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Sinopsis

Si lo que escondes te pone en peligro puedes terminar siendo

#SecretQueen.

Dustine es una mujer hermosa, pero distante y esquiva. Su vida de


fachada es un idilio que envidian sus amigas y conocidas. No saben

que, al cerrar las puertas, el terror la acorrala, que choca contra una
pared oscura y fría que le ha arrebatado la voz y la libertad.

Dustine no lucha contra las cadenas que la apresan. Ha elegido el

silencio, sonríe porque ya no le quedan lágrimas. Ha olvidado la

esperanza y parece que se ha resignado... hasta que choca con unos


ojos compasivos que le devuelven la ilusión.

Dustine asume el riesgo y se viste de Secret Queen.

No imagina que, si no detiene al depredador, él arrasará con su

jardín.
«Sé como la flor que da su fragancia,

incluso a la mano que la aplastó».

ALI IBN ABI TALIB


Por las valientes flores cuyos pétalos fueron arrancados
por las garras de un depredador, vuestro perfume

perdurará por siempre en el jardín de quienes no os

olvidamos.

Que vuestra memoria nos inspire a cultivar un mundo


donde ninguna flor vuelva a marchitarse bajo el yugo del

maltrato.

Que este libro sea un tributo a vuestra fuerza


inquebrantable y un faro de esperanza para todas aquellas

que aún lucháis en la oscuridad.

Para aquellas que lograron la libertad y muestran sus

heridas como señal de victoria.

En vuestro honor.
Nota del autor

Hay amores sin escaleta que son una sorpresa hasta para quien los

escribe. Que toman ritmos propios y rutas inesperadas y que no te


permiten moverte del teclado hasta poner la última palabra. Los

amores prohibidos suelen estar estigmatizados por el «pecado» de la


infidelidad. Nos cuesta mucho aceptar la traición, comprenderla o

justificarla. Lo que sigue es una lucha incesante por sobrevivir, un

grito de auxilio en medio del peligro, porque lo que está en juego es


el futuro.

El amor siempre es una búsqueda incesante, a veces es una línea


recta, otras veces una curva, en esta historia se parece a borrar, alzar

la mano, quitar la regla y volver a empezar.

Bienvenidos al universo #secretqueen


Playlist

Escúchala en Spotify

1. Try, Colbie Caillant


2. Real Love, Tom Odell

3. Into Me You See, Katy Perry


4. Stigmatized, The Calling

5. Any Man Of Mine, Shania Twain


6. Deep End, Birdy

7.You Got Me, Gavin Degraw

8.Forever And Always, Parachute

9.When I Need You, Leo Sayer

10. Unbreakable, Westlife


11. In My Dreams, James Morrison

12. How Can You Mend A Broken Heart, Al Green

13. Lately, Stevie Wonder


14.True, Ryan Cabrera
15. I Was Born To Love You, Queen

16. Lost In Love, Air Supply

17.Anything, The Calling

18. (Nice To Meet You), Gavin Degraw

19. My Skin, Natalie Merchant


20. We Can, James Morrison

21. Homesick, Dua Lipa

22. Bones, Rebecca Ferguson

23. With Your Love, Journey

24. Quiet, Jason Mraz


25. Te Regalo, Carla Morrison

26.Runaway, Roniit

27. Skinny, Love Birdy

28. Your Song, Ellie Goulding

29. Kiss Me, Ed Sheeran

30. How Long Will I Love You, Ellie Goulding

31. Because You Love Me, Céline Dion


32. Arms, Christina Perri

33. To Be, Loved Adele

34. You Are The Reason, Calum Scott

35. Angel, Sarah Mclachlan


36. Have You Ever Really Loved A Woman?, Bryan Adams

37. My All, Mariah Carey

38. Breathe, Faith Hill

39. Rise Up, Andra Day

40. Wonderful Tonight, Eric Clapton

41.Come Away With Me, Norah Jones


42. Right Here Waiting, Richard Marx

43. The Winner Takes All, Abba

44:. La Puerta Violeta, Rozalén


Uno
Una semilla

Dustine

El ciclo de la vida ocurre sin que podamos notarlo, es como una


semilla que cae en tierra abonada, a simple vista parece no ocurrir

mucho, por encima, en la superficie no consigues percibir lo que


ocurre dentro. Lo primero en suceder es la muerte, una ironía ¿no

crees? La semilla debe morir para dar paso a la vida. Y entonces es


visible y tan evidente que te preguntas en qué momento salieron

esos brotes verdes abriéndose paso entre la tierra que antes la

mantenía en tinieblas, apretada y compactada en sus paredes como

una prisionera. Y si miras en lo profundo te das cuenta de que no ha

sido un trabajo en solitario, la semilla no daría fruto por su cuenta,


necesitaba la tierra (la muerte), necesitaba el agua (el dolor),

necesitaba el sol (el amor). Una mañana encuentras unas hojas muy

verdes que se mecen al ritmo del viento, es la vida asomándose,

imperceptible como un latido. Y luego, sin saber cuánto ha pasado,


aparece un botón, la semilla que había muerto ahora es una flor, ha
florecido y es quién reluce en ese jardín en el que antes había

hierbajos y espinas.

Siempre me ha maravillado la vida, la forma en que surge, el

misterio que la envuelve, el destino que marca. Mi madre sembraba

flores en cualquier maceta incluso sabiendo que no teníamos


espacio en casa para una planta más. Una vez quise saber por qué las

flores y no otra cosa como un árbol de manzanas o de naranjas, y ella

dijo que las manzanas y las naranjas estaban bien en los campos

porque necesitan espacio para echar buenas raíces y dar frutos

saludables, y que en un pequeño jardín de casa crecerían


prisioneros. Nunca entendí qué significaba ser un árbol prisionero, si

podía florecer y dar frutos entonces era sinónimo de libertad.

Mi madre agregó que las flores eran como camaleones, que se

adaptaban a cualquier espacio, que agradecían cualquier rayo de sol

y que soportaban la sequía un poco más, que ahorraban agua dentro

para mantenerse vivas e incluso algunas sobrevivían al invierno. Me

pareció que su predilección iba enfocada a que se veían bonitas y se


lo hice saber. Su respuesta me sorprendió: “la belleza de una flor es

su maldición, pocas veces te resistes a tocarla o te limitas solo a

mirarla, tu primer instinto es arrancarla y llevarla contigo, como un

adorno, como una joya o como un premio. Y lo que haces al


arrancarla de su hogar es inducirle la muerte. Claro que van a darte

su belleza, cuando las ves más abiertas más las admiras, y cuando su

olor más te embriaga solo te anuncian su despedida. Una semana o

dos después, acabarán en el cuenco de la basura. Tu impulso de

posesión las destruyó. Así que no tengo flores en casa porque sean

bonitas, no es la única razón, las tengo en casa para protegerlas del


depredador”.

Mi madre fue profesora de biología, una apasionada por la

botánica que siempre deseó tener un jardín extenso para criar sus

plantas, como no le fue posible hacerlo, se conformó con las

macetas. Papá nunca se quejaba de ello, tampoco reparaba

demasiado en ese pasatiempo, era un hombre entregado a su

profesión de médico familiar y cuando volvía a casa la mayoría de las

veces ya estaba dormida o en mi cuarto haciendo los deberes. Era

silencioso, como un gato, apenas percibías su presencia por ciertos

detalles como el olor de su perfume Old Spice de siempre que nunca


se borraba de su ropa o de su piel, el olor del tabaco que los

domingos fumaba en el porche trasero mientras se ponía al día con

el mundo leyendo el dominical, o el sonido del motor del viejo

American Eagle, el coche de sus amores. No recuerdo que alguna vez

haya levantado la voz, hablaba pausado, sereno y nunca expresaba


sus opiniones sobre nada ni nadie. Quizá era su personalidad o algo

aprendido de su profesión. Lo cierto es que, a pesar de su silencio y

su presencia apenas perceptible, tenía detalles que lo hicieron


inolvidable. Cada noche, como un mandamiento sagrado, dejaba

sobre la madera de mi escritorio, dos caramelos Mary Jane de

mantequilla de maní que yo devoraba al día siguiente, incluso

cuando volvía de la universidad para visitarle, siempre tenía alguno

en los bolsillos y me lo entregaba mientras sus ojos brillaban llenos

de cariño.

Nunca hubo gritos en casa.

Nunca escuché que mis padres se reclamasen por alguna cosa. Ni

cuando una de las plantas de mi madre creció como una telaraña

enredándose en las estanterías y mi padre tropezó una noche con

ella, no logró zafar su pie y cayó de lado lacerándose el hombro.

Apenas escuchamos un quejido y el golpe, eso nos alertó e hizo que

mi madre olvidara el pesar que le causaba cortar las ramas de la

invasora y en su lugar la arrancó con sus propias manos tirando de

ella para soltarla de todos los lugares donde estaba prendada. Nunca

más sembró otra especie similar.

Así que ese día comprendí que el amor por alguien es un acto de
desapego, ella lloraba arrancando las ramas, no sé si le causaba
dolor hacerlo o estaba arrepentida de lo que su pasión había causado

a quien amaba. Pero fue capaz de hacerse a un lado para que nadie

más fuera lastimado.

Nosotros éramos su jardín que ella protegía de cualquier

depredador.

Una mañana la vi sacando las macetas a un hombre que tenía el

auto repleto de plantas, por un momento me asusté, que mi madre

se soltara de esas flores era pedirle que se arrancase un trocito del

corazón, las mimaba tanto que parecían sus hijas. Cuando volvió al

salón, yo terminaba el plato de cereales que me había dejado


servido, la vi sonreír de una forma que no recordaba, con los

mofletes tensionados y mostrando los dientes. No sabía si preguntar

así que bajé de la silla y llevé el plato hasta el fregadero, apenas

alcanzaba el borde y estiré mis pies y mis brazos para evitar que

cayera y se rompiese.

Al darme vuelta la vi en la parte trasera de la casa, de rodillas en el

suelo y con las manos llenas de tierra mientras arañaba dentro de

una maceta.

—Ven, ayúdame con algo —dijo sin borrar la sonrisa.

Me acerqué tímida y esperé instrucciones. Al cabo de unos

minutos me pidió que le pasara la pequeña planta que estaba sobre


una silla, lo hice. Entonces ella puso sus manos sobre las mías y

juntas metimos el pequeño brote en el hueco de la maceta.

—¿Es otra flor especial? —pregunté porque la curiosidad me

estaba matando.

—No, esta vez sembraremos un árbol, cuando haya crecido lo

suficiente lo transplantaré junto al arcén, en ese pequeño terreno

que se ha descubierto luego de romper el concreto para hacer las

reparaciones del gas.

No entendía nada, ¿por qué un árbol? Siempre dijo que no había

espacio.

—¿Será un árbol prisionero?

Ella me miró por un instante, terminó de acomodar la maceta y se

levantó limpiando sus rodillas untadas de tierra removida.

—Es un árbol de flores, será libre porque su libertad está en su

belleza, aunque le arranquen sus flores, ellas volverán a florecer.

Era muy pequeña para comprender tantas palabras, así que me

limité a esperar que el tiempo pasara y ver aquello que tanto

maravillaba a mi madre. En realidad no pasaba gran cosa, así que


perdí el interés. Hasta que mi padre anunció que dejaríamos

Portland y el bullicio de la ciudad para mudarnos a California. No

entendía lo que significaba mudarse, así que mi madre me lo explicó


con ejemplos gráficos. Puso frente a mí una planta que tenía las

hojas amarillas y me dijo que mudarse era cambiar, retoñar, renacer.

Que las plantas mudaban las hojas para volver a florecer, como los

animales cambiaban la piel, las garras o el pelo. Así que nuestras

hojas eran la casa en la que había vivido los siete años de mi vida, la

dejaríamos atrás para florecer en otro lugar llamado Santa Helena,

en California.

Fue el modo sutil que encontró para explicarme que la economía


no iba bien y que ese nuevo trabajo de mi padre y un pequeño

pueblo nos darían la estabilidad que necesitábamos.


—Echar raíces —dijo.

Nunca fue más real que cuando la vi empacando las plantas y


poniendo junto a mí en el asiento trasero, la maceta del árbol de

flores que apenas tenía la mitad de mi altura y ella le abrochó el


cinturón. Cuando llegamos en la noche a la nueva casa, mi padre

acomodó en el suelo una alfombra que estaba enrollada en una


esquina y algunas prendas de ropa. Debíamos esperar a que el

camión de la mudanza llegara con nuestros muebles.


—No pasaremos frío, es el final del verano y aquí siempre hace
buen clima —dijo para calmar mis dudas.
En ese momento escuchamos un ruido proveniente de la entrada y
al asomarnos para ver lo que ocurría, vimos a mi madre con la

linterna colgada al cuello y la pequeña pala de jardinería que usaba,


abriendo un hueco en la tierra, fue cuando reparé en que la entrada

era amplia y que mi madre iba a poder plantar una selva entera si se
le ocurría hacerlo.

—Le tomará toda la noche —finalizó mi padre en su tradicional


tono tranquilo y me llevó dentro para darme de comer de algún
enlatado que llevábamos, me quedé dormida escuchando a mi madre

cantar Blue Skies de Willie Nelson.


Por alguna razón estaba muy contenta, y me imaginé que era por

el espacio en el jardín. Desperté cuando mi padre me llamaba


moviendo suavemente mi hombro, me entregó la pasta de dientes y

el cepillo y me mostró la casa para que me acostumbrara a ella, no


era muy grande, apenas con tres habitaciones y de una sola planta.

Cuando volvimos del recorrido, mi madre estaba en la cocina, le dio


una taza de café a mi padre y nos invitó afuera a ver su obra. El

arbusto estaba plantado y tenía unas piedras rodeándole.


—¿Para qué son las piedras? —cuestioné.

—Para delimitar su espacio y que nadie vaya a aplastarle, una


barrera de protección.
—¿Tardará mucho en crecer? —Estaba deseando ver las flores.
—Primero tendrá que echar raíces, cariño —dijo mi padre—, raíces

fuertes y las de este árbol son enormes.


—¿Por eso compraste una casa más grande? —dije inocente

Mis padres se miraron y se sonrieron. Papá se puso a mi altura.


—Compramos esta casa porque nuestro árbol volverá a dar frutos y

necesita tener hacia donde crecer.


Junté las cejas sin entender. Mi madre llevó mi pequeña mano a su

vientre que se sintió abombado y tenso como un globo.


—Hay una semilla dentro de mi tripa, tu padre la puso allí y ha

empezado a crecer, como nuestro árbol de flores.


—¿Y tendrás flores?

Ambos rieron con ganas.


—No, cariño, tendré un bebé. Un hermanito.

La tripa de mi madre creció más rápido que el arbusto del jardín, y


pronto llegó Gavin. Cuando mi hermano pequeño cumplió cinco
años, el arbusto se pintó por primera vez de color violeta y mi madre

lo celebró con una cena bajo su sombra, bajo el árbol de jacaranda.


Toda esta historia es apenas un recuerdo de mi infancia que volvió

a mi memoria el día que recibí la noticia más especial de mi vida, fue


un impulso, salir del local, subir al auto y conducir hasta la que fue
mi casa, estacionar en frente y observar la jacaranda florecida, me

sentía tan distinta y a la vez tan emocionada que bajé y me acerqué a


tomar una ramita, era un árbol enorme ahora, tendría veinte años o

más y sus hojas eran un forraje maravilloso. La metí al bolsillo junto


a la prueba de embarazo, iba tarde a la reunión de Connor, pero

estaba segura de que en cuanto le dijese la razón, se esfumaría su


enojo. Incluso le contaría la historia de mi madre, y se reiría de mí al
saber que creí que a mi madre le brotarían flores por el ombligo.

Apresuré mi llegada, estacioné donde no interfiriera con la salida


de Connor, vi su camioneta y supe que estaba en casa, al revisar la

hora sentí un poco de alivio, contaba con quince minutos. Mi esposo


era extremadamente puntual con sus citas y cuando yo me retrasaba

siempre acababa yéndose solo, al regreso me disculpaba con él, que


no era tan fácil como pedir perdón, solía aplicarme la ley del hielo

por varios días hasta que luego de muchas súplicas, volvía a ser el
mismo conmigo.

Esperaba que esa noche no pasara igual y que el motivo de mi


retraso acabara con su ansiedad. Esa noche era definitiva para él,

contar con el aval de otros miembros del partido republicano era su


pase de entrada a la intención de ser el alcalde de Santa Helena,

aunque en ese momento aspiraba al puesto de gerente de la ciudad


luego de su paso por el concejo. Y ese fue el motivo por el que se

mantuvo tenso por varias semanas, volvía tarde de la oficina y


pasaba mucho tiempo al teléfono. Yo hice mi parte organizando la

cena en un restaurante de la zona con estrella Michelin y halagando


a los invitados con regalos como botellas de vino de los viñedos

mejor calificados de la ciudad, preparé canastas con productos


locales que elevaran el perfil de Connor y su compromiso con la

comunidad.
La noche al fin había llegado, nada podría salir mal, todos los

invitados confirmaron su presencia, era la noche de Connor para


brillar.

Entré cuidadosa, las luces bajas del salón y todo en silencio, a esa
hora ya no estaban ni Ana ni Rosa en casa, su salida era justo a las

seis, a Connor no le gustaba que hubiese nadie cuando llegara,


excepto yo. Subí la escalera rumbo a la habitación y al poner un pie
dentro lo encontré mirando por la ventana, casi vestido por

completo, excepto por el saco, y bebía un trago.


Así calmaba los nervios.

Me solté los zapatos y él se dio vuelta.


—Es tarde —vació el contenido del vaso en su garganta y dio un

paso al frente, volvió a mirarme, su presencia llenaba toda la


estancia.
—Lo siento, es que… —mi voz cargada de ilusión fue

incontrolable.
—Vístete pronto —me ordenó. Era evidente que estaba enojado.
Corrí al clóset en busca del vestido que tenía preparado para la

noche, me despojé del abrigo y lo dejé de cualquier forma en la silla


de mi peinador, pero antes de que diera otro paso lo agarré para

ponerlo en su lugar, a Connor no le gustaba que nada estuviera fuera


de su sitio.

Solté mi blusa y el pantalón con prontitud, todo lo dejé en el cesto


de la ropa sucia, me pasé un pañito húmedo por el cuerpo para

refrescarme, hubiese preferido una ducha, sin embargo, dilatarlo


más acarrearía una discusión y Connor parecía de buen humor.

Tomé el vestido y lo subí por mis piernas, era negro, recto y por la
mitad de la rodilla, con mangas y cuello alto, Connor era un poco

conservador y prefería que no usara escotes o las faldas muy cortas,


tampoco que mostrase los brazos más arriba de los codos. No me

molestaba vestir así, pero a veces echaba de menos unos


pantaloncitos cortos y un top, en especial en el verano.

Acababa de acomodar la falda en su sitio cuando percibí su


presencia atrás de mí, colocó las manos sobre mis caderas y noté su
aliento sobre mis hombros. Era más alto que yo por unos veinte
centímetros. Sus manos subieron por mis costados y acabaron en

mis pechos.
—¿Es el vestido que elegiste para esta noche? —preguntó en voz

baja.
—Sí, el que aprobaste.

—Entonces todo está tal cuál lo pedí, ¿verdad?


Me besó el cuello y yo me di vuelta para mirarle, sus ojos estaban

vidriosos, había bebido de más.


Asentí.

No vi venir el bofetón hasta que la piel de mi mejilla ardió y me vi


agarrándome de un perchero para no caer. Me toqué la mejilla como

instinto de protección, la piel quemaba y palpitaba en mi palma, era


como la sensación que te deja el piquete de una abeja.
—¡Eres una maldita mentirosa! —gritó Connor fuera de sí, me
agarró por las muñecas apretando con violencia.

—Yo… yo… —estaba totalmente aturdida intentando procesar lo


que había pasado.
—¡Mira el traje que he tenido que usar! Pedí el azul medianoche y
me ha tocado usar el gris porque no le trajeron de la tintorería, llamé
para saber si estaba listo e ir a por él y resulta que tú pediste que
estuviera para la próxima semana.

—Pero, yo llevé el traje y…


Connor apretó mis mejillas con una de sus manos.
—La factura lo pone, ¡eres una egoísta! Pretendías arruinar mi
noche, es lo que quieres, que sea la burla del partido.
—Lo siento, te juro que no… es que… —quise esconder mi

asombro y mis emociones y buscar el modo de calmarme—, estos


días no me he sentido bien y ahora ya sé la razón.
Los ojos de Connor, inyectados en sangre, eran dos valles oscuros,
me miraba con tanto odio que me sentí pequeña e insignificante. No

había nada que pudiera hacer para remediarlo y esa certeza me


devastaba. Yo siempre buscaba el modo de compensarle mis faltas.
—¡No me importan tus pobres excusas! —Finalmente me soltó y se
dio vuelta—. Iré solo, parece que no cuento con mi esposa para nada.

Corrí para detenerle.


—Cariño… perdóname, por favor —sollocé.
Me miró de soslayo.
—Eres una inservible —sentenció antes de salir de la habitación.

Me arrebujé en la cama mientras lloraba, mi mejilla palpitaba y


ardía, decidí levantarme y lavarme el rostro, buscar un poco de hielo
que me calmara el escozor. No sabía lo que había pasado, pero culpé
al estrés, al whisky, y a mi ineptitud, por su puesto. Empecé a buscar

en mi mente el modo de reivindicarme con Connor por aquel error


que le sacó de sus cabales.
Cuando estuve frente al espejo del baño y evalué los daños, vi que
la rojez me cubría la mejilla por completo y que tenía un mínimo

corte bajo el párpado.


Pensé en que no tuve oportunidad de decirle el motivo de mi error
y por instinto me toqué el vientre deseando que mi semilla fuese el
inicio de mi jardín. Luego pensé en mi madre y en todas las veces

que sus plantas la distraían de hacer la cena, y recordé el silencio de


mi padre ante el descuido, cómo se doblaba las mangas de la camisa
y pasaba a la cocina para hacer la cena.
Mi padre nunca levantó la voz.
Mi madre nunca tuvo que ser perfecta.

Pero también me dijo que no todas las semillas dan frutos buenos,
algunos son venenosos.
Quise llamarla enseguida para decirle: Mamá, soy esa flor que
necesita ser protegida del depredador.
Dos
Árbol prisionero

Dustine

Me quedé despierta esperando el regreso de Connor, siempre que


volvía de alguna reunión importante hablaba por horas de todo lo

ocurrido y de las adulaciones que recibía. Luchaba por no quedarme


dormida. Esa vez esperaba escucharle, pero también deseaba ser

escuchada, que pudiéramos hablar de lo ocurrido y solucionarlo.


Llevábamos tres años casados y desde entonces las conversaciones

entre nosotros dejaron de fluir en ambas direcciones para que fueran

direccionadas hacia él, a sus proyectos, a sus objetivos… A pesar de

que él me decía que me necesitaba a su lado para lograrlo, que sin mi

apoyo y mi capacidad de escucharle nada sería igual para él, yo me


sentía relegada a ser su empleada, no su esposa. Mi voz iba

perdiendo volumen poco a poco al punto de solo usarla para decirle

lo que quería escuchar.


En casa yo era como otro adorno seleccionado por Connor, él se

encargó de elegir los colores de las paredes y la decoración, todo era


sobrio y combinado, tonos neutros y planos. No había color, no

había flores, no se escuchaba música. Yo también vestía así, como la

sección gris del catálogo de telas. Debía verme perfecta de la

mañana a la noche, incluso si no estaba él para verme, y no podía

cambiar mi aspecto de ninguna forma radical, no le gustaban los


cambios ni nada que pudiera resaltar.

Lo acepté, ¿por qué no iba a hacerlo? Mi esposo lo hacía por el

bien de ambos, él me convertía en una mujer de sociedad y si todo se

hacía a su manera éramos el matrimonio perfecto. «¿Quieres ser la

esposa perfecta?», me preguntó cuando me puse el bikini para ir a la


playa en nuestro viaje de bodas y él desaprobó que usara un color

tan llamativo y un modelo tan vulgar. Me dio un discurso sobre el

valor de una mujer, sobre evitar habladurías que afectasen la imagen

de su esposo y despertar el deseo en otros hombres. «Es un pecado»,

recalcó. Le pregunté qué debía hacer para ser la esposa que él

necesitaba y me dijo: «solo haz lo que te pida, yo sé lo que necesito y

lo que quiero tener».


Ese día fuimos a buscar el traje de baño a su gusto, una pieza color

negro y con un pareo largo que no me quité en ningún momento. No

tomamos mucho el sol, me dijo que la piel bronceada no era

elegante. «Una ironía», pensé, su piel era más oscura que la mía.
Esa noche después de que tuvimos sexo, me giré dándole la

espalda y mirando fijamente a la persiana cerrada de la habitación

por la que se colaba una tenue luz exterior, pensé en que mi padre

nunca le dijo a mi madre cómo vestirse, y que ella era feliz usando

esas largas túnicas de colores vibrantes con una banda en la cabeza y

los rizos alborotados. A Connor no le gustaba mi madre, me lo dijo


una vez. Tu madre es demasiado demócrata para mi gusto —para él,

llamar demócrata a alguien era insultarle— tantos colores encima,

ese pelo como un nido de pájaros y su pésimo gusto en la música,

deberías hablar con ella. Cuando le pregunté qué debía decirle, dijo

que le ofreciera irse a vivir donde quisiera, que así ella sería feliz. No

fui capaz de hacerlo, nunca me había molestado el aspecto de mi

madre, ni que fuese un poco hippie, tampoco rechacé la idea que

tuvo de poner un local para vender piedras y cuarzos, aceites

esenciales y leer las cartas. Pero a mucha gente no le hizo gracia y

firmaron una petición al ayuntamiento para revocarle la licencia de


la tienda porque sus prácticas eran una estafa. Nunca vi las firmas,

Connor dijo que fueron las suficientes para que no pudieran negarse.

Lo curioso fue que esa noche que mi madre llegó triste a

contármelo, Connor se encargó de consolarla, aduló su aspecto, sus

creencias y hasta le pidió que le leyera las líneas de la mano. En un


punto creí que se burlaba de ella. Incluso agregó que en Santa

Helena no había libertad de expresión. Ella lo apoyó y él aprovechó

que la tenía de su lado para insinuarle que debía buscar otro lugar
con la mente abierta donde pudiera ser ella misma. El encanto

natural del que hacía gala mi esposo la envolvió y mi madre acabó

tomando la decisión de mudarse con mi hermano a Berkeley donde

montó una floristería con un préstamo de la familia de Connor, iba a

verla un fin de semana cada tres meses, cuando Connor lo permitía.

Escuché las llantas del auto frenar sobre la gravilla de la entrada y

mi pecho dio un brinco, bajé a la cocina para servirme agua y

encontrar la voz y las palabras.

La puerta se abrió y él entró con los hombros caídos y a paso lento,

me pregunté si algo había salido mal y me reñí por no pedir a

Annnie estar pendiente de los pormenores. Connor no me

perdonaría que algo no estuviese perfecto. Me di vuelta para lavar el

vaso por sentirme ocupada. Al girar de nuevo su expresión era tan

derrotada y dolida que me preocupé, pero no sabía cómo abordarlo.

—No podía dormirme sin saberlo todo —comenté en un tono

neutro, como si nada hubiera pasado y como si lo único importante

fuese él. Ya había aprendido que reaccionar herida o sollozando


desataba su enfado, no soportaba el llanto o las quejas—. ¿Quieres

que te prepare la bañera?

La luz de la cocina lo iluminó por completo y vi el momento justo

en que una lágrima rodaba por su mejilla. Se mantenía a distancia,

con las manos en los bolsillos y los hombros caídos.

—Cariño… lo siento —musitó con la voz rota.

Me tomó por sorpresa aquella disculpa, su mirada estaba fija en

mí.

—Está bien, estuviste tenso, yo llegué tarde, el traje…

Dio un paso hacia mí y sacó una de las manos del bolsillo para
acariciar mi mejilla.

—Perdóname —sollozó—, estallé, no soporto los errores, tú eres

mi chica perfecta… me decepciona tanto cuando haces algo mal.

—Lo sé, estaré más atenta ahora, lo prometo.

Sus dedos tocaron la inflamación de mi piel, sus ojos estaban fijos

en mi mejilla, era como si contemplase una obra de arte.

—No volverá a pasar, pero promete que no harás nada que me

provoque, revisa todo varias veces y así estaremos tranquilos.

Asentí. Una voz en mi cabeza me gritaba que me echara a correr,

que estaba a tiempo, no la escuché. Y no lo hice porque le creí, que

yo le había provocado y que el cúmulo de mis errores le llevaron por


encima del límite. Así que mi voz volvió a perderse dentro de mi

garganta, escondida y asustada.

—¿Estuvo todo bien?

Me di la vuelta para apagar el interruptor de la luz y al girar de

nuevo estaba muy cerca de mí. Su aliento rozó mi cuello y supe que

estaba más bebido que de costumbre.

—No quiero hablar ahora.

Me besó en la mejilla y rodeó mi cintura con sus brazos. Escaló sus

manos por mi cuerpo hasta tocar mis pechos que estaban cada día

más sensibles y en lugar de disfrutarlo, sentí un poco de dolor en los

pezones.

Abrió por completo mi albornoz y sus ojos devoraron mi cuerpo

vestido con aquella prenda de seda y encaje. Era lo único que me

permitía usar tan corto y descubierto, y él mismo elegía mi ropa

interior, decía que eran disparadores de pasión.

—Si fueras un poco más delgada se vería mejor —soltó de repente

y yo me tensé. La gente que me conocía no paraba de repetirme que

estaba en los huesos, y aunque no era así, tampoco tenía curvas.


Siempre fui derecha como una tabla.

Deslizó sus manos por las tiras del negligé poniendo mis pechos al

descubierto, la lujuria brillaba en sus ojos, se lamió los labios antes


de succionar uno de mis pezones y al hacerlo gemí de dolor, lo que

para él no supuso ninguna importancia pues desde ese punto no se

detuvo. Me cargó con las piernas alrededor de su cadera y en unos

minutos estuve sobre el colchón de nuestra cama. Noté lo excitado

que estaba, maniobró con prisa las prendas y se bajó los pantalones

lo suficiente, volvió sobre mí estrujando mis pechos y me mordí el

labio para no echarme a llorar. Las caricias de Connor eran bruscas,

toscas y sin tacto, y cuando estaba dentro de mí me azotaba a


nalgadas como si estuviese arriando un animal.

Miré de reojo el reloj en el velador, eran las doce y diez.


Connor me volvió a besar con fuerza y entró en mí sin pensarlo

dos veces, o sin tocarme un poco. Jadeo y gruñó como un animal, yo


hice lo propio fingiendo un placer que no sentía y gimiendo su

nombre de tanto en tanto para hacerle sentir bien. Era lo que debía
hacer. Me quedó claro la primera noche que estuvimos juntos, no

podía gemir fuerte o jadear, pues no era perra en celo, no podía


tocarme solo él podía hacerlo, lo demás era un pecado y si no

lograba correrme era porque no estaba disfrutándolo, lo que


ocasionaría una discusión, por eso cuando pude volver a ver el reloj
y noté en el cuerpo de mi esposo el característico temblor que
antecedía su desbordamiento, fingí de nuevo que me corría. Que
estábamos sincronizados y éramos el matrimonio perfecto.

Eran las doce y quince.


Connor cayó a mi lado en el colchón y en medio de los jadeos,

escupió otra de sus conclusiones coitales.


—Me has hecho desearte menos con lo de esta noche, por eso no

he logrado durar más. Ya sabes que depende de ti mantener mi


interés y mi deseo. Tendrás que bajar algunos kilos.
Mi mano se puso en mi vientre luego de notar un leve aleteo allí.

Enseguida pensé en que estando embarazada lo menos que podría


hacer sería bajar de peso y me aterraba lo que aquél imprevisto

pudiera desatar en Connor.

La semana que transcurrió, Connor estuvo demasiado ocupado

para llegar temprano a casa o para que tuviésemos un momento a


solas para hablar. Tuvo un viaje el fin de semana y yo me quedé en

casa de mis suegros porque él prefería que no me quedase sola en las


noches. No me molestaba quedarme con ellos, aunque me resultaba

tedioso soportar a Benedict hablando todo el tiempo de inversiones


y dinero, los Lowell eran una de las familias más ricas de la zona sin

tener que dedicarse a la actividad principal en Napa, es decir, no


estaban en el mundo del vino. El padre de Connor había hecho
mucho dinero al dedicarse a los fondos de inversión, y su esposa,

Alice, era heredera de una familia hotelera de California. Una razón


por la que el dinero nunca les faltaba y por la que Connor y su

hermano Preston vivían holgadamente, y pudiera pensarse que ser


su esposa me incluía en la lista de beneficiarias. Lo cierto es que más

que la comodidad, los Lowell fueron los salvavidas de nuestra


familia cuando papá falleció.

Esa tarde del viernes, acabé de revisar la organización de un par de


eventos sociales, una graduación y una boda, nada complejo, y revisé

las fotografías de la última sesión que había tomado Celine. Su


trabajo era excepcional, pero la notaba un poco apagada, era lógico

desde que su esposo se enlistó en el ejército, y por eso pensé en


invitarla a comer algún día de la semana, y pese que a la chicas me

invitaron a una cena para festejar el evento número cincuenta de


Meraki, no podía asistir sin la aprobación de Connor, así que decliné
la oferta y programé un lunch.

Llegué a casa de mis suegro llevando una pequeña maleta con dos
mudas de ropa, el sábado iría mediodía a la agencia y en la tarde iría

con Alice al salón de belleza ya que el domingo era la fiesta de


Pentecostés y mi suegra ofrecía un bufete para después del servicio
en la iglesia presbiteriana. Yo no era presbiteriana, de hecho no

tenía una religión, aunque mis padres me inscribieron en el colegio


católico de Santa Helena cuando nos mudamos y crecí con esa

doctrina, nunca fui practicante. Al conocer a Connor, poco a poco


me fue llevando por sus costumbres y acabé casada bajo el rito

presbiteriano. Ahora, cada domingo íbamos a la misa de la mañana y


comíamos con sus padres en su casa.
Mi suegra me abrió la puerta y me sonrió con condescendencia, no

me gustaba ese gesto, era como si sintiera pena por mí. Quizá lo
hacía.

—Pasa, querida, vuestra habitación está preparada y llegas a


tiempo para la cena. Te esperaremos para servir.

—Gracias —me encogí avergonzada—, no tardaré en bajar.


Alice tomó camino hacia el comedor y yo subí la escalera con

premura, dejé el equipaje en una silla y entonces mis ojos chocaron


con una cajita puesta en el velador y una tarjeta encima. Me acerqué

a tomarla, y leí la nota primero.


Lo siento.

Abrí la caja, eran unos pendientes delicados y elegantes, con un


baño de oro y un par de diamantes. Era la clase de regalo que me

daba Connor luego de una discusión, esta vez no fue diferente.


La dejé de nuevo sobre la madera y me apresuré a lavar mis manos

y bajar al comedor, allí ya esperaba mi suegro quien me saludó con


un par de palmaditas en el hombro y halagó mi apariencia. Alice

llegó un minuto después.


—Ha llamado Preston, acabo de colgar con él.

Mi suegro corrió la silla para mí y luego la de su esposa, llegaron


las empleadas domésticas y sirvieron una ensalada de crutones de

entrada.
—¿Dijo que llamaría luego? —cuestionó Benedict a su esposa.

—Sí, ha dicho que solo avisaba de su llegada y que el fin de semana


vendría a visitarnos.

—Debemos planificar una fiesta, algo íntimo para mis clientes, que
sepan que otro Lowell ha heredado el toque de Midas.

Mis suegros vivían orgullosos de su hijo menor, Preston heredó la


vena de los negocios de su padre y era un experto inversor de riesgo
que ahora entraba a la lista de hombres más acaudalados del estado.

—Creo que nuestra querida nuera podría organizarlo —insinuó


Alice y yo me atraganté con el bocado que acabada de llevar a mi

boca.
—Yo…
Claro que titubeaba, no porque no quisiera hacerlo sino porque mi
esposo no era el mayor admirador de su hermano, muchas veces le

había oído despotricar de él, decir que solo quería opacarlo y robarle
protagonismo porque conocía la debilidad de su padre por el dinero.
—Seguro que podrás hacer hueco en tu agenda —agregó Benedict

—, he sabido que los miembros del partido quedaron muy satisfechos


con el servicio, no podríamos dejarlo en mejores manos.

—Tendré que revisar las fechas —musité.


La conversación siguió rodando alrededor de Preston, de sus

triunfos, de la gente poderosa que conocía y de la maravillosa vida


que llevaba en Nueva York. Agradecía que esa noche, Connor no

estuviese en esa mesa o estaría saliendo humo de sus orejas, luego


bebería más de la cuenta y al tomar el coche aceleraría casi a fondo

mientras gritaba improperios hacia su hermano.


La lasaña llegó y yo decliné tomar vino, dije que había tomado un

analgésico por el dolor de cabeza y no me gustaba mezclarlo con


alcohol. Entonces, de un momento a otro, mi suegro mencionó a

Connor.
—Debes darle tiempo, querido, la política no es como los negocios

—dijo Alice—. Mi hijo será grande, ya lo verás.


—Pues está tardando. Tiene treinta y seis años y apenas ha
logrado ser concejal, si quiere ser senador está perdiendo el tiempo.

Podía notar en su tono la inconformidad de siempre, Connor era el


mayor y para su padre había fracasado en todo. Era la sombra de su

hermano y no confiaba en que llegase a destacar en la política. Un


incómodo silencio nos cobijó por los siguientes minutos hasta que

los platos fueron retirados de la mesa y ofrecieron el postre, yo lo


dejé pasar, no quería darle razones a Connor para decirme que debía

bajar unos kilos.


—Por lo menos tu negocio y el de tu madre van bien —agregó

Benedict—, parece que ha sido la única buena inversión de mi hijo.


Sonreí porque no supe cómo responder a aquello, si fue un halago

yo lo sentí como una insinuación de que dependíamos de su dinero


para todo. Y que yo era una inversión en la vida de mi esposo.
—Pediré que vengan de San Francisco a hacerte un reportaje —
intervino Clarice—, eso te hará publicidad.

—Te lo agradezco.
—Solo te recomiendo que esa chica, la fotógrafa, no salga en las
fotos.
—¿Por qué no? —inquirí inocente.
—No es el tipo de personal que deberías contratar y mucho menos
las personas con las que deberías rodearte. Esa chica es… pues, ya

sabes, un poco vulgar.


Me sentí herida, Celine era alguien importante para mí, una buena
amiga y la forma en que se vistiese no debía importar a nadie más
que a ella.
—Es la sobrina de Paul Miller, no quiero más problemas con ese

tipo —agregó Benedict—, por ahora deja que trabaje contigo, seguro
que más adelante tendrás razones para despedirla.
Me sentí amarrada a esa silla sin saber cómo moverme y huir. Era
como un árbol sembrado en un jardín, un árbol prisionero.
Tres
Depredador
Dustine

Después de pasar el fin de semana con mis suegros, el regreso de


Connor me supuso un ligero alivio, era como si hubiera vuelto para

rescatarme. Se mostró cariñoso y especialmente dispuesto a que las


cosas mejorasen. Me llevó a cenar y a una exposición de arte en San

Francisco. Pero no fui capaz de mencionar el tema de la fiesta para


Preston por miedo a empañar la calma que lo embriagaba. Y de

algún modo estaba aliviada con el tema, pues Alice me avisó que

debían postergar unas cuantas semanas. En realidad me olvidé del


asunto y me concentré en el trabajo y mi esposo.

Un periodista de una revista viajó a Santa Helena a hacer una nota


para Meraki y algunas fotos. Antes de aceptar lo comenté con

Connor, no había nada que yo no le contase, excepto los temas que

pudieran alterarle. Dijo que no le veía problema, pero que quería

estar presente en la entrevista.


No recuerdo el nombre del periodista, pero su aspecto sí. Era alto,

delgado y con el pelo cano, llevaba unas pequeñas gafas y llegó en

un descapotable antiguo y lo recuerdo porque en cuanto le vi lo

comparé a Richard Gere en una de sus inolvidables películas. Annie

le ofreció café y le enseñó nuestro pequeño local mientras yo


terminaba una cita con un cliente. Le pedí avisar a Connor, pero no

hubo respuesta en su móvil ni en su oficina en el ayuntamiento.

Cuando finalmente me reuní con el periodista, dilaté cuanto pude el

momento del cuestionario en espera de mi esposo. Al final no pude

retrasarlo más y empezó su interrogatorio, le conté que había


estudiado Relaciones Públicas en San Francisco porque no quise

irme muy lejos de casa, para esos días mi padre ya se encontraba

enfermo. Y que decliné la oferta de trabajar en agencias de alto nivel

porque decidí quedarme cuidándole y al final con el apoyo de mi

esposo, fundé Meraki y amaba el trabajo que hacía. Me preguntó por

el tipo de servicios que ofrecía y si no aceptaría una oferta tentativa

como manejar la imagen de alguien importante.


No me negué, solo dije que podría considerar la idea.

Y cuando me preguntó por una posible expansión a otras ciudades

del condado, le dije que ya estaba donde debía estar y que Santa
Helena era una mina en potencia. Me tildó de visionaria y me ofreció

su tarjeta por si necesitaba su ayuda en algún momento.

Luego de marcharse recibí una llamada de la secretaria de Connor,

pidiendo que cancelase la entrevista porque él no podría llegar. Ya

era muy tarde.

Esa noche la discusión fue monumental, me trató de egoísta. Fue


tanta la lista de humillaciones y degradación que al final le dije que

pediría cancelar el artículo. Eso calmó su enojo.

Al día siguiente llamé a la oficina del periodista y pedí la

cancelación, no supe qué motivo darle que lo justificara, al final solo

le pedí que lo retrasara y que si era posible volviéramos a hacer la

entrevista.

Todo quedó arreglado y finalmente Connor estuvo tranquilo.

Hasta que su madre anunció un domingo en la comida, que

Preston vendría de visita y que ofrecerían una fiesta en su honor. Y

en lugar de preguntar si yo podría organizarla, dio por sentado que


lo haría.

En casa se desató el infierno.

Connor derrapó el coche hasta frenar y bajó dando un portazo, yo

salí de allí aterrorizada sin saber cómo controlar la situación. En

cuanto la puerta principal se cerró, Connor enterró sus dedos en mi


brazo y me llevó a empellones por la estancia hasta el salón

principal.

—Ya te he dicho que yo no acepté, pero tampoco podía negarme —


intenté conciliar.

—¡¿No podías negarte?! No quisiste negarte porque disfrutas esto

al igual que mis padres.

—Claro que no.

Se bebió en un solo sorbo el trago que sirvió.

—Pudiste inventar cualquier excusa, pero últimamente no sabes

negarte, lo hiciste con ese periodista y ahora con Preston —

vociferaba dando vueltas en el salón mientras yo aferraba mis manos

a la cartera.

—Son tus padres, ¿cómo puedo negarme? —supliqué buscando un

resquicio de empatía.

Se dio vuelta con el rostro envilecido y lanzó el vaso al suelo, este

se hizo añicos.

—¡Negándote! —Se acercó a zancadas y apretó mis mejillas con su

mano, podía sentir mis dientes pegados a la piel de mis mejillas—,

¡eres cada día más inepta!

—Me lastimas —me quejé.


Él apretó con más fuerza.
—¿Quieres saber lo que es lastimar a alguien? Es amar a tu esposa,

darle todo lo que pida, mantener a su familia y que ella no sea capaz

de hacer nada por ti. Eso sí es herir a alguien.

Me soltó y volvió a buscar un vaso para servirse otro trago. Yo

estaba absolutamente desconcertada por su actitud. Connor era

explosivo e irascible, pero nunca pensé que llegara a agredirme.

—Buscaré una excusa —dije en tono mediador—, inventaré algún

evento.

Eso no iba a ser tan fácil, mi suegra estaba enterada de casi

cualquier cosa que se hiciera en el pueblo.


—¿Y quedar como una inservible? No, gracias. No quiero que

hablen de mí y de la buena para nada que tengo por esposa. Haz lo

que te pidan mis padres y termina de clavarme el puñal —soltó con

tal indignación que me sentí culpable. Parecía que era algo que le

dolía demasiado y no pude soportarlo.

Connor enfiló hacia las escaleras y yo fui detrás de él.

—Cariño, por favor…

—Ahora tendré que aceptar la humillación, estar debajo de

Preston, ver como todos se ríen en mi cara de los logros del menor

de los Lowell mientras el mayor no ha conseguido nada en su vida.

—Eso no es cierto, no te castigues así.


Se dio vuelta a mitad de la escalera y me encaró.

—¿Y qué tengo yo que no tenga Preston? ¿Acaso tú? —se rio—.

Solo deja que consiga a alguien.

No supe qué decir ante aquello.

—Quizá si tengas algo que él no —solté ilusionada pensando en

que mi pequeño secreto podría ayudar a levantar su ánimo.

—¿Y qué es? —curvó una ceja interesado y me miró de arriba abajo

—, cualquier mujer que consiga sería mejor que tú.

Noté un pellizco en el pecho y traté de pasar por alto su

comentario.

Llegamos a la cima de la escalera y finalmente tuve el valor de

tomar su mano y con cariño la llevé sobre mi vientre.

—Estoy embarazada —musité agregando una sonrisa, estaba

segura de que mis ojos brillaban más que nunca.

La mirada de Connor se vistió de dureza y se entornó como si se

tratara de un animal a punto de cazar a su presa.

—Sabes que no quiero hijos —dijo en tono bajo y apretando los

dientes—. Haré de cuenta que no has dicho nada.


Me congelé allí mismo, mi labio inferior empezó a temblar.

—Pero… ¿qué se supone que significa eso?


—Significa que no quiero una criatura berreando, ni tus quejas, ni

que te pongas fofa y gorda. Quiero que todo siga como está.

Tragué saliva luchando por mantener la compostura mientras las

lágrimas amenazaban con desbordarse. Había esperado que Connor

compartiera mi alegría, que se emocionara con la noticia, con la

semilla que crecía dentro de mí, en cambio, lo único que recibí fue

ese despiadado rechazo y su desdén.

¿Quién era el hombre con el que me había casado?


—Connor…estoy embarazada, no es como si lo pudiera deshacer —

solté angustiada, buscando el camino a su cordura.


—Esto no estaba en mis planes, ¿no se supone que te estabas

cuidando? —Me miró con desprecio, como si yo fuera la única


responsable de la situación.

—Lo siento… —susurré sintiendo que me asfixiaba con mis


propias palabras—, pensé que… pensé que esto alegraría a nuestra

familia.
—Estás loca si crees que un niño puede arreglar mis problemas,

solo sería uno más. ¿Crees que podrías seguir trabajando o llevando
la casa? Tendrías que quedarte aquí, y claro, yo estaría en último
lugar, como ahora —dijo con desprecio—, no necesito un niño para

ser feliz… tal vez ni te necesite a ti.


Siguió su camino hacia la habitación dejándome totalmente
desolada.

Me sentí abrumada por una oleada de culpa y duda. ¿Había hecho


algo mal? ¿Había arruinado mi matrimonio al embarazarme sin

consultar con él primero? La voz de Connor resonaba en mi mente,


distorsionando mi realidad y haciéndome cuestionar mi propia

cordura.
Busqué un lugar en la casa donde refugiarme y poder
desahogarme, un lugar donde mis lamentos no fueran escuchados

por Connor. Con el corazón roto y la confianza destrozada, solo pude


meterme al baño del pasillo, sintiéndome perdida en un laberinto de

dudas y autorecriminaciones. La semilla de la culpa había sido


plantada, y sabía que sería una batalla difícil liberarse de su abrazo

venenoso.
Dos días después, antes del desayuno, Connor soltó un sobre

encima del tocador.


