Está en la página 1de 211

© 2023

© 2015 Ediciones B. Todos los derechos reservados.

Queda prohibida la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier medio
conocido o por conocerse, sin la expresa autorización escrita por parte de la
editorial.

Autora: Patricia Faur


Ilustración de portada: Melina Bevilacqua
melinabe@gmail.com

© soyAutor
Capital Federal | Argentina
www.soyautor.com.ar / @soyautor

Hecho depósito que marca la ley 11.723


ISBN 978-631-00-0949-0

Manipulación : la extorsión sutil que amenaza tu libertad /


Patricia Faur. - 1a ed revisada. - Ciudad Autónoma de Buenos Aires :
Eliana Eva Zylbering, 2023.
Libro digital, ebook

Archivo Digital: descarga y online


ISBN 978-631-00-0949-0

1. Relaciones Interpersonales. 2. Psicología Social. 3. Estrés Psicológico.


I. Título.
CDD 158.2
Índice

Agradecimientos

Introducción

1. La manipulación nuestra de cada día


¿Todos somos manipuladores?
La influencia
La confianza
La seducción
La mentira
2. Características de un manipulador
La comunicación sucia: la sorpresa y el misterio
El misterio
El disfraz del deseo ajeno
Algunas máscaras características
No todos son psicópatas
3. La culpa
¿Por qué logran hacerme sentir culpable?
La trampa del doble mensaje
El diagnóstico del otro lo hace mi estómago
¿Yo, señor? No, señor. El gran Bonete
4. Las herramientas de los manipuladores
Un variado arsenal
La lástima
La extorsión
El miedo
La vergüenza
5. La comunicación “sucia”
Lo opaco y lo transparente
El arte de dar vuelta las cosas
El arte de hacerte sentir un inútil
El arte de hacerte actuar
6. ¿Quiénes caen en la trampa?
¿Todos podemos ser vulnerables?
La venganza
Manipuladores y dependientes afectivos: una dupla mortal
Idealización en alza, asertividad en baja
7. Paren el mundo, me quiero bajar
Una sociedad que invita y aplaude
Tú me amas, yo también… me amo
La manipulación en la pareja
Consecuencias psicoinmunoneuroendócrinas (PINE)
8. Cortemos los hilos
Visibilizar la violencia
¿Cómo nos protegemos?
El manipulador le teme a tu libertad
Conclusiones

Bibliografía citada

Bibliografía sugerida
Hay hombres que luchan un día y son buenos. Hay otros que luchan un año y son
mejores. Hay quienes luchan muchos años, y son muy buenos. Pero hay los que
luchan toda la vida, esos son los imprescindibles.

Bertolt Brecht

Cuando hagas algo noble y hermoso y nadie se dé cuenta, no estés triste. El


amanecer es un espectáculo hermoso y, sin embargo, la mayor parte de la
audiencia duerme todavía.

John Lennon
Agradecimientos
A los proveedores de la alegría.
A los proveedores de la ternura.
A los proveedores de la intimidad.
A los proveedores de la inteligencia.
A los proveedores de la diversión.
A los proveedores de la sensualidad.
A los proveedores de la escucha.
A los proveedores de la música.
A los que me enseñan, a los que me transmiten sabiduría y valores,
me quieren, me acompañan, me hacen reír, me emocionan.
A los que me dejan entrar en sus vidas, me cuentan, me piden, me
agradecen, me regalan, me confían, me dan sentido.
A los que me rodean y respetan mi entusiasmo y mi libertad… por
sobre todas las cosas.
Infinitas gracias.
Introducción
Nunca entendés bien cómo ocurre. No sabés cómo llegaste hasta
allí. Una vez más terminaste haciendo lo que el otro quiere y,
además, dándole las gracias.
O te sentís culpable, o te quedás confuso. O con mucha rabia.
Sin embargo, no podés reclamarle nada a nadie porque el otro
nunca te pidió nada, ni se va a hacer cargo de que dijo lo que
dijo, o de que hizo lo que hizo.
Los aprovechadores, abusadores y manipuladores tejen una
trama sutil en la que caés entrampado sin advertirlo. Cuando
lográs darte cuenta, ya es tarde y creés que no hay manera de
escapar.
La manipulación es un rasgo que podemos encontrar en
personalidades muy diversas, o incluso, en pequeños actos
comunicacionales de los que participamos a diario.
Los manipuladores pueden ser sutiles o feroces, ocasionales o
cercanos, con intención de daño o solo del logro de un objetivo,
pero siempre se trata de personas que logran que termines
haciendo o diciendo aquello que no querés hacer o decir. Y que
te sientas incómodo.
Maestros del arte de la falsa empatía, la utilizan en su provecho.
Simuladores, manejadores y egocéntricos solo piensan en sí
mismos, pero se ocupan muy bien de conocer las necesidades
del que tienen por delante para poder lograr su cometido.
Los encontrás en tu familia, en tu trabajo, en la pareja, entre tus
amigos. Los vemos a gran escala en la clase política, en los
gobiernos, en los medios.
Se valen de un arma estratégica: la comunicación indirecta o
comunicación sucia.
Nada de lo que dicen es abiertamente claro como estrategia para
eludir la responsabilidad sobre lo que dicen. De este modo,
trasladan al interlocutor la responsabilidad de entender lo que
quisieron decir. Y, sin que te des cuenta, terminás completando la
frase de la forma en que ellos quieren.
Te hacen actuar aun cuando te habías propuesto firmemente no
hacerlo. No tienen que esforzarse demasiado para que
reacciones con bronca, indignación, culpa o miedo. Saben apretar
el botón exacto para provocar tu lástima o tu ira, de acuerdo a su
conveniencia.
A esta altura me preguntarás si son psicópatas. No siempre. Los
manipuladores están a la orden del día en una sociedad
narcisista y especuladora que fomenta el sálvese quien pueda y el
individualismo a ultranza. No todos se sienten libres de la culpa y
la angustia, pero tienen exitosos mecanismos de defensa para
desembarazarse rápidamente de esos sentimientos.
Y vos les hacés caso. En una especie de sumisión inexplicable
hacés lo que ellos quieren por temor al escándalo, a la
vergüenza, a la culpa o al miedo. O a algo. Porque la extorsión ni
siquiera es consciente.
Sabés perfectamente que tu jefe te desvaloriza para que te
esfuerces más y para no reconocerte un aumento, pero no podés
evitar sentirte un inútil.
No tenés dudas de que tu pareja no se va a suicidar porque la
dejes, pero la lástima te invade y perdés años de tu vida
enredado en sus manejos para quedarte a su lado.
No estás muy seguro de que tu novia sería capaz de hacerte un
escándalo en el trabajo o en las redes sociales si la abandonaras,
pero por las dudas corrés a su lado aunque no tengas ganas y
terminás siendo una especie de esclavo.
Tu madre se victimiza para que tengas que sentirte muy mal si
decidiste irte sola con tu marido y tus hijos de vacaciones. Y no
sabés cómo, pero allí está otra vez con ustedes y vos con rabia
contenida arruinando tu descanso.
El vendedor logró que compres lo que no querías, que gastes lo
que no podías, que firmes lo que no te conviene, y no recordás
cómo ocurrió.
Y estar enfermo no es excluyente en términos de la
manipulación. Hay enfermos que manejan al entorno desde su
patología. Adictos, depresivos o personalidades límite, saben
muy bien utilizar la estrategia de la culpa para que los demás
hagan lo que ellos quieren.
Porque todo es sutil, imperceptible, confuso y vago. El
manipulador puede ser hombre o mujer, joven o viejo, sano o
enfermo, pero logra su objetivo con magistral desempeño.
Vivimos en un mundo bastante inauténtico y deshonesto. Los
valores y el respeto por el otro no son la moneda corriente. Las
personas no muestran siempre su intención abiertamente y es
necesario saber leerla para poder seguir teniendo dominio de
nosotros mismos.
Es cierto, hay algunos más vulnerables que otros y los
manipuladores sabrán cuál es su terreno más fértil. Sin embargo,
nadie se salva de caer de tanto en tanto en sus trampas.
Este libro se mete en las entrañas de la manipulación para
distinguirla, identificarla y desarmarla en las situaciones de la
vida cotidiana. No se trata de vivir en guardia y paranoico, pero sí
de cuidarse y de estar alerta para no desperdiciar nuestros
valiosos días en función de los inescrupulosos que siempre creen
que les debemos algo.
La intención es la que me anima desde hace mucho tiempo y que
transmito en todos mis libros: la libertad de decidir, de elegir con
quién, cómo y cuándo hacemos lo que hacemos.
Si regalamos nuestro amor, nuestro tiempo, nuestro dinero o
nuestros actos a quien tenemos ganas de hacerlo, no nos
sentiremos mal aun cuando haya desilusiones o falta de
reciprocidad. A nadie haremos responsable. Pero si nos
encontramos con que dimos o hicimos algo que no queríamos,
solo movidos por turbios manejos ajenos, nos quedaremos con
una fuerte sensación de impotencia y frustración.
El respeto por el otro, la tolerancia de las diferencias, la
aceptación de sus límites y de los nuestros, la posibilidad de ser
dueños de nuestra vida y de nuestros actos es un bien preciado.
Cortemos los hilos de la marioneta. Aunque debamos tropezar
en el camino del aprendizaje, siempre es mejor equivocarnos por
nuestra cuenta que hacerlo por depender de los hilos invisibles
de las trampas ajenas.
Patricia Faur
1. La manipulación nuestra de cada día
La libertad no es nada más que una oportunidad para ser mejor.

Albert Camus
¿Todos somos manipuladores?
El tema que me inquieta en estas páginas es la libertad. ¿Hasta
qué punto somos libres? ¿En cuánto nuestras decisiones
cotidianas están influenciadas por la mirada o el juicio de los
otros? ¿Somos conscientes de ello? ¿Necesariamente es algo que
nos perjudica?

Hace varias décadas, los psicólogos sociales, entre ellos, Harold


Kelley en su libro Attribution Theory in Social Psychology, realizaron
investigaciones para saber el grado de libertad con el que
actuaban algunas personas que tenían —supuestamente— un
amplio margen de decisión para elegir sus conductas.

Los resultados fueron tan sorprendentes que los autores


hablaron de ilusión de libertad ya que una gran mayoría
terminaba haciendo cosas —bajo ciertas estrategias— que no
hubieran hecho espontáneamente ya que les provocaban
rechazo.

Por ejemplo, aun con la libertad de elegir, muchos niños podían


probar una sopa que no les gustaba, o animarse a alguna
actividad a la que temían; lo mismo ocurría con los adultos aun
cuando los investigadores enunciaran claramente que tenían la
opción de rechazar sus demandas.

En la obra Pequeño tratado de la manipulación, dos reconocidos


psicólogos sociales franceses, Robert-Vincent Joule y Jean-Léon
Beauvois, muestran cómo un niño responde mejor y con más
compromiso a una sugerencia hecha por su padre cuando la
recompensa o el castigo son más sutiles que cuando son más
evidentes: “me daría placer que lo hicieras, pero hacé como vos
quieras” o “si lo hacés te compro un helado”. En estos casos, el
niño actúa con un fuerte compromiso.

Si, en cambio, hay una fuerte amenaza explícita, como por


ejemplo, “Si no lo hacés, no irás al cine con tus amigos el
domingo” o una fuerte recompensa: “si lo hacés, te compro una
bicicleta”, el niño encuentra su justificación para realizar la
conducta en estos hechos (el castigo o la promesa) y hace lo que
le piden por un factor externo con menor nivel de compromiso
personal.

Por eso, los autores hablan de sumisión libremente consentida.

Existe algo peor que perder la libertad: no darte cuenta de que


la perdiste. Y más aún: darle las gracias a tu carcelero.

Hay momentos en los que alguien te pide algo y te comportás


de una manera muy diferente a la que lo hubieras hecho si
actuaras espontáneamente. Aun cuando el pedido no implique
amenaza ni recompensa... aparente.

Con esto quiero decir que nadie te está poniendo una pistola en
la cabeza —por lo menos por fuera—; sin embargo, hay factores
que hacen que tu comportamiento cambie.
Cuando alguien ejerce una posición de poder evidente sobre
vos, no tenés dudas de tu lugar de subordinación y
sometimiento. La pérdida de la libertad sobre tus acciones está
determinada por una extorsión manifiesta. Lo podemos observar
en diversas situaciones desde el acoso sexual de un jefe hacia
una empleada que teme perder su puesto si lo denuncia hasta
aquella en que debés acceder a entregar tu pasaporte a un
guarda de tren o bus y ver que desaparece con él, aun cuando te
juraste que jamás se lo entregarías a nadie.

O las situaciones más extremas, obviamente, donde alguien


amenaza tu vida o la de un ser querido o bien, en sociedades
totalitarias o fundamentalistas, donde la integridad está en juego
si se desafían las leyes.

En cambio, cuando la situación de poder no es tan evidente solo


queda una estrategia para lograr que otra persona haga lo que
vos quieras: la manipulación.

Pero… ¿no somos todos un poco manipuladores?

¿No somos capaces de recurrir a nuestras mejores armas de


seducción, de argumentación o de influencia para lograr
convencer a alguien y llevar adelante nuestros propósitos?

Por supuesto que sí. Es por eso que no quiero demonizar la


manipulación como si solo se tratase de una conducta llevada a
cabo por psicópatas o perversos.
Será cuestión de distinguir entre aquellas conductas destinadas
a lograr algo de alguien, en las que claramente la intención no es
perjudicar a alguien, de aquellas que tienen por finalidad la
destrucción psíquica del otro.

Un vendedor no quiere destruirte, solo quiere que le compres. Y


apelará a todas sus mejores estrategias para que lo hagas. ¿Te
manipuló? En algunos casos, diremos que sí y que llegaste a casa
y pensarás “para qué me compré esto…”, pero su intención no
fue destruirte, ni explotarte, ni humillarte.

La manipulación de la que hablaremos en este libro tiene la


siguiente característica: es tan sutil, tan ambigua, tan opaca que
no podrás darte cuenta de que caíste en sus redes hasta que tu
cuerpo estalle con una enfermedad o no encuentres el motivo de
tu depresión.

Nos referiremos a los verdaderos manipuladores y utilizaré el


genérico masculino aunque hable de hombres y mujeres. Se trata
de aquellas personas que tienen ciertos rasgos de personalidad
que los hacen seductores, simuladores y hábiles para lograr lo
que quieren de los demás sin que el otro se dé cuenta y sin
importarles el daño que causan. Son los que necesitan que el
otro desaparezca para poder existir. Se alimentan de su brillo y
de su fuerza y se la apropian para escapar a su propio vacío. Y el
verdadero propietario del brillo y la fuerza, la pierde
irremediablemente y se consume en la debilidad sin haberlo
advertido. Se trata —aquí, sí— de un mecanismo peligroso y
patológico que puede llevarte a enfermar o a autodestruirte sin
que entiendas muy bien por qué.

El manipulado siente que se encuentra en un laberinto de dolor


y malestar, y no sabe bien a qué atribuirlo. Lo que empieza a
sentir es que vampirizan su talento, su potencial y que no puede
culpar a nadie porque —por algún motivo que desconoce—pone
su cuello y ofrece su sangre para ser mordido por el vampiro.

Precisemos un poco más la diferencia…

Todos queremos lograr algo de alguien: que nos quieran, que


las personas a nuestro alrededor se comporten de una
determinada manera, que nos hagan un favor.

Y en muchos casos recurrimos a estrategias: desde el vendedor


entrenado para que compres lo que te quiere vender y gastes
más de lo que habías pensado hasta una pequeña extorsión
amorosa para lograr algo de tu pareja.

Se trata de manejos que todas las personas utilizan en la vida


cotidiana sin intención de dañar a nadie y con el único objetivo
de conseguir pequeños favores o ciertos beneficios. Algunos
manejos son más sutiles y benévolos, otros más seductores,
otras veces se hacen utilizando el elogio o la crítica.

Hagamos una sincera introspección. ¿Cuántas veces te


encontrás recurriendo a estrategias solapadas de manejo para
lograr algo que te interesa?
¿Cuántas veces fingís, desde una sonrisa a un orgasmo, para
conseguir que el otro se sienta de una determinada manera que
a vos te da seguridad?

¿Cuántas veces tratás de hacerte imprescindible para alguien


desde lo económico así no tenés miedo a ser abandonado?

¿Qué decís? ¿Es manipulación? ¿Sos un manipulador?

Sin embargo, claramente hay límites que algunas personas no


sobrepasan. Para una gran mayoría, no “vale todo” con tal de
alcanzar el objetivo.

Una madre puede manipular a través de regalos, premios y


castigos a sus hijos para que estudien, se alimenten o acepten un
límite.

La intención en esos casos es clara: el objetivo es el bien del


otro, un niño que aún no puede discernir lo que es bueno o malo
para él.

Otras conductas cotidianas recurren a estrategias solapadas de


comunicación, pero puede tratarse de hechos eventuales que no
implican un daño.

Una mujer puede negarse a tener sexo una noche para hacerle
entender a su pareja que está enojada por la discusión de esa
mañana.

Un hombre puede quedarse en silencio y no responder a una


pregunta de su mujer como una manera de manifestar su
desacuerdo sin comprometerse desde la palabra.

Se trata de hechos aislados que tienen que ver con fallas en la


comunicación o con artilugios para expresar de una manera no
verbal algo que no puede decirse de otra manera.

Sin embargo, mi interés en este caso tiene que ver con aquellas
situaciones de la vida cotidiana que te van enfermando, que van
minando tu autoestima y que te dejan en un estado de profunda
confusión y depresión.

No me refiero a actos aislados, sino a aquellas relaciones con


las que te toca convivir en un trabajo, en la pareja o en la familia
y que son una fuente sistemática de incomodidad, dolor y
angustia.

Se trata de la interacción con alguien que ejerce ese poder sutil


sobre vos de una manera continua y sin que lo adviertas.

O bien, cuando comenzás a advertirlo, no hay manera de


hacerlo explícito porque nadie te creería. A veces, ni siquiera vos
mismo lo advertís y ya te encontrarás dudando de tus propias
percepciones.

La manipulación es un acto por el cual alguien tiene influencia


sobre vos de una manera casi imperceptible y logra vencer tu
voluntad para su propio provecho.

El asunto consistirá en saber si esas estrategias están coartando


tu libertad sin que te des cuenta y si te están haciendo un gran
daño aunque el manejo del otro sea muy sutil.

De modo que, para poder saber si estamos ante un acto de


manipulación, tenemos que observar a la persona con la cual se
lleva a cabo la interacción. Es decir, que vamos a tener que
definir la manipulación con un rodeo: a partir del daño que hace
a su víctima. Es justamente allí donde podremos observar los
síntomas característicos de las personas que han estado durante
un largo tiempo sometidas a la manipulación de otra.

Nos detendremos más adelante en este punto, pero podemos


adelantar que el manipulado se siente con poca confianza en sus
propias percepciones, duda, está confundido, busca
constantemente referentes que le confirmen si lo que piensa y
siente es real o si está exagerando y, además, tiene todos los
síntomas somáticos del estrés crónico. Y sobre todo siente culpa.
Y hablaremos de su vulnerabilidad, de su propensión a encontrar
personas que advierten su grieta y se meten por allí para abusar.

El daño no siempre resulta tan evidente. A veces se trata de


cosas sumamente cotidianas, pero que siempre generan
malestar.
Termino aceptando por compromiso actividades que detesto y que me ponen de
mal humor. Se da la conjunción de dos cosas: yo que no puedo decir que no y
algunos que tienen el poder de convencerme de que debo hacerlo. Incluso te dan
vuelta las cosas y parece que te están haciendo un favor.

A continuación te doy algunos ejemplos.


Tenías un plan para irte de vacaciones con una amiga a cierto
lugar y con determinado presupuesto. Terminaste yendo a otro
destino que no te gusta, gastando el doble y aceptando a una
tercera persona que ni siquiera conocías y que resultó
desagradable. Al volver, te odiás por haber desperdiciado tus
únicos quince días de vacaciones en un ambiente incómodo y
caro que vas a tener que pagar todo el año.

Tu pareja te hace planteos confusos en relación al dinero. Él


gana cinco veces más que vos, tiene más gastos porque
mantiene tres hijos de su primer matrimonio y, además, le gusta
vestirse muy bien. Vos no mantenés a nadie, sos austera y ganás
casi un salario básico, pero terminaste convencida de que tenés
que poner el 50 % de todos los gastos, con lo cual te endeudás
mes a mes porque es mucho más de lo que percibís por tu
sueldo.

El manipulador se esconde detrás de muchas máscaras. Su


lugar es un lugar de poder y dominio sobre el otro. Este dominio
puede estar marcado por cualquier tipo de asimetría en la
relación: intelectual (médico-paciente, profesor-alumno), laboral,
(jefe-empleado), afectiva (pareja en la que uno es más
dependiente afectivamente), edad (adulto-niño), nivel social o
cultural o —como veremos— una asimetría puramente
emocional (psicópata-depresivo).

Antes de continuar, es necesario hacer una aclaración: todos


pueden manipular a alguien y recurrir a estas tácticas para lograr
algo. No obstante, no todos son manipuladores.

El manipulador tiene una característica de personalidad que


constituye un rasgo estable a lo largo de su vida. Y
fundamentalmente, no le importa si genera malestar, dolor o
incomodidad en los demás. Más aún, es parte de su estrategia.
Culpabilizar, minar la autoestima del otro, desvalorizar,
descalificar, anular serán parte de sus armas. La habilidad
consistirá en que el manipulado ni siquiera advierta que está
siendo sometido a la voluntad ajena.

El manipulador es un gran simulador. Se puede disfrazar de


seductor, simpático, de intelectual misterioso o de pobrecito para
dar lástima.

Veamos el ejemplo del seductor. Es encantador. Nadie se resiste


a dejarse llevar por sus palabras, por su fuerza enigmática y
arrebatadora.

No quiero decir con esto que todas las personas seductoras


sean manipuladoras. Pero, sí, es cierto que muchos
manipuladores lo son.

Solemos creer que somos libres, que decidimos sin presiones,


que renunciamos a algo por nuestra propia voluntad; sin
embargo, muchas veces, más de lo que sería prudente, estamos
siendo objeto de una estrategia ajena y sutil que nos conduce
hacia donde no queríamos ir.
La pareja es la relación por excelencia en donde la manipulación
obtiene réditos. También los vínculos familiares más cercanos,
sobre todo, aquellos que representan una cierta
incondicionalidad.

Por supuesto, no pueden faltar los vínculos laborales, y no solo


con un jefe con quien la relación de poder es más evidente, sino
con una compañera que es un par y, no obstante, tiene dominio
sobre vos.

Para que la condición de manipulación sea posible necesitamos


dos cosas: de un lado un manipulador con las características
mencionadas y del otro un manipulado con una determinada
vulnerabilidad.

El manipulado es un necesitado de algo: reconocimiento, amor,


gratitud, compañía. También puede necesitar cosas materiales o
favores, pero lo que lo hace más vulnerable son su fallas en lo
emocional.

Y el manipulador es un experto en detectar necesidades ajenas


para prometer la zanahoria que llevará al otro de las narices. Su
habilidad consiste en captar la vulnerabilidad de los demás y
aparecer como el hechicero capaz de terminar con sus
sufrimientos.

Lo hemos dicho en libros anteriores: los rescates cuestan caros.


Si estás vulnerable y te parece que alguien ha venido a salvarte,
¡cuidado! Las personas vulnerables están menos capacitadas
para reconocer la falacia del otro ya que ven lo que necesitan ver
y, aun cuando descubran el engaño, tendrán dudas porque
necesitan seguir viendo al proveedor que alimenta sus carencias.

Son personas proclives a ser víctimas de la estafa, el abuso y el


aprovechamiento. Combinan dos factores: tienen talento,
potencia, recursos emocionales y económicos, poder o contactos,
pero están tan desahuciadas en su autoestima que no se dan
cuenta de nada de lo que tienen.
La influencia
Muchas veces decimos de alguien que es influenciable como
sinónimo de dejarse llevar por otra persona. Sin embargo, no
siempre las influencias son malas o dañinas. Un profesor, un
amigo, un familiar puede haber influido sobre vos para que
estudiaras determinada carrera o para que abandones una
conducta negativa para tu vida.
Yo tenía un familiar indirecto, la esposa de un tío, que solía estimularme para que
continuara mis estudios. Veía mis capacidades y las alentaba. Era una persona a
quien yo veía enorme, poderosa, atractiva y sus palabras eran muy importantes
para mí porque quería parecerme a ella.

Ignacio tuvo gran influencia para mí en el hecho de que yo abandonara las drogas.
Me mostró una salida y predicó con el ejemplo. Lo veía tan coherente, tan digno y
tan sólido que, si él me decía que el camino era por ahí, yo no dudaba un instante.

Amelia es franca, directa, si algo o alguien no le gusta no sabe mentir, se le nota en


la cara. Y yo agradezco eso porque su criterio es muy importante para mí y sé que,
cuando me dice algo, no hay segundas intenciones: ni la envidia ni el elogio
complaciente.

Como vemos, dejarse influir por alguien no siempre trae


resultados catastróficos.

Sin embargo, existen otras influencias en las que el manejo es


sutil y te conducen claramente hacia el camino deseado por el
otro y no al que vos querías. Podrás preguntarte cómo saber si
no era el camino que buscabas. Por una razón sencilla: la
elección no te hace feliz, es incómoda, no es la que hubieras
elegido si no hubieras tenido el factor personal de un
manipulador.

Pero cuando te das cuenta es tarde. La decisión está tomada y


también te resulta difícil volver atrás. No sabés por qué, pero es
como si hubieras firmado un contrato ante escribano.

Cambiar de opinión te parece poco ético y sabés que la otra


persona se enojará con vos. No hay caso, por más vueltas que le
des no podés hacerlo.
No quería salirle de garante a Marta. Sé que tiene dificultad para pagar sus cuentas
y que es muy desordenada. Se ha ido de algunos departamentos con procesos
judiciales, incluso estuvo un año viviendo en uno sin pagar el alquiler porque no
podían desalojarla. Pero, cuando me pidió la garantía, ella daba por descontado
que yo le diría que sí... no sé..., me envolvió..., me apuró..., empezó haciéndome
otras preguntas para saber si mi propiedad estaba inscripta como bien de familia y
yo como una tonta contestaba.

Los manipuladores te apuran, no te dejan pensar, te hacen


actuar de manera impulsiva. Comienzan preguntando otras
cosas, te sacan información, te hacen sentir que les debés algo,
te recuerdan comentarios que hiciste hace muchos años y son
tan arteramente convincentes que, si no hacés lo que te piden,
queda claro que sos una mala persona.

En el caso precedente, si vos tuvieras el impulso de decirle:


“Marta, mirá, prefiero no salirte de garante porque ya tuviste un
problema una vez y este es mi único departamento”,
probablemente, ella replicaría con enojo y ofendida: “Ah, bueno,
si vos pensás que soy capaz de hacerle eso a una amiga, no sé
cómo seguís siendo amiga mía. Me parece muy sucio que me
traigas un tema del pasado que conocés muy bien porque tuve
un problema de trabajo. Eso no te lo hubiera hecho nunca a vos”.

Y vos te sentís horrible por su reacción, aun cuando seguís


pensando que sí, que ella hubiera sido capaz de hacértelo a vos.
Pero sos incapaz de decirlo porque te parece que nunca le das
una oportunidad a las personas.

Y no sabés por qué, pero su mirada y su palabra son muy


importantes para vos. Ella sabe que te sentís sola y te hace notar
que muchas veces la buscaste para hablar cuando estabas mal.
Además, te hace sentir que tu vida es un poco mediocre y que, al
lado de ella, la vas a pasar mejor.

Y en esto encontramos la gran diferencia entre la influencia


positiva y la que no lo es: la ética y los valores de unos y otros son
diferentes. En el primer caso, aquellas personas que han influido
sobre vos tienen valores y principios con los que acordás, los
tomarías de modelo, los admirás.

En el segundo caso, el de Marta, ella es capaz de hacer cosas


que a vos te parecen tramposas, extorsivas, aprovechadoras. No
te gusta su proceder, pero lo que ves es que, en la vida, muchas
veces, ella la pasa mejor que vos que sos tan legalista y apegada
a las normas.

Su influencia se mete en tu falta. Justo en el hueco de lo que vos


no podés: no sos audaz. Muchas veces pensaste que, en la vida,
te quedaste en la “zona de confort”. Te asusta el riesgo, aun el
más mínimo. Reflexionás largamente antes de hacer una compra
y gastar tu dinero, tu trabajo no te disgusta, pero hubieras
querido cambiar. No lo hiciste porque te da miedo perder la
seguridad y los beneficios de la antigüedad. No sos capaz ni de ir
a un cine sola. Para acostarte con un hombre tenés que tener
todas las garantías. Algunos dicen que dejás pasar oportunidades
por ser tan cauta.

Y aquí estás, tirándote en salto libre, sin paracaídas aceptando


el riesgo de salir de garante a una amiga que sabés que no va a
cumplir.

Es más, en tu fuero íntimo ya hiciste la cuenta de cuánto


tendrías que pagar si ella dejara de cumplir con el alquiler y
pensaste que es el precio que tendrás que pagar por conservarla.

Más evidente se hace la grieta cuando se trata de las carencias


de pareja. ¿Cuánto estarías dispuesta a pagar por la ilusión de ser
amada?

Cuanto más grandes son tu carencia y tu vulnerabilidad, es


menor el esfuerzo que el otro tiene que hacer para lograr lo que
quiere. Si estás desesperado por ser querido, te bastará con una
promesa para quedarte esperando lo que no va a ocurrir. Y
encontrarás falsos “prometedores” que te parecerán tan
verosímiles que no podrás dudar ni un instante.
Yo sabía que él nunca se iba a separar. Lo sabía desde el primer momento, pero él
tenía la capacidad de hacerme dudar y, cada vez que yo decidía apartarme,
pensaba que estaba equivocada, que había esperado tanto tiempo y que
abandonaba el barco justo ahora que él iba a tomar la decisión.

