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RHYS KOTESKIY ESTÁ DE VUELTA. AL MENOS, SE SUPONE QUE
DEBERÍA ESTARLO.
Durante la Frozen Four del año pasado, el capitán de hockey de la
Universidad de Waterfell, y legado de la NHL, recibió un brutal golpe
que lo dejó con una conmoción cerebral y una nueva incomodidad
sobre el hielo. Plagado de pesadillas y ataques de pánico cada vez que
intenta patinar, Rhys se pregunta si volverá a jugar, si alguna vez querrá
hacerlo.

SADIE BROWN SE MANTENDRÁ ESTE SEMESTRE, PASE LO QUE


PASE.
Actualmente ahogada por las deudas, las audiencias por la custodia de
sus hermanos pequeños y los entrenamientos de patinaje, solo está
tratando de llegar al día siguiente. Una patinadora artística
escandalosa, conocida por su mala actitud y sus frecuentes
desapariciones, tiene una reputación en el campus. Y no es nada
agradable.

Cuando accidentalmente presencia uno de los ataques de pánico del


capitán del equipo de hockey e intenta ayudarlo, surge entre ellos una
extraña especie de entendimiento.

NO SE HACEN PREGUNTAS. SOLO SE DAN CONSUELO.


Pero Rhys se siente atraído por Sadie. Mientras él se siente vacío, una
cáscara del hombre y jugador que era antes, Sadie está tan llena de todo
que brota de ella; cada emoción que siente parece que le estalla al
máximo.
RHYS ESTÁ DESESPERADO POR SENTIR ALGO, SADIE QUIERE
DEJAR DE SENTIR TANTO.
Pero la curación no se mezcla con los secretos, y ambos están patinando
sobre una delgada línea, INESTABLE.
PARA MI PAPÁ, QUE PASÓ SU VIDA CON UN LIBRO EN UNA
MANO Y MI MANO EN LA OTRA.

NUNCA IMPORTÓ DE QUÉ IBA A TRATAR EL LIBRO, SIEMPRE IBA


A SER PARA TI.
IT’S CALLED: FREEFALL – RAINBOW KITTEN SURPRISE
LITTLE DARK AGE – MGMT
AMERICAN TEENAGER – ETHEL CAIN
CHERRY WAVES – DEFTONES
THIS IS ME TRYING – TAYLOR SWIFT
HEARTBEATS – JOSÉ GONZÁLEZ
SLEEP ALONE – TWO DOOR CINEMA CLUB
JULIET – CAVETOWN
NO SLEEP TIL BROOKLYN – BEASTIE BOYS
WATERLOO – ABBA
FAST CAR – TRACY CHAPMAN
THE DIFFERENCE – FLUME
MAKE THIS GO ON FOREVER – SNOW PATROL
UNCOMFORTABLY NUMB – AMERICAN FOOTBALL & HAYLEY
WILLIAMS
THE HILLS – THE WEEKND
GETAWAY CAR – TAYLOR SWIFT
LOSING MY RELIGION – R.E.M.
BARELY BREATHING – DUNCAN SHEIK
LET’S GET LOST – BECK & BAT FOR LASHES
GILDED LILY – CULTS
MEDDLE ABOUT – CHASE ATLANTIC
ASPHALT MEADOWS – DEATH CAB FOR CUTIE
THE KIDS AREN’T ALRIGHT – THE OFFSPRING
SEX – THE 1975
A LITTLE DEATH – THE NEIGHBOURHOOD
CUPID’S CHOKEHOLD \ BREAKFAST IN AMERICA – GYM CLASS
HEROES
CHERRY FLAVOURED – THE NEIGHBOURHOOD
PEACE – TAYLOR SWIFT
YIPPIE KI YAY – HIPPO CAMPUS
KILLER – PHOEBE BRIDGERS
REVOLUTION 0 – BOYGENIUS
DON’T LOOK BACK IN ANGER – OASIS
SAVIOR COMPLEX – PHOEBE BRIDGERS
SPARKS – COLDPLAY
CALIFORNIA – LANA DEL REY
YOUR BEST AMERICAN GIRL – MITSKI
R U MINE? – ARCTIC MONKEYS
WHEN I GET MY HANDS ON YOU – THE NEW BASEMENT TAPES
MATILDA – HARRY STYLES
FAMILY LINE – CONAN GRAY
BOY WITH THE BLUES – DELACEY
HEAVEN – BRANDI CARLISLE
LOVE SONG – LANA DEL REY
DELICATE – DAMIEN RICE
ENTER SANDMAN – METALLICA
REPEAT UNTIL DEATH – NOVO AMOR
WISH YOU WERE HERE – PINK FLOYD
JACKIE AND WILSON – HOZIER
SPACE SONG – BEACH HOUSE
HACE TRES MESES

No puedo respirar.
El hielo se siente frío contra mi cuerpo y se filtra a través de mi camiseta.
Puedo sentirlo en mi estómago. Mierda, estoy boca abajo sobre el maldito
hielo. ¿Me desmayé?

―Hijo, estás bien, ¿puedes levantar la cabeza?


Todo está negro. Cierro los ojos y los abro de nuevo. Nada. Sigo
parpadeando; o al menos eso creo... Mierda, ¿cuánto tiempo estuve fuera?
―Koteskiy, necesito que respires ―dice otra voz, antes de que una
mano me agarre el brazo―. No lo muevas, Reiner, todavía no.
Escucho un raspado del hielo contra una cuchilla y luego la voz de mi
mejor amigo, Bennett:
―¿Qué pasa? ¿Qué pasó?
Quiero llamarlo, tratando desesperadamente de empujar su nombre a
través de mi boca, pero siento como si mis labios se hubieran fusionado.
―Retrocedan todos. ¡Retrocedan!
―No puedo ver ―me las arreglo para decir―. No puedo ver. ―La
segunda vez sale como un sollozo ahogado.
―Cálmate ―me dice Ben, con la voz suave, tranquilizadora a través
del miedo y la adrenalina que me recorre―. Tómatelo con calma, Rhys,
solo respira.
―¿Dónde está mi papá? No puedo ver nada.
Mi voz es como algo extraño que resuena en una caverna. ¿Estoy
hablando o está en mi cabeza? ¿Por qué no puedo ver?
Todo empieza a resonar de nuevo y el dolor late en mi cabeza aún más
fuerte. Quiero abrir los ojos, quiero empujar mi lengua contra mis dientes
para comprobar que están todos ahí y juro que la próxima vez usaré un
protector bucal, quiero regresar y prestar atención, mantener mi puta
cabeza frente a ese golpe. No quiero estar aquí.
No quiero estar aquí.
No quiero estar aquí.
Las voces a mi alrededor comienzan a confundirse mientras me
desplomo en la espesa oscuridad que aún me atrapa.
1
PRESENTE

―Inténtalo hoy, y si todavía te sientes mal, no te pediré que lo vuelvas


a hacer. ¿Okey?
Incluso con el volumen de mi teléfono tan bajo que debería estar en
silencio, la voz de mi papá es un eco retumbante a través del altavoz.
Hago una ligera mueca de dolor y uso la memoria muscular para
ponerme los pantalones deportivos negros sobre las piernas en la
oscuridad de mi dormitorio. Poniéndome suavemente una sudadera
sobre mi cabeza, deslizo el teléfono desde donde está sobre la cómoda.
―Estoy bien ―le digo. En realidad no es una respuesta, pero sé lo que
realmente pregunta bajo su mando.
Mi papá y yo estamos hechos del mismo patrón, ambos tranquilos bajo
presión, ambos “sumergidos como Aquiles en un charco de confianza”
como tantas veces dice mi mamá. Me han comparado con él toda mi vida
(en mi aspecto, en mi forma de patinar, en mi forma de jugar) y, a
diferencia de muchos de los otros legados de la NHL con los que he
jugado, no me importa.
Mi papá siempre ha sido mi héroe.
Es por eso que saber que hoy me ha pedido que trabaje con la
Fundación First Line, una organización benéfica que mi papá fundó
después de retirarse de la NHL, es simplemente una forma de vigilarme.
La fundación financia programas de becas para niños que quieren jugar
hockey, pero no tienen los medios para hacerlo. He trabajado con el
programa antes, e incluso lo he disfrutado, pero ahora…
Se siente desalentador, como si supiera incluso ahora que las sonrisas
de los niños no ahuyentarán el miedo constante que llena el vacío de mi
cuerpo.
―Rhys ―dice de nuevo, su voz aún es demasiado alta y respiro, me
pongo los tenis y agarro mi bolso antes de dirigirme al aire cálido de
junio―. Solo, inténtalo hoy, y luego, si te apetece, toma las llaves mañana
por la mañana antes de que se abra la pista y haz algunos ejercicios.
Asiento y deslizo la bolsa en el asiento trasero de mi BMW. Me
autorizaron a conducir desde aproximadamente un mes, pero apenas he
salido de casa en todo ese tiempo.
―Lo haré ―digo finalmente, apretando mis manos en el volante
mientras me siento en el silencio. Solo el sonido tenue del crepitante
altavoz de mi papá me indica que está conduciendo con las ventanillas
abajo en su antigua camioneta a la que mi mamá se refiere como “esa
cosa”.
―Y si no estás listo este año, no hay razón para esforzarte. Un año más
podría ser bueno para dar una mejor impresión a los cazatalentos antes
del próximo draft.
Lo interrumpo antes de que sus palabras puedan hacerme darme la
vuelta y regresar a mi habitación con las cortinas opacas bien cerradas.
―Quiero jugar, me siento listo para volver a jugar ―miento. Es una
cosa que he estado practicando, por lo que sale de mi lengua más
fácilmente que respirar―. Estoy bien.
Hay un profundo suspiro sobre la línea, antes de que nos despidamos
rápidamente y finalmente arranque el auto.

La pista está abarrotada, especialmente para un jueves por la noche a la


hora de cenar. Niños de edades comprendidas entre los cinco y los trece
años patinan y giran alrededor de la pista con algunos voluntarios que
reconozco de eventos anteriores: algunos jugadores retirados, algunos
papás con experiencia relevante, incluso veo a Lukas Bezek, uno de los
nuevos jugadores estrella de los Bruins, con el equipo de redes sociales
trabajando con algunos de los niños mayores en tiros.
Justo cuando entro en el hielo, una pequeña mancha se estrella contra
mis piernas con un grito tardío:
―¡Cuidado!
Atrapo al niño pequeño antes de que pueda rebotar en mis muslos y
caer sobre el hielo.
Él se ríe mientras me lo quito y lo sostengo por las pequeñas
protecciones y la camiseta que lleva, esperando hasta que vuelva a
ponerse de pie. Está mirándome todo el tiempo, tiene una capa de pecas
y una sonrisa desdentada que lo hacen parecer un mini jugador de
hockey. Se desliza un poco otra vez, no es el mejor patinador que existe,
pero no frunce el ceño ni parece agitado en lo más mínimo.
―Lo siento ―dice, con un pequeño silbido proveniente del diente
frontal que le falta―. Todavía estoy trabajando en mis paradas.
El viejo Rhys se habría reído y habría dicho algo amable o divertido,
como “Está bien, amigo. Yo también”, pero incluso la idea de reír parece
imposible, así que le ofrezco toda la sonrisa que mi rostro puede lograr.
―Menos mal que vamos a trabajar en esas paradas hoy ―anuncia una
voz alegre mientras una chica alta y bonita se desliza y se detiene junto a
nosotros, con un grupo de pequeños detrás de ella―. ¡Y buen trabajo,
Liam, por encontrar a nuestro entrenador invitado especial para hoy!
Liam, el chico todavía aferrado a mí con una manita enguantada en mi
pierna, se ríe de nuevo y me mira.
―¡Es tan alto!
El grupo de niños que ahora nos rodea se ríe y me sonríe, esperando
algo. El sudor resbala por mi nuca al ver todos sus rostros esperanzados
mirándome, confiando en mí.
Quizás esto fue un error.
―Este es Rhys. ―La chica toma el control―. Es un central de los
Waterfell Wolves, ¡así que juega hockey en la universidad en las afueras
de Boston! Ha jugado desde que tenía su edad, y hoy los ayudará a
patinar.
―¿Jugaremos hoy? ―pregunta una niña con su casco en las manos,
sonrojándose inmediatamente ante la atención de sus compañeros.
―Probablemente hoy no. Trabajaremos principalmente en patinaje,
¿okey? ―le dice la chica al grupo, sonriendo levemente mientras todos
gritan―. Vamos a hacer un poco de manejo del palo con nuestro capitán
de hockey aquí. ―Ella me hace un gesto con la cabeza―. Y luego
terminaremos con algunos juegos divertidos. ¿Qué tal suena eso?
Comienza un consenso de vítores y gritos antes de que ella los envíe a
dar algunas vueltas de calentamiento.
―Espero que no te importe que me haga cargo ―dice, extendiendo su
mano para estrechar la mía―. Soy Chelsea. Uno de los organizadores me
dijo que hoy ayudarías con los más pequeños.
―Sí ―respondo. Patinando suavemente a su lado, siguiéndola hasta el
otro lado de la pista donde hay una pila de conos junto a las tablas, y trato
asimilarlo todo―. Gracias por eso, estoy un poco fuera de mí esta
mañana.
―Entiendo. ―Ella se ríe―. Todos tenemos algunas de esas noches.
Debería reírme, o asentir y estar de acuerdo, como si mi falta de
emoción fuera solo una mala resaca de una noche dura, pero apenas
puedo esbozar una media sonrisa mientras nos preparamos para los
ejercicios.
―Como sea, lo haré fácil, para los más pequeños se trata
principalmente de una lección de patinaje. El grupo de diez años en
adelante está hoy con los Bruins para los medios de comunicación. ―Ella
asiente con la cabeza hacia el equipo que se tambalea y se dirige hacia
nosotros―. Y el pequeño que intentó derribarte es Liam; necesita un poco
de cuidado extra si quieres concentrarte en él hoy. Hacérselo más fácil.
Así que eso hago.
Liam es tranquilo, un aprendiz entusiasta, aunque torpe, pero nunca
pierde la sonrisa. Se aferra a mí fácilmente, mirando a los otros niños de
vez en cuando con un ceño un poco decidido.
―Mi hermano también es muy bueno ―dice, un poco sin aliento
mientras vuelve a agarrar el bolsillo de mis pantalones deportivos. El niño
es un patinador terrible, pero es feliz.
Chelsea cerró la sesión con una rápida reunión, donde solo la mitad de
ellos pudieron arrodillarse, el resto se tumbó en el hielo con sonrisas
felices.
Sigo esperando ese pequeño recordatorio de mí mismo a esta edad,
sosteniendo el bastón de mi papá y dejándolo deslizarse casi demasiado
rápido por el hielo. Viendo sus partidos por televisión, vestido con su
camiseta y gritando igual que mi mamá; o la primera vez que metí un gol
solo, aunque fuera casi por casualidad. Espero… y aún así, nada.
―¿Es él?
El niño mira por encima del hombro al grupo mayor que termina de
cruzar el hielo.
―Sí. Oliver. Creo que estará celoso de que hayas patinado conmigo
hoy.
―¿Celoso? ―Le arqueo una ceja al pequeño.
Él asiente y se le escapa otra risita.
―Oh, sí. Juegas hockey en los Wolves y Oliver tiene muchas ganas de
ir ahí.
Observo con él y ahora me pregunto por qué exactamente Liam no ha
sido llamado por el grupo de papás que rodean a los niños que se
atiborran de golosinas en la mesa de refrigerios. Los niños mayores se
dispersan y todos se dirigen hacia la puerta, excepto uno: un niño más
alto con el cabello lo suficientemente largo como para salirse del casco y
que patina directamente hacia nosotros.
Chelsea no aparece por ningún lado; de hecho, el hielo se ha despejado.
Papás y niños cubren las gradas y se apiñan alrededor de la mesa de
refrigerios riendo y charlando tanto entre ellos que resuena y rebota en
las paredes de la pista abierta. Espero a que alguien se acerque al cristal,
noto que los dos niños todavía están en el hielo, pero nadie se inmuta.
―¿No está ella aquí? ―pregunta el niño mayor, Oliver, quitándose el
casco para colgarlo en sus manos. Su cabello es más oscuro, pero los ojos
grises son idénticos a los de su hermano, siendo fácil detectar la conexión
en su juventud.
Liam sacude la cabeza y guarda silencio por primera vez en toda la
tarde.
Oliver hace un sonido de frustración, antes de mirar a Liam con las
manos en las caderas después de una rápida mirada cautelosa hacia mí.
―Te dije que si ella no está aquí, me esperes junto a los bocadillos con
la señorita Chelsea.
Liam hace un puchero y su mano me suelta para patinar o tropezar con
su hermano.
―¡Pero él es un Wolf! ―le explica en voz baja, dejando escapar un
pequeño y rápido aullido―. Juega hockey en Waterfell.
El niño lo mira, esperando que su hermano haga algo, pero Oliver
parece avergonzado, casi enojado. Liam aúlla de nuevo, luego gira la
cabeza hacia mí y dice:
―¿Verdad, Rhys?
Dejo escapar una sonrisa y asiento.
―Correcto, Liam.
―Él me enseñará tantas cosas de hockey que seré incluso mejor que tú.
Oliver sonríe, a pesar de las payasadas de su hermano, mientras Liam
patina en pequeños círculos a su alrededor. Probablemente se siente como
si estuviera volando, pero está tropezando con un pie.
Es fácil ver la camaradería entre ellos y me hace pensar en tener seis
años y perseguir a Bennett como un loco porque, incluso entonces, él
siempre fue más grande, pero yo era más rápido. Es mi hermano, aunque
no sea de sangre, y un dolor emana de mi pecho al pensar en él, y en las
cien llamadas perdidas y mensajes de texto en mi teléfono que todavía
tengo que escuchar o responder.
No lo he visto desde el hospital, a pesar de saber que ha hecho múltiples
visitas a mi casa solo para ser rechazado por mis papás una y otra vez.
Mi teléfono vibra en mi bolsillo y lo agarro.

Bennett Reiner:
152 mensajes no leídos
Sé que estás vivo, idiota. Responde tu…

Sin molestarme en leer más que el avance, lo guardo de nuevo en mi


bolsillo e ignoro la sensación de culpa que me amenaza, y vuelvo a centrar
mi atención en los chicos que me miran fijamente.
Chelsea se une a nosotros de repente, les sonríe alegremente a los chicos
y me ofrece un pequeño encogimiento de hombros antes de inclinarse
para susurrarme al oído.
―Siempre son los últimos aquí. ―Mientras habla, miro y veo que la
mesa de refrigerios se ha vaciado y somos los únicos cuatro que quedan
en toda la pista. Alguien tiene que quedarse con ellos hasta que...
Se cierra una puerta y hay una chica corriendo por la rampa hacia la
entrada.
Ella es delgada, cubierta con leggins negros ajustados y una sudadera
azul de gran tamaño que prácticamente le nada, su cola de caballo suelta
y esponjada por la capucha que cuelga sobre sus hombros. Es la mirada
casi deshecha en su rostro la que realmente me hace preguntarme cuándo
fue la última vez que durmió.
A medida que se acerca y me doy cuenta de lo joven que parece, creo
que tal vez esa evaluación sea dura para una mamá de dos hijos.
Veo cómo el rostro de Liam se ilumina, y sus pequeñas rodillas se
doblan como si fuera a saltar de emoción si no tuviera miedo de caerse.
Chelsea a mi lado resopla y pone los ojos en blanco, dándome una mirada
que dice que esta no es la primera vez que llega tarde.
―Estoy aquí ―grita ella, su bolso rebota con fuerza contra su espalda,
donde lo cuelga de sus hombros, mientras corre sobre el hielo con tenis
sin cordones, deslizándose sin rumbo por un momento antes de recuperar
el equilibrio y dar pasos rápidos hacia nosotros.
―Llegas tarde ―resopla Chelsea―. Otra vez. ―Su mano cae sobre los
hombros de Oliver en un gesto protector, y el rojo arde contra la piel ya
sonrojada de la chica.
―Lo sé ―dice, arrodillándose sobre el hielo para estar a la altura de los
ojos de Liam, quien todavía está emocionado sin ningún signo de
frustración hacia su... ¿mamá? Parece demasiado joven, especialmente
porque el mayor parece tener alrededor de once años.
Ella mira a su alrededor brevemente, y es solo entonces que un destello
de reconocimiento me golpea. La he visto antes, pero no sé dónde.
No se molesta en hablar con Chelsea, solo le da una gran sonrisa al niño
que la mira como si fuera su mundo entero, antes de moverse para hablar
directamente con Oliver, cuyo rostro está rojo e inclinado hacia abajo, la
decepción emana de él.
―Lo siento, amigo. ―Ella se muerde el labio con fuerza, con sus
grandes ojos grises suplicantes―. Lo intenté con todas mis fuerzas.
―Hoy me volví aún más rápido ―dice Liam, completa y felizmente
ignorante de la evidente frustración de su hermano.
Ella le guiña un ojo y le frota la cabeza ligeramente, despeinándole el
cabello.
―Apuesto a que algún día serás incluso más rápido que Crosby.
Casi resoplo, en parte porque ahora estoy imaginando un póster de
Sidney Crosby en el dormitorio de su infancia. A pesar de que mis labios
ni siquiera comienzan a levantarse (no hay atisbo de risa amenazante), me
sorprende lo rápido que ella consiguió cualquier tipo de reacción en mi
cuerpo vacío.
―Crosby no es el más rápido, y juraste que estarías aquí para ver ―la
acusa Oliver, con el ceño fruncido y las mejillas acaloradas.
―Oliver, asesino, lo siento. Prometo que estaré aquí…
―Dices eso siempre, y solo no apareces por él. ―Él escupe la palabra
como veneno y su expresión se contrae.
Está claro, quien quiera que sea él, es un problema constante para ellos.
¿Un novio tal vez? Me cruzo de brazos y me encuentro ligeramente de
acuerdo con el Chelsea.
―¿Qué tal si me lo muestras ahora? ―le dice ella, con un tono
esperanzado intentando cambiar las cosas―. Dame un minuto para
ponerme los patines e incluso competiré contigo…
―De hecho ―Chelsea la interrumpe―. Necesitamos salir del hielo
ahora. Tienen que limpiarlo antes del partido de la liga cervecera de esta
noche. Vamos, Oliver, vamos a darte una de las galletas de la mesa de
refrigerios. Guardé algunas para ti.
Oliver sigue a Chelsea mientras ella patina hacia la salida y solo ahora
me doy cuenta de que la chica me está mirando con el ceño fruncido.
Consciente de una manera que nunca lo habría estado antes del
accidente, arreglo mi postura y enderezo la columna. Mis brazos cuelgan
sueltos a mis costados por un momento, pero de alguna manera eso
parece peor, así que los cruzo, antes de sentirme más ridículo y dejarlos
caer de nuevo, encontrando una mano en mi bolsillo.
―¿Quién es el grandote?
Ella mira a Liam y le levanta una ceja antes de que él sonría.
―Oh, sí, lo sé, un extraño peligroso, pero ese es Rhys.
―No sé quién es Rhys, insecto.
―Él nos ayudará a ser muy buenos en el hockey ―dice Liam, justo
cuando su patín se desliza debajo de él y se resbala sobre el hielo, con el
estómago primero.
Lo alcanzo inmediatamente, levantándolo fácilmente y sosteniendo sus
brazos hasta que se estabiliza nuevamente. Es bastante fácil,
especialmente después de repetir este proceso unas veinte veces en la
última hora.
―¿Estás bien? ―pregunto, inclinándome a su nivel y enviándole otra
sonrisa rápida, aunque contenida, a la chica que nos mira. Espero un
momento por algo: una sonrisa, un murmullo de aprobación, un “Qué
dulce” o ”Tienes tal habilidad con los niños”. Todas respuestas normales a mi
encanto fácil de antes, pero ella no me da nada más que una mirada en
blanco.
Odio sentir que sus ojos grises con forma de gato pueden verlo todo.
Como si hubiera algo físicamente mal en mí que indica el espectáculo de
mierda absoluto escondido debajo de mi piel.
―Estoy bien ―responde Liam, patinando hacia adelante con las
piernas temblorosas―. Rhys es, por así decirlo, el mejor jugador de
hockey.
―Ahh. ―Ella asiente, con los ojos todavía exasperantemente fijos en
mí―. Muy bien, dile adiós a la estrella del hockey, insecto. Es hora de ir a
casa.
―¡Adiós, Rhys! La semana que viene traeré mi casco. Tiene pegatinas,
―Liam prácticamente grita, levantándose rápidamente de otra caída
antes de intentar otro aullido conmigo. Sé que debería unirme a él, hacerlo
sentir como si fuera su amigo, pero hay una presión en mi pecho que me
impide moverme, y mucho menos respirar.
Cae dos veces más en su camino hacia las tablas y los asientos de las
gradas donde Oliver se está desatando los patines, observando
atentamente dónde sigue parada la chica, como si estuviera preocupado
por ella a pesar de su enojo.
Ella sopla el aire de sus mejillas, su flequillo y el montón de mechones
sueltos color marrón azotan y giran alrededor de su rostro. Espero un
momento, preparado para presentarme cuando veo la etiqueta colgante
de su bolso.
―¿Vas a Waterfell?
No solo a Waterfell en sí, sino que también hay un patín bordado al
final del logo: un patín artístico.
Ella gira hacia mí tan rápido que pierde todo el equilibrio. La agarro,
sin sorprenderme de que se sienta liviana como el aire por lo pequeña que
es, y la coloco de nuevo sobre hielo sólido antes de que pueda parpadear.
Su nombre no lo recuerdo, si es que alguna vez lo supe, pero la
recuerdo. La he visto entrar y salir del complejo antes, siempre con algún
tipo de prisa, siempre apenas concentrada.
Pero el recuerdo que más me golpea es verla irrumpir en nuestra
práctica un día que llegó tarde, gritándole a nuestro equilibrado
entrenador, antes de que un hombre alto y de rostro severo la levantara
por la cintura y se la llevara.
Lo recuerdo mejor porque me quedé después, demorándome en los
túneles por un momento mientras ella empezaba a poner música a todo
volumen y vibrante y se lanzaba sobre el hielo cortado, evitando que el
Zamboni despejara mientras patinaba como si quisiera matar a alguien.
Pura pasión.
Ella es hermosa así de cerca, incluso en su apariencia desordenada, su
cabello es brillante y oscuro, su piel sonrojada pero pálida con una
pequeña mancha única de pecas debajo de su ojo derecho.
―Me alegro de haberte atrapado. ―Intento sonreír, mi antiguo encanto
me cubre como un abrigo grueso, un escudo, antes de que ella parpadee
una vez, dos veces, luego agudice su frente en una profunda frustración
y se aleje de mí.
―Estoy segura de que atrapas todo tipo de cosas.
Todavía sonriendo, a pesar de la falta de respuesta habitual y el vacío
en mis entrañas, le ofrezco:
―Juego hockey para Waterfell.
―Muy bien, niños ―grita, ignorando mis palabras y mi presencia por
completo mientras sale del hielo con la nariz en alto. Algo se tuerce dentro
de mí, ya sea por su rechazo de lo que alguna vez me hizo tan valioso o
por la falta de reconocimiento―. Vamos.
Los dos niños agarran su bolso de equipo compartido y se pavonean
detrás de ella, Liam tan animado como antes y Oliver igual de abatido.
Eso golpea mi pecho, algo se retuerce cuando miro su expresión abatida
y salgo corriendo del hielo, siguiéndolos.
―Oye ―digo, esperando que los tres se den la vuelta―. ¿Puedo hablar
contigo un minuto? Eh, lamento que no hayas dicho tu nombre.
Liam se ríe y señala el desliz de la chica que lo vigila.
―Esa es Sadie.
―Gracias, nugget. ―Ella pone los ojos en blanco, le da un golpe con la
cadera en el hombro mientras me mira―. ¿Para qué?
―Se trata de… los chicos. Solo... ―Me interrumpo mientras ella se
acerca pavoneándose hacia mí. Cuanto más se acerca, más rápido mi
corazón comienza a acelerarse ante la idea de hablar con ella.
―¿Qué? ―Su tono es tan agresivo como su postura, con los brazos
cruzados y mirándome fijamente, como si ella fuera la central de un metro
noventa con diez centímetros extra de patines.
―Sé que soy nuevo en el programa de becas, pero Liam y Oliver son
increíbles, incluso tan jóvenes como son.
―Lo sé.
Me las arreglo para mantener la sonrisa pegada a mi rostro,
principalmente porque algo cálido vibra en mis entrañas.
―Y, bueno, creo que el apoyo de los papás es importante para los niños,
especialmente en lo que respecta a sus intereses…
―Ve al grano, pez gordo.
Muy bien, está bien. No más encanto. Endurezco mi mirada y me cruzo
de brazos.
―Deberías hacer un esfuerzo para estar aquí, no dejar una promesa
olvidada.
Sus ojos se funden ante mí, arden bajo el gris pizarra, y por un momento
creo que podría atacarme, intentar estrellarme en las tablas.
Tal vez me ayude, me obligue a sentir algo además del abismo vacío
que se abre en mi interior. Tal vez, si resulta ser más fuerte de lo que
parece, me dejará con el trasero al aire.
Honestamente, espero que así sea.
―Anotado. ¿Algo más que quieras soltar desde tu pedestal? ―Ella no
espera ni un segundo antes de continuar―. ¡Genial! ―Sus manos
aplauden bruscamente―. Me alegro de haber tenido esa conversación.
―Espera. ―Lo intento de nuevo, mi frustración aumenta cuando la
alcanzo para agarrar su muñeca y detener su retirada.
Ella estalla, encendiéndose ante el contacto y alejándose de mi toque
como si hubiera intentado prenderle fuego. La suelto inmediatamente,
solo para ver su pequeña mano ahora envuelta tanto como puede
alrededor de mi muñeca. Ella la está doblando, como un matón en el patio
de recreo, en algún intento de movimiento de autodefensa que me
provoca un escalofrío en la columna.
―No vuelvas a agarrarme así. ―Se inclina un poco más y quiero
pedirle que se mantenga ahí porque es la primera vez que siento algo,
aparte del dolor, en meses.
Pero no puedo, porque cuando trago por mi garganta y despego la
lengua del paladar, los tres ya no están.
2
Para mí los martes son el peor día de la semana.
―Sade, por favor.
Los martes son días de pago, lo que significa que mi papá está más
inclinado a pedirme dinero directamente en lugar de darme pistas o robar
de nuestro presupuesto para comida.
―No puedo.
Intento no mirar, concentrándome en quedarme en lo alto de la escalera
y atarme los tenis, comprobando que mi bolso tenga todo lo que necesitaré
para practicar, así como ropa para el café. Metiendo un par de calcetines
extra en el bolsillo lateral con cremallera, me veo obligada a mirarlo
mientras bajo las desvencijadas escaleras.
―Solo un extra más, solo necesito algo que me ayude a pasar la semana.
Intento recordar que hubo un tiempo en el que no era así, cuando mi
papá era alguien que nos amaba muchísimo, que me ponía a mí, e incluso
al bebé Oliver, en primer lugar.
―Dije que no puedo. ―Lo intento de nuevo, cruzándome de brazos y
deseando desesperadamente pasar a su lado. Su cabeza cuelga
ligeramente, su cabello está más desgreñado ahora que antes, pero sus
ojos siguen siendo los míos, a pesar de lo oscuros y enrojecidos que
están―. Oliver necesita patines nuevos, ayer le sangraba el pie por lo
apretados que están los viejos.
Mi hermano trató de ocultarlo, pero anoche lo sorprendí en la cocina
poniéndose tiritas en los tobillos.
La boca de mi papá se aprieta y casi puedo escuchar el argumento en
su cabeza, la línea que recorre con tanto cuidado. Nunca nos golpeó,
nunca nos lastimó físicamente a ninguno de nosotros, pero su mera
presencia es suficiente para sentir como si alguien estuviera presionando
mis hombros. Quiere argumentar que ésta es su casa, que es su dinero,
pero en realidad no lo es. Ya no, no desde que conseguí un trabajo a los
catorce años y ahorré cada centavo hasta tener lo suficiente para seguir
patinando. No desde que obtuve la beca que me aseguraba no tener que
aceptar ni una sola de sus limosnas, si es que podían considerarse como
tales.
Mi mamá tenía dinero gracias a un fideicomiso que su familia
adinerada le otorgó demasiado pronto, antes de que sus hábitos se
volvieran más difíciles de romper. Ella le paga la manutención a mi papá,
cheques que yo trabajo incansablemente para encontrar en el correo antes
de que él pueda gastárselos en whisky de alta gama.
Hubo una vez que creí que eran una linda historia romántica; la chica
rica que se enamora perdidamente del chico sin nada, pero ahora lo sé
mejor.
Mi mamá no ama a nadie excepto a ella misma.
Y puede que mi papá nos ame en el fondo, pero siempre amará más sus
vicios.
Tal vez es por eso que no puedo evitar buscar los cincuenta en el bolsillo
de mis jeans de las propinas del día anterior y deslizarlos en su mano.
―Eso es todo lo que puedes recibir de mí durante esta semana ―le
advierto, y un remolino de ansiedad amenaza mi estómago mientras sus
ojos se iluminan―. Lo digo en serio, tengo que comprar los patines de
Oliver.
―Está bien ―resopla una voz ronca, mi hermano se desliza debajo de
mi brazo y entra a la cocina―. Puedo quedarme con mis viejos por un mes
más.
―No puedes, asesino. Además, tienes un torneo próximamente.
Antes de que pueda llegar, Oliver llena el filtro y me prepara una taza
de café. Mantiene su espalda hacia el adulto real todavía estacionado en
la puerta, como si fuera a salir corriendo en cualquier momento.
―¿Cuándo es tu torneo? ―La voz de nuestro papá es temblorosa, con
los ojos todavía un poco inyectados en sangre mientras camina hacia la
cocina, con aprensión en cada uno de sus movimientos hacia Oliver.
Cuando está borracho, no tiene miedo, pero cuando está sobrio casi está
asustado de nosotros―. Tal vez podría ir…
―No te molestes ―murmura Oliver en voz baja, interrumpiéndolo. Lo
veo ligeramente mientras tomo leche del refrigerador y felizmente tomo
la taza para llevar que mi hermano de once años ya me está ofreciendo.
―Es el próximo fin de semana si quieres ir al mío ―dice un
somnoliento Liam desde la puerta de la cocina, antes de arrastrar su
manta de Star Wars por el suelo con él y sentarse en la mesa―. ¿Estás
haciendo panqueques otra vez, Sissy?
Agarro mi bolso de la mesa y lo coloco sobre mi hombro antes de
despeinar los rizos de Liam desde detrás de su silla.
―Hoy no, insecto. Hay algunos waffles tostados en el congelador para
los dos y sus almuerzos están empacados en el segundo estante.
Liam se desploma dramáticamente en su asiento.
―Sin panqueques significa un mal día, Sissy.
Oliver refunfuña, empujando con dureza el plato de waffles tostados
con canela ya preparados hacia su hermano.
―Come y olvida lo de los panqueques.
Le jalo la oreja cuando paso junto a él.
―Sé amable ―lo reprendo, antes de suavizar mi voz y darle una
palmadita―. Y gracias.
―Lo que sea.
Una punzada en mi corazón pesa sobre mis hombros, retorciendo la
cosa en mi pecho hasta que el grito casi burbujea en mis labios. Siento
como si mi cuerpo estuviera ardiendo desde dentro, cada pizca de ira,
resentimiento y miedo burbujeando como un volcán activo, y sé que
explotaré sobre él si no salgo de esta habitación en este momento.
¿No ves lo que les estás haciendo? Quiero gritar. Sé lo que pasará después
porque ya me pasó a mí, y no puedo hacer nada más para detenerlo: ¡despierta!
―¿Tienes que irte antes de que llegue el autobús? ―pregunta Liam, con
la voz todavía demasiado alta para lo temprano que es, pero casi puedo
sentir la incomodidad en ella.
¿Tienes que dejarnos con él? Ésa es la verdadera pregunta. Puede que
Oliver recuerde a papá antes de todo esto, pero Liam no. Liam solo conoce
a este papá, el que no aparece, que cada día se vuelve más débil y más
cercano a la muerte.
Puede que Oliver esté lleno de ira, pero Liam está luchando contra el
miedo.
Odio dejarlos, odio enviarlos a campamentos de verano y a
distracciones interminables que superan nuestro presupuesto, pero sin
patinar, no me pagan la matrícula y los dos trabajos que tengo
actualmente apenas alcanzan para completar los cheques de nuestra
mamá.
Esto es por ellos. Quizás algún día lo entiendan.
―Te amo, nugget ―le susurro, besando a Liam con fuerza en la mejilla.
Se lanza para abrazarme y se aferra a mí hasta que le hago cosquillas en
los costados para que me suelte. Oliver está apoyado contra el mostrador
de la cocina, con su cada vez más larguirucho cuerpo rígido con los brazos
cruzados sobre la camiseta usada de los Nacionales de EE. UU. Asiento
con la cabeza, sabiendo lo mucho que no le gusta que lo toquen, antes de
pasar la figura inclinada de mi papá por la puerta.
Abre la boca como si quisiera decir algo y yo espero, porque una parte
de mí se aferra a la posibilidad de que regrese.
Pero él permanece en silencio.
Y quiero gritar.
“Cherry Waves” de Blaring Deftones hace poco para despejar la niebla
de ira, pero la vista que me saluda al llegar al complejo de hielo vacía
fácilmente todos los pensamientos de mi mente.
Hay un auto caro en el estacionamiento, que por lo demás estaría vacío,
y las luces están encendidas.
Debería ser la única aquí, considerando que uso la llave del entrenador
Kelley antes de mis turnos en el puesto de comida para tener tiempo extra
en el hielo. El patinaje público no comienza hasta las ocho de la mañana,
así que, revisando mi teléfono nuevamente, nadie debería estar aquí antes
de las seis de la mañana.
Y, sin embargo, al echar un vistazo rápido a los grandes paneles de
vidrio que miran por encima del hielo, puedo ver una figura azul -un
maldito jugador de hockey-, sentado sobre el hielo en un rincón.
Dejo caer mi bolso, me quito los tenis por el talón y me pongo los
patines, atando bien los cordones. Mis auriculares siguen sonando, solo
animándome, lista para pelear.
Al atravesar las puertas, grito rápidamente: “¡Oye!. ¡No puedes estar
aquí!” hacia él y camino hacia la pista ya iluminada lista para darle a
cualquier imbécil que esté acaparando mi tiempo en el hielo la pelea de
gritos del siglo.
Solo que algo anda mal.
El hombre sobre el hielo no está sentado; está desplomado, como si
estuviera herido.
Está jadeando pesadamente, el sudor brilla en su piel donde está
expuesta. Su suéter de hockey está medio levantado sobre uno de sus
hombros, como si hubiera estado a punto de quitárselo y no pudiera
terminar.
El sudor se adhiere a cada parte de él, pegando su largo cabello oscuro
sobre su frente y contra su nuca. Sus abdominales se flexionan una y otra
vez, como si estuviera hiperventilando. La piel dorada está tensa y me
distrae, tanto que sacudo la cabeza para aclarar mi descarrilado hilo de
pensamientos.
Me quito los auriculares y el sonido de su respiración entrecortada
inmediatamente llena el silencio de la pista. Quito los protectores de mis
patines y me lanzo de un salto al hielo para patinar hacia él con una
parada brusca y raspante.
―Oye ―digo, con mi voz más temblorosa de lo que quisiera―. ¿Estás
bien?
Es una pregunta estúpida considerando las circunstancias.
Mis manos, todavía desnudas porque no me he puesto los guantes,
agarran sus brazos y tratan de detener sus constantes temblores. Sus ojos
están dilatados, mirándome lentamente, casi como si no estuviera seguro
de si soy real.
Así de cerca lo reconozco: el pez gordo del hockey, Rhys, del otro día.
Cabello castaño oscuro, bonitos ojos marrones y una mandíbula afilada
como el acero duro, con un hoyuelo en la mejilla derecha que me hace
preguntarme si hay uno igual en la izquierda cuando sonríe.
Se desploma de nuevo, pero sus dientes comienzan a castañetear más
fuerte y rápidamente aprieta las rodillas contra su pecho, las hojas del
patín cortan el hielo.
―No-no puedo respirar ―logra decir.
Puede, está respirando en este momento, pero no soy ajena a los ataques
de pánico. Mi mente se tranquiliza, la atención de otra persona siempre
es un torrente bienvenido contra los gritos interminables en mi propia
cabeza.
―Oye ―le digo, un poco más duro, incluso mientras pongo una bonita
sonrisa, haciendo lo mejor que puedo para parecer dulce y tranquila,
esperando que eso lo baje de cualquier peligroso precipicio de pánico del
que esté colgando―. Mírame.
Lo hace, con el ceño ligeramente fruncido y los ojos marrones brillando
debajo.
―Puedes respirar.
Algo lucha en sus ojos, antes de cerrar los párpados y agarrar su suéter
de práctica a medio poner con fuerza como si fuera a quitárselo. Mi mano
se cierra sobre la suya, soltándolo y evitando que casi se ahogue con el
cuello en su desesperación.
―Lo-lo siento.
Necesito sacarlo del hielo, pero sé que no podré levantarlo sola y pasará
al menos una hora antes de que alguien más aparezca.
―Vamos, pez gordo ―lo intento, buscando algo entre la suave
exasperación y el coqueteo a pesar de mi propio corazón acelerado para,
con suerte, relajarlo.
»Estás bien ―digo, como si le dijera a un bebé que está bien cuando se
cae para calmarlo―. Tendremos que sacarte del hielo. ¿Puedes pararte?
―S-sí ―dice, con la respiración entrecortada y demasiado rápida al
mismo tiempo―. Lo siento.
―No te disculpes, solo ayúdame, ¿okey? ―Llego a su centro,
agarrando el acolchado de sus pantalones de hockey en la parte baja de
su espalda y usándolo para mantenerlo firme mientras lentamente
encuentra su equilibrio nuevamente.
―No sé si puedo patinar ―murmura entre respiraciones entrecortadas,
con los ojos cerrados con fuerza―. Yo…
―Estás bien, lo usaré como excusa para ponerte las manos encima ―le
digo, con los nervios fritos y la boca tropezando con cualquier cosa para
distraerlo―. Solo mantente erguido sobre tus patines. Te tengo.
Me mira de nuevo, con sus ojos marrones todavía dilatados mientras
fija mi mirada. Un pequeño movimiento de cabeza me hace saber que está
lo más estable posible, y hundo mi patín en el hielo para presionarlo,
lentamente con su peso añadido.
Dios, es pesado, alto, aunque más larguirucho que la mayoría de los
jugadores de hockey de su altura.
Aun así, me lleva casi un minuto llegar a la puerta con mi cuidadoso
patinaje y cargando el doble de mi peso. No quita sus ojos de mi perfil en
todo el tiempo, puedo sentirlos casi quemando un lado de mi cara.
Lentamente logro colocarlo en el último escalón de las gradas cortas
cercanas.
Sus manos bajan hacia sus cordones, sus dedos tiemblan tan fuerte que
siguen perdiendo los lazos hasta que suelta una maldición en voz baja con
una amarga expresión de desesperación, pero he sido cuidadora toda mi
vida y ninguna molestia puede impedirme arrodillarme ante él y tomar
sus manos entre las mías.
―Concéntrate en ralentizar tu respiración ―le ofrezco, antes de que
pueda abrir la boca para otra lamentable disculpa. Mis dedos están
entumecidos, pero hago un trabajo rápido con sus cordones y jalo las
lenguas para que pueda quitárselos fácilmente.
Trazo el límite para quitar las botas de hockey, sin duda malolientes, de
los pies de este extraño.
―¿Puedes hacerlo desde aquí? ―pregunto, balanceándome sobre mis
patines y mirando hacia arriba para ver sus ojos todavía fijos en mi rostro.
―Eres la mamá de Liam.
Resoplo. Lo más parecido a eso.
―Hermana, pero sí. Nos conocimos. Sadie. ―Le sonrío alegremente,
rezando para que no recuerde realmente haberme conocido.
―Rhys. ―Respira unas cuantas veces, casi como si fuera a reírse si
pudiera recuperar el aliento―. Querías patearme el trasero ―dice con
una sonrisa y veo un hoyuelo en su otra mejilla. Lo sabía.
―Sí, bueno... lo hiciste todo por tu cuenta hoy.
Otra de esas risas ligeras y resoplantes abandona su boca abierta, con
las manos y los brazos todavía temblando. Está en silencio otra vez, solo
el zumbido de las luces y los sistemas como fondo de mi segunda lectura
de él. Quiero hablar, llenar el espacio con palabras reconfortantes, pero
me encuentro vacía de ellas.
―Tú eres la patinadora artística que parece estar en llamas
Mi ceño se frunce.
―¿Qué?
Resopla y sonríe lentamente, pareciendo más un borracho somnoliento.
―No importa.
¿Por qué está él aquí? ¿Qué le pasó en el hielo? Las preguntas se acumulan,
empujándose contra mis labios para salir volando, pero una mirada
retrospectiva a la posición laxa y vulnerable de su cuerpo y me callo de
nuevo.
No es mi circo. No son mis monos.
Apartando mis ojos de la intensidad de los suyos, miro mi reloj.
Maldita sea.
6:30 am.
Recogiendo mi cabello en un moño alto, me quito los pantalones,
dejándome en leggins debajo de los pantalones cortos, y los dejo
amontonados a unos metros al lado del cuerpo en reposo de Rhys. Una
parte de mí se siente terrible por dejarlo aquí, pero la otra parte de mí (la
parte de mí que sabe con qué facilidad puedo perder todo por lo que he
trabajado si no me concentro) impulsa el resto de mi resolución. Con un
poco de suerte, el señor Pez gordo se recuperará y saldrá de aquí.
Me detengo en la puerta, me muerdo el labio y miro hacia él.
―¿Puedes salir bien? ¿Estás bien ahora?
Él asiente lentamente, apenas abre los ojos y me levanta rápidamente el
pulgar. Agarrando sus patines con una mano, apoya la otra en la
barandilla, sosteniéndose pesadamente en ella antes de deslizar su mano
hacia la pared para subir la rampa hacia las puertas de salida.
Con el sonido de la puerta cerrándose, vuelvo a centrar mi atención y
conecto mi teléfono al altavoz portátil que me dio mi entrenador para
poder trabajar en la coreografía de mi programa corto antes de trabajar.
Al menos lo intento.
Pero no importa qué tan fuerte ponga la música, o cuántas veces me
caiga al intentar (y fallar) un triple axel, nada puede desviar mi atención
del chico de hockey con los ojos tristes.
Al atravesar la puerta, una ráfaga de aire cálido golpea mi piel rosada
antes de detenerme al ver al jugador de hockey que supuse que se habría
ido hace mucho tiempo.
Es como si apenas hubiera logrado salir, sentado contra la media pared
debajo de la ventana con los ojos cerrados y la cabeza inclinada hacia
atrás. La larga columna de su garganta trabaja con un trago pesado antes
de abrir los ojos para mirarme.
Debería preguntarle si está bien, pero lo único que sale de mis labios es
un amargo:
―¿Me estabas viendo patinar?
No es tanto una pregunta como una acusación.
Sus familiares ojos marrones están menos vidriosos ahora, pero su piel
todavía se ve pálida, como si el pánico estuviera tardando mucho en
desaparecer de su sistema. Sacude la cabeza y una minúscula sonrisa
dibuja sus labios torcidos.
―No, pero tal vez me gustaría ―se ríe, un poco aturdido y
descuidado―. Te estoy imaginando patinando como Liam, ya que eso es
todo lo que tengo.
No hay forma de detener la sonrisa que se extiende por mi boca porque
sé que, por mucho que a Liam le guste “jugar hockey” apenas puede
mantener sus pequeñas piernas debajo de él.
―Bueno, considerando que usé mi tiempo de calentamiento ayudando
a un jugador de hockey, no creo que tu imaginación esté demasiado lejos.
Lo dije como una broma, pero al escucharme a mí misma sé que suena
como una reprimenda; peor aún, capto la casi mueca de dolor de Rhys
mientras absorbe lo que acabo de decir.
Dios, ¿realmente se ha puesto tan mal? Tener las cosas bajo control
nunca ha sido mi especialidad, ni tampoco la autoconservación. Sentir
demasiado a la vez hasta que la presa revienta es mucho más mi
velocidad.
Me siento para desatarme los patines y acerco mi bolso.
―No sé qué me pasa. ―Se ríe.
―Creo que estás colapsando ―le ofrezco, cruzándome de brazos―.
Parece un gran ataque de pánico. ¿Ha sucedido antes?
―Estoy bien ―dice, haciendo caso omiso de mi pregunta.
Mi columna se eriza, dispuesta de nuevo a pelear con él si es necesario.
―Si es así, entonces fue realmente estúpido de tu parte estar ahí afuera
sin nadie alrededor.
Espero un momento, pero no dice nada.
Finalmente, pregunto:
―¿Qué sigues haciendo aquí?
―Estaba tratando de reunir el valor para conducir a casa. ―Se ríe, pero
hace una mueca al mismo tiempo―. Si puedes conseguir mis llaves. ―Se
tambalea, sus pies son inestables hasta que vuelve a caer contra la puerta
de vidrio.
―Sí, definitivamente no conducirás, pez gordo.
―¿Qué estás haciendo aquí? ―pregunta, pero no hay mordacidad en
su tono, solo una leve curiosidad―. Mi... me dijeron que nadie estaría
aquí tan temprano.
Técnicamente, a nadie se le permite estarlo.
―No sé de qué estás hablando, porque no estuve aquí esta mañana. Al
igual que tú, pez gordo, no tuviste un ataque de pánico y casi te
desmayaste solo en el hielo.
Hace una mueca, pero asiente, caminando con cuidado con su bolso al
hombro y su otra mano apoyada casi dolorosamente en mi hombro.
―Nadie estaba aquí tan temprano ―admito, con una pequeña sonrisa
agradable en mis labios―. Que es la única razón por la que voy a ayudar
a tu gran trasero a llegar a mi auto y llevarte a donde necesites ir.
―Puedo conducir, de verdad. Solo necesito sentarme ahí por unos
momentos.
No quiero que conduzca, pero sé que en cualquier momento empezarán
a llegar el entrenador Kelley y el resto del personal de verano, y no puedo,
Dios... si consigo más deméritos este año...
Detente.
Sacudiendo la cabeza, me enderezo. Seguir ese camino solo me llevará
a mi propio festival de lágrimas en el auto y a patinar rápido en mi tiempo
sobre hielo mientras hago saltos descuidados.
Este año no será como el año pasado. Este año va a ser mejor.
―Está bien, si lo juras.
Él asiente de nuevo y parece intentar esbozar una encantadora sonrisa
juvenil.
Atravesamos las puertas del complejo de hielo y salimos a la fresca
mañana. Mi destartalado Jeep Cherokee parece casi ridículo al lado de su
elegante BMW negro, pero me las arreglo para evitar que salga el
comentario sarcástico que tengo en la lengua.
Soltándolo una vez que tiene agarrada la puerta del lado del conductor,
junto mis manos y me balanceo hacia adelante y hacia atrás sobre mis
talones.
―Gracias ―comienza, mirándome con la misma intensidad
abrasadora y molesta. Parece menos vulnerable ahora, casi cansado, pero
forzando una especie de máscara―. De verdad apre…
―Ahórratelo. ―Levanto las palmas de las manos para detenerlo antes
de que pueda molestarme más―. Yo no estaba aquí y tú tampoco. No te
preocupes, pez gordo.
Su ceño se frunce, la misma tristeza de antes vuelve a grabarse en sus
ojos y por un momento, odio eso. Cada palabra que sale de mi boca hacia
él está infectada con burlas, y puedo escucharlas, pero no puedo
detenerlas.
Espero a que me regañe o me responda, pero solo parece cansado.
―Bien. Bueno… estoy seguro de que nos vemos por ahí.
La vulnerabilidad disminuye ligeramente mientras suspira,
desbloqueando su BMW para deslizarse dentro. Algo se revuelve en mi
estómago, casi como si fuera a vomitar cuanto más lo miro a la cara, así
que giro sobre mis talones en una bruma y camino de regreso hacia las
puertas.
Y no importa cuánto quiera verlo una vez más antes de regresar,
mantengo la cabeza recta. El impulso de burlarme y besar lejos su
desesperación es demasiado grande, y solo acabará mal para mí.
―No si te veo primero ―murmuro en voz baja. Un pequeño voto para
mí misma de mantenerme alejada del chico de ojos tristes antes de
intentar tomar su curación en mis propias manos.
3
Desde el accidente, despertarme empapado en sudor se ha convertido
en mi nueva normalidad, por lo que no es una sorpresa cuando me
levanto sobre sábanas empapadas y heladas. Lo que sí es una sorpresa es
la suave voz de mi mamá, no mi alarma que me saca de otro terror
nocturno.
―Mierda ―murmuro, parpadeando a través de la mancha de
humedad sobre mis ojos.
Mi mamá está inclinada sobre mí, su mano acaricia el lado de mi rostro
donde me he girado hacia su voz.
―Estás durmiendo boca abajo otra vez ―comienza, manteniendo su
voz suave como lo ha hecho durante los últimos meses. Hace que mi
pecho se apriete porque no es propio de mi mamá: ella es ruidosa e
invasiva, y este verano con mis demonios la ha convertido en... esto―.
Realmente me asustaste esta mañana.
Mierda.
Cierro los ojos un poco más fuerte, temeroso de la mirada que sé que
está plasmada en su rostro. Si bien mi papá se parece más a mí, mi mamá
es todo corazón sin exterior duro.
Al crecer, ella fue el lugar suave para caer; Demonios, incluso Bennett
la dejó atender cada rasguño y reparar cada pérdida con una sonrisa
orgullosa y un beso en la cabeza mientras nuestros números estaban
pintados en sus mejillas. Ahora, y especialmente en los últimos cinco
meses, su cuidado por mí ha sido casi abrumador.
Casi hasta el punto de que podría jurar que mi papá estaba a punto de
volver a ingresar a la NHL y ser registrado en los tableros para recuperar
su cariñosa atención.
―¿Te desperté?
Ella sonríe gentilmente, aún vestida con un pantalón largo de chándal
que se desparrama por la madera y una de las viejas camisetas raídas del
equipo Winnipeg de mi padre. Me apoyo en el codo y me doy la vuelta,
tomando el vaso de agua que me ofrece.
―No, tu papá está resfriado y está roncando como un muerto. ―Sonrío
a medias y veo su sonrisa real y genuina―. ¿Estás bien, Rhys?
Si fuera mi papá quien me preguntara, no dudaría en mentir, pero mi
mamá tiene algo que me saca la verdad, no importa cuán profundamente
intente enterrarla.
―Estoy tratando de estarlo.
Ella asiente y se sienta en el borde de mi cama.
―La escuela empezará pronto. ¿Te quedarás aquí este semestre?
―No ―respondo, agradecido de que me esté permitiendo el espacio
para distraerme―. Regresaré al apartamento el mes que viene. ―Y temo
esa conversación con Bennett más que mi primera práctica de regreso―.
Necesito volver a mi rutina.
Si bien no es mentira, bien podría serlo. Entrar en mi rutina no ayudará,
nada lo hará.
Excepto un par de ojos grises y una sonrisa coqueta.
Es como un disparo en el estómago y tengo que apretar los puños en la
colcha para controlar la rápida reacción.
Dios, Bennett va a tener que atarme a mi maldita cama para evitar que
busque ese vicio en particular. Puedo sentir el latido de mi sangre con solo
pensar en ella, la calidez inmediata que me brindan su voz, su aroma y su
rostro.
Cualquier control que tenía antes de ese juego se ha ido, tal vez sea una
parte de mí que murió esa noche, considerando que nada de lo que queda
parece valer algo y todavía estoy caminando sobre el filo de la navaja con
la idea de rendirme.
La culpa amenaza los pensamientos acelerados, llenos de odio y
oscuridad que me acosan; mientras mi mamá se sienta ahí, tratando
desesperadamente de empujar la luz del sol que brilla desde ella hacia mí.
No me atrevo a decirle que no siento nada.
Sentiste algo con Sadie.
―Sí ―está de acuerdo, antes de que una sonrisa furtiva se dibuje en su
rostro y se frote las manos―. ¿Quieres hacer galletas y salsa de chocolate?
―¿Qué hora es?
―Las cuatro, pero ¿a quién le importa?
―Sabes que despertarás a papá en el momento en que escuche el sonido
metálico de una olla ―le advierto, pero ya me estoy quitando las sábanas
del cuerpo y busco ropa limpia, no empapada de sudor, para cambiarme.
―Se lo tiene merecido, el pequeño mudak1.
Mis cejas se disparan y espero a que el humor me saque la risa del pecho
como mi mamá siempre ha sido capaz de hacer, pero no surge nada.
Intento deshacerme del odio hacia mí mismo, me encojo de hombros y
me doy la vuelta para dirigirme al baño, ofreciendo un rápido:
―Tu ruso está mejorando, pero dudo que sea para eso que él esperaba
que lo usaras.
―¿Para maldecirme? ―La voz retumbante de mi papá suena áspera
por el sueño cuando entra a mi habitación, sin camisa, vestido solo con
sus pantalones de dormir―. No, es exactamente por eso que quería que
ella aprendiera, mi pequeña rybochka2.
Tensándome hasta estar seguro de que mis hombros están a la altura
de mis orejas, aprieto los puños y respiro profundamente.

1
Estúpido, en ruso.
2
Pececito, en ruso.
Me pregunto qué tipo de tratamiento recomendaría esa costosa
psicóloga deportiva si le dijera que incluso la voz de mi papá se está
convirtiendo en un detonante para mí.
―¿Qué están haciendo ustedes dos levantados? ―Se para detrás del
cuerpo todavía sentado de mi mamá, con las manos cayendo sobre sus
hombros para apretarla antes de jalar ligeramente de su cola de caballo
suelta de cabello rubio fresa―. ¿Estás molestando a mi hijo?
Mi hijo.
Intento respirar de nuevo, intencional y lentamente, relajando los
puños.
Debido a que habla mucho y no hace nada cuando se trata de su esposo,
mi mamá solo le sonríe y asiente.
―Sí. Tengo antojo de galletas y salsa de chocolate.
Ella no dice una palabra sobre lo que ambos sabemos. Que mi papá no
ronca, que ella tiene el sueño ligero desde que me encontró casi asfixiado
por un ataque de pánico mientras dormía hace meses, que esta noche se
despertó con el sonido de gritos ahogados y probablemente casi le dio un
ataque al corazón cuando se dio cuenta de que estaba boca abajo otra vez.
Mi papá arruga la nariz, porque por mucho que ame todo lo que hace
mi mamá y con gusto comería carne cruda si ella se la sirviera, odia la
salsa de chocolate con pasión.
―Bueno, ¿entonces qué estamos haciendo todavía aquí? Solo el
precalentamiento del horno lleva una hora.
Ambos se levantan y se dirigen hacia la puerta, pero se detienen y me
esperan. Mi mamá es toda preocupación enmascarada, ahora sonriente y
medio enferma de amor en los brazos de mi papá.
Pero los ojos de mi papá son implacables mientras examinan cada uno
de mis músculos, viendo demasiado y, sin embargo, nada a la vez. ¿Ve a
un extraño donde una vez vio a un gemelo?
―Necesito darme una ducha, y estaré abajo ―digo, cerrando los ojos y
luego la puerta antes de que pueda escuchar algo más, desesperado por
un descanso para estar vacío sin la presión de fingir que no lo estoy.
Buscar cualquier sentimiento, incluso dolor, se ha convertido
claramente en una especie de pasatiempo, ya que dos días después me
encuentro en la pista a las cinco de la mañana, incluso antes de mi última
pequeña visita.
Sigo las instrucciones de mi papá nuevamente, enciendo los
proyectores y le doy un rápido buenos días al encargado del turno
nocturno, agradecido por el estatus de celebridad de Max Koteskiy que
me brinda acceso a hielo fresco y resbaladizo y a una pista vacía.
Realizo mis calentamientos fuera del hielo fácilmente, estirándome
lentamente para liberar toda la tensión de mi horrible noche de sueño.
Pero, sentado en el vestidor vacío, solo hace falta una oleada de mareo
para descarrilar por completo mi concentración. Mi visión se vuelve
borrosa, mis manos aprietan la nada mientras suelto los cordones que casi
estaban enredados alrededor de mis dedos. Intento detenerlo mientras
siento que el pánico aumenta, inclinándome para colgar la cabeza entre
mis rodillas, con los antebrazos presionados contra mis muslos para
mantenerme algo erguido. Un escalofrío recorre mi columna mientras
lucho contra la presión en mi pecho, el miedo aumenta mientras mis ojos
parpadean borrosos nuevamente.
Los cierro.
―Esto es patético. Detente.
Pero decir las palabras en voz alta no ayuda mucho a ahogar el sonido
de mis propios gritos de “No puedo ver” como un puto disco rayado en mi
cabeza. Mis manos se levantan y sostienen mi cabeza mientras el palpitar
de mi sien se eleva a un nivel enfermizo, y mis ojos no se abren porque
tengo demasiado miedo de que no funcionen.
―Contrólate, maldita sea. ―Aprieto mis manos en mi cabello,
resistiendo la tentación de abofetearme.
―Tenemos que dejar de reunirnos así, pez gordo.
Mierda.
Incluso el tono ronco de su voz es suficiente para traerme de regreso a
este lado de los vivos.
Levanto suavemente la cabeza, tratando de recomponerme lo suficiente
como para dibujar una sonrisa en mi rostro cenizo.
Sin pensar, abro los ojos y parpadeo rápidamente para despejar la
niebla. Aun así, la veo claramente. Su rostro está tranquilo, la frente
relajada y la boca dibujada en una pequeña y dulce sonrisa: la imagen
perfecta de tranquilidad despreocupada. Excepto por esa pequeña
hendidura de sus cejas y la preocupación en sus ojos grises tan profunda
que podría nadar en ella.
―Lo siento ―digo con voz áspera.
Mi respiración ya ha comenzado a calmarse, distraído por la forma en
que ella se pavonea por el vestidor y se siente como en casa, dejando caer
su bolso en un rincón junto a uno de los largos bancos.
―¿Necesitas respiración boca a boca?
La burla coqueta es tan repentina que funciona como un choque de
agua fría en mi sistema nervioso. Todo se calma, mi atención se aleja de
mi patín medio puesto y se centra completamente en ella.
Sus musculosas piernas están envueltas en una suave tela negra, y una
camiseta deportiva de manga larga proporcionada por la escuela,
ajustada en la parte superior de su cuerpo. Su cabello está suelto hoy,
espeso y liso con un flequillo que le cae detrás de su oreja y que tiene mi
puño cerrado para evitar extender la mano y meterlo hacia atrás.
En vez de eso, trato de centrar mis ojos en el grupo de pecas debajo de
su ojo.
―¿E-estás coqueteando conmigo? ―Las palabras se escapan
rápidamente, mi voz no suena ni cerca de sonar normal, todavía
entrecortada y débil y casi quiero retractarme porque soy un caparazón
hueco de nada y ella está tan jodidamente llena.
―¿Yo? ¿Coqueteando con el atractivo jugador de hockey que sigue
apareciendo en mi espacio? ―Ella me sonríe, sacándose uno de los
auriculares de su oreja, con el cable colgando en su mano―. Sería
estúpido si no lo hiciera.
Ella es tan franca, ya sea enojada o burlona, tan brutalmente honesta
ante mi debilidad que algo se asienta en mí.
O envía por completo cada célula cerebral que me queda a un frenesí
absoluto, lo que podría explicar por qué de repente digo:
―¿Quieres hacer algo al respecto entonces?
Es más una burla que un coqueteo, y mi antiguo yo nunca diría algo tan
atrevido. La antigua versión de mi personalidad controlada de capitán
dentro y fuera del hielo seguía una estricta regla de tres citas antes de
cualquier encuentro, lo cual ya era una rareza. No quería distracciones,
solo quería jugar hockey.
Hasta que el hockey decidió que no me quería.
Tal vez quiero distraerme de lo mucho que odio en qué se ha convertido
el hockey en mi cabeza.
Ella tararea, un sonido que es a la vez sarcástico y dulce al mismo
tiempo, con su cuerpo deslizándose hacia mí.
―Ponte esto.
Tomo el auricular de sus dedos extendidos, rozando la piel ligeramente
con los nudillos mientras lo hago, dejando que la sensación de su cercanía
cubra mis músculos tensos y estirados. Los auriculares son viejos y el
cable que los conecta cuelga entre nosotros mientras ella se sienta en el
banco a mi lado.
Desesperado, abro las piernas hasta que mis pantalones deportivos
quedan ligeramente presionados contra su piel cubierta de leggins. Ella
no se aleja, solo me mira pacientemente mientras me coloco el auricular
en la oreja izquierda.
Hay una tranquilidad en la música, relajante y lo suficientemente
repetitiva como para ahogar la masa de pánico anterior que se apodera de
mi cerebro. Como si el sonido que sale del botón solo en mi oído izquierdo
fuera suficiente para dominar todo lo demás.
Excepto por la calidez de ella a mi lado. De alguna manera, eso es más.
4
Verlo así duele.
He experimentado un ataque de pánico antes, pero los peores no fueron
los míos, fueron los de Oliver. Hasta el punto de que apenas podía
ayudarlo a funcionar antes de que se medicara. Ahora, los ataques son
cada vez menos frecuentes, pero la visión de Rhys acurrucado sobre sí
mismo, jadeando como si no pudiera recuperar el aliento, me trae
recuerdos de cuando puse una bolsa congelada de guisantes en el pecho
de mi hermano para que pudiera calmar su sistema nervioso.
Solo que ahora no tengo guisantes congelados.
―¿Esto ayuda? ―pregunto, mientras los suaves rasgueos de José
González resuenan en nuestros oídos.
Él asiente, sus ojos parpadean en un pequeño patrón sobre mí: ojos,
boca, el agarre de mi mano en la suya.
Ojos. Boca. Manos.
―Tú estás ayudando ―dice, con las mejillas rojas ya sea por la
vergüenza o el esfuerzo.
Asiento con la cabeza.
―Okey.
―Okey.
Nos sentamos, como si cada movimiento estuviera igual de
sincronizado, conectados por el cable de los auriculares entre nosotros.
Suena la música, hasta que él ralentiza su respiración y yo desacelero
mi corazón. Pierdo la cuenta de cuánto tiempo llevamos aquí.
―La música me ayuda. ―Y Oliver, aunque no agrego eso incluso
cuando lo veo por un momento en mi cabeza, colocándose los auriculares
en las orejas mientras su director y yo discutimos verbalmente sobre su
comportamiento “impropio” en la escuela y... la falta de paternidad, fuera
de ella.
Siento un cosquilleo en la piel y miro hacia abajo, viendo la mano de
Rhys jugando distraídamente con mis dedos de una manera demasiado
familiar.
Me levanto y retrocedo.
―¿Patinaste? ―le pregunto, repentinamente desesperada por llenar el
silencio cargado.
Él sonríe de esa manera somnolienta, mientras continúa bajando desde
lo alto.
―Ni siquiera logré llegar al hielo.
―¿Quieres patinar conmigo?
Esta vez es una sonrisa arrogante.
―Esa es una línea. Ahora sé que estás coqueteando conmigo.
―No lo hago.
―Lo que tú digas, Sadie ―resopla.
―Me estoy ofreciendo a... ―¿Qué estoy ofreciendo? Sus sonrisas y burlas
me están mareando―. A dividir el hielo.
―Okey. ―Él asiente, parándose frente a mí con sus patines ahora
atados, pasando de una bola de ansiedad a una torre de hombre―. Y tu
música.
―¿Qué?
―Quiero tu música. ―Se encoge de hombros―. Se siente bien.
Supongo que me ayuda a concentrarme.
Algo en sus palabras me hace querer abrazarlo, y una luz arde detrás
de mis ojos.
―Okey ―estoy de acuerdo.

Al ver a Rhys dirigiéndose hacia mí, me doy cuenta de que tal vez no
fui tan astuto como pensaba intentar escabullirme del hielo mientras él
estaba de espaldas.
Por un momento, contemplo cerrar de golpe la puerta metálica de la
ventana para poder gritar: “¡Estamos cerrados!” cuando se acerque.
Desafortunadamente, eso significaría aplastar los dedos de la mamá
inocente que parece a punto de quedarse dormida encima de mi
mostrador mientras le deslizo el café.
―Gracias ―dice, tomando la segunda taza de chocolate caliente y
alejando a dos niños de hockey hiperactivos.
―No sabía que trabajabas aquí también. ―Él sonríe, pasando una
mano por su cabello que está un poco mojado como si hubiera sumergido
su cabeza debajo del fregadero después de terminar su patinaje matutino.
Algunos mechones siguen rozando su cara, demasiado cortos para que
pueda pasarlos por la curva de sus orejas.
Aprieto las manos porque alguna parte estúpida de mi cerebro quiere
empujarle esos mechones hacia atrás.
―Así es como tengo una llave. ―Me encojo de hombros. No es así en
absoluto como tengo una llave; no creo que trabajar en el puesto de
comida generalmente reservado para estudiantes de preparatoria
justifique una llave de entrada al complejo de hielo.
Solo la tengo porque es parte de mi compromiso para cada verano con
el entrenador Kelley. Él no me arrastrará por todo el país cuando mis
hermanos salgan de la escuela, si continúo practicando en la pista local y
le envío imágenes actualizadas de mis rutinas semanalmente.
―¿Puedo tomar un café?
Sonrío, pero el calor recorre mi columna.
―Se acabó.
―¿Se te acabó el café a las siete y media de la mañana?
―Desafortunadamente ―digo, revolviendo la leche en la taza frente a
mí.
―¿Ni siquiera queda un poquito para tu cliente favorito?
Él sonríe y me hace detenerme: dos hoyuelos iguales en sus mejillas
cinceladas, un poco de luz en sus ojos marrones, normalmente tristes.
Quiero quedarme en esa sonrisa como una flor acicalándose al sol.
―Rhys, ni siquiera estás entre mis diez primeros. Además, dudo
mucho que tu trasero mimado haya comprado alguna vez algo en un
puesto de comida público del complejo de hielo.
Su mano golpea su pecho, como si lo que dije fuera profundamente
doloroso.
―Considérame ahora miembro titular del club de fidelidad del puesto
de comida.
―Bueno, en ese caso. ―Agarro un vaso de poliestireno antes de
deslizarlo hacia él.
―¿Cuánto te debo? ―Sus ojos brillan hacia mí.
―Un descanso de tu presencia continua en mi lugar de trabajo.
―Ese es un precio alto.
―Soy cara.
Toma un sorbo de café solo y maldice.
―Es Maxwell House ―digo, tomando otro trago.
Rhys niega con la cabeza.
―Ese es un café de mierda.
―Demasiado ―estoy de acuerdo.
―Creo que simplemente me estafaron.
No puedo evitar sonreír.
―¿Estafar a mi cliente favorito? Yo nunca.
Su risa estalla, hermosa y teñida con la vulnerabilidad juvenil de un
chico hablando con la persona que le gusta de la escuela. Me dan ganas
de pestañear y acicalarme, lo que solo me enferma cuando me doy cuenta
de que su presencia me está volviendo papilla.
―Favorito, ¿eh?
Me encojo de hombros.
―Das la mejor propina.
Se ríe de nuevo, saca un billete elevado y lo desliza hacia mí, antes de
inclinarse hacia mí sobre sus codos.
―Supongo que sí.
Sería tan fácil besarlo. El chico es un peligro para mis límites personales
y mi salud.
―Como dije, soy cara.
Su boca se abre por un segundo, antes de cerrarse de golpe mientras se
levanta y se aleja.
―Lo siento, te veré luego.
Se va tan rápido que me da un latigazo.
Miro a mi alrededor por un momento, con las mejillas ardiendo por lo
cerca que me incliné hacia él. Mis ojos parpadean sobre un hombre alto y
apuesto de mediana edad y un grupo de jugadores ataviados con
camisetas y gorras de hockey de Waterfell, y mi cara se sonroja con la clara
implicación.
Era lo suficientemente bueno para un rápido coqueteo matutino, pero
vergonzoso ante sus amigos.
Olvídate de él.
“Rhys Waterfell hockey” aparece en la barra de búsqueda de mi
navegador, con el indicador parpadeando, esperando a que tome una
decisión cuando Rora aparece a mi lado.
―¿Qué es eso?
―Jesucristo, Rora ―chillo, con la mano en mi pecho para detener mi
corazón ahora acelerado―. Necesitamos ponerte una campana.
Ella se ríe, saca una paleta de cereza -mi favorita-, de su delantal y me
la entrega.
―No necesitaría una si no estuvieras tan distraída ―comienza,
alargando la última a, inclinándose sobre mí con su cuerpo de
extremidades largas y golpeando el botón Enter en la barra de
búsqueda―. Rhys Maximillian Koteskiy. Mierda, eso es un trabalenguas.
Solo puedo asentir, mi lengua de repente se pegó al paladar ante la
imagen de él mostrada en mi pantalla.
Rhys Maximillian Koteskiy: Un metro noventa, 95 kilos. Diestro.
―Tienes esa expresión en tu cara como si estuvieras pensando en
cuánto quieres comértelo.
―Solo estoy pensando en lo desagradable que hubiera sido deletrear
'Reece'. Dios, ¿podría ser más cliché? ―Mi dedo golpea la pantalla debajo
de sus estadísticas, en los antecedentes de la preparatoria sobre los que
había estado bromeando―. ¿Escuela de Berkshire? Esa es una academia
de hockey privada, Rora, y mira, su papá es un jugador del salón de la
fama de la NHL. Ha sido criado como un pequeño prodigio perfecto.
Las palabras se sienten pesadas, pero las escupo de todos modos,
ignorando la imagen de él jadeando y aterrorizado, tirado en el hielo. La
imagen de él sonrojado, aterrorizado por no poder respirar contrasta
profundamente con la foto de la cabeza que aparece en mi pantalla.
Parece más joven, vestido con un jersey de hockey azul marino, con el
lobo de la Universidad de Waterfell aullando en su pecho, luciendo más
grande que la vida con una sonrisa destinada a estar frente al mundo.
Hoyuelos, cabello más corto y bien cuidado y ojos claros.
―¿Sadie?
Sacudo la cabeza y salgo de la pantalla lo más rápido que puedo, antes
de volver a mirar a Aurora.
La chica es hermosa, y no es solo su figura esbelta y atlética y su
desorden de rizos lo que de alguna manera siempre parece tener un estilo
perfecto en mil maneras nuevas y diferentes; es algo más profundo, como
si el sol brillara desde el interior de su piel luminosa y leonada,
extendiéndose sobre todo lo que ve.
―¿Sí?
―¿Vas a decirme por qué lo estás buscando?
―Porque no sabía quién era, y ha estado... molestándome últimamente.
―Llegaremos a la segunda parte, pero comencemos aquí: ¡Cómo
diablos vas a Waterfell y no reconoces a ese tipo! Incluso yo sé quién es y
nunca he asistido a un juego.
Intento poner los ojos en blanco, porque si bien eso es cierto, Rora es
más consciente que yo. La pequeña alhelí sabe mucho porque escucha, y
observa todo.
―Estás en esa pista todo el tiempo, donde estoy segura de que hay
pósters de él en tamaño natural alineados en los túneles y pasillos, si nos
basamos en los enormes carteles de su rostro en el campus.
Dios, ¿estuve tan mal el semestre pasado?
Sí. Puedo escuchar la voz del entrenador Kelley invadiendo mis
pensamientos, diciéndome exactamente cuán ausente estuve, cuán
decepcionantes fueron mis dos programas en la final.
―No me di cuenta, supongo ―respondo, solo a medias porque no
hablaré de eso. Seré mejor este año, por mi equipo, por Oliver y Liam,
pero no hablaré más del año pasado.
Rora tiene esa expresión en su rostro ahora, con las cejas arqueadas y
perfectas sobre sus brillantes ojos verdes y sus labios fruncidos. Lleva
todas sus emociones en su rostro y esta es su preocupación.
―Okey, bueno, dijiste que te ha estado molestando ―me recuerda,
dejando morir lo que fuera que iba a decir antes de alcanzar las tazas
multicolores que se remojan en el fregadero. Tomo la toallita de su mano
extendida y la ayudo a secarlas―. ¿Vas a contarme sobre eso?
―Me he topado con él unas cuantas veces últimamente, en mis
prácticas matutinas. Tiene tendencia a ganarme en mi pre-patinaje. ―Me
encojo de hombros de nuevo, sintiéndome ridícula mientras me volteo
hacia ella.
El chillido de Rora es inmediato y tengo la necesidad de taparle la boca,
a pesar del café cerrado y vacío que nos rodea. Cualquier mirada
penetrante que le dé parece ser suficiente mientras se tranquiliza.
―Eso es adorable ―dice, asintiendo excesivamente mientras comienza
de nuevo con una taza casera con forma de girasol que ha comenzado a
perder su color―. Quiero decir, chico de hockey y patinadora…
―No ―espeto, interrumpiéndola y extendiendo la mano para drenar
el agua en el gran fregadero―. Basta, no puedes andar romantizando todo
¿Cuántas veces tenemos que tener esta charla?
Me mira como si hubiera pateado a un cachorro, pero Rora es una
romántica empedernida y ha sido mi amiga desde hace tres años; mi única
amiga, de hecho, pero no importa cuántos chicos me vea llevar al baño o
salir de nuestro dormitorio por la mañana, ella está convencida de que mi
historia de amor está ahí afuera.
―¿Entendido? ―pregunto mientras me lavo las manos. Ella asiente
casi agresivamente, moviéndose hacia un lado para quitarse el delantal y
dejarme espacio.
Rora espera solo un minuto a que coloque mi delantal en el pequeño
cubículo junto al suyo y tome mi mochila antes de que el dique estalle de
sus labios cerrados.
―Entonces... ¿Podemos ir a un partido de hockey?
Esta vez, no puedo evitar sonreír y poner los ojos en blanco, pero, el
aleteo de risa que sale de mí y la sensación de su brazo pasando sobre mi
hombro mientras salimos juntas, riéndonos de alguna broma interna, me
hace sentir normal y bien. Como una estudiante universitaria normal de
veintiún años, aunque solo sea por un momento.
5
―No.
―Rhys ―dice mi papá, el sonido de su voz hace que mi puño se ponga
blanco al agarrar el mostrador de mármol―. Por favor. Te acompaño. No
hemos patinado juntos desde… ―se calla pasándose una mano por su
oscuro cabello canoso.
―Soy muy consciente ―espeto, arrepintiéndome inmediatamente
cuando las palabras se escapan―. Sé que quieres ver cómo estoy y ver
cómo estoy patinando, pero necesito hacer esto por mi cuenta, ¿okey?
Hay vulnerabilidad en mi papá por un momento, antes de que asienta
y se gire hacia la costosa máquina de café expreso, trabajando en silencio,
casi de mal humor.
―¿Otro café ya? ―le pregunto, tratando de aliviar la tensión que
mantiene mis pies pegados al piso de la cocina.
―Para tu mamá. ―Él sonríe, lentamente preparándole un latte
demasiado complicado, completado con una especie de arte de espuma
que apenas termina cuando mi mamá entra con paso ligero en la
habitación. Está envuelta en una bata peluda con pequeñas frutas y
verduras salpicando la tela, con lentes gruesos encima de su cabeza,
enredados en su cabello.
―Buenos días ―le digo, recibiendo una sonrisa feliz en mi dirección
mientras ella se acomoda en el taburete al lado de donde estoy parado.
―¿Cómo dormiste? ―pregunta, bostezando a pesar del control claro y
oculto que plantea su pregunta.
―Bien.
No es mentira. Descansé toda la noche, algo raro que estoy tratando de
convencerme de que no tiene nada que ver con pensamientos que me
distraen con cierta patinadora artística.
―Bien. ―Mamá sonríe. Mi papá se acerca detrás de ella, coloca la taza
humeante frente a ella y la besa en la parte superior de la cabeza,
masajeándole los hombros.
― ¿Qué es hoy? ―pregunto inclinándome hacia ellos.
―Creo que… ¿una flor?
Mi papá frunce el ceño.
―Se suponía que era un corazón.
―Parece una gran masa en forma de hongo ―dice mi mamá con tono
afectuoso.
Me río, una risa real que hace que mis papás me miren y hay una culpa
que ahuyenta lo bueno casi de inmediato. ¿He estado tan vacío, incluso
con ellos?
―Llego tarde ―les digo, saltando y agarrando mi bolso al lado de la
puerta.
―¿Para tener la pista vacía? ―Mi mamá sonríe.
―Yo... eh, sí. ―Sin molestarme en explicar, tomo mis llaves y me dirijo
al garaje.

