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Afterglow
Elyeng18
mym_24
Vequi Holmes

CORRECCIÓN
Cavi20_B
DarkDream
FFa

REVISIÓN FINAL
DarkDream
mym_24
Φατιμά

DISEÑO
August
CONTENIDO

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EPÍLOGO
PRÓXIMO LIBRO
Para los que aman en la oscuridad.
SINOPSIS
Huyendo de una vida que me iba a matar. Buscaba borrón y cuenta
nueva, lo que encontré fue mucho peor.

Y se llama Sebastian Pierce.

Él era intocable. Un rey con una corona deslustrada. El chico rico que
coleccionaba corazones. Lo último que podría necesitar, pero lo
único que parezco querer.

Es mi alumno. Soy su profesora.


Él es mi perdición. Soy su debilidad.

Está mal. Es ilícito. Prohibido.

Nunca se suponía que sucedería... hasta que sucedió.


(BOYS OF ST. AUGUSTINE #2)
PLAYLIST
Upgrade- Jessie Murph
Champagne- Lia Marie Johnson
Like A God- Lia Marie Johnson
Desire- Meg Myers
Glass House (feat. Naomi Wild)- Machine Gun Kelly Look at Me
Now- Brennan Savage
Love song- YUNGBLUD
Drinkin’ Too Much- Sam Hunt
Grey- Why Don’t We
I’m not Pretty- JESSIA
Dear August- PJ Harding + Noah Cyrus
If I Could Fly- One Direction
Power Over Me- Acousit- Dermot Kennedy
All Three- Noah Cyrus
Do It for Me- Rosenfeld
Lose Is a Bitch- Two Feet
Desire slowed- Hucci
La di die (feat jxdn)- Nessa Barrett
Slower- Tate McRae
Where’s My Love- SYML
Keeping me Alive- Acoustic- Jonathan Roy For the ones who love in
the dark.
PRÓLOGO

Para amarte y respetarte.


Para bien, para mal.
En la riqueza y en la pobreza.
En la salud y en la enfermedad.
Hasta que la muerte nos separe.
Te amaré y honraré todos los días de mi vida.

Un corazón hueco y lleno de remordimientos.


Perseguido por un pasado de cicatrices irreparables.
Cada una irremediablemente más profunda que la anterior.
Ahora, mi miedo vive a la vista.
Ya no se oculta por la fachada de la felicidad.
Velado por las mentiras.
Lo que antes era sagrado ahora no es más que un voto empañado.
1
SEBASTIAN

Nunca pedí ser un Pierce. El nombre en sí, aunque sólo sea un


apellido, tiene más peso que el mundo. Lo que la gente no ve más
allá de las letras que adornan los rascacielos y los altos edificios es
la presión insuperable que conlleva. El peso de la decepción
constante y de no estar nunca a la altura de las expectativas, es lo
que significa ser realmente un Pierce.
Es un peso que nunca quise soportar.
Mi apellido ha sido una maldición más que una bendición.
Cuando la gente mira a mi familia, ve privilegios. Riqueza. Un aire de
respeto que no se gana, sino que se compra.
Puede que me hayan criado con una cuchara de plata, pero eso
no me ha convertido en un tonto. Sé exactamente quién es mi familia
y nunca he pretendido ser otra cosa que el imbécil rico y con derecho
que siempre he sido. He interpretado el papel de hijo obediente y
expectante. En ocasiones.
—Sebastian, ¿estás escuchando?
El barítono profundo y elegante de mi padre irrumpe en mis
pensamientos. Pensamientos que parecen repetirse como la jodida
banda sonora de mi vida.
Levanto la vista para ver la familiar mirada de desaprobación de
un espejo de mis propios ojos grises como el acero que se clavan en
los míos. Si me pongo al lado de mi padre, no se puede negar la
sangre que corre por mis venas. Sencilla y pura, un Pierce.
A primera vista, la gente nos llama hermanos. Ambos altos, con
un cabello oscuro que enmarca un conjunto de iris grises azulados.
pestañas gruesas y oscuras. Labios que fueron creados para escupir
mentiras.
Soy la copia idéntica del diablo moderno del mundo. En la sala
de juntas es despiadado, en casa está ausente.
Al crecer, yo era un inconveniente para su estilo de vida e
incluso ahora que me ha preparado para hacerme cargo de un
negocio que nunca quise, sigo siendo nada más que el mismo niño
petulante. Lo único que mi padre y yo tenemos en común es nuestra
innegable apariencia. Más allá de eso, es un extraño con un traje de
cinco mil dólares que pretende ser el padre del año de St. Augustine.
—Sí, señor. —Separo mi mirada de la suya y opto por tomar un
sorbo de agua del vaso de cristal adornado que tengo delante.
El último lugar donde quiero estar es en una cena con mis
padres. Llevando un traje y una corbata anticuados, comiendo una
comida que cuesta más que el salario semanal de algunas personas.
Pero, el deber llama y como siempre cuando mi padre llama, yo
acudo.
Nunca me pregunté si sería un peón en el juego de mi padre.
Se esperaba. Se espera que me comporte y actúe como el correcto
muchacho Pierce que fui criado.
Mi madre, como siempre, está callada al otro lado de la mesa.
Mira fijamente la copa de vino, ahora vacía, perdida en sus
pensamientos. Desde fuera, es la definición de una esposa trofeo de
la sociedad. Lleva el pelo rubio bien recogido, sin un solo pelo fuera
de su sitio. Todo en ella parece sin esfuerzo, pero yo sé que no es
así.
Si hay algo que he aprendido al formar parte del mundo de mi
padre, es que todo es engañoso desde afuera. Nadie sabe
realmente lo que ocurre en las casas de cristal.
Al cabo de unos instantes, su trance se rompe, sus ojos
apagados y vacíos se acercan a los míos. Sus labios forman una
sonrisa apretada, una que es familiar, pero no reconfortante. Una
sonrisa que dice que desearía que las cosas fueran diferentes,
aunque nunca lo serán. Dejé de esperar un cambio cuando era niño,
y eso es jodidamente triste.
—Obviamente no lo hacías. Como siempre, tu cabeza está en
cualquier lugar que no es donde debería estar —su tono es agudo.
La primera de las muchas indagaciones que pretenden para
hacerme sentir que no estoy a la altura de mi nombre.
Antes de que pueda responder, la camarera reaparece con una
jarra para rellenar nuestros vasos y tomar nuestro pedido. A decir
verdad, preferiría comerme el puto vaso antes que estar aquí
sentado un minuto más con mi padre, pero salir de aquí sólo
provocaría una tormenta de mierda con la que realmente no tengo
energía para lidiar hoy.
Le entrego el menú a la camarera con una sonrisa, la falsa que
nunca se siente bien, y sus ojos se detienen en los míos un segundo
más de lo debido hasta que gira sobre sus talones y se va. Tal vez
me dé su número y pueda olvidarme de la mierda de noche que he
pasado.
—Como decía, Sebastian, estamos trabajando en una
importante fusión con Carlton. Está solicitando el capítulo doce y es
el momento perfecto para adquirir la compañía como un activo. Su
director general es un auténtico idiota, así que será aún mejor verlo
arder. —Mi padre se ríe con altanería, la diversión llega a sus ojos,
lo que sólo revela lo jodido que está.
Destruir la vida de otras personas es lo que le produce una
verdadera y genuina reacción de felicidad...
Se necesita todo lo que hay dentro de mí para no responder
con algo inteligente, en su lugar me muerdo la lengua y respondo.
—Estoy seguro de que Max está feliz por ello.
Asiente con la cabeza, tomando un gran trago de bourbon antes
de responder.
—Por supuesto que sí, sería un tonto si no lo hiciera. Más
petróleo significa más dinero, Sebastian. Ese es precisamente el
objetivo del juego, ya lo sabes. Cuando te hagas cargo, tendrás una
empresa de una riqueza inimaginable. Pierce Oil será un negocio
familiar.
Mi mandíbula se aprieta por sí sola, los músculos se tensan con
mi frustración.
¿Qué significaba para mí?
Mi futuro estaba planeado incluso antes de que me trajeran a
este mundo. Iba a hacerme cargo de Pierce Oil y dirigir el imperio
que mi padre construyó cuando fuera demasiado viejo para dirigirlo él
mismo. Nunca se cuestionó si era lo que yo quería o no. Porque lo
que yo quería nunca importó.
Soy un Pierce, voy a hacer lo que se espera de mí. Lo que
significa entretener a mi padre quincenalmente en cenas para que me
meta en la cabeza cómo va a ser mi futuro, lo quiera o no.
Cambiando de tema, miro a mi madre, que sigue sentada en
silencio a su lado.
—¿Cómo van las cosas, mamá? ¿Algo emocionante en el club?
Mis ojos la recorren mientras frunce los labios y luego esboza
una sonrisa tan falsa que me doy cuenta de que no es así.
—Cariño, ya sabes, soy voluntaria en la medida en que mi
agenda me lo permite. He estado ocupada en la casa y hemos hecho
una venta de pasteles para la residencia de ancianos de la calle. Me
he mantenido muy ocupada.
Sí. Cualquier cosa que la mantenga fuera de la misma
habitación que mi padre sin que parezca que está tratando de
escapar. Como un pájaro atrapado en una caja de cristal, que
siempre ve el mundo exterior a su alrededor, pero nunca puede sentir
el sol en su cara, respirar el aire fresco de la libertad, o expandir sus
alas y volar.
Entiendo mejor que nadie la sensación de estar atrapado.
—Eso es genial, mamá.
Afortunadamente, tras unos momentos de tenso silencio, el
camarero saca los entrantes y de repente todos estamos
hambrientos. Demasiado ocupados comiendo como para
entretenernos con una charla forzada, y por eso estoy jodidamente
agradecido.
Mi mente está en otra parte esta noche y el lazo que me rodea
la garganta parece apretarse a cada segundo, dejándome más
atrapado y oprimido que de costumbre.
—Quiero que hagas prácticas en la oficina de Nueva York
durante las vacaciones de Navidad. Será un buen momento para
empezar la transición mientras te diriges a Yale. —Mi padre rompe el
silencio, y cada bocado de comida que acabo de tragar parece que
va a volver a subir.
Maldita sea.
Sabía que la conversación acabaría aquí, siempre lo hace.
Yale.
Cinco generaciones de hombres Pierce han asistido. El alma
mater de mi padre y una de las más prestigiosas escuelas de la Ivy
League en el país. Se espera que asista y mi padre no va a sobornar
a nadie para asegurarse de que me acepten. Es algo que se espera
que haga por mi cuenta.
Lo que no voy a hacer es pasar mis putas vacaciones de
Navidad metido en un edificio de oficinas de Nueva York siguiendo a
un idiota de mediana edad que se folla a su secretaria durante todas
las "madrugadas" en la oficina.
—Este año tengo una carga de trabajo enorme, y con el hockey
y las actividades extraescolares... No hay manera de que pueda
dejar la escuela durante dos semanas y media, padre —mi voz sale
tensa, la ira goteando de cada palabra.
La autocontención es algo que conozco bien. Lo he practicado
toda mi vida, lo que significa que la mayor parte del tiempo controlo
totalmente mis emociones.
—No escucharé nada de eso. Sabes lo que se espera de ti,
Sebastian, y francamente me importa un bledo cómo debas
asegurarte de estar allí, pero no te equivoques, estarás allí. No hay
discusión. ¿Cómo esperas aprender la forma correcta de dirigir el
negocio que vas a heredar si nunca te esfuerzas por hacerlo? —se
burla, con el disgusto escrito en su cara mientras toma su vaso para
dar otro trago de bourbon.
—Así es, tu palabra es el evangelio, ¿verdad, papá? —escupo.
Veo que la vena de su cuello se abulta ante mi tono.
—Actúa como un niño, Sebastian, es lo que mejor sabes hacer.
—Se inclina más cerca, su tono baja a un susurro amenazante—. El
maldito internado de lujo, los coches, la ropa, los miles de dólares
que gastas mensualmente... tu fondo fiduciario. Puede desaparecer
con un chasquido de dedos.
—Tal vez, me importa una mierda.
Su rostro adquiere un tono más rojo hasta que se inclina hacia
atrás y tira la servilleta de su regazo sobre la comida que tiene
delante.
—Basta —sisea.
Y sin decir nada más, la conversación ha terminado.
Como todas las conversaciones en las que participamos mi
padre y yo. La cierra en el momento en que se siente un poco fuera
de control del resultado.
Me levanto bruscamente, empujando ruidosamente la silla
detrás de mí, sin que me importe lo más mínimo quién esté mirando.
Mi madre jadea en silencio, y mi padre parece que le va a dar un
ataque al corazón justo encima de su filete de doscientos dólares.
He perdido toda la mierda que tenía que dar. Ya estoy harto de
los constantes menosprecios y de que me hablen con desprecio.
Joder, quiere que sea un Pierce. Se lo demostraré.
Dejo caer un casto beso en la mejilla de mi madre y me voy sin
decir nada más.

En vez de volver al internado, conduzco por las carreteras


secundarias de St. Augustine, dejando que mi rabia se apague
mientras guío mi Range Rover por las cerradas curvas de la
carretera rodeada de naturaleza. No puedo dejar de pensar en lo que
dijo mi padre, en la sensación repentina de que el mundo se cierra a
mi alrededor.
Me siento como un animal acorralado.
No hay salida.
Mi agarre del volante se hace más fuerte cuanto más cerca
estoy de la escuela, y siento que el control que normalmente tengo
tan bien agarrado se me escapa.
Es un jodido idiota, eso es lo que es.
Premio al padre del año.
A través de la línea de árboles, St. Augustine y su enorme
campus aparecen a la vista. Me recuerda que hay mierdas más
importantes de las que ocuparme que preocuparme por mi padre y
sus amenazas. Como mi mejor amigo sentado en una celda de la
cárcel mientras todos nos sentamos impotentes y no hacemos nada.
Hace semanas que no sabemos nada de Ezra, y su mierda de
padre, al igual que el mío, no ha hecho nada para sacarlo.
Ezra no es sólo mi mejor amigo, es mi hermano. Lo mismo
ocurre con Rhys y Alec. La hermandad menos convencional que
puedas imaginar, pero hemos estado más unidos que la sangre
desde que éramos niños. Todos nosotros de diferentes lados del
espectro, pero de alguna manera encajamos juntos.
Mentiría, engañaría, robaría y mataría por ellos. Con gusto
cambiaría de lugar con Ezra, y tomaría el tiempo por él. Joder,
quemaría todas las casas de esta ciudad, si eso significa salvarlo.
Esa es la mierda que haces por la gente que amas.
Te sacrificas.
Atravieso las puertas de hierro forjado del campus y entro en el
aparcamiento, luego corto el contacto.
Son más de las diez, lo que significa que Rhys y Alec estarán
listos para ir a la Abadía, pero esta noche no me apetece. Quiero
relajarme, jugar a la Xbox y olvidarme de la mierda con la que he
tenido que lidiar esta noche. Beber no va a lograr nada más que
hacerme perder el control y eso es lo último que necesito.
Agarro mi mochila del asiento del copiloto, salgo y cierro la
puerta tras de mí, me dirijo apresuradamente a la acera. Incluso con
la chaqueta del traje y las mangas largas puestas, empieza a hacer
frío. El viento azota y hace que se me ponga la piel de gallina en la
nuca, lo que acentúa la sensación de desierto en el campus.
Joder, ¿cuándo empezó a hacer tanto frío?
Caminar por el campus es extraño por la noche. Está oscuro,
completamente muerto, y parece que retrocedes en el tiempo con los
imponentes edificios góticos del siglo pasado que te rodean. Ya casi
estoy de vuelta a la residencia cuando alguien choca conmigo por
detrás con tanta fuerza que casi me hace volar. A duras penas me
mantengo en pie, y mi mochila sale volando de mi hombro hacia el
cemento.
—Jesús, mira por dónde coño vas —gruño, intentando
recuperar el equilibrio antes de acabar de culo en la hierba húmeda
junto a mi mochila.
Antes de que pueda darme la vuelta para ver quién es, una
pequeña figura negra encapuchada sale corriendo en la otra
dirección. Estaba tan perdido en mi propia cabeza que ni siquiera oí
a nadie acercarse.
¿Qué mierda?
Sacudiendo la cabeza, arranco la mochila del suelo y me la
vuelvo a echar al hombro, maldiciendo a quien acaba de derribarme
por detrás.
Últimamente las cosas están muy raras. Desde que empezaron
las clases, las cosas se sienten mal, y aunque sé que tiene mucho
que ver con el hecho de que nos falta parte de nuestra hermandad,
también es el ambiente del campus. Una sensación que tengo cada
vez que estoy en la zona común, caminando de vuelta a la residencia.
¿Esa sensación que tienes en la boca del estómago, la que te
dice que algo está mal, aunque no puedas determinarlo?
Esa sensación.
Ha estado rondando como una ETS1 no deseada y no me gusta
una mierda.
Este es el último año. Se supone que es el mejor año de todos
nuestros años. Fiestas, bebidas, chicas, vivir el sueño. Sin embargo,
uno de nosotros está sentado entre rejas, y el resto no sabe qué
coño hacer.
Rhys es el mismo idiota melancólico de siempre, si no peor
ahora que Ezra no está aquí para rumiar con él. Alec es
simplemente... Alec. Nunca sé qué le molesta y qué no.
Lo que sí sé es que las cosas no deberían ser así.
Cuando atravieso la puerta principal de la residencia, oigo a
Rhys y a Alec antes de verlos.
—Amigo, te digo que fue en un episodio de Mil maneras de
morir —dice Alec.
Oigo a Rhys burlarse mientras tiro las llaves sobre la barra y
entro en el salón. Llevamos en el mismo dormitorio desde el primer
año, y gracias a las contribuciones de mi padre a St. Augustine, nos
ha valido una suite permanente
Cuatro dormitorios, dos baños, una cocina y una sala de estar.
Era más de lo que recibían la mayoría de los chicos que asistían, así
que fue una de esas veces en las que no me quejé de que mi padre
hubiera tirado el dinero de la familia para conseguir algo que quería.
No podía tener a un Pierce durmiendo en cualquier sitio que hiciera
que la gente hablara.
Un movimiento puramente egoísta, por supuesto, nada de lo
que hacía mi padre era por bondad. Eso lo sé.
—¿Qué pasa? —dice Alec, levantando la vista de la pantalla del
televisor.
Su larga melena de estilo surfista le cae en los ojos e
inmediatamente se la sacude para apartarla de la cara, algo que
hace tanto que ya casi no me doy cuenta.
—Eh. —Me tumbo en el sitio libre del sofá entre él y Rhys.
Rhys me lanza una mirada que dice que estoy en su espacio
personal, pero que se joda. El tipo es como un Jeffrey Dahmer
adolescente.
—¿Cómo te fue con el cabeza de pene? —pregunta Alec.
Suspiro, apoyando la cabeza en el respaldo del sofá.
—La misma mierda. Un día diferente. Está con la mierda de
que tengo que hacer prácticas en la oficina de Nueva York durante
las vacaciones de Navidad. Casi nos peleamos durante la cena. Ya
sabes, la mierda normal al estilo Pierce. El mismo juego de "quién
tiene la polla más grande". Pero como siempre, es la mía —sonrío.
—Tu padre es tan idiota como el de Ezra —gruñe Rhys desde
su lado.
—Hablando de imbéciles, ¿ha devuelto alguna de tus llamadas?
Rhys sacude la cabeza.
—No. Voy a seguir intentándolo, luego voy a aparecer en su
casa y no tendrá más remedio que hablar conmigo.
Sí, eso es cierto. El padre de Ezra es una mierda, ni más ni
menos. Eso es todo lo que siempre será. Tiene suerte de que no le
hayamos dado una paliza por la forma en que trató a Ezra al crecer.
Mi padre es un pretencioso santurrón, pero en cuanto me ponen
las manos encima, se acabó el juego. El padre de Ezra está
perfectamente contento con dejarle sentado y pudrirse, sin importar
si es o no culpable. Lo dejaría ahí sentado incluso si supiera que es
inocente. No hay diferencia para él.
—Amigo, necesito a Ezra ahora mismo. Mi nota de física es
una mierda. Siempre me saca de apuros en las mierdas científicas.
Es como Ezra Nye el chico de la ciencia o algo así. —Alec gime.
—Sí, me están jodiendo en inglés. No recuerdo que fuera tan
difícil estar al día con mis cosas. Si mis notas bajan lo primero que
va a decir mi padre es que es por el hockey. —Sacudo la cabeza
pensando en la reacción de mi padre cuando se entere.
—Maldita sea, la nueva profesora de ahí está buena. ¿La
señorita Ambrose, creo? El otro día tuve que llevar algo a su clase
para la hermana Mary Margaret y la vi, casi me caigo al suelo
hombre. —Alec se agarra el corazón dramáticamente, fingiendo un
desmayo—. Una verdadera locura, no puedo creer que dejen a
alguien que no es realmente una monja o un padre enseñen en St.
Augustine. Pensé que esa mierda iba contra las reglas o algo así.
—¿Qué nueva profesora? —pregunta Rhys. Sus cejas se
levantan mientras me lanza una mirada.
—¿Qué? —me encojo de hombros con indiferencia—. Y bien,
está buena. También me está reprobando en cada maldita cosa que
entrego, y parece que no puedo hacer nada para complacerla, así
que no merecía la pena hablar de ello.
Joder, sí, me he fijado en ella.
Mide un metro y medio, es pelirroja, tiene unos putos labios
carnosos y exuberantes. Labios con los que paso la mayor parte de
la hora fantaseando alrededor de mi polla que aprendiendo realmente
sobre los clásicos, de ahí que esté suspendiendo, y apenas ha
pasado un mes de mi último año. Por no hablar de que sube y baja
por las filas de pupitres una y otra vez, y cada vez mis ojos no
pueden evitar quedarse pegados a la ridícula cantidad de culo que
mete en esas faldas lápiz. Todo lo elegante y apropiado y todo en lo
que no debería enfocarme.
—Mhm, por eso se te pone la cara roja, ¿eh? —sonríe, bueno,
tanto como Rhys sonríe para cualquiera.
—Cierra la boca. En serio, si no deja de reprobarme voy a
estar jodido. No puedo perder el hockey, ni poner en peligro mi beca
o a mi padre le dará un puto infarto durante la cena.
—Te entiendo. Habla con ella, a ver si te da algún crédito extra.
Dile que lavarás su pizarra para conseguir puntos extra. —Alec
levanta las cejas de forma sugerente y yo le doy una palmada en la
nuca.
—Da igual, me voy a duchar que huelo a imbécil rico —murmuro
levantándome del sofá.
—Eso es porque eres un imbécil rico, imbécil —me dice Alec
antes de que cierre la puerta de mi habitación tras de mí.
Idiotas.
2
PRESLEY

El repiqueteo constante de la lluvia golpea la vieja ventana de


cristal a mi lado en una melodía rítmica que calma al instante la
ansiedad que hay en mi interior. Hay algo en las tormentas que
siempre me ha aportado una sensación de paz. Mientras que la
mayoría de la gente teme el fuerte estruendo de los truenos y el
brillante golpe de un rayo, encuentro consuelo en él.
Mi madre me decía de pequeña que cuando se oyen truenos en
el cielo, es el diablo golpeando a su mujer. Un cuento antiguo
transmitido de generación en generación. Ella me contaba muchas de
esas historias cuando yo estaba metida en las sábanas de mi cama,
a altas horas de la noche, cuando la lluvia caía contra el viejo techo
de hojalata de la desvencijada choza en la que vivíamos.
Cuando crecí, me di cuenta de que era imposible que eso fuera
cierto, porque había demasiada maldad en el mundo para que el
diablo se escondiera entre las nubes. Sabía que tenía que estar
caminando por la Tierra, causando más estragos de los que podría
causar en el cielo. Ahora me doy cuenta, más que nunca, de lo
insensatos que eran esos cuentos, porque conozco al Diablo, y lo
conozco bien.
Aun así, encontré consuelo en esas tormentas. Eran
constantes. Sabía que, aunque el mundo se desmoronara a mi
alrededor, la lluvia seguiría llegando. El cielo seguiría
oscureciéndose, los truenos seguirían retumbando.
Acostada aquí, en esta cabaña de campo húmeda y mohosa,
me siento segura. Algo que nunca pensé que volvería a sentir. E
incluso con el agujero en el techo que deja pasar el agua de la lluvia y
que actualmente gotea en una maceta que encontré metida en el
fondo del armario, siento una sensación de seguridad, no recuerdo la
última vez que sentí eso.
Hace tanto tiempo que casi no recuerdo lo que sentí hasta que
llegó a mí. Una emoción cálida y floreciente en mi pecho que podía
sentir que se extendía hasta la punta de mis dedos. Una sensación
física de alivio. La respiración completa que mis pulmones podían
tomar sin la presión tan fuerte sobre mi pecho, que me robaba el
mismo aliento antes de que pudiera saciarme.
Era insustituible.
Me quedaría con la cabaña en mal estado con las tablas del
suelo que crujen, el techo con goteras y más cosas rotas que no. Me
ha dado la única cosa por la que habría muerto.
La libertad.

—Entonces, ¿quién puede decirme exactamente cómo se


relaciona “Orgullo y Prejuicio” con la literatura feminista?
Mis tacones golpean ligeramente la madera dura mientras
rodeo mi escritorio para apoyarme en el frente. Me saluda el silencio,
que es lo que se espera de una sala llena de adolescentes a los que
les importa un bledo todo lo que tenga que ver con la literatura,
especialmente la literatura centenaria.
—¿Alguien? —pregunto.
Decenas de cabezas se agitan en respuesta a mi pregunta.
—Porque a Elizabeth Bennet le parecía absurda la idea de que
una mujer se casara simplemente por obligación —una vocecita llega
desde el fondo de la clase, sorprendiéndome.
—Muy bien. ¿Y alguien más puede decirme por qué fue un
movimiento tan grande para una novela escrita en esta época?
Silencio.
—Aaron, ¿qué tal tú? —le pregunto al rubio, quarterback de las
estrellas, sentado en la segunda fila con los pies echados hacia
atrás. Parece asustado momentáneamente, pero se recupera
rápidamente.
—¿Supongo que porque es antiguo? —se encoge de hombros.
—Es antiguo, si se consideran los dieciocho centenarios, pero
¿por qué esta ideología era tan impactante? ¿Qué es lo que hizo que
esta novela fuera una de las más comentadas de su tiempo?
Intentar que los estudiantes de secundaria se interesen por la
literatura escrita cientos de años antes de su época siempre iba a
ser un reto, lo sé.
Siempre me esforcé más que nunca por mantenerlos
interesados a pesar de la monotonía de todo ello. No hace tanto
tiempo que yo estaba exactamente donde ellos están, sentada en un
pupitre, deseando estar en cualquier sitio menos metida en clase.
Mi profesora de inglés de último año es la única razón por la
que me convertí en profesora. Recuerdo que estaba sentada en el
viejo pupitre de madera de mi escuela católica, con falda de cuadros
y camisa de cuello, que me picoteaba el esmalte rosa brillante de las
uñas, maldiciendo ya a quienquiera que estuviera a punto de entrar
por esa puerta. Me interesaba más el esmalte de uñas, que en ese
momento pensaba que era un enorme "jódete" para el
establecimiento.
Todos pasamos por el periodo rebelde. Y el esmalte de uñas
de color en una escuela católica de niñas era un gran no.
Entonces, entró por la puerta y nos contó la mejor historia que
jamás había escuchado. La forma en que tejió las líneas hizo que
cobrara vida con cada palabra. Estoy convencida de que era una
maga. Yo estaba pendiente, desesperada por la conclusión. Antes de
que pudiera terminar, el timbre sonó, indicando que la clase había
terminado y sentí que físicamente no podía salir de ese salón hasta
que supiera lo que sucedía en su historia. Una historia que nunca
habría conocido si no la hubiera escuchado de ella.
Así comenzó mi historia de amor de toda la vida con la
literatura.
Con las palabras. Con las historias que abarcan siglos.
Y aunque la mayoría de las clases de inglés en la escuela
católica se centraban en la religión y en cómo ésta afectaba a la
literatura, St. Augustine me dio vía libre para enseñar lo que quisiera.
Es la razón por la que decidí enseñar aquí. Quería enseñar lo mismo
que encendió mi pasión por la literatura en primer lugar.
—Esta historia es una historia importante y provocativa para su
época porque realmente exalta el giro sin disculpas del feminismo.
Elizabeth Bennett fue una heroína que empezó a cuestionar los roles
de género y la ideología. En contra de la creencia popular, en
realidad las mujeres no sólo deben estar descalzas en la cocina.
—¿Pero no lo hacen? Es decir, digo, más vale que mi mujer me
haga un sándwich después de haberme dado un festín con su coñ...
Las risas estallan en la sala mientras Aaron y sus amigos
chocan los puños y aplauden. Mis ojos se ponen en blanco antes de
que pueda detenerlos.
—Bien, basta, ya basta, tranquilos. ¿Trabajando duro para el
castigo ya, Señor Blanchard? —cruzo los brazos sobre el pecho y
me detengo frente a su escritorio.
Me sonríe, sin molestarse en ocultar su diversión.
—Me ofrezco como voluntario, Señorita Ambrose, eso sí es
usted quien se encargará de la detención. Espero un castigo muy
práctico. Uno que nunca olvidaré —una voz profunda y ruda suena
desde el fondo del aula.
Envuelta en terciopelo, su voz es toda la definición de grave. No
tengo que mirar para ver a quién pertenece, ya lo sé. Es la misma
voz que me he pasado toda la hora evitando.
Aunque sólo he estado en St. Augustine un corto período de
tiempo, hay dos cosas que sé con absoluta certeza.
Uno: hay más cosas entre bastidores de las que me atrevo a
imaginar.
Dos: Debería estar lejos de Sebastian Pierce.
Cruzó el umbral el primer día de clase y pensé que era un
miembro del personal que aún no había sido presentado. Me costó
unos instantes de silencio aturdido darme cuenta de que en realidad
era un alumno.
En lugar de un adolescente, un hombre de ojos tan grises, tan
llenos de madurez, me miraba fijamente, tomando todo aquello para
lo que creía estar preparada y haciéndolo añicos a mis pies.
No estaba preparada para la abrumadora ola de atracción.
¿Cómo no iba a estar atraída si su aspecto parecía salido de
las páginas de un anuncio de Armani?
Pelo grueso y oscuro despeinado a la perfección, la mandíbula
más afilada y cincelada que jamás había visto, con una barba
permanente de aspecto pecaminoso. Pestañas oscuras y largas que
enmarcaban los mismos ojos penetrantes con labios carnosos y
sensuales.
Nada en Sebastian Pierce era juvenil, al menos no su
apariencia. Sabía que debía mantener las distancias. Y eso es
exactamente lo que hice.
Hasta ahora.
—Señor Pierce, véame después de clase.
Me obligo a arrastrar mis ojos hacia los suyos, y cuando su
mirada captura la mía hace que mi cuerpo se ruborice.
Caliente, llena de lujuria que envuelve sus tentáculos con fuerza
alrededor de mi cuerpo, manteniéndolo como rehén. Su mirada me
desnuda. Desenvuelve cada parte de mí y la expone para él.
Me siento sucia, como si me hubieran atrapado haciendo algo
malo.
Y ahí está el problema con Sebastian Pierce.
Tengo una innegable atracción por él y paso la mayor parte del
tiempo fingiendo que no existe.
El resto de la clase transcurre sin incidentes, pero no sin que se
me forme un nudo de ansiedad en la boca del estómago. La
sensación se intensifica con cada segundo que pasa el reloj.
Cuando por fin suena el timbre, los alumnos se van y yo me
siento detrás de mi enorme escritorio de roble oscuro y espero a que
Sebastian se acerque. El último alumno sale por la puerta, cerrándola
de un golpe tan fuerte que el corazón casi se me sale del pecho.
Se me cierran los ojos e, instintivamente, me llevo la mano al
pecho, agarrándome el corazón, deseando que vuelva a latir con
normalidad.
Me pregunto si alguna vez dejaré de tener miedo. Pensar en el
pasado no hace nada para calmar el latido errático de mi corazón.
—¿Señorita Ambrose? —la voz de Sebastian me hace saltar de
nuevo.
Tras el golpe de la puerta, había olvidado que todavía estaba
en la habitación. De repente, está de pie frente a mi escritorio.
—Lo siento, me ha asustado —tartamudeo.
Mis ojos se encuentran con los suyos y están llenos de
preguntas. Preguntas a las que nunca tendrá respuesta.
—¿Está bien? —pregunta, con las cejas fruncidas.
—Sí, estoy bien.
Se mueve de un pie a otro, sin decir nada, sólo asintiendo sin
compromiso.
Tanteo nerviosamente la pila de papeles que tengo delante
antes de encontrar la que necesito y la pongo delante de él. En la
parte superior hay una "F" en tinta roja.
—La razón por la que pedí verlo en realidad no tiene nada que
ver con su arrebato inapropiado en la clase de hoy. Aunque no
aprecio su flagrante falta de respeto, creo que es importante
expresar que si dedicara una fracción del tiempo que dedicó a hacer
bromas a esforzarse de verdad, no estaría a punto de suspender mi
clase, señor Pierce.
—Mira, he estado abrumado con el hockey y los asuntos
personales. No puedo seguir recibiendo esto. ¿Puede ser un poco
más tolerante? —desliza el papel hacia mí.
Su cara es una máscara de molestia, como si fuera un
inconveniente estar aquí hablando conmigo.
—Lo entiendo, pero sólo le doy la nota en función de lo que se
ha ganado. Haz el trabajo, gánate la nota. Esto no sería justo,
Sebastian.
Vuelvo a deslizar el papel hacia él. Sus ojos se encuentran con
los míos en una mirada de desafío y siento que el malestar en mi
estómago se desvanece, reemplazado por el fuego propio que no he
sentido en tanto tiempo. La determinación se instala en mis huesos.
El gris brillante de sus iris arde de frustración. Me doy cuenta
de que puede ser la primera vez que Sebastian no tiene algo en sus
manos. Conocí a tipos como Sebastian, estuve rodeada de ellos
durante años.
El mundo les fue entregado en bandeja de plata. Quizá ahora
entienda lo que es sentirse frustrado y avergonzado por sus acciones
y se dé cuenta de que éstas tienen consecuencias.
A pesar de lo atractivo que es o del encanto que parece rendir
como un arma, no va a aprobar mi clase mientras no se gane las
calificaciones.
—¿Así es como va a ser? ¿Vas a reprobar al portero del
equipo de hockey? —aprieta los dientes, el músculo de su mandíbula
hace tictac con el movimiento.
—Eso depende totalmente de ti, Sebastian. No te estoy
señalando o siendo injusta. No pusiste un gramo de esfuerzo en esto,
pero tienes mucho tiempo para estudiar, para ganar la nota que
necesitas.
Pasa un momento de silencio entre nosotros y él coloca ambas
manos sobre mi escritorio, inclinándose hacia mí, tan cerca que
percibo lo pecaminoso que huele.
Como el momento en que estás de pie en medio del campo,
rezando por la lluvia, desesperada por una sola gota contra tu piel. Y
entonces, el cielo se abre sobre ti y finalmente, la primera gota de
lluvia te golpea, empapando tu alma que ha estado en sequía durante
tanto tiempo.
Mi débil corazón late dentro de mi pecho cuando sus labios se
curvan hacia arriba en una sonrisa burlona, revelando unos dientes
perfectos. Siento el zumbido en la base de mi garganta mientras mi
pulso se acelera.
Me siento fuera de control, totalmente a merced de él.
—Escucha, sé que eres nueva aquí... Enseñas. Lo entiendo.
Escuela nueva, no conoces a nadie, sin aliados. Nadie que te cubra
las espaldas. No sabes realmente cómo funcionan las cosas por aquí
—se encoge de hombros sin compromiso—. Todos hemos pasado
por eso. Pero déjame que te aclare esto —se inclina más,
haciéndome retroceder—. Esta es mi escuela. Puedes pensar que
eres tú quien tiene el control, pero al final del día soy yo. Lo
aprenderás rápidamente, y si yo fuera tú, preferiría no acabar como
uno de mis enemigos. Tú eliges cómo va esto.
Se retira lentamente, la sonrisa burlona ya no se encuentra en
ninguna parte, toma el papel marcado con tinta roja brillante y lo tira
a la basura, luego sale del aula sin decir nada más.
Dejándome con la boca abierta y los muslos apretados para
sofocar el dolor.

Esa noche, más tarde, estoy sentada con las piernas cruzadas
en la alfombra raída del centro de la sala de estar de mi pequeña
cabaña, desesperadamente necesitada de amor, mirando las vetas
de pintura de la pared. Cada una de ellas es muy diferente de la
siguiente. Amarillo brillante, alabastro, un tono de gris que me
recuerda a los guijarros de la costa de Cape Cod.
Cuando pienso en Cape sólo tengo recuerdos felices y
sencillos. Las tormentas de mediodía que parecían producirse al
menos una vez al día, la arena gruesa entre los dedos de los pies,
correr por la orilla sin ninguna preocupación.
Cuando llegó el momento de elegir la pintura, estaba de pie en
medio del pasillo de la ferretería, ojeando las filas de muestras, y me
detuvo en seco. Inmediatamente pude oler el mar salado y sentir la
arena en las yemas de los dedos. Lo tomé junto con los demás
colores que me provocaban recuerdos felices.
Voy a rodearme de todo lo que me ha hecho feliz, para que no
haya lugar para el miedo, la preocupación o la ansiedad. Poco a
poco lo iré expulsando.
Paso a paso.
Un pie delante del otro.
Miraría hacia atrás en estos años y recordaría la fuerza que se
necesitó en lugar de la abrumadora cantidad de tristeza, daño y dolor
que vino con él.
Los colores de la pared me miran de forma desalentadora,
como si tuvieran una opinión propia. Era una decisión importante que
cambiaría mi vida. El color que eligiera sería el que tendría que ver
todos los días en el futuro inmediato, y quería estar absolutamente
segura de que era el correcto.
Aunque solo fuera una lata de pintura de látex, simbolizaba mi
vida en muchos sentidos. Si tuviera que adivinar, llevaría horas
sentado, mirando la pared, con los ojos recorriendo las mismas tiras
de pintura una y otra vez. No estaba más cerca de tomar mi decisión
que cuando empecé, pero agradecí el silencio ininterrumpido de mi
nuevo hogar.
Justo cuando estoy a punto de empezar a prepararme para ir a
la cama, oigo un débil sonido cerca de la puerta trasera. Suena casi
como un animal herido, pero era tan silencioso que no pude
distinguirlo. Me acerco a la puerta trasera y escucho cualquier indicio
de ruido, entonces lo vuelvo a oír.
Mew.
¿Es eso un gato?
Abro la puerta y me asomo a la oscuridad. El bosque que me
rodea, junto con la lluvia, hace que sea imposible ver al aire libre.
Otro maullido, más cercano esta vez.
Tiene que ser un animal, pero la lluvia cae con tanta fuerza que
apenas puedo ver tres metros delante de mí. Vuelvo a entrar en la
casa para tomar mi abrigo y me lo pongo apresuradamente,
poniéndome la capucha alrededor de la cara para intentar tapar
parte de la lluvia. Cuando vuelvo a salir, miro junto al porche en busca
de alguna señal de un animal, pero no veo nada más que la lluvia que
me nubla la vista.
Camino junto a la cabaña usando la luz del porche para ver lo
mejor que puedo, y entonces lo veo.
Empapado hasta los huesos, un diminuto gatito atascado en el
desagüe de los canalones. Su pelaje negro está completamente
pegado al cuerpo e incluso a metro y medio de distancia puedo ver
cómo tiembla.
Corro hacia donde está, me agacho y me acerco lentamente
para ver si está asustada, pero la pobrecita tiene demasiado frío y
se está congelando como para preocuparse por mí. Maúlla una y
otra vez hasta que consigo liberar su pata con mis propias manos
temblorosas y heladas. La envuelvo contra mi pecho y vuelvo a entrar
en la casa para protegerme de la lluvia, deteniéndome sólo para
cerrar todas las cerraduras detrás de mí, y luego voy directamente al
baño a buscar una toalla para envolverlo.
Tomo una toalla del armario y envuelvo a la pequeña en la
mullida toalla para intentar quitarle el frío, luego me deshago de mi
húmedo abrigo empapado en el mostrador detrás de mí.
Todavía estoy temblando por el frío de la lluvia, pero lo único en
lo que puedo concentrarme es en conseguir que este bebé esté seco
y caliente. Tras unos minutos de secado con la toalla, la gatita abre
los ojos, revelando unos brillantes ojos amarillos y me da un pequeño
maullido, que me hace sonreír al instante.
—¿Perdiste a tu mamá, dulce bebé? —le digo, acurrucándolo
contra mi pecho.
No puedo imaginarme volver a sacarla a la calle bajo la lluvia.
La miro acurrucada en mi abrazo, hace que me duela el corazón de
añoranza. Me vendría bien una compañera de piso... me siento
terriblemente sola aquí. Es un poco triste que mi única compañía en
un futuro próximo vaya a ser probablemente un gatito, pero supongo
que en todo caso será un gran oyente.
—¿Quieres quedarte aquí conmigo? ¿Me haces compañía y
tienes un lugar cálido para dormir? —le pregunto, aunque lo único
que consigo es otra ronda de maullidos mientras le froto la cabeza
aún húmeda—. ¿Cómo te llamaré?
Contemplo un nombre mientras me acerco a la cama y me
siento suavemente, con cuidado de no empujarla. Mientras tanto, sus
ojos no se abren y no se mueve de su posición dentro de la toalla.
Está perfectamente contenta de estar calentita, acurrucada y
protegida de la lluvia.
Esta noche, me siento segura. Me siento segura en un lugar en
el que no tengo que tener miedo ni nervios.
—Creo que te llamaré... Hope2.
3
SEBASTIAN

La extensa finca a la que he llamado "hogar" desde mi niñez


aparece a la vista cuando entro con mi Rover en las enormes puertas
de hierro forjado. es desalentador, de un blanco crudo, destinado a
llamar la atención porque, por supuesto, mi padre necesita que todos
en St. Augustine sepan que es rico.
El tipo es un pretencioso idiota.
Bert, el guardián de la puerta, inclina la cabeza cuando paso y
cierra la puerta tras de mí. Lleva aquí desde que yo era un niño y le
he oído decir unas tres frases completas. No es muy hablador.
Aparco en la calzada junto al Porsche de mi madre y salgo,
cerrando la puerta tras de mí. Al cruzar el umbral me asalta el olor a
galletas recién horneadas y se me hace la boca agua de inmediato.
Casi puedo saborear el azúcar del que me he privado durante tanto
tiempo. El hockey es agotador y tengo que rechazar la chatarra y los
dulces para mantenerme en las mejores condiciones posibles para el
hielo.
—¿Mamá? ¿María? Quién está haciendo las galletas porque se
me hace la boca agua —grito mientras atravieso el vestíbulo.
Mi pregunta es recibida con silencio.
Me dirijo a la cocina, suponiendo que debe estar allí si está
haciendo galletas. Cuando doblo la esquina, la veo de pie sobre un
gran cuenco rojo, con trozos de masa en todas las superficies,
incluso en el pelo. Está tan absorta en su agitación que ni siquiera se
da cuenta de que he entrado.
—¿Mamá?
Su cabeza se levanta y sus ojos llenos de lágrimas se
encuentran con los míos.
¿Qué mierda?
Se me hiela la sangre en las venas. La furia pura y dura se
apodera de mi cuerpo y me congela por completo.
Moretones de color azul oscuro y púrpura cubren la piel
alrededor de su ojo. Tiene el pelo revuelto y la cara completamente
desmaquillada; no se parece en nada a ella misma. Nada que ver con
la mujer que me educó para mantener siempre la compostura y la
corrección. En el momento en que sus ojos se cruzan con los míos,
su rostro se derrumba en una oleada de dolor y derrota que no
ayuda a calmar la ira que llevo dentro. Puedo ver el dolor escrito en
su cara.
Me da mucha rabia.
Corro hacia donde está ella agarrando el bol de masa de
galletas e inmediatamente la atraigo hacia mí, sujetándola con tanta
fuerza que temo que si la suelto se desmorone a mis pies. El cuenco
cae al suelo con un ruido sordo y la masa vuela en todas direcciones,
pero ahora mismo me importa una mierda.
—¿Cómo ha pasado esto? Mamá, mírame. Dime qué ha
pasado —le pregunto, aunque ya sé la respuesta.
Quiero que lo diga en voz alta.
Quiero oír las palabras de su boca.
Aprieto mis brazos alrededor de su pequeño y frágil cuerpo y
dejo caer mis labios sobre su cabello, meciéndola contra mí mientras
los sollozos sacuden su cuerpo.
—Mamá... —mi voz se interrumpe con dificultad.
Un tipo puede ser el hombre más fuerte del mundo, pero
cuando se trata de tu madre te conviertes en una nenaza, harías
cualquier cosa en el mundo por verla sonreír, por quitarle el dolor o
por ir a por cualquiera que le haya hecho daño.
—¿Te ha hecho esto? —le pregunto mientras se hunde más
contra mí.
Su voz sale apenas como un susurro.
—Sebastian... Las cosas acaban de ser... yo... —tartamudea.
Supe en cuanto vi los moratones que mi padre era el
responsable. No es que me sorprenda que la haya golpeado, sino
que lo haya hecho en un lugar que no se pueda ocultar.
—No le pongas excusas. Mamá, te pegó. Te ha hecho daño y
sigues poniendo excusas por él. Voy a matarlo.
Se aparta para mirarme a los ojos y veo la angustia en el fondo.
Me hace preguntarme cuánto tiempo ha estado sucediendo esto,
cuánto tiempo ha estado soportando el abuso físico. Sé lo imbécil
que es mi padre, pero no tenía ni idea de que le hacía daño. No me
sorprende que sea capaz de esto.
—Sebastian, por favor, por favor, no te metas —me suplica casi
desesperada, agarrando mi brazo con tanta fuerza que luego habrá
marcas.
Está aterrorizada.
No puedo evitar sentirme jodidamente culpable por no saber
que esto estaba pasando. El corazón me late en el pecho mientras la
abrazo. Me debato entre consolarla y darle una paliza a mi padre por
haberla herido.
—Mamá, podría haberte protegido. Habría hecho algo,
cualquier cosa, si eso significara alejarte de él para que no te hiciera
daño. Quiero que te vayas. Ve a la casa de verano en los Hamptons.
Ve a Europa, diablos, no me importa a dónde vayas, pero no puedes
quedarte aquí.
—Sebastian, es complicado. Tu padre tiene muchas cosas que
hacer en el trabajo y tuvimos una discusión, las cosas se
intensificaron. Estaba bebiendo... Esto nunca había ocurrido antes —
dice en voz baja evitando mi mirada, y puedo ver a través de su
mentira. Por eso no me mira a los ojos.
—No puedes seguir excusando esto, mamá, no como excusas
todo lo que hace. —Aflojo mi agarre y me alejo para obligarla a
mirarme—. No puedo dejar pasar esto. No puedo volver a la escuela
sabiendo que podrías no estar segura cerca de él. Sólo voy a
preocuparme por si estás bien y querré venir a casa todo el tiempo
para ver cómo estás. Esto no está bien. Es un pedazo de mierda —
mi voz se eleva al sentir que la ira se desborda en mis palabras.
Respiro profundamente, deseando calmarme. Entrando y
saliendo, cuento hasta diez en mi cabeza. Soy consciente de que
casi no funciona porque estoy malditamente enfadado.
Toda mi vida se la ha pasado sosteniendo a mi madre, mi fondo
fiduciario y mi nombre sobre mi cabeza como si fuera un arma para
usar en cualquier momento y estoy harta.
—¿Dónde está ahora? —susurro con rabia.
Se levanta sin mirarme a los ojos y empieza a limpiar la cocina,
limpiando la masa y la harina de las encimeras con un trapo húmedo
hasta que la detengo para que no haga un agujero en la encimera.
—Está en el trabajo, Sebastian, ¿dónde más podría estar?
Donde siempre está. —Se vuelve de espaldas hacia el fregadero
ocupándose de los platos.
Creo que no recuerdo haber visto nunca a mi madre en la
cocina horneando, y mucho menos lavando los platos, lo que sólo me
hace pensar que esto es mucho peor de lo que ella deja entrever.
Está claro que ella no tenía ningún plan para dejarme saber que esto
estaba pasando, y yo simplemente aparecí cuando ella no podía
ocultar lo que había hecho.
¿Cómo lo mantuvo en secreto si él ya lo había hecho antes?
Tantas preguntas sin respuestas.
—Mamá, tienes que salir de aquí. Sabes que tengo que volver
a St. Augustine, no puedo imaginarte aquí con él. —Aprieto los puños
a mi lado para sofocar la ira.
—Sebastian, sabes que no es tan fácil —evita mi mirada.
Siempre es lo mismo. Él la hiere, aunque no haya sido
físicamente hasta ahora, y ella se queda. Aguantando su mierda por
razones que no puedo entender.
—Vuelve a la escuela, y no te preocupes por mí, estaré bien.
—Bien. Te ves bien, mamá.
Me acerco y le doy otro fuerte abrazo, susurrándole en la parte
superior del cabello.
—Tengo que volver, tengo entrenamiento de hockey en una hora
y un trabajo que escribir para mañana. Mamá, por favor, vete,
aunque sea un rato. Por mi bien y por el tuyo.
Asiente con la cabeza, pero no responde a lo que le he dicho.
Me voy, aunque es lo último que quiero hacer. Es demasiado
tarde para ella para intentar fingir que esto está bien. Demasiado
tarde para ponerle excusas, demasiado tarde para seguir dejando
que se salga con la suya en todas las cosas turbias que hace sólo
porque se cree un Dios.

—Hay músculos en mi culo que me duelen, que ni siquiera sabía


que existían. —Alec gime desde su lugar en el suelo del salón.
Está boca abajo en la alfombra, y odio ser yo quien se lo diga,
pero levantarse va a ser diez veces peor que estar ahí abajo.
—Si alguna vez tengo que hacer otro burpee3, prefiero
morirme. Entiérrenme con algunos comestibles para que pueda
drogarme y flotar en algunas nubes.
Me río en respuesta y gimo cuando mis músculos se tensan.
Joder, lo que realmente necesito es un baño de hielo tan frío que me
congele la polla, algo de Tylenol y al menos doce horas de sueño sin
interrupciones para recuperarme.
Es un milagro que haya sido capaz de concentrarme en el
entrenamiento cuando lo único en lo que podía pensar era en los
moratones de la cara de mamá. Canalicé la rabia que siento por mi
padre en el hielo y patiné más fuerte, bloqueé más rápido y fui más
veloz que nunca. Supongo que la ira es realmente un motivador. Sólo
desearía que no tuviera que ver con mi madre en absoluto.
—Recuérdame por qué el entrenador nos castiga otra vez. Mi
cerebro está demasiado cansado para recordarlo —la voz de Alec
se amortigua contra el material de la alfombra.
Si bien los entrenamientos son siempre agotadores, este fue un
nivel completamente nuevo.
El entrenador estaba haciendo un ejemplo de todo el equipo
después de que un tonto de primer año fuera atrapado saliendo a
escondidas de los dormitorios de las chicas a las cuatro de la
mañana, sin la mitad de su ropa. Tiene suerte de que no le demos
una paliza por hacer pasar a todo el equipo por esto sólo para que él
pueda conseguir un poco de coño.
Como capitán, es mi responsabilidad mantener a los chicos a
raya y lo habría hecho si hubiera sabido qué carajo estaba pasando.
Ese es un tema para otro momento, preferiblemente uno en el que
pueda levantar el brazo más alto que mi cintura sin querer llorar.
A pesar de que casi todos los músculos de mi cuerpo están
ardiendo, sigo queriendo saber cómo está mamá, asegurarme de
que se dirige a algún lugar que no sea la finca de los Pierce.
Encuentro su contacto en mi iPhone y me lo llevo a la oreja. Suena y
suena, pero luego salta el buzón de voz.
Maldita sea, mamá.
Alec levanta la vista y ve la preocupación en mi rostro.
—¿Todo bien?
Desvío la mirada y encuentro una pequeña escama en la pintura
de la pared en la que concentrarme, evitando responder de
inmediato. Estos son mis hermanos, en todo el sentido de la palabra,
pero me da pena y puta vergüenza plantearles mis problemas así. No
quería que nadie supiera que mi padre era aún más mierda de lo que
yo pensaba. Al mismo tiempo, no nos ocultábamos nada. Nos lo
contábamos todo.
Tú sangras, yo sangro.
El mismo lema desde quinto grado.
—¿Has visto a Rhys? —pregunto, dándome cuenta de que ha
desaparecido después del entrenamiento y no ha aparecido en la
residencia.
—Probablemente con Carmichael si tuviera que adivinar.
Atormentándola, también conocido como sexo para él. Un culo raro.
—Se ha ido mucho últimamente, ¿crees que está asustado por
Ezra?
Me levanto del sofá y voy a la cocina para sacar una bolsa de
hielo del congelador para los dos. Por suerte, mi madre envía a
Clarissa una vez a la semana para reponer los víveres y comprobar
que tenemos suficiente Gatorade, bolsas de hielo y IcyHot. También
limpia el dormitorio dos veces al mes, pero ninguno de nosotros es
un tipo descuidado.
Mantenemos nuestro espacio limpio, y tratamos de no vivir
como vagos, así que no es mucho lo que ella tiene que hacer cuando
viene. Sin embargo, agradezco que tengamos a alguien que cuide de
nuestros tontos culos porque vivir con un grupo de chicos no siempre
es un paseo por el parque.
—Toma —gruño, y le lanzo a Alec la bolsa de hielo de plástico
al suelo.
Apenas pasa por encima de su mano y cae con un ruido sordo.
—Creo que Lucifer el caído tiene algo con Carmichael y no dice
una mierda, no es que lo haga porque es un puto melancólico, pero
igual.
Probablemente tenga razón. Rhys es... cerrado. Supongo que
sí.
Se guarda un montón de mierda para sí mismo, nunca lo
expresa realmente a menos que le moleste y entonces finalmente
habla. Del tipo silencioso pero mortal. Aunque no es de los que
ofrecen la información, me sorprendería que tuviera algo con ella
porque es de los que aman y dejan. Lo más probable es que nunca
se comprometa.
Alec sería el más votado por estar perpetuamente drogado.
Eso era antes del hockey, pero si pudiera, el tipo estaría colocado
como una puta cometa las veinticuatro horas del día. Un estado de
ánimo californiano y relajado. Nada le molesta. Todo es dorado,
incluso cuando no lo es.
Luego, tienes a Ezra. Ezra es complicado. Es tranquilo, pero
cuando habla, escuchas. Ha pasado por mucha mierda en su vida, y
maneja las cosas con el tipo de sabiduría que sólo viene de años de
experimentar mierda que era demasiado joven para experimentar.
Uno pensaría que después del trauma por el que ha pasado sería
frío, pero no es el caso. Es distante. Nunca deja que nadie se
acerque demasiado y nunca deja acercar a nadie.
Eso sólo me deja a mí.
No sé quién soy, y supongo que eso es parte de mi problema.
Sé quién se supone que debo ser. Sé que la persona que todo el
mundo espera que sea, y la persona que quiero ser no son las
mismas.
Todo el mundo espera que sea un Pierce.
¿Qué otra cosa podría ser?
El niño rico con más dinero que sentido común, ¿no?
El que no se toma la vida en serio, y al que le importa una
mierda si la caga porque siempre habrá alguien para salvarlo. O tal
vez creen que soy feliz porque pretendo serlo para todos. Ven la
sonrisa en mi cara, la gente que me rodea, pero la verdad es que
estoy jodidamente solo y estoy cansado de vivir para todos menos
para mí.
¿Esta mierda con mi madre?
Lo único que ha hecho es que me dé cuenta de que, si sigo
dejando que mi padre controle todos los aspectos de mi vida,
terminaré siendo miserable y seguiré sus pasos, odiando a la
persona en la que me convertí todo porque me obligaron a llevar una
vida que nunca quise.
Tengo que averiguar cómo sacar a mi madre de allí de forma
segura y sin poner en peligro mi fondo fiduciario. Ni siquiera se trata
del dinero para mí, pero sé que mi padre le quitaría todo lo que
pudiera, dejándola en la miseria. El dinero es sólo otra cosa que
utiliza para controlarnos a los dos.
Tomo el móvil y trato de llamarla por segunda vez, pero me sale
el buzón de voz una vez más. Estoy seguro de que mi padre ya está
en casa y ella va a evitar mi llamada.
—Voy a remojarme en un baño de hielo y a dormir un poco,
estoy jodidamente agotado —le digo a Alec, que sólo gruñe como
respuesta, todavía boca abajo en la alfombra del salón.
Puede que tenga que ir a verlo cuando termine y asegurarme
de que sigue respirando.
Me arden los cuádriceps cuando entro en el cuarto de baño
adjunto a mi habitación; la ventaja de que papá pague la residencia
significa que tengo la suite principal y el baño. Me inclino sobre la
enorme bañera de hidromasaje y abro el agua de la bañera. Agrego
el cubo de hielo y lo pongo sobre la encimera, apoyo los antebrazos
en el granito del tocador.
Mi reflejo en el espejo es aún más desalentador de lo normal.
Mi mirada recorre mi mandíbula, la inclinación de mi nariz y los
mismos ojos grises azulados de mi padre. En cuanto pienso en él se
me revuelve el estómago y pienso en todo lo que ha pasado hoy y en
la mierda que me espera en casa. Como la costra de una herida
fresca arrancada, y el amargo escozor del aire golpeando la herida.
Me despojo rápidamente de la ropa sudada del entrenamiento y
me sumerjo en la bañera de agua helada. Un choque inmediato en mi
sistema que me hace soltar un suspiro reprimido, me introduzco con
facilidad en la bañera de hielo. Al cabo de unos segundos, mis
músculos comienzan a relajarse y siento que parte de la tensión y la
tirantez empiezan a evaporarse.
No es sólo la práctica lo que me tiene ansioso, y tenso en todos
los lugares equivocados. Es todo el estrés que tengo sobre mis
hombros, que parece acumularse. Cierro los ojos y dejo que mi
mente divague, y como siempre termina en el mismo lugar que no
debería.

