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L A P I S L Á Z U L I

Traducido por: Corregido por:


A N D R E I N A S A N D R A

C O N C H E S A N M A

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L A P I S L Á Z U L I
Sinopsis Capitulo 31

Capítulo 20 Capitulo 32

Capitulo 21 Capitulo 33

Capítulo 22 Capitulo 34

Capítulo 23 Capitulo 35

Capítulo 24 Capitulo 36

Capitulo 25 Capitulo 37

Capítulo 26 Capitulo 38

Capítulo 27 Capitulo 39

Capítulo 28 Continuara…

Capitulo 29 Sobre la Autora

Capitulo 30 Créditos
Todo el mundo conoce la historia de un monstruo que se lleva a
la bella chica.

Aquella en la que el monstruo termina siendo una pobre alma


torturada con un pasado jodido.

El amor prevalece, y luego viven felices para siempre follando.

Bueno, esta es mi historia y no es un cuento de hadas.

Yo también amaba a mi monstruo.

Pero eso fue antes de que me llevara.

Mi realidad es oscura.

Sus demonios son más oscuros.

Bound (Mercy, Bound, Released #2) por Natalie Bennett


Julian
Traducido por Conche
Corregido por Sandra

Psicópata, egoísta, trastornado.

Ya lo había oído todo antes. Era decepcionante que la sociedad


no hubiera encontrado nada original. Sabía que no había nada malo
en mí. No me faltaba empatía. El bien y el mal me los enseñó de niño
una madre cariñosa y estable.

No tuve un pasado trágico, mis padres nunca abusaron de mí, y


otros niños no me intimidaron. Mi educación fue mejor que la de la
mayoría. En todo caso, siempre he vivido una vida de privilegios. Todo
esto me benefició al final. Nadie sabía quién era realmente.

Incluso ahora, las mujeres me lanzaban sonrisas de "Fóllame" en


mi dirección, batiendo sus pestañas y caminando a propósito en mi
línea de visión directa. No tenían ni idea de que si las llevaba a casa,
las pondría en la cima y las mataría lentamente con la retirada.

Gareth Andreou, mi padre, se rió en voz baja, presenciando todo


esto. Orgulloso de que su hijo mayor siguiera sus pasos, recordándole su
juventud. Tenía ganas de hacer otra cosa que no fuera ponerme a
sudar el culo en un almuerzo de gala que me importaba un bledo.
Pero, las apariencias debían mantenerse en todo momento.
—A la izquierda, junto a la sandía. —dirigió Gareth mi atención a
una mujer de pelo rojo oscuro. Hmmm. Ella era un siete sólido en el
departamento de belleza. Sí, clasificaba a mis mujeres en un sistema
de puntos. Qué horror. Ya la había visto al menos cuatro veces, pero mi
padre aún sentía la necesidad de señalármela.

Penny Sánchez estaba destinada a ser un peón en lo que era un


plan de acción a largo plazo. Me había tirado un cuatro una o dos
veces, así que no era el fin del mundo. Si todo lo demás fallaba, su
boca sería suficiente.

No me preocupaba su seducción. Era bastante fascinante lo


rápido que una sonrisa encantadora, unos pocos murmullos suaves y
un destello de mis dientes blancos y perlados hacían que las mujeres se
arrodillaran jadeando por mí.

—Julian, Gareth. —El padre de Penny, Phillip, se acercó a


nosotros con una media sonrisa en su rostro.

—Phil. —Lo saludé sin mirarlo. Mis ojos se fijaron en la chica que
estaba a su lado.

—Morgana. —casi ronronea mi padre, inclinándose y besando su


mejilla. No la había visto en unos cuantos años, y sólo tenía seis o siete
años. Sabía que no me recordaría.

—Sr. Andreou —saludó ella a mi padre, dándole una sonrisa con


los labios apretados. Entonces su cabeza se volvió hacia mí, su barbilla
ligeramente inclinada hacia arriba para poder mirarme a los ojos. Su
sonrisa creció, se volvió un poco más amplia. Vi sus labios carnosos
moverse, pero no escuché las palabras que salieron de ellos.

Estaba demasiado preocupado revolviendo todo en mi cerebro,


despojando a Penny de todos nuestros planes. Penny no me excitaba
en lo más mínimo. Con una mirada, supe que Morgana era un tipo de
mujer diferente. Ella era el perfecto desastre de belleza y caos. Vi sus
demonios, vi su oscuridad. Todo estaba en sus ojos.

Todo lo que se necesitó fue una mirada, y me entregué. Esta


mujer sería mi salvación, y un día, sería mi perdición.
Julian
Traducido por Conche
Corregido por Sandra

Ella colgaba boca abajo de sus pies; el gancho para carne


estaba lo suficientemente alto como para que su cabeza no tocara el
piso de cemento. Di un paso hacia atrás y admiré mi trabajo.

Sus pechos pálidos estaban negros y azules, cuatro de sus dientes


yacían en el suelo sucio y manchado de sangre. Su cuello tenía
múltiples juegos de huellas de manos de los ocho hombres que dejé
que se la follaran de todas las maneras posibles. Las palabras coño,
puta y mentirosa estaban grabadas en sus muslos, quemadas en su
esternón.

Estaba en un mundo de dolor, y aun así no era suficiente. La dejé


vivir en mi puta casa y le di el privilegio de chuparme la polla. ¿Y cómo
me lo pagaba? Siendo una simple perra amargada, y alejando a
Morgana de mí.

Su audacia de mentirme a la cara sólo me enfureció más.


Jurando que Morgan encontró las llaves de mi Nova por su cuenta.
¿Cómo pudo ser tan estúpida? Todo el Château estaba equipado con
cámaras de vigilancia de alta calidad.
Cada mentira y cada verdad que dijo estaban en alta definición
en color para que yo las viera. Estoy seguro de que ella estaría gritando
por las cosas que le he hecho en las últimas cuarenta y ocho horas,
pero le cosí la boca después, Belle, y le arranqué algunos dientes.

Gimió cuando empujé su cuerpo, por lo que se balanceó.


Mientras ella se mecía en el gancho, yo recuperé el cuchillo de
carnicero. Sus gemidos se convirtieron en maullidos agudos cuando mis
intenciones se hicieron muy claras.

No significaban nada para mí. Ella no significaba nada para mí.


Se pasó de la raya y se hizo prescindible. Las puntas de mis dedos
trazaron sobre su cuello expuesto antes de que yo bajara la gruesa
hoja.

No la decapitó, pero hizo lo suficiente. Cortando en carne, la


sangre brotó en completo desorden. Corriendo sobre su rostro, a
ambos lados de su piel dividida, lloviendo sobre el suelo. El aspecto de
su cuello me recordaba extrañamente a un fuerte taco.

Empujé con más fuerza, cavé más profundo, deseando


mantener su boca abierta para poder escuchar sus últimos gritos. Su
muerte fue anticlimática. No hubo prisa; toda mi satisfacción vino del
hecho de que ahora estaba muerta. Ella sólo... murió. No esperaba
que estallaran fuegos artificiales, de todos modos.

Un profundo suspiro fue expulsado de mi pecho. Esto ya no era


mi veneno. No estaba teniendo un cambio de corazón, más bien un
cambio de pasión.

En un momento dado, matar era todo lo que quería, todo lo que


sabía. Pero ahora era sólo un medio para hacer dinero. Dejar que los
"carniceros" contratados llevaran a cabo las fantasías trastornadas que
los clientes querían. Necesitaba encontrar algo más para
preocuparme por mi tiempo. Al menos por ahora.

Para mí, todo se trataba de los gritos de agonía. Traían una cierta
tranquilidad. No relajado sexualmente. O lo era hasta que Morgana
me dio una pequeña muestra del cielo. Ella era todo lo que yo no
sabía que quería. Que necesitaba.

Tenía que encontrarla. Tenía que recuperarla. Esto iba más allá
de mi necesidad de poseerla. Todavía había mucho que hacer, ella
era un peón vital en mi plan para llegar a la cima.

Una vez le dije que si huía de mí, debería preocuparse por lo que
pasaría cuando la atrapara. No necesitaba preocuparse más;
necesitaba estar jodidamente aterrorizada.
Morgana
Traducido por Conche
Corregido por Sandra

Me estaba asfixiando en territorio desconocido.

En Riverview, tenía una rutina simple. Sabía a dónde ir y a dónde


no. En Redwood, era casi imposible mezclarse. El pueblo podía ser
incluso más pequeño que Riverview, lo cual decía algo.

Mis recursos económicos se estaban acabando, el coche estaba


vacío y yo estaba escondida en el Ruby Motel desde el día en que
llegué al pueblo. Sabía que tenía que ir en busca de trabajo, pero ya
era bastante difícil salir de la cama.

Seguía pensando en lo que había dentro de mí, volviéndome


más humana cada día que pasaba. En el panorama general, sabía
que no había forma de que estuviera lista para un bebé. Lo último que
el mundo necesitaba era un mini Julian o Morgana corriendo por ahí.
Pero tampoco podía deshacerme de él o ella.

Mi humor se desplomó aún más. No sabía qué hacer. Ya había


perdido bastante tiempo rezando a un Dios al que no le importaba
nada.

Sentía como si estuviera viendo mi vida pasar desde la barrera.


Sentía que me estaba ahogando. Fue hasta el punto en que estaba
lista para dejar de luchar y quedarme quieta. Ver el mundo
desvanecerse mientras mis pulmones se llenaban de agua.

Cuando pensé en las cosas que vi en el Château, mi mente me


dijo que nada de eso era real. Antes de que Julian me llevara, nunca
corrí el riesgo de volverme loca. Sí, tenía algunos problemas de
ansiedad, y había confusión en los recuerdos de mi pasado, pero mi
mente nunca había rechazado descaradamente las cosas que veía.

Los dedos tiraron de mi cuero cabelludo, tirando de los


mechones de mi pelo hasta que me dolió. Sabía que necesitaba algún
tipo de dolor. Julian me había hecho sentir normal, por poco tiempo. El
torrente de adrenalina que me dio era mi droga preferida. Ansiaba la
forma en que me hizo volar.

Ahora que no lo tenía a él, o a mi medicina, las cosas que nunca


antes había notado se notaban. Los sentimientos que traté de evitar
eran inevitables. Y aunque no debería, extrañaba al hombre malvado
y enfermo con la parte de mí que estaba tan podrida como él.

Había logrado envolver con sus cadenas de alambre de púas un


pedazo de mi alma. Éramos tan terribles el uno para el otro, tan
disfuncionales y retorcidos. Pero cuando nuestros cuerpos se unieron,
fuimos almas gemelas, se metió en mi cabeza y se sintió como en casa.

Me recosté en el edredón de flores retro; la almohada abultada


acunaba mi cabeza.

Con los ojos cerrados, conjuré un recuerdo de nosotros juntos,


deslizando mi mano por mi ombligo, deteniéndome como si alguien
estuviera mirando, antes de bajar un poco más.

Miro el reloj, irritada por una razón que no entiendo. No. Yo sí


entiendo. Julian no está en la cama, y son casi las cuatro de la
mañana. Su lado está todavía perfectamente hecho, haciéndome
saber que nunca estuvo aquí en absoluto. Respirando hondo, me
pongo boca abajo y cierro los ojos.

No estoy segura de cuántos minutos pasan antes de que entre


en la habitación sin hacer ningún ruido. El olor del sudor, la colonia y un
toque de algo metálico llega a mi nariz.

—Me encanta verte en mi cama, Dollface —murmura desde


detrás de mí, acercándose. Mi ira se dispara ligeramente.

—No puedo decirlo. Viendo que nunca estás en ella. —Hace un


pequeño zumbido en su garganta un segundo antes de que su palma
caiga sobre mi trasero.

—Sí —grito, lanzándome sobre mis rodillas.

—Hemos hablado de tu boca demasiadas veces. Tengo algo


mejor que puedes hacer con ella.

Intento girar para mirarle, pero sus fuertes manos se posan en mis
caderas y me mantienen firmemente en mi sitio.

—¿Quieres que te folle? ¿Por eso estás enfadada? —La sonrisa


en su voz se suma a mi irritación.

—No —muerdo desafiante, sabiendo que está a segundos de


descubrir que ese es exactamente mi problema.

Es su culpa; me hizo necesitarlo como una receta nocturna. Si se


me olvida una sola píldora, todo se desvanece al día siguiente. Él
coloca su mano izquierda sobre mi sexo desnudo; yo no llevo nada
debajo de mis camisas de dormir, así que no es difícil para él tener
acceso en medio de la noche. Por su solicitud.
—¿Estás segura? —El presiona su pecho firme en mi espalda; yo
presiono mi trasero en su erección.

—¿No hay respuesta? No importa; tu coño mojado me dice todo


lo que necesito saber. Pero... creo que lo quieres... aquí... —Sus manos
agarran las mejillas de mi culo y las separan.

—No ahí —digo corriendo. Me ignora y se aleja. Hay un suave


crujido detrás de mí, y sé que es él que se está desnudando.

Mi cuerpo se tensa, esperando que me tome sin juegos previos


como suele hacer. Así que, me sorprende más que poco cuando me
separa las mejillas de nuevo y siento su cálido aliento en mi agujero
fruncido.

—¿Qué estás haciendo? —Me responde con una risita suave,


haciendo que salga otra bocanada de aire caliente de su boca. Me
estremezco ante la sensación.

Su lengua comienza en la parte posterior de mi coño y se desliza


hasta mi culo. No estoy segura de qué hacer con esto en un principio...
es extraño. Pero él sigue adelante, lamiéndome de adelante hacia
atrás. Con cada golpe de su lengua, presiona más fuerte.

Mete sus dedos en mis globos, separándolos aún más, para


poder meter su lengua dentro de mí. Es tan prohibido... y tan
diferente... mi coño se humedece más. Un gemido se despliega en mi
pecho y sale de mi boca seguido de otro.

La punta de su lengua se mueve dentro y fuera de mi culo, suelta


mi mejilla izquierda y empuja dos dedos dentro de mi coño. Mi sexo
húmedo hace ruidos descuidados mientras los curva dentro de mí,
encontrando mi punto G. Su lengua no deja de moverse ni un
segundo. Empiezo a retorcerme, sintiendo un cosquilleo en la parte
baja de mi columna vertebral.

Julian produce un gruñido con su garganta. Con él controlando


mis movimientos y una presión abrumadora que se acumula dentro de
mí, me concentro en él usándome para coger su cara.

—Jules. —Su nombre no es más que un mero susurro, lo quiero


dentro de mí, quiero que me haga daño.

—Lo sé —exhala él, clavando sus uñas en mi culo tan fuerte que
rompe la piel y saca sangre. Gimoteo en respuesta.

—Más —gimoteo mientras él se mete más profundamente. Su


boca sale de mi agujero, y su polla la reemplaza rápidamente.

—¿Más? —Sé que no espera una respuesta. Su cuerpo entero se


mete en mi culo; me empuja la cara en el colchón casi hasta el punto
de asfixiarme y empieza a empujar con una fuerza brutal.

Gimoteo y me quejo dentro de sus sábanas de seda, respirando


pesadamente por la boca y la nariz. Él me abofetea cada mejilla en
rápida sucesión, antes de envolver mi pelo largo alrededor de sus
puños y tirar mi cabeza hacia atrás.

Las lágrimas se acumulan en mis ojos, derramándose por mi cara.


