Está en la página 1de 16

Colores invisibles | Carolina Polak Sokol

- Se disfruta del diálogo con escritores, pintores, cineastas


y autores teatrales. Si esto no es ajeno a otros textos de
nuestra disciplina, el modo de relatarlos abre a preguntas y
otras lecturas posibles.

- Como concierne a un texto psicoanalítico deja que las


preguntas dirigidas a la autora y las planteadas por ella las
vaya tramitando cada lector desde su singularidad.

Buen augurio para el lector y para quienes —como la


autora y quien suscribe— nos interesa y nos incumbe el
futuro del Psicoanálisis.

Buenos Aires, abril de 2023.

José Ángel Zuberman


Introducción

Vivo en una ciudad que tiene un barrio lleno de terrazas


y bares para juntarse a comer y tomar cafés o bebidas, que
se llamaba, hace un tiempo, Villa Freud.
El barrio existe desde antes de que yo naciera.
Pasaba por ese barrio en el 15, a los 6 años cuando iba
a lo de quien luego sabría que fue mi primer psicoanalista.
Miraba por la ventana del colectivo ese barrio coqueto de
la mano de Norma, cantando canciones de Roberto Carlos,
sazonadas con su acento santiagueño, dos veces por semana,
una para ir a mi sesión individual y otra a la de grupo, y
yo secretamente fantaseaba que algún día, cuando fuera
grande, tendría un consultorio allí.
Aunque también fantaseaba con ser astronauta. Pero
cuando me venía el ensueño de ser psicoanalista, imagi­
naba que mi consultorio sería como el de Vivían, con la caja
de juguetes y pinturas, que una nena como yo iba a poder
abrir para para inventarse historias, como yo hacía con la
arcilla que me esperaba allí semanalmente, apenas desta­
paba ese continente inolvidable.

[11]
Colores invisibles | Carolina Polak Sokol

En mi ciudad, en otro barrio, hace pocos años abrió un


bar donde también se presentan libros y músicos, que se
llama “Je suis Lacan”.
Pero en realidad, en Buenos Aires, también en Villa
Crespo, en Belgrano, en Chacarita, en Núñez, en Barrio
Norte, alrededor de muchas mesas, en publicaciones que
insisten a pesar de la crisis del libro y de la economía
general, los psicoanalistas freudianos, lacanianos y freudo-
lacanianos, husmean en las librerías, van al teatro, entran
al hospital, inauguran consultorios, dan y toman clases, se
reúnen en escuelas, arman internas, disputan en las univer­
sidades, crean y sostienen dispositivos de atención.
En los 6o Villa Freud era un territorio dentro de otro.
Un ghetto de vanguardia.
Y si bien hoy, en Buenos Aires, también hay muchos
cognitivistas y chamanes de diversa índole, los psicoana­
listas, de un lado y del otro de la zanja de Alsina que divide
la asociación mundial de las instituciones autogestionadas,
somos como el tango, la birome, el colectivo o el dulce de
leche: rarezas argentinas en un mundo globalizado que
tiende a dejar afuera las cosas del deseo y del amor, el soste­
nimiento de enigmas que no tienen repuesta, la significa­
ción de los sueños, la interrogación de la angustia.
La pandemia nos llevó al zoom y no obstante la pérdida
en el lazo social que eso implicó, las plataformas volvieron
a convertir a Buenos Aires y también a Tucumán, a Rosario,
a Mar del Plata, a La Plata, a Bahía Blanca, a Montevideo,

