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LA PASIÓN SEGÚN SAN MATEO

Y sucedió que, cuando acabó Jesús todos estos discursos, dijo a sus discípulos: ‘Ya sabéis
que dentro de dos días será la fiesta de Pascua, y el Hijo del hombre es entregado para ser
crucificado’.

Entonces los sumos sacerdotes y los ancianos del pueblo se reunieron en el palacio del
sumo sacerdote, llamado Caifás; y deliberaron para prender a Jesús con mala intención y
darle muerte. Decían sin embargo: ‘Durante la fiesta no, para que no haya alboroto en el
pueblo’.

Se encontraba Jesús en Betania, en casa de Simón el Leproso, cuando se acercó a él una


mujer con un frasco de alabastro lleno de perfume muy caro, y lo derramó sobre su cabeza
mientras estaba sentado a la mesa.

Mas al ver esto los discípulos se indignaron y dijeron: ‘¿Por qué este despilfarro? Se podía
haber vendido a buen precio y habérselo dado a los pobres’.

Mas Jesús, dándose cuenta, les dijo: ‘¿Por qué molestáis a esta mujer? ¡Ha hecho una
buena obra conmigo! Porque pobres tendréis siempre con vosotros, pero a mí no me
tendréis siempre. Y al derramar ella este ungüento sobre mi cuerpo, en vista de mi sepultura
lo ha hecho. En verdad os digo: donde quiera que se proclame este evangelio en el mundo
entero, se hablará también de lo que ésta ha hecho para memoria suya’.

Entonces uno de los Doce, llamado Judas Iscariote, fue donde los sumos sacerdotes y les
dijo: ‘¿Qué queréis darme, y yo os lo entregaré?’.

Ellos le pagaron treinta monedas de plata.

Y desde entonces andaba buscando una oportunidad para entregarle.

El primer día de los Ázimos los discípulos se acercaron a Jesús y le dijeron: ‘¿Dónde
quieres que te hagamos los preparativos para comer el cordero de pascua?’.

Él les dijo: ‘Id a la ciudad, a casa de fulano, y decidle: el Maestro dice: Mi tiempo está cerca;
en tu casa voy a celebrar la pascua con mis discípulos’.

Los discípulos hicieron lo que Jesús les había mandado y prepararon la pascua.

Al atardecer se puso a la mesa con los Doce. Y mientras comían, dijo: ‘En verdad os digo
que uno de vosotros me entregará’.

Muy entristecidos, se pusieron a decirle uno por uno: ‘¿Acaso soy yo, Señor?’.
Él respondió: ‘El que moja conmigo en el plato, ése me entregará. El Hijo del hombre se va,
como está escrito de él; pero ¡ay de aquél por quien el Hijo del hombre es entregado! ¡Más
le valdría a ese hombre no haber nacido!’.
Entonces preguntó Judas, el que iba a entregarle: ‘¿Acaso soy yo, Rabbí?’. Dícele: ‘Sí, tú lo
has dicho’.

Mientras estaban comiendo, tomó Jesús pan y pronunció la bendición, lo partió y, dándoselo
a los discípulos, dijo: ‘Tomad, comed, éste es mi cuerpo’. Tomó luego una copa y,
pronunciada la acción de gracias, se la dio diciendo: ‘Bebed de ella todos, porque ésta es mi
sangre de la alianza, que es derramada por muchos para perdón de los pecados. Y os digo:
No, desde ahora no beberé de este producto de la vid hasta el día aquel en que lo beba con
vosotros, nuevo, en el Reino de mi Padre’.

Y cantados los himnos, salieron hacia el monte de los Olivos.

Entonces les dice Jesús: ‘Todos vosotros seréis escandalizados esta noche por causa mía,
porque está escrito: Heriré al pastor y se dispersarán las ovejas del rebaño. Mas después
de ser resucitado, iré delante de vosotros a Galilea’.

Pedro intervino y le dijo: ‘Aunque todos se escandalicen por causa tuya, yo nunca me
escandalizaré’. Jesús le dijo: ‘En verdad te digo: esta misma noche, antes que el gallo
cante, me habrás negado tres veces’. Dícele Pedro: ‘No, aunque tenga que morir contigo,
no te negaré’.

Y lo mismo dijeron todos los discípulos.