—Ahora tendremos que lidiar con las consecuencias de tu egoísmo

—se puso el saco y buscó mis ojos a través del reflejo en el espejo—,
esto es lo que me has obligado a hacer.

Me encogí sintiéndome pequeña y vulnerable bajo la mirada


acusadora de mi esposo. Sabía que no había malinterpretado su
reacción; él estaba manipulando mi percepción de la realidad para
hacerme sentir culpable y responsable de mis propias emociones y

de las consecuencias.
Abrí el sobre, dentro ponía una cita a mi nombre para el día

siguiente en una clínica de abortos. Mi pecho dolió como si sufriese


un infarto y las lágrimas rodaron por mis mejillas sin poder

controlarlas. Negué mil veces con la simple idea de hacerlo y pedí


ayuda en una oración. Pensé en hablar con mis suegros, enseguida

supe que las consecuencias serían peores. Al final consideré huir, en


dejarlo todo atrás solo para salvar la vida de mi hijo.

¿A dónde podía ir sin dinero?


Si cada centavo que manejaba era controlado por Connor, si le

debía tanto dinero que no me quedaba para un ahorro. Y si retiraba


los depósitos de los clientes, Connor lo sabría enseguida, la cuenta

estaba a su nombre. ¿Vender las joyas? Con lo que tenía en el tanque


del auto no llegaría a San Francisco, Connor se encargaba de que el
combustible me sirviera para la semana en las rutas que siempre

hacía.
Estaba sola y hundida en mi propio infierno. No podría angustiar a

mi madre con algo así, sería el primer lugar donde iría Connor y ya
no sabía cómo podría reaccionar.
Solo tenía un camino, escapar de la clínica, esconderme en algún

lugar de San Francisco y luego ver cómo sobrevivir mientras


conseguía el dinero para irme lejos. Lo planifiqué así, metí dentro de

la bolsa de ropa una caja con las joyas que calculé con mayor valor
esperando que fuera suficiente para sobrevivir unos días. Conocía la

ciudad un poco, podría hallar ayuda con algún amigo de la


universidad, alguien a quien Connor no conociera.
Al día siguiente estaba nerviosa, con náuseas y una opresión en el

pecho que me robaba el aliento, no pude mirar a Connor por miedo a


que pudiera leer mis intenciones y frustrara mis planes. Organicé mi

agenda con instrucciones para Annie y que así supiera qué hacer en
mi ausencia. Tuve que decirles que acompañaría a Connor a alguna

reunión fuera de la ciudad. El camino a San Francisco me sentó


terrible, todo en mi interior se removía y estaba segura de que mi

aspecto no era el mejor.


Cuando estacionó en aquél lugar, mis latidos se aceleraron y quise

echarme a correr apenas bajar, pero estaba tan mareada que


difícilmente podía sostenerme. Connor se vistió el papel que usaba

en público y me llevó de la mano hasta la sala de espera, se hizo


cargo de todo y se mostró acongojado por la situación, le escuché
decir que era un diagnóstico de malformación y que nos tenía

devastados.
No podía creerlo.

Cuando llegó mi turno y la enfermera me llevó a la habitación para


desvestirme, me hizo una pregunta que me dio esperanza.

—¿Estás segura de lo que harás? Estos diagnósticos de


malformación no son siempre contundentes.

Miré a todos lados buscando la puerta de huida y la mujer tocó mi


hombro.

—Su esposo volverá en un par de horas.


—Necesito pensarlo un poco más —moví la cabeza afirmando.

—Bien, estaremos esperando.


Al volver de la sala, no vi rastro de Connor en ninguna parte y me

aventuré a salir de allí y buscar un taxi. Había robado un billete de


veinte dólares a Rosa del dinero de la compra. Sabría que ella luego
tendría problemas, pero no tuve más opción.

Le pedí al taxista que me llevara a la zona de Sausalito o tan cerca


como los 20 dólares pudieran llegar. El hombre me dijo que serían

cincuenta hasta donde pensaba ir, me eché a llorar sin saber qué
hacer y el taxista se compadeció de mí, le conté que necesitaba
vender algunas joyas y no sabía dónde más podría hacerlo. Entonces
me dijo que sabía de un lugar y que me sobrarían 5 dólares.

Cuando estuve allí, pasé las joyas con premura, en cuanto Connor
notara mi ausencia, empezaría a buscarme. El encargado empezó a
revisar las joyas con un lente especial y les aplicó un líquido. En todo

este proceso sentí que tardó una eternidad y yo estaba al borde de un


colapso nervioso.

—No es mucho lo que podría darle, son diamantes de taladro y oro


de catorce quilates.

La decepción invadió mi cuerpo, no solo por el hecho de que mi


marido me hiciera creer que me daba regalos costosos, eso era lo de

menos. Sino porque no podría más que pagar el taxi de regreso. Me


toqué el vientre sin saber qué hacer.

Enseguida la campanilla de la entrada sonó y me sentí morir,


Connor entraba a zancadas, disimulando el enfado. Me tomó del

brazo y me sacó de allí sin decir una sola palabra. Me llevó hasta un
hotel modesto y apenas entramos, puso la televisión a alto volumen,

enseguida me acorraló contra la pared, me apretó el cuello casi al


punto de perder el aire y me golpeó las costillas con dos golpes

secos, también me golpeó las piernas con el cinturón y me arrastró


por el suelo llevándome del pelo. No sabía en qué momento se había
desatado mi pesadilla.

Me dejó en el baño bajo la ducha fría.


Por los siguientes dos días no estuvo allí, me quedé encerrada y

sola, una mujer que no habló conmigo ni una vez, me llevaba comida
y medicamentos para bajar la inflamación. Al cabo de cinco días

volvió Connor, ya no había inflamación en mi piel y el maquillaje


podría cubrir lo que fuera visible, me llevó a empellones al coche y

luego a la clínica, entró conmigo a la sala de procedimientos y,


mientras mi hijo moría envenenado dentro de mí, mi pecho se

desgarraba de dolor e impotencia. La mano de Connor apretó la mía


y pude ver las lágrimas brotar de sus ojos.

Temblé de miedo ante la persona que estaba descubriendo.


Él era el depredador de mi jardín y yo no supe protegerlo.
Volvimos a casa esa misma noche, me encontraba temblando
frente a la ventana de la habitación, mirando fijamente hacia afuera

pero sin ver realmente nada. Mi corazón latía con fuerza en mi


pecho, y una sensación de vacío y desamparo me envolvía por
completo. Estaba destrozada. Y me sentía una absoluta cobarde.
Noté el sonido de la puerta y di un respingo. Connor me ofreció

agua y el medicamento para el dolor que me recetaron. Lo acepté.


Me recibió el vaso y luego, con una delicadeza desconocida, me
quitó los mechones del pelo, acarició mi mejilla y luego mis labios

donde me quedaba una pequeña herida.


—Es lo mejor para nosotros, cariño, sabes que no haría nada que te
dañara —susurró amoroso—, no me lleves al límite otra vez, así no
tendré que golpearte.
Reprimí un gemido y asentí, así se quedaría tranquilo.

—Tendremos hijos cuando yo esté listo. Lo prometo.


Se acercó para besar mi mejilla y luego hundió su nariz en el hueco
de mi cuello. Me estremecí por completo, de terror y angustia.
Desde ese momento supe que estaba casada con un monstruo.
Cuatro
Tierra fértil
Dustine

Algo murió dentro de mí, tal vez fueron muchas cosas, lo principal
fue la ingenuidad. Es lo que ocurre cuando alguien que has puesto

en un pedestal muestra su verdadera cara, aprendes que las personas


son diferentes a como las idealizaste y esa es una forma de muerte.

Mi vida en adelante se convirtió en una carrera de fondo, la ansiedad


me ayudaba a mantenerme alerta, porque desde ese momento,

Connor ya no tuvo que seguir fingiendo su papel conmigo, era

exigente con cada detalle de la casa, impuso un menú de comida que


incluyera varios platos, como en los restaurantes, la mesa adornada,

copas de agua y vino, postre… su imagen se transformó un poco


más, también porque la edad le daba un aspecto maduro que le

pintaba de canas parte del pelo y la barba que se dejó crecer. En los

cambios también incluyó reuniones con personas que no me

inspiraban confianza y que estaba segura de que no tenían


actividades legales.
Eran sospechas, yo era para Connor la esposa florero.

Mi deber eran las relaciones públicas, lucir impecable, asistir a

eventos sociales con él y fingir que éramos el matrimonio perfecto

de Santa Helena.

Fingir.
Porque en casa apenas me dirigía la palabra para darme órdenes.

Aunque cuando me recriminaba algo, el discurso era interminable y

los golpes también. Poco a poco aprendí a no llorar, porque él no lo

soportaba, de hecho estallaba su ira si lo hacía. Debía agachar la

cabeza y quedarme en silencio, al día siguiente le ofrecía una


disculpa después de que el me repitiera que era mi culpa su reacción

violenta y que la mejor forma de evitarlo era hacer las cosas como él

las deseaba.

Mi nivel de estrés siempre estaba al máximo, delegaba la mayor

parte de mis labores de la agencia para llegar a casa con tiempo de

revisar que las domésticas no hubiesen cometido errores, y si algo

faltaba, hacerlo.
Se acercaba nuestro quinto aniversario, pero desde hacía dos años

dormíamos en habitaciones diferentes, y no había sexo. No es que yo

lo buscara luego de perder a mi bebé, es más, no soportaba que me

tocara. Fue él quien lo decidió.


Una tarde que me preparaba para una cena de Navidad del

ayuntamiento, le vi entrar en el clóset, yo elegía la barra de labios

que no resaltara demasiado, tenía prohibido maquillarme como una

vagabunda, sus palabras. Elegí un tono rosa sutil y sentí su mirada

sobre mí, me observó de la cabeza a los pies con un deje de desprecio

y enseguida lo soltó:
—No recuerdo qué vi en ti para querer casarme contigo, pero

tampoco haces algo por recordármelo.

No le respondí, cometí el error de ignorarle. De inmediato noté el

tirón en el cuello, tenía mi pelo enredado en su mano y mi cuerpo

contra el suyo. Temblé de miedo imaginando lo que vendría.

—¿No te has preguntado por qué no he vuelto a tocarte? Solo

mírate, no me inspiras más que repulsión.

—¿Quieres el divorcio? —titubeé.

Connor rio malévolo.

—Los Lowell no pensamos en el divorcio, evitamos las


habladurías, así que nunca serás libre. Eres mía, hasta que la muerte

nos separe —levantó mi mano izquierda de forma que viera el anillo

en el reflejo del espejo—, nadie más va a tocarte, mi amor, si yo soy

infeliz, tú también lo serás.

Me soltó con brusquedad y tuve que sostenerme de la silla.


—Busca otra habitación para dormir, a partir de mañana prefiero

despertar solo.

Durante la cena le observé, cordial, carismático y haciendo


bromas. Era una contradicción, en casa hablaba mal de todos a los

que les profería lisonjas. Sus palabras no me afectaron por completo,

sinceramente me concedía alivio dormir sola. Lo que me preguntaba

una y otra vez era por qué lo hacía, qué placer retorcido le producía

humillarme.

No tardé mucho tiempo en descubrir lo que ocurría, no me lo

imaginaba, tampoco me sorprendió.

Era de madrugada cuando escuché el timbre, me extrañé, por

supuesto, a pesar de que al irme a la cama, Connor no había llegado,

imaginé que lo haría en algún momento. Busqué mi bata y bajé a

abrir, un hombre vestido de negro esperaba detrás de la puerta, era

de estatura baja, piel morena, cabello oscuro y por su acento forzado

supe que era extranjero.

—Señora, buenas noches.

—Buenas noches…

—Lamento la molestia, pero traemos a su esposo.

Junté las cejas sin comprender.


—¿Le ha pasado algo?
—No es algo grave, solo se pasó de copas y el jefe nos pidió traerlo

—dijo serio—, podemos llevarlo donde nos indique.

Otro hombre un poco más alto salió del auto y al agacharse para

sacar a Connor pude ver el brillo del metal de un arma en su cintura,

no pude evitar temblar. No hice más preguntas, asentí y les indiqué

el camino. Le dejaron en la cama y, con amabilidad, se despidieron.

Volví con él para quitarle los zapatos y el cinturón, al abrirle la

camisa por completo pude ver las marcas de maquillaje y unos

cardenales en el pecho. No había que sumar dos más dos para

entenderlo, Connor tenía una amante, o varias. Pude sentirme


herida o traicionada. En realidad me sentí aliviada. Y sé lo que

significaba, mi marido había traicionado nuestros votos al meterse

con otra mujer, la verdad es que lo hizo en el momento mismo en

que empezó a maltratarme y esa es una traición peor. Por esa razón

no me sentí herida, no hubo dolor, llanto o desolación.

Mi amor por Connor había muerto, se marchitó como una flor que

no recibe agua ni los rayos del sol, él mismo se encargó de

aniquilarlo.

Durante ese tiempo mi vida estuvo tranquila, Connor no llegaba a

casa a cenar, tenía reuniones hasta la madrugada y se veía rodeado

de otro tipo de personas distintas a las del ayuntamiento, estaba


obsesionado con conseguir la alcaldía después de que lo intentara en

la última elección y no lo lograra. Ese día terrible, estaba colérico,

tiraba todo a su paso, profería insultos y en medio de la ira juró que

sin importar lo que tuviera que hacer, iba a ser el próximo alcalde de

Santa Helena.

Sin embargo, la temporada de calma estaba por acabar para mí.

Preston viajó de visita para el cumpleaños de su padre, no hubo

una gran celebración debido a que Benedict estaba en convalecencia

de una apendicectomía. Yo llegué primero a casa de mis suegros por

pedido de Alice, deseaba que preparara la receta de dip de espinaca

de mi madre. En la puerta me recibió mi cuñado con un abrazo

cálido, alabó mi aspecto y añadió que cada día me veía más hermosa.

Logré sentirme incómoda, no era algo que escuchara de mi esposo

y no sabía que necesitaba oírlo hasta que lo escuché de Preston. Pasé

a la cocina y me puse manos a la obra con ayuda de la doméstica. Mi

suegra llegó para ordenar que se pusiera una bandeja al horno y

enseguida revisó mi vestido escrutándolo.

—¿Cuándo has comprado este vestido?


—Me lo trajo Connor al volver de Los Ángeles —respondí sin darle

mayor importancia.
Hizo un ruidito gutural y apretó los labios. Imaginé que no le

había gustado el modelo o la tela, aunque era un diseño básico de un

color azul noche. La vi volver al salón y yo acabé el dip, luego ayudé

a llevarlo a la mesa, ya dispuesta para los comensales, decorada con

velas, flores y mantelillos, en dorado y negro. El timbre se escuchó y

me ofrecí a abrir, era Connor trayendo una enorme caja que contenía

el regalo para su padre.

—Hola, preciosa —dijo puesto en su papel ante la atenta mirada de


su madre. Enseguida dejó el paquete, me tomó por la cintura para

besarme e hizo lo propio con Alice.


—Hablaremos al finalizar la cena —sentenció ella y se dio vuelta.

La mirada de Connor cayó sobre la mía de forma acusatoria y solo


pude negar con la cabeza, estaba segura de no haber dicho o hecho

algo que la molestara.


Cruzó la estancia hacia el comedor y en eso vimos aparecer a mi

suegro acompañado de Preston, vestido para la ocasión, aunque sin


la rigurosidad del traje, solo la camisa de mangas largas con los dos

primeros botones sueltos.


—Me alegra tener a la familia reunida —comentó—, por favor
tomemos asiento.
Preston se encargó de llevar la conversación a temas de su trabajo
y de sus viajes recientes, también habló de una propiedad que

adquirió junto a su esposa en Hyde Park, una zona exclusiva de


mansiones en Nueva York. El menor de los Lowell estaba casado con

una heredera del negocio inmobiliario y, según Connor, nadaban en


los millones. No hace falta decir que cuando eso ocurrió, mi marido

estalló y me echó en cara hasta el aire que respiraba. Su hermano


había cazado a una millonaria y él tenía a una limosnera.
Ese era el tema que me tocaba el hueso, él sabía bien que mi

familia era mi debilidad y cada vez que buscaba herirme usaba el


tema del dinero y la dependencia económica.

En fin, cuando Preston hubo terminado de alabar las bondades de


la casa y que nos extendiera una invitación a visitarles, Connor

lanzó su primer misil.


—Querido hermano, me alegra muchísimo que tu vida prospere de

esa manera. Seguramente aceptemos esa invitación, nos gustaría


pasar más tiempo con tu esposa —hizo una pausa para dar un sorbo

a su copa de vino—, que, a propósito, ¿dónde está? Nos hubiera


honrado la presencia de Charlotte en esta humilde celebración.

Vi a Preston transfigurar su gesto sereno a uno tenso, igual que mi


suegra.
—Me disculpo en su nombre, Charlie está indispuesta de salud y
no quise exponerla a este viaje. Ya tendremos ocasión de compartir.

Mi marido no quiso enterrar el hacha, así que arremetió.


—¿Qué puede ser tan grave? No me entero de nada, querido

Preston, ¿no confías en tu hermano? Cuando éramos niños me


desvelaba escuchando tus historias y ahora ni una llamada —dijo

cálido, como quien bromea.


Yo sabía que no bromeaba.

Preston dejó caer los hombros, era lo que Connor esperaba y noté
en el brillo de sus ojos la alegría de su victoria.

—Es cierto —dijo Preston en medio de una exhalación—, sois mi


familia y, a pesar de la distancia, no deben existir barreras ni

secretos.
—Mantener la unión familiar —agregó Benedict con una sonrisa

amable—, me gusta que mis hijos estén unidos.


Ambos asintieron, mi suegra estiró la barbilla. La verdad era que,
el único que no parecía un actor llevando un papel era Preston,

siempre le vi ser cálido y amable, no fingía nada.


—Hace una semana perdimos a nuestro bebé —soltó Preston

apesadumbrado y yo sentí un tirón en el pecho, fue imposible no ver


en su expresión el mismo dolor que yo seguía sintiendo—, Charlie y
yo hemos intentado un embarazo por un largo tiempo y nada había

funcionado, nos sometimos a un tratamiento y finalmente tuvimos


suerte, no quisimos comentarlo hasta que fuera algo seguro…

Preston hizo una pausa y quise darle una voz de aliento, pero
Connor fue más rápido que yo. Se levantó de su silla y fue hasta el

otro lado para darle un abrazo a su hermano, ofrecerle consuelo y


apoyo.
—No imagino por lo que puedas estar pasando, Preston, pero

perder a un hijo debe ser un dolor insoportable.


Cada una de sus palabras fue como una navaja cortando mi piel.

—Gracias, hermano. Significa mucho para mí contar con vuestro


apoyo. Por esta razón no ha venido Charlie, preferí que estuviera en

reposo. Han sido días difíciles.


Alice tomó la mano de su hijo con ternura y Benedict le dirigió una

mirada comprensiva. Solo había una persona en esa sala que lo


estaba disfrutando y lo odié por ello.

Connor volvió a su sitio.


—Lo siento tanto, cariño —agregó Alice—, sé lo mucho que has

estado deseando esto.


Vi que la actitud de Connor cambió, ya reconocía sus cambios de

humor y advertía sus movimientos. Imaginé que buscaría obtener la


atención porque estaba visto que, la desgracia de su hermano, no lo

bajaba del pedestal donde le tenían sus padres. Temí por lo que
haría, más porque no podría evitarlo.

—Estaremos orando a Dios para que se haga posible ese milagro —


añadió Benedict.

Connor vistió su actuación al porte de un hombre seguro, una


sonrisa arrogante se anticipó a su intervención.

—Yo... No sé cómo decir esto —mencionó compungido, era como


un camaleón cambiando de personalidad—, pensé que hacerlo esta

noche sería el momento ideal porque al fin nos reunimos en


familia… vamos, ¿cuándo se repite esto? Preston siempre está de un

lado al otro y le dije a mi esposa, cariño, esta es la noche, seguro que


será otro motivo para celebrar.

Sentí un escalofrío recorrerme la piel.


—Está bien, Connor. No pasa nada —intervino Preston—, vuestras
buenas noticias no deben afectarme, seguro que me ayudarán a subir

el ánimo.
Deseé hacerme de humo en ese instante.

—Habla, hijo —agregó mi suegro—, las buenas noticias nos


alegrarán a todos.
—Es que no sé… quizá mi bella esposa quiera hacerlo por mí —me
miró a los ojos y tomó mi mano entre la suya con ternura, miré a sus

nudillo recordando la forma en que solían estrellarse contra mi


cuerpo sin piedad y empecé a temblar.
—¿Yo…? —titubeé sin tener idea de qué debía decir.

Él acarició mi mejilla.
—Lo haré yo, mi amor, eres tan tímida a veces.

Se dio vuelta hacia su público expectante y finalmente lo soltó:


—Mi esposa y yo estamos esperando nuestro primer hijo. ¿No es la

mejor noticia? Es que lo digo y siento ganas de llorar.


Bajó la cabeza para usar la servilleta y limpiar unas lágrimas

invisibles. Yo palidecí en cuanto escuché la mentira que acababa de


decir.

Como en cámara lenta vi las reacciones de los demás, mi suegro


curvó las cejas, emocionado, mi suegra sonrió sutilmente y Preston

se enfocó en mí, mirándome con dulzura mientras luchaba por


ocultar su dolor ante la noticia de su hermano.

Quise morirme, levantarme y gritar que era mentira, que no estaba


embarazada, que una vez lo estuve y el monstruo a mi lado mató a

mi bebé, quise salir corriendo y no detenerme hasta estar muy lejos.


Sin embargo sonreí al notar la presión en mi muñeca que ejercía
Connor.

Tuve que secundar esa mentira, haciéndome una mentirosa más.


—Es maravilloso, hermano, enhorabuena.

Le vi asentir con suficiencia, disfrutando de ese momento de


atención sobre él.

—Espero que tú también tengas suerte algún día.


Pude ver la alegría superficial de Preston y me sentí ruin por

causarle más dolor, en adelante me olvidé de la celebración, poco me


importó la hora de los regalos o saber lo que contenía la caja gigante

que llevó Connor. Mi preocupación era lo que pasaría esa noche y en


adelante. Yo no estaba embarazada, pero ya sabía que podría estarlo.

La sola idea de que Connor volviera a tocarme y a estar dentro de mí


me provocó arcadas.
Yo sabía que no podría escapar de ello, era como una sentencia.
El regreso a casa fue una tortura, siendo franca, deseé que nos

estrelláramos, que cayera un meteorito o que Connor desistiera de


aquella idea.
No fue así.
En cuanto cruzamos la puerta, Connor me tomó por la fuerza, me

resistí cuanto pude y luché por soltarme de sus garras, para evitar
que me moviera me dio un par de bofetones que me dejaron la piel
ardiendo.

—Al menos para esto sí vas a servir, bien dicen que los pobres son
fértiles como tierra de abono —sentenció sobre mí luego de
derribarme al suelo.
Sus manos rasgaron mi vestido por el medio dejando mi desnudez
expuesta ante sus ojos inyectados en sangre, era como una bestia a

punto de devorarme. Coló sin tacto su mano entre mis piernas y se


enterró en mí sin mayor esfuerzo.
Gemí de dolor, escocía y quemaba. Fue horrible.
Empujó un par de veces y cumplió su cometido.

—Más te vale no luchar la próxima vez, o será peor.


Luego se levantó y subió la escalera llevando el saco en una mano
y sosteniendo con la otra su pantalón. Allí quedé yo sobre la
alfombra buscando la dignidad y la fuerza interior para levantarme.

Mi esposo también era un abusador.


Cinco
Un vástago
Dustine

Retroceder, dar un paso atrás… otro más. Girar el reloj en dirección

contraria, borrar los días vividos, volver al minuto anterior en el que


todo cambió y elegir un camino diferente, no haber respondido a ese
saludo, no haber sacrificado esa sonrisa, ir por la vereda contraria.

Qué anhelo tan inútil y a la vez tan ferviente el de soñar que hay

forma de despertar de tu pesadilla en lugar de sentirte encerrada en


el mismo capítulo de tu vida.

Atrapada en la contradicción, en medio de dos caminos que serían


igual de inciertos porque no quería estar embarazada, no quería que

nadie más tuviera que vivir la misma pesadilla que yo vivía, no


quería a un ser indefenso expuesto a las garras del depredador. Y si

no me embarazaba el castigo no sería menor, estaba segura de que

Connor me rompería el útero de ser posible para lograr su cometido.

Deseé salir corriendo del consultorio al que me llevó mi suegra


seis semanas después de que Connor abriera su boca para soltar

semejante mentira. Durante ese tiempo sus intentos por lograr ese
embarazo —prefiero no darle el nombre que tiene— no cesaron, y en

cada ocasión yo acabé cada vez más humillada, como un guiñapo…

tuve que evitar a Alice todas las veces que me preguntaba cómo me

sentía, que me enumeraba los cuidados y me hablaba de su

experiencia, cuando preguntó cuánto tiempo tenía le dije que tal vez
muy poco, y ella hizo cuentas de por lo menos tres meses porque mi

abdomen seguía plano.

Pidió a Connor permitir llevarme a San Francisco en una cita de

abuela y madre para encargar los muebles de la habitación del bebé

y él le dijo que estaba encantado con la idea, así acabé en una clínica
esperando por el resultado del análisis de sangre.

Una parte de mí no creía que estuviera en estado, la primera vez lo

sentí enseguida, tuve mareos y náuseas que me lo avisaron, esta vez

no sentía nada. Mi ansiedad estaba disparada, cualquiera de las dos

noticias iba a desencadenar una reacción.

—Calma, querida… —dijo mi suegra deteniendo el movimiento de

mi pie—, el doctor solo ha querido asegurarse ya que no has


presentado síntomas aparte de la interrupción de tu periodo.

En realidad era lo único que había ocurrido, estaba siendo

irregular porque la ansiedad me alteró hormonalmente, pero no


había dejado de tomar las pastillas anticonceptivas a escondidas de

Connor.

—Es la emoción —musité tratando de fingir que era la mujer más

feliz del mundo.

El sonido de la puerta envió una sensación eléctrica a mi columna

y mi cuerpo se puso rígido, la expresión impávida del doctor me hizo


sentir peor. Una voz en mi cabeza me gritaba ¡mentirosa!

—Me gustaría hacer una ecografía, señora Lowell —nos miró a

ambas—, me refiero a su nuera.

—Por supuesto —respondió ella por mí y mi estómago se contrajo.

—Pase a la camilla, por favor.

Cabe resaltar que seguía vestida con esa bata médica después de

que me hubiera revisado el abdomen.

Con las rodillas temblorosas subí donde me señaló.

—Será transvaginal por el corto tiempo que debe tener, puede

esperar afuera.
Mi suegra salió y sentí un mínimo asomo de alivio, al menos

ganaba tiempo.

—Con las piernas abiertas, por favor, baje la cadera al borde y

exhale… tranquila, no tardaré mucho.

Apreté los dedos en la sábana y me concentré en respirar.


—Solo será una pequeña incomodidad… —dijo el doctor e hizo una

pausa después de que se acercó.

Su silencio no ayudó a mis nervios.


—¿Pasa algo? —Me atreví a preguntar.

Le oí carraspear, bajó mi bata cubriéndome y se acercó a mi lado.

La expresión de su rostro era diferente, una mezcla de compasión y

preocupación.

—Señora Lowell, ¿puedo hacerle unas preguntas? —susurró en

confidencia.

—Sí, por favor. ¿Qué pasa?

Se mojó los labios antes de hablar, su mirada comprensiva me

recordó a mi padre. También su pelo blanco y su sonrisa tímida.

—He visto que tiene marcas en la piel…

Mi pecho dio un brinco, el aire abandonó mis pulmones.

—Es que me…

—¿Ha tenido relaciones obligadas o consentidas?

Busqué la respuesta indicada.

—Con mi esposo —dije con un hilo de voz y ahogué un suspiro.

Él movió la cabeza.

—Debe saber que, aunque esté casada, si no quiere hacerlo no


pueden obligarla.
Empecé a temblar.

—Ha sido de mutuo acuerdo —moví la cabeza para darle más

credibilidad a mis palabras. Él lo comprendió—. Por favor no diga

nada —supliqué.

—No se preocupe, haré el examen.

Volvió a su lugar en silencio y pronto sentí la invasión del aparato

dentro de mí, debo decir que, a diferencia de Connor, no sentí dolor.

Después de unos minutos y de escucharle teclear en silencio, me

miró de manera inescrutable.

—El saco gestacional está formado y contiene un embrión muy


pequeño —volvió a hacer una pausa—, está embarazada, señora

Lowell.

La tierra se movió a mi alrededor, me mareé al instante.

El silencio nos acompañó de nuevo hasta que mi suegra pudo

ingresar nuevamente a la consulta.

—Será abuela, enhorabuena —agregó con un tono cordial y me

pregunté por qué no me dio la enhorabuena también.

Mi suegra se cubrió los labios y en un acto contrario a ella, me

abrazó.

—¿Qué tiempo tiene?


—Es muy pequeño aún, quizá dos meses o tal vez sea la posición

del feto que no ha permitido determinarlo. Sin embargo, le daré una

receta con instrucciones y si lo deseáis puedo llevar el control

mensual hasta que llegue a término.

—Así será, doctor. Hemos venido por recomendación de los

Shepard, una influyente familia de la industria naviera.

—Por supuesto, sé de quiénes se trata —dijo él—, gracias por su

deferencia.

—¿Tienes preguntas, querida?

—No, ya me lo ha explicado todo y tengo su tarjeta por si después

surge alguna duda.

—Así es, señora Lowell —me miró fijamente a los ojos—, llame si

necesita ayuda.

Temblé por dentro. Ahora había alguien más que conocía mi

secreto y debía confiar en que se mantendría en silencio.

La emoción de Clarice no medía límites, me llevó por tiendas

infantiles comprando ropa, juguetes y encargando el envío de

muebles hasta Santa Helena. Mientras ella disfrutaba de la noticia,

yo estaba cada vez más asustada, y mi miedo era justificado, un

precedente me mantenía en vilo. El nuevo capricho de Connor era


estar por encima de su hermano con mi embarazo, pero, y si se le

ocurría que ya no quería al niño, ¿me haría volver a pasar por lo

mismo?

La angustia anidaba en mí, un nudo en mi estómago se instaló

plácido allí, apretando cada vez que pensaba en la reacción de

Connor al enterarse.

El camino de regreso ocurrió tan pronto que me sorprendió

cuando mi suegra se detuvo fuera de casa. Mi ansiedad se disparó al


ver el auto de Connor estacionado, enseguida un sudor frío pobló mi

frente y mis manos se enfriaron. Pensé en las tareas de las


domésticas, en si les había organizado el menú o si era el día de

recoger los trajes de la tintorería y no lo hice.


—Vamos, querida, te ayudaré a elegir la mejor habitación de la

casa para mi nieto.


Recordé de inmediato que Connor y yo teníamos habitaciones

separadas y bajé del auto a prisa. Antes de que pudiera abrir la


puerta, Connor hizo presencia, sonriendo como si fuera el epítome

de la felicidad.
—Amor mío —dijo al verme y me tomó por los hombros antes de
besarme, mi cuerpo se puso rígido.

—¿Y a tu madre no la saludas?


Agradecí que me soltara para ir al encuentro de Clarice y
aproveché para entrar en la casa, Rosa me saludó, la vi llevar los

tendidos de mi cama al cuarto de lavado. Enseguida apareció Alba


llevando las cortinas de mi habitación en la mano. No debía

preguntar, Connor estuvo hurgando en mi habitación y ordenó


cambiarla a su gusto.

El sonido de los tacones de Clarice me alertaron de su entrada.


—Me voy, querida, me ha dicho Connor que estáis renovando el
segundo piso y ya sabes que no soporto una casa en obras, esperaré

a que esté terminado para venir a organizar la habitación de mi


nieto.

Deseé suplicarle que no se fuera, no quería quedarme a solas con


Connor.

—Claro, gracias por todo —fue lo único que pude decir.


Vi entrar a Connor cargando los paquetes sin desdibujar la sonrisa

del actor que era frente a los demás.


—Lo llevaré arriba, ver todo esto me hace sentir a mi hijo cada vez

más cerca.
Me estremecí. ¿Cómo se le daba tan fácil fingir?

Clarice salió y el clic de la puerta sonó como cerrar la reja de una


prisión.
Sin saber qué hacer o a dónde ir, subí la escalera lentamente. Vi a
Connor apoyado en el marco de la puerta de mi habitación, con los

brazos cruzados y mirándome de arriba abajo.


Soltó un suspiro hondo antes de hablar.

—Acércate, cariño. ¿Por qué estás tan callada?


Di dos pasos y él alargó su mano hacia mí. Un olor a pintura fresca

me inundó la nariz.
Tomé su mano y él me llevó dentro, las paredes estaban pintadas

de un color grisáceo muy claro, la moqueta del piso estaba cubierta


con una tela. Di un respingo al sentir los brazos de Connor rodearme

la cintura desde atrás, sus manos tocaron mi vientre y su barba raspó


mi mejilla.

—Aquí dormirá nuestro hijo —susurró con la voz oscura, mi


estómago se revolvió—, estoy preparando su llegada, ¿te gusta?

Asentí por instinto de protección.


—Que nadie diga que Connor Lowell no será el mejor padre.
Empecé a temblar, quise preguntarle si eso significaba que no

habría interrupción.
—Es maravilloso.

Me besó en la mejilla.
—Te dije que sería cuando estuviera preparado y ahora lo estoy,

haremos algunas fotos para enviarlas a nuestros amigos y familiares,


que todos se enteren de que el heredero de la familia Lowell está en

camino. Ah, y volverás a dormir conmigo, al menos mientras mi


madre esté merodeando por la casa, aunque mejor que eso, y como

premio a mi abnegada esposa, podrás ir de visita con tu madre un


par de meses.
Volvió a besarme y me soltó.

—¿Y mi trabajo? —Me arriesgué a preguntar.


—Seguro que sobrevivirán sin ti —me guiñó un ojo y antes de salir,

agregó—: no quiero verte aquí cuando se te deforme el cuerpo.


Mi madre tenía una enciclopedia sobre jardinería, aprendí muchas

palabras de ese glosario porque ella me lo daba para leer cuando


apenas aprendía a hacerlo. A mi mente vino enseguida la palabra

que ilustraba mi situación,: acodo. Un acodo consiste en introducir


en la tierra, el vástago o tallo doblado de una planta sin separarlo

del tallo principal, para que eche raíces en la parte enterrada y forme
otra nueva planta.

Todo tuvo sentido al fin, mi hijo, al igual que yo, éramos fichas en
su tablero de ajedrez. El heredero de los Lowell… la promesa de mi
suegro fue entregar su herencia al primer nieto, y Connor no iba a

perder esa oportunidad.


Seis
Sol de abril
Jared

Mi padre fue detective de homicidios por veinte años, no se retiró


hasta que cerró el último caso y llevó tras las rejas al asesino de una

mujer que corría cada mañana por la zona protegida de Squaxin


Park, en Olympia, Washington a unos cuantos metros de nuestra

casa, mientras mi padre se bebía un café y yo me preparaba para mi


último día de clase antes de graduarme del instituto. La veíamos

pasar cada mañana, siempre levantaba una mano al cruzar frente a

nuestro arcén y mi padre decía que admiraba que tuviera la voluntad


de levantarse cada día para ir a correr, yo subía a su auto en silencio

intentando esconder el Walkman de su vista.


Esa mañana, mi padre mencionaba el tema de mi inscripción a la

universidad y yo pensaba en el viaje de verano que haría con mis

amigos a un campamento en una reserva de nativos americanos,

ninguno pensó en la mujer que corría cada mañana, ni prestó


atención al ladrido de los perros o se fijó en el hombre al que le
dimos el paso antes de tomar la vía. Mi padre me dejó en el instituto,

no me permitía usar el coche desde que me pilló con mis amigos en

un estacionamiento bebiendo hasta perder el conocimiento. Siempre

fue muy estricto.

Esa tarde al regresar, mi calle estaba rodeada por patrullas y los


furgones de los canales de noticias, cerca de casa había una cinta

amarilla impidiendo el paso a la reserva. Vi a mi padre a lo lejos,

usaba guantes y mantenía el ceño fruncido, miró en mi dirección y

me señaló que esperase.

Al llegar junto a mí, me llevó hasta la entrada y se encargó de abrir


la puerta.

—Guarda algo de ropa en una maleta, pasarás el fin de semana con

los abuelos.

—¿Por qué? —cuestioné enseguida, tenía planes con una chica,

pero estaba castigado y sabía que no podría chistar.

—Han asesinado a una mujer, el vecindario está agitado, necesito

que tú y tu madre estéis fuera durante la investigación.


—No entiendo.

Me miró a los ojos con esa mirada que me hacía poner la espalda

recta.
—Hay un asesino suelto, y los asesinos tienen la mala costumbre

de volver a la escena del crimen en algún momento. No querrás ser

el siguiente.

No hubo espacio a la réplica. En su momento no lo comprendí, mi

padre siempre parecía rudo y seguro, sin embargo, ese día tenía

miedo, llevarnos fuera no era más que su forma de cuidarnos. El caso


le llevó siete años hasta dar con el asesino. Resultó ser el mismo

hombre que le llevaba el correo cada día y que tenía la retorcida

costumbre de revisar la correspondencia antes de entregarla. Esta

actividad diaria de observación en las calles, lo llevaron a saber

camuflarse y pasar desapercibido, conocía la rutina de mi padre por

esto lo planificó de manera que él no pudiera sospechar.

El mismo asesino se delató frente a él al felicitarle por mi

graduación, mi padre no lo había comentado con nadie, recibió la

invitación el día anterior. Allí empezaron sus dudas y la recta final

que cerró el caso.


Mis padres se mudaron a Tacoma luego de la sentencia y mi padre

no volvió a confiar en el servicio postal.

El recuerdo vino a mi mente al recibir un sobre en casa que no

tenía sellos ni remitente. Si mi padre lo hubiera recibido, su reacción

hubiese sido la de encender fuego en la estufa y quemarla. Para él, lo


importante siempre debe salir de los labios. Yo no he sido tan

precavido como mi padre, así que la correspondencia no me

representa ninguna amenaza, por eso decidí abrir ese sobre antes
que los demás. Adentro me encontré el resultado de un análisis de

sangre, mis ojos fueron al diagnóstico y luego al nombre. El corazón

me dio un brinco.

Allison estaba embarazada.

Me bebí el último sorbo de café y de inmediato el sudor pobló mis

manos. Era una noticia importante, iba a ser padre, y la forma que

ella eligió para decirlo respondía a nuestra situación actual,

discutimos dos semanas antes porque ella estaba celosa de la nueva

interna de ortopedia que siempre me recibía con café antes de dar la

ronda de la mañana.

Ella no quiso oír razones, se plantó en que yo le correspondía a los

coqueteos y que me aprovechaba de la situación porque ella debía

cuidar de una anciana y estar encerrada a diario mientras yo

coqueteaba con el personal del hospital.

Siempre que discutíamos, yo iba a buscarla, le enviaba regalos y

suplicaba por días que me perdonara, esta vez no lo hice. Estaba

cansado de lidiar con sus celos y de bajar la cabeza dándole la razón


a situaciones que no ocurrían. Yo no flirteaba con alguien, pero
tampoco podía entrar sin mirar a nadie. Y sabía bien que un saludo

no era un pecado.

Durante dos semanas no hice ningún acercamiento, ni cedí a la

presión que hizo por medio de Gigi, la mujer que Allison cuidaba, al

decirme que la escuchaba llorar. Estaba decidido a cortar de una vez

con esa cadena tóxica que no iba a llevarnos a ninguna parte. Hasta

esa mañana en que todo cambió.

Tomé el móvil y llamé a Edna, la enfermera que llevaba mi agenda,

pregunté por las citas que tenía y le pedí que las reprogramara

porque había surgido algo importante. Enseguida subí al coche y me


encaminé a casa de Gigi. Mi madre siempre ha dicho que soy

impulsivo, que solo freno cuando ya me he estrellado y que tengo la

mala costumbre de poner la cara a las situaciones sin pensar antes

en las consecuencias. Algo que Gigi también me advirtió, para ella

yo era un suicida emocional.

Estacioné y bajé sin titubear, iba a lo que iba. Encontré a Gigi

regando las flores, me alegró verla recuperada después de la caída en

la que se fracturó un hombro.

Elevó el rostro para fijarse en mí.

—¿Qué haces aquí, muchacho? —preguntó a quemarropa.

—Parece que lo sabes.


Ella asintió.

—Lo sé, pero no esperaba verte aquí de inmediato.

—Es importante —dije.

—Lo seguirá siendo por el resto de la vida, Jared, no eres un perro

al que le silban y debe llegar corriendo.

Un golpe bajo a mi dignidad, ella veía las cosas desde otro ángulo.

Suspiré y me acerqué.

—Ya me conoces.

—Tristemente así es —dijo resignada y volvió la mirada a las flores

—, está en la cocina intentando no quemar mi estufa.

Ingresé en la casa y el olor de un huevo que se ha pasado de

cocción me revolvió el estómago, al acercarme a la cocina, la vi

luchar con las paredes de la sartén y el huevo pegado.

—Hola —solté en medio de un suspiro.

Ella me miró de reojo y siguió con lo suyo. Me aplicaba la ley del

hielo.

—Vamos, Allie, sabes por qué estoy aquí —dije en tono

conciliador.
Ella dejó la sartén en el fregadero y se dio vuelta para irse, mis

pies se movieron solos para alcanzarla y la detuve por el brazo. Me

acerqué para darle un beso y ella me esquivó.


—Hablemos, por favor. No creo que enviaras ese sobre solo para

notificarlo.

—Ya te enteraste, es todo —dijo evasiva.

Logré que se diera vuelta y posé mis dedos en su mentón buscando

que me mirara.

—Para ya con esto, Allie, no tienes razones para estar celosa.

Se enfurruñó.

—Claro, para ti no es nada. No eres tú quien tiene que soportar


que yo le sonría a cualquier hombre que se cruza por el camino o que

trabaje con alguien que me tenga ganas y me devore con los ojos.
Siempre minimizas lo que siento.

Tomé aire antes de responder.


—No puedo decirle al director que cambie a la interna, y que me

lleve café no significa que sea una pócima de amor. Está tratando de
hacer puntos, sabes cómo es el ambiente para un interno.

—Entonces estás aceptando sus avances.


—No, Allison —dije exasperado—, te quiero a ti, ¿lo puedes

entender?
—Pues has hecho muy poco para demostrarlo.
Un ardor me subió por el estómago y sin pensarlo lo solté.

—Ven a vivir conmigo, Allie. Vamos a tener un bebé.


Vi el momento justo en que sus ojos se iluminaron y la expresión
aprehensiva de su rostro se relajó.

—¿Lo dices en serio? —preguntó mimosa.


—Claro que sí.

Me rodeó el cuello con los brazos y me llenó de besos mientras


susurraba:

—Te he echado tanto de menos… creí que ibas a rechazarme por


estar embarazada.
—¿Cómo pudiste pensarlo? No soy un crío de veinte años, sé

asumir mis responsabilidades.


Volvió a besarme y sus caricias aumentaron mis revoluciones, la

verdad es que la echaba de menos y también la forma en que me


alteraba.

—Para, que Gigi puede entrar —supliqué.


—¿Cuándo puedo mudarme? —cuestionó animada.

—No lo sé, debemos hablar con Gigi y buscar otra enfermera para
que te reemplace.

Se soltó de mis brazos, vimos a Gigi entrar.


—No te preocupes, yo lo soluciono —fue hasta la escalera y antes

de subir, agregó—: voy a por mis cosas.


Choqué con la mirada inquisidora de Gigi.
—No digas nada.
—Como si no supieras lo que voy a decir —dijo certera.

—Gigi —reñí.
—Mira, Jared, espero que sepas lo que haces porque de esa niña

apenas conoces su apellido y su profesión, llegó hace menos de un


año y ya te la llevas embarazada a tu casa, hay que tener tus cojones.

Y me dejó solo.
Si Gigi se equivocaba o tenía razón, solo iba a averiguarlo con el

paso del tiempo.


Los cambios empezaron de inmediato, Allison se instaló en casa,

dejó de trabajar y se concentró, según ella, en cuidar de su


embarazo. Lo que incluía que, cuando menos me lo esperara, ella

llegara al hospital de visita y me montara escenas si algo le


disparaba los celos.

Yo la excusaba diciendo que las hormonas no le daban tregua, y no


mentía, Allison se encontraba en un estado de constante ansiedad y
preocupación. Se veía al espejo y decía que estaba perdiendo la

figura y que ahora no la vería deseable, que por eso prefería pasar
más tiempo en el hospital. No comprendía y tampoco le importaba

hacerlo, pero yo finalizaba mi especialidad en ortopedia y tenía la


cabeza metida en los libros y en el quirófano. Fue peor cuando tuve
que viajar a diario a San Francisco para las pruebas finales que me

dieran la certificación.
Allison iba del enojo a la emoción, unos días amanecía radiante y

emocionada, otro día discutía conmigo por cualquier cosa y me


culpaba de truncar su carrera y de obligarla a ser madre sin pensar

en su futuro.
Yo era el egoísta que quería obligarla a ser madre.
Empezó a repetirme que no lo quería tener.

Una noche al llegar y ver el salón desordenado, ella en el sofá en


pijama y llorando, tome una decisión. Con el dolor de mi alma le

sugerí que podía desistir, que si quería abortar podía hacerlo. En ese
momento dijo que lo pensaría.

El tema se complicó cuando, de forma inesperada, mis padres


viajaron a visitarme. Algo que jamás ocurría, mi padre siempre me

recriminó que acabara en un pueblo de California a pesar de los


estudios que tenía encima y de mi promedio. No sabría explicarlo,

llegué a Santa Helena como reemplazo ocasional y me quedé, fue


como encontrar mi lugar en el mundo. Al llegar a casa, mi madre

tenía la cena preparada y mi padre escuchaba las quejas de Allison.


El sermón de esa noche no tiene desperdicio, ella me acusó de

sugerirle un aborto y mis padres, conservadores acérrimos, me


recordaron la educación que me dieron y enfatizaron que mi deber

estaba con mi mujer y mi hijo. Incluso insinuaron que debíamos


casarnos.

Quedé como un homicida por haberle presentado opciones.


Vi el momento justo en que esas palabras iluminaron el rostro de

Allison. Supe que era lo que quería y me pregunté si yo también lo


quería o estaba pensando en ello porque se oía como hacer lo

correcto. Acepté que estaba descuidando su embarazo y accedí a


reducir mis citas para quedarme con ella. Los últimos tres meses

transcurrieron en relativa calma, cuidando sus caprichos y


dedicándome a ella.

Fue Allison quién eligió no saber el género del bebé hasta el


nacimiento.

Y cuando ese día llegó, el sol finalmente salió para mí. Ese
pequeño bulto rosado flechó mi corazón de inmediato en cuanto la
tuve en mis manos y la llevé junto a mi pecho. Al acercarla a Allison,

apenas la miró. Parecía incapaz de mirarla, de tocarla. El ginecólogo


sugirió unas sesiones de terapia porque ambos sabíamos que los

síntomas eran los de una depresión post parto.