Casi espero que la pista esté vacía cuando entro, que Sadie realmente
es solo un producto de mi imaginación, inventada para no sentirme tan
malditamente solo en mi ansiedad y mi nada.
Lo que veo en el hielo solo empieza a probar esa afirmación.
Ella patina con la misma energía que recuerdo de antes, toda pasión,
como ver fuego vivo sobre hielo. Ninguno de sus movimientos parece tan
fluido, todos contundentes entre delicados movimientos de baile que
parecen un híbrido de gimnasta poderosa y bailarina elegante, pero
funciona.
La música suena a través de un pequeño altavoz Bluetooth en la
esquina, el ritmo es pesado y fuerte, no es lo que me había imaginado de
ella. Su teléfono está volteado sobre el banco, así que toco el costado y lo
enciendo donde puedo ver el título de la canción, “Run Boy Run” se
desplaza por la parte superior. Intento evitar leer debajo de la música,
pero al ver un texto que dice NO RESPONDER no puedo evitarlo.

Por favor, Sadie, necesito...

El resto del mensaje no es visible. Algo lucha en mi estómago


provocándome náuseas ante las infinitas implicaciones, incluso
mirándola deslizándose sobre el hielo no puedo superar la abrumadora
necesidad de encerrarnos a ambos en esta tranquila pista abierta para
siempre, sin tener que enfrentarnos nunca a nada fuera de ella.
Soy psicótico. Supongo que casi morir en el hielo no me quitó mi
mentalidad de controlador.
Ella va rápido, gira hacia atrás y se inclina como si se estuviera
preparando para un salto, da tres vueltas en el aire antes de golpearse con
suficiente fuerza como para deslizarse sobre su trasero hacia la curva de
las tablas de las esquinas.
Estoy sobre las tablas antes de darme cuenta, patinando hacia ella y
deteniéndome en seco como si fuera un extraño reverso del primer día en
que ella me salvó, solo que sigo siendo yo el que está en pánico.
―¿Sadie?
Mi voz se siente hueca, mis manos entumecidas.
Ella parpadea hacia mí, empujándose ligeramente hacia arriba.
―Hola, pez gordo.
El alivio me atraviesa tan rápidamente que casi me uno a ella y me
tumbo en el hielo.
―Caíste bastante fuerte. ¿Estás bien?
―Esa fue fácilmente la caída que menos dolió esta mañana. ―Ella
sonríe, es una suave curva de sus labios que hace que mi estómago se
caiga y la parte posterior de mi cuello se caliente.
Y no puedo no tocarla, agarro sus bíceps y la levanto suavemente, hasta
que sus patines están firmes debajo de su cuerpo.
Hay preocupación mezclada con el humor ligero todavía en su rostro,
como si incluso ahora estuviera más preocupada por mí. Aparece ese
pequeño hueco entre sus cejas, inclinándose contra su hermosa sonrisa.
―¿Me estabas mirando?
―Tal vez.
―Sigues captando mis peores momentos ―gruñe, patinando
lentamente, y la sigo tratando de no jadear como un maldito perro detrás
de ella.
―Es justo ―agrego―. Considerando que hoy podría ser el único día
en el que no sacarás mi gran trasero del hielo.
―Los he visto más grandes.
Todo en mí se anima ante el enfrentamiento verbal y la oferta de
coquetear. Cada parte de mi entumecimiento habitual comienza a
desvanecerse ante la promesa de ella.
―¿Ah, sí? ¿Eres una chica de traseros?
Ella se detiene y sonríe.
―No particularmente, pero he oído mucho acerca de que los jugadores
de hockey tienen gigantes...
Mi palma golpea su boca, empujándola y enviándonos a ambos
aterrizando ligeramente contra las tablas. Ella es una cosa pequeña,
incluso la altura de sus cuchillas no le aporta nada ya que yo también
tengo las mías puestas. Pequeña, pero no delicada, y con una forma que
puedo ver fácilmente a través de toda la apretada tela negra que cubre su
musculoso cuerpo.
Ella se ríe en mi mano, sus ojos grises se arrugan con humor ante el
efecto de su burla.
―¿Ya lo sacaste de tu sistema?
Asiente, pero aguanto un momento más, desesperado por sentirla
presionada contra mí. Quiero agarrarla, acariciarla y tocar cada
centímetro suyo.
No debería, es mi amiga, si acaso eso, pero ahora estoy en su órbita y
ella se está convirtiendo en mi maldito centro de gravedad. Ya sea que se
dé cuenta o no.
―¿Qué hay de ti?
―¿Qué hay de mí?
―¿Alguna vez me dirás por qué sigo sacando tu gran y hermoso trasero
del hielo?
Sonrío.
―Así que has estado observando mi trasero.
Se queda callada, con una media sonrisa aún en la cara, pero en sus ojos
se refleja claramente una rápida revisión hacia mí. Vuelve a estar
preocupada por mí y se me hace un nudo en la garganta.
Ella me empuja de repente, cambiando nuestras posiciones y
presionándome contra las tablas y el acrílico de una manera mucho más
suave y sensual de lo que estoy acostumbrado, con la parte superior de su
cabeza rozando mis hombros.
―Muy bien, pez gordo, hagamos un trato.
No es necesario ningún trato: si ella sigue mirándome así, haré todo lo
que me diga.
―Yo no pregunto por tus cosas, tú no preguntas por las mías.
Compartimos el hielo…
―Y la música ―interrumpo.
―Y la música. ―Ella se ríe y mi pecho se siente más ligero―. Pero eso
es todo. Nada más, solo… compañeros.
Ella se aleja de mí y da una pequeña vuelta, manteniendo sus ojos en
los míos.
―No me mires ―agrego desesperadamente, mientras ella comienza a
patinar hacia su lado.
Su frente se arruga y su boca se abre como si fuera a bromear o hacer
una pregunta de seguimiento, pero no lo hace. Algo que ve en mi cara
debe ser suficiente.
―Okey.

―¡Creo que lo tengo! ―grita Liam, golpeando de nuevo mientras su


bastón gira con el disco.
Sonrío, patinando para levantarlo y sostener sus brazos mientras
intenta estabilizar sus cuchillas debajo de su pequeño cuerpo.
Volver a ser voluntario originalmente fue idea de mi mamá, después de
escuchar a mi papá molestarme todas las mañanas acerca de patinar
juntos. Eso y -como ella me dijo-, tener que distraerlo cada mañana para
que no me siguiera.
Pedí insistentemente que no me diera detalles de dicha distracción, mis
papás siempre han sido lo suficientemente cariñosos como para
enfermarme normalmente.
Así que ahora patino tensamente con Liam, tratando desesperadamente
de ignorar la mirada de mi papá desde el otro lado de la pista. Está
ayudando a los niños mayores, lo que significa que está con Oliver, así
que no puedo evitar observarlos a ambos.
Mi papá, alto y fuerte, sigue siendo en gran medida el jugador estrella
de la NHL que era antes de retirarse, salvo las canas que ahora cubren su
cabello oscuro y las arrugas en las comisuras de sus ojos. Como cada vez
que ha estado en el hielo conmigo, sonríe mientras trabaja con los
jugadores en ejercicios de pivote alrededor de dos conos de color naranja
brillante.
Maniobro a Liam para que sostenga el bolsillo lateral bajo de mis
pantalones deportivos, antes de ofrecerle la mano después de quitarme el
guante.
Una fuerte carcajada surge del círculo que espera en el espacio de
ejercicios alertándome del grupo de niños preadolescentes que rodean a
Oliver.
Es un poco alto para su edad, pero por lo que he visto en la última hora
de enseñanza distraída, Oliver tiene talento. Es lo suficientemente bueno
como para ser observado por la fila de entrenadores charlando al costado
de la pista.
―Oh, no ―murmura Liam, suspirando como una mamá agotada por
su hijo desobediente.
―¿Qué? ¿Oliver?
Liam asiente, mirándome y soltando mi mano.
―Sí. A veces pelea con esos chicos, los que llevan jerseys rojos.
―¿A él no le gustan?
―No siempre vienen aquí, solo cuando están con su papá, creo. A
Oliver no le agrada nadie, pero de verdad de verdad ellos no le agradan.
Me doy cuenta de que el niño es observador, tengo que evitar pedirle
que me cuente todo lo que pueda recordar sobre su hermana mayor.
―¿Sabes por qué?
― En realidad no. ―Vuelve a suspirar, imitando mi pose con los brazos
cruzados―. Pero una vez estaba jugando a los tiburones y a los pececillos
con todos y con el entrenador Chelsea, y los oí hablar de Sadie.
Se me revuelve el estómago cuando veo a Oliver quitarse los guantes y
enfrentarse a uno de los niños. Quiero empezar a animarlo y silbar como
si estuviera viendo su primera pelea en la NHL, pero logro mantenerme
bajo control.
En lugar de eso, le digo a Liam que se agarre a las tablas mientras patino
y me inserto entre ellos.
―Retrocedan ―espeto, separándolos fácilmente―. Tranquilos.
Mi papá intenta sujetar el hombro de Oliver, pero él se aparta como si
se hubiera quemado.
―No me toques, imbécil.
Dejo escapar un suspiro. Jesús, este niño.
―Cálmate, Oliver ―pruebo, mi voz es un poco más suave mientras
mantengo agarrado el cuello del chico del jersey rojo.
La mirada acalorada de Oliver se dirige a la mía, de nuevo como un
animal enjaulado listo para arañar. Se parece a Sadie, a la defensiva y
contundente.
―Ellos empezaron ―escupe, mientras la ira brota de él en oleadas, pero
puedo ver la vulnerabilidad en su mirada rogándome que le crea.
―Lo sé ―le digo con calma, soltando al otro niño con un empujón hacia
mi papá―. Deja que el entrenador Max se ocupe de ellos. Vamos a
refrescarnos.
Algo parpadea en sus ojos, antes de suspirar y dejar caer la cabeza.
―Okey ―dice y me sigue hacia donde ahora está Liam tirado sobre el
hielo.
La sesión casi ha terminado, pero tomo una esquina de la pista para
nosotros tres, arrastrando a Liam mientras corrijo los filos de Oliver.
No es hasta que mi papá se une a nosotros que me doy cuenta de que
la pista está despejada.
―¿Dónde está Chelsea?
―La envié a casa, le dije que esperaríamos a sus papás.
Asiento, todavía manteniendo mi mirada en Liam persiguiendo a
Oliver alrededor del círculo que está creando con sus filos. Si miro a mi
papá, veré la pregunta que sé que está ahí, sobre estos niños y mi conexión
con ellos.
Pero él no molesta. En vez de eso, mi papá da un paso adelante con su
bastón, sacando a Oliver de su patrón actual y cambia su enfoque para
atrapar un tiro rápido con su revés. Le lleva unos minutos, pero se adapta
fácilmente a nosotros, siguiendo cada corrección que se le da. Puedo ver
la chispa encenderse en mi papá, reconociendo el nivel de talento que el
niño tiene ahora como un brillante potencial.
La reconozco instintivamente, como si fuera un faro localizador
atrayéndome siempre de regreso a su penetrante mirada gris. Ella se
detiene a medio paso, su bolso cae de sus hombros mientras observa a
Oliver con aprensión en sus ojos y su guardia muy alta.
Liam la llama a gritos mientras lo levanto y patinamos los dos. Oliver
hace una pausa, pero mi papá le pide que vuelva a realizar su ejercicio
actual.
Sadie lo mira con los ojos brillantes, como si esto no fuera algo que
pudiera ver tan a menudo.
―Tiene talento ―le digo, dejando que Liam baje de mí.
El niño más pequeño grita: “¡Mírenme!” e intenta unirse a su hermano
al otro lado de la pista, incluso con su resiliencia y sus rápidas
recuperaciones, nunca lo logrará.
Puedo decir que Oliver está alardeando un poco y Sadie está pegada a
cada uno de sus movimientos. Se despierta algo en mí, como si debería
disculparme por cómo la arrinconé ese primer día, quizás leí mal esta
situación.
Pero luego pienso en ese mensaje en su teléfono.
―¿Tus papás no vendrán? ―pregunto, pero se siente como probar un
campo en busca de minas terrestres.
―Tenemos un trato, pez gordo ―responde, negándose a mirarme―.
Están ocupados, yo puedo cuidar de los niños. ¿Alguna otra pregunta?
Miles. Como ¿Por qué estás tan enojada? ¿Por qué patinas como si
estuvieras en llamas? ¿Quién es tan malo que lo pusiste como NO
RESPONDER en tu teléfono? ¿Estás a salvo? ¿Estás bien?
Aun así, niego con la cabeza.
Migajas.
Me comeré hasta la última.
6
Han pasado dos semanas de esta rutina, volviendo a ponerme de pie
sin ataques de pánico mientras me ato los patines. Dos semanas de
despertar con la promesa de verla calma mi estómago, patinando con su
gusto musical ecléctico que oscila desde Steely Dan hasta Ethel Cain y
Harry Styles en la misma hora.
Ahora siento que lo primero que ella selecciona es cómo puedo leer sus
estados de ánimo. Puedo decir que necesita calmarse cuando pone a
Phoebe Bridgers, o que está desesperada por bailar rápido cuando suena
Two Door Cinema Club y MGMT seguidos, generalmente sonriendo con
endorfinas mientras hace estilo libre en su lado del hielo.
Pero a veces, pone “Fast Car” de Tracy Chapman. Esos días ella no suele
hablarme, solo me mira fijamente al entrar con ojos que siempre parecen
medio llenos de lágrimas.
Intento escuchar más esos días, como si las letras que escucha pudieran
ser otro idioma para ella, captando las pistas más pequeñas, desesperado
por todo lo que pueda consumir de ella.
Hoy, sin embargo, llega tarde.
La mayoría de los días que Sadie llega tarde, está enojada, así que me
preparo para disparar y correr en la pista hacia cualquier cosa ruidosa,
pero hoy no parece ser uno de esos días.
La ansiedad de estar en el hielo sin ella desaparece cuando la oigo venir,
resonando desde el túnel hasta la pista silenciosa.
Se necesitan todas mis fuerzas para no girarme y mirarla mientras ella
entra, y espero hasta escuchar sus patines cortar el hielo antes de mirar.
Lleva su vestimenta habitual: una camiseta gris raída de la Universidad
de Waterfell y leggins con unos calentadores sobre sus patines blancos, el
cabello recogido y casi fuera de su rostro.
Ella patina hacia mí con el mismo estilo; un poco enojado, elegante,
pero con un toque de venganza.
―Te hice algo ―dice, y hay ese espacio entre sus cejas como si estuviera
frustrada o cuestionando todo casi constantemente. Sus manos no
sostienen nada, pero me las extiende como si yo fuera el que tuviera un
regalo.
―¿Qué?
―Tu teléfono.
Lo abro y se lo entrego, mirando por encima de su hombro, donde ella
se sienta a mi lado, mientras abre la aplicación, selecciona su perfil y hace
clic en la primera lista de reproducción.
Hay una foto de un beagle de aspecto muy triste con un sombrero de
fiesta en la cabeza, incluso mientras está tendido en el suelo, pero en letras
brillantes aparece el nombre del álbum.
―Canciones de Sadie para el cerebro demoníaco triste de Reece ―leo
en voz alta, antes de agregar―: Escribiste mal Rhys.
―Tus papás escribieron mal tu nombre en el certificado de nacimiento.
A tu manera parece Rise. Entonces, en todo caso, lo arreglé. ―Ella pone
los ojos en blanco, pero sus dientes se aprietan en su labio un poco
tímidamente―. La hice anoche. Yo... bueno, el diseño gráfico no es mi
especialidad.
Mi corazón se estremece por un momento, como una puñalada
persistente al pensar en ella en su habitación, despierta toda la noche
buscando canciones y haciendo arte para la portada para que se vea así.
Para mí.
―Pensé que tal vez podrías escucharla mientras patinas y… no lo sé.
Es estúpido…
―No lo es ―la interrumpo con vehemencia―. Me hiciste una lista de
reproducción.
―Sí. ―Ella asiente, balanceándose en un amplio círculo sobre sus
patines hacia adelante y hacia atrás, empujando mi pecho cada vez. La
agarro cuando regresa esta vez, con mis manos en sus muñecas para que
siga tocándome. Transfiero sus muñecas a una de mis manos, egoísta
tanto con su toque como con su tiempo. Saco el segundo par de AirPods
de mi bolsillo, se los deslizo en sus oídos y la suelto suavemente.
―¿Quieres elegir primero?
― Creo que deberías simplemente mezclarla. Eso es lo que hago, luego
te concentras en eso en lugar de entrar en pánico.
Paso mi dedo sobre el botón mientras ella comienza a patinar hacia el
otro extremo, antes de verla detenerse y girar hacia atrás.
―Puede que no funcione, y realmente no sé qué te molesta, pero la
música me ayuda.
Ella se detiene ahí, pero las palabras no dichas son igual de fuertes. En
todo caso, sus ojos lo dicen fácilmente; quería ayudar y esto es todo lo que
tengo y yo te veo.
―Gracias ―le ofrezco, pero se siente demasiado insuficiente.
Presiono mezclar y me río un poco cuando “No Sleep Till Brooklyn”
comienza a sonar a todo volumen en mis oídos.
Ella patina rápidamente, zigzagueando y calentando, concentrada
como siempre, pero cuando vuelve a pasar a mi lado, sus ojos se
encuentran con los míos y articula las palabras que suenan a través de
nuestros auriculares.
Una risa retumba en mi pecho. Quiero quedarme así con ella para
siempre.

―Tu papá mencionó algo interesante… ¡Maldita sea!


Levanto la vista desde mi posición en la encimera y veo a mi mamá
cuando pasa el dedo por debajo del grifo mientras la salsa hirviendo
burbujea sobre la olla detrás de ella.
―¿Estás bien? ―Sonrío, observándola mientras se limpia las manos en
el mono y se gira hacia la estufa.
Puede que mi papá hubiera sido un jugador de hockey increíble, pero
mi mamá era muy conocida por derecho propio. “El encanto de la
arquitectura” según muchos artículos periodísticos y revistas, Anna
Koteskiy es conocida sobre todo por diseñar grandes gazebos y jardines
extravagantes. Ahora, dedica principalmente su tiempo a dirigir algunas
organizaciones benéficas para proyectos de vivienda sostenible.
Aún así, a mi mamá le encanta cocinar, sin importar lo peligroso que
sea para ella y para todos los que la rodean.
De alguna manera, la entrada de mi papá la asusta lo suficiente como
para dejar caer la sartén en su antebrazo, gritar una pequeña maldición y
aun así lograr sostenerla. Mi papá y yo corremos hacia ella. Mientras yo
tomo una manopla del mostrador para agarrar la sartén, papá la adora
como si hubiera sufrido una lesión que pone en peligro su vida.
Mientras él le murmura en una mezcla de ruso e inglés, mi mamá y yo
ponemos los ojos en blanco.
―Tal vez yo me haga cargo de la cena. ―Él suspira, dejándola ir con
otro beso en la piel quemada―. Está lindo afuera, lleva a nuestro hijo al
patio y pon la mesa.
Mamá agarra la pila de platos de cerámica de color verde oscuro
mientras yo apilo cubiertos, servilletas y otros artículos de mesa en mis
brazos, y ambos salimos de la gran cocina a través del invernadero de
vidrio adjunto, hacia al patio trasero. Las luces de cadena ya están
encendidas, una cálida luz dorada que añade un brillo añadido al ámbar
del sol de las seis en punto.
La mesa de madera de roble personalizada tiene un poco de polvo, lo
cual es habitual en esta época del año, con la cantidad obscena de flores y
árboles en flor cerca del perímetro exterior del patio hundido.
―Entonces, ¿quién es la chica?
Me ahogo con el trago de agua en mi boca, tosiendo repetidamente
mientras mi mamá, la traidora, se ríe y espera a que recupere la
compostura.
―¿De qué estás hablando?
―Claramente hay una chica.
Mis dedos bailan sobre el sudor de mi vaso.
―¿Papá dijo algo?
Sus ojos brillan como si le hubiera confesado mi amor por quien quiera
que esté imaginando.
―¿Debería haberlo hecho?
―No.
―Rhys, si tu papá sabe acerca de una chica antes que yo, nunca te lo
perdonaré. ―Me mira fijamente durante un minuto, antes de relajarse con
una sonrisa de complicidad―. Además, pensé que aún lo mantenías en la
caseta del perro en lo que respecta a tu vida amorosa después del
incidente del baile de graduación.
Un escalofrío de todo el cuerpo se apodera de mí incluso ante la
mención del baile de graduación, empujando los recuerdos detrás de la
pared de ladrillos de mi cerebro.
―No me lo recuerdes. ―Sacudo la cabeza de nuevo―. Como sea, ¿qué
te hace pensar que hay alguien?
Espero sus ligeras burlas, pero su voz se convierte en el suave susurro
que utiliza en cada fracaso, rasguño o moretón cuando era niño.
―Porque eres mi hijo; un pedazo de mi corazón, amor, y te has estado
ahogando. Quizás aún lo haces.
Me siento mal. Por supuesto que mi mamá lo sabría, salvándome de
pesadillas tan a menudo como lo ha hecho.
―Probablemente. ―Suspiro, mi rodilla rebota ansiosamente.
―Pero últimamente, pareces diferente.
Está esperando que complete los espacios en blanco, pero no estoy
seguro de qué decir. Que hay una chica, al menos para mí, aunque ella me
mantenga a distancia siempre. Está bien, me mantendré a un brazo de
distancia siempre y cuando eso signifique que ella esté cerca de mí,
alejando las sombras que abarrotan mi cuerpo vacío.
Sé que no es sano. Simplemente no me importa.
―Sadie es solo una amiga.
―¿Sadie? Bonito nombre.
Bonita chica. Me muerdo la lengua y paso una mano por mi rodilla para
intentar frenar el temblor.
―Hemos estado dividiendo nuestro tiempo en el hielo por las
mañanas. Es una patinadora artística de Waterfell, de hecho.
―¿Sí?
― No creo que le guste mucho ―resoplo, incapaz de dejar de hablar de
ella ahora que he empezado―. Pero es divertida, y tiene buena música.
―Suena como una chica genial.
―Me gusta patinar con ella. ―Las palabras brotan como vómito.
―¿La enojada? ―pregunta mi papá, deslizándose a mi lado para servir
las berenjenas a la parmesana en el centro de la mesa―. Sus hermanos son
adorables.
―¿Tiene hermanos? ―pregunta mamá, dándole a papá un rápido beso
en la mejilla antes de acomodarse mientras nos pasamos una mezcla de
verduras asadas, ensalada César y pasta.
―Oliver y Liam ―ofrezco―. Oliver es bastante bueno.
―Más que bueno. Ese niño es una estrella, y el pequeño Liam es el niño
más lindo que he visto en mi vida, rybochka, con todas sus pecas y sus
dientes faltantes.
Cuando termina su bocado, mamá espera antes de agregar:
―¿Entonces están en el programa? Eso es bueno.
―No sabía que estabas patinando con alguien en la pista por las
mañanas temprano. ―No hay una acusación en sus palabras, en realidad
no, pero de todos modos tengo la espalda recta.
La mentira sale rápidamente.
―Yo la invité, tuvimos una clase juntos el año pasado.
―El premio al peor mentiroso del mundo todavía te pertenece, Rhys.
―Mamá suspira, alcanzando la botella de vino que está al otro lado de la
mesa. Mi papá se le adelanta y le vuelve a llenar su copa.
Se siente bien hablar de ella, al menos un poco, pero es otro recordatorio
de que no importa con qué frecuencia piense en ella, en la forma en que
sus ojos grises se posan en mí, en su música en mis auriculares después
de otra pesadilla, en la fantasía de sus caderas en mis manos rondando en
mi cabeza vacía: Sadie realmente no es nada para mí. Dudo que ella
incluso nos llame amigos.
Mientras tanto, yo estoy desesperado, aunque solo sea por estar cerca
de ella.
7
Es una buena noche. Realmente muy buena.
El aire cálido de finales de julio pasa por las ventanillas bajadas
mientras suena “Waterloo” por los parlantes con estática. Liam canta cada
palabra a todo pulmón desde su silla para auto, y aunque no sé de dónde
vino su obsesión por ABBA, definitivamente la he alentado, incluso
Oliver sonríe y tararea desde su asiento.
Paso por el autoservicio del lugar de comida rápida favorito de Oliver,
que, según él, son las “papas fritas perfectas”. Su rostro se ilumina con
otra sonrisa brillante que me embolso; son tan raras hoy en día.
Pero esta noche él está hecho de ellas.
Esta noche jugó el partido de su vida a sus casi 12 años, anotando dos
de los triples del equipo, incluso jugando en este equipo de exhibición
mixto, Oliver brilla; y sé que cuando llegue el otoño brillará aún más con
su equipo escolar.
Oliver así: con el cabello mojado secándose en el calor del verano, boca
manchada con restos de batido de chocolate, sonriendo a través de
bocados de waffles fritos demasiado grandes, ese es el hermano que
recuerdo, el que está enterrado bajo el dolor.
Juega el juego del alfabeto con Liam sin quejarse, y las risitas de ambos
me dan más sustento que el sándwich de pollo a la parrilla picante que
estoy devorando.
Dejo el auto estacionado por un rato después de que terminamos,
observando la puesta de sol sobre la ligera colina que desciende hacia un
pequeño parque y un lago popular en el que patinamos muchas veces
cuando estaba congelado. Son momentos como este en los que puedo
imaginar otra vida para todos nosotros, en los que me desgarra la
necesidad de conducir hacia el atardecer, persiguiendo la luz hasta llegar
a un lugar nuevo. Nunca volvería a patinar si eso significara un
suministro interminable de noches como ésta para mis hermanos.
Mi teléfono suena, cortando la música de fondo.
Mitchel Hanburgh.
El abogado.
Me disculpo, salgo del auto y me pongo a cubierto en un árbol, lo
suficientemente lejos como para que sus pequeños oídos no puedan oír, y
lo suficientemente cerca como para vigilarlos.
―Hola, habla Sadie.
―Sadie. ―Suspira. Casi puedo imaginármelo como lo vi en la
videollamada anterior―. Escuche, aún necesito el certificado de
nacimiento de Oliver…
―Lo encontré ―lo interrumpo―. Puedo enviarlo mañana cuando pase
por la escuela.
―Genial ―está de acuerdo, pero hay suficiente vacilación como para
saber lo que viene a continuación―. ¿Y su papá? ¿Habló con él?
―N-no he tenido tiempo.
―Señorita Brown, necesito su firma en los documentos de
consentimiento, y ni siquiera he abordado el tema de Liam...
―Lo entiendo ―espeto, luego paso una mano por mi cabello,
enganchándose en los nudos antes de soltarlo―. Lo siento, solo... veré qué
puedo hacer.
―Está bien ―suspira, resignándose―. Tengo que colgar. Envíeme lo
que tiene y veré qué puedo hacer con los documentos de custodia.
―Gracias ―respondo, antes de finalizar la llamada.
Es como si mi momento perfecto de esfera de nieve congelada se
hubiera hecho añicos. Entonces, la sonrisa que les doy a mis hermanos no
es tan brillante como antes.
Odio que Oliver se dé cuenta, más aún que no pregunte. Ver su sonrisa
hundirse y atenuarse hasta desvanecerse por completo (la tensión en su
cuerpo cuando empiezo a conducir hacia casa) hace que las lágrimas
pinchen detrás de mis ojos.
La emoción es abrumadora, hasta tal punto que en el momento en que
llegamos al camino de entrada, sé que no podré dormir sin algo, algo que
expulse todo lo que burbujea dentro de mí.
Me tiemblan las manos mientras escribo un rápido mensaje de texto
preguntando si está ocupado a un ligue habitual. No espero a que me
responda antes de saltar y veo que Oliver ya está desabrochando el
cinturón de seguridad de Liam.
La casa parece tranquila, pero eso no es buena ni mala señal, algo que
mi hermano menor más grande y yo sabemos bien.
Odio que la puerta principal esté abierta porque significa que Liam,
todavía hablando y cantando en voz baja, es el primero en cruzar el
umbral. No importa que le grite que se detenga y espere, él entra, Oliver
y yo lo perseguimos hasta que todos chocamos entre nosotros como fichas
de dominó.
―¿Está dormido?
La pregunta de Liam es interrumpida por la mano de Oliver sobre su
boca.
Nuestro papá no está dormido; en todo caso, está inconsciente. Hay una
caja abierta de latas de cerveza vacía en el suelo de la sala de estar, una
botella de whisky vacía y medio rota en la esquina de la cocina, justo antes
de las escaleras.
No, me doy cuenta con el corazón saltando a mi garganta. Él está
llorando.
―Lleva a Liam a mi habitación.
Eso es todo lo que se necesita antes de que Oliver conduzca a un ahora
callado Liam por las crujientes escaleras.
―¿Papá? ―Empiezo, acercándome lentamente hacia él, incapaz de
descifrar su estado de ánimo―. Yo…
―Oh, Dios ―grita, levantando la cabeza de la cuna de sus brazos. Sus
ojos están rojos y hundidos, las mejillas sonrosadas por la embriaguez y
mojadas por las lágrimas―. Sadie, lo siento mucho. Yo solo…
―Lo sé. ―No lo sé, pero quiero detenerlo ahora antes de que las piezas
de mí que aún se mantienen juntas se rompan por completo―. Pensé que
te habías quedado sin dinero. ¿Cómo conseguiste todo esto?
―Por favor. Lo siento ―llora, ignorante o sin escuchar mi pregunta,
mientras su mano agarra con fuerza mi muñeca.
―No toques a mi hermana ―resopla Oliver, irrumpiendo en la cocina
y quitando la mano de papá de mi brazo.
―Soy tu papá ―espeta, pasando de una tristeza patética a una ira
acalorada en un abrir y cerrar de ojos.
―Apenas ―Oliver escupe, pero me está alejando de la cocina. Habla
con valentía cuando se enfrenta a papá, pero el miedo está en sus ojos:
todavía tiene miedo. Todos lo tenemos.
―¿Está todo bien? ―pregunto, doblando la esquina hacia las escaleras.
Oliver niega con la cabeza.
―Hay una jodida mujer ahí arriba que dice que es la mamá de Liam y
ahora él se está escondiendo.
Se me cae el estómago.
Liam no lo sabe, Oliver probablemente apenas lo recuerda. Fue hace
cinco años, me levanté temprano para una práctica antes de la escuela con
la esperanza de llevar a Oliver conmigo para evitar cualquier cosa con
nuestro papá, pero cuando bajé las escaleras, papá se había quedado
inconsciente en el sofá abrazando un biberón y un bebé estaba en el suelo,
mirándome con los ojos marrones muy abiertos.
Yo estaba aterrorizada, una estudiante de preparaoria de dieciséis años
con demasiada responsabilidad con Oliver; y de repente, había un
pequeño bebé que saltaba y que se sumaba al espectáculo de mierda de
mi vida.
Mi entrenador dio un paso al frente, sabía que tenía que mantenerlo
todo en secreto hasta que tuviera dieciocho años al menos, o nos llevarían
a todos y nos separarían. Entonces, me ayudó a encontrar cuidadores y
me ayudó a lidiar con mi papá para poder patinar y seguir ganando.
Le debo todo.
El hueco en mi estómago se convierte en ira al sentir mis fuertes pasos
hacia la habitación de mi hermano. Oliver me pisa los talones y, por
mucho que sea mi hermanito, es un protector de principio a fin debajo de
toda esa ira.
La mujer está claramente borracha y se balancea sobre sus manos y
rodillas mientras intenta sacar a Liam de su escondite debajo de su cama.
La agarro por el cuello de su camisa y la arrastro hacia atrás. Estoy
segura de que si ella estuviera de pie yo estaría en desventaja, pero yo soy
fuerte y ella está drogada.
―¡Lárgate de aquí, psicópata! ―grita Oliver.
Me las arreglo para arrastrarla afuera, exigiéndole a Oliver que vea a
Liam, antes de empujarla hacia lo alto de las escaleras como si fuera a
tirarla.
―¿De verdad eres su mamá? ―pregunto, odiando la palabra―. ¿Lo
diste a luz?
―Sí, yo…
―Pruébalo.
―Y-yo creo que tengo el certificado de nacimiento. No puedo…
―No me importa. Tienes dos opciones, o te sientas aquí mientras llamo
a la policía y a mi abogado para asegurarme de que pagues los años de
pensión alimenticia pendientes, o te vas a casa y me envías ese
documento, y firmas mis jodidos papeles de custodia.
Apenas pasa un minuto antes de que ella diga:
―Está bien. Solo déjame ir.
Tan pronto como escucho que la puerta se cierra detrás de ella, entro en
acción. Mis manos no dejan de temblar incluso mientras empaco la ropa
de Liam en una bolsa. Oliver ve lo que estoy haciendo y se va a su
habitación, dejando a Liam sentado en la cama.
―¿Una fiesta nocturna?
―Sí ―exhalo, apartando su cabello de su carita pecosa―. ¿Estás bien,
insecto?
―Sí... ¿Se fue esa señora rara?
―Sí, y no va a volver.
―Dijo que era mi mamá.
―No lo es ―le digo, fervientemente.
―Oh. ―Él asiente, pensando mucho―. ¿Crees que tal vez algún día
tendré una mamá?
Mi corazón duele.
―Tal vez algún día, insecto.
Sus palabras me persiguen durante todo el viaje, hasta el punto de que
deben estar escritas en mi cara a juzgar por la reacción de Rora. Los
arropamos y Rora me dice que me duche en su habitación mientras ella
pone una película para ellos. Ya está poniendo a Tracy Chapman en los
altavoces suaves junto a su cama.
Lloro hasta que no puedo respirar.
Por un momento, mientras estoy acostada en la cama de Rora
esperándola, pienso en intentar contactar a Rhys. Como si algo en él
pudiera mejorar esto, lo que es ridículo teniendo en cuenta quién es y con
lo que está lidiando él mismo. Pero no puedo quitarme la idea de la
cabeza.
Aurora me rasca la espalda y me abraza hasta que me quedo dormida.
8
De alguna manera, ella llegó aquí antes que yo, lo que me hace
apresurarme a entrar al hielo como un niño demasiado ansioso por su
primer juego real.
Ni siquiera me molesto en intentar borrar la sonrisa cursi que cuelga de
mi cara casi constantemente cuando estoy cerca de ella. Ella convierte
cada vacilación en emoción, cada ansiedad en casi felicidad, como solía
ser para mí en este hielo.
Me pregunto si podría convencerla de que se meta en el equipo de
hockey para que nunca tenga que estar en el hielo sin ella.
Dios, tengo que recomponerme si voy a ser el “Capitán Rhys”
nuevamente el próximo mes.
Tratando de no perturbar su rutina a mitad de camino, porque puedo
decir que está completa por la intensidad de sus movimientos y el arte
entretejido tan bellamente que hace que me duela el pecho. Aprieto los
puños para atrapar al monstruo ansioso en mi cabeza que está tan
desesperado por tener más de ella, preocupado de que si la miro
demasiado tiempo no pueda evitar hacer algo loco como clavarla contra
las tablas de nuevo.
O ver lo ligera que es en mis manos. ¿Podría sostenerla con mi mano
mientras la otra la aprieta?
Un fuerte crujido y un fuerte golpe me impiden repetir mis sueños
inapropiados, disparando la cabeza de mi cuerpo con una helada
zambullida de terror mientras veo a Sadie deslizarse boca abajo sobre las
tablas, con fuerza.
Ella no se mueve.
Está boca abajo sobre el hielo y no se mueve.
Mierda.
Creo que voy a vomitar.
Estoy gritando por ella lleno de pánico, saltando las tablas todavía en
mis tenis y corriendo hacia su cuerpo tendido. Brevemente, me pregunto
cómo diablos mantuvo la calma ese día que me encontró tirado en el hielo,
porque yo estoy perdiendo la cabeza solo con verla aquí ahora.
Cuando llego a su lado, ella está temblando.
―¿Sadie? ―Mi voz es tranquila mientras me arrodillo para levantarla.
Ella es como agua en mis manos, sin fuerzas y deslizándose mientras
intento al menos apoyarla contra las tablas.
Mis manos flotan en el aire sobre su cuerpo, desesperado por
comprobar que está ilesa, pero demasiado nervioso de asustarla o ampliar
su ansiedad.
Está llorando, casi sollozando como si no pudiera respirar. El pánico
todavía corre por mis venas, pero trato de concentrarme en ella.
―Oye, respira, ¿recuerdas? ―Mi mano presiona los mechones sueltos
y enredados de su cabello que se han escapado de su cola de caballo―. Sé
que se siente como si no pudieras, como si estuvieras muriendo, pero
concéntrate en mis manos.
Me agacho y presiono sus manos contra las mías. Por lo sonrojadas que
están sus mejillas y su cuello, sus manos se sienten como el hielo sobre el
que estamos sentados.
―Prueba el método de los tres ―digo, en voz baja en la inmensidad de
la pista―. Mi terapeuta me dice que piense en tres cosas que puedas oír,
tres cosas que puedas ver y tres cosas que puedas sentir.
―Okey ―resopla, con la voz atrapada entre el sollozo.
―Empieza con lo que puedas oír.
―Mi música. ―Hace una pausa y cierra los ojos con fuerza―. Tu
respiración. El aire acondicionado.
―Algo que puedas ver.
Sus ojos se abren de nuevo, teñidos de rojo, pero solo con algunas
lágrimas escapando.
―Tú.
No puedo evitar la sonrisa que se me escapa.
―Intenta ser específica.
―Tus hoyuelos cuando sonríes. El tapón rosa en los cordones de mis
patines. Una vieja bandera con el logo de los Bruins.
―Bien, último. ¿Qué puedes sentir?
―El hielo bajo mis piernas, las tablas detrás de mí. ―Ella mantiene sus
ojos fijos en los míos―. A ti tomando mi mano.
―Buena chica. ―Aprieto sus manos entre las mías―. ¿Estás bien,
Gray3?
La pregunta la hace sonreír mientras se calma más y asiente, las
lágrimas apenas corren por sus mejillas. Odio verlas, incapaz de no
arremangarme y limpiarle debajo de los ojos.
―¿Gray?
―Por tus ojos. ―Sonrío.
Ella se ríe, pero se convierte en un sollozo.
―Lo siento ―me dice.
―No. No hagas eso de disculparte. ―Hago una mueca cuando mi boca
se abre de nuevo―. Sé que dijimos que no habría preguntas…
―Rhys…
―Pero tengo que preguntar porque esto es nuevo.

3
Gris, en inglés.
Ella comienza a ponerse de pie, trepando por mí como si mi cuerpo
estuviera ahí simplemente para sostenerla, un pensamiento que me
intriga más de lo que debería. La ayudo, todavía elevándome sobre ella,
incluso sin mis patines, mientras ella se estabiliza sobre sus cuchillas.
Finalmente liberando su labio entre sus dientes, resopla y deja que las
palabras caigan de su boca como una cascada.
―Están recortando el horario del área de comida por el resto del
verano, lo que significa que voy a perder ese trabajo, y no puedo hacer de
entrenadora en el horario que me ofrecieron, así que no tendré eso para
reemplazarlo. Por no hablar de que no estaría así si pudiera tener sexo,
pero por lo visto eso no está pasando ahora mismo. Así que estoy
intentando trabajar todo el tiempo, pero mi trabajo cerca del campus solo
tiene tantas horas justo ahora hasta que empiece el semestre, y Oliver
necesita patines nuevos…
Su pecho comienza a agitarse. Presiono una mano firmemente sobre su
esternón, tratando de traerla de regreso.
―Detente por un segundo. ―Asiente apreciativamente―. Vámonos a
otro lugar hoy.
Ella ya está negando con la cabeza.
―Necesito practicar. Tú necesitas el tiempo de hielo…
―Un día no nos matará.
Si Bennett o cualquiera del equipo pudiera oírme ahora pensarían que
han entrado en un universo alternativo.
En lugar de esperar a que ella acepte, deslizo mis manos debajo de sus
piernas y la levanto en un abrazo nupcial. Ella chilla levemente pero no
se queja mientras camino lentamente de regreso a la puerta y hasta el
vestidor.
―Haz lo que tengas que hacer y luego sal al auto. Iré a esperar ahí.
Y sin pensar, le dejo un beso en la frente y recojo mi bolso de equipo,
dándome para salir de la habitación antes de que pueda pensar en lo
ridículo que pudo haber sido ese movimiento.
―¿Queso crema extra? ―pregunto, fingiendo una arcada que
rápidamente es recompensada con un pequeño empujón enojado.
―¿Sin queso crema? ―Ella finge una arcada, mirando mi sabroso
sándwich de desayuno―. Dulce sobre salado siempre.
Estamos en mi auto, estacionados junto a un lago cerca de la ciudad que
Sadie sugirió de mala gana. Es hermoso y ajetreado, e incluso con la luz
dorada de la mañana brillando como un halo sobre la vista tipo pintura,
estoy distraído.
Por ella.
Es tan bella, con sus labios oscuros y pestañas espesas sobre sus ojos
intensos y penetrantes, ese pequeño parche de pecas que quiero tocar casi
constantemente, y su cabello castaño sedoso que imagino se siente así si
paso mis dedos por él.
―Me alegra que te sientas mejor.
―Gracias por la comida. Creo que solo tenía hambre.
No creo que sea tan simple en absoluto, pero no puedo evitar la cálida
sensación que me ha dado el solo hecho de alimentarla.
―Claro. ―Asiento―. Pero, quiero decir, soy excelente escuchando. Si
quieres hablar de cualquier cosa.
Especialmente de la parte de tener sexo.
Me muerdo la lengua.
―Necesito otro trabajo, supongo, ese es el punto principal. ―Ella se
sonroja, pero rápidamente desaparece cuando se aparta de mí―. Y por lo
general, no soy tan... sensible. Manejo mejor las cosas cuando no estoy
tan... exaltada.
―¿Exaltada?
Ella pone los ojos en blanco y toma otro sorbo de su café helado.
―Solo necesito resolver mis cosas… tener sexo, ya sabes. Los atletas lo
hacen todo el tiempo.
―No entiendo ―dejo escapar, inmediatamente deseando poder
retractarme. Me muerdo un poco más fuerte la lengua para evitar
preguntarle si quiere que la ayude con eso.
Si ella te quisiera, te lo habría pedido. Jodidamente mírala, ella no le tiene miedo
a nada.
Pero la imagen de ella vulnerable, en el hielo, mirándome, parpadea en
mi mente. No quiero que nadie más la vea de esa manera.
―¿Tienes citas en serie? ―ella resopla.
―Más bien soy monógamo en serie, pero ya no más. No... ―Me encojo
de hombros y me detengo porque no estoy seguro de qué quedarme.
―Tal vez tú también necesites tener sexo.
Mi cara arde, se pone roja y mi mano busca torpemente enfriar mi lado
del aire acondicionado, antes de rascarme la nuca.
―Yo… ¿qué…
―No te lo estaba ofreciendo, pez gordo. ―Ella sonríe, pero se da vuelta
con la misma rapidez―. Créeme, Eso es... no es una buena idea.
―Cierto. ―Intento reírme con ella, pero no puedo evitar que la
vergüenza manche mis mejillas.
Por supuesto que no. Mírala y mírate.
Patético.
―Para que conste ―le digo, mirando a lo largo del lago a través de toda
la vida que nos rodea―. Yo lo estoy ofreciendo.
Se queda en silencio, pero sonríe y sacude la cabeza, evitando cada
gramo del contacto visual que le estoy dirigiendo.
Pero no puedo arrepentirme.
9
―Hermosa espiral ―dice la entrenadora Moreau, con un acento
marcado a pesar de la calidad etérea de su voz.
Celine Moreau, medallista de bronce canadiense y la mitad de un
equipo de parejas hermano-hermana muy famoso, es la actual
entrenadora del equipo de parejas. Actualmente, solo dos parejas
entrenan como parte del equipo de Waterfell, además de las ocho
individuales. Hoy, ella es la única entrenadora presente en la práctica de
la primera temporada; En realidad, es más bien un patinaje de
calentamiento combinado con unión en equipo.
Mi entrenador está extrañamente ausente, pero trato de no pensar en
eso. Trato de no dejar que esa ansiedad se arraigue siquiera.
En vez de eso, desafortunadamente me encuentro pensando en Rhys.
En sus manos enormes, sus estúpidos bonitos ojos y su sonrisa con
hoyuelos. Todo. Estoy distraída, descuidada en todo caso, y sé que el
entrenador Kelley no estaría contento, que me reprendería y me haría
hacerlo de nuevo hasta que esté perfecto. Prefiero eso, es lo que necesito,
así que dejo que los cumplidos se me resbalen por los hombros, pasando
por mis oídos como ruido de fondo.
Finalmente, la práctica termina y todo el equipo se junta para una
reunión rápida. Tengo las anteojeras puestas, y gracias al extravagante
regalo de Rhys que le rogué para devolvérselo la última vez que
patinamos, la música todavía suena a través de los elegantes auriculares
en mis oídos, que es la única razón por la que no lo escucho acercarse.
Él me quita un auricular de la oreja.
―Esto es música sexual ―susurra Luc. Le doy un codazo
discretamente, todavía fingiendo escuchar los ánimos de su entrenadora.
Luc Laroux es un atractivo y -lamentablemente, habilidoso-, patinador
en pareja. Si hubiera dejado de salir con sus parejas podría haber estado
en su gira olímpica en este momento. Sin embargo, él está aquí, con un
conjunto de habilidades que el otro equipo de parejas obviamente
envidia, y una continua reputación de rompecorazones.
Actualmente, se encuentra nuevamente sin pareja.
―Vi a Rose en la portada de una revista el otro día. ¿Todavía eres
demasiado orgulloso para humillarte?
Su mandíbula se aprieta con fuerza, y toda la alegría se desvanece de
su rostro ante la mención de su antigua compañera, la ahora popular
promesa olímpica actualmente presente en todas partes del mundo del
patinaje junto a su nuevo y entrañable pareja.
El propio rey de hielo casi parece celoso.
―Aw ―gimo―. ¿La extrañas?
Hay un destello en sus ojos antes de que lo cubra con una sonrisa
malvada que sé que lo ha metido debajo de las faldas de muchas mujeres.
―¿Por qué? ¿Te estás ofreciendo a ser mi nueva pareja?
Finjo arcadas.
―Sobre mi cadáver.
Él se ríe disimuladamente, oculto bajo el fuerte doble aplauso de
Moreau que señala el final de la práctica.
―¿Segura? Necesito practicar mis levantamientos. Estaba buscando
pareja.
Pongo los ojos en blanco mientras nos desplazamos lentamente detrás
del resto del equipo. Desafortunadamente, estoy familiarizada con la
insinuación. Normalmente soy bastante repetitiva en mi lema de no
mezclar negocios con placer, pero en este caso ya lo he mezclado, lo que
hace que sea más fácil decir que sí.
Y aún así, estoy dudando.
Y un estúpido par de ojos marrones se están apoderando de todo mi
cerebro.
Así que sacudo la cabeza y empujo el hombro de Luc.
―Tengo que llegar a casa.

Es un desayuno de panqueques por la mañana, lo que, según los


estándares de mi hermano, asegura que será un buen día.
La señora B, nuestra vecina que a menudo nos ayuda, se ofreció a
cuidarlos hoy. Normalmente no la necesito los fines de semana antes del
mediodía, pero el entrenador Kelley convocó un entrenamiento de última
hora en la pista en un email a la medianoche.
Lo que significa que tengo que llegar unas horas antes para asegurarme
de que mi combo de salto actual (y mi espiral) sean lo más limpios posible.
Estoy desesperada por que este año sea diferente; empezando por no
decepcionar al entrenador Kelley.
Pero entonces veo su auto.
Las emociones me invaden demasiado rápido como para concentrarme
en una sola: ira, frustración, miedo, preocupación... emoción y
anticipación.
Quiero verlo, me doy cuenta, tanto como quiero gritarle que salga de
mi pista y de mi cabeza.
No puedes tocarlo. Detente.
Intento cantarlo mientras camino hacia la pista y bajo a los vestidores
lista para ser firme. Para decirle que ya no podemos patinar juntos, por
mi cordura.
Mierda.
Está recostado contra un par de casilleros, doblado y sudando, con los
patines puestos y las piernas abiertas mientras respira como si se
estuviera ahogando.
Se me cae el bolso del hombro y mi ira se desvanece a nada.
El sonido lo alerta, sus ojos marrones se disparan hacia mí con pánico
y luego se cierran cuando se da cuenta de que solo soy yo.
―Tenemos que dejar de vernos así ―murmura, su boca regordeta
arqueándose en lo que supongo que será una especie de sonrisa, incluso
si apenas aparece por el cansancio. Me duele el estómago. Encontrarlo así
otra vez… una semana antes de que empiece a jugar…
Siento el corazón como si estuviera alojado en mi garganta.
―Rhys ―apenas digo, cuando mi mano alcanza su rostro. Solo cuando
rodea mi muñeca me doy cuenta de que estoy temblando.
―¿Preocupada por mí, Gray?
―Aterrada ―admito―. Pensé que estabas mejor.
―Y-yo también. ―Él gime, su cabeza cae en mi palma como si fuera lo
único que mantiene su cuello erguido―. Hoy es simplemente un mal día.
―Debería haberte traído panqueques ―digo, sin darme cuenta de lo
loco que suena por sí solo.
Él se ríe, sin aliento, pero feliz.
―Por favor, explícalo.
―Liam piensa que cuando hago panqueques, será un buen día.
Me sonríe, sus ojos brillan y sus hoyuelos son profundos.
―Intentaré eso la próxima vez, aunque apuesto a que haces los mejores
panqueques.
―Te haré un poco, alguna vez ―le susurro, sentándome a su lado
mientras se limpia la frente y se inclina hacia atrás―. ¿Estás bien?
Él asiente. Sentándose, toma unos tragos de agua.
―Sí, pero te advierto que te tomaré la palabra. Me encanta la comida
dulce en el desayuno.
―Pensé que te gustaba más lo salado que lo dulce.
―Me gusta cualquier cosa cuando se trata de ti ―confiesa y mi corazón
se aprieta.
Su mano se mete en su bolsillo y me entrega unos auriculares. Solo
entonces me doy cuenta de que tiene mis viejos pares en los oídos, que
estaba escuchando música.
―No pude encontrar los míos lo suficientemente rápido ―suspira.
Tomo el auricular que me ofrece y dejo que el cable nos conecte incluso
mientras él me entrega su teléfono para seleccionar la música.
10
Bien podría tener un cartel pegado en la frente que diga: “Bésame”. Y yo
debería llevar uno que diga: “Esta es una idea horrible”.
Nada de esto ha salido según mi plan.
Viéndolo así, encorvado, sólo con el pantalón de chándal y una
camiseta atlética estirada sobre la anchura de su pecho. Con la cabeza
entre las manos, los dedos raspando los gruesos mechones castaños
rebeldes y la respiración entrecortada por la apretada línea de sus labios.
“Make This Go On Forever” suena en mi oído derecho, la música de
Snow Patrol aumenta de intensidad cada pocos segundos, solo
alimentando la energía entre nosotros.
Mi experiencia anterior de encuentros sexuales ha sido toda rápida,
práctica y en la oscuridad, y generalmente termina antes de que realmente
comience. Una distracción personal favorita cuando sentía mi vida
hogareña se filtraba a todo lo demás.
Pero la forma en que Rhys me mira no es solo lujuria, es esa
desesperación que conozco tan bien, en las partes más oscuras de mi
mente que me cierran a todo.
La necesidad de sentir algo, solo para conectarme a mí misma.
Tengo que recordarme qué es esto antes de atreverme a tocarlo.
Dejarme ser esto para él. Es un popular jugador de hockey con una
máscara que debe ser tan buena como el oro. Lo he visto vulnerable
repetidamente, y sé que no lo pedirá directamente, incluso cuando se
inclina un poco más hacia mí.
Entonces, lo igualo, respiración por respiración, movimiento por
movimiento, hasta que su frente tensa se presiona contra la mía, el sudor
en su rostro ahora está fresco en el frío de la habitación.
Su aliento es mentolado y fresco mientras sopla contra mis labios, y sé
lo terrible que es esto, cuánto realmente debería alejarme, quitarme los
auriculares y concentrarme, alejarme de mis emociones burbujeantes
como suelo hacer; pero algo me mantiene aquí, atraída hacia su profundo
pozo de desesperanza como una polilla a una llama.
No puedo salvarlo incluso si quisiera, porque si alguien necesita ser
salvado, son Oliver y Liam antes que yo; y definitivamente no me
corresponde a mí tratar de sostener al chico de hockey que se está
ahogando frente a mí ahora.
Él me necesita.
Sí. Seguro. Para esto, tal vez.
No es lento, solo un breve suspiro antes de empujarme hacia él, mis
labios se encuentran con los suyos sin dudarlo, solo por necesidad.
Un gemido bajo sale de su garganta que suena como un alivio absoluto,
y luego él responde, devolviéndome la pasión que lo alimento hasta que
se siente como si fuéramos parte de un bucle continuo. Sus manos
alcanzan mi cintura, jalándome casi con fuerza antes de que me siente
sobre sus caderas, con las piernas a horcajadas sobre él en el banco bajo.
Su espalda golpea el ladrillo detrás de él, encontrando estabilidad
mientras los patines a medio atar en sus pies se clavan en el piso de goma.
Alejándome para mirarlo, observo cada detalle. Los espesos mechones
de su cabello oscuro cayendo sobre su frente, el rubor rosado de sus
mejillas y la oscuridad de sus labios hinchados que se abren ligeramente,
respirando aceleradamente. Sus manos todavía están sujetando mis
caderas, haciéndome sentir como una pluma por la forma en que abarcan
toda mi cintura.
―¿Esto es lo que quieres? ―Exhala con voz ronca mientras me mira
con los ojos entrecerrados. Me acerco a él, pero me agarra la muñeca y la
sostiene―. Dime.
Se me ha ido la voz y tengo la boca tan seca que siento como si hubiera
pasado meses sin una gota de agua. Solo puedo asentir.
Una sonrisa impresionante que nunca había visto antes se posa en sus
labios, dos hoyuelos aparecen en sus mejillas mientras se ríe y cierra los
ojos antes de presionar su boca en la piel de mi muñeca y murmurar
contra mi pulso:
―Bien. Yo también.
No puedo decidir qué quiero hacer con él primero.
Deslizando mis manos por sus hombros, su cuello y su cabello, lo
agarro ligeramente y vuelvo a sumergirme, solo hasta la fuerte columna
de su garganta esta vez, lamiéndola y besándola rápidamente. Él gime de
nuevo, largo y fuerte cuando sus labios están justo en mi oreja y yo
tiemblo, haciendo que se me ponga la piel de gallina. Los movimientos de
nuestros cuerpos son lo suficientemente duros como para sacarnos ambos
auriculares y mi teléfono cae al suelo con estrépito dando paso a un
silencio resonante.
Sus manos trazan un patrón en mi espalda baja y por un momento
vagan hacia el sur. Espero a que haga algo, cualquier cosa; solo necesito
más, pero después de una breve vacilación, sus palmas calman mi
columna cubierta y el cabello en la base de mi cuello, acunando mi rostro
entre sus manos mientras me besa de nuevo.
Agarro sus enormes palmas con mis propias manos, con fuerza e
insistente mientras las deslizo hacia abajo, abajo, más abajo para ahuecar
mi trasero.
Él gime, apretándome, y yo sonrío tragándome el sonido mientras me
lanzo de nuevo hacia sus labios hinchados.
Es embriagadora la sensación de estar encima de él y en control total.
Solo nos estamos besando, pero se siente como más que cualquiera de mis
encuentros nocturnos anteriores.
Minutos, horas, días... no hay un concepto real del tiempo mientras
estoy aquí sobre sus muslos. Lo único que me mantiene cuerda es el
espacio que mantengo entre nosotros, con mis rodillas plantadas a cada
lado de él, flotando desde la prominente distracción debajo de mí. Ni
siquiera me permitiré mirar.
Posiblemente esa sea la única razón por la que escucho el fuerte y
resonante bang de la puerta trasera que se cierra de golpe, lo que indica la
llegada de alguien.
Me levanto rápidamente de su regazo y me lanzo al suelo.
―Jesús ―murmura, pero no puedo mirar hacia él cuando mi teléfono
se enciende.
Apenas son las seis, así que en realidad no debería haber nadie
pavoneándose por los pasillos traseros a esta hora. Aún así, es un
recordatorio suficiente de que estas ya no son nuestras mañanas de
verano juntas, esto es la vida real.
Lo que significa que alguien muy específico estará aquí antes de que
pueda quitar la mancha de rubor de mis mejillas.
Presionándome para ponerme de pie, me arreglo el cabello en un moño
desordenado y me giro hacia el chico de hockey que,
desafortunadamente, estará ocupando mis fantasías de ahora en adelante.
Me siento en el banco frente a él, como si nada hubiera pasado,
ignorando la sensación abrasadora de su mirada sobre mí una vez más.
―Sadie…
El hechizo está roto. Todo lo caliente en mi estómago se pudre cuanto
más lo miro, y la culpa se apodera de mí.
No puedes ayudar a nadie. Los arruinarás para siempre.
―Necesito practicar. ―Me pongo los patines y los ato rápidamente,
mis manos tiemblan ahora como si hubiera absorbido cada pedacito de su
ansiosa energía en mi cuerpo. Abre la boca, pero levanto la mano para
detenerlo―. En serio, Rhys, no lo menciones. Fue bueno.
―Entonces, ¿por qué te vas? ―Odio la vulnerabilidad en su voz casi
tanto como me odio a mí misma.
Porque esto cambia todo lo que hemos construido en nuestras mañanas
tranquilas. No puedo ser tu salvadora si te estoy arrastrando hacia abajo conmigo.
Necesito concentrarme. Oliver, Liam, Rora, patinaje, trabajo, escuela.
Eso es lo que importa.
No decepciones al entrenador Kelley. No dejes que este año sea como el año
pasado.
No te distraigas.
Oliver, Liam, Rora. Patinaje, trabajo, escuela.
Quiero decir algo, pero las únicas palabras que logran salir de mis
labios hinchados es otra quebradiza:
―Necesito practicar. ―De pie sobre mis patines cubiertos, finalmente
lo miro una vez más―. Y necesito concentrarme. Esto no puede volver a
suceder.
Su ceño se hunde, mirándome mientras deambulo por la habitación,
arrojando mi sudadera en mi bolso y casi corriendo a través del túnel
hacia el hielo.
Solo patino durante treinta minutos antes de regresar, esperando que
esté donde lo dejé. Practico la disculpa en mi cabeza una o dos veces,
porque las disculpas no son exactamente un evento regular para mí, pero
antes de que pueda dar la vuelta en el túnel hacia el vestidor, escucho dos
voces.
Uno, una voz masculina ahora familiar.
La otra, lamentablemente, también la reconozco.
Al doblar la esquina, veo a Rhys de pie, sin patines, estirado en toda su
altura, elevándose sobre el ágil cuerpo vestido de spandex de Victoria.
Ella es hermosa, con músculos delgados fáciles de ver con sus leggins
color canela y su falda con volantes, combinada con una chaqueta azul
celeste y calentadores. Se parece a los carteles de niñas que tenía en mi
habitación cuando era niña, a las atletas olímpicas recortadas de revistas
que pegaba en el interior de mis carpetas escolares. Ella se ve exactamente
como pensé que yo sería ahora.
Graciosa y fuerte, pero hermosa.
No esta patinadora cansada, demasiado emocional e incluso odiosa en
la que me he convertido.
Ella se ve bien con él, me doy cuenta. Ambos tienen extremidades
largas; su espeso moño rubio bien sujetado, labios regordetes y una piel
aún bronceada por su verano en la costa italiana que vi con envidia en las
redes sociales mientras yo estaba debajo del edredón en mi habitación,
comiendo demasiadas cerezas cubiertas de chocolate.
Y Rhys, con su máscara de perfección, sin rastro de miedo y
vulnerabilidad. En su lugar está la atractiva estrella del hockey
universitario que imagino que suele ser; cabello desordenado como si
acabara de salir de un entrenamiento duro, piel sonrojada y una sonrisa
que parece una estrella, brillante y reluciente, incluso parpadea en sus iris,
las pequeñas motas de color avellana se vuelven más brillantes a medida
que sus ojos se arrugan y sus hoyuelos aparecen.
Es exactamente el chico dorado del campus que imaginé. Una versión
un poco más tosca de la foto de su equipo que arrojó mi búsqueda ilícita
en Internet.
Algo al respecto hace que me duela el estómago.
Victoria pone una delicada mano en su brazo mientras habla de nuevo.
Una irracional llamarada de celos hace que mi columna se enderece,
antes de sentarme lo más lejos posible de ellos dos en el banco, golpeando
mi bolso con más fuerza de la necesaria.
― ¡Oh! ―Victoria se anima al verme, girándose ligeramente para poder
mirarnos a ambos, sus manos se aferran ligeramente a la correa de su
bolso, donde abrocha y desabrocha el clip rosa de su garra. El sonido me
chirría los oídos, pero más chirriante es su risa alegre.
―Buenos días, Sadie. No te vi. ¿Conoces a Rhys? ―Ella le hace un
gesto, inclinando su hombro hacia su bíceps como si le resultara familiar.
Mientras yo todavía puedo saborearlo.
Me lamo los labios.
Mis ojos se deslizan para encontrarse con su mirada curiosa, fijada en
mi rostro de la misma manera que lo ha hecho continuamente.
―No. No sabía que era el día de 'trae a tu juguetito-al-trabajo', de lo
contrario no habría llegado con las manos vacías. ―Mientras las palabras
se dirigen a Victoria, es Rhys quien quiero que las escuche. El rápido
movimiento de su mandíbula y el ensanchamiento de sus fosas nasales
son la única prueba de que lo he logrado.
Mi teléfono vuelve a sonar y finalmente lo agarro y contesto sin siquiera
mirar.
―¿Qué?
―Sadie. ―La voz llorosa de mi hermano menor llega a través de la
línea y mi corazón golpea mi estómago―. Tienes que volver.
No hay ni un momento de vacilación antes de susurrar al receptor:
“Estoy en camino, insecto” y cuelgo.
Aún de espaldas a ellos, acurrucándome en la esquina como si fuera a
desaparecer en ella, escucho el audible y pesado suspiro de Victoria.
―Lo siento ―dice, su voz es un susurro suave destinado solo a Rhys
en esta sala llena de ecos―. Sadie es… una especie de solitaria. Ella
realmente no juega bien con los demás.
He jugado muy bien con él durante un mes.
La forma en que habla sobre mí como una especie de niña problemática
solo aumenta mi creciente ira hacia su rostro bien descansado y su belleza
de ojos brillantes, hasta que sale a borbotones de mi boca.
―Bueno, solo hay lugar para una persona en el podio del primer lugar,
Vicky ―espeto con una sonrisa de odio en mi rostro pálido y hosco―.
Pero tal vez llegues ahí algún día.
―Sadie.
El fondo cae de mi estómago, haciendo que el sudor gotee en mi frente.
El entrenador Kelley, de pie, con la mirada fulminante y las cejas
fruncidas. Su decepción siempre ha sido una gran debilidad mía; la figura
masculina a la que he admirado la mayor parte de mi vida.
Me aceptó a los once años después de verme hacer un berrinche por
perder mi racha de primer lugar, sin ninguna figura paterna que me
impidiera quitarle la corona de plástico del cabello peinado hacia atrás a
la otra chica. Su carrera como entrenador tenía solo cinco años en ese
momento, comenzó inmediatamente después de romperse un ligamento
cruzado anterior y nunca se recuperó a su nivel de salto quad lutz de su
carrera olímpica anterior.
Me siguió desde el tercer año hasta la universidad, cuando me perdí el
clasificatorio olímpico, y su decepción al saber que su preciada alumna
nunca patinaría para el equipo de EE. UU. fue algo que me persiguió. Fue
parte de lo que me hizo caer en espiral.
Y parte de la razón por la que ahora estoy en período de prueba, no
puedo competir hasta que alcance mi asistencia al menos al setenta por
ciento.
―Entrenador. ―Hago una mueca, casi incapaz de tragar por el pánico.
Dios, ¿por qué están todos aquí tan temprano hoy?
Alcanzo a desatarme los patines para evitar todos los ojos que ahora se
dirigen hacia mí.
―¿Vamos a tener un problema otra vez este año?
Mantengo la cabeza en alto, pero mis mejillas están calientes por la
vergüenza cuando estalla la obvia reprimenda. Peor aún, frente a Victoria
y Rhys.
―Hablamos de… ―comienza, antes de darse cuenta de que me estoy
desatando los patines y las cejas suben a su frente―. ¿Qué estás haciendo?
Sacudo la cabeza, la frustración, la ira y el miedo se arremolinan hasta
el punto de que me pican los ojos.
Esto es tu culpa. Tú lo besaste. Tú te distrajiste.
Tú los dejaste solos.
―No puedo. ―Sacudiendo la cabeza, mis dientes rechinan hasta que
estoy segura de que mi mandíbula se romperá―. Tengo que irme.
―Sadie ―espeta, agarrando mi brazo mientras intento pasar a su
lado―. Sabes las reglas. Aún estás en periodo de prueba, no te puedes
perder…
―Lo sé. ―Me libero de su agarre, sin molestarme en mirar hacia atrás
mientras corro hacia mi auto.
―Sadie ―dice una voz, justo cuando mi mano agarra la manija de la
puerta del lado del conductor―. ¿Espera, a dónde vas?
Con los ojos bien cerrados, digo rápidamente:
―Déjame en paz, Rhys.
―Deberíamos hablar…
―No necesitamos hablar. ―Lanzo mi bolso en el asiento del copiloto―.
Necesito irme y tú necesitas relajarte. Te estás poniendo pegajoso, pez
gordo.
Odio esta versión de mí misma: la chica desesperada, impulsada por el
miedo y odiosa que quiere que todos y todo estén lejos de ella porque es
demasiado, pero necesita ver esto para darse cuenta del error que fue ese
momento en el vestidor.
Y todo lo que escucho es la vocecita de Liam como un disco dando
vueltas en mi cabeza.
Cerrando la puerta y bloqueándola, trato de arrancar el auto, solo para
escuchar el chirrido de mi motor negándose a girar.
―No ―resoplo, con lágrimas picando mis ojos―. ¡No, no, no!
Una y otra vez.
Nada.
Hay un tap, tap, tap, en mi ventana, antes de que el chico dorado del
hockey con ojos tristes esté pegado al costado de mi auto, haciéndome un
gesto para que baje la ventanilla. Quiero ignorarlo, pero ese miedo
palpitante hace que mi mano alcance la manija para bajarla manualmente.
―¿Qué?
Suspira, pasando una mano por su largo y hermoso cabello de una
manera que me distrae irritantemente.
―Sé que dijiste que no somos amigos.
Estoy siendo ridícula, pero no puedo evitar escupir:
―Es un punto bien establecido.
Una risa extraña sale de él, y casi suena como si le estuviera causando
dolor.
―Bien, bueno, tú fuiste quien me metió la lengua en la garganta, gatita,
así que creo que puedo manejar tu estilo de no amistad.
―¿Gatita? ―escupo, antes de que pueda dejar que la vergüenza de su
grosero comentario me alcance por completo―. Cuidado. Gray ya era
bastante malo.
―Son los ojos. ―Él sonríe, y por un momento puedo verlo, el de antes.
Tal vez nuestros caminos se hayan cruzado antes, porque en este
momento luce como el héroe del campus, el chico dorado del hockey y
exactamente el tipo de aventura de una noche con el que me enrollaría.
Levanta las manos, como en una rápida rendición.
―Entonces elegiré otro apodo para ti.
―Sin apodos ―regateo. Los apodos parecen demasiado familiares.
Él resopla.
―Lo dice la chica que sigue burlándose de mí como el pez gordo del
hockey. ¿Intentas acomplejarme?
―Es difícil darte algo que ya tienes.
La verdad es que no lo conozco. De hecho, todo lo que he visto de él
hasta ahora solo debería demostrar que no es el pez gordo del hockey como
tanto me gusta llamarlo. En el mes que he patinado con él, se ha mostrado
desgarradoramente dulce o devastadoramente asustado y triste.
Ninguna parte que haya compartido conmigo ha sido el del capitán de
hockey, Rhys Koteskiy, hasta hoy.
―Bien.
Pero su rostro se ve un poco triste, y desearía poder retractarme porque
odio esto, pero elijo morderme el labio con fuerza, esperando evitar que
algo más horrible salga de mi boca.
Mi teléfono suena de nuevo, los rostros sonrientes de Oliver y Liam
iluminan la pantalla y envían una acalorada ola de ansiedad a través de
mí nuevamente. Respondo rápidamente, esperando con los ojos bien
cerrados los pequeños sollozos de Liam, pero esta vez es Oliver.
―¿Sadie?
―Hola, asesino ―apenas digo―. ¿Estás bien? Estoy en camino ahora.
―Perdimos el autobús para el programa temprano, y Liam volvió a
orinarse en los pantalones. ¿Nos vamos a meter en problemas ya que es el
primer día de clases?
Un suspiro de alivio sale de mis labios y asiento, aunque él no puede
verlo.
―Okey, está bien, y no, no vas a tener problemas. No te preocupes.
Estaré en casa pronto y lo resolveremos.
Al colgar, muevo todo mi cuerpo hacia la ventanilla baja y agarro el
borde con las manos.
―¿Ibas a ofrecerte a llevarme? Porque lo aceptaré.
―Sí. ―Su expresión es una mezcla de confusión y alivio, muy
probablemente por mi actitud extremadamente fría y caliente.
―¡Genial! ―Salto del auto, casi arrastrándolo con el empujón
inesperado de mi puerta. Solo titubea un momento antes de agarrar el
mango y sostenerlo por mí.
Toma mi bolso de mi hombro y lo arrastra hacia su elegante y brillante
auto, que ya he admirado una vez esta mañana, antes de abrirlo y dejar
caer mi bolso en el asiento trasero mientras camina.
El cuero siente fresco en mi piel. Me recuesto, como si hubiera estado
aquí en este auto con él un millón de veces antes.
La burbuja que se forma a mi alrededor en su presencia privada
comienza a formarse cuando se sienta a mi lado y registra mi dirección,
con los ojos fijos en su cámara retrovisora y luego en la calle, como si
acabara de obtener su licencia.
―Odio conducir ―resopla después de unos minutos de silencio, con
las mejillas brillando y los ojos muy abiertos, como si no hubiera querido
decir eso en voz alta.
―¿Por qué te ofreciste?
Su ceño se frunce de nuevo, sus manos aprietan con fuerza el volante
antes de respirar profundamente, esponjando el espeso cabello que cuelga
sobre su frente, y luego sonríe, esa misma sonrisa de estrella brillante con
hoyuelos y me doy cuenta de que no es falsa, él es así de jodidamente
hermoso.
―Necesitabas mi ayuda.
No confío en mi boca para decir nada.
Hay silencio en el auto, pero mis oídos están atentos a la música que
toca, como siempre. Aún así, es solo la estación pop principal que
transmite los mejores éxitos. Es como si estuviera demasiado concentrado
en conducir como para notar algo más. Él no canta, ni siquiera tamborilea
con los dedos, mientras cada músculo de mi cuerpo está tenso con la
moderación de simplemente cantar cada canción o bailar en mi asiento.
La música, como el sexo, es una forma de liberación para mí. Cuando todo
parece demasiado es un lugar seguro para canalizarlo todo, mucho más
seguro que mi tendencia a disfrutar de encuentros nocturnos en el baño o
de ni siquiera una noche completa.
La música, de cualquier estilo, me hace sentir bien.
Estoy tan apretada con la tensión arremolinada en la cabina del auto,
que salgo como un juguete de resorte por la puerta en el momento en que
se acerca un poco a mi callejón sin salida.
―¡Jesucristo! ―grita, frenando con tanta fuerza que la puerta abierta
casi me golpea, a pesar de que agarro la manija―. Dios, Sadie, por favor,
no vuelvas a hacer eso.
Quiero soltar algo sarcástico, pero hay miedo genuino en sus ojos y su
rostro parece afligido, como si acabara de ver un fantasma.
La misma cara que me puso cuando caí sobre las tablas.
Entonces, me muerdo el labio y murmuro una disculpa acompañada de
un agradecimiento, mientras señalo por encima del hombro el dúplex de
ladrillo rojo deteriorado detrás de mí, con el césped demasiado alto y
lleno de maleza. No me avergüenzo, ya he tenido suficiente de eso para
toda la vida, pero Rhys en un BMW negro brillante grita cucharas de plata
y dinero de papá; incluso si tiene una profunda fuente de secretos y
traumas emocionales debajo de su bonito cabello y su hermosa sonrisa.
Mostrarle mi casa, donde viven todos mis secretos, realmente no ocupa un
lugar destacado entre las cosas que me gustaría hacer con el chico del
hockey.
―Tengo que irme. En serio, gracias, Rhys.
Se estira sobre la consola y su enorme cuerpo se extiende hasta que es
capaz de evitar que cierre la puerta. Es sorprendentemente atractivo y mis
mejillas se sonrojan de calor.
―¿Estás segura de que estás bien? ―me pregunta, con el ceño firme.
No dice el resto, pero puedo verlo en sus ojos. Yo lo ayudé cuando no
podía mantenerse en pie, él se ofrece a hacer lo mismo.
Pero sé que invitarlo como respaldo a mi prisión solo pondrá en peligro
a quienes dependen de mí, y podría revelar todo lo que he podido
contener durante años, sin mencionar que todavía puedo sentirlo y sé que
seguir permitiéndome estar cerca de él solo empeorará las cosas. Incluso
ahora, todo lo que quiero hacer es dejar que sus manos agarren mis
caderas y me arrastren sobre la consola hasta su regazo con la fuerza que
sé que tiene, y me presione contra el volante.
No. No con él. Detente.
―Tengo que irme, gracias ―repito cerrando la puerta.
A la mañana siguiente, antes de que pueda siquiera considerar qué haré
para recuperar mi auto, salgo y veo que mi auto está en el camino de
entrada, recién lavado y arrancando sin ninguna queja.
11
―Recuerda lo que dijo el médico sobre el ruido y la bebida, Rhys ―dice
mi mamá, su voz es clara como el cristal por el sistema de sonido de mi
auto. Mi cabeza permanece presionada ligeramente contra el material
demasiado lujoso de mi asiento, tratando de mantener la respiración
incluso en el interior fresco, a pesar del sol que golpea mi ventana―. De
hecho, ¿por qué no le envío todo esto al querido Ben? Él estaría encantado
de ayudar…
―Mamá. ―Lo intento de nuevo, mi quinto intento de poner fin a esta
conversación alimentada por la ansiedad desde que me estacioné frente a
la casa de ladrillo rojo―. Estaré bien, no es necesario que le des nada a
Ben, ¿okey?
―Rhys ―medio solloza en el teléfono y todo mi pecho se contrae―. Si
quieres volver, puedes hacerlo y podemos arreglar algo…
―Uspokoit'sya4, mi amor.
Cierro los ojos con fuerza y agarro el volante con las manos mientras la
voz de mi papá hace eco en el suave espacio del auto, haciendo que de
repente todo parezca más pequeño. Haciéndome sentir más pequeño.
―Deja ir a mi hijo ahora, ¿sí? Has hablado con él desde que se fue hace
media hora, está bien. Necesita tiempo.
―Estoy bien, mamá. ―Estoy de acuerdo, tragando saliva por el nudo
en mi garganta―. Lo prometo. Te llamare mañana.