Su mano anudada en mi cabello, y el dolor por lo duro que me está
jodiendo es un deleite total. Mi cabeza está inclinada tan atrás que es
difícil de tragar; él arquea mi espalda, aún más, permitiéndole ir más
profundo.

Me folla como si me odiara. Nuestros pesados alientos, mis


delirantes gemidos, sus bolas golpeando mi trasero, y la cama
meciéndose debajo de nosotros son los únicos sonidos en la
habitación.

Siento que mi coño empieza a agarrarse a él, sabe que me voy a


correr y me empuja boca abajo, asfixiándome a propósito. Me agarra
de las caderas para aplastar los huesos. El placer florece con toda su
fuerza en mi núcleo. La dura mordida de amor que me da en el
hombro me empuja todo el camino.

—Julian... —Mis ojos se abren de par en par, mi pecho se agita, y


mi clítoris hormiguea donde mis dedos todavía lo acarician. Me extendí
a lo águila con la mano en los pantalones cortos, masturbándome con
el recuerdo del hombre que me violó y secuestró. ¿Qué me pasaba?
¿Dónde empezamos? Mi voz interior resonó.

El movimiento por el rabillo del ojo, cerca de la ventana, me hizo


sacudirme en la cama. La piel de gallina se extendió por mis brazos y
mis piernas. ¿Alguien me estaba observando? Me quedé mirando,
esperando. No pasó nada. Si alguien había estado allí, ya se había ido.

Luchando a mi manera pasé la paranoia que me invadía, entré


en el baño para lavarme las manos y pensar en un plan de acción.
Podía permitirme dos noches más aquí, y eso era todo. No estaba
segura de si debía irme de Redwood, quedarme y mezclarme con los
demás, o encontrar una gasolinera y repetir hasta llegar al siguiente
pueblo. Tenía que resolver esta mierda; no podía pasar mis días
conduciendo sin rumbo. Pero tampoco podía esconderme en un lugar
a menos de cuatro horas de Riverview.

Cuando empecé en una dirección había un nombre que me


susurraba en la mente. Lo dije repetidamente, usando un mapa como
guía. Pero cuando empecé a ver las estrellas en mis ojos, tuve que
detenerme.
Al despertarme después de una breve siesta en la carretera, el
nombre había desaparecido. Había mirado fijamente el maldito mapa
durante horas, y nunca volvió a mí. Así es como terminé donde estaba.
Algo dentro de mí estaba decidido a mantener mí pasado
exactamente donde estaba. Pregunta tras pregunta sin respuesta se
alojó en mi cerebro.

¿Por qué no podía recordar mi pasado? ¿Y de dónde venía el


nombre Bailey si no era real? Tenía que significar algo. Eso era sólo el
comienzo. Cuando se trataba de Julian, el Delilah y mi padre, las cosas
eran aún más confusas.

¿Adónde iba por respuestas? ¿Quién estaba allí para pedir


ayuda, cuando todos a mí alrededor tenían una mano para
atraparme dentro de una red mortal de engaños?

Después de domar mi cabello con los dedos y enjuagarme la


boca con un enjuague bucal barato del motel, me dirigí a la puerta.
Independientemente de lo que eligiera hacer, necesitaba ganar algo
de dinero, rápido.
Morgana
Traducido por Conche
Corregido por Sandra

Estaba tranquilo aquí, y eso me gustaba. El silencio era algo que


no se me había concedido en mucho tiempo. Después de revisar el
Civic gris que estaba estacionado en la parte de atrás del motel,
continué mi camino. Si Julian me estaba buscando, lo cual no tenía
ninguna duda de que fuera así, no quería que el coche quedara al
descubierto.

Una anciana me saludó desde el otro lado de la calle, parada


frente a una ferretería. Mi primera intención fue ignorarla; odiaba
cualquier tipo de atención. Pero no quería que mi naturaleza de
reclusa empezara a murmurar, así que le devolví el saludo
amistosamente.

La humedad del aire se contrarrestaba con una suave brisa que


soplaba cada pocos minutos, levantando con ella mechones de mi
cabello. Redwood me recordaba a los pueblos de las viejas películas
del oeste, excepto que todos los escaparates se habían modernizado.

El olor de la comida caliente de un restaurante cercano


impregnaba el aire; mi estómago me hizo saber inmediatamente que
necesitaba algún tipo de sustancia. No había comido nada más que
barras de granola y trozos de hielo en los últimos dos días.
Al meterme el labio inferior entre los dientes, miré al concurrido
restaurante, sabiendo que mi hambre no era lo suficientemente fuerte
como para obligarme a entrar. La idea de estar en una habitación
llena de gente me ponía la piel de gallina.

Miré a mí alrededor, preguntándome qué hacer conmigo misma.


Hoy era el primer día que me aventuraba a salir de mi habitación. Y
como la disposición de la ciudad era nueva para mí, no estaba segura
de qué camino tomar. Mirando calle abajo, vi un cartel que colgaba
de una modesta biblioteca, que se parecía más a un granero rojo
gigante, y decidí ir en esa dirección.

En mi prisa por llegar al edificio, en una mente de una sola vía,


salí al cruce de peatones sin mirar. En el último segundo, me di cuenta
del coche que acababa de pasar por delante. Las llantas chillaron un
sonido feo; un parachoques se detuvo a una fracción de mis piernas.

—Yo… lo siento mucho. —Con el corazón en la garganta, golpeé


el capó de la patrulla de la policía antes de cruzar la calle.

—¡Hey! —Una voz masculina me llamó, fingí que no me había


dado cuenta y seguí caminando. Había tenido un encuentro
improvisado con el jefe de policía, Roger, cuando me registré en el
motel.

Era un hombre extraño que me había mirado fijamente de forma


totalmente desconcertante, observando cada uno de mis
movimientos. No me apetecía conocer a nadie más relacionado con
el departamento de policía de Redwood.

El sonido de los pasos pesados me tenía dando vueltas. Un


hombre de uniforme estaba avanzando hacia mí, un grito surgió de mi
garganta. Mis manos se elevaron para prepararme para una colisión.
Las palmas de mis manos golpearon un pecho sólido. Manos
musculosas me agarraron los codos, girando en círculo, así que
ninguno de los dos cayó.

—No iba a abordarte. —Se río.

—¿Por qué correrías detrás de mí de esa manera? ¿Qué


demonios te pasa?

—¿Estás realmente en situación de preguntarme eso? ¿No


acabas de poner tu flaco culo delante de mi coche patrulla? —Él
arqueó una ceja pulcramente arreglada, la diversión bailando en sus
ojos plateados.

Consciente de que todavía me estaba sujetando, le dirigí una


mirada punzante hacia donde descansaban sus manos.
Inmediatamente me soltó y dio un paso atrás. Sabía que tenía que
conocer a alguien en el pueblo para estar en la policía, no parecía
mucho mayor que yo.

Rellenaba su uniforme como lo haría cualquier hombre con un


cuerpo musculoso. Mantuve mi mirada entrenada en su cara después
de mi primer barrido.

—Lo siento, de verdad. Mi mente... —¿Está jodida de una


manera muy jodida?—. Estaba en otro lugar. —No dijo nada;
abiertamente dejó que sus ojos se deslizaran por mi cuerpo. Incómoda,
crucé mis brazos y tomé nota de la placa en su camisa. K. Moore.

—Um, ¿estoy en problemas? —No me gustaba que me mirara;


sentía como si un millón de hormigas se deslizaran por mi piel, sus
pequeñas piernas empezaban a provocarme picor.
—¿Cómo te llamas? —Levantó la cabeza a un lado y me
estudió.

—Morgana. ¿Puedo irme ya? —Ya estaba dando pasos de bebé


a su alrededor, lista para salir corriendo si tenía que hacerlo.

—Morgana. —Lo rodó entre los labios antes de hacer lo mismo


con el pulgar. No me gustó la forma en que dijo mi nombre, y
realmente no me gustaba la mirada en sus ojos.

Todo el escenario me recordaba demasiado a Julian. Su mirada


ardiente, su voz suave, su rostro guapo y su comportamiento engreído.
K. Moore no se parecía a Julian, pero no lo llevaría a los tribunales si
dijera que eran parientes. Moore tenía pelo rubio oscuro y un rostro
anguloso. Su altura no estaba muy lejos de la mía. Todo lo que quería
en ese momento era correr a la biblioteca y alejarme de él, tan rápido
como pudiera.

—Presta más atención a lo que te rodea. Morgan. —Me dio una


leve sonrisa y caminó de vuelta hacia su coche.

Toda la interacción me dejó confundida. Fue rápidamente


olvidada.

Tenía mucha mierda propia en la que concentrarme.


Julian
Traducido por Conche
Corregido por Sandra

Estaba fuera del Porsche antes de que mi hermano frenara


completamente. Mis pasos eran uniformes, sin prisa.

El Nova se colocó en la parte delantera del lote mediano. Matt


había usado todos los recursos disponibles para limpiarlo antes de
pegar un precio de etiqueta en el parabrisas. Hijo de puta.

Una campana sonó sobre la puerta de cristal, alertando al


mono grasiento que estaba dentro. Me llevó menos de un minuto
conseguir una lectura de él. Estaba nervioso, su ojo izquierdo se movía,
y ya había una gota de sudor pasando por su bigote marrón.

—Jul... Sr. Andreou, no sabía que le esperábamos hoy. —La


manzana de Adán se movía de arriba a abajo, los ojos ligeramente
abiertos me miraban fijamente.

—Ahora, Matthew. Sabes que prefiero Julian. —Quería que se


cociera un poco. Caminando por su ordenada tienda, mis ojos
escudriñaron los brillantes bordes cromados que colgaban de la pared,
fingiendo interés.

—A mi esposa le gusta mucho mi Chevy. He estado buscando


otro, y veo que tiene uno justo enfrente. Este. Debe ser el destino. —Le
di la sonrisa más brillante que pude conseguir, descansando mis manos
cómodamente en mis bolsillos.

Nada en mi lenguaje corporal delataba lo mucho que quería


pintar la tienda de rojo con su sangre. Y en sólo unos minutos, lo haría.

—Uh... sí. He tenido esa joya durante un mes.

—Hmmm. ¿Sí? —¿Qué tan idiota se creía que era? Frotándome


la barbilla, fingiendo contemplar algo, vi cómo su pecho se movía de
arriba a abajo. Estaba empezando a entrar en pánico.

Los coches como el mío no caían del cielo. El puto número de


chasis lo delataría, a pesar de todo. Su cabeza se volvió hacia la
puerta, mientras Luca entraba.

—¡Matty! Hace tiempo que no te veo en Delilah desde hace


unas semanas. —Luca cerró la puerta y giró la cerradura antes de
darle a Matt una sonrisa alegre.

—He estado ocupado aquí. —Dio una risa nerviosa, apoyando


una mano en su redondo estómago. Se hizo el silencio. ¿Pensó que nos
iríamos sin más? Casi se sentía como una parodia.

—Corta el rollo, Matty. Ese brillante trozo de metal de ahí fuera


pertenece a mi hermano y ambos sabemos de quién vino. —Bajó la
voz, apoyando los codos en el mostrador.

Los sucios ojos marrones de Matt se interpusieron entre nosotros.


Su miedo era tangible. Me encantaba. Con Luca y yo sin hacer nada
más que mirarlo, su fachada se hizo añicos.

—Parecía que necesitaba ayuda, y luego me la pidió. No sabía


quién era ella.
—Convenientemente olvidaste que el coche que rastreaste
para mí en primer lugar, ¿era mío? ¿Y ella necesitaba ayuda? Me
parece gracioso considerando lo poco útil que eres para las mujeres
cuando visitas el Château. —Me quité la chaqueta del traje y empecé
a arremangarme.

—¿Qué vas a hacer? —Miró hacia su única salida, sabiendo


que estaba jodido.

—Lo que vas a hacer es conseguirme los papeles de lo que le


diste para conducir, mis placas y mis llaves. Entonces tú y yo vamos a
tener una última charla antes de que me vaya. —Por la expresión de su
cara, sabía que iba a morir, lástima que no podía prolongar el
suspenso. Jugar con sus emociones un poco más.

Yo tenía un horario; todavía había todo un calendario de tareas


que había que terminar. Mi díscola esposa había metido la pata en
algunas cosas. Si este lamentable saco de mierda hubiera hecho lo
que se suponía que tenía que hacer, no habría llegado a ninguna
parte excepto a mí.

Agarrando mis manos frente a mí, lo vi moverse detrás del


mostrador. Dejó caer papeles, se tropezó y se aclaró la garganta una
docena de veces.

Después de que terminó de hacer tiempo, una carpeta manila


se deslizó por el mostrador de servicio; una fecha mal escrita estaba
garabateada en la parte delantera de la misma. Solidificando su
descarada traición. Era decepcionante. Yo fui quien le ayudó a
financiar su sueño de abrir un concesionario de autos clásicos.

Había un patrón aquí en alguna parte. La gente no parecía


apreciar mi generosidad en estos días. Nunca hubo un mejor momento
como el presente para empezar a limpiar el taller. Mirando el reloj de
pared, tenía una hora para pasar con Matt antes de que mis servicios
fueran necesarios en otro lugar.
Morgana
Traducido por Conche
Corregido por Sandra

El mundo es un lugar enfermo y sucio.

Tratando de encontrar más información sobre, habitaciones


rojas, me envió en una búsqueda inútil a través de direcciones I.P. El
hecho de que mi mente estuviera medio muerta era lo único que me
impidió tener un colapso total.

De acuerdo con un motor de búsqueda tras otro, las


habitaciones rojas no eran reales. Eran mitos; nadie tenía constancia
de que existieran. Pero luego estaban los foros de chat y los blogs.

Había millones de personas en la tierra. Violaciones, asesinatos,


tráfico sexual, sobredosis de drogas y abusos ocurrían todos los días,
varias veces al día. Entonces, ¿por qué no podría esto?

Más de una persona tenía el mismo razonamiento que yo. ¿Por


qué grabarías un crimen tan atroz y lo transmitirías en vivo para que el
mundo lo viera? La respuesta era simple. No lo harías. Eso sería una
idiotez y una imprudencia.

Siguiendo con lo que Tony me dijo, sólo había una manera de


encontrar información. Era algo que no me atreví a pedir. Una forma
de entrar en la profunda y oscura red. El nombre de un extraño que me
conectaría con otro desconocido.

Luego, finalmente, encontraría a los verdaderos sicarios a sueldo,


mujeres secuestradas para la venta, donde se podrían encontrar
verdaderas películas snuff y un vínculo con alguien que conocía a
Julian. Eso era demasiado arriesgado. A diferencia de quienes
administraban estos sitios web, un genio técnico me podía encontrar
fácilmente en Redwood.

Suspirando, me incliné hacia atrás en mi silla, frotando mis manos


sobre mi cara. El bibliotecario no me miró tan sutilmente por lo que
debía ser la centésima vez.

Desde el momento en que entré por la puerta, la mujer mayor


con la cara arrugada había estado actuando de manera extraña. Me
dio una sonrisa tímida, aunque cálida, y se acercó lentamente.
Cambié discretamente las pestañas de mi navegador, sacando una
lista de los pueblos cercanos, en lugar de información sobre cómo
acceder a la Red Oscura.

—Lo siento si esto es un poco atrevido, pero, por casualidad no


conocerá a la señorita Tidwell, ¿verdad? —Su voz grave no delata
nada.

Su edad, sin embargo, daba paso al hecho de que ella sabría si


yo conociera a quien sea que me estaba preguntando. Queriendo
que se fuera, ya interactuando mucho más tiempo del que me gusta,
sacudí la cabeza.

