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Yo me imagino tal cual así nada más.

Como un acontecimiento inútil sin importancia.

Como al pisar una hoja seca sin color

Para nadie tiene sentido aquello

¿A quién le importa la bachicha de cigarro que está en la esquina de una calle concurrida?

Veo a la gente morir y vivir, ¿para qué?, o ¿para quién?

Recuerdo aquella noche como si fuera ayer. Yo estaba casi dormido en mi departamento cuando
sonó el teléfono. Era muy raro, increíblemente raro que alguien me llamara a esas horas, yo que
todos mis asuntos los arreglo en el día sin dejar ni un cabo suelto. Pero esa noche el teléfono sonó
alarmado, siempre un timbre de teléfono nos indica con alarma que debemos de contestar, yo lo
sentí alarmado o tal vez eran los acontecimientos que sucederían después de tomar esa llamada,
los que hicieron que yo sintiera el teléfono alarmado.

Me levanté enojado de mi cama, pues casi estaba dormido cuando aquel ruido electrónico me
molestó y turbó mi sueño. Caminé por la alfombra de figuras geométricas intentando no pisar el
piso frío y liso que acababa de poner el albañil la semana pasada. Aquel piso hacía ver mi
departamento mucho más elegante, pero en esas horas de la noche, ese piso era un iceberg plano.
Casi llegué corriendo al buró de la esquina de la sala donde tengo comúnmente mi teléfono. Iba a
comprar uno para llevármelo a mi recámara pero eso me reclamaba en mi interior mientras acudía
a alcanzar a tomar la llamada.

Cuando llegué, el teléfono pareció dar un último suspiro, por fortuna, dio otro más, así que tomé
el teléfono y contesté.

-Aló-

-Hola Juan-, se alcanzó a escuchar una voz débil al parecer de mujer.

-¿quién habla?, pregunté curioso.

-Soy Ana, ¿me recuerdas?

Me quedé en silencio. Intentaba recordar u olvidar. Ana había sido mi novia por más de ocho años
y me recuperaba de su ausencia. Ella me había abandonado unos meses antes por su instructor de
crossfit.
-Ana, tu voz se oye diferente. ¿qué pasa?- respondí con tranquilidad y severidad, (¿por qué diablos
no le habla a su novio-instructor?)

-Al parecer me estás confundiendo con otra. Soy Ana, tu compañera de secundaria, ¿ahora sí me
recuerdas?

Mil imágenes se me vinieron a la mente. Maestros, compañeros de clase, parrandas,


desobediencia infantil, las niñas más lindas, y muy en el fondo de ese baúl de recuerdos vivos en
mi mente comencé a visualizar a una niña debilucha, flaquilla, con lentes y de las listas.

-… ¿Ana la de los lentes?

-Sí, esa. ¡Qué lindo! Aún me recuerdas.

Me quedé pasmado, ¿por qué casi quince años después de salir de la secundaria aquella ex
compañera que pasó por mi mente sin pena ni gloria me habla un día nublado de mi actualidad?

-Si te recuerdo, ¿y en qué puedo ayudarte?

-Te pido mil disculpas y perdones, pero es que acabo de separarme de mi esposo y me ha corrido
de la casa. No tengo donde quedarme y vivo muy cerca de contigo, pensé que pudiera pasar la
noche allí en tu casa. Sólo por hoy te lo prometo.

No supe qué decir. Tengo casi quince años sin verla, no sé si tiene hijos, no sé nada de ella y ella
sabe mi número telefónico y donde vivo. Intento rememorar algunas aventuras a su lado, pero
sólo la recuerdo sentada en la butaca escondiendo todas sus tareas de los depredadores zánganos
que nunca las hacían.

Intento pensar rápido en una excusa o en darle posada pero no me decido por alguna opción. Mi
espera en silencio me hace alarmarme y sin pensarlo o queriéndolo la invito a pasar una noche en
mi departamento.

-¿Sabes dónde vivo?