No es sencillo darnos cuenta de si estamos siendo influenciados


de una manera saludable o patológica. Quizás, la diferencia la
veamos luego en los resultados: hay influencias que
enriquecieron y mejoraron nuestras vidas, que fueron tomadas
como modelo, que nos guiaron, que fueron verdaderos tutores
de resiliencia.

Un ídolo, un blogger, un deportista pueden ser modelos que


influyan sobre una porción importante de jóvenes y pueden ser
un buen modelo para la vida. O no. Pueden llevarlos por caminos
de destrucción o de violencia.

¿En quién confiar?


La confianza
La Psicoinmunoneuroendocrinología (PINE) nos explica —entre
otras cosas— cuáles son los efectos de las hormonas y los
neurotransmisores sobre nuestras emociones y sobre nuestra
conducta.

En nuestro cerebro, se emiten señales de alerta frente al peligro


que le han servido a las especies que nos precedieron y a
nosotros mismos para poder sobrevivir. Gracias a esas alarmas
podemos huir frente a una amenaza o luchar si la situación lo
requiere.

Ninguna señal hormonal, ni ningún neurotransmisor se libera


por casualidad. Puede ser que aún no entendamos algunas
funciones, pero allí están para algo que tiene que ver con nuestra
supervivencia.

En una región del cerebro se encuentra la amígdala (que no es


la de la garganta, no confundir). La amígdala forma parte de
nuestro cerebro más antiguo y sus señales transitan por dos vías:
una lenta y otra rápida. La vía rápida, más instintiva, responde al
peligro casi sin pensar. La vía lenta procesa, a través de la
corteza, de qué peligro se trata o si eso que creí que era una
amenaza lo era efectivamente. Es el centro del procesamiento
emocional del miedo, la ansiedad y el estrés. Nos ha servido y
nos sirve para defendernos del peligro.
Sin embargo, las personas somos más complicadas que otras
especies que no piensan ni se anticipan al futuro; de modo que a
veces vemos el peligro aun donde no está y disparamos las
señales de nuestra amígdala y liberamos neurotransmisores
frente a una idea amenazante (miedo a una enfermedad, a morir,
a algo desconocido) aun cuando el peligro real no exista.

O al revés. Nos anestesiamos y no vemos o negamos el peligro.


Y allí está. Lo tenemos enfrente y no podemos defendernos
porque no lo registramos como una amenaza.

Algo así pasaría frente a la manipulación. Confiamos. Nuestra


amígdala no nos avisa nada porque no ve ni registra ninguna
amenaza. Casi como metáfora podríamos decir que el
manipulador es un buen equilibrista de nuestra respuesta
amigdalina. Pasa por el costado y ni la toca. Se las ingenia para
que no le tengamos miedo aún cuando tendríamos que “poner
primera” y salir corriendo frente a su sola presencia.

¿Y quiénes son los encargados neurobiológicos de la confianza?


¿Quiénes son los que le abren la puerta a los desconocidos?

Porque está claro que, si siempre nos hubiéramos defendido,


nunca una hembra se le hubiera arrimado a un macho para
copular y no existiríamos. De modo que hay algunos encargados
de disminuir nuestra alerta y decir: “Dale, podés acercarte, este
macho no te hará daño, confiá en él”.
Entre todos los que abren la puerta, hay una hormona de la que
habrás escuchado hablar mil veces: la ocitocina.

La ocitocina es una hormona liberada por el hipotálamo que


tiene algunas funciones periféricas, y otras centrales, sobre el
cerebro. A nivel periférico, interviene en la lactancia para que se
libere la leche, en las contracciones durante el parto, en el apego,
esa necesidad de proximidad entre la cría y la madre, y en el
orgasmo. Por favorecer la proximidad, la ternura y el apego entre
las personas, fue llamada la “hormona del amor”. Aunque solo
tiene que ver con el amor a largo plazo, el del compañerismo y
no con el “flash” repentino de la química del enamoramiento
inicial.

Entre las acciones que tiene sobre el sistema nervioso central


está la que mencionamos: frena a la amígdala, le dice “pará, no
tengas miedo, frená, no liberes más noradrenalina que no hace
falta”.

Y entonces disminuimos nuestro nivel de agresividad y


aumentamos la confianza en el otro. Es por este motivo que esta
hormona es estudiada en algunas investigaciones actuales sobre
fobia social.

También tiene algún rol sobre la empatía, nuestra capacidad de


ponernos en el lugar del otro, razón por la cual está siendo
investigada en el tratamiento del autismo, donde la capacidad
empática está alterada.
Y es así. Confiamos. La confianza es eso: disminuimos nuestra
alerta, nuestros cuidados y nos entregamos al otro. Apostamos y
tenemos la sensación de que no vamos a perder. Creemos que el
otro no nos hará daño.

¿Qué señales nos generan confianza cuando apenas conocemos


a alguien?

Imaginemos que el otro es un perfecto desconocido. Que no


tenemos datos de él. No sabemos nada ni por amigos ni es un
personaje público. Apenas hemos entrado a su Facebook o lo
hemos googleado para ver si, en realidad, es quien dice ser.

Los primeros signos de confianza son gestuales, paraverbales.


Son signos de que el otro es cercano, me comprende, me
interpreta, de que estamos en la misma sintonía.

¿Pero puede falsearse la empatía? ¿Es posible fingir ser


empático?

Por supuesto que sí. Muchas estrategias de marketing, de venta


y de publicidad se basan en esto.

La diferencia entre el manipulador y el que es verdaderamente


empático no será fácil de advertir al principio —como veremos
más adelante—, pero con el correr del tiempo, comenzaremos a
sentir incomodidad. La simulación en algún momento deja ver
sus grietas.
Las personas que son verdaderamente empáticas se sienten
cómodas en su rol, son asertivas y no adoptan una postura. Se ve
en ellas que realmente disfrutan de los otros, que son cálidas y
generosas, y que el placer de dar lo que tienen o lo que saben es
genuino.

Pero volvamos a la confianza. El perfecto desconocido se sienta


delante de mí, con una sonrisa amable, me mira a los ojos, tiene
una postura abierta, no se cruza de brazos.

Sergio Rulicki, en su libro Comunicación no verbal, nos da una


pista para diferenciar algunos gestos empáticos de aquellos que
marcan distancia. En el caso de cruzar los brazos, el autor
remarca aquellos indicadores que diferencian la postura cómoda
de la antipática. Por ejemplo, que las manos queden ocultas o se
escondan los puños, que las manos aferren los brazos o que
estos queden contra el cuerpo nos revela una postura más
cerrada y menos empática.

Comenzamos a hablar. Me siento escuchada, siento que se


interesa por lo que le cuento, pregunta, no habla mucho de sí
mismo, me hace sentir importante. Retoma algo que he dicho
hace rato y que creí que había pasado por alto. Pero no. Registró
el nombre de mi hermano, el nombre de la universidad donde
enseño, me da claras señales de que ha estado escuchando.

Pregunto. Me responde abiertamente sobre su vida. Parece no


haber fisuras entre lo que dice y lo que hace. No obstante,
empiezo a descubrir que su discurso me intimida. Tiene
posiciones muy firmes sobre algunos temas que hacen que me
sienta incómoda si se me ocurre decir algo diferente. Pienso que
eso tiene que ver con mi propia inseguridad y sigo adelante.

Juega a ser humilde, pero adivino su soberbia. ¿O no? ¿O es mi


impresión? Me hace dudar. Por momentos, creo que me quiere
mostrar todo lo que sabe o lo que tiene para impresionarme. Sin
embargo, en otros momentos parece querer ocultar esos datos
para no hacer alarde.

Tengo la sensación de que lee mis pensamientos. ¿Cómo hace?


¿Cómo sabe lo que me gusta escuchar? Es como si me
conociera…

No pasará mucho tiempo antes de que sienta que puedo


contarle mis pensamientos más íntimos y revelarle cuestiones de
mi vida, de mi economía, de mi trabajo. La prudencia y la
discreción con la que cuido mis relaciones parece evaporarse
frente a este hechicero que me genera un estado de familiaridad
instantáneo… ¿Estoy frente a un manipulador? ¿A un seductor?
¿O me estoy enamorando y siendo víctima de la ceguera de la
borrachera inicial? ¿O estoy paranoica y desconfío de mis propias
percepciones? ¿Cómo puedo darme cuenta?

Conclusión: acabo de conocer a alguien hace tres horas y no es


mi psicólogo, ni mi médico. Sin embargo, sabe más de mí y de mi
vida que muchas de mis amigas. ¿Cómo lo hizo? ¿Es muy vivo?
¿Es así realmente y me encontré con mi alma gemela, o yo soy
muy descuidada y confío en el primero que se me presenta con
una sonrisa seductora?
La seducción
Ella es encantadora. Nadie puede resistirse. Aparece y hechiza con su mirada, con
sus modales, con su aspecto tierno y provocador a la vez.

Él es un mago de las palabras. Te habla y te enciende. Cuando lo ves por primera


vez, no te parece el tipo más interesante del mundo, pero cuando comienza a
actuar, te encandila y perdiste. No sabés cómo sacarlo de tu cabeza.

Cuando da sus conferencias, el auditorio queda hipnotizado. No se escucha un


murmullo. Logra captar la atención de todos y nadie sale defraudado. Todos
terminan diciendo que él es genial.

La primera vez que la vi ya supe que nunca más podría dejar de mirarla. Hay algo
en ella que te atrapa y te asusta. Tenés la sensación de que perdiste todo dominio
sobre vos. Que no vas a poder negarte a nada.

La pregunta insiste. ¿Hay algo de malo en estos testimonios? ¿Es


peligrosa la seducción? ¿Se trata de psicópatas, narcisistas y
perversos?

Y la respuesta una vez más es ambigua: depende. Depende de


la finalidad con la que se la utilice. Depende de si es una “puesta
en escena” carente de autenticidad para lograr algo que, de otro
modo, te sería negado con estrategias que apunten al
inconsciente del otro; en fin, depende del tipo de manipulación
que se ejerza con ella.

No todos los seductores son manipuladores, claro está. Ahora


bien, la mayoría de los manipuladores son seductores y la utilizan
en su propio provecho. O bien, no son seductores, pero
aprenden el arte de la seducción aunque sea una impostura.
Y aquí nos encontramos de nuevo en el punto del que ya hemos
hablado al tratar la influencia: puede ser algo maravilloso o una
catástrofe.

Si te detenés a mirar los testimonios que extraje, podés


observar ciertas palabras que aluden a la fascinación:
encantadora, hechiza, mago, hipnotizado, te enciende, te encandila,
te atrapa…

Y en esto reside el peligro…

Cuando, en Psicología de las masas y análisis del yo, Freud


hablaba del enamoramiento, llegó a comparar este estado con la
hipnosis. La hipnosis es un estado en el que el hipnotizado
atribuye un enigmático y misterioso poder al hipnotizador que
hace que este último pueda torcer la voluntad del que cae bajo
sus efectos de sugestión. El hipnotizado pierde dominio de sí
mismo y actúa bajo las órdenes de aquel a quien le ha entregado
el poder, pero luego despierta sin lograr recordar nada. No sabe
que ha sido inducido a reaccionar de cierta manera.

¿Y cómo nos dice la sabiduría popular que podemos caer bajo


un estado hipnótico? A través de la mirada, una mirada fija…
Existe algo inquietante en la mirada del seductor y mucho más
en la del manipulador, porque el manipulador no tiene una
mirada franca, es un simulador y oculta algo. Por lo tanto, lo que
aparece como enigmático en su mirada es lo que oculta, su
ambigüedad, su falta de transparencia. No obstante, un buen
manipulador sabe dar vuelta esta escena y trocar ese enigma en
misterio, fascinación y atracción.

Un buen seductor será un experto en el deseo del otro. El que


es genuinamente seductor no simulará el interés por el
interlocutor. El manipulador —en cambio— será un profesional
del arte de la “falsa empatía”. Se ocupará muy bien de meterse
en la grieta del deseo del otro para “engancharlo” en aquello que
el interlocutor necesita con desesperación.
Siempre supe que no era una mujer agraciada. Más bien fui del grupo de las que
nadie miraba en el colegio. Y, además, me afeaba, quizás por timidez. Usaba
anteojos, era muy flaquita, sin gracia, me vestía horrible. Y así llegué a la vida
adulta. Una mujer sin chispa, ni atractivo para nadie. Ya estaba acostumbrada a
ser invisible, así que me dediqué a mi trabajo. Cuando Oscar apareció en mi vida,
despertó algo que había estado dormido desde siempre. Él encontraba en mi
fealdad, la belleza extravagante, en mi timidez, la sensualidad y en mi invisibilidad,
el misterio. No pude ver que era un hechizo. Solo un manejo cruel que terminaría
en la más abusiva de las explotaciones económicas. Fue lo peor que me pasó en la
vida porque “me dio el dulce” y, luego, me lo quitó. Yo había vivido tranquila sin
amor, pero la ilusión de ser amada y deseada fue tan impactante como inesperada.
Y ahora estoy desesperada porque ya no sé vivir como antes. Oscar me estafó. Se
llevó mi ingenuidad, mi inocencia y mi bienestar. Me dejó un vacío que no sé si
llenaré algún día…

El tema de la seducción es complejo. La seducción es una parte


importante en el cortejo y en el inicio de una relación, sobre todo
en una relación amorosa. Aunque se da también en otros
vínculos.

El arte de la seducción tiene como objetivo gustar, atraer,


conquistar.
La ciencia de la Etología, que estudia el comportamiento en los
animales, nos ha enseñado mucho sobre el cortejo. Las danzas,
los colores, los regalos, el mimetismo, los sonidos con los que los
animales se atraen para la cópula, son el antecedente más
inmediato que tenemos para observar lo que hacemos los
humanos a la hora de querer atraer a alguien.

Y otra vez la mirada es protagonista. Vas por la calle y te cruzás


con alguien que te gustó. ¿Qué hacés? Sostenés la mirada por
más tiempo del que es habitual hasta que bajás los ojos en clara
señal de pudor… Él continúa caminando y a los pocos pasos
ambos giran la cabeza para encontrar nuevamente sus miradas…

Si sos mujer, cambia tu tono de voz que se vuelve más pausada


y ronca. La actitud corporal que insinúa y ofrece, y se retrae y se
esconde, a la vez forman parte de un cortejo en el que la
protagonista es la ambigüedad esquiva. Aparece la incertidumbre
de saber si le gustarás… Ambos se estudian, se observan y tratan
de acomodarse a la imagen que suponen que el otro espera de
cada uno.

¿Es un acto de simulación? Y sí…, estamos muy empeñados en


querer gustar y vamos a recurrir a las mejores estrategias.

No obstante, hay personas que son naturalmente seductoras.


Freud lo llamaba “la bella indiferencia de la histérica” —término
introducido, hace más de 100 años, por Pierre Janet en État
mental des hystériques : les stigmates mentaux—, es decir, ese
estado de despreocupación frente a sus síntomas que
caracterizaba a muchas de sus pacientes histéricas.

En el lenguaje popular, se les llama “histéricas” a las mujeres


que atraen y excitan a los hombres y luego los dejan en ese
estado y se retiran.

En la clínica, los psicólogos vemos con frecuencia cómo una


importante cantidad de pacientes varones “caen” bajo el hechizo
de estas mujeres que encarnan la “insatisfacción y la frustración”.
No obstante, el poder de su seducción reside en que esconden
su deseo detrás de una fachada de femineidad que contrasta con
ese aspecto esquivo que dice “no te acerques”. Es algo así como
“miráme, deseáme, pero sólo deseáme porque si me acerco y me
tenés ya no me vas a desear”.

Y esta es su arma mortal. Los hombres quedan atrapados en el


desafío de hacerla gozar, de darle lo que no pide, de sacarla de
su indiferencia, de poseerla aún cuando el deseo de ella la ubica
en un lugar del que siempre está escapando.

Y este es el secreto de la seducción: el que seduce muestra y no


muestra, es un brujo, un hechicero. Muestra y, al mismo tiempo,
oculta. Sin embargo, estas estrategias forman parte del arsenal
que cualquiera puede ostentar en sus primeras citas. Y es
totalmente legítimo mostrar lo mejor que tenés para ganarte la
atención de quien te gusta. Buscás tu mejor ropa, prestás
atención, sos galante, tratás de decir cosas inteligentes y
divertidas.

En la fase de seducción ocultamos algunos aspectos o alguna


información, pero no mentimos. Solo tratamos de destacar lo
mejor que tenemos y de ocultar lo que nos parece que puede ser
desagradable o condenable para el otro.

Era nuestra segunda cita. Mucho más formal ya que en la primera


solo tomamos un café, y ahora salíamos a cenar. Yo todavía no me
daba cuenta de si él era un hombre muy conservador así que traté
de ser muy discreta sobre mi vida afectiva —que no había sido
promiscua, pero fue intensa— porque temí ser juzgada. Con el
tiempo, me di cuenta de que era un susto mío y pude ir revelando
otros aspectos de mi historia.

Le oculté que había sido alcohólico hasta el mes de salir. Ella era
una mujer que se cuidaba mucho, vegetariana, atleta, hacía terapia,
reiki y esas cosas. Yo pensé que si le contaba mi historia podría tener
miedo de que yo volviera a beber. No ocurrió: por el contrario,
admiró mi disciplina y mi trabajo de recuperación.

¿Qué diferencia encontramos con la seducción del


manipulador?

La mentira, la simulación. El manipulador te inventa un


personaje que no existe. No resalta o disimula aspectos suyos,
sino que los inventa para vos porque sabe que te gustan. Y se
arma una máscara a tu medida.
¿Te acordás de Zelig, la película de Woody Allen? En aquella
película, el protagonista Leonard Zelig, era una especie de
camaleón, animal que se adapta al medio y se mimetiza con él
para no ser visto y sobrevivir.

Zelig va adoptando la postura del que tiene adelante para ser


aceptado y querido y así le crece la barba si está delante de un
judío ortodoxo o se le oscurece la piel si su interlocutor es de
raza negra.

Pues bien, el manipulador es como Zelig. Su inautenticidad lo


lleva a adoptar tantas identidades como sea necesario para
seducir a su interlocutor.

Vos me dirás que las máscaras pronto tienden a caerse. Es


verdad, pero para entonces estarás tan entrampado en su
telaraña que te será difícil salir porque la ilusión que te hizo creer
fue tan perfecta que te será doloroso renunciar a ella y vas a
oponerte con todas tus fuerzas.

El manipulador comienza su trabajo con su mentira, y vos lo


concluís con tu negación y tu resistencia. Cuando te dieron el
cielo, es muy difícil conformarte con una porción de nube.

Esta situación es especialmente evidente en la pareja con un


psicópata o un perverso narcisista. El trabajo de manipulación es
tan fuerte que, luego de la separación, ya nada es igual.
Cualquier otra relación, por más saludable que sea, parece
deslucida y desabrida ya que el psicópata te habrá llevado del
cielo al infierno sin grises y te hiciste adicta a esa tensión.

Conclusión: el verdadero seductor utiliza su seducción como


estrategia, pero es genuino, es auténtico, “edita”, lo mejor de sí
para atraer, exagera, juega, provoca.

El manipulador no es genuino. Miente. Actúa un personaje que


no es real, te vende una ilusión a la medida de tus deseos o
necesidades. Y es tan hábil que hasta resulta más eficiente que el
verdadero seductor.
La mentira
Ámbar tiene seis meses y está en su cuna. Su mamá la dejó hace
un rato para que duerma y se fue a la habitación de al lado. La
beba llora como estrategia para que su mamá vuelva y se quede
a su lado. Luego calla y espera. No dio resultado y vuelve a
intentarlo. La tercera vez lo hará más fuerte y de una manera
más prolongada. Su madre ya no podrá resistirlo y acudirá a
calmarla. Estrategia exitosa. Fin.

La más rudimentaria forma de mentira preverbal ha dado sus


frutos. Aun antes de la adquisición del lenguaje, podemos ver
una estrategia que será el germen de la manipulación.

Un poco más tarde, los niños descubrirán que pueden repetir


una escena que dio resultado para llamar la atención y así el niño
nos mostrará su dedito golpeado o cortado con una curita para
que le demos un beso porque ya aprendió que cuando se lastima
lo miman.

También aprendió que los buenos modales (pedir por favor,


juntar las manitos como si rezara) terminan enterneciendo a los
adultos que, finalmente, ceden a sus pedidos.

Claro está, cuando no son satisfechas sus demandas, será el


momento de subir la apuesta: los berrinches serán la explosión
de la imposibilidad de frustrarse y llegarán al escándalo, al reto o
a la paliza en su imposibilidad de frenar el deseo.
Cuando el niño adquiere la capacidad de comunicar, comienza a
tener la posibilidad de mentir. Primero, su mundo será confuso
pues no distingue entre fantasía y realidad, de modo que sus
mentiras no lo son en sentido estricto ya que forman parte de su
mundo imaginario.

Los niños inventan historias que están dentro de su imaginario


y construyen personajes, escenas, monstruos o princesas
ambientadas en los cuentos que escuchan y en los juegos que
aprenden.

Pero, a partir de los tres años en adelante, el niño adquiere la


capacidad empática de descubrir lo que alguien piensa o sabe.
Comienza a interpretar los gestos o las intenciones del otro. Es lo
que los estudiosos de la Teoría de la Mente conocen como el
inicio de la empatía y de la capacidad de socialización.
No fui yo quien rompió la mesa, fue mi hermanita. No, no me comí el chocolate,
cuando llegué ya no estaba. No le pegué, él lo hizo primero.

Aprenden a evitar una reprimenda utilizando la estrategia de la


mentira. Tal vez no puedan sostenerla demasiado cuando se los
increpa o se los acorrala, pero han entendido el mecanismo.

Las mentiras tienen también un sentido social: es lo que


conocemos como “mentiras piadosas” o convenciones
protocolares. En la medida en que nos adaptamos al contexto
aprendemos que hay cosas que no conviene decir por respeto o
por convenciones sociales. Imaginemos que tomamos el “licor de
la verdad” y somos honestos todo el tiempo en una especie de
“sincericidio”:
Es un regalo horrible, jamás me pondría este vestido.

Tu novio es muy desagradable, no entiendo cómo podés estar con él.

Tengo mucho sueño y estoy aburrido de esta visita, así que les pediría que se
fueran.

Es evidente que, si fuéramos siempre tan honestos, no


tendríamos un solo amigo, ni conservaríamos el puesto en una
empresa. Aprendemos que ciertas mentiras hacen sentir bien al
otro y las utilizamos como una función social.

Sin embargo, a medida que vamos creciendo, podemos utilizar


el engaño de modos muy diversos para obtener algo de alguien o
para encubrir aspectos nuestros que no deseamos que se vean.

Existen mentiras cotidianas, sutiles, inocuas. Existen engaños


tramposos, mortales, siniestros, letales. Podemos ser víctimas de
falacias que nos arruinen la vida y podemos mentir sin que se
nos mueva una pestaña. Hay mentirosos crónicos y otros que lo
hacen cada tanto y son tan transparentes que no pasan el más
mínimo escáner de detección. Hay mentiras para todos los
gustos y situaciones. Se miente en las redes sociales, en la
política y en la publicidad. La mentira y el engaño están presentes
en la infidelidad y en la estafa, en las inversiones tramposas y en
los medios de comunicación.
Digo esto a modo de introducción para que —una vez más—
podamos ver que la mentira no es patrimonio del manipulador ni
del perverso: todos mentimos. Solo que la mentira ocupará un
lugar diferente, y la manera en que nos sentimos al respecto
también será distinta. En el caso del manipulador, su estrategia
será más exitosa porque es un maestro en el arte del engaño y,
además, no siente culpa, ni remordimiento. Es un mentiroso
entrenado.

Para el resto de los mortales, la mentira será un dolor de


cabeza, algo impostado, un esfuerzo al que deberán estar
atentos porque no les es natural. Es incómoda y costosa. Y frente
a un buen interrogador, acabarán por dejarla entrever aunque
intenten ocultarla. Serán muy poco exitosos y deberán recurrir a
estrategias internas para poder convivir con ella sin que les pese.

Hace poco, escuché en una charla TED a Pamela Meyer


(https://www.youtube.com/watch?v=P_6vDLq64gE), quien
comentaba lo que un gran estafador británico decía: “Todos
están dispuestos a darte algo a cambio de lo que más desean”.

Parece sencillo: al manipulador le bastará saber qué es lo que


más deseás y, a partir de allí, podrá pedirte casi lo que quiera.
Estudiará tus límites, tus valores, tus grietas, tus fallas, sabrá cuál
es tu precio.

¿Recuerdan la filosofía del Dr. House, el famoso y sarcástico


médico de la serie? Según él, todos mienten.
Así acostumbraba decir este personaje antisocial, manipulador
por excelencia, sin escrúpulos, egoísta y adicto al Vicodin, un
derivado de la morfina para el dolor crónico que altera su ya
insoportable humor.

Este antihéroe de la posmodernidad nos muestra una pérdida


de principios y una ruptura ética en cuanto al valor de la verdad.
En función de llegar al diagnóstico correcto será capaz de cruzar
cualquier límite.

El manipulador verdadero —como House— podrá hacer


cualquier cosa con tal de alcanzar su objetivo o su deseo. No le
importará mentir, engañar, transgredir las leyes, poner a otros en
peligro. Y —sobre todo— especulará con lo que vos más desees
así sea algo tan noble como la salud de tus seres queridos o la
propia.
Lo que más quería en mi vida era tener un hijo. Lo había intentado con Germán,
pero no pude. Me separé y ya bordeaba los 40. Había empezado a averiguar por la
ovodonación y la adopción, pero con tristeza porque siempre había deseado una
familia donde hubiera un papá. Creo que se me notaba en la cara. Cuando conocí a
Gustavo, se lo debo haber insinuado a los tres minutos de conocerlo. No me doy
cuenta de cómo lo hice, pero él debió advertirlo. De todos modos no era tan difícil:
soltera, sin hijos, cerca de los 40.

Ya en la primera cita me aclaró que él jamás estaría con una mujer que no pensara
en ser madre. Fue casi como una declaración de principios. No sé qué dijo después
porque no pude seguir escuchando. Su declaración me cegó de amor.

Te lo resumo. Gustavo fue un gran estafador y abusó del deseo


de Ana. Él no deseaba en absoluto tener hijos, pero jugó su papel
para obtener de Ana lo que quería: dinero.
Cuando las parejas acuden a la consulta terapéutica por una
crisis de infidelidad, sin duda, lo que más daño ha causado es la
mentira. Es difícil de soportar porque provoca una ruptura en el
sistema de confianza. Y nuevamente podemos ver la diferencia
entre los manipuladores y quienes no lo son. Recordemos que,
aunque use el genérico masculino, estas características alcanzan
por igual a hombres y mujeres.

Si bien la mentira es demoledora, existe algo peor: el no


reconocimiento de la mentira o la desmentida.

Una mujer le dice a su marido:


No puedo creer que no me reconozcas que me dijiste que habías conseguido un
trabajo. ¡Si hasta me describiste el puesto y dónde quedaba la empresa! Juro que no
lo inventé. Nunca me dijiste que era una posibilidad, lo diste como algo cierto y yo
planifiqué en función de eso. Me vuelve loca que cambies tu discurso todo el
tiempo.

En otro ejemplo, Gastón me relata un confuso episodio con su


novia:
Ella nunca me dijo que se encontró con mi amigo en un boliche. Me enteré por
amigos comunes y cuando le pregunto por qué no me lo había contado, termina
armando una escena que me hace sentir mal porque se ofende. Pero lo cierto es
que nunca me responde con claridad cómo fue que se encontraron allí y por qué no
me lo contó. Nada me cierra y me vuelvo loco. No sé si tengo que pelearme con él,
con ella o si yo estoy equivocado y me tengo que callar la boca.

Ya lo analizaremos en detalle cuando hablemos de la


comunicación “sucia”, pero adelantemos algo que vemos siempre
en el manipulador: la ambigüedad. En sus gestos, en su
comunicación, en sus conductas. El manipulador nunca es
directo. Sus mentiras no son burdas y fáciles de comprobar
porque su comunicación es bizarra, confusa y siempre deja el
espacio como para que el interlocutor descifre lo que pueda o
quiera descifrar. Y si en algún momento lo hace responsable de
algo, el manipulador tiene, a su favor, la duda para esquivar toda
responsabilidad. Siempre te hace dudar, te confunde, te deja con
una sensación de culpa, de impotencia o de rabia contenida.

Su estrategia para mentir es ocultar que oculta. Hace como los


ilusionistas: te distrae, te confunde, te hace mirar para allá,
mientras lo importante está ocurriendo acá.

Pensarás que te engaña con su secretaria, pero en realidad está


dejando señales por allí para que no veas que su amante es tu
vecina.

Al manipulador no le importa cambiar de opinión y que se lo


acuse de inestable. Es inimputable, se siente autorizado a hacer y
decir lo que se le venga en gana. Si no tiene razón, la tendrá
igual. Da vuelta las cosas, te marea y terminás pidiendo perdón
por haber sido engañado. Es decir, pedirás perdón por haberlo
acusado del engaño.
Creo que me equivoqué. Me hice toda la película a partir de un mensaje que
encontré en el WhatsApp. Me pareció que hablaba con su contador de un negocio
del que no me había participado, de hecho, decía “Sandra no sabe nada”. Pero
después, cuando le pregunté, me tuve que bancar media hora de hostigamiento por
haberle revisado el celular y que, además, se victimizara porque dudé de él. Me dijo
que el hecho de que yo aun no lo supiera era porque me iba a dar una sorpresa,
pero que yo soy una paranoica y siempre estoy pensando mal…
Sandra no se equivocaba. Raúl terminó vaciando la empresa,
falsificando los balances y —en connivencia con su contador—
dejándola sin nada.

