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LIBRO Temas de Contratacion Con El Estado - Completo
LIBRO Temas de Contratacion Con El Estado - Completo
Editado por:
Universidad Peruana de Ciencias Aplicadas S. A. C.
Av. Alonso de Molina 1611, Lima 33 (Perú)
Teléfono: 313-3333
www.upc.edu.pe
Primera edición: diciembre de 2021
Impresión bajo demanda
Este libro se terminó de imprimir en el mes de noviembre de 2021 en los talleres gráficos de Aleph
Impresiones S. R. L., jr. Risso 580, Lince, Lima, Perú.
DOI: http://dx.doi.org/10.19083/000-000-000-000-0
Hecho el Depósito Legal en la Biblioteca Nacional del Perú n.° 2021-12083
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cualquier otro, sin el permiso previo, por escrito, de la editorial.
El contenido de este libro es responsabilidad del autor y no refleja necesariamente la opinión de
los editores.
ÍNDICE
Introducción
En Papúa Nueva Guinea existen más de ochocientos idiomas y por ello es considerado el
país con la mayor diversidad lingüística en el mundo. Un solo país, más de ochocientos idio-
mas. Sin duda una realidad compleja que puede resultar difícil de entender.
También es ciertamente compleja, aunque no tanto, la regulación de la contratación
pública en nuestro país pues, se rige por un amplio número de reglas y procedimientos, con
ámbitos especializados de regulación que dependen de cada objeto de contratación. Así, en
la contratación pública, existen reglas particulares para la celebración de contratos de con-
cesión, otras reglas distintas para los contratos de estabilidad tributaria, otras disposicio-
nes diferentes para los contratos de adquisición de bienes, servicios u obras, y regulación
independiente para los contratos de arrendamiento de los bienes que son propiedad del
Estado o para los contratos de asociación pública privada, por mencionar algunos de los
principales ámbitos de reglas especiales.
Son múltiples y diversas las normas que regulan la contratación pública. Es más,
hace más laberíntica su regulación, su constante cambio y la existencia de una serie de
excepciones en su aplicación.
Para un novel lector o para quien comienza a trabajar en temas de contratación pú-
blica, lo descrito puede parecer una realidad hartamente ininteligible.
Este libro, precisamente, pretende facilitar la comprensión de una parte de esta ex-
tensa regulación y materializa una de las propuestas académicas del Grupo de Investiga-
ción en Contrataciones con el Estado (GICE).
Acerca del GICE, en el año 2016, conjuntamente con un grupo de entusiastas alum-
nos y egresados de la Universidad Peruana de Ciencias Aplicadas (UPC), coincidimos en
que era posible contribuir académicamente en el estudio de la contratación estatal, gene-
rando espacios de reflexión sobre estos temas.
Así nació el Grupo de Investigación en Contrataciones con el Estado (GICE) y comen-
zaron los Seminarios de Actualización en Contrataciones con el Estado, abiertos al público
y de acceso gratuito. Así también se inició la publicación de las actas de dichos eventos, en
la reconocida Biblioteca de Arbitraje del Estudio Mario Castillo Freyre.
Desde el primer día, hasta la actualidad, el esfuerzo de sus jóvenes fundadores Lesly
Shica Seguil, Camila Castro Aldana, Miguel Ángel Reyes Chuquiure y Diana Centeno Quispe,
sumados a los de cada integrante del GICE, han cumplido ampliamente los objetivos iniciales.
Es un gran honor y un verdadero orgullo, que estos extraordinarios jóvenes me hayan consi-
derado asesor principal del Grupo de Investigación en Contrataciones con el Estado (GICE),
desde sus inicios.
Hablar del GICE siempre me llena de emoción y es muy grato continuar con la des-
cripción de la presente publicación como uno de sus importantes logros.
Esta obra constituye un importante material de consulta, esclarecedor y relevante,
tanto para especialistas como para quienes se inician en esta materia especializada. En un
lenguaje técnico pero muy accesible, esta obra presenta el análisis de algunos de los temas
más recurrentes y relevantes de la contratación pública, con un enfoque especial del Texto
Único Ordenado de la Ley N° 30225 y su Reglamento, que regulan el ámbito de la adquisi-
ción de bienes, servicios o contratación de obras, por parte del Estado.
Esta publicación ha sido escrita por más de veinticinco reconocidos árbitros, aboga-
dos, docentes universitarios, todos ellos especializados en contratación pública y medios
de solución de controversias en el ámbito de la contratación estatal. Hacemos un breve
recuento de los temas que abordan, a continuación.
Sobre los actos preparatorios y métodos de contratación, Carlos Ireijo Mitsuta, ex-
plica que la programación, así como la formulación y la valorización de los requerimientos
son cruciales, antes de efectuar cualquier adquisición de bienes, servicios u obras. José Ze-
garra Pinto, desarrolla, por su parte, el importante tema de la contratación directa.
Respecto del contrato y la ejecución contractual, esta obra cuenta con los excelentes
trabajos de Gustavo Nilo Rivera Ferreyros que aborda el tema del contrato administrativo,
Sergio Tafur Sánchez y Andrés Criado León, de manera individual, plantean su posición
sobre la nulidad de oficio de los contratos, José Antonio Sánchez Romero y Eduardo Solís
Tafur hacen lo propio respecto de las penalidades, Claudia Cecilia Lau Buendia aborda el
tema de la resolución contractual, Aileen Solís Arce analiza uno de los importantes proble-
mas que se presentan en el Sistema de Precios Unitarios, Rodrigo Freitas Cabanillas ana-
liza el tema de los vicios ocultos, Katherine Waidhofer Ludeña y Leandro García Valdez, en
1 Abogado por la Pontificia Universidad Católica del Perú (PUCP). Magíster en Gestión Pública por la Universidad del Pa-
cífico (UP). Exasistente en el Tribunal de Contrataciones y Adquisiciones, abogado de la Gerencia Técnico Normativa del
Consucode (ahora Organismo Supervisor de las Contrataciones del Estado [OSCE]), y jefe del Área de Procesos Públicos
de la Unidad de Abastecimiento del Ministerio de Educación (Minedu). Es consultor en contratación pública.
2 Actualmente, estamos regulados por la Ley 30225 y sus modificatorias (Decretos Legislativos 1341 y 1444); y por
su reglamento, aprobado mediante el Decreto Supremo 344-201-EF, modificado en diversos momentos por los
Decretos Supremos 377-2019-EF, 168-2020-EF y 250-2020-EF.
3 La Ley 30225 solo contiene el artículo 15 para la programación al definir el Plan Anual de Contrataciones (PAC).
Asimismo, su reglamento (Decreto Supremo 344-2018-EF) desarrolla la elaboración del PAC a través de la Quinta
Disposición Complementaria Transitoria. Sin desconocer que la planificación pertenece a otro sistema administra-
tivo, esta incide claramente en las contrataciones que realizará una entidad pública, puesto que no es razonable
comprar sin planificación o programación.
4 Esta afirmación encuentra sustento regulatorio al revisar la finalidad de la Ley 30225, consignada en el artículo 1,
la cual menciona que las contrataciones se deben realizar en forma oportuna, y según las mejores condiciones de
precio y calidad, de tal manera que permitan el cumplimiento de los fines públicos.
procedimientos que están (bien o mal) proyectados para este año; en el tercer trimestre, se
convocan los procesos porque falta poco para que se acabe el año; y, en el último trimestre
(así como el año anterior), los encargados se convierten en los mejores convocadores de
procesos y “devengadores” (si cabe la palabra) de los compromisos de presupuesto, aun
cuando no se hayan entregado los bienes o prestado en su totalidad los servicios.
Cabe mencionar la queja sobre el funcionamiento del sistema electrónico de con-
trataciones (Seace). En los últimos días (útiles) de diciembre de cada año, siempre se es-
cucha la misma queja: “El Seace es una tontería, se cuelga constantemente”. En lugar de
reflexionar por qué el sistema en esas fechas en particular no funciona bien, se opta por
lo más sencillo: culparlo de la imposibilidad de convocar rápidamente los procesos. ¿Qué
sucedería con una autopista si todos quieren ir a la playa el mismo día y hora? Estaría to-
talmente congestionada, como ocurre en los feriados largos o en épocas de vacaciones de
verano, tanto así que se adoptan algunas medidas para disminuir la congestión (aunque la
cantidad de autos convierte en casi imperceptible su eficiencia). Algo similar ocurre con
las entidades públicas que no realizan las actividades para contratar oportunamente, y el
último trimestre quieren compensar y ponerse al día. Sin embargo, en ese momento, no
son las únicas que están convocando, sino que las demás también se encuentran en simi-
lares circunstancias y tienen que ponerse al corriente en sus procedimientos. ¿Qué es lo
que sucede con el sistema en esa situación coyuntural? Al igual que la autopista, se satura y
colapsa. Aun cuando se implementen las disposiciones para reducir el desastre, la cantidad
de procesos que se pretende congregar en un mismo día y momento torna en inapreciables
sus efectos.
En cuanto al presupuesto, se presenta un problema similar de congestión con el sis-
tema, más aún una mala práctica que implica información errónea y distorsionada sobre la
ejecución. En efecto, en el último mes del año (diciembre), las entidades públicas han pro-
fesionalizado lo que en el lenguaje coloquial se conoce como el devengado preventivo, que
consiste en considerar en el sistema el devengado de una obligación cuando todavía no se
ha cumplido efectivamente; esto es, que no se cuenta con el bien o servicio requerido. ¿Para
qué sirve? Permite utilizar el año siguiente el presupuesto del anterior porque formalmente
la obligación ya se encuentra prescrita; con ello, se logran maquillar las cifras a nivel macro
y evitar —o tratar de impedir— que el MEF recorte el presupuesto para el año siguiente.
Esta situación es normal, pese a que no debería serlo no solo porque hay una mala práctica,
sino porque, como se indicó, genera información tergiversada sobre lo que se está reali-
zando. Así, se confunde la ejecución del presupuesto con la de metas institucionales.
Con respecto a la forma del manejo interno en el sector público, no es lo mismo eje-
cutar el presupuesto que cumplir una meta. Si las entidades distorsionan la información
con devengados preventivos, a nivel presupuestal, se tiene una foto; pero, a nivel real, otra
totalmente distinta. Con una mala práctica, se puede ser un ejecutor adecuado, que final-
mente es lo importante para mantener el presupuesto. No obstante, si se verifica la meta,
5 Es probable que esta situación mejore con la disposición de la programación multianual establecida en el De-
creto Legislativo 1439, que aprobó la Ley del Sistema Nacional de Abastecimiento, y su reglamento, aprobado
mediante el Decreto Supremo 217-2019-EF. En el numeral 10.2 del artículo 10 del reglamento, se establece que
con el planeamiento integrado se “identifican las necesidades correspondientes en materia de bienes, servicios y
obras reflejados en diversos planes, teniendo como referencia las metas u objetivos estratégicos y operativos de
las Entidades. El planeamiento integrado se desarrolla bajo el enfoque multianual por un periodo mínimo de tres
(3) años, y se encuentra sujeto a un continuo monitoreo y evaluación”. Con ello, las entidades deberán revisar de
forma adecuada sus necesidades y qué requieren contratar para lograr sus metas institucionales, considerando no
solo un año determinado, sino un periodo mayor por lo menos de tres años.
ley impone la obligación. Sin embargo, a partir de un análisis profundo, se puede concluir
que, en el fondo, representa una desprogramación intencional; es decir, una paradoja: una
desprogramación programada.
El Plan Anual, como herramienta de gestión, no puede —nadie lo afirmaría— ser
inmutable; esto es, inflexible, sin permisión para los cambios y la adaptación a las nuevas
situaciones. Estas variaciones deberían ser inusuales; sin embargo, como aquí todo es a la
inversa, la excepción se convirtió en la regla. Así, en lugar de que sobresalgan las innume-
rables modificaciones que una entidad efectúa, destaca la entidad que varía pocas veces su
programación, y se le otorga un premio como si no fuera algo normal.
Los constantes cambios en la programación generan cuestionamientos sobre si real-
mente se realiza un trabajo de programación o solo se cumple un requisito legal para salir
del paso. En la legislación peruana, no existe una sanción para un comportamiento como
el descrito; de lo contrario, se castigaría a todas o a la mayoría de las entidades. Otro pro-
blema es a quién se debería penalizar: ¿al titular?, responsable de la gestión; ¿al usuario?,
encargado del requerimiento y de la meta; ¿al logístico?, quien debe desarrollar los procedi-
mientos para comprar algo que no pide y no es formalmente parte de su meta. Además, qué
tipo de sanción se aplicaría, de carácter personal, laboral o administrativo, o simplemente
impedir la modificación y que se asuma la programación establecida si la organización ya
excedió el número de variaciones razonablemente permitido, cuyo límite se especificaría
en una norma legal a nivel general o interno6.
El tercer paso que muestra la falta de programación es el incumplimiento de la fecha
probable, estimada o proyectada para convocar un procedimiento de selección, cuya infor-
mación le corresponde consignar a la dependencia usuaria como responsable de las metas
que se buscan lograr con dicha contratación. Ahora bien, de un seguimiento diligente, se
podría concluir que los tiempos planificados son teóricos; puesto que casi nunca se cum-
plen como si el componente temporal no fuera trascendente para realizar una programa-
ción cuando, en definitiva, lo es.
No obstante, estos retrasos en las convocatorias se pueden percibir desde diversos
puntos de vista. En este artículo, se considera que uno de los principales es que aquellos
que intervienen en las contrataciones (logísticos o usuarios) no asimilan adecuadamente
(porque sí lo saben) que la normativa general impone plazos para algunas instituciones;
pero la mayoría de las veces, en los procedimientos internos, deja libertad a las entida-
des para que, de acuerdo con su realidad y naturaleza, regulen los pasos y periodos para
6 Cabe reconocer que algunas entidades se esfuerzan para realizar un trabajo de programación adecuado y estable-
cen límites a las modificaciones, y estas se deben requerir en un momento determinado, esto es, no en cualquier
periodo del año. Asimismo, si el cambio es urgente y necesario, se establece como requisito previo que sea susten-
tado y se argumente por qué no se pudo programar al inicio. Es posible que siempre se otorgue el visto bueno para
este tipo de cambios, pero lo importante es tomar nota y verificar qué dependencia es la más “desprogramada” o
“irresponsable” para adoptar las medidas correctivas a nivel interno.
materializar todos los actos necesarios y llegar a la convocatoria. Así, no se cuenta con
plazos concretos para elaborar, por ejemplo, un cuadro de actividades que incluya todos los
actos previos a la convocatoria7.
La normativa general8 no establece plazos para aprobar los expedientes, designar
comités de selección, aceptar los documentos del procedimiento u otorgar la certificación
presupuestal9, sin considerar un periodo para la elaboración de la indagación (la que es
muy complicada por su interacción con el mercado). En ese sentido, si se cuenta con una
fecha determinada como programación de la convocatoria, se deben contemplar todos
los actos comentados para llegar a esta. Así, si se tiene que convocar un procedimiento en
marzo, se debería conocer cuándo efectuar los requerimientos. Para ello, es necesario co-
nocer quiénes son los funcionarios competentes para las aprobaciones o designaciones, así
como los plazos máximos que pueden destinarle.
Es posible que las entidades ya cuenten con procedimientos internos con esos ele-
mentos, pero igual siguen retrasados o desprogramados. La pregunta es para qué sirven
estas disposiciones si las dependencias que están sujetas a sus regulaciones simplemente
no las cumplen. En ese sentido, solo se han desperdiciado recursos para estudiar, procesar
información, elaborar y emitir una directiva que simplemente no se ejecuta.
Probablemente, otro elemento que retrasa es el abuso de personal destinado a la
revisión en contratación pública. No es la intención de este artículo manifestar cómo las
autoridades organizan a su equipo, pero lo que sí se puede señalar —y se considera una
verdad incuestionable— es que las entidades se han contagiado, como si de un virus se
tratara, de lo que se podría denominar “asesoritis”. Así, en cada dependencia, sin importar
el nivel, se encuentra por lo menos un asesor cuya función es un misterio y sus capacidades
desconocidas, es más, contradictorias10; pero con el suficiente poder para bloquear, en el
7 Por ejemplo, establecer un responsable directo para cada actividad. Así, se debe indicar que el funcionario encar-
gado de la aprobación del expediente tendrá un plazo, cualquiera que sea, para aprobarlo; designar un comité de
selección; y aceptar una base, incluso, señalar internamente el tiempo en el que el comité debe confirmar el pro-
yecto de documento de selección (bases, y solicitudes de expresión de interés y cotización). Asimismo, señalar cuál
es el periodo del que se dispone para que el responsable otorgue la certificación presupuestal. Los plazos pueden
ser flexibles y permitir ampliaciones, siempre que se justifiquen. Cabe aclarar que sin plazos ni responsables es
imposible elaborar un cronograma de actividades firme y certero.
8 Al referirse a la normativa general, se alude a la Ley 30225 y sus modificatorias, y su reglamento, aprobado me-
diante el Decreto Supremo 344-2018-EF.
9 Sobre la certificación presupuestal, la normativa general contempla en el artículo 68 del reglamento un plazo al
tratarse de certificaciones adicionales necesarias cuando la oferta sobrepasa el valor estimado o referencial (en
este caso, con un límite determinado).
10 En una reunión, conocí a un asesor que era antropólogo, pero estaba tratando temas de contratación pública. Cabe
recalcar que la intención de estos comentarios no es menospreciar una profesión; sin embargo, en esta materia,
además de la popular frase “Es cosa de sentido común”, es indispensable tener conocimiento y experiencia en la
práctica, no en lo que se ha leído, observado o criticado. Es trascendente que las personas sepan que, a nivel ope-
rativo (en la realidad), las sugerencias deben ser viables y posibles.
estamento en que se encuentre, los actos previos (y también los subsiguientes). No hay
oposición a una ayuda extra en la gestión, pero esta debe representar un valor agregado;
es decir, no solo un profesional que indique los errores, sino que también (porque esa es su
función: asesorar) proponga alternativas viables y concretas de solución. De lo contrario,
es un recurso innecesario.
El cuarto punto se centra en las deficiencias en la elaboración de las especificaciones
técnicas, términos de referencia o expedientes técnicos, y en los elementos básicos que
describen los bienes y la prestación a cargo del proveedor. Se configura como la condición
esencial para que el mercado comprenda lo que se está solicitando. Si al interior de la en-
tidad no existe un adecuado trabajo para identificar, describir y detallar esos elementos,
pueden surgir retrasos en la convocatoria por las correcciones que se realicen producto de
las indagaciones; si no son detectados o corregidos antes de la convocatoria, resultará una
selección plagada de consultas, observaciones y elevaciones al OSCE, incluso, apelaciones.
Finalmente, este no es un aspecto negativo si permite rectificar en esa instancia lo que se
requiere, pero provoca demoras en el cumplimiento de la meta11. Por otro lado, es posible
que no se corrija en ese momento y se termine contratando a pesar de las deficiencias.
Entonces, la historia cambia drásticamente porque, una vez perfeccionado el contrato, ya
no es tan fácil efectuar modificaciones o retrocesos en los acuerdos. Así, se pueden generar
conflictos y estos, a su vez, arbitrajes, los cuales presentan una doble condición perjudicial.
Desde nuestro punto de vista, el primer perjuicio es la demora en obtener lo que se nece-
sita, lo cual implica que la meta proyectada no se cumplirá oportunamente; y el segundo,
el mayor costo por conflicto, ya sea en recursos económicos o en humanos derivados para
atender la controversia.
Sobre este particular, existe la idea equivocada de que todo inconveniente que se
suscita en la contratación pública es responsabilidad de la logística porque es la encargada
de la contratación. Sin embargo, esa afirmación no es del todo cierta. Si bien se ocupa de
las contrataciones, su participación es, si cabe el término, instrumental; ya que aplica un
procedimiento legal para comprar algo que no ha definido. Si las especificaciones técnicas
y/o términos de referencia se formulan de forma deficiente, no es responsabilidad de la
logística, sino de quien tiene que efectuarlos, en este caso, del usuario.
Frecuentemente, se escucha cómo los usuarios justifican su deficiencia argumen-
tando que no conocen las exigencias. Sin embargo, no pueden negar el conocimiento técnico
que poseen. Así, manejan información privilegiada en un sistema de compras, pues solo
11 A veces, las entidades públicas establecen sus condiciones y esperan que los participantes formulen las preguntas.
Aun cuando saben que algún aspecto es impreciso o muy vago, no lo clarifican para poder argumentar posterior-
mente lo que siempre se escucha en los arbitrajes: “El contratista tuvo la oportunidad de consultar y observar
las bases, pero no lo hizo”. Según esa afirmación, sería responsabilidad del proveedor, que puede ser cierto, pero
también es culpa de quien elabora el requerimiento que una disposición tenga más de una interpretación (por lo
general, de su redacción). El objetivo de este trabajo no es analizar estas situaciones, solo se mencionan para que
se conozca qué sucede al interior de una contratación.
ellos saben lo que están pidiendo12. No se trata de bienes o servicios simples que mediante
el sentido común se podrían advertir, pero sí de temas eminentemente técnicos como equi-
pos informáticos o consultorías muy especializadas, prestaciones que no aparecen en las
páginas amarillas o páginas web de publicidad. Lo curioso es que, cuando se argumenta
desconocimiento, se presentan dos aspectos que no solo conocen, sino que dominan: el
fraccionamiento y el direccionamiento. El primero debido a que son ellos quienes consig-
nan en su cuadro de necesidades lo que requieren durante un año determinado, y la logís-
tica puede advertir en un segundo o tercer procedimiento qué se parece a procedimientos
anteriores, pero de inicio no se encuentra en posición de percatarse de esta “división”; el
segundo porque el usuario es quien tiene que sustentar las razones para incluir o mantener
determinadas condiciones que se deben consignar en sus requerimientos o especificacio-
nes, y cuyo aspecto limita la participación de algunos proveedores13.
En el segundo rubro, se pueden mencionar prestaciones como la compra de algún
equipo médico, informático o tecnológico. Es iluso pensar que la logística presenta las con-
diciones para conocer qué característica limita la competencia, más allá de la información
que puede brindarle el mercado en la indagación. Es poco creíble que el logístico conozca
más que un doctor, o un ingeniero informático, de sistemas o electrónico para determinar
especificaciones. Por otro lado, si se desea contratar una consultoría que determine el nivel
de evasión tributaria y su incidencia en la economía del Perú, es poco probable que el lo-
gístico sepa a qué proveedores pedirles cotización porque su solicitud no es común, sino
especializada. En este caso, el usuario facilita la información sobre a quiénes cotizar, pero
no queda registrado formalmente porque evitan intervenir en esta etapa. Así, no se realiza
abiertamente, pues existe una leyenda urbana de que, cuando se brinda ese tipo de infor-
mación, se está coludido con alguna de las empresas.
El quinto problema es la inadecuada valorización de bienes, servicios u obras que se
incluyen en la convocatoria. Así, el Estado peruano adolece de una tendencia irrazonable de
pensar en que la determinación del precio siempre se debe orientar hacia lo más “barato”,
sin ni siquiera analizar la calidad del bien, servicio u obra que se pretende obtener. Esta
predisposición encuentra una justificación mediática llamada “miedo” al control posterior,
ya que todo lo que sea caro es cuestionable. De esta manera, en todos los establecimientos
12 Al respecto, es cierto que, en algunas ocasiones (pocas), el área que solicita un bien, servicio u obra cuenta con los
conocimientos adecuados. Así, en la Ley 30225, artículo 8, acápite 8.1, literal “b”, se precisa que el usuario no debe
solicitar el bien, servicio u obra, sino la dependencia que por su especialidad o sus funciones canaliza los requeri-
mientos formulados por otras dependencias.
13 Cabe precisar que no se afirma que solo el usuario está en posibilidad de direccionar un resultado, puesto que
también puede hacerlo la logística a través de otros elementos como los factores de evaluación. Se sostiene que el
conocimiento técnico que posee el usuario lo posiciona en una situación privilegiada ante los demás actores del
sistema porque maneja los componentes trascendentes que definen una prestación. Esto sin considerar que, una
vez contratadas las empresas proveedoras, mantiene un contacto directo con estas, sobre todo, en la prestación de
servicios, consultorías, o bienes sofisticados, complejos o tecnológicos.
14 Es una premisa adecuada, pero no es una tautología en el sentido de que siempre se cumpla. Presenta sus excep-
ciones, sobre todo, con elementos subjetivos como la comida. Así, hay personas que argumentan que es delicioso
comer en restaurantes de cinco tenedores, donde cobran caro y sirven poco. En cambio, otros consideran que es
un desperdicio de recursos y prefieren una alternativa más económica que, para ellos, es, incluso, más sabrosa que
lo que generalmente se denomina cocina gourmet.
La propia norma reconoce ese binomio económicamente claro entre calidad y precio,
que es una buena premisa, pero no una tautología. Así, basta revisar la finalidad de la norma
cuando enfatiza en contrataciones oportunas, y en mejores condiciones de calidad y precio.
Con esa frase, se acepta que existe una relación entre esos dos componentes (no siempre
cierta, pero al menos aceptable), y el Estado debería brindarle la posibilidad a los opera-
dores logísticos para justificar un precio que no necesariamente es el menor.
Incluso, de los artículos de la ley y del reglamento, se puede desprender que la norma
no busca que se contrate necesariamente lo más barato. Para ello, el valor estimado o refe-
rencial se debe adecuar a la calidad que se pretende tratando de compensar la reducción
de precios y otorgando un puntaje a la calidad, que es lo que ocurre, no como se quisiera,
pero al menos hay un intento.
En efecto, la norma solo reconoce dos instituciones donde obligatoriamente se
otorga la buena pro por el precio; en todos los demás supuestos, consigna factores de
evaluación para la mencionada compensación. Así, se presenta la subasta inversa y la com-
paración de precios.
En la primera15, la razón de la disputa por el precio deriva de un hecho comprobado
previamente —al menos en teoría—: los bienes son estandarizados y homogéneos; no
existe forma de diferenciarse más que en el precio. Los mejores ejemplos son la gasolina,
cuya especificación está normada legalmente y todos los que la venden deben cumplirla; y el
SOAT, cuyas condiciones también están normadas legalmente. Por ello, la subasta les aplica
perfectamente. En la gasolina, la variación de precio deriva de la marca que la distribuye o
produce (Primax, Repsol, entre otras), no de la diferencia del producto. En el caso del SOAT,
es más evidente porque todos venden al mismo precio y se atrae al consumidor a través de
otras ventajas (cómpralo por internet, delivery hasta tu casa, tiempo de atención, etcétera)
porque —al menos en teoría— ya no se puede reducir más el precio.
La segunda, la comparación de precios16, está pensada para bienes o servicios “de
vitrina”, esto es, que ya están fabricados, se venden libremente y no se elaboran según las
especificaciones de la entidad. Además, tienen un límite determinado en el monto (15 UIT),
donde el precio es el factor fundamental porque, si se desea adquirir un cenicero simple
con determinadas características (diámetro, ancho, altura y material), todas las empresas
que cumplan esos elementos básicos pueden competir y ganará la que ofrezca el cenicero
simple y más barato.
15 En el numeral 26.1 del artículo 26 de la Ley 30225, se establece que la subasta inversa electrónica se utiliza para
la contratación de bienes y servicios comunes que cuenten con ficha técnica, y se incluyan en el listado de bienes y
servicios comunes. Similar definición se encuentra en el numeral 110.1 del artículo 110 del reglamento, aprobado
mediante el Decreto Supremo 344-2018-EF.
16 En el artículo 25 de la Ley 30225, se establece que la comparación de precios se utiliza para bienes y servicios de
disponibilidad inmediata, distintos a las consultorías, que no sean fabricados o prestados siguiendo las especifi-
caciones técnicas o indicaciones del contratante, siempre que sean fáciles de obtener o que tengan un estándar
establecido en el mercado.
17 Cabe precisar que, en la evaluación de la parte económica, se otorga el mayor puntaje al precio más bajo y, al resto,
inversamente proporcional. Así, para que una oferta que no obtuvo el mayor puntaje en lo económico gane la
buena pro, es indispensable que haya tenido un puntaje muy superior en los otros factores de evaluación.
conflictos; las discrepancias de interpretaciones y arbitrajes, entre otros. Todas esas cuan-
tificaciones se trasladan al comprador, en este caso, el Estado.
Como se ha revisado, existen factores que retrasan el cumplimiento de las metas en
una institución pública. Todos son conocidos, pero no tratados para solucionarse, solo para
mitigarlos y, con ello, continuar con la gestión diaria. De esta manera, se mantiene el espiral
de retraso, desprogramación e ineficiencia en el cual se encuentra inmerso el Estado. La so-
lución, desde nuestra perspectiva, no recae solo en una adecuada legislación, sino también
en la actitud proactiva de los actores del sistema, en los cuales se incluye al titular de la enti-
dad —y todos sus asesores—, así como a quienes deben comprender aspectos económicos
al revisar lo ejecutado por otras personas.
Bullard, A. (1996). ¡Lo que no mata engorda! Los “productos basura” y los prejuicios y
perjuicios de la protección al consumidor en un país pobre. Ius Et Veritas, 7(12),
103-113. Recuperado de http://revistas.pucp.edu.pe/index.php/iusetveritas/arti-
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productos basura, los cañazos y los yonques. Ius Et Veritas, 7(13), 55-60. Recupe-
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cdn.www.gob.pe/uploads/document/file/342450/DS217_2019EF.pdf
1 Estudiante del doctorado en Derecho por la Universidad de Buenos Aires (UBA). MBA por la Universidad San Igna-
cio de Loyola (USIL). Abogado por la PUCP. Profesor en la maestría de Derecho Internacional Económico de la PUCP
y en la Universidad ESAN (IDE-ESAN). Miembro de la nómina de árbitros del OSCE y de la PUCP. Socio principal del
estudio Zegarra Pinto. Contratación pública y solución de controversias. Para comentarios y sugerencias, escribir
a zegarra.jg@pucp.edu.pe.
Los supuestos de hecho que permitirán una contratación de esta naturaleza son
varios: una situación de emergencia derivada de un hecho catastrófico o una situación de
desabastecimiento, entre otros.
El objetivo central del presente trabajo es analizar el método conocido como contrata-
ción directa2, así como cada uno de los supuestos habilitantes para su aplicación, conforme
con los términos expuestos en la Ley de Contrataciones del Estado3 (LCE) y su reglamento4
(RLCE). Adicionalmente, y a efectos de no tomar en cuenta solo nuestro punto de vista, se
citarán las opiniones del OSCE sobre los temas que se tratarán.
A continuación, se describirá el procedimiento que toda entidad deberá seguir para
realizar una contratación directa. Finalmente, y a manera de conclusión, se presentarán las
consideraciones finales de este tema.
1. Contratación directa
Al revisar la doctrina y la legislación comparada, se accedió a muchos conceptos de contra-
tación directa. Sin embargo, conforme se podrá observar, todos contienen tres elementos
comunes: libre elección del contratista, prescindir de la etapa de selección de postores, y
sustento legal y técnico de la decisión.
En la doctrina nacional e internacional, se identifican distintos tipos de definiciones,
por lo cual se citarán algunos. De acuerdo con Dromi (2006), “la contratación directa es
un procedimiento por el cual el Estado elige directamente al contratista, sin concurrencia
u oposición […]” (p. 45). Por otro lado, en el ámbito nacional, Retamozo Linares (2011)
señala lo siguiente:
[La contratación directa] consiste en la elección que realiza la Entidad en relación a una de-
terminada persona (natural o jurídica) con el objeto de contratar directamente, sin acudir a
mecanismos previos de selección y de concurrencia competitiva de oferentes, circunstancia
que no implica que la Entidad renuncie a verificar si el proponente reúne las condiciones de
capacidad técnica y económica para el correcto cumplimiento de las obligaciones contractua-
les (Resolución N° 1011/2005.TC-SU) […] (pp. 641-642).
2 Según Dromi (2006): “[…] La denominación de este procedimiento varía. Aunque en nuestro derecho se lo llama
‘contratación directa’, la doctrina también habla de ‘trato privado’ y concierto directo […]” (p. 216). Dromi, R.
(2006). Licitación pública. Lima: Gaceta Jurídica.
3 La mención a la Ley de Contrataciones del Estado se refiere al Texto Único Ordenado (TUO) de la Ley 30225, publi-
cado en el diario oficial El Peruano (13.03.2019).
4 La mención al Reglamento de la Ley de Contrataciones del Estado se refiere al Decreto Supremo 344-2018-EF,
vigente desde el 30 de enero de 2019. Cabe advertir que dicha norma derogó el Decreto Supremo 350-2015-EF. El
Decreto Supremo 344-2018-EF también fue modificado por los Decretos Supremos 377-2019-EF y 168-2020-EF.
Según el jurista colombiano Sánchez Castro (2009), la contratación directa “es aquella
modalidad de selección de contratistas donde las entidades estatales conservan la potestad
de escoger libremente, sin la necesidad de realizar una convocatoria pública, a la persona
natural o jurídica que ejecutará el objeto del contrato […]” (p. 17). Como se observa, inde-
pendientemente de la forma en que se plasme el concepto, en todos los casos, los elementos
referidos a la libre elección del contratista, a la prescindencia de la etapa de selección de
postores y al sustento legal y técnico se encuentran claramente remarcados.
Otra definición interesante, proporcionada por la normativa de Chile, proviene de la
Directiva de Contratación Pública 10 (“Instrucciones para la utilización del trato directo”):
[…] El trato directo es un proceso de compra simplificado y excepcional, definido como aquel
proceso de contratación que, por la naturaleza de la negociación que conlleva, debe efectuarse
sin la concurrencia de los requisitos señalados para la licitación pública como para la privada,
circunstancia que debe ser acreditada. El trato directo se debe utilizar solo cuando es estric-
tamente necesario y su utilización debe ser justificada […] (pp. 1-2).
Cabe resaltar que esta normativa hace hincapié en el “carácter excepcional” de la con-
tratación directa. En ese sentido, no se debe recurrir a esta normalmente, sino que solo se
optará por este método cuando existan circunstancias especiales y previamente normadas
que justifiquen su uso.
Otra referencia normativa se encuentra en Costa Rica. Para tales efectos, se citará el
Reglamento de la Ley de Contratación Administrativa:
Asimismo, se aprecia que las Fuerzas Armadas (FF. AA.), la Policía Nacional (PNP)
y los órganos desconcentrados recibirán el tratamiento de entidad. Finalmente, el
trato será el mismo si es que se alude a otras organizaciones que, para proveerse de
bienes, servicios u obras, se obligan al pago de estos con fondos públicos6. Es evi-
dente concluir que, al referirse a entidad, según la lógica de la LCE y del RLCE, el
concepto no solo se circunscribe al ámbito netamente estatal, sino que comprende
también a organizaciones privadas que realizan actividades utilizando recursos fi-
nancieros con carácter de fondos públicos.
En cuanto a la definición de costo de oportunidad, cabe señalar que presenta
un contenido eminentemente económico-financiero. Por esta razón, nos parece
adecuado citar a Forsyth (2004): “[…] El costo de oportunidad del capital de la
empresa es la rentabilidad mínima exigida por los inversionistas de un proyecto o
empresa, la cual se determina tomando como referencia la rentabilidad y riesgo si-
milar de otras alternativas de inversión […]” (p. 91). En estricto, se trata de la toma
de decisiones. Naturalmente, se elige la opción que conllevará mayores beneficios o
réditos, y se relegan aquellas que tendrán un menor nivel de ganancia, satisfacción
o rédito.
Después de revisar los conceptos de entidad y costo de oportunidad, en el
presente caso, se menciona que toda entidad podrá optar por este tipo de contra-
tación siempre y cuando sea el más ventajoso a nivel económico y técnico, en com-
paración con cualquier otra alternativa existente en el mercado. Esto es algo que
normalmente realizaría cualquier tipo de persona, no solo una entidad del Estado:
buscar la mejor opción al mejor precio posible, en concordancia con lo señalado en
la Opinión 097-2012/DTN7.
No se debe olvidar que el RLCE (artículo 100, literal “a”) indica la salvedad
de que, para el presente caso, la entidad que actúe como proveedor no debe ser
una “empresa del Estado” o realizar una “actividad empresarial de manera habi-
tual”. En atención a lo señalado, corresponde exponer cuál es la definición legal de
ambos conceptos.
6 Fondos públicos. “Todos los recursos financieros de carácter tributario y no tributario que se generan, obtienen
u originan en la producción o prestación de bienes y servicios que las unidades ejecutoras o entidades públicas
realizan, con arreglo a ley”. Se orientan a la atención de los gastos del presupuesto público. Revisar el siguiente
enlace: https://www.mef.gob.pe/es/glosario-sp-25048
7 “[…] CONCLUSIÓN. De acuerdo con el literal a) del artículo 20 de la Ley, una Entidad puede invocar la causal de
exoneración por contratación entre Entidades cuando se configuren los siguientes elementos: i) que la Entidad que
actuará como proveedor, no sea una empresa del Estado, ni una Entidad que realice actividad empresarial de forma
habitual; (ii) que la contratación resulte técnicamente viable para satisfacer la necesidad de la Entidad; y (iii) que
la contratación resulte más eficiente en razón de costos de oportunidad […]”.
[…]
Artículo 1.-
Definiciones
Para efectos del presente Reglamento deberá entenderse por:
f) Empresa del Estado o Empresa: (i) FONAFE y (ii) las Empresas del Estado que se
encuentran sujetas al ámbito de FONAFE; es decir que les son de obligatorio cum-
plimiento las normas, directivas, acuerdos de directorio y demás disposiciones de
FONAFE, así como la Ley General de Sociedades en todo lo que resulte aplicable. Se
incluye a las empresas cuyo capital pertenece, de manera directa o indirecta, íntegra-
mente al Estado; aquellas en las cuales el Estado tiene participación mayoritaria; con
las excepciones previstas en la Ley de FONAFE. La relación entre las Empresas del
Estado bajo el ámbito de FONAFE y FONAFE es la de sociedad - accionista en los térmi-
nos de la Ley General de Sociedades, en lo que resulte aplicable.
[…]
Ahora bien, si bien es cierto que el Estado peruano ya no cumple el rol em-
presarial de la década de 1970 o 1980, todavía tiene cierta presencia en el ambiente
empresarial local9.
Prosiguiendo con el análisis, y conforme a lo regulado en el RLCE, se consi-
derará que una empresa realiza una “actividad empresarial de manera habitual”
cuando esta suscriba más de dos contratos, sobre el objeto de la contratación, en los
12 meses previos a la contratación directa.
Con respecto a los dos últimos requisitos que establece el RLCE, en esta in-
vestigación, no se comparte la existencia de estos. Se debe tener presente que se
enfrenta una situación excepcional y, por lo tanto, hay una necesidad apremiante que
atender. En ese sentido, no importa que el bien, servicio u obra se pueda elaborar o
realizar por una empresa del Estado u otra entidad que efectúa actividad empresa-
rial de manera habitual, pues no implicaría un obstáculo para contratarla. En esta in-
vestigación, se considera que la exclusión de estos requisitos no contraviene la lógica
expuesta del rol subsidiario del Estado, ya que más bien se privilegiaría el derecho al
bienestar del ser humano en relación con otro tipo de derechos.
8 Aprueban el Reglamento del Decreto Legislativo 1031, que promueve la eficiencia de la actividad empresarial del
Estado. Decreto Supremo 176-2010-EF, publicado en el diario oficial El Peruano el 19 de agosto de 2010.
9 “[…] Actualmente, en Perú, existen 35 empresas estatales (incluyendo a EsSalud), de las cuales 34 están bajo
el ámbito del Fondo Nacional de Financiamiento de la Actividad Empresarial del Estado (Fonafe), mientras que
Petroperú está fuera de ella. Estas sin considerar a las empresas de salud y saneamiento que pertenecen a los
municipios y Gobiernos Regionales […]”. Revisar el siguiente enlace: http://gestion.pe/economia/estado-toda-
via-dueno-35-empresas-que-operan-pais-2064695
Finalmente, cabe indicar que la única limitante que señala la LCE es que no
se puede contravenir lo dispuesto en el artículo 60 de la Constitución Política. Así,
cualquier contratación directa que se realice entre entidades no solo debe poseer
carácter excepcional, sino también ser de “alto interés público o de manifiesta con-
veniencia nacional […]”. No hay que olvidar que la idea que, en estricto, se evidencia
aquí es el rol subsidiario del Estado peruano en la economía nacional.
10 En el presente caso, y en atención a lo importante del tema, corresponde mencionar lo señalado por OSCE a través
del Comunicado 011-2020: orientaciones de la Dirección Técnico-Normativa respecto del alcance de la normativa
de contrataciones en el marco del estado de emergencia nacional (26.04.2020).
“El Organismo Supervisor de las Contrataciones del Estado (OSCE) hace de conocimiento de sus usuarios y público
en general las siguientes orientaciones brindadas por la Dirección Técnico-Normativa respecto del alcance de la
normativa de contrataciones en el marco del estado de emergencia nacional declarado mediante Decreto Supremo
N° 044-2020-PCM y sus modificatorias:
sumo una situación de equilibrio e implique una catástrofe. Para tener una idea más
completa del concepto de catástrofe, se cita a la Real Academia Española (RAE)11:
“Cambio brusco de estado de un sistema dinámico, provocado por una mínima alte-
ración de uno de sus parámetros”. Asimismo, el RLCE (artículo 100, b.1) define los
acontecimientos catastróficos como “aquellos de carácter extraordinario ocasiona-
dos por la naturaleza o por la acción u omisión del obrar humano que generan daños
afectando a una determinada comunidad”. Otros casos que pueden ser considerados
como catastróficos son los terremotos, tsunamis, entre otros.
Sobre el tema, también es pertinente citar lo señalado por el OSCE a través del
Oficio E-057-2014/D12:
el marco de sus competencias, los bienes, servicios y obras necesarios para atender los requerimientos generados
como consecuencia directa del evento producido.
mayor celeridad los requerimientos, sino brindar un mecanismo para contar con aque-
llo por el tiempo, según sea el caso, necesario para resolver la situación y llevar a cabo
el proceso de selección que corresponda […].
No hay que olvidar que se debe recurrir a la contratación directa solo en casos
excepcionales, y que esta solo permite la omisión de la etapa de convocatoria y se-
lección a postores.
El siguiente supuesto se relaciona con el tema de la defensa o seguridad nacio-
nal (RLCE, artículo 100, b.2). En estricto, la norma se refiere a situaciones que afecten
la defensa o seguridad nacional. Si bien se puede disponer de un concepto general
sobre lo que se debe entender por esta, es pertinente traer a colación los contenidos
expuestos en el Libro Blanco de la Defensa Nacional13:
tanto, quien asume la iniciativa de declarar una situación de esa naturaleza. Es im-
portante advertir que, en el Decreto Legislativo 1156 (artículos 5 y ss.)14, se estable-
cen los supuestos que configuran una emergencia sanitaria. De la misma manera, se
señala que dicha declaratoria se aprobará mediante decreto supremo.
Como consta en los cuatro supuestos contemplados en la norma, se trata de
situaciones realmente excepcionales, las cuales ameritan una acción directa, rápida
y oportuna de cualquier entidad. En este tipo de casos, se evidencia la necesidad de
recurrir a la contratación directa.
Finalmente, un aspecto sumamente positivo de la norma es la “flexibilidad nor-
mativa”, expuesta en los últimos párrafos del numeral “b” del artículo 100 del RLCE.
Desde nuestra perspectiva, la idea base de la norma es que “atiende la Emergencia
y regulariza el procedimiento en un plazo prudente”. Dicho esto, a continuación, se
describirá el detalle de la norma.
La “flexibilidad normativa” se traduce en la posibilidad de toda entidad de pro-
ceder a la contratación directa del bien, consultoría, obra o servicio sin necesidad
de cumplir los requisitos formales exigidos por la LCE y el RLCE. Una vez realizada
la actividad de contratación directa, la entidad dispone de un plazo máximo de diez
días hábiles para regularizar lo siguiente: (a) documentación referida a las actua-
ciones preparatorias; (b) informe o informes que contienen el sustento técnico legal
de la contratación directa; (c) la resolución o acuerdo que la aprueba; (d) el contrato
y sus requisitos, en caso de que, a la fecha de la contratación, no haya sido elaborado,
aprobado o suscrito según corresponda.
Asimismo, en el mismo plazo máximo de diez días hábiles, se deberán regis-
trar y publicar en el Sistema Electrónico de Contrataciones del Estado (Seace)15 los
informes y la resolución o acuerdos antes mencionados. En el caso de la regulariza-
ción de la garantía, se puede ampliar el plazo por diez días adicionales.
14 Decreto Legislativo 1156. Dicta medidas destinadas a garantizar el servicio público de salud en los casos en que
exista un riesgo elevado, o daño a la salud y a la vida de las poblaciones (artículos 5 y ss.).
15 El Seace es el sistema electrónico que permite el intercambio de información y difusión sobre las contrataciones
del Estado, así como la realización de transacciones electrónicas.
Asimismo, el Seace es el principal mecanismo de “publicidad”, en el cual todas las entidades públicas deben brindar
información de todos sus procesos de contratación.
Para realizar un proceso de contratación, la entidad debe recurrir al sistema de contrataciones, el cual está consti-
tuido por tres grandes fases: actos preparatorios, selección y ejecución contractual. En estas, la entidad se encuen-
tra obligada a brindar información al Seace.
Revisar el siguiente enlace: http://portal.osce.gob.pe/osce/content/aspectos-generales-del-seace
17 Es importante advertir que, en la LCE (artículo 27, literal “c”), solo se indica que la situación de desabastecimiento
deberá afectar o impedir a la entidad cumplir sus actividades u operaciones. Sin embargo, en el RLCE (artículo 100,
literal “c”), se contempla que deberá comprometer funciones, servicios, actividades u operaciones. Al respecto,
cabe señalar que los conceptos de actividades y operaciones contienen a los de funciones y servicios. Por lo tanto,
no existe ningún conflicto entre ambas normas legales. Como fundamento para esta conclusión, se toman los con-
ceptos expuestos por la RAE: actividad, “4. f. Conjunto de operaciones o tareas propias de una persona o entidad”;
operar, “1. tr. realizar. // Efectuar, llevar a cabo algo o ejecutar una acción”; función, “2. f. Tarea que corresponde
realizar a una institución o entidad, o a sus órganos o personas”; servicio público, “1. m. Actividad llevada a cabo
por la Administración o, bajo un cierto control y regulación de esta, por una organización, especializada o no, y
destinada a satisfacer necesidades de la colectividad”. Revisar http://lema.rae.es/drae/
18 Un ejemplo de dicha situación se encuentra en la Opinión 002-2013/DTN: “Por interpretación de la norma, ¿re-
sulta procedente aplicar el artículo 22º de la Ley de Contrataciones del Estado (Decreto Legislativo 1017) y 129º
de su Reglamento aprobado por Decreto Supremo 184-2008-EF, a fin de reparar un equipo que es de vital impor-
tancia para la principal actividad de una determinada empresa, a pesar de que han transcurrido más de tres meses
de ocurrido el desperfecto y/o falla?”. Considerando solo los datos expuestos en la consulta, se puede afirmar que,
en el presente caso, no sería posible optar por contratación directa, dado que las condiciones de “extraordinario” e
“imprevisible” no se han configurado o probado. No esta de más señalar que las cuatro condiciones a las cuales se
alude se deben presentar en conjunto.
dependerá de su propia naturaleza. Si hay algo que se aprende día a día, en el ámbito
de la contratación pública, es que la casuística es realmente enorme e incrementa
con el transcurso del tiempo.
A manera de corolario, y en concordancia con lo dispuesto en la LCE y en el
RLCE, una situación de desabastecimiento será todo aquel estado de riesgo o cir-
cunstancia de carencia de un bien o servicio que afectará las actividades u operacio-
nes esenciales de una entidad, dada la aparición o existencia de un evento que no ha
sido posible advertir o pronosticar, y porque se trata de una circunstancia o situación
fuera de lo normal.
Finalmente, adicionalmente a las condiciones expuestas, el RLCE dispone que
no se puede invocar la existencia de una situación de desabastecimiento en cinco
supuestos (artículo 100, literal “c”)19. Entre ellos, destacan en los que se busca (a)
satisfacer necesidades anteriores a la fecha de aprobación de la contratación directa
y (b) en vía de regularización. No está de más recalcar que el legislador es muy claro
al transmitir la idea de que se trata de una modalidad de contratación de naturaleza
excepcional y, por lo tanto, amerita el cumplimiento de una serie de condiciones o
requisitos para su aplicación.
• Cuando las FF. AA., la PNP y los organismos conformantes del Sistema Na-
cional de Inteligencia (SIN) requieran efectuar contrataciones con carácter
secreto, secreto militar o por razones de orden interno que se deban man-
tener en reserva conforme a ley, previa opinión favorable de la Contraloría
General de la República.
El presente supuesto es otra clara muestra de la naturaleza de la contratación di-
recta. En estricto, está concebida para situaciones sumamente excepcionales y de
vital importancia.
Para iniciar el análisis se responderá la siguiente interrogante: ¿quiénes se
encuentran legitimados para aplicar una norma de esta naturaleza? Al respecto, se
19 “No puede invocarse la existencia de una situación de desabastecimiento en las siguientes contrataciones:
c.1) Contrataciones cuyo monto de contratación se encuentre bajo la cobertura de un tratado o compromiso inter-
nacional que incluya disposiciones sobre contrataciones públicas, cuando el desabastecimiento se hubiese origi-
nado por negligencia, dolo o culpa inexcusable del funcionario o servidor de la Entidad.
c.2) Por períodos consecutivos que excedan el lapso del tiempo requerido para superar la situación, salvo que
ocurra una situación diferente a la que motivó la contratación directa.
c.3) Para satisfacer necesidades anteriores a la fecha de aprobación de la contratación directa.
c.4) Por prestaciones cuyo alcance exceda lo necesario para atender el desabastecimiento.
c.5) En vía de regularización.
Cuando del sustento de desabastecimiento se desprenda que la conducta de los servidores de la Entidad hubiese
originado la presencia o la configuración de la causal, la autoridad competente para autorizar la Contratación Di-
recta ordena, en el acto aprobatorio de la misma, el inicio del análisis para determinar las responsabilidades que
correspondan”.
debe indicar que las entidades en posibilidad de emplear una contratación de esta
naturaleza son las siguientes:
Artículo 100. Literal d. Contrataciones con carácter de secreto, secreto militar o por
razones de orden interno. Son aquellas cuyo objeto contractual se encuentra incluido
en la lista que, mediante decreto supremo, haya aprobado el Consejo de Ministros, de-
bidamente refrendado por el sector correspondiente […].
20 Decreto Legislativo 1141. Artículo 9. Fortalecimiento y modernización del Sistema de Inteligencia Nacional y de la
Dirección Nacional de Inteligencia (DINI).
21 Publicado el 21 de 2012 en el diario oficial El Peruano. Esta norma modificó el Decreto Supremo 052-2001-PCM.
22 “Decreto Supremo Nº 205-2012-EF. Artículo 2º. La exoneración a que se refiere el artículo 130 del Reglamento de
la Ley de Contrataciones del Estado aprobado por Decreto Supremo No 184-2008-EF para las contrataciones con
carácter de secreto, secreto militar o de orden interno, se encuentra limitada a las contrataciones referidas a los
bienes, servicios y obras que se describen a continuación:
a) Bases e instalaciones militares, policiales y contrasubversivas, así como los bienes y servicios que sean necesa-
rios para su implementación y funcionamiento;
b) Puestos de vigilancia de fronteras, así como los bienes y servicios que sean necesarios para su implementación
y funcionamiento;
c) Todo tipo de armamento y sistemas de armas terrestres, navales, aéreas, antiaéreas y de defensa aérea, con sus
correspondientes repuestos, accesorios y municiones;
d) Todo tipo de equipo, armamento y municiones de carácter no letal y menos letal de uso militar y policial;
e) Bombas, cohetes, misiles, torpedos y minas;
f) Vehículos de combate, apoyo de combate y de comando (multipropósito, porta-tropas o similares), incluyendo
los destinados al orden interno, con sus correspondientes accesorios, repuestos, armas y municiones;
g) Unidades navales y aeronaves de combate, y de apoyo de combate, con sus correspondientes repuestos, acceso-
rios, armas y municiones;
h) Vehículos que, por su naturaleza y equipamiento, sean exclusivamente de uso militar o policial;
i) Equipos de seguridad y protección destinados exclusivamente para el uso militar o policial;
j) Sistemas de cómputo componentes de los sistemas de armas, equipo, material y sistema de comunicaciones
y electrónica, equipos y sistemas de inteligencia electrónica que, por su naturaleza, sean exclusivamente de uso
militar, policial o para la seguridad nacional;
k) Sistema de radares, sonares y de guerra electrónica, plantas propulsoras y componentes de las mismas de uso
estrictamente militar, policial o para la seguridad nacional;
l) Máquinas y herramientas para fabricación de armas, municiones y sus correspondientes insumos;
m) Equipos, maquinarias, herramientas y material de ingeniería que, por su naturaleza, sean exclusivamente de
uso militar o policial;
n) Medicinas, equipos médicos e instrumental quirúrgico que, por su naturaleza, sean de uso exclusivamente militar
o policial para campañas, operaciones especiales o las instalaciones detalladas en los literales a) y b) precedentes;
o) Raciones de campaña destinadas exclusivamente para uso militar o policial en las instalaciones detalladas en
los literales a) y b) precedentes;
p) Servicios de asesoría, consultoría y asistencia técnica relacionadas con la operatividad de los bienes, los servi-
cios para el mantenimiento y reparación, así como para los estudios de preinversión e inversión, relacionados a los
bienes y obras señalados en el presente artículo
q) Transferencia de tecnología que, por su naturaleza, sea exclusivamente de uso militar, policial o para la seguridad
nacional;
r) Contratación de pólizas de seguros para cubrir los riesgos asociados a los bienes y obras antes mencionadas;
s) Otros bienes, servicios u obras de similar naturaleza cuya contratación sea clasificada expresamente, como se-
creto, secreto militar o de orden interno mediante Decreto Supremo emitido con el voto aprobatorio del Consejo de
Ministros y refrendado por el Presidente del Consejo de Ministros, el Ministro de Economía y Finanzas, el Ministro
de Defensa o el Ministro del Interior según corresponda”.
27 “Opinión 170-2018/DTN. Solo si una vez realizado el estudio de mercado, la Entidad determina que se configura
la causal de proveedor único, al haber comprobado en el mercado nacional la existencia de un único proveedor en
capacidad tanto jurídica como fáctica de satisfacer el requerimiento de la Entidad, ésta se encontrará habilitada
para contratar directamente con dicho proveedor”.
28 “e) Proveedor único
En este supuesto, la verificación de que los bienes, servicios en general y consultorías solo pueden obtenerse de un
determinado proveedor debe realizarse en el mercado peruano”.
29 Entidad: Electro Perú SA. Asunto: Exoneración por servicios personalísimos. Referencia: (a) Informe Legal AL-18-
2010 y (b) Carta G-670-2010.
• Para los servicios de publicidad que prestan al Estado los medios de comu-
nicación televisiva, radial, escrita o cualquier otro medio de comunicación
según la ley de la materia.
Conforme lo dispone la LCE y el RLCE, una entidad podrá contratar servicios de pu-
blicidad a través de la contratación directa, siempre y cuando se realicen con el pro-
veedor del servicio (RLCE, artículo 100, literal “g”)30.
A diferencia de los supuestos anteriormente analizados, la ratio no se encuen-
tra en una circunstancia excepcional o extraordinaria, tampoco se enfrenta a un pro-
veedor único. En estricto, el fundamento se halla simplemente en que se trata de un
servicio de publicidad para el Estado.
No hay de por medio ninguna empresa prestadora de servicios de comunica-
ción o similar, es una relación contractual sin intermediarios31. Es importante resal-
tar que la norma no distingue entre publicidad institucional o comercial32. Así, cabe
la posibilidad de que se aplique a ambos supuestos.
Asimismo, cabe mencionar que el legislador no ha fijado expresamente ningún
parámetro adicional para elegir, finalmente, al proveedor del servicio de publicidad.
Sin embargo, esto no exonera a la entidad de elaborar un adecuado y exhaustivo
sustento legal y técnico según la naturaleza de la contratación directa. Sobre todo,
el sustento técnico es el que debe fundamentar por qué se opta por un determinado
medio de comunicación. Es necesario que en este se definan aspectos como el mer-
cado objetivo al cual se pretende llegar, los medios de comunicación a los que acceden
30 “g) Servicios de publicidad para el Estado. En este supuesto, la contratación de los mencionados servicios corres-
ponde a aquellos que prestan directamente los medios de comunicación para difundir un contenido determinado
al público objetivo al que se quiere llegar”.
31 Opinión 167-2017/DTN. “[...] Aquellos servicios de publicidad que no sean prestados directamente por un medio
de comunicación, no se encuentran comprendidos dentro de los alcances del supuesto de contratación directa
previsto en literal g) del artículo 27 de la Ley.