La profesora más caliente que la mierda, completamente fuera


de los límites, con el culo apretado y las tetas pertinaz que se burlan
de mí durante toda la hora que estoy sometido a sentarse en su
clase.
La que, si supiera lo que es bueno para mí, dejaría de hacerlo
mientras esté delante. Me concentraría en subir mis notas y dejaría
de soñar despierto con follarla por la garganta y luego enrojecerle el
culo con una regla.
Presley Ambrose.
El tipo de pecado en el que te pierdes y encuentras el camino al
infierno en un solo viaje.
Además, la misma persona que tiene el poder de joder mi
mundo por completo con el chasquido de sus dedos.
Necesito aprobar esta clase.
Todo depende de mi capacidad para aprobar la clase. Si fallo,
entonces puedo despedirme del hockey. Suspender esta clase pone
en peligro mi admisión en Yale, lo que a su vez cabrea a mi padre
hasta el punto de que le falle el corazón, y entonces mi madre será la
que se lleve la peor parte.
Sé que no se irá. Podría hablar con ella hasta el cansancio, y
nunca lo dejará. Tengo que protegerla, pase lo que pase. Mi padre
seguro que no va a hacer nada más que separar aún más a nuestra
familia.
Sólo espero poder detenerlo antes de que sea demasiado
tarde.
4
PRESLEY

—¡Mierda! ¡Ouch! —Me llevo el dedo palpitante a la boca y


chupo la pequeña gota de sangre que se está formando en la punta.
He estado luchando con estas instrucciones se han prolongado
durante horas y la mesa de cocina de IKEA que me han entregado
hoy no está más cerca de estar montada que cuando empecé.
Estoy convencida de que no han puesto toda la tornillería en el
paquete porque, por mi parte, no puedo averiguar qué estoy
haciendo mal. Las piezas no encajan perfectamente y parecen
tambalearse cada vez que creo que lo he hecho bien.
Gruño de frustración, lo que hace que Hope se levante de su
nueva cama de gatita en el sofá. Maúlla, abre un ojo para mirarme y
luego vuelve a acurrucarse en el mullido tejido de su manta.
De acuerdo, así que no hay ayuda del gato.
Aunque me moleste mi incapacidad para armar un simple
mueble, estoy completamente abrumada de gratitud por el hecho de
tener este pedazo de soledad tranquila que puedo llamar mío. Y sé
que no ocurrirá de la noche a la mañana, pero estoy emocionada por
ver cómo esta pequeña casa se convierte en un hogar.
Empezando por la pintura y esta mesa de cocina... si es que
alguna vez consigo montarla.
Después de un par de días de deliberación, finalmente me
decidí por el gris claro envejecido que me recordaba a Cape para
mis paredes. Fui a la ferretería y pedí un cubo entero de cinco
galones de pintura, sólo para asegurarme de que tenía suficiente.
Aunque sé que será agotador, no puedo esperar a pasar todo el fin
de semana pintando y ocupándome de la cabaña.
Lo primero en mi lista es reparar el techo.
Aunque la cabaña pertenece técnicamente a St. Augustine, mi
contrato es por cinco años y cuando termine mi contrato renovaré o
me mudaré. Así que, hasta entonces, es mía.
Hasta ahora me encanta todo lo relacionado con St. Augustine.
La escuela tiene la arquitectura y la historia más increíbles, podría
perderme en las historias de su pasado.
No es que haya podido investigar mucho desde que empezaron
las clases, porque me pasé un mes entero limpiando la cabaña y
juntando muebles de segunda mano hasta que ahorré lo suficiente
para comprar más. Me llevó un fin de semana entero de manos y
rodillas con un cepillo, algo de lejía y fregar los suelos y zócalos
hasta que perdieron la capa de suciedad.
No necesito nada lujoso ni caro, sólo necesito un lugar en el que
pueda sentirme segura y al que pudiera llamar mío.
Es la primera vez que tengo algo que es sólo mío.
Nunca daría nada por sentado y pienso pasar cada momento
libre que tenga para hacerlo exactamente como siempre soñé.
Dejo las instrucciones en la mesa a medio montar y me tumbo
en el sofá junto a Hope. Hace sólo unos días que está aquí, pero ya
no sé cómo estaría sin ella. Ha hecho que las noches sean más
llevaderas y que esta casa sea mucho menos solitaria.
Por primera vez en mi vida, el insoportable silencio no es
ensordecedor. Me deleito en él. Disfruto de la paz que conlleva. Por
fin siento que las partes rotas de mi interior se están curando,
aunque sólo sea parcialmente. Me siento más completa de lo que me
he sentido en todo el tiempo que puedo recordar.
Por eso hoy he decidido que voy a salir a correr. La primera
carrera que hago en más de un año. Mentiría si dijera que no soy un
desastre acribillado por la ansiedad, pero un pie delante del otro. La
única manera de superarlo es enfrentarse al miedo que vive dentro
de mí.
Avanzar y dejar atrás el pasado.
Comenzando con una carrera.
El corazón me late en el pecho cuando pienso en estar sola en
el bosque, sin estar preparada para lo que pueda venir, pero
rápidamente respiro profundamente y trato de concentrarme en la
fuerza que llevo dentro.
Intento ensayar las frases que me dijo el terapeuta.
Saca el fuego que llevas dentro.
No dejes que te gane el miedo; demuestra al mundo de qué
estás hecha.
Cuando sea difícil, busca en tu interior la fuerza para seguir
adelante.
Parece una tontería cuando estás tan hundida en un agujero de
tristeza que no ves la salida, pero en algún momento del camino
empieza a tener sentido. Parece que podría funcionar, y entonces se
convierte en un mantra que te ayuda a poner un pie delante del otro.
Soy capaz de hacer algo más que sobrevivir y tengo que
recordármelo a mí misma cuando los momentos de dolor y duda
intentan engullirme.
Dejando a un lado mi reticencia, me pongo rápidamente unos
jeans, un sujetador deportivo, una camiseta, y me recojo el pelo largo
en una coleta, fuera de la cara. Aunque estoy nerviosa, sé que, si no
empiezo por algún sitio, nunca acabaré donde quiero estar. Hope se
sienta a mi lado mientras me abrocho las zapatillas y me da un
pequeño maullido de ánimo.
Agarro las cápsulas de aire y las llaves, cierro la puerta tras de
mí y me meto las llaves en el sujetador. No es lo más elegante...
pero es necesario. Mi spray de pimienta está conectado y no voy a
salir de casa sin él.
Increíblemente, puedo salir de mi casa y estar en medio del
bosque, completamente alejado de la civilización y es reconfortante.
De pie entre los gigantescos árboles del bosque, me siento pequeña.
Es curioso cómo el universo tiene una manera de hacerte sentir
mínimo cuando estás rodeado de cosas como la naturaleza.
No me intimida, sino que me hace sentir agradecida por poder
estar en medio de un bosque e inhalar una profunda bocanada de
aire fresco en mis pulmones. Cualquiera que pasara por delante de
mí probablemente me miraría como si me hubieran crecido dos
cabezas, de pie aquí, con los brazos extendidos hacia el cielo,
inhalando el aire puro.
Y eso está bien, porque esta dosis de libertad es exactamente
lo que necesito después de los cuarenta y cinco minutos de andar
ansiosa por la cabina antes de tener el valor de salir por la puerta
principal.
El trauma te hace eso. Te paraliza de una manera que nunca
entenderás. De repente, estás hecho un ovillo en el suelo intentando
reunir las fuerzas para volver a ponerte en pie.
Me pongo los AirPods en los oídos y pongo una lista de
reproducción de época que me saca de los nervios y paso los
siguientes minutos estirando. Sé que después de esta carrera voy a
estar dolorida, ya que no he usado muchos de estos músculos
atléticamente en meses. Quiero sentir ese ardor, lo anhelo de un
modo que había olvidado hasta que me encuentro aquí, lista para
afrontarlo.
Y luego corro.
Empiezo despacio, trotando por el sendero arbolado, por el
camino que me dijo la hermana Mary Margaret que rodea todo el
colegio. Es probablemente la única persona que me ha mostrado
algún tipo de calidez en St. Augustine desde que empecé y le
agradecí su amabilidad.
En lugar de esconderme en el comedor de la facultad para mi
descanso, ayer decidí sentarme con mi chaqueta en el césped
cuidado del patio, directamente al sol para tomar un poco de aire
fresco y tener la oportunidad de no estar encerrada. Ella pasaba por
allí y se dio cuenta de que estaba fuera, mordisqueando mi
sándwich, y tuvo la amabilidad de avisarme de la ruta de senderismo.
Pasaba justo al lado de mi cabaña, y me dijo que de vez en cuando
los jugadores de fútbol, béisbol y hockey lo utilizaban en sus
entrenamientos, y que yo era bienvenida en cualquier momento si
quería utilizarlo.
Y aquí estoy, una respiración profunda tras otra, un pie tras
otro, corriendo por los densos bosques de las afueras de St.
Augustine.
Enfrentarme a mi miedo como si no me paralizara.
Recuperar mi vida, un paso a la vez.
Corro hasta que los músculos de la pantorrilla de mis piernas
arden por el esfuerzo de un año de estancamiento. Es como revivir
después de haber estado muerto durante tanto tiempo.
Con mis AirPods puestos y mi música de confort en los oídos
estoy completamente perdido en mi cabeza. Un revoltijo de
pensamientos y emociones que me abruman a la vez. Ni siquiera veo
la odiosa raíz que surge de los montículos de tierra hasta que salgo
volando hacia delante, hasta que me doy de bruces contra el suelo.
Oh Dios, ouch.
Mierda.
El dolor me marea. El tobillo me grita mientras un dolor agudo y
ardiente sube por mi pierna. Me aferro a él instintivamente y al
hacerlo sólo consigo que me duela más. Con dolor, me levanto del
húmedo suelo del bosque y me pongo en posición vertical para poder
evaluar los daños.
Jesús, ya está empezando a amoratarse e hincharse. Palpita al
mismo tiempo que mi corazón acelerado. Esto, por supuesto,
sucedería. Si tuviera que adivinar, probablemente esté roto o, como
mucho, sea un mal esguince.
Saco el teléfono del bolsillo de mis pantalones de yoga para
intentar llamar a alguien que me ayude. Es imposible que pueda
caminar con esto, y me duele tanto que ni siquiera quiero intentar
llegar a casa cojeando. Estoy segura de que eso me provocaría más
lesiones y, por la forma en que mi tobillo irradia dolor por toda la
pierna, probablemente ni siquiera llegaría hasta allí.
Mirando mi teléfono me doy cuenta de que no tengo señal. Ni
siquiera una sola barra.
Mierda, esto es malo.
Estoy atrapada, probablemente con un tobillo roto, en medio del
bosque y sin poder pedir ayuda. Llevo mi rodilla no lesionada al
pecho y dejo caer mi frente sobre ella mientras las lágrimas
comienzan a brotar. Empiezo a sentir pánico. Las lágrimas empiezan
a escocerme los ojos mientras se llenan y se derraman sobre mis
mejillas.
Dios, esto fue una estupidez.
Debería haberme quedado en la cabaña con Hope y haber
decidido enfrentarme a mis miedos con la cabeza otro día. Entonces
no estaría llorando en el suelo mojada como una idiota.
En medio de un sollozo oigo el chasquido de unos palos, y
cuando levanto la cabeza, veo nada menos que a Sebastian Pierce.
Estoy sorprendida, por decir lo menos. Es la última persona que
esperaba que estuviera corriendo por aquí. Esperaba, hasta ahora
por supuesto, pasar desapercibida.
Se acerca trotando a mí, en lo que parece una cámara lenta,
pero sé que no puede serlo realmente. Es la adrenalina. Debo estar
entrando en shock.
Incluso en mi angustia por mi estúpido tobillo, me fijo en él. Está
sin camiseta, aunque apenas hay sesenta grados fuera. Las gotas
de sudor bajan por su torso hasta su estómago, que es una tabla de
lavar de abdominales perfectamente definidos. El pantalón negro de
gimnasia que adorna sus caderas es bajo y revela su "V" de
músculos afilados que desaparecen bajo la cintura.
Cualquier mujer en su sano juicio se desmayaría al verlo, pero
como es el caso, yo no. En mi sano juicio, claro.
Mi cerebro se siente confuso y no puedo decir si es por la
angustia y la conmoción o si es por el hecho de que mi alumno,
aunque me parece incorrecto y poco ético llamarlo así, está de pie
frente a mí brillando en sudor, con una mirada de preocupación en su
rostro.
—¿Estás bien? —pregunta, acercándose más y más hasta que
está tan cerca que puedo sentir el olor almizclado del sudor en él.
—Sí, tropecé con una raíz y creo que mi tobillo podría estar
roto —susurro, recordando de repente lo fuerte que es el dolor de mi
tobillo, dejando de concentrarme en él y en su cuerpo ridículamente
musculoso.
Siento el pecho pesado por la ansiedad, el dolor, y por estar
abrumada por toda la situación. No puedo evitar sentirme ligeramente
incómoda por la innegable atracción que siento hacia Sebastian, y
cómo a pesar de la línea que nunca cruzaría con un alumno, la
tentación sigue ahí.
La serpiente y la manzana prohibida.
Se agacha y se pone en cuclillas frente a mí inclinándose hacia
donde su pelo engominado por el sudor le cae en los ojos.
—Déjame ver.
Una orden, no una pregunta.
—No, de verdad, está bien —empiezo, pero él me interrumpe.
—Presley, déjame ver. Juego al hockey, nos golpeamos por
diversión. —Su tono es molesto.
—Es Señorita Ambrose, Sebastian.
Aprieta la mandíbula y pone los ojos en blanco, molesto,
cuando se acerca a mi tobillo. Sus dedos fuertes y hábiles rodean la
piel sensible y magullada, tanteando suavemente.
—Definitivamente parece rota. Deberías hacértelo mirar, no
estoy seguro de que el hielo sirva para esto... Profe —dice, dejando
mi pie en el suelo con cuidado.
Me arde la piel en el lugar donde estuvieron sus dedos y no sé
si es por la herida o por su tacto. Probablemente una mezcla de
ambos.
Coloco las manos en la tierra húmeda del suelo e intento
ponerme de pie, pero el intento de levantarme ejerce demasiada
presión sobre mi tobillo herido y me caigo de espaldas.
—Mierda —susurro.
—Oye, tranquila, no puedes caminar sobre eso o lo
empeorarás —dice, acercándose a mí.
Con un rápido movimiento me tiene de pie, y en sus brazos al
estilo de una novia. Como si no pesara nada y fuera lo más fácil del
mundo para él... Supongo que comparada con él, soy diminuta.
Él mide más de un metro ochenta, con unos músculos que no
podría nombrar ni aunque lo intentara. Su agarre sobre mí es
inquebrantable, su piel sudorosa y resbaladiza contra la mía me hace
pensar en todas las cosas que no debería.
Por un momento me olvido de quién es y de que soy su
profesora, lo que es como un chapuzón de agua fría en la cara.
No debería fijarme en lo grande, duro y fuerte que es.
No debería fijarme en él en absoluto.
Sucede tan rápido que la cabeza me da vueltas y de repente
me siento mareada. Puntos negros nublan mi visión y el control al que
me aferraba comienza a desvanecerse.
—Woah, respira —me indica, su cálido aliento me hace
cosquillas en la oreja mientras empezamos a movernos—. Inhala,
exhala. Creo que estás teniendo un ataque de pánico.
Tiene razón.
El mundo que me rodea da vueltas y amenaza con volverse
negro, pero hago lo que siempre hago cuando me golpean, respirar
larga y profundamente. Deseo que mis pulmones se llenen de aire
para volver a la tierra. Mi cabeza se balancea mientras aprieto los
ojos y practico mi mantra, una y otra vez. Apenas siento los brazos
de Sebastian a mi alrededor mientras me lleva. No sé a dónde
vamos, ni hasta dónde me lleva, pero ahora mismo respiro.
Sólo respiro.
No abro los ojos. Con cada respiración, siento que la opresión
de mi pecho se afloja ligeramente, permitiéndome respirar más
libremente. Mi cabeza cae sobre la almohadilla de su hombro y me
relajo todo lo que puedo con una herida.
Inhala, exhala.
—Estás bien, sigue respirando —la voz ronca de Sebastian me
produce un escalofrío.
Me devuelve al momento presente, con sus manos rodeando
fuertemente mis muslos y mis costillas.
—Lo siento —susurro, aún apretando los ojos con fuerza.
No estoy preparada para afrontar el momento en que vea la
mirada de lástima en su cara. Acabo de tener un ataque de pánico
delante de él. Él, de todas las personas.
Sebastian es un estudiante.
Mi conciencia se pone en marcha y siento que vuelvo a caer en
espiral por el agujero del que salí.
—No hay nada que disculpar —dice, simplemente.
Sólo entonces abro los ojos y miro al hombre que me sostiene.
No tuvo que detener su carrera y llevarme lo que creo que es más de
una milla de vuelta a mi cabaña.
Espera, ¿cómo sabía él que vivía aquí?
—¿Cómo sabía que vivía aquí? —pregunto.
Se encoge de hombros.
—Mi padre está en la junta. Ese lugar es un agujero de mierda,
no puedo creer que te dejen usarlo.
Se me aprieta el pecho de dolor. Sé que no es el mejor lugar
del mundo, pero es mío y estoy orgullosa de él.
—Eso fue grosero. Es bonito... sólo necesita un poco de
trabajo, eso es todo.
Se burla en voz alta.
—Claro. Creo que el lugar estaba en camino de ser condenado
antes de que usted llegara.
—Menos mal que no tienes que vivir aquí entonces, eh.
Al poco tiempo, la desvencijada cabaña en cuestión aparece a
la vista. A la luz del día, parece un poco... lamentable. Pero, como
muchas cosas en mi vida, veo su potencial. Mirando desde fuera,
seguro que necesita mucho amor, pero lo que no veía eran los
restos. Lo que lo convierte en algo más que una choza de madera y
clavos oxidados.
Me lleva hasta la puerta de la cabaña y saco la llave de mi
sujetador deportivo, con bastante vergüenza. No esperaba tener que
ser rescatada por un vikingo en medio de la naturaleza. Sus cejas se
alzan cuando abre la puerta, me lleva dentro y me coloca en la
superficie plana más cercana, que resulta ser la cama.
Después de sus comentarios, me siento aún más acomplejada
por mi vivienda. Sus ojos recorren la alfombra raída, el sofá de
segunda mano que conseguí por cincuenta dólares en la tienda de
segunda mano, las paredes que aún no han recibido la primera mano
de pintura, todavía adornadas con las muestras de pintura que tuve
que elegir.
—Qué... pintoresco —dice, dedicándome una sonrisa burlona.
—No te he pedido tu opinión, Sebastian —le escupo, ofendida.
Cómo se atreve a entrar en mi casa, por muy pequeña o raída
que sea, y hacerme sentir menos que nadie.
—Escucha, por mucho que me gustaría quedarme aquí y
discutir contigo sobre el estado de tu cabaña, tienes que ir a
Urgencias y que te miren eso —señala mi tobillo, que crece por
momentos.
Ahora es dos veces el tamaño de mi otro tobillo y los
moretones azules y violáceos se oscurecen, tiene un aspecto
horrible. Por mucho que no quiera admitirlo, tiene razón.
—Yo te llevaré.
—No, está bien, puedo llamar a la hermana Mary Margaret y
pedirle que me traiga —le digo, sacando mi teléfono del bolsillo de
mis pantalones de yoga.
—Tienes que ir ahora, Presley, no dentro de una hora y media
cuando por fin encuentre a alguien que cubra su clase y venga hacia
aquí. Deja que te lleve. Te llevaré y te dejaré.
Le miro con recelo.
¿Por qué está siendo amable conmigo?
Hace sólo un par de días estaba en mi clase, a dos segundos
de una rabieta del papel que le devolvieron con la marca roja brillante
de un suspenso.
Mientras mantengo mis ojos en los suyos, no puedo evitar
dejarlos caer y quedarme en sus abdominales, entonces me repongo
rápidamente y vuelvo a dirigir mi mirada a la suya. Solo que esta vez,
la sonrisa en su rostro no dice nada de burla. Me ha atrapado y sabe
que lo sé.
—No puedes llevarme al hospital sin camiseta —le digo.
Se encoge de hombros.
—Quiero decir... podría.
Mi tobillo empieza a palpitar al mismo tiempo que mi cabeza.
Realmente me duele más de lo que estoy dispuesta a admitir, y no
quiero esperar otra hora a que llegue la hermana Mary Margaret,
eso si puede.
—Hay una camiseta en ese cajón —señalo con la cabeza hacia
la vieja cómoda de la esquina—. El segundo cajón de abajo. Puedes
ponértela, y puedes dejarme en la puerta. No hace falta que entres.
Asiente con la cabeza y se acerca a la cómoda. Cuando abre el
primer cajón, casi me bajo por completo de la cama para detenerlo.
—¡Ese no es el segundo cajón! —grito, mientras saca un par de
bragas rojas de encaje, y se vuelve con una sonrisa.
—El rojo es tu color, Profe.
—Esto es completamente inapropiado. Dije el segundo cajón —
mis cejas se fruncen en señal de molestia.
Es una idea horrible.
Eso lo sé.
—¿Pero has dicho el segundo cajón? Recuerdo claramente que
dijiste que el primer cajón... —comienza, todavía con el trozo de
encaje rojo brillante en la mano.
Agarro la almohada que tengo a mi lado y se la arrojo, él se
agacha con fingida sorpresa.
—¿Puedes, por favor, dejarlas en el suelo y tomar una camisa
para que podamos irnos? Me duele el tobillo y ahora la cabeza. —
Mis dientes rechinan y no ayudan a aliviar el dolor de cabeza.
—Lo siento —dice, sin que parezca que lo sienta lo más
mínimo.
Puedo contar con más de una mano el número de formas en
que esto es inapropiado.
Es un estudiante.
Se me revuelve el estómago al pensar en las consecuencias de
que me atrapen a solas, en mi cabaña, con un estudiante. Podría
perder mi trabajo, independientemente del motivo por el que esté
aquí. Nadie se detendría lo suficiente como para hacer preguntas.
—Esta es una idea horrible. Eres un estudiante, Sebastian, no
deberías estar aquí.
Cierra el cajón mientras toma la camiseta negra con la que a
veces duermo y se la pone por encima de la cabeza, y luego se
acerca a mí.
—Bueno Profe, parece que vas a tener que vivir en el lado
salvaje si quieres que te miren ese tobillo, porque por lo que veo, es
tu única opción.
Sin avisar se agacha, y me toma de nuevo en brazos.
—Ahora, ¿dónde están las llaves del coche? ¿Y la cartera o
algo así? —me recuerda para que tome las dos.
Le señalo la mesita junto a la puerta trasera, que está
literalmente en las últimas. Cuando tomo la cartera y las llaves, se
los entrego y él me lleva hasta el coche y me mete dentro con
cuidado. Mi cuerpo se hunde contra el asiento en señal de alivio. Mi
cuerpo necesita descansar y viajar de un sitio a otro está poniendo
en tensión mí ya jodido tobillo.
Observo cómo Sebastian rodea la parte delantera de mi coche,
luego abre la puerta y pliega su cuerpo imposiblemente alto en el
asiento delantero.
Maldice mientras trata de encontrar el botón correcto en el lado
del asiento para empujarlo hacia atrás. Finalmente lo hace, y sale
volando hacia atrás con un ruido sordo.
Incluso a pesar del dolor, contengo una risa que amenaza con
escaparse. Parece tan fuera de lugar, que incluso con el asiento
echado hacia atrás tiene las rodillas pegadas al pecho para caber.
Nota mental de que un Accord de dos puertas no está pensado
para tipos de más de un metro ochenta.
Recorremos todo el camino hasta el hospital en silencio, salvo
por la radio a bajo volumen, algo country que no parece encajar con
él en absoluto, pero en cuanto arrancó el coche cambió
inmediatamente la emisora sin preguntar. Como si fuera lo más
natural del mundo estar en mi coche, conduciendo, cambiando la
configuración a algo que le guste.
Cuando llegamos a la entrada de Urgencias, se baja
apresuradamente y se acerca a mi puerta, abriéndola y
recogiéndome una vez más.
—Sebastian, no tienes que hacer esto, una enfermera vendrá a
buscarme.
—Para, déjame al menos llevarte dentro. Tengo que aparcar el
coche y darte las llaves de todos modos. Voy a llamar a un Uber o a
uno de mis chicos para volver al campus.
El dolor que se irradia en mi tobillo pone fin a las palabras que
se disponen a salir de mi boca. No tengo energía para luchar con él.
—Bien —murmuro.
Siento que su pecho se estremece con una risa silenciosa,
pongo los ojos en blanco y veo cómo entramos por las puertas de
Urgencias en el hospital estéril. Una enfermera se pone
inmediatamente a nuestro lado con una silla de ruedas, en la que me
coloca con delicadeza.
La enfermera me mira el tobillo hinchado y hace una mueca de
dolor.
—Ay, sé que duele. ¿Cómo te llamas? Podemos registrarte
después de que te pongamos en el triaje. Te daré algunos
medicamentos para el dolor, ¿qué te parece?
Asiento con la cabeza. Mi corazón empieza a acelerarse.
Quiere mi información personal con Sebastian aquí mismo. Antes de
que tenga la oportunidad de pensar en una mentira para evitar decir
algo delante de él, vuelve a hablar.
—¿Quieres que tu esposo esté en la habitación contigo o que
espere aquí en la sala de espera?
Inmediatamente nos miramos el uno al otro. Su mirada se
encuentra con la mía mientras ambos empezamos a hablar.
—Él no es mi...
—No estamos juntos...
Nuestras protestas van juntas y la enfermera mira entre los dos
con las cejas levantadas.
—Oh, Dios, siento mucho haberlo asumido, simplemente
supuse que estaban juntos. Eres tan atento —le sonríe a Sebastian.
Estoy convencida de que este día no podría ser peor. Para
nada. Nada peor.
—No, se va —lo miro, con las cejas alzadas, esperando que
proteste.
—Tenemos que llevarte al triaje si no se queda —dice la
enfermera en voz baja, obviamente sin querer interrumpir la intensa
mirada entre los dos.
—¿Podría darnos un momento?
Nos deja a los dos en silencio. El aire entre nosotros es
espeso, tangible. Inquietante.
—Mira Sebastian, te agradezco que me hayas traído aquí y me
hayas cuidado. Lo agradezco. Y sé que tuvimos una tensa eh... —me
aclaro la garganta, de repente consciente de que esto era mucho
más fácil cuando lo decía en mi cabeza, ensayándolo una y otra vez
en el viaje hasta aquí—. Conversación antes. Pero esto es
totalmente inapropiado. No puede ocurrir. Por favor, sepa que se lo
agradezco, de verdad. Fue amable conmigo cuando no tenía que
serlo, pero aquí es donde termina.
Su rostro está marcado con una línea dura, y a cada palabra
veo que su mandíbula se aprieta más.
—¿De verdad?
—Lo siento, pero tengo que establecer expectativas claras. Soy
tu profesora y tú eres un estudiante. St. Augustine es la escuela más
prestigiosa del estado, tienes que entender que la gente ha sido
colgada por menos. Gracias por tu ayuda.
La enfermera vuelve a acercarse a nosotros.
—Hola, están listos para ti en el triaje.
Asiento con la cabeza.
—Adiós, Sebastian.
Comienza a llevarme hacia las puertas dobles de la sala de
espera.
No necesito mirar hacia atrás para saber que su mirada
permanece en mí. Siento que se me eriza el vello de la nuca por su
intensidad. No sé qué significa, pero sí sé que tengo que alejarme de
Sebastian Pierce a toda costa. Más aún ahora, que hemos tenido
este... momento que nunca debería haber ocurrido.
Nunca volvería a pagar el precio que me costó la libertad.
5
SEBASTIAN

Maldita mujer exasperante y obstinada.


Es obvio que ella no quiere mi ayuda y es evidente que la
necesita.
Cabreado, me dejo caer en la silla, dura como el concreto e
incómoda como la mierda, en la sala de espera de emergencias, a
pesar de que es dos tallas más pequeñas para mi estatura de casi
dos metros. Obviamente no tiene a quién llamar y qué clase de idiota
sería yo si la dejara esperando que alguien venga a buscarla. Podría
estar aquí durante horas.
Quiero decir, sí, soy un idiota, pero también quiero asegurarme
de que ella esté bien, aunque nunca lo admitiré en voz alta. Lo último
con lo que esperaba tropezar durante mi carrera era con la profesora
que hace que mi sangre se caliente en más de un sentido.
Ella estaba apilada en el sucio piso, y pude ver su tobillo desde
incluso los diez pies de distancia donde me detuve. En realidad, no
planeaba llevarla más de una milla de regreso a su cabaña o
quedarme para asegurarme de que llegara bien al hospital,
simplemente sucedió.
¿Qué clase de hombre deja sola a una mujer herida en el
bosque?
Para luego descartarme por completo como si fuera una
molestia para ella.
Aprieto los dientes con frustración, mis manos se agarran al
plástico de la silla de la sala de espera con tanta fuerza que mis
nudillos se vuelven blancos.
Las enfermeras de registro están hablando en la estación de al
lado y no puedo evitar escuchar.
Estoy aquí porque es lo correcto. O al menos eso es lo que me
digo a mí mismo.
Tengo muchas otras cosas que podría estar haciendo ahora
mismo. Hacer ejercicio, dormir, estudiar, beber con los chicos. Pero
aquí estoy como un maldito idiota, sentado solo en una sala de
espera, esperando a alguien que claramente no me quiere aquí.
—Janice, tenemos la radiografía de Ella Williams, habitación
catorce cincuenta y seis. Se necesita un estudio, diagnóstico
completo y cinco mililitros de morfina. Su tobillo se ve bastante mal,
el médico está bastante seguro de que está roto —le dice la
enfermera alta y tetona que revisó a Presley a su compañera de
trabajo, quien lo ingresa en la computadora.
¿Espera?
Obviamente está hablando de Presley, pero ¿por qué la llama
Ella?
Mi mente se acelera tratando de darle sentido a lo que acabo
de escuchar.
¿Está usando un nombre falso?
Recuerdo cuando llegamos y cómo se quedó paralizada,
nerviosa, cuando la enfermera le pidió su información personal. Todo
comienza a encajar, por qué está tan cerrada y vacilante.
Es lo único que tiene sentido.
Presley Ambrose no es quien dice ser.
Reflexiono sobre mis opciones. Está nerviosa, eso es obvio y si
se lo traigo a colación podría retraerse aún más. Pero... podría usar
esto para mi ventaja.
Presley, o diablos, Ella, o como mierda sea su verdadero
nombre, tiene la capacidad de debilitarme.
Lo haría en un santiamén, lo sé. Entonces, ¿qué pasa si hay
más en este nombre falso que está usando?
Una razón por la que no quiere que nadie más sepa...
Una razón que puedo usar como palanca.
Entonces, una vez más, el poder está en mis manos, y tengo
algo que puedo usar a mi favor.
Joder, odio que mi mente vaya allí de inmediato, pero es la
verdad, y si Presley es una mentirosa, entonces me siento menos
como un idiota por pensarlo.
Nunca pretendí ser otra cosa que el imbécil que soy.
Inclino la cabeza hacia atrás contra el plástico frío y cierro los
ojos, haciendo una nota mental de hablar con Alec cuando llegue a
casa, y que lo mire y vea qué puede encontrar. Tal vez esa sea la
clave para esto, encontrar su punto de debilidad y hacerlo mío.
Debo haberme quedado dormido porque lo siguiente que sé es
que alguien está tratando de despertarme.
—¿Señor? Señor.
Abro un ojo para ver a la misma enfermera de esta mañana de
pie junto a mí, con una pequeña sonrisa en su rostro. Mis ojos se
abren de golpe y me siento.
—Mierda, lo siento —murmuro, arrastrando mi mano por mi
cara, limpiando el sueño.
—Oh, está bien. Escucha, solo quería hacerte saber que Ella
está lista para irse. —Una vez más, usa el nombre que escuché
antes. Hace una pausa y asiente con la cabeza hacia las puertas
dobles—. Sé que la trajiste, así que quería avisarte de que la
sacaremos en cualquier momento, ya sabes, en caso de que quieras
ir a buscar el auto.
Asiento con la cabeza. Pero antes de que pueda siquiera
levantarme de la silla, las puertas dobles se abren y otra enfermera
la saca. En el segundo en que me ve sentado todavía en la sala de
espera, su rostro se pone de un rojo intenso.
—¿Por qué sigues aquí? —pregunta.
Demonios, no lo sé. Siento la responsabilidad de asegurarme
de que llegue bien a casa. O tal vez eso es solo lo que me digo a mí
mismo.
De todas las malditas mujeres del planeta, mi polla está dura
por mi profesora de inglés, que es lo más lejano que hay disponible.
Podría tener a cualquier chica en St. Augustine, sin duda, y quiero la
única que nunca tendré.
Cristo.
—No quería que tuvieras que hacer autostop con tu tobillo así.
Pensé que no podrías conducir tu auto a casa.
Su rostro se suaviza ligeramente, su máscara se desliza, pero
luego, tan rápido como cayó, vuelve a levantarse.
—Sebastian, te dije...
—¿Qué dijo el médico? ¿Está roto? —pregunto, tomando la
posición de la enfermera detrás de ella y comenzando a sacarla de la
sala de espera.
Su pie está en una bota que se ve incómodo y raro en su
pequeño cuerpo, pero no veo indicios de un yeso.
—Esguince grave. Dijo que lo tomara con calma durante la
próxima semana y tomara antiinflamatorios. Hielo y mantenerlo
elevado. —Su mano tiembla mientras se la pasa por la frente.
—¿Qué ocurre?
—Es el... yo solo... no estoy acostumbrada a tomar ningún tipo
de medicamento como este, me refiero a analgésicos, y me siento
atontada. Desorientada.
Puedo escuchar el ligero arrastre en sus palabras, como si
tuviera demasiadas palabras saliendo a la vez.
—Presley, necesitas ayuda. Deja de ser terca y déjame
ayudarte, maldita sea.
El viento azota afuera a nuestro alrededor, enviando un
escalofrío a mi columna vertebral. Con la camiseta delgada que
traigo, se siente como si todavía estuviera sin camisa, excepto que
ahora no tengo la adrenalina bombeando por mi cuerpo. La empujo
hasta su auto, me entrega las llaves y espera mientras lo abro.
Todo el tiempo que estoy ajustando la silla de ruedas para que
le sea más fácil salir, ella me mira con recelo. Puedo sentir la tensión
y la vacilación irradiando de ella a pesar de que no ha dicho una
palabra. Su cabello está recogido de su rostro con una coleta que no
tenía antes, mostrando la delicada y sedosa pendiente pálida de su
cuello. Su piel es de un tono más oscuro que la porcelana, siempre
enrojecida. O tal vez sea así cuando estoy cerca. Sus labios están
en una línea apretada, y puedo decir que todavía tiene dolor incluso
con el medicamento para el dolor.
Mierda, no sé qué diablos estoy haciendo.
Ella está en lo correcto. Debería haber ido a mi dormitorio y
haberme ido de fiesta con los chicos esta noche, pero aquí estoy.
—Vamos, déjame ayudarte… te tomare y meteré para que no
hagas ninguna presión innecesaria en tu pie.
Sus ojos, como los árboles de hoja perenne por los que corro
todas las mañanas, brillan y parece que se está preparando para
discutir. No espero a que discuta, simplemente me inclino y la levanto
antes de que pueda siquiera abrir la boca. Chilla ligeramente pero
sorprendentemente no se defiende de la forma en que esperaba que
lo hiciera.
Ella es obviamente terca como la mierda y muy independiente.
Un rasgo que no me debería gustar tanto como lo hace.
—¡Mierda! —llora cuando bajo su cabeza metiéndola en el auto.
En parte por lo jodidamente alto que soy y este auto es como un
maldito auto de payaso.
Tengo que agacharme hasta el maldito suelo para llegar
siquiera al asiento.
—Lo siento —le doy una sonrisa de disculpa a la que pone los
ojos en blanco.
Me agacho una vez más, agarrando el cinturón de seguridad y
extendiéndolo sobre su pequeño cuerpo, lo que hace que tenga que
presionarme contra su cuerpo mientras lucho con el maldito cinturón
cada vez que tiro.
Casi lo engancho cuando me doy cuenta de lo cerca que
estamos en la pequeña y estrecha proximidad de su asiento
delantero. Mi rostro a solo unos centímetros del de ella, un nuevo
nivel de intimidad, completamente inapropiado, pero en este
momento una mirada acalorada pasa por sus ojos. Una que arde, y
joder, arde.
Tal vez sean los medicamentos, que ofrecen una pequeña parte
de ella que se inhibe y finalmente muestra la verdad en lugar de las
mentiras que amontona una encima de la otra.
Una de mis manos sostiene el cinturón de seguridad mientras
que la otra descansa en el asiento peligrosamente cerca de su
muslo. Un muslo que mis dedos anhelan tocar. Su piel suave y
sedosa a solo unos centímetros de distancia.
Trago saliva con dificultad, no preparado para la tensión
inesperada que se sienta en el aire. Estamos en el estacionamiento
de un hospital, rodeados de gente, autos, ambulancias, cualquier
cosa que se te ocurra para distraernos de la situación, pero todo lo
que puedo ver es a ella.
El puchero de su labio, el suave jadeo de su delicioso aliento
contra mis labios.
Tan cerca pero tan lejos.
Solo una pulgada más y podría rozar mis labios contra los
suyos. Sentir la carne sedosa de sus labios exuberantes contra los
míos. Puedo oler el olor dulce y limpio que la irradia. Ligeramente
floral y joder si no me hace inclinarme un centímetro más. A otro
centímetro de hacer lo que quiero hacer desde el primer día que
entré en su salón de clases.
BEEP.
BEEP.
BEEP.
De repente, una sirena suena demasiado cerca, tan fuerte que
retrocedo por sorpresa y me golpeo la nuca contra el techo de su
auto con un ruido sordo. El momento se fue, se desvaneció como si
fuera solo una alucinación, no una realidad, el hechizo ahora se
rompió.
—Joder. —Maldigo, frotando el lugar que acabo de golpear
contra el plástico duro del mango.
Ella comienza a reír, el jodido sonido más dulce que creo haber
escuchado en mi vida, distrayéndome del dolor que irradiaba en la
parte posterior de mi cabeza. Una vez que comienza a reír, no puede
parar. Rápidamente coloco el cinturón de seguridad en su lugar para
apartarme, mientras Presley se ríe con tanta fuerza que tiene
lágrimas en los ojos.
Si no sonara tan jodidamente linda, estaría enojado y con dolor.
Una combinación mortal. Cierro la puerta de golpe y corro hacia el
otro lado, lanzando al conductor de la ambulancia un saludo de
disculpa mientras me doblo en su auto de payaso. Mis rodillas están
contra mi pecho y estoy bastante seguro de que parezco un maldito
idiota conduciendo esta cosa con una pequeña hiena montada en el
asiento delantero.
—Lo siento. Fue… —murmura, todavía secándose las lágrimas
por la risa de sus ojos.
Entrecierro los ojos y niego con la cabeza mientras salimos del
estacionamiento y vamos a la calle. Finalmente se calma y mira
fijamente por la ventana. Nada más que árboles y más árboles
mientras dejamos atrás la pequeña ciudad. St. Augustine está en
medio de la nada.
Fue construido hace tanto tiempo que la ciudad era casi
inexistente a excepción de algunos pequeños edificios y, a medida
que pasaba el tiempo, la ciudad creció, pero St. Augustine
permaneció escondido en el bosque, tranquilo y sereno. O tal vez
simplemente pensaban que cuanto más alejados de la civilización
estaban, en menos problemas podrían meterse los chicos. Pero, si
supieran algo, sabrían que es lo más alejado de la verdad.
Tener a un grupo de adolescentes cachondos atrapados en un
internado, aburridos hasta la locura, es una receta para el desastre.
El viaje de regreso a su cabaña es tranquilo, el borde de antes
ya no está, y un aire de calma se ha instalado entre nosotros. Sigo
mirando a Presley para asegurarme de que está bien, y veo que sus
ojos comienzan a cerrarse lentamente.
¿Cómo espera poder hacer algo por sí misma?
No puede presionar su pie o terminará de regreso en la sala de
emergencias con un problema mayor del que tenía.
Reflexiono sobre las opciones, sabiendo que ella va a oponer
resistencia si insisto en quedarme para ayudar, pero lo superará. No
la voy a dejar en medio del maldito bosque sin forma de hacer nada.
Conduzco el auto a través del camino largo y misteriosamente
silencioso lleno de árboles que nos lleva de regreso a su cabaña, si
es que se puede llamar así. Cuando aparece a la vista el haz de los
faros, no puedo evitar negar con la cabeza.
Me sorprende que con todo el dinero en efectivo que tiene St.
Augustine, todavía le estén ofreciendo este agujero de mierda para
vivir. Sé que están nadando en dinero porque mi padre es uno de los
principales patrocinadores. Tiene un ala entera dedicada a él en la
escuela, por eso todos saben exactamente quien soy, sin importar si
quiero la atención o no.
Estaciono su auto en el lugar de concreto frente a la cabaña,
tomando nota de todas las cosas que necesita reparar. El techo, la
imposta, la puta puerta parece que podría desprenderse de las
bisagras en cualquier momento. Las contraventanas necesitan
reparación y pintura. En realidad, hay que tirarlas y poner nuevas.
Borrón y cuenta nueva.
No estoy seguro de si es incluso recuperable en este momento.
Los prisioneros viven mejor que esta mierda. La ira sube a mi pecho,
inesperadamente, por sus condiciones de vida.
Abro la puerta del auto y salgo, rodeando la parte trasera hacia
su lado y abriendo la puerta silenciosamente. Ella está dormida, su
cabeza apoyada contra el costado del auto. Ni siquiera me voy a
molestar en despertarla y lidiar con su obstinado y testarudo trasero.
Simplemente me agacho, la levanto con cuidado y la saco del auto.
Esperaba que se despertara, pero en cambio suspira en sueños,
luego apoya la cabeza en mis hombros y se acurruca en mi abrazo.
Mierda.
Cierro la puerta del auto detrás de mí y la llevo escaleras
arriba, fácilmente. Pesa probablemente un poco mas de cien libras,
pero me doy cuenta que no tengo las llaves. Creo que las metió en
su bolso. Su auto arrancó con un empujón, no las necesité para
conducir.
—Presley —susurro, tratando de despertarla—. Despierta,
necesito que me des las llaves.
Sus ojos se abren aturdidos, desorientados y se abren mas
cuando se da cuenta de que la sostengo.
—Oh Dios, lo siento mucho, debí haberme quedado dormida.
Olvidando que su pie está jodido, intenta saltar de mis brazos.
—Woah, relájate —gimo cuando accidentalmente roza mi polla
a través de mis pantalones cortos en su lucha por salir de mi agarre.
S
u culo respingón se frota ligeramente contra mí mientras la bajo
para poder abrir la puerta.
Jesucristo.
Contrólate.
Este no es el momento de tener una jodida erección, Pierce.
—Te llevaré adentro, así que deja de moverte. Solo saca las
llaves y déjanos entrar antes de que un jodido oso nos coma o alguna
mierda.
Miro a nuestro alrededor solo para asegurarme de que no haya
una vida salvaje acechándonos.
—Eres ridículo, este lugar es perfectamente seguro. Tengo mi
propio animal peludo para mantener alejados a los ratones.
Uh, Huh.
Los ratones serían la menor de mis preocupaciones. Arañas,
cucarachas, chinches... todas las cosas de alta prioridad en mi lista
de mierda, me preocupa más que este lugar estuviera infestado.
Saca el juego de llaves de su bolso y me lo entrega, abro la
puerta rápidamente, luego entro y la cierro de una patada detrás de
mí. Está oscuro, así que no puedo ver mucho, pero hay un
resplandor en la cocina, de una pequeña lamparita nocturna.
—Te bajaré y encenderé las luces —le digo, y me dirijo a la
cama matrimonial en la esquina de la habitación.
Cuando mis rodillas golpean el costado de la cama, la coloco
con cautela encima de las sábanas y vuelvo hacia la cocina en busca
de interruptores de luz.
—Allí, junto a la nevera.
Encuentro el interruptor, enciendo las luces y me vuelvo para
mirarla.
—Sebastian, tienes que irte. Si alguien te encontrara aquí, me
despedirían o algo peor —susurra, desorientada y evitando mi
mirada, como lo hizo antes.
Ignorándola, le pregunto.
—¿Quieres que te traiga algo de ropa y cosas antes de irme?
Duda y niega con la cabeza.
—Estoy bien. Me pondré un poco de hielo en el tobillo con una
almohada y trataré de dormir un poco, estoy segura de que mañana
me sentiré mejor —se jala el labio inferior entre los dientes de una
manera que hace que mi polla haga un cortocircuito. Un ligero rubor
se extiende por sus pálidas mejillas y casi gimo.
Maldita sea.
—Claro, y cuando te caigas y te tuerzas algo más en el
proceso, eso será súper útil.
Pongo los ojos en blanco. Las mujeres pueden ser muy tercas y
exasperantes. Si alguien está tratando de ayudar, acéptenlo.
—¿Puedes pasarme una camiseta del segundo cajón? Segundo
—enfatiza después de que encontré sus bragas antes.
Ahora que está grabado en mi memoria, veré ese sexy retazo
de encaje cada vez que cierre los ojos y los imaginare en ella.
Caminando hacia su tocador, abro el segundo cajón, según lo
solicitado, y saco una de las primeras camisetas que veo. Una vieja
camisa burdeos con Stanford en el frente. Las letras están rajadas y
gastadas, obviamente por años de uso.
—¿Fuiste a Stanford? —pregunto, llevando la camisa hacia ella.
No me pierdo la mirada de pánico que destella en sus ojos ante
la pregunta. Rápidamente, toma la camisa de mis manos y la mira
por un momento antes de hablar.
—No, eh alguien que yo conocía fue allí. Cosa sentimental —su
voz es tranquila y repentinamente temblorosa.
Una camiseta vieja de repente la hizo callar y apagarse.
Pienso en lo que escuché esta noche en la estación de
enfermeras. El nombre falso, el extraño intercambio con una camisa.
Su vacilación, y todos los momentos de nerviosismo.
No sé mucho sobre Presley, excepto el hecho de que ella
enseña inglés y vive sola, sin familia cerca, eso es lo que aprendí con
el viaje al hospital, pero ahora sé... que ella está ocultando algo.
Algo grande, algo que no quiere que nadie sepa.
Algo la tiene aquí en St. Augustine de manera fraudulenta.
Y yo quiero saber lo que es.
Trata de balancear sus pies fuera del lado de la cama usando la
mesita de noche a su lado para ponerse de pie antes de que pueda
detenerla, luego grita cuando pone la menor cantidad de presión en
su pie herido, y cae de nuevo en la cama.
—Maldita sea, Presley —maldigo, corriendo hacia ella.
—Lo siento —murmura—. Uh, ¿podrías ayudarme con esta
bota, solo para que pueda quitarme las mallas? Me mareo mucho
cuando me siento —susurra en voz baja.
Puedo sentir lo mucho que odia pedir ayuda.
—Claro.
Me inclino, agarro su pie con cuidado y desabrocho la ridícula
cantidad de correas de velcro en la bota, ayudándola a quitársela.
—Gracias por ayudarme. Lo digo en serio, gracias.
Asiento, sin decir nada. No puedo dejar ir lo que escuché, las
ruedas de mi mente están girando, sin querer ceder.
—¿Podrías ayudarme con mi collar? sigue estando atrapado en
mi cabello.
—Claro.
Se gira levemente, ofreciéndome su espalda y moviendo su
cabello hacia un lado mostrando su delicado cuello. Una cadena de
oro simple y delgada está colocada alrededor de su cuello,
escondida por su camisa. Mis dedos rozan su piel y siento su cuerpo
mientras un escalofrío recorre su espalda.
Todo lo que se necesitó fue un ligero toque de mi piel contra la
suya para provocar una reacción física de ella.
Necesito irme, alejarme de esta mujer, antes de que crucemos
una línea de la que nadie volverá. Es lo más inteligente y soy un
Pierce, siempre pensamos con la cabeza, no con la polla. Sin
mencionar que ella me haría caer sin pensarlo dos veces.
Todo mi futuro está en la palma de su mano. Rápidamente me
ocupo del collar y ella se lo quita, metiéndolo en su puño.
—Gracias.
—Necesito ponerme en marcha, tengo que volver al campus, ya
sabes, a través del territorio de los osos y los leones de montaña. Es
posible que no regrese de una pieza —le doy una sonrisa burlona.
—Te lo agradezco. Gracias.
Ella está callada, retraída. Dio un giro de ochenta grados desde
que le entregué la camiseta. A quien le perteneciera significaba algo
para ella, simplemente no puedo decir si es bueno o malo.
—Cuídate, Profe.
Me acerco a la puerta y la cruzo antes de que pueda
convencerme a mi mismo de quedarme.
6
SEBASTIAN

—¿Qué hace que la historia de Romeo y Julieta sea tan


romántica? ¿Es la idea de que Julieta estaba dispuesta a sacrificar
su vida tan fácilmente por su amor eterno por Romeo? ¿O es la
noción de que el amor mismo no sobreviviría a la insoportable
angustia que supondría su muerte?
Presley se inclina contra el frente de su escritorio, sus ojos
exploran la sala de estudiantes.
—Realmente es la historia más romántica de todos los
tiempos... la forma en que Romeo la amaba —una rubia de la
primera fila suspira.
Estoy bastante seguro de que es la misma con la que Alec folló
el verano pasado. También estoy bastante seguro de que fue un trío,
y puedo garantizar que no hubo nada romántico al respecto.
El amor no existe.
No sé mucho sobre relaciones, ya que nunca he estado en una,
pero sé que el amor es una mierda. Crecí en un hogar donde no
existe, y nunca en mis dieciocho años en el planeta he visto un
ejemplo de una relación sana y feliz.
Lo único cercano al amor que he visto es el vínculo que
tenemos entre mis hermanos y yo. Si tengo que adivinar es lo más
cercano al amor de lo que jamás he estado. Supongo que es por eso
que soy como soy, y prefiero dejar que las mujeres calienten mi
cama por la noche y las pateo antes que salga el sol.
¿Para mí?
Sin cadenas. Sin tonterías. No hay mierda de amor falso.
Sencillo. Yo conseguiré lo mío y tú conseguirás lo tuyo... varias
veces.
Entonces, tener que someterme a toda esta mierda de
romanticismo estaba agotando la pequeña cuerda de paciencia que
me quedaba, y era delgada.
—Claro, pero ¿qué es lo que lo hizo tan intemporal? ¿Lo hizo
tan memorable que todavía nos derretimos por él todos estos años
después? —inclina la cabeza hacia un lado; levanta las cejas y
espera a que la chica del trío responda.
Su curiosidad se despierta con su respuesta.
—Quiero decir que él habría muerto por ella y ella estaba
dispuesta a morir por él. ¿No es esa la noción más romántica de
todas? —la chica se ríe, mirando a su tonta amiga que obviamente
no la sigue en absoluto.
Pongo los ojos en blanco y reprimo un gemido.
Joder, quiero salir de esta habitación.
Estoy seguro de que planeaba usar la falda lápiz más corta que
tenía hoy y el hecho de que haya cambiado los tacones por zapatos
planos y una bota por el tobillo, no ayuda en nada. Por mucho que
trato de mantener mis ojos fuera de ella, fallo, miserablemente. Se
ha pasado toda la clase mirando a cualquier parte menos a donde
estoy sentado y eso está bien para mí, ya que estoy fingiendo no
darme cuenta.
La obsesión de mi polla con ella tiene mucho que ver con el
hecho de que está prohibida.
—¿Qué hay de usted, Sr. Pierce? Parece realmente interesado
en la discusión de hoy.
Todos se dan vuelta de su escritorio para mirar mientras me
llama en medio de la clase.
¿Oh?
Ahora quiere actuar como si estuviera aquí.
—Tal vez solo le gustaba que le chupara la polla —me encojo
de hombros.
El salón de clases estalla en gritos y risitas. El tono de rojo que
se está poniendo es más brillante que su cabello y decido en ese
mismo momento que cualquier castigo que me dé vale la pena.
Especialmente cuando la expresión de su rostro cambia de un tono
marcado de vergüenza rojo brillante a una mirada que es
francamente asesina.
Joder, si no se ve aún más sexy cuando está enojada.
Anoche, Alec me envió un mensaje de texto y me envió todo lo
que pudo encontrar sobre Presley. Ayuda cuando tu mejor amigo
puede piratear cualquier cosa que no sea el Pentágono, e incluso
entonces... no lo subestimo.
Resulta que mi instinto tenía razón.
Presley es una mentirosa, simple y llanamente. Cómo se ha
salido con la suya durante tanto tiempo, quién sabe. La leí como un
libro abierto y, sin embargo, ha engañado a todos los demás.
Aparentemente, muchas de las cosas están selladas, por lo que
Davis está trabajando para averiguar más, pero lo que aprendí es
suficiente.
Cualquier momento que pasó o no pasó entre nosotros se ha
ido. Incluso si mi pene no hubiera recibido el memo. No soporto a una
maldita mentirosa, y ahora voy a tomar esta información y usarla en
mi beneficio. Incluso si eso significa poner a Presley de rodillas en el
proceso. No es que ella haya hecho nada para siquiera reconocer la
mierda que pasó entre nosotros, y no es que me importe un carajo.
De ahí mi actitud hacia ella.
—Me alegra que esté tan divertido con mi clase, Sr. Pierce. Lo
que no es divertido es el hecho de que la está reprobando. Nos
vemos en la biblioteca para la detención después de la clase.
Se enfurece y se vuelve hacia la pizarra. Su mano pálida y
temblorosa agarra el único trozo de tiza en el borde de la pizarra y
comienza a escribir.
Intentó golpearme donde dolía, pero la revelación de anoche
me deja imprudente. Me importa un carajo y estoy dispuesto a
demostrarle lo mucho que no me importa.
—Dado que todo el mundo tiene tan poco respeto por los
clásicos y por mí, creo que un ensayo de tres mil palabras sobre el
romanticismo a través de las edades, que deberán entregar el lunes,
debería solucionar el problema. Mecanografiado, a doble espacio.
Se comprobarán las referencias. Digamos... ¿veinte por ciento de su
calificación final?
Hay un suspiro colectivo de gemidos y ahora me convierto en la
persona más odiada del salón. Bueno, si no fuera Sebastian Pierce,
realmente me odiarían. Ahora mismo soy la razón por la que sus
fines de semana se han ido a la mierda. Lo compensaré con una
fiesta en la Abadía.
—Entiendo que muchos de ustedes pueden no tomarme en
serio. Soy joven, apenas supero la edad de graduación. Lo entiendo.
La escuela apesta, están listos para salir, vivir su vida, liberarse de
todas las cosas que los limitan. Pero creo que soy más que justa con
mis asignaciones y si quieren respeto, entonces yo también lo
merezco.
Ella cruza su brazo sobre su pecho, lo que empuja sus tetas
contra el corte de su camisa blanca que está metida en la cintura de
su falda alta.
Todo en Presley grita sensatez, pero es lo que florece cuando
está oscuro lo que la hace tan fascinante. Es lo que no se puede ver
con una sola mirada. Y ahora, que he tenido la delicada y pálida piel
lechosa de sus muslos bajo mis manos. Ella es ilícita y, sin embargo,
siempre he sido yo quien se deleita con el pecado.
Mi teléfono comienza a vibrar en mi bolsillo y, aunque es la
mitad la clase, lo saco y miro el nombre de mi madre en la pantalla.
Sin pensarlo, me paro y salgo del aula al pasillo vacío para atender
la llamada.
—¿Mamá? —mi voz sale más asustada de lo que pretendía.
Todavía estoy al borde por lo que pasó.
—¡Cariño, hola! —su voz demasiado entusiasta flota a través
del teléfono.
—Estoy en el medio de la clase, mamá, ¿estás bien?
—Oh, cariño, sí, lo siento, solo... tu padre quería que te
llamara. Dice que necesita hablar contigo en su oficina y bueno, no
puede esperar.
Por supuesto. Mi padre ni siquiera puede levantar el puto
teléfono para llamarme, tiene que enviar a mi madre para que haga
el trabajo sucio por él.
Respiro hondo y exhalo profundamente para calmar la ira antes
de hablar porque, en última instancia, es la cagada de mi padre, no
de ella.
—Claro, mamá. Pasaré después de la escuela.
—Sí, eso sería perfecto. Te extraño cariño. ¡Gracias! —no
espera a que responda antes de colgar, la llamada termina en mi
oído con un pitido.
Perfecto.
Detención y pelea con mi padre, justo lo que necesito.
Regreso a clase con solo una mirada penetrante de Presley,
pero ella no dice nada para mi sorpresa hasta que suena la
campana, luego salgo del aula antes de que pueda terminar de
sonar.
Camino hacia mi casillero, abro la puerta y estoy metiendo mis
libros en el casillero casi vacío cuando veo a Rhys caminando con
Alec. Rhys luce especialmente alegre hoy. Sus ojos recorren la fila
de casilleros y sigo su mirada directamente a Valentina Carmichael.
Una vez te diviertes con una chica, intentas darle una lección, y
de repente el tipo se obsesiona con ella.
Moriría antes de admitir esa mierda, pero nosotros, sus chicos,
lo vemos bien. Lo admitirá tarde o temprano. En este momento están
jugando a este extraño juego de asesino en serie que persigue a la
víctima y estoy bastante seguro de que hay algo de sexo extraño
involucrado.
Me estremezco al pensarlo.
—¿Que pasa? —Alec se apoya en el casillero junto al mío y me
da un puñetazo.
Su ancho hombro está envuelto en un cabestrillo después de
nuestra última práctica, donde sufrió una fuerte caída en el hielo. La
gente no tiene idea de lo duro que es ese hielo cuando patinas tan
rápido como lo hacemos y comes mierda a menos que lo hagas bien.
Lo he hecho, muchas veces. Ventajas de ser el portero.
—Detención y luego ir a la mansión Pierce para una cena
encantadora con mi familia. Probablemente haga ejercicio después.
¿Cómo está el hombro?
Asiento con la cabeza a la herida mientras agarro mi libro de
cálculo y cierro la puerta de golpe.
—Joder, la mierda duele. El entrenador me enviará al médico si
no se cura pronto. No quiero que me envíen a la banca para los
juegos.
Asiento con la cabeza. Alec no sabe cómo se ve el futuro para
él, por lo que estar en la banca durante toda la temporada durante el
último año mientras los cazatalentos están aquí es la peor mierda
que podría pasar.
—Solo tómatelo con calma, no te esfuerces demasiado. Deja
de follar durante cinco minutos para que puedas relajarte y
recuperarte. Rhys, estás más tranquilo hoy. ¿Qué pasa con Edward
Scissorhands?
Él va a golpearme, pero me desvío hacia la derecha antes de
que su puño se conecte con mi brazo.
—Imbécil.
—¿Problemas en el paraíso? —sonrío, echando un vistazo a
Carmichael.
Ella es completamente ajena. O eso o es una actriz
extremadamente buena porque ni siquiera se da cuenta de que él
existe. Quiero decir, lo entiendo. Ella es sexy y todo de una manera
nerd, de ratón... pero también es la razón por la que Ezra está
sentado en una celda de la cárcel. Ella lo delató.
No me importa si tiene las tetas más grandes que haya visto en
mi vida o un culo como una Kardashian, no voy a perdonar esa
mierda. Mi estómago se desploma ante la idea de Ezra, no hemos
oído de él, y todos sabemos a su padre no va a hacer una mierda
para sacarlo.
—Tenemos que sacar a Ezra. No puedo soportar la idea de
nuestro maldito amigo en la maldita prisión —digo, golpeando mi
puño contra el metal del casillero.
Falta una parte de nosotros. Caminar todos los días
sintiéndome como si una parte vital de mi se hubiera ido. No es un
sentimiento jodidamente divertido. Me importa una mierda si me hace
un marica, son la única familia que he tenido. La única familia real que
he tenido.
—He llamado, enviado mensajes de texto, y enviado correos
electrónicos. Incluso le dejé mensajes con la secretaria. Su tiempo se
está acabando —dice Rhys lentamente. Amenazante.
Eso es lo que pasa con los Reyes de St. Ausgustine.
¿Nosotros, los muchachos?
Cuando prometemos, cumplimos.
Dirigimos esta escuela y en el segundo en que mostremos
debilidad, el trono que hemos pasado años construyendo se caerá a
nuestros pies.
Por eso me dirijo a la detención con Presley. Por qué, si uno se
cae, todos caemos. Si uno sangra, todos sangramos. Nuestra
hermandad va más allá de la superficie, va hasta una vena profunda.
—Tengo que irme, llegaré tarde a la detención y esta mierda es
algo que se hace una sola vez.
Alec resopla.
—Sí, sabemos por qué tienes detención, Bash, tiene suerte de
que esté lisiado en este momento... —se apaga, sonriendo.
—Cállate antes de que tu otro hombro se vuelva inútil.
—Promesas, promesas. Diviértete, muchacho.
Idiotas.
Cuando llego a la biblioteca que alberga la detención de esta
noche, veo que solo hay otros dos estudiantes. No conozco a ninguno
de ellos, pero asiento con la cabeza y tomo asiento en la mesa de
atrás y saco mi libro de cálculo.
Me paso las manos por el cabello y luego por la cara cuando
pienso en lo mal que están saliendo mis calificaciones este año. Esto
no es propio de mí.
Sí, salimos de fiesta... La Abadía es como un segundo hogar,
práctico y entreno, pero la organización del tiempo no es el
problema. Es como si hubiera tanta mierda flotando en mi cabeza
que no puedo concentrarme; no puedo concentrarme una mierda.
Pensamos que caminaríamos en lo alto y sería el mejor año de
nuestras vidas, sin embargo, aquí estamos atrapados en este
infierno perpetuo de Ezra en la cárcel por un crimen que todos
cometimos y estamos absolutamente indefensos para sacarlo.
Somos apenas adultos legales, y no tengo el dinero en efectivo para
pagar su fianza sin que mi padre se entere. Entonces, él me
arrebataría la mierda antes de que pudiera parpadear. Él usa a mi
madre y mi fondo fiduciario para controlarme, siempre lo ha hecho.
—¿Sebastian?
Miro hacia arriba para ver a Presley de pie junto a mí con el
ceño fruncido.
—¿Sí?
—¿Podemos hablar... en privado? Me gustaría discutir tu último
trabajo contigo.
Ya sé lo que viene.
Fallé esa mierda.
Al igual que fallé en el anterior y, en última instancia,
probablemente fallaré en el siguiente. Algo sobre esta mierda de la
clase de literatura no está haciendo clic en mi cabeza. Cuando voy a
escribir, mis palabras se convierten en un lío de pensamientos
confusos y oraciones incompletas que se extienden por párrafos.
Sabía que era una mierda, pero admitírselo no va ayudar en nada.
Me levanto y la sigo.
—Toma asiento.
Hace un gesto hacia la silla vacía frente al escritorio solitario en
la parte trasera del enorme edificio. Su garganta se aclara y puedo
decir que está nerviosa. Puedo leer su cuerpo, probablemente mejor
que ella, lo que debería asustarme como una mierda, pero en cambio
me molesta.
No quiero esta atracción por ella. Quiero pasar esta clase y
quedarme en mi carril, para poder graduarme y largarme de St.
Augustine.
—¿Tiene algún sentido esto... Sra. Ambrose? —el nombre sale
de mi lengua como el sabor de algo podrido.
No puedo probar sus mentiras todavía, pero lo hare.
—Esta es la tercera tarea que has fallado, Sebastian.
Saca el papel de su carpeta y lo coloca frente a mí.
La misma escena que acaba de suceder en su oficina hace ni
siquiera dos semanas, excepto que esta vez sé que Presley
Ambrose es una mentirosa.
—Sebastian, ¿por qué no lo intentas? Eres brillante y capaz.
Estoy segura de que estás consciente de que estás en riesgo de
probatoria académica si continúas por este camino. —Desvío mi
mirada hacia cualquier lugar que no sea ella, tratando de combatir la
molestia que está brotando dentro de mí—. Estoy tratando de
ayudarte. No quiero verte perder tu lugar en el equipo de hockey,
pero al menos tienes que intentarlo.
—¿Crees que no lo estoy intentando, Presley? —siseo,
inclinándome más cerca de ella.
Sus pupilas se dilatan y su respiración se acelera cuando invado
su espacio. Una reacción de su cuerpo que no puede controlar.
Traga saliva y susurra.
—Es Sra. Ambrose. No soy su amiga. Soy su profesora.
Sus palabras carecen de convicción, y desafortunadamente
para los dos, veo directamente a través de su mierda. Podría
ponerla de espaldas en este escritorio de frente ahora mismo y
tenerla en mi cara en menos de cinco minutos.
Ella nunca lo admitiría, pero la forma en que toma una
bocanada de aire cuando me inclino hacia ella, la forma en que su
pulso palpita salvajemente en la delicada base hueca de su garganta,
lo veo todo.
Leo su cuerpo como los mismos libros románticos clásicos
sobre los que ella predica, solo que lo hago mejor.
—Como sea.
Se le aclara la garganta y levanta la barbilla.
—No te estoy pidiendo nada que seas incapaz de hacer, Pierce.
Estás más preocupado por tus actividades extracurriculares que por
tus estudios y tareas que valen una gran parte de tu calificación.
—¿Sabes lo que dicen sobre asumir? Te deja como una idiota.
Muy impropio, Presley —una sonrisa se forma en mis labios, una con
la intención de burlarse de ella, provocarla como parece estar
haciéndolo ella en este mismo momento.
Mis ojos recorren su cuerpo en lenta lectura, bebiendo cada
centímetro de piel pálida y lechosa y deteniéndome en sus amplias
tetas. La camisa le queda como un guante que muestra todas y cada
una de sus curvas.
—Siempre podrías ser mi tutora. Quiero decir... soy un
estudiante con dificultades y necesito un toque personal real para
asegurarme de que estoy entendiendo el material. Claro, a menos
que sientas que no podrías manejarme.
Otra sonrisa.
Su cara se pone roja una vez más, claramente avergonzada por
mis insinuaciones fuertemente atadas, y me hace preguntarme... ¿se
pone roja en todas partes cuando está en llamas?
—Yo… —comienza, tartamudeando sobre sus palabras, luego
se detiene y aprieta los dientes, cruzando los brazos sobre el pecho
para bloquear mi vista—. Eres inapropiado. Cruzas líneas como si no
existieran —se ríe con sarcasmo—. Supongo que para ti no lo hacen,
¿verdad?
Mis ojos escanean el frente de la habitación en busca de las
otras dos personas que ocupan la habitación, habiendo olvidado que
incluso estaban aquí mientras hablaban con ella, y veo que ambas
tienen auriculares y están trabajando en la tarea. Lo cual también
debería estar haciendo, pero esto es mucho más divertido que mirar
fijamente un libro de cálculo durante la próxima hora.
Me inclino hacia abajo, colocando mi mano a cada lado de su
desvencijada silla de escritorio, inclinándome más y más hasta tener
toda su atención. A juzgar por el fuerte aliento que ha tomado.
Me doy cuenta de todo. La forma en que su pecho sube y baja
con los pequeños suspiros que toma, la forma en que se pone rígida
porque estoy invadiendo su espacio, el destello de deseo en sus
ojos. La forma discreta en la que aprieta los muslos bajo la falda.
Veo todo eso.
—¿Qué diablos se supone que significa eso, Presley?
Traga saliva visiblemente antes de hablar.
—Que no te tomas la vida en serio, Sebastian, ¿y por qué lo
harías? Es obvio que te entregan todo en una bandeja de oro. El
chico rico cree que puede patinar solo por quién es.
Me burlo.
—Una puta suposición bastante atrevida, ¿no crees? No me
conoces. ¿Crees que me conoces por…? ¿Por lo que crees que
ves? —arrastro mi dedo a lo largo de la piel de su muslo desnudo,
su aliento de entrecorta cuando hago el intento de tocar su piel. Más
alto, más ligero, una burla de lo que realmente me gustaría hacer—.
No todo es lo que parece, Presley. La gente tiene una forma de fingir
para que el mundo no pueda ver quiénes son en realidad.
Sus ojos se abren ante mis palabras y quién sabe si es por su
secreto al que está tan desesperada por aferrarse o si está
sorprendida de que no tenga miedo de llamarla por su mierda. Su
rostro se arruga de frustración y quiero pasar mi pulgar por el surco
entre sus cejas.
—No sabes una mierda, así que no finjas ni por un segundo que
sabes algo sobre mí —con eso, me levanto de un tirón y enderezo mi
chaqueta, mirando para asegurarme de que todavía estamos
desapercibidos.
Se aclara la garganta en voz baja, se adapta y susurra.
—Eso fue grosero de mi parte, lo siento. —Asiento, pero no
respondo a su disculpa a medias—. Tienes potencial, puedo verlo en
estas palabras, Sebastian, simplemente no entiendo por qué no
aplicas ese potencial en algo en lo que se basa tu futuro.
Dejo que sus palabras se hundan, tratando de decidir si la
honestidad es la mejor respuesta o si debería seguir guardando mis
verdades en mi interior.
No quiero que nadie sepa que estoy luchando. Los hombres
Pierce no hacen nada a medias. Mi orgullo significa más para mí que
cualquier otra cosa, excepto la lealtad de mis hermanos.
Ninguno de los cuales le concierne. No necesito que nadie se
preocupe por mí. Siempre he sido la única persona que se preocupa
por mí y no voy a cambiar por una mentirosa.
—Gracias por la charla de ánimo, Profe. ¿Hemos terminado o
hay algo más en lo que pueda ser de ayuda...?
Sus ojos se oscurecen, el mismo fuego y disgusto regresan
después de su momento de lástima.
—Te puedes ir —dice, luego se pone de pie y cojea hacia el
frente de la habitación.
Maldita sea, retirarme.

