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Palabra de Perdón

“Y Jesús decía: Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen. Y repartieron entre sí sus vestidos,
echando suertes.” Lucas 23:34

Jesucristo ya estaba asumiendo todos los sufrimientos que implicaba ser el salvador del
mundo. Había recibido el rechazo del pueblo, el cual vociferó a una voz ante el gobernador
romano de Judea que lo crucificara, ya había padecido los cruentos azotes de los guardias
romanos y debía cargar con su propio instrumento de ejecución, una cruz, por toda la ciudad
hasta llegar a una colina en las afueras.

Pese a todo el sufrimiento padecido y que aún le quedaba por padecer, Jesucristo no dejó
de tener autoridad sobre el pecado y en su camino al calvario, consoló a las mujeres de
Jerusalén que hacían lamento por él; pero lo más estremecedor se vivió al momento de ser
clavado en la cruz, cuando en lugar de descargar sus frustraciones contra sus
escarnecedores, como sus dos compañeros de ejecución de seguro lo estaban haciendo, él
decidió interceder por ellos, profiriendo: "Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen."

En la cruz, el perdón inmerecido se consumó para toda la humanidad, ese perdón descrito
en el evangelio de Mateo, incluso para aquellos quienes contribuyeron directamente al
sufrimiento del Salvador. Ese perdón derramado para una raza humana que le dio la espalda
al Mesías, aún sigue al alcance.

“Por lo cual el reino de los cielos es semejante a un rey que quiso hacer cuentas con sus siervos. Y
comenzando a hacer cuentas, le fue presentado uno que le debía diez mil talentos. A este, como no pudo
pagar, ordenó su señor venderle, y a su mujer e hijos, y todo lo que tenía, para que se le pagase la deuda.
Entonces aquel siervo, postrado, le suplicaba, diciendo: Señor, ten paciencia conmigo, y yo te lo pagaré
todo. El señor de aquel siervo, movido a misericordia, le soltó y le perdonó la deuda. Pero saliendo aquel
siervo, halló a uno de sus consiervos, que le debía cien denarios; y asiendo de él, le ahogaba, diciendo:
Págame lo que me debes. Entonces su consiervo, postrándose a sus pies, le rogaba diciendo: Ten paciencia
conmigo, y yo te lo pagaré todo. Mas él no quiso, sino fue y le echó en la cárcel, hasta que pagase la
deuda. Viendo sus consiervos lo que pasaba, se entristecieron mucho, y fueron y refirieron a su señor todo
lo que había pasado. Entonces, llamándole su señor, le dijo: Siervo malvado, toda aquella deuda te
perdoné, porque me rogaste. ¿No debías tú también tener misericordia de tu consiervo, como yo tuve
misericordia de ti? Entonces su señor, enojado, le entregó a los verdugos, hasta que pagase todo lo que
le debía. Así también mi Padre celestial hará con vosotros si no perdonáis de todo corazón cada uno a su
hermano sus ofensas.” Mateo 18:23-35
Palabra de Salvación:
“Entonces Jesús le dijo: De cierto te digo que hoy estarás conmigo en el paraíso.” Lucas 23:43

En el momento de la crucifixión, Lucas nos deja ver a un pecador arrepentido que es


alcanzado por el acto vicario de Jesucristo, y no era cualquier pecador, ya que se trataba
de uno de los dos delincuentes que estaban compartiendo su destino.

Este cuadro muestra la verdadera naturaleza del arrepentimiento que agrada a Dios, ya que
Mateo en su evangelio nos deja ver que este mismo criminal se había unido con el otro a
insultar a Jesucristo.

No obstante, Lucas narra que este hombre en medio de su tormento volvió en sí y reconoció
que él merecía tal castigo por sus acciones, mientras que el Señor se encontraba ahí sin hacer
nada malo; acto seguido le rogó que se acordara de él cuando empezara a reinar, a lo que
el Señor en su misericordia le respondió: “Yo te aseguro: hoy estarás conmigo en el Paraíso”.