En caso las Entidades requieran contratar los servicios de agencias o centrales de medios, agencias de publicidad,
o cualquier otro servicio de mediación publicitaria, deberán realizar previamente el procedimiento de selección
que corresponda (Concurso Público - Adjudicación Simplificada) [...]”.
32 Ley 28874. Artículo 2. “Ley que regula la publicidad estatal”. Sobre el presente tema, es importante acotar que, a
través de la Ley 30793, se derogó de manera tácita y parcial la Ley 28874. Esta anulación refiere solo el tema de
la regulación de la publicidad estatal en medios privados. En atención a dicha circunstancia, las normas referidas
a publicidad estatal en medios públicos se podrán aplicar a privados de manera análoga. Las conclusiones antes
expuestas se derivan de la lectura de la sentencia expedida por el Tribunal Constitucional (TC) (11.10.2018). De-
manda de inconstitucionalidad contra la Ley 30793, “Ley que regula el gasto de publicidad del Estado peruano”.
y prefieren los integrantes de dicho mercado, entre otros aspectos relevantes. La idea
que, en suma, se busca transmitir es que la inversión en publicidad del Estado debe
ser la mejor y causar el mayor impacto posible.
No hay que olvidar que la norma que regula el tema de publicidad estatal (Ley
28874, “Ley que regula la publicidad estatal”) contiene todos los criterios generales
que deberán considerar las instancias de los Gobiernos nacional, regional y local res-
pecto al rubro de publicidad, ya sea en prensa escrita, radio o televisión.
Para finalizar el comentario, cabe mencionar lo señalado en la Opinión
103-2012/DTN:
Por otro lado, también es necesario que dicho consultor sea seleccionado para
los servicios inicialmente pactados, conforme lo dispone el método de contratación
denominado selección de consultores individuales.
Según el RLCE (artículo 100, literal “h”), este tipo de contratación directa
deberá cumplir los siguientes parámetros:
33 “DECRETO DE URGENCIA QUE APRUEBA EL PRESUPUESTO DEL SECTOR PÚBLICO PARA EL AÑO FISCAL 2020.
Artículo 18. Montos para la determinación de los procedimientos de selección. Los procedimientos de selección
por licitación pública, concurso público, adjudicación simplificada y selección de consultores individuales se apli-
can de acuerdo con los siguientes márgenes: [...] c) Contratación de servicios:- Concurso público, si el valor refe-
rencial es igual o superior a S/ 400 000,00 (CUATROCIENTOS MIL Y 00/100 SOLES).- Adjudicación simplificada, si
el valor referencial es inferior a S/ 400 000,00 (CUATROCIENTOS MIL Y 00/100 SOLES).- Contratación de consul-
tores individuales, si el valor referencial es igual o inferior a S/ 40 000,00 (CUARENTA MIL Y 00/100 SOLES)”.
34 Opinión 050-2017/DTN: “[...] De acuerdo con el literal j) del artículo 27 de la Ley, la contratación de arrendamiento
de bienes inmuebles o de adquisición de bienes inmuebles existentes, es un supuesto de contratación directa, a
través del cual una Entidad esta facultada para contratar directamente con un determinado proveedor, debiendo
para ello efectuar la descripción exacta del bien inmueble que requiere arrendar o contratar de manera que satis-
faga su necesidad y pueda cumplir con las funciones que por ley le corresponden [...]”.
35 Conforme señala la RAE, se entiende por adquirir a “hacer propio un derecho o cosa que a nadie pertenece o que
se transmite a título lucrativo u oneroso, o por prescripción”.
parece correcta la redacción de la norma, sobre todo, por la utilización del término
adquisición. Si bien, normalmente, la forma más común de adquirir un bien inmueble
es a través de una compraventa, el contenido del concepto de adquisición es mucho
más amplio y, por lo tanto, permitirá que otras modalidades se puedan aplicar al
presente caso.
Por otro lado, también se considera acertado que el legislador incluya el su-
puesto del primer acondicionamiento y que brinde una definición de este36. Si se opta
por arrendar o comprar de manera rápida, vía contratación directa, perdería sentido
utilizar esta última si es que no contempla la posibilidad de poner el inmueble en
estado de habitabilidad o adecuado uso, conforme a las funciones y/o necesidades
de la entidad. Del mismo modo, cabe indicar que el primer acondicionamiento se
debe referir a actividades de rápida y simple realización. El desarrollo de la remode-
lación o la incorporación de elementos no indispensables no se pueden contemplar
en el aludido supuesto.
Finalmente, cabe indicar que el contratista será el responsable de ejecutar la
totalidad de las prestaciones involucradas en el contrato.
36 RLCE. Artículo 100, literal “j”. “Para efectos de la contratación directa prevista en el literal j) del artículo 27 de la
Ley, se entiende por acondicionamiento la prestación destinada a habilitar un espacio físico, adecuando las dimen-
siones y disposición de sus espacios, así como la dotación de las instalaciones y equipamiento que posibiliten a la
Entidad la adecuada realización de las funciones para las que requiere el inmueble [...]”.
37 Opinión 060-2017/DTN. “Las Entidades no se encuentran obligadas a contratar directamente los servicios es-
pecializados de asesoría legal para la defensa de funcionarios, servidores o miembros de las fuerzas armadas y
policiales, previstos en el literal k) del artículo 27 de la Ley; puesto que, la Entidad puede decidir aprobar o no
una contratación directa bajo dicha causal, siempre que —sobre la base de un sustento técnico y legal— hubiera
determinado, previamente, la necesidad de contratar directamente a un determinado proveedor”.
Como lo describe la norma, se trata de todos aquellos casos en los que se re-
quiere contratar servicios legales, contables, económicos o afines para defender
tanto al personal en actividad como al que ya no lo está. Se coincide en que el legis-
lador nacional incorpore en el supuesto de hecho de la norma a los exfuncionarios,
exservidores o exmiembros de las FF. AA. y de la PNP. Si estos profesionales realiza-
ron sus actividades funcionales según lo previsto por la ley y, a pesar de esto, fueron
objeto de demandas, denuncias o similares, es correcto que cuenten con la posibili-
dad de recibir este tipo de protección.
En el caso específico de la defensa legal o asesoría, es pertinente mencionar las
siguientes normas, las cuales se aplicarán para el aludido tipo de defensa:
» Ley 30057, Ley del Servicio Civil, y su reglamento general, aprobado me-
diante el Decreto Supremo 040-2014-PCM. Los aspectos particulares del
tema en cuestión se han desarrollado y expuesto en la Directiva 004-2015-SER-
VIR-GPGSC, aprobada por la Resolución 284-2015-SERVIR-PE, modificada por
la Resolución 185-2016-SERVIR-PE. Esta establece como derecho de los ser-
vidores y exservidores civiles contar con la defensa y asesoría legal, contable,
económica o afín, con cargo a los recursos de la entidad para su defensa en
procesos judiciales, administrativos, constitucionales, arbitrales, investigacio-
nes congresales y policiales, ya sea por omisiones, actos o decisiones adopta-
das o ejecutadas en el ejercicio de sus funciones, inclusive, como consecuencia
de encargos.
» Decreto Supremo 022-2008-DE/SG (defensa legal de los miembros de
las FF. AA. y de la PNP). Para el presente caso, la aludida norma autoriza al
Ministerio de Defensa y al Ministerio del Interior a brindar defensa legal a los
miembros de las FF. AA. en situación de actividad, disponibilidad o retiro, y
personal de tropa licenciada, así como al personal de la PNP en situación de
actividad, disponibilidad o retiro comprendido o involucrado en investigacio-
nes o denuncias ante el Ministerio Público, además de procesos judiciales ante
el fuero común por presunta comisión de delitos contra los derechos humanos
en el ejercicio regular de sus funciones.
dichos profesionales. Por otro lado, si luego de culminar el respectivo proceso se en-
cuentra responsabilidad, hay una obligación de reembolso38 o reintegro39.
Finalmente, en la última sección de la norma, se observa que la parte benefi-
ciada no es el personal que integra o formó parte de la entidad, sino que esta recurre
a la contratación directa. No es incorrecto señalar que un proceso arbitral o judi-
cial indebidamente conducido conllevaría un sinnúmero de consecuencias negativas
para la entidad. Desde nuestra perspectiva, el legislador ha acertado en incorporar
una causal de esta naturaleza. Cabe indicar que aquellos profesionales que asuman
la defensa de la entidad o de un miembro de esta deberán contar con la experiencia
y los recursos suficientes para cumplir adecuadamente su labor.
38 Decreto Supremo 018-2002-PCM. Artículo 4. Reembolso de honorarios profesionales: “Al solicitar la defensa judi-
cial el funcionario público en servicio suscribirá un compromiso de pago con la entidad, institución u organismo
correspondiente. En caso se demuestre responsabilidad administrativa, civil o penal del funcionario en el proceso,
éste deberá reembolsar el monto abonado por concepto de honorarios profesionales de la asesoría especializada a
la finalización del proceso”.
39 Decreto Supremo 022-2008-DE/SG. Artículo 4. Reintegro: “En caso se determine responsabilidad penal mediante
sentencia consentida o ejecutoriada, el beneficiario de la defensa legal sufragada por el Estado, quedará obligado a
reintegrar los gastos de dicha defensa. Para efectos de garantizar el reembolso a que se refiere el párrafo anterior,
la entidad respectiva efectuará los descuentos por planilla de pagos o de la pensión de la que goce el solicitante,
hasta por un monto máximo del 30% mensual del mismo, hasta cubrir el importe total”.
Conforme al artículo 100, literal “k”, del RLCE, solo se podrá optar por este
tipo de contratación si previamente se ha cumplido todo lo dispuesto en el artículo
16740 del mismo cuerpo normativo. A su vez, esta norma describe todas las activida-
des previas que deberá realizar una entidad cuando existan prestaciones pendientes
de ejecución: determinación del precio de dichas prestaciones, costos de ejecución,
verificar la disponibilidad presupuestal, invitar a los postores que participaron en el
procedimiento de selección, entre otras actividades.
Solo después de agotar todas las actividades descritas en el artículo 167 del
RLCE se podrá recurrir a la contratación directa. Los supuestos que posibilitan este
tipo de contratación son los siguientes:
Cabe recalcar que tanto en la LCE como en el RLCE se destaca el uso de la frase
“necesidad urgente”, la cual no solo se refiere a la existencia de una simple necesidad,
40 “RLCE. Artículo 167. Prestaciones pendientes en caso de resolución de contrato o declaratoria de nulidad de contrato
167.1. Cuando se resuelva un contrato o se declare su nulidad y exista la necesidad urgente de continuar con la
ejecución de las prestaciones derivadas de este, sin perjuicio de que dicho acto se encuentre sometido a alguno de
los medios de solución de controversias, la Entidad puede contratar a alguno de los postores que participaron en el
procedimiento de selección. Para estos efectos, la Entidad determina el precio de dichas prestaciones, incluyendo
todos los costos necesarios para su ejecución, debidamente sustentados.
167.2. Una vez determinado el precio y las condiciones de ejecución, y de existir disponibilidad presupuestal, la
Entidad invita a los postores que participaron en el procedimiento de selección para que, en un plazo máximo de
cinco (5) días, manifiesten su intención de ejecutar las prestaciones pendientes de ejecución por el precio y condi-
ciones señalados en el documento de invitación.
167.3. De presentarse más de una aceptación a la invitación, la Entidad contrata con aquel postor que ocupó una
mejor posición en el orden de prelación en el procedimiento de selección correspondiente. En las contrataciones
de bienes, servicios en general y obras, salvo aquellas derivadas del procedimiento de Comparación de Precios, el
órgano encargado de las contrataciones realiza, cuando corresponda, la calificación del proveedor con el que se va
a contratar. Los contratos que se celebren en virtud de esta figura respetan los requisitos, condiciones, exigencias,
garantías, entre otras formalidades previstas en la Ley y Reglamento”.
dado que eso es sumamente sencillo de argumentar o probar. Se requiere que la en-
tidad demuestre objetivamente que se optará por la contratación directa, dado que
existe un requerimiento apremiante que no puede esperar el desarrollo del procedi-
miento de selección correspondiente41.
Finalmente, el Decreto Legislativo 1444 (que modifica la Ley 30225, Ley de
Contrataciones del Estado) ha incorporado, de manera acertada, dos nuevos supues-
tos de hecho a los cuales se puede aplicar la contratación directa:
41 Sobre el tema, en la Opinión 083-2018/DTN, el OSCE señala lo siguiente: “[...] Si una Entidad determina que no
existe la necesidad urgente de culminar con la ejecución de las prestaciones pendientes derivadas de un contrato
resuelto, o no logra acreditar dicha necesidad urgente, no podrá emplear el procedimiento previsto en el artículo
138 del reglamento ni aplicar la causal de contratación directa del literal l) del artículo 27 de la Ley”.
Por otro lado, se considera que, si bien en esta norma en particular no se men-
cionan los criterios expuestos, los principios de eficacia y eficiencia cobran noto-
ria importancia. Estas contrataciones se sustentan en los informes técnicos, en los
cuales se evidenciará el manejo adecuado de los recursos públicos y, sobre todo, la
calidad de los servicios de capacitación que se contratarán.
42 “CHILE. Decreto 250. APRUEBA REGLAMENTO DE LA LEY Nº 19.886 DE BASES SOBRE CONTRATOS ADMINISTRA-
TIVOS DE SUMINISTRO Y PRESTACIÓN DE SERVICIOS
Artículo 51.- Procedimiento de Trato o Contratación Directa
Los tratos directos que se realicen en virtud de lo dispuesto en el artículo 10 requerirán de un mínimo de tres
cotizaciones de diferentes proveedores, con excepción de aquellos tratos o contrataciones directas contenidas en
los números 3, 4, 6 y 7.
COSTA RICA. Reglamento a la Ley de Contratación Administrativa No. 33411-H
Artículo 137.- Construcción y mantenimiento de infraestructura educativa.
Para la construcción y mantenimiento de infraestructura física educativa, tanto las Juntas de Educación como las
Administrativas, podrán acudir al procedimiento de contratación directa concursada, para lo cual será necesario
invitar a un mínimo de tres potenciales oferentes”.
• El titular de la entidad
• El Consejo Regional
• El Directorio de las Empresas del Estado
• El Concejo Municipal
• El órgano al cual se le hubiere delegado tal función
43 La única excepción prevista se encuentra en el literal “d” del numeral 27.1 del artículo 27 de la LCE.
Reflexiones finales
Cabe mencionar las siguientes conclusiones:
44 Contrataciones complementarias:
“174.3. No caben contrataciones complementarias en los contratos que tengan por objeto la ejecución de obras ni
de consultorías, ni en las contrataciones directas”.
Forsyth, J. (2004). Finanzas empresariales: rentabilidad y valor. Lima: Tarea Edición Gráfica
Educativa.
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Real Academia Española (RAE). (2017). Diccionario de la lengua española. Madrid: Real
Academia Española. Recuperado de http://lema.rae.es/drae/?val=catastrófico
“El Juramento es una forma de expresión, agregada a una promesa por medio
de la cual quien promete significa que, en el caso de no cumplir, renuncia a la
gracia de Dios, y pide que sobre él recaiga su venganza”.
Leviatán
Thomas Hobbes
“Las cláusulas de este contrato están de tal suerte determinadas por la naturaleza
del acto, que la menor modificación las haría inútiles y sin efecto; de manera, que,
aunque no hayan sido jamás formalmente enunciadas, son en todas partes las
mismas y han sido en todas partes tácitamente reconocidas y admitidas, hasta
tanto que, violado el pacto social, cada cual recobra sus primitivos derechos
y recupera su libertad natural […]”.
El contrato social
Jean-Jacques Rousseau
1 Abogado por la UNMSM. Máster en Contratación Pública por la Universidad Castilla – La Mancha (España). Estu-
dios culminados de maestría en Derecho de la Empresa en la PUCP. Árbitro en diversas controversias privadas
y públicas. Profesor en la Universidad Peruana de Ciencias Aplicadas (UPC). Ha dictado los cursos Contratos del
Estado y Empresa en la maestría de Derecho de la Empresa de la PUCP, y Derecho Mercantil I en la Facultad de
Derecho de la misma universidad, así como Derecho de la Competencia en la Facultad de Derecho de la UNMSM.
Expresidente y vocal titular de la Sala 2 del Tribunal Superior de Responsabilidades Administrativas de la Con-
traloría General de la República. Vocal titular del Tribunal del Servicio Civil de la Autoridad Nacional del Servicio
Civil (Servir).
Un día, una mariposa de una belleza sin igual se columpiaba sobre una flor. Mientras tanto,
una oruga, tan fea que daba lástima, pasó arrastrándose por debajo de esa flor. Entonces, la
mariposa le dijo:
—¿Eso de ahí es una oruga?
Esta le respondió:
—¡Sí!
La mariposa le gritó a continuación:
—¿Por qué pasas por mi camino, oruga sucia? ¡Puf! ¡Maldita criatura! ¡Mira, yo sí que soy
hermosa! ¡Verdaderamente, Dios no nos ha concedido la misma procedencia! ¡Yo me balanceo
hacia el cielo, tú solo conoces la tierra!
Entonces, la oruga dijo:
—No presumas tanto, mariposa. Todo el encanto de tus colores no te da derecho a ofenderme.
Todos tenemos un origen. Si me insultas a mí, insultas a tu madre. ¡La oruga procede de la
mariposa, la mariposa de la oruga! (Fábula de los wólof, etnia de Senegal, África; extraído de
Cuentos africanos, recopilación de Carl Meinhof, Océano Grupo Editorial, 2001, p. 247).
Pareciera que el cuento africano con el cual inicia la introducción de este trabajo
no es conveniente para caracterizar a ninguna institución jurídica y, mucho menos, a los
contratos administrativos. Sin embargo, la moraleja implícita es de una pertinencia ab-
soluta: no importa si surgiste primero o segundo, si tus características te hacen mejor o
peor para ciertos propósitos; lo realmente importante reside en que puedas identificar tu
origen y cuál es el propósito que te revelaron, de qué está hecha tu alma o espíritu, ya que
tu naturaleza y esencia no cambiarán. Se podrán modificar algunos elementos intrínsecos
de cada ser, pero finalmente solo será importante la relación originaria entre la mariposa
y la oruga.
Esta misma concepción se puede trasladar a la falsa dicotomía entre contratos ad-
ministrativos y contratos civiles. A lo largo del tiempo, los contratos civiles han sostenido
que son las mariposas, y los contratos administrativos, las orugas. A pesar de que se trans-
formarán en mariposas de distinto tamaño, color y características, ambas siempre serán
orugas en su esencia. Se debe recordar siempre que las dos figuras contractuales parten de
un elemento común: son actos jurídicos que generan obligaciones y, a partir de esta con-
cepción inicial, conseguirán desplegar sus diferencias específicas.
Efectivamente, es incuestionable que, con la transformación del Estado todopode-
roso —que todo lo ordenaba, y donde a los súbditos solo les correspondía obedecer a un
Estado más bien propiciador de emprendimientos privados y permanente buscador de co-
laboradores para su mayor cometido: el bienestar social—, la figura del contrato civil es
incompleta para establecer las reglas jurídicas a las nuevas relaciones de intercambio de
bienes, servicios y construcción de obras que requería el Estado; pues el lugar de los súbdi-
tos ahora era ocupado por los colaboradores o cocontratantes.
2 En el presente trabajo, se denominará de manera indistinta a los contratos en los que interviene el Estado, ya sea
como contratos administrativos, contratos estatales o contratos del Estado, sin ningún ánimo de polemizar res-
pecto a su nomen iuris.
En efecto, la labor inicial del Estado se circunscribía a efectuar una vigilancia de las
relaciones entre los particulares (básicamente, labor policial3), solucionar los conflictos
que surgieran y cuidar sus fronteras. Finalmente, si pretendía el servicio de un particular,
solamente lo exigía. “El estado no necesitaba contratar, simplemente si requería un servicio
de los ciudadanos lo ordenaba y al poder totalitario tenían que obedecer los gobernados”
(Ospina, 1975, p. 3). Es decir, la sola voluntad del soberano, rey o príncipe bastaba para
que los súbditos obedecieran, bajo amenaza de castigo divino. Esta tesis absolutista fue
cambiando en la medida en que evolucionaban los sistemas políticos de los países. De esta
manera, se reemplazó el absolutismo por la ley (entendida desde un punto de vista de se-
paración de poderes y libertades reconocidas a los ciudadanos), tal como señala Bercaitz
(1980): “[...] la voluntad del príncipe —de legibus solutum— es reemplazada por la volun-
tad de la Ley en todos los órdenes” (p. 143).
Así, con la aparición de las ideas de libertad e igualdad pregonadas por la Revolución
francesa y el surgimiento de la democracia, el Estado consideró necesaria su participación
en los contratos, como una parte de estos, para requerir la colaboración de sus ciudadanos
y cumplir su finalidad. Entonces, dejó de ser absoluto (en el cual mediante decretos podía
ordenar a sus ciudadanos), y se convirtió en uno más administrador y que urgía de suscri-
bir contratos con privados para sus propósitos públicos. Sin embargo, para los tratadistas,
estos contratos eran de carácter eminentemente privado y se debían regir por esa rama del
derecho. De lo contrario, no se podrían considerar contratos. Además, aquellos que cele-
braba el Estado eran excepcionales y no una regla general4.
Apenas en 1873, con la expedición de la famosa sentencia “arrêt Blanco”5, cuando
el Tribunal de Conflictos francés —estatuido para dirimir las cuestiones planteadas por la
regulación de la jurisdicción y de la competencia, y fiel al principio tradicional en Francia de
que los jueces no están facultados para inmiscuirse en los asuntos de la Administración—
postuló que, en un contrato celebrado entre un particular y la Administración, correspon-
día al Consejo de Estado, y no a la jurisdicción civil, pronunciarse sobre la responsabilidad
civil que se pudiera derivar del alegado incumplimiento del contrato que el particular im-
putaba a la Administración (Alterini, 2000).
A partir del siglo xix, empiezan a aparecer los primeros defensores de la teorización
del contrato administrativo. Su concepción se debe básicamente al amplio desarrollo efec-
tuado por la jurisprudencia del Consejo del Estado francés. Este derivó en la implementa-
ción de una serie de normas que regulaba los contratos en los cuales participaba el Estado.
3 Todo este sistema hace inevitable que la administración asuma también potestades de inspección, control y san-
ción de las fracciones de las obligaciones establecidas.
4 A esta concepción responde la teoría de la negación del contrato administrativo, la cual establecía que cualquier
acto jurídico que no respondiera a los postulados de (a) libertad contractual y de contratar, (b) obligatoriedad para
las partes e (c) igualdad de las partes no era contrato, y se debía etiquetar con cualquier otro rótulo.
5 Considerada la primera piedra del derecho administrativo moderno.
Así, el desarrollo teórico de este tipo de contratos empezó a buscar un fundamento objetivo
para su caracterización. Primero, se afirmaba que, para que un contrato sea administrativo,
su objeto primordial debía ser brindar un servicio público (tesis francesa que defendieron
Jeze, Bonard, Rollad, entre otros). Luego, si el acto jurídico se ocupaba del desarrollo de
cualquier finalidad pública, se debía considerar como contrato administrativo (Laubadere,
García Oviedo y Carnelutti) hasta llegar a los conceptos modernos de cláusulas exorbitan-
tes, prerrogativas estatales y a quienes señalan que la caracterización de un contrato estatal
respondía únicamente a la presencia de un ente público en la celebración de este.
No obstante, toda esta teorización de los contratos celebrados por el Estado no supo-
nía una separación absoluta entre la contratación privada y la administrativa. Entre ambas,
hay —qué duda cabe— innumerables vasos comunicantes que hacen impensable la exis-
tencia de la una sin la otra. Se debe tener en cuenta que el desarrollo del contrato en el
campo privado antes que en el administrativo se debió al propio crecimiento social de la
humanidad, así como a ideas de Estado democrático y libertad, más que a un sentido de
exclusividad privatista.
[…] nace en las primeras épocas de la humanidad y la sigue como la sombra al cuerpo. Existe
desde el día en que dos hombres, frente a frente, resuelven no disputarse por la fuerza la
posesión de un alimento, de un abrigo, de un arma. Existe desde el día en que uno de ellos
acepta entregar al otro un alimento, un abrigo o un arma, por otro alimento, por otro abrigo,
por otra arma, por un objeto cualquiera [...] (Bercaitz, 1980, p. 134).
Según esta corriente, la concepción amplia del contrato originó normas generales
que no son exclusivas de ningún campo del derecho, sino que se aplican a todos los campos.
Como señala Laband (1876, como se citó en Bercaitz, 1980, p. 135), “se trata de principios
que han sido científicamente establecidos y desarrollados en el dominio del derecho pri-
vado, pero que, por su naturaleza, no son principios de derecho privado, sino principios ge-
nerales del derecho”. Asimismo, para Savigny (1855, como se citó en Bercaitz, 1980, p. 137),
“‘contrato’ es un género que comprende las alianzas, los tratados de paz, la sumisión de un
Estado independiente a otro, los contratos de derecho público, el matrimonio, la adopción,
la emancipación, la tradición, la constitución de hipoteca, etc.”. Por su parte, Jellinek (1912,
como se citó en Bercaitz, 1980, p. 137) indica que “el contrato es una forma jurídica general,
razón por la cual existen elementos que son generales a todo contrato y que constituyen,
por consiguiente, el derecho contractual objetivo, aún sin ser expresamente reconocidos
por el legislador”.
Por su parte, Salazar (2009) advierte que la relación entre las categorías contrato
y contrato de Administración pública es una de género y especie. En virtud de esta, en el
contrato, entendido como el acuerdo de voluntades entre dos o más partes destinado a
crear, regular, modificar o extinguir una relación jurídica de efectos patrimoniales, subyace
la noción de contrato de la Administración pública.
De igual manera, Diez-Picazo (1966) explica que el contrato es un fenómeno omni-
presente, el cual no solamente se reduce a esquemas netamente jurídicos, sino que invade
todo el ordenamiento jurídico-social. Por ello, se pueden establecer varios conceptos de
contratos dependiendo del ámbito al cual se aplicarán6. Así, manifiesta lo siguiente:
[…] la idea de contrato es, en primer lugar, un supra-concepto (oberbegriff) que es aplicable a
todos los campos jurídicos y, por consiguiente, tanto al Derecho Privado como al Derecho Pú-
blico e incluso al Derecho Internacional. Desde este punto de vista, son contratos los tratados
internacionales, los concordatos y los acuerdos entre las naciones, los contratos celebrados
por el Estado con los concesionarios de obras y de servicios públicos o contratos administra-
tivos y los contratos entre particulares (p. 122).
Esta concepción revela un desarrollo dogmático que responde a una idea unitaria del
derecho. Supone la aplicación universal de determinadas categorías y principios jurídicos,
sin importar, para tales efectos, el tiempo ni el ámbito de su aplicación inicial (no afecta si
6 Diez-Picazo (1996) efectúa una distinción muy amplia de la categoría contrato, señalando la característica multí-
voca de esta. Así, diferencia cuando se trata de un contrato como acto o norma, entre otras diferenciaciones que no
son materia del presente trabajo.
el contrato de la administración, [es] una de las formas jurídicas por las que se exterioriza la
actividad administrativa, es una especie dentro del género contrato [cursivas añadidas], cuya
especificidad está dada por la singularidad de sus elementos, caracteres y efectos; en suma,
por su régimen jurídico (p. 355).
7 Con la flexibilización de la teoría del contrato o la “huida” del derecho contractual, denominada así por algunos
tratadistas, se ha permitido la presencia de actos jurídicos que, para muchos, no son contratos (como los contratos
colectivos, por adhesión, forzoso, entre otros). No responden en estricto a los cánones del contrato civilista, mas
funcionan en la realidad y permiten el intercambio de bienes, además de crear obligaciones para las partes. En el
presente artículo, se considera que negar la existencia de este tipo de “contratos” es permanecer anquilosado en
el tiempo e impedir el desarrollo de esta categoría jurídica, la cual debe responder al sentido amplio de su concep-
ción. En ese sentido, Joserand (1950, como se citó en Bercaitz, 1980) señala que, al criticar a los exponentes de la
concepción estricta del contrato, los autores tradicionales “[...] se hacen del contrato una idea arcaica y muy estre-
cha, han quedado en la época de la estipulación romana, con la doble declaración de voluntad que contenía, mien-
tras que en el derecho moderno conviene ver un contrato en todo acto jurídico plurilateral que tiende a crear o a
desplazar obligaciones”. A su vez, Bercaitz (1980), criticando la tesis de la crisis o el ocaso del contrato, afirmaba
que “lo real es que existe una crisis de los caracteres del contrato de derecho privado legislado en el Código Napo-
león y que descendía en línea recta de aquellos contratos que Gaius estudió en sus Instituciones. La deliberación,
la igualdad de hecho y de derecho de las partes y la libertad de contratar o no, se acomodan perfectamente a las
dimensiones del Forum, aunque son desconocidas en el Rockefeller Center”. Asimismo, parafraseando lo expuesto
por José Manuel Saravia en el artículo “El contrato. La crisis de sus postulados clásicos”, publicado en la Revista del
Colegio de Abogados de Buenos Aires, mayo-junio de 1940, agrega lo siguiente: “Esta es la diferencia. No es, pues,
el contrato lo que está en crisis, sino los postulados de la concepción civilista del Código Napoleón: hay una crisis
de la libertad de contratar, una crisis de la fuerza obligatoria de los contratos y una crisis de su efecto relativo”
(pp. 107-108). Bercaitz, M. (1980). Teoría general de los contratos administrativos. Buenos Aires: Depalma.
Así, para cumplir sus obligaciones públicas con los ciudadanos, el Estado, al precisar
la celebración de diversos actos jurídicos, unas veces entre sus mismos organismos, y otras,
entre estos y sus administrados, establecía relaciones jurídicas a través de diversas figuras
negociales, en especial los contratos8. De este modo, se constituían convenios en los que la
empresa privada (el administrado), incluso, podía sustituir al Estado en la prestación de un
servicio o en la construcción de una obra específica; es decir, tenía la potestad de reempla-
zarlo en el cumplimiento de su finalidad pública.
A partir de lo expuesto, se considera que se debe establecer un desarrollo de la teoría
general de los contratos administrativos. Sin embargo, es importante recordar que “en
ambos derechos el contrato es exactamente lo mismo, o sea un acuerdo de declaraciones
de voluntad para crear (regular, modificar o extinguir) entre las partes una relación obli-
gacional de carácter patrimonial” (De la Puente, 1933, p. 360). Las diferencias radican en
otras razones que se tratarán en el siguiente apartado.
8 El contrato que suscribe la Administración pública tiene un carácter instrumental, es uno de los medios de los que
se vale la Administración pública para el cumplimiento de sus fines.
9 Al respecto, hay autores que señalan que no se trata de un sistema contractual distinto al civilista, sino que sola-
mente son matices de un solo sistema contractual.
los problemas, en algunos casos irreconciliables. Sin embargo, se procurará no incidir de-
masiado en ellos o, en todo caso, exponer los puntos en los cuales existan criterios más o
menos uniformes.
a. Semejanzas
Es indudable que la primera semejanza entre los contratos administrativos y los privados
responde a una relación de género y especie. Es decir, ambos son especies del género con-
tratos10 (Josserand, 1950, como se citó en Escola, 1977), siguiendo su concepción amplia;
y, por lo tanto, tienen características coincidentes, las cuales solo se mencionarán (no es
menester de este trabajo analizar los elementos del contrato):
b. Diferencias
Originalmente, la diferencia entre ambos contratos fue más procesal que sustantiva, care-
ciendo de importancia material o de fondo. En efecto, se afirmaba que un contrato era admi-
nistrativo cuando importaba a la Administración pública, cuando la solución de los conflic-
tos surgidos de este tipo de contratos tenía como jurisdicción la administrativa. Por ende,
era privado cuando la jurisdicción del contrato también lo era, independientemente de si la
jurisdicción se disponía mediante un precepto legal por haberse pactado o por la modalidad
contractual del negocio, con los problemas que conllevaba este criterio de distinción11. Así,
el tratadista español García y Fernández (2001) señala lo siguiente:
La distinción surge inicialmente como una excepción al esquema estructural actos de autori-
dad-actos de gestión, que ha sido justamente llamada la primera sistematización del Derecho
Administrativo: en este —y en la jurisdicción contenciosa-administrativa— se integran los
actos dictados imperativamente por la administración, en tanto que cuando ésta prescinde
del imperium y se somete a los modos de gestión del Derecho Privado es éste último quien rige
su actuación, sometiéndose correlativamente a los Tribunales ordinarios (p. 675).
10 Entonces, se tienen contratos civiles, comerciales, bancarios, administrativos, mineros, internacionales, etcétera.
11 Bercaitz (1980) señala que este criterio no sirve “para hacer la diferenciación, ya que sólo podrá determinarse si
corresponde a la jurisdicción administrativa después de establecerlo ésta —luego del examen particular de las
modalidades especiales del contrato—, es evidente que esta manera de diferenciación carece de toda base jurídica”
(p. 191). Esto conlleva como reflexión que, si este fuera el único criterio de diferenciación, se correría el riesgo de
que la administración ceda a tentaciones políticas para establecer el carácter del contrato de acuerdo con intereses
distintos a los públicos.
Sobre el particular, para Jéze (1948, como se citó en García & Fernández, 2001,
p. 667), la principal diferencia radica en que los contratos civiles implican necesariamente
que las partes participen en condiciones de igualdad como requisito sine qua non del conve-
nio; mientras que, en el contrato administrativo, las partes se reconocen como desiguales,
pues una de ellas representa un interés superior: el interés público, que siempre estará por
encima del interés particular de la otra. A su vez, García y Fernández (2001) señalan que
según la posición de Jéze
[...] todo el derecho administrativo se explica como un derecho especial de los servicios públi-
cos, compuestos de reglas exorbitantes del derecho común surgidas e impuestas por y para la
gestión de los servicios públicos, no tardará en afirmar, como obligada consecuencia de este
planteamiento de base, que si los Tribunales administrativos son competentes para conocer
de los contratos administrativos ello es por que [sic] se trata de aplicar un régimen especial;
es decir, el régimen público de los servicios públicos (p. 677).
Así, el Estado, como parte en el contrato, no tiene las mismas obligaciones que un
contratante particular, sino que son superiores, casi divinas, que implican situar el interés
público por encima de cualquier otro, y asegurarse de que los servicios públicos funcionen
de manera regular y continua. Incluso, puede tomar decisiones en contra del contratante
particular, a quien puede indemnizar si no hubiera sido razonable prever estos cambios,
siempre en pro del interés público.
Posteriormente, Péquignot (1947, como se citó en García & Fernández, 2001, p. 678)
le otorga a
[...] la tesis sustancialista del contrato administrativo en 1945 su expresión más alta. Así como
el contrato civil se caracteriza, en concepto de Delbez, por ser ‘limitado en su alcance e ilimi-
tado en su fuerza obligatoria’ (por virtud de la primera nota, el contrato afecta a las partes y
no a terceros, artículo 1.257 CC; por la segunda, el contrato es Ley entre las partes, artículo
1.091 CC), el contrato administrativo haría excepción justamente a esos dos elementos defi-
nitorios; por una parte, el contrato administrativo afecta con normalidad a terceros y no por
la vía excepcional de las estipulaciones a favor de terceros; y, en segundo término, el contrato
administrativo no sería Ley vinculante e irrevocable para una de las partes, para la Adminis-
tración concretamente, la cual puede imponer su quebrantamiento legítimamente en virtud
de su poder exorbitante de ius variandi, cuando los intereses superiores que representa así lo
justifiquen. De este modo, bajo una rúbrica genérica equívoca, contrato, el contrato adminis-
trativo sería, en rigor, una institución esencialmente diferente del contrato privado.
a. Criterio subjetivo
Son contratos administrativos aquellos en los cuales, por lo menos, una de las partes es un
ente de la Administración pública; en ese sentido, un contrato celebrado entre dos o más
particulares nunca podrá ser administrativo. Esta concepción es fuertemente criticada por
los propios defensores de este tipo de contrato, pues negaría la posibilidad de que el Esta-
do se despoje de su ropaje de autoridad pública para participar en un contrato privado (lo
que, de hecho, sucede en la realidad). Esta teoría responde a la concepción legal de separar
entre actos ius gestionis y actos ius imperium de la Administración pública. Sin embargo, la
dificultad radica en especificar en qué casos se enfrenta uno u otro escenario. En esto reside
su mayor debilidad; ya que hay actos de la Administración en los cuales es complicado de-
terminar la situación que se presenta y, para ello, es imprescindible acudir a las nociones
de finalidad pública, servicio público, entre otras:
[...] de este modo, sería esa noción ajena al criterio subjetivo la que tendría verdadera validez,
pues si es que en virtud de ella la administración obra como tal y celebra un contrato admi-
nistrativo, es evidente que esa noción es la que tiene mayor prevalencia e importancia para
caracterizar a dicho tipo de contrato (Escola, 1977, p. 100).
b. Criterio de la jurisdicción
Fue sostenido por algunos autores, como Alejandro Oliván y Borruel (1843, como se citó en
Fernández, 2000, p. 72), en cuyo abono señalan que “a diferencia del contrato de derecho
privado, cuyas controversias se dirimen en los tribunales judiciales, la competencia relativa
al contrato administrativo corresponde a los tribunales de lo contencioso administrativo”.
En ese sentido, según sus defensores, este criterio jurisdiccional puede ser estable-
cido por la ley, por el pacto interpartes o por las características especiales del contrato que
establezca la jurisdicción.
Este criterio ha recibido innumerables críticas, las cuales se resumen en tres:
[al ser] de orden público, no es materia que pueda atribuirse por contrato. Si el con-
trato es de puro derecho privado, aun cuando se haya pactado la jurisdicción adminis-
trativa, será de la competencia civil o comercial. Si el contrato es de derecho adminis-
trativo, aunque se haya pactado la jurisdicción de los jueces civiles o comerciales, será
de competencia de los tribunales administrativos si ellos existen (p. 192).
Por ello, este criterio sustantivador del contrato administrativo también es insufi-
ciente para caracterizar los contratos que celebra el Estado como ente público.
c. Criterio formal
Se tratará de un contrato administrativo cuando la Administración pública predetermine
requisitos, solemnidades o formalidades para su celebración (licitación pública, concurso
público, procedimiento de adjudicación, etcétera). No obstante, tampoco se convierte en
un criterio diferenciador determinante. El Estado podría —por razones especiales (cali-
dad o especialidad del contratante privado)— exonerar a su contraparte del cumplimien-
to de estos requisitos o formalidades y celebrar el contrato sin que, por ello, deje de ser
administrativo. Asimismo, nada impediría que los particulares, al celebrar sus contratos,
establecieran formalidades iguales o parecidas a las determinadas por los entes estatales.
Actualmente, esa modalidad es cada vez más difundida entre las empresas privadas; por
ejemplo, los bancos suelen convocar a una licitación para la venta de sus activos crediticios,
precisando formalidades que, en ocasiones, son igual o más gravosas que las existentes en
una licitación pública estatal.
d. Criterio teleológico
Para Fernández Ruiz (2000):
En ese sentido, Marienhoff (1965, como se citó en Escola, 1977, p. 113), al tratar la
definición de Administración, señala al respecto que “[...] a pesar de divergencias más o
menos profundas, es permanente la referencia a que la administrativa es una actividad que
está dirigida a satisfacer, en forma directa, los intereses públicos, las necesidades colecti-
vas, las necesidades del grupo social”. Escola (1977) agrega que “los contratos administra-
tivos participan, pues, de ese carácter, o sea, que en ellos existe también —por lo menos
para la administración— un objeto o finalidad: la satisfacción del interés público, de las
necesidades colectivas” (p. 113).
Por otra parte, Fernández (2000) explica que esta teoría tiene en doctrina tres moda-
lidades que destacan sobre las otras: servicios públicos, interés público y utilidad pública.
b) La modalidad de la utilidad pública. Para esta teoría, el rasgo que caracteriza a los con-
tratos administrativos es que estos se celebran con fines de utilidad pública. Esta modalidad
recibe las mismas críticas que la del servicio público: la imprecisión conceptual de utilidad
pública y la posibilidad de que terceros puedan celebrar contratos privados con utilidad pú-
blica. Ariño (2007) expresa que la finalidad pública de la Administración contratante es un
criterio bastante preciso de identificación. Al respecto, Bercaitz (1980) señala lo siguiente:
12 Gaspar Ariño intenta aportar una explicación dogmática-histórica al concepto de servicio público, donde menciona
que “la idea de servicio público, inicialmente, fue un concepto socio-político, algo así como la transposición libe-
ral del ‘servicio al Rey’, que surge, justamente, bajo una determinada concepción del dualismo Estado-sociedad,
propio de la Revolución francesa” (p. 489). A este respecto, cita a Rousseau indicando que, para el famoso ideólogo
de dicha revolución, el servicio público estaba vinculado a la frase “asuntos colectivos de los ciudadanos” y “[...]
el concepto de servicio público evidentemente no es un concepto jurídico, es un concepto político que abarca
cualquier actividad estatal, incluido el ejército o la hacienda; el concepto aparece como todo aquello que dice en
relación a los intereses colectivos del Estado y, por tanto, algo que atañe personalmente a todos los que integran la
nación, algo que se contrapone a asuntos privados” (p. 491). Más adelante, indica que “con el progreso técnico y la
primera Revolución Industrial surgen los primeros servicios públicos de carácter económico que llegan a nuestros
días. Los ferrocarriles, el gas, la electricidad, el teléfono, los transportes por carretera, suponen nuevas actividades
para cuya ordenada prestación no basta la vieja acción de policía ni tampoco la pura medida de fomento. Este tipo
de actividades exigía una positiva intervención estatal, asumiendo la dirección de las mismas, proyectando y plani-
ficando su establecimiento y su prestación” (p. 498). Ante la falta de un criterio unitario legal y dogmático, el autor
—teniendo en cuenta estos antecedentes— intenta plantear algunas notas definitorias conceptuales: “Primera, se
trata de una actividad estatal, esto es, asumida en su titularidad por el Estado; segunda, se trata de una actividad
destinada al público, a la utilidad de los ciudadanos; tercera, se trata de una actividad de reconocida necesidad
indispensable para la vida social (lo cual es distinto a decir que sea actividad necesaria para la vida del Estado: para
la vida del Estado no es necesaria); y cuarta, se trata de una actividad cuya gestión no supone el ejercicio de poderes
soberanos” (p. 499). Aunque no se coincide con la cuarta nota definitoria (ni es tema materia de esta nota), se cree
que es valioso lo expuesto por Gaspar Ariño para aproximarse a un concepto de servicio público. Ariño, G. (2001).
Principios de derecho público económico. Granada: El Partal SL.
un desvío ferroviario particular, a pesar de ser un contrato administrativo por su propia natu-
raleza y por las reglas de derecho que lo rigen, no tiene, ni un fin público, ni un fin de utilidad
pública (p. 192).
En ese sentido, este criterio tampoco resulta suficiente para los esfuerzos de definir
el contrato administrativo.
c) La modalidad del interés público. El maestro argentino Héctor Escola (1977) advierte
que la gran diferencia entre los contratos públicos y privados se encuentra en la finalidad
perseguida por cada uno de ellos. Así, en el caso de la contratación administrativa, el cri-
terio preponderante es que su objetivo es la debida satisfacción del interés público. Según
esta teoría, para caracterizar un contrato como público, se debe identificar en este un pro-
pósito de interés público y obtener su satisfacción mediante la ejecución del contrato. Este
criterio tiene las mismas objeciones que las modalidades anteriores.
13 Cassagne (1999) intenta responder qué se entiende por cláusula exorbitante citando a autores como Georges
Vedel, Marcel Waline, Jean Rivero, Pequignot y Manuel María Diez. Expresa lo siguiente: “Mientras que para un
sector de la doctrina francesa las cláusulas exorbitantes son aquellas que resultan inusuales en el derecho privado,
para otros son las que, de incorporarse a un contrato de derecho privado, serían ilícitas, no faltando concepciones
más amplias que abarcan tanto a las que resultan ilícitas como a las inusuales en el ámbito de la contratación civil o
comercial, o bien, que consideran cláusula exorbitante a aquella que tiene por objeto otorgar a las partes derechos
o imponerles obligaciones extrañas por su naturaleza a las que resultan libremente consentidas por cualquiera
dentro del ámbito de las leyes civiles o comerciales. Así, se consideran cláusulas exorbitantes las prerrogativas
de modificar unilateralmente el contrato, de aplicar multas por sí y ante sí, etcétera” (p. 19). Cassagne, J. (1999),
El contrato administrativo. Buenos Aires: Abeledo Perrot. Asimismo, en la nota 20, el mismo autor cita la opinión
de De Laubadère, quien, al referirse a la cláusula exorbitante, menciona que “se trata simplemente de una cláusula
que resulta inhabitual en un contrato entre particulares. Señala, además, que la jurisprudencia francesa al respecto
era por demás oscura, siendo en su opinión un principio o una regla técnica de derecho de los contratos adminis-
trativos que les imprime la marca de derecho público”.
• Normalmente, es más barato para el Estado que una empresa privada preste el
servicio o realice una obra por delegación estatal. En ocasiones, el Estado no tiene
suficientes fondos para solventar alguna obra o servicio, por lo cual acude a un
tercero a fin de que sea este quien intervenga en su lugar.
• Actualmente, la especialización de las actividades es de tal magnitud que hay empresas
que se dedican exclusivamente a brindar servicios o efectuar obras con finalidades
públicas. Para ello, cuentan con tecnología y maquinarias de última generación que
les permiten efectuar una labor de calidad y a precios accesibles.
• La globalización del mercado y el fortalecimiento de las ideas de libertad empresarial
y competencia han provocado que los Estados reduzcan su intervención no solo por
razones políticas, sino también por racionalidad económica.
• Existen nuevos conglomerados económicos que están dispuestos a arriesgar capitales
a cambio de seguridad jurídica y reglas de juego claras por parte del Estado.
Todas estas premisas hacen que el Estado deje de ser el constructor o prestador de
servicios públicos —para lo cual requeriría de grandes inversiones en tecnología, maqui-
narias, materiales y mano de obra, que no posee— y se convierta en promotor de las inver-
siones públicas y privadas, estableciendo regulaciones claras que apunten a dos premisas
fundamentales: cumplir sus fines públicos, y establecer marcos normativos que otorguen
seguridad económica, social y política a las inversiones privadas.
Algunas teorías señalan que existe un contraste de intereses: el estatal, en el que se
busca el interés público, y el del sujeto privado, que, en principio, sería de índole patrimonial.
Es indudable que las partes, al suscribir el contrato administrativo, tienen intereses
disímiles. Por lo general, estos se contraponen por una peculiaridad del contrato estatal: su
finalidad pública. Al igual que Dromi (1996), se considera
El interés del Estado será, entonces, satisfacer esa necesidad pública y brindar bienes-
tar social a su población. En ese sentido, siempre se interesará en brindar servicios y obras
de cada vez mejor calidad y en cantidad suficiente. Por ello, “dentro de la actuación contrac-
tual del Estado, y en especial, cuando interviene en los contratos administrativos, se configu-
ran, según la doctrina, tres poderes: Dirección, inspección y control” (Zegarra, 1997, p. 86).
En estas facultades, la Administración adquiere competencia para lo siguiente:
1) Adaptar el contrato a las necesidades públicas, variando las obligaciones del contratista.
Es la modificación unilateral o mutabilidad del contrato […].
2) Ejecutar el contrato por sí o por tercero, en caso de incumplimiento del contratista del
concesionario, “reasumiendo”, en forma unilateral y directa, la ejecución del contrato con sus-
titución del contratista […].
3) Dejarlo sin efecto unilateralmente o renegociar o reconvenir sus cláusulas, o reconvertir su
objeto, cuando las necesidades públicas lo exijan (Dromi, 1996, pp. 18-19).
El Estado adquiere estas facultades porque debe velar por el cumplimiento de su fi-
nalidad pública. En este aspecto, Dromi (1996) refiere que “toda cuestión vinculada a la
ejecución del objeto del contrato debe resolverse con sujeción al criterio de continuidad”
(p. 20). Los contratos administrativos se deben cumplir y ejecutar conforme al interés público,
que exige que esa ejecución sea ininterrumpida o continuada. Más adelante, señala que “los
contratos no se interpretan pro rescisión, pro rescate, o pro revocación, sino que se deben en-
tender pro vigencia, pro validez, pro continuidad” (p. 20), y culmina indicando lo siguiente:
[…] cuando el contratista interrumpe por justa causa la ejecución contractual, la Adminis-
tración Pública debe hacer uso de todos los medios que permitan lograr su cumplimiento,
su ejecución, su continuidad, y no su rescisión. Lo que importa en vista del interés general,
es que el contrato se cumpla. Por ello la Administración Pública deberá extremar sus recur-
sos para evitar la rescisión. El principio de “continuidad” se explica también como “defensa”,
“conservación” o “permanencia” del contrato. La última “ratio” es la resolución o la rescisión
del contrato, porque significa volver a empezar, porque el interés público no se detiene, no se
suspende, no se paraliza, ergo, todo continúa (p. 21).
De esta manera, el interés primordial del Estado será cumplir su finalidad pública, y
que presente características constantes y perdurables.
Frente a este interés, se encuentra el contratista privado, cuyo móvil, al suscribir un
contrato administrativo, es exactamente el mismo que lo animaría a firmar uno privado:
obtener un beneficio económico. Con ello, no se busca expresar una idea peyorativa de
la principal motivación del privado. Por el contrario, importa resaltar que el objeto y las
características del contrato administrativo, así como las prerrogativas estatales, no pueden
ni deben reducir la posibilidad de adquirir ganancias del privado. En la medida en que se
pueda efectuar una buena combinación entre los intereses del Estado y los del contratista
privado, los fines del primero se lograrán.
Al respecto, Soto (1978) expresa lo siguiente:
14 Dromi desarrolla estos conceptos en su libro Las ecuaciones de los contratos públicos (Ediciones Ciudad Argentina,
Buenos Aires, 2001b).
[…] independiente al móvil que induce a contratar al contratista del móvil que pueda determi-
nar la intención del funcionario, que expresa o ejecuta la voluntad de la Administración. Estas
dos últimas son esencialmente subjetivas, corresponda al yo, al fuero interno de los sujetos
físicos que participan en su formación. Pero la causa del contrato administrativo es siempre
subjetiva, y está ontológicamente comprendida en el objeto y en la voluntad estatal (p. 13).
falta de un verdadero consentimiento y una real voluntad o querer del individuo, afecta toda
la economía de los contratos que así se celebran y les quita su intrínseca justicia, borrando
incluso la buena fe y el sincero deseo de cumplirlos, tal como fueron concebidos en su origen
(p. 17).
Siendo así, no existirá demasiada distancia entre los contratos privados y los contratos
administrativos. Esta solo radicaría en que los últimos restringen la igualdad de las partes
basándose en principios superiores relacionados con los fines públicos del Estado, y dichas
restricciones son dictadas por la ley y el espíritu de sus contratos. Por su parte, los primeros
evocan a los grandes teóricos de la libertad e igualdad contractual, pregonando libertades
irrestrictas, mientras que la realidad los somete a regímenes contractuales ominosos y ca-
rentes de total libertad. En ese sentido, como lo señala Mazeaud (1969, como se citó en
Ospina, 1975, p. 11), el papel de la voluntad y la libertad contractual debe reconocerse como
importante solo si es un medio al servicio del derecho y un instrumento del bien común.
Siguiendo este orden de ideas, se considera que el reto está en revelar las caracterís-
ticas más relevantes de los contratos administrativos a partir de los postulados defendidos
en la contratación civil: libertad e igualdad de las partes, aunque orientados a la defensa de
la finalidad, la utilidad, la obra o el servicio público. Por ello, se coincide con Ospina (1975)
cuando señala que los contratos administrativos son una convención generadora de obliga-
ciones —al igual que los contratos civiles o comerciales—, y su fundamento radica en que la
empresa privada se somete y cede voluntariamente parte de su autonomía, con la finalidad
de contratar con el Estado y a cambio de una retribución económica.
Por otro lado, la subordinación del privado al Estado, como se ha señalado, se origina
en los distintos intereses o designios seguidos por las partes en el contrato; pues, al interés
económico del privado, se debe anteponer siempre el interés público del Estado.
Por último, es indudable que no existe equilibrio ni libertad contractual en los con-
tratos administrativos. Sin embargo, esta carencia se agrava cuando es atribuida solamente
desde la perspectiva dogmática civil clásica. Se considera que esta realidad se puede refinar
o reducir a partir de los siguientes postulados:
• Si bien es cierto que, por las prerrogativas que posee el Estado en los contratos
administrativos, no existe un plano de igualdad entre contratantes, se debe reconocer
que una forma de tratar de devolverlo es a través de la elaboración de una buena
ecuación económico-financiera del contrato, y en el hecho de que el Estado solo
puede usar sus cláusulas exorbitantes con una causa justa y siempre que estas sean
en beneficio del bien común.
Por lo tanto, el itinerario que deberían seguir los investigadores de la dogmática con-
tractual administrativa es tratar de aplicar los mismos postulados de la contratación civil,
pero con propósitos públicos.
2.1.1 Concepto
El desarrollo de los contratos administrativos se ha relacionado permanentemente con la
posibilidad de que el Estado pueda contratar o no. Surge, entonces, la interrogante: ¿el Es-
tado puede contratar? Estos actos, que se denominan contratos, ¿no serán acaso meros
actos de autoridad? Al respecto, se han trazado diversas teorías que intentan abogar por la
existencia o inexistencia de los contratos administrativos.
De conformidad con lo anterior, la materia central a partir de la cual surgen las pre-
sentes reflexiones es la contratación administrativa. Dicho concepto ha producido conti-
nuas polémicas doctrinarias; miles de páginas escritas desde hace más de un siglo; una
jurisprudencia masiva, a veces confusa y contradictoria; y continuas reglamentaciones de
leyes y decretos que se suceden, año tras año, en todos aquellos países en que se ha acep-
tado esta figura (Ariño, 2007).
En doctrina, se encuentran algunas definiciones sobre dicho instituto jurídico. Así,
según Marienhoff (1966):
[…] aquella actividad del Estado que regula la adquisición y venta de bienes y servicios que in-
teresa celebrar a las instituciones públicas, para cumplir con propósitos de carácter social que
las caracterizan. Comprende los siguientes contratos: enajenación o arrendamiento de bienes,
compra de inmuebles, contratos de obra, adquisición de bienes y servicios, adquisición de
15 “La figura del contrato administrativo”, RAP, pp. 41-99. De las varias ediciones de la obra del maestro y de Tomás
Ramón Fernández, se ha utilizado, a mero título de referencia, la 5.a edición del tomo I, pp. 670 y ss., del Curso de
Derecho Administrativo, Civitas, Madrid (1989), reimpresión de 1991.
16 Gordillo, A. (1977). Los contratos administrativos, publicado en AAVV: Contratos administrativos, Asociación Ar-
gentina de Derecho Administrativo, Buenos Aires, pp. 7 y ss. El autor ha reiterado este mismo criterio en las di-
versas ediciones de su Tratado de derecho administrativo, v. g. en el tomo 1, de la 8.a ed. Fundación de Derecho
Administrativo, Buenos Aires (2003), pp. XI-13 y ss.
‒ Contrato administrativo es aquel en el que no existe igualdad entre las partes contra-
tantes, sino superioridad de la Administración.
‒ Los contratos son administrativos cuando en ellos existen cláusulas exorbitantes del
derecho civil.
‒ El contrato es administrativo cuando su causa es un fin público.
‒ El contrato es administrativo cuando su objeto es una obra o un servicio público.
Por otro lado, en rasgos generales, existen dos grandes teorías, desde el punto de
vista de la personalidad del Estado, que han pretendido explicar su actuación en la contra-
tación o sus relaciones con los particulares, los cuales se expondrán brevemente.
17 Aunque se debe reconocer que, en el presente artículo, no se cree en la “naturaleza jurídica” en el derecho, ya que
las instituciones jurídicas no tienen una determinada naturaleza per se, y los acontecimientos en el derecho están
condicionados a lo que quiere y requiere la sociedad. Estas “naturalezas” cambiarán también cuando la sociedad
así lo desee. No obstante, se debe reconocer que esta expresión recoge con mayor exactitud lo que se pretende
desarrollar en esta parte del trabajo.
privados de la Administración, los cuales se diferencian tanto por su naturaleza como por
su régimen jurídico (Salazar, 2009).
Esta teoría postula que el Estado, en ocasiones, se comporta como una persona de
derecho privado. En esas circunstancias, suscribe verdaderos contratos privados, some-
tiéndose a la jurisdicción civil como un privado más. En otras, el Estado se conduce como
persona de derecho público. En dichas ocasiones, suscribe contratos administrativos, su-
jetándose a la jurisdicción administrativa. A la fecha, tiene muy pocos defensores. ¿Qué
ocurriría si el Estado decidiera, por decreto, calificar el contrato como privado y someterse
a la jurisdicción civil, pese a que del contenido del contrato resulta evidente su connotación
administrativa? ¿Tendría por ello carácter privado? Indudablemente, no. Lo mismo sucede
en el caso contrario.