Entonces va Jesús con ellos a un lugar llamado Getsemaní, y dice a los discípulos: ‘Sentaos
aquí, mientras yo me voy allí a orar’. Y tomando a Pedro y a los dos hijos de Zebedeo,
comenzó a sentir tristeza y angustia. Entonces les dice: ‘Mi alma está triste hasta la muerte;
quedaos aquí y velad conmigo’.

Y adelantándose un poco, cayó rostro en tierra y oraba así: ‘Padre mío, si es posible, que
pase ese cáliz; pero no sea como yo quiero, sino como quieres tú’. Viene entonces donde
los discípulos, y los encuentra dormidos; y dice a Pedro: ‘¿Con que no habéis podido velar
una hora conmigo? Velad y orad, para que no caigáis en tentación; que el espíritu es
animoso, pero la carne es débil’.

Y alejándose de nuevo, por segunda vez oró así: ‘Padre mío, si este cáliz no puede pasar
sin que yo lo beba, hágase tu voluntad’. Volvió otra vez y los encontró dormidos, pues sus
ojos estaban cargados. Los dejó y se fue a orar por tercera vez, repitiendo las mismas
palabras. Entonces viene donde los discípulos y les dice: ‘¿Seguís durmiendo y
descansando? He aquí que está llegando la hora en que el Hijo del hombre va a ser
entregado en manos de pecadores. ¡Levantaos!, ¡vámonos! He aquí que está llegando el
que me va a entregar’.

Todavía estaba hablando cuando he aquí que llegó Judas, uno de los Doce, acompañado
de un grupo numeroso con espadas y palos, de parte de los sumos sacerdotes y los
ancianos del pueblo. El que lo iba a entregar les había dado esta señal: ‘Aquél a quien yo
dé un beso, ése es; arrestadlo’. Y al instante se acercó a Jesús y le dijo: ‘Salve, Rabbí’, y le
dio un beso. Jesús le dijo: ‘Amigo, ¡a lo que has venido!’. Entonces aquellos se acercaron,
echaron mano a Jesús y lo arrestaron.

En esto, he aquí que uno de los que estaban con Jesús alargó la mano, sacó su espada y
de un tajo le cortó la oreja al criado del sumo sacerdote. Entonces le dice Jesús: ‘Vuelve tu
espada a su sitio, porque todos los que empuñen espada, a espada perecerán. ¿O piensas
que no puedo yo rogar a mi Padre, que pondría a mi disposición en seguida más de doce
legiones de ángeles? Pero ¿cómo se cumplirían las Escrituras, según las cuales tiene que
suceder así?’.

En aquella hora dijo Jesús a la gente: ‘Habéis salido a prenderme con espadas y palos,
como si fuera un bandido. Todos los días me sentaba en el templo para enseñar, y no me
apresasteis’. Pero todo esto sucedió para que se cumplieran las Escrituras de los profetas.
Entonces todos los discípulos lo abandonaron y huyeron.

Los que detuvieron a Jesús (lo) condujeron ante el sumo sacerdote Caifás, donde se habían
reunido los letrados y los ancianos. Pedro lo fue siguiendo de lejos hasta el palacio del
sumo sacerdote, entró en él y se sentó con los criados para ver el final.
Los sumos sacerdotes y el sanedrín en pleno buscaban un falso testimonio contra Jesús
para darle muerte; pero no lo encontraron a pesar de los muchos falsos testigos que
comparecían.

Finalmente comparecieron dos que declararon: ‘Éste dijo: Yo puedo destruir el santuario de
Dios y reconstruir en tres días’. Entonces se levantó el sumo sacerdote y le dijo: ‘¿No
respondes nada? ¿Qué es lo que éstos atestiguan contra ti?’. Pero Jesús seguía callado. El
sumo sacerdote le dijo: ‘Yo te conjuro por Dios vivo que nos digas si tú eres el Cristo, el Hijo
de Dios’. Jesús le dice: ‘Tú lo has dicho. Y yo os declaro que a partir de ahora veréis al Hijo
del hombre tomar asiento a la derecha del Poder y venir sobre las nubes del cielo’.
Entonces el sumo sacerdote se rasgó las vestiduras y dijo: ‘¡Ha blasfemado! ¿Qué
necesidad tenemos ya de testigos? Acabáis de oír la blasfemia. ¿Qué os parece?
Respondieron ellos diciendo: ‘¡Es reo de muerte!’.

