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Volviendo a aquellos dichos del Massa opositor, es cierto que América Latina se
caracterziza por ser una región de múltiples modificaciones constitucionales, donde los
presidencialismos cumplen un rol muy destacado en los cambios de las Cartas Magnas.
Según informó DW, desde el período de las independencias latinoamericanas han
existido más de ciento noventa constituciones en la región, siendo Venezuela el país que
más constituciones ha promulgado, con veintinueve en su haber.
Todo lo anterior implica que los cambios y las modificaciones realizadas en un Carta
Magna expresan directamente las relaciones de fuerza establecidas dentro de una
sociedad, la distribución de las responsabilidades y los recursos, los derechos y
garantías que valen la pena consagrar y los valores fundamentales que esta sociedad
defiende. Es decir, instituyen un pacto para vivir.
Sin embargo, las manifestaciones del 2019 y los reclamos por justicia social en
diferentes puntos de Latinoamérica trajeron nuevamente la cuestión de las reformas
constitucionales a la mesa de negociación. Así, Chile, luego de las protestas masivas
iniciadas por estudiantes que se negaron a pagar el boleto, derivaron en un plebiscito
donde la opción ganadora fue la reforma constitucional. Ese proceso además implicó
grandes innovaciones para el país vecino, tales como la designación de escaños para los
pueblos originarios y la paridad de género en la conformación de los constituyentes. A
su vez, dichos constituyentes fueron elegidos por el voto popular, vislumbrando una
amplia mayoría de la izquierda. Por otro lado, el presidente electo de Perú, Pedro
Castillo, también sostenía en su plataforma de campaña la necesidad de reformar la
constitución fujimorista. Los ejes de cambio posicionarían a la nueva Carta Magna
como solidaria, humanista, rescatista y nacionalizadora, plasmando un nuevo régimen
económico del Estado.
En lo que atañe al caso mexicano se presentan dos ejemplos claros donde los partidos
gobernantes de tinte progresista decidieron no modificar la constitución – Brasil y
Argentina –, frente a tres casos ya mencionados. Sin embargo, la gestión de Manuel
Andrés López Obrador, su cercanía con los Estados Unidos y la fortaleza de su Carta
Magna – redactada en 1917 siendo la primera ley fundamental en consagrar derechos
sociales a nivel global –, invitan a pensar que es poco probable que AMLO decida llevar
a cabo un cambio de ese tinte, acercándose a los casos argentino y brasileño.
Por último, es clave afirmar que la vigencia en agenda de los cambios constitucionales
no es potestad privativa de los partidos progresistas. El temor por los cambios también
surgió con las elecciones legislativas que le dieron la mayoría parlamentaria al
presidente Nayib Bukele en El Salvador. Además, Keiko Fujimori en Perú también
poseía proyectos para la modificación constitucional.
Los cambios en el tablero político latinoamericano nos dan la certeza de que hablaremos
por mucho tiempo más de las reformas constitucionales. Esto puede ser interpretado
como el impacto de las manifestaciones y conflictividad social que irrumpieron en el
2019 y que la pandemia del COVID-19 potenció, poniendo en juego y cuestionando la
representatividad democrática sostenida por las elites políticas gobernantes. Nuevas
voces e identidades han nacido en América Latina y la manera en que se logre
condensar el descontento social determinarán el contenido de las reformas
constitucionales. Un nuevo pacto debe escribirse y con él, la vida de nuestros pueblos.