[…] la personalidad del Estado es única —de carácter público— aunque con doble capaci-
dad, puesto que tiene aptitud para desenvolverse en el campo del derecho público o en el
del derecho privado. El confundir la capacidad o competencia con personalidad es lo que ha
llevado a muchos autores a sostener la tesis de la doble personalidad jurídica del Estado, hoy
totalmente superada (p. 39)18.
Citando el artículo 953 del Código Civil argentino, agrega que “los actos emanados de
órganos administrativos están siempre regidos en cuanto a su competencia, procedimiento,
voluntad y forma [cursivas añadidas], por el derecho administrativo, y sólo excepcional-
mente el objeto puede en parte estar regido por el derecho privado” (Dromi, 1999, p. 40).
Hay ocasiones en las cuales el contrato privado pasa a ser regido por el derecho público; tal
es el caso del establecimiento de precios y tarifas por parte de la Administración, en el cual
el Estado interviene para especificar reglas para el funcionamiento del contrato privado.
Es innegable, por ejemplo, que el contrato suscrito entre un ciudadano y la empresa pres-
tadora del servicio de energía eléctrica es de carácter privado; no obstante, es regulado en
muchos aspectos por el derecho público.
18 Resolución expedida por la Cámara de Apelaciones de Morón, con fecha 27 de febrero de 1973, en la causa seguida
por la Sociedad San Vicente de Paul de la República Argentina con la Municipalidad de Morón (LL, 150-555), citada
en Dromi, R. (1995). Licitación pública. Buenos Aires: Ciudad Argentina, p. 39.
La doctrina se ha planteado, una y otra vez, si esta distinción entre contratos adminis-
trativos y privados de la Administración tiene verdadero sentido, es útil como instrumento
de realización de la justicia, contribuye a una más eficiente prestación de los servicios pú-
blicos o, por el contrario, es un prurito cientificista que han inventado los administrativis-
tas franceses, españoles y latinoamericanos (Ariño, 2007).
Respecto a las teorías expuestas, en el presente artículo, se considera que el Estado
siempre procederá con una sola personalidad, aunque nada impide que pueda incursionar
en otros campos contractuales. En aquellos casos, su actuación se regirá básicamente por
el derecho público. Sin embargo, es necesario saber por qué el Estado tiene la facultad de
actuar en ambos campos y someterse a regímenes distintos. ¿Qué lo hace distinto?
Como se puede colegir, en ambos casos, la finalidad es la misma, pero la manera en
que se procura alcanzarla es distinta. Por esta razón, las modalidades del régimen jurídico
también son diferentes.
Queda, así, racionalmente explicado por qué la Administración pública aplica, en
unos casos, el derecho público y se ciñe, en otros, al derecho privado; por qué puede cele-
brar contratos administrativos y de derecho privado; por qué se puede mover indistinta-
mente en uno y otro campo; así como cuál es la causa por la que, en ambos casos, todo el
régimen relativo a la competencia y voluntad del órgano administrativo e, incluso, el de la
forma, deben quedar siempre regulados por el derecho público. Asimismo, queda aclarado
—y esto es muy importante— por qué la Administración pública puede cumplir funciones
que no son estatales en su apariencia y sentido estrictos, y que, al contrario, constituyen
actividades propias de los particulares (Escola, 1977)19.
19 El desarrollo que efectúa Escola (1977) se basa en la denominada teoría de la especialidad, desarrollada por la
jurisprudencia francesa. Esta sostenía, en rasgos generales, que la capacidad y la competencia de las personas
jurídicas solamente podrán guiarse de acuerdo con los fines para los cuales fueron creadas. De la misma manera,
los órganos de la Administración solo actuarán en el marco de sus objetivos públicos. En ese contexto, la actuación
para el logro de estas finalidades será directa, en cuyo caso se trataría de una actuación administrativa strictu
sensu; o indirecta, mediante una actividad complementaria. En el primer caso, se refiere a un contrato administra-
tivo y, en el segundo, a un contrato privado.
20 En la doctrina extranjera, véase Jeze, G. (1950). Principios generales del derecho administrativo, tomo IV. Buenos
Aires, pp. 230-235; De Laubadere, A., Venezia, J. y Gaudemet, Y., Garrido, F. (1996). Tratado de derecho administra-
tivo. Ob. cit., pp. 91-92; García, E. y Fernández, R. (2001). Curso de Derecho Administrativo, pp. 692-693, 732-733
y 735-743; Parada, R. (1993). Derecho administrativo, tomo I. Madrid, pp. 280-283; Santamaría Pastor, J. y Pareja,
L. (2004). Derecho administrativo. La jurisprudencia… Ob. cit., pp. 417-420; Bandeira, C. (2004). Curso de Dire-
ito Administrativo. São Pablo, pp. 579-580; Brewer-Carias, A. Contratos administrativos. Ob. cit., pp. 48-49, 160 y
169-182; Marienhoff, M. (1974). Tratado de derecho administrativo, tomo III-A. Buenos Aires, pp. 314, 395-403;
Cassagne, J. (1995). La sustantividad del contrato administrativo y sus principales consecuencias jurídicas. En
Estudios de derecho público. Buenos Aires, pp. 128-129; Dromi, R. Licitación pública. Ob. cit., pp. 29, 505-506 y 519;
y Escola, H. Tratado integral de los contratos… Ob. cit., pp. 391-400.
21 Cajarville, J. Ibíd., p. 100. Confróntese, específicamente, en cuanto a los límites de la modificación unilateral de los
contratos, Brewer-Carias, A. Contratos administrativos. Ob. cit. pp. 175 y 180-182.
en caso de que no se cumpliera con el fin único del contrato (García, 2001). En ese
sentido, Marienhoff (1966) reconoce que la Administración pública puede dirigir y
controlar, en forma constante o acentuada, el cumplimiento o ejecución de este.
Interpretación unilateral del contrato. La Administración pública deberá velar
para que el contratista ejecute la prestación según las condiciones pactadas por ella
y cumpliendo todas las obligaciones que se le exigen mediante el contrato. De ahí
que se le reconozca la facultad de interpretar el contrato unilateralmente, tal como
lo afirma García de Enterría (2001) cuando indica que se trata de evitar que las po-
sibles divergencias entre la Administración y el contratista se traduzcan en un per-
juicio para el interés público. Esto sucedería inevitablemente si, una vez producidas
dichas diferencias, hubiera que suspender la ejecución de la obra o la prestación del
servicio hasta que el juez competente resolviese de manera firme la controversia.
Potestas variandi. A través del ejercicio del ius variandi, se justifica la modificación
contractual, para lo cual deberá primar y constituirse en el núcleo de toda renego-
ciación la satisfacción del interés público. En ese sentido, en el contrato celebrado a
efectos de satisfacer el interés público, resulta totalmente admisible la modificación
de las prestaciones originalmente convenidas, pues lo contrario implicaría mantener
un contrato innecesario, dificultoso o gravoso para lograr dicha finalidad.
Facultad de rescisión unilateral del contrato. La facultad de rescindir o extinguir
el contrato es reconocida a la Administración pública en los contratos administrati-
vos que suscribe. Esta es una posición acertada y adoptada por gran cantidad de doc-
trinarios en la materia, quienes argumentan, en síntesis, que, así como la Administra-
ción puede modificar el contrato para que prevalezca el interés general, la rescisión
unilateral del contrato le permitirá actuar oportunamente cuando la concesionaria
no cumpla lo acordado mediante el contrato de concesión. Esta facultad puede ser
ejecutada en virtud de una convención o sanción, o para que predomine el interés
general (Ballesteros, 2006).
finalmente a que pueda tenerse por válido y eficaz ese consentimiento del ente pú-
blico destinado a integrarse con el consentimiento libre de su cocontratante privado
(Alterini, 2000).
Así, por ejemplo, en la Constitución Política peruana, el legislador optó por un
régimen aplicable a los contratos suscritos por el Estado. Entonces, en el artículo 76
del referido cuerpo de leyes, se prescribe lo siguiente:
[…] Esta idea de equilibrio, o, como se dice aun, de ecuación financiera del contrato,
consistente en considerar el contrato administrativo como un conjunto en el cual los
intereses de las partes se condicionan; cuando, en algunas condiciones […], el equili-
brio inicialmente considerado se rompe en detrimento del particular contratante, este
tiene derecho para que el equilibrio sea restablecido por la administración contratante
en forma de una compensación pecuniaria.
Reflexiones finales
Se debe reconocer que la discusión sobre la sustantivación del contrato administrativo —o,
si se quiere, sobre la existencia independiente de los contratos administrativos o públicos
(como se les prefiere llamar)— aún está lejos de resolverse, pues cada cierto tiempo apa-
recen nuevas voces en pro y en contra. Sin embargo, en este artículo, lo que se considera
importante, al margen de postular su independencia de la dogmática civil o no, es tener
claro el propósito de los contratos públicos: el bienestar general. A partir de esta idea, in-
cluso, se podrán aproximar más las posiciones que auspicien la mejor actuación del Estado
en estos contratos.
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Si en el Perú el principal agente que dinamiza la economía interna continúa siendo el Estado,
es relevante advertir que este no solo se vincula a los ciudadanos a través de las típicas
actuaciones de poder administrativo (otorgamiento de autorizaciones, licencias, imposi-
ción de sanciones, entre otras), sino que regularmente recurre a solicitar su colaboración,
estableciendo relaciones contractuales. En este escenario, se genera un tráfico importante
de bienes, servicios y obras del sector privado hacia el Estado que, además, refleja el rol
subsidiario que, por mandato constitucional, cumple en la actividad empresarial.
Anualmente, el Estado peruano destina cerca del 40% del presupuesto nacional
—que para 2019 ha sido aprobado en más de 168 000 millones de soles— a la celebración
de contratos destinados a adquirir bienes, servicios y obras (sin tener en cuenta otro tipo de
relaciones contractuales con objetos diferentes que también concreta).
Como lo advierte el OSCE (2009):
Las contrataciones públicas son el principal instrumento que tiene el Gobierno para el
cumplimiento de sus objetivos y para ello requiere de un sistema de contrataciones del
1 Abogado por la Universidad de Lima. Máster en Derecho de Empresa y con estudios de maestría en Derecho
Procesal Constitucional. Docente en la UPC, en la Universidad San Martín de Porres (USMP), en la UNMSM
(Unidad de Posgrado) y en la Escuela Nacional de Control de la Contraloría General de la República en los
cursos Contrataciones del Estado, Arbitraje y Postítulo de Derecho de la Construcción. Socio de Tafur Aseso-
res y Consultores SAC.
sector público […] que convierta eficientemente el presupuesto aportado por todos los
ciudadanos en bienes, obras y servicios para la comunidad (p. 5).
Dada la experiencia de varias décadas en esta área del autor del presente artículo, se
puede afirmar que, desde el punto de vista del sector privado, estas relaciones son esen-
cialmente comerciales; es decir, operaciones de compraventa de bienes o de prestación de
servicios por las que se espera obtener una utilidad. Lejos de la realidad se encuentra la
intención idealista que pregonan algunas normas, en el sentido de que la motivación pri-
vada se sustenta en un afán de colaboración con el logro de los trascendentales objetivos
que justifican la existencia del Estado.
Las siguientes líneas tienen por objetivo introducir al lector en una rápida visión de
lo que significa la contratación estatal, a la luz de la posibilidad de que el Estado declare
de oficio la nulidad de los contratos que celebra, cuya facultad especial2 se reconoce en la
legislación nacional.
contratación estatal4, más allá del hecho evidente de que los fondos que se comprometen
resultan siendo públicos.
Tradicionalmente, la doctrina administrativa concebía los contratos celebrados por
el Estado en dos categorías conceptuales distintas:
Los primeros evidenciarían la presencia y los fines propios del Estado, en tanto que,
en los otros, prácticamente la actuación de la entidad estatal correspondiente no evidencia-
ría de manera directa la consecución de este tipo de finalidades.
A lo largo del último siglo y medio, los estudiosos en materia de contratación pública
—incluyendo los tribunales administrativos y judiciales en los casos que les ha correspon-
dido— han esbozado diversos criterios con el objeto de identificar cuáles son los contratos
celebrados por el Estado en los que sea justificable aceptar ciertas consecuencias o prerro-
gativas que no serían lógicas, comunes o aceptadas en un contrato entre particulares.
Tradicionalmente, en los países cuya cultura jurídica deriva del llamado derecho
europeo continental —a su vez, del modelo francés de derecho administrativo—, ha exis-
tido una clara tendencia a reconocer al Estado prerrogativas especiales cuando actúa como
parte en un contrato. A estas se les ha denominado cláusulas exorbitantes, las cuales no
son sino potestades que resultan inusuales, a veces abusivas y, por ende, prohibidas en la
contratación entre privados.
Un claro ejemplo de ello podría ser la facultad que se le reconoce al Estado para redu-
cir a su libre albedrío las prestaciones de su contraparte; la posibilidad de dejar sin efecto
una buena pro aduciendo razones de priorización en su presupuesto, sin responsabilidad
alguna frente a quien se convertiría en su contraparte contractual; o la alternativa de ad-
vertir la “caducidad de un contrato de concesión sin necesidad de acreditar causa alguna”,
entre muchas otras situaciones especiales.
4 Cuando se mencionan los contratos públicos o contratos del Estado, se alude a conceptos como licitaciones públi-
cas, concursos públicos, entre otros procedimientos destinados a seleccionar a quienes contratarán con el Estado,
en aras de garantizar transparencia en el manejo de la “cosa pública”. Sin embargo, estos, finalmente, son proce-
dimientos que también puede seguir el ciudadano común si así lo quisiera (es más, suelen ser también procedi-
mientos comunes en las grandes empresas transnacionales). Empero, a veces, no se reflexiona respecto a lo que
trasciende a esos procedimientos y que está determinado por la aceptación de ciertas consecuencias generadas
cuando una de las partes contratantes es el Estado. Por ejemplo, un caso tangible es la intromisión que el Estado
peruano dispuso, a inicios del segundo gobierno aprista, en los contratos de locación de servicios con personas
naturales, donde ordenó prácticamente (en mérito de los Decretos de Urgencia 020-2006 y 021 -2006) que se
proceda a “renegociarlos”, a efectos de establecer un tope máximo de honorarios de 15 000 soles. Entonces, cabe
preguntarse: ¿se trata, en realidad, de una renegociación?; ¿qué posibilidad tiene el privado de aceptar o no dicha
renegociación?; si fuese un contrato entre privados, ¿se podría intervenir de esta manera o exigir la renegociación
de los términos ya acordados previamente?; ¿resulta dicha medida constitucional a la luz del artículo 62 de la
Constitución Política del Perú?
Si bien en medios vinculados al derecho administrativo local está casi descartada la idea
del contrato administrativo con potestades exorbitantes implícitas e inherentes al Estado;
entre aquellos que por su especialidad se relacionan ocasionalmente al mismo prevalece
todavía esta idea, lamentablemente, no a través de la posición respetable de juristas que
postulan la sustantividad del contrato administrativo desde el primer mundo europeo sin
percibir nuestra realidad o adscribiéndose a esta doctrina pero con reservas; sino desde
posiciones totalmente rezagadas, aceptándose sin salvedad alguna postulados que ya han
sido cuestionados desde hace mucho, omitiéndose por tanto el estado actual de la contra-
tación pública, o, si se quiere, su vigente discusión doctrinaria (p. 285).
Sin perjuicio de lo anterior, no se debe eludir que los contratos (incluyendo muchas
de las disposiciones que los regulan) no son sino mecanismos de asignación de riesgos y,
en consecuencia, es absolutamente relevante que cualquier marco contractual permita a
las partes saber de antemano a qué reglas se someten, qué se les puede exigir y qué no. Así,
podrán interiorizar los costos de sus decisiones porque, finalmente, las decisiones contrac-
tuales son decisiones económicas.
5 En realidad, si bien la doctrina se refiere a “rescindir” las figuras legales recogidas en la legislación peruana, se
debería aludir a “dejar sin efecto” usualmente en vía de nulidad.
6 Antes de la vigencia de la denominada Ley de Contrataciones y Adquisiciones del Estado (LCAE), vale decir, antes
de setiembre de 1998, los contratos estatales que esta norma regula se hallaban regidos por varios dispositivos
legales, principalmente el Reglamento Único de Adquisiciones y Contrataciones (RUA), el Reglamento Único de Li-
citaciones, Contratos y Obras Públicas (RULCOP), y el Reglamento General de Actividades de Consultoría (REGAC).
La mayoría de estos tenía no solo reglas distintas para situaciones similares, sino, además, tribunales administra-
tivos dispersos, criterios interpretativos diversos ante situaciones similares, y una frondosa y profusa legislación.
Esto generaba poca predictibilidad y elevados costos de transacción en la mayoría de los contratos que celebraba
el Estado y que estuvieron regulados por esas normas.
Particularmente, si bien a partir de la vigencia de la Ley 26850 se han dedicado esfuerzos para unificar en un solo
marco normativo los contratos que antes se regían por las disposiciones precitadas, no se puede dejar de advertir
que la contratación pública vuelve a ser especializada. Además, como se mencionó en un artículo de casi 15 años
atrás, aun cuando se destinen denodados esfuerzos a simplificarla, cada vez se establece más proximidad a la fron-
dosidad normativa anterior a 1998.
7 No obstante, es común que se dicten reglas en la contratación pública que son, por lo menos, ilógicas. Por ejemplo,
la Ley 28483, del 5 de abril de 2005 (ya no vigente a la fecha), relativa a la exoneración de los procesos formales
de selección, a aquellas adquisiciones que ante situaciones de escasez debían realizar las empresas estatales que
se dedican a la producción de bienes, sancionando la nulidad de oficio del contrato de adquisición que se celebre
si la escasez es por responsabilidad de la administración. Cabría preguntarse qué responsabilidad podría tener el
contratista privado en esta situación para que la sanción sea la nulidad del contrato que ha celebrado y si el presu-
puesto de la ley ha identificado a la Administración pública como responsable de la situación.
3. Este texto se mantuvo cuando, en 2001, se dictó el TUO, aprobado mediante el Decreto
Supremo 012-2001-PCM. Sin embargo, en el momento en que también se aprobó el
TUO del Reglamento de la LCAE (RLCAE), a través del Decreto Supremo 013-2001-
PCM, el artículo 26 de esta disposición señaló lo siguiente:
Nulidad de oficio
Artículo 26.- El Titular del Pliego o la máxima autoridad administrativa de la Entidad,
según corresponda, podrá declarar de oficio la nulidad del proceso de selección por alguna
de las causales establecidas en el Artículo 57 de la Ley, sólo hasta antes de la celebración
del contrato, sin perjuicio de la que sea declarada en la resolución recaída sobre los recur-
sos impugnativos. Después de celebrados los contratos [cursivas añadidas] sólo es posible
declarar la nulidad por efecto del Artículo 9º de la Ley8. Esta facultad es indelegable.
La Resolución que declara la nulidad de oficio deberá publicarse en el Diario Oficial El Pe-
ruano dentro de los cinco (5) días siguientes a su expedición, bajo responsabilidad.
recursos impugnativos. Después de celebrados los contratos solo es posible declarar la nulidad
por efectos del artículo 99 de la presente Ley [cursivas añadidas]. Esta facultad es indelegable.
7. Luego, en 2008, al dictarse una nueva LCE, mediante el Decreto Legislativo 1017, se
señaló lo siguiente:
9 Se refiere, al igual que en el caso anterior, a las personas que están prohibidas de contratar con el Estado como el
presidente de la República, los ministros de Estado, entre otros.
10 “Artículo 202.- Nulidad del contrato
Son causales de nulidad del contrato las previstas por el Artículo 9 de la Ley, así como cuando, una vez efectuada la
fiscalización posterior, se determine la trasgresión del Principio de Presunción de Veracidad. La Entidad declarará
la nulidad de oficio; para lo cual se cursará Carta Notarial al contratista adjuntando copia fedateada del documento
que declara la nulidad del contrato; dentro de los quince (15) días hábiles siguientes el contratista que no esté de
acuerdo con esta decisión, podrá someter la controversia a conciliación y/o arbitraje”.
8. Posteriormente, con las modificaciones efectuadas por la Ley 29873 (vigente desde el
20 de noviembre de 2012), el texto quedó redactado de la siguiente manera:
Artículo 56°.- Nulidad de los actos derivados de los procesos de selección de contratación
[…] Después de celebrados los contratos, la Entidad puede declarar la nulidad de oficio en
los siguientes casos:
a) Por haberse suscrito en contravención con el artículo 10 de la presente norma ley;
b) Cuando se verifique la trasgresión del Principio de Presunción de Veracidad du-
rante el proceso de selección o para la suscripción del contrato;
c) Cuando se haya suscrito el contrato no obstante encontrarse en trámite un recurso
de apelación; o,
d) Cuando no se haya utilizado el proceso de selección correspondiente;
e) Cuando no se haya cumplido con las condiciones y/o requisitos establecidos en la nor-
mativa a fin de la configuración de alguna de las causales de exoneración [cursivas
añadidas];
f) Cuando no se haya[n] utilizado los procedimientos previstos en la presente ley, pese
a que la contratación se encontraba bajo su ámbito de aplicación. En este supuesto,
asumirán responsabilidad los funcionarios y servidores de la Entidad contratante,
conjuntamente con los contratistas que celebraron irregularmente el contrato.
11 Anteriormente, el artículo 9.
12 Nótese que esta norma aludió a causales de nulidad establecidas en el derecho público aplicable, expresión que
difiere del texto actual, donde se refiere a las “causales de nulidad aplicables reconocidas en el derecho nacional”.
Esto, que podría parecer casi intrascendente, tiene un efecto práctico sumamente relevante, como se comentará
más adelante, pues la alusión al “derecho público” parece excluir, de primera impresión, las disposiciones del
Código Civil.
En caso de contratarse bienes, servicios u obras, sin el previo proceso de selección que
correspondiera, se incurrirá en causal de nulidad del proceso y del contrato, asumiendo
responsabilidades los funcionarios y servidores de la Entidad contratante conjuntamente
con los contratistas que celebraron dichos contratos irregulares.
Cuando corresponda al árbitro único o al Tribunal Arbitral evaluar la nulidad del contrato,
se considerarán en primer lugar las causales previstas en el presente Decreto Legislativo,
la presente ley y su Reglamento, y luego las causales de nulidad aplicables reconocidas en
el derecho público aplicable.
9. A fines del Gobierno del presidente Humala, el 9 de enero de 2016, entró en vigencia
la Ley 30225, actual LCE, donde se señala lo siguiente:
Declaratoria de nulidad:
Art. 44.-
[…]
Después de celebrados los contratos, la entidad puede declarar la nulidad de oficio en los
siguientes casos:
a) Por haberse perfeccionado en contravención con el artículo 11 de la presente Ley.
Los contratos que se declaren nulos en base a esta causal no tienen derecho a retri-
bución alguna con cargo al Estado, sin perjuicio de la responsabilidad de los funcio-
narios y servidores de la Entidad, conjuntamente con los contratistas que celebraron
irregularmente el contrato [cursivas añadidas].
b) Cuando se verifique la transgresión del principio de presunción de veracidad du-
rante el procedimiento de selección o para el perfeccionamiento del contrato.
c) Cuando se haya suscrito el contrato no obstante encontrarse en trámite un recurso
de apelación.
d) Cuando no se haya cumplido con las condiciones y/o requisitos establecidos en la
normativa a fin de la configuración de alguno de los supuestos que habilitan a la
contratación directa.
e) Cuando no se haya[n] utilizado los procedimientos previstos en la presente Ley,
pese a que la contratación se encontraba bajo su ámbito de aplicación. En este su-
puesto, asumen responsabilidad los funcionarios y servidores de la Entidad, con-
juntamente con los contratistas que celebraron irregularmente el contrato.
f) En caso de contratarse bienes, servicios u obras, sin el previo procedimiento de
selección que correspondiera.
La nulidad del procedimiento y del contrato, genera responsabilidades de los funcionarios
y servidores de la Entidad contratante conjuntamente con los contratistas que celebraron
dichos contratos irregulares.
[…]
10. El Decreto Supremo 350-2015-EF, Reglamento de la Ley 30225, con vigencia también
desde el 9 de enero de 2016, señala lo siguiente:
11. Con un nuevo Gobierno, el del presidente Kuczynski, se dictó el Decreto Legislativo
1341, que modificó la Ley 30225 y entró en vigencia el 3 de abril de 2017. Esta norma
señala lo siguiente:
Declaratoria de nulidad
Art. 44.-
[…]
Después de celebrados los contratos, la Entidad puede declarar la nulidad de oficio en los
siguientes casos:
a) Por haberse perfeccionado en contravención con el artículo 11 de la presente Ley.
Los contratos que se declaren nulos en base a esta causal no tienen derecho a re-
tribución alguna con cargo al Estado, sin perjuicio de la responsabilidad de los
funcionarios y servidores de la Entidad, conjuntamente con los contratistas que
celebraron irregularmente el contrato.
b) Cuando se verifique la trasgresión del principio de presunción de veracidad du-
rante el procedimiento de selección o para el perfeccionamiento del contrato,
previo descargo.
c) Cuando se haya suscrito el contrato no obstante encontrarse en trámite un recurso
de apelación.
d) Cuando no se haya cumplido con las condiciones y/o requisitos establecidos en la
normativa a fin de la configuración de alguno de los supuestos que habilitan a la
contratación directa.
e) Cuando no se haya[n] utilizado los procedimientos previstos en la presente Ley,
pese a que la contratación se encontraba bajo su ámbito de aplicación. En este su-
puesto, asumen responsabilidad los funcionarios y servidores de la Entidad, con-
juntamente con los contratistas que celebraron irregularmente el contrato.
f) Cuando se acredite que el contratista, sus accionistas, socios o empresas vinculadas, o
cualquiera de sus respectivos directores, funcionarios, empleados, asesores, represen-
tantes legales o agentes, ha[n] pagado, recibido, ofrecido, intentado pagar o recibir
u ofrecer en el futuro algún pago, beneficio indebido, dadiva [sic] o comisión en re-
lación con ese contrato o su procedimiento de selección conforme establece el regla-
mento. Esta nulidad es sin perjuicio de la responsabilidad penal y civil a que hubiere
lugar [cursivas añadidas].
12. El 3 de abril de 2017 entró en vigencia el Decreto Supremo 056-2017-EF, por el cual
se modificó el Reglamento de la Ley 30225. Respecto al tema, señala lo siguiente:
13. El 31 de enero de 2019, durante la gestión del presidente Vizcarra, entró en vigencia el
Decreto Legislativo 1444, por el cual se realizan nuevas modificaciones a la Ley 30225.
Sobre el particular, esta norma señala lo siguiente:
Declaratoria de nulidad
Art. 44
[…]
13 “Art. 41.5 La garantía por interposición del recurso de apelación debe otorgarse a favor del Organismo Supervisor de
las Contrataciones del Estado (OSCE) o de la Entidad a cargo de su resolución, cuando corresponda. El monto de la
garantía es de hasta el 3% del valor referencial del procedimiento de selección o del ítem que se decida impugnar”.
14 Esta norma regula las acciones que se pueden ejecutar por la entidad en relación con las prestaciones pendientes
en caso de resolución de contrato.
44.3 Después de celebrados los contratos, la Entidad puede declarar la nulidad de oficio
en los siguientes casos:
[…]
d) Cuando no se haya cumplido con las condiciones y/o requisitos establecidos en la
normativa a fin de la configuración de alguno de los supuestos que habilitan a la
contratación directa. Cuando no se utilice[n] los métodos de contratación previstos
en la presente Ley, pese a que la contratación se encuentra bajo su ámbito de apli-
cación; o cuando se emplee un método de contratación distinto del que corresponde
[cursivas añadidas].
e) Cuando por sentencia consentida, ejecutoriada o reconocimiento del contratista ante
la autoridad competente nacional o extranjera se evidencie que durante el procedi-
miento de selección o para el perfeccionamiento del contrato, éste, sus accionistas,
socios o empresas vinculadas, o cualquiera de sus respectivos directores, funciona-
rios, empleados, asesores, representantes legales o agentes, ha pagado, recibido, ofre-
cido, intentado pagar o recibir u ofrecer en el futuro algún pago, beneficio indebido,
dadiva [sic] o comisión. Esta nulidad es sin perjuicio de la responsabilidad penal y
civil a que hubiere lugar [cursivas añadidas].
44.4 La nulidad del procedimiento y del contrato ocasiona la obligación de la Entidad de
efectuar el deslinde de responsabilidades a que hubiere lugar.
44.5 El Titular de la Entidad puede autorizar la continuación de la ejecución del contrato,
previo informes técnico y legal favorables que sustenten tal necesidad. Esta facultad
es indelegable.
44.6 Cuando corresponda al árbitro único o al Tribunal Arbitral evaluar la nulidad del
contrato, se considera en primer lugar las causales previstas en la presente Ley y su regla-
mento, y luego las causales de nulidad aplicables reconocidas en el derecho nacional [cursi-
vas añadidas].
44.7 Cuando la nulidad sea solicitada por alguno de los participantes o postores, bajo cual-
quier mecanismo distinto al recurso de apelación, ésta debe tramitarse conforme a lo es-
tablecido en el artículo 41 de la Ley.
copia fedateada del documento que declara la nulidad. Dentro de los treinta (30) días há-
biles siguientes el contratista que no esté de acuerdo con esta decisión, puede someter la
controversia a arbitraje.
145.2. Cuando la nulidad se sustente en las causales previstas en los literales a) y b) del
numeral 44.3 del artículo 44 de la Ley, la Entidad puede realizar el procedimiento previsto
en el artículo 16715.
145.3. Cuando la Entidad advierta posibles vicios de nulidad del contrato, corre traslado a
las partes para que se pronuncien en un plazo máximo de cinco (5) días hábiles.
15 Esta norma se refiere a las acciones que puede realizar la entidad respecto de las prestaciones pendientes en caso
de resolución de contrato o declaratoria de nulidad de contrato.
16 Esta inclusión (violación al principio de presunción de veracidad) recuerda lo que sucedió en el caso de la
compra de los patrulleros a la empresa Gildemeister, cuyo contrato fue declarado nulo por el ministro Alva
Castro y se trasladaron los errores de la administración al contratista privado (para mayor detalle, léase La
nueva Ley de Contrataciones del Estado: estudio sistemático de Jesús Córdova Schaefer, pp. 206-207, Ediciones
Caballero Bustamante).
En el citado numeral, únicamente se regulan los casos taxativos en los que la enti-
dad puede declarar la nulidad de oficio de un contrato, pero en forma alguna supone que
los únicos supuestos en los que se puede declarar la nulidad de los contratos son los allí
establecidos. En el numeral 44.5 del mismo artículo, se despeja esta duda, en tanto que
señala que
cuando corresponda al árbitro único o al Tribunal Arbitral evaluar la nulidad del contrato,
se considera en primer lugar las causales previstas en la presente norma y su reglamento, y
luego las causales de nulidad aplicables reconocidas en el derecho nacional.
La nulidad del contrato es una figura que se puede declarar en sede arbitral (espacio
al cual se ha decidido someter las controversias contractuales en el ámbito de la LCE)17 en
los casos diferentes a aquellos en los que se puede declarar la nulidad de oficio por parte
de la propia entidad. Estos supuestos son reconocidos en el derecho nacional, y es absolu-
tamente relevante definir cuáles serían las causales de nulidad.
En esta instancia, se advierte un cambio relevante respecto a la normativa preexis-
tente. Así, donde se aludía a la frase “causales de nulidad establecidas en el derecho pú-
blico aplicable”, hoy se indica “causales de nulidad aplicables reconocidas en el derecho
nacional”.
Este cambio pareciera intrascendente, pero ¿las causales de nulidad establecidas en
el derecho público son las mismas que las del derecho nacional?
Para ello, se debe considerar que las normas peruanas no determinan, de manera
general, las causales de nulidad de los contratos (excluyendo los casos de nulidad de oficio),
sino que regulan los supuestos de nulidad, ya sea de actos administrativos o jurídicos. Los
primeros aparecen en la Ley del Procedimiento Administrativo General (LPAG), y los se-
gundos, en el Código Civil.
Cualquiera que fuera el escenario, la nulidad, en tanto figura que resta validez a
un acto (en este caso contrato), requiere sujetarse siempre a supuestos específicos (aun
cuando, en esa mención, algunos sean de alcance poco definido). El ordenamiento nacional
así lo reconoce.
17 Hasta que, también de manera reactiva, alguien plantee que sea una materia no arbitrable y dicha propuesta tenga
eco para que, finalmente, se emita una norma que modifique esto.
6. Cuando no revista la
forma prescrita bajo san-
ción de nulidad.
• Se deben invocar solo los supuestos de nulidad del acto administrativo y no los del
Código Civil. Ello bajo la óptica de considerar que un contrato administrativo es un
acto administrativo.
• Se deben invocar los supuestos de nulidad del acto jurídico. Ello por considerar
que, aun cuando los contratos públicos reflejan la voluntad del Estado, en el fondo
importan una voluntad común, no unilateral y, por ende, no le resulta ya de aplicación
las disposiciones que regulan los actos administrativos.
• Se deben invocar, en primer término, los supuestos de nulidad del acto administrativo
(en cuanto puedan resultar aplicables) y, en su defecto, los del Código Civil (esto tal vez
en virtud de los principios de especialidad y prelación normativa previstos en la LCE)19.
• Finalmente, existe una posición práctica, que sería invocar ambos supuestos, es decir,
tanto los del acto administrativo como los del acto jurídico. Para ello, cabe recordar
que la primera causal de nulidad del acto administrativo es bastante genérica; pues
alude a un acto dictado en contravención a la Constitución, la ley e, incluso, las normas
reglamentarias, sin expresar a qué tipo de normas se refiere. Por lo tanto, también
podrían ser perfectamente las normas del Código Civil que regulan los supuestos de
nulidad del acto jurídico.
Nuestra experiencia práctica como árbitro en contratación pública refleja que las
veces en las que se enfrenta un pedido para que el órgano arbitral declare la nulidad de un
contrato celebrado en el marco de la LCE, quien lo ha solicitado invoca de manera indistinta
las disposiciones de la LPAG y del Código Civil; es decir, sin prelación alguna.
Por lo tanto, si bien es cierto que el cambio de la frase “causales de nulidad estable-
cidas en el derecho público aplicable” por “causales de nulidad aplicables reconocidas en
el derecho nacional” implica tener que acudir a los supuestos del Código Civil o de alguna
otra norma específica, su redacción no es del todo acertada, pues conlleva confusión en su
entendimiento.
La nulidad de oficio, aun cuando pueda ser declarada por la entidad, es susceptible
de ser revisada en vía arbitral (más adelante se tratará sobre esto).
ámbito privado. Ese fue el caso de las camionetas Tucson y el Ministerio del Interior
(Mininter).
Otros supuestos que destacan son aquellos en los que pareciera que el Estado ter-
mina trasladándole al contratista la responsabilidad por las decisiones que su entidad
toma, pese a que ha contado para ello con una serie de pronunciamientos internos. Así, en
el literal “d”, se contempla el supuesto “Cuando no se haya cumplido con las condiciones y/o
requisitos establecidos en la normativa a fin de la configuración de alguno de los supuestos
que habilitan a la contratación directa […]”. Acaso se ha advertido que, para que esta exista,
hay una serie de formalidades que la propia LCE y su reglamento exigen, tales como los
informes técnicos y legales favorables. ¿Es obligación del contratista verificar el contenido
de ese informe técnico-legal de la entidad o basta que solo note que existe? Entender que se
puede declarar nulo el contrato cuando no se reúnan las condiciones o requisitos pareciera
que también convierte al contratista en responsable de una deficiente definición que está
exclusivamente en manos de la entidad. ¿Es el contratista un auditor de las decisiones de
la entidad?
Por lo tanto, lo que la norma descrita prevé es el ejercicio de una facultad discrecio-
nal por parte de la Administración. En relación con el ejercicio de la facultad discrecional
por parte de los funcionarios públicos, cabe destacar lo siguiente:
• Los principios que inspiran la propia LCE y, por ende, la actuación de todos los actores
que participan en este esquema. Para este caso, es de especial relevancia el principio
de eficacia y eficiencia20.
20 En el literal “f” del artículo 2 de la LCE, se conceptualiza el principio de eficacia y eficiencia de la siguiente manera:
“El proceso de contratación y las decisiones que se adopten en su ejecución deben orientarse al cumplimiento de
los fines, metas y objetivos de la Entidad, priorizando estos sobre la realización de formalidades no esenciales,
garantizando la efectiva y oportuna satisfacción de las fines públicos para que tengan una repercusión positiva en
las condiciones de vida de las personas, así como del interés público, bajo condiciones de calidad y con el mejor
uso de los recursos públicos”.
21 En el artículo 220 del Código Civil, se señala lo siguiente:
“Artículo 220.- Nulidad absoluta
La nulidad a que se refiere el artículo 219º puede ser alegada por quienes tengan interés o por el Ministerio Público.
Puede ser declarada de oficio por el juez cuando resulte manifiesta.
No puede subsanarse por la confirmación”.
Reflexiones finales
• La posibilidad de que una entidad pública pueda declarar la nulidad de oficio de los
contratos que celebra en el ámbito de la LCE es un reflejo típico de las denominadas
cláusulas exorbitantes o prerrogativas especiales que se reconocen al Estado en los
contratos que celebra.
• La regulación que se ha emitido en relación con esta facultad o prerrogativa, desde la
dación de la LCAE de 1997 hasta la actualidad, no ha sido uniforme y, por el contrario,
ha cambiado significativamente.
• Esta prerrogativa, en tanto que afecta la validez de un contrato, está circunscrita a
supuestos específicos previamente establecidos.
• La facultad de la Administración pública para declarar la nulidad de oficio de los
contratos que celebra en determinadas situaciones específicas no afecta la posibilidad
de que se pueda solicitar en vía jurisdiccional la declaratoria de nulidad del contrato
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1 Abogado por la USMP. Máster en Derecho de la Contratación Pública por la Universidad de Castilla - La Mancha.
Egresado del Máster en Derecho Administrativo y Regulación del Mercado de la Universidad de Piura (UDEP).
Especialista en Técnica Arbitral por la escuela de posgrado de la USMP. Docente a tiempo parcial en la Facultad
de Derecho de la USMP. Socio de Criado León Abogados SAC, firma en la cual se desempeña como asesor legal en
temas relacionados con el derecho administrativo, contrataciones del Estado, arbitraje, derecho de la construcción
y concesiones (APP). Es miembro de la nómina de árbitros del Centro de Arbitraje de la Cámara de Comercio de
Lima y de diversas instituciones arbitrales nacionales.
2 Se refiere a la Ley 30225, cuyo TUO fue aprobado mediante el Decreto Supremo 82-2019-EF.
3 Aprobado mediante el Decreto Supremo 344-2018-EF.
[…] Pero la Ley no puede regularlo todo ni con el detalle que exige la resolución de los proble-
mas cotidianos (y, en cualquier caso, no lo regula así). De ahí que, en muchas ocasiones, las au-
toridades que han de enfrentarse a esos problemas hayan de actuar sin que su conducta esté
previamente determinada, al menos totalmente, por una norma jurídica, lo que no excluye
que su decisión deba ser adoptada dentro de ciertos límites jurídicos generales. En esto con-
siste la discrecionalidad […] (p. 92).
De acuerdo con el citado jurista, sería imposible regular mediante una norma todas
las actuaciones de los funcionarios públicos. Por esta razón, el legislador otorga cierto
grado de discrecionalidad a las decisiones de estos, las cuales deberán atender a criterios
de oportunidad, considerando el interés público.
En virtud de lo expuesto, se puede definir una facultad discrecional como aquella en
la que el legislador le permite a los funcionarios competentes la elección entre varias op-
ciones, todas igualmente válidas al momento de tomar una decisión. Para ello, deberá usar
criterios extrajurídicos (que es lo mejor), ya que los funcionarios públicos no actúan con
libertad, sino con discrecionalidad.
Asimismo, Bullinger (1987) define la discrecionalidad administrativa como “el
margen de libertad que se deriva para la administración pública cuando su actuación no
está completamente predeterminada por una ley, ni puede ser totalmente revisada por un
tribunal” (p. 896).
El citado autor manifiesta otra característica de la discrecionalidad: este tipo de fa-
cultades no se puede revisar de forma completa por los jueces contencioso-administrativos
en el caso de nuestro ordenamiento doméstico. Además, es importante establecer que estas
potestades presentan una serie de límites. Uno de los principales, y que adopta la forma de
principio en el derecho administrativo, es el de la interdicción de la arbitrariedad.
Si bien este principio no se encuentra regulado en el ordenamiento peruano, sí se
halla en la Constitución española de 1979:
Queda claro que una de las funciones de este principio en el derecho peruano es
servir como un límite a la actuación de las Administraciones públicas y de sus órganos, y
vincularse estrechamente a uno de los requisitos de validez de los actos administrativos
que estas expiden, que es la motivación.
Ahora bien, no toda falta de motivación deviene en arbitrariedad, pero sí deja indicios
de su existencia y de presumir de ella. El hecho de que formalmente no se haya motivado no
implica que no existan motivos, solo en este último caso se estará ante un acto arbitrario.
A efectos de usar correctamente la discrecionalidad, los funcionarios públicos deberán
atender a que las decisiones que tomen estén debidamente motivadas. Esta situación se logra a
través de la aplicación del principio citado; ya que en un estado de derecho no es válido utilizar
ciertas facultades sin respetar la legalidad, así como los principios y las técnicas que previenen
que estas formas de actuación sean arbitrarias y, por ende, contrarias al derecho.
En la constatación de los hechos, la principal dificultad radica en los conceptos jurídico inde-
terminados, que requieren que la autoridad administrativa lleve a cabo una labor de aprecia-
ción o valoración. […] Más aún, de acuerdo con la doctrina tradicional, la indeterminación que
[…] para quienes los conceptos jurídicos indeterminados admiten una única solución justa, a
la que se llega mediante una actividad de cognición, a través de juicios disyuntivos, de modo
que la conducta objeto de enjuiciamiento encajará o no encajará en el concepto, pero tertium
non datur, mientras que el ejercicio de una potestad discrecional se caracteriza por permitir
optar entre soluciones igualmente justas, a través de una actividad de volición.
De acuerdo con lo señalado por los juristas citados, las normas están plagadas de
conceptos jurídicos indeterminados. Así, cuando se encuentren con una de estas definicio-
nes, la labor de las entidades públicas es evaluar el caso en concreto, a través de una acti-
vidad de cognición, para verificar la única solución correcta o, mejor dicho, el significado
adecuado del concepto jurídico indeterminado.
En ese sentido, en el TUO de la LCE y en el RLCE, se encuentra una serie de conceptos
de este tipo; por ejemplo: interés público, buena pro, oferta más ventajosa y valor estimado.
En cada caso específico, los operadores de las entidades públicas sujetas al marco de la LCE
deberán ubicar la única solución que admiten estos conceptos jurídicos indeterminados
mediante una actividad de cognición.
[…] Después de celebrados los contratos [cursivas añadidas], la Entidad puede [cursivas añadi-
das] declarar la nulidad de oficio en los siguientes casos:
[…]
b) Cuando se verifique la trasgresión del principio de presunción de veracidad durante el pro-
cedimiento de selección o para el perfeccionamiento del contrato, previo descargo.
En relación con el extracto normativo citado, se verifica que el legislador otorga una
facultad discrecional a las entidades contratantes para que, en los casos —por ejemplo, en
la transgresión del principio de presunción de veracidad6 por parte de los postores por la
presentación de documentos falsos o inexactos— que considera más graves7, el funcionario
competente pueda declarar la nulidad de oficio de un contrato ya celebrado, en atención al
principio de eficiencia y al interés público que persigue la contratación realizada.
Al respecto, Morón Urbina (2016) establece lo siguiente:
Por ello, la no declaratoria de nulidad del contrato, pese a la existencia de la causal, corres-
ponde en circunstancias excepcionales, pues puede resultar preferible la continuación del
contrato debido a los perjuicios que podría causar tal decisión a la entidad (p. 719).
Según la opinión citada, el OSCE ha determinado que la posibilidad por parte de las
entidades públicas de declarar la nulidad de un contrato es una facultad discrecional y no una
reglada. Así, se encuentran obligadas a evaluar la conveniencia de declarar la nulidad.
El organismo mencionado ha establecido un criterio similar en diversas opiniones8,
por lo que es su posición con respecto al tema analizado.
6 “1.7. Principio de presunción de veracidad.- En la tramitación del procedimiento administrativo, se presume que
los documentos y declaraciones formulados por los administrados en la forma prescrita por esta Ley, responden a
la verdad de los hechos que ellos afirman. Esta presunción admite prueba en contrario”.
7 Los supuestos establecidos en los literales “a”, “b”, “c”, “d”, “e”, “f” y “g” del numeral 44.2 del artículo 44 de la LCE.
8 Dicha posición se encuentra en las Opiniones 170-2015/DTN y 123-2016/DTN.
Reflexiones finales
El legislador ha otorgado una facultad discrecional a las entidades públicas sujetas al marco
de la LCE para que, en ciertos casos que ha considerado como los más graves —como la
transgresión del principio de presunción de veracidad por parte de los postores—, el fun-
cionario competente pueda declarar la nulidad de oficio de un contrato ya celebrado.
Sin embargo, su reglamento establece —de forma contraria— que, en caso de que se
compruebe la inexactitud o falsedad en la documentación presentada por el ahora contra-
tista, la entidad declara la nulidad del contrato. Así, establece una facultad reglada y genera
problemas en la aplicación práctica respecto a la declaración de nulidad de oficio provo-
cada por la causal mencionada, puesto que el funcionario competente no tendrá la certeza
de si debe o puede declarar la nulidad de oficio del contrato.
De acuerdo con lo expuesto, y en aplicación del principio de jerarquía, consideramos
que, para declarar la nulidad de oficio de un contrato cuando verifique una situación como
la mencionada en el párrafo anterior, el órgano competente deberá preferir la disposición
de orden legal e inaplicar la establecida mediante norma de rango inferior por contrade-
cirla. De esta manera, prevalecerá la facultad discrecional otorgada por el legislador dis-
puesta en la norma de rango legal.
Se estima oportuno, a manera de solución del problema desarrollado en el presente
artículo, que, en virtud de una próxima modificación de la normativa de contrataciones del
Estado, se tome en cuenta la posibilidad de cambiar el inciso 6 del artículo 43 del RLCE y
adecuarlo a lo establecido en el TUO de la LCE respecto a la discrecionalidad otorgada a la
administración a efectos de que declare la nulidad de un contrato cuando se verifique la
transgresión del principio de presunción de veracidad.
Por último, mientras que se concrete dicha modificatoria, sería conveniente que el
OSCE, a través de su Dirección Técnico Normativa, pueda analizar la problemática plan-
teada en el presente trabajo, con la finalidad de establecer la correcta interpretación de los
artículos señalados líneas antes.
Morón, J. (2016). La contratación estatal, análisis de las diversas formas y técnicas contrac-
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BETZABET%20PAZ%20SEVILLANO.docx
1 Abogado por la PUCP. Magíster en Derecho Civil y Comercial. Doctorando en Derecho por la USMP. Docente de
contrataciones del Estado, arbitraje y planificación estratégica en diversas universidades. Árbitro en diferentes
instituciones arbitrales.
2 El contenido de dicho concepto se encuentra en los artículos 1341 y 1342 del Código Civil.
“Artículo 1341º.- El pacto por el que se acuerda que, en caso de incumplimiento, uno de los contratantes queda obli-
gado al pago de una penalidad, tiene el efecto de limitar el resarcimiento a esta prestación y a que se devuelva la contra-
prestación, si la hubiere; salvo que se haya estipulado la indemnización del daño ulterior. En este último caso, el deudor
deberá pagar el íntegro de la penalidad, pero ésta se computa como parte de los daños y perjuicios si fueran mayores.
[…]
Artículo 1342º.- Cuando la cláusula penal se estipula para el caso de mora o en seguridad de un pacto determinado,
el acreedor tiene derecho para exigir, además de la penalidad, el cumplimiento de la obligación”.
3 Lo mencionado se encuentra previsto en el artículo 1346 del Código Civil: “El juez, a solicitud del deudor, puede
reducir equitativamente la pena cuando sea manifiestamente excesiva o cuando la obligación principal hubiese
sido en parte o irregularmente cumplida”.
4 A fin de profundizar en el tema de la reducción de la cláusula penal, se puede revisar el artículo del profesor
Hernán Corral Talciani, titulado “La reducción de la cláusula penal excesiva en el derecho civil de los países del
Cono Sur”. Recuperado de https://repositorio.uc.cl/bitstream/handle/11534/14948/000381406.pdf?sequen-
ce=1&isAllowed=y
5 Se refiere a la LCE y a su reglamento.
Cabe mencionar que en el RLCE6, título VII (“Ejecución contractual”), capítulo IV, re-
lativo al incumplimiento del contrato, se regulan las penalidades.
Concepto
Las penalidades son una sanción económica imputable al contratista ante el incumplimiento
injustificado de las prestaciones a su cargo, las cuales deben ser objetivas, razonables y con-
gruentes con el objeto de la convocatoria7. Estas penalidades se encuentran en el contrato,
en las bases integradas y en los documentos del procedimiento de selección.
Este concepto tiene varias aristas que se deben analizar. Así, uno de los requisitos
para que la entidad aplique las penalidades es el incumplimiento injustificado de las pres-
taciones a cargo del contratista.
Para el RLCE, el incumplimiento injustificado se presenta cuando el contratista no
acredita de modo objetivamente sustentado que el retraso o incumplimiento de las presta-
ciones a su cargo no le resulta imputable (Opinión 137-2018/DTN).
Entonces, ¿cuándo el retraso es “justificable”? En el artículo 162.5 del RLCE, se señala
que el retraso se justifica a través de la solicitud de ampliación de plazo debidamente apro-
bada. Adicionalmente, se considera justificado el retraso cuando el contratista acredita que
el mayor tiempo transcurrido no le resulta imputable.
Por lo tanto, se puede establecer una distinción respecto al incumplimiento injus-
tificado entre el actual RLCE, aprobado mediante el Decreto Supremo 344-2018-EF, y los
anteriores:
Como se puede apreciar, los anteriores RLCE no indicaban con claridad y precisión
cómo se justificaba el retraso; el más reciente, aprobado mediante el Decreto Supremo 350-
2015-EF, se limitaba a señalar que el contratista debía acreditar de modo objetivamente
sustentado dicho retraso. Aquí, se debe considerar lo mencionado en la Opinión 151-2017/
DTN cuando refiere que el retraso justificado se acredita con una solicitud de ampliación
de plazo8; sin embargo, esta era solo una interpretación ante el vacío de la norma. Álvarez
Pedroza (2016) coincide cuando señala que “no hay otra forma de acreditar la justificación
del retraso sino con la solicitud de ampliación de plazo […]” (pp. 548-549).
Más grave aún fue lo sucedido con el RLCE aprobado mediante el Decreto Supremo
184-2008-EF, en el cual no se señalaba cómo se acreditaba el retraso injustificado. Esto
generó la impredictibilidad en el arbitraje, pues se podían encontrar laudos totalmente di-
ferentes respecto a lo que se entendía por retraso injustificado.
Así, se presenta el caso de dos laudos con opiniones diferentes sobre la justificación
del retraso injustificado. El primer caso es el seguido por Santillana SA contra el Ministerio
de Educación (Minedu)9, en el cual el tribunal arbitral considera que
el artículo 175° del Reglamento de la Ley de Contrataciones del Estado, no regula un deber
jurídico del contratista de ampliar el plazo contractual sino un derecho potestativo de pedir la
ampliación del plazo contractual. El contratista decidirá pedir o no la ampliación10.
Por otro lado, en los considerandos 19 y 20 del laudo arbitral11 del segundo caso,
cuyas partes son el Grupo Editorial Norma SAC contra el Minedu12, se señala que
es una obligación por parte del Contratista solicitar ante la entidad una ampliación del plazo
contractual establecido en los casos que se detallan en el artículo 175° del RLCE, ya que de lo
contrario, el plazo contractual no puede ser modificado de forma unilateral o de oficio por la
Entidad, no por causales que lo ameriten.
Ante dichos laudos con diferentes interpretaciones sobre la causa del retraso injus-
tificado13, se publica el RLCE, aprobado mediante el Decreto Supremo 344-2018-EF, en el
cual se señala de manera expresa que se demuestra con una solicitud de ampliación de
plazo debidamente aprobada. Pero ¿la solicitud de ampliación de plazo es la única manera
de justificar el retraso? En el artículo 162 del RLCE vigente, se señala que adicionalmente
se considera justificado el retraso y, en consecuencia, no se aplica penalidad cuando el con-
tratista acredite de modo objetivamente sustentado que el mayor tiempo transcurrido no
le resulta imputable. ¿Qué se entiende por adicionalmente? Pues bien, en dicho contexto,
se utiliza como conector, siendo sinónimos además, también, asimismo, por añadidura, por
8 Determinar si las opiniones del OSCE son o no vinculantes a los árbitros es un tema distinto al del presente artículo.
9 Revisar http://www.osce.gob.pe/descarga/arbitraje/laudos/EXTERNO/2014/142.pdf
10 Revisar considerando 111 del mencionado laudo de fecha 4 de abril de 2014.
11 Laudo arbitral de fecha 8 de abril de 2014.
12 Ver http://www.osce.gob.pe/descarga/arbitraje/laudos/EXTERNO/2014/115.pdf
13 Se debe tener presente que, dependiendo de la conformación del Tribunal Arbitral, en esa época existían diferentes
interpretaciones sobre un mismo hecho jurídico, lo cual afectaba la predictibilidad en el arbitraje.
otra parte14. Entonces, de lo mencionado, se concluye que no solamente por una solicitud
de ampliación de plazo debidamente aprobada se puede justificar el retraso, sino también
cuando se acredite de modo sustentado que el mayor tiempo transcurrido no resulta impu-
table. Por ejemplo, un buque carguero trae determinados bienes muebles para entregarlos
a una entidad, pero sufre un retraso debido a una tormenta o existe un paro regional de los
trabajadores de construcción civil, lo cual retrasa la ejecución de la obra.
Cabe mencionar que, en el supuesto de que el contratista no solicite una ampliación
de plazo, pero acredite que el mayor tiempo no le es imputable, dicho retraso “justificado”
no provoca el pago de gastos generales ni costos directos de ningún tipo.
(i) La objetividad implicaba que la Entidad estableciera de manera clara y precisa los tipos
de incumplimiento que serían penalizados [cursivas añadidas], los montos o porcenta-
jes de la penalidad para cada tipo de incumplimiento, y la forma o procedimiento me-
diante el que se verificaría la ocurrencia de tales incumplimientos [cursivas añadidas],
según la naturaleza y características particulares de cada contratación;
(ii) Por su parte, la razonabilidad implicaba que cada uno de los montos o porcentajes
de la penalidad que se aplicarían al contratista fueran proporcionales a la gravedad y
reiteración del incumplimiento.
(iii) La congruencia con el objeto de la convocatoria implicaba que se penalizara el incumpli-
miento de alguna obligación comprendida o relacionada con el objeto de la convocatoria.
14 Revisar https://www.sinonimosonline.com/adicionalmente/
15 “162.1. En caso de retraso injustificado del contratista en la ejecución de las prestaciones objeto del contrato, la
Entidad le aplica automáticamente una penalidad por mora por cada día de atraso. La penalidad se aplica automá-
ticamente y se calcula de acuerdo a la siguiente fórmula:
La penalidad por mora se aplica de manera automática por cada día de atraso, según
establece el artículo 162.1 del RLCE, salvo que el contratista justifique oportunamente la
situación, tal como se explicó anteriormente. Ahora, durante la aplicación de la penalidad,
se pueden presentar varios supuestos.
En efecto, ¿qué sucede si el funcionario de la entidad omite aplicar la penalidad a
pesar de que el contratista no ha justificado el atraso en el cumplimiento de la prestación
a su cargo? Pues bien, el funcionario incurre en una irresponsabilidad administrativa y
puede, incluso, ser demandado por la vía civil, a fin de que cumpla con indemnizar a la
entidad por el monto de la penalidad aplicada. En la vía administrativa, el mencionado
funcionario es inhabilitado para el ejercicio de la función pública por un periodo de tres
a cinco años17.
Otro caso que se relaciona con la sanción impuesta al caso del funcionario público
al que se le impuso una pena administrativa es su alegato de que el contratista cumplió
tardíamente la prestación a su cargo, sin afectar los intereses de la entidad. Este argumento
solo sirvió para reducirle la inhabilitación impuesta de cinco a tres años; sin embargo, ¿la
entidad debe dejar de aplicar la penalidad en el caso de que el cumplimiento tardío de la
prestación no le cause perjuicio?