Después de la mierda con Presley, el último lugar en el que


quiero estar es en las inmediaciones de mi padre. Preferiría que se
quedara en su rascacielos de la ciudad, conmigo a miles de
kilómetros de distancia en St. Augustine, pero a la vida le gusta
follarme sin lubricante, así que estoy estacionando en el lugar de
estacionamiento "reservado" en su oficina en el centro.
Me siento en mi auto por un momento, debatiendo si vale la
pena irme y ocuparme de eso más tarde, pero finalmente decido
terminarlo ahora en lugar de prolongarlo para más tarde.
El edificio es exactamente lo que esperarías de mi padre. Lo
mejor de la línea de arquitectura, elegante, con derroche de dinero
en todas las facetas. Qué mejor manera de presumir de tener más
dinero que sentido común, si no en el edificio que todos ven en el
momento en que ingresan a la ciudad. Lo odio cada día más y esta
mierda no es saludable, pero aquí estamos.
—Buenas noches, Sebastian. —Amelia, la recepcionista del
edificio, me saluda cuando entro a grandes zancadas por las puertas
giratorias delanteras.
El vestíbulo es tranquilo y, como siempre, todo el mundo parece
tener prisa por ir a ninguna parte. Me estremezco cuando pienso en
el futuro que mi padre ha planeado para mí en este lugar.
Cojo el ascensor hasta el último piso, donde está la oficina de
mi padre, y le hago un guiño a Amelia antes de que se cierre la
puerta. Cuando suena el ascensor, lo que indica que he llegado a la
cima, las puertas se abren y dejan al descubierto el piso de mi
padre.
Todo el piso es su oficina. Dime para qué diablos necesita una
persona todo un piso, cuando no usa la mitad. Excepto para engañar
a mi madre. Estúpido.
—Sebastian, que amable de tu parte pasar por aquí. —Mi
padre sale de la trastienda y luego mira su reloj—. Veo que estamos
en horario de Sebastian hoy, me alegro de que tu agenda te permita
esta reunión.
Y aquí vamos.
—Lo siento, tenía clase. Ya sabes... en el internado al que me
enviaste.
Sus labios se fruncen. A mi querido papá no le gusta cuando le
respondo, lo que me da más ganas de hacerlo a pesar de todo.
—Vayamos directo a eso entonces. Tengo un compromiso para
cenar dentro de una hora —abre la puerta de cristal de su oficina,
haciéndome un gesto para que entre delante de él—. Oh, Grace, por
favor, pon en espera las llamadas durante los próximos treinta
minutos.
Su recepcionista apenas ha terminado la escuela secundaria y
es tan tonta como ellos. Ella se ríe en respuesta.
Joder, se río.
Pero todos sabemos que ella no está aquí para trabajar, está
aquí por razones completamente diferentes.
Entro a su oficina y me acerco a la estantería donde guarda
varios premios y trofeos, pasando mi dedo por el metal bronceado
mientras toma asiento detrás del escritorio.
—Harás una pasantía en la oficina de Nueva York durante las
vacaciones.
—Nop —dejo que la p explote, sin siquiera ofrecerle una
mirada.
Mi paciencia y mi voluntad de complacer a mi padre disminuyen
cada vez que me someten a esta mierda. Junto con el hecho de que
sigue lastimando a mi madre y lo que realmente quiero decirle es que
se vaya a la mierda, pero sé que mi fondo fiduciario está en juego.
Tengo que ser algo amigable si alguna vez quiero conseguir el
dinero y sacar a mi madre de esta mierda.
–No está en discusión, Sebastian, lo harás. Ya comencé a
arreglarlo con Will, él está trabajando en el papeleo y en varias
reuniones que deberán realizarse.
—No se puede hacer. Tengo demasiado trabajo escolar, ya
sabes, deberes y esa mierda.
Se burla.
—Cierto, al igual que en la clase de inglés en la que estás
fracasando miserablemente, ¿verdad hijo?
Joder, ¿cómo sabe eso?
Debe ver la mirada de sorpresa. en mi cara porque responde la
pregunta que me hice a mí mismo.
—Las calificaciones se publican en línea, y con razón, ya que
sé que nunca nos pondrías al día a tu madre ni a mí sobre nada.
Pasas demasiado tiempo de fiesta, Sebastian, y hoy se detiene.
Mis cejas se elevan. Abandono mi exploración de su estante y
camino hacia el escritorio, dejándome caer en la silla frente a él.
—No he estado de fiesta, Solo he estado ocupado.
Cierro la mandíbula, rechinando los dientes para no decir lo que
realmente me gustaría. Que es un idiota de mierda y que si alguna
vez pone sus manos sobre mi madre otra vez... bueno, entonces
será mejor que me golpee. No quiero empeorar la situación para ella,
y sé que lo haría.
—Mentira. Estás de fiesta, bebiendo, acostándote con media
ciudad. La gente habla, y el nombre de Pierce no va a sufrir por tus
transgresiones.
—Oh, ¿mis transgresiones? Es gracioso, ya que todo el maldito
pueblo sabe que tienes una amante de mi edad.
Se pone de pie abruptamente, la silla chirría contra el suelo. Su
cara está roja como una remolacha, y parece que se le podría
reventar un jodido vaso sanguíneo.
—Cierra la boca, Sebastian y recuerda tu lugar. Ahora, me
dejaras tu tarjeta de crédito y las llaves de tu amado Range Rover.
¿Qué tal eso?
Quiero burlarme en su cara y decirle que puede tener esas
malditas cosas tanto como puede chantajearme con ellas.
—Junta tu mierda. Sube las notas, porque si repruebas esta
clase y arriesgas tu admisión a Yale, te lo aseguro, verás lo mal que
puedo hacer las cosas para ti. Eres mimado y con derecho.
Me río.
—¿Me conoces siquiera? ¿Sabes siquiera quién diablos es tu
hijo? —me paro y me enfrento a él a través de su escritorio—. No lo
sabes. No podrías estar más lejos de la puta verdad. Pero, en el
esfuerzo por proteger a mi madre, lo manejaré. No la toques de
nuevo o te lo aseguro, mis calificaciones y mi capacidad para
avergonzar al nombre de Pierce serán el menor de tus problemas.
Sin otra palabra, giro sobre mis talones y me voy, cerrando la
puerta de vidrio con tanta fuerza que hace eco en todas partes la
oficina. Grace me mira desde detrás de su escritorio, con la boca
abierta, los ojos muy abiertos.
—Hazme un favor, la próxima vez que quieras follar con
hombres de la edad de tu padre, elige a alguien que no sea el mío.
Joder con él, y este lugar de mierda.
7
PRESLEY

—¡Detente!
Me enderezo en la cama, agarrándome el pecho, jadeando
mientras la familiar ola de miedo y pánico se apodera de todo mi
cuerpo. Con los ojos todavía llenos de sueño, apenas puedo percibir
lo que me rodea. Sólo cuando me doy cuenta de que todavía estoy
en casa, metida en mi propia cama, me agacho contra el cabecero,
desesperada por recuperar el aliento.
Era solo un sueño.
Solo un sueño.
No se sentía como un sueño.
El latido errático de mi corazón no se ralentiza. Las
respiraciones superficiales que mis pulmones suplican tomar junto
con el latido de mi pecho, lo hacen sentir mucho más verdadero.
Cada terminación nerviosa está viva. Siento las manos
alrededor de mi garganta, cortando mi capacidad para respirar.
Puedo oler el cuero viejo y el aceite, veo la estantería que adorna la
pared.
Me recordó que no importa a dónde vaya, no importa a dónde
corra, nunca estaré completamente a salvo. Realmente nunca podré
recostar mi cabeza por la noche y no temer al diablo que atormenta
mis sueños.
Puedo correr por el mundo y nunca escaparé de él.
Mis ojos se dirigen hacia el brillante reloj de la mesita de noche,
que indica que son solo las tres y media. No hay forma de que llegue
el sueño ahora, así que bien podría comenzar el día.
Tiro las mantas hacia atrás temblorosamente, y coloco mis pies
sobre la madera fría, con cuidado de mi tobillo todavía dolorido.
Lentamente, me dirijo al baño, entro para abrir el agua y espero a
que se caliente. Veo mi reflejo en el espejo pequeño y semi-oxidado
del baño y noto las bolsas de color púrpura oscuro y azul debajo de
mis ojos que se asemejan a moretones.
Irónico después del sueño que me sacudió hasta la médula, el
mismo sueño que he tenido todas las noches durante meses.
Deteniéndome solo después de meses de terapia y llegando a un
acuerdo, aceptando verdaderamente la parte de mi pasado que
nunca iba a desaparecer.
Sé que incluso dentro de diez años todavía podría saltar al
golpe de la puerta de un auto, o sentir que alguien me está mirando
mientras camino por los pasillos vacíos de la tienda de comestibles.
Pero ahora sé que es aprender a vivir con mi pasado y saber que no
define mi futuro.
El vapor de la ducha ahora hirviendo se agita a mi alrededor,
parcialmente comenzando a empañar el espejo y obstruyendo mi
reflejo. Un reflejo que me recuerda a la persona que solía ser.
Últimamente me siento así. Como si estuviera corriendo en un bucle
sin fin, sin poder parar ni descansar un momento.
Me estaría mintiendo a mí misma si no reconociera el hecho de
que Sebastian probablemente tiene mucho que ver con la razón por
la que lo estoy soñando de nuevo. Ha invadido mi espacio tranquilo y
pacífico y lo ha sacudido, provocando mi parte dormida.
No admitiría en voz alta los sentimientos que han permanecido
dormidos en mí durante tanto tiempo, el hecho de que él haya
despertado una parte de mí que creía perdida para siempre. Me veo
obligada a enfrentarme al hecho de que existe una atracción
innegable hacia mi alumno, y no sé cómo parar.
Mientras una parte de mí se siente sucia por haber sido
tentada, la otra parte se siente mareada con la lujuria floreciendo
dentro de mí poco a poco hasta que me llena de un sentimiento que
es completamente extraño.
Imagina dos imanes bailando uno alrededor del otro de una
manera que sólo los campos de fuerza podrían procurar, tan cerca
pero nunca lo suficiente como para agarrarse completamente el uno
al otro.
Mi mente se remonta a nuestra última conversación en la
biblioteca donde se llevó a cabo la detención.
Debería haber sabido que no me encontraba sola, en posición
de ser tentada, pero fue irrespetuoso e inapropiado y se lo merecía
después de la forma en que me avergonzó a propósito delante de la
clase.
Agarrando el lavabo, aspiro profundamente e intento apartar los
pensamientos de cómo sus brazos, llenos de gruesos músculos
acordonados, me enjaulan en mi asiento, su aliento mezclándose con
el mío.
Todavía puedo sentir los furiosos latidos de mi corazón
acelerado cuando se inclinó más cerca, sus labios carnosos y
sensuales a solo un aliento de rozar los míos. Incluso mientras me
hablaba de una manera que era completamente inaceptable, mis
muslos se presionaron juntos por sí mismos para suprimir el dolor en
mi centro. El mismo dolor que sufriría antes de actuar sobre mis
sentimientos.
Había demasiado en juego, mi vida estaba en peligro por una
tentación con la que no puedo permitirme jugar.
Todavía me tiemblan las manos mientras me saco la camiseta
por la cabeza y la tiro a la canasta junto a la puerta.
Solo que ahora, es por una razón completamente diferente.
—Mañana comenzaremos nuestra discusión sobre La letra
escarlata. Vengan a clase preparados y asegúrense de tener hechas
las lecturas asignadas. Las notas del último trabajo sobre el
feminismo en la literatura ya están publicadas.
La mención de las calificaciones hace que suenen gemidos en
toda la clase, pero el timbre suena, despidiendo a todos. Uno a uno
van saliendo del aula, hasta que el último alumno sale y la puerta se
cierra tras él.
Camino alrededor de mi escritorio y, mientras me siento en la
silla de felpa, saco la pila de papeles sin calificar de mi carpeta
cuando el fuerte golpe de la puerta me hace saltar.
Mis ojos se dirigen a la puerta mientras Sebastian se apoya en
la madera oscura con una expresión de aburrimiento en su rostro. Mi
pulso se acelera al verlo, ¿por qué está aquí tan tarde?
No puedo evitar el deseo que se despliega, deslizándose por mi
espina dorsal como una enfermedad, listo para tragarme entera. En
contra de mi voluntad, nunca se me dio la oportunidad de elegir. Mi
cuerpo eligió por mí.
—¿Puedo ayudarte, Sebastian?
No levanto la vista de los papeles que tengo frente a mí.
Él tararea, todavía con la misma expresión aburrida y
desinteresada. Hoy su uniforme está desabrochado, desaliñado en el
mejor de los casos y es la primera vez que lo veo desarreglado de
alguna manera.
—Sabes, toda mi vida me han dicho... “Eres un Pierce. Los
hombres Pierce consiguen lo que quieren. De una forma u otra será
tuyo hijo. Todo esto y más, algún día, será tuyo” —su mirada
finalmente se encuentra con la mía y la intensidad de su mirada toca
un lugar dentro de mí que ha estado oculto a la luz durante tanto
tiempo.
Me produce un escalofrío.
Es como si me viera, como si viera quién soy realmente.
No la que he estado fingiendo ser.
Se vuelve hacia la puerta y hace clic en la cerradura detrás de
él, lo que hace que la familiar ola de pánico vuelva a subir por mi
espalda.
—Sebastian... —mi voz tiembla, con miedo o anticipación, no
puedo distinguir entre los dos.
Quiero huir, y luego quiero suplicar.
Cada paso que da más cerca, mi corazón late más rápido.
Golpeando contra los frágiles y quebradizos huesos de mi caja
torácica.
Thud.
Thud.
Thud.
¿Qué está haciendo?
Quiero hacer la pregunta en voz alta, pero mis labios están
cerrados. Debería hablar y decir lo inapropiado que es esto, pero no
lo haré. Se acerca más hasta que está justo frente a mí, el escritorio
todavía nos divide, pero coloca ambas manos sobre la madera y se
inclina.
—Aprendí algo esta semana... Sra. Ambrose —susurra con voz
ronca, acercándose más.
Algo siniestro y más entrelazado en sus palabras. Las siento.
Mi mente inmediatamente va al único secreto que moriría por
guardar. El que he sacrificado todo por mantener. Pero seguramente,
él no podría saberlo. La idea de que él abriera un registro clasificado
era ridícula. No tengo ninguna razón para tener miedo. Sin embargo,
el pánico sigue subiendo hasta mi pecho, oprimiéndolo. El peso se
asienta allí, impidiéndome respirar profundamente.
La tensión en el aire es palpable. Él está enfadado. Casi
salvaje. Está escrito en todo su rostro. Grabado en el surco de su
frente, la tensión de su mandíbula mientras aprieta los dientes.
Me aparto de la silla y me pongo de pie.
— No sé lo que estás haciendo Sebastian, pero esto es muy
inapropiado. Debería denunciarte al Pa…
—Ella Williams. Veintiséis años. Nueva York, Nueva York —
dice, con sus ojos clavados en los míos.
Se me hiela la sangre.
Oh, Dios.
El pánico se clava en mi garganta. Apenas puedo tomar una
bocanada de aire.
—Eres una mentirosa, Profe. O debería llamarte... ¿Ella?
Rodea el escritorio hasta donde me encuentro para estar frente
a mí. Sin romper nuestra mirada, saca su teléfono del bolsillo y lo
pone sobre el escritorio, apoyándolo en un libro, apuntando
directamente a nosotros.
—¿Por qué tu cel…? —me interrumpe, con un dedo áspero
contra mis labios.
Mirando hacia abajo, pulsa algunos botones y luego pone su
dedo bajo mi barbilla, tirando de mis ojos hacia los suyos. No está
restringido, y no pretende manejarme con cuidado.
Los viciosos latidos de mi corazón retumban en mis oídos
mientras sus ojos me queman con una intensidad que nunca había
sentido. Lo que ocurra después de este momento lo cambiara todo.
Incluso con el mundo cayendo a pedazos a mi alrededor, lo sé.
Todo cambiará.
Nunca podremos volver atrás desde este momento y
retractarnos de las cosas dichas o hechas.
Sebastian Pierce está arrancando la red de seguridad a la que
me había aferrado durante tanto tiempo directamente desde abajo
de mis pies sin que le importe que no sobreviva a la caída.
—Sabía que algo estaba mal. Eres muy asustadiza. Saltaste al
oír un portazo, el ataque de pánico cuando te encontré en el bosque.
Todo se juntó cuando estabas en el hospital. ¿Cómo entraste en el
St. Augustine, pasando los controles de antecedentes? —su tono es
amenazante y la ansiedad que me araña es tan intensa que podría
caer a sus pies.
Está tan cerca que podría atraparme, pero no lo hará.
¿Cómo se enteró?
¿Todos lo saben?
Las lágrimas llenan mis ojos mientras intento pensar en algo,
cualquier cosa que me saque del agujero en el que me he metido. No
se merece mi verdad. Nunca le daré lo que no se ha ganado.
—En realidad, no lo hagas. No quiero escuchar tus razones,
porque en última instancia no importa. El hecho es que andas por ahí
fingiendo ser alguien que no eres —dice, acercándose, lo que me
hace retroceder hasta que mi espalda golpea la pizarra detrás de mí.
—Sebastian…
Me interrumpe antes de que puede terminar.
—No lo hagas. No quiero oír otra mentira salir de esos malditos
labios, Presley. —Invade mi espacio hasta que su cuerpo se aprieta
contra el mío. Tan cerca que puedo sentir su aliento contra mis labios
mientras se inclina—. Parece que las tornas han cambiado. Te lo dije,
te lo advertí. Esta es mi escuela. Me importa un carajo que seas tú la
que se supone que manda. No parece que sea así ahora, ¿verdad?
Sus largos y hábiles dedos arrastran la suave piel de la parte
posterior de mi rodilla y solo entonces me doy cuenta de que estoy
temblando. Aferrándome a la pared detrás de mí, mis uñas
clavándose el yeso es tan duro que debe haber sangre.
Estoy temblando tan fuerte que él debe sentirlo.
La parte repugnante y vergonzosa es que no tiene nada que ver
con el miedo. Aunque, dada su intensidad, su ira, debería tener
miedo. Debería huir. Debería ir directamente al director y denunciarlo
por sus comentarios inapropiados y por tocarme sin mi
consentimiento.
Sé lo que debería hacer.
Pero no lo haré.
Porque Sebastian Pierce me tiene exactamente dónde quiere.
Estoy atrapada en su red, y nunca saldré viva.
Él pasa su nariz ligeramente contra mi mandíbula, tan
suavemente que casi no lo siento.
— Estás cruzando una línea, Sebastian. Te denunciaré al
director y entonces no importarán tus notas, serás expulsado. No es
demasiado tarde para detener esto. No tires tu futuro por la borda —
susurro.
Él se ríe, completamente indiferente a mi amenaza.
—Deberías saber que es mejor no amenazarme con palabras
vacías y sin sentido. Te tengo en la palma de mi mano, justo aquí —
agarra mi muslo con brusquedad con su mano áspera y callosa, y yo
gimo en respuesta—. Ambos sabemos que no irás al director, no irás
a nadie.
Sus dedos se deslizan más alto, patinando suavemente sobre la
piel sensible que me prende fuego.
Con ira.
Con lujuria pura.
Con pensamientos pecaminosos.
Pongo las manos en su pecho y empujo, pero me sujeta las
muñecas con fuerza y no puedo liberarme de su agarre. Aprieto los
ojos, las lágrimas solitarias se escapan por mis mejillas.
Estoy abrumada de todas las formas posibles, miedo, ira y,
sobre todo, lujuria. Es irracional confiar en alguien que apenas
conoces, pero en algún lugar del fondo de mi mente, donde están mis
demonios, me doy cuenta de que no va a hacerme daño.
—Una puta palabra y pasaré del puto director, directamente a
las malditas noticias. Voy a poner tu culo mentiroso en todas las
emisoras de noticias de aquí a Nueva York. Descubriremos muy
rápido de qué estás huyendo, ¿no?
Un gemido cae de mis labios en un intento a medias de
respuesta a lo que está diciendo.
—Te veo, Presley, veo a través de ti. ¿Crees que no sé qué
evitas mis ojos toda la hora que estoy sentado en esta maldita aula?
Que aprietas los muslos para disminuir el dolor cuando te sientas en
ese pupitre con tu perfecta faldita lápiz y tus tacones. Darías
cualquier cosa por tenerme entre tus piernas, follando ese dulce
coñito, esos tacones clavándose en mi espalda.
Mi respiración es entrecortada y, sin poder evitarlo, me muerdo
el labio con tanta fuerza que me sale sangre. Cuando abro los ojos,
está tan cerca de mis labios, un centímetro más y sus labios rozarían
los míos. Saboreando los míos. Su agarre se estrecha en mis
muñecas, atrayendo mi atención de nuevo a sus ojos.
— No necesito oír las mentiras de tus labios, tu cuerpo es tan
mentiroso como tú. Y veo a través de ti, joder.
Me suelta las manos y voy a empujarlo, pero antes de que
pueda poner mis manos sobre su pecho, me hace girar y me empuja
contra la pizarra hasta que mi mejilla queda firmemente presionada
contra ella. Mi espalda se ajusta contra él mientras me aprieta el
pelo.
Está loco.
Esto es una locura.
Va a utilizar mi identidad para chantajearme con lo que quiera, y
yo se lo voy a permitir. Porque al final, las consecuencias de hacerlo
serían menores que lo que espera al otro lado de la puerta que
amenazó con abrir. Lo sé.
— Dime que pare, Profe. Vamos... derrama más mentiras
malvadas de esos labios. Están suplicando ser envueltos alrededor
de mi polla. ¿Te excita? Saber que tengo el poder de arruinarte.
Tanto poder sobre ti. Apuesto a que si meto mi dedo dentro de esas
bragas de encaje que vi hace sólo unos días, estarías empapada.
Goteando por tus muslos. Miénteme Presley —las sucias palabras
envían un sucio y pecaminoso escalofrío por mi espina dorsal—. No
lo harás. Al igual que nunca le dirás a nadie que te tengo justo donde
quiero. Porque lo que sea de lo que estás huyendo es peor que yo, y
eso es lo que debería aterrorizarte.
Gimoteo cuando su mano libre recorre la parte posterior de mis
muslos, peligrosamente cerca de descubrir si tenía razón. Me roza la
tierna piel del interior de los muslos, aún más cerca de lo que estaba.
Un centímetro más y le daré la razón. Porque es la verdad.
Estoy más excitada de lo que quiero admitir. Sé que está mal,
sé que debería empujarlo con toda mi fuerza y terminar con esto,
pero en alguna parte de mi jodida mente me gusta esto.
—Vas a ayudarme a aprobar esta puta clase. Hazme de tutor,
cambia la puta nota, sinceramente me importa una mierda cómo lo
hagas. Pero si repruebo esta clase, si pierdo mi beca y me echan del
equipo, te prometo que todo el mundo en este país sabrá
exactamente quién eres, Presley Ambrose. ¿No me crees?
Pruébame. Si crees que vale la pena jugar con tu futuro, entonces es
tu prerrogativa.
Siento sus labios en la base de mi espina dorsal, pellizcando,
chupando, y no puedo detener el gemido que se desprende de mis
labios desleales. Quiero suplicarle más, rogarle que me haga sentir
algo más.
Él había despertado esto dentro de mí y yo quería rendirme a
ello.
A él.
Pero el mismo miedo me impedía hablar. Miedo a lo que
realmente pasaría, miedo si le confesaba lo que realmente sentía.
Aterrada por la vergüenza de desearlo.
—¿Y a partir de hoy? Puedes mentir tanto como quieras, pero
deja de fingir que no eres un desastre húmedo y descuidado por mí.
No te conviene.
—Sebastian…
—Detente —ordena.
Es poderoso de una manera que es indescriptible, sólo se
siente. Siento la promesa en sus palabras. Si no hago lo que me
pide, me entregará en un santiamén. Sin siquiera pestañear, me
arruinará. Y entonces, no tendré ningún lugar al que huir. Ningún lugar
donde esconderme del diablo que me persigue cada día de mi vida.
Sus gruesos y ásperos dedos se desplazan hacia arriba,
subiendo más y más hasta que hasta que alcanza el encaje de mi
ropa interior, y un agudo silbido sale de sus labios.
Él está tan afectado por esto como yo, la dureza que se clava
en mi espalda lo hace evidente. Me muerdo el labio, saboreando la
amarga punzada de cobre de la sangre por segunda vez esta noche,
para impedirme empujar instintivamente contra él, frotándome,
creando la más mínima fricción contra mi palpitante centro.
Está jugando con mi cuerpo, utilizándolo en su beneficio, como
si estuviera hecho para ello.
—No tendré esta conversación de nuevo, Presley. Espero que
entiendas lo jodidamente serio que soy. Te dije quién era. Soy un
imbécil, y te lo demostraré hasta los confines de esta maldita Tierra
si eso significa que mantengo mi beca y mi lugar en St. Augustine.
¿Y ese vídeo que acabo de grabar?
Mis ojos se dirigen al teléfono en su escritorio y mi sangre se
congela.
¿Estaba grabando?
Oh Dios.
Paso de estar excitada a asustada y vuelvo a estarlo cuando
mete los dedos en el encaje y me encuentra empapada y casi
goteando bajo su contacto. Sin siquiera tocarme, sabía que mi
cuerpo, independientemente de mi cabeza, lo deseaba. Estoy
desesperada por su tacto.
—No dudaré en usarlo.
Pellizca mi clítoris entre sus dedos con brusquedad, haciendo
que su punto de vista se mantenga.
— Puede que conozcas los clásicos, por qué Romeo cayó a los
pies de Julieta, que conoces las consonantes, la gramática, la
puntuación, el significado de las historias que nos enseñas. Pero
puedo leer tu cuerpo mejor de lo que puedo leer una decrépita
historia de hace cien años.
Su dedo se desliza contra mi clítoris y yo gimo, sin
preocuparme de las consecuencias, sin importarme que justo al otro
lado de esa puerta pueda pasar un alumno y escucharlo. Un profesor
podría venir a entregar papeles y encontrarme aprisionada contra la
pizarra con los dedos de Sebastian Pierce resbalando con mis jugos.
No puedo pensar cuando sumerge sus dedos índice y corazón
dentro de mí, metiendo los dedos tan profundamente que alcanza mi
punto G sin esfuerzo que mis piernas se debilitan con cada golpe de
su pulgar contra mi clítoris.
Cada vez me hace estar más cerca de correrme en medio de
mi clase con un desenfreno. Estoy tan cerca de un orgasmo que me
destrozará el alma y me dejará sin vida.
¿Cuánto tiempo ha pasado desde que un hombre me tocó, me
acarició, me trajo cantidades indescriptibles de placer?
En este momento, alejo la ansiedad que todavía me presiona
con fuerza en el pecho. Deja ir el miedo, el odio, la desgana y me
entrego a un hombre que rompió los muros de mi alma con pura
fuerza.
Porque la verdad es que estoy desesperada por más. Estoy
desesperada de una manera de la que me avergüenzo.
—¿Te gustan mis dedos dentro de ese pequeño coño apretado,
Profe? ¿Te excita que alguien pueda entrar en este mismo momento?
—Me aprieto a su alrededor contra mi voluntad y él se ríe con altivez
en mi oído—. Jodidamente sucia. Me gusta una mujer cuyo coño
responde por ella. Estás tan mojada que me gotea la mano.
Aprieto los ojos ante sus palabras, desesperada por caer en el
filo con el que me sigue provocando. Cuando siento su pulgar
presionando el sensible capullo de mi culo, vuelvo a presionar contra
él.
—Joder, Presley. —Gruñe, deslizando la punta de su pulgar
dentro de mi culo, cubierto con mi humedad, se desliza fácilmente
dentro.
Justo cuando siento la embestida de un orgasmo, retira los
dedos de mi cuerpo y me da la vuelta.
— ¿Cuántas ganas tienes de correrte? —pregunta, empujando
los dedos que estaban justo dentro de mí en mi boca, obligándome a
saborearme. Empuja mi garganta cuando no chupo,
amordazándome. Inclinándose más cerca, susurra—: Cuando
decidas dejar de ser una maldita mentirosa, tal vez entonces te dé lo
que tu coño está pidiendo.
Luego, toma su teléfono y se va, cerrando la puerta de golpe
detrás de mí mientras yo jadeo contra la pizarra, tratando de
recuperar el aliento y serenarme.
Estoy frustrada, al borde, desesperada en más formas de las
que puedo contar.
Me duele el coño por la necesidad, y mis muslos están
resbaladizos con mis jugos por lo que acaba de pasar, dejando un
recordatorio tan claro y evidente.
Sebastian Pierce me arruinará si tiene la oportunidad.
Pero la pregunta es... ¿lo arruinaré yo primero?
8
SEBASTIAN
—Joder. Joder. Joder. Jooodeer. —Grito cuando la puerta
principal del dormitorio se cierra de golpe detrás de mí con tal fuerza
que vibra violentamente contra el marco de la puerta.
Maldita sea.
Necesito sacar mi cabeza de mi culo y mantener mis malditos
dedos fuera del coño de Presley porque esto no era parte del plan.
¿Usar la información que demostró que ella no era más que una
mentirosa?
Si.
Soy un imbécil.
Claro, no tan melancólico y asesino en serie como Rhys, pero
un imbécil, no obstante.
Lo que no planeé es tocarla.
No grabar un video sexual amateur y además usarlo para
amenazarla. Ahora, estaba jodido. Tenía este video en mi teléfono
que ya sabía que sería horas de material para el banco de azotes.
No es lo que necesitaba cuando ya estaba al borde de la obsesión
con ella antes de tener su coño envuelto alrededor de mis dedos.
Cruzo el pasillo hacia mi habitación y cierro la puerta detrás de
mí, luego rápidamente me quito la chaqueta del uniforme y los
pantalones.
Necesito una ducha, necesito aclarar mi maldita cabeza y
asegurarme de que Presley Ambrose sea lo último que se cruce por
mi mente esta noche.
Metiendo la mano dentro de los paneles de vidrio esmerilado,
subo la temperatura lo más alto posible, cuanto más caliente, mejor,
luego me quito los calzoncillos y los tiro a un lado antes de ponerme
bajo el rocío hirviendo. El agua cae en cascada por mi cara mientras
dejo caer mi frente contra la fría baldosa frente a mí.
Estoy más que jodido.
Lo supe desde el momento en que se puso de pie detrás de
ese escritorio con un fuego en los ojos que nunca había visto. Quería
más de eso. Quería ser la causa del fuego.
Verla arder.
Enfurecerla como lo hace conmigo, aunque sea una fracción.
Le di la opción fácil. Sólo cambiar la maldita nota. Habría
tomado cinco minutos, y nada de esta mierda estaría sucediendo.
Pero ahora, ella ha hecho de un Pierce su enemigo y desde mi punto
de vista, no hay nada peor.
Y aunque es la enemiga número uno no me impide fantasear
con ella en esa ajustada falda lápiz que cae justo por encima de sus
rodillas con la abertura en el costado que muestra más piel deliciosa
que quiero probar, cada centímetro hasta que no haya ninguna parte
sin tocar por mi lengua.
Ella es pecadora.
Lo sepa o no, se está convirtiendo en un elemento permanente
de mis sueños y eso sólo hace que la odie más. Odio que la situación
me obligue a ello.
Soy un idiota y no puedo dejar de fantasear con ella cabalgando
sobre mi polla, tragándosela toda de rodillas hasta que las lágrimas
se derramen por sus mejillas. O la forma en que se sentía agarrando
mis dedos con su apretado y chorreante coño.
Joder, me ordeñaría la polla hasta la última gota.
Llevo mi mano a mi polla ya dura, apretándola con fuerza
alrededor de la base, apretando como imagino que lo harían sus
pequeñas manos y dejo escapar un gemido estrangulado.
Joder, soy patético.
El agua está tan caliente que me quema la piel, o tal vez sea la
idea de que Presley se meta mi polla en la garganta con sus grandes
ojos verdes mirándome fijamente, llenos de lágrimas, con esos labios
carnosos y rosados envolviendo mi polla como si estuvieran hechos
para ello.
Trabajo mi polla una y otra vez, follando mi puño hasta que
estoy disparando chorros de semen por toda la pared de la ducha,
deseando como el infierno que fuera su cara.
Cuando estoy agotado, y ni siquiera cerca de estar satisfecho,
me seco y me tumbo en mi cama, todavía desnudo, esperando que
llegue el sueño. Y cuando llega, me prometo a mí mismo que
cualquier encaprichamiento que tenga con Presley habrá terminado.
Sabiendo que es la mayor mentira de todas.

Mi teléfono suena en mi bolsillo una y otra vez, aunque he


intentado pasar la última hora estudiando, el universo está decidido a
que suspenda esta mierda. Lo saco del bolsillo y deslizo el dedo para
responder al FaceTime cuando la cara de Alec aparece en la
pantalla.
—Hey —dice, su cabello desgreñado cayendo sobre sus ojos.
—¿Qué pasa? ¿Dónde estás? —Pregunto, dándome cuenta de
que no me estaría hablando por FaceTime desde la sala de estar.
—De camino a la ciudad, mis padres necesitan que me ocupe
de algo. Escucha, estaba en la autopista 12 y vi el auto de la Profe al
costado de la carretera. Parece que tiene un neumático pinchado.
—¿Así que la dejaste allí y luego decidiste llamarme? —Pongo
los ojos en blanco.
Mis amigos son jodidamente leales, pero joder, a veces eran
idiotas. Simple y llanamente.
—Estás cerca, ve a cambiarle el neumático, amante. Tengo
mierda que hacer —sonríe y cuelga en mi cara.
El idiota sabía que iría, la alternativa sería dejarla a un lado de
la carretera y esperar que alguien pasara a ayudar.
Después de tomar las llaves y la cartera, me dirijo al
aparcamiento y me meto en el coche para ir en su busca. Joder,
empiezo a sentirme como su caballero de brillante armadura o algo
así. A menos de un kilómetro y medio de la carretera, veo su
diminuto coche aparcado a un lado de la calle, apenas en el borde y
parcialmente en la carretera.
Jesucristo.
Me desvío hacia el borde de la carretera, compruebo los
retrovisores para asegurarme de que estoy en el borde y que es
menos probable que alguien golpee mi coche, y me acerco al coche
de Presley.
Está en el asiento delantero hablando por teléfono y ni siquiera
me ha oído acercarme. Las mujeres no tienen ningún concepto de
seguridad. Podría ser un puto secuestrador y ella no habría tenido ni
idea de que estaba aquí para secuestrarla.
Golpeo la ventana haciendo que salte y el teléfono salga
volando.
Cuando se da cuenta de que soy yo, su rostro se vuelve de
piedra. Obviamente, ella todavía está enojada por lo que pasó en el
salón de clases. Bien por mí.
Sigue siendo una mentirosa.
Abre la puerta de un tirón y sale, cerrándola de golpe.
—¿Qué estás haciendo aquí?
Encogiéndome de hombros, miro la carretera para asegurarme
de que no hay ningún coche que venga hacia nosotros.
—Alec llamó, dijo que tenías un neumático pinchado y como el
caballero que soy, aquí estoy.
—Quiero que te vayas.
Está actuando como una niña petulante.
—No puedo, Profe. Voy a arreglar esta llanta para que no
termines atropellada al costado de la carretera. Soy un idiota, pero
prefiero no tener tu muerte en mi conciencia. Sube al auto.
—Vete.
Esta vez el tono de su voz me hace mirarla. Su expresión es
una que nunca le había visto. Está enojada, lívida incluso.
—¿Sigues enfadada? Menos mal que me importa una mierda.
Entra. En. El. Auto. —Mi paciencia se está agotando con cada
sílaba.
¿Cree que estoy aquí para pasar el rato?
Estoy aquí para cambiar el maldito neumático para que no se
quede varada al costado de la carretera.
En lugar de responder, se gira en la otra dirección y empieza a
alejarse por la pequeña franja de hierba junto a la carretera.
Ha perdido oficialmente la cabeza.
Inmediatamente salgo tras ella.
—Presley, entra en el puto auto —gruño.
Acelerando el paso, finalmente la alcanzo y le agarro el brazo,
que ella tira hacia atrás con tanta fuerza que me hace tropezar
ligeramente.
¿Qué mierda?
Se da la vuelta para mirarme y su rostro está sonrojado, casi
tan brillante como su cabello.
—Te dije que tenías que irte, Sebastian. ¿Crees que puedes
simplemente chantajearme, tocarme sin mi consentimiento y esperar
que… lo acepte? —escupe.
Puedo ver el humo figurado saliendo de sus orejas. Tal vez esté
un poco más enfadada de lo que pensé en un principio, pero me
sigue sorprendiendo el fuego que parece haber salido de la nada.
—Estás siendo ridícula. ¿Te das cuenta de que la gente pasa
volando por estas curvas yendo a ochenta y apenas te pueden ver
aparcada aquí?
Sus labios se aplanan en una línea delgada y frustrada.
—Lo que sea.
Y entonces me pasa por encima caminando de vuelta a su auto,
donde apoya su diminuta estructura contra el diminuto auto con los
brazos cruzados sobre el pecho, ignorándome por completo.
Irónico, ya que soy el que se va a asegurar de que ella llegue a
casa.
—¿La pieza de repuesto está ahí? —Miro el maletero y ella
asiente con la cabeza, pero no me lanza ni una mirada.
A la mierda, si ella quiere ser así, bien. No voy a perder el
sueño por ello. Quiero decir, mierda, estoy aquí haciéndole un favor a
ella, no al revés.
Rápidamente le quito el neumático y le pongo el buje, luego
termino de ajustar cada uno de los tornillos lo suficientemente
apretados para que ella pueda conducir con seguridad. Cuando
termino, estoy empapado de sudor. Con la parte inferior de la
camiseta me limpio el brillo de la cara. Cuando levanto la vista, los
ojos de Presley están hambrientos y recorren mi estómago. Me
aclaro la garganta, lo que hace que se sobresalte y que sus mejillas
se pongan rojas, y luego su mirada se dirige a cualquier parte menos
a mí.
La he atrapado con las manos en la masa. Puede enfadarse
todo lo que quiera, pero no puede negar que hay... algo entre
nosotros.
—Gracias. —Sus ojos están hacia abajo y se da la vuelta para
entrar en el coche, pero mi mano se extiende para evitar que la
puerta se abra y se cierra de golpe con un ruido sordo.
—¿Así es como quieres que sea, Profe? —Pregunto.
Sus ojos se arrastran para encontrarse con los míos, y tienen
frialdad, pero arden tan intensamente al mismo tiempo.
—He terminado con esto, Sebastian. ¿Entiendes lo que estoy
diciendo? —se acerca, con la mandíbula apretada, los labios
apretados y la barbilla en alto—. Se acabó. Voy a ir al director y te
voy a denunciar por toda la lista de cosas que has hecho. Eres
inapropiado, eres grosero, me faltas al respeto delante de otros
alumnos. Soy tu profesora.
—Hazlo.
Ambos sabemos que no lo hará.
Siento que la ira aumenta en mi pecho mientras sus ojos se
entrecierran.
—Anoche fue demasiado lejos. Sé responsable de tus propios
actos. Por una vez.
Me acerco. La punta de mi zapato para correr choca con sus
zapatos de punta. Punta con punta. Ninguno de los dos está
dispuesto a retroceder, ambos estamos preparados para esta pelea,
pero por razones totalmente diferentes.
El mío es el hecho de que ella es una mentirosa.
Ella porque la empujé demasiado lejos, hice que le doliera
demasiado. Es una mentirosa y una cobarde.
Al menos yo puedo admitir cuando algo me golpea en la cara
con toda su puta fuerza. Ella huyó de eso. Algo que ella conocía
íntimamente porque estaba aquí. Huyendo de algo más. Viviendo
bajo falsos pretextos.
—Por una vez. No me conoces y me estoy cansando de las
suposiciones de alguien que miente a todas las personas que
conoce. Sé jodidamente real —digo con los dientes apretados.
Ella se echa atrás momentáneamente ante la dureza de mis
palabras, pero joder, es la verdad.
—Voy a ir al director. He terminado Sebastian, puede que
intimides a todos los demás en tu vida para que hagan lo que
quieres, pero a mí no me lo vas a hacer. No tienes ni idea de quién
soy. No tienes ni idea. Me niego a permitir que me conviertas en una
víctima. No soy un peón en un juego. ¡Esta es mi vida!
Abre la puerta del auto y se desliza dentro, encendiendo el auto
y arrancando antes de que yo pueda siquiera decir una palabra.
Estoy tan enfadado que agarro la llave inglesa que estaba usando
para cambiar la rueda y la arrojo al bosque con un gruñido.
—¡Mierda!
Toda mi maldita vida se está desmoronando a mis pies y no hay
nada que pueda hacer para detenerlo.
Mi padre está peor que nunca encima de mí, estoy reprobando
esta maldita clase sin importar cuánto estudie o cuánto esfuerzo
ponga para aprobar. La constante e insoportable presión por ser el
mejor, por hacer lo mejor, por parecer el mejor. Todo tiene que ser
perfecto. Después de todo, soy un Pierce.
Obtén las calificaciones, se el campeón, se el mejor en cada
cosa que toques Sebastian. Cualquier cosa menos que eso y no eres
nada.
Las palabras de mi padre resuenan en mi cabeza. Siento el
peso que me agobia con tanta fuerza que no puedo ni respirar.
Me paso los dedos por el pelo con exasperación, tirando de las
raíces para sentir el dolor. Ahora mismo quiero sentir cualquier cosa
menos la presión. Saco el teléfono del bolsillo y le envió un mensaje a
Alec.
Abbey esta noche. Necesito un puto trago.
Me responde con un emoji de pulgar hacia arriba.
Esta noche, voy a beber todos los problemas que tengo y lidiar
con las consecuencias más tarde.
9
PRESLEY

PASADO

La casa está perfecta. Me he pasado todo el día


asegurándome de ello. Todas las superficies de la casa se han
limpiado una vez, y luego otra, por si acaso se me ha escapado algo.
Se han limpiado todas las ventanas, eliminando las huellas dactilares.
Se ha limpiado el polvo de todos los marcos de los cuadros, se han
quitado las sábanas de todas las camas, y se han lavado con otras
nuevas y limpias para reemplazar las viejas.
He pasado la mayor parte de la mañana arreglando todo en la
despensa para que sea uniforme. Limpié los electrodomésticos de
acero inoxidable, hasta que quedaron relucientes. He fregado los
azulejos del cuarto de baño con un cepillo de dientes, hasta tener las
manos en carne viva y con ampollas.
Sin embargo, se me hace un nudo en el estómago. La
sensación de desesperación en el pozo sólo parece crecer con cada
segundo del reloj que pasa. De pie frente al espejo del suelo de mi
habitación, inspecciono mi reflejo.
Mis ojos recorren mi cuerpo mirando el vestido hasta el suelo,
que se ajusta a mí como una segunda piel. El vestido no es nada que
yo hubiera elegido para mí.
Sin espalda y con cintura imperio, está hecho a la medida de
cada una de mis curvas. Siempre debo parecer deseable, y siempre
intocable. Justo como a él le gusta.
Bajo el maquillaje, el pesado corrector y los polvos están los
moretones de hace tres días. Incluso cuando miro mi reflejo, puedo
sentirlos en mi piel. Un recordatorio constante y cruel del infierno en
el que vivía. Al igual que los viejos moretones se desvanecían y eran
reemplazados por otros nuevos, sólo que cada vez eran más graves.
Cada vez que levantaba mi cuerpo maltrecho y mi espíritu roto
del suelo, juraba que sería la última vez. Aunque sabía que no era la
verdad. Era una mentira que me decía para sobrevivir. La pizca de
esperanza a la que me aferraba, cada vez que estaba desesperada.
Todo lo que hice fue mentirme a mí misma. Las mismas
mentiras una y otra vez, hasta que las sentí reales, hasta que las
creí. Me pongo el colgante de diamantes en el cuello, otro regalo
destinado a arreglar lo que está irremediablemente roto. Con cada
pieza de joyería, cada susurro de promesas vacías, más rosas de
las que puede contener la encimera de mi cocina, ahora reluciente,
he perdido más y más de mí misma.
Sólo soy una cáscara hueca de carne y hueso, incluso el
corazón que late dentro de mi pecho es ahora un órgano inútil tras
haberse roto sin remedio. Cada latigazo me desollaba, sólo para ser
cubierto, con una venda temporal de dulces naderías.
Mi mirada se dirige al diamante que tengo en la mano. Las
facetas brillan a la luz de la araña de cristal. El joyero al que se lo
compré lo limpia una vez al mes, y cada vez que me lo pongo en el
dedo me parece más pesado que el anterior.
Es un ancla que me ata a una vida, de la que nunca podré
liberarme.
Un mundo al que quizá no sobreviva.
—Cariño, —una voz maligna envuelta en una lana de terciopelo
llama desde el pasillo.
—Aquí dentro.
Momentos después aparece, cruzando el umbral de la
habitación, con un esmoquin blanco y negro, tan guapo como
cualquier hombre, o eso me había convencido hace tiempo. Sus ojos
son un pozo de nada, oscuros y profundos. Tendrías que salir con las
garras, si alguna vez hubieras caído en ellos.
—¿Estás casi lista? —susurra roncamente detrás de mí, con su
aliento recorriendo la piel desnuda de mi espalda. Le observo en el
espejo que tenemos delante, mientras sus ojos contemplan mi cuerpo
con avidez.
Pienso en la noche en que lo conocí por primera vez. Era una
estudiante de primer año en la universidad, ansiosa y deseosa de ver
todo lo que la vida me ofrecía. Ambiciosa. Ingenua. Una combinación
peligrosa. Después de todo, es lo que me puso en su radar en primer
lugar.
Estaba sentada sola en un puesto de la esquina de Charlie’s
Diner, mojando mis patatas fritas en mi batido de chocolate, mientras
estudiaba para un examen. El restaurante estaba vacío, lo que me
permitía tener tiempo libre para estudiar, y comer cantidades
exorbitantes de patatas fritas y batidos de chocolate.
El único cliente que cenó, en la última hora, fue Bob, el
camionero, que siempre pasaba por allí para comer una
hamburguesa. Oí el timbre de la puerta, pero lo sentí antes de verlo.
Los pelos de la nuca se me erizaron. Su presencia era
ensordecedora.
Algo en su forma de comportarse me llamó la atención, y en el
momento en que mis ojos se encontraron con los suyos, por encima
del viejo mostrador de Charlie’s, me quedé hechizada.
Mirando hacia atrás, fui ingenua y tonta, pero a veces la vida
puede mostrarte todas las cartas repartidas y eliges la equivocada.
Coqueteó de una forma que sólo podía ser la suya, y me pasó las
patatas fritas, mientras hacía girar un trozo de pelo suelto alrededor
de mis dedos.
Durante horas se sentó a hablar conmigo, y aunque apenas
habíamos intercambiado nombres, sentí que le conocía. Una extraña
e inexplicable atracción por un desconocido. A medida que avanzaba
la noche, le conté mi vida en el campus y el trabajo en Charlie’s, y al
terminar me preguntó cuándo volvería a trabajar de nuevo.
Le dije que, al día siguiente, y al día siguiente volvió a venir.
Y otra vez.
Hasta que, de repente, fue lo más natural del mundo verle
cruzar el umbral de Charlie’s, con un ramo de rosas en la mano, o
algo que yo había mencionado en un comentario a destiempo el día
anterior. Estaba grabándose en las paredes de mi corazón y no pude
evitarlo.
Pero como muchas otras cosas en la vida, las cosas nunca son
lo que parecen.
—¿Cariño? —Su voz irrumpe en mis pensamientos y me
devuelve al presente. Charlie’s se desvanece, el olor a grasa y a
tarta de manzana se desvanece con el recuerdo.
—Sí, ya casi estoy lista —susurro, regalándole su sonrisa
favorita. Las palabras salen de mi boca, pero no las siento. No
suenan como yo, simplemente como un impostor que ha ocupado mi
lugar. Pone su mano, cálida y callosa y callosa, contra mi espalda,
cada centímetro que sube, me pongo rígida.
Inmediatamente, me arrepiento de la reacción de mi cuerpo a
su tacto, porque sé que él lo ha lo ha sentido. Sus ojos se oscurecen
mientras su mano se aferra a mi nuca, apretando tan fuerte que
mañana tendré moretones, con la forma perfecta de sus dedos. El
pánico se apodera de mi pecho, mi respiración se contrae con su
agarre. De su agarre. Tengo demasiado miedo para respirar.
Para mañana, no habrá nadie que pueda ver las marcas
dejadas.
—No me avergüences esta noche. ¿Entiendes? —Su voz es tan
fría que me produce un escalofrío. La amenaza en su voz casi hace
que me lleva a un ataque de pánico. Asiento con la cabeza.
—Lo entiendo.
—Buena chica. Sé que puedes comportarte bien, cariño. Tu
vestido es perfecto, está hecho para tu cuerpo. —Me dedica una
sonrisa siniestra.
Esta noche, nuestra extensa mansión estará llena de algunas
de las personas más influyentes de nuestro estado. Gobernadores,
senadores, actores, músicos. Cada de ellos un peón en el juego que
él juega tan excelentemente. Serviremos una comida de cinco platos
dignos de un rey, disfrutaremos del mejor vino importado de Italia.
Las risas resonarán en los pasillos, se instalarán en las paredes
de nuestra casa.
Desde fuera, esta casa es perfecta. La mejor mansión que el
dinero puede comprar. Suelos de porcelana, cocina de última
generación, sala fitness. Más habitaciones de lo que es razonable.
Un equipo completo para atender a la señora de la casa.
Una prisión perfecta.
Mi marido encantará a todas las mujeres de la sala con su
sonrisa. Él hablará de negocios con los inversores, beberá whisky
con los gobernantes. Bailará su camino a través de la multitud, con
hermosas mujeres en su mano. Este es su espectáculo y brilla. Nada
es inalcanzable. Nada está demasiado lejos de su alcance.
Lo que no vieron, es el hombre detrás de la máscara. El villano
cruel, vil y engañoso.
El diablo disfrazado.
Después de todo… el diablo también fue una vez un ángel.

PRESENTE

Me tiembla la mano, cuando tomo el pequeño teléfono negro y


mantengo el botón para encenderlo. Me prometí a mí misma que
sería sólo para emergencias. Tengo demasiado miedo de
arriesgarme con algo menos. No puedo evitar que el pecho me lata
con fuerza mientras el miedo me invade, amenazando con hundirme.
En momentos como este, los recuerdos me golpean con tanta
fuerza que casi me pongo enferma cuando pienso en el dolor, en el
miedo que me aplasta el alma. Habría dado cualquier cosa por
escapar. Y lo hice, salvo que ahora vivo con ese mismo miedo cada
día a que me atrapen.
Marco el número que me sé de memoria, el que nunca ha
cambiado.
Suena un timbre, dos timbres, y entonces la voz que tanto
necesitaba escuchar sale por el altavoz. La misma voz que no he
escuchado en casi un año porque no era seguro y no podía poner
sus vidas en peligro.
—¿Presley?
Un sollozo se escapa al escuchar mi nombre. —Mamá.
Es como volver a casa.
10
SEBASTIAN

Lo he jodido. Me refiero a joder de verdad. No sólo como


cuando te olvidaste de sacar la basura y es el día de la basura, o te
olvidaste de pagar una multa de estacionamiento, sino que me refiero
a joder, que tiene consecuencias que te hacen sentir físicamente
enfermo. Y me siento como si me hubiera dado un puñetazo en las
tripas, el quarterback del equipo ganador.
Mi culo está definitivamente en el lado perdedor, y se siente
como una mierda.
Anoche, después de la discusión con Presley, me emborraché
tanto que me desmayé.
No recuerdo ni una puta cosa, y aparentemente en el proceso,
de alguna manera le metí la polla a Mara. No obstante, estoy
soltero… puedo hacer lo que quiera.
No le debo una mierda a Presley, aunque tenga un extraño
enamoramiento con ella, soy libre de tocar a quien quiera.
Pero… Mara.
Maldita sea, Sebastian.
Ella es como un súcubo, chupando la vida de cualquiera que
pueda poner sus manos, y esa es la primera señal de que estoy
jodido de la cabeza, porque Sebastian sobrio no tocaría a Mara, ni
con un palo de tres metros. En realidad, que sean veinte porque todo
en ella me da asco. Sebastian borracho, debe sentirse diferente.
Lo único que puedo recordar, e incluso entonces… es
borroso… es a ella encima de mí, tratando de comerme la cara.
Honestamente, estaba tan fuera de sí que básicamente se
aprovechó de mí, y eso es una mierda.
Imagínate si las cosas cambiaran. Me encontraría esposado en
el momento en que ocurriera.
Joder.
Sentado en el borde de mi cama, me paso las manos por el
pelo. Me he despertado esta mañana, con Rhys tirando la puta
puerta abajo casi a patadas y dispuesto a darme una paliza. Ella -
ese diablo- revisó mi puto teléfono mientras yo estaba desmayado, y
envió un correo electrónico con un video de Rhys y Val a toda la
maldita escuela, y ahora, he pasado la mayor parte del día, tratando
de limpiar el maldito desastre.
Todo es una mierda, y es mi culpa. Si nunca me hubiera
emborrachado y estado con ella en primer lugar, no habría tenido
acceso a mi mierda. Val ni siquiera mira a Rhys, y mucho menos
habla con él, así que tuvimos que traer a Rory, e incluso entonces
apenas nos hablaba hasta que escuchó y se dio cuenta de que nunca
habría hecho daño a Valentina a propósito.
Me dio un puñetazo, y se lo permití porque me lo merecía. Era
lo menos que podía soportar después de casi romper con Rhys y
Val. No sólo se lo debo a Rhys porque es mi mejor amigo, se lo debo
a Val. Después de que descubrí que ella, no era la que puso a Ez en
la cárcel, habíamos formado esta… amistad. La primera amistad con
una mujer que había tenido, y que no implicaba que me acostara con
ella. Tenía que hacer las cosas bien.
Mi teléfono vibró en mi bolsillo, era un mensaje de Mara
diciendo que estaría allí en cinco minutos. En cuanto me di cuenta de
lo que había pasado, le envié un mensaje y le dije que trajera su culo
aquí ahora. Ella estaría arreglando esta mierda, ¿y si no lo hacía?
Siendo el imbécil que siempre he sido, arruinaría su reputación con
un chasquido de dedos, y sin un segundo de remordimiento.
Ella debería saber, que no se puede joder con nosotros.
Por eso respondió inmediatamente que estaba en camino. Por
suerte, me di una ducha de una hora y me restregué la polla hasta
que casi se me cayó, pero ahora me siento permanentemente
asqueroso.
Unos minutos después, oigo que llama a la puerta principal. Me
pongo una camiseta y abro la puerta, dejando ver la basura en mi
umbral. Mara tiene la audacia de parecer… presumida por lo que ha
hecho.
Va a hablar y yo levanto la mano para detenerla. —Guárdalo,
joder. —Mantengo la puerta abierta, permitiéndole entrar. Prefiero no
tener esta conversación en el pasillo del dormitorio para que todo el
mundo la vea, al pasar por aquí…
Me roza, sin lamentarse lo más mínimo por hacer esta mierda,
y eso no hace más que enojarme más. Cierro la puerta de golpe tras
ella y me doy la vuelta para mirarla.
—Eres una perra, Mara. Esto es lo que no vas a hacer, no vas
a entrar en mi puto dormitorio y actuar satisfecha contigo misma.
Mierda, y te preguntas por qué ninguno de nosotros quiere una
mierda contigo.
Su cara se cae como si fuera a llorar, pero inmediatamente
pone una sonrisa falsa.
—Hmm, ¿Qué quieres decir, Bash?
Enrolla un mechón de pelo rubio blanqueado alrededor de su
dedo, fingiendo aburrimiento.
—Vas a ir a Abbey esta noche, y vas a disculparte con
Valentina por violar su puta intimidad.
Burlándose, pone los ojos en blanco. —Como si eso fuera a
pasar…
Me paso la mano por la cara, intentando calmarme antes de
perder los papeles con ella.
Mara es una de las chicas que se nutre de la atención de los
demás. Se preocupa más por su apariencia, que por la mierda de
personalidad que tiene. Quita la atención y es cuando ves lo
desesperada que está de verdad.
—¿Esa reputación de mierda a la que te aferras? Se irá con un
chasquido de mis dedos y lo sabes. Arréglalo. No es una opción.
Crees que no me he enterado de tu pequeño… problema. —Miro
hacia abajo en su falda, y ella se mueve alrededor incómoda. Mi
amenaza la asusta.
—¡Eres un estúpido, Sebastian y no tengo ninguna ETS ! —
Grita, visiblemente nerviosa.
Me río: —¿Te das cuenta de que podría arruinarte, sin siquiera
intentarlo? La gente te evitaría como la peste. Es lo mínimo que te
mereces, después de la mierda que has hecho.
—Dios, están locos, idiotas. —Sus brazos se cruzan sobre el
pecho y sonríe—. Hombre, supongo que entonces va a arruinar la
reputación de ambos, ¿no? Ya que te acostaste conmigo.
Aprieto la mandíbula con tanta fuerza, que oigo un estallido en
mis oídos.
—Jamás admitiría esa mierda, es tu palabra contra la mía. Y
créeme, creerán la mía. Por eso vas a arreglar esta mierda, o te
prometo que vas a ver lo estúpido que soy de verdad. No puedo
creer que te haya tocado. —Sacudo la cabeza con asco.
—¡Dios, eres un idiota! No soy tan mala, Sebastian —grita.
Desde fuera, Mara no es poco atractiva. Si el plástico es lo
tuyo, supongo. Tetas falsas, pelo rubio decolorado, ropa demasiado
ajustada, y el mínimo respeto que se puede tener por uno mismo.
Era el interior de ella, lo que era tan repulsivo.
—Tienes razón, eres peor. —Me encojo de hombros.
—Vete a la mierda. Sabes, tal vez habríamos tenido sexo de
verdad, si tu pequeña polla flácida se hubiera puesto dura. En
realidad es un poco triste, Sebastian. Realmente deberías hacer que
te revisen eso.
Espera. ¿Qué? Ignoro su mezquino intento de insulto, y me
centro en el hecho de que no hemos tenido sexo.
—Maldición, dos por esta noche, ¿eh, Mara?
Sus pestañas fuertemente masacradas se abren en abanico,
cuando sus ojos se ponen en blanco. —Te desmayaste como un puto
vago, roncando después de que no pudiste ni siquiera ponerte duro.
—Bueno Mara, eso es generalmente lo que pasa cuando
alguien se desmaya. Tal vez no deberías acostarte con tipos, cuyas
pollas no tienen interés en tocarte. Hazte un favor y arregla esta
mierda. Odiaría tener que dejar que todos en la escuela, sepan que
eres contagiosa.
Ella estrecha los ojos. —Bien. Lo que sea. Eres un imbécil.
—No tienes ni idea, pero estaré encantado de enseñarte
cuánto, —la rozo y abro la puerta principal, haciéndole un gesto para
que se vaya a la mierda.
—Oh, ¿y Mara?
Me devuelve la mirada mientras cruza el umbral. El aroma de su
abrumador perfume, amenaza con ahogarme.
—¿Qué más viste cuando te encargaste de revisar mi teléfono?
—Mmm nada, ¿pero tienes más mierda que esconder
Sebastian? —Sus labios sobrecargados se estiran en una amplia
sonrisa.
No respondo y le cierro la puerta en la cara. La oigo soltar un
grito frustrado al otro lado, mientras se aleja.
Que te vaya bien, engendro de Satanás.
Mentiría si dijera que no me siento más que aliviado, por no
haberla tocado conscientemente ni haberle metido la polla. Esto fue
lo más bajo que he sentido en mucho tiempo. Me avergoncé a mí
mismo follando con ella, y jodí la relación de mi mejor amigo con su
chica.
Joder, la mierda con Valentina me hace pensar en Presley, y en
todo lo que ha pasado. No soy mejor que Mara, chantajeándola para
conseguir lo que quiero.
¿Y si Mara hubiera encontrado el video? No sólo habría
arruinado la vida de Presley, sino también la mía. Podría despedirme
de mi beca de Yale.
Perder mi beca por un video filtrado, se vería aún peor que
obligarla a darme las calificaciones que necesitaba.
Esta mierda me iba a estallar en la cara, de la misma manera
que lo había hecho esto, si no ponía mi mierda junta.
La mirada de Presley revolotea por mi mente. Era la misma
mirada que tenía mi madre, cuando admitió los abusos de mi padre.
Era un maldito imbécil.
Hacer esta mierda no me hace mejor que mi padre. Él mentía,
engañaba, robaba, hacía lo que fuera para conseguir lo que quería, y
yo no quería ser nada parecido a ese idiota. Sin embargo, aquí estoy
haciendo las mismas cosas, que siempre me juré que nunca haría.
Abusaba de mi madre con cero remordimientos, y joder, soy tan
estúpido como él.
He pasado tanto tiempo enterrado en mi propia mierda, que ni
siquiera vi la persona en la que me estaba convirtiendo. La versión de
mi padre que ya había empezado a ser. Me siento destripado. Se me
forma un dolor en el pecho al pensarlo.
—Maldita sea —rujo, dando una patada al taburete junto a la
barra. ¿Qué mierda estoy haciendo?
Esta mierda se acaba hoy. Es demasiado tarde para volver
atrás, pero haré lo que sea necesario para cambiar mi situación, y
supongo que tenía que empezar por arreglar las cosas con Presley.
11
PRESLEY