Un aprendizaje que podemos ir anunciando para defenderse de


la manipulación: no intentes descifrar mensajes que no sean
directos y claros. Si es necesario habrá cosas que tendrás que
poner por escrito. No subtitules, no interpretes, no decodifiques.
Cuando te ves obligado a estas conductas, es porque la
comunicación no ha sido clara; de lo contrario, el mensaje es
transparente y no deja dudas.

Incluso la mentira de la persona que no tiene rasgos de


manipulación es clara. Cuando se siente descubierta se pone
mal, llora, pide perdón, se avergüenza, dice que lo lamenta o se
queda en silencio con la cabeza gacha sin saber qué decir…

Y, en algún punto, su disculpa o su silencio es reparador porque


se hace responsable, aún cuando no pueda explicar las razones
de su conducta.
2. Características de un manipulador
La libertad significa responsabilidad: por eso la mayoría de los hombres le tiene tanto
miedo.

Georges Bernard Shaw


La comunicación sucia: la sorpresa y el
misterio
¿A qué llamo comunicación sucia? A la comunicación que no es
clara ni transparente. A los que hablan para no decir, a los que
muestran para ocultar. Se trata de una comunicación que
confunde, que entrampa, que deja dudas, que es lo
suficientemente ambigua como para querer decir algo y también
lo contrario. O nada. Nunca se sabe.

Podrás encontrar en la bibliografía autores que se refieren a ella


como la comunicación perversa o indirecta.

Los manipuladores saben hacer buen uso de este tipo de


comunicación y, más allá de denominaciones, hay un elemento
que nunca falta en quienes la utilizan: la sorpresa.

El manipulador te toma por la espalda, no lo ves venir, es


imprevisible, rompe tus esquemas y no deja que tengas una
respuesta armada porque siempre logra sorprenderte y
desestructurarte. Y otra vez preguntarás: ¿es que una sorpresa es
mala? ¿Es perversa? No, para nada, nos encanta un lindo regalo
sorpresa o llegar a la noche y saber que nuestra pareja llegó
antes y preparó una rica cena.

¿Pero estas conductas te desestructuran y confunden? En


absoluto. Son gratas y, de algún modo, previsibles. Están en el
archivo de lo que suponés que puede ocurrir.
¿Pero esperarías que tu jefe te tenga un almuerzo preparado en
la oficina? ¿O que una amiga se aparezca con una sonrisa en el
hotel cuando era un viaje que habías planeado para estar sola?
¿O que el encargado de tu edificio que te saluda siempre con
respeto te haya dicho un piropo que te pareció obsceno?

¿O que notes que la revisación de tu médico de toda la vida hoy


fue inadecuada? ¿O que tu socio haya hecho una inversión con
dinero de ambos sin decírtelo y aparezca sonriente a contártelo
porque se trata de un gran negocio?

Se trata de situaciones en las que te sentís incómodo, no sabés


cómo reaccionar, no sabés si enojarte, si dar las gracias o
simplemente no decir nada.

El efecto de la comunicación sucia puede ser la confusión o la


parálisis. Son hechos comunicacionales que carecen de la
claridad como para poder seleccionar una respuesta. Te ves
obligado a pensar, a consultar, a analizar, a preguntar, a
interpretar, a evaluar.

Y entonces, llega la segunda tragedia: nadie te cree.

¿Cómo vas a pensar eso de tu médico? ¿O de tu correcto


encargado? ¿O de tu exitoso socio? ¿O de tu amorosa amiga?

El entorno desalienta tu percepción porque el manipulador —


no olvidemos— es un gran simulador y frente al mundo externo
suele comportarse de un modo diferente del que lo hace en la
intimidad.
Tal vez, donde esta situación resulta más aberrante y perversa
es en el seno de los vínculos familiares, laborales y de pareja que
—por su cotidianeidad— terminan enfermando gravemente por
el estrés crónico que generan.

¿Para qué se ensucia la comunicación? ¿De qué le sirve al


manipulador no ser claro y transparente?

Lo primero parece una obviedad: no puede ser claro y


transparente porque no lo es. Puede jugar a serlo. Puede hacerte
creer que está siendo honesto y que te cuenta algo que no le ha
contado nunca a nadie, pero es solo una estrategia para hacerte
sentir importante y, de paso, cómplice.
Te voy a contar algo que no le conté a nadie: yo fui un chico de la calle,
pendenciero, matón, crecí sin padres, fui abusado y hasta los 12 me drogué, salía
con una navaja para defenderme y dormía en las estaciones de tren… Una vez en
una pelea casi mato a un chico que me vino a tocar. No sé si lo maté…, creo que
no…, pero ese no toca a un pibe nunca más. Pero un día entré a una Iglesia y un
pastor me habló y comencé a ir y algo pasó… Cambió mi vida… Empecé a trabajar y
aquí me ves… Soy un empresario exitoso…

¿Qué te provoca el testimonio si venís de conocer a alguien que


te gustó mucho, está bien vestido, habla con total corrección,
tiene una buena situación económica y te interesa como posible
pareja?

Lo primero es la sorpresa. Tratás de articular otros datos en tu


memoria y se te mezclan porque él te había hablado de su
padre… Pero ¿habrá sido antes de dormir en la calle? ¿Y no me dijo
que tenía una hermana? ¿Y qué pasó con ella? Fue abusado…
pobre… qué historia… me da un poco de miedo que haya sido tan
violento, pero bueno, se recuperó… y qué capacidad para salir
adelante, qué fuerza tiene…

Él sabe lo que provoca con su relato: fascinación. El interlocutor


queda atrapado en una historia de película que no cierra con la
imagen del que tiene adelante, pero que impacta y genera
curiosidad. Además, los datos “negativos” son presentados de tal
manera que los ves como “positivos”.

Por ejemplo, su violencia al hablar de su pelea con un chico que


se le acerca para tocarlo queda inmediatamente disculpada
cuando pensás que fue en defensa propia y que, además, lo hizo
para que el otro aprendiera a no hacerlo nunca más. Fuerza,
coraje y heroicidad. Estos atributos se colocan por delante de su
violencia. A esto nos referimos con “mostrar para ocultar”. Lo que
terminás viendo es un chico que termina siendo un héroe. Te
identificás con ese niño, te genera empatía el huerfanito
abusado, abandonado, que roba para comer, que tiene frío
durmiendo en las estaciones, te dan ganas de protegerlo, de
cuidarlo. Su historia convoca a la rescatadora que hay en vos y
dejás de ver su pasado de adicto como peligroso porque lo que
ves es su capacidad de superación.

Y este “exitoso” empresario —después sabrás que no era tal


cosa— se transforma ante tus ojos en un emprendedor brillante
con un talento especial que lo hace más apetecible.
¿Pero sabés una cosa? Toda esa historia, además de ser contada
de una manera estratégica, es inventada.

Ningún abandono, ni dormir en la calle, ni abuso, ni nada. Y


para sostener su mentira, trata de que no conozcas demasiado a
su entorno. Y cuando los conocés te dice que ellos no saben
nada, que son amigos que se hizo de grande y nunca les quiso
contar su historia, así que no habrá testigos del pasado.

¿Y su familia de origen? Viven lejos. No los conocerás. Y cuando


lo hagas, te dirá que a su hermana le apena hablar de la historia
y que no es bueno recordar nada de eso en presencia de ella.
Miles de versiones diferentes de sí mismo. Una especie de
rompecabezas. Pero él sabe manejar esas incongruencias de un
modo magistral.
El misterio
Y allí tenemos otra característica infaltable en el perfil del
manipulador: el misterio

El misterio es envolvente, de hecho el origen de la palabra tiene


que ver con el secreto. Se trataba de ceremonias religiosas que
debían mantenerse en secreto y de allí la palabra evolucionó
hasta tener el significado actual.

Aunque lo secreto y lo oculto podrían no tener buena prensa, lo


cierto es que una persona misteriosa y enigmática tiene buenas
oportunidades de seducción ya que el misterio invita a develarlo.

En general, cuando vemos a una persona misteriosa,


imaginamos universos que tienen que ver con lo prohibido y esto
tiene una connotación erótica. Lo enigmático termina siendo
atrayente, tiene la medida justa del peligro que podemos
soportar.

Con el tiempo, vemos que debajo del misterio nunca hay cosas
buenas: o se esconde la mentira y la simulación, o no hay nada. O
sea, otra vez se muestra para ocultar. Veo a una persona
misteriosa y le proyecto un montón de cualidades que no tiene.

Pido asociaciones a algunas mujeres sobre un hombre


misterioso. Este es uno de los testimonios:
Creo que es un intelectual, que mira a los demás con cierta soberbia, imagino que
está pensando en algo que no dice, creo que tiene un mundo interno poblado de
fantasías y registros intensos, pienso que hay algo turbio en su pasado, supongo
que lo que oculta es casi una novela de intriga de Agatha Christie. Le proyecto
imágenes cinematográficas, imagino que está en su casa fumando una pipa
sentado en su escritorio debajo de una montaña de libros viejos escuchando jazz y
que es solitario, hermético y conflictivo. Pienso que tendré que trabajar arduamente
para conquistarlo, pero que, debajo de esa coraza se encuentra un hombre fogoso,
pasional y tierno a la vez. Me genera deseo descubrirlo.

Le hago la misma pregunta a un hombre:


Me seducen las mujeres que hablan poco. Que insinúan más de lo que muestran,
que son raras, ambiguas, que no me dejan ver fácilmente quiénes son. Mueven mi
deseo de conquista. ¿Cómo las imagino? Etéreas y provocadoras, tal vez un poco
histéricas, seduciendo y dejando ir, difíciles de atrapar, esquivas, que juegan la
ingenuidad, pero son sensuales y calientes. O, por lo menos, yo quiero verlas así y,
cuando no dicen mucho, me permiten proyectarles esos rasgos que me resultan
atractivos.

Vemos que el misterio es rendidor a la hora de la seducción. Y


es tan rendidor como peligroso porque, cuando descubras la
verdad que se oculta debajo de la máscara, ya estarás demasiado
involucrado como para poder salir rápidamente. Y de lo que no
podrás salir con facilidad es de la ilusión con la que te sostuviste
entretenido y excitado durante un tiempo.

El misterio genera una química que la certeza no puede


provocar. Las personas previsibles, seguras, transparentes no
generan ansiedad ni obsesión. Todo está allí para que lo veas:
sabés lo que van a hacer, cómo van a reaccionar, lo que les gusta
y lo que no. En el caso de los misteriosos, hay una actitud de fuga
posible que hace que todo el tiempo te mantengas en estado de
alerta. Parece que siempre pueden desaparecer y eso hace que
te esfuerces por no sacarles los ojos de encima para no perder
detalle. Son los que te “invitan” inconcientemente a espiar:
mirarás su WhatsApp, su Facebook, sus mails, querrás entrar a su
mundo en sus sueños, querrás averiguar, ir en busca de la
verdad que te resulta esquiva.

Los interrogatorios y las preguntas resultan irritantes con los


misteriosos: solo aumentan tu ansiedad y tu confusión. Porque
ninguna respuesta aclara, solo complica más las cosas.
¿No me había dicho que no convivió con su segunda pareja? ¿Por qué la dejó?
Siempre me da una versión distinta o calla y se escapa de la conversación. Me dice
a cada rato que soy la única, pero eso mismo me genera inquietud. ¿Por qué me lo
repite? ¿Es que hay otras? ¿Por qué no me siento única con él? Cuando le pregunto
por cuestiones que tienen que ver con el pasado, es contradictorio; si le hablo del
futuro, es esquivo. Tengo la sensación de estar con alguien que es solo presente y
que, luego de esta tarde, podrá esfumarse. Y que no sabré más nada de él. Es una
sensación extraña y dolorosa, pero no lo puedo acusar de algo de lo que no tengo
ninguna prueba. Dirá que es mi inseguridad. Y es cierto. Pero hay algo en él… estoy
segura.
El disfraz del deseo ajeno
Un reptil demasiado empático. “El camaleón cambia de colores
según la estación” cantaba Chico Novarro y, desde entonces,
aprendimos que este curioso reptil —o por lo menos algunas de
sus especies— cambia de color de acuerdo a sus estados
emocionales básicos: cuando tiene miedo, para huir o, cuando
está furioso, para la lucha o bien varía respecto de la luz solar y la
temperatura y, en algunos casos —la condición más atrapante—,
para ocultarse mimetizándose con el ambiente.

Como venimos viendo a lo largo de este libro, nos encontramos


una vez más con una característica que puede ser común a
todos, pero que, en el caso del manipulador, reviste cualidades
especiales.

Todos somos simuladores en mayor o menor medida.


Exageramos, minimizamos, adulamos, elogiamos, sonreímos, en
fin, tenemos un montón de conductas tendientes a ser
agradables para los demás para ser aceptados o para conseguir
algún beneficio.

Hacete esta pregunta: ¿qué hiciste en el día de hoy que fuera un


pequeño acto de simulación?

Encontrarás que hubo muchas situaciones en las que no fuiste


del todo auténtico porque no era conveniente. La simulación —
en este caso— estuvo destinada a que te quieran, a convenciones
sociales o a hacerle creer a alguien alguna cosa de vos que no
sos, pero que no está muy distante de vos.

El simulador, en cambio, es un personaje que se construye a la


medida del otro: es un impostor.
Algunas máscaras características
Veamos en detalle algunas de sus características: los diferentes
autores que he reportado distinguen varias tipologías de
manipuladores, es decir, varios disfraces detrás de los cuales
ocultan sus verdaderas intenciones.

El seductor —característica de la que hemos hablado en el


primer capítulo— hará gala de sus mejores piropos y elogios al
punto de la adulación. Estas personas saben decir lo que
necesitamos escuchar. Se trata de maestros en el arte de hacer
sentir al otro único e importante. Difícil, muy difícil sustraerse al
seductor. Llevará mucho tiempo darse cuenta de cuál es el
verdadero seductor del que está utilizando estas herramientas al
modo del vendedor, solo para que le compres lo que necesitas
venderte.

El simpático, una característica presente en un gran porcentaje


de manipuladores. Se trata de un rasgo valorado en un mundo
donde la gente vive estresada, descontenta y apurada. El
simpático siempre cae bien, la gente lo adora, es el alma de la
fiesta. Es locuaz y extrovertido, te hace reír, te divierte y es
alguien —diríamos en un lenguaje poco académico— con “buena
energía”. El manipulador muchas veces no puede sostener este
rasgo en la intimidad y todos se sorprenden cuando escuchan a
sus hijos, a su mujer o marido quejarse por su mal humor, sus
explosiones de ira o su mutismo.
El pobrecito. Esta es una máscara de la que hay que cuidarse con
todas las fuerzas. Las mujeres son especialmente vulnerables
porque despierta en ellas su vocación maternal. Un hombre que
se haga el desvalido ganará por su ternura y su desprotección a
una legión de mujeres desvalorizadas que necesitan sentirse
necesarias para alguien y que estarán dispuestas a rescatar a
este hombre de su pantano. Muchos hombres también se
sentirán atraídos por esas mujeres que dicen que “no saben, no
pueden” y juegan con su ingenuidad y su incompetencia.
Despiertan el costado más varonil de aquellos que se sienten
bien por “protegerlas”, algo particularmente evidente en los que
quedan pagando el precio de mantener a una mujer que no los
ama.

El intelectual/culto te hace sentir un ser inferior. Es difícil hablar


delante de él, pero, cuando te dedicás a analizar su discurso,
verás que es un recitador de “frases de sobre de azúcar”. Conoce
frases de autores célebres —y otros que nunca sabrás si
existieron a menos que tengas Google siempre a mano— y habla
como si fuera una enciclopedia. Su discurso es brumoso, casi
inentendible, pero logra que nadie le pida precisiones porque
podés quedar como un ignorante. Logra que el auditorio quede
fascinado con su discurso porque es más la hipnosis gestual que
provoca que el contenido de lo que dice que nunca resulta muy
claro. Existe una idea bastante extendida que hace suponer que
aquel que tiene un discurso críptico y oscuro o bastante
ininteligible es porque sabe mucho y vos no llegás a entenderlo.
La realidad es exactamente la opuesta: quienes estamos en el
mundo académico vemos que los docentes de alma son
personas brillantes de bajo perfil que logran “bajar” su discurso
para ser comprendidos por todos y que no se incomodan —sino
todo lo contrario— cuando son interrogados por alumnos que
quieren cuestionarles un concepto. En cambio, el manipulador
responde con sarcasmo para dejar en evidencia la ignorancia del
otro.

El tímido es otra máscara que “paga bien”. Una mujer tímida


despierta en un hombre el deseo de “despertarla”, de hacerla
salir de su caparazón, de ser aquel que logre traspasar su
barrera. Para una mujer, el tímido es una especie de nerd
encantador y torpe que se pone así porque no sabe cómo actuar
frente a una mujer que le gusta. Con el tiempo, podremos ver la
diferencia entre el tímido que no puede y te evita porque no sabe
cómo relacionarse, y el “lobo con piel de cordero”.

El altruista/generoso: ¿cómo escapar de la deuda frente a esas


personas que son tan generosas y que parecen no pedir nada a
cambio? ¿Cómo decirle que “No” al compañero que trae las
facturas todas las mañanas, que te hace regalos, que parece
servicial y te trae en su auto y un día aparece pidiéndote que le
prestes dinero?

El dictador/déspota hace un uso arbitrario de su autoridad y


manipula a través del terror, el miedo y la descalificación. Es el
jefe, el padre , la madre o la pareja que siempre te deja llorando
con la sensación de ser un inútil y de hacer todo mal. La única
ventaja que le encuentro a esta categoría de manipulador es que
casi todos estarán de acuerdo en su estilo despótico y
desagradable, y no tendrás dificultad en que te crean, cosa que
no ocurre con el seductor y el simpático. Desautoriza a los demás
y va minando lentamente tu autoestima haciéndote sentir
inservible e ineficiente. Frente a este tipo de manipulación, nunca
tendrás la sensación de ser o hacer lo suficiente.

El enfermo: decíamos en el prólogo que estar enfermo no era un


impedimento para ser un manipulador. Manipular con la
enfermedad —real o imaginaria— es una estrategia de la que no
podrás escapar sin sentirte culpable. El enfermo manipulador se
las ingenia para que sientas que sos responsable de lo que le
pasa o de lo que le pueda llegar a pasar si no accedés a sus
demandas. Muchas veces, se trata de un integrante de la familia
y se convierte en el dueño de tus tiempos y de tus espacios, a
veces también de tu dinero con tal de que estés a su disposición.
Cada vez que querés enojarte y hacer un reclamo lo verás
tomarse la presión o marearse o agarrarse el pecho. No hay lugar
para el enojo, los pedidos o las críticas. Se hace lo que el enfermo
quiere o se termina en la internación, y pasarás el día en el
sanatorio para enterarte luego de que no fue tan grave, pero los
médicos terminarán diciendo que “no le den disgustos” y te
sentirás atrapado entre la culpa y la bronca.
El perverso: esta categoría casi, casi que la tendríamos que
poner aparte por el grado de peligrosidad que conlleva. La
manipulación puede estar presente en diferentes personalidades
psicológicas, pero, cuando hablamos del perverso, nos referimos
a personas carentes de empatía, que no tienen registro del otro,
que se alimentan del territorio psíquico de su presa, que
consumen la vitalidad de las personas que los rodean y que no
sienten ninguna culpa. Son transgresores de la ley y viven a
expensas de lo que puedan sacarle a otros en términos
materiales o emocionales. Jamás se conectan con la angustia y la
frustración. Cuando aparecen estos sentimientos se irritan tanto
que pueden ponerse sumamente violentos y vengativos, pero
son hábiles estrategas de modo que sus venganzas nunca serán
tan burdas como para ser detectados.

Son antisociales, pero perfectos para ocupar lugares de poder


en la política y en las empresas porque no tienen escrúpulos y no
sienten ningún remordimiento si tienen que hacer ajustes o
echar gente. Su ética y sus valores son un manual de
individualismo y egocentrismo donde cualquier cosa vale con tal
de satisfacer sus necesidades personales. No se detienen ante
nada y utilizarán la intimidación, las amenazas veladas, el
sarcasmo y la descalificación para denigrarte y conseguir que te
sientas tan poca cosa que no dudes en darle lo que te pida.

Después de esta descripción me dirás cómo hay alguien que


pueda enamorarse de un perverso. La respuesta es: ¡¡¡la
mayoría!!!, porque el perverso es encantador y un maestro en el
arte de la manipulación, es el mejor de todos porque nada lo
detiene en su propósito y no soporta frustrarse, de modo que
empleará todas sus estrategias para seducirte y sacarte lo que
quiera.

Ya hablaremos de cómo defenderse de estos personajes


indeseables, pero, en principio, te diría que, si existe la
posibilidad de elegir, vayas por la vereda de enfrente porque el
desgaste que provoca la relación con un perverso es enorme y te
lleva a un estado de ansiedad que puede escalar hacia una
depresión.

Por cuestiones legales y jurídicas, en nuestros manuales de


clasificación no encontramos la Psicopatía como un trastorno de
la personalidad y hablamos de personalidad antisocial y sus
rasgos son —a ver si te resultan familiares— algunos de los
siguientes en apretada síntesis:

• Son personas con gran capacidad de palabra, les gusta


hablar, se expresan bien y cautivan al auditorio.

• Son egocéntricos y grandilocuentes al hablar de sí mismos.


No tienen pudor en contar lo valiosos que son. El reverso de
la humildad.

• Mienten.
Es difícil detectar la mentira en ellos. Son hábiles
manipuladores.

• No sienten culpa y carecen de empatía, es decir, no se ponen


en el lugar del otro y no los conmueven las emociones de los
demás.

• Esta insensibilidad les permite poner al otro en un lugar de


“cosa”, de “objeto”. Al estar cosificado se lo puede agredir,
dañar y lastimar.

• No se hacen cargo de nada. La responsabilidad siempre está


puesta afuera.

• Son personas que necesitan de fuertes sensaciones porque


se aburren. Pueden practicar deportes de riesgo, consumir
sustancias o hacer actividades al borde del delito —o
francamente delictivas— como manera de estimularse.

• Son vampiros emocionales que consumen la vitalidad de los


demás. Pueden ser, también, hábiles estafadores o
explotadores que se alimentan de la vulnerabilidad de otros.

• Sus impulsos los colocan siempre en un lugar de riesgo y


peligro, pero, más que nada, para los otros que se cruzan
por su camino.

• Son infieles, inestables, compulsivos sexualmente y dejan un


tendal de “víctimas de amor”. Una especie de “asesinos
seriales emocionales”.
Como verás, no es fácil salir de la órbita de un psicópata o un
antisocial. La combinación de la faceta interpersonal
(grandiosidad, locuacidad, encanto, etc.) con la faceta emocional
(insensibilidad, falta de empatía y de culpa, etc.) forman un cóctel
letal: son las personas más atractivas y las más peligrosas, son las
que te llevan del cielo al infierno sin escalas y que se instalan en
tu cabeza “alquilando” o más bien usurpando todo tu territorio
psíquico.
No todos son psicópatas
Utilizamos perversos o psicópatas como sinónimos porque
depende de la categoría diagnóstica que se utiliza en Estados
Unidos o en Europa.

¿Todos los manipuladores son psicópatas? No necesariamente.


Lo inverso, sí, es cierto: todos los psicópatas son manipuladores.

No obstante, muchos de los manipuladores de los que hemos


hablado pueden ser personalidades infantiles, narcisistas o
histéricas que no están tan al límite en cuanto a la imposibilidad
de sentir culpa o que son menos transgresores. En este último
caso, no es porque tengan escrúpulos para ser obedientes de la
ley, sino porque son más temerosos y un poco menos
omnipotentes que los psicópatas que sienten que pueden contra
todos los peligros.

En el caso de la persona histérica, la seducción es su estrategia


de manipulación para lograr su objetivo, que es llamar la
atención y ser el centro de la escena. Para no salir nunca de ese
lugar privilegiado, necesita hacer algo: que el otro nunca sienta
que ganó, que nunca tenga la sensación de que ha podido
satisfacerla porque, de esa manera, se garantiza que los demás
siempre estarán ensayando la manera de que sea feliz.

Esta es una modalidad que vemos mayoritariamente en la


clínica vestida con ropas femeninas y que vuelve locos a los
hombres que se involucran con ellas. Ellos sufren de celos, se
esmeran sexualmente y siempre tienen la sensación de no estar
a la altura, saben que siempre les falta algo. Y en eso consiste la
manipulación que ellas ejercen sobre ellos: hacerles sentir que
nunca alcanzará.
Jenny es hermosa, seductora, sensual, pero siempre tengo la sensación de que se va
a ir y me va a dejar o, no sé, de que tengo que hacer algo más…, un regalo costoso
o llevarla de viaje pero, cuando lo hago, me dice que quiero comprarla. Entonces le
digo de ir a vivir juntos y me dice que la estoy presionando, pero me alejo y me dice
que estoy distante…

Vivimos en una sociedad narcisista. Es muy difícil ver como un


trastorno o como un rasgo patológico a aquellos indicadores que
caracterizan a una sociedad.

Con esto no estoy diciendo que no existieran manipuladores


narcisistas en la década de 1960, pero los valores de aquellos
años reforzaban las características solidarias, las causas sociales,
el compromiso y la vida comunitaria.

En nuestro mundo actual, mucho más individualista,


egocéntrico y hedonista, los problemas que aquejan a la
humanidad parecen estar siempre lejos, como si fueran de otro
planeta y nunca llegaran a rozarnos. Guerras, ecología, efecto
invernadero, enfermedades, hambre, escasez de agua,
refugiados, son palabras que suenan como ecos de mundos
lejanos y que no comprometen, ni modifican ninguna de
nuestras conductas cotidianas.
Hago esta salvedad porque parece extraño hablar de narcisistas
como una patología cuando casi se ha convertido en la norma y
cuando, con frecuencia, no se ven estos rasgos como algo
patológico.

Sin embargo, en la vida de relación, las personalidades


narcisistas lastiman. Lastiman por su egoísmo, por la falta de
registro de las necesidades del otro, porque no te tienen en
cuenta, porque les cuesta trabajar en equipo, porque el objetivo
primordial que tienen es destacarse aun a expensas de los
demás.

¿Qué hace peligroso al narcisista?

Su envidia y su incapacidad de aceptar la crítica sumada a la


exageración de sus virtudes y a su sensación de grandiosidad, lo
cual los convierte en perfectos explotadores.

Son consumidores de admiración, soberbios y arrogantes, pero


como en algún lugar de su conciencia dudan un poco de sus
capacidades y no soportan la inseguridad, pueden maltratarte y
hacerte la vida espantosa si intentás descubrirles una falla.

Claro, otra vez preguntarás: ¿y quién se enamora de un


narcisista? Y te respondo otra vez: ¡¡la mayoría!!, porque los
narcisistas son los mejores vendedores del mercado. Te hacen
creer cualidades que no tienen y exageran hasta el infinito las
pocas que tienen. ¿Te resulta conocido? ¿Viste alguno en los
medios de comunicación, en la política, en el arte, en el deporte?
¿Los viste en el mundo de la ciencia, del servicio, de la
asistencia, del personal doméstico, de las fábricas? Mucho
menos. Aunque haya narcisistas en estos espacios, la capacidad
empática de estas personas es mucho mayor.

No podrías ser enfermera si no tuvieras la capacidad de


conmoverte con el dolor del otro. Aunque tengas un mal día,
aunque estés enojada y resentida por algo, el dolor del otro en
algún momento te saca de tu mundito y te hace ver que afuera
pasan cosas.

Y de la mano de la exageración de sus atributos los narcisistas


necesitan desvalorizar al que tienen adelante. Es parte de sus
estrategias: si te hacen sentir menos, ellos valen más. Tu
potencia, tu éxito , tu talento o tu belleza son una amenaza que
van a tratar de neutralizar por todos los medios.

Y adiviná. ¿Cuál es el mejor de estos medios? La manipulación,


utilizar la comunicación para hacerte sentir que no valés nada.

Vamos a insistir en este punto. Porque recordá que siempre del


otro lado de un manipulador hay alguien vulnerable. Y nadie va a
poder hacerte sentir que no valés nada si vos sabés bien cuáles
son tus fallas y tus fortalezas, y podés reconocer a los ladrones y
enemigos del talento ajeno.
3. La culpa
Recuerda que el secreto de la felicidad está en la libertad y el secreto de la libertad está
en el coraje.

Tucídides

Tengan el coraje de ser felices.

Papa Francisco
¿Por qué logran hacerme sentir culpable?
La culpa es un sentimiento que tiene muy mala prensa. Tal vez
porque es una palabra que tiene distintos contenidos semánticos
de acuerdo al contexto donde se la sitúe. No es lo mismo
“culpable” en oposición a “inocente” o “culpa” en oposición a
“dolo” en el ambiente jurídico —una cosa es haber hecho algo y
otra tener la intención de hacerlo—.

Para el Derecho Penal, el dolo implica conocimiento y voluntad.


Es decir, que el sujeto actúa a sabiendas de que lo que hace es
un delito, pero además, tiene la voluntad de hacerlo. No fue sin
querer, no fue sin darse cuenta. No puede decir que no sabía lo
que hacía, ni que no quiso hacerlo. A su vez, los penalistas
dividen el dolo en dolo directo (sabe que puede hacer daño y aun
así lo hace) o dolo eventual que, según dicen los abogados, es
mucho más difícil de probar.