En casa todo fue más evidente, ella estaba hundida en una neblina

emocional desde que dio a luz y yo me encargaba de mi hija y de


Allison, tan siquiera la alimentaba pues no producía leche. Yo no la
presionaba, la observaba sumergida en una profunda tristeza. Se la

veía abrumada por la responsabilidad y a la par se veía físicamente y


emocionalmente agotada. En ocasiones la encontraba llorando sin
razón aparente, incapaz de explicar por qué se sentía tan triste.

Mi pequeña tenía dos meses de vida y su madre no la había


cargado ni una vez, tampoco habíamos elegido un nombre y debía

hacer su registro. Asistí al control mensual de mi hija solo con ella y


al volver a casa no encontré a Allison.

Dentro de la cuna había una nota.

Entiendo que esto te tomará por sorpresa y puede que te

sientas enojado o confundido. Pero te ruego que intentes


comprender que no puedo más con esta situación. No me

siento capaz de cuidar de un ser tan pequeño e indefenso y


no me veo pasando cada día entre cuatro paredes

soportando llantos y cambiando pañales. No es lo que quiero


para el resto de mi vida.

Lamento no ser lo que ambos esperáis de mí, pero es lo


mejor para todos. Sé que serás un padre maravilloso y que
encontrarás ayuda de sobra para cuidar de ella.
Por favor no intentes buscarme,
Allison.

Al día siguiente fui al registro, tuve que hacer una declaración de


abandono y mostrar la carta que dejó Allison para solicitar que su

custodia fuera solo mía. Cuando la obtuve pude ponerle un nombre,


mi rayo de sol nacida en plena primavera se llamaría April.
Siete
Retoñar
Dustine

Durante mi embarazo pasé mucho tiempo pensando en mi padre, era


inevitable recordar cómo le saludaban en la calle con admiración y

cariño, muchos de sus pacientes le detenían, le abrazaban y


contaban alguna experiencia en la que mi padre fue protagonista.

Siempre me sentí orgullosa de ser su hija. Y pensaba en él porque


tenía claro en mi memoria el trato que le dio a mi madre durante el

embarazo de mi hermano.

En la mañana le preparaba alguna tisana que le controlase las


náuseas, traía algunos bollos de panadería o tarros de helado para

cuidar sus antojos y en las noches mientras veíamos la tele, le daba


masajes en los pies y en ocasiones la cargaba hasta la habitación.

Mi padre fue un buen hombre, no necesitaba alardear para hacerse

notar y nunca tuvo mayores pretensiones. Por eso, cuando esa

enfermedad le mermó la salud y lo relegó a quedarse en casa, sentí


que era un castigo injusto para alguien tan noble. El párkinson es
una enfermedad degenerativa que no tiene piedad de quien la

padece. Los primeros signos apenas fueron perceptibles, pero fue

Gavin quién los notó. Mi padre solía llevarle a pescar y en una de

esas largas esperas, mi hermano se dio cuenta de que la mano

izquierda de mi padre temblaba un poco. Se lo contó a mi madre al


regresar. Por esos días yo estaba en el último año del instituto y

Connor ya me rondaba.

Mi padre le restó importancia, dijo que se revisaría luego. Pero con

el tiempo los temblores se hicieron más pronunciados y evidentes,

dificultando actividades tan simples como escribir o beber su amado


café.

Allí surgió el diagnóstico, mi padre estaba angustiado por perder

su empleo ya que yo empezaría la universidad pronto y no podría

cargar con todo a mi madre. Por esta razón lo mantuvo en secreto

tanto como fue posible, finalmente tuvo que decirlo y debió

retirarse. No existe un tratamiento efectivo, no hay una cura, y esa

desoladora realidad movió a mi madre a replantear nuestras vidas.


Gavin consiguió un trabajo repartiendo pedidos de una panadería y

yo era mesera desde los quince años en un café de una amiga de mi

madre. De esa forma sosteníamos la casa y evitábamos tocar los

ahorros que mi padre destinó para la universidad.


Sin embargo, el progreso de la enfermedad fue cada vez más

notorio y mi padre empezó a experimentar rigidez muscular en

brazos y piernas, ya no podía caminar porque sus movimientos eran

lentos y torpes. Mi madre se volcó a él cuanto le fue posible, cada

mañana se ocupaba de limpiarle, vestirle y darle de comer, con

cariño y ternura le hablaba y le repetía una y otra vez que era el


amor de su vida y que se veía más guapo cada día. Él sonreía en

medio de ese temblor y para ella el sol brillaba.

Hicimos un esfuerzo para conseguir una enfermera y su seguro

médico pagó parte de los honorarios de la mujer para que le cuidase

por lo menos hasta que mi madre volviera del trabajo. Desde que mi

padre enfermó ya no había plantas hermosas en nuestro jardín, todo

se tornó en hierbajos.

Finalmente acepté a Connor y empecé a salir con él. Cuando le

llevé a casa para que conociera a mis padres, la actitud de papá fue

un poco cortante, él que siempre era amable y cordial. Pero también


sabíamos que la enfermedad hacía que su expresión facial fuese

rígida y que mostrar emociones con la facilidad de antes no sería

posible. Cuando Connor se hubo marchado, mi padre tomó mi mano

y habló. Su voz era más suave y menos clara, pero se hizo entender.

—No me gusta —dijo con dificultad—, es mayor y tú eres una niña.


No dijo otra palabra.

Era cierto, Connor era mayor, me llevaba ocho años. Estaba

terminando la carrera de leyes y yo apenas terminaría el instituto.


Las palabras de mi padre tomaron peso después, con ciertas señales

en Connor que mostraban el abismo entre ambos, a Connor no le

gustaba que saliera con mis amigas o que trabajara en ese café

porque los chicos iban para verme o molestarme. Me pedía que

vistiera como una señora, que no hablara con hombres, que

escuchara otro tipo de música… sutilmente empezó a moldearme a

su modo. Al principio quise imponerme, pero con el paso de los días

logró convencerme. Fue cuando mi padre enfermó de gravedad, dejó

de hablar, estaba fatigado por una afección cardiaca y también

deprimido por ser dependiente de alguien más para todo. Yo había

terminado el instituto y debía empezar la universidad, era el deseo

de mi padre.

Sus amigos médicos sugirieron llevarle a un hogar de cuidados

geriátricos, mi hermano y yo nos negamos a dejarle, se sentía como

abandonarlo allí. Pero mi madre, que era quien llevaba toda la

responsabilidad, dijo que necesitaba un respiro y que era mejor

recibir ayuda. Al menos mientras ella reponía sus fuerzas. Así


ocurrió, aunque en ese lugar mi padre no mejoraba y cada fin de
semana que íbamos a verle, se le veía más apagado y ausente. Los

costos de un lugar así eran elevados y fue cuando Connor se ofreció

a pagar, en realidad fue su padre. Benedict tenía respeto por mi

padre y los Lowell me acogieron en su familia con cariño, negarme

sería un desaire.

Esos detalles de Connor con mis padres lograron meterlo en mi

corazón.

Retrasé cuanto pude mi aplicación a una universidad, quería estar

cerca de papá y de casa. Al final fui aceptada en la Universidad

Estatal de San Francisco y otra etapa de mi vida dio inicio.


En el camino conté con Connor, era especial, detallista, iba a

verme al campus y estaba pendiente de mi familia. Dejé de pensar en

la diferencia de edad que nos separaba y empecé a creer que era el

hombre para mí. Sin embargo, no todo era miel sobre hojuelas, con

el paso de los días era un poco más controlador, celoso y a veces

impulsivo. Pero yo estaba demasiado en deuda con él como para

contradecirle en algo, simplemente hacía lo que me pedía.

Empezando el último año de universidad, mi padre sufrió un

infarto. Murió en la madrugada en esa habitación de un geriátrico

sin que su familia estuviera allí. Ese suceso golpeó a nuestra

pequeña familia en lo más profundo. Perder a papá fue como perder


las raíces del árbol que nos sostenía. Mi madre, tan alegre y

optimista como era, perdió la chispa de la vida y se encerró en su

dolor por un tiempo. Una mañana la vi en el jardín arrancando los

hierbajos y las pocas flores que sobrevivieron. Lo comprendí, el

amor que sentía por él lo transmitía en el jardín que cuidó por tantos

años, ya no estaba quien admiraba sus flores, ya no había un motivo

para cultivarlas.

Le llevó tiempo reponerse, dejó de cantar y de bailar. Estaba

sanando sus hojas, dijo alguna vez.

Yo tomé la decisión de volver a casa y conducir cada día a clases

para estar pendiente de ambos, gracias al cielo que Gavin no fue un

chico rebelde y se mantuvo ocupado con el instituto, los deportes y

el trabajo. Cuando me gradué recibí oportunidades importantes.

Pero en casa las cosas no iban bien, mi madre ya no dictaba clases y

tuvimos que vender el hogar que papá nos construyó incluyendo la

jacaranda que nos vio crecer.

Acabamos en una de las propiedades de los Lowell.

Cuando le planteé a Connor mudarme a Los Ángeles para tomar el


empleo que me ofrecían en una agencia de marketing, se transformó

en otra persona, me acusó de querer dejarle, que si me iba era

porque ya tenía a alguien allí esperándome, que solo le había usado


y que nunca le había querido… la pobre tonta manipulable que era

no resistió verle llorar por un desamor que solo existía en su cabeza

y le dijo que se lo pensaría. Pero para Connor esa no fue una

respuesta, así que un día me llevó al Golden Gate, me habló de

casarnos y vivir juntos, él me daría lo que quisiera, solo tenía que

pedirlo.

—Creo que es muy pronto, Connor —musité conmocionada por la

petición—, acabo de graduarme, mi familia me necesita y yo…


Mi respuesta fue el detonante. Su rostro se transfiguró en ira y

dolor.
—¡Jamás me has querido, ¿verdad? Solo soy el salvavidas que llegó

a tu vida cuando te ahogabas y te aferraste a mí!


—No… claro que no.

—Lo sé… lo sé —se agarró la cabeza a dos manos—, he pasado seis


años detrás de ti mendigando que me quieras, conformándome con

lo poco que me das, esperando que algún día todo cambie y me veas
como yo te veo a ti.

El llanto se desbordó por sus mejillas, le vi ponerse en cuclillas y


cubrirse la cabeza mientras lloraba desolado, la culpa me azotó sin
tregua. Llegué junto a él y le cubrí con mis manos, buscando que se

calmara.
—No es así, cariño. Yo te quiero, eres lo más importante para mí,
te debo tanto… solo es que estoy preocupada por mi familia.

—Siempre tu familia, siempre otros y yo al final —refutó—, no lo


soporto más. Si no vas a quererme para qué seguir aquí.

En un parpadeo yo estaba en el suelo y el trepaba por la estructura


del puente amenazando con lanzarse. Mis latidos se dispararon y

corrí hacia él para detenerle, supliqué, pedí perdón, me arrodillé…


no sé qué tanto hice para hacerle desistir. Actuaba como un
demente, la persona que veía no era el hombre que conocía.

Las personas se aglomeraron y en instante llegó la policía. El


espectáculo acabó con él bajando de allí como el ser más frágil del

planeta y haciéndome sentir miserable por negarme a su propuesta.


Una ambulancia llegó y los paramédicos le revisaron, a mí la

policía me interrogó y finalmente me dejaron ir a ver a Connor, le


encontré sentado en una camilla y cubierto por una manta, su

expresión seguía siendo la de un hombre abatido, con la mirada al


suelo.

—Connor… —dije con la voz medida y suave evitando que


reaccionara de alguna manera, él se mantuvo con la vista al suelo—,

¿estás bien?
Movió la cabeza afirmando.
—¿Quieres irte a casa?
Repitió el gesto.

Le ofrecí mi mano para bajar y finalmente pudo mirarme, había


tanto dolor en sus ojos que sentí el puñal de la culpa atravesar mi

pecho.
—No podría vivir sin ti, mi amor —acarició mi mejilla con

delicadeza—, tenerte a mi lado es lo único que me hace feliz.


Le creí.

De regreso cambió el tema a un viaje que quería que hiciéramos,


se veía animado, aplomado, dueño de sí. Como si nada hubiera

pasado. Y así fueron los días siguientes. No me lo propuso de nuevo,


primero hizo su trabajo con calma, llevándome a cenar, dándome

joyas y regalos. En una cena familiar, mientras los demás discutían


sobre el futuro de mi carrera y las aspiraciones políticas de Connor,

mi madre sugirió que podía ofrecer mis servicios como planificadora


de eventos y de ese modo trabajar en Santa Helena. Yo se lo había
comentado unos días antes, que era un sueño para mí establecer una

agencia. Pues fueron las palabras mágicas para Connor. Mi suegra


sugirió que ella podría recomendarme con su círculo social y se

ofrecía como mecenas de la inauguración. En un parpadeo mi sueño


fue un plan de negocios de los Lowell y en un mes, Connor ya tenía
un local disponible en la zona comercial del pueblo y su chequera

abierta para que fundase mi propia agencia.


Quise negarme, ya tenía una deuda enorme con su familia y no

quería una más. Pero Connor era sagaz, y calculador. Supo ponerme
en las manos una oferta que parecía hecha para mi beneficio en

lugar del suyo. Me ofreció una sociedad, él sería el capitalista y yo le


abonaría a la deuda con mi trabajo. ¿No era un sueño hecho
realidad? Para mí lo fue, sabía que era un negocio rentable por la

proyección que tenía el valle y porque no había otra agencia de


eventos que me compitiese.

Dicen que es mejor ser pionero que imitador.


Imaginé que en algunos años, mi deuda se saldaría y tendría una

forma de cuidar de mi familia, más cuando Gavin fuese a la


universidad. Porque mi padre hubiera deseado que lo hiciera.

Ojalá la vida ocurriera como la planeamos, pero en realidad es un


viento impredecible que empieza como brisa y en un instante se

convierte en marea.

Solté de mis manos la maceta de flores que le ayudaba a llevar a

mi madre al auto, cuando las primeras contracciones fuertes me


golpearon como olas rompiendo contra las rocas. Sentí que mi
cuerpo se tensaba y mi vientre se apretaba con una intensidad que

nunca antes había experimentado.


—Cariño, ¿estás bien? —expresó mi madre en medio de la

angustia. Puso su mano encima de la mía sobre mi vientre y esperó


mi respuesta—, respira, profundo y largo.

—Es una contracción —jadeé.


—Ven, siéntate un momento.

Me acomodó en una silla y corrió a la puerta para girar el letrero


de abierto a cerrado. Volvió y me sirvió agua del dispensador.

—Sabía que no debía ponerte a cargar —se recriminó y con dedos


temblorosos, sacó el móvil de su delantal—, llamaré a Gavin.

—No es…
No pude terminar la frase, una nueva contracción más intensa y

más cercana me arrancó un gruñido de la garganta. Traté de


concentrarme en mi respiración, recordando las técnicas de
relajación que me habían enseñado en las clases prenatales. Pero

incluso con toda mi preparación, no pude evitar sentirme abrumada


por el dolor.

Escuché a mi madre hablar con mi hermano, Gavin trabajaba en el


museo de arte de Berkeley como historiador y siempre pasaba a

buscarla después del trabajo para llevarla a casa.


—Tu hermano está en camino, cariño.
El reloj corría lento y el dolor era insoportable. Mi madre se veía

preocupada y no me gustaba verla así.


—Llama a Alice —le pedí—, querrá estar aquí.
—Claro… y a Connor ¡¿cómo se me ha podido olvidar?!

—Ella se lo avisará, no te preocupes.


Gavin entró como una marea.

—¿Estás bien, honey queen? —bromeó para relajar la tensión.


Sonreí un poco.

—Un humano amenaza con nacer aquí mismo si no llego a un


hospital.

Su expresión de asco fue de postal.


—El lavado del coche va por tu cuenta.

Me ayudó a levantar y los tres subimos al auto rumbo al hospital.


Por el camino ambos se concentraron en recordarme que debía

respirar, mi madre sostenía mi mano y me ofrecía palabras de


aliento. Los días que llevaba junto a ellos fueron viento de cara, su

presencia era reconfortante, verles, escucharles, oír sus risas…


fueron medicina a todo lo que me consumía por dentro.

El tiempo perdía todo significado mientras luchaba contra las


contracciones. Cada una parecía durar una eternidad, pero al mismo
tiempo, pasaban tan rápido que apenas tenía espacio para
recuperarme antes de que llegara la siguiente.

Finalmente llegamos al hospital. Sentía una mezcla de emoción y


miedo ante lo desconocido, pronto conocería a mi hijo y volvería a

mi prisión consciente también de los desafíos que estaban por venir.


Una vez en el hospital, todo ocurrió deprisa. Los médicos y las

enfermeras corrían de un lado a otro, preparándome para lo que


vendría a continuación. Sentí una oleada de pánico mientras me

dejaban en la sala de partos, pero también una determinación feroz


de seguir adelante, de dar a luz a mi hijo, conocerle al fin después de

tantos meses viéndole crecer en mi vientre, notando sus


movimientos y cambiando los latidos de mi corazón para

acompasarse con los suyos en la misma melodía.


Y entonces, después de horas que parecieron días, llegó el
momento. Sentí una presión abrumadora en mi bajo vientre, y supe
que era hora de empujar. Cerré los ojos y me entregué al proceso,

dejando que mi cuerpo hiciera lo que había sido diseñado para hacer.
Por un mínimo instante pensé en que Connor iba a recriminarme el
no estar allí presente, pero no me importó lo que pudiera decir o
hacer, ese momento era solo mío, como lo fueron los ocho meses de
espera en los que no obtuve de él más que indiferencia. Mi hijo no lo
necesitaba allí, ya tendría suficiente de su padre en el futuro.

En un instante, todo cambió. Sentí cómo mi hijo salía de mí, cómo


el mundo entero parecía detenerse por un momento en cuanto lo
pusieron en mis brazos por primera vez. Las lágrimas brotaron de
mis ojos mientras lo miraba, sintiendo una oleada de amor y
gratitud que nunca antes había experimentado. Su llegada al mundo

fue una experiencia profundamente transformadora, un hijo siempre


te abre los ojos a tus miedos y fortalezas.
En ese momento, supe que estaba dispuesta a enfrentar cualquier
monstruo por mi hijo, y que el amor que sentía por él era más

grande que cualquier cosa en este mundo.


Este árbol prisionero al fin había retoñado.
Ocho
Suplir la ausencia
Jared

No tuve tiempo de procesar la tristeza o la decepción que me causó


el abandono de Allison porque April consumía cada minuto de mi

tiempo y estaba más preocupado por mantenerla con vida que por
sentarme a llorar de desamor en una esquina. A veces pienso que en

realidad no la quería tanto como pensaba, o que lo que sintiera por


ella murió en el mismo instante en que fue capaz de despreciar a un

ser indefenso e inocente. Tampoco me ayudó que al llamar a mis

padres para pedirles un poco de colaboración, por lo menos que mi


madre viajara a ayudarme mientras yo organizaba mis horarios, me

llevara un sermón y encima la culpa de no saber retener a Allison.


No volví a llamarles ni a responder a sus llamadas, el orgullo me dio

los bríos necesarios para asumir que podría con todo y que si antes

no les necesité, entonces tampoco lo haría.

Pero lo cierto es que sí necesitaba mucha ayuda y que la mayor


parte del tiempo estaba asustado sin saber cómo hacer las cosas,
dependiendo de la ayuda de mis compañeros en el hospital para

calmar mis dudas si mi hija hacía algún ruido extraño o lloraba sin

parar. Pasaba horas eternas observándola dormir, me aterraba la

idea de que se diera vuelta o alguna manta le cubriera el rostro y el

resultado fuera fatal. No era paranoia, era médico y veía cada caso a
diario en el hospital.

En el control mensual, el pediatra sugirió que el color de su piel

estaba un poco cenizo y que podría ser anemia, no era grave, sin

embargo, en los recién nacidos es la leche materna la que ayuda a

curarla, mi pequeña no había tenido ese detalle por parte de su


madre. No me detuve allí, busqué ayuda en el banco de leche del

hospital y di con una nodriza que me permitió llevarla a su casa en

las noches para amamantarla. Me sentía como un mercader

contrabandeando leche materna para mi hija. También tenía una

canguro para ayudarme cuando tenía que cubrir turno, durante el

día la llevaba a la sala cuna del área de pediatría.

Una noche que, por mi torpeza y mi cansancio, le di la leche


demasiado a prisa, ella se quedó quieta, casi sin respirar y luego su

rostro se tornó de una tonalidad azul. Se estaba ahogando y yo entré

en pánico. La movía, la ponía bocabajo y ella se veía cada vez más

azul. Al final le di golpecitos en la espalda y acabé cubierto por el


vómito blanco. No me importó, ella volvió a respirar y sus mejillas se

pintaron de rosa. Suspiré aliviado.

Sobreviví en esa rutina por unas semanas más, y cada día me

sentía más agotado. No sabía cómo lograba mantenerme en pie. Gigi

me reñía, me decía que un día iba a quedarme dormido encima de un

paciente en medio del quirófano. Con el ritmo que llevaba no era


una idea disparatada.

Ella fue otra que padeció con la ausencia de Allison, no conseguía

una cuidadora de tiempo completo, y a su avanzada edad no era

recomendable que viviera sola en una casa tan grande. Me

preocupaba que cualquier día ocurriera un accidente y nadie

estuviera cerca para socorrerla.

Ese miedo se materializó una mañana que recibí el llamado a la

sala de emergencias por una fractura de cadera. Ese día conocí

también al ángel de la guarda de mi hija. Bueno, no se veía como los

ángeles de los templos religiosos, era un poco mal hablado y guasón,


ese día iba en pantalones cortos y camisa sin mangas, y recordaba

haberle visto correr como un galgo atrapando la bola en los juegos

de la NFL. El legendario mariscal DeLuca estaba frente a mí sin

imaginar por un instante que se convertiría en el hermano que

nunca tuve y en el padre de repuesto de mi hija.


Aunque ese es un resumen bastante general de lo que Luciano

simboliza en la vida de todos nosotros, empezando por lo que

significó para Gigi su llegada a Napa, como enviado por el cielo.


Luciano es un hombre de convicciones fuertes, de sentimientos

acérrimos y de actos radicales.

Un día nos reunimos en casa de Gigi para cambiar su habitación al

primer nivel de la casa, yo llevé a April y prometí no tardarme,

acepté ver el juego y me quedé dormido casi de inmediato. Cuando

abrí los ojos, mi hija reposaba en los brazos de Luciano y desde ese

momento no los pude separar.

No supe cómo pasó, yo estaba demasiado cansado para notar las

cosas que ocurrían a mi alrededor. Pero recuerdo que empezó con él

llevándome a casa, dejándome en la cama y colocando a April en su

cuna. Pasó la noche allí y también recuerdo que fue la primera vez

en muchos meses que pude dormir de largo hasta el día siguiente.

En la mañana les vi, a los tres, Luciano con April en brazos y

Celine preparando un biberón. Fueron las manos extra que estaba

pidiendo a gritos. Pronto nos convertimos en una familia, nuestras

historias no tenían rumbos parecidos, pero sí teníamos en común el

haber llegado al valle buscando un nuevo aire.


Desde ese momento, Luciano y Celine se turnaban para ayudarme

con April, la llevaban con Gigi y se preocupaban por mi bienestar.

Encontré una familia para mi hija… también para mí. Juntos

aprendimos a criar a una niña dulce y encantadora, en un intento

por hacer que ella no notase la ausencia de su madre. Y fue tan

bueno el trabajo de Luciano que ella empezó a decir que tenía dos

papás, Luciano y yo. Y si ella lo consideraba de ese modo era porque

él se lo había ganado, con su dedicación, con el cariño desmedido

que le daba, que no le importaba la hora o el momento, él siempre

tenía tiempo para ella, la incluía en su vida como una parte muy
suya, aunque era el alcahuete, yo imponía dieta saludable y él se

imponía con pizza y chuches. Y Celine fue esa presencia femenina

que mi hija necesitaba para desarrollar su personalidad, era la

encargada de elegir su ropa porque Luciano y yo no teníamos buen

gusto. Nos enseñó a peinarla sin dejar bultos, a jugar a las muñecas

y a disfrutar de las películas de princesas. Son mi equipo A.

Pero siempre hay momentos de bajón, de sentirse culpable, de

recriminarse.

Cuando April empezó a ver que las familias más tradicionales o

comunes incluyen a una madre y un padre en lugar de dos padres,

sus preguntas también llegaron y con ellas mi miedo a que la verdad


le hiciera daño. Ocurrió un día cuando su fiesta de cinco años estaba

por llegar y mis padres viajaron a vernos. No llevábamos la mejor

relación, pero April, que es el puente de las relaciones que hay en mi

vida, hizo la tarea de acercarnos. Ellos la adoran, es lo que importa.

Mi madre me ayudaba en la cocina de Gigi con la bandeja de

aperitivos y mi padre servía las bebidas, Luciano abría el vino y

Celine ponía la mesa, Gigi nos observaba trabajar.

—Mamá, el plato de April sin nueces, creo que es alérgica.

Fue un simple comentario, hasta que April habló y logró callarnos

a todos.

—Papi ¿por qué tú tienes una mamá y yo no?

La sangre me bajó a los pies, creí que iba a desmayarme allí. Mi

cerebro buscaba una respuesta mientras mi respiración se agitaba y

el sudor me perlaba la frente. Gigi salió en mi rescate cuando

ninguno pudo articular una respuesta.

—Todos tenemos una mamá, querida, pero algunos no llegamos a

conocerla. Y a veces pasa con los papás, es como en tu juego de

lotería, cuando más quieres que te salga esa carta que completa el
tablero, resulta que llega otra.

Mi hija juntó las cejas y miró a Luciano, después a mí.


—Entonces, mi lotería me mandó dos papis porque no iba a

conocer a mi mami.

Me quise morir. Creo que a los demás les pasó igual porque mi

madre contuvo un gemido y escondió el rostro para no mirarla.

—Sí, te ganaste la lotería de los papis —alardeó Luciano, se acercó

a ella y la llenó de besos, sus risas inundaron la estancia y disiparon

la tensión.

Sin embargo, ese era solo un aviso de que las preguntas de mi hija
apenas estaban empezando y mi padre, con su olfato de sabueso

investigador, no tardó en advertirlo. Se acercó a mí para susurrar:


—Tienes que decírselo ahora, Jared, con el tiempo no lo entenderá

igual.
Las siguientes semanas me atacó el insomnio buscando la manera

de decírselo, el modo de evitarle el dolor. No iba a mentirle, aunque


sonara al camino fácil. Lo comenté con Luciano y él dijo que me

ayudaría, su solución llegó en un mail, había redactado un cuento…


no sé si sea apropiado decirlo de este modo, pero en ese momento

supe cuánto le quería.


Lo leí varias veces, era perfecto, lo explicaba con palabras simples
y sabía que April lo entendería. Su cosa favorita en el mundo

después de su muñeca Nancy, eran los cuentos antes de dormir.


Pasé a por ella, estaba con Celine practicando ballet, se había
enamorada de las bailarinas desde que vio una película animada y no

pude negarme a inscribirla en clases de baile. Y resultó una


grandiosa idea, llegaba cansada a casa y no debía batallar con la hora

de dormir.
—Papi, la señorita Giselle envió esto para ti.

Me entregó una tarjeta. La miré de reojo y la metí en mi bolsillo,


ayudé a April con el cinturón de seguridad y cerré su puerta, subí a
mi lugar y encendí el motor.

—Luciano me ha dicho que te llevará a Sonoma el domingo.


Ella lo festejó.

—¡Me encanta el mar, papi!


—Recuérdale que debe ponerte la loción solar cada vez que entres

al agua. No quiero que al regreso seas un camarón.


—¿Por qué no vienes?

Salí de la calle de Celine rumbo a casa, llevaba las bolsas de la


compra en la silla del copiloto y me di cuenta de que olvidé comprar

el cereal que le prometí dejarla comer. No me gustaba que comiese


tanto dulce y evité que conociera el mundo de los cereales hasta que

empezó a asistir a las clases de danza y se enteró de lo que comen


sus compañeras al desayuno.
—Porque tengo programada una cirugía un poquito difícil.
—No mientas, papi, cuando dices que es un poquito difícil es que

pasarás todo el día con tu capa de super doctor.


Le sonreí a través del espejo retrovisor, mi niña siempre me ponía

el ego muy arriba.


April se concentró en su muñeca, de reojo la veía moverle los pies

y las manos imitando los movimientos que ella misma aprendía en


sus clases de ballet. Una vez estuvimos en casa, dejé las bolsas de la

compra en el mesón de la cocina y ella fue hasta su habitación para


dejar sus cosas. Al volver subió a las sillas altas para acompañarme a

preparar la cena, le gustaba poner los ingredientes y que yo


mezclara.

—¿Qué te envió la señorita Giselle?


—No lo sé, princesa, no la he visto.

—Yo sí, leí dos palabras, fiesta y madres.


Tragué en seco en nudo en mi garganta, seguro que palidecí.
—¿Estás segura de que eran esas dos palabras?

—Pues… —se lo pensó un momento—, el papi Luciano dice que la


m con la a es ma, que la d con la r en drurr —imitó el sonido y yo

morí de amor—, y la e con la s se dice es. Lo he sumado y parece que


la palabra es madres.
—No se dice sumado sino juntado, las sílabas no se suman, a

menos que estés contando cuantas sílabas tiene una palabra.


Junto las cejas de un modo tan cómico que no pude evitar sonreír.

—¿Qué son sílabas, papi? Me enredas la cabeza.


Le acaricié el pelo y besé su frente.

—El papi Luciano es mejor para las palabras que yo, él te lo


explicará.
Mi hija tiene la sorprendente capacidad de cambiar de tema

cuando algo se complica, o, por el contrario, tirarte a las vías del


tren sin piedad. En ese momento me ayudó con la ensalada mientras

yo terminaba de cocer el pollo y recordaba que tenía en el horno la


guarnición de calabaza. April odiaba la calabaza, pero era buena

para ella, tuve que tomar clases de cocina para aprender a prepararla
de modo que le supiera mejor y ahora se la preparaba gratinada con

mucho queso y ella limpiaba el plato. Me habló de su amiga Emily,


que tomaba clases de gimnasia y de patinaje. Por supuesto, mi hija

también lo quería. Y no entendía si era por pasar más tiempo con


ella o una especie de competencia. Le expliqué que podría terminar

agotada por tanto trabajo y me prometió no quejarse ni una vez,


como no lo hacía con el ballet.
—¿Y si pruebas algo de música o pintura? Te encanta cantar, te

sabes todas las canciones de las pelis y gastas crayones a saco con
los libros para colorear.

—Emily dice que la música es aburrida y debes aprender un


lenguaje nuevo… yo apenas si estoy aprendiendo a hablar, papi y

para colorear está la guardería. Luego el cole.


¿De dónde sacaba mi hija ese aluvión de palabras y conclusiones?

Tenía cinco años apenas. Y sin embargo.


—Hagamos una cosa… —espiré—, te llevaré a gimnasia solo si

aceptas ir a clases de música.


—¿Y el patinaje?

—Veremos si te quedan alientos después de salir de gimnasia.


Y lo decía con conocimiento de causa. Su amiga Emily me había

visitado con su madre la semana anterior por una torcedura de


tobillo. Le sugerí evitar tantas actividades que le podrían causar
lesiones innecesarias y su madre resolvió que el patinaje era el

culpable. Emily no volvería a patinar así que mi hija tampoco querría


hacerlo cuando lo supiese.

—Lleva el plato al fregadero y prepárate para el baño, subo


enseguida.

—Sí, papi.
La vi moverse en puntas de pies y negué con la cabeza, mi hija era
el doble de testaruda de lo que éramos Luciano y yo. Y cuando quería

conseguir algo se dedicaba por completo.


Limpié la cocina y finalmente busqué la tarjeta de la señorita
Giselle. Sentí un pellizco en el pecho al ver de lo que se trataba, se

avecinaba el día de las madres y harían un recital madre e hija,


pedían voluntarios para entrenarse un par de noches a la semana.

Saqué el móvil, le tomé una foto y se la envié a Luciano. Su


respuesta me robó una sonrisa.

Luciano: Si quieres me pongo una peluca y me pinto los labios,

bombón.
Jared: Sé que no es obligatorio, pero April se va sentir
mal.

Luciano: ¿Ya le leíste el cuento?


Jared: No, lo haré en un rato.

Luciano: Bueno, no puedes controlarlo todo, viejo, deja que el agua


corra, seguro que la piccolina nos dará otra de sus lecciones de

madurez prematura.
Jared: Eso espero.
Cuando llegué arriba, April ponía la ropa en el cesto y llevaba un
peine enredado en el pelo.

—No puedo deshacerlo —dijo.


—Es desenredar, cariño.

—No me gustan las palabras con erre, hacen que me muerda la


lengua.

Me carcajeé, ella permaneció seria.


—Lo siento, vamos a la bañera.

Entró sola y cuando ya estuvo en la bañera me avisó. Estaba


enseñándole a ser independiente y también a tener pudor, yo era su

padre, pero no por eso debía verla desnuda y fue algo que Celine nos
ayudó a enseñarle, que los chicos y las chicas tenemos partes del

cuerpo que nos hacen diferentes.


Tomé el frasco rosa que contenía la loción para desenredar. La
puse en su pelo y esperé uno segundos antes de pasar el peine. Era
una maravilla la forma en que los nudos se doblegaban. Luego tomé

la regadera para mojarle el pelo y le hice el masaje que nos enseñó


Celine. Le puse la toalla en la cabeza y, mirando para otro lado, le
entregué la bata.
—Ponte el pijama y lávate los dientes, traeré los ositos.
Los ositos era la forma en que llamaba a las vitaminas que tomaba
por las noches. Me aterraba que tuviera un sistema inmunitario bajo

y que cualquier virus la mandase a la cama. Luciano me decía que


exageraba, pero yo seguía creyendo que la leche materna que no
recibió en los primeros meses de vida debía suplirla de alguna
manera.
Volví con el agua y los ositos y April ya esperaba en la cama para

secarle el pelo.
—Papi, ¿por qué tú no tienes novia?
Otra de sus preguntas bomba.
—Porque tengo una pequeña princesa en casa a la que le dedico

todo mi amor y mi tiempo. No necesito más.


—Pero el papi Luciano tiene muchas novias y también cuida de mí.
—El papi Luciano es…
—No es mi papi de verdad, ya lo sé. Pero si él puede tú también.

—No es tan fácil.


—Pero si la tía Celine dice que el papi Luciano se unta miel y por
eso tiene novias como abejas. ¿No puedes también ponerte miel?
Negué con la cabeza.

—Intentaré con la miel, pequeña, pero no te prometo nada.


La metí en la cama y me puse a su lado para acunarla.
—¿No me leerás el cuento de los animales de la selva?
—Esta noche no, tengo otra historia, de una princesa que vive en

un país muy, muy lejano, y me lo ha enviado especialmente para ti.


¿Quieres oírla?
—Sí, por favor. Pero ¿por qué me lo envió a mí? ¿Quién es ella?
—Te lo envió porque fue tu cumpleaños y siente que es momento

de que conozcas su historia.


—Estaré muy atenta… ¿y podré escribirle para agradecer?
—Luego vemos eso, ¿vale? Voy a empezar a leer antes de que te
duermas.

Tomé el móvil y abrí el correo. Me llené los pulmones de aire antes


de empezar a leer.

«En un reino muy lejano, en un hermoso castillo adornado con torres


altas y jardines llenos de flores, vivía una pequeña princesita llamada
Primavera. Desde que tenía memoria, solo había conocido a su padre, el

rey James, y a su fiel amigo y consejero, el mago Lucas. También a su


nana, la señorita Cielo.
Primavera siempre se preguntaba por qué no tenía una mamá como
las otras princesas de los cuentos que leía en sus libros. O como los

niños de la aldea que siempre iban de la mano de su madre al mercado.


Un día, decidida a encontrar respuestas, se acercó a su padre y le

preguntó:
—Papito, ¿por qué no tengo una mamá como todos los demás niños?
¿dónde está mi mamá? ¿Por qué no está aquí con nosotros?
El rey James la abrazó con cariño y la llevó al jardín, donde se
sentaron juntos en un banco bajo la sombra de un viejo árbol.

—Princesa de mi corazón, luz de mi vida —comenzó a explicarle con


ternura—, tu madre, se fue hace mucho tiempo. Ella tuvo que partir en
un largo viaje y, aunque quería llevarte con ella, yo le pedí que te dejara
conmigo para cuidarte y protegerte.

Primavera frunció el ceño, confundida.


—¿Por qué tuvo que irse? —preguntó con voz temblorosa.
El mago Lucas se unió a la conversación, arrodillándose frente a ella.
—Tu mamá debía cumplir con una misión —dijo con suavidad—. A

veces las personas debemos desprendernos de lo que más queremos,


unas veces por miedo y otras por obligación, pero el destino siempre
compensa a los seres nobles y envía a otras personas para evitar que
sufran, hacerlas sonreír y acompañarlas.

—¿Como te envió a ti, mago Lucas y a la nana Cielo? —preguntó


sonriente.
—Sí, mi princesa —respondió el rey—. Lucas y Cielo no reemplazan a

tu madre, pero están aquí para quererte y cuidarte.


Primavera miró a su alrededor, pensativa. Aunque todavía tenía
muchas preguntas, comenzó a comprender que su madre había hecho lo
que creía mejor para todos.

—¿Ella volverá algún día? —preguntó con esperanza en sus ojos.


El rey James sonrió y acarició suavemente la cabeza de Primavera.
—Nadie lo sabe, hija mía. Pero mientras tanto, siempre estaremos
aquí para ti. Tú eres nuestra princesa y siempre te amaremos y

cuidaremos con todo nuestro corazón.


Con el amor y el apoyo de su padre, del mago Lucas y de la nana
Cielo, la princesa Primavera aprendió a aceptar la ausencia de su
madre y a valorar el amor y la compañía que tenía a su lado. Y así, en el
hermoso castillo, la princesita creció rodeada de amor y magia, lista

para enfrentar cualquier desafío que la vida le presentara. Fin».

Terminé la lectura con un nudo en la garganta. April se dio la


vuelta, acunó mi rostro con sus manitos y sonrió con esa dulzura
única en ella. Los hoyuelos de sus mejillas se marcaron.

—Soy feliz contigo, papi.


Nueve
Mala hierba
Dustine

La primera vez que escuché el latido de mi hijo en mi vientre, algo


dentro de mí despertó. No supe cuán marchita estaba por dentro

hasta que le sentí moverse, y lloré, lloré de alegría, lloré inundada de


una certeza plena y arrebatadora, de que todo el camino andado me

llevó a ese momento. Basta el amor para no envilecernos, para


soportar la tempestad, para mantener la esperanza. Basta un latido

para sentirse vivo. Mi hijo fue mi despertar, un rugido de leona que

se formó en mi garganta para defenderlo de cualquiera que lo


quisiera dañar. Podría soportar mi propio dolor, pero nunca el suyo.

Ese fue el significado del amor para mí, descubrir que la vida
sucede en el corazón y que nadie puede quitarnos lo que hemos

amado, incluso si nos arrebatan lo demás.

Me dormí después del parto y cuando desperté me encontraba en

una habitación, noté la sombra de alguien más y me alerté. Me


quedé quieta tratando de saber lo que pasaba, en la penumbra la luz
apenas se filtraba a través de las cortinas entreabiertas. Las

partículas del perfume de Connor me confirmaron su presencia y

empecé a temblar, busqué con la mirada el botón de llamada por si

necesitaba ayuda y, a la par, seguía sus movimientos; volteó a verme

con una mirada vacía, enseguida se acercó cautelosamente a la cuna


donde reposaba mi hijo. Sus ojos, fríos y distantes, se posaron en el

pequeño que dormía, ajeno al mundo que lo rodeaba.

Le vi inclinarse sobre la cuna, observando al bebé con una mezcla

de curiosidad y desapego. Cuando estiró sus manos en su dirección,

quise apartarlas, eran las garras de una bestia salvaje que no conocía
el tacto y la ternura, iba a hacerle daño, estaba segura. Sus manos se

posaron sobre la manta que cubría a mi bebé. Sin embargo, no hubo

un destello de emoción en su rostro, solo una mueca inexpresiva y

distante.

Mi niño, ajeno al carácter de su padre, emitió un suave murmullo y

se removió en medio de su sueño. Los ojos de Connor no expresaron

ni un leve atisbo de amor, fue una rotunda indiferencia.


La puerta se abrió y la luz se coló en pleno, iluminando la

habitación.

—¿Está despierta? —susurró mi suegra.


—Sí, parece que no he podido evitarlo —dijo Connor y tomó a mi

hijo en sus manos—, no podía esperar más, necesitaba conocer a mi

pequeño príncipe.

Temblé. La luz se encendió y escuché la voz de mi suegro, de mi

madre y de Gavin, en un instante llenaron la habitación, mamá se

acercó a saludarme y mi hermano tomó mi mano.


—¿Cómo te sientes? —preguntó mamá.

—Estoy bien, todo fue muy rápido.

—Tanto que no me dio tiempo a llegar —se quejó Connor, lo

estaba esperando.

Le vi sentarse en la mecedora cargando ese pequeño bulto rubio,

no podía quitarle los ojos de encima.

—Nos tomó por sorpresa, llegamos a pensar que alumbraría en el

auto —mencionó mi hermano.

—Ya ocurrió, lo importante es que mi nieto está aquí —agregó mi

suegra—, ven, déjame cargarlo.


Connor le entregó al bebé y caminó en mi dirección sin dejar de

mirarme, llegó a mi lado y pasó un brazo por encima de mi cabeza,

enseguida besó mi frente.

—Estarás exhausta, mi amor, pero te ves preciosa. Eres la madre

más guapa de este hospital.


Los demás disfrutaron con la escena, yo me esperaba el remate de

su actuación.

—Deberíamos dejaros descansar —sugirió Benedict—, podremos


volver en la mañana.

—Me gustaría quedarme, pero no permiten acompañantes —

informó mi madre—, estaré aquí muy temprano.

Connor volvió a besarme en la frente y fue a por mi hijo, esta vez

su mirada era tan brillante que cegaba, enseguida le oímos sollozar.

—Perdonadme, no he podido contener mi emoción. Es que esta

sensación de plenitud es tan especial, que no lo sabes hasta que

tienes a tu hijo en brazos —volvió a mirarme—, gracias por hacerme

este inmenso regalo, amor mío.

Apreté las manos en la sábana, era un manipulador experto.

Estaba disfrutando de tener la atención sobre sus hombros.

—Lo sé, hijo —intervino Benedict y le palmeó el hombro—,

disfruta de este momento porque el tiempo pasa muy rápido.

—Tienes razón, papá —suspiró—, quiero documentar cada

momento de su vida, y quiero gritarle al mundo que soy padre...

traeré a un fotógrafo, voy enviar postales a la familia.

Quise reírme, el bebé no era más que una extensión de su propio


ego, un accesorio para mostrar al mundo, o a su hermano, su
supuesta superioridad.

—Ese niño lo volverá loco —vaticinó mi madre embelesada con la

reacción de Connor, si tan solo hubiera sabido quién era su yerno—,

tu padre estaría tan feliz.

Sentí la nostalgia cubrir con su manto aquel momento, me faltaba

la persona más importante de mi vida en esa habitación.

A mi hijo le llamaron Kenneth, fue decisión de su padre y de su

abuelo porque era un Lowell, como otro de sus activos, como si no

fuese más mío que suyo. No tuve espacio para negarme, tampoco me

preguntaron si estaba de acuerdo o si quería sugerir otro nombre —


pero como este espacio es solo mío puedo decirlo—, me hubiese

gustado llamarlo Simon, como mi padre.

Durante las primeras semanas nos visitaron a diario en casa los

familiares y amigos de los Lowell, llegaron regalos para mi hijo y

flores para mí. Connor se encargó de seleccionar lo que le parecía de

valor y de tirar las flores, era como si le produjese alergia mirarlas.

Cuando las aguas se calmaron y las visitas se redujeron a mi

suegra exclusivamente, Connor pudo dejar el papel de padre

perfecto y mostrar lo que realmente sentía por Kenneth. En los

primeros meses de vida de mi hijo, la presencia de Connor fue más

bien intermitente. A menudo se mostraba distante e indiferente,


como si su mera existencia fuera un inconveniente en su vida llena

de preocupaciones y ambiciones personales. Y en ocasiones

simplemente pasaba de él, yo no sufría por ello, prefería que se

mantuviese distante y agradecía que mi hijo no llorara, las pocas

veces que ocurría, el llanto se terminaba pronto y Connor no se

enteraba. Además, tenía una enfermera nocturna encargada de

evitar que el llanto de su hijo le despertara.

Cuando Connor estaba presente, sus interacciones con el bebé

carecían de calidez y afecto. En lugar de abrazos o risas juguetonas,

su trato era frío y mecánico. Cuando cumplió los nueve meses,

despidió a la enfermera y tuve que encargarme por completo de él.

Estaba regresando a mi trabajo a media jornada y recurrí en su

ayuda.

—¿Crees que podemos buscar una canguro para las mañanas? —

sorteé durante el desayuno.

—¿Por qué necesitarías una canguro? —dijo con sordina.

—El trabajo en Meraki ha aumentado y no quisiera llevarlo a una

guardería, es muy pequeño aún.


Le vi juntar las manos encima de la mesa y observarme con

frialdad.

—No comprendo tu petición.


Suspiré resignada.

—No puedo encargarme sola de todo.

Su mirada brilló como la plata, fría y acerada.

—¿No querías un hijo? Ahora lo tienes. Es tu problema, no el mío.

Soluciónalo.

Creyó que me había vencido, que dejaría de trabajar o que

suplicaría. No fue lo que ocurrió, había una nueva fuerza interna en

mí, un motor que me movía a un ritmo diferente, que no permitía


que me conformara o me resignara cuando se trataba de mi hijo. Así

que resolví llevarlo conmigo, si pude hacerlo estando en mi vientre


podría usar mi cuerpo de nuevo. Usé un cargador que había

comprado Clarice y con Kenneth cargado entré en Meraki. La


acogida de las chicas fue estupenda, todas ayudaron a cuidarle si yo

no podía hacerlo, pero mi hijo era tan tranquilo que podía dejarlo en
la cuna portátil junto a mi escritorio mientras atendía a los clientes.

A Connor no le gustó, por supuesto, dijo que era una


irresponsabilidad, de nuevo fui egoísta al exponer a su hijo a un

ambiente hostil —como si de verdad le importara— y todo ocurrió al


final de la primera semana cuando su madre estaba allí, las
empleadas de la agencia y algunos clientes, dejándome por los

suelos frente a ellos, como la peor de las madres.


Su madre detuvo el escándalo, nos llevó dentro y nos preguntó por
qué no lo solucionamos con una canguro. Cuando ella me lo

preguntó, dije que ambos habíamos considerado que no debía pasar


tanto tiempo sin él, intenté que su imagen no se manchara. Pero

ante la pregunta de su madre, él me culpó de no haberlo pedido y fue


cuando Clarice lo encaró y le acusó de no escucharme ni de pensar

en el bienestar de Kenneth.
Connor salió envuelto en furia, había perdido el control de la
situación y fue desenmascarado. Algo que no soportaba era quedar

mal parado en público. Ya sabía yo lo que me esperaba en casa.


Al regreso, no había terminado de poner a Kenneth en la cuna

cuando sentí el tirón en el cuello de mi pelo enredándose en su


brazo, me mandó al suelo y, a rastras, me llevó fuera de la habitación

rumbo a la escalera, mis gritos de súplica llenaron el silencio de la


casa, él no se detuvo y no logré aferrarme a nada que obstaculizara

mi inminente castigo, la fuerza que imponía fue suficiente para


hacerme rodar por la escalera, noté el dolor en mis costillas casi al

instante, cuando llegué abajo y mi espalda chocó con el suelo,


escuché un sonido seco, algo me había roto, eso seguro.