Al respecto, en el artículo 162 del RLCE, se señala claramente que la penalidad por
mora se aplica de forma automática ante un retraso injustificado y no existe ningún su-
puesto que indique no causar perjuicio a la entidad. Un caso similar originó una consulta al
OSCE por parte de un conocido estudio de abogados, que emitió su respuesta mediante la
Opinión 061-2018/DTN, al señalar en el 2.1.3 que “[…] estas penalidades se aplican cuando
la Entidad verifique el incumplimiento o retraso injustificado del contratista en la ejecución
de sus obligaciones contractuales, independientemente que dicha falta le hubiera causado
un perjuicio a la Entidad”. Con dicha opinión coincide Gandolfo (2018), pues señala que no
hay necesidad de que los incumplimientos del contratista generen perjuicio a la entidad
para que proceda la aplicación de las penalidades previstas en los documentos del procedi-
miento de selección y en el contrato.
Además, no se debe perder de vista que las penalidades son objetivas, es decir, los
supuestos en que procede aplicarlas y el procedimiento de verificación de dicho incumpli-
miento están claramente identificados. El hecho de analizar una presunta ausencia de per-
juicio a la entidad para no aplicar una penalidad significaría diluir, de alguna manera, dicha
objetividad y usar criterios subjetivos para ello. Esa no ha sido la intención del legislador.
0.10 x Monto
Penalidad Diaria = F x Plazo en días
Donde:
F = 0.15 para plazos mayores a sesenta (60) días o;
Tanto el monto como el plazo se refieren, según corresponda, al contrato o ítem que debió
ejecutarse.
Se considera justificado el retraso, cuando EL CONTRATISTA acredite, de modo objetivamente
sustentado, que el mayor tiempo transcurrido no le resulta imputable. Esta calificación del
retraso como justificado no da lugar al pago de gastos generales de ningún tipo, conforme el
artículo 133 del Reglamento de la Ley de Contrataciones del Estado.
Las otras penalidades son diferentes a la mora o al retraso, siempre y cuando sean ob-
jetivas, razonables, congruentes y proporcionales con el objeto de la contratación. Estas pe-
nalidades deben estar previstas en los documentos del procedimiento de selección; además,
en estos se indica la forma de cálculo de la penalidad por cada supuesto y el procedimiento
mediante el cual se verifica el supuesto a penalizar.
Cuando en el RLCE se refiere a las características de las otras penalidades, se agrega
que deben ser proporcionales con el objeto de contratación.
La proporcionalidad, según el Diccionario de la lengua española19, significa “confor-
midad o proporción de unas partes con el todo o de cosas relacionadas entre sí”. Es decir,
el monto de la otra penalidad señalada en los documentos de contratación debe ser pro-
porcional con aquello que la ha generado. Así, por ejemplo, se tiene el Concurso Público
18 Revisar http://www3.vivienda.gob.pe/PASLC/documentos/Bases-Estandar-LP-003-2018-VIVIENDA-VMCSPASLC.pdf
19 Revisar el Diccionario de la lengua española: https://dle.rae.es/?id=UOVZutf
20 Revisar http://www.corpac.gob.pe/Main.asp?T=5372
se ponen de acuerdo respecto a las cláusulas del contrato. Así, Osterling y Castillo (2008)
señalan que la cláusula penal es la estipulación en un contrato que se refiere a la pena o
penalidad convenida para el caso de incumplimiento.
Existe un acuerdo de voluntades para fijar la cláusula penal, pero la modificación
de esta es un problema. De esta manera, surge “el antiguo conflicto que plantea la vida del
Derecho: la seguridad, mediante la inmutabilidad de la cláusula penal, y la equidad, permi-
tiéndose su revisión” (2008, p. 961).
Sin embargo, es subjetivo el hecho de que el juez pueda determinar los casos en que
una cláusula penal es excesiva o no. Por más que la parte perjudicada presente medios pro-
batorios, a fin de acreditar el desbalance en la cláusula penal, al final el magistrado deberá
resolver, según su leal saber y entender, si merece ser reducida o no.
Por ejemplo, en un contrato de arrendamiento, cuya renta es de 480 dólares, se pactó
una penalidad del 15% de la renta por cada día de atraso. La Sala de Procedimientos Abre-
viados y de Conocimiento de la Corte Superior de Justicia de Lima, mediante la resolución
de fecha 1 de octubre de 1999, resolvió reducir el monto de la cláusula penal aplicando el
artículo II del “Título preliminar” del Código Civil (2008).
Entonces, se advierte que existe una norma expresa que permite al deudor acudir al
órgano jurisdiccional para solicitar la reducción de penalidades.
En la LCE, ¿se pueden reducir las penalidades?
Es un tema de debate como en el derecho civil. Cabe recordar que las penalidades y
las otras penalidades se encuentran en las bases, las cuales también se pueden reproducir
en el contrato. Se tomarán en cuenta las bases que, según las definiciones del RLCE, son el
“documento del procedimiento de Licitación Pública, Concurso Público, Adjudicación Sim-
plificada y Subasta Inversa Electrónica que contiene el conjunto de reglas formuladas por
la Entidad para la preparación y ejecución del contrato”.
En esta etapa, los participantes pueden formular consultas y observaciones a través
del SEACE. Según el artículo 72 del RLCE, las consultas son solicitudes de aclaración u otros
pedidos de cualquier extremo de las bases. Las observaciones a las bases se presentan por
supuestas vulneraciones a la normativa de contrataciones u otra normativa relacionadas
con el objeto de contratación.
A manera de ejemplo, respecto a las otras penalidades, en las bases se señala que, en
un servicio de vigilancia, si un vigilante no porta su arma de reglamento, se le aplicará una
penalidad de 50 000 soles por ocurrencia. Es preciso mencionar que las penalidades deben
ser objetivas, razonables, congruentes y proporcionales con el objeto de la convocatoria.
Como se indicó anteriormente, la razonabilidad implicaba que cada uno de los montos o
porcentajes de la penalidad que se aplicarían al contratista fueran proporcionales a la gra-
vedad y reiteración del incumplimiento.
Pues bien, en el caso antes mencionado, ¿existe razonabilidad entre el monto de la
penalidad y el hecho generador de esta? Si el participante no concuerda con dicha penalidad
21 En el artículo 2 de la LCE, se señala la equidad como principio que rige las contrataciones: “Las prestaciones y
derechos de las partes deben guardar una razonable relación de equivalencia y proporcionalidad, sin perjuicio de
las facultades que corresponden al Estado en la gestión del interés general”.
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Cabe advertir que, a partir de esta norma, se calculan las penalidades de forma más
detallada y, para ello, se ha precisado una fórmula aplicable en todos los casos. Así, se pres-
cinde de la regulación poco técnica que se tenía sobre esta.
Por su parte, el TUO de la Ley de Contrataciones y Adquisiciones del Estado (De-
creto Supremo 083-2004-PCM), vigente desde el 29 de diciembre de 2004 hasta el 31
de enero de 2009, y reglamentado mediante el Decreto Supremo 084-2004-PCM, recoge
las disposiciones antes mencionadas. Además, brinda un nuevo aporte respecto a la po-
sibilidad de incorporar en los contratos otro tipo de penalidades distintas a las referidas
en la norma.
En el artículo 223 del Decreto Supremo 084-2004-PCM, se señala lo siguiente: “En
las bases o el contrato se podrán establecer penalidades distintas a la mencionada en el
artículo precedente, siempre y cuando sean razonables y congruentes con la prestación a
cargo del contratista”. Al respecto, se advierte que, por primera vez, se introduce o se men-
ciona la razonabilidad y la congruencia en la determinación de las penalidades; puesto que,
para establecer una sanción, estas se aunarán a la aplicación de principios para asegurar
su correcto funcionamiento. De esta forma, se evita la intervención arbitraria de alguna
de las partes contratantes según los principios que inspiran la potestad sancionadora ad-
ministrativa como los de legalidad, razonabilidad y tipicidad, que se regulan en la Ley del
Procedimiento Administrativo General6.
Por otro lado, mediante el Decreto Legislativo 1017 (artículo 48), se indica que el
contrato establecerá las penalidades que se deberán aplicar al contratista ante el incum-
plimiento injustificado de sus obligaciones contractuales, de acuerdo con lo dispuesto en
el reglamento. Al respecto, en el Decreto Supremo 184-2008-EF, que reglamenta la refe-
rida norma, se procura otorgarle un tratamiento más elaborado a la aplicación de otras
penalidades y se introduce un nuevo supuesto para la validez de su imposición. En efecto,
en el artículo 166 de la referida norma, se dispone que la penalidad debe ser razonable,
del monto contractual, o, de ser el caso, del ítem, tramo, etapa o lote que debió ejecutarse. Esta penalidad será
deducida de los pagos a cuenta, del pago final o en la liquidación final; o si fuese necesario se cobrará del monto
resultante de la ejecución de las garantías a que se refieren los Artículos 122 y 123.
En todos los casos, la penalidad se aplicará y se calculará de acuerdo con la siguiente fórmula:
congruente, objetiva respecto del objeto de la convocatoria y limitada hasta un máximo del
10% del monto del contrato vigente o, de ser el caso, del ítem que se debió ejecutar7.
En consecuencia, en la referida norma, aparece una tendencia a proscribir la arbitra-
riedad en la aplicación de penalidades; puesto que, para las de otro tipo, se debe sustentar
que sean razonables, congruentes y objetivas en su aplicación.
Por otro lado, en el Reglamento de la Ley de Contrataciones y Adquisiciones del
Estado, aprobado mediante el Decreto Supremo 350-2015-EF, en el artículo 1328, se esta-
blece la penalidad por mora. Se reitera que esta debe ser objetiva, razonable y congruente
con el objeto de la convocatoria; además, al regular la aplicación de otras penalidades, de-
termina que no solo deben presentar esas características, sino ser proporcionales9.
Por último, mediante el Decreto Supremo 344-2018-EF, se aprueba el Reglamento de
la Ley 30225, vigente desde el 30 de enero de 2020. En este, en el artículo 161, se regula la
penalidad por mora y, en el artículo 163, la aplicación de otras penalidades. No solo deben
ser objetivas, razonables y congruentes, sino también proporcionales con el objeto de la
contratación. De este modo, se reitera la intención del legislador de evitar la arbitrariedad
en la aplicación de dichas penalidades, en concordancia con el régimen de sanciones esta-
blecido en la Ley de Procedimiento Administrativo General y con los pronunciamientos del
Tribunal Constitucional en esta materia (Expedientes 2192-2004-AA-TC, 0090-2004-AT-TC
y 1803-2004-AA-TC).
En consecuencia, tras una somera revisión de la legislación en cuanto a la imposi-
ción de penalidades por mora en el cumplimiento del objeto del contrato y en la aplicación
de otras penalidades —referidas generalmente a incumplimiento contractual, distinto a la
mora en el cumplimiento de la prestación—, se aprecia cómo se han estructurado en un
caso de contratación pública y cómo se resolvió a nivel de un laudo arbitral. Es evidente la
técnica deficiente en la elaboración de las bases del concurso para la selección del provee-
dor y, especialmente, en la resolución del conflicto.
Sobre el particular, Álvarez Pedroza (2012) menciona que, al prever estas penali-
dades en las bases, las entidades deberían procurar que los tipos de incumplimientos
fuesen claros y precisos; que los montos de las penalidades se puedan determinar de forma
10 Expediente 1782-2016 OSCE. Arbitraje seguido por Consorcio Robot SA, Electronic International Security SA y
Empresa de Sistemas y Servicios de Seguridad SA contra el Ministerio de Energía y Minas.
Otras penalidades
En caso de atraso en el pago por parte de la Entidad, salvo que se deba a caso fortuito o fuerza
mayor, ésta reconocerá al contratista los intereses legales correspondientes. Igual derecho
corresponde a la Entidad en caso sea la acreedora.
El contrato establecerá las penalidades que deberán aplicarse al contratista ante el
incumplimiento injustificado de sus obligaciones contractuales, de acuerdo a lo dispuesto en
el Reglamento.
Que, con respecto a la aplicación de (ii) las “otras penalidades”, en el artículo 166 del
reglamento, se regula lo siguiente:
10.1. Durante la etapa de instalación y puesta en marcha del Servicio, ante cualquier retraso
injustificado a los plazos ya establecidos, la penalidad por cada día de atraso será equivalente
al 50% de la UIT (Unidad Impositiva Tributaria) vigente.
10.2. Durante la etapa posterior a la instalación y puesta en marcha del Servicio, ante cual-
quier retraso injustificado a los plazos ya establecidos, por cada día de retraso será equiva-
lente al 50% de la UIT vigente.
Lo señalado por la entidad en las bases resultaba a todas luces contrario a las normas
antes citadas, toda vez que impone un criterio en la aplicación de penalidades por mora dis-
tinto al regulado por la LCE y su reglamento; más aún, si se considera que el artículo 166 del
RLCE únicamente facultaba a la entidad a establecer penalidades distintas a la mora (siempre
y cuando resulten objetivas, razonables y congruentes con el objeto de la convocatoria), pero
de ningún modo a modificar mediante las bases o el contrato lo dispuesto por el legislador.
De esta forma, las otras penalidades que establezca la entidad podrán versar; por ejemplo,
sobre la ausencia de personal según el requerimiento mínimo solicitado y ofertado, cuando
el contratista incumple con entregar los bienes en el lugar o con los controles de seguridad
establecidos en el contrato, o cuando el contratista no equipe a su personal con los elementos
de seguridad, entre otros. Sin embargo, de ninguna manera, por el retraso en la ejecución
de las prestaciones, en cuyo caso la penalidad se aplicará de manera automática y se deberá
calcular según la fórmula a que se contrae en el artículo 165 del RLCE.
Que, en ese sentido, en el presente caso, se advierte claramente que la entidad pre-
tende imponer una doble penalidad por un mismo supuesto de hecho, que es la aplicación
por mora en la prestación del servicio. Así, incumple lo establecido en el artículo 165 del
RLCE, el cual establece la forma en que se aplican y calculan las penalidades por mora, en
forma desproporcional, y contraviene lo previsto en el artículo 166; pues según esta norma
solo correspondía aplicar la penalidad por otros incumplimientos contractuales, pero no
por demora o atraso en la prestación del servicio objeto del contrato. Por lo tanto, se debe-
ría dejar sin efecto la penalidad aplicada por la entidad a la factura 001-0058930, ascen-
dente a la suma de 158 100 soles.
Al respecto este Arbitro Único considera que dicho pacto no contraviene el Artículo 166 del Regla-
mento de la Ley de Contrataciones debido a que el objeto del contrato no es la instalación y puesta
en marcha de la seguridad automatizada sino que se trata de servicio de seguridad automatizado
por un plazo de 24 meses en la sede central del Ministerio de Energía y Minas y locales anexos.
En ese sentido, consideramos que no existe contravención con el artículo 166 del Reglamento,
ya que la penalidad aplicada por la Entidad, no es por el retraso del cierre del servicio objeto
del contrato, sino por las actividades previas necesarias para la puesta en funcionamiento
del servicio que está contratado referido con el Servicio de alquiler del sistema de seguridad
automatizada para la sede central del Ministerio de Energía y Minas y locales anexos.
Reflexiones finales
• La legislación en materia de contrataciones del Estado ha contemplado dos clases
de penalidades ante el incumplimiento injustificado de las prestaciones objeto del
contrato, la penalidad por mora y otras penalidades.
• La determinación de penalidades debe ser objetiva, razonable, congruente y
proporcional con el objeto del contrato.
• La penalidad por mora, como su nombre lo indica, supone el retraso injustificado en el
cumplimiento de las prestaciones que se indican en el objeto del contrato. Para calcular
el monto a pagar, cuenta con una fórmula establecida por la norma correspondiente.
Dicha cantidad no debe superar el 10% del total estipulado en el contrato.
• En los contratos, se pueden establecer penalidades distintas a la penalidad por mora;
es decir, que no se determinen por atraso en la prestación del servicio, sino por otros
incumplimientos contractuales. También tienen un tope del 10 % del monto del contrato.
• La determinación de la penalidad por mora y su inclusión en otras penalidades
supone aplicar dos sanciones por un mismo hecho, el cual está proscrito en la
legislación11 peruana y por la jurisprudencia constitucional.
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Retamozo, A. (2009). Contrataciones y adquisiciones del Estado y normas de control (7.a ed.).
Lima: Jurista Editores.
1 Bio de autora
el contratista no puede oponer con éxito la exceptio non adimpleti contractus2 frente al in-
cumplimiento de la administración ni optar por la resolución contractual más que en los
supuestos en los que el ordenamiento jurídico expresamente se lo permite.
Martín (2011) refiere que no cualquier causa de incumplimiento puede generar la
resolución contractual, sino solo aquellas causas que, atendidas a las circunstancias de cada
caso, constituyan supuestos de un verdadero y efectivo incumplimiento de las obligaciones
contractuales. Así, revelan una voluntad deliberada y clara de no atender los compromisos
contraídos, imposibilitando la realización de la prestación.
Cuando una de las partes tenga intenciones de resolver el contrato, debe cumplir
el procedimiento que establece la normativa de contrataciones; por ejemplo, el apercibi-
miento previo mediante carta notarial, en caso de requerir el cumplimiento de obligacio-
nes para que sean ejecutadas en un plazo de cinco a 15 días. Este plazo de conminación
dependerá de la envergadura de la contratación, del monto contractual y de la complejidad
del caso, así como de la invocación de la causal más idónea. De lo contrario, esta resolución
podría resultar inválida o ineficaz.
El RLCE ha desarrollado un capítulo sobre los incumplimientos de obligaciones del
contrato, en el cual los ha tipificado como causales de resolución para que la entidad pueda
resolver el contrato cuando el contratista
2 Excepción de incumplimiento contractual o exceptio non adimpleti contractus (excepción del contrato incumplido)
es el derecho o facultad que se atribuye en las obligaciones recíprocas. Se aplica la regla de cumplimiento simultá-
neo de estas. Una parte se puede negar al cumplimiento de su obligación, mientras que la otra no cumpla la suya.
Así, no puede exigir el cumplimiento quien no está dispuesto a cumplir.
injustificado era una obligación esencial o no. Esta aclaración se realizó con la entrada en
vigor de la Ley 30225 y su reglamento.
A la fecha, resulta meridianamente claro que las obligaciones esenciales no se deben
establecer en las bases o en el contrato. Así, durante el desarrollo de este, una obligación no
esencial al inicio de la ejecución contractual puede adquirir esta condición posteriormente.
Esto dependerá de las circunstancias propias de cada caso específico.
De la exégesis de la norma, se observa que el legislador ha considerado algunas pre-
rrogativas para el Estado, contempladas también como cláusulas exorbitantes. Así, plantea
una diferenciación sobre las causales que cada una de las partes debe invocar para resolver
el contrato, las cuales, como se señaló, pueden ser esenciales y no esenciales. Esta prerro-
gativa se advierte respecto al incumplimiento de obligaciones no esenciales y solo se puede
invocar como causal de resolución de contrato por la entidad, mas no por el contratista.
Existe una diferencia entre las obligaciones esenciales y las no esenciales. Las prime-
ras son aquellas cuyo cumplimiento es indispensable para alcanzar la finalidad del contrato
y, en esa medida, satisfacer el interés de la contraparte. En cambio, las segundas se pueden
definir como aquellas cuyo cumplimiento no es indispensable para lograr el objetivo del
contrato o su incumplimiento no impide obtenerlo.
Su calificación no depende de su denominación, sino de ser indispensable para al-
canzar la finalidad del contrato. La doctrina afirma que no basta cualquier incumplimiento
para que la resolución sea válida. Este debe ser importante o significativo, de carácter grave
y de naturaleza sustancial a los relativos a cláusulas esenciales, incluso, proporcional con
la decisión de resolver. En mi experiencia ejerciendo la defensa del Estado en arbitrajes, he
presenciado una serie de controversias que deriva de resoluciones de contrato por incum-
plimientos que no ameritan ser calificados como esenciales. Existe una delgada línea de
análisis subjetivo que es mejor debatir en un arbitraje.
Según Barea (1951), la resolución no se debe aplicar a cualquier incumplimiento
contractual, sino únicamente a aquellos que ostenten una especial cualificación. Para Díez
(2005), ya no se trata solo de determinar si hay incumplimiento o no, sino, además, cuándo
hay un “incumplimiento resolutorio”.
El requerimiento del cumplimiento de las obligaciones esenciales puede ser invo-
cado por ambas partes, dado que son indispensables para que el contrato alcance su finali-
dad y satisfaga sus intereses.
La normatividad, como se señaló anteriormente, concede algunas prerrogativas a favor
de la entidad. Por ejemplo, en el incumplimiento de una obligación no esencial por parte del
contratista, faculta a la entidad a resolver el contrato por esta causal. Sin embargo, no es po-
sible que el contratista ejerza su potestad de resolución ante el incumplimiento de una obli-
gación no esencial de esta. Por otro lado, el contratista solo puede resolver el contrato por
incumplimiento injustificado de las obligaciones esenciales de la entidad y, en el caso de que
este incumplimiento no se encuentre determinado en el contrato como obligación esencial,
el contratista solo podrá invocarlo cuando su naturaleza sea importante o de tal gravedad
que impida que este pueda cumplir sus obligaciones. Por ejemplo, si la continuación en la
ejecución de los trabajos por parte del contratista depende de una autorización que deba ser
expedida por otra entidad del Estado y en el contrato se ha previsto como una obligación a
cargo de la entidad, se enfrentaría un incumplimiento de obligación esencial.
Cuando se invoque la acumulación del monto máximo de penalidad por mora u otras
penalidades como causal de resolución de contrato, a diferencia de las otras causales, la
entidad puede resolver sin requerir previamente el cumplimiento o cuando el incumpli-
miento invocado no se pueda revertir. En estos casos, basta que la entidad comunique al
contratista, mediante carta notarial, la decisión de resolver el contrato sin la necesidad de
realizar el apercibimiento previo mediante carta notarial. Por ejemplo, en un contrato de
obra para la ejecución de un cerco perimétrico, si esta se ha ejecutado en su totalidad fuera
de los linderos establecidos en el expediente técnico. Entonces, sería un incumplimiento
insubsanable, pues se tendría que demoler todo el cerco para construir uno nuevo en los
linderos que determina el expediente técnico de obra.
De la Puente y Lavalle (2001) señala que la resolución deja sin efecto la relación ju-
rídica patrimonial, la convierte en ineficaz. De esta manera, las partes ya no se encuentran
ligadas, en el sentido de que ya no subsiste el deber de cumplir las obligaciones que la cons-
tituyen ni consecuentemente ejecutar las respectivas prestaciones.
2.1 ¿En qué casos procede una resolución parcial del contrato?
En el artículo 165 del RLCE, se establece que, si alguna de las partes falta al cumplimiento
de sus obligaciones, la parte perjudicada requiere, mediante carta notarial, que las ejecute
en un plazo no mayor de cinco días en caso de bienes, servicios y consultorías, el cual se
puede extender, incluso, hasta 15 días. Al tratarse de ejecución de obras, el plazo concedido
debe ser de 15 días. Cuando este vence, la parte perjudicada puede resolver el contrato en
forma total o parcial.
De la exégesis de la norma, se contempla que cualquiera de las partes puede resolver el
contrato parcialmente, la cual solo involucraría a aquella parte afectada por el incumplimiento,
y siempre que sea separable e independiente del resto de las obligaciones contractuales,
En la Opinión 001-201 9-DTN, se menciona que, para realizar una resolución parcial
de contrato, se deben cumplir los siguientes presupuestos: (i) se debe señalar expresa-
mente qué parte del contrato se deja sin efecto; (ii) esta parte debe ser separable e inde-
pendiente del resto del contrato; y (iii) la resolución del total del contrato puede afectar los
intereses de la entidad, lo cual se debe sustentar debidamente.
Frecuentemente, se observan arbitrajes con controversias relacionadas con resolu-
ciones de contrato parciales, en las cuales no se identifica si la prestación es divisible o
separable. Sin embargo, en la mayoría de los casos, es un error muy común considerar
que corresponde una resolución parcial cuando el contratista valorizó un porcentaje de
avance de obra y quedó pendiente un saldo por ejecutar. En principio, se debe aclarar que
la valorización de una obra es la cuantificación económica del avance físico en la ejecución
de esta, realizada en un periodo determinado. De ninguna manera, se puede considerar
que este porcentaje de obra ejecutada es una prestación separable o divisible de las parti-
das pendientes de realizar. Estas partidas ejecutadas ya han producido sus efectos y se ha
pagado por ellos; existe un cumplimiento parcial, que es diferente a una resolución parcial.
Una obra es un contrato cuya prestación es un resultado futuro y la dilación en el tiempo
es necesaria para satisfacer el requerimiento de la entidad. Una obra a medio terminar no
satisface esta necesidad.
El análisis debe partir por el cumplimiento del objetivo del contrato. Si esta finalidad
no se cumple en ningún extremo y, además, no se observa la condición de “separable e in-
dependiente”, se trataría de una misma obligación.
En los contratos de bienes, servicios o consultorías, de igual forma, no basta que el
contratista cumpla una parte de sus obligaciones contractuales y queden obligaciones in-
conclusas. Para que proceda la resolución parcial de contrato, no es adecuado considerar
las prestaciones cumplidas como una parte divisible; la divisibilidad se debe identificar en
la naturaleza de las prestaciones del contrato.
En los supuestos, sin embargo, de ruptura anticipada del contrato por culpa del contratista se
consagra una solución sin precedentes: la de la plena compatibilidad entre la incautación de
la fianza y la indemnización por daños y perjuicios; esto es, la extinción anticipada del vinculo
[sic] contractual origina siempre la pérdida de la fianza y además, el contratista deberá indem-
nizar a la Administración los daños y perjuicios.
y que los que contraten con el Estado sean diligentes. Por ello, la legislación sanciona
drásticamente el incumplimiento de las obligaciones pactadas atribuibles al contratista
que conlleven la resolución de contrato. Como se ha señalado previamente, la sanción por
estos incumplimientos, independientemente de que el daño sea menor, es que se ejecute el
total de la garantía entregada a la firma del contrato. Por esta razón, se denomina garantía
de fiel cumplimiento.
En el literal “b” del artículo 155 del RLCE, se prescribe lo siguiente:
tiene como tope máximo otro 10%. Este tipo de penalidades se calcula mediante una fór-
mula establecida en el reglamento.
Respecto al daño emergente, se demuestra con los pagos realizados como contra-
prestación y se solicita la restitución de estos, siempre que el incumplimiento parcial no
sea en nada útil a la entidad.
Para Dávila Gonzales (1992), la garantía definitiva no representa la determinación
anticipada de la eventual responsabilidad del contratista. Así, esta no actúa como sistema
de determinación objetiva de dicha responsabilidad; en todo caso, constituye una medida
que asegura a la Administración la efectividad inmediata, aunque parcial, de las indemniza-
ciones debidas por el contratista como consecuencia de la resolución del contrato. Por ello,
a diferencia de lo que sucede con las cláusulas penales, no revela al acreedor de la prueba
de los daños producidos.
Existen diversas opiniones emitidas por la Dirección Técnico Normativa del OSCE, en
las cuales se señala que la garantía de fiel cumplimiento presenta una doble función: com-
pulsiva y resarcitoria. Es compulsiva, pues lo que busca es compeler u obligar al contratista
a cumplir todas sus obligaciones contractuales, bajo apercibimiento de ejecutar las garan-
tías presentadas por este. Es resarcitoria, ya que lo que se pretende a través de su ejecución
es indemnizar a la entidad por los eventuales daños y perjuicios que haya sufrido debido al
incumplimiento de las obligaciones del contratista (Opinión 015-2018/DTN OSCE).
Si bien la sanción es severa, se cumple el principio de seguridad jurídica debido a
que se encuentra dispuesto en la normatividad y lo que busca es compulsar al contratista
a que efectúe lo pactado; es decir, disuadirlo de cualquier incumplimiento, ya sea parcial o
total. La drasticidad de esta sanción, de alguna forma, es una amenaza para exigir el cum-
plimiento total, cuyo temor puede motivarlo a realizar lo pactado.
La Dirección Técnico Normativa del OSCE se ha pronunciado, mediante la Opinión
017-2019, ante la consulta de si corresponde ejecutar la carta fianza de fiel cumplimiento de
forma parcial, en proporción de su incumplimiento, una vez que quedó consentida la reso-
lución parcial del contrato, aplicando el artículo 169 del RLCE. Así, concluye que “la Entidad
se encontraba facultada a ejecutar la garantía de fiel cumplimiento en su totalidad, indepen-
dientemente de la naturaleza de la prestación incumplida que motivaba dicha resolución”.
Cabe señalar que las opiniones emitidas por el OSCE tienen carácter vinculante mientras no
fueran modificadas por otra opinión posterior, las cuales deben ser observadas por los ope-
radores en materia de contratación pública al momento de su aplicación.
En el ejemplo del contrato de elaboración del expediente técnico, cuando se re-
suelva por causa imputable al contratista, se ejecutará la fianza de fiel cumplimiento y, de
corresponder, se aplicarán las penalidades pactadas en la cláusula penal, además de solici-
tar la devolución de la contraprestación que se haya pagado por los primeros entregables.
Las consecuencias del incumplimiento han terminado desalentando a muchos a contratar
con el Estado.
Finalmente, mientras menor sea el daño que el incumplimiento culpable del con-
tratista causa a la entidad, más alta será la cantidad ejecutada reflejada en la garantía de
fiel cumplimiento como concepto compensatorio. Sin duda, mientras mayor sea el cumpli-
miento, la afectación por la ejecución de la garantía será también mayor y, a menor cumpli-
miento, se ejecutará el mismo monto porque así lo establece la ley.
Reflexiones finales
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borados%2520por%2520el%2520OSCE/Opiniones_2019/017-19%2520-%2520
14199423%2520-%2520JORMEL%2520SAC.docx+&cd=1&hl=qu&ct=clnk&gl=pe
Fahrenheit 451, escrita por Ray Bradbury, es una novela de ciencia ficción que fue pu-
blicada en 1953. Esta obra presenta una sociedad imaginaria y de características nada
deseables, donde la lectura y la posesión de libros se encuentran totalmente prohibidas y
en la que los bomberos, en lugar de apagar incendios, cumplen la misión de quemar todo
libro que hallen ante la falsa creencia de que el conocimiento y el pensamiento crítico
atentan contra la felicidad.
La novela de Bradbury muestra un mundo inverosímil e incoherente tan insostenible
e ilógico como si nos encargaran escribir una novela en la que el Estado pudiera resolver un
contrato sin motivo alguno y que no respondiera por ello. Tan absurdo e impensable como
si se incluyera en esa novela que un proveedor demanda al Estado y obtiene millones de
soles por concepto de reparación por daño moral, aunque este no se encuentre mínima-
mente acreditado.
Evidentemente, se trata de una novela atroz, impensable e ilógica como algunos in-
comprensibles laudos —la minoría— que se pueden encontrar en internet2.
Sin duda, existen grandes diferencias entre la normativa de contratación pública y
la de contratación privada. El legislador ha establecido criterios particulares, distintos de
1 Integrante de la nómina de árbitros del Centro de Arbitraje de la Cámara de Comercio de Lima, de la PUCP y de
la Cámara de Comercio Americana del Perú (AMCHAM). Inscrito en el Registro Nacional de Árbitros de OSCE
(RNA-OSCE). Profesor en las Facultades de Derecho de la PUCP, de la UNMSM, de la UPC y de la Universidad del
Pacífico (UP).
2 En el Perú, los laudos sobre temas relativos a la contratación pública tienen la inmensa virtud de ser públicos (para
el caso de adquisición de bienes, servicios u obras por parte del Estado). La normativa especial en contratación
pública obliga a los árbitros a publicitar los laudos registrándolos en una plataforma web de información sobre
compras públicas llamada Seace.
lo regulado en el Código Civil, para temas de contratación pública como (i) la resolución
contractual, que cuenta con un procedimiento resolutorio especial y estricto; (ii) la pena-
lidad por mora, que se debe calcular en función de una fórmula establecida por la norma;
y (iii) la situación de mora automática respecto del incumplimiento del proveedor, entre
otros aspectos.
No obstante, una de las principales diferencias entre la normativa de contratación con
el Estado y la normativa civil radica en que la primera es de carácter imperativo, lo cual dista
de lo que ocurre en materia civil y comercial, donde las normas generalmente son supleto-
rias de la voluntad de las partes, como lo dispone el artículo 1356 del Código Civil.
Muchos temas contractuales son diferentes entre la contratación pública y la pri-
vada. Sin embargo, sobre el tema de responsabilidad en la contratación pública, por regla
general3, el legislador ha preferido no desarrollar reglas particulares que sean distintas a
las de la contratación privada.
Si bien es cierto que existen normas de contratación pública que aluden al resar-
cimiento del daño —por ejemplo, el supuesto del numeral 36.2 del artículo 36 del TUO
de la LCE, el cual establece que “cuando se resuelva el contrato por causas imputables
a alguna de las partes, se debe resarcir los daños y perjuicios ocasionados”—, la norma
especial no establece más que la obligación de resarcir. No dispone qué elementos, pre-
supuestos o requisitos especiales son necesarios para resarcir el daño en el ámbito de la
contratación pública.
Esto implica que la normativa de contratación con el Estado ha permitido que los
temas acerca del resarcimiento de daños se regulen supletoriamente por las mismas reglas
y criterios de la responsabilidad civil de nuestro Código Civil.
Por ello, la responsabilidad civil en la contratación pública se funda y se regula suple-
toriamente por las normas de responsabilidad del derecho privado, es decir, por las dispo-
siciones del Código Civil; y no podría ser de otra manera, ya que se trata de responsabilidad
en el ámbito de los contratos y eso no se debe olvidar.
Esto es posible debido a que el numeral 45.10 del artículo 45 del TUO de la Ley de
Contrataciones del Estado establece lo siguiente:
3 En esta investigación, se sostiene que, por regla general, se mantienen los criterios de la contratación privada, pues
existen supuestos específicos y excepcionales en los que la regulación especial establece indemnizaciones tasadas
en las que no serán aplicables los criterios que se desarrollan en el presente artículo. Por ejemplo, el numeral 207.5
del artículo 207 del Reglamento de la LCE, el cual dispone lo siguiente: “207.5. En caso [de] que la resolución sea
por causa atribuible a la Entidad, esta reconoce al contratista, en la liquidación que se practique, el cincuenta por
ciento (50%) de la utilidad prevista, calculada sobre el saldo de obra que se deja de ejecutar, actualizado mediante
las fórmulas de reajustes hasta la fecha en que se efectúa la resolución del contrato”.
Cabe resaltar que, en este trabajo, no se sostiene que se dejen de aplicar las normas
especiales de la contratación pública. Cuando existe una norma especial que establece
reglas sobre un determinado tema, son estas las que se deben aplicar en contratación pú-
blica por el carácter imperativo de dicha normativa. Sin embargo, ante los vacíos de la re-
gulación contractual, la propia norma especial, es decir, la LCE, establece la posibilidad de
aplicar también las normas de derecho privado en defecto de las especiales. Esto admite la
aplicación de reglas de responsabilidad, contratos y obligaciones; ya que, aunque haya sido
suscrito por una entidad del Estado, el contrato público es, por naturaleza, un contrato.
En consecuencia, para que un pedido resarcitorio en materia de contratación pública
sea jurídicamente amparable, se deben aplicar supletoriamente las normas del Código Civil
referidas a responsabilidad contractual, entre ellas, el artículo 13214. Así, es de importante
consideración la doctrina civilista que desarrolla los alcances de esta normativa.
Así, el resarcimiento del daño procederá si es que se verifica la concurrencia de
cuatro elementos5.
4 “Queda sujeto a la indemnización de daños y perjuicios quien no ejecuta sus obligaciones por dolo, culpa inexcusa-
ble o culpa leve.
El resarcimiento por la inejecución de la obligación o por su cumplimiento parcial, tardío o defectuoso, comprende
tanto el daño emergente como el lucro cesante, en cuanto sean consecuencia inmediata y directa de tal inejecución.
Si la inejecución o el cumplimiento parcial, tardío o defectuoso de la obligación, obedecieran a culpa leve, el resar-
cimiento se limita al daño que podía preverse al tiempo en que ella fue contraída”.
5 En general, son cuatro los elementos o presupuestos para que exista obligación de resarcir el daño; sin embargo,
otros autores sostienen que son cinco. Sobre esto, Marco Ortega (2011) señala que “por nuestra parte, sobre la
base de lo propuesto en nuestro medio por Taboada y Espinoza, postulamos que se trata finalmente de cinco pre-
supuestos constitutivos, aunque realizando la precisión de que el orden en que son enunciados a continuación es
absolutamente ajeno al que le corresponda probablemente por su contenido conceptual. La responsabilidad civil
demanda necesariamente de antijuridicidad, daño, causalidad, atribución e imputabilidad” (p. 59).
pese a su ubicación, la premisa a partir de la cual se construye esa norma es aplicable a todo
el Derecho de Obligaciones. Por lo mismo, lo allí previsto no sólo se debe leer respecto de las
obligaciones de dar, sino también respecto de las obligaciones de hacer y de no hacer (Oster-
ling, 2008, p. 448).
b. Imputabilidad. Para que exista obligación de resarcir, no basta la acreditación del in-
cumplimiento, también es necesario que sea injustificado.
De la normativa de contratación con el Estado se colige que, por lo general, no exis-
ten consecuencias jurídicas solo por incumplimiento del deudor; además, este debe ser
injustificado. Así, se dispone, por ejemplo, en las normas relativas a las penalidades6 o en
la facultad de resolver el contrato7 (mecanismos de tutela del acreedor que requieren la
presencia de causa imputable para ser ejercidos por este).
6 En el numeral 162.1 del artículo 162 del RLCE, se dispone que “en caso de retraso injustificado del contratista en
la ejecución de las prestaciones objeto del contrato, la Entidad le aplica automáticamente una penalidad por mora
por cada día de atraso […]”.
7 En los literales “a” y “c” del numeral 164.1 del RLCE, se dispone que “la Entidad puede resolver el contrato […] en
los casos en que el contratista:
a. Incumpla injustificadamente obligaciones contractuales, legales o reglamentarias a su cargo, pese a haber sido
requerido para ello;
b. […]
c. Paralice o reduzca injustificadamente la ejecución de la prestación, pese a haber sido requerido para corregir
tal situación”.
8 En el numeral 36.2 del artículo 36 de la LCE, se alude de forma expresa a la causa no imputable como sinónimo de
injustificado cuando expresa lo siguiente: “Cuando se resuelva el contrato por causas imputables a alguna de las
partes, se debe[n] resarcir los daños y perjuicios ocasionados […]”.
La referencia al término causa imputable, establecida por la normativa de contratación con el Estado para el su-
puesto de la resolución contractual, aplica para otros supuestos en los que la norma utiliza el término injustificado
para la aplicación de penalidad o la obligación de resarcir el daño.
9 Se trata de una presunción iuris tantum: verificado el incumplimiento, se presume que es por culpa del deudor,
salvo que pruebe lo contrario.
10 Respecto a la diligencia ordinaria requerida, el artículo 1314 del Código Civil dispone lo siguiente: “Quien actúa con
la diligencia ordinaria requerida, no es imputable por la inejecución de la obligación o por su cumplimiento parcial,
tardío o defectuoso”.
11 En el artículo 1315 del Código Civil, se establece que “caso fortuito o fuerza mayor es la causa no imputable, consis-
tente en un evento extraordinario, imprevisible e irresistible, que impide la ejecución de la obligación o determina
su cumplimiento parcial, tardío o defectuoso”. Cabe indicar que autores como Gastón Fernández Cruz y Leysser
León Hilario sostienen que no es necesario la presencia conjunta de las tres características expresadas por el
Código Civil (evento extraordinario, imprevisible e irresistible) para determinar un supuesto de caso fortuito o
fuerza mayor. Fernández, G. & León, L. (2004). Comentarios al artículo 1315 del Código Civil. En AAVV. Código Civil
comentado. Derecho de obligaciones [tomo VI]. Lima: Gaceta Jurídica. Sin embargo, al igual que Felipe Osterling
Parodi y Mario Castillo Freyre, y por lo expresado en el propio Código Civil, deben concurrir las tres características
para sostener la existencia de caso fortuito o fuerza mayor.
12 En el artículo 1317 del Código Civil, se reconoce que “el deudor no responde de los daños y perjuicios resultantes
de la inejecución de la obligación, o de su cumplimiento parcial, tardío o defectuoso por causas no imputables,
salvo que lo contrario esté previsto expresamente por la ley o por el título de la obligación”.
Respecto a la prueba del daño, en el artículo 1331 del Código Civil, se dispone que
“la prueba de los daños y perjuicios y de su cuantía también corresponde al perjudicado
por la inejecución de la obligación, o por su cumplimiento parcial, tardío o defectuoso”. Así,
para que proceda la indemnización, es indispensable que el daño haya sido debidamente
acreditado.
Arteaga (2005) sostiene que “los daños y perjuicios deben haberse producido efec-
tivamente y, por ello, deben ser probados y cuantificados por quien alega haberlos sufrido”
(p. 33). Sin embargo, aunque esa es la regla general en materia de resarcimiento, no se debe
negar que existen supuestos en los que el daño, pese a ser cierto y probado, no se puede
acreditar en su monto preciso por el perjudicado. En estos casos, de manera supletoria, se
puede aplicar el artículo 1332 del Código Civil, que establece que “si el resarcimiento no pu-
diera ser probado en su monto preciso, deberá precisarlo el juez con valoración equitativa”.
La aplicación de esta norma requiere que, al menos, el perjudicado haya acreditado sufrir
algún daño, así no pueda probar el monto (Osterling & Castillo, 2014).
d. Nexo causal. Es la relación que debe existir entre el daño y el elemento antijurídico.
En aplicación supletoria del artículo 1321 del Código Civil, no basta que exista cual-
quier relación entre el daño y el elemento antijurídico, sino que se deberá probar una que
implique que el primero sea una consecuencia inmediata y directa del segundo.
Cabe precisar que, para que exista la obligación de resarcir el daño, es indispensable
la concurrencia de todos y cada uno de los citados presupuestos constitutivos de la respon-
sabilidad. Si faltase algún elemento, no corresponde resarcir13.
En conclusión, las reglas de responsabilidad contractual en la contratación pú-
blica, por lo general, son acordes y coherentes con los criterios del ámbito civil. Este es
el mundo que conocemos, con sus virtudes e inconvenientes. No es un mundo sin reglas,
inverosímil, incoherente e ilógico como el de Fahrenheit 451, aunque algunos escasos
laudos parezcan proponerlo.
13 Al respecto, autores como Marco Antonio Ortega (2011) sostienen que “la responsabilidad civil, que implica final-
mente asignar a determinada persona la asunción de un pago indemnizatorio como consecuencia de un daño o
perjuicio generado, sea en el ámbito contractual o extracontractual, demanda con relación a dicha persona que se
cumpla lo que bien puede denominarse como elementos o presupuestos constitutivos, siendo que la ausencia de
uno solo de ellos es más que suficiente para que no se genere finalmente la referida obligación legal (heterónoma)
de indemnizar” (p. 59).
Osterling, F. & Castillo, M. (2008). Compendio de derecho de las obligaciones. Lima: Palestra
Editores.
Osterling, F. & Castillo, M. (2014). Tratado de las obligaciones [Vol. II]. Lima: ECB Ediciones.
1 Abogada por la UNMSM, con maestría en Gerencia Pública por la Escuela de Posgrado de la Universidad Continental
y estudios de Administración de Negocios Internacionales por la Asociación de Exportadores (ADEX). Especialista
en Gestión Pública, Arbitraje en las Contrataciones del Estado y Derecho Comercial. Becada por el Departamento
para la Gestión Pública efectiva de la Organización de Estados Americanos para ser capacitada en temas de go-
bierno abierto, cuenta con diplomados y cursos de especialización en áreas como gestión pública, arbitraje en las
contrataciones con el Estado, obras públicas, derecho corporativo, defensa de la competencia, protección al consu-
midor, propiedad intelectual, responsabilidad civil, entre otros. Actualmente, se desempeña como gerenta general
de la consultora jurídica Siete 24 Consulting y árbitro en materia comercial.
Por tal motivo, se prohíbe que las entidades públicas impongan exigencias y forma-
lidades costosas e innecesarias, ya que el objetivo de la LCE es establecer condiciones de
competencia efectiva en los procedimientos de contratación que tiene la entidad en la toma
de sus decisiones o accionar frente a los proveedores, tales como la prohibición de exigir
obligaciones desproporcionadas a los proveedores, el impedimento de restringir la compe-
tencia, y el resguardo de una razonable relación de equivalencia y proporcionalidad de las
prestaciones y derechos de las partes, sin perjuicio de las facultades que corresponden al
Estado en la gestión del interés general.
Al respecto, en el estudio “Cálculo del nivel de competencia en el procedimiento clá-
sico y subasta inversa 2015”2, elaborado por la Oficina de Estudios e Inteligencia de Nego-
cios del OSCE a partir de la información registrada en el Seace, se indica que en el proce-
dimiento de selección clásico solo se presentaron, en promedio, 1,8 postores para ofrecer
servicios, siendo este el porcentaje más bajo comparado con otros tipos de procedimientos
clásicos. Este problema se debe a diversas causales como el desconocimiento de la norma-
tiva de contrataciones, la percepción negativa del Estado como mal pagador, la corrupción,
entre otros.
Del referido informe, se puede rescatar la data estadística que se señala a continuación:
Promedio de Propuesas
Modalidad Objeto N° ítems
Presentadas
Bienes 53 556 1.9
Procedimiento
Servicios 41 354 1.8
Clásico
Obras 5 200 2.3
Subasta Inversa Bienes 2 761 4.2
Electrónica Servicios 21 2.3
Subasta Inversa Bienes 3 482 2.8
Presencial Servicios 21 2.5
Bienes 996 2.6
Petroperú Servicios 1 454 1.4
Obras 16 2.9
Bienes 2 666 1.9
Otros Régimenes Servicios 2 304 2.2
Obras 70 2.0
Fuente: SEACE
Elaboración: Oficina de Estudios e Inteligencia de Negocios
Los datos analizados datan de hace cinco años; sin embargo, esta información no ha
variado mucho a la fecha, pues la oferta de bienes y servicios se mantiene muy baja en las
contrataciones públicas con procedimientos de selección clásicos, a excepción de aquellos
que actualmente gestiona Perú Compras3, en los cuales la competencia es efectiva, entre
otros factores, por el uso de mecanismos electrónicos y tecnologías de la información.
En el estudio “Estimación de la participación de la micro y pequeña empresa (mype)
en el mercado estatal - año 2016”, elaborado por la Oficina de Estudios e Inteligencia de
Negocios del OSCE, se establece que, a nivel de contrataciones del Estado, entre 2013 y
2016, la cantidad de proveedores mypes ha disminuido drásticamente, tal como se puede
apreciar en el siguiente gráfico.
Fuente: SEACE/SUNAT
Elaboración: Oficina de Estudios e Inteligencia de Negocios - OSCE
Fuente: “Estudio de estimación de la participación de la micro y pequeña empresa
(mype) en el mercado estatal - año 2016”, por la Oficina de Estudios e Inteligencia
de Negocios, 2017, Lima: OSCE.
Inclusive, en atención al referido informe del OSCE, se establece que, a la fecha, existe
una regla donde la participación de las mypes es inversamente proporcional al incremento
del valor de las contrataciones4. Por lo tanto, se concluye que si las entidades no calculan
3 Perú Compras es una entidad pública que fue creada mediante el Decreto Legislativo 1018 el 3 de junio de 2008 y,
a partir del 18 de marzo de 2016, ejerce funciones.
4 Sobre la participación de las mypes, en el informe “Estimación de la participación de la micro y pequeña empresa
(mype) en el mercado estatal - año 2016”, el OSCE determinó lo siguiente: “En líneas generales, la participación de
la MYPE es mayor en contrataciones de menor monto, conforme se incrementa el valor de las contrataciones, se
reduce su participación. En esa línea, durante la vigencia del Decreto Legislativo 1017, el mayor monto adjudicado
por la MYPE se concentró principalmente en los procedimientos de Adjudicaciones Directas (Públicas y Selectivas)
y de Menor Cuantía con 65.4%, mientras que, en el año 2016, la participación MYPE en las Adjudicaciones Simpli-
ficadas es superior al 70%. En contraste, la participación de este sector empresarial en las [sic] Concursos y Licita-
ciones Públicas es notablemente inferior. No obstante, si se compara [sic] los resultados del año 2016 respecto al
2015, se aprecia que en estas contrataciones hay un incremento de la participación de la MYPE”.
los que opere la distorsión de mercado en perjuicio de los proveedores; por consiguiente,
corresponde dictar medidas que permitan reparar los daños producidos por la Administra-
ción pública, toda vez que las pérdidas del contratista mype podrían conducirlo, incluso, a
un posible estado de insolvencia, dependiendo de la gravedad del caso.
Si se permite que la Administración pública realice un uso ineficiente y despropor-
cionado de la prerrogativa ius variandi contra los proveedores, se abre la posibilidad de
que el Estado accione incorrectamente y, a su vez, se mantiene la situación de distorsión de
mercado que conlleva un grave perjuicio a los empresarios por las causas que siguen:
5 Para mayor información, revisar el documento que contiene el capítulo I del curso Cómo Venderle al Estado, en el
En los servicios contratados bajo el sistema a suma alzada [cursivas añadidas], no es posi-
ble reducir o aumentar el monto del contrato en función a las prestaciones ejecutadas por el
contratista, sino que debe pagarse el monto total de su oferta económica [cursivas añadidas].
Excepcionalmente, si la Entidad ejerce la potestad de ordenar la ejecución de prestaciones
adicionales o reducciones, el monto original podrá ser modificado.
frente al contratista, a efectos de permitir que cubra la inversión requerida para satisfacer el
objeto de contratación y la legítima expectativa ofrecida por la entidad al convocar un proce-
dimiento en el que se adjudica la buena pro por una determinada oferta económica.
En atención a lo anteriormente mencionado, se debe indicar que uno de los nuevos
problemas que se está arraigando en las contrataciones de bienes y servicios, en el sistema
de precios unitarios, es la ejecución de montos ínfimos respecto a los establecidos en los
contratos, incluso cuando supuestamente estos valores han sido calculados con anticipa-
ción a partir de la información de la que dispone la entidad como (i) contrataciones ante-
riores por el mismo concepto; (ii) la necesidad efectiva del área usuaria o el agotamiento
de la necesidad, que pueden ser coordinados e informados al interior oportunamente;
(iii) problemas en la gestión de recursos humanos; (iv) problemas de presupuesto y re-
ajuste por política estatal; y (v) manejo y control de las instalaciones, terrenos, predios,
gestión de contratos de arrendamiento, convenios interinstitucionales y afines, que pueden
ser previstos por la entidad, mas no por el proveedor, además de otros a los que no tiene
acceso el proveedor o contratista.
Cuando un proveedor postula y luego presenta su oferta económica en un procedi-
miento de contratación, sobre todo en los de mayor cuantía, deja entrever que confía en
que la entidad ha realizado un cálculo diligente basado en toda la información con la que se
cuenta al interior del Estado y, por ende, las bases reflejan el valor más aproximado a lo que
realmente se va a ejecutar. Esto debido a que, a la fecha, los proveedores todavía no tienen
acceso total a la información del Estado (Open Government o ‘Gobierno abierto’) ni cuentan
con las herramientas tecnológicas (big data) para el almacenamiento y análisis sistemático
de toda la información que les permita observar o cuestionar la cantidad aproximada que la
entidad requiere. Por esta razón, como no disponen de toda la información necesaria para
tomar una decisión informada, se amparan en la relación de buena fe8 entre los contratan-
tes (Retamozo, 2018).
Según esa lógica, es evidente que la ejecución que realice una entidad en el marco de
un contrato suscrito en el sistema de precios unitarios no puede representar el 10%, el 3%
ni el 1% del monto contractual de manera arbitraria. De lo contrario, no brinda seguridad
jurídica a la otra parte, además de afectar esencialmente el principio superior de la buena
fe en los negocios, mermándose toda expectativa del proveedor de satisfacer su interés
personal de ganancia a cambio de bienes o servicios que pone en el mercado.
8 Retamozo, A. (2018). Contrataciones y adquisiciones del Estado y normas de control. Análisis y comentarios
(12.a ed.). Lima: Gaceta Jurídica. Al respecto, citando a Rezzónico (1999), el autor expresa lo siguiente:
“La buena fe se define por oposición a la mala intención, al dolo y se configura en las relaciones contractuales, en
la ‘particular condición de espíritu de quien obra’, a través de ella se verifica[n] condiciones como la ‘honestidad, la
probidad y la lealtad de comportamiento’.
En la Doctrina se distingue buena fe subjetiva (buena fe-creencia) que es creer que se obra conforme a derecho, y
la buena fe objetiva (buena fe-probidad o buena fe-confianza), que implica una ‘regla de conducta de probidad que
genera en los demás la confianza de que será acatada”.
Por esta razón, entre las modificaciones del contrato, la LCE9 y su reglamento10
contemplan excepcionalmente la reducción de las prestaciones hasta el 25% del contrato
original, previa sustentación del área usuaria de la contratación que, además, debe ser
aprobada por la entidad. Asimismo, esta modificación no debe afectar el equilibrio econó-
mico-financiero del contrato; en caso contrario, la parte beneficiada debe compensar eco-
nómicamente a la perjudicada para restablecer dicho equilibrio, en atención al principio de
equidad.
Sobre el principio de equidad, Guzmán Napurí (2009) señala lo siguiente:
‘El contrato es ley entre las partes’. Esto es lo que se conoce como el principio del pacta sunt
servanda. De acuerdo con este principio una vez que el contrato se perfecciona, el mismo ori-
gina obligaciones entre las partes que no pueden ser modificadas unilateralmente.
Sin embargo, es posible que en el desenvolvimiento de un contrato, éste se vea alterado por
factores externos que hacen imperioso modificarlo, de lo contrario podría verse potencialmente
frustrado el cumplimiento del mismo [cursivas añadidas]. En esta línea podríamos identificar
al contrato como las reglas que establecen obligaciones y derechos a las partes. […] En caso
que los hechos o las partes quieran sobrepasar este nuevo marco normativo, ya no será posible la
modificación del contrato, sino procederá la resolución del mismo [cursivas añadidas] (p. 336).
[...] en un contrato suscrito bajo el sistema de precios unitarios la Entidad debe pagar al con-
tratista en función de aquello efectivamente ejecutado [cursivas añadidas], esto considerando
la naturaleza de dicho sistema, en el cual no se conoce con exactitud o precisión las cantidades
o magnitudes requeridas y se valoriza en relación con su ejecución real por un determinado
plazo [cursivas añadidas].
[...] la Entidad podrá ordenar reducciones hasta por el veinticinco por ciento (25%) del monto del
contrato original [cursivas añadidas]. Para tal efecto, se requiere la emisión de resolución previa
por parte del Titular o máxima autoridad administrativa de la Entidad, según corresponda.
Como puede advertirse, [...] la reducción de prestaciones en un contrato, es una potestad otor-
gada a la Entidad a través de la cual puede modificarse el precio o monto de un contrato inde-
pendientemente del sistema de contratación.
[...] Atendiendo a ello, la reducción de prestaciones en un contrato de servicios debe ser apro-
bada de manera excepcional y siempre que sea indispensable para alcanzar la finalidad del
contrato [cursivas añadidas]; de esta forma, el hecho generador de la reducción debe ser ad-
vertido durante la fase de ejecución contractual, por tanto, si dicha situación pudo ser adver-
tida en la fase de programación y actos preparatorios, se corroborará que las características
del servicio a contratarse no se definieron correctamente, responsabilidad que la Entidad debe
determinar [cursivas añadidas].
3. La responsabilidad civil
Leysser León (2016) define el concepto de responsabilidad civil como una institución inte-
grada por “un sistema de reglas orientadas hacia el restablecimiento de un statu quo pre-
existente, alterado en sentido negativo por un evento dañoso” (p. 32); y como obligación
al ser “el compromiso de resarcimiento de daños que se impone a aquel que resulte con-
siderado ‘civilmente responsable’, sea por el dictado directo de una norma jurídica, o bien
como resultado de un ‘juicio’, o sea, de una operación intelectiva practicada por el juzgador
(magistrado o árbitro) a la luz del marco normativo” (p. 32).
En la normativa de contrataciones del Estado, hay una distinción muy marcada sobre
la responsabilidad civil: por un lado, la de los proveedores y, por otro, la del Estado, a través
de sus distintas organizaciones creadas de acuerdo con la ley y los órganos desconcen-
trados, con autonomía y capacidad para gestionar sus contrataciones, sin perjuicio de la
responsabilidad funcional del personal.
Por ejemplo, el artículo 36 de la LCE es general, pues aborda el tema del resarci-
miento por resolución del contrato por causas imputables a alguna de las partes. Asi-
mismo, en el artículo 45, se dispone que no procede solicitar indemnización sobre los
adicionales de obra mediante los mecanismos alternativos de solución de conflictos
(conciliación, arbitraje, Junta de Resolución de Disputas), sino únicamente por la vía
judicial.