Ese hombre será recordado por mostrar el arrepentimiento que agrada a Dios para alcanzar
misericordia, y cómo alguien en medio del dolor más angustiante, puede recibir la
misericordia del Señor para tener un futuro asegurado en el paraíso con Jesús, pues
finalmente, para eso vino a este mundo.

“Lo mismo le injuriaban también los ladrones que estaban crucificados con él.” Mateo 27:44

“Vino a Nazaret, donde se había criado; y en el día de reposo entró en la sinagoga, conforme a su
costumbre, y se levantó a leer. Y se le dio el libro del profeta Isaías; y habiendo abierto el libro, halló el
lugar donde estaba escrito: El Espíritu del Señor está sobre mí, Por cuanto me ha ungido para dar buenas
nuevas a los pobres; Me ha enviado a sanar a los quebrantados de corazón; A pregonar libertad a los
cautivos, Y vista a los ciegos; A poner en libertad a los oprimidos; A predicar el año agradable del Señor.
Y enrollando el libro, lo dio al ministro, y se sentó; y los ojos de todos en la sinagoga estaban fijos en él.
Y comenzó a decirles: Hoy se ha cumplido esta Escritura delante de vosotros. Y todos daban buen
testimonio de él, y estaban maravillados de las palabras de gracia que salían de su boca, y decían: ¿No
es este el hijo de José? Él les dijo: Sin duda me diréis este refrán: Médico, cúrate a ti mismo; de tantas
cosas que hemos oído que se han hecho en Capernaum, haz también aquí en tu tierra. Y añadió: De cierto
os digo, que ningún profeta es acepto en su propia tierra. Y en verdad os digo que muchas viudas había
en Israel en los días de Elías, cuando el cielo fue cerrado por tres años y seis meses, y hubo una gran
hambre en toda la tierra; pero a ninguna de ellas fue enviado Elías, sino a una mujer viuda en Sarepta de
Sidón. Y muchos leprosos había en Israel en tiempo del profeta Eliseo; pero ninguno de ellos fue limpiado,
sino Naamán el sirio. Al oír estas cosas, todos en la sinagoga se llenaron de ira; y levantándose, le echaron
fuera de la ciudad, y le llevaron hasta la cumbre del monte sobre el cual estaba edificada la ciudad de
ellos, para despeñarle. Mas él pasó por en medio de ellos, y se fue.” Lucas 4:16-30
Palabra de Amor:
Cuando vio Jesús a su madre, y al discípulo a quien él amaba, que estaba presente, dijo a su madre:
Mujer, he ahí tu hijo. Después dijo al discípulo: He ahí tu madre. Y desde aquella hora el discípulo la
recibió en su casa.” Juan 19:26-27

Hasta el día de hoy parece incomprensible cómo en su momento de angustia, en el que pudo
haberse quedado inerte esperando su muerte, Jesús continuaba haciendo la voluntad del
Padre, devolviendo con bien el mal causado y preocupándose por aquellos a quienes amaba.

En su dolor, María fue acompañaba por Juan, el discípulo amado por el Señor, para
acompañar a su hijo. En su amor, Jesucristo no quiso dejar a su madre terrenal desamparada
y la confió en manos de su discípulo amado, quien en adelante tendría a su cargo a la mamá
de Jesús. "Mujer, ahí tienes a tu hijo. [...] Ahí tienes a tu madre."

Fue lo que Jesucristo en su agonía dijo para que su madre terrenal y su discípulo amado
pudieran cuidar el uno por el otro. Los seres amados de Jesús y todo aquel que viene
arrepentido ante la cruz, puede encontrar ese mismo consuelo y amor.

De manera contundente nuestro Señor llama a su madre: “mujer”, con ello hace alusión al
género humano que él ama profundamente y que una vez transformado, desea que reflejen
ese amor incondicional y transformacional para atestiguar que somos sus seguidores.