Sentí sus pasos como pisadas de un animal gigante, con la punta


del pie me dio vuelta, se inclinó sobre mí y apretó mi mentón con
sus dedos.
—¿Querías hacerme ver como un monstruo? Pues aquí lo tienes.

—Yo no…
Una bofetada me volteó la cara y el ardor hizo su aparición.

—¡Cállate, maldita mujer! ¡No quiero escucharte! ¡Estoy harto de


ti! ¡Harto de tu hijo! —vociferaba a viva voz—. ¿Cómo te atreves a

desafiarme?
—Connor, por favor baja la voz… despertarás a Kenneth.

Sus ojos desorbitados me miraron malévolos. Una sonrisa


maliciosa se pintó en sus labios.

—Es lo que más te importa, ¿verdad? Es tu debilidad…


Me soltó y se dio vuelta rumbo a la escalera.

—¡¡¡Connor!!! —bramé desesperada, con el miedo latente de que


mi bebé se convirtiera en el blanco de su ira—. ¡Por favor detente!

Mis súplicas no surtieron efecto, me levanté por encima del dolor


que doblegaba mi cuerpo y no supe cómo subí la escalera tan rápido.
Al entrar en la habitación, Connor sostenía a mi hijo en lo alto

cerca de la ventana abierta, su llanto me estrujó el pecho, y resonaba


en la habitación llenando el espacio con una tensión palpable y mi

sensación de miedo latente.


—¿Qué haces? ¡Por Dios! —La voz me sonó quebrada, una horrible

opresión me comprimía la garganta.


—¿Quiero saber qué tiene él que te hace ponerlo por encima de

mí?
—¡No… Connor, por favor! —supliqué.

—¿Qué pasaría si ya no lo tuvieras? ¿Volverías a desafiarme? —Su


voz sonó traviesa y a la vez fría.
Le vi acercarlo al borde de la ventana, mi hijo lloraba, estaba

aterrado lo podía sentir dentro de mí.


—No te he desafiado… ¡por favor entrégamelo!

Chasqueó la lengua.
—¿Para que vuelvas a humillarme? No lo creo.

El llanto de mi hijo se mezclaba con los hipidos, mi pecho se


detuvo, estaba segura de que mi corazón había dejado de latir. No

tuve que pensarlo, me puse de rodillas delante de Connor y extendí


mis manos temblorosas en pos de recibir a mi hijo.

—Te lo ruego… por favor, entrégamelo. Haré lo que quieras, pero


no le hagas daño.

No importaba si no me quedaba un ápice de dignidad.


Connor volteó a verme desde su posición de superioridad, con el

brillo de la crueldad en sus pupilas. Reconocí el placer que le


causaba verme rendida a su merced, suplicando por su piedad. Esa

sonrisa curvada fue mucho peor que cualquier golpe que pudiera
darme.

Despacio lo alejó de la ventana y lo acercó a mí, finalmente lo tuve


en mis manos y mi pecho volvió a latir como un caballo desbocado,

lo aferré en mi regazo y lo acuné para calmarlo tratando de salir yo


misma del pánico que me mantenía temblando.

Connor dio dos pasos en dirección a la salida de la habitación.


—Eres muy dramática… —dijo, la diversión en su voz fue la

estocada final. Todo para él era un juego de control mental hacia mí.
Quería comprender, hallar la razón de su forma de actuar como un

padre modelo, mostrando una fachada de amor y devoción hacia su


hijo. Pero a puerta cerrada, su verdadera naturaleza se revelaba sin

filtro ni disimulo. Mi bebé era simplemente un instrumento que


usaba a su antojo, especialmente para manipularme. Y a la vez, era
su némesis.

No sabía cómo evitar que mi hijo absorbiera ese nivel de


malevolencia y temía que, si yo no conseguía alejarlo de ello, la

personalidad de Connor sembrara semillas de dolor y traumas que


resonaran a lo largo de su vida.
Mi madre le llamaba escardar a la acción de quitar hierbajos de un
cultivo, yo me preguntaba cómo podría hacer lo mismo para salvar a

mi hijo de la mala hierba.


Diez
Revelaciones
Dustine

El primer año de Kenneth, el festejo fue a lo grande, mis suegros


organizaron una fiesta de playa en una propiedad de Malibú a la que

asistieron casi cien personas que se alojaron el fin de semana en la


gran casa. No era una fiesta infantil, era una especie de presentación

en sociedad del heredero. Sobra decir que mi hijo pasó de mano en


mano y se mantuvo, especialmente, en brazos de su padre. Connor

era el hombre más orgulloso, el padre ejemplar, el esposo envidiable.

Era el tema de conversación predilecto donde fuera, mis amigas de


Santa Helena no se cansaban de repetirme lo afortunada que era de

seguir con Connor después de tantos años, de que él se viera tan


enamorado y que se dedicara a nuestra familia como no lo hacían

sus esposos. En todas las veces yo asentía, forzaba una sonrisa y

evitaba seguir con la conversación. Ese fin de semana no fue la

excepción, la familia se deshacía en elogios y el ego de Connor ya


llegaba a la estratosfera. Si en mis manos hubiera estado, me
hubiese quedado en la habitación para no presenciarlo, me debatía

entre el miedo que le tenía y la aversión que empezaba a

experimentar hacia él. Pero debía estar cerca por mi hijo, solo era

que él gimoteara un poco para que Connor me lo entregase. Sin

embargo, lo que peor me hacía sentir, era ver a Preston y a Charlotte


intentando acoplarse a la celebración cuando experimentaban una

pérdida reciente. Mi hijo era el arma con la que Connor hería a su

hermano.

Cuando los invitados empezaron a disiparse y Connor acabó

dormido en un sofá del salón, yo salí con mi pequeño a dar una


caminata por la playa, me apetecía quitarme los zapatos y sentir la

arena y el agua bajo mis pies. Ya no soñaba con un bikini para

meterme al agua, una razón tenía que ver con mis cicatrices y la otra

con saber que todos mis sueños estaban muertos. Cuando era

adolescente escapaba con mis amigos a la playa más cercana y

pasábamos horas en el agua, jugando o en la arena tomando el sol.

Un día ya no pude hacerlo más, y añoré por años volverlo a hacer,


con tantas ganas y tanta fuerza que cuando acepté la realidad, llegó

también la desilusión.

Pero tenía a Kenneth, y quería que él experimentase la vida a

plenitud, que descubriera el mundo y mi cárcel no frenara su


libertad.

Llevaba un vestido blanco a los tobillos y con mangas largas, era la

única mujer que estaba tan cubierta, pero ya sabemos la razón. Solté

mis zapatos estilo pumps y los dejé al final del camino de gravilla y

enseguida sentí la arena bajo mis pies. Fue una sensación cálida tan

agradable y familiar que me hizo cerrar los ojos y apretarlos con


fuerza evocando los recuerdos. Caminé rumbo a la orilla donde se

formaba un hilo espumoso de color blanco. Bajé a Kenneth y sus

piecitos descubrieron la sensación de la arena de la playa, una dulce

sonrisa se escapó de sus labios, le llevé lentamente al agua, con el

primer roce se movió hacia atrás, pero lo volvió a intentar, sus

pequeñas carcajadas me estremecieron por dentro. Cada vez que el

agua le cubría los pies, él reía.

El sol caía en el horizonte, tiñendo el cielo de tonos cálidos y

dorados, las olas rompían suavemente en la orilla, creando una

melodía tranquila y serena que envolvía el ambiente. Miré por un


instante al horizonte y vi acercarse la silueta de un hombre, por la

forma en que sus hombros caían supe que estaba abatido, las manos

en los bolsillos y la cabeza baja.

Era Preston.
Levantó el rostro cuando estuvo frente a mí, su mirada era

vacilante y reflejaba tristeza.

—Se ve tan feliz —comentó—, ha estado todo el día despierto, ¿no


debería irse a la cama este campeón?

Percibí en su voz ese anhelo por ser padre y que la presencia de su

sobrino le recordaba con dolor.

—¿Me ayudas con él? Ya está muy grande.

Sus ojos se iluminaron, no recordaba que Connor le hubiera

permitido tocarlo, como si de hacerlo se lo fuese a quitar.

—Claro que sí… ven aquí, muchachote.

Caminamos un par de metros más, de reojo les observaba, la

forma natural y cariñosa de tratar a Kenneth no era impostada como

la de Connor, era genuina. Pedí en silencio que se le concediese su

deseo de ser padre porque estaba segura de que sería uno estupendo.

—¿Cómo estás, Dustine?

No lo he dicho antes, pero cuando alguien fuera de mi entorno

diario me llamaba por mi nombre, me sentía especial. No lo sé

explicar, era como recuperar mi identidad. Connor nunca decía mi

nombre y de los demás ya tenía costumbre. La mayoría de las veces

era la señora Lowell, una de las propiedades de mi esposo.


—Bien… algo cansada, ya sabes.
—Claro… pero me refiero a ti, emocionalmente. Sé que intentas

llevar la casa, el trabajo y tu rol de madre, es de admirar. Seguro que

en mi lugar tendría a alguien que me ayudara con todo.

Sonreí levemente.

—Estoy bien, ya estoy acostumbrada al ritmo. Y a Kenneth no lo

siento como una obligación, disfruto el tiempo con él, cada instante

es como descubrir un secreto. Estoy maravillada, es la verdad.

Kenneth luchaba contra el sueño y lentamente su cabeza descansó

sobre el pecho de su tío.

—¿Es la vida que soñaste…?


Esa pregunta me causó dolor.

—No lo sé, pero ha salido bien —mentí.

Me observó en silencio y sonrió nervioso.

—¿Qué ocurre? —pregunté.

—Nada, no me tomes en serio.

—Vamos… hay algo —insistí—, tienes esa mirada…

Preston sonrió amplio.

—Vale, me has descubierto. Fue un recuerdo que se convirtió en

pregunta.

—Cuéntame —pedí.

—No, es una tontería, olvídalo.


—Venga, Preston, no me dejes con la duda.

Tomó aire llenándose los pulmones y dimos vuelta buscando la

ruta de regreso, empezaba a intensificarse la brisa.

—Vale, esto fue hace mucho tiempo, mucho antes de que Connor y

tú estuvierais juntos; durante el instituto yo... me enamoré de ti —

admitió con sinceridad, desviando la mirada hacia el horizonte—.

Era muy joven, lo mantuve en secreto buscando la oportunidad de

acercarme, solo Connor lo supo, le dije que me gustaba una chica

que iba un año atrás. Nunca fui capaz de declararme, me parecías

muy bonita, lo sigues siendo, pero yo era un cobarde. Y luego

Connor confesó que estaba enamorado de ti, entonces me di cuenta

de que tus sentimientos estaban con él y desistí por completo. No

quería interferir en vuestra felicidad ni causar problemas en la

familia.

Quedé atónita ante las palabras de Preston sintiendo cómo mi

corazón se aceleraba con esa revelación inesperada.

—Preston —murmuré, luchando por encontrar las palabras

adecuadas para responder—: nunca supe... nunca me lo imaginé.


—Fue algo de adolescentes, ya ha pasado mucho tiempo y nuestras

vidas resultaron bien. Pero al verte con Kenneth me pregunté si, de


haber derrotado a mi cobardía, sería yo quien estaría en el lugar de

mi hermano.

Noté un aleteo en el pecho y una imagen vino a mi mente

preguntándome lo mismo, si tal vez mi historia sería diferente al

lado de Preston.

—Gracias por decírmelo, me hace sentir halagada —respondí con

suavidad.

Me entregó a mi hijo cuando estuvimos de regreso en la casa.


—Espero que sigas siendo feliz —agregó antes de irse.

Tal vez nunca sabría lo que eso significaba.

No sé si alguna vez has sentido que el nudo en la garganta te impide

hablar, que, aunque quisieras subir la voz, no habría nadie para


escuchar. Que a pesar de ver el sol a diario y sentir la brisa jugar con tu
pelo, te sientes prisionera pagando una pena por un delito que no

cometiste.
¿Te has sentido así?

Yo lo siento cada día de mi vida, con los ojos abiertos o cerrados,


aunque sonría mostrando los dientes, aunque le diga a los demás que

estoy bien.
Cada año que cumplo un nuevo aniversario de casada me hago la
misma pregunta: ¿algún día podré salir de aquí? De este círculo sin

principio ni fin en el que giro en bucle esperando que se detenga. Sé lo


que estarás pensando. Que yo tengo la solución, que solo depende de

mí, que si quiero puedo romper el ciclo, que solo necesito tomar la
decisión y hacerlo.

Yo también lo he pensado.
Yo también he mirado hacia los límites de la ciudad sabiendo que allí
está la libertad.

Yo también me siento una cobarde.


¿Qué me retiene? ¿Por qué sigo aquí?

Unas cadenas invisibles me atan en este sitio, unos barrotes en mis


pies no me permiten moverme.

Es la culpa.
Es el miedo.

Es la incertidumbre.
Es la desesperanza.

Es todo junto.
Es saber que no podré cruzar la puerta y llegar muy lejos cuando ya

estaré de regreso. Que cualquier intento será inútil, que puedo tratar de
salvarme pero los que amo lo pagarán.
Hoy es mi aniversario número siete, hace tres que empecé este blog
como una necesidad de hablar, de sentir que sigo teniendo algo para

decir, alguien a quien le importe. No intento dejar un legado, o cambiar


al mundo; para algunos es un grito de auxilio, para otros una novela.

Para mí es libertad, es el espacio que tomo cuando llego al trabajo para


sacar de adentro lo que me atormenta, después de que publico esto, en

una página de incógnito, elimino cualquier rastro del historial. Cuando


vives una vida como la mía, no tienes permitido dar un paso en falso y

tampoco tienes ocasión de esconder algo teniendo siempre un par de


ojos sobre ti. Tal vez sea este mi acto más valiente, escribir, porque lo

que se escribe nunca muere.


Feliz aniversario para mí.

Secret Queen

Desde que Kenneth empezó a caminar y a moverse, tuve que


moverme detrás de él para evitar que hiciera algún desastre en casa.

Sin embargo, su infancia fue tranquila, dentro de lo que cabe, pasaba


mucho tiempo con sus abuelos porque Clarice no lograba

desprenderse de él, yo agradecía su ayuda. La indiferencia de Connor


y mi abnegación total ayudaron a mantener la calma. Yo sabía que

dependía de mí que mi hijo no creciera con la sombra de los gritos y


los golpes. Además, Connor estaba abocado a ganar la alcaldía en las

siguientes elecciones, y por esta razón, en ocasiones no llegaba a


dormir o pasaba semanas enteras por fuera. Nunca pregunté lo que

hacía, no lo tenía permitido.


Sin embargo, las cosas cambiarían como el curso del viento,

trayendo de nuevo la tormenta.


Recuerdo claramente el día en que noté por primera vez que algo
era diferente en mi hijo. Tenía apenas tres años, y estábamos en el

parque disfrutando de un soleado día de primavera. Mientras los


otros niños jugaban juntos en el arenero, él prefería quedarse cerca

de mí, obsesionado con clasificar y alinear sus juguetes en filas


perfectas. Vimos llegar a mi suegra y a Connor y de inmediato mi

hijo se pegó a mí, como si se pusiera nervioso.


—Hola, mi niño precioso —le saludó su abuela.

—Hola —le respondió retraído, noté que evitaba el contacto visual


también con ella como lo hacía conmigo.

Ella se acercó para besarle y él movió el rostro. Connor reviró


enseguida.

—¿Qué es esa falta de respeto, Kenneth? —dijo severo—, responde


al saludo de tu abuela con un abrazo y un beso.

Kenneth tiró de su camisa, visiblemente incómodo.


—Está bien, seguro es una fase —trivializó Alice—. ¿Quieres ir a

jugar con los otros niños?


Él negó y volvió a tomar los bloques para organizarlos.

Al principio pensé que era solo una fase, una de esas


peculiaridades infantiles que desaparecen con el tiempo. Pero a

medida que Kenneth crecía, los signos de su singularidad se volvían


más evidentes. Tenía dificultades para hacer amigos, evitaba el

contacto visual y evitaba el ruido, muchas veces lo encontraba


cubriéndose las orejas con las manos. Y si se lo preguntaba me decía

que había mucho ruido cuando en realidad no era así.


Pedí una cita con el pediatra para salir de dudas.

A medida que enumeraba los signos que me resultaban extraños


en mi hijo, el especialista cambiaba su expresión serena a la de un

ceño fruncido. No me dio una respuesta inmediata, sin embargo, me


indicó que debía hacer una revisión general, análisis de sangre, una
cita con un psicólogo infantil, una visita con el otorrino y una más

con el ortopedista.
No niego que me sentía asustada, se lo comenté a mi suegra y ella

intentó tranquilizarme comparando a Kenneth con su padre, según


ella, Connor fue un niño introvertido y solitario. La verdad fue que

sus palabras no me sentaron mejor.


La consulta con el otorrino nos reveló que mi hijo tenía
hipersensibilidad a los sonidos y que necesitaba una terapia

auditiva, pero cuando le llevé con el psiquiatra, el diagnóstico me


causó desazón, Kenneth presentarme un leve grado de síndrome de
Asperger. La preocupación me invadió, por lo que el futuro le

deparaba a mi hijo y por la reacción de su padre.


No se lo dije enseguida, estaba en plena campaña electoral y

conocía su temperamento cuando estaba ansioso, decidí tomar por


mi cuenta la situación y seguir las indicaciones médicas al pie de la

letra.
—Cariño, ¿quieres al capitán Crunch o Lucky Charms?

Kenneth esperaba en el mesón de la cocina a que le sirviera su


desayuno, rellenaba un círculo en su cuaderno de dibujo con el color

amarillo, era su favorito y cuidaba no pasarse de la línea.


—El capitán —dijo sin mirarme.

—¿Cómo te va con las clases de piano, mejor que el violín?


—Sí, hace menos ruido.

Las respuestas de Kenneth pocas veces eran largas y elaboradas, se


limitaba a decir lo que le preguntaban.

Puse el plato delante de él.


—Puedes comer, vamos tarde a la reunión que tengo.
—Espera, no he terminado.
Miré el círculo, estaba por la mitad y sabía que no se detendría

hasta terminarlo. Eso nos llevaría un buen tiempo, decidí


anticiparme a los hechos y por eso tomé el móvil para llamar a

Celine.
—Hola, no me digas que ya estás en el viñedo. Apenas salí de la

ducha.
—¿Larga noche? —incordié.

—Casi interminable, pero tuve que volver al mundo real.


—No te preocupes, llamo para avisar que tardaré un poco, Kenneth

está ocupado…
—Pintando un círculo de amarillo —completó él. Celine era una de

las personas con las que parecía tener confianza, de hecho se llevaba
bien con Luciano y con Jared, aunque con ellos era imposible no
llevarse bien.
—Dile que lo lleve para que pueda verlo.

—Le diré, excúsame con Luciano, por favor.


—Llámale, seguro que espera hablar contigo.
Suspiré.
—Connor…
—Ya sé que no se lleva con Connor, pero Luciano es como tu jefe,
no puedes enviarle recados para que tu esposo no se encele.

Celos no era lo que sentía Connor, era que nadie más le plantaba
cara como él y no soportaba no poder controlarlo porque Luciano no
se doblegaba ante él o ninguna de sus amenazas.
—Por esta vez hazme ese favor.
Escuché el ruido de un auto y me alerté, colgué sin despedirme y

guardé el móvil. La verdad era que Connor revisaba mis llamadas en


la factura y sabía exactamente con quién hablaba, la duración y las
veces, no supe nunca cómo sacaba el tiempo para revisar facturas y
transacciones de la casa y la agencia con tal de mantenerme

controlada.
Sonó el timbre y Kenneth se cubrió los oídos.
—Voy a abrir —le dije.
Me encontré con Alice detrás de la puerta.

—Buen día, querida —me saludó con un beso en la mejilla—, ¿ya


ha salido Connor?
—Sí. Hace un rato —mentí, no había llegado, pero mi suegra no
debía enterarse.

—¿Y mi nieto precioso?


—En la cocina.
Me llevó del brazo hasta el salón y tomó asiento.
—He venido porque Benedict y yo estaremos unos días de viaje en

Nueva York, conoceremos a nuestra nieta.


—He visto las fotos, es una niña preciosa —agregué.
—Sí, es hermosa. Gracias a Dios que finalmente ocurrió el milagro.
He venido para preguntaros si podemos llevar a Kenneth con

nosotros. Seguro que va a divertirse.


Pasé saliva en busca de una respuesta.
—No lo sé, Kenneth no soporta el ruido y desde que era muy
pequeño no viajamos en avión.

—Podemos preguntarle si quiere ir.


No hallaba cómo decirle que Connor podría molerme a golpes si
permitía que su hijo viajara a visitar a su tío. Desde que supo que
Charlotte había superado la barrera de riesgo del embarazo, su
temperamento cambió y no soportaba que nadie hablara del tema.

No supe por qué, pero se sentía amenazado.


—Hablaré con él y con Connor, ya sabes que serán las elecciones y
querrá estar con su familia.
Chasqueó la lengua.

—Connor debería desistir con esa idea de ser alcalde, le han


derrotado tantas veces que a Benedict y a mí ya no nos queda cara
que dar en público. Lo sensato sería aceptar su fracaso en la política.

No dije nada.
Mi móvil sonó con el recordatorio de mi cita.
—¡Dios! —expresé—. Lo siento, Clarice, tengo que irme, debo
reunirme en el viñedo de Luciano con una pareja de novios.
Vi su gesto de desprecio y me arrepentí de haberlo mencionado.

—Ya sabes lo que opino de ese tipejo… es tan vulgar y


maleducado. Ni qué decir de Gigi, es una vergüenza que a su edad
mantenga una relación con un vividor. No deberías codearte con esa
gente y sin embargo insistes, incluso con esa mujer vulgar. Es que

son tal para cual. Uno se aprovecha de una anciana y la otra


deshonra a su marido, es un alivio que esté lejos, aunque si no lo
matan en el ejército lo hará saber las andanzas de su mujer.
No sabía cómo callarla, odiaba cuando juzgaba a las únicas

personas que consideraba mis amigos y que lo hiciera sin saber lo


que en realidad ocurría. Eran seres maravillosos, algo que no podría
decir de los Lowell.
—D’Lucchiato es mi mejor cliente, tengo hasta tres eventos en una

semana, y dos bodas el fin de semana. No puedo juzgar sus vidas e


involucrarlo con el negocio, si lo hago con todos mis clientes no me
quedaría uno solo.
Me escrutó en silencio.

—Yo solo te lo advierto, mi hijo no se lleva bien con ese hombre,


han discutido varias veces, es prepotente, se pasea por las calles
como el dueño del mundo. No me gusta.
Me pregunté si hablaba de Luciano o de Connor.

—Lo siento, no puedo retrasarme más y debo ver si Kenneth ha


desayunado.
Se levantó y alisó una arruga inexistente de su falda.
—Me avisas si Kenneth puede viajar, estaré esperando tu llamada.

Se despidió de beso y yo finalmente pude volver con mi hijo, lo


encontré terminando su tazón de cereales.
—Te ha quedado perfecto —dije al ver el dibujo—, Celine ha pedido
que lo lleves.
Movió la cabeza afirmando.

—¿Sabes si April estará? —preguntó.


Sonreí, mi hijo adoraba a April. Era con la única niña que se
relacionaba, a los demás parecía huirles.
—No lo sé, cariño, creo que está tomando algunas clases de danza.

Me lo dijo su padre.
—¿El doctor Harper o Luciano?
—El doctor Harper, me llamó ayer para saber si seguías sintiendo

molestias en la espalda y le dije que iríamos a verle para que te


revisara de nuevo, ya creciste un poco más y deben monitorear tu
columna.
Él bajó de la silla, tomó el dibujo y lo llevó hasta su maleta. Le

observé caminar, podía notar la curva y la forma de caminar que


mencionó el profesor de música.
—Mami, ¿puedo preguntarte algo?
—Sí, pero en el auto que se nos ha hecho tarde. Ve saliendo

mientras recojo mis cosas.


Él obedeció y me aseguré de que todo quedara en orden por si
Connor llegaba en cualquier momento. Su compulsión con el orden
era más fuerte con el paso del tiempo.

Luego de subir al auto y ponerle el cinturón de seguridad, encendí


el motor rumbo a la zona de los viñedos.
—¿Qué ibas a preguntarme?
No despintó sus ojos del videojuego, mientras movía los dedos

hizo su pregunta.
—¿Por qué yo no puedo tener otro papá como April?
Noté un pellizco en el pecho sin comprender la verdadera razón de
su pregunta.
—¿Por qué quieres otro papá?
—Porque me gustaría tener a alguien con quien jugar.
Sentí el azote de la culpa. Yo intentaba suplir todas las
necesidades de mi hijo, pero estaba visto que notaba el desinterés de

Connor.
—Tu papá está muy ocupado.
—También el doctor Harper y April dice que todas las noches le lee
cuentos y el fin de semana van con Luciano al mar o al lago…

—¿Quieres ir al lago o al mar?


Movió la cabeza.
—Puedo llevarte.
—Gracias —musitó desilusionado, sentí que no estaba siendo la
madre que él necesitaba.

—Le preguntaré a Luciano cuándo irá de nuevo al lago y nos


uniremos a ellos ¿te parece?
Una sonrisa ilusionada pintó sus labios.
—También pregúntale si le gustaría ser mi papá de repuesto.

Me pasé una mano por la frente. Solo deseaba que Connor no se


enterara.
Once
Árbol seco
Dustine

De todas las semillas, la mente es la más poderosa; lo que le


decimos, lo que le repetimos, lo que le contamos… todo lo cosecha y

lo convierte en alimento, en un eco reiterativo que te marca. Y


aquello que le repites también alimenta, para bien o para mal. Yo

misma era el ejemplo de ello, tantos años llevaba escuchando las


humillaciones de Connor, sintiéndome inferior, en una deuda que

parecía impagable, que me creía cada palabra. En ocasiones una

fuerza indomable me removía desde las raíces intentando


sacudirme, como si dentro de mí algo batallara por imponerse. Tal

vez ese anhelo de libertad que el alma no logra borrar. Porque si hay
algo que una vez descubres no consigues olvidar, son el amor y la

libertad.

Llevaba tanto tiempo luchando por sobrevivir, por mantenerme a

flote, por evitar incomodar a los demás, que me olvidé por completo
de mí, de lo que disfrutaba hacer, de las cosas simples como tararear
una canción o bailar al ritmo de la música. Yo no bailaba, no

cantaba, no iba a la playa, no sembraba flores, no comía postres o

azúcares en general, no salía de noche, no leía, no opinaba… no

encontré una definición que me amparase, pero se parecía mucho a

la infelicidad. Por eso escribía en un blog bajo el riesgo de ser


descubierta, no podría compararme con Ana Frank, salvo en un

detalle, ese diario era para ambas un grito de libertad.

Lo más gratificante fue empezar a recibir comentarios de apoyo,

voces de aliento que me instaban a escapar, a buscar mi libertad, y lo

frustrante fue leer las experiencias de otras mujeres viviendo una


vida como la mía, notar en sus palabras la resignación, la aceptación

del castigo, el merecimiento de los golpes. Empecé a anhelar hacer

más, quizá comunicarme con ellas… sin embargo, poco podría hacer

desde mi posición y si Connor descubría mi secreto, las

consecuencias serían impredecibles, sin que eso evitara que también

fuesen terribles.

Estaba por cerrar el blog cuando me saltó la notificación de un


comentario nuevo, no le hubiera leído de inmediato si su

encabezado no hubiera llamado mi atención, decía:

Si fueras mi hija, iría a sacarte de allí y te llevaría muy lejos.

Empecé a leer su mensaje y acabé llorando.


Si fueras mi hija, iría a sacarte de allí y te llevaría muy lejos. Si fueras
mi pequeña Samara, solo necesitaría el nombre de una ciudad y llegaría

incluso a incendiarla con tal de encontrarte, liberarte de esa prisión y de

ser posible, ponerme yo en tu lugar. Hace doce años que un ser sin alma

me arrebató a mi pequeña cuando volvía de la escuela en un pueblo

pequeño de la frontera entre México y Estados Unidos, ese día no

alcancé a llegar a tiempo a la escuela, pensé que su profesora esperaría

con ella a que pudiera llegar, pues le avisé que mi jefe exigió quedarnos

una hora más en la maquiladora. Pero al llegar a la escuela, la encontré

cerrada, volví a casa angustiada, con el corazón a punto de salir de mi


pecho, iba preguntando por ella, nadie la vio, nadie sabía de su

paradero. La noche fue eterna hasta que pude ir a poner el denuncio de

su desaparición. Las autoridades emitieron una alerta que con el paso

del tiempo se redujo a un papel roto que el viento desgarraba. Mi niña

desapareció y desde ese día he recorrido mi país buscándola, ahora he

llegado a los Estados Unidos con ayuda de una ONG de mujeres para

seguir mi búsqueda. Mi niña ahora tiene 22 años y en el fondo de mi

alma sé que sigue con vida, mi único anhelo es volver a verla y no

descansaré hasta que ocurra. Estoy aquí, leyendo este testimonio y

pensando en que podrías ser mi hija, pero leo los comentarios y pienso
que puede ser alguna de las mujeres que ha compartido su historia. Sé

que no puedes hacer algo por mí, más allá de prestarme este espacio

para dejar mi mensaje, y agradezco si alguien puede ayudarme a


difundirlo.

Estaré pidiendo a Dios por su propia libertad.

Mi bella Samara, nunca dejaré de buscarte.

Tu madre.

No pude ignorarlo, lo publiqué en una nueva entrada solicitando

la ayuda de los lectores. Así no pudiera hacer más que eso. Tuve que

cerrar el blog ante la inminente llegada de Clarice a mi oficina, algo

en su semblante me dijo que no estaba muy contenta.

La vi sentarse sin perder un ápice de su elegancia.

—Querida, espero que no estés muy ocupada.

—Claro que no, ¿está todo bien? —Mi pregunta no hizo más que
cerrar su entrecejo.

—Quiero saber si es cierto que Connor no suele llegar a casa a

dormir y por qué no me lo has dicho.

Me quedé de piedra ante aquella pregunta que más parecía una

afirmación. Ella no estaba confirmando un rumor, estaba esperando


que le hablara de algo que ya sabía, lo peor era que, cualquier

respuesta que diera me metería en problemas con Connor.

—Ya sabes que Connor está en campaña…

Ella me detuvo levantando el índice.

—Cariño, cuando un esposo no pasa por casa significa que no hay

nada que le haga desear quedarse allí y eso debería preocuparte.

Lleváis mucho tiempo casados y no hacéis viajes o tenéis citas, las

parejas necesitan tiempo a solas. Tú estás enfocada en este lugar y

en mi nieto y él en la campaña. Pero ¿y vosotros? —Negó con la

cabeza—. Me preocupa que estos cotilleos se rieguen por las calles.


No puedes permitir que Connor pierda el interés en ti, menos que

consiga alguna cazafortunas.

Sonreí nerviosa y tensé las mejillas en un intento porque se viera

natural.

—No sé qué te han dicho, pero nada de eso está pasando. Connor

no es ese tipo de hombre.

Me escoció la garganta con las mentiras que estaba diciendo.

Pero mi suegra no era tonta, me miró con una ceja curvada y se

levantó, luego tocó mi mano.

—Si algo pasa, te aseguro que ni Benedict ni yo nos quedaremos de

brazos cruzados. Nuestra familia es lo más importante —antes de


irse, remató—: ya lo atajé una vez, pero no podré hacerlo todas las

veces.

Su afirmación resonó dentro de mí, empecé a recordar las veces

que ella le pedía reunirse a solas, Connor salía molesto y después,

por algún tiempo, me trataba con tanta dedicación frente a ellos que

incluso llegaba a dudar de mi propia cordura. Era posible que Clarice

supiera de la vida que llevaba Connor y me pregunté también si

llegaba a imaginarse lo que ocurría dentro de casa.

Los siguientes días de esa semana no llegué a verlo, aunque sí

pude notar que pasaba a llevar ropa limpia y dejar la usada. No tenía

idea de dónde se quedaba o qué hacía porque ya no trabajaba en el

ayuntamiento, aunque no era difícil imaginar que estaba con ese

grupo de hombres de quienes se rodeaba y que me ponían nerviosa

cada vez que les veía rondar la casa. El sábado decidí que llevaría a

Kenneth a ver los patos y dar un recorrido por el lago que estaba

cerca del viñedo de Luciano, pasaría a saludar a Gigi y si me daba

tiempo, visitaría el cementerio. Llevaba mucho tiempo sin visitar la

tumba de papá en un intento por huir de las lágrimas. Qué paradoja


que sea la nostalgia el único sentimiento que no conseguimos

dominar.
Conduje hasta Lake Hennessey, era un sábado de primavera

coronado por potentes rayos de sol, el cielo estaba plenamente

despejado y pintado de un color celeste brillante y cristalino. Me

hubiese encantado usar unos vaqueros cortos o un vestido para

ayudarme con el clima, aunque a fuerza de costumbre ya soportaba

el clima soleado de California llevando mangas, pantalones y faldas

largas. Miré por el espejo retrovisor a Kenneth, estaba concentrado

en su libro sobre trucos para pianistas que le envió Preston en su


último cumpleaños. Mi hijo tenía cinco años y ya leía, cuando

encontraba un tema que lo apasionaba se empeñaba en aprender y


dominarlo.

Yo estaba muy orgullosa de él.


Estacioné en un lugar donde no interfiriera con el paso vehicular,

Kenneth soltó su cinturón y bajó, me esperó mientras sacaba del


maletero una canasta de picnic y un bolso donde llevaba algunos

elementos para él como ropa, loción solar, una toalla, sus


medicamentos para la alergia e incluso una manta. No me importaba

si mi suegra insistía en que sobreprotegía a Kenneth o estaba muy


pegada a él, era mejor que estuviese conmigo que a merced de su
padre.

—Mami, ¿sabes si April vendrá?


—No lo sé, cariño, no he hablado con ninguno de sus padres.
Le vi hacer una mueca de desilusión. Me acuclillé frente a él y le

tomé por los hombros.


—¿No crees que podemos divertirnos solo los dos?

Sonrió levemente.
—Sí, mami, solo que me gusta estar con April. Siempre hace

bromas, me enseña los pasos de baile, no me molesta y me escucha


cuando hablo.
Su declaración logró preocuparme en lugar de aliviarme.

—¿Quién te molesta, cariño? Debes decírmelo.


Dejó caer la cabeza al frente y miró al suelo.

—April no deja que nadie me moleste. Ella les muestra los puños
—me enseñó sus puños estirados y sentí un amor infinito por esa

pequeña, era la estampa de Luciano—, y dice que no debe


disgustarme que me defienda una chica porque sabe que yo haría lo

mismo por ella.


No supe en qué momento mi hijo se hizo tan mayor y tenía

conversaciones tan profundas, incluso me sentí abatida al pensar en


que, incluso April a sus escasos cinco años, ya era más valiente de lo

que yo había sido en toda mi vida.


—Kenneth, si alguien te molesta debes decírmelo. Todo lo que te
moleste, lo que te duela, lo que te ponga triste o te haga feliz, quiero

saberlo. Las madres siempre cuidamos de nuestros hijos.


—Pero April no tiene madre, ¿quién cuida de ella?

—¿Has visto cómo enseña los puños para defenderte? —respondió


que sí con la cabeza—. Es una chica que sabe cuidarse y cuidar de los

demás, eso la hará fuerte.


—¡Allí está! —expresó emocionado y señaló hacia el muelle.

—¡Kenneth! —gritó April llegando en la pequeña barca junto a


Luciano—. ¡Bajo enseguida!

Nos acercamos hasta el muelle, Luciano atracó la barca y April


subió a la plataforma, enseguida emprendió un trote hacia nosotros

y, al encontrarse con Kenneth, lo abrazó con una ternura inusitada.


—Hola, Dustine —dijo al verme—, gracias por traer a Kenneth.

—Hola, April. No sabía que teníais una cita —bromeé un poco.


—No es una cita —dijo ella—, los amigos no se ponen citas, solo se
encuentran.

Vi a Luciano acercarse, con ese garbo del hombre seguro de sí


mismo, pintando una sonrisa en sus labios, y con la mirada cubierta

por unos lentes oscuros.


—¿Eso le enseñas a tu hija, Luciano?
Levantó las manos como quien se declara inocente.

—Es mejor que aprenda pronto la diferencia entre un amigo y un


interés amoroso.

Se acercó para besar mi mejilla, el olor de su fragancia me llenó los


sentidos y me sentí cohibida de inmediato al notar la presencia de

más personas en el lugar, no quería que se difundieran rumores


sobre mí que alteraran a Connor.
—Supongo que es lo que le dices, que todas esas chicas con las que

sales son tus amigas.


—Si le explico lo que son, Jared me quita el habla y posiblemente

nunca más les vuelva a ver.


Me indico que le siguiera hasta una mesa de madera bajo la

sombra de un árbol.
—Así que le mientes… —incordié.

—Nunca miento, señora Lowell —se bajó los lentes sobre el puente
de la nariz y me miró con ese fuego de sus ojos azules—, pero omito

los detalles sensibles para el horario familiar.


Negué con la cabeza.

—Eres muy descarado.


—Me declaro culpable —dijo guiñando un ojo—, pero no descartes

las palabras de mi hija, si te hubiera puesto una cita no estaríamos


aquí, es posible que ni siquiera aceptaras porque últimamente te

empeñas en esquivarme, pero como somos amigos, la casualidad nos


hizo coincidir.

Siempre admiré esa forma de envolver con las palabras correctas.


Y por esa contundencia fue que tuve que bajar la mirada, no me

gustaba la forma en que Luciano lograba leer a través de mí.


—No es difícil coincidir contigo en esta zona y en cuanto a los

amigos, tienes la capacidad de hacerte amigo de un árbol si te lo


propones, es como un don.

—¿Un don? —preguntó interesado.


—El don de hacer sentir bien a los demás.

Le oí suspirar y después noté su tacto cálido sobre mi mano,


suavemente acariciaba mi piel con su pulgar.

—Dustine… habla conmigo alguna vez —dijo como en una súplica


—, dime la verdad, prometo no delatarte.
—¿De qué verdad hablas?

Apretó mi mano, tuve que mirarle y me odié por intentar


mantener un papel que cada día me costaba más.

—De la que no quieres aceptar, fiore, esa que escondes bajo la ropa
que te cubre por completo, la que ocultas con maquillaje y una

sonrisa falsa… ¿quieres que siga?


El nudo en mi garganta se apretó cortándome la respiración.
Busqué recuperarme, si Luciano insistía iba a derrumbarme allí.

—No es como lo piensas —musité.


Dibujó una mueca triste.
—Que los demás no hablemos no quiere decir que no nos demos

cuenta de lo que pasa, Dustine, pero si tú no tomas una decisión


nada podemos hacer nosotros. Sé que puede costar, que el miedo te

paraliza, y también pensar en las consecuencias, pero nos tienes a


nosotros. Y si no están los demás, estaré yo, bella flor, solo dilo y

prometo que no estarás sola, te pondré a los mejores abogados…


Le detuve.

—Luciano, no pasa nada, de verdad. No voy a divorciarme de


Connor solo porque le has visto con otra mujer, son rumores, todo

está bien —le sonreí, fue la sonrisa más amarga que jamás esbocé.
Luciano no insistió, pero a su manera, me dio una sentencia. Nada

que no supiera, pero que me negaba a reconocer.


—Está bien, flor, será como tú dices, sin embargo recuerda que los

árboles solitarios mueren de pie, los sostienen las raíces, pero están
secos por dentro.

Regresé a casa abatida por esa conversación, no tuvo que ser larga
para que calara en mi coraza endeble y me hiciera cuestionar si en
realidad era el miedo o algo más lo que me impedía dar un paso en la
dirección contraria.

Vi el auto de Connor estacionado y mi estómago se encogió al


instante, era mi reacción cuando él estaba cerca. Estacioné fuera

donde no obstaculizara su salida. Kenneth iba dormido, jugó y nadó


en el lago con April, allí confirmé que era verdad lo que decía, mi

hijo no solía sonreír, o reír en realidad, pero estando con ella no


paraba de hacerlo.

Lo envolví en la manta para llevarlo en brazos, luego volvería por


lo demás. Dentro de la casa todo estaba en silencio, ni luces

encendidas o algún movimiento. Subí la escalera despacio evitando


que despertara a Kenneth. Le dejé en su cama y cerré las cortinas,

salí cerrando la puerta. Miré hacia la habitación principal, estaba


cerrada. Volví al auto, lo saqué todo y regresé para guardarlo,
evitando hacer el más mínimo ruido. Y luego de revisar el reloj supe
que era momento de preparar la cena, haría pollo relleno de jamón

en salsa de champiñones, acompañado de guisantes y papas al


horno. Así haría que mi hijo comiera verduras.
Busqué los ingredientes y me enfoqué en la preparación, con
Connor en casa no podría retrasarme con la cena si quería evitar los

gritos que ponían tenso a Kenneth. Acababa de sacar el pollo del


horno cuando escuché los pasos de Connor en la cocina. Mi espalda
se puso rígida y mis movimientos se hicieron torpes. Busqué tomar

una honda inhalación que ralentizara mis latidos acelerados y me


permitiera retomar el control.
—Pollo de nuevo, ¿no sabes hacer otra cosa? —espetó con la voz
espesa, acababa de despertar.
—Es la receta que te gusta, y también a Kenneth. Sabes que es

alérgico…
Sacó una cerveza de la nevera y bebió la mitad de un trago.
—Sé que tengo un hijo tonto y débil.
Apreté los puños.

—No le llames tonto —pedí en voz baja.


—Es cierto, no es tonto, es un memo retrasado —se burló esta vez
—, sirve pronto esa basura.
Salió de la cocina y yo me quedé allí con la ira fluyendo por mis

venas, no iba a aceptar que Connor lastimara a mi hijo del mismo


modo que lo hizo conmigo.
Serví su plato y le dejé a solas en la mesa.
—¿A dónde vas? —bramó luego de dar el primer bocado.

—Iré a ver si Kenneth está despierto. No debe irse a la cama sin


cenar.
Chasqueó la lengua y señaló el asiento donde llevaba diez años
sentándome a cenar.

—Necesito aclarar un tema contigo.


Mis pies se movieron a la silla, aunque mi voluntad tiraba en otra
dirección. Obedecí a su orden y tomé asiento.
—¿No piensas comer?

—No tengo hambre ahora.


Me miró de arriba abajo.
—Haces bien con comer menos a ver si la ropa al fin te queda,
aunque ni matándote de hambre podrás recuperar lo que alguna vez

tuviste… pero supongo que no lo tienes en los genes, hay que ver a
tu madre. En cambio mira a la mujer de Preston, acaba de dar a luz y
ya sale en las revistas como si nada hubiera pasado. La gente de
alcurnia es así.
Quise que se atragantara con los guisantes para que dejase de

hablar. Hubo un tiempo en que sus ofensas me causaban heridas, ya


no, las heridas que se abren una y otra vez crean llagas que sangran
pero no duelen.
—¿Quieres más vino? —Sorteé, quería que parara de hablar y me

dejara tranquila.
—¿De cuál me ofreces? Seguro que trajiste buenas botellas de tu

visita al gilipollas de DeLuca.


El tono de Connor cambió de inmediato, fue como la señal que
esperaba para olvidarse de la conversación insustancial virando
hacia lo que quería decirme. Como en cámara lenta le vi levantarse,
su expresión cambió a la que destilaba ira en cuanto escuchaba

nombrar a Luciano. Me quedé paralizada por el miedo.


—No… yo no…
—¿No le has visto? —Hizo la pregunta después de apretar mi
mentón en su mano izquierda y con la derecha sostener mi pelo

llevando mi cabeza hacia atrás.


—Fuimos al lago, él estaba allí —intenté conciliar.
—¿Qué te he dicho sobre ese imbécil? —Subió el tono y temí que
despertara a Kenneth—. No te quiero cerca de Luciano DeLuca, te lo

he advertido más de una vez, no desaprovecha oportunidad para


injuriarme y provocarme y te prometo que un día se me va a olvidar
que es uno de los hijos ilustres de este pueblo.
—No he hablado con él…

Apretó los dedos y noté el dolor en el hueso.


—¡No me mientas si te han visto con él! —escupió las palabras con
veneno. No supe interpretar su reacción, era como si los celos le
envolvieran en una nube oscura que distorsionaba su rostro. Yo

estaba segura de que no eran celos, Connor nunca me había querido,


pero desde que empecé a tener contratos con Luciano, su actitud
frente a él era agresiva y violenta.
Antes de que pudiera reaccionar, sus manos se cernieron sobre mi

cuello, agarrándome con fuerza. Un ardor cortante me obligaba a


jadear mientras intentaba, desesperadamente, librarme de su agarre.
Pero era inútil. Cuando la ira lo dominaba su fuerza se
descontrolaba.

—¡¡¡Suéltala!!! —escuché a Kenneth gritar y mi corazón se saltó un


latido.
La mirada de Connor desvió hacia mi hijo y le vi curvar una ceja.
—¿Y si no lo hago qué harás? —Le desafió—. Eres un debilucho,
enfermo y fenómeno, ¿quién va a respetarte?

—¡¡¡Suéltala!!! —Volvió a decir. Yo sentía el aire cada vez más


escaso—. Yo le pedí que me llevara con Luciano, es mi culpa.
Castígame a mí —su voz sonó temblorosa y sentí el esfuerzo
inmenso que estaba haciendo por no demostrar miedo.

—¿Y por qué querías ver a ese idiota? —preguntó con los dientes
apretados y finalmente me soltó, el aire volvió a mí garganta en una
bocanada profunda que me obligó a toser, tenía la visión borrosa y el

oído distorsionado con un pitido.


—Porque quiero que Luciano sea mi padre y no tú.
Los puños de Connor se apretaron y le vi ir hacia Kenneth, mi
pecho se detuvo ante la simple idea de que fuese a golpearlo. Lo

peor de todo fue el sonido de los sollozos de mi hijo que huyó a la


esquina del salón, sus ojos llenos de terror y confusión rompieron mi
corazón al verlo presenciar la maldad de su padre, me creí impotente
para protegerlo de la oscuridad que se desataba ante sus ojos

inocentes. Recuperé la fuerza, no supe cómo o de donde emergió de


mí un estallido de determinación que me llevó a tomar una de las
esculturas de yeso que encontré a mi paso y lanzarla contra Connor,
el golpe le atestó el cuello y le vi doblarse, corrí junto a Kenneth y le

protegí con mi cuerpo, mi pecho ardía no sé si por el miedo o la


adrenalina.
Por primera vez Connor estaba doblegado ante mí, acariciando la
zona golpeada y mirándome con odio genuino. No me importaba.

—¡No te atrevas a meterte con mi hijo porque te juro que no


respondo, Connor! —vociferé con voz gutural—. Haz conmigo lo que
quieras, pero si tocas a Kenneth te juro que la imagen de hombre
perfecto que he hecho de ti, se derrumba en un instante.
Tomé a Kenneth en brazos y le llevé arriba.
Por primera vez en mucho tiempo sentí que podría romper los
grilletes que me retenían junto a Connor.
Doce
Esa propuesta
Dustine

No supe de Connor por los siguientes dos días, a mitad de la semana


serían las votaciones locales para elegir al nuevo alcalde, si no lo

conseguía esta vez sería la tercera derrota en seis años y no quería


imaginar su reacción iracunda. Ya había pasado por dos derrotas y en

cada ocasión acabé con algún moratón siendo culpada por ello,
como si yo fuese la que estuviera en campaña.