—Bueno, siento molestarte. —Ella dio otra cálida sonrisa y volvió a


su escritorio.
Pensar en el extraño comportamiento de los residentes del
pueblo me hizo decidir que era mejor irse más pronto que tarde.

Continuando con el rastreo y la búsqueda, lo que encontré fue


suficiente para amargar mi estómago. Los chicos que usaron un
martillo para matar a un anciano y lo filmaron por diversión. Otro le
cortó el pene a un hombre y se lo dio de comer, antes de añadir el
resto a su salsa de espaguetis. Todos estos eran aparentemente gente
común. Inteligentes, de aspecto mediocre.

—¿Cuarto Rojo, eh? —Salté, golpeando apresuradamente la X


roja del navegador antes de dar la vuelta.

El policía de antes estaba de pie a pocos metros detrás de mí,


con los brazos cruzados; una expresión peculiar estaba en su cara.
Levantó una ceja, como si esperara algún tipo de explicación. Mirando
a su lado, vi que el cielo estaba completamente negro. Había estado
dentro mucho más tiempo del que pensaba.

—Disculpe —murmurando lo suficientemente fuerte como para


que él oyera, me levanté de la silla e intenté moverme a su alrededor.
Su mano salió disparada, envolviendo mi brazo.

Algo invisible dentro de mí se rompió. Me alejé de él como si me


hubiera quemado; me tropecé con mis propios pies, aterrizando sobre
mi trasero.

—Eres un desastre. —Sonrió, sosteniendo una mano para


ayudarme a levantarme.

—No soy de tu incumbencia. Y parece que tienes un problema


para mantener tus manos lejos de mí. —Ignorando su ofrecimiento, me
levanté del suelo y me limpié el polvo imaginario de mis pantalones.
Fue difícil ocultar la sensación de irritación que me dio.
—¿Estás bien? Pareces... nerviosa. ¿Alguien te está molestando,
Morgana? —Sí, tú. La cantidad de preocupación genuina en su voz me
hizo desconfiar de él más de lo que ya lo hacía.

—Tengo que irme. —Echando la mirada al suelo, esta vez


cuando me moví y pasé por delante de él no intentó detenerme. Si no
me hubiera hecho parecer un bicho raro aún más grande de lo que ya
lo era, habría salido corriendo de la biblioteca.

—Morgan —me llamó Moore, sus pesados pasos señalando su


acercamiento. Exasperada, me volví para enfrentarlo.

—¿Sí?

—¿Qué has comido hoy? —Afectada por su pregunta y más aún


por la evidente irritación en su tono, me encogí de hombros.

—Te llevo a Malty's, necesitas comer. —Me extendió la mano


para tocarme y lo pensó mejor, dejando caer su mano al lado.

—No necesito que hagas eso, estoy bien. —Mentí. La verdad es


que el estómago me estaba tocando la espalda, y los dolores del
hambre me hicieron querer enroscarme en una bola.

—¿Dónde te pregunté si querías?

—Um, normalmente cuando alguien dice que no está interesado


en algo, se acabó. ¿Por qué sigues molestándome? —Todo el sentido
decente del decoro se había perdido. No quería hablar con este tipo.
¿Cuál era su problema?

Realmente no era tan malditamente fascinante. Tal vez mi


incomodidad social lo intrigaba. O tal vez era como Julian, y pensó en
mí como una estúpida muñeca que podía hacer que cumpliera sus
órdenes. Mi mente se basaba en suposiciones tan densas, que una
pulsación sorda comenzó en la parte posterior de mi cabeza.

—Whoa, sólo quiero ayudar. Todo el mundo puede ver que lo


necesitas. —Levantó una mano para silenciarme cuando intenté
interponerme—. Mira, déjame comprarte algo de comida, y te dejaré
en paz. Lo prometo. —Me miró con ojos de cachorro, tratando de
coaccionarme con una sonrisa encantadora.

—Vale, bien. Puedes comprarme comida. —Sin esperar a ver su


respuesta, me puse en marcha, alejándome de él. Suspiró,
murmurando algo en voz baja mientras me seguía. Sabía que estaba
siendo grosera, una perra sin escrúpulos.

Podría haber sido la persona más amable del mundo, pero


también lo era mi padre. Ahora lo sabía mejor. Las apariencias no
significan nada; cualquiera puede actuar. Era fácil fingir ser otra
persona. Lo hacía cada vez que respiraba. Escondía mi fealdad detrás
de una bonita sonrisa.

Nadie sabría nunca lo jodida que estaba.


Julian
Traducido por Conche
Corregido por Sandra

Realmente no quise llevarlo conmigo.

La mierda pasó. Una cosa llevó a la otra, y ahora un Matthew


ensangrentado estaba rodando en mi maletero. No es como si alguien
fuera a denunciar su desaparición. No era así como funcionaban las
cosas en Riverview. Simplemente no me gustaba cuando las cosas
sucedían, si no las planeaba.

Por el lado positivo, recuperé mi coche. No había nada en él que


me dijera dónde había ido Morgana. Pero el tanque menos lleno de
gasolina y el nuevo kilometraje, me dijo lo lejos que había ido.

Gracias a Matt, sabía en qué auto estaba, y ya sabía cuánto


dinero tenía. Eso me dejó con dos direcciones separadas a las que
dirigirme.

Mi celular vibró en el portavasos, el nombre de Micah apareció


en la pantalla. Esta fue su quinta llamada en dos semanas. Nuestra
conversación era inevitable. Sabiendo que era el mejor momento para
hablar desde que Morgana decidió tomar una licencia temporal,
respondí.
—Mic. —Posicionando el teléfono de manera que el altavoz
mirara hacia mí, esperé a que ella dijera algo.

—Julian —casi ronronea mi nombre por el altavoz.

—No intentes seducirme a través del teléfono. Probablemente


acabaste de ahogarte con una polla porque otra estaba en un
agujero que no debería caber en una. —Ella se río a carcajadas, yo
me reí.

—Wow. Yo también te extraño, Julian. —Su tono cambió


dramáticamente. Ahora ella sonaba como la fría Micah a la que yo
estaba acostumbrado.

—¿Qué necesitas Micah? —Fueron unos momentos demasiado


largos. Lo que saliera de su boca a continuación, iba a ser predecible.

—Necesito volver a casa —murmuró. Apenas lo suficientemente


audible para que yo lo oyera. Haciendo un ruido con los dedos en el
volante, sabía que este día llegaría. Siempre lo hacía.

Le dije que no se fuera y lo hizo de todas formas. Pasarían unos


meses o un año con varias llamadas telefónicas, correos electrónicos y
mensajes de texto. Entonces, una llamada como esta llegaría. Y puede
que Micah me hubiera irritado de maneras que me hicieron
preguntarme por qué había tratado con ella, pero seguía siendo
alguien especial para mí de mi pasado.

—No sé por qué nunca me escuchas, Micah. Tu habitación aún


está abierta. Envíame un mensaje con tu ubicación y te traeré.

—Gracias —exhaló antes de colgar.


Su llamada me recordó que no había alimentado a Tony en dos
días. Oh bueno, lo haría antes de dejar la ciudad.

Abriendo el maletero, ladeé la cabeza, mirando a Matt.


Maldición. Esto estaba mal. Diciéndome que no me molestara, me
agaché y lo saqué del maletero.

Luego lo dejé caer para poder examinar la mancha. Puse un


saco de arpillera debajo de él para prevenir esto, y él lo arruinó de
todos modos. Era un gran dolor de cabeza limpiar la sangre del tejido
de fieltro.

Al darle un golpe con mi zapato, ignoré su doloroso gemido,


agachándome y agarrándole las piernas. El garaje del mecánico
adjunto a su taller tenía un fascinante arsenal de herramientas. Ahora
tenía una lista de deseos para algunas que tenía que tener para el
Château.

La nariz de Matt estaba torcida, gracias a mí. Sus ojos se


hincharon y se cerraron, haciéndole parecer un mapache con la
máscara que le había pintado. Y le faltaban dos dedos en su mano
derecha, gracias a Luca.

Todavía no tenía idea de cuál era la herramienta que usaba


para cortar el hueso, pero había hecho el trabajo con una mínima
cantidad de presión. Eso era muy impresionante si me preguntabas.

En general, Matt estaba en buena forma. Cautericé sus heridas


con el soplete de sus mecánicos. Tal vez un poco de dolor. Pero estaba
vivo, ¿no? Podría ser peor, podría estar muerto.
Lo arrastré sobre la losa oscura, al mismo cobertizo en el que
había encerrado a Morgana, lo arrojé dentro y cerré la puerta. No
estaba listo para unirse a los otros todavía. Hice que Luca hiciera lo
necesario para asegurar que la desaparición de Matt fuera bien
entendida por su familia.

Estaba acumulando una buena flota de chivos expiatorios


emocionales para mi esposa. Esta vez, de verdad. No tendría una
repetición de la última vez. Un maldito fantasma jodiendo mi soledad o
mi futuro.

Penny más o menos se merecía lo que le pasó, si Morgana


supiera la verdad sobre su hermana, me pregunto si aceptaría un poco
más su nueva vida conmigo. Sólo el tiempo lo diría.

Mi teléfono vibró en mi bolsillo. Dejando caer las piernas de Matt,


lo recuperé. El nombre de Phillip estaba junto a un mensaje de texto no
leído. Había estado acosándome por lo de Morgana durante tres días.

Ahora que su preciosa niña sabía la clase de hombre que era,


dudaba que ella quisiera almorzar en algún momento.

Tal vez me equivoqué; fregar la sangre de mi maletero no era un


gran dolor de cabeza. Tratar con mi tío sí lo era.
Morgana
Traducido por Conche
Corregido por Sandra

No seas rara, sólo actúa de forma natural.

Creo que me he dicho esto una docena de veces en los últimos


veinte minutos. Malty's estaba casi vacío. K. Moore, estaba de pie en el
bar, hablando en voz baja con un camarero que no conocía.

Mis calambres de hambre habían aumentado, haciéndome


querer acostarme en el banco de plástico de la cabina. La comida no
sonaba atractiva cuando tu estómago estaba retorcido como un
pretzel.

Tratando de concentrarme en cualquier cosa menos en mi


estómago gruñón, estudié el piso a cuadros en blanco y negro.
Paredes rosadas y descoloridas con letreros de neón de noventa y
nueve centavos y carteles metálicos de bebidas de malta. Las patatas
fritas con grasa de hamburguesa y el extraño olor de los perritos
calientes se mantenían en el aire.

Una bandeja se deslizó por la mesa de mosaico, obteniendo


toda mi atención. Cestas rojas redondas, cada una con una comida
diferente, se asentaron frente a mí.
—No sabía qué te gustaba, y no iba a dejarte comer una
ensalada. —Moore se deslizó, sentándose frente a mí.

—No habría pedido una ensalada. Gracias, sin embargo. —


Tomar comida a puñados para metérmela en la boca no fue la mejor
idea.

Necesitaba comer despacio, o pasaría la noche haciendo


reverencias a los dioses de la porcelana. Las tiras de pollo parecían la
opción más segura, y se veían menos grasosas.

—Sooo. —Se inclinó hacia adelante, cavando en una bandeja


de aros de cebolla. —¿Cuál es el problema contigo?

—¿Qué quieres decir?

—Apareces en Redwood, vas directa a un motel y te encierras.


Eres bonita y pareces de mi edad. Entonces, ¿cuál es el problema?
¿Por qué odias a la gente?

—Odio a todos en general. Amo a la gente individualmente. —


Revolviendo un trozo de tira en la salsa de barbacoa. Me lo metí en la
boca y miré las patatas fritas.

—Oh, en ese caso, mi nombre es Kieran. —Se sentó enderezando


sus hombros y extendió una mano. Una risa burbujeó, escabulléndose
antes de que pudiera detenerla. Sacudiendo mi cabeza, le dejé tomar
mi mano.

—Ahora me conoces individualmente —anunció felizmente,


dándome una sonrisa dentada. Comimos en silencio durante unos
minutos antes de que volviera a hablar—: ¿Averiguaste lo que querías
saber sobre los Cuartos Rojos?
¿Realmente acaba de preguntarme eso?

—¿Por qué?

—Quiero ayudarte —respondió sin problemas. Levanté mis cejas


hacia él. No era algo normal que quisiera hacer.

—¿Por qué harías eso? Eres un policía.

—¿Desde cuándo llevar una placa hace a alguien santo? —


Parecía divertido. Supongo que tenía un punto válido. Los policías no
eran nada más que humanos. Y yo era muy consciente de lo viles que
podían ser.

—Tengo un... amigo que me habló de ellos. Tengo curiosidad. —


Manteniendo mi cara impasible, esperé su reacción.

—Bueno... —Se frotó la mandíbula con la mano—. Puedo decirte


que son extremadamente privados. Nunca he visto uno en vivo. Ni
siquiera estoy seguro de cómo alguien paga a otra persona para que
los vea. Y... están todos jodidos. Dependiendo de la apuesta, todo
vale.

No me dijo nada que no supiera ya. Que no hubiera visto con mis
propios ojos. Aparte de todo eso, sólo había un Cuarto Rojo en
particular que me interesaba.

—¿Has oído hablar de algo llamado Black Delilah? —Cuando no


dijo nada pero siguió mirando, tuve el impulso de deslizarme bajo la
mesa.

—¿La mujer que fue asesinada hace años? —Estrechó sus cejas
con confusión. Por supuesto, no sabía lo que era. Si lo hiciera,
significaría que había estado allí, significaría que era consciente de lo
que había pasado dentro. Debería haber mantenido la boca cerrada.

—Gracias por la comida, pero tengo que irme. —Deslizándome


de la cabina, sintiendo los efectos posteriores de un estómago lleno,
me apresuré hacia la salida. Kieran maldijo, en voz alta. Yendo tras de
mí. Era como un perro callejero que no podía ahuyentar, a pesar de
que le seguía tirando piedras.

—Te acompaño a tu habitación —resopló, alcanzándome en la


acera. Decirle que se fuera era inútil, así que me quedé callada.
Continuando mí camino.

Redwood estaba misteriosamente silencioso. Vacío. No había


coches en las calles, las tiendas estaban todas cerradas y no había ni
una sola alma a la vista. Me pregunté qué hora era.

Nos tomó menos de cinco minutos llegar al Motel Ruby's. El largo


edificio de ladrillos rehabilitados estaba situado entre una tienda y una
lavandería. Kieran me acompañó hasta mi habitación,
permaneciendo en silencio por una vez. La vibración entre nosotros no
podría ser más incómoda.

—Gracias por la comida. —Sacando la llave de mi habitación


del bolsillo trasero, esperé a que se alejara o dijera algo.

—Ya nos veremos, Morgan. —Me sonrió con una sonrisa torcida,
se dio la vuelta y se alejó. Esperaba que no quisiera hacer algo bueno
con eso.
Morgana
Traducido por Conche
Corregido por Sandra

El vapor del oxidado cabezal de la ducha acumuló


condensación en el espejo. Mi ropa estaba doblada en el feo inodoro
verde, la ropa interior lavada a mano en el lavabo.

Respirando con dificultad y aguantando. Arrastré la nueva


navaja de afeitar por la parte superior de mi muslo, cerrando los ojos
mientras la hoja de afeitar separaba mi piel, que una vez fue suave.
Pequeñas líneas de sangre brotaban de mi recién hecha raja.
Viajando hacia abajo y goteando sobre la agrietada y opaca bañera
blanca.

