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¡Ha

resucitado!
Los relatos de la
resurrección en los
evangelios
Preámbulo
Aproximación al texto

Análisis de los elementos

Recursos estilísticos

Hermenéutica del texto


Primer relato: los
discípulos de Emaús
Ese mismo día, dos de los discípulos iban a un pequeño pueblo llamado Emaús, situado a unos
diez kilómetros de Jerusalén. En el camino hablaban sobre lo que había ocurrido. Mientras
conversaban y discutían, el mismo Jesús se acercó y siguió caminando con ellos. Pero algo
impedía que sus ojo lo reconocieran. El les dijo: «¿Qué comentaban por el camino?». Ellos se
detuvieron, con el semblante triste, y uno de ellos, llamado Cleofás, le respondió: «¡Tú eres el
único forastero en Jerusalén que ignora lo que pasó en estos días!». «¿Qué cosa?», les preguntó.
Ellos respondieron: «Lo referente a Jesús, el Nazareno, que fue un profeta poderoso en obras y
en palabras delante de Dios y de todo el pueblo, y cómo nuestros sumos sacerdotes y nuestros
jefes lo entregaron para ser condenado a muerte y lo crucificaron. Nosotros esperábamos que
fuera él quien librara a Israel. Pero a todo esto ya van tres días que sucedieron estas cosas. Es
verdad que algunas mujeres que están con nosotros nos han desconcertado: ellas fueron de
madrugada al sepulcro y al no hallar el cuerpo de Jesús, volvieron diciendo que se les había
aparecido unos ángeles, asegurándoles que él está vivo. Algunos de los nuestros fueron al
sepulcro y encontraron todo como las mujeres habían dicho. Pero a él no lo vieron».
Jesús les dijo: «¡Hombres duros de entendimiento, cómo les cuesta creer todo lo que anunciaron los
profetas! ¿No será necesario que el Mesías soportara esos sufrimientos para entrar en su gloria?»
Y comenzando por Moisés y continuando en todas las Escrituras lo que se refería a él. Cuando
llegaron cerca del pueblo adonde iban, Jesús hizo ademán de seguir adelante. Pero ellos le
insistieron: «Quédate con nosotros, porque ya es tarde y el día se acaba». El entró y se quedó con
ellos. Y estando a la mesa, tomó el pan y pronunció la bendición; luego lo partió y se lo dio.
Entonces los ojos de los discípulos se abrieron y lo reconocieron, pero él había desaparecido de su
vista. Y se decían: «¿No ardía acaso nuestro corazón, mientras nos hablaba en el camino y nos
explicaba las Escrituras?». En ese mismo momento, se pusieron en camino y regresaron a
Jerusalén. Allí encontraron reunidos a los Once y a los demás que estaban con ellos, y estos les
dijeron: «Es verdad, ¡el Señor ha resucitado y se apareció a Simón!». Ellos, por su parte, contaron
lo que les había pasado en el camino y cómo lo habían reconocido al partir el pan.

Lc. 24, 13-35


Elementos
No lo reconocen

¿Aparente kerigma hacia el forastero?

Nueva corporeidad

senda progresiva que con miras a Jerusalén

Tristeza-gozo
Segundo relato:
Magdalena y el
jardinero
Jn. 20, 11-17
María se quedó junto al monumento, fuera, llorando. Mientras lloraba se
inclinó hacia el monumento, y vio a dos ángeles de blanco, sentados uno a la
cabecera y otro a los pies de donde había estado el cuerpo de Jesús. Le
dijeron: ¿Por qué lloras, mujer?” Ella les dijo: Porque han tomado a mi Señor
y no sé dónde le han puesto. En diciendo esto, se volvió para atrás y vio a
Jesús que estaba allí, pero no conoció que fuese Jesús. Díjole Jesús: Mujer,
¿por qué lloras? ¿A quién buscas? Ella, creyendo que era el hortelano, le dijo:
Señor, si le has llevado tú, dime dónde le has puesto, y yo le tomaré. Díjole.
Jesús: ¡María! Ella, volviéndose, le dijo en hebreo: ¡Rabboni!, que quiere
decir Maestro. Jesús le dijo: Deja ya de tocarme, porque aún no he subido al
Padre; pero ve a mis hermanos y dile: subo a mi Padre y a vuestro Padre, a mi
Dios y a vuestro Dios”
Tercer relato: la
pesca milagrosa
Después de esto, se manifestó Jesús otra vez a los discípulos a orillas del mar de Tiberíades. Se
manifestó de esta manera. Estaban juntos Simón Pedro, Tomás, llamado el Mellizo, Natanael, el de
Caná de Galilea, los de Zebedeo y otros dos de sus discípulos. Simón Pedro les dice: “Voy a pescar.”
Le contestan ellos: “También nosotros vamos contigo.” Fueron y subieron a la barca, pero aquella
noche no pescaron nada. Cuando ya amaneció, estaba Jesús en la orilla; pero los discípulos no sabían
que era Jesús. Díceles Jesús: “Muchachos, ¿no tenéis pescado?” Le contestaron: “No” Él les dijo:
“Echad la red a la derecha de la barca y encontraréis.” La echaron, pues, y ya no podían arrastrarla
por la abundancia de peces. El discípulo a quien Jesús amaba dice entonces a Pedro: “Es el Señor”,
se puso el vestido - pues estaba desnudo - y se lanzó al mar. Los demás discípulos vinieron en la
barca, arrastrando la red con los peces; pues no distaban mucho de tierra, sino unos doscientos
codos. Nada más saltar a tierra, ven preparadas unas brasas y un pez sobre ellas y pan. Díceles Jesús:
“Traed algunos de los peces que acabáis de pescar.” Subió Simón Pedro y sacó la red a tierra, llena
de peces grandes: ciento cincuenta y tres. Y, aun siendo tantos, no se rompió la red. Jesús les dice:
“Venid y comed.” Ninguno de los discípulos se atrevía a preguntarle: “¿Quién eres tú?”, sabiendo
que era el Señor. Viene entonces Jesús, toma el pan y se lo da; y de igual modo el pez.
Esta fue ya la tercera vez que Jesús se manifestó a los discípulos después de
resucitar de entre los muertos. Después de haber comido, dice Jesús a Simón
Pedro: “Simón de Juan, ¿me amas más que éstos?” Le dice él: “Sí, Señor, tú sabes
que te quiero.” Le dice Jesús: “Apacienta mis corderos.” Vuelve a decirle por
segunda vez: “Simón de Juan, ¿me amas?” Le dice él: “Sí, Señor, tú sabes que te
quiero.” Le dice Jesús: “Apacienta mis ovejas.” Le dice por tercera vez: “Simón
de Juan, ¿me quieres?” Se entristeció Pedro de que le preguntase por tercera vez:
“¿Me quieres?” y le dijo: “Señor, tú lo sabes todo; tú sabes que te quiero.” Le dice
Jesús: “Apacienta mis ovejas. “En verdad, en verdad te digo: cuando eras joven, tú
mismo te ceñías, e ibas adonde querías; pero cuando llegues a viejo, extenderás tus
manos y otro te ceñirá y te llevará adonde tú no quieras.” Con esto indicaba la
clase de muerte con que iba a glorificar a Dios. Dicho esto, añadió: “Sígueme.”

Jn. 21, 1-19


Temas

Las brasas

Identidad de Pedro

La identidad de la Iglesia

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