evidencia clínica refleja como a una edad muy temprana, se
puede manifestar un funcionamiento propio de un cuadro
depresivo subyacente, lo que da pie a valorar la depresión
infantil de un modo diferente según el momento evolutivo
en que aparezca.
En una revisión ya clásica, Cantwell y Carlson (1987) identifican cuatro
orientaciones diferentes acerca del cuadro clínico de la depresión en la
infancia:
• Se rechaza la existencia de la depresión como cuadro comparable al
adulto en el niño/a. Por motivos diversos, se niega la aparición de este
cuadro antes de la pubertad.
• Se acepta la inclusión de la depresión dentro de la psicopatología del/la
niña, asemejándola a la depresión adulta, pero añadiendo que en el/la niña,
además de la sintomatología adulta, aparecen síntomas únicos, peculiares.
No hay acuerdo sobre su cuáles son estos síntomas, ni tampoco si deben
estar presentes forzosamente para diagnosticar el trastorno.
• La depresión en la infancia existe, pero parece de forma distinta que
en el adulto. Los síntomas únicos y peculiares pueden enmascarar las
características centrales del síndrome depresivo. Tradicionalmente se
considera que, bajo las quejas somáticas, la hiperactividad, la
agresividad, la violación de reglas sociales, la enuresis, etc., puede
encontrarse una base depresiva cuya manifestación se halla muy lejos
de los síntomas típicamente depresivos, pero que constituyen formas
de depresión enmascarada o equivalentes, depresivos.
• La cuarta orientación sugiere la existencia de similitudes y analogías
entre el cuadro clínico de la depresión infantil y la adulta.
Un factor que marca la diferencia entre depresión en la infancia y en
la adultez es, sin duda, tal como señalan Medina y Moreno, el
proceso de maduración, que introduce unas variables intervinientes
que hacen que la atipicidad se convierta en norma en la
psicopatología de las edades Infanto-juveniles. De acuerdo con
Campo, un determinado sentimiento puede expresarse de distinta
manera según el grado de evolución del psiquismo, a través de la
conducta, de la fantasía, del estado de ánimo o de la verbalización.
Otros autores sitúan la polémica y las confusiones que se producen en
este tema en la no diferenciación entre lo que podría considerarse
cuadro clínico síndrome y síntoma.
El problema del diagnóstico en el caso de la
depresión infantil es doble, por una parte,
por carencia de instrumentos, por otra parte,
la dificultad de su elaboración, dada la
confusión alrededor del concepto mismo de
depresión infantil.
En general, se acepta que la semiología de la depresión en la infancia
está ligada a la edad y al momento de desarrollo. Es posible la
conjunción de síntomas similares a los de la depresión adulta, no
obstante, en el sujeto infantil, infantil, la depresión también puede
manifestarse a través de la conducta y no del estado de ánimo. Es
evidente que el desarrollo afectivo e intelectual mediatiza la forma de
presentarse el sentimiento depresivo. En etapas evolutivas más
tempranas, la manifestación somática; a medida que el/la infante
crece tiene otras vías de comunicación: conducta, estado de ánimo,
verbalización.