4
Cálmate, en ruso.
Con esa promesa, ella finalmente accede a colgar, y el sonido de las
tranquilas palabras en ruso de mi papá resuena mientras presiona el
botón de finalizar llamada.
Un fuerte golpe llama mi atención hacia la ventana, viendo el shock
exagerado con la boca abierta en el rostro de Freddy, donde se inclina para
golpear mis ventanas subidas, antes de quitarse los aviadores de la cara y
abrir mi puerta.
Matthew Fredderic, extremo izquierdo y dolor en mi trasero residente.
Con los cascos puestos y deslizándonos sobre una capa de hielo
podríamos ser gemelos, de la misma altura y constitución, lo que funciona
de maravilla para nuestro juego de delantero de primera línea como
extremo y centro, pero aquí somos como el día y la noche. El extremo
izquierdo es rubio, con inocentes ojos verdes y una sonrisa excesivamente
coqueta que coincide con la personalidad de “ámalas y déjalas” que
continúa dejando un rastro de corazones rotos a su paso. Ya tiene una
reputación, la ha tenido desde el primer año y, según los rumores, era
tremendamente promiscuo en la preparatoria.
El tipo de chico que te preocupa presentarle a tu mamá, por no hablar
de tu hermana.
―Sabía que me estaba muriendo. ―Suspira dramáticamente,
apoyando el peso de su cuerpo contra la puerta abierta mientras salgo―.
Esos tacos de pescado de ese camión finalmente me han acabado, Reiner.
Estoy teniendo alucinaciones.
Solo logro esbozar una sonrisa, antes de que mis ojos se fijen en la figura
que se avecina detrás de él, con los brazos cruzados, todavía de pie junto
a su camioneta.
Bennett Reiner ha sido mi mejor amigo desde que teníamos cinco años.
Nuestros papás jugaron juntos en las categorías inferiores y en la NHL,
solo durante un año antes de que el papá de Ben se rompiera el ligamento
cruzado anterior y terminara su carrera en su temporada de novato.
Nuestra primera lección para aprender a patinar nos unió antes del
hockey y antes de la escuela. Éramos inseparables hasta el punto de que
nos vendieron como un paquete a los entrenadores de alto nivel para
prestigiosas academias de hockey de la zona. Si bien mis habilidades y
velocidad se desarrollaron en posiciones ofensivas, lo que eventualmente
me llevó al centro, Ben siguió haciéndose más y más grande sin ningún
juego agresivo, antes de que los entrenadores lo ubicaran en la portería.
Es el mejor portero que he tenido, alguien en quien puedo confiar para
mantener la calma y la estabilidad sin importar el marcador. Meticuloso,
especialmente con su rutina, Bennett tiene una presencia sólida.
Una en la que no me he permitido apoyarme, pensando que lo
arrastraría conmigo.
―Hey ―digo, asintiendo con la cabeza y dejando que Freddy cierre la
puerta detrás de mí. Hay muchas cosas que podría decirle, pero las
palabras se confunden dentro de mi cabeza.
Lo siento, Ben. Apenas podía abrir los malditos ojos, y mucho menos mirar a
mi papá a la cara.
Hablar contigo, ser honesto contigo, fue como escalar el Everest porque la idea
de no volver a estar nunca más en el hielo de repente se volvió tan aterradora como
estar nuevamente en el hielo.
Me odiaba a mí mismo casi tanto como me odia el hockey, y no quería sentir
nada ni remotamente cómodo, y tú eres un salvador, un protector, no podrías
protegerme de esto.
Quiero decirle: Eres mi mejor amigo, y nunca quise lastimarte, pero todo
dentro de mí se volvió negro, se descompuso y todavía no es nada bueno. Ya no
soy nada y es egoísta pero no quería que vieras eso.
En lugar de eso, me paso una mano por el cabello nuevamente, antes
de meter las manos en los bolsillos de mis pantalones cortos y asentir.
―¿Cómo has estado?
Está en silencio, mirándome sin moverse, una quietud que solo yo he
visto en él.
―Voy a poner las cervezas en el refrigerador ―dice Freddy, su sonrisa
vacila mientras me golpea el hombro―. Es bueno tenerte de regreso,
Rhysie.
Se detiene junto a Bennett en su camino de regreso, apretando su
hombro con fuerza e ignorando la forma en que el más grande de los dos
echa su hombro ligeramente hacia atrás para soltar su toque. Freddy toma
la compra por la puerta aún abierta de la camioneta de Bennett y pasa
junto a nosotros hacia la casa con los brazos cargados de bolsas de papel.
El silencio se extiende entre nosotros, al igual que el inmaculado jardín
verde que sé que Bennett probablemente cortó él mismo esta mañana.
Rutinas, uniformidad, eso es lo que mantiene vivo a Bennett.
―Bennett, mira…
Su enorme mano se levanta, deteniendo cualquier vómito de palabras
que estuviera a punto de salir de mi boca.
―No es tan difícil levantar el teléfono, Rhys, incluso solo un mensaje
de texto. ―Espera, silencioso y estoico, pero sus ojos azules reflejan una
gran profundidad de dolor y traición―. Pensé que ibas a morir.
Bien podría haberme dado un puñetazo en el estómago.
―Ben…
―No. ―Sacude la cabeza, aprieta los labios y pasa una mano por su
rizado cabello color miel. Se saca los lentes de sol de la camisa y se los
pone como si bloquearan el enrojecimiento de sus ojos. Haría cualquier
cosa para evitar escuchar el dolor en su voz―. La última vez que te vi
estabas en una puta cama de hospital. ¿Te das cuenta de eso? Me dejaste
en la oscuridad, rogándole a tu mamá cualquier información. ¿Ir al
intensivo de verano sin ti, mantener el impulso del equipo, decirles que
estabas en un campamento de recuperación jodidamente intenso? Me
sentí como un maldito idiota excluido por mi mejor amigo.
Cada palabra que sale de su boca se siente como el golpe de un látigo,
pero con mucho gusto los aceptaré todos. En todo caso, solo alimenta lo
que se pudre dentro de mí.
Tú le hiciste esto, y ni siquiera puedes sentirte mal por ello, porque estás vacío.
No queda nada, ni siquiera para tu mejor amigo. Egoísta.
Entonces, en lugar de cualquier otra cosa, asiento. A Bennett no le gusta
que lo toquen, de lo contrario ya lo habría abrazado. Lleva sus emociones
en la manga, escritas en su rostro y fácilmente visibles incluso medio
cubiertas por una barba bien cuidada y unos Ray-Ban oscuros.
―No me disculparé ahora porque parecerá que no lo digo en serio.
―Me encojo de hombros, antes de asentir resueltamente―. Pero ya he
vuelto. Me vuelvo a mudar hoy, saldremos esta noche o algo así, y
entrenaremos el lunes. No me iré.
No te dejaré otra vez, no lo digo, pero puedo ver que acepta mi
ofrecimiento de paz mientras se reajusta los lentes de sol en su camisa y
cierra la puerta de su camioneta negra brillante. Tomo mis maletas del
asiento trasero y me volteo hacia él, listo para dejarlo intentarlo de nuevo.
Él camina hacia mí, quedándose unos metros atrás como suele hacer, pero
me sigue cuando entro a la casa.
―Bienvenido de nuevo, Capitán ―dice en voz baja mientras maniobra
delante de mí para abrir la puerta principal―. Aún estoy enojado contigo.
Es aún más silencioso, pero me recorre el cuerpo una sensación de
hogar. Porque eso puedo repararlo.
―Me alegro de estar de vuelta, Reiner.
Y aunque sea solo por un momento, fugaz y pequeño, ese calor en mi
pecho es suficiente.
Tiene que ser así, por ahora.

No terminamos de fiesta, sino en un puesto de nuestra hamburguesería


local favorita. Bennett se sienta frente a mí y Freddy a mi derecha mientras
recogemos las sobras de nuestro pedido demasiado grande. Tres platos
de alitas, gajos de papas y tazones de verduras están esparcidos por la
mesa; la pieza central es un pretzel gigante casi terminado, y el último
trozo apenas cuelga del gancho en el que lo entregaron.
Bennett está sonriendo ahora, es una sonrisa genuina que muestra
todos sus dientes mientras Freddy vuelve a contar la historia de coquetear
con la coordinadora de desarrollo de jugadores de los Bruins durante el
intensivo de verano y casi ser arrastrado por su novio de la NHL en el
hielo justo después.
―No hay manera de que ese tipo se ponga en contacto contigo para
ayudarte con ese elegante disparo deke 5 ―dice Bennett mientras bebe
otro trago de su IPA local casi naranja. Es un snob de la cerveza y se niega
a tomar de la jarra medio vacía que bebemos entre Freddy y yo.
―Se llama Michigan.
La sonrisa de Bennett solo se hace más amplia.
―Debería llamarse misión imposible porque de ninguna manera lo
entenderás lo suficientemente bien como para usarlo en un juego.
Sus chirridos me obligan a sonreír casi con demasiada facilidad,
sabiendo que el año pasado Bennett estaba listo para atravesar al chico
con su bloqueador, harto de su arrogancia y obsesión con los trucos al
estilo deke. Nada que realmente pudiera hacer durante el calor de un
juego, pero a Freddy le encantaba hacer enojar a nuestro portero
generalmente tranquilo tratando los calentamientos y los entrenamientos
como una maldita práctica de disparos.
―¿Has tenido noticias de Tampa?
La pregunta viene de Bennett y tengo que tragar saliva antes de negar
con la cabeza.
Tampa me reclutó antes que Waterfell, sabiendo que después de
obtener mi título, tendría mi lugar con ellos, pero luego, después de la
lesión, rescindieron su oferta, lo que me dejó desesperado por
demostrarle a otros equipos interesados que soy igual de bueno, si no
mejor.
Puedo sentir a mi mejor amigo observándome de cerca, haciendo un
seguimiento de mi bebida de una manera que me hace preguntarme si
recibió un mensaje de texto de mi mamá, pero trato de ignorarlo. Aún así,
el sudor comienza a acumularse en mi frente y la ráfaga de calor en mi
cuello me hace tirar de mi camiseta.

5
Es un movimiento fingido en el que un jugador ofensivo usa el disco para confundir a un defensor o al
portero.
Si alguien puede sentir que algo anda mal en mí, ese es Bennett Reiner.
―Tienes que estar bromeando ―refunfuña Freddy con la boca llena de
pretzel, antes de gemir y desplomarse contra la cabina, golpeando su
teléfono sobre la mesa pegajosa.
―¿Qué?
―Las malditas conejitas de disco arruinan mi vida ―gime, arrancando
el resto del pretzel como un hombre de las cavernas y metiéndolo en su
boca ya llena―. La historia de Paloma hace que me arrepienta de haberlos
escuchado a ustedes dos idiotas.
Las fosas nasales de Bennett se dilatan y su mandíbula se cierra
mientras se traga una réplica. Por lo general, este sería el momento en que
traigo una charla de paz al grupo, pero me distrae el video que se
reproduce en bucle en la pantalla del teléfono de Freddy.
No es la rubia frente a la cámara, que gira en un pequeño círculo para
mostrar toda la fiesta de la fraternidad, sino una chica de cabello oscuro
familiar a la luz del flash que se mueve sobre ella demasiado rápido.
Solo está ahí por un breve segundo antes de que la imagen pase a varias
instantáneas de vasos de chupito y brindis, y antes de que pueda pensarlo
mejor, tomo su teléfono de la mesa y hago clic en el botón izquierda para
regresar, deteniendo el video con el pulgar presionado con fuerza.
Es ella.
Sadie, sentada en el brazo de un sofá rojo de aspecto cuestionable, con
una postura terrible y encorvada, de modo que su barbilla descansa sobre
la palma de su mano, golpeando su mejilla con las uñas mientras mira
fijamente al chico sentado en los cojines a su lado, con sus manos subiendo
y bajando por las pantorrillas de ella.
Se ve terriblemente aburrida y tan hermosa, con el ceño fruncido que
ahora estoy tan acostumbrado a asociar con sus labios pintados. Está lo
suficientemente cerca detrás de Paloma como para poder ver toda su cara,
ojos con sombra de color ahumado, su cabello peinado hacia atrás en una
bonita cola de caballo trenzada con un vestido gris ceñido que parece ser
para una noche sofisticada y no tanto para una fiesta de fraternidad fuera
del campus.
Me duele el pecho y un extraño torrente de pánico recorre mi columna.
No lo menciones. Fue bueno.
Es lo que dijo, pero no fue suficiente, ya que no volvió a buscarme. No
apareció en nuestro patinaje matutino ni en la segunda noche de Aprende
a patinar.
No la culpo. Sé que he sido una cáscara cuando se trata de deseo o
pasión: demasiado miedo de intentar algo conmigo mismo, y mucho
menos con otra persona.
Lo he pensado, pero el vacío y la depresión que me corroían las
entrañas superaron cualquier deseo, incluso en la ducha, cuando lo
intenté una o dos veces, el dolor que me invadía la cabeza y la falta de
algo en qué pensar que se sintiera remotamente bien me hizo sentir más
destrozado.
Patético.
Pero sentí algo con ella, algo real y cálido que ahuyentó de mí cada
fragmento de sombra oscura mientras me concentraba en ella. Solo en ella.
―Jesucristo, Rhys ―ladra Freddy, sacudiéndome los hombros y
agarrando su teléfono de mi agarre demasiado fuerte―. ¿Estás bien?
Mi respiración sale demasiado fuerte para mi gusto, aumentando ante
la preocupación que ya se refleja en los rostros de mis amigos. El ceño de
Bennett está de alguna manera más fruncido, con un poco de frustración
e ira mezclándose con la angustia.
―¿Vas a salir con ella otra vez? ―pregunta Bennett, en voz baja y
tranquila.
Me toma un momento darme cuenta de que no está hablando de Sadie,
porque por supuesto que no. Él no la conoce, y mucho menos nada de lo
que pasó entre nosotros.
No, Bennett está preguntando por Paloma, la extraordinaria conejita
disco y anteriormente una de mis favoritas. Fue solo por unas pocas
semanas, y puedo contar las veces que nos acostamos con una mano, pero
todos hablaron de eso durante meses, como si Paloma Blake hubiera
alcanzado oficialmente su nivel más alto al atrapar al capitán.
―No. ―Sacudo la cabeza, agarrando mis muslos debajo de la mesa
para sofocar los temblores que ahora se disparan a través de ellos―. No
lo haré.
―¿La conoces? ¿A Sadie?
Mi cabeza se dirige hacia Freddy, provocándome un dolor instantáneo
por el movimiento demasiado repentino. Sus ojos brillan mientras toma
una captura de pantalla de la pantalla congelada y levanta la foto,
arrojándole su teléfono a un Bennett curioso pero tranquilo.
―¿Cómo la conoces? ―Mis palabras se derraman antes de que pueda
detenerlas, mis músculos están demasiado tensos mientras espero la
respuesta de Freddy.
―Apenas la conozco; solo la vi en algunas fiestas, eso es todo. ―Me
hace un gesto con la mano, antes de sonreír demasiado―. Ahora, ¿cómo
la conoces tú?
Sacó mi cuerpo del hielo después de que tuve un maldito ataque de pánico
simplemente tratando de patinar, lo cual ya no puedo hacer sin perder la cabeza,
luego coqueteó y me sonrió hasta que pude respirar bien.
Ella me besó hasta el punto de que casi sentí que ya no estaba roto.
―Sí ―añade Bennett, ahora que ha terminado de examinar a Sadie,
deslizando el teléfono a través de la mesa abarrotada―. Teniendo en
cuenta que has estado encerrado todo el verano.
Hago una mueca de dolor, pero dejo que ruede sobre mis hombros
como cada disparo de Bennett. Me lo merezco.
―Ella es patinadora artística…
Freddy chasquea los dedos y me señala.
―Sabía que la reconocía de alguna parte.
―Acabas de decir que la viste en una fiesta.
―Quiero decir, como en otro lugar. Como sea, continúa.
―He estado pasando un rato privado sobre hielo en la pista
comunitaria y aparentemente ella tuvo la misma idea.
―¿Ustedes…?
―Absolutamente no.
Freddy levanta las manos en silenciosa rendición.
―Solo preguntaba. Quiero decir, eres tú quien mira mi teléfono como
si fuera la maldita Copa Stanley.
No lo niego, sino que opto por la más mínima honestidad.
―Ella parece genial. Apenas la conozco, pero… sí.
―Entonces, ¿deberíamos ir a la fiesta?
Un destello de alguna fantasía llena mi cabeza al aparecer en la casa,
entrar y robarle su atención y tiempo, poner mis propias manos sobre su
piel desnuda, mostrando mucho más de lo que he visto en la pista, y ver
si su lápiz labial mancha mi piel para despertarme de las pesadillas con
algún recuerdo tangible de algo bueno.
No lo menciones.
Su rechazo funcionaría como un tiro en la cabeza, pero uno para el que
no estoy preparado, así que evito que el sí salga de mi boca y sacudo la
cabeza.
―Necesito dormir un poco antes de nuestra reunión de pretemporada
de mañana.
―Vamos, Rhys ―ruega Freddy―. Solo pasaremos por ahí, ni siquiera
beberemos, lo prometo.
Las promesas de Freddy son tan confiables como las de un político,
pero un estremecimiento me eriza el vello de la nuca ante la sola idea de
localizar a la chica que atormenta mi psique.
12
Llevar a Rora a una fiesta es como sacarse los dientes, pero de alguna
manera sacarla de ahí es aún peor. Especialmente esta noche, porque a
pesar de mis esfuerzos por mantenerla sobria, está completamente
borracha.
Golpeo la puerta del baño de nuevo, con el ceño fruncido por la
preocupación.
―¿Rora? ―digo de nuevo―. ¿Estás bien?
Hay un largo momento de silencio y por un segundo pienso en intentar
derribar la puerta. En lugar de eso, presiono mi oreja contra la puerta
nuevamente y juego con un mechón de mi cabello de mi cola de caballo
ahora sin trenzar, girándolo una y otra vez, enroscándose entre mis dedos
en un patrón.
Finalmente, se escucha un fuerte ruido y luego un grito de “¡Estoy
bien!” un poco demasiado fuerte desde adentro. Oigo el ruido del
fregadero y me acomodo contra la pared, cierro los ojos e inclino la cabeza
hacia atrás.
La fiesta originalmente fue idea mía, pero Aurora estuvo de acuerdo
después de que tomé un marcador de su lista de deseos universitarios y
agregué asistir a esta fiesta específica conmigo. Es en parte para mí, pero
también para que ella vuelva a sentir algo bueno en lugar de perderse en
su cabeza; sus quejas de “ahora tengo novio” fueron escuchadas y
descaradamente ignoradas porque de ninguna manera toleraría la forma
en que lo vi tratarla en las pocas veces que nos vimos durante el verano.
Tyler todavía se encuentra en un programa intensivo de ingeniería
biomédica. Rora no me dijo lo que pasó, pero vi los mensajes de texto por
encima de su hombro mientras se peinaba en el baño de nuestro
dormitorio. Ella le hizo saber que vendría conmigo a la fiesta, mientras él
le pedía fotos y luego la ignoraba en medio de la conversación después de
un texto frívolo que decía: “ok”.
Ella ya no está tan abiertamente triste, enterrada bajo los tragos de
tequila que nos tomamos antes de bailar hasta que lo único en lo que
podía pensar era en tirar del dobladillo alto de sus shorts lilas
estampados, y yo lo único en lo que puedo pensar es en atravesarle el
cuello con mi cuchilla de patín la próxima vez que lo vea.
―¿Tan mala es la fiesta?
Su voz se siente como seda fría contra mi piel acalorada y sonrojada.
Abro los ojos y veo a Rhys, luciendo completamente sereno y muy poco
vulnerable, una novedad en nuestras interacciones.
Al no haberlo visto en semanas, la necesidad de preguntarle si está bien,
si ha tenido otro ataque de pánico o si está listo para su primera práctica
real (aún marcada con rotulador azul en mi propio calendario) es
abrumadora.
Mis ojos lo devoran. Su cuerpo largo y delgado está vestido con jeans
oscuros y una camiseta negra impecable que se amolda ligeramente a sus
bíceps mientras se apoya contra la pared frente a mí. Noto la calidad clara
de sus ojos y un ligero rubor en sus mejillas, no está borracho, pero ha
bebido algo, lo cual es de alguna manera más confuso porque no lo vi en
ninguna parte de esta casa.
―¿Por qué dices eso? ―pregunto, presionando mis manos en la falda
de mi vestido, jalando ligeramente el dobladillo. Odio la ola de timidez
que zumba a través de mí cuando me observa, sus ojos son rápidos en su
escaneo de mi vestido de seda gris muy corto y mis Converse blancos de
plataforma que tienen plantillas dobles para mis pies adoloridos.
Puede que luzca un poco demasiado vestida con un mar de mezclilla y
cuero, pero luzco mil veces más sexy de lo que realmente me siento, sin
mencionar que el vestido hace que sea mucho más fácil entrar y salir de
esta fiesta con lo que vine a buscar: una distracción rápida.
Que ahora mi mente traidora piensa que debería ser el pez gordo que
ha aparecido a mi lado como un deseo concedido.
―Porque es casi la una de la madrugada y ni siquiera pareces
achispada.
―¿Cómo me veo entonces, pez gordo? ―pregunto, sonriendo a pesar
de mis anteriores promesas de olvidarme del chico triste.
―Como si estuvieras sufriendo ―responde, con más fuego en él ahora
que en nuestras interacciones anteriores. La mordacidad de sus
declaraciones y el brillo en sus ojos, solo hacen que de repente me sienta
más cálida, enrojeciendo mi piel pálida.
Como si estuvieras sufriendo.
Jesucristo.
¿Es así como va entonces? Toda la profundidad de la verdad que he
visto en sus ojos y su obvio pánico solo se refleja en mí: donde yo vi a
través de él con tanta facilidad, él ahora puede ver a través de mí, como
un espejo retorcido y roto.
―Qué manera de arruinar un ambiente de fiesta ―logro decir bajo una
repentina y sofocante oleada de náuseas antes de girarme para tocar a la
puerta nuevamente, rezando por escapar del tormento de sus cálidos ojos
color chocolate.
―No estabas de humor para una fiesta.
―¿No? ―espeto, entrecerrando los ojos hacia él por encima de mi
hombro, sacudiendo mi cola de caballo con la rapidez de mi
movimiento―. ¿Por qué crees…
La puerta se abre de golpe, y Rora, borracha, sale a trompicones, riendo
e hipando como una pequeña hada borracha. Nos ve a los dos y sus ojos
se abren como platos mientras termina de arreglar la blusa sin tirantes a
rayas con su coordinado de pantalones cortos a juego, antes de ponerse
sus botas altas de color crema pálido que le dan unos centímetros
adicionales sobre mí que realmente no necesita.
Agarrándome por los hombros, se inclina y le ofrece la mano a Rhys,
quien la toma con delicadeza.
―Soy Rora. ―Ella sonríe, continúa mirándome de reojo y moviendo
las cejas.
―Rhys ―dice. Su sonrisa hacia ella es deslumbrante, y veo a la
borracha y excesivamente romántica Rora luciendo un poco fascinada.
―Rora. ―Sonrío, pero suena más como una mueca―. ¿Puedes darnos
un minuto? Bajaré a verte y podremos irnos.
―Pensé que tú y Sean…
Mi mano golpea sus labios recién retocados, antes de retirarla
rápidamente y limpiar el residuo pegajoso en mis piernas desnudas. Rora
me frunce el ceño dramáticamente, sus mejillas arden mientras mira mi
rostro y yo ignoro obedientemente el calor de la mirada de Rhys sobre mi
piel.
―Dile a Sean que cambié de opinión. Como tu compañero de clase de
inglés está por ahí, tal vez puedas hablar con él.
El rostro de Rora solo se sonroja aún más mientras se ríe y retrocede
para agarrarse a la pared, pero no es una pared lo que ha agarrado, es un
chico. Uno que también reconozco.
El cuerpo alto, delgado y musculoso se detiene, dejando que Aurora se
amolde completamente a él mientras tropieza y lo agarra. Él coloca sus
manos en sus caderas para detener su tropiezo, su rostro juvenil brilla con
estrellas en sus ojos como si un premio perfecto acabara de caer en su
regazo y, para ser justos, así fue.
―Lo siento ―suelta Rora, inclinando la cara hacia él. Los rizos le caen
en cascada por la espalda, y las pinzas de flores que me pasé una hora
colocando se deslizan por los mechones y apenas los mantienen medio
levantados.
El hombre que la sostiene estalla otra amplia sonrisa, su famosa sonrisa
a la que todas las chicas en esta fiesta (diablos, casi todas las chicas del
campus) han sucumbido antes. No es difícil adivinar por qué (un dios del
hockey alto y musculoso, sí), pero Matt Fredderic parece oro puro. Un
rostro atractivo, algo anguloso y suave al mismo tiempo, con líneas de
sonrisa talladas como una versión supermodelo de un joven Heath
Ledger.
Definitivamente no ayuda que esté vestido como si hubiera salido de
algún anuncio de vacaciones al estilo griego, con la camisa de manga corta
de lino blanco que contrasta con su piel dorada y desabrochada
holgadamente en la parte superior, con una cadena y una medalla de oro
brillando en la tenue luz del pasillo.
―Estás bien, princesa. ―Su boca se curva y sus manos tocan las puntas
de sus rizos que bajan por toda su espalda―. ¿Necesitas ayuda?
―No ―digo, agarrando la mano de Rora y alejándola de los problemas
con P mayúscula. Sé con certeza que si estuviera sobria, todo su cuerpo se
habría alejado de este hombre en el segundo en que accidentalmente lo
rozó―. No te hagas la graciosa, bella durmiente, ahora vete. Iré a
buscarte.
Rora se queja por el apodo, pero se suelta cuando todavía sostiene al
playboy detrás de ella en su muñeca y se desliza escaleras abajo, aunque
de manera inestable. Matt la mira con ese mismo pequeño brillo en sus
ojos.
―Absolutamente no ―decimos Rhys y yo rápidamente y exactamente
al mismo tiempo.
― ¡Yo no hice nada! ―ladra, levantando las manos en alto en señal de
rendición―. Solo estaba aquí buscándote, idiota. ―Señala con un dedo
acusatorio a Rhys―. Envíale un mensaje de texto a Reiner, no me cree que
no te tengo borracho hasta el culo.
―Le diré que estaremos en casa pronto.
―¿Por qué? ―pregunto, lamentando vomitar las palabras
inmediatamente mientras Rhys me mira, un poco conmocionado y un
poco confundido, pero las comisuras de su boca se levantan ligeramente.
Freddy sonríe, camina hacia atrás y desaparece―. Quiero decir…
―¿Quieres que me quede? ―pregunta, y la sonrisa que quiere estallar
en su boca apenas se reprime. Se queda donde está, como si yo pudiera
asustarme si se acerca demasiado.
―Me gustaría ver tu resistencia cuando no estás recién salido de una
descarga de adrenalina.
Deja escapar una risa rápida, tan espontánea que parece casi
sorprendido por eso, antes de sacudir la cabeza y cerrar los ojos,
acechando hacia mí.
Antes de llegar a mí, un cuerpo diferente lo interrumpe,
presionándome contra la pared y aplastándome, ignorante de la
compañía presente y ajeno a mi desinterés.
Sean -apellido suprimido porque parece que no puedo recordarlo-, me
pareció una buena idea cuando se unió a mí en la pista de baile más
temprano en la noche, considerando que fue mi pareja habitual durante
la caída absoluta de mi vida el semestre pasado. Parecía aún más una
buena idea cuando comenzó a dibujar círculos y a masajear mis
pantorrillas mientras charlaba sobre nada que a mí me importara
escuchar. Sus manos son fuertes, lo suficientemente ásperas como para
dejar una marca, así que lo insinué sutilmente antes.
Pero parece que después de ver solo a Rora bajar, lo tomó como una
invitación.
―¿Estás tratando de comerme? ―espeto, empujándolo a pesar de la
vergüenza de que esto suceda mientras Rhys puede ver.
Odio ese pinchazo de timidez tanto como odio el inmediato y obvio
rubor en mis mejillas. No es el ligue lo que me avergüenza, siempre me
he sentido orgullosa de mi sexualidad; mis opciones para hacer lo que
quiero con quien quiero. Solo encuentros sexuales, ese es mi modus
operandi y me niego a disculparme por eso, si los hombres no tienen que
hacerlo, ¿por qué debería hacerlo yo?
Me divierto y obtengo lo que necesito la mayor parte del tiempo.
Entonces, ¿por qué el hecho de que Rhys esté aquí hace que me duela
el estómago?
―Ese es el plan, nena. ―Él sonríe, apretujándose contra mí de nuevo―.
¿Lista?
Mi cara solo se sonroja aún más mientras lo empujo, otra vez.
―En realidad, no me interesa. Ve. Abajo.
―Eso es lo que estoy tratando de hacer. ―Se ríe, retrocediendo apenas
un centímetro, pero lo suficiente para notar que alguien acecha detrás de
él. Girando sobre sus pies, se apoya contra la pared, inclinándose hacia
mi hombro como si fuera a deslizarse alrededor de mí en cualquier
momento, asintiendo con la cabeza hacia Rhys con una rápida sonrisa―.
Oh, mierda. Koteskiy, hey.
El prolongado hey no hace nada para borrar la tensión alrededor de los
ojos de Rhys. Aún así, dibuja una sonrisa en su boca y baja la barbilla en
un rápido y frío reconocimiento, antes de que sus ojos vuelvan a mirarme.
Es difícil luchar con el deseo en mi pecho, haciendo que mi corazón lata
con fuerza por el esfuerzo de no correr hacia él y usarlo como un escudo
personal contra el fantasma de mis momentos más bajos.
―¿Vas a llegar a Frozen Four este año?
―Ese es el plan ―responde Rhys, con las manos metidas en los bolsillos
y arqueando una ceja ante mi postura tensa―. ¿Estás bien, Gray?
Su pregunta para mí no es más suave, pero hay algo en ella que es
diferente… familiar. Genuina, pero silenciosa, como la suave tristeza
grabada permanentemente en sus ojos que nadie aparte de mí parece
capaz de ver.
―¿Gray? ―Se burla Sean, riendo, y su brazo cae sobre mi hombro como
un gran peso. Me pregunto ¿si dejara de intentar mantenerme erguida,
me hundiría en el suelo?―. Oh, ¿estoy interrumpiendo algo?
―Sí ―dice Koteskiy, al mismo tiempo que yo digo―: No.
La mirada de Rhys se vuelve más oscura, una hazaña que no creía
posible, antes soltarme de Sean y alejarme de ellos dos.
Sean se ríe a carcajadas, el sonido chirría en mis oídos.
―Koteskiy, ¿eh? ¿Subiendo la competencia este año, Sadie? ―Me
golpea con la cadera, sus ojos verdes arden mientras me mira de nuevo.
Es mi culpa que se sienta así, porque lo que dice no está mal, es
completamente cierto. El semestre pasado pasé una cantidad exorbitante
de tiempo jugando con sus amigos borrachos de fraternidad solo para
conseguir algún tipo de fuego debajo de él, así me llevaría escaleras arriba
y me destrozaría en lugar de tratar de enamorarme. Si Sean ve a Rhys
Koteskiy como una especie de juego entre nosotros, es solo porque yo
puse ese pensamiento ahí.
Debería ser más amable al respecto, pero de alguna manera me siento
más enojada conmigo misma, con Sean, incluso con Rhys por cualquier
baile doloroso que estemos haciendo entre nosotros.
―Esto no es lo que es ―admito finalmente, odiando que una parte de
mí todavía quiera agarrar a Sean de la mano y llevarlo al baño ahora vacío,
dejarlo deslizarse dentro de mi cuerpo mientras cierro los ojos y solo
pienso en Rhys. En sus profundos ojos marrones mirándome sentada en
su regazo y el sonido de su pesada respiración contra mi piel...
Sería mucho más fácil irme después de eso, bajarme el vestido y
largarme de esta casa asfixiante.
Pero no puedo.
―Escucha…
Cualquier cosa que Sean fuera a decir se interrumpe bruscamente,
cuando Rhys lo agarra por el hombro y lo detiene mientras intenta
acorralarme de nuevo.
―¿Tienes problemas para escuchar? ―dice, empujando a Sean hacia
atrás con tanta fuerza que éste tropieza, a pesar de que Rhys apenas se ha
movido―. Te dijo que te apartes de ella repetidamente. ―Su voz es
tranquila incluso cuando la tormenta se acumula en sus ojos.
―No conoces a Sadie, todo son jodidos juegos para ella, hombre.
Toda la confianza con la que entré aquí esta noche se ha ido, hecha
trizas. Espero a que Rhys se aleje, pero él solo me mira como si quisiera
que refute las afirmaciones, en lugar de quedarme aquí, evitando su
mirada, completamente encogida en mí misma.
Normalmente lo haría. Me encantaría arrancarle la cabeza a Sean de un
mordisco, pero me siento tan llena de todo que necesito una liberación...
―Bien ―dice Rhys, acercándose a mí. Su postura es todo poder,
elevándose sobre el cuerpo demasiado relajado de Sean y el mío semi
protegido. Su mano se posa en mi cintura, deslizándose para presionar la
parte baja de mi espalda―. Entonces ella podrá jugarlos conmigo. Lárgate
de aquí.
El calor que se acumula en mi pecho se extiende por todo mi cuerpo de
pies a cabeza y mi pulso se acelera. El calor pesado de su palma quema la
fina seda de mi vestido.
Quiero besarlo, como una colegiala a la que se le ha protegido su virtud,
como si él fuera un caballero de brillante armadura.
―Es mi casa.
Los cálidos ojos marrones se vuelven casi negros, los puños se aprietan
y, por el paso involuntario de Sean hacia atrás, me doy cuenta de que tal
vez este comportamiento errático no sea normal para la estrella del
hockey. Alcanzo la mano de Rhys rápidamente y envuelvo la mía
alrededor de su muñeca.
―Nos vamos ―digo con más confianza de la que siento, moviendo
todo mi cuerpo hacia adelante con tanta fuerza que sacude a Rhys hacia
mí. Sus manos se amoldan a mi cintura, manteniéndome erguida y
haciéndome muy consciente de cuán grandes son sus palmas en
comparación con mi cintura.
Me detengo en seco cuando Sean nos pasa a los dos y baja las escaleras
pisando fuerte, sus murmullos enojados son apenas audibles por encima
de la música tan fuerte que las paredes tiemblan.
El aliento de Rhys revolotea contra mi cabello en la abertura de la
escalera donde me detuve abruptamente.
―Algún tipo de advertencia estaría bien la próxima vez, nena. A menos
que quieras dejarme fuera durante mi última temporada.
Su uso de ese pequeño nombre burlón funciona como una droga,
relajando cada músculo tenso de mi cuello, espalda y brazos. Es casi
ridículo lo mucho que puedo decir que está tratando de calmarme,
cuando apenas reconozco mi ansiedad por todo esto en primer lugar.
Resoplo sin querer, inclinando mi cabeza hacia él mientras corto:
―¿Una caída por las escaleras terminaría toda tu temporada? Pensé
que ustedes, chicos del hockey, eran indestructibles.
Solo me lleva un segundo darme cuenta de que dije algo mal, que crucé
algún límite tácito con mis palabras. Su rostro se tensa, sus ojos se llenan
de nuevo con ese profundo dolor que he visto en ellos la mayoría de las
veces, antes de que se ajuste la máscara y me conceda una pequeña y
rápida sonrisa.
―Necesito encontrar a mi amiga. ―Es lo único que se me ocurre decir.
Señala las escaleras que conducen a la fiesta.
―Yo también.
Pero ninguno de nosotros se mueve.
Algo me hace dudar, manteniendo mi cuerpo presionado contra el suyo
mientras “The Hills” de The Weeknd comienza a sonar desde abajo.
Debería bajar, encontrar a Rora, volver a casa y acabar conmigo misma.
Debería…
Girándome, agarro la muñeca de Rhys con mi mano y lo jalo de nuevo,
directamente hacia el baño aún vacío, cerrando la puerta de golpe y
bloqueándola detrás de mí. No hay mucha luz, solo un brillo rojo opaco
proveniente de las bombillas pintadas que alguien instaló para la fiesta.
Las paredes tiemblan con el bajo que viene desde abajo, la canción suena
fuerte a través de las rendijas alrededor de la puerta mientras me agarro
a la tela negra de su camiseta.
―Sadie, yo…
―Sí o no, pez gordo. ―Es más una afirmación que una pregunta, pero
todo mi cerebro se siente como si estuviera colgando de un hilo, apenas
cuerda a través de los pensamientos abrumadores que podrían haber sido
ahogados por el toque de otra persona a estas alturas.
Rhys parece casi adolorido, con sus ojos marrones dilatados, y la luz
roja parpadeando sobre su hermoso rostro cincelado donde su afilada
mandíbula permanece apretada. Observo la gruesa columna de su
garganta moverse, calentándome cada vez más con la imagen de él
mientras toma su decisión.
―Solo haré esto si hablamos después.
―¿Qué pasa si no quiero?
―Sadie. ―Lo intenta de nuevo, agarrando mi cabello con su mano y
manteniéndome quieta mientras inclina su boca hacia mi oreja―. Yo no
hago esto… ¿conexiones en el baño en fiestas? Eso no es…
El rechazo duele y me libero de su agarre, ignorando el ligero dolor de
mi cuero cabelludo mientras saco mi cabeza de sus manos.
―¿Pero los vestidores están perfectamente bien? Siempre y cuando sea
para calmar tu mierda, no la mía, ¿no?
No registra lo que dije, lo que revelé, hasta que alcanzo el pomo de la
puerta, desesperada por escapar.
13
Por primera vez no estoy pensando. No cuando la seguí ciegamente
escaleras arriba. No cuando dejé que me llevara a un baño vacío. Ahora
no, mientras la agarro del hombro para evitar que se vaya y la hago girar,
inmovilizando fácilmente su pequeño cuerpo contra la puerta.
―¿Esto es lo que quieres? ―le pregunto, asegurándome de que esta vez
ella pueda sentirme por completo. Cada parte de mi cuerpo está
presionado completamente contra el suyo, conectándose como una pieza
perfecta de un rompecabezas.
Ella es mucho más pequeña que yo, y como nuestras interacciones
anteriores fueron principalmente conmigo en el suelo mirándola como
una deidad que viene a salvarme, es algo que realmente solo noto ahora,
elevándome sobre ella con mi mano amplia contra su esbelta cintura.
―Yo solo… ―comienza, pero se calla de nuevo. Sus pupilas están
dilatadas y la falsa luz roja de alguna manera solo resalta las pecas debajo
de su ojo, y la forma angular de su rostro.
―Dime ―casi le ruego. Tal vez sea la música demasiado alta que me
causa un gran dolor de cabeza, o la luz roja que hace que esto sea casi
como un sueño brumoso, pero no puedo obligarme a callarme―. Porque
yo te lo diré. No puedo dejar de pensar en el vestidor, y yo…
Me hace callar estrellando sus labios contra los míos. Estoy demasiado
ansioso por corresponder, inclinándome para rodear su pequeña cintura
con mis brazos y acercarla más a mí, presionándola de nuevo contra los
paneles de la puerta. Sus piernas musculosas se entrelazan alrededor de
mi cintura a cambio, sosteniéndose con facilidad mientras rechina
ligeramente en mi estómago, persiguiendo la fricción como una dosis.
Sadie es como una maldita droga, el efecto es igual de inmediato, mi
mente se relaja y algo bueno expulsa la oscuridad de mis venas hasta que
me siento como el viejo Rhys otra vez. Incluso mi dolor de cabeza se atenúa
hasta un nivel insignificante. Trago su presencia como si fuera aire
después de salir a la superficie por ahogarme. Lo absorbo todo, sabiendo
por mis experiencias anteriores con ella que el interruptor se activará.
Esto no será suficiente para ella y lo entiendo, apenas queda lo
suficiente de mí para ser un ser humano completo. ¿Por qué iba a ser
capaz de mantenerla unida cuando ella se está convirtiendo en la que me
mantiene intacto?
Mis labios se toman su tiempo, desacelerando su frenético comienzo,
presionando y pasando mi lengua por su boca. Mis dientes rozan
ligeramente tirando de su regordete labio inferior para chuparlo entre los
míos, antes de soltarlo y dirigirme hacia el sur. Le doy dos besos en la
comisura de su boca y arrastro mi lengua por debajo de su barbilla, antes
de presionar con más fuerza, succionando lentamente besos en la piel de
su cuello.
El gemido que suelta es suave y ligero, muy opuesto al intenso rasguño
de sus uñas en mis brazos y nuca debajo de los ligeros mechones de mi
cabello demasiado largo.
Mi estómago se revuelve, las náuseas por el dolor de cabeza que
anticipé al entrar en la ruidosa fiesta en casa, agitado por una intensa
lujuria, y mi ansiedad por hacer esto aquí, con ella, en este maldito baño.
Me alejo para decirle eso, para pedirle que me siga a casa, que hable
conmigo; pero ella se aferra a mi cuello, chupando y lamiendo mi piel tan
rápido que mi visión se vuelve borrosa y tropiezo contra la pared, mis
manos se deslizan debajo de su vestido para agarrar sus muslos y
mantener algún tipo de control sobre ella.
Ella es tan fuerte que siento que podría soltarla por completo y ella se
mantendría fuerte, quedándose en pie fácilmente.
Alguien toca a la puerta, a lo que Sadie rápidamente ofrece:
―¡Lárgate de aquí!
Sonrío en su cuello, sintiéndome casi drogado por ella.
Pero la persona del otro lado insiste y grita a través de la rendija con
una voz aguda y melódica.
―¡Sadie Brown! Puedes hablar con Sean más tarde.
Una ola de frustración me recorre, como si tuviera algún derecho
automático sobre ella, como un puto niño de tercer grado. La lamí y ahora
es mía.
―¿Qué quieres, Victoria?
―¡Aurora está saltando desde el trampolín como una psicópata!
Eso la hace detenerse, caer de mis brazos por completo y bajarse el
vestido justo cuando un destello negro se asoma hacia mí. Sin pensar dos
veces en su cuello enrojecido, sus labios hinchados o su cola de caballo
suelta, abre la puerta de par en par y sale casi corriendo.
Me quedo congelado por un momento, viéndola escapar de mí como si
estuviera en llamas. Mis ojos parpadean hacia el espejo, la luz de la
habitación brilla a la mitad desde las bombillas del techo en el pasillo, y
la otra mitad roja cortándome casi por en medio. Ahora tengo el cuello
más suelto, la camiseta torcida y las marcas de su boca en mi cuello.
No puedo evitar el calor que irradia por mi columna y enrojece
ligeramente mis mejillas.
Creo que me gusta cómo se ven las secuelas de Sadie Gray en mí.
Victoria mira desde la puerta con los ojos muy abiertos y una bonita
sonrisa en el rostro.
Nos hemos cruzado antes, ambos capitanes de nuestros deportes en
nuestros años junior, ambos estudiantes de comunicaciones con algunas
clases juntos. Nunca me acosté con ella, pero era mi tipo, de antes.
Perfectamente controlada en todo momento. Inteligente, amable,
elegante, rubia.
―Rhys ―finalmente logra hablar―. No sabía que estabas aquí... ¿con
Sadie? ―Ella lo dice como una pregunta, y si fuera alguien más, podría
refutar el reclamo, pero esa interacción en el vestidor me viene a la mente
demasiado rápido, y la actitud defensiva herida de Sadie me hace querer
protegerla, incluso si sé que ella no me dejaría si estuviera aquí.
―Sí, solo estoy aquí para recogerla. ―Literal y figurativamente, supongo,
ya que su trasero acaba de estar en mis manos―. Debería ir a ver si necesita
ayuda.
Victoria me sonríe, incluso si sus ojos se ven un poco menos brillantes,
la rodeo y bajo las escaleras.

Afortunadamente, la música es más tranquila en el gran porche trasero,


solo dos parlantes suenan con “Wasted” al máximo volumen. Veo a Sadie
fácilmente, agachada sobre la orilla de la piscina de rodillas, a solo cinco
centímetros entre el dobladillo de su vestido y su trasero desnudo.
Es esa franja de piel pálida la que me hace lanzarme por las pequeñas
escaleras de madera para pararme detrás de ella, bloqueándola del
pequeño público que se forma a sus espaldas. Solo entonces me doy
cuenta de que Aurora, la amiga de Sadie, no es la única en la piscina;
Freddy está justo detrás de ella, a unos metros de distancia, pero lo
suficientemente cerca como para saber cuál es la situación, mi extremo
estuvo involucrado.
Lo miro rápidamente, sacudiendo la cabeza y moviendo mi pulgar
hacia atrás sobre mi hombro, tratando desesperadamente de que salga.
Él solo sacude la cabeza, cruza los brazos como un niño haciendo
pucheros y lanza una mirada rápida y vacilante hacia una Aurora muy
mojada, con los rizos ahora recogidos en lo alto de la cabeza en un nudo
loco que parece atado con... ¿un cordón de zapato?
Intento prestar atención a la discusión susurrada entre las dos chicas,
pero estoy demasiado distraído porque mi estúpido amigo se acerca cada
vez más al dúo.
Sadie abandona su conversación susurrada y su espalda golpea mis
espinillas. No parece asustarla ni mucho menos, o al menos eso parece,
mientras agarra mis jeans y comienza a levantarse.
En vez de eso, agarro sus bíceps fácilmente y la pongo de pie
nuevamente.
―¿Puedes encontrar una toalla?
―Sí ―acepto sin dudarlo, a pesar de saber que no tengo idea de dónde
podría encontrar una.
Al alejarme, mi pie golpea los dos pares de zapatos que se encuentran
perfectamente junto a la piscina, un par de botas color crema; el otro, un
prístino conjunto de Air Force blancos y azul marino a los que les falta un
cordón.
―No toques mis zapatos ―ladra Freddy, y estoy a segundos de
empujarlo nuevamente al agua por ser irritable conmigo en este
momento. Pasa junto a mí después de gritar la orden y se dirige a una silla
de mimbre y una mesa colocadas debajo del alero del porche, donde hay
dos toallas de baño.
―Tú planeaste esto, ¿verdad?
Freddy sonríe, esa misma sonrisa estúpida que está grabada casi
permanentemente en su rostro, y agarra una toalla para colocarla sobre
su hombro, llevándole la otra a las chicas que se dirigen hacia nosotros.
Un rápido “Claro” es todo lo que recibo de él, antes de entregarle la
toalla a Rora. La juega por un momento, antes de que Sadie, preocupada,
la agarre y la rodee como si fuera una manta sobre sus hombros.
―Gracias por cuidarla ―dice Sadie, aunque de mala gana, mientras
guía a Aurora hacia la escalera de madera. Freddy asiente, pasando la
toalla por su cabello y dejándola descansar también sobre sus hombros.
―No es difícil tener a una hermosa mujer empapada ―bromea, antes
de que pueda darle un codazo en el estómago, cerrarle la boca con cinta
adhesiva o encontrar una manera de retroceder el tiempo y nunca dejar
que se convierta en mi amigo.
Sadie y yo saltamos simultáneamente, ladrándole uno sobre el otro.
―Jesús, Freddy.
―Cállate, Matt.
Pero, hay una risa fuerte y entrecortada que brota de la chica ahogada,
cortando cada reprimenda que se encuentra en mi lengua.
―Esa fue buena, Freddy ―coincide Rora, dejando caer la toalla y
tropezando mientras intenta ponerse las botas―. Al menos, eso pensé.
―Ella casi se cae de nuevo, pero Freddy envuelve una mano alrededor de
su brazo para estabilizarla mientras se pone los zapatos sobre las
pantorrillas mojadas.
Mi mirada encuentra a Sadie inmediatamente, con los brazos cruzados
y los labios fruncidos, luciendo mucho más pequeña que hace apenas
unos minutos, sentada a horcajadas sobre mí contra la sucia pared del
baño.
―¿Estás bien, Gray? ―pregunto de nuevo.
La pregunta parece sacudirla por un momento, sus ojos se fijan en los
míos con tal agudeza que un escalofrío recorre mi espalda. Se muerde el
labio y mis manos se aprietan dentro de los confines de mis bolsillos,
evitando que pueda soltarlo.
―Sí, solo tenemos que llamar un Uber.
Estoy sacudiendo la cabeza antes de que pueda terminar.
―No. ¿Te llevaremos de regreso a…?
―Los dormitorios ―termina―. No está lejos. De hecho, podríamos
caminar…
Freddy la hace callar, formando ese pequeño hueco entre su frente
nuevamente cuando pasa junto a ella y le golpea la cabeza como un niño.
―Rhys es un loco sobreprotector, y Rora está caminando como una
jirafa bebé, así que déjanos llevarte, ¿okey?
Está claro que está luchando para aceptar, pero no hay manera de que
regrese sola a casa. Si ella no acepta nuestra oferta, haré que Freddy
conduzca lentamente junto a ellas hasta que regresen a los dormitorios.
―Okey ―ella asiente, mientras su amiga salta arriba y abajo en su
lugar, usando el brazo de Freddy como estabilizador y gritando un coro
de “¡Yay!”.
Freddy también se une fácilmente, con un brillo de picardía en sus ojos
entrecerrados que estoy seguro ahora está permanentemente atrapado
ahí.
Salimos rápidamente y nos subimos a la vieja camioneta de Freddy que
no debería ser legal para circular. Le toma unos minutos maniobrar para
salir del estacionamiento saturado en la calle, lo que Freddy hace con una
sola mano mientras abre su teléfono y se lo lanza a Rora, quien tiene que
apoyarse en la consola para usarlo mientras permanece conectado al cable
que lo engancha al sistema obsoleto.
―No tengo conexión, pero hay muchas cosas en mis archivos
descargados. Pon lo que sea, princesa. ―Sonríe, guiñándole un ojo por
encima del hombro a la chica ya sonrojada. Le doy un fuerte codazo en el
costado, pero él solo sonríe más ampliamente―. Solo hazlo bien.
Rora frunce los labios y mira rápidamente a Sadie, quien suspira
profundamente como una mamá (pero es más por diversión que por
molestia) y se inclina hacia adelante para apoyar la barbilla en el hombro
de Rora.
Ambas sonríen más alegremente cuando ella hace clic en algo y vuelve
a colocar el teléfono en la consola.
―Oh, diablos, sí ―grita Freddy cuando comienza la canción, subiendo
el volumen a un nivel absurdo y bajando las cuatro ventanas para que
entre el aire cálido de la noche de verano. Todos cantan a todo pulmón la
canción de Taylor Swift a todo volumen, tan fuerte que realmente no
puedo distinguir sus voces en el coro mixto.
Mis ojos parpadean entre el espejo retrovisor y el espejo lateral, donde
puedo verla bailando de lado a lado con las manos en el aire, la cola de
caballo salvaje detrás de ella y los ojos cerrados. Se abren de nuevo, su
cuerpo se estira sobre el asiento trasero mientras ella y Rora se toman de
la mano y se gritan el coro, riéndose.
Todas las veces que la he visto, en realidad solo me sonrió dos veces,
pero esta sonrisa... es diferente. Es tan grande, sus labios rojos
despintados y acolchados se estiran, las manzanas de sus mejillas afiladas
se suavizan y arrugan la colección de pecas debajo de su ojo que estoy tan
desesperado por tocar como por acercarme lo suficiente para contarlas.
Demasiado distraído por el camino indecente de mis pensamientos,
todo mi cuerpo se sacude cuando de repente ella me agarra de los
hombros, inclinándose por la mitad tanto como su cinturón de seguridad
se lo permite. Sus manos se asientan y me aprietan, y es vergonzoso lo
difícil que se vuelve contener un gemido.
Sus labios están casi en mi oído mientras grita por encima de la música:
―¿Por qué no cantas?
Sadie es contagiosa, hasta el punto de que una sonrisa a juego con la
suya baila rápidamente en mi cara.
―No me sé la canción.
―¿No conoces Getaway Car? ―Rora se une, acercándose a Sadie, que
solo presiona su mejilla contra la mía por un segundo, la comisura de sus
labios golpea mi piel como un maldito atizador de fuego.
Freddy gentilmente baja el volumen.
―Él no es realmente un tipo de Taylor Swift, a menos que estén
sonando en el estadio, dudo que él la conozca, e incluso entonces…
―sacude la cabeza―, Rhys está demasiado concentrado para escuchar
algo más que “Mete. El. Disco. En. La. Red.”
Sadie pone los ojos en blanco ante la impresión robótica y comparte una
mirada conmigo como si entendiera cuán profunda es esa implicación
para nosotros.
Si tú la pones, la escucharé.
Ella hace un gesto con la barbilla hacia él.
―¿Y tú no estás concentrado?
―Soy un buen multitarea ―dice, pero al estilo habitual de Freddy, está
arraigado con el doble significado perverso, lo que nos hace gemir a Sadie
y a mí, mientras Rora, todavía borracha, se ríe de nuevo.
Agarro el dial y vuelvo a subir el volumen de la música para salvarnos
a todos de la implacabilidad de Matt Fredderic, dejando que la música
suene mientras cruzamos South College y nos dirigimos al final del
campus.
―Estamos en Millay ―dice Sadie antes de que cualquiera de nosotros
pueda preguntar, señalando los edificios de ladrillo rojo uno frente al otro
en ángulo, la fuente y los bancos entre ellos apenas iluminados por las
luces naranjas de la acera, interrumpidos solo por la luz neón azul de una
caja de emergencia.
Freddy se detiene junto a la acera y casi salto del auto, aterrorizado de
que si no intento algo ahora, se me escapará entre los dedos una vez más.
Sadie parece un poco sorprendida al verme de pie, pero mantiene su
brazo alrededor de la cintura de Rora y no dice nada mientras las
acompaño hasta la entrada de su dormitorio. Sadie desliza su
identificación de Waterfell y deja pasar a Rora con una orden estricta de
esperarla, antes de girarse hacia mí.
―Gracias por el aventón ―dice―. Y por mi auto. No lo mencioné antes,
pero eso fue... no tenías que hacer eso, así que gracias.
Mi cabeza asiente antes de que ella termine la frase.
―Por supuesto.
Desde mi ángulo en el suelo y sus dos escalones arriba, ella es un poco
más alta que yo, así que tengo que mirarla hacia arriba. He estado
mirándola hacia arriba desde cada sueño inducido por el pánico que he
tenido desde ese día en el hielo, como si ella estuviera destinada a estar
ahí.
Como un puto ángel de la guarda, supongo. Lo cual es algo que nunca
diré en voz alta porque nunca me permitiría olvidarlo, especialmente
considerando cuánto anhelo eso de ella.
Como si ella quisiera salvarme.
Patético.
El odio hacia mí mismo se arremolina de nuevo, y ahora quiero taparme
la boca con cinta adhesiva antes de decir algo estúpido como:
―Podrías pagarme con un café. Tomándolo conmigo, quiero decir.
Mi risa es igual de autocrítica, y quiero decirle que solía ser bueno en
esto, que era encantador y no lo que sea que es esta cosa temblorosa y
lamentable que ha reemplazado esa parte de mí.
Sadie no se ríe, pero empieza a negar con la cabeza.
―En realidad no soy del tipo que va a tomar un café… honestamente
no soy del tipo de chica de hacer nada, y definitivamente no soy la chica
que podría salir con alguien como tú.
Pongo una sonrisa completamente forzada y falsa, aceptando de alguna
manera la patada absoluta en el estómago que es su respuesta. Mi boca
comienza a abrirse para rogarle que no diga nada más, pero ella continúa.
―Esta noche fue…
Un gemido sale de mí, mis manos cubren mi rostro mientras suplico:
―Por favor, no digas cosas buenas, no creo que pueda soportar eso otra
vez.
Ella se ríe ligeramente y baja a mi nivel.
―Okey, debidamente anotado ―dice, metiendo la mano en mi bolsillo
y agarrando mi teléfono. Ella no pregunta ni dice nada, pero lo gira hacia
mi cara para desbloquearlo y se envía un mensaje de texto con el emoji
usado más recientemente, que desafortunadamente es un palo de hockey.
Sus ojos se dirigen a los míos y los pone en blanco rápidamente, como si
dijera típico.
―¿Y eso por qué? ―le pregunto, tomando mi teléfono de su mano
extendida. Pasamos más de un mes juntos, pero nunca cruzamos la línea
para comunicarnos fuera de la pista.
No quiero hacerme ilusiones.
Sube dos escalones por la corta escalera antes de girarse para mirarme
y encogerse de hombros.
―No lo sé todavía. Que tengas buenas noches, pez gordo.
No puedo evitar la pequeña sonrisa que aparece. A pesar de todo, ahora
tengo algo suyo.
―Buenas noches, kotyonok6.

6
Gatita, en ruso.
14
Asumir el primer turno en la cafetería siempre es una apuesta,
especialmente una semana antes de que comiencen las clases. Con todos
regresando al campus, es impredecible cuán ocupadas estarán las
mañanas de cinco a nueve.
Afortunadamente, para mi ligero dolor de cabeza y la punzada de
ansiedad en la parte superior de mi columna, esta mañana es lenta. Tenía
algunos clientes habituales, la multitud veraniega de lugareños que
volverán a escasear una vez que el semestre llene las cálidas paredes de
paneles marrones con estudiantes somnolientos como el punto de reunión
matutino.
Como son las diez y media, comienzo otro tueste de la nueva pero
popular mezcla etíope, echando una de las bolsas en el molinillo mientras
tengo un momento vacío en la caja registradora.
―Toma ―dice Luis, nuestro principal (y realmente único) chef, desde
la ranura de la ventana de la cocina. Sirve un plato de crujiente tostada de
aguacate con dos huevos escalfados y hojuelas extra de chile, un chorrito
de miel en forma de corazón que sé que estará picante cuando toque mi
lengua. Como si fuera una señal, mi estómago gruñe y le ofrezco una gran
sonrisa.
―Gracias ―digo lo más enfáticamente que puedo, porque me muero
de hambre hasta el punto de casi estar mareada. Mi cabello es un desastre
de enredos semi lisos y he perdido mi confiable elástico en la muñeca, por
lo que solo puedo meter ambos lados detrás de las orejas y levantar los
hombros para evitar que el cabello interrumpa mi comida.
Él sonríe y se apoya en sus antebrazos a través de la ventana mientras
yo me siento en la encimera para equilibrar fácilmente mi plato en mi
regazo y comer sin dejar de tener una vista de todo el café.
George, un escritor local, toma un sorbo de su café que sé que ya se ha
enfriado, mientras un trío (papás y una niña de primer año) disfrutan de
una variedad completa porque la mamá estaba demasiado emocionada
por trasladar a su hija a su alma mater como para no ordenar todo en el
menú para degustar. Solo una mesa se ha vaciado en los últimos minutos,
con una taza de cerámica con puntos de arándanos y algunos paquetes de
azúcar vacíos sobre su superficie.
―Estaba planeando probar la receta de cilbir en Rora.
Sonrío y trago otro bocado demasiado grande de tostada.
―A ella le encantará eso, especialmente sabiendo que no tiene que
volar hasta donde está su mamá para conseguir buena comida turca.
Luis vuelve a asentir, limpiando de nuevo la tapa de acero de la
ventana. Estoy segura de que está un poco enamorado de Aurora, pero lo
toma con delicadeza. Si Rora supiera, aunque solo fuera por un momento,
que él siente eso por ella, probablemente no volvería a aparecer por el
trabajo; no por él, ni siquiera por el hecho de que sea un colegial
enamoradizo, sino porque, a pesar de toda su personalidad alegre, de
repente es una almeja cuando se trata de relaciones.
La chica podría leer capítulos de escenas de sexo sucio sin pestañear,
pero dile que un chico piensa que ella es bonita y se convierte en un
tomate.
El timbre de la puerta suena justo cuando meto el último bocado de mi
tostada en mi boca, deslizando el plato en la mano callosa extendida de
Luis. Mi mirada se dirige a los dos clientes que ahora están en la caja
registradora mientras mi estómago se lanza en picado desde un
acantilado en alguna parte.
Por supuesto que es él.
Por supuesto, es Rhys, que parece un maldito sueño húmedo con
pantalones deportivos grises y una manga larga Dri-Fit azul marino que
abraza cada centímetro de su tensa parte superior del cuerpo. Su sonrisa
es suave y un poco soñolienta mientras continúa hablando con su largo
amigo que espera pacientemente en el mostrador. Su cabello se ve
húmedo, como si hubiera salido de la ducha justo antes de esto, lo cual es
un pensamiento peligroso porque ahora me lo imagino bajo el rocío de
una ducha de lluvia de alta gama, lavándose los abdominales y los muslos
gruesos.
Mis ojos lo siguen de nuevo, antes de que alguien se aclare la garganta
y empiece a ahogarme con el bocado que ni siquiera mastiqué, demasiado
impresionada por el puñetazo kármico absoluto que significa verlo.
Él me está mirando ahora, sus ojos son como fuegos ardientes que
queman mi piel mientras trago agua y salto del mostrador.
―Buenos días ―ofrezco, pasando una mano por mi medio delantal
negro atado alrededor de mis jeans negros.
Siento que esa pequeña pizca de ansiedad crece mientras Rhys me
examina detenidamente tal como yo lo hice con él, sus ojos observando
mi apretada manga corta gris que probablemente esté llena de manchas
de café y, sí, migajas de pan. Vuelvo a colocar mi cabello detrás de mis
orejas, pasando el dorso de mi mano por mi boca y encontrando una
mancha amarilla en la comisura de mis labios en mi mano.
Jesús.
―No es el tipo de chica que “toma un café”, ¿eh? ―bromea Rhys, sin
rastro de la vacilación o inquietud de la noche anterior presente en su
expresión ahora.
―Solo del tipo “sírvelo con una sonrisa” ―bromeo.
Él sonríe más genuinamente mientras tira de su boca, mostrando la
marca de un hoyuelo.
―Por alguna razón, dudo de la parte de la “sonrisa”. No recuerdo eso
de la última vez que me serviste café.
Mi boca se abre en una sonrisa exagerada con todos los dientes mientras
me ofrezco a tomar su pedido.
Bromear con él reduce mi ansiedad, calmándome de una manera casi
inquietante, mientras anhelo la próxima pequeña interacción entre
nosotros. Tal vez sea la rapidez con que lo hace, el profundo pozo
permanente de tristeza en sus ojos o el hecho de que es fascinantemente
hermoso, como una antigua estatua de mármol griega de belleza masculina.
―Toma asiento y te lo llevaré ―digo, haciendo girar el iPad hacia ellos
con el total. Rhys intenta agarrar su billetera, pero el hombre grande y de
aspecto hosco que está a su lado es más rápido y golpea el sistema con su
pesada tarjeta de metal rápidamente antes de abandonar el mostrador sin
decir una palabra más.
Rhys se inclina sobre el mostrador y yo imito su movimiento,
observando un ligero rubor pintar sus mejillas.
―Yo, eh... tuve mi primera práctica esta mañana.
―¿Sí? ―Tengo la necesidad de agarrar su mano y sostenerla―. ¿Y?
¿Todo está bien?
La idea de verlo solo y en pánico hace que me duela el estómago. No
puedo explicarlo, pero siento una intensa protección ante su dolor.
―Todo está bien. Escuché esa canción. ¿La del vestidor con el nombre
extraño de la banda?
Siento la garganta obstruida.
―Rainbow Kitten Surprise.
―Sí. ―Él sonríe, todo hoyuelos.
Quiero besarlo, pero en vez de eso me congelo, porque si me muevo, lo
besaré; agarraré sus manos normalmente temblorosas, meteré mis puños
contra su cuello hasta que el calor de su piel las libere de su fuerte control.
Lo colocaré sobre el mostrador y moldearé todo mi cuerpo al suyo, a ver
si el chico dorado que es capitán puede liberarse de su férreo control.
―Como sea, esperaré ahí. Gracias Sadie, por todo. ―Rhys se queda un
momento, fijándome con su mirada nuevamente antes de darse la vuelta
y seguir a su amigo hasta una mesa limpia cercana.
Los estudio mientras hago sus pedidos; un café negro helado con tres
cucharadas de leche de almendras para el gruñón (Bennett Reiner, como
dice el nombre en el pedido del boleto) y un cold brew especial, que
significa jarabe de arce, caramelo de nuez y un chorrito de leche
condensada, para Rhys. Lo que casi me hizo tragarme la lengua mientras
lo escuchaba pedir mi bebida favorita.
Ambos están hablando en voz baja, tanto por teléfono como fuera de él,
y a pesar de la constante discusión que fluye fácilmente entre ellos, ambos
tienen una tensión en los hombros, mientras Rhys hace rebotar su pierna
debajo de la mesa.
Nunca había visto a Bennett Reiner antes, pero nunca me lo perderé
después de esto; su altura por sí sola es como una tarjeta de presentación.
Debe medir dos metros, lo cual es desalentador para mi par de
centímetros por encima del metro sesenta. Rhys es alto, pero Bennett es
como una montaña con hombros anchos y muslos de troncos a juego. En
realidad, no parece un estudiante universitario, no solo por su tamaño,
sino también por sus rasgos hiper masculinos que lo hacen parecer un
poco como si estuviera dirigiendo reuniones de junta directivas y
escalando montañas en su tiempo libre.
Su cabello castaño claro en una mata de ondas y rizos desordenados,
una barba bien cuidada, lo suficientemente corta como para ver la
cuadratura masculina de su mandíbula. Sus ojos son rasgados debajo de
sus cejas pobladas, como un surco permanente incluso con una sonrisa en
su rostro mientras habla en voz baja con Rhys.
―Aquí están ―trato de anunciarme mientras me acerco a su mesa y
dejo sus bebidas con cuidado.
Bennett desliza la suya inmediatamente, deslizando un posavasos
debajo del plástico y un soporte de espuma sobre la taza. Rhys toma la
suya de mis manos directamente y me sonríe de nuevo. Es más gentil esta
vez, menos falso de lo que he visto en él, con esa tristeza ligeramente
sangrante como lágrimas invisibles en sus mejillas.
―Gracias. ―Toma un sorbo rápido―. Por cierto, este es Bennett. Ben,
ella es Sadie.
―La patinadora artística. ―Ben asiente hacia mí, sin llegar a mirarme
a los ojos.
―Y una hacedora de café, al parecer ―agrega Rhys.
―Una buena hacedora de café, querrás decir. ―Sonrío―. La mejor taza
de café que jamás hayas probado.
―¿Debería levantarme y anunciarlo para todos? ¿El mejor café de
Waterfell?
La puerta suena y apenas tengo un momento para enderezarme de
donde me incliné hacia adelante, con una mano en el respaldo de la silla
de madera de Rhys, antes de que un cuerpecito se balancee contra mis
piernas con una risita feliz.
―Casi me tiras, nugget ―lo regaño, pero una sonrisa feliz se solidifica
en mi rostro mientras me inclino y revuelvo el cabello de Liam. Tiene la
mitad de una máscara de Darth Vader pintada en la cara, lo cual sé que es
gracias a las habilidades artísticas de Rora. Dicha artista habla a
ligeramente con Oliver mientras entran al café a un ritmo más normal. La
pintura negra se ha corrido un poco ahora, hay algo de eso en su brazo
donde debió haberlo estado frotando antes, pero el niño adora Star Wars.
Creo firmemente que todo comenzó porque Liam fue testigo de cómo
Oliver amaba las películas primero y estaba desesperado por ser como su
hermano mayor. Ahora veo que ocurre lo mismo con el hockey.
―Lo siento, Sissy. ―Liam suspira profundamente, sin molestarse en
descansar ni un momento antes de lanzarse a contar la historia completa
de su mañana normal como si estuviera contando una atrevida historia
de aventuras. Termina el breve relato con un apresurado―: ¿Vas a hacer
panqueques?
Antes de que pueda responderle, de repente se congela antes de lanzar
un aullido tan fuerte que tengo que deslizar mi mano sobre su boca. Está
gritando a través de mi mano, señalando frenéticamente hacia Rhys.
Oliver se une a mi lado, ya bastante alto, casi igual a mí cuando tenía
doce años. Él asiente ligeramente, levantando aún más su bolso sobre su
hombro.
―Hola, asesino. ―Asiento, soltando la boca de Liam, pero
manteniendo un agarre firme en su hombro―. ¿Él estuvo bien hoy?
Liam todavía está casi gritando, extasiado de ver a Rhys otra vez. Es un
poco desconcertante.
Oliver asiente.
―Todo bien. Mi práctica se acabó, pero Rora se encargó de él.
Mi cabeza asiente ante lo que Oliver está diciendo, aunque parece
vacilante por una razón que planeo aclarar más tarde. En este momento,
estoy más concentrada en la preocupación de que si suelto a Liam, saltará
al regazo de Rhys.
―Lo siento ―ofrezco rápidamente―. Liam, recuerda de lo que hemos
hablado.
―Rhys no es un extraño, ¿verdad?
Rhys se ríe.
―Cierto.
―¿No lo eres? ―pregunta Bennett, con un pequeño tic en la boca―.
¿Desde cuándo?
A pesar de la pregunta que le hace a su amigo, mi hermano pequeño
decide intervenir nuevamente con un chillido:
―Desde que me está enseñando hockey. Rhys es el mejor jugador de
hockey, probablemente del mundo.
Bennett sonríe levemente:
―Humilde, también.
Rhys niega con la cabeza, sus ojos se dirigen a Bennett, luego a mí, antes
de volver a centrarse en Liam. Sin embargo, noto que hay una nueva
tensión en él. Sus hombros están contraídos, su sonrisa apretada, falsa,
usando su máscara una vez más. Me erizo cuando me doy cuenta de que
el enamoramiento de Liam por Rhys podría resultar incómodo.
Agarrando la mano de Liam, asiento hacia el mostrador, a la mesa más
grande justo al lado que está vacía.
―¿Quieren relajarse un minuto mientras cierro?
―Claro. ―Oliver se encoge de hombros. Toma el brazo de Liam y lo
arrastra detrás de él―. Vamos, Anakin, déjalos en paz.
Los labios de Liam se fruncen, su cabeza se mueve de un lado a otro
entre su hermano y la mesa de los dioses del hockey como si no pudiera
decidir exactamente por qué decidirse. Lo que termina saliendo de sus
labios es:
―No estoy en mi túnica Jedi, Oliver. Soy Darth Vader.
Me volteo hacia Rora y le doy un apretón de agradecimiento en el
brazo.
―Solo me tomará un minuto cerrar y mover todo, ¿te importa? Seré
rápida.
―Pueden sentarse con nosotros si es necesario ―dice Rhys, parándose
antes de que pueda estar en desacuerdo y arrastrando la silla de Liam,
con él todavía en ella, hacia su mesa demasiado pequeña. Liam suelta una
carcajada, y sus ojos brillan mientras mira el perfil al revés de Rhys.
Rhys me mira, todavía sonriendo.
―Somos amigos, ¿no?
Quiero detenerlos, discutir con Rhys, pero Rora me detiene cuando
sonríe y le da las gracias rápidamente, alejándonos a ambas para
cambiarnos.
―No…
―Relájateeee. ―Ella suspira, arrastrando la palabra cuatro letras más.
Sus manos aprietan mis hombros mientras me obliga a doblar la esquina
del mostrador, golpeándome el trasero para enviarme a la sala de
descanso.
―Voy a cerrar tus cosas ―dice, sacando un delantal del pequeño
gancho debajo de la estación y atándolo antes de recoger su cabello rizado
en una cola de caballo elástica en la parte superior de su cabeza―. Deja
de intentar controlar todo y deja que los buenos chicos de hockey jueguen
con tus hermanos mientras te tomas un momento para no ser su mamá.
Golpea con el puño con un ritmo suave la parte superior del mostrador,
no es que fuera necesario ya que Luis ya la está mirando.
―Luis, ¿puedes cubrir el frente por unos minutos?
―Claro ―responde, un poco demasiado rápido, mientras se quita los
guantes y la redecilla. Es una locura que lo acepte, considerando que su
familia es dueña de todo el café y los restaurantes a ambos lados de
nosotros, pero su mirada soñadora es toda la respuesta que necesito.
Entramos en la pequeña sala de descanso que también funciona como
oficina del gerente y conecta con las otras trastiendas del restaurante a
nuestra derecha. Sentándome en una de las sillas, respiro y miro hacia
donde Rora está sentada en el escritorio.
―Entonces ―comienza―. ¿Cómo estuvo tu reunión?
―Bien. ―Respiro, asintiendo como si eso me hiciera sentir más
segura―. Creo. Quiero decir que… ¿fue corta? Entonces no lo sé. Me
reuniré con él la próxima semana para hablar más y darle los documentos
que tengo. Dijo que eso será todo lo que necesitamos para Liam.
―Eso está bien, Sade. De verdad.
―¿Verdad? Creo que es una buena señal, tiene que serlo.
Tiene que serlo. Me estoy quedando sin otras opciones y arrastrándome
entre los dormitorios del campus y mi casa, desembolsando dinero del ya
ajustado presupuesto para niñeras cuando nuestra vecina, la señora B,
está ocupada, se está acabando y las clases ni siquiera han comenzado.
Rora me ayudó a no enredarme el año pasado, pero me niego a volver
a ponerme en esa situación, y éste es el único camino que queda.
―Sí. ―Sonríe, toda tranquilizadora y comprensiva―. Y si él no te
acepta, todavía nos quedan toneladas en la lista, ¿okey?
Aurora es mi mejor amiga, sin importar mis mejores esfuerzos por
mantenerla a distancia. Se abrió camino en el primer año sin desanimarse
por mi actitud o mis intentos de deshacerme de ella. En vez de eso, se
quedó pegada como pegamento, hasta que estuvo tan apegada que no
podría existir sin ella. Luego me vio sufrir un ataque de pánico paralizante
y me abrazó durante todo el proceso, meciéndonos a ambas en la pequeña
cama individual de nuestros dormitorios de primer año.
Después de eso, le mostré todo. Era como si no pudiera parar.
Se lo tomó todo con calma, con la boca fruncida y el ceño decidido,
cuidando a los niños y ayudándome a llevar y traer a los pequeños de la
escuela mientras yo equilibraba el patinaje artístico, la escuela y todo lo
demás. Me dio clases particulares cuando entré en período de prueba para
mis clases, y me levantó del piso del baño cuando mis aventuras de una
noche no lograron ahuyentar la presión en mi pecho.
Haré cualquier cosa por ella, la protegeré sin cesar, para siempre.
Oliver, Liam, Rora. Mi familia.
―Okey.
Rora se levanta, abrazándome fuerte y dejándome respirar por unos
segundos. Sus manos recorren suavemente mi cabello, quitando
pequeños nudos y enredos, trenzándolo holgadamente por mi espalda.
―¿Bien? ―pregunta. Asiento en su estómago, antes de alejarme y
colocar los mechones sueltos detrás de mis orejas.
―Bien.
―Okey, entonces ve a buscar a los niños y disfruta de un rato con ellos.
¿Por qué no los traes al dormitorio para dormir? Podemos hacer un fuerte
con almohadas y llevarlos a la escuela tarde mañana.
―Se escucha perfecto.
15
Con nuestra primera práctica y reunión del equipo de pretemporada en
mi haber, me siento algo ligero mientras camino hacia nuestra segunda
práctica de la temporada.
El primer día me desperté tarde a propósito, para que Bennett no
intentara llevarnos a todos juntos, incluso si solo esperé hasta que él girara
en nuestra calle para salir. Necesitaba tiempo en el espacio tranquilo de
mi propio auto para calmarme, y decidí que un conjunto completamente
negro podría ocultar el sudor de ansiedad que casi goteaba de mí, al
menos hasta que me vestí.
Estuve a punto de llamar a papá, dejando que mi dedo se posara sobre
su contacto durante tres minutos completos antes de arrojar mi teléfono
al piso del lado del copiloto y conducir en silencio.
De alguna manera, nada se rompió, ni mi teléfono ni mi mente, incluso
durante el semi fácil primer patinaje juntos. Pasé tiempo conociendo a los
nuevos estudiantes de primer año, disculpándome por ser el capitán
ausente durante los campamentos intensivos de verano y agradeciéndole
a Holden, un defensa que quedó como mi suplente después de la lesión.
El entrenador le pidió a Bennett que fuera capitán más veces de las que
podía contar, pero él se negó cada vez.
No estoy sudando tanto ahora, al menos no por ansiedad, sino por el
ritmo duro mientras recorro la pista, moviendo el disco en mi bastón en
las curvas cerradas antes de hacer una parada rápida cuando Freddy
despega, nuestro equipo de relevos es más rápido, más suave que los
demás. La práctica ha terminado oficialmente, pero eso solo significa que
es mi momento para realizar ejercicios de equipos antes de los
estiramientos de acondicionamiento.
Apoyándome en las tablas, le hago un gesto a Bennett, que está sentado
con la jaula quitada, rociándose agua en la boca.
―Lucen bien.
Bennett asiente.
―Mejor que este verano. Ese chico Sinclair es muy rápido.
―¿Sí? ―Sonrío ante su cara claramente disgustada―. También tiene
un revés malvado.
Bennett vuelve a negar con la cabeza y su hombro izquierdo se mueve
hasta la oreja, aunque solo le mueva un pelo las almohadillas.
―Viste eso, ¿no? Tuve que acostumbrarme al zig zag que hace, pero
solo me ha pasado unas pocas. Está matando a Mercy.
Eso me hace sonreír un poco y lanzar una mirada al tándem de Bennett,
Connor Mercer. “Mercy” cariñosamente, quien luce exhausto y
empapado, habiendo ya vaciado su botella de agua sobre su cabeza.
―Mercy necesitaba que lo derribaran.
―El entrenador quiere que él inicie más veces esta temporada e
intercambiar más juegos.
Eso me hace detenerme, pero en lugar de ofrecer una reacción, porque
conozco a Ben, solo levanto una ceja.
Él se encoge de hombros.
―No me molesta.
―¿Y los reclutadores?
―Ellos me verán, me vieron el año pasado también. ―Toma otro trago
de su agua―. Además, se supone que somos un tándem y yo jugué 26 de
34 partidos el año pasado en la temporada regular.
―Porque eres casi perfecto.
Él se encoge de hombros.
Freddy patina, respirando con dificultad a través de una sonrisa
mientras se quita su propia jaula.
―¿De qué estamos hablando, señoritas?
―Bennett no te habla después de esa mierda que estabas haciendo en
los ejercicios de tiro.
Mi tono está lleno de risa inédita, pero parece que Ben podría estar listo
para romper el palo de Freddy, o su columna.
―Vamos, Reiner, no puedes enojarte conmigo por mantenerte alerta.
―Estuve tanto tiempo en mariposa que creí que me había dado un
tirón, imbécil.
Freddy levanta las manos en señal de rendición.
―No es mi culpa que los novatos quieran ser como yo.
―Tenías a todo tu equipo de malditos extremos colgando por toda mi
zona.
―¿Lo hiciste? ―pregunto, sonriendo a pesar del tono hirviente de
Bennett―. ¿Todos simplemente hicieron lo que dijiste?
―Solo llámame papi. ―A la sonrisa de Freddy le salen dientes y brilla
como la capa de hielo sobre la que estamos parados. Holden tiene arcadas,
solo captando esa última pepita de oro de nuestra conversación.
Mientras el resto del equipo termina la carrera, con la ofensiva ganando
por poco, convoco una reunión rápida y planifico una comida al aire libre
en equipo en nuestra casa para el miércoles. Es el primer día de clases,
pero no el primer fin de semana, para que los estudiantes de primer año
no se hagan una idea equivocada de lo que es este evento: vínculos
afectivos, no una borrachera.
El vestidor vibra ligeramente después de la práctica, y siento el deseo
de participar y bromear, pero cada vez que alguien intenta interactuar
conmigo, solo hay agotamiento, un entumecimiento que llega hasta los
huesos.
Es algo que ahora sé fácilmente de toda la costosa terapia que mis papás
han pagado: el uso de máscaras. La doctora Bard lo llama mecanismo de
afrontamiento negativo y dice que es un síntoma de trastorno de estrés
postraumático, que definitivamente no tengo y ella no me convencerá de
lo contrario.
Recibí un golpe practicando un deporte, no estaba en una maldita
guerra.
Es más fácil de esta manera, fingir ser quien era antes de ese juego, ser
el mismo jugador y líder del equipo que obtuvo la C en mi camiseta de
segundo año. Es lo que soy, lo que debería ser: simplemente está perdido
bajo la nube oscura que insiste en seguirme a todas partes.
Al salir al cálido sol afuera del complejo de atletismo, hago una pausa
para esperar a Bennett, quien probablemente esté apilando sus
protectores en el orden exacto que prefiere.
Mi teléfono se enciende de nuevo con un mensaje de texto de mi papá.

¿Almorzamos?

