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Pasar los días servida y atendida por decenas de muertos vivientes solícitos es un
paraíso para Liliana, pero no puede permitirse holgazanear en Amonkhet. La
nigromante ha venido al plano para encontrar y matar a otro de sus acreedores
demoníacos.
Si no fuese...
Si no fuese por los omnipresentes símbolos de Nicol Bolas, que dominaba el plano in
absentia como una especie de Dios Faraón. Si no fuese porque todo el mundo prefería
obsesionarse con los dioses, las pruebas y una especie de glorioso más allá, en lugar de
disfrutar de los lujos evidentes de la ciudad. Si no fuese porque no estaba utilizando la
nigromancia para dar órdenes a aquellos zombies tan diferentes de los que ella
conocía... y porque no sabía qué ocurriría si lo intentase.
Dos de los demonios que ejercían poder sobre su alma habían muerto, asesinados en
ataques sorpresa por el poder mortífero del Velo de Cadenas. Kothophed la había
enviado en busca del Velo, una reliquia siniestra de inmenso poder, y entonces le había
permitido acercarse mientras lo portaba. Aquello demostró que incluso los demonios
pueden ser demasiado estúpidos como para vivir. Griselbrand era muchísimo más
peligroso, pero lo habían encerrado en una prisión de plata mágica. Liliana había
coaccionado a una desafortunada lugareña para que destruyera la prisión y luego había
hecho trizas al demonio antes de que se recuperara de su desconcierto.
Razaketh sería el tercero. Sin embargo, a diferencia de los otros dos, no tenía ni idea de
si podría atacarle por sorpresa. No sabía en qué lugar del plano se encontraba e ignoraba
si era consciente de su llegada.
Razaketh estaba en alguna parte de Amonkhet, un mundo bajo el yugo de Nicol Bolas.
El dragón había negociado los contratos de Liliana y ella no sabía cómo se tomaría él
sus esfuerzos por liberarse de los pactos. Terminara como terminase el asalto directo de
los Guardianes contra el dragón anciano, Liliana iba a hacer todo lo que estuviera en su
mano para que primero la ayudaran a matar a Razaketh.
—¿No deberías estar buscando a alguien? —dijo una voz plumosa y sofisticada detrás
de ella.
Quienquiera o lo que quiera que fuese, había perseguido a Liliana de manera esporádica
desde su juventud. Desde hacía unos años, más que un cuervo, parecía una cotorra.
—¿Y tú no tienes nada mejor que hacer? —le espetó ella sin girarse para buscarlo con la
vista.
Liliana tenía las piernas a la luz tibia de los soles y sabía que el Hombre Cuervo prefería
mantenerse en las sombras, así que no se presentó por delante. En vez de eso, apareció
junto a ella, ataviado con sus arcaicas vestimentas negras, apoyado sobre un mástil del
toldo mientras la observaba con sus inexpresivos ojos dorados.
—Me preocupas, Liliana. Uno de tus demonios está al alcance y el tiempo se agota. —
Señaló el segundo sol, muy próximo a su lugar de descanso final—. Sin embargo, aquí
te veo: holgazaneando y comiendo fruta.
—Sabes perfectamente que no he estado ociosa.
Liliana había preferido no enviar a ninguno de sus propios zombies, no sin entender
mejor cómo se percibiría la nigromancia forastera en un lugar donde la servidumbre de
los muertos vivientes estaba tan extendida y bien reglamentada. Por ello, había decidido
convocar algunas sombras, seres incorpóreos de la oscuridad y la muerte. Les había
ordenado recorrer la penumbra entre los grandes monumentos en busca de indicios
sobre el paradero de Razaketh.
—Ah, cierto —dijo él—. Has enviado a tus sirvientes en vez de investigar por ti misma.
Sin duda, lo haces porque deseas pasar desapercibida. No por miedo, entiendo.
—He sido muy paciente contigo. Te dejé en paz durante los meses que pasaste en
Rávnica visitando vuestro club particular y siendo caritativa cuando te convenía.
También callé durante vuestra excursión por Kaladesh, incluso aunque luego se
convirtiera en una distracción peligrosa. Confiaba en que sabías lo que hacías, en que
estrechabas vínculos afectivos para manipular a esos necios y hacer que cumpliesen tu
voluntad.
—Sí, pero ¿en quién? —preguntó el Hombre Cuervo—. Jace y tú compartisteis botellas
y recordasteis los viejos tiempos en más de una ocasión. ¿Me estás diciendo que solo lo
hacías para volver a clavarle tus garras?