Con la llegada en pleno del verano, la temperatura subía cerca de

los treinta grados y ya no soportaba la ropa, estaba en la cocina con


Kenneth, él leía mientras yo le troceaba una porción de melón para

la merienda. Le miraba y pensaba en la mejor forma de abordar el


tema de lo ocurrido aquella noche, cada vez que recordaba su carita

asustada, mi corazón ardía. Tenía esa herida en mi pecho causando

un dolor que no podía adormecer con nada, porque cuando algo te

lastima el alma, ese dolor no solo asfixia sino que paraliza, y yo me


sentía impotente y culpable por no evitarle a mi hijo ese recuerdo.
Dejé el plato con melón en la mesa.

—Cariño, haz una pausa, por favor, y come la merienda.

Kenneth elevó la mirada y sus ojos quedaron fijos en mi garganta

cubierta por una camisa de cuello alto y mangas largas. No tuvo que

emitir palabra para que yo lo comprendiera. Cerró el libro, lo dejó al


lado izquierdo y se preocupó de que quedase alineado en ángulo

recto, bajó a lavar sus manos y volvió a la silla. Kenneth y Connor

eran muy parecidos en sus comportamientos compulsivos y tuve

miedo de que mi hijo desarrollara también esa personalidad

violenta. No sabía cómo preguntárselo al psiquiatra sin delatar los


motivos de mi pregunta, él me había pedido observar a Kenneth y las

situaciones o actividades en que más destacaba su compulsión.

Como en ese momento en que acomodaba los cuadros del melón por

tamaño y empezó a comer los más pequeños primero. Esa era una de

las razones por las que tardaba tanto comiendo y también por las

que debía servir por separado algunos acompañantes que no le

gustaba que se mezclaran con otros sabores.


Volví para lavar lo que había usado, las gotas de sudor rodaban

provocándome cosquillas y sentía el pelo ceñido al cráneo como un

recordatorio del sofoco. No podía aumentar los grados de


enfriamiento del termostato porque Connor lo sabría en la

facturación.

—Mami, ¿por qué mirabas tanto al cielo?

—¿Cuándo lo hice? —No comprendí su pregunta.

—En el lago, te acostaste en el prado mientras yo iba con April y

Luciano en el bote.
Suspiré y miré mis manos cubiertas por la espuma del lavavajillas.

—Cuando era niña me gustaba mirar a las aves.

—¿Por qué las mirabas?

Sonreí con melancolía recordando que estaba obsesionada con los

flamencos, cuando la vida aún no me pesaba, que los dibujaba y

pintaba de rosa.

—Porque son libres, pueden volar cuando quieran e ir donde

quieran —musité embriagada de melancolía. Kenneth estaba muy

pequeño para entenderlo, y ojalá nunca lo aplastara la catástrofe.

—¿Y qué comen los flamencos, mami?


—Peces, moluscos, insectos, lombrices, algas…

—¿No comen melón como yo?

—No lo sé, los patos comen migajas de pan, quizá sea cuestión de

costumbre.
Kenneth se metió otro trozo de melón a la boca que masticaba

cincuenta veces antes de tragar.

—Mami… ¿las aves no se cansan de volar?


Mis labios se curvaron levemente y me hice esa pregunta, si yo

pudiera volar ¿no me cansaría en algún momento? Seguro que solo

me detendría hasta estar muy lejos.

—Claro que sí, vuelan por largas temporadas en busca de

alimento, hacen pausas para comer y vuelven a volar, se les llama

aves migratorias.

—¿Y vuelan en grupo?

—Algunas sí, pero las águilas no, ellas son solitarias. O las

nocturnas como los búhos que vuelan de noche.

Acabé de fregar y tomé un paño para secar los platos.

—Mami ¿y si comemos peces, lombrices y algas en lugar de

melón?

Lo miré con curiosidad.

—¿Por qué los comeríamos?

—Para poder volar.

Quise sentarme a llorar al comprender en sus palabras que mi hijo

también ansiaba la libertad.


Al final de esa misma semana, Connor consiguió finalmente el

objetivo que había perseguido por tantos años y fue elegido alcalde

de Santa Helena, supongo que tenía que alegrarme por ello y sonreír

frente a la gente durante el acto de posesión, que debía estar un

paso atrás y esperar a que se diera vuelta para besarme y cerrar la

actuación de que estaba muy orgullosa de aquel hombre

intachable… pues no fue lo que hice, Kenneth y yo sí estuvimos allí

viéndole, pero no nos quedamos mucho por la condición auditiva de

mi hijo. Se lo hice saber a su secretaria y fue la excusa perfecta que

evitó que yo vomitara en algún momento al escucharle decir tantas


mentiras. No me gustaba lo que estaba sintiendo por él, esa

repulsión, ese desprecio, ese fastidio… y no me gustaba porque sabía

muy bien que eran los ingredientes de un veneno potencial, el odio.

Y odiarlo no iba a solucionar mi situación o tan siquiera iba a

importarle a él, el odio me consumiría y me haría infeliz para

siempre.

No quería eso para mí, el odio tarde o temprano actúa como el

veneno y destruye al recipiente que lo contiene.

—¿Puedo comer un helado? —preguntó Kenneth al subir al auto.

—Iremos a por un helado, cariño. ¿De qué sabor lo quieres?

—Chocolate con trozos de brownie y sirope de fresa.


Asentí y me alejé del ayuntamiento rumbo al centro del pueblo, la

heladería estaba cerca del local de Meraki y la dueña era una antigua

compañera del instituto que heredó el negocio de sus padres y lo

modernizó. Nos veíamos a diario, también planifiqué su boda con el

jefe de policía, fue uno de los primeros eventos de la agencia, y

siempre me invitaba a pasar algún domingo por su casa a una

parrillada. No tengo que decir las razones por las que nunca lo hice.

Pero, por si queda la duda, a Connor no le caía bien David, decía

que en cuanto fuera alcalde haría lo posible por removerlo de su

puesto. Al recordarlo sentí desazón, era posible que ahora ocurriese,

más cuando Luciano y él eran buenos amigos y estaban juntos en el

equipo de fútbol de padres de la escuela. Por su parte, Connor no

quiso incluirse en el equipo y cuando surgió un contrincante, que

pensé que sería su oportunidad para demostrar que, según sus

palabras, Luciano no era más que fama y que él era mejor jugador,

culpó a sus ocupaciones políticas de restarle tiempo para divertirse.

Conduje hasta Meraki, debía revisar el brochure de una boda que se

realizaría en pocos días y no recordaba las flores que habíamos


encargado, debía hacer algunas llamadas para asegurar que los

proveedores llegaran a tiempo con los insumos y revisar el diseño

del altar, estaba ansiosa por esa boda porque no había podido
dedicarme por completo desde que Kenneth asistía a clases de piano

y le llevaba a citas médicas. Me detuve frente al local de Laura.

—Espérame dentro y pide el helado a Laura, dile que estaré allí en

un momento.

Mi hijo bajó del auto y le vi entrar, avancé hasta el

estacionamiento para dejar el auto allí, esperaba pasar un par de

horas trabajando, me gustaba la terraza del local de Laura. No tardé

en la oficina, tomé la tablet, unos catálogos y volví andando a la


heladería. Adentro me recibió Laura con una sonrisa y salió del

mostrador para saludarme.


—Creí que estarías en el ayuntamiento —mencionó en medio de

un abrazo.
—Venimos de allí, sabes que Kenneth es sensible al ruido.

Me dio la razón con un asentimiento.


—¿Quieres lo mismo que Kenneth?

La vi volver detrás del mostrador.


—No —dije nerviosa—, estoy bien así.

—Vamos, Dus, un pecado al año no hace daño. Además, mírate,


esa figura no la afectaría ni un litro de helado, estás igual que en el
instituto.

Negué.
—No exageres, ya no hay nada de esa época.
Me era muy difícil aceptar los halagos, más cuando Connor se

había pasado mucho tiempo sembrando en mí la semilla de la


insignificancia.

—Una bola y ya está —me miró con ojos de corderito—, ¿qué


dices?

—Es que…
—Yo también quiero una de esas bolas de helado —dijo una voz a
mi espalda, tan cerca que sentí un escalofrío.

—Doctor Harper, bienvenido —dijo Laura.


Me di vuelta para saludarle, su sonrisa amplia y natural fue lo

primero en lo que reparé. Siempre había admirado a Jared, era capaz


de mantener la sonrisa, de ser amable y servicial en cualquier

momento. Y sabía de sobra que no actuaba, yo conocía bien cómo se


veía la amabilidad fingida.

—Gracias, Laura. Mi hija sigue aquí, ¿verdad? —bromeó.


—Sí, pero ha visto a Kenneth y ha ido con él, están juntos en la

terraza comiendo helado.


—No me extraña que haya ido tras Kenneth —se acercó en

confidencia a nosotras—, siento que se ha enamorado de él.


No sé explicarlo, pero sentí un aleteo diferente en el pecho, como
la calidez de un abrazo.

Laura y él rieron.
—Iré a ver cómo están.

Me di vuelta escabulléndome de allí, no soportaba la mirada fija de


Jared porque sabía exactamente hacia dónde miraba.

Arriba les vi juntos sentados uno frente al otro, April hablaba y


Kenneth la miraba sin pestañear, era lo que hacía cuando algún tema

le interesaba, concentrarse con los cinco sentidos.


Decidí que no iba a interrumpirles y me senté en una mesa alejada

donde pudiera verles sin invadir su conversación, organicé mi


espacio de trabajo y empecé a revisar las notas que había hecho

sobre los pendientes. Anoté un par de cosas hasta que hubo una
interrupción, despegué los ojos de la tablet y vi frente a mí una bola

de helado con sirope de chocolate y grageas de colores encima. Subí


un poco más la mirada y el rostro sonriente de Jared me recibió de
nuevo, llevaba en su mano otra bola de helado.

—¿Puedo sentarme? —preguntó con ese brillo dulce en sus ojos


azules.

—Claro, por favor.


Me apresuré a mover mis cosas.
—No quise interrumpirlos, así que vine a hacerte compañía,

espero que no te moleste.


—Yo tampoco quise interrumpir.

Miré el helado.
—Es para ti, Laura dijo que te gustaría la vainilla francesa.

Le vi comer con gusto y finalmente acepté probar el helado por


primera vez en muchos años, la vainilla francesa era mi sabor
favorito y Laura lo sabía porque mis padres y yo siempre íbamos a

por un helado los domingos que su madre nos servía. Alejé el asomo
de la nostalgia y me concentré en ser una buena compañía.

—¿No trabajaste hoy?


—Es mi domingo libre y llevé a April a clases de patinaje,

¿recuerdas que te dije que se lo había negado? —Asentí—. Pues


Luciano la inscribió.

Negó con la cabeza y se llevó otra porción a la boca.


—Debiste advertirle.

—Lo hice y él dijo que si quería que April desistiera de hacer algo,
debía permitirle que lo hiciera.

Junté las cejas.


—Tiene sentido.
—No lo tiene —refutó—, si me dice que quiere saltar del techo para

saber si puede volar no puedo permitirlo porque sé que acabará con


una pierna rota en el mejor de los casos. Pero ya lo conoces, él dice

que soy extremista y yo digo que él no tiene sentido del riesgo.


—¿Te has dado cuenta de que parecéis un matrimonio?

—Lo sé —dijo resignado—, quizá sea Luciano la relación más


estable de mi vida —y se echó a reír.

Miré hacia la mesa y vi a April bailando en puntas mientras


Kenneth simulaba tocar el piano en la mesa, quise saber lo que

estaban haciendo.
—Me dijo Celi que vas a mudarte —comenté mirando de nuevo el

catálogo de las flores.


Le oí suspirar.

—La casa en la que vivimos se ha quedado pequeña para April, y


también está muy lejos del colegio, no sabes lo que son las mañanas,
intentar que despierte temprano y se prepare… pero en la noche no

consigo dormirla. Y he notado que en casa de Gigi se relaja un poco


más, que disfruta del espacio. Así que Luciano y yo hemos comprado

una casa para April.


Le miré sorprendida.

—¿Luciano y tú?
—Es su hija tanto como la mía, no pude negarme así que nuestra
relación tiene que funcionar o la separación de bienes y el divorcio

serán terribles.
No pude evitar sonreír ante su ocurrencia. Entonces descubrí que
Jared me miraba de un modo distinto y me sentí apenada.

—Son pocas las veces en que he podido verte sonreír… —musitó


con una nota de ternura en su tono—, no la echas de menos hasta

que la ves y te das cuenta de que deberías verla más.


No pude sostenerle la mirada y me enfoqué en mis manos.

—Dustine…
—No digas nada… —pedí con un hilo de voz.

—Lo que veo y cada vez que lo veo me causa un dolor profundo y
tanta impotencia.

Me pasé el pelo hacia adelante para que me cubriera el cuello,


sabía que las marcas verdosas estaban ahí y que el roce de la tela

había removido el maquillaje.


—Por favor, Jared. Luciano, Celine y tú debéis parar con esa idea.

Todo está bien.


Soltó un suspiro lastimero.

—Dustine, no estás sola en esto. Nosotros…


No le permití acabar.
—Eres un buen amigo, Jared, y lo seguirás siendo si no lo
mencionas y si paras de insistir. Por favor.

Él tardó un momento en responder.


—Está bien —soltó al final clavando sus ojos en mí que de

momento tomaron una tonalidad más oscura.


April y Kenneth se acercaron.

—Papi, ¿puedes poner la pista del ensayo? Quiero mostrarle a


Kenneth lo que he practicado para el recital de mayo.

Le vi sacar el móvil, buscar lo que ella pidió y entregarle el


aparato, enseguida se alejaron juntos, Kenneth se sentó con el móvil

en las manos y April se puso frente a él preparada para empezar la


rutina.

—¿Sabes de alguien que pueda ayudarme a decorar la casa? Celine


me ha recomendado a una mujer, pero llamé para pedir una cita y
cobra comisión solo por ir a ver la casa.
Sabía de quién se trataba, mi suegra la contrató para renovar la

decoración de su casa y la mujer sacó provecho con el proyecto,


cobró como para jubilarse. Las veces anteriores fui la encargada de la
decoración, pero en esa ocasión no pude hacerme cargo. Yo no era
decoradora de interiores, sin embargo, tomé algunas clases de

optativa en la universidad y con lo aprendido allí soñé con dos cosas,


o una agencia de eventos o de decoración de interiores. Pero la
primera me gustaba más, por mi vena de relacionista.

—¿Dónde está la casa, es un área campestre o rural y cuál es tu


presupuesto?
—Vaya, me sentí en una cita de negocios de inmediato.
—Lo siento, pero son las preguntas que hago cuando planifico un
evento. Bueno no son todas, pero para conseguir a alguien debes

tener claro lo que quieres. En el caso, por ejemplo, de una boda,


siempre pregunto las ideas que tienen los novios, lo que buscan que
pase o que se refleje y el presupuesto. Y allí surgen las respuestas,
boda exterior o en un salón, mejor en el templo. Buffet o plato.

Están los que buscan divertirse, otros quieren romance y otros algo
insuperable. Y es cuando el presupuesto entra a aguar la fiesta,
porque no puedes hacer algo enorme y extravagante con poco
dinero.

Le vi apoyar el mentón en su mano y acariciarse los labios con el


índice. Jared siempre había sido muy guapo y ese aire pensativo lo
hacía verse más interesante. No por nada era el doctor más
apetecido del hospital y más esquivo también. Lo había escuchado

en una visita que hicimos con Kenneth meses atrás.


—No quiero que haya demasiada decoración u obstáculos, quiero
un ambiente limpio, pero con color, tengo una hija y me gustaría un

toque femenino en casa, acogedor. Muebles cómodos y no tan


pesados, alfombras sí, pero que no sean gruesas porque acumulan
mucho polvo. Luciano quiere que la habitación de April sea como un
castillo de princesas y le hemos dejado la habitación grande para que

tenga zona de juegos, también ha sugerido un lugar para practicar


ballet y un lugar para el piano que Gigi le regaló a April.
—Entonces la casa es enorme.
—Es la idea —se rascó el cuello—, que haya espacios en la casa

para que April no se sienta sola o aburrida ya que pasa algún tiempo
sin nosotros. Y también está el jardín… es como si una familia de
topos lo hubiesen invadido, hay huecos por todas partes.
—¿Tiene jardín? —No pude controlar la ilusión que tiñó mi voz.
Jared volvió a mirarme, con esa forma de hacerlo que delataba la

certeza de leerte la mente.


—¿Podrías hacerlo tú?
Contuve el aliento. No era un trabajo en realidad, era un favor
para un amigo y no podía negar que en mi cabeza se dibujaron los

espacios, la decoración y la paleta de color incluso sin haber visto la


casa en una foto.
—Tendría que…

Se levantó y me ofreció su mano.


—Vamos, quiero que la veas antes de decidir.
—Ahora no puedo, Jared. Pero te prometo que voy a poner un
recordatorio y buscaré un hueco en la agenda para ir.
Negó con la cabeza.

—Ya sé cómo son las cosas contigo, así que haré algo —tomó una
de mis carpetas y usando el bolígrafo que siempre llevaba en su
bolsillo, anotó una dirección en una esquina, luego extrajo una llave
y la puso encima—, ve allí cuando quieras, envíame una propuesta

con el presupuesto y avísame si necesitas algo más.


—Pero, Jared… no sé cuándo vaya a poder hacerlo. Después lo
hablamos con calma, ¿te parece?
—No me parece —sentenció tajante—, y estoy cansado de que

repitas después para todo lo que te proponemos. Después ya no hay


después y la vida se acaba.
Le vi marcharse con April sintiendo que sus palabras dieron en el
lugar donde más dolía. Como si para mí ya no hubiese un después.
Trece
Una sonrisa
Jared

Hay un poder mágico en la sonrisa, siempre lo he pensado, es una


transgresora innata capaz de derretir el hielo o de armar incendios,

rompe con la tristeza y siempre es la semilla de la esperanza. Por eso


me gusta que la gente ría, en mi trabajo muchas veces das malas

noticias, la mayor parte de las veces un paciente entra asustado en la


consulta, ansioso, preocupado, deseando que acabe pronto y que lo

que sea que le duele no llegue a ser tan grave. Cuando decidí mi

especialidad busqué una que me evitara esos momentos duros, no


soy bueno para las malas noticias, por eso la primera vez que perdí

un paciente en la mesa del quirófano, reconocí de frente la


frustración, el dolor, el miedo, la derrota. No esperas que en una

cirugía de reemplazo de rodilla tu paciente tenga una falla cardiaca,

no esperas que se forme un trombo que llegue al cerebro, no esperas

una mala reacción a la anestesia, menos te esperas una infección


que se riega como un virus y llega al corazón. Y sin embargo están
ahí los riesgos, los momentos difíciles, las horas complejas, y te

preparas, te miras al espejo, a veces lloras un poco antes de salir a

enfrentar los rostros ilusionados y angustiados de los familiares.

Nunca sabes cómo decirlo o cómo reaccionarán.

Alguna vez comentándolo con mi padre llegamos a la conclusión


de que la muerte siempre nos asusta porque lo sentimos como una

derrota, un desprendimiento, una ruptura, un punto final donde

deberían haber puntos suspensivos. Él me llevaba mucha más

experiencia en el tema, obviamente no hay comparación entre un

detective de homicidios y un cirujano ortopedista, los índices de


mortalidad en mi campo son un poco más reducidos, creo que por

eso elegí mi profesión en un intento por desprenderme de mi

infancia y de las veces que por error veía los expedientes de mi padre

y las fotografías de los cadáveres me llevaban a las pesadillas.

Pero hablaba de las sonrisas, de que me parecen mágicas,

hermosas, contagiosas y la medicina más efectiva que se haya

creado. Cuando conocí a Dustine lo primero que reconocí en ella fue


la honda tristeza que habitaba en sus ojos, o en su alma, ya que

dicen que los ojos reflejan lo que llevamos dentro. Recuerdo el día,

Luciano se había empeñado en hacer una fiesta monumental por el

primer año de April y Celine nos presentó con ella. Nos reunimos en
su agencia de eventos y nos hizo las mismas preguntas de aquella

vez cuando le pedí ayuda con la decoración de la casa. Era amable,

dulce, profesional, pero no sonreía y por el movimiento de sus pies

supe que estaba ansiosa, no entendía la razón o quizá supuse que se

debía a Luciano que intentaba coquetear con ella, y siendo sincero,

si fuese mujer también me pondría nervioso frente a él.


Con el paso del tiempo, Dustine se convirtió en parte de nuestra

familia, pero era como ese familiar lejano que ves muy poco, que no

te visita seguido y que no puedes visitarlo tampoco, que es un poco

esquivo y aunque le invites a algunas reuniones siempre encuentra

una excusa para no ir. Al principio no prestamos atención a las

señales, a veces se nos hace natural que las personas se nieguen a

acompañarnos y también nos resulta fácil juzgar; que es un

engreído, que quizá desprecia lo que le ofrecemos porque somos

poca cosa para ellos. Se nos hace más fácil ignorar que ahondar en la

raíz, yo culpo a mi profesión de ser un poco cotilla.


Como médico tengo que hacer preguntas, ir más allá de lo que me

cuenta un paciente. He visto casos, llega alguien con un hombro

lastimado, haces una rehabilitación, recetas unos medicamentos y

supones que todo estará bien, con el paso de los días la lesión se

hace más fuerte, hay dolor profundo, el paciente no puede mover el


brazo, llega hasta el cuello e incluso a la cabeza, todo se ha

complicado porque te limitaste a tratar la superficie y no fuiste a la

raíz, esa pregunta simple y sencilla sobre cuáles son tus pasatiempos
o a qué te dedicas no es algo de rutina, no es por saciar la curiosidad,

es porque muchas veces son la pista que nos lleva a desenmascarar

al culpable. Que te gusta jugar mucho al tenis, bueno, esa puede ser

una de las razones por las que tienes problemas en el codo, que hace

algunos años tuviste un accidente, no te trataste con un especialista

y ahora te molesta la espalda, esas lesiones antiguas y no se tratan

siempre traen problemas. O eres profesor, pasas el día escribiendo

en los pizarrones y aparece la lesión del manguito rotatorio.

Tomarse el tiempo de hacer preguntas en cualquier instancia de la

vida es revelador, hablar siempre es un tema urgente. Es tan

determinante que puede salvar vidas. Pero cuando las preguntas no

vienen acompañadas de respuestas, entonces debes hacer uso de tus

ojos, observar, detallar en lo profundo cualquier movimiento sutil,

cualquier gesto, un parpadeo, el movimiento de unos dedos, unas

pupilas vacilantes, un nudo en la garganta que sube y baja, una

sonrisa que nunca llega.

Hacía años que observaba a Dustine, y que nadie me


malinterprete, no lo hacía por el rumbo de un acosador, aunque en
realidad no sabría explicar en qué momento empecé a observarla, a

reconocer en ella la señales de una mujer ahogada en su propia vida.

Lo cierto es que había señales en ella imposibles de omitir, como el

hecho de que una mujer tan hermosa viviendo en una zona tan

calurosa del país vistiese como si viviera en el ártico, de que

caminara por las calles mirando al suelo y evitara saludar o

detenerse mucho tiempo con alguna persona, que siempre pidiese

una factura por lo más simple que comprase, que no se incluyera en

planes de fin de semana incluso llevando a su familia, que evitara

involucrarse en acontecimientos sociales o que no perteneciera a


ningún comité del colegio. Pero lo más determinante era verla ser

una sombra, un fantasma al lado de su esposo. Connor Lowell nunca

me pareció un buen tipo, era arrogante, de esas personas que

necesitan adulación y un trato especial donde quiera que van,

alguien que siempre está alardeando de algo ya sea de lo que es o de

lo que tiene, y menos me gustó cuando descubrí que tenía algún

amorío con una de las enfermeras del hospital, porque si hay un

lugar donde no pueden existir los secretos es en un hospital. Las

personas van y vienen a diario de todos los lugares, comentan, se

conocen entre ellos y en un pueblo tan pequeño es imposible pasar

desapercibido.
Dustine hacía oídos sordos a todas las veces que se lo advertimos,

que le llevamos las pruebas. No había sido una sola vez, Luciano,

Celine y yo siempre nos topábamos con él y sus conquistas en

alguno de los pueblos cercanos, ellos por su trabajo con los viñedos

y yo porque atendía pacientes en esos lugares algunas veces. Cuando

lo comentamos entre nosotros, la única razón que hayamos para la

ceguera de Dustine fue el amor, que estaba tan enamorada que no

quería ver más allá y se negaba a creerlo. Pero olvidamos que entre

nosotros estaba la voz de la experiencia, y fue Gigi quien nos abrió

los ojos a la verdad.

—Las mujeres enamoradas no son esquivas, no se ven tristes, no

han perdido la sonrisa, no huyen a casa como la cenicienta porque

tienen una hora de llegada, no se ven como prisioneras pagando una

condena… aunque incluso hay mujeres en cárceles que son más

felices que ella.

Ese comentario nos hizo pensar y preocuparnos por lo que en

realidad ocurría dentro de sus cuatro paredes. Gigi nunca mencionó

con detalles o le puso nombre a lo que ocurría, pero ella siempre lo


supo. Y nos enteramos mucho después de que había sido la única

capaz de poner el pecho por ella, en una ocasión, Gigi llamó a la

policía denunciando a Connor por maltrato, incluso fue una patrulla


hasta la casa, revisó el lugar, habló con Dustine y ella desestimó la

acusación. Gigi nunca más intervino.

El más osado era Luciano, que increpaba a Connor donde lo

encontrase, lo acusaba y lo enfrentaba, se amenazaban el uno al otro

y el resultado era una insalvable distancia entre Dustine y nosotros.

Era como si tuviésemos prohibido acercarnos a ella, o en especial

Luciano y Celine que eran los más insistentes, yo, aunque me

mantenía al margen, no desaprovechaba la oportunidad para


ofrecerle mi ayuda. Sin embargo, ella se mantenía en su negativa a

reconocer que vivía bajo el mismo techo con un monstruo.

La celebración del día de las madres estaba cerca, el grupo de

danzas y de música se unieron para el recital de ese año en el


auditorio del colegio, April estaba ansiosa, practicaba con Celine
todas las noches porque no quería equivocarse. Una de esas noches

llegó con dolor en el tobillo y llorando desconsolada.


—Debes ser más cuidadosa —le dije mientras le ponía hielo—, si

no puedes hacerlo no te obligues.


Las lágrimas rodaban por sus mejillas.

—No lloro porque me duela el tobillo, papi —me dijo con un tono
de frustración—, lloro porque tengo miedo de no poder bailar en el
recital.
—¿Entonces no te duele el tobillo?

—Claro que me duele, papi ¿qué clase de doctor eres? —Se limpió
las lágrimas con las manos mirándome con indignación—. Pero me

va a doler más no poder cumplir mi sueño de bailar.


—Princesa, cuando el tobillo mejore podrás bailar todas las veces

que quieras.
—¡No lo entiendes, no lo entiendes! —sollozó elevando la voz—.
Esa noche es especial.

—¿Por qué es tan especial para ti bailar esa noche, April? —


cuestioné preso de una curiosidad que empezaba a despertarme las

actuaciones de mi hija.
Ella se detuvo un momento antes de responder.

—Es por algo que dijo la tía Celine.


Junté las cejas deseando que los sueños frustrados de Celine no

estuvieran despertando anhelos en mi hija.


—¿Qué dijo la tía Celine? —insistí.

—Dijo que no hay nada más bonito que las personas que quieres te
vean cumplir un sueño.

Mi corazón se encogió, incluso si April no comprendía lo que esas


palabras significaban, sí sabía lo que era querer a alguien.
—Estarás bien para ese día, palabra de doctor —dije con la mano
elevada como sellando una promesa, buscando tranquilizarla.

El rastro de las lágrimas se borró con la aparición de una enorme


sonrisa que sirvió de medicina para los dos.

Entendí por qué las sonrisas no se vendían en comprimidos,


seríamos fácilmente adictos a ellas.
Catorce
Lo cambió todo
Dustine

Cuando los ojos se acostumbran a lo que ven a diario, todo tiende a


parecer igual, las paredes, las puertas, el sol de la mañana, los

atardeceres… la palabra que lo resume es monotonía. Ella, mi


soledad y yo habitábamos juntos hacía muchos años. Mis días eran

los mismos, despertaba pronto para ocuparme de Kenneth, preparar


mi jornada y ocuparme de las labores de la casa, no niego que tener

servicio doméstico era un alivio, sin embargo, supervisar que todo se

hiciera según los deseos de Connor era desgastante. Luego iba a la


oficina, escribía en el blog, revisaba los comentarios y empezaba con

las citas. Las reduje cuando contraté a Annie y delegaba la mayor


parte del trabajo para ocuparme de mi hijo. A Connor no le

interesaba en lo más mínimo ningún tema que tuviese que ver con

él, por supuesto que estaba enterado, su papel de padre perfecto le

exigía saberlo todo de su hijo, sin embargo, no permitió que


practicara en casa con el piano, tuve que pedirle a su profesor que le
permitiera quedarse un par de horas más para hacerlo en la

academia. Y, sin embargo, cuando se mencionaban los talentos de

mi hijo frente a su padre, él sacaba el pecho como una paloma y se

desbordaba en elogios que mi hijo nunca escuchó, era mejor así.

Los fines de semana no eran diferentes, aunque la mayor actividad


de la agencia ocurría en estos días, yo debía estar disponible para

cualquier evento de la familia Lowell, ya fuera alguna reunión social

de mis suegros, asistir a la misa dominical o acompañar a Connor si

él lo requería. Las primeras semanas después de que Connor fue

investido como alcalde de Santa Helena, tuvimos visitantes en casa,


especialmente periodistas para hacer notas sobre él. Y no es que su

triunfo hubiese llamado la atención de los medios, no era el

gobernador del estado y mucho menos el presidente, era que él

mismo los contrataba porque encontraba algún tipo de placer

enfermizo en leer lo que se publicaba sobre él, algo aterrador puesto

que eran exactamente las palabras que salían de su boca. Sin

embargo, cada que llegaba una revista o un diario con una nota en la
que fuera nombrado, él lo hacía saber a cualquiera que estuviera

cerca. Ese nuevo cargo lo alejó de la casa mucho más que antes,

estaba concentrado en hacer contactos y asistía a todos los eventos

del condado que le eran posibles, incluso viajaba a las ciudades


principales del estado para asistir a eventos como vocero del

condado de Napa. El reconocimiento que tanto ansiaba al fin había

llegado.

Para mí era motivo de calma, que no estuviera en casa ayudaba a

mi estabilidad emocional, y por supuesto a la de mi hijo. Incluso sus

niveles de control se redujeron considerablemente. Lo que me


permitió tomar la decisión que, sin saberlo, iba a cambiar mi vida.

Una tarde que regresaba de la zona de viñedos donde

organizábamos un evento, decidí desviar la ruta y buscar la dirección

que había puesto Jared en mi carpeta. No puedo negar que pasé

muchas horas mirando su letra, tanto que me grabé la dirección en

la memoria, no era una decisión fácil, por extraño que sonara, sentía

que estaba haciendo algo mal, que debía consultarlo con Connor en

un intento por evitar una discusión o algo peor. De hecho se lo dije,

una mañana que por casualidad estaba en casa a la hora del

desayuno, le hice la pregunta.


—¿Recuerdas al doctor Harper? —pregunté cautelosa.

Connor no levantó la mirada de la revista que leía.

—No creo que me esté fallando la memoria como para no saber

quién es —respondió de mala manera.

—Claro, perdona es una pregunta tonta.


Me miró de reojo.

—Si vienen de ti no hay preguntas inteligentes.

Tragué el mal sabor en mi garganta.


—Su asistente me ha preguntado si podría encargarme de la

decoración de su casa, creo que ha escuchado que se me dan esas

cosas —tanteé mi suerte.

Connor rio.

—Supongo que no tiene para pagar nada mejor —soltó mordaz—,

yo le recomendaría pasarse por la casa de mis padres, vería lo que es

el verdadero gusto.

Creo que en mi interior puse los ojos en blanco, su comentario,

que intentaba herirme, solo me confirmó lo que ya había escuchado

de boca de Celine, la dueña de la agencia de decoración de interiores

que trabajó en casa de mis suegros, era una de las tantas amantes de

Connor, y hacía evidente por qué estaba ponderando su trabajo.

—No sé por qué ha querido encargarme ese proyecto a mí en

especial, solo quisiera saber si te molesta.

—No me molesta —respondió muy seguro—. Harper no me resulta

una amenaza.

Quise saber a qué se refería con «una amenaza».


—Gracias, entonces tomaré el trabajo.
Cuando intenté levantarme de la mesa, él apretó sus dedos

alrededor de mi muñeca, eso me obligó a mirarlo.

—Evita que el imbécil de DeLuca pase a visitarte mientras trabajas

en ese lugar.

—¿Por qué pasaría por allí? —cuestioné tan inocente como pude

fingir.

La mirada de Connor se vistió de odio.

—He escuchado que te considera una mujer hermosa, parece que

además de todo tiene mal gusto —soltó las palabras como dagas solo

que a mí ya no me traspasaron—, y ya conocemos su fama, no quiero


problemas ahora que soy el alcalde, espero que sepas mantenerte en

tu lugar.

—Lo sé, no habrá problema ni con él ni con el doctor Harper —

mencioné sumisa, sabía que de esa manera él estaría tranquilo.

—Te lo repito, Harper es inofensivo. No se fijaría en ti ni aunque te

pusieras desnuda delante de él.

—Tampoco es mi intención hacerlo.

—Perderías tu tiempo, amor mío —me miró burlón—, todos en el

pueblo saben que su fachada de padre soltero es solamente la

estrategia que usa para no revelar que es un maricón, es más, hasta


se rumora que tiene una relación con DeLuca, no me extrañaría que

fuera la razón por la que la madre de su hija le dejó.

La bilis me ardió en el esófago, apreté mis dedos contra mis

palmas buscando sosegarme, no por el hecho de la supuesta

homosexualidad de Jared, sino por la forma despectiva en la que

Connor hablaba de las personas que me importaban.

Asentí en respuesta evitando que de mi boca salieran las palabras

que acabaran con su buen ánimo.

Volví a hacer el intento de escabullirme de su presencia y me

detuvo una vez más.

—De ahora en adelante vas a tener que buscar algo que hacer los

viernes en la noche, no te quiero a ti o a tu hijo en casa.

—Iré con tus padres.

—No quiero a mis padres metiendo la nariz en esto, así que no te

quedarás allí.

—No tengo otro lugar adónde ir a menos que viaje a ver a mi

madre.

Chasqueó la lengua.
—Lamento romper tus sueños, pero no pasará. No quiero cerca ni

a tu madre extravagante o tu hermano el raro —su desprecio no

hacía más que alimentar mi rabia hacia él—. Y voy a pedirte que
llames a Ophelia y le pidas que se ponga al día con el préstamo que

le hecho, nunca dije que fuera regalarle el dinero.

Mi madre no había mencionado nada al respecto, no tenía idea de

que el negocio estuviera yendo mal.

—Hablaré con ella, le pediré que revise la declaración fiscal, ya

está cerca la próxima.

—De las declaraciones fiscales de mis negocios me encargo yo, te

he pedido que le cobres o de lo contrario tendrás que hacerte cargo


tú.

—Yo no puedo hacerme cargo, todo el dinero que queda de la


agencia lo recibes tú.

—Tu madre y tú sois tal para cual, hace años que tienes esa
agencia y tan siquiera has terminado de pagar la deuda por los

cuidados de tu padre en el geriátrico. Tu madre apenas cubre una


cuarta parte de lo que presté para su negocio, y tu hermano gracias a

la beca que consiguió está mucho más cerca de pagar su deuda. En


realidad yo soy para los Sanders como una chequera sin límite, ¿y

qué es lo que obtengo a cambio? A ti que no me sirves para nada.


Bajé la cabeza porque ese tema sí me causaba dolor. Que mi
familia dependiera de Connor económicamente era nuestra

desgracia.
—Recuerdo que en la agencia tienes un sofá cama, quédate allí.
—¿Puedo saber por qué? — En el momento en que hice la pregunta

me arrepentí.
Connor se puso de pie, de sus ojos brotaron chispas. Agarró con

fuerza mi mentón llevándome tan cerca de él como pudo y con su


aliento sobre mi rostro me respondió:

—No te he permitido hacerme preguntas, aprende una cosa,


querida esposa, aquel que menos sabe vive más. Pero si necesitas
una razón te la daré, es mi casa y quiero invitar a mis amigos a jugar

al póquer, pero no soporto tenerte aquí, ni tu hijo ni tú ayudáis a mi


imagen.

—Lamento haber preguntado, no volverá a pasar —la voz me sonó


forzada intentando parecer arrepentida. Con delicadeza puse mi

mano sobre la suya tratando de soltar su agarre—, si me lo permites,


iré a ver si Kenneth se ha vestido.

Antes de soltarme me miró de arriba abajo.


—No sé qué puede ver DeLuca en ti, no hay mujer más insípida

que tú.
Los comentarios hirientes de Connor eran como un alimento para

su ego, era fácil vislumbrar en sus pupilas el brillo del placer que le
concedía humillarme. Y yo también aprendí a fingir que sus palabras
me lastimaban como mecanismo de defensa.

Al momento de estacionar frente a la casa supe que quería


hacerlo, que ese proyecto sería el soplo de una brisa nueva. Pensé en

mi madre de inmediato seguramente que sus manos harían


maravillas en ese lugar, y también sentí tristeza al saber que no

podía pedirle que viniese a ayudarme si deseaba que la calma se


mantuviera en casa.

Bajé del auto llevando las llaves y una libreta para tomar apuntes,
a pesar de la tecnología, prefería lo que podía escribir con tinta en el

papel. Llevaba también un catálogo de muebles y otro de pinturas.


En cuanto abrí la puerta, la luz que se reflejaba en las paredes
blancas me cegó momentáneamente. Supe de inmediato por qué

habían elegido la casa, además de lo evidente del espacio amplio en


el que April podría correr a gusto, la fachada era de estilo neoclásico

mezclado con el típico diseño de casa americana, techos altos,


suelos de madera laminada. Se notaba que había sido renovada

recientemente. Seguí el camino hasta llegar a la cocina, siempre ha


sido mi lugar favorito en una casa, «es donde está el corazón», diría

mi madre. Esta casa contaba con una enorme cocina, la madera clara
del suelo contrastaba con los muebles en color azul y herrajes

dorados, era un sueño.


No digo que la cocina de mi casa no fuera hermosa, pero he

hablado de monotonía. Los colores neutros o los grises están


bastante bien, sin embargo, siempre hace falta un toque de color, de

luz, de vida para no sentirnos encerrados. Y en contraste, la cocina


de Jared brillaba con los azulejos hidráulicos que al tocarlos supe
que eran artesanales, un verdadero tesoro. La cocina era abierta y

tenía una barra especial para tomar el desayuno, alacenas espaciosas


y una estufa de seis fogones. Me pregunté si los usarían todos alguna

vez, pero les conocía tan bien, que sabía que alguna de esas noches
se reunirían para cocinar y pasar el rato juntos. Por cosas como esas

volvía a añorar la libertad.


Di un recorrido por la zona del comedor tomando algunas medidas

y también unas fotografías, subí la escalera y me concentré en las


habitaciones. Jared mencionó que la habitación más pequeña sería la

de los invitados, tenía espacio para una cómoda cama doble con dos
mesas de luz. Luego pasé a la habitación de April, el espacio parecía

infinito, según las imágenes que había recibido de referencia,


pondría una hamaca y un tipi como petición especial. Así que dividí

la habitación en dos, la mitad para la cama, los armarios y un


peinador; la otra mitad sería la zona de juegos. Había escuchado que

April tenía una colección amplia de cuentos, así que pondría un


librero en ese lugar, quizá un rinconcito de lectura con una lámpara

y un sofá, o un par de sillas.


La planta superior contaba con una estancia amplia que podía

usarse como salón de cine, con un sofá modular, una mesa para
poner la comida y una pantalla con sonido envolvente, esa fue una

petición de Luciano. Al final estaba la habitación principal, al abrir


la puerta, nuevamente me cegó la luz que se colaba por las cortinas.

Y a pesar de estar vacía, enseguida pude imaginar cómo iba a


decorarla. Colores verde pasto y madera, imitación de piel y detalles

metálicos. Debía proyectar la personalidad de Jared. La puerta del


balcón me llamó como un canto de sirenas y no pude resistirme.

Apenas di un paso adelante, se abrió ante mis ojos el terreno del


jardín, una suave corriente de aire removió mi pelo trayéndome el
olor del césped recién cortado haciendo que viajara a mi infancia. No

había flores o arbustos, solo una fuente, pero el terreno era tan
amplio que podía plantar árboles y flores.

Mi madre siempre dijo que no se juzga un terreno por lo que es


sino por lo que puede ser.
Embelesada por la vista, busqué el camino hacia el jardín, bajé la
escalera, atravesé el pasillo y encontré la puerta posterior. Mis ojos

se colmaron de ese verde limón que anunciaba el verano, y el


contraste con el verde esmeralda de la arboleda que rodeaba el
jardín. Pero al darme vuelta amparada por la sombra que confundí

con la pérgola, me sentí diminuta ante el imponente nogal


americano que me saludaba, su tallo grueso y las ramas espesas eran

un tupido refugio del inclemente sol.


A mi mente vinieron los días de mi infancia corriendo detrás de

Gavin bajo la jacaranda, o el viejo columpio en el que me gustaba


sentarme a dibujar flores… me había olvidado por completo de aquel

pasatiempo en el que encontraba tanta paz, llené varios cuadernos


con dibujos casi tan reales que podías creer que era una flor saliendo

del papel. Toqué el tronco maravillándome con la textura corrugada


de la madera y me pregunté en qué momento dejé de ser Dustine y

me convertí en lo que alguien más esperaba que fuese. Una pregunta


que cada vez se hacía más recurrente. Un par de lágrimas rodaron

por mis mejillas y me sorprendí de lo contradictorio que resulta


llorar cuando has creído que ya no te quedan lágrimas. Es como una

liberación y a la vez un suplicio.


—Veo que descubriste a nuestro capellán —escuché la voz de Jared
y di un respingo. Me apresuré a limpiar cualquier rastro de lágrimas

y dar vuelta para recibirle.


Su sonrisa amplia y radiante me saludó, elevé las comisuras en

una mueca que debió verse horrible, mi intento de sonrisa era un


desastre.

—No sabía que vendrías, perdona, debí avisarte —bajé la cabeza,


apenada.

—No te disculpes —llegó a mi lado y puso una mano en mi hombro


prodigando una caricia sutil—, si te he dado la llave es para que

puedas venir cuando quieras y me alegra que estés aquí porque he


traído algunas cosas que me gustaría que vieras.

—¿De qué se trata? —cuestioné, ese ligero rastro de intriga me


despertó la curiosidad.
—Espérame aquí, no tardo —se alejó como un cangrejo mientras
me señalaba con los dedos que no me moviese y al chocar con la

puerta, se dio vuelta y le perdí de vista, decidí sentarme bajo la


sombra de Capellán, no me extrañó que el árbol tuviese nombre, mi
madre le ponía nombre a las flores y las trataba como sus niñitas.
Jared llegó cargando una caja un poco grande y por la forma en

que las venas de sus manos se marcaban supe que pesaba un poco.
La soltó a escasos centímetros del suelo y enseguida tomó asiento a
mi lado.

—¿Qué es esto?
—Mi madre me ha mandado esta caja, dice que tengo la obligación
moral de poner fotos y recuerdos en casa para que mi hija no crezca
creyendo que la saqué de una caja de cereales.
Junté las cejas.

—¿Eso dijo tu madre? —pregunté incrédula.


—No la conoces, es incisiva y cortante como un bisturí —abrió la
caja.
—¿Y tú no eres así?

—No lo creo, es por eso que vivimos en estados diferentes. Mis


padres no son tan cálidos y liberales como en California.
Sacó de la caja un par de trofeos de los que colgaban medallas.
—¿Ganaste trofeos en el instituto?

—Sí —metió la cabeza en la caja—, y por lo que veo mi madre me


borró de los recuerdos familiares porque envió todas mis cosas.
—No seas dramático.
—No es ser dramático, pero ¿para qué quiero un álbum de fotos

viejas, un anuario, unos diplomas y medallas en casa?


—Para que April las vea y sepa que su padre también fue pequeño
e inquieto.

—Para mi hija yo siempre he sido mayor y perfecto —fingió


modestia.
Agarré uno de los trofeos para leer la leyenda.
—¿Campeón de la liga de baloncesto juvenil? —La sorpresa fue

inevitable.
—¿Qué pasa? Ese tono no me gusta, eh, que sea un reputado
doctor no significa que no pude ser un Michael Jordan rubio —esa
indignación fingida era gala de su esencia jovial.

—No lo digo por eso, es que…


Curvó una ceja ante mi silencio, yo me había perdido de nuevo en
los recuerdos.
—Yo también estuve en el equipo de baloncesto del instituto.
—¿Así que me estás diciendo que puedo retarte a un duelo de

canastas?
—No… —moví la cabeza—, hace muchos años que no practico,
creo que ya lo olvidé.
—Lo que se aprende bien nunca se olvida, son los tatuajes que se

hace el señor cerebro.


Le vi ponerse de pie.
—¿El señor cerebro? —Acepté la mano que me ofrecía y me

levanté.
—Cerebro de papá —se juntó de hombros—, para que April
aprenda las partes del cuerpo hemos tenido que volverlos
personajes, de hecho, Luciano le hizo un libro, tengo que
enseñártelo cuando hagamos la mudanza.

—¿Luciano escribe?
—El casanova tiene su lado sensible, no lo creas —se rio mientras
me guiaba al otro lado de Capellán, tenía un tallo tan grueso que le
puse mínimo cincuenta años—. De hecho me ayudó a decirle a April

por qué no conoce a su madre por medio de un cuento.


Vi que ese tema le borraba la sonrisa.
—¿No has sabido de ella?
—Y no espero saber, la verdad. Ya es muy tarde para aparecer,

April no la necesita.
—Uno siempre necesita a su madre, Jared. Mírate, tu madre guardó
tus recuerdos y por eso están aquí para que se los enseñes a tu hija.
Se mojó los labios.

—Mi madre también me dejó solo cuando más la necesité,


Dustine, así que sé por qué te digo que April no necesita a la suya.
—¿Percibo resentimiento en tus palabras?
—No es resentimiento, es la verdad. Cuando April nació, mis

padres ni se asomaron, me culparon por el abandono de Allison y


luego me juzgaron por encontrarle una familia que me ayudara con
ella. Ha sido hace unos dos años que se han involucrado, han viajado
a conocerla y le hacen regalos. Pero la parte más difícil la cubrí como

pude y sin Luciano y Celine creo que mi hija hubiese acabado en los
servicios familiares.
—¿Es por eso que no quieres que tu hija vea tus fotos?
Jared se detuvo frente a la puerta del trastero.

—No quise que en casa hubiera fotografías para evitar que ella
preguntara por su madre, omití mencionar temas de familia cuanto
pude porque siempre tuve miedo de cómo reaccionaría a la verdad.
—Los niños nos saben sorprender, tienen una comprensión del
mundo más simple que la de los adultos.

Me dio la razón con un asentimiento.