La sensación de euforia que esta vez me dio palideció en


comparación con la forma en que Julian me hizo sentir. Añadí otra
raja, seguida de otra. Cambié de pierna, yendo un poco más
profundo. No funcionaba. Más allá de la frustración, lancé la pequeña
hoja a través de la habitación.

Ignorando mis muslos ensangrentados, pasé por debajo del


agua hirviendo. La ardiente temperatura me hizo sentir un poco más
contenta. Aun así, no lo suficiente, pero sería capaz de dormir.
En lugar de usar la última parte de mi jabón corporal, abrí el
simple jabón en barra que el motel me proporcionó. Esta situación
menos que ideal me había enseñado algunas cosas sobre la vida.
Todo podía cambiar en cuestión de minutos; nunca desestimes las
pequeñas cosas.

Tenía una familia, una cuenta bancaria y libertad. Mi mente


puede haber estado un poco desordenada, pero podía funcionar lo
suficientemente bien. Nada de eso era relevante ahora. Feas verdades
habían empezado a sangrar a través de las mentiras que me habían
dicho.

Mi familia tenía una matriarca infame al mando. Había una


cuenta bancaria a mi nombre que acumulaba telarañas en un pueblo
sórdido, y la libertad era una ilusión.

Era difícil poner fin a mis pensamientos desordenados una vez


que empezaban. Me quedé bajo el agua durante un tiempo tan largo
que empezaron a llover sobre mi piel capas de hielo.

Temblando incontrolablemente, terminé de lavarme y salí.


Agarré un par de bragas de algodón baratas del último paquete de
cuatro y me los puse antes de vestirme con una camiseta demasiado
grande.

Me eché peróxido en mis cortes, haciendo un trabajo chapucero


de limpieza. Con un rápido cepillado de mis dientes, usando un cepillo
de dientes barato de tamaño de viaje que no podría estar haciendo lo
que un cepillo de tamaño promedio haría. Estaba lista para ir a la
cama.

Después de revisar dos veces las grandes cerraduras de latón de


la puerta y asegurarme de que las cortinas a rayas estaban cerradas.
Apagué la luz y me metí en la cama. Pasaron veinte minutos sin hacer
nada más que mirar el techo de palomitas de maíz.

No tenía ni idea de hacia dónde iba mi vida, pero no podía vivir


así todos los días. Ahora tenía que preocuparme por alguien más. Algo
tenía que cambiar.

Sólo quería una simple taza de té. Con nada más que mi camisa
de dormir, se suponía que era una misión sigilosa desde nuestra
habitación hasta la cocina.

Apoyada en el refrigerador frío, sorbí el líquido meloso,


saboreando el aroma. Me retrasé al volver a subir las escaleras. La
puerta principal estaba a un paso de distancia. Pero correr no era una
opción. No con Penny encerrada en esa habitación. Aunque no podía
estar segura de que correría si ella no lo estaba.

Poner mis sentimientos en una categoría fue difícil.

¿Amaba a Julian?

Sí.

Lo amaba tanto que me dolía respirar. Y él no se merecía eso de


mí, pero eso no cambiaba nada. A pesar de todo, nunca aceptaría lo
que pasó aquí como mi forma de vida.

Este lugar le dio al infierno una carrera por su dinero. Mi marido


hizo que Satanás pareciera un gatito. En una batalla de depravación,
tenía fe en que Julian ganaría. Su cruel desprecio por la vida de los
demás no era algo por lo que pudiera juzgarlo cuando mis sentimientos
eran casi los mismos.
Éramos dos personas horriblemente quebradas, atraídas el uno al
otro por una oscuridad que finalmente nos destruiría. Yo no podía
arreglarlo, y él no podía arreglarme a mí.

Mientras enjuagaba mi taza en el fregadero, sentí su presencia


segundos antes de que apareciera en la puerta.

—¿Por qué no me despertaste?

—Sólo estaba tomando el té. —Cerré el agua, enfrentándome a


él mientras se acercaba. Me rodeó con sus brazos en un abrazo
aplastante. Mi mejilla izquierda se estrelló contra su sólido y yermo
pecho.

Tenía un gran problema con que yo lo dejara en todos los


sentidos de la palabra. Su atención era nada menos que sofocante. —
Julian. —Empujando contra él, un pequeño grito de sorpresa salió de
mi boca cuando me levantó, colocándome sobre el mostrador. Llevé
mis manos a sus hombros para estabilizarme.

—Mañana hay un espectáculo. —Arrastró besos por mi cuello,


deslizando sus grandes manos bajo mi camisa de dormir. Todavía no
entendía cómo funcionaba ninguna de las dinámicas del Cuarto Rojo.
Había habido un total de tres en mi corto tiempo aquí, todas
espaciadas.

—¿Por qué me dices esto? —Le llevé las manos a la cara,


tratando de que se concentrara en mí y no en lo que había entre mis
piernas. Incluso en la oscuridad, sus ojos verde pálido tenían un
atractivo seductor en ellos.

—Porque mañana tengo que irme. Las únicas personas que


estarán aquí son ustedes... —Se detuvo, abriendo mis piernas y tirando
de mí hacia adelante—. Y Bailey. —No dio más detalles. No había
necesidad de hacerlo.

Esto sería él confiando en mí por una vez. Cada vez que se iba,
uno de sus hermanos me cuidaba. Sin Julian, siempre estaba sola. Por
muy desafortunado que fuera, Bailey y yo no teníamos ningún tipo de
conexión fraternal. Bien podríamos haber sido extraños.

Julian me mordió en el hombro, haciéndome estremecer y


prestándole toda mi atención. Siempre supo cuando mi mente estaba
divagando. Con una mano agarrando mi nuca, llevando mi boca a la
suya. Me alcanzó por detrás con la otra.

Los labios suaves presionaron contra los míos, apretando mi


cuello, haciendo que se separaran. Su lengua se deslizó a través de
ellos, deslizándose por el paladar.

Poniendo mis manos sobre su pecho, me moví hacia abajo.


Sintiendo cada abdominal endurecido que tenía. Alcanzando la
cintura de su pantalón de chándal, deslicé una mano hacia adentro.
Su gruesa polla palpitaba contra mi palma.

Antes de que pudiera envolverlo completamente con mi mano,


se apartó de mí. Lo miré, perturbada.

—¿Recuerdas lo que pasa si escapas? —¿Cómo podría


olvidarlo? Me soltó el cuello para agarrarme la mandíbula—. Dime qué
pasa si corres.

—Harás de mi vida un infierno —mi respuesta salió ligeramente


apagada. Intentando alejarme de él, apretó más fuerte. Su boca
golpeó la mía, con fuerza. Incapaz de alejarme de él, me vi obligada a
permanecer en una posición incómoda, dándole acceso para
apaciguarlo. Me agarré a sus muñecas en un último esfuerzo por
quitarme la mano de encima.

—Envuelve tus piernas a mí alrededor —me exigió, soltando mi


mandíbula para agarrar mis muslos. Le obedecí sin dudarlo. Me
preguntaba aturdida cómo un viaje para tomar el té se convirtió en
una sesión de sexo en la cocina.

Me levantó del mostrador y, con una suavidad inusual, me puso


debajo de él en el lamentable frío suelo de la cocina. Un destello rojo
me llamó la atención; inmediatamente traté de escabullirme de
debajo de él.

—Morgan —suspiró, sujetándome rápidamente con su peso. Con


una lentitud decidida, colocó el cuchillo de cocina a nuestro lado
antes de agarrar mis manos y sostenerlas sobre mi cabeza.

—Jules, quítate. —Inmovilizada, le miré fijamente. Mi pecho se


agitaba, mi corazón se aceleraba dentro de él. Me miró con una tierna
expresión en su rostro.

—No voy a matarte —casi sonó herido. Nunca expresé mi miedo


en voz alta, pero no lo necesitaba. La mayor parte del tiempo Julian
sabía lo que estaba pensando antes de que lo descubriera por mí
misma.

Honestamente, era aterrador lo en sintonía que estaba conmigo,


y yo, igual de en armonía con él. Saber cuándo estaba molesto, feliz o
en apuros. Es lo que me hizo capaz de evitar el trato más duro que
sabía que él era capaz de recibir.

—¿Vamos a jugar a este juego, Dollface? ¿Vas a pelear conmigo


y pretender que tu coño no está tan mojado que no puedo verlo entre
tus muslos?
—Julian, detente. —Me ignoró, se inclinó para poner un beso en
mis labios. Incapaz de moverme, le mordí el borde inferior hasta que
probé la sangre. Hizo un sonido, y entonces me di cuenta de que se
estaba riendo.

Manteniendo mis manos sujetas con una de las suyas, se llevó


dos dedos a su labio inferior, y una mirada de diversión recorrió su cara.

—Eso no fue agradable. —Me chasqueó la lengua.

—Tienes bolas de oro diciéndome lo que es y lo que no es


agradable.

—Tienes razón. Mis bolas son como el oro. —Mi réplica murió
antes de salir de mi boca. Me dio vuelta rápidamente sobre mi
estómago, haciendo que mi cabeza diera vueltas.

La camisa era una barrera trivial entre nosotros; no hizo nada


para evitar que empujara dentro de mí. Mis manos casi resbalaron en
el suelo, causando que me tambaleara hacia adelante.

Julian me agarró un puñado de pelo y me sujetó la cadera


izquierda para mantenerme en mi sitio. Lloré ante la abrumadora
sensación de su intrusión. Al cerrárseme los ojos, supe que había
ganado antes de que empezara la guerra.

—¿Quieres decirme cuánto no te gusta esto? —Se inclinó hacia


delante, apoyando su sólido pecho contra mi espalda, empujándose
más profundamente para susurrarme al oído. Rodó sus caderas,
provocando un suave gemido que cayó de mi boca.

—Respóndeme. —Me mordió en el lóbulo de la oreja y me


acarició la mejilla.
—No lo sé. —No podía concentrarme en lo que quería que
dijera, no con él meciéndose dentro de mí. Hizo un zumbido en su
garganta, buscando algo que yo no podía ver.

—¿Julian? —La mano en mi pelo me agarró la parte de atrás de


mi cuello, sosteniéndome en una sujeción de estrangulamiento
invertida. Mi espalda se arqueó, involuntariamente mientras me
empujaba la mejilla al suelo.

Con el culo casi apoyado en sus muslos, con la polla enterrada


dentro de mí, me pasó el cuchillo en línea recta por la piel.

—Jódete —siseé, sintiendo la sangre correr por mi globo


izquierdo.

—Creo que soy yo quien te jode —me cortó de nuevo, justo


debajo de la primera incisión, empezando a empujar a un ritmo rápido.
Mis manos se resbalaron en el suelo, incapaz de sostenerme, me
desmoroné. Julian retrocedió, sólo para darme la vuelta, separar mis
piernas y golpear de nuevo dentro de mí.

Un jadeo me arrancó la garganta, gemidos y quejidos detrás de


él. El cuchillo que había puesto en su boca fue bajado de nuevo, la
hoja dentada abrió fácilmente la piel lisa debajo de mi pecho
derecho. No pude superar la vertiginosa cantidad de placer que
obtuve del dolor electrizante.

Me encontré abriendo aún más las piernas, animándolo a ir más


profundo. Julian colocó el cuchillo ensangrentado entre sus dientes,
complaciéndome con entusiasmo. Pasando mis manos por sus
musculosos brazos, le agarré los hombros, clavando la carne lo
suficientemente fuerte como para romper la piel.
Cuanto más fuerte me follaba, más cavaba. No importaba que
sus hermanos estuviesen en algún lugar de la casa, sin duda
oyéndonos. Nuestros ojos se cerraron, me atrapó con su mirada. Con
nuestros cuerpos moldeados juntos, se quitó lentamente el cuchillo de
la boca para continuar su suave asalto. Cada pocos segundos hacía
otra laceración.

¿Cuánto tiempo estuvimos así? Deslizándonos por el suelo, mis


gemidos ahogando sus suaves gruñidos, el sudor que goteaba de su
cuerpo sobre el mío. Vi sus músculos flexionarse mientras me perforaba.

—Ahora dime.

—Me gusta. —Las palabras sabían a veneno. Me hizo decírselo


una y otra vez.

Quería ser normal. No quería ser la mujer que se excitaba


mientras su esposo la sostenía en el piso de la cocina y arrastraba un
cuchillo sobre su piel. El placer y el dolor sangraban juntos alimentando
una enfermedad de la que quería curarme.

Llegué cantando su nombre, rastrillando mis uñas por su amplia


espalda. Los dedos de mis pies se enroscaron en el infierno que
impregnaba mi cuerpo. Julian se enterró a sí mismo hasta la
empuñadura, derramándose dentro de mí.

—Voy a quedarme embarazada —jadeé, tratando de recuperar


el aliento.

—Ese es el punto. —Me pasó un dedo por la mejilla, una sonrisa


retorcida en su cara.

Mis palabras eran una maldición.


Sus palabras eran un presagio.
Morgana
Traducido por Conche
Corregido por Sandra

A las tres y media de la tarde, todavía no me había levantado


de la cama. Si no fuera por alguien que llamaba a la puerta, quizá no
lo hubiera hecho.

Rodando por debajo del edredón, saqué mis pantalones cortos


de mezclilla semi-limpios del inodoro y me acomodé en ellos. Mi reflejo
atrajo mi atención hacia el espejo del baño. Me veía tan desaliñada
como me sentía.

Pasando los dedos por el cabello, me acerqué a la puerta y me


asomé por la mirilla para ver quién estaba del otro lado. Kieran. Me lo
imaginaba. Presionando mi frente contra la puerta, le pedí que se
fuera. Tenía que haber algún tipo de deber policial para salir corriendo
y hacer. A menos que se me considerara un deber policial.

—¡Sé que estás ahí, Morgan! No me iré hasta que abras la


puerta.

—Maldita sea —lo maldije por hacer una escena. Al abrir la


puerta, lo hice con mucha más fuerza de la necesaria. Kieran se paró
con una bolsa en una mano, una taza de café en la otra.

—¿Cuál es tu problema? Dijiste que me dejarías en paz.


—Tienes razón. Pero, también dije que después de que te
comprara comida. No cuánto. Y mira, tengo comida. —Levantó la
bolsa blanca y la agitó suavemente. Quise cerrarle la puerta en su cara
de engreído, pero lo que fuera que había en la bolsa probablemente
sería mi última comida hasta que consiguiera algo de dinero.

La salida era mañana. Era pagar o dormir en el coche, lo que no


era una mala idea si podía encontrar un lugar para aparcar la maldita
cosa sin arriesgarme a que me remolcaran.

No confíes en él. Mi timidez me advirtió, resumiendo a Kieran


como una amenaza. Fue mi típica reacción ante la gente. La paranoia
de que todo el mundo supiera de alguna manera que Julian se
enconaba en el fondo de mi mente. Cada sonrisa amigable escondía
algo debajo. Todas las buenas intenciones tenían otro sentido.

—¿Hay alguna razón para ello? —Levantando mi cabeza a un


lado, lo estudié, sin preocuparme más por mi apariencia. Quería que
pensara que era una perra engreída. Estar cerca de mí no era una
opción inteligente para nadie.

—Pensé que te gustaría saber que el restaurante está


contratando, y viendo que vives en un motel... —Su voz se alejó
cuando vio la incomodidad sobre la perspectiva de eso, el flash en mi
cara.

