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Diversidad cultural y derecho a la igualdad

Edwin Izaguire y Alfieri Rosales


En el mundo globalizado, la diversidad cultural se encuentra en una situación ventajosa. Organismos
internacionales, académicos, intelectuales, activistas, formuladores de políticas e ideólogos del desarrollo
hablan constantemente de pluralismo cultural y multiculturalidad, de culturas híbridas y sincretismos
culturales, del derecho a la diferencia y de las políticas culturales.
La Declaración Universal sobre Diversidad Cultural, adoptada por la Unesco en noviembre de 2001, afirma
que la diversidad debe expresarse en las políticas de pluralismo cultural para la inclusión y participación de
todos los ciudadanos (Stavenhagen 2002). Cuando en el futuro los historiadores de América Latina vuelvan
su mirada hacia los primeros años del siglo XXI, señala Deborah Poole (2003), probablemente se queden
intrigados por saber cómo “la cultura” súbitamente ocupó el centro de los debates sobre el carácter de las
comunidades políticas, las estrategias económicas y las maneras de ejercer la autoridad y el gobierno.
Una pregunta resulta crucial: ¿por qué —prosigue Poole (2003)— el conflictivo proceso de
democratización en América Latina ha estado tan frecuentemente acompañado por demandas de
reconocimiento de derechos culturales?
Este panorama no siempre fue así. La diversidad y las particularidades culturales fueron vistas como
rezagos o vestigios “tradicionales” que demostraban nuestro endémico subdesarrollo y claro atraso
“histórico”; promueven “limpiezas étnicas”, “choque de civilizaciones” y provocan “racismos” intolerables. La
diversidad cultural era percibida como un obstáculo para la modernización. Esta situación se tradujo en la
formación de ideologías y prácticas de discriminación que concluyeron en la simple exclusión de pueblos
indígenas y población afrodescendiente.
Este horizonte comenzó a resquebrajarse por la emergencia de dos movimientos simultáneos. El primero
fue la constitución de los llamados “nuevos movimientos sociales” que desde la década de 1980
escenificaron en el espacio público demandas políticas de respeto y reconocimiento de la diferencia
cultural, cuestionando formas tradicionales de membrecía a los Estados nacionales. En un segundo
momento, la diversidad cultural fue reconocida desde la década de 1990 como un activo y empezó a
promoverse a escala global como un recurso estratégico de inclusión por las agencias del desarrollo..A raíz
de esta situación, se logró instalar una premisa básica: la diversidad cultural es una fuerza motriz del
desarrollo, como oportunidad para forjar un entorno intelectual y afectivo más enriquecedor. Esta
diversidad, según la Unesco, es un componente indispensable para reducir la pobreza y alcanzar la meta
del desarrollo sostenible. Este doble movimiento buscaba responder a dos desafíos fundamentales: ¿cómo
conciliar la diversidad con el derecho a la igualdad?, y ¿Cómo pensar un entorno intercultural que fomente
relaciones horizontales, simétricas y recíprocas? Las respuestas han sido muchas. Sin embargo, en Perú,
la discusión sobre la “diversidad cultural”, o para ser más preciso sobre el “problema del indio”, tomó nuevo
curso luego de la derrota en la Guerra del Pacífico a fines del siglo xix. Estas corrientes de pensamiento
veían en el progreso de la humanidad una suerte de gradería, de inferiores a superiores. En la cúspide de
esa evolución se encontraba la sociedad industrial moderna; y las otras culturas, arcaicas, bárbaras o
salvajes, inevitablemente terminarían asimilándose o desapareciendo. Desde distintas miradas, la utopía
del futuro era la de un mundo culturalmente homogéneo, por no decir uniforme. En décadas recientes,
esas concepciones comenzaron a cambiar. Fue José María Arguedas quien delineó mejor la imagen
alternativa de un país que no solo tolera y respeta sino, además, celebra la utopía de la diversidad.
Comentarios
La diversidad cultural incluye a todos los ciudadanos a su participación en
compartir sus costumbres, tradiciones, ideologías, etc. Antes esto se veía
como acciones malas que no ayudaron a progresar como población y
quedarnos en el pasado. Cabe resaltar que el primero en resaltar un país que
respeta y tolera fue Jose Maria Arguedas, además, también celebró la utopía
de la diversidad.

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