—Lo sé, April es mi maestra y sé que tengo que dar el salto algún
día y mostrarle una foto de su madre, solo que no hallo el valor.
—Tu madre, la que no te apoyó —hice hincapié para restar

resquemores—, te ha enviado la ayuda que necesitas, April merece


crecer como todos los demás niños sin importar si tiene a su madre o
no, eso forjará su carácter. Si la mantienes en una burbuja, cuando

deba enfrentar al mundo el resultado puede ser nefasto.


Me miró significativamente, no nos dijimos una palabra por un par
de minutos, fue como si en ese entretiempo, sus ojos y los míos
hubiesen hallado la conexión entre su vida y la mía.

Y me sentí extraña.
—¿Es lo que haces con Kenneth?
—Lo intento, aunque su padre y sus abuelos pretendan que sea
como una lechuza.

Juntó las cejas y ese gesto de ignorancia me causó ternura.


—¿Cómo está eso de ser una lechuza? Porque lo único que viene a
mi mente son unos ojos amarillos en medio de la oscuridad.
—Las lechuzas son las únicas aves que al volar no hacen ningún

ruido, son tan silenciosas que pasan desapercibidas, por eso es que
las asocias a unos ojos amarillos.
—Y al ulular —imitó el sonido y yo me cubrí los labios como si
tuviese prohibido sonreír en público—, es terrible, lo sé. Por eso no

me gustan los cuentos de animales, April pide que los imite y


parezco un orangután.
—Para ya —me quejé risueña—, ¿para qué me trajiste aquí? No
vayas a esconder tus tesoros.
—Los dejaré aquí y tendrás la misión de encontrarles un lugar.
Pero tienes razón, no he venido solo a ello.
Le vi sacar una canasta portátil que armó en un plis plas.
—Me debes un juego.

—No… no… —retrocedí cuando me enseñó la pelota de baloncesto


—, además, en el prado no podremos jugar, no va a rebotar.
Sus ojos se convirtieron en dos rendijas y apretó los labios
conteniendo una sonrisa.

—No creas que me has ganado, voy a hacer una cancha y tú serás
la primera a quien pienso retar.
—Eres muy obstinado —negué varias veces—, lo que quieres es
aplastarme con tus dotes de campeón frustrado de la NBA.
—Veremos, señorita lechuza.

Es curioso como basta un aleteo imperceptible de lechuza para


que tu vida cambie el rumbo.
Quince
Asomo de tormenta
Jared

Mi padre me dijo una vez que el destino nunca pregunta si quieres


algo, solo lo pone delante de ti. Que por eso la vida nunca es una

línea recta, que en ocasiones la lluvia te hace girar, el sol te hace


buscar la sombra, el viento te impulsa y las tormentas te paralizan.

La línea de mi vida tenía algunas curvas en el camino, tempestades


que en su momento parecían tormentas, pero estaba seguro de que

los días soleados y con brisas suaves eran más. No niego que el

miedo más grande de mi vida fue enfrentarme a ser padre soltero y


fallar en el camino al no ser suficiente para mi hija. Nunca quise que

ella se criara con otras personas y que yo fuese un recuerdo borroso


de su infancia, un padre que estaba pero era un fantasma, más de

una vez me planteé dejar el trabajo y buscar otra cosa que me

permitiese pasar el mayor tiempo posible con ella. Y lo planifiqué,

busqué una idea de negocio, por poco le pedí a Gigi que me diera
trabajo en su casa haciendo cualquier cosa. Estaba agobiado con la
responsabilidad y el augurio del futuro. Ella misma me ayudó a

despejar los nubarrones de la cabeza haciéndome ver que no

necesitaba estar con April las veinticuatro horas para sentirme un

padre ejemplar si por dentro era infeliz, yo acabaría culpando a mi

hija y ella estaría decepcionada de su padre.


Fue difícil el proceso de desprenderme, de pasar mediodía sin

verla, de no saber todas las horas si estaba bien y confiar en que lo

estaría. Pero el bendito tiempo que todo lo acomoda, me enseñó a

ser el padre que ella necesitaba. El resultado después de cinco años

era tener una niña independiente, despierta, alegre y segura de sí


misma. No pude hacerlo sin ayuda, a pesar del miedo y la

incertidumbre. Es en la adversidad que descubrimos de lo que

estamos hechos.

El día más esperado de April llegó, cuando apareció en el salón en

que Luciano y yo esperábamos, perdí el aliento y mi corazón latió

deprisa al ver a mi princesa vestida con un hermoso tutú rosa,

leotardos del mismo color y las zapatillas de ballet anudadas a los


tobillos, su pelo perfectamente peinado en un recogido decorado con

una mariposa y un maquillaje de alas en sus ojos. Relucía más que

las estrellas y sentí que se humedecían mis ojos.

—¿Me veo bonita, papis?


Ambos dijimos que sí en coro, con la voz apretada. Luciano se

pasó las manos por el pantalón y en cuanto descubrí el brillo en sus

ojos, confirmé que había alguien más en el mundo capaz de dar

hasta su vida por mi pequeña.

—Eres la mariposa más bonita, piccolina —dijo y se levantó para

hacer una inclinación delante de ella—, su servidor.


—Es hora de irse —dijo Celine—, los asientos no están numerados

y Luciano debe ir a por Gigi.

—Vamos —dije en medio del aturdimiento. April me alcanzó

cuando llegaba a la puerta y me tomó de la mano.

—¿Estás bien, papi?

—Claro que sí, princesa. ¿Por qué lo preguntas?

—Porque voy a actuar con el papi Luciano y no contigo.

Me puse a su altura y le acaricié la línea de la nariz.

—Estoy feliz de que el papi Luciano suba contigo al escenario y

que yo pueda verte bailar con él.


—Sé que querías hacerlo —demudó el semblante.

—Yo lo haré el próximo año, ¿te parece bien?

Sus ojitos brillaron.

—¡Me encanta!
Me sorprendía lo compasiva que llegaba a ser April y a la vez tan

ruda cuando se trataba de defender a alguien. Una semana atrás

estuvo en riesgo de no presentar su número porque empujó a un


chico que molestaba a Kenneth. La directora dijo que debía revisar si

en casa mi hija veía esos impulsos de violencia porque no se

justificaba de otro modo su reacción. Y por más vueltas que le di al

tema, estaba seguro de que nunca había presenciado algo así,

Luciano sí hablaba de irse a golpes con alguien, pero era de broma y

April no lo escuchaba hablar de ello, y yo nunca había tenido

encuentros violentos con nadie.

En el auditorio del colegio nos asignaron la tercera fila, April fue

con Celine tras bambalinas para ayudarla a repasar por última vez el

baile. Esperé sentado unos minutos, me saludé con algunas personas

y finalmente vi a Dustine a lo lejos llegando con su familia. Sabía

que Kenneth tocaría el piano para uno de los actos, pero Dustine no

se incluyó en alguna participación con él, había que ser ciego para

no ver la razón. Connor entró andando como un pavo real

enseñando el plumaje, delante de ella opacando su presencia, sus

padres entraron después y la directora se precipitó a darles la

bienvenida, siempre he repelido a las personas lamebotas. Conmigo


no fue tan amable cuando me llamó a su oficina, prácticamente me
culpó de que mi hija se comportase como un muchachito porque no

tenía el modelo delicado de una madre. Gracias al cielo que Luciano

estaba allí o le hubiese puesto los puntos sobre las íes, y ella le

habría llamado inmoral. Éramos conscientes de la fama que

arrastrábamos, lo peor de todo es que la idea de un cambio de

colegio no brillaba por ser una solución, nos quedaban los colegios

religiosos donde nuestro modelo de familia no encajaría, a pesar de

no ser un par de hombres enamorados y casados criando una niña.

Vi a Gigi llegar junto a Celine, sabía que Luciano estaba con April

y que se quedaría tranquila, mi hija nunca era tan auténtica como


estando con él. Eran tal para cual. Vi a la directora acercarse a Gigi

para repetir su acto de lamebotas y recibió la contundente

indiferencia de la diva del cine que era. Se permitía ser un poco

borde cuando alguien no le caía en gracia.

Me levanté para ayudarla a sentarse y darle paso a Celine, tendría

a una al lado de la otra.

Algo más que no pasó desapercibido fue el escáner que le hicieron

a Celine, empezando por la madre de Connor, esa mujer no me

gustaba, siempre metida en todo e imponiendo su voluntad. Y que

conste que no soy un tipo mezquino.


—El escote siempre cumple su función, ¿no es así? —susurré al

oído de Celine.

—Me puse lo más recatado del armario para que el cura no me

lance agua bendita.

Ambos nos reímos y algunas miradas cayeron sobre nosotros.

—Estás hermosa, las demás que se carcoman de envidia.

—Si no me llevaran a la hoguera, te besaría aquí mismo, bombón

—susurró.

Le di un empujoncito con el hombro.

—No me llames así, me hace sentir… raro.

—La palabra es deseado, querido —acuñó Gigi—, de vez en cuando

es bueno que te recuerden que sigues en edad casadera.

—No soy una jovencita núbil de la regencia —me quejé—, un

hombre puede ser soltero por elección.

—Entonces lo diré con palabras que entiendes —dijo Gigi—, sigues

en edad de mojar el churro.

Me reí.

—Lo que parece es que estás guardando tu virtud para el príncipe


azul —se burló Celine.

—Tú no hables de orejas, señora conejo. Tienes una marca en el

dedo, aunque no lleves el anillo.


Cuando volvimos a reír y nos mandaron a callar, se acabó la

disertación sobre mi soltería.

—Creo que nos ven como a la familia Adams —finalizó Celine.

El acto dio inicio enseguida con los saludos respectivos y el

protocolo. Uno a uno se presentaron los números musicales, coros y

una obra de teatro. La presentación de Kenneth fue insuperable, el

chico tocaba el piano como un profesional, tanto que su compañera

en la voz pasó a un segundo plano porque todos nos quedamos


boquiabiertos con su destreza. Miré a Dustine de reojo y alcancé a

captarla en cámara —April me había pedido grabar a Kenneth para


verle después— fue la primera vez que la vi sonreír sin filtro,

mostrando los dientes, aplaudiendo como la más orgullosa de las


madres. Y tenía razones para sentirse orgullosa, sabía muy bien que

Kenneth practicaba en la academia luego de que la clase acabara y


mi hija me confesó en secreto, que su padre no le permitía hacerlo

en casa, Kenneth se lo dijo.


Me preguntaba cuántas cosas sabía April que no me contaba, y

cuando rompía una promesa lo hacía por una razón poderosa. En esa
ocasión me pidió que le ofreciera el piano que le dio Gigi para que él
pudiera practicar en nuestra casa.

Mi hija era una caja de sorpresas.


Luego vino el grupo de ballet donde mi hija brillaba en la primera
fila mientras en el fondo sonaba El lago de los cisnes, sin embargo,

algo más llamó mi atención. Lentamente giré el rostro hacia Celine,


miraba al escenario y se le iban los ojos, sus pies se movían, sus

dedos, incluso tarareaba la canción. Reconocí de inmediato lo que es


llevar una pasión latiendo en la piel. Su libertad estaba en el baile.

Apreté su mano y ella asintió levemente.


—Eres la mejor profesora —musité.
—Estás muy adulador esta noche, Jared, recuerda que estoy casada

—incordió.
—Así que cualquier otro es una posibilidad menos yo… —arremetí.

—No me gustan vírgenes —contraatacó.


Gigi nos mandó a callar.

Me centré en mi hija y en verla girar, estaba plenamente


concentrada, no tenía que mirar a ninguna parte para saber si estaba

siguiendo la coreografía. Se la veía segura y yo no podía estar más


orgulloso. Aunque en el fondo sabía que tenía molestias en el tobillo

y que decidió no mencionarlo para que no se me ocurriese sugerir


que no se presentara.

Dos actos después, de madres e hijos, fue el turno de April y


Luciano. Vimos a la directora ponerse en el micrófono para hacer la
introducción.
—Nuestra institución se caracteriza por ofrecer una educación

íntegra, en la que prevalecen los valores, más allá de educar en las


ciencias y las artes, formamos seres humanos, es por eso que el

siguiente acto es una muestra de inclusión, respeto y tolerancia por


todas las formas en las que se puede establecer una familia. Nuestra

estudiante de primer año presenta junto a su otro padre, una poesía


musicalizada titulada: El niño y la mariposa. Un aplauso para April

y… su padre.
No había terminado de hablar y quise levantarme y torcerle el

cuello a esa mujer. ¿Por qué diablos tenía que hacer esa
introducción? Mi hija podía tener dos padres por otras razones más

allá de la orientación sexual. ¿Y si fuese huérfana?


Gigi sostuvo mi mano antes de que me levantara. La miré de

soslayo y movió la cabeza negando.


—No es el momento, avergonzarías a April.
—Bruja —dijo Celine.

La melodía del piano tocado por el profesor de música, abrió el


telón, una luz se enfocaba en mi hija vestida de mariposa usando

unas enormes alas brillantes y subida en un pedestal. Enseguida


entró Luciano emanando una presencia elegante y poderosa, caminó
hacia el centro del escenario, usaba una trusa, leotardos y un chaleco

largo.
—Joder se me mojaron las bragas —soltó Celine y pude detectar

cierto jadeo contenido a mi alrededor.


—Estás casada —le recordé.

—Fingiría demencia —la vi pasarse la lengua por los labios.


La melodía, una mezcla entre lo clásico y lo emotivo, preparaba el
ambiente. Luciano se puso frente a April, se miraron estableciendo

una conexión visual derrochando complicidad, los hoyuelos de las


mejillas de April se hundieron, estaba feliz.

Luciano la levantó y ella dobló una de sus piernas, estiró los


brazos e hizo movimientos delicados con las manos mientras

giraban por el escenario con movimientos suaves y sincronizados


fluyendo el uno con el otro en una unión perfecta de formas y líneas,

la soltó en el escenario y ella ejecutó un giro perfecto que casi


desafiaba la gravedad moviéndose con gracia y seguridad. Saltó

hacia Luciano y este la tomó de nuevo en brazos para llevarla al


pedestal. El piano redujo la intensidad de la melodía y Luciano hincó

una rodilla y recibió el micrófono. Enseguida dio inicio al poema.


—Mariposa vagarosa, rica en tinte y en donaire. ¿Qué haces tú de

rosa en rosa? ¿De qué vives en el aire? —entonó.


Ella le respondió:

—Yo, de flores y de olores, y de espumas de la fuente, y del sol


resplandeciente que me viste de colores.

Había tanta gracia en ella, mi hija era un encanto.


—¿Me regalas tus dos alas? ¡Son tan lindas, te las pido! Deja que

orne mi vestido con la pompa de tus galas.


Luciano se levantó para bajarla del pedestal y April empezó a girar

por el escenario mientras le respondía.


—Tú niñito tan bonito, tú que tienes tanto traje. ¿Por qué quieres

un ropaje que me ha dado Dios bendito? —Luciano la perseguía—.


¿De qué alitas necesitas, si no vuelas cual yo vuelo? ¿Qué me resta

bajo el cielo si mi todo me lo quitas?


La levantó para que ella volase. April volvió a declamar:

—Días sin cuento de contento, el Señor a ti me envía, mas mi vida


es un solo día no me lo hagas de tormento.
Luciano bajó a April y esta se puso de rodillas.

—¿Te divierte dar la muerte a una pobre mariposa? ¡Ay! Quizás


sobre una rosa me hallarás muy pronto inerte.

Juntos se tomaron de la mano para cerrar la presentación mientras


el profesor de música profería las últimas dos estrofas.
—Oyó el niño con cariño esta queja de amargura y una gota de
miel pura le ofreció con dulce guiño.

En el final, la subió sobre sus hombros y la dejó en el pedestal por


última vez.
—Ella, ansiosa, vuela y posa en su palma sonrosada y allí mismo,

ya saciada, y de gozo temblorosa, expiró la mariposa.


Al cierre April cerró las alas y se dejó caer en brazos de su otro

padre.
¿Quién necesitaba a Allison cuando estaba Luciano?

Los aplausos me trajeron a la realidad y me hallé completamente


emocionado, con el borde de mis ojos humedecido y sintiéndome el

padre más afortunado del mundo.


Se dio cierre al recital y la gente, poco a poco, desocupó el

auditorio. Cuando finalmente estuvimos en el pasillo de salida,


escuché la voz de mi hija.

—¡Papi Jared, papi Jared! —Corrió hacia mis brazos y yo le esperé


para levantarla y darle un beso.

—Mi hermosa mariposa, lo hiciste perfecto ¡enhorabuena!


—¿De verdad te gustó?

Me disponía a responderle cuando vi acercarse a Luciano con el


rostro completamente desencajado, supuse que buscaría problemas.
Celine lo llamó a los gritos y luego se acercó a él, prácticamente lo
llevó hasta nosotros a empujones.

—Necesito hablar con esa mujer —soltó contenido


—Debemos hablar con ella, pero no será en este momento —

busqué su juicio.
—¡Tiene que ser ahora! Esa mujer no puede seguir humillando a

April de esa manera.


Gigi se acercó a pasos lentos, lo cogió de la mano y se lo llevó con

ella, nosotros les seguimos en silencio hacia el estacionamiento.


Notamos que algunas miradas recaían sobre nosotros y podía

entenderlo, éramos un poco como lo dijo Céline, la familia Adams,


un grupo de personas no extrañas pero si dispares. Ninguno con

lazos de sangre excepto mi hija y yo, Gigi una celebridad viuda,


Luciano un exjugador de la NFL venido a menos, Céline una chica
huérfana cuyo esposo estaba en el ejército y llevaba muchos años sin
volver, yo un padre soltero y April abandonada por su madre. Quería

pensar que eso nos hacía distintos y que esas características nos
habían juntado, pero no éramos un grupo de fenómenos y estaba de
acuerdo con Luciano, había que poner un alto porque en medio
estaba una niña inocente a quien esas burlas o esos comentarios

malintencionados podrían hacer mucho daño.


—¿Qué vas a hacer? No puedes enfrentar a la directora, lo primero
que hará es expulsar a April gracias a tus impulsos de macho alfa —

sentenció Celine—, y no creas que estoy de su parte, estoy pensando


en la abejita.
—¿Qué pasó, papi? —preguntó April a Luciano con tono triste—.
¿Por qué estás tan enojado?, ¿salió mal nuestra presentación? ¿me
equivoqué?

Sé que el tono con el que ella lo dijo le conmovió el corazón a


Luciano que hizo que su ceño fruncido se relajase por un instante. Se
acuclilló y le ofreció los brazos. luego la metió en ellos de forma
protectora, acarició su pelo del color de la miel con ternura y le

susurró al oído:
—No, mi piccolina, fuiste perfecta y ha sido un honor compartir el
escenario contigo —ella se separó para mirarlo a la cara—, pero estoy
un poco enojado con alguien y necesito tomar aire.

—Sube al auto, cariño —pedí, abrí la puerta y le ayudé a subir, ella


se encargó de ponerse el cinturón, después cerré la puerta para que
no escuchara nuestra conversación.
—Buscaremos una solución —le prometí a Luciano tocando su

hombro.
—La solución será que la llevemos al siguiente pueblo, a otro
lugar, a otro colegio —soltaba las palabras atropelladas, podía notar

en él la ansiedad y la impotencia, lo mismo que sentía por no poder


protegerla del exterior que amenazaba con hacerle daño.
—Guaperas respira un poco, lo mejor que podéis hacer es sentaros
a hablar con ella y explicarle las cosas, decirle que si escucha algún

comentario primero lo hable con vosotros y que no haga caso a esas


burlas porque no son ciertas; no podéis cambiarla de colegio cada
vez que surja una situación como esta, vais a desestabilizarla.
—Pero, Gigi —se quejó Luciano, ella le detuvo poniendo una mano

en su pecho, se miraron a los ojos y finalmente Luciano dejó caer los


hombros.
—Vale lo pensaremos mejor… vamos a casa —sugirió resignado.
—Como yo lo veo —dijo Celine con sordina—, tenéis dos opciones,
o aceptáis que tenéis una relación, os cogéis de la mano y salís del

clóset, o cada uno busca el amor por fuera y se acaban los cotorreos.
Todos nos echamos a reír. Ella tenía la piel curtida con los
cotorreos.
Dieciséis
Una jaula abierta
Dustine

Una mañana mientras preparaba a Kenneth para llevarle a clases de


natación, descubrí lo paralizante que puede resultar una pregunta

para la que no te has preparado y cuya respuesta puede exponerte a


ti mismo casi como si te miraras por dentro. Mi hijo no solía hacer

muchas preguntas, y cuando las hacía se encaminaban más por el


rumbo de las emociones que del conocimiento. Pues esa mañana le

escuchaba hablar con April, no supe en qué momento adoptaron la

rutina de llamarse en las mañanas y en las noches, creo que fue


iniciativa de ella porque Kenneth hablaba poco. Pero esa mañana

mientras desayunaba y miraba a la pantalla descubrí dos cosas, la


primera, que cuando April estaba presente de alguna forma, mi hijo

no acudía a sus manías compulsivas, comía la fruta sin fijarse en el

tamaño o la forma. Como si con ella no necesitara mantener el

control pues era ella quién lo llevaba y esa certeza me causaba


inquietud, la sensación de que mi hijo no se sentía cómodo conmigo.
—Te veo en la tarde —dijo April antes de cerrar la llamada—, te

quiero, Kenneth.

Curvé las cejas expectante a la respuesta de mi hijo.

—¿Por qué me dices te quiero? —respondió él.

Ella se encogió de hombros.


—Es lo que le digo a las personas que quiero, y yo te quiero.

Reprimí un jadeo y me cubrí los labios, conmovida por ese gesto

genuino y espontáneo de una niña de cinco años que no tenía miedo

de decirle a alguien que le quiere.

—Vale… yo también te quiero.


Un nudo se formó en mi garganta, solo yo había escuchado esas

dos palabras de sus labios, no significa que es obligatorio decirlas, el

amor no necesita de esas dos palabras para hacerse sentir, pero en el

caso de mi hijo lo era, a lo intangible hay que darle un nombre para

reconocerlo, de lo contrario pasa desapercibido.

Colgó la llamada y se llevó el último bocado a la boca.

Desde allí lo escuché:


—Mami ¿qué es querer?

Me quedé con la mano cubriendo mis labios y buscando la

respuesta correcta, sus ojos color de mar me miraron centelleantes


en espera de una respuesta. Dentro de mí buscaba un ejemplo, algo

tangible con lo que él pudiera compararlo sin caer en la confusión.

Al final me acerqué y le ofrecí mi mano con la palma hacia arriba.

Él la puso encima de la mía.

—Querer a alguien es sentirte cómodo con esa persona, tranquilo,

no sentir miedo a su lado, sonreír sin darte cuenta o que tu corazón


lata más fuerte, como cuando corres, sin estar corriendo

exactamente.

—¿Y cómo le muestras a alguien que le quieres?

Me llené los pulmones de aire.

—Querer es cuidar, proteger, buscar que el otro sonría si se siente

mal y que esa sonrisa te haga feliz. Estar a su lado cuando está triste,

darle la mano si se cae, saber su comida favorita…

Una sonrisa preciosa le pintó los labios y mi corazón se aceleró.

—Entonces April y tú me queréis de verdad… hacéis todo eso por

mí.
Mis pupilas temblaron porque las lágrimas se asomaron.

—Yo te querré siempre, mi amor. Pero que April te quiera del

mismo modo es como un regalo muy valioso.

—¿Y qué es una novia?

Fruncí las cejas.


—¿Por qué me preguntas eso?

Se lo pensó un poco antes de responder.

—En el cole me dicen que April es mi novia y por eso me defiende.


Sonreí levemente.

—Una novia es una chica de la que te enamoras, que te gusta, que

te parece bonita como se ve, como se viste, como habla… que todo te

gusta de esa chica y le pides que sea tu novia porque vas a quererla y

a cuidarla, los novios se toman de la mano, se dan abrazos, van

juntos a pasear… es como una persona muy especial que eliges para

entregarle tu corazón.

El gesto de confusión me alertó.

—No este corazón —le toqué el pecho—. Hay otro corazón que es

un lugar especial donde guardas a las personas que quieres, lo que te

gusta hacer, tus secretos… ¿me entiendes? —dijo sí con la cabeza—,

y cuando eliges a esa chica para ser tu novia debes preguntarle si ella

quiere serlo, porque a veces pasa que tú le quieres pero ella no te

quiere a ti.

—Y si dice que sí ¿qué pasa?

—Ella te dará su corazón para que lo guardes y debes cuidarlo, es

muy frágil, como un cristal. Y entonces tú te conviertes en su novio.


Le vi bajar la cabeza un momento.
—¿Por qué no buscas otro novio, mami?

El sonido del móvil me salvó de una respuesta que no tenía.

La segunda cosa que descubrí ese día es que yo nunca había

sentido ese tipo de amor.

Y dolió.

Mirarse por dentro es descubrir todas las costuras que le has

hecho a tu corazón para hacer que siga latiendo. Es descubrir el agua

porque sientes sed y anhelar un nuevo comienzo a través del eco del

dolor.

Atendí la llamada del distribuidor de muebles que traía el pedido


de la casa de Jared, tuve que retrasar tres semanas ese proyecto

porque se hicieron otras reformas y se pidieron unos muebles a

medida para algunas áreas.

El verano se instaló por completo pintando los campos de violeta

con las primeras flores de lavanda, cada vez que debía ir entre la

zona de viñedos, mis ojos quedaban saciados de la belleza del campo

en plena floración. Y recordaba todas las veces que escapaba en mi

bicicleta para sentarme en medio del cultivo a dibujar las flores, era

mi lugar feliz.

Te preguntarás por qué habitaba tanto en mis recuerdos, porque

era una manera de tener certeza de lo que fui, mi fugaz paso por la
felicidad se quedó en esos días y recordarlos me mantuvo de pie

añorando, sin decirlo en voz alta, volver a ellos alguna vez.

Entré en la casa de Jared y me recibió el olor del protector de

madera, decidí abrir puertas y ventanas para que se aireara y subí a

la habitación de la pequeña que me llevaría más tiempo tener a

punto, elegimos que pintaríamos las paredes con flores, mariposas y

abejas, una especie de jardín en un mural.

Avisé a Jared que estaría trabajando hasta la hora de ir a por

Kenneth a la clase de natación y él se ofreció a traerle para que no

me preocupara de nada más. Y la realidad es que con Connor en la

alcaldía, mi vida ya no era una carrera por evitar su mal

temperamento, pasaba tanto tiempo por fuera que cuando le

encontraba en casa era una sorpresa absoluta, esa libertad de no

tener que controlar cada detalle en un intento por ser perfecta, me

permitía relajarme un poco y ser yo misma.

Dispuse las pinturas en el suelo cubierto por un plástico protector

y cerré la cortina para evitar el reflejo, entonces tomé un lápiz y me

acerqué a la pared con la intención de dar el primer trazo, no me


costó acomodar girasoles, rosas, tulipanes, flor de Amarilis y algunos

cartuchos, un par de abejas revoloteando y un grupo de mariposas…

Sin embargo, cuando tomé la pintura y el pincel, no supe cómo


continuar, era como si mi cerebro no reconociera los colores, que el

amarillo, el rojo o el violeta ante mis ojos seguían siendo grises.

Sentí ganas de llorar, era un dolor hondo que me apretaba la

garganta conteniendo todas las palabras, todo lo que siempre quise

decir y no dije, todo lo que sentía y reprimía, todo mi miedo, mi

soledad y mi desesperanza, todo lo que me atormentaba; y a la par,

nacía dentro de mí el deseo de gritar, de soltar, de correr, de

liberarme de la opresión y la angustia.


Era yo, la verdadera Dustine gritaba desde el fondo perdida en los

recuerdos, deseando que se trastocaran en realidad. Vi el temblor en


mis manos, era palpable la contradicción dentro de mí, ¿cómo podía

ser que algo tan simple como tomar pintura en un pincel se sintiera
como un acto de rebeldía?

No lo soporté, no fui capaz de mojar las cerdas con un solo color y


me dejé caer de rodillas al suelo en medio de un llanto agónico y

desesperado. Lloré, plañí, gemí… me permití darle sonido y eco a mi


propia tragedia como nunca antes tuve la oportunidad de hacerlo, no

supe por cuanto tiempo me mantuve en la misma posición en medio


de una habitación vacía sin que nadie fuera testigo de mi desahogo.
Al final, el llanto se cortó como si el grifo se hubiera cerrado,

acababa de vaciarme, el silencio de aquella casa me resultó el mejor


consuelo porque acababa de darle mi fragilidad, la que no tenía
derecho de mostrar o de sentir.

Llorar al fin dejando de evitar las lágrimas es liberador.


El momento de intimidad con mis propios demonios terminó con

el sonido proveniente de la planta de abajo, escuché algunas voces y


movimiento, supe que los muebles habían llegado. Me apresuré a

pasar al baño y lavarme el rostro, luego me puse colirio en los ojos


para disimular que había llorado.
Salía secándome las manos cuando vi entrar a Jared en la

habitación.
—Quieren saber si vas a hacer la instalación de algún mueble… —

su mirada recayó en mí y no fui capaz de mantenerla, la desvié hacia


el suelo.

—Sí, voy en…


Di dos pasos en pos de la puerta y su mano apretó mi brazo de

forma delicada y firme.


—¿Qué ocurre? —musitó con la voz templada y profunda.

—¿Por qué? —dije con un hilo de voz.


—Dustine… —bajó los hombros y su agarre pasó a ser una caricia

en mi brazo—, no tienes que fingir conmigo que estás bien, tus ojos
son como un libro abierto.
Pasé saliva notando el nudo. Sus dedos tocaron mi barbilla con
suavidad, elevándola poco a poco. Mis ojos finalmente se

encontraron con los suyos y sentí un remezón en mi interior.


—No ha pasado nada… te lo prometo.

Movió la cabeza hacia un lado, apretó los ojos y los labios a la vez
en un gesto de incredulidad.

—Si ese hijo de…


—Te juro que no tiene que ver con Connor —confesé al final,

conmovida con su impulso de protección.


—Todo en tu vida tiene que ver con ese hombre —declaró con los

dientes apretados.
Vi que sus hombros se ponían rígidos y puse mis manos allí para

darle confianza.
—Esta vez es algo que está dentro de mí, algo con lo que debo

luchar. Estar en esta casa, cambiando mi rutina y siendo…


—¿Libre? —Se adelantó.
Asentí con los ojos cerrados.

—Me ha sobrepasado.
—Dustine no quiero que te sientas incómoda —tomó mis manos

entre las suyas, cálidas y suaves, y noté el estremecimiento de mi


piel—, no hagas algo que no quieres por el hecho de complacer a otra

persona.
—¿Por qué dices que lo hago por complacerte? —Contuve el

aliento y noté el titileo en mis pupilas, el llanto regresaba en el


instante en que más frágil me sentía.

Una sonrisa amable y melancólica se dibujó en sus labios cerrados,


sus ojos me miraron con una compasión arrolladora, como un reflejo
de mi propio interior; nadie me había mirado de esa forma. Nunca

había creído que alguien más pudiera sentir y comprender lo que yo


vivía, lo que me sangraba por dentro.

—Porque hay una soledad intrínseca en ellos imposible de ocultar,


porque esos ojos bonitos, dulces como la miel, no saben mentir

aunque lo intenten. Veo a diario en mi trabajo todo tipo de


emociones, y las más comunes son el miedo y el dolor. Eso mismo

me dicen los tuyos.


—Para, por favor —supliqué con el llanto amenazando con

desbordarse.
—Lo que crees que nadie sabe, lo que te empeñas por esconder,

solo te ha causado heridas que con el tiempo dolerán mucho más.


No pude contenerme y me refugié en sus brazos mientras volvía el

llanto a inundarme el rostro, me permití ser débil, me permití


aceptar que mi vida no era lo que soñé, me permití soltar una

confesión que no salió de mis labios.


—El silencio siempre nos ocupa mucho espacio. —Me dijo en un

susurro, sus manos acariciaban mi pelo y siseaba suavemente para


calmarme; no pude contener el recuerdo de mi padre, de sus

abrazos, de la protección que me brindaban—. Tu intuición conoce el


camino de regreso, Dustine, escúchala al menos una vez y cuenta

conmigo sin importar lo que quieras hacer.


Temblé al escucharle, llevaba tanto tiempo postergando esa

conversación conmigo misma que sentí miedo de responder a esa


pregunta, ¿qué quería hacer? La respuesta no me dio consuelo

porque mi mayor anhelo era encontrar el camino que lleva el tiempo


atrás, y esa certeza me golpeó hondo, no anhelaba el futuro, y no lo

hacía porque era como un pájaro que ha pasado toda la vida en una
jaula, cuando la puerta finalmente se abre, ya no recuerdas cómo
volar.

Era el tercer viernes que Kenneth y yo nos quedábamos en la


oficina de Meraki para pasar la noche. La primera vez que lo hicimos,

me excusé diciéndole que tenía mucho trabajo para entregar y que


no iba a darnos tiempo de ir a casa, él no dijo nada, se acomodó en el
sofá cama y vio una película hasta quedarse dormido. La segunda
noche simplemente se metió debajo de las mantas cuando me vio

sentada frente a la computadora. A la tercera hizo la pregunta.


—Mami, ¿por qué nos quedamos aquí?
Lo miré sin saber cómo responder. Desde la primera vez busqué

una razón convincente que nunca llegó, no me gustaba mentirle


porque eso haría que él también me mintiera. Aunque fuese un

mecanismo de defensa.
—¿Es por él?

Me mordí los labios. Kenneth nunca llamaba papá a Connor, en


realidad creo que en toda su vida no habían tenido una

conversación.
Asentí.

—¿Por qué no buscamos otra casa, podemos ser solo los dos como
April y su papá?

Noté el vacío en el estómago, la impotencia me aferró las manos


como un par de cadenas.

—¿No te gusta nuestra casa? —Le di rodeos a mi respuesta.


Él negó.

—No me gusta porque tú no eres feliz allí.


Dejé mi lugar para ponerme a su lado, preocupada por la seguridad
con la que dijo esa frase.

—¿Por qué dices que no soy feliz?


Temí por su respuesta.

—Porque él no te hace sonreír, no te cuida, no te defiende y te


hace esas marcas en la piel que te duelen. No te quiere, mami, dile

que te devuelva el corazón y unimos los pedacitos con mi


pegamento.

Contuve el impulso de llorar y en su lugar le tomé las manos.


—Te prometo que voy a buscar una casa para los dos, pero no

puedes decirle a nadie ¿lo prometes? Ni a April —advertí.


—Lo prometo.

—¿Me das un abrazo? —pregunté fingiendo una sonrisa que


escondiera la amargura de nuestra realidad.
Kenneth abrió los brazos y me regaló una de esas escasas pero
deslumbrantes sonrisas que me servían de bálsamo. Me abrazó por

el cuello e hizo algo que nunca hacía, me dio un beso en la mejilla.


—Te quiero, mami.
Dos palabras y una verdad, a un corazón roto, solo el amor lo
vuelve a coser.
Diecisiete
Algo dentro que clama
Dustine

Un impulso anidó dentro de mí, era como un pequeño brote que


anuncia la temporada de cosecha. Esa conversación con mi hijo, con

el único testigo de la realidad de mis cuatro paredes, vino a darme


un empujón, la determinación de abrir las alas como los flamencos y

volar muy lejos. El amor es movimiento, moverse para sentirse vivo


y sentirse vivo para amar. Mi hijo merecía que su madre diera una

batalla más, por él, por su futuro que no estaba escrito y de paso por

mí. Ese llamado de mi interior era, quizá, el paso más arriesgado que
daría y la batalla empezaba con perder el miedo a volar. «El

momento es ahora», leí en un folleto de promoción de un viaje en


crucero que llegó con la correspondencia. Y nunca antes esas

palabras tuvieron tanto significado.

La pantalla de mi teléfono se iluminó con un mensaje de mi

hermano. Era extraño que me estuviese escribiendo a esa hora


porque en el museo tenía prohibido usar el móvil en horario de

trabajo. Lo leí enseguida.

Gavin: Llámame.

Una sola palabra que consiguió inquietarme. Le di al botón y

esperé a que la llamada conectara.


—Hola —respondió Gavin con la voz pastosa.

—¿Qué pasa?

—Mamá se ha desmayado en la floristería…

El mundo se movió bajo mis pies.

—¿Está bien? ¿Dónde…?


—Me llamó Tina desde el hospital, voy en camino, parece que ya la

han estabilizado.

—Pero, ¿te ha dicho si se ha sentido enferma?

—Sabes que mamá nunca se queja… solo la he visto en cama

cuando murió papá. ¿Puedes venir? —dijo agobiado, noté el miedo

en su voz, mi madre y él siempre fueron muy unidos, era el niño de

sus ojos.
—Debo avisarle a Connor, sabes que está empezando en el cargo

y… —tercié porque sabía perfectamente que debía avisar a Connor

primero y tramitar un permiso más entramado que si quisiera

reunirme con el presidente.


—Dustine, se trata de mamá —la forma en que lo dijo fue como si

me sacudiera por los hombros.

—Tienes razón, ¿en qué estoy pensando? Te veo allí, mándame la

dirección.

Tomé mis cosas y fui a buscar a Kenneth a casa de mis suegros, por

el camino intenté llamar a Connor sin recibir respuesta, incluso


llamé a su oficina y su secretaria dijo que estaba reunido. No le había

visto la última semana, y si lo hubiera visto tampoco tendría idea de

su agenda, no era mi asunto según él.

Empezaba a desesperarme porque si él no lo autorizaba tendría

problemas. Me hice el propósito de no molestar a mi esposo, ser

invisible de ser posible para evitar a Kenneth otra situación

desbordante. Estaba en una encrucijada, cómo llegaría a Berkeley y

cómo conseguiría el permiso de Connor.

Clarice me recibió en la puerta, usaba un sombrero, delantal,

guantes de jardinería y una pala, me recordó a mi madre y el corazón


se me estrujó otra vez, aunque mi madre no se parecía a la primera

dama posando para Vanity Fair cuando estaba en el jardín.

—¿Pasa algo, querida? —dijo al saludarme de beso en la mejilla—.

Acabamos de servir la merienda, ya sabes que mi nieto tarda

demasiado en comer.
—Sí, es por su…

Me calló al levantar la mano y chasquear la lengua.

—Esas enfermedades modernas que se han inventado los médicos


para sacarnos dinero son patrañas, ese es el resultado de tener un

hijo mimado. Connor era así, fue culpa nuestra por no negarle nada.

Preferí morderme la lengua, su ideología del siglo pasado no le

permitía aceptar la realidad y prefería culparme. Parecía el deporte

de los Lowell, hacerme responsable de lo que no les salía como

querían.

—Tenemos que ir a Berkeley —un suspiro escapó de mis labios—,

mi madre se ha desvanecido y está en el hospital, Connor está

ocupado y no he podido avisarlo, ¿crees que puedes intentar?

—Nada de eso, Connor se enterará cuando deba, vamos que te

acompaño. Iré a por mis cosas.

—Tengo que llenar el tanque… vuelvo a por ti.

—No hay tiempo, estaciona fuera y llevemos nuestro auto, es más,

le avisaré a Benedict, seguro que viene con nosotros.

—No quiero molestarle.

Movió la mano para restarle importancia y volvió dentro, yo la

seguí para buscar a mi hijo. Le encontré lavándose las manos.


—¿Terminaste pronto el trabajo, mami? —dijo al verme.
—Sí, cariño. Tenemos que ir con la abuela Clarice a visitar a la

abuela Ophelia, ¿qué te parece? Y veremos al tío Gavin.

Sus ojitos se iluminaron.

—Me gusta la abuela Ophelia, es suave como tú y muy divertida. Y

el tío Gavin cuenta las mejores historias de caballeros y piratas.

Sentí el asomo de las lágrimas, la angustia me estaba matando por

dentro. Clarice y Benedict asomaron por la escalera. No quisiera

sonar borde, pero era como si, en ausencia de Connor, ellos tuviesen

la misión de vigilarme. No digo que no agradeciera su amabilidad,

pero esperaba un momento familiar con los míos.


—Vamos —dijo Clarice—, Benedict ya le ha dejado un mensaje a

Connor por si desea vernos allí.

Me resigné a mi suerte.

El camino se me hizo eterno, no sé si porque mi suegro conducía

lento o porque yo estaba muy asustada. A mitad de camino recibí un

mensaje de Gavin.

Gavin: Está despierta y consciente. Le harán pruebas para salir de

dudas.

Dustine: Voy en camino.

Informé las noticias, enseguida mi suegra empezó a hablar de los

buenos hábitos, que el deporte y los suplementos y tanto más para


una vejez saludable. Estaba visto que era lo que ella hacía, pero mi

madre era menos superficial, a ella le gustaba ir descalza por la vida,

sentir la tierra en sus manos, no usaba cremas o maquillaje, el único

asomo de vanidad que tenía era vestirse como si Los Beatles

acabaran de lanzar Abbey Road y pintarse las uñas de colores

vibrantes. Mi madre era un animal silvestre, así se describía, tenía en

el balcón de su departamento un sistema de cultivo vertical donde

sembraba desde aromáticas hasta tomates, amaba los pimientos y

apenas maduraban los arrancaba y comía directamente. Si estaba

ansiosa la veías masticando cualquier hoja, y siempre tomaba

infusión de buganvilias. Tal vez no era la Jane Fonda de la gimnasia,

pero siempre estaba en buena forma. No conocía a nadie más sana y

con tanta energía como ella.

Llegamos a la ciudad una hora después, el tráfico del final de la

tarde en pleno inicio del fin de semana no ayudaba a mis nervios, a

pesar del mensaje de Gavin yo no estaría tranquila hasta que pudiera

verla, era como revivir los días en que papá cayó enfermo. No vi

cuánto tardamos en llegar, solo sé que antes de bajar del auto les
pedí cuidar de Kenneth y me precipité a la recepción del hospital. El

palpitar de mi corazón resonaba en mis oídos a medida que me

acercaba a la habitación. Entré con el corazón en un puño, vi a


mamá recostada en la cama, con Gavin a su lado tomando su mano.

Se la veía pálida y cansada, noté el nudo en mi garganta al ser

abofeteada por el inclemente paso del tiempo. Llevaba medio año

sin verla y en ese periodo su pelo se pintó de más canas grises.

Me acerqué lentamente a su lado tratando de contener las

lágrimas que amenazaban con escaparse, verla allí fue un golpe de

realidad doloroso, mi madre que siempre andaba revoloteando de un

lado a otro como una mariposa, parecía otra totalmente distinta


dentro de ese pijama blanco del hospital.

—Mi pequeña flor —dijo al verme.


Tomé su mano con ternura, un escalofrío me recorrió al notar lo

fría que estaba, de hecho, la habitación se sentía como si


estuviésemos en pleno invierno, busqué el mando de la calefacción y

subí un par de grados.


—¡Mami! —musité tratando de mantener mi voz firme a pesar del

miedo que me recomía—. ¿Cómo te sientes?


Abrió los ojos lentamente como si le pesaran los párpados, me

miró con sus ojos dulces y me ofreció una sonrisa débil.


—Estoy bien, cariño, tu hermano ha exagerado, solo fue un
pequeño susto. No tenías que venir por esto, sé que estás muy

ocupada.
Me odié por dentro al reconocer que mis palabras habían abierto
una brecha entre ellos y yo, porque yo siempre estaba ocupada,

siempre había un evento de Connor o su familia, era la excusa más


pobre y dolorosa que había dado para justificar no pasar más tiempo

con ellos.
—Claro que debía venir, mami, nada puede ser más importante

que tú —besé su frente de la misma forma en que ella besaba la mía


—. Cuéntame qué pasó
Ya estaba un poco más tranquila de escucharla y verla, pero la

preocupación seguía pesando en mi pecho.


Ella suspiró como si la respuesta fuera difícil de decir.

La verdad no lo recuerdo bien, fue todo tan repentino, estaba en el


vivero y me agaché para recoger una maceta de romero, cuando me

levanté sentí el mareo y lo siguiente que supe es que estaba aquí en


el hospital.

Me estremecí con la sola idea de imaginarla desmayada y sola; la


impotencia y una pizca de rabia me recorrieron las venas porque mi

deseo más grande quizá, era tenerla conmigo. Cuando papá murió y
pasamos tanto tiempo juntas me imaginé que seguiríamos el rumbo

de la misma manera, con el paso de los días y la distancia yo la


extrañaba mucho más y cuando me permitía soñar, nos imaginaba
en una casa, no tenía que ser grande, pero debía tener un jardín
enorme y juntas sembraríamos y cosecharíamos en las mañanas y en

las tardes nos sentaríamos bajo la sombra de un árbol a leer. Más que
un sueño era una reminiscencia, eran los momentos felices de mi

pasado.
—Pero ¿has sentido alguna molestia antes?

Gavin habló.
—Yo creo que se ha descompensado, últimamente come como un

pájaro.
Mi madre lo miró de forma recriminatoria.

—No le digas esas cosas a tu hermana, no la preocupes de más.


—¿Eso es verdad, mamá? —La interrogué.

Ella suspiró.
—La verdad es que… no me dan muchas ganas de comer y cuando

lo hago me duele el estómago, una tontería achaques de la edad.


—No lo minimices —la reñí—, si te ha dolido el estómago debiste
pedir una cita médica.

—Yo no soy de médicos y ambos lo sabéis así que mejor sacadme


de aquí.

—Muy tarde para esa declaración ¿no lo crees? —incordió Gavin—,


te casaste con un médico, ¿si te acuerdas o eso también se te ha
olvidado?

—No me casé con tu padre porque fuera médico sino porque era
muy guapo.

Su comentario nos hizo reír, ese asomo de intimidad con mi


familia sumó otro rayo de ilusión al impulso que se estaba gestando

en mí
—Vamos a cuidarte —prometí intentando mantener la calma a
pesar de la angustia que sentía, porque siempre es la incertidumbre

la que frena la esperanza—, estamos juntos en esto.


Ella nos sonrió débilmente, y aunque su rostro reflejaba fatiga, vi

en sus ojos esa chispa de vida y de alegría que no la desamparaba.


Gavin salió para que pudieran entrar mis suegros y al final lo hice

yo. A Kenneth no le permitieron verla, sin embargo, habló con mi


madre por FaceTime y se quedó más tranquilo. Revisé el teléfono

para asegurarme de que los eventos de Meraki estuvieran rodando y


me sorprendió que Connor no me hubiese llamado. Me ilusioné con

la idea de que si sabía que estaba con sus padres no me traería


problemas.

Las enfermeras nos indicaron que debíamos despedirnos, y que un


acompañante podía quedarse.
—Yo trabajo mañana —se disculpó Gavin—, no me dio tiempo a

solicitar un reemplazo. Pero si no puedes, me quedaré y me iré


temprano para darme un baño.

—Si van a hacerle pruebas es mejor que alguien esté con ella —
mencionó mi suegro.

—Puedes quedarte, querida. Nosotros podemos llevarnos a


Kenneth, sabes que sus abuelos siempre tienen una habitación

preparada.
—Os lo agradezco, pero debo avisar a Connor.

—Yo mismo le llamaré, no te preocupes por él ahora, tu madre te


necesita —zanjó Benedict el tema.

Me puse a la altura de mi hijo y le acaricié las orejas, era algo que


lo calmaba.

—¿Estarás bien en casa de los abuelos?


Me observó con esos ojos redondos y cristalinos, enseguida movió
la cabeza afirmando.

—¿Volverás pronto?
—Estaré allí el domingo, lo prometo.

—Yo pediré un permiso a mi jefe si mi madre debe pasar más días


aquí —informó mi hermano.
—No se diga más —intervino Clarice—, nosotros nos pondremos
en marcha enseguida para aprovechar la luz que queda del día.

