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La fui a buscar al patio. Era de noche, hacía frío y se había puesto a colgar mucha ropa.

Tenía la cara tapada con un vestido, se apresuró a decirme que le gustaba el aroma
que dejaba el jabón y me hizo olerlo. Le pregunté si me podía ayudar con algo de
matemáticas. Exactamente fue; No sé cómo hacer, no puedo resolverlo, me fijé en cada
término y nada. Me dio la espalda, se puso a oler las remeras que tenía en sus manos.
Y antes de entrar a la casa le dije que la ropa siempre olía rico. Sin voltear me dijo podés
hacerme el favor de entrar de una vez, que te ayude tu padre.
Anibal Goné era un amigo del barrio y un compañero de la escuela. Vivía a media cuadra
de casa. A su mamá le decía Silvia. La habitación de él era de lo más divertida porque
era un entrepiso de madera desde donde podíamos ver el comedor y las caras de los
adultos cuando hablaban cosas de adultos. Fruncían el entrecejo, dejaban mucho
tiempo abierta la boca y los ojos iban de un lado a otro como siguiendo una mosca sin
mover la cabeza. Cuando iban las amigas de Silvia, las observábamos desde lo alto e
inventábamos diálogos paralelos. Duraba hasta el enojo de Elisa que nos tiraba con
alguna masa y nos hacía pedirles disculpa. Nuestras cabezas se asomaban por encima
de ellas y a coro decíamos Perdón Elisa, perdón señoras.
Con Aníbal hicimos un viaje estudiantil a Tandil, más precisamente a la piedra movediza.
Durante el trayecto pusieron Matilda que se había estrenado no hacía mucho. La
coordinadora del grupo usaba un megáfono todo el tiempo para comunicarse con
nosotros, incluso dentro del micro. Se parecía un poco a Tronchatoro. Reí a carcajadas
como el resto de mis compañeros, pero él estaba fascinado por el verde del paisaje y la
variedad de animales que cruzábamos. No volteó ni un segundo a ver la pantalla, es
más me codeaba y señalaba cientos de cosas. Desde hacía varias semanas atrás le
entusiasmaba la idea de viajar, me pedía por favor sentarse conmigo y que le dejara el
asiento de la ventanilla. Trataba de tranquilizarlo cerrando el trato con un apretón de
manos y un posterior abrazo. A también me entusiasmaba viajar con él y mis
compañeros porque cuando lo hacía en familia tenía todo el asiento trasero para mí solo
y terminaba durmiendo hasta llegar a destino.
Anibal fue mi primer beso. Nos metimos dentro de un segmento que estaba hueco de
las ligustrina que hacían de división en la escuela. Sabíamos de ese lugar, pero no
jugábamos ahí, sino que trepábamos árboles que rodeaban la cancha de futbol o en la
zona de la piedra que daba cuenta de la fecha de creación del barrio. Fue raro; el olor
de su boca, el choque de los dientes, el lugar. No estuvo bueno, pero tampoco malo.
Salimos de ahí y el mundo siguió normalmente.
Ana y Luis no se parecían a los papás de Matilda, pero a su manera un poco lo eran.
Yo sabía que estaban en la casa porque se escuchaba el shick shick del cepillo que
sacaba manchas en el lavadero y el estero sonando con un partido en el garage. A
veces sentía que se comunicaban a través del sonido de esas cosas. El estéreo
sonando como fritura radial y el shick shick que se sostenía en un in crescendo. Ana
siempre daba el portazo primero. Más adelante apareció el lavarropas y la batalla se
emparejó un poco. Estéreo vs Lavarropas. Garaje vs Lavadero.
Los tamaños estándar de los marcos de fotos van desde 9x13 cm, que es el más
pequeño, le siguen el de 10x15, el de 13x18, el de 15x20 y por último el más grande de
20x30. Hay 3 portarretratos sobre el aparador del living. Uno con una foto de 20x30. Son
ellos en un almuerzo en el restaurante Leo Miglio que quedaba a 7 cuadras de dónde
viví de chico. Él tiene un bigote negro prolijo y tupido al igual que su peinado. Tiene
puesta una chomba negra lisa cerrada hasta el último botón que debe ser la misma que
usa ahora para lavar el auto los martes, jueves y domingos. Mira a la cámara seriamente.
