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Lectura Catastrofe Andina
Lectura Catastrofe Andina
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Cuadro 10. Epidemias peruanas, 1524-1635
Fechas Enfermedad Mortalidad, comentarios Fuente
1524-6 Viruelas hemorrágicas (sarampión viruelas) «La mayor parte»; «pudieron haber muerto la mitad» Dobyns (497), Polo (51-54)
1530-1 Viruelas (bubas) Generalmente no afectó a los españoles, pero ubicuo por Polo (54)
todo el Perú
1531-2 (?) Sarampión ¿De Panamá? Dobyns (499)
1539 «Peste» (tifus), hambruna Popayán Polo (55)
1544-8 Sarna Dos tercios del ganado murió Polo (55)
1546 Tifus (?) o peste Murieron innumerables Dobyns (499), Zinnser (256), Polo (56)
1558-9 Gripe, viruelas hemorrágicas (viruelas & saram- «Murieron muchos» Dobyns (499), Polo (58)
pión)
1560 Epidemia (mortífera) Potosí Polo (58)
1560-1 Peste Potosí Martínes y Vela (23-25)
1585-91 Viruelas, sarampión, paperas, tifus, gripe Alta mortalidad durante el período Dobyns (500-508)
1588-9 Viruelas Quito: las mujeres sufrieron más que los hombres; 4.500 Polo (62-4)
murieron pero ningún español, miles, especialmente niños
1606 Sarampión, viruelas (contagio) Cavana y Huandoval, Castrovirreyna Polo (68) Lastres (2:179)
1614 Difteria, escarlatina Concentrada en Cuzco (mayo a septiembre); afectó todos Dobyns (508-509) Lastres (2:179) Polo
los hogares españoles e indígenas; todas las edades (68)
1615 Difteria (probable) Potosí Polo (68)
1618-19 Sarampión Dobyns (509)
1618-19 Sarampión Lima, Copacavana, generalizado Lastres (2:179) Polo (69) Lastres (2:180)
1619 ¿Peste bubónica? Trujillo; grandes cantidades de ratas Lastres (2:180)
1625 «Tabardillo» Lima Lastres (2:180)
1628 Sarampión, generalizado Polo (70)
1631 Viruelas Chavín Lastres (2:180)
1632 Viruelas Huánuco Polo (70)
1633 Viruelas Chavín Lastres (2:180)
1635-5 Sarampión Polo (70)
Fuentes: Dobyns (1963); Polo (1913); Zinnser (1934); Lastres (1951); Martínez y Vela (1939).
La catástrofe demográfica andina. Perú 1520-1620
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Modelos de mortandad epidémica
Las condiciones necesarias para una difusión amplia de epidemias ahora son bien
conocidas. Los inmunólogos coinciden en que las grandes epidemias solo tienen
lugar donde hay una concentración de personas susceptibles: el doctor Jacques
M. May dice:
Para que una epidemia tenga lugar, un porcentaje crítico de la población debe ser
susceptible. Este porcentaje es suministrado principalmente por las nuevas gene-
raciones que entran en contacto con el virus y está determinado por condiciones
culturales. Después de que un grupo de población humana ha tenido sarampión,
toma cierto tiempo para que el número de personas susceptibles alcance el punto
crítico nuevamente (May 1958: 267).
Frank MacFarlane, otro investigador, añade lo siguiente: «En condiciones mo-
dernas, el sarampión puede persistir sólo en grandes comunidades y no podría
desarrollarse ni sobrevivir entre pequeños grupos aislados» (MacFarlane 1962:
4). Es evidente que la cuestión del «tamaño de umbral» no ha sido respondida
adecuadamente por los investigadores médicos. T. Aidan Cockburn sugiere que
para el sarampión, el ciclo puede ser continuo en una ciudad con una población
de alrededor de un millón de habitantes (Cockburn 1971: 51).