Sucede igual con el reglamento, aprobado por el Decreto Supremo 344-2018-EF, dado
que el resarcimiento está orientado a los casos de obras y se encuentra en el artículo 176.8.
Este dispone que el contratista puede iniciar el procedimiento de resolución del contrato
por causal de la entidad, y fijar los topes mínimos y máximos para calcular el resarcimiento.
Finalmente, en el artículo 176.10, se exonera del pago del resarcimiento a la entidad por
supuestos específicos como el caso fortuito o fuerza mayor.
En el artículo 166, numeral 1 y 2, del reglamento11, se contemplan los efectos de la
resolución del contrato cuando la parte perjudicada es el Estado o el contratista. Además,
se dispone que, si esta última es la afectada, la entidad debe reconocer la indemnización
por los daños irrogados bajo responsabilidad del titular de la entidad.
Por lo tanto, la normativa de responsabilidad civil en las contrataciones del Estado es
dispersa, y se confunden los conceptos de indemnización y resarcimiento para atribuirles
los mismos efectos cuando, en realidad, uno deriva de la tutela resarcitoria aquiliana o extra-
contractual y lo correcto sería abarcar la tutela resarcitoria por incumplimiento de obliga-
ciones. Entonces, el tribunal arbitral deberá identificar el incumplimiento de una obligación
pactada en el contrato y reconocer el resarcimiento a partir del daño efectivamente probado.
Retomando el problema de la ejecución contractual ejecutada de manera ínfima por
la entidad en el sistema de precios unitarios, cabe preguntarse si es posible reconocer el
derecho del proveedor a ser resarcido por las pérdidas económicas derivadas del dinero
invertido para cumplir los requisitos de la postulación y los establecidos en el contrato para
ejecutar la prestación. A nuestro parecer, la respuesta es que sí corresponde, sobre todo,
en aquellos casos en los que la entidad comete graves errores en la valorización y convoca
procedimientos de mayor cuantía como la licitación o el concurso públicos, en vez de uno
que atienda la necesidad real de la entidad como un procedimiento de menor cuantía cuyas
prestaciones se encuentran por debajo de las 8 UIT.
Para el caso, el árbitro, al otorgar el resarcimiento, debe verificar que el proveedor
acredite fehacientemente el daño y demuestre la pérdida económica de la inversión en la
que incurrió para cumplir una obligación que no fue ejecutada, así como la utilidad pro-
yectada en el tope máximo permitido para la reducción, de ser el caso, entre otros. Sin em-
bargo, en tanto no existan topes mínimos y máximos para el resarcimiento en la prestación
11 Los demás artículos que tratan sobre indemnización en las contrataciones del Estado y el reglamento son el 204.1
y el 243.3, los cuales regulan los casos de obras.
de bienes y servicios —como sí ocurre en el caso de obras—, estos límites quedarán a dis-
creción del tribunal arbitral hasta que sean regulados por la ley.
12 El OSCE tiene un espacio donde se analizan los laudos e identifican cuáles fueron los errores en los que las entida-
des habrían incurrido durante la gestión de la contratación, por lo cual perdieron los arbitrajes iniciados por los
contratistas en un periodo determinado. Los informes pueden ser revisados en el siguiente enlace: https://portal.
osce.gob.pe/arbitraje/content/analisis-de-laudos
13 Perú Compras ha emitido una Guía de recomendaciones y buenas prácticas para la elaboración de estudios de mer-
cado. En esta, se establecen normativas para la elaboración de estudios de mercado en las compras públicas, a
fin de que las entidades puedan establecer y desarrollar criterios razonables para el cálculo del valor referen-
cial, el cual permite determinar el procedimiento de selección adecuado a convocar. Para más información, ver
el siguiente enlace: https://www.perucompras.gob.pe/archivos/observatorio/RECOMENDACIONES_Y_BUENAS_
PRACTICAS_ALTAS.pdf
14 Indecopi, uniendo esfuerzos con el OSCE y Perú Compras, emitió el documento denominado Guía para combatir
la concertación en las contrataciones públicas, cuya finalidad es proporcionar herramientas para advertir posibles
indicios de conductas anticompetitivas al interior de las compras públicas y fomentar la competencia efectiva en el
marco legal vigente. Para más información, consultar en el siguiente enlace: https://www.indecopi.gob.pe/docu-
ments/51771/2961200/Gu%C3%ADa+de+Libre+Competencia+en+Compras+P%C3%BAblicas/
una guía de referencia internacional para dotar a las organizaciones de un sistema de gestión
de compliance (cumplimiento normativo), con el objetivo de evitar los diferentes riesgos que
se producen por el incumplimiento legal, es decir, disminuir los riesgos que existen de sufrir
sanciones, multas, contingencias, daños, etc.17.
15 Ley 30737
“Artículo 21. Implementación de programas de cumplimiento
21.1. Dentro del plazo de noventa días hábiles desde la entrada en vigor de la presente ley, las personas incluidas
en el artículo 15, deben iniciar la implementación de un modelo de cumplimiento [cursivas añadidas] adecuado a
su naturaleza, riesgos, necesidades y características, consistente en medidas de vigilancia y control idóneas para
prevenir la futura comisión de delitos o para reducir significativamente el riesgo de su comisión [cursivas añadidas].
21.2. El contenido del modelo de cumplimiento, atendiendo a las características de la persona jurídica, se desa-
rrolla conforme lo dispuesto en la Ley 30424, modificada por el Decreto Legislativo 1352 y su reglamento, sin
perjuicio de que las personas jurídicas lo implementen con elementos adicionales basados en el ISO 19600 y 37001
[cursivas añadidas] u optando por mayores estándares sobre la materia.
[...]”.
16 Ley 30424
“Artículo 17. Eximente por implementación de modelo de prevención
[...]
17.2. El modelo de prevención debe de contar con los siguientes elementos mínimos [cursivas añadidas]:
17.2.1. Un encargado de prevención [cursivas añadidas], designado por el máximo órgano de administración de la
persona jurídica o quien haga sus veces, según corresponda, que debe ejercer su función con autonomía [cursivas
añadidas]. Tratándose de las micro, pequeña y mediana empresas, el rol de encargado de prevención puede ser
asumido directamente por el órgano de administración.
17.2.2. Identificación, evaluación y mitigación de riesgos para prevenir la comisión de los delitos [cursivas añadidas]
previstos en el artículo 1 a través de la persona jurídica.
17.2.3. Implementación de procedimientos de denuncia.
17.2.4. Difusión y capacitación [cursivas añadidas] periódica del modelo de prevención.
17.2.5. Evaluación y monitoreo continuo del modelo de prevención [cursivas añadidas].
El contenido del modelo de prevención, atendiendo a las características de la persona jurídica, se desarrolla en el
Reglamento de la presente Ley. En caso de la micro, pequeña y mediana empresa, el modelo de prevención será
acotado a su naturaleza y características y solo debe contar con alguno de los elementos mínimos antes señalados.
17 Para más información sobre el ISO 19600, consultar el siguiente enlace: https://www.isotools.org/2017/01/19/
la-norma-iso-19600-realizar-cumplimiento-legal/
Reflexiones finales
• Las entidades del Estado que generen un daño al proveedor derivado del
incumplimiento de sus obligaciones se deben responsabilizar por lo acaecido.
• Los principios de concurrencia, competencia y equidad tienen como finalidad
promover la participación de proveedores en los diversos procedimientos de selección,
e impiden exigir obligaciones desproporcionadas a los proveedores y restringir la
competencia, así como el resguardo de una razonable relación de equivalencia y
proporcionalidad de las prestaciones y de los derechos de las partes.
• La participación de las empresas mypes en un procedimiento de selección es
inversamente proporcional al incremento del valor de las contrataciones; por tal
motivo, la entidad debe fomentar la participación de este sector empresarial que, en
el Perú, es mayoritario.
• En un contrato de servicios o bienes a precios unitarios, puede suceder que su
ejecución real sea menor que la inicialmente programada; sin embargo, esa reducción
no podrá sobrepasar el límite del 25% establecido en la ley y en su reglamento.
• Cuando la entidad ejecuta un porcentaje ínfimo del contrato como el 1%, el 5% o el
10%, el escenario ideal sería brindarle al contratista la oportunidad de continuar
con la prestación prolongando el plazo dentro del tiempo permitido por ley, a fin
de facilitar el cumplimiento de la mayor parte de la prestación, especialmente en
aquellos casos donde la necesidad persiste porque se trata de una obligación
permanente de la entidad para cumplir sus fines institucionales.
• Cuando la entidad ejecuta un porcentaje ínfimo respecto a lo pactado en el contrato,
se afecta directamente el interés y las expectativas del proveedor de obtener un
beneficio económico.
• La relación entre la entidad y el proveedor se fundamenta en un principio de buena fe en
los contratos, dado que este no cuenta aún con la información suficiente ni sistematizada
para la toma eficiente de decisiones que le permita realizar objeciones u observaciones
sobre el cálculo del valor estimado propuesto por la entidad en las bases.
Capcha, O. (2017). Las contrataciones y adquisiciones del Estado. Lima: Gaceta Jurídica.
Indecopi. (2018). Guía para combatir la concertación en las contrataciones públicas. Recupe-
rado de https://www.indecopi.gob.pe/documents/51771/2961200/Gu%C3%A-
Da+de+Libre+Competencia+en+Compras+P%C3%BAblicas/
Meza, Y., Robles, M. & Yunque, A. (2018). Comentarios a la Ley de Contrataciones del Estado.
Concordancia con su reglamento. Lima: Jurista Editores.
OSCE. (2015). Cálculo del nivel de competencia en el procedimiento clásico y subasta inversa
2015. Recuperado de https://portal.osce.gob.pe/osce/sites/default/files/C%-
C3%A1lculo%20del%20Nivel%20de%20Competencia%202015%20vs3.pdf
Imagina que llegó la hora de independizarte. Estás emocionado porque has ahorrado una
importante cantidad de dinero y deseas invertirlo en tu primer hogar. Para ello, suscri-
bes un contrato con la constructora del edificio, gestionas una hipoteca con el banco y te
entregan tu departamento. Un año después, adviertes que las paredes del departamento
tienen filtraciones de agua provenientes de un edificio contiguo, lo cual ha generado fi-
suras y grietas. Ello, evidentemente, te provoca un disgusto y gastos innecesarios, tanto
monetarios como emocionales. Ahora bien, ¿qué ocurriría si esta falla afecta a más de 1000
personas y justamente el propietario de la obra no es una persona natural, sino el Estado?
Teniendo una necesidad pública que resguardar, este lanzó una licitación para la ejecución
de un proyecto que se materializó en una obra. Luego de que ya había sido entregada, se
empezaron a manifestar fallas que suscitaron desperfectos en la obra, tal vez a consecuen-
cia de un inadecuado proceso de construcción.
Mientras que en un contrato privado el reclamo sobre vicios ocultos se puede dirigir
a una sola parte, ya sea persona o empresa, en los contratos con el Estado participan dos
agentes: el contratista y la supervisión. El primero es siempre el responsable de ejecutar
el proyecto; el segundo, los ojos y las manos de la entidad a cargo de la supervisión de
1 Abogado por la PUCP. Profesor de la Facultad de Derecho de la Universidad Científica del Sur (Ucsur). Se desem-
peña como árbitro en distintas instituciones arbitrales y cuenta con un Máster en Dirección en Gestión de Proyec-
tos por la Universidad Rey Juan Carlos. Fundador de Peruvian Young Arbitrators (PYA) y miembro de la Sociedad
Peruana de Derecho de la Construcción.
Cuando las entidades contratan un bien, un servicio o la ejecución de una obra, no solo está
de por medio la satisfacción de una necesidad propia de la Entidad, sino que existe un fin
mayor que trasciende a la compra; este fin lo constituye la finalidad pública, y por medio de
ella el Estado —a través de las entidades— busca satisfacer las necesidades de la sociedad
(p. 100).
Como para ambos casos el plazo no puede ser inferior de siete años, se deja abierta
la posibilidad de que se pueda pactar un plazo mayor. Este se debe analizar junto con lo
establecido en el Código Civil, donde el plazo no puede ser mayor de diez años, en vista de
que es el máximo en relación con la prescripción y caducidad.
Según lo manifestado anteriormente, la ley ha sido clara al demarcar la responsa-
bilidad del contratista y del supervisor. Lo importante es que, cuando aparezca un vicio
oculto, la entidad será quien tenga que actuar. Frente a esto, lo primero que se debe anali-
zar es si se encuentra en el plazo de caducidad o no para que la contraparte asuma su res-
ponsabilidad, que, como se ha mencionado, corresponde a siete años. Sobre esto, también
es necesario referir lo indicado en el artículo 210.2 del RLCE, que manifiesta que las dis-
crepancias en cuanto a defectos o vicios ocultos son sometidas a conciliación o arbitraje,
y que el plazo de caducidad se cuenta a partir de la recepción de la obra hasta 30 días
hábiles posteriores al vencimiento del plazo de responsabilidad del contratista previsto
en el contrato; es decir, se está aludiendo a la responsabilidad de siete años desde el hito
de recepción de la obra.
entre otros, por los vicios ocultos del bien que no permitan destinarlo a la finalidad para
la cual fue adquirido o que disminuyan su valor, siendo esto último posiblemente tomado
como un requisito para considerar un daño como vicio oculto.
Dicha disposición concuerda con los artículos 1503 y 1505 del Código Civil7, según
los cuales el transferente está obligado al saneamiento por los vicios ocultos existentes
al momento de la transferencia, cuando el bien carezca de las cualidades prometidas por
el transferente, que le daban valor o lo hacían apto para la finalidad de la adquisición.
Evidentemente, en esta situación, el transferente sería el contratista, y el adquiriente, la
entidad.
Sobre las cualidades prometidas, el doctor Aguayo (2011) presenta una interesante
visión sobre su cumplimiento al manifestar que, si la utilidad que se pretende extraer de
la cosa es la habitual en objetos de su mismo género, la presencia del vicio comportará la
ausencia de una cualidad que normalmente no habría sido objeto de una previsión con-
tractual expresa; ya que las partes no suelen pactar que la cosa vendida carezca de defectos
que la hagan impropia para su destino habitual. En cambio, si la utilidad que se pretende
extraer de la cosa comprada no es la habitual, la presencia del vicio supondrá la ausencia
de una cualidad especialmente prevista en el contrato y, si no lo está, será el comprador
quien deba probar que adquirió la cosa para destinarla a un uso que es el habitual, y que el
vendedor conoció o debió haber conocido esta circunstancia.
Por otro lado, el profesor Max Arias Schreiber (2006) señala que “la noción del vicio
oculto está ligada a la existencia de deterioros, anomalías y defectos no susceptibles de ser
apreciados a simple vista y que de alguna manera afectan el derecho del adquiriente a su ade-
cuada utilización” (p. 310). El mismo autor, citando a Tartufari (1948), indica lo siguiente:
[…] por vicio o defecto debe precisamente entenderse cualquier anormalidad o imperfección
y cualquier deterioro o avería que se encuentre en la cosa, que perjudiquen más o menos la
aptitud para el uso o la bondad o integridad. Para hablar propiamente, defecto implicaría todo
lo que le falta a la cosa para existir de un modo plenamente conforme a su naturaleza, y por
eso actuaría en sentido negativo; vicio, en cambio, serviría para designar cualquier alteración
sin la cual la cosa sería precisamente como debe ser normalmente, y por eso obraría en sen-
tido positivo […].
Del problema que se suscita, se puede entender que los vicios ocultos se presentan
cuando la prestación sufre de defectos cuya existencia es anterior o concomitante al mo-
mento en el que la entidad emite el consentimiento de la entrega de la obra, y tales vicios
no fueron detectados en dicha oportunidad, siempre que impidan que la obra sea empleada
para los fines de la contratación. Por ende, el vicio debe ser “oculto”, por la imposibilidad
de conocerlo inmediatamente; “importante”, por no permitir que el bien sea destinado a la
(i) Los vicios son coetáneos o anteriores a la enajenación del bien; es decir, el vicio pre-
existe a la transferencia de la obra, por lo cual, lo principal no es el momento en que se
manifiesta el vicio (lo que podría ocurrir después de realizada la transferencia), sino el
momento en el que se originó.
Cuando estamos frente a un arbitraje, no se va a discutir quién debe asumir la pérdida
del bien por una imposibilidad sobreviniente, sino quién debe asumir la responsabili-
dad por la existencia del vicio.
(ii) Los vicios son graves. Para sustentar este requisito, es recomendable citar al profesor
León Barandiarán, quien ha manifestado que no todo vicio da lugar a responsabilidad
(1992, p. 171). El vicio debe tener evidente nivel de gravedad para generar una des-
valorización de cierta importancia, salvo que las mismas partes hayan manifestado
que existen cualidades sobre el objeto que no son relevantes si sufriera el vicio corres-
pondiente. El vicio debe afectar el bien, quitándole en todo o en parte la utilidad que,
presuntamente, le correspondía.
En ese sentido, se puede presumir que, si el adquirente hubiese conocido estos vicios,
no hubiese adquirido el bien o hubiese pagado un precio inferior por él. Ahora, cuando
existe la controversia, quien debe de calificar estos vicios en la calidad de vicio oculto
debe ser el árbitro; pues es poco eficiente dejarle ese reconocimiento a la Entidad y, si
lo señala, lo debe probar.
(iii) Los vicios son ocultos, lo que significa que, aun cuando la entidad haya actuado dili-
gentemente, no los conocía al efectuarse la transferencia de la propiedad. Para ello,
nos podemos guiar de lo señalado por Mosset Iturraspe, quien precisa que un vicio es
oculto cuando no existe posibilidad de descubrirlo sin ensayo o prueba de la cosa, o
cuando solo puede ser advertido por expertos o propietarios diligentes (1988, p. 416).
Ahora, si analizamos bien, de acuerdo con este supuesto de desconocimiento, no ten-
drían cobertura los hechos notorios que, bajo una lógica ordinaria, son aquellos que las
personas tienen por conocidos. Su presencia, como resulta cierto, objeta la posibilidad
de accionar por vicios ocultos, y es que, la idea es que no se pierda el carácter oculto de
los vicios, y si algo se tiene por conocido, se pierde este requisito. Esto está reconocido
en el artículo 15048 del Código Civil, que señala que no se consideran vicios ocultos los
que el adquirente pueda conocer actuando con la diligencia exigible de acuerdo con su
actitud personal y con las circunstancias.
Por otro lado, la importancia del saneamiento por vicios ocultos previstos en el Código
Civil es una herramienta que puede ayudar a describir los efectos o derechos que nacen de
este, siendo regulados por los artículos del 1511 al 1513 del mencionado cuerpo legal y que
no necesariamente se utilizarán según lo establecido en la LCE.
En el artículo 1511, se dispone que la acción redhibitoria en favor del adquirente, en
virtud de la cual tiene el derecho de solicitar la resolución del contrato, obliga al transferente
a pagarle debido a este motivo, en conformidad con el artículo 1512. Todo ello es consecuen-
cia del saneamiento al que está obligado el transferente. Esto puede ser muy discutido como
salida para los contratos con el Estado, en vista de que, muchas veces, cuando aparecen los
vicios, estos documentos se encuentran consentidos y con la vigencia contractual concluida
por las partes. Por ello, en la práctica, esta salida no es la más común.
El artículo 1513 del Código Civil regula otra acción distinta en favor del adquirente:
la acción estimatoria. Mediante ella, esta parte puede optar por solicitar que se le cancele el
valor del bien afectado por el vicio al momento de ejercerse el pago, teniendo en cuenta la
finalidad de su adquisición y sin perjuicio del derecho que contempla el artículo 1512, inciso
5. Es decir, no se busca eliminar la relación jurídico-patrimonial, sino netamente restituir el
equilibrio económico-financiero entre las partes contratantes. Este derecho nace como una
consecuencia de la existencia del vicio y, definitivamente, es el más usado por la LCE, de la cual
se desprende la obligatoriedad del contratista ante su responsabilidad y que con ello se pueda
cumplir la finalidad pública de la obra licitada.
Lo más importante es que, una vez que los vicios aparezcan, se puedan reclamar
en algún momento posterior a la entrega. Esto significa que, si hubo entrega, necesaria-
mente se alude a algún grado de cumplimiento de la obligación, lo cual se analizará a
continuación.
Para comprender este acápite de una forma más didáctica, con la finalidad de de-
mostrar la responsabilidad del contratista y del supervisor, se expondrá un caso donde se
pueda entender a qué tipo de responsabilidad están sujetas las partes. Esto obedecerá a si
los perjuicios que provocan generan daños ciertos y cuantificables, y a su conexión intrín-
seca con las responsabilidades contractuales.
Cuando la entidad recibe la obra concluida por el contratista, normalmente este no es
ajeno a la responsabilidad por las anomalías o vicios que pueda mostrar posteriormente. Y es
que, como bien se ha señalado, la legislación ha establecido una prolongada responsabilidad
mínima respecto de los contratistas y supervisores en relación con los vicios que se puedan
revelar luego de la recepción de la obra. Para estos casos, ¿quiénes son los afectados?, ¿se debe
indemnizar a las personas perjudicadas por estos regímenes de responsabilidad?
En este caso, cabe mencionar que, en mayo de 2017, el Ministerio de Carretera (MDC)
suscribió un contrato con la empresa Aliaga SAC para la ejecución de una obra que consistía
en la construcción de una carretera en el tramo Santa Ana - Tambo Grande, en Piura. Tenía
un costo de 15 000 000 soles, incluido el IGV, y un plazo de 16 meses de ejecución. Para este
contrato, se contó con la participación de un supervisor de obra denominado Ruta SAC.
En octubre de 2018, se produjo la entrega y recepción de la obra. Sin embargo, en
diciembre, la MDC indicó que, en algunos tramos de esta vía, se estaban presentando hun-
dimientos. Esto generó mucha preocupación, dado que no habían pasado muchos meses
desde su recepción. Por ende, se concluyó que, debido a estas fallas, la carretera no era fun-
cional y que las deficiencias surgieron en el proceso constructivo (durante la conformación
del pavimento).
Aliaga SAC sostiene, en su defensa, que las fallas detectadas en el pavimento no son
consecuencia de un inadecuado proceso constructivo, sino por causas externas no contem-
pladas en el expediente técnico. Por ello, el saneamiento de estas fallas no le corresponde
y tendría que demostrarse su responsabilidad. Por el lado de la supervisión, esta precisa
que sus prestaciones ejecutadas no se vinculan a las fallas encontradas y que, si así fuera,
se debe corroborar que sus obligaciones están estrictamente ligadas para así demostrar su
responsabilidad.
De los hechos, se desprende que se debe hallar la responsabilidad sobre los vicios
de construcción de la obra, los cuales dependerán de los roles que hayan desempeñado el
contratista y la supervisión en el cumplimiento de sus obligaciones contractuales. Las ar-
gumentaciones presentadas exponen los problemas que se suelen presentar para discernir
entre las actuaciones durante la ejecución de la obra. Según el análisis, el tipo de probanza
se debe de ejecutar utilizando dos metodologías distintas, donde se tiene que definir si se
trata de responsabilidades excluyentes o concatenadas.
Ahora bien, como se explicó anteriormente, la normativa sobre contrataciones pú-
blicas aplicable al presente caso no especifica alguna disposición que regule de manera
prolija y específica cuáles son los derechos o consecuencias que se conciben como secuela
Para el caso propuesto, y para poder empalmar los daños acaecidos y las obligacio-
nes del contratista, se deben abordar los elementos de la responsabilidad civil, la cual jus-
tamente responderá qué puntos se deben enfatizar para saber si verdaderamente hay o no
una responsabilidad. Para ello, se parte de la existencia de un daño.
En ese sentido, frente al daño, las normas aplicables en materia de contratación pú-
blica no lo regulan de forma puntual, específicamente normas que regulan los perjuicios
sufridos por un agente. Por ello, en el Código Civil, el daño, tanto a nivel legislativo como ju-
risprudencial y doctrinal, está dividido en dos grandes categorías: extrapatrimonial y patri-
monial. Este último es el reclamado por la entidad y se debe entender como aquel que recae
sobre un objeto, ya sea en forma directa o indirecta, como consecuencia o reflejo de un
daño causado a su titular. Se considerará el daño material o patrimonial directo que sufren
los bienes económicos destruidos o deteriorados; así como el daño patrimonial indirecto,
por ejemplo, los gastos realizados (daño emergente) para la curación de las lesiones o las
ganancias que se frustran (lucro cesante) por la incapacidad para trabajar sobrevenida a la
víctima (Maciá, 2010).
Para encontrar que este daño patrimonial es responsabilidad del contratista, es ne-
cesario incidir en los elementos que estructuran la responsabilidad civil: la antijuricidad, el
hecho generador, el nexo causal y el daño (Tamayo, 2009). El primero consiste en determi-
nar que el comportamiento seguido por la compañía es contrario al derecho. El hecho ge-
nerador se refiere a la conducta desplegada por el presunto responsable o por una persona
por la que este debe responder, la cual puede ser una acción o una omisión que incumpla
un contrato o viole el deber general de no causar daño a otros cuando no existe un contrato
entre el presunto responsable y la víctima. El nexo causal alude a la relación de causalidad
que debe existir entre el hecho generador del daño y el daño, es decir, una relación de causa-
lidad que permite imputar jurídicamente el hecho generador del daño al presunto respon-
sable (Maciá, 2010). Finalmente, el daño como elemento de la responsabilidad civil se trata
del menoscabo que sufre la víctima, como se ha señalado anteriormente.
Si se quiere demostrar que existió antijuricidad, lo más probable es que la entidad
sustente su pedido agrupando y detallando las obligaciones del contratista, pero ¿eso es
suficiente? Se considera que no lo es, ya que esas obligaciones fueron asumidas y aceptadas
cuando se suscribió el acta de entrega de la obra. Se podría decir que no se ha comprobado
fehacientemente la forma en que supuestamente se habrían incumplido las obligaciones,
sino que se estaría infiriendo por el solo hecho de ser el contratista. Para ello, se deben
individualizar los daños encontrados y, sujeto a la partida que se tenía que ejecutar, verifi-
car que esta no se haya realizado de manera diligente. Con ello, se cumpliría dicho factor,
sumado al hecho generador, que es más que todo la responsabilidad del contratista de de-
mostrar que no ha actuado con culpa y que, si bien su actividad es riesgosa, se ha actuado
con altos estándares de calidad.
Este caso demanda la presencia de daños patrimoniales que pueden ser expresados
en dinero, y se deben acreditar mediante un estudio y análisis. De todos los elementos de la
responsabilidad civil, de acuerdo con lo señalado por el profesor De Trazegnies (2005), se
puede afirmar que los más importantes son el daño y el nexo causal, que tienen como con-
secuencia el principio aplicable restitutio in integrum, donde la víctima debe ser resarcida
por todo el daño que se le ha causado, también conocido como reparación plena o integral.
Por ello, luego de una evaluación de las pruebas de las partes, donde se determinará que
el daño es cierto, se debe identificar cuáles fueron sus causas y, sobre todo, la responsabi-
lidad del contratista en el deterioro que se advierte en la carretera. Este es un punto funda-
mental para referirse a la relación entre el daño visualizado y la responsabilidad atribuida.
Para ello, se debe precisar que todo daño cierto puede ser producto no de una causa,
sino de varias, algunas pueden converger o participar en distintos grados e, incluso, ser
ajenas. Ante ello, en el artículo 13219 del Código Civil, se ha acogido la teoría de la causa
directa e inmediata, por lo cual el daño será resarcible, siempre y cuando sea consecuencia
inmediata y directa de la inejecución. Por lo mismo, no basta la existencia de un daño cierto
y probado, sino que, además, debe ser consecuencia directa e inmediata de la inejecución
en cuestión. En ese sentido, para aludir a responsabilidad vinculada al daño que se certifi-
que en una obra, se debe reconocer una consecuencia directa que se relacione inequívoca-
mente con la inejecución de obligaciones.
Por ende, se deben buscar causas ciertas, no causas probables. Se tiene que demostrar
que el incumplimiento de funciones fue la única causa o la determinante para que la carretera
se deteriorara, así como cuidar que los medios probatorios no manifiesten probabilidad. Si
en un arbitraje se solicita una inspección ocular para solo observar los vicios, eso no brindará
ninguna solución ni eficacia para cumplir el factor de atribución; entonces, se apuntará a re-
forzar el proceso constructivo, que es el nexo tangencial que unirá la conducta atípica con el
daño producido. Asimismo, si se presenta una pericia, pese a contener un orden técnico, uno
de sus objetivos es que se establezca la responsabilidad exclusiva.
Ahora, si el contratista demuestra que las fallas son consecuencia de lo especificado
en el expediente técnico, la responsabilidad desaparecería de inmediato; en vista de que,
desde la lógica aplicada, ni siquiera podría ser considerada un vicio oculto, dado que el
expediente técnico es un documento contractual aprobado y aceptado por la entidad, a
su riesgo, que remitió como base para la construcción de la carretera. Esto generalmente
prueba una ruptura del nexo causal y, para ello, el contratista se deberá preguntar si la
conducta de la víctima por sí misma es suficiente para la producción del daño. Si la res-
puesta es afirmativa, se tratará de una fractura causal; todo ello con el fin de que, en el caso
en concreto, se pueda hablar de responsabilidad contractual y porcentajes de incidencia en
la producción del daño, sumados a estos en los que se deben dividir las acciones a dirigir a
los agentes responsables del daño.
Por otro lado, uno de los problemas más difíciles es la cuantificación del daño. Este
necesariamente dependerá de lo solicitado como daño emergente y lucro cesante, es decir,
la cuantía de los gastos por reparación y lo dejado de percibir. Sobre este último, al tratarse
de una carretera administrada por la entidad, una causa comprobada podría ser la impo-
sibilidad de instalar un peaje, con lo que existiría un monto definitivo y constante dejado
de percibir. No obstante, salvo ese ejemplo, es poco probable que una entidad solicite lucro
cesante, ya que percibir ingresos no es parte de su naturaleza.
La doctrina del res ipsa loquitur o “la cosa habla por sí misma” es utilizada para aquellos casos
en los cuales no se puede probar cuál fue el hecho generador del daño, pero debido a las
circunstancias en las cuales el mismo ha ocurrido, se puede inferir que el mismo ha sido pro-
ducto de la negligencia o acción de determinado individuo.
De alguna manera, el principio es un paso previo a la responsabilidad objetiva, solo que en
lugar de animarse a señalar que el causante es siempre el responsable, mantiene el concepto
de culpa, pero idea un mecanismo para presumir, ante ciertos hechos, que la culpa de una
persona fue la causa del accidente.
El concepto central es que quien está en control de una actividad está en mejor aptitud que
quien no la controla para saber qué es lo que pasó. Si se obligara a la parte no controladora
a asumir la carga de la prueba, entonces quién más información tiene tendría el incentivo
para no producir ninguna prueba sobre lo ocurrido. Bajo tal situación, los costos de producir
prueba aumentarían y la posibilidad de saber quién fue responsable se alejaría de la realidad.
[…]
La doctrina del res ipsa loquitur permite al juez inferir negligencia, en ausencia de pruebas
directas, siempre que el demandante cumpla con probar la existencia de ciertos requisitos
indispensables para la aplicación de dicha doctrina.
En ese sentido, el mencionado autor, citando la sentencia del caso entre Rowe y Public
Service Company of New Hampshire, indica que, para que se aplique esta doctrina, se re-
quiere, en primer lugar, que el accidente sea de aquellos que ordinariamente no ocurren ante
la ausencia de negligencia de alguien; en segundo lugar, que ha sido provocado por un agente
o instrumento bajo el control exclusivo del demandado; y, por último, que otras posibles
causas han sido suficientemente descartadas por la evidencia (Bullard, 1975).
De acuerdo con la doctrina analizada, es necesario probar que el accidente ha ocu-
rrido ante la negligencia de actividades del supervisor; por ejemplo, la presencia de granu-
lometría inadecuada, es decir, de una mala graduación sobre los granos de una formación
sedimentaria, la cual obedece a negligencia del supervisor, pues es quien debió advertir
esta situación. Sobre el segundo requisito, debido a la permanencia en la obra, la verifica-
ción del material usado por el contratista ejecutor formaba parte del control exclusivo del
supervisor. Y, sobre el último requisito, en el caso en concreto, la supervisión señala que
hay otras posibles causas para estos defectos como el tráfico; sin embargo, los defectos que
padece la carretera, como los ahuellamientos, no han sido constantes en los tramos, por lo
que se elimina esa posible causa.
Como bien ha señalado el mencionado autor, se ha usado el res ipsa loquitur pri-
mordialmente en el campo extracontractual, que sin lugar a dudas podría ser este caso; ya
que a veces los vicios ocultos aparecen después del último entregable y pago del contrato,
por lo cual este ya no tendría ninguna vigencia. Es viable la aplicación al caso concreto,
pues el sentido de esta figura es determinar la existencia de culpa; pero también puede ser
empleado para el caso de responsabilidad contractual, en caso de que los vicios ocultos
aparezcan en plena vigencia del contrato.
Eso es lo que sucede cuando se intenta probar que la responsabilidad puede devenir
de un supervisor, y es que, según los principios de solidaridad, la carga de la prueba no ne-
cesariamente debe recaer en quien alega los hechos, sino en quien se encuentra en mejores
condiciones para probarlos (Morello, 1991).
Por ende, la doctrina del res ipsa loquitur es un mecanismo de inversión de la carga
de la prueba de la culpa. La ventaja de esta figura radica en que posibilita demostrar la exis-
tencia de responsabilidad sin identificar específicamente el hecho causante del accidente,
siempre que se acredite que este ocurrió en el desarrollo de una actividad controlada por
una de las partes.
Reflexiones finales
Conforme se aprecia en este artículo, la regulación de los vicios ocultos en las obras públi-
cas es transcendental, en la medida en que refleje que se trata de fallas o deterioros con
naturaleza de vicio oculto y que, si bien el daño es cierto y real, este tenga un nexo causal
legítimo sobre a quién se debe atribuir esa responsabilidad.
Es importante conocer que el daño identificado cumple los requisitos de un vicio
oculto, lo cual ayuda a saber sobre qué debe estar fundamentado el reclamo o defensa. De
lo contrario, deja de ser posible cualquier análisis por el que se desee imputar tanto a la
entidad como a la supervisión.
Para analizar los daños de responsabilidad que pueden tener el contratista y la su-
pervisión, se consulta el contrato o la LCE; en cambio, para averiguar si los daños encontra-
dos pueden ser asumidos o no por ambos, es mejor remitirse a lo regulado por el Código
Civil y la doctrina extranjera, que se utiliza para asignar la carga de la prueba.
La idea es que, cuando las partes enfrenten un arbitraje, no se susciten reclamos
infundados que generen sobrecostos, pérdida de tiempo y oportunidades. Es relevante
aplicar de manera óptima las figuras que plantea la LCE y no solo para ahorrar costos de
transacción, sino para que se cumpla la finalidad pública de la obra, que es el objeto de
toda licitación.
Arias, M. (2006). Exégesis del Código Civil peruano de 1984. Lima: Gaceta Jurídica.
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Maciá, R. (2010). La dualidad del daño patrimonial y del daño moral. Revista de Responsabi-
lidad Civil y Seguro, (36), 21-32.
Cuando no tiene los incentivos correctos, el contrato de construcción es una fuente prác-
ticamente segura de controversia. Sin embargo, durante el proceso de recepción de obra,
los conflictos son mucho más susceptibles de aparecer. De esta manera, casi todos los
reclamos en un contrato de obra parten de una pregunta fundamental: ¿se cumplió o no
el alcance? Dicho proceso es la fase donde se verifica si la obra cumple o no el alcance
del contrato.
Los dos puntos centrales sobre los cuales gira un arbitraje de recepción, según la
normativa de contrataciones del Estado, son los siguientes: (i) si el contratista cumplió
o no el alcance del contrato de obra dentro del plazo contractual, y, en ese caso, (ii) si
1 Abogada por la UPC. Máster en Construction Law and Dispute Resolution por King’s College London. Miembro
del Chartered Institute of Arbitrators (UK). Abogada sénior de Navarro Sologuren, Paredes, Gray Abogados (NPG
Abogados). Profesora de la Escuela de Posgrado de la UPC. Miembro de la Sociedad Peruana de Derecho de la Cons-
trucción.
2 Árbitro. Abogado y especialista en Derecho de la Construcción por la UPC. Especialista en Contratación con el
Estado por la ESAN, Graduate School of Business. Con un posgrado en Derecho Administrativo y Arbitraje por el
Centro de Análisis y Resolución de Conflictos de la PUCP. Con estudios en Gestión de Proyectos y Calidad por el Ins-
tituto para la Calidad de la PUCP. Director general del Centro de Investigación de Arbitraje de Construcción (CIAC).
Miembro de la Asociación Latinoamericana de Derecho de la Construcción, Young International Arbitration Group
e International Council for Commercial Arbitration.
cumplió o no con levantar las observaciones en el plazo establecido por la LCE y su re-
glamento3.
A partir de ello, se deriva una serie de consideraciones que plantea un reto de aná-
lisis para las partes involucradas en una controversia de recepción, aunque ciertamente la
mayoría de la carga probatoria recae sobre el contratista. Este, además, se encuentra en una
posición de desventaja, en consideración de las potestades que la LCE otorga a la entidad
para asegurarse del cumplimiento del alcance del contrato. La principal potestad es la apli-
cación de penalidades que se pueden descontar de las valorizaciones debidas al contratista.
Este tema se tratará más adelante.
Las principales premisas derivadas de los dos puntos centrales anteriormente men-
cionados son, (i) según la LCE, ¿qué constituye el alcance del contrato?; (ii) para iniciar la
recepción, ¿es absolutamente necesario que la obra esté terminada o basta que se encuentre
sustancialmente culminada?; y (iii) ¿cómo se debe asignar responsabilidades cuando existe
una demora en el proceso de recepción por eventos imputables tanto al contratista como a
la entidad, y cuáles son sus efectos?
establece los papeles que las partes han acordado asignarse para la ejecución del proyecto.
Responden a las preguntas del comitente en relación consigo mismo: ¿hago o hago hacer?,
¿asumo el papel de constructor o contrato con un constructor?, ¿le encomiendo todas las acti-
vidades necesarias o separo algunas que encomendaré a terceros? Y responden a las pregun-
tas del constructor: ¿hago o hago hacer?, ¿dirijo y ejecuto o solamente dirijo? (p. 242).
partes podrán emplear distintos tipos de precio(s) dependiendo de las circunstancias del pro-
yecto. Las restricciones de presupuesto, el deseo de tener certeza en el costo, las restricciones de
tiempo y plazo y el tipo de construcción requerido son todos factores que influirán en la elección
(p. 13).
3 Para efectos del presente artículo, las referencias a la LCE y al RLCE se asociarán a la Ley 30225 y al Decreto Su-
premo 344-2018-EF, respectivamente.
4 Los elementos estructurales de cualquier proyecto constructivo son el costo, el tiempo y la calidad, pues la ocu-
rrencia de algún riesgo siempre afectará a alguno de estos tres.
5 Artículo 1776 del Código Civil: “El obligado a hacer una obra por ajuste alzado tiene derecho a compensación por
las variaciones convenidas por escrito con el comitente, siempre que signifiquen mayor trabajo o aumento en el
costo de la obra. El comitente, a su vez, tiene derecho al ajuste compensatorio en caso de que dichas variaciones
signifiquen menor trabajo o disminución en el costo de la obra”.
De este artículo, se desprende una premisa muy importante: para iniciar el proceso
de recepción, la obra debe estar “culminada”. De esta manera, no es suficiente que el con-
tratista cumpla con anotar tal hecho en el cuaderno de obra, sino que, además, este hecho
debe ser verificado por el inspector o supervisor.
¿Qué significa que una obra se encuentre culminada? ¿Quiere decir que la obra se
debe hallar terminada al 100% o, acaso, el RLCE admite el concepto de obra sustancial-
mente culminada?
Según Kelly (2013):
Culminación sustancial es generalmente definido como el punto en que la obra está suficien-
temente terminada de acuerdo a los documentos contractuales de tal manera que el propieta-
rio puede usar el proyecto para el propósito previsto. Culminación sustancial es considerado a
estar tan cerca a lo que se ha contratado que sería irrazonable denegar al contratista el precio
completo, sujeto al derecho del propietario de retener un monto necesario para asegurar el
cumplimiento completo [traducción libre] (p. 116).
Por su parte, en el derecho anglosajón, el caso líder en el que se definió este término
es Westminster Corporation v J. Jarvis & Sons Ltd. and Another [1970] 1 W. L. R. 637. En
este caso, se describió el término culminación práctica como la “culminación para todos
los propósitos prácticos, es decir, para el propósito de permitir a los propietarios tomar
posesión de las obras y usarlas en la forma para la que fue destinada” (Hughes, Champion
& Murdoch, 2015, p. 2015).
Se retomará la LCE y el RLCE para analizar si esta regulación admite o no el concepto
de obra sustancialmente culminada para iniciar el procedimiento de recepción de obra.
De acuerdo con el mencionado artículo 208 del RLCE, este proceso está compuesto de las
siguientes etapas:
6 Según el artículo 45.10 de la LCE, “las controversias se resuelven mediante la aplicación de la Constitución Política del
Perú, de la presente norma y su reglamento, así como de las normas de derecho público y las de derecho privado; man-
teniendo obligatoriamente este orden de preferencia en aplicación del derecho. Esta disposición es de orden público”.
7 De acuerdo con el artículo 1151 del Código Civil, “el cumplimiento parcial, tardío o defectuoso de la obligación de
hacer por culpa del deudor, permite al acreedor adoptar cualquiera de las siguientes medidas: […] 4. Aceptar la
prestación ejecutada, exigiendo que se reduzca la contraprestación, si la hubiere”.
No se impone lo acordado con un rigor ciego, sino que se flexibiliza en la medida en que no se
afecten los intereses involucrados en forma importante. Existe, por así decir, una tolerancia
normal pues lo que importa no es tanto el cumplimiento formal sino sustancial. La buena fe
lleva a la mesura (p. 372).
8 Artículo 1362 del Código Civil: “Los contratos deben negociarse, celebrarse y ejecutarse según las reglas de la
buena fe y común intención de las partes”.
9 Ver el artículo 2.f de la LCE: “Eficacia y Eficiencia. El proceso de contratación y las decisiones que se adopten en su
ejecución deben orientarse al cumplimiento de los fines, metas y objetivos de la Entidad, priorizando estos sobre
la realización de formalidades no esenciales, garantizando la efectiva y oportuna satisfacción de los fines públicos
para que tengan una repercusión positiva en las condiciones de vida de las personas, así como del interés público,
bajo condiciones de calidad y con el mejor uso de los recursos públicos”.
cado de recepción indicando la fecha en que la obra o parte de esta fue culminada, excepto
aquellas obras menores y defectos que afectan sustancialmente su uso según la finalidad
prevista. Estas obras menores pueden ser culminadas y los defectos corregidos, conforme
a la cláusula 11.1, con posterioridad a la fecha del certificado de recepción.
La versión del libro rojo FIDIC de 2017 no difiere respecto de su antecesor en este
sentido. En la cláusula 10.1(a), se indica que la obra será recibida por el propietario si ha
sido ejecutada de acuerdo con el contrato, sin perjuicio de cualquier obra menor o defectos
que no afecten sustancialmente el uso seguro de la obra o de partes de esta de acuerdo con
su finalidad prevista. Igualmente, estas obras menores y defectos podrán ser culminados y/o
corregidos con posterioridad a la recepción de la obra (cláusula 11.1[a]). Similar fórmula es
adoptada por los libros FIDIC amarillo y plata en la versión de 2017.
Los contratos estándares británicos JCT 2016 (Joint Contracts Tribunals) prevén la
figura de practical completion, literalmente traducida como “culminación práctica”. Si bien
estos contratos no contienen una definición expresa de dicho término, se entiende que la
obra está prácticamente terminada cuando no hay defectos, con excepción de desperfectos
menores, y la obra puede ser utilizada para su finalidad prevista (Hiscock, 2015).
Por su parte, en el artículo 9.8.1 del General Conditions of the Contract for Construction,
que es un formato publicado por el American Institute of Architects (Instituto Americano de
Arquitectos [AIA]), se prevé el término substantial completion (culminación sustancial) y lo
define como aquel estado de progreso en que la obra o parte de esta se encuentra suficien-
temente culminada conforme al contrato, de tal forma que el propietario la puede utilizar u
ocupar para su uso previsto. Este puede emitir un certificado de culminación sustancial de
la obra y el contratista debe subsanar aquellos defectos menores antes del pago final.
Asimismo, en el artículo 2.4.24 del Standard Agreement and General Conditions be-
tween Owner and Constructor (Lump Sum Price), publicado por ConsensusDocs 200, de
origen norteamericano, se dispone que una culminación sustancial (substantial comple-
tion) ocurre cuando la obra está suficientemente completa de acuerdo con los documentos
contractuales. De esta manera, el propietario puede ocupar o utilizar el proyecto o alguna
sección de él para su uso previsto, sin interrupciones, y emitir un certificado de culmina-
ción sustancial de la obra.
Se debe recordar que el RLCE, publicado en diciembre de 2018, trae como innovación
la posibilidad de emplear los contratos estándares de construcción. En el artículo 212.2
del RLCE, se manifiesta literalmente que “mediante Directiva el OSCE regula disposiciones
complementarias para la aplicación de estas modalidades, las que pueden incluir la posibi-
lidad de utilizar modelos contractuales de uso estándar internacional”.
Por lo tanto, el concepto de la obra sustancialmente culminada podrá ser aplicable a
la contratación pública, en la medida en que este concepto ha sido acogido por los contratos
estándares de construcción a nivel internacional, respecto de los cuales el RLCE busca abrir
la puerta en la contratación pública nacional.
10 Este término es propio del common law: concurrent delay. Si bien no es incompatible con el civil law, se considera
que lo propio sería denominarlo concurrencia de responsabilidad.
riesgo del propietario, y otro, un evento de riesgo del contratista, cuyos efectos son sentidos
en simultáneo (Society of Construction Law, 2017)11.
En el Perú, la demora concurrente no se encuentra regulada en la LCE ni en el RLCE;
tampoco de manera expresa en el Código Civil, por lo que es necesario revisar los artículos
de las normas generales de obligaciones (normas de aplicación supletoria a los contratos
de obra pública conforme al artículo 45.10 de la LCE).
En el artículo 1326 del Código Civil, se reglamenta la concausa en los términos si-
guientes: “Si el hecho doloso o culposo del acreedor hubiese concurrido a ocasionar el
daño, el resarcimiento se reducirá según su gravedad y la importancia de las consecuencias
que se deriven de él”. Es decir, la consecuencia de la existencia de un evento imputable al
acreedor es que el daño se reduzca en proporción a la gravedad del evento de responsabili-
dad del acreedor; en el caso de la obra pública, de la entidad.
Sobre ello, Osterling y Castillo (2008) refieren lo siguiente:
El legislador de 1984 acertó al prescribir que si la conducta del acreedor, culposa o dolosa, hu-
biera concurrido, esto es, hubiera sido concausa del daño, el resarcimiento deberá reducirse.
El deudor, por un principio no sólo de justicia sino también de eficiencia (incentivar a que el
acreedor se conduzca diligentemente), no deberá asumir todos los daños cuando el acreedor
es cocausante de los mismos (p. 886).
Además, en este caso, es difícil diferenciar en qué proporción cada causa afecta
en el plazo. Si bien es cierto que el titular de la entidad estuvo en control del plazo para
pronunciarse sobre la discrepancia, durante esos 95 días, el contratista también recayó
en incumplimiento por no haber levantado las observaciones. De hecho, de no ser por el
incumplimiento de este, el titular no habría tenido que pronunciarse respecto de ninguna
discrepancia sobre el levantamiento de observaciones. Aun así, el titular de la entidad se
pudo haber demorado 200 o 300 días más, y el contratista no puede controlar la fecha en
que emita su pronunciamiento.
Entonces, sobre esos 95 días, ¿cuántos se deben imputar al contratista y cuántos a la
entidad? ¿Cuál debería ser la solución legal para este tipo de casos en que no es posible dife-
renciar el impacto que cada causa tiene sobre el atraso en la recepción de la obra?
12 Ver sección 10.12, Guidance Part B, Guidance on Core Principles, Society of Construction Law Delay and Disruption
Protocol (2017).
13 Ver, por ejemplo, Henry Boot Construction (UK) Ltd. v. Malmaison Hotel (Manchester) Ltd. (1999), 70 Con LR 32.
14 Ver City Inn v. Shepherd Construction Limited (2007), CSOH 190.
Ciertamente, esta es una tarea complicada, pero para ello el tribunal arbitral podrá
recurrir a informes periciales y a la aplicación de criterios que hagan justicia al caso y per-
mitan determinar la proporción de responsabilidad que debe asumir tanto el contratista
como la entidad en cada caso en concreto.
Por el contrario, no se pueden atribuir todas las consecuencias del retraso solo al
contratista; ya que, en el artículo 1326 del Código Civil, se indica claramente que el resar-
cimiento al acreedor debe disminuir según la gravedad y los efectos de su propio incum-
plimiento.
En conclusión, cuando el tribunal arbitral analice la pretensión resarcitoria de la
entidad por una demora en el levantamiento de observaciones durante el proceso de re-
cepción, el tribunal deberá ponderar los efectos que el incumplimiento de la propia enti-
dad ha provocado sobre la demora y, en consecuencia, reducir equitativamente el monto
solicitado por penalidades15.
Reflexiones finales
En este artículo, se ha realizado un repaso de las principales controversias que surgen du-
rante el proceso de recepción de una obra pública, las cuales giran básicamente en torno
a (i) la determinación del alcance de las obligaciones del contratista y (ii) los problemas
de atraso que se derivan del proceso de levantamiento de observaciones en el marco de la
recepción de una obra pública.
En cuanto al acápite (i), el principal reto es diferenciar entre el alcance del contrato,
el sistema de contratación y el método de pago. No se pueden entender estos tres conceptos
como si fueran uno solo que, en conjunto, define el alcance del contratista; pues esta posición
genera discrepancias durante el procedimiento de verificación respecto de qué observaciones
son válidas por concernir al alcance del contrato y qué observaciones no lo son por carecer de
un sustento contractual. La práctica, sin embargo, refleja un error muy común: confundir el
alcance del contrato con el método de pago, lo cual es técnicamente incorrecto.
En relación con el punto (ii), en el artículo 208 del RLCE, se incluye una regulación
muy detallada en cuanto al procedimiento de recepción y a las consecuencias de las demo-
ras por parte de la entidad o del contratista en realizar los actos que se encuentran a su
15 Mazzarese sostiene que la reducción del monto resarcitorio también podría ser aplicable al caso de las penalida-
des, debido a que “[…] el acreedor que concurre en la producción de los daños vuelve ‘excesiva’ la pena original-
mente referida a otro interés que el mismo sujeto ‘tenía’ al cumplimiento, y que […] diversamente de los criterios
de reducción del resarcimiento, sin embargo, la reducción de la penalidad no encuentra un necesario índice de
referencia en la producción ‘efectiva’ de los daños e impone al juez de conciliar, en el caso concreto, un ‘justo’ equili-
brio entre la función (dualísticamente) sancionatoria de la pena contractual y la portada (inderogablemente) gene-
ral del principio de la buena de y lealtad y hay en esto un imprescindible juicio de ‘equidad’ que en la prerrogativa
de la valuación exclusivamente ‘de mérito’ sea, sin embargo, adecuadamente ‘motivado’” (Mazzarese, citado por
Fernández, 2017, pp. 134-135). Revisar Fernández, G. (2017). La cláusula penal: tutela contra el incumplimiento vs.
tutela resarcitoria. Lima: Ara editores, pp. 134-135.
cargo. Sin embargo, la LCE, el RLCE ni el Código Civil contemplan una regulación específica
en caso de atraso concurrente. Existen básicamente dos formas de abordarlo: (i) se otorga
al contratista plazo, pero no costo; o (ii) se efectúa un prorrateo de responsabilidades, con-
siderando la gravedad e importancia que la causa imputable al acreedor (entidad) tiene
sobre la demora, sobre la base de una decisión justa y razonable. En el artículo 1326 del
Código Civil, se opta por la segunda opción.
Fernández, G. (2017). La cláusula penal: tutela contra el incumplimiento vs. tutela resarci-
toria. Lima: Ara Editores.
Hughes, W., Champion, R. & Murdoch, J. (2015). Construction Contracts: Law and Manage-
ment. Abingdon: Routledge.
Kelley, G. (2013). Construction Law: An Introduction for Engineers, Architects, and Contrac-
tors. New Jersey: Wiley.
Osterling, F. & Castillo, M. (2008). Compendio de derecho de las obligaciones. Lima: Palestra.
Outer House, Court of Session. (2007). City Inn v. Shepherd Construction Limited CSOH 190.
Recuperado de https://www.scotcourts.gov.uk/search-judgments/judgment?id=-
65b18aa6-8980-69d2-b500-ff0000d74aa7
Society of Construction Law. (2007). Society of Construction Law Delay and Disruption Pro-
tocol (2.a ed.). UK: Autor.
1 Magíster por la Universidad ESAN. Abogado por la PUCP. Integrante de la Nómina de Árbitros de la PUCP, del Cole-
gio de Ingenieros del Perú (sede Lima) y del OSCE. Ha participado como árbitro en múltiples arbitrajes. Además, es
especialista en Contrataciones Públicas, Arbitraje y Derecho Corporativo.
En ese sentido, el propósito del presente artículo consiste en analizar si las disposicio-
nes normativas en que se basa este tipo de contratos distorsionan, alteran, perjudican o afec-
tan el necesario equilibrio económico que debería primar, en tanto que se le reconoce como
mecanismo que permite la satisfacción de los intereses y las expectativas de ambas partes.
se justifica en los principios constitucionales del deber general que tiene el Estado de reparar
los daños antijurídicos generados por sus actuaciones, la obligación de mantener la igualdad
ante las cargas públicas, la garantía del patrimonio de los particulares, y el deber de garanti-
zar la vida, honra y bienes de las personas” (p. 86).
En ese sentido, Cosculluela (2013) advierte que el principio general que informa el
cumplimiento de los contratos es el de riesgo y ventura —basado en la estricta ejecución
de lo pactado—, aunque implique una mayor o menor onerosidad de la contraprestación.
Por otro lado, en el ámbito administrativo, ese mismo principio se mediatiza y cede ante la
doctrina del equivalente económico o ecuación financiera, la cual busca mantener el equi-
librio inicialmente acordado.
En suma, no se cuestionan las bondades, los objetivos y la necesidad del principio
analizado; al contrario, se entiende como uno de los ejes en virtud del cual debe asentarse
la contratación administrativa. Por lo tanto, el análisis enfatizará las distorsiones que la
normativa pudiese presentar y que atenten contra el principio señalado.
2 Excepcionalmente, la propia normativa de contrataciones (artículo 38 del reglamento) prevé la posibilidad de un re-
ajuste, acorde a la variación del índice de precios al consumidor, para contratos de ejecución periódica o continuada.
3 El elemento que permite diferenciarlo de un alea anormal es la ocurrencia de un evento imprevisible, una contin-
gencia ajena a lo esperado por la parte afectada.
4 Con relación a los sistemas de suma alzada y precio unitario, la principal diferencia no radica en la proposición de
un precio por el todo (determinado) o por unidades a ejecutar (determinable), sino en el riesgo de ejecución que las
partes asumen por el primero, cuyos mayores o menores metrados deberán ser remunerados bajo el mismo precio
pactado, sin posibilidad de invocar supuestos desequilibrios, en atención a la naturaleza de este tipo de sistema.
vicios u obras a contratar, así como las condiciones en las que se ejecutará la contratación
(artículo 8 del reglamento). Todo ello quedará sentado en las bases administrativas, cuya
convocatoria constituirá una invitación extendida a los proveedores5.
Si bien lo anterior supone un proceso en el que se perfila y ajusta el requerimiento
y sus demás características de manera interna —a riesgo de ser objeto de escrutinio de
parte de los postores en la etapa de consultas y observaciones—, como refiere la propia
normativa (art. 52), una vez producida la integración de bases, ya no puede ser cuestionada
en ninguna otra vía ni modificada por alguna autoridad administrativa, salvo acciones de
supervisión auspiciadas por el OSCE.
En ese contexto, se puede presentar el supuesto en el que todas aquellas disposicio-
nes recogidas en las bases integradas, pese a que pudieran atentar contra la normativa de
contrataciones públicas, terminarán conformando igualmente las disposiciones contrac-
tuales a ser cumplidas, manteniendo su validez y eficacia mientras no sean anuladas6.
Las circunstancias que mayor incidencia negativa tienen en la ejecución contractual
son las deficiencias en las especificaciones técnicas, términos de referencia o expediente téc-
nico, en tanto que contienen los alcances del objeto de la contratación. Así, cualquier anoma-
lía en estos documentos alterará ineludiblemente el equilibrio económico contractual.