“Así que entonces lo entregó a ellos para que fuese crucificado. Tomaron, pues, a Jesús, y le llevaron. Y
él, cargando su cruz, salió al lugar llamado de la Calavera, y en hebreo, Gólgota; y allí le crucificaron, y
con él a otros dos, uno a cada lado, y Jesús en medio. Escribió también Pilato un título, que puso sobre la
cruz, el cual decía: JESÚS NAZARENO, REY DE LOS JUDÍOS. Y muchos de los judíos leyeron este título;
porque el lugar donde Jesús fue crucificado estaba cerca de la ciudad, y el título estaba escrito en hebreo,
en griego y en latín. Dijeron a Pilato los principales sacerdotes de los judíos: No escribas: Rey de los judíos;
sino, que él dijo: Soy Rey de los judíos. Respondió Pilato: Lo que he escrito, he escrito. Cuando los soldados
hubieron crucificado a Jesús, tomaron sus vestidos, e hicieron cuatro partes, una para cada soldado.
Tomaron también su túnica, la cual era sin costura, de un solo tejido de arriba abajo. Entonces dijeron
entre sí: No la partamos, sino echemos suertes sobre ella, a ver de quién será. Esto fue para que se
cumpliese la Escritura, que dice: Repartieron entre sí mis vestidos, Y sobre mi ropa echaron suertes. Y así
lo hicieron los soldados. Estaban junto a la cruz de Jesús su madre, y la hermana de su madre, María
mujer de Cleofas, y María Magdalena.” Juan 19:16-25

“Entonces, cuando hubo salido, dijo Jesús: Ahora es glorificado el Hijo del Hombre, y Dios es glorificado
en él. Si Dios es glorificado en él, Dios también le glorificará en sí mismo, y en seguida le glorificará.
Hijitos, aún estaré con vosotros un poco. Me buscaréis; pero como dije a los judíos, así os digo ahora a
vosotros: A donde yo voy, vosotros no podéis ir. Un mandamiento nuevo os doy: Que os améis unos a
otros; como yo os he amado, que también os améis unos a otros. En esto conocerán todos que sois mis
discípulos, si tuviereis amor los unos con los otros.” Juan 13:31-35
Palabra de la Soledad:
“Y a la hora novena Jesús clamó a gran voz, diciendo: Eloi, Eloi, ¿lama sabactani? que traducido es:
Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?” Marcos 15:34

Las siete palabras más emblemáticas emitidas por nuestro Señor Jesús durante su crucifixión
se encuentran repartidas en todos los cuatro evangelios. Sin embargo, la expresión "¡Dios
mío, Dios mío!, ¿por qué me has abandonado?" es la única que aparece en dos ocasiones
en los evangelios.

No es para menos que se quiera enfatizar en la sensación de soledad que experimentó el


Hijo de Dios, al comprender que la comunión eterna y perfecta entre él y el Padre se
encontraba rota. ¡Qué situación más devastadora! ¡Cómo nos comprende nuestro Sumo
Sacerdote cuando nosotros pasamos por esos momentos de “lejanía” de la comunión con
nuestro Amante Padre Celestial!

Muy poco se sabe acerca de la razón exacta de esto, pero se sabe que en base a la santidad
de Dios, él no puede estar cerca de alguien que estaba absorbiendo el castigo por el pecado
del mundo.

Nuestro Señor fue obediente hasta su muerte y ponerse en la posición del hombre pecador
como el destinatario de la ira del Señor, estaban entre los requisitos que él debía cumplir
para que su sacrificio vicario por el pecado del mundo fuera completo y perfecto, para que
este pueda alcanzarnos y darnos una seguridad eterna.

“Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado? ¿Por qué estás tan lejos de mi salvación, y de las
palabras de mi clamor? Dios mío, clamo de día, y no respondes; Y de noche, y no hay para mí reposo.
Pero tú eres santo, Tú que habitas entre las alabanzas de Israel.” Salmos 22:1-3
Palabra del Tormento físico:
“Después de esto, sabiendo Jesús que ya todo estaba consumado, dijo, para que la Escritura se cumpliese:
Tengo sed.” Juan 19:28

¿Cómo es posible que aquel que manifestó ser la fuente de agua viva y el pan de vida,
llegara a sentir sed?
Toda la vulnerabilidad de Nuestro Señor se manifestó en la cruz, demostrando que, aun
cuando había descendido de los cielos y mantenía una comunión perfecta con el Padre, al
punto de ser uno solo con él, Jesús tuvo en todo momento una humanidad plena y estaba
sujeto a todas las necesidades de nuestra raza.