En el dolo eventual, algunos hacen daño como consecuencia de


una imprudencia que debieron calcular, pero que no les importa
porque son personas transgresoras de las normas y la ley, o bien
son tan omnipotentes que creen que controlan todas las
situaciones. ¿La vida y el dolor del otro? Bien, gracias. No les
interesa, Desprecian la vida de los demás, a menos que puedan
sacar algún provecho. Es lo que vemos muchas veces en las
“picadas callejeras” cuando el resultado de esta acción es la
muerte de un tercero. Muy diferente del accidente de aquel que,
aun siendo prudente y observador de las reglas, no pudo
controlar la situación. En este último caso, fue culpable pero no
hubo dolo, no hubo intención. Ni pensó que podía suceder, ni
quiso hacerlo.

En el mundo de las emociones, la culpa es un sentimiento


incómodo del que queremos desembarazarnos; sin embargo,
decimos de un psicópata que es peligroso porque no siente
culpa. ¿En qué quedamos? ¿Hay que sentir un poquito de culpa?

En un libro magistral, Elogio de la culpa, el escritor argentino


Marcos Aguinis, invita a la reflexión sobre este sentimiento cuya
ausencia nos ubica en la senda del canalla.

En una sociedad donde escuchamos a cada paso “no te sientas


culpable” como si se tratara de una especie de virus que hay que
desterrar, es bueno reubicar las cosas y entender que la culpa
tiene, en cierta medida, una función social y de valores
preventivos que nos protege y protege a los demás de nosotros.

La culpa es lo que me funciona de freno para no dañar al


prójimo, para no traicionar, para no ser desleal, para no explotar,
en fin, para no ser una persona miserable.

Es cierto, la culpa patológica también es un freno, pero para la


vida y la alegría.

¿Y a que no sabés con quién encastra a la perfección el que


siente culpa patológica? Sí, adivinaste. Con el que no siente nada
de culpa, o sea, con los manipuladores que saben aprovechar
muy bien esa grieta.

La culpa nace cuando empezamos a desarrollar una conciencia


moral, cuando empezamos a entender que algo es “malo” o el
niño advierte que hizo llorar a alguien y que fue su
responsabilidad. Por supuesto, la cultura habla por la voz de los
padres que le dicen “eso está mal, eso no se hace” y, a veces, se
acompaña de otro sentimiento desagradable: la vergüenza, que
es más personal, una emoción mucho más interna, incluso
escondida. La vergüenza tiene que ver con un déficit personal, es
vergüenza de nosotros mismos, mientras que la culpa se juega
en un espacio donde hay otro al que creemos haberle hecho un
daño.

Para sintetizar, podemos decir que existe un sentimiento de


culpa saludable, adaptativo, que nos permite vivir en sociedad,
respetar las normas, no dañar a otros y aceptar los límites.

La ausencia de culpa o la culpa excesiva son indicadores de


patología. En el primer caso, la persona que no siente culpa no
sufre, sufre su entorno. En el segundo caso, la culpa excesiva
hace que la persona sufra mucho y su entorno pueda manejarlo
y manipularlo.

También podemos agregar otro elemento: la intencionalidad.

Y no es un tema menor. No es lo mismo hacer daño con


intención que no haber querido dañar, aunque el resultado sea
el mismo.

Y no es lo mismo porque la persona que daña o transgrede no


tuvo como objetivo el daño del otro. Simplemente llevó a cabo
una acción que creyó correcta en su momento, o sabía que podía
lastimar, pero pensó que nunca llegaría a ocurrir —como pasa
muchas veces en la infidelidad— o ni siquiera lo pensó.

El caso del manipulador es diferente: puede decir algo que sabe


perfectamente que te va a lastimar, y lo hace para denigrarte y
controlarte o someterte de a poco.

El hecho de que haya intención o no en el daño puede cambiar


radicalmente la reparación posterior. Cuando alguien dañó sin
intención, y tiene la capacidad de conmoverse con el dolor del
otro, es posible que su disculpa y su reparación sean honestas y
pueda llegar a cicatrizar la herida.

Pero, cuando hablamos de la culpa como herramienta de


manipulación, nos referimos a un uso intencional y deliberado
que tiene como objetivo hacerte sentir mal para que hagas o no
hagas determinada cosa.

El manipulador es un experto en culpabilizar a los demás.


Siempre se las ingenia o encuentra la manera de eludir su
responsabilidad y dejarte entrampado con la sensación de estar
en falta.
La trampa del doble mensaje
Veamos la manipulación a través de la enfermedad, que es una
de las que garantiza el 100 % de éxito.

Estás por salir para una reunión con amigas a las que no ves
hace más de siete meses. Costó armar el encuentro porque cada
una tiene sus responsabilidades. Estás feliz. ¡Hace tanto tiempo
que no salís de noche a cenar con amigas! ¡Y tenés tantas ganas
de verlas!

Sos consciente de lo que eso provoca en tu marido, que no


soporta que te ausentes porque ve amenazas por todas partes.
Para frenar el boicot, te ocupaste de preparar temprano la cena,
de que los chicos comieran, te vestiste de una manera que no
fuera llamativa y diste todos los datos del restaurante al que irán.
También dijiste que vas a dejar el celular abierto por cualquier
cosa. ¿Te das cuenta de todo el esfuerzo y toda la logística que
empleás solo porque vas a salir una noche sin él?

Ya estás terminando de maquillarte cuando lo escuchás entrar


al baño y toser fuerte hasta tener arcadas. Obviamente te
acercás a preguntarle si está bien y si necesita algo. No responde,
golpeás la puerta y te contesta con un susurro que está bien, que
no es nada. Pero abrís la puerta del baño y la puesta en escena
no puede ser peor: él está sentado en el piso agarrándose del
sanitario, con la mirada perdida.
¿Te desmayaste? ¿Llamo a un médico?

No… Dejá…, andá que se te va a hacer tarde… en un rato estaré mejor… supongo…

Dilema: si te vas, te sentís la peor de las esposas; si te quedás,


te sentís furiosa porque sabés que está mintiendo y no podés
desenmascararlo.

La trampa está tendida. Incluso en el doble mensaje que, por un


lado, muestra desde lo no verbal un escenario lamentable y
agónico, pero desde lo verbal es confuso. “Andá… Estaré mejor,
supongo…”. O sea… ni siquiera se pide con claridad “quedate
porque no quiero que salgas, porque me da celos, bronca,
envidia, me siento abandonado o creo que me mentís”. No
importan las razones. Si el discurso es claro, te podés enojar,
pelear, gritar, sentarte a reflexionar, razonar, negociar… En fin, lo
que es normal para dirimir un conflicto en cualquier pareja.

Pero no. Él se las ingenia para no hacerse cargo de su egoísmo


o sus miedos, y te hace sentir confusa. Se “hace el buenito”
pidiéndote que te vayas, pero te deja con la intriga de si
terminará en la emergencia médica en tu ausencia…

¿Qué hacés? Con bronca y malestar, te sacás el maquillaje,


llamás a tus amigas y les decís que no vas. Te quedás con él, pero
ni siquiera lo podés atender con amor o con ternura porque sos
consciente del manejo, aunque no podés asegurarlo.

No podés vivir con un tomógrafo o un laboratorio de análisis


clínicos a cuestas para saber si lo que el otro dice es cierto. Pero
lo conocés y ya casi estás esperando estas escenitas cuando vas
a hacer algo que no le gusta.

¿Te resulta conocido?

Veamos ahora algunos aspectos de la comunicación humana


para entender por qué reaccionamos de cierta manera frente a
algunos mensajes.

Los terapeutas sistémicos son quienes más han estudiado el


fenómeno de la comunicación. Tomo estos elementos de los
aportes del Dr. Marcelo Rodríguez Ceberio, referente argentino
de la Escuela Sistémica.

En La buena comunicación, el Dr. Ceberio nos plantea algunos de


los pilares de un acto comunicacional. Nos centraremos en unos
pocos que nos sirven para explicar cómo una persona puede
quedar entrampada en la comunicación.

Sabemos que la forma en que expresamos algo dice aún más


que su contenido. Además, debemos tener en cuenta el contexto
en que ese mensaje se dice. El tipo de relación, por lo tanto,
también nos agrega un elemento sustancial.

También hemos aprendido que la comunicación tiene un


aspecto verbal y otro no verbal (analógico), que se expresa a
través de gestos y movimientos.

Ya comentamos en el capítulo sobre la mentira que alguien


puede estar diciendo enfáticamente “Sí”, en una afirmación
contundente, mientras menea la cabeza de lado a lado en un
claro indicio de decir “No” en el lenguaje analógico.

El lenguaje paraverbal, analógico, gestual es mucho más difícil


de controlar que el verbal —detalla el autor—; por lo tanto,
veamos qué pasa en los vínculos más cercanos.

Una mirada, un movimiento corporal, algo en el tono de voz,


una pausa, un silencio contienen una carga de significación
enorme para el que comprende y da sentido a esos gestos.

Vemos con frecuencia en la terapia de pareja este tipo de


interacciones donde en un nivel comunicacional se dice algo: “Yo
respeto su inteligencia, él es un hombre brillante”; sin embargo,
cuando él habla, ella revolea los ojos hacia arriba en un claro
gesto de descalificación y hastío.

Otro ejemplo vehiculizado por una postura corporal y el tono de


voz: “No, está bien… No vengas a mi cumpleaños… Entiendo que
tenés una reunión importante ese día…”.

Si a este mensaje no le agregáramos el contexto de emociones,


tonos y posturas, sería un enunciado propio de una persona muy
comprensiva que alienta a su amiga a hacer lo que debe hacer y
a que no se preocupe.

Pero si lo escuchamos en contexto, con un tono de voz


lastimoso, mirando hacia abajo y levantando el hombro, sonará
como una gran pasada de factura que insinúa “no me tenés en
cuenta y lo demás es más importante que yo…”.
De hecho, estas son las comunicaciones anodinas que tanto
malentendido generan en los WhatsApp y en las redes sociales
porque es difícil agregarles el contexto gestual y el tono de voz.
Se le agregan emoticones para transmitir la emoción, pero no es
suficiente.

¿Qué pasa con aquello que llamamos doble mensaje? Se trata


de mensajes en los que se dice algo en un canal de comunicación
y lo contrario en el otro. Es una información contradictoria donde
el interlocutor queda atrapado y haga lo que haga se sentirá en
falta.

Ya en la década de 1960, el equipo de trabajo de George


Bateson describe la teoría del doble vínculo en un intento por
acercarse a la problemática de la esquizofrenia. Lo interesante de
este trabajo es que —como bien describe Ceberio en otro de sus
artículos, “Double blind in child abuse”— fue el comienzo para
entender cómo estos mensajes pueden resultar enloquecedores
en un vínculo:
Determinaron que los mensajes contradictorios de la madre dejaban al niño en una
posición cuya respuesta lo enfrenta a la encrucijada de no saber qué contestar:
responda lo que responda, quedará entrampado en un juego donde no le es posible
discriminar categorías lógicas.

Volvamos entonces a la culpa.

¿Qué atender cuando un mensaje es tan contradictorio?

Si el destinatario del mensaje o receptor escucha y atiende solo


lo verbal, se quedará indudablemente afectado por la culpa o,
por lo menos con una molesta sensación de haber dañado al
otro.

Si hace caso de todo lo paraverbal, los gestos, el tono de voz,


podrá satisfacer al interlocutor, pero se quedará con bronca y
fastidio por haber hecho algo que no deseaba y además “Algo
que ni siquiera le pidieron”. Y esto es quizás lo peor porque, si
hacés algo que no te pidieron, nadie te lo reconocerá, ni te dará
las gracias porque se transformó en Tú responsabilidad.

Si no vas a la cena con tus amigas, tendrás que asumir que


fuiste vos la que decidió no ir porque tu marido nunca te dijo que
no fueras, sino todo lo contrario.

De modo que tampoco podrás decirle el día de mañana que


dejaste de hacer algo importante para quedarte a cuidarlo y que
nunca lo reconoce. Él replicará que fue tu decisión y que te
incentivó para que salieras.

Entonces, el ciclo es:

• Quiero hacer algo que molesta al otro.


• El otro no me lo dice claramente.
• Me dice exactamente lo contrario en lo verbal (“no me
molesta en absoluto”).

• Me muestra en lo paraverbal y gestual que sí le molesta.


• Quedo atrapado en la comunicación.
• Debo elegir entre quedarme con una sensación de culpa, o
de frustración y bronca.

• Elijo la bronca y la frustración porque son sentimientos míos


que puedo manejar. La culpa involucra al otro, y su dolor me
incomoda y molesta más que mi enojo.
¿Resultado? Fui víctima de una manipulación.
El diagnóstico del otro lo hace mi
estómago
Por supuesto, nada de esto que explicamos es tan claro a nivel
consciente. Cuando participamos de estos juegos de
manipulación quedamos confundidos y arrasados por
situaciones en las que no entendemos cómo llegamos a
sentirnos tan mal.

Los mensajes sutiles, hechos con ironía o sarcasmo te dejan


atrapado en la confusión y sin poder defenderte a riesgo de
quedar como un paranoico que todo lo toma a mal.

Por eso, siempre decimos que hay un registro inequívoco y no


se trata del “olfato” ni de la experiencia: se trata del estómago.

Nuestras vísceras nos aportan una información valiosa que, a


menudo, no escuchamos: nos señalan una incomodidad que
nuestra razón o nuestra lógica no pueden explicar.

No entendemos por qué nos quedamos tan mal después de


hablar con una determinada amiga o por qué esa compañera de
trabajo que parece tan correcta hace comentarios que no lográs
adivinar si contienen ironía o sarcasmo, y te dejan sin poder
defenderte.

Ejemplos:
¿Viste nuestra compañera Marcela que se hizo otra cirugía? Hay mujeres que no
aceptan su edad y se quieren hacer las pendejas, se visten en negocios para
adolescentes. Si ya sos veterana, te la tenés que bancar…

Ahora bien, vos tenés 53 años, y estás muy bien físicamente y te


vestís a la moda. Sabés perfectamente que, si le hicieras una
observación a ese comentario, ella te diría que jamás lo dijo por
vos, pero te queda la sensación de que hay una burla solapada o
una descalificación hacia vos que es muy sutil.

Tu compañera de trabajo te elogia de una manera extraña. No


entendés bien de qué tendrías que sentirte mal. ¿De estar bien a
los 53? ¿De ponerte ropa juvenil? ¿Será que estás empezando a
estar ridícula y no te das cuenta o que tu amiga te envidia un
poquito aunque sea más joven?

Otro ejemplo:
Ya que a vos que te salen tan bien los informes y que al jefe le parecen impecables,
¿por qué no te ocupás de terminarlos que yo tengo que irme antes y, además,
nunca los voy a hacer como vos?

¿Tu compañera de trabajo te admira y elogia con honestidad o


se está riendo de vos y te castiga para molestarte por ser
destacada y talentosa en tus informes? Finalmente, ¿es una carga
hacer las cosas bien? ¿Deberías hacerlo peor para no dejar en
evidencia a los demás? ¿O para no quedar sobrecargada de
trabajo?

No entendés bien, pero lo que sí sabés es que sentís un


malestar, un dolor de estómago que te dice que frente a esas
personas algo no anda bien y deberías estar alerta…
Pero hay algo que tampoco anda muy bien con vos porque tus
alertas no funcionan bien y no sabés cómo ni con quién
defenderte. A eso le llamamos vulnerabilidad. Vos sos vulnerable
para ser blanco de estos ataques y, de a poco, te vamos a ir
mostrando por qué.

¿De quién es la culpa? ¿De quién es la responsabilidad?

Culpa y responsabilidad no son la misma cosa. Podés ser


responsable de tus actos, de tu vida, de tus decisiones. De hecho
—a menos que tengas un trastorno psiquiátrico o actúes bajo el
consumo de sustancias—, sos el que se tiene que hacer cargo de
lo que hace con su vida.

Parece una obviedad, pero no lo es. Muchas personas no se


hacen cargo de lo que hacen, ni de lo que dicen; no asumen la
responsabilidad por sus vidas, ni por lo que les pasa. Atribuyen a
otros, al país o a la mala fortuna, sus desgracias como si ellos
fueran espectadores de sus propias vidas. Son infantiles ,
narcisistas o dependientes o psicópatas, ya que es un rasgo
común a muchas patologías. No obstante, es un rasgo que está
siempre presente en los manipuladores.

Necesitamos ser responsables por nuestra vida, nuestras


palabras, nuestras conductas. Es una señal de madurez, de salud,
y es una condición ineludible para tener buenos vínculos y
funcionar de un modo adaptado.
Otra cosa es sentirse culpable. Y aquí, claramente hablamos de
la culpa patológica y no de la culpa adaptativa que sirve como
freno social para no transgredir las normas.

¿Sos responsable de las relaciones que construís? Sí. ¿De las


decisiones económicas o laborales que tomás? Sí. ¿De lo que
hacés para cuidar de tu salud? Sí.

¿Pero sos culpable por dejar de amar? ¿Por ser la alumna más
destacada y ganarte el odio de tus compañeros? ¿Por sentirte
libre para vestirte como querés y que te griten groserías por la
calle? ¿Porque tenés ganas de dejar a tus hijos con tu mamá para
disfrutar con tu pareja un fin de semana afuera?

Hasta aquí la diferencia entre culpa y responsabilidad. Como


ves, hemos hablado de una culpa patológica o de la ausencia de
culpa como algo grave, pero ¿cómo sería la responsabilidad
patológica?

Hay personas que se hacen cargo de todo lo que ocurre en el


mundo. Y hay otras que no se hacen cargo de nada y encuentran
con facilidad a las primeras para explotarlas a su conveniencia.
Así de fácil.

¿Y a que no sabés quiénes son los últimos que mencioné? Los


manipuladores, por supuesto. Tienen un detector de
vulnerabilidad. Te pasan el escáner y se dan cuenta en tres
minutos de que sos una buena persona, generosa, empática,
comprometida, responsable y… culposa.
Y por esa grieta entran y te sacan lo que quieran porque, con tal
de no sentirte una mala persona y culpable por el dolor del otro,
sos capaz de hacer cualquier cosa.
¿Yo, señor? No, señor. El gran Bonete
¿Quiénes son vulnerables?

Son aquellas personas que tienen una profunda carencia


afectiva, una enorme desvalorización y una gran necesidad
emocional de ser queridas y aceptadas. Se trata de individuos
sacrificados, capaces de asumir las responsabilidades de otros
con tal de no ser abandonados.

Con frecuencia —como hemos comentado en libros anteriores


— se trata de hijos parentalizados, que han tenido que asumir la
responsabilidad de ser adultos desde edades muy tempranas
porque sus padres o alguno de ellos no pudo cumplir la función.
Padres infantiles, adictos, depresivos, abandónicos, parejas que
han resuelto mal sus separaciones y dejan a sus hijos en un
conflicto de lealtades… son muchas las situaciones por las que un
hijo asume un lugar de adulto.

Esta característica le da —lamentablemente— un “training” para


salir al mundo y arreglárselas solo. Y, en general, lo hace bien.

De modo que llega a la vida adulta y sabe que tiene algunas


herramientas para que los demás estén a su lado: es generoso,
trabajador, esforzado, se sacrifica por los demás y asume las
responsabilidades ajenas… Es la pareja perfecta del manipulador
que es egoísta, vividor, haragán, los demás no le importan en
absoluto y no asume ninguna responsabilidad, ni siquiera la
propia.

Muchas veces, la persona vulnerable tiene una personalidad


depresiva y melancólica con una gran tendencia al
autorreproche. No soportan frustrar al otro y, como temen ser
abandonados, buscan personas que necesiten algo para
satisfacer sus necesidades y asegurarse su permanencia.

Son un manjar para un manipulador porque, además, suelen


ser personas que, por su esfuerzo y dedicación, son talentosas y
les va bien en lo que hacen: exitosas en lo económico, en lo
profesional o en lo laboral. Mirá qué menú: talento, vitalidad,
sacrificio y desvalorización. El manipulador los “huele” y va por su
presa.

En esta situación, se da un encuentro bastante llamativo: el


melancólico o el que tiene una personalidad depresiva también
busca la excitación que le proporciona la relación con un
manipulador porque este desafío lo hace sentir vivo.

Había un juego infantil que se llamaba el gran Bonete. No sé si


los niños continúan jugándolo.

En ocasión de ese juego los participantes se ponían en círculo y


se les asignaba un color secreto. El gran Bonete en el centro
hacía la pregunta:
—Al gran Bonete se la ha perdido un pajarillo y dice que el rojo lo
tiene (señalando a cualquiera de los participantes que tenga el
color nombrado o no para tratar de confundirlos).
—Si el rojo está atento dirá:
—¿Yo, señor?
—Sí, señor.
—No, señor.
—Pues entonces ¿Quién lo tiene?
—¡El verde!
El juego sigue cada vez más rápido hasta que alguien se
equivoca y no da la respuesta correcta

El manipulador es como el gran Bonete: la metáfora del juego


en el que nadie se hace cargo. La responsabilidad siempre es de
otro. Él no sabe, no contesta, levanta los hombros y dice. “¿Yo,
señor? No, señor”.
4. Las herramientas de los manipuladores
Ser libre no es solamente desamarrarse las propias cadenas, sino vivir en una forma
que respete y mejore la libertad de los demás.

Nelson Mandela
Un variado arsenal
Los manipuladores recurren a muchas herramientas. El arsenal
es variado y se utiliza de acuerdo al interlocutor que tienen
adelante y a la máscara con la que se disfrazan.

Hemos hablado de algunas de esas herramientas: la seducción,


la simpatía y la culpa. La seducción puede ser poderosa si se
trata de una escena de atracción erótica o de pareja; la culpa
puede ser el recurso más eficaz entre una madre y su hijo; la
simpatía es el arma comercial más tentadora como recurso de
venta.

No obstante, encontramos otras estrategias que te dejan


entrampado y, de acuerdo a la situación y al vínculo, son
igualmente poderosas: la lástima, la extorsión, la amenaza y el
miedo. Es importante individualizarlas, detectarlas y analizarlas
para que puedas defenderte de estos turbios ataques.
La lástima
Cada vez que me quiero apartar, se pone a llorar como una criatura, la veo tan
vulnerable, tan desprotegida que no puedo irme. Ella despierta toda mi compasión,
luego la culpa y, finalmente, la bronca, porque me doy cuenta de que me maneja.

Siempre pone afuera la responsabilidad de lo que le pasa. Es el país, su familia, su


jefe, sus compañeros de trabajo, sus amigos. Cualquiera puede ser el enemigo que
lo quiere boicotear y que es el responsable de que él no pueda hacer las cosas. A
veces me hace dudar y me da pena, pero después digo: ¿¿puede ser que siempre le
pase de todo a él??

No lo puedo evitar. Mi madre se está muriendo desde que tengo uso de razón y hoy
tengo 35 años. Siempre le pasa algo y hay que salir corriendo. Todos sabemos que
lo hace para llamar la atención, pero no logro dejar de preocuparme y de pensar
que, alguna vez, puede ser cierto y, tal vez, tiene una urgencia real.

Todos, en alguna ocasión, pudimos recurrir a la estrategia de


sentirnos mal para llamar la atención. Es una conducta aprendida
desde muy pequeños. El niño aprende a decir que le duele la
panza para no ir al colegio, para que lo vayan a buscar o para que
los padres no salgan. O bien, es verdad que el estrés que le
produce alguna situación como un viaje de los padres hace que
haga un síntoma como la fiebre o un ahogo, y los padres
suspendan todo y se queden. En este caso, el síntoma no fue
fingido, pero el niño aprendió lo que significa preocupar, dar
lástima, generar culpa y, la próxima vez, lo utiliza de un modo
fingido para lograr lo mismo.

Hay personas que hacen del lugar de víctima una estrategia de


vida. No se te ocurra tratar de darles soluciones porque te
odiarán: ellas quieren seguir siendo víctimas. Suponen —y a
veces suponen bien— que lograrán lo que quieren de los demás
haciéndolos sentir culpables.

Hablamos antes de la Codependencia. Recordemos que los


niños que crecieron en hogares disfuncionales tuvieron fallas en
el apego y padres poco disponibles para el cuidado. Aprendieron
a rescatar a alguno de sus padres que estaba mal. Se ocuparon
de cuidar a quienes tenían que cuidarlos.

Esos niños llegan a la vida adulta con una gran desvalorización y


un enorme sentimiento de vacío de lo que ya no tendrán: nunca
más habrá un momento para ser niños. Pero en el sentido de ser
niños de verdad, de aquellos que pueden hacer descansar la
responsabilidad adulta en los padres.

¿Qué pasa entonces con ellos cuando crecen? Son adultos-


niños. Es decir que funcionan muy bien como adultos —
¡demasiado bien ya que lo vienen haciendo desde los 5 años!—,
pero en lo emocional, son niños desesperados por amor capaces
de hacer cualquier cosa con tal de ser queridos o de que alguien
continúe a su lado.

Ya ves, la peor de las combinaciones en cuanto a su


vulnerabilidad: ¡¡¡son potentes, trabajadores, responsables,
eficientes y rescatadores!!! Necesitan ser necesarios para alguien
y ¿a quién encuentran? Al que juega al pobrecito, al que no
puede, al que da lástima. El pobre que no consigue trabajo
porque está sobrecalificado y no lo toman, el que no puede hacer
nada porque se marea, tiene vértigos y dolores de cabeza desde
hace 20 años, la que tiene mucho miedo a estar sola como si
fuera una niñita y quiere que se hagan cargo de ella.

Codependiente al rescate del manipulador

Este es un tema complejo y bastante confuso aun para los


terapeutas porque el lugar de víctima va rotando y el
codependiente también lo utiliza para que el otro se quede a su
lado. Entonces, ¿quién manipula a quién?

Ambos. Solo que lo hacen por motivos diferentes y lo que


quieren obtener tiene grandes diferencias éticas: no es lo mismo
manipular para que alguien se quede con vos porque estás
desesperado por amor que ser un explotador emocional.

En el caso del dependiente, la manipulación es clara aunque no


por ello menos extorsiva: si me dejás me mato, te hago un
escándalo, me tiro en la cama y no me levanto más, etc.

Finalmente, pasa el tiempo y el codependiente desiste de estas


acciones que no tienen la respuesta esperada, porque aun
cuando el otro se quede, lo que el codependiente quiere es amor
y no lo logra. Además, su estructura le impide llegar al límite del
delito o del daño al otro. Claramente, es el más vulnerable de la
pareja aun cuando parezca que tiene el manejo del otro al que
intenta retener con la culpa.
El caso del verdadero manipulador es diferente: son personas
que saben perfectamente cuál es la vulnerabilidad o debilidad
del otro, y van a apuntar allí para obtener algo que no es del
orden del amor. En general, se trata de beneficios económicos o
bien, familiares —que el otro no decida una separación— o de
sometimiento porque es un manipulador inseguro y celoso.

En todos estos casos, el poder está del lado del manipulador


que logra obtener algo del otro sin que este siquiera lo perciba. Y
esta es la otra gran diferencia. El codependiente es mucho más
burdo en su manejo: muestra su desesperación, su falta, su
desquicio. Su desborde se le nota, es genuino y descontrolado.

El manipulador, en cambio, no muestra nada. Retiene al otro sin


que este se dé cuenta de que es retenido.

Veamos un ejemplo. Ernesto tiene el control absoluto sobre la


vida de Carmela. Ella no tiene amigas, se distanció de buena
parte de su familia porque él ha sembrado cizaña, dejó su trabajo
de traductora hace varios años y no logra reinsertarse. Él controla
el dinero, los tiempos y los espacios. Cada vez que Carmela
intenta hacer un salto hacia su autonomía, él emplea alguna de
sus estrategias para que no lo logre, pero ella no logra darse
cuenta. Carmela supone que es ella quien toma las decisiones,
pero su cabeza está “tomada” por Ernesto y sus opiniones y
juicios.
Una empresa de traducciones quería contratarla para hacer un
trabajo de intérprete en el interior del país con empresarios de la
industria agrícola. Tenía todos los viáticos pagos, un muy buen
hotel y muy buenos honorarios por 3 días de trabajo.

Cuando se lo cuenta a Ernesto, él comienza sólo a hacer


preguntas que logran desestabilizarla:

Ernesto le pregunta: “¿Y tenés que hacerles una factura? ¿Ellos


se responsabilizan si tenés un problema con la AFIP? ¿No hace
demasiado tiempo que dejaste de hacer interpretaciones orales?
¿Si te toca un tipo que habla lenguaje muy técnico, qué hacés?
¿Tenés que ponerte a estudiar temas de agro? ¿Te pagan clase
económica en el avión? ¿Y los empresarios viajan en primera?
Queda un poco feo que aceptes eso… ¿Ellos te tomaron por
LinkedIn? ¿Vieron tu foto actual? Porque tenías varios kilos
menos…”.
En algún momento, logrará que Carmela desista de su trabajo, pero él no será
responsable. Es más, dirá que es tan abierto que no tiene problemas en que ella “falte
de su casa 3 noches y deje a sus hijos porque él se hará cargo de ellos después de venir
de trabajar 10 horas por día…” (victimización velada).

Pero volvamos al inspirador de lástima. Es una persona que la


juega de buena y que envía el mensaje sin que parezca que es un
reclamo. Es muy frecuente observar esta comunicación entre
madres e hijos.

Una madre separada con un hijo único de 28 años no ve de


buen grado la relación de él con una mujer ya que todo parece
encaminarse hacia una convivencia.

Cada vez que la madre anticipa que estos planes pueden llegar
a concretarse, comienza a desplegar su arsenal: “No quería
decírtelo, pero el médico me ordenó nuevos estudios y pareció
preocupado. De hecho me pidió que la próxima vez vaya
acompañada… ¿Tenés idea de lo que quiere decir carcinoma
in situ?”.

El hijo alarmado responde: “¿Por qué? ¿te dio eso algún


estudio?”. Ella responde: “No…, pero el médico me dijo que había
que descartarlo. Dice que estoy estresada, y que necesito
descansar y que me cuiden. Yo le digo que eso no es posible
porque vivo con un hijo varón, que además está pensando en
casarse…”.