—Liliana, no dejes que tus afectos te dominen —la amonestó el Hombre Cuervo—.
Aquí están tus leales necios, a las puertas de tus enemigos, pero tú no haces nada. Están
husmeando sin discreción mientras te quedas aquí sentada. Estás poniendo en riesgo
todo aquello por lo que hemos trabajado. ¿Acaso te has ablandado?
—Ellos han hecho más por mí de lo que nunca has hecho tú, fantasma inútil.
—Me ofendes —respondió el Hombre Cuervo con un tono de afrenta exagerado—.
¿Insinúas que no te he ayudado en tu camino? ¿No protegí tu mente en Innistrad cuando
ese juguete encapuchado tuyo perdió la cordura? ¿No asumí el control del Velo de
Cadenas para sacarte del estómago de esa sierpe que te engulló al poco de llegar aquí?
Esta vez, Liliana sí se giró hacia él. Mientras se asfixiaba en la garganta de aquella cosa,
creía que había llegado su fin. No recordaba bien cómo había logrado salir. El Hombre
Cuervo había asumido el control... ¿De verdad podía hacerlo? ¿Lo había hecho antes?
—Intento ayudarte —dijo el Hombre Cuervo con una sonrisa torcida—. Es posible que
Razaketh ignore que estás aquí. Cuanto antes reúnas a tus esbirros y lo mates, mejor te
irá. Es hora de que utilices a esos útiles necios.
Por el rabillo del ojo, Liliana vio una mancha azulada que avanzaba hacia ella entre la
multitud.
—Hablando de mis esbirros —dijo con una sonrisa—, aquí viene nuestro telépata
favorito. Creo que deberías esfumarte.
—No olvides por qué estás aquí —dijo él antes de desvanecerse con indignación.
Liliana se recostó en el asiento para mostrarse relajada cuando Jace llegase hasta ella.
Arrancó una uva bien oscura de la bandeja que tenía junto a ella y mordió la mitad
abriendo el labio inferior lo justo para evitar que el jugo se derramara por la mejilla. La
uva era jugosa y dulce, de primera.
—Al fin te encuentro —dijo Jace con los ojos entrecerrados por la claridad, incluso
aunque llevara la capucha puesta.
Ella se había marchado sin avisar de su habitación prestada mientras Jace sufría para
terminar una jarra de cerveza densa y amarga. Liliana tenía ganas de ver la ciudad por
su cuenta y había encontrado aquel rincón a la sombra junto al río, desde donde había
enviado a sus sirvientes y pedido un aperitivo.
Devoró el resto de la uva con semillas y todo, por supuesto; escupir era muy indecoroso.
Qué cuco.
Jace se encogió de hombros y casi echó mano a un higo, pero la retiró cuando vio qué
sostenía la bandeja.
—Jace, me sorprendes. Sabía que los otros se pondrían quisquillosos, pero creía que tú
entenderías lo conveniente que es tener siervos no muertos que no protestan. Sus vendas
son muy higiénicas, por cierto.
—¿Habías estado antes en una sociedad así? —preguntó Jace—. ¿Conoces sitios donde
momifiquen a los muertos para convertirlos en sirvientes?
—No, no como aquí. Los de la ciudad son diferentes a los cadáveres del exterior, por si
no te habías dado cuenta.
—Están mejor cuidados, desde luego. Pero sí, me había fijado. En el desierto, una de
aquellas sierpes se alzó por sí misma. Tú estabas... inconsciente. Si hubiera habido otro
nigromante cerca, lo habría notado.
—Los zombies que encontramos al principio llevaban mucho tiempo sin estar bajo el
control de nadie —explicó Liliana—. Si tienes razón respecto a la sierpe, es posible que
se alzara por una especie de nigromancia ambiental.
—Tal vez sea un fenómeno de este plano —conjeturó ella—. No es un lugar acogedor.
—Son... extraños —admitió Liliana. Lo cierto era que los sirvientes momificados de
Naktamun la inquietaban—. La magia que los ha reanimado no se parece a la mía.
Además, los mantiene bajo un control total. Nunca había visto nada parecido.
Jace se estremeció y lanzó una mirada a la oscuridad de los alrededores. "Chico listo".
—Es mía —dijo Liliana. Jace se relajó, pero no completamente. "Chico listo, aunque
paranoico".
Despidió a los sirvientes momificados con un gesto, recogió las faldas y se dirigió a
Jace.
—Eh... Supongo...
Liliana se puso en camino y siguió a la sombra. Jace fue detrás y murmuró algo.
