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INTERPRETACION DE EPÍSTOLAS
Veintiuna en número, ocupan más de la tercera parte del Nuevo testamento.
Constituyen un género literario especial bien conocido y usado en los tiempos
antiguos y son de valor inestimable para darnos a conocer la interpretación
apostólica del Evangelio.
Algunos autores han tratado de aplicar a estos escritos la diferencia entre carta y
epístola, usando el primer término para las comunicaciones de carácter más personal
y el segundo para las escritas con miras a su publicación. Pero esta distinción apenas
tiene valor en las que han llegado a nosotros en el canon del Nuevo Testamento.
Aunque probablemente alguna de las cartas de Pablo (concretamente las pastorales
y la dirigida a Filemón), así como la segunda y tercera de Juan, tuvieron
originalmente un propósito privado en cuanto a su destino, la Iglesia supo
aprovechar su riqueza espiritual incorporándolas al acervo común del testimonio
apostólico y dándoles una mayor circulación.
Con rango canónico, esas cartas se han convertido en epístolas. Por otro lado, aun en epístolas
de gran densidad doctrinal tales como Gálatas o 1 y 2 Corintios, el texto abunda en referencias
personales que mantienen el calor de intimidad y espontaneidad propia de las cartas.
EPÍSTOLAS PAULINAS
Pablo, el autor:
El carácter y la formación de una persona son factores de primer orden cuando se pretende
interpretar su obra, particularmente sus escritos. El caso de Pablo no es una excepción. Hombre
apasionado, sincero, dotado de gran inteligencia y de sensibilidad exquisita, vino a ser
instrumento escogido para dar a la Iglesia la más sólida interpretación del Evangelio que se ha
conocido. La riqueza de su personalidad, al igual que la de su pensamiento, se debe a las grandes
fuerzas culturales y espirituales que convergieron en él: judaísmo, helenismo y cristianismo.
Discípulo de Gamaliel, era buen conocedor del Antiguo Testamento, así como de las enseñanzas
rabínicas de su tiempo. Tanto sus argumentos como su metodología exegética mantienen a veces
las formas características de los maestros judíos (vgr.,Gá. 3:16; 4:21-31), si bien el volumen
ingente y el ímpetu de su pensamiento desbordan todos los convencionalismos para expresarse
con formas nuevas, como correspondía a la novedad y a la grandiosidad del Evangelio.
CENTRO DEL PENSAMIENTO DE PABLO
Vimos al estudiar la interpretación del Antiguo Testamento que el descubrimiento de
un hecho o una verdad central allana el camino a la comprensión de los restantes
hechos y verdades. Este principio es de aplicación a las epístolas paulinas.
Pero qué concepto tomaremos como clave de la teología de Pablo? Algunos
especialistas, bajo la influencia de la Reforma, no han vacilado en dar a la
justificación por la fe el lugar central, aunque esta opinión cuenta hoy con menos
adeptos. De hecho, son muchos los pasajes de las epístolas paulinas en las que no hay
la menor referencia a tal doctrina. Otros han visto en la experiencia mística de la
unión con Cristo el punto capital, del que se debe partir para alcanzar una
comprensión adecuada del pensamiento de Pablo. En nuestra opinión, es más
plausible reconocer la persona y la obra redentora de Cristo como centro unificador
del pensamiento de Pablo, lo que encaja con el esquema global, de la revelación y su
tema fundamental: la historia de la Salvación.
Para Pablo, el judío convertido, resultaba clarísimo que Jesús era el Mesías
anunciado por los profetas. Con el se iniciaba la economía de la plenitud de los
tiempos (oikonomia tou pleromatos ton kairon) (Ef. 1: 10). Para el creyente «el fin
de los siglos» era ya una realidad 1 Co. 10: 11). Ésta era la buena noticia que
proclamaba el cumplimiento en Cristo de las antiguas Escrituras (Ro. 1: 1-4).