El hijo sugiere: “Mamá, ¿por qué no salís el fin de semana con


tus amigas o con tu hermana?”. Y ella retruca: “Porque están con
sus hijos…”.

La manipulación a través de la lástima es una de las más


complicadas. La lástima genera culpa, y la culpa es insoportable
en las personas que son sensibles y tienen en cuenta a los
demás. Es mucho más fácil poner freno a la agresión con el enojo
que a la lástima con la culpa. De hecho, vemos muchas parejas
que han permanecido juntas por años solo por una cuestión de
culpa y de manejos tendientes a provocar pena en el otro.
La extorsión
La extorsión está en pareja con el miedo.

Si bien provocar lástima en el otro es una conducta extorsiva,


existen muchas otras, algunas más directas o más hostiles.

Lo cierto es que la extorsión es un chantaje en el cual, si no


hacés lo que el otro quiere, serás castigado de alguna manera:
con el silencio, el desamor, una mala calificación en el trabajo, el
abandono o alguna otra cosa que sea importante para vos.

Como veremos en otro capítulo, el extorsionador elige a sus


víctimas ya que no todos son tan vulnerables al chantaje.

¿Por qué? Porque hay personas que sacrifican su propia libertad


por inseguridad, por miedo, por falta de confianza en sí mismos
o por necesidades bien concretas de índole económica.

En muchas ocasiones, te ves forzado a hacer o decir cosas que


te incomodan porque intuís que, de no hacerlo, la represalia será
insoportable.

Las personas más asertivas podrán resistirse al chantaje y no


ser blanco del manipulador, pero muchas otras —tal vez, muchas
más— terminarán devoradas por la trampa extorsiva.

Y, una vez más, vamos a hacer la diferenciación entre una


extorsión “normal” y una propia del manipulador.
Y sí… Yo utilizo la extorsión —si a eso se lo llama así— con mi hijo…, pero es porque
tengo miedo de su falta de responsabilidad y autocuidado. Solo le presto el auto
cuando sé que sale con ciertos amigos que yo conozco y son buenos pibes, y
muchas veces logro que no salga con los que no me gustan porque sé que le
encanta salir con auto.

El verdadero manipulador, aquel que utiliza las estrategias en


su propio provecho y no para estimular o cuidar a alguien, pone
en marcha un mecanismo de terror en su víctima.
El miedo
El terror como máxima expresión del miedo es una emoción
arcaica, primitiva, que tiene la función de protegernos del peligro.
Si no tuviéramos miedo, estaríamos indefensos y desprevenidos
frente a las amenazas porque no habría ninguna señal de alarma.

Afortunadamente, cuando evaluamos una situación como


amenazante o peligrosa se dispara toda una serie de complejos
mecanismos de respuesta en una región de nuestro cerebro —la
amígdala—. Y la amígdala está muy cerquita de otra región del
cerebro —el hipocampo— que guarda nuestra memoria del
contexto y de los hechos. De modo que la amígdala le pone el
sello de la emoción a un determinado hecho que está guardadito
en el hipocampo. “El que se quema con leche ve la vaca y llora”,
dice el dicho; pues bien, la temperatura de la leche está guardada
en nuestro recuerdo, y el dolor y la sorpresa de habernos
quemado le imprime ese sello desde la amígdala para que no lo
olvidemos. Entonces, cuando vemos algo del contexto —la vaca—
lo asociamos con el hecho doloroso y volvemos a llorar porque
nos provoca la misma emoción.

Estas señales han contribuido a la conservación de la especie,


pero en los seres humanos el cerebro continuó desarrollándose y
esas neocortezas nos permiten muchas funciones más que las
que tienen los animales: podemos hablar, pensar, planificar,
anticipar, clasificar, interpretar, hacer complejas abstracciones y
dificilísimas tareas. Junto con este neodesarrollo, también hemos
adquirido la “capacidad” de preocuparnos por situaciones que
aún no han ocurrido, pero que podemos intuir o vislumbrar, y
que son fuente de ansiedad.

Algunas pueden ser amenazas muy reales, como por ejemplo, el


rumor de que despedirán gente en tu área de trabajo. Esa
anticipación puede preocuparte hasta generarte un grave
trastorno o bien, puede hacer que anticipes estrategias
alternativas por si sucede.

¿Pero qué ocurre con la extorsión de los manipuladores?

Conocen tu terror, saben a lo que le temés y te manejan con


ello. Si sos una persona que tiene una historia afectiva de
abandonos emocionales y te aterra la posibilidad de quedarte
solo, bastará con una mirada de frialdad o de indiferencia para
que entres en pánico presagiando la ruptura. Y serás capaz de
hacer cualquier cosa con tal de que eso no suceda.
Después de 25 años de casada, ya con hijos grandes, incluso con una que ya se fue
de casa, pensé que era momento para ocuparme de mis proyectos. Me había
pasado la vida cuidando de los demás. Carlos es un hombre inestable, difícil y, a
veces, me da miedo contarle un plan porque dependo mucho de su juicio, que casi
nunca es favorable a mis deseos. Por supuesto, en este caso también ocurrió lo
mismo. Le conté con entusiasmo que había conseguido un pequeño trabajo. Se
trataba de un reemplazo docente como profesora de Geografía en una escuela
secundaria que queda un poco alejada de casa, pero es muy buena. No levantaba
la mirada del diario mientras le hablaba. Cuando terminé, bajó el diario y solo me
clavó la mirada en silencio. Se me congeló la sangre. Yo sé lo que eso significa:
hostilidad y desamor. Tuve miedo y deseché la oferta.
Estoy saliendo con Adrián hace dos años. Los dos ya pasamos los 38 años y no
tenemos hijos. No sé si quiero tenerlos, pero anhelo que tengamos algún proyecto
juntos, de convivencia, de viaje, de algo. Nuestra relación es un eterno presente,
siempre tengo la impresión de que falta algo, de que él no está muy entusiasmado.
Y, cuando intento hablar del tema, me contesta con frases estereotipadas, rígidas,
que no dicen nada cómo estás: “si no tuviera ganas, no estaría acá” o peor aún, “vos
siempre estás intentado arruinarlo todo”, y me confunde, y me callo porque tengo
miedo de que sea verdad, de que lo esté arruinando todo…

Ella no me lo dice directamente, pero todo el tiempo tengo la sensación de que me


va a dejar porque no gano mucho dinero y no termino de repuntar en el trabajo.
Me habla de sus amigas “afortunadas” que están con parejas que las invitan a
viajes caros, que les regalan buenas carteras o que las llevan a cenar a restaurantes
lujosos. Yo la escucho y, cuando le pregunto por qué está conmigo, me dice que es
porque confía en que a mí también me va a ir muy bien económicamente. Y eso no
me pone bien. Porque debería estar feliz por su confianza, pero el mensaje es claro:
si no te va bien, te dejo.

Uno de los componentes esenciales en todo mecanismo de


extorsión es la presión. La presión se ejerce sosteniendo la
amenaza en el tiempo o aumentando el nivel de amenaza hasta
que el terror se vuelve insoportable.

Es frecuente ver este tipo de mecanismos en el ámbito laboral.


La figura con la que conocemos este tipo de hostigamiento es el
mobbing.

El mobbing o acoso laboral es una forma de persecución en el


terreno laboral que consiste en humillar, desacreditar, aislar o
perjudicar a una persona a través de intimidaciones y rumores.
Se va creando un clima tan hostil que algunas personas suelen
decir que comienzan a tener síntomas de ansiedad o angustia
cuando se están acercando a su trabajo. Finalmente, muchos
terminan renunciando.

El acoso moral en el trabajo puede ser denunciado, ya que está


contemplado en el Derecho, pero debemos decir que es
complicado el proceso de prueba y que —por lo menos en mi
experiencia clínica— ha resultado más sencillo una vez que la
persona se fue de su trabajo. Es muy difícil soportar este tipo de
presión ya que la amenaza o la extorsión se cobra bajo la forma
de la humillación y la conspiración. De esta manera, la persona
queda aislada y no tiene red de contención. Este proceso
aumenta su angustia, su confusión y, al no tener a nadie
alrededor que valide y reconozca el comportamiento de su
hostigador, empieza a dudar de sus propias percepciones.
La vergüenza
El escándalo está en pareja con la vergüenza.

La vergüenza es una emoción de la que hablamos muy poco y,


sin embargo, es una de las responsables de muchas conductas
de evitación y de inhibición de las propias necesidades y deseos.

Boris Cyrulnik, etólogo y neuropsiquiatra francés, en su obra


Morirse de vergüenza, explora este sentimiento y describe de qué
manera el niño va construyendo una representación de sí mismo
a partir de la mirada de los otros. Resulta muy ilustrativa la
diferencia que el autor hace entre la humillación y la vergüenza.
En la humillación, se intenta destruir el mundo mental del otro y
puede tener como consecuencia una reacción orgullosa y airada
a partir de la rabia que provoca. La vergüenza, en cambio, se
establece a partir de la mirada de alguien que te importa y que te
hace acreedor de su desprecio.

Dado que la imagen que el avergonzado tiene de sí mismo está


tan deteriorada, intenta compensarla siendo una persona exitosa
y se oculta debajo de esa máscara. Pero su debilidad y su
inseguridad siguen allí, intactas.

Lo curioso con el sentimiento de vergüenza es que el


avergonzado se hace cargo de la vergüenza que debería recaer
sobre el otro: el hijo de un padre alcohólico, un niño abusado,
una niña abandonada, una persona estafada, herida, maltratada
siente la vergüenza que su agresor debería sentir. Es como si
dijera, haciéndose cargo de la mirada social, “¿qué habrás hecho
para provocar eso?”.

Esta emoción de la timidez por excelencia muestra


descarnadamente lo que se quiere ocultar: el rostro se enrojece,
la voz tiembla, las manos transpiran, la cabeza mira hacia abajo y
la mirada se vuelve esquiva. No hay cómo ocultarse. La
vergüenza es el fracaso del sí mismo. Es la derrota del ser, la
antiaceptación. La convivencia desgraciada con la persona que
no queremos ser. Y el anhelo de poder ser alguna vez los que
realmente somos sin temor a ser juzgados por la mirada del otro.
O bien, a ser juzgados, pero atribuir menos poder a esa mirada.

Otra vez está en juego la libertad. Porque la vergüenza amenaza


la libertad de ser el que querés ser. Vergüenza de ser diferente,
de pensar distinto, de necesitar demasiado, de no poder ser
exitoso, del cuerpo imperfecto, de los años que pasan y dejan
huellas, de no poder mostrar al mundo una imagen acorde con lo
que el imaginario social ha construido como valioso.

¿Y qué hace el manipulador con la vergüenza del otro?

La detecta, la huele, la acorrala, la acecha. La amenaza de


exponerte y dejar al descubierto la desnudez de tu falta es la
herramienta que va a utilizar con un éxito rotundo.
Si me llegás a dejar, difundo en las redes sociales que sos una puta y muestro
nuestras fotos íntimas.
Si no me pasás la cuota alimentaria que pretendo, voy a tu trabajo y te armo un
quilombo. Yo sé que es una empresa muy conservadora y no les va a gustar saber
que sos un mal padre.

La exposición burlona frente al entorno: “Claro, ustedes no lo


vieron a Martín cuando se enoja; afuera es un dandy, pero en
casa todos le tenemos miedo porque se irrita hasta llegar a los
golpes”.

El escándalo no tiene que ser necesariamente una escena que


estalla frente al vecindario como para tener que llamar a la
policía. Más bien se trata de romper un pacto, un acuerdo de
privacidad. La amenaza aquí consiste en la exposición que deja al
descubierto algo que hubieras querido ocultar y que confiaste al
otro. Es muy frecuente ver este tipo de extorsión en
personalidades del ámbito público —actrices, modelos,
deportistas, políticos— donde la denuncia estalla en los medios,
en los diarios y en las redes echando por tierra la imagen pública.

El manipulado muchas veces también recurre al escándalo en


su intento de reparación o de indemnización por el daño sufrido,
pero otra vez se equivoca: su humillación se agudiza cuando
intenta exponer al otro —en general, más hábil, más seductor—
ya que queda expuesta como una persona despechada, loca o
vengativa. La extorsión a través del escándalo en la persona
herida —lo decimos nuevamente— es burda y desprolija, y
termina dañando más a la víctima que al manipulador. Y esto no
resulta así porque la víctima no sea inteligente, sino porque su
reacción es puramente emocional y pega como el boxeador que
está desesperado y desconcentrado.

El manipulador, en cambio, espera, planifica, calcula, y cuando


todo está dispuesto, actúa. Y lo hace a sangre fría, sin emoción y
con precisión de cirujano. Termina ganando por K.O.
5. La comunicación “sucia”
El acto de desobediencia, como acto de libertad, es el comienzo de la razón.

Erich Fromm
Lo opaco y lo transparente
La comunicación es nuestra manera de llegar con nuestro
mensaje al interlocutor. O al menos, esa es la intención que no
siempre se logra.

Existen muchos factores que pueden provocar distorsiones en


la comunicación. Esos factores tienen que ver con lo emocional,
con el contexto, con el tipo de vínculo y con todo lo no verbal.
Además, las palabras no siempre significan lo mismo para todos
y el lenguaje permite estas distintas construcciones de sentido en
las diferentes personas a partir de un mismo enunciado.

Ahora bien, ¿qué ocurre si a las dificultades normales que


existen en la comunicación humana le agregamos una dificultad
intencional?

El manipulador se comunica para no ser entendido. No


podemos decir que no se comunica porque, aun la ausencia de
mensaje, es comunicación.

Cuando se habla de una manera “sucia” y poco transparente, la


intención es clara: que el interlocutor se confunda y que el
emisor, en este caso el manipulador, no se haga responsable de
lo que dijo. Porque lo que dijo debe ser interpretado por el
interlocutor ya que la comunicación nunca es directa.

Marie-France Hirigoyen, en su libro El acoso moral, llama


comunicación perversa a este tipo de proceso ya que —según
esta psiconalista— no conduce al intercambio sino al
alejamiento.

El manipulador habla para ocultar del mismo modo que el


ilusionista muestra para esconder. Veamos algunos ejemplos de
la comunicación “sucia”:

• Hablar con términos vagos e imprecisos. Son esas frases


demasiado trilladas o excesivamente abiertas que dan pie a
múltiples interpretaciones.
A
: ¿Cuándo vamos a ir a vivir juntos?
B
: Lo vamos viendo…

• Responder con una pregunta:


A
: ¿Qué te pasa que estás de mal humor?
B
: ¿Por qué? ¿Me tiene que pasar algo?

• Hablar en un lenguaje demasiado técnico:


A
: Me decís que te invado, pero no sé de qué manera, ¡dame un
ejemplo!
B
: Me irrumpís, me obturás, me sofoca tu demanda pertinaz…

• Utilizar
el lenguaje gestual para confundir: en general, el
lenguaje paraverbal muestra expresiones de desprecio, asco
o descalificación.

• No mirar al otro cuando se habla, como si no estuviera


presente.

• No hablar. El silencio o la falta de respuesta frente a una


pregunta es un acto de desconfirmación, como si dijera “vos
no existís” o “no es importante lo que decís”.

• Utilizar la ironía, o sea, decir exactamente lo contrario de lo


que piensa para confundir:
A
: ¿Por qué me mirás así?
B
: Por nada… pensaba qué mina lúcida que sos…

• O utilizar el sarcasmo:
A
: (Excedida de peso y almorzando)
B
: ¿Están ricos los ravioles? ¿Te sirvo otro plato o querés un flan
con dulce de leche?

• Retirarse del lugar murmurando bajito:


A
: ¿Qué dijiste? ¿Me insultaste?
B
: Sos una perseguida, siempre escuchás lo que querés…

• Obligaral otro a desplazarse y seguirlo porque camina


mientras le estás hablando sin responderte.

• Atribución de pensamientos:
A
: (Pensativo)
B
: Yo sé lo que estás pensando, que no querés ir de vacaciones.
A
: ¡Pero si ni siquiera abrí la boca!
B
: Yo sé qué estás pensando, que no querés gastar y, sin
embargo, para vos gastaste en un celular carísimo.
A
: ¡¡Pero no me hagas decir cosas que no dije!! ¡¡No es así!!
B
: Te conozco… Te conozco demasiado, así que sé lo que
pensás…

• Utilizar la burla
A
: ¿Qué pasa? ¿Necesitabas algo?
B
: ¿Otra vez derrochando simpatía?
A
: No me digas eso, sabés que soy una persona callada y tímida
y me hace mal que me veas como una gruñona.
B
: No se puede hacer un chiste… ¿ves? no tenés sentido del
humor…
El arte de dar vuelta las cosas
No sabés cómo lo logra, pero todo el tiempo ocurre de ese modo.
Empiezan a discutir y te quedás siempre con la sensación de ser
culpable de todo, de arruinar las cosas, de haber hecho todo mal,
aun cuando la evidencia de haberse comportado mal recaía
sobre el otro.

Veamos un ejemplo típico y recordá que la manipulación no es


cuestión de género. En este caso la víctima es una mujer, pero
puede ocurrir a la inversa.
Desde hace dos meses, Juan está raro, más distante. Nunca se caracterizó por ser
un tipo comunicativo, más bien todo lo contrario. Le saco las palabras con
tirabuzón, no sé nada de su vida, se molesta cuando le pregunto por su trabajo, ni
me mira cuando le hablo del mío y parece que siempre estuviera enojado.

Sale dos veces por semana para ir a jugar al tenis y cenar con sus amigos. Eso no se
modifica, ni aunque yo esté en la sala de parto. El otro día, me puse a llorar porque
estaba con fiebre y él me dejó sola, no fue capaz de suspender el tenis y me hizo
una escena porque dice que soy una manejadora y que no era para tanto, que no
tenía nada grave.

Nunca me expresa su afecto, me duele su silencio y su indiferencia. El otro día, noté


que se llevaba su celular a todas partes, incluso al baño. La verdad es que no me
gusta espiar ni mirar sus cosas, pero él es tan cerrado que a veces creo que tengo
que entrar a su Facebook para saber de su vida.

A la noche, escuché que mientras dormía le entraron dos mensajes de WhatsApp.


No aguanté. Me levanté y los leí. Era una mujer que conoció por Tinder —una
aplicación para tener citas— y con la que se estaba viendo, por lo que leí, desde
hacía un tiempo porque ella le recordaba algo del día del partido de River. Era una
noche que diluviaba y eso fue hace más de un mes.

Lo desperté con rabia y dolor, y le pregunté que qué era eso. Se despertó y me gritó
de todo. Me insultó y hasta pensé que iba a pegarme. Me dijo que yo era una
controladora y una loca. Que me tenía miedo (¿?) porque yo era capaz de matarlo
mientras dormía… se levantó, se fue a dormir a la otra habitación y a la mañana se
fue sin saludarme, Y ahora no sé qué hacer.

Los manipuladores logran esto: que te confundas y sientas que


vos hiciste algo terrible cuando, en realidad, había conductas del
otro que te “invitaron” a actuar de una manera contraria a tus
principios. Y no estoy diciendo que la responsabilidad sea del
otro. Vos también tendrás que trabajar sobre tu vulnerabilidad
para entender por qué, desde hace tantos años, hacés el
esfuerzo de tratar de decodificar el mensaje de alguien que no te
da amor. Pero esa es otra parte de la historia.

Lo cierto es que terminás pidiendo perdón, y te sentís


avergonzada por tus impulsos, tus gritos y las cosas horribles que
le gritaste a las tres de la mañana. ¿Y qué pasó con la historia de
la mujer de Tinder? Nunca lo sabremos porque, cuando querés
abordar el tema, te dice: “¿Otra vez vas a empezar? Mirá que me
las tomo y no me ves el pelo nunca más…”.
El arte de hacerte sentir un inútil
La autovaloración es indispensable para nuestra libertad, porque
nos permite elegir y sentir que podemos ser amados. Es la
condición que nos otorga sentido, identidad y dignidad.

Cuando tenemos una buena autoestima, confiamos en los


demás y en nosotros mismos, sabemos que podemos
brindarnos, amar, ser amados y que tenemos algo valioso para
dar. Pero también sabemos que no morimos sin el otro, que
estaremos con aquellos que nos respeten y nos permitan el
ejercicio de nuestra libertad.

No obstante, muchas personas han crecido con muy poca


disponibilidad de afecto, cuidado y protección, y llegan a la vida
adulta con un déficit que los hace sentir poco valiosos y que hace
que paguen precios altos por ser queridos.

Esta vulnerabilidad es detectada por los manipuladores, que


transformarán esa falta en una grieta humillante en la que
podrías hundirte de dolor.

Si sentís que el otro es el que te da existencia, también es el


otro el que te la quita. El otro te da valor o te hace sentir invisible.

La construcción del valor hacia uno mismo no se sostiene en un


cuerpo y un rostro bellos, o en los logros económicos y
académicos: eso es solo el disfraz con el que salís al mundo.
Podés tener de todo y sentirte insignificante. Es el entorno
familiar, en los primeros años de la vida, el que va modelando tu
autoimagen. Los niños que han crecido con apoyo y seguridad
afectiva se sienten con más respaldo para lanzarse a la aventura
de conquistar el mundo.

¿Qué pasa con los otros? Aquellos que tienen una pobre
autoestima y un escaso sentido del propio valor viven y soportan
situaciones de indignidad y maltrato psicológico en su vida
cotidiana aun cuando ni siquiera lo perciben.

Como contrapartida de su pobre autovalor, desarrollan


habilidades poco comunes en cuanto a la eficiencia, la creatividad
o el esfuerzo, y suelen ser personas muy talentosas que no se
dan cuenta de su talento.

Sí, adivinaste: son carne de cañón para el manipulador

Otra vez la combinación letal: alta eficiencia, talento, inteligencia


y una pobre autoestima. O sea, tenés todos los talentos menos
aquel de darte cuenta de todo lo que tenés.

Como dice Marie-France Hirigoyen “el lenguaje se pervierte y


cada palabra oculta un malentendido que se vuelve contra la
víctima elegida”.

Es muy frecuente ver este tipo de acciones en el ambiente


laboral y sobre todo cuando el blanco es una persona eficiente y
trabajadora porque su buen desempeño pone en evidencia la
falta de los demás.
El abuso se da en situaciones de asimetría de poder. Y el
manipulador puede ser tu jefe, tu esposa o tu hijo. No importa
cuál sea el vínculo, sino que el otro tiene poder sobre vos.

Te quedás trabajando hasta tarde. Todos se fueron en la oficina,


pero tu sentido de responsabilidad hace que te quedes hasta
terminar el informe. Sabés que quedó perfecto y que te costó
mucho esfuerzo. ¿Qué esperás? Reconocimiento. Eso es lo que
jamás te va a dar un manipulador.

Al día siguiente, llegás y ves que tu informe, por el que perdiste


tu cena en familia y por el que dormiste solo cinco horas, está
debajo de una pila de papeles y tu jefe te dice que eso ya no es
necesario y te da otra tarea. O sea, nadie te agradece, trabajaste
inútilmente, ni siquiera lo leyó y tampoco eran ciertas las
presiones del día anterior para que lo terminaras sin falta.

Te quedás con bronca, resentido, frustrado. Sabés que siempre


será igual: la sensación de que no te valoran, que descalifican tu
trabajo y desperdician tu tiempo.

Algunas frases que podrás reconocer….


¿Te olvidaste de ir a pagar las expensas? Dejá… dejá… como siempre lo tendré que
hacer yo…

Si seguimos así, vamos a tener que reducir personal… Este es un trabajo que podría
hacer una sola persona y ustedes dos no logran hacerlo…

¿Otra vez se te rompió un plato? ¿Y si probás con platos de acero?

Y bueno…, ¿cómo no te ibas a sacar un 9 si lo único que tenés que hacer es


estudiar? Y, además, si no aprobás esa materia…, bue…; mejor pensá en cambiar de
carrera…
El arte de hacerte actuar
Esta estrategia de manipulación es característica de los
psicópatas y te deja devastado, en un estado de total indignidad
y de dolor.

Escuchamos todo el tiempo hablar de los psicópatas: en los


medios, en el trabajo, entre amigos. Es más, en nuestro país, con
alto índice de psicólogos y pacientes que van a terapia, se
difunden estos términos y entran a formar parte del léxico de la
calle. Así escuchamos “me estás psicopateando” cuando una
persona quiere manipular a otra. Aunque también asociamos el
término a asesinos seriales, abusadores de niños y estafadores
sin escrúpulos.

Lo cierto es que no sólo el término está en la calle. Si la palabra


“psicópata” se hizo extensiva al imaginario colectivo es porque el
psicópata está realmente en la calle y en la vida cotidiana.

Ya no se trata de Hannibal Lecter en El silencio de los inocentes. O


no solo eso. Porque es más difícil —¡¡por suerte!!— que nos
encontremos con un caníbal diabólico que con un manipulador
serial, aunque estos últimos nos devoran el bienestar.

¿Pero de qué se trata la psicopatía?

Entre los especialistas, no existe un consenso unánime para


definir al psicópata como un enfermo mental. En muchos casos,
la psicopatía es asociada al trastorno antisocial de la
personalidad, con lo cual estamos diciendo que son rasgos
estables y perdurables a lo largo de la vida, y que constituyen un
modo de ser.

Más allá de las diferencias, y aunque la denominación pueda ser


diferente en Europa —el perverso— que en Estados Unidos —el
psicópata—, o la categoría diagnóstica que utiliza Marie-France
Hirigoyen —perverso narcisista—, lo cierto es que todos
coinciden en rasgos comunes.

En principio —y tal vez lo más importante por sus


consecuencias jurídicas— el psicópata es absolutamente
consciente del daño que provoca. Tiene contacto con la realidad,
es racional, estratégico, calculador y oportunista. Estas
condiciones hacen que hablemos de personas —en muchos
casos— con un muy buen nivel intelectual y —esto es muy
importante— que hacen lo que hacen porque quieren hacerlo. El
daño que provocan no es un “daño colateral”, algo que ocurrió
sin intencionalidad. No. En ellos, la intención es clara: el
aprovechamiento personal del otro para algo que el psicópata
necesita. Es decir que actúan libremente y con plena consciencia
de lo que hacen.

No sienten culpa, nada parece angustiarlos en exceso porque,


cuando algo les duele, ponen la responsabilidad afuera y pasan a
otra cosa con una capacidad defensiva imposible de lograr en
una persona sin estos rasgos.
No son empáticos, es decir que no pueden ponerse en el lugar
del otro, ni les importa. El otro es —para ellos— un objeto, una
cosa, está despojado de su identidad de persona. Por eso se lo
puede dañar sin problema. Sin empatía, sin culpa, ubicando al
otro en lugar de cosa y sin temor ante la ley, el psicópata no tiene
límites morales. Puede hacer lo que quiere y nada parece
detenerlo. Es hábil, muy hábil y eso lo convierte en un imán para
incautos y no tanto, para desesperados emocionales, para los
vulnerables que creen que valen poco y se encuentran con este
personaje que creen valioso y que les promete “exactamente
aquello que necesitan”.

Su comunicación es indirecta, opaca, difícil y te deja en un


estado de duda, confusión o parálisis. O te hace actuar.

Los psicópatas o los perversos narcisistas se muestran siempre


teniendo el control de la situación. Nada los saca de su eje, no
levantan la voz y te hablan con una frialdad que te congela. Solo
su mirada es reprobatoria, descalificadora o amenazante. Con
eso les alcanza. Pequeños movimientos que generan grandes
reacciones en los demás.

Son los expertos en el arte de la desestabilización: los demás


parecen estar siempre mal parados y el psicópata solo los sopla
para que se caigan, no necesita pegar, ni empujar. Una sola
palabra, un tono, una ironía en el lugar adecuado y provoca en
vos un terremoto.
Sin embargo, el arma más mortal que manejan es el silencio. Te
ignoran. Te dicen con eso que no existís, que no valés nada, que
sos una “cosa”, que lo que estás diciendo les importa menos que
nada. No te escuchan, no te hablan, miran hacia otro lado,
prenden la tele, se ponen los auriculares, se levantan y se van del
lugar en dónde están hablando…

¿Qué provoca esto en el otro?

Que levantes la voz cada vez más, que te muevas para ponerte
enfrente y busques su mirada, incluso que le agarres la cara para
darla vuelta. Pero el otro se levanta y se va…, y lo seguís por toda
la casa mientras te vas desestabilizando, empezás a gritar, a
llorar o a decir cosas horribles, a amenazar para ver si
reacciona… y, finalmente, rompés un objeto, lo tirás al piso
porque, en realidad, sentís rabia e impotencia. También puede
ser que le pegues a la persona que te está violentando —¿o a
esta altura te queda alguna duda de que eso es violencia?— o
que hagas una actuación, como hacer una valija para irte o
golpear una puerta o encerrar al otro bajo llave… Algo… No sabés
qué hacer… ya es un momento de desborde total…

Y es en ese preciso instante en que el psicópata se da vuelta y te


dice: “¿Y así querés que hablemos? Si con vos no se puede
hablar… Estás para el psiquiátrico… ¿Estás tomando la
medicación…?”.
Te voy a mostrar algunas frases para que puedas identificar
aquello de lo que hablamos, pero esto no quiere decir que
alguien que pronuncia esa frase sea un psicópata sino que tiene
que tener todo lo demás.

Una amiga te dice algo espantoso sobre vos, una crítica


despiadada y humillante:

“Te lo digo porque te quiero”.

“Lo hago por tu propio bien”.

Frente a su marido que hace dos días que no le habla: “¿Se


puede saber qué te pasa? ¿Qué te hice? ¿Dije algo que te
molestó?”.

Él solo habla en tono sombrío sin mirarla:

“Si vos no te das cuenta…”.

“Pensálo…”.

“No voy a hablar cuando a vos se te ocurre…”.