Me he dado cuenta de que hay más cosas rotas en mi cabaña,


que cosas que realmente funcionan. Esta mañana el grifo de la
cocina ha explotado, literalmente, y ha empapado todo lo que había
en la habitación, incluyéndome a mí, y me tomó cinco largos minutos
para averiguar qué válvula, incluso cortar el agua y para entonces
todo en un radio de quince pies estaba empapado. Pude secarlo
todo con toallas y una fregona, pero ahora necesito un grifo nuevo.
Cuando entré en la ferretería, me saludaron por mi nombre, lo que
fue agradable, pero también me hizo pensar en lo mucho que estoy
aquí, para que me recuerden por mi nombre.
Me encanta la cabaña, y me encanta cómo me siento segura en
mi casa, lo que no me gusta es el hecho de que todo esté roto de
camino a la puerta. No estoy preparada para reparar las cosas y
sólo soy capaz de reemplazarlas poco a poco.
Suspirando abatida, empujo la cesta por otro pasillo, vagando
sin rumbo, evitando la enorme cantidad de trabajo que me espera en
casa. Los domingos son para relajarse y normalmente me acurruco
en el sofá con un libro de bolsillo y Hope, y rezo para que llueva, pero
hay demasiadas cosas que hacer para que hoy pueda holgazanear.
—Aquí tiene, señora. —Una joven que lleva un delantal con el
logotipo de la ferretería, se acerca con mi nuevo y brillante grifo en la
mano.
—Gracias.
Después de los últimos días emocionalmente agotadores, me
deleito en la tranquilidad del pasillo vacío, una oportunidad para
concentrarme en las filas de diferentes tonos de color, en lugar de
pensar en las cosas que no quiero más que olvidar.
Deambulo sin rumbo, sin propósito, sin dirección, dejando que
mis dedos rocen las muestras. Es irónico que encuentre una
sensación de calma, en un lugar como éste.
Es monótono, mundano. Pero es pacífico. Estoy viva para
hacer algo sencillo como recorrer los pasillos de una ferretería,
aunque mire por encima del hombro cada vez que oigo una voz
acercarse. Son las pequeñas cosas que no quieres volver a dar por
sentadas. Después de navegar durante una hora, salgo con mi
flamante grifo y me dirijo a casa con el desorden que me espera.
El viaje de vuelta a casa es sereno. Estar rodeada de bosque
me ofrece una sensación de seguridad, que el resto del mundo no
conoce. Estoy anidada entre los muros de una fortaleza de madera.
Llego a la entrada y salgo de mi pequeño y destartalado Honda, y
subo por el sinuoso camino para abrir la puerta principal.
En cuanto se abren las puertas, oigo el maullido de Hope desde
el lugar que ha reclamado en el sofá.
—Hola, dulce niña. —Le digo, mientras tiro la llave en el cuenco
que hay junto a la puerta y cierro los tres cerrojos. Se baja de un
salto y corretea hacia mí, frotándose contra mis tobillos, su forma de
pedirme que la coja.
Me agacho y la cojo en brazos, acariciando su suave pelaje
mientras ronronea.
—¿Tienes hambre? Debes estar hambrienta, después del
desastre de esta mañana. —Le pregunto, sin esperar una respuesta,
pero preguntando igualmente. Ella es mi única amiga, por muy triste
que sea, y por mucho que disfrute de la tranquilidad de mi soledad,
es solitaria.
La dejo de nuevo en el suelo, entro en la cocina y empiezo a
guardar las cosas que saqué y moví por la fuga de agua. Empiezo
por el armario de la derecha y luego me dirijo a la izquierda,
trabajando en un cómodo silencio, y entonces me paralizo.
El abrelatas se ha movido. Seguramente se movió en el caos y
no me dio cuenta… ¿no?
Mis ojos están entrenados para captar las cosas que están
ligeramente fuera de lugar, incluso sólo un pelo, que el ojo normal y
no entrenado no captaría. Aprendí pronto a captar esas pequeñas
cosas, porque mi vida dependía de ello.
Mi cuerpo sufrió suficientes golpes, porque las tazas del
armario estuvieran desviadas, aunque fuera por poco. El corazón se
me acelera tanto, que siento que se me corta la respiración, el inicio
de un ataque de pánico, a punto de producirse.
Hay una explicación racional.
Me doy la vuelta, mis ojos escudriñan cada superficie de la
cabaña vacía en busca de algo fuera de lugar, pero no encuentro
nada. El pánico me araña la garganta, mientras aspiro
profundamente para intentar calmarme. La bilis sube a mi estómago,
cuando vuelvo a mirar el abrelatas.
El mismo miedo del que he estado huyendo, me ha golpeado
con toda su fuerza y me quedo congelada en el sitio. El suave
maullido de Hope es el único hilo al que me aferro, para mantenerme
en el sitio con los pies en el suelo.
Estás a salvo Presley. Aquí no hay nadie.
Me digo a mí misma una y otra vez, hasta que siento que mi
imprudente corazón, empieza a ralentizarse. Mis nudillos se han
vuelto blancos, de tanto agarrar el borde del mostrador de linóleo
agrietado junto con mi cuerpo, que parece haber recibido una paliza.
La adrenalina corre por mis venas, la gran cantidad de pánico y
miedo casi me hace desmayar.
No puede encontrarme. Pase lo que pase, nunca podrá
encontrarme.
Si lo hace, nunca saldré con vida.
—Tranquilos, tranquilos. Nos vemos todos mañana, no olviden
su asignación y no me envíen un correo electrónico a medianoche
para pedir más tiempo. —Me río, poniendo los ojos en blanco
mientras mi clase se apresura a salir del aula con el timbre. Usando
el borrador, borro la lección y cojo la tiza, dispuesta a dejarla limpia
para escribir en la siguiente clase.
—Presley.
Al oír su voz, se me hiela la sangre. Sabía que este momento
llegaría, y en lugar de afrontarlo de frente, repasando mil veces en
mi cabeza lo que diría, me negué a pensar en ello. Pasé todo el fin
de semana concentrada en cualquier cosa y en todo menos en
Sebastian Pierce.
—Hola Sebastian, ¿puedo ayudarte?
Dejo la tiza en la mesa y me giro para mirarlo. Se ve
devastadoramente guapo como siempre, y es injusto que alguien tan
exasperante pueda lucir tan fácilmente hermoso. El pelo oscuro y
desordenado que le cae sobre la frente involuntariamente. Sus ojos
gris y azul ardiente, que están hechos para la habitación. Me clavan
en la pizarra ardiente, las llamas lamiendo mi ira, encendiéndola. Mi
estúpido e ingenuo corazón late contra mi pecho al estar en su
presencia.
—Mira, ¿podemos hablar un segundo? Lo haré rápido. —Sus
ojos se dirigen a la puerta abierta y luego vuelven a mí, su actitud es
evidente.
—Creo que se ha dicho todo lo que había que decir, Sebastian.
¿Se trata de tu nota o de una tarea?
—Sí.
Su respuesta me sorprende. Hasta ahora no se ha esforzado
nada en mi clase, lo que ha provocado la suspensión que se ha
ganado con razón. Su mirada vuelve a dirigirse a la mía una vez más,
y se revuelve sobre sus pies.
—Sé que las cosas están… raras entre nosotros. No me estoy
disculpando, no te estoy pidiendo que me perdones. Soy un imbécil,
lo entiendo. Pero, sigues siendo mi profesora a pesar de la mierda, y
necesito que me ayudes a aprobar esta clase. Presley, tengo que
aprobar esta clase. No es una opción. Todo mi futuro depende de
ello. —Él aprieta la mandíbula, mirando por la ventana—: Necesito
ayuda.
Me muerdo la réplica en la punta de la lengua porque, aunque
albergue sentimientos no resueltos hacia él, tiene razón. Al fin y al
cabo, es mi estudiante y soy su profesora. Esto solidifica que lo que
sucedió, nunca debió haber sucedido. Yo sabía que estaba mal, él
sabía que estaba mal, y aun así puso mi vida en peligro, aunque no
supiera realmente las consecuencias de sus actos. Si alguna vez voy
a establecer límites, tengo que trazar líneas que no deben ser
cruzadas.
—Muy bien, Sebastian. Bajo mis condiciones. —Digo, cruzando
los brazos sobre el pecho.
—Dispara.
Mis cejas se alzan ante el tono aburrido. —Mi aula. La puerta
permanece abierta en todo momento y la primera vez que seas
inapropiado, se acabó. Nada de insinuaciones fuertes, nada de
tocarme, nada de invadir mi espacio personal en absoluto. Si te
pasas de la raya, iré al director y lo que ocurra con tu futuro, está
únicamente en tus manos. Tienes que ponerte a trabajar, estudiar, y
entregar las tareas a tiempo. Si no estás dispuesto a intentarlo,
entonces no quiero perder mi tiempo.
—Hecho. ¿Cuándo podemos empezar? ¿Ahora? —Empieza a
quitarse la mochila para dejarla sobre el escritorio, cuando lo
detengo.
—No, mañana.
Sus labios se ponen en una línea dura, midiendo su reacción no
era lo que esperaba, pero si voy a hacer esto, va a ser en mis
términos.
Nos miramos en silencio durante unos momentos de tensión.
Aunque esto se siente como una oleada literal, de la bandera blanca,
la sensación tensa e incómoda todavía cuelga en el aire entre
nosotros. No se ha disculpado, no voy a perdonar lo que ha hecho, y
aparentemente le parece bien dejar las cosas así.
—Bien. Estaré aquí a las cuatro.
—Una oportunidad, Sebastian. Eso es.
—De acuerdo, Presley. —Dice, echándose la mochila al hombro
y paseando hacia la puerta con un contoneo, que sólo él posee.
—¡Sebastian! —Le llamo.
Se gira y sus ojos se encuentran con los míos en otra mirada
ardiente, la que me atraviesa por completo— Sra. Ambrose.
Una mirada oscura pasa por su rostro, él asiente y se marcha.
Debería sentirme mejor sabiendo que está dispuesto a parar, y
rendirse con el implacable acoso, pero el nudo en mi estómago sólo
se aprieta, con cada paso que da fuera de la habitación.
12
SEBASTIAN

Voy a tener que trabajar más duro, de lo que probablemente he


tenido que trabajar en toda mi vida, para aprobar esta clase.
Llevo cuarenta y cinco minutos en esta sesión de «tutoría» con
Presley, mis nervios están a flor de piel y mi paciencia es inexistente,
por varias razones.
Empezando por el hecho de porqué tiene que oler tan
jodidamente bien. Es ridículo.
Cada vez que se mueve, percibo el aroma ligero, floral… de
Presley, y me está volviendo loco. El cuello de mi camisa se aprieta
cada segundo, cortando la circulación a mi cerebro.
No puedo concentrarme en nada. Mis ojos se fijan en sus labios
mientras habla, pero no he oído ninguna palabra real de lo que ha
dicho, sino que me las imagino envueltas en mi polla. Joder, ahora mi
polla está intentando liberarse de mis pantalones.
—¿Sebastian? —Me llama por mi nombre, y mis ojos se
arrastran hasta encontrar su mirada, abandonando sus exuberantes
labios. Su voz está impregnada de algo que no puedo identificar.
—Lo siento, ¿qué?
Pone los ojos en blanco y cierra el libro delante de ella.
—¿Has escuchado siquiera algo de lo que he dicho? Pensé que
habías dicho que querías aprobar esta clase.
—He estado escuchando, estábamos discutiendo sobre
Macbeth. Tres brujas, ¿verdad?
Creo que al menos no estaba exagerando en lo más mínimo,
que no he escuchado una palabra que haya salido de su boca en los
últimos veinte minutos, en lugar de eso, estaba perdido en una
fantasía, en la que lleva una falda corta del colegio y se dobla…
—¡Sebastian! —sisea.
—Mierda. Lo siento. Macbeth.
Su ceño se frunce y ahora parece enfadada en lugar de
molesta.
—No es así. Hamlet.
Maldita sea, ya estoy jodiendo esto.
Recoge sus libros y se levanta, empujando la silla hacia atrás,
lo que hace que se raspe ruidosamente contra el suelo de madera.
—Espera. —Alargo la mano para detenerla y ella me la quita de
la mano. De mi mano.
—He dicho que no me toques. —Su voz es gélida y llena de ira.
—Lo siento, no estoy tratando de joder esto. Es sólo que… no
puedo concentrarme, no sé… no sé qué está pasando. Te agradezco
que ayudes a Pres, en serio.
Su cara se suaviza ligeramente— Sra. Ambrose. —Me está
reprendiendo, pero no siento ninguna convicción en sus palabras.
—Bien.
En lugar de volver a sentarse, se frota la cabeza con
exasperación como si como si tratara de ahuyentar un dolor—
¿Podemos volver a intentarlo dentro de unos días? Es obvio que no
estamos haciendo mucho, y me duele la cabeza.
—Claro. —Me levanto de la silla, cierro el libro que tengo
delante y lo meto bajo el brazo.
Afuera, los truenos retumban y se agitan, la lluvia golpea el
costado del edificio de lado.
—Maldita sea, no me había dado cuenta de que estaba
lloviendo. Está cayendo una de verdad.
Sus ojos se dirigen a la ventana, y se mete el labio inferior en la
boca, haciendo que mi polla cobre vida una vez más.
Por eso no puedo concentrarme. No entiendo la incesante
atracción que siento por ella. Mientras veo llover furiosamente, ella
recoge sus cosas y está lista para salir por la puerta.
—Déjame acompañarte a tu auto, creo que la luz está apagada
en el estacionamiento, y está muy oscuro con la tormenta.
Ella sacude la cabeza— No, está bien. Estaré bien. Te veré
mañana en clase.
Tan jodidamente terca.
—No le des importancia, deja que te acompañe.
Se muerde el labio mientras reflexiona sobre mi oferta, y luego
acepta de mala gana.
—De acuerdo. Gracias.
Cuando pasa por delante de mí para salir del aula, vuelvo a oler
su perfume. Me convenzo de que es un castigo del gran hombre de
arriba, por algunos confesionarios perdidos o algo así.
Me quejo interiormente, y ruedo la cabeza sobre los hombros
para aliviar algo de la tensión, y la sigo. Caminamos uno al lado del
otro en silencio, hasta que salimos por las puertas dobles que dan al
exterior. El viento silba mientras patea, y en el proceso casi la
derriba por completo.
—Mierda, ¿estás bien? —Alargo la mano para sujetarla, pero
me lo pienso dos veces antes de tocarla. Está decidida a que no
haya contacto entre nosotros.
—Sí, gracias. —Dice en voz baja, apretando la bolsa contra su
cuerpo.
No me apetece nada mojarme el culo, corriendo de vuelta a mi
dormitorio.
—¿A las tres?
Asiente con la cabeza y respira profundamente.
—Uno, dos, tres… —Antes de que pueda terminar, sale
corriendo por el estacionamiento hacia su auto, la lluvia la cala hasta
los huesos, su ropa está pegada a ella como una segunda piel,
mostrando cada curva de su cuerpo.
Joder.
Llegamos a su auto y está tanteando con las llaves para abrirlo,
cuando me doy cuenta de que su rueda está completamente
pinchada. Está toda hasta el borde.
—Presley, tu neumático está desinflado como la mierda. —Le
digo, tratando de ver, pero la lluvia viene de lado haciendo imposible
ver apenas dos pies delante de nosotros.
—¿Qué?
Al agacharme para inspeccionar el neumático, veo que tiene un
claro pinchazo.
Casi, como si alguien le hubiera clavado un cuchillo
directamente. ¿Qué carajos? Se disparan las alarmas en mi cabeza.
¿Quién carajo podría pinchar su neumático?
—Sí, eh, parece que debes haberte pinchado con un clavo
grande o algo así.
Nunca había visto a nadie ponerse blanco como un fantasma
hasta ese momento, pero ella lo hace delante de mí. Todo el color se
drena de su cara, y parece tan asustada que me detengo.
—¿Estás bien? —Le pregunto.
Asiente con la cabeza, pero su mirada no se cruza con la mía,
sino que está pegada al neumático. No quiero asustarla diciéndole lo
que creo que puede haberle pasado a la rueda. Diablos, está
lloviendo a cántaros y podría estar equivocado.
Los dos estamos completamente empapados, y puedo ver
cómo empieza a temblar desde aquí.
—Vamos, te llevaré.
Ella niega con la cabeza. —N-no está bien.
—Eres muy testaruda, Presley estás temblando,
completamente empapada. No puedes quedarte aquí fuera, te dará
una neumonía.
Prácticamente puedo ver las ruedas girando en su cabeza, y la
lluvia sigue golpeando sobre nosotros. Saco el llavero de mi bolsillo,
abro el auto y asiento hacia él. —Entra en el auto antes de que los
dos acabemos con hipotermia, por favor.
Gracias a que los estudiantes y los profesores comparten el
estacionamiento, o ambos estaríamos jodidos ahora mismo. No hay
muchos estudiantes en St. Augustine, así que la cantidad de gente
que tiene vehículos es pequeña. Probablemente es la primera vez
que agradezco ser de un pueblo.
Su reticencia es evidente, pero finalmente asiente y corremos
hacia mi auto y nos metemos dentro.
—Joder. —Respiro, apoyando la cabeza en el respaldo del
asiento, mientras el agua gotea sobre el interior de cuero.
Presley no dice nada a mi lado, pero puedo oír el castañeteo
de sus dientes, lo que me lleva a arrancar el auto y subir la
calefacción al máximo. Incluso con el aspecto de una rata ahogada,
está impecable. Su piel pálida prácticamente brilla a la luz de la luna.
Es etérea. Un jodido ángel, incluso con su pelo mojado y enmarañado
y sus mejillas manchadas de rímel.
—Gracias por llevarme a casa. —Tartamudea, mientras se
abrocha el cinturón.
—No es para tanto. —Salgo del estacionamiento y me obligo a
mantener la vista en la carretera. La lluvia dificulta la visión y no
puedo distraerme, poniendo en peligro la vida de ambos.
Conducimos en completo silencio y, por primera vez desde la
noche del hospital, nuestro silencio no es tenso e incómodo. Es
cómodo. Me permito una rápida mirada a Presley y veo que está
acurrucada en sí misma, apoyada en la puerta, con los ojos cerrados
y una mirada de tranquilidad, que no creo haber visto nunca en ella.
Sus oscuras y espesas pestañas se abren en abanico sobre sus
mejillas, que están enrojecidas a pesar de estar heladas.
Vuelvo a mirar a la carretera antes de que acabemos en una
zanja o, peor aún, de que me descubra mirándola. No me permito
otra mirada, hasta que estoy aparcado en su entrada. La tormenta
arrecia en el exterior, lo que hace que ella se despierte de su
adormecimiento.
—Gracias de nuevo, te lo agradezco, Sebastian. —Dice en voz
baja, sin dejar de apartar su mirada de la mía. No puedo soportar
que no me mire a los ojos.
¿Será porque sentirá lo mismo que yo cuando la miro? Esta
inexplicable atracción. Como imán, nos atrae un campo propio.
—Sí, no hay problema. Gracias por esta noche.
Asiente con la cabeza y agarra el pomo de la puerta antes de
salir. Observo cómo corre hacia la puerta principal y busca las llaves
momentáneamente, antes de entrar y cerrar la puerta tras ella.
Espero unos instantes para asegurarme de que está bien,
observando cómo se encienden las luces de la casa, mientras ella
atraviesa la cabaña.
Estoy a punto de aparcar el auto, cuando algo que cae me hace
detenerme.
¡Boom!
Un sonido ensordecedor de madera astillándose y agrietándose
con fuerza. El sonido es tan fuerte, y está tan cerca, que hace
temblar todo mi maldito auto.
Un rayo debe de haber golpeado un árbol, provocando su caída
en algún lugar cercano a la casa. Ni siquiera medio segundo
después, un grito que hiela la sangre sale de la cabaña de Presley,
mientras toda la casa se vuelve negra.
Mierda. El golpe debe haber hecho estallar un transformador.
Agarro el pomo de la puerta y lo abro de un tirón, y salgo a
toda velocidad hacia la casa. Por suerte, parece que no tuvo tiempo
de cerrar los tres malditos cerrojos que tiene, o no habría podido
entrar.
Cuando abro la puerta de un empujón, Presley está en posición
fetal en el suelo del salón, perdida en su puta cabeza. Está
sollozando tan fuerte que no puede respirar. Me apresuro a
acercarme a ella, intentando levantarla del suelo, y se estremece,
alejándose de mí hasta que se golpea contra la pared, tirando un
cuadro de la pared.
Joder.
—Pres, soy yo, soy Bash. ¿Qué ha pasado? —Grito, tratando
de llamar su atención, pero ella está completamente fuera de sí.
Está teniendo un ataque de pánico total, como si estuviera en shock
o algo así. Joder, no sé. Sus ojos están desenfocados, está casi
desorientada y mareada.
>>Oye, oye, mírame. —Me pongo en cuclillas frente a ella,
tratando de tomar su barbilla entre mis dedos y obligarla a
concentrarse en mí.
>>Respira, vamos, soy Bash, respira, Pres. Estás bien. Estás
bien. —Bajo la voz, con la esperanza de calmarla con mis palabras,
pero no consiguen la más mínima diferencia. Juro por Dios que la
expresión de puro pánico en su rostro quedará grabada en mi
memoria para el resto de mi vida. Es palpable, el miedo que se le
escapa. Está jodidamente aterrorizada y, sea lo que sea, teme por
su vida.
Su cuerpo tiembla con sollozos, una y otra vez y yo me siento
jodidamente impotente. Verla así es aterrador, no entiendo qué está
pasando.
>>Presley, mírame.
Ella sacude la cabeza una y otra vez que puedo imaginar que
pronto se va a enfermar por la combinación de las lágrimas, y el
shock.
A la mierda.
La recojo en mis brazos, levanto su cuerpo tembloroso del
suelo y la estrecho contra mi cuerpo. Tanteando el camino a través
de la oscura cabaña, me dirijo a la puerta, que recuerdo es el baño
de la última vez que estuve aquí.
No puedo ver ni un metro delante de mí, así que choco con la
mesa de centro y casi tropiezo con una especie de maldita torre de
gato de camino al baño, pero cuando consigo entrar, corro
inmediatamente la cortina y abro el grifo.
Lo último que quiero hacer es meter su trasero bajo un chorro
de agua helada, pero recuerdo que la única vez que estuve en estado
de shock y nadie podía comunicarse conmigo, Rhys me metió en la
ducha y en el momento en que el agua helada entró en contacto con
mi piel, me despertó de cualquier trance en el que estuviera.
Ni siquiera pienso, simplemente me meto en la ducha con ella
en brazos, completamente vestidos y me siento con ella en mi
regazo, bajo el agua. Está jodidamente helada, pero hace el trabajo
previsto cuando la oigo aspirar una respiración aguda y superficial de
asombro.
Cualquiera que fuera el jodido trance en el que se había
sumido, fue roto por la embestida del agua helada.
—Estás bien, respira, Pres. —Murmuro contra su pelo,
mientras empieza a sollozar. Profundos sollozos que hacen que todo
su cuerpo se estremezca, y joder, cada grito que sale de sus labios
agrieta algo dentro de mí. Hay tantas preguntas en mi cabeza que no
tienen respuesta.
¿Quién la hirió?
No digo nada después de eso. Me limito a abrazarla, tan cerca
de mi cuerpo como puedo, hasta que sus sollozos empiezan a
apagarse y siento que empieza a temblar.
Ahora, por la temperatura y no por el ataque de pánico. No sé
cuánto tiempo permanecemos sentados, ella aferrada a la manga de
mi sudadera, hecha un ovillo en mi regazo. Ninguno de los dos habla,
sin reconocer la enormidad de lo que acaba de ocurrir. Al cabo de un
rato, sale de mi regazo y se arrastra hasta el suelo de baldosas junto
a mí, acercando las rodillas al pecho y rodeándolas con los brazos.
Levanto la mano y cierro el grifo, y vuelvo a sentarme en el suelo con
ella. Los dos estamos completamente empapados, pero ninguno de
los dos se mueve para levantarse.
Nos sentamos en un tenso silencio. Mi mirada no se aparta de
ella y ella no levanta los ojos del suelo. Está completamente quieta,
sólo el ascenso y descenso constante de su pecho al respirar. La
distancia que ha puesto entre nosotros se siente pesada y
kilométrica después de lo sucedido, pero no puedo alcanzarla, no
puedo volver a atraerla a mis brazos.
—Lo siento… —Susurra, sus dientes castañean con cada
escalofrío. Sus ojos verdes y profundos se encuentran con los míos,
y esta noche parecen no tener fondo. Un océano en el que quiero
ahogarme.
Tengo las preguntas en la punta de la lengua, pero me las
muerdo hasta que me sabe a sangre. Tengo que recordarme a mí
mismo, que la vida de Presley no es asunto mío. Ella dejó clara esa
mierda; trazó la línea e incluso después de esta noche, no me va a
dar ninguna parte de su verdad, a cambio de la mía.
Sin mediar palabra, me levanto de la baldosa, cojo una toalla
del estante y se la doy. El cuarto de baño sigue a oscuras, y desde
la distancia que he forzado yo mismo, poniéndola entre nosotros, ya
no puedo ver su cara, sólo oigo las respiraciones superficiales que
hace aún pegada al suelo de la ducha.
—¿Qué fue eso Pres? —le pregunto en voz baja; ni siquiera
estoy seguro de obtener una respuesta.
La herida está en carne viva, desgarrada y mellada. Ha dejado
al descubierto una parte de ella que, obviamente, ha trabajado
incansablemente para mantener oculta. Fue doloroso, por no decir
brutal, incluso para mí. Ahora estoy seguro de que se siente
expuesta, abierta y sé que soy la última persona con la que quiere
sentirse así.
No sé qué decir, joder, siento que diga lo que diga no será
suficiente.
—Me voy a cambiar. —Se levanta del suelo, y pasa junto a mí
hacia el dormitorio. Tal y como está dispuesta su cabaña, todo es
una planta abierta. No hay paredes ni puertas, excepto la del baño.
La sigo por la puerta y veo cómo intenta secarse el exceso de agua
de su cabello, pero sus manos tiemblan tanto que no puede parar.
—Presley.
Cruzo el salón y le pongo la mano en el brazo para detenerla.
Su piel está tan jodidamente fría, es como el hielo. Me distrae de lo
frío que estoy, los dos estamos helados al tacto.
—Maldita sea, Presley, para. Te estás congelando, todo tu
cuerpo es como el hielo. —Ni siquiera pregunto, me acerco a la vieja
cómoda de madera con los pomos rotos y abro el segundo cajón. Sé
que sus camisetas están en este cajón, desde la última vez que
estuve en su cabaña, cuando la llevé al hospital.
Cuando abro el cajón, veo algo negro encima de los montones
de camisas, pero con la luz cortada no puedo ver exactamente lo que
es. Por un segundo me preocupa que sea una rata y, si lo fuera, no
me extrañaría en absoluto, pero parece que no se mueve. Me
agacho para recoger el objeto, cuando el frío y amargo mordisco del
metal golpea mi piel, y me doy cuenta de lo que es.
¿Qué estaría haciendo Presley, con una pistola escondida en un
cajón?
Es pequeña, ligera, compacta. Todo lo que una mujer debería
tener. Una nueve milímetros si tuviera que adivinar, pero con sólo el
brillo de la luna a través de la ventana de su habitación, no puedo
asegurarlo, sólo puedo calibrarla al sentirla en mi mano.
Me vuelvo para mirarla, con la pistola en la mano —¿Para qué
coño tienes una pistola, Presley?
Se queda completamente rígida, casi sin respirar, y me acerco
a ella hasta que estoy justo enfrente. No puedo imaginarme lo rápido
que late su corazón, si tuviera que adivinar, coincidiría con el mío.
Sus pupilas se dilatan, su pecho se agita. Esta chica guarda más
secretos de los que imaginaba.
>>Tienes que darme algo. Algo, lo que sea, Presley.
Mis ojos buscan los suyos hasta que ella desvía la mirada,
dejándose caer al suelo. Hay tanto silencio a nuestro alrededor, que
lo único que se oye es el constante goteo de la lluvia, que se filtra en
la maceta de algún lugar de su cabaña.
>> ¿Crees que no lo veo? Lo veo, joder. No me preguntes por
qué, no me preguntes qué me atrae de ti, pero aquí estamos. Veo
cómo te estremeces cuando me acerco demasiado, o cómo
extiendes la mano para mantener la puerta abierta. Saltas ante el
más mínimo sonido. ¿Un nombre falso? ¿Un arma? Presley, perdiste
la cabeza cuando un rayo cayó en ese árbol. Joder, puedo sentir tu
miedo. Puedo saborearlo en mi maldita lengua, y sentirlo en la boca
del estómago.
Sus ojos se dirigen a los míos, llenos de lágrimas, pero no
habla, sólo me observa, con los brazos cruzados sobre su cuerpo.
Parece tan rota, tan pequeña, que quiero tomarla en mis brazos, y
olvidar lo que está bien y lo que está mal.
Sólo por un maldito segundo, dejar de preocuparme por la zona
gris entre nosotros, o por mantener la distancia, o por la atracción.
Sólo quiero apagarlo, y hacer lo que se siente bien.
>>Te veo, Presley. —Me acerco más— Es por eso que estás
en esta cabaña de mierda, con un techo que gotea y tablones que
crujen. No puedes alquilar algo que tiene que tener crédito, ¿verdad?
Estás huyendo Presley, y no voy a dejar esta maldita casa, hasta
que me des algunas respuestas.
Se lleva una mano temblorosa a los labios, y respira
profundamente.
Más lágrimas caen sobre sus mejillas ya manchadas de
lágrimas— No puedo… No lo entiendes.
—¿Sí? Pruébame. Sé que, sea lo que sea, estás asustadísima.
Te veo, Presley. Te sostuve durante no sé cuánto tiempo, mientras te
deshacías en mis brazos esta noche jodidamente empapada por el
agua que te sacó de allí. A mí. Deja de fingir que no estoy aquí. A
quién coño le importa qué situación me trajo aquí, porque estoy aquí
y no me voy a ir.
—Estoy corriendo por mi vida Sebastian. En el segundo que
deje de mirar por encima de mi hombro, es el segundo en que estaré
muerta.
Sus palabras son como hielo en mis venas. El constante y lento
ritmo de mi corazón se ralentiza, y la rabia se apodera de él.
—¿De quién? ¿De quién huyes? —Aprieto los dientes.
No puedo evitar la rabia, la furia que siento ante la idea de que
alguien le ponga las manos encima. Mi mente se dirige
inmediatamente a mi madre, y al infierno que ha estado soportando
en silencio, por parte de mi padre.
—Tienes que entender las cosas con las que me has estado
amenazando, el acoso, todo ello… es de vida o muerte para mí.
¿Crees que quiero ser una mentirosa? ¿Qué todo lo que cuento a
todas las personas de mi vida son mentiras? —Hace una pausa,
limpiando las lágrimas perdidas de sus ojos—. Odio ser una
mentirosa. Odio que cada palabra que sale de mis labios sea una
mentira. No puedo decir nada más Sebastian, pero por favor, tienes
que parar.
Joder, soy un idiota.
Ahora más que nunca me arrepiento de haberla empujado, de
haberla provocado y de haber usado esta mierda para amenazarla.
>>No me empujes, o me veré obligada a correr. Por favor. —
Susurra.
Pienso en su huida, y se me forma el mismo nudo en las tripas.
Tengo más preguntas que respuestas, pero si la presiono
demasiado, huirá.
Asintiendo, señalo la puerta. —Esas cerraduras no tienen
sentido, si la propia puerta no sirve una mierda. Un tipo de la mitad
de mi tamaño podría romperla sin siquiera intentarlo.
Se siente aliviada de que haya cambiado de tema.
—Está en mi lista de cosas por hacer. Estoy arreglando las
cosas poco a poco.
—Hay mucha mierda a tu alrededor que necesita ser arreglada,
Pres, cosas que no pueden esperar. El techo gotea, esa tabla del
suelo de ahí está podrida. Si lo pisas con mucho peso, atraviesas el
fondo. La puerta. Allí parece que puede haber una fuga de agua,
causando que el suelo se debilite. Probablemente no ayuda, que la
casa sea más vieja que la mierda.
Le señalo las cosas a medida que avanzo, y ella me devuelve la
mirada con desconcierto.
—¿Cómo sabes de estas cosas? ¿No tenían personas de
mantenimiento en la mansión?
Mi ceja se levanta sorprendida. ¿Presley está diciendo
tonterías? Me sorprende el humor en su voz después de lo de antes,
pero veo el alivio en su expresión de que haya cambiado de tema.
—Ouch. —Me pongo la mano en el corazón, en señal de dolor.
—¿Lo has visto en YouTube?
Jadeo. —Insultante. Los chicos y yo pasamos los veranos en la
casa de verano de los abuelos de Alec, arreglándola. Su abuelo nos
enseñó «herramientas útiles para la vida», como le gusta llamarlo.
Básicamente, a arreglar cosas rotas. Viene bien, a veces.
—Básicamente, todo lo hago en YouTube… y es una especie
de ensayo y error. —Sus mejillas se calientan, el rubor se extiende
furiosamente por su cuello y joder, si no es otra cosa que me excita
de ella. No suelo ver a la Presley ligera y feliz, es refrescante. O bien
está cabreada como una mierda conmigo, o luchando contra una
atracción que nunca ganará. Cada segundo que estoy en su
presencia quiero saber más, ver más de lo que realmente es.
—Todos tenemos que empezar por algún sitio. —Mis labios se
abren en una sonrisa burlona.
Levanta la vista a través de sus gruesas y oscuras pestañas y
me dedica una pequeña sonrisa, que desaparece tan rápido como
llegó. —Sebastian, gracias… Gracias por esta noche. Estoy
totalmente avergonzada, pero agradecida de todas formas. Aprecio
que te quedaras aquí.
—Vamos Pres, no tienes que agradecerme. Eso me hace sentir
como un imbécil.
—No, yo…
—No te disculpes y no te avergüences. Mira, todos tenemos
nuestra propia mierda, cada uno de nosotros, no importa lo que
parezca desde fuera. Y todos tenemos momentos en los que no
somos fuertes.
Ella asiente.
>>Si te sientes insegura aquí, ven a mí Presley, mierda soy un
idiota, pero no puedo soportar el hecho de que estés aterrorizada.
—Sebastian, eres mi alumno. Es tan fácil para ti olvidarlo, pero
eso no ha cambiado. El hecho de que estés aquí, me pone en una
situación comprometida.
Antes de que pueda siquiera contestar, el agua empieza a
gotear desde otro punto del techo de la cocina.
—Joder. —Corro y cojo una olla solitaria junto al fregadero, y la
coloco en el suelo para recoger el goteo. Cuando levanto la vista, me
está mirando con una expresión de culpabilidad en su rostro, una que
dice que sabe exactamente lo que carajo voy a decir.
—No puedes quedarte aquí con esta mierda. Todo esto va a
caer sobre tu cabeza en cualquier maldito momento.
—Voy a llamar a un techador, sólo que… tengo que pagar en
efectivo, y muchos ya no aceptan efectivo. Lo he intentado.
Antes de que pueda pensar en ello, las palabras están fuera de
mi boca. —Puedo arreglarlo.
Sus ojos se dirigen a los míos con sorpresa.
—¿Qué?
—Alec y yo podemos venir después de clase, los fines de
semana, en cualquier momento. Podemos repararlo, al menos hasta
que puedas resolver la situación del tejado, y así evitaremos que el
techo tenga goteras. Alec tiene otro amigo, Rory, su padre tiene una
empresa de construcción, probablemente podría ayudar también. Le
preguntaré. Así no estarás… sola, conmigo aquí.
Agrego la última parte por si acaso, ya que parece ser lo único
que le preocupa, estar cerca de mí, sola. Puede mentirse a sí misma
todo lo que quiera, y decir que le preocupa que la pillen, pero la
verdad es que estar a solas conmigo la hace vulnerable, la obliga a
enfrentarse a la verdad y eso es lo que verdaderamente huye.
—No sé, Sebastian, es inapropiado tenerte aquí. —Susurra,
con los ojos bajos mientras lo dice.
—¿Oh? ¿De verdad hemos vuelto a esto?
Vuelvo a acercarme a donde está, más cerca hasta que puedo
sentir el frío de su cuerpo.
—Te estás congelando, joder. —Agarro la manta del respaldo
de su sofá y la envuelvo alrededor de sus hombros—. Deja que te
ayude, Presley, deja de darle vueltas a la mierda, deja de convertirla
en lo que no es. Necesitas la ayuda, y tengo la capacidad de hacerlo.
Lo haré. No lo conviertas en algo más que alguien que te ayuda
cuando lo necesitas.
Tal vez si lo digo lo suficiente, ambos lo creeremos. Tal vez por
el momento vulnerable que hemos compartido esta noche, o tal vez
sólo sea un error tonto… y tal vez me arrepienta, pero aun así lo
digo.
—Está bien.
13
PRESLEY

Cuando acepté dejar que Sebastian y sus amigos arreglaran mi


techo, no pensé que se refería al día siguiente. Pero, a las seis en
punto, se oyó un fuerte golpe en la puerta, y cuando la abrí allí
estaba él. Junto a él, recuerdo que estaba… Alec, creo. Es alto y su
pelo desgreñado oculta parcialmente sus ojos. Lleva una amplia y
genuina sonrisa. Luego está Rory, supongo, ya que Sebastian lo
mencionó anoche. También es alto, tiene hombros anchos como un
apoyador y una sonrisa que revela unos dientes rectos y
perfectamente blancos.

—Hola —Digo—. Soy la Sra. Ambrose… como estoy segura de


que probablemente ya lo sepan. —Murmuro, de repente
avergonzada por mi elección de palabras.

La sonrisa de Alec se ensancha. —Sí, sé quién eres, la profe.


Soy Alec, este es Rory, y obviamente ya conoces al Casanova aquí.
—El hoyuelo de su mejilla aparece. Hay algo atractivo en él, como si
estuviera trabajando más duro para encantarme. Sebastian
probablemente le advirtió que estaría nerviosa.

—Hola, soy Rory. —Me tiende una mano gruesa para que la
estreche. Pongo mi mano en la suya y él se ríe cuando siente un
ligero temblor—. Está bien, vamos a echar un vistazo a nuestro
alrededor y ver dónde está el daño, ¿tienes una idea de lo que
tenemos que arreglar?

Asiento con la cabeza, mirando a Sebastian, que hoy está más


melancólico. Tiene el ceño fruncido y la mandíbula tensa.
Alec y Rory pasan rápidamente por la cabaña e inmediatamente
comienzan a inspeccionar, y Rory saca su libreta y comienza a anotar
cosas.

—¿Todo bien? —Le pregunto a Sebastian, que no se ha movido


de su lugar.

Se encoge de hombros. —Solo está pasando algo de mierda.

—¿Quieres hablar de eso? Lo sé… sé que no soy la mejor


conversadora, pero creo que soy una buena escuchando.

Sus ojos se encuentran con los míos momentáneamente y veo


algo tormentoso en el fondo, pero él simplemente niega con la
cabeza y mira más allá de mí hacia Rory y Alec mientras atraviesan
la cabaña.

—No, nada con lo que puedas ayudar gracias, Pres.

Mis entrañas se calientan con el apodo. Por mucho que lo


intente, por más ferozmente que intente luchar, por mucho que me
mienta a mí misma, no puedo negar que siento algo por Sebastian
Pierce. No por el niño mimado, digno y rico que tiene el mundo en la
palma de su mano, pero si por el lado que muestra cuando no está
con nadie más. El hombre encantador, amable y desinteresado
dentro de él. Incluso si viene con un ego del tamaño de un país
pequeño y con derechos eso no se puede comprar.

Pero no importa mi deseo y no importa mi atracción hacia él,


nunca podríamos actuar en consecuencia, nunca podremos cruzar
esa línea. Me lo sigo diciendo una y otra vez y espero que empiece a
creerlo. Tan pronto como Sebastian cruza el umbral, Hope se acerca
para frotarle los tobillos, hasta que la ve.

Él la mira con un pequeño ceño fruncido. —Lo siento, pequeña,


no soy un tipo de gatos. —Su nariz se arruga con disgusto.
Pongo mi mano sobre mi boca para sofocar la risa ante su
énfasis en no, pero me agacho para levantarla yo misma. Froto su
lugar favorito detrás de la oreja mientras ronronea sin sentirse
afectada.

—Presley, quiero decir… Sra. Ambrose, lo siento —Alec


cambia de un pie al otro—. Voy a ir a sacar algunos de los
materiales del camión. Encontramos más lugares de los que
pensamos que necesitan ser reparados.

—Realmente aprecio tu ayuda, Alec, sé que no es lo que


quieres hacer después de un largo día.

Rory pasa junto a él y le golpea el hombro juguetonamente


mientras camina hacia el auto. Si no me equivoco, hay una sensación
de… familiaridad entre ellos. Y no parece la de amigos, pero podría
estar respondiendo a las vibraciones equivocadas.

—No hay problema, estoy feliz de ayudar. Aunque tengo que


decir que tienes mucho trabajo por hacer en esta cabaña. Bash me
dijo que había algunos problemas, pero son un poco más de lo que
esperaba. Tu calentador de agua está en su último tramo, la
calefacción apenas sirve y se acerca el invierno. Por no mencionar,
todas las tablas del piso de la sala y la cocina que necesitan ser
reparadas.

—Lo sé, tenía la intención de llegar a todo… simplemente ha


sido mucho.
—Él sonríe cálidamente.

—Oye, está bien. Al menos nos tienes, podemos arreglarlo.


Estoy seguro de que Bash y Ror me ayudarán y nos ocuparemos de
todo.

Su amabilidad me desconcierta momentáneamente, pero le


dedico una pequeña sonrisa de gratitud. —Oh, por favor, no tomaré
más de su tiempo. Solo estoy agradecida de que estén dispuestos a
hacer esto.

Detrás de mí, Sebastian parece estar golpeando la pared, más


y más fuerte con cada palabra que Alec y yo intercambiamos.

—Alec, ¿podrías ayudarme un poco aquí? —Murmura.

Reprimo una sonrisa mientras Alec me lanza un guiño y camina


hacia Rory y Sebastian. Sin querer estorbar en absoluto, agarro un
libro de la pequeña estantería junto a mi cama y me siento con la
espalda contra la cabecera y leo.

Bueno, eso es mentira.

Intento leer, pero la bulla constate del taladro y el martilleo de


las herramientas eléctricas me impide retener nada. No puedo evitar
echarle miradas pequeñas y ocultas a Sebastian mientras trabaja,
sobre todo por curiosidad. Es un enigma, y me sorprende. Escucho a
la gente hablar, sé las cosas que dicen sobre él y sus amigos. Te
sorprendería lo que un maestro oye.

Conozco los rumores, las nociones preconcebidas, y sé que


realmente, es una mezcla de ambos.

Tiene el mundo entero en la palma de su mano. Una familia rica


y, un vínculo inquebrantable de hermandad, apariencia de modelo,
encanto irresistible.
Confiado, si no altivo. Arrogante. Pero luego está el hombre que
ves debajo del exterior pulido. El que me cargó más de un kilómetro
sin quejarse ni una sola vez, el que pasó la noche en el hospital.

Aunque tenía muchas otras cosas que hacer. El tipo que ofrece
su tiempo libre para arreglar las cosas rotas en mi cabaña, aunque
sé que lo extrañan en otro lugar.

Ha demostrado su abnegación, la lealtad que muestra a las


personas que ama.
Dice que me ve a mí, la verdadera yo, pero también lo veo de
todos modos.

Paso las páginas del libro, sin molestarme siquiera en fingir que
tengo la más mínima pista de lo que realmente está sucediendo,
pero más aun escuchando la acalorada conversación que están
teniendo los chicos.

—Amigo, eso es jodidamente repugnante, los pimientos de


plátano no pertenecen a la Pizza. —Alec se estremece de disgusto
—. ¿Qué te pasa?

Parece francamente ofendido de que a Sebastian le gusten los


pimientos de plátano en la pizza, y tengo que morderme el labio para
evitar que se me escape la risa. No quiero que me atrapen
escuchando a escondidas, incluso si Sebastian ha mirado en mi
dirección más de una vez y rápidamente desvió la mirada antes de
pensar que lo había atrapado.

—¿Sí? Viniendo del idiota que piensa que la piña va encima. —


Murmura Sebastian, clavando otro clavo en la pared.

Rory sonríe junto a Alec, pero no se suma a la conversación. Es


el más callado de los dos, pero tengo la sensación de que no es
porque no tenga nada que decir, sino más por lo que está
observando.

—Lo que sea, la próxima vez que vayamos a casa de Dave, te


haré comer. No lo golpees hasta que lo pruebes. —Alec mira a Rory.

Se encoge de hombros y pone los ojos en blanco


dramáticamente en la conversación. —Los dos son ridículos.
Valentina y yo compartimos la mitad de lo que nos gusta, así que
estoy seguro de que ustedes dos podrían hacer lo mismo. —Rory se
ríe.

Ver el intercambio entre los tres es muy gracioso.


Alec deja el pesado taladro en la mesa lateral, pero se queda
en el borde, balanceándose hacia adelante y hacia atrás sobre la
punta, justo sobre donde Hope está acurrucada, profundamente
dormida.

—¡Alec! —grita Sebastian, lanzándose hacia Hope.

Él atrapa el taladro justo cuando está a punto de tocar el suelo.


Ella abre los ojos y se estira, completamente ajena a casi ser
aplastada por una herramienta eléctrica.

Dejo mi libro para ir hacia ella, pero Sebastian la levanta y la


acurruca contra su pecho, frotando detrás de su oreja.
No sé quién está más sorprendido, si él o yo.

Pensé que lo escuché decir que no era una persona de gatos,


pero… aquí está abrazándola contra su pecho como si
definitivamente fuera una persona de gatos.

—Está bien, bonita, Bash te atrapó. —Dice en voz baja,


sosteniéndola con cautela en sus manos. Es adorable verlo manejarla
cuando estaba convencido de que la odiaría desde el principio. Sin
embargo, es tierno y gentil con su toque.

Después de unos minutos, mira hacia arriba para verme


mirándolo, y rápidamente la deja de nuevo en el suelo.

—Mira lo que haces, amigo. No soy una persona de gatos, pero


maldita sea, ella es solo un bebé. —Se queja, empujando a Alec,
quien murmura algo en voz baja que no puedo entender.

—Maldita sea. —Ruge Sebastian, haciéndome levantar la vista


del libro que estaba intentando leer. Un libro de romance, por
supuesto. Pero nada dentro de las páginas captó mi atención. Pasé
la mayor parte de la hora, mirando furtivamente a Sebastian mientras
usaba un martillo y otras herramientas para reparar el techo. Lo
primero que noto cuando miro hacia arriba, es la sangre chorreando,
literalmente chorreando de su mano sobre la camiseta blanca que
está usando, el rojo brillante filtrándose en el algodón blanco de la
camiseta haciendo que mi estómago se revuelva.

Odio ver sangre.

—¡Oh Dios! —Lloro, saliendo volando de la cama hacia su lado,


donde se lleva la mano al pecho, maldiciendo—. Vamos, al baño. —
Agarro su brazo, prácticamente arrastrándolo detrás de mí,
solamente mirando hacia atrás para ver si dejó un rastro de sangre
en la madera, que por suerte no fue así.

Una vez que estamos adentro, el espacio es apenas lo


suficientemente grande para una persona, y mucho menos para dos,
así que cierro la puerta y abro el grifo del lavabo.

—¿Qué pasó? —Grito cuando levanta la mano y veo el agujero


transparente en su dedo. La sangre le cae por la mano hasta el
codo.

—¡Jesús, Sebastian!

Me acerco, agarro la toalla del estante junto al fregadero y


tomo su mano en la mía.
En el segundo en que mi piel toca la suya, es como una
corriente eléctrica que fluye a través de la punta de sus dedos hacia
la mía. Rápidamente envuelvo la toalla con fuerza alrededor de su
dedo, aplicando presión para disminuir el sangrado.

Sisea cuando aprieto más fuerte, pero no lo dejo, sabiendo qué,


si lo hago, la herida seguirá sangrando libremente. Puedo sentir sus
ojos ardiendo en mí, pero sé que es mejor no levantar los míos para
encontrarme con los suyos. No puedo.

El aire a mi alrededor está cargado y siento el cambio. Mierda.


No pensé en esto. El último lugar en el que necesitaba estar era
aquí, sola, en una habitación diminuta con alguien que me desarma
tan fácilmente. Se sienta en el borde de la bañera para que pueda
inspeccionar su mano por completo.

—Presley. —Susurra, demacrado, su mano se tensa en la mía.

La locura, por definición, es la misma acción una y otra vez


esperando resultados diferentes. Lo que siento ahora mismo, en este
momento, lo que siempre siento por él es locura. Ponerme en la
palma de su mano, cada vez, es una locura. Fingir que no puedo ser
víctima del encanto, la confianza que se escapa de todos los poros
de su cuerpo. Fui una tonta, y una loca por creer eso.

—No te muevas. Estoy tratando de detener la hemorragia. —Le


digo. Mis ojos todavía están pegados a la toalla que ahora está
manchada de rojo con su sangre, pero parece estar disminuyendo un
poco. Debió haber estado martillando con bastante fuerza para
clavar un clavo en su dedo.

—Creo que podrías necesitar puntos de sutura.

—No, estoy bien. —Empieza a alejarse de mi toque y le doy


una mirada que lo detiene en seco.

—Detente, solo harás que sangre más fuerte.

Es la primera vez desde la noche que me llevó al hospital que


hemos estado tan cerca. La forma en que mi corazón se acelera
dentro de mi pecho es la primera señal de que no debería estar a
solas con Sebastian. Sé que, si miro hacia arriba ahora, sus ojos
estarán tormentosos, iluminados con una lujuria feroz y tengo que ser
el fuerte.

—Pres. —Susurra, su voz tensa, más fuerte esta vez. De


alguna manera terminé entre sus piernas, mis rodillas golpeando el
material de sus pantalones cortos de gimnasia.

—No Sebastian. —Me niego a mirar hacia arriba, a ceder a la


locura que nos llevaría a ambos al punto de no retorno. Centrándome
en cambio en el lugar de su mano al que le estoy aplicando presión.

—Mírame.
Sus palabras son más una súplica que una orden. Escucho la
desesperación en su voz y la siento. Es agotador pelear una guerra
que nunca puedes ganar, sin importar si eres tú quien decidió
pelearla.

—No.

Levanta su mano ilesa y sus dedos encuentran mi barbilla,


inclinando mi cara hacia él. Nuestras miradas se encuentran y el
mundo exterior se desvanece. Su dedo herido, el sonido de sus
amigos justo afuera de la puerta clavando clavos en el techo, todo se
desvanece y solo nosotros existimos. Solo nosotros dos, flotando
sobre la destrucción.

—Dime que no lo sientes ahora mismo. Dime.

No puedo mentirle; he perdido la cuenta de las veces que tuve


que mentir desde que llegué a St. Augustine. Me niego a seguir
siendo una mentirosa, no con esto. Con él.

—No podemos, Sebastian. —Mi voz se quiebra.

El músculo de su mandíbula hace tic cuando aprieta los dientes


con frustración, pero sus ojos nunca dejan los míos. Arden
directamente a través de mí. El deseo como nunca antes recorre mi
cuerpo, invadiendo mis pensamientos, manipulando mi resolución.

El aire a nuestro alrededor chisporrotea, muy parecido a lo que


siento. Deseo ardiente, necesitado, prohibido.

Sebastian se acerca, enhebra su mano por mi cabello, y me


muerdo el labio para evitar derretirme con su toque. Su mano, fuerte
y reconfortante, sostiene mi nuca, nunca aparta los ojos de mí. Su
toque es desesperado, su mirada está fundida. No sé si soy lo
suficientemente fuerte para detenerme.
—No voy a parar, Pres. —Susurra, acercándose cada vez más.
Sé que, si no hablo ahora, si no digo que no y soy la racional,
cruzaremos la línea de la que nunca podremos regresar. No habría
vuelta atrás, a como era antes.

Sus labios están tan cerca, a un centímetro de los míos, su


mano entrelazada con mi cabello, nuestros cuerpos tan cerca.
Decido entonces, que cualquier caos que Sebastian va a causar en
mi vida, valdrá la pena. Sin duda alguna en mi mente.

Boom.

—Oye, ¿están vivos ahí dentro? —La voz de Alec viaja a través
de la puerta mientras golpea su puño contra la madera.

Ambos saltamos como si hubiéramos sido atrapados en el acto


y es como agua fría rociada sobre nosotros, extinguiendo la llama.

Sebastian se aclara la garganta —Sí, estoy bien. Solo estoy


envolviendo mi mano. Un jodido clavo la atravesó.

—Ooookay.

Sólo cuando el ruido sordo de sus zapatos se retira, dejo que


mi cuerpo se relaje.

—Yo… —Comienza, pero levanto mi mano, deteniéndolo.


Finalmente, mi cabeza está despejada de la niebla lujuriosa que me
impedía tomar las decisiones correctas.

—Querías saber por qué. Eso, justo ahí es el por qué, y ese es
todo el por qué que tiene que haber.

Agarro el pomo de la puerta y la abro, pasando junto a él y


salgo del baño.

Tanto Rory como Alec están mirando la puerta por la que acabo
de salir, pero en este momento no sé si podría siquiera formar las
palabras correctas. Dejaré que Sebastian se ocupe de sus amigos y
el rastro de desastre que parece dejar atrás cuando se va.

Caminar por el pasillo hoy se siente diferente. Tal vez sea mi


imaginación hiperactiva el pensar que los ojos de todos están
ardiendo en la parte posterior de mi cabeza, o que cada susurro que
escucho es un chisme que se extiende como la pólvora. Me hace
preguntarme, ¿es mi secreto sobre el que están susurrando? No el
secreto de quién soy, o de dónde vengo, sino el que incluye a
Sebastian. Al pasar junto a un grupo de chicas, acelero el paso y
paso por la sala de profesores dirigiéndome directamente a mi salón
de clases, apretando los libros en mi mano con fuerza contra mi
pecho, y siento que soy la única de vuelta en la escuela secundaria.

Estoy nerviosa. Aprensiva. No estoy segura de cómo me sentiré


cuando vuelva a estar cara a cara con él. ¿Quién no se pondría
nerviosa al estar rodeada de alguien como Sebastian Pierce? El
hombre podría cortarte en pedazos solo con sus ojos, y aun así
estarías pidiendo más. Cada vez que me acerca más y más a su
mundo, siento que mi resistencia se debilita. Entonces, sucede algo
que me trae de regreso a la tierra y solidifica las razones por las que
nunca sucederá.

Mis tacones hacen clic contra la madera dura cuando entro a mi


salón de clases y coloco mis libros en el escritorio más cercano.
Sostuve los pesados libros por todo el campus y ahora me duelen los
brazos y los pies por el esfuerzo.

Afortunadamente, es viernes, lo que significa un fin de semana


completo de lavandería, marcar cosas de mi interminable lista de
tareas pendientes y, con suerte, relajarme en el sofá con Hope,
leyendo. Si bien la mayoría de la gente teme la rutina mundana de
las tareas diarias, yo me deleito con ella. Una constante que ofrece
comodidad. Por mucho que quiera dejar el pasado atrás, a lo largo
de los años he cambiado y me he adaptado a mi entorno, y ahora
estoy a merced de las mismas cosas que me pertenecían. La
obsesiva necesidad de limpiar, incluso cuando no se ve una mota de
polvo. A altas horas de la noche, mientras estoy acostada en la
cama, doy vueltas y vueltas mientras miro la mancha de agua marrón
y gastada en el techo y pienso en todas las cosas que debería estar
haciendo. Estoy haciendo una lista mental y repasándola hasta que la
tengo memorizada. El terapeuta dijo que pasaría, estas cosas llevan
tiempo, pero a medida que pasan los días, lo dudo más y más.

Es en momentos como ahora, cuando estoy sentada en mi


escritorio en la comodidad de mi salón de clases, disfrutando del
silencio, cuando me siento más agradecida por mis secretos.

La campana suena, fuerte y estridente, sacándome de mis


pensamientos. Camino hacia la pizarra y comienzo a escribir las
páginas para la lectura de hoy, cuando lo siento. En el momento en
que cruza el umbral. Ni siquiera tengo que darme la vuelta para saber
que ha entrado en la habitación, mi cuerpo está muy consciente de
su presencia. Se me eriza el pelo del cuello, un escalofrío recorre mi
espalda mientras me doy la vuelta para mirar a la clase. Nadie está
prestando atención, perdidos en sus propias conversaciones, pero un
par de ojos me devuelven la mirada. Ven directamente a través de mi
fachada y en una parte de mí que quiere correr y mantenerme oculta
de este mundo antes de que ya no sea mío.

Su mirada tiene hambre. Incluso anhelo. No intenta ocultar su


lenta lectura de mi cuerpo, deteniéndose en la curva de mis labios.
En cambio, se lame los suyos de una manera que debería estar
prohibida. Sus ojos me desnudan, desnudándome solo para él,
incluso en una clase llena de mis alumnos. Hay una razón por la que
toda la escuela acaba a los pies de Sebastian.

Seguro. Arrogante. Bellamente roto.

Mis mejillas se calientan, enviando un rubor por mi pecho


mientras su mirada nunca me abandona. Ambos, perdidos en un
momento demasiado intenso, demasiado poderoso para estar
rodeado de una audiencia, pero eso no lo desconcierta. Nada lo
hace. El secreto que compartimos es suficiente para prendernos
fuego a los dos, y si no tengo cuidado, encenderá una llama que no
podré controlar.

Aparto mis ojos de su mirada, aclarándome la garganta. —


Todos saquen su libro, página trescientos quince. Lean los primeros
cuatro capítulos, luego escriban un breve resumen, asegúrense de
enumerar sus fuentes en formato MLA. Esta es una práctica para su
tesis de último año.

Suena un grupo colectivo de gemidos.

—No se quejen, chicos, vamos. Los estoy preparando para los


diez trabajos universitarios que escribirán durante los próximos cuatro
años siguientes. Me lo agradecerán más tarde.

—Lo dudo. —Murmura alguien en la parte de atrás.

Créanme, estos chicos no tienen idea de lo que se avecina y lo


fácil que lo tienen ahora. Ahora que la clase está en silencio y hay
orden en el salón, aprovecho el momento para repartir los trabajos
calificados de la semana pasada. Cuando llego al escritorio de
Sebastian, él me mira desde su silla con los mismos ojos gris acero
que me miraron ayer. Le entrego el papel y él lo mira rápidamente,
con una expresión de sorpresa en su rostro.

En lugar de reprobar, hay una C en el papel.

No es una A, pero me di cuenta de que se tomó su tiempo,


investigó los temas y reflexionó sobre sus respuestas, incluso si le
vendría bien pulir y reestructurar. Esto es lo que necesito de él todo
el tiempo. Esfuerzo.

Le doy una pequeña sonrisa y termino de repartir el resto de los


papeles, luego camino de regreso a mi escritorio donde me apoyo en
el costado, mirando a todos trabajar. Una vez más, mis ojos se
encuentran con los de Sebastian. Esta vez me lanza una sonrisa
arrogante y saca su libro, dejando finalmente que sus ojos se posen
en la tarea que tiene frente a él. Mi estómago se revuelve con solo
su mirada, y me alarma que se necesita muy poco para obtener una
respuesta mía.

Tiene poder sobre mí y, si no tenemos cuidado, nos destruirá a


los dos.
14
SEBASTIAN

—Oye Bash, nos vamos, ¿seguro que no quieres venir a la


Abbey con nosotros? —Pregunta Valentina, mientras cubre a Rhys
como una segunda piel. Verlo con alguien, especialmente alguien
como Valentina, sigue siendo jodidamente impactante. Está tan...
Muerto en el interior. Marchito como una jodida flor. Es difícil ver que
realmente se preocupe por alguien. Sin embargo, me guardo mis
pensamientos para mí, porque incluso si es un idiota melancólico, es
mi mejor amigo, y casi lo jodí una vez.

—No, tengo un montón de tarea que poner al día, pero ustedes


dos que se diviertan. —Le disparo un guiño, sonriendo cuando sus
mejillas se sonrojan y la cara de Rhys se vuelve asesina. En cuanto a
él, todavía no ha aceptado el hecho de que Valentina va a tener
amigos varones fuera de Rory, y aunque soy su mejor amigo, todavía
odia cuando coqueteo con Val.

Por eso lo hago aún más cuando él está cerca.


Afortunadamente, ella me ha perdonado desde la mierda con Mara,
porque he llegado a apreciar la amistad entre nosotros. Y joder, solo
tengo ojos para la pelirroja que atormenta mis sueños y me deja con
el peor caso de bolas azules conocido por el hombre.

—No voy a mentir, me sorprende que te quedes esta noche. —


Dice Alec, saliendo de su habitación y cerrando la puerta detrás de
él.