Había sonado la hora de la inauguración del Reino. Es cierto que en las epístolas
no es tan frecuente la expresión «Reino de Dios» como en los evangelios; pero la
realidad del Reino sí está presente y bien centrada en Jesucristo. Por otro lado, no
rehúye la palabra basileia (reino), sino que la emplea siempre que lo estima
necesario (Ro. 14:17; 1 Ca. 4:20; 6:9, 10; 15:24, 50; Gá. 5:21; Ef. 5:5; Col. 1:13;
4:11; 1 Ts. 2:12; 2 Ts.1:5; 2 Ti. 4:1,18). Una de las descripciones más sucintas y a
la vez más expresivas
de la salvación es la que encontramos en Col. 1:13, 14: el Padre «nos ha librado de
la potestad de las tinieblas y trasladado al Reino de su amado Hijo, en quien
tenemos redención por su sangre, la remisión de pecados».
LA VIDA PRÁCTICA DEL CRISTIANO

En algunas de sus epístolas (Romanos y Efesios, por ejemplo),


Pablo dedica la primera parte a la exposición doctrinal; la segunda, a cuestiones de
conducta. En otras, lo doctrinal y lo práctico se entrelazan. Pero siempre es
evidente la preocupación del apóstol por la proyección ética del Evangelio. Lo que
Dios ha hecho en Cristo a favor del creyente ha de tener una manifestación visible
en la transformación de su vida. «Si alguno está en Cristo, es una nueva creación;
las cosas viejas pasaron y todas son hechas nuevas» (2 Co. 5:17). Si la era
escatológica, es decir, los «tiempos del. Recuérdese lo indicado en p. 136 Y ss. 488
fin», ha irrumpido con Cristo en la historia, también debe irrumpir en la vida del
cristiano. La nueva creación no será completa y perfecta hasta la segunda venida
de Cristo, pero ha de empezar a evidenciarse ya ahora.
LA IGLESIA
La experiencia de la salvación tiene un carácter individual; pero se distingue asimismo
por una dimensión social, corporativa. El primer aspecto se enfatiza en textos como Gá.
2:19,20; el
segundo, en otros muchos en que el hecho de estar «en Cristo» implica la participación
en una nueva comunidad (Ef. 2:18-22), la incorporación a su Iglesia (Ro. 12:4 y ss.; 1
Ca. 12:12 y ss.).
El tema ocupa un lugar importante en las epístolas de Pablo. La variedad de sus aspectos
hace que el apóstol se valga de palabras diferentes, además de usar el vocablo ekklesía.
De hecho, este término no aparece en los pasajes clásicos (Ro. 12:4 y ss. y 1 Co. 12: 12 y
ss.). En su lugar hallamos la metáfora «cuerpo de Cristo», que es, sin duda la más
expresiva. Otras figuras usadas por Pablo son la del templo (Ef. 2:20-22) y la de la
esposa (Ef. 5:25-32).
En cuanto al significado del término ekklesía, no podemos limitarnos al estrictamente
etimológico (asamblea o reunión pública) ni a hacer excesivo énfasis en la
connotación del llamamiento que puede descubrirse en el verbo ek-kaleo (llamar de),
bien que la Iglesia es el conjunto de personas que han respondido a la vocación de
Dios. Parece que lo más juicioso es tomar en consideración el sentido que la palabra
tenía rara los judíos. En la Septuaginta se usa ekklesía para traducir e hebreo qahal,
que designaba a Israel como congregación o pueblo de Dios. Para Pablo, la Iglesia es
el nuevo pueblo de Dios, al que pertenecen todos los que están en Cristo Jesús, sean
judíos o gentiles (Gá. 6:15, 16; Ef. 2:1315).
Sus miembros no lo son en virtud de descendencia física o de ritos como la
circuncisión, sino de la fe en Jesucristo (Fil. 3:3).
Esta concepción del laos theou inevitablemente había de suscitar una pregunta,
trascendental para los judíos: «¿Acaso ha desechado Dios a su pueblo?» (Ro. 11: 1).
Pablo da una amplia respuesta en los capítulos 9-11 de su carta a los Romanos, resumida
en la metáfora del olivo (11: 16-24). La incredulidad de Israel provocó el desgajamiento
de gran parte de sus «ramas», en cuyo lugar fueron injertados los gentiles convertidos a
Cristo. Pero algún día las ramas naturales serán de nuevo repuestas en el árbol.