Le salieron ojos rojos. Siempre que paso junto a esta foto y reparo en eso pienso en las
películas de terror en las que se descubre que el demonio que arrasa con las victimas
es encontrado por el protagonista por pistas como estas y empieza a atar cabos sueltos.
Con quién se relacionó, por qué es que no puede salir de día, por qué es que no come
ni toma agua. Ana tiene una expresión que me recuerda a la Gioconda porque no sé si
es que esta sonriéndole a él o es un gesto de dolor o una mezcla de ambas. Tiene el
pelo lacio y largo. No hay un solo mechón fuera de lugar. El vestido color marfil le
quedaba precioso. Tenía muy buena figura de más joven porque era bailarina clásica.
La escuché decir que después de tenerme no hubo ningún cuerpo de baile que la haya
aceptado. Le decían que no estaba en peso.
El segundo portarretrato es una imagen de la misma noche. Parece tomada minutos
después de la anterior, me gusta pensarlo así y además está contado de esa manera.
A mí me enseñaron a leer de izquierda a derecha y así es como están dispuestos los
cuadros sobre el aparador. Pero puede ser que no haya sido así.
Ella tiene una mano sobre su cachete izquierdo y una sonrisa grande a la que no se le
ven los dientes. Es como de sonrojo, sorpresa y alegría. Él la está mirando sonriente.
Tienen las caras más juntas que en la anterior.
La cámara en esos años no era de uso corriente. Hacía unos pocos días que Luis la
había comprado. Rubén, mi tío y padrino fue quien les sacó las fotos. En la segunda
foto se puede ver un pedacito de su dedo.
Hay un tercer portarretrato con una foto mía de bebé. Es de 9x13cm. Lo primero que
veo es la sonrisa que llevaba y lo agrietado del papel. Al parecer no tenía más de un
año y ya tenía una melena casi como la de un niño grande. Nací por parto natural y Ana
dice que unos meses atrás tenía la cabecita super rara, parecida a la forma de un huevo
y vivía colorado de los llantos eternos por los cólicos. Luis dice que esos primeros meses
fueron muy intensos porque Ana se culpaba a sí misma por esto que me pasaba a mí.
Decía que la leche que me estaba dando era la que causaban mis dolores y que no
ayudaban sus genes. Sin embargo, en esa foto se puede ver que estoy contento y
sereno abrigado por la manta que años más adelante sería mi objeto de apego.
A Ana también la escuché decir que me quisieron poner Ana Paula sí hubiera sido nena.
A veces la miraba fijo tomando valor para hacerle la pregunta, ¿hubieran preferido una
nena? Ella me sostenía la mirada largo rato y sin abrir la boca me decía que sabía lo
que le quería preguntar y que ni se me ocurra hacerla. Entonces cargaba el tenedor con
otro poco de comida, lo llevaba a la boca, miraba un punto fijo y seguía escuchando el
silencio de la casa.
Ponete derecho y sacá los codos de arriba de la mesa. Luis le decía que me dejara
comer en paz y así empezaba la novela de los mediodías y las noches. Ana se levantaba
e iba a lavar ropa. Luis me decía que juntara los platos y después agarraba las llaves
del auto y se iba.
Jugando al detective espié a ambos para saber qué es lo que hacían en sus refugios
(desarrollar o no es necesario)
¿Hubiera sido distinto? Claro que sí. Haría que me digan Paula porque con dos Ana en
la casa correría el riesgo de que me digan Ana Junior y quedaría feo. Algunos me dirían
Pau y yo contestaría ¿Sí? con una voz dulce y suave pero segura. Eso me llevaría a no
pasar desapercibida en ningún lado y claro que lo usaría a mi favor. ¿Para qué? Eso no
estaría tan claro. Pero de seguro no lo desaprovecharía. Esa atención la usaría para
decir algo en favor de los derechos de los animales. Eso podría decir.