—No he tenido noticias de mi mamá en unos días, iré a la


oficina de mi papá y veré qué está pasando.
La verdad es que voy a decirle a mi papá lo imbécil que es y
averiguar por qué mi madre no ha devuelto ninguna de mis llamadas.
Estoy preocupado por ella y la sensación en mi estómago no ha
disminuido en los últimos dos días, así que voy a tomar el asunto en
mis propias manos.

Cuando llego al edificio de mi padre, tomo el ascensor


directamente hacia arriba y paso junto a su estúpida secretaria,
mientras protesta para que me detenga y me dirijo directamente
hacia las enormes puertas de vidrio de su oficina. No estaba de
humor para lidiar con su mierda hoy, pero aquí estoy, una vez más
viniendo a lidiar con la mierda interminable de mi padre.

Irrumpiendo a través de la puerta, la abro de golpe, lo que hace


que mi padre levante la vista de su computadora donde está
sosteniendo el teléfono en su oído. Tiene la mandíbula apretada, una
mueca en los labios y las cejas fruncidas por la molestia.

—Bart, tendré que volver a llamarte, he tenido una reunión


repentina. Gracias. —Él golpea el teléfono contra el auricular y se
pone de pie, rodeando el enorme escritorio—. Qué amable de tu
parte entrar aquí como si fueras el dueño del lugar, Sebastian. ¿Qué
puedo hacer por ti?

Se acerca a la puerta, la cierra de golpe y presiona el botón


para bajar las cortinas electrónicas. Si bien mi padre no tiene
problemas para hablarme como un pedazo de mierda, no quiere que
el mundo sea testigo de ello, ya que, pone en peligro su fachada de
padre del año.

—¿Dónde está mamá?

Una oscura sonrisa tira de la comisura de sus labios. —¿Dónde


suele estar tu madre, Sebastian? Deambulando por París si tuviera
que adivinar, gastando cada centavo que le doy. ¿Por qué no la
llamas en lugar de presentarte en mi oficina haciendo una rabieta?
—Si crees que esto es una rabieta, me encantaría mostrarte lo
que realmente vine a hacer aquí, padre. —Escupo mientras camino
hacia donde está parado, sin molestarme. Las cosas nunca han sido
buenas entre nosotros, corteses en el mejor de los casos, pero
últimamente estamos en la garganta del otro cada vez que podemos,
como perros rabiosos. Observo como la vena en el cuello aparece
cuando da un paso más cerca, recibiéndome en la cara.

—Te has vuelto muy jodidamente valiente últimamente, y


normalmente te lo agradecería, pero te sugiero que recuerdes quién
eres, Sebastian. Mi paciencia contigo se ha agotado y no tienes
oportunidades. Te lo dije la última vez que viniste aquí buscando
pelea, para arreglar tu mierda. Como de costumbre, ignoras lo que
te digo.

Con eso me río, la rabia se apodera de mi lado racional. —


¿Sabes qué? Vete a la mierda. He estado llamando a mamá, no hay
respuesta en la casa ni en su celular. No me hables como si fuera un
puto niño.

Aprieto los dientes, dando un paso atrás antes de que esto se


vuelva físico. Después de lo que le hizo a mi madre, me cuesta
mantener la compostura incluso estando en la misma habitación que
él.

Sus ojos brillantes y muertos me miran fijamente, mis palabras


no tocan nada dentro de él.

—Si supiera lo que es bueno para ella, dejaría de usar su


trampa como tú. Parece que ustedes dos tienen eso en común.
Odiaría que ocurriera otro accidente.

—Hijo de puta. —Gruño antes de correr hacia él, agarrando las


solapas de su Brioni.

Antes de que pueda siquiera pensar, su puño está lloviendo


sobre mi cara, justo en el jodido ojo, haciendo que mi visión baile. El
sonido del puño golpeando la carne resuena por la habitación cuando
me golpea.

Da un paso atrás, respirando con dificultad. —Te lo advertí, y


es la última vez que lo haré, Sebastian. Aprende tu maldito lugar.
Eres una vergüenza para el nombre Pierce. Sal de mi maldita oficina
antes de que los de seguridad te echen a patadas. Sigue así y tú y tu
madre pagarán, independientemente de cual sea tu maldito apellido.

Todavía estoy viendo rojo, este hijo de puta me puso las manos
encima, pero sé que, si le devuelvo el golpe, será una tormenta de
mierda de drama para la que no tengo tiempo. Que se le daré
exactamente lo que quiere, y no le daré a este pedazo de mierda la
satisfacción.

—Si mi madre no me vuelve a llamar en la próxima semana, iré


a todas las malditas estaciones de noticias del país y haré que
pongan tu trasero en las noticias de las nueve como golpeador de
esposas. Vete a la mierda.
15
SEBASTIAN

Sin llamar, abro la puerta del salón de clases de Presley y


entro, cerrándola detrás de mí y asegurando la cerradura. Cuando
me envió un mensaje de texto antes, me sorprendió que fuera ella
quien se acercara. Me pidió que la encontrara en su clase después
de la escuela, y pensé que era sobre una calificación, probablemente
una reprobada. Antes de que pueda volverme hacia ella, habla.

—Sebastian… —Mi nombre sale de su boca en un jadeo sin


aliento.

Sus ojos verdes se abren como platos cuando ve mi cara. Me


olvidé de los moretones azules y púrpuras que rodean mi ojo ahora
que el dolor ha desaparecido. Ahora, que es sólo ligeramente
sensible al tacto, en vez de doloroso, siento un intenso odio por mi
padre como nunca antes. La rabia me distrajo lo suficiente como
para olvidar la mierda.

—¿Qué pasó? —Sus tacones hacen clics en el suelo mientras


ella se apresura más. Vacilante, toma mi cara entre sus manos,
moviéndome hacia atrás y hacia adelante la cabeza para ver mejor
—. ¿Recibiste esto en una pelea?

Cuando cepilla su pulgar contra la parte inferior de mi ojo, hago


una mueca de dolor por reflejo a la presión.

—Estoy bien, no es nada, Presley. —Refunfuño, todavía sin


soltarme de su agarre.

—No se ve bien. ¿Quién te golpeó?

—¿Estas preocupada por mí, Pres? —Sonrío.


Con eso, deja caer sus manos de mi cara y de mi alcance,
mientras rueda los ojos. Juega nerviosamente con el botón en su
camisa.

—No estuviste aquí ayer, y estaba… estaba preocupada.


Luego vuelves a clase con un ojo morado y un labio roto.

Me encojo de hombros, sin ofrecerle ninguna explicación.

Esto es lo que hacemos. Preguntaré y bailará alrededor de la


verdad. Algo en lo que se destaca.

Es un baile que debo conoce a estas alturas, y tomo lo que


puedo conseguir cuando se trata de Presley, pero ahora la pelota
está en su cancha, me ofrecí, le supliqué que me diera algo, que me
diera cualquier cosa y cada vez ella se negó.

—Tenía algunas cosas de las que ocuparme. ¿Me perdí algo


importante?

—No, no. —Dice rápidamente—. Solo estaba preocupada.

—Mhm.

Ella pasa a mi lado para caminar de regreso a su escritorio y


tomar asiento, evitando mi mirada. Su cabello rojo está tirado hacia
un lado, exponiendo la piel pálida de su cuello en la que quiero hundir
mis dientes. Como de costumbre en mi presencia, sus mejillas están
enrojecidas. Estoy empezando a creer que es la atracción que trata
tan desesperadamente de ocultar que siempre se presenta, como un
secreto del que solo yo estoy al tanto.

Los secretos son mucho más divertidos cuando Presley está


involucrada.

—La ventana que ordené debería llegar este fin de semana, tal
vez el viernes. ¿Estarás ahí?
Sus ojos se levantan hacia los míos, y asiente, tirando de su
labio inferior entre sus dientes. Ese jodido labio, es la razón por la
que pierdo la cabeza. El que me lleva más allá del borde de la
cordura.

No puedo dejar de fantasear acerca de todas las cosas que


quiero hacer con su cuerpo, específicamente esos labios de mierda.

Y estoy cansado de fingir.

—¿Alguna vez has querido algo tan malo, con tanta fuerza, que
moverías la maldita tierra por tenerlo?

—Sebastian… —Una advertencia, una que a la que no estoy


prestando atención.

A la mierda. A la mierda esperar. A la mierda lo malo. A la


mierda cada cosa que intenta alejarme de Presley.

—Responde la pregunta, Presley.

Lanzo mi bolso en el escritorio a mi lado donde aterriza con un


fuerte golpe.

Sin esperar su respuesta, camino alrededor del escritorio y


hago girar la silla para que me mire.

—Sebas…

Sus palabras son cortadas por mis labios mientras tomo su


boca en un beso que siento por todo mi cuerpo hasta mis malditos
dedos de los pies. Al principio, protesta, sus manos en mi pecho,
empujándome y a través de su vacilación, entrelazo mis dos manos a
través de los mechones de su cabello acercándola a mí.

Puedo sentir la guerra que se libra en su mente. La línea del


bien y del mal. Qué es ético y qué no. Y luego puedo sentir el
momento en que decide dejarlo ir. Dejándome entrar. Deja de
importarte un carajo lo que está mal y lo que está bien. Ella se rinde.

Y se derrite.

Atrás quedó la tensión, la mierda que nos asfixiaba en el


momento en que estábamos juntos en la habitación. En cambio, ella
cobra vida con cada golpe de mi lengua contra la suya. Sus manos
como puños en el algodón de mi camiseta, agarrándose como qué si
se soltara, el hechizo se rompería.

Me aparto, rompiendo nuestro beso, solo para mover mis


manos desde su cabello hasta su garganta, envolviéndolo alrededor
de la base de su cuello. Ella me devuelve la mirada sin aliento, sus
labios de un tono rosado magullado. Joder, es hermosa. Tan
jodidamente hermosa. Su cabello rojizo está despeinado y libre del
lazo que lo sujetaba, y por mis manos enredadas en los mechones, la
mirada en sus ojos es un frenesí de lujuria. La sentí en la forma en
que sus labios se movían contra los míos, en la forma en que sus
manos se anudaban en la tela de mi camisa.

Su pulso palpita salvajemente contra mi palma, su pecho


palpita. Todo sobre ese beso fue todo de lo que me he pasado la
vida huyendo. Movió el cielo y la jodida tierra. Sentí que las placas se
movían bajo mis pies, acercándome a cualquier órbita en la que se
encontrara. No importaba dónde estuviera, encontraría el camino
hacia ella.

Entonces supe que estaba hecho.

Era muy tarde.

Estaba perdido por Presley Ambrose y todas las consecuencias


que venían con ella.

Luchamos, nos mantuvimos alejados, ella lo intentó. Joder, lo


intenté.
Pero a veces, la mierda está destinada a suceder y todo lo que
hizo este beso fue cimentar que, sea lo que sea, estaba destinado a
ser.

Me inclino más cerca, rozando mis labios contra sus tiernos y


profundamente besados labios una vez más y retrocedo susurrando:
—Dime que está mal.

Ella mira hacia otro lado y su cabello cae sobre su rostro, por lo
que ya no puedo ver su expresión.

Suelto su garganta para agarrar su barbilla y obligarla a


mirarme. Esta vez no se inmuta ni lucha contra mi toque.

—No puedes luchar contra esto, Presley. Dime que no sientes


esta mierda.

Se pone de pie abruptamente, poniendo distancia entre


nosotros, entrelazando sus propias manos en su cabello mientras
aspira profundamente.

—¡Sebastian, esto es una locura! —Grita, su rostro se arruga


por la frustración—. Tú eres mi alumno. Yo soy tu maestra. Perderé
mi trabajo, nunca podré volver a enseñar. Oh Dios. —Su cabeza cae
en sus manos hasta que levanta su mirada y se fija en la mía—. ¿No
ves cómo esto está mal? Todo está mal.

Acecho hacia ella hasta que mi frente golpea la suya. —¿Se


siente mal? ¿Hm? —Le pregunto, agarrando su mandíbula para
mirarme. No extraño la forma en que hace una mueca y aflojo mi
agarre—. A la mierda lo que piense la sociedad. A quién le importa
una mierda. Soy un cretino. ¿Sea lo que sea esto? Es lo único que
se siente bien. Tú y yo sabemos que esto es más que una maldita
aventura. Ese beso lo demostró.

Cierra los ojos con fuerza, tratando desesperadamente de


luchar contra el hecho de que tengo razón. Sé con cada hueso de mi
maldito cuerpo que aquí es exactamente donde se supone que debo
estar, con ella. Estoy tan perdido en este jodido mundo, fingiendo
constantemente, siendo siempre quien todos creen que soy. Pero por
primera vez en mi vida me importa una mierda las consecuencias o
mi padre, o lo que sea que alguien tenga que decir.

—Dime ahora mismo que no puedes sentir lo que yo siento.


Dime que soy yo quien se siente así. Dilo.

Ella niega con la cabeza una y otra vez, sus ojos todavía están
fuertemente cerrados.

Todavía estoy jodiendo aquí, y las emociones que siento no van


a desaparecer simplemente porque está tratando de esconderse.
Ella se ha estado escondiendo, huyendo de lo que sea que invoca su
miedo. Pero la veo.

La veo toda. Cada pieza fracturada que intenta ocultarme.

—Porque no puedes, Pres. A la mierda las consecuencias. A la


mierda. Solo a la mierda. —Le susurro entrecortadamente, parte de
mí suplicándole que lo diga en voz alta. Para que se entregue a mí
por completo porque no puedo parar después de probarla.

Sus ojos se abren de golpe y veo el interior de su maldita alma


en sus iris oceánicos. Me hablan, me arrastran a sus profundidades y
estoy a punto de ahogarme. Siento el suave jadeo de su aliento
contra mis labios, siento su mente correr mientras se esfuerza por
llegar a un acuerdo con la forma en que su cuerpo se siente, la forma
en que realmente se siente, menos lo que podría pasar si cede.

—Mierda. —Susurra y me tira de nuevo a sus labios. Cada


pedacito de moderación al que me estaba sujetando vuela por la
ventana con el sabor de ella en mi lengua.

La beso como si me estuviera muriendo y estos son mis últimos


momentos. Como si no pudiera tener suficiente, no importa lo cerca
que esté.
Levantándola del suelo, sus piernas vuelan alrededor de mi
cintura mientras la inmovilizo contra la pared haciendo que su falda
se arremoline en sus caderas, revelando un cordón rojo brillante que
apenas cubre su coño.

Maldita sea.

—Detenme. Dime que me detenga —Jadeo.

Ella niega con la cabeza, rastrillando sus uñas por mi espalda


cuando llevo mis labios a su garganta, besando un camino hecho de
fuego.

Juntos somos frenéticos. Toda la agresión reprimida, los casi


momentos que nos negamos, todas y cada una de las veces tuve
que verla caminar por esta maldita fila con esa falda que me puso la
polla dura en medio de la clase. Joder, estaba loco.

Pero nada de eso importa. Valdrá la pena cada consecuencia y


cada castigo.
Ya no sé mucho. Mi vida es un desastre total, con un maldito
desastre tras otro, pero maldita sea, lo sé, en mis huesos, quiero
esto más que cualquier otra cosa.

—Sebastian. —Respira.

Chupo la piel pálida de su clavícula, arrastrando mis dientes a lo


largo del hueso suavemente y gime en respuesta. Mi polla está
jodidamente dolorida mientras se frota contra mí, rechinando,
desesperada por fricción.

—Joder, Pres. —Murmuro, sin querer apartar mis labios de su


piel. Lo hago, solo para mirar detrás de mí en busca de un lugar
donde ponerla, solo veo su escritorio.
La miro y sus ojos están muy abiertos.

—No en mi escritorio.
—Definitivamente en tu escritorio.

Ella chilla y envuelve sus brazos alrededor de la parte de atrás


de mi cuello mientras la llevo al escritorio de madera. Con una mano,
arrastro papeles, carpetas y bolígrafos al suelo, donde se esparcen.

—Si alguien nos escucha, habremos terminado. No hay vuelta


atrás. —Susurra, sus ojos mirando hacia la puerta con pánico
frenético.

—Deja de pensar. —Le digo mientras pongo su trasero en la


madera lisa. No puedo apartar mis ojos de ella.

—No puedo, quiero decir, ¿y si alguien camina… —La callo con


la boca y la beso hasta que se queda sin aliento. Levanto mis manos
por sus muslos, lentamente hasta su coño, y paso el dedo por el
cordón.

—Túmbate.

Ella duda mirando hacia la puerta de nuevo.

—Está cerrado. Recuéstate. —Gruño esperando que sigua mi


orden. Cuando no lo hace, no pierdo el tiempo recostándola y
acomodando la falda alrededor de sus caderas, mostrando las
mismas bragas rojas que saqué de su cajón el día del hospital.

—¿Escogiste esto solo para mí? —Sonrío.

—No te hagas ilusiones.

Muevo el cordón a un lado, revelando su coño y juro por Dios


que el piso se está cayendo debajo de mis pies. Suena dramático
como una mierda, pero creo que podría serlo. Tiene el coño más
bonito que he visto en mi vida. Tan rosado, reluciente con sus jugos.
Pidiendo ser lamido, chupado y follado.
—Joder. —Maldigo y tomo un largo camino con mi lengua.
Sabe aún mejor. Quiero quedarme aquí, entre sus muslos en este
coño por el resto de mi vida y puedo morir como un hombre feliz.

—Oh… Dios… —Gime, sus manos en mi cabello mientras su


espalda se arquea fuera del escritorio.

Si alguien entrara en este momento, vería mi cara enterrada en


su coño, y su espalda inclinada sobre el escritorio con su cabeza
echada hacia atrás en éxtasis.

Arruinaría su carrera, y perdería cualquier tipo de beca que


pudiera obtener, pero ¿adivinen qué?

Vale la jodida pena. Podemos volver a preocuparnos por las


consecuencias mañana. Miradas robadas, sonrisas secretas. Yo
viendo la forma en que su culo rebota mientras me tortura caminando
arriba y abajo de las filas en clase.

Mañana.

Ahora mismo voy a comerle el coño hasta que se corra por


toda mi cara.

Como he imaginado cientos de veces acariciando mi polla una y


otra vez hasta que la memoricé como una maldita película.

Y eso es exactamente lo que hago. Antes incluso de separarla


para empujar un dedo dentro, chupo la tierna protuberancia de su
clítoris. No puedo tener suficiente de sus dedos tirando de mi pelo
mientras chupo su clítoris con mi boca, dejando que mis dientes
rocen contra la carne sensible.

—¿Sabes cuánto tiempo he querido hacer esto? ¿Extenderte


en este maldito escritorio y mostrarte lo jodidamente hombre que
soy? —Otro lamido—. ¿Para sacar todas las preocupaciones de tu
mente, reemplazándolas por placer? —Otro golpe largo que la deja
temblando—. Demostrar que vale la pena cualquier mierda que
hayas imaginado en tu cabeza.

Ella gime más fuerte con mis palabras, y levanto la mano para
cubrir su boca con mi palma. No estoy tan preocupado por ser
atrapado como ella, pero si se grita más fuerte, todo el salón
resonará con sus gemidos. Mi pulgar y el índice separan sus labios,
exponiendo cada centímetro de su coño para que yo lo vea y casi me
corro en mis pantalones como un jodido niño.

Soy un chico, no soy un santo y nunca he dicho que lo soy. He


visto muchos coños en mi vida, claro. Todos son perfectos a su
manera. La diferencia sobre Presley es que el suyo está hecho para
mí. Siento un deseo inusualmente fuerte de reclamarla, marcarla,
hacerla mía para que nadie pueda volver a tocarla.

Mi polla está tan dura que se me sube a la cabeza, haciéndome


sentir como una mierda.

—Sebastian… —Respira, tirando más fuerte de mi cabello,


más cerca de su coño hasta que se frota contra mi cara,
desesperada por su propia liberación.

Tomando descaradamente lo que quiere, por una vez sin


preocuparse por las malditas consecuencias que podrían haber.

Aparentemente, debería haberme vuelto alfa como una mierda


con ella, acostarla y comer su coño como un hombre hambriento
antes de ahora. Quizás podríamos haber dejado de fingir y bailar
alrededor de esta tontería antes.

—Quiero que recuerdes esto, Presley, la próxima vez que la


duda entre en tu cabeza. En el segundo en que comiences a
cuestionar, obsesionarte, perder la cabeza sobre lo que está bien y
lo que está mal. Piensa en esto. —Dejo de hablar para chupar su
clítoris con mi boca para enfatizar el placer que estoy exprimiendo de
su cuerpo ya flácido, y ni siquiera he tenido su crema en mi lengua.
Ella solo gime, golpeándose contra mi boca. Puedo decir que
está cerca y no quiero que termine. Joder, he estado esperando esto
durante mucho tiempo. Solo para saborearla, tocar su piel y se
siente como si hubiera terminado antes de comenzar.

Se va a cuestionar todo en el segundo en que baje de su


orgasmo, y luego tengo que convencerla de que esto, nosotros, lo
valemos.

Lo que sea que seamos.

—Deja de permitir que el ‘qué pasaría si’ controle tu vida,


Presley. —Arrastro mi lengua por el interior de su muslo interno,
pellizcando ligeramente contra la piel sensible cuando tira de mi
cabello, para nada gentil. Si esta no fuera la primera vez que tengo
mis manos o mi boca sobre ella, le mostraría exactamente el hombre
que soy, pero sé que no está lista. Presley es como un animal herido,
tímido y asustadizo, lista para correr en cualquier momento. La
mierda que quiero hacerle haría que sus gritos resonaran por las
paredes de este pasillo, con un abandono imprudente y mi palma
haría poco para detenerlo. He fantaseado con eso lo suficiente como
para tenerla grabada en mi cerebro.

—Pídelo, Pres —Le susurro, su cuerpo se tensa debajo de mí.

—¿Qué? —Su voz sale apenas por encima de un susurro,


completamente sin aliento.

Deslizo mi dedo medio dentro de ella, enganchando y frotando


su punto g hasta que sus ojos se cierran y clava sus uñas en la
madera, marcándola con pequeñas medias lunas.

—¿Quieres correrte?

Miro hacia ella, por encima de su coño, donde está levantada


sobre sus codos, mirándome con los ojos llenos de lujuria. Más allá
de la bruma del deseo, me mira con preguntas.
>>Pídeme que te lo permita. Pídeme que te deje correrte, y es
tuyo.

Abre la boca para hablar, luego la cierra rápidamente, como si


las palabras la hubieran abandonado.

Me levanto, arrastrándome sobre su cuerpo, acomodándome


entre sus piernas. El calor de su coño roza mi polla y quiero
desnudarla y follarla hasta que se vuelva salvaje.

Quiero enloquecer a Presley Ambrose.

Imprudente. Frenética, y mareada de hambre que solo yo


puedo remediar.

Presiono mis labios contra los suyos, su sabor todavía es dulce


en mi lengua, y hago que su boca se abra, dejándola saborearse a sí
misma. Cuando está jadeando, clavando las uñas en mi espalda a
través de mi camisa, salgo de sus labios y veo su pecho palpitar.

Joder, ella es perfecta.

Hermosa ni siquiera se acerca a lo que es. El cabello ardiente


que coincide con el mismo fuego dentro de ella. Arde tan
malditamente brillante, pero no puede verlo.

Me dejo caer entre sus piernas, sellando mi boca sobre su coño


una vez más sin previo aviso. Mis dedos se deslizan dentro de ella,
dos esta vez, y joder, está tan apretada que estrecha mis dedos
como un tornillo de un banco. La follo con mis dedos mientras deslizo
mi lengua contra su clítoris hasta que la siento apretarse a mi
alrededor, su respiración se vuelve superficial, sus dedos agarran mi
cabello con más fuerza, tirándome contra ella y retrocedo.

—Dime lo que quieres, Presley.

Sus ojos se arrastran por mi rostro, deteniéndose en mi barbilla


que brilla con sus jugos, y se chupa ese jodido labio con la boca.
—Por favor Sebastian… —Respira. Sus pupilas se dilatan
cuando me dejo caer de rodillas, deslizo mis manos debajo de sus
muslos y la empujo hacia el borde del escritorio, para tener un mejor
acceso.

—Buena chica.

Chupo su clítoris con mi boca, con fuerza, y su espalda se


arquea sobre el escritorio mientras se empuja contra mi boca,
desesperada por la liberación que he estado colgando frente a ella
toda la noche. Segundos después de que deslizo mis dedos dentro
de ella, follándola con ellos mientras chupo y mordisqueo su clítoris,
explota alrededor de mis dedos, gritando mi nombre tan fuerte que
siento un cosquilleo en mis malditos dedos de los pies.

—Sebastian… —Tan jodidamente dulce, tan prohibido. Todo de


lo que nunca me cansaré.

Beso mi camino hacia arriba, besos suaves y húmedos a lo


largo de su hueso púbico, el interior de sus muslos, la suave carne
debajo de su ombligo. Dándole un lado raro de mí, el que le importa
una mierda alguien que no sea yo. Está blanda debajo de mí,
completamente saciada.

—Mierda… —Susurra.

Bajo la falda por sus caderas y agarro su mano, ayudándola a


incorporarse en el escritorio. Su cabello está revuelto en un completo
desastre en la espalda, pero nunca se vio más sexy.

El silencio se instala entre nosotros, no incómodo, pero más


incierto. Hemos cruzado a un territorio inexplorado del que no
podremos regresar.

Esas líneas han sido borradas y que me condenen si volvemos


a fingir que no había nada aquí.
—Deberíamos… —Comienza.

—No lo hagas. No quites lo que acaba de pasar aquí. Lo


entiendo Presley, lo hago. No eres la única que puede perder algo
aquí, pero tienes que preguntarte esto. ¿Quieres pasar el resto de
su vida huyendo? De tu miedo. De lo que sea de lo que estés
huyendo, dejando que controle tu vida. ¿Determinando tu futuro?
Porque eso es lo que está pasando.

Mis ojos buscan los suyos, desesperados por algún tipo de


afirmación de que siente lo que yo.

—Arriésgate, Pres.

Todavía estamos a solo una pulgada de distancia, nuestra


respiración superficial se mezcla de una manera que solo consolida la
química, la lujuria ciega que sentimos en la presencia del otro. Sea lo
que sea, lo siento. Apuesto a que, si pongo mi mano contra su
corazón, lo sentiría acelerarse como lo hace el mío.

—Estoy asustada, Sebastian… no me he sentido segura en


mucho tiempo, estoy aterrorizada de que eso me sea arrancado. No
es solo por mí lo que me preocupa.

Mis cejas se elevan en duda.

—Tengo miedo de lastimarte, lastimaré a todos… nos romperé


el corazón a ambos.

—No se puede romper un corazón que no está ahí, Presley.


16
PRESLEY

Si había algo que había aprendido en las últimas semanas, era


que no importa lo lejos que corras, la vida te alcanzará. Lo mismo
que te hizo correr, levantará su fea cabeza y te mostrará que no
puedes protegerte con mentiras y falsedades. No eran armaduras
para proteger tu alma herida y tu corazón maltrecho.

Sebastian Pierce entró en mi vida como un huracán, sin dejar


nada en pie. Todas las paredes inestables y volubles que había
construido alrededor de mi corazón se derrumbaron en un montón de
escombros a mis pies. No pude refugiarme. Él era de categoría cinco
y nunca iba a pasar del ojo.

Me había preguntado más veces de las que podía contar en los


últimos días si estaba dispuesta a arriesgarlo todo, a entrar a ciegas
en esta relación prohibida con Sebastian simplemente por los
sentimientos que él evocaba dentro de mí.

¿Y la respuesta por la que me había decidido?

Sí.

La verdad es que me siento viva. Me siento como una mujer


nueva, fuerte y decidida. Una mujer que quiere sentirse viva con el
toque de otra persona. Una mujer que trabaja todos los días para
sanar, seguir adelante y reconstruir la vida que le fue robada. Esa es
la mujer que me siento cuando los ojos de acero de Sebastian miran
directamente a mi alma. Quería dar la vuelta, esconderme detrás de
la intimidad de su mirada, pero en lugar de eso decidí saltar.

Dar un salto corriendo por la ladera de un acantilado sin saber


qué había en el fondo. Para volar.
Sentirme viva.

Es una locura. Estoy absolutamente loca. Pero, ¿cuándo fue la


última vez que sentí siquiera una fracción de lo que siento ahora?

Sé la respuesta.

Estoy aterrorizada por el futuro, pero al mismo tiempo más


esperanzada de lo que puedo recordar en los últimos años desde
que escapé.

Una sonrisa se extiende sola por mis labios al pensar en


Sebastian. Una sensación de felicidad llena de vértigo se expandió en
mi pecho, haciéndome suspirar. He estado tumbada en el sofá
durante horas, devorando un libro, con Hope tumbada a mi lado
ronroneando. Cada vez que el héroe me hacía desmayar, mi mente
automáticamente se dirigía a Sebastian, y mis mejillas se calentaban
de vergüenza.

Knock. Knock.

El golpe en la puerta me hace saltar, la familiar ola de pánico se


apodera de mi pecho, pero tomo dos respiraciones largas y
profundas para calmar mis nervios. Me acerco a la puerta, miro por
el agujero y veo a Sebastian apoyado contra el poste en el porche
delantero, agarrando un pequeño paquete contra su pecho.

Abro la puerta rápidamente y agarro su camisa, tirando de él


adentro. Cierro la puerta de golpe detrás de nosotros y me apoyo
contra ella, mi corazón se acelera mientras su mirada se cruza con la
mía y sus cejas se elevan en interrogación.

—Sebastian. —Mis palabras salen sin aliento—. Por favor, ven


por la puerta trasera. Alguien podría verte. Sólo… tengo miedo de
que alguien te vea.
Él asiente. Vestido con un par de jeans oscuros, una camiseta
blanca y un par de chucks negras, se ve tan guapo como siempre.
Su cabello está despeinado constantemente, pero es la sonrisa
burlona en sus labios lo que hace que mi corazón lata más rápido.

La sensación de ansiedad en la boca del estómago se convierte


en algo… diferente.

Anticipación.

Emoción.

Soy tan adicta como él.

—Pres. —Él sonríe. Mi nombre sale de su lengua lleno de


promesas. Una palabra, pero la forma en que lo dice se siente sucia,
completamente prohibida.

Se acerca a mí, presionando mi espalda aún más contra la


madera fría de la puerta principal. Sus manos están entrelazadas en
mi cabello y sus labios sobre los míos antes de que pueda
parpadear. Entonces, su boca choca contra la mía como una ola,
implacable y poderosa.

Me robó el aliento de los pulmones y me hizo perder el hilo de


mis pensamientos.

Su lengua se enreda con la mía y me deja sin aliento.

—Hola —susurra cuando se aparta de mis labios. Sus ojos


brillan con diversión y me quedo sin palabras.

Me llevo los dedos a los labios, reprimiendo una sonrisa.

—Hola.

—Así que, solo quería traerte esto. Siento no haber llamado,


pero estaba en el área.
—¿Oh? —Me río de su mentira.

—Sí. Aquí. —Empuja el paquete que está sosteniendo en mis


manos. Es pesado, pero está envuelto en un bonito papel dorado con
un intrincado lazo en la parte superior.

—¿Qué es?

—¿Por qué te lo diría antes de que lo abras? —Él pone los ojos
en blanco y asiente con la cabeza hacia el regalo— Ábrelo.

Deslizo mi dedo debajo del borde con cinta y lo abro, sintiendo


los ojos de Sebastian en mí mientras lo abro. Una vez que el
periódico está destrozado, veo una copia de la primera edición de
Cumbres Borrascosas.

Jadeo, mis ojos se agrandan.

—Sebastian, oh Dios, ¿dónde encontraste esto? —Lloro, mi


mente completamente alucinada. Esto debe haber costado miles de
dólares.

Él se encoge de hombros. —Conozco a alguien.

—Esto es demasiado, no puedo aceptarlo. —Intento devolverle


el libro, pero pone los labios en una línea firme.

—Vamos, Pres, tómalo. Lo vi y pensé en ti, no es gran cosa.


Recuerdo que mencionaste que era tu favorito, así que lo recogí. No
lo hagas gran cosa.
Estoy completamente aturdida. Esta es una impresión de
primera edición y casi imposible de encontrar. Sé esto, porque había
estado en mi lista de deseos desde que tengo memoria. Incluso se
remonta a la escuela secundaria.

—Estoy… Esto es una locura, Sebastian. Pero Dios, es


increíble. —Me tiemblan los dedos mientras los paso por la
encuadernación de la novela clásica que tanto he amado.
—Me alegra que te guste, nena.

Mis cejas se elevan. —¿Nena?

Otro encogimiento de hombros, con indiferencia, como si fuera


una segunda naturaleza llamarme por apodos.

Estaría mintiendo si dijera que las mariposas no se formaron en


la boca de mi estómago al escucharlo caer tan fácilmente de sus
labios. Siento el calor en mis mejillas cuando un rubor se apodera de
mí, y de repente me siento tímida.

Tímida en presencia de su intensa mirada.

—Entonces, ¿tienes planes para hoy?

Niego con la cabeza. —Solo estaba leyendo en el sofá con


Hope. Muy emocionante el sábado por la noche. —Hago una pausa
antes de agregar—: Aunque me sorprende que no hayas salido esta
noche. ¿No es eso lo que hacen las personas de tu edad los
sábados?

Inmediatamente me arrepiento de mis palabras. Cierra la


distancia entre nosotros, aprisionándome con sus manos sobre mi
cabeza.

—No quiero estar en ningún otro lugar que no sea aquí, Pres —
dice y luego se agacha para plantar besos sensuales y húmedos
contra el punto sensible de mi cuello. Mis dedos se entrelazan con su
cabello mientras prodiga mi cuello con su hábil boca.

Estos son los momentos en los que pierdo los pensamientos


inteligentes y racionales en mi cabeza.

Echándose hacia atrás, me da una sonrisa juguetona. —Vamos


allá. —Otro beso rápido en mis labios, empuja la puerta y camina
hacia el sofá donde Hope le devuelve la mirada con curiosidad.
—Ella es linda —dice, todavía mirándola como si tuviera dos
cabezas. Recuerdo lo que dijo la última vez que estuvo aquí de que
no es un amante de los gatos.

—Lo hace más fácil, ya sabes… estar sola —Le digo,


caminando hacia el otro lado del sofá retomando mi lugar. Hope
maúlla y se acerca a mi regazo, donde se recuesta y se vuelve a
dormir de inmediato. Debería haberla llamado soñolienta en su lugar.

—Parece que tú también eres eso para ella, Pres. —Él asiente
con la cabeza hacia ella ronroneando en mi regazo.

—Sí. —Me aclaro la garganta—. Entonces…

—Entonces.

Una pequeña sonrisa se extiende por sus labios, mostrando


filas de dientes perfectamente blancos y me doy cuenta de lo
fascinante que es su sonrisa. Cómo una chica puede perderse en
todo lo que es Sebastian.

—¿Qué estarías haciendo si no hubiera aparecido esta noche?


Una noche normal para Presley.

—Honestamente, probablemente iba a pedir comida china y ver


una película. Tal vez un baño de burbujas.

Sus ojos se oscurecen.

—Definitivamente, el baño de burbujas ocupa un lugar


destacado en la lista de cosas que me encantaría hacer esta noche.
De hecho, es lo único en la lista. —Se levanta y comienza a caminar
hacia el baño.

—¡Sebastian! —Lloro, riéndome de este lado juguetón que está


mostrando esta noche. Es raro que pueda ver al divertido y coqueto
Sebastian en lugar del melancólico y temperamental.
—Vamos. —Camina hacia atrás y deja a Hope en el suelo,
luego me levanta, al estilo de una novia y me lleva hacia el baño.
Me río con tanta fuerza que las lágrimas me corren por la cara
y me duele el estómago. —¡Está bien, detente, detente, bájame!

Él sonríe. —Nop. Las actividades normales de los sábados por


la noche siguen cuando estoy aquí.

—Sin baño. Pero tomaré un poco de pollo y brócoli con un rollo


de huevo.

Un suspiro dramático sale de sus labios y gira sobre sus


talones y me lleva de regreso al sofá colocándome en el lugar del
que me recogió.

—Está bien, pero sólo porque el pollo con ajonjolí está llamando
mi nombre y soy un chico en crecimiento, tengo que comer.

Nos acomodamos en el sofá una vez ordenada la comida,


Sebastian en un extremo y yo en el otro. Casi esperaba que me
llevara a su regazo, o me tocara de alguna manera, pero mantuvo
sus manos para sí mismo cuando las luces se apagaron y los
créditos iniciales aparecieron. Llegamos a la mitad de la película
antes de que aparezca la comida con un fuerte golpe en la puerta
que me hace saltar.

Al principio mi pensamiento es decirle a Sebastian que se


esconda. Estoy sola en mi casa con un estudiante, si la persona en la
puerta lo reconoce, nuestro secreto se sabrá. Pero no lo expreso.
Agarro mi dinero en efectivo y abro la puerta, bloqueando la vista
dentro de la casa. Con las luces apagadas y yo bloqueando
parcialmente la puerta, no hay forma de que alguien pueda saber que
es él.

—Hola. —Le arrojé el dinero al larguirucho adolescente en mi


puerta. Cabello graso, rostro lleno de espinillas y tirantes para llevar.
No me devuelve la sonrisa, sino que simplemente empuja la comida
para llevar en mis manos y me lanza un “adiós” por encima del
hombro mientras guarda el dinero en efectivo.

Cierro la puerta de golpe detrás de él. Dios.

—Presley —llama Sebastian desde el sofá—. Trae tu hermoso


trasero de vuelta a este sofá con las bolsas.

No puedo evitar la risa que se me escapa y luego me doy


cuenta de que solo me reí.

Una auténtica, verdadera risa y es cien por ciento culpa de


Sebastian.

¿Cuándo fue la última vez que reí tanto que lloré?

—No está en posición de hacer demandas, señor. Aseguré la


bolsa, pero nunca dije que estaba compartiendo.

Un lado de su boca se convierte en una sonrisa.

—¿Oh?

—Mhm, quiero decir, honestamente, me muero de hambre, así


que probablemente podría comerme todo esto yo sola. —Camino
hacia la cocina y dejo la bolsa de papel sobre la encimera.

Antes de que pueda abrir el cajón, siento a Sebastian en mi


espalda. El calor de su cuerpo presionaba contra el mío, en todos los
lugares.

—Creo que necesitamos una repetición de lo que pasó en tu


salón de clases, Pres. —Su delicioso aliento caliente baila a lo largo
de la parte de atrás de mi cuello enviando un escalofrío por mi
columna vertebral.

La piel de gallina recorre mi cuerpo, y el mostrador en el que


estaba apoyada ahora lo estoy agarrando en serio.
Mi mente se remonta a cuando me hizo acostar en mi escritorio,
la cabeza enterrada entre mis piernas y no puedo evitar el rubor que
se abre camino desde mi cabeza hasta los dedos de mis pies.

—¿Necesitas un recordatorio de quién es el jefe en esto? —


murmura. Sus manos viajan por mis costados, hasta mi cintura,
donde me empuja hacia atrás con fuerza contra su cuerpo. Puedo
sentir lo fuerte que me presiona la espalda.

—Co-comida —Tartamudeo tratando de concentrarme en la


comida que se está enfriando frente a nosotros, pero Sebastian me
distrae con cada oportunidad que tiene y estoy reducida a un montón
de huesos a sus pies.

>>Sebastian —Respiro mientras sus manos se deslizan por la


parte delantera de mi camiseta, serpenteando bajo la tela hasta que
sus manos ásperas y callosas acarician la piel de mi estómago. Sus
dedos, descarados y fuertes, rozan la línea de mis bragas, sin
sumergirse dentro lo suficiente como para hacerme temblar.

Me desarma sin esfuerzo. Un simple toque. Un roce de sus


labios contra mi piel.
Soy masilla en la palma de sus hábiles manos.

—Luego —promete, alejándose de mí, dejándome sin aliento,


agarrándose al mostrador como apoyo—. No puedo dejar de pensar
en ese pollo con ajonjolí —gime y me doy la vuelta desde el
mostrador, viendo cómo se muerde el puño.

—Estás loco. —Me río.

Recojo cuencos y utensilios, Sebastian retrocede en silencio y


observa mientras reorganizo los utensilios en el cajón dos veces
antes de que esté satisfecha con su disposición.

—Pres. —Miro hacia arriba para ver sus ojos en mí. Se acerca
a donde estoy y cierra el cajón. Toma los tazones y los tenedores,
los coloca sobre la encimera, me agarra de la mano y me lleva a la
sala de estar.

>>Siéntate.

Camina de regreso a la cocina agarrando los cartones de


comida china y dos pares de palillos y se une a mí en el piso. Se
vuelve hacia mí y yo hago lo mismo, ambos mirándonos con nuestros
respectivos cartones de comida.

—La comida china es diez veces mejor cuando estás sentado


en el suelo con un par de palillos. Créeme.

Tomo el par que me ofrece, los abro junto con la caja y doy mi
primer bocado.

Aunque dudo que la comida sea realmente mejor de lo que


sería si estuviéramos sentados en la mesa de la cocina con los
cubiertos y tazones adecuados, Sebastian me vio luchar y me hizo
sentir a gusto. No tuvo que comentarlo ni hacer preguntas.

Simplemente vio que estaba luchando y me llevó a otra cosa.

—¿Cuál es tu color favorito? —pregunta, con la boca llena pollo


al ajonjolí pero sin una sola preocupación.

—Púrpura. No, rojo. Creo.

—Hmm. Puedo ver el rojo. Tu cabello. Las bragas.

Mis mejillas se sonrojan y su sonrisa se ensancha.


>>Me encanta. —Él asiente hacia mí—. Cuando digo mierda, y
eres modesta o te avergüenzas, tus mejillas se tiñen del mejor tono
de rojo que he visto en mi vida. —Él da otro bocado y yo hago lo
mismo—. Me hace preguntarme qué más se ruboriza cuando estás
en llamas, Pres.
La boca de este hombre será mi muerte. Digo eso mientras un
rubor permanente se apodera de mi cuerpo, para su diversión.

—Son veinte preguntas, porque creo que es mi turno.

—Dispara, nena. Soy un libro abierto.

—¿Cereal favorito?

Su ceño se frunce mientras piensa. Los segundos pasan en


silencio y luego finalmente habla —Maldita sea. Golpearme con las
cosas más duras de la parte superior, ¿eh?

Me río. Al notar que la caja de comida de Sebastian casi se


acaba y que tengo una llena, me doy cuenta de que estoy fallando en
el uso de estos palillos incluso peor de lo que pensaba. Mierda,
maldigo para mis adentros cuando otro trozo de brócoli vuelve a caer
en el recipiente.

—Capitan Crunch. Espera, quiero decir, no es que coma mucho


cereal ya que tengo que mantener mi figura, pero si alguna vez como
cereal, ese es.

No puedo evitar poner los ojos en blanco. Su cuerpo es todo


planos duros y líneas afiladas pareciendo completamente natural
como si no tuviera que esforzarse en absoluto para eso.

—Veo esa expresión en tu cara, nena. Créeme, paso horas


cada semana en el gimnasio con este cuerpo. No es algo natural. El
entrenador me pateará el trasero hacia arriba y hacia abajo en el
hielo si mi cuerpo no está en la mejor condición posible.

Me quita la caja y toma un trozo de brócoli, con facilidad, y se


acerca a mí para ponerlo en mi boca.

—¿En serio? —Digo riendo, pero mi estómago gruñe antes de


que pueda responder—. Bien.
Doy un mordisco al brócoli, casi gimiendo cuando me golpea la
lengua. Me moría de hambre y esta comida es increíble.

—Necesito que dejes de hacer esa mierda, Pres. —Sebastian


es el que gime, reorganizándose en sus jeans, su rostro arrugado en
fingido dolor.

—¿Qué quieres ser? ¿Cuando seas mayor? —Pregunto.

La expresión de su rostro cambia a algo más oscuro,


obviamente un tema del que no quería hablar.

—No lo sé. Sé lo que se supone que debo ser, pero… —Se


apaga, apartando su mirada de la mía.

La vacilación en sus palabras me hace acercarme hasta que


ambos estamos con las piernas cruzadas en el piso de mi sala de
estar, rodilla con rodilla, comiendo comida de una caja.

—Oye, no tenemos que hablar de eso. Lo siento.

—No te disculpes. Es sólo un tema del que odio hablar. Mi


padre es un imbécil. Tiene estas expectativas de mí, simplemente
porque soy un Pierce. Quiere que me haga cargo del negocio
familiar, pero no lo sé. No sé lo que quiero, sólo sé que no quiero
seguir sus pasos. Es un idiota.

Asiento con la cabeza y me quedo en silencio.

>>Quiero jugar al hockey. Ser un profesor. Ser un jodido


médico. Cualquier cosa menos lo que él quiere que sea.

Suena amargado, herido, enojado y extiendo mi mano para


colocar mi mano sobre la suya, frotando mi pulgar reconfortante
contra su piel.

—¿Le has dicho eso?


Él se burla, —Sí, claro. No puedes decirle una mierda. No está
acostumbrado a que nadie le diga nada. No sé, Pres. Las cosas
están jodidas en este momento.

—Entiendo, no tengo muchos consejos que ofrecer al respecto,


pero sé que nunca debes dejar que nadie controle tu futuro. Es tuyo.
Lo único en la vida de lo que tienes un control completo y total son
tus elecciones y en la dirección en la que quieres que vaya el futuro.
Lo sé de primera mano…

—No hablemos de esta mierda pesada. Quiero conocer más


que a la profesora de inglés caliente que usa tacones de fóllame y es
una dama secreta de los gatos.

Él sonríe, pero no llega a sus ojos. Sé que lo pesado es lo que


lo detiene, y lo entiendo más de lo que él podría imaginar.

—Deberíamos hablar de ‘nosotros’… hacia dónde va esto.


Parece tan fácil, tan natural estar contigo, Sebastian, pero esto no
puede terminar de la manera que esperaríamos.

—¿Quién lo dice? Intentas condenarnos incluso antes de que


empecemos, Pres. A la mierda lo que piensen todos. Hablamos de
esto, pensé que habíamos decidido hacer lo que queríamos y decir
que se jodan a todos los demás.

Dejo la caja entre nosotros y me paso las manos por la cara.

—Cuando abrí la puerta, olvidé quiénes somos. Olvidé nuestro


secreto. Fue un simple momento de descuido que podría habernos
costado todo. ¿Lo ves, verdad? Ese momento, un error y todo se
acabó. El mundo se derrumbará a nuestro alrededor y no hay nada
que ninguno de nosotros pueda hacer para detenerlo.

Apretando la mandíbula, mira hacia el otro lado de la sala de


estar, evitando mi mirada. —Me graduaré en seis meses y no seré
un estudiante. Solo tenemos que tener cuidado durante seis meses,
Presley, eso es todo. Y luego podremos ser libres. Tengo dieciocho
años y estoy seguro de que te he mostrado lo jodidamente hombre
que soy.

—Eso no es lo que estoy diciendo. Solo estoy asustada,


Sebastian. ¿Qué haré si pierdo mi trabajo?

—No vas a perder tu trabajo, Presley. Solo tenemos que tener


cuidado. Cuida nuestras espaldas. Asegúrate de no interactuar más
de lo normal en público. Nadie lo sabrá y, a menos que nos
descuidemos, nuestro secreto seguirá siendo nuestro.

Me alcanza, me pone en su regazo y me rodea el cuerpo con


sus brazos. Se siente natural ser suya, envuelta en él, perdida en un
mundo que le pertenece. A pesar de que estar con él es el mayor
riesgo que he tomado, y es aterrador, todavía me siento más segura
de lo que me he sentido en más tiempo del que puedo recordar.

—Está bien.

Sus labios encuentran los míos en un beso que destroza el


alma, que saca todas y cada una de las dudas de mi mente. Su
lengua se desliza a lo largo de la mía, haciendo que el calor se
despliegue hasta los dedos de mis pies.

Cuando nos separamos, cada uno de nosotros jadea, nuestros


ojos se bloquean en una intensa mirada que yo siento en todas
partes.

Me aclaro la garganta y trato de traer de vuelta la conversación


antes de que patinemos hacia un nuevo territorio.

—Entonces, estaba pensando que tal vez el próximo fin de


semana iba a empezar a pintar. La ferretería llamó y dijo que mi
pintura está lista, y me preguntaba si tal vez querrías ofrecer todos
tus músculos como voluntario.

—Diría menos. —Él sonríe.


—Oh, tengo una buena. ¿Película favorita?

—Cualquier cosa con Jason Statham. Ese tipo es un patea


traseros.

—¿El tipo calvo? —Pregunto, tratando de recordar de quién


está hablando.

—Sí, había una escena de una película en la que él empuja su


arma en el tras…

Aguanto levantando la mano deteniéndolo —No termines esa


frase, Sebastian Pierce. Bruto. No soy una chica de acción. Me
gustan las películas de chicas.

Finge una sorpresa fingida con un jadeo dramático —Nunca lo


hubiera sabido. No es un verdadero romántico como tú, ¿verdad? —
Le doy un rápido y casto beso en los labios, callándolo de inmediato.

—Dime cómo duraste tanto tiempo sin poder usar los palillos.

—Viví una vida muy diferente.

La inquietud se instala entre nosotros una vez más ante la


mención de la vida que he estado tratando de ocultar.

—Quiero conocerlos todos, Presley Ambrose. De inicio a fin,


del principio al final.

No le respondo de inmediato, sino que dejo que sus palabras


hiervan a fuego lento dentro de mí.

A veces, el pasado está demasiado roto para traerlo de vuelta.


Es feo, estropeado, lleno de maldad que no conoce límites. No
quiero revivir a la persona que solía ser, la vida que solía vivir. Quiero
seguir adelante y dejar de arrastrarme al infierno.
17
SEBASTIAN

Sólo han pasado veinticuatro horas desde que tuve el gusto de


los labios de Presley, y he pasado más tiempo del que me gustaría
admitir hablando de no presentarme en su casa como un jodido
acosador.

Algo en ella me saca de mi mente. No puedo dejar de pensarla,


obsesionado sobre el rubor que constantemente llega a sus mejillas
mientras estoy cerca. Y aunque estoy pensando obsesivamente en
ella, como siempre en este punto, necesito estar aquí ahora mismo.
En casa con mis chicos.

Ezra finalmente está aquí. Finalmente, de vuelta a donde él


pertenece, y había sido una noche intensa y emocional para todos
nosotros. Nos estamos adaptando a tenerlo de regreso, y está
tratando de aclimatarse a estar fuera de una celda de prisión. Sé que
no será un camino fácil, pero cueste lo que cueste, pase lo que pase,
vale la pena tenerlo en casa.

—Oye, imbécil. —Algo duro me golpea directamente en el


costado de la cabeza.

Ouch.

Giro mi cabeza hacia el lado de donde vino el objeto no


identificado, para ver a Ezra sonriendo como un jodido gato Cheshire.
Mi mejor amigo desde quinto grado. Si bien siempre ha habido algo
turbulento en él, regresó de la prisión diferente. Irracional, rápido
para saltar, un animal enjaulado, solo que más rabioso, echando
espuma por la boca por una venganza que ninguno de nosotros
entendió realmente. Por primera vez en nuestras vidas, estaba
escondiendo algo, manteniendo la verdad cerca de él y no sabemos
por qué.

Incluso a pesar de todo eso, estaba jodidamente feliz de tenerlo


en casa con nosotros, incluso si era menos de él y más de alguien a
quien no reconocía. Es por eso que sus hermanos, nosotros,
estamos aquí para traerlo de regreso y matar a quienquiera que lo
estuviera arrastrando hacia abajo.

Al crecer, no tuve una familia en el sentido clásico. Claro, tuve


una madre y un padre, pero eran personas que apenas conocía.
Extraños que a veces dormían en el pasillo y tomaban mi mano
cuando pensaban que otros estaban mirando. Mi madre estaba
demasiado ocupada jugando a ser la esposa trofeo de un hombre
que se preocupaba más por su dinero y su negocio que por ser
esposo o padre. Mirando hacia atrás, veo cuán malditamente triste
fue mi infancia. Criado por las niñeras y el ama de llaves, estaba
solo. Estaba desesperado por captar su atención de cualquier forma
que pudiera.

Luego, en quinto grado conocí a Rhys, Alec y a Ezra. Cada uno


de nosotros es más diferente que el cielo y el infierno, pero de
alguna manera formamos una hermandad inquebrantable.
Encontramos el uno en el otro, lo que nos faltaba con nuestras
propias familias rotas.

—Eres un idiota.

Su cabeza cae hacia atrás mientras una risa maníaca sale de


sus labios. —Eh, aunque es grande4. —Él se encoge de hombros.

—Sé que me hace sonar como un marica, pero me alegro de


que hayas vuelto. Todos estábamos perdiendo la cabeza E.

Su comportamiento cambia, como agua helada en una estufa


calentada, chisporrotea a su alrededor.
—Hice lo que tenía que hacer, Bash. No podría vivir conmigo
mismo si uno de ustedes fuera a la cárcel por mi jodida mierda.

—A la mierda eso. Sabíamos lo que estaba pasando Ezra, no


actúes como si ninguno de nosotros hubiera recibido una bala por ti.
Tú sangras, yo sangro.

Asiente solemnemente.

—Alec hackeó la computadora de mi papá y encontró algo.


Está en camino. —Sus ojos se levantan para encontrarse con los
míos. Están vacíos, sin vida. Lo que sea que haya pasado es
absorbió el alma de mi mejor amigo y no es la chica rubia con todos
los piercings por la que siente algo.

—E, sea lo que sea, sabes que te tenemos. Estaremos a tu


lado hasta el final. Lo sabes, ¿verdad?

Tararea una respuesta, pero permanece en silencio.

—¿Sabes qué? Salgamos. Ve a la Abadía, cabalga hasta el


Barranco, bebe hasta que vomitemos. Como en los viejos tiempos.

—Joder, eso suena bien. Entra en la Y y usa su piscina


cubierta. —Él sonríe, sabiendo que inmediatamente me recuerda la
última vez que hicimos eso.

—Amigo, no solo nos atraparon, nos atraparon con los


pantalones de Alec alrededor de sus jodidos tobillos. Hacía tanto frío
que estoy bastante seguro de que sus bolas estaban en su garganta.
Juro por Dios que pensé que iba a llorar.

Esto es lo que me perdí con Ez. Toda una vida de recuerdos


que son algunos de los momentos más grandes y felices de mi vida.
Todos involucran a mis hermanos. Todo lo que hemos hecho, lo
hemos hecho juntos. Hasta ahora. Ezra estuvo solo en la cárcel.
—Mierda de verdad, estoy bastante seguro de que ese fue el
momento en que mi padre me golpeó tanto que estuve orinando
sangre durante una semana.

Niego con la cabeza, odiando que muchas de nuestras historias


involucren el abuso de su padre.

—Creo que fue la primera vez que le dije a tu papá que si te


tocaba de nuevo haría que se arrepintiera, y se rio en mi cara. Joder,
lo odiaba tanto que no me habría cabreado con él si estuviera
ardiendo. Aún lo hago, solo que ahora, lo odio más.

Él asiente, apartando su mirada de la mía.

Su mandíbula está en una línea dura, tan apretada que


prácticamente puedo sentirla. Siento la rabia que irradiaba de él en
oleadas, y es la misma rabia que he sentido todo el tiempo que ha
estado en esa celda.

—Ez, vamos a averiguar lo que sea que esté pasando, y lo


terminaremos. Todos, juntos. No estás haciendo esta mierda solo. Él
va a desear nunca haber jodido contigo, o cualquiera de nosotros
para empezar.

—Nunca es tan fácil, Sebastian, lo sabes. Soy el mejor ejemplo


de uno de nuestros planes perfectamente pensados fracasando en
nuestras caras como una maldita bomba.

Tiene razón, pero ya lo sabemos mejor. Somos más


inteligentes, más fuertes cuando estamos todos juntos.
La puerta principal se abre y Rhys entra, melancólico como
siempre, con Alec detrás de él.

—Jodidamente lo tengo —dice Alec alegremente.

Solo que él se pondría duro por esta mierda tecnológica que


ninguno de nosotros entendía ni remotamente.
—¿Qué? —Ezra vuela desde la silla hacia la mesa donde Alec
dejó el papel.

—Pasé por todo, todo esto. He estado trabajando en ello


durante una semana y está perfecto. Nada fuera de lo común, lo
revisé una y otra vez. Entonces me di cuenta de cuál era el
problema.

Desliza el segundo papel hacia un lado y señala una línea. Es


un extracto bancario con cientos de transacciones.

—Todo es demasiado perfecto. Así es exactamente como él


quería que se viera. Tu papá no es estúpido, bueno, lo es, pero no
cuando se trata de cubrirse el trasero. Busqué más a fondo y
encontré esto.

La mierda en este papel me parece un idioma extranjero, pero


lo que puedo distinguir son innumerables transacciones.

—Nada. Mira, no hay nada aquí. —Es tan jodidamente alegre


que quiero darle un puñetazo en la cara.

—¿Lo que me hizo buscar en otra parte y adivinar lo que


encontré? —Saca un trozo de papel doblado del bolsillo de sus
pantalones cortos de gimnasia y empiezo a preguntarme qué más
esconde allí. Jesús.

—Cuentas en el extranjero. Todo a nombre de Ezra. Diez para


ser exactos.

—Santa mierda —susurra Ezra, tirando del papel de la mesa


para verlo más de cerca. Su mano tiembla sosteniendo el papel.

De todas las cosas que esperaba que Alec encontrara, esta


estaba en la última de la lista.

—¿Entonces, qué significa esto? —Rhys gruñe.


—Significa que cualquier cosa jodida que esté haciendo papá
Kennedy, tiene a Ezra involucrado en eso sin que él lo sepa. Eso es
lo que es aún más extraño.

Toma el papel de Ezra y señala dos transacciones fechadas en


los últimos seis meses.

>>Esas transferencias cuestan más de quinientos mil dólares, a


una mujer llamada Quinn Carter. Y cuando lo vi, no me sonó de nada.
Hasta que lo hizo.

Camina hacia su habitación, desaparece dentro, reapareciendo


segundos después sosteniendo su MacBook en el que ya ha abierto
escribiendo.

>>Ella es una desarrolladora de software, de Chicago. La única


razón por la que incluso se registró es porque está en la web oscura
—dice, girando la computadora para mirarnos.

—Espera, ¿cómo diablos conseguiste acceder a la web


oscura? —Pregunto, perplejo—. No importa, ni siquiera contestes
eso. No quiero saber.

—Buena idea. Cuanto menos sepas. —Él sonríe—. De todos


modos, no hay mucho sobre ella, está mayormente escondida, oculta
detrás de innumerables VPN.

Rhys se burla —Alec, abandona el lenguaje nerd y habla donde


nosotros, gente común, podamos entender.

Alec pone los ojos en blanco. —Amigo, es como un maldito


fantasma. Pero rastreé una dirección a través de alguien que hace un
montón de tratos en la web oscura.

—Entonces, ¿por qué mi padre está transfiriendo medio millón


de dólares a un desarrollador de software de la web oscura? ¿Cómo
diablos sabe él sobre esa mierda? —La frente de Esdras surcos en
la ira y la confusión.
—Bueno, esa es la pregunta del millón. —Se encoge de
hombros Alec.

—¿Saben lo que esto significa? —Pregunto. Todos sus ojos


están puestos en mí—. Parece que vamos a la ciudad del viento
chicos.

Ezra estalla en una sonrisa siniestra, Alec grita tan fuerte que
todo el maldito dormitorio tuvo que haberlo escuchado, y la cara de
Rhys está grabada en piedra.

—Joder, sí, lo estamos, y vamos a averiguar por qué carajo


papá Kennedy está traficando dinero sucio con el nombre de Ezra.

—Pero esta noche, vamos a los barrancos, y lo haremos como


en los viejos tiempos. —Ezra se acerca a la nevera y saca una
botella de Patron de la nevera, sosteniéndola.

—A la mierda, hagámoslo —dice Rhys, golpeando la mesa con


una mano pesada. Es hora de recuperar el tiempo perdido los mis
chicos.

Una hora más tarde, estamos sentados en una orilla rocosa que
rodea un barranco poco profundo, solo la luz de la luna desde arriba
proyecta un suave resplandor sobre las rocas que nos rodean.
Cuando éramos más jóvenes, escapábamos aquí cuando teníamos
donde ir. Las noches en las que el padre de Ezra lo golpeaba hasta
que apenas podía caminar sobre una mierda en la que no tenía
control, las veces que Rhys se sentía enjaulado y ahogado en un
sistema que nunca entendía la soledad dentro de él. Venía aquí
cuando estaba harto de escuchar a mis padres gritarse y contaba
cada jodida estrella en el cielo, y solo entonces regresaba a casa.
Mucho después de que se hubieran ido a la cama, y ni siquiera se
dieron cuenta de que me había ido. Alec estaba desesperado por
escapar de una familia que lo juzgaba por quién era, le metieron la
religión en la garganta, predicando hasta que no pudo soportar
mirarse en el espejo a su propio reflejo.

Todos estábamos jodidos y nos deleitamos con eso. Dejamos


que nos manipulara.

Lo usamos como arma en lugar de permitir que nos arrastrara a


los abismos del infierno.

Nos unimos por el dolor de soledad dentro de nosotros que


anhelaba más que la lamentable mano de mierda que todos
recibimos.

Mi teléfono suena con un mensaje en el momento en que me


siento en el enorme tronco junto al agua. Al sacarlo, veo “Profe” en la
pantalla, una sonrisa tirando de la cubierta de mis labios ante su
nombre.

—Awe, Bash, ¿te estás sonrojando? —Ezra se burla de mí


desde el borde del agua, donde lanza piedras a la corriente.

—Vete a la mierda.

Abro el texto y leo.

Profe: Esto apareció en mis recomendaciones y me hizo


pensar en ti ;)

Envió una foto de la pantalla de su televisor con una película de


Jason Statham y yo sonrío.

Sebastian: Incluso Netflix sabe que mi chica necesita algo


de acción en su vida ;)

Mi mensaje no era en realidad una insinuación, pero de todos


modos sonaba como una.

—No estoy acostumbrado a esta versión fustigada de ti,


Sebastian Pierce. ¿Es seguro decir que estás retirando tu fobia al
compromiso? —Pregunta Alec.

Me encojo de hombros sin comprometerme. —No etiqueto la


mierda. Lo tomamos día a día. Es difícil cuando todo lo que haces
tiene que estar oculto.

Una mirada pasa por el rostro de Alec, pero no habla, solo


asiente levemente. —Oye, ¿vamos a la Abadía?

Rhys se encoge de hombros. —Le enviaré un mensaje de texto


a Val, que se encuentre conmigo allí.