Reconocerán y aceptarán al que un día crucificaron «y así todo Israel será salvo»
(11 :26). La salvación tanto de judíos como de no judíos tiene el mismo autor: Cristo; y
la misma base: la fe en El. Uno de los detalles que conviene observar en la teología de
Pablo es la unicidad del pueblo de Dios. No hay dos olivos, sino uno solo. No hay dos
pueblos (Israel y la Iglesia), sino uno. Esta idea está bien clara en la mente de Pablo. En
Cristo se forma «un solo cuerpo» y «un solo y nuevo hombre» (Ef. 2:15, 16). A la idea
de unicidad se añade la de novedad. Es la proyección eclesial de la nueva creación: «las
cosas viejas pasaron y todas son hechas nuevas» (2 Co. 5: 17).
Volviendo a la Iglesia como cuerpo de Cristo, es de notar la riqueza
extraordinaria de la metáfora. Parece que a medida que Pablo fue meditando en
ella adquirió mayor contenido, como puede verse en sus epístolas llamadas de
la cautividad, en particular Efesios y Colosenses. Nunca llegó el apóstol a
identificar a Cristo con la Iglesia a la cabeza con el cuerpo, como han tendido a
hacer peligrosamente algunos teólogos católicos. pero sí señaló la relación de
dependencia vital de la iglesia respecto a su Señor. De El recibe el alimento
(Col. 2:19) y en El y hacia El crece (Ef. 4: 15). Hay mucho de admonitorio en
esa relación entre la Cabeza y el cuerpo, pero también mucho de consolador. La
Cabeza es el Cristo glorificado, sentado a la diestra de Dios, «por encima de
todo principado, autoridad, poder y señorío», con «todas las cosas sometidas
bajo sus pies», el que «todo lo llena en todo». Y el cuerpo se beneficia
hinchiéndose de tan maravillosa plenitud (Ef. 1:20-23).
EVENTOS ESCATOLÓGICOS
Las concepciones escatológicas de Pablo tienen su base en la encamación de
Cristo y en la obra de salvación que ya se ha llevado a efecto. Para él ya habían
llegado los tiempos del fin; pero no todo se había realizado completamente. Tenían
que cumplirse aún grandes acontecimientos futuros que el apóstol presenta con
gran sobriedad, pero con claridad suficiente para inflamar de gozo la esperanza del
creyente. Como sucede en otras partes de la Escritura, no se ve en sus
descripciones un cuadro completo en el que todas las partes aparezcan bien
delimitadas y claramente situadas.
Más bien se nos ofrecen unas cuantas pinceladas en contextos diferentes, lo que
dificulta la plena sistematización teológica.
No obstante, y pese a dificultades de diverso tipo, aparecen con el relieve propio
de su importancia los puntos considerados como cumbres de la escatología bíblica:
1. El estado intermedio. A pesar de que Pablo no parece influenciado por
el dualismo platónico y su marcada dicotomía entre cuerpo y alma, está
convencido de la supervivencia del creyente en presencia de Cristo
después de la muerte física (2 Co. 5:1-10; Fil. 1:21-23).
El pasaje de 2 Co. 5 plantea dificultades. Parece claro que el edificio
(oikodomé) que espera el creyente cuya casa (oikia) terrena el cuerpo, ha
sido destruido por la muerte es un nuevo cuerpo, el cuerpo de la
resurrección. Pero no es tan claro que entre en posesión del mismo antes
de que la resurrección tenga lugar en la parusía de Cristo. Como sugiere G.
E. Ladd, es posible que «el presente "tenemos" sea simplemente el modo
como Pablo expresa su absoluta certeza de que vamos a tenerlo. No hay
necesidad de enfatizar el tiempo»"
2. Apostasía y «hombre de pecado». La enseñanza de Pablo
sobre este punto sólo aparece explícitamente en 2 Ts. 2:3-12, pero tiene paralelos
esclarecedores en otros textos bíblicos, tanto del Antiguo Testamento (Dn. 7:8 y ss., 21 y ss.)