"¡Qué constituciones tan portentosas!". Liliana no pudo evitar imaginar a aquella gente
muerta y puesta a su servicio, suponiendo que muriera limpiamente y...
"Vaya, vaya".
—Jace, ¿te habías dado cuenta de que todas las momias de la ciudad están mutiladas?
—Mm... Me he fijado en que a algunas les faltan las manos u otras partes. ¿Les pasa a
todas? ¿En serio?
—Incluso las que no han sufrido amputaciones tienen tendones cortados o huesos rotos.
Se nota en su modo de andar. Es como si todo el mundo muriese violentamente.
—O... puede que hagan algo distinto con la gente que no muere así —aventuró Jace.
—Yo estoy buscando algo —dijo Liliana mostrando una sonrisa—. Tú estás
siguiéndome. Además, es un secreto.
—¿Conocerlos o no conocerlos?
—Ambas cosas son problemáticas —dijo él—. Aunque es peor no conocerlos, por
supuesto.
Liliana suspiró.
―No.
—Menos todavía.
Liliana sonrió.
Razaketh.
La inscripción onduló ante sus ojos y un susurro arañó las lindes de su consciencia.
Liliana se tambaleó y se apoyó en la pared del edificio. El calor. Tenía que haber sido
culpa del calor.
—Siempre lo estoy.
Bajaron por una rampa de piedra que conducía a un largo corredor iluminado por
antorchas titilantes. Los grabados de las paredes representaban a iniciados luchando
seriamente unos contra otros, con algunos de ellos muertos en el suelo.
Oyeron un rumor de movimiento detrás de ellos y pisadas que bajaban por la rampa. Se
giraron rápidamente. No había dónde esconderse. Con suerte, entrar allí no estaría
prohibido.
Las momias traían los cuerpos de los iniciados muertos en combate, todavía derramando
sangre y envueltos en harapos. A algunos les faltaban partes del cuerpo. Eran cadáveres
frescos, a juzgar por el olor. De una hora o dos, como mucho.
—No deberíamos estar aquí —protestó él—. ¿Por qué hemos venido? ¿Qué es lo que
buscas?
—Tú mismo has dicho que podríamos comprender qué sucede aquí si estudiamos a
estas momias.
Era totalmente cierto, al menos en ese sentido. Pero ¿qué tenía que ver todo aquello con
Razaketh?
Siguieron a las momias por el corredor. Los grabados de las paredes empezaron a
cambiar. Ahora mostraban momias que portaban a los muertos y los embalsamaban
sobre losas de piedra para crear más momias.
Entraron en una estancia principal bien iluminada y vieron los grabados hechos
realidad. El lugar era un hervidero de actividad, repleto de cuerpos dispuestos en losas
de piedra junto a mesas llenas de herramientas y canopes. El olor en aquel lugar era
distinto; el hedor a muerte se mezclaba con la peste viciada de las sustancias
preservantes.
—Esto es lo que hacen con todos los iniciados muertos —dijo Jace mentalmente. A
Liliana no le agradó la intrusión; además, las momias no parecían interesarse lo más
mínimo en los vivos y continuaban realizando su repugnante trabajo con eficiencia
deliberada.
Liliana dio un codazo suave a Jace y señaló el otro extremo de la sala, donde la pared
albergaba una especie de mural. Él asintió y los dos dieron un rodeo hacia allí por el
borde de la estancia.
Liliana y Jace se detuvieron delante de un mural tallado en piedra oscura, que cubría
toda la pared posterior de la estancia. Estudiaron la obra mientras las momias
continuaban con su sombrío trabajo.
El mural era una representación del más allá y tenía una iconografía con la que ya se
habían familiarizado al ver las inscripciones por toda la ciudad. Allí estaban el Segundo
Sol, que ahora descansaba entre los cuernos del horizonte, y la enorme puerta que
prohibía la entrada al más allá, según los lugareños. En esta inscripción, la puerta estaba
abierta y el más allá era tentadoramente visible... pero estaba custodiado por un
demonio monstruoso.
Razaketh.
La prueba final, ponía la inscripción. La última muerte no gloriosa, que segará a los
indignos restantes.
Las manos de Razaketh estaban cubiertas de sangre y había una montaña de cadáveres a
sus pies. La sangre fluía hacia las aguas del río.
—Dos menos —dijo Liliana con un nudo en la garganta. El grabado parecía cernirse
sobre ella—. Él es el siguiente.
—No he mentido sobre nada —lo interrumpió Liliana, que ahora sentía palpitaciones en
la cabeza.