Anibal&Paula encerrados en un corazón con una flecha atravesada en el medio, tallado
en un árbol o pintada con corrector de tinta en algún pupitre del colegio. Nos veo de la
mano y dándonos besos que ya no serían raro y no nos tendríamos que esconder en
las ligustrinas. Los días de partidos de futbol estaría alentando desde las gradas por su
equipo y festejaría a los gritos con Silvia. Por supuesto que me encargaría de llevar una
canasta con comida exquisita y entre silbidos y tiros libres hablaríamos de cómo se
siente ella, qué problemas tiene. Yo le diría los míos y así forjaríamos un lazo que iría
más allá de Aníbal. Quizás sabría un poco más de la misteriosa desaparición de su
marido, el papá de mi novio. Me diría si lo extraña o si ya hay otro hombre que la esta
queriendo como lo merece. Usaría ropa como la de ella. Se la ve cómoda y no
pretenciosa. Jeans alto con cinto negro, una remera de un solo color sin estampa y
zapatillas converse. Los vestidos y el maquillaje lo dejaría para alguna ocasión que
requiera de formalidad y elegancia porque de vez en cuando está bien jugar a vestirse
de gala.
El 15 de junio nos mudamos a otra ciudad.
Los primeros meses me aburría tanto que me paraba en la plaza a mirar mi casa nueva
y buscaba diferencias y similitudes con la casa anterior. Me di cuenta que la nueva
estaba hecha de cemento en un casi noventa por ciento. En la vieja había madera por
todos lados, tanto adentro como afuera que la hacía más acogedora. Para entrar hasta
la puerta principal no había rejas, solo un sendero hecho de piedras y entre casa y casa
había muchos metros de distancia. Desde la caja vieja podía ver hasta lo de Aníbal. En
los veranos nos quedábamos hasta tarde despiertos y nos hacíamos señas de luces
con las linternas. Empezamos a desarrollar un código de comunicación con los
parpadeos. Tuvimos que empezar a anotarlos en un cuaderno para entendernos. De
día nos juntábamos para perfeccionar el lenguaje. Un parpadeó de dos segundos era
Hola. Y dos parpadeos Hasta mañana. Qué descanses
El aburrimiento es el enemigo del buen dormir. Por las noches dormía de a ratos. Se me
secaba por completo la boca y sudaba muchísimo. Una noche tormentosa me desperté
asustado por los monstruos de mis pesadillas y fui en busca de un poco de agua y me
quedé helado cuando vi que alguien estaba sentado en el living. Me pellizqué pensando
que aún seguía dormido. Me quedé petrificado unos segundos, hasta que entendí que
era Ana que se había quedado dormida en el sillón. Nunca pensé que podrían estar en
la cama el uno sin el otro. Ana sin Luis. Tampoco es que piense que cuando ellos se
acuestan, se sientan en la cama al unísono, se tapan al unísono, se dicen buenas
noches al unísono y apagan las luces al unísono. Un ritual que no se podría hacer si
alguno falta. No pienso eso, pero me sorprendió.
Durante el trayecto para acercarme a ella y decirle que se vaya a acostar, el corazón
me empezó a latir más rápido, trataba de no hacer ningún ruido, me movía entre
algodones. Por suerte en mi mente existe un plano de la disposición espacial de las
cosas, que hizo que no choque nada. ¿Cómo debería despertar a Ana? Cualquier forma
me parece incorrecta. Siempre es ella la que me despierta porque es la primera en
levantarse. Existía la posibilidad de que me tome por el cuello y me estrangule. O quizás
podría no reconocerme, gritar y despertar a Luis y ahí, confusión, más gritos, retos y
portazos. ¿Qué haría si fuera ella y tuviese que despertar a Ana? Si no te digo que me
despiertes, no lo hagas.