como del Nuevo (Ap. 13). Lamentablemente la información suministrada por el apóstol en 2
Ts. 2. es complementaria de la que había dado antes oralmente (v. 5) y resultan de muy difícil
comprensión algunos de sus datos, tales como «lo que detiene» (to kateion] la aparición
manifiesta del «inicuo» (v. 7). A esta frase se han dado múltiples interpretaciones y su sujeto?
ha sido identificado con el Espíritu Santo, con el césar, con el imperio romano, con la
expansión misionera, etc.; pero su carácter críptico subsiste. Lo que sí parece evidente es que
el Anticristo,. al que Pablo se refiere, es una persona en cuya obra satánica culmina un largo
proceso histórico de impía oposición a Cristo (v. 7; comp. 1 Jn. 2:18). La acción de tan nefasta
figura será secundada por una Sociedad que habrá decidido lanzarse a una abierta rebeldía, a
una auténtica revuelta (ese era el sentido político de la palabra apostasía entre los griegos)
contra Dios. El conflicto alcanza su punto final cuando el Señor, en su parusía, destruye al
Anticristo (v. 8).
3. El retorno de Jesucristo. Se alude a este magno acontecimiento como «el día
de Cristo», «el día del Señor» o simplemente «aquel día». No parece que haya
base suficiente para hacer distinción entre estos «días» como si se refiriesen a
capítulos escatológicos diferentes, según sostienen algunas escuelas teológicas,
ni para llegar a conclusiones análogas basándose en los diferentes términos
usados por Pablo: parousia (presencia, llegada; aplicada especialmente a la
visita de reyes o personajes egregios), apokalypsis (revelación) y epifanía
(aparición). Estas palabras probablemente denotan más aspectos diversos del
mismo hecho que etapas distintas de la segunda venida del Señor.
Para Pablo lo importante es que en la venida de Cristo. tanto los creyentes que
hayan muerto como los que Vivan, resucitados o transformados, irán al
encuentro de Cristo: «y así estaremos siempre con el Señor» (l Ts. 4: 16, 17).
4. La resurrección.
La salvación cristiana alcanza a la totalidad
del ser humano, incluido su cuerpo (Ro. 8:23). Por eso la resurrección es la consumación de la
salvación del creyente (Ef. 1: 14; 1 Ts. 4: 14 y ss.). Lo portentoso de este evento llevó ya en
días apostólicos a su espiritualización o a su negación, lo que dio
lugar a la magnífica exposición de 1 Co. 15. En ella sobresale la relación entre el cuerpo que
muere y el que resucita (ilustración del grano de semilla) y, sobre todo, la naturaleza del nuevo
cuerpo, soma pneumatikos (cuerpo espiritual).
. 5. El juicio.. Afectará a los impenitentes, en quienes se manifestará la retribución divina en
forma de condenación (Ro. 2:5, 16; 13:2; 1 Co. 11:32; 2 Ts. 1:6-9; 2:12; 2 Ti. 4:1, etc.). Pero
también los creyentes habrán de comparecer ante el tribunal de Cristo (2 Co. 5:10). Para ellos
el juicio no será determinativo de salvación o condenación, pues han sido justificados en
Cristo; pero su vida será sometida a prueba. Del resultado de la misma dependerá que sean
salvos «como a través del fuego» o que disfruten de una recompensa (l Co. 3:12-15).
6. La consumación del Reino.
Reiteradamente hemos subrayad? que el Reino de Dios, según la enseñanza del NT, es ya
una realidad presente que ha de tener su plena manifestación en el futuro. Al Cristo
resucitado y ascendido a la diestra del Padre le ha sido dada «toda potestad en el cielo y en la
tierra» (Mt. 28:18). Ya ahora es ,Señor «por encima de todo principado, autoridad, poder y
señorio» (Ef. 1:21, 29). Pero, por otro lado, el príncipe de este mundo aún actúa «en los hijos
de desobediencia» (Ef, 2:2). Todavía no ha llegado el día en que «en el nombre de Jesús se
doble toda rodilla... y toda lengua confiese que Jesucristo es Señor» (Pil. 2: 10, 11). En la
mente de Pablo hay una visión clara del proceso del Reino, la cual resuelve la paradoja. El
ve la historia como una inmensa elipse cuyos dos focos son Adán y Cristo. El primero
personifica el imperio del fracaso moral y de la muerte; el segundo es el restaurador de la
vida por su triunfo sobre el mal y sobre la muerte misma. En la historia de la humanidad
todo cambia a partir de la resurrección de Cristo. Con este acontecimiento se inició la gran
victoria que será completada al final del proceso histórico del Reino.