También nos recuerda que Jesucristo no está distante de aquel que clama con misericordia,
sino que además busca tener una relación con él.

Él es capaz de compadecerse de nosotros y recibirnos, porque él experimentó todas nuestras


luchas como humano y sabe de lo que tenemos necesidad, por lo que su sacrificio es completo
y capaz de darnos la victoria sobre nuestra misma condición humana.

Nuestro Señor es consciente de nuestras necesidades humanas y de lo importante que es


tenerlas cubiertas. No obstante, las necesidades no son el centro de la vida y en su sermón,
el Señor invita al hombre a tener un concepto de la vida más trascendental, sabiendo que la
honra y la gloria a Dios es el fin de la vida humana.

Al ver a nuestro Salvador en necesidad y siempre priorizando el Reino de Dios, tenemos un


ejemplo de vida a imitar.

“Por tanto, teniendo un gran sumo sacerdote que traspasó los cielos, Jesús el Hijo de Dios, retengamos
nuestra profesión. Porque no tenemos un sumo sacerdote que no pueda compadecerse de nuestras
debilidades, sino uno que fue tentado en todo según nuestra semejanza, pero sin pecado. Acerquémonos,
pues, confiadamente al trono de la gracia, para alcanzar misericordia y hallar gracia para el oportuno
socorro.” Hebreos 4:14-16

“No os afanéis, pues, diciendo: ¿Qué comeremos, o qué beberemos, o qué vestiremos? Porque los gentiles
buscan todas estas cosas; pero vuestro Padre celestial sabe que tenéis necesidad de todas estas cosas.
Mas buscad primeramente el reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas os serán añadidas. Así que,
no os afanéis por el día de mañana, porque el día de mañana traerá su afán. Basta a cada día su propio
mal.” Mateo 6:31-34
Palabra de Consumación:
“Cuando Jesús hubo tomado el vinagre, dijo: Consumado es. Y habiendo inclinado la cabeza, entregó el
espíritu.” Juan 19:30

Jesucristo vino a este mundo para llevar a perfecto cumplimiento la obra del Padre. Además
de anunciar la venida del reino de Dios y dar testimonio de él a través de incontables
milagros, Jesucristo debía consumar el sacrificio por el pecado del mundo. Él es el Cordero
de Dios que quita completamente el pecado del mundo.

Al estar completando la obra que debía hacer y en sus horas más agónicas, Jesucristo se
permitió decir: “Consumado es”.

Isaías profetizaba sobre el Mesías que Jesús vería el fruto del sufrimiento de su alma (53:11)
y ese fruto es todo aquel arrepentido que ha sido lavado por su sacrificio, el cual tuvo que
completarse para que nosotros alcancemos misericordia. Ese fruto somos todos aquellos que
hemos doblado nuestra rodilla ante el Señorío de Cristo Jesús y puede serlo todo aquel que
crea en Él.

Podemos confiar en que Dios culmina todo aquello que inicia y que nosotros como fruto de
su obra, seremos perfeccionados en nuestro carácter, hasta el día que nos presentemos sin
mancha delante de él. (Filipenses 1.6)