En ese sentido, aunque la norma (art. 29) es enfática y rigurosa en cuanto al alcance
de dichos documentos contractuales, no brinda una solución inmediata y eficiente en caso
se inobserven tales exigencias durante la ejecución contractual7.
5 Ciertamente, existe un nivel de participación e injerencia de parte de los proveedores en la configuración de las
bases a través de consultas y observaciones en la etapa del procedimiento de selección, pero la misma no siempre
es plena ni abarca todos los aspectos previamente determinados.
6 Al tratar la integración de bases administrativas de un acto emitido por la entidad (a través del comité de selección),
se puede aplicar el artículo 9 del TUO de la Ley 27444, conforme al cual todo acto administrativo se considera válido,
en tanto su pretendida nulidad no sea declarada por autoridad administrativa o jurisdiccional según corresponda.
7 Ninguno de los supuestos previstos en el artículo 44 de la ley habilitan al titular de la entidad la potestad de sanear
los vicios identificados en las bases durante la ejecución del contrato, siendo de competencia del árbitro realizarlo
una vez promovidos los mecanismos de solución de controversias.
8 Algunos de ellos son Castillo, M. y Sabroso, R. (2011). El arbitraje y los adicionales de obra. Revista de Derecho
PUCP, (66), 319-333; Linares, M. (2013). Contratación pública, derecho local, internacional y de la integración
(2.a ed.). Lima: Linares Consultores, 274-294; Campos, A. (2006). La arbitrabilidad del enriquecimiento sin causa.
A propósito de los contratos administrativos. Revista Peruana de Arbitraje, (3), 307-328.
9 Llama la atención la discriminación que ejerce la normativa alrededor del monto de las prestaciones adicionales
de obra —hasta el tope del 15%— para cuyo efecto, señala, deberán descontarse los deductivos vinculantes. Al
respecto, cabe preguntar por qué no aplica la misma regla para los casos de bienes y servicios en los cuales, para
determinar el monto neto del adicional, también deberían restarse los deductivos vinculantes.
[...] la cláusula penal, al igual que los daños y perjuicios, puede tener naturaleza moratoria o
compensatoria, dependiendo de si con ella se busca indemnizar la mora en el pago o si lo que
se pretende indemnizar es el cumplimiento parcial o defectuoso o el incumplimiento defini-
tivo de la obligación (p. 30).
Por su parte, Martínez Coco (1997) indica que la cláusula penal cumple de manera
exclusiva un fin indemnizatorio, negando cualquier propósito compulsivo.
Entonces, más allá de las funciones secundarias que pudiera desempeñar la cláusula
penal, se postula que la principal de ellas es, en efecto, resarcir o compensar los daños y
perjuicios ocasionados a la parte afectada.
En cuanto a la contratación pública, en el artículo 132 del reglamento, se regulan
las penalidades y se indica que estas “deben ser objetivas, razonables y congruentes con el
objeto de la convocatoria”.
Aunque se encuentren bajo los alcances del derecho público o administrativo
—donde la Administración pública goza de una serie de prerrogativas—, las penalidades
referidas no pierden el carácter indemnizatorio del que gozan también en el ámbito pri-
vado. Así refiere Morón (2016) cuando sostiene que “en el derecho común, la cláusula penal
o simplemente la penalidad, es un pacto accesorio en beneficio de la entidad por el cual
se crea una obligación destinada a fijar la reparación económica para el caso de incumpli-
miento” (p. 584). Al mismo tiempo, “cuando se traslada la penalidad al ámbito contractual
administrativo mantiene esas características” (p. 584).
Con frecuencia, y de manera errada, se suele conceder a las penalidades previstas en
la normativa de contrataciones públicas un carácter sancionador, como si fueran multas o
castigos por inconductas del contratista, cuando en realidad son compensaciones por los
incumplimientos presentados.
Nuevamente, Morón (2016) explica la confusión al manifestar que
una de las deficiencias más comunes cuando se hace el tránsito de la penalidad contractual
al ámbito de los contratos administrativos es confundirla con la multa administrativa, ya que
son figuras distintas. En principio, la penalidad tiene por finalidad una función reparadora e
indemnizatoria de los posibles perjuicios que se pueda producir a la entidad por el incumpli-
miento del contratista, la penalidad se vincula con la responsabilidad contractual. Por el con-
trario, la multa administrativa tiene como naturaleza la de las sanciones administrativas, esto
10 Basta recordar el artículo 223 del RLCAE, aprobado mediante el Decreto Supremo 084-2004-PCM, el cual indica
que “en las Bases o el contrato se podrán establecer penalidades distintas a la mencionada en el Artículo prece-
dente, siempre y cuando sean razonables y congruentes con la prestación a cargo del contratista”.
Reflexiones finales
Dirección Técnico Normativa del Organismo Supervisor de Contrataciones del Estado (OSCE).
(3 de febrero de 2014). Opinión 019-2014/DTN. Recuperado de https://www.gob.
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Dirección Técnico Normativa del Organismo Supervisor de Contrataciones del Estado (OSCE).
(25 de agosto de 2016). Opinión 138-2016/DTN. Recuperado de https://www.gob.
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Dirección Técnico Normativa del Organismo Supervisor de Contrataciones del Estado (OSCE).
(16 de enero de 2017). Opinión 014-2017/DTN. Recuperado de https://www.gob.
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Osterling, F. & Castillo, M. (2016). La funcionalidad de la cláusula penal. Ius Et Praxis, (47),
29-46. Recuperado de https://revistas.ulima.edu.pe/index.php/Ius_et_Praxis/arti-
cle/view/939
1 Socia principal y lideresa del Área de Arbitraje, Litigios, Solución y Prevención de Controversias del Estudio Eche-
copar, asociado a Baker & Mckenzie International.
2 Asociada principal del Área de Litigios y Solución de Controversias del Estudio Echecopar, asociado a Baker &
Mckenzie International.
decisión que sea adversa, más allá de su razonabilidad. Sin un adecuado incentivo para
decidir en qué casos es realmente beneficioso efectuarlo, la salida más sencilla y “segura”
para el funcionario es esperar a que un tercero determine qué se debe hacer y no asumir la
responsabilidad por la decisión, aun sabiendo que en la mayoría de los casos lo conducirá
a un litigio cuyas posibilidades de éxito son nulas. Esta situación se ha visto potenciada
con el tsunami de casos de corrupción que ha paralizado al país, y que nos enfrenta a la
presunción de culpabilidad de todo funcionario y todo contratista que se vincula al Estado.
Esto viene generando litigios innecesarios y pérdida de recursos (tiempo y dinero) tanto
para la entidad como para los privados, por lo cual se requiere una regulación que pondere
eficiencia y transparencia.
En este texto, se analizarán los antecedentes fácticos y normativos que han conlle-
vado la introducción de modificaciones en la LCE para intentar solucionar este problema;
además, se evaluarán los criterios establecidos en las normas vigentes, con énfasis en los
numerales 12 y 13 del artículo 45 de la ley y los artículos del reglamento que los desarro-
llan. El objetivo es que estos cambios no queden solo en buenas intenciones, sino que ase-
guren eficiencia y transparencia en la solución de este tipo de controversias para el bienes-
tar de los sectores público y privado.
3 Se refiere a la Ley 26850, vigente desde el 29 de setiembre de 1998, que estableció por primera vez la incorpo-
ración de una cláusula arbitral obligatoria para la solución de controversias surgidas durante la ejecución de los
contratos de adquisiciones y contrataciones del Estado: “Cuando en la ejecución o interpretación del contrato surja
entre las partes una discrepancia, ésta será definida mediante el procedimiento de conciliación extrajudicial o ar-
bitraje, según lo acuerden las partes”. Las normas posteriores mantuvieron el mecanismo de arbitraje obligatorio.
4 Por lo menos no directamente, pues muchos arbitrajes terminan judicializándose con la impugnación de laudos
arbitrales ante el Poder Judicial, en los que generalmente se intenta abrir —de manera indebida— discusiones
sobre el fondo de la controversia.
La decisión fue y sigue siendo aplaudida por las ventajas del arbitraje en compara-
ción con el litigio judicial5. Permite solucionar controversias de manera más rápida y con
juzgadores especializados, lo cual es esencial, sobre todo, en materias complejas como las
disputas derivadas de la ejecución de obras. Bullard (2006) y Cantuarias (2002) resaltan,
en ese sentido, que se trata de un sustituto confiable y más atractivo para los privados, que
de otro modo tendrían que litigar en el Poder Judicial. Si bien este es un aspecto importante,
los problemas en la contratación pública son definitivamente transversales6 y no se concen-
tran únicamente en el mecanismo de solución de controversias.
Ahora bien, el arbitraje también presenta sus propios problemas: (i) si bien es más
célere en comparación con el Poder Judicial, dada la enorme carga procesal que enfren-
tan nuestros jueces, dependiendo de su complejidad y cómo se conduzca el arbitraje, este
puede demorar varios meses, sino algunos años; y (ii) es más costoso. Se deben pagar ho-
norarios de árbitros y abogados, así como gastos administrativos. En conclusión, la inver-
sión de recursos (tiempo y dinero) es elevada.
Frente a ello, la conciliación, el otro mecanismo previsto, es menos costoso. En este
caso, las partes acuden a un centro de conciliación extrajudicial, a fin de que se les asista en
la búsqueda de una solución consensual al conflicto7 y el conciliador pueda proponer fór-
mulas conciliadoras8. Si bien requiere de una asesoría especializada, estos procedimientos
suelen ser mucho más breves.
Teniendo en cuenta lo señalado, ante una controversia, lo racional sería sopesar, en
cada caso en concreto, los costos y beneficios de litigar o conciliar intereses. La decisión de
litigar solo debería tomarse ante la imposibilidad de llegar a un acuerdo y sustentarse en
posibilidades de éxito reales; por ejemplo, porque ambas partes, con fundamento, conside-
ran que tienen razón.
En el sector privado, este análisis promueve la negociación antes que el litigio; sin
embargo, en el caso de los contratos con el Estado, el panorama es distinto. Revisando infor-
mación disponible en la página web del OSCE sobre conciliaciones y arbitrajes en contratos
5 Este tipo de controversias no necesariamente tendría que resolverse en arbitraje, pero lamentablemente el Poder
Judicial peruano no ha podido brindar las garantías necesarias: “Esto significaba que el Estado debía proveer de
un Poder Judicial autónomo e independiente, de jueces capacitados, a quienes se les respete la especialización en
determinadas materias, y se les otorgue una carga procesal razonable que les permita resolver de manera pronta”.
Esta situación, descrita en 2007, se mantiene idéntica hasta la fecha, por lo que el arbitraje sigue siendo la mejor
opción frente a las reformas pendientes del Poder Judicial. Arrarte, A. & Paniagua, C. (2007). Apuntes sobre el
arbitraje administrativo y la materia arbitrable respecto de adicionales de obra. Advocatus [revista editada por
alumnos de la Facultad de Derecho de la Universidad de Lima], 16, p. 182.
6 La existencia de problemas que son transversales a todo el procedimiento de contratación pública es abordada
de manera expresa en el diario de debates de la Ley 30225 y en la exposición de motivos del Decreto Legisla-
tivo 1444, que introdujo modificaciones a dicha ley. Revisar http://spij.minjus.gob.pe/Graficos/Peru/2014/Ju-
lio/11/L-30225.pdf y http://spij.minjus.gob.pe/Graficos/Peru/2018/Setiembre/16/EXP-DL-1444.pdf
7 Artículo 5 de la Ley 26872, Ley de Conciliación, modificado por el artículo 1 del Decreto Legislativo 1070.
8 Artículo 20 de la Ley 26872, Ley de Conciliación, modificado por el artículo 1 del Decreto Legislativo 1070.
sujetos a la LCE, se observa que, entre 2008 y 2014 —el periodo previo a la Ley 30225—,
solo llegaron a conciliarse 351 casos9; mientras que se registraron 2897 laudos arbitrales10.
Es decir, en comparación con estos, solo alrededor del 12% de casos fue conciliado. No se
obtuvo data oficial actualizada por no haber sido publicada, aunque todo hace pensar que
la tendencia se mantuvo y esta es la razón para dictar la norma bajo comentario.
Más allá de la gran cantidad de laudos con respecto a acuerdos conciliatorios logra-
dos, un dato relevante es el porcentaje de éxito que alcanzó el Estado cuando litigó en un
arbitraje. La Contraloría General de la República, evaluando los resultados de laudos emi-
tidos entre 2003 y 2013, concluyó que en el 70% de los casos hubo resultados contrarios
a los intereses del Estado, lo que generó pérdidas para este de 1 228 millones de soles11.
Probablemente, una razón sea que el legislador consideró que era más “eficiente”
litigar en un arbitraje; pero no brindó a las entidades las herramientas indispensables para
encontrarse en este escenario con igualdad de armas, solo trasladó las limitaciones propias
del aparato estatal a este mecanismo privado de solución de controversias. La carga pro-
cesal de los procuradores públicos encargados de la defensa del Estado en los arbitrajes,
que es irracionalmente alta, sumada a la ausencia de recursos, son elementos que afectan
las posibilidades de un resultado exitoso. Si esto fuese un partido de fútbol, el Estado está
entrando a la cancha, al menos, con un gol en contra.
Asimismo, no se descarta que, en algunos casos, la corrupción pueda provocar arbi-
trajes en los que el Estado tenga resultados adversos. Es revelador que 7 de cada 10 casos se
pierdan, lo cual demuestra de forma contundente que la mayoría ni siquiera debió ser iniciada
por la entidad al estar destinada al fracaso. Por el contrario, la decisión racional y eficiente
debió ser la negociación y no el litigio, que a la larga le daría la razón al privado, pero a un
mayor costo para el Estado. Es decir, todos los ciudadanos pagan el costo de esta ineficiencia.
¿Por qué en esos casos el Estado decidía litigar? Para responder a esta interrogante,
cabe recordar que los funcionarios públicos actúan según el principio de legalidad, y sus
decisiones están sometidas a auditorías internas que pueden terminar en procedimientos
disciplinarios internos y externos; esto último por parte de la Contraloría General de la Re-
pública. Estas auditorías, que buscan garantizar la transparencia en las actuaciones de los
funcionarios y evitar actos de corrupción, muchas veces, generaban incentivos perversos
porque los funcionarios evadían tomar decisiones. En efecto, ante una controversia, estos
frecuentemente temen conciliar para no firmar acuerdos en los que la entidad renuncie a
algún derecho y, una vez iniciado el litigio, agotan todos los medios impugnatorios para
evitar cuestionamientos a su decisión de no impugnar, incluso cuando no tengan sustento
como suele suceder con los recursos de anulación de laudo, los cuales en su mayoría son
declarados infundados12.
La falta de decisión de las entidades para entablar un acuerdo conciliatorio y evitar
el litigio innecesario conlleva supuestos como el comentado por Gandolfo (2011) en el caso
de la ejecución de obras públicas. En este los contratistas se enfrentan a “la absurda nega-
tiva de las entidades por conceder las prórrogas que legítimamente les corresponden a sus
proveedores en gran medida por el temor de los funcionarios de encontrarse expuestos
posteriormente a las investigaciones de sus órganos de control” (p. 24). En estos casos,
anotaba lo siguiente:
Al desconocer ese derecho, se genera una controversia que inevitablemente acabará perjudi-
cando a la entidad a la que se le obligará a ampliar el plazo y adicionalmente a pagar intereses,
gastos arbitrales y en ocasiones hasta los daños que eventualmente puede haber ocasionado
al contratista (Gandolfo, 2011, p. 24).
¿Cómo tomar decisiones sin exponernos a ser acusados sin razón, en un futuro incierto, por
algún funcionario que lejos de buscar la verdad, solo persiga su cuarto de hora de fama? ¿No
firmando? ¿Dejando todo a un arbitraje que proteja a los funcionarios, pero que también en-
carezca el proyecto de manera inaudita? (Paredes, 2019, p. 5).
12 Según información disponible en la página web del OSCE, entre 2008 y 2014, la entidad logró anular laudos en el
23% de los casos de anulación iniciados. Información disponible en http://www.osce.gob.pe/descarga/arbitraje/
sentencias_judiciales/sentencias.asp
(i) Se incluyó a la junta de resolución de disputas (JRD) o dispute board (DB) como
mecanismo adicional para resolver controversias en la ejecución de obras, que es el
caso de relaciones de mayor duración y, en consecuencia, con mayor potencialidad
de conflicto en su ejecución, con la particularidad de que una controversia respecto
de algún aspecto concreto (partidas) bien puede originar que toda la ejecución de la
obra se paralice o se retrase (en tanto afecte la “ruta crítica”) hasta que este tema sea
decidido, con el consecuente reconocimiento de gastos.
Se trata de lo siguiente:
[…] un medio diferente y es interesante porque lo que hace es que se establezca un panel (de
una o tres personas) que se encuentran presentes durante el desarrollo de un proyecto. Cono-
cen el proyecto, conocen a las partes, saben cuáles son sus ventajas y sus puntos débiles. Y en
el momento en que las partes contratantes tienen una disputa, la ponen a consideración del
dispute board para que lo resuelva14 (Hernández, 2013, párr. 1).
(ii) Sin duda, incorporar el concepto de la JRD es un avance en el caso de los contratos
de obra. Al disponer de información de primera mano sobre la ejecución de la obra,
las decisiones pueden ser más acertadas. Asimismo, al recaer estas en un tercero,
la entidad no tendrá los problemas mencionados por el temor a tomar o formalizar
decisiones. En este caso, las partes solo acudirían al arbitraje si no se encuentran de
acuerdo con la decisión del DB.
Es decir, el peso completo de los conflictos no va a caer sobre el arbitraje, sino que es jus-
tamente este mecanismo que se va a complementar, en tanto su función será el de revisar y
ejecutar las decisiones emitidas por los Adjudicadores [que conforman el DB]. Además, por un
tema de experiencia, las decisiones emitidas por el Tribunal Arbitral casi siempre reafirman lo
resuelto por los Adjudicadores, dado que estos últimos son los que van a tener la información a
primera mano, y no le van a contar la película como en un arbitraje. Por ello se señala, que bajo
este mecanismo la excepción es el arbitraje y no la regla (Freitas, 2017, párr. 31).
(iii) Se establecieron, por primera vez, parámetros para que los funcionarios lleguen a
un acuerdo conciliatorio y determinen cuándo es conveniente impulsar un arbitraje.
Posteriormente, fueron “perfilados” y se incorporaron otros, entre ellos los referidos
a cuándo corresponde impugnar un laudo. Los parámetros fueron incluidos a través
de las siguientes normas: (i) el Decreto Legislativo 1341, que modificó disposiciones
de la LCE, y el Decreto Supremo 056-2017-EF, que modificó el reglamento, ambos
vigentes desde el 3 de abril de 2017; y (ii) el Decreto Legislativo 1444, que cambió
nuevamente disposiciones de la LCAE y generó la aprobación de un nuevo reglamento,
por el Decreto Supremo 344-2018-EF. Ambas normas se hallan vigentes desde el 30
de enero de 2019.
15 La evaluación debía estar contenida en un informe técnico-legal. En caso de requerirse una resolución autorita-
tiva para arribar al acuerdo conciliatorio, el procedimiento podía ser suspendido hasta por un plazo de 30 días
hábiles con posibilidad de ampliarlo a 30 días hábiles adicionales, previo acuerdo de las partes. Si, vencidos los
plazos antes señalados, la entidad no presentaba una resolución autoritativa ante el centro de conciliación, se en-
tendía que no existía acuerdo y se concluía el procedimiento conciliatorio. La conciliación se realizaba en centros
acreditados por el Minjusdh y las actas de conciliación se debían registrar ante el Seace.
16 Los criterios acordados fueron los siguientes: (i) el costo en tiempo y recursos del proceso arbitral; (ii) la expec-
tativa de éxito de seguir el arbitraje; (iii) la conveniencia de resolver la controversia en la instancia más temprana
posible; y (iv) los riesgos que representaría la controversia en el normal desarrollo de la ejecución contractual,
incluyendo no alcanzar la finalidad del contrato al no adoptarse el acuerdo conciliatorio. Sobre la responsabilidad
funcional, se precisó que esta se genera por impulsar o proseguir la vía arbitral cuando el análisis de costo-bene-
ficio determina que la posición de la entidad razonablemente no será acogida en dicha sede y, concretamente, la
responsabilidad se aplica a la decisión de (i) no impulsar o proseguir con la vía arbitral cuando el informe técnico
legal recomienda acudir a dicha sede; o (ii) impulsar o proseguir la vía arbitral cuando el informe técnico legal
establezca que la posición de la entidad no será acogida en el arbitraje.
19 El reglamento del Congreso establece que los proyectos de ley deben incluir el análisis de costo-beneficio; sin em-
bargo, no precisa qué deben contemplar:
“Requisitos y presentación de las proposiciones
Artículo 75.- Las proposiciones de ley deben contener una exposición de motivos donde se expresen sus funda-
mentos, el efecto de la vigencia de la norma que se propone sobre la legislación nacional, el análisis [de] costo-bene-
ficio de la futura norma legal incluido [cursivas añadidas], cuando corresponda, un comentario sobre su incidencia
ambiental. De ser el caso, la fórmula legal respectiva que estará dividida en títulos, capítulos, secciones y artículos.
Estos requisitos sólo pueden ser dispensados por motivos excepcionales […]”.
[…] constituye responsabilidad funcional impulsar o proseguir la vía arbitral cuando el aná-
lisis [de] costo-beneficio [cursivas añadidas] determina que la posición de la entidad razona-
blemente no será acogida en dicha sede. El reglamento establece otros criterios, parámetros y
procedimientos para la toma de la decisión de conciliar.
Esos criterios están previstos en el artículo 224.2 del reglamento, el cual regula el
procedimiento de conciliación.
Sin duda, la redacción de esta norma debió ser más clara e indicar expresamente
que el análisis de costo-beneficio del artículo 45.13, al que se remite la regulación sobre
arbitraje, incluye los criterios mencionados en el artículo 45.12 y otros desarrollados en
el reglamento (que regula la conciliación) para la evaluación de costo-beneficio. No existe
justificación para un análisis riguroso que evalúe si se concilia o no; asimismo, no se puede
exigir el mismo rigor en el análisis cuando ya se ha iniciado un arbitraje. Por ello, cuando
se alude al análisis de costo-beneficio, debe entenderse que este contiene los criterios ana-
lizados anteriormente, aun cuando se encuentran en los artículos que regulan el procedi-
miento de conciliación. En estos casos, la decisión de “conciliar” sería en términos amplios,
en contraposición a la de litigar en un arbitraje, y tendría que materializarse en alguna de
las siguientes posibilidades: (i) decisión de no impulsar la vía arbitral, absteniéndose de
iniciar un arbitraje, incluso cuando haya anunciado que lo haría; (ii) decisión de desistirse
del arbitraje empezado o de la pretensión planteada, en caso hubiesen comenzado el arbi-
traje o reconvenido; (iii) decisión de allanarse frente al arbitraje iniciado por el privado;
y (iv) decisión de negociar, durante el curso del arbitraje, una posición intermedia con el
privado sobre la base de lo resuelto en el análisis de costo-beneficio.
[L]os Procuradores Públicos integran el “Sistema de Defensa Jurídica del Estado”, creado me-
diante el Decreto Legislativo N° 1068 […]. Dicho Sistema tiene como ente rector al Ministerio
de Justicia, el cual ostenta como atribución principal establecer la política general del mismo
(Espinoza, 2015 p. 2).
[…] Representar y defender jurídicamente al Estado en los temas que conciernen a la entidad
de la cual dependen administrativamente, o en aquellos procesos que por su especialidad
asuman, y los que de manera específica les asigne el Presidente del Consejo de Defensa Jurí-
dica del Estado (Resolución Ministerial 196-2012-MIDIS, 2012).
El problema que se advierte con la opinión de los procuradores es que, al tratarse tam-
bién de funcionarios públicos, razonablemente podrán tener reparos para emitir opiniones
que puedan ser interpretadas como “contrarias a los intereses del Estado”, cuando su fun-
ción es, precisamente, defender sus intereses. Lamentablemente, en el Perú, los procurado-
res públicos impulsan litigios, interponiendo toda clase de recursos, aun cuando la entidad
a la que representan no tenga razón. La explicación se puede encontrar revisando el De-
creto Legislativo 1068 y su reglamento, aprobado por el Decreto Supremo 017-2008-JUS,
que mencionan que constituye inconducta funcional por defensa negligente:
En efecto, no debe perderse de vista que los procuradores públicos son abogados y
suelen tener una carga excesiva de casos bajo su defensa (arbitrales y judiciales, de todo
tipo de dificultad). Esto podría limitar una evaluación acertada, aun cuando exista la vo-
luntad de hacerlo, y podría generarles consecuencias adversas; pues les da una responsa-
bilidad adicional que implica que destinen sus propios recursos a estas evaluaciones, en
materias que no necesariamente dominan, en lugar de dedicar sus esfuerzos a una sólida
defensa del Estado en los casos en los que sí hay reales expectativas de éxito.
Por ello, una alternativa es que determinados casos, por su complejidad o cuantía,
sean evaluados por terceros completamente ajenos al Estado; por ejemplo, abogados o es-
pecialistas técnicos, dependiendo de la materia en discusión. Al respecto, resulta ilustrativa
la propuesta del Proyecto de Ley 109/2016-CR, a iniciativa del congresista Alberto de Be-
laúnde, con relación a los análisis de costo-beneficio que se efectúan en los proyectos de ley.
La propuesta busca impulsar la creación de una Oficina de Estudios Económicos, autónoma,
que emita opiniones sobre predictámenes elaborados por las respectivas comisiones del
Congreso. El fundamento para la creación de esta oficina es la necesidad de una instancia
especializada e independiente que sirva de apoyo en materia económica, sobre la cual usual-
mente los congresistas no tienen conocimientos especializados. El proyecto descarta que
este análisis se encuentre a cargo del Ministerio de Economía y Finanzas (MEF); ya que,
aunque tiene los conocimientos especializados, “no tiene en cuenta que este tipo de estudio
debe estar rodeado de la mayor garantía de objetividad o imparcialidad posible”25.
De igual modo, para la evaluación de costo-beneficio, de continuar o no con la con-
troversia, debería buscarse una opinión objetiva e imparcial, además de especializada,
por lo que sería recomendable que, al menos, una parte de los casos sean evaluados por
terceros especialistas.
Dado que faltaría establecer algún criterio objetivo para determinar qué casos tienen
que contar con la opinión de ese tercero, sobre todo, considerando que se trata de una
alternativa que implica la asunción de costos para la contratación de ese tercero, debería
ser una cuantía elevada o, en pretensiones no cuantificables, el impacto que tendrían en
el contrato (por ejemplo, su resolución) o una complejidad particular. En estos casos, lo
óptimo sería disponer de la opinión debidamente fundamentada de los terceros26. En esta
opinión se basaría la entidad para tomar la decisión de proseguir o no con la controversia.
En el resto de los casos, bastaría con la opinión de la procuraduría pública.
Finalmente, cabe señalar que, a pesar de que las disposiciones comentadas sobre
quienes toman la decisión están recogidas en normas que regulan los procedimientos de
conciliación (artículo 45.12 de la ley y el 224.2 del reglamento), estas tendrían que ser
aplicables también para escenarios de arbitraje. En efecto, en esos casos se ha previsto la
realización de un análisis de costo-beneficio y responsabilidad funcional. Por ello, a partir
de una interpretación sistemática, la conclusión debería ser que dicho análisis y responsa-
bilidad se encuentran con arreglo a las disposiciones comentadas.
[G]eneraba que las entidades evalúen la propuesta inicial del contratista (la cual, por lo ge-
neral, se presenta sin realizar concesiones en su pretensión), y no la propuesta de acuerdo
conciliatorio que podría lograrse luego de acudir a las sesiones de conciliación en las cuales se
desarrollan los argumentos de las partes y se realizan otras concesiones con mayor informa-
ción, la cual varía de la propuesta de conciliación inicial presentada por el contratista. En ese
sentido, […] la evaluación que regula el artículo 45 [del Decreto Legislativo 1444] se realiza
luego de acudir a las citaciones a conciliar y lograr, de ser el caso, una propuesta de acuerdo
conciliatoria mutua, y no solo del contratista.
La precisión es adecuada; pues evita que se tome una decisión sobre una propuesta
inicial en la que probablemente el privado no considere realizar alguna concesión que
pudiese facilitar el acuerdo conciliatorio y que, luego de negociar, sí estará dispuesto a
dar. No obstante, la entidad no solo evaluará propuestas, sino, además, podrá presentar
las suyas. Esto promovería la búsqueda de un consenso y dejaría claramente acordadas
las expectativas de la entidad, lo que podría ser mejor evaluado por el privado.
[…] aquella en la que incurren los servidores y funcionarios por haber contravenido el orde-
namiento jurídico administrativo y las normas internas de la entidad a la que pertenecen, se
encuentre vigente o extinguido el vínculo laboral o contractual al momento de su identifica-
ción durante el desarrollo de la acción de control. Incurren también en responsabilidad admi-
nistrativa funcional los servidores y funcionarios públicos que en el ejercicio de sus funciones,
desarrollaron una gestión deficiente, para cuya configuración se requiere la existencia, previa
a la asunción de la función pública que corresponda o durante el desempeño de la misma, de
mecanismos objetivos o indicadores de medición de eficiencia.
29 Cabe señalar que, mediante la sentencia recaída en el Expediente 00020-2015-PI/TC, publicada el 23 de abril de
2019, el Tribunal Constitucional declaró la inconstitucionalidad del artículo 46 de la Ley Orgánica del Sistema
Nacional de Control y de la Contraloría General de la República, Ley 27785, que fue incorporado por Ley 29622.
Dicho artículo regulaba las conductas infractoras del régimen de responsabilidad administrativa funcional. El
efecto de esta sentencia es que actualmente “[…] la Contraloría no estará facultada a iniciar nuevos procedimientos
administrativos sancionadores [cursivas añadidas] debido a que, en mérito de lo dispuesto por la Sentencia y en
el marco del régimen de responsabilidad administrativa funcional, se ha eliminado toda conducta reprochable o
pasible de sanción por parte de la Contraloría y con ello, la misma potestad sancionadora de esta entidad al no
existir un objeto sobre el cual recaiga”. Estudio Echecopar. (abril de 2019). Declaran inconstitucional la norma de
tipificación de infracciones a cargo de la Controlaría [Entrada en blog]. Recuperado de http://bakerxchange.com/
cv/7ca9716ef2dee12ce164fb6c6be5b3063370e38c
[…] es aquella en la que incurren los servidores y funcionarios públicos, que por su acción u
omisión, en el ejercicio de sus funciones, hayan ocasionado un daño económico a su Entidad
o al Estado. Es necesario que el daño económico sea ocasionado incumpliendo el funcionario
o servidor público sus funciones, por dolo o culpa, sea ésta inexcusable o leve. La obligación
del resarcimiento a la Entidad o al Estado es de carácter contractual y solidaria, y la acción
correspondiente prescribe a los diez (10) años de ocurridos los hechos que generan el daño
económico (Ley 27785, novena disposición final).
30 “224.2. Bajo responsabilidad, el Titular de la Entidad o el servidor en quien este haya delegado tal función evalúa la
decisión de conciliar o de rechazar la propuesta de acuerdo conciliatorio considerando criterios de costo-beneficio
y ponderando los costos en tiempo y recursos del proceso arbitral, la expectativa de éxito de seguir el arbitraje
y la conveniencia de resolver la controversia a través de la conciliación. Asimismo, se consideran los riesgos que
representa la controversia en el normal desarrollo de la ejecución contractual, incluyendo el de no poder alcanzar
la finalidad del contrato al no adoptarse un acuerdo conciliatorio. Dicha evaluación se encuentra contenida en un
informe técnico legal previo debidamente sustentado”.
Reflexiones finales
Las normas comentadas responden a la urgente necesidad de frenar el litigio indebido por
parte del Estado, que provoca la pérdida de recursos tanto a los privados como a sí mismo.
El reto consiste en establecer los incentivos y criterios adecuados para que los funcionarios
públicos, mediante una evaluación seria y sin temor a represalias por ello, puedan decidir
no litigar cuando sea lo más eficiente. Se busca ganar eficiencia sin perder transparencia.
Los criterios y las sanciones dispuestas en las normas comentadas reflejan avances
en el esfuerzo por lograr ese objetivo. Así, exigen que, frente a un procedimiento concilia-
torio o iniciado un arbitraje, los funcionarios de la entidad involucrada efectúen un análisis
de costo-beneficio que cumpla ciertos requisitos, bajo responsabilidad funcional.
En este trabajo, se ha aludido a algunas precisiones que se consideran pertinentes de
introducir para continuar en la ruta de lograr un litigio eficiente:
• Establecer claramente que los criterios para la ejecución del análisis de costo-
beneficio expresamente previstos para casos de conciliación son obligatorios, así
como cuando se realice dicho análisis para decidir continuar o no con un proceso de
arbitraje. Además, se debería exigir que el informe resultante de dicho análisis tenga
un sustento razonablemente idóneo.
• En el análisis de costo-beneficio del marco de arbitrajes, la decisión de no litigar
debería materializarse en alguna de las siguientes decisiones: (i) no impulsar la vía
arbitral, absteniéndose de iniciar un arbitraje aun cuando haya anunciado que lo haría;
(ii) desistir del arbitraje comenzado o de la pretensión planteada, en caso hubiesen
empezado el arbitraje o reconvenido; (iii) allanarse frente al arbitraje iniciado por el
privado; y (iv) negociar, durante el curso del arbitraje, una posición intermedia con
el privado sobre la base de lo resuelto en el análisis.
• En ciertos casos —por su complejidad o cuantía—, el análisis de costo-beneficio
deberían realizarlo terceros ajenos al Estado; por ejemplo, abogados o especialistas
técnicos, según la materia en discusión. En los demás casos, se propone que sea
llevado a cabo por la procuraduría pública, para lo cual es indispensable dotarla de
los recursos necesarios; por ejemplo, para que disponga del apoyo de dependencias
técnicas si lo estima pertinente. Esto podría ayudar a contar, desde un inicio,
con un análisis imparcial y técnicamente adecuado, así como reducir el nivel de
responsabilidad de los funcionarios de la entidad sobre el sentido de la decisión.
• La entidad no debería limitarse a evaluar propuestas conciliatorias, sino, además,
presentar las suyas. Esto promovería la búsqueda de un consenso y dejaría claramente
establecidas las expectativas de la entidad, lo cual podría ser mejor evaluado por
el privado. Como resulta claro, nada de lo señalado o propuesto en esta etapa de
conciliación podría ser utilizado en un litigio, en la hipótesis de que no se llegara
a resolver la controversia, con el propósito de evitar que ambas partes se sientan
limitadas en su actuación por el temor a que, posteriormente, esto pueda ser usado
por la contraparte como un reconocimiento de responsabilidad.
• En ciertos casos litigiosos, debería realizarse más de un análisis de costo-beneficio.
Uno solo podría ser contraproducente en casos como los siguientes: (i) si al inicio
del arbitraje se realizó el análisis y este concluyó que no se cuenta con información
suficiente porque se deben actuar ciertas pruebas que pueden resultar determinantes,
entonces, la entidad debería efectuar una evaluación apenas cuente con estas, en la
medida en que con el informe anteriormente realizado no era posible determinar
qué acciones tomar; (ii) si los argumentos del privado varían de manera sustancial
a los evaluados en el análisis, justificando una nueva evaluación de las posibilidades
de obtener un resultado favorable para la entidad, en vista de ese nuevo contexto.
Esto permitiría que la evaluación por parte de la entidad sea continua, y tome la
decisión de no proseguir en el arbitraje cuando las circunstancias hayan variado y
así lo ameriten.
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Desde hace más de 20 años, a partir de la Ley 26850, vigente desde 1998, las sucesivas
normas de contratación pública2 han incorporado la conciliación y el arbitraje como meca-
nismos para resolver las controversias derivadas de los contratos suscritos por el Estado.
Es cierto que, a la fecha, no existe estadística publicada sobre el número de conflic-
tos que se han resuelto a través de uno u otro mecanismo. No obstante, resulta evidente
que a diferencia del arbitraje, que ha tenido un crecimiento y evolución significativos, la
conciliación se ha utilizado con muy poca frecuencia, pese a que, desde el punto de vista
teórico, permitiría soluciones más rápidas para las partes involucradas. La falta de uso de
la conciliación puede estar justificada en la resistencia a suscribir acuerdos que puedan ser
observados por la Contraloría General de la República o por la cultura litigiosa del medio
y, ante ese panorama, las partes han privilegiado acudir directamente al arbitraje en lugar
de la conciliación.
Con el propósito de favorecer el uso de la conciliación, el TUO de la LCE, aprobado por
el Decreto Supremo 082-20193, y su reglamento, mediante el Decreto Supremo 344-2018-
EF (RLCE), la regulan de manera más amplia. Así, enfatizan la necesidad de realizar un análi-
sis costo-beneficio para evaluar la conveniencia de conciliar o proseguir con la controversia
en sede arbitral, y atribuyen responsabilidad funcional por impulsar o proseguir la vía arbi-
tral cuando el referido análisis determina que la posición de la entidad, razonablemente, no
será acogida en dicha sede. A continuación, se desarrollarán estos aspectos.
1. La conciliación
Es un mecanismo de solución de conflictos en el que las partes, de manera voluntaria, so-
licitan a un tercero (conciliador) que los asista en la solución del conflicto. El conciliador
puede sugerir alternativas de solución a las partes, quienes voluntariamente pueden adop-
tarlas o no. Considerando que aquel no tiene autoridad para imponer la solución y que esta
obedece exclusivamente a la decisión de los involucrados, es posible que, de llegar a un
convenio, estos obtengan mayores incentivos para cumplir el acuerdo conciliatorio.
Lograr una conciliación conlleva trascender las posiciones de las partes, identificar
sus intereses y construir alternativas que permitan solucionar el conflicto. Las posiciones
son las posturas que adoptan las partes en un proceso de negociación, o las demandas o
pretensiones que manifiestan expresamente y que esperarían sean reconocidas por la otra
parte. Los intereses son las motivaciones internas, normalmente no son evidentes, y para
identificarse requieren un proceso de análisis y estudio mayores. En tanto que existe una
zona de común interés entre las partes, es posible explorar y encontrar alternativas de
solución que no necesariamente coinciden con la posición inicial. Sin embargo, esta opción
necesita un proceso de análisis de la situación, sus antecedentes y escenarios futuros; pues
se trata de construir alternativas que sean satisfactorias para las partes y se traduzcan en
acuerdos que resuelvan el conflicto.
En el Perú, la conciliación está regulada mediante la Ley 26872 (Ley de Conciliación)
y su reglamento, aprobado según el Decreto Supremo 014-2008-JUS (Reglamento de la Ley
de Conciliación). Sin embargo, cuando se trata de conciliaciones realizadas en el marco de
la LCE y su reglamento, estas dos normas se aplican en primer lugar, y solo de manera su-
pletoria, las normas que regulan la conciliación. En ese sentido, en el numeral 45.11 del ar-
tículo 45 de la LCE, se indica que “los medios de solución de controversias previstos en este
artículo se rigen especialmente por lo establecido en la presente norma y su reglamento,
sujetándose supletoriamente a lo dispuesto en las leyes de la materia [cursivas añadidas]”.
3 Norma que ordena la Ley 30225 (vigente desde el 9 de enero de 2016), modificada por los Decretos Legislativos
1341 (vigente desde el 3 de abril de 2017) y 1444 (vigente desde el 30 de enero de 2019).
ejercicio siguiente. Ello sin considerar que, desde el punto de vista político, la ejecución o no
de un contrato puede impactar negativamente en la imagen del político a cargo.
Asimismo, en cuanto al tiempo, el inicio del arbitraje activa el sistema de defensa del
Estado y, en muchas ocasiones, puede provocar que se inicien nuevamente todos los pro-
cesos previstos en los diferentes sistemas administrativos para lograr una prestación que
sustituya a la que está en controversia.
En el caso del contratista, el inicio del arbitraje significa mantener las cartas fianza
durante todo el proceso arbitral hasta su culminación; esto tiene una traducción monetaria
en el gasto financiero que ello implica y en el impacto que puede tener en la línea de crédito
disponible para el contratista.
Además, hay dos aspectos que afectarían futuras contrataciones: no tendrá la cons-
tancia de prestación del servicio que le permitiría acreditar mayor experiencia en proce-
dimientos de selección futuros y, en cuanto a consultores y ejecutores de obra, su capaci-
dad máxima de contratación se mantendría paralizada en relación con la obra o servicio
en cuestión.
De esta manera, cuando exista la posibilidad de la tipificación de una infracción —
como ocurre con una resolución contractual—, es posible que el contratista deba afrontar
un procedimiento sancionador, el cual puede incluir la inhabilitación para participar en
procesos de selección futuros o una multa.
Estos elementos deberían ser el punto de partida para analizar la conveniencia o no
de llegar a un acuerdo o acudir a un arbitraje.
la demanda de servicio judicial, o demanda por justicia […] no difiere en lo sustancial a la de-
manda de cualquier otro bien o servicio, donde la cantidad demandada será función del precio
de dicho bien, de los ingresos o renta disponible de los consumidores, de las preferencias de
cada sujeto y de los precios de los bienes sustitutos o afines, entre otras cosas. Sin embargo,
es posible identificar algunas características especiales que la diferencian de demandas por
otra clase de bienes. En este sentido, la decisión de los particulares de demandar justicia se
basa en la percepción que tienen sobre los costos y beneficios que esperan obtener del juicio y
no de un factor cierto como podría ser el precio de un producto, lo que a su turno depende de la
información provista por un intermediario (abogado) [cursivas añadidas], surgiendo, como se
verá más adelante, un problema de principal y agente (Mery, 2006).
p (W - M - CL + M) + (1 - p) (W - M - CL) > W - M
Donde:
Donde “p” se define como el nivel crítico de probabilidad para acceder a la justicia,
esto es, aquel que determina el límite según el cual el potencial litigante decidirá acudir
o no a la justicia. De esta manera, si las probabilidades de ganar el caso están por encima
(debajo) de “p”, afectarán la decisión del litigante de acudir (no acudir) a la justicia (Shavell,
1982, como se citó en Mery, 2006).
4 En el fondo, el problema del monto de la cuantía frente al costo de las tasas administrativas y honorarios del árbitro
es de acceso a la justicia.
5 Infracciones y sanciones administrativas
“50.1 El Tribunal de Contrataciones del Estado sanciona a los proveedores, participantes, postores, contratistas,
subcontratistas y profesionales que se desempeñan como residente o supervisor de obra, cuando corresponda,
incluso en los casos a que se refiere el literal a) del artículo 5, cuando incurran en las siguientes infracciones:
[…]
f) Ocasionar que la Entidad resuelva el contrato, incluido Acuerdos Marco, siempre que dicha resolución haya
quedado consentida o firme en vía conciliatoria o arbitral.
g) No proceder al saneamiento de los vicios ocultos en la prestación a su cargo, según lo requerido por la Entidad,
cuya existencia haya sido reconocida por el contratista o declarada en vía arbitral.
h) Negarse injustificadamente a cumplir las obligaciones derivadas del contrato que deben ejecutarse con poste-
rioridad al pago.
[…]
50.4 Las sanciones que aplica el Tribunal de Contrataciones del Estado, sin perjuicio de las responsabilidades
civiles o penales por la misma infracción, son:
En estos casos, las consecuencias del laudo no solo se relacionan con el contrato
del que deriva el conflicto, sino que se extienden a los beneficios futuros que podría tener
el contratista; pues existe la posibilidad de ser inhabilitado por un periodo de entre tres
meses a tres años6 para contratar con el Estado y, con ello, el efecto del proceso puede al-
canzar la expectativa de beneficios futuros si se mantuviera como proveedor. Esto genera-
ría un incentivo adicional (y extraño al contrato del que deriva la controversia) para decidir
litigar o no.
El financiamiento del arbitraje es un aspecto medular para continuar o no con el pro-
ceso, dado que los costos del arbitraje se abonan al inicio y, ante la falta de pago de una de
las partes, la parte interesada se subroga en el pago de estos. En ese escenario, la parte in-
teresada, además de sus gastos de defensa, asume la totalidad de los costos procesales para
permitir la continuación del arbitraje, lo que genera el problema inicial de financiamiento.
En este sentido, el interesado no tiene seguridad del sentido de la controversia ni la garan-
tía de que dispondrá del reembolso de los gastos procesales (lo que se sujeta al momento
de emitir el laudo). Además, es posible que, de ser favorable, el laudo sea sometido a un
proceso judicial de anulación y otro de ejecución. Por lo tanto, un eventual laudo favorable
no siempre se ejecuta inmediatamente después de ser emitido.
Esta situación es particularmente importante en pequeñas y medianas empresas que
acceden a contratos que les resultan significativos, y en los que la expectativa de utilidad
era valiosa en relación con su capacidad de financiamiento u operación.
Por el lado de la entidad, un aspecto cardinal es la expectativa generada por la ejecu-
ción de determinado contrato, y la posibilidad de que esto incida en la imagen del político
a cargo y el rédito político que podría obtener. Ello ocurre, principalmente, en los casos
mediáticos en los que el interés político puede ser relevante para el titular de la entidad, y
en los que hay riesgo de que la decisión de litigar o no se asuma por una motivación polí-
tica y no por una razón técnica. Desde el punto de vista teórico, el informe costo-beneficio
debería mitigar este riesgo.
En todos los casos, uno de los factores sustanciales para decidir litigar o no se vincula
a la expectativa de ganar la controversia y, en este aspecto, hay un problema de agencia
entre el abogado y la parte. Existe asimetría entre la información de la que dispone el abo-
gado y la que requiere la parte, incluso es posible que este oriente la decisión pensando en
su propio beneficio (a través de honorarios) sin tomar en cuenta el de su cliente. Entonces,
b) Inhabilitación temporal: Consiste en la privación, por un periodo determinado del ejercicio del derecho a par-
ticipar en procedimientos de selección, procedimientos para implementar o extender la vigencia de los Catálogos
Electrónicos de Acuerdo Marco y de contratar con el Estado. Esta inhabilitación es no menor de tres (3) meses ni
mayor de treinta y seis (36) meses ante la comisión de las infracciones establecidas en los literales c), f), g), h) e i)”.
6 De conformidad con el literal “b” del numeral 50.4, las infracciones relativas a ocasionar que la entidad resuelva el
contrato, que haya quedado firme en el proceso arbitral o en la conciliación, provocan la inhabilitación no menor
de tres meses ni mayor de 36 meses.
en tiempo y recursos del proceso arbitral, la expectativa de éxito de seguir el arbitraje, y la con-
veniencia de resolver la controversia en la instancia más temprana posible [cursivas añadidas].
En ambos casos, se puede solicitar opinión de la procuraduría pública [cursivas añadidas] co-
rrespondiente o la que haga sus veces.
Esta norma concuerda con el numeral 224.2 del artículo 224 del RLCE, en el cual se
establece lo siguiente:
conjunto de decisiones— de gobierno que sea fuente de costos y beneficios para determi-
nado sector o sectores de la población” (Ortiz & Guerra-García, 1998, p. 15).
En opinión de estos autores, el análisis costo-beneficio permite ordenar información
y procesarla para apoyar procesos de toma de decisiones; también se puede emplear para
facilitar la elección de medidas alternativas que persiguen los mismos objetivos, de modo
que se maximice el impacto deseado. Se trata de una metodología en la cual se pueden in-
corporar una serie de criterios diversos para la evaluación de opciones disponibles. A di-
ferencia de lo que ocurre en un proyecto privado en el que la evaluación para tomar una
decisión se limita a contabilizar los costos y beneficios en función de los precios de mercado
de los bienes involucrados, el Gobierno debe, cuando la situación lo amerita, ajustar estos
precios para obtener el verdadero costo social, costo de oportunidad o precio sombra.
Esto es importante en el caso de la contratación pública; pues, como se ha explicado,
el interés del Estado no es obtener una ganancia o utilidad monetaria, sino lograr una fi-
nalidad pública que se traduzca en mayor beneficio para los ciudadanos. De hecho, en el
artículo 1 de la LCE, se dispone que su finalidad es maximizar el valor de los recursos públi-
cos, de manera que las contrataciones tengan una “repercusión positiva en las condiciones
de vida de los ciudadanos”. El objetivo es, justamente, lograr una metodología que permita
medir el “beneficio o ganancia social” implícito en cada contratación.
Cabe precisar que, en el caso de proyectos de inversión pública8, se prevé la evalua-
ción social del proyecto, incluyendo los beneficios y costos sociales que se deberían aplicar
en esta etapa. Sin embargo, no es frecuente que este análisis se haya realizado en contrata-
ciones de bienes y servicios.
El objetivo final es identificar adecuadamente los costos y beneficios de una decisión,
y comparar la situación actual con la existente luego de adoptada la medida en un proceso
en el que se valorizan los efectos.
Una vez que estos efectos son valorizados, se habla de beneficios cuando se ha cuantificado el
efecto sobre un ganador, y los costos si se ha hecho lo mismo con un perdedor. La identifica-
ción de un beneficio o costo no debe entenderse como un juicio de valor sobre la conveniencia
o legitimidad de dicha situación […]. Desde el punto de vista del proceso de valuación de estos
efectos, se puede[n] establecer tres categorías:
Efectos monetarios: Pueden ser medidos en unidades monetarias directamente porque se
trata de impactos que pueden evaluarse en función de los precios de mercado.
Efectos para los que existen métodos de valorización: Pueden ser traducidos a unidades mo-
netarias a través de determinados métodos.
Efectos no susceptibles de una valorización: No existen métodos aceptados que permitan ex-
presarlos en unidades monetarias (Ortiz de Zevallos & Guerra-García, 1998, p. 27).
8 La Directiva 02-2017-EF/63.01 (Directiva para la Formulación y Evaluación en el Marco del Sistema Nacional de
Programación de Inversiones, publicada en el diario oficial El Peruano el 22 de abril de 2017) contempla el conte-
nido mínimo de los estudios de preinversión y los parámetros de evaluación social.
En este análisis, se deben distinguir igualmente los costos directos, entendidos como
aquellos impactos que se producen en el mercado, y los indirectos, como los que afectan a
mercados vinculados.
Es importante resaltar que existen aspectos, como el tiempo, con los que no es senci-
llo establecer una estimación, pero para los cuales desde la economía se ha utilizado algún
método de valoración. No obstante, a la fecha, se ha aprobado una serie de parámetros de
evaluación social9 que incluye, por ejemplo, el valor social del tiempo. Ocurre igual con el
valor de la vida, donde los autores citados explican que el análisis costo-beneficio evidencia
que, al adoptar una serie de decisiones individuales y de Gobierno, se ha optado implíci-
tamente por una valoración de la vida, aunque esta no haya sido explicitada de manera
consciente. Ello sucede, por ejemplo, cuando se asigna un determinado monto de recursos
a la defensa civil, a la investigación de curas contra el cáncer o a evitar el contagio de enfer-
medades mortales (Ortiz de Zevallos & Guerra-García, 1998).
En consecuencia, en tanto que se continúen estableciendo parámetros de evaluación
social, será posible determinar criterios homogéneos y coherentes, de manera que en todos
los casos exista una valoración consciente de estos aspectos.
OSCE, dado que dispone de acceso a la información del Seace. Por su parte, las entidades
y procuradurías también podrían realizar su propia estimación a partir de la información
que manejan.
La duración del proceso causa un impacto directo en la fecha en que, una vez solu-
cionada la controversia, se puede estimar que se logrará la finalidad pública de la contrata-
ción; ya que, si bien inicialmente se ha previsto un plazo de ejecución, tendrían que calcu-
larse el tiempo de duración del proceso más las prestaciones pendientes que se deberían
cumplir, de manera que se obtenga la fecha probable en la que la entidad puede alcanzar la
finalidad del contrato.
En cuanto a los recursos del proceso arbitral, existen dos aspectos: los gastos propios
del proceso, tales como honorarios de árbitros y tasas administrativas, y otros recursos
involucrados.
Los gastos del proceso se pueden medir en términos objetivos porque los honorarios y
gastos arbitrales se sujetan a las tablas aprobadas por el centro de arbitraje o por el OSCE, de
manera que es posible realizar la cuantificación respectiva en función del monto demandado.
En relación con los recursos, se deben valorar, además, el tiempo que los funcionarios
invertirán en el desarrollo del litigio —ya sea para atender la controversia directamente
como para realizar todas las actividades vinculadas a la defensa (elaboración de informes,
peritajes, etcétera)— y los costos de la defensa jurídica que, como se ha mencionado, está
a cargo de los procuradores.
Un aspecto sustancial no siempre valorado corresponde a los costos posteriores al
proceso arbitral, surgidos de una demanda de anulación de laudo, un proceso de ejecución o
cualquier otra articulación que se pueda efectuar después de emitirse, y que requiere igual-
mente una estimación en términos de tiempo y recursos involucrados. Ello es especialmente
relevante si se considera que estos procesos se añaden a la carga procesal ordinaria del sis-
tema de justicia e implican, en los hechos, concluir el proceso arbitral para iniciar, luego, los
procesos judiciales con todas las consecuencias que ello genera.
Se trata de una carga procesal judicial agregada que congestiona el sistema ordinario
de justicia y es financiada por el Estado, perjudicando a los ciudadanos. Si bien este aspecto
podría estudiarse a detalle como transferencia de costos y beneficios, existe una gran difi-
cultad para medirla.
el diseño contractual inicial, el avance de ejecución contractual, entre otros factores que
deben ser evaluados desde la perspectiva del árbitro conocedor de la materia y, según ello,
establecer las posibilidades de probar las pretensiones de ambas partes.
Al tratarse de un análisis de la actuación de las partes en etapa de ejecución contrac-
tual, puede ser un espacio para analizar y retroalimentar la forma en que la entidad está
desempeñándose, de manera que, si se hace eficientemente, se convertiría en una fuente
de oportunidades de mejora al interior de las entidades. Un aspecto que se debe tener en
cuenta será el interés de los funcionarios involucrados en minimizar la posibilidad de ser
sancionados por su actuación durante la ejecución contractual.
Por otro lado, también es posible evaluar la forma en que se han resuelto casos si-
milares en laudos anteriores, sea al interior de la entidad o en otras. La dificultad es que
la opinión de un laudo previo no coincidirá necesariamente con el árbitro que se designe
y no hay ninguna obligación de seguir ninguna línea de argumentación, como ocurre, por
ejemplo, con el precedente.
un medio para lograrlo. Por consiguiente, con este criterio se analiza el impacto de un arbi-
traje con respecto al objetivo mayor que pretendía la entidad.
Si bien es especialmente relevante para el análisis, en la práctica, puede ser el más
complejo de evaluar, sobre todo en los contratos de bienes y servicios que no cuentan con una
estimación previa del beneficio social que buscan lograr. En el caso de obras, debería tomarse
la información de los estudios previos que contienen la evaluación social del proyecto y com-
pararla con los escenarios posibles para medir el impacto que podría causar el arbitraje.
La evaluación y la ponderación de estos factores deberían permitir a las entidades
tomar decisiones más eficientes y objetivas. De esta manera, en los casos que corresponda,
solucionar el conflicto a través de una conciliación.
Reflexiones finales
La incorporación del análisis costo-beneficio para definir la mejor alternativa de solución
de conflictos puede ser una herramienta muy útil y positiva para tomar decisiones más
eficientes para el Estado.
Como toda herramienta, su utilidad depende de la pericia con que se utiliza y eso plan-
tea, al menos, dos desafíos para el Estado: la necesidad de generar equipos técnicos y dispo-
ner de criterios de control que incentiven la toma de decisiones con base en la eficiencia.
En efecto, el Estado deberá contar con equipos técnicos y competentes al interior de
las entidades que estén en capacidad de elaborar los informes bajo esta normativa. Cabe re-
calcar que, cuando se alude a la naturaleza “técnica” del análisis, no se trata de los aspectos
propios de la contratación, sino de la necesidad de calcular adecuadamente los costos que
se asignan a cada criterio contemplado en la norma. Esto representa una especial dificultad
cuando se deben cuantificar asuntos que no necesariamente tienen una valoración econó-
mica expresa, tales como el tiempo, la vida o la salud. Por esa razón, es fundamental que
el informe sea elaborado con la participación de economistas o estadistas, pues se trata de
estimar una serie de variables y, luego, compararlas. Además, las entidades deberían reco-
pilar información estadística relevante que les permita adoptar decisiones sustentadas de
manera objetiva y cada vez más confiable.
Asimismo, se debe evitar la interferencia de funcionarios que tuviesen participación
previa, cuyos informes hayan permitido o sustentado las decisiones que se cuestionan, y
que podrían suscitar la conciliación o el arbitraje. Es decir, es necesario alcanzar cierto
grado de autonomía entre los funcionarios que tomaron las decisiones que se cuestionan y
quienes las analizan, a efectos de resolver la conveniencia o no de conciliar.
Finalmente, un aspecto que puede contribuir al éxito en la aplicación de la norma es
el criterio que se emplea en las acciones de control. Es sustancial que la actuación de la con-
traloría parta por analizar la idoneidad del informe de análisis costo-beneficio, teniendo
Guerra-García, G. & Ortiz de Zevallos, G. (1998). Análisis costo-beneficio de las normas. Lima:
USAID.