EPISTOLA A LOS HEBREOS
Aunque tradicionalmente se incluye entre las paulinas, no se tiene ninguna seguridad
en lo que respecta al autor de la misma. Pese a algunos puntos de afinidad con el
pensamiento de Pablo,
tanto el contenido como el estilo hacen pensar en otro escritor. Pero,
independientemente de este dato, la epístola a los Hebreos constituye una homilía
riquísima en doctrina y exhortación.
Es dirigida a cristianos expuestos a caer en la apostasía. Las causas de este peligro
eran, al parecer, dos: un sentimiento nostálgico respecto al culto judío y la persecución
de que los destinatarios eran objeto (10:32 y ss.). Consecuentemente, la finalidad de la
carta es asimismo doble. Por un lado, demostrar la superioridad del cristianismo en
relación con el judaísmo; por otro, confirmar la fe y levantar el ánimo de creyentes
desalentados (hay en el texto catorce pasajes sobre el cansancio espiritual).
EPÍSTOLAS GENERALES
Reciben este nombre las no incluidas en el conjunto paulino por no tener destinatarios
(personas o iglesias) concretos. Los destinatarios son los cristianos en general. Por esta misma
razón se les ha dado también el nombre de «católicas» o universales. 2 y 3 Juan se insertan en
este grupo por ser consideradas apéndices de la primera epístola joanina.
Santiago
El autor es generalmente identificado con Jacobo, hermano del Señor. Su honda raigambre
judía trasluce tanto a través de su pensamiento como de su estilo. Aunque escribe en un griego
de elevada calidad literaria, se hace evidente el fondo de una cultura hebraica. Se observa clara
afinidad con la literatura sapiencial del canon veterotestamentario, aunque las referencias a
otras partes del Antiguo Testamento muestran que éste, en su conjunto, ocupaba un lugar de
autoridad en la mente de Santiago. En cuanto a la forma estilística, llaman la atención sus
numerosos giros semíticos, el paralelismo y las frases sentenciosas, con gran profusión de
metáforas, todo lo cual obliga al intérprete a desplegar su habilidad exegética.
1 Pedro
Como escribiera Lutero, «éste es uno de los libros más nobles del Nuevo Testamento»"
Tiene por objeto confirmar la fe de los creyentes en medio de aflicciones diversas
mediante exhortaciones bien enraizadas en hechos fundamentales del Evangelio, tales
como la resurrección de Cristo, su muerte redentora, su ejemplo y su segunda venida.
Está estructurada en dos partes. En la primera, (1:3 - 2: 10) después de la introducción,
sobresalen los privilegios cristianos: renacimiento para una esperanza viva y una
herencia incorruptible (l :3, 4), cuidado divino (l :5), gozo inefable y glorioso 1:6-8),
redención 1:l8-20), purificación (l :22), incorporación al «templo » de Dios y a un
sacerdocio santo (2:5), pertenencia a un linaje escogido, al pueblo de Dios (2:9,10). En
la segunda (2:11- 5:11), ocupan lugar prioritario los deberes en todos los ámbitos de la
existencia: civil, familiar y eclesial.
2 Pedro
Fue escrita con el sentido de responsabilidad de quien se sabe próximo al fin de su vida en la tierra
(1: 14) Y deja una grey expuesta a graves peligros. " . Si la primera epístola de Pedro tema como
finalidad alentar !l los cristianos para que perseverasen en su fe a pesar del sufrimiento, la segunda
tiene como propósito sostenerles frente al error y la impiedad.
La Iglesia se veía amenazada por la influencia de falsos maestros (cap. 2) imbuidos de un
gnosticismo incipiente de carácter antinomiano, raíz de prácticas licenciosas (2:10-15). El énfasis
de los herejes en el conocimiento (gnosis) lleva al apóstol a usar este término repetidas veces con
objeto de clarificar su sentido cristiano.