Están en una fiesta. Él está de evidente mal humor, aislado y no


habla con nadie. Ella conversa con la gente de la mesa y, de
pronto, su primo la invita a bailar. Ella acepta porque sabe que su
marido detesta bailar. Cuando vuelve a la mesa, él no está. Los
demás comensales le dicen que se fue porque se sentía mal. Su
celular no responde… Para vos se terminó la fiesta, la alegría y la
posibilidad de compartir con tu familia. Y, además, empezás a
sentir esos puñales de la angustia clavada en el pecho mientras
vas conduciendo hacia tu casa…

¿Será verdad que se sentía mal? No…, en ese caso, me hubiera


venido a avisar… ¿Le molestó que saliera a bailar con Fabián? ¿Se
pudo haber puesto celoso? ¿Será porque tomé una copa de vino?

Ya está. El psicópata logra arruinarte la vida. Mientras él duerme


plácidamente, vos te hacés cargo de la culpa de haber
estropeado un momento que podría haber sido maravilloso.

Y esta escena se puede repetir en cualquier escenario, incluso


antes de embarcar en un aeropuerto.

Una amenaza velada, un tono intimidante, una mirada, un


silencio son suficientes para que hagas o dejes de hacer algo.

¿Te das cuenta de qué manera se va cercenando tu libertad? Es


un modo sutil, alienante y devastador. Porque es continuo y
sistemático, y llega un momento en que las voces en tu cabeza
no paran. Es como una radio prendida: ¿qué hice mal?, ¿por qué
no me escucha? ¿Será que tiene razón?, ¿por qué está conmigo?
Si es como creo, que nada de mí le gusta, ¿por qué se queda?

Las palabras de amor que no se dicen, la incertidumbre que


despierta en el amado no saber si la relación va a seguir, si el
otro te engaña, si se va a quedar, si está molesto, si no es feliz
con vos…, los gestos de ternura que se mezquinan, las risas
cómplices que están ausentes te llevan a preguntar con
insistencia…, ¿pero vos me amás? Y la respuesta no puede ser
más ambigua: “Me cansa que estés siempre preguntando esas
tonterías… Sos muy infantil”.
6. ¿Quiénes caen en la trampa?
No se nos otorgará la libertad externa más que en la medida exacta en que hayamos
sabido, en un momento determinado, desarrollar nuestra libertad interna.

Mahatma Gandhi
¿Todos podemos ser vulnerables?
Todos. Todos podemos caer en la trampa, sencillamente porque
los manipuladores son fascinantes. Son como encantadores de
serpientes y es difícil resistir el hechizo. Nos quedamos
hipnotizados ante su seducción y su elocuencia.

Como son especialistas en el arte de la atracción, no dejan a


nadie indiferente. Podrás amarlos u odiarlos, pero no pasan
inadvertidos. Te confunden, te irritan, te parecen brillantes,
absolutamente simpáticos y “entradores” o ególatras y
narcisistas.

Parece que te escucharan con atención y te hacen sentir una


persona única. Te hacen creer que lo que estás diciendo es lo
más importante del mundo.

Veamos un ejemplo que tiene que ver con la manipulación


amorosa.
Era el profesor más interesante de la universidad. Un personaje misterioso y
atrapante. Su manera de vestir, de hablar, de moverse, hacía que se destacara por
sobre todos los otros. Y cuando empezaba a hablar, medía cada palabra, la
saboreaba y disfrutaba de ver nuestras miradas expectantes ávidas de su sabiduría.

Hacía largas pausas que concentraban toda nuestra atención. Por momentos, yo no
le entendía nada, su discurso era complicado, cerrado, difícil, pero, de tanto en
tanto, decía algo que todos entendíamos y que nos parecía una genialidad. Yo
siempre pensaba que era una ignorante porque no llegaba a entenderlo. Suponía
que ese hombre increíble, de vasta formación intelectual, solo podía sentarse a
conversar en la mesa de los grandes filósofos de la historia y no de una chica
común, como yo.
Cuando se fijó en mí, pensé que era un error. No podía ser, él estaba equivocado.
¿Qué podía querer de mí, de una chica más joven que él, como tantas, que no era
precisamente la más atractiva, que no era la más brillante, qué podía darle yo que
fuera valioso para él?

Primera característica del vínculo: la asimetría. El otro está


puesto en un lugar de poder casi místico. Como el líder de una
secta, como el dirigente político, como el gerente de la empresa,
como el científico destacado y mediático que todo el mundo
conoce, como el artista famoso. Es inalcanzable, enorme, dueño
de un carisma que pocos poseen. Desde ese lugar, el
manipulador puede hacer lo que se le dé la gana con quien caiga
bajo sus redes.

Frente a él —o a ella— te sentís insignificante. Te parece que tus


palabras siempre son inadecuadas, que hablaste de más o de
menos, que no dijiste nada interesante, tenés miedo de aburrirlo,
abrís los ojos para tratar de escucharlo mejor y no perderte nada
de su discurso.

Su aspecto —que podría haber sido del común de la gente—


adquiere dimensiones desproporcionadas. Lo ves como el más
atractivo del Universo. Y en rigor, en ese momento lo es. Pensá
en alguien que está empeñado en atraer, que maneja el manual
del seductor paso por paso. Cada palabra, cada detalle, cada
movimiento, cada gesto es insinuante, dice y no dice, es esquivo,
sentís que hay que ganarlo, que nunca estará del todo.
Y, de repente, estalla la pasión: te dice todo lo que soñaste
escuchar de un hombre. Y es justamente ese hombre que todos
admiran: los grandes, los chicos, las mujeres, los colegas, los
hombres. Es verdad, algunos lo detestan. Y mucho. Ya dijimos
que no pasa inadvertido. Sin embargo, en tu ceguera y en la
situación de influencia en la que te encontrás, vas a creer que los
que lo detestan lo hacen por envidia, porque son mediocres,
porque no lo conocen.

Él comienza su trabajo fino. Te envuelve con promesas, con


palabras delicadas mezcladas con erotismo y sensualidad, te da
todo y mucho más. Te atrapa justo, justo en el corazón de tu
vacío. Te hace llorar de emoción, te hace temblar de pasión, te
hace reír con ganas, te hace dejar tu vida en función de la de él,
tan atractiva y estridente en relación a la tuya, que es tan
mediocre y deslucida.

Y así empezás a caminar por el borde, por la cornisa. Poco a


poco te consume tu vitalidad, tus fuerzas, tu energía. Lo
alimentás con tu admiración y tu devoción, y su narcisismo queda
satisfecho al ver que sos capaz de darle tu vida. Una vida que él
devorará cada vez que lo requiera.

¿Qué cosa no serías capaz de hacer por él? Nada. No hay nada
que no harías con tal de retener esa magia que se instaló en tu
vida y que hace que todo se ilumine solo con recordarlo.
Probablemente te preguntes… ¿y está mal enamorarse? Porque
de esto se trata el enamoramiento: de una pasión ciega que te
devora y que ocupa todo tu espacio psíquico, que no te permite
discernir con claridad, que te hace sentir pequeña frente a la
grandeza del otro al que ves único…

El problema de esta situación es que vos te enamoraste de un


manipulador. Él no te ama. Y no va a amarte. Solo consume tu
devoción porque es su alimento. Y le sos útil. Por lo tanto, todo
su despliegue no es más que una estrategia pensada, calculada
fríamente para que no puedas resistirte a ninguna de sus
demandas. ¿Qué demandas? Cualquiera: sexuales, económicas,
prácticas. En poco tiempo, serás su enfermera, su secretaria, su
amante, su terapeuta, su contadora y su proveedora moral, serás
la elegida de su séquito. Tu vida comenzará a girar en redondo
como un satélite y habrás dejado poco a poco todo tu mundo
para hacerte cargo de satisfacer los deseos de tu amo.

Hasta que llega el gran derrumbe. Y cuando llega, no deja nada


en pie. Un día, sin ningún aviso previo, tu manipulador consideró
que ya no tenés nada valioso que él pueda explotar y se dirige
hacia otra víctima. Ya no existís, no sos nada. Solo se despide de
vos con un WhatsApp. O directamente te bloquea. Es un mero
trámite.

Te quedás desolada, confundida, enojada, rabiosa y sin


consuelo. No entendés qué hiciste mal, no sabés adónde se
fueron las promesas y las cosas increíbles que te decía y los
momentos apasionados que pasaron. ¿Te los inventaste? ¿No fue
real? ¿Era todo una simulación?

Sí…, lamentablemente, sí. Fuiste su dosis durante un tiempo. Y


probablemente él fue la tuya. Consumiste la droga de la pasión
para calmar tu vacío, tu inseguridad y tu pobre autovaloración.
Durante un breve período, él te hizo sentir que no tenías que
tener vergüenza de vos, que eras única e irrepetible porque él te
elegía, justo él, aquel que todas amaban.

¿Cuál es la diferencia, entonces? Si los dos se dieron las dosis


que necesitaban para llenar ese vacío en su existencia, ¿por qué
decimos que él era un manipulador?

Porque la gran diferencia es que lo tuyo no fue una estrategia,


fue tan verdadero como lo puede ser la ilusión del amor. Creíste,
confiaste, te entregaste y, luego, te sentiste estafada.

El manipulador, en cambio, actúa a su antojo, en función de su


propia conveniencia y no le importa el tendal de víctimas que
queden a su alrededor. Luego dirá que “la pobre” lo acosaba, lo
perseguía y lo demandaba con insistencia porque era una
jovencita inestable, insegura y con algunos “problemitas” y que
malinterpretó algunos gestos afectuosos que él tuvo hacia ella. Y
todos le creerán. ¡Por supuesto! Si todas sus alumnas hubieran
dado la vida por una noche con él.

Y, además, vos estás desencajada como una loca y él está


impecable, sobrio y sensato como siempre.
Y él seguirá su carrera de manipulador serial mientras que vos
tardarás mucho, años tal vez, en volver a sentir por alguien esa
química que te iluminó la vida durante un breve espacio. Esa
experiencia te deja ahora en un estado de sinsentido donde
nadie podrá igualarse, ni siquiera acercarse a la talla de aquel
que alguna vez te miró y te eligió entre una legión de devotas.

Y, junto con el dolor, vendrá la rabia, la bronca. Porque el


manipulador se llevó algo más que tus ilusiones. Se llevó tu
tiempo, tu dinero, tus pertenencias, tu trabajo, tus contactos, tu
dignidad y tu confianza. Te sentís una idiota por haber accedido a
sus demandas sexuales con las que no estabas de acuerdo y que
aceptaste solo por complacerlo. Te sentís humillada, con deseos
de venganza, sin entender cómo alguien puede pasar por la vida
de otra persona con esa intensidad y, luego, partir sin más, sin
derramar una lágrima, sin que se le mueva un solo músculo.

No sabés qué decirle a tu entorno. A todos aquellos que dejaste


de lado para que no rompieran el hechizo, a los que te advertían
con carteles luminosos que tuvieras cuidado, que era un tipo
peligroso, que se estaba aprovechando de vos.

Sentís una profunda vergüenza, te sentís la más tonta del


mundo y tu autoestima, ya de por sí muy pobre, se hunde en el
peor de los abismos.
¿En qué cabeza loca cabe que este hombre se iba a enamorar de mí? ¿Cómo pude
pensar, por un instante, que semejante tipo me iba a mirar justo a mí? ¿Quién soy
yo para él? ¡¡¡Nadie!!!
Lo que verás luego, con ayuda y con amor del bueno, es que vos
tenías exactamente lo que él necesitaba: eras valiosa sin
creértelo, bella sin saberlo, potente sin darte cuenta. Con una
potencia y un brillo que solo el otro podía detectar.

¿Sabés cuál es la diferencia con el buen amor?

El que te ama de verdad, el que se enamoró porque advierte en


vos lo que ni vos misma ves, te va a ayudar a que lo descubras, a
que saques lo mejor de vos, a que brilles para que seas feliz. Y tu
felicidad será su premio. Vas a ver en sus ojos el orgullo de saber
que fue partícipe de tu despertar. Y se quedará incluso un
poquito más atrás, cuando sea necesario, para no taparte, para
no estorbarte y para que despliegues todo el potencial que tenés.

El manipulador, en cambio, sacará lo mejor de vos para


llevárselo. Te hará sentir brillante, pero solo para que le des su
brillo. Y el premio será solo para él. Ningún manipulador está al
lado de alguien de quien no pueda obtener nada. Es un vampiro
en busca de tu sangre. Y vos estás dispuesta a poner el cuello
para que se lleve lo mejor de vos con la esperanza de que te
amará.

Pusimos un ejemplo que tiene que ver con la vida amorosa,


pero que puede ser válido para cualquier otra relación.

Los líderes de las sectas, los adultos que seducen a menores


por Internet con estrategias de acercamiento para generar
confianza —hoy conocido como “grooming”—, algunos líderes de
instituciones “espirituales”, los charlatanes que aprovechan la
necesidad de otros con un discurso cercano a la magia y a la
hechicería, en fin, los explotadores del dolor y el desconsuelo,
son algunos de los que se inscriben la larga lista de
manipuladores seriales.

Cuando una persona es alcanzada por una adversidad terrible


en la vida y está debilitada emocionalmente, tendremos que
estar muy atentos porque es vulnerable al abuso. Aparecerán
magos, videntes, hechiceros, numerólogos y falsos profetas que
le prometerán el reencuentro con el familiar o el amor perdido,
con la salud que le es esquiva o con el trabajo necesariamente
anhelado. Y lucrarán con su esperanza y con su fe.

El pensamiento mágico es aliado del manipulador. Cuando


alguien pierde la fe, corre el riesgo de que el manipulador la
encuentre. Tu necesidad, tu dolor y tu vacío serán su alimento, y
él será el depositario de tu fe.

Cuando tu vida recobra el sentido, cuando recuperás tu


dignidad y dejás de avergonzarte, los manipuladores pierden su
poder.

Dijimos al comienzo de este capítulo que todos podemos ser


vulnerables a la influencia de un manipulador porque son muy
hábiles, encantadores y seductores.

De todos modos, es necesario aclarar que hay personalidades


mucho más vulnerables que otras. A algunos los podrá tomar
desprevenidos y, pronto, se darán cuenta y le sacarán la careta.
Otros, en cambio, caerán en la trampa y se verán arrastrados por
el huracán que implica este tipo de relación. Y tardarán mucho
tiempo en salir de la zona de influencia de él. Incluso años
después de haberse alejado, seguirán con sus pensamientos
“secuestrados” por aquel tiempo en el que fueron rehenes de
uno de los peores hechizos del mundo de los vínculos.
La venganza
No es fácil quedarse con las manos vacías sin ningún tipo de
reparación del daño. Te estafaron, se burlaron de vos, te
utilizaron y se fueron sin ninguna sanción.

Cuando alguien nos daña, existe una enorme diferencia para


que podamos elaborar esa herida: saber si el otro lo hizo con
intención o no.

Y una segunda y gran diferencia: si hubo una reparación moral


de ese daño o si el otro se fue sin siquiera reconocer su falta.

En cuanto a la intencionalidad, lo que agrava la herida es saber


que al otro no le importás en lo más mínimo, que tu dolor no le
pesa, que no siente culpa, que es impune. Y esa impunidad te da
mucha rabia, casi tanta como el dolor que te consume.

¿Qué hacés entonces? Lo perseguís para que te pida perdón,


para escuchar de su boca que está arrepentido, que no sabe lo
que le pasó, que vos sos una persona maravillosa y él se siente
muy mal por haberte hecho sufrir.

Pues bien, perderás otra buena parte de tu vida insistiendo en


algo que no tendrá ninguna reparación. Él no se hará
responsable de tu herida y, si no hay responsabilidad, no tiene de
qué sentirse culpable.
Te dirá que son adultos y que los adultos saben a lo que se
arriesgan cuando empiezan una relación. Cuando le reclames por
las promesas incumplidas, te dirá que nunca dijo eso, que lo
malinterpretaste y, finalmente, se enojará por tu acoso y hasta
amenazará con denunciarte si lo seguís molestando.

Y te borrará de su vida de la manera en que hoy desaparecen


las personas: te bloquea en el WhatsApp, en Facebook, y en toda
otra posibilidad de contacto. Ya está. Desapareciste de su
mundo.

¿Cómo elaborar la bronca y el enojo cuando el otro no está allí


para contener tu desilusión, para darte una explicación que te
calme?

Se te ocurren mil estrategias de venganza: escracharlo en las


redes sociales, esperarlo a la salida de su trabajo y hacerle un
escándalo, rayarle el auto.

Dejemos algo en claro y en esto quiero ser contundente:


cualquier intento de venganza es su triunfo. Es el refuerzo
narcisista que él espera. Es la prueba de que nadie puede
olvidarlo.

Es más, lo está esperando. Y si no ocurre, se sorprende. Está


esperando tu acoso, tus mil mensajes por día, que hables mal de
él.

En los grupos para personas con dependencias afectivas,


hemos hecho circular una frase que no deja lugar a dudas: no
esperes ninguna indemnización moral, no llegará.

Habrá que irse de estas relaciones sin ninguna reparación. Con


el tiempo entenderás que la mejor reparación fue poder correrte
de al lado de un manipulador. Le agradecerás su partida porque,
al irse, se llevó todo, pero te devolvió tu vida. O la posibilidad de
volver a tener una vida.

Tus venganzas serán para él un juego de niños. Vos no tenés la


cabeza de un psicópata y no vas a hacer cosas delictivas porque –
por suerte– tenés escrúpulos. Él lo sabe y cuenta con eso. Sabe
muy bien hasta dónde podés llegar. Y podemos decir, con
certeza, que, si transgredieras la ley, te va a ir muy mal. Vos vas a
terminar tras las rejas y él estará con su nueva víctima festejando
con champagne “haberse sacado a la loca de encima”.

No lo intentes. No te va a hacer bien. No importa ya lo que pase


con él. Los psicópatas no suelen pagar por sus faltas. A veces, la
vida se encarga sola de poner las cosas en orden, pero, si no
fuera así, empezá a preocuparte por vos. Y será un trabajo arduo
tratar de entender qué te pasó. En qué grieta de tu ser se coló y
te atrapó. Habrá que aprender de tu vulnerabilidad para
detectarlos y que no vuelva a ocurrir.

Y cuando logres no actuar, no llamar, no hacer contacto,


retirarte de los lugares y de las personas con las que podés
obtener información, en ese momento habrás ganado la batalla.
La guerra con un manipulador no se gana en el campo de
batalla: se gana cuando te fuiste.

No esperes que te pida perdón. Si lo hace, tenés que pensar si


no es parte de una estrategia: en la mayoría de los casos lo es.

Por lo general, el manipulador regresa cuando menos lo


esperás: cuando ya estás bien. Es el momento en que vos tenés
nuevamente algo para dar.

Él sabrá vencer tu resistencia, será casi como un juego, un


nuevo desafío que le demuestra que su poder sobre vos sigue
intacto y su narcisismo, una vez más, saldrá fortalecido.

A los narcisistas no les interesan las personas sufrientes, las


detestan. Cuando él vuelva a verte interesante, incluso cuando
estés con una nueva persona, sentirá que puede arremeter otra
vez con sus encantos para torcer tu voluntad.

Y si le das quince minutos, logrará convencerte de nuevo. Es


importante que no confíes tanto en tu capacidad de rechazarlo o
resistirte. Cuanto más difícil sea la situación, su acoso irá en
aumento, y el juego le resultará más divertido y excitante. Pondrá
a prueba nuevas estrategias y subirá la apuesta para convencerte
de que cambió.

Cuando finalmente hayas accedido, todo volverá a comenzar. Y,


en unos meses, estarás en un lugar de indignidad aun mayor
porque esta vez no te tomó por sorpresa y aun así no pudiste
resistirte. Y él te hará pagar —ahora sí— el rechazo y la
humillación por la que intentaste hacerlo pasar.

Conclusión: la mejor venganza es irte, que no sepa más nada de


vos, que te esfumes de su vida y aprendas que a un manipulador
perverso no le vas a ganar. No va a angustiarse, no va a sufrir, no
va a sentir culpa. Tu ganancia está en haberte ido. Y tu libertad
no tiene precio. Él seguirá su camino de simulación y vos
recuperarás tu dignidad, tu autonomía. Cuando eso ocurra,
volverás a tener la posibilidad de encontrar personas que huelan
a verdad y a honestidad, y verás que no tienen séquitos ni fans ni
admiradores. Son los que prefieren la intimidad de un abrazo y
no la adulación del aplauso.
Manipuladores y dependientes afectivos:
una dupla mortal
¿Cuáles son las características de las personas más vulnerables
para quedar atrapadas en las redes de un manipulador perverso?

Todos podemos caer en sus redes, pero algunos se quedarán a


vivir allí, confundidos, enredados, como en un laberinto en el que
sufren y del que desean salir sin salir.

Las personas más vulnerables suelen ser los dependientes


afectivos patológicos. Es decir, aquellas personas que pueden
pagar altos precios por la ilusión de sentirse amadas. ¿Me
escuchaste bien? La “Ilusión” de sentirse amadas. Porque lo que
compran con su sufrimiento y su esfuerzo no es amor. El amor
no se compra, se construye y se da. Es un don.

La carencia afectiva tiene su origen en un hogar en el que hubo


fallas de apego infantil. En general, los dependientes han crecido
en un ambiente en el que no pudieron desarrollar su autonomía
y en el que, por diferentes motivos, no pudieron confiar en sí
mismos.

A menudo se trata de personas que han tenido que asumir


responsabilidades de adultos desde muy pequeñas porque sus
padres o cuidadores no podían cumplir adecuadamente su
función.
Como han tenido que ser responsables desde muy temprana
edad, tienen una relación muy estrecha con el deber: son
exigentes consigo mismos, disciplinados y –sobre todo–
esforzados. Hacen mucho esfuerzo para que todo les salga bien
y, de ese modo, ser queridos. Son complacientes para agradar a
los demás porque temen no ser aceptados así que suelen
hacerse cargo de lo que no les corresponde y tratar de facilitarle
las cosas a los demás para que se queden con ellos.

Vamos a enumerar las características más clásicas:

• Provienen de hogares donde hubo fallas en el cuidado.


• En su vida adulta, cuidan de los demás al precio de
descuidarse a sí mismos.

• No pueden poner límites, ni decir que “no”.


• Temen frustrar al otro y que los abandonen.
• Son complacientes y tratan de agradar a todos.
• Reprimen la ira y el enojo. Cuando, por fin, estallan se
sienten culpables, se arrepienten y son más complacientes
que antes.

• Tienen gran dificultad para conectar con el placer.


• Toman el sacrificio y el esfuerzo como algo natural.
• Su autoestima es tan pobre que no se sienten merecedores
del amor.

• Sienten una gran angustia de separación, por lo cual nunca


se sienten tranquilos con la presencia del otro.
• Su ausencia los inquieta, les genera incertidumbre y
desesperación.

• Intentan controlar al otro y la relación.


• Son muy demandantes de amor, pero, en la realidad, se
conforman con migajas.

• Aceptan cualquier cosa con tal de que el otro no se vaya.


• Suelen encubrir con la relación una depresión subyacente.
• Tienen tendencia a culpabilizarse y a hacerse
autorreproches.

• Son muy poco asertivos y dudan de sus propias


percepciones.

• Tienen una hipertolerancia al dolor emocional, que


erróneamente se confunde con masoquismo.

• Han naturalizado el dolor emocional, el esfuerzo y la


sobrecarga.

• Son personas sobreadaptadas.


• Tienen un inmenso sentimiento de vacío, que se
corresponde con un anhelo infantil de ser cuidado y
protegido.

• Tapan ese vacío adictivamente con una relación, con


ansiolíticos o con comida. O con todo al mismo tiempo

• Son eficientes en su tarea, aplicados, y el esfuerzo los lleva a


sobresalir en sus quehaceres.

• Necesitan que los necesiten para sentirse últiles.


• La valoración que les da el otro les otorga identidad: sienten
que no existen si no hay otro que los ame.
Como ves, tienen todos los rasgo que los hacen los
complementarios perfectos de un manipulador. Casi podríamos
poner en una lista lo inverso de lo que acabamos de enumerar y
el resultado serían los rasgos de un manipulador. Fijate:

• Provienende hogares donde hubo fallas en el cuidado:


padres que no pudieron poner límites y que no funcionaron
como ley.

• Buscan que otro se haga cargo de su cuidado.


• No pueden, ni quieren cuidar de nadie.
• No tienen límites y son capaces de transgredir la ley.
• No tienen tolerancia a la frustración.
• Tratan de ser complacientes y agradar a los demás como
estrategia para sacar algún provecho.

• Se enojan y pueden ser irascibles, pero justifican su enojo sin


sentir culpa.

• Tienen una excelente relación con el placer, pero una mala


relación con el deber. No hacen lo que no les gusta hacer.

• Esfuerzo y sacrificio son malas palabras para ellos.


• Se sienten grandiosos y miran con desdén a los demás, a
quienes descalifican.

• No temen la separación porque se sienten en control de la


relación y, si los dejan, arman mecanismos de defensa para
no sentir la angustia y cambian de objeto.

• Son evitativos y distantes. Solo se acercan y son amorosos


como estrategia, pero es tan solo una simulación.

• No sienten culpa, ni se hacen responsables de nada.


• Siempre culpabilizan a los demás.
• Creen que tienen la razón y se apartan de los que piensan
distinto.

• Son antisociales, inadaptados y no aceptan el esfuerzo, ni el


sacrificio. Quieren la gratificación inmediata.

• Tienen un sentimiento de vacío que completan utilizando a


los demás en su propio provecho.

• Se hacen notar, no pasan inadvertidos, tienen alto perfil.


• Son mentirosos, simuladores y no confían en nadie.
Con esta enumeración, podés darte cuenta de que el
manipulador y el dependiente afectivo encastran a la perfección.
Ahora bien, el único que sale perjudicado es el dependiente,
porque es el más necesitado y es el que menos controla la
situación. Y, además, es el que tiene más para perder porque
trabaja duro para tener lo que tiene en todas la áreas de su vida.

El manipulador, en cambio, no siente que tenga nada para


perder. Si pierde algo, lo puede volver a obtener porque, para él,
las personas son intercambiables.
Idealización en alza, asertividad en baja
Las personas vulnerables a los manipuladores tienen una gran
tendencia a idealizar a los demás. Como su autovalor está tan
dañado, les parece hipnótico encontrar personas que puedan
quererse tanto.

Para los dependientes, el egoísmo es una palabra terrible y,


cada vez que quieren hacer algo para sí mismos o poner un
límite, les aparece esta terrible sentencia que los paraliza: sos un
egoísta.

El manipulador conoce esta falla y lo maneja con la culpa


fácilmente.
¿Qué te cuesta? ¿Ves que sos una mala persona?

Dejá, dejá no lo hagas, yo puedo hacerlo sola.

Ah… ¡Qué lindo lo que te compraste! No estaría mal que pienses en los demás de
vez en cuando…

¿Vas a ir al gimnasio? ¿Otra vez? Bueno, comeré solo como un perro…

No me viniste a visitar en toda la semana… Espero que, cuando me muera, vayas un


poco más seguido al cementerio…”.

Todas las personas narcisistas suelen mostrar su grandiosidad.


Exageran sus atributos o los inventan para aparentar ser
superiores al resto.

El dependiente está tan desvalorizado que le parece que


cualquiera es más que él. Vive avergonzado de sí mismo; aunque
sea exitoso, se siente insignificante; aunque sea valioso, se ve
poco atractivo; aunque sea el más interesante, le parece que
siempre le falta algo por saber, duda todo el tiempo de su propia
capacidad.

Frente a esta autoimagen tan devaluada, el encuentro con el


manipulador será casi una revelación: se quedará fascinado al
ver cómo alguien es capaz de estar tan enamorado de sí mismo.

Ser asertivo es tener una clara conciencia del derecho a ser, a


elegir, a decir que no. Es una conciencia de la propia dignidad.

El dependiente no es asertivo. Vive pidiendo permiso para


existir. No le parece que tenga derecho a nada aun cuando hace
más de lo que le corresponde. El manipulador, en cambio,
siempre cree que le deben algo. Quizás porque se considera
demasiado, le parece que lo que le dan siempre es poco. La
diferencia con el dependiente es que reclama lo que no le dan
porque está seguro de que le pertenece.

El dependiente, en cambio, agradece las limosnas de afecto que


le dan y, como no se siente merecedor de ellas, paga de una
manera desproporcionada con el sacrificio de sus propias
necesidades y deseos.

La asertividad se construye del mismo modo que la autoestima.


Solo en la medida en que nuestra asertividad crezca y sea
adecuada, bajará la posibilidad de que los demás puedan abusar
de nosotros.
Los manipuladores aprovechan estos flancos débiles y saben
explotar muy bien la vulnerabilidad ajena: te adulan, te elogian,
te convencen de que sos genial para, luego, descalificarte,
desvalorizarte y confundirte. Cuando una persona que idealizaste
te elige tocás el cielo con las manos: te hace sentir importante.
Cuando esa misma persona te quita el valor, le das la razón: no
cuestionás su rechazo, ni su descalificación porque es así como te
sentís. Y terminás agradeciéndole que aun así te haga el favor de
quedarse a tu lado.

Ya está. Este es el terreno propicio para que seas objeto de


manipulación, abuso y explotación.

¿Estás agobiado a esta altura del libro?

Dame un poco más de tiempo que, enseguida, vamos a


plantear de qué manera podemos defendernos de la
manipulación.

Cómo habrás visto hasta aquí, la manipulación te convierte en


un esclavo, pero el manipulador no se hace cargo de ser el que te
somete. Manipuladores habrá siempre y están por doquier. No
vamos a poder evitarlos. Pero vamos a poder reconocerlos y
protegernos para no caer en sus trampas.

Y sobre todo —y esto es lo más importante— podremos ser un


poco más libres.
7. Paren el mundo, me quiero bajar
Y por el poder de una palabra reinicio mi vida.

Nací para conocerte, para nombrarte Libertad.

