PERDONÓ A LA ADULTERA «Pero Jesús se fue al monte de los Olivos, y muy de mañana volvió al templo. Todo el pueblo venía a él y sentado, les enseñaba. Entonces los escribas y los fariseos le trajeron una mujer sorprendida en adulterio y, poniéndola en medio, le dijeron: —Maestro, esta mujer ha sido sorprendida en el mismo acto de adulterio. Ahora bien, en la ley Moisés nos mandó apedrear a las tales. Tú, pues, ¿qué dices? Esto decían para probarle, para tener de qué acusarle. Pero Jesús, inclinado hacia el suelo, escribía en la tierra con el dedo. Pero, como insistieron en preguntarle, se enderezó y les dijo: —El de ustedes que esté sin pecado sea el primero en arrojar la piedra contra ella. Al inclinarse hacia abajo otra vez, escribía en tierra. Pero cuando lo oyeron, salían uno por uno comenzando por los más viejos. Solo quedaron Jesús y la mujer, que estaba en medio. Entonces Jesús se enderezó y le preguntó: —Mujer, ¿dónde están? ¿Ninguno te ha condenado? Y ella dijo: —Ninguno, Señor. Entonces Jesús le dijo: —Ni yo te condeno. Vete y, desde ahora, no peques más. (Juan 8:1-11) PERDONÓ AL LADRÓN «Uno de los malhechores que estaban colgados lo injuriaba diciendo: —¿No eres tú el Cristo? ¡Sálvate a ti mismo y a nosotros! Respondiendo el otro, lo reprendió diciendo: —¿Ni siquiera temes tú a Dios, estando en la misma condenación? Nosotros, a la verdad, padecemos con razón porque estamos recibiendo lo que merecieron nuestros hechos pero este no hizo ningún mal. Y le dijo: —Jesús, acuérdate de mí cuando vengas en tu reino. Entonces Jesús le dijo: —De cierto te digo que hoy estarás conmigo en el paraíso» (Lucas 23:39-43) PERDONA AL PARALÍTICO «Cuando él entró otra vez en Capernaúm después de algunos días, se oyó que estaba en casa. Muchos acudieron a él, de manera que ya no cabían ni ante la puerta; y él les hablaba la palabra. Entonces vinieron a él trayendo a un paralítico cargado por cuatro. Y como no podían acercarlo a él debido al gentío, destaparon el techo donde Jesús estaba y, después de hacer una abertura, bajaron la camilla en que el paralítico estaba recostado. Y viendo Jesús la fe de ellos, dijo al paralítico: —Hijo, tus pecados te son perdonados. Algunos de los escribas estaban sentados allí y razonaban en sus corazones: —¿Por qué habla este así? ¡Blasfema! ¿Quién puede perdonar pecados sino uno solo, Dios? De inmediato Jesús, dándose cuenta en su espíritu de que razonaban así dentro de sí mismos, les dijo: —¿Por qué razonan así en sus corazones? ¿Qué es más fácil, decir al paralítico: “Tus pecados te son perdonados”; o decirle: “Levántate, toma tu camilla y anda”? Pero, para que sepan que el Hijo del Hombre tiene autoridad para perdonar pecados en la tierra —dijo al paralítico—: A ti te digo, ¡levántate, toma tu camilla y vete a tu casa! Y se levantó, y en seguida tomó su camilla y salió en presencia de todos, de modo que todos se asombraron y glorificaron a Dios diciendo: —¡Jamás hemos visto cosa semejante!» (Marcos 2:1-12)