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Ley de Conciliación Extrajudicial [Ley 26872]. Recuperado de http://www.osce.
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1 Magíster en Derecho de la Construcción por la Universidad de Melbourne. Abogado por la PUCP. Adjudicador y
árbitro acreditado ante diversas instituciones. Conciliador extrajudicial acreditado por el Minjusdh. Profesor del
curso Medios Alternativos de Resolución de Conflictos de la maestría de Derecho Civil de la Universidad Nacional
de San Cristóbal de Huamanga (UNSCH).
que huye?… Vuelve aquí que te voy a destrozar. ¡Te destrozaré a mordiscos!” (Guilliam
& Jones, 1975).
En la escena descrita anteriormente, cada vez que al Caballero Negro le cortan un
miembro, este minimiza su importancia. En cada oportunidad, tiene un miembro menos, por
lo que la incongruencia se acrecienta. Al final, el espectador es confrontado con la negativa
del personaje de aceptar su derrota, aunque carezca de extremidades.
Como un tercero ajeno, la escena es una incongruencia que nos hace reír. Mientras
prosigue, se acrecienta lo absurdo de la pelea, convirtiendo una posible remontada del Ca-
ballero Negro en una farsa hilarante. A pesar de todo, este persiste. Uno puede pensar que
actúa de esa manera por una sobrevaloración de sus habilidades, o por una imposibilidad
de controlar sus propias emociones y aceptar la derrota, pero una cosa es cierta: existe una
diferencia entre lo que él proclama y su realidad.
Cuando se trata de disputas en el sector de la construcción, la escena descrita ante-
riormente no es inverosímil. Las partes en un proyecto pueden caer en una incongruencia
al elegir una forma más costosa de resolver controversias que lo que está en juego. Pero
¿qué pueden hacer las partes para evitar esa situación?
En este artículo, se analizará cómo las partes eligen un enfoque tipo Caballero Negro
para gestionar disputas, cómo optan por una forma más eficiente de gestión al valerse de la
junta de resolución de disputas (JRD) para pactar en el contrato una herramienta no desarro-
llada en la normativa de contrataciones con el Estado ni en el reglamento nacional, y cuáles
serán los posibles problemas y soluciones que pueden surgir al acordar dicha potestad.
2 Traducción libre de “due to lack of communication, distrust, misinterpretations of contracts, uncertainties of roles
and responsibilities, and ‘us vs. them’ attitudes due to an imbalance of risks allocations”.
En el caso de las disputas en una obra pública, se advierte que el legislador ha sido
claro en colocar al arbitraje en una posición hegemónica. Así, en el último párrafo del artículo
63 de la Constitución, se establece que
el Estado y las demás personas de derecho público pueden someter las controversias deriva-
das de relación contractual a tribunales constituidos en virtud de tratados en vigor. Pueden
también someterlas a arbitraje nacional o internacional, en la forma en que lo disponga la ley.
Nivel de Gobierno
Causas de la paralización Nacional Regional Total
Cantidad % Cantidad % Cantidad %
Deficiencias técnicas/incumplimiento contractual 205 41 135 36 340 39
Actualmente en Arbitraje 156 32 86 23 242 28
Limitaciones presupuestales 63 13 63 17 126 15
Disponibilidad del terreno 11 2 16 4 27 3
Cambio de Profesionales 18 4 0 0 18 2
Cierre del Proyecto 0 0 3 1 3 0
Factores climatológicos 0 0 2 1 2 0
Intervenida por la Fiscalía 0 0 2 1 2 0
Otros 1 0 1 0 2 0
Obra judicializada por la Municipalidad 0 0 1 0 1 0
Vigencia de Convenio 1 0 0 0 1 0
Sub Total 455 92 309 83 764 88
Información Limitada 40 8 63 17 103 12
Total 495 100 372 100 867 100
Fuente: Información proporcionada por las Unidades Orgánicas/Gerencias Regionales de Control
Elaboración: Gerencia de Control de Servicios Públicos Básicos
Del gráfico n° 1, se infiere que es imperativo buscar un mecanismo que ayude a las
partes a impedir conflictos que generan retrasos o paralizaciones innecesarias o, en el
mejor de los casos, producen gastos excesivos al remediar dicha situación. En todo caso,
se pretende encontrar una rápida, rentable y aceptable resolución de conflictos para evitar
acudir a un arbitraje.
Adicionalmente, un problema que las partes no perciben al pactar la cláusula de re-
solución de controversias es que surgen costos ocultos que no aparecen hasta recibir la
cuenta. De esta manera, las partes involucradas en una disputa piensan que ganarán en el
ámbito judicial o arbitral, pero, al final del día, deben tener en cuenta los costos ocultos que
están pagando como el papeleo, los honorarios de los abogados, los árbitros, las secreta-
rias, los centros arbitrales, el tiempo, entre otros. A su vez, esos costos pueden ser más altos
que los que se discutirían en el juicio o arbitraje. Por lo tanto, las partes estarían siendo
incongruentes al resolver una disputa.
Por ejemplo, en Multiplex vs. Cleveland Bridge (2008), juicio que se llevó a cabo en
torno a la reconstrucción del Estadio Wembley, ubicado en Inglaterra, el juez Jackson indicó
los costos que las partes generaron en la litigación de su disputa. De acuerdo con este, gas-
taron aproximadamente 1 000 000 libras solo en fotocopias. Además, las partes debieron
asumir costos adicionales ascendentes a más de 22 000 000 libras, los cuales excedían los
montos en disputa.
Otro ejemplo de acciones incongruentes se puede observar en el caso australiano SMK
Cabinets vs. Hili Modern Electrics Pty Ltd. (1984). En este, las partes celebraron un contrato
para la instalación de armarios. El proyecto estaba valorizado en 2000 dólares y el contrato
especificaba el arbitraje como forma de solucionar disputas. Las partes acudieron para resolver
una disputa valorizada en 13 000 dólares y el árbitro concedió únicamente la suma de 386,50
dólares.
Entonces, cabe preguntar ¿cuál es el beneficio de llevar un proceso costoso como
tal? Las partes pueden actuar como el Caballero Negro y pensar que los costos solo son un
“arañazo”, pero en realidad están perdiendo más que un miembro. En el caso Multiplex vs.
Cleveland Bridge (2008), el juez criticó la actitud de las partes y expresó que
el resultado final de este litigio es tal que (cuando se tienen en cuenta los costos incurridos)
ninguna de las partes ha obtenido un beneficio financiero significativo. En lugar de ello, largas
sumas de dinero y un tiempo significativo han sido gastados por ambas partes sin ningún
propósito útil. Ambas partes tienen un grado de responsabilidad por la presente situación3.
No obstante, ¿qué pueden hacer las partes para evitar esta situación? Usar la JRD
en un proyecto de construcción para eludir los sobrecostos mencionados en los párrafos
3 Traducción libre de “The final result of this litigation is such that (when costs are taken into account) neither party
has gained any significant financial benefit. Instead large sums of costs and a large amount of management time have
been expended on both sides to no useful purpose. Both parties have a measure of responsibility for this situation”.
precedentes. Ahora bien, la junta necesita herramientas adicionales para poder manejar
una disputa como la figura de la mediación, que le permitiría otorgar a las partes mayor
control sobre la disputa e incrementar la satisfacción por la solución a la que arriban.
busca lograr la pronta y óptima solución de controversias que posibilite alcanzar, en las mejores
condiciones de oportunidad y costo, el objeto de la contratación, dado el interés público invo-
lucrado y el impacto social que su postergación puede generar en el bienestar de la población5.
4 Para fines del presente trabajo, cuando el autor se refiere a una JRD, alude a una del tipo permanente y no ad hoc. A
diferencia del primero, el segundo se forma una vez que surge una disputa en el proyecto. Por ello, en opinión del
autor, no debe ser considerada como una JRD propiamente dicha y posee desventajas inherentes que, por temas de
espacio, no se abordarán en el presente artículo.
5 Exposición de motivos del Proyecto de Ley 3626/2013-PE, relativo a la nueva LCE, p. 96.
6 Traducción libre de “an editorial point of view. Furthermore, it is hard to tell if a carefully composed photograph or
a creatively edited video represents the rule or the exception”.
Así, algunas veces, la parte que gana el caso no es la que tiene la razón, sino la que prueba
los hechos y argumentos de forma convincente.
En el caso de la JRD, el riesgo mencionado anteriormente se minimiza; pues está
obligada a conocer el proyecto y monitorear su desarrollo, en vez de basarse en documen-
tos o en testigos que explican los hechos o eventos transcurridos. Debido a la participación
temprana de esta en el proyecto, la decisión que emita será más objetiva y tomará menos
tiempo que un tercero que no esté involucrado con la obra. Así como lo describe el juez
Akenhead, en Mi-Space (UK) Ltd. vs. Lend Lease Construction (EMEA) Ltd. (2013), la junta
debe “tener un ojo vigilante sobre el proyecto mientras este se desarrolla”7 y “pueden ob-
servar las disputas cuando están surjan y hacer recomendaciones a las partes ‘cortando de
raíz’ las disputas incipientes”8.
En general, cuando las partes eligen a la JRD para solucionar disputas en un proyecto de
construcción, quieren evitar confrontaciones largas y resolver los conflictos de forma temprana.
1.3 Mediación
Como se señaló anteriormente, el objetivo de las partes en un proyecto de construcción
es recibir la obra en el tiempo acordado y la maximización de la rentabilidad del proyecto.
Para lograr este objetivo y tener un proyecto exitoso, tienen que abordar las controversias
que surgen de forma inteligente y eficiente. La manera más eficaz de manejar disputas es
arreglarlas en un tiempo adecuado a través de una mediación.
En un proyecto de construcción, las partes eligen una mediación como mecanismo de
resolución de disputas porque no solo quieren controlar (Kelsey, s. f.) los términos y alcan-
ces del acuerdo al que pueden arribar, sino también el resultado. Si no llegan a un convenio,
pueden optar por otra forma de resolver las disputas y, debido al nivel de su complejidad,
estar en posición para determinar cuál es el mejor resultado, tal como un juez observó al
referirse a una controversia sobre un generador, en el caso Ernst vs. Manhattan Construc-
tion Company of Texas (1974):
A modo de ilustración, yo, que no tengo entrenamiento alguno en ingeniería, debo determinar
si el generador de emergencia propuesto […] cumple con las especificaciones, cuando los ex-
pertos no pudieron ponerse de acuerdo. Esto tiene una lógica extraña. […] los abogados de
las partes deben darse cuenta que, en la mayoría de situaciones, ellos están, por su entre-
namiento especializado, en mejor condición para resolver la disputa por sí mismos. […] Sin
importar el resultado, una apelación es segura. Ello va a traer más gastos y más demoras9.
1.3.1 ¿Por qué incluir a la mediación en una junta de resolución de disputas (JRD)?
La mediación puede ser pactada por las partes como una herramienta adicional de la que
la JRD se valga para llevar a cabo sus funciones de solución de controversias de forma
eficiente. En el artículo 246 del reglamento, se faculta a las partes para pactar las acti-
vidades que la junta puede desarrollar, disponiéndose que sus miembros cumplan otras
by their particular training better able to accomplish this among themselves. […] Regardless of the outcome, an
appeal is almost certain. This will entail more expense and more delay”.
funciones que se establezcan en el contrato respectivo. Por este motivo, más que la posi-
bilidad de que la junta pueda efectuar labores de mediación, la pregunta debería apuntar
a si es correcto que las realicen.
Como se mencionó anteriormente, las disputas en un proyecto de construcción son
provocadas por diferentes causas. La industria de la construcción comprendió que existe la
necesidad de un mecanismo que solucione las disputas en un tiempo adecuado, por lo cual
las JRD fueron creadas. Sin embargo, hay un elemento que muchas veces es ignorado en la
industria, y es que los actores son seres humanos con emociones y no robots. Los procesos
determinativos no toman en cuenta que las disputas pueden surgir, como en el caso del
Caballero Negro, tras una sobrevaloración de su propio punto de vista o al no aceptar que
el caso se encuentra perdido.
Para elegir la mejor forma de resolver disputas en un proyecto de construcción, es
importante tener en cuenta que
De un lado, el equipo del principal incluía a miembros con fuertes convicciones religiosas, las
cuales incluían reuniones en el sitio de la obra para rezar en grupo, en cambio el represen-
tante del contratista era un hombre que disfrutaba tomar. Si este último se hubiese tomado
la molestia en asistir a una de las reuniones de rezo grupales o si uno de los representantes
del principal hubiese tomado un trago en la taberna local, una disputa destructiva se pudiese
haber evitado11 (p. 166).
En ese contexto, es relevante considerar la mediación como una forma viable para
resolver disputas en un proyecto de construcción, ya que el mediador está entrenado para
tratar con emociones humanas y dispone de las herramientas necesarias para ello.
Por ejemplo, una parte puede dar una declaración que sea percibida por la otra como
un ataque o una acusación. Si afirmaciones hostiles o expresiones de ira no son tratadas de
10 Traducción libre de “the best contract in the world will not prevent a dispute arising from a clash of personalities,
and the worst contract may not cause a problem if the parties in fact get on well and work together to achieve the
contractual aim, no matter how poorly that aim is expressed in the contract”.
11 Traducción libre de “On the one hand, the principal’s team included a number of persons with genuine strong
religious convictions, which included regular on-site prayer meetings, whereas the contractor’s representative
was a ‘Bundy and Coke man’. If he had taken the trouble to attend some of the prayer meetings, or the principal’s
representatives had drunk a shandy at the local pub, a very destructive dispute might have been avoided”.
12 Traducción libre de “Just venting anger is not only simplistic ‘there we’ve done anger’, but it is also potentially
damaging as expression of anger can be humiliating for the other party and may escalate conflict”.
13 Ibídem.
Entonces, se puede decir que la “mediación es una forma exitosa de resolver dispu-
tas largas y complejas de construcción y comerciales, algunas de las cuales han tenido una
desafortunada historia de litigación prolongada”14 (Golvan, 1996, p. 188).
Empero, la mediación no es la mejor forma de solucionar disputas en un proyecto de
construcción, puesto que en este caso es necesario contar con un conocimiento íntimo del
proyecto y tener el expertise necesario para asistir a las partes. El problema de la mediación
sin junta es que el mediador solo se involucra una vez surgido el conflicto entre las partes y
carece del conocimiento que esta tendría.
Si las partes le otorgan facultades de mediación a la junta o le permiten usar las he-
rramientas que la mediación brinda para abordar una disputa, aquellas se beneficiarían de
la inclusión.
Además de las herramientas de las que la junta dispone, un beneficio adicional es el
costo. Considerando que esta se constituye desde el inicio de la obra, sobra nombrar a un
tercero para arreglar o mediar una disputa. Si el mediador y la junta son el mismo tercero,
las partes se ahorrarían el tiempo de designar a uno e informarlo respecto a la controversia
(Pappas, 2015).
Uno de los beneficios de usar una mediación es que las partes proporcionan una so-
lución creativa o innovadora. Cuando la JRD emite una opinión o una decisión, se encuentra
limitada a proporcionar una solución enmarcada en lo solicitado por las partes y esta será
impuesta a la parte perdedora. En una junta, las partes no poseen la autonomía o determi-
nación propia para establecer una solución. El mediador puede asistirlas “para llegar a un
punto de compromiso al poder hacer referencia a propuestas no económicas para la solu-
ción de las disputas”15 (Duffy, 2014, p. 173).
Finalmente, es útil a una JRD la posibilidad de mediar, debido a que se encuentra más
a la par con la realidad comercial de las partes y del proyecto que un tercero que no se ha
involucrado desde el inicio.
Por ejemplo, una entidad celebra un contrato de llave en mano para la construcción
de una planta hidroeléctrica. Esta debería producir 110 MW de poder, pero solo está rin-
diendo 95 MW. La entidad demanda al contratista por daños, pues la turbina no genera la
energía esperada. Si las partes tratan de resolver la disputa utilizando un proceso determi-
nativo, el resultado sería de tipo monetario; pero, si se opta por la mediación y la junta, esta
no solo sabría las causas por las cuales la turbina no trabaja al 100% de su capacidad, sino
que también brindaría una solución creativa para la controversia como la implementación
de una turbina secundaria; ya que el constructor puede estar en mayor posibilidad de con-
seguirla que de exponerse a un proceso determinativo y pagar una suma de dinero.
14 Traducción libre de “[…] mediation has proved a surprisingly successful way to resolve large and complex commer-
cial and construction disputes, some of which had an unfortunate history of protracted litigation”.
15 Traducción libre de “to reach the point of compromise by reference to non-monetary proposals for resolution”.
En general, es necesario contar con una forma exhaustiva para abordar una disputa.
La junta debería mediarla, puesto que acompaña su desarrollo y está familiarizada con el
proyecto. En suma, son las partes quienes se hallan en mejor posición para acordar una
solución a la disputa.
16 Traducción libre de “one could not simply press a ‘delete key’ or ‘empty trash can’”.
no debería haber comunicación o asociación alguna entre el juez [en este caso panel] y una de
las partes (o asesores legales o testigos de dicha parte), salvo contando con la presencia de o
con el conocimiento y consentimiento previo de la otra parte17.
Si la junta usa información confidencial para tomar su decisión, sería injusto para la
contraparte; pues esta no ha tenido la oportunidad de pronunciarse sobre el posible im-
pacto de dicha información y la decisión debería ser dejada de lado.
Sin embargo, si ello no es suficiente para las partes y están preocupadas por la
posible “contaminación” a la que la junta estaría expuesta por las reuniones privadas,
la configuración del panel puede variar, dependiendo de la función de cada elemento
involucrado.
Por ejemplo, si la junta media una disputa, los miembros del panel pueden conformar
el equipo mediador sin que el presidente participe. Si la disputa no se resuelve en este nivel,
este puede tomar la decisión por su cuenta o con la junta. En este escenario, la imparcialidad
de esta se mantiene, dado que los mediadores son compensados entre sí, siendo el presidente
quien asume un rol decisivo y neutral en las deliberaciones (Abramson, 1999).
Otra opción es adoptar la posición inversa, en la cual el presidente se encarga del
caso como mediador único. En el caso de que la disputa no se solucione en dicho nivel, los
demás miembros participarían en conjunto para dictar una decisión. En el caso de que sea
un empate, el presidente tendría que romperlo18.
Reflexiones finales
Las disputas en un proyecto de construcción son inevitables. Cuando las partes eligen acu-
dir a un arbitraje pueden caer en una acción incongruente o, mejor dicho, en un enfoque del
tipo Caballero Negro, ya que lo que les costaría a las partes resolver la disputa podría ser
mayor que lo que obtendrían en dicho proceso.
17 Traducción libre de “there should be no communication or association between the judge [in this case panel] and
one of the parties (or the legal advisers or witnesses of such a party), otherwise than in the presence of or with the
previous knowledge and consent of the other party”.
18 Ibídem.
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Durante mucho tiempo, el arbitraje ha representado una vía cuya celeridad es incuestio-
nable; esto, aunado a características propias, como el antiformalismo y la flexibilidad, ha
implicado que, en primer lugar, “las partes [tengan] amplias facultades para diseñar el tipo
de procedimiento que más se adapte a sus necesidades en función de las características de
la disputa” (Cuatrecasas, 2011, p. 3); y, en segundo lugar, que dicho mecanismo alternativo
de solución de controversias se prefiera frente a una opción judicial.
Sin embargo, su efectividad ante la vía judicial no ha menguado la enorme conflictivi-
dad que ha caracterizado el ámbito de la construcción. Actualmente, de acuerdo con un in-
forme de la Contraloría General de la República (2015), “del universo de obras registradas,
560 obras están paralizadas con una inversión total de S/4292 millones” (p. 2), a causa de
la pendiente resolución de los conflictos iniciados durante la etapa de ejecución contrac-
tual. En 2019, esta cifra aumentó a 867 obras paralizadas, lo cual implica una inversión
estancada de 16 870 855 767 soles (Decreto de Urgencia, 2019).
A la conflictividad denotada se suma la deficiente labor de defensa por parte del
Estado en sus procesos arbitrales. Esta fue precisada en otro informe de la Contraloría,
1 Abogado, consultor, árbitro y docente universitario en Contratación Pública. Con estudios de maestría en Gerencia
Pública y de posgrado en Contratos de Obras Públicas, Diseño y Gestión de Proyectos Viales, y Arbitraje. Capacita-
dor del OSCE.
donde se menciona que “la deficiente o nula coordinación interna entre las áreas involucra-
das de las Entidades […] originan una inadecuada defensa técnica y legal de sus intereses”
(Contraloría General de la República, 2014, p. 75).
Ante este contexto, un nuevo mecanismo de resolución de controversias se ha imple-
mentado en el Perú y se espera que gane terreno en el rubro de la construcción. Internacio-
nalmente, es conocido como dispute boards (DB) y, según la óptica nacional, se denomina
juntas de resolución de disputas (JRD). Dicho mecanismo promete, de acuerdo con ciertas
características constitutivas, proponer varias alternativas a la conflictiva actividad cons-
tructiva; es decir, brindar una cultura de prevención del conflicto. Los principales beneficios
de las DB son los siguientes:
al constituirse como un procedimiento previo para recurrir al arbitraje, con lo cual se arbitra
lo que es verdaderamente necesario. Toda vez que una de las funciones emblemáticas de este
ADR es la cultura de prevención de conflictos que genera (Capuñay & Ferruzo, 2014, p. 8).
el arbitraje, dada su naturaleza y por consistir necesariamente en un proceso, con una serie
de formalidades y etapas, no puede competir en celeridad con los Dispute Boards, así como
tampoco podría evitar la frustración en la ejecución de una obra, cuando lo que se esté dis-
cutiendo sean materias en las cuales la solución inmediata del problema o del impase, sea
indispensable para la continuación del propio cumplimiento de las obligaciones contractuales
(Castillo, 2014, p. 2).
La FIDIC introdujo en el año de 1995, por primera vez el concepto de “dispute boards” a sus
contratos para los proyectos de diseños y obras de infraestructura, en el conocido “Orange
Book”. Posteriormente, el empleo de los “dispute boards” se fue extendiendo para otros tipos
de contratos, esto es, al “Red Book” en el año 1996 y al “Yellow Book” en el año 1997, para las
obras de construcción civil y para el diseño y construcción de las obras públicas, respectiva-
mente (Figueroa, 2010, p. 5).
un método continuo, regular y eficiente para solucionar reclamos durante la ejecución del
proyecto. Es continuo porque generalmente sigue el proyecto desde su inicio hasta el fin.
Es regular porque requiere visitar el lugar de la obra periódicamente, siendo testigo así del
progreso de los trabajos, discutiendo controversias potenciales, escuchando reclamos, prepa-
rando o absolviendo consultas durante el curso del proyecto; y finalmente es eficiente por su
atractiva relación costo-tiempo y beneficio (Paredes, 2014, pp. 84-85).
son órganos consultores permanentes, compuestos por uno o tres miembros (los cuales co-
nocen a profundidad el contrato), que generalmente se establecen al inicio de un contrato y
se mantienen durante toda la duración del mismo, con la finalidad de ayudar a las partes a
resolver las desavenencias y controversias que pudiesen surgir en la etapa de ejecución con-
tractual (Capuñay & Ferruzo, 2014, p. 2).
órganos permanentes, compuestos por uno o tres miembros, que normalmente se establecen
al comienzo de un contrato, para ayudar a las partes a resolver las desavenencias y contro-
versias que pudieran surgir posteriormente durante su ejecución. […] Los Dispute Boards no
2 Autores como Hervey Kirsh indican como primer precedente al llamado joint consulting board, que se manifestó en
la construcción del proyecto de la hidroeléctrica del nordeste de Washington en 1960.
son tribunales arbitrales y sus determinaciones no tienen fuerza ejecutiva como los laudos
arbitrales (2015, p. 1).
las partes pueden rechazar la recomendación dentro de los treinta días, mediante la notifi-
cación de una nota. En tal caso, el agraviado puede iniciar un procedimiento arbitral. Por el
contrario, si las partes no manifiestan su rechazo en treinta días, la recomendación pasa a ser
obligatoria para las partes (Dueñas, 2016, p. 11).
es evidente que el arbitraje y la amigable composición se han quedado cortos en el país, ya que
en la mayoría de los casos éstos están compuestos por abogados que a pesar de ser expertos
en el campo jurídico, poco o nada saben sobre temas técnicos o de ingeniería. En pocas pala-
bras, esto significa que sus determinaciones frente a la ejecución de la obra pueden llegar a
ser imprecisas y, quizá, poco viables para el desarrollo de la misma (p. 17).
Por su parte, Silva (2018) aporta los más recientes datos a partir de la implementa-
ción de las DB en Brasil. Así, reafirma la utilidad de este MARC:
Es claro que estos medios alternativos de solución de controversias ya son una realidad bene-
ficiosa: ayudan a resolver conflictos en poco tiempo, ahorrando tiempo y dinero a las partes,
y se han adoptado en Brasil (más recientemente) y en el Mundo (ya desde mediados del siglo
pasado) para la solución de controversias derivadas de contratos celebrados entre partes pú-
blicas y privadas. Por lo tanto, en un esfuerzo por reconocer e incentivar el uso de DBs en
Brasil, el Senado de Brasil ha aceptado las siguientes sugerencias con el objetivo de mantener
los contratos administrativos brasileños actualizados con la práctica internacional y la reali-
dad en el terreno de los contratos administrativos brasileños (p. 5).
3 Ley del Presupuesto del Sector Público para el Año Fiscal 2014, undécima disposición complementaria modifica-
toria: “En los nuevos contratos a suscribirse, podrá considerarse en la etapa previa al inicio del arbitraje nacional,
que las partes puedan someter sus controversias a una Junta de Resolución de Disputas. […] La Junta de Resolución
de Disputas emitirá una decisión vinculante para las partes, la cual no limita su facultad de recurrir al arbitraje”.
4 “La JRD debe desarrollar sus actividades considerando las necesidades de la obra y con la flexibilidad necesaria
para adaptarse a las diversas situaciones que puedan presentarse, debiendo adoptar normas y criterios que faci-
liten el funcionamiento interno de la JRD. […] La JRD está facultada para adoptar todas las medidas que resulten
necesarias para cumplir con sus funciones, conocer el fondo de la controversia y para decidir sobre cuestiones
conexas y accesorias a ella que se promuevan. Así, se encuentra facultada para requerir a las partes que apor-
ten cualquier documento que juzguen necesario para emitir sus decisiones; convocar reuniones, visitar la obra,
Las partes pueden pactar en el contrato de obra o hasta antes del inicio de la ejecución de obra,
una cláusula de solución de disputas a cargo de una JRD […], debiendo designar al Centro a
cargo de su administración.
realizar todas las audiencias que considere necesarias; requerir medios probatorios, decidir sobre las cuestiones
relativas al procedimiento que surjan durante las visitas, reuniones y audiencias; citar e interrogar a las partes, sus
representantes, testigos, expertos y peritos que considere pertinente. Las visitas, audiencias y reuniones pueden
ser grabadas, ya sea en audio o video. […] A petición de ambas partes, la JRD puede ejercer adicionalmente una
función consultiva con la finalidad de prevenir el surgimiento de futuras controversias. Dicha función consiste
en emitir una opinión vinculante sobre algún aspecto que pueda ser motivo de una futura controversia o que las
partes deseen dilucidar. Esta atribución consultiva puede generarse durante cualquier reunión, audiencia o visita
a la obra, dejando constancia por escrito de la solicitud de las partes”.
5 Cabe precisarse que los artículos del 205 al 213, correspondientes al capítulo IV del reglamento derogado por el
Decreto Supremo 344-2018-EF (vigente Reglamento de Contrataciones a partir del 30 de enero de este año), dispo-
nían las características y los medios procedimentales. Se destaca lo dispuesto en la primera parte del artículo 205,
que refrendaba la característica preventiva de las JRD frente a los conflictos: “Artículo 205. La Junta de Resolución de
Disputas: La finalidad de la Junta de Resolución de Disputas es que las partes logren prevenir y/o resolver eficiente-
mente sus controversias durante la ejecución de la obra, desde el inicio del contrato hasta la recepción total de la obra”.
severa restricción. Esto cambió sustancialmente con la modificación producida por el De-
creto Supremo 056-2017-EF.
Posteriormente, mediante el Decreto Supremo 056-2017, se redujo el monto del
límite, inicialmente en 20 millones, a tan solo cinco millones de soles. Esta medida impactó
de igual forma en el número de miembros que conformasen una JRD cuando haya falta de
acuerdo, dado que será de uno si el monto adquiere un valor idéntico o superior a cinco
millones, que en la primera normativa era de 20 millones. Esto se ha mantenido en el nuevo
reglamento, aprobado a través del Decreto Supremo 344-2018-EF, con algunos cambios.
En el artículo 234, numeral 4, del nuevo reglamento, aprobado mediante el Decreto
Supremo 344, se regula lo indicado de la siguiente manera:
De no haber sido pactado en el contrato original, las partes pueden acordar incorporar a la
cláusula de solución de controversias del contrato que las soluciones de estas estén a cargo de
una Junta de Resolución de Disputas en aquellos contratos de obra cuyos montos sean iguales
o superiores a cinco millones con 00/100 soles (S/5 000 000,00), siendo esta incorporación
obligatoria para contratos cuyos montos sean superiores a veinte millones con 00/100 soles
(S/20 000 000,00). Las decisiones emitidas por la Junta de Resolución de Disputas son vincu-
lantes para las partes.
Como se verifica, el texto del nuevo reglamento, que opera para las contrataciones a
partir del 30 de enero de 2019, dispone que la cláusula de JRD sea facultativa para contra-
tos cuyos montos sean iguales o superiores a los cinco millones, mientras que vuelve de ca-
rácter imperativo este mecanismo en las contrataciones superiores a los 20 millones. Esta
es una nueva inclusión que no se encontraba en la anterior normativa. Cabe mencionar que
dicha obligatoriedad se ejecutará por efecto de la decimonovena disposición complemen-
taria final del reglamento para los procesos convocados a partir de 2020.
Por su parte, lo normado del artículo 205 al 214, en el Decreto Supremo 350-2015-
EF, comenzó a ser regulado con cambios sustanciales en el Decreto Supremo 056-2017-
EF, que modificaría los artículos 205, 207, 212 y 213, ordenándolos por numerales en
cada párrafo.
Entre estas modificaciones, una de las más relevantes es la concerniente a la valla del
monto contractual para que proceda la inclusión de la cláusula de JRD. A ella se le suma que,
en el Decreto Supremo 350, no se afirmaba expresamente que las pretensiones de carácter
indemnizatorio no eran susceptibles de ventilarse vía la JRD, sino que obligaba a remitirse a
la Ley 30225, cambiada por el Decreto Legislativo 1341; es decir, con el Decreto Supremo 056
se integró como parte del reglamento11. Esto se ha conservado en el Decreto Supremo 34412.
11 “205.3. No pueden someterse a Junta de Resolución de Disputas pretensiones de carácter indemnizatorio por con-
ceptos no previstos en la normativa de contratación pública”.
12 “243.3. No pueden someterse a Junta de Resolución de Disputas pretensiones de carácter indemnizatorio por con-
ceptos no previstos en la normativa de contratación pública”.
Otros cambios importantes son los relativos al momento en que se pacta o establece
la incorporación de la cláusula de JRD en el contrato de obra. En el Decreto Supremo 350,
se disponía que las partes podían acordar, antes del inicio de la ejecución de la obra, una
cláusula de la JRD. Esto permaneció en el Decreto Supremo 056; sin embargo, ha cambiado
con el Decreto Supremo 344 en el siguiente sentido: “243.4. De no haber sido pactado en
el contrato original, las partes pueden acordar incorporar a la cláusula de solución de con-
troversias del contrato que las soluciones de estas estén a cargo de una Junta de Resolución
de Disputas”.
Esto se complementa con el numeral 243.2 del Decreto Supremo 344, donde se pre-
cisa que la JRD es competente para conocer y decidir sobre las controversias que aparezcan
hasta que la entidad reciba la obra. Es decir, a diferencia de los Decretos Supremos 350 y
056, donde la JRD solo se puede agregar hasta antes del inicio de la ejecución de la obra, en
el Decreto Supremo 344, se infiere que, de no haber sido pactada, esta puede ser añadida
en cualquier momento de la realización de la obra y, durante este tiempo, alcanza su com-
petencia.
Finalmente, en torno a la designación de miembros de la JRD, el Decreto Supremo
350, modificado por el Decreto Supremo 056, no ha variado sustancialmente de lo ahora
expuesto en el Decreto Supremo 344. En ese sentido, cuando la junta esté compuesta por
un solo miembro, este deberá ser un arquitecto o ingeniero con conocimiento de la norma-
tiva. Por otro lado, cuando el número de integrantes aumente a tres, el presidente deberá
contar con las mismas calificaciones que se requieren para el miembro único, y los demás,
con experiencia en ejecución de obras.
2.1 Comentarios
Sin perjuicio de todo lo expuesto, y respecto a la regulación de las JRD en la normativa de
contrataciones del Estado, es preciso comentar cómo se ha desarrollado la regulación de
este tipo de MARC en el Perú.
En el ámbito de la nueva normativa, el texto del nuevo reglamento del Decreto Su-
premo 344, que opera para las contrataciones a partir del 30 de enero de 2019, manifiesta
que la cláusula de JRD sea facultativa para contratos cuyos montos sean iguales o superio-
res a los cinco millones; mientras que vuelve de carácter imperativo este mecanismo en las
contrataciones superiores a los 20 millones. Esta es una nueva inclusión que no se hallaba
en la anterior normativa.
Por otro lado, en el Decreto Supremo 350, no se indicaba expresamente que las pre-
tensiones de carácter indemnizatorio no eran susceptibles de ventilarse vía la JRD, sino que
obligaba a evocar la Ley 30225, modificada por el Decreto Legislativo 1341; ello, mediante el
Decreto Supremo 056, el cual se integró en el reglamento y, a través del Decreto Supremo 344,
se ha conservado.
Según el Decreto Supremo 350, las partes podían pactar, hasta antes del inicio de
la ejecución de la obra, una cláusula de JRD. Esto permaneció en el Decreto Supremo 056,
pero ha variado con el Decreto Supremo 344. En este, a diferencia de los Decretos Supre-
mos 350 y 056, donde la JRD solo se puede incorporar hasta antes del inicio de la ejecución
de la obra, se infiere que, de no haber sido pactada, esta puede ser agregada en cualquier
momento de la realización de la obra y, durante este tiempo, alcanza su competencia.
2.2.1 Límite de tiempo para someterse a una junta de resolución de disputas (JRD)
Como se revisó en la parte del análisis de las modificatorias, en el Decreto Supremo 350, se
establecía que las partes podían pactar, antes del inicio de la ejecución de la obra, una cláusula
de JRD. Esto se mantuvo en el Decreto Supremo 056 y cambió con el Decreto Supremo 344
en el siguiente sentido: “243.4. De no haber sido pactado en el contrato original, las partes
pueden acordar incorporar a la cláusula de solución de controversias del contrato que las
soluciones de estas estén a cargo de una Junta de Resolución de Disputas”.
De la lectura del citado párrafo, surgen varias interrogantes; ya que, en la anterior
normativa, aún vigente para las contrataciones anteriores al 30 de enero de 2019, se dis-
ponía que, de no estar incorporada la cláusula de JRD, esta se podía incluir en el contrato
hasta antes del inicio de la ejecución de la obra. No obstante, en el Decreto Supremo 344,
se expresa literalmente que, de no haber sido acordado en el contrato original, las partes
pueden incorporar esta cláusula al acápite contractual de solución de controversias.
La pregunta natural que surge ante lo manifestado es si es posible, con esta nueva
norma, añadir la cláusula JRD en todo el tiempo de ejecución del contrato de obra.
De la lectura del artículo respectivo, se considera que es así; pero, como bien precisa
la norma, ello se cumple solo durante la etapa en que alcanza su competencia. Por lo tanto,
para las demás controversias que aparezcan después de la ejecución, se deberá recurrir al
arbitraje. Esto es refrendado por el numeral 243.2 del Decreto Supremo 344, el cual sobre
ello indica lo siguiente: “Artículo 243. La Junta de Resolución de Disputas […] 243.2. En caso
de resolución del contrato, la Junta de Resolución de Disputas es competente para conocer y
decidir las controversias que surjan hasta que la Entidad reciba la obra”.
Entonces, a manera de síntesis de esta primera inquietud, se puede colegir lo siguiente:
243.4. De no haber sido pactado en el contrato original, las partes pueden acordar incorpo-
rar a la cláusula de solución de controversias del contrato que las soluciones de estas estén
a cargo de una Junta de Resolución de Disputas en aquellos contratos de obra cuyos montos
sean iguales o superiores a cinco millones con 00/100 Soles (S/5 000 000,00), siendo esta
incorporación obligatoria para contratos cuyos montos sean superiores a veinte millones con
00/100 soles (S/20 000 000,00). Las decisiones emitidas por la Junta de Resolución de Dis-
putas son vinculantes para las partes.
De la lectura del precitado, se deduce que, para los contratos cuyos montos sean supe-
riores a los 20 millones de soles, la inclusión de la cláusula de JRD es de carácter obligatorio,
por lo que se infiere que la firma del contrato tripartito también lo es. Por lo tanto, si no se
realiza y las partes inician un arbitraje, esta circunstancia devendría en una posible excep-
ción de incompetencia de este tribunal arbitral para ventilar las controversias que surjan en
el periodo de ejecución de la obra, pero que se debieron resolver a nivel de una JRD.
Reflexiones finales
A manera de acotaciones esquemáticas, se concluye lo siguiente:
• Para las contrataciones según la nueva normativa del Decreto Supremo 344, se
entiende que la cláusula JRD se puede incorporar durante todo el tiempo de su
ejecución. Por ello, no habrá ningún inconveniente en que el contrato tripartito se
suscriba antes del comienzo de una controversia.
• En el nuevo Decreto Supremo 344, y en el escenario de inclusión de la cláusula, la
negativa a celebrar el contrato tripartito por algunas de las partes se configura como
un incumplimiento contractual de carácter fundamental, en tanto que atañe a la
solución de controversias y deviene en una resolución contractual.
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No cabe duda de que el sistema arbitral ha sido golpeado, en los últimos tiempos, como
consecuencia de las investigaciones que se han realizado sobre el caso Lava Jato. Este asunto
es altamente sensible y ha planteado al arbitraje como tema de discusión e, incluso, de pre-
ocupación no solo entre los operadores del derecho, en general, y del sistema arbitral, en
particular, sino a nivel de todos los estamentos de nuestra sociedad.
A través de los medios de comunicación, se ha informado a la opinión pública sobre
investigaciones contra árbitros, allanamiento de sus domicilios y congelamiento de sus
bienes solo por haber conformado tribunales arbitrales en procesos en los que una de las
partes era una empresa investigada y en los cuales los laudos recaídos no favorecieron al
Estado. Todo esto “gracias” a un mal llamado “colaborador eficaz”, quien insólitamente pre-
tende obtener algún beneficio a expensas de mancillar honras y nombres, en varios casos,
arbitraria e injustamente.
En ese sentido, cabe preguntarse si alguna vez se informó sobre investigaciones fisca-
les preliminares, con allanamiento de domicilios e incautación y congelamiento de bienes,
contra magistrados del Poder Judicial solo por haber sentenciado en contra del Estado.
La respuesta es negativa hasta donde se conoce.
1 Abogada por la PUCP. Exdirectora de Arbitraje Administrativo del OSCE y exsubgerenta de Gestión Procesal del
Grupo Telefónica. Árbitro y conciliadora extrajudicial. Egresada de las maestrías en Derecho Internacional Econó-
mico (PUCP) y en Gestión Procesal y Solución de Conflictos (UPC).
2 En algunos medios de comunicación, también se ha afirmado que los árbitros investigados cobraron honorarios
superiores a los establecidos en los centros arbitrales. Al respecto, en los arbitrajes institucionales, estos determi-
nan si procede o no un incremento de honorarios, tomando en cuenta nuevas pretensiones o la complejidad de la
materia objeto de controversia. Un incremento desproporcionado de honorarios en contratos públicos se podría
presentar únicamente en los arbitrajes ad hoc que no se encuentren bajo la normativa de contratación estatal. Si
bien es cierto que esta conducta no es idónea, tampoco implica, en ninguna circunstancia, un caso de soborno o
un acto de corrupción. No hay que perder de vista que los gastos arbitrales son asumidos por ambas partes y, en el
caso de que una no pague, la otra parte puede subrogarse. Finalmente, esta asunción se decide, por mandato de la
Ley de Arbitraje, en la distribución de los costos arbitrales que se realice en el laudo arbitral.
Al respecto, la revisión y análisis de los 2796 laudos arbitrales, permite corroborar algunas
de las causas antes señaladas, como es el caso de la falta de seguimiento de la ejecución del
contrato por parte de los funcionarios y servidores responsables de dicha función. Esto no
solo afecta en el cumplimiento del objeto y condiciones contractuales pactadas con el privado,
sino que genera inconvenientes que pueden ser aprovechados por los agentes privados para
recurrir a la vía arbitral (p. 76).
3 Como señala el Dr. Ricardo Gandolfo Cortés, en los contratos, así como en la normativa, está previsto que el Estado
pueda ejecutar las fianzas otorgadas por el contratista, aplicar penalidades, resolver el contrato y, por lo tanto,
ordenar el inicio de un procedimiento administrativo sancionador contra el contratista ante el Tribunal de Contra-
taciones del Estado, además, por supuesto, de recurrir al arbitraje.
de la medida. En estos casos, se justificaría que los árbitros apliquen control difuso en los
términos establecidos por el Tribunal Constitucional en el famoso caso María Julia.
Un inconveniente adicional es que se pierde de vista que los árbitros recién conocen
los casos cuando surge la controversia y son designados para resolverla. Si existen errores
en la formulación del expediente técnico o en el diseño de la ingeniería, la responsabilidad
será del proyectista, ya sea un tercero, un funcionario de la entidad estatal o el contratista
ejecutor de la obra, si también se encargó de la elaboración del expediente técnico. Igual-
mente, si la entidad gestiona deficientemente el contrato y se propician controversias, la
responsabilidad recaerá en los funcionarios de la entidad; finalmente, si el Estado tiene una
mala defensa, lo asumirán quienes se encargaron de ella.
No se le puede atribuir ciegamente responsabilidad a los árbitros por estos hechos que
podrían devenir en un laudo favorable al contratista, ya que conocen el caso al suscitarse las
controversias, que generalmente es cuando todo está consumado. Los árbitros no participan
en los actos preparatorios, en el proceso de selección ni en la ejecución contractual.
4 No se encontró información sobre si las empresas involucradas en investigaciones por el caso Lava Jato cobraron
en los hechos los montos ganados por los laudos arbitrales, aunque se afirma que habrían recibido varios millones
de soles.
implica ejecutar un laudo en la vía judicial. Así, se privará al contratista de obtener tutela
jurisdiccional efectiva y oportuna al no obtener, en los hechos y en el menor tiempo posible,
aquello que le corresponde por derecho.
Como se puede apreciar, para el contratista, el tema no se agota con recibir un laudo
a su favor. Si bien es cierto que puede ganar en los laudos, en los hechos, obtenerlos puede
tardar muchos años; mientras que el Estado consiguió, en su oportunidad, el objeto de su
contratación.
Reflexiones finales
Se debe sancionar con todo el rigor de la ley en caso de que se pruebe que, en los arbitrajes
en los que participa el Estado, los árbitros han incurrido en actos de corrupción, recibiendo
sobornos para favorecer al contratista. Asimismo, se debe impedir que se mancillen honras
de manera pública e injusta solo por emitirse laudos arbitrales que favorezcan al contratis-
ta y perjudiquen al Estado. Esta situación genera la desestabilización y desnaturalización
del sistema arbitral.
Sin perjuicio de ello, en tanto que todo es perfectible, convendría evaluar la posibili-
dad de adoptar ciertas medidas en pro del arbitraje cuando el Estado es parte.
A continuación, se presentan algunas sugerencias:
• En ese sentido, hubo un intento con la Ley 30225, la cual creó la figura de las
instituciones arbitrales acreditadas. Esta acreditación estuvo a cargo del OSCE, pero
después se eliminó.
• Respecto a la responsabilidad de los árbitros, regulada en el artículo 32 de la Ley de
Arbitraje, se podría incluir que son responsables por daños y perjuicios en el caso de
se pruebe que, durante su ejercicio, han incurrido en actos de corrupción o fraude
contra el Estado, siempre que exista condena penal firme que así lo determine.
• Acorde con el punto anterior, se podría pensar en algún mecanismo similar a la
nulidad de cosa juzgada fraudulenta adaptada a la naturaleza y lógica del arbitraje,
en la medida en que se pruebe que los árbitros actuaron fraudulentamente durante
el proceso arbitral. De esta manera, se protegerían derechos de terceros o de la parte
perjudicada.
• Adoptar buenas prácticas arbitrales sobre la base de otras experiencias, y de las
recomendaciones de centros internacionales especializados y reconocidos.
Congreso de la República. (5 de enero de 1996). Ley General de Arbitraje [Ley 26572]. Re-
cuperado de https://leyes.congreso.gob.pe/Documentos/Leyes/26572.pdf
1 Agradezco los comentarios de Ramón Huapaya, Néstor Shimabukuro, Jorge López y Fiorela Ccahua sobre los bo-
rradores previos del presente trabajo. Los errores son de mi absoluta y exclusiva responsabilidad.
2 Abogado por la UNMSM. Adjunto de docencia en la misma casa de estudios. Asociado en CMS Grau.
3 En el trabajo de Fernando Liendo (2012), se deja abierta la posibilidad de investigar sobre el tema.
4 En palabras de Taruffo (2012): “En la teoría clásica del precedente angloamericano la función número uno, no la
única pero la más importante, es de asegurar la igualdad de los ciudadanos frente a la ley. Si los jueces siguen los
precedentes, cada caso similar o parecido tiene que ser tratado de la misma manera. Esta es la garantía básica de
la igualdad entre los ciudadanos frente al Derecho” (p. 90).
5 Según Taruffo (2012): “La otra función es la posibilidad de que el ciudadano pueda prever cómo el juez de un caso
futuro va a decidir un caso similar. La idea es que si podemos prever lo que van a hacer los jueces, de un lado, se
forma una garantía más para el ciudadano, por otro lado, tiene la ventaja de reducir el número de litigios, porque
si yo conozco previamente cómo el juez va a decidir, puede ser que no empiece el litigio” (p. 91).
6 Al respecto, se sostiene que “para que la unidad del Derecho sea promovida y para que el sistema se mantenga y se
desenvuelva con observancia de la seguridad jurídica, de la igualdad y de la coherencia, es esencial que la doctrina
organice un discurso jurídico a partir de la decisión judicial capaz de asegurar una correcta identificación y aplica-
ción de los precedentes judiciales” (Mitidiero, 2012, p. 230).
7 Es importante mencionar que, aun cuando no se reconozca expresamente un derecho a la seguridad jurídica o un
“principio de seguridad jurídica en nuestra Constitución, ello no enerva que se le reconozca como tal no solo por
la cláusula abierta de derechos constitucionales que prevé nuestra Constitución, sino, además, porque se reconoce
que el principio de seguridad jurídica es consustancial al mismo Estado de Derecho” (cfr. Marinoni, 2012, p. 250).
En el mismo sentido, Humberto Ávila (2012) señala que “el Estado de Derecho o es seguro o no es Estado de
Derecho”. Cabe señalar que este autor desarrolla aún más el tema, señalando que existen fundamentos directos e
indirectos del principio de seguridad jurídica, y estos últimos se obtienen tanto por deducción (como el principio
de estado de derecho antes mencionado) como por inducción (regla de legalidad).
8 Humberto Ávila (2012) define la seguridad jurídica como “una norma-principio que exige, de los Poderes Legisla-
tivo, Ejecutivo y Judicial, la adopción de comportamientos que contribuyan más a la existencia, en beneficio de los
ciudadanos y desde su perspectiva, de un estado de confiabilidad y calculabilidad jurídica, con base en su cognosci-
bilidad, mediante la controlabilidad jurídico-racional de las estructuras argumentativas reconstructivas de normas
generales e individuales, como instrumento garante del respeto a su capacidad de —sin engaño, frustración, sor-
presa ni arbitrariedad— plasmar de forma digna y responsable su presente y hacer una planificación estratégica
jurídicamente informado sobre tu futuro” (p. 231).
9 Al respecto, se ha escrito que “el ciudadano debe saber, en la medida de lo posible, no sólo los efectos que sus accio-
nes podrán producir, sino, también, cómo los terceros podrán reaccionar delante de ellas” (Marinoni 2012, p. 251).
También Ávila (2012) menciona que “[…] la referida autovinculación a los propios precedentes funciona como factor
de calculabilidad del Derecho por el incremento de previsibilidad de la actuación del Poder Judicial” (p. 526).
10 Así, Isabel Lifante (2013) señala que “[…] como cualquier principio o valor general del derecho, hay que tener en
cuenta que la modulación que deberá hacerse de este principio en cada concreto sector jurídico (penal, mercantil,
urbanístico, familiar, hereditario, universitario, laboral, etc.) será diferente; de modo que el nivel de exigencias o
las limitaciones a la previsibilidad tolerables por el sistema varían en uno u otro ámbito, dependiendo de la natu-
raleza de los bienes o intereses que estén en juego, lo que dará lugar a distintas ponderaciones entre las distintas
exigencias derivadas de la seguridad (publicidad, generalidad, claridad, estabilidad, irretroactividad, coherencia,
etc.) dirigidas a maximizar la previsibilidad en sus diferentes dimensiones. Pero no sólo hay que tener en cuenta
el diferente sector jurídico en el que nos encontremos, también las ponderaciones a realizar serán distintas de-
pendiendo de la instancia de actuación jurídica de que se trate (conducta de ciudadanos, legisladores, órganos
judiciales, administrativos [...])” (pp. 102-103).
11 En palabras de Taruffo (2016): “El precedente es bastante compatible con la idea de una estructura disipativa: es
el fruto de una bifurcación, en el sentido que opta por una alternativa entre las diversas interpretaciones posibles
de una norma, o enuncia una nueva interpretación, y tiende a establecer un área de orden siempre que sea seguido
en decisiones posteriores, o sea, en tanto se encuentre en capacidad de hacer uniformes estas decisiones. Por así
decirlo: hasta que dure, y dependiendo de cuántas y qué decisiones posteriores lo siguen, el precedente crea una
isla de orden (es decir, de uniformidad) dentro del desorden global” (p. 342).
12 Al respecto, las palabras de Humberto Ávila (2012) son ilustrativas: “Por todos estos problemas, igualmente al
Poder Judicial se dirigen numerosos deberes para preservar la seguridad jurídica, entre ellos, el deber de motiva-
ción suficiente y racional de las decisiones judiciales, la prohibición de cambios [de] jurisprudencias retroactivos
que afecten la confianza legítima, la obligación de utilizar mecanismos de moderación en la modificación de prece-
dentes y así en adelante” (p. 135).
13 Puedes revisarse en Taruffo (2016, pp. 334-335).
En primer lugar, hay casos donde se utiliza el concepto de precedente como una deci-
sión14 a partir de la cual se puede tomar una nueva; mientras que, en otros casos, se emplea
como sinónimo de jurisprudencia.
Sobre este punto, Michele Taruffo (2016) considera necesario diferenciar entre el
precedente y la jurisprudencia. El primer término sería una sola decisión que luego se con-
vierte en una regla para la resolución de casos posteriores, mientras que el segundo estaría
conformado por varias decisiones.
Según esta premisa, Taruffo (2016) define al precedente en función de dos factores.
El primero corresponde a aquello que se considera precedente, que sería la ratio decidendi
que justifica la decisión del caso; el segundo, a la analogía que propone el juzgador entre
los hechos del primer caso y del caso posterior. De esta manera, si no son suficientemente
similares, no se puede sostener que se está aplicando la misma ratio decidendi y, por ende,
no es posible referirse al uso del precedente.
Posteriormente, se manejará este concepto de manera estricta.
14 Sobre esto también existe ambigüedad. De esta manera, se dice que una primera acepción de precedente se refiere
a la decisión; una segunda, a solo parte de la decisión; y una tercera (la que se acoge), al precedente como la ratio
decidendi de la decisión. Cfr. Igartua (2006, p. 194). Otro problema es qué se debe entender por ratio decidendi y
cómo se debe interpretar.
15 En torno a la existencia de precedentes vinculantes en el ordenamiento peruano, se puede revisar el reciente estu-
dio de Jim Ramírez (2018). Asimismo, un análisis del “relativo fracaso” del uso del precedente a nivel judicial en el
ordenamiento jurídico peruano se puede encontrar en el trabajo de Fernando Liendo (2012).
16 Interesantes son las observaciones que realiza al respecto Taruffo (2012): “Este es un primer punto que tenemos
que tener en cuenta, porque normalmente cuando empleamos la palabra precedente y hacemos, implícitamente
Por lo tanto, cabe diferenciar entre precedente vertical, precedente horizontal y au-
toprecedente (Igartua, 2006). El primero comprende una diferencia vertical entre el juz-
gador que emite la decisión —usada luego como precedente en otro caso— y el juzgador
que la emplea. De acuerdo con el segundo, ambos juzgadores se encuentran en una misma
posición dentro de la organización judicial. Finalmente, según el tercero, el mismo juzgador
(persona) u órgano utiliza su decisión previa como precedente. Claramente, en el escenario
arbitral, solo cabe referirse a precedentes horizontales.
Entre estas opciones, la posibilidad siquiera de considerar una vinculación fuerte al
precedente se encuentra solo si se alude a los precedentes verticales.
Sin embargo, existen razones sustanciales para negarle fuerza vinculante al prece-
dente. En particular, estas se relacionan con la independencia del juez (o árbitro), atributo que
impide dotar de fuerza vinculante al precedente, aunque provenga de una autoridad superior.
En efecto, como manifiesta Igartua (2006), desconocer que la independencia del juez
es afectada por el establecimiento de precedentes vinculantes parte de una concepción bu-
rocrática de la administración de justicia. Dicha perspectiva olvida que esta no se asimila ni
debe asimilarse a la administración pública. De ahí que cada juez deba mantener su inde-
pendencia al momento de decidir17.
En ese sentido, se asume una noción persuasiva del precedente18. La lógica de esta
opción descansa también en preferir la argumentación racional antes que la simple au-
toridad19. No obstante, incluso en este caso, queda pendiente especificar cuál es la fuerza
persuasiva del precedente y de qué depende.
En relación con este punto, Bustamante (2014) aborda el tema de los factores que de-
terminan la fuerza del precedente, incluyendo factores institucionales como el rango de los
tribunales, la naturaleza colegiada del órgano decisor, la existencia de una “corriente de pre-
cedentes”, la previsión expresa de reglas sobre el precedente en el derecho positivo, etcétera.
o no, referencia al precedente del Common Law, estamos acostumbrados a pensar que ahí existe el precedente
vinculante. No es así, primera cosa que tenemos que considerar” (pp. 89-90).
17 Cfr. Andrés Ospina (2014): “[…] pretender que el juez no cambie de posición sería negar la autonomía y la indepen-
dencia del juicio del juez” (p. 27).
18 Ilustrativas son las palabras de Taruffo (2016): “En otros términos, se trata de admitir que el precedente puede
influir [cursivas añadidas], pero no determinar formalmente las decisiones de estos jueces. Hablar de fuerza del
precedente significa entonces reconocer que el precedente tiene una eficacia puramente persuasiva [cursivas aña-
didas], y por ende, significa considerar que esta eficacia puede subsistir en grados [cursivas añadidas] muy dife-
rentes según cómo operen diversos factores, como por ejemplo, la estructura del ordenamiento jurisdiccional, la
función realizada por diversas cortes y, en particular, por las cortes supremas, la autoridad de estas cortes, la cali-
dad de las argumentaciones con las que se justifica la decisión del precedente, la compatibilidad de esta decisión
con los valores que inspiran el ordenamiento jurídico de un país y en el momento en el cual la decisión es tomada,
la posibilidad de que aquella induzca a los jueces posteriores a tomar decisiones justas, y así por el estilo” (p. 336).
19 Al respecto, Igartua (2006) afirma lo siguiente: “La interpretación uniforme no se impone [cursivas añadidas] auto-
ritariamente, se consigue [cursivas añadidas] dialógicamente; y no con carácter definitivo [cursivas añadidas] sino
hasta la próxima [cursivas añadidas] (p. 202).
Del mismo modo, Bustamante (2014) describe otros factores influyentes (como la
misma naturaleza de la norma que se extrae de la ratio decidendi), de manera que el peso
del precedente será mayor cuando se extraiga una regla que un principio.
Asimismo —y quizá más importante—, destaca la fuerza del precedente cuando
mejor es la calidad de la argumentación que sustenta la ratio decidendi (Bustamante, 2014).