Se acercó para despedirse y puso en mi mano unos billetes.


—¿Y esto? —cuestioné confusa.
—Vi que no traes dinero en la billetera ni tarjetas, debiste dejarlas

en el trabajo. Puedes necesitar cualquier cosa.


Me sentí avergonzada e impotente a la vez, porque era verdad, en

mi cartera nunca había dinero o una tarjeta de crédito porque


Connor no me lo permitía. Los gastos adicionales como un helado

para mi hijo eran una especie de sistema de crédito, debía llevar la


factura y Connor pasaba a pagarlo. No puedo describir el nivel de

vergüenza que me cubría el rostro cuando eso pasaba, por eso


evitaba salir con él a lugares donde tuviera que pagar por algo, a

Connor le importaba muy poco si su hijo no era feliz.


—Te los devolveré cuando vuelva.

Clarice besó mi mejilla.


—Querida, tómalo como un regalo. No es necesario.

Después de que todos se marcharon, bajé a la farmacia del


hospital a por pasta dental y un cepillo de dientes. Era lo único que

necesitaba. Gavin vendría en la mañana con una maleta para mi


madre y le recomendé una camisa para cambiarme, había sudado
corriendo de un lado a otro con un evento y me sentía pegajosa.

Volví a la habitación, la tele estaba encendida y mi madre veía una


película.

—Se han ido —comenté antes de sentarme a su lado.


—No tenías que quedarte, Kenneth se pone nervioso si tú no estás

con él.
Quise decirle que era su padre quien le ponía nervioso, pero no

debía.
—Sé que estoy en otra ciudad, mami, pero si algo te pasa yo lo dejo

todo para venir contigo.


Elevó las comisuras y palmeó su cama invitándome a acomodarme

junto a ella.
—No creo que esté permitido.
—¿Y qué más da? Si te dicen algo te bajas. No estamos en el
cuartel militar.

A veces olvidaba que era un alma libre a la que las cadenas y las
reglas nunca la detuvieron. Deseé tener una mínima parte de ese
carácter en mis venas para arriesgarme a vencer el miedo.
Finalmente subí a su lado y ella me acunó con cariño, su calorcito

especial, ese olor de mamá, y lo suave que era —como decía mi hijo
— me abrigaron el alma de una forma indescriptible. No sabía
cuánto la extrañaba, cuánto necesitaba su presencia en mi vida y

cuánto la echaría de menos al volver a casa. Siempre me ocurría


igual, cuando volvía a mi prisión la depresión me arropaba con su
manto.
Nos quedamos en silencio mirando la película, reconocí a Meryl
Streep, pero hacía tanto que no veía cine o la tele, o tan siquiera leía

una revista que no tenía idea de quién era el coprotagonista.


—Mírala ella tan pelandusca —soltó mi madre indignada, esa
palabra me causó gracia, es que ni parecía insulto—, no se ha ido el
marido y ya le está pelando el diente al primero que aparece. Hay

mujeres que no saben estar sin marido.


—¿Estás juzgando, mamá?
—Lo hago y a tenor de aquello te digo que yo puedo aceptar
muchas cosas de la modernidad y de las formas en que la gente se

quiere, pero una cosa que nunca podría entender es la traición. Si no


amas a alguien es tan simple como decírselo y poner tierra de por
medio. ¿Qué se supone que haces en ese lugar? Si no eres feliz,
busca el camino y rueda como una roca.

—Qué profunda.
Rebufó.
—Ahí la tienes, risita para allá y aleteo de pestañas por acá. ¡Chica
acabas de conocerlo!

Recordé que ella siempre era así cuando veía la tele, peleaba con
los personajes, les advertía, y sufría con ellos.
—¿Y si se ha enamorado a primera vista?
—¿Del viejo Clint Eastwood? No lo creo. Hace veinte años quizá,

pero mírale, no es que le veas y te cure el hipo.


—¿Y qué sabes tú de esos hombres que curan el hipo? Se calló de
repente. —Mamá…
—Pues tu padre —se defendió—, era un bizcochito no había mujer

que no bizqueara por él.


—Vale, mi padre. Pero hablaste en presente, ¿hay alguien que te
haya curado el hipo?
—No te interesa.
—¿Cómo que no me interesa? —Me emocioné—. Me parece que

hay una historia.


No dijo nada, siguió mirando a la pantalla y reprendiendo a Meryl.
—Anda ya. ¿Ves lo que te digo? Ni un día y ya se acuesta con él y
sueña con ir a recorrer el mundo. Esa mujer estaba reprimida, no era

feliz.
Sus palabras empezaron a resonar dentro de mí.
—¿Te lo parece? Sabes que los matrimonios a veces se vuelven

monótonos —sorteé.
—¿Y de quién es la culpa? La monotonía no llega porque sí, tú la
invitas. Simon y yo nunca fuimos esa clase de pareja aburrida, creo
que porque yo siempre he sido impredecible y le daba buen material
para sorprenderse.

—No te refuto nada —convine.


—Y él siempre tenía detalles especiales, no debía ser oro ni
diamantes. A veces era un caramelo de regaliz, otras veces unas
semillas que compraba en el mercado o una pañoleta para mi pelo.

El amor está en los detalles.


La película avanzó precipitándose al momento crucial donde ella
debía tomar un camino: su familia o la aventura con un desconocido.
—Es un arma de doble filo ¿lo ves? Se queda con el marido por no

sentirse culpable, pero estará amargada toda la vida, anhelando lo


que no pudo ser. Y si se va con el otro, con el tiempo va a recaer en él
la culpa que ella misma carga al abandonar a su familia. La relación
está abocada al fracaso.

—¿Cómo puedes sacar esas conclusiones, mamá? Sin tu sección de


comentarios me hubiera parecido una película dramática con un
amor prohibido que quedará para el recuerdo.
—Eres muy emocional, Dustine. ¿Sabes lo que te enseña la

naturaleza cuando te dedicas a plantar semillas? —Negué—. Te


enseña a observar, a esperar y a fracasar. A veces tienes la semilla de
una flor exuberante, exótica y te imaginas el inmenso jardín poblado
de colores. Y resulta que la semilla no florece, que se queda en hojas

y se marchita pronto. Debes arrancarla. Es lo mismo que ves aquí,


ilusiones que se esfuman pronto.
—Pues se ha quedado con el marido…
—Y fue infeliz para siempre.

—¿No te parece triste?


—No, me parece que se lo merecía.
—Estás siendo cruel. ¿Qué hubieras hecho en su lugar?
—Yo nunca hubiera estado en su lugar, pero supongamos que
aparece Clint con veinte años menos y me ofrece una noche de

pasión, que es todo lo que puede ofrecerme porque es un nómada


mujeriego. En ese caso me niego, la verdad si estuviese tan agobiada
e infeliz en mi matrimonio no buscaría enredarme la vida con otro,
yo me iría a recorrer el mundo, a buscar la aventura que me hace

falta, me iría a vivir lo que no he vivido. Y si después me canso y


quiero volver a mi desgraciada vida, lo hago.
—No lo harías.
—No. Nadie con los cinco sentidos en orden sacrificaría la libertad

una vez la ha descubierto.


Otro latigazo de mi madre.
—A ver, ¿qué harías tú en su lugar? —Me cuestionó.
Apagó la tele, estaba siendo una noche de chicas improvisada y

muy reflexiva.
—No lo sé… no creo que llegara a pasarme algo así, mamá.
—¿Qué cosa? ¿Que otro hombre te corteje o que estés aburrida en
tu matrimonio?

«La primera».
—Yo digo que depende del hombre. Está visto que alguien
aventurero, que no ha sentado cabeza y que es un poco egoísta, no
sería el hombre con el que me plantearía dejarlo todo. En algún

momento él se iría con otra cuando se canse de mí.


—Es un buen punto. ¿Entonces quién sería el que te haría
planteártelo?
Tomé aire antes de responder.

—Pues… sabes, alguien tranquilo como yo, que sea responsable,


amable, comprensivo, que le gusten las cosas sencillas, que le gusten
los niños porque tengo a Kenneth, que me trate con suavidad y…
Detuve mis palabras porque el rumbo de mis pensamientos estaba
dibujando en mi cabeza a una persona en especial. Y eso no podía
pasar.
—Pensé que tu esposo era todas esas cosas —mencionó con cierto

tono suspicaz.
El golpe seco contra la realidad fue como si acabara de traicionar
mis propios secretos.
—Ya ves que por eso no me pasaría, ya lo tengo en casa.

Cuánto dolió mentir.


Mi madre hizo un ruidito con la garganta.
—Pero es una película, nada más. Esas cosas no pasan —desvié el
tema.
—Pasan, cariño, la traición fue inventada en el Paraíso

¿recuerdas? Adán, Eva, una serpiente y una manzana. Los amores


imposibles, prohibidos e inalcanzables nos parecen tan
conmovedores porque no tienen la oportunidad de mostrar lo malo,
son una fantasía de felicidad que se queda en el si hubiera podido ser.

Y no digo que en ocasiones no ocurra que dos personas se


encuentren, vivan un idilio y puedan ser felices. Pero para llegar a
ese nivel hay que quitarse la venda de la idealización. No huyas de
una relación porque la ilusión que te ciega te empuja a hacerlo, y le
impones al otro la misión de redentor, debe salvarte, liberarte, es tu
forma de escape y eso, pequeña flor, no es amor.
—¿Entonces qué lo es?
—El amor es el timón, no el ancla.
Dieciocho
La misma pesadilla
Dustine

Gavin vino al hospital muy temprano trayendo una maleta para mi


madre, se quedó con ella mientras yo me daba un baño, la noche no

fue pesada, pero pasarla en una silla me dejó con dolor de espalda.
Al salir para vestirme me encontré con una camisa de mangas con

fondo negro pero estampados de rosas corazones y mariposas, era la


prenda más extravagante que había visto jamás y me pregunté si

Gavin no tenía sentido de la moda o me estaba gastando una broma.

Al revisar en las prendas de mi madre no obtuve nada mejor que un


par de batas largas al estilo turco. Me dije que podía aprovechar la

situación para ponerme un poco de color, cuando volviera casa


usaría mi camisa y asunto olvidado.

Las enfermeras nos pidieron salir para preparar la habitación y a

mi madre para la ronda médica, mi hermano me invitó a desayunar

y fuimos juntos hasta la cafetería. Nos servimos café y huevos con


bacon. Era una de esas comidas que evitaba para mantener mi
figura, aunque a veces le quitaba un bocado a Kenneth de su

desayuno cuando su olor tentador me ganaba la batalla.

—Te ves ojerosa.

—No dormí muy bien.

—Una noche sin dormir no te deja esas marcas —acotó.


—He estado con mucho trabajo, el verano es la fecha favorita de la

gente para casarse. Es como si no sintiesen el calor.

—Debe ser porque muchos salen de vacaciones y pueden asistir —

argumentó con las mejillas infladas.

—Guarro, traga primero antes de hablar.


Me hizo una mueca cómica y yo le golpeé el hombro.

—Me alegra que estés aquí… cuando recibí la llamada creí que se

me había detenido el corazón. Nadie te prepara para noticias así.

Le acaricié el pelo.

—Eres un niño malcriado por tu madre, te ha protegido de todo y

mira, treinta años y sigues debajo de su falda —incordié—, es broma,

ya sabes, agradezco mucho que estés con ella.


—Bueno… me gusta vivir con mamá, pero me he inscrito para una

beca en Europa y espero ganarla. Tengo sueños que quiero cumplir.

Le di la razón y me quedé pensando en mis propios sueños,

estaban debajo de mis escombros, lo que soñé ser mientras crecía ya


no pasaría, pero lo que deseaba ahora me impulsaba igual. Aunque

suena triste decir que lo que anhelas es la libertad.

—Lo sé, has estado pagándole a Connor y no has podido hacer ese

viaje a Sudamérica que tanto te hace ilusión.

—Lo haré y si pudiera llevaría a mamá conmigo. Seguro que

fliparía con la variedad de flores y plantas que se consiguen allí.


Hace unos días cubrí mi deuda con Connor. ¿No te lo dijo?

Junté las cejas. La última vez que le vi y le entregué las cuentas de

Meraki dijo que nunca iba a poder pagarle todo lo que mi familia y

yo le debíamos.

—Seguro que se le pasó decirlo, está siempre en el ayuntamiento.

Mi hermano demudó su gesto a uno de duda.

—Nos vimos aquí, le llamé para informarle que tenía el último

cheque y que me gustaría invitarle a comer para darle las gracias. Le

pedí que te invitará y te excusó con algo de Kenneth.

—Seguro eso pasó… —dije entre dientes—, entonces le viste hace


poco.

—Sí, hará una semana. Me habló de algunos negocios que lleva y

de propiedades nuevas, ya sabes que siempre habla de dinero, y al

final pagó la cuenta y me firmó un documento donde consta que he

pagado todo. Igual que hizo con mamá.


Perdí el aire en los pulmones.

—¿Mamá también ha pagado todo? —Las palabras me salieron

forzadas.
—Tienes que llamar más seguido a mamá —tocó mi mano—, ella

evita hacerlo porque sabemos por Connor que eres la reina de los

eventos en el valle y que siempre estás corriendo de un lugar a otro,

no queremos molestarte, y yo puedo soportarlo mejor, pero mamá

siempre te menciona, en especial cuando alguna de sus flores retoña

o tiene brotes nuevos.

Un nudo apretó mi garganta.

—Podéis llamarme al trabajo en cualquier momento —me apresuré

a aclarar—, en las noches me ocupo con los deberes de Kenneth, pero

tengo el día y los fines de semana. Connor exagera con mi trabajo.

—Te creo —me sonrió.—, le diré a mamá, se pondrá muy feliz. Pero

luego no te quejes de que te inunde el teléfono con fotos de sus

plantas, el mío parece más el móvil de un jardinero que de un

historiador de arte.

—Me hubiera gustado enterarme de lo de mamá y también de lo

tuyo en el mismo momento en que ocurrió —mis palabras iban

impregnadas de melancolía.
—No es que hubiésemos planeado un evento, mi madre llamó a

Connor y se ofreció a ir para evitarle el viaje. Él se negó, dijo que

podría pasar, estuvo en la floristería y firmaron unos documentos.

Connor incluso le pidió una foto para enseñártela, seguro has estado

muy ocupada y él lo olvidó. Pero lo importante es que estamos libres

de deudas con los Lowell, que ya puedo ahorrar para viajar sin

preocuparme de que mamá esté sola.

—Va a estar sola —rebatí.

Miró la hora en su reloj de pulsera.

—Debo irme, los sábados son muy movidos en el museo —se


levantó y besó mi mejilla—, y será mejor que hables con mamá

porque hay algunas cosas que debes saber.

Guiñó un ojo y se fue.

Quise gritar allí mismo y sacar de mí la frustración que sentía.

Había sido tan ciega, tan tonta, tan… Connor sabía cómo

manipularme, él no me excusaba con el trabajo, evitaba que me

enterase porque a mi familia no podía manipularla ni amedrentarla

como a mí.

Me llené de valor para volver con mi madre y hablar con ella.

Presentía que el hilo que había soltado Gavin me llevaría más lejos.

La encontré acompañada de un médico.


—Buenos días —dije al entrar.

—Ella es mi hija, doctor.

—Encantado —me ofreció la mano—, debo decir que sus ojos me

recuerdan a su padre.

—¿Conoció a mi padre? —dije emocionada.

—El doctor Sanders era un buen amigo de mi padre, mantuvieron

correspondencia cuando os mudasteis a California, y vaya

coincidencia que he visto el apellido de tu madre y tuve que

preguntarle —tocó mi hombro—, lamento vuestra pérdida. Sé que ha

pasado mucho tiempo, pero mi padre seguramente también lo haría

de estar aquí.

—Te lo agradezco, la ausencia de un ser querido no sana nunca.

Se aclaró la garganta.

—Vamos a darte salida, Ophelia, pero tendrás que venir a hacerte

algunas analíticas y una endoscopia. Con tus síntomas es mejor

exagerar. Si todo sale negativo es una buena señal y buscaremos un

tratamiento.

—¿Puede ser algo grave? —pregunté temerosa.


—Quiero descartar que lo sea —su respuesta incluyó una sonrisa

cordial.

No me sentí más tranquila.


Mientras mi madre se cambiaba de ropa y esperábamos que le

autorizaran la salida, aproveché para llamar a mi suegra y saber de

Kenneth, dijo que estaba en la ducha y que estaba tranquilo.

También me avisó que Connor estuvo en la casa y le pusieron al

tanto de la situación.

Era un alivio.

Le dejé un mensaje a mi hermano para que estuviera enterado

antes de salir del hospital.


Volvimos a casa en taxi, mamá abrió la puerta y de inmediato la

explosión de colores y texturas me colmó los ojos, la nueva


decoración tenía un aspecto abigarrado, distintos tonos,

combinaciones de múltiples elementos desiguales.


—¿Qué ha pasado aquí?

Mi madre pasó a la cocina para servir agua y yo me acerqué a una


especie de cuadro con un tigre en tercera dimensión.

—Estoy coleccionando arte, cariño, me gustan estas esculturas


raras y los cuadros con formas y mucho color.

Me senté en el sofá y tomé uno de los cojines con un tejido


especial, me recordaba a los tejidos de los nativos.
—Pues no niego la belleza del trabajo manual, pero tienes muchas

cosas, pronto no se podrá andar.


La vi acercarse.
—No todo es mío, algunas cosas de Ibrahim… —no acababa de

decirlo cuando ya se estaba cubriendo los labios.


Curvé una ceja.

—¿Quién es Ibrahim?
—Es…

Su expresión apesadumbrada como de una niña a punto de ser


reprendida me causó ternura, mi madre era una persona tan
transparente que cada vez que intentaba mentir se ponía roja como

una manzana.
—Cariño… tengo que decirte algo —titubeó.

—Estoy contando con ello —crucé las piernas y me apoyé en el


sofá para prestarle toda mi atención.

Mamá miró al suelo y se tocó las manos, nerviosa.


—Hace unos meses vino a mi tienda un hombre, de mi edad —se

apresuró en explicarlo—, buscando una semilla de una flor bastante


particular, le dije que no la tenía, pero que podía conseguirla. Esa

simple conversación se convirtió en un par de horas hablando de


flores, de plantas y de historias, ya sabes cosas que solo los

verdaderos apasionados entenderíamos.


—Vale…
—Empezó a venir a la tienda una vez por semana y a llevarse las
plantas que yo le recomendaba, tiene un restaurante con un

acogedor jardín donde las ha plantado. Un día me invitó a conocer su


restaurante y quedé encantada con el lugar, comimos, hablamos de

muchas cosas… y llevamos unos meses saliendo.


Las palabras no me salieron, no me sentía decepcionada, tampoco

le estaba juzgando, era una reacción de sorpresa, sentí un aleteo


bonito en el pecho porque ella merecía ser feliz.

—¿Y cuándo se supone que ibas a hablarme de esto?


Bajó la cabeza.

—Me hubiese gustado invitarte a que lo conocieras, pero no se ha


dado el momento.

—Puedes ir a verme a casa ya sabes que eres bienvenida y puedes


llamarme también cuando quieras, nunca estoy demasiado ocupada

para ti.
—¿No estás enojada?
—¿Por qué estaría enojada? —Tomé sus manos—. Me hace feliz

saber que hay alguien más en el mundo que puede amarte y


cuidarte, y seguro que papá también está feliz. Pero necesito que me

lo cuentes todo ahora mismo.


La vi sonrojarse de nuevo.
—Es turco… y muy guapo.

—¿De los que te curan el hipo con solo verlos? —incordié


divertida.

Ella dijo sí con la cabeza y empezó hablarme de Ibrahim.


—Ahora somos socios en la floristería, con su dinero pagué lo que

le debía a Connor. Incluso hemos planificado un viaje a Turquía en


unos meses para conocer a sus hijos, está viudo hace ocho años,
como yo. Me ha propuesto mudarme con él… no sé cómo decírselo a

Gavin.
Me acusó un asomo de nostalgia y tristeza, no por las noticias, en

realidad me hacía feliz todo lo que estaba escuchando; sin embargo,


era ver reflejados en mi madre mis propios anhelos y sentir la

incertidumbre de no saber si yo podría realizarlos.


—Sabes que tiene planes, mamá, así que estará encantado.

Mi madre guardó silencio y me miró escrutándome por un largo


rato.

—No eres feliz cariño, sé que algo pasa.


El corazón me dio un brinco, se disparó mi ansiedad y noté el

sudor en mis manos.


—¿Por qué dices eso?

Elevó las comisuras y tocó mi mano con cariño.


—Las madres siempre sabemos cuándo nuestros hijos nos

esconden algo, y tú siempre has sido transparente, no creo que haya


tenido que reprenderte jamás por algo que hayas hecho, bueno,

recuerdo la vez que te trepaste en la alacena para alcanzar el tarro de


galletas.

Me reí.
—Ay, por favor. Recuerdo ese día y todavía me da vergüenza —dije

cubriendo mi rostro.
—Os encontré a Gavin y a ti con las mejillas llenas de chocolate y

cuando pregunté ambos negasteis haber tomado el tarro de galletas.


Luego te culpaste y recibiste el castigo.

—Yo trepé, mamá,


—Sí, incitada por el glotón de tu hermano —suspiró—, por eso te

digo que eres transparente, te culpaste para salvarlo a él y pasaste


una semana sin poder salir de casa; se te veía tan triste que me sentí
culpable.

—Sabes que mi plan favorito en el verano era pasear por los


campos de lavanda.

—Sí lo recuerdo, como he recordado esa mirada triste al verte en


este momento. ¿Qué pasa, cariño?
Abrí los labios con la intención de, al menos, revelar la idea que
tenía de dejar a Connor. Saber que ellos estaban libres de deudas, era

como una rendija hacia mi libertad, podría dejar Meraki en sus


manos en parte de pago y no pedir nada a cambio en el divorcio, solo
la custodia de mi hijo.

La puerta sonó con tres golpes secos.


—¿Quién será? No estoy esperando a nadie —dijo mamá. Y se puso

de pie rumbo a la puerta.


—Querida Ophelia, me alegra saber que estás en casa. ¿Cómo te

sientes?
Mi piel se estremeció al escuchar la voz profunda de Connor. Mis

sentidos se pusieron alerta, un hormigueo recorrió mi espalda y en


cuanto dio un paso dentro, me puse de pie como un resorte. Su

mirada inexpresiva me recorrió de arriba abajo y recordé que usaba


una camisa de mi madre. Enseguida mi estómago se encogió como si

supiera que sería reprendida por ello. Pero lo que llamó mi atención
fue ver su rostro con heridas, estaba golpeado.

—Pero ¿qué te ha pasado? —cuestionó mi madre cubriéndose los


labios.

—Un salvaje —respondió apretando la mandíbula—, no te


preocupes que ya le he enviado a la cárcel.
Llegó junto a mí, me tomó por la cintura y besó mi mejilla. Yo
estaba de piedra como una estatua.

—Hola, mi amor. Te echaba de menos —cambió su tono a uno


profundo que en otra época me hubiese creído.

—Tus padres…
Siseó para callarme.

—Lamento no haber estado aquí ayer, suegra —apretó su mano en


mi cintura de forma posesiva—, tenía reuniones importantes.

—No debes preocuparte, ha sido un mareo y los demás han


exagerado. Gracias por estar aquí, es un gran detalle, sé que eres un

hombre muy ocupado.


—Siempre tengo tiempo para vosotros, mi familia es lo más

importante.
Mi corazón latía con más fuerza cada vez. Lo conocía tan bien que
sabía que algo se estaba guardando para después.
—¿Quieres tomar algo? —ofreció mi madre.

—Tengo que negarme, será en otra ocasión. ¿No le has dicho a tu


madre el compromiso que tenemos hoy? —Me miró fijamente y vi el
fuego en sus ojos, estaba furioso. Deseé morirme allí mismo.
—Yo… —titubeé buscando la voz.
—Si no fuese algo importante no estaría aquí, Ophelia, pero si lo
necesitas, puedo contratar una enfermera de tiempo completo.

—No, Connor, no hace falta —respondió ella avergonzada—, como


te he dicho, todos han exagerado, si debéis iros, por favor no os
detengáis por mí.
—Gracias por ser tan comprensiva —me soltó para darle un abrazo
a mi madre—, te espero abajo, mi amor.

Cerró la puerta y entré en alerta máxima.


—Debo cambiarme la camisa —dije, tratando de que no se notase
mi angustia.
—No, cariño, después me la traes. Se ha notado que Connor tiene

prisa.
Prácticamente me llevó a la puerta, me despidió con un beso
prometiendo llamar para informarme de los resultados. Quise
decirle que por favor me permitiera quedarme, que cerrara la puerta

y no dejara entrar a Connor.


—¿Pasa algo? —preguntó al verme de piedra en el pasillo.
Reaccioné, no podía preocuparla con mi vida estando enferma y
sin un diagnóstico claro.

—Nada —forcé una sonrisa—, pensaba en si me había dejado algo.


—¿El qué?
Mentalmente le respondí: La tranquilidad.
Cuando llegué abajo, Connor estaba detrás del volante. No tuve

que preguntar, sabía lo que tenía que hacer. Por eso subí a su lado en
silencio apretando en mis manos la bolsa donde llevaba mi camisa.
Me puse el cinturón y contuve la respiración esperando a que
hablara, no lo hizo, encendió el motor y buscó el camino de regreso

a Santa Helena. Por el camino recibió varias llamadas que respondió


con monosílabos, nunca hablaba con nadie delante de mí, era
hermético.
—¿Qué tiene tu madre? —preguntó de pronto sorprendiéndome

con su tono pasivo.


—Le duele el estómago al comer, le harán pruebas para saber qué
tiene —respondí con la voz apretada en la garganta.
Me mantenía alerta, esperando el momento de su reacción, tanto
silencio y tanta pasividad no eran comunes en él.

—¿Viste a Gavin?
—Al llegar ayer y esta mañana. Me permitieron pasar la noche con
mamá.
Apretó las manos en el volante.

—Entonces tuviste tiempo para hablar con ellos.


Me pensé dos veces enfrentarlo en ese momento, porque la

información que tenía, de alguna manera me mantenía a salvo.


Supuse que sus preguntas buscaban el rumbo de una revelación,
estaba tanteando el terreno antes de exponer sus cartas.
—No —la voz me sonó forzada—. Mamá estuvo dormida toda la
noche y en la mañana apenas le dieron salida volvimos a casa.

Acabábamos de entrar cuando llegaste.


—Es una pena que no pudieras pasar más tiempo con ellos —me
miró de reojo—. Pero necesito que hagas algo en casa.
—¿El qué? —Me arriesgué a preguntar.

—Ya lo verás —respondió animado de repente.


Si el camino de ida a Berkeley me resultó eterno, este se me hizo
demasiado corto. El recorrido estuvo tenso y silencioso. Sabía que
estaba enojado, lo había visto en sus ojos, pero de repente estaba

demasiado tranquilo. como si no estuviera molesto; hubiera deseado


leer sus pensamientos; una y otra vez me preguntaba qué pasaba por
su mente en ese momento, si en realidad estaba tan tranquilo como
parecía y mi ansiedad me traicionaba. Sabía que se trataba del

control mental que ejercía en mí, su silencio y esa mirada


inexpresiva me incomodaban, algo que él disfrutaba de forma
malévola. Esa inestabilidad de su carácter evitaba que pudiera
prepararme para cualquier reacción, era como si caminase sobre

cristales rotos.
Estacionó fuera, al parecer no se quedaría. Pensé en mi hijo, debía
ir a por él, solíamos pasear por el campo en las tardes cuando la
temperatura descendía un par de grados. A él le calmaba el silencio

del campo.
—Entra, voy en un momento —ordenó con el mismo tono pasivo.
Mis rodillas temblaron en cada paso, acababa de poner un pie en
el salón cuando escuché el clic de la puerta y el cerrojo. Todo mi

cuerpo reaccionó en cadena. Sus pasos lentos sobre el parqué del


suelo, retumbaron en mis tímpanos, podía notar el sudor frío que
poblaba mi frente.
Habló detrás de mí:
—¿Por qué viajaste sin que te lo permitiera? —Soltó las palabras

despacio remarcando su tono argento.


Evité darme vuelta, si por un momento le miraba a la cara, la poca
fortaleza que me daría voz para intentar defenderme, se esfumaría.
Con la primera palabra que salió de mi boca, mis explicaciones se

convirtieron en tartamudeos; mientras intentaba explicar cómo


sucedieron las cosas, su mano apresó mi pelo llevando mi cabeza
hacia atrás.
—No puedes irte sin que yo lo autorice… y no incluyas a mis

padres o a alguien más para justificarte porque será peor.


—Connor… por favor —supliqué—, mi madre estaba en el hospital
y tú no respondías.
—¿No vas a preguntar qué me ha pasado? Eso no te importa.

No supe qué decir. Él lo hizo por mí.


—Esto es obra de DeLuca, se cree tu redentor y siento que has
pasado mucho tiempo con él como para que me acuse de algo.
—No le veo hace mucho tiempo —me defendí pronto.

—No te creo… mira cómo me ha dejado la cara por tu culpa.


—Lo siento… hablaré con él, le pediré que…
—No hablarás con nadie… parece que has olvidado quién manda
en esta casa —sus labios se curvaron con malicia—, tendré que

recordártelo.
En un solo movimiento que hizo con su brazo, caí de rodillas
delante de él, cerré los ojos antes de sentir el golpe seco en mi
mejilla, el ardor y el posterior sabor metálico en mi boca. Se acabó la

conversación, en su lugar utilizó el lenguaje que más disfrutaba usar


conmigo… sus puños chocando contra mi piel. El dolor me atravesó
cuando uno de ellos rebotó en uno de mis pulmones robándome el
aire al instante. Boqueando como un pez, intenté recuperar el
aliento, Connor me tomó del brazo y me arrastró fuera del salón. Allí
se puso sobre mí machacándome con su peso, mi pecho estaba en
llamas luchando por encontrar el aire en mi garganta, una batalla
que perdí cuando un par de garras de una bestia me apretaron el

cuello; en medio del terror, le miré a la cara buscando algún rastro


de la persona que alguna vez amé, sin embargo, todo lo que vi fue un
reflejo distorsionado de lo que idealicé que podríamos ser. No había
en él ni un solo rastro de clemencia.

Lentamente mis ojos se cerraron hasta llevarme a un pozo oscuro


y denso… donde ya no hubo más dolor.
Volví a abrir los ojos, ya había oscurecido. Moví la cabeza
intentando ubicarme y el azote del dolor recorrió mi cuerpo. Me
incorporé como fui capaz, estaba medio desnuda, la camisa de mi

madre a mi lado hecha pedazos. Los tomé, mis dedos temblaban y


sentía frío, los llevé contra mi pecho y mi llanto se desbordó como
hacía mucho tiempo no lo hacía, la realidad era brutal; mi pesadilla
nunca tendría final y eso despertó de nuevo mi fragilidad.

Todo lo que había logrado, la fuerza de voluntad y mis anhelos,


acabaron en ceros.
La fragilidad se siente como intentar coser una camisa que insiste
en deshilacharse.
Diecinueve
Un nudo en la garganta
Jared

Era lunes, pasé toda la noche en una cirugía de emergencia de un


hombre que fue ingresado con fractura de clavícula y escápula al

caerse de un andamio. Dormí un par de horas en el cuarto de


descanso porque prefería no tomar el coche si me sentía muy

cansado. Me despertó la vibración del móvil, tomé la llamada de


inmediato, desde que era padre cualquier llamada podía ser

importante, incluso si no lo era. Se trataba de una entrega de

muebles, el repartidor estuvo en la casa y nadie le atendió. Recordé


que Dustine me confirmó que estaría trabajando el fin de semana en

el jardín mientras llegaban todos los muebles. El domingo estuve


todo el día en el hospital, no tuve ocasión de pasar por allí. Le dije al

distribuidor que me esperase media hora e intenté contactar a

Dustine por el camino.

No obtuve respuesta, su móvil estaba apagado.


Fui a la casa, recibí las cajas y di una ronda por el jardín y las

habitaciones. Todo seguía tal cual como la última vez que había

estado allí. Volví a llamarla sin mejores resultados. Después estuve

en Meraki preguntando por ella y Annie me dijo que Dustine estaba

con su madre desde el viernes.


Eso me tranquilizó un poco.

Pasé por la casa para bañarme, cambiarme de ropa e ir al viñedo a

por mi hija. Celine la estuvo cuidando en mi ausencia, April no se

sentía cómoda con las niñeras, le gustaba estar rodeada de su familia

y era algo que me causaba resquemor, si mi hija se sentía sola con


una niñera era una especie de miedo al abandono que sabía

perfectamente quién lo causó.

Llamé a Celine y le dije que no iría al viñedo, que llevara a April a

casa, yo aprovecharía para organizar las cajas de la mudanza.

Apenas me quedaba tiempo para hacerlo así que aprovechaba

cuando mi hija no estaba, una de las razones era porque con ella

ayudando tardaba mucho más, me preguntaba por cada cosa y quería


saber la historia, y la principal razón, no quería que la única foto que

tenía de Allison se asomara ante sus ojos y tuviera que decirle quién

era esa mujer. Aún no estaba preparado para ello.


Para la cena decidí darle un gusto a mi princesa y compré pizza, no

le permitía que la comiera tan seguido, pero era verano, no me había

visto en todo el fin de semana y sería una forma de sentirme menos

culpable por estar ausente. Aunque seguro que con Luciano se había

divertido mucho.

Cuando llegaron, April venía enojada y con una resolución en pie


de guerra.

—Hola, princesa —abrí mis brazos para recibirla.

Ella se quedó en el umbral de la puerta con los brazos cruzados y

el ceño fruncido.

—¿No vas a saludarme? Hace dos días que no te veo.

—Hola, papi —dijo someramente.

—¿Es todo? —insistí.

Celine llegó cargando las cosas de April.

—A tu hija se le ha metido un nuevo capricho en la cabeza y está

protestando para conseguirlo.


—¿Protestando? —La miré fijamente—. ¿Qué es lo que pides?

—Quiero una mascota, un perro, o un gato, o un conejo… y he

decidido que no voy a bañarme hasta que lo consiga.

Vaya por Dios, a alguien me recordaba esa actitud chantajista y no

era bueno. Al parecer había rasgos que iban en los genes más que los
aprendidos con la convivencia.

—No podemos tener mascotas y ya te lo he dicho —la insté a

entrar en la casa, lo hizo renuente.


—Sí que podemos, vamos a vivir en una casa con jardín, incluso

podremos tener un caballo.

—¿Quién te ha dicho algo semejante? —cuestioné alarmado,

enseguida me imaginé el tamaño de los truños que encontraría en el

jardín… y el olor.

Celine se dejó caer en el sofá.

—Eso ha sido mi culpa —se juntó de hombros—, cuando le contaba

a Gigi sobre la casa se me escapó decirle que el jardín es tan grande

que puede servir de establo… y ya sabes cómo es tu hija, todo lo

repite como un loro y lo usa a conveniencia.

Me giré hacia April.

—Cariño, puede que haya espacio en casa, pero un perro tiene

muchas responsabilidades. Mira cómo es con Coco, Luciano debe

peinarla, darle paseos, llevarla al veterinario… y ella es feliz porque

siempre está con alguien. En nuestra casa un perro estaría solo y

triste, yo no podría sacarlo y tú no puedes porque eres muy pequeña.

Además, tienes que recoger la caca con las manos.


La vi disimular su cara de asco.
—Pero, papi, Emily tiene una perra que ha tenido cachorros,

podemos adoptar uno.

—Ya te he dicho que no podemos tener todo lo que los demás

tienen. No está bien.

—¡Quiero un perro! —gritó.

Di dos pasos y la tomé de los hombros, ella se removió.

—Te he dicho que no podemos, April. Ve arriba a prepararte para

el baño, he traído pizza.

—¡No quiero!

—Vale, ya está bueno con los gritos. Yo no te grito así que no sé de


dónde te sale gritarme. Pero si quieres verme enojado, lo estás

consiguiendo. Ve arriba, te das un baño y te olvidas del perro o no

vuelves a las clases de ballet.

—¡No! ¡Quiero un perro, le diré al papi Luciano!

—April… —respiré hondo—, ya he dado mi última palabra.

—¡Te odio! —Soltó a bocajarro—. ¡No me dejas tener un perro,

tampoco tengo mamá y mis compañeros de clase se burlan de ti!

—April ve arriba —dijo Celine.

—Espera, ¿qué te dicen tus compañeros?

—Que eres el señor mamá —chilló—. ¡Quiero un perro y quiero una

mamá de verdad!
Subió corriendo las escaleras e intenté ir tras ella, sentía el

corazón tan roto como el suyo.

—Espera, está ansiosa. Deja que intente calmarla.

—Cuando llora se queda dormida y no ha cenado —musité.

—Comió algo antes de venir, estará bien. Respira un poco.

Caí como un bulto en el sofá sintiendo el peso de la culpa y del

tiempo. Yo sabía bien que algún día pasaría y creí haberme blindado

para ello. Sin embargo, esas palabras de mi hija me abofetearon sin

piedad y me sentí desolado y perdido. Algo estaba haciendo mal y no

sabía lo que era. Enterré el rostro en mis manos, sentí mis ojos

humedecerse, no sé si era frustración o dolor, pero las lágrimas

simplemente aparecieron. Quería ser un buen padre, quería que a mi

hija no le faltase nada, que creciera feliz y rodeada de amor… pero

fracasé. Lo que yo le daba no era suficiente para ella y no sabía cómo

remediarlo.

Sentí una mano sobre mis hombros.

—Venga ya, grandote —dijo Celine—, los chicos son rebeldes,

seguro que no te lo dijo en serio.


—Puedo soportar que diga que me odia, yo me pasé la mitad de mi

vida gritándoselo a mi padre y en realidad no lo odiaba solo me

frustraba que no me diera lo que quería.


—¿Entonces qué ha pasado? No tienes que darle un perro para

llenar un vacío.

—¿Crees que soy un mal padre? —La miré a los ojos.

Celine hizo una mueca con los labios.

—¿Crees que si mi padre hubiera sido al menos la tercera parte de

lo que tú eres, mi vida hubiese sido cómo fue? No te culpes por algo

que no es tu culpa, tu no la echaste, no la sacaste de aquí. Allison era

una mujer muy difícil de leer, impredecible y tanto más. Solo tuve
que tratarla un par de veces para saberlo.

—Pero April la necesita.


—April no sabe que está siendo injusta contigo, ha sacado sus

frustraciones y te ha hecho daño, es todo. No necesita a una mujer


que no la quiere.

—¿Y las burlas?


—Ya te digo yo lo que son burlas —rebufó—, ser el señor mamá no

es tan malo, tienes a un bombón como marido y más de una te


envidia.

—Cállate —me reí—, voy a llamarle para pedirle que hable con
April.
—No será hasta mañana —soltó el aire pesadamente—, Lowell lo

mandó tres días a la cárcel.


Sentí un aleteo en el pecho.
—¿Por qué?

Celine abrió la caja de pizza y empezó a comer.


—Le rompió la cara… dijo Joshua que se encontraron en

Yountville, Luciano no aguantó verlo con otra mujer y se le fue


encima. La policía lo detuvo y Lowell ordenó a Meyers traerlo.

Mañana le dan salida.


Suspiré.
—A mí también me hierve la sangre, pero ese tipo es peligroso.

—Me preocupa Dustine, estoy segura de que esa bestia se ha


desquitado con ella.

El aleteo se convirtió en angustia.


—Supe que estaba con su madre en Berkeley.

Celine se encogió de hombros.


—¿Cómo podríamos confirmarlo?

Su respuesta me dejó preocupado, con un nudo apretado en la


garganta que no se iba a deshacer hasta que pudiera ver que ella

estaba bien. Le pediría a April que preguntara a Kenneth por su


madre.

Un rato después de que Celine se hubiera marchado, subí a la


habitación de mi hija, estaba de lado con el pelo sobre el rostro. Me
senté junto a ella y acomodé sus cabellos rebeldes. Sin duda mi hija
era el mejor regalo que pude recibir de Allison.

Ella abrió los ojitos lentamente.


—¿Tienes hambre? —pregunté.

Negó con la cabeza.


—¿Te duermes conmigo? —dijo con la voz somnolienta.

Me acomodé a su lado en la cama y la acogí en mis brazos,


deseando poder ser todo lo que ella necesitaba para ser feliz.

—¿Quieres que te lea un cuento?


—No, solo quiero escuchar tu corazón —nos quedamos en silencio,

después de un rato habló—: ¿me perdonas, papi?


—¿Por qué?

—Por decirte esas dos palabras tan feas. Yo no te odio, no lo dije


de verdad.

—Está bien, pequeña, intenta que no pase otra vez.


—Y no me importa que te digan señor mamá, eres mejor que
cualquier otra mamá y papá juntos.

—Gracias por decirlo.


Se acercó para darme un beso.

—No tendremos un perro, y mañana vas a bañarte muy temprano.


—¿Por qué tengo que bañarme todos los días? Coco no lo hace y

siempre está perfecta.


—Porque eres una niña no un perro.

—Papi, ¿puedo intentar ser un perro? Así puedo saber si quiero


uno.

—No me enredes, lo que no quieres es bañarte —como no


respondió, proseguí—: está bien, no te bañarás mañana.
Esperaba que al final el experimento no le resultase tan cómodo.

A la mañana siguiente debía dejar a April en el viñedo e ir a por


Gigi para llevarla a unos chequeos médicos ya que Luciano no podía

hacerlo, Celine me pidió no decirle a Gigi lo que había pasado hasta


que él mismo lo hiciera.

Al tomar camino al viñedo, desvié la ruta a las afueras, para pasar


cerca de casa de Dustine. Era una casa rodeada por árboles altos,

apenas se podía ver la propiedad pues estaba escondida por la


vegetación. Una zona muy conveniente para el desalmado que tenía

por marido pues lo único que había en metros a la redonda eran


terrenos de cultivo o naturaleza nativa. Vi un par de autos en la

entrada, ninguno el de Dustine.


Tal vez era cierto que se encontraba con su madre.

—¿Has hablado con Kenneth? —pregunté a April.


Esos días tenía que llevarla al viñedo porque su profesora de

danzas estaba resfriada y esa semana no tendrían clases, y a


natación solo iba miércoles y jueves.

—Todos los días, papi. Le llamaré desde el viñedo.


—¿Te ha dicho algo de su madre?

—Sí, que se ha quedado cuidando a su abuela de Berkeley porque


estaba en el hospital y él se queda con los abuelos de Santa Helena.

—¿Puedo pedirte un favorcito?


—¿Qué clase de favorcito? —Puso las manos en jarra, la vi desde el

retrovisor.
—Pregúntale si ha hablado con su madre.

—Está bien, pero ¿por qué quieres que le pregunte eso?


—Es que la necesito para un trabajo y no me responde el móvil,

pero no le digas eso.


—Papi, yo sé cómo se hacen las preguntas, no te preocupes, confía
en mí.

Cuando volvimos a casa de Gigi pasaba del mediodía, mencionó


que una sobrina llegaría a quedarse con ella una temporada y me

alegró saber que no estaría sola durante el día, y que al final alguien
de su familia se pasaba por allí. Decliné su invitación a comer para

darle un espacio con su sobrina, sin embargo, nos invitó a cenar la


semana próxima para darle la bienvenida. Así que luego de dejarla,
fui hasta el viñedo en busca de mi hija, y en busca de Luciano,

necesitaba que me diera los detalles de lo ocurrido con Lowell.


Los encontré a ambos en las sillas exteriores del patio del viñedo,
Luciano trabajaba en unos documentos mientras que April pintaba

en su álbum de dibujos.
—¡Papi! —gritó al verme, bajó de la silla y corrió hacia mí.

—Pero qué bien hueles, cariño, ¿qué te has puesto en el pelo?


Ella sonrió de oreja a oreja.

—Me he bañado, papi. No quiero oler como el papi Luciano —


arrugó la nariz. Miré al aludido, este se encogió de hombros.

—Es una gran noticia, entonces ya no quieres un perro.


—No, papi, me gustaría un hurón o un hámster o una… —se quedó

pensativa—, ¿cómo se dice, papi Luciano?


—Una chinchilla —respondió él.

—Me acerqué con April en brazos y la dejé en la silla, luego tomé


lugar junto a ellos.

—Así que tú le has propuesto a mi hija tener un animal que puede


morderla y contagiarla de alguna cosa, y te quedas tan campante.

—Así aprende la responsabilidad de cuidar un animal —respondió


como si nada.
—Y ¿quién crees que va a limpiar la jaula o darle de comer?
—Le enseñaré a darle de comer y pasaré cada semana a limpiar la

jaula, mi amor, ¿estás satisfecho?


Negué con la cabeza.

—April, ve con la tía Celine, necesito hablar con el papi Luciano.


Ella obedeció sin rechistar, recogió su álbum, sus colores y se alejó

hacia las oficinas.


—¿Me vas a terminar? — incordió Luciano con su guasa natural.

—Para ya con esas bromas que somos la comidilla del pueblo.


Supongo que ya sabes que los compañeros de April me llaman señor

mamá.
Me miró sin decir nada.

—Esto es serio, no quiero que ella se sienta atacada —insistí.


—Tampoco veo cómo podemos solucionarlo, a menos de que le
hables de su madre.
Me pasé las manos por el rostro tirando también un poco mi

cabello, ese tema me frustraba.


—Lo solucionaremos después, ahora dime qué pasó con Lowell.
—Antes de eso, ¿todo va bien con Gigi?
—Sí, los chequeos iniciales salieron bien. Tiene arritmia, lo

normal por su edad; esta semana sabremos cómo salieron el resto de


los análisis. La dejé en su casa, dijo que comería con su sobrina que
va a quedarse una temporada.

La sonrisa de picardía que se dibujó en su rostro me dijo que sabía


exactamente de quién se trataba. Puedo jurar que hasta los ojos le
brillaron.
—Sí ya lo sé — intentó parecer desinteresado—, acabo de
conocerla.

—¿Y qué tal? —Mi indagación no era simple curiosidad, si se


trataba de una mujer atractiva estaba seguro de que Luciano ya le
había puesto el ojo.
—Supongo que será un encanto, aunque no me pareció

especialmente la alegría del huerto.


—¿Una chica que te rechaza? Vaya novedad.
Se encogió de hombros.
—No las tengo todas conmigo, viejo.

Movió los dedos de la mano derecha y vi las marcas en los


nudillos, eso me recordó que seguía sin saber de Dustine.
—¿Ya te has puesto algo en esa mano?
Suspiró cansado.

—Viejo no vayas a reprenderme tú también ¿quieres? Tú mejor


que nadie sabes lo que me frustra la situación de Dustine y la ira que
me recorre el cuerpo cada vez que veo al maldito Lowell.
—Solo cuéntame lo que pasó, estoy preocupado por ella.

—¿Crees que la metí en problemas? —dijo alarmado e intentó


levantarse enseguida.
—No. No lo sé, la estuve buscando para que siguiera con la
decoración de la casa, pero no la conseguí y en Meraki me dijeron

que estaba con su madre.