—Vamos. —Ezra lanza la última piedra y nos dirigimos hacia el


barranco y hacia mi todoterreno, desde donde nos dirigimos a la
abadía.

Cuando llegamos, está lleno como de costumbre, pero nuestro


lugar de estacionamiento no está ocupado, así que estaciono mi auto
y lo apago.

—Me reuniré con alguien, te veré más tarde —murmura Alec, y


sale del auto antes de que pueda responder.

Es la cita de la polla de alguien.

—Vamos a juntarnos chicos, estoy recuperando el tiempo


perdido. —Ezra me hace un gesto para que lo siga, y Rhys se va
antes de que pueda siquiera parpadear. Probablemente ya esté con
Valentina, comiéndose la cara del otro.

El ambiente es salvaje esta noche. Lo siento en el momento en


que cruzamos el umbral. Música retumbando a través de altavoces
colocados en cada rincón de la casa abandonada. En el segundo en
que entramos por la puerta, la gente nos rodea. Es como si el
regreso de Ezra nos hubiera devuelto el foco de atención.

Greg, otro chico del equipo de hockey con el que salimos de


vez en cuando, me pone un vaso en la mano. Es un idiota, pero
jodidamente leal. Nos tiramos la mierda por un tiempo, hablando de
nuestro próximo juego con los Three Kings. Nuestros mayores
rivales. Este año es nuestro y jodidamente lo sé. Sin siquiera darme
cuenta, ha pasado una hora y estoy ebrio. Cada vez que mi vaso se
vaciaba, me ponían uno nuevo en la mano y luego me emborrachaba.

Subo las escaleras de dos en dos, en busca de los chicos. Veo


algunas chicas con las que solía relacionarme, pero no miro dos
veces. Ninguna de ellas me interesa más, no cuando tengo a Presley
consumiendo mis pensamientos. Lo que a su vez me hace pensar en
ella tendida en su escritorio, y estoy a cinco segundos tener una semi
erección. Mierda.

Me dirijo hacia la última puerta a la derecha, pensando que Alec


está ahí arriba probablemente fumando demasiada jodida marihuana,
y cuando encuentro la puerta abierta, sin llamar, se está allí.

Follando a una chica por detrás, su cara empujada contra el


colchón mientras él la folla.

Se da cuenta de que estoy parado allí, pero sus embestidas


nunca disminuyen y estoy semi impresionado por su falta de
modestia, pero estamos hablando de Alec. Él simplemente continúa
follándola tan fuerte que ella se desliza sobre la cama, sus tetas
tiemblan cada vez que él la folla.

—Te vas a quedar ahí parado, o quieres unirte o… —Se apaga,


sin aliento, con una mirada de completa seriedad en su rostro.

—Uh… estaba tratando de encontrarlos a todos ustedes,


cabrones para poder ir a casa. Espera, ¿estarías bien si me uniera?
—Pregunto, frunciendo el ceño.

Se encoge de hombros, completamente indiferente por mi


presencia, sus embestidas disminuyen perezosamente —Quiero
decir… yo no discrimino amigo. El amor es amor hombre. Pero,
¿podemos hablar de eso más tarde…? —Se apaga.
—Joder, sí, me voy en treinta, prepárate. —Cierro la puerta de
golpe y trato de borrar la visión de mi memoria.

No soy un chico al que le gusta compartir, ni ver a mi mejor


amigo tener sexo. No gracias.
Rhys está sentado en una silla plegable con Valentina en su
regazo, su mano enredada en su cabello, la otra serpenteando por la
elegante y apropiada falda que está usando. Ezra está a unos
metros de él, su mirada fija en el fuego, su mano envuelta alrededor
del cuello de la botella de whisky de la que sigue tomando largos
tragos.

—Hola Val —Le mando un beso mientras Rhys me lanza una


mirada asesina.

—Bash, ¿dónde has estado? —Ella sonríe amablemente.

Lo que pasa con Val es que, no importa cuánto coqueteo con


ella para meterme bajo la piel de Rhys, aguanta mi mierda. Es
jodidamente pura. La molesté desde el principio, pero resultó ser una
de las únicas amigas que tengo que no está tratando de follarme.

Me dejo caer en la silla plegable junto a Ezra, quien ni siquiera


mira en mi dirección. Está perdido en sus propios pensamientos.

—¿Estás bien? —Pregunto, quitando la botella de su agarre y


tomando un trago largo. El alcohol quema un camino ardiente por mi
garganta hasta que se asienta en el pozo de malestar de mi
estómago.

Este lado de Ezra me aterroriza. Ese en el que está tan perdido


en su propia cabeza que no sé si seremos capaces de salvarlo,
incluso si daríamos nuestras propias vidas por hacerlo.

—La misma mierda, un día diferente. Ya sabes, solía ser muy


difícil fingir. Joder, solía sentir que la gente podía ver a través de mis
tonterías, y tal vez podían. Pero ahora, soy un nominado al Oscar
con el espectáculo que hice. Nunca sabrías lo jodido que estaba por
dentro. —Se lleva la mano al corazón, sus ojos brillan con las llamas
del fuego reflejándose en las pupilas negras y sin vida.

—¿Qué pasa si nunca estoy bien, Bash? ¿Qué pasa si esta


mierda dentro de mí, las partes podridas y en descomposición de
mí… y si continúan extendiéndose desde mi cabeza, hasta mi
corazón? No sé ni siquiera quién soy ya. Estoy caminando medio
muerto.

Su honestidad me sorprende, y joder, me duele. Un dolor en mi


pecho que se filtra hasta mis huesos.

—Has pasado por más mierda a los dieciocho años de lo que la


gente pasa en su vida, Ez. Puedes sentir dolor. Puedes lastimar —Le
susurro, sin saber si mis palabras importan ahora mismo, pero las
digo de todos modos.

—¿Alguna vez te has sentido desesperado? Me refiero a tan


jodidamente desesperado que no importa si te despiertas mañana o
no.

—Sí. Cada vez que pongo un pie en presencia de mi padre.

—Que se joda. Eres el mejor chico que conozco. No te


merezco, ninguno de nosotros te merece. —Niega con la cabeza.
Está completamente jodido, pero esto es lo que ha estado
guardando dentro y solo espero que se sienta mejor al derramar la
mierda putrefacta dentro de él.

Rhys y Valentina están perdidos en su propio mundo, lo que


significa que no han escuchado nada de lo que ha dicho Ezra y creo
que eso es lo que necesita en este momento. Que alguien no tenga
un asiento de primera fila cuando él está roto.

—Vamos a superar esto, Ez, juro por Dios que si respiro en


esta silla, lo terminaremos. No te dejaré vivir esto solo.
Finalmente, aparta la mirada del fuego, sus ojos sostienen los
míos y asiente. Los veo brillar con lágrimas no derramadas, y eso
me desgarra.

Imagina a una de las únicas personas que amas en el mundo,


tan rota, sintiéndose tan jodidamente indefensa y sola, y tu presencia
no es suficiente para eliminar el amargo malestar del dolor.

—Tú sangras, yo sangro —susurra, arrastrando su mirada


hacia el fuego.

Ahora más que nunca, esa mierda está cimentada más


profundamente de lo que la gente jamás entenderá. Solo nosotros lo
hacemos. Yo, Rhys, Alec, Ezra. Ese lema nos ha salvado la vida,
más tiempo del que cualquiera de nosotros está dispuesto a admitir.

La hermandad inquebrantable.

Pero el nudo en la boca de mi estómago me dice que la mierda


a la que pronto nos enfrentaremos será más de lo que jamás nos
hemos enfrentado. Nuestros lazos, nuestra hermandad, nuestra
lealtad se pondrán a prueba más que nunca.
18
PRESLEY

Miradas robadas. Toques ocultos. Momentos secretos.


De repente, mi vida se ha vuelto medida por ellos. Me siento
astillada por la mitad. La mitad de la misma yo que siempre había
sido, la otra mitad una versión salvaje y desinhibida de mí misma que
no reconozco. Estoy viviendo una doble vida, una que estuvo llena de
secretos y deseos velados.
Sentarme en la misma habitación que Sebastian es un nuevo
tipo de tortura a la que me someto a diario. Siento sus ojos sobre mí,
todo el tiempo que se sienta en el escritorio al otro lado de la
habitación. Mi corazón martilla contra mi caja torácica, palpitando con
lujuria no resuelta. Me obligo a no dejar que mis ojos se desvíen
hacia los suyos porque, aunque estoy mareada por la lujuria, no soy
descuidada. No dejaré que mi relación con Sebastian manche mi
capacidad de enseñar o me robe el futuro que he pasado tanto
tiempo reconstruyendo del desastre carbonizado que fue.
—Muy bien chicos, leamos los capítulos del uno al tres de
forma independiente y luego haremos una prueba rápida. Todo para
obtener crédito adicional.
Escaneo la habitación de los estudiantes, que rápidamente
pasaron de estar molestos a emocionados. La mención del crédito
adicional siempre agrada a la multitud. Una vez que han abierto el
libro y han comenzado a leer, todos sus ojos están pegados a las
páginas.
Todos menos un par de ojos, y me prendieron fuego.
Presiono discretamente mis piernas juntas en un débil intento de
amortiguar el latido que se siente en mi centro. Nunca me había
sentido tan… constantemente excitada. Mi cuerpo es como un cable
vivo, una corriente de hambre codiciosa y electrificada. Cada parte
tiene mucho que ver con Sebastian. Me está volviendo loca.
Nuestras miradas se encuentran sobre mi escritorio,
brevemente, sólo por el más mínimo momento y están llenas de
promesas. Una pequeña sonrisa tira de la comisura de sus labios,
burlándose de mí. Pongo mi labio entre mis dientes y aparto mis ojos
de los suyos, aunque me duele hacerlo. Esto es peligroso. Obligo
mis ojos a bajar al papel frente a mí y me prohíbo echar otra mirada
por el resto de la hora.
Y no lo hago.
Finalmente, suena la campana y los estudiantes se dispersan
por la puerta como si el edificio estuviera en llamas, incluido
Sebastian. Agradecida por mi hora de planificación de lecciones,
planeo pasarla trabajando en las asignaciones de la próxima semana
para salir adelante. Suena la segunda campana, lo que indica que el
próximo período de clases ha comenzado, así que me encuentro
caminando por el pasillo inquietantemente silencioso y desierto. El
único sonido es el chasquido constante de mis tacones que resuena
en los casilleros mientras camino.
Saco mi teléfono para recordarme que debo programar a Hope
sus citas de vacunación, cuando siento una mano cerca de mi boca
silenciando el grito que sale de mis labios. De repente, estoy siendo
arrastrada hacia atrás al armario del conserje. Entro en un momento
de pánico total, tratando de gritar contra la mano sobre mi boca,
pateando y golpeando. Mi corazón late con tanta fuerza que siento
que me desmayaré cuando escucho su susurro. Mis palmas
comienzan a sudar, mi garganta se detiene por el pánico. Siento el
comienzo de un ataque de ansiedad.
—Shh nena, soy yo. Cálmate, te tengo. —Su aliento me hace
cosquillas en la oreja.
Sebastian.
Me dejo caer con alivio instantáneo, sabiendo que en realidad
no estoy siendo secuestrada, pero rápidamente es reemplazado por
ira. Su mano cae, dejándome ir.
—¡¿Qué estás haciendo?! ¿Estás loco? —Grito, con cuidado
de mantener mi voz baja ya que actualmente estamos metidos en un
armario de conserje tan pequeño que no podemos evitar estar
presionados.
La sonrisa torcida y los hoyuelos no hacen nada para calmar mi
enojo. De acuerdo, tal vez un poco, pero todavía estoy furiosa.
—Necesitaba verte. Necesitaba saborear estos dulces labios —
murmura, dejando un beso en mis labios, deslizando su lengua y
explorando mi boca.
Cuando se aleja, casi olvido por qué estaba tan enojada en
primer lugar. Casi.
—¡Sebastian, no puedes simplemente arrastrarme a un armario
y salirte con la tuya! Estamos en la escuela, esto es peligroso. E
imprudente. —Pasa sus dedos por el interior de mi muslo, rozando
mi ahora húmedo centro—. Tan imprudente. —Gimo cuando presiona
mi clítoris a través de la tela.
—¿Sí? Bueno, estoy jodidamente obsesionado, Presley. No
puedo dejar de pensar en ti. Estoy perdiendo la maldita cabeza. —Su
tono es desesperado y es el mismo sentimiento que parece
dominarme. Estamos siendo descuidados.
Sin embargo, mis entrañas se calientan con su admisión,
cubriéndome de la cabeza a los pies de deseo. Sus ojos se
encuentran con los míos, ninguno de los dos se mueve, simplemente
jadeando en respiraciones mezcladas. La habitación que nos rodea,
por muy reducida que sea, está llena de una corriente tan poderosa
que cualquiera podría sentirla.
Los segundos pasan sin que ninguno de los dos se mueva,
hasta que el hilo transparente entre nosotros se rompe y volamos
juntos en un frenesí. Sus manos están por todas partes. Mi cabello,
mis caderas, por mi trasero mientras me levanta, sin romper nuestro
beso. Mis piernas se envuelven a su alrededor, y me golpea contra la
pared con tanta fuerza que las escobas que cuelgan de ella tiemblan
amenazando con caer al suelo.
—Shh —Le susurro.
—Lo siento, lo siento —murmura mientras inclina su cabeza
hacia la piel de mi escote que se asoma a través de la abertura de
mi camisa, sin sonar en lo más mínimo arrepentido. La forma en que
me levanta y maniobra con facilidad es algo impactante, pero basado
en el tamaño de Sebastian en comparación conmigo, supongo que no
debería sorprenderme tanto.
—Joder, te deseo. —Muele su polla contra mí, llevando su
punto a casa.
—Ven. Mañana —Jadeo mientras se traga mis palabras.
Sólo él me volvería lo suficientemente loca como para tirar el
abandono al viento y estar de acuerdo con besarnos en un armario
de escobas durante el horario escolar.
—¿Si?
Asiento mientras sus labios descienden de nuevo a los míos. La
conversación es cómica porque parece que no podemos apartar la
boca del otro para apenas hablar. Todo dentro de mí está en llamas.
Él persuade mis gemidos con su lengua, cortando la pequeña
cantidad de resolución que me queda.
Arruga la falda en mis caderas, deslizando su mano por mis
muslos que están cubiertos de medias con ligas. Gimiendo, deja caer
la cabeza contra la pared a mi lado. —Estás tratando de matarme,
joder.
Reprimo una risita, en lugar de eso entrelazo mis dedos en su
cabello y arrastro sus labios hacia los míos.
—Espera, te van a mandar a detención por llegar tarde ¿Qué
vas a hacer?
—Eh, la Hermana A siente algo por mí, lo dejará pasar. —
Sonríe.
—¿Oh? —Una ola de celos irracionales me atraviesa. No
debería estar celosa en absoluto, eso es una tontería,
completamente ridículo. Sin embargo…
—Sólo estoy jugando, nena, pero te ves sexy cuando estás
celosa.
Me burlo, apartando mi mirada de la suya. —No estaba celosa.
Riendo, hace caso omiso de mi comentario y desliza sus dedos
dentro del encaje de mis bragas, su piel rozando mi coño desnudo.
—Sebastian, no podemos, aquí no, es demasiado peligroso. —
Jadeo mientras su dedo frota un círculo en mi clítoris.
—Bien. Mañana, Presley. —Sus palabras están entrelazadas
con promesas, y ahora mi corazón se acelera por una razón
diferente.
Anticipación.

Me desperté y decidí que hoy sería el día en que pintaría la


casa. Lo había pospuesto lo suficiente y ahora que se han hecho las
reparaciones necesarias, no puedo encontrar más excusas para
retrasar lo inevitable. Las paredes lo necesitan desesperadamente, y
haré cualquier cosa que haga de mi casa un hogar. De pie en mi sala
de estar con un par de pantalones cortos de jean rotos y viejos y una
camiseta de una década, estoy lista para asumir el trabajo. Mis ojos
escanean las paredes descascaradas y mohosas y me doy cuenta
de que puede requerir un poco más de trabajo de lo que pensé
originalmente. Pero sé que, como la mayoría de las partes de mi
viaje, esta es importante. Otro trampolín hacia la persona que espero
ser, viviendo la vida que anhelo.
Estoy colocando la lona para proteger el piso y arreglando los
pinceles cuando alguien golpea la puerta trasera. La emoción corre
por mis venas, sabiendo que la persona del otro lado es Sebastian.
Dejando los pinceles sobre la mesa improvisada, abro la puerta
y soy recibida por un Sebastian de aspecto pecador. Se ve tan
guapo, mi boca se hace agua y mi interior se convierte en papilla. Es
el hombre más atractivo que he conocido. Hoy está vestido con una
vieja camiseta de St. Augustine con unos sencillos pantalones cortos
negros de gimnasia. Parece que no se ha afeitado en unos días, y la
piel de su mandíbula me hace la boca agua. Es tan guapo sin
esfuerzo. Pómulos marcados y altos, y una mandíbula que fue hecha
para revistas.
Al entrar, me atrae hacia él. Los labios carnosos y sensuales se
inclinan hacia arriba en una sonrisa que desata una ola de lujuria tan
fuerte que mis rodillas se debilitan. Tal vez sea el hecho de que
tenemos suficiente tensión sexual para cortar con un cuchillo, o las
constantes burlas, pero nunca encontramos alivio. Colgado frente a
mi cara pero nunca lo suficientemente cerca como para deformar mi
puño.
—Hola hermosa —dice. Sus ojos viajan por mi cuerpo con
avidez, deteniéndose en mis muslos y volviendo a mi cara—. Sabes,
Pres, estoy empezando a pensar que estás tratando de torturarme.
Estoy tratando de ser bueno, pero joder, lo estás poniendo difícil.
Empujé un pincel en sus manos con una sonrisa traviesa —Lo
siento.
—Mhm, no creo que estés arrepentida en lo más mínimo.
Jesús, Presley, esos pantalones cortos, harían pecar a un hombre.
—Gime, pero se acerca a la mesa de suministros que he preparado
—. Ponme a trabajar antes de que cambie de opinión.
—Honestamente, ni siquiera estoy segura por dónde empezar.
Pensé que podría tomar una pared y tú podrías tomar la otra.
Él asiente con la cabeza, recogiendo la brocha. —Este color
gris se verá genial. Abrirá el espacio.
—Sí, me recuerda a la playa de Nantucket —Le digo antes de
darme cuenta de que le he dado un pequeño destello de mi pasado.
—¿Te gusta allí? ¿De ahí eres? —Pregunta. Sus fuertes brazos
con venas marcadas se tensan contra la manga de su camiseta
mientras hace rodar el primer trazo largo de pintura por la pared.
—Solíamos visitar ese lugar, mis padres y yo. En los veranos.
Es uno de mis lugares favoritos en el mundo. —Un dolor agudo y
profundo punza en mi corazón al pensar en mis padres y en los
momentos más felices de mi vida.
Debe verlo escrito en mi cara porque se acerca y deja un dulce
y gentil beso en mis labios.
—Sé que eres una mierda con los palillos, cariño, pero espero
que seas mejor con una brocha. Lleva tu lindo trasero y enséñame
cómo se hace. —Él sonríe y me golpea en el trasero haciéndome
gritar.
Trabajamos en lados opuestos de la pared, pintando nuestros
respectivos lados, hasta que casi nos abrimos camino hacia el medio
y va mucho más rápido de lo que esperaba.
—¿Tienes agua? —Pregunta, dejando su brocha.
—Sí, en la nevera.
Sus ojos todavía están en mí mientras camina hacia la nevera,
tanto que no se da cuenta de la bandeja de pintura a la que está a
punto de caminar directamente.
—Sebas… —Grito, tratando de detenerlo, pero es demasiado
tarde. La punta de su zapato golpea la bandeja, enviando pintura
volando en todas direcciones, cubriéndonos de la cabeza a los pies y
salpicando todas las superficies de la habitación. Hope chilla y se
lanza fuera del camino justo a tiempo.
—Santa mierda —dice mientras cae por su cabello.
Ay Dios mío.
Hay pintura por todas partes, en toda la sala de estar y, sin
duda, cae al suelo por mi pelo y mi cuerpo. Ni siquiera puedo
enojarme al ver la expresión de completa conmoción en el rostro de
Sebastian mientras la pintura gotea y se acumula a su alrededor.
En cambio, sólo me río. Y río, y río hasta que tengo que poner
las manos en las rodillas para mantenerme erguida. Las lágrimas
corren por mi rostro, mezclándose con la pintura cuando Sebastian
se une, ambos nos reímos casi locamente por la ridiculez de la
situación.
Camina hasta que está frente a mí, usando su pulgar para
limpiar una gota de pintura, pero la pintura en su dedo no hace más
que untarme la cara, y me envía a otra risa que no puedo detener.
Sus manos resbaladizas por la pintura me tiran hacia él hasta que mi
propio cuerpo cubierto de pintura choca con su cuerpo duro y
musculoso.
De repente, la risa de la habitación se disuelve sólo para ser
reemplazada por la misma tensión que ha estado sobre nosotros
cada vez que estamos juntos en una habitación. Sólo nuestra
respiración dificultosa puede ser escuchada mientras nos agarramos
el uno al otro. En sus ojos, veo el momento en que su control se
rompe. Su boca reclama la mía. Duramente. Posesivamente, con
cada gramo de tensión que siento.
Gimo contra su beso cuando su lengua se desliza entre mis
labios, poseyéndome. Fui hecha para este hombre. No hay nadie que
me haya hecho sentir de la forma en que me siento.
—Pres —gruñe Sebastian entrecortadamente antes de
levantarme. Mis piernas se envuelven automáticamente alrededor de
su cintura, mis brazos se enroscan alrededor de su cuello como un
salvavidas. Nuestros cuerpos manchados de pintura se frotan, pero
sus manos agarran mi trasero con tanta fuerza que estoy segura de
que mañana habrá marcas.
—Ducha.
No habla, simplemente toma mi boca en otro beso frenético
mientras nos lleva al baño. Rompiendo el beso por sólo un segundo,
miro detrás de él el rastro de pintura que estamos dejando por la
casa, pero ni siquiera puedo encontrar el deseo de preocuparme en
este momento. Una vez dentro, aparta la cortina y abre el grifo, sin
dejar que me salga de lugar. Su agarre es fuerte, reconfortante, todo
lo que necesito en este momento.
A pesar de que hemos estado esperando este momento, sigue
siendo monumental para mí. Sigue siendo la primera vez que estoy
con un hombre en más de un año, o con cualquier otro hombre que
no sea el que intentó matarme.
Rompe nuestro beso y sus ojos buscan los míos —Dime que sí,
Pres. Necesito escucharlo. —Frota su pulgar a lo largo de mi labio
inferior esperando mi respuesta.
—Por favor.
Siento que moriré si no me toca.
A regañadientes, me pone de pie frente a él y me quita la
camiseta empapada de pintura de mi cuerpo, dejándome en nada
más que un sostén de encaje rojo que usé con la esperanza de que
me viera.
—Tenía razón, el rojo es definitivamente tu color. —Él sonríe.
Un sentimiento descarado y confiado se apodera de mí, alcanzo
detrás de mi espalda y desabrocho el sostén, arrastrándolo por mis
brazos y dejándolo caer al piso.
La boca de Sebastian se afloja mientras sus ojos se ponen
vidriosos. Me toma, su mirada se desliza por mi pecho de la manera
más lenta, como si estuviera bebiendo cada centímetro de mí. Su
expresión me hace sentir segura, poderosa.
—Si antes pensaba que eras perfecta, era un maldito tonto,
Pres. —Su voz es áspera, superada por algo más poderoso que la
tensión en la habitación. No se detiene, cerrando la distancia entre
nosotros en un sólo paso, tirando de mí contra su cuerpo hasta que
mi torso ahora desnudo está cubierto con la pintura pegajosa de su
camisa.
Sus dedos se arrastran por mi clavícula, untando la pintura
sobre mi piel, siguiendo un camino hacia mi pecho dónde me toca,
luego hace rodar mi pezón entre sus dedos. El movimiento envía
escalofríos por mi columna vertebral.
Se me pone la piel de gallina a lo largo de los brazos, mis
pezones se ponen como piedras con su toque. La pintura hace que
mi piel esté resbaladiza y, de alguna manera, el momento es aún
más erótico.
Quiero a Sebastian Pierce como nunca he querido nada.
—Más —Jadeo.
Sin perder ni un segundo más, se lleva la mano detrás de la
cabeza y se quita la camisa y la tira a un lado, luego me tira contra
él. Estamos frenéticos, ninguno de los dos quiere separarse, pero
nuestra ropa sigue obstaculizando. Muevo mis dedos temblorosos en
un sendero hasta sus abdominales.
Los cuento a medida que avanzo.
Uno… dos… tres…
No llego muy lejos cuando su mano se desliza por la cintura de
mis pantalones cortos, rozando el cordón de mis bragas. Sé que
estoy empapada al tacto, y no sólo de pintura. Ha estado esperando
esto durante días. El resto de nuestra ropa desaparece con el
movimiento de su muñeca, el encaje destrozado, los calzoncillos
desaparecidos en un abrir y cerrar de ojos hasta que los dos
estamos completamente desnudos, cubiertos de pintura, uno frente
al otro.
No soy tímida en lo más mínimo mientras sus ojos se arrastran
por mi cuerpo y se calientan cuando se detiene en la punta de mis
muslos.
—Eres perfecta, cada jodido centímetro —gruñe.
Mientras él aprecia mi cuerpo, es mi turno de apreciarlo. Todo
en Sebastian es duro. Sus músculos rígidos y tensos en el estómago
son la definición de una tabla de lavar. Conducen a la aguda “V” en
su cintura que me da ganas de lamer todo el camino hasta que mis
labios se envuelvan alrededor de él. Nunca había visto su polla, sólo
lo sentí mientras sonreía contra mí, burlándose de mí. Mis ojos se
desvían más abajo. Es largo, grueso e increíblemente duro.
Se arrodilla frente a mí, besando un camino desde mi estómago
hasta mi coño, gimiendo cuando encuentra la piel completamente
suave. Sus manos serpentean alrededor de mi trasero, atrayéndome
hacia él mientras su lengua sale para lamer un camino hasta el
muslo, mordisqueando a medida que avanza. La acción más
pequeña, y estoy lista para derretirme en un charco debajo de él. De
pie, agarra mi trasero y me levanta y mis piernas se envuelven
automáticamente alrededor de su cintura mientras él nos mete en la
ducha, bajo el chorro de agua caliente.
El agua debajo de nosotros se vuelve gris a medida que la
pintura se mezcla y se lava de nuestros cuerpos. Me debería
importar más que mi casa probablemente esté arruinada y que me
llevará semanas lavar la pintura de todas las superficies, pero no me
importa, en lo más mínimo. Todo lo que me importa es sentir el
cuerpo de Sebastian contra el mío. El vapor se eleva por la
temperatura del agua, y la puerta de vidrio se empaña por completo,
envolviéndonos en la ducha, respirando con dificultad, más allá del
frenesí por el otro.
Nunca nada se había sentido así. Tan poderoso.
—Te necesito —Respiro.
Una breve pausa y sus ojos buscan los míos. —No hemos
hablado de… ¿Te estás cuidando? —Balbucea sus palabras. La
primera vez que lo vi siquiera remotamente nervioso. El sexo seguro
no es algo por lo que estar nervioso, y me alegra que se lo tome en
serio.
—Estoy limpia, tengo un DIU.
—Gracias joder. Yo también estoy limpio.
Sus labios chocan con los míos mientras me presiona contra el
cristal, y deja caer su rostro en mi cuello, chupando un punto sensible
que tiene mi espalda inclinada contra el cristal. Él deja un rastro de
besos por mi cuello para llevar mi pezón a su boca.
Tomándose su tiempo, presta atención a cada pezón. Me
estremezco cuando sus dientes rozan la punta; se siente increíble.
Es de otro mundo ser tocada por Sebastian.
—Te necesito en la cama para poder adorar cada maldito
centímetro de ti, Pres. Quiero tomarme mi tiempo, saborearte —
murmura, retrocediendo para mirarme a los ojos. Se ve tan
devastadoramente guapo mirándome.
El agua del cabezal de la ducha gotea por su rostro,
adhiriéndose a las pestañas oscuras de sus ojos. Sus mejillas están
enrojecidas, al igual que las mías.
Asiento con la cabeza. Estoy abrumada por la lujuria y la
emoción y no puedo encontrar las palabras para hablar. La ducha
todavía está encendida cuando abre la puerta y nos lleva de regreso
a la habitación. El agua forma charcos a nuestro alrededor mientras
camina, dejando un rastro de pintura y agua en el piso.
Cuando sus rodillas golpean la cama, me tiende con cuidado
frente a él y se pone encima de mí. Siento lo duro que está contra mi
estómago. No puedo evitar meter mi mano entre nosotros y envolver
mi palma alrededor de él. Su gemido es todo lo que necesitaba
escuchar. Lo bombeo en mi puño, suavemente, luego lo agarro más
fuerte cuando sus caderas empujan hacia adelante en mi palma.
—Por mucho que me encanta sentir tu mano alrededor de mi
polla, prefiero correrme cuando esté dentro de ti, así que necesito
que te detengas. —Gime en mi cuello y lo muerde juguetonamente.
Escucho el tono de dolor de su voz, así que retrocedo un poco,
dejándolo caer de mi mano.
—Quiero tocarte —Digo nerviosamente. Nunca he sido la que
ha ido alto y claro sobre lo que quiere, pero siento que con
Sebastian, puedo serlo. Me da poder al mostrar el placer que le da
mi toque. Todavía puedo sentir su dureza clavándose en mi
estómago, y quiero envolver mis labios alrededor de él y brindarle
tanto placer como él me dio la otra noche en mi escritorio.
—Está bien, entonces tócame nena. —Su sonrisa llega a sus
ojos y me hace querer abandonar mis inhibiciones y besarlo hasta
que no pueda respirar.
Se acuesta sobre su espalda y es mi turno de subirme encima.
La cabeza de su polla roza mi coño cuando me subo a su estómago.
—Joder, Pres, estás tan mojada que lo siento en mi estómago.
Me muevo más y más hasta que estoy al nivel de su miembro, y
sólo entonces envuelvo mi puño alrededor de él. Su polla es de
terciopelo sedoso y mi pequeño agarre apenas lo rodea. Una gota de
líquido preseminal se escapa de la punta, saco la lengua y limpio la
gota salada. Sabe como me lo imaginaba. Quiero más.
Mis labios se envuelven alrededor de su cabeza y lo succiono
en mi boca, cubriéndolo con mi saliva. Su gemido es gutural. Sus
manos se deslizan por mi cabello, agarrando los mechones de seda.
Sus dedos se entrelazan sobre mi cabeza mientras lo bajo por mi
garganta, tragando alrededor de la cabeza de su polla.
—Santa mierda —respira, empujando instintivamente en mi
boca. Dejo que empuje mi cabeza hacia abajo sobre su polla,
tragándolo profundamente incluso cuando las lágrimas brotan de mis
ojos, y estoy con náuseas a su alrededor. Sé cuánto lo ama, la forma
en que agarra mi cabello y los gemidos que salen de sus labios. Su
cuerpo se tensa, sus abdominales se tensan mientras se prepara
para correrse.
—Estoy a punto de correrme, espera. —Saca su polla,
sentándose. La expresión de su rostro es tan cruda, y tan llena de…
adoración, que me detiene en seco. Su pulgar enjuga las lágrimas
perdidas en mis mejillas.
>>Quiero estar dentro de ti. Necesito estar dentro de ti.
Manos fuertes encuentran mi cintura, y me vuelve a acostar en
la cama frente a mí y sus caderas se encajan entre mis muslos.
Toma su polla en su mano y la arrastra entre mis pliegues,
empujando contra mi clítoris. El movimiento me hace arquear contra
su toque.
Necesito esto más de lo que él sabe.
Presiona suavemente dentro de mí, lentamente al principio,
luego entrelaza nuestras manos por encima de mi cabeza para que
no pueda moverme. Puedo decir cuánto anhela el control de mi
cuerpo y, por una vez, es el tipo de control al que quiero ceder.
Pulgada a pulgada, se desliza dentro de mí. Si bien su agarre es
fuerte, sus manos callosas a mi alrededor, todavía es
extrañamente… gentil. Incluso con la sensación de urgencia en su
toque, se asegura de moverse lenta y deliberadamente. Ha pasado
tanto tiempo desde que he estado con alguien, es como si estuviera
teniendo sexo por primera vez otra vez, y de alguna manera lo sabe.
Me hace confiar en él incluso más que antes, sabiendo que lee las
señales que mi cuerpo le da.
—Dios, Pres —gruñe entrecortadamente mientras deja caer su
frente sobre la mía cuando está completamente dentro de mí.
Ambos estamos jadeando. La anticipación sube por mi columna.
Una vez que está dentro de mí, se detiene y acerca sus labios
a los míos. Todavía tengo las manos apretadas en las suyas, y
quiero pasar mis dedos por su espalda, por su cabello, contra la
barba incipiente de sus mejillas. Tiro de su agarre y él cede, llevando
sus manos a mi pecho, apretando mientras se retira y golpea dentro
de mí. El momento lento y tentador ha pasado ahora reemplazado
por la desesperación por la que ambos hemos estado luchando
durante demasiado tiempo.
Estar con Sebastian es todo lo que secretamente imaginé que
sería, y me dije que nunca lo sabría. Dulce, pero desenfrenado.
Sensual e íntimo.
—Presley —gime, acelerando el ritmo de sus embestidas.
Fallándome tan fuerte, que lentamente me levanto en la cama. Sus
manos encuentran mis muslos y los tira hacia arriba por su pecho,
doblándome para poder empujar más profundo. La yema áspera de
su dedo se frota contra mi clítoris con cada embestida, y siento que
comienza el orgasmo. Me estoy desmoronando por el toque de
Sebastian y simplemente… me rindo.
Le doy todo.
Echando mi cabeza hacia atrás, grito —Oh Dios —Mientras me
rompo bajo su toque. Me folla con salvaje abandono, a través de mi
orgasmo, hasta que se tensa y agarra la parte exterior de mis
muslos y se derrama dentro de mí, con la cabeza metida en el hueco
de mi cuello. Al darse cuenta de que todo el peso de su cuerpo está
sobre mí, se gira ligeramente hacia un lado, tomándome en sus
brazos. Dedos ásperos suben y bajan por mi columna en una tierna
caricia. Sus labios presionan la parte superior de mi cabeza mientras
descanso sobre su pecho.
Nos acostamos juntos, sudorosos y pegajosos, pero ninguno de
los dos se mueve. Es el momento más íntimo de mi vida, la verdad
tácita entre nosotros de que ninguno de los dos quiere que el
momento termine. Se siente como el final de la construcción más
irreal, y ahora que ha sucedido… no sé si alguna vez podré alejarme
de Sebastian Pierce.
19
SEBASTIAN

—De acuerdo, el hotel está reservado. —Rhys entra en la


habitación y deja su computadora portátil sobre la mesa—. Bash,
¿Conseguiste la camioneta?
Asiento con la cabeza. —Sí. La recogeré esta noche. ¿Dónde
está Ez?
—Dijo que tenía algunas cosas de las que ocuparse, pero que
volvería más tarde. Ha estado escondiendo mierda, actuando
cautelosamente. —Alec interviene desde la cocina, donde está sobre
un tazón de cereal más grande que su cabeza. El tipo come más que
nadie que conozca, pero tiene menos grasa corporal que yo. Me
enoja.
—No lo sé. Estoy jodidamente asustado de lo que va a
significar el juego final de este viaje. Su padre está escondiendo una
mierda importante. —Rhys dice poniendo su mandíbula en una línea
dura. La disputa entre los dos, Rhys y él empeoró aún más cuando
dejó que Ezra se sentara en prisión. Es lo que empezó todo esto, y
ahora está en una lista de mierda en la que deseará no encontrarse
nunca.
Nos aseguraríamos de ello.
—Merece saberlo. Necesita esta mierda, tú lo sabes, Rhys —
Le digo.
—Lo sé, es sólo que… regresó, no sé, jodido. Incluso más que
antes, y es una tortura verlo pasar por esta mierda.
—Sí… Juro que lo escuché llorar mientras dormía la otra
noche, teniendo una especie de puto terror nocturno y cuando entré
allí para asegurarme de que no lo asesinaran, casi me golpea —Dice
Alec con la boca llena de cereal.
—¿Qué carajo? —Los ojos de Rhys se agrandan—. Él nunca
ha estado así. Tan jodidamente… mal.
—Sí, la peor parte fue que era como si estuviera en trance o
alguna mierda. Sonámbulo, pero joder, pensé que estaba
completamente despierto. No recordaba una mierda cuando volvió en
sí.
Nunca compartí la mierda que me contó Ezra la noche en la
Abadía. Simplemente porque es mi mejor amigo y no era mi historia
para contar. Especialmente mierda profunda que le resultó difícil
decir en primer lugar. No lo iba a traicionar, nunca. Pero escuchar
esta mierda de Alec me preocupa aún más por su estabilidad mental.
—Hacemos este viaje sobre algo más que la verdad. Este viaje
traerá de vuelta a Ez, cueste lo que cueste. —Mis ojos se mueven
entre Alec y Rhys, quienes asienten—. Tenemos que hacerlo. Somos
la única familia que tiene. Tú sangras, yo sangro.
—Alec, ¿Llamaste al abuelo y a la abuela? Vamos a hacer una
parada allí ya que estamos de paso.
—Joder, sí, la abuela dijo que está haciendo tu plato favorito.
Lodo de Mississippi.
Se me hace la boca agua con la mención de mi postre favorito
en la historia del mundo, lo que me hace pensar en Presley y en
cómo quiero comer esa mierda de su coño. Dos de mis cosas
favoritas para comer.
—No sé por qué estoy más emocionado. Toda la comida que
voy a destruir o los comestibles que mi abuelo esconde en el sótano
de la abuela. —Alec gime alrededor de su cuchara. Literalmente se
está echando comida en la cara y sigue pensando en la comida que
va a comer la próxima semana.
—Hagan sus maletas muchachos, nos vamos de viaje por
carretera. —Alec sonríe, palmeando a Rhys en la espalda. Rhys le
lanza una mirada asesina antes de darle una bofetada en la polla.
Alec gime, agarrándose la polla. —Los odio, cabrones.
—No, nos amas. ¿Me pediste que hiciera un trío el otro día,
recuerdas?
Los ojos de Rhys se agrandan mientras Alec sonríe, el hoyuelo
en su mejilla apareciendo.
—Oye, el amor es el amor hermano.
Jesucristo.

Mi teléfono sonando me despierta de una sacudida. El sonido


estridente resuena en las paredes de mi habitación y parece que se
hace más fuerte a cada segundo. Abro un ojo aturdido, mirando el
despertador en mi mesita de noche, viendo que son las tres de la
mañana.
¿Quién diablos me llama en medio de la noche?
Cojo mi teléfono de la mesita de noche, entrecerrando los ojos
para ver a través del sueño, y me siento rápidamente cuando veo
que es Presley. Deslizo mi dedo por la pantalla, mi voz todavía
pesada por el sueño.
—Hey nena, ¿Todo bien?
Lo primero que escucho son sus sollozos, y mi sangre se vuelve
fría.
Salgo de la cama incluso antes de que ella diga una palabra,
me pongo una sudadera y agarro mis llaves del tocador.
—Sebas-tttt--ian —Solloza tan fuerte que apenas puedo
distinguir una palabra.
—Presley, joder, respira, no puedo escucharte —Le digo, ya
saliendo de mi habitación, dirigiéndome a por mis zapatos junto a la
puerto principal.
—Estoy aa-asustadaa…
—Toma tu arma. Estoy en camino. Estaré allí en cinco minutos.
No cuelgues el teléfono.
Ni siquiera tengo una jodida camiseta debajo de la sudadera
con capucha que de alguna manera me las arreglé para ponerme
mientras salía por la puerta. Nunca pensé que sería el tipo de
hombre que daría cualquier cosa, y me refiero a cualquier jodida
cosa, por una mujer, pero maldita sea, si algo le pasa, será mi
trasero en la cárcel en lugar de Ezra.
—No puedo ress-pirar.
Escucho su respiración dificultosa y mis piernas bombean más
rápido. Para cuando llegue al Range y conduzca hasta allí, ya habría
llegado a pie, así que simplemente corro.
—Respira nena, ya voy. Aprieta ese jodido gatillo si es
necesario. No lo dudes, ¿entiendes?
Solloza más fuerte, partiéndome el corazón en dos entre la
rabia y un sentimiento de miedo desconocido. Vuelo por el bosque,
usando mi teléfono en el altavoz con la linterna, tratando de no
tropezar y romperme el tobillo en el proceso. Cuanto más me acerco
a su casa, más fuerte llora y estoy convencido de que escucharé sus
gritos resonando en el bosque.
Finalmente, llego a su cabaña, y noto los vidrios rotos
esparcidos por el porche y la puerta entreabierta.
Joder, alguien intentó entrar. No es de extrañar que esté loca
de miedo.
Abro la puerta de golpe y veo a Presley al otro lado de la
habitación con la pistola en su mano temblorosa, apuntándome
directamente.
—Soy yo, soy Sebastian, Pres —Digo mientras me acerco,
asustado de que accidentalmente apriete el gatillo en la profundidad
de su miedo.
Baja el arma y se derrumba contra la estufa que está a su
espalda, y no puedo llegar a ella lo suficientemente rápido. La tomo
en mis brazos y lentamente le quito el arma de los dedos. Me
aseguro de que el seguro esté puesto antes de meterlo en la cintura
de mis pantalones debajo de la parte de atrás de mi camisa.
—Pres, ¿qué pasó? —Susurro, abrazándola tan fuerte contra
mi cuerpo que me preocupa que ni siquiera pueda respirar. El miedo
que sentí envuelto alrededor de mi cuello como una soga, se hizo
más fuerte cuando la vi acurrucada en el suelo agarrando una pistola
que ni siquiera podía usar.
—Algui-en —Tartamudea, tapándose la boca con sus manos
temblorosas— Rompió el vi-drio y… pateó la puerta.
Maldita sea.
—Pensé que era él, Sebastian, oh Dios —llora, sollozando en
mi sudadera, agarrándome con tanta fuerza que mañana tendré
marcas.
—¿Quién Presley? ¿Quién es él?
—No-no-puedo… me mata-rá. —Siento su cuerpo tensarse en
mis brazos y me doy cuenta de que está a punto de tener un ataque
de pánico. Sea lo que sea de lo que huye, quienquiera que la haya
amenazado, ha convertido su vida en un infierno y eso termina esta
noche. Ella estaba debajo de mi piel, en mi jodida cabeza.
—Esta mierda se acabó, Presley, ¿me escuchas? No tienes
que decir tu verdad, es tuya para decidir qué hacer, pero ya no te
quedarás aquí sola.
Espero una pelea, y que así sea, estoy listo para ella, pero
mantenerla a salvo era mi prioridad número uno. Supongo que eso
significa que iba a empezar a pasar las noches aquí en esta cabaña
de mierda con ella, ya que no podía trasladarla a mi dormitorio. Eso
sería más allá de un descuido en un territorio estúpido como la
mierda.
—Pens-é que me i-b-a a matar, Sebastian. —Sus lágrimas se
han ralentizado, pero ahora está aspirando aire, tratando de
recuperar el aliento. Está temblando con tanta fuerza que le tiembla
todo el cuerpo. Froto mi mano arriba y abajo a lo largo de su
espalda, tratando de ofrecerle consuelo. Puedo sentir su miedo con
cada respiración que inhala y la forma en que sus dedos se clavan en
mis brazos mientras se aferra a mí.
—Nunca dejaré que nadie te lastime, Pres, nadie. Lo prometo.
—Murmuro contra su cabello mientras un suspiro entrecortado
abandona su cuerpo.
La sostengo hasta que sus lágrimas dejan de caer y su
respiración vuelve a la normalidad. Si no la viera mirando aturdida los
cristales rotos en el suelo.
Se suelta de mi agarre, se arrastra hacia los fragmentos y
comienza a recogerlos en su mano antes de que pueda detenerla.
—Nena, detente, puedo barrerlo.
Ella me ignora, todavía recogiendo los pedazos de vidrio.
Intento alejarla del cristal, pero se aparta de mi agarre.
—Tengo que limpiarlo, hay que limpiarlo ahora, Sebastian.
Ella no suena como ella misma. Monótona. Vacía. Como si
estuviera repitiendo una frase que ha murmurado ya cien veces, y
está completamente insensible.
—Presley, detente, te vas a cortar un dedo.
Joder, se va a cortar el dedo de par en par. La ventana está
astillada y rota en un millón de pedazos a nuestro alrededor. Me
agacho y la levanto del piso, suavemente quito el vaso de su mano y
la llevo al fregadero, abro el agua caliente y pongo la mano cortada y
brillante con sangre debajo del grifo. El agua corre roja mientras lavo
la sangre.
—Nena, ¿quieres darte una ducha? Voy a llamar a Alec muy
rápido. —Sus ojos están apagados y su cabello está anudado
alrededor de su rostro. Una ducha la haría sentir mejor y la sacaría
del estado en el que se encuentra. Ella asiente y se rodea con los
brazos en un movimiento protector.
Sea quien sea, el que la está asustando y haciéndola sentir
miedo por su vida… lo voy a matar con mis propias malditas manos.
Una vez que la ayudo a meterse en la ducha, regreso a la sala
de estar y llamo a Alec mientras comienzo a buscar su escoba y un
recogedor para limpiar el desorden. Él responde, finalmente, antes
de que vaya al buzón de voz.
—Amigo, qué carajo son las cuatro de la mañana. —Murmura.
—Alguien irrumpió en la casa de Presley, rompió la jodida
ventana y la asustó como la mierda.
Lo escucho maldecir y el sonido de la conmoción, de la tela se
frota contra el teléfono.
—Voy en camino.
—No, está bien, lo tengo bajo control. Ella está en la ducha,
pero no puede quedarse aquí, Alec. No cuando nos vamos a las
vacaciones de Navidad por más de una semana. No después de
esto.
—Entonces vendrá con nosotros. Se lo diré a Rhys cuando se
levante. Podemos pasar y recogerla. ¿Dejaste las llaves de la
Tahoe?
—Sí, sobre la isla.
Como íbamos a hacer un viaje hacia casi la mitad del país,
alquilé una Tahoe que tenía más espacio para nuestra mierda y para
todos nosotros, ya que todos medimos más de un metro ochenta
fácilmente.
—Genial. ¿Puedes hacerme un favor más? —Pregunto,
finalmente encontrando la maldita escoba empujada detrás del
refrigerador. Es tan antigua como esta maldita cabaña, pero debería
funcionar por ahora.
—Dispara.
—Necesito traer a alguien aquí para que le ponga una nueva
ventana y una puerta. Una que no pueda ser pateada.
El silencio se encuentra conmigo a través de la línea antes de
que él hable —Llamaré a Rory, él puede hacerlo.
—Nos vemos por la mañana. Mi bolso está junto a la puerta.
—Diez cuatro.
Una vez que colgamos, guardo mi teléfono en el bolsillo de la
sudadera y termino de limpiar el cristal. Lleva el doble de tiempo
porque es muy viejo y andrajoso, pero finalmente consigo limpiar la
mayor parte.
El agua todavía corre cuando entro por la puerta y encuentro a
Presley en el suelo de la ducha, con las rodillas pegadas al pecho.
Se ve tan jodidamente rota, tan pequeña y frágil que el hielo
alrededor de mi corazón se rompe.
—Pres —Le susurro.
Sus ojos se clavan en los míos y veo las lágrimas, incluso
cuando el agua le salpica la cara. El rímel corre por sus mejillas en
un desastre negro, sus ojos están enrojecidos e hinchados, y aun
así, parece aterrorizada.
—No puedo dejar de pensar en eso.
—Nadie volverá a hacerte daño, Presley. Lo juro por mi vida.
Rápidamente me quito la sudadera con capucha, los zapatos y
los pantalones deportivos, sólo porque no tengo nada más que
ponerme si entro bajo el agua y termino empapado de nuevo. Luego,
me meto en la ducha y la vuelvo a colocar en mi regazo. No sé las
palabras adecuadas para quitarle el miedo y eso me hace sentir
impotente. Últimamente, todo lo que siento es jodidamente
impotencia. Con Ez. Mi mamá. Ella.
—La primera vez que el padre de Ezra lo golpeó tanto que
necesitaba ir al hospital, estábamos en quinto grado. Nos
acabábamos de conocer. Yo, Alec, Ez, Rhys. A principios de ese
año, nos encontramos, cada uno de nosotros viniendo de una casa
más jodida que la otra. Sabíamos que el padre de Ezra lo había
golpeado, pero no sabíamos que era tan malo.
Nunca le he contado a nadie esta historia, así que las palabras
en mi lengua se sienten extrañas, pero es una historia que necesito
contar. Confío en Presley lo suficiente como para contarle una parte
de mi historia, un fragmento de mi verdad, incluso si también
pertenece a Ezra. Puedo confiar en ella, lo siento en mis huesos.
—Vino a la escuela al día siguiente en mangas largas, en el
calor del verano. Nos tomó un día entero sacárselo de encima, y lo
juro por Dios, Pres, nunca olvidaré esa mierda mientras viva. Está
grabado en mi maldita memoria como una marca, lo cambió todo.
Incluso cuando era un jodido niño, lo sabía. Su brazo estaba tan
hinchado, los moretones corrían desde su muñeca hasta su codo,
todo negro y azul. Durante todo ese tiempo, nunca hizo una mueca.
Nunca mostró una pizca de dolor a pesar de que era como mierda de
una película.
La mirada de Presley está fija en la mía, hasta que la intensidad
es demasiada y aparto mis ojos para posarlos en un trozo de
baldosa agrietada en el piso de la ducha. Me siento abierto y en
carne viva al exponer esta parte del pasado. Reabrir viejas heridas
que nunca sanaron adecuadamente para empezar.
—Fue sólo meses después cuando admitió que, si lloraba, si
mostraba algún miedo, su papá sólo lo golpearía más fuerte,
abusaría de él por más tiempo. Mantuvo esa mierda adentro durante
meses, Presley, cada vez que su papá lo golpeaba, él ponía una
cara valiente y nunca nos dejaba saber que lo estaba golpeando. De
todos modos, no hasta ese momento. Estaba tan aterrorizado de
decirle a alguien que no lo hizo.
Su cuerpo se tensa contra mí —Su hueso se partió por la
mitad. Lo encontraron medio séptico en el piso del baño de chicos, y
sólo entonces llegó al hospital. Supe en ese momento que, si no lo
protegíamos, nadie lo haría. Casi muere, Presley. Tenía diez años.
Diez años y había pasado por más mierda que la mayoría de los
adultos. Era tan valiente que quería ser como él. Mi punto de decirte
esto, Pres, es que a partir de ese momento, nos teníamos el uno al
otro. Éramos los cuatro contra el mundo. No importaba con lo que
nos enfrentábamos cuando volvíamos a casa, sabíamos que al final
del día lo superaríamos porque teníamos nuestra hermandad.
—Lo siento, Sebastian —susurra, apoyando la cabeza contra
mi pecho.
—No lo hagas. Sólo quiero que sepas cuán profunda es la
lealtad para mí, cuánto significa. No me tomo esa mierda a la ligera.
Mi palabra lo es todo y te doy la mía de que nunca dejaré que
alguien te lastime de nuevo. Nunca le he contado a nadie esa historia,
pero ahora eres parte de mi vida, Pres, y necesitaba que lo
escucharas. Eres tan importante para mí como los chicos.
El silencio llena la habitación además del flujo constante de
agua del cabezal de la ducha. Pasa tanto tiempo, su respiración se
ha estabilizado, creo que se ha quedado dormida. Hasta que apenas
la escucho susurrar.
—Nunca seré libre.

Ni siquiera abordo el tema de que vendrá con nosotros hasta la


mañana siguiente. Pasó por bastante anoche, y no quería pelear con
ella después de eso. Lo que sabía, estaba llegando. Presley es
ferozmente independiente y sé que tiene mucho que ver con su
pasado, pero no me echaré atrás con esta mierda.
Y joder, tenía razón.
—Estás loco. Demente. Descuidado —se enfurece, paseando
de un lado a otro de la cabaña mientras me dice que estoy loco.
Quiero decir, no está del todo equivocada, porque estoy loco. Por
ella.
—Definitivamente, pero no soy estúpido, Presley. No te dejaré
aquí, y si quieres perder toda la mañana peleando por eso, está
bien. Pero te vas a meter en esa jodida Tahoe si tengo que
arrastrarte con el culo sobre mi hombro y llevarte allí.
Su cara se pone tan roja como su cabello, obviamente he
tocado un nervio, y si no pensara que eso la enojaría aún más, le
diría cómo está cuando está enojada. Absolutamente sería un mal
momento para que mi polla se pusiera dura, así que me agacho y me
ajusto.
¿Qué puedo decir? Obsesionado.
—No me… digas qué hacer —grita, entrando al baño y
cerrando la puerta. Intentando un enfoque diferente, le doy espacio.
No la presiono, ni le pido que salga, y diez minutos después lo hace,
luciendo mucho menos enojada que cuando entró.
—Lo siento, estoy abrumada. Esto es mucho para procesar.
Parece avergonzada y no es así como quiero que se sienta.
—Nena, escucha, esto no se trata de mí controlándote. Tú me
conoces, Pres, sabes que el único lado controlador de mí es cuando
te inclino sobre la cama y te follo mientras te azoto el culo. ¿Soy
celoso? Claro. ¿Un poco obsesivo y posesivo? Sí. Pero no soy un
controlador de mierda. Estoy tratando de mantenerte a salvo de la
única manera que sé.
Su expresión se suaviza, mis palabras de repente empujaron
más allá de la pared de cemento alrededor de su corazón, finalmente
golpeando el lugar previsto. Lo último que quiero hacer es recordarle
al imbécil del que está huyendo.
—De acuerdo.
Mis cejas se elevan en estado de shock. —¿De acuerdo?
La comisura de sus labios se levanta y asiente, llevándose el
labio inferior a la boca. —Sí, iré. ¿No va a ser extraño? Quiero decir
que ya me siento incómoda al saber que ellos sabrán lo que está
pasando entre nosotros.
—No, son mis hermanos. Saben que eres importante para mí,
eso es todo lo que importa, Pres. Ahora, asegúrate de empacar el
bikini más caliente que tengas porque te lo voy a quitar con los
dientes, y no quiero ningún descaro. —Sonrío.
—Eres incorregible.
—Mi objetivo es complacer, nena.
Una hora más tarde, Rhys, Ezra y Alec se detienen en el
camino hacia la casa de Presley. Alec está colgando del techo
corredizo con un par de aviadores, su pelo desgreñado cubriendo las
lentes espejadas. Cuando llevo su equipaje al maletero, él se da la
vuelta y silba.
—Maldita sea, Bash, te ves cada vez más azotado por
segundo. Tal vez quieras comprobar y ver si tu polla todavía está
pegada porque estoy un poco preocupado.
—Si no te callas, vas a ser el que no tenga polla porque te la
voy a meter en la garganta. —Gruño, arrojando el equipaje al
maletero. Afortunadamente, Presley todavía está adentro o habría
tenido que dejarle un ojo morado antes incluso de irnos.
—Oh —Aprieta su corazón— Me gusta rudo…
De repente desaparece cuando Rhys lo empuja de vuelta a la
camioneta, salvando su trasero de ser golpeado. Malditos.
Una vez que termino de cargar la camioneta, entro de regreso y
veo a Presley jugueteando nerviosamente con su camisa. Odio que
esté tan nerviosa por venir y estar cerca de los chicos, pero le
mostraré que todo irá bien.
Rory se acerca justo cuando cierro el maletero de golpe, y
Presley sonríe cuando lo ve.
—¡Rory, hola!
Dándome un saludo con la mano, dice —Hola —Y luego tira de
Presley en un abrazo—. Presley, escuché lo que pasó con la
ventana… lo siento mucho.
Ella le da una pequeña sonrisa mientras él la deja ir.
Ninguno de los dos es cercano a Rory, pero al mismo tiempo él
es el mejor amigo de Valentina y es un buen chico. Confío en que le
devolverá la casa perfectamente a Pres.
—Sí, la verdad, me alegro de irme por un tiempo. Yo sólo… no
puedo dejar de pensar en eso, ¿sabes? —Las cejas de Presley se
juntan.
Rory asiente —Lo sé. Pero no te preocupes, voy a arreglar
todo y estarás bien encerrada cuando regreses.
—Gracias Rory. Entonces, um, ¿quieres que te muestre dónde
están las cosas para Hope? —Hace un gesto hacia el interior por
encima del hombro, y la seguimos de espaldas a la casa.
>>Aquí es donde está su comida, su arena y su hierba gatera.
Es bastante tranquila, y duerme la mayor parte del día. Oh, pero le
gusta este juguete.
Se acerca de nuevo al sofá y recoge un palo largo con una
falsificación de un ratón al final.
—Entendido. —Ríe Rory. Hope vaga por curiosidad y roza
contra su pierna.
—Aww, eres tan linda. —Él la levanta y le da un masaje en la
cabeza. Hope maúlla en sus manos, ronroneando ruidosamente.
—Me siento mucho mejor, mira cuánto le gustas.
Presley suspira visiblemente, un peso parece desaparecer de
sus hombros. Si somos honestos, yo también me siento mejor. Sé
que el maldito gato es todo lo que tiene Presley y ella estaba
preocupada por dejarla, pero Rory parece tenerlo bajo control.
—Pres, ¿Estás lista para irte?
Una última mirada de nostalgia a Hope y ella suspira, asintiendo
con la cabeza.
—Adiós, Hope. Gracias Rory.
Él asiente, todavía acariciando a Hope. —Te prometo que todo
estará bien, vamos a ver un montón de Gossip Girl y una sobredosis
de cat nip. —Guiñando un ojo, va y se sienta con Hope mientras
salimos de la cabaña.
—Deja de preocuparte. Todo va a ir bien. —Me río, abriéndole
la puerta del coche.
—Eso es lo que siempre dicen.
Mujeres.
20
PRESLEY