A fin de aplicar el modelo de mortandad epidémica para estimar la población
peruana de contacto es necesario determinar las tasas de mortandad de las prin-
cipales enfermedades epidémicas que golpearon a las poblaciones andinas en el
periodo. Contamos con pocas evidencias directas para la mortandad en los siglos
XVI y XVII. Una forma de evadir el problema es aplicar la analogía de tasas
conocidas para epidemias más recientes. En Islandia, por ejemplo, aproximada-
mente 18 mil personas de una población total de 50 mil habitantes fallecieron
durante una epidemia de viruela que duró de 1707 a 1709. Dice Crosby: «El
análisis de las cifras de unos veinte brotes de viruela muestra que la mortandad
en una población no vacunada es de alrededor del 30 por ciento» (Crosby 1972:
44). Como lo ilustra el caso de Islandia en 1707-1709, es evidente que casi todos
son infectados cuando una epidemia de viruela tiene lugar en una población
aislada que jamás ha contraído la enfermedad. En la Historia de los indios de la
Nueva España de 1541, Fray Toribio de Benavente (Motolinía) describe vívida-
mente la mortandad en esa zona durante el contacto biológico inicial entre los
residentes aztecas y los del Viejo Mundo:
Hirió Dios y castigó esta tierra, y a los que en ella se hallaron, así naturales como
extranjeros, con diez plagas trabajosas. La primera fue de viruelas, y comenzó de
esta manera: siendo capitán y gobernador Hernando Cortés, al tiempo que el ca-
pitán Pánfilo de Narváez desembarcó en esta tierra, en uno de sus navíos vino un
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negro herido de viruelas, la cual enfermedad nunca en esta tierra se había visto, y
a esta sazón estaba esta Nueva España en extremo muy llena de gente; y como las
viruelas se comenzasen a pegar a los indios, fue entre ellos tan grande enfermedad
y pestilencia en toda la tierra, que en las más provincias murió más de la mitad de
la gente y en otras poca menos; porque como los indios no sabían el remedio para
las viruelas antes, como tienen muy de costumbre, sanos y enfermos, el bañarse
a menudo, y como no lo dejasen de hacer morían como chinches a montones.
Murieron también muchos de hambre, porque como todos enfermaron de golpe,
no se podían curar los unos a los otros, ni había quien les diese pan ni otra cosa
ninguna. Y en muchas partes aconteció morir todos los de una casa; y porque no
podían enterrar tantos como morían para remediar el mal olor que salía de los
cuerpos muertos, echábanles las casas encima, de manera que su casa era su sepul-
tura. A esta enfermedad llamaron los indios la gran lepra (Hueyzáhuatl), porque
eran tantas las viruelas, que se cubrían de tal manera que parecían leprosos, y
hoy día en algunas personas que escaparon parece bien por las señales, que todos
quedaron llenos de hoyos (Motolinía 1979: 13-14).
La mortandad de la viruela podía ser elevada, incluso para los europeos. En In-
glaterra, por ejemplo, su mortandad en el siglo XVIII era de alrededor de uno de
cinco casos (Cocburn 1971: 51)1. La mortandad de esta enfermedad en realidad
varía de aproximadamente 1% para la variola minor a alrededor de 30% para
la viruela clásica (variola major) (Deutschmann 1961: 1). La vacuna (variola
vaccinae) es otra forma. Un ataque de cualquiera de las tres daba a los europeos
por lo menos una inmunidad temporal a las otras dos. Parecería que entre los
indios americanos la mortandad durante la primera epidemia de viruela clásica
debe haber ido de un mínimo de 30%o a bastante más, tal vez 50%, como lo
reporta Motolinía para ciertos sectores de la Nueva España. Los historiadores de
la medicina Zinnser y Carwright también aceptan una mortalidad del 50% para
Nueva España (Cartwright 1972: 117-121 y Zinnser 1934: 255-256).
El sarampión era una enfermedad infantil común en el Viejo Mundo; también
fue una enfermedad seria para los amerindios. Este era peligroso incluso para
los niños europeos, debido al el riesgo de contraer neumonía (May 1958: 266).
También hay una fuerte posibilidad de que las mujeres embarazadas que lo con-
traigan den a luz niños deformes o que nazcan muertos. Es, asimismo, bastante
probable que los hijos sean parcial o completamente sordos. Parecería que en el
siglo XVI varias epidemias de sarampión y viruela coincidieron en el Perú. Es por
lo tanto difícil distinguir las muertes causadas por una u otra de las enfermedades
1
La mortandad variaba entre las ciudades de 1 en 5,5 nacimientos, a 1 en 6,7. Véase también
Duffy (1953: 20).
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Modelos de mortandad epidémica
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Una epidemia de influenza pasó por Perú en 1558-1560. Según las evidencias
disponibles, parecería que una epidemia de viruela azotó el área simultánea-
mente. La influenza es causada por un virus y es una enfermedad altamente
transmisible, que se esparce de persona a persona por «gotas infectivas». La mor-
tandad varía según el tipo de virus. Desafortunadamente no conocemos la cepa del
virus que produjo casi todas las epidemias históricas, pues no fue aislado por los
científicos sino hasta 1933. La mortandad fue alta en la última gran pandemia de
2
Consúltense los datos en Cook (1973: 348-368).