Ana tenía las manos apoyadas en su regazo una encima de la otra. La cabeza colgaba
hacia abajo y tenía puesto los anteojos, pero no tenía nada a su alrededor. Ni ropa que
coser, ni revistas que leer. Al acercarme más a su cara escuché que hacía un ronquidito
de pulmones pequeños. Olía a una mezcla de cosas; tímidamente sobresalía el olor de
un perfume rico por entre el de la cebolla, carne y jabón de ropa. Noté que tiene pelos
en la barbilla, donde no se puede ver bien.
Podría haberle gritado y llevarse el peor susto del año y así terminar por resquebrar el
asfalto y que salga lava del centro de la tierra y que todo arda, pero me arrodillé como
las señoras que van a rezar, me quedé en silencio a su lado hablándole de mis cosas.
Hablé tan bajito que parecía un susurro imperceptible. Vi las arrugas de su cara que
para su edad son muy pocas. Después retomé mi camino, pisando a oscura en busca
de agua. Al darle el primer sorbo sentí el alivio que solo te da lo que justamente
necesitas. Volví al pasillo para meterme en la cama y me quedé en la misma posición
viéndola, buscando una respuesta en ella. La contemplé como a un cuadro.
La pelea de dos perros en la calle la despertó. Tomó un gran sorbo de aire. No hizo
movimientos bruscos. Se sacó sus lentes y se frotó la cara. Se levantó del sillón y miró
por la ventana buscando a esos escandalosos machos que seguro peleaban por una
hembra en celo. Bostezó tapándose la boca, aunque no hubiera nadie alrededor a quien
faltarle el respeto por abrirla así. De noche tiene otro ritmo muy distinto al del día, hay
más suavidad y aplomo. A contraluz era otra señora. La señora volvió a ponerse sus
lentes y buscó con la mirada, cruzada de brazos y encontró lo que buscaba. La dejé
contemplar a solas para volver a mi cama.
En mi cuarto, minutos después, se coló un poco de la luz del baño. Se escuchó el ruido
de las bisagras del botiquín, el agua del lavamanos correr, la tos fuerte de Ana por unos
segundos. Silencio. Pasos. Entró a verme e inmediatamente cerré los ojos, haciéndome
el dormido. Sentí como se hundió el colchón a los pies de la cama, pero no sé si me
estaba viendo o miraba a través de mi ventana. Preferí hacerme el dormido. Se
escucharon nuevamente ladrar a los perros en la noche. Esta vez se sumaron más. Ana
empezó a toser y se fue. Qué pasó? Estás bien?, me hice el despierto. Sí. Tosió. Tengo
tos. Dormite. Hasta mañana, le dije. Y me dormí en serio.
Durante el día persistió la lluvia y en la noche mis pesadillas. Me levanto deshidratado
y con una mezcla de angustia y miedo por esos monstruos que me quieren ahocar y
hacer cosas que nunca las logran. La vuelvo a encontrar a Ana en la misma posición y
me vuelvo a asustar. Le susurro que no me puedo dormir, que es la segunda noche y
que deseo que no haya una tercera mientras miro cruzado de brazos a través de la
ventana. Eso me tranquiliza bastante. Le saco los lentes y los dejo encima de un libro
de derecho que está en la mesa. Me pregunto si Aníbal y Silvia estarán bien. Les podría
escribir, pero no se me da bien. Soy mucho mejor expresándome cara a cara.