“¿Quién ha creído a nuestro anuncio? ¿y sobre quién se ha manifestado el brazo de Jehová? Subirá cual
renuevo delante de él, y como raíz de tierra seca; no hay parecer en él, ni hermosura; le veremos, mas
sin atractivo para que le deseemos. Despreciado y desechado entre los hombres, varón de dolores,
experimentado en quebranto; y como que escondimos de él el rostro, fue menospreciado, y no lo
estimamos. Ciertamente llevó él nuestras enfermedades, y sufrió nuestros dolores; y nosotros le tuvimos
por azotado, por herido de Dios y abatido. Mas él herido fue por nuestras rebeliones, molido por nuestros
pecados; el castigo de nuestra paz fue sobre él, y por su llaga fuimos nosotros curados. Todos nosotros
nos descarriamos como ovejas, cada cual se apartó por su camino; mas Jehová cargó en él el pecado de
todos nosotros. Angustiado él, y afligido, no abrió su boca; como cordero fue llevado al matadero; y como
oveja delante de sus trasquiladores, enmudeció, y no abrió su boca. Por cárcel y por juicio fue quitado; y
su generación, ¿quién la contará? Porque fue cortado de la tierra de los vivientes, y por la rebelión de mi
pueblo fue herido. Y se dispuso con los impíos su sepultura, mas con los ricos fue en su muerte; aunque
nunca hizo maldad, ni hubo engaño en su boca. Con todo eso, Jehová quiso quebrantarlo, sujetándole a
padecimiento. Cuando haya puesto su vida en expiación por el pecado, verá linaje, vivirá por largos días,
y la voluntad de Jehová será en su mano prosperada. Verá el fruto de la aflicción de su alma, y quedará
satisfecho; por su conocimiento justificará mi siervo justo a muchos, y llevará las iniquidades de ellos. Por
tanto, yo le daré parte con los grandes, y con los fuertes repartirá despojos; por cuanto derramó su vida
hasta la muerte, y fue contado con los pecadores, habiendo él llevado el pecado de muchos, y orado por
los transgresores.” Isaías 53:1-12
Palabra de confiada entrega:
“Entonces Jesús, clamando a gran voz, dijo: Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu. Y habiendo dicho
esto, expiró.” Lucas 23:46

Hasta el final, en medio de su soledad y agonía, la esperanza de Jesucristo estaba en Dios


y luego de haber consumado el sacrificio y haber abierto el camino al hombre para la
salvación divina, Jesucristo podía decir confiado: “Padre, en tus manos encomiendo mi
espíritu”-

Días antes Jesús testificaba, que nadie quitaba la vida del Buen Pastor, sino que por mandato
de su Padre él tenía poder para poner su vida y él tenía poder para tomarla de nuevo.

La esperanza expresada en este hecho daría fruto al tercer día, cuando Cristo resucitó y se
convirtió en la primicia de aquellos que anhelamos la resurrección en su segunda venida.

Esa esperanza y esa entrega sacrificial que Jesucristo manifestó en la cruz nos da la
esperanza que, pese a nuestras luchas, nosotros tendremos junto con Jesucristo la victoria
sobre la muerte eterna y sobre el pecado.

Para ello, es necesario que nos encomendemos a la guía, al cuidado, a la misericordia y a


la voluntad de nuestro Señor quién espera de sus seguidores una entrega total en favor de
aquellos que todavía están perdidos y necesitan ser encontrados.

“Volvió, pues, Jesús a decirles: De cierto, de cierto os digo: Yo soy la puerta de las ovejas. Todos los que
antes de mí vinieron, ladrones son y salteadores; pero no los oyeron las ovejas. Yo soy la puerta; el que
por mí entrare, será salvo; y entrará, y saldrá, y hallará pastos. El ladrón no viene sino para hurtar y matar
y destruir; yo he venido para que tengan vida, y para que la tengan en abundancia. Yo soy el buen pastor;
el buen pastor su vida da por las ovejas. Mas el asalariado, y que no es el pastor, de quien no son propias
las ovejas, ve venir al lobo y deja las ovejas y huye, y el lobo arrebata las ovejas y las dispersa. Así que
el asalariado huye, porque es asalariado, y no le importan las ovejas. Yo soy el buen pastor; y conozco
mis ovejas, y las mías me conocen, así como el Padre me conoce, y yo conozco al Padre; y pongo mi vida
por las ovejas. También tengo otras ovejas que no son de este redil; aquellas también debo traer, y oirán
mi voz; y habrá un rebaño, y un pastor. Por eso me ama el Padre, porque yo pongo mi vida, para volverla
a tomar. Nadie me la quita, sino que yo de mí mismo la pongo. Tengo poder para ponerla, y tengo poder
para volverla a tomar. Este mandamiento recibí de mi Padre.” Juan 10:7-18
Resurrección:
“Mas ahora Cristo ha resucitado de los muertos; primicias de los que durmieron es hecho. Porque por
cuanto la muerte entró por un hombre, también por un hombre la resurrección de los muertos. Porque así
como en Adán todos mueren, también en Cristo todos serán vivificados. Pero cada uno en su debido orden:
Cristo, las primicias; luego los que son de Cristo, en su venida.” 1ª Corintios 15:20-23

