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Los antídotos son sustancias que antagonizan o neutralizan los efectos de un tóxico. Se dispone de
antídotos para un reducido número de tóxicos, y algunos de ellos presentan efectos secundarios graves,
por lo que su utilización es limitada. Además de su administración, se deben aplicar las medidas
generales señaladas previamente.
Los antídotos pueden actuar a través de varios mecanismos de acción: a) competencia con el tóxico por su
unión al receptor, actuando como antagonistas puros. Es el caso del flumazenilo en la intoxicación por
benzodiacepinas, la naloxona en la sobredosis de opiáceos, los β-adrenérgicos para los bloqueadores β,
etc.; b) formando un complejo inerte con el tóxico, como los quelantes de los metales pesados y los
anticuerpos digitálicos; c) frenando la formación de metabolitos tóxicos, como el etanol en las
intoxicaciones por metanol o etilenglicol; d) acelerando la desaparición de metabolitos tóxicos, como
la N-acetilcisteína en la intoxicación por paracetamol, y e) revirtiendo la función alterada o bloqueada
por el tóxico, como hace el azul de metileno en las metahemoglobulinemias (reduciendo la
metahemoglobina a hemoglobina).
Aunque no es muy elevado el número de antídotos de que se dispone, su eficacia es alta si la indicación es
correcta y su administración temprana.
Los antídotos de eficacia comprobada deben ser la terapia prioritaria en una intoxicación aguda, teniendo
en cuenta sus posibles efectos adversos y siempre acompañados de las medidas de soporte.