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Modelos de mortandad epidémica
1918-1919: 500 mil murieron en los Estados Unidos, y en Europa más personas
sucumbieron a la enfermedad que los que cayeron en combate en los cuatro años
de la Primera Guerra Mundial. El brote de influenza golpeó con especial fuerza a
los adultos jóvenes, no solo en los Estados Unidos sino también en otros lugares
(Katz 1974: 416-418). En un estudio de la mortandad de la gripe entre los maoríes
de Nueva Zelanda, D. I. Pool encontró tasas marcadamente más agudas para los
nativos de la isla que entre quienes no lo eran —tasas de mortandad brutas de 22,6
por 1.000, contra 4,5 por 1.000—. Es más, entre los maoríes la tasa de mortandad
masculina fue mucho más elevada que la femenina —27,7 contra 16,3—. La co-
horte de 30-34 años de edad experimentó la mortandad con más fuerza —106,5
por 1.000 en los varones y 56,6 en las mujeres—. El resultado fue que un alto
porcentaje de matrimonios se disolvió con la muerte de por lo menos un cónyuge.
La proporción niño-mujer cayó por varios años. En un intento por explicar la
mayor mortandad entre los nativos que entre quienes no lo eran, Pool planteó la
siguiente hipótesis: «Dado que la exposición de los maoríes a la mortandad de la
gripe antes de 1918 solamente había sido durante dos lapsos relativamente breves,
tal vez hubo pocas probabilidades de un “desplazamiento genético” como el que se
desarrollaría en una población con inmunidad adquirida por dichos medios» (Pool
1973: 273-277). En un intento de analizar las diferencias en mortandad por edad
y grupos étnicos en los Estados Unidos, Katz encontró que la tasa de mortandad
más elevada fue entre los jóvenes adultos de inmigrantes recientes.
Viviendo en comunidades rurales aisladas donde el contacto con los forasteros
era raro, no habrían estado expuestos al contacto de goteo persona a persona, el
apiñamiento y el creciente ingreso de nuevos vectores infectivos, vitales para la
propagación de la influenza. En consecuencia, no habrían tenido oportunidad de
desarrollar la inmunidad (Katz 1974: 420).
Estas conclusiones son relevantes para la experiencia de los indios en Perú. Con
la introducción del virus de la gripe alrededor de 1558, la infección se esparció
con relativa rapidez entre grupos que todavía estaban densamente asentados. Al
parecer la enfermedad reapareció durante el periodo epidémico de 1585-1591,
proveniente tal vez desde Potosí en 1589 y esparciéndose en dirección norte a
Lima y luego a Piura. No es posible establecer los niveles de mortandad en la
población peruana debidos solo a la gripe. Una tasa similar a la más alta expe-
rimentada por los varones maoríes —alrededor de 11%— habría sido posible
durante el brote de 1558-1560 en el Perú, ya que no era probable que hubiese
una inmunidad debido a infecciones previas. En conjunción con la viruela y el
sarampión, la gripe pudo haber llevado a un índice de mortandad más elevado
en ese periodo epidémico.
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En 1546 una nueva epidemia llegó al área andina. Hay desacuerdos en torno al
tipo de enfermedad. Dos de los síntomas indicados por los observadores eran
fiebre y sangrado nasal. Algunos dijeron que se trataba de la «peste», una pala-
bra que específicamente quiere decir «peste bubónica» o «epidemia» en general
(Dobyns 1963: 499-500). Zinnser sugirió que podría haber sido el tifus —ta-
bardillo—. Probablemente hubo una epidemia de esta enfermedad en Nueva
España en 1545, con recurrencias en 1576, 1588 y 1595. Zinnser halló que
era «altamente probable» que el tifus existiese en México Central antes de que
arribaran los europeos (Zinner 1934: 183, 256-257). Las evidencias médicas
actuales sugieren que los indios peruanos son resistentes a esta enfermedad. En
la comunidad de Pusi, a orillas del lago Titicaca, alrededor de la mitad de los
adultos llevan anticuerpos del tifus. Allí, es ubicua la infestación con piojos en
el cuerpo y la cabeza (Buck, Sasaki y Anderson 1968: 81-82). Si el tifus ha sido
endémico en el área andina durante varios siglos, entonces no es probable que
haya tenido una tasa de mortandad tan alta como algunas de las enfermedades
introducidas en el Nuevo Mundo.
En el Perú, asimismo, parece que la malaria en general tiene menos posibilidades
de causar muertes que otras enfermedades. Los mosquitos, el vector clave en la
historia médica de este mal, predominan en el Perú, sobre todo en la cuenca
amazónica y en la montaña. En un reciente estudio de la distribución de los
mosquitos en cuatro áreas peruanas, los investigadores de salud encontraron que
los probables transmisores de malaria eran raros. El Anopheles darlingi es el prin-
cipal vector en la Amazonía peruana, pero esta enfermedad es rara en la sierra.