¡Cristo ha resucitado! Era el mensaje que aquel primer día de la semana muchos anunciaron
y otros escucharon. El escepticismo, la admiración, la duda fueron de las diferentes
reacciones que tuvieron los primeros oyentes de esta gran noticia.

La obra estaba consumada y la reconciliación ahora estaba completada. El Padre ha reunido


todas las cosas bajo los pies de nuestro Señor y el postrer enemigo será la muerte sobre la
cual podemos decir: “Mas gracias sean dadas a Dios, que nos da la victoria por medio de
nuestro Señor Jesucristo”. Ahora el fundamento de nuestra fe está firme, la esperanza
gloriosa está clara y el propósito de Dios cumplido.

¿Qué nos corresponde? Estar firmes y constantes, lo que implica tener certeza de la fe que
hemos depositado en Cristo Jesús; creciendo en la obra del Señor siempre, lo cual significa
en crecimiento y no pasivos, procurando el cumplimiento de su misión cada día de nuestra
vida y finalmente; enterados que nuestro trabajo en Él no es vano, es decir, aguardando la
recompensa de los cielos que nadie nos quitará y que jamás se deteriorará.

¡Gloria a Dios, Cristo ha resucitado y pronto volverá por Su pueblo!

“Además os declaro, hermanos, el evangelio que os he predicado, el cual también recibisteis, en el cual
también perseveráis; por el cual asimismo, si retenéis la palabra que os he predicado, sois salvos, si no
creísteis en vano. Porque primeramente os he enseñado lo que asimismo recibí: Que Cristo murió por
nuestros pecados, conforme a las Escrituras; y que fue sepultado, y que resucitó al tercer día, conforme a
las Escrituras; y que apareció a Cefas, y después a los doce. Después apareció a más de quinientos
hermanos a la vez, de los cuales muchos viven aún, y otros ya duermen. Después apareció a Jacobo;
después a todos los apóstoles; y al último de todos, como a un abortivo, me apareció a mí. Porque yo soy
el más pequeño de los apóstoles, que no soy digno de ser llamado apóstol, porque perseguí a la iglesia
de Dios. Pero por la gracia de Dios soy lo que soy; y su gracia no ha sido en vano para conmigo, antes
he trabajado más que todos ellos; pero no yo, sino la gracia de Dios conmigo. Porque o sea yo o sean
ellos, así predicamos, y así habéis creído. Pero si se predica de Cristo que resucitó de los muertos, ¿cómo
dicen algunos entre vosotros que no hay resurrección de muertos? Porque si no hay resurrección de
muertos, tampoco Cristo resucitó. Y si Cristo no resucitó, vana es entonces nuestra predicación, vana es
también vuestra fe. Y somos hallados falsos testigos de Dios; porque hemos testificado de Dios que él
resucitó a Cristo, al cual no resucitó, si en verdad los muertos no resucitan. Porque si los muertos no
resucitan, tampoco Cristo resucitó; y si Cristo no resucitó, vuestra fe es vana; aún estáis en vuestros
pecados. Entonces también los que durmieron en Cristo perecieron. Si en esta vida solamente esperamos
en Cristo, somos los más dignos de conmiseración de todos los hombres. Mas ahora Cristo ha resucitado
de los muertos; primicias de los que durmieron es hecho. Porque por cuanto la muerte entró por un hombre,
también por un hombre la resurrección de los muertos. Porque así como en Adán todos mueren, también
en Cristo todos serán vivificados. Pero cada uno en su debido orden: Cristo, las primicias; luego los que
son de Cristo, en su venida. Luego el fin, cuando entregue el reino al Dios y Padre, cuando haya suprimido
todo dominio, toda autoridad y potencia. Porque preciso es que él reine hasta que haya puesto a todos
sus enemigos debajo de sus pies. Y el postrer enemigo que será destruido es la muerte. Porque todas las