Paul Éluard
Una sociedad que invita y aplaude
La sociedad de nuestros días no premia valores morales. No
reconoce como un gran mérito el esfuerzo. Mucho menos la
honestidad. Ya es parte del pasado aquello de “te doy mi
palabra”. La palabra perdió valor y dejó de ser un compromiso.

“Estamos en contacto”, “hablamos”, “nos mensajeamos”, “te


veo”, son algunas formas coloquiales de no decir nada, de
despedirse con la formalidad de proponer un nuevo encuentro
que no va a existir.

La palabra perdió, poco a poco, su contenido semántico y se


vació de sentido: alguien puede decir “te amo” la primera noche
que te conoce y después no verte nunca más.

“Bloquearte” de las redes, sacarte del WhatsApp, de Facebook,


de Twitter o de otras comunidades virtuales es la manera
moderna de sacarte de mi vida.

Tenemos “amigos”, “contactos”, “seguidores” a quienes no


conocemos y de quienes ni sabemos su verdadera identidad.

Si la palabra dejó de ser una garantía, necesitamos recurrir a


otras herramientas para poder confiar.

Quizás, por eso, cuando conocemos a alguien, vamos a


“stalkearlo” —término moderno que se aplica a espiarlo en las
redes sociales—, lo “googleamos”, entramos a su “face”.
Buscamos certezas con desesperación porque las personas no
parecen ser confiables.

Vivimos en la sociedad de la imagen, del vértigo de las


comunicaciones, de lo efímero. Una sociedad que privilegia el
placer y la gratificación inmediata, en lugar de la renuncia y el
sacrificio.

Zygmunt Bauman —sociólogo y pensador contemporáneo—


define, con total acierto, en Modernidad líquida, el mundo de la
posmodernidad como un “mundo líquido”, caracterizado por la
fragilidad de los vínculos humanos, su volatilidad y su carácter
efímero. Son relaciones sin un gran nivel de responsabilidad, ni
compromiso. Esas mismas relaciones que “flotan” en el aire
virtual a través de las redes.

Se trata de relaciones “flotantes” y sin entrega que marcan lo


que parece una contradicción: mayor individualismo en un
mundo hiperconectado.

Los estudios sobre el individualismo contemporáneo, entre


ellos el trabajo de Gilles Lipovetzky como La era del vacío, ponen
el foco sobre los cambios a los que asistimos en la sociedad
actual en los campos de la comunicación, de los medios y del
consumo.

Todo se muestra, todo se comunica, aun lo que no le interesa a


nadie. Twitteás, WhatsAppeás, Facebookeás, contás cada momento
de tu vida, subís fotos a Instagram como testimonio. No importa
si al otro le interesa, es suficiente con que te interese a vos. Este
es el signo de la comunicación actual. Importa más comunicar
que la calidad de lo que comunicás. Tampoco importa demasiado
de qué manera llega el mensaje, y ni siquiera importa demasiado
quién es el receptor. Solo importa asegurarse la cantidad de likes
que confirmen que lo que mostraste estuvo bueno para sentirte
reconfortado en tu propia autoestima. Los likes y los favoritos van
midiendo el minuto a minuto del narcisismo.

En nuestro mundo posmoderno, todo vale y todo está


permitido con tal de obtener el placer. Los dioses de nuestra era
ya no reinan en el cielo, sino en las pantallas de televisión, sobre
las pasarelas y arriba de los escenarios. Son tiempos de consumo
voraz, en los que lo nuevo es viejo dentro de un instante y en los
que el culto al cuerpo y a la juventud hace que los nuevos
templos sean los gimnasios y los centros de estética.

Una de las modalidades de nuestra cultura actual es el arreglo


rápido. Ya que el futuro no existe y el presente se consume al
instante, nada debe costar mucho trabajo, ni llevar demasiado
tiempo. Dietas mágicas, carreras cortas, terapias breves, pasiones
efímeras son la marca del mundo de hoy.

Es lógico, entonces, que, en este contexto, los manipuladores


tengan un lugar facilitado. Es suficiente con ver los avisos
publicitarios que te prometen curas milagrosas de casi todo:
desde el tabaquismo y la obesidad hasta el cáncer y la celulitis.
La necesidad de “pertenecer” en un mundo donde la imagen es
la estrella, donde ser famoso es más importante que ser
respetado y donde ser poderoso es más importante que ser
íntegro, llevan a dar crédito a los aprovechadores de siempre que
te traen la solución mágica.

Es notable cómo la sociedad posmoderna ha “naturalizado” lo


que antes hubiéramos considerado inapropiado y hasta
condenable. El imaginario social tiene como mandato un
“imperativo de placer”. Parece que el mensaje que recibiéramos
todo el tiempo fuera “aprovechá, gozá, gastá, consumí, viajá”. Un
neoliberalismo a ultranza que hace del individualismo su
bandera, y del rendimiento y el eficientismo su estrategia.

La promesa del bienestar económico que te conduce a la


felicidad perfecta parece ser el fin último en los tiempos que
vivimos. ¿Puede haber promesa más perversa?

La ilusión narcisista de que seremos felices consumiendo la


última tecnología, disfrutando del sexo sin límites, viajando por el
mundo y consumiendo todos los placeres posibles termina
siendo una terrible esclavitud.

Porque la misma promesa del neoliberalismo nos tiende su


trampa: sabemos que es mentira, pero le creemos. Este es el
mecanismo de la perversión: la renegación. Creo una cosa y lo
contrario al mismo tiempo. Sé que no hay vida perfecta, pareja
perfecta, ni hijos perfectos. Sé que el amor y la felicidad no se
compran con dinero y, sin embargo, voy tras ese objetivo.

Sé que puedo hacerme mil cirugías y verme bien, pero que la


muerte y la vejez existen aunque quiera negarla.

Quizás, esta falsa promesa, con toda su carga perversa, sea la


fuente de gran parte de las enfermedades mentales del siglo XXI.
La depresión, con toda su carga de sinsentido y sentimiento de
vacío, y las adicciones, que nos muestran el dolor de no poder
afrontar la realidad, revelan el fracaso del ideal de la época.

En situaciones adversas, vemos movimientos de mucha


solidaridad, en general, provenientes de los sectores más
castigados y carentes. Existen también muchos grupos que se
organizan para combatir los distintos males de la época, como
aquellos derivados de la pobreza y la miseria. No estamos
diciendo que en nuestra sociedad actual no haya cabida para la
buena gente.

Por el contrario, hacia donde quiero apuntar es a que, en el


escenario de nuestros días, las personas más íntegras,
inteligentes y solidarias pueden ser blanco fácil y desprevenido
de otros actores sociales que abundan por estos tiempos: los
perversos narcisistas

Y, justamente, es mi intención dar la voz de alerta,


desenmascararlos, identificarlos para que no se devoren la
confianza y la vitalidad de los que aún están esperanzados con la
posibilidad de habitar un mundo mejor. Veamos quiénes son.
Tú me amas, yo también… me amo
¿Qué es el narcisismo? La palabra proviene del mito de Narciso.
Narciso era un jovencito muy atractivo, que se sabía admirado
por hombres y mujeres que caían rendidos frente a sus encantos.
Eso lo convertía en alguien arrogante y soberbio. En aquella
época, eran frecuentes los oráculos que te anunciaban tragedias
o tu destino final. Así fue que el vidente Tiresias le advirtió a
Narciso que viviría muchos años, siempre y cuando no se mirase
a sí mismo.

La diosa Eco —aquella que imitaba a los demás repitiendo sus


palabras— se enamoró, como tantas otras, del joven Narciso y
fue rechazada. La pobre se fue desvaneciendo hasta quedar
convertida en una piedra y de ella solo quedó su voz.

Mientras tanto, el galán iba dejando un tendal de ninfas


desoladas en su carrera de seductor serial. Pero —ya lo sabemos
— no hay nada peor que una mujer rechazada y herida. La
venganza por el amor no correspondido no tardaría en llegar.
Némesis, la diosa de la venganza, se encargaría de darle su
merecido.

Un día, cansado, luego de haber ido de caza, el joven Narciso se


sentó junto al lago. Al ver reflejada su imagen en el agua, no
advirtió que se trataba de él mismo. Quedó tan atrapado por
semejante belleza que intentó abrazar ese rostro, pero cada vez
que lo intentaba la imagen desaparecía. Pasaban las horas y el
joven desesperaba por no poder poseer a aquel de quien se
había enamorado locamente.

Cuenta la leyenda que, en el intento de abrazar su imagen,


Narciso termina ahogándose en el lago Estigia, donde luego
crecería la flor que hoy lleva su nombre.

El narcisismo se refiere, entonces, a un trastorno de


personalidad que caracteriza a aquellas personas que sienten
una excesiva admiración por sí mismos y, además, necesitan ser
admirados por otros. Tienen sentimientos de grandiosidad y
exageran sus atributos. Se advierte en ellos una falta de empatía,
o sea, una dificultad para registrar a los demás y ponerse en su
lugar. Esperan ser alabados por los demás y creen que deben
recibir un trato especial.

Su arrogancia y soberbia hacen que algunos los rechacen y el


narcisista creerá que es por envidia.

Es muy difícil estar en pareja con un narcisista. Más que difícil,


es doloroso porque el narcisista se dejará querer, pero no podrá
amarte. No puede amar a nadie. Solo a sí mismo.

Claro, si yo te digo esto, vos te vas a preguntar lo mismo que


cuando te describo al psicópata: ¿y quién se va a enamorar de un
narcisista si es tan arrogante y egocéntrico? Y te respondo:
muchísimas personas. Porque el narcisista es grandioso,
atractivo, seductor y llama la atención. Y si vos sos una persona
que se siente un poco desvalorizada, te vas a sentir mucho más
atraída porque no vas a poder creer que semejante ejemplar se
fije en vos que sos un ser pequeño e insignificante a su lado.

El narcisista es —en realidad— una persona insegura que


disfraza su falencia con la máscara de la grandiosidad. El otro,
que le ofrece su mirada de admiración, es su droga, es la dosis
que necesita para sentirse alguien. El problema es que jamás lo
va a reconocer y, por eso, si solo te atrevieras a reclamarle algo,
desatarías en él una furia que podría terminar con la relación.
Solo importa él, no hay nada más. No me mira, no me escucha, no me registra. Hay
que estar siempre pendiente de él: es un hipocondríaco y está todo el tiempo
registrándose para ver si tiene algo. Entonces, viene y te empieza a contar con lujo
de detalles todo lo que le pasa. Y vos no podés meter una palabra ya que al señor
hay que escucharlo sin interrumpir porque se ofende. Jamás se acuerda de cosas
que para mí pueden ser importantes. Lo que a mí me pasa siempre es una pavada
y lo que le pasa a él siempre es terrible.

Otro testimonio.
Es tan fría y tan insensible que no logro llegar a ella. Es muy hermosa y pasa las
horas dedicada al gimnasio, a su cuerpo, a untarse con cremas, a darse masajes y a
ir a la peluquería. Pero es como una muñeca de cera. Nunca me hace saber que me
ama, nunca me doy cuenta de si goza sexualmente, nunca sé si la hago feliz. Y juro
que me mato por ella, pero no logro saber si se quedará conmigo. Me hace sentir
que debo pagar por estar a su lado. Siempre parece que le debo algo.

En los últimos treinta años, muchos autores han unido estas


dos categorías: la del narcisista y el perverso, ya que comparten
muchos de sus rasgos esenciales.
Es así como el psicoanalista francés Paul-Claude Racamier, en
su libro Les perversions narcissiques, introdujo el término
“perverso narcisista”, como una nueva categoría psicopatológica
y, luego, Marie- France Hirigoyen y otros autores franceses lo
retomaron para hacer referencia al acoso moral.

Recordemos, una vez más, que todos podemos tener rasgos


narcisistas en alguna medida y que todos podemos ejercer algún
tipo de influencia o manipulación sobre los demás, pero
claramente el perverso narcisista se va a caracterizar por:

• Una
necesidad desmedida de admiración por parte de los
demás.

• Un sentimiento de grandiosidad exacerbado.


• Una carencia de empatía y de registro de los otros.
• La utilización de las personas para sacar provecho de ellas
solo para sus propios fines.

• No tener en cuenta el daño causado a otros.


• No sentir culpa por el daño infringido a los demás.
• Ser un transgresor de la ley y sentir desprecio por los demás.
• Tener conductas temerarias y arriesgadas en su búsqueda
de placer.

• No tolerar la frustración y ser capaz de herir con violencia si


se lo critica o se lo frustra.

• Generar vínculos con los demás tratando de ganarse la


confianza y la simpatía al ofrecerle al otro lo que necesita o
desea.

• Una vez ganada la confianza, comenzar con un lento proceso


de destrucción moral del otro para lograr su sometimiento y
su dependencia.

• Disfrazar su propia dependencia, ya que logra hacer que el


otro dependa de él y le hace creer que él no lo necesita.

• Tratara las personas como “objetos” o como “cosas” y no


entablar con ellos ningún tipo de relación afectiva real.

• Ser todas sus actitudes y conductas amorosas producto de la


simulación.
La manipulación en la pareja
No sé si alguna vez lograré volver a amar. Lo amé locamente. Y nunca mejor usado
este adverbio. Porque estuve loca. No puedo creer las cosas que fui capaz de
soportar y de hacer para que él se quedara a mi lado. Dejé de ser yo. Me sometí a
su voluntad en todos los aspectos de la vida: sexual, económico, social. Dejé a mis
hijos y casi dejo la vida. Haber salido de esta relación fue como salir de una secta,
de un secuestro, de la hipnosis. Creo que me llevará mucho tiempo recuperarme…

El testimonio de Graciela es elocuente. Cuando la escuché por


primera vez, me golpeó la palabra “secuestro”. Cualquier
observador externo le hubiera recordado que ella no estaba con
un arma en la cabeza y que se quedó allí por propia voluntad….

Y aquí es donde quiero detenerme. El manipulador secuestra tu


voluntad lentamente, casi sin que te des cuenta. Su habilidad
estratégica consiste justamente en eso: en que no te des cuenta.
Porque, si te das cuenta, se acabó el juego. No se trata de que
luches de igual a igual. No. Él va a querer una lucha desigual en la
que estés confundida, perdida, sin alma.

Vos participás del juego sin saber que es un juego. No querés


jugar. Perdiste la voluntad. Es la diferencia con el masoquismo
donde el contrato es entre dos.

El manipulador —hombre o mujer— es como una araña que va


tejiendo pacientemente su trama. Su primer paso en esta danza
es la seducción.
Con una certeza propia de un tirador experto, apuntará a tu
necesidad más urgente: logra detectar tu vulnerabilidad, tu
carencia, tu falla. Si no sos muy culta o inteligente, te hará sentir
la más interesante del planeta. Te hará creer que solo él puede
descubrir detrás de tu ingenuidad aquella inteligencia que nadie
ve, que solo él ve…

Si tu inseguridad pasa por lo estético —la belleza o la juventud


—, un manipulador logrará que sientas que Marilyn Monroe
hubiera sentido envidia a tu lado. Te hará creer que nadie,
absolutamente nadie, le hizo sentir sexualmente lo que vos le
hacés sentir. Y ese es un tema que merece unas líneas.

Dijimos que el manipulador es un experto en el arte de la


seducción y la atracción y parecería que hizo una maestría en
goce sexual. Es un profesional entrenado para darte placer. Su
libertad y su desparpajo te impresionan y te hacen tener pudor.
Es tanta la dedicación y el empeño en mostrarte que es el mejor
y que vos sacás lo mejor de él que, en poco tiempo, te
preguntarás qué es lo que estuviste haciendo en la vida hasta
este momento.

Logrará embriagarte, hipnotizarte y “adictarte” a sus encantos.


Él se presenta como la encarnación misma del placer. La
intensidad pasional que se vive en la relación con un perverso
narcisista será difícilmente igualada en un vínculo de amor del
bueno. Te preguntarás cómo lo logra.
Suelo decir que, en estas relaciones, el otro “te alquila la cabeza”
o te la invade directamente sin pagar alquiler. Y una de sus
estrategias más refinadas es que su intensidad por momentos
desaparece. Y no es que desaparece porque se vuelve más
“normal”. Desaparece de verdad. Desparece todo lo que te hacía
sentir. No existís. Ya no importa nada de lo que hacés, ni lo que
decís. No te contesta, le molestás, te evita, se fastidia, se siente
controlado, invadido.

Y vos enloquecés. Allí empieza tu calvario de dudas y preguntas.


¿Qué hice? ¿Qué dije? ¿Qué estuvo mal?

Ninguna de tus preguntas tendrá respuesta. Porque no se trata


de lo que hayas dicho o hayas hecho. Se trata de que, en ese
momento, al manipulador no le sos conveniente, no necesita
nada de vos y le molestás. Y un día, sin previo aviso, cuando vos
ya hipotecaste tu dignidad y te humillaste lo suficiente, volverá
por un rato con toda su carga pasional a cuestas para darte un
poco de la dosis que te retiene a su lado.

Una de las cuestiones más enloquecedoras de estar en pareja


con un manipulador o una manipuladora —recordemos que no
es exclusivo de un género— es la simulación. Son dos mundos
bien delimitados: en el exterior, en el afuera, el manipulador es
un encanto, la gente lo adora, lo admira, es generoso, servicial,
puede donar dinero a obras de caridad, ayudar a los necesitados.
Sin embargo, en la intimidad, ese personaje se quita la máscara
y es capaz de la violencia emocional más extrema. Te humilla, te
descalifica, se burla, se ríe de vos, habla mal de las personas que
querés. Y te deja desarmado, porque no hay manera de que los
demás crean en tu palabra. O sea que ni siquiera podés contar
con el apoyo externo, ya que el entorno dirá que estás loco o que
exagerás.

Todos aquellos gestos de amabilidad extrema que te habían


enamorado ya no están. El arte de su seducción era nada más
que una trampa. Desde acercarte la silla, hasta invitar a tu familia
a cenar a un hermoso lugar, ponerte el abrigo, llenarte la copa,
todas esas actitudes solo volverán en público para que el resto
de la gente te diga luego: qué suerte que tenés de tener un
marido así…

Esta situación con el mundo externo te lleva a aislarte porque


no hay con quién hablar, a nadie le podés contar lo que
realmente te ocurre. Un poco porque no te van a creer y otro
poco por vergüenza. ¿Cómo explicar por qué seguís en esa
relación si la pasás tan mal?

La situación de aislamiento a la que te lleva la vida con un


perverso narcisista tiene varias causas: la primera es la que
comentamos, pero también es cierto que el manipulador hace un
trabajo fino. Te va hablando mal de las personas que te rodean y
haciéndote dudar de su lealtad. Maneja muy bien el rumor y
siembra cizaña como para que vos empieces a dudar de todo el
mundo.
¿Sabés lo que me dijo el otro día tu hermana? Que vos la envidiabas cuando eran
chicas porque ella tenía los mejores novios… No sé para qué me contaba eso…
Después me empezó a contar que estaba mal con el marido…, que no tienen sexo
hace varios meses… Y me pidió por favor que no te comente nada de esto para que
no pienses mal…

Ya está. Sembró la duda. ¿Es que tu hermana quiere seducirlo?

La descalificación es un mecanismo de humillación de los más


torturantes porque no podés ignorarlo cuando proviene de la
persona que amás.

Fijate este testimonio de un hombre manipulado por su mujer


después de varias semanas en las que ella lo rechaza
sexualmente:
—¿Qué es lo que te pasa? ¿Por qué no querés tener sexo? ¿Ya no te excito?¿ Estás
enojada por algo?

—¿Qué? ¿Me estás acusando de frígida? Para que sepas, yo no tengo ningún
problema con el deseo y tengo orgasmos sin problemas. ¿Por qué no revisás tu
manera de acercarte a mí? Tal vez no me tocás o me besás de la manera en que yo
necesito…

—¿Y por qué no me lo decís en el momento?

—A esta altura deberías saberlo….

—Pero si hasta hace unas semanas, ¡¡¡¡parecía que la estabas pasando muy bien!!!!
No entiendo… ¿Es que hay otro?

—No…, pero si tuviera otro, te lo merecés porque me descuidás… No me hacés


regalos, no me invitás a cenar…

—¿Pero entonces qué es lo que me pedís? ¿Qué sea más demostrativo?


—No. A veces sos muy tierno, pero con tanta ternura parece que fueras mi
hermanito… Eso no calienta a ninguna mujer…

Agotador, ¿no? Él podrá seguir preguntando y ella cambiará las


respuestas para que él siga sintiéndose en falta. Ella le hace
saber su insatisfacción y lo deja con la duda, con la angustia y la
impotencia. No hay nada que él pueda hacer. Cualquier cosa que
haga será inconveniente o insuficiente.

Cuando se ha vivido mucho tiempo bajo los efectos de la


manipulación, la identidad va desapareciendo junto con la
dignidad y es allí cuando entra en escena el miedo. ¿Miedo a
qué? A no ser nadie sin el otro. El manipulador se encarga de
hacerte saber que nadie va a poder amarte, que nadie te va a
“cuidar” como él, que nadie podría soportar tus “caprichos”.

Y vos le creés. Primero, porque ya te fuiste quedando solo. Tu


mundo se achicó tanto en lo intelectual como en lo social y lo
afectivo. Y segundo, porque realmente te sentís insignificante y
minúsculo.

Te hiere con las cosas que son más importantes para vos.
Sos una mala madre. Tus hijos siempre están solos porque priorizás tu trabajo. El
precio de tu independencia lo están pagando ellos. No tenés idea de su rendimiento
escolar, pero no importa, para eso estoy yo que me ocupo…, pero puedo ser un
buen padre y no una buena madre…

La sensación de humillación e indignidad te lleva a hacer


escenas de las que después te arrepentís: llorás, gritás, suplicás,
pedís perdón por cosas que no hiciste, a veces pedís perdón sin
saber por qué, le rogás que no te deje, que vas a tratar de hacer
las cosas mejor.

Y entonces, tu verdugo sonríe hacia sus adentros porque sabe


que tiene crédito, que podrá pedirte lo que quiera porque harás
lo que sea necesario para obtener su perdón, o su aprobación, o
su deseo, o su permiso.
Consecuencias
psicoinmunoneuroendócrinas (PINE)
El cuerpo acusa recibo. No lo engañás. Podés autoengañarte
durante mucho tiempo, minimizar los síntomas, hacerte el
distraído. Pero tu cuerpo, no.

Nuestro organismo está preparado para adaptarse a las


demandas constantes del ambiente. Los peligros, los desafíos y
las amenazas son “ajustadas” sin que nos demos cuenta para que
nuestro medio interno —la temperatura corporal, el pH, la
presión arterial— permanezca dentro de parámetros aceptables
para la vida.

Lo que conocemos como respuesta de estrés es un mecanismo


normal y adaptativo que le ha servido a todas las especies para
sobrevivir.

No existen estresores que disparen una misma respuesta en


todos los individuos. La respuesta dependerá de la historia
individual de cada persona, de sus miedos, de otros parámetros
de salud, de su ambiente, en fin, de su mayor o menor
vulnerabilidad.

Cuando detectamos una situación que puede ser amenazante,


ponemos en marcha una serie de mecanismos que nos ayudan a
afrontar al enemigo o a huir. Esto es lo que se conoce como una
respuesta de estrés aguda: la función inmune en un principio
está “aumentada” para preparar los ejércitos frente al atacante, la
sangre va hacia los lugares donde se la puede necesitar, hacia las
piernas para correr, hacia los brazos para luchar, el cortisol y la
noradrenalina en aumento ayudan a sostener el estado de alerta
para defenderse del depredador. La piloerección, la midriasis, la
micción están también al servicio de desorientar, asustar o
amedrentar al enemigo.

¿Pero qué pasa cuando la amenaza es persistente?

En la pareja con un manipulador, se vive en un estado de alerta


constante y la amenaza no cesa. No se sabe por dónde vendrá el
golpe. Puede ser cualquier cosa. Una mirada, una palabra, una
burla, una ausencia, una llamada, un WhatsApp en medio de la
noche, una mentira, una promesa incumplida, un insulto, un
gesto de desprecio, una escena ambigua con otra persona que
provocará tus celos, una mala sorpresa económica, un silencio,
una amenaza velada, un tono intimidatorio, un manejo que te
llena de culpa, una reacción inesperada.

Nunca hay certezas. Nunca sabés lo que ocurrirá mañana. No


hay patrón que se repita y te permita prepararte con antelación.

No. El manipulador siempre te sorprende. Siempre llega por la


espalda, ataca a traición y no lo ves venir. Y vos ya naturalizaste
esta situación así que nunca bajás la guardia. Aprendiste a vivir
mirando por sobre la nuca para ver si te sigue el ladrón, para ver
en qué oscuro momento de la noche atacará.
Nuestro organismo no está preparado para la amenaza
permanente. Los sistemas de alarma se encienden frente al
peligro, pero deberían apagarse una vez que el peligro cesa.
Cuando esto no ocurre, todo lo que era funcional para
defendernos dejó de serlo. Y así, la función inmune aumentada
para prevenir el daño ahora comienza a dañarnos.

Esta situación —conocida como estrés crónico o carga alostática


— va llevando a estados inflamatorios que conducen a la
expresión de enfermedades típicas del estrés prolongado.

El estrés crónico disminuye la actividad antiviral, con lo cual le


cuesta más al organismo mantener a raya a los virus que se
encuentran latentes como el virus del herpes, el citomegalovirus
o la mononucleosis. También es frecuente la manifestación de
alergias o de infecciones a repetición.

En cuanto a los demás sistemas, se ven alteradas especialmente


ciertas funciones: el eje cerebro-intestino se manifiesta en
general con el síndrome de intestino irritable, el endotelio se
altera y provoca aumento de la posibilidad de eventos
coronarios, enfermedades autoinmunes y de la piel, desajuste en
los ejes neuroendócrinos y cambio en los umbrales de dolor. Así,
las cefaleas, los dolores lumbares crónicos y el bruxismo con
daño en la dentadura son de los más prevalentes.

En cuanto al daño cerebral, el estrés prolongado mata neuronas


o afecta la supervivencia de algunas de ellas, impide la
neurogénesis –creación de nuevas neuronas– y revela una atrofia
del hipocampo, la región del cerebro que funciona como
reservorio natural de la memoria de lo aprendido. Con todo esto,
no es de extrañar que, luego de un período de estrés crónico, se
perciban cambios en las funciones cognitivas, especialmente la
memoria, la atención y el aprendizaje.

Dejamos para el final las consecuencias más dramáticas en lo


emocional: la ansiedad y la depresión grave.

La desesperanza, la sensación de estar atrapado en un


laberinto, la pérdida de la autoestima, la imposibilidad de confiar
en alguien, la culpa y la sensación de estar enloqueciendo llevan
a las personas a venir a la consulta con muy poca esperanza de
recuperación.

En todos estos años de trabajo como psicóloga con pacientes


que han sido víctimas de la manipulación, he visto llegar
personas sin alma, marchitas, deshabitadas, entregadas. Solo
consultaban porque tenían hijos y temían no llegar a verlos
crecer.

En la medida en que pudieron distanciarse de la manipulación


—a veces del manipulador—, las vi volver a la vida. Conocí sus
risas, su potencia, su alegría, sus proyectos. Sus miradas iban
cambiando y —de a poco, muy de a poco— salían del secuestro
autoimpuesto en sus cabezas.
Y, puedo asegurarlo, no hay mejor espectáculo que ver a un
esclavo soltarse de sus cadenas: el mundo comienza a iluminarse
mientras las personas recuperan su libertad.
8. Cortemos los hilos
Uno no siempre hace lo que quiere, pero tiene el derecho de no hacer lo que no quiere.

Mario Benedetti
Visibilizar la violencia
Lo más peligroso que tiene la violencia emocional es que no se
ve. Se siente, se intuye, se huele. Se adivina por los efectos
desastrosos sobre sus víctimas. Impacta en las vísceras, en el
cuerpo, pero no se “lee” en la corteza cerebral. No sabemos bien
por qué pasa, pero sabemos lo que pasa. Y lo que pasa es que
nos sentimos muy mal. Incómodos, con angustia, con malestar,
con insomnio y con miedo.

La violencia psicológica puede parecer indenunciable, pero no lo


es. Más allá de la ley —en la que actualmente está contemplada
—, es importante que podamos saber que se puede hacer visible.
Y ese es el principal objetivo para defendernos de ella. Porque,
para que te puedas defender de algo, primero “ese algo” tiene
que existir.

Eso sí. No esperes que el manipulador lo admita. Te pido que


renuncies a esa ilusión. Él no lo va a reconocer, no lo va a aceptar
y mucho menos lo va a reparar. Es más, tratará de volver a
confundirte y a hacerte dudar y, si no lo logra, te castigará con el
abandono o con más violencia. Los manipuladores no se
frustran. No lo intentes. Para no frustrarse tienen mecanismos de
defensa que les funcionan a la perfección. Si vos los criticás, dirán
que es por envidia o por celos; si los abandonás, dirán que es lo
mejor que les pudo pasar porque no sabían cómo deshacerse de
vos; si los rechazan en un trabajo, dirán que es porque estaban
sobrecalificados… En fin, son imputables frente a la ley, pero
tienen impunidad afectiva. Nada los conmueve, ni los angustia.

No importa. No te preocupes por ellos. Ahora es el momento de


preocuparte por vos. Ahora ya sabés cómo es el mecanismo de la
comunicación sucia, ya entendiste que la violencia es mucho más
que un insulto y una cachetada. También sabés que te quedás
porque estás siendo objeto del dominio y de la manipulación, y
no porque seas masoquista.

Y me voy a detener un instante en este punto y reiterarlo


porque siempre ha creado mucha controversia. Está claro que no
la pasás bien en estas relaciones, que no hay un goce, que no te
generan ningún placer. La gran diferencia con la posición
masoquista es que el masoquista participa del juego: es un juego
entre dos. En este caso, hay alguien que está jugando con vos,
con tu cabeza y vos no te das cuenta de que el otro está jugando.
O te das cuenta y no podés parar el juego, o no sabés cómo
hacerlo.