Entonces le escupieron a la cara y lo golpearon; otros le daban bofetadas, diciendo:


‘Profetízanos, Cristo: ¿quién es el que te pega?’.

Pedro, entretanto, estaba sentado fuera en el patio; y una criada se acercó a él y le dijo:
‘También tú andabas con Jesús el Galileo’. Pero él lo negó delante de todos: ‘No sé de qué
hablas’.

Cuando salía al portal lo vio otra y dijo a los que estaban allí: ‘Éste andaba con Jesús
Nazareno’. Y de nuevo lo negó con juramento: ‘Yo no conozco a ese hombre’.
Poco después se acercaron los que estaban allí y dijeron a Pedro: ‘Tú también eres de
ellos, seguro; ¡se te nota en el habla!’. Entonces empezó a maldecirlo) y a jurar: ‘¡No
conozco a ese hombre!’.

Y enseguida cantó el gallo. Y Pedro se acordó de las palabras de Jesús: ‘Antes que cante el
gallo me negarás tres veces’. Y saliendo fuera, lloró amargamente.
Llegada la mañana, todos los sumos sacerdotes y los ancianos del pueblo tomaron la
decisión de matar a Jesús y, atándolo, lo condujeron a Pilato, el gobernador, y se lo
entregaron.

Entonces Judas, el que lo entregó, viendo que había sido condenado, se arrepintió, devolvió
las treinta monedas de plata a los sumos sacerdotes y a los ancianos, y dijo: ‘Pequé
entregando sangre inocente’. Ellos dijeron: ‘Y a nosotros ¿qué? Tú verás’. Entonces arrojó
las monedas hacia el santuario y se marchó; luego fue y se ahorcó.

Los sumos sacerdotes recogieron las monedas y dijeron: ‘No es lícito echarlas en el tesoro
de las ofrendas, porque son precio de sangre’. Pero tomaron un acuerdo y compraron con
ellas el Campo del Alfarero como lugar de sepultura para los forasteros. Por eso aquel
campo se llama todavía hoy ‘Campo de sangre’.

Entonces se cumplió el oráculo del profeta Jeremías: ‘Y tomaron las treinta monedas de
plata, cantidad en que fue apreciado aquél a quien pusieron precio algunos hijos de Israel, y
las dieron por el Campo del Alfarero, como me lo había mandado el Señor’.

Pero Jesús fue llevado ante el gobernador. Y el gobernador lo interrogó y dijo: ‘¿Eres tú el
rey de los judíos?’. Pero Jesús dijo: ‘Tú lo dices’. Y mientras era acusado por los sumos
sacerdotes y los ancianos, no contestó nada. Entonces le dice Pilato: ‘¿No oyes las graves
acusaciones que hacen contra ti?’. No le contestó nada a una sola pregunta, de suerte que
el gobernador estaba sumamente extrañado.

Con ocasión de una fiesta acostumbraba el gobernador conceder al pueblo la libertad de un


preso, el que quisieran. Tenían entonces un preso famoso, que se llamaba Jesús Barrabás.
Cuando estaban reunidos, les preguntó Pilato: ‘¿A quién queréis que os suelte, a Jesús
Barrabás o a Jesús a quien llaman el Mesías?’. Es que sabía que se lo habían entregado
por envidia. Mientras estaba sentado en la tribuna, le mandó a decir su mujer: ‘¡Deja en paz
a ese justo, que hoy he sufrido mucho en sueños por causa suya!’. A pesar de todo, los
sumos sacerdotes y los ancianos convencieron a la gente de que pidieran a Barrabás y
liquidasen a Jesús. El gobernador tomó la palabra y les dijo: ‘¿A cuál de los dos queréis que
os suelte?’. Contestaron ellos: ‘A Barrabás’. Pilato les preguntó: ‘¿Y qué hago con Jesús a
quien llaman el Mesías?’. Contestaron todos: ‘¡Que lo crucifiquen!’. Pilato repuso: ‘¿Pero
qué ha hecho de malo?’. Ellos gritaban más y más: ‘¡Que lo crucifiquen!’.