Hola Aníbal y Silvia, pensaba escribir una carta a cada uno, pero por única vez voy a
hacer una para ambos. La pueden leer por separado pero la verdad es que me gustaría
que la leyeran juntos. Ojalá que el cartero se las entregue a la hora de la merienda y
estén comiendo y tomando algo calentito con este frío. Va a ser algo desordenado
porque no encuentro una línea y es que yo también estoy sin orden. La casa es lo
primero que se me viene a la cabeza. Está ubicada sobre una avenida que no es la
principal, pero es muy transitada. Alrededor de las seis de la mañana ya se escuchan
los primeros micros y autos. Al mediodía se arma un pequeño embotellamiento en el
que se escuchan bocinas, malas palabras y canciones de radios. Luis está odiado
porque no tiene garaje y tuvo que buscar un estacionamiento. Dice que “ni loco voy a
dejar al coche durmiendo en la calle, mirá si le pasa algo.” Cada vez que va a guardarlo
promete que el mes que viene nos vamos a mudar. Pude elegir la habitación que
quisiera, pero no me pude decidir así que la eligió Ana y me gusta. No tengo tantas
cosas para llenarla y queda vacía. Tiene una ventana grande que da a la plaza. Salgo
por ahí para cruzarme. No se da cuenta nadie. Ustedes no digan nada. Silvia a vos te
encantaría venir porque tocan bandas. El primer día que llegamos tocaron folclore y
fuimos a ver el show. Tomé un poco de vino por primera vez y no me gusto, el sabor es
muy fuerte. Luis se reía por la cara que puse. Quisimos adoptar un perro que nos siguió
esa misma noche, pero se escapó a la tarde siguiente. No había llegado a ponerle un
nombre porque no me entusiasmó la idea de tenerlo. ¿Quién iba a tener que pasearlo?
Yo, por supuesto. Aunque el patio de la casa es realmente enorme y ahí podría correr
sin problemas. También podríamos ir a la plaza. A veces me confundo y pienso que lo
veo, pero hay muchos parecidos a él por esta zona. Salí a explorar caminando dos veces
solo y una con Ana. Caminamos el perímetro que hacen las cuatro avenidas que rodean
al barrio. Tienen nombres de árboles; Av. Los Pinos, Av. Los Naranjos, Av. Lapacho y
Av. Tupelo. Yo vivo en esa, sobre Tupelo 746. Guarden la dirección para cuando puedan
venir a visitarme.
Lo raro es que hay pocos árboles por acá. Las cuadras que caminamos tenían patios
delanteros grandes con apenas algunos arbustos. No vi almacenes, ni verdulerías, ni
tiendas. Es minimalista como le gustaba decir a la de arte. En la caminata Ana me
preguntó si los extrañaba, yo le mentí y le dije que no. Pensé que, si le decía que sí
quizás se pondría mal porque no me puedo adaptar, pero inmediatamente después de
mentir pensé lo contrario, que está bien que los extrañe. Está bien que las personas
extrañen a otras personas. Pasaba mucho tiempo con ustedes. Ahora paso mucho
tiempo conmigo.

Aníbal me invitó a unas vacaciones en la casa de su tío en Valeria del Mar. Silvia, él y
yo íbamos a pasar todo febrero allá. Costó muchísimo convencer a Luis para que me
deje ir. Decía que era mucho tiempo lejos de su casa y de su familia y no quería que me
vuelva un estorbo. Pero Ana lo pudo ablandar diciendo que nos pueden visitar la
segunda semana de febrero que él tenía unos días libres en el trabajo. Me dio
muchísimo dinero, más del que pude gastar. Cuando me despedí los saludé a ambos y
cerré la puerta. Volví a entrar a la casa porque me olvidé mi cepillo de dientes y estaban
abrazados con lágrimas en los ojos, pero me hice el que nos lo vi y fui corriendo al baño.
Me despedí.
Aníbal siempre hablaba de la casa de su tío que no es su tío porque ninguno de sus
padres tiene hermanos, pero es amigo de toda la vida de Silvia, aunque no sé muy bien
qué significa “de toda la vida”. Él repite mucho lo que dice Silvia. La casa se encuentra
en el medio de un bosque de árboles flacos y altos y muy cerca del mar. Se llama La
Maga. Está hecha toda de madera. Ninguno de los dos la conocemos. Hicimos una
reconstrucción en nuestras cabezas a través de las fotos y de lo que nos cuenta Silvia.