Encima hay un rastro de párrafos largos y citas ridículas y edificantes


que se leen como el interior de un diario de autoayuda, junto con
respuestas rápidas de una palabra por mi parte.
Dudo en mi respuesta, esperando una excusa.
No es que no quiera pasar tiempo con él. Mi papá es mi héroe, siempre
lo será. Es simplemente confuso y complicado ahora, y no puedo sacar de
mi cabeza el eco de su voz.
Mi hijo.
Bennett sale por la puerta con el cabello perfecto, vestido con
pantalones y una polo verde oscuro que parece un poco fuera de lugar
considerando que deberíamos regresar a casa para atiborrarnos de
comida y descansar. Su teléfono está presionado contra su oreja, usando
su mano libre para deslizar sus Ray-Ban sobre sus ojos contra la luz del
sol.
―Dije que iba a llegar tarde ―murmura, con la mandíbula apretada de
una manera que rápidamente me dice exactamente con quién está
hablando―. Te dije la última vez que esta semana era la primera semana
de prácticas, así que necesitaba retrasar el almuerzo.
Está lo suficientemente cerca ahora que puedo distinguir el tono brusco
e idéntico de la otra persona que habla.
―Está bien, Bennett, puedo esperar.
Adam Reiner: ex prospecto de la NHL, actual abogado corporativo
despiadado.
Bennett tiene más dinero del que sabría qué hacer con él, del tipo que
garantiza que generaciones puedan optar por no trabajar y estar bien con
eso. Su papá era un niño pequeño con una herencia mayor que una lista
completa de contratos de la NFL, lo que hace que sea un tanto
sorprendente que se hiciera amigo íntimo de un ruso transferido que vivía
en un mugriento apartamento después de cumplir los dieciocho años en
un orfanato, y aprendió a hablar inglés con un anciano profesor de
universidad que vivía en su casa.
El niño rico cuyo futuro no dependía de nada, y el defensa pobre y rudo
cuyo futuro dependía completamente de ese año de novato y, sin
embargo, nunca pusieron fin a esa amistad.
No tengo problemas con el papá de Bennett, nunca los he tenido, pero
después del divorcio, Bennett apenas podía soportar estar en la misma
habitación con él.
Entonces, su papá se perdió más juegos de los que asistió, y dejó de ir
por completo durante nuestra estadía en Berkshire. Ahora sé que una vez
al mes Bennett se encuentra con su papá en el Bar Mezzana en South End.
Además de los regalos extravagantes que a menudo bendicen nuestra
casa o nuestro garaje (el más reciente, el nuevo Bronco estacionado que se
encuentra en nuestro garaje con una lona todavía tapada), Bennett y su
papá no tienen una relación.
―No te molestes ―responde bruscamente―. Vuelve al trabajo. No voy
a conducir hasta la ciudad durante veinte minutos solo para mirarnos
mientras comemos comida estúpidamente cara.
Cuelga sin pensarlo dos veces.
―¿Te perdiste otro almuerzo? ―pregunto, dándome cuenta después
que no lo sabría de ninguna manera.
Bennett niega con la cabeza, arreglándose el cabello y los lentes
nuevamente, sus manos se mueven sacudiéndose.
―Fui al último, pero fue la primera vez que lo vi en todo el verano.
―¿Sigue siendo malo?
―Solo estoy… mi mamá está feliz, finalmente. Ella y Paul se van a
Europa durante las próximas dos semanas. No quiero el recordatorio.
―Lo entiendo.
En realidad, no lo hago. El divorcio de los papás de Bennett siempre ha
sido un tema extraño para mí.
Mis papás están locamente enamorados y siempre lo han estado. Para
el mundo, no hay nada que a Maximillian Koteskiy le guste más que el
hockey, pero para cualquiera que realmente lo conozca, renunciaría a
cada victoria en la Copa Stanley y a toda su carrera si eso significara
conservar a mi mamá.
―¿Vuelves a casa? ―pregunta, manteniendo presionado el botón en el
costado de su teléfono para apagarlo por completo.
―Creo que sí…
―Fiesta en la piscina en Zeta ―anuncia Holden, caminando hombro
con hombro con Freddy. Ambos son unidos de una manera que casi los
hace parecer gemelos; mientras que Freddy es todo sonrisa de playboy,
Holden es inocencia juvenil.
―Estoy bien ―digo. Tengo otros planes en mente, concretamente
intentar robarle otra hora de tiempo a cierta patinadora artística punk.
―Yo sí voy ―dice Bennett, sorprendentemente. Al ver mi mirada, se
encoge de hombros―. Necesito algo que hacer.
―Okey, los veré en la casa más tarde.
Con unos últimos levantamientos de barbilla y saludos de camino al
auto, me acomodo y le envío un rápido mensaje de texto: “Hoy no puedo”
a mi papá.
Mi mano está en la manija antes de maldecir, dándome cuenta de que
dejé mis llaves en mi casillero.
Afortunadamente ahora todo está vacío, lo que hace que sea más fácil
entrar corriendo, sacar las llaves del cubículo y salir sin necesidad de
detenerme y hablar con nadie.
La oficina del entrenador está iluminada, es la única habitación con
luces todavía encendidas, y la puerta está entreabierta. Al principio no le
presto atención, pero la conversación es lo suficientemente alta como para
hacerme detenerme contra la pared antes de cruzar.
―Juraste que eso no estaba en el cronograma ―gruñe una voz
profunda―. Dijiste que era un juego en casa.
―Lo era ―suspira el entrenador―. Mira, si realmente no vas a jugar…
―¿Cuál es la consecuencia de no jugar?
Mis cejas se arquean. Es un jugador entonces, pero no reconozco la voz.
Sin embargo, no es tan sorprendente, considerando lo ausente que he
estado.
Hay un golpe como una mano contra el escritorio, y luego:
―No estaré en esa maldita pista incluso con la posibilidad de que ella...
―Okey, Tor. Okey.
No reconozco el nombre, hay un indicio de familiaridad que realmente
no puedo seguir, pero él suena loco, y confío lo suficiente en el entrenador
como para no tener a alguien así jugando con el mojo de nuestro equipo.
Salgo silencioso y rápidamente de regreso a mi auto antes de conducir
a mi nueva cafetería favorita, esperando tener la más mínima
oportunidad de verla.
Es a Rora a quien encuentro dentro del acogedor y bien conocido Brew
Haven, parada en el mostrador charlando con un tipo bien vestido.
Me quedo detrás de él solo por un momento antes de que captar la
atención de Rora y la extraña expresión reservada de la chica entusiasta
que conocí recientemente se borra de su rostro. Tal vez sea más reservada
cuando no está borracha y gritando a Taylor Swift en el aire de la noche.
―Rhys Koteskiy. ―Ella sonríe, pero sus ojos se fijan en el chico que
todavía está a nuestro lado, apoyado contra el mostrador―. ¿Estás aquí
para tomar un café o para una chica?
―¿Ustedes dos se conocen? ―pregunta el chico, levantando las cejas
mientras me hace la pregunta a mí en lugar de a ella.
Extiendo mi mano con mi sonrisa de capitán.
―Rhys ―le ofrezco, extendiendo mi mano hacia él. Él la toma en una
sacudida fuerte y rápida antes de soltarme.
―Tyler, el novio de Aurora.
Entendido. Mantengo la sonrisa plasmada en mi rostro mientras miro a
Aurora, su expresión nerviosa me hace sentir un poco de náuseas.
Entonces, me inclino y pregunto intencionadamente:
―¿Sadie no está trabajando hoy?
Tyler se ríe y me saluda con un brillo renovado en los ojos.
―Sadie realmente tiene un tipo, ¿eh? Me sorprende que ella no sea la
sedienta después de…
―Tyler, detente. Por favor ―le ruega Rora en voz baja, antes de
mirarme―. No está aquí, pero está en los dormitorios, al menos, eso creo.
―Hace clic en el costado de su teléfono donde descansa sobre el
mostrador―. Sí, ella todavía está ahí, pero se irá a casa durante el fin de
semana, así que...
Se calla encogiéndose un poco de hombros.
―¿Entonces debería enviarle un mensaje de texto en lugar de aparecer
sin avisar y hacerla caer en espiral?
Rora sonríe de nuevo, de alguna manera más amplia, como si la idea de
que yo comprendiera algunas de las complejidades de su querida amiga
la pusiera eufórica.
―Exactamente.
―Entendido. ―Asiento, metiendo uno de cinco en el frasco superior
amarillo excesivamente decorado con flores multicolores dibujadas por
todas partes―. Te veré por ahí, estoy seguro.
―Eso espero, ella se merece algo bueno.
Me calienta algo que esta chica enigmática, la mejor amiga de Sadie (y
sinceramente creo que la única) me apruebe, incluso si la propia Sadie no
lo hace.
Le envío un mensaje de texto, más tarde esa noche, después de
atiborrarme de la comida preparada marcada con mi nombre en la que
Bennett trabajó a principios de semana. Recostado en mi cama mal hecha,
mirando al techo con una película reproduciéndose en mi PS4 en el
televisor montado, no puedo sacármela de la cabeza. Escuché la lista de
reproducción hasta que pude guardarla en mi cabeza como un archivo,
reproduciendo mis favoritas y tratando de imaginar en qué estaba
pensando ella cuando las agregó.
“Barely Breathing” La forma en que me desató los patines cuando me
temblaban las manos.
“Don’t Look Back In Anger” La mirada furiosa en sus ojos cuando hace
su programa largo.
“Sleep Alone” Su sonrisa, su risa.
Y mi favorita actual, “Let's Get Lost” de Beck and Bat for Lashes, suena
en mi altavoz. mientras mis dedos buscan su contacto y disparan el texto
antes de que pueda pensarlo dos veces.

Rhys: Hey.
Sadie: ¿Es esto el equivalente a un texto Koteskiy de “¿Estás despierta?”?
Rhys: ¿Quieres que así sea?
Entrando en pánico, envío otro mensaje de texto justo después.

Rhys: Simplemente acostado en la cama y escuchando música.

En lugar de responderme un mensaje de texto, recibo una foto suya que


se muestra acostada en la cama, dejando caer mi teléfono entre mis manos
repentinamente resbaladizas antes de acercarlo a mi cara como si me la
fuera a perder si cierro los ojos, aunque sea por un segundo.
Ella está acostada, con su cabello en un lío de ondas jugando alrededor
de un lío de sábanas azules y un edredón blanco. En realidad no sonríe,
pero sus labios se levantan ligeramente en una esquina de su posición
ligeramente fruncida. Sus ojos son agudos, el gris oscuro penetra incluso
a través de una pantalla, su piel está ligeramente sonrojada y el cable
desgastado de sus viejos auriculares, que debe haberme robado, cuelgan
sobre sus afiladas clavículas.
Mis ojos recorren sus hombros desnudos, uno de los tirantes de su
camiseta se desliza hasta la mitad, dando paso a una multitud de pecas
esparcidas como estrellas por su piel.
Me pregunto cuánto tiempo sería demasiado para no responder, si
tengo tiempo para darme una ducha mientras imagino mis dedos tocando
cada peca que puedo encontrar en una búsqueda muy exhaustiva.
Sacudiendo la cabeza, veo el texto debajo de la foto, después de
guardarla en mi teléfono y mirarla durante un tiempo embarazoso.

Sadie: Qué curioso, estoy haciendo lo mismo.

Me siento ridículo por un momento mientras reescribo mis mensajes de


texto cuatro veces, sabiendo muy bien que ella puede ver los pequeños
puntos que aparecen y desaparecen repetidamente.
Rhys: Lástima que no luzco tan bien como tú haciendo eso.
Sadie: Sí, entonces Freddy podría intentar acostarse contigo.

Una risa amenaza con estallar, tirando de mis labios, incluso solo esto,
solo sus palabras escritas son suficientes para ahuyentar un poco de la
ansiedad sentada en esta habitación demasiado vacía.

Sadie: Aunque estoy tan agotada como parezco, así que probablemente me
quedaré dormida pronto y te ignoraré.

Me toma otro momento demasiado largo decidir qué decir, y


finalmente opto por:

Rhys: No pareces agotada.

Espero, siento mi teléfono lejos de mí durante minutos y luego,


inútilmente, lo acerco a mi cara y lo giro boca abajo sobre la cama, como
si eso me impidiera revisarlo una y otra vez, pero su falta de respuesta
debe significar que ahora está durmiendo.
Me pongo de pie, dejo el teléfono en mi habitación y me dirijo al baño
grande y oscuro que Bennett limpió impecablemente este verano hasta el
punto de que parece como si nadie hubiera vivido aquí. Me desnudo y
cierro la puerta detrás de mí antes de encender la ducha al máximo.
Por un momento me miro en el espejo mientras paso mi mano por la
cicatriz clara sobre mi ceja, una más pequeña debajo de mi ojo que es casi
invisible a menos que la toque; ambas por lesiones con la visera durante
el golpe, las cuales no recuerdo haber recibido.
Mi cuerpo está curado completamente, cada parte de él se ha vuelto a
unir. Mi mente es la que está rota permanentemente.
Hay un vídeo del partido y de la lesión. Intenté verlo una vez, pero me
puse mal y no pasé del primer intermedio. No podía recordar cuándo
sucedió, la constante ansiedad me provocó tantas náuseas que me di por
vencido.
Me pregunto si Sadie lo habrá visto, pero tengo demasiado miedo para
preguntarle. Una búsqueda en Google es todo lo que se necesita.
Sacudiendo la cabeza, me meto en la ducha caliente y humeante,
dejando que el agua caliente corra sobre mis músculos tensos,
sumergiendo la cabeza bajo el chorro y apartándome el cabello de la
frente.
El cambio de temperatura me marea por un momento, y trato de
aterrizar, colocando ambas manos contra la pared de azulejos aún fría.
Sadie.
Sadie con pecas sobre los hombros desnudos con sus ondas
desordenadas, con la cara lavada y mirándome con sus ojos grises de gato.
Me calma de inmediato solo de pensar en ella, la imagen grabada en mi
mente de ella flotando sobre mí en el vestidor como una reina sobre un
trono. ¿Sabe que me arrodillaría ante ella para siempre si eso significara
que me mire así?
Mi polla cuelga pesadamente entre mis muslos, palpitando mientras
mis pensamientos me llevan más allá de cada momento que he tocado su
piel suave y flexible. Ella está grabada en cada uno de mis pensamientos,
como un dulce aroma que me trae todos los buenos recuerdos que he
guardado.
Me la imagino aquí, en mi ducha bajo el agua caliente, porque la quiero
en mi espacio y sentir que ella es completamente mía aunque sea por un
minuto. Ella es tan jodidamente pequeña, pero es más grande que la vida
para mí.
―Rhys ―ella respira.
En mi cabeza, la presiono contra las baldosas y me arrodillo,
imaginándola encima de mí mientras mi mano se desliza arriba y abajo
por mi eje, lentamente. Firme.
Con ella, nunca será lento y constante.
No. La imagino moviéndose salvajemente mientras lucho por
mantenerla quieta, hasta que paso sus piernas sobre mis hombros. Su piel
probablemente también se siente como seda aquí, incluso con el duro
músculo que hay debajo.
Dios, sé que sabe bien, y solo pensarlo hace que me agarre con más
fuerza, más rápido. La imagino escalando conmigo, con sus jadeos y
gemidos cada vez más fuertes hasta que toda la casa puede escuchar que
ella es mía. Que yo la hago sentir así, como un jodido hombre
complaciendo a su mujer hasta que ella no puede evitar gritar.
Persigo el subidón con Sadie en mi cabeza, solo queriendo sentir la
euforia que sé que puedo hacerle sentir. Estoy desesperado por
complacerla y adorarla, pero también por controlarla, por tener a la
patinadora artística salvaje a mi merced por una vez.
Sus ojos grises burlones se fijan en los míos mientras cierro los ojos y
mis piernas se cierran bajo el efecto de la fantasía de ella. Apoyo una mano
en el azulejo, tengo la cabeza confusa, pero sin dolor.
En mi cabeza, ella dice mi nombre otra vez, en ese mismo gemido
susurrado y me hace volar al límite cuando me corro con su nombre
grabado en mis labios como una súplica desesperada.
Mi frente presiona el azulejo mientras casi me desplomo por el alivio.
Maldito infierno.
Tal vez debería sentirme avergonzado por pensar en ella así, pero es
difícil no sentirlo cuando ella es todo lo bueno. Por primera vez desde
marzo, me siento... vivo. Lo cual es de algún modo más peligroso, porque
ahora no creo que pueda dejarla ir.
Quiero aferrarme a ella, demostrarle que lo que queda de mí vale algo.
Le envío un mensaje de texto más antes de conectar mi teléfono al
cargador.

Rhys: Te ves hermosa.


16
Mi patín se desliza de nuevo, sin tocar el borde en lo más mínimo, y
caigo de espaldas sobre el hielo.
Cierro los ojos y él está ahí de nuevo.
Un destello de hoyuelo, ojos como el chocolate, manos enormes
agarrando mi cintura con tanta fuerza que juro que puedo sentirlo incluso
ahora. Rhys, usando mi cuerpo, jalándome como si fuera liviana como el
aire, su voz es una suave provocación en mi oído, llamándome su “nueva
distracción favorita” antes de darme la vuelta y follarme de nuevo por
detrás.
Es la misma maldita fantasía que me ha estado persiguiendo durante
días.
La misma fantasía a la que lamentablemente me entregué anoche, sola
en mi cama, con los dedos presionados entre mis muslos.
Solo pensar en él me hizo correrme más duro de lo que lo he hecho en
meses.
Intento recuperar el aliento y sacar de mi mente la imagen de él, la
imagen inventada que podría jurar que nunca sería realmente como en la
cama.
Rhys es demasiado bueno para follarme lo suficientemente fuerte como
para que no sienta nada.
Es por eso que te asusta.
Cerrando los ojos con fuerza, trato de concentrarme en la música que
aún suena antes de que se corte.
Mierda.
El entrenador Kelley está de pie junto a mí ahora, con los brazos
cruzados y los ojos entrecerrados, incluso cuando me niego a mirarlo,
como una niña que evita una reprimenda.
―Te has vuelto más descuidada ―dice, agachándose y empujando
bruscamente mi hombro para obligarme a sentarme. Me encojo de
hombros y me levanto por mi cuenta, patinando hasta el banco en busca
de agua.
―Solo estoy cansada.
Me sigue y solo cuando está casi cerca de mi oído añade:
―Pésate. ―Mañana.
Odio la facilidad con la que eso me amenaza, la sensación de asco que
se agita en mis entrañas ante la obvia implicación. Me caí porque no
estaba prestando atención a mi borde, tratando el axel como si fuera mi
segunda naturaleza, cuando es mi peor salto. Me caí porque estaba
distraída.
No me caí porque subí una cantidad minúscula de peso.
―Hazlo una vez más, Sadie. Hazlo jodidamente perfecto ―me susurra
al oído, antes de retroceder.
Él indica la música, toma la botella de agua de mis manos y la arroja
sobre el banco.
Siempre es así con él. Mi horario programado siempre es el último para
que él pueda abusar de mi tiempo, alterando mi horario personal
cuidadosamente creado.
Es por eso que me siento agradecida por la llegada tardía de Victoria,
lo que significa que hemos coincidido y ella tiene los últimos quince.
Termino mi rutina casi perfecta según mis propios estándares y una
mejora apenas visible según los del entrenador Kelley. Aún así, ahora tiene
que concentrarse en Victoria, así que descanso suavemente en el banco,
raspando el hielo de mis cuchillas con mis protectores de plástico.
―Pensé que tu actitud era solo para mí en el hielo, pero parece que eres
igual de quisquillosa aquí.
Mi corazón se acelera, y todo mi cuerpo se ilumina como un árbol de
Navidad ante el sonido de su voz.
Sigue siendo mi Rhys, pero ahora es más: Rhys Koteskiy, capitán del
equipo de hockey de la Universidad Waterfell. Tiene el cabello peinado,
todavía un poco desordenado, los ojos brillantes y sin su habitual
profunda tristeza. Casi parece renovado.
Su mano acaricia su pecho mientras me mira con afecto.
―Estoy herido, Gray.
No puedo evitar hacer coincidir su sonrisa con la mía.
―Creo que sobrevivirás, pez gordo. ―Doy unas palmaditas en el banco
con la mano. Se sienta a mi lado, presionando su muslo contra el mío―.
Además, guardo mis actitudes realmente muy malas para ti. No hay
necesidad de ponerse celoso.
La música de Victoria se corta, seguida de algunos gritos fuertes que se
escuchan fácilmente a través de la espaciosa pista. Por mucho que la chica
me moleste, toma sus brutales correcciones con calma, con un rápido
movimiento de cabeza y una sonrisa congelada, con las manos
entrelazadas.
―¿Siempre es así? ―La boca de Rhys está casi en la piel de mi oreja, su
aliento es fresco, y me estremezco.
―¿Así cómo?
―¿Tan intenso?
―No ―digo, con una pequeña sonrisa falsa adornando mis labios. Lo
que no digo es que suele ser peor, sobre todo conmigo.
Pero necesito esto. El firme e inquebrantable apoyo del entrenador
Kelley solo demuestra su dedicación a mi éxito. Él es así porque cree en
mí, es el único que lo hace.
―¿Llegas temprano entonces? ―le pregunto mientras él coloca su
cuerpo contra el mío.
―De hecho. ―Él sonríe―. Tú eres la que está en mi tiempo de hielo.
Como si estuviera planeado, el entrenador de hockey de rostro severo
que he visto varias veces sale del túnel con un suspiro de frustración. Su
mano golpea ligeramente el hombro de Rhys mientras pasa a nuestro lado
para hablar con el entrenador Kelley, quien descaradamente intenta
ignorarlo.
―Dame cinco y nos vamos ―espeta finalmente mi entrenador,
tronando sobre la voz sorprendentemente suave del entrenador de Rhys.
No discute con él, solo vuelve con nosotros.
―Koteskiy. ―El entrenador asiente, rascándose la barba―. ¿Y?
―Sadie ―le ofrezco.
Tomo un sorbo de agua y casi la vomito cuando su entrenador
pregunta:
―¿Novia?
Rhys se sonroja y de repente me encuentro con ganas de decir que sí y
atacarlo para besar su piel acalorada. Mis dedos se contraen porque el solo
pensamiento es tan intensamente abrumador: ver la cara de sorpresa de
Victoria, el furor del entrenador Kelley por mi comportamiento
desagradable y poco profesional.
Sentirlo de nuevo… de repente son mis mejillas las que se calientan.
―Una amiga ―corrige Rhys―. Sus hermanos juegan. Ellos, eh,
practican en la fundación.
Se me revuelve el estómago, la implicación de mis hermanos como
casos de caridad brilla como un cartel intermitente que anuncia todas las
vergüenzas que llevo todos los días. Odio eso.
La chica que aleja su tristeza con besos y necesita ayuda con sus
hermanitos.
Patético.
―De hecho, tengo que irme. ―Salto del banco con mis protectores en
mis cuchillas―. Nos vemos, pez gordo.
No lo necesito ni a él ni a su ayuda.
O a sus estúpidos hoyuelos.
Apenas he cruzado el túnel y me dirijo hacia el vestidor de chicas, que
está a una distancia ridícula del hielo, sobre todo porque el equipo de
hockey ocupa la mayor parte del espacio del estadio, cuando me atrapa y
me agarra del brazo.
―Escucha, Rhys…
―Qué humillante ―se burla una voz diferente en mi oído, los dedos se
curvan en mi bíceps―. Mi oficina, ahora.
Me empuja con fuerza y agacho la cabeza siguiendo el cuerpo delgado
de mi entrenador mientras avanza. Victoria me pasa y me mira con
simpatía.
Cuando entra a su oficina, hago una pausa, pero solo porque Victoria
me está alcanzando.
―Tu turno de práctica ya terminó. ―Ella se aclara la garganta,
mirándome un poco vacilante. No la culpo, no solo no somos amigas, sino
que creo que nunca he sido amable con la chica.
Ella vuelve a mirar a su alrededor antes de bajar la voz.
―No tienes que seguirlo hasta ahí. Él es nuestro entrenador, no nuestro
papá.
Ha sido más un papá para mí que mi propio papá, pienso, pero no lo digo.
En vez de eso, hago caso omiso de su preocupación poniendo los ojos
en blanco.
―Puedo manejar a Kelley. Preocúpate por ti misma.
Enderezo mi postura, como preparándome para marchar a la batalla,
antes de entrar a su oficina y cerrar la puerta detrás de nosotros.
―Lo siento, estaba distraída…
―¿Quién es el chico? ―Me interrumpe con dureza. Me giro y observo
cómo se quita los patines y se calza unos tenis deportivos demasiado
caros, arrojando los patines negros en su bolso.
―¿Qué? ―Palidezco, mi cara arde.
Él se burla de mí.
―¿Quién es el chico de hockey con el que estás perdiendo el tiempo
haciéndole insinuaciones en mi práctica?
―No lo hago… yo no…
―Hazlo de nuevo, y estarás de nuevo en periodo de prueba ―dice,
chasqueando los dedos. Como si esta conversación hubiera terminado.
―No estás siendo justo.
No voy a discutir sobre Rhys, pero un día un poco desconcentrada no
destruiré años de habilidad en el patinaje, años de dedicación total.
―¿No es justo? ―Golpea con el puño el escritorio de metal entre
nosotros, parándose y flotando sobre mí―. Victoria aterriza su axel mejor
que tú cada vez. ¿Quieres hablar de qué es justo? ―Su voz se eleva con
cada palabra, la ansiedad corre por mi columna―. He invertido años de
dinero, tiempo y esfuerzo en ti y eres tan desagradecida que no puedo
mantener tu atención durante una hora.
―Kelley…
―Estás de nuevo en periodo de prueba.
Abro la boca y siento que todo mi cuerpo tiembla por el esfuerzo de
contener un grito, tal vez incluso una rabieta en toda regla.
―Si las siguientes palabras que salen de tu boca no son gracias o lo
siento, entonces no quiero escucharlas.
Lo reprimo todo por un minuto, mientras se me agria el estómago,
como si tragara bilis.
Se hace el silencio por un momento, y lágrimas de ira comienzan a
quemar el fondo de mis ojos, hasta que una traidora escapa.
Kelley suspira, se pone de pie y se cruza de brazos mientras rodea su
escritorio y se para frente a mí.
―Mi terror, ven aquí.
Sus brazos se abren y me abraza con fuerza. Se me escapan más
lágrimas, mis brazos están inmóviles a mis costados mientras absorbo el
consuelo que ni siquiera sé si quiero.
―Ahora ―dice, inclinándome hacia atrás y acariciando mi cabello―.
Vete a casa. Duerme y luego vuelve aquí mañana por la mañana
temprano.
Me duele el estómago por contener todo lo que quiero decir, gritar, pero
como siempre, de alguna manera lo contengo.
Él es el único al que le importa. El que sabe todo sobre mi jodida vida. Él me
ama.
―Lo siento ―digo, y las palabras arden como ácido mientras salen de
mis labios.
17
No es inusual que el entrenador Harris solicite reunirse conmigo en un
día libre, como capitán, es más o menos parte de mis responsabilidades.
Lo que es inusual es la presencia de mi papá sentado a mi derecha,
apretujado en una silla ahora inclinada hacia la pared debido al incesante
golpeteo de su pie. No estaba ansioso al llegar, pero ahora que no tengo
nada que distraiga mi mente, me alimento de su inquietud.
La puerta se abre y el entrenador Harris entra y rodea el escritorio con
un rápido apretón de manos a mi papá, siendo conocidos.
―Max. ―Harris asiente, sentándose y apoyando pesadamente los
codos sobre el roble oscuro―. Rhys. Gracias por venir.
Algo está mal.
Una sensación de inquietud comienza a deslizarse en mi estómago,
arremolinándose como un malestar en la habitación que se encoge
rápidamente.
¿Por qué hace tanto calor aquí?
―Quería hablar con ustedes en privado sobre esto antes de su primera
práctica oficial. ―Harris hace una pausa y levanta una palma callosa,
como si me detuviera―. Sé que sabes que Davidson se fue, así que nos
falta un defensa en la primera línea con Doherty.
Si bien la información no es noticia, nadie habla de la repentina salida
de Davidson. La mayoría solo abandona el equipo antes de tiempo si son
reclutados; pero él no lo fue. Ahora, Holden se queda sin su línea habitual.
Supuse que un estudiante de primer año lo reemplazaría.
El entrenador Harris se aclara la garganta, antes de endurecer su rostro
de una manera que solo me eriza aún más el vello de la nuca.
―Entonces recibimos una transferencia de Michigan. Toren Kane.
Una oleada de náuseas me golpea, el enorme nudo en mi garganta es lo
único que impide que vomite mi desayuno.
Toren Kane.
Defensor masivo del equipo de hockey de Michigan. El mejor prospecto
de la NHL durante tres años consecutivos, pero sus constantes cagadas le
han impedido entrar en una lista. El jugador que casi me mata la
primavera pasada.
¿Y quiere que juegue con él, no solo en mi equipo, sino también en mi
maldita línea?
―¿Hablas jodidamente en serio?
No soy yo quien habla, sino mi papá, su voz es un susurro amenazador
mientras sus manos golpean con los nudillos blancos los brazos de la silla.
―Lo sé…
―¿Estás loco? ―Su voz es más fuerte esta vez, elevándose por encima
de la de mi entrenador―. Sabes lo que él le hizo a mi hijo, Harris. Es una
maldita pesadilla.
Harris parece como si esta fuera la última discusión que quisiera tener,
y sé las palabras que vienen antes de que las diga.
―Fue un golpe legal, Max. Él es un talentoso…
―Es un riesgo, eso es lo que es. Todo su equipo estuvo de acuerdo con
nosotros y querían que lo suspendieran.
―Max…
―Hay una razón por la que él no fue al draft, ¿recuerdas? Varias veces.
¡Ese escándalo estaba en todas partes! ―La voz de mi papá se eleva de
nuevo, el tono ligero de su acento se hace más agudo mientras mezcla
maldiciones rusas con sus gritos.
―Max…
―Miles de chicos vendrán después de este, mejores que él, pero ¿lo
necesitas? ¿A qué costo? ¡Estamos hablando de mi hijo, el capitán de este
equipo!
El entrenador no levanta la voz ni intenta calmar a mi papá, solo asiente
y mueve su mirada de mí a mi papá y viceversa.
Me levanto abruptamente, accidentalmente tirando mi silla hacia atrás.
Ambos hacen una pausa por un momento, pero la habitación sigue
encogiéndose hasta que estoy convencido de que me asfixiaré si me quedo
aquí un momento más.
Salgo, ignorando sus llamadas tanto en inglés como en ruso, tomando
la esquina junto a la puerta demasiado rápido y golpeándome el hombro.
Los pasillos están vacíos, mi cabeza está gacha incluso cuando los golpes
comienzan a alcanzarla. Intento concentrarme, hacer las técnicas de
conexión a tierra que he aprendido para detener el verdadero ataque de
pánico antes de que comience.
Mi cuerpo choca con alguien y apenas murmuro una disculpa antes de
partir, mi visión se nubla y se hace un túnel mientras tropiezo hacia
adelante.
Una mano agarra mi muñeca con fuerza, sus pequeñas uñas casi
aprietan mi piel y casi gimo porque reconocería la sensación de su piel,
incluso si fuera ciego.
Giro con facilidad y dejo que me haga retroceder hasta el frío ladrillo
pintado de azul que hay detrás de mí. Se ve tan poderosa así, sin importar
el hecho de que la estoy superando físicamente; parece tan en control,
como si pudiera calmarme con una rápida presión de su piel contra la mía.
Me doy cuenta, mientras mi mirada recorre su rostro, de que me está
hablando.
―Lo siento. ―Respiro, tan patético y tembloroso como siempre.
Aparentemente esta será mi nueva normalidad. Nunca he sido agresivo,
siempre controlado dentro o fuera del hielo, pero ahora quiero meter el
puño en algo.
No puedo evitar la risa autocrítica que se me escapa.
Dios, no es de extrañar que ella no me quiera. Patético.
―Rhys, ¿qué pasa? ―pregunta, de una manera que me asegura que ya
lo ha preguntado, y la estoy asustando, actuando como un paciente
psiquiátrico en algún estado catatónico―. Estás temblando.
―Yo…
No tengo miedo, no de Toren Kane, estoy enojado. Me siento
traicionado por alguien que me ha apoyado desde el primer año, alguien
que nunca me ha tratado como si fuera un mini clon de mi papá; que se
quedó conmigo durante mi lesión. No importa que yo sepa que mi equipo
me respaldará, ¿por qué lo traería aquí?
Mi equipo gritó que fue un golpe sucio, y su equipo también, pero los
árbitros dijeron que fue limpio. Así que está absuelto: no importa que me
haya costado mi carrera si no puedo controlar esta mierda, o que me haya
robado todo; ¿Y tiene el descaro de aparecer en mi equipo, en mi escuela?
Ya no estoy pensando más porque todo en mi cabeza se arremolina
como agua en un desagüe, dejándome con ese extraño entumecimiento
que se filtra hasta las yemas de mis dedos.
La alcanzo y la levanto con facilidad mientras le quito el bolso de lona
del hombro. Un segundo de preocupación me invade porque ella podría
muy bien rechazarme otra vez, y quién la culparía, pero no lo hace. Sus
piernas se deslizan sobre mis caderas, apretándose para sostenerse
mientras presiono mis labios contra los suyos, una, dos veces, luego
muerdo su rico labio inferior y calmo el mordisco con mi lengua.
―Rhys ―ella medio susurra, medio gime―. Aquí no.
Me hace detenerme solo por un momento porque ella tiene razón:
estamos en medio de un pasillo en el complejo de hielo durante el día. Mi
papá condujo hasta aquí conmigo; de lo contrario, estaría a medio camino
de casa con ella en el asiento del copiloto, creando alguna razón en mi
cabeza para mantenerla en mi habitación, en mi cama, en cualquier lugar
siempre que sea en mi espacio.
―Creo que estás enojada conmigo por algo, pero yo...
―Lo estaba. ―Ella suspira rápidamente―. Ya lo superé.
Ella realmente no lo ha superado, pero me siento demasiado ahogado
y mareado para investigar.
―Te necesito ―estalla de mis labios, porque es todo lo que necesito.
No me importa estar al descubierto, que me atrapen, pero si a ella sí,
entonces me importa.
Ella salta de mis brazos y envuelve una mano alrededor de mi muñeca,
sus dedos presionan mi pulso mientras me arrastra por el pasillo hasta las
duchas.
Está vacío, pero me empuja hacia el cubículo más alejado, tirando de la
cortina para cerrarnos con velocidad y la lujuria estalla en sus ojos, solo
alimentando al monstruo en mis venas.
Nunca he hecho algo así, nunca he sido como Freddy o Holden con sus
encuentros con las conejitas. Siempre he sido material de novio. El atleta
estrella que es buen tipo, el estudiante sobresaliente que ella quiere llevar
a casa con sus papás. Un monógamo en serie.
Ya no.
Se me escapa otra risa mientras sus manitas suaves suben por mi
estómago y pecho.
En ese juego rompí más que mi cuerpo, mi mente está jodidamente
astillada.
Mientras ella empuja sobre mí, sus manos suben rápidamente debajo
de mi camisa y se deslizan en las presillas de mi cinturón, retrocedo.
No. No necesito que ella tenga el control. Yo necesito el control, algo a
lo que agarrarme mientras estoy dando vueltas.
Cambio nuestra posición, dejando que sus hombros toquen el azulejo
mientras deslizo una mano hacia la suave piel de la parte interna de su
muslo, deslizando un dedo a lo largo de la línea de sus pantalones cortos
de spandex, presionando con fuerza, exigiendo besos en su boca, su
cuello, el lugar detrás de su oreja.
―Sé que te gusta tener el control ―le susurro, presionando mis labios
contra la piel de su mejilla―. Pero no soy un chico al que estás usando
para tratar de no sentir nada; vas a sentir todo conmigo. ―Mis dientes
aprietan el lóbulo de su oreja, solo un mordisco antes de cortar su gemido
con otra presión fuerte de mi boca en la suya.
Ella sigue mi ejemplo fácilmente, luchando conmigo por el dominio aún
así.
Me arrodillo frente a ella, presionando besos en su estómago, cubierto
con esa misma maldita camiseta de Waterfell desgastada que solo
alimenta mis fantasías de ella con una camiseta que se ve casi idéntica,
excepto que con mi nombre en la espalda.
Justo antes de que pueda seguir adelante, su mano agarra mi barbilla e
inclina mi cabeza hacia atrás.
―Estoy agotada ―confiesa, relajándose contra las baldosas y
mirándome, mientras nuestra respiración aún se entrecorta con las manos
recorriendo el cuerpo del otro―. Rhys, he estado practicando durante
horas. Debería ducharme…
―Excelente, porque yo tengo suficiente energía para los dos. ―Giro mi
cabeza hacia su palma y planto un beso con la boca abierta ahí―. Solo
relájate y déjame cuidar de ti.
Pongo mis manos debajo del largo de su camiseta, y las yemas de mis
dedos bailan a lo largo de la parte superior de sus pantalones cortos.
―Dime, Gray. ¿Qué quieres?
Sus ojos brillan y se da cuenta por un momento de que haré lo que ella
me diga.
―Quiero que me comas.
Un gemido sale de mi garganta antes de que pueda detenerlo.
―Gracias a Dios ―susurro, jalando sus pantalones cortos hasta que se
acumulan alrededor de sus tobillos―. ¿Confías en mí?
Su ceño se frunce y sus dientes sueltan el fuerte agarre de su labio
inferior.
―¿Para comerme? Creo que sí. ―Su tono sigue siendo atrevido, pero
está lleno de una distintiva respiración y una neblina lujuriosa que se
apodera de su rostro.
Una parte de mí, claramente el viejo Rhys, quiere detenerse en esa
respuesta, alejarme de ella hasta que pueda decir que sí. La confianza y el
sexo son lo mismo, especialmente para mí.
―Por favor.
Estoy perdido por esta chica.
―Okey, Sadie Gray ―le susurro, antes de llevar mis manos a sus
rodillas y separarlas ligeramente.
18
Sus manos son como fuego sobre mi fría piel desnuda, cada parte
helada de mí misma se derrite mientras él recorre con sus dedos cada
centímetro de mí.
No dejo que los chicos con los que salgo me coman, y tampoco hay
tantas ofertas, sobre todo porque para lo que quiero es una pérdida de
tiempo, y normalmente no se siente bien, no lo suficiente como para que
la intimidad valga la pena.
Mi corazón se acelera.
Llega a la fina tira de mi tanga sin costuras mientras curva sus dedos
alrededor de la tela y la aprieta para que se encienda una ráfaga de presión
contra mi clítoris. Me sorprende tanto que grito, antes de que él las baje
sobre mis caderas, jalándolas más lentamente a medida que llega a mis
tobillos.
Sus ojos son ardientes, mirando directamente a los míos mientras saca
mis pies de cada agujero de las piernas, su agarre es cálido en cada tobillo.
Cada gramo de confianza que normalmente siento en esta situación se ha
convertido en nada más que vulnerabilidad.
Puede que sea él el que esté de rodillas, pero es quien tiene el control.
Quiero tocarlo, pero no estoy segura de por dónde quiero empezar.
Levanta las manos y una de ellas agarra mi cadera con una presión
sólida, la otra se desplaza suavemente, casi con reverencia, contra la piel
de la parte interna de mi muslo cuando finalmente rompe mi mirada y
mira mi coño desnudo.
―Mierda, Gray ―susurra y puedo sentir su aliento contra la piel
demasiado sensible justo ahí―. ¿Esto para mí? ―Él sonríe, todo arrogante
engreído, como un destello de ese capitán de hockey que sé que puede ser
cuando quiera.
Resoplo.
―Es más fácil tenerlo depilado para mis trajes. ―Intento usar las
palabras para construir un muro porque todo con este chico ya se siente
peligroso, como si estuviera suspendida en una cuerda floja, con la
amenaza de enamorarme de él permanentemente inminente.
Me hace callar con un cálido pulgar presionando su propia boca antes
de jugar ligeramente a lo largo de mi abertura.
―Eso no es lo que quise decir ―dice con voz áspera, y aparta su mano
para mostrármelo.
Estoy a punto de gotear, vergonzosamente mojada considerando que
no ha hecho nada más que besarme, pero él es hermoso, un desastre de la
imagen perfecta que ha sido antes.
El pánico desapareció de él, sus manos son firmes y sus ojos brillantes,
pero eso lo hace más hermoso. Sus ojos marrones parecen más cálidos
incluso bajo la luz amarilla de la ducha. Parece igual de grande, con sus
gruesos muslos apretados contra los pantalones de chándal grises y un
bulto que me distrae lo suficiente como para girar la cabeza. Y esos
malditos hoyuelos están a la vista. Es una mezcla de excitación infantil y
confianza varonil en sí mismo mientras desliza mi muslo fácilmente sobre
un hombro ancho.
Estoy completamente expuesta, mi piel se vuelve rosada bajo el
repentino calor sofocante de la habitación y su atención.
―Tan hermosa ―susurra. Antes de que pueda intentar alguna
respuesta, lame una línea húmeda a lo largo de mi abertura, moviendo su
lengua ligeramente contra mi clítoris y luego tirando hacia atrás para
soplar ligeramente.
―Oh, mierda ―lloro, mordiéndome el labio porque mi control está
deslizándose.
Me mira con los ojos entrecerrados, pero arden como chocolate caliente.
―¿Eso es todo lo que se necesita? ―Se burla, pero hay una pregunta en
sus ojos.
Suelto antes de que pueda detenerlo.
―Normalmente no hago esto.
―¿Qué? ¿Follar en un baño? ―Me sonríe de nuevo, con los ojos
brillantes―. Es curioso, cada vez que he tenido mi boca sobre ti ha sido
en el baño.
Es ahora, cuando está tan relajado, que puedo ver la brillante estrella
fugaz que es Rhys Koteskiy.
Esto va a arder. Me va a quemar.
Excepto que no me importa. Dejaré que me queme si sigue tocándome
así.
Sacudo la cabeza, inclinándome hacia atrás mientras él presiona su
nariz en la pálida piel de mi coño, justo encima de donde más lo necesito.
―Por favor ―le ruego, odiándome por eso, incluso cuando mis piernas
tiemblan bajo sus manos.
Lame otro golpe largo, antes de rodear mi clítoris.
Dios, me voy a derretir en el suelo. Todo mi cuerpo se enciende y ya
estoy vergonzosamente cerca. Sigo evitando mirar hacia él, con mi cabeza
inclinada hacia atrás contra el ladrillo.
―Así es exactamente como lo imaginé. ―Inhala, casi como si no
quisiera decirlo.
Mi cabeza se inclina hacia él con una sonrisa en mis labios, como si
pudiera recuperar el control.
―¿Qué? ¿Una sucia ducha en un vestidor?
Él suelta una carcajada, sus ojos brillan con picardía mientras presiona
toda su boca contra mi clítoris, chupando con fuerza.
―Mierda ―jadeo.
Me deslizo un poco, lo suficiente como para que mis manos lo alcancen,
antes de hundirlas en su suave cabello castaño. Mis uñas raspan un poco
su cuero cabelludo mientras me rodea en algún patrón parecido a la
brujería que me hace jadear como si hubiera estado bajo el agua y
estuviera saliendo a la superficie.
Él gime, sosteniendo mi muslo más alto, justo por encima de su
hombro. Sus grandes manos me mantienen casi separada de la superficie
por completo, los dedos de mis pies se mueven y mis zapatos chirrían
mientras me retuerzo.
Con una mano todavía unida a mi trasero, apretándome cada pocos
segundos, saca su mano derecha y me separa suavemente, deslizando un
dedo dentro de mí. Grito demasiado fuerte, pero él deja que un sonido de
satisfacción retumbe desde su boca afelpada contra mi clítoris. Me sacudo,
pero él me estabiliza, deslizando otro dedo, acelerando sus labios y lengua
para contrastar con el movimiento firme y lento de sus dedos.
Los curva, solo ligeramente y cometo el error de mirarlo.
Sus ojos marrones brillan, fijos en mi rostro, observando cada uno de
mis movimientos, y luego sonríe dejándome ver solo un maldito hoyuelo.
Salgo disparada como un cohete.
―¿Ya? ―bromea, mientras pulso alrededor de sus dedos,
apretándolos. Mi tenis vuelve a chirriar contra las baldosas debajo de mí
mientras él me pone de nuevo sobre mi pie. Luego, baja el otro pie,
después de besar suavemente el interior de mi muslo mientras lo saca de
su hombro―. Jodidamente perfecta. Tan hermosa.
Se me hace un nudo en la garganta.
Todavía está de rodillas, y sus manos acarician suavemente la curva de
mis pantorrillas. Sus manos encuentran mi ropa interior desechada y,
después de ayudarme a ponérmela, me la sube por las piernas.
Mi corazón tartamudea cuando él deja otro beso en la tela, este es más
reverente que sensual y odio la forma en que me hace sentir dolor. De la
forma en que un “¿Quieres venir a casa conmigo?” casi se escapa de mis
labios. Me siento vulnerable, destrozada y, de alguna manera, más llena
de sentimientos que antes, no el vacío y la moderación habituales que
siento después de una conexión.
Es peligroso, repite mi cerebro, pero mi cuerpo está listo para derribarlo al
suelo.
Entonces, después de que él me ayuda con mi spandex, tomándose su
tiempo deslizándolo sobre mis piernas, pasando sus palmas sobre la piel
cubierta y descubierta, agarro sus muñecas y lo jalo para que se levante.
Lista para recuperar el control. Lista para…
Él levanta la mano, con la muñeca todavía en la mía, y se mete los dedos
en la boca.
Cualquier sonido que salga de mis labios, una especie de gemido en el
fondo de mi garganta, me tiñe las mejillas de color granate. Pero no puedo
apartar la mirada mientras él saca sus largos dedos de sus labios
hinchados.
Él es todo.
La forma en que pienso en él me asusta. Necesito poner distancia antes
de que esto realmente duela, y aún así…
―Deberíamos hacerlo más a menudo.
Su sonrisa es como oro líquido.
―¿Sí?
―Sí ―repito, sintiéndome un poco como si estuviera flotando―. Sí, de
hecho, creo que esto sería bueno para ambos. Tú necesitas una distracción
y yo necesito... liberación.
Algo muere en sus ojos, sus hoyuelos desaparecen. Me palpita un poco
el pecho, pero lo ignoro.
―¿Qué quieres decir exactamente?
Me encojo de hombros y juego con el dobladillo de mi camiseta.
―¿Como… engancharnos? A menos que tú no…
Su mano se levanta para detenerme.
―Amigos con beneficios. Eso es lo que estás sugiriendo.
Asiento con la cabeza.
―Realmente no... ―se calla, pareciendo estar involucrado en algún tipo
de batalla mental―. No importa, no voy a perder mi oportunidad. Sí.
―¿En serio? ―Sonrío alegremente.
Él me imita.
―Si eso es lo que quieres, Gray, entonces sí.
Besa mi frente al salir, con un silencioso “llámame”, presionado contra
mi piel.
19
―¿Estás bien, Cap?
Es una pregunta difícil de responder, pero Freddy parece preocupado;
diablos, todo el vestidor se ve aprensivo. Quiero decir que no, pero la
tensión ya es espesa y sé que como capitán debería sofocarla, no
aumentarla.
Hoy es nuestra última práctica antes de nuestro primer partido de
exhibición contra una pequeña escuela en Vermont cuyo entrenador es
cercano al nuestro, lo cual anticipo que será parte de la razón por la cual
el juego es tan pronto en nuestra pretemporada.
También es nuestra primera práctica con nuestro nuevo defensa.
Las noticias se difundieron rápidamente, gracias principalmente a los
bocazas de Freddy y Holden, lo que me hizo mucho más fácil hacerme el
ignorante y ahogarme en Sadie.
No ha sucedido nada más todavía, solo besos rápidos en mi auto,
manos presionando la tela o la piel, ambos desesperados por alivio.
Algunos días simplemente patinamos, otros días no llegamos al vestidor,
intensos y raspando la piel del otro en el amplio maletero de su Jeep sobre
la manta que, según me dijo, era para “emergencias de autocine”.
Cuando le dije que nunca había oído hablar de algo así y que nunca
había ido a un autocine, parecía profundamente herida y me reí más
fuerte que en meses, una sonrisa estiró mi piel hasta que me dolieron las
mejillas.
Esa noche, después de clase, se reunió conmigo en la puerta de su
dormitorio y me pidió que lleváramos su auto. Condujo ella, cosa que me
pide a menudo, y me pregunto si fue porque se acordó de cómo le solté
mi nueva ansiedad por conducir aquel día.
Para mi sorpresa entramos en un autocine, se estacionó de reversa y
abrimos su maletero nuevamente para acostarnos ahí. Le compré dos
hamburguesas y una gran cantidad de dulces probablemente caducados
a una adolescente en el único puesto de venta, luego me reí y hablé y
apenas miré la pantalla distorsionada y parpadeante de la función doble,
absorbiendo cada pedazo de ella como agua a la hierba después de una
sequía.
Ella me dijo al final que no era una cita.
Pero no me importó; se sentía como tal, y ni siquiera nos habíamos
besado ni una vez.
Es fácil fingir cuando solo somos nosotros que tal vez ella sea
completamente mía. Mi novia. Que podría convencerla de que entrara en
mis brazos una y otra vez, de alguna manera pasar mi camiseta de
contrabando sobre su cuerpo, sobornarla para que me animara y pararme
en los fríos asientos de las gradas porque quiere mostrarles a todos que
yo soy suyo.
Y quiero ser de ella, casi más de lo que quiero que ella sea mía.
―¿Estás seguro de que no quieres decir algo antes? ―pregunta Freddy,
indagando por mi falta de respuesta.
Bennett se encoge de hombros y se quita los protectores para las
piernas.
―¿Por qué? Todo el mundo sabe que él viene. Todos aquí respaldan a
Rhys.
―Maldita sea, sí. ―Holden asiente.
Sacudo la cabeza.
―Él será tu compañero, Dougherty. No hay razón para que no
aprovechemos todas las ventajas que tenemos este año.
Iremos a los Frozen Four y los ganaremos; un solo jugador no va a
cambiar eso.
La puerta se abre y se cierra de golpe detrás de la corpulenta figura de
Toren Kane.
No ve a nadie, baja la mirada mientras se dirige a su cubículo asignado
junto a Holden, tira su bolso de equipo al suelo y comienza a cambiarse.
Además de la primavera pasada a través de la jaula de mi casco, solo lo
vi a través de fotos en Elite Prospects, y el mismo retrato de la preparatoria
pegado en Internet durante el apogeo de su escándalo años antes.
Los jugadores de hockey en general tienden a ser más altos; la mayoría
mide al menos un metro ochenta o más. La altura y el tamaño son tantas
ventajas como la velocidad y la habilidad.
Aún así, Toren Kane es alto, no tan corpulento como Bennett, que es de
complexión ancha, pero parecido; probablemente acercándose a los dos
metros. Como capitán, su tamaño y su físico obviamente perfeccionado
deberían hacerme feliz de tenerlo en la primera línea de defensa frente a
Bennett.
Pero lo único que siento es odio: una fuente extraña e inoportuna de
odio.
El silencio del vestidor es ensordecedor, todos fingen no mirarnos a los
dos, pero sus ojos parpadean de un lado a otro entre ambos.
―Kane ―digo, logrando controlar el tsunami interior―. Deberíamos
hablar.
Él me mira rápidamente antes de quitarse la camiseta y tomar una
camiseta Dri-Fit de su bolso.
―No podemos fingir que no pasó nada. Si quieres ser parte de este
equipo, tenemos que hablar.
Odio esto. Odio tener que ser el hombre más grande aquí, cuando él es
quien arruinó todo, pero lo estoy intentando. Me hundo en el
entumecimiento, esperando que lo que más odio me impida romperle los
dientes y estropearlo todo.
Kane me mira, bajando la camiseta sobre su abdomen y sacudiendo su
húmedo cabello negro.
―No hay nada de qué hablar, Koteskiy. Ya supéralo.
Mis puños se aprietan y mi cuerpo se mueve hacia él. Hasta aquí el
entumecimiento.
―¿Estás jodidamente loco?
Freddy resopla y se acerca a mí.
―Certificable, por lo que he oído.
Hay un ligero aumento en la tensión en el hombro de Kane mientras las
risas resuenan en la habitación. Recuerdo que las noticias que cubrieron
el golpe lo llamaron psicópata porque no mostró ningún remordimiento,
solo repetía el mismo sentimiento una y otra vez.
―Fue un golpe limpio ―dice.
―Eso es una mierda.
―Está jodidamente loco.
―¡Golpe limpio, mi trasero!
Un coro de apoyo e incredulidad suena detrás de mí.
El peso de las palabras que quiero decir, pero no puedo, se siente
asfixiante y por un momento soy Atlas. Listo para quitarme todo el peso
del mundo de mis hombros si eso significa solo un minuto de alivio.
Aun así, me niego a callar a ninguno de ellos, me niego a ver lástima en
sus ojos o, Dios no lo quiera, sus risas a costa de mi dolor, o su
incredulidad en mi capacidad para liderarlos, incluso si yo mismo he
perdido esa creencia. ¿Cómo podría cualquiera de ellos admirar a un
capitán y confiar en mí para liderarlos si supieran que cada segundo en el
hielo estoy librando una guerra interna?
―¿Golpe limpio? ―Freddy dice, cruzándose de brazos mientras da un
paso adelante―. Tu propio equipo, demonios, tu propio entrenador, te
quería fuera por eso.
―Los árbitros dijeron que fue limpio. Yo no hice nada. Jodidamente
madura.
Bennett se queja ante eso, su voz aún tranquila, pero atronadora en el
vestidor porque es raro que realmente hable.
―Asume cierta responsabilidad por ti mismo.
El rostro bronceado de Kane se sonroja de ira, entrecerrando los ojos
mientras nos observa a todos, dándose cuenta de que está acorralado.
―No estoy aquí para pelear. ―Él sonríe―. Fuera del hielo, claro está.
Solo estoy aquí para jugar jodido hockey. ―Se encoge de hombros
nuevamente, y continúa desempacando y poniéndose cómodo.
Algo en lo casual de esto, como si él no hubiera terminado mi
temporada, y que fácilmente podría haber terminado con mi vida, me
enciende.
Me lanzo hacia adelante, golpeando mis manos contra su pecho,
inclinándolo hacia su cubículo y golpeando su cabeza contra el estante
superior.
―Este es mi maldito equipo. Muestra algo de respeto.
―Vete a la mierda ―se burla, sonriendo de nuevo como si me estuviera
desafiando a golpearlo de verdad.
Le golpeo la cara con el puño como si fuera una reacción instintiva.
Nadie me detendrá ni me hará retroceder. En todo caso, se unirán. Este es
mi equipo.
Me lo quitaste todo.
―Suficiente.
La única voz que puede detener esto no es retumbante; es suave y firme
como solo el entrenador Harris puede serlo.
Me toma un momento darme cuenta de que todavía estoy atrapado en
Toren Kane, con las manos agarradas a su camiseta mientras él solo sonríe
con un hilo de sangre deslizándose sobre sus dientes blancos, sus labios y
su barbilla.
―Suéltalo ―dice Bennett―. No tiene sentido pelear así.
Sigo las instrucciones de Ben, a la inversa de cómo fue entre nosotros
durante tanto tiempo, dejando que él me lleve lejos.
El entrenador Harris está de pie en el centro del vestidor, captando
nuestra atención con facilidad como siempre lo hace, incluso me doy
cuenta que la de Toren Kane también.
―Sé que hay muchas emociones aquí en este momento, pero
concéntrense. Déjenlo salir sobre el hielo; no el uno sobre el otro. ―Él mira
hacia mí y suspira―. Toren es parte de este equipo ahora y espero que
actúen correctamente y lo traten como si fuera cualquier otro miembro de
este equipo. Lo que sea que tengan que hacer para llegar a ese punto, no
me importa. Simplemente no hagan esta mierda en mi hielo o en mi
vestidor. Demonios, en ningún lugar de mi maldito complejo. ¿Me
entienden?
―Sí, señor ―todos estamos de acuerdo.
―Va a ser una larga práctica. Salgan de aquí.
20
Enamorarme de Rhys es como caer en una adicción, o cómo me imagino
que podría ser.
Todo con él se siente más fácil. Esta no es la primera vez que tengo
algún tipo de acuerdo de amigos con beneficios con alguien, pero es la
primera vez que me siento así. Antes, todo era solo para deshacerme del
hervor dentro de mí, una forma de ejercicio y alivio. Con Rhys, esperar
más de un día para volver a verlo y tocarlo se siente como una tortura.
Estoy dividida entre amar lo que se siente al estar con él y odiar lo
mucho que amo lo que se siente al estar con él.
Sin mencionar que el hombre me come el coño como si fuera su puto
trabajo.
Incluso actualmente, metido en un armario de almacenamiento antes
de que todos los papás de las clases de Aprende a patinar hayan
abandonado el edificio (cuando tendría más sentido logístico para mí
estar de rodillas ante él), me tiene medio elevada en el aire, con su cara
presionada entre mis muslos mientras mis tobillos desnudos se clavan en
los músculos de su espalda.
Estoy en la cúspide, puedo sentir mis piernas empezando a temblar,
cuando él se retira y casi lo abofeteo mientras mis manos agarran su
cabello sedoso para empujarlo hacia abajo donde más lo necesito.
―¿Qué demonios, pez gordo? ―Jadeo, con la voz quejumbrosa por
mucho que intente hacerla áspera―. Estoy tan jodidamente cerca.
―Mi cumpleaños es la próxima semana ―dice, como si ahora fuera el
momento perfecto para tener esta conversación.
―Feliz cumpleaños ―gruño, agarrando su cuero cabelludo un poco
más fuerte, lo que solo lo hace sonreír.
―Gracias ―suspira, presionando un beso en la parte interna de mi
muslo que me hace agarrarme de nuevo a la pared porque estoy tan cerca
que podría respirar un poco más fuerte en mi clítoris y yo ardería―. Pero
pensé que podrías decírmelo ese día.
Mi estómago se revuelve un poco cuando me doy cuenta de lo que está
pidiendo. Y, sin embargo, mi cuerpo traidor sigue reaccionando como si
este hombre no estuviera sosteniendo mi orgasmo sobre mi cabeza como
una zanahoria.
―Rhys. ―Respiro.
Lame un golpe sólido y duro contra mi coño y yo muerdo otra
maldición.
―Si quieres correrte ―amenaza, bajando la voz cuando veo la
oscuridad que siempre está tratando de contener sangrando en los bordes
de su personalidad de chico dorado―. Entonces aceptarás estar ahí en
este momento, como mi regalo de cumpleaños si eso lo hace menos serio
para ti.
Apenas puedo registrar sus palabras porque él las está respirando en mi
coño, con sus ojos marrón oscuro vidriosos y entrecerrados, mirándome,
y ese hoyuelo obstinado que levanta su sonrisa torcidamente.
―Por favor, Rhys.
―Necesito una respuesta, Gray. Entonces podrás tener lo que quieras.
Cierro los ojos con fuerza, intentando inútilmente borrar la imagen de
él de rodillas que siempre ha quedado grabada en mi cerebro. No debería.
Realmente no debería hacerlo, pero…
―Okey ―me quejo―. Okey, okey, okey. Solo por favor.
Él se ríe y presiona un beso fuerte justo en mi clítoris, antes de inclinarse
hacia atrás.
―Esa es mi chica. ―Sonríe, antes de que su mano que ha estado
descansando sobre mi muslo de repente presione dos dedos directamente
en mi centro goteante.
Gimo, fuerte y desesperadamente, demasiado fuerte para donde nos
escondemos, pero no me importa. Apenas me toma un minuto de toda su
atención nuevamente para arrancarme el orgasmo, mi labio magullado al
morder con fuerza suficiente para romper la piel mientras todo mi cuerpo
arde.
Bajo desde lo alto, desplomada contra la pared mientras él me cuida
con tanta delicadeza que se me forma un nudo en la garganta. Hacemos
este baile cada vez. Él, demasiado dulce, cariñoso y gentil, y yo, apartando
su abrazo con alguna excusa a medias para irme mientras trato de fingir
que no veo la tristeza volver a entrar en sus ojos.
Esta vez, no digo una palabra, lo beso fuerte y muerdo ligeramente sus
labios mientras levanto mis patines desechados.
Él me sigue rápidamente, quitándose los patines a una velocidad récord
y camina detrás de mí. Lanzando su bolso sobre su hombro, se acerca lo
suficiente como para tocar mi hombro.
No puedo ignorarlo por completo. Nuestros autos están estacionados
uno al lado del otro.
―Entonces, ¿irás? ―pregunta, y me siento un poco como si estuviera
tirando un cachorro a la basura si lo rechazo ahora.
―Sí. ―Asiento mientras llegamos a nuestros autos en el
estacionamiento vacío―. Sí, lo haré mmm... lo intentaré.
Él sonríe y asiente, saltando sobre las puntas de los pies. Aún con mi
respuesta ligeramente evasiva, sigue tan emocionado como si hubiera
aparecido con una pancarta y globos.
―Verte será la mejor parte de mi cumpleaños. ―Él sonríe un poco
tímidamente, como si no quisiera decirlo, luego se frota la nuca y se
despide rápidamente de mí antes de subirse a su auto.
Y, como siempre, espera hasta que mi auto arranca y conduce para
seguirme fuera del estacionamiento.
Casi no aparezco en absoluto.
Pero aproximadamente dos horas después de que empezó la fiesta de
la que me envió un mensaje de texto a principios de semana, me presento
en la Casa de hockey sintiéndome un poco ridícula por vestirme así -mi
vestido de seda gris con una chaqueta de cuero de gran tamaño-, para
aparecer tan tarde.
Revisé mi lápiz labial dos veces incluso antes de salir del auto, pero
ahora lo hago una vez más en la pantalla de mi teléfono, estoy usando una
capa de maquillaje más espesa de lo que suelo usar, pero es una ocasión
especial.
¿Lo es? ¿Entonces Rhys es especial?
Me deshago de los pensamientos contradictorios sobre el triste capitán
de hockey que constantemente atormentan mi cerebro, cruzo la puerta
entreabierta y me acerco a la multitud apiñada de gente. A algunos las
reconozco, a otros no.
Pero definitivamente no veo a Rhys Koteskiy.
Al regresar a la cocina después de recorrer completamente la planta
baja, veo al menos dos caras familiares, Freddy y Bennett, ambos
mirándome con tristeza mientras entro.
―Matt. ―Asiento―. Oigan, ¿han visto a Rhys?
―Mira quién finalmente decidió aparecer. ―Matt bebe el resto de lo
que hay en su taza individual―. Un poco tarde para él, de hecho.
Frunzo el ceño, jugando con el dobladillo de mi vestido un poco
tímidamente, sintiéndome más pequeña incluso con los ocho centímetros
de tacones que me proporcionan mis botas negras.
Bennett no habla, pero parece incómodo mientras evita mis ojos desde
su posición en el taburete de la barra, con sus enormes hombros curvados
hacia adentro mientras quita lentamente la etiqueta de la botella de
cerveza que está bebiendo.
―Sé que llego tarde, pero necesito hablar con él.
Matt se burla, con las mejillas lo bastante sonrojadas como para que
pueda notar que está un poco más suelto con sus reacciones.
―Eso no va a pasar. Vete.
―Freddy ―espeta Bennett, sus ojos se mueven hacia mí brevemente
antes de volver a mirar a su compañero de equipo―. Olvídalo.
―No. ―Matt aplasta el vaso en sus manos, arrojándolo sobre su
hombro en un arco perfecto hacia el bote de basura, lo que genera una
ovación inoportuna de los chicos ahí reunidos.
El playboy del campus parece furioso, una expresión que no estoy
acostumbrada a ver en su rostro de modelo, mientras apoya las manos
sobre el mostrador y mira a Bennett.
―Tú lo viste, Reiner. Se quedó mirando la puta puerta toda la noche
esperándola. ―Matt se acerca bruscamente a mí, con los ojos oscuros
mientras me evalúa de nuevo―. Ya lo lastimaste una vez esta noche.
Considerando tu historial, creo que sería mejor si te detengo ahora. Él no
te importa una mierda.
No lo conozco lo suficiente como para que me duela tanto, y tal vez sea
su conexión con Rhys lo que hace que las palabras caigan como una
bofetada.
Me pregunto cuánto ha divulgado Matt Fredderic sobre el cruce de
nuestros caminos el semestre pasado. Con qué frecuencia me vio llevar a
uno de sus amigos atletas al baño en una de las fiestas de la casa, o
molerme en el regazo de alguna estrella de fútbol demasiado grande para
no sentir nada. Apenas recuerdo el semestre pasado, perdiendo el control
y desesperada por no sentir tanto a la vez.
Este año es diferente. Rhys es diferente.
―Si él no me importara una mierda, Matt, creo que lo sabrías, pero esto
no es como el semestre pasado. ―Suelto las palabras con los dientes
apretados, odiando la vulnerabilidad de todo esto. Mis ojos se posan en
Bennett por un momento, pero él simplemente está estoico―. Y Rhys es...
diferente.
―Por favor. ―Matt resopla, poniendo los ojos en blanco.
La furia sube por mi columna.
―Me encanta el sexo tanto como a ti, Freddy, y eso no es un puto delito
solo porque soy una chica, pero te garantizo que me importa más Rhys de
lo que a ti alguna vez te ha importado una chica a la que le metes la polla.
Ahora es Matt el que parece haber sido abofeteado, un poco aturdido.
―Está en su habitación ―interrumpe Bennet, sacudiendo un poco el
hombro.
Me voy antes de que cualquiera de ellos pueda intentar cambiar de
opinión y detenerme.
Nunca he estado en la Casa de hockey, que yo recuerde, y
definitivamente no mientras Rhys Koteskiy fuera uno de sus habitantes.
Aún así, encuentro su habitación en la primera suposición, por un cartel
de 51 pegado a la pared y firmado por todos sus compañeros de equipo.
Miro un poco más de cerca y veo que todas las firmas están marcadas con
“Que te mejores pronto” o “Pensando en ti” o “Eres más fuerte que esto”.
“Oh, Capitán, Mi Capitán” escrito más grande y firmado por Matt
Fredderic en una línea que parece ridícula al lado del tamaño de todas las
demás.
Levanto la mano y golpeo un poco la madera.
―Por última vez, Freddy… ―Resopla, lanzando su voz como si
estuviera lejos de la puerta―. Sabía que tal vez ella no vendría, ¿okey?
Tienes razón. Fue estúpido de mi parte pedírselo.
Mi ceño se frunce y vuelvo a tocar mientras él sigue hablando.
―Ella no es mi…
Abre la puerta de par en par en medio de su frase, enojado mientras
busca al culpable de los golpes y solo me encuentra a mí.
―.... novia.
21
Es tan jodidamente hermosa que siento que cada gramo de ira hacia ella
se desvanece cuanto más la miro.
Sadie Gray está en mi casa, en la puerta de mi habitación, luciendo
como cada fantasía que he tenido, envuelta en un lazo de seda.
―Hey ―me atraganto, con la garganta ronca mientras mis ojos
exploran la extensión de sus pálidas piernas desde la rodilla hasta el corte
alto de su muy corto vestido de seda. Me doy cuenta de que he tocado esa
misma seda antes, y hay una parte oscura y posesiva de mí que se calienta
al verla.
―Lamento llegar tarde ―dice, y me doy cuenta de que estoy sonriendo
como un idiota.
Me trago la insistencia inmediata que quiero decir de que esto está bien.
No te preocupes, simplemente me alegro de que estés aquí.
Podría haber aparecido con una camiseta que dijera: DEJA DE
INTENTARLO, PEZ GORDO. NO SOY TU NOVIA y aún así estaría feliz
de verla.
Porque anhelo a Sadie como una adicción.
―Estás aquí ahora ―es lo mejor que puedo hacer, porque no quiero
perder el tiempo que tengo con ella en nada más que en comodidad. Ella
me hace sentir cálido y sólido, completo de nuevo.
Me hago a un lado y estiro el brazo detrás de la cabeza, con las mejillas
sonrosadas por el ligero desorden de mi habitación. No está desordenada,
pero sí bien ocupada, ya que apenas he salido de ella esta semana.
La ansiedad ha estado peor, lo suficiente como para saltarme dos días
de clases totalmente incapaz de levantarme de la cama. Pasé por múltiples
pesadillas, duchándome para quitarme el sudor y lavando las sábanas
todos los días porque estaban empapadas.
Pero ahora todo parece estar tranquilo, y ver a Sadie parada en medio
de la habitación, quitándose su chaqueta de cuero y colgándola de la silla
de mi escritorio, tiene algo de razón innata. Como si finalmente ella
estuviera donde debe estar.
Aquí. Conmigo.
―Feliz cumpleaños, pez gordo ―dice, pero hay un matiz de disculpa
en su provocación generalmente feroz. El resentimiento persistente
desaparece hasta que quiero tirarla sobre la cama y levantarle esa seda
hasta el estómago.
Me pregunto si se da cuenta de que es su música sonando suave y baja
a través de mi sonido envolvente, The Neighborhood canta ”A Little
Death” en el fondo de esta fantasía hecha realidad.
―Gracias. ―Sonrío, de forma genuina y pequeña, siguiéndola con la
mirada mientras entra y me siento en la cama. Ella es solo un poquito más
alta que yo, los tacones de sus botas (cuero negro que no podré sacarme
de la maldita cabeza de ahora en adelante) le dan esa altura adicional. Se
interpone entre mis piernas con la mano en la espalda con una pequeña
bolsa que la vi sacar del bolsillo de su chaqueta.
―Te tengo algo.
Su otra mano agarra la mía de mi muslo, antes de dejar caer la bolsa en
mi mano. Tiro de la cinta para abrir el plástico y arrojo el contenido en mi
palma.
Un disco de hockey negro y una pulsera elástica. Aprieto el disco de
hockey en mi palma, observándolo ceder y soltarse.
―Es, mmm… una pelota antiestrés. ¿La aprietas y te ayuda a distraer
tus pensamientos o centrarlos? Mi hermano tiene una y le ayuda con su
ansiedad ―dice, encogiéndose de hombros y volviendo a recogerse el
cabello.
―Eso es... eso es realmente agradable ―digo, sintiéndome patético
cuando las palabras salen de mis labios. Es más que eso. Es todo. Es una
parte de mí de la que solo ella tiene la llave. Es la aceptación de mí tal
como soy, por parte de la única persona que importa en este momento―.
¿Y la pulsera?
Ella se ríe mientras levanto la pulsera de cuentas azules y grises para
inspeccionarla, donde pequeñas cuentas con letras mayúsculas deletrean
pez gordo.
Una risa brota de mí y me la pongo inmediatamente.
―Es una broma.
No para mí, quiero decir. Nunca me la quitaré.
En lugar de eso, la envuelvo en mis brazos y la jalo hacia mi regazo con
un gemido.
―Es hora de que te muestre mi agradecimiento, ¿no? ―le pregunto,
respirando ligeramente en su oído y presionando besos justo debajo―.
Acuéstate.
Ella se aparta de mí demasiado rápido y lucho por agarrarla, pero se
me escapa de las manos.
―Quítate los pantalones.
Me levanto antes de que pueda siquiera pensar en eso, mirándola
mientras se recuesta lentamente sobre sus codos en la cama. Ella, así, con
el pequeño y delgado tirante colgando de su hombro pecoso, bajando la
tela gris lo suficiente como para que esté cerca de ver su pezón rosado y
duro.
Se me hace la boca agua cuando levanta la mano y se recoge todo el
cabello en lo alto de la cabeza, mostrando su cuello, antes de dejar que los
mechones oscuros se derramen sobre su piel.
Me bajo los jeans hasta los tobillos y me los quito sin tropezar mientras
me niego a quitarle los ojos de encima ni por un segundo. Sus manos solo
dudan una vez, sus dedos se curvan en la parte superior de mis bóxers y
me mira en busca de seguridad.
Asiento como un jodido bobble head, gimiendo mientras ella los baja
para estirarlos sobre mis muslos y liberar mi polla.
―Oh. ―Respira, su rostro está tan cerca que puedo sentirlo. Mis
caderas se flexionan involuntariamente y ella tartamudea con el
movimiento mientras su mano me agarra por la base.
»Eres... muy grande. ―Se sonroja, y es la primera vez que la veo lucir
algo intimidada.
No soy pequeño, pero ella es treinta centímetros más baja que yo y tan
pequeña que me hace ver enorme en su manita. Demasiado delirante para
hablar, simplemente asiento.
―Nunca he... quiero decir; los chicos con los que he estado…
Mi mano agarra su barbilla con fuerza, los celos hierven en mis entrañas
ante la sugerencia.
―Termina esa frase, te reto. Te garantizo que esta vez serás tú la que
esté de rodillas, no yo.
La leve amenaza y mi fuerte agarre parecen despertarla de su timidez.
Se muerde el labio y se arrodilla frente a mí con una sonrisa sensual.
―Estás actuando como si ese no fuera el plan desde el principio.
Sin previo aviso, me toma profundamente y mi respiración se
entrecorta en una maldición, y mis manos se aferran a su cabello porque
siento que mis rodillas van a fallar.
Cuando recupero el equilibrio, miro hacia abajo y veo su actitud
malvada todavía brillando a través de sus ojos grises de gato, llorosos y
todavía fijos en mi cara.
Voy a correrme demasiado rápido.
Eso, o decirle que la amo o algo peor.
Así que la aparto de mí, tratando de no concentrarme en la forma en
que la saliva gotea de su boca y sus labios todavía perfectamente
coloreados. Ver la mancha de su lápiz labial en mi jodida polla me hace
apretarme en la base para calmarme.
La empujo de nuevo sobre la cama, cubriendo su pequeño cuerpo con
el mío mientras jalo esa seda entre mis dedos, empujándola hacia su
estómago para acariciar su coño.
―Es mi cumpleaños, así que puedo elegir mi premio, ¿no crees?
Sus ojos están vidriosos, y toda la lucha de mi patinadora salvaje se ha
ido. Su cuerpo siempre se relaja bajo mi tacto y me llena tanto de
satisfacción y posesión que tengo que reprimir el impulso de golpearme
el pecho.
Tiro las correas de sus hombros hacia abajo y veo su pecho desnudo
para mí. Sin sujetador, su piel está enrojecida hasta sus jodidos pezones.
Mi boca los busca primero, lamiendo y chupando suavemente, casi
provocándola de una manera que la vuelve loca.
Para ser una chica tan feroz, prospera bajo un toque más suave.
Su cuerpo tiembla y agarro su cintura desnuda con un poco más de
fuerza entre mis manos.
―Mmm. ―Tarareo contra su piel―. ¿Te gusta eso, Gray?
Ella asiente y agarro su barbilla nuevamente, retrocediendo para
mirarla.
―Dilo ―le ruego.
En lugar de eso, retira su mano de su costado, se lame la palma y se
inclina para agarrar mi polla.
Me presiono instintivamente contra su puño, gimiendo en su cuello
mientras ella me trabaja.
Mierda. Mierda. Mierda.
Ella gime un poco más fuerte y mis ojos se abren para mirarla, tan
pequeña debajo de mí y aún así en total control otra vez.
―¿Te gusta eso, pez gordo? ―Se burla, y yo gimo.
Esto. El tira y afloja por el control... Dios, la quiero para siempre.
―Me estás matando, Gray ―gruño, levantándola de un tirón. Ya estoy
tan jodidamente cerca y ver su piel sonrojarse mientras me da placer solo
lo empeora. Sus ojos brillan y una pequeña sonrisa se dibuja en la
comisura de su boca roja.
La beso, fuerte e insistente mientras ambos gemimos en la boca del otro
ante el contacto. Su lengua no pierde tiempo en enredarse con la mía hasta
que frota su mano sobre la cabeza de mi polla y yo retrocedo con un
gemido.
Sus labios bajan por mi barbilla y espero que me deje una marca.
Como si me concediera mi deseo de cumpleaños, los dientes de Sadie
se hunden en la piel de la base de mi cuello con un pequeño mordisco y
me corro con fuerza, mientras las estrellas brillan detrás de mis ojos.
Me toma más tiempo de lo normal bajar de lo alto, pero lo hago
dejándome caer sobre el colchón mientras Sadie empuja mi peso hacia
abajo y trepa sobre mí. Escucho sus tacones en el suelo, el sonido del
lavabo encendiéndose y apagándose, y luego miro hacia mi baño y la veo
apoyada en el marco de la puerta.
Ella todavía está vestida, con los tirantes de seda levantados sobre los
hombros y las botas de cuero todavía puestas, mientras yo estoy acostado
desnudo sobre la cama.
Mi polla se contrae al verla.
Levanto la cabeza y flexiono los abdominales ligeramente mientras ella
camina hacia mí.
―Es mi cumpleaños, recuerda ―digo, con los ojos brillantes―. Y
todavía quiero postre.
Ella se inclina sobre mí y nos besamos de nuevo, lento y constante.
―Lo que quieras, pez gordo.
Debería decirle que se suba encima de mí y se siente sobre mi cara de
la forma en la que he estado imaginando durante semanas.
En lugar de eso digo:
―¿Te quedas a pasar la noche conmigo?
Se congela por un segundo, su cuerpo se queda quieto mientras se
sienta a horcajadas sobre mi abdomen. Puedo sentir el calor de ella contra
mi piel y por un momento quiero decir no importa y arrastrar su cuerpo
hacia arriba para devorarla.
Pero espero y ella finalmente resopla.
―Está bien ―susurra―. Me quedaré esta noche.
La hago correrse tres veces más, como una recompensa por su respuesta
o una prueba de por qué soy digno de su tiempo, antes de quedarnos
dormidos desnudos bajo las sábanas de mi cama.
Pero cuando suena la alarma a la mañana siguiente, ella ya no está y las
sábanas están heladas.
22
Nada ayuda a aliviar los temblores en mis manos mientras me siento
en el autobús durante la última hora de nuestro viaje.
Fingí dormir durante la mayor parte del viaje a Vermont, evitando
conversar con Freddy a mi izquierda. Mientras crecía, Bennett siempre
fue mi compañero de asiento, lo cual era perfecto para mi concentración.
Eso no cambió en Waterfell, a pesar de la ligera incomodidad de
nuestros cuerpos de gran tamaño apretados en las sillas. No creo que
Bennett pudiera cambiar un ritual si fuera necesario.
Freddy sube el volumen del altavoz Bluetooth que tiene en la mano
después de que el entrenador le da el visto bueno, lo que significa que
estamos lo suficientemente cerca de la pista para eso.
Gym Class Heroes comienza a sonar a todo volumen, con “Cupid's
Chokehold” reverberando por todo el autobús y llamando la atención de
todos. Le sonríe a todos los estudiantes de último año, y el interés confuso
se posa en los estudiantes de primer año. Nadie sabe realmente dónde
empezó la tradición, pero la música suena a todo volumen en el autobús
durante los partidos fuera de casa y en cada vestidor, antes de un partido
y después de una victoria. Algunos comienzan a gritar y cantar, mientras
Holden y Freddy comienzan a rapear de un lado a otro, bailando
alrededor del autobús.
Cuando era estudiante de primer año era un divertido vínculo, un
rápido entusiasmo. Ahora, con Freddy y Dougherty, todo se desarrolla
como una producción en toda regla.
―Se está volviendo extrañamente bueno en esto ―le murmuro a
Bennett, pasando mis dedos por el brazalete en mi muñeca.
Se acomoda su gorra de béisbol y se encoge de hombros.
―No es tan raro, a Freddy le encanta esto.
―¿Qué?
―La atención.
Me río, aunque sé que Bennett no está intentando ser gracioso, y me
siento bien por un minuto, como si volviera a ser yo.
No es hasta que me pongo todo el equipo y me meto en un armario para
ocultar los signos de un episodio inminente cuando recuerdo que es mi
primer partido de vuelta.
Mierda.
El teléfono en mi mano tiembla, los temblores sacuden mi cuerpo.
Marco antes de poder pensarlo dos veces.
―Hola, pez gordo ―responde rápidamente, con una sonrisa en su voz
que gotea por el receptor como si fuera jarabe―. ¿Ya me extrañas?
La opresión en mi pecho comienza a aliviarse inmediatamente.
―Hola ―exhalo.
Hay silencio por un largo momento, antes de que su risita silenciosa
queme mi piel y me ponga la piel de gallina en los brazos.
―¿Solo llamas para respirar en mi oído?
―Estoy trabajando en mi imitación de Darth Vader. ―Coqueteo, con
una facilidad que me recuerda a antes―. ¿Cómo lo estoy haciendo?
Ella suspira profundamente, algo cruje como si se estuviera posando
contra una tela. La imagino en la cama, con las sábanas grises que imitan
el tono de sus ojos.
―No sé, no has dicho nada acerca de ser mi papi, quiero decir, padre.
Una risa brota de mi pecho, plena, y sorprendente, calentándome por
completo.
―Estoy trabajando en eso. Es demasiado icónico.
―Cierto, lo mejor es concentrarse simplemente en la respiración.
Hay una seguridad silenciosa debajo del chiste, lo suficiente como para
que casi se sienta como si estuviera presionando su mano contra mi pecho
como lo hizo antes, calmándome mientras yo me escondo en un armario
mohoso con la ropa puesta.
Debo permanecer en silencio durante demasiado tiempo otra vez,
cuando ella suspira de nuevo al teléfono, sin ser condescendiente, sino
silenciosamente amable. Como si estuviera soplando aliento sobre mi piel
sobrecalentada.
―¿Estás seguro de que estás bien, Rhys?
Quiero pedirle que diga mi nombre otra vez, pero logro contenerlo,
mordiéndome los labios hasta asegurarme de que hay sangre.
―Sí. ―Sacudo la cabeza y una risa se escapa reverberando en la
habitación―. Sí. De hecho, hoy tengo partido.
―Tu partido de exhibición contra Vermont.
―Sí. ―Respiro. Amo que ella lo sepa―. Es en este momento.
―Estarás bien, pez gordo. Además de Oliver, eres el mejor jugador que
conozco.
Me río y el tono relajado y conversacional de su voz me tranquiliza.
―Es una buena comparación.
―Necesito que vayas a jugar y que ganes para que puedas regresar a la
habitación del hotel por mí. De lo contrario no puedo darte tu sorpresa.
―¿Sorpresa? ―pregunto, sintiéndome un poco como un niño por cómo
mi corazón late ante la idea. Como si me hubiera prometido helado por
ser un buen chico.
Y haré todo lo que ella diga.
―Sí, pero solo si cuelgas conmigo ahora. ¿Okey?
―Okey ―digo, pero espero a que ella haga clic en finalizar.
Hace una pausa y ambos respiramos de nuevo.
―Patéales el trasero, pez gordo.
Regreso al vestidor con una sonrisa radiante en mi rostro. La misma
sonrisa que permanece en mi rostro durante todo el calentamiento. La
caricia de su voz suena en bucle en mi cabeza mientras juego mi primer
juego desde el accidente.