En las relaciones de masoquismo, no se siente una liberación


cuando se sale. En estas relaciones, el alivio es casi inmediato.
Cuesta mucho salir, pero, cuando se logra, se siente un gran
alivio y no se desea volver.

Y ya hemos visto que quienes se quedan atrapados en estas


relaciones es porque tienen una vulnerabilidad y han
naturalizado el dolor emocional o el maltrato, y se esfuerzan por
ser queridos. Y en su desesperación por ser amados, soportan
cualquier cosa para evitar el abandono.

¿Cómo hacer visible lo invisible?

Podríamos responder: haciendo directo lo indirecto. Con esto


quiero decir que no hay que responder nunca a la comunicación
cuando no es clara. Si no entendés el mensaje, no respondas.
Esto obligará al otro a tener que reformular su pedido hasta
hacerlo comprensible y, de este modo —por lo menos—, no vas a
sentir que enloquecés. De todas maneras, renunciá a la ilusión de
que el otro se hará responsable por lo que dice. Eso no va a
ocurrir, pero por lo menos vos no quedarás entrampado
prometiendo lo que no deseás prometer.

Es probable que, cuando empieces a leer las estrategias para


protegerte y defenderte de la manipulación, pienses que te estoy
invitando a mentir y a manipular. En parte, es cierto. No siempre
podés salir de la órbita de un manipulador, por ejemplo, en el
trabajo. No podés o no querés renunciar a un trabajo que te
importa porque hay un compañero o un jefe que te hostigan. En
ese caso, tendrás que aprender estrategias para defenderte de
ellos.

Además, tenemos que saber que los manipuladores conviven


con nosotros en todas partes. Nos encontraremos con ellos en
nuestra familia, amigos, colegas, vecinos. Y, aunque ahora ya
sepamos detectarlos, tendremos que aprender cómo actuar para
que no nos dañen o lo hagan en muy pequeña medida.

Volvamos a lo anterior. Decíamos que no debemos responder a


la comunicación indirecta:

Ejemplo (llamaremos M al manipulador y C a su


complementario):

Indirecto
M
: Están baratos los pasajes aéreos…
C
: Sí. Estaría bueno tomarnos unos días, ¿no?
M
: Te dan 18 cuotas...
C
: Podemos pagar con las 2 tarjetas.
M
: Tienen descuento con el banco.
C
: Sí, ¿te parece que aprovechemos?
M
: ¿Y en qué momento te dije que yo quería viajar? No se te
puede hacer un comentario...
C
: Bueno, pero si me estás diciendo que están baratos…
M
: ¿Y qué? Si el pochoclo es barato, ¿vas a salir a comprar
pochoclo? A vos no te da la cabeza…
Directo
M
: Están baratos los pasajes aéreos…
C
: Sí.
M
: Te dan 18 cuotas…
C
: Sí. ¿Por qué me hacés este comentario?
M
: Para hablar de la realidad económica
C
: Sí. Debe ser por eso que mucha gente está comprando
pasajes, para compensar la posible suba del dólar.
Otro ejemplo:

Indirecto
M
: ¿Vas a salir otra vez con tus amigas a cenar?
C
: Sí, la última vez fue hace dos meses.
M
: ¿Los chicos ya cenaron?
C
: Te dejé la comida preparada para calentar.
M
: ¿Sabías que Guada tiene examen mañana?
C
: Sí, podrías ayudarla, ¿no?
M
: La que sabe inglés sos vos…
C
: ¿Me estás tratando de decir que no salga?
M
: ¿Estás buscando pelea? ¿Yo te dije algo? ¿No ves que sos una
paranoica?
Directo
M
: ¿Vas a salir otra vez con tus amigas a cenar?
C
: Sí.
M
: ¿Los chicos ya cenaron?
C
: No. Hoy te ocupás vos de su cena
Una madre a su hija:

Indirecto
M
: ¿Ya te vas?
C
: Sí, tengo que hacer cosas en casa…
M
: (Se agarra el pecho).
C
: ¿Te pasa algo? ¿Te sentís bien?
M
: Andá, que estás apurada…
C
: Te pregunté algo: ¿estás bien?
M
: Sí, sí… Andá, andá que se te hace tarde…
C
: ¿Estás pidiéndome que me quede?
Directo
M
: ¿Ya te vas?
C
: Sí… tengo que hacer cosas en casa…
M
: (Se agarra el pecho).
C
: Si no te sentís bien y querés que me quede, decilo; de lo
contrario, supongo que tenés calor y por eso te agarrás la
remera…
M
: Andá, que estás apurada..
C
: Sí, es verdad, estoy apurada. Cualquier cosa me llamás.
Gran parte de la comunicación es no verbal. La entonación, las
miradas, las murmuraciones, las frases a medio terminar…
Cuando estás con un manipulador, te acostumbraste a traducir, a
subtitular, a ser un lector de indicios. Por lo tanto, la primera
cuestión será dejar de hacer el esfuerzo por tratar de decodificar
lo que el otro no dice directamente.

Desmarcarse de la comunicación perversa


El manipulador te tiende una trampa. Para él, es como un juego
y conoce las jugadas al pie de la letra. Tu estrategia será –
mientras permanezcas en la relación laboral o afectiva con él– no
jugar ese juego. Vamos a enunciar algunas “reglas” para no caer
en su juego. Muchas de estas estrategias son conocidas como
“Contramanipulación”. Sí, para defenderte de un manipulador,
tendrás que aprender a usar sus armas. La gran diferencia es que
vos lo hacés para protegerte y no para dañarlo:

• No te justifiques cuando digas que “No”. Decí que “No” y


punto. No agregues nada. Cada vez que agregás datos a tu
discurso, el manipulador encuentra una grieta para hacerte
caer en una contradicción.

• No hables demasiado. El manipulador trata de sacarte


información y, en el futuro, tratará de usarla en tu contra y a
su favor. Además, logra distorsionar tu mensaje y ya no
recordás qué fue lo que dijiste.

• Tus frases deben ser cortas y escuetas. Todo lo contrario de


lo que él intenta que hagas.

• Utilizá la técnica del “disco rayado”. Cuando te quiera


cambiar de tema para llevarte a su terreno, volvé sobre tu
frase una y otra vez. Casi como si fueras un obsesivo. Algo
así: “Sí, pero como te decía recién…”, “Puede ser, pero te
reitero que…”.

• Cuando las amenazas sean veladas o se trate de mensajes


gestuales, actuá como si realmente no hubieras escuchado.
No te des por aludido cuando la comunicación no sea
directa.

• Utilizá frases que no te comprometan emocionalmente. Esto


es particularmente útil en el contexto laboral. No dejes ver tu
parte vulnerable porque el manipulador es especialista en
encontrar “talones de Aquiles” para lanzar sus dardos o para
“ofrecerte su ayuda”.

• Podésrecurrir a “comodines”, expresiones que te darán


tiempo cuando te sientas acorralado o presionado a
responder: “quizás”, “lo voy a pensar”, “puede ser”,
“depende”, “aún no lo sé”, “lo evalúo”, “haré lo posible”.

• Tratáde ser lo más educado posible. El manipulador está


tratando de sacarte de tu eje. Nunca reacciones
agresivamente porque él está esperando que actúes la
locura.

• Desmarcate de las alianzas. Si te quieren poner en el medio,


decí, con todo respeto, que no lo vas a hacer.

• Usá frases vagas e imprecisas, como hace el manipulador,


casi como las frases de los sobres de azúcar. O citá frases de
otros, proverbios, refranes…

• Si no sabés qué contestar, no digas nada y sonreí… Eso lo


confundirá.

• Bajo ningún concepto escales en la agresividad. Ese será su


triunfo. Si sentís que el otro te “saca”, levantate con cualquier
excusa y andate.

• Utilizá frases impersonales como por ejemplo: “La gente dice


que…”, “Las personas que…”, “Hay un dicho que dice que…”.

• No te dejes tentar con los elogios. No olvides que el


manipulador utiliza la seducción como estrategia y logra que
te sientas halagado. Es solo una simulación, no te la creas.

• Lo más importante: no reacciones, no cedas a su


provocación, ni a su extorsión.
¿Cómo nos protegemos?
Antes de protegernos de un manipulador, tenemos que
protegernos de nosotros mismos. Nuestro mundo no es Disney.
Hemos perdido la inocencia, pero aún así todavía somos
bastante ingenuos. Todas las mañanas escuchamos las noticias y
asistimos con horror a un espectáculo de informes
escalofriantes, aquí y en el resto del mundo. Algunas de esas
historias nos conmueven, otras nos paralizan, otras nos dan
terror. Nos resulta muy difícil entender lo que pasa por la cabeza
de un abusador, de un asesino, de un psicópata, de los gobiernos
más crueles, de los dictadores. Y creemos que esos son los casos
extremos. Queremos creer que se trata de casos extremos.
Suponemos —con desacierto— que todo el mundo se conmueve
como nosotros, pero no.

El primer duelo que tenemos que hacer es el de creer que en el


mundo hay muy poca gente capaz de hacer daño. Es difícil
pensar que hay personas a quienes el daño del otro no los
inquieta. Pues bien, más difícil aún es saber que esas personas
están entre nosotros, que son como vos y como yo, se visten
igual, llevan a sus chicos a la escuela y son buenos vecinos.
Quizás, sea por eso que no lo podemos creer, cuando una noticia
nos sacude porque un buen vecino, un empresario, un
encargado de un edificio con “cara de nada”, un sacerdote de
rostro aniñado, un psicólogo especialista en abuso o una
jovencita universitaria son los protagonistas de abusos o
crímenes atroces.

Porque preferimos pensar que los perversos tienen la cara de


Hannibal Lecter y que tienen atrofiado algún lóbulo cerebral. No.
No son portadores de cara, ni de genes. No es bueno sembrar la
paranoia, pero es importante darse cuenta de que no todos
desean el bien de los demás.

Solo así podremos tener una actitud un poco más atenta


cuando algo no nos cierra, cuando un gesto nos incomoda o
cuando sentimos abiertamente el malestar. Cínicos, hipócritas,
inescrupulosos con cara de ángeles, seductores con corazón de
hiel, mujeres atractivas y sexis con alma de vampiro. Están aquí,
entre nosotros, en tu trabajo, en tu casa.

Y es que, sin llegar a ser asesinos seriales o abusadores de


niños, los perversos narcisistas y los manipuladores pueden
hacerte pasar muy mal tus días. Justamente, porque no son tan
extremos como para salir en la tapa de los diarios. Como su
manipulación es mucho más sutil, pueden permanecer
indetectables por mucho tiempo.

Como ya dijimos, la sociedad de nuestros días disfraza y, en


ocasiones, aplaude a estos ejemplares parasitarios de nuestra
sociedad. Mujeres caprichosas, obstinadas, dispuestas a
cualquier cosa con tal de lograr su objetivo; hombres infantiles
que ejercen una seducción de niños terribles y suponen que el
mundo entero debe estar a su servicio.

Nunca más apropiada y clara la frase de Racamier que reza: “Los


perversos narcisistas nunca le deben nada a nadie, aún cuando
todo les es dado”.

Cuando hablamos de protegernos de un manipulador, estamos


diciendo que no hay nada que debamos hacer con él. Toda la
protección pasa por hacer algo con nosotros. Recordá: no lo
enfrentes, no vas a ganarle a menos que vos también seas uno
de ellos. Su estrategia siempre irá un paso adelante porque a vos
te cuesta más “pensar mal”, te parece difícil que se transgredan
todos los códigos. Pues sí. Eso puede ocurrir.
Yo estaba casado y comencé a salir con una mujer que también era casada. Yo
sabía que mi mujer se sentiría muy mal si se enteraba, así que cuidaba mucho
nuestros encuentros como para no dejar ningún rastro. Laura —así se llamaba mi
amante— no podía soportar que yo estuviera casado aun cuando ella lo estaba.
Era una mujer muy atractiva, sensual y —debo decirlo— me atrapó locamente
desde el principio. Con el tiempo, me empecé a sentir mal con esta doble vida. No
quería mentir más. Tenía mucho miedo de dañar a mi mujer si se enteraba y pensé
que ya era hora de renunciar a un placer efímero que me podía costar caro. Laura
no estaba dispuesta a ser dejada. Comenzaron las extorsiones. Yo no podía creer
que, siendo ella casada, no tuviera miedo de que su marido se enterara. Me
amenazaba con llamar a mi mujer, con mostrarle fotos y videos, con contarle
intimidades, con decirle a su marido que yo la forzaba, que la tenía amenazada…
Una locura… Yo me acordaba de la protagonista de Atracción fatal, la que hervía el
conejo en la olla… Sentí miedo, culpa, bronca… Ganas de pegarle… Hasta entendí a
los que pagan para deshacerse de esas mujeres… Mire hasta dónde llegaban mis
pensamientos… Haciendo fuerza, la dejé. ¿Sabe lo que hizo? Cambió a su hijo de
escuela y lo llevó a la nuestra, donde iba mi hija. Se hizo “amiga de mi mujer” para
tener información y un día me la encontré en casa tomando el té… Creí que me
moría… Finalmente, tuve que contarle todo a mi mujer, con lujo de detalles porque
sabía que Laura podría llegar lejos mandando fotos y videos. Recién allí, pude
empezar a respirar tranquilo.
El manipulador le teme a tu libertad
Ya lo sabemos. El manipulador tiene más miedo que vos. Es
inseguro, dependiente. Solo que sus mecanismos narcisistas le
impiden tomar contacto con su vulnerabilidad y la proyecta sobre
vos. Así logra que seas vos quien tiene miedo, inseguridad y
dependencia. Los manipuladores eligen como víctimas a
personas que tienen mucho para dar. La víctima tiene vitalidad,
alegría y potencia, pero es una persona con una pobre
autoestima y una gran desesperación afectiva. Al cabo de un
tiempo de estar al lado de un manipulador, estas personas
pierden su vitalidad, su energía y su potencia. Son como seres
que han sido vampirizados, colonizados por otros que les han
”chupado su sangre”.

Durante todos estos años como psicóloga, tuve la oportunidad


de ver con perplejidad estas situaciones. Mujeres y hombres
brillantes, potentes, creativos, con talento, divertidos que
quedaron transformados en sombras errantes, dudando de todo,
confundidos, dependientes, obsesionados por una palabra, un
llamado, un gesto. Incluso, los he visto tomar las decisiones más
desacertadas en términos económicos, legales, laborales y
familiares. Sus vidas se vaciaron. Se vaciaron de proyectos, de
amigos, de ilusiones. Se apagaron. Nada más adecuado que la
metáfora de personas que perdieron su brillo. Al mismo tiempo,
los narcisistas brillaban a su lado con sangre robada, con una
potencia arrancada que no les pertenecía y de la que se habían
apropiado arteramente.

Cada intento de sus víctimas por correrse hacia un espacio de


mayor libertad era saboteado con maniobras desestabilizadoras,
con amenazas sutiles y con intimidaciones como las que hemos
descrito a lo largo del libro.

El manipulador no suelta fácilmente a su presa. Detesta su


libertad, su felicidad, su alegría, su vida social, su talento. Cuando
hay un narcisista, hay que tener claro que no hay lugar para dos.
Es solo uno el que puede brillar. Y el narcisista jamás tendrá la
generosidad de dejarte ese lugar. Tu libertad lo asusta, disfruta
de tu sometimiento, tu impotencia le da la victoria. Ganar
nuevamente tu libertad será un acto de justicia. Será volver a
poner las cosas en su lugar. Tal vez tardes tiempo en poder
hacerlo, pero, cuando llegue el día, te vas a dar cuenta de que no
tenés que pedírsela a nadie. Solo tendrás que ejercerla. Siempre
fuiste libre. Solo que no lo sabías.

La libertad no es un tema sencillo. Somos mucho menos libres


de lo que suponemos. Dependemos de la mirada de los demás,
de sus juicios, de sus críticas.

La inseguridad y la falta de confianza en tu propia intuición te


debe haber llevado muchas veces a tomar decisiones que no
querías tomar solo porque “alguien que sabe más que vos” te dijo
que era eso lo que tenías que hacer.
Le das un lugar de poder a otros porque suponés que piensan
mejor que vos. Y, muchas veces, sus decisiones o sus opiniones
son totalmente contrarias a tus valores o a tus creencias.

André Comte-Sponville dice en su libro El placer de vivir: “¿Qué


es la libertad? Es lo contrario de la coacción: ser libres es hacer lo
que queremos”. Este filósofo nos recuerda que hay diferentes
maneras de hacer lo que queremos: puede ser libertad de acción
(la libertad de actuar), la libertad de la voluntad (lo que quiero) y
la libertad de la razón (libertad de pensar).

En cuanto a la libertad de acción, es la que más tiene que ver


con la ley, la que termina donde empieza el derecho de los
demás, la que tiene que ver con las normas. No puedo hacer
todo lo que quiero. Vivo en un mundo donde hay otros y, si los
otros me importan, trato de no incomodarlos con mis actos.
Además, temo las consecuencias de violar la ley.

El manipulador —en cambio— es el rey de la libertad de acción:


a alguien así no le importa la ley, ni los otros; por lo tanto, actúa.
Vos me dirás ¿pero cómo? ¿No es que mi libertad lo asusta? Sí, en
efecto. “Tu” libertad lo asusta porque él es el único que siente
que tiene derecho a todo. Los demás serán sus esclavos, sus
sumisos dependientes.

La libertad de voluntades es más compleja. ¿Existe alguna


posibilidad de querer lo que no quiero? ¿O de no querer lo que
quiero? Parece un contrasentido. Sin embargo, es lo que nos
pasa cuando estamos “secuestrados” por un manipulador. La
idea del “lavado de cerebro” tan popular cuando se habla de
sectas se refiere a eso.

Sin llegar tan lejos, pensemos en el consentimiento. Muchas


veces las personas que están relacionadas con manipuladores en
lo laboral o en lo afectivo “consienten” una determinada acción.
¿Son libres de hacerlo? ¿Lo hacen realmente porque quieren?

Existen muchas maneras de consentir, algunas más explícitas


que otras. El consentimiento informado que firmamos antes de
una cirugía, en el que estamos avisados de los riesgos y damos
conformidad; el consentimiento implícito cuando no nos
oponemos a una decisión. En realidad, la libertad es un poco
relativa porque tiene que ver con haber comprendido bien los
términos de lo que firmo.

Pero existe otro consentimiento mucho más relativo: el que


aceptamos cuando estamos bajo la influencia o la manipulación.
En rigor, es un consentimiento que es libre en apariencia porque,
en realidad, la persona está actuando bajo una amenaza o una
intimidación de la que no es consciente. Es lo que ocurre en
muchas situaciones de “grooming” o de abuso sexual, en la que el
abusador se ha ganado la confianza de su víctima mediante
regalos. O de las estrategias de “mobbing” o acoso laboral, en las
que un empleado no puede decir que no a riesgo de perder su
trabajo.
Y, por supuesto, en el plano afectivo, es el “consentimiento” del
aterrado, del que está desesperado de miedo al abandono y va a
consentir cualquier cosa con tal de no correr ese riesgo.

Y, en cuanto a la libertad de pensar, quizás es la más libre de


todas porque podemos pensar libremente, aunque estemos
impedidos de actuar o de hacer lo que queremos hacer.

Lo cierto es que la libertad es el bien más preciado que


tenemos. Hay pueblos enteros que luchan y mueren todos los
días tratando de defender este derecho.

Cuando el manipulador elige su blanco, busca alguien a quien


pueda quitarle algo. No olvidemos que son aprovechadores y
explotadores. Y la única manera de que dejes que te quiten algo
es que lo hagan por la fuerza con un arma o amenazando la vida
de alguien que querés, o que lo entregues pensando que lo
hacés con total libertad. Esto último es lo que pasa en la
manipulación. Y, de esta manera, nadie le puede reclamar nada a
un manipulador. ¿Qué le vas a reclamar si todo lo que diste lo
hiciste consciente de lo que hacías? Él te dirá: ¿te presioné?, ¿te
golpeé?, ¿te amenacé? Y de nada de esto podrás dar cuenta. Es
un crimen del que no hay evidencias. El manipulador es como un
asesino de guante blanco. No se ensucia las manos, no es burdo,
no deja huellas.

Como te encontrás bajo su influencia, él va a tratar de denigrar


a todo tu entorno porque le teme a sus comentarios, a la fuerza
que puedan darte, a las máscaras que puedan quitarle. El
manipulador sabe que, muchas veces, es el entorno —familiares,
amigos, terapeuta— el que te ayuda a reaccionar. Y sus ataques
serán cada vez de mayor hostilidad.

La buena noticia es que se puede salir. Podemos escapar de


ellos. Podemos intentar caminar por la vereda de enfrente para
no cruzarlos. Podemos, incluso, no entrar en sus juegos si los
tenemos delante. Podemos reconocerlos, defendernos y hasta
mirarlos con cierto desdén. Podemos quitarles poder dentro de
nuestra cabeza, podemos recuperar lo que nos pertenece si nos
lo han quitado.
Conclusiones
Si no está en tus manos cambiar una situación que te produce dolor, siempre podrás
escoger la actitud con la que afrontes ese sufrimiento.

Viktor Frankl

Pocas veces nos damos cuenta de la libertad que tenemos.


Miramos alrededor en nuestro caótico mundo y vemos que, para
nosotros, es natural que las mujeres se pongan pantalones
cuando, en otras culturas, corren riesgo de muerte por
semejante osadía. Podemos elegir a quién amar, podemos elegir
el género —aunque sea diferente de nuestro sexo—, podemos
elegir tener hijos o no, casarnos o no. Podemos pensar diferente,
podemos estudiar, aprender, cultivar la tierra, elegir la música
que queremos escuchar.

Millones de personas en el mundo no tienen estas


posibilidades. Los que viven en la miseria, los refugiados, los que
escapan de las guerras, los sometidos, los desplazados, los
exiliados, los prisioneros, los amenazados, los secuestrados, los
torturados, los niños que no tienen posibilidad de ser cuidados.

Somos ricos, millonarios en libertades, somos poseedores de


miles de amaneceres, tenemos cajas enteras de pensamientos,
de plazas para sentarnos, de jardines para contemplar, de
amigos para reír, de mares para tocar.

Y, aun cuando no podamos elegir, como dice Frankl, somos


libres dentro de nuestra cabeza y podemos elegir la actitud con la
que afrontaremos lo que nos toque. Tal vez no podamos hacer
siempre lo que queremos. Incluso, a veces, tenemos que hacer
cosas que no queremos. Pero nadie puede impedirnos pensar.

Pensar lo que queremos es nuestro reino. Allí, somos los


monarcas. Nadie puede meterse, nadie tiene por qué invadir ese
territorio. Es nuestro derecho, nuestro bastión de dignidad.

El manipulador se mete allí, justamente en las entrañas de


nuestro derecho. En el único territorio que nos pertenece sin
necesidad de escritura. Y se lo damos, se lo cedemos por miedo.
Peor aún, se lo cedemos sin saber que lo estamos cediendo.

La estrategia del manipulador es casi perfecta: se apropia de lo


que no le corresponde, logrando que se lo des de buen grado. Y,
luego, cuando ya no se lo das de buen grado, se lo das con
miedo, pero él no se hará cargo de ser el generador de tu miedo.
Será tu responsabilidad, siempre será tu responsabilidad. Lo que
le das, lo que perdés, lo que te quita.

No hay una razón más poderosa para no estar con alguien que
no querer estar. Nadie puede obligarte a estar con quien no
quieras, a hacer lo que no quieras, a decir lo que no quieras.
Nadie puede obligarte a permanecer en las sombras, a dejar de
ser vos.

¿Te das cuenta del poder que le entregaste al otro? Ni más ni


menos que tu ser. Tu identidad, lo que sos, lo que te hace único,
lo que te pertenece por derecho propio sin que tengas que hacer
nada. Eso es lo que le das al manipulador. Tu vergüenza de ser
vos mismo es la fuente de su poder, tu miedo a la soledad es la
fuente de su dominio. Tu inseguridad es la savia de la que se
alimenta.

Vivís esclavo de sus gestos, de palabras que no podés descifrar,


de códigos que intentás traducir sin éxito. Tus valiosos días se
consumen en el intento de lograr que te ame alguien que nunca
podrá amarte, de buscar el reconocimiento en un jefe que nunca
te dirá que sos valioso, de intentar hacer feliz a alguien que, para
manejarte, solo te mostrará su insatisfacción.

Tu triunfo es tu renuncia. Renunciá. Mandá el telegrama lo más


rápido que puedas. Renunciá a la empresa imposible de cambiar
a un manipulador. Renunciá al intento de tratar de hacer feliz a
quien nunca te mostrará su sonrisa. Renunciá a esperar que te
amen. El amor no se espera, el amor se da, se construye, se
siente, el amor es acto y no te genera ninguna duda ni confusión.

Y una vez que hayas renunciado a todo eso, empezá a vivir. No


te avergüences más de lo que sos. El paso siguiente es la
aceptación. No hay peor chantaje emocional que el que vos te
hacés a vos mismo. No se puede vivir en guerra con lo que
somos. Hay un momento en que tenemos que rendirnos. Y habrá
que cambiar lo que podamos cambiar, pero, sobre todo, lo que
tengamos deseo de cambiar. Y habrá otras cosas que no
cambiarán, otras que perdimos, otras que no van a ocurrir. Y de
eso se trata la vida. De una aventura intensa. De correr el riesgo
de ser feliz a cada paso.

Por último, no hay placer más inmenso que dar. Dar porque sí,
porque tenés ganas, porque te hace bien, porque el otro te
importa. Dar porque es fuente de júbilo, de esperanza. No hay
mejor experiencia que dar porque amás. Y no hay mejor regalo
que la felicidad del otro.

La manipulación te quita esa alegría porque el manipulador te


saca lo que necesita, no te lo pide, no se lo das porque querés, no
tenés capacidad de elección. Y además, nunca te va a dar el
regalo de su felicidad, te va a hacer sentir que vos le debés la
tuya. Si sos feliz, es por su presencia y, si sos infeliz, es por tu
culpa.

Desmarcarse de la manipulación es volver a lo auténtico, a la


verdad, a la transparencia y al sentido de lo justo. Es el alivio de
andar por la vida con la alegría de no sentirte juzgado, ni
sojuzgado. Es la alegría de la libertad.

Y, si de algo se trata la felicidad, es de ser libres.


Bibliografía citada
1.Aguinis, Marcos (2003). Elogio de la culpa. Buenos Aires:
Ed. Planeta.

2.Bauman, Zygmunt (2002). Modernidad líquida. España: Fondo de


Cultura Económica.

3.Bonet, José Luis (2013). Psicoinmunoneuroendocrinología, PINE:


Cuerpo, cerebro y emociones. Buenos Aires: Ediciones B.

4.Comte-Sponville, André (2011). El placer de vivir. Barcelona:


Paidós Ibérica.

5.Cyrulnik, Boris (2011). Morirse de vergüenza. Buenos Aires:


Debate.

6.Freud, Sigmund (1921). “Psicología de las masas y análisis del


yo”, en Obras Completas. Buenos Aires: Amorrortu.

7.Hirigoyen, Marie-France (2000). El acoso moral: El maltrato


psicológico en la vida cotidiana. Buenos Aires: Paidós.

8.Janet, Pierre (1893). État mental des hystériques : les stigmates


mentaux. París: Rueff.

9.Joule, Robert-Vincent; Jean-Léon Beauvois (2014). Petit traité de


manipulation à l’usage des honnêtes gens. Grenoble: Presses
Universitaires Françaises.

1
0.Kelley, Harold (1967). Attribution: Theory in Social Psychology.
Nebraska: University of Nebraska Press.

1
1.Lipovetzky, Gilles (1993). L’ère du vide. Paris: Gallimard [La era del
vacío, Barcelona: Anagrama, 2000. Traducción de Joan Vinyoli y
Michèle Pendanx].

1
2.Racamier, Paul-Claude (2012). Les perversions narcissiques. Paris:
Payot.

1
3.Rodríguez Ceberio, Marcelo y otros (2014). “Double Bind, Child
Sexual Abuse and Speeches”, en Interlink Continental Journal of
Medicine & Medical Sciences.

1
4.Rulicki, Sergio (2014). Comunicación no verbal. Buenos Aires:
Granica.

1
5.Watzlawick, Paul; Marcelo Rodríguez Ceberio (2006). La
construcción del universo. México: Herder.
Bibliografía sugerida
1.Ekman, Paul (2013). Cómo detectar mentiras. Buenos Aires:
Paidós.

2.Evans, Patricia (2000). Abuso verbal. Buenos Aires: Ediciones B.


3.Forward, Susan (1998). Chantaje emocional. Buenos Aires:
Atlántida.

4.Hirigoyen, Marie-France (2012). El abuso de debilidad. Buenos


Aires: Paidós.

5.Husmann, Gloria y Graciela Chiale (2008). La trampa de los


manipuladores. Buenos Aires: Del Nuevo Extremo.

6.Levert, Isabelle (2011). Les violence sournoises dans la couple.


París: Robert Laffont.

7.Molina, Fabián A. (2011). El psicópata adaptado. Buenos Aires:


Ed. Salerno.

8.Nazare-Aga, Isabelle (2004). Les manipulateurs et l’ámour.


Montréal-Québec: Les éditions de l’homme.

9.Nazare-Aga, Isabelle (2002). Los manipuladores. Buenos Aires:


Ediciones B.

1
0.Petitcollin, Christel (2008). Échapper aux manipulateurs. París:
Guy Trédaniel Éditeurs.

1
1.Piñuel, Iñaki (2015). Amor zero: cómo sobrevivir a los amores
psicopáticos. Buenos Aires: Editorial sb.

También podría gustarte