[ 12 ]
Introducción

a las distintas ciudades de Brasil, en un lugar donde en


Europa, en EE.UU. y en el resto de Latinoamérica consta
que aquí hay analistas suficientemente formados. Esto es,
con la disponibilidad de generarse y generar preguntas,
ponerle un freno al paratodismo de las ideologías que se
pretenden científicas, atender al trazo singular, al detalle,
a lo nimio y leerlo según la lógica que Lacan nos permite
extraer del texto freudiano.
Esa nena de 6 años que fui, que le agradece a esa primera
analista que tuvo haber podido jugar un rato más y no
perder del todo el pelo, tuvo después otros analistas.
También hubo profesores que me enseñaron y maestros
de los que aprendí.
Comencé a practicar la escucha no en aquel coqueto
Villa Freud sino en un dispensario de las afueras de Rosario,
en el Hospital Elizalde en Constitución después, en el de
Clínicas más tarde. Muchos años en Quilmes y finalmente
en Barrio Norte.
¿Cómo transmitir esa experiencia?
Una experiencia de lecturas, de escucha, de traducción,
de disponibilidad, de asombro y también de resistencias.
Una experiencia que llega hoy al escrito tratando de leer a
nuestros Freud y Lacan como se aborda a los clásicos, esto
es contemporanizándolos.
A Jan Kott1, el crítico teatral polaco, le preguntaron en

i. Kott, J. Ensayos sobre Shakespeare. China Editora. Bs. As. 2017.

1 13 1
Colores invisibles | Carolina Polak Sokol

un reportaje cuál sería para él la mejor manera de repre­


sentar hoy una pieza de Shakespeare. ¿Mimando la escena
isabelina? ¿Presentando una escenografía y un vestuario
actuales? ¿Aggiornando el lenguaje?
Kott no lo duda: ¡a través del cine! ¿Se imaginan si
Shakespeare hubiese escrito tras la invención del cine?
Kott dice que el cine es el soporte que más le conviene a la
tragedia shakesperiana, por la velocidad que permite, por su
polifonía, su posibilidad de edición, sus múltiples recursos.
¿Cómo contemporaneizar, entonces, la transmisión del
psicoanálisis, haciendo pasar su lógica?
No se trata de un aggiornamiento, de armar un breviario,
ni un manual, ni de tecnicaturizarlo.
En los capítulos siguientes, intentaré esbozar algunas
preguntas y respuestas parciales, provisorias y singulares a
nuestros clásicos, a la luz de mi práctica cotidiana.
Marcel Duchamp2, que junto a Picasso marcó el viraje
del curso de la pintura en el siglo XX, decía que sus trabajos
contaban con un color invisible: sus títulos. Muchos de esos
títulos formaban parte de su composición, los escribía en
el lienzo o en un cuaderno que acompañaba los distintos
soportes en que su arte se materializaba.
Los títulos y su escritura, ambos formando parte de la
obra, trabajos sobre el equívoco, la polisemia, el calembour y
la trasliteración, reduplican su gesto de salida de la mimesis,

>. Duchamp, M. Escritos. Ed. Galaxia Gutenberg. Barcelona, 2019.

[ 14 1
Introducción

de la ilustración, de la tela, del museo. Su color invisible es


considerado por los críticos uno de los gestos que marcan
el comienzo del arte contemporáneo, más preocupado por
la idea que por la representación.
El color invisible, sin pretender ningún resumen ni tota­
lidad, interroga al espectador, apunta a despertarlo.
Así fue para mí el primer encuentro con el psicoanálisis
a través de la caja de juegos con que Vivían me esperaba,
allí por los años 70.
Ojalá algún color invisible logre colarse por estas
páginas.

[15]
Capítulo i

Hacia una transmisión


CONTEMPORÁNEA1

Me gustaría invitar a Freud a la mesa.


Compartir con él un té con limón, en vaso de vidrio, y
conversar, celebrando que estamos a más de 120 años de
aquel sueño que tuvo en Bellevue en el que, según le contara
en una carta a ese amigo tan especial, Fliess, le fue reve­
lada la instancia de la letra en el Inconciente, sobre la que
él fundó una nueva razón.
El Freud que convoco es el viajero. El astronauta que
interroga imágenes hasta poder destilar de ellas aquello
que escriben.
El que sube a la montaña con Katarina, quien sabiéndolo
el gran Profesor, le pide ayuda por unos síntomas que ella
no sabía que eran equivalentes de la angustia.