No juego mucho, solo un poco con mi primera línea.


El entrenador pasa la mayor parte del tiempo dejando que los nuevos
chicos se acostumbren a sus líneas. Holden y Kane son los que más juegan,
registrando tiempos altos en el hielo al final de cada período. Los
primeros turnos son un jodido desastre, hasta el punto de que el
entrenador asistente, Johnson, está a punto de arrancarse el cabello.
Cada vez que regresan al banquillo, Johnson se inclina sobre el cuerpo
encorvado de Toren y lo reprende. Holden recibe algunas correcciones,
pero es fácil ver que Kane carga con la mayor culpa por su terrible
coordinación.
Eso me hace sonreír.
Hasta que el entrenador Harris jala a Johnson por el cuello y se hace
cargo de corregir a los defensas para el tercer período.
Odio cuánto cambia, la diferencia es obvia una vez que Holden y Kane
aprenden más de los patrones de cada uno. La diferencia en Toren ahora
que el entrenador le ofrece ligeros elogios y correcciones útiles.
Y luego, odio lo bueno que es, lo perfecto que es.
Pelear en un partido de la NCAA es una sanción grave, que Kane ha
recibido con bastante frecuencia. Parece la peor pesadilla de un equipo en
las noticias, pero es un sueño sobre el hielo.
Si él no fuera mi pesadilla personal, tal vez podría...
No. Me detengo antes de que esa idea ridícula pueda arraigarse. No es
mi problema. Toren Kane es una molestia, un lastre para mi equipo. Nada
más.
No es un amigo ni un compañero de equipo, es un parásito del que
pretendo deshacerme si puedo, y si no, al menos protegerme todo lo
posible de su veneno.
El juego termina con una victoria fácil. La pequeña escuela privada de
Vermont es un equipo nuevo que todavía está aprendiendo a combinarse
y moverse como uno solo, razón por la cual el entrenador programó la
exhibición con ellos.
Nos quedaremos a pasar la noche porque por la mañana haremos una
exhibición más con ellos.
Las reglas del hotel son estrictas y, como siempre, estoy con Bennett.
Intentaron separarnos una vez en el primer año, diciendo que
necesitábamos hacer otros amigos en el equipo, pero eso arruinó la rutina
del portero hosco lo suficiente como para que perdiéramos el juego y el
entrenador Harris casi despidió al coordinador de desarrollo que había
tomado la decisión.
Nos atiborramos de comida preparada en una de las salas de
conferencias del hotel, repleta de carne, verduras y, sobre todo, pasta.
Todos nuestros platos están llenos, igualando nuestros niveles de
hambre y energía. Por un momento, se siente bien estar de regreso.
Bennett levanta dos platos perfectamente servidos mientras pasa junto
a los empujones de nuestros compañeros de equipo, sentándose a mi
izquierda mientras Freddy toma asiento al otro lado. Ahora está en racha,
contándonos todos los chirridos que le gustaba usar y algunos nuevos que
aprendió de un defensa hablador del otro equipo.
Kane aparece como una nube oscura en el fondo con un plato cargado
en la mano mientras examina las dos largas mesas antes de salir de la
habitación y marcharse.
Solo veo que Dougherty se da cuenta, viendo a su compañero salir un
poco cauteloso.
Después de la cena, todos nos dirigimos a nuestras habitaciones y yo
me meto corriendo a la ducha antes de que Bennett pueda siquiera abrir
la boca.
Me pongo unos pantalones cortos deportivos y el cabello me cae sobre
los hombros mientras esponjo las almohadas, me recuesto y miro el
teléfono.
Bennett me ve de nuevo con su bolso al hombro mientras se dirige a la
ducha, con las cejas arqueadas.
―¿Me dirías si algo anda mal?
Mi corazón golpea mi estómago.
―Sí ―miento, odiando lo fácil que resulta―. Por supuesto.
23
El incesante revoloteo en mi estómago es el único culpable de lo rápido
que logro acostar a Liam.
Revisé el puntaje por última vez en el sofá con Oliver y Liam antes, y
Oliver rápidamente miró por encima de mi hombro. Intentó actuar con
calma, pero pude ver la sonrisa furtiva que reprimió después de ver la
victoria de Waterfell.
La división de puntos muestra a Matt Fredderic como máximo
anotador, junto con otros dos nombres que no reconozco. Mientras me
desplazo sin pensar jugada por jugada, el nombre de Rhys aparece en mi
pantalla con una videollamada entrante.
Me miro en el espejo del baño mientras escupo el enjuague bucal.
El teléfono sigue sonando, lo que solo provoca que el enjambre de
abejas ataque mi vientre. Apago la luz del baño y me deslizo por el suelo
de madera del pasillo con mis calcetines afelpados, prácticamente
saltando a mi dormitorio. Contesto el teléfono tan pronto como se cierra
la puerta.
―Hola. ―Me miro en la esquina superior, asegurándome de que él
pueda verme incluso bajo la tenue luz de la lámpara de la habitación.
―Hola, Sadie Gray. ―Me sonríe.
Se ve impresionante, incluso a través de la pantalla de mi teléfono, con
el cabello húmedo y descansando sobre una pila de almohadas de hotel
de color blanco brillante. Su piel está iluminada con un ligero rubor, su
hoyuelo brilla con una sonrisa emocionada que ahora reconozco.
―¿Dónde estás? ―pregunta, y recuerdo con qué frecuencia ha estado
en mi dormitorio entre clases y después de ellas. Lo suficiente como para
que reconociera mis paredes decoradas o mi ropa de cama a cuadros
azules.
―En casa. ―Me muevo un poco y encuentro un lugar cómodo en mi
cama, hundiéndome en el viejo colchón doble―. Felicidades por la
victoria, pez gordo.
Su boca se abre para hablar, pero una voz profunda que suena desde el
fondo lo interrumpe.
―No lo felicites, se torció el tobillo en el primer turno y descansó la
mayor parte del juego.
Arrugo las cejas y las palabras que Bennett ha dicho dan vueltas en mi
cabeza mientras trato de darles sentido. La mirada avergonzada en el
rostro de Rhys no ayuda a detectar un indicio de incredulidad.
Pero luego sonríe, con los ojos vidriosos.
―Amo eso ―dice.
―¿Qué?
―Cuando tienes esa pequeña arruga en las cejas. Como si estuvieras
pensando mucho en algo.
―Acerca de ti. ―Pongo los ojos en blanco, dejo caer mi teléfono para
apuntar al techo, ocultando el sonrojo y pateando mis pies.
Nunca he sido así con nadie. Ver a mi papá llorar a mi mamá, que estaba
muy viva (ahogándose en lágrimas con alcohol, drogas y mujeres desde
que tenía doce años), me dejó un mal sabor de boca en las relaciones.
Mierda, con la gente en general.
Pero con Rhys, es diferente.
Es real.
―¿No jugaste? ―pregunto.
Bennett camina lo suficientemente cerca como para verlo fuera de
cuadro.
―¿Quieres que te traiga algo? ―le pregunta, poniéndose una gorra de
béisbol en la cabeza mientras abandona el marco nuevamente.
―Estoy bien ―responde Rhys. La puerta se cierra de golpe y se relaja
visiblemente cuando solo estamos nosotros.
Como siempre lo hace.
―Entonces. ―Suspira, con un brillo travieso en sus ojos―. Mi sorpresa.
Me río, no es un sonido que hago a menudo, pero hay emoción en esto.
No estoy nerviosa, estoy emocionada y un poco preocupada de que me
arrepienta de esto más tarde, cuando él tenga una novia real y una gran
carrera.
Aún así, me tomo este momento para ser egoísta.
―No recuerdo nada de eso ―bromeo, deslizando el estirado agujero
del cuello de mi enorme camiseta por el hombro con un estratégico
encogimiento de hombros.
Sus ojos siguen el movimiento, y sus hombros caen mientras se relaja
más en la cama.
Abro la boca, pero él me interrumpe.
―Eres tan hermosa.
Algo cálido e inoportuno se retuerce en mi pecho. Entonces, en lugar
de responder, me quito la camiseta del cuerpo de un solo golpe. Esto no
es romántico. No somos una pareja; esto es solo sexual.
―Oh, mierda ―maldice, con los ojos muy abiertos mientras observa el
conjunto de lencería azul celeste que Aurora me regaló por mi
cumpleaños el año pasado.
―¿Te gusta?
Él asiente como un bobble head.
―Qué bueno, me gusta que te guste eso. ―Sonrío cuando casi por
reflejo flexiona sus abdominales―. ¿Quieres tocarte?
―Quiero tocarte a ti ―responde de inmediato, y el calor en mi
estómago intenta apoderarse de nuevo.
Lo aparto, encontrando un lugar para sostener mi teléfono, antes de
deslizar mis manos sobre la tela translúcida contra mi estómago.
Él sigue cada uno de mis movimientos, ahora claramente sosteniendo
la cámara con una mano.
Observo con fuego en mis ojos cómo su brazo se mueve hacia arriba y
hacia abajo.
He sentido y visto exactamente lo que está empacando ahí abajo, pero
aun así me muerdo el labio para evitar pedir ver.
Lentamente, deslizo los tirantes del bra por mis hombros, acercándome
a la cámara para tener una mejor vista. De esta manera se siente más
seguro, cortando mi cabeza de la toma, para que él no pueda ver mis ojos.
Ya bajé demasiado la guardia, esta soy yo recuperando el control, necesito
hacerlo desesperadamente, antes de ahogarme por completo en todo él.
Deja escapar un gemido bajo mientras le descubro mis senos, su brazo
se acelera y empuja la cámara.
―Mierda, Gray ―dice, antes de que la puerta haga clic y el teléfono
salga volando con un grito nada placentero de Rhys.
Dejo el teléfono, me levanto el edredón y me tapo la cabeza,
cubriéndome como un esquimal con solo mi cara visible ahora.
Bennett es el siguiente en mi pantalla y levanta el teléfono. Veo un
destello de sus mejillas sonrojadas de un rojo brillante, antes de un
movimiento rápido y Rhys está en la cámara nuevamente.
Él camina hacia algún lugar, parece un baño, antes de suspirar y
disculparse una y otra vez.
―Está bien ―murmuro desde mi capullo.
Sonríe ante mi nuevo conjunto incluso más que con la lencería, y trato
desesperadamente de aplastar la creciente calidez cuando él dice:
―Te ves tan adorable.
Pero ese calor está ocupando un espacio permanente en mi pecho, y él
también.
24
Hay un ligero frío en el aire, suficiente para que los que no son del norte
se pongan una chaqueta ligera para las caminatas por el campus. Hemos
tenido dos entrenamientos por día ahora que estamos a una semana de
nuestro primer partido en casa.
Me siento mejor que antes, en parte por lo bien que parece estar
encajando el equipo incluso con el parásito Kane que se cierne sobre mí
en cada práctica; pero sobre todo por una patinadora sarcástica que tiene
su pequeño puño cerrado en mi pecho.
Bennett finge que la noche en la habitación del hotel nunca sucedió. Al
igual que él y Freddy fingen no darse cuenta de la frecuencia con la que
salgo después del anochecer para una rápida “carrera de medianoche”
que no es más que un kilómetro y medio hasta los dormitorios, y regreso
con una pequeña invitada a cuestas. La meto a escondidas, pero sé que
ellos lo saben.
Me encuentro en su puerta entre clases con más frecuencia de lo que
admito. Le como el coño a menudo, mi posición mi favorita es ella boca
arriba en mi cama, con sus piernas sobre mis hombros mientras me
arrodillo y me masturbo. Es imposible no hacerlo con los sonidos que
hace, con su sabor y sus uñas cortas en mi cuero cabelludo.
Su toque me calma tanto como me enciende. Estaba flotando antes sin
sentir nada más que entumecimiento, pero ella me hace sentir vivo por
primera vez desde ese juego, como un hombre completo nuevamente.
No hemos tenido sexo, aún no. En parte porque para cuando me sacio
de ella, le he hecho correrse al menos tres veces y no puedo evitar seguirla
hasta el límite con un ligero toque.
La otra razón, que apenas puedo admitir ante mí mismo, es que tengo
miedo.
Sadie está arraigada en mi cuerpo y en mi mente de una manera que
pasar incluso un día sin ella me hace sentir ansioso por tenerla cerca.
Quiero algo más que sus manos sobre mi piel en la penumbra. La quiero
en todas partes: su cabello por toda mi habitación, su voz en el ruido de
mis juegos, su cepillo de dientes en mi baño, y me preocupa que se harte
de mí y siga adelante. Así que me guardo la única carta que tengo para
jugar en nuestro acuerdo de amigos con beneficios.
Como la mítica animadora esperando para dárselo al mariscal de
campo, yo estoy esperando por ella.
Camino junto a Bennett desde nuestra clase de cálculo, una que he
pospuesto hasta ahora. Ni siquiera estoy seguro de por qué Bennett está
tomando la clase porque estoy bastante seguro de que la tomó en el
primer año, sin mencionar que es un genio por derecho propio.
Freddy y Holden, acompañados por estudiantes de primer año, se
encuentran con nosotros en el jardín y todos nos dirigimos hacia la
cafetería para almorzar.
―¿Tenemos doble sesión el viernes? ―pregunta Holden, deslizando la
correa de su mochila sobre su hombro nuevamente desde donde se
resbaló.
―No, solo una temprano.
Él asiente.
―Genial, ¿entonces fiesta?
―¿Qué casa? ―pregunta Freddy, sus ojos parpadean hacia Bennett
como si realmente quisiera suplicar. El rostro de Bennett es un poco duro,
pero deja escapar un suspiro y se encoge de hombros.
―Podemos usar la nuestra o la de ellos. No me importa.
Freddy y Holden chocan las palmas como gemelos y comienzan a
discutir cuál de las dos casas de hockey fuera del campus queremos usar
para organizar nuestra fiesta anual de regreso a clases.
Vivimos en la “Casa de Hockey”. Se ha pasado a los compañeros de
equipo desde hace más tiempo del que realmente sé. Bennett y yo
elegimos primero cuando los de último año se graduaron, y elegimos la
opción más bonita y un poco más cara: una casa colonial de dos pisos
pintada de azul pálido con la bandera de Waterfell Wolves ondeando en
el amplio porche delantero.
También está más cerca, a poca distancia a pie del centro principal de
tiendas de South College y solo un poco más lejos para llegar a los
dormitorios y al campus. La otra casa, llamada cariñosamente
“Dormitorios de hockey” tiene siete habitaciones con baños divididos que
no resultaron tan atractivos para Bennett, a quien le gusta el control total
de sus espacios. Aún así, Holden y Freddy vivieron felices ahí durante su
primer año. Freddy se mudó con nosotros el año pasado después de
unirse a la primera línea, como un experimento de vinculación. El cuarto
dormitorio que ha estado vacío desde que Davidson se fue se llenará una
vez que nos decidamos por uno de los estudiantes de primer año.
―Los dormitorios son más grandes ―ofrezco, antes de interrumpirme.
Porque ella está aquí.
La veo tal como ella me ve a mí. Está al otro lado del jardín, caminando
en dirección a la pista, vestida como si se dirigiera a practicar.
Hay un chico con ella. Alto, musculoso, vestido con un conjunto similar
completamente negro que lleva su bolso con la misma jodida etiqueta,
colgado de su hombro y solo esa vista dispara una punzada a través de
mi ya apretado pecho.
Ella le dice algo rápidamente antes de correr hacia mí con un gesto de
la mano. Me acicalo bajo su abierta atención, sus ojos nunca dejan los míos
mientras corre.
Sadie salta de puntillas durante un segundo, sonriendo mientras dice:
―Encontré una canción… oh.
Ella da un paso atrás, con las mejillas brillando mientras observa al
grupo que me rodea. Freddy le sonríe, Bennett levanta una ceja en silencio
mientras Holden y el estudiante de primer año detienen su conversación
para mirarnos.
―Lo siento. ―Ella retrocede―. Estás ocupado.
―No lo estoy. ―Me río, pero hay una patada en mi pecho como si tal
vez esto no fuera lo que ella quiere. ¿Esto también es un secreto?
Con miedo de pensar en lo que eso significa, asiento con la cabeza hacia
los chicos y me la llevo con mis manos en sus muñecas, alejándola de
nuevo unos metros.
―¿Encontraste una canción?
Ella vuelve a sonreír y eso alimenta mi alma.
―Me recuerda a ti, la agregué al final de la lista de reproducción
anoche.
―La escucharé de camino a mi clase.
Esa sola frase hace que su sonrisa de alguna manera crezca hasta que
sus ojos casi desaparecen, arrugándose en los bordes.
Me dan ganas de hacer más de lo que hace que ella me mire así, así que
agrego:
―Te enviaré un mensaje de texto con lo que pienso.
―¿No te veré mañana por la mañana?
Se me cae el estómago. Mierda.
―Mierda ―murmuro―. Gray… lo siento mucho. Tengo... mierda,
doble entrenamiento durante toda la semana. Tengo que estar en el
estadio por la mañana.
Su rostro se contrae con un atisbo de decepción cruda y real antes de
construir un muro de resentimiento. Lo he visto antes, los movimientos
de su rostro son casi idénticos a los de Oliver. Es otra señal que incluyo
en una lista de cosas que me preocupan sobre esa familia: algo más les
sucedió, y los ha hecho así.
―Lo siento…
―No te disculpes conmigo, Oliver es a quien se lo prometiste.
Intento alcanzarla mientras ella retrocede, odiando lo rápido que ha
cambiado esta conversación.
―Sadie…
―Está bien, Rhys. No estamos saliendo, no me debes nada. Estamos
bien sin ti.
Se siente como si me hubieran dado un puñetazo en el estómago, y otro
más cuando ella regresa hacia el guapo y arrogante hijo de puta que
todavía le sostiene el bolso mientras se van juntos.
Los chicos ya no están en el jardín, Bennett es lo suficientemente estricto
con su horario como para no molestarse en esperarme, pero Freddy ha
esperado por alguna razón que no me interesa saber. Se acomoda a mi
lado con la mochila medio colgada sobre su hombro mientras una chica
le envía un saludo feliz y tímido cuando pasa, que él devuelve con
entusiasmo mientras me pasa un brazo por los hombros y me aleja,
rompiendo mi visión de Sadie.
―¿Siguen solo compartiendo tiempo en el hielo? ―pregunta Freddy
con un tono serio a pesar de la sonrisa tranquila que tiene―. Porque con
la mirada asesina que le estás dando a Luc, estoy pensando que es un poco
más que eso.
―Si fuera más, creo que la acabo de cagar.
―Un paso hacia adelante, dos hacia atrás. Estarás bien.
Sacudo la cabeza.
―¿Quién es Luc? ¿El chico con el que está?
―Oh, Dios, ¿no conoces a ese tipo? ―Sacudo la cabeza y Freddy se ríe,
dándome palmaditas en el pecho antes de abrir las puertas del café,
lanzándonos una ráfaga de aire frío―. Bien por ti, no lo soporto.
Eso no ayuda considerando que a Freddy le gustan todos.
―¿Quién demonios es?
Tomamos bandejas para la fila de alimentos, es el centro principal para
los atletas para cualquier comida aquí en Waterfell. Sirve pollo a la
parrilla y barras de ensaladas completas con todos los aderezos
imaginables. Verduras, papas (en puré, al horno o cortadas en cubitos),
tiene todo lo que podemos y queremos comer, especialmente durante la
temporada.
―Es un patinador artístico de pareja, o lo era. Tiene problemas para
quedarse con sus parejas de patinaje y no acostarse con ellas.
No hay nada que pueda hacer para detener la ligera oleada de
adrenalina que me recorre, mis dedos agarran con fuerza la bandeja
mientras agarro casi cada trozo de pollo asado con limón que Freddy deja
atrás y respiro para calmarme.
No es que haya dicho que Sadie se acuesta con él.
―Creo que ya estaba destinado a los Juegos Olímpicos antes de
terminar aquí. Se cree que es un regalo de Dios para las mujeres o algo
así.
Resoplo.
―Se necesita uno para conocer a uno, ¿eh, Freddy?
Él se ríe y asiente.
―Seguro, seguro. ―Ya tiene una pequeña papa metida en la boca
mientras mastica y habla, acompañándonos hacia la mesa de hockey.
Un par de personas asienten con la cabeza mientras nos acomodamos,
yo a la derecha de Bennett y Freddy justo enfrente de mí. Mientras que
todos tenemos grandes mezclas heterogéneas de alimentos dentro de
nuestras dietas establecidas, Bennett tiene una caja bento seccionada con
las comidas que prepara en casa.
―Sé que dijiste que no están juntos ni nada por el estilo ―continúa
Freddy con voz baja incluso en medio del rugido de la multitud. Se pasa
una mano por la nuca―. Pero creo que él y Sadie solían ser algo.
Maldita sea.
Bennett me mira por un segundo.
―A Sadie le gusta Rhys, está en nuestra casa todo el tiempo. No creo
que tenga tiempo para nadie más.
Suspiro y asiento hacia él en un agradecimiento silencioso.
―Ella tiene mucho tiempo para eso ahora.
―Sí, y si ese es el caso, Capitán, tú tienes mucho tiempo para otras
chicas. ¿Qué pasa con P?
Como si hubiera sido invocada su presencia al pronunciar su nombre,
o al menos solo la letra, Paloma se hunde entre Bennett y yo, sus brazos
cubren nuestros hombros mientras le guiña un ojo a Freddy.
―¿Presumiendo de mí otra vez? ―Ella sonríe, robando un trozo de
papa de mi plato, haciéndolo bailar alrededor de sus labios pintados.
Paloma Blake es hermosa y lo sabe. Con el cabello rubio, la piel
ligeramente bronceada, labios gruesos y carnosos y un cuerpo que a casi
todos los jugadores en la mesa… diablos, tal vez a toda la población
masculina de la escuela se le ha hecho la boca agua en algún momento.
Todo en ella parece una modelo de pasarela sexy, con una actitud
excesivamente confiada a juego. Puede que sea toda guiños coquetos y
besos lanzados, pero siempre he sospechado que la chica tiene garras
escondidas.
―Rhys finge que ustedes nunca salieron. ―Holden se ríe y mueve la
cabeza con un guiño hacia ella―. Si quieres que alguien te presuma, solo
dame una noche, P. Nunca me callaré.
Paloma sonríe de nuevo, toda sensual, y cada parte es tan falsa que
quiero sacudir todo mi cuerpo lejos.
Bennett lo hace, alejándose por completo y ella se derrite en su asiento
sin pensarlo dos veces mientras él sale de la cafetería.
―¿Cuál es su problema? ―se burla, su cuerpo gira para ver a Bennett
irse, inclinándose completamente hacia mi costado, y la empujo
ligeramente fuera de mí.
―Tal vez no te quería sobre él ―susurro. No soy malo, simplemente ya
no me importa. El viejo Rhys la habría dejado reclinada ahí, la habría
dejado coquetear un poco antes de volver a centrarme en la práctica―. Ya
sabes cómo es.
―En realidad, no lo sé ―argumenta, con tono defensivo―. ¿Pero cuál
es tu maldito problema?
―No tengo ningún problema.
―Claro. ―Ella gira los ojos―. ¿Qué se le metió en el trasero y murió?
Holden resopla y se mete en la boca lo que queda de pollo asado en un
bocado demasiado grande. Freddy levanta la vista y se ríe, arrastrando la
cabeza hacia mí mientras le responde a Paloma.
―Por primera vez le gusta una chica que no está enamorada de él.
Paloma levanta una ceja perfectamente depilada mientras destapa un
yogur infantil de colores brillantes que parece haber surgido de la nada.
―¿Quién?
No quiero decirlo porque si nos basamos en su reacción, Sadie podría
estar manteniéndonos en secreto, pero sé que si alguien en este campus lo
sabe todo es Paloma.
―Sadie Brown.
Apenas hay un tic en su rostro, sus rasgos perfectos están siempre en
su lugar contra cualquier reacción.
―¿La patinadora artística?
Hago una pausa y la miro.
―Sí, ¿la conoces?
Ella sonríe y me duele el estómago.
―Oh, la conozco, es divertida.
Algo en la forma en que lo dice me inquieta.
―¿Divertida?
Paloma se encoge de hombros, pero el brillo de sus ojos no desaparece.
―Ella es salvaje, aparece en fiestas para tener encuentros y rebotes
rápidos y no tan silenciosos, lo que le ha creado una reputación. No creo
que se acostara con nadie del equipo de hockey, pero… ¿los demás? Sí.
Ella tiene un tipo: atlético, rudo. No la he visto por mucho tiempo, pero el
semestre pasado fue salvaje.
Quiero preguntar, pero fuerzo mi boca a cerrarse. Si he aprendido algo
del tiempo que pasé saliendo con ella, es que Paloma no es de quien
debería venir esta información.
Me obligo a comer a pesar de la sensación de acidez en el estómago.
Tenemos práctica en unas pocas horas, lo que podría darme tiempo
suficiente para hablar con ella y compensarla si aún no está entrenando.
Pero conozco su agenda como conozco la mía, porque quiero conocerla.
Quiero verla cada segundo que pueda, y para dos estudiantes atletas
ocupados, eso es en sí mismo un juego de programación. Es
sorprendentemente más fácil para mí encontrar tiempo para ella que ella
para mí. La mayoría de las veces se ocupa de sus hermanos. Tengo la
sensación de hundimiento en mis entrañas, cuanto más cerca estoy de ella,
me doy cuenta de que es la única que se ocupa de ellos.
Alejándome de la mesa, me disculpo rápidamente y tiro mis sobras a la
basura al salir, luego saco mi teléfono y abro el hilo de texto de Sadie,
debatiendo exactamente cómo solucionarlo.
Pero no sin antes abrir su lista de reproducción para mí, viendo en cola
la nueva canción “Yippie Ki Yay” de Hippo Campus. No puedo evitar la
sonrisa que se dibuja al saber exactamente por qué la eligió.
25
Es viernes por la noche y tengo un turno en el café al que ya llego tarde.
La práctica fue horrible, concentrándome en los saltos de mi programa
largo, que realicé enojada y descuidada las primeras veces porque lo
único en lo que podía pensar era en Rhys.
Me envió un mensaje de texto la semana pasada después de nuestro
percance en el patio, pero lo ignoré al principio concentrándome
únicamente en el horario de la semana: trabajo, práctica y el juego de
Oliver.
Planeaba devolverle el mensaje, disculparme por enojarme tanto
porque la verdad era que a Oliver no le importaba, no lo suficiente como
para que lo molestara, yo fui la que resultó herida y debería haber sido
honesta con él al respecto.
Pero entonces llegó el viernes por la noche.
En lugar de asistir a la competencia, pasé la noche persiguiendo a mi
papá que me robó el auto mientras empacábamos el bolso de equipo de
Oliver, y vistiendo a Liam después del baño. Oliver se perdió el partido,
Liam se volvió más consciente de lo aterrador que podía ser su papá y
llamé a todos los bares en un radio de veinte kilómetros hasta que lo
encontré.
Tuve que hacer pagar un taxi demasiado caro, luchar contra las manos
de hombres mayores borrachos en un bar de mala muerte y pelear contra
mi propio papá para recuperar las llaves de mi auto.
Entonces, el mensaje de texto de Rhys quedó sin respuesta, y el odio
hacia mí misma que persistía a mi alrededor me tragó por completo hasta
que tomé una decisión. Introducir a Rhys Koteskiy en el caos de mi vida
era algo que no estaba dispuesta a hacer.
Le envié un mensaje de texto rápido diciendo no creo que debamos hacer
esto más. Luego dejé el resto de sus mensajes sin leer ni abrir, porque no
me atreví a bloquearlo.
Ha sido una semana de absoluto infierno desde entonces, evitándolo a
cada paso y centrándome únicamente en el trabajo, el patinaje y mi
familia.
Esta noche, mi entrenador me retuvo mucho más allá de la práctica,
llenándome de nuevas incorporaciones para mejorar mi programa corto.
Luego, debido a mi período de prueba académica, me hizo hacer mis
tareas frente a él, sentada en su pequeña oficina hasta mucho tiempo
después de mi tiempo para trabajar. Sabía que Aurora me cubrirá, pero
me llena de ansiedad. Llegar tarde a la pista significaba que no tendría
tiempo para ver a mis hermanos antes del trabajo, que tendría que confiar
en que la Señora B, nuestra vecina mayor, se ocuparía del fuerte hasta que
yo marcara la salida.
Sé que el entrenador Kelley es muy consciente de ese hecho, de mis
responsabilidades, pero no puedo odiarlo por presionarme para que dé lo
mejor de mí.
Solo es así porque cree en mí. Él es el único que lo hace.
Aun así, por mucho que odie tener que trabajar, me encantan los fines
de semana en Brew Haven, especialmente los viernes y sábados por la
noche donde la tienda permanece abierta hasta tarde para las noches de
micrófono abierto.
Algunas personas cantan o tocan la guitarra, otras declaman poesía o
leen extractos; incluso tuvimos un comediante antes, que, aunque
vergonzoso, definitivamente fue una distracción divertida mientras
lavaba los platos después de cerrar la caja registradora.
Esta noche, siendo la primera noche de micrófono abierto en el campus,
esperamos una multitud semi pequeña. En parte porque es la primera y
es en la primera semana, pero sobre todo, porque hay alrededor de un
centenar de fiestas dentro y fuera del campus con las que tendremos que
competir hasta el cierre. Incluyendo una en los “Dormitorios de hockey”
a la que tanto Rora como yo recibimos invitaciones por mensaje de texto.
Me sorprendió recibir una, de Freddy precisamente, pero sé que no
puedo ir, no puedo arriesgarme a encontrarme con Rhys porque sé que
me rendiré.
―¿Vas a ir? ―le pregunto, señalando con la cabeza hacia donde está
sentada en la encimera mirando fijamente su teléfono mientras preparo
un latte descafeinado. Me imagino que está leyendo de nuevo el texto de
Matt Fredderic―. Deberías.
―No puedo ―responde, pero sus ojos no abandonan la pantalla y está
a punto de sangrar donde se muerde el labio inferior.
Solo sé de una razón por la que no iría.
―¿Dónde está?
―¿Quién?
―Satanás, quiero decir, tu novio. ―Me río, pero me interrumpo al ver
su expresión ligeramente afligida.
―Él… él me bloqueó de nuevo. Creo que terminamos. ―Hay un
pequeño temblor en su voz mientras lo dice, incluso cuando intenta
encogerse de hombros.
No es la primera vez que Tyler hace algo como eso. Intento limitar al
máximo mi tiempo con él porque no tengo ni la paciencia ni el autocontrol
para no causar un problema, y por lo poco que he visto de él lo desprecio.
También es un círculo vicioso, Si Rora rompe con él, la molesta en
nuestro apartamento y nuestro lugar de trabajo durante semanas hasta
que vuelven a estar juntos, pero cuando decide que cambió de opinión, o
que Rora se equivocó de alguna manera, bloquea todo contacto con ella
sin previo aviso.
Una vez tuve que recogerla a un lado de la carretera a quince kilómetros
del campus porque se pelearon durante la cena y él la dejó ahí.
Le entrego el latte que terminé a Ellis, uno de los nuevos estudiantes de
primer año que trabajan, antes de caminar para poner mis manos a cada
lado del mostrador donde está sentada Rora, tratando de detener sus
piernas de su ansioso balanceo.
―¿Estás bien, Ror?
Ella sonríe, pero no me mira a los ojos.
―Sí. En realidad, creo que me iré a casa después del turno y pasaré una
pequeña noche de cuidado personal.
Le devuelvo la sonrisa.
―Veré si Betty puede quedarse con los niños en su casa esta noche y
podemos ponernos mascarillas y ver Because I Said So.
Su sonrisa crece mientras se mete en la boca otro montón de crema
batida casera y asiente, dejando que la cuchara cuelgue mientras empuja
la parte superior.
―Perfecto.
Suena el timbre de la puerta y miro por encima del hombro para ver a
Paloma Blake entrar corriendo.
Como siempre, está vestida de una manera que me hace querer
arrancarle el cabello y robarle la ropa al mismo tiempo. A veces, cuando
nuestros caminos desafortunadamente se cruzan, me imagino que ella
camina en cámara lenta al ritmo de algo como “Maneater” o “Bubblegum
Bitch” como una banda sonora personalizada, con el clic de sus botas de
tacón hasta la rodilla al ritmo.
Paloma Blake y yo hemos entrado y salido de la vida de la otra desde
segundo año, ambas asistimos a la mayoría de las mismas fiestas y, a
menudo, nos dimos cuenta, nos enrollamos con los mismos chicos. Por
esa razón, casi parecía una competencia entre nosotras.
Se para justo frente a Ellis, pero sus ojos están en los míos mientras se
inclina ligeramente sobre el mostrador, como un felino estirándose bajo el
sol.
―Paloma. ―Asiento, cruzándome de brazos inconscientemente
mientras no puedo evitar mirar su escote sentado como una exhibición,
casi derramándose de su corsé color lavanda.
―Sadie Brown ―susurra, sus labios regordetes se extienden sobre los
dientes blancos―. Justo la persona que esperaba ver. ¿Te importa si
charlamos?
Sí.
Pero aún así, me escabullo alrededor de la encimera, prometiéndole a
Ellis que vuelvo enseguida y salgo por la puerta principal. Caminamos
juntas hasta el pequeño callejón entre Brew Haven y la librería fuera del
campus.
―¿Qué necesitas?
―Escuché que tú y Rhys están hablando. ―Se recuesta contra el
ladrillo.
El sonido de su nombre duele y lo odio.
―Fascinante. ―Me quedo inexpresiva―. ¿No hay nada mejor que
hacer con tu tiempo que jugar a la pregonera?
Ella pone los ojos en blanco.
―Vine a preguntar si es verdad.
―Paloma. ―Me froto la cara con las manos―. Estás constantemente
saliendo con alguien, particularmente en el ámbito deportivo. ¿Por qué
no le preguntas a él simplemente?
―Salí con Rhys ―dice.
Odio el apretón posesivo en mi estómago. Sé que él ha salido con chicas
antes; míralo, pero escucharlo me da un poco de náuseas.
―¿Y?
―Y por eso lo conozco. Y, desafortunadamente para mi psique, te
conozco. ―Deja su sonrisa falsa y se endereza―. Él no te necesita a su
alrededor, es su último año para ganar los Frozen Four y llamar la
atención para el draft.
Aprieto la mandíbula, odiando que por mucho que quiera probar mi
fuerza para pelear contra ella en el callejón, pueda entender sus
preocupaciones.
No solo eso, sino que estoy de acuerdo.
¿Crees que le importa una mierda quitarle tiempo a tus sueños? ¿Tus
hermanos?
El acalorado susurro del entrenador Kelley resuena en mi cabeza.
Él nunca lo entenderá.
―El año pasado…
―Esto no es como el año pasado ―espeto, interrumpiéndola.
Por un momento el año pasado, Paloma y yo casi fuimos amigas. Una
pequeña tregua mientras nos autodestruimos juntas. La vi girar en espiral
de la misma manera que yo, por lo que la acusación es más profunda.
Como si de repente estuviera mejor, con sus reflejos del cabello retocados
y su bronceado de verano.
Si ella empieza de nuevo, ¿por qué yo no?
Paloma empieza a hablar de nuevo, pero levanto la palma.
―Ahórratelo ―susurro―. Supongo que estaba hablando con él, pero
estás en lo correcto. No te preocupes, ya le dije que se acabó. Lo dejaré en
paz.
Me pregunté brevemente si él estaba haciendo lo mismo, pero puse su
contacto en No molestar, tratando de calmar mi necesidad de mirar.
―Si lo quieres, está bien, solo déjame fuera de esto.
Oliver. Liam. Rora. Las audiencias de custodia. Trabajar. Escuela. Patinaje.
Sobrevivir. Eso es lo importante.
―No es una cuestión de si lo quiero. ―Ella pone los ojos en blanco y se
ajusta la parte superior―. Es solo... ¿sabes qué? No importa.
Me voy antes que ella.
Espero sentirme más ligera de alguna manera, como si realmente me
estuviera despojando de Rhys y de sus inquietantes y tristes ojos.
Pero no lo hago. En todo caso, me siento peor.
26
―¿Juras que aún no has tenido relaciones sexuales con él?
Estamos acostadas sobre una cama de almohadas y mantas, casi todas
de Aurora, regalos medio caseros de su abuela con una gran variedad de
colores que parece un arcoíris apagado vomitado. Ambas acostadas boca
arriba, casi mejilla con mejilla con las piernas extendidas a cada lado de
nuestra pequeña sala de estar. Los largos rizos de Rora se agitan a mi
alrededor, enredándose con la seda recta del mío.
Mis mejillas se calientan por la ligera vergüenza ante la pregunta de
Rora. Si alguien más preguntara, podría arrancarles la cabeza, pero sé que
Rora tiene buenas intenciones.
―Lo juro. ―Suspiro.
Y es la verdad. Hemos hecho casi todo lo demás, pero cada vez que
empezamos a ir en esa dirección, conmigo a la cabeza, él me redirige con
su boca sobre mí tan rápido que no puedo quejarme antes de que me
arranque orgasmos interminables.
El chico tiene una lengua mágica.
―¿Por qué no?
Hay muchas maneras de responder, pero no quiero decir lo que
realmente pienso: que él no me quería de esa manera. Tal vez escuchó
sobre el año pasado después de todo.
―Creo que se estaba tomando las cosas con calma ―digo, el aguijón
del tiempo pasado arde en mi lengua mientras sale de mis labios. Estaba―.
Pero no importa, y además… ―digo, sentándome sobre mis codos e
inclinándome sobre ella para que mi cabello forme una pequeña cortina
sobre nosotras―. Pensé que habías dicho que no se hablara de chicos. Si
eso está nuevamente sobre la mesa, debes contarme sobre el estudiante.
El estudiante.
Rora es una estudiante consumada, tutora en matemáticas, inglés y
múltiples ciencias. Es una persona sobresaliente en todos los aspectos y lo
ha sido desde el primer año. En eso, se ha mantenido profesional.
Hasta hace poco, sigue hablando de una de las personas a las que le da
clases particulares, etiquetada en su teléfono como Estudiante, lo cual ya
es extraño porque usa el correo electrónico para rastrear a los estudiantes,
no su número personal.
No he visto los mensajes, pero sé que están ahí y que le gusta, solo por
su perpetua sonrisa mientras programa sus sesiones.
Si eso es siquiera lo que está haciendo.
―Oh, de repente alguien se queda en silencio. ―Me río.
Ambas nos levantamos y apoyamos la espalda en el pequeño sofá color
salvia que encontramos al costado de la carretera y pasamos semanas
limpiando, solo para derramar una copa entera de vino tinto sobre él
mientras celebrábamos el fin de semana siguiente.
Ella se encoge de hombros, pero aún se niega a decir una palabra al
respecto.
―Correcto. ―Suspiro―. Bueno, ¿cómo va la tutoría de Matt Fredderic
entonces?
Ella toma un gran trago de su Big Gulp que llenamos antes con
granizado de cereza.
―Va bien. Es fácil.
―Me sorprende que necesite una tutora. ¿No se acuesta con todas sus
profesoras para sacar buenas notas? ¿O simplemente no tiene ninguna
profesora a quien seducir este año?
Rora pone los ojos en blanco.
―Qué graciosa.
Empiezo a decir algo de nuevo, cuando mi teléfono empieza a sonar.
Es un número desconocido, pero el código de área es local.
Normalmente no respondería, pero he tenido demasiados sustos cuando
se trata de Oliver y Liam que nunca me perdonaría, así que levanto un
dedo hacia Rora y rápidamente me disculpo antes de responder.
―¿Hola?
Se escucha música a todo volumen por un momento, antes de que se
cierre una puerta y todo se vuelve un poco más silencioso.
―¿Habla Sadie Gray?
―Sadie Brown ―corrijo, y mi estómago se hunde porque solo hay una
persona que me llama así.
―¿La patinadora artística? ―pregunta el chico, sonando desconcertado
por mi corrección.
―Sí. ―Respiro―. ¿Quién es?
―Bennett Reiner. Soy amigo de Rhys, nos conocimos una vez en la
cafetería.
Asiento, aunque él no puede verlo.
―Lo recuerdo. Bennett. ¿Qué pasa? Quiero decir… ¿por qué me
llamas?
Respira profundamente y parece tener dificultades para pronunciar las
palabras.
―No quería llamarte a menos que fuera necesario, pero creo que algo
anda mal con Rhys.
Se me cae el estómago y una llamarada de calor me recorre la nuca.
¿Qué pasa? ¿Él está bien? ¿Está herido? ¿Tuvo otro ataque de pánico?
―¿Por qué me llamas? ―finalmente dejo escapar, la ansiedad se mezcla
con la ira, no hacia él, sino hacia todo.
Él no es mío. No estamos saliendo.
―Pensé… mira, no sé qué está pasando entre ustedes dos…
―Nada está…
―… pero sé que Rhys no está bien. No creo que haya estado bien por
un tiempo y, por alguna razón, creo que lo sabes. Entonces, si te lo ha
dicho o confiado en ti, no me digas que no es nada. ―Escupe lo último,
como si estuviera enojado conmigo por llamarlo así.
―Bennett, no puedo…
―No tienes que salir con él o lo que sea, pero por favor, ¿puedes venir
a ayudarlo? No puedo lograr que salga, se encerró en un baño y dijo que
solo Sadie puede entrar. Si no quiere que la gente lo vea así, necesita salir
de aquí y ninguno de nosotros puede conducir.
Oh, Dios.
Rora ladea la cabeza hacia mí y sé que la llamada es lo suficientemente
fuerte como para que pueda escuchar al menos una parte. Ella se encoge
de hombros, haciéndome saber que es mi elección.
―Envíame la dirección, iré y lo llevaré a casa.

Parecemos terriblemente fuera de lugar; Rora con su pijama de seda a


rayas azules y blancas -porque la chica no tiene una simple camiseta-, y
yo nadando con una vieja y andrajosa camiseta de banda que me llega
hasta la mitad del muslo y cubre mis pantalones cortos por completo.
Después de estacionar el jeep, ambas saltamos y caminamos la corta
distancia desde el estacionamiento en la calle hasta a los bulliciosos,
ruidosos y bien llamados Dormitorios de hockey. Rora se cruza de brazos y
se agarra los hombros con las manos tímidamente. No ayuda,
especialmente con su cabello recogido en una bonita cola de caballo atada
con una cinta, toda su piel morena desnuda.
Aún así, desafía los murmullos cuando subimos los escalones de piedra
hacia el porche y la puerta principal, donde algunos rezagados hablan y
ríen. Al cruzar la puerta abierta, miro a mi alrededor en busca de la
montaña que es Bennett Reiner.
Veo demasiadas caras familiares, algunas desafían mi cara lavada
enojada para decirme que están felices de verme o contentos de que haya
vuelto a mi “mierda habitual” Pasando junto a todos ellos, estoy a un
segundo de llamarlo cuando un hombro me golpea lo suficientemente
fuerte como para arrojar mi peso corporal contra la pared.
―Bonita ropa, Aurora ―se burla una voz sarcástica.
Estoy dándome la vuelta, lista para patearlo en el trasero antes de que
pueda parpadear, pero Rora me detiene y se pone delante de mí para
bloquear mi camino hacia Tyler. Él está sonrojado, claramente más que
un poco borracho y algo en eso me pone nerviosa.
―Yo puedo lidiar con esto ―me dice Rora con calma, pero tiene los
ojos dilatados y se le pone la piel de gallina en sus brazos desnudos―. Ve
a buscar a Rhys.
―No te dejaré aquí…
―Está bien. ―Ella sonríe―. Puedo manejarlo. Además, estamos en la
sala llena de gente de una fiesta. ¿Qué podría pasar?
Mucho. Quiero discutir, pero veo un grupo familiar de cuerpos
acercándose desde el fondo de la habitación cerca de la cocina. Uno,
corpulento y ataviado con una manga larga y jeans, una gorra de béisbol
al revés y con el ceño fruncido. El otro, un poco más bajo, pero aún
superando a la mayoría de los chicos en la habitación, vestido con su estilo
habitual de Matt Fredderic: una camisa semi desabotonada y el brillo de
la misma cadena alrededor de su cuello.
Me dirijo hacia ellos, abriéndome paso entre la multitud de personas
que rodean cada rincón.
Bennett me ve primero, y ahora ambos nos dirigimos el uno hacia el
otro, cortando la distancia a la mitad. Matt también viene, pero sus ojos
no están realmente enfocados en mí, sigue mirando hacia atrás.
―¿Tu amiga está bien? ―pregunta cuando estamos lo suficientemente
cerca para escuchar.
―¿Te refieres a tu tutora? ―bromeo, pero mi boca apenas puede captar
el atisbo de una sonrisa―. No, no lo está. Necesito... ¿Puedes simplemente
ir a revolotear a su alrededor y asegurarte de que está bien?
Él asiente y me toca el hombro, pasando de largo.
Bennett parece resueltamente tranquilo, pero tiene las mejillas
sonrojadas, como si hubiera tomado unas cuantas copas. Se acomoda su
gorra de béisbol y mira mis zapatos, un par de zuecos sin cordones
usados, y asiente por encima del hombro.
Lo sigo a través de la cocina hacia una estrecha escalera trasera que,
afortunadamente, está vacía.
Bennett sube los escalones de dos en dos y yo lo sigo de cerca hasta que
llegamos a la puerta cerrada del baño. Se quita la gorra de béisbol, pasa
una mano por una masa de rizos desordenados de color marrón ámbar y
se reajusta la gorra en la cabeza, señalando hacia la puerta con la otra
mano.
―Correcto ―susurro, odiando la humedad de mis manos y mi
estómago mareado. Mi mano llama a la puerta.
―¡Ocupado! ―grita una voz femenina. Su tono es enojado, pero eso no
me impide agarrarme a la pared como si fuera a desmayarme, o vomitar,
o ambas cosas.
Bennett suelta un pequeño sonido burlón y golpea la puerta con tanta
fuerza que hace ruido.
―Abre la puta puerta. ―No grita, pero tiene el mismo efecto.
―Vete ―Rhys arrastra las palabras a través de la puerta, y estoy segura
de que mi cara ahora está ceniza―. Estoy bien, Ben.
―¿Rhys? ―pregunto, presionando toda mi cara casi contra la
madera―. Soy Sadie. ¿Puedes abrirme la puerta?
Apenas pasa un segundo y él lo hace.
O ella, porque la chica es la primera en salir de la habitación,
ajustándose su coleta alta y sus jeans mientras lo hace. Ella hace una
mueca de disgusto hacia la habitación y me mira fijamente, antes de
dirigirse hacia un Bennett furioso.
―Freddy te dijo que no te metieras con él ―prácticamente le gruñe
Bennett.
Ella pone los ojos en blanco.
―Como sea, es un desastre. Vomitó durante los últimos diez minutos
mientras yo estaba ahí. Supongo que eres…
―Gray ―grazna una voz.
Todos giramos nuestras cabezas hacia Rhys.
Su cuerpo está desplomado en el marco, su camisa gris ligeramente más
oscura alrededor del cuello, lo que me dice que estaba sudando o
arrojando agua del grifo a su cara. Su piel está sonrojada, su cabello es una
maraña que intenta rizar detrás de su oreja mientras una parte se pega a
su cara húmeda.
Tiene un aspecto... terrible. Sin embargo, me está sonriendo, con sus
hoyuelos profundos y sus ojos nublados.
―Eres tan hermosa ―murmura, tanto que todas sus palabras salen
como una sola.
Otra ola de calor como un pulso de luz comienza en mi cabeza.
―¿Estaba así de borracho cuando entraste ahí con él? ―pregunto, con
la visión turbia mientras miro a la chica que intenta salir de nuestro
pequeño rincón.
Rhys tropieza y vuelve a apoyar su peso en el marco mientras mira
entre nosotros.
―Ella me arrastró hasta ahí ―se apresura a decir, como si fuera a él a
quien estoy acusando―. Pero yo no quería…
Hipa y veo a Bennett dar un paso hacia él, como un escudo en caso de
que vuelva a vomitar o se desmaye.
―¿Estás bromeando? ―pregunto, girándome hacia la chica. Es alta,
más aún con sus tacones, un par de zapatos que desearía estar usando
ahora para poder quitarme uno y apuñalarla en el ojo con él―. ¿Él está
totalmente perdido y tú lo llevaste ahí? ¿Para qué? ¿Para acostarte con la
estrella de hockey mientras está literalmente tan borracho que no puede
ver con claridad?
Las mejillas de la chica se ponen rojas y sus ojos se ensanchan un poco.
Como si recién se diera cuenta de lo que hizo. Puede que haya tomado
una copa o dos, pero no está borracha.
―No sabía que tenía novia.
Las llamas salen disparadas desde los lados de mi cabeza.
Me lanzo hacia ella antes de pensarlo bien. Caemos contra la pared, con
mis brazos alrededor de su cintura mientras uso mi pie, ahora sin un
obstáculo en mi salto, para llevarla al suelo de madera.
―¡No hicimos nada! ―grita―. Vomitó por todos lados antes…
La golpeo, lo cual desafortunadamente no es la primera vez para mí.
Las pocas personas en el pasillo a nuestro alrededor están empezando
a vitorear o gritar. Solo conecto dos buenos golpes, uno en la cara y el otro
en el brazo, cuando finalmente me bloquea y me grita, pero no puedo oírla
más allá de la neblina roja.
Tocó a Rhys. Ella se aprovechó de él.
Entonces, me alejan.
Bennett me hace retroceder fácilmente, incluso mientras me retuerzo en
sus brazos, es enorme y estoy segura de que parece un Terranova
tomando a un chihuahua por el cuello. Aún me zumban los oídos
mientras intento bajar del estallido de adrenalina, así que no puedo oír
cuando él le ladra algo por encima de mis hombros.
Rhys está sentado frente al baño, mirándome en los brazos de Bennett
con sus ojos marrones llorosos.
Odio lo vulnerable que parece, pero eso me hace volver.
Concéntrate en Rhys.
Cálmate.
Dejo de luchar contra Bennett y él me deja caer después de que asiento
nuevamente. Me cambia por Rhys, pasando un brazo alrededor de su
cintura mientras Rhys se apoya pesadamente en él.
―Yo no la quería aquí, Sadie ―arrulla Rhys, arrastrando las palabras
incluso cuando sus ojos brillan. Él me alcanza, pero lo esquivo―. Lo
prometo.
―Está bien, Rhys. Lo sé. ―Suspiro―. Tú no hiciste nada malo.
―Creo que estoy enamorado de ella. ―Escucho a Rhys decirle a
Bennett, pero su voz no baja ni un poco―. Y ella no me deja entrar.
Mi corazón se aprieta y no puedo evitar mirar por encima del hombro,
maniobrando rápidamente escaleras abajo.
Bennett hace una mueca y ayuda a Rhys mientras salimos por la puerta
trasera.
―Cálmate, amigo.
―Sade no cree que sea un chico dorado, Ben. ―Rhys sonríe, pero todo
está mal―. No tengo que fingir ahora que ella está aquí. Ella sabe que
estoy roto. ―Deja escapar una carcajada.
―Rhys... no estás roto. ―Bennett suena tan angustiado como me siento,
a pesar del duro muro de acero que he levantado en mi último esfuerzo
por protegerme.
―Lo estoy Ben, y ella es la única que lo ve.
Bennett me mira inquieto, pero continúa.
―Vamos a sacarte de aquí, hombre ―dice, con un tono más suave.
Bennett lidera, manteniéndose cerca del lado de la casa y evitando a la
otra mitad del grupo que disfruta del aire fresco del otoño.
Cuando llegamos al jardín delantero, doy un paso adelante para
dirigirme hacia mi auto.
―¿A dónde vas? ―grita una voz -Paloma, me doy cuenta-, mientras
me giro hacia ella.
Ella está parada justo delante de los escalones de entrada, habiendo
saltado del regazo de un hombre muy grande y de aspecto aterrador que
nunca había visto antes. Sus ojos siguen parpadeando entre nosotros tres,
como si no estuviera segura de a quién se dirigió con su pregunta.
Tal vez sea la ya alta adrenalina resonando en mis venas, o las
vulnerables y desgarradoras palabras que se derraman de los labios
borrachos de Rhys, pero parece que no puedo evitar dirigirme hacia ella.
Debo parecer un poco desquiciada, porque un poco de miedo abre sus
ojos cuando da un paso atrás.
―Si lo quieres, Paloma ―espeto―. Cuida mejor de él, o déjalo en paz.
Ella se sonroja y se cruza de brazos.
―Yo no dije eso…
―Lo que sea. Estés con él o no, no me importa ―miento, me duelen los
dientes mientras pronuncio las palabras―. Solo... ―Estoy farfullando y
luego una risa se me escapa antes de que pueda detenerla―. ¿Sabes qué?
No importa, no puedes tenerlo, ¿okey? Yo no lo tengo y tú tampoco.
Déjalo en paz y no tendremos ningún problema.
Ella asiente, pero no me mira. No, ella está mirando más allá de mí hacia
Rhys. Bennett resopla y me habla para irnos.
―Mantente fuera de mi camino ―susurro. Miro por encima de su
hombro a la pequeña multitud reunida. El chico de cabello negro y piel
dorada está mirando todo con una sonrisa pecaminosa en sus labios,
recostándose como si este fuera su reality show favorito, pero encima de
él, sentada en el escalón más alto y atendida por algún jugador de fútbol,
está la chica de antes.
Le hago un gesto, haciendo que su cara se ponga pálida mientras la
llamo un poco más fuerte.
―Y dile a tu amiguita que está ahí arriba que se cuide. No necesito
nudillos sanos y salvos para patinar.
Ahora es fácil irme, algo en mis entrañas se satisface con la piel roja de
su mejilla, y la mirada completamente reprendida en el rostro por lo
demás perfecto de Paloma Blake, todo eso me impulsa hacia adelante,
llevándolos a mi auto, a solo dos filas del césped.
Bennett sienta a Rhys, tan gentil como el gigante pueda ser. Rhys se
recuesta contra el asiento y me giro para ver a Rora corriendo y
dirigiéndose hacia mí. Sus sandalias golpean el pavimento y la seda de su
pijama se ondula con el viento fresco.
Agarra el brazo de Bennett, quien se estremece ante su toque y
retrocede.
―Alguien tiene que detenerlo.
―¿A quién?
―A Freddy.
Bennett maldice y se va de regreso a la fiesta con Aurora a cuestas,
dejándome con Rhys.
Es un lugar tranquilo, con la naturaleza azotando entre los árboles y el
ruido sordo de la fiesta de fondo, y como no soporto el silencio,
“Revolution 0” de Boygenius suena en un pequeño bucle en mi cabeza.
Solo está respirando, pero miro rápidamente para asegurarme de que
todavía está despierto y vivo, y a pesar de su estupor de borrachera, se da
cuenta.
―Estoy bien. ―Suspira profundamente de nuevo, presionando una
mano contra su pecho antes de dejarla caer―. Solo esas imitaciones de
Darth Vader otra vez.
Las palabras todavía son confusas, pero es la sonrisa caída lo que me
hace apartar la mirada rápidamente.
―No puedo creer que estés aquí ―susurra Rhys, su voz encaja
perfectamente con los sonidos a mi alrededor y en mí.
Es casi doloroso no verlo.
―¿Dónde has estado?
―Rhys… ―le ruego.
Él extiende la mano, casi cayéndose del auto, y agarra mi mano. Me
obliga a mirar, a ver el brillo del dolor como gotas de un azul intenso en
sus ojos marrón oscuro.
―Te llamé una y otra vez. Yo solo... Sadie, por favor.
―No hagas esto ahora, estás borracho y yo estoy cansada.
Se muerde el labio y asiente, pero el movimiento es lento y letárgico.
Quiero besarlo otra vez, pero es egoísta porque es mi necesidad.
Es abrumador lo que siento a su alrededor. La necesidad de tocarlo, de
abrazarlo, y no de la manera que normalmente me abruma. Esto es... es
reconfortante, como si disipara todos los malos pensamientos en mi
cabeza.
―Cierra los ojos ―murmuro, dejando que mi pulgar recorra círculos
alrededor de su cálida mano. Permitiéndome disfrutar de la comodidad
de él―. Deberías dormir, pez gordo.
Sus labios se inclinan ante el apodo, con los ojos aún cerrados y su mano
todavía entrelazada en la mía.
―¿Seguirás aquí cuando me despierte?
―Sí ―murmuro, tomándome un momento para acariciar su frente
sobrecalentada y pasar mis dedos por su cabello―. Te tengo.
Incluso así, sentado en mi asiento trasero con una sonrisa infantil y
somnolienta en el rostro, parece más grande que la vida. Está destinado a
ser algo grandioso.
Lo dejo con Freddy en su casa, quien luce los nudillos magullados y la
mejilla roja. No pregunto porque lo único que me importa es Rhys.
Odio dejarlo ahí, incluso con Freddy. Se siente mal dejarlo solo.
Porque he empezado a pensar en él como mío, me doy cuenta mientras
me alejo de su bonita casita.
Se merece mucho más, está temporalmente roto, pero no hay arreglo para mí.
Ese pensamiento permanece conmigo como un mantra, hasta bien
entrada la noche y durante el día siguiente.
27
Mis manos están temblando.
Teniendo en cuenta que no hay nada sobre la mesa, salvo una taza
deforme de la limitada incursión de mi mamá en la alfarería, aprieto los
puños mientras espero.
Esto es ridículo. Es una mala idea.
Excepto que sé que esta es la elección correcta.
Después de despertarme con un fuerte dolor de cabeza y un Bennett
exhausto desplomado contra la pared de mi dormitorio, donde estuvo
vigilándome toda la noche y me atormentó con una repetición de la noche.
Creo que estoy enamorado de ella.
Dios, pero mierda si no es verdad, al menos un poco.
Dame dos semanas más de su actitud ágil y su risita ahumada y lo
estaría.
Inmediatamente después de que terminó de contarme lo que hice y dije,
tomé mi teléfono y le envié una disculpa, posiblemente demasiado rápido
y desesperado. Y, como todos mis mensajes desde el último, quedó sin
respuesta. Si todavía recibe mis mensajes de texto, estoy seguro de que
parezco loco. Tal vez ella piensa que lo estoy, considerando que solo
estábamos saliendo ante sus ojos y le dije a la chica que me estaba
enamorando de ella.
Bennett no estaba dispuesto a dejarlo pasar, así que le conté. Parecía
enojado todo el tiempo, pero esa es una expresión habitual en el portero
controlado.
Pero luego me abrazó. Fuerte. Cariñoso.
Tenía los ojos húmedos de lágrimas cuando me miró y dijo:
―Si nos lo hubieras dicho, si me lo hubieras dicho, podríamos haber
ayudado. Las cosas habrían sido diferentes.
Sabía que eso era cierto cuando lo dijo, pero aún así, le dije que no se lo
dijera a nadie más en el equipo. Bennett podía saberlo, debería haberlo
sabido desde el principio, pero esto no era para todos. Este dolor es mío,
al igual que con quién elijo compartirlo.
Pero… hay uno más que merece saber.
―Chto eto? ―Su acento ronco ruso sigue animado mientras mi papá
baja el último escalón hacia la cocina―. ¿Qué es esto? ―repite en inglés,
rematando el botón superior de su camisa.
Está vestido para trabajar, lo que para él significa una entrevista, un
evento de prensa o algo para mi mamá.
―¿Tienes un minuto?
Observo mientras mide la expresión de mi rostro, tal vez incluso mi
lenguaje corporal. Siempre ha sido bueno en eso, uno de sus puntos
fuertes en la liga. Su rostro se vuelve serio y asiente.
―¿Necesitamos a tu mamá aquí?
―No. ―Sacudo la cabeza. Sobre todo porque no importa cuánto intente
ocultarme, ella lo sabe todo―. Solo tú.
Se sienta a la mesa sin que se lo pida. Yo estoy en la cabecera, donde él
toma el lado más cercano a mí.
―¿Quieres un café? ―le pregunto, de repente desesperado por
detenerme.
Sacude la cabeza y espera pacientemente.
Mis papás y yo siempre hemos sido unidos. Creo que si hubiera elegido
ir a cualquier otro lugar del mundo para ir a la escuela, ellos se habrían
mudado ahí. Y… nunca me ha importado. Fue una gracia salvadora
cuando estuvo herido, incluso si era difícil ver a través del dolor.
―Mi hijo ―susurra, su mano acaricia la mía antes de imitar mi postura
casi exactamente. No intencionadamente, sino porque estamos hechos de
los mismos materiales, como una réplica de su juventud, ¿es eso lo que
ve?
Mi hijo. Mi hijo. Mi hijo.
Se reproduce de nuevo, como ese rayado permanente en un disco, un
fallo en mi memoria que me provoca un dolor de cabeza inmediato.
Intento reproducir las canciones de Sadie en mi cabeza, repitiendo la
canción de Oasis una y otra vez.
Aún así, no puedo pronunciar las malditas palabras.
―No estoy bien ―empujo entre mis labios.
―Vchistuyu ―susurra, con una sonrisa triste dibujada en su rostro. Es
una palabra que no reconozco en mi ruso parcial y limitado.
―No la conozco. ―Sacudo la cabeza y se me hace un nudo en la
garganta.
―Finalmente. ―Él sonríe, pero es lloroso. Entre él y mi mamá, la
intensidad de las emociones en esta casa siempre ha sido acogedora.
Después del golpe, el ambiente era sofocante. Ahora… ahora estoy
empezando a sentirme como en casa otra vez―. Significa finalmente, Rhys.
Vas a contarme qué está pasando ahora. ¿Qué es lo que te duele?
Mi ceño se frunce mientras lo miro.
―¿Cómo sabes…
―Sé que no soy tu mamá. ―Levanta la mano para silenciar mis
protestas―. Pero junto con ella, tú eres lo más importante en mi vida. Me
desangraría si eso significara que podría soportar tu dolor por ti. Ahora,
dime.
Así que lo hago. Haciéndolo todo fuera de orden, porque sé lo que va a
ser más difícil de decir.
Le hablo de los ataques de pánico por la noche, los terrores nocturnos
de los que mamá tuvo que despertarme varias veces. Le hablo de cómo
comencé a tomar las pastillas para dormir que me recetaron, cómo me
hicieron perder la memoria, o cómo en un momento estaba en la cocina
preparando el almuerzo y de repente conducía casi hasta el puerto, que
eso me asustó bastante y dejé de tomarlas y simplemente lidié con las
pesadillas.
Soy honesto cuando me pregunta si todavía las tengo. Sí.
Le hablo de los ataques de pánico en el hielo cuando regresé, y su cara
parece angustiada por los detalles. Sé que es porque no le pedí ayuda, que
él sabe que estaba sufriendo, asustado y solo, solo que no estaba solo.
Entonces le cuento eso también, sobre Sadie y su música y todo lo demás
sobre ella que me trae algún tipo de paz.
Él sonríe ante eso, sus ojos se humedecen mientras permanece en
silencio y me deja sacarlo todo.
Y luego le digo por qué es la primera vez que lo escucha.
―En el hospital ―comienzo, mirándome las manos extendidas sobre
el roble―. Realmente no podía ver nada ni recordar gran cosa, pero pude
escucharte, por encima de todos los que estaban ahí, seguí escuchándote.
Todavía puedo oler ese fuerte antiséptico mezclado con metal: mis
manos intentaban palpar y frotar mis ojos ciegos cuando una enfermera
tuvo que sujetarlas. Mi mamá estaba llorando, la podía notar vagamente
porque el ruido más fuerte eran los gritos de sollozos de mi papá.
¡Mi hijo! Mi hijo… ayúdenlo. Por favor.
Y luego, no puedo vivir sin él. Mi hijo no, él no puede hacerme esto.
No era una gran cosa hiriente, y necesité más de dos sesiones de terapia
para entenderlo, pero sus gritos me atormentaban. Nunca había visto a
mi papá alterado o asustado, pero cuando estaba en mi punto más alto de
miedo, la presencia tranquila y constante de mi papá no estaba ahí, solo
él pánico.
Así que me lo guardé todo para mí, porque amo a mi papá y no quiero
volver a escucharlo así nunca más.
Le cuento todo esto antes de reunir el coraje para mirarlo.
Sus ojos, tan parecidos a los míos, brillan mientras las lágrimas caen por
su rostro.
Y luego se mueve y sus brazos me rodean antes de que pueda
parpadear, atrapándome en mi asiento en un abrazo feroz.
―Mi hijo ―susurra en mi cabello, y esta vez no hay una punzada de
miedo o pánico que recorre mi columna. Solo calidez―. Lo siento mucho,
Rhys. Prosti menya, pozhaluysta. ―Perdóname, por favor.
―Tu no hiciste nada…
―Lo hice ―dice, abrazándome de alguna manera con más fuerza, antes
de soltarme y recostarse en su silla. El nudo en mi garganta todavía está
ahí, lo suficientemente duro como para tragarlo, así que no tomo el café
que deseo desesperadamente―. Debería haber estado ahí, debería haber
dado un paso adelante para ver qué era lo que necesitabas, pero verte así,
la sangre en el hielo, la forma en que tu cuerpo cedió...
Lo detengo con una mano y él asiente.
―Todavía es muy difícil pensar en eso. Hace que mi cabeza dé vueltas.
―¿Porque no puedes recordarlo?
Asiento con la cabeza.
―Gracias, Rhys. Por contarme todo, por dejarme entrar. ―Se aclara la
garganta y se seca las lágrimas de las mejillas antes de encontrar mi
mirada―. Escúchame atentamente, no me importa si tiras tus patines a la
basura mañana, no me importa lo que elijas hacer por el resto de tu vida
mientras seas feliz. ―Se ríe y se relaja en la silla.
»Si hubieras tomado una pelota de baloncesto hace tantos años, estaría
en la cancha por el resto de mi vida con una de esas grandes manos de
espuma. Si tomas un pincel, compraré cada pieza para la que tenemos
paredes. Si usas ese gran cerebro tuyo para ingeniería o derecho, haré
todo lo que pueda para demostrarte que te apoyo hasta mi último aliento.
―Quiero jugar hockey. ―Sí, insisto, porque sé que todavía quiero esto,
simplemente está enterrado bajo el pánico y el dolor.
―Aún así, esto ―hace un amplio gesto―, esta vida que tenemos no es
nada sin ti seguro y feliz. Eso es todo lo que quiero. Te amo, hijo.
Las lágrimas se forman en las esquinas de mis ojos y trato de
contenerlas.
―Te amo.
Hay un largo período de silencio, mientras algo nuevo se instala en mis
huesos. El entumecimiento sigue ahí, pero no es abrumador. Está… está
simplemente ahí.
―Vamos a la pista hoy ―dice justo cuando mi mamá desciende las
escaleras, vestida con pantalones y una bonita camisa. Él va hacia ella al
instante, como si fuera memoria muscular y me pregunto si sintió esta
locura devoradora por mi mamá como yo la siento por Sadie.
Sacudo la cabeza.
―Tienes cosas que hacer hoy y yo también, pero ¿esta semana?
Él sonríe y asiente, y yo hago lo mismo.
Me siento un poco más como si estuviera realmente en casa.
28
Ha pasado una semana sin Sadie, sobrio o no, y eso ha empezado a
afectar mi juego. Jugamos en casa y fuera el fin de semana pasado y
estamos programados para dos partidos fuera de casa el próximo fin de
semana. Hasta ahora, estamos en el mismo nivel que el año pasado: cerca
de la cima con Boston College, Michigan y Harvard como principales
competidores.
Mi concentración es buena, pero no excelente, un poco interrumpida
porque me demoro y llego más temprano todos los días a la pista con la
esperanza de poder verla siquiera.
Extraño la forma en que ella me calma, seguro.
Pero la extraño a ella.
Sadie era mi amiga antes que nada, incluso si su boca obstinada no le
permitía llamarme así en voz alta. Esos dos meses de patinar por la
mañana son ahora algunos de mis recuerdos favoritos dentro y fuera del
hielo. Quiero más de eso.
Y, sin embargo, ella está fuera de mi alcance.
Por el momento la estoy esperando y haciéndome digno de ella.
Una semana de terapia no es suficiente, pero es un comienzo. Sadie no
puede ser mi muleta si quiero que sea mía. No volveré a poner eso sobre
ella nunca más.
La biblioteca está un poco fresca igualando la temperatura exterior.
Como la mayoría de los edificios antiguos del campus, suele estar helado
o hirviendo.
Me he mantenido al día con mis estudios, como es requerido para el
equipo, pero aún más, me he mantenido al día con mis deberes de capitán,
lo que incluye organizar días de estudio con el equipo para que todos
podamos intercambiar información de profesores, consejos útiles o
preguntas comunes de los exámenes. Todavía es difícil estar cerca de ellos
y fingir sonrisas, pero aún hay una herida en mí que no ha sanado. No
será de la noche a la mañana.
Tengo que recordármelo mucho.
Lo bueno es que Toren Kane suele escasear para cualquier cosa
relacionada con el equipo, lo que significa que el siempre presente
recordatorio sobre nuestro tiempo en el hielo no me sigue fuera de él.
Antes de que pueda llegar a la mesa del fondo de la primera planta,
algo más bulliciosa que el resto, otra cosa llama mi atención.
La pequeña patinadora artística que estaba buscando, vestida con jeans
ajustados y otra camiseta grande, medio acurrucada debajo del
musculoso patinador artístico, Luc. El que hace que mi columna se
estremezca con celos incómodos, algo a lo que no estoy exactamente
acostumbrado.
―Espera, Sadie ―grito, recibiendo una mirada severa de la
bibliotecaria en el escritorio cercano. Me encojo de hombros,
considerando que no estamos en el piso silencioso.
Ambos me están ignorando, me doy cuenta con un aumento de
frustración, y no dejan de moverse apresuradamente hacia las puertas
principales, pero los sigo de todos modos.
Salgo de golpe de la biblioteca y empiezo a gritar un poco más fuerte
mientras entramos al pequeño estacionamiento.
Sadie se da la vuelta, con la oreja pegada al teléfono y una mirada de
pánico en sus grandes ojos grises mientras me observa y por alguna razón
mi presencia parece alterarla aún más. Se siente como una patada en el
estómago. Ella se aleja caminando, siguiendo un pequeño patrón mientras
continúa marcando y re llamando a alguien.
Luc suspira y asiente hacia mí como si fuéramos amigos.
Lo cual está bien, a menos que esté durmiendo con Sadie, y entonces
creo que me gustaría darle una paliza.
Él camina para pararse a mi lado, de mi altura y complexión, un atleta
de principio a fin, lo que de alguna manera hace que me enfurezca aún
más con él, a pesar de nunca haber hablado con él hombre antes.
Pasando una mano por su cabello negro azabache, inclina su cabeza
hacia mí, mientras me niego a apartar mis ojos de la alterada patinadora
artística que camina frente a nosotros, deseando poder hacer algo.
―Rhys, ¿verdad?
Asiento, apretando un poco la mandíbula mientras la voz de Freddy
suena en mis oídos. Tiene problemas para quedarse con sus parejas de patinaje
y no acostarse con ellas. Creo que él y Sadie solían ser algo.
―Luc. ―Vuelve a mirar a Sadie. Otro impulso posesivo de arrancarle
los ojos me recorre, pero logro mantener la cordura―. Esto es ridículo. No
debería tener tanto miedo de faltar a la práctica.
―¿Que está pasando?
Empieza a hablar, pero se detiene.
Sadie mete su teléfono en el bolsillo trasero y gira con un pequeño
chillido, pateando el suelo con tanta fuerza que tanto Luc como yo
saltamos hacia adelante como si pudiéramos detenerla.
―¿Qué pasa? ―pregunto, sintiendo de repente como si me estuviera
entrometiendo y odiando cada segundo. Es difícil de tragar, más difícil es
no alcanzarla.
―Rhys, por favor, no puedo hacer esto contigo en este momento. ―Ella
me despide, agitando su mano mientras maldice y vuelve a marcar su
teléfono―. ¿Dónde está ella?
―Relájate, Sadie, solo te perderás la maldita práctica ―dice Luc
mientras se acerca a ella y me siento un poco enfermo―. Él no puede…
―Él puede, y no importa: si falto, según los estándares escolares podría
perder mi beca.
Tragándome la duda que me duele en la piel, doy un paso adelante de
nuevo, apretando mi mano en la correa de mi mochila.
―¿Puedo ayudar?
―Rhys. ―Ella suspira, luciendo un poco como un volcán a punto de
hacer erupción―. Por favor…
―Lo sé ―la interrumpo, acercándome hasta que mi hombro empuja
ligeramente a Luc fuera de nuestra pequeña burbuja. Ella comienza a
suavizarse justo bajo mi mirada, lo suficiente como para atreverme a
tocarla, extendiendo la mano y agarrando la suya, frotando círculos en la
piel de su palma―. Solo dime en qué puedo ayudarte, Gray. Mierda, odio
verte como si estuvieras a punto de entrar en pánico.
Cada vez más audaz con ella, le suelto la mano y tomo su barbilla
ligeramente, inclinando sus ojos hacia los míos, con el corazón adolorido
ante la mirada desesperada y asustada en sus ojos.
―Dime.
Ella se funde en mi mano y asiente, y una parte de mí, la parte
ridículamente masculina de mi cerebro quiere mirar a Luc ahora y
sonreírle, mostrarla en mis brazos como si dijera ¿Ves? Ella solo es suave
conmigo. Soy yo a quien ella acude, no a ti, pero logro mantener mi atención
en ella.
―Mis hermanos se quedarán en casa después de la escuela, y mi vecina
generalmente los vigila. ―Asiento mientras ella me susurra todo, sin
soltar nunca mi suave agarre en su barbilla―. Y-y Aurora debería estar
en casa, pero no contesta su teléfono y no puedo faltar a mi práctica…
―¿Necesitas que busque a tus hermanos? ―Asiento―. ¿Y llevarlos a
dónde?
―Está bien. ―Ella retrocede, inmediatamente a la defensiva de la
ayuda que se le ofrece―. No, yo solo…
―Sadie ―digo un poco más firme, endureciendo mi tono―. Sé dónde
está tu casa, la recuerdo. ¿A dónde tengo que llevarlos?
Sus ojos se llenan de lágrimas, pero no deja que ni una de ellas se libere
mientras me hace un gesto con la cabeza.
―Está bien, sí. Solo… ¿Puedes llevarlos a los dormitorios?
Probablemente Rora esté durmiendo una siesta entre clases. Solo... sí. Te
daré su número y ella podrá recogerlos fuera de los dormitorios.
Asiento y dejo que tome mi teléfono para ingresar el número de Aurora.
―Ahora, vete…
Ella duda, incluso cuando Luc levanta su bolso del suelo y la espera.
―Rhys…
―Lo sé... ―Me trago cada palabra que quiero decir y le ofrezco una de
mis sonrisas enmascaradas―. No cambia nada, pero no significa que no
podamos ser amigos. ¿Okey, Gray?
Se muerde el labio con fuerza y asiente con la cabeza incluso cuando
sus ojos se niegan a dejar de explorar mi cuerpo.
―Okey, Rhys.
No puedo explicar por qué me duele tanto que no me llame pez gordo.
Ella toma su bolso de la mano extendida de Luc y gira sobre sus talones
sin molestarse en esperarlo. Cuando ya no puede oírnos, Luc se gira hacia
mí y me da una palmada en el hombro.
―No sé si conoces al entrenador Kelley.
Sacudo la cabeza.
―Solo brevemente.
―Bueno ―resopla de nuevo, cerrando los ojos y sacudiendo la cabeza,
como si esto fuera lo último que quisiera hacer―. Si tienes sentimientos
por ella, sentimientos reales, y creo que está claro que los tienes, entonces
necesitas vigilarla.
Lucho contra las ganas de empujarlo y gruñir, sí que la vigilo, prestando
atención al tono de su voz y a la mirada derrotada en sus ojos.
―Ella podría escucharte acerca de ese entrenador suyo demasiado
intenso.
Frunzo el ceño y ajusto mi mochila en mi hombro derecho,
colocándome la otra correa.
―Ella dijo que eso es normal, que él es así con todos.
Sacude la cabeza con un resoplido.
―Kelley no es normal, y si no sabes lo que está pasando en esa maldita
pista...
―¡Laroux! ―grita Sadie, golpeando con el pie―. Si me haces llegar
tarde, te cortaré las malditas pelotas y las colgaré en mi tablero.
Una sonrisa se dibuja en mi boca con solo mirarla, y Luc se va sin
molestarse en terminar su declaración antes de correr tras ella.