En la ruta saliendo de Olavarría, Silvia levantó a una chica de treinta y dos años que
hacía dedo para ir a la playa, “no sé, para la costa voy”, dijo ella. Llevaba consigo un
bolso cruzado, collares de cocos colgando. Se la veía liviana. Y eso me hizo me pensar
que se estaba olvidando de cosas como ropa, toalla, objetos personales, algún libro
para leer o una manta para tirar sobre la arena y a su vez yo me puse a pensar si me
había olvidado de algo. Repetía en mi cabeza los pasos de todo lo que había empacado,
pero no confiaba en mi memoria y sí en Ana que me había ayudado con todo. ¿Tenés
todo, no? Mira que no te vas una semanita acá a la vuelta.
Silvia le hizo una seña para que entrara y se sentó atrás conmigo. Le pregunté cómo se
llamaba y me contestó flor, pero le gustaba que le digan Chopi. Le dije que su cara
coincidía con su sobrenombre. Aníbal se dio vuelta, la miró, asintió con la cabeza y
chocamos los cinco. Chopi se río, también quiso chocar los cinco y nos presentamos.
Ramiro, Aníbal, Silvia. Le pregunté por qué le dicen así y me dijo que de chica su mamá
le decía que era una pochita, como diciendo gordita más tiernamente. Pochita, pochi,
chopi, es una deformación. Y como ahora también estoy más rellenita me queda bien.
¿No les parece genial? Y volvimos a chocar los cinco. Me dijo que estaba embarazada,
que estaba super feliz con la noticia. Podés escucharlo, si querés. La idea no me pareció
mala, es más, me pareció increíble escuchar sonidos nuevos y únicos. En unos días iba
a estar escuchando al mar, antes un bebé nadando en el vientre de su madre y en el
medio quién sabe qué más podía pasar. Apenas se notaba la panza, era un pequeño
montoncito de tierra, una mejilla mal ubicada. Me propuse escuchar, pero antes posé mi
mano. Nos miramos con Chopi y le dije que no sentía nada. El andar del auto hacía que
me confunda los sonidos y los movimientos. Apoyé mi oreja, pero se escuchó el crujir
de su estómago así que le convidé unas galletitas. Nadie debería tener hambre jamás
nunca. Y más si en mi poder tengo comida. A continuación, querida Chopi, va a ser
beneficiaría de una de las mejores galletas que jamás hayas probado en la historia de
las galletas. Por favor extendé tu mano. Sos merecedora de las famosas y deliciosas
Tía cucú. Se hizo un silencio mientras veíamos con Aníbal las caras de la beneficiaria.
Cuando terminó la galleta dijo Quiero otra y todos aplaudimos. Silvia prendió el estéreo
y buscó una estación de radio. Bailamos y comimos Tía Cucú. Ahora sí, se está
moviendo como loco. Y era verdad. Se podía sentir como bailaba y comía con nosotros.

A unos cuantos kilómetros de Olavarría hicimos una parada en una estación de servicio
Chopi me susurró al oído; me gusta cómo se llevan, hacen linda pareja. Y bajó del auto
al igual que los demás, pero yo me quedé adentro, no quise bajar. Aníbal salió corriendo
para el baño y las chicas se quedaron charlando sentada sobre el baúl.
No hay mucha información sobre embarazo. Yo aprendí todo, entre comillas muy grande
todo, mientras me crecía la panza. El nacimiento de Aníbal fue diametralmente opuesto
al que esperaba o tenía en mente para él. Nació sietemesino. Yo era un manojo de
nervios por temas del papá de él. No creía que iba a nacer ese día. Esperaba para
agosto más o menos. Unas horas antes de ir para el hospital aparece mi mamá que
venía de sorpresa. Cuando la vi no lo podía creer. Era un ángel caído del cielo. Hacía
unos cuántos meses que no nos hablábamos por una pelea que tuvimos. Cuestiones
ideológicas que nos distancian. Esta vez la abracé, lloré y ella también. Sentí cómo el
alivio me recorría el cuerpo. Pudo acomodar algunas cosas que traía y charlamos muy
por arriba. Después me dieron las primeras contracciones. Es como si hubiese esperado
que llegara la abuela para salir. No hubo mucha complicación en el parto. Él era muy
chico y lo tuvimos que dejar internado para que lo pudieran controlar. Pero no te
angusties que no estás sola. Y además por lo que me contás es un imbécil, discúlpame
que te lo diga así. Pero si no estás bien, corazón, más vale sola, que mal acompañada.