-Sí, en el edficio H, por la calle Volcán Ixtépete.

-… ¿por qué estás tan informada?

-Trabajo en la oficina de correos de tu apartado postal.

-¿y por qué tienes mi número?

-¿Recuerdas a la señorita Mary?


La famosa y voluntariosa señorita Mary fue una burócrata que me atendió un día en la oficina del
correo. Hice un pedido de tres películas por internet y en mi tarjeta ya se había hecho el cobro
pero yo no había recibido las películas. Asustado llamé a la empresa y ellos me dieron el dato de
que ya habían enviado mi pedido pero que ahora el problema correspondía a las oficinas de
correos de mi país (cuyo símbolo debería de ser una tortuga crucificada). Entonces llamé a Correos
de México y una señorita burlesca y con tono de voz automático me pidió todos mis datos.
Después de explicarme una escena de circo donde mi paquete pasaba por una sarta de obstáculos
dignos de medalla olímpica, me dijo muy feliz que se llamaba Mary. Me pidió mi número
telefónico y me dijo que me iba a llamar en cuanto mi paquete llegara a los juegos olímpicos de
Rusia quizá en 4 años.

Después la dichosa señorita Mary me llamó y me dijo que con toda la felicidad del mundo podría
acudir a recoger mi paquete a la oficina. Su voz automática al decir las palabras felicidad, gusto y
gozo parecía disfrutarlas y comer las letras como dulces. Cuando fui por mi paquete, pregunté por
la señorita Mary y nadie me dijo su paradero. Un hombre que la desconoció me entregó el
paquete y me dijo que muchos carteros utilizan varios nicknames por cuestión de identidad. La
señorita Mary se volvió para mí un misterio.

-… ¡Cómo olvidar a la señorita Mary!

Colgué el teléfono. En cinco minutos llegaría ya que me llamaba desde una cabina telefónica.
Como pude guardé unas revistas que por pudor no quería que viera Anna y puse unas cervezas en
la nevera, además puse a calentar el café de mi cafetera italiana.

Alcancé a llegar rápidamente a mi cuarto, tendí la cama, guardé mi ropa sucia y pude ponerme
una pijama más decente. Quería dar la intención de que tenía mucho sueño y no me interesaba la
historia de amor dolorosa con final feliz días después.

Ella llegó y parecía otra mujer. No soy sonso, no diré que ya no era aquella niña inteligente, débil y
frágil como una estúpida rosa. Si no diré todo lo contrario: era una sexhot en potencia. Llegó con
un vestido verde que dibujaba sus curvas y una chaqueta color café. Olía a perfume, recién
bañada y su cabello lacio y negro serpenteaba sobre su espalda.

Ya no éramos aquellos niños tontos de secundaria que se dejan influenciar por la banalidad de
unos ojos bonitos y una mirada curiosa. A mis treinta años puedo decir que lo único que me
importa es el sexo sin compromiso, sin ataduras.. Después de una relación de ocho años donde
pude conocer todos los matices y aprendices del amor, me puse como meta acostarme con medio
vecindario si pudiera.

Mi amor por la otra Anna enervaba todos mis sentidos, con las otras quería tenerlo a despecho,
para sacarlo todo, sacar todo lo que no pude hacer con mi Anna-old. Siempre creí que me casaría
con ella, pero vivíamos juntos y aquella boda era la cereza del pastel de estar con ella día a día y de
despertar a su lado. Después de la primera semana de lecho abandonado, supe lo que
verdaderamente es el amor: que no te duelan las bolas.
Cuando vi que llegó Anna la nueva no me ilusioné. Es curioso pensar en alguien que conociste
cuando eras niño o niña y después con ese alguien ya en la vida adulta tienes una vida sexual
activa, es algo incestuoso. No pensé en Anna como un objeto sexual, pero sí en un objeto de mi
pasado remoto que no quería traer a colación si

no con ella, que me haría plática boba de “viejos recuerdos” .

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