En los escalones de entrada de una casa idéntica, pero ligeramente más


luminosa que la que reconozco como la de Sadie, Liam y Oliver están
sentados con sus mochilas puestas, solos.
Y al lado, en su propio césped, hay un hombre acostado boca abajo.
La vista del cuerpo tan cerca de los chicos me asusta lo suficiente como
para que apenas estacione el auto antes de correr hacia ellos. Liam aúlla
cuando me ve y una pequeña sonrisa confusa se apodera de su rostro
mientras se levanta, golpeando los hombros de Oliver.
―Hola, amigos ―les digo, ralentizando mi paso y sonriendo como si
eso pudiera distraerlos de mis pensamientos gritando peligro sobre el
extraño que se encuentra a pocos metros de ellos―. ¿Están bien?
―¿Estás aquí por nosotros? ―pregunta Liam, en lugar de responder a
mi pregunta y un hoyo comienza a formarse en mi estómago―. La señora
B no está en casa, así que no sabemos qué se supone que debemos hacer.
―Se encoge de hombros.
Miro hacia su casa de nuevo. El hombre está rodeado por algunas latas
y botellas, además de un charco de vómito, pero respira. Doy un paso
atrás y observo el resto del callejón sin salida.
―Sí.
Liam aúlla de nuevo, saltando arriba y abajo en el lugar como si no
pudiera contener nada de su entusiasmo.
Mirando hacia Oliver, pregunto:
―¿Conocen a ese hombre?
Liam se muerde el labio, pero asiente, aunque vacilante.
―Ese es mi papá.
Mierda. Creo me voy a vomitar.
―Sadie se va a enojar ―dice Oliver, de pie junto a su hermano, con la
mochila deslizándose de un hombro. La mirada que me da es, en el mejor
de los casos, cautelosa―. Ella odia cuando la gente sabe de él.
Liam parece un poco preocupado por eso.
―Pero a ella le gusta Rhys.
―Exactamente. ―Su hermano se ríe, antes de mirarme con la misma
mirada escéptica―. ¿Sadie te envió aquí?
Está claro que Liam no lo entiende, pero yo sí. Oliver tiene doce años,
pero sabe que Sadie no me lo dijo, que ella me ocultó esto.
Intento concentrarme a través de los pensamientos acelerados en mi
cabeza.
―Sí. Solo soy su chofer.
―No sé qué es eso. ―Liam suspira.
―Significa que los llevaré con Rora.
―¡Sí! ― grita Liam, golpeando el aire con el puño y corriendo hacia mi
auto sin mirar dos veces a su papá desmayado en un mosaico retorcido
de botellas de cerveza a lo largo del jardín.
Como si esto fuera algo habitual.
Oliver espera, con una extraña mezcla de miedo y deseo en su rostro,
ligeramente oculta detrás de su máscara de ira.
―Pasaré por The Chick si quieres ―le ofrezco―. Tenemos tiempo.
Un atisbo de sonrisa aparece en el rostro de Oliver y Liam grita: “¡Ese
es el favorito de Ollie!” mientras continúa tirando de la manija de la
puerta del auto.
Sé que es su favorito. Le pregunté a Sadie semanas antes, después de
una sesión de besos en el lado del copiloto de su auto, con ella a horcajadas
sobre mis muslos. Vi otra bolsa de basura para llevar de The Chick y me
burlé de ella por su adicción, que aclaró que era la adicción de Oliver. Ella
hizo que pareciera como algo conveniente en aquel momento.
Ahora lo sé mejor.
―Vamos. ―Asiento por encima de mi hombro―. Vamos por algo de
comida y te dejaré controlar la música.
Y al igual que su hermana, Oliver se alegra. Mi corazón se retuerce en
mi pecho, pero mantengo la calma y los dejo cantar canciones de ABBA
durante todo el camino hasta el autoservicio, tratando de aferrarme a su
felicidad como si eso fuera a borrar la ansiedad de las palabras de Luc
mezclándose con la imagen de su casa.
29
Después de haber comido hasta saciarse de sándwiches de pollo, papas
fritas y batidos mientras estaban estacionados en un parque cercano al
que Sadie me llevó meses antes, abro mi teléfono y busco el contacto de
Aurora, salgo del auto y me hago un poco a un lado antes de marcarle.
Suena dos veces, antes de que una voz áspera gruña:
―¿Qué demonios quieres, imbécil?
Hago una pausa, casi ahogándome con mi propia saliva ante el furioso
gruñido masculino que definitivamente no es Aurora, y algo incómodo se
desliza por mi columna.
―¿Este no es el número de Aurora? ―pregunto con mi voz firme,
ligeramente tranquila, pero aún firme. Mi voz de “Capitán Rhys” como
algunos en mi equipo podrían llamarla.
Hay una larga pausa, luego un sonido mucho más ligero:
―¿Rhys?
Mis ojos saltan y toso.
―¿Freddy?
Nunca había oído a Freddy sonar así en mi vida.
Escucho algunos susurros de fondo, antes de que Matt Fredderic
regrese.
―Estamos, mmm, estudiando en este momento. ―Su voz baja, como si
estuviera más lejos del teléfono y puedo distinguir un silencio―. Es Rhys,
princesa, puedo manejarlo.
De repente, vuelve a estar a todo volumen.
―Lo siento, mmm, espera, ¿por qué demonios llamas a Aurora?
Su voz es casi áspera, como si estuviera un poco molesto conmigo.
―¿Por qué yo…? ―Me desvinculo de la diatriba que me gustaría
lanzarle a mi delantero y que definitivamente termina con “Encuentra una
nueva maldita tutora y deja a esa chica en paz”. Pero, en vez de eso, me paso
una mano por la cara y suspiro―. Sadie quiere que lleve a sus hermanos
con Aurora a los dormitorios.
Otro susurro y puedo escuchar a Freddy quejándose de fondo mientras
Aurora toma el control.
―Hola ―comienza, con voz ligera y aireada―. Lo siento, tuve un
problema con las llamadas no deseadas. Um, puedo. No volveré hasta
dentro de unas horas. Mierda.
―Está bien, Rora. ―Sonrío y miro hacia mi auto, viendo a los chicos
sumergiéndose en lo último de sus batidos, con chocolate manchado por
toda la boca de Liam. Se ven tranquilos; incluso Oliver, hasta cierto punto,
se ha relajado un poco―. Puedo quedármelos conmigo hasta más tarde,
si quieres. Solo avísame cuando estés lista para ellos, ¿okey? Tómate el
tiempo que necesites.
Ella suspira al teléfono con una sonrisa audible.
―Gracias, Rhys.
―No hay problema.

Mientras llego a la casa de mis papás, escucho a Oliver casi ahogarse


con su batido, que de alguna manera no está vacío, mientras Liam chilla
audiblemente.
―¿Vives en un castillo? ―pregunta Liam, parpadeando ampliamente
ante la casa colonial que ha sido completamente renovada.
El frente conserva su estilo original, pero la parte trasera ha sido
añadida y se extiende más allá de quien la tuvo primero. Está pintada de
gris, pero está repleta de vida gracias a los múltiples enrejados y árboles,
uno de los jardines se puede ver incluso desde aquí, donde flores de
colores brillantes salpican el lienzo de verde veraniego.
Es un fastidio durante los meses de invierno, pero la buena mano de mi
mamá en primavera y verano brilla con luz propia, incluso ahora, en los
comienzos del otoño.
Yo sonrío.
―No, pero mis papás sí.
Hablando de eso, veo a mi mamá salir del jardín y escuchando mi auto
acercarse. Su cara es toda sorpresa feliz cuando baja de la terraza elevada,
con sus botas altas de jardinería verdes y un mono diciéndome que está
en medio de un proyecto.
Mis ventanas están demasiado polarizadas y quiero darle una
advertencia, así que paro el auto y les digo a los chicos que volveré
enseguida, antes de salir.
Ella me abraza primero y la beso ligeramente en la mejilla antes de
susurrar:
―Necesito tu ayuda.
―¿Qué pasa, Rhys?
Mi voz tiembla mientras asiento hacia el auto.
―Los hermanos de Sadie están aquí conmigo. Ella necesitaba ayuda…
―¿Ya comieron? ―me interrumpe preocupada por ellos, exactamente
como esperaba que estuviera―. Rhys, cálmate.
¿Por qué estoy tan alterado?
Porque Sadie ha estado sola, cuidándolos y tú hiciste que ella te cuidara a ti
también. Egoísta.
Cierro los ojos con fuerza y asiento.
―Sí. Sí, está bien. ―Trago nuevamente, pasando una mano por mi
cabello enredado―. Y sí, fui con ellos por comida. Sadie... quería que los
llevara a casa, pero... no lo sé. Es complicado, y son niños, así que no
quería llevarlos a la Casa de Hockey en caso de que algunos de los
jugadores estuvieran ahí, o ¿y si no les gustan los extraños?
Mi mamá vuelve a sonreír y me acaricia la mejilla.
―Solo sácalos de tu auto y los llevaremos adentro para comer algunas
galletas, ¿okey?
―Okey.
Ella retrocede mientras yo regreso al auto y abro las puertas. Ambos
dudan, Liam mira a mi mamá con curiosidad y se inclina sobre el asiento
para verla por la ventana.
―¿Quién es ella? Es realmente linda.
Sonrío mientras le quito el cinturón de seguridad. Probablemente
debería estar en una silla para auto, pero no es algo que tenga a la mano
actualmente. Apenas puedo evitar sacar mi teléfono para pedir una a
ciegas en Amazon.
―Es mi mamá.
―¿Es agradable?
― Sí ―digo suavemente, luchando contra el nudo en mi garganta ante
la pregunta―. Es muy agradable, y le encantaría conocerte.
Liam asiente, pero sus ojos nunca la abandonan.
Oliver sale y cierra la puerta, parándose al costado del auto y esperando
a que saque a Liam.
―Eso es bueno ―murmura Liam en voz baja mientras lo saco.
―¿Qué, amigo?
Él mete la cabeza en mi cuello.
―Que tienes una mami, y es agradable.
Tengo que cerrar los ojos por un segundo. Mierda, mierda, mierda.
―Sí, amigo, estoy muy agradecido. ―Lo estoy ahora y siempre lo
estaré, porque este niño está lastimando mi alma.
Decido cargarlo, ya que de repente no quiero dejarlo en el suelo. Sus
brazos están alrededor de mi cuello de todos modos, con su cabeza
agachada parece un poco tímido, y es la primera vez que veo al pequeño
valiente tímido por algo.
Oliver camina solo un paso detrás mientras nos acercamos a mi mamá,
que todavía sonríe.
―Hola ―dice, su atención únicamente en Oliver primero―. Soy Anna,
la mamá de Rhys. ¿Cómo te llamas?
―Oliver, soy el hermano de Sadie.
Mi mamá asiente, todavía sonriendo alegremente.
―He escuchado mucho de ti. Mi esposo dice que eres un muy, muy
buen jugador de hockey.
Él se sonroja ante su atención, se pasa una mano por la nuca y asiente.
Mi madre no lo alcanza, pero la veo dudar con la mano levantada como
si quisiera hacerlo. Tal vez ella pueda ver lo que yo veo, que él es un poco
como Bennett, tenso y desesperado por espacio, al menos físicamente.
―¿Y tú quién eres, amor? ―Suaviza aún más su voz, acercándose para
mirar a Liam, quien ha metido su cabeza en mi cuello mientras sus deditos
juegan con el dobladillo de mi camisa.
Él no habla, simplemente continúa viéndola como si no quisiera apartar
la mirada.
―Jesús. ―Oliver suspira, poniendo los ojos en blanco mientras sus
mejillas se sonrojan como si estuviera un poco avergonzado por la
vacilación de su hermano―. Puedes decírselo.
―Liam ―finalmente murmura, escondiéndose apenas debajo de mi
barbilla, pero sé que si lo miro veré las mismas estrellas en sus ojos de
antes, como si ella fuera un hada mágica que ha venido a conceder todos
sus deseos.
―Liam. ―Ella saborea su nombre―. Eres una preciosidad. Entremos
ahora y comamos unas galletas, ¿sí? Aún no las he hecho, pero puedes
ayudar si quieres.
―¿En serio? ―Sus ojos se abren como platos―. ¿Con chispas de
chocolate? ―Salta de mis brazos, retorciéndose hasta que finalmente lo
dejo caer.
Liam toma su mano extendida, pero solo después de mirar por encima
del hombro en busca de un asentimiento de Oliver.
Oliver se queda atrás, justo detrás de mí mientras mamá y Liam dan un
paso adelante. Espero al niño, asentándome a un ritmo lento mientras mi
mamá recorre el camino más largo a través del jardín y entra a la casa.
Mi teléfono vibra en mi bolsillo y reviso para ver un mensaje de texto
de Rora: varios emojis locos, pero de aspecto feliz, seguidos de un texto
en mayúsculas en el que decía que se aseguraría de que Sadie descansara.
Deberías hacer un esfuerzo por estar aquí, la reprendí el primer día que
hablamos. El recuerdo de mis palabras me hace tropezar en mis pasos,
Oliver me mira por un momento y la culpa me golpea con más fuerza.
Egoísta, imbécil titulado.
Puedo sentirla de nuevo ahora, esa voz que me dejaba solo cada vez
que la presencia de Sadie la silenciaba. La cosa oscura que vive en mi piel
desde el día que golpeé el hielo. El día que me desperté con gasas en toda
la cara y el cuerpo, todavía tenía problemas para respirar y me sentía
enojado.
La ira solo se desvaneció, hasta que fue solo un vacío y luego extrañaba
la ira.
Ahora solo queda el odio a mí mismo.
Pero estoy aprendiendo las herramientas para eso. También estoy
aprendiendo que podría necesitar mejores herramientas cuando se trata
de manejar a Sadie Gray.
―¿Tu papá normalmente suele ser así?
Oliver se tensa por un momento, pero evita mis ojos mientras asiente.
―¿Tu mamá?
Es difícil hablar con el nudo que tengo en la garganta, pero trato de
aclararlo, trato de mantener mi ingenio a través de esta mina terrestre de
conversación.
―Sadie y yo tenemos una mamá, pero... ―Se encoge de hombros―.
Ella no nos quería, así que nos quedamos con mi papá cuando ella se fue.
Caminamos unos pasos más, justo hasta la puerta. Se queda afuera de
la puerta abierta, el olor a masa para galletas y azúcar comienza a
impregnar lentamente el aire, y su expresión es de ansiedad mezclada con
miedo.
Pero tengo paciencia, seré paciente con él tal como lo seré con Sadie.
―¿Nos quedaremos aquí mucho tiempo?
―Todo el tiempo que quieras ―se escapa de mi boca antes de que
pueda pensarlo dos veces.
Oliver asiente, aceptándolo.
―Bueno, deberías decírselo a Rora, tal vez pueda hacer que Sissy
duerma un poco, ella nunca duerme.
―¿Por tu papá?
Entré en una de las minas terrestres cuando su postura se vuelve
defensiva, sus ojos agudos.
―Ella nos cuida muy bien ―corta por encima del hombro, como si no
pudiera mirarme completamente mientras lo dice. Está a la defensiva,
claro, pero tiene miedo―. Sadie… ella nos cuida a mí y a Liam; y yo la
ayudo. No necesitamos nada.
Entra a la casa sin detenerse y sé que eso es todo lo que obtendré de él
por ahora. Él no confía en mí aún, no realmente, pero me estoy adaptando
a sus palabras: Sadie y yo. ¿Eso significa que la mamá de Liam es otra
persona? ¿Está ella en sus vidas?
¿O Sadie está sola?
Oliver se queda en la cocina sin saber qué hacer, mientras Liam pasa
cada segundo mirando a mi mamá, observando cada movimiento y
siguiendo cada orden.
Finalmente consigo que se siente en uno de los taburetes de la barra. Él
golpea nerviosamente el mármol con los dedos, en silencio, casi pensativo
cuidando a su hermano menor. Ambos están mayormente en silencio
mientras mi mamá y Liam finalmente ponen las galletas en el horno.
Se vuelven aún más silenciosos cuando mi papá entra en la habitación.
Él habla en voz alta, como siempre, cantando alguna canción rusa que
no conozco, pero que he escuchado tantas veces exactamente de esta
manera que a menudo me encuentro tarareándola en clase.
No se detiene cuando ve a los niños, solo se detiene para besar a mi
mamá y saludar a Liam con una palmadita en la cabeza. Eso es todo lo
que necesita el menor de los niños Brown.
Oliver es más cauteloso y observa la rutina de mi papá en silencio.
Finalmente, toma una bolsa de papas fritas de la despensa y una salsa del
refrigerador, se sienta en la barra y coloca todos los productos entre
nosotros tres.
Oliver mira la comida, luego a mí, antes de informarle en voz baja a mi
papá que ya les di comida y agradecerme nuevamente.
―Eres un niño en crecimiento, Oliver. Rhys solía arrasar con toda la
despensa de una sentada a tu edad.
Su vacilación crece, pero hay una pequeña sonrisa proveniente de las
palabras de mi papá abriéndose paso en su rostro.
―¿Estás seguro?
Mi papá sonríe, un poco tristemente, y deja caer el hombro para que sus
palabras sean lo suficientemente bajas como para que pueda entenderlas.
―Sé lo difícil que puede ser aceptar las cosas cuando te has pasado la
vida trabajando muy duro por muy poco, ahorrar y tener un poco de
hambre.
Mi pecho se aprieta y veo a Oliver tratando de entender cómo el hombre
famoso, alguien a quien probablemente idolatra en su propia cabeza, fue
una vez un niño hambriento que sobrevivió en los fríos inviernos rusos.
―Sí. ―Oliver traga ligeramente, pero continúa escuchando
atentamente.
―Pero está bien, quiero que te lo comas todo. De hecho ―él abre el
recipiente del dip de pollo búfalo―, quiero que lo pruebes primero y, si
lo odias, tenemos muchos más que puedes probar.
Oliver se suaviza un poco, lo suficiente como para que mi papá se las
arregle para darle unas palmaditas en la espalda y se derrite un poco.
―Okey.
30
Estoy agotada.
Estoy segura de que se me escapan lágrimas de los ojos, pero mi piel
está tan húmeda que no creo poder notar la diferencia.
―De nuevo.
Su voz no es retumbante, es tranquila. Me pregunto exactamente cuánta
presión se necesitaría para cortarlo con mi cuchilla si me acercara
demasiado.
―Tengo que…
―No pregunté.
Mis labios se abren como si fuera a gritar y cualquier cosa que lea en mi
rostro lo hace brillar, prácticamente mareado mientras aplaude.
Empieza mi música, el fuerte ritmo instrumental salvaje se siente contra
mi pecho, en mi garganta. Kelley ni siquiera me da un segundo para
encontrar mi posición, no le importa, lo único que quiere de mí es poder.
Y funciona, como siempre. Doy cada salto mejor que en toda la noche,
cada pose es poderosa, incluso emocionante. Me siento eléctrica, tanto que
hay una sonrisa brillante en mi cara cuando termino mientras me dirijo
hacia él.
―Se siente bien, ¿no?
Sonrío y asiento, porque se siente bien, se siente increíble. Los elogios
de Kelley son solo la cereza del pastel. Voy a tomar agua, pero él me
detiene con una mano en mi brazo y luego me agarra la barbilla para
mirarme a los ojos.
―Hermosa, ¿okey? Eres tan fuerte. ―Si es posible, mi sonrisa se hace
más amplia, pero luego añade―: Mira lo capaz que eres cuando no estás
tan distraída. Deja al chico estúpido en el pasado, ¿okey?
Saco mi cabeza de su alcance porque solo la mención de Rhys es
suficiente para que un rayo de anhelo atraviese mi pecho.
―Sí ―murmuro, tomando mis protectores del tablero en el que
descansan.
―¿Has pensado más en lo que ofrecí por tus hermanos?
Sí, y la respuesta es y será siempre no.
―Estoy pensando en eso ―miento.
No le he contado al entrenador Kelley sobre las reuniones con el
abogado, ni sobre tropezar accidentalmente con la mamá biológica de
Liam y básicamente chantajearla para que renunciara a sus derechos de
paternidad. No es que hubiera sido necesario mucho para convencerla.
―No he tomado una decisión.
Me dice que él conoce a un abogado que me ayudaría a asegurarme de
que los lleven una familia que pueda cuidarlos adecuadamente.
No importa, le daré al entrenador Kelley cada parte de mí para tener
éxito, pero no renunciaré a mis hermanos.
―Sabes que solo estoy pensando en ti, mi terror. ―Me ha llamado así
desde que tenía doce años, probablemente porque estaba aterrorizando a
todas las demás chicas de mi edad en ese momento―. Tengo en mente tu
mejor interés. ―Toca mi hombro mientras pasa, dejándome sola en la
pista.
Me siento en el banco por un largo momento, tratando de no
abrumarme con los repentinos pensamientos acelerados que me ha
dejado, pero, cuando me doy cuenta de que dejé mi teléfono en el
vestidor, lo que significa que no he tenido contacto con mis hermanos, ni
con la señora B, ni con Aurora, entonces me levanto y me pongo el
protector izquierdo mientras doy un paso.
Hay una persona en las gradas justo encima del túnel, todavía sentada
en silencio. La miro con los ojos entrecerrados en la tenue luz de la pista.
―No puedes estar aquí, es una práctica cerrada ―me quejo, lo
suficientemente alto como para que me escuche.
Una risa ahogada resuena en la habitación vacía.
―Puedo ver por qué ―dice con el tipo de voz que hace que mi
subconsciente grite PELIGRO.
―¿Quién diablos eres? ―Muerdo, sintiendo que me levanto como un
animal salvaje.
Salta la barandilla más baja, que aún sigue siendo bastante alta, y
aterriza como un gato de la jungla. Se endereza, elevándose sobre mí con
pantalones deportivos negros y un Dri-Fit negro, luciendo muy parecido
a lo que sería encontrarse con el diablo.
Especialmente sus ojos: dorados brillantes, casi etéreos incluso en la
oscuridad. Su boca está medio inclinada hacia arriba en una sonrisa
torcida que parece la de un modelo loco de GQ que acaba de terminar una
matanza.
―Kane ―suministra―. Y tú eres la pequeña patinadora artística que
conoce todos los secretos del Capitán.
Desafortunadamente es atractivo, piel bronceada dorada y cabello
negro, un poco más corto a los lados y un áspero desorden de ondas en la
parte superior que parece peinado repetidamente. Su rostro es todo
ángulos agudos, resaltado por una cicatriz en un lado de su mejilla y
mandíbula, otro corte en la piel de su cuello, y uno pequeño tirando del
arco de Cupido en sus labios carnosos.
―¿Estamos en un maldito barco pirata? Estás haciendo de un
verdadero villano en este momento.
Se encoge de hombros y pone los ojos en blanco, todavía sonriendo,
cruzándose de brazos con indiferencia.
―¿No lo soy siempre? ―Está hablando más para sí mismo mientras
hace rodar un palo entre sus dientes afilados y relucientes: una paleta, me
doy cuenta con un sobresalto.
Satanás está chupando una paleta.
Casi quiero reírme, pero estoy lo suficientemente ansiosa en esta pista
a solas con él que logro apagarlo antes de que se desborde.
―Mira, no sé quién eres ni cuál es tu problema, pero tengo todos los
imbéciles molestos con los que puedo lidiar en este momento, ¿okey?
Muévete.
―¿Tu pequeño novio perfecto sabe que tu entrenador te entrena
demasiado?
Gruño, lo que en este enfrentamiento probablemente suena más como
un cachorrito salvaje ladrándole a un pastor alemán.
―Uno, él no es mi novio…
―¿Él lo sabe? ―pregunta, sacando su paleta, es morada, así que asumo
que tiene sabor a uva, antes de girarla en su lengua y morder ligeramente
el palito mientras sonríe.
―Y en segundo lugar, mi entrenador no me entrena demasiado.
Simplemente soy la mejor del equipo. ―Le sonrío alegremente y arqueo
las cejas en burla―. ¿Celoso? ¿Qué? ¿Tu entrenador está demasiado
ocupado con su centro estrella como para no meterse con lo que sea que
seas?
Él sonríe, sus ojos encienden fuego.
―Teniendo en cuenta que estoy en este equipo, no creo que al
entrenador le importe una mierda Rhys.
Espero un momento, tratando de no dejar que se note mi confusión,
pero no soy muy buena en eso.
Sus ojos se iluminan.
―Oh, Dios. ―Se ríe, y tiene el mismo destello de un siniestro villano
de cómic atrapando al héroe―. ¿No lo sabes?
―¿Saber qué?
―¿Quién soy?
―Realmente me importa una mierda…
Levanta una mano y su sonrisa se ensancha hasta que puedo ver unos
colmillos afilados que de alguna manera se suman a su aspecto de villano.
―Te importará. Búscalo en Google o, mejor aún, búscame en Google.
Toren Kane, tengo mejores artículos. Solo mira lo que puedes encontrar.
Pasa a mi lado, alcanza el extremo del banco del equipo local más
alejado de mí y agarra un bolso. Me doy cuenta de que se está poniendo
los patines y me quedo estupefacta y un poco conmocionada por la
conversación, antes de partir para definitivamente no buscarlo en Google.

Tengo “First Aid Kit” a todo volumen y las ventanillas bajadas, de


modo que cuando me detengo frente al estacionamiento asignado para
los dormitorios, mis mejillas están sonrojadas por el viento.
Salgo rápido, apurada y casi me olvido de apagar mi auto antes de salir
tambaleándome hacia los dormitorios, agarrando la puerta de alguien
cuando salía.
Estamos en el tercer piso, pero subo por las escaleras de todos modos
para evitar tiempo de espera.
Tengo exactamente cero mensajes de texto de Aurora o Rhys, lo que me
produce tanta ansiedad como si me hubiera perdido un mensaje de
emergencia, pero ya llego muy tarde a mi reunión con el abogado.
Entonces, pasé la mayor parte de mi viaje a toda velocidad hasta aquí
planeando exactamente cómo rogarle a Rora que les trajera comida y
pasara la noche con ellos en nuestra casa, algo que nunca le pediría que
hiciera de otra manera, así todavía puedo intentar llegar a la reunión.
Cuando entro por la puerta, Aurora está en la cocina y el olor que flota
es delicioso.
Ella me da una sonrisa radiante que definitivamente no merezco,
considerando la cantidad de mensajes y llamadas que he dejado sin
respuesta últimamente.
―Hola ―digo, desplomándome contra nuestra puerta decorada con
papel de regalo.
Espero la avalancha de ruido de los chicos que es normal en las noches
que pasan aquí.
Tiene una cuchara de madera en la boca, como si acabara de terminar
de probar lo que sea que haya en la olla en nuestra estufa incompleta, y
veo un coletero de color naranja brillante que mantiene su cabello en lo
alto de su cabeza.
―¿Qué pasa? ―pregunta, murmurando alrededor de la cuchara
mientras deja todo lo que está haciendo y viene hacia mí―. Todo está
bien.
―No. ―Sacudo la cabeza―. Dónde… los niños. ¿No están aquí? ¿Qué
demonios? ―Me paso las manos por el cabello, me quito el moño y lo
rehago de nuevo―. Necesito llamar a Rhys, y luego, cuando termine de
perder la cabeza con él, tengo que reunirme con el abogado…
―Oye, está bien, mi seminario terminó y Rhys se ofreció a llevarlos por
comida. ―Rora sonríe, pero hay una vacilación en sus ojos―. En realidad,
voy a ir a recoger a los niños, como en... ―Ella mira su reloj―. Una hora.
Créeme, probablemente le esté mostrando a Oliver algunos movimientos
divertidos de hockey mientras Liam se ríe como si fuera la cosa más
divertida que jamás haya existido.
Respiro profundamente, tratando de calmar mis pensamientos
acelerados. Porque ella tiene razón, por mucho que esté furiosa con el
chico del hockey que ronda cada uno de mis pensamientos, confío en él,
especialmente con los niños.
Incluso si esto parece una prueba de fuego.
―Y te preparé la cena. Así que come ―dice, mientras me arrastra para
sentarme en nuestra mesita―. Y luego duérmete, yo me encargaré de
todo, ¿okey? Confía en mí.
Hay una sensación de hundimiento en mis entrañas, una ligera
inquietud, pero si hay alguien en este mundo en quien confío, es en Rora.
―Okey.
―Bien. ―Me sonríe―. Llamaré al abogado y reprogramaré la cita.
Ahora come.
Sonrío mientras coloca un plato lleno de pasta con pesto de pollo frente
a mí.
―Huele increíble.
Agita las manos ante el cumplido.
―Sí, sí, sabes que cocinar no es lo mío, pero necesito mantener
alimentada a mi pequeña patinadora súper estrella.
Se sienta a comer conmigo y hablamos de todo. Se siente bien y me
relajo y me canso más a medida que termino todo el tazón. Poco después,
ella se va a buscar a los niños y yo instalo sus catres en mi habitación,
colocados como un gran catre en el suelo.
Solía hacerme feliz ver eso, porque sabía que estarían aquí conmigo; a
salvo. Ahora me llena de pavor. ¿Puedo hacer esto? Si obtengo la custodia
de ellos, ¿puedo quedarme aquí?
Ya sé la respuesta, por eso sobrecargué mis cursos este semestre para
intentar graduarme en el otoño, pero ya estoy saliendo del período de
prueba académica y apenas he aprobado mis controles con mi consejero
y el entrenador Kelley. Lo cual es ridículo para una simple estudiante de
comunicaciones.
Cuando vuelvo sobre mis pensamientos, estoy muerta de pie, así que
me relajo en la ducha y luego me meto a la cama, y solo me despierto
brevemente cuando escucho el repiqueteo de pequeños pies.
Oliver cae en su catre casi al instante, rogándole en voz baja a Liam que
no me despierte, pero Liam ignora todas sus súplicas y camina
directamente hacia mi cama. Cierro los ojos con fuerza, fingiendo dormir,
y él me da un besito en la frente antes de susurrar:
―Dulces sueños, Sissy.
No sé cómo lo lograré, pero sé que lo haré, de alguna manera.
Porque esos dos niños merecen mucho más que esto.
31
Es jueves por la noche, lo que normalmente significa que estamos en
una cena de equipo o en algunas fiestas. Nada demasiado loco porque
mañana viajamos, pero algo que emocione a todos en un ambiente
controlado.
Esta noche, sin embargo, Freddy, Bennett y yo recibiremos a la mayor
parte del equipo en nuestra casa para cenar, tomar algo y estrechar lazos.
Holden incluso invitó a Kane.
Él me lo consultó primero en una llamada telefónica vacilante que me
hizo sentir extrañamente culpable. Él no estaba tratando de tomar partido;
en realidad estaba haciendo su trabajo: conocer a su compañero
defensivo.
Kane no apareció, y veo la ligera decepción en el rostro de Holden
cuando se sienta junto a un asiento vacío que insistió en que la gente
guardara para el compañero desaparecido.
Ahora la cena ha terminado, pero nos sentamos con los platos sucios y
el estómago lleno, riendo y hablando, y aunque ya no participo tanto
como antes, se siente... normal.
Un golpe fuerte y rápido interrumpe la risa y Holden me mira,
empujándose hacia atrás y ofreciéndose a abrir. Sé que está anticipando
que la oveja negra finalmente hizo acto de presencia, pero después de solo
unos momentos, regresa corriendo hacia mí.
―¿Quién es?
―Mmm. ―Se frota la nuca―. ¿Es Sadie, la patinadora artística? Ella
pidió hablar contigo.
Hay un breve estallido de irritación porque todos parecen conocerla, lo
que solo hace que la parte irracional de mí quiera tomarla a ella y a sus
hermanos y quedármelos para mí. Aún así, asiento y me levanto tratando
de detener mis manos temblorosas y corriendo demasiado rápido hacia la
puerta. Rápidamente golpeo mi cadera contra la mesa de la entrada donde
yacen todas nuestras llaves y billeteras.
Maldiciendo ligeramente, abro la puerta un poco molesto porque la
cerró dejándola afuera en lugar de invitarla a entrar.
Y ella está ahí.
Hermosa como siempre, de una manera que se me hace un nudo en la
garganta.
Tiene el cabello suelto, húmedo y quiero tocarlo porque sé lo sedoso
que queda después de la ducha. Su piel se ve un poco rosada, sensible con
el viento y tiene esa estúpida hendidura entre sus cejas que casi me hace
suspirar. Empiezo a preguntarme si aparecerán corazones de dibujos
animados sobre mi cabeza.
Todo en mi sistema se calma.
Nunca es así con nadie más. Siento paz absoluta, me deja pleno,
desprotegido, sin ser consciente de nada más que de la suavidad de su
piel y los duros pilares de piedra que guardan su corazón, y cuánto quiero
hundirme en su piel, o pellizcar su cuello, dejar algún tipo de evidencia
de que la he afectado tanto como ella me tiene a mí.
―Hola ―comienza con voz áspera. No sé si va a llorar o gritarme, pero
no parece feliz.
―¿Hola? ―Intento decir, pero sale como una pregunta―. ¿Quieres
entrar?
Una fuerte carcajada procedente de la cocina retumba como un trueno
y ella hace una mueca de dolor.
―No sabía que estarías ocupado. Quiero decir, Dios, eso suena muy
engreído.
No es así. Suena bien. Como si ella pensara que podría aparecer de la
nada y yo dejaría todo por un tiempo con ella, y tiene razón. Así era
nuestro acuerdo antes y lo sigue siendo para mí.
Me importa una mierda lo que esté pasando en esta casa, ella es la
primera prioridad que tengo.
No me importa si ella no quiere volver a tocarme nunca más, no la
dejaré sola cuando se trata de sus hermanos y lo que sea que esté pasando
con su papá.
―¿Estás bien, Gray?
Se me escapa de la boca incluso antes de pensar en eso.
Su rostro se desmorona, las lágrimas tejen sus mejillas y se convierten
en sollozos ligeramente estremecidos, como si estuviera conteniendo un
colapso total.
―¿Por qué llevaste a mis hermanos a tu casa?
Mis ojos se abren. Esto no es lo que esperaba por lo que ella estuviera
molesta, pero si he cruzado la línea...
―Solo los llevé a buscar algo de comida ―susurro, cruzando y
descruzando los brazos―. Aurora estaba ocupada, y yo no tenía otro
lugar a donde llevarlos. ―No importa cuán suaves y comprensivas haga
mis palabras, todavía las veo golpearla como una bofetada.
―Podrías haberme llamado. Quiero decir, ¿por qué no lo hiciste? No
tenías que ser el maldito caballero de la brillante armadura…
Se detiene y puedo ver la ira deslizarse sobre su piel como un velo, pero
parece agotada, por lo que es casi demasiado débil para ocultar el dolor
en sus ojos cuando me mira fijamente.
―Solo estaba tratando de hacer lo correcto. ―Intento que ella entienda.
Me preparo, sabiendo lo que está por suceder.
―¿Eso es una acusación? ¿Yo no estoy haciendo lo correcto?
―Sadie...
―No tienes derecho a juzgarme.
Tomaré toda la ira que ella necesite dar, seré su saco de boxeo si es
necesario. Si eso ayuda, no me importa siempre y cuando borre esa
mirada vacía y desesperada de sus ojos.
―No soy un caso de caridad para que lo utilices tú y tu pequeña familia
rica. No necesitamos tu ayuda. Puedo cuidarlos yo sola, lo he estado
haciendo durante años. ―La última palabra es un sollozo entrecortado.
La cerilla está encendida, la furia, la oscuridad y los espirales se liberan
por mis venas a medida que la implicación de sus palabras echa raíces.
Durante años. Resuena en mi cabeza como un tambor de guerra
retumbante.
―No deberías tener que hacerlo. No sola ―espeto, pero mi voz no sube
ni un punto―. Tú no eres su mamá, Sadie.
― ¡Lo soy! ―grita, y me doy cuenta de que detrás de mí solo hay
silencio―. Por ahora, lo soy. Seré lo que ellos necesiten.
Bajo la voz, esperando que ella haga lo mismo.
―Solo quería que tus hermanos estuvieran a salvo, y Oliver quería que
descansaras un poco. Tus hermanos están preocupados por ti. Oliver
probablemente se preocupa más de lo que se preocupa por sí mismo.
―Detente.
Doy un paso adelante, acercándola ligeramente hacia la puerta.
―Enójate, grítame si quieres, pero eso no impedirá que me importe y
no impedirá que intente ayudarte, sin importar cuántas veces me alejes.
―Yo… ―Ella deja escapar otro suspiro estremecido y me pregunto si
alguna vez se ha sentido tan impotente con mis demonios como yo frente
a ella ahora, preocupado de que en cualquier momento se convierta en
pánico.
―No vine aquí para gritarte. ―Se seca los ojos con la barbilla inclinada
hacia abajo, pero vislumbro sus rasgos resignados.
Vergüenza.
Eso es algo con lo que estoy muy familiarizado.
―Sadie ―le susurro, levantando ligeramente la mano. Sus bonitos ojos
grises parpadean hacia mí, y una suavidad en ellos aparece mientras me
mira. Hace que mi pecho se oprima―. ¿Por qué viniste aquí, Gray?
Su garganta traga, su delgada columna me distrae lo suficiente como
para que tome su mandíbula y deje que mis dedos se sumerjan en la piel
a lo largo de su cuello.
―No sé cómo decirlo ―refunfuña, un poco medio quejido, medio
sollozo. Me trae una extraña sonrisa a la cara y ella la imita ligeramente.
―Solo inténtalo.
Le lleva un largo momento, pero lo hace.
―Además de Rora ―comienza―. Nadie ha hecho nunca algo así por
ellos. Por mí. A nadie le importa y yo... lo siento. Ese texto…
Mi ceño se frunce, pero no puede importarme mucho cuando la estoy
tocando ahora. ¿A quién le importa lo que pensó semanas antes? Ella no
me está alejando ahora.
―Creo que estaba tratando de mantenerte alejado de todo eso.
―¿Todo qué?
―Mi vida. ―Se encoge de hombros, y luego sus manos agarran mis
muñecas― Y aún así... ―Nuevamente no encuentra palabras, pero
sacude la cabeza y me mira de una manera que no estoy seguro de haberle
visto antes.
Ella parece... asombrada. Como si estuviera viendo algo por primera
vez. Todavía hay esa suavidad que es nueva en sus rasgos y quiero
desesperadamente poner este momento en una bola de nieve para poder
ver esto, a nosotros, en este semi abrazo, para siempre.
Pero demasiado pronto se retira.
―Así que yo solo... ―Un poco aturdida, niega con la cabeza―. Lo
siento. No vine para esto, vine a disculparme y a dar las gracias. Así que
gracias.
Puedo sentirla alejarse y no quiero hacerlo. Ya no quiero hacer este baile
con ella, porque no importa si no la vuelvo a ver nunca más. No podré
dejar de desearla.
―¿Sadie?
Ella se gira hacia mí y el hoyo se forma contra su frente.
―¿Sí?
―No quiero que me mantengas alejado, ¿okey? Quiero ser parte de tu
vida.
―No ―se ahoga―. No puedes, Rhys. Es un desastre y demasiado
complicado.
―No me importa.
―Rhys.
―Sadie, si me dijeras que te unirás al Programa de Protección de
Testigos, te preguntaría a dónde vamos y si puedo dejarme la barba.
Eso la hace reír y el sonido me pone la piel de gallina.
―¿Gray?
―¿Sí?
―Quiero besarte.
Si ella me rechaza de nuevo, creo que puedo soportarlo. De hecho, me
preocupa más que si ella me deja, esa cosa oscura que vive en mí solo
querrá tomar y tomar y tomar de ella. Me preocupa que sea demasiado y
aún no suficiente.
Sadie ya no habla, solo respira profundamente, con la boca entreabierta
mientras nos miramos fijamente.
Y luego salta hacia mí.
32
La atrapo fácilmente, como lo he estado haciendo toda mi vida. Sus
piernas se envuelven alrededor de mi cintura, lo suficientemente
apretadas como para preguntarme si mi cinturón dejará una huella debajo
de los leggins en su piel pálida que pueda rastrear más tarde con mi boca.
Sus labios chocan con los míos sin dudarlo, sin luchar por el control.
Solo puro deseo, afecto y admiración brotan de su boca y se hunde tan
profundamente en mi piel que sé que nunca la sacaré.
No quiero hacerlo.
Tomo su trasero, apretándolo porque es imposible no hacerlo,
manteniéndola sobre mí incluso mientras me alejo de su boca para mirar
las escaleras, y las subo esperando no hacernos caer a ambos en mi torpe
prisa.
Ella nunca se detiene, su boca es dolorosamente dulce en pequeñas
presiones y lamidas contra mi cuello, mi barbilla y mi clavícula mientras
su mano jala ligeramente mi botón. Me preocupa que rompa los botones
con las prisas, aunque creo que me gustaría que lo hiciera.
Mi habitación está justo enfrente de la de Freddy, las dos en el lado
derecho del segundo piso, mientras que Bennett reclama toda la mitad
izquierda actualmente.
Golpeo el costado del marco de mi puerta, lanzándonos a ambos contra
la puerta y la pared como un pequeño juego de dominó.
―Mierda ―empiezo a maldecir, sacándola de mi cuello para
asegurarme de que no esté herida.
Ella está sonriendo, con los dientes brillantes contra los labios que ahora
están enrojecidos e hinchados. Quiero que cada parte de ella se sonroje,
para que coincida con el ligero rosa que corre por sus mejillas, cuello y
hacia su pecho que apenas puedo ver debajo de la manga larga blanca que
lleva.
―Lo siento. ¿Estás bien?
Sadie se ríe, inclinándose para besarme de nuevo, apretando sus
piernas alrededor de mi cintura. El gemido que sale de mi boca no suena
humano, pero no puedo evitarlo. Su risa. Su sonrisa... esa maldita boca
suya.
Cierro la puerta de una patada detrás de nosotros, lanzándola
suavemente sobre mi cama.
―¿Dónde están tus hermanos? ―Tengo ganas de patearme por
preguntar en medio de este momento, pero que me condenen si les quito
más tiempo.
―Con Rora en los dormitorios.
Ella se está desnudando antes de que pueda decir algo más, su camisa
desaparece en algún lugar al final de mi cama, dejando solo un fino
sujetador azul en su lugar. Parece suave y me encuentro congelado,
esperando a ver qué pasa a continuación.
He soñado con este momento durante meses, soñé con Sadie durante
meses. Se siente surrealista tenerla realmente aquí.
―Quítate la camisa ―exige. Mis manos trabajan furiosamente en los
botones, resbalándose; y estoy seguro de que no es sexy lo descoordinado
que es. Entonces, reduzco la velocidad mientras me la quito y la dejo sobre
la silla del escritorio en la esquina.
Busco mi cinturón y me siento justo frente a su lugar en mi cama, pero
sus manos apartan las mías del camino, alcanzando la hebilla y sacándola.
Golpea el suelo con un thud que apenas escucho debido a los acelerados
latidos de mi corazón.
Me quito los jeans y me quedo solo con unos bóxers negros en los que
se detiene antes de que su mano busque tímidamente el bulto que hay
bajo la tela.
Me ha tocado muchas veces, siempre con la mano, normalmente
mientras mis dedos jugaban entre sus muslos; pero esta es la primera vez
que dejo que ella realmente me toque, sin intentar desviar la atención hacia
ella.
Agarra a lo largo de mi longitud, acariciándome lentamente.
Entonces, Sadie me mira, con sus ojos grises de gato y unas pecas que
conozco mejor que la palma de mi mano. Su boca se abre, y susurra mi
nombre como una caricia antes de alcanzar mi cintura. Una mirada
decidida pasa por su rostro haciendo que aparezca esa arruga en su frente
y de repente me preocupa correrme antes de estar dentro de ella.
Aparto su mano, ignorando el pequeño gruñido frustrado que suelta, y
me acerco, moviéndome sobre ella.
La lámpara de mi mesita de noche es la única luz en la habitación,
creando un resplandor parecido al anochecer a su alrededor mientras la
presiono contra el colchón.
―Tu cama es muy cómoda ―gime mientras coloco mi peso entre sus
muslos.
―Duerme aquí para siempre, entonces ―le susurro, presionando un
suave beso en la piel debajo de su oreja. Puedo sentir la piel de gallina en
su brazo cuando mi mano frota su piel de arriba a abajo.
Mi mano sube por su hombro, tirando del pequeño tirante de su
sujetador hacia abajo hasta que la tela suave y fina me revela sus pequeños
pechos. Respiro hondo ante su piel perfecta y rosada, pasando mis dedos
por sus pequeños pezones rosados.
―T-tan bueno ―susurra, mientras sus manos se extienden hacia mi
cabello y lo jalan suavemente. Sonrío, obedeciendo su demanda silenciosa
y presionando mi boca para lamer suavemente su pezón.
Ella grita más fuerte de lo que esperaba y mis manos se cierran sobre
su boca mientras la miro, sonriendo salvajemente.
Me estiro hacia atrás para flotar sobre ella y me inclino hacia su oreja.
―Todo el equipo de hockey está en mi cocina ―susurro, con mi mano
recorriendo su costado para detenerla contra la suave tela de su tanga,
jalándola hacia abajo sobre sus caderas―. Tal vez debería dejarte gritar
tan fuerte como quieras, Gray. Entonces no habrá duda de a quién
perteneces exactamente.
―Oh, Dios ―gime, apartando mi mano de su boca, pero agarrándola
con sus propias manos como si fuera un salvavidas―. Rhys.
―Mierda, amo eso.
Dice mi nombre de nuevo, mientras presiono mis dedos contra ella,
encontrándola caliente y mojada, los deslizo en su interior fácilmente,
todavía tan sorprendido como la primera vez que me arrodillé debajo de
ella en la ducha, por lo perfecta que se siente.
Se corre, un gemido sale de sus labios antes de aspirar aire y llevar mi
mano a su boca para morderme los dedos.
Quiero estar dentro de ella, así que desesperadamente tengo que cerrar
los ojos y concentrarme para no derramarme en mis boxers como un
adolescente.
Sé que puedo amarla, solo que no sé si ella me dejará. Y por ahora, esto...
-ella así para mí, suave para mí-, es suficiente.
Mientras me quito los bóxers, ella se quita el sujetador por completo,
quedando desnuda debajo de mí. Me inclino sobre su cuerpo para tomar
un condón de mi mesa de noche y me tomo un minuto para admirarla, el
dorso de mi mano recorre su estómago y descansa sobre su cadera.
Ella también me mira fijamente, pero no hay esa ferviente necesidad en
sus ojos como suele haber, como si pudiera explotar si la hago ir más lento.
Su pequeña mano agarra mi barbilla ligeramente, apuntando mis ojos
hacia ella, el movimiento es muy similar a las veces que intentó tomar el
control antes, pero luego su suave boca se separa en un suspiro y
pregunta:
―¿Estás seguro?
Me duele el pecho e igualo su movimiento, excepto que mi mano
acaricia y acuna su mejilla.
―Nunca he estado más seguro de nada.
Casi digo te amo, pero logro estrangular las palabras en mi garganta
porque sé que pensará que es ridículo.
Me sonríe, sus ojos vibran de una manera que rara vez logro ver, antes
de que se nublen con el primer empujón que doy dentro de ella.
―Mierda ―jadea, sus manos presionan mis hombros por un segundo
y hago una pausa con una mezcla de aprensión y orgullo
arremolinándose―. Dios, realmente me olvidé de lo grande que eres. Me
vas a destrozar el pobre coño.
Beso el puente de su nariz, deslizándome lentamente un centímetro
más.
―No seas ridícula, kotyonok. Puedes tomarlo.
Ella palpita ante mis palabras, gimiendo cuando la incomodidad
desaparece y un pequeño retorcimiento de placer recorre su cuerpo. Otro
gemido sale de su boca mientras la penetro hasta el fondo.
―Parece que tu pequeño coño me quiere ―logro gruñir, pero mi voz no
es ronca por el sexo como pretendía, está luchando por algo parecido a
control mientras ella me aprieta como un tornillo de banco.
―Te deseo ―aclara, y rompe la correa.
Mis caderas se mueven, trabajando a un ritmo constante y rápido.
Es casi ridículo lo mucho que una cosa tan pequeña puede moverse y
contonearse debajo de mí. Me está volviendo loco hasta el punto de que
saco mi mano y la estabilizo con un ligero agarre en la nuca.
Un agarre que ella usa para acercarme más, forzando mi peso con más
fuerza sobre su cuerpo mientras flaqueo en mi ritmo perfeccionado,
apenas manteniéndome sobre una rodilla.
―Te aplastaré. ―Me río entre dientes con el desorden de su cabello
haciéndome cosquillas en la nariz, presionando mi mano contra el
colchón para levantarme.
―No me importa. ―Sonríe, y suelta una pequeña risita―. Por favor,
más duro.
Por favor. Risitas.
Nunca había sido así, tan simple, perfecto y divertido. Es más que sexo,
algo más se está formando entre nosotros.
Muevo mi cuerpo alrededor del suyo, como una serpiente enrollándose
fácilmente alrededor de su cintura, levantándola de la cama y llevándola
a mis brazos para sentirla más cerca de mí sin que todo mi cuerpo aplaste
el suyo.
Los fuertes músculos de sus piernas agarran mi cintura de una manera
tan reconfortante y familiar que la acaricio con la nariz.
―Voy a correrme ―dice, su tono es tan entrecortado que es casi un
susurro.
―Córrete ―susurro, y coloco mi mano suavemente contra la parte
superior de su sexo entre su cuerpo―. Esa es mi chica. Tan bueno, bebé.
Mis palabras solo la hacen caer más rápido por el precipicio, y estoy
saltando justo detrás de ella, mi cuerpo se siente frenético de vida y
sentimiento y todo lo que he enterrado mientras atrapo su boca y muevo
sus caderas arriba y abajo de mi longitud, corriéndome tan duro que estoy
seguro de que me desmayaré.
Cuando llega a su punto máximo, la mantengo cerca y me rodea el
cuello con los brazos, con la piel húmeda. Su cabeza cae hacia atrás contra
el soporte de mi mano, sus ojos son perezosos mientras me miran. Tiene
sueño y está saciada, pero yo sigo excitado. En paz, pero desesperado por
no quitar mis manos ni mis ojos de ella ni un segundo.
Aquí es donde ella suele desaparecer y que me condenen si dejo que
eso suceda.
―¿Ducha? ―le pregunto peinándole el cabello hacia atrás. Asiente y
no se mueve ni se queja ni una sola vez mientras la levanto y la llevo al
baño. Solo un siseo cuando salgo de ella e inclino su cuerpo hacia la fría
pared de azulejos de la ducha, asegurándome de que el agua esté lo
suficientemente caliente.
Primero me meto debajo del rociador, moviéndola con cuidado para
que ella sea la que esté bajo el agua, usando mi jabón y mis manos para
hacer espuma en su cuerpo, limpiando suavemente y jugando
ligeramente con el tierno espacio entre sus piernas hasta que agarra mis
hombros con sus manos, y sus uñas pequeñas redondas.
La hago correrse otra vez, lenta y suavemente, y se apoya contra mí
mientras le lavo el cabello. Sus ojos nunca dejan los míos, a pesar de la
languidez de su cuerpo, parece asombrada por mí.
Hace que mi pecho palpite.
Lo que siento por ella es real, tan profundo que siento como si una
cuerda se enrollara desde mi interior hasta el suyo, atándome a ella. Pero
Sadie es un enigma, todo paredes de acero y ojos en blanco. No sé qué tan
profundo considera esto, y que me condenen si la asusto con mi nivel de
necesidad por ella.
Tomaré todo lo que me dé, como un perro pidiendo sobras hasta que
me deje entrar. Soy paciente.
Puedo esperar.
Una vez que nos acostamos en la cama, desnudos y calientes debajo de
mis mantas, le acaricio la espalda incluso cuando ella se aleja de mí y se
acerca a la orilla.
―No soy muy buena haciendo cucharita ―argumenta por encima del
hombro, mordiéndose el labio.
―Okey ―acepto.
Pero me despierto temprano a la mañana siguiente con su pequeño
cuerpo presionado contra mi pecho y felizmente cancelo todas las alarmas
para volver a quedarme dormido con ella en mis brazos.
33
Tuve el mejor sueño de mi vida.
Teniendo en cuenta que llega justo después del mejor sexo de mi vida,
cuento toda la semana como una victoria. Esas son pocas y espaciadas
para mí.
No siento ni una pizca de ansiedad cuando me despierto, porque sé
exactamente sobre quién me he envuelto como a un mono.
Y sé que mis hermanos están a salvo.
No tenía intención de pasar toda la noche lejos de ellos, pero creo que
Aurora quería que lo hiciera, a juzgar por su flujo continuo de mensajes
de texto en mayúsculas para que “Lo trepara como a un árbol”. Entonces,
cuando le dije que me quedaría a dormir, recibí una corriente de emojis
extasiados.
Probablemente debería irme, pero no lo hago, feliz con mirar su suave
y dormido rostro. Está completamente en paz, su frente relajada y una
sonrisa de satisfacción dibujada en su boca.
Estoy segura de que el tiempo que paso mirándolo roza lo extraño, pero
me lleva todo ese tiempo reunir fuerzas para apartarme y hacer mis
necesidades en el baño, buscando un cepillo de dientes o un enjuague
bucal, cualquier cosa que me ayude con lo sucia que siento la boca.
Me lavo la cara con agua y me pongo una camiseta limpia del armario
contiguo.
Él está apoyado en los codos cuando vuelvo a entrar, y una amplia
sonrisa con hoyuelos se extiende por su rostro.
―No tienes idea de cuántas veces te he imaginado con esa camiseta.
Miro la camiseta gris y me doy cuenta de que es casi idéntica a mi
camiseta de práctica habitual, pero con hockey impreso en grandes letras
en negrita debajo del logotipo de la universidad.
―¿Esta camiseta? ―Me río, caminando lentamente hacia él.
Se levanta completamente y se gira para apoyarse contra la cabecera.
Las sábanas se acumulan en su cintura, ocultando su mitad inferior muy
desnuda y muy generosa.
―Sí ―me dice, forcejeando conmigo mientras me arrastro por la cama.
Ignorando mi intento de ser sensual, me sienta en su regazo, solo con la
sábana entre nosotros―. Tiene mi apellido.
Mis mejillas arden, y la satisfacción me recorre. Sus manos se aprietan
brevemente sobre mis muslos, como si le preocupara que pudiera salir
corriendo en cualquier momento, pero lo he decidido. Él vale todo esto, y
si no le importa lo jodida y desordenada que es mi vida, y el poco tiempo
que puedo permitirme perder, entonces no le diré que se vaya.
―Hola, pez gordo.
―Hola, Gray. ―Otra sonrisa que guardo fuerte y mantengo cerca en
mi pecho. Hace que mi corazón salte y mi cuerpo se caliente. Me acurruco
más profundamente contra él, simplemente respirando el olor de su piel.
―Si hubiera sabido que mi polla te haría tan dócil, lo habría hecho
mucho antes ―bromea―. Es como magia.
―¿Por qué no lo hiciste? ―Intento preguntar en broma, pero hay un
desliz de vulnerabilidad en las palabras.
Rhys saca mi cabeza de mi escondite en su cuello y frota mi mejilla con
amor.
―Porque contigo nunca iba a ser solo sexo para mí, y sabía que no
estabas preparada para eso.
Mis mejillas están en llamas. Mis ojos arden y quiero salir corriendo
tanto como esposarlo a mí.
―¿Crees que no estaba lista para tu polla mágica?
Él se ríe, apoya la cabeza contra la cabecera y no puedo evitar fijar mi
boca en su pulso y lamerlo con mi lengua. Su risa se corta en un gemido,
y sus manos me agarran, pero no para animar. Para detenerme.
―Vamos ―le susurro, mordiéndole la oreja. Soy adicta a él, quiero más,
infinitamente más.
―Espera, Gray ―suplica, gimiendo mientras chupo debajo de su
oreja―. Bebé, por favor.
El apodo suave me da ganas de soltar una risita y retorcer mi cabello, y
disfrutar de todo lo que él es. Solo logro retroceder y mirarlo, con mi mano
extendida sobre su bien definido estómago, arrastrando mis uñas por sus
abdominales.
―¿Qué? ―le pregunto.
Su mano inclina mi barbilla para poder mirarme a los ojos, y sigue
sonriendo. Yo también lo hago.
―Solo quiero comprobarlo. No hablamos anoche después de todo.
Después de que me folló hasta dejarme sin palabras, quiere decir. De
un modo que me hizo arrepentirme de todo lo que desperdicié con otros
hombres porque eso no era sexo… esto, se siente aún más. No sabía que
podía ser así.
―Estoy bien ―digo, probablemente demasiado alegre―. Yo... fue
increíble.
Él sonríe, con un poco de arrogancia abriéndose paso.
―Eso no es lo que quise decir, pero es bueno para mi ego. No has
hecho... ―Su ceño se frunce y su boca se congela por un momento―.
¿Realmente nunca me buscaste?
―Te dije que no lo haría, pero ahora que conoces mis secretos, ¿podré
conocer los tuyos? ―Lo digo principalmente en broma.
―En realidad, sí.
Mi corazón salta a mi garganta.
―Rhys…
―Quiero que lo sepas todo, Sadie.
Me tira al colchón con besos que se cortan demasiado cuando se
levanta. Lo veo moverse, y se me hace la boca agua ante la forma en que
se burla su trasero, aún más por su polla medio dura colgando entre sus
piernas cuando comienza a regresar hacia mí. Estoy lo suficientemente
distraída como para no darme cuenta de que tiene su computadora
portátil en la mano.
La abre, se sienta a mi lado y escribe algunas cosas antes de encontrar
lo que está buscando, luego hace girar la computadora hacia mí y se aleja.
―Me voy a duchar. Solo mira el video.
La pantalla está en pausa, pero el título dice Rhys Koteskiy sale en camilla
por golpe de Kane (Gráfico) y eso es suficiente para que sienta que se me cae
el estómago.
Por un momento me quedo viendo, pasando el cursor sobre el botón de
reproducción hasta que puedo obligarme a hacer clic en él.
Comienza el juego, es la mitad del período y Rhys parece estar en
llamas. Su rostro es alegre y abierto, pero hay una intensidad y
concentración subyacentes. El disco cae y se dirigen a toda velocidad
hacia el otro extremo después de que Rhys gane el cara a cara. Es rápido,
bello y potente, y sus piernas lo empujan hacia la portería. Otro jugador
se lo devuelve y se acercan a las tablas muy rápido, pero el otro equipo
tiene a alguien justo encima de él que va por el golpe justo cuando Rhys
la pasa hacia atrás.
El golpe es duro, como he visto muchas veces en el hockey, pero no es
el golpe lo que lo hunde, sino su postura inclinada, golpeando las tablas
a toda velocidad de cabeza.
Rebota, se golpea contra las rodillas del defensa y cae boca abajo sobre
el hielo.
Se oye un gran crujido y luego el silencio.
Pero solo por un momento, antes de que todo el equipo empiece a
atacar al jugador que lo golpeó: Kane, veo en grandes letras amarillas
gruesas en la parte posterior de su camiseta.
Toren Kane, entonces me doy cuenta.
Como en el chico en mi práctica.
Oh, Dios.
Abro otra pestaña y busco su nombre y, tal como dijo, hay una gran
cantidad de información ahí. Titular tras titular: expulsado del Boston
College, liberado de Michigan por circunstancias desconocidas, vetado
para jugar en el estadio de Harvard. Y, más recientemente, un traslado
sorpresa a la Universidad de Waterfell.
Página tras página de entrevistas intentadas, y negadas, sobre su golpe
a Rhys.
Sacudo la cabeza y siento que se me entumecen los dedos mientras
vuelvo al vídeo principal y busco en los sugeridos más ángulos.
Encuentro una vista dual, donde puedo verlo tirado sobre el hielo boca
abajo, inconsciente. Llega un médico, tratando de no moverlo, pero hay
sangre en el hielo y no pueden ver de dónde viene.
Luego, comienza a temblar sobre el hielo, pequeñas sacudidas recorren
su cuerpo fuertemente acolchado. Un enorme portero vestido de azul y
gris, que sé fácilmente que es Bennett Reiner, está a su lado ahora, con el
casco quitado y el rostro contraído por la preocupación mientras
comienza a buscar a alguien entre la multitud, arrodillado y sosteniendo
la pierna de Rhys.
Veo que empieza a darse vuelta, lo cual es bueno: significa que está
despierto, pero tan pronto como se impulsa hacia arriba, cae hacia atrás
como si tuviera el cuello roto. Se quita el casco y la sangre le corre por la
cara debido a un corte.
El terror me araña la garganta y las lágrimas brotan como si él no
estuviera en la habitación de al lado, como si no estuviera bien. De
repente, desesperadamente, necesito poner mis ojos en él para
asegurarme de que todavía está bien.
La cámara enfoca hacia los tableros donde están ambos equipos, el
entrenador del equipo contrario está furioso, su mano agarra a Toren
Kane por el cuello de su camiseta, que ya está rota de la pelea. Los árbitros
se acercan y hay mucho silencio antes de que saquen una camilla, varias
personas caminan con ella sobre el hielo, uno de ellos un hombre alto y
bien vestido que grita llamándolo.
Y luego, el vídeo termina.
Cierro la pantalla justo cuando Rhys regresa, con una toalla envuelta
alrededor de su cintura esbelta y provocativa. Su cabello está húmedo y
se lo coloca detrás de las orejas con algunos mechones sueltos bailando
obstinadamente frente a sus ojos. Intenta sonreír, pero se detiene cuando
me mira la cara.
―Oye ―susurra, corriendo hacia mí y sosteniendo mi cara entre sus
grandes manos―. ¿Estás bien?
―¿Tú lo estás? ―le pregunto, con un temblor recorriendo mi columna
vertebral―. Dios, Rhys…
―No te enseñé eso para que me tuvieras lástima ―dice bruscamente,
encogiéndose de hombros cuando mis manos distraídamente alcanzaron
su mejilla―. Solo quería que lo supieras.
Asiento con la cabeza.
―Lo sé, pero sé sincero: no puedes mostrarme eso y esperar que lo
ignore.
―Fue solo un golpe. Pasa todo el tiempo. El hockey es un deporte de
contacto.
No importa, quiero decir: claramente este video, el golpe en sí es la parte
más pequeña de este problema.
Recuerdo por un momento su mirada ese primer día, desplomado
contra las tablas del hielo, con el miedo y el pánico haciendo estallar sus
pupilas. Sus manos temblorosas, el temblor de sus músculos bajo mis
manos.
―Si fue solo un golpe ―empiezo―. Entonces, ¿qué pasó después?
34
Por un momento, creo que se negará y dejará el tema.
Pero él solo respira un poco más fuerte y pregunta si puede ponerse
ropa. Quiero decirle que no, porque cubrir su cuerpo se siente como un
crimen, pero su piel ya distrae lo suficiente, así que se viste con pantalones
deportivos grises y una camiseta como la que robé, y regresa a su lugar
frente a mí en la cama.
―Todo me dolía, eso lo recuerdo, pero realmente no recuerdo el golpe.
Recuerdo verlo venir, luego recuerdo el pánico de no poder ver nada.
Pensé que me estaba muriendo. ―Se ríe, pero no hay humor en eso―. Y
luego, pensé que me estaba muriendo todas las noches.
Me pregunto si me desmayaré por lo fuerte que late mi corazón, como
si estuviera absorbiendo su ansiedad y miedo de esos días.
―No podía dormir, al principio fueron solo los flashbacks los que me
impidieron dormirme. Luego, cuando me dormía, me despertaba o mi
mamá me sacudía para despertarme porque estaba gritando de cara a una
almohada y no podía respirar. ―Él resopla, cerrando los ojos con fuerza
y jalando su camiseta―. Realmente la asusté el primer mes.
Dios.
―Así que simplemente... dejé de hacerlo.
―¿Dejaste de hacer qué?
―Dormir.
Mi pecho arde ante el encogimiento de hombros indiferente que
acompaña a la desgarradora confesión.
―¿P-por cuánto tiempo?
―Podía pasar unos diez días seguidos antes de desmayarme en algún
lugar y, como me estaba recuperando en casa, mi mamá se dio cuenta de
que algo andaba mal. Así que tomé algunas pastillas para dormir además
de las pastillas para el dolor y una terapeuta muy irritante.
―¿Para tu recuperación? ¿Un terapeuta deportivo?
Él niega con la cabeza.
―No. También tuve uno de esos, pero mis papás insistieron en que
contratara a una terapeuta que se centrara en la salud mental de los
deportistas. No puedo imaginar cuánto les costó, pero… ―Se encoge de
hombros de nuevo, sus dedos comienzan un patrón a lo largo de mi muslo
expuesto, apenas rozando debajo de la tela acumulada.
Distrae, pero es más reconfortante que cualquier otra cosa.
―Rhys.
―Y luego, después de eso... simplemente me sentí entumecido. Como si
hubiera una sombra oscura donde estaba todo lo bueno y ya no pudiera
alcanzarlo. ―Él se ríe, esta vez de verdad, y levanta sus ojos hacia los
míos―. Y luego. ―Alarga la palabra y me besa la nariz―. Esta pequeña
patinadora punk me agarró la muñeca y me dijo que no la tocara, y sentí
algo. Tuve miedo de no volver a verla nunca más.
―Oh. ―Estoy mareada, dando vueltas en el fondo de sus ojos
marrones. Creo que me ahogaré en sus hoyuelos si crecen más―. ¿Y
luego?
Probablemente suene como una idiota llorona, pero mientras él me
mire así, no me importa.
Acaricia mi mejilla con la suya, y siento un ligero rasguño por la barba
que aún no se ha afeitado, y luego su boca está en mi oreja.
―Y entonces, ella estaba ahí conmigo. Una y otra vez. ―Pero él se
retira, con una mirada seria en sus ojos mientras mantiene su agarre en
mi mandíbula y atrae mis ojos hacia los suyos―. Y luego, comencé a
usarla como una muleta.
Me estremezco ante la dura verdad.
―Está bien…
―No lo está ―me interrumpe, pero él sonríe ligeramente y continúa―:
Estoy de nuevo en terapia. No debería haberla dejado y no debería
haberte usado de esa manera.
Quiero decirle que quiero que me use para siempre, pero sé que está
confesando algo profundo, mostrándome que esto entre nosotros ya no es
solo dolor compartido; no es una liberación emocional, es algo real. Algo
hermoso.
Besa mi mejilla y envuelve mi cabello en la maraña de sus dedos,
sujetando mi cabeza.
―Contigo fue la única vez que sentí algo en mucho tiempo.
Me abro para él, nuestras bocas se enredan mientras él me mantiene
completamente a su merced.
Por lo pequeña que soy, aunque estoy bastante segura de que los
músculos de mis muslos podrían matar a un chico si realmente lo
necesitara, siempre he mantenido el control cuando se trata de encuentros
sexuales. Estar arriba, hacerlo únicamente para mi placer, mantener
límites estrictos sobre lo que podían tocar, pero con él no lo necesito.
Porque confío en él.
Lo digo en voz alta tan pronto como me doy cuenta, disfrutando de la
luz que se enciende en sus ojos.
Parece que quiere decir algo, pero sacude la cabeza y me besa con
interminables sonrisas y risas, hasta que volvemos a caer juntos bajo las
sábanas.
Salimos de su habitación a media mañana cuando nuestros estómagos
gruñen y se nos acabaron las costosas barras de proteína escondidas en el
mini refrigerador de Rhys.
Él baja antes que yo para que pueda refrescarme, una vez más, ya que
no hemos podido quitarnos las manos, y me da tiempo para llamar a
Aurora para ver cómo están los niños.
Los dejó en la escuela esta mañana, felices y alimentados, y sé que
ambos tienen programas extraescolares hasta tarde. También sé, por el
calendario de pizarra muy bien organizado sobre el escritorio de Rhys,
que tiene que tomar un autobús en dos horas para su partido fuera de
casa. Esta noche es en Union College, y para completar la pequeña imagen
del capitán de hockey de Waterfell, Rhys, veo una copia impresa de sus
estadísticas con notas garabateadas sobre diferentes jugadores.
Sonriendo, tomo un bolígrafo del soporte y escribo un rápido Buena
suerte, pez gordo con un guiño en la parte inferior.
Encuentro mis leggins de la noche anterior, así como mi sostén y ropa
interior, pero uso la camiseta con su nombre en la espalda para mi camino
a la cocina.
Pero cuando salgo, se oye un ruido de arrastre. Una rubia de piernas
largas está rebotando sobre las puntas de sus pies calzados con calcetines,
empujando a un labrador negro muy grande hacia atrás desde una de las
puertas de la habitación. Finalmente recupera al animal quejumbroso, y
le murmura suavemente antes de cerrar la puerta lo más silenciosamente
posible. Está claro que está tratando de irse sin que la atrapen, con el
cabello recogido en un moño alto y desordenado y una enorme camiseta
raída que la cubre como un vestido.
―¿Estás bien? ―le pregunto, caminando hacia ella.
Pero me congelo por completo cuando ella gira hacia donde me
encuentro, con un par de grandes y ansiosos ojos marrones fijos en mí.
Ojos que pertenecen nada menos que a Paloma Blake.
Ambas nos miramos boquiabiertas, congeladas e inseguras.
Ella reacciona primero, enderezando la espalda para que su postura sea
más segura.
―Te quedaste a dormir aquí, ¿verdad? ―digo, sonando sarcástica,
luego paso junto a ella para bajar pesadamente las escaleras.
―Parece que tú también, ¿eh? ―Sonríe y camina a mi lado. Lo que sea
que le impidió bajar las escaleras antes es tragado por su deseo de
bromear conmigo―. Supongo que debería ignorar nuestra pequeña
conversación, ¿eh?
Mi temperamento estalla, pero no sé qué tan comprensivo sería el
equipo si empujara a su preciosa conejita por las escaleras. O arrancarle
los ojos, aunque no creo que mis uñas cortas resistan las afiladas de ella.
Casi llegamos abajo cuando una risa estruendosa resuena cerca y
Paloma me agarra del brazo con fuerza.
―Jesús, Blake ―espeto, pero su otra mano me tapa la boca.
―¿Puedes simplemente... ―Suspira, y juro que si no lo supiera mejor,
pensaría que iba a llorar―. ¿Puedes no decir nada sobre mí?
¿Simplemente entrar y mantenerlos a todos ahí?
No quiero ayudarla. En realidad, no la soporto, pero parece
notablemente desesperada.
―¿Cuál demonios es tu problema? ―susurro, mis palabras apenas
audibles sobre su mano firme.
Sus ojos brillan.
―Dios, Sadie, no seas tan perra.
―Se necesita una para conocer a una ―digo, quitándole la mano―.
Ahora sal de aquí antes de que cambie de opinión y decida anunciar tu
presencia como si estuviéramos en la corte medieval.
Se va más rápido de lo que le llegan las palabras, pero aún así se las
arregla para cerrar la puerta con cuidado.
Justo cuando lo hace, un jugador que reconozco por haber abierto la
puerta anoche aparece a la vuelta de la esquina. Parece una versión más
dulce de Freddy, como un chico guapo e inocente en lugar del gato que
atrapó al canario.
―Hola, cariño. ―Él sonríe, pero es todo desarmante. El apodo no
parece ser un coqueteo, sino más bien modales de algún lugar al sur de
Mason-Dixon―. ¿Estás perdida?
―En realidad, estoy buscando a tu capitán.
Él se ríe y señala por encima del hombro.
―Parece que él está de buen humor. Creo que este podría ser su nuevo
ritual previo al juego. ―Paso junto a él con una sonrisa, pero sé que mis
mejillas se están poniendo de un rojo brillante y me maldigo nuevamente
por estar tan pálida.
La cocina, al igual que el resto de la casa, está bastante impecable. Rhys
está de pie en la parte superior de la barra, Freddy sentado en el taburete
del lado más alejado, y hay un olor magnífico que impregna el aire (grasa
de tocino y jarabe de arce), todo proveniente del corpulento portero
encorvado sobre la estufa con una toalla sobre el hombro.
Bennett me mira levantando la barbilla, sin siquiera un ligero atisbo de
sonrisa. Rhys sigue el movimiento de su amigo, se interrumpe a mitad de
la frase y me sonríe como si no nos hubiéramos visto en semanas.
Si no me estaba sonrojando ya, ahora estoy completamente rojo cereza.
Entonces, camino hacia él, dejándole jugar a esto porque es su equipo y
no hemos hablado de qué es exactamente esto entre nosotros. Lo único
que sé es que él nunca será solo mi amigo, con o sin beneficios. Siempre va
a ser más.
Me rodea con un brazo, besa la parte superior de mi cabeza y continúa
su charla de juego con los chicos en la cocina. No deja de hablar, incluso
cuando me levanta para sentarme en el taburete frente a él y apoya sus
brazos en el mostrador, enjaulándome entre ellos.
Escucho, más o menos, pero me animo por completo cuando un plato
humeante de tiras de tocino, claras de huevo revueltas, tostadas de
aguacate sobre un pan de aspecto caro y fruta cortada en cubitos aterriza
frente a mí.
―Oh, no tengo que comer primero.
Rhys niega con la cabeza.
―Tenemos un orden muy específico de comidas previas al juego, Gray.
Eso es todo tuyo.
Se me hace la boca agua incluso cuando miro a Bennett.
―¿Estás seguro?
Él gruñe y asiente, apagando la estufa con un poco de enojo.
―Hay mucho más si quieres más, puedes comerlo. ―Me da una
sonrisa un poco frágil, antes de disculparse y regresar al piso de arriba.
―Él siempre es así ―dice Freddy, robando un trozo de tocino de mi
plato antes de que Rhys pueda darle una palmada en la mano―. Es su
espacio mental antes de los juegos. Entonces… ―prosigue, arrastrando su
hombro hacia el mío mientras Rhys se dirige a una elegante máquina de
café―. ¿Qué está pasando aquí?
―Freddy ―le advierte Rhys por encima del sonido de la máquina de
espresso―. Déjala tranquila.
―Vamos, Capitán. Necesito los detalles jugosos. ―Sus cejas se mueven
exageradamente.
Pongo los ojos en blanco antes de volver a masticar y ver a Rhys
moverse por la cocina como en una escena de mi película reconfortante
favorita. Juega con el espumador por un momento y mis ojos se iluminan
ante su rostro concentrado, deseando tener mi teléfono para tomarle una
foto.
―¿Están saliendo ahora? ―pregunta Freddy, llorando como un niño
cuando Rhys lo reprende de nuevo.
Me trago cada vacilación, en cada momento he dudado porque sé que
Rhys quiere más. Y, por primera vez, yo también.
―Sí ―le digo, tratando de ignorar la pizca de incomodidad cuando
ambos se quedan en silencio―. Soy su novia.
La palabra puede parecer extraña en mi lengua, pero el brillo
chispeante en sus ojos y su sonrisa descarada con ambos hoyuelos hacen
que tenga un sabor más dulce. No me corrige, y solo me doy cuenta
después de soltar el título de que él absolutamente podría hacerlo.
Oh, Dios. Me duele el estómago. ¿Él quiere eso? ¿O fue lo de anoche solo un
punto de ruptura para él?
Empiezo a dar vueltas en mis pensamientos, ignorando lo que sea que
Freddy esté diciendo mientras se levanta de su taburete.
―¿Mi novia? ―Rhys pregunta, con aire de suficiencia sobre mi
hombro.
No puedo mirarlo, aterrorizada de haber inventado todo en mi cabeza
y eso no era lo que él quería.
Pero una taza verde con una especie de diseño floral ligeramente
deformado en la espuma se desliza frente a mí.
―¿Qué es esto?
―Es… ah, arte de espuma en el latte. Se supone que es una flor ―lo
dice tímidamente, en voz baja.
―Me encanta.
Rhys besa mi cuello, recogiendo mi cabello entre sus manos y tengo la
ridícula necesidad de cortármelo todo para que tenga mejor acceso a mi
piel constantemente.
―Creo que nunca he sido más feliz, Gray ―susurra y coloca otro beso
en la comisura de mi boca―. Mi novia.
Como un bálsamo para una herida que no sabía que tenía, Rhys me
abraza, y eso es más que suficiente.
35
Es mi primer juego, específicamente como novia de Rhys Koteskiy. Estoy
mitad emocionada, mitad aterrorizada.
Apenas llevamos oficialmente una semana de nuestra relación, una
semana en la que lo he visto solo dos veces, brevemente entre mis
prácticas y las suyas, pero que él espere un poco después de sus primeros
entrenamientos para besarme antes de mi hora de hielo siempre me pone
de buen humor. De hecho, creo que mis rutinas reciben mayores elogios
por parte del entrenador Kelley cuanto más me encienden los besos y
caricias de Rhys de antemano.
Aun así, estoy nerviosa.
A esa presión se suma el hecho de que accidentalmente conocí a la
mamá de Rhys cuando entraron al café en mi hora libre.
Rhys sonreía alegremente y me besó castamente en la mejilla. La
pequeña mujer a su lado era hermosa y estaba bastante segura de que
quería bailar un poco cuando me besó, lo que me hizo sonrojar aún más
cuando se presentó como Anna Koteskiy.
Terminé tomando mi almuerzo para sentarme con ellos, sintiendo una
mezcla de ansiedad y terror hasta que me limpié las palmas de las manos
en mis jeans por la constante humedad. Las figuras femeninas adultas en
mi vida habían sido pocas y espaciadas, así que no estaba exactamente
segura de cuál era la mejor manera de comportarme.
Aún así, cuando se fue, me dio un fuerte abrazo y no me soltó hasta que
finalmente me relajé.
En mi oído, ella dijo que estaba orgullosa de mí, y luego se fue.
Han pasado tres días desde esa interacción y aún no he visto a Rhys a
solas. Anoche jugaron contra Colgate y ganaron en el primer tiempo extra,
pero por lo que leí en línea fue un partido bastante difícil para Waterfell
y al final “jugaron como la mierda”.
Esta noche juegan contra el Boston College y se supone que será
bastante importante.
Mis hermanos también irán. Rhys les aseguró lugares y me dijo que se
sentarían con su mamá para que yo pudiera pasar tiempo con mis amigos.
Todavía desconfío un poco de ella y aún no he conocido oficialmente a su
papá, a pesar de las veces que lo vi en las prácticas de verano de Oliver y
Liam.
Aún así, me encuentro cambiándome tres veces antes incluso de
sentarme frente al espejo de pie en la habitación de Aurora para
maquillarme.
Ella termina mucho más rápido y se ofrece a peinarme en dos trenzas
cortas y sueltas con delgadas cintas azules atadas. Me siento un poco rara,
pero… bonita, por primera vez en mucho tiempo. Me pregunto si Rhys
pensará que soy así de bonita.
Mi pecho se aprieta ante el pensamiento y siento un poco de náuseas.
Mientras me pongo mis tenis blancos, Rora rodea la puerta de su
armario y hago una pausa.
―¿Qué llevas puesto? ―pregunto, con las cejas arqueadas ante la
chaqueta estilo patchwork vintage que se está poniendo, de mezclilla
negra con la espalda recortada con una especie de camisa de la
Universidad de Waterfell cosida en su lugar. Una manga está decorada
con letras azules que dicen “Wolfes” y estrellas brillando en la otra.
―¿Tú qué llevas puesto? ―me pregunta, cruzando los brazos hacia mis
jeans negros y mi blusa blanca―. Pensé que ibas a usar el vestido.
Ignoro su pregunta. Iba a usar el vestido de seda hasta que no me entró
el trasero, lo que me hizo sentir peor porque ya puedo escuchar al
entrenador Kelley en mi oído sobre el pesaje antes de la próxima
competencia, que será en Denver durante cuatro días, así que no
participaré nuevamente.
―¿Tú hiciste eso?
―Sí. ―Agarra algo de su escritorio, arrojándolo tan rápido que apenas
tengo tiempo de extender las manos―. También te hice una.
Esperaba una copia de ella, pero no debería hacerlo porque esta es
Aurora, y tiene más creatividad y cerebro en su meñique del que yo tengo
en todo mi cuerpo.
Es una bomber vintage, con cuello y puños a rayas azul marino y verde
azulado, un gran logo de Waterfell Wolves estampado en un lado,
compensado con un parche de mezclilla, mientras que el otro lado alberga
un gran 51 en blanco perla con costuras azul marino.
El número de Rhys Koteskiy.
―Iba a poner su nombre en la parte de atrás también, pero no tuve
suficiente tiempo. ―Ella se encoge de hombros―. Sin mencionar que
estoy bastante segura de que lo escribiría mal, incluso si lo estuviera
copiando letra por letra.
Una parte de mí quiere regañarla por entrometerse, por pensar que esto
era algo que cualquiera de los dos querríamos, pero me muerdo la lengua
porque mis ojos arden con lágrimas ante la gentil consideración de mi
amiga.
―¿No quisiste coser un número en el tuyo? ―pregunto, volviéndome
hacia el espejo y recogiendo el lápiz labial granate que está sobre el
tocador.
Ella sonríe, con las mejillas sonrojadas.
―Lo hice ―me responde, mostrando su manga donde un pequeño 27
está cosido en la estrella más cercana a su mano.
No tengo que consultar la plantilla para adivinar que la número 27 es
el único jugador que conoce parcialmente en el equipo.
―De tu estudiante favorito, ¿eh?
―Quiero sorprenderlo con la puntuación de su examen. ―Ella sonríe,
y esta vez hay verdadera emoción en su mirada, algo que ha estado
faltando en ella desde la ruptura, e incluso antes, de hecho―. Pasó el
examen de mitad de período.
―Estará emocionado de saber que no le espera una suspensión, y tal
vez para callar a todos acerca de lo tonto que es…
Algo en mi comentario la hace erizar y se le pone tensa la cara mientras
se saca el cabello de debajo de la chaqueta.
―Él no es tonto ―resopla―. De hecho, es muy inteligente. Quiero
decir, míralo jugar: lee muy bien cada movimiento. Él y Rhys son
perfectos juntos.
Asiento, amonestada, pero mi ceño se frunce.
―¿Los has visto jugar?
―He ido a un juego o dos.
Eso es nuevo para mí; pero no puedo decir que me sorprenda no
saberlo. Con todo lo que sigue sucediendo a nuestro alrededor (patinaje,
mi distracción con Rhys, los niños, el caso de la custodia, mi papá),
realmente no he estado prestando atención.
―Entonces, ¿entiendes el hockey ahora?
Ella asiente.
―Leí algunos libros sobre esto en el trabajo antes de ir a un juego.
Quería entenderlo completamente.
Me río ligeramente, no burlándome, pero sí impresionada cuando ella
pasa un brazo por mi espalda.
―He estado viendo jugar a Oliver durante años y todavía estoy
aprendiendo.
Pero sé que Aurora lo aprendió todo. Probablemente podría entrenar a
un equipo si quisiera porque ella no hace nada a medias.
Justo cuando terminamos, hay una ráfaga de golpes en la puerta de
Rora, acompañados de risitas agudas que solo podrían ser de Liam.
Rora abre la puerta con una sonrisa y grita “¡Boo!” para iniciar otra
ronda de risitas de un niño de seis años. Ella lo persigue mientras él corre,
y Oliver se queda de pie junto a la cocina.
―Te ves genial ―me dice.
Me hace detenerme por un momento, porque es el equivalente a un te
amo y una aprobación extrema envuelta en tres palabras.
―¿Sí?
Él asiente.
―A Rhys le gustará.
Oliver y Liam lo son todo para mí, pero con Oliver es difícil encontrar
cualquier otra cosa que no sea la ira, incluso si sé que él no me culpa, a
veces es difícil saber si estoy haciendo lo correcto. Entonces, aprieto su
hombro y le agradezco mientras todos salimos.