¿Estar rodeado de gente? ¿Interactuar todo el día?

Eso parecía tan fácil como sumergirse en un charco de miel y


contener la respiración durante diez minutos. Pero, necesitaba dinero, y
no había otras opciones.

—¿Hay un turno de noche por casualidad?


—Están abiertos las veinticuatro horas. Si quieres el turno de
noche, puedo ayudarte a que sea tuyo. —No se inmutó ante mi
petición. Su afán por ayudarme a conseguir un trabajo era muy
desagradable.

—Tengo que pensar en... —El celular de Kieran comenzó a sonar,


haciéndome hacer una pausa. Una mirada oscura se dibujó en su
rostro mientras miraba la pantalla.

—Tengo que tomar esto, ir a la cafetería y hablar con Dakota. —


Sus ojos plateados se dirigieron a los míos; la bolsa blanca y el café
fueron empujados hacia mí. En el momento en que ambos estuvieron
seguros en mis manos, él se alejó.
Julian
Traducido por Andreina
Corregido por Sanma

Se posó en el borde de mi escritorio, viéndome organizar el


último de mis archivos. El vestido rojo que llevaba puesto no podría ser
más corto. Una lisa pierna caoba estaba cruzada sobre la otra; los
pechos que pagué se derramaban de su corpiño.

Incluso se había rizado el pelo oscuro como a mí me gustaba.


Ahora tenía la cara agriada, al darse cuenta de que mi polla no la
privilegiaría con una visita. Era muchas cosas; un hombre sin
autocontrol no era una de ellas.

Mis bolas podrían estar más azules que el océano Atlántico, pero
eso no me daba una razón para traicionar a mi esposa. Además, su
cuerpo lo compensaría en el segundo en que volviera a estar bajo mi
control.

—No entiendo nada de esto, Julian. ¿Vas a dejar que una chica
mentalmente inestable sea la primera Maestra en años? —
Absteniéndome de empujar su trasero de mi escritorio, le di una mirada
que la hizo tragar audiblemente.
—Morgana no es mentalmente inestable. Y sus problemas la
hacen más capaz de hacer lo que hay que hacer. Honestamente, no
puedo pensar en una mejor persona para el trabajo.

Ignorando la mirada de dolor en su cara, metí el último


expediente en mi cajón superior, cerrándolo con llave por razones de
seguridad.

—¿Puedo ir contigo a buscarla?

—No —Mi voz era dura, la mirada que le di aún más. Cruzó sus
brazos, dándome una irritante mirada de puchero—. Y no soy un idiota,
Micah. Sé lo que quieres. —Nunca dejó de intentar conseguir luz verde
para hacer lo que quisiera con Belle. Eso causaría montones de
problemas con los que no iba a lidiar.

El tío de Belle era el jefe del departamento de policía de


Redwood. Ya nos habíamos llevado a su hija, Leah, no gracias a que
Luca me arrastrara a un bar de mala muerte. Redwood era más
pequeño que Riverview. Puede que tengamos conexiones cercanas
con ellos e incluso que hayamos inyectado dinero en la ciudad, pero el
Jefe de policía era un miembro vital de la Black Delilah.

Trabajó diligentemente duro para asegurar que todos los


desaparecidos se mantuvieran así. A menudo nos enviaba prisioneros
para destrozar dentro de los Cuartos Rojos.

Sin embargo, un miembro reciente de su equipo, estaba


demostrando ser un potencial problema. Un buen tipo que dudo que
estuviera de acuerdo con cualquiera de las cosas que hacíamos para
aliviar a la gente de sus necesidades más oscuras.

Se le dijo que lo manejara. Le daría un mes antes de que yo


mismo o mis hermanos lo arregláramos a nuestra manera.
—¿Cómo funciona esta relación, de todos modos? Mataste a su
hermana.

—Ah, ya. Pero yo no maté a su hermana. Phillip la mató. Se libró


fácilmente, en mi opinión. En realidad, le dije que dejara que alguien
más lo hiciera. Sentía algo por su hija. Mis manos estaban atadas —
Empezando a salir de la oficina, me detuve y la miré—. ¿Realmente
quieres ayudar? Tengo cuatro personas en el sótano y una en el
cobertizo. Asegúrate de que sigan con vida. Voy a buscar a mi esposa.
—Dejándola donde estaba, saqué mi teléfono y envié un mensaje a mi
hermano diciéndole que la vigilara.

Belle iba a volver cualquier día, y no tenía paciencia para hacer


de árbitro entre dos mujeres rencorosas. Ambas deberían agradecer a
sus estrellas de la suerte que aún estuvieran vivas. Me ocuparía de ellas
si fuera necesario. Había una cena que planear, y tenía una lista de
invitados que a Morgana le iba a encantar.
Morgana
Traducido por Andreina
Corregido por Sanma

Sentí que me hundí cuando el dolor no pudo darme el escape


que buscaba. Estaba atrapada en un agujero, y no podía salir.

La navaja fue un alivio temporal; el apuro me dio refugio de la


realidad. Mientras estaba sentada en mi cama, con nada más que mis
pantalones cortos y mi sostén, sostuve un encendedor en mis recientes
cortes y dejé que se quemaran.

Siseando de dolor, pero sin parar, sólo el teléfono sonando me


sacó de mi neblina. Suficiente para que el olor y la vista de la carne
quemada me hicieran dejar caer el encendedor al suelo.

Ignorando el timbre del teléfono, puse mi cabeza en mis manos,


dejando que la presa se liberara. ¿Qué coño se suponía que debía
hacer? No me avergonzaba admitir que necesitaba ayuda.

Esta mierda de sentir lástima por mí misma me estaba


enfermando. Había demasiado auto-odio y muy poco autocontrol. La
solución a mi problema era el problema del que había huido. Todas mis
preguntas, todas mis luchas internas. El que tenía los medios financieros
para asegurar el futuro de nuestro bebé.
Era tentador volver al infierno para ganar mi pedazo de cielo.
Pero después recordaría quién era yo, y quién era Julian.

¿Qué clase de vida tendría nuestro hijo? No podían crecer en el


château. Julian les regalaría cuchillos de carnicero en su primer
cumpleaños.

Todo esto era condenadamente frustrante. Los números rojos del


despertador me dijeron que eran las tres de la mañana. Recordando a
Kieran diciendo que el restaurante estaba abierto las veinticuatro
horas, y de repente necesitando salir de la habitación, salté de la
cama y me preparé para dejar mi morada.

Como la noche en que Kieran me acompañó a mi habitación,


todo estaba tranquilo. Me sentí aliviada cuando vi que el restaurante
estaba casi desolado. Un hombre solitario se sentaba en el bar,
sorbiendo lo que asumí era café.

Comprobando que mis quemaduras y cortes estaban cubiertos,


crucé la calle.

—Ya estoy contigo —dijo una voz suave, desde algún lugar de la
parte de atrás. No respondiendo, miré alrededor del establecimiento
retro, luchando contra el deseo de dar la vuelta y marcharme.

Curvando mis dedos, hincando mis uñas en las palmas de mis


manos, ignoré la burbujeante ansiedad lo mejor que pude.

Un cuadro colgado en la pared del fondo me llamó la atención.


Usándolo como una distracción temporal, caminé hasta donde estaba
colgado.
La fecha en la parte inferior me dijo que la foto fue tomada hace
dieciocho años. Un grupo de siete niñas y tres niños estaban sonriendo
frente al restaurante. Todos vestidos con lo que tenía que ser el viejo
uniforme.

Tres mujeres más jóvenes me llamaron la atención sobre las otras.


Una tenía el pelo castaño chocolate y una cara que podría haber sido
la mía. Cuanto más tiempo la miraba, más nerviosa me ponía. Esto no
era nada, sólo un dibujo.

Esa explicación habría acabado con mis teorías conspirativas


antes de que empezaran, pero luego escaneé los nombres. Julie
Sanchez, Helga Andreou, Lacy Tidwell. Cuando tragué, sentí como si
granos de arena se estuvieran deslizando por mi garganta.

—Oye. —Una pequeña mano se posó en mi hombro, rompiendo


mi concentración, causando que casi saliera de mi piel.

Debió sentir mi fuerte incomodidad; dio un gran paso hacia atrás


y aun así me dio una sonrisa de bienvenida. Grandes ojos marrones,
pecas, pelo castaño café. Estaba mirando a la definición de reina de
la belleza de un pueblo pequeño en la vida real.

—No quise asustarte, soy Dakota. Tú debes ser Morgan. —No fue
complicado averiguar cómo sabía mi nombre. Sabía cómo los cotilleos
de los pueblos pequeños se alimentaban a través de un rumor. Y
estaba segura de que Kieran tenía una mano dentro.

—Sí, esa soy yo. —¿Podría esta situación ponerse más incómoda?
Dakota me miraba como si fuera su mejor amiga perdida.

—Dios, probablemente piensas que soy muy rara. No queda una


tonelada de chicas de mi edad en la ciudad. Después de la
secundaria, todas se fueron. —Me identifico con ese escenario.
Aunque Riverview parecía ser un punto de atracción para los turistas, a
diferencia de Redwood.

—Lo entiendo. —Sentí que lentamente empezaba a relajarme, y


luché contra el impulso de exhalar fuerte de alivio. Mirando alrededor
del restaurante, todavía no me había hecho a la idea de trabajar en
un lugar así. Pero había visto la bulliciosa multitud desde fuera, así que
sabía que las propinas tenían que ser decentes. Cualquiera que pasara
por el pueblo tenía garantizado parar para comer algo.

Ese era mi problema. La imagen detrás de mí solidificaba el


hecho de que la familia de Julian tenía lazos aquí, al igual que la mía.
Realmente necesitaba empezar a escucharme más. Sabía que era
una perra loca y delirante, pero al menos a veces era por una buena
razón.

Si Julian fuera una de esas personas que pasa por aquí tendría
una habitación llena de gente para verme perder mi mierda. Me
quemó de dentro a fuera tener a un hombre controlando mi vida. Que
le jodan por no elegir a alguien más a quien atormentar. Que le jodan
aún más por usarme.

No era justo jugar a juegos mentales con alguien cuya mente


nunca estuvo ahí. Asustadiza e ingenua pequeña yo. Que jodida pena
me das. Esta mierda era un drama de LMN. Me merecía un trago
fuerte. Lo maldije de nuevo, recordando que no era posible con su
bebé dentro de mí.

Al darme cuenta de que había pasado un largo período de


tiempo en mi zona frente a Dakota, sacudí mi cabeza y forcé una
sonrisa.
—¿Puedo darte una respuesta mañana? —¿Después de repasar
varios escenarios de mierda?

—Seguro, no hay prisa. —Le estaba agradeciendo y yéndome


antes de que la última palabra cayera de su boca. ¿A quién estaba
engañando? Ya era bastante difícil pararse fuera y mirar por la
ventana. ¿Honestamente creí que podía poner una sonrisa e
interactuar con múltiples individuos? Diablos, no.

No sin una pastilla, no sin dolor.

Mis miedos irracionales y mi incapacidad para luchar contra un


oponente invisible se habían convertido en una carga paralizante.
Realmente era mi peor enemigo.

No quería morir, pero deseaba poder dormir y no despertarme


hasta que todo estuviera bien. Sería normal. Sería fuerte. Más
importante aún, sería capaz de soportar a la chica que veía cada vez
que me miraba en el espejo.
Morgana
Traducido por Andreina
Corregido por Sanma

Volví la noche siguiente a la biblioteca, escabulléndome de mi


habitación a escondidas. Kieran había vuelto otra vez y, después de
una interesante charla, siguió su camino.

Una mujer estaba leyendo en una silla de gran tamaño, el


bibliotecario ocupado poniendo los libros de nuevo en los estantes.
Caminando hacia los ordenadores públicos, me senté en una posición
que me permitió observar la habitación.

Tenía una razón para regresar, pero primero busqué si las


enfermedades mentales eran genéticas. Mis hallazgos empañaron un
estado de ánimo ya empapado. Probablemente no era la mejor idea.
Esto era el equivalente a buscar tus propios síntomas cuando
enfermabas. Sólo para que Internet te haga decidir que sólo queda un
mes de vida.

Entonces descubrirías que todo lo que tenías era un resfriado


común, no algo que iba a hacer que tus pulmones se marchitaran y
pudrieran. Todo lo que descubrí fue que las enfermedades metales
podían heredarse, pero sólo porque uno de los padres las tuviera no
significaba que el bebé también. Nada de esta información fue
particularmente útil.
Irritada, y más que un poco preocupada, golpeé la flecha de
atrás hacia la pantalla principal. Cuando volví al buscador, busqué a
Lacy Tidwell-Redwood.

No dio resultados directos, salvo uno, un sitio de ex-alumnos del


equipo de animadoras de los Redwood Cardinals.

Miré los nombres con la misma sensación de malestar que había


tenido en el restaurante. El nombre de mi madre, el nombre de la
madre de Julian y Lacy Tidwell, todos salieron en la pantalla. O bien
había una conexión entre las tres, o estaba yendo por un camino sin
salida.

Después de una docena de intentos probando acceder a la


página de biografía de Lacy, el servidor me echó y me envió de vuelta
al navegador web principal. Confundida, lo intenté de nuevo. Lo
mismo ocurrió. Imaginé que era una casualidad, debido a la
antigüedad de la página. Estaba lista para tomar un enfoque
diferente, pero entonces se puso en marcha mi conciencia. Alguien
me estaba observando.
Morgana
Traducido por Andreina
Corregido por Sanma

Dakota se deslizo a mí alrededor, una sonrisa astuta en su cara.


—Si querías información sobre Lacy, sólo tenías que pedirla... —susurró,
girando un mechón de pelo oscuro alrededor de su dedo.

—No sé...

—¿De qué estoy hablando? Mira, veo que tienes esta cosa
distante. Probablemente no confíes en mí la mierda que dejas caer en
el inodoro, pero no estoy dispuesta a hacer lo que sea que creas que
estoy tratando de hacer.

La ignoré, preguntándome cuánto de lo que estaba buscando


había visto. Al diablo. —Necesito saberlo todo. —Esto me podría
explotar en la cara o me ayudará, pero tenía que hacer algo más que
mutilar mi cuerpo.

—Bueno, vas a tener que ponerte tus bragas de niña grande y


venir a mi casa. No podemos hablar aquí —Cruzó los brazos y me dio
una sonrisa petulante. Sacudiendo mi cabeza me alejé del ordenador,
no participando en el juego que estaba tratando de jugar. Quería
darle un puñetazo en la mandíbula—. Déjame ayudarte, sé que eres
de Riverview —confesó en voz alta, atrayendo la atención de los otros
clientes de la biblioteca directamente hacia nosotras.

—Mierda —murmurando en voz baja, hice algo que nunca


hago. La agarré por el brazo y comencé a arrastrarla hacia la salida.
Vino de buena gana, cuando salimos, casi la empujo por la acera.

—¿Cómo lo supiste? ¿Quién eres? —susurré duramente, lista para


abalanzarme sobre ella si fuera necesario.

—¿Crees que eres la primera chica que corre por aquí? Sé todo
sobre esos psicópatas de la casa grande. ¿Los Andreous? Este podría
ser su pueblo también —escupió el apellido de Julian con veneno.

—¿Cómo lo sabes? —La miré sospechosamente; nadie sabía lo


que pasó en Delilah por casualidad.