Saliendo de St. Augustine, llegó la lluvia. Las nubes se filtraron


a través del parabrisas, oscuras y enojadas, antes de que el cielo se
abriera en una lluvia torrencial. Parecía una pequeña pizca de
esperanza que el universo me estaba dando después de anoche. Mi
interior todavía se siente sacudido y tenso por la inquietud, el sonido
del vidrio rompiéndose y la puerta siendo pateada están en un bucle
constante en mi cerebro, sin cesar ni siquiera cuando cierro los ojos
con fuerza.
Ahora, siento que la esperanza a la que me estaba aferrando
no era más que una falsa sensación de seguridad que me engañó
durante demasiado tiempo. Fue como agua fría rociada en mi cara,
trayendo de vuelta la dura picadura de la realidad. No le había dicho
a Sebastian nada de lo que estaba sintiendo, y él no presionó.
Supongo que sabía que si lo hacía, correría.
Siempre he sido buena corriendo.
Parece que no puedo salir de este espacio mental malsano en
el que me encuentro. Ha pasado tanto tiempo desde que dejé que las
emociones negativas y temerosas me controlaran, pero anoche me
dejó sin aliento en los pulmones. La ansiedad se clava en mi
garganta, y las paredes de la camioneta parecen hacerse cada vez
más pequeñas cada milla que pasamos fuera de St. Augustine.
Desarrollé dependencia en la red de seguridad que la ciudad
proporcionó sólo para que me la quitaran anoche, dejándome
expuesta y en carne viva. Mis mayores miedos vinieron disparados a
través de esa ventana. Mi vida son los fragmentos de vidrio afilado
que cayeron a mis pies.
Alec sube el volumen del estéreo, sacándome de mis
pensamientos. Tenía que intentar estar presente y no mostrarle a
Sebastian lo gravemente herida que estaba. No sé si alguna vez
sería capaz de reparar la carne irregular. Las cicatrices son
demasiado profundas. Todavía expuestas y abiertas para que el
mundo las vea. Dios sabe que soy una mierda escondiéndome detrás
del dolor. Cierro los ojos con fuerza, desesperada por un momento
de alivio, rezando para que el sueño me dé un respiro. Sin mencionar
lo ansiosa y expuesta que me siento al tener que estar en un vehículo
con estudiantes, incluso si son hermanos de Sebastian. Toda la
situación me incomoda.
Un rato después siento una mano en mi hombro que me
despierta de un tirón. Finalmente debí quedarme dormida de puro
agotamiento. Sólo que ahora me sentía aún más exhausta que antes
de cerrar los ojos.
—Soy sólo yo —El cálido aliento de Bash roza mi oreja,
pasando sus labios contra mi piel, haciéndome temblar. Todavía
estoy nerviosa, completamente al borde.
—Mierda, es un jodido carnaval. No he visto uno de ellos desde
que era un niño —Exclama Alec desde el asiento delantero. Señala
hacia adelante, donde de hecho hay una enorme carpa de carnaval,
una montaña rusa y otras atracciones de carnaval por lo que puedo
ver.
Una sonrisa ilumina instantáneamente mi rostro. Siempre quise
ir a un carnaval, pero nunca había estado en uno cuando niña. Miro a
Sebastian, quien pone los ojos en blanco hacia Alec.
—Siempre quise ir, pero mis padres nunca tuvieron el dinero
para llevarme —Le digo a Sebastian.
—¿En serio? ¿Quieres ir? —él pregunta.
—Oh no, no quiero retrasar el viaje ni nada.
—Rhys, acércate, vamos al carnaval.
—¿Qué? —Rhys pregunta, sus ojos se encuentran con los míos
en el reflejo del retrovisor. Tenía la sensación de que no le importaba
mucho. Puedo decirlo con su comportamiento hacia mí. No sé si
Sebastian se da cuenta y no diré nada, pero lo siento. Es intenso y
melancólico, sus cejas siempre están fruncidas, al igual que sus
labios.
—Iremos. Presley quiere ir y Alec está a punto de orinarse en
sus jodidos pantalones si no lo llevamos. —Él sonríe.
Tiene razón. Alec está bailando alrededor del asiento delantero
como un niño de cinco años en un… bueno, en un carnaval. Superado
con anticipación. Alec me gusta. Es amable y puedo ver en sus ojos
lo genuino que es. Además, es gracioso y siempre nos hace reír a
todos y eso significa que no es del todo psicópata. Rhys por otro
lado… el jurado aún está deliberando. Ezra se ríe profundamente al
lado de Sebastian que está montando “en modo perra” como Alec le
ha dicho… más de una vez.
—Sebastian no, está bien… —Me interrumpe, sacudiendo la
cabeza.
—Nena.
Una palabra. Una sílaba. La capacidad de convertirme en un
montón de huesos a sus pies.
Rhys y Sebastian se miran por el retrovisor y no dicen nada
durante unos segundos, pero él detiene la camioneta en la vía de
servicio y se dirige hacia el carnaval.
—Joder. ¡Sí! —Grita Alec.
Nos detuvimos en el estacionamiento y estacionamos en la
parte trasera, ya que aparentemente Sebastian está preocupado
porque algún “niño” arañe la camioneta y nos dirigimos a la taquilla.
Es como un sueño. Como si todavía estuviera durmiendo en el
asiento trasero, todo era perfecto. Es como si regresáramos al
pasado a los años cincuenta. La taquilla es pequeña y el cajero dice
sólo efectivo.
Sebastian saca un billete de cien dólares, pagando por todos
nosotros. El encargado de las entradas nos da un puñado de
entradas y nos deja pasar por la puerta.
Lo primero que noto cuando entro es el olor a palomitas de
maíz frescas que me hace la boca agua.
—Sebastian, oh Dios huele divino —Gemí.
—Presley, no jodidamente empieces porque este no es el lugar
para ponerme la polla dura. —Gime de vuelta, tirando de mí contra
él. Puedo sentirlo endurecerse contra mi trasero, y lo pienso dos
veces antes de expresar mi amor por la comida.
—Bien, pero ¿podemos conseguir un poco? ¿Y algodón de
azúcar? Oh, ¿Qué pasa con el pastel de embudo?
Se ríe. —Está bien, tú y Alec son una pareja hecha en el cielo.
Todo lo que ustedes dos piensan es en la comida.
—Soy un chico en crecimiento —Dice Alec desde algún lugar
detrás de nosotros.
—Lo que quieras, nena. —Deja caer un beso a un lado de mi
cabeza antes de alejarse y ponerse a caminar a mi lado. Entonces,
me doy cuenta. Esta es la primera vez que Sebastian y yo estamos
juntos en público. O en cualquier lugar juntos fuera de mi casa.
Estamos lo suficientemente lejos de St. Augustine como para que
nadie sepa quiénes somos, pero una vez que me di cuenta de ello, no
pude evitar ponerme un poco nerviosa. ¿Y si alguien hubiera venido
de fuera de la ciudad y nos hubiera encontrado?
—Puedo ver literalmente la mierda corriendo por tu cabeza en
este momento. Estamos a horas de St. Augustine, no te preocupes.
Intento controlar mis nervios y disfruto de estar aquí, después
de todo, yo soy la razón por la que se detuvieron.
—¿Qué es lo que más quieres hacer?
—Mmm. —Tarareo, tratando de decidir qué ocupará el puesto
número uno—. Rueda de la fortuna. En casa, había un carnaval que
llegaba a la ciudad todos los veranos. Un año, ahorré todo mi dinero,
lo que equivalía a cinco dólares, pero lo guardé para poder ir. Mi
mamá lloró cuando no podía llevarme. Mirando hacia atrás, no puedo
imaginar lo mal que debe haberla hecho sentir. Ella y mi papá
trabajaron tan duro para brindarme un hogar seguro y amoroso para
mí y siendo una niña, simplemente no me daba cuenta del impacto de
cosas así. De ahí el por qué los carnavales no han estado muy arriba
en mi lista desde entonces.
—Bueno, estás aquí y creo que deberías darte la oportunidad
de disfrutarlo. Además, después de la montaña rusa, es hora de que
te dé una paliza en el lanzamiento de anillos. No te preocupes, lo
tomaré con calma por ti.
Su labio se curva hacia arriba en una sonrisa maliciosa.
—¿Oh? ¿Y quién dice que no soy increíble en el lanzamiento
anillos? ¿Estás asumiendo que soy una mierda en el lanzamiento de
anillos, Sebastian Pierce? Sabes lo que dicen sobre asumir…
Me levanta del suelo y gira alrededor mientras grito para que
me deje en el suelo.
—Te mostraré todo sobre culos tan pronto como lleguemos a la
habitación del hotel, Presley —susurra, su voz de repente goteando
con intención y siento el rubor en mi cuello mientras me sonrojo.
—Basta. Tus amigos están ahí.
—¿Y? Accidentalmente encontré a Alec con una chica el otro
día. ¿Quieres saber lo que dijo?
Arrugo la nariz con disgusto porque, en realidad, no quiero
saber nada sobre Alec y su vida sexual. —No, gracias.
—Me pidió que me uniera.
Mis ojos se agrandan y miro hacia él, Ezra y Rhys que pasean
mucho más lejos detrás de nosotros. Estoy un poco sorprendida.
—Wow. No es lo que esperaba. ¿Le gusta eso Sr. Pierce? —
Pregunto en broma. Si bien sólo hemos estado explorando nuestra
relación sexual por un corto tiempo, estaba claro que a Sebastian le
gustaban más cosas… pervertidas de lo que estaba acostumbrada.
—¿Compartir?
Asiento con la cabeza.
—No, si alguien te toca, le romperé los dedos y se los meteré
por el culo.
—Bien. —Sonrío y pongo los ojos en blanco con fingida
molestia.
Finalmente atravesamos el recinto ferial hasta la montaña rusa.
Al estar de cerca, se cierne sobre nosotros mucho más alta de lo
que pensé que sería. Las luces parpadean cuando se detiene frente
a nosotros.
Sebastian le entrega nuestros boletos al asistente de viaje que
abre la puerta del tranvía y nos hace entrar.
—Demonios sí. —Alec camina justo detrás de nosotros,
tratando de seguirnos a los puestos.
—Uh uh. Vete a la mierda, toma el siguiente —gruñe Sebastian,
empujándolo hacia atrás y cerrando la puerta frente a él.
—Wow amigo, eso es jodidamente frío.
—Aquí, tú, Ez y Rhys pueden viajar juntos —Le lanza un rollo de
boletos y le lanza un beso que Alec atrapa y pone sobre su corazón.
Estos chicos.
Pasaron la mayor parte del día burlándose el uno del otro y
hablando enormes cantidades de mierda, pero al final del día sé cuán
profunda es su lealtad y no sólo por lo que Sebastian me ha dicho.
Puedo sentirlo cuando estoy en su presencia. El honor. La
honestidad.
Esta cosa se tambalea, comienza su descenso hacia la cima y
me aferro al muslo de Sebastian con miedo. Sus brazos me rodean
en un fuerte abrazo, arrastrándome contra su costado. Sólo cuando
cierro los ojos y respiro profundamente unas cuantas veces, me
siento más a gusto.
—Para alguien tan emocionada como tú sobre esta montaña
rusa, estás un poco asustada, Pres —Bromea—. No creo que nadie
haya muerto nunca en una, así que estás bien.
—Genial, me siento mucho mejor, gracias Sebastian.
Llegamos al punto más alto y la montaña rusa se detiene.
—Oh, Dios mío —Grito, congelada en mi lugar, apretando los
ojos con fuerza. No estaba preparada para morir a los veintiséis.
—Le pagué diez dólares por hacer eso. —Sebastian se ríe,
tirándome a un lado—. Abre los ojos, Pres, vamos. Créeme. —Él
engatusa.
Abro los ojos y miro hacia la ciudad, sorprendida cuando mi
ansiedad casi se disuelve con el magnífico paisaje mirándome.
—Sebastian, es hermoso. ¡Puedes ver todo el estado desde
aquí! —El viento azota a nuestro alrededor, enviando un escalofrío
por mi columna vertebral.
—Mira, a veces sólo tienes que arriesgarte y creer que todo
estará bien —dice, mirando a la distancia.
Ambos sabemos que no sólo está hablando de enfrentar el
miedo a las alturas en la montaña rusa.
En algún momento del camino me había enamorado de
Sebastian Pierce. No estaba lista para admitirlo en voz alta. Estaba
aterrorizada por la verdad y aún más por lo que significa para el
futuro. Entró en mi vida y la sacudió, haciendo estallar la burbuja de
comodidad y seguridad que me rodeaba y reemplazándola con
emoción, y me sentía viva, después de no sentir nada durante tanto
tiempo. Ahora un subidón que estaba desesperada por perseguir.
Era aterrador. Espantoso.
Si nos atraparan, nuestras vidas cambiarían para siempre. Lo
supimos desde el segundo en que comenzó, pero me hago la misma
pregunta que me he estado haciendo desde el principio.
¿Mi vida sería la misma si Sebastian no estuviera en ella?
Y la verdad aterradora y desconcertante era que no.
Mi vida nunca volvería a ser la misma después de que
Sebastian entró en ella. Él es fuerte cuando yo soy débil. Calma,
cuando el corazón ansioso dentro de mí se acelera. Quien soy con
Sebastian es quien quiero ser. Feliz, segura, protegida, no podía
alejarme, sin importar las consecuencias. Pasé el último año de mi
vida, huyendo de alguien que prometió amarme y apreciarme. Quien
hizo un voto para protegerme y honrarme, en la enfermedad y en la
salud.
Y empañó ese voto, una y otra vez.
Me hice la tonta una y otra vez. Hasta que tomé la decisión,
preferiría morir antes que quedarme un segundo más soportando el
abuso brutal y vil. Sabía cuándo tomé la decisión de irme, de irme
finalmente, que era salir de allí o morir en el proceso.
Mientras mi corazón estaba golpeado y herido, y yo era un
caparazón de lo que solía ser, de alguna manera encontré todo lo
que había perdido en Sebastian. Me sorprendió y tomó mi vida por
asalto. Llenó todos los agujeros dejados por alguien que nunca
mereció mi corazón en primer lugar.
Ojalá pudiera contárselo a Sebastian y decirle la verdad porque
se la ha ganado. Él se lo merece.
Pero no puedo. Como el mismo discurso que me había dado
anoche… tengo que mantenerlo a salvo. Sin importar lo que cueste.
Voy a mantenerlo a salvo y nunca dejaré que el diablo me lo quite.
—¿Qué estás pensando?
—Redención. Segundas oportunidades. Esperanza —Respondo
con sinceridad.
—Lamento que alguien te haya irrumpido como lo hizo anoche.
Tu casa debe ser un lugar donde te sientas segura y sin miedo. Lo
siento, Pres.
—Tengo miedo, pero soy fuerte —Susurro, apoyándome en su
toque. Sus brazos me rodean en un abrazo reconfortante. Era uno de
los únicos lugares en los que realmente me sentía segura.
—Me alegra que estés aquí, Pres.
—A mí también. Creo que esta es nuestra primera cita. —
Sonrío, mirándolo.
Hago una pausa ante lo guapo que es. Su sonrisa, el gris acero
de sus ojos. El pequeño hoyuelo en su mejilla que sólo aparece
cuando está sonriendo de verdad. Tengo miedo que si parpadeo,
desaparecerá. Se siente extraño estar tan feliz y segura después de
tanto tiempo sin saber si iba a llegar al día siguiente.
—¿Rhys me odia?
—¿Qué? No. ¿Por qué te odiaría? —Su ceño se frunció en
confusión.
Me enojo de hombros —No lo sé… sólo es muy frío.
Desapegado. Me hace sentir como si me odiara, sólo por la forma en
que me mira.
Sebastian se ríe. —Bueno, eso es Rhys para ti. Él es como
Edward Scissorhands, menos las tijeras. Ojos brillantes y el ceño
fruncido incluidos. La mayoría de la gente lo evita como la peste,
pero él es jodidamente leal. Mi mejor amigo. Estamos un poco
acostumbrados a eso.
Asiento con la cabeza aunque todavía no estoy convencida.
>>Además, le patearía el trasero si alguna vez te dijera una
mierda. No es que eso sea un problema, pero mis chicos te
respetarán. Esa mierda es importante para mí.
Otra línea que derrite mis entrañas.
Esta cosa se sacude una vez más, enviándonos a ambos a caer
en el asiento opuesto. Y sería Sebastian encima de mí, acurrucado
entre mis piernas.
Aparto un mechón de cabello suelto de su rostro mientras sus
ojos buscan los míos.
—Gracias, por llevarme contigo. Y traerme aquí. Significa
mucho para mí, Sebastian.
Sus labios encuentran los míos en un beso que siento en los
dedos de mis pies. Dios, era tan ridículamente bueno en eso.
Dejándome sin palabras con nada más que sus labios sobre los
míos.
—No es nada, Pres. Cualquier cosa por ti, cualquier cosa.
Se echa hacia atrás y se endereza justo cuando nos detenemos
en la salida. Salimos en silencio, tomados de la mano, y divisamos a
Alec y Rhys parados cerca. Alec está comiendo un perrito caliente
de maíz del tamaño de su cabeza, y Rhys está mirando su teléfono,
sus dedos se mueven más rápido que la velocidad de la luz.
—Amigo, tienes que probar este perrito caliente de maíz. La
mejor mierda que he puesto en mi boca. —Gime alrededor de su
boca llena.
—Voy a pasar. —Sebastian se ríe, apretándome más contra él.
—¿Ustedes tortolitos quieren jugar algunos juegos? Estoy
ansioso por patear el trasero de Rhys en algo. Cualquier cosa en
realidad —Dice Alec.
—Vete a la mierda Alec —Dice Rhys, pero su boca todavía se
torna en la sonrisa más melancólica que he visto en mi vida, la única
vez que lo he visto sonreír.
Tal vez si sonreiría un poco más no se vería tan… malvado.
—Definitivamente. En realidad, Sebastian y yo acabamos de
hablar sobre el lanzamiento de anillos y él está listo para que le
parecen el trasero. —Yo sonrío.
Alec hace un gesto hacia Rhys. —Está dicho. El perdedor tiene
que ir al frente en un silencio mortal. —Hace arcadas para lograr un
efecto dramático hasta que Rhys se acerca y le da una palmada en
la cabeza, luego enciende el auto y se dirige por la carretera Presley
hacia la carretera principal.
Por una vez, parece que todo podría estar bien en mi mundo.
Pero no puedo evitar la sensación molesta en mis entrañas de que
algo se está gestando. Una tormenta para la que nadie está
preparado.
21
SEBASTIAN

El carnaval creó un cambio en Presley. Podía sentir el cambio


tácito en ella. La pesadez flotaba en el aire, envolviéndonos a los
dos, pero en todo caso, me acercó más. Esperaba que se retirara a
sí misma después de anoche, pero se aferró con más fuerza. Agarró
mi mano con más ímpetu. Sus besos se volvieron más necesitados,
su toque más desesperado. Pero la conocía. Podía ver a través de
ella.
Me jodidamente aterrorizaba. Estaba tan absorto, tan
jodidamente obsesionado con esta chica que ya ni siquiera sabía
quién era yo. Alguien que pone más en otra persona que nunca
antes. En el segundo que dejo caer las bolsas en el piso, ella se
mueve hacia mí, sellando sus labios sobre los míos. Frenéticamente,
desliza su mano debajo de la tela de mi camiseta, arrastrando sus
uñas por mi estómago hacia la cintura de mis pantalones.
Me toma por sorpresa porque generalmente ella no es la que
inicia. Y nunca tan frenéticamente. Rompo el beso, retrocediendo un
poco —Nena, más despacio. ¿Qué está pasando?
—Sólo necesito olvidar, Sebastian. Por favor —suplica. El dolor
en sus ojos hace que mi corazón se rompa. Le dije que nunca dejaría
que nadie la lastimara de nuevo y que la salvaría de sí misma si eso
fuera lo que hiciera falta para cumplir esa promesa. Sabía lo que era
querer dejarlo todo atrás y olvidar que todo tu mundo es un desastre
porque lo siento todos los días.
La tiro hacia mí y la beso, como si fuera la última vez que
podría hacerlo. Le doy lo que necesita, rezando para que sea
suficiente para ahogar al resto. Su lengua se enreda con la mía.
Desesperada. Incluso al mismo nivel que yo, ella no puede acercarse
lo suficiente. Su toque suplica más. Levantándola, me acerco a la
cama y la acuesto frente a mí. Rápidamente me quito la ropa y luego
quito la de ella.
Camisa. Pantalones, sujetador.
Le quito el encaje por las piernas, dejándola desnuda para mí,
luego me arrodillo sobre la cama y tiro de ella hasta el borde. Podría
comerle el coño todos los días por el resto de mi vida y seguir siendo
el mismo hombre hambriento que era antes.
—¿Confías en mí? —Susurro, rozando con mis dientes la carne
de la parte interna de su muslo.
Ella me mira y asiente, vacilante.
>>Quiero probar algo, pero necesito saber que confías en mí.
—Camino hacia mi bolso y saco la corbata. No sé cómo reaccionará,
pero quiero intentarlo. Desde la primera vez que noté cómo su piel se
sonrojó, quise darle una palmada en el culo y ver cómo la corbata la
sujetaba, dejando las mismas marcas rojas en sus muñecas.
Es algo sobre el control que me enciende. La capacidad de
tener un control total sobre el placer de mi pareja y al mismo tiempo
tener total confianza y transparencia. Rendirte a tu pareja y confiar
en que te tratarán con respeto. De todas las cosas de mi vida sobre
las que no tengo control, esta es una sobre la que si lo tengo.
Camino de regreso a la cama y sostengo la corbata para
mostrársela.
>>¿Puedo mostrarte, Pres? ¿Confiarás en mí?
Sus ojos están muy abiertos e inseguros. Obviamente no es
algo que haya intentado nunca, pero espero que esté de acuerdo.
Otro asentimiento. Sus ojos se cierran con fuerza mientras paso
la cinta de seda por su pecho, entre sus tetas, rozando sus pezones
ligeramente. Su espalda se arquea cuando bajo cada vez más hasta
que la tela roza su clítoris.
—Oh… —Ella gime.
—Dame tus muñecas Pres. Cierra los ojos y no los abras hasta
que yo te lo diga, ¿entiendes?
Sus ojos se calientan con mi demanda y se chupa el labio
regordete. Tal vez alguna parte suya quiera este mismo control que
yo anhelo, tal vez. A ella le encantará tanto como a mí. Pongo mi
mano en su cadera y la giro sobre su estómago con un movimiento
rápido, luego junta sus muñecas detrás de su espalda, suavemente,
pero con firmeza, atándolas con la corbata de seda. Lo
suficientemente apretado para atarla, pero lo suficientemente suelto
como para no lastimarla.
Inclinándome sobre ella, le susurro —Si quieres que me
detenga, todo lo que tienes que hacer es decirlo.
Ella asiente.
Doy un paso atrás para admirarla. Muñecas atadas, su cara
presionada contra el colchón de felpa y su culo en el aire, dándome
la mejor vista de su hermoso coño.
Joder.
Ella es perfecta en todos los sentidos. Y es mía.
Agarrando sus nalgas, las aprieto y las separo, admirando su
coño. No puedo tener suficiente de ella. Su sabor, su olor, podría
mirarla todo el día.
Me inclino y chupo su clítoris con mi boca, riendo mientras
empuja hacia atrás contra mi cara.
—Sebastian —gime cuando meto mi lengua dentro de ella,
follándola. Comerla por detrás es incluso mejor que en su escritorio,
o tal vez es que cada vez que la tengo es mejor y mejor. Me
acomodo en la cama detrás de ella, mis manos todavía agarran su
culo, la separo y escupo en su coño, asegurándome de que esté lista
para mí.
Ella gime sintiendo mi saliva goteando por su coño, y eso me
hace follarla aún más duro. Su culo respingón se mueve de un lado a
otro mientras se burla de mí, rogando por más. Envuelvo mi polla con
el puño y la arrastro a través de sus pliegues, frotando la cabeza
contra su clítoris. Su espalda se arquea, mientras un gemido
entrecortado sale de sus labios.
Ha pasado demasiado tiempo desde que estuve dentro de ella.
Presiono mi polla contra su entrada y lentamente,
insoportablemente lento, me hundo dentro de ella hasta que toco
fondo. Estoy tan profundo que puedo sentir la barrera de su cuello
uterino presionando contra mi polla.
—Oh Dios —grita, moviendo sus caderas tratando de crear
fricción.
—Nena —Gimo.
Está increíblemente apretada, el cielo envuelto alrededor de mi
polla. Estoy loco por esta chica. Jodidamente desenfrenado y
obsesionado. Me retiro suavemente, sólo para golpearla con un
empujón que hace que los globos de su trasero se muevan. Amo su
cuerpo. Curvilínea en todos los lugares que me hacen la boca agua.
Sus manos están atadas a la espalda, convirtiéndola en una
imagen de todos los sueños húmedos que he tenido. Ella deja en
vergüenza cada uno de esos sueños.
Cada vez que la cabeza de mi polla golpea la pared
profundamente dentro de ella, grita, sus gemidos resuenan en la
habitación enviando un escalofrío por mi columna. No tardo mucho en
rendirme al fuego en mis venas. El placer se acumula, lamiendo la
base de mi columna vertebral, extendiéndose a mis bolas que
golpean contra su piel. Construyéndose y construyéndose, hasta que
estoy empujando profundo y me corro.
Un gemido gutural sale de mis labios mientras grita, una y otra
vez me derramo a borbotones dentro de ella, su opresión ordeña
hasta la última gota de mí hasta que estoy vacío. Salgo suavemente
y mis ojos inmediatamente observan como mi semen gotea fuera de
ella.
Es erótico, y joder, siento que la estoy reclamando de la
manera más primaria.
—Atada, completamente follada con mi semen goteando de ti…
justo cuando pensé que no podrías ser más condenatoria, lo eres.
Gruño y recojo mi semen que se filtra fuera de ella con la punta
de mi dedo y lo empujo dentro. Se aprieta alrededor de mi dedo,
empujándolo más profundamente dentro de ella y mi polla ya revive.
Sé que esta noche fue mucho para ella y no quiero asustarla, así que
aparto mis dedos y rápidamente desato el lazo alrededor de sus
muñecas, ayudándola a levantarse de la cama.
—Eso fue… —Se apaga, sus mejillas sonrojadas.
—Mmm, y sólo está comenzando, nena. —Sonrío
burlonamente. Me encantó poder jugar con Presley y que se lo tome
con calma.
Cogiéndola en mis brazos, la vuelvo a colocar a mi lado en la
cama y la abrazo hasta que siento que su respiración se nivela.
Finalmente, siento que empiezo a adormecerme después de un largo
día de viaje, el cansancio me golpea con toda su fuerza. Lo último
que recuerdo haber pensado antes de que mis ojos se cerraran es
que no estaba seguro de lo que había hecho para merecer a Presley,
pero una cosa era segura… nunca la dejaría ir.
22
SEBASTIAN

Fluye a través de la tela transparente de las cortinas del hotel.


El tono dorado que pinta la piel pálida expuesta de la espalda y el
trasero de Presley que se asoma desde el borde de la sábana.
Había estado despierto durante horas, sin poder dormir, viendo cómo
su pecho se movía en una sucesión constante. Podría haberme
quedado así por más tiempo, solo mirándola respirar, contando la
tenue extensión de pecas en el puente de su nariz.
Mi vida está llena de incertidumbres, pero de una cosa estaba
completamente seguro.
Amo a Presley.
Amo cada cosa de ella. La imperfección torcida de su nariz. Su
resoplido que la deja llorando una vez que termina. El terrible sabor
de la película. Incluso ese maldito gato que estaba decidido a odiar.
Presley fue mortal. Encontró el lugar en mi corazón que sangraba
solo por ella. Ya no solo mío, sino ahora totalmente de ella. La reina
tomando su legítimo trono. Y amaba jodidamente tanto a esta chica.
La palabra sola me aterrorizaba. El pensamiento me paralizó.
Me importaba una mierda el amor. No sabía cómo amar, no crecer
en una casa con mi padre. O eso pensé. Entonces me di cuenta de
que sacrificaría lo que fuera que Presley me pidiera, sin lugar a
dudas. Le diría a mi padre que se fuera a la mierda. ¿La fortuna de
Pierce? Encendía el fósforo y lo veía arder todo por ella.
Supe que amaba a Presley en el momento en que me di cuenta
de que tenía miedo de perderla. No tenía miedo de nada, nada de lo
que pudiera pensar me afectaba de la forma en que me afecta la
idea de perderla. Imaginar una vida que existía sin ella provocaba
una oleada de pánico que me trepaba por la garganta. Simplemente
no es una jodida opción.
Se agita en sueños, sus párpados revolotean, sacándome de
mis pensamientos. Mis dedos bailan a lo largo de su columna y ella
se estremece en respuesta. Incluso mientras duerme, su cuerpo
reacciona a mi toque.
Mirando el reloj junto a la cama, me doy cuenta de que es hora
de que nos levantemos y estemos listos de todos modos, pero no
quiero moverme de esta cama. Si me saliera con la mía, nos
quedaríamos aquí, yo dentro de ella durante la próxima semana.
Pero resulta que no lo hago.
Me inclino, besando un camino por su columna hasta llegar a su
trasero.
Joder, es el culo más perfecto del planeta y pelearía con
cualquiera que intentara decir algo diferente. Tan atrevido, redondo y
rebotante cuando la follé por detrás. Era del tamaño perfecto para
mis manos. Mordisqueo, chupo y lamo hacia abajo, abriendo sus
piernas en mi persecución.
Gime levemente cuando mis dientes rozan su piel, pero todavía
no abre los ojos.
Desde este ángulo tengo la vista perfecta de su coño. El color
rosado de sus labios, el ligero atisbo de su clítoris, el apretado
capullo de rosa de su culo. Un día, me la follaría allí también. Lo
haría todo con ella.
La separo con mis dedos y le doy una larga y lánguida lamida
desde su culo hasta su clítoris. La punta de mi lengua se sumerge
dentro de ella, follándola, lamiendo la humedad. Cuando deslizo mi
dedo dentro de ella, se mueve y levanta la cabeza para mirarme.
—Mmmm, será mejor que tengas cuidado Sebastian, una chica
podría acostumbrarse a esto.
Su sonrisa, burlona y brillante, me roba el aliento de los
pulmones. Era tan malditamente perfecta.
—La mejor llamada de atención en la ciudad, nena.
Ella solo suspira, cayendo de nuevo en la cama mientras yo me
como su coño. En cuestión de segundos, se está desmoronando. Ya
preparada y lista para que me deslice en su apretado calor. Me
acomodo detrás de ella y agarro sus caderas, poniéndola a cuatro
patas antes de hundirme lentamente dentro de ella. Mis manos
azotan su culo, usándolo como palanca para follarla.
Cuanto más fuerte ella gime, más fuerte la follo. En poco
tiempo, me siento cada vez más cerca de correrme demasiado
pronto, así que de repente salgo de su apretado calor a pesar de
que me mata jodidamente hacerlo.
Caigo en la cama a su lado y la guío encima de mí, ahora que
está completamente despierta, sus pupilas dilatadas por la lujuria,
sus pezones duros y tensos, suplicando que los chupe. Lenta,
tortuosamente, se hunde sobre mí, asimilando cada centímetro de
mí. Tengo que morderme el labio para contener el gemido que
amenaza con salir de mis labios.
—Maldita sea Presley —Respiro.
Sus uñas raspan mis abdominales, sobre todas y cada una de
las crestas, y mis manos encuentran sus caderas mientras la empujo.
Rueda sus caderas, mientras su clítoris roza mi piel,
enviándonos a ambos más y más cerca del borde.
—Más —susurra entrecortadamente.
Mis manos agarran sus caderas, empujándola con duros y
castigadores empujes. Más duro, más brutal con cada momento que
pasa.
Esta vez entre nosotros es diferente. Más salvaje, más
caótico… más… nosotros.
Llevando mi pulgar a su clítoris, froto círculos ásperos, justo
como sé que ella necesita, hasta que las paredes de su coño se
aprietan cuando cae por el borde. Todo su cuerpo tiembla con un
potente orgasmo, y me empujo tan lejos como pueda dentro de ella y
me dejo ir. Muevo sus caderas hacia adelante y hacia atrás, en
círculos lentos mientras me vacío dentro de ella. Después de unos
momentos de gemidos sin aliento, se derrumba en un montón encima
de mí, mi polla todavía sentada hasta el fondo dentro de ella. No
hago ningún movimiento para salir.
Como todas las veces que estoy dentro de ella, es el paraíso.
Estoy convencido de que fue hecha para mí, sin lugar a dudas, sin
lugar a dudas.
Presley Ambrose me va a matar y voy a morir como un hombre
feliz.

Después de otra ronda… de acuerdo, dos rondas, de hacer


correr a Presley, nos encontramos con los chicos de abajo. Está
callada, pero suspira felizmente en mi brazo mientras caminamos
hacia la camioneta. Odio mantenerla en la oscuridad, odio no poder
ser completamente honesto con ella, pero sé que es necesario. No
puedo darle información a medias y, sinceramente, ni siquiera
sabíamos qué diablos estaba pasando en realidad.
Todos nos metemos en el camión sin hablar, el aire pesado a
nuestro alrededor. Todo el viaje no hablamos. Todo lo que pienso en
decir me parece incorrecto, así que mantengo la boca cerrada hasta
que bajamos por una calle residencial tranquila.
Cuando Rhys detiene el Tahoe frente a la casa de piedra rojiza
de dos pisos, estaría mintiendo si dijera que no estoy jodidamente
nervioso. Estoy nervioso, no puedo quedarme quieto o concentrarme.
Casi como si estuviera drogado con la peor acumulación de la jodida
historia. Sé que la mierda cambiará después de esta noche. Llámalo
intuición. La sensación en mis huesos de que la vida nunca volverá a
ser la misma una vez que salgamos por esas puertas. No sabía qué
pasaría, o qué aprenderíamos, pero la sensación de conocimiento en
la boca del estómago me dijo que no era algo que quisiéramos
escuchar.
Ni siquiera estaba seguro de lo que esperábamos escuchar, ni
siquiera de lo que queríamos escuchar. Todo lo que sé es que
cualquiera de nosotros haría lo que fuera necesario para proteger a
Ezra y liberarlo de lo que sea que lo esté consumiendo. Lo vamos a
dejar en libertad si es lo último que hacemos.
La mano de Ezra tiembla levemente, agarrando el papel de
cuaderno roto con la dirección. Esto es lo que vinimos a buscar.
Respuestas. No quería decir que ninguno de nosotros estuviera listo
para escucharlas.
—¿Estás listo? —Rhys lo mira, frunciendo el ceño por la
preocupación.
—No —susurra—. Pero tengo que estarlo. —Finalmente mira
hacia arriba y sus ojos oscuros están tormentosos, nublados por el
mismo dolor que lo ha consumido desde que llegó a casa. Está
torturado. Dividido entre la verdad y la agonía de sus secuelas.
La mano de Presley aprieta la mía, y arrastro mi mirada de
Ezra y Rhys a su pequeña mano entrelazada con la mía en mi
regazo. Su pulgar se frota de un lado a otro sobre la piel en un gesto
reconfortante, y me golpea de lleno en el jodido pecho. Realmente no
tiene idea de lo que está pasando. Ella sabe que estamos buscando
respuestas para algo relacionado con Ezra, pero eso es todo. Sin
embargo, puede sentir mi malestar y está ofreciendo lo único que
sabe cómo. Es más que suficiente. Me da la fuerza para afrontar
esta mierda de frente. Y el hecho de que no espera respuestas que
no estoy preparado para dar. No me presiona ni se enoja porque no
estaba dispuesto a revelar secretos que no eran míos.
Ella entiende y estuvo a mi lado de todos modos.
Esa mierda significa cosas que ni siquiera entiendo realmente
en este momento. Todo lo que sé es que la amo. Con cualquier
nombre que quiera usar. En cualquier vida que quiera vivir, la amaré.
No podía precisar cuándo sucedió, pero de alguna manera me había
enamorado tanto de ella que no podía cerrar los ojos sin ver su
rostro en la oscuridad.
—No importa lo que suceda allí, no lo vas a hacer solo.
Estaremos a tu lado durante todo el proceso.
Ezra asiente y toma una respiración profunda antes de abrir la
puerta y salir. Los chicos salen detrás de él, dándome un segundo a
solas con Presley.
—No tardaremos mucho. Cuando cierren las puertas, no hables
con nadie a menos que sea uno de nosotros.
—¿Debería estar preocupada? —pregunta, mordiéndose el
labio nerviosamente.
Paso el pulgar por la parte inferior y lo saco de sus dientes.
—No, pero quiero que seas cautelosa. Siempre.
No quiero dejarla, pero tengo que hacerlo. No puedo dejar que
mis hermanos hagan esto solos, y ella nunca me pediría que elija. No
ella.
—Regresaré en unos pocos minutos. Mantén su teléfono junto a
ti. —Acerco mis labios a los de ella, deteniéndome por un momento,
hasta que el beso pasa de casto a caliente. Gimo— Tengo que irme.
—Ten cuidado.
Le doy un pequeño asentimiento antes de abrir la puerta y
unirme a los chicos afuera.
—¿Estás listo? —Pregunta Rhys.
—Hagámoslo.
Caminamos juntos por el camino sinuoso hasta el frente de la
casa. Sus contraventanas marrones están casi podridas, colgando
de las bisagras por un hilo. El dueño de la casa hizo un trabajo de
mierda con el mantenimiento. La pintura se estaba pelando, los
arbustos estaban cubiertos de maleza y el último escalón del porche
rechina con la presión de nosotros. Destacaba como un pulgar
dolorido en un barrio de casas bonitas. La oveja negra si alguna vez
hubo una. Se parecía como un presagio de lo que estábamos a
punto de tratar.
—Tú sangras, yo sangro —le dice Alec a Ezra, dándole un
golpe con el puño.
Es Rhys, no Ezra, quien se acerca para tocar el timbre. Quién
sabe si realmente funcionará por el aspecto de todo lo demás.
Unos momentos después, la puerta se abre y revela a una
pequeña chica rubia con un corte de duendecillo y el ceño fruncido.
Se acerca al pecho de Rhys y parece tan intimidante como la maldita
Tinker Bell. La comparación es bastante acertada. Sus ojos son muy
abiertos y azules, surcados por una espesa mierda negra, y sus
labios eran negros a juego.
Una Tinker Bell gótica con aspecto de matar.
La esquina de los labios de Alec se convierte en una sonrisa
descarada.
—¿Debes ser Alec? —pregunta, sus ojos se ponen en blanco
cuando se centran en él. Su voz coincide con su personalidad gótica
de Tinker Bell y me siento intrínsecamente mejor con la situación.
Da un paso adelante. —Uno y solo. —Él extiende una mano
hacia ella que mira como un objeto extraño.
—Entra antes de que te vean, date prisa.
Nos hace entrar y cierra la puerta detrás de ella, cerrando los
doce pestillos en la parte trasera de la puerta. Y ahí va la parte de
“sentirme mejor”. No habla mientras nos conduce por un pasillo
oscuro, bajando un tramo de escaleras hasta un sótano oscuro y
mohoso. Cuando estamos dentro, cierra la puerta y se vuelve hacia
nosotros. Sus ojos se mueven nerviosamente hacia la puerta y
viceversa varias veces antes de hablar. —Déjenme ser clara, la única
razón por la que están aquí es porque Alec tiene algo que yo
necesito. De ahí la razón por la que están parados en mi sótano. Eso
es todo. También quiero decirles que están muy por encima de sus
malditas cabezas, y si no tienen cuidado, todos terminarán muertos.
Mis ojos se lanzan a los de Ezra, que está mirando a la chica
con la mandíbula apretada.
Solo entonces me doy cuenta de dónde estamos parados. Hay
mantas negras pegadas a las ventanas que bloquean toda la luz.
Toda una maldita pared de monitores de computador y equipo
técnico cubre la pared.
Parece la NASA si hubiera un pirateo en la versión del sótano
de tu madre.
—Esta mierda es seria. Estas personas no son ladrones. Son
poderosos, y usan todo su poder para encubrir y proteger a las
personas involucradas. Si esta información sale a la luz, la sangre
está en tus manos, no en las mías.
—¿Por qué mi padre te transfiere más de quinientos mil dólares
a una cuenta en el extranjero a mi nombre? —Pregunta Ezra.
Goth Tink5 vacila brevemente antes de hablar. —Escucha, todo
lo que puedo decirte es que algunas personas poderosas me
contrataron para crear un software. No sé exactamente cuál es su
uso, y no me importa porque me pagaron por hacer un trabajo, y lo
hice. Es un sistema de categorización basado en edad, sexo,
características físicas. No estoy aquí para un interrogatorio.
Saca un sobre de la mesa detrás de ella y se lo lanza a Alec.
—Tienes lo que viniste a buscar. Aquí está la lista de personas con
las que tengo que involucrarme. Espero una reunión en los próximos
dos días, si no, les haré saber a estos hombres que estás
husmeando. Si le cuentas a alguien, y me refiero a cualquiera, acerca
de esta información, no es solo por mí de quien debes preocuparte.
¿Qué demonios está pasando? Estoy confundido acerca de lo
que Alec tiene que ella quiere pero no deja tiempo para preguntas
antes de volver a hablar.
Sus ojos se posan en cada uno de nosotros. —Estos hombres
son peligrosos. No los quiero aquí más de lo necesario, es hora de
que se vayan. Si hay algo que escuchen, presten atención a esta
advertencia. Mantengan la boca cerrada y no vayan tras estas
personas. Van a terminar muertos. Váyanse.
Nos empuja hacia las escaleras y salimos por la puerta del
sótano con ella siguiéndonos de cerca. El resto de la casa parece
coincidir con el exterior, una pocilga completa y total.
—Gracias. Llamaré para un lugar de encuentro —le dice Alec,
sacando un pequeño teléfono negro de su bolsillo.
Ella asiente. —Estaré esperando.
Atravesamos la puerta mientras se cierra de golpe detrás de
nosotros. Una vez que salimos del porche, murmuro: —Eso fue una
locura. ¿Qué tienes que quiere a Alec?
Encogiéndose de hombros, le entrega la carpeta a Ezra. —Un
programa de software que estaba planeando vender, pero lo cambié
por la información. No te lo dije porque no quería la conferencia de
mártir. Cada uno de nosotros se sacrifica, y esto es lo que había que
hacer.
Él tiene razón, pero joder. Me pone lívido que la gente que amo
tenga que sacrificar una algo por estos pedazos de mierda.
Nos metemos dentro del vehículo, yo deslizándome al lado de
Presley, cuyos ojos están llenos de preguntas y los chicos cierran las
puertas detrás de nosotros. Todo el viaje de regreso al hotel es
silencioso. Pesado y sofocante, se sienta en el aire. Tan jodidamente
espeso, tan mezclado con tensión, decidido a ahogarnos.
Caminamos de nuevo a la habitación de Ezra, aún más lentamente,
cada uno de nosotros no está listo para enfrentar realmente lo que
está dentro del sobre. Una vez dentro de Alec cierra la puerta y
todos nos enfrentamos unos a otros, esperando que alguien hable.
—¿Verás lo que hay dentro? —Rhys finalmente le pregunta a
Ezra, quien no ha levantado la vista del sobre desde que se lo
entregó.
—Cuando abramos esto, la mierda cambia, no podemos volver
—susurra Ezra, mirándonos.
Tiene razón.
—Vamos chicos, sabemos que esta mierda era más profunda
durante mucho tiempo. No queríamos decirlo en voz alta porque
significaba admitirlo y darnos cuenta de que estaba aquí, y es real.
Pero lo tenemos… Esto. —Él sostiene la carpeta—. Esta es la
prueba, la verdad, que hemos estado buscando.
Todos asentimos con la cabeza. Al final, es su decisión. Él es el
único que ha pasado por la mierda, todo lo que hemos hecho es
apoyarlo de la única manera que sabíamos.
—Ábrelo —dice Alec.
La mano de Ezra tiembla sosteniendo el sobre. Lo abre,
revelando un único trozo de papel con una lista de nombres
garabateados a mano. Me inclino hacia adelante para ver mejor, al
igual que Alec y los nombres en la lista hacen que mi jodido corazón
deje de latir.
¿Qué diablos?
—Jesucristo —exclama Alec. Está paseando por la habitación
ahora, tirando de las puntas de su cabello, como yo perdiendo la
jodida cabeza.
—¿Qué diablos? Mira esto, son jodidas celebridades. Políticos.
El gobernador. ¿Me estás diciendo que hay más… más que solo tú?
— Rhys dice con incredulidad.
Esta mierda era mucho más grande de lo que pensábamos.
Esto es mucho más grande de lo que podríamos haber imaginado.
Casi me olvido de que Presley estaba aquí, ha estado muy
callada, hasta que está mirando por encima de mi hombro y
respirando junto a mí —¿Qué está pasando Sebastian? ¿Cuáles son
estos nombres? Dime. —Su voz expresa pánico, cautelosa y estoy
confundido por la mirada de puro miedo en sus ojos.
¿Conoce a alguien de esta lista?
—Sebastian —respira—. Por favor.
—¿Qué ocurre?
Me acerco a ella y se aleja de mí.
—Es él.
Y mi sangre se enfría.
23
PRESLEY

—¿De qué estás hablando Presley? —Esta vez no es


Sebastian quien habla, es Ezra. Sus ojos buscan respuestas en los
míos. De alguna manera estamos conectados por esta hoja de
papel, y no tengo ni idea de lo que significa, pero significa algo. Algo
sórdido. Eso es lo que puedo sentir.
—Alguien empieze a hablar, porque no tengo ni idea de lo que
está pasando. —Alec mira de un lado a otro entre Ezra y yo.
La pesadez se sienta entre nosotros, una inquietud que no se
puede explicar, solo se siente. Los secretos que cada uno de
nosotros guarda son suficientes para hundirnos en el fondo de
cualquier charco de desesperación en el que hemos estado viviendo.
Siento el quebrantamiento del espíritu de Ezra y está tan fracturado
como el mío.
La única razón por la que me he mantenido viva, ilesa,
escondida, es porque he tenido demasiado miedo de decirle a
alguien mis verdades.
Ni siquiera a Sebastian, y lo amo. Lo amo más de lo que jamás
he amado a nadie, a nada. Y por eso es el momento.
Es hora de dejar que la verdad salga a la luz.
—Eric Michaels. —Mis ojos no se encuentran con los de ellos,
sino que se fijan en el papel en las manos de Ezra. Me siento
expuesta y cruda mostrándoles esto—. Es el hombre que intentó
matarme, más veces de las que puedo recordar. Es un senador de
Estados Unidos.
Escucho el aliento agudo que toma Sebastian, un silbido
enojado que chisporrotea en el aire.
—Y él era mi esposo. —Las lágrimas comienzan a caer en el
momento en que pronuncio esas palabras. Llenas de furia,
vergüenza, dolor, quebrantamiento. Es la primera vez que le he dicho
esas palabras en voz alta a alguien, y se las digo a una habitación
llena de chicos que apenas conozco.
Estas palabras están destinadas a Sebastian. La verdad que se
merece, pero que nunca me ha presionado.
>>La última vez, me rompió tres costillas, una que me perforó
el pulmón, me fracturó la mandíbula y me dejó por muerta en el piso
del baño mientras bajaba a una cena, como si nunca hubiera
sucedido.
—Maldita sea, Presley. —Sebastian viene hacia mí y me tira en
sus brazos, tan fuerte que casi no puede respirar. Es exactamente lo
que necesitaba, para sentir la seguridad de sus brazos. Fuerte e
inflexible cuando quería deshacerme y romperme a sus pies.
Respiro hondo y continúo, a pesar de que se siente como si mi
corazón estuviera siendo arrancado físicamente de mi pecho. —
Quería matarme. Lo pude ver en sus ojos. Por supuesto que sucedió
en innumerables ocasiones antes, pero no pareció adormecer el
dolor sin importar cuánto traté de retirarme dentro de mi cabeza y
estar en cualquier otro lugar. Nunca funcionó. La última vez fue lo
peor que jamás me había hecho daño. La mayor parte del tiempo
estaba debajo de mi ropa para que el personal y otras personas no
lo supieran. —Un sollozo se me escapa al recordar, me abrazo más
en Sebastian, rezando por más fuerza mientras hablo—. Yo era la
esposa perfecta. El trofeo para lucirlo durante sus eventos y cenas.
Perfectamente educada, remilgada y correcta, incluso si mi línea de
sangre era pobre, había aprendido a ser parte del mundo de élite.
—Nena —Sebastian susurra agonizante contra mi cabello.
—Él es el diablo y lo digo en serio con todo, es pura maldad.
Me escapé y vine a St. Augustine y me he estado escondiendo
desde entonces. Si está en esa lista, entonces quienquiera que esté
involucrado con él no es más que malvado.
Me sorprendo cuando habla Ezra. —Tenía cuatro años, la
primera vez que fui abusado sexualmente por alguien en esta lista.
Estos nombres son todos los hombres que están involucrados con él,
incluido tu exesposo.
Oh Dios.
Me desenredo de Sebastian y corro hacia Ezra, tomándolo en
mis brazos. Se estremece cuando envuelvo mis brazos a su
alrededor y mi corazón se rompe por él. Este pobre chico ha pasado
literalmente por un infierno.
>>Comenzó cuando tenía cuatro años. No recuerdo mucho de
los días anteriores. Solo recuerdo que me hice mayor y no entendí
por qué el amigo de mi padre me estaba lastimando. —Está
susurrando y me pregunto si solo me está hablando a mí—. Nunca
se detuvo. No cuando le dije a mi padre, cuando grité y lloré y
arranqué mierda de las paredes. No hasta que tuve la edad suficiente
para luchar. Y luego fue demasiado tarde, ya estaba jodido. Muy
jodido. —Su voz es puro tormento. Sus dedos se clavan en mis
brazos mientras lo rodean, como si se aferrara a un salvavidas.
Ahora, ambos estamos llorando. Siento sus lágrimas calientes y
húmedas empapar mi camisa. Las palabras se derraman de sus
labios en un revoltijo— Yo era solo un jodido niño. Sólo un jodido niño.
—Otro sollozo roto.
No pensé que fuera posible que mi corazón se rompiera más de
lo que ya lo había hecho hasta que sentí su cuerpo entero temblar en
mis brazos mientras sollozaba.
>>Estoy tan jodido, no puedo cerrar los ojos por la noche y no
ver su rostro. Tengo miedo de que estos demonios, sus garras se
metan profundamente debajo de la piel, me arrastren al infierno.
La vulnerabilidad sin filtrar en su voz me destroza. El silencio en
la habitación es sofocante, solo el sonido de sus suaves sollozos
hace eco en las paredes. Los chicos no hablan, pero puedo sentir su
dolor.
>>Quemé su jodida casa pensando que ayudaría. Dios, solo
para hacerle daño, aunque sea una fracción de lo que yo sentí, lo
que he pasado en su mano, y no lo toca. Me doy asco. —Hace una
pausa, limpiándose debajo de la nariz— Me odio tanto a mí mismo.
Estoy arruinado.
—No, no lo estás, Ezra —grita Rhys a su lado, rompiendo el
silencio. Hay tanta emoción en su voz. Más emoción de la que jamás
le he visto mostrar.
—Lo siento mucho, Ezra —Le susurro, tirando de él hacia mí
con más fuerza. Somos extraños y, sin embargo, siento que lo
conozco. Sé el dolor que siente a manos de su abusador. Mi alma ve
su dolor y lo reconoce. La cuerda se ha roto y Ezra está sollozando,
sollozos desgarradores que rompen todos nuestros corazones,
porque al final nadie puede quitar este dolor. Sus hermanos solo
pueden ayudarlo a sanar, lenta y deliberadamente, pero no pueden
quitarle el dolor que siente. Me hundo al suelo con él, acunándolo
contra mí.
Alec se desliza al suelo junto a él y tira de Ezra hacia él. Es el
momento más sincero e íntimo que he sentido. Ezra deja caer la
cabeza sobre su hombro, sollozando. Deja escapar un grito gutural
que resuena en la habitación.
—No puedo hacerlo más —llora Ezra—. No puedo hacerlo. Solo
quiero jodidamente morir, para no tener que sentir más. Me duele.
Oh, Ezra.
Envuelvo mis brazos aún más fuerte, y rezo para que el alma de
este pobre chico encuentre un respiro.
Sebastian se acerca y me toma en sus brazos, sosteniéndome
mientras lloro por mí, por Ezra, por el corazón roto que ambos
tenemos, el que lentamente ha estado reparándose, sólo para que
se ser astillado de nuevo sabiendo que el diablo que trató de
quitarme la vida jugó un papel en el abuso de un niño inocente, el de
Ezra. Era demasiado para procesar, demasiado para sentir de una
vez y me siento vacía.
—Shh nena, Te tengo. Te tengo. —Sebastian me balancea
hacia atrás y hacia adelante con mis lágrimas mojando su camisa.
El sonido de la puerta golpeando hace que todo se detenga y
vemos que Rhys se ha ido. Nos pone sobrios a todos
momentáneamente.
—¿Debería estar allí solo? —Susurro.
Lo siento asentir contra mi cuerpo antes de hablar. —Alec,
tenemos que encontrarlo. Va a hacer algo loco, lo conoces.
Ezra se sienta, limpiando la humedad de sus mejillas. —Estaré
bien. Vamos. Nunca me perdonaré si algo le sucede.
Está cualquier cosas menos bien, pero como siempre, su
lealtad viene antes que él mismo. Incluso en medio de su corazón
roto, sigue siendo valiente y desinteresado para sus hermanos y eso
resume perfectamente quiénes son estos chicos. Sabios más allá de
sus años debido a las cosas que han experimentado y visto en sus
vidas.
Sus relaciones son inquebrantables, su vínculo impenetrable.
Alec, todavía con su brazo firmemente alrededor de Ezra, lo
levanta del piso y juntos salen por la puerta en busca de Rhys. Se
cierra detrás de ellos ruidosamente, dejándonos a Sebastian y a mí
solos, en un silencio torturado.
Esto es todo. La primera vez que la verdad ha quedado al
descubierto entre nosotros sin nada que ocultar. Mi corazón late
erráticamente en mi pecho. Por mucho que me doliera, estas cosas
tenían que decirse, tenían que ser reveladas si iba a amar a
Sebastian.
—Lo voy a matar. Voy a ver cómo la vida se le escapa de la
cara con mis manos alrededor de su garganta —dice—. Me deja
ciego de rabia Presley. Estoy muy enojado. Lo siento mucho por lo
que has pasado. Lamento mucho que todo lo que hice fue aumentar
el estrés. Maldita sea, lo siento. Yo… espero que sepas que nunca
planeé usar ese video, y me odio a mí mismo ahora que sé por lo
que has pasado. Me odio a mí mismo por empeorar las cosas. Lo
borré. La primera noche en tu cabaña. Lo siento, Presley. —
Lágrimas frescas mojaron mis mejillas. Sus brazos se tensaron
alrededor de mí, acercándome a su cuerpo tanto como podía. Nunca
antes me había sentido más cerca de otra persona, en cuerpo y
alma. El dolor dentro de mí que se había estado acumulando durante
tanto tiempo.
—Nunca dejaré que te lastime de nuevo nena, te lo juro —jura.
Creí que nunca lo dejaría, pero eso no significaba que él sería
capaz de detenerlo. Eric me encontraría, de una forma u otra y no
pensé que nadie, excepto tal vez Dios mismo, podría detenerlo.
Necesitaba un momento para procesar y aceptar todo lo que había
aprendido hoy y sé que Sebastian estaba librando una batalla interna
entre quedarse conmigo y perseguir a Rhys y a Ezra. Eran sus
hermanos, y yo era… lo que sea que soy para él.
Nunca quise hacerle sentir que tenía que elegir.
—Ve a buscar a Rhys, asegúrate de que él y Ezra estén bien.
Te necesitan.
A través de lágrimas espesas, me aparto para poder ver su
rostro.
—No, no te voy a dejar Presley, no —dice con firmeza.
—Estoy bien. Te necesitan y yo soy fuerte, ¿recuerdas?
Mis labios se curvan en la mejor sonrisa que puedo esbozar.
Sus ojos buscan los míos, atormentados, y niega con la
cabeza. —No.
Me siento, liberándome de sus brazos, y me doy la vuelta para
poder mirarlo a los ojos. Mis manos se deslizan contra la nuca a lo
largo de sus mejillas, saboreando la sensación bajo las yemas de mis
dedos. Quería que cada momento durara con Sebastian porque
nunca sabía cuándo terminarían. Cuando la burbuja de nosotros
estallara a nuestro alrededor, arrancando mi nueva felicidad
encontrada. Odiaba tener esta mentalidad, pero no conozco otra
forma de sentir.
—Ellos son tus hermanos, Sebastian y te necesitan. Ezra te
necesita más que nunca. Nos ofreces fuerza a todos cuando
estamos débiles. Ve, se eso para ellos. Estaré aquí cuando
regreses, lo prometo.
Él lucha con la decisión correcta, pero al final, asiente. No hay
una respuesta correcta o incorrecta. Todos lo necesitábamos más de
lo que él se daba cuenta, pero al final, estaría bien. Quería, no es
necesario, tiempo para cifrar los pensamientos en mi cabeza.
—No quiero dejarte —dice, con el ceño fruncido por la
preocupación.
—Lo sé. Pero hay que encontrarlos.
Se inclina hacia delante y presiona sus labios contra los míos en
un beso duro, calentado que me muestra lo mucho que realmente se
debate sobre dejarme, aunque sólo sea por un momento, e ir donde
sus hermanos.
Lo amo aún más fuerte.
Desenredándome de sus brazos, me pongo de pie y le ofrezco
mi mano. Él la toma de mala gana y me tira de nuevo a sus brazos.
—Regresaré pronto, Presley —susurra contra mi cabello.
Cuando que sale de la puerta, me acuesto en el piso y grito
hasta que no queda nada.
Han pasado horas desde que Sebastian se fue. La oscuridad ha
llegado, disfrutando de nuestra habitación en la pálida luz de luna a
través de las cortinas transparentes. He estado aquí durante horas
frente la ventana, viendo la puesta de sol y la noche llegar. Lloré
hasta quedar seca, hasta que mi cuerpo estaba adolorido por el
cansancio y mis ojos hinchados e inflamados. Mi pecho se siente
expuesto y abierto, en carne viva de una manera que solo proviene
de un verdadero dolor de corazón. Lloré por mí. Por Ezra. Por la
pesadilla que ambos soportamos a manos de estos hombres viles y
viciosos. Estábamos marcados, por con diferentes espectros, pero
abusados de cualquier manera.
Después de descubrir su pasado, sentí una conexión con él que
estaba más allá de la superficie. Sentía que el alma se alteraba al
ser parte de esto, en cualquier aspecto que hubiera.
Los números en el reloj pasan, uno por uno, aparentemente
moviéndose a un ritmo que ni siquiera tenía sentido, pero vi cambiar
de un número al siguiente. No sabía dónde me había dejado esto. Lo
que significaba exponer mi secreto y dejarme al descubierto por
Sebastian, pero sabía que de alguna manera me sentía… más
ligera. Se sintió bien ser honesta y sincera con el hombre que amo.
Incluso si se siente como si una parte de mí también hubiera
sido arrancada en el proceso. Estaba luchando por aceptar cómo
sería la vida en el futuro.
¿Dejaría St. Augustine?
¿Usarían esa lista de nombres y los entregarían?
¿Tendrían pruebas suficientes para poner a estos hombres
poderosos tras las rejas por las cosas que le han hecho a Ezra y a
todos los demás?
Ni siquiera estaba exactamente cien por ciento segura de lo que
estos hombres eran capaces de hacer, pero sabía que alguien en
esa lista había abusado de Ezra desde que era solo un niño, y
aparentemente, se lo estaban haciendo a otros niños y eso era más
que suficiente para mí.
El solo pensamiento me enfermó físicamente.
Además de todo esto, estoy aterrorizada. Tengo miedo de que
finalmente me encuentre y me mate. Sé lo malvado que es
realmente. Si estuviera en algún tipo de anillo pedófilo de élite
enfermo y jodido con estos otros hombres poderosos, ¿Sebastian y
los chicos serían capaces de derribarlos realmente?
Había tantas preguntas corriendo por mi cabeza, muchas de las
cuales no tenían una respuesta y eso me hizo sentir incómoda y
ansiosa.
La puerta cruje al abrirse detrás de mí, un rayo de luz brilla
contra la pared, antes de cerrarse. Se oyen susurros y escucho a
Sebastian quitándose la ropa, luego las sábanas se retiran mientras
se desliza detrás de mí y me empuja contra su cuerpo. Por unos
momentos no dice nada, el único sonido en la habitación es el sonido
de nuestra respiración. Entonces sus labios encuentran mi cuello en
la oscuridad de la habitación y planta besos suaves contra mi nuca.
—Te amo.
Mi corazón se detiene en mi pecho. Es la primera vez que
alguno de los dos dice esas palabras en voz alta, aunque me he
sentido así por un tiempo, tenía demasiado miedo de decírselo,
miedo de que corriera en la dirección opuesta porque solo habíamos
estado juntos poco tiempo. Pero en el poco tiempo que estábamos
juntos, era poderoso y absorbente.
Me doy la vuelta, todavía en sus brazos para enfrentarlo. El gris
acero de sus ojos brilla a la luz de la luna. Hay una barba incipiente a
lo largo de su mandíbula, el comienzo de una sombra. Paso mis
dedos por el vello áspero y él cierra los ojos, inclinándose hacia mi
toque.
>>Tú me ves, Pres. Me ves más allá de lo que ve el resto del
mundo. El imbécil rico y engreído que tiene más dinero que sentido
común. Ves el hombre que realmente soy, el hombre que espero ser.
Crees en mí y, a su vez, haces que crea en mí mismo. Que puedo
ser esa persona que es digna de alguien como tú.
Las lágrimas se escapan de mis ojos, y esta vez son felices.
Con su pulgar las aparta antes de que puedan caer.
—Y yo te amo. —Apenas por encima de un susurro, todavía
escucha mi verdad. Su mirada se fija en la mía y arde con intensidad.
Quiero besarlo por todas partes. El golpe imperfecto a lo largo del
borde de su nariz, probablemente debido a una pelea, el corte afilado
de su mandíbula, los músculos ondulados de su cuello. Sus labios,
sensuales y carnosos. Las pestañas oscuras que se abren como un
abanico en sus mejillas mientras duerme.
Estoy completamente obsesionada con este hombre.
—Siento que te haya hecho daño, Pres. Lo siento jodidamente
mucho —susurra.
Asintiendo, paso mis dedos por su rostro. En todas partes
puedo sentir, deleitándome con la verdadera intimidad del momento.
El hecho de que él realmente me está viendo por primera vez.
Viéndome realmente. Todos mis secretos a la luz, colocados sobre la
mesa frente a mí.
La verdad es, que ya no sé quién soy. No sé quién seré
mañana, sólo espero que sea quien sea, Sebastian todavía me ame.
Espero que pueda amarme en esos momentos en los que siento que
ni siquiera sé quién soy en el viaje para encontrar quién debería ser.
—He estado corriendo por tanto tiempo. Escondiéndome. ¿Qué
voy a hacer ahora? —Le pregunto.
Él niega con la cabeza. —Nunca más te volverá a lastimar. ¿Me
entiendes? Nunca dejaré que nadie te vuelva a lastimar.
Desearía que supiera a qué se enfrentaba. No conoce el mal
con el que están lidiando y eso me asusta aún más que tengo que
temer por su vida, no sólo la mía. Me entregaría voluntariamente a
Eric si eso significara que podría mantener a Sebastian a salvo. Lo
haría sin cuestionar, sin siquiera pensar.
En lugar de responderle, presiono mis labios contra los suyos,
esperando mostrarle cómo me siento con su toque, con su alma. Las
cosas que no se pueden sentir con palabras. Él abre la boca,
profundizando el beso, nuestras lenguas se enredan en un beso tan
feroz que siento el aire salir de mis pulmones en un momento.
—Te necesito. —Él se libera del beso.
Nos da la vuelta, estableciéndose entre mis muslos, frotando su
dureza contra mi dolorido centro. Sus labios se envuelven alrededor
de mi tenso y sensible pezón, chupándolo con su boca. Mi la espalda
se inclina desde la cama, presionándome aún más contra él. A
diferencia de otras veces que hemos estado juntos, esta vez no era
frenético y turbulento. Es lento y lánguido de una forma que nunca
hemos experimentado antes. Como si ambos tuviéramos miedo de
que en cualquier momento lo que tenemos nos sea arrebatado. Sus
manos recorren mi cuerpo en exploración. Él alinea la cabeza de su
polla con mi entrada, arrastrándose a través de los pliegues de mi
coño, cubriendo su polla con mi humedad, luego empuja dentro
insoportablemente lento. Pulgada a pulgada hasta que se posa
dentro de mí, estirándome alrededor de su polla.
Estoy tan llena de él, que ya estoy cerca. Esta vez es diferente
entre nosotros.
Estamos más cerca, más íntimos, entregando por completo
nuestras piezas dañadas al otro.
—Joder, estoy tan enamorado de ti —susurra, dejando caer su
frente sobre la mía mientras me mira a los ojos, susurrando sus
palabras de afirmación, acariciando mi alma rota, curándome de la
única manera que sabe. Sus caderas se alejan de mí para empujar
hacia adentro lentamente, muy profundamente. Una y otra vez
empuja dentro de mí, cada momento se acerca más y más a mí,
desmoronándome a su alrededor.
Sebastian Pierce me está haciendo el amor. Suave, despacio,
con tanta ternura que se me llenan los ojos de lágrimas. Me está
reclamando, y poco sabía que ya era suya. En cuerpo y alma, sin
lugar a dudas.
Su pulgar encuentra mi clítoris y me frota a la par con sus
embestidas. Llevándonos lentamente al borde. Círculos suaves y
firmes contra mi núcleo cuando me folla tan profundamente que toca
fondo. Cada terminación nerviosa de mi cuerpo está viva y
desesperada por él. Paso las uñas por los músculos de sus bíceps
mientras se cierne sobre mí. Quiero más. Envuelvo mis piernas
alrededor de su cintura y trato de darnos la vuelta, no sin su ayuda al
ver que es un gigante.
Me da una pequeña sonrisa antes de agarrar mis caderas
mientras me hundo lentamente en su polla.
—Oh, mierda —gime. Estoy sentada hasta la empuñadura
sobre él, y me aprieto a su alrededor, sacándole otro gemido. Me
hace sentir poderosa para darle placer.
Empiezo a montarlo sin restricciones. De arriba a abajo me
deslizo sobre su polla, mientras aprieta mis caderas en un apretón de
castigo tratando de aferrarse al poco de control que tiene. Me muevo
despacio, deliberadamente, deseando que esto dure para siempre.
La intimidad inexplorada entre nosotros.
>>Estás tan apretada, tan jodidamente perfecta. —Se sienta,
agarra la parte de atrás de mi cuello y tira de mi cabeza hacia él,
tomando mi boca en un salvaje beso. Es siempre así entre nosotros.
Placer como nunca lo había conocido.
Sus brazos se envuelven alrededor de mi espalda y se golpea
contra mí. Duro y profundo, rozando el lugar dentro de mí que me
vuelve salvaje, hasta que siento que me caigo.
Un maravilloso orgasmo comienza en lo más profundo de mi ser
y florece, arrastrándome por completo. Siento que Sebastian se
tensa debajo de mí y me planto profundamente mientras se corre. Lo
siento dispararse a chorros profundos dentro de mí mientras se
vacía. Nuestra respiración laboriosa se mezcla, sudorosa y pegajosa
con el sexo, pero ninguno de los dos se mueve. Nos quedamos así
por mucho tiempo, él se ablanda dentro de mí y siento su semen
derramarse fuera, y solo entonces me acuesta a su lado y luego se
levanta por un trapo húmedo para limpiarme. Se toma su tiempo,
acariciando mi cuerpo mientras lo hace. Es tan dulce, se me llenan
los ojos de lágrimas.
Mañana las cosas cambiarán. No tenemos control sobre lo que
realmente se avecina, y no creo que ninguno de los dos esté listo
para admitirlo. Ese trozo de papel lo cambia todo para ellos, uniendo
este mundo al mío. Uno en el que no quería participar. Estamos
librando guerras dentro de nosotros mismos en las que ahora
estaríamos unidos.
Horas más tarde, antes de que saliera el sol, estaba envuelta
en el pecho de Sebastian, el constante ascenso y descenso de su
pecho me dio paz. Se quedó dormido poco después de hacerme el
amor, susurrándome dulces palabras al oído mientras se quedaba
dormido. Deseo con toda la fuerza dentro de mí podamos aferrarnos
a este momento. Continuar quedándonos en esta burbuja que existe
sólo con nosotros. Una feliz ignorancia que bloqueaba todo lo demás.
Pero, como todas las cosas… llega a su fin.
24
SEBASTIAN