Al ver Pilato que no conseguía nada y que, al contrario, se estaba formando un tumulto,
tomó agua y se lavó las manos cara a la gente, diciendo: ‘Soy inocente de la sangre de
éste. ¡Vosotros veréis!’. Y todo el pueblo contestó: ‘¡(Caiga) su sangre sobre nosotros y
sobre nuestros hijos!’. Entonces les soltó a Barrabás, y a Jesús, después de mandarlo
azotar, lo entregó para ser crucificado.

Entonces los soldados del gobernador llevaron a Jesús al pretorio y reunieron alrededor de
él a toda la cohorte. Lo desnudaron y le echaron encima un manto escarlata, trenzaron una
corona de espinas, (se la) pusieron en la cabeza y una caña en la mano derecha. Y
doblando la rodilla delante de él, le decían de burla: ‘¡Salve, rey de los judíos!’. Le
escupieron, le quitaron la caña y le pegaban en la cabeza. Terminada la burla, le quitaron el
manto, le pusieron su ropa y se lo llevaron para crucificarlo.
Al salir encontraron a un hombre de Cirene llamado Simón, y lo forzaron a llevar la cruz.
Cuando llegaron al lugar llamado Gólgota, esto es, ‘La Calavera’, le dieron a beber vino
mezclado con hiel; pero él, después de probarlo, no quiso beberlo. Después de crucificarlo
se repartieron su ropa echando suertes, y luego se sentaron allí a custodiarlo. Encima de su
cabeza colocaron un letrero con la acusación: ‘Éste es Jesús, el rey de los judíos’.
Crucificaron entonces con él a dos bandidos, uno a la derecha y el otro a la izquierda.

Los que pasaban lo injuriaban y decían, meneando la cabeza: ‘Tú que destruías el santuario
y lo reconstruías en tres días, ¡sálvate a ti mismo! Si eres Hijo de Dios, ¡baja de la cruz!’.

Igualmente los sumos sacerdotes junto con los escribas y los ancianos se burlaban de él
diciendo: ‘Ha salvado a otros y él no se puede salvar. Es rey de Israel; entonces, ¡que baje
ahora de la cruz y le creeremos! Pone su confianza en Dios: si de verdad lo quiere Dios,
¡que lo libre ahora! ¿No decía que era Hijo de Dios? Lo mismo le reprochaban los bandidos
que estaban crucificados con él.

Desde la hora sexta toda la Tierra estuvo en tinieblas hasta la hora nona. Y alrededor de la
hora nona gritó Jesús muy fuerte: ‘Eli, Eli, lema sabaktani?’, esto es: ‘Dios mío, Dios mío,
¿por qué me has abandonado?’. Al oírlo algunos de los que estaban allí decían: ‘A Elías
llama éste’. Inmediatamente uno de ellos fue corriendo a tomar una esponja, la empapó de
vinagre y, sujetándola con una caña, intentaba darle de beber. Los demás decían: ‘Vamos a
ver si viene Elías a salvarlo’. Jesús dio otro grito muy fuerte y exhaló el espíritu.

Y he aquí que la cortina del templo se rasgó de arriba abajo, en dos. Y la Tierra tembló, y
las rocas se rajaron, y las tumbas se abrieron, y muchos cuerpos de santos que habían
muerto fueron resucitados. Y cuando salieron de las tumbas, entraron en la ciudad santa
después de su [de Jesús] resurrección, y se aparecieron a muchos. El capitán y los
soldados que custodiaban a Jesús, viendo el terremoto y lo sucedido, quedaron aterrados y
dijeron: ‘Verdaderamente éste era el Hijo de Dios’.

Estaban allí mirando desde lejos muchas mujeres que habían seguido a Jesús desde
Galilea para asistirlo. Entre ellas estaban María Magdalena, María la madre de Santiago y
José, y la madre de los hijos de Zebedeo.

Al caer la tarde llegó un hombre rico de Arimatea, de nombre José, que era también
discípulo de Jesús. Fue a ver a Pilato para pedirle el cuerpo de Jesús. Entonces Pilato
mandó que fuera descolgado. José se llevó el cuerpo y lo envolvió en una sábana limpia;
después lo puso en el sepulcro nuevo excavado para el mismo en la roca, rodó una losa
grande a la entrada del sepulcro y se marchó.

Estaban allí María Magdalena y la otra María, sentadas frente al sepulcro.

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