—Uno de ellos se llevó a mi hermana —Tocó el anillo que


colgaba de una cadena de plata alrededor de su cuello. Tragué,
llevando mi mano a la mía, donde ahora colgaba el collar de Penny—.
Y mi padre es policía —añadió, cuando todavía no respondí. Una
multitud de preguntas adicionales atacaron mi cerebro.

—Llévame a tu casa.

Me arrodillé en su sala de estar, viendo sus dedos volar sobre el


teclado de un portátil plateado. Tenía la boca tan apretada que me
dolía la mandíbula.

Sólo tuvo que mencionar el nombre de Leah una vez, había fotos
de ella en la pared y una en la chimenea. Por la forma en que
hablaba, pensaba que su hermana estaba muerta.
¿Qué jodidamente irónico era que encontrara a la hermana de
la mujer que finalmente me dio la libertad? A menudo me preguntaba
por su destino, si Julian lo reconsideró cuando descubrió que estaba
embarazada. Por duro que intentara embarazarme, no podía imaginar
que le hiciera daño.

—¿Cómo sabes hacer esto?

—Es un pueblo pequeño con poco que hacer. Alimenté a mi


geek interior. —No giró la cabeza para responderme. Después de unos
minutos más me miró con una brillante sonrisa, inclinándose a un lado
para que pudiera ver la pantalla.

La biografía de Lacy, completamente intacta. Una imagen de su


sonriente cara nos miró fijamente. Me incliné hacia adelante, mirando
una cara que se parecía demasiado a la mía. ¿Era esto más de mi
locura? ¿O era realmente lo que parecía ser?

Dakota no dijo una palabra; se sentó en el sofá con las manos


apoyadas en su regazo. Comencé a leer, comiendo las palabras con
los ojos. Lacy Tidwell; estudiante de honor que estuvo en el equipo de
porristas, vivió en la ciudad con su abuela, Frida Tidwell.

—¿Qué sabes de ella? —Miré a Dakota, y luego de vuelta a la


pantalla.

—Sólo lo que he oído susurrar por aquí y lo que mi padre me ha


dicho. Era muy querida, extrovertida, inteligente. Desapareció por un
tiempo, después de huir con su novio. La policía la encontró en otro
pueblo y la trajeron aquí. Nadie dijo mucho, todo volvió a la
normalidad. Después de eso se la conocía como una prostituta,
reservada. Todo esto es muy anterior a mi época, así que... —Se
encogió de hombros, metiendo un mechón de pelo detrás de su oreja.
Algo se movió en la parte posterior de mi cerebro, tratando de
decirme más. Dejé de intentar comprender lo que era cuando me
encontré con los gustos y aficiones de Lacy.

Amaba los animales, su golden retriever se llamaba Bailey.


Morgana
Traducido por Andreina
Corregido por Sanma

Agarré el vaso en mis manos con tanta fuerza que cambié la


pigmentación de mi piel. Habíamos ido a la cafetería cuando todavía
estaba oscuro, ahora el sol comenzaba a salir. Había estado mirando
fijamente la cabina vacía frente a mí durante horas.

Dakota había aguantado conmigo como una campeona,


incluso teniendo que trabajar. Seguía tratando de llegar a mí. Nunca
había estado tan desesperada por respuestas como lo estaba en este
momento. Lágrimas sin derramar ardían detrás de mis párpados.

Casi me podía convencer a mí misma que recordaba al perro


con ojos marrones y pelo gris alrededor del hocico. El perro que había
convertido en un ser humano real. El perro que mis padres me hicieron
creer que era mi hermana.

Había fotos de 'Bailey' en marcos dentro de nuestra casa. Todo


era falso. Tenía todo el derecho a dudar de la autenticidad de mi
madre siendo mi madre. Me había convencido a mí misma que mi
padre había dejado embarazada a Lacy y me había alejado de ella.
El círculo continuaba, agregándose más preguntas sin respuesta
junto con respuestas que no podía encontrar. Nunca se detendría; no
podía huir de las cosas dentro de mi cabeza.

—Me dijeron que le diera esto. —Mirando hacia arriba, vi la cara


de la bibliotecaria. Dakota se detuvo en su camino para rellenar el
café de una pareja, observándonos.

Volví a mirar lo que la mujer había deslizado por la mesa


deteniéndose. Un sudor frío me recorrió la espalda. Giré la cabeza y
miré alrededor del restaurante antes de mirar por la ventana. Un Nova
rojo cereza oscuro estaba estacionado al otro lado de la calle, el
conductor apoyándose en la puerta del lado del conductor,
mirándome.

Julian
La vi observarme.

La Dalila negra había sido una idea de último momento. Sabía


que la flor sería un regalo de muerte que había traído. Continuó
mirándome como si fuera un fantasma. Mi polla se endureció en un
momento comprensiblemente malo.

Ella se veía igual, aunque exhausta, lo cual no era difícil de


imaginar cuando sabía que me necesitaba para dormir por las noches.
Llámame engreído si quieres, era muy consciente de lo que mi esposa
necesitaba.
Ahora mismo, necesitaba mis manos alrededor de su garganta y
un castigo que la hiciera querer encadenarse a mí. Un castigo que ya
estaba planeado.

Moví mis dedos hacia ella en un movimiento de venir aquí,


sonriendo cuando dio una ligera sacudida de su cabeza. Siempre la
rebelión, también había planeado esto.

Sacudiendo mi barbilla, indicando que debía mirar al otro lado


de la habitación, la vi girar la cabeza. Luca había entrado por la
puerta trasera; le estaba diciendo algo a Dakota que la tenía
visiblemente tensa. Miró a Morgana, dándole un pequeño saludo y una
sonrisa de come-mierda.

Sabía que Morgana no haría una escena, que en menos de


cinco minutos su ansiedad la abrumaría si no ponía su trasero en
marcha. Más rápido de lo que había estimado salió de su cabina,
diciéndole algo a Dakota, antes de salir volando del restaurante.

Sus pasos vacilaron por una fracción de segundo, y luego


prácticamente estaba corriendo. Directa a todo lo que amaba y
odiaba, directa a mí. Oculté todas mis emociones, y me contuve de
agarrarla por el pelo y arrastrarla al coche.

—Haz lo que te digo y no la lastimaré, o al policía. —Iba a


esperar para lanzar la bomba Kieran. Pero cuanto más obediente,
mejor.

—Qué es lo que quieres… —se rompió ante mí. No pude


contener mi sonrisa esta vez. Sus bolas eran casi tan grandes como las
mías. El fuego en sus ojos color oliva convirtió mi ya dura polla en
piedra.
Caminando alrededor del coche, abrí la puerta del lado del
pasajero. —Entra. —Se aseguró de no acercarse a mí, deslizándose
dentro. Su actitud sería eliminada muy pronto.
Morgana
Traducido por Andreina
Corregido por Sanma

No dijo ni una palabra, tampoco yo.

Me dolía tanto el estómago que juré que iba a echar a perder el


té que acababa de tomar. Mi vida era una montaña rusa interminable,
llena de giros que me ponían los nervios de punta y desgarradoras
bajadas.

Cuando se detuvo en el estacionamiento de Ruby's no me atreví


a preguntarle cómo sabía exactamente dónde había estado. Había
sobrepasado mi límite de lo que podía manejar hace mucho tiempo.
Salió y vino a abrirme la puerta.

Moviéndome rápidamente, inserté la tarjeta llave para abrir la


puerta. Acababa de presionar la manija cuando él la abrió, casi
derrumbándome cuando me empujó dentro. Su familiaridad era
abrumadora. Su fuerte colonia de cítricos, la forma en que se vestía
con trajes perfectamente adaptados, cabello negro en un elegante
tupé.

La fuerza impávida que poseía y que ahora tenía mi espalda


presionada contra la puerta, cerrándola de golpe. Sus pálidos ojos
verdes se clavaron en los míos, ninguno de los dos dijo una palabra... El
parecía la perfección, yo ahora mismo parecía un animal muerto en el
camino.

Esperé a que me gritase o me hiciese daño, pero no lo hizo.

En vez de eso, sus brazos me envolvieron en un sofocante abrazo


que hacía difícil respirar. Se movió hacia atrás para poder tomar mi
cara entre sus manos, dándome un suave beso en la frente.

—Tenemos mucho de qué hablar, pero primero… —Me dejó ir


para recuperar su teléfono móvil, dándome la sonrisa con hoyuelos de
la que me había enamorado. Me tomó la mano y me llevó lejos de la
puerta.

—Y qué hay de... —Me tapó la boca con su mano para callarme
y puso el teléfono en el altavoz.

—¿Estamos en marcha? —preguntó Luca, tan pronto como


respondió.

—No, mantenla sedada y llévala a casa. Asegúrate de que


Kieran sea tratado adecuadamente. —Alejando su mano de mí, lo
miré con desprecio.

—¿Adecuadamente? Eso no es lo que dijiste...

—Te prometí que no les harían daño. Y no lo harán. —Miró


alrededor de la habitación, como si buscara algo, antes de atraer su
atención hacia mí.

Me acerqué lentamente a la puerta. Enarcó una ceja,


sacudiendo la cabeza ante mi descarado intento de alejarme de él.

—Si vuelves a huir de mí me aseguraré de encerrarte en un lugar


donde sólo yo pueda llegar a ti. Eres lo suficientemente demente.
—¿Y tú no? —se burló, como si la idea fuera absurda.

—Podemos hablar más tarde, hay algo que tengo que hacer. —
Hizo un amago de venir aquí, haciéndome señas para que caminara
hacia él. Tomándome mi tiempo, me adelanté a paso de caracol,
manteniendo mis ojos fijos en su cara.

Cuando estuve frente a él, se inclinó y me tomó en sus brazos. Se


sentó en el borde de la cama, procediendo a arrancarme la falda del
vestido barato de verano que llevaba.

Sólo Julián comprobaría inmediatamente si me había hecho


daño. Y sólo ahora la verdadera vergüenza se apoderó de mí,
sabiendo que veía los cortes frescos, sobre los que habían tratado de
sanar, y mi nueva piel estropeada por el mechero.

Permaneció mortalmente silencioso, exhalando profundamente,


rozando mis marcas con las yemas de los dedos, todo su cuerpo
tensándose bajo de mí.

—Luchas conmigo a cada paso, y mírate. Mira lo que te has


hecho a ti misma. ¿Cuándo vas a admitirlo? —Casi me empujó,
poniéndose en pie para recorrer la habitación de forma depredadora.

—Admitir, ¿qué?

—Soy lo que te mantiene en tierra. Tú eres lo que me mantiene


cuerdo. Juntos somos perfectos el uno para el otro. —Dejó de
pasearse, y me miró de forma tan siniestra que los escalofríos me
recorrieron la columna vertebral.

Me hizo retroceder en el tiempo, a cuando tuve que hacer


malabares con sus cambios de humor, pensar siempre
cuidadosamente antes de hablar y actuar para no estar nunca en el
extremo receptor de la mirada que me había dirigido.

Si le dejaba herirme, sabía que sería capaz de manejarlo. Era una


adicta, y la tentación estaba justo delante de mí. Él era la adicción
que ingenuamente había tratado de curar y en la que había
fracasado miserablemente en hacerlo. Mi cuerpo reaccionaba a su
proximidad, incluso cuando mi mente corría.

—Jules… —Sacudiendo mi cabeza, lancé mi mirada al suelo.


Estaba delante de mí antes de que pudiera parpadear; la mano en mi
pelo tirando de mi cabeza hacia atrás.

—Aquí está lo que va a pasar —Me abrió las piernas con su


rodilla—. Me vas a sacar la polla y me mostrarás lo mucho que la has
echado de menos —Tragué, mirándole sin poder mover la cabeza—.
No puedo oírte Muñeca. —Excavó en mi cuero cabelludo,
haciéndome gemir. No tenía la opción de negárselo. No podía luchar
contra él, arriesgándome a que me hiciera algo, y tampoco como no
podía decirle lo del bebé.

Sólo cuando mis opciones fueran completamente eliminadas y


estuviera encarcelada dentro de su casa, me daría por vencida en
encontrar una manera de darle a este niño una oportunidad de tener
una vida normal.

—Déjame tocarte —susurré. Su agarre se aflojó inmediatamente.


Con manos temblorosas desabroché su cinturón, deshaciendo sus
pantalones para sacar su dura longitud. Me miró fijamente, sin decir
una palabra.

Pasándome la lengua por los labios, abrí la boca lentamente,


llevándolo dentro, agarrándolo con una mano.
—¿Olvidaste cómo chupar una polla, muñeca? —Me agarró el
pelo una vez más y empezó a follarme la boca. Sus empujones fueron
duros. Se metió dentro, golpeando la parte de atrás de mi garganta,
retrocediendo y empujando de nuevo.

Me ahogué en su grosor, mis ojos humedeciéndose mientras


luchaba por respirar. Intentando frenarle, mis manos dirigiéndose a sus
muslos. Se apartó de mí abruptamente, dejando que sus pantalones se
cayeran el resto del camino por sus tonificadas piernas.

Me apretó contra él hasta que mi espalda quedó plana sobre la


cama. Los calzoncillos de algodón desaparecieron, el vestido color
menta con ellos. Completamente desnuda, expuesta para que sus
hambrientos ojos se dieran un festín, me abstuve de cubrirme.

Julian
Era la encarnación de la perfección. Ninguna mujer ha tenido, o
nunca tendrá, una oportunidad sobre Morgana. Sus ojos me miraban;
sus manos permanecían a su lado. Se mantenía expuesta, dejándome
beberla.

Piel caramelo, lisa e impecable, pelo alrededor de sus hombros,


escondiendo unos perfectos y alegres pechos redondos. Caderas con
la clásica definición curvada, y piernas que se veían aún mejor
envueltas alrededor de mi cintura.

Irradiaba incertidumbre y energía nerviosa. Mientras sufría por


enseñarle una lección, tendría que esperar hasta que estuviéramos en
casa. Abriendo sus piernas, envolví mis manos alrededor de sus muslos
para mantenerla en su lugar.

Extendiendo los labios de su dulce coño con mis dedos, empecé


a empujar mi lengua tan dentro de ella como fuera posible. Me la comí
como un hambriento campesino que acababa de encontrar un
buffet.

Con mi pulgar, comencé a rodar su clítoris, girando mi lengua


dentro de ella, sumergiéndola y sacándola para correrla por su rendija.
Empezó a temblar, sus piernas tratando de encerrar mi cabeza entre
ellas.

Clavando mis uñas en su piel, jadeó, pasando sus manos por mi


pelo mientras yo abría sus piernas y las mantenía abajo. Sabiendo que
estaba a punto de correrse, sintiendo que sus muslos empezaban a
temblar en mis manos, y escuchando sus gemidos cada vez más
fuertes. Moví mi boca más alto y chupé su clítoris dentro, torturando su
manojo de nervios con la punta de mi lengua antes de morderlo.

Me tiró del pelo, haciéndome gruñir como un maldito animal,


mientras se corrió en mi boca. Sin molestarme en quitarme sus jugos de
la cara, deslicé su sexy cuerpo, enganchando sus piernas sobre mis
hombros con facilidad.

Antes de que pudiera recuperar el aliento y calmarse, me metí


dentro. Me la follé tan fuerte como pude, sin darle ningún respiro. Sus
hermosas tetas rebotaban, su cuerpo saltaba.

