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Un pacto para vivir: la reforma constitucional en América Latina

El panorama político latinoamericano está atravesando un año agitado en términos


electorales. La pandemia, así como las manifestaciones sociales iniciadas en el año
2019, marcan un cronograma electoral latinoamericano lleno de crispación. Dentro de
las plataformas electorales, un tema se destaca, la reforma constitucional.

En su columna semanal, el periodista internacional Juan Manuel Karg, señalaba sobre


las elecciones mexicanas de medio término, un paralelismo entre las acusaciones de la
oposición al partido MORENA de Manuel Andrés López Obrador y la oposición
liderada por Sergio Massa en las elecciones del 2015, en referencia a la idea que los
gobiernos progresistas vienen “por todo”, siendo ese “todo” la reforma constitucional. A
pesar de que los dichos de Massa parecen lejanos en la realidad nacional actual, el
miedo de los sectores conservadores frente a las modificaciones constitucionales, es un
temor que se reitera en el tiempo. ¿Por qué son importantes las reformas
constitucionales? ¿Cuáles han sido las últimas reformas? ¿Cuáles fueron los contenidos
que se pusieron en debate en esas reformas?

Volviendo a aquellos dichos del Massa opositor, es cierto que América Latina se
caracterziza por ser una región de múltiples modificaciones constitucionales, donde los
presidencialismos cumplen un rol muy destacado en los cambios de las Cartas Magnas.
Según informó DW, desde el período de las independencias latinoamericanas han
existido más de ciento noventa constituciones en la región, siendo Venezuela el país que
más constituciones ha promulgado, con veintinueve en su haber.

Nuestras constituciones expresan la capacidad que posee un pueblo de dictarse a sí


mismo las normas bajo las cuales se someterá. El abogado y profesor universitario Raúl
Borello, retoma la idea de poder constituyente como aquel que pertenece al pueblo para
constituir una sociedad civil o estado y para darse una organización política y jurídica.
Sumando a esta definición, Borello agrega que este poder constituyente – a diferencia
del poder constituido, que refiere al poder rutinario ejercido por el Gobierno de un
Estado – reaparece en el momento en que ese pueblo decide revisar su contrato social.

Todo lo anterior implica que los cambios y las modificaciones realizadas en un Carta
Magna expresan directamente las relaciones de fuerza establecidas dentro de una
sociedad, la distribución de las responsabilidades y los recursos, los derechos y
garantías que valen la pena consagrar y los valores fundamentales que esta sociedad
defiende. Es decir, instituyen un pacto para vivir.

Durante el giro a la izquierda, varias de las constituciones latinoamericanas sufrieron


cambios, justificando en cierta medida las sospechas del ex intendente del Tigre. Los
países que modificaron sus constituciones en este período histórico fueron: Venezuela
en 1999, Ecuador en 2008 y Bolivia en 2009. Argentina y Brasil no formaron parte de
estas modificaciones, alterando sus cartas constitucionales por última vez en 1994 y
1988, respectivamente. Es más, algunos intelectuales distantes de los gobiernos de corte
populista, destacan que Luíz Inacio Lula da Silva se limitó a sí mismo en su
personalismo, al no alterar la Carta Magna brasileña – atribución que no le reconocen ni
a Néstor ni a Cristina Kirchner –.

Para Bouventura de Sousa Santos, los cambios constitucionales vividos durante el


período del giro a la izquierda pueden conceptualizarse como “constitucionalismo
plurinacional, intercultural y poscolonial”. Este tipo de constitucionalismo se opone al
antiguo, del siglo XVIII, caracterizado por ratificar la manera en que los pueblos ya
constituidos vivían; y al moderno, embebido de las ideas iusnaturalistas y
contractualistas. Por su parte, el constitucionalismo plurinacional, intercultural y
poscolonial se define, en los términos del intelectual brasileño, por tres rasgos:
reconocimiento recíproco e igualdad en la diferencia, continuidad y legitimidad y
consentimiento. Es así como emergen la defensa de derechos colectivos, que se
garantizan de manera comunitaria. Por ejemplo, la nueva constitución boliviana se
destacó por su defensa de la plurinacionalidad y la autonomía indígena originaria, de la
naturaleza y los recursos naturales; mientras que en las constituciones de Venezuela y
Ecuador, hay una primacía de la equidad. Finalizado el ciclo de la marea rosa, la propia
retórica de los gobiernos de derecha posteriores, centrados en la idea de república y
división de poderes, hicieron que la reforma constitucional no sea un tema de agenda.

Sin embargo, las manifestaciones del 2019 y los reclamos por justicia social en
diferentes puntos de Latinoamérica trajeron nuevamente la cuestión de las reformas
constitucionales a la mesa de negociación. Así, Chile, luego de las protestas masivas
iniciadas por estudiantes que se negaron a pagar el boleto, derivaron en un plebiscito
donde la opción ganadora fue la reforma constitucional. Ese proceso además implicó
grandes innovaciones para el país vecino, tales como la designación de escaños para los
pueblos originarios y la paridad de género en la conformación de los constituyentes. A
su vez, dichos constituyentes fueron elegidos por el voto popular, vislumbrando una
amplia mayoría de la izquierda. Por otro lado, el presidente electo de Perú, Pedro
Castillo, también sostenía en su plataforma de campaña la necesidad de reformar la
constitución fujimorista. Los ejes de cambio posicionarían a la nueva Carta Magna
como solidaria, humanista, rescatista y nacionalizadora, plasmando un nuevo régimen
económico del Estado.

Es importante resaltar que la legitimidad de las reformas constitucionales se basa en la


forma y en los procesos mediante los cuales estos cambios tienen lugar. Así, mientras
que en el caso chileno todas las decisiones de magnitud fueron y serán tomadas a través
del voto popular, el futuro magistrado peruano ha sembrado algunas dudas de cómo
sería ese proceso, primando la conformación de una Asamblea Constituyente por fuera
del mandato del Congreso Nacional.

En lo que atañe al caso mexicano se presentan dos ejemplos claros donde los partidos
gobernantes de tinte progresista decidieron no modificar la constitución – Brasil y
Argentina –, frente a tres casos ya mencionados. Sin embargo, la gestión de Manuel
Andrés López Obrador, su cercanía con los Estados Unidos y la fortaleza de su Carta
Magna – redactada en 1917 siendo la primera ley fundamental en consagrar derechos
sociales a nivel global –, invitan a pensar que es poco probable que AMLO decida llevar
a cabo un cambio de ese tinte, acercándose a los casos argentino y brasileño.

Por último, es clave afirmar que la vigencia en agenda de los cambios constitucionales
no es potestad privativa de los partidos progresistas. El temor por los cambios también
surgió con las elecciones legislativas que le dieron la mayoría parlamentaria al
presidente Nayib Bukele en El Salvador. Además, Keiko Fujimori en Perú también
poseía proyectos para la modificación constitucional.

Los cambios en el tablero político latinoamericano nos dan la certeza de que hablaremos
por mucho tiempo más de las reformas constitucionales. Esto puede ser interpretado
como el impacto de las manifestaciones y conflictividad social que irrumpieron en el
2019 y que la pandemia del COVID-19 potenció, poniendo en juego y cuestionando la
representatividad democrática sostenida por las elites políticas gobernantes. Nuevas
voces e identidades han nacido en América Latina y la manera en que se logre
condensar el descontento social determinarán el contenido de las reformas
constitucionales. Un nuevo pacto debe escribirse y con él, la vida de nuestros pueblos.

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