La verdadera gnosis no es una serie de ideas acerca de Dios, ni una experiencia de unión mística
con El, como pretendían los gnósticos; teología y misticismo que conducían a una libertad
espiritual (2: 19) entendida como licencia para cometer toda clase de inmoralidades. El
conocimiento evangélico es «conocimiento de
Dios y de nuestro señor Jesús» (l :2) y da como resultado el alejamiento de la corrupción del
mundo y la práctica de las virtudes cristianas (1:3-11).
Judas
Su contenido presenta gran similitud con 2 P. En su fondo histórico se descubre el mismo peligro
de gnosticismo libertino. El conjunto de la epístola es un llamamiento vibrante a luchar contra el
error y en favor de «la fe que ha sido transmitida a los
santos de una vez por todas» (v. 3). La fe aquí es el cuerpo de doctrina apostólica, que no puede ser
ni mutilado ni complementado con otras enseñanzas.
La difusión del error podía tener consecuencias graves, pues sus promotores pervertían la gracia de
Dios convirtiéndola en trampolín para lanzarse a la disolución, lo que prácticamente equivalía a la
negación~ de la soberanía de Dios y del señorío de Jesucristo (v. 4). El JUICIO divino sobre esos
hombres impíos es inevitable (vv. 14, 15).
La cita del libro apócrifo de Enoc (en estos dos últimos versículos) puede suscitar preguntas.
¿Consideraba Judas el apocalipsis de Enoc como canónico? ¿Creía que las palabras habían sido
realmente pronunciadas por el Enoc antediluviano, «séptimo desde Adán»? No hay necesidad de
contestar afirmativamente. Judas no se refiere al texto de Enoc como si fuese parte de la Escritura.
Simplemente está utilizando el pasaje de una obra bien conocida en sus días, cuyo pensamiento
coincide con la enseñanza de los libros del canon.
1 Juan
Es uno de los escritos más impresionantes del conjunto epistolar. Indudablemente
fue motivado por la nociva influencia que en la Iglesia ejercían doctrinas
erróneas. Pero el autor se eleva por encima de lo polémico para conducir a los
creyentes a alturas de gozo completo en comunión con el Padre y con el Hijo
(1:3, 4) y para confirmarles en la certidumbre de que son poseedores de la vida
eterna (5: 13). Nos hallamos, pues, ante una obra de carácter eminentemente
pastoral. Su interpretación resulta imposible si se ignoran las corrientes de
pensamiento que, evidentemente, se estaban introduciendo entre los cristianos.
Todo da a entender que la herejía -o herejías- combatida por Juan estaba
inspirada en el gnosticismo, particularmente en su forma doceta. Partiendo del
principio de que toda la materia es intrínsecamente mala, era inadmisible una
encamación auténtica del Hijo de Dios.
2 Y 3 Juan
La segunda carta, a pesar de su brevedad, tiene muchos puntos de semejanza con la primera. Con
la misma intensidad enfatiza la importancia de la obediencia, el amor y la perseverancia en la
doctrina de Cristo, antídoto insustituible contra las falsedades de «mitos engañadores» (v. 7).
. Existe diversidad de interpretaciones en lo que respecta al destinatario. La «señora elegida»
(eklekte kyria) del versículo 1 ¿es una mujer o una iglesia? Clemente de Alejandría creyó que la
carta fue dirigida a una dama llamada Eclecta. Algunos comentaristas han personalizado el
segundo término y la han denominado «señora Kyria». Pero otros -Jerónimo entre ellos- han
manifestado el convencimiento de que la expresión se usa simbólicamente para designar una
iglesia local. Hay argumentos en favor de ambas interpretaciones y la cuestión continúa aún
abierta. Ello, sin embargo, no afecta al contenido que, como hemos señalado, viene a confirmar
las enseñanzas fundamentales de la primera epístola.
3 Juan es dirigida a Gayo, cristiano distinguido por su hospitalidad, con un doble propósito:
denunciar los abusos de Diótrefes (9, 10) y recomendar a Demetrio (11, 12), probable miembro de
un grupo itinerante de misioneros que se proponía visitar la iglesia. La recomendación del apóstol
tiene por objeto evitar la repetición de lo que había sucedido antes con otros, arbitrariamente
rechazados por el autócrata Diótrefes (v. 10; comp. 5-8). El problema no es tanto teológico o
moral como eclesial. La solución, una vez más, está en la autoridad de la palabra apostólica (l2c).