—Jules... por favor. —Sus ruegos eran una sinfonía para mis oídos,
sus suaves gritos armonizaban en mi cerebro.
—Sigue suplicando. —Me lancé más rápido, martillando en ella.
Mis bolas golpeaban contra la ranura de su trasero, mezclándose con
el sonido de sus gemidos y la cabecera golpeando contra la pared.

Gritó, rogando por misericordia que no obtendría de mí, sus


manos golpeando las sábanas. Quería que todos en el pueblo, en un
radio de mil millas, me escucharan follar lo que era mío.

Envolví mi mano en su garganta, añadiendo suficiente presión


para interrumpir su suministro de aire. Inclinándome hacia abajo,
causando que mi pene golpeara su punto G, le mordí el hombro hasta
que susurró entrecortadamente mi nombre.

—¡Julián! —gritó mi nombre completo segundos después,


tratando de huir del clímax que poseía su cuerpo, haciendo que se
estremeciera y se desmoronara. Su coño me agarró, ordeñando mi
polla. Cuando mis pelotas se apretaron, me aseguré de enterrarme
completamente dentro de ella cuando llegué.

Sus manos subieron para mecer mi cara, apoyé mi frente contra


la suya, sintiendo sus piernas temblar por las réplicas de su clímax.

Ahora que estaba temporalmente saciado, era hora de volver a


casa.
Morgana
Traducido por Andreina
Corregido por Sanma

Con un giro de su lengua, me tenía justo donde quería. Hizo que


mi cuerpo cobrara vida para él, dándome una cantidad mínima de
dolor.

Cerré los ojos, sintiendo ya los efectos de todas las cosas de


Julian. Con el centro ligeramente dolorido, ya estaba deseando más
de él. Más placer, más dolor.

—Necesitamos irnos. —Puso un beso casto en mi frente y se alejó.


Su ropa estaba arregló en siete segundos; con un golpe de su mano, su
pelo se volvió a domesticar en su estilo desordenado y liso. Me dio mi
vestido, sin ropa interior. Me deslicé en él e hice lo mejor que pude con
mi propia melena.

—Háblame de mi hermana. ¿Por qué me hiciste creer que


estaba en esa habitación? Lo que él le hizo. —Mi destrozado corazón
se rompió al reproducir los recuerdos en mi cabeza. Me obligó a pensar
en mi padre, lo que me hizo pensar en Lacy Tidwell.

Sabía que Julian tenía todas las respuestas a todas mis


preguntas. También sabía que conseguir que me dijera esas respuestas
llevaría tiempo, o que simplemente nunca lo haría. Ese fue el camino
incorrecto. Debí haber exigido respuestas desde el principio, no
abrirme de piernas para él.
—Porque soy un bastardo. Fue egoísta. Y en parte fue para
protegerte de ello.

—¿Quieres decir para controlarme?

—Sí. Y lo haría de nuevo. Te mantuvo obediente —Miró hacia mis


piernas expuestas, y luego de nuevo a mi cara—. Dime, Morgana,
¿cómo le dices a alguien que su padre es dueño de parte de algo
como Delilah? ¿Que es uno de los artistas más solicitados? ¿O que
arrastró a su hija a una habitación para torturarla y luego dormir con
ella, día tras día, antes de matarla?

Quería llorar, pero mis ojos estaban secos. Ya había llorado


mucho por lo que mi padre había hecho, por quién era realmente y
por las cosas dolorosas que le había hecho a mi hermana.

—Penny solía atraer a chicas y chicos hacia ella. ¿Todos esos


amigos que tenía, todos los novios...? Supongo que no se te pasaría por
la cabeza preguntarte por qué nunca llegaron los mismos. —El rechazo
se filtró en mi cabeza por su confesión.

Pero sabía que no estaba mintiendo, y la explicación de por qué


parecía tener tantos amigos y novios tenía suficiente sentido como
para preguntarme si algo en mi vida había sido real.

—Penny no estaba enferma.

—Lo sé. Ella era lo que se llama normal, lo que realmente la hace
más enferma que cualquiera de nosotros. —¿Podía discutir ese punto?

Todo esto era agotador. Me hizo sentir vacía. Las cosas que
todos me hicieron creer, mentiras giradas a mí alrededor en una
sofocante red de crueles intenciones. ¿Había hecho algo en el pasado
que justificara esto?
—Necesitamos salir de aquí —repitió, moviéndose por la
habitación comprobando quién sabe qué. Me encogí de hombros,
resignada, sin dar ninguna indicación de lo que planeaba hacer,
formando un plan, no podía dejar que se enterara.

Las estrellas en el cielo dieron belleza a una noche oscura.

Había dormido durante los primeros cuarenta minutos del viaje,


pero ahora un suave ruido sordo me despertaba.

—¿Qué le pasa a tu auto? —Me quebré sin querer. Mi agrio


humor y mi agotamiento en general me hicieron perder la paciencia.

—Nada —respondió con calma.

—¿Qué quieres decir con nada? ¿Qué es eso... quién está en el


maletero?

Las luces interiores de su tablero fueron lo único que me permitió


ver un lado de su boca inclinado hacia arriba en una sonrisa. Tenía
razón; tenía a alguien en el maldito maletero.

—Julian, ¿quién está en el maletero? —Tenía los nervios


destrozados, no me daba ninguna respuesta sobre Dakota, y su
naturaleza posesiva tenía una mirada asesina extendiéndose por su
cara cuando le pregunté por Kieran.

—Alguien que mi hermano puso ahí.

—¿Cuánto tiempo llevan ahí dentro? ¿Es una mujer? —Joder, no


estaba preparada para lidiar con esto.
—¿Estás celosa, muñeca? —La sonrisa en su voz me hizo ver rojo.
Volviendo la cara por la ventana, cerré los ojos y me concentré en mi
respiración.

Un portazo me despertó de nuevo; una brillante luz fluorescente


me cegó temporalmente. El cartel verde y azul de alguna gasolinera
desconocida me hizo dar una sacudida.

Era la segunda vez que parábamos en una gasolinera. Había


olvidado lo devoradora de gasolina que era el Nova. No había otros
vehículos a la vista y vi a Julian dentro. Anduvo de un lado a otro de los
pasillos, hablando por su teléfono móvil.

Moviéndome tan rápido como podía, me desabroché el


cinturón de seguridad y me lancé sobre el asiento. Se había llevado las
llaves, pero estaba más preocupada por la persona que estaba en el
maletero. Tirando de la palanca, oí el delator chasquido.

Saliendo del coche, me lancé hacia atrás, levantando la tapa. El


olor de los excrementos me hizo atragantarme con mi propia saliva.
Una mujer con curvas estaba dentro, con nada más que su sostén y su
ropa interior metida.

Sollozaba detrás de la mordaza; tenía las muñecas atadas a la


espalda. De un vistazo, mi estómago se hundió. Julián se quedó
mirándome, su expresión ilegible.

—Tienes que levantarte, tenemos que... —Mirando sus piernas, en


la que se apoyaba se inclinaba en un ángulo extraño. Estaba rota, no
había forma de que pudiera correr y yo no podía cargarla.
—Volveré. —No hice ninguna promesa; lo que estaba haciendo
era imprudente. No me importaba cuando alguien moría, incluso
podía ver cómo lo torturaban.

Pero lanza una persona herida delante de mí en necesidad de


ayuda y de repente yo era una santa. Una heroína hipócrita. Al ir a la
gasolinera, cuanto más me acercaba, más amplia era la sonrisa de
Julián. —Tienes que dejarla ir. —Apenas le eché un vistazo al tipo detrás
del mostrador.

—¿Por qué haría eso? —Levantó la cabeza y me estudió.

—Porque está mal. —Lanzando mis manos al aire, le miré


fijamente.

—¿Está todo bien aquí? —El tipo vino de detrás del mostrador
caminando hacia nosotros.

—Estamos bien; mi esposa no ha tomado su medicina desde


hace unos días. Se pone delirante.

—¿Estoy delirando? ¡Estás loco!

—Y tú estás loca —Se encogió de hombros, pasándome—.


Vamos, todavía tenemos camino por recorrer. —Estaba tan calmado y
tranquilo, haciendo parecer que yo estaba realmente loca.

—Tiene a una mujer en el maletero, está cubierta de pis y su


pierna está rota —La cara del hombre palideció visiblemente—. ¿Por
qué estás ahí parado? ¡Llama a la policía! —Intentando pasarle de
largo; se estiró y me agarró por los hombros.

Si hubiera podido prever las consecuencias de su acción nunca


hubiera salido del coche.
Julián sacó al hombre, me sujetó, para que no me cayera de
culo, antes de que su mano estuviera alrededor de la garganta del
hombre, levantándolo del suelo.

—¡Jules, no! —Intenté apartar su brazo, fallando miserablemente.


La cara del hombre se puso más roja. Jadeó, buscando aire, agitando
sus brazos.

—¡Julian, bájale! —grité, mi voz volviéndose ronca. Suspiró y miró


al techo antes de bajar al hombre al suelo.

—Lo siento, no debí haberla tocado —se quejó el hombre.

—Es cierto, Keith, no debiste haberla tocado —Julian habló


deliberadamente despacio. Acababa de empezar a sentirme
ligeramente aliviada cuando Julian agarró al hombre por la nuca y le
golpeó la cara contra el congelador de helados.

Escuché el hueso de su nariz romperse, mi estómago se agitó, la


sangre se derramó a través del cristal del congelador. El hombre se
deslizó al suelo sollozando mientras Julian se alejaba. Dando vueltas
alrededor del mostrador, busqué un teléfono, Julian caminó hacia mí
tomándose su tiempo.

Viendo una pistola, agarré la Glock y le apunté.

No dejó de caminar.

—Adelante, aprieta el gatillo. —Se detuvo justo delante de mí,


extendiendo la mano y agarrándola para apretar la pistola contra su
frente. Sus ojos verdes miraban a mis olivas, sin parpadear.
Podríamos habernos quedado allí durante minutos, pero se sintió
como si fueran horas. Un sollozo me atravesó el pecho; Julián me quitó
fácilmente la pistola de la mano, guiñándome un ojo.

—Sabía que no podías dispararme, me necesitas. Oh, y el seguro


seguía puesto. —Hizo algo que no pude ver, volvió hacia el encargado
de la gasolinera y levantó el arma.

—Julian, no... —Presionó el arma en la sien del hombre y apretó


el gatillo justo cuando un alegato roto dejó la boca del asistente. Algún
tipo de materia gruesa y sangre salpicó el congelador blanco y sólido.

Se desplomó en el suelo, carmesí acumulándose a su alrededor.

—Precioso —Julian admiró la sangre—. No tan precioso como tú,


por supuesto. —Deslizó la pistola en su bolsillo trasero y volvió a donde
yo estaba, con los pies encadenados en el sitio.

—No lo hiciste... ¿Cómo pudiste hacerle eso?

—Te tocó. Ese era yo siendo amable. Tenía todo el derecho a


ponerlo en el maletero y llevarlo a casa. Ahora ven. —Caminó
alrededor del mostrador y me agarró la mano floja.
Morgana
Traducido por Andreina
Corregido por Sanma

Un hombre murió por mi culpa. Había una mujer en el maletero


de camino a lo que estaba segura le haría sufrir en sus últimos días
porque no podía apretar un gatillo. Estaba perdida en algún lugar de
mi mente, donde el ruido blanco ahogaba todo menos el caos.

—Necesito una limpieza en la Ruta 18 —habló Julián a su


teléfono, dijo unas palabras más y colgó.

—¿Cómo te sales con la tuya? ¿Matando a tanta gente? —


Apoyé mi cabeza en el asiento de cuero y lo miré fijamente. Era
hermoso. Pero, al mismo tiempo, era terriblemente feo.

—Esto empezó mucho antes que yo. Redwood es sólo una


extensión de Riverview. Esa gasolinera no tiene cámaras; está situada
donde está por una razón. —El significado de sus palabras no se me
escapó. La Ruta 18 era la versión en la vida real de una autopista al
infierno.

—Eres una persona terrible; me mata haberme enamorado de ti.


—Mirando hacia otro lado, sentí que mi razón se caía a pedazos.
Lágrimas silenciosas rodaron por mis mejillas.
—Sé que no estás orgullosa de que te gusten las cosas que hago.
Que todavía estás luchando contra lo que realmente eres. Pero te amo
más de lo que me gustaría admitir, y no estoy seguro de lo que eso
significa para ti. Todo lo que puedo decir, con seguridad, es que ni
siquiera la muerte podría alejarte de mí. —Se acercó, tomando mi
mano izquierda en la suya, y sujetándola con fuerza dentro de la suya.

El château parecía más grande de lo que recordaba. Julián se


acercó y abrió mi puerta, bajando la mano para ayudarme a salir del
coche.

—¿Qué hay de la chica? —Le hice un gesto al maletero. Julián


me tomó en sus brazos y comenzó a caminar hacia la puerta principal.

—Alguien más puede agarrarla; apenas puedes mantenerte en


pie. —Apoyando mi cabeza en su hombro, no luché con él. El
agotamiento parecía pulular en mí en oleadas cuando se puso en
marcha.

Sabía que esto estaba lejos de terminar. No me dejaría ir


fácilmente. Todavía tenía que pensar en nuestro bebé, y en un millón
de preguntas que aún no habían sido contestadas. ¿Quién era Lacy
Tidwell y dónde encajaba ella en todo esto? Dakota... Kieran... todo
era un desastre.

Julian me llevó arriba, a nuestra habitación. Estaba casi dormida


en el momento en que mi cabeza golpeó la almohada, y me quitó el
vestido del cuerpo.

—¿Por qué no me hablaste de mi padre? —La pregunta salió


pequeña y grotesca, pero me escuchó. Apagó la lámpara,
cubriéndonos de oscuridad. Cuando el silencio se extendió, pensé que
estaba eligiendo no responderme.

—Mi... Phillip es un tema que discutiremos cuando estés más


lúcida. Tengo que ocuparme de algunas cosas, volveré más tarde.
Duerme un poco, lo vas a necesitar, tenemos una cena especial
mañana —me susurró al oído, dándome un largo beso en los labios
antes de salir de la habitación. Me empujó más dentro de su sumidero
tóxico.

Esta cena era el resultado directo de haberlo dejara. Fue una


consecuencia de mis acciones. Lo único que quedaba por considerar
era quién más iba a resultar herido, por mi culpa.

Tenía que encontrar una salida a esta situación; lo amaba


demasiado como para dejarlo ir. Su oscuridad me llamaba y me hacía
sentir en casa. Pero temía no volver a ver la luz del día si se enteraba
de lo de nuestro bebé. Tenía que tomar una sólida decisión por una
vez, y hacer un plan, y tenía que hacerlo rápido.
Morgana
Traducido por Andreina
Corregido por Sanma

Desperté justo cuando terminaba de atarme la mano izquierda


con una cuerda gruesa.

La habitación todavía estaba oscura, pero a través de un hueco


en las cortinas vi el cielo teñido de azul de un sol naciente.

—Julián... —Mi voz estaba cargada de sueño; tiré de las correas


alrededor de las muñecas, sólo para sentir que mis tobillos estaban en
el mismo aprieto.

Desnuda y extendida en su cama, se paró sobre mí, una


inexpresiva mirada en su rostro.

—¿Pensaste... que superaría el hecho de que decidieras


dejarme? ¿Hacer de mí un tonto potencial al resto del pueblo? —
Patinó sus dedos sobre mi pie antes de bajar y levantar el extremo de
la cola de una cuerda—. Lo siento, no escuché tu respuesta. —Tiró de
la cuerda, apretando el grueso cordel alrededor de mis tobillos.
Instantáneamente, mi cuerpo trató de apartarse del dolor, apretando
aún más las ataduras.
—Lo siento —susurré, tratando de ignorar la quemadura en mis
tobillos.