El paseo por el campus hasta el estadio está lleno de gente, ya que el


hockey es uno de los deportes de mayor rendimiento por aquí. Además,
es sábado, lo que significa que evitamos la mayoría de las miradas de
desaprobación de nuestra asistente residente, que vio a mis hermanos
pequeños siguiéndonos a la salida de los dormitorios.
Nos multaban por eso, hasta que Rora hizo algún tipo de magia. Desde
entonces no he vuelto a oír nada.
La mamá de Rhys está parada justo dentro del complejo cuando
entramos, con un hombre alto vestido de traje con una amplia sonrisa a
su lado. Sé que él no es el papá de Rhys, y eso solo me hace detenerme,
agarrando la mano de Liam con más fuerza.
―Oh, es hermosa. ―Ella suspira, extendiendo su mano para acariciar
la manga de mi chaqueta―. ¿Tú hiciste esto?
―Mi compañera de cuarto lo hizo ―respondo, un poco breve en mi
respuesta mientras mis ojos regresan al hombre detrás de ella―. Esta es
Rora.
Se dan la mano y puedo sentir a Liam tratando de soltarse de mi agarre
para ir hacia ella, pero no suelto su mano.
Afortunadamente, no tengo que preguntar porque Aurora se presenta
ante el hombre, probablemente asumiendo que es el papá de Rhys.
―Adam. ―Él asiente, sonriendo.
―¿Eres entrenador? ―le pregunto, arqueando las cejas.
―Abogado. ―Él sonríe, todo tranquilo y sereno. Mientras tanto, mi
ritmo cardíaco se dispara y empiezo a sentir que el pánico aumenta.
¿Un abogado? ¿Por qué lo trajo aquí? ¿Es por... Liam y Oliver? ¿Me los
van a quitar?
Mi agarre se aprieta e incluso Oliver da un paso atrás. El hombre parece
un poco sorprendido por nuestra reacción conjunta, pero apenas lo noto,
demasiado ocupada tratando de encontrar una ruta de salida y esperando
que Rora haga algo loco y los distraiga.
―Oh ―dice Anna, su cara refleja pura devastación. Estoy demasiado
ocupada entrando en pánico como para avergonzarme por mi reacción,
pero ella extiende su mano hacia el abogado―. No, este es un amigo de
la familia, Adam Reiner, el papá de Bennett.
Eso no me calma, nada lo hace hasta que Aurora presiona una mano en
mi hombro y me mira a los ojos.
―No están tratando de quitártelos ―susurra, pero sé que la señora
Koteskiy puede oír sus palabras por el sonido estremecedor que emite.
―No, Sadie, Dios. Lo siento mucho. No, mi esposo tuvo que ir a un
evento de prensa y su vuelo de regreso se retrasó. El señor Reiner solo se
ofreció a acompañarnos hoy, solo si te parece bien.
Él no está aquí para llevárselos. Nadie se los va a llevar.
Oliver sigue abrazándome, incluso mientras libero a Liam para que
pueda correr al lado de Anna Koteskiy y comienza a balbucearle sobre su
mañana, pero el papá de Bennett, cuyo parecido ahora puedo ver
fácilmente por el cabello castaño bañado por el sol y sus rasgos fuertes,
sin mencionar la altura, se acerca a nosotros.
―Voy a comprar algunas bebidas. ―Rora se disculpa.
Él le sonríe, algo que nunca he visto en su estoico hijo, pero luego nos
mira a Oliver y a mí.
―Si necesitan algo…
―No lo hacemos ―lo interrumpo―. Quiero decir; Tengo un abogado.
Tengo los papeles de custodia y todo. Solo estoy en un período de espera.
Tengo la fecha del juicio fijada para enero y mi abogado espera que
podamos convencer a mi papá de que renuncie a sus derechos. Entonces,
todo lo que tendré que demostrar es que puedo mantenerlos y alojarlos,
cuidarlos.
Él sonríe de nuevo y es tan perfecto que parece una máscara.
―Está bien.
La señora Koteskiy los sorprende con camisetas de la universidad, Liam
está nadando con la suya, pero están felices porque los dejo con los dos
adultos juntos.
―¿Crees que ella me odia? ―pregunto, siguiendo a Rora hasta nuestros
asientos, unas filas por encima del cristal, cerca de la portería.
Aurora me acaricia con un empujón en el hombro, pero su rostro es
relajado y brillante.
―No seas ridícula. Lo único que esa mujer quiere hacer es tomarlos a
todos y llevarlos a casa en su bolso.
―Ella piensa que no puedo cuidar de ellos…
―No, ella piensa lo mismo que todos nosotros. Que no deberías tener
que hacerlo. ―Se detiene por un momento, colocando una mano en mi
hombro y jugando con la punta de mi trenza.
―Tus papás todavía están vivos y tú eres una patinadora talentosa y
una chica inteligente que pasa la mayor parte de su tiempo equilibrando
tres trabajos, manteniendo a sus hermanos alimentados, entre tu horario
y tu dormitorio. No has hecho nada solo por ti desde que apareció Liam.
Ella tiene razón. Odio que tenga razón.
―Bueno, excepto Rhys. Definitivamente eso fue para ti, y te mereces
eso, te lo mereces a él.
Me sonrojo de nuevo, me acomodo en nuestro lugar y observo cómo los
equipos salen para los calentamientos. Estamos del lado del hielo local,
por lo que Bennett lidera, coloca su botella de agua en la red y se dirige a
una esquina para estirarse.
Los chicos parecen estar corriendo sobre hielo, algo que siempre he
pensado que parece poderoso pero molesto, teniendo en cuenta el estado
en el que deja el hielo cuando tengo que patinar detrás de ellos.
Lo identifico fácilmente, con su cabello flotando con la brisa por lo
rápido que patina. Hace un bucle con Matt Fredderic pisándole los talones
antes de que se detengan y comiencen una pequeña rutina de estiramiento
mientras algunos de los otros chicos comienzan a driblar y realizar tiros
de práctica a la portería vacía.
Luego, mientras se alinean para dispararle a Bennett en la portería, él
me ve y sonríe. Le da un codazo a Freddy, quien nos mira con una gran
sonrisa y un guiño. Después de tomar el siguiente tiro, se dirigen a
nuestro lado del cristal.
Una chica sentada frente a nosotras se queda boquiabierta cuando se
acercan y le grita a su amiga lo sexys que son y eso me hace sonreír,
aunque un poco con aire de suficiencia.
Pero luego, Freddy golpea el vidrio sobre ellas, completamente dirigido
a Rora, quien brilla bajo su atención, antes de hacerle una mueca ridícula
que hace que Freddy se ría lo suficientemente fuerte como para escucharlo
a través del acrílico.
Rhys solo me sonríe y saluda con la mano, lo cual felizmente hago
también.
―Tranquilo, hijo ―un caballero mayor a nuestra derecha le grita a
Rhys―. No dejes que ese imbécil de Kane se meta en tu cabeza. Mantén
el ojo en el premio.
Puedo ver la forma en que Rhys lo ignora, pero sé que él puede oírlo.
Se me ponen los pelos de punta, lista para arrancarle la cabeza de un
mordisco sin importar qué tan buenas sean sus intenciones, pero entonces
otro imbécil unos asientos más allá de Aurora y junto al cristal, adornado
con un color granate del Boston College, comienza a gritarles a la pareja.
―Oye, mira eso. Su pequeño capitán logró volver al hielo ―grita―.
¿Cuántos golpes necesitas para endurecerte, marica?
―Vamos a ver cómo tomas uno, imbécil ―espeto, girando hacia ellos
con tanta fuerza que una de mis trenzas me golpea en la boca.
Los chicos a su alrededor hacen un colectivo “oooh” como si estuvieran
viendo comenzar una batalla de rap de la década de 2000.
Mis ojos regresan a Rhys, quien parece estar dividido entre una oleada
de orgullo y el deseo de que deje de relacionarme con ellos. Le lanzo un
guiño rápido para mostrarle que estoy bien, pero me cruzo de brazos y
encuentro la sonrisa del que interrumpió con una mía propia.
―¿Ese es tu novio, eh? La pobre chica parece molesta ―él dice,
subiendo las escaleras y pasando junto a los asientos vacíos para
inclinarse sobre Aurora sentada y susurrar―: ¿El daño cerebral perjudica
su capacidad para follar? Seré voluntario si necesitas…
Le doy un rodillazo en las bolas rápido y fuerte, y luego observo con
una sonrisa de satisfacción cómo tropieza con los pies de Rora y cae de
nalgas. Se levanta y vuelve a sentarse, avergonzado.
Rhys golpea el cristal con su guante, esperando hasta que el chico lo
mira fijamente. Mi novio está sonriendo, con los ojos oscuros.
―Mírala de nuevo, y espera a ver qué pasa. ―La amenaza es clara,
intimidatoria a pesar de la sonrisa falsa con hoyuelos que se extiende por
sus mejillas. Golpea el cristal con fuerza con la punta de su bastón,
haciendo que el chico salte hacia atrás mientras una carcajada resuena a
su alrededor.
Vuelvo a mirarlo a los ojos antes de que abandone el hielo, obteniendo
un pequeño guiño de su parte que llena cada pedazo vacío de mi alma.
36
Puedo decir que Aurora está eufórica, más eufórica de lo que la he visto
en mucho tiempo.
Es el final del segundo tiempo y van ganando por dos. Los fanáticos de
Boston College que hicieron el corto viaje a nuestra pista gritan muy
fuerte, pero Waterfell es más ruidoso. Hemos estado gritando himnos
toda la noche, cantando canciones y escuchando a algunos fanáticos más
ebrios llamar a los jugadores por su nombre y golpear el cristal.
Y luego, está ver a Rhys.
Patina como si hubiera nacido con cuchillas adheridas a sus pies, como
si tuviera más coordinación ahí que corriendo o caminando en tierra. Su
capacidad para leer a todos los demás jugadores, en granate y en azul, es
casi mágica.
Es tal como lo imaginé, el chico de azul se vuelve dorado bajo las luces
de la pista y los aplausos de los fanáticos que lo adoran. Sus cara a cara
están al 100% esta noche, bien podría estar brillando, y puedo verlo dentro
de años, jugando profesionalmente e iluminando el jumbotron y las
pantallas de los teléfonos en todas partes con su sonrisa con hoyuelos
debajo de su visor.
Rhys anotó dos veces, una durante el primero en el otro extremo,
patinando entre su equipo para chocar los cinco y humildemente
inclinando su bastón en el aire como celebración. Luego, de nuevo en el
segundo tiempo, en nuestro lado del hielo y con la misma celebración,
solo que él me apuntó con su bastón.
Y yo me convertí en un desastre pegajoso.
En general, ha sido una noche increíble.
Sin embargo, ver a Aurora pelear contra el trío de chicas frente a
nosotras también sería increíble.
Freddy anotó justo antes de que sonara el timbre que finalizaba el
segundo tiempo, patinando en una estocada y tocando su bastón como
una guitarra, lo que nos hizo reír a Rora y a mí varias veces, solo después
de que ella terminó de gritar como un alma en pena por él.
Pero entonces, la linda chica de cabello negro con una camiseta de
Waterfell frente a nosotros dice:
―Dios, es tan sexy.
―¿Has visto sus Onlyfans? ―pregunta la rubia a su lado. Si cree que
está susurrando, ni siquiera está cerca―. Si crees que ahora es digno de
babear...
―Oh, Dios, Ericka. ―La chica a su izquierda con rizos color fresa,
también ataviada con un jersey, y un par de Converse de cuero negro por
los que he estado babeando desde que los vi, suspira―. Eso fue un rumor.
El tipo ni siquiera muestra su rostro.
Ericka pone los ojos en blanco y le arroja un poco de palomitas de maíz
a la cara.
―Oh, Dios, Ron, su ex fue quien se lo contó a todos. Tiene que ser él.
La otra chica dice:
―No lo creo. Él lo negó y, claro, tiene reputación en el campus, pero
eso no significa que esté vendiendo sexo.
―Podría si quisiera. Quiero decir, Buen Dios, se me hace agua la boca,
y he oído que no solo es generoso, sino también…
―¡Oh, Dios! ―chilla Rora, moviéndose hacia adelante entre sus
asientos, con la cabeza a la altura de las suyas, con una mata de rizos
cayendo en cascada como agua alrededor de todos ellas―. Él no es un
puto objeto. Cállense y dejen de chismorrear sobre rumores de los que no
saben nada.
Entonces se levanta, refunfuñando por conseguir algo de beber y se
marcha antes de que pueda preguntarle si quiere compañía.
Rora tiene peor aspecto cuando regresa, pero se desvanece cuando el
tercer período comienza de nuevo.
Los chicos dominan, el tiempo se acaba y yo...
Estoy eufórica.
Rhys es claramente uno de sus mejores jugadores, y puedo ver muchos
de los golpes dirigidos hacia él, pero sus compañeros de equipo en cada
línea hacen un buen trabajo protegiéndolo.
En realidad es Kane a quien siguen apuntando, ya sea por saber que su
habilidad y tamaño le dan una ventaja a Waterfell, o por algún tipo de
rencor entre los equipos, pero es sorprendente, considerando que solía
jugar para Boston College.
Parecen odiarlo.
A su propio equipo ahora tampoco parece gustarle, pero no los culpo.
Una parte de mí quiere enfrentarlo, pero la otra parte solo espera que deje
el equipo antes de que termine el año.
No le he contado a Rhys sobre nuestro enfrentamiento en la práctica,
no porque lo esté ocultando, sino más bien porque cada pequeño
momento que tengo con Rhys lo quiero usar para otras cosas.
―¿Viste dónde sentaron a los niños? ―pregunta Rora, bebiendo otra
sidra dura.
―Sí. ―Asiento, señalando hacia donde están los bancos de local y
visitante. Un poco más allá del final, presionados contra el cristal, están
sentados Oliver y Liam, con la mamá de Rhys y el papá de Bennett a su
derecha. Considerando la gran atención que les han brindado la mayoría
de los jugadores, diría que es una victoria para ellos, incluso tan lejos,
Liam se ve radiante.
Y Oliver parece renovado y feliz.
Se escucha un fuerte estruendo, seguido por el rugido de la multitud
mientras todos se levantan para detener una pelea.
Intento descifrar lo que pasó, al principio solo pude ver a Toren Kane
atrapado en una pelea con uno de los jugadores más importantes de BC.
Pero entonces veo a Rhys, acostado boca arriba, sin mover ni el pecho
ni la cabeza.
Estoy en las escaleras antes de que pueda parpadear, con el corazón en
la garganta mientras presiono mis manos contra el vidrio y lo golpeo. No
está lo suficientemente cerca, pero Bennett lo escucha y se gira para
mirarme a través de su jaula. No puedo ver su expresión, pero se da vuelta
y patina hacia su capitán.
Dios, no parece que ni siquiera esté respirando.
Ya hay entrenadores a su alrededor, más rápidos de lo que he visto en
la mayoría de los juegos y sé que es por su historia. Porque probablemente
ya esté en su lista de vigilancia.
Bennett está patinando de regreso a su red, lento y elegante a pesar de
su enorme tamaño, pero pasa junto a la red y se detiene a mi lado.
Me siento como una niña mirándolo a través del cristal, es tan enorme.
Se quita el casco y sacude sus rizos mojados en sudor, con el ceño
fruncido.
―Está bien ―dice―. Siéntate.
―Ben…
―Si ve que entras en pánico, se sentirá peor. Siéntate.
Hago lo que dice, casi tropezando con las escaleras mientras trato de
caminar con la cabeza girada.
Él se levanta y recibe una ronda de aplausos de todos en el estadio,
ambos equipos golpean el hielo con sus palos. Aún así, lo obligan a salir
y atravesar el túnel.
Considerando que no creo que pueda respirar adecuadamente hasta
que lo vea, le digo a Rora dónde la encontraré después, y agradezco mis
conocimientos de competencia de patinaje artístico para conocer los
caminos del estadio como la palma de mi mano. No me importa si no me
dejan verlo, solo quiero estar lo suficientemente cerca.
Camino por la alcoba cerca del pasillo de los vestidores por un
momento, antes de que una mano en mi hombro me sobresalte.
Miro hacia arriba y veo a un hombre de aspecto desaliñado que se eleva
sobre mí. Es solo después de que me estremezco hacia atrás contra la
pared que me doy cuenta exactamente de a quién estoy mirando.
Son copias el uno del otro, Rhys y su papá, y aunque lo conocí de
pasada, nunca lo vi de cerca. Rhys tiene los mismos ojos color chocolate
que le dan un toque juvenil, incluso al rostro ligeramente envejecido de
su papá. Parece joven, pero cautivador de una manera que sé que Rhys
también lo parece. De mandíbula fuerte, labios llenos, el mismo cabello
oscuro.
―Lo siento ―dice, seguido de una palabra que no reconozco pero que
suena como un lenguaje duro: ¿ruso o polaco?―. ¿Estás aquí por mi hijo?
―Sí, yo… ―Me aclaro la garganta atascada, mi corazón sigue
acelerado―. Solo quiero saber que está bien.
La sonrisa que me da es gentil, cálida y dolorosamente familiar, excepto
que solo tiene un hoyuelo.
―Ven, dochka ―me hace señas con la misma palabra, poniendo una
mano firme entre mis hombros y guiándome por el circuito y a través de
los vestidores hasta una habitación más pequeña equipada con una mesa
médica y suministros.
Rhys está ahí, sin camiseta y sudando, con sus gruesos pantalones de
hockey todavía puestos. El entrenador tiene las manos en su cabeza,
apuntando con una pequeña linterna a sus pupilas, mientras Rhys repite
los meses del año en orden inverso.
―Un momento ―susurra su papá, dando un paso delante de mí hacia
su hijo.
Se queda atascado en junio por un momento, lo que parece alarmar un
poco al entrenador, antes de que mire al señor Koteskiy que se cierne
sobre su hombro, detectando la distracción de su jugador.
―Rhys. ―Su papá suspira―. ¿Estás bien?
―Bien. ―Él suspira en respuesta y suenan tan parecidos como se ven,
menos el ligero indicio de acento de su papá―. ¿Acabas de llegar?
―Sí, entré a la pista para ver a mi hijo boca arriba sobre el hielo. ¿Qué
clase de bienvenida es esa, eh?
Rhys se ríe, con un ligero resoplido.
―Solo me sacaron el aire. ¿Mamá está asustada?
―Nyet, pero hay alguien a quien encontré un poco nerviosa ahí afuera.
―Da un paso atrás, colocándome inmediatamente a la vista donde estoy
flotando en la puerta.
―Gray. ―Él suspira, con una sonrisa gigante en su rostro. Los
entrenadores regresan a sus deberes ahora que su centro está bien, así que
estamos solo nosotros tres―. Ven aquí.
Dos palabras son todo lo que necesito para caminar hacia él, dejando
que sus brazos me rodeen y su cabeza sudorosa presione mi pecho.
―Hueles fatal ―digo sarcásticamente, con un pequeño resoplido
mientras mi corazón todavía no deja de acelerarse.
―Les daré un minuto a los dos ―dice su papá, antes de dejarnos solos
en la sala de recuperación.
37
Ella es perfecta.
Puedo sentir una pequeña pizca de molestia saliendo de ella y es
embriagador. Ella es embriagadora.
Sadie Gray es mi maldita novia ahora. Quiero gritarlo en el pequeño
cuarto para que mi papá, los entrenadores (diablos, todo el edificio)
puedan escucharme.
Mi boca se abre, desesperado por encontrar alguna razón para
referirme a ella como mi novia, cuando su pequeña mano me golpea en el
pecho. Una, dos veces, antes de agarrar sus muñecas con una mano y usar
la otra para inclinar su barbilla donde se esconde de mí.
―Estoy empezando a pensar que no puedo hacer esto ―murmura,
cerrando los ojos. Se me cae el estómago y no puedo evitar agarrarle las
muñecas con más fuerza.
Es el hockey, me dice esa voz oscura y burlona de la que me doy cuenta
que es una versión de la mía. El hockey te convierte en algo inútil y patético.
Ella puede ver lo que eras antes y no quiere lo que eres ahora. Lo que serás para
siempre.
Pero ya he pasado por esto antes, y por mucho que quiera usarla para
alejar la oscuridad, quiero amarla más. Entonces cierro los ojos y me
recuerdo a mí mismo que estoy bien, que estoy sanando.
―Sadie. ―Respiro, con mi mano acomodando su cabello.
Sus ojos parpadean, nadando en lágrimas y asimilo la vista como un
golpe en el estómago. Un golpe que acierta.
―Me asustaste ―llora, enojada y triste, y tan hermosa que duele―.
Estabas acostado ahí y no podía decir si estabas bien o vivo.
Ella me golpea de nuevo, es solo un pequeño movimiento de su palma
en mi pecho.
Resoplo y la acerco, besando su mejilla.
―Solo estaba haciendo mi imitación de Darth Vader. Tratando de hacer
justicia a su muerte.
Ella se ríe, el sonido casi choca con las manchas rojas de sus mejillas, y
las lágrimas aún fluyen libremente.
―Pensé que no estabas respirando.
―Estoy dedicado al papel. ―Sonrío.
Me empuja fuera de ella por completo, frunciendo el ceño mientras me
mira nuevamente. Me tomo el momento para examinar su espalda, con
los ojos muy abiertos y una sonrisa cada vez más amplia ante el 51 sobre
la placa derecha del pecho de su bomber de gran tamaño.
―Te ves tan jodidamente perfecta, Gray. Me gusta la chaqueta.
Ella frunce aún más el surco de su frente.
―Rora la hizo.
―También te quiero con mi camiseta.
Ella me ignora y sigue examinando cada trozo de piel expuesta,
moviendo su mirada entre mis ojos.
―¿Estás bien?
Le susurro:
―Estoy perfecto, bebé.
El apodo suave la relaja.
Su cuerpo golpea el mío, tirándome de espaldas sobre la mesa mientras
trepa sobre mí. Me da besos entre risas y sollozos, y creo que podría
quedarme así para siempre, con su reconfortante peso encima del mío.
Se siente como antes, la Casa de hockey está llena de gente (la mitad de
las cuales nunca he visto en mi vida) y luego el círculo de nosotros;
Freddy, Bennett, Holden y yo junto con la mayor parte de nuestra
segunda línea; Caleb, Sanders y un estudiante de primer año que se ha
convertido en un habitual.
Sadie y Rora ya deberían estar aquí, aunque haya costado mucho
conseguirlo. Mis papás casi se arrodillaron para rogarle que dejara que
Liam y Oliver tuvieran una pijamada en su casa, pero solo después de que
Rora y yo la convenciéramos, accedió.
Ella confía en ellos.
Algo por lo que planeo recompensarla más tarde.
A pesar de la victoria y del hecho de que solo permitió dos goles,
Bennett parece enojado.
A mi lado, bebe una cerveza (que ya es algo bastante raro para el
portero meticuloso), pero está más distraído y frustrado que de
costumbre.
Algunos de los jugadores de fútbol con los que pasamos el rato se unen
a nosotros junto a la fogata, seguidos por Rora y Sadie, todavía con sus
chaquetas caseras, pero ahora ataviadas con bufandas y sombreros.
Me levanto tan rápido que Holden se ríe levemente mientras Paloma se
planta en su regazo y trata de distraerlo de la conversación que estaba
teniendo con Freddy, pero no es necesario, porque Freddy ya está
levantado y se ríe hacia Aurora, quien juega tímidamente con su cabello
lacio.
―Oye. ―Sonrío, agarro a Sadie y la acerco a mí, le planto un beso en la
frente y le froto las manos de arriba a abajo por los brazos―. Rora, tu
cabello se ve bonito.
Ella se sonroja, pero por el apretón de la mano de Sadie y su gesto
sonriente puedo decir que hice bien con el cumplido. Freddy la arropa
bajo su brazo y le dice algo sobre beer pong, y ella le dedica otra sonrisa
sorprendente.
Me preocuparía, pero Freddy me ha asegurado que está puramente en
modo amigo. Aun así, me pone un poco nervioso porque Rora lo mira con
estrellas en los ojos, romántica y pegajosa. Aunque Bennett y yo le
advirtiéramos, Aurora podría resultar herida por el coqueto delantero.
―¿Quieres jugar? ―pregunto, besando a Sadie de nuevo, pero ella
niega con la cabeza.
―En realidad, solo quiero estar cerca de ti. ―Sus manos se deslizan
sobre mis hombros y agarran los músculos ahí, provocando un gemido
silencioso mientras los presiona―. ¿Podemos ir a tu habitación?
―¿Ya? ―bromeo, retrocediendo y moviendo su nariz―. No soy ese
tipo de hombre, Gray.
Ella se ríe, ronca y sexy, y mis jeans se sienten ajustados.
―Un baño, entonces ―bromea.
Agarro su barbilla con un gruñido y me inclino para besarla
suavemente.
―Todo lo que mi novia quiere, lo consigue.
Y luego, la avergüenzo lanzándola sobre mi hombro mientras ella chilla
en señal de protesta, pero es alegre y lleno de risas.
―Lo siento, chicos, dejaré de jugar al beer pong. Tengo que ir a cuidar
de mi muy necesitada novia ―anuncio, radiante de orgullo.
Los vítores y las risas se alzan a nuestro alrededor mientras ofrezco un
rápido saludo a mi equipo y tomo mi pequeño premio ligero, con sus
suaves puños contra mi espalda, a través de la puerta trasera y hasta mi
habitación.
La siento y me giro para cerrar la puerta, pero ya se está quitando la
chaqueta cuando me volteo hacia ella. Antes de que pueda moverme, me
empuja contra la puerta y cae de rodillas.
―Oh, mierda ―digo, soltando la manija de la puerta y levantando
suavemente su cabello de su cara y cuello―. Sadie.
―¿Sí, Capitán? ―dice, con las manos ansiosas y rápidas mientras me
desabrocha el cinturón y me baja los pantalones cortos y los bóxers de
golpe. Ni siquiera puedo intentar decir otra palabra antes de que sus
labios rojo cereza oscuro y recién mordidos presionen la coronilla de mi
polla. Entonces abre la boca y me lame ligeramente con la lengua antes de
tomar su pequeña mano y envolverla alrededor, golpeándome con la
lengua.
Voy a correrme y mi chica apenas ha hecho nada.
Mis manos se aferran a su cabello, masajeando la base de su cuello y
bajando hasta sus hombros mientras se toma su tiempo explorándome
con su boca.
Ella es perfecta y quiero que sepa cuán profundos son mis sentimientos.
Le pondría un anillo en el dedo si eso no la aterrorizara. Sé que no huirá
de mí ahora, pero estoy preparado para la fuerza que necesitará en el
futuro.
―Eres tan hermosa ―repito, presionando mi dedo en su mejilla con
ternura―. Tan jodidamente perfecta. Dios, verte así…
Ella gime y las reverberaciones viajan por mi polla como un escalofrío.
Apenas agarro el control que se me escapa, mientras sus manos descansan
sobre sus rodillas y me mira, con mi polla a medio salir de su boca.
Me está dando el control. En nuestro tira y afloja, ella me está dejando
tener este momento.
―Esa es mi chica ―susurro, empujándome, lenta y suavemente en su
boca. Se retuerce ante los elogios como si quisiera tocarse, pero no lo hace.
A menos que…
―¿Estás mojada por mí, bebé? ―le pregunto, y ella gime, meciéndose
ligeramente y tomándome más profundamente―. ¿Me necesitas?
―Te deseo ―jadea, apartándose y luego succionándome de nuevo con
un ruido embriagador.
―Tócate, Gray. Toma lo que necesites.
Su mano se sumerge en la banda de sus jeans, empujándola hacia abajo
y odio no poder ver lo que está haciendo de cerca, pero sus movimientos
me dan suficiente para imaginar, y cuando se trata de Sadie Gray, tengo
una imaginación increíble.
Se balancea hacia adelante y hacia atrás, usando su mano para frotarse.
Sadie gime de nuevo, sus ojos se cierran con alivio antes de parpadear
hacia mí, con un deleite perverso estirando su boca como si estuviera
sonriendo alrededor de mi polla.
Apenas tengo tiempo para advertirle, tratando de retroceder, pero ella
se levanta más sobre sus rodillas y me agarra el trasero, empujándome
hacia su garganta. Las estrellas se disparan detrás de mis ojos, perdido
entre la necesidad de echar la cabeza hacia atrás, pero desesperado por
mantener mi mirada en ella mientras me corro.
Esperar incluso un segundo parece demasiado largo, así que cuando la
alcanzo y casi me caigo con los pantalones, ambos nos echamos a reír. Me
las arreglo para quitarme los zapatos, junto con todo menos mi camisa, y
luego agarro sus caderas, jalando sus jeans para bajarlos por sus muslos,
e intento no distraerme demasiado con la extensión de su piel bajo mis
manos. Es cuando se quita la camiseta, dejando al descubierto que no lleva
sujetador, cuando no puedo evitar tomarla en brazos y arrojar su pequeño
y musculoso cuerpo sobre la cama.
La presiono hacia atrás y trato de comérmela, pero ella me ruega y jala
mis brazos hasta que me retiro.
―Se suponía que esto iba a ser un regalo.
Me río.
―Siempre eres un regalo, bebé.
―Una recompensa ―gime―. Por ganar, aunque estoy pensando que
'por estar vivo' podría ser un mejor incentivo para ti, Capitán. ―Su pie se
conecta con mi pecho y envuelvo una mano alrededor de su tobillo,
levantando una ceja.
―No seas mocosa. ―Me río entre dientes―. Solo dime lo que quieres,
te daré cualquier cosa.
Sacude la cabeza y suspira en el colchón, arrullándose de lado a lado.
―Eres demasiado bueno conmigo. Basta, estaba tratando de ser sexy
y… y tenía todo este plan, y tu estúpido trasero lo está arruinando.
La forma en que se queja se parece demasiado a su voz de gatita sexual
y estoy duro como una roca otra vez.
―¿Quieres empezar de nuevo?
Ella resopla y se cruza de brazos, haciendo pucheros como una
adolescente gruñona, pero finalmente asiente.
―Está bien. ¿Qué quieres que haga, Gray?
Su cuerpo se levanta del colchón, con el cabello cayendo en cascada a
su alrededor en pequeñas ondas que muestran que estaba trenzado antes.
Sus manos presionan mi pecho y me empujan hacia atrás, y accedo
fácilmente, estirándome debajo de ella mientras se sienta a horcajadas
sobre mis caderas. Solo hay un trozo de tela de seda que evita que su calor
presione directamente mi polla muy dura.
Sus ojos son oscuros bajo la sombra ahumada, y más oscuros a medida
que me mira, completamente a su merced.
―Muy bien, pez gordo. ―Sonríe y mis caderas pulsan hacia arriba―.
Tranquilo. ―Se ríe.
Pero Sadie se pone un poco seria mientras invierte nuestra postura
habitual y agarra mi barbilla con su pequeña mano.
―Quiero hacerte sentir bien, porque tú siempre me haces sentir bien, y
no vas a controlarlo, ¿okey? Simplemente vas a recostarte. ―Se inclina
hacia adelante, presionando su pecho desnudo contra el mío―. Relájate
―continúa, mordiendo y lamiendo mi oreja―. Y déjame cuidar de ti.
Me estremezco violentamente cuando me lame el cuello, mordiéndome
la clavícula hasta que siseo.
Cuando retrocede, sus manos aprietan los músculos de mis hombros lo
mejor que pueden; son demasiado pequeñas -aunque fuertes-, para hacer
mucho. Pero es una sensación celestial.
Todo lo que hace se siente celestial, porque es ella.
Empuja su tanga de satén hacia un lado, antes de deslizarse sobre mi
polla, cálida y mojada e infinitamente lista para mí.
―Dios, Rhys ―gime, y la penetro de nuevo ante el ruido―. Eres tan
jodidamente perfecto.
Sus elogios se sienten como estar bajo el sol, calentándome por todas
partes.
Me cabalga lentamente, apretándome como un tornillo de banco entre
sus piernas mientras los elogios brotan de sus labios como agua. No
importa lo pequeña que parezca ahora, sentada encima de mí de esta
manera, podría matarme si quisiera y yo le daría las gracias mientras me
desangro debajo de ella.
Se corre, y es como cada vez que la he visto antes, como si estuviera un
poco sorprendida, como si tomara totalmente desprevenida a la chica
cuidadosa y controlada, y luego, sus labios se abren en una pequeña
sonrisa somnolienta y me mira.
Estoy abrumado por ese sentimiento otra vez: el deseo de mantenerla
aquí, protegida, segura y mía. Hasta que me muerdo la lengua,
desesperado por volver a meter el te amo, te amo, te amo en mi garganta.
No estoy seguro de cuánto tiempo más podré contenerlo, pero estoy
desesperado por quedármela, y esto, ella derritiéndose en mis brazos y
besándome los hombros, acribillándome con movimientos suaves que
copio hasta que estamos recostados con nuestras cabezas en la cabecera,
susurrando secretos silenciosos en la brillante oscuridad, esto es más que
suficiente.
38
Ganamos. De nuevo.
Jodidamente por fin.
El equipo está en la cima, “Gym Class Heroes” suena de alguna manera
más fuerte mientras camino por el túnel hacia el vestidor. Sonrío
alegremente mientras mi equipo me golpea la espalda, Freddy y
Dougherty saltan y cantan con algunos de los estudiantes de primer año
más extrovertidos.
Cada uno de ellos se lo merece; sin mencionar que finalmente eleva
nuestros puntos lo suficiente como para no preocuparme tanto antes del
partido con Cornell el próximo fin de semana. Harvard todavía aparece
en el horizonte, uno de nuestros principales competidores este año, pero
esta noche, una victoria es una victoria.
―¡Una jodida portería en cero de Reiner! ―grita Freddy, silbando a
todo volumen mientras toma el nudo sagrado de cuerdas, hecho con
hebras cortadas de redes ganadoras del torneo, y se lo entrega a Bennett,
declarándolo nuestro jugador del juego. Todos aplauden cuando Bennett,
todavía con sus gruesos protectores para las piernas, pero con una
camiseta de compresión de manga larga en la parte superior, se levanta y
lo acepta asintiendo.
Sé que no debo esperar ningún tipo de discurso, y él no ofrece nada más
que:
―No podría haberlo hecho sin mis defensores y todo este equipo.
Vamos, Wolves. ―Levanta la larga cuerda de nuevo, antes de sentarse
contra su cubículo.
El entrenador Harris sonríe porque conoce a su portero estrella de la
misma manera que yo y aprecia sus peculiaridades y rituales. Ha
generado confianza con Bennett, con todos nosotros, pero sé
personalmente cuánto ha trabajado con Bennett.
Nos saluda a todos con la cabeza una vez y se va con un rápido:
―Disfruten la velada, chicos. No sean estúpidos ―dice por encima de
su hombro.
Pero es a Toren Kane, sentado malhumorado en un rincón con los
brazos cruzados sobre el pecho y el sudor goteando de su cabello negro
mojado, a quien le da una palmada en el hombro mientras avanza.
Algo se aprieta en mi pecho al verlo.
Freddy ya está anunciando la fiesta en los Dormitorios de hockey que
será multitudinaria, como siempre lo son nuestras fiestas de Halloween,
y si nos guiamos por las grandes bolsas de pintura para la cara que hay
en la encimera de la cocina, obligará a todos los alumnos no preparados a
disfrazarse.
Nosotros, como equipo, solemos hacer todo lo posible.
Pero, considerando que mi novia se fue justo antes del segundo período
con un mensaje de texto, tengo otros planes en mente.
Mi novia. Dos semanas después y todavía sabe igual de jodidamente
dulce.
La noche anterior, conseguí que aceptara asistir a una de las galas de
mis papás con mi cara enterrada entre sus muslos.
Me ducho rápidamente y me pongo unos pantalones deportivos grises
y una camiseta naranja neón que dice Solo estoy aquí por los Boos con un
fantasma con ojos de corazón, un regalo de Freddy en su primer año
cuando dije que estaba demasiado ocupado para disfrazarme antes de
irnos al centro. Definitivamente es parte de la forma en que se abrió
camino en mi corazón como uno de mis mejores amigos. Desde entonces,
las camisetas cursis para cada día festivo importante se han convertido en
una especie de extraña tradición entre nosotros dos.
Me voy antes de que Freddy pueda intentar detenerme y solo le digo a
Bennett a dónde voy. Ahora conozco el camino como la palma de mi
mano, ya que paso mi mínimo tiempo libre con ella, y estar con Sadie a
menudo significa llevar a sus hermanos de un lado a otro, prepararles la
cena o recogerlos de las prácticas.
Aún así, todavía no me he encontrado con su papá. Lo cual, estoy
seguro, es algo intencional por parte de ella.
Si estoy involucrado en los planes, nunca terminaremos en su casa para
pasar la noche. Ella lo evita, incluso si eso significa que termino la noche
ayudándola a acostar a los niños somnolientos en un colchón de aire en el
piso de su dormitorio. A veces puedo convencerlos de dormir en la Casa
de hockey, donde Liam y Oliver reciben una atención infinita de los
jugadores que están en nuestra casa, jugando con ellos hasta que Sadie
pone su voz severa y los obliga a acostarse en sus respectivas camas.
Camas que compré impulsivamente un día y las puse en la habitación
no usada al final del pasillo.
Sé que está en casa esta noche, porque solo hay un puñado de razones
por las que cancelaría conmigo. Aurora asistió al juego, nuestra nueva
seguidora leal, pero me sacudió rápidamente la cabeza para decirme que
Sadie no aparecería.
La calle en la que vive está a oscuras, no hay ninguna decoración real y
todas las luces del porche están apagadas excepto la de ellos. Toco un
patrón antes de dar un paso atrás para que pueda verme por la mirilla
antes de responder.
―Mierda ―murmuro, sonriendo ampliamente mientras observo que
aparece en la puerta principal.
Está vestida con un mono marrón peludo, completo con una capucha
flexible, un gran cuenco de plástico con forma de calabaza lleno de dulces
que se recarga sobre su cintura y un pequeño Darth Vader colgando de
su pierna.
―¿Qué estás haciendo aquí? ―pregunta, pero no hay nada más que
alegría en su rostro, ligeramente escondida debajo de mi pequeña
expresión favorita con el ceño fruncido.
―¿Quién se supone que eres? ―pregunto, ignorando su pregunta por
completo. Porque es ridículo: ¿dónde más estaría sino con ella?
Sadie sonríe, pero es Liam quien grita: “¡Un wookiee!” mientras salta
hacia mí.
Lo agarro, sigo a Sadie al interior de la casa, luego cierro la puerta con
llave detrás de mí. Esto es lo más lejos que he estado en su casa, que es
pequeña y fría. Se siente como si no hubiera calefacción, y tal vez no la
haya.
Hay un conjunto de escaleras que lucen un poco desgastadas.
Directamente a la derecha hay una pequeña cocina con azulejos azules y
galletas en una bandeja sobre la estufa, lo que explica el olor a azúcar. A
mi izquierda, veo a Oliver sentado en un sofá floral manchado, una
lámpara en la mesa auxiliar y el televisor parpadeante como las únicas
luces encendidas.
―Hola, amigo.
―Koteskiy. ―Él asiente, antes de volver a centrar su atención en la
pantalla.
Mis cejas se disparan hasta la línea del cabello. Sadie se tapa la boca
para evitar estallar en carcajadas y se dirige hacia la cocina. La sigo con
Liam todavía en mi cadera mientras me cuenta sobre el truco o trato en el
“barrio de gente rica” y que Sadie no le permitirá comer más dulces esta
noche.
Tomo una galleta de la bandeja, pero Liam me golpea la mano y grita:
―¡Tenemos que cantar primero!
―¿Cantar qué?
―¡Feliz cumpleaños!
―¿Es tu cumpleaños, amigo? ―Mis ojos bailan mientras miro entre él
y una sonrojada Sadie.
Él se ríe, alegre y ruidosamente, como si le hubiera contado un chiste
ridículo.
―No, es de Sissy. Ella tiene... mmm... ―Se inclina hacia su hermana y
susurra en voz alta―: ¿Cuántos años tienes?
―Veintidós.
―Veintidós ―me grita inmediatamente.
Mi corazón cae, y mis cejas se fruncen mientras la miro de nuevo.
―Yo... no tenía idea.
Sadie niega con la cabeza y se cruza de brazos.
―Obviamente, porque no te lo dije, pez gordo. ―Se mete una galleta
de azúcar en la boca antes de que Liam pueda detenerla, sonriéndole
maliciosamente mientras mastica.
Puede que sea ridículo, pero me duele un poco que no me lo haya dicho.
Liam se baja de mis brazos y exige que vaya por su hermano para que
puedan cantar y Sadie pueda pedir su deseo de cumpleaños. Tomo una
galleta, con una pequeña calabaza naranja impresa, y vuelvo a la sala de
estar.
Me inclino sobre el respaldo del sofá y veo Halloween 3 en la televisión
con esa misma estúpida canción que plagaba mis pesadillas cuando era
niño.
―¿Cómo estuvo tu juego? ―le pregunto a Oliver, recordando que tuvo
uno esta tarde.
Él no me mira.
―Ganamos.
―¿Anotaste algo? ―Sonrío, empujando su hombro. Se pone de pie,
rodea el respaldo del sofá y se detiene frente a mí, más cerca que nunca.
Demonios, más cerca de lo que lo he visto llegar a nadie además de Sadie.
Se rasca la nuca antes de bajar la voz para susurrar.
―Mi terapeuta dijo que Sadie tiene un trauma con su cumpleaños
porque cuando tenía mi edad algo le pasó a nuestra mamá. ―Se encoge
de hombros―. Siempre pensé que era porque papá se emborracha
muchísimo durante las vacaciones. En Navidad, está triste. En Halloween,
suele estar enojado, pero no lo sé.
Lo miro durante mucho tiempo, con el estómago revuelto, agriando el
sabor sobrante de la galleta que aún tengo en la lengua.
―Pero probablemente por eso no te lo dijo, y… no quiero que te enojes
con ella.
Intento tragar el nudo que se forma en mi garganta.
―No estoy enojado con Sadie ―le digo en voz baja. Hay una vacilación
en su postura, en cada línea de su rostro, como si quisiera decir más pero
no supiera cómo. Entonces, hago una suposición―. No voy a dejarla,
Oliver. Nunca, ¿okey? Puede que algún día me pida que me vaya, pero
nunca la dejaré. Ni a ella, ni a tu hermano, ni a ti. Dime que entiendes eso.
Sus mejillas se sonrojan mientras baja los ojos al suelo.
―Entiendo.
―Bien ―le digo, y por un momento tengo ganas de llorar. Quiero
envolver a este niño en mis brazos porque sus hombros parecen tensos
por el peso que lleva, pero sé que es un poco como Bennett, a él realmente
no le gusta que lo toquen.
Así que le doy una palmadita en el hombro y nos inclino hacia la cocina,
siguiéndolo.
Cantamos Feliz Cumpleaños a todo pulmón y aplaudimos mientras Liam
agrega su propia pequeña versión al final que parece completamente
inventada a medida que avanza, agregando muchos ruidos tontos con su
boca hasta que se ríe de su propio chiste con tanta fuerza que no puedo
seguir así.
Beso a Sadie en la sien cuando va por otra galleta y se acurruca con mi
tacto por un momento.
Estoy enamorado de ella.
39
Estamos acostados en su cama, respirándonos el uno al otro y puedo
decir que está tratando de leerme.
Yo estoy haciendo lo mismo con ella.
Después de acostar a Liam en la cama, lo que requirió como mínimo
tres cuentos antes de dormir, y hacer que Oliver jurara que se iría a su
habitación después de una hora más de películas de terror, Sadie me llevó
a su habitación.
Era difícil (viendo las bonitas sábanas azules y los pequeños trofeos y
medallas de patinaje artístico, fotos de competencias y de versiones bebés
de Liam y Oliver) fingir que no me la imaginé en esta habitación cada vez
que la llamaba estando de viaje. Que mis fantasías soñadas cuando estaba
en la ducha del hotel o en la cama durante un partido fuera de casa no
eran de mí complaciéndola durante horas, de follarla lentamente por
detrás mientras sus ojos grises de gato me miraban por encima de su
hombro delicado y pecoso.
Pero eso no es lo que quiero ahora.
Paso mi mano por su cabello, con su cabeza sobre mi pecho mientras
mi otro brazo la rodea, haciendo círculos sobre su espalda debajo de su
camiseta raída de gran tamaño.
―¿Por qué no me dijiste sobre tu cumpleaños?
Ella se encoge levemente de hombros.
―Nunca surgió.
Mentirosa. Beso su frente de nuevo.
―Oliver cree que tiene que ver con tu mamá.
Silencio.
―Nunca hablas de ella.
No puedo decir que no lo esperaba, pero saber que viene no me duele
menos cuando ella aleja su cuerpo de mí y se sienta.
―No hay nada de qué hablar ―espeta, mientras el veneno susurrado
hace eco en la oscuridad de la habitación de su infancia.
―Sadie…
―Olvídalo, Rhys.
Si espera que retroceda y la deje trabajar lo que sea que esté sintiendo
en mi cuerpo -como estoy seguro que han hecho muchos chicos antes que
yo-, está a punto de probar algo nuevo.
Me siento y me recuesto para relajarme contra la cabecera.
―No lo haré. ¿Qué pasó en Halloween? ―Cuando ella no habla,
continúo―. No estoy aquí solo para la Sadie feliz en mi cama. Estoy aquí
para mi frustrada y enojada Gray. Para mi asustada kotyonok.
―Esa maldita palabra otra vez ―resopla entre dientes. Sigue
preguntándome qué significa, así que sé que aún no lo ha buscado. Si
realmente supiera lo que significa, probablemente me abofetearía―. No
te tengo miedo, Rhys.
Me pregunto si sabe que se ha colocado en posición fetal, con los brazos
envueltos protectoramente alrededor de sí misma.
―¿Qué pasó en tu cumpleaños? ―le pregunto de nuevo. Mi voz sigue
siendo igual de gentil y suave.
Me mira como a un extraño en su cama y, aunque esa mirada arde, la
soporto.
―Mi mamá se fue cuando yo probablemente tenía la edad de Liam, y
luego regresó, se quedó embarazada de Oliver y durante unos años… fue
increíble, y luego, empezó a desaparecer.
―¿Qué quieres decir?
Se encoge de hombros.
―Empezó a tener episodios maníacos. Ella decidía por la mañana irse
de viaje; no importaba si yo tenía una competencia de patinaje, una
práctica o escuela, simplemente… se iba. Como si hubiera desaparecido,
a veces durante semanas, a veces durante uno o dos días. De vez en
cuando, nos llevaba a Oliver o a mí con ella.
»Y entonces, un día, papá llegó a casa y Oliver estaba solo en su cuna.
Entró en pánico, llamó a la escuela y descubrió que yo no había ido en tres
días.
Mi ceño se frunce y resisto el impulso de alcanzarla.
―¿Por qué le tomó tanto tiempo darse cuenta?
―Él jugaba hockey en aquel entonces. No se parece en nada a tu papá,
pero jugaba en una liga menor y viajaba para partidos fuera de casa.
―¿Y... Oliver? ―No quiero expresar la implicación.
Pero ella lo entiende.
―Estuvo solo sin comer en su cuna durante días. ―Unas cuantas
lágrimas escapan de sus ojos, aunque no se mueven para mirar un agujero
en las sábanas entre nosotros―. No sé cómo está vivo.
―Pero luego mi papá la obligó a ir a terapia, y a mí también, por un
tiempo. Y todo estuvo bien… ¿durante un mes? No lo recuerdo. Solo
recuerdo que un día me desperté y mi papá estaba llorando, sosteniendo
a Oliver en el sofá y me dijo que ella no volvería a casa.
Me estremezco, porque puedo sentir que esto no está mejorando, solo
empeora, y puedo apostar que este no es el peor de los recuerdos
atrapados en su hermosa mente, atormentándola.
Me pregunto si alguna vez ha dicho todo esto en voz alta. ¿Puede sentir
la forma en que tembló con algunas de las palabras con tanta fuerza que
la cama se sacude?
―Entonces, cuando tenía doce años, ¿creo? Ella vino a casa. Fue el
mejor día de todos, me recogió de la escuela en un convertible rojo
brillante y me llevó al centro comercial para probarnos disfraces de
Halloween. Ella quería que coincidiéramos y tuviéramos una fiesta solo
nosotras dos. Compramos pastel, globos, todo.
»Y cuando llegamos a casa, envió a la niñera a casa, le puso a Oliver su
disfraz y me dijo que subiera a disfrazarme, que iba a buscar algunas velas
para mi pastel.
Un sollozo surge en su garganta, pero la veo estrangularlo antes de que
levante sus ojos ardientes y ahumados hacia mí y termine:
―Me senté afuera en la acera con Oliver, de tres años, hasta que mis
vecinos llamaron a mi papá.
―Gray ―digo entrecortadamente, deseando desesperadamente poder
abrazarla. Demonios, levanto los brazos, como si fuera a intentarlo, pero
ella se estremece.
Creo que si me golpeara me dolería menos.
―Cuando mi mamá dejó a Oliver, supe que no volvería.
Lo dice con naturalidad, como si no hubiera alterado su mundo.
―No dejó a Ollie solo, Gray ―le susurro, gentil pero implorante de
todos modos―. También te dejó a ti.
Pero ella niega con la cabeza.
―Ella me dejó cuando yo era mucho más joven, regresó para tener a
Oliver y luego lo dejó.
Su mamá la había abandonado dos veces. Dos veces.
―¿Y tu papá?
―Empezó a beber más de lo que ya bebía. Se presentó borracho a uno
o dos juegos y, finalmente, lo despidieron, pero fue entonces cuando mi
entrenador empezó a ayudar, abriéndome un programa de becas para
seguir patinando. Oliver empezó a jugar hockey porque la pista de hielo
era mi refugio seguro, así que también se convirtió en el suyo.
No quiero preguntarlo, pero tengo que hacerlo.
―¿Y Liam?
―Mmm ―resopla y se muerde el labio―. Sí. No sé mucho, pero una
mañana bajé para ir a la escuela y había un bebé en el suelo, junto a mi
papá inconsciente.
Yo trago.
―¿Cuántos años tenías?
―Dieciséis. Fue… aterrador por un tiempo, pero comencé a trabajar en
ese entonces y mi mamá comenzó a pagar la manutención infantil
ordenada por la corte. Entonces, mi papá al menos estaba lo
suficientemente sobrio como para hacer algo. ―Se ríe de esto, pero no hay
humor en ello.
Me la imagino como una chica de dieciséis años, menos enojada y
preocupada por los niños, haciendo presupuestos, limpiando a su papá
incluso cuando él no lo merecía para proteger a sus hermanos, para
mantenerlos cerca porque no había ningún adulto en su vida en quien
pudiera confiar.
Y nadie se ocupaba de ella.
Como había sido durante años. Esta era su normalidad.
Mi pecho se aprieta de nuevo.
Ya no.
―¿Puedo abrazarte? ―le pregunto, antes de que pueda detenerme―.
Por favor.
Espero el rechazo, el muro de frustración y estoy preparado para luchar
por ella, siempre lo haré.
Pero simplemente asiente, exhausta mientras se desliza hacia mí y se
acomoda de nuevo a mi lado.
No es hasta que está profundamente dormida, agotada pero tan
hermosa, que susurro:
―Nunca te dejaré. Feliz cumpleaños, Sadie.
Juro que sonríe mientras duerme, pero estoy al borde del engaño
cuando se trata de esta chica.
―Te amo ―le digo, presionando las palabras en la piel de su frente,
esperando que de alguna manera ella las escuche, que de alguna manera
ella lo sepa.

Me despierto sobresaltado.
El reloj de su mesita de noche parpadea a las 3:47 am en números rojos
brillantes. Mi ceño se frunce mientras me froto los ojos por un momento,
tratando de descubrir qué me despertó. ¿Tuve otra pesadilla? No he
tenido una en meses, pero durmiendo en algún lugar extraño
absolutamente podría…
Algo golpea de nuevo, fuerte, haciendo que Sadie se mueva y se
acurruque más contra mí.
Apenas abre los ojos cuando la presiono contra el colchón.
―Quédate dormida, bebé. Solo voy a ver cómo están los niños.
Su cuerpo rueda dócilmente hacia el otro lado y me vuelvo a poner los
pantalones deportivos antes de salir.
Hace un frío helado en esta casa, lo que Sadie explicó que, de hecho, se
debía a que su casa era bastante antigua y a la astronómica factura del gas
del año pasado; habían planeado evitar poner la calefacción hasta que
fuera absolutamente necesario.
Un problema que ya había planeado resolver lo antes posible.
Liam está profundamente dormido y no se mueve ni un centímetro
cuando cierro la puerta, pero Oliver está despierto, de pie en lo alto de las
escaleras, escuchando.
―Hola, amigo ―le susurro, preocupado por la expresión de enojo en
su rostro―. ¿Qué pasa? ¿No puedes dormir?
Su ceño se frunce.
―¿No escuchaste eso?
―Sí. ¿Te despertó?
Él resopla.
―Papá siempre nos despierta, aunque Liam dormirá ante cualquier
cosa. ―Me mira de arriba abajo de nuevo―. Aunque me sorprende que
Sadie esté dormida.
―Traté de evitar que se despertara. ―Excepto que ahora me siento
ridículo. Nunca he tenido que lidiar con un alcohólico, excepto en el
contexto de amigos borrachos de la universidad o de la preparatoria. No
un adulto―. ¿Él… es violento?
―No usualmente, pero Halloween lo enoja. ―Oliver se encoge de
hombros y se cruza de brazos―. Por lo general, simplemente rompe
algunas cosas y luego se queda inconsciente en el sofá, pero…
―¿Qué?
Oliver tiene esa misma mirada otra vez, como si no estuviera seguro de
si lo que está diciendo está permitido o es correcto, como si alguien se
fuera a enojar con él. Un poco como confusión mezclada con ira.
―Puedes decirme cualquier cosa, ¿recuerdas? ―Intento recordarle mis
palabras de antes. No te dejaré.
―Es el bolso de Sadie, sé que todavía está abajo. Por lo general,
recuerda ocultarlo, pero ella...
―La distraje.
Él asiente.
Mierda.
―¿Él le roba?
―Todo el tiempo. Y... sé que ella ahorró lo suficiente para su torneo en
diciembre. Tengo miedo de que él…
Levanto la mano para detener el ligero pánico que puedo oír grabado
en su voz.
―Iré por él, ¿okey?
― ¿Y si pelea contigo?
Sonrío, todo un encanto desarmante.
―Vamos, Ollie, mírame.
―Simplemente no quiero que esta sea la razón por la que te vayas.
Otro puñetazo en el estómago, otra razón por la que planeo no volver
a perder de vista a estos niños nunca más. Me casaría con Sadie mañana
si eso significara sacarlos de esta maldita casa.
¿A quién estoy engañando? Me casaría con Sadie mañana. Punto. Sin
condiciones.
―Déjame ocuparme de eso, ¿okey?
30
Me despierto escuchando gritos.
Mi cuerpo se sacude como si me hubieran electrocutado. Uno de mis
mayores temores al estar en esta casa es que Oliver crezca y su ira lo lleve
a la confrontación, de despertarme con gritos y una pelea entre un
borracho y un niño.
Tengo que sacarlos de aquí.
Estoy bajando las escaleras volando de dos en dos, y veo a Oliver en la
base, viendo hacia la cocina. Intenta detenerme, pero lo empujo y veo a
mi papá con una botella de cerveza rota extendida como un arma sobre
su cabeza, y Rhys, con las palmas hacia arriba y los brazos estirados,
tratando de calmarlo.
La mirada de mi papá se dirige a mí y abandona su postura.
―Sade ―grita, disolviéndose en lágrimas casi de inmediato.
No quiero que Rhys vea esta parte donde mi papá se disculpa, llora y
me ruega que lo ayude. No quiero que sepa que a veces me dice que me
odia porque me parezco a ella. No quiero que Rhys vea la forma en que
cuando me acerco lo suficiente para ayudarlo, me acaricia la cabeza
suavemente o me empuja la cara con tanta fuerza, como en una ocasión
que casi me rompió la mandíbula con el gabinete.
Odio esto.
―Tienes que irte ―espeto, poniéndome delante de él.
La voz de Rhys se vuelve casi desesperada.
―Sadie, detente.
―Puedo manejarlo. Siempre lo hago y sin tu ayuda. Ahora, vete.
Oliver parece angustiado solo por un momento antes de irse furioso
cuando llego a mi papá para quitarle la botella de la mano. Él la retira y
la arroja contra la pared, gritando algo acerca de que todo esto es culpa
mía, antes de volver a llorar.
Hay vidrios por todas partes y Rhys está quieto. No. Se. Fue.
―Sadie, ten cuidado ―le ruega.
―Vete, por favor, Rhys. ¡No necesito tu ayuda!
―Por favor, bebé. Hay vidrios por todas partes. Solo... solo déjame
ayudarte.
Me giro hacia él.
―¡Detente! No necesito que me arregles, Rhys. No necesito ser
arreglada. Tengo todo bajo control, Oliver va a sus prácticas y yo me
aseguro de que tenga patines y equipo nuevos cuando los necesite. ¡Yo
hago eso! Liam aprendió a leer porque yo le enseñé... antes de que él
llegara a la puta escuela, porque yo tenía diecinueve años y, sinceramente,
no tenía ni idea de lo que se suponía que él debía saber. No necesitaba tu
ayuda entonces y no la necesito ahora.
Espero a que se vaya, que me diga que sabía que yo era así, inútil,
terrible. Una perra, demasiado enojada y poco digna de ser amada.
Pero él se queda ahí, tranquilo y solemne.
Mi respiración se entrecorta y estoy bastante segura de que estoy
llorando, lo cual ya es bastante vergonzoso, pero mantengo mi cara
furiosa y mis brazos cruzados. Quiero que se vaya, necesito que...
Agarra el pequeño plumero y el recipiente que cuelgan de la pared y
comienza a barrer el vidrio, de rodillas frente a mí.
―Rhys ―casi lo grito esta vez, mi furia solo aumenta.
Sacude la cabeza, antes de finalmente mirarme, todo ojos color
chocolate oscuro y una expresión severa que rara vez veo en él.
―No, no voy a ir a ningún lado, ni ahora ni nunca. Hablaremos de todo
una vez que esto haya terminado. Ahora… ―Se estremece y gira sus
enormes y musculosos hombros―. Voy a limpiar este vidrio porque si te
cortas el puto pie aquí, aunque sea una maldita muesca, no creo que
pueda evitar patearle la cara, ¿okey?
Cada palabra es tranquila, casi serena, pero puedo ver su propia ira y
furia debajo de la superficie. Como si lo estuviera conteniendo porque sabe
que yo no puedo manejarlo.
―Okey ―digo, sorprendiéndome a mí mismo.
Mi papá ya casi se ha quedado dormido, apoyado contra la pared detrás
de mí, su llanto ahora es silencioso excepto por los ronquidos. Agarro su
cuerpo cada vez más delgado y lo acompaño a la sala de estar, consciente
del vidrio, antes de tirarlo sobre el sillón reclinable y esperar que se quede
desmayado.
―Rhys…
Levanta una mano hacia mí y mira por encima del hombro.
―Sube las escaleras, Sadie. Espérame ahí. Necesito un minuto.

Siento que mi piel va a empezar a derretirse y estoy bastante segura de


que estoy al borde de un brote psicótico, cuando Rhys finalmente sube las
escaleras.
Cierra la puerta detrás de él, girándose completamente hacia ella y
apoyando su frente. Le toma varias respiraciones largas antes de darse la
vuelta y caminar por el espacio de mi habitación, evitando mis ojos.
Coloca algo sobre el escritorio: mi bolso, me doy cuenta, y se me encoge
el estómago.
―¿Te vas?
Eso lo hace mirar hacia arriba y luego apartar la vista. Siento que esa
respiración de pánico aumenta, como si me estuviera ahogando y
pataleando hacia la superficie. Quiero agarrar su muñeca y rogarle, así
que cruzo los brazos para contenerme.
―No sé qué tendré que hacer para demostrarles a ti y a Oliver que no
me iré, y honestamente, no me importa lo que sea, lo haré.
―Espera… ―Me detengo, aturdida y sin palabras―. Entonces…
entonces ¿por qué no me miras?
Asco, odio hacia uno mismo. Si lo alimentas lo suficiente, crecerá como
una enredadera inamovible. A la mía le crecieron espinas y me envolvió
cuando era niña, y nadie se ha molestado en intentar entrar. Hasta ahora.
―Porque, Sadie ―dice, con una voz más áspera de la que jamás le había
oído usar, especialmente conmigo―. Si te miro, veré ese miedo que vi
claramente cuando entraste a la cocina. No puedo sacar la cara de Oliver
de mi cerebro, y ahora la tuya, y si veo eso, no creo que pueda evitar
enfrentarlo.
No digo nada. Apenas respiro, como si cualquier ruido pudiera
arruinar este momento.
Lo arruinas todo. Míralo: el chico dorado que nunca se enoja y que de repente
se enfurece. Tomas todo lo bueno y lo arruinas. El siguiente es Oliver, que ya está
muy enojado. Liam no se quedará atrás.
Cierro mis ojos.
―Mírame ―ordena, y lo hago, al instante. Está caminando a los pies de
mi cama, brillando bajo la luz tenue de mi lámpara de noche. Parece más
grande que la vida, siempre lo ha sido, como imagino que podrían haber
sido los hijos de los dioses antiguos de alguna manera que los diferenciaba
de los simples mortales.
―Pensé que eras como yo ―susurro, las palabras fluyen―. Pero no lo
eres. Eres... Rhys, eres increíble. Eres todo para las personas que te rodean,
incluso para aquellos que no te conocen. ¿Ahí afuera? ¿En el campus o en
el hielo? Eres como una estrella fugaz. Jodidamente de oro, y puede que
te doliera cuando me conociste, pero... estás mejorando, y mi vida va a ser
así durante mucho tiempo.
»Como... estoy tratando de ganar la custodia de los niños, tratando de
graduarme antes este semestre para poder conseguir un trabajo y
demostrarles a un grupo de adultos que soy suficiente para cuidar de
estos niños, y yo... ―Mi voz se ahoga, porque me doy cuenta de que
podría haber estado a punto de decir algo loco―. Me importas lo
suficiente como para ver que estás en camino hacia esta vida enorme,
ruidosa y asombrosa.
La mano de Rhys se levanta para detenerme, y lo hago fácilmente. En
parte porque no quiero decir lo que estaba a punto de decir. Lo quiero
egoístamente, siempre, sin importarme que siempre estaré tirando de él
hacia abajo o reteniéndolo.
―Voy a decir algo ahora, Gray, y necesito que me escuches. Escúchame
de verdad, ¿okey?
Asiento con la cabeza.
―Te amo. ―Él respira y sonríe, y ambos hoyuelos brillan. Como si no
le hubiera contado el desastre de mi vida, primero con mi mamá, luego
con mi papá borracho tratando de atacarlo y ahora con mi discurso sobre
lo terrible que es para él tenerme en su vida.
Mi ira nunca ha funcionado con Rhys, tampoco mis esfuerzos por
alejarlo.
Así que escucho, mi corazón late tan rápido que estoy segura de que le
brotarán alas y se elevará desde mi pecho.
―Te amo. Amo todo de ti. Amo tu ira y tu sarcasmo. Amo tu forma de
patinar, como si estuvieras llena de fuego y me hace recordar cuando me
enamoré del hockey. Amo cómo cuidas a tus hermanos, cómo proteges y
amas a Aurora. Amo la forma en que pones esa expresión de frustración
y confusión en tu rostro, la misma que tienes ahora, con el pequeño
espacio entre tus cejas.
Me río con él ahora, pero mis ojos nunca abandonan su rostro incluso
cuando inclina la cabeza hacia atrás y sonríe de nuevo.
―Y nada, ninguna parte oscura de ti o de tu vida cambiará eso jamás.
Así que, como le dije a Oliver, si ya no me quieres, tendré que lidiar con
eso, pero nunca habrá un día en el que yo no te quiera.
Él camina hacia el lado de la cama ahora, elevándose hacia mí donde
me siento, con mis dedos retorciéndose alrededor de las mantas. Se inclina
y agarra mi barbilla suavemente.
―Dime que entiendes.
―Sí.
Él asiente.
―Bien.
Mi boca se abre por un momento, como si fuera a responderle, pero
luego la dejo ahí, boquiabierta como pez fuera del agua.
Aprovecha el momento para besar mi labio inferior, succionándolo
suavemente entre sus labios y dientes. Nuestras frentes se juntan mientras
él se sienta en la cama, cerrándome en la comodidad de su calidez.
―No necesitas decir nada ahora, ¿okey? Puedo amarte lo suficiente por
los dos.
―Por ahora ―espeto.
Él sonríe y ahora puedo ver el brillo en sus cálidos ojos. Él entiende que
las palabras que le he dado son una promesa.
―Por ahora, kotyonok.
―¿Alguna vez me dirás qué significa esa palabra?
―Tal vez algún día ―dice antes de empujarme de nuevo al colchón y
presionar Te amo en cada centímetro de mi piel mientras me hace el amor,
suave, dulce y lento.
Después, me pide mi pequeño altavoz Bluetooth y lo coloca en la cama
entre nosotros. La gran ventana sobre mi cama deja pasar la luz de la luna
sobre su piel desnuda como si lo estuviera bañando en el resplandor.
Mientras busca su teléfono, me inclino hacia adelante, lo beso y muerdo
su cuello nuevamente.
Hace dos clics y luego suena la música. Una canción que conozco bien,
pero no una de mis listas de reproducción.
La voz de Brandi Carlisle es suave, el punteo de las cuerdas de la
guitarra lento y suave, mientras Rhys Koteskiy pone “Heaven” a través
de los parlantes repentinamente suaves de mi habitación.
―Es mi canción para ti. ―La respuesta automática es detenerlo ahí,
convencerlo de que no debería tener una canción para mí, especialmente
no ésta.
Pero su rostro es tan tranquilo, cada músculo relajado, y realmente le
creo. Que él me ama.
Hay una inocencia juvenil en su rostro, como si no me hubiera follado
lentamente en el colchón con su mano sobre mi boca para mantenerme
callada, antes de preguntar:
―¿Tienes una para nosotros?
Solo un millón, quiero decir.
Porque Rhys Koteskiy nunca podría limitarse a una sola canción: es una
sinfonía, una lista de reproducción interminable que quiero repetir para
siempre.
―Pensaré en una ―digo, acurrucándome en su piel.
Creo que está grabado a fuego en mí, como una marca.
Nunca me recuperaré de él.
41
Me veo hermosa.
Rora encontró el vestido, aunque se negó a decirme dónde, pero me
queda como un guante. Seda negra hasta los tobillos con una única
abertura hasta la mitad del muslo, lo suficiente para ser sexy sin ser
indecente.
Mi mejor amiga trabajó como esclava en mi cabello mientras me
maquillaba, peinándolo todo hacia atrás en un moño, dejando que dos
mechones colgaran del frente y enmarcaran mi rostro. Todavía luzco mis
habituales labios color cereza oscuro y ojos ahumados, pero es más
majestuoso, menos competencia Sadie, más como la Gray de Rhys.
La de Rhys.
Nunca he pertenecido a nadie ni a ningún lugar.
Es una sensación cálida, mientras que yo pensaba que sería asfixiante.
Estamos en la Casa de hockey, Rora se ofreció a recoger a los niños
después del entrenamiento, algo en lo que estoy segura los papás de Rhys
participaron. Entonces, me siento un poco como en el baile de graduación
cuando bajo las escaleras hacia una habitación llena de chicos vestidos de
esmoquin.
Rhys, Freddy y Bennett, los dos últimos en solitario, lucen deliciosos.
Bennett se parece aún más a su papá ahora, su altura y ancho son igual
de desalentadores, pero ahora con un impecable esmoquin negro, sin
corbata. Sus rebeldes rizos castaños dorados están ligeramente alisados,
pero su rostro está bien afeitado, lo que de alguna manera lo hace más
intimidante.
Freddy lleva un traje azul, el cabello peinado hacia atrás y la camisa
abierta lo suficiente para dejar ver la cadena que suele llevar.
Tal vez sea parcial, pero Rhys parece la portada de una revista o alguna
celebridad en mitad de la alfombra roja. Ahora lleva el cabello más corto,
no tan desgreñado como antes, y le ha puesto algo para mantenerlo
domesticado. Su esmoquin es negro, sencillo, con una pajarita impecable
y perfecta en el centro del cuello.
Una pajarita que decidí arreglar de todos modos, aunque no sabía nada
al respecto. Simplemente estaba moviéndola de un lado a otro, porque
este momento se siente como un sueño y quiero que siga así.
Agarra mis muñecas de cualquier manera, deteniéndome para darme
un suave beso, sus ojos arden mientras se aleja y me bebe.
―Eres tan jodidamente perfecta, Gray. ―Él sonríe―. Y tengo mucha
suerte.
Casi lo repito, le digo las palabras que tengo en la punta de la lengua, y
que llevan ahí colgando cinco días, desde Halloween, pero estamos
rodeados de amigos, y si conozco a Rhys, en el momento en que esas
palabras salgan de mi boca, no saldremos de su habitación por un tiempo.
Entonces, en lugar de eso, beso su mano. Más suave en mi afecto, y veo
la forma en que hace que sus mejillas se sonrojen.
Podría ser un sólido capitán de hielo cuando esté en un par de patines,
el intrépido líder de los Waterfell Wolves, pero para mí, él siempre será
suave.
Sus papás planearon encontrarse con nosotros en la entrada, pero ya
estaban apiñados en la esquina cuando llegamos ahí. Es una recaudación
de fondos para la Fundación First Line, que recientemente me di cuenta
de que no era solo una oportunidad de voluntariado para Max Koteskiy;
es su caridad. Él la inició, la financia y todo, para que todos los niños
tengan la oportunidad de patinar.
Anna, la mamá de Rhys, luce deslumbrante con su vestido verde
intenso. He oído a los chicos joder interminablemente a Rhys acerca de lo
hermosa que es su mamá, y no se equivocan. Es hermosa, claramente en
forma y siempre tiene los ojos brillantes, pero es fácil estar cerca de ella;
hace sonreír a todos y creo que esa es la verdadera razón por la que todos
se sienten atraídos por ella.
Esta es solo la quinta o sexta vez que los veo, y sin el amortiguador de
los niños ocupando su atención, estoy nerviosa. Estoy aprendiendo a
confiar en ella. Lentamente. Igual con su papá.
Finalmente, después de algunas vueltas en la pista de baile marcada,
que me sorprendió gratamente con la habilidad de Rhys para el vals, nos
dirigimos hacia ellos.
Los fotógrafos aprovechan la oportunidad para tomar fotografías del
gran Maximillian Koteskiy con su prometedor hijo estrella del hockey,
Rhys Maximillian Koteskiy. No se molestan con Anna, hasta que su papá
hace un escándalo y comienza a gritar sobre sus logros arquitectónicos,
que, según él, importan mucho más que un jugador de la NHL fracasado.
Y entonces lo veo, la razón por la que Rhys me ama como lo hace. La
razón por la que se preocupa por los niños y quiere mantenernos cerca.
Porque ha visto esto toda su vida, ha estado rodeado de amor.
Amarme, amar a mis hermanos, es fácil para él.
Mi pecho se aprieta.
Y no puedo detenerlo, sigue apretándose hasta que estoy casi segura de
que moriré.
Entonces, cuando terminan de tomarles fotos, lo arrastro al pasillo
alfombrado del salón y lo bajo hacia las entradas del personal,
empujándolo a una sala vacía, vasta, oscura y llena de mesas y sillas en
desorden.
Se ríe incluso cuando lo inmovilizo débilmente contra la pared. Sus ojos
arden hacia mí, entrecerrados y todo chocolate caliente, entibiándome con
su mirada.
―Ni siquiera pudiste aguantar unas cuantas horas, ¿eh? ¿Me necesitas
tanto, kotyonok?
No usa la palabra a menudo, pero siempre me ilumina cuando habla
ruso.
―Te amo.
No es exactamente como lo planeé en mi cabeza, no hay un hermoso
discurso que coincida con el que él me dijo y que repito en mi cabeza casi
constantemente, así que continúa.
―Y lamento no haberlo hecho…
Me calla con un beso, agarrando mis caderas con sus manos que casi
abarcan toda mi cintura, levantándome para que pueda envolver mis
piernas a su alrededor. Hace que la seda se deslice hasta mis piernas y se
amontone en mi cintura, lo que parece ser su objetivo.
―No te disculpes, Gray. ―Besa mi cuello―. Nunca te disculpes,
conmigo. Te amo tanto. Te amo.
No deja de decirlo mientras me acuesta sobre una de las mesas
cubiertas de tela, el brillo de la luz de la luna ilumina mi piel. Su pajarita
desaparece junto con el saco de su traje, antes de que pegue su boca a mis
clavículas y deslice suavemente los finos tirantes de mi vestido por mis
brazos, hasta que mis pechos quedan desnudos para él.
Se me corta el aliento cuando su mano se dirige a mi centro, y sisea
cuando encuentra solo piel desnuda.
―¿Toda la noche? ―pregunta, presionando firmemente contra mi
clítoris, deslizando sus dedos más suavemente por mis labios antes de
volver a trazar un pequeño y cruel patrón.
―Para que no haya líneas de bragas. ―Apenas digo, seguido por un
gemido fuerte y desesperado cuando sus dedos entran en mí.
Intento calmarme y no correrme todavía, porque sé que Rhys está a
punto de arrodillarse y lamerme hasta que esté temblando, pero nada de
lo que hago funciona.
Ya estoy al borde del precipicio, solo mirándolo en las sombras oscuras
de la habitación. El chico dorado Rhys Koteskiy ha desaparecido, y en su
lugar está la oscuridad que sé que late en sus venas. Tal vez lo asustó
antes, pero esta versión desatada de él: lo amo tanto como a la estrella
brillante.
Me lanza esa mirada oscura y burlona, como si supiera exactamente lo
cerca que estoy.
―Dilo de nuevo ―exige.
―Te amo.
―Buena chica ―dice, arrodillándose y provocando mi abertura con su
lengua, sin molestarse en quitar los dos dedos que ha inmovilizado dentro
de mí. Apenas dos minutos con sus labios alrededor de mi clítoris,
chupando y lamiendo en rápida sucesión, y exploto como una bomba.
Aprieto sus dedos, incluso cuando sus labios me abandonan. Él aparece
sobre mí otra vez, besándome y el sabor de mí misma en sus labios, en su
boca, es tan erótico que vuelvo a palpitar.
Ahora usa sus manos para desabrocharse el cinturón y los pantalones,
liberándose mientras yo yazco como una masa de músculo sin fuerzas.
Creo que haría cualquier cosa que él quisiera en este momento.
―Dios ―grita, deslizándose lentamente dentro de mí, incluso cuando
mi coño aún palpitante se aprieta a su alrededor. No importa que apenas
haya bajado de mi orgasmo, puedo sentir que los latidos de mi corazón se
han instalado en mi centro, como si pidieran más.
―La primera vez que te vi así, pensé que eras demasiado pequeña para
mí.
Gimo, alto y fuerte mientras él avanza lentamente, de nuevo, todavía
conteniéndose.
―Pero me quedas como un maldito guante, bebé ―susurra, antes de
penetrarme hasta la empuñadura. Mi espalda se arquea y mis pechos se
agitan cuando él comienza a follarme duro e insistente.
Siempre me siento como la primera vez con él, y me pregunto si dentro
de unos años, cuando tengamos niños, un jardín y un perro, seguiré
sintiéndome así.
No se detiene, no hace pausas, continúa penetrándome y llevándome a
otro orgasmo, antes de pellizcarme el pezón con una mano y sostener mi
barbilla con la otra.
―Dame uno más, kotyonok. ― Su voz es ronca ahora, su sien brilla con
una ligera capa de sudor.
―Rhys, no puedo ―lloro.
―Puedes, dilo de nuevo y córrete por mí.
Vuelve a pasar sus dedos por mi clítoris, esperando hasta que las
palabras “Te amo” salgan de mis labios, antes de presionarme, como si
encendiera una cerilla, y me pierdo de nuevo.
Él me sigue, diciéndome que me ama, con un flujo constante de elogios
mientras tira el condón y me limpia, colocando mis correas sobre mis
hombros y ayudándome a levantarme, y nunca deja de besarme. Me
enderezo el vestido mientras él tira el mantel que usamos al bote de
basura de la esquina.
No puedo dejar de sonreírle, pero me giro para agarrar mi teléfono
mientras él se vuelve a arreglar.
Porque se está iluminando, con cinco llamadas perdidas de un número
desconocido, pero un código de área local.
Justo cuando voy a hacer clic, vuelve a entrar la llamada.
―¿Hola?
―¿Habla Sadie Brown?
Los ojos de Rhys parpadean hacia mí con leve preocupación y sé que
en el silencio de la habitación puede escuchar cada palabra.
―Sí, ¿quién habla?
―Soy Samantha, una enfermera en Greenwood General. ―El estómago
me da un vuelco ante la mención del hospital que está a una ciudad de
Waterfell―. Hemos estado tratando de comunicarnos contigo. Tu papá
llegó hace aproximadamente una hora después de un accidente por
conducir en estado de ebriedad.
Mis ojos arden, pero trato de mantener la calma hasta que termina.
―Pero, mmm, ¿tus hermanos, creo? ¿Liam y Oliver? Estaban en el auto
con él, y tú figuras después de tu papá como pariente más cercano.
―Oh, Dios ―lloro, corriendo descalza hacia la puerta y hacia el pasillo
brillante y ruidoso―. ¿Están bien? ¿Ellos…
No puedo respirar, apenas puedo escuchar lo que dice. Mi visión se
vuelve gris por un momento y tropiezo contra la pared.
Rhys está ahí, como siempre, su mano rodea la mía y suavemente me
quita el teléfono de las manos, tomando el control.
Y todavía no puedo respirar.