Rodeate de los tuyos. Pasalo lo mejor posible. Yo los primeros tres meses me la pasaba
mareada y con vómitos. Dos bocados por comida podía tragar como máximo y yo
disfruto muchísimo de comer. Era mi peor pesadilla. Pensé en fumar un poco de
marihuana a ver si me daba apetito, pero no fumé. Me busqué maneras de poder pasarla
bien. Vos tendrías que hacer lo mismo. Bueno, un poco lo estás haciendo yéndote de
viaje. Es un buen comienzo.
Subieron todos de nuevo al auto. Esta vez Aníbal se sentó detrás conmigo. Durante el
camino no dijimos nada. Cada uno miraba por su ventana. Él con más fascinación que
yo. Chopi adelante con Silvia siguieron hablando de sus cosas.
Yo lo mandaría a la mierda. Y seguramente te lo hizo más de una vez, ponga la firma
acá mismo, lo juro y perjuro. Tampoco me sorprende, ojo. Yo me saqué la lotería con el
papá de Aníbal. Nos complementábamos muy bien. Pero no es el común de las parejas.
Tuve relaciones anteriores en las que la pasé mal. Nada tan terrible como lo tuyo. Pero
tengo amigas que me cuentan sus experiencias y casos parecidos al tuyo los hay. Lo
importante es que ahora estamos acá, yendo directamente a la inmensidad del mar, a
unas pocas horas de pisar arena con los pies descalzos.
Las interrumpí. Le dije a Silvia si podía parar en el camino porque tenía ganas de
vomitar. Ella se frenó en la banquina de inmediato y me bajé corriendo. Vomitaba y
temblaba. Aníbal se bajó, me pasaba la mano por la espalda para darme alivio y
realmente lo consiguió. Chopi al verme también se bajó y vomitó. Silvia le pasaba la
mano por la espalda a ella. Nos convidó a los dos un vaso de agua. Y después nos
quedamos los cuatro sentados en la banquina esperando que el sol nos traiga la
compostura. Deben ser las Tía Cucú, dijo Chopi.
Atardecía en la ruta. La temperatura del viento que entraba por las ventanillas era
perfecta. Estábamos en el momento de silencio que tiene siempre un auto que está
pronto al destino elegido. Aníbal dormía usando de almohada mi mochila. Traía puesta
la remera que le regalé para su último cumpleaños. En la mañana me dijo estoy
estrenándola y me abrazó. El viento le hacía una raya al medio en su pelo marrón. El
verano es el momento del año en el que jugamos todo el día al aire libre y tomamos
mucho sol. Las pecas de Aníbal dejan de verse tan claramente como en invierno. Le
encantan sus pecas y las lleva con orgullo. Quisiera tener pecas también para llevarlas
como él. Dice que le dan un toque europeo a su rostro y luego de decir eso termina
acariciándose la mejilla. Y yo le digo que parece un viejo hablando así. Me hace burla y
yo lo corro para pegarle. Pero nunca nos pegamos. Solo hacemos que nos damos
golpes en cámara lenta y exageramos los movimientos hasta que nos tentamos y
seguimos jugando o hablando de pavadas. Verlo dormir me daba sueño, pero esta vez
no quería dormirme. Se mezclaba el viento pegando en mis oídos, la conversación
difusa entre Chopi y Silvia y el sonido del motor. Pastizales verdes oscuros pasaban por
todas las ventanillas.
Ya estamos cerca, chicos!, dijo Silvia. Chopi festejó y a mí se me dibujó una sonrisa.
Aníbal se despertó desorientado, dijo algo inaudible entre dientes que se oía como una
queja y se volvió a dormir. Desde ahí yo fui su almohada hasta que llegamos a la casa
de su tío.

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