Estos factores (y otros) se deben tomar en cuenta al momento de determinar la
fuerza de un precedente en un escenario en el cual no hay precedentes vinculantes. En pa-
labras de Thomas Bustamante (2014): “[…] la determinación de la fuerza de un ‘precedente
propiamente dicho’, principalmente cuando estamos delante de precedentes persuasivos y
no hay un criterio decisivo en el sistema jurídico, depende de la ponderación de todos esos
factores” (p. 138).
Ahora bien, fuera de la valoración de estos factores, aceptar una concepción per-
suasiva del precedente conlleva que el juzgador se puede apartar de este. En tal sentido,
el precedente no obliga al juzgador a seguirlo, pero sí a motivar su decisión de alejarse20.
Lamentablemente, esta posibilidad de distanciarse del precedente ha sido malinter-
pretada. Entonces, se suele advertir como un obstáculo que se puede superar (dejar de
lado) si se expone una adecuada fundamentación.
En efecto, el precedente se no puede concebir como un escollo que el juzgador deba
soslayar mediante el uso de la motivación. Esa no es la idea porque incluso el cambio mo-
tivado de criterio puede generar inseguridad jurídica21. En tal sentido, el juzgador debe
actuar con cuidado al momento de decidir si amerita un cambio de criterio.
20 Sobre el particular, señala Andrés Ospina (2014): “La independencia o autonomía de los jueces que les permite
cambiar de parecer se convierte entonces en un asunto de motivación” (p. 35).
21 Al respecto, Andrés Ospina (2014) indica que “[…] los cambios constantes de jurisprudencia, así sean expresos y
motivados, crean inseguridad jurídica, de manera particular cuando son retroactivamente aplicados a hipótesis
consolidadas cuando la posición jurisprudencial era diferente” (p. 21).
22 Cfr. Thomas Bustamante (2014): “Si se define la ratio decidendi como una regla que se puede extraer de un prece-
dente judicial, no es razonable presumir dogmáticamente que solo hay una ratio decidendi y que esta ratio puede
ser determinada sin una valoración moral de los intérpretes” (p. 139).
También Richard Posner (2008) afirma lo siguiente: “Interpretive issues arise in the domain of precedent as well
as in that of legislative texts, usually in the form of judges’ attempts to distinguish between the holding of a case,
which is the part that has precedential effect, and the language of the opinion that could be detached without
changing the holding” (p. 192).
23 En ese sentido, se sostiene que la ratio decidendi constituye una generalización de las razones adoptadas como
pasos necesarios y suficientes para decidir un caso o las cuestiones de un caso por el juez. En un lenguaje propio
de la tradición romano-canónica, se podría decir que la ratio decidendi debe ser formulada por abstracciones rea-
lizadas a partir de la fundamentación de la decisión judicial (Mitidiero, 2012, p. 232).
24 En sentido similar, Ospina (2014): “[…] así quisiera el juez ser coherente con las construcciones jurisprudenciales
previas, le quedaría muy difícil hacerlo por los problemas propios de una jurisprudencia difícil de seguir y desor-
denada” (p. 40).
25 En palabras de Ospina (2014): “Los cambios [de] jurisprudencias son necesarios cuando existen verdaderas ra-
zones de fondo para ello, pero no cuando son el resultado de la intención de un magistrado que pretende dejar su
nombre inscrito en la historia” (p. 36).
26 Ello le permite a Schauer (2013) referir lo siguiente: “Perhaps the most striking difference between precedential
constraint and the classic case of reasoning by analogy is therefore the typical lack of freedom a precedential rea-
soner perceives in the retrieval of the precedent example” (p. 51).
27 De particular interés resulta la apreciación económica que realizaron, en su momento, William Landes y Richard
Posner (1976). Sobre este tema en particular, explican lo siguiente: “Although a precedent does not ‘wear out’ in a
physical sense, it depreciates in an economic sense because the value of its information content declines over time
with changing circumstances. Changes in social and economic conditions, in legislation, in judicial personnel, and
in other parameters of legal action reduce the value of precedents as a source of legal doctrine” (p. 263).
28 Al respecto, Ávila (2012) señala que “el principio de seguridad jurídica no exige inmovilidad y, por tanto, no ex-
cluye el cambio jurisprudencial. Sin embargo, el problema no es el cambio en sí, sino sus efectos. Si sorprende al
individuo que ejerció intensamente sus derechos de libertad y propiedad, confiando y pudiendo confiar en su
permanencia, el cambio de orientación puede tener efectos negativos expresivos” (p. 396).
2. El precedente en el arbitraje
La noción de precedente antes expuesta no es ajena al arbitraje. Si bien en estos casos no
existe una estructura organizacional que permita el uso de precedentes vinculantes, sí lo
admite en la noción adoptada en este trabajo; es decir, en su sentido persuasivo.
En efecto, en el escenario arbitral, ningún árbitro o tribunal está vinculado ni podría
relacionarse con las decisiones (laudos) de otro árbitro o tribunal arbitral. Ese nivel de
fuerza es impensable en el escenario arbitral, precisamente porque no hay una organiza-
ción vertical entre los órganos decisores29.
Sin embargo, no existe óbice para adoptar una noción persuasiva del precedente
como refuerzo argumentativo para motivar el laudo. Así lo demuestra su uso en el arbitraje
internacional30.
Entonces, frente a quienes niegan que pueda aplicarse la noción de precedente en el
arbitraje, Gary Born (2012) señala que eso no es correcto en la práctica y tampoco debería
serlo en teoría. En tal sentido, además de los casos de arbitrajes entre las mismas partes, son
particularmente interesantes los casos de arbitrajes de construcción y de inversión31 que
Born plantea de ejemplo; pues, como manifiesta, se trata de laudos que son publicados.
El rol de la publicidad es esencial para el uso del precedente. La regla es la confiden-
cialidad del arbitraje y de las actuaciones arbitrales, de manera que, bajo esos parámetros,
es sumamente difícil32, sino imposible que se pueda siquiera hablar de precedente33. De
esta manera, la publicidad de estos laudos permite que se pueda hablar de precedentes en
determinados casos.
Del mismo modo, Gary Born (2012) añade que, en la práctica, las decisiones arbi-
trales han contribuido, en el arbitraje internacional, a desarrollar aspectos fundamentales
en materia de convenios arbitrales, medidas provisionales, principio de buena fe, fuerza
mayor, entre otros34.
29 De ahí que no sea posible hablar de “jurisprudencia arbitral”, como indica Follonier-Ayala (2016-2017, p. 336).
30 En un sentido similar, Álvaro Núñez (2016, p. 129) sostiene que la visión del precedente solo como “precedente
judicial” es reductiva. Resulta posible utilizar la noción de precedente también cuando proviene de otro tipo de
órgano decisor.
31 Al respecto, Kaufmann-Kohler (2007) expresa lo siguiente: “While tribunals seem to agree that there is no doctrine
of precedent per se, they also concur on the need to take earlier cases into account” (p. 368).
32 Si bien no se refiere a laudos, sino a sentencias extranjeras, es aplicable lo mismo que plantea Posner (2008) en
relación con estas últimas, en el sentido de que son de difícil acceso, lo cual complica su uso como precedente.
33 Cabe señalar que, dada la confidencialidad del arbitraje y de las actuaciones arbitrales en general, el uso del prece-
dente se vuelve imposible. Quizá los únicos que pueden acceder a suficiente cantidad de información sobre laudos
previos son los abogados que representan a las partes y que, por su actividad profesional, disponen de ella. Esta
situación, sin embargo, deviene en inequitativa frente a aquellos que —por la confidencialidad— no tienen dicho
acceso a esa fuente de información.
34 En sentido similar, Follonier-Ayala (2016-2017) sostiene que “en ámbitos bien específicos del arbitraje internacio-
nal como el arbitraje de inversiones —en particular en el marco del CIADI— o el arbitraje deportivo, la difusión y
la reproductibilidad de los laudos arbitrales están garantizadas por su publicación. De esta manera, por ejemplo,
se desarrolló, en materia de inversiones, una casuística relativa a las nociones de ‘inversión’, de ‘expropiación indi-
recta’, de ‘umbrella clause’ o aún de ‘trato justo y equitativo’” (p. 340).
35 Más adelante, en el mismo texto, se afirma lo siguiente: “Finally, it is important to remember that the credibility of
the entire dispute resolution system depends on consistency, because a dispute settlement process that produces
unpredictable results will lose the confidence of the users in the long term and defeat its own purpose” (p. 378).
36 En palabras de Gary Born (2012): “Tribunals afford varying degrees of precedential authority to past awards,
based on the number of decisions adopting a particular analysis, the nature of the tribunal(s), the quality of the
tribunal’s reasoning and similar factors” (p. 378). Follonier-Ayala (2016-2017) sostiene lo siguiente: “De hecho, los
laudos arbitrales no se imponen por su propia autoridad a los árbitros. Son estos últimos quienes decidirán, esen-
cialmente en función de la naturaleza de la regla sentada, de la calidad del razonamiento jurídico y de las analogías
entre los dos casos, aplicar la solución alcanzada en el laudo arbitral anterior al caso que los ocupa” (p. 341).
Cabe recordar que una Administración, cuando contrata, no deja de serlo. En tal sen-
tido, su actuación sigue rigiéndose por los principios que limitan su conducta, entre ellos,
el principio de predictibilidad que prevé el artículo IV de la LPAG.
Así, el uso del precedente en el arbitraje de contratación pública beneficia a la Admi-
nistración contratante porque le permite adecuar su conducta, de manera que evite ciertos
actos que sabe que la colocarán en una situación desventajosa en un futuro litigio.
Asimismo, la Administración contratante puede modular su conducta con miras a
un mejor cumplimiento de la norma, de tal forma que le sea más fácil cumplir los fines de
interés público que le han sido confiados y de manera suficientemente predecible. Lo dicho
marca la diferencia con los efectos del precedente en un arbitraje privado.
Por lo tanto, el uso del precedente en el arbitraje de contratación pública tiene un
efecto reflejo importante en las entidades, ya que les permite disponer de criterios más
claros sobre determinadas materias (por ejemplo, ampliaciones de plazo, penalidades, li-
quidación de obra, etcétera).
Ello, además, les permite actuar de forma predecible para beneficio tanto de los ciu-
dadanos (sus contratistas ahora) como de quienes lo serán en el futuro. No solo se favo-
recen las partes del litigio, sino también a terceros debido a la predictibilidad con la que
actuarán las administraciones.
37 Textualmente, sostiene lo siguiente: “For one thing, when disputes are governed by a thick body of state-supplied law,
arbitral precedent will serve little function. In such cases, parties are not likely to research past awards themselves or
to appreciate arbitrators who invoke such awards in the face of ample judicial or other authority” (1952).
38 En ese sentido, años atrás, Leysser León (2017) se pronunciaba: “Podríamos hablar solamente de esta exigencia en
el caso de la Contratación Pública, cuando se ven las reacciones de los árbitros cuando un procurador les muestra
una opinión del OSCE y los árbitros, algunos, consideran que la opinión del OSCE no es vinculante y que ni siquiera
que se plantea la predictibilidad en este artículo, pero no deja de ser interesante la crítica
porque parte del mismo problema (falta de predictibilidad) y propone una solución similar:
que el árbitro motive por qué se aparta de un criterio que las partes toman como regla.
Lo mismo se sugiere aquí respecto del precedente. El apartamiento del precedente
—en caso sea invocado— exige un deber de motivación del árbitro. No porque el árbitro
esté vinculado por la decisión previa de otro árbitro o tribunal, sino porque las partes
tienen derecho a saber por qué, frente a unos mismos (o similares) hechos, se asumen cri-
terios distintos de resolución.
Ahora bien, acreditada la conveniencia del uso del precedente, su posibilidad legal
tampoco debería dejar dudas. En principio, no existe regla que lo prohíba, de manera que los
árbitros son libres de recurrir a decisiones previas como sustento argumentativo, asumiendo
así la noción persuasiva del precedente. Por ello, no requiere una intervención normativa.
Su uso, además, se ve particularmente facilitado por el carácter público de los laudos
arbitrales que se emiten en contratación pública en el Perú. En consecuencia, a diferencia
de lo que sucede en el arbitraje comercial y a semejanza de lo que pasa con los arbitrajes
internacionales de inversión, los laudos son públicos en contratación estatal en el Perú. Ello
facilita enormemente la implementación del uso del precedente.
Así, en el artículo 45 del TUO de la LCE, se estipula la obligatoriedad de publicar el
laudo en el Seace, garantizando su publicidad.
Es importante resaltar la función que cumple o puede cumplir el OSCE. En el artículo
52 de la misma norma, se establece como una de sus funciones administrar y operar un
banco de laudos arbitrales sobre contratación pública donde se puedan identificar a las
partes, el tema del proceso, entre otros detalles.
En ese sentido, por mandato legal, el OSCE debe (y así lo viene haciendo) administrar
un banco de laudos que asegure su publicidad. Además, el orden de estos en función de los
temas tocados (ampliaciones de plazo, penalidades, resolución, etcétera) facilita aún más
la identificación de aquellas decisiones que pueden contener criterios relevantes para los
árbitros al momento de sustentar sus propias decisiones.
En suma, queda claro que el uso del precedente en el arbitraje de contratación pú-
blica en el Perú no solo es conveniente, sino, además, perfectamente posible. Las particula-
ridades del ordenamiento legal peruano así lo indican.
Lamentablemente, ello no implica que será utilizado. Como se mencionó previa-
mente, existen determinados incentivos para usar los precedentes, sobre todo en un con-
texto en el cual no hay una regla que establezca su vinculatoriedad.
debe ser atendida, o ni siquiera debe ser revisada, o ni siquiera se debe comentar en el arbitraje para decir que es
incorrecta, que es parte de la obligación del árbitro” (pp. 267-268).
Añade lo siguiente: “A los procuradores los instruyen en eso, su predictibilidad está dada en las opiniones del OSCE,
señores, ésa es su predictibilidad y si el árbitro no comparte el criterio, no por subestimar al OSCE, no por menos-
preciar la producción del OSCE, sino porque no lo comparte, pues tiene que decirlo” (pp. 267-268).
De este modo, el OSCE puede coadyuvar a promover el uso del precedente. Su deber
de publicitar los laudos arbitrales podría ir incluso más allá, destacando no sólo la materia
sobre la cual se ha emitido un pronunciamiento, sino también las reglas que han sido fija-
das en el mismo.
De hecho, no se trata de una labor sencilla ni mucho menos se puede exigir la ausen-
cia de errores, tomando en cuenta que —como se ha indicado anteriormente— la identifi-
cación misma de la ratio decidendi resulta ser una labor particularmente compleja.
Sin embargo, de proceder el OSCE, como se sugirió, al menos se crearán suficientes in-
centivos para que los principales actores interesados (las partes contratantes que, a su vez,
son litigantes) indaguen más sobre el particular e invoquen los laudos (específicamente, sus
fundamentos o ratio decidendi) a fin de obtener un mínimo de seguridad jurídica.
Frente a ello, aun cuando carezcan de los incentivos para revisar los laudos ajenos,
los árbitros necesariamente habrán de cuestionar por qué la regla invocada como prece-
dente no es aplicable al caso concreto. En este escenario, la sola independencia del árbitro
no debe bastar para justificar su decisión, siendo necesario exigir un estándar de motiva-
ción mayor39.
Reflexiones finales
En un estado de derecho la seguridad jurídica se convierte en una exigencia. A su vez, se
convierten en una exigencia los ideales de confiabilidad y calculabilidad que el principio
de seguridad jurídica promueve. Siendo así, las normas del ordenamiento jurídico deberán
apuntar, en la medida de lo posible, a procurar alcanzar dichos ideales.
En este contexto, el uso del precedente constituye un instrumento importante para la
consecución de los fines de la seguridad jurídica. De esta forma, se garantiza, en la medida
de lo posible y razonable, que el ciudadano pueda confiar en que se mantendrá aquello que
las autoridades indicaron. Asimismo, se garantiza que el ciudadano pueda prever, también
en la medida de lo posible y razonable, las consecuencias de sus actos.
Vale notar que se adopta aquí una noción persuasiva y no vinculante del prece-
dente. Ello bajo una lógica de respeto a la independencia de quien decide y, además, por
ser la noción más compatible con el proceso arbitral que ha sido, precisamente, el objeto
de este trabajo.
Dado lo anterior, es claro que el precedente tiene cabida en el arbitraje, especial-
mente cuando se adopta la noción persuasiva del mismo. Pero no solo tiene cabida, sino
que su uso resulta útil y deseable, considerando la garantía de predictibilidad que se busca
también en el arbitraje.
39 El presente artículo coincide, por lo tanto, con Ávila (2012) cuando sostiene lo siguiente: “[…] donde existan las
mismas razones, deben dictarse las mismas decisiones, salvo si hay una razón que justifique el cambio de orienta-
ción, que será debidamente objeto de una fundamentación más severa” (p. 395).
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Una vez finalizado el proceso arbitral con la emisión del laudo y, de ser el caso, con la reso-
lución de las solicitudes de interpretación, integración, exclusión o rectificación, es posible
que la parte perdedora interponga el recurso de anulación.
Como se revisará más adelante, dicho recurso tiene que cumplir una serie de re-
quisitos para ser admitido, sobre todo, si se trata de materias vinculadas a contrataciones
del Estado.
A continuación, se delimitará el concepto de laudo arbitral para, a partir de este,
abordar la naturaleza del recurso de anulación del laudo, los requisitos para interponerlo,
así como el tratamiento especial que recibe cuando se relaciona con contrataciones del
Estado. Esto debido a la relación directa que tiene esta materia con el interés público.
1. El laudo arbitral
Mediante el laudo se da por finalizado el proceso arbitral. Constituye una etapa delicada en
tanto que las partes por fin toman conocimiento del razonamiento y la posición que ha adop-
tado el árbitro único o tribunal arbitral respecto a cada uno de los puntos controvertidos.
[…] el laudo constituye el acto con el que concluye la intervención de los árbitros. Su emi-
sión implica dejar agotado su cometido y su jurisdicción, lo que determina otra diferencia im-
portante entre las atribuciones de árbitros y jueces. [...] Los árbitros, por el contrario, tienen
jurisdicción nacida de fuente convencional y por lo tanto limitada al caso. Son las mismas
partes —en virtud de que el Estado lo admite con carácter general— quienes crean la instan-
cia y otorgan a los árbitros el carácter de jueces. Y al hacerlo, tienen un objetivo primordial:
encomendarles la resolución de un caso concreto. Se deriva de ello, que, una vez producido el
resultado previsto, desaparecen sus facultades (p. 289).
siempre habrá una resolución ulterior que se pronuncie sobre estas solicitudes, sea de-
clarándolas improcedentes, fundadas o infundadas, la cual también debe ser considerada
como parte del laudo final; puesto que (i) termina agotando todos los mecanismos que
cuestionan el laudo en sede arbitral, con lo cual concluye todo tipo de actuación de parte en
el proceso arbitral; y (ii) modifica o consiente el laudo previamente emitido.
El otro tipo de laudo que prevé la LGA es el laudo parcial, aquella decisión defini-
tiva que toma el tribunal arbitral sobre una parte de la controversia, sea de forma o de
fondo, y que no le pone fin al proceso arbitral, sino solo a uno de los puntos controvertidos
(Villa-García, 2009).
De esta manera, en materia de contrataciones del Estado, de acuerdo con el artículo
45 de la LCE5, el laudo arbitral tiene que ser fundado en derecho y, en consecuencia, su emi-
sión debe cumplir esta disposición.
Por último, la notificación del laudo arbitral en el marco de las contrataciones del
Estado es fundamental y de especial relevancia debido a que su eficacia estará sujeta a que
este se realice a través del Seace, tal como se menciona en el artículo 45.21 de la LCE6.
un recurso, ya que este debe ser revisado por una autoridad jerárquicamente superior. De
esta manera, el arbitraje no es una jurisdicción de mayor o menor jerarquía que el Poder
Judicial o viceversa, sino que son autoridades distintas e independientes (Alva, 2011).
Por otra parte, algunos doctrinarios argumentan que el recurso de anulación del
laudo arbitral ha sido reconocido en el ordenamiento jurídico con el objetivo de que se
pueda efectuar una revisión judicial estricta del arbitraje. En esta línea, este mecanismo
está dirigido a cuestionar las actuaciones arbitrales, es decir, responde a un proceso previo
llevado en sede arbitral. Asimismo, en 2002, para el Tribunal Constitucional el recurso de
anulación no constituía “stricto sensu, un nuevo proceso judicial, sino parte integrante y
residual del proceso arbitral seguido inicialmente ante el Tribunal Arbitral de Derecho”
(fundamento 3). Este argumento es acogido por la Corte Suprema; pues consideró que el
recurso de anulación no constituía una pretensión autónoma de nulidad, sino una preten-
sión impugnatoria integrante del proceso arbitral junto con la casación.
Esta posición del Tribunal Constitucional se dio bajo el amparo de la Ley 26572,
donde se establecieron mecanismos contra el laudo arbitral como los recursos de apela-
ción y anulación.
Sin embargo, en 2011, dicho Tribunal, tras haberse derogado la ley mencionada por
el Decreto Legislativo 1071 (LGA), cambió de paradigma y señaló
[…] que se haya previsto por mandato del Decreto Legislativo Nº 1071, que norma el Arbitraje,
la posibilidad de un recurso de anulación […] como fórmula a posteriori, no significa que tal
mecanismo sea parte integrante del proceso arbitral. Se trata más bien, por su propia finali-
dad así como por la configuración judicial de la que se encuentra dotado, de una verdadera
opción procesal cuyo propósito, técnicamente hablando, puede sustituir al amparo cuando de
la defensa de derechos constitucionales se trate.
Así, el arbitraje no tiene como parte integrante al proceso judicial; ya que, por ejemplo,
según el artículo 67 de la LGA, es posible que las partes acuerden que la ejecución del laudo
se realice en sede arbitral. No obstante, si el tribunal arbitral considera necesario o conve-
niente requerir la fuerza pública para dicha ejecución, cesará sus funciones sin incurrir en
irresponsabilidad y la parte interesada podrá iniciar su proceso de ejecución de laudo ante
el Poder Judicial7.
La anulación de laudo, como su propio nombre lo dice, incluye una pretensión anu-
latoria por defecto. Esta situación no se asemeja completamente con un recurso; pues,
mediante una apelación, la parte impugnadora puede solicitar, a través de una pretensión
revocatoria, que se reformule el sentido de la decisión apelada.
Se debe aclarar que la anulación de laudo no constituye una segunda instancia, dado
que la parte accionante no estaría ejerciendo ese derecho. La revisión judicial tras una de-
cisión arbitral o administrativa no implica el ejercicio de ese derecho.
En esta línea, no se trata del mal llamado recurso de anulación de laudo arbitral; toda
vez que no se puede reexaminar el fondo de la controversia, sino frente a una demanda de
anulación con un fin específico y que se desarrolla en un proceso autónomo, donde se pre-
tende que el Poder Judicial revise exclusivamente el aspecto formal o la validez del laudo
por las causales establecidas en la LGA.
6. […] g) Si este Tribunal rompiendo lo que ha sido su línea de respeto por las controversias de
fondo, se permitiera decirles a los jueces arbitrales [y aún a los jueces de la justicia ordinaria
o privativa] cómo deben fallar en los asuntos que sólo a ellos les corresponden, estaría con-
virtiendo […] el proceso constitucional en una suprainstancia casatoria capaz de desarticular
por completo el principio de la Cosa Juzgada.
reexamen de la decisión adoptada por los árbitros; característica, por ejemplo, que se pre-
senta en el recurso de apelación.
Entonces, ¿qué es la anulación de laudo si no es un recurso?
Como se mencionó en la breve introducción de este acápite, la anulación de laudo es una
institución sui generis, y como tal no debe ser agrupada o confundida con otras instituciones.
De esta manera, se puede argumentar que la anulación de laudo es un proceso con un
fin específico y autónomo, teniendo en cuenta que inicia un proceso en sede judicial, cuyo
aspecto no se presenta en un medio impugnatorio.
Sin perjuicio de lo anterior, resulta curioso que, posteriormente, el legislador adop-
tara este razonamiento al momento de elaborar las disposiciones complementarias de la
LGA. En la duodécima disposición complementaria, estipuló lo siguiente:
2. Las causales previstas en los incisos a, b, c y d del numeral 1 de este artículo sólo serán procedentes si fueron
objeto de reclamo expreso en su momento ante el tribunal arbitral por la parte afectada y fueron desestimadas.
3. Tratándose de las causales previstas en los incisos d y e del numeral 1 de este artículo, la anulación afectará
solamente a las materias no sometidas a arbitraje o no susceptibles de arbitraje, siempre que puedan separarse de
las demás; en caso contrario, la anulación será total. Asimismo, la causal prevista en el inciso e podrá ser apreciada
de oficio por la Corte Superior que conoce del recurso de anulación.
4. La causal prevista en el inciso g del numeral 1 de este artículo sólo será procedente si la parte afectada lo hubiera
manifestado por escrito de manera inequívoca al tribunal arbitral y su comportamiento en las actuaciones arbitra-
les posteriores no sea incompatible con este reclamo. […]
7. No procede la anulación del laudo si la causal que se invoca ha podido ser subsanada mediante rectificación,
interpretación, integración o exclusión del laudo y la parte interesada no cumplió con solicitarlos”.
11 Artículo 45 del TUO de la LCE (Decreto Supremo 082-2019-EF).-
“[…] 45.25 Adicionalmente, sin perjuicio de lo señalado, el laudo puede ser anulado a solicitud de parte si la com-
posición del árbitro único o del tribunal arbitral o si las actuaciones arbitrales no se han ajustado a lo establecido
en la presente Ley y su reglamento […]”.
no es posible evaluar la calidad de la motivación de los laudos arbitrales nos conduce, simple-
mente, a negar el derecho a la motivación pues, en efecto, cómo podría hablarse de un derecho
si su cumplimiento quedara al arbitrio irrevisable del obligado a satisfacerlo (p. 17).
Así, a pesar de que la LGA prohíbe expresamente que los jueces se pronuncien sobre la
motivación contenida en los laudos arbitrales, muchas veces revisan la motivación de estos.
Por otro lado, si la entidad pretende anular el laudo arbitral, deberá contar con previa
autorización de su titular, mediante una resolución debidamente motivada y bajo respon-
sabilidad, siendo esta facultad indelegable. Para tal efecto, se realiza el análisis costo-bene-
ficio, estimando el costo en tiempo y recursos del proceso judicial, así como la expectativa
de éxito de seguir la anulación.
Constituye responsabilidad funcional13 impulsar la anulación del laudo arbitral
cuando el análisis costo-beneficio determina que la posición de la entidad razonablemente
no puede ser acogida. Asimismo, los procuradores públicos que no interpongan estas accio-
nes no incurren en responsabilidad.
Esto último es sumamente importante; ya que antes el procurador público entablaba
la demanda de anulación de laudo arbitral a sabiendas de que las posibilidades de éxito
eran mínimas, solo para no incurrir en responsabilidad administrativa o que no se le inicie
algún tipo de investigación penal por no tratar de anular el laudo.
Sin embargo, y a pesar de esta regulación, el procurador público contará con menos
tiempo para elaborar un recurso de anulación solvente, pues previamente deberá contar
con la aprobación del titular de la entidad a través de un análisis costo-beneficio.
Dicho esto, cabe preguntarse lo siguiente: ¿el derecho del contratista de interponer
el recurso de anulación del laudo debe condicionarse a la presentación de una carta fianza?,
¿el tratamiento que el Estado le da al recurso de anulación varía dependiendo de si es la
entidad o el contratista quien interpone dicho recurso? Evidentemente, esto delata una
discriminación, desproporción y un impedimento de acceso a la justicia en cuanto a los
requisitos exigidos por parte del Estado; puesto que el contratista debe presentar exclu-
sivamente una carta fianza para interponer el recurso de anulación de laudo, única vía de
impugnación formal del laudo arbitral.
13 Según la novena disposición final de la Ley 27785, Ley Orgánica del Sistema Nacional de Control y de la Contraloría
General de la República, la responsabilidad administrativa funcional es aquella en la que incurren los servidores y
funcionarios por haber contravenido el ordenamiento jurídico administrativo y las normas internas de la entidad
a la que pertenecen, se encuentre vigente o extinguido el vínculo laboral o contractual al momento de su identifi-
cación durante el desarrollo de la acción de control.
Incurren también en responsabilidad administrativa funcional los servidores y funcionarios públicos que, en el
ejercicio de sus funciones, desarrollaron una gestión deficiente. Para su configuración, se requiere la existencia,
previa a la asunción de la función pública que corresponda o durante el desempeño de esta, de mecanismos obje-
tivos o indicadores de medición de eficiencia.
Como es evidente, la relación entre las partes y el convenio arbitral entre el privado y el
Estado es forzada a devenir en obligatoria por ley. Esto, notoriamente, “cambia las reglas del
juego” para ambas partes y suele inclinar la balanza a favor de una en detrimento de la otra.
En ese sentido, ese “cambio de reglas” es aplicable para todas las fases del arbitraje,
durante y después del proceso (como es la revisión ex post de un laudo arbitral por parte
del Poder Judicial); esto incluye la anulación del laudo arbitral.
Además de los requisitos genéricos incluidos en el Decreto Legislativo 1071 (LGA)
para la presentación de la demanda de anulación de laudo, también se deben tener en
cuenta los requisitos/causales que establece el TUO de la Ley 30225 (LCE), siendo esta la
norma especial de la materia (lex specialis derogat generali).
A lo largo del tiempo, las reglas aplicables interpuestas por la LCE para presentar la
demanda de anulación han variado, en conformidad con las modificaciones de la mencio-
nada norma especial. Algunas llegaron a ser razonables partiendo de la premisa de que, en
materia de contratación pública, siempre se encuentra el “interés público” y la participa-
ción presupuestaria del Estado; de igual manera, otras no han sido razonables, siendo muy
“protectoras” y poco beneficiosas para las partes vinculadas.
A esto se agregan las constantes modificaciones en un corto periodo de tiempo desde
que la ley se promulgó por primera vez, en 1997. Esta circunstancia también generó inesta-
bilidad para los mecanismos de solución de controversias.
En el presente acápite, se analizan las causales genéricas de admisibilidad y proce-
dencia de la demanda de anulación de laudo que figuran en la LGA, así como las causales de
procedencia en la norma especial de la LCE.
artículo 64 de la LGA: “[…] Trámite del recurso. […] Asimismo el recurso de anulación debe
contener cualquier otro requisito que haya sido pactado por las partes para garantizar el
cumplimiento del laudo”.
De esa manera, la Sala Especializada podrá verificar qué condiciones acordaron las
partes utilizando su derecho de interponer la demanda de anulación.
15 Ibídem, 21.
17 “[…]
45.4 La decisión de la Entidad o de la Contraloría General de la República de aprobar o no la ejecución de presta-
ciones adicionales, no puede ser sometida a conciliación, ni arbitraje ni a la Junta de Resolución de Disputas. Las
pretensiones referidas a enriquecimiento sin causa o indebido, pago de indemnizaciones o cualquier otra que se
derive u origine en la falta de aprobación de prestaciones adicionales o de la aprobación parcial de estas, por parte
de la Entidad o de la Contraloría General de la República, según corresponda, no pueden ser sometidas a conci-
liación, arbitraje, ni a otros medios de solución de controversias establecidos en la presente Ley o el reglamento,
correspondiendo en su caso, ser conocidas por el Poder Judicial. Todo pacto en contrario es nulo”.
ser sometida a arbitraje. Estas prestaciones adicionales conllevan un incremento del mon-
to fijado en el contrato que es causado por mayores trabajos (de tratarse de un contrato
de obra), mayores bienes o servicios que no estaban previstos desde un inicio (Castillo &
Sabroso, 2009).
Asimismo, en el mencionado artículo, se precisa que las pretensiones referidas a
enriquecimiento sin causa o indebido, pago de indemnizaciones, o cualquier otra que se
derive u origine en la falta de aprobación de prestaciones adicionales o de la aprobación
parcial de estas por parte de la entidad o de la Contraloría General de la República, según
corresponda, no pueden ser sometidas a arbitraje ni a otros medios de solución de contro-
versias. Todo pacto en contrario es nulo.
Cabe precisar que el enriquecimiento sin causa es considerado una de las figuras más
acertadas, pues acoge todos los casos donde una persona se beneficia a costa de otra. Esta
figura es utilizada por los afectados que no encontraron ningún remedio establecido en la
norma que pueda ser empleado en su caso (Castillo & Sabroso, 2009).
Es interesante tomar en cuenta que, a pesar de que las prestaciones adicionales son
un derecho patrimonial y, por ende, materia de libre disposición en un arbitraje entre pri-
vados, en las contrataciones del Estado son tratadas como materia no arbitrable. En rela-
ción con lo mencionado, la disponibilidad para someter una materia a arbitraje dependerá
de lo que establezca la ley (Castillo & Sabroso, 2009).
Al respecto, cabe preguntar ¿qué ocurriría si un tribunal arbitral declara fundada
la pretensión del contratista sobre enriquecimiento sin causa? La causal que invocaría la
entidad para anular el laudo arbitral es que la aprobación de los adicionales de obra no es
materia arbitrable y los árbitros, al emitir un pronunciamiento sobre esto, trascienden la
competencia que ostentan.
El supuesto mencionado fue materia de revisión por parte de la Segunda Sala Co-
mercial (2017), donde se resolvió que, de someterse a arbitrajes asuntos relativos a pres-
taciones adicionales, el tribunal arbitral asume competencia contra lo establecido por ley y
reservada a la entidad o a la Contraloría General de la República, lo cual implica la configu-
ración de la causal prevista en el artículo 63.1, literal “e”, de la LGA.
Este requisito, añadido por la LGA, se refiere únicamente a una situación en que el
laudo arbitral ha sido anulado de manera total o parcial por la Corte Superior. En este esce-
nario, la parte vencida tiene la facultad de interponer el recurso de casación ante la Corte
Suprema para que controle la observancia correcta de la norma jurídica o, en su defecto, el
apartamiento inmotivado incurrido por la Corte Superior.
Es importante resaltar que, si la demanda de anulación de laudo deviene en infun-
dada, concluirá el proceso y la parte accionante no tendrá ningún medio impugnatorio para
cuestionar dicha decisión.
Además, el laudo arbitral puede ser anulado; ya que la composición del tribunal ar-
bitral o las actuaciones arbitrales no se han ajustado al acuerdo entre las partes o al regla-
mento arbitral aplicable, excepto que dicho acuerdo o disposición estuvieran en conflicto
con una disposición prevista en la LGA de la que las partes no pudieran apartarse o, en
defecto de dicho acuerdo o reglamento, que no se hayan ajustado a lo contenido en la ley
mencionada.
De producirse la anulación, las partes deberán proceder a un nuevo nombramiento
de los árbitros, dependiendo de dónde se encuentre el vicio que origina la nulidad, y el tri-
bunal arbitral debe reiniciar el arbitraje en el estado en el que se no se observó el acuerdo
de las partes, el reglamento o la norma aplicable. Asimismo, de anularse el laudo debido a
que las actuaciones arbitrales no se ajustaron al acuerdo de las partes, el proceso deberá
reiniciarse y volver al momento en que se vulneró el acuerdo entre las partes o el regla-
mento al cual se sometieron.
Si el laudo o parte de él se anula porque el tribunal arbitral resolvió sobre materias
no arbitrables, la materia no sometida a arbitraje podrá ser objeto de un nuevo arbitraje
si estuviera contemplada en el convenio arbitral. En caso contrario, la materia podrá ser
demandada judicialmente, salvo acuerdo distinto de las partes.
De esta manera, en caso de que el tribunal arbitral hubiera emitido un laudo sobre
una materia o extremo que las partes decidieron no someter a la jurisdicción arbitral (extra
petita) y, por lo tanto, trasciende su competencia, sería un supuesto de incongruencia. Así,
es posible que esta materia sea demandada judicialmente.
Una disposición similar a la anterior se aplica cuando el laudo arbitral, o parte de él,
se anula; ya que el tribunal arbitral ha resuelto sobre materias que, según la ley, son mani-
fiestamente no susceptibles de arbitraje. Tratándose de un arbitraje nacional, sin embargo,
esto podrá ser demandado judicialmente.
Asimismo, si el laudo se anula porque la controversia ha sido decidida fuera del plazo
pactado por las partes, previsto en el reglamento arbitral aplicable o establecido por el tri-
bunal arbitral, puede iniciarse un nuevo arbitraje, salvo que las partes acuerden componer
un nuevo tribunal arbitral para que, sobre la base de las actuaciones, resuelva la controver-
sia; o, tratándose de arbitraje nacional, en los 15 días siguientes de notificada la resolución
que anula el laudo, decidan por acuerdo que la Corte Superior que conoció el recurso de
anulación resuelva en única instancia sobre el fondo de la controversia.
Ahora, ¿por qué es importante que el tribunal arbitral no laude fuera de plazo?, ¿por
qué el tribunal arbitral tendría el deber de cumplirlo? Si el laudo arbitral se expide fuera de
plazo, no solo se pierde tiempo, dinero y la oportunidad de ponerle fin a la controversia en
el periodo pactado, sino la competencia del tribunal arbitral para solucionar la controver-
sia que está limitada a las reglas establecidas por las partes o por el reglamento arbitral al
cual se acogen.
Por último, de acuerdo con la LGA, la anulación del laudo no perjudica las pruebas
actuadas en el curso de las actuaciones arbitrales, las cuales podrán ser apreciadas a dis-
creción por el tribunal arbitral o, en su caso, por la autoridad judicial, así como tampoco la
eficacia que tiene el convenio arbitral (excepto que esta haya sido la razón de la anulación)
para someter determinadas materias a arbitraje.
el recurso de anulación tiene como objeto revisar la validez del Laudo y nada más, pero a esto
se debe agregar que la norma proscribe el recurso de apelación y así ningún órgano podrá
revisar el fondo de la controversia, la justicia del caso ni la interpretación de la norma que
resuelve el fondo de la controversia.
Transmite la sensación de estar en una “ruleta rusa” cuando se interpone dicho re-
curso; pues nunca se sabe, a ciencia cierta, qué criterios utilizará la Sala Comercial para de-
cidir si anula o no un laudo arbitral. Esto se debe a la poca predictibilidad y genera, a la vez,
inseguridad jurídica. De esta manera, se suma a la impredecible justicia su sistema lento, el
exagerado formalismo que se exige en el Poder Judicial, entre otros aspectos.
En relación con el recurso de anulación de laudo arbitral, entre 2018 y mediados de
mayo de 2019, se han interpuesto 285 demandas de anulación de laudo ante la Primera y
Segunda Sala Comercial (PJ, 2019).
De dichas demandas, 45 fueron declaradas fundadas total o parcialmente, es decir,
el 15,78% de las 285 demandas. Así, del mencionado porcentaje, el 53,35% corresponde
a laudos anulados por la causal de motivación, ya sea por insuficiente, incongruente, apa-
rente o defectuosa.
Este porcentaje se ha incrementado con los años debido a que, hasta setiembre de
2017, se habían resuelto 109 recursos de anulación de laudo, de los cuales 21 recursos
fueron declarados fundados total o parcialmente y, a su vez, 15 laudos fueron anulados por
la causal de motivación (León, 2017).
Es decir, desde setiembre de 2017 hasta mayo de 2019, existe una tendencia de los
jueces de nuestro Poder Judicial a aumentar la anulación de laudos por alguno de los tipos
de patología en la motivación.
Así, el número de laudos anulados ha aumentado porque las Salas Comerciales
anulan por supuestas patologías en la motivación, aun cuando la LGA, de manera expresa,
prohíbe que se pronuncien sobre las motivaciones expuestas por el tribunal arbitral.
Esto en vista de que tiene el deber de emitir un laudo que esté motivado, excepto que
las partes hayan convenido algo distinto19. Cabe resaltar que dicha restricción tiene su
origen en que las partes, al establecer al arbitraje como mecanismo que solucionará sus
controversias, buscan la menor interferencia posible por parte del Poder Judicial; pues
otorgaron competencia a los árbitros para que resuelvan las controversias sometidas a
jurisdicción arbitral.
Por ello, el Poder Judicial no puede inmiscuirse en la jurisdicción arbitral que las
propias partes acordaron para precisar cuándo un laudo está o no motivado de manera su-
ficiente. Es necesario que las Salas Comerciales consideren que los parámetros que son uti-
lizados en la jurisdicción ordinaria —esto es, el Poder Judicial— para determinar cuándo
una sentencia está debidamente motivada no son iguales a los usados en sede arbitral, en
virtud de que la ley limita que los jueces puedan pronunciarse sobre el fondo del laudo ar-
bitral y, por ende, solo pueden verificar la existencia de los hechos y la ley aplicada por los
árbitros para resolver la controversia.
Reflexiones finales
El laudo arbitral es la resolución de contenido fáctico y jurídico emitida por los árbitros,
que pone fin al proceso arbitral, ya sea amparando o no la pretensión de la parte deman-
dante y/o de la parte demandada, de haberse interpuesto una reconvención. La notifica-
ción del laudo arbitral, en el marco de las contrataciones del Estado, es fundamental y de
especial relevancia debido a que su eficacia estará sujeta a que se realice a través del Seace.
Contra el laudo arbitral solo se puede interponer el mal llamado recurso de anu-
lación, por medio del cual se revisará su validez por las causales expresamente estable-
cidas en la LGA. Así, si el contratista pretende demandar la anulación del laudo arbitral,
es necesario que presente una fianza bancaria solidaria, incondicionada y de realización
automática en favor de la entidad, con una vigencia no menor de seis meses, renovables
por todo el tiempo que dure el trámite del recurso. En cambio, si la entidad busca anular el
laudo arbitral, deberá contar con previa autorización del titular de esta, mediante resolu-
ción debidamente motivada y bajo responsabilidad, siendo esta facultad indelegable. Para
ello, se efectúa el análisis costo-beneficio, tomando en cuenta el costo en tiempo y recursos
del proceso judicial, así como la expectativa de éxito de seguir la anulación.
Cuando el laudo arbitral cuestionado ha sido anulado parcial o totalmente por la
Corte Superior, la parte vencida posee la facultad de interponer un recurso de casación con
el objeto de que la Corte Suprema controle la observancia correcta de la norma jurídica o,
en su defecto, el apartamiento inmotivado en el cual debe haber incurrido la Corte Superior.
De esta manera, una vez que la Sala Comercial declare que el laudo arbitral es nulo
y no se haya interpuesto recurso de casación o este se declare infundado, se procederá de-
pendiendo de la causal por la cual se resolvió la anulación.
Finalmente, es necesario enfatizar en la falta de predictibilidad del Poder Judicial a
nivel de anulación de laudo por la causal de motivación, pues son variados los criterios que
se utilizan para determinar si un laudo es o no anulable por dicha causal.
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La LPAG contempla una serie de principios que se puede aplicar al procedimiento adminis-
trativo sancionador. Entre ellos, se incluye el principio de irretroactividad, el cual proscribe
la aplicación retroactiva de normas que pudiesen desfavorecer a uno de los implicados.
Este principio va acompañado de la denominada retroactividad benigna, que supone la
aplicación de la norma vigente a hechos o supuestos anteriores cuando resulte más favora-
ble para aquellos a quienes se administre.
El presente artículo pretende explicar el funcionamiento de la retroactividad be-
nigna aplicada a los procedimientos sancionadores, en materia de contratación pública,
a partir de la revisión de los criterios implementados por el Tribunal de Contrataciones
en sus diferentes resoluciones, las cuales presentan una interpretación literal de la norma
sancionadora, dado el desconocimiento sobre el alcance de este principio.
1 Abogado y magíster en Gerencia Pública y Gobierno por la Pontificia Universidad Católica del Perú (PUCP), profesor
en Contratación Pública en la Facultad de Derecho de la Universidad Peruana de Ciencias Aplicadas (UPC) y en la Es-
cuela de Gobierno de la PUCP. Árbitro en Contratación Pública, socio del Estudio Reaño Vidal, Hernández & Abogados.
como infracción en una norma con rango de ley. Esto es, si no existe norma que proscriba
una conducta o sancione una acción, no se puede aplicar sanción alguna y, precisamente,
la verificación de existencia de una norma al momento de la comisión de una conducta
se rige por los principios del derecho administrativo sancionador que se explicará en el
presente artículo.
Del principio de legalidad, se desprenden dos elementos centrales: el primero, refe-
rido a que las normas sancionadoras estén adecuadamente tipificadas (lo cual incorpora
la tipificación indirecta, que se mencionará más adelante); y el segundo, relacionado con
el principio de irretroactividad (que involucra, como se ha señalado, a la retroactividad
benigna), por cuyo análisis se comenzará.
Para definir ambos mecanismos, se debe considerar lo señalado en el artículo 248
del TUO de la Ley 27444, LPAG, el cual recoge los principios de la potestad sancionadora de
las entidades públicas y señala lo siguiente:
La potestad sancionadora de todas las entidades está regida adicionalmente por los siguien-
tes principios especiales:
[…]
5.- Irretroactividad.- Son aplicables las disposiciones sancionadoras vigentes en el momento
de incurrir el administrado en la conducta a sancionar, salvo que las posteriores le sean
más favorables.
Las disposiciones sancionadoras producen efecto retroactivo en cuanto favorecen al presunto
infractor o al infractor, tanto en lo referido a la tipificación de la infracción como a la sanción y
a sus plazos de prescripción, incluso respecto de las sanciones en ejecución al entrar en vigor
la nueva disposición.
Sin embargo, junto al principio de irretroactividad suele reconocerse también el principio de re-
troactividad favorable [cursivas añadidas] materia sancionadora, en virtud del cual corresponde
aplicar al momento de sancionar una conducta, no la norma que estuvo vigente cuando esta se
cometió, sino la que hubiera sido más favorable [cursivas añadidas] entre ese momento y aquel
en el cual se impone el castigo, o incluso después, si cambia durante su ejecución.
De lo contrario, si al momento de sancionar se aplica la norma desfavorable ya derogada, podría
darse el caso de que el mismo día se impongan dos sanciones diferentes por una conducta idéntica,
en función del momento en que hubiera sido cometida [cursivas añadidas]. Por tanto, el principio de
irretroactividad en materia sancionadora en realidad únicamente proscribiría la retroactividad
de las normas desfavorables, al tiempo que avalaría la retroactividad de las favorables (p. 28).
Queda claro que la retroactividad benigna supone analizar las conductas que se pu-
dieran haber calificado como infractoras a partir de la normatividad más favorable y no
necesariamente según los criterios vigentes al ocurrir la supuesta infracción.
Sobre el particular, Cassagne (2010) asevera lo siguiente:
Por su parte, Nieto (2012) señala que “[…] el fundamento de la retroactividad de las
normas sancionadoras favorables es la igualdad [cursivas añadidas], puesto que se considera
inicuo castigar de distinta manera a quienes han cometido la misma infracción” (p. 203).
La preocupación de la doctrina y la jurisprudencia vigente en materia sancionadora
administrativa por aplicar la norma más benigna en el tiempo tiene un sentido, el cual
coincide con lo señalado por los autores citados. Así, los administrados, al margen de la
oportunidad en que pudieran haber cometido las conductas que califican como supuestas
infracciones, pueden ser tratados de la misma manera ante la ley. Con ello, se busca evitar
sanciones o juzgamientos diferentes sobre la base de hechos iguales.
De este modo, se ha considerado que, si después de la comisión del ilícito adminis-
trativo se produce una modificación legislativa y la nueva ley es más favorable para el ad-
ministrado de modo integral (porque elimina la naturaleza sancionable del acto o porque
estipula una sanción menor), será esta la que se aplique, aunque no haya estado vigente
cuando se produjo la falta o infracción.
Por ese motivo, Morón (2009), al referirse a la retroactividad benigna en un procedi-
miento administrativo sancionador, afirma que
[…] respecto a la retroactividad benigna o aplicación de la norma más favorable solicitada por
la Impugnante, cabe traer a colación que la Ley Nº 27444, Ley del Procedimiento Administra-
tivo General, recoge como uno de los Principios de la Potestad Sancionadora en el numeral
5 del artículo 230, el Principio de Irretroactividad según el cual “son aplicables las disposi-
ciones sancionadoras vigentes en el momento de incurrir el administrado en la conducta a
sancionar, salvo que las posteriores le sean más favorables.
Atendiendo a ello, cabe señalar que la aplicación de norma favorable en el derecho admi-
nistrativo se encuentra referida a que la norma sancionatoria; posterior a la comisión del ilícito
beneficie al administrado, ya sea porque la nueva norma deroga el ilícito administrativo o porque
contempla una sanción más benigna que las previstas al momento de ocurridos los hechos.
De manera análoga, cabe citar la sentencia del Tribunal Supremo español del 14 de
febrero de 2012 (RJA 3982), según la cual
Al mismo tiempo, la sentencia del Tribunal Supremo español del 11 de mayo de 1987
—RJA 4149— asevera que
‒ En primer lugar, habrán de quedar impunes aquellas conductas cuya norma tipificadora,
vigente cuando se cometieron los hechos antijurídicos, haya sido derogada con carácter
previo al momento de resolver definitivamente sobre la responsabilidad del infractor.
‒ En segundo término, deben admitirse también soluciones retroactivas de cualquier
tipo cuando la nueva norma disminuya la cuantía de las sanciones.
‒ En tercer lugar, se hace necesaria la retroactividad cuando la nueva norma establezca
plazos inferiores de prescripción de infracciones y sanciones.
‒ En cuarto lugar, la retroactividad favorable debe operar también cuando la norma pos-
terior ocasione una ausencia de tipificación de conductas anteriores (p. 114).
contemplan de manera clara o precisa los supuestos de infracción; o que, al ser genéricas,
requieren otra norma que les brinde contenido por remisión o por complementariedad.
Por esta razón, cuando se alude a la norma tipificadora, es indispensable efectuar un análi-
sis de su contenido y este solo se podrá efectuar caso por caso.
Dado esto, la doctrina ha reconocido y desarrollado la aplicación de las denomina-
das normas sancionadoras en blanco para referirse a aquellas disposiciones que tipifican
infracciones, definen sanciones y, en determinadas circunstancias, necesitan una norma
material que las complemente para verificar o sustentar una sentencia por infracción.
Al respecto, Morón (2005) señala que
Por lo tanto, la tipificación supone que el operador (quien aplica la norma) debe
considerar todos los aspectos que esta conlleva; pues existe el riesgo de que, de no ser así,
se puedan invalidar las sanciones que se impongan apoyadas en ilícitos en blanco, es decir,
sin tomar en cuenta las normas materiales que complementan o aportan sentido al ilícito
administrativo.
Además, Garberí (1998, como se citó en Morón, 2005) precisa lo siguiente:
una norma distinta para dar contenido a la norma sancionadora (muchos confunden y re-
lacionan esta característica únicamente con las normas de remisión). Así, en determinados
casos, la norma sancionadora que tipifica, aparentemente completa, no puede per se dar
lugar a una sanción sin una norma que la complemente.
El ejemplo descrito es un caso típico de la ley sancionadora en blanco que, a pesar de
su significado (norma que tipifica una conducta y establece una sanción), adolece de conte-
nido material desde que no precisa la hipótesis que define la conducta sancionable. Por el
contrario, a través de una fórmula vaga o genérica, deposita en la autoridad administrativa
la posibilidad de establecer, caso por caso y con amplia discrecionalidad, si determinada
conducta es sancionable o no, lo cual se traduce en la violación del principio de tipicidad.
Al respecto, Nieto (2012), refiriéndose a la tipificación indirecta, afirma que “la tipifica-
ción administrativa, a diferencia de la penal, se concreta generalmente a través de tres precep-
tos: (i) un primer elemento, que establece un mandato o una prohibición determinada para
el administrado (la que indica “Queda prohibido X”); (ii) un segundo elemento, que advierte
que este incumplimiento constituye una infracción sancionable (“Constituye infracción el in-
cumplimiento de X”); y (iii) un tercer elemento (la sanción aplicable al caso)” (p. 268). Como
estos tres elementos, por lo general, no se presentan en una misma norma, sino disgregados en
normas distintas e, incluso, cuerpos normativos separados, se trata de la tipificación indirecta
del ilícito administrativo, diferente del tipo legal penal, que es único (Morón, 2017).
Esta referencia es sumamente importante para la determinación de la utilización de
la retroactividad benigna; ya que brinda las pautas de lo que deben considerar las autori-
dades administrativas frente a una posible aplicación de este principio, a fin de no restrin-
gir su apreciación a interpretaciones literales o limitadas de la norma sancionadora que
resulten insuficientes y puedan acarrear su invalidez por generar un perjuicio innecesario
al administrado.
Finalmente, la tipificación indirecta es un criterio fundamental para el uso de la
norma más favorable. Esto si se tiene en cuenta que una parte importante de las normas
sancionadoras administrativas requiere una norma prohibitiva o que establezca un man-
dato restrictivo a los administrados para adjudicar una sanción.
En efecto, como Baca (2016) advirtió, se estaría efectuando una interpretación equí-
voca del artículo 230.5 de la LPAG, en el sentido de que esta norma solo aludiría a la retroac-
tividad favorable de las disposiciones sancionadoras (omitiendo deliberadamente a las que
complementan o dan contenido a las normas sancionadoras). Así, precisa que “interpreta
el citado Tribunal que la norma sancionadora sería únicamente la que tipifica, no así la que
regula materialmente la conducta, por lo que los cambios en esta última que favorezcan al
administrado no deben ser aplicables retroactivamente” (p. 36).
De acuerdo con ello, el Tribunal estaría olvidando que lo que se busca sancionar es
una conducta, y que la tipificación solo se puede dar en tanto que se verifique el cumpli-
miento o no de la conducta regulada.
Por ejemplo, en la Resolución 1395-2018-TCE-S4, cuya materia es la imposición de
sanción por comisión de las infracciones previstas en los literales “c” (suscribir contrato es-
tando impedido) y “h” (presentar declaración jurada falsa al haber señalado no estar impe-
dido para contratar con el Estado) del artículo 50 de la LCE, el Tribunal ha considerado que,
en aplicación del principio de retroactividad benigna, corresponde declarar lo siguiente:
a. No aplicar sanción por comisión de la infracción tipificada en el literal “c” del artículo
50 de la ley, referida a la suscripción de contrato; estando imposibilitado, en tanto que,
al haberse derogado mediante el Decreto Legislativo 1341 el impedimento tipificado
en el literal “k” del artículo 11 de la ley2, por aplicación de la retroactividad benigna,
le resulta más favorable la nueva norma y, por ende, no se le puede sancionar.
Para llegar a esta conclusión, el Tribunal señala que el impedimento previsto
en el literal “k” del artículo 11 pertenece al tipo infractor por remisión expresa de la
propia norma sancionadora, es decir, el literal “c” del artículo 50 de la ley. En buena
cuenta, solo considera la aplicación de la retroactividad benigna, en la medida que
existe una norma de remisión.
b. Aplicar sanción al administrado por comisión de la infracción tipificada en el literal
“h” del artículo 50 de la ley al haber presentado declaración jurada señalando que no
estaba impedido para contratar.
En este caso, el argumento del Tribunal es que el tipo infractor se ha mantenido con
las modificaciones normativas, por lo cual no corresponde aplicar el principio de retroac-
tividad benigna.
Como se aprecia, la interpretación que efectúa el Tribunal para el uso del principio
es que solo se puede aplicar a la norma que tipifica la conducta. Ello por cuanto la LPAG
se refiere a la norma sancionadora. Así, desconoce su implementación a las normas que
2 Si bien el artículo efectúa un análisis sobre la base de una resolución del Tribunal de Contrataciones del año 2018,
y la normativa vigente en aquel entonces, el tema de fondo y los conceptos cuya aplicación se busca llamar la aten-
ción resultan aplicables a la normativa actual, y deberían ser considerados por el Tribunal de Contrataciones.
Reflexiones finales
La retroactividad benigna supone la aplicación de la norma más favorable al administrado,
independientemente de si estuvo vigente o no al momento de la comisión del supuesto
ilícito administrativo, tanto en los procedimientos administrativos sancionadores como en
los contencioso-administrativos. Asimismo, los criterios que definen la aplicación de este
principio sobre la base de la tipificación indirecta, como una de sus formas, son sumamen-
te importantes para determinar su ejecución. De esta manera, establecen las pautas de lo
que las autoridades administrativas deben considerar en un caso donde se encuentre de
por medio el uso de este principio. Se asume esta medida para no limitar su apreciación a
interpretaciones literales o limitadas de la norma sancionadora que resulten insuficientes,
se alejen del fundamento de igualdad que la sustenta, y puedan acarrear su invalidez por
generar un perjuicio innecesario al administrado.
Morón, J. (2017). Comentarios a la Ley del Procedimiento Administrativo General. Texto Único
Ordenado de la Ley 27444 (12.a ed.) [Tomo II]. Lima: Gaceta Jurídica.
2021
Michele Albanelli
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Elizabeth Cárdenas Arroyo, Liliana Checa Yábar, Marissa Consiglieri de Chackal y Cristina
Dreifuss Serrano
Bocadillos de arte. Alimentando el alma, la mente y los sentidos