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EL PERDÓN DE JESÚS

Port Alberto Valdivia Cier


PERDONÓ A LA ADULTERA
«Pero Jesús se fue al monte de los Olivos, y muy de
mañana volvió al templo. Todo el pueblo venía a él y
sentado, les enseñaba. Entonces los escribas y los
fariseos le trajeron una mujer sorprendida en adulterio y,
poniéndola en medio, le dijeron: —Maestro, esta mujer
ha sido sorprendida en el mismo acto de adulterio.
Ahora bien, en la ley Moisés nos mandó apedrear a las
tales. Tú, pues, ¿qué dices? Esto decían para probarle,
para tener de qué acusarle. Pero Jesús, inclinado hacia el
suelo, escribía en la tierra con el dedo. Pero, como
insistieron en preguntarle, se enderezó y les dijo: —El de
ustedes que esté sin pecado sea el primero en arrojar la
piedra contra ella. Al inclinarse hacia abajo otra vez,
escribía en tierra. Pero cuando lo oyeron, salían uno por
uno comenzando por los más viejos. Solo quedaron Jesús
y la mujer, que estaba en medio. Entonces Jesús se
enderezó y le preguntó: —Mujer, ¿dónde están?
¿Ninguno te ha condenado? Y ella dijo: —Ninguno,
Señor. Entonces Jesús le dijo: —Ni yo te condeno. Vete y,
desde ahora, no peques más. (Juan 8:1-11)
PERDONÓ AL LADRÓN
«Uno de los malhechores que estaban
colgados lo injuriaba diciendo: —¿No
eres tú el Cristo? ¡Sálvate a ti mismo y
a nosotros! Respondiendo el otro, lo
reprendió diciendo: —¿Ni siquiera
temes tú a Dios, estando en la misma
condenación? Nosotros, a la verdad,
padecemos con razón porque estamos
recibiendo lo que merecieron nuestros
hechos pero este no hizo ningún mal.
Y le dijo: —Jesús, acuérdate de mí
cuando vengas en tu reino. Entonces
Jesús le dijo: —De cierto te digo que
hoy estarás conmigo en el paraíso»
(Lucas 23:39-43)
PERDONA AL PARALÍTICO
«Cuando él entró otra vez en Capernaúm después de algunos
días, se oyó que estaba en casa. Muchos acudieron a él, de
manera que ya no cabían ni ante la puerta; y él les hablaba la
palabra. Entonces vinieron a él trayendo a un paralítico
cargado por cuatro. Y como no podían acercarlo a él debido al
gentío, destaparon el techo donde Jesús estaba y, después de
hacer una abertura, bajaron la camilla en que el paralítico
estaba recostado. Y viendo Jesús la fe de ellos, dijo al
paralítico: —Hijo, tus pecados te son perdonados. Algunos de
los escribas estaban sentados allí y razonaban en sus
corazones: —¿Por qué habla este así? ¡Blasfema! ¿Quién
puede perdonar pecados sino uno solo, Dios? De inmediato
Jesús, dándose cuenta en su espíritu de que razonaban así
dentro de sí mismos, les dijo: —¿Por qué razonan así en sus
corazones? ¿Qué es más fácil, decir al paralítico: “Tus pecados
te son perdonados”; o decirle: “Levántate, toma tu camilla y
anda”? Pero, para que sepan que el Hijo del Hombre tiene
autoridad para perdonar pecados en la tierra —dijo al
paralítico—: A ti te digo, ¡levántate, toma tu camilla y vete a
tu casa! Y se levantó, y en seguida tomó su camilla y salió en
presencia de todos, de modo que todos se asombraron y
glorificaron a Dios diciendo: —¡Jamás hemos visto cosa
semejante!»
(Marcos 2:1-12)

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