Los investigadores médicos en Perú concluyeron que: «El porcentaje de personas
en las entrevistas con historiales positivos de malaria disminuye a medida que
la altura del pueblo se incrementa» (Buck, Sasaki y Anderson 1968: 57). En el
desierto costero peruano, esta enfermedad es y ha sido menos frecuente que en la
húmeda cuenca amazónica. La comunidad de Yacango, en la sección de la costa
cerca de Arequipa, tiene una tasa reciente de malaria de alrededor de 12,6% para
los varones; el pueblo de San Antonio, en el río Marañón, una tasa de 25,3%; y
Pusi, en la sierra en el lago Titicaca, una de apenas 0,7% a mediados de la década
de 1960. Aunque los actuales estudios de historia médica sugieren que el Nuevo
Mundo «pareciera» haber estado libre de la malaria antes de la expansión euro-
pea, ello no ha quedado establecido definitivamente (Buck, Sasaki y Anderson
1968: 34, 57-58; Crosby 1972: 208; Cartwright 1972: 141-145)3.
3
Crosby sostiene que la malaria también existía en América en 1492. Jarcho (1964: 1-19) reporta
que ella probablemente no es oriunda de las Américas.
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El modelo de mortandad aquí empleado (cuadro 12) presenta dos alternativas: una
de mortandad «elevada» y otra «baja». Las tasas únicamente son estimados. Una
tasa de mortandad de la viruela de entre 30 y 50% en una población que no ha
contraído la enfermedad antes, parece ser razonable en comparación con experien-
cias conocidas en otros lugares. Una mortandad del sarampión de entre 25 y 30%
asimismo parece defendible en base a las evidencias conocidas. La combinación
de ambas enfermedades, que ocurrió en 1585-1591, garantiza una mortandad de
30 a 60%. Una combinación similar tuvo lugar en 1530-1532, demasiado cerca
de la epidemia de 1524-1526 como para justificar una tasa de mortandad tan
elevada. Otros factores que sugieren una mortandad excepcionalmente alta en la
serie de 1585-1591 son los informes de probables epidemias de paperas, tifus y
gripe junto a la viruela y el sarampión. La tasa de 20% para el tifus en 1546 es
un estimado basado en la similitud de la mortandad europea e indígena para esta
enfermedad. La mortandad del 10% para la difteria es un estimado basado en
los dos ejemplos y por analogía con ella en otros lugares. Usando el modelo de
tasa mínima de mortandad epidémica, una comunidad india con una población
de cien personas se habría visto reducida a veinte en el siglo posterior a 1520. En
el modelo máximo solo habrían quedado ocho de la centena original. Es claro
que al aplicar el modelo de la mortandad epidémica, el rango de los estimados
de la población total se reduce considerablemente, en comparación con las po-
sibilidades al emplear modelos arqueológicos o ecológicos. Si tomamos una base
calculada de 671.505 en 1620, la población «máxima» en 1520 basándose en el
modelo es de 8.090.421 y el estimado mínimo es de 3.243.985.
Las epidemias afectan a algunos sectores de la población mucho más que a otros.
El cambio poblacional sería mínimo 20 a 30 años después de una epidemia que se
llevase únicamente a los adultos de más de 50 años. De otro lado, una que matase a
la mayoría de los niños menores de cinco años pero no a ningún adulto, tendría un
impacto en la población cuando la cohorte diezmada por la enfermedad pasase por
su ciclo de procreación varios años después. En el Perú, la mortandad epidémica de
los niños fue alta, pero casi todas las parejas cuyos infantes fallecieron durante una
epidemia eran nuevamente padres al año siguiente. El patrón normal de espaciar
los hijos se quebraba durante las epidemias. La recuperación de la población podía
ser rápida en esas condiciones, en especial si la siguiente cohorte de cinco años
constituía una población más grande de lo normal, como a menudo parece ser el
caso. A la inversa, si la mortandad es constantemente elevada entre la población
adulta procreadora, el grupo puede quedar extinguido. Al determinar las futuras
tendencias de la población, la tasa de mortandad global es un factor menos crítico
que aquella que es específica a edades.
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l83:1000 207:1000
En última instancia, cierto tipo de inmunidad debe haber sido transmitida a los
indios sobrevivientes. El mecanismo mediante el cual se adquiere la inmunidad
a una enfermedad es materia de investigación para los estudiosos de la medicina.
