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Dennis Nilsen era una pesona solitaria, muy callada. En apariencia, era una
persona amable y solidaria, que ayudaba a las personas sin hogar, a los débiles.
Nilson no tuvo ningún reparo en confesar abiertamente los crímenes en el coche
patrulla aparcado en la puerta de su casa. Tuvo que ser interrogado en el coche
porque en su piso era imposible permanecer. Cuando los agentes llamaron a la
puerta, Nilsen abrió la puerta y una bofetada nauseabunda les golpeó de
inmediato: el hedor de la carne podrida de sus víctimas hacía imposible entrar en
el apartamento de forma inmediata.
Cuando los agentes lograron entrar, protegiéndose la nariz y la boca, encontraron
una escena que nunca podrán olvidar. En la cocina, metida en una olla, había
una cabeza humana cortada y hervida.
En ese momento comenzó a cometer los crímenes. De 1978 a 1983, asesinó a
niños y jóvenes desamparados que conocía en las calles del Soho. Se acercaba a
ellos y se aprovechaba de su situación de exclusión para ganarse su
confianza. Les ofrecía comida para que bajaran la guardia y después les invitaba
a alojarse en su piso del norte de Londres.