cosas las sujetó debajo de sus pies. Y cuando dice que todas las cosas han sido sujetadas a él, claramente
se exceptúa aquel que sujetó a él todas las cosas. Pero luego que todas las cosas le estén sujetas, entonces
también el Hijo mismo se sujetará al que le sujetó a él todas las cosas, para que Dios sea todo en todos.
De otro modo, ¿qué harán los que se bautizan por los muertos, si en ninguna manera los muertos resucitan?
¿Por qué, pues, se bautizan por los muertos? ¿Y por qué nosotros peligramos a toda hora? Os aseguro,
hermanos, por la gloria que de vosotros tengo en nuestro Señor Jesucristo, que cada día muero. Si como
hombre batallé en Éfeso contra fieras, ¿qué me aprovecha? Si los muertos no resucitan, comamos y
bebamos, porque mañana moriremos. No erréis; las malas conversaciones corrompen las buenas
costumbres. Velad debidamente, y no pequéis; porque algunos no conocen a Dios; para vergüenza vuestra
lo digo. Pero dirá alguno: ¿Cómo resucitarán los muertos? ¿Con qué cuerpo vendrán? Necio, lo que tú
siembras no se vivifica, si no muere antes. Y lo que siembras no es el cuerpo que ha de salir, sino el grano
desnudo, ya sea de trigo o de otro grano; pero Dios le da el cuerpo como él quiso, y a cada semilla su
propio cuerpo. No toda carne es la misma carne, sino que una carne es la de los hombres, otra carne la
de las bestias, otra la de los peces, y otra la de las aves. Y hay cuerpos celestiales, y cuerpos terrenales;
pero una es la gloria de los celestiales, y otra la de los terrenales. Una es la gloria del sol, otra la gloria
de la luna, y otra la gloria de las estrellas, pues una estrella es diferente de otra en gloria. Así también es
la resurrección de los muertos. Se siembra en corrupción, resucitará en incorrupción. Se siembra en
deshonra, resucitará en gloria; se siembra en debilidad, resucitará en poder. Se siembra cuerpo animal,
resucitará cuerpo espiritual. Hay cuerpo animal, y hay cuerpo espiritual. Así también está escrito: Fue
hecho el primer hombre Adán alma viviente; el postrer Adán, espíritu vivificante. Mas lo espiritual no es
primero, sino lo animal; luego lo espiritual. El primer hombre es de la tierra, terrenal; el segundo hombre,
que es el Señor, es del cielo. Cual el terrenal, tales también los terrenales; y cual el celestial, tales también
los celestiales. Y así como hemos traído la imagen del terrenal, traeremos también la imagen del celestial.
Pero esto digo, hermanos: que la carne y la sangre no pueden heredar el reino de Dios, ni la corrupción
hereda la incorrupción. He aquí, os digo un misterio: No todos dormiremos; pero todos seremos
transformados, en un momento, en un abrir y cerrar de ojos, a la final trompeta; porque se tocará la
trompeta, y los muertos serán resucitados incorruptibles, y nosotros seremos transformados. Porque es
necesario que esto corruptible se vista de incorrupción, y esto mortal se vista de inmortalidad. Y cuando
esto corruptible se haya vestido de incorrupción, y esto mortal se haya vestido de inmortalidad, entonces
se cumplirá la palabra que está escrita: Sorbida es la muerte en victoria. ¿Dónde está, oh muerte, tu
aguijón? ¿Dónde, oh sepulcro, tu victoria? ya que el aguijón de la muerte es el pecado, y el poder del
pecado, la ley. Mas gracias sean dadas a Dios, que nos da la victoria por medio de nuestro Señor
Jesucristo. Así que, hermanos míos amados, estad firmes y constantes, creciendo en la obra del Señor
siempre, sabiendo que vuestro trabajo en el Señor no es en vano.” 1 Corintios 15:1-58

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