La habitación está fría, lo sé porque la mamá de Rhys está envolviendo


sus brazos con el saco de su marido mientras escuchamos al médico
hablar sobre mi papá, pero no puedo sentir nada, solo entumecimiento.
Y vergüenza.
La mamá y el papá de Rhys me trajeron, pero no vi a dónde fue Rhys.
Quizás me lo dijo, pero no lo recuerdo. Siento que lo estoy viendo todo
desde muy lejos.
Finalmente nos dejan entrar.
Mi papá está sujeto a la cama por cuatro puntos. Escuché a la enfermera
intentar advertir a los Koteskiy sobre eso antes de subir, pero es un poco
peor de lo que pensaba. Él todavía está agitándose, gritándole a la
enfermera que ignora todo y termina sus dosis y notas, antes de irse con
una sonrisa comprensiva.
No, no es comprensiva, es de lástima.
―Sadie ―dice con el pecho agitado. Sus ojos grises y enrojecidos son
una burla de los míos―. Dios, Sade, por favor sácame de aquí. Están
intentando llevarse a los niños. Vamos, cariño.
No puedo mirarlo, siento un poco que me estoy muriendo.
Cambia como un switch.
―No seas una maldita mocosa, Sadie. Te necesito.
Anna Koteskiy se para de repente frente a mí, con los brazos cruzados.
Ella es una mujer pequeña, pero aún es más alta que yo, y me cubre por
completo; intencionalmente.
―Cálmate si quieres hablar con ella ―exige, manteniendo su voz semi
tranquila pero firme―. Necesitas calmarte de cualquier manera.
―Ustedes son las personas que intentan llevarse a mis hijos.
Se está volviendo loco, pero no digo nada. Nadie intenta llevarse a
nadie. ¿No se da cuenta de que ya nos jodió bastante? ¿Que ninguna
familia como los Koteskiy nos querría?
―Aléjate de mis malditos hijos ―grita, tirando de las ataduras y
pateando la cama―. Sade y yo los cuidamos muy bien.
Un fuego se enciende en los ojos de Anna, su delgada forma parece
expandirse en la habitación mientras continúa parada frente a mí, con su
hermoso vestido rozando el duro piso del hospital.
―Tu hija está cuidando a tus hijos. Sadie no debería ser responsable de
esos niños pequeños mientras va a la escuela, trabaja y cuida a su papá
alcohólico.
Me quedo en shock, anonadada por la abrumadora ola de emociones
que me recorre. La ira, el miedo y la confusión, todo es confuso bajo el
peso de la vergüenza y el bochorno. Aún así, no recuerdo un momento en
que alguien me haya defendido de esta manera, y no solo alguien, una
mamá.
―Maldita perra ―grita, escupiendo hacia ella en un movimiento que
hace que se me dé un vuelco el estómago.
―Suficiente.
Max Koteskiy da un paso adelante abruptamente, su rostro es una dura
máscara de ira. Se parece mucho a Rhys, salvo las leves líneas de la edad
y los mechones grises entre el cabello oscuro de Max Koteskiy, podrían
pasar por hermanos.
Agarra a su esposa con suavidad y la empuja ligeramente hacia atrás, e
incluso cuando ella comienza a protestar diciendo que está bien, él le pasa
la mano por la mejilla y le susurra:
―Sé que lo estás, Revoltosa, pero déjame encargarme de esto, ¿okey?
Por mi estúpido orgullo masculino.
Puedo decir que es una especie de broma interna entre ellos, solo por la
forma en que la ablanda.
―¿Por qué no llevas a Sadie a ver a sus hermanos? ―sugiere, mientras
sus ojos nunca dejan de ver a mi papá.
Ella asiente, aunque un poco de mala gana, y él le dedica una sonrisa
privada.
―Te amo tanto que duele, rybochka.
Sus palabras son suaves, pero está clara su intención. Protección.
Aun así, su sonido resuena en mi cabeza como disparos. Afecto, abierto,
honesto y profundo, así sería Rhys como papá o esposo. Si esto fuera algo
que pudiera tener. Es algo que no sé; algo que nunca había visto antes de
ver a sus papás.
No tenía tiempo para amigos.
Las chicas con las que patinaba eran competidoras y, según el
entrenador Kelley, no podía patinar ni jugar con ellas. En la escuela,
estaba demasiado preocupada por guardar mi secreto, así que nunca vi
cómo eran realmente los verdaderos papás y el verdadero amor.
―Vamos, Sadie girl ―susurra, su tono de repente es suave, más gentil
que la dureza de sus rasgos bellamente redondos mientras arrastra mi
cuerpo casi catatónico hacia el pasillo―. Rhys y Matt están con tus
hermanos en la sala de espera.
¿Matt?
―¿Freddy está aquí?
Otra oleada de vergüenza enrojece mi piel, una picazón que comienza
por mi columna y sé que no me quitaré.
Ellos lo ven, lo saben ahora, todo el mundo lo sabe. Mi papá la llamó
perra, y le escupió. Sé que no querrán que su familia esté cerca de la mía,
especialmente Rhys.
Intento repetir sus palabras de Halloween nuevamente, pero lo único
que escucho son los gritos de mi papá y la honestidad de mi entrenador.
Nunca seré como estas personas, al igual que nunca patinaré como
ninguna de las chicas a las que admiraba. Estoy destinada a ser solo esto.
Mi terror.
Odio cuánto tengo que resistir la tentación de llamar a Kelley y pedirle
ayuda. Porque Rhys me ama, pero él cree que puedo ser mejor, que puedo
sanar.
¿Me amará cuando se dé cuenta de que esto que soy es todo lo que seré?
Damos la vuelta hacia otra habitación, casi como una sala de
conferencias, pero no cuestiono a Anna mientras me guía a través de ella.
La vista por sí sola es un disparo en el estómago.
Freddy sostiene a Liam, sentado sobre sus rodillas mientras mi
hermano menor se ríe y juega en un iPad que definitivamente no es el
nuestro, y Rhys...
Rhys sostiene a mi hermano de doce años en un fuerte abrazo, sentado
en el gran borde de la ventana del hospital para que Oliver pueda pararse
entre sus piernas y mantener su cabeza contra el pecho de Rhys. Rhys le
susurra al oído a un ritmo constante, y los movimientos de cabeza de mi
hermano sin abandonar el abrazo, con los puños tirando de la chaqueta
de su traje, me lo cuenta todo.
Oliver odia que lo toquen y, aun así, está completamente envuelto en
los brazos de Rhys.
La puerta se cierra suavemente detrás de nosotros, pero aún así llama
su atención, Liam primero con un grito de “¡Sissy!” y un salto sin
ceremonias desde el regazo de Freddy que deja al hombre conteniendo el
dolor.
Lo levanto rápidamente, y la expresión practicada de serenidad se
desliza fácilmente mientras mis hermanos me miran. Liam, todavía con
los ojos brillantes y de alguna manera bien, pero los ojos de Oliver están
de un rojo brillante, con las mejillas hinchadas mientras mira hacia mí sin
dejar la burbuja de seguridad alrededor de Rhys.
Y no lo culpo: he estado ahí. Sé lo cálido y seguro que es.
―Hola, insecto. ―Sonrío, besando su mejilla con fuerza y
envolviéndolo en mis brazos―. ¿Los revisaron a los dos?
Él sonríe y levanta el codo, donde brilla una curita de color naranja
brillante. Hace que me duela el pecho.
―Está bien, solo se rasguñó un poco el codo, ¿verdad, hombrecito?
―dice Freddy, parándose y jugando con la mata de cabello de Liam. El
playboy de Waterfell todavía está vestido con esmoquin y parece más
como si debería estar en la portada de GQ y no en la sala de un hospital,
pero debajo de la sonrisa que sigue ofreciéndole a mi hermano, hay una
mirada comprensiva en sus ojos.
―Freddy dijo que tenía la misma edad que él cuando empezó a jugar
hockey ―dice Liam, saltando a un nuevo tema tan rápido como de
costumbre―. Dice que algún día seré incluso más grande que él.
―¡No lo hice!
Mi hermano se deshace en un ataque de risa, pero mis ojos nunca
abandonan la ventana, mirando a Oliver y a Rhys con un dolor
desesperado royendo mi pecho.
42
Soy cuidadoso en cada movimiento, avanzando lentamente hacia ella a
pesar del miedo en mi pecho. No puedo tragar la piedra alojada en mi
garganta al verla así.
Hace horas la tenía en mis brazos. ¿Por qué se siente como si de repente
estuviera completamente fuera de mi alcance?
Manteniendo la calma, le extiendo la mano porque solo quiero
abrazarla.
Su papá la asustó, casi lastimó a sus hermanos, y puedo sentir sus
pensamientos acelerados a través del espacio: si puedo hablar con ella,
calmarla y asegurarle que estoy aquí, entonces no se irá, no se asustará y
no empacará su sonrisa y su sarcasmo y sus hermanos y todo lo que amo,
para quitármelo.
Dios, incluso en mi cabeza, soy un maldito maniático del control.
Ella no se acerca a mí, pero tampoco se aleja.
Mi mamá llevó a Liam y a Oliver junto con Freddy a buscar algo de
comida en lo que fuera que estuviera abierto a esta hora en la cafetería.
Tanto para distraer a los niños que lucían un poco peor esta vez, como
para darnos algo de tiempo a Sadie y a mí.
―Rhys… ―comienza, con los ojos vacíos de una manera que no había
visto desde el verano, de hecho. Desde que patinaba “Fast Car” temprano
en la mañana, donde pude sentir su desesperanza a través de sus
movimientos.
Ojalá hubiera sabido entonces lo que sé ahora.
―Sadie ―le respondo, pero me cruzo de brazos para prepararme.
Empújame de nuevo, amor. Adelante, intenta hacerme creer que estarías
mejor sin mí.
No importa lo que ella diga ahora, no la dejaré ir.
―Necesitamos parar esto. Necesito dejarte en paz y tú necesitas…
―No. ―La detengo―. Te dejaré decir lo que sea que necesites en este
momento, para que lo saques todo, pero te diré en este momento qué es
lo que yo necesito para que no haya confusión. Te necesito a ti. Ahora
puedes decidir lo que tú necesitas.
Puedo ver la ira que la cubre, mientras se pone su escudo de confianza,
y me preparo para el golpe de su mejor arma.
―Eres un maldito jugador de hockey que tiene suficiente mierda en su
vida con la que lidiar sin agregar una jodida familia de tres a la mezcla.
Esa es la mierda más estúpida que se me ocurre. Dios, Rhys, hace apenas
unos meses tenías demasiado pánico para patinar. ¿Qué te hace pensar
que podrías ayudarnos cuando apenas puedes ayudarte a ti mismo?
Me duele, pero puedo soportarlo porque sé que ella no lo dice en serio.
Puedo verlo en los sollozos que azotan su cuerpo, las lágrimas que corren
por sus mejillas, y la forma en que su mano se mueve para casi cubrir su
boca.
Como si estuviera en shock por lo que acaba de decir.
―¿Terminaste? ―le pregunto, respirando lentamente, manteniendo la
calma a pesar de mi propio deseo de entrar en pánico.
―Yo…
―Lo sé, no deberías haberlo dicho, pero está bien, Sadie. Sé que estás
asustada, enojada y herida, pero ya te lo dije, no me iré…
―Lo sé ―me interrumpe, y una punzada de miedo se arraiga en mi
pecho. Puedo soportar su ira. Estoy listo para eso. Esto… sea lo que sea,
me asusta―. Pero creo... creo que debemos reducir la velocidad.
―Gray…
―Escúchame, por favor. ―Asiento y me muerdo la lengua con
suficiente fuerza como para saborear la sangre―. Tú y tus papás son
increíbles, pero necesito asegurarme de que Liam y Oliver estén a salvo,
y tú, se supone que eres mi novio de la universidad; el pez gordo del
hockey de la Universidad de Waterfell, actualmente siendo observado por
al menos tres equipos de la NHL.
Sonrío a pesar de sus palabras, porque puede quejarse de los jugadores
de hockey y del hielo arruinado todo lo que quiera, pero sé que mi chica
me vigila.
Apuesto a que podría nombrar los equipos.
―Y eso es lo que deberías hacer en este momento. No cuidar de mí, ni
de mis hermanos ni preocuparte por mí. Deberías prosperar y mostrarles a
esos reclutadores por qué deberían elegirte. ¿Verdad?
No quiero estar de acuerdo, pero la escucho, así que me encojo de
hombros.
Sus ojos se ponen en blanco, pero puedo ver que esto se está volviendo
más difícil para ella.
―Rhys, por favor.
―¿Qué quieres que te diga? No voy a estar de acuerdo contigo, puedo
hacer ambas cosas.
―No deberías tener que hacerlo.
―¡Tú tampoco deberías! ―finalmente me rompo―. Deberías disfrutar
de tu vida, sin preocuparte por si podrás alimentar a dos niños en
crecimiento o por cómo vas a pagar las cuentas de una casa en la que ni
siquiera vives todo el tiempo. No deberías tener que hacerlo en absoluto,
pero definitivamente no deberías hacerlo sola.
Ella suspira, pero puedo verla empapándose de mis palabras,
trabajando en ellas a través de ese gran cerebro en su hermosa cabeza.
Por favor. Quiero suplicar, pero no quiero ser manipulador. Si me
quiere, tiene que quererme con ella.
―No sé qué hacer, Rhys. Yo solo... necesito que vayamos más despacio,
¿okey?
―No vamos a romper.
Ni siquiera intento que parezca una pregunta, pero ella niega con la
cabeza.
―No, no quiero romper. Yo solo… no lo sé. No puedo amarte como
quieres que lo haga ahora. No queda nada en mí.
―Está bien ―estoy de acuerdo, porque ¿qué más puedo hacer? Me
acerco a ella, sostengo su rostro entre mis manos y dejo que se acurruque
en mis palmas, con los ojos cerrados―. Pero este es el trato, Gray. Vas a
dejar que mis papás te ayuden, ¿okey? Mi papá ayudará con la custodia y
los asuntos legales, mis papás, Bennett, Freddy y Rora, y yo. Todos te
ayudaremos, ¿okey? Si necesitas algo de espacio y algo de tiempo,
moverte un poco más lento, está bien. Te daré eso, pero no estarás sola.
¿Okey?
―Okey ―ella está de acuerdo, las lágrimas finalmente caen de sus
hermosos ojos.
Paso mi pulgar por el montón de pecas debajo de la esquina de su ojo
de gato, antes de besar su frente sólidamente.
―Estaré aquí, para lo que necesites. ―Incluso si no soy yo.
43
Liam ya está sonriendo, con la cara pegada a la puerta mosquitera
cuando me detengo, tal como lo ha hecho cada vez que aparezco sin
avisar.
Su auto se apagó en el camino a casa la noche anterior, y Rora llamó a
Freddy para que se comunicara conmigo para ir a buscarla, porque ella
no me pidió ayuda.
La encontré al costado de la calle caminando a casa, tomándome un
minuto para calmar mi ira y respirar para no empeorar su propia ira que
cubría su miedo.
Con calma detuve mi auto a un lado y caminé a su lado por un rato,
simplemente vigilándola, hasta que finalmente se giró hacia mí. Habría
caminado a su lado durante kilómetros, pero me alegré de que
abandonara la defensa más temprano que tarde.
Ella no habló, solo hundió la cabeza como una niña reprendida y se
escabulló detrás de mí de regreso a mi auto. Odié cómo temblaba mientras
sacaba una manta del maletero de mi auto, una manta que había planeado
llamar nuestra manta de autocine -lo suficientemente grande para
nosotros dos y sus hermanos-, para envolverla.
No hablamos, pero encendí una de sus listas de reproducción y dejé
que los relajantes sonidos de Damien Rice resonaran en el espacio entre
nosotros. El espacio que odiaba que existiera.
Pero ella no apartó mi mano de su muslo mientras la coloqué ahí como
una marca, se sentó en el silencio de la cabina de mi auto hasta que
terminó el álbum completo, dejándome trazar patrones en su mano
incluso mientras miraba la oscura casa de su infancia como si fuera lo que
la torturara todos los días, como si quisiera quemarla.
Finalmente, salió y la acompañé hasta la puerta, forzándola a entrar
para poder asegurarme de que la calefacción estuviera encendida, antes
de ofrecerme a buscar a los niños en la casa de la señora B yo mismo. En
parte para que pudiera descansar y mantenerse caliente, pero
principalmente para poder escuchar de Liam y Oliver exactamente sobre
cómo iban las cosas.
Entonces, incluso si no hemos hablado de eso, ella está justo detrás de
su hermano ahora: una toca gris de los Waterfell Wolves calada hasta su
cabeza y una gruesa bufanda gris enrollada que la cubre casi hasta los
ojos. Ella me está mirando con una expresión gentil en sus ojos, como si
ella supiera que aparecería, como si ella confiara en mí.
Eso es suficiente.
Oliver parece más enojado de lo que lo había visto, pasando junto a su
hermana y junto a mí de modo que no sé realmente con quién está
enojado, su bolso de hockey se balancea violentamente a su lado.
Liam lleva otro disfraz de Star Wars, pero con un abrigo grueso que lo
hace parecer un gran malvavisco azul de peluche. Sadie jala su cuerpo
hacia atrás mientras él me aúlla, le coloca un pequeño gorro de lana en los
rizos antes de soltarlo en la nieve y estrellarse contra mis piernas en un
abrazo.
―Te extrañé ―murmura.
―Yo también te extrañé, amigo. ―Le revuelvo el gorro y los rizos antes
de agacharme para arreglarlo. Me levanto, me enderezo el abrigo azul
marino y le sonrío.
Está vestida de negro y aún así, es todo lo brillante en mi vida. La amo,
haría cualquier cosa por ella.
Y en este momento eso significa brindar apoyo, pero también el espacio
para resolver sus propios sentimientos.
Quería ponerla en contacto con mi terapeuta, pero la doctora Bard dijo
que era una decisión que Sadie debía tomar por su cuenta.
Espero que lo haga, solo quiero que se sienta bien otra vez.
Que se sienta feliz.
―Hola, Gray ―digo, mi mano rasca mi nuca para distraerme de
alcanzarla.
―Pez gordo. ―Sonríe y mis rodillas tiemblan. Entonces, hoy está de
buen humor. Camina hacia mí y juega con mi cuello―. Te ves bien.
Mis mejillas se calientan, una sonrisa crece bajo su atención y la
familiaridad del apodo burlón.
―Sí... yo, eh, tenemos un partido en casa hoy. Normalmente nos
vestimos bien.
Sus cejas se arquean y me suelta, agachando un poco la cabeza mientras
dice:
―Oh. Yo, mmm... no puedo ir. Tengo un proyecto grupal pendiente
para mi final y acordaron reunirse cerca de la pista donde está la práctica
de Oliver, y Liam…
El niño asoma la cabeza fuera del auto, donde Oliver ya lo había atado
a su silla, que definitivamente no había comprado antes de la gala cuando
me di cuenta por primera vez de que estar con Sadie significaba ser lo
suficientemente responsable como para llevar a sus hermanos.
―¡Quiero ver a Rhys!
Sadie está agotada, es fácil verlo en sus ojos y su postura, pero puedo
decir que esto la ayudará, incluso si ella no pregunta.
―Mis papás tienen asientos y querían invitar a Liam si necesitabas
ayuda.
Ella se muerde el labio.
―¿No les importaría?
―No. ―Le sonrío con tristeza―. Les encantaría. Los aman.
―Sí. ―Ella asiente, mordiéndose el labio.
Ellos también te aman, solo tienes que dejarlos entrar. Quiero decirle, pero
lo mantengo en silencio.
―¿Qué vas a hacer después de tu juego?
Sonrío de nuevo, porque me doy cuenta de que se está demorando un
poco, y para ser honesto, felizmente llegaría tarde a mi juego por unos
momentos más con ella.
―¿A qué hora terminas? ―pregunto, siendo un poco más atrevido y le
quito el gorro de su brillante cabello, recogiendo algunos mechones hacia
atrás y alisándolos antes de volver a ponérselo―. Estaré ahí para
recogerlos.
―Rhys…
―Tranquila, eso no es negociable.
Ella asiente de nuevo, con las mejillas rosadas, ya sea por el clima o por
mí, nunca lo sabré.
Todos nos subimos al auto de mi mamá, una camioneta para niños,
donde mi papá y yo pasamos toda la mañana tratando de colocar
correctamente la silla para auto. La cosa era como una puta nave espacial.
Todo el camino hasta la pista local son veinte minutos de ABBA, con
Liam gritando y cantando a todo pulmón. Es ridículo y ruidoso, pero
puedo ver que suaviza tanto a Oliver como a Sadie.
Cuando entro al estacionamiento, antes de que Oliver pueda salir del
auto, hago una pausa y miro a Sadie.
―Solo quiero que sepas que cuidar de tus hermanos tú sola es muy
valiente. Eres tan fuerte e inteligente, y espero poder ser la mitad de
increíble algún día.
Lo digo frente a sus hermanos porque necesito que comprendan lo
valiente y asombrosa que es su hermana mayor y que nada de lo que está
por venir cambiará eso. Que nadie quiere quitárselos a ella, ni ella a ellos.
―Estoy aquí, para todos ustedes, ¿okey? Te amo.
Mis ojos parpadean en el espejo retrovisor y se fijan en los de Oliver.
―Los amo a todos.
Liam se ríe.
―Yo también te amo, Rhys.
Abro el auto y Oliver espera un poco antes de salir a medias del auto.
Se gira hacia mí porque está de mi lado del auto y asiente.
―Te amo.
Mi corazón se aprieta porque sé lo raras que son esas palabras de él
incluso para su propia familia.
Cierra la puerta y se dirige hacia la entrada del complejo de hielo.
Sadie duda, pero se da la vuelta y me besa en la mejilla. Por un
momento pienso en girarme para intentar alcanzar sus labios, pero me
quedo quieto mientras ella inclina su boca hacia mi oreja.
―Te amo ―repite―. Y gracias, pez gordo. Ahora ve a patearles el
trasero.

Lo hacemos.
Fue un partido de tiempo extra y no jugamos lo suficientemente bien
para lo que viene, pero estoy radiante mientras me ducho después porque
ese último gol fue mío.
Eso, y porque sé que mi chica lo vio, porque justo en el cristal estaba
Aurora, vestida con nuestros colores, grabando videos con su teléfono
casi constantemente, y cuando salimos a celebrar al vestidor, su mensaje
de texto fue lo primero que vi.

Eres de oro, pez gordo. No puedo esperar a verte pronto en mi televisión.

Los recojo a ella y a Oliver, Liam está profundamente dormido en la


silla para auto; estuvo dormido en los brazos de mi papá durante la mitad
del juego. Así, el viaje de regreso es casi silencioso.
Llevo a Liam adentro, lo acuesto en el sofá y odio el frío que hace en su
casa, pero puedo decir que ella piensa que estoy rondando, así que salgo
por la puerta principal, rezando para que me siga.
Ella lo hace.
Sadie está parada frente a su casa, con la mochila colgando de un
hombro. Quiero pedirle que me deje quedarme a dormir esta noche, solo
para asegurarme de que estén bien, pero me contengo. Solo si ella me lo
pide.
―Yo, mmm, tengo una competencia la próxima semana. ―Su mano
juega con un mechón de cabello y parece más nerviosa de lo que creo
haberla visto antes―. Son tres días en New Hampshire, me perdí la última
porque era en Colorado, e iba a retirarme para cuidar a los niños, pero…
Mi pecho se aprieta. Está pidiendo ayuda.
―A mis papás les encantaría que los niños se quedaran con ellos unos
días, Sadie.
―¿En serio? ―pregunta, pero ya estoy caminando hacia ella.
Tomo su cabeza entre mis manos y beso su frente con fuerza, antes de
envolver todo su cuerpo en un fuerte abrazo que necesito tan
desesperadamente como ella, incluso si no lo pide. Se hunde en mis
brazos y la tensión se disipa.
―Estoy muy orgulloso de ti ―le susurro―. Sé que te cuesta mucho
pedir ayuda, pero estoy muy orgulloso.
44
Me basta una frase para convencer a mis papás de que me dejen llevar
a los niños a la competencia de Sadie. Es más, deciden que también
quieren estar ahí.
Mi mamá, sobre todo. Algo en Sadie la vuelve feroz en su actitud
protectora, más fuerte de lo que era conmigo cuando era niño. Ella no me
dice nada al respecto, pero puedo ver la forma en que se siente escrita en
su rostro y en sus frecuentes preguntas sobre mi novia, más allá de lo
normal.
Entonces, el jueves, día de su largo programa para la competencia,
salimos antes de que salga el sol, y mientras los niños duermen en el auto
que acomodó mi papá, yo charlo tranquilamente con mis papás.
La pista está un poco abarrotada, pero la mayoría de las personas en el
complejo de hielo son entrenadores y equipos, algunos equipos de
noticias y reporteros que se preparan para las transmisiones, y una
audiencia bastante pequeña.
Lo que significa que conseguimos buenos asientos.
―Nunca había hecho esto antes ―dice Liam, pateando sus pies hacia
adelante y hacia atrás en el asiento a mi lado. Mi mamá se sienta al otro
lado, solo porque Oliver optó por sentarse entre mi papá y yo.
―¿Qué?
―Se refiere a ver a Sadie patinar ―dice Oliver, escaneando con los ojos
las tablas del fondo mientras busca a su hermana. Yo estoy haciendo lo
mismo, pero ninguno de nosotros la ha visto todavía―. Nunca llegamos
a hacerlo. Así no.
Se forma otro nudo en mi garganta, y mi mamá claramente se da cuenta
y dice:
―Bueno, entonces esta será la primera vez para todos nosotros, y
tenemos que animarla muy fuerte, ¿okey?
Liam aúlla y me da un codazo en el costado.
―Voy a ser el más ruidoso para que Sissy sepa que soy yo.
La competencia es lenta a medida que avanzan en sus grupos, pero
aproximadamente una hora después, Sadie aparece en el patinaje de
calentamiento con su grupo.
Lleva una sudadera con cremallera Waterfell sobre su vestido, por lo
que solo puedo ver un poco de tela negra debajo, sus piernas en malla
negra en lugar de las color piel como sus competidoras. Lleva el cabello
bien trenzado apretado contra la cabeza, recogido en un moño igualmente
apretado y brillante, no hay ni un mechón fuera de lugar.
Ella no está sonriendo, ninguna de ellas lo hace mientras toman el hielo
y patinan un poco. Da algunos saltos, gira un poco, pero por las líneas de
sus piernas enfundadas puedo decir que está esperando. Ella lo está
conteniendo todo en este momento.
También veo a Victoria patinando, igual de concentrada y decidida.
También veo a su entrenador, de brazos cruzados, de pie junto a las tablas
y observando. Lo observo durante unos minutos y me doy cuenta de que
solo está mirando a Sadie.
A juzgar por las chaquetas que circulan, la mitad de su equipo está ahí,
pero él está concentrado únicamente en ella. Corrigiéndola, llamándola
repetidamente.
Aún así espero, y aún así, nunca lo hace con otra patinadora.
Las palabras de Luc me persiguen de nuevo. Kelley no es normal, y si no
sabes lo que está pasando en esa maldita pista...
Me cruzo de brazos y el calor me lame la nuca mientras el entrenador
Kelley le habla con dureza. Veo a Sadie poner los ojos en blanco y casi me
hace sonreír, hasta que lo veo agarrar la manga de su sudadera y girarla
hasta que funciona como una correa.
¿Qué demonios?
Estoy de pie antes de que pueda pensarlo dos veces, me disculpo para
ir al baño y en lugar de eso me dirijo directamente a la otra entrada lateral
donde están los equipos. Espero a que alguien me detenga, pero luego me
doy cuenta de que usar mi chaqueta deportiva de Waterfell está
funcionando a mi favor.
Sadie me ve antes de que llegue a las tablas, sus ojos se abren como
platos mientras se aleja de Kelley y patina rápidamente hacia la salida.
Hay una mezcla de aprensión y emoción en su rostro, como si quisiera
pegarme, pero tampoco puede creer que esté aquí.
Porque nadie lo había hecho antes.
Espero a que su entrenador me eche cuando me ve, pero otra de sus
patinadoras está demasiado ocupado discutiendo con él en la puerta, o tal
vez solo están hablando, pero es él quien escupe sus palabras.
―¿Qué diablos estás haciendo aquí? ―pregunta ella, pero sus mejillas
están sonrojadas mientras me empuja hacia un lugar trasero contra la
pared, lejos del clamor de las patinadoras y el olor a hielo fresco y laca
para el cabello―. ¿Dónde están mis hermanos?
Sonrío y pongo mis manos sobre sus hombros, girándola para poder
señalar al grupo de nosotros en el extremo derecho.
―Querían ver a su Sissy patinar. ―Hago una pausa, hundiendo mi
cabeza en su cuello para respirar su perfume contra su piel―. Y yo
también.
―Me has visto patinar miles de veces ―murmura, pero se suaviza bajo
mis manos, relajándose ligeramente.
―Así no.
―Nunca sabes, podría apestar ―responde, girándose para mirarme,
sus ojos de alguna manera son más intensos con la sombra oscura y el
brillo. Sus labios siguen teniendo el mismo color cereza oscuro
característico, ahora más mate y feroz contra su piel muy pálida.
Mi mano se levanta casi inconscientemente, encontrando mi pequeño
parche de pecas favorito debajo de su ojo, dejando que mi palma roce su
rostro ligeramente.
―Serás la mejor que hay ―susurro―. ¿Okey?
―No tienes permitido estar aquí ―sisea su entrenador mientras se
acerca por detrás, parándose tan cerca que si Sadie retrocediera, se
estrellaría contra su pecho―. Eres tercera, mi terror.
Él sisea el apodo, y la furia, candente y aterradora, me recorre la
columna al oírlo, ante la implicación. Su mano rodea su cuello, antes de
recorrer su columna y presionar su puño en el centro hasta que ella se
endereza, con los hombros hacia atrás.
Ella trata de ocultarlo, pero veo la mueca de dolor: mis ojos se dirigen
a los de su entrenador con una amenaza acumulándose en mi boca, pero
antes de que pueda decir una palabra, justo cuando tomo a Sadie en mis
brazos, él se marcha furioso. Una legión de patinadoras sale detrás de él;
es probable que el calentamiento haya terminado.
―Detente ―susurra, y por un momento creo que la he abrazado
demasiado fuerte, que la he lastimado. Mis brazos caen de ella como si me
hubiera recargado contra una estufa encendida.
Solo me toma un momento darme cuenta de que me está advirtiendo
sobre su entrenador.
―Él no puede tocarte así, Gray ―le susurro, aunque con un poco de
dureza.
Su espalda está erguida, de nuevo, la hendidura de su frente que tanto
amo burlándose de mí mientras se cruza de brazos.
―No lo conoces. Él solo se preocupa por mí, quiere que me vaya bien
y que trabaje duro.
―Trabajas más duro que la mayoría de los atletas que conozco, Gray, y
sé muchísimo.
―Él simplemente no quiere que me distraiga. Está concentrado.
―Tú estás concentrada. Nadie es más decidida que tú.
Lo que quiero decir es que lo que su entrenador tuvo las pelotas de
hacer frente a mí es solo la punta del iceberg, que solo puede significar
que la forma en que la trata a puerta cerrada es peor, y claro, nunca
practiqué patinaje artístico, pero crecí en una pista. Fui a una maldita
academia de hockey privada con el cuerpo técnico más estricto que jamás
haya experimentado.
Y ninguno de ellos jamás me levantó la mano.
Pero está a punto de patinar y lo último que quiero es tirarla abajo.
Nunca más.
Entonces, me trago mis palabras para otro momento y le doy un beso
profundo en la frente, antes de levantarle la barbilla.
―Eres una asesina, Gray. Dilo.
―Soy una asesina ―murmura, poniendo los ojos en blanco mientras
reprimo la sonrisa fugaz.
―Buena chica. ―Sonrío―. Te besaría, pero no quiero estropear tu lápiz
labial. ―Mientras lo digo, presiona una marca de beso de color rojo
oscuro en mi palma, para que pueda llevarla conmigo.
»Estoy orgulloso de ti, y también lo están tus hermanos. Ahora, ve y
demuéstrales que su Sissy es ruda.
Ella lo hace.
Cuando vuelvo a mi asiento, con chocolates calientes para los niños,
ella es la siguiente.
Sin la sudadera, Sadie está vestida con un vestido de malla negro con
tiras que combina con el fino negro de sus medias, mangas largas de malla
que llegan justo a la cúspide de sus hombros, tiras estratégicas de negro
grueso que cubren algunas partes, mientras que otras transparentes
muestra las líneas duras de su estómago y cintura.
Ella ocupa su lugar en el centro, serena y hermosa, antes de que los
parlantes comiencen a tocar “Enter Sandman” de Metallica, lo que
provoca una risa vibrante tanto en mi papá como en mí.
Y al igual que la primera vez que la vi patinar mientras me escondía en
el túnel, Sadie Brown patina como si estuviera en llamas. Es pura pasión,
pura fuerza implacable. Sus movimientos son duros y veloces, sus giros
son tan rápidos que se vuelve borrosa. Ella da cada salto con fuerza, pero
los aterriza. Cada. Uno. De. Ellos.
Mis dedos están fusionados en la silla al final de su programa por
mantenerme sentado cuando quiero saltar cada vez y gritar: “Esa es mi
chica” a todo pulmón.
Liam aplaude tan fuerte como prometió y Oliver sonríe felizmente,
mirando a su hermana con asombro en sus ojos. Yo también, amigo.
Al final, me dolían las mejillas por mi incontrolable sonrisa radiante.
Estoy muy orgulloso de ella, tengo mucha suerte de llamarla mía.
Qué suerte que ella me llame suyo.
Ella se inclina y nos mira, les guiña un ojo a sus hermanos y les lanza
un besito sarcástico que sé que es todo mío. Aprieto mi mano un poco más
fuerte donde todavía está su marca de lápiz labial oscuro.
No importa cuánta distancia haya en este momento, mientras ella me
tenga estaré aquí, esperando y aplaudiendo desde las gradas, si eso es lo
que necesita.

Otra ansiedad desaparece de la noche a la mañana.


Kane no solo está optando por no participar en el juego de Harvard;
aparentemente Freddy investigó un poco, ya que se apresuró a
informarme cuando entré a la Casa del Hockey.
A Toren Kane no se le permite jugar en Harvard.
Fue necesario buscar intensamente en Internet para encontrar un vídeo,
ya que parece que alguien intentó ocultarlo, pero hay un breve clip del
incidente, filmado con un teléfono celular tembloroso.
Alguien dice algo burlándose, escupiéndole en la cara. Kane agarra la
jaula del chico y lo arroja como un insecto irritante antes de entrar en
trance, fácilmente visible con el casco quitado. Hay una chica, una
pequeña estudiante de Harvard pelirroja por el suéter que usa, sentada a
dos filas del cristal, mirándolo de la misma manera llena de asombro.
Su compañero de equipo tira del cuello de su camiseta, sacándolo del
concurso de miradas, y de repente, se lanza hacia adelante y golpea su
guante contra el cristal.
―¡Lárgate de aquí! ―grita, y la ya pálida chica se pone casi blanca, se
pone de pie y sube las escaleras dando traspiés hasta la salida, mientras
el chico que está a su lado la sigue ciegamente.
Aún así, Kane continúa gritando sobre el cristal por un momento antes
de que se escuche un sonido de vidrio rompiéndose y el video se corta.
―Al menos no tendremos que lidiar con él mañana ―dice Freddy.
Es un pequeño regalo, pero lo aceptaré felizmente.
45
No importa cuántas veces haya estado aquí en las últimas semanas, la
casa de los Koteskiy siempre parece la casa de mis sueños.
Y últimamente he estado aquí mucho, incluso sin Rhys.
Hoy me dejan usar la oficina de Anna para reunirme con mi abogado
que parece un poco más motivado desde que se involucraron Max
Koteskiy y Adam Reiner. Al parecer, el papá de Bennett se ofreció a
ayudar, pero admitió que no era su área de especialización.
Tengo práctica en una hora para cuando acabe la reunión. Planeo llegar
temprano de todos modos, sobre todo para evitar quedarme incómoda en
la casa de Koteskiy solo con Anna, ya que mis hermanos están con Max
en un evento de la Fundación First Line. Rhys viaja al partido de Harvard.
Pero justo cuando me pongo mi gruesa chaqueta, Anna baja las
escaleras.
―Sadie. ―Ella sonríe―. ¿Cómo te fue?
―Excelente. Creo que estaré bien hasta enero para la audiencia, pero
gracias por dejarme usar tu oficina. Voy a ir…
―¿Tienes un minuto, amor?
Lo hago, pero desearía no haberlo hecho. Ella me asusta, y tal vez si
mirara un poco más profundamente, o si fuera a una terapia muy
necesaria, me daría cuenta de por qué.
Se sienta en el taburete de la barra de la cocina y toca el que está a su
lado para que yo la siga.
―¿Sabes que yo tenía treinta y tres años y estaba embarazada cuando
conocí a Max?
No me muevo, solo me quedo sentada en silencio mientras la mamá de
Rhys se sienta a mi lado. No puedo mirarla porque me parece demasiado.
―¿De Rhys?
―No. ―Ella sonríe, sacudiendo la cabeza y acercándose un poco más a
mi cuerpo encorvado―. Fue antes de Rhys, y el papá era mi exesposo de
quien estaba huyendo absolutamente aterrorizada, y cuando se esconde
de alguien, correr a los brazos de una prometedora estrella del hockey de
veinticuatro años no era un buen comienzo.
―No sabía que era más joven que tú. ―Las palabras se escapan
demasiado rápido, y mis mejillas se calientan por lo grosera que podría
haber sonado―. Lo siento, solo quiero decir...
―No, Sadie girl, lo tomo como un cumplido. ―Ella suspira―. Max era
muy maduro para su edad, pero debería haber estado galanteando y
ensuciándose en sus años de novato, no cuidando a una mujer
embarazada del bebé de otra persona, pero lo hizo. Porque... bueno, ese
es Maxmillian. Era tan guapo, tan seguro, y el golpe de su acento salía
cada vez que me llamaba rybochka, lo cual yo creía que era algo dulce hasta
que me dijo en nuestra boda que significaba pececito.
No puedo evitar el estallido de risa que brota de mis labios.
―Él no lo hizo.
―¡Oh, lo hizo, y peor aún, me ha estado llamando rybochka en la cama
durante años! ―Ella se ríe mientras me sonrojo, recordando cuánto había
enfatizado Rhys que su mamá no tenía filtro.
»Como sea, no estoy aquí para hablar de eso. Quiero decir que estaba
huyendo de alguien que me lastimó, y por mucho que le rogué a Max que
me dejara en paz, sabiendo cuánta mierda estaba metiendo en su vida
pública, él nunca me dejó. Fui un secreto durante mucho tiempo, pero
solo porque le rogué que lo fuera; todavía me escondía y me negaba a
decirle nada a pesar de lo mucho que Max quería manejar mis problemas
por mí.
»Rhys se parece mucho a su papá; Físicamente hice un mini Max, pero
mentalmente también. Es fuerte y muy capaz y ama con cada célula de su
cuerpo.
―Pero yo…
Ella levanta una mano.
―Mi hijo tiene más protección acumulada en su cuerpo de la que sabe
qué hacer con ella. Eso lo convierte en un buen jugador de hockey, un
buen amigo y un buen hijo. ¿Pero contigo? Lo sé... él quiere protegerte
más que nada.
―¿Por qué me cuentas todo esto?
Suspira profundamente, pasando una mano suave por mi mejilla y
alisando el cabello alrededor de mi oreja.
―Porque desearía que hubiera habido alguien ahí que me hubiera
dicho que estaba bien pedir ayuda y que no era débil ni una carga para
aceptarla.
Ella comienza a levantarse, para permitirme ir a mi práctica, antes de
que la detenga.
―¿Sabes ruso?
―Solo un poco, no tanto como Rhys o Max, el idioma nunca fue mi
especialidad.
―¿Sabes lo que significa kotyonok ?
Ella se ríe, sonriendo más ampliamente de lo que estoy segura de haber
visto jamás.
―Significa gatita, mi amor.
Mi piel se sonroja y tengo la necesidad de llamarlo ahora, y amenazarlo
tanto como decirle que lo amo.
Pero puede esperar. Aun así, he tenido suficiente espacio. En cuanto
vuelva, se lo diré.
La práctica es brutal.
Y me duele el tobillo. Estoy casi segura de que me lo he torcido, pero el
entrenador Kelley no se detiene ni un puto segundo. Intento presionarlo
de nuevo, la cabeza me da vueltas mientras miro el reloj del estadio y veo
que ya pasamos mi marca de dos horas.
Se ha negado a todos los descansos que le he pedido, ha ignorado mis
quejas y ahora estoy bastante segura de que me ha lastimado.
―No puedo.
―Puedes. Haz el puto salto de nuevo.
Patino cojeando hacia donde él se encuentra para bloquear mi salida a
los túneles, lo suficientemente cerca como para ver la furia en sus ojos,
antes de intentar esquivarlo de nuevo.
Agarra mi muñeca, otra vez.
―¿Otra vez se trata del chico? ¿El patético y pequeño jugador de
hockey?
―Se trata de que me lastimes. Mi tobillo me está matando. Por favor,
solo necesito unos minutos.
No parezco enojada, me doy cuenta. Sueno como si estuviera a punto
de llorar.
―No seas una bebé, mi terror. Deja de ser floja y vuelve a saltar. Lo
haremos hasta que sea perfecto.
―Vas a hacer que me lastime seriamente.
Me agarra con más fuerza por la muñeca, antes de subir por mi brazo
para mirarme de reojo.
―No si lo haces bien. De nuevo.
No lo soporto más. No necesito esto.
―No.
―Inténtalo de nuevo. ―Agarra mi brazo con más fuerza, girándolo lo
suficiente como para sentir un dolor agudo y de repente me preocupa que
pueda romperme el brazo. El estómago me da un vuelco al darme cuenta
exactamente del peligro que podría correr. He confiado en él durante
años. Ahora…
Un sonido aterrorizado sale de mí, antes de recuperar el aliento para
gritar.
Pero no es necesario.
Alguien agarra a Kelley por detrás, lo arranca de mí y le golpea la cara
con un puño enviándolo al suelo fuera de combate.
Toren Kane.
Sus ojos son brillantes brasas doradas, igualmente inquietantes y
embriagadores. Mira a mi inconsciente entrenador antes de mirarme con
una media sonrisa que es tan falsa que estoy segura de que podría
despegársela.
―Dile a tu pequeño novio que estamos jodidamente a mano.
No me queda ni una sola palabra que no sea un sollozo o un grito, así
que asiento bruscamente y casi tropiezo con mis patines sobre las
colchonetas.
46
No estoy seguro de qué me hace alejarme del camino que conduce a la
Casa de hockey. Posiblemente el peso de nuestra pérdida en Harvard o el
deseo de evitar las frustraciones y tristezas de mis compañeros de equipo.
Pero como sea, me encuentro estacionándome en el camino de entrada
de mis papás treinta minutos después de que el autobús nos dejó en el
estadio.
Mi corazón se aprieta ligeramente, y el peso de la pérdida del equipo se
levanta de mis hombros con solo saber que ella está aquí.
Cuando entro por el garaje, escucho risas de niños en la distancia: Liam
y Oliver.
En la sala, sin embargo, solo encuentro a Adam Reiner y a los hermanos
de Sadie jugando Xbox, pero no hay señales de Sadie ni de mis papás.
Justo cuando abro la boca para preguntar, una figura baja las escaleras
y se gira hacia la puerta principal. Una figura alta que reconozco.
―Kane ―canto.
Mi grito llama la atención de los niños, Liam grita para llamar mi
atención de inmediato, y Oliver mira con aprensión al otro jugador de
hockey, muy corpulento, en el vestíbulo.
―Habla con tu novia, Koteskiy. No conmigo ―dice, pero no se mueve.
Mi ritmo cardíaco se dispara y el miedo lucha contra mi ira, por
irracional que sea, mientras miro a Toren Kane en mi casa, hablando de
mi chica.
Oliver se acerca a mí.
―¿Quién es ese? ¿Es por eso que Sadie estaba llorando?
Con la garganta cerrándose, miro a su hermano.
―¿Sadie estaba llorando? ¿Se encuentra bien?
Oliver se encoge de hombros y se cruza de brazos, lanzándole dagas a
Kane.
―Tu mamá la llevó arriba y luego tu papá trajo a ese tipo aquí. ¿Puedes
ver si está bien? ¿Si nos necesita? ―El tono ansioso de su voz me hace
sentir un poco mareado.
Respiro y asiento con la cabeza hacia Oliver.
―Eres un buen hermano. Déjame ver qué está pasando.
Entro al vestíbulo, con los puños apretados y a punto de comenzar una
verdadera puta pelea con el imbécil, pero su mirada se mueve por encima
de mi hombro.
―Rhys ―dice mi papá.
Una pequeña sonrisa malvada se apodera del rostro de Kane y se ríe.
―Mejor respóndele a tu papá, Cap. ―Su mano acaricia mi pecho
condescendientemente, empujándolo un poco bruscamente―. Y dile a tu
chica que patinaré con ella en cualquier momento…
―Tú, hijo de puta…
―Basta ―espeta mi papá, agarrándome por el hombro.
Kane sale por la puerta principal sin decir una palabra más y oigo lo
que suena como una motocicleta despegando.
―¿Qué demonios? ¿Por qué estaba Toren Kane en nuestra casa? ―Me
acerco a mi papá.
Él levanta las manos en señal de rendición, pero puedo escuchar los
latidos de mi corazón en mis oídos, la ansiedad y la frustración comienzan
a aumentar.
―Cálmate, Rhys. Por favor. Sadie realmente te necesita en este
momento. Haz tus ejercicios.
Empiezo a contar de inmediato, desesperado por dejar de hacerlo.
Cuando puedo volver a respirar normalmente, mi papá me hace señas
para que suba las escaleras y me dirija a mi habitación.
La puerta se abre y mi mamá sale, dejándola ligeramente entreabierta
detrás de ella.
―Rhys ―susurra, con los ojos rojos como si hubiera estado llorando.
Intenta impedirme que entre a la habitación, pero la rodeo.
Abro la puerta con cuidado y entro silenciosamente mientras tomo nota
de su cuerpo dormido.
Excepto que he dormido junto a la chica durante meses y he visto
exactamente cómo duerme, y no es así. Ella está fingiendo.
Tiene los ojos cerrados e hinchados, la cara rosada y el tobillo elevado
con hielo y una envoltura alrededor.
Salgo en silencio, tratando desesperadamente de retener los hilos
destrozados de mi temperamento actual.
―Voy a matarlo ―digo con voz ronca, pero se me hace un nudo en la
garganta mientras miro hacia mi habitación, donde sé que Sadie finge
dormir. Las lágrimas arden en mis ojos mientras me volteo hacia mi mamá
y la alcanzo.
―Oh, Rhys, cariño. ―Ella me envuelve en sus brazos―. No, está bien.
Se torció el tobillo patinando y no pudo llegar a casa. Toren la siguió hasta
aquí para asegurarse de que no se estrellara. Ella estaba… alterada.
―¿Por qué? Si él fue siquiera…
―Ella no quiso decirlo ―dice mi mamá, con los ojos cerrados
parpadeando hacia mi papá de la misma manera que lo han hecho casi
constantemente.
Mi papá da un paso adelante.
―¿Cuánto sabes sobre el entrenador de patinaje artístico con el que
entrena?
Me encojo de hombros un poco incómodo. ¿Esto es algo a lo que debería
haberle prestado atención? ¿Por qué me preguntan eso?
―Sadie nunca se ha quejado ni nada por el estilo, pero... lo vi ponerse
físico con ella en la competencia.
Mi papá asiente como si esto fuera algo que esperaba, luego comparte
una mirada de complicidad con mi mamá. Me acomodo el cabello y me lo
jalo otra vez, porque todavía estoy temblando y si no hago algo con las
manos, tengo miedo de que todo mi cuerpo empiece a temblar.
―¿Sabes algo sobre él como patinador? ¿Alexan Kelchevski?
―¿Kelchevski? Se hace llamar Kelley. ¿Es ruso? ―Mi papá asiente y
sacudo la cabeza, pero empiezo a sentirme mal―. ¿De qué se trata esto?
Me están asustando, los dos.
―Entonces necesitas ver esto.
47
Cuando me despierto, no tengo idea de qué hora es, apenas me doy
cuenta de dónde estoy.
―Hey.
Mi cabeza da vueltas.
Rhys está ahí, sentado en el lujoso sofá de dos plazas arrinconado junto
a la cama. Su cabello está desordenado, como si hubiera estado jugando
con él durante horas, vestido con pantalones deportivos grises y su
camiseta de hockey de Waterfell.
―¿Qué hora es? ―Mi voz suena atontada y extraña.
Me entrega una botella de agua y la abre mientras lo hace.
―Seis de la mañana, te las arreglaste para dormir toda la noche.
Pero no parece que él haya pegado un ojo. Se ve agotado, como si
hubiera regresado de su juego ya cansado y todavía siguiera sin dormir.
Como si hubiera estado ahí sentado, cuidándome toda la noche.
―¿Cómo estuvo tu juego?
Por alguna razón, la pregunta parece molestarle.
―No quiero hablar de mi juego. ¿Qué pasó con tu pie?
Oh.
―Creo que me torcí mientras patinaba.
El rostro severo que rara vez veo en él vuelve con toda su fuerza
mientras se levanta y se cruza de brazos. De esa manera, se eleva sobre
mí, es tan fuerte... tan guapo. Estoy casi demasiado distraída por su
belleza como para darme cuenta exactamente de por qué está enojado.
―Entrenando excesivamente, querrás decir. Te torciste porque estabas
entrenando demasiado.
Mierda. Mierda. Mierda.
Mi corazón golpea contra mi caja torácica.
―No. ¿Por qué…
―Por favor, Sadie ―susurra, y entonces, algo cambia mientras me
mira. Deja escapar un suspiro y se mete el cabello desordenado detrás de
las orejas―. Tómate tu tiempo, mi baño está ahí si quieres ducharte, pero
nos vemos en la oficina de mi mamá cuando hayas terminado.
Se inclina y besa mi frente con fuerza antes de irse.

En la oficina de Anna Koteskiy reina el silencio.


Rhys y su papá están de pie, hablando en voz baja cuando entro. Anna
está sentada y me ha acercado una silla junto a su computadora.
―¿Qué pasa? ―pregunto antes de que pueda pensarlo dos veces―.
¿He hecho algo…
―No estás en problemas, Sadie girl ―susurra ella, haciéndome señas
de nuevo. Me siento, con la espalda recta y rígida mientras solo la miro.
―Solo queremos preguntarte sobre tu entrenador.
―¿El entrenador Kelley? ―Ella asiente―. Oh, bueno, él ha sido mi
entrenador desde que tenía once años, ¿tal vez? Me ha seguido hasta aquí.
Mmm, él me ha ayudado con mis hermanos antes, pero… ―Tomo otro
respiro porque no sé qué esperan que diga aquí.
Pero está claro que están esperando algo.
Rhys se rompe primero.
―¿Él nunca te ha lastimado? ¿Te ha entrenado excesivamente?
Tengo cuidado con cómo elijo mis palabras.
―Todo lo que hace es porque cree en mí. Puede ser duro, pero es solo
porque me ama.
Mis palabras solo hacen que Rhys resople con enojo, sus brazos rodean
mi cuerpo y despierta el monitor. En él, ampliado, hay un vídeo… un
vídeo de competencia de hace años. Tiene una duración de cuatro horas,
pero está pausado en algún punto intermedio.
Sabía que estaba en alguna parte, pero no era ninguna competencia
importante, así que nunca pensé que él lo encontraría.
Pero ahí está, reproduciéndose para mí como un bucle interminable de
pesadilla. Tengo quince años, visto un conjunto negro y rojo y estoy
terminando una rutina que todavía conozco como la palma de mi mano.
Me caí durante mi combinación que me aseguraría el primer lugar y una
oportunidad para las eliminatorias olímpicas, y no pude quitarme la
ansiedad, por lo que el resto de mis movimientos y giros fueron
entrecortados, robóticos, sin sentimiento.
Está claro lo ansiosa que estoy mientras patino con la cara roja y llorosa
hacia mi entrenador que está furioso. Su mano me agarra la nuca con
fuerza, incluso en la cámara puedes verlo mientras me regaña,
susurrándome al oído.
Odio eso ahora, espero a que me eche para atrás, lo abofetee, lo aleje o
haga un berrinche. En lugar de eso, me hundo en él, aferrándome como si
fuera mi ancla a pesar del agarre con los nudillos blancos que tiene sobre
mí debajo de la sudadera de calentamiento que me puso sobre los
hombros. Prácticamente todavía puedo escuchar sus palabras en mis
oídos.
Te ves pesada, perdiste tu rotación.
Los tobillos débiles no son algo que pueda arreglar, mi terror. Debes entrenar
más duro.
Siempre fue para ayudarme, para impulsarme… pensé. A diferencia de
las otras chicas de mi grupo, yo no tenía papás que me observaran y
animaran, ni una familia de patinadores jubilados que me entrenara.
Estuve sola hasta que el entrenador Kelley me encontró.
―¿Eso te parece normal? ―me pregunta Rhys, con los brazos cruzados
y la ira clara en su rostro.
No hay palabras cuando abro la boca, pero evalúo la reacción de sus
papás mientras espero.
―Ha sido mi entrenador desde que tenía once años. ―No es lo
correcto, pero es todo lo que sale―. Él me ama, pero me presiona. Eso no
está mal.
Mentiras, mentiras, mentiras.
Una mano cae sobre mi hombro y de repente me estremezco, viendo al
señor Koteskiy retroceder con una mirada sombría en su rostro y
disculpas en sus ojos, pero es Anna quien me envuelve por detrás, con su
barbilla apoyada sobre mi cabeza mientras me abraza.
―No has hecho nada malo ―susurra en mi cabello―. Nada, ¿okey?
Pero te mereces algo mejor que esto.
―No…
―Sadie ―Rhys me dice. Todavía está furioso, pero su expresión feroz
se suaviza cuando me mira―. Tienes que denunciarlo.
No puedo hablar, tengo la lengua pesada en la boca. No es hasta que su
mamá me abraza con fuerza que me doy cuenta de que estoy temblando.
Entonces las lágrimas brotan con facilidad y Anna Koteskiy me abraza
hasta que se detienen.

Rhys me sigue escaleras arriba después de que acomodo a mis


hermanos en sus habitaciones temporales.
―No estoy segura de a dónde se supone que debo ir ―admito, la
sensación de desesperanza y pérdida en mi estómago sube hasta que me
aprieta la garganta―. No…
―Ven aquí, Gray ―susurra, abriendo los brazos para que pueda
arrastrarme hacia el espacio cálido y seguro de su abrazo. Simplemente
me mantiene ahí por un momento, murmurando suaves palabras en mi
cabello y dejando besos en mi cuero cabelludo y frente.
―Lamento haberte alejado ―murmuro en la tela de su camiseta.
―De todos modos, nunca iba a ir a ninguna parte. ―Se ríe entre
dientes, las palabras son serias incluso mientras intenta arrancarme una
sonrisa.
Funciona, como siempre.
Me retiro ligeramente, manteniendo mis puños cerrados en la tela de
su camiseta en su cintura. Como si me estuviera agarrando fuerte por si
acaso, pero si algo me ha demostrado este hombre es que no se irá.
La culpa intenta echar raíces, y debe verla cruzar mi rostro porque
agarra mi barbilla y dirige mi mirada hacia la suya antes de que la primera
lágrima pueda salir volando.
―Pasaré cada día para siempre recordándote lo increíble y especial que
eres, y la suerte que tengo de que alguien tan valiente, inteligente,
talentosa y hermosa me ame. Veo la forma en que amas a tus hermanos.
Sé lo especial que es tu tipo de amor.
Me mete el cabello detrás de las orejas y sostiene mi rostro entre sus
enormes palmas.
―Tú lo vales. ¿Y si tengo que luchar contra los pequeños demonios en
tu mente que te convencen de lo contrario todos los días por el resto de
nuestras vidas? Lo haré felizmente. ¿Lo entiendes?
Él espera una respuesta.
―Te amo ―le digo en su lugar―. Confío en ti, y lamento no habértelo
mostrado antes.
Me besa, suave y dulcemente.
―Tenemos todo el tiempo del mundo para que me compenses. ―Él
sonríe todo juvenil y eso hace que mi corazón dé un vuelco y todo mi
cuerpo se convierta en papilla en sus brazos.
Amo a Rhys Koteskiy, y estoy aprendiendo que lo merezco.
Nunca más soltaré su mano.
48
TRES SEMANAS DESPUÉS

―Hoy estuvo genial, Sadie ―dice la mujer por encima de la pantalla.


Asiento suavemente y me hundo un poco más entre las sábanas.
―Sí, yo también lo creo.
Ella sonríe cálidamente.
―Okey. Bien. Hoy es nuestra última sesión antes de las vacaciones y no
tienes otra sesión hasta enero. ¿Algo más de lo que deberíamos hablar
antes de esa fecha?
―No me parece.
―Si se te ocurre algo, recuerda que ahora tienes mi número, ¿okey?
―Okey.
―Ah, ¿y Sadie? ―Se las arregla para decir antes de que cualquiera
termine la llamada―. Lo vas a hacer increíble esta noche, ¿okey?
Le doy las gracias de nuevo antes de colgar, antes de recostarme en el
gran sofá de la oficina de Anna Koteskiy mientras me relajo.
Comencé la terapia dos días después de informarle al decano del
entrenador Kelley. Cuando me presenté a la práctica para la Gala de
Navidad, él estaba en su auto en el estacionamiento listo para intentar
tenderme una emboscada y hablar.
Afortunadamente, llevé refuerzos.
Max Koteskiy me acompañó desde su auto hasta la entrada de la pista
de hielo, solo llegó a la mitad del camino antes de girarse hacia mi
entrenador, que acechaba detrás de nosotros y comenzar a discutir con él.
Me tomó un minuto completo darme cuenta de que no estaban
discutiendo en inglés, sino en ruso. Sabía que mi entrenador había nacido
ahí, antes de ser adoptado y traído a Estados Unidos, pero nunca lo había
oído hablar así antes.
Su rostro palideció ante lo que fuera que el señor Koteskiy le dijo y no
volví a saber nada de él ni a verlo desde entonces.
Bromeé con el papá de Rhys por su complejo de salvador, y no lo negó
ni una sola vez.
Fue Anna Koteskiy quien me puso en contacto con mi nueva terapeuta
y ella me gusta mucho. Tenemos mucho por lo que pasar, y algunos días
me gusta la terapia, mientras que otros la odio y me siento de mal humor
en lugar de intentarlo realmente, pero mi terapeuta dice que eso es
normal, y está bien.
Lo que sea que esté sintiendo ahora está bien.
Hoy hablamos principalmente sobre las fiestas y la Navidad, así que,
inevitablemente, hablamos de mi papá.
Mi papá está en rehabilitación, pero eso no ha cambiado mis planes
para obtener la custodia. Principalmente porque hemos hecho este ir y
venir antes con rehabilitación ordenada por la corte. Nunca funciona.
Alguien llama a la puerta y me siento lentamente.
Me levanto justo cuando Rhys asoma ligeramente la cabeza, con una
mirada cálida y gentil en su rostro mientras me observa.
―Oye ―dice, entrando y cerrando la puerta detrás de él―. ¿Estás bien?
―Sí. Hoy estuvo bien.
Se sienta a mi lado y me acurruco en su regazo como un gato. Su mano
comienza a acariciar mi cabello y subir y bajar por mi espalda. Esta se ha
convertido en nuestra rutina posterior a la terapia, para ambos. Mi terapia
es los jueves y la suya es cada dos miércoles.
A veces hablamos de nuestras sesiones entre nosotros, a veces no.
Pero siempre nos esforzamos por decirnos cuando vemos un buen
cambio. Nos elogiamos mutuamente siempre que podemos.
Mis hermanos también han iniciado terapia gracias a los Koteskiy.
Quiero decir que les debo todo, pero estoy aprendiendo que está bien
pedir ayuda y aceptarla sin preocuparme constantemente por cómo
pagarles.
Nos quedamos con ellos durante todas las vacaciones de invierno, que
comenzaron como una necesidad durante una tormenta de nieve, y luego,
ante su insistencia, nos quedamos todos. Los niños están felices y veo que
cada día se enamoran un poco más de Anna y Max. Se cura una herida
profunda en mí cada vez que Oliver deja que Anna lo abrace, o decide
recostarse en el sofá un poco más cerca de Max mientras ven hockey en el
“televisor más grande del mundo” según Liam.
Liam también está prosperando. Se instaló de la noche a la mañana
como si este lugar fuera su nuevo hogar. Rhys y sus papás los miman,
pero se lo merecen.
―¿A qué hora necesitas estar en la pista? ―pregunta, besándome la
frente y las mejillas respectivamente.
Sonrío y bostezo, un poco agotada emocional y físicamente.
―¿En dos horas?
―Genial. ―Él sonríe, levantándome al estilo nupcial y llevándome
fuera de la habitación―. Tomemos una siesta.
El patinaje individual consiguió una nueva entrenadora de la noche a
la mañana, y especulo cuánto ayudó la financiación de la familia Koteskiy
a lograrlo, incluso si ninguno de los tres lo admite.
Ella es agradable, pero firme. En cierto modo puedo verlo como una
firmeza sana, como una auténtica entrenadora. No hay manipulación ni
aislamiento ni brutalidad. Estoy aprendiendo que eso tampoco fue culpa
mía: era demasiado joven y no tenía adultos a mi alrededor para evitar
que sucediera o darme cuenta de que no estaba bien.
También me dejó coreografiar toda mi rutina de la Gala de Navidad
que presentaré esta noche. Es “Wish You Were Here” de Pink Floyd. El
entrenador Kelley nunca me dejó elegir algo tan lírico, jurando que mi
fuerza estaba solo en mi brutalidad; pero la entrenadora Amber me anima
a probar algo nuevo todo el tiempo, incluso cuando me caigo.
Estoy cansada pero no duermo, incluso cuando Rhys se queda dormido
en el momento en que su cabeza golpea la almohada. La luz del día llega
a través de las persianas cerradas de su habitación, bailando sobre su
hermoso rostro mientras lo miro un poco asombrada.
Lo vi crecer, cambiar desde ese día en el hielo el verano pasado. He
visto su cuerpo moverse y cambiar, llenarse de nuevo ahora que la
ansiedad no sofoca su enorme apetito habitual.
Él es hermoso.
En su fácil amor por mis hermanos, su apoyo en todo lo que hago. Su
gentileza con mi corazón, pero terquedad contra mi ira. Él cortó las
enredaderas de mi ira y odio hacia mí misma como si fuera lo único para
lo que estaba destinado.
Me tomó mucho tiempo, pero ahora sé quién es.
Rhys Koteskiy es oro puro. Lo sé, y pronto el mundo entero también lo
hará.
Así que disfruto de estos momentos, solo nosotros dos entre las sábanas
azul marino de su cama. Bajo la luz parpadeante del día, seguro y cálido
en la comodidad de sus brazos, quedándome dormida con el sonido de
los fuertes y constantes latidos de su corazón.
TRES AÑOS DESPUÉS

Si pensaba que la prensa sería peor conmigo solo oficialmente en la


NHL, no se compara en lo más mínimo a cuando mi padre y yo estamos
en la misma vecindad.
Su fama nunca desaparecerá. Todavía ostenta el récord de más victorias
en la Copa Stanley, y aunque este es mi tercer año con los New York
Rangers, los rumores sobre un intercambio son interminables, lo que
significa que los locutores deportivos me acosan constantemente.
Sin embargo, de alguna manera mi papá ha logrado mantener la pista
local de Waterfell y la Fundación First Line que alberga ahí, lejos de todo.
Entrar a la pista de mi ciudad natal se siente como un pedacito de
privacidad.
Privacidad y felicidad absoluta, gracias a la chica vestida con mi vieja
sudadera y leggins de la Universidad de Waterfell, que parece un poco
más una estudiante universitaria somnolienta y no la actual entrenadora
en jefe del nuevo sector de patinaje artístico de la organización benéfica
de mi familia.
Sadie Brown siempre será lo único que quiero ver, brillando y ardiendo
como fuego sobre hielo. Siempre ha sido hermosa, pero creo que mi
atracción por ella crece cada día.
Se cortó el cabello recientemente y no me lo dijo antes, simplemente
apareció en mi apartamento con su cabello oscuro y brillante en un corte
despuntado rozándole los hombros, la piel rosada por los vientos
invernales de Nueva York y casi la ataco ahí mismo en el pasillo.
Me he convertido en un animal cuando se trata de ella, sin señales de
detenerme.
―¿Estuvo bien? ―pregunta una vocecita reticente.
Aunque debería estar en mi apartamento durmiendo lo más posible
antes de mi siguiente serie de tres partidos fuera de casa (esta vez
Montreal y Florida en la misma semana), tomé el tren directamente hasta
aquí. Porque, aunque eso signifique unos días de cansancio menor, haré
cualquier cosa por solo una hora con ella.
Me quedo atrás cerca del grupo de papás que esperan que despidan a
sus hijos, observándola.
Podría mirarla cada minuto y nunca sería suficiente.
―Genial, Tiff. ―Ella asiente hacia la esbelta adolescente vestida de rosa
y dorado―. Estarás girando aún más rápido en poco tiempo.
Las palabras de elogio prácticamente hacen que la niña brille mientras
se lanza a dar otra vuelta.
Un fuerte golpe seguido de un pequeño grito frustrado atrae la atención
de toda la pista hacia la chica más baja con un par de patines viejos color
canela y una camiseta grande. Es la chica de la que Sadie habla, de la que
se queja y defiende al mismo tiempo. Parece su mini-yo si me preguntas,
pero mantengo la boca cerrada.
La niña lucha con uñas y dientes contra las correcciones de Sadie, pero
se viste como ella y, por muy reticente que sea, hace todo lo que le piden.
Puedo decir que es como mi linda novia. Un poco espinosa, pero suave
por debajo; solo necesita el cuidado y la atención adecuados y el tipo
correcto de orientación.
Y por mucho que ella no lo vea, Sadie es esa guía.
―Everly ―le espeta―. No tienes que hacer una escena cada vez que no
haces lo que te digo. ―Se cruza de brazos y patina un poco más cerca de
la chica―. Ahora, inténtalo de nuevo. Estás tan cerca.
―Esto es una mierda.
―Lenguaje ―espeta, como si no tuviera la boca de un marinero la
mayor parte del tiempo. Puedo ver las pequeñas amenazas de una sonrisa
desde aquí―. Por favor.
―Lo que sea.
Sadie suspira y se tapa la boca con las manos.
―Okey, haz un círculo.
Ella los despide a todos, ignorante como siempre de la forma en que
sus pequeños protegidos la miran con estrellas en los ojos. Todos salen
rápidamente y Sadie comienza a recoger sus mini conos y a borrar el
marcador de pizarra del hielo.
Estoy sonriendo y probablemente luciendo obviamente enfermo de
amor mientras me apoyo contra la entrada abierta de las tablas y espero a
que ella se dé cuenta de mí.
Lo hace, con los ojos muy abiertos y una sonrisa que le sigue
rápidamente mientras corre hacia mí, arrojando todo por encima del
umbral antes de agarrar mi chaqueta y casi tirarme al hielo. Me agarro
con fuerza al vidrio a un lado, dejando que devore mi boca por un
momento, antes de alcanzar su cintura y levantarla.
―Te extrañé ―murmura en mi cuello mientras la llevo a las gradas.
―Yo te extrañé más, Gray. ―Beso la parte superior de su cabeza―.
¿Dónde está tu bolso?
Ella lo señala y lo agarro, le desabrocho los patines y masajeo sus
pequeños pies antes de ponerle los tenis. Mientras tanto, ella sigue
mirándome como si fuera a desaparecer.
La distancia no es mucha, pero sí lo suficiente como para que sea difícil,
especialmente en mi primer año.
Quería que viniera conmigo a Nueva York cuando me reclutaron, pero
sabía que no dejaría atrás a Oliver y Liam. También sabía que ella quería
cuidar de ellos y estaba demasiado asustada para depender
completamente de mis papás.
Mi año de novato fue duro y un proceso de aprendizaje, especialmente
por el poco tiempo que tendría durante la temporada, pero también trajo
muchas recompensas. No solo llegamos a los playoffs, sino que a pesar de
ser eliminados en la primera ronda, hice amigos. Uno, que me habló de
sus propias luchas con una lesión y su salud mental.
Incluso coescribimos un artículo para Sports Illustrated sobre la salud
mental de los hombres y cómo pedir ayuda cuando se necesita. Casi diría
que tuvo más éxito que cualquiera de mis juegos durante ese primer año,
atrayendo la atención de los medios de todo el mundo, entrevistas,
cuentas de fans de TikTok y todo lo demás.
También atrajo suficiente atención como para dejarme con una Sadie
celosa lista para atacarme y devorarme cada vez que la recogía en la
estación de tren, o después de los juegos a los que podía asistir, y
especialmente cuando regresaba a casa, donde se mudó a mi antigua
habitación en casa de mis papás.
Lo cual hizo que mis instintos protectores al no estar cerca de ella se
calmaran, asentando una extraña parte primaria de mí, sabiendo que ella
se quedaba dormida cada noche en mi cama.
Terminó graduándose tarde y acabó en el otoño siguiente, después de
que todos se graduaran en la primavera. Le ayudó a graduarse con más
orgullo de sí misma y de su trabajo, y a tener otra ronda de patinaje
competitivo sin la presión de su abusivo entrenador.
―No puedo creer que estés aquí, pensé que solo tenías dos días antes
de viajar.
Hago una mueca y presiono algunos círculos en sus pantorrillas
cubiertas con leggins.
―Sí, pero prefiero estar aquí que ahí.
Sadie aceptó el trabajo que mi papá le ofreció cuando se graduó, y
quería que ella lo ayudara a abrir un sector completo de la Fundación First
Line dedicado a patinadores artísticos necesitados.
Ella es feliz ahora, ayuda y sigue haciendo lo que ama.
―¿Manejaste?
Ella niega con la cabeza.
―Tu papá me recogió esta mañana antes de nuestra reunión con los
ejecutivos del Trust. Entonces, soy todo tuya.
Regresamos a su nuevo apartamento, una hermosa urbanización a las
afueras de Waterfell, en la carretera que conduce a Boston. A solo unos
minutos a pie se llega al tren, donde nuestra pequeña ciudad universitaria
está empezando a crecer de verdad.
Pero no llegamos a la casa antes de que Sadie suba a la consola de mi
auto alquilado, a mi regazo, con las manos en mi cabello y los labios
presionados con fuerza contra los míos. Afuera hace casi mucho frío, pero
estoy sudando y jadeando debajo de ella cuando me suelta.
―Vamos adentro, pez gordo ―murmura, apoyando su cabeza en mi
pecho, debajo de mi barbilla. La aprieto un poco más fuerte y sonrío―.
Necesito más de ti.
―Okey, Gray.

Me despierto con un fuerte golpe y me volteo sobre las sábanas frías.


Ambas cosas me irritan, pero sobre todo, por la falta de un músculo de
un metro noventa que debería estar desnudo y enrollado a mi alrededor
mientras dormía.
En lugar de gritarle, salgo de la cama y entro en mi pequeño baño,
poniéndome una de sus camisetas viejas con las que prácticamente vivo
ahora y un par de pantalones de pijama largos porque hace mucho frío.
Nací y crecí en el noreste y aún así, nunca me acostumbraré al frío que
se puede sentir.
Después de cepillarme los dientes y peinar mi cabello corto, subo un
poco la temperatura mientras camino hacia la cocina, deteniéndome
cuando escucho una risita familiar.
Me detengo alrededor de la puerta y veo a Rhys con pantalones
deportivos y una sudadera azul marino de los Rangers que es lo
suficientemente grande para la renovada amplitud de sus hombros,
colocando platos en mi pequeña mesa de desayuno justo afuera de la
cocina con azulejos verdes que me vendió todo el apartamento.
Parece más grande que la vida, tal como siempre pensé que sería. La
NHL lo ha fortalecido aún más, su cuerpo está en óptimas condiciones y
se me hace la boca agua a pesar de que todavía siento el dolor de las
múltiples veces que me folló anoche.
Pero con él nunca será suficiente. Anhelaré cada parte de él por dentro
y por fuera para siempre.
Oliver, de quince años y tan alto que ahora me supera, se sienta en una
de las sillas y sacude la cabeza cuando Liam, de ocho años, agarra
panqueques con sus propias manos y los desgarra como un perro con un
filete.
Se ríe y mira a Rhys, asegurándose de que el chico al que idolatra más
que nadie todavía esté mirando. Rhys se ríe de todo corazón, despeinando
juguetonamente sus rizos castaños.
No importa que Liam ya no juegue hockey (ahora completamente
obsesionado con los cómics y el arte de Marvel y pasa la mayor parte de
su tiempo dibujando sus propias historias de superhéroes en
interminables blocs de dibujo proporcionados por Anna Koteskiy),
todavía mira a Rhys como si hubiera puesto las estrellas en el cielo.
Nuestra terapeuta cree que la adoración del héroe proviene del trato
que Rhys me da delante de los chicos, de la forma en que se preocupa por
mí. Para Liam, es el primer modelo masculino que ha tenido; el primer
hombre adulto que lo cuidó, que le dijo te amo.
Oliver es diferente. Ama a Rhys y, como Oliver todavía juega hockey, lo
ve como alguien a quien admirar, alguien a quien aspirar a ser, pero son
los Koteskiy quienes lo han hecho sentir seguro por primera vez en su
vida.
Lo que tuve que aprender no significa que hice un mal trabajo con ellos.
Hice lo mejor que pude, los protegí, pero Oliver era demasiado mayor y
lo entendía todo, lo que significaba que quería protegerme a mí. Por eso
siempre vivió al límite, dispuesto a luchar para defenderme.
Cuando mi papá fue a la cárcel por el incidente de conducir en estado
de ebriedad y por una acumulación de órdenes judiciales pendientes de
las que yo no tenía ni idea, renunció a la custodia fácilmente. Firmé como
tutora principal, con Anna y Max a mi lado.
A partir de ahí, después de varios meses de discusiones y de la promesa
de que, pase lo que pase, yo siempre sería su verdadero tutora, Anna y
Max Koteskiy adoptaron a mis hermanos.
Aún así, ha sido un viaje para nosotros tres y la terapia lo ha mejorado.
Pero ahora puedo ser su hermana. Amarlos, levantarlos, verlos crecer y
no preocuparme por de dónde vendrá su próxima comida o cómo pagaré
el alquiler.
Ahora, Oliver puede ir a academias privadas de hockey y campamentos
de entrenamiento si así lo desea. Ahora, Liam puede ver sus calificaciones
y proyectos de arte expuestos en un refrigerador que no contiene botellas
de cerveza ni promesas vacías.
Ahora puedo verlos florecer y saber que cuando duermo por la noche,
están felices.
Que yo hice eso. Yo los saqué.
Me apoyo en el arco de la entrada, relajada mientras observo a mis
hermanos hacerle una pregunta tras otra sobre sus juegos, que ven
religiosamente por televisión, ataviados con su camiseta, -su camiseta que
ha sido un éxito de ventas en todas partes-. Casi rivalizan con el papá de
Rhys en su nivel de energía en el sofá, cuando no está viajando a los
partidos de Rhys.
―Panqueques hoy, ¿eh? ―pregunto, sonriendo mientras me acerco
detrás de Oliver y paso mis manos por su desgreñado cabello oscuro.
―Significa que va a ser un buen día ―responde Rhys, inclinándose
para besar mi mejilla―. ¿Verdad, chicos?
―Sí ―canta Liam, dando un mordisco gigantesco a los panqueques
que gotean miel, saltando en su asiento como si estuviera bailando con
música que no suena―. Será un buen día porque Rhys te pedirá que te
ca…
La mano de Rhys cae sobre la boca de Liam, mientras siento un ruido
sordo de Oliver pateando a Liam debajo de la mesa. Liam parece
completamente avergonzado y arrepentido mientras traga y agacha la
cabeza.
―Lo siento.
Una sonrisa se desliza por mi piel, la felicidad burbujea en mi estómago
hasta que prácticamente me río, viendo como Rhys se frota la nuca con
ansiedad, pero él mismo lucha contra la risa.
―Déjame traer tus panqueques ―murmura, girándose hacia el hueco
de la pequeña cocina.
Lo sigo, silenciosa y rápidamente deslizando mis brazos alrededor de
su esbelta cintura desde atrás, con mi cara presionada en medio de su
espalda e inhalando su limpio aroma a lluvia de verano.
―¿Rhys va a hacer qué? ―pregunto, presionando besos entre palabras.
Estoy casi segura de que lo sé, pero siento una necesidad desesperada
de que él lo diga ahora. No quiero esperar, quiero ser su Gray para
siempre.
Suspira y se deja caer hacia adelante antes de darse la vuelta en mis
brazos, levantando mi barbilla en un ligero agarre.
―Cásate conmigo ―exhala, con las mejillas rosadas y un pequeño
temblor en la mano. Está nervioso.
Me hace sentir cálida, tan cálida que estoy segura de que mis mejillas
están más sonrojadas que las suyas, pero llevo su mano a mis labios y beso
su palma.
―Sí, pez gordo ―le digo en su piel, como si le contara un secreto―.
Para siempre, sí.
Él grita: “¡Ella dijo que sí!” a todo pulmón, antes de levantarme en el
aire con un grito, y mientras Oliver sonríe y aplaude, y Liam aúlla como
un pequeño lobo, miro directamente a los ojos de mi chico dorado, cuyos
ojos tristes ya no lo son.
Y si tengo algo que ver con eso, nunca más lo volverán a ser.
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