—No, no lo haces. —Soltó la cola, moviéndose a la mesita de


noche. Fue la primera vez que noté la vela encendida y la malvada
bayoneta a su lado.

Mi garganta se hinchó de miedo, mi corazón chocó contra la


cavidad de mi pecho.

Sujetó la llama en la malvada y puntiaguda hoja, calentándola.


Cuando dejó la vela, su atención se dirigió a mi pierna izquierda.

—Me tomó menos de dos horas llegar a esto. ¿Ves lo que has
hecho? —Tocó mi piel quemada, una mirada de desdén apareciendo
en su cara—. Este cuerpo me pertenece. Cada superficie. Cada
maldito agujero que tienes. Es mío. Y mira lo que decidiste hacer. Si no
hubieras huido, esto no estaría aquí. ¿Verdad?

—No. —Me miré a mí misma, avergonzada.

—Bien, entonces lo entiendes. —No lo entendía, y quería


preguntarle qué quería decir. Pero entonces me agarró el muslo, se
inclinó sobre él y comenzó a empujar la cuchilla caliente en mi piel.

Mi cerebro no registró el dolor hasta que curvó el mango e hizo


una forma.

—¿Qué estás haciendo? —Cometí el error de volver a tirar de las


correas, usando más fuerza de la que tenía la primera vez. Cogida
desprevenida por el cordel que se está apretando otra vez, grité de
dolor.
Los huesos de mi tobillo se sentían como si estuvieran siendo
aplastados, mis muñecas ardían.

La sangre se filtró de los cortes que estaba haciendo en mi piel,


ensuciando las sábanas de seda.

Continuó clavando la hoja, girándola de un lado a otro,


deleitándose con mi dolor. Los gritos y gemidos que salían de mi boca
eran mitad dolor y mitad placer.

Aparentemente terminado mi muslo izquierdo, inmediatamente


se movió hacia la derecha. Cerré los ojos y me concentré en tratar de
respirar. Permanecieron cerrados cuando se alejó, volando abiertos
cuando un calor insoportable fue presionado contra mi carne abierta.

—¡Julian, detente! —Mi voz se quebró, las lágrimas salieron de mis


ojos, oscureciendo mi visión.

—Sigue gritando, me estás poniendo la polla increíblemente


dura. —Movió la vela a mi otra pierna, sosteniendo la llama contra mi
piel ensangrentada. El olor de la sangre y la carne quemada impregnó
en el aire.

No habiendo ido lo suficientemente lejos, movió la vela roja,


dejando que la cera goteara sobre mi herida. Siseé, bruscamente,
apretando mis ataduras y luchando contra la reacción natural de mi
cuerpo de estremecerse.

Finalmente se puso de pie al final de la cama, admirando su


trabajo. Miré fijamente al techo plano, tratando de taponar mis
lágrimas. La vela estaba puesta en la mesa de noche con la llama
apagada.
Un suave crujido llenó el aire mientras su ropa caía al suelo. Usó la
bayoneta con la que me había atravesado para liberar mis tobillos y
muñecas. Me acosté en la misma posición, con los músculos doloridos y
la piel ampollada en agonía. Julián trepó sobre mí, acurrucándose
entre mis piernas abiertas.

—Tu coño está mojado —me susurró al oído, empujando dos


dedos dentro de mí. Se movió a través de mi cara para besar mis
lágrimas antes de besar suavemente mis labios.

Le permití que me besara; el collar de cuero invisible que tenía


alrededor de mi cuello no necesitaba ser tirado para mi conformidad.
Podía hacerme lo que quisiera y mi cuerpo siempre respondería, mi
corazón siempre lo dejaría entrar.

Llámame estúpida, tonta, ingenua, nada de eso importaba.


Alimentó una parte de mí que ya no era lo suficientemente fuerte
como para engañarme pensando que podía prescindir de ella.

Había tratado de endurecerme contra él, de mantenerme fuerte


en mi resolución de mantener su maldad lejos de mi corazón. Era
demasiado tarde; él penetró en mis frágiles escudos y se infiltró en mi
sistema.

Nuestras bocas se separaron, mis brazos sosteniéndole. Me


enfermaba a mí misma por no alejarme de él. Su sólido cuerpo se
derritió contra el mío, su dureza reemplazando sus dedos dentro de mi
calor.

—¿Sientes lo duro que me has puesto? —Me besó de nuevo


antes de tomar mis piernas y doblarlas para que me tocaron el pecho.
Gemí por el dolor añadido.
Empezó a follarme, sin mostrar indulgencia. Sus manos
permanecieron en un agarre brutal sobre mis piernas, manteniéndolas
presionadas casi contra mis pechos. Cuanto más fuerte gemía y le
llamaba, más fuerte me golpeaba.

Me agaché bajo él, clavando mis uñas en su piel dorada


mientras me llevaba a un precipicio y me empujaba por encima del
borde. Me hizo pedazos, causando que un incoherente balbuceo
ronco saliera de mi boca. Mi cuerpo se estremeció bajo suya, los
temblores corriendo en mí. Se corrió dentro sin hacer ruido; gemí y me
aferré a su espalda.

Permanecimos bloqueados juntos durante unos momentos de


silencio. Una extraña sensación de paz temporal se instaló en mi
mente. Cuando sacó su flácida polla, el exceso de semen se filtró.

Sin decir nada, mojó sus dedos con ello antes de llevarlos a mi
muslo. Observé como arremolinaba su pegajosa semilla con restos de
mi sangre, trazando la punta de sus dedos a lo largo de mi piel.
Finalmente pude ver lo que había hecho.

Su nombre estaba permanentemente grabado en mis muslos.


Morgana
Traducido por Andreina
Corregido por Sanma

Estaba en piloto automático, siguiendo los movimientos.

Julián me folló de nuevo en la ducha, haciéndome envolver mis


piernas alrededor suya y guiándome arriba y abajo en su polla. Sus
manos parecían estar sobre mí cada vez que me daba la vuelta.

Me puso una especie de pomada en la piel, cuidando de mis


viejos cortes y mi nuevo tatuaje permanente. La cena fue mencionada
de nuevo, unas pocas palabras suaves más tarde y un beso para
decirme que me vería entonces.

Eso detonó con éxito mi mente en un flujo constante mareas,


aplastando mi pequeña sensación de paz. ¿Qué iba a pasar en esta
cena? Las posibilidades eran infinitas. Este era Julian.

Arreglada con el vestido de noche esmeralda que me puso, me


quedé mirando mi reflejo. Parecía una joven sana; nada delataría lo
que realmente ocurrió en mi vida. Mi cabello colgaba hacia abajo,
ahora limpio y de vuelta a su estado de brillo más saludable. El
maquillaje era nulo, aparte de un suave toque de brillo labial.
Presionando con la palma de la mano sobre mi estómago,
estaba agradecida de que nadie pudiera contar mi secreto. No podía
estar tan avanzada, estimaba que tal vez de tres meses.

El vestido abrazaba todas las curvas naturales que tenía y daba


un toque adicional a mis senos. Si había un traje que desenmascaraba
bultos escondido, era un vestido ajustado.

Esparcir loción de vainilla en mi piel fue mi último esfuerzo antes


de salir de la suntuosa habitación. Vagué por los pasillos, con los pies
descalzos acolchados sobre el fresco piso de mármol. El olor de la
carne asada, las verduras y algo de chocolate flotaba en el aire.

Unas pocas voces suaves llegaron a mis oídos cuando bajé las
escaleras. Siguiendo a donde me llevaban, me encontré en la cocina.
Tres cabezas diferentes se volvieron para mirarme. Helga, Belle y una
mujer que nunca había visto se movieron para mirarme.

—Morgana, es tan bueno tenerte en casa —brotó Helga,


corriendo y lanzando sus brazos a mi alrededor—. No vuelvas a hacer
algo tan estúpido otra vez —me susurró al oído. Sus ojos,
inquietantemente similares a los de su hijo, me miraron con asombro
cuando se alejó.

De todas las mujeres en la habitación, la sonrisa de Belle parecía


la más genuina. Estaba llena de una preocupación que le llegaba a los
ojos.

—Finalmente, me moría por conocerte, ya te escuché. —La


nueva mujer me dio una sonrisa hecha de hielo.

—Micah —siseó Helga, dándole a la hermosa mujer una mirada


puntiaguda. ¿Micah? Así que esta mujer había hecho que Julian se
distrajera.
—Entonces estoy segura de que puedes decir lo bien que lo
estaba pasando. —Dándole la misma sonrisa de hielo que me dio, vi su
cara caer.

A esto es a lo que había llegado mi vida. Viendo a la gente ser


asesinada, sexo sádico y perras territoriales. Puede que haya sido débil
con respecto a Julian, pero nunca iba a dejar que alguien me
pisoteara.

Después de toda la mierda enferma por la que Julian me había


hecho pasar era tan mío como suya. Y podía decir, por el lenguaje
corporal de Micah, su comportamiento, que iba a tratar de abrirse
camino entre nosotros.

No me importaba que fuera guapa; un millón de mujeres en todo


el planeta eran guapas. Julian, aún así, eligió estar conmigo. Podía
coger su malicia y metérsela por el culo. Sin embargo, su piel caoba sin
marcas me molestaba de la forma más irritante.

—Todo es tan... incestuoso. —Sus gordos labios se curvaron hacia


arriba una vez más. No tenía ni idea de lo que estaba hablando.

—Cállate, Micah —chasqueó Belle.

—Se está follando a su primo, ¿y todo el mundo se enfada


conmigo?

Pestañeé, seguro que la había malinterpretado. El color


drenándose de mi cara y mi mano yendo a mi estómago. Guiñó el ojo
y salió de la cocina. Me dije a mí misma que había una explicación de
lo que acababa de decir.
Julian no era mi primo. Sabía que era capaz de muchas cosas,
pero el incesto no era una de ellas. Helga permaneció en silencio,
estudiándome de una manera extraña.

—No la escuches, está hablando por el culo. —intentó Belle


consolarme, pero mi mente ya estaba enfurecida.

La semilla había sido plantada, esparciendo intenciones


enfermizas susurradas en mi cabeza como veneno.

En el momento en que puse un pie en el comedor, quise darme


la vuelta. No, quería salvar a mis amigos y correr hasta el fin del mundo.

La mujer del baúl, el hombre que me había dado el Honda, Tony


y Allison, se sentaban con las muñecas sujetas a los brazos de las sillas
del comedor. Ninguno de ellos estaba lúcido, todas sus cabezas
estaban apoyadas en sus hombros. Si mis oídos no me engañaban,
Tony se reía en voz baja.

Mis ojos se posaron en una mesa similar a las de los Salones Rojos.
Forrada con bandejas de plata, todas cubiertas por tapas. La familia
de Julian se sentó mirándome expectante. Kieran entre ellos, con un
aspecto cien por cien saludable. Belle se veía extremadamente
incómoda.

—¿Qué es esto?

—Esta... es la cena. —Julian entró en la habitación, haciendo


una entrada dramática.

—¿Por qué están aquí? ¿Qué has hecho? —Sabía que me


reprendería, sabía que estaba más enfadado de lo que decía, pero
esperaba que la reacción sólo me dañara a mí. No se suponía que
secuestrara a los únicos amigos que tenía y los drogara. Por su aspecto,
los tenía desde hacía bastante tiempo.

—¿Y qué hay de lo que tú has hecho? —Empezó a acercarse a


mí, tomándose su tiempo—. ¿Notas que falta alguien? —Miré alrededor
de la mesa otra vez; cada par de ojos era como un ladrillo puesto
sobre mi pecho. Miré al suelo, contando en mi cabeza.

—Freak —murmuró Micah, lo suficientemente fuerte para que yo


lo oyera. Su aullido de dolor me hizo saltar ligeramente. Levanté la
vista, viendo que Porter se había levantado de su asiento y tenía una
mano fuertemente anudada en su cabello.

—Discúlpate —le siseó Julián, viniendo a tomar mi mano.

—¿Por qué tengo que... ?

—Discúlpate, o dejaré que te corte la garganta. —Micah tragó


audiblemente antes de murmurar una disculpa. Porter empujó la parte
posterior de su cabeza, mostrándome una sonrisa infantil antes de
reclamar su asiento.

—¿Recuerdas lo que te dije? —Julian se paró frente a mí,


bloqueando sus caras.

—Nadie más importa excepto tú, y yo. —Me levantó la barbilla


para mirarle. Traté de sacudir mi cabeza, pero no me dejó.

—Dime quién falta.

—L... Leah —susurré. Esta era una de mis peores pesadillas


cobrando vida. No quería saber lo que le había hecho, la imagen que
mi mente conjuró fue suficiente.
—Julian, ¿quién eres? —Envolví mi mano alrededor de la suya,
fingiendo que no había nadie más en la habitación, indudablemente
consciente de que sus ojos seguían sobre nosotros.

—Soy tu marido —habló despacio, sin entender mi pregunta.

—No puedo entender lo que está pasando. ¿Por qué están aquí?
¿Y por qué ella dijo que eres mi primo? —Mi voz se elevaba más alto
con cada palabra.

—¿Dijiste eso? —chasqueó Gareth detrás nuestra.

El ligero agarre de Julian en mi barbilla se volvió duro.

—Por eso tenía que pasar todo esto. Dejas que la gente que no
importa se meta en tu cabeza. Escuchas la mierda que te dan de
comer y rechazas cada verdad que te doy.

—¿Qué hay del hecho de que te metes en mi cabeza? ¿Qué te


metiste en mi cabeza?

—Se supone que debo estar en tu cabeza, en tu corazón y


dentro de tu coño. Me respirarás, pensarás en mí cuando duermas y
fantasearás conmigo cuando estés despierta. No habrá más eslabones
débiles, no estará permitido que haya espacio para nadie más que
para mí. Ahora, te vas a recomponer. Siéntate en la mesa y dime cuál
de nuestros invitados morirá primero.

Sus palabras se hundieron, empujándome más hacia un lugar


donde mi mente se revolvía para encontrar la realidad de lo que
estaba sucediendo a mí alrededor.

¿Quería que eligiera quién viviría y quién moriría?


—Yo... no puedo hacerlo —Me ahogué en mis palabras,
suplicando con mis ojos que lo entendiera.

—Si no puedes decidirte, Muñeca, lo haré yo por ti.

Miré a su alrededor, mirando a mis amigos. ¿Cómo se supone


que eligiera quién vivía y quién moría?

—No voy a elegir. —Estos eran mis amigos, no sus sujetos de


prueba de la Habitación Roja. Julian suspiró, frotando una mano sobre
su cara.

Sentí que la situación se deslizaba entre mis dedos y se


descontrolaba. Al final de la noche, mi mente se rompería de una
manera en la que nunca antes había estado, dejándome
arrastrándome por el suelo y escalando las paredes para encontrar mi
cordura.
Natalie Bennett es una autora en ventas internacionalmente de
historias de amor retorcidas y poco convencionales, que reside en el
estado del sol.

Con una inclinación por (escribir) sobre hombres villanos


inmorales, y una tendencia a desviarse del tradicional final feliz, ella se
mete en todas las cosas oscuras y sucias.

Además de matar palabras, es madre de tres hijos y es esposa,


felizmente tomando la vida una bola curva a la vez.

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