En el mundo globalizado, la diversidad cultural se encuentra en una situación ventajosa. Organismos internacionales, académicos, intelectuales, activistas, formuladores de políticas e ideólogos del desarrollo hablan constantemente de pluralismo cultural y multiculturalidad, de culturas híbridas y sincretismos culturales, del derecho a la diferencia y de las políticas culturales. La Declaración Universal sobre Diversidad Cultural, adoptada por la Unesco en noviembre de 2001, afirma que la diversidad debe expresarse en las políticas de pluralismo cultural para la inclusión y participación de todos los ciudadanos (Stavenhagen 2002). Cuando en el futuro los historiadores de América Latina vuelvan su mirada hacia los primeros años del siglo XXI, señala Deborah Poole (2003), probablemente se queden intrigados por saber cómo “la cultura” súbitamente ocupó el centro de los debates sobre el carácter de las comunidades políticas, las estrategias económicas y las maneras de ejercer la autoridad y el gobierno. Una pregunta resulta crucial: ¿por qué —prosigue Poole (2003)— el conflictivo proceso de democratización en América Latina ha estado tan frecuentemente acompañado por demandas de reconocimiento de derechos culturales? Este panorama no siempre fue así. La diversidad y las particularidades culturales fueron vistas como rezagos o vestigios “tradicionales” que demostraban nuestro endémico subdesarrollo y claro atraso “histórico”; promueven “limpiezas étnicas”, “choque de civilizaciones” y provocan “racismos” intolerables. La diversidad cultural era percibida como un obstáculo para la modernización. Esta situación se tradujo en la formación de ideologías y prácticas de discriminación que concluyeron en la simple exclusión de pueblos indígenas y población afrodescendiente. Este horizonte comenzó a resquebrajarse por la emergencia de dos movimientos simultáneos. El primero fue la constitución de los llamados “nuevos movimientos sociales” que desde la década de 1980 escenificaron en el espacio público demandas políticas de respeto y reconocimiento de la diferencia cultural, cuestionando formas tradicionales de membrecía a los Estados nacionales. En un segundo momento, la diversidad cultural fue reconocida desde la década de 1990 como un activo y empezó a promoverse a escala global como un recurso estratégico de inclusión por las agencias del desarrollo..A raíz de esta situación, se logró instalar una premisa básica: la diversidad cultural es una fuerza motriz del desarrollo, como oportunidad para forjar un entorno intelectual y afectivo más enriquecedor. Esta diversidad, según la Unesco, es un componente indispensable para reducir la pobreza y alcanzar la meta del desarrollo sostenible. Este doble movimiento buscaba responder a dos desafíos fundamentales: ¿cómo conciliar la diversidad con el derecho a la igualdad?, y ¿Cómo pensar un entorno intercultural que fomente relaciones horizontales, simétricas y recíprocas? Las respuestas han sido muchas. Sin embargo, en Perú, la discusión sobre la “diversidad cultural”, o para ser más preciso sobre el “problema del indio”, tomó nuevo curso luego de la derrota en la Guerra del Pacífico a fines del siglo xix. Estas corrientes de pensamiento veían en el progreso de la humanidad una suerte de gradería, de inferiores a superiores. En la cúspide de esa evolución se encontraba la sociedad industrial moderna; y las otras culturas, arcaicas, bárbaras o salvajes, inevitablemente terminarían asimilándose o desapareciendo. Desde distintas miradas, la utopía del futuro era la de un mundo culturalmente homogéneo, por no decir uniforme. En décadas recientes, esas concepciones comenzaron a cambiar. Fue José María Arguedas quien delineó mejor la imagen alternativa de un país que no solo tolera y respeta sino, además, celebra la utopía de la diversidad. Comentarios La diversidad cultural incluye a todos los ciudadanos a su participación en compartir sus costumbres, tradiciones, ideologías, etc. Antes esto se veía como acciones malas que no ayudaron a progresar como población y quedarnos en el pasado. Cabe resaltar que el primero en resaltar un país que respeta y tolera fue Jose Maria Arguedas, además, también celebró la utopía de la diversidad.