1. Para este capítulo, retrabajo algunas ideas que presenté en las Jornadas
de EFBA “Transmisión del psicoanálisis: ética y política de una práctica”,
en octubre de 2022. También retomé algunas líneas presentadas en “Dos
preguntas a Carolina Polak Sokol”, publicadas por En el margen, Revista
de Psicoanálisis en diciembre de 2021, a quienes agradezco su generosidad
al invitarme a responder.

I 17 ]
Colores invisibles | Carolina Polak Sokol

Freud le pregunta desde cuándo y se pregunta para qué,,


y haciendo pinza con sus interrogantes funda un tiempo
que no existía de antemano, y desde ese momento esa
montaña dejará de formar parte de la cadena de los Alpes,
para devenir uno de los eslabones de los que está hecha la
topología del sujeto del deseo.
El Freud que convoco le pondría al té dos terrones de
azúcar que se disolverían lentamente en el líquido. Es para
mí el mismo Freud que desembarcó en 1910 en Nueva York,
habiendo soportado un viaje interminable y tenso con Jung,
en el que ambos se atiborraban de sentido con interpreta­
ciones hasta desmayarse, pero que en Manhattan se sobre­
pone. Se sorprende con los rascacielos, se entrega a la magia
del cine, y a quien me imagino que el jazz y el blues le alteran
el ritmo del cuerpo centroeuropeo y tal vez se lo ennegrecen
un poco o le muestran el negro que lo habita.
Porque, aunque pueda caminar por cualquier parque,
como no podía hacerlo en Mitteleuropa, no se deja llevar
por el entusiasmo del american way, que pide la receta de la
felicidad y lo nombra Doctor. Freud sabe que el psicoaná­
lisis decepcionará al espíritu americano, tal como ha suce­
dido, inventando nuevas formas de malestar en la cultura.
Le diría a Freud que en el mismo continente, en el
extremo sur, tuvo lugar de muchas formas su Academia
Española, la que fundara con su otro amigo, Silberstein.
Y que aquí hemos podido leerlo gracias a la traducción
de I ópez Ballesteros que circulaba en Buenos Aires desde

l 18]
Hacia una transmisión contemporánea

1923, que él mismo aprobó. Le contaría que las cátedras


de Medicina y de Filosofía y Letras lo subrayaban, lo deba
tían con tal avidez que hubo que inventar las facultades de
Psicología.
El Freud que elijo es el que se imagina un juez supuesto
imparcial para discutir y discutirse y decir que sí, los
médicos se beneficiarían aprendiendo algunas nociones
básicas de psicoanálisis, pero tendrían que ir a institutos
específicos y analizarse, si querían devenir psicoana­
listas. Tendrían que formarse en un programa literario,
filosófico, antropológico, teológico, artístico. Tal vez, me
animaría a decirle que también podríamos incluir allí
hoy, los aportes os aportes de los feminismos y los nuevos
hallazgos que vienen desde el campo de la biología, para
conversar con ellos.
Pero sin duda preferiría seguir escuchándolo, lo convi­
daría con una porción de torta de miel que me enseñó a
hacer mi abuela expatriada de Polonia y él me contaría
cómo eran los encuentros tarde en la noche de los miér­
coles, cuando cada uno de los contertulios iba contando
un caso y lo analizaban puntillosamente bajo el aire espeso
de los cigarros. En un tiempo anterior al reparto de anillos,
antes de las internacionales, las jerarquías, las escisiones,
las proscripciones.
Quiero convocar a la mesa al Freud que escuchaba la
verdad de las mujeres díscolas y elegía como amigas a las
mujeres sabias.