Después de los últimos días con Presley, el último lugar del que
quería irme era de la habitación. La había tenido de más formas de
las que podía contar, y todavía no era suficiente. Pero, a la luz de
todo, el hogar es el lugar más seguro para todos. Especialmente
desde que Ezra parece estar colgando de un hilo. Estábamos todos
nerviosos y ansiosos de que tuviera un jodido colapso mental. Así
que, nos dirigimos de regreso.
Hacemos el viaje de regreso a casa de quince horas. Ninguno
de nosotros está ansioso por regresar a un mundo que amenaza con
explotar en cualquier momento, pero anhelamos la familiaridad de
nuestra casa. La información que recibimos fue un shock y, en todo
caso, estoy más preocupado que nunca por Ezra.
Presley se retiró dentro de sí misma. Apenas ha dicho una
oración completa en todo el viaje a casa. En cambio, estuvo perdida
en un trance durante la mayor parte del viaje, con los ojos pegados al
parabrisas mientras conducíamos. Estoy jodidamente aterrorizado de
perderla y parece que se me escapa entre los dedos con cada
kilómetro que nos acercamos a St. Augustine.
Para cuando llegamos a casa y aparcamos en la de Presley,
estoy de mal humor y exhausto. Planeaba correr a casa, coger ropa
nueva y ducharme y luego volver para quedarme con ella. Salimos
del Tahoe y saco su bolso del maletero, luego lo cierro detrás de mí.
—Parece que Rory arregló la ventana e instaló la nueva puerta
—Asentí con la cabeza en dirección hacia su casa.
—Sí, se ve muy bien. Me siento mejor sabiendo que nadie
podrá entrar ahora.
Caminamos hacia la puerta y entramos donde dejo caer su
bolso en la cama.
—Voy a regresar al dormitorio y ducharme, agarrar algo de
ropa y regresar. Hablaba en serio cuando dije que no te quedarías
aquí sola, Pres.
Ella asiente, inclinándose para tomar a Hope en sus brazos. El
gatito ronronea en ellos y se frota contra su toque. Obviamente la
extrañaba, y eso me hace sentir jodidamente raro por dentro, lo cual
nunca admitiré en voz alta. La imagino sosteniendo a un bebé, y
luego me doy cuenta de que estoy jodidamente loco por la forma en
que mi corazón se acelera al pensar en ella sosteniendo a nuestros
hijos.
Y ahora es el momento de irse.
—¿Por qué me miras así? —pregunta ella con los ojos muy
abiertos.
—¿Cómo?
—No lo sé, así.
—Solo admiro tu belleza —Miento, pero no realmente porque
estoy completamente obsesionada con ella—. Regresaré, cierra las
puertas y mantén tu arma cerca. Por si acaso. Rory envió un
mensaje de texto y dijo que instaló una alarma que se dispara muy
fuerte si alguien abre la puerta una vez que la enciendes. Dejó las
instrucciones en la cocina. Diciendo algo sobre una aplicación. —Dejo
un casto beso en sus labios y un rápido masaje detrás de las orejas
de Hope—. Te amo.
—Yo también te amo. Ten cuidado. —La atraigo hacia mí, con
gato y todo, y dejo que mis brazos la sostengan, empapándome del
momento antes de que tenga que irme.
Me siento como un jodido idiota, pero todo sobre esta chica me
debilita. Me voy por ella. Salgo por la puerta principal y apenas he
bajado las escaleras cuando mi teléfono suena en mis jeans. Cuando
lo saco, veo que el nombre de mamá parpadea en la pantalla.
Finalmente, ella me devuelve la llamada. Solo han pasado cerca de
dos semanas.
—Ya es hora de que me devolvieras la llamada —Bromeo
cuando deslizo la barra y respondo.
—Hola, cariño. Me preguntaba si podrías volver a casa un rato,
necesito hablar de algo contigo. —No suena como ella misma e
inmediatamente me levanta banderas rojas.
—¿Todo bien?
Hay una breve pausa seguida de un zumbido —Por supuesto.
¿Te puedo esperar pronto?
—Sí, estaré allí en veinte.
Terminamos la llamada y me quedan más preguntas que
respuestas. Después de pasar por el dormitorio y cambiarme, agarro
las llaves y cruzo el campus hasta mi coche. Llego a la finca en
menos de veinte minutos y es inquietante tranquilo. En un momento
dado, por lo general hay al menos cuatro empleados en el lugar. El
chico de la piscina, paisajistas y jardineros, portero.
Hoy, no hay nadie que no haga nada más que hacer que mi
estómago se retuerza aún más. Algo no está bien y lo siento.
Estaciono el auto, abro la puerta y salgo, entro a la casa a través de
la puerta conectada en el garaje.
—¿Mamá? —Llamo. La pesada puerta del garaje se cierra
detrás de mí, resonando a través de la casa vacía.
Su voz se escucha desde el comedor —Aquí.
Entro a través de la enorme puerta arqueada hacia el
inmaculado comedor que guarda más de lo que le corresponde de
malos recuerdos. Todo en el hogar de mi infancia es frío y estéril.
Claro, la mesa del comedor cuesta una fortuna por sí sola, y eso no
es nada comparado con las persianas que se sienta debajo de él.
Pero toda esa mierda es materialista. No te hace sentir amado o
bienvenido. Una casa no es un hogar a menos que realmente se viva
en ella, y nunca me he sentido vivo en estas paredes. Siempre ha
sido un lugar para que mis padres muestren su riqueza.
Mi mamá está sentada en la lujosa silla de cuero frente al
fuego. No habla cuando me oye entrar. Camino alrededor de la silla
hacia ella, para darle un beso en la cabeza, y luego, veo los
moretones. Todo su rostro es negro y azul. Uno de sus ojos está
cerrado por la hinchazón, sus labios rotos en un lado. Le han dado
una paliza.
—Mamá, maldita sea —Grito, cayendo de rodillas frente a ella.
Los moretones de color púrpura y azul se extienden por su
mandíbula, serpenteando hasta su ojo morado. Se ve tan pequeña y
frágil en este momento que no puedo evitar que las lágrimas broten
de mis ojos. Joder, ella no ha sido la madre más presente, pero es
mi madre.
Cualquier chico con corazón sentiría lo mismo si alguien le
hubiera hecho esto a su madre. Más ahora que la única otra mujer
que he amado ha sido abusada por alguien que prometió amarla y
cuidarla, como ahora mi madre.
—¿Qué pasó? —Pregunto aunque sé que fue él.
Ella aparta la mirada del fuego hacia mis ojos, y las lágrimas no
derramadas son las que casi me rompen. Nunca en mi vida he visto
llorar a mi madre. No cuando mi padre la engañó abiertamente, la
avergonzó frente a sus amigos y compañeros de trabajo, no cuando
sus padres murieron. Incluso en los peores momentos de su vida,
puso cara de valiente y levantó más la barbilla. Hasta ahora.
—Tu padre y yo nos vamos a divorciar.
Respiro con asombro. —¿En serio?
Ella asiente con la cabeza, llevándose el bourbon que ha estado
bebiendo distraídamente, en el vaso adornado hasta sus labios,
drenándolo hasta secarlo. —Esto —se señala a la cara— es el
resultado de esa conversación.
—Es un pedazo de mierda. Voy a matarlo. —Me levanto de mis
rodillas y empiezo a caminar por el comedor. Estoy harto de su
mierda.
Ha lastimado lo suficiente a nuestra familia y esta es la última
maldita gota que ha derramado el jodido vaso. La rabia corre por mis
venas mientras mis ojos revolotean sobre sus heridas. Me vuelve
loco cada vez que mis ojos vuelven a los moretones.
—Pelear con él no servirá de nada, Sebastian. Sabes el tipo de
hombre que es tu padre. Le encanta eso.
Ella tiene razón, pero no hace nada para disminuir la ira que
siento.
>>Me voy a mudar. Dejé ir a todo el personal. No tiene idea,
pero me iré esta noche. Me quedaré con una amiga en Peillon.
Quería que lo escucharas de mí y no de tu padre.
—¿Te vas a ir? —Mi mandíbula está en el jodido piso. Estoy
realmente sorprendido de que se vaya. Después de todo lo que le ha
hecho y aun así se quedó. No siento nada más que alivio.
—Sí. Y no espero regresar pronto. Extrañaré ir a la graduación
hijo, y lo siento mucho. Creo que, si no me voy, estaría con el miedo
de no saber lo que haría tu padre. Tengo que hacerlo.
Las palabras perforan mi corazón, desnudándome hasta la
médula. —La graduación no es importante, mamá, estar a salvo y
tan lejos de ese hijo de puta como sea posible es lo importante. Es
sólo un trozo de papel y una multitud de personas que no puedo
esperar para no volver a ver.
La comisura de su labio roto se encrespa con el más mínimo
movimiento, un atisbo de sonrisa. —Lo siento, tu padre y yo nunca
hemos sido el tipo de padres que te mereces, Sebastian. Lo digo con
todo mi corazón. No puedo pedirte que me perdones, ya que parece
que no puedo perdonarme a mí misma, pero te pido que vivas tu vida
felizmente, libre de la maldición Pierce. Tienes el poder de cambiar tu
futuro y sé que lo harás. —Lleva su mano a mi mandíbula, acunando
mi rostro en su mano.
—Andrea —la voz de mi padre retumba desde el vestíbulo.
Perdidos en la conversación, no escuchamos la puerta principal
abrirse y a mi padre entrar.
Segundos después, él se apresura a cruzar la puerta hacia
mamá, quien instintivamente se encoge de miedo.
—No jodidamente la vas a tocar —bramé, interponiéndome
entre ellos.
El gilipollas tiene la osadía de reírse en mi maldita cara. —
Apártate Sebastian antes de que te lastimes. No estoy de humor
para lidiar contigo.
Hace una pausa, como si esperara a que yo realmente siguiera
sus instrucciones y ahora es mi turno de reírme.
—Estás loco si crees que estoy jodidamente asustado de ti.
Vuelve por donde viniste. Empaca tu mierda y lárgate.
La oscuridad en sus pupilas se combina con la siniestra sonrisa
en sus labios: —Estás olvidando tu lugar. Esta es mi casa, mi dinero,
mis autos. Todo lo que tienes es mío, Sebastian. Todo. Quieres
actuar. ¿Quieres proteger a tu madre del castigo que se ha ganado y
merece? Se acabó. —Chasquea los dedos frente a mi cara y, como
la cuerda proverbial, mi moderación se va con él.
Agarro sus solapas con una mano y mi puño vuela hacia atrás,
golpeándolo en la mandíbula lo que hace que se tambalee hacia
atrás contra la pared.
—Vete a la mierda —Escupo. Antes de que tenga la
oportunidad de retroceder, lo golpeo de nuevo. La sangre salpica de
su nariz mientras cruje bajo mi puño, y no me siento ni remotamente
mal. No siento… nada. Se merece esta mierda y más y cuando cae
al suelo debajo de mí, me tomo un momento para saborear la
satisfacción.
Mi padre, un Pierce en todo su esplendor, a mis jodidos pies,
sangrando como un cerdo atascado. No tan alto y poderoso ahora.
Parece anticlimático a lo que realmente se merece.
Escupe una bocanada de sangre sobre la alfombra y luego se
lleva la mano a la nariz para limpiarse el goteo de sangre en la boca.
—Estás jodidamente muerto para mí, ¿¡me oyes!? —Grita, las
palabras resuenan en las paredes de mármol. Me dejo caer en
cuclillas frente a él, inclinándome hacia su cara.
—Has estado muerto para mí. Si alguna vez tocas a mi madre
de nuevo te enterraré a seis pies debajo de esta maldita casa. Junto
con todo esto cara mierda que pareces apreciar más que a tu
familia. Es curioso, espero que el sofá de cincuenta mil dólares te
haga compañía en el infierno, imbécil.
Echando la cabeza hacia atrás, se ríe como un loco, como un
verdadero psicópata.
—Oh, Sebastian, no tienes idea del poder que tengo sobre ti y
tu perra de madre. ¿Crees que no sé acerca de esa pequeña pieza
caliente que has estado follando? Y es tu maestra, no obstante. Tic
Tac. Pensé que te había enseñado a ser más discreto, no tan
jodidamente descuidado. Mejor mantente atento a eso, alguien se la
podría follar justo debajo de tus narices… —Lo interrumpo con el
golpe de mi puño. Una y otra vez lo golpeo hasta que mis nudillos se
abren y mi sangre se mezcla con la de él.
Lo golpeo hasta que me adormezco. Puedo escuchar a mi
madre gritar en algún lugar detrás de mí, y luego siento sus manos
en la camisa, tratando de apartarme de él, pero me la saco de
encima. Me he ido demasiado lejos. Todo ha salido a la superficie, y
no puedo sentir nada más que el odio y la ira que he guardado en mi
interior durante tanto tiempo por él.
Mi propio padre ha estado controlando mi vida, convirtiéndome
en el mismo idiota que siempre ha sido y ni siquiera me di cuenta de
lo lejos que había caído hasta que casi me acosté con Mara y
destruí la vida de Valentina. Ahora, después de lo que le ha hecho a
mi madre, lo odio tanto que arde dentro de mí, encendiendo un fuego
que nunca se apagará con sus miradas de desaprobación.
—¡Sebastian, detente! ¡Sebastian, lo vas a matar! —Ella grita.
Su voz resuena en mis oídos, las palabras atraviesan la neblina. Solo
entonces salgo de mis pensamientos y miro el desastre de mi padre
debajo de mí.
Inclinándome tan cerca, puedo saborear la punzada metálica de
la sangre en mi lengua, le susurro al oído ensangrentado: —Aléjate
de nosotros, y si muestras tu jodida cara en esta casa otra vez,
terminaré esta mierda sin pensarlo. Protejo a los que amo y si fueras
un jodido hombre de verdad, habrías hecho lo mismo.
Mis puños son un desastre ensangrentado, la piel abierta, en
carne viva y expuesta, pero ni siquiera lo siento. Perdí el sentido, y si
mi madre no me hubiera detenido, creo que podría haberlo matado y
ni siquiera me di cuenta. La idea da miedo, pero se lo merece y más.
Ha golpeado a mi madre por última vez y si no hace caso de mi
advertencia, cumpliré mi promesa.
—Sebastian —llora mamá detrás de mí, agarrándome,
alejándome de él, y cedí.
—Está bien, nunca te volverá a hacer daño. —La tomo en mis
brazos y la envuelvo con ellos mientras solloza en voz alta. Mi padre
yacía a solo un pie de distancia, sangrando, gimiendo de dolor.
Las mismas palabras que le susurré a Presley anoche,
significan aún más ahora. Las protegeré con mi vida y sacrificaré
todo lo que tenga para mantenerlas a salvo. Ahora, sé lo que
significa ser un Pierce. Me había convertido en el hombre que debía
ser, en mis propios términos, a mi manera. Un hombre del que
estaba jodidamente orgulloso. Amaría a mi mujer, protegería a mis
amigos y reconstruiría la relación rota con mi madre. Me he vuelto
fuerte. Resistente. Fiel.
Todo lo que mi padre no era. Nada que me enseñó a ser. Soy
desinteresado y honesto. Respetuoso y considerado. Este es el
hombre que quiero ser. Necesito serlo para aquellos que amo. Amar
a Presley, respetarla y apreciarla como nunca antes lo han hecho. Se
lo debo a ella. Le mostraré al mundo quién es un verdadero Pierce, si
es lo último que hago.
Un voto que nunca romperé.
25
PRESLEY

Cuando Sebastian me envió un mensaje de texto diciendo que


surgió una emergencia familiar y que él vendría más tarde, decidí ir a
mi salón de clases y terminar un poco el trabajo. El internet en mi
casa es tan irregular y solo funciona la mitad del tiempo, no quería
intentar comenzar un proyecto y no poder terminarlo. A pesar de que
eran las vacaciones de Navidad, todavía tengo trabajo más que
suficiente para mantenerme ocupada. Le envié a Sebastian un
mensaje de texto rápido para hacerle saber que estaría allí, y él
respondió y me hizo saber que Rory iba a dejar mis llaves para los
cerrojos en las próximas horas.
Incluso con los nuevos pestillos en la puerta, estaba demasiado
conmocionada para estar sola en casa, pero realmente no quería
admitir que ya no me sentía segura en el espacio que había hecho
para mí. No después de la pelea que tomó para llegar tan lejos. Los
sacrificios y el dolor.
Estoy sentada en la primera fila de escritorios frente a mi
escritorio, mirando un agujero en la pizarra vacía. Esta semana pesa
en mi corazón y en mi mente. Un montón de papeles frente a mí,
intactos y no más cerca de mi objetivo de lo que estaba cuando me
senté. No podía dejar de pensar en adónde me había llevado la vida
el año pasado. Me trajo a St. Augustine y me dio a Sebastian. De
eso estaba segura.
Sé que no importa cuál sea el resultado de todo esto, siempre
estaré agradecida por el amor de Sebastian. Se siente como lo único
de lo que estoy segura. Sebastian y la forma en que lo amo. Él es el
riesgo que asumiría una y otra vez, vale la pena todas y cada una de
las consecuencias.
Algunos riesgos valen la pena.
Él es uno de ellos.
Empiezo a revisar los artículos, uno por uno, sumergiéndome en
las historias creativas que han creado mis alumnos. Mi corazón se
llena de orgullo al leer sus palabras. Puedo ver que la mayoría, si no
todos, pensaron en su historia. Estoy tan absorta en su escritura que
no escucho la puerta abrirse detrás de mí. La densa sombra que
aparece por el rabillo del ojo me llama la atención, y me doy cuenta
de que es Rory quien deja la llave, o Sebastian debe estar aquí para
ver cómo estoy. Dejo el bolígrafo y me doy la vuelta, poniendo una
sonrisa.
Excepto que no es Rory, y no es Sebastian…
El dolor explota en la parte de atrás de mi cabeza, luego… el
mundo se vuelve negro.
26
SEBASTIAN

El viaje de regreso a St. Augustine parece tardar el doble de lo


habitual. Estoy jodidamente ansioso por volver con Presley, y solo
necesito abrazarla, sentirla en mis brazos, sentir que esta mierda va
a estar bien. Me duele la mano de mis nudillos magullados y muy
probablemente rotos, todo el camino hasta mi brazo mientras agarro
el volante con más fuerza. No me importaba el dolor, de hecho, lo
recibí con agrado. Lo necesitaba. Nunca me arrepentiría de lo que
pasó con mi padre. Quería un recordatorio constante de que, por una
vez, me rebelé. Había terminado de permitirle controlar tanto a mi
madre como a mí. Él podría tener los autos, el dinero, el negocio que
tenía más sangre en sus manos que una guerra. Era suyo y yo no
quería tener ni una jodida parte.
No pude evitar que mi mente divagara sobre todo lo que había
sucedido la semana pasada y lo que significaba para el futuro. Mi
futuro con Presley, lo que iba a pasar con mi madre, si Ezra
realmente iba a estar bien. Todo pareció incendiarse a la vez, y
ahora todo el mundo a mi alrededor estaba ardiendo. Todo lo que
sabía era que cualquiera que fuera la versión de mi vida que me
deparaba el futuro, era con Presley. Incluso si tuviera que moverme
por el mundo y vivir en una jodida choza con ella y el maldito gato, lo
haría.
Llámame. SOS.
Mi teléfono vibra en mi regazo y se ilumina con un mensaje de
texto de Alec mientras conduzco de regreso a St. Augustine. He
llamado a Presley tres veces, sin respuesta y estoy empezando a
preocuparme. No quiero parecer un idiota pegajoso, pero después
del robo, he estado al límite.
Marco el número de Alec y responde al primer timbre: —Algo
anda mal.
—¿Qué quieres decir?
—Algo no está bien. He estado llamando a Rory durante una
hora y no responde.
El miedo se apodera de mi pecho cuando me doy cuenta de
que se suponía que Rory debía dejarle las llaves a Presley en su
salón de clases, y ella no ha respondido a mi llamada.
—¿Dónde estás?
—Tuve que correr a la casa de mis padres en la ciudad, pero
estoy a punto de dar la vuelta.
—Alec, Presley tampoco contesta el teléfono y Rory me envió
un mensaje de texto antes para avisarme que le estaba dejando las
llaves. En su salón de clases. ¿Por qué diablos no iban a responder
los dos?
Presiono con más fuerza el pedal, acelerando cada vez más
rápido, los números en el odómetro superan los cien y sigo subiendo.
En el segundo en que dijo que Rory no respondía, se me heló la
sangre. Ella estaba aterrorizada y dejé que manejara mi propia
mierda, y ahora no responde.
—No lo sé hombre, joder. —Su voz está tensa por el miedo.
—Joder —Grito, golpeando el volante. Cuelgo el teléfono sin
despedirme y entro en el estacionamiento, deteniéndome con un
chirrido fuerte. Ni siquiera me molesto en apagar el coche, solo abro
la puerta y corro como nunca antes.
Lo siento en mis huesos, algo anda mal. La intuición pincha la
parte de atrás de mi cuello, haciendo que los pelos se pongan de
punta. Tardo muchísimo en atravesar el campus. Hay una inquietante
tranquilidad a mi alrededor, el lugar está desierto. Todos se han ido
para las vacaciones de Navidad. Solo quedaban unos pocos
estudiantes y seguro que no estaban caminando por el campus a
esta hora de la noche.
Finalmente, el edificio en el que se encuentra su salón de clases
aparece a la vista y estoy aspirando bocanadas de aire, en parte por
correr más de una milla en tres segundos y porque estoy
aterrorizado de lo que significa. La puerta de su salón de clases está
cerrada, las persianas están echadas sobre la ventana y cuando
muevo la perilla está abierta, gracias, joder.
Abro la puerta y me apresuro a entrar, solo para encontrar la
habitación vacía y las luces apagadas. Como si ella nunca hubiera
estado aquí. Al entrar, miro a mi alrededor en busca de una jodida
pista, cualquier cosa que indique que estaba aquí. Entonces, lo veo.
En su escritorio, todo está perfectamente en su lugar. Todo
arreglado de una manera que grita fuera de lugar para Presley. Si
bien tenía estas peculiaridades en casa, estos pequeños momentos
en que la atrapaba reorganizando frascos y latas, su escritorio era
completamente diferente. Siempre fue un caos organizado en lo que
parecía prosperar.
Era mi primera pista de que algo andaba jodidamente mal.
En segundo lugar, la pila de papeles se desparramó por el
suelo, como si cayeran a toda prisa y ella no se molestará en
recogerlos.
Joder, ¿dónde está?
Retrocedo por la puerta y corro por el pasillo. Todo está muerto
de silencio y escalofriantemente quieto. Todas las aulas están a
oscuras. Las filas de taquillas intactas, el pasillo en sí como una zona
de penumbra.
Todo se siente mal. El pánico se clava en mi garganta mientras
corro por el pasillo, buscando en todas y cada una de las ventanas
del salón de clases. Saco mi teléfono del bolsillo y la llamo de nuevo,
escuchando el timbre hasta que va directo al buzón de voz.
¡Maldita sea!
Vuelo a través de las puertas dobles en el extremo opuesto del
edificio, aspirando bocanadas del aire fresco de la noche, mi corazón
se acelera dentro de mi pecho con tanta fuerza que siento que
podría sentirlo fuera de él. Mis ojos escanean cada edificio,
buscando una señal o una pista, cualquier cosa. Y luego veo la luz.
En la capilla, hay la luz más pequeña brillando desde la habitación
trasera y sé con certeza que el jardinero tendría un ataque de mierda
si estuviera encendida. St. Augustine es muy importante para salvar
el medio ambiente y la mierda ecológica.
Presley está ahí… pero ¿por qué? ¿Por qué estaría allí sola
por la noche sin su teléfono?
Corro, tan rápido como mis piernas pueden y abro las puertas
de la capilla, antes de entrar en la oscuridad.
Está oscuro como boca de lobo y no puedo ver nada hasta que
salgo del vestíbulo y me dirijo a la propia capilla. Los bancos están
bañados por la luz de la luna desde las grandes vidrieras, y en el
altar está Presley. Mi corazón deja de latir dentro de mi pecho. En
verdad, uno de esos momentos de los que se oye en las películas,
se lee en los libros. Que estás tan congelado por el miedo, tan
conmocionado que parece que el tiempo se ha detenido.
Presley está en el altar en una silla de madera, mientras un
hombre se pone en cuclillas detrás de ella, con su brazo envuelto
firmemente alrededor de su cuello, sosteniéndola en su lugar con una
pistola presionada contra su sien. Su mano le cubre la boca, por lo
que no puede hablar, pero sus gritos ahogados llenan la habitación.
Él es al menos un pie más alto, cabello castaño bien rasurado y bien
afeitado. Parece que está sentado en una oficina todo el día. Traje
de tres piezas, mocasines brillantes sin una sola mancha.
Es la mirada en sus ojos lo que hace que el pánico me cierre la
garganta por completo. Es maníaco. Total y jodidamente loco. Puedo
ver lo inestable que es a diez pies de distancia. Por cierto, está
casi… mareado por agitar un arma en la cara de Presley. Hay una
energía en él que grita demente. Está tarareando, rebotando sobre
sus pies.
—Ah, ya era hora de que se uniera a la fiesta, señor Pierce.
Por favor, entre y únase a nosotros. —Sus labios se tensan en una
sonrisa repugnantemente siniestra. La pistola en su mano tiembla
levemente, y joder si es posible sentir más miedo, lo siento. Estoy
más aterrorizado que nunca, de perder a Presley. Ella gime, tan
visiblemente conmocionada que puedo verlo desde el otro lado de la
habitación. Quiero dar un paso más cerca y zafarla sus brazos para
luego matarlo por tocarla en primer lugar.
Dudo, y su voz brama. —Ven aquí o le volaré la cabeza aquí
solo para ti. —Camino hacia Presley, mis ojos se cruzan con los de
ella. Las lágrimas de Presley corren por su rostro mientras solloza,
aterrorizada, contra su mano. Rezo para que comprenda mi mirada,
que voy a hacer lo que sea necesario para sacarla de aquí, para
salvarla.
Presley nena, maldita sea. Estoy tan jodidamente asustado,
estoy congelado. Un movimiento en falso y este maldito psicópata
podría matarla. El sólo pensamiento me enferma físicamente.
—Sabes, cuando me enteré de que mi esposa estaba teniendo
una aventura con su estudiante, pensé que seguramente no podía
ser tan estúpida. —Se ríe maniáticamente—. Resulta que estaba
equivocado y ella sí es jodidamente estúpida. Debería matarla solo
por ser tan idiota y descuidada.
Estoy a menos de dos metros de distancia, tan cerca que
puedo ver el sudor rodando por su rostro. Antes de que pueda
siquiera pensar, se echa hacia atrás y abofetea a Presley con tanta
fuerza que su pequeño cuerpo se sacude en la silla.
Joder, me tambaleo hacia adelante con mis brazos extendidos
para alcanzarla y él apunta con el arma a mi cabeza.
—Otro jodido paso y estás muerto. —Otra sonrisa tira de sus
labios, y luego sus ojos se arrastran de nuevo a Presley, comienza a
sollozar. Este tipo es tan jodidamente inestable, que, si no encuentro
una manera de salir de aquí, es posible que los dos nunca nos
vayamos. Los ojos de Presley ruedan hacia atrás en su cabeza
mientras se desmaya en sus brazos.
Presiona el cañón en su sien mientras habla —Joder, te
encontré, Ella. Cariño, te encontré —susurra entrecortadamente.
Quiero arrancarle las jodidas extremidades y golpearlo con ellas.
Aprieto los puños a mi lado, luego escucho un gemido a un lado de la
capilla y giro la cabeza para ver a Rory atado a una silla con finos
trozos de cuerda. Tiene los ojos cerrados por la hinchazón, negros y
azules, y está goteando sangre en el suelo frente a él por una herida
en la mejilla. Está al borde de la conciencia.
Maldita sea.
Tenía una visión tan profunda del psicópata que apuntaba con
un arma a la cabeza de Presley que ni siquiera vi a Rory.
>>¿Sabes cuánto tiempo te busqué? ¿Cuántos malditos
recursos tuve que usar para encontrarte? ¿Cómo pudiste dejarme?
—El tipo llora. Tiembla cuando presiona el arma contra su cabeza,
luego contra la suya, sollozando.
Los empujones la sacuden y vuelve en sí, con un moretón
oscuro que ya se extiende por su rostro. Estoy temblando de furia
donde estoy, al ver los moretones en ella, al ver a este jodido
psicópata poner sus manos sobre ella.
>>No debiste haberme dejado Ella, no debiste haberlo hecho.
Me estás obligando a hacer esto, ¿te das cuenta? Esto tiene que
suceder por tu culpa, cariño. —Ella llora en su palma y sus ojos
nunca dejan los míos.
>>Tengo que matar a tu pequeño novio ya su amigo, y eso te
entristecerá, pero sé que con el tiempo volverás a ser la esposa
perfecta. Te haré perfecta de nuevo, cariño, no importa lo que
cueste.
Es un jodido lunático furioso. Y tiene a mi chica.
Él deja caer su mano de sus labios por primera vez, y un sollozo
resuena por toda la iglesia vacía.
—¡Yo te amaba! —grita, disparando una bala perdida en mi
dirección general, lo que me hace caer al suelo.
>>¡Me golpeabas! Eres malvado. Un monstruo. Y nunca te
amaré —dice Presley, con la voz llena de dolor—. ¡Has lastimado a
los niños!
El arma está presionada contra ella de nuevo cuando él
amartilla el cañón.
Joder, detente Presley, nena, detente.
Me levanto lentamente antes de levantar las manos en señal de
rendición. —Escucha, no tiene por qué ser así.
—Nadie te pidió que hablaras, así que mantén la jodida boca
cerrada. —Él aparta la pistola de su cabeza y la agita, apuntándome
directamente a la cara. La cosa es que ya no tengo miedo. Estoy
cabreado de que este hijo de puta tenga a Presley.
Preferiría que me apuntaran con el arma a mí que a ella. No
tengo miedo de morir. Tengo miedo de vivir en un mundo donde
Presley no esté. Mi vida no es nada sin la de ella.
—¿De verdad quieres arruinar tu vida por esto? ¿Por ella? —
Pregunto. Jugaré el papel que sea necesario si eso significa salvarla.
—Cuida tu jodida boca. Si bien ella podría ser solo un pedazo
de coño para ti, es mi esposa. —Cada vez que dice la palabra
esposa, una parte de mí muere.
Si salgo vivo de esto, me casaré con ella mañana.
—Solo hablemos de eso. Eres un hombre rico y poderoso.
Tienes todo lo que quieres al alcance de tu mano. Tienes a la chica.
No termines tras las rejas por eso. No hay razón para hacer algo que
puedas deshacer.
Me acerco más, paso a paso.
—Odio a los cabrones como tú —Se enfurece—. Caminas por
ahí, ese dinero sofocante y viejo te difama, y actúas como si fueras
el dueño del maldito lugar. El mundo en tu palma, ¿no? ¿Cómo
jodidamente se siente? ¿Eh? —Se ríe, acariciando el cuello de
Presley, y ella gime cuando su nariz roza su mandíbula—. Deja de
moverte —grita, apuntándome con el arma. El cañón se sacude
cuando lo alinea con mi cabeza.
Con mis manos aún levantadas en señal de rendición, me
detengo. Mis ojos se dirigen a Rory, que se está moviendo,
finalmente despertándose. Sus ojos hinchados se abren para
entrecerrar los ojos y se abren. Vamos Rory, despierta. Te necesito.
Se escucha un ruido fuerte afuera de las puertas de la capilla, y
los ojos del psicópata se agrandan mientras camina hacia el frente
de la capilla para mirar por la ventana. Se aleja, pero el arma todavía
me apunta, me mira por encima del hombro mientras camina.
—No te muevas o te mataré, ¿me oyes? —sisea, pasando su
mano libre por su cabello perfectamente peinado, apartándose.
Es ahora o nunca.
Esta es la única oportunidad que tendré para salvarla. Para
salvar a Rory.
Me arrastro más cerca y más cerca de donde se sienta.
—Sebastian —llora, sollozando, con los brazos extendidos para
mí.
—Dios nena, joder te amo tanto —susurro, mis ojos se mueven
rápidamente hacia la parte delantera de la iglesia, sin darme cuenta
de que he llegado al altar—. Nos sacaré de aquí, nena, créeme.
Es todo lo que puedo obtener antes de que vuelva corriendo
hacia nosotros.
Todo sucede a cámara lenta, el mundo se detiene. Él corre de
regreso al altar, y me pongo frente a Presley, quien grita asesinato
sangriento justo cuando me golpea en la cara con la pistola, lo que
hace que mi visión se haga negra momentáneamente, y hace que
caiga de espaldas hacia Presley, quien vuela desde la silla sobre el
altar con un ruido sordo. Su cabeza golpea el podio y no se mueve.
Mi estómago se revuelve por el golpe, y el hecho de que ella
está allí inmóvil. Todo sucede tan rápido y tan lentamente al mismo
tiempo. Es como salir de una película, la escena de los
acontecimientos transpira.
Levanta el arma y grita, apuntando directamente a Rory
primero, y antes de que pueda apretar el gatillo, me pongo frente a
Rory. Suena una procesión de disparos, el sonido ensordecedor
resuena a lo largo de las paredes de la iglesia, y luego, mi cuerpo se
afloja. Siento el golpe, la forma en que el cuerpo de Rory cae al
suelo junto al mío. Un golpe sordo, y luego no siento nada…
Mi mano va a mi hombro, regresa con sangre roja y brillante, y
luego mi visión se vuelve borrosa. Los puntos negros bailan y miro
hacia Presley, que lucha por ponerse de pie. Una vez que lo hace, él
se para frente a ella, con una sonrisa enfermiza en su rostro.
Fuera cual fuera el jodido mundo trastornado en el que vivía,
tenía la esperanza de que Presley todavía lo quisiera.
Cualquiera que amaba a Presley era un tonto al desear que
alguna vez dejara de hacerlo.
Usando toda la fuerza que queda dentro de mí, me quedo de
pie tembloroso, balanceándome con el movimiento, y en el momento
en que sus ojos se cruzan con los míos, se da cuenta de que no me
rendiré hasta que muera. Levanta el arma hacia mí, pero antes de
que pueda disparar, Presley carga contra él, con un metro y medio
de furia, y lo pone de pie.
Lo último que veo es la pistola deslizándose de sus manos, y
Presley debajo de él, sus manos envueltas alrededor de su garganta.
Entonces… el mundo se vuelve negro.
27
PRESLEY

La gente habla de experiencias extracorporales, y cuando lo


escuchas piensas en alguien que está adquiriendo una fuerza de otro
mundo. Logrando algo que no harían en otro momento dado. Y
después de hoy, puedo decir con absoluta certeza que he
experimentado una verdadera experiencia extracorporal.
El miedo le hace cosas a la gente. Todos reaccionan de manera
diferente, a su manera, usando sus propios mecanismos de defensa
cuando tienen miedo. Es la reacción natural del cuerpo a “luchar o
huir”.
Pasé el último año de mi vida corriendo asustada. Dejando que
ese miedo me controlara, me cambiara, me convirtiera en alguien
que ni siquiera reconocí. Este hombre, este malvado vil, usó ese
miedo como arma para controlar cada uno de mis movimientos.
He corrido asustada desde entonces.
Y el miedo que sentí cuando apuntó con el arma a la única
persona que amaba de verdad más de lo que me amo a mí misma,
me lancé. Ya no me importaba una mierda. Todo lo que pude ver fue
a Sebastian.
Todo sucedió tan rápido que apenas parpadeé y sonaron los
disparos. Sebastian cayó junto a Rory, ambos ensangrentados en el
suelo de la capilla. Me quitó el aliento. Mi cabeza palpita por la fuerza
de golpear la esquina del podio, pero lo superé. Sebastian se pone
de pie, y se balancea cuando está completamente de pie. La sangre
gotea de su hombro a un ritmo alarmante, y me di cuenta de que
tengo que ser la que salve a Sebastian, no al revés.
Esta es la única oportunidad que tengo de salvar al hombre que
amo.
Arremetí, derribando a Eric con una fuerza que ni siquiera sabía
que poseía hasta este momento. Ni siquiera sentí el impacto de mi
golpe, pero juntos caímos. Me empujó contra mi espalda y sus
manos envolvieron con fuerza mi garganta. No podía respirar, los
ojos vacíos y sin vida que solían acobardarme de miedo al mirar
hacia atrás y, extrañamente, ya no lo siento, incluso cuando intenta
detener mi respiración.
Levanté la mano y le clavé las uñas en los ojos. Gritó, soltando
mi cuello momentáneamente, tiempo suficiente para que le diera un
rodillazo lo más fuerte que pudiera en los testículos. Cuando se dobló
en agonía, agarrándose a sí mismo, me aleje de él, lanzándome
hacia el arma.
El mordisco frío del metal contra las yemas de mis dedos hacía
que el corazón se me acelerará. Agarré el arma con tanta fuerza que
mis nudillos se pusieron blancos cuando me di la vuelta para mirarlo,
apuntando el arma directamente entre sus ojos. Me tembló la mano,
violentamente, pero sé que, era mejor no dejar caer el arma. Si lo
hago, estaremos todos muertos.
Eric se puso de pie con dolor, pero me dio una sonrisa oscura y
amenazante. Una que pretendía deshonrarme. La misma que usó
todas y cada una de las veces que su puño golpeó mi cara. Una
jodida sensación de aprensión envolvió la habitación como un manto
de desesperación.
—Oh, cariño, no me vas a hacer daño. Entonces, ¿por qué no
bajas el arma? — Dio un paso hacia mí y cargué el cartucho.
—No te muevas, Eric. Te dispararé si te mueves otro jodido
centímetro.
Las lágrimas que corrían por mis mejillas nublan mi visión, pero
nunca moví el arma. Apunte a su cabeza y deje mi dedo en el
gatillo, listo para apretarlo.
¿Quería que muriera?
Eso creía. Todas las noches me acostaba en la cama tan
asustada que incluso el más mínimo ruido me enviaba a un ataque de
pánico en toda regla. Había pensado en este día durante un año.
¿Qué pasaría si alguna vez me encontrara? ¿Quería lastimarlo por lo
que me hizo?
Eso creía.
Hasta ahora, estaba parada frente a él con su vida en mis
manos. No quería tener su muerte en mi conciencia, no quería nada
de esto. Pero no me quedaba otra opción.
—Por favor, detente, Eric, no quiero hacer esto, por favor no
me obligues a hacer esto. —Estaba llorando, las lágrimas calientes y
pesadas manchan mis mejillas. Le estaba rogando al mismo hombre
que trató de matarme, que me dejara en paz para no verme obligada
a jalar del gatillo.
—Eres jodidamente patética, Ella. Oh, espera, quiero decir
Presley, ese es el nombre que te estás poniendo ahora, ¿verdad?
Siempre has sido tan patética. Es lo único que siempre me ha
gustado de ti. Tan fácil doblar, tan jodidamente fácil de manipular.
¿Pensaste que podrías correr? Nunca escaparás cariño. Siempre
estaré aquí, escondido, esperando saltar cuando menos lo esperes.
Nunca estarás a salvo, y eres tonta por pensar alguna vez que
puedes correr.
Sus palabras me traspasaron, cortándome en pedazos.
Cuando avanzó hacia mí, ni siquiera me dio un momento para
respirar. Jalé el gatillo. Una y otra vez. Hasta que cayó. Un disparo
tras otro.
Los disparos resonaron en la capilla, una sinfonía de
desesperación solo destinada a los quebrantados de corazón. Y una
vez que termine, el arma cayó de mis manos temblorosas a mis pies,
me hundí al suelo y me arrastre hacia Sebastian, jalándolo a mis
brazos. Mire a Rory que está a su lado, inmóvil.
Oh Dios, Rory. Busco en el bolsillo de Sebastian su teléfono y lo
saco.
Sus ojos no se abrían y todo lo que podía hacer era sollozar.
Temblaba mientras marcaba el nueve, uno, uno.
Cuando escuche la voz de una mujer, sólo grité: —¡Necesito
ayuda, necesitamos ayuda!
No podía perderlo, no podía vivir una vida en la que Sebastian
no exista. No existo sin él.
—Por favor Sebastian, por favor —Grité, agarrando su
hermosa cabeza entre mis manos. La sangre se acumulaba a
nuestro alrededor desde su hombro, y presióné mis dedos contra la
herida, tratando de detener el sangrado con presión.
>>Estamos en la escuela católica St. Augustine. En la capilla,
hubo un tiroteo y dos estudiantes resultaron heridos. Por favor,
apúrense, por favor —supliqué. Escuché la voz calmante de la
operadora a través del altavoz, pero no llegaba a mí. No podía ver
más allá del miedo absoluto de que Sebastian podía morir en mis
brazos, y el hecho de que no podía salvarlos a ambos.
Estaba llorando tan fuerte que me costaba respirar, pero
presioné más fuerte contra la herida en su hombro, rezando a quien
sea, a Dios, a cualquiera que escuche, para que lo salve. Lloré sobre
el cuerpo inmóvil de Sebastian por lo que se sintió como horas, pero
en realidad probablemente eran sólo minutos moviéndome tan
lentamente que era surrealista.
Las puertas se abrieron de golpe y la policía pasó volando, con
las armas en la mano, apuntando hacia nosotros hasta que se dieron
cuenta de que todo había terminado. Se acabó. El daño estaba
hecho. Los servicios médicos de emergencia uniformados
atravesaron la puerta detrás de una camilla con ruedas, y luego me
arrancaron a Sebastian de los brazos.
De repente, el tiempo se movió más rápido. En el momento en
que ya no estaba en mis brazos, no pude seguir el ritmo de las
personas que entraban y salían de la habitación. No podía enfocar
mis ojos en nada, en nadie.
—¡Lo estamos perdiendo! ¡Paletas! —Alguien gritó en el
vestíbulo, directamente donde los habían traído a ambos.
—Sebastian —Grité, corriendo hacia la puerta—. ¡Sebastian! —
Lloro una y otra vez, un oficial me agarra por la cintura y me retiene.
—Señora, no puede pasar por allí, lo siento.
Lucho contra su agarre, agitándome, tratando de liberarme e ir
hacia Sebastian. Toda mi racionalidad se ha ido, la única cosa en mi
corazón es puro miedo, empujándome hacia abajo.
—No puede morir. ¡No puede! —Las lágrimas brotan mientras
el oficial me sostiene, dejándome sollozar, hasta que finalmente Alec,
Rhys y Ezra entran por la puerta lateral, casi arrancándola del
marco.
—¡Pres! —Alec dice mientras corre hacia mí y me tira a sus
brazos. Me sostiene mientras las lágrimas caen, mientras Rhys habla
con el oficial y Ezra se ve tan torturado, mi corazón se rompe aún
más dentro de mi pecho.
El momento se siente irreal. No es posible que esté sucediendo
y, sin embargo, lo está. Ezra se une a Alec y a mí, envolviendo sus
brazos alrededor de nosotros. Juntos estamos de pie, con el corazón
roto y vacío, pero más unidos que nunca.

La sala de espera del hospital es el peor lugar para estar


cuando estás patinando al borde de la vida o la muerte. Es estéril,
poco acogedora, fría al tacto. El último lugar en el que quieres estar
mientras esperas para saber si la persona que amas lo logra.
Rhys, Ezra, Alec y yo nos sentamos en las sillas duras. Estoica,
inmóvil y entumecida ante las cegadoras luces fluorescentes que se
encuentran sobre nosotros. La mamá de Sebastian iba y venía,
permaneciendo sola un momento después de que su padre fuera
sacado del local con una orden de restricción en la mano, donde la
tinta aún no estaba seca. Su pelea fue fea y vergonzosa, y parecía
que ninguno de los dos estaba tan preocupado por Sebastian como
por decirle cosas viles y odiosas al otro.
Sebastian y Rory han estado en cirugía durante horas y todavía
no nos han actualizado.
Todo lo que puedo oír en mi cabeza es el paramédico gritando:
“Lo estamos perdiendo”. Una y otra vez en un bucle sin fin. Las
palabras penetran cada vez más en mi corazón cada vez que las
repito.
No puedo dejar que mi mente divague sobre si Sebastian lo
logrará o no. Porque lo hará. Era demasiado fuerte y demasiado
resistente para dejarme, dejarnos. Sus amigos se sientan a cada
lado de mí, Alec con la cabeza inclinada entre las manos y Rhys
mirando las puertas dobles sin parpadear, como si pudiera abrirlas
cuanto más tiempo mirara. Ezra se pasó las manos por la cara,
tratando de aferrarse a sus hermanos. Nos las arreglamos de la
única manera que podemos.
Observo el tictac del segundero del reloj.
Tick, tick, tick.
Mi cuerpo se sentía entumecido de la peor manera. No quería
enfrentar lo que había sucedido y lo que había hecho. Vi como
cerraban su cuerpo en una bolsa para cadáveres. Luego, un
detective me interrogó durante una hora. Le dije todo, de principio a
fin. Y la mirada en sus ojos me dijo que lo entendía. Maté a mi
abusador, y fue sólo después de que disparó a dos personas que
amaba y me hubiera disparado a mí. Mi cabeza necesitaba dos
puntos de sutura y mi ojo estaba hinchado y cerrado por su mano,
pero estaba viva. Estaba respirando.
Y me habría matado, sin duda. Me ayudó que hubiera guardado
cientos de fotos en mi cuenta en la nube como evidencia de su
abuso. Me dijo que me llamaría si tenía alguna duda, y si lo hacía,
me gustaría responder a lo que fuera para pintar la imagen de un
senador de Estados Unidos de ser el psicópata más loco del mundo.
Él era malvado.
Poco después de que Alec se haya quedado dormido por el
agotamiento, y Rhys haya empezado a caminar de un lado a otro de
la sala de espera porque no puede quedarse quieto por más tiempo,
la puerta se abre y un médico mayor con gorra de cirujano y pijama
azul camina a través de ella. La expresión de su rostro lo dice todo.
No quiero escuchar las palabras que saldrán de sus labios. No podía
oírlas. Las rechacé.
—Lo siento… —comienza, pero es todo lo que escucho.
Se había ido.
EPÍLOGO
PRESLEY

“Aunque camine por el valle de sombra de muerte, no temeré


mal alguno, porque tú estás conmigo; tu vara y tu cayado me
infundirán aliento... El bien y la misericordia estará conmigo todos los
días de mi vida; y en la casa del Señor habitaré para siempre.”
La muerte es asfixiante. Más que la angustiosa desesperación
que sientes al perder a la persona que amas. Tener que estrechar la
mano de personas que apenas conoces y dan el pésame por algo
que nunca entenderán. El vacío que sientes en la profundidad de tu
corazón roto sabiendo que ninguna cantidad de tiempo lo sanará
verdaderamente. Los días por venir que están llenos de angustia y
dolor que te traga por completo.
Estoy de pie en una ola de negro. El cementerio que me rodea
está en silencio. Una quietud que solo se siente en torno a la muerte.
No estaba preparada para esto, y no pensé que alguna vez lo
estaría, pero la muerte… no se detiene para nadie. No podía rezar
para eliminarla o rogar por más tiempo. Me había encontrado y no
había forma de detenerla.
Trago entrecortadamente, deseando que las lágrimas vuelvan a
caer cada vez que el sacerdote comienza a hablar: —Hoy estamos
aquí para celebrar la vida. Una vida tomada demasiado joven,
demasiado pronto. Aunque sea difícil de entender, siempre debemos
confiar en su plan. Debemos recordar quién era y la huella que dejó
en todas las vidas aquí hoy.
Un suave sollozo proviene de algún lugar de la multitud, y las
lágrimas mojan mis mejillas, incapaces de contenerlas por más
tiempo. Mi corazón duele. El sombrero negro en mi cabeza se siente
desagradablemente grande y ostentoso, pero ya no me importa mi
apariencia.
—Rory era amable, compasivo y un verdadero líder entre sus
compañeros. Todos los que lo conocían lo amaban. Cuando entraba
en una habitación, era contagioso.
La mano de Sebastian se desliza en la mía, apretándola con
fuerza a mi izquierda. A la derecha, la mano de Alec sostiene la mía.
Ezra y Rhys a cada lado de ellos. Rhys se aferra con fuerza a
Valentina mientras solloza. Gritos desgarradores del corazón, que
siento en mis huesos. Quería quitarle el dolor de su corazón. Quería
quitar el dolor de todos los que se habían convertido en un pilar de
fuerza en mi vida cuando no me quedaba nada para dar.
La muerte de Rory nos ha destrozado a todos a nuestra
manera, pero Alec… está destruido.
No podía entender lo que había sucedido, solo ofrecía la única
fuerza que tenía para dar.
Sus mejillas están manchadas de lágrimas y se ve tan vacío,
tan roto que rasga lo que queda de mi corazón en pedazos. Estos
chicos se habían convertido en mi familia, al igual que lo habían
hecho con Sebastian y verlos a todos tan destrozados mató una
parte de mí.
Tan rápido como sucedió, se acabó. El servicio fue tan brutal
como imaginaba. Decir adiós fue lo más difícil que había hecho en mi
vida. Alguien que dio su vida desinteresadamente para protegerme,
aunque apenas me conocía. Eso es lo que era.
Nos demoramos alrededor del lugar de la tumba, a un lado
mientras Alec está junto al ataúd de Rory, despidiéndose en privado.
—Te amo, Pres —susurra Sebastian, acercándome a su
cuerpo.
A ninguno de los dos nos importaba más el rechazo que
recibiríamos de nuestra relación oculta. Ya no era maestra en St.
Augustine. Este fin de semana sacaría todas las cosas de mi cabaña
y me mudaría a un apartamento cercano en la ciudad. Ni siquiera fue
la decisión más difícil que tuve que tomar, el hecho de que mataron a
Rory y casi mataran a Sebastian hizo que fuera fácil saber que no
quería volver a entrar en este campus. Los recuerdos eran
demasiados. No podía cerrar los ojos por la noche sin revivir lo
sucedido. Todo lo que quería era poner distancia entre la escuela y
yo. Si hay algo que he aprendido en los últimos meses es que la vida
es corta. Era demasiado corta para darla por sentado. Para alejar el
amor, para esconderse detrás de tus miedos. Lo sabía ahora, más
que nunca. Y supe que Sebastian era mi futuro.
Dadas las circunstancias, y el hecho de que Sebastian era
legalmente mayor de edad, St. Augustine me dejó marchar
tranquilamente, sin estribo. No querían más atención en su escuela
de la que ya tenían. Un estudiante muriendo y otro acercándose fue
suficiente.
Encontré un apartamento pequeño pero perfecto para Hope y
para mí. Sebastian estaba decidido a pasar todas las noches
conmigo, pero no dejar oficialmente el campus ya que solo quedaban
alrededor de cinco meses de su último año. Y aunque estaba
obsesionada por lo que sucedió, estaba… bien. Estaba aprendiendo
a respirar de nuevo sin miedo. No iba a ser fácil, nunca iba a ser
simple, pero estaba reconstruyendo mi vida con las piezas que había
dejado atrás.
Ezra se acerca a nosotros y niega con la cabeza: —No puedo
creer que se haya ido. —Su voz está apenas por encima de un
susurro. La muerte nos tenía a todos fuertemente agarrados. Todos
estábamos en una dolorosa incredulidad.
Asiento con la cabeza. —Yo tampoco, Ez.
El brazo de Sebastian se aprieta a mi alrededor instintivamente.
—Rhys acaba de llevarse a Valentina a casa, es un desastre.
Apenas podía pararse —dice Ezra. Sus ojos están apagados,
vacíos, sin vida. Está luchando aún más con las noticias que recibió
la semana pasada.
Si bien todos estábamos desesperados por seguir adelante con
lo que había sucedido, estaba lejos de terminar. No era el final, era
sólo el principio y lo sabíamos, pero juntos lo afrontaríamos. Cada
día volvíamos a enfrentarnos al sol, apoyándonos el uno en el otro en
busca de fuerza y apoyo. Nunca dejaría que el miedo vuelva a
controlar mi vida. En cambio, lo tomaría y lo usaría como arma. Yo
era poderosa. Era valiente. Era fuerte en medio de una tormenta. El
miedo me ayudó a atravesar la tormenta y aprendí a levantar la
barbilla más. Ya no era una víctima, sino un superviviente. Sobreviví
más de lo que la mayoría de la gente ve en su vida y tenía las
cicatrices para demostrarlo. Las usé con orgullo.
Después de todo, él valía cada consecuencia y cada riesgo.
Nuestro voto mutuo nunca se vería empañado.

UN MES DESPUÉS

SEBASTIAN

—¡Hiciste trampa! —Presley exclama, con boca abierta en


estado de shock.
—¿Lo hice? ¿O solo eres una dolorosa perdedora? —Sonrío.
Sus ojos están muy abiertos y mi ceño fruncido de frustración
favorito se posa en sus labios perfectos, y quiero inclinarme sobre la
mesa de café y besarla hasta que se quede sin aliento. Eso era lo
que pasaba con Presley, tenía la capacidad de desarmarte sin
siquiera intentarlo.
—Sebastian Pierce, ¡no me vas a vencer haciendo trampa! —
bufa, cruzando los brazos sobre el pecho. El movimiento empuja sus
perfectas tetas contra la V de su camiseta, provocando que se me
haga agua la boca.
—Pruébalo, nena.
—Eres imposible. No voy a jugar al Scrabble contigo de nuevo.
Esto se había convertido en nuestra nueva normalidad. Juegos
de mesa, películas, una copa de vino los sábados. Los sábados se
habían convertido rápidamente en mi día favorito de la semana.
Presley consiguió un nuevo trabajo en la universidad local como
ayudante de enseñanza y decidió volver a la escuela para su
maestría y en el último mes nos acomodamos en algo agradable.
Todavía me faltaban tres meses para graduarme, así que no tuve
más remedio que quedarme en el dormitorio con los chicos. Pero, al
mismo tiempo, Ezra nos necesitaba ahora más que nunca, así que
funcionó. Pasé algunas noches y la mayoría de los fines de semana
en el apartamento del centro de Presley.
Al principio era extraño, compartir un espacio con alguien, más
aún con una chica a la que amaba. Todas sus cosas de encaje con
volantes se mezclaron con las mías, ese maldito gato al que he
llegado a amar un poco, sólo un poco.
Presley se había insertado en mi corazón y ahora no había
vuelta atrás.
—¿Qué tal si me dices que hiciste trampa? —Susurra con la
voz más sexy que jamás haya escuchado, arrastrándose alrededor
de la mesa para plantarse en mi regazo con sus dedos entrelazados
en mi cabello— Y dejaré que me folles… —Ella rueda sus caderas
contra mí ya tensa polla —aquí.
Su lengua se lanza para succionar el lóbulo de mi oreja en su
boca, y un escalofrío recorre mi cuerpo.
—Ah, pequeña sirena, crees que me voy a rendir solo porque sí
—Hago una pausa para sumergir la cabeza en su cuello y chupar la
carne sensible en mi boca, con suerte dejando una marca para que
todos los que lo vean en los próximos días sepan que ella me
pertenece—. ¿Me tientas?
—Eso es exactamente con lo que cuento, señor Pierce. —Ella
sonríe con picardía. Me encanta su sonrisa, sus ojos, joder todo
sobre ella.
Mis manos encuentran sus caderas mientras aprieto mi polla
contra su centro. Puedo sentir lo mojada que está a través del fino
algodón de sus pantalones cortos de dormir.
—Bien, hice trampa. Ahora arriba, vamos. —Le doy un
golpecito en la mejilla, mi labio se enciende en una sonrisa
descarada.
—¡Ja! ¡Lo sabía! —exclama.
Todo lo que puedo hacer es sonreír. Estar con Presley era
natural, lo había sido desde el principio y seguro, la gente tenía
mierda que decir sobre que estábamos juntos, pero al final del día
ninguno de nosotros se preocupó lo suficiente como para dejar que
eso nos detuviera. Encontró un nuevo trabajo que era más su pasión
que nunca, y yo la iba a apoyar sin importar lo que decidiera.
—Oye, ¿has tenido noticias de tu mamá? —pregunta mientras
recoge las piezas de nuestro juego ahora terminado.
Su pregunta causa un dolor en algún lugar profundo de mi
pecho. —No desde que salí del hospital. Se estaba quedando con
una amiga en las afueras de París.
Los ojos de Presley se suavizan —Lo siento, Sebastian. Seguro
se comunicará pronto.
Apretando la mandíbula, asiento con la cabeza. Sin siquiera
decir nada, sabe que quiero cambiar de tema. La mierda entre mis
padres y yo es difícil por decir lo menos.
No he hablado con mi madre, excepto por una llamada
telefónica en solitario en el último mes desde el accidente, y fue una
conexión difícil que esencialmente solo decía que estaba en París y
que se registraría cuando estuviera disponible. No me había
molestado en contestar ninguna de las llamadas de mi padre. Dije
todo lo que tenía que decir e iba en serio cuando dije que estaba
muerto para mí. Podía darle toda la compañía a Max porque me
importaba una mierda.
—Oye, te amo. ¿Está bien? —Sus ojos buscan los míos
mientras frunce el ceño con preocupación.
Siempre preocupada por mí.
Me levanto de mi lugar en el suelo y la levanto, haciendo que los
trozos de scrabble se esparzan por el suelo a nuestro alrededor. Sus
piernas se envuelven alrededor de mi cintura. Mis manos descansan
sobre su trasero mientras la llevo de regreso al dormitorio.
—Te amo, nena. Puedo pensar en muchas otras cosas que
preferiría estar haciendo, específicamente con tu coño, que jugar al
scrabble.
Sus ojos se ponen en blanco con fingida molestia.
—Mmm. Los tramposos no reciben premios, lo sabes,
¿verdad?
—Dame diez minutos y te haré cambiar de opinión. —Sonrío.
—Eres insaciable.
No le respondo, pero la acuesto en la cama frente a mí,
recorriendo su cuerpo con la mirada, empapándome de cada
centímetro. Con ella nunca es suficiente, siempre necesito más.
Anhelo más.
—Viniendo de la chica que me despertó no una, sino dos veces
anoche.
Ella se ríe —Como sea.
—¿Qué tal si te compenso? ¿Y prometo no volver a hacer
trampa durante el scrabble?
Levanto la camiseta y dejo besos a lo largo de su estómago,
hundiendo mi lengua en su ombligo. Sus manos agarran mi cabello en
puños.
BOOM BOOM BOOM
El sonido de alguien golpeando su puño contra la puerta de
madera hace que Presley salte fuera de su piel y yo gimo.
—Voy a matar a quien quiera que sea.
Me pongo de pie y me acomodo debajo de mis pantalones
cortos, y ella se baja la camisa antes de que caminemos hacia la
puerta principal. Cuando la abro y encuentro a Ez y a Rhys en el otro
lado, me sorprende.
>>Uh, ¿qué pasa chicos?
—Cabrón, te hemos estado llamando sin parar durante más de
una hora.
Joder, mi teléfono. Se estaba cargando sobre la mesa junto a la
cama.
—Mierda, lo siento, está cargándose, no lo escuché sonar.
¿Qué está pasando? ¿Todo bien?
Rhys mira a Ezra y luego a mí antes de negar con la cabeza —
Es Alec. Tenemos que irnos, ahora.
—Está perdiendo la puta cabeza —murmura Ezra, deslizando
una mano por su rostro.
Maldita sea. —¿Dónde está?
—Los barrancos —dice Rhys.
Sabíamos que llegaría este momento, pero no sabíamos
cuándo ni qué tan malo. Pero Alec… estaba destrozado, de una
forma que ninguno de nosotros podía entender.
Y al igual que tantas veces antes, tuvimos que salvar a nuestro
hermano.
No importa lo lejos que cayera.
PRÓXIMO LIBRO
CORRUPT PRAYERS
LIBRO DE ALEC
(BOYS OF ST. AUGUSTINE #3)
SOBRE LA AUTORA
Villanos que te destrozan

R. Holmes es de un pequeño pueblo en el sur de Louisiana donde


vive en una granja, con su esposo y dos niños pequeños. Siempre
que no está persiguiendo a las cabras y a sus niños en la granja,
pasa su tiempo viendo cantidades ridículas de Netflix y casi siempre
se queda metida en un libro. Prospera con las películas de terror, el
sarcasmo y las reposiciones de Harry Potter. Una noctámbula
perpetua, la encontrarás en su oficina encerrada hasta altas horas de
la madrugada. ¡Le encanta conocer a sus lectores y hablar sobre sus
últimos libros favoritos y sus próximos proyectos!
Este libro llega a ti gracias a:
THE COURT OF DREAMS
Notes
[←1]
ETS: Enfermedad de Transmisión Sexual.
[←2]
Hope: Esperanza.
[←3]
Burpee: La Prueba Burpee de resistencia cardiovascular involucra el uso total del
cuerpo en cuatro movimientos: En cuclillas con las manos sobre el suelo. Se extienden
ambas piernas atrás y a su vez se hace una flexión de codo.
[←4]
Juego de palabras entre Sebastian y Erza que traducido pierde el sentido.
[←5]
Tink gótica, refiriéndose a que es Tinker Bell versión gótica.

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