—No nos has dicho la verdad —protestó él—. Has roto nuestra confianza.
Jace dijo algo en respuesta, muy enfadado, pero ella no pudo entenderlo. Le zumbaban
los oídos y la vista se le nubló. En su bolsillo, la temperatura del Velo de Cadenas
aumentó repentinamente. La protegía.
El grabado de Razaketh... abrió los ojos. Eran rojos como la sangre, lo único que Liliana
podía ver.
—Liliana.
No no no no no.
Las momias habían detenido su labor y la miraban fijamente. Los frutos de su trabajo se
levantaron junto a ellas, algunos a medio vendar y con cartuchos colocados
apresuradamente. Entonces oyó susurros con su nombre que procedían de todas partes,
de las mismísimas paredes.
—Liliana... —susurraron.
Las momias se lanzaron contra ellos. Estaban por todas partes, eran una maraña de
carne vendada y manos aferrantes. Pero seguían siendo silenciosas, completamente
silenciosas. Fue una batalla muda, solo interrumpida por gruñidos ocasionales y el roce
de las vendas de lino. Jace lanzaba hechizos junto a ella y repelía a las momias una a
una con cuerdas ilusorias, pero había muy poco espacio y demasiados cuerpos.
La cabeza de Liliana se despejó. Empleó su magia para apoderarse de ellas como había
hecho en el desierto. Solo eran cuerpos, no eran distintos del resto.
Agarró a la primera momia que se le acercó, clavó los dedos alrededor del cartucho y
tiró de él con todas sus fuerzas. Jace vio sus intenciones y la ayudó sujetando a la
momia por el cuello y tirando para alejarla de Liliana.
"Eso no me lo esperaba".
Las demás momias, demasiadas, se les echaron encima y trataron de atraparlos por las
extremidades y la garganta. Liliana decidió recurrir al Velo de Cadenas. Había hecho
todo lo posible para evitar utilizarlo, pero si era necesario para sobrevivir...
De pronto, las momias se detuvieron tras inmovilizar a Liliana y Jace y algunas de ellas
se hicieron a un lado para dejar pasar a alguien.
Temmet.
Temmet, visir de Naktamun | Ilustración de Anna Steinbauer
Liliana había sentido una aversión inmediata hacia el arrogante y joven visir que
amablemente les había proporcionado cobijo en la ciudad. Era demasiado sereno y
confiado. Incluso había llegado a preguntarse si Temmet era mayor de lo que
aparentaba; mucho mayor, al igual que ella. Pero no: era un adolescente. Como todos
los habitantes de la ciudad, el visir había desarrollado su potencial desde una edad muy
temprana. Ahora, aquel potencial se había vuelto en contra de ellos con tanto ímpetu
que Liliana ya no podía considerarle un niño que jugaba a gobernar.
―Al principio no podía creer que fuera cierto. ¿Quién habría imaginado tal posibilidad?
―Distráelo ―dijo Jace en la mente de ella―. Tiene algún tipo de protección mental.
Necesito un momento.
Entonces, los ojos del visir emitieron un brillo azul y su rostro se tornó inexpresivo. Un
instante después, las momias aflojaron la presión.
Jace la agarró del brazo. Sus ojos también brillaban y una luz azul se filtraba por los
bordes. Sin embargo, tenía el rostro tenso, retorcido.
―¿Qué...?
"Ya veo". Jace estaba controlando a Temmet, que a su vez controlaba a las momias. El
esfuerzo debía de estar pasando factura a la mente del pobre muchacho. No todas las
momias estaban quietas. Probablemente fueran demasiadas para él. Jace apenas tenía el
control.
Liliana apartó de un empujón a la momia que le cerraba el paso y echó a correr junto a
Jace. Huyó de los ojos rojos del grabado, de la cámara de embalsamamiento y de la
peste a muerte y quietud. Huyó.
Los ojos de Jace volvieron a la normalidad. Liliana echó un vistazo atrás sin detenerse,
pero no vio indicios de sus perseguidores. Al menos de momento.
―¿No había mejor manera... de distraerlo? ―preguntó Jace entre resuellos―. ¿Tenías
que... blasfemar?
―Razaketh. El demonio. Creo que está... involucrado en el más allá. Y sabe... que estoy
aquí. El Velo es... lo único que le ha impedido... activar mi contrato.
―Genial... ―dijo Jace.
―No. Solo podía... contener a las momias. Temmet tardará en volver en sí... y tendrá
una jaqueca horrible, pero se acordará de esto.
"Es hora de que utilices a esos útiles necios", había dicho el Hombre Cuervo.