[ 19 1
Colores invisibles | Carolina Polak Sokol

Convoco al Freud que se detiene en los pequeños deta­


lles: cierto mal humor en un viaje a Atenas con su hermano,
cierto rasgo hipernítido en un recuerdo que lo lleva al
corazón encubridor de un deseo reprimido, a la falsedad
de los enlaces con los que se teje la memoria.
Y digo: ese Freud es mi clásico.
Al que voy siempre con mis anteojos, mi lápiz y mi resal­
tador. El que intento transmitir en la Escuela, la Cátedra,
el grupo de estudio, la supervisión, la publicación. Desde
el que converso con otros analistas.
Es el Freud al que han ido tantos otros colegas antes
de que yo pudiera hacerlo, cada uno de nosotros con
las posibilidades y límites de la época en la que nos ha
tocado vivir.
Ese Freud que elijo, clásico, como todos los clásicos tiene
algo anacrónico. Algo fuera del tiempo, que nos permite
interrogar las sombras del tiempo en que es nuestro el turno
de practicar el psicoanálisis. Porta algo interminable, que
permite lecturas que cada vez nos sorprenden si hacemos
lectura creativa, desobediente. Si nos permitimos leer allí
algo que no sabíamos de antemano.
Con tacan no me imagino sentada a una mesa sino más
bien escuchándolo como una más en la multitud. Mal que
le pesara, se hizo fenómeno.
Si tengo que editarlo, hacer un collage de algunos frag­
mentos que convoco para servirme de su enseñanza, el
primer recorte es el de tacan en las escalinatas del Panteón,

l 20 ]
Hacia una transmisión contemporánea

cuando les dice a los jóvenes del ’68 que se están buscando
un nuevo amo.
Con los beneficios de la historia sabemos que al poder,
si algo le sobraba, era imaginación: para camuflarse, rein­
ventarse, camaleonizarse y seguir. Con su agudeza, Lacan
ya vislumbraba ese porvenir, hecho tanto del triunfo de los
gadgets como el de la religión, de la segregación, de la cual
nos decía que todavía no habíamos visto más que el inicio.
Y ya estamos viendo.
En ese collage recorto y pego también al Lacan que va
a la radio, a la televisión y se deja interrogar, aunque sus
respuestas necesiten un siglo aún para poder extraer el
jugo que suponen. Invoco al Lacan curioso, que se nutre
de los matemáticos y los lingüistas. Que se sirve del estruc-
turalismo, de la poesía, del cine y la lógica. Al Lacan que
no puede vivir sin sus cuadros, y esconde bajo otra imagen
El origen del mundo, y solo lo revela a sus íntimos, pour
épater les bourgeois.
Elijo al Lacan que escribe descifrando las letras que lee
en el desierto congelado de Siberia yendo en avión al Japón.
El que lee a sus colegas, aunque sea para enseñarnos lo que
es mejor no hacer y que incluso rescata en ellos algo que
han hecho sin saber que lo hacían y nos enseña a no perder
oportunidades, a no distraernos.
Convoco al Lacan que se enreda y se lanza a su auditorio
i orno un analizante, como se arroja el rockstar desde el esce-
mirio para que el público lo reciba y la banda siga tocando.

[ 21 1
Colores invisibles | Carolina Polak Sokol

La banda sigue tocando.


Freud y Lacan son nuestros clásicos. Su lectura es la
brújula de nuestra práctica y el eje de nuestra transmisión.
Freud y Lacan son nuestros clásicos pero nuestra prác­
tica es contemporánea y el desafío es que nuestra transmi­
sión también lo sea.
¿Cómo transmitir el deseo de leerlos sin religiosidad ni
solemnidad? ¿Cómo invitar, en nuestro tiempo de psico-
fármacos y religiones breves a la aventura de un análisis?
No se trata de una operación de aggiornamiento. Se trata
de respetar la lógica, la enunciación, la ética y la política de
nuestros clásicos, permitiendo que eso pase.
Como lo hacen los artistas contemporáneos.
Me gusta mucho cómo Giorgio Agamben define lo
contemporáneo.
Parte de la idea de que el contemporáneo no es alguien
perfectamente adaptado a su tiempo, sino que mantiene con
el mismo cierta asincronía y que justamente ese corrimiento
le permite interrogar allí no las luces, sino las oscuridades.
Tomando el ejemplo de la astrofísica, transmite bien de
qué oscuridad se trata.
¿Por qué, se preguntan los científicos, el cielo nocturno es
oscuro, si en el universo hay miles de millones de estrellas?
Para explicarnos esa oscuridad, tenemos que adherir a
la teoría de que las galaxias están en permanente expan­
sión. Entonces, hay estrellas tan lejanas, que la luz que
emanan, nos resulta, desde la Tierra, invisible y se traduce
Hacia una transmisión contemporánea