La resistencia a una enfermedad puede ser de tres categorías básicas: «inmunidad
activa, en la cual el cuerpo reacciona específicamente contra el invasor; inmu-
nidad pasiva, en la cual los anticuerpos se pasan de la madre a los hijos a través
de la placenta, la leche o el huevo; y la resistencia no específica genéticamente
heredada» (Cockburn 1971: 51). El tercer tipo puede ilustrarse con la resistencia
de los africanos a la malaria, que a menudo es letal entre los europeos. Infortu-
nadamente, la hemoglobina anormal de los primeros causa la anemia falciforme;
de este modo, la capacidad de protegerse de la muy peligrosa malaria se consi-
guió al costo de un mayor riesgo de padecer esta condición. Fue el tercer tipo de
resistencia el que hizo posibles las bajas tasas de mortandad entre los europeos
durante las frecuentes epidemias de sarampión y viruela; al carecer de ella, los
indios sufrieron una mortandad sumamente alta (Cockburn 1971: 51).
Si los indios consistentemente hubiesen sufrido una elevada mortandad por el
sarampión y la viruela pronto se habrían extinguido biológicamente, pero ello no
sucedió salvo en el caso de tribus pequeñas. La supervivencia del indio peruano
se debió en parte a la inmunidad activa y pasiva. El número de sobrevivientes de
epidemias que contraían la enfermedad o bien adquirían una resistencia parcial
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4
Consúltese Sabin (1952: 540-546); y en lo que respecta al sarampión entre los indios america-
nos, Neel (1971: 561-592).
5
La crítica de Kenneth A. Bennett a Cockburn, «Infectious Diseases», p. 54; consúltese David
Pimentel, «Population Regulation and Genetic Feedback», Science 159 (1968: 1432-37).
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Modelos de mortandad epidémica
Es más, en los Andes los humanos se han adaptado fisiológicamente a los re-
quisitos de la vida a gran altura. Si menos cantidad de oxígeno, el frío intenso y
una radiación más elevada influyeron en la evolución biológica de la gente, no
hay razón alguna para esperar que los vectores de la enfermedad no hayan sido
afectados por los mismos factores. T. D. Stewart sostiene que la temperatura
desempeñó un importante papel en la respuesta de los nativos americanos a las
enfermedades del Viejo Mundo:
El frío del Extremo Norte ha sido caracterizado como una cortina que en tiempos
pasados sirvió para prevenir el flujo de muchos gérmenes patógenos junto con el
movimiento de sus anfitriones humanos. Hay muchas evidencias con que respal-
dar esta generalización, incluso en esta época de transporte rápido. La cortina fría
aparentemente explica por qué en el momento del primer contacto europeo, los
indios carecían de tantas entidades infecciosas comunes al Viejo Mundo y con
ello fueron tan vulnerables a las enfermedades introducidas por los europeos y sus
esclavos africanos (Stewart 1960: 265).
Las grandes alturas de la puna andina han afectado adversamente a los forasteros.
El soroche, o enfermedad de altura, comúnmente afligen a los residentes de la
costa que se aventuran en la sierra. Los grandes esfuerzos afectan severamente al
sistema respiratorio-circulatorio de quienes no están acostumbrados a la gran al-
titud. Monge encontró que los españoles tenían dificultades para reproducirse a
alturas por encima de los 4.000 metros y que los negros sufrían estrés ambiental.
R. B. Mazess anota que la tasa de muertes postnatales se incrementa directa-
mente con la altura. El hombre andino sobrevive porque cuenta con una mayor
capacidad pulmonar, un gran número de glóbulos rojos y un mayor contenido
de myoglobin en los músculos. La adaptación fisiológica ha permitido a los pue-
blos andinos persistir en el siglo XX, en un medio ambiente que a menudo es
hostil a los forasteros. En palabras de Paul T. Baker:
La población andina es asimismo biológicamente única en la historia del he-
misferio occidental. De todas las grandes poblaciones indias que viven en áreas
adecuadas para las prácticas agrícolas de los europeos, sólo los quechuas y aimaras
de la sierra no han sido desplazados o bien mezclados en alto grado con pueblos
intrusos. La persistencia de la cultura y la biología de este grupo humano sugiere
que habían alcanzado una adaptación a su medio, que las poblaciones ingresantes
hasta ahora no han logrado igualar (Baker 1966: 276-277)6.
El presente intento de estudiar el impacto numérico de las enfermedades en
la población no es el único en su género. Una de las primeras aplicaciones de
6
Ver también Baker (1971: 475-507); Mazess, (1965: 209-214); y Monge (1948).
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