Orientaciones para la interpretación
Las epístolas no constituyen un género tan especial que haga necesarias unas normas
particulares para su interpretación. Normalmente bastará la aplicación de los principios
y reglas estudiados en la parte correspondiente a la hermenéutica general. Sin
embargo, algunas de las pautas dadas deben aplicarse con el máximo rigor y a ellas
debe unirse un estudio concienzudo de los elementos básicos de cada epístola, tanto en
el orden conceptual como en el lingüístico. Muy resumidamente sugerimos a
continuación algunos pasos encaminados a hacer más fructífera la exégesis de
cualquier texto epistolar.
1. Ahondar en el conocimiento del fondo histórico. Es necesario llegar a tener un
cuadro claro. de las ,circunstancias en 9-}le la carta fue escrita; tomar en consideración
quien la escribió y a quién iba destinada; qué necesidades tenía el destinatario, qué
problemas, y cuáles eran sus causas.
En el caso de que el escritor esté refutando un error, conviene precisar la identificación
de éste, su origen ,(judaico/Helénico,etc.), sus peculiaridades y el modo como influía o
podía influir en la comunidad cristiana.
su pensamiento central. Ambos son de importancia decisiva. A pesar de que en algunas
cartas especialmente del grupo paulinas hay frecuentes digresiones, en todas existe una
línea de pensamiento básico que rige las diferentes partes del escrito.
Difícilmente se encontrará un texto cuyo significado no esté en armonía con tal línea.
Para lograr esta finalidad es aconsejable leer la totalidad de la epístola sin interrupción; si
conviene, más de una vez. Sólo después de esta lectura está indicado valerse de otros
medios de estudio.
3. Descubrir en cada pasaje lo que el autor quería decir al destinatario original. A causa
de los siglos que nos separan de los apóstoles con facilidad podemos caer en el error de
interpretar las epístolas según criterios inspirados en el pensamiento de nuestros días. Es un
error que debe ser evitado. Como afirma Gordon Fee, «ha de ser una máxima de la
hermenéutica que aquello que el autor no pudo haberse propuesto decir y que los
receptores no habrían podido entender no puede ser el significado de un pasaje»."
4. Distinguir lo cultural de lo transcultural, es decir, lo que era propio solamente
del primer siglo de lo que es propio de todos los tiempos; lo que corresponde a
usos y costumbres de un pueblo en un momento dado de lo que obedece a
principios y normas vigentes universal y perennemente. Cuestiones como el
silencio de la mujer en la congregación o el uso del velo se interpretarán de modo
diferente según se vea en las indicaciones de Pablo una norma dictada por factores
culturales de la época o un precepto enraizado en razones más hondas.
Para discernir lo cultural y lo transcultural, el intérprete habrá de esforzarse por
orillar sus propios prejuicios y comparar con la máxima objetividad el texto con el
contexto histórico y con las enseñanzas de la Escritura cuyo carácter normativo
perpetuo es indiscutible.
5. Extremar el rigor hermenéutico en la interpretación de pasajes doctrinales.
Estos deben compararse sucesivamente con otros paralelos en la misma epístola,
si los hay, en otros escritos del mismo autor, en las restantes epístolas y en el
Nuevo Testamento
en su totalidad. Particular atención debe prestarse al hecho, ya considerado, de
que algunos términos de gran densidad teológica pueden tener significados
dispares. La falta de la oportuna diferenciación podría conducir a interpretaciones
equivocadas. Recuérdese, por ejemplo, el uso diverso que Pablo hace de palabras
como «carne», «ley», etc., e imaginémonos el resultado de tomar al azar uno
cualquiera de sus posibles significados. La aplicación de las reglas precedentes no
eliminará todas las dificultades exegéticas, pero sí buena parte de ellas. Y el
resultado de la interpretación nos acercará al pensamiento y al mensaje de los
escritores.
GRACIAS POR SU
ATENCIÓN PRESTADA!
DIOS LES BENDIGA

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