como oscuridad. Esa oscuridad, entonces, no es vacío. Es


no visible.
El contemporáneo, el artista contemporáneo, pero
también, agrego, el psicoanalista, es aquel que tiene la capa­
cidad de hacer perceptible el eco de ese brillo que destella
en la oscuridad.
Pero, a diferencia del artista, nosotros, psicoanalistas,
no buscamos el efecto estético de esa operación, sino que
buscamos el efecto sujeto del inconsciente que puede
producirse allí, el efecto de división subjetiva que destila
deseo.
En este sentido, una transmisión contemporánea,
implica una lectura creativa, que tienda a la performa-
tividad, que retome el espíritu curioso, viajero, de nues­
tros clásicos. Luces lejanas que en nuestro tiempo ya no
resultan visibles. Porque se han burocratizado o porque se
han convertido en mera técnica.
Freud fundó al psicoanálisis en el amanecer del siglo
XX con su locomotora de progreso. Lacan convivió con
las vanguardias modernas que acusaron el golpe de las dos
guerras mundiales. Contó con la admiración y respeto nada
menos que de Picasso, el artista moderno que marcó con
su nombre la segunda mitad del mismo siglo.
El nuestro es un tiempo de soledad epidémica, de nuevos
repertorios para identificarse con los diversos ideales de
la época, de segregación sistemática que los sociólogos y
antropólogos describen y miden mejor que nosotros.

[ 23 1
Colores invisibles | Carolina Polak Sokol

En esa actualidad, que freudianamente entendida, difi­


culta el lazo del malestar con la Otra escena, nosotros,
psicoanalistas, apuntamos al sujeto en su desgarro, en la
división que lo interroga, en la falta que lo habita y moto­
riza su deseo.
Como en cierto arte contemporáneo, no creamos un
objeto tangible, negociable, no tenemos protocolos ni recetas,
pero apostamos a las eficacias de la escucha analítica.
Nuestro oficio y su transmisión apuntan a una ética que
no pertenece a la familia de las teleológicas, pero que sin
embargo persigue un fin: el deseo. Que tampoco participa
del soberano bien, pero sabe de los males que nos mortifican.
Una ética de la generación de olas.
Una política del viaje, de la montaña, de la curiosidad,
del tren, de la pregunta, de los pequeños detalles.

I 24 ]
Capítulo 2

¿Puede una IA ejercer el análisis?

Una definición ampliamente difundida de Inteligencia


Artificial (IA) es que se trata de la habilidad de una máquina
de presentar las mismas capacidades que los seres humanos,
entendiendo que esas capacidades consisten en razonar,
aprender, planear y ser creativos a la hora de resolver
problemas.
Sorprende en qué espejo pulido se miran en el mundo
de la hi tech. En la definición, no se inscribe que además
de contar con todas esas capacidades, los seres humanos,
atravesada su animalidad por el lenguaje, pervierten su
instinto de supervivencia por la incidencia de la inscrip­
ción de la muerte en el plan vital, que los lleva la repeti­
ción, a la inhibición, al síntoma, a la angustia y a toda a la
zona del acting.
Entonces, en no pocas ocasiones, la creatividad nos lleva
a los seres hablantes a ser inventivos a la hora de repetir lo
que más nos duele, el razonamiento gira en redondo y nos
empantana en el mismo lugar y el aprendizaje se detiene
1 liando no viene de la mano de la libido.

[ 25 1

También podría gustarte