—Tendremos que ir a buscarla, voy a enviar a Celine.
—Tú quédate en esa silla, no te metas en más problemas, sabes
que Lowell te tiene en la mira y puedes perder mucho si te metes con

él.
Se mesó el cabello, frustrado.
—Entiendo tu desesperación, pero tenemos que actuar de otra
manera con él.
—¡Me obligó a hacer una retractación pública! ¿Puedes creerlo? El

muy gilipollas estaba indignado porque lo golpeé, pero él no se


tienta la mano cuando lo hace con Dustine —apretó los puños—, te
juro que cada golpe me salió del alma. ¡Detesto que no puedo hacer
nada contra él, parece que estuviera blindado por el mismísimo

diablo!
—Tú y yo sabemos en qué aguas se mueve, esta mañana pasé por

su casa, no vi el auto de ella, pero había dos camionetas negras. Esas


que vemos merodear por aquí de vez en cuando.
—El maldito me tiene vigilado, me acusó de estar enamorado de
su mujer y que por eso intento sacarlo del camino. Es un
manipulador de miedo, se hace la víctima.

Sentí un pellizco en el pecho.


—Y ¿estás enamorado de ella?
Temí por la respuesta.
Me miró sin pestañear, luego elevó las comisuras de sus labios.

—¿Qué crees que me quedó de la aventura con una casada? Las


mujeres prohibidas nos rompen el corazón más profundamente que
las que no lo son, porque sabemos que nunca podremos tenerlas.
Ojalá uno supiera retener en la memoria las advertencias y

recordarlas antes de hundirse en el abismo.

Volví con April a casa esa noche luego de pasar por una tienda de
animales en busca de una mascota. Le dije que no la llevaríamos
hasta que yo investigara cuál era la más segura, y si debía vacunarse
contra algo. Además debíamos conseguir una jaula y encontrar el

lugar para adecuarla porque no era pequeña.


—Papi, hablé con Kenneth esta tarde —me dijo al salir de la bañera

para ponerse el pijama.


—¿Y qué te ha dicho?
—Que a él también le gustaría tener una mascota, pero su papá no
se lo permite.

El tono meloso y cargado de intenciones con el que lo dijo me dio


señales de su siguiente petición.
—Parece que él lo entiende mejor que tú —le peinaba el cabello
mojado antes de secarlo.

—Su papi y tú no se parecen.


—¿Tú cómo sabes eso?
—Porque Kenneth me lo ha dicho, que a veces le gustaría que tú o
el papi y Luciano lo fueran, yo le he dicho que puedo prestarte a ti
unos días a la semana y al papi Luciano otros días.

—Así no funcionan las cosas, cariño.


Encendí la secadora de pelo y por unos quince minutos estuve
acomodando su melena cada vez más larga hasta que quedó
completamente seca. Al final debía ponerle un aceite, y un gorrito

que lo protegiera.
—Papi ¿por qué Kenneth le tiene miedo a su papá? Yo no te tengo
miedo.
La angustia apretó de nuevo el nudo que tenía en la garganta.

—Quizá su padre es muy estricto con él.


Ella se metió en la cama.
—Dice que se enoja muy fácilmente.
—¿De qué habláis Kenneth y tú?

Hizo una mueca risueña, mi hija se iluminaba cuando hablaba de


ese pequeño.
—Hablamos de los pájaros, porque dice que le gustan mucho,
hablamos del piano, y hablamos del silencio.

—¿Del silencio?
—Kenneth dice que le gusta el silencio, que le gusta estar solo en
su habitación, que no le gusta el ruido porque le duelen los oídos, y
que le gusta verme bailar.

—¿Y cuándo habláis de los padres?


—Cuando está muy triste, puedo notarlo porque mira hacia el
suelo y habla muy poco. Él me ha dicho muchas cosas, papi, que no
te puedo contar, y me duele el corazón cuando lo veo triste porque

no sé qué hacer para animarlo, por eso bailo y le cuento cosas


graciosas. También le he dicho que lo quiero, porque lo quiero
mucho. Y el día que lo encontramos en la heladería me dijo que le
gustaba cuando su mami hablaba contigo, porque tú siempre la
hacías sonreír. Que le gustaría que tú guardaras el corazón de su
mami.
—¿Qué significa eso? —Me arriesgué a preguntar, me sentía
entrando a un mundo totalmente desconocido.

—Su mami le enseñó que cuando quieres a alguien y quieres que


sea su novio o su novia, tú le entregas el corazón donde guardas
todo lo que sientes, lo que te gusta y lo que eres, para que esa otra
persona lo cuide. Pero si esa persona no lo cuida y te hace llorar, el

corazón se rompe.
—Es algo muy bonito, una manera sencilla de explicarlo…
supongo.
—¿Tú podrías guardar su corazón, papi?
—No lo creo, mi amor, porque ella ya le entregó el corazón al papá

de Kenneth.
—Entonces tendremos que buscar a una novia que cuide el tuyo —
demudó el gesto a la picardía.
—No más conversaciones, señorita, es hora de irte a la cama.

—Espera, papi, me falta decirte una cosa.


—¿Y qué es?
—Kenneth no ha hablado con su mami desde que volvió de visitar
a su abuela en Berkeley, dice que ella nunca se ha separado de él y
que ha intentado llamarla por su tablet y no contesta.
Esa noticia me robó el aliento. Besé la frente de mi hija y tomé una
decisión.
Envié un mensaje a Celine, estaba seguro de que no había llegado

a casa aún.

Jared: Voy a dejar a April sola en casa, ¿puedes pasarte? Trataré de


volver antes de medianoche, es urgente.

Antes de que subiera al coche, mi teléfono se iluminó con un

mensaje

Celine: ¿Está todo bien? ¿Es algo del hospital?

Jared: Intentaré saber de Dustine, si a medianoche no sabes de mí,

avisa a la policía.

Apagué el móvil para que nada me interrumpiera.


De camino a su casa no tenía idea de lo que iba a hacer para saber
de ella, era posible que a esa hora de la noche Connor ya estuviera

allí y no habría manera de justificar mi presencia. Sin embargo,


debía intentar así que me arriesgué a tomar el camino alterno de los
viñedos y no la vía principal. Había una ruta campestre que cruzaba
justo frente a su casa, no era muy usada, pero tampoco era privada,
era la posición más cercana en la que podría intentar notar alguna
señal y me planteé bajarme antes de tratar de colarme dentro de la
propiedad.
No sé si llamarlo azar o ayuda divina, pero justo frente de la

entrada, el motor se apagó y no volvió a encender. El pánico se


apoderó de mí, claro que no estaba planificado y no tenía tampoco
una excusa para justificar que estuviera allí.
Intenté varias veces, pero el motor no encendía, estaba perdiendo
el control, y fue cuando encontré la solución perfecta, si el auto se

había averiado justo allí era la oportunidad que necesitaba. Toqué la


bocina una y otra vez para intentar conseguir la atención del
interior, no había una sola luz encendida lo que de alguna manera
podría indicar que Dustine no se encontraba en casa y esa conjetura

tampoco me hizo sentir más tranquilo.


Al cabo de un par de minutos, las luces del exterior se encendieron
y mi corazón estuvo a punto de detenerse presa del miedo y la
angustia, sabía que estaba siendo un inconsciente por arriesgarme

de esa manera cuando apenas unas horas atrás le había pedido a


Luciano mantenerse al margen de la situación, y sin embargo, allí
estaba.
Un hombre de piel morena y rasgos latinos se acercó.
—¿Qué pasa? —preguntó en un tono tosco y con un acento
marcado.
—Disculpe, mi auto no enciende, vi la casa y decidí pedir ayuda.

—No es un taller mecánico —resopló—, llame a la grúa.


—Por supuesto, perdone, lo haré enseguida.
Otro hombre se acercaba y me iluminó de frente con la luz del
móvil. Los latidos de mi corazón se incrementaron.

—¿Qué hace aquí, doctor? —cuestionó con familiaridad.


Su rostro era vagamente familiar para mí, era posible que lo
hubiera atendido en algún momento.
—Venía de los viñedos, quise acortar el camino y el auto me ha

dejado aquí.
Sonrió y ese gesto pareció genuino.
—No se preocupe por eso, llame a la grúa, pediré que alguien lo
lleve a su casa y yo mismo cuidaré de su auto.

—Muchas gracias, no quería molestar, pensé que era posible que


alguien estuviera en la casa.
—No hay nadie —dijo el primero de los hombres atajando mi
curiosidad—. Estamos cuidando esta casa.
Moví la cabeza.

—Voy a llamar —les enseñé el teléfono que acababa de encender.


—¿Por qué no intenta de nuevo? —dijo el hombre que me
reconoció—. Estos motores suelen ser así, a veces se recalientan y no

encienden por un tiempo, y cuando enfrían vuelven a encender.


—¿Es mecánico?
—Mi padre lo fue y pasé mucho tiempo con él arreglando motores,
por eso se lo digo.
Intenté una vez y el motor no encendió.

—Sigue muy caliente, si me permite puedo revisarlo.


—Adelante, se lo agradezco.
Bajé del auto con la intención de estirar las piernas y otear un
poco hacia la propiedad, era muy extraño que esas personas

estuvieran allí, aunque conociendo a Lowell no lo era del todo.


El primer hombre me miraba fijamente, sus pupilas parecían la
mira de un arma enfocada en cada uno de mis movimientos.
—¿Es médico? —Se atrevió a preguntar

—Sí, fue quien operó a Marco, y ya ves que ha vuelto a caminar.


Enseguida recordé a ese paciente, fue un intercambio de disparos
y resultó herido en la columna. Le ingresaron por urgencias y otro de
esos hombres vestidos totalmente de negro me interceptó en algún

lugar del hospital y me amenazó, si no salvaba la vida del hombre lo


pagaría con la mía. No pude hacerle entender que mi misión no era
salvar su vida sino salvar la columna, ese tipo de personas no
escuchan y estuve aterrado por las siguientes seis horas en el

quirófano rogando por un milagro.


—Así que este es el doctor leyenda, todos han hablado de usted,
incluso su padre. Supe que puso un arma en su cabeza —el tono
divertido con el que lo dijo no me causó confianza, parecía un juego

para ellos la vida de las personas.


—Habría hecho mi trabajo igual sin llegar a esos extremos.
—Le aseguro que no, doctorcito —dijo la última palabra en
español—, la gente siempre piensa mejor bajo presión.

—Intente otra vez —me pidió el segundo hombre.


Subí al auto, en realidad deseaba que encendiera e irme de allí.
Apenas la llave giró en el contacto, el motor cobró vida y yo sentí un
alivio indescriptible en el cuerpo.

—Muchas gracias —le dije—. ¿Cuánto le debo?


—No ha sido nada, doctor, va por parte del jefe, seguro que él
querría recompensarlo.
—No hace falta y muchas gracias, ya tengo que irme. Buenas
noches.

Pude notar la garganta seca y al mirarme en el espejo estaba más


pálido que de costumbre, la había librado por poco. Pensé enseguida
en mi padre y hasta me dieron ganas de llamarle. Pero desistí, sabía

lo que iba a decir, que si acababa muerto por imprudente me lo


merecía.
La luz de la pantalla del teléfono me hizo desviar la mirada del
camino, lo agarré y vi que tenía varios mensajes de Celine, decidí
llamarla.

—¡Estás loco! —dijo apenas conectó la llamada—. No sé cuántas


veces te he llamado.
—Estuve allí, unos tipos custodian la casa, pero no hay nadie, eso
dijeron.

—Annie también me dijo que Dustine estaba con su madre,


intenté conseguir el teléfono, pero parece que nadie lo tiene.
—¿Tú también crees que algo ha pasado?
—Tratándose de Lowell cualquier cosa es posible.

«¿Dónde estás, Dustine?».


Veinte
Secret Queen
Dustine

Tomar la determinación de levantarme del suelo costó mucho más


esa vez que todas las anteriores. Me sentía herida y dolida por

dentro. Sin esperanza y sin ganas de volver a vestirme de


indiferencia ante lo que seguía ocurriéndome. Finalmente pude

hacerlo y al ponerme de pie sentí un leve mareo que me obligó a


sostenerme de algo más. Tomé aire varias veces y con los ojos

cerrados busqué en mi cabeza una sola razón que me obligara a

seguir soportando aquello, y sabía que la razón podría ser mi hijo…


sin duda lo había sido por los últimos seis años, sin embargo, en ese

momento no se sentía igual. A Kenneth lo protegían sus abuelos, si


yo faltaba, si me iba lejos, si le dejaba… él estaría a salvo. Me

reprendí por aquel pensamiento, no podía dejar a Kenneth a merced

del monstruo.

Con pasos lentos y pesados subí la escalera, cada paso en esa


dirección era asumir una nueva derrota.
Yo nunca podría liberarme de Connor.

En el cuarto de baño terminé de desvestirme y dejé la ropa sobre la

alfombrilla; un pequeño brillo llamó mi atención, levanté la mirada

para ver mi reflejo y lo que vi me dejó sin aliento. Allí frente a mi

realidad, aquel cristal revelaba las marcas escritas con crudeza en mi


piel, un hematoma oscuro adornaba mi mejilla, el ojo derecho

hinchado adquiriendo unos tonos morados y rojizos. Un hilillo de

sangre coagulada bajaba por mi nariz recorriendo mis labios.

Algunos rasguños que se entrelazaban como sombras en los

pómulos de mi rostro y marcando el rastro doloroso de lo que había


sido mi regreso. Me pasé un dedo por los morados en las costillas y

en las muñecas, mis costillas se marcaban excesivamente, las bolsas

bajo mis ojos me conferían una imagen de espanto. La mujer que

reflejaba el espejo, esa era la verdadera yo; sin importar todas las

heridas que cubría a diario con maquillaje o con tela… nunca se

irían.

La mujer del otro lado me miraba con vergüenza y culpa


preguntándome qué hizo para merecer tal castigo y sabiendo en su

corazón que en realidad nunca había hecho nada para merecerlo.

Gritándome desde sus heridas que cuándo acabaría ese ciclo de dolor

y miedo… Qué le podía responder si no sabía cómo escapar.


Me embargó una furia incontenible, mezclada con una profunda

tristeza y una impotencia desoladora.

Abrí la llave de la alcachofa y me metí debajo, no podría soportar

el agua tibia porque en mis heridas sería infringir más dolor. La puse

tan fría como pudiera aguantar, no era la primera vez ya sabía lo que

tenía que hacer. Mientras el agua lavaba la sangre y pintaba el suelo


de aquel color bermejo, mis lágrimas resbalaban por mis mejillas.

Quise saber por qué Connor me odiaba tanto… eso no era amor,

nunca lo había sido.

Cuando salí de la regadera, mi piel empezaba enjutarse, no quería

vestirme, el más mínimo roce me causaba escozor sobre la piel. Fui

hasta el cuarto de mi hijo, había una crema medicada que le había

enviado Jared para que le masajeara si sentía dolor en la espalda,

confería un efecto adormecedor. Me la puse en todos los lugares

donde me escocía, después me vestí un pijama y me metí en la

cama… Lloré hasta quedarme dormida.


Desperté con el ruido de un motor, mi pecho se agitó ante la

incertidumbre de que Connor estaba allí y no sabía qué esperar. Me

abracé las rodillas expectante por lo que fuera a suceder. Al cabo de

un largo rato no hubo más ruido o movimientos en casa.


Bajé de la cama despacio, un dolor generalizado me impedía

moverme con fluidez. Llegué hasta la ventana y corrí la cortina

apenas unos milímetros, de modo que me permitiera ver al exterior.


Dos camionetas negras estaban estacionadas fuera y varios hombres

vestidos de negro merodeaban en los alrededores. A pasos lentos fui

hasta el baño, busqué un analgésico en el botiquín y lo tragué en

seco, me curé las heridas y me cubrí con un kimono. Tenía sed y no

había otra forma de llegar a la cocina que no fuese bajando la

escalera y pasando cerca del salón. Si Connor estaba en casa no

había otra forma de saberlo más que saliendo de mi refugio. El

miedo me apretaba la garganta, si se ensañaba de nuevo conmigo

era posible que no lo resistiese, sin embargo, si ese era mi destino

iba a enfrentarlo de una vez. Ya estaba cansada de vivir de ese modo.

Cualquier rastro de esperanza se esfumó de mi interior, en su

lugar se instaló un profundo vacío.

Llegué al inicio de la escalera y vi a un par de hombres de pie cerca

de la puerta, sus ojos se clavaron en mí. Tragué el nudo en mi

garganta, elevé el mentón y puse la espalda recta, así bajé la

escalera, paso por paso bajo su escrutinio. Sabía muy bien cómo me

veía. Uno de ellos se acercó para ofrecerme su mano cuando mi pie


resbaló en el último peldaño. El otro lo detuvo.
Recuperé la compostura y fui hasta la cocina. Otro par de hombres

estaban allí, comían y reían. Al verme entrar se levantaron y miraron

al suelo. Noté que mi mentón temblaba, me estaba conteniendo de

sentarme a llorar, me sentía tan humillada…

Abrí la nevera, saqué una botella de agua y regresé en mis pasos.

No vi a Connor.

Llegué arriba y fui hasta el cuarto de mi hijo, me recosté en su

cama y volví a llorar. Lo extrañaba a rabiar. Pero mi hijo no merecía

una madre tan cobarde, una madre que no era capaz de romper las

cadenas que la mantenían presa. Le había fallado.


Fueron horas muertas en aquel silencio apenas roto por las voces

del primer nivel, y el sonido de los autos que entraban y salían. Me

quedé en la cama de mi hijo mirando a la nada y recriminándome

una y otra vez los errores que había cometido. Deseando echar el

reloj a andar hacia atrás y detenerme justo en ese día, el día que

Connor Lowell se puso en mi camino.

Cuando iba al instituto le había visto alguna vez en el pueblo, no

sabía quién era ni me interesaba. Preston, su hermano, iba un año

adelante, con él había hablado alguna vez y me caía bien. Era

deportista, el chico popular, pero no un idiota, tenía las mejores

notas y no se metía en problemas. Las chicas suspiraban por él, yo


también un poco, pero sabía que era inalcanzable. Antes del baile de

Halloween las chicas iniciaron una carrera para ser la elegida por

Preston, yo sabía que no tenía oportunidad así que no me preocupé

por ello, (quizá debí hacerlo, intentar… ahora sabía que tenía

posibilidad y me pregunté si todo pudo haber sido diferente con él.

Ya era demasiado tarde para averiguarlo) también fue por entonces

que Connor apareció en el panorama. Empecé a verle a la salida,

hablando con su hermano y con los profesores. Un día Preston me

presentó con él, fue tan amable que me sentí apenada. Desde

entonces sus visitas eran cada semana, se suponía que estaba en la

universidad, pero pasaba todos los fines de semana allí. Llegaba a mi

lugar de trabajo y se plantaba horas, según decía, se concentraba

mejor en ese lugar. Se ofrecía a llevarme a casa, incluso al cerrar me

ayudaba limpiando las mesas.

Es posible que a fuerza de costumbre o porque me sentía en deuda

fue que acepté sus avances y acabé en una relación de la que ya no

podía salir.

Mi respiración se agitó en cuanto escuché esos pasos lentos que ya


reconocía, subiendo la escalera con parsimonia. No fui capaz de

moverme y tampoco quería hacerlo, ya no quería luchar. Estaba allí

tumbada en la cama envuelta en una mezcla de dolor físico y


emocional. Cada respiración me causaba ardor, era un recordatorio

punzante de la brutalidad del monstruo con el que me había casado.

Cuando escuché la cerradura de la puerta moverse, cerré los ojos y

escapó de mis labios un suspiro prolongado.

A pesar de estar resignada a mi suerte, mi corazón latió más

fuerte. Algo quería decirme, o solamente ver su reciente obra de

arte, ya no vendría con excusas o justificaciones, un día simplemente

dejó de pedir perdón. Lo que no cambiaba era el mismo discurso en


el que la culpa acababa sobre mis hombros. Sí, yo también empecé a

creerlo, era mi culpa, me había quedado allí soportando todo


aquello, sin hacer nada, sin quejarme, sin denunciarle… si lo pude

permitir todo, entonces lo merecía.


Me mantuve con los ojos cerrados, sabía muy bien que mi

expresión de terror alimentaba su maldad. Lo escuché sentarse en la


silla en la que cada noche yo me sentaba a leerle a mi hijo. Por la

forma en que sonó, supe que tenía la espalda reclinada y por el


sonido que escapó de sus labios, supe que se acomodaba. Podía verlo

a través de la oscuridad, estirado, con los brazos cruzados en el


pecho mirando a la nada. Una posición bastante conocida.
Soltó un suspiro profundo incluso lastimero, antes de desatar su

discurso.
—Ya sabes que no tienes que hacerme enojar… No disfruto
haciendo esto o ¿crees que soy ese tipo de monstruo? Se te olvida

cómo debes actuar. ¿Por qué me obligas a hacer estas cosas? —su
tono tranquilo no iba en concordancia con su supuesto

remordimiento—. ¿No te das cuenta de que cada vez que cometes un


error soy yo quien debo pagarlo? Justificando cada cambio que debo

hacer, cada mentira que debo decir… Es más sencillo cuando me


obedeces, cuando sigues las reglas, cuando no intentas imponerte.
¿Es que acaso disfrutas que te golpee? ¿Es eso?

Me gustaría haberle respondido que yo no era responsable de su


falta de control, que no podía culparme por sus propias decisiones,

pero justo en ese momento le di la razón, era mi culpa. siempre lo


supe. Una voz dentro de mí me lo advertía; no podía irme sin que lo

hubiese autorizado y sin embargo lo hice.


Sentí sus dedos tocando mis brazos, me estremecí de repulsión y

rabia, no quería que me tocara, no quería que estuviera cerca de mí,


no quería escucharle, no quería nada que tuviera que ver con él… no

me moví, el dolor no me permitía hacerlo.


—Hubo un tiempo en que te quise mucho, Dustine —fue la

primera vez que dijo mi nombre en muchos años—. Hubo un tiempo


en que estaba loco por ti, cualquier cosa, me la pidieras o no, quería
dártela. Necesitaba tenerte a mi lado, necesitaba que fueras mía,
necesitaba que todo el mundo me viera contigo… eras la mujer más

hermosa, más dulce, más dócil. Eras la mujer perfecta. Pero fue mi
error, lo acepto, si no te hubiese permitido salir de aquí, si te hubiera

obligado a cuidar más niños, no lo sé… mantenerte en casa ¿sabes?


Así nadie más se hubiera cruzado en tu camino o se hubiese fijado

en ti y yo no hubiera tenido que llegar a este punto. Posiblemente


seguiría enamorado de ti y míranos ahora, no sé lo que siento, es

una contradicción, quiero tenerte aquí, eres mi esposa, y a la vez


eres un obstáculo en mi camino… no sé qué hacer contigo.

«Dame el divorcio», dije internamente. Él pareció escucharme


—Pero no puedo dejarte ir, desconozco la razón, hay algo que me

ata a ti, hay un placer que me recorre por dentro cuando llego a casa
y te veo… porque esta casa la hice para ti, quería que fuera la más

grande, la más bonita porque iba a ser para mi reina. No sé si


recuerdas ese tiempo en el que fuimos más felices, cuando no estaba
tu hijo, cuando yo era todo tu mundo, cuando solo querías

complacerme, cuando no había compromisos y ocupaciones más allá


de pasar el tiempo juntos… extraño todo eso y sé que no volverá. Tú

y yo no somos los mismos y me has obligado a buscar lo que anhelo


en otros lugares y a pesar de ello se siente el mismo vacío. Pero
estoy contigo y sé que tampoco sería lo mismo, aunque se trate de ti

—soltó una risotada—, seguramente pensarás que estoy loco, no es


así, es lo que me pasa contigo. No puedo dejarte ir, y tampoco

soporto verte.
Sus dedos llegaron hasta mi rostro, movieron mis mechones y

lentamente noté su aliento cerca de mí, besó mi mejilla donde tenía


una marca hecha con sus manos.
—Le he dicho a mis padres que te quedaste con Ophelia, cuando te

hayas recuperado podrás salir. Las domésticas volverán la próxima


semana.

Le escuché darse vuelta, salir de la habitación y cerrar.


Nada había cambiado ni cambiaría para mí.

Cuando desperté al día siguiente, encontré una bandeja de


desayuno en la mesa de luz. También había unas pastillas y un vaso

de agua. No supe cómo interpretar aquello, si era obra de Connor lo


sentí macabro. No tenía idea de la hora que era, no llevaba mi reloj y

sabía que mi móvil estaba confiscado, ya había pasado antes. Me


puse de pie, fui a bañarme y a repetir la rutina de curarme las

heridas. Me bebí las pastillas y el agua, no quise comer nada más.


Empecé a observar la rutina de mis carceleros. No estaban allí por

otra razón más que evitar que escapara, a Connor no le convenía que
nadie me viera en ese estado, empezando por sus padres y por eso

inventó que estaba con mi madre. Era una ironía si lo ves desde el
retrato de una mujer golpeada y herida por un solo hombre que era

custodiada por diez, tal vez Connor me sobrestimaba, si no era capaz


de defenderme de él como burlaría a los demás. No era como si un

ejército de mercenarios fueran a aparecer para salvarme, él se había


encargado muy bien de mantenerme a distancia de cualquier

persona a la que pudiera llegar a importarle mi vida.


Fue en la noche que algo cambió, permanecía sentada en la cama

de Kenneth abrazando uno de sus muñecos cuando oí el ruido


afuera, alguien tocaba la bocina varias veces. El ruido no provenía de

la casa, era más lejos. Me asomé a la ventana y vi a los hombres un


poco revueltos por la intromisión, entonces fui hasta mi habitación
donde la ventana daba una vista de la vía que acortaba camino a los

viñedos. No pude ver nada hasta que las luces de la entrada se


encendieron y reconocí aquel auto, mi pecho se agitó de emoción y

de angustia. ¿Qué estaba haciendo Jared allí? No supe si asomarme,


si encender una luz, si gritarle que debía irse porque no deseaba

ponerlo en peligro. No tenía que estar allí, no había una razón para
que lo hiciera. Y temí que estuviera solo, aunque si iba con Luciano
no sería mejor, serían dos hombres desarmados contra diez y sus

armas.
Cuando le vi bajar del auto mis latidos se detuvieron, era una
contradicción lo que sentía por dentro porque él no estaba ahí por

casualidad, era una ruta que él jamás tomaría. Había una razón por
la que estaba allí y eso me resultó conmovedor, pero a la vez sentí el

miedo y la angustia; de que lo hubiesen bajado para golpearlo, no


podría soportar que le hirieran por mi culpa.

La desesperación se acumuló en mi torrente sanguíneo, empecé a


moverme por las habitaciones buscando un teléfono, pero el único

lugar donde lo encontraría sería en el despacho que Connor


mantenía bajo llave, me fijé en que abajo no hubiese nadie

vigilándome y con unas pinzas de mi cabello abrí la puerta, no era la


primera vez que lo hacía, eso estaba claro, ya había estado encerrada

muchas veces, en ocasiones en un baño por varios días así que tuve
que aprender muchas cosas, entre ellas a abrir las puertas para ir a

cuidar de mi hijo porque pasaba horas enteras solo cuando Connor


me encerraba en algún lugar luego de golpearme.

Me colé dentro, cerré la puerta con delicadeza y no encendí


ninguna luz, conocía tan bien cada rincón de esa casa que podía
moverme a oscuras. El teléfono fijo estaba frente a mis ojos, sin
embargo, no había posibilidad de que pudieras tocarlo porque

Connor revisaba las facturas con tanto detenimiento que se daría


cuenta de aquella llamada que tenía pensado hacer. Rebusqué

cuidando no desordenar los papeles, los archivos que con tanto


recelo mantenía Connor en ese lugar, porque el más mínimo

movimiento iba a delatarme; si él encontraba algo fuera de sitio


sería mi fin. Intenté con los cajones del escritorio, los de abajo

estaban vacíos, me pareció extraño y los de arriba estaban bajo llave.


No sería problema para mi pinza del pelo, en eso había fallado mi

esposo, la seguridad de la casa era con armas y hombres, pero la


seguridad de sus secretos era vulnerable a una pinza de pelo de una

mujer.
Abrí el primer cajón y allí estaba mi teléfono, lo tomé enseguida
en mis manos y lo encendí sin pensarlo más, pero justo en ese
momento escuché ruidos arriba y mi cuerpo se enfrió por completo,

no podían descubrirme allí. Escuché pasos muy cerca de la puerta,


me mantuve en silencio evitando delatarme, que ni siquiera se
sintiera mi respiración. No sé cuánto tiempo pasé allí apretando mis
ojos y mis manos, sintiendo la vibración del móvil. Miré la hora, era

cerca de medianoche. Tenía llamadas del trabajo, llamadas de mis


amigos, llamadas de mi hermano y de mi madre y llamadas de mi
hijo. No tenía tiempo para responder a todos, lo que iba a hacer

debía hacerlo rápido.


Abrí la aplicación de mensajes y escribí uno para Kenneth:

Mamá: Hola, cariño. Perdona no haberte llamado estos días, he estado


un poco ocupado con la abuela, te amo y te veo muy pronto. Por favor

no le digas a nadie que has hablado conmigo.

Tecleé el segundo era para Jared:

Dustine: Lamento si estás preocupado, sé que tenemos un contrato y


no lo he cumplido, estoy cuidando de mi madre, volveré la próxima

semana.

Escuché de nuevo pasos y apague el teléfono sin darme cuenta si


el mensaje se había enviado o no. Me moví sigilosa hasta el cajón
para devolver el móvil a su lugar, desde mi posición agachada y con

una pequeña luz entrando del exterior, podía ver el interior de aquel
cajón que resguardaba varias carpetas. Algo llamó mi atención, algo
hizo que mis manos fueran en esa dirección y simplemente la tomé.
No tenía ningún nombre, ningún indicio de lo que se trataba, pero
en el mismo instante en que la abrí, un balde de agua fría cayó sobre

mí. Lo que encontré allí se salía de cualquier idea que me hubiese


hecho sobre los límites de Connor. Aquella carpeta contenía
fotografías, registros y facturas de una niña que había sido vendida

como esclava sexual. Quedé paralizada con los ojos abiertos de par
en par y el corazón latiendo con fuerza incapaz de procesar lo que
veía, un escalofrío recorrió mi espalda mientras mi mente luchaba
por comprender la magnitud de lo que estaba presenciando. El

horror y la repulsión se mezclaban con una profunda sensación de


vulnerabilidad, como si fuera yo quien estaba siendo invadida en lo
más profundo de su ser, como si fuera yo quien estaba siendo
violentada de la manera más despiadada. Las lágrimas empezaron a

brotar de mis ojos, un torrente de emociones amenazaba con


ahogarme. Tuve que cubrirme la boca para que no se escucharan mis
jadeos a causa del llanto. Todo mi mundo se desmoronó a mi
alrededor. ¿Con qué clase de persona me había casado?
Escuché una voz abajo y la adrenalina alteró mi sistema, entonces

metí la carpeta tratando de que quedara igual a pesar de que no


recordaba cómo estaba puesta, dejé el teléfono en su lugar, cerré el
cajón e intenté que se asegurara de nuevo. Me acerqué a la puerta y
me escabullí como pude, corrí hasta el cuarto de baño y vomité en

un intento por sacar de mí las terribles imágenes que se habían


impregnado en mi memoria.
Sería inútil, nunca las podría borrar.

Pasé los siguientes días pensando en lo que esa revelación


significaba y en lo que yo haría después de saberlo. Connor no volvió
en toda la semana, para el sábado apenas tenía unas marcas que
podría cubrir con maquillaje. Él ya sabía cuánto tardaban mis
heridas en sanar y asimismo lo había planificado todo. Ese mismo

sábado podría volver al trabajo e ir a por Kenneth. Como si nada


hubiera pasado.
Una nueva dosis de determinación me hizo levantarme y buscar la
libertad.

Cuando bajé no había rastro de ninguno de los hombres de negro


en casa, se esfumaron, como si nunca hubieran estado allí. Afuera
estaba mi auto con el tanque recargado, mi cartera, mi teléfono y
una invitación muy conveniente a una cena con mis suegros. Decidí

que yo también podía llevar un papel, si iba a vestirme de un


personaje lo elegiría muy bien.
Fui hasta Meraki, saludé a las chicas y les pedí que me pusieran al
tanto de los eventos del fin de semana. Llamé a Celine, estuve muy

tranquila, le hablé de la visita a mi madre, de su estado de salud y le


dije que nos veríamos pronto, nada había pasado, esa era mi misión.
Cuándo finalmente estuve frente a la computadora, abrí la sesión

de mi blog con una intención firme, dejaría de desahogarme, ya lo


había hecho demasiado, ya había escrito muchas palabras sobre lo
mismo; porque mi pesadilla se repetía una y otra vez. Pero la
revelación de esa noche me hizo darme cuenta del sufrimiento

intrínseco que trae el hecho de ser mujer, no era solo yo quien sufría,
no era solo yo quien estaba presa, no era solo yo quien no
encontraba una salida. No eran solo los golpes en mi piel, no eran
solo las heridas en mi corazón.

Y como no era solamente yo, era momento de parar de llorar y


empezar a actuar.
Reservé en borradores todas mis entradas, publiqué los
testimonios que las otras mujeres habían dejado, los mensajes
internos y puse una alerta para que en cuanto entraran a la página

web, supieran que esta sería desde ese momento un lugar para
denunciar, yo misma, de forma anónima, entregaría las denuncias a
la policía.
Había elegido ser un personaje, esa mujer sin miedo, esa mujer

arriesgada, esa mujer en las sombras que no quería que otras


pasaran por lo mismo que ella, no abonaba la tierra para un árbol
sino para un bosque. Elegí vestirme de Secret Queen.
Veintiuno
Vaciarse para recibir
Dustine

Los ojos de Connor estuvieron sobre mí durante toda la cena, cada


uno de mis movimientos, cada palabra que salía de mi boca, si

miraba alguien o si le miraba a él. Estaba ansiosa, por supuesto que


temía que hubiera descubierto que estuve husmeando en sus cosas.

Sin embargo, sus reacciones siempre eran explosivas, en el


momento, y ya habían pasado varios días; quizá al fin la suerte

estaba de mi lado.

—¿Cómo se encuentra Ophelia? —preguntó mi suegra.


Había hablado con ella el día anterior, como no pude justificarme,

volví a la excusa de siempre y mi madre lo creyó.


—Esta semana sabremos los resultados de la biopsia, pero ya se

encuentra mejor, gracias por preguntar.

—Deseamos que todo salga muy bien —agregó mi suegro.

—Os lo agradezco —fingí una sonrisa.


—¿Cómo van los temas en la alcaldía? —interrogó Benedict—.

Supe que se están negociando los terrenos de los Rogers para un

centro comercial.

—Es un tema complicado —respondió Connor—, son terrenos de

cultivo y se encuentran en sucesión. Hasta que un juez no destrabe


la propiedad, no se puede hacer una oferta.

—Me gustaría hablarte un momento después de la cena —agregó

su padre, le veía más serio que de costumbre.

La conversación viró entorno a mi hijo, a sus avances con el piano

y la posibilidad de llevarle a tomar clases especializadas en San


Francisco con la sinfónica. Ninguno dijo que fuera mala idea, pero

tampoco se ofrecieron a llevarle. Apenas necesité mirar de soslayo a

Connor para saber que no estaba de acuerdo con que yo tuviese la

libertad de ir a San Francisco una vez a la semana.

—Pronto empezarán las clases —me excusé—, tendremos que

revisar sus horarios porque tiene varias actividades extraescolares.

—Me parece que lo mejor es que se enfoque en una sola cosa —


arremetió mi suegra con su tradicional opinión tan fuera de lugar—,

¿para qué va a servirle la natación? Es algo que puede aprender en

cualquier momento… y el tenis, no es que vaya a ser el próximo


Roger Federer. Si tiene talento para la música es mejor que lo

explote.

—Tiene cinco años, querida —intervino Benedict—, va a necesitar

otras actividades para no sentirse abrumado, a mí me encantaría

llevarlo los sábados al rancho, seguramente le encantaría montar a

caballo, sería un gran jinete, tiene los genes de los Lowell, mira a
Preston fue campeón juvenil de polo.

—Mi madre tiene razón —agregó Connor, era obvio que no estaba

cómodo con la mención de su hermano—, que se enfoque en una

sola cosa, al menos el piano puede ser una carrera lucrativa, lo

bueno es que no es pintor o moriría de hambre.

Esa simple frase me recordó el inicio de nuestra relación, cuando

alguna vez le llevé a los campos de lavanda y le enseñé los dibujos

que hacía; era tan ingenua y soñadora que le confié a él un tonto

sueño, quería pintar mis flores para un concurso de arte de un

museo en Nueva York, buscaban algo así como un expositor novato y


si la iniciativa tenía la aceptación de la gente podría ganar parte de

una beca para estudiar arte en alguna universidad del país. No se

negó, me apoyó, fue conmigo a comprar todos los materiales.

Trabajé por semanas, hice bocetos y pruebas, intenté una y otra vez

hasta que conseguí el resultado que me hacía sentir satisfecha,


terminé con la fecha límite de envío porque tardaría en llegar hasta

la otra costa del país. El día que debía llevarlo al correo, embalado y

preparado para que no sufriera ningún daño en el viaje; él se ofreció


a hacerlo, dijo que lo llevaría directamente a San Francisco para

acortar la espera.

El cuadro nunca llegó a Nueva York, un día lo vi colgado en la sala

de la casa de sus padres. Cuando le pregunté qué había pasado, se

excusó diciendo que no quería romper mi corazón, pero que sabía

que mi cuadro no era material para ganar un concurso y que en lugar

de que pasara por la humillación había decidido dárselo a su madre.

Quise enojarme con él, incluso alcancé a decir un par de palabras…

Connor me calló rápidamente entregándome un fajo de billetes y

agregando que era mucho más de lo que podrían pagar por él. Mi

inseguridad le dio la razón, y desde entonces tampoco volví a pintar

un cuadro. Cada vez que entraba en casa de mi suegra lo veía y

recordaba los sueños que alguna vez tuve y cómo habían terminado.

Así que su comentario no era inocente, no, era totalmente

malintencionado. Estaba restregando en mi cara mi fracaso y su

victoria.

Al día siguiente puse en orden la agenda y revisé todos los


proyectos que estaban pendientes, era la época más calurosa del año
así que el trabajo se reducía un poco y yo lo agradecía. En otras

circunstancias, si mi vida fuera diferente, seguramente saldría de

vacaciones con mi hijo, sin embargo, nuestro destino era quedarnos

allí soportando la ola de calor y anhelando ser libres como los

pájaros. No había olvidado por completo la petición de Kenneth,

solo estaba tratando de encontrar el camino que nos llevase allí.

Estaba buscando el modo de ganar dinero sin que mi esposo lo

supiera.

Programé una visita para el martes a casa de Jared, no había

contestado sus llamadas porque sabía hacia donde se dirigiría esa


conversación. Después de dejar a Kenneth en clases de natación,

recogí un par de plantas que deseaba instalar en el interior. Tenían

la capacidad de absorber el calor y con el clima que hacía seguro que

vendrían bien.

Al entrar y ver las cajas apiladas sentí un pellizco de nostalgia en

el pecho, o de anhelo, porque muy en el fondo estaba deseando

hacer lo mismo con mi hijo, conseguir un lugar para los dos, no sería

tan grande como esa casa, no al principio, pero sería nuestro lugar

seguro, silencioso, con flores y el espacio para su piano. No

necesitábamos nada más.


Subí los escalones luego de dejar las plantas en el salón, y me

enfrenté de nuevo a esa pared en la que solo estaban los trazos de un

lápiz. Entendí que para poner color a mi vida, debía volver a

aprender los colores. Bajé a la cocina en busca de un paño, recordé

haber dejado un par por allí. Estaba a punto de subir la escalera

cuando escuché la puerta, me di vuelta y Jared estaba frente a mí,

algo dentro se estremeció, no de miedo sino emoción porque

recordaba haberle visto fuera de casa y lo único que se me antojaba

era abrazarlo.

—¡Por fin estás aquí! —soltó en medio de un suspiro. Pude ver el

momento exacto en que sus ojos se iluminaron, tanto que no supe

cómo reaccionar.

Él sí.

Acortó la distancia entre los dos y en un instante pasé de

anhelarlo a tenerlo. Sus brazos me acogieron con cariño y me

envolvieron con esa calidez que desprendía su piel. Tal vez sea una

tontería, pero la sensación de protección era indescriptible.

—Estaba tan preocupado por ti —dijo a mi oído, después me soltó


de su abrazo y sus manos tomaron mis mejillas con delicadeza, le

miré y me llené los ojos de esa expresión colmada de dulzura y


preocupación genuinas—. ¿Estás bien? —Moví mi cabeza firmando—.

No me mientas.

No pude mirarle y sostener la mentira.

—Tengo que pintar el mural —me excusé—, o no voy a terminar

nunca.

—¿Necesitas ayuda? Puedo sostener la pintura o pasarte un pincel.

No supe cuánto necesitaba de su carisma hasta que estuvo frente a

mis ojos y noté un ligero alivio en mi corazón.


—No es necesario, dividamos las tareas y así acabaremos más

pronto. No sé si cuentas con mucho tiempo.


—Me han enviado de vacaciones por quince días. Hubiese

preferido que ocurriera en Navidad, pero es la época en la que más


trabajo tengo.

—Lo sé, con papá pasaba igual.


Nos miramos, él con su sonrisa radiante dos escalones abajo y yo

con el corazón palpitando distinto mirándole desde arriba.


—Vale… si nos quedamos aquí no haremos nada —se burló—.

Estaré organizando la cocina mientras tú vas a pintar.


—Te veo al rato.
Empecé por lo más fácil, dar una base de color blanco al dibujo

para que la pintura se impregnase y el sellante mantuviese los


colores vivos por más tiempo. Y cuando eso terminó me vi de
rodillas frente a la pared sin saber cómo continuar. Era posible que

el resultado no les gustara y siendo Jared diría que estaba bien para
no herirme.

—Te he traído algo de beber.


Di un respingo al escucharle.

—Gracias —musité.
Entró con la bandeja en la mano y me ofreció uno de los vasos, lo
agarré e intenté levantarme, lo cierto era que seguía dolorida, sobre

todo en la espalda y en los brazos.


—Te ayudo —se ofreció, pero en lugar de darme la mamo decidió

tomar mi brazo y en cuanto hizo presión intenté contener el gemido


que brotó de mis labios, pero el dolor fue más fuerte.

—¿Qué ocurre? —preguntó alarmado. Dejó la bandeja en el suelo y


pronto sus manos estuvieron sosteniendo mi cintura.

—Me lastimé con unas cajas —mentí forzando una sonrisa débil.
Jared no iba a dejarse engañar tan fácilmente. Sus ojos

escudriñaron mi rostro en busca de la señales de la verdad que


intentaba ocultar.

—¿Sabes que soy el doctor de los golpes? —dijo con cierta ironía
agridulce en su voz—. El maquillaje no cubre la inflamación, y la tela
no me esconde las heridas.
—Jared… por favor.

—Te lastimó, ¿verdad? Por lo que hizo Luciano.


Negué con la cabeza, no quería inmiscuirlos a ellos también.

—¡Dustine por favor deja ya de protegerlo! —La frustración le


cortaba la voz—. Habla conmigo, dime qué pasa, pídeme lo que

necesites.
—No hagas esto...

—¿Por qué insistes en minimizarlo? ¿Por qué insistes en negarlo?


¿Por qué insistes en justificar el daño que te hace? —En lugar de

gritos su voz era un lamento. Y eso consiguió conmoverme aún más


que su reacción. Lo miré a los ojos, las lágrimas nublaron mi visión,

la idea de revelárselo todo, de dejar al descubierto esa oscura


pesadilla que había vivido la mayor parte de mi vida y que seguía

ocultando, me llenaba de un profundo temor. Porque ni yo misma


sabía lo que Connor era capaz de hacer.
Busqué esquivar sus preguntas, desviar la conversación a otro

lugar, insistir con el trabajo; pero él no se dio por vencido. Sus ojos
brillantes como dos faros penetraron en mi alma obligándome a

enfrentar la realidad. Podía sentir la presión de las lágrimas en los


ojos. A pesar de que intenté dominarlas, sentí cómo empezaron a
rodar por mis mejillas. Lo primero en ocurrir fue el llanto, un llanto

tan amargo, tan lleno de frustración que no se detuvo hasta que me


sentí vaciada por dentro.

Finalmente las palabras escaparon de su jaula en un susurro


apenas audible confesando la verdad que guardaba en lo más

profundo de mi ser. Le hablé desde el inicio, de todos los años de


abuso, de manipulación, de sufrimiento, de terror, de todo lo que
llevaba soportando en silencio, deseando desesperadamente que

algo pasara y me rescatara de ese infierno.


Jared no hizo una sola pregunta, se mantuvo en silencio, pero en

su rostro veía la indignación, la tristeza y la sorpresa, al final, esos


zafiros azules como el cielo se llenaron de lágrimas dándole

credibilidad a mis palabras. Nunca sabes cuánto necesitas que


alguien crea tu historia hasta que chocas con unos ojos compasivos

que te sirven de refugio. Me acogió de nuevo en sus brazos con tal


delicadeza que no recordaba que alguien me hubiera tocado así. Pero

a la vez era un abrazo fuerte, un abrazo protector y seguro, un


abrazo de consuelo.

Cuando me propuso denunciar, una mueca amarga parecida a una


sonrisa le dio la respuesta, no había manera de que alguien me
creyera. Porque aquello que no cuentas, que dejas pasar hasta que

cicatriza, tiende a perder credibilidad y entonces, quizá nunca pasó.


—Algo podemos hacer, te llevaremos lejos, es imposible que no

haya un castigo, buscaremos un abogado, un detective…


Detuve sus palabras poniendo mis manos en sus mejillas y

llenándome del tacto rasposo de su barba incipiente.


—Con Connor hay que ir con pies de plomo porque es como un

sabueso, y tiene amigos muy peligrosos. No quiero que tú o que


Luciano os arriesguéis por mí.

—Pero es que alguien tiene que hacerlo, no puedes quedarte allí…


puede matarte.

No era algo que no hubiera pensado.


—Jared piensa en April, tu hija solo te tiene a ti. Si tú y Luciano os

montáis en una cruzada contra Connor podéis acabar igual que yo.
Por favor, no es necesario que todos suframos por esto, no te lo he
contado para que hagas algo, ya haces mucho al escucharme y al

creerme.
Se quedó en silencio mirándome, sus dedos tocaron mi frente

bajaron por los costados y dibujaron las líneas de mi rostro y tocaron


las heridas que apenas estaban cerrando, esa suave caricia

significaba mucho más que alguna palabra.


—No estás sola, bonita, y no voy a dejarte sola. Te prometo que no
enfrentaré a Connor, pero sí voy a intentar librarte de él.

Bonita… Él me había llamado bonita.


Una alarma de su teléfono rompió la burbuja. Era mejor así porque
la emotividad de ese momento estaba llevando mi mente a

derroteros que no podía permitirme.


—Es casi la hora de ir a por los chicos. ¿Te parece si traigo algo de

comer y avanzas con el trabajo? Así comemos todos juntos.


—No quiero molestarte.

Otra vez su sonrisa me respondió.


—Nunca serías una molestia.

Se levantó y dio dos pasos, sentí su mirada sobre mí, la mía estaba
en las pinturas. No sé si era alguna especie de mago que me leía la

mente y el corazón, pero con su dulzura y su paciencia volvió sobre


sus pasos, se agachó frente a mí, tomó mis manos, las metió de lleno

en la pintura, las sacó y las puso sobre su pecho manchando su


camisa.

—¡¿Qué has hecho?! —dije sorprendida.


—No tengas miedo a hacer un desastre, lo peor que puede pasar es

que tengas que limpiar.


—Pero… ¿y tú camisa?
—Iré a casa a por otra —me guiñó un ojo—, no te preocupes.
Miré mis manos untadas de un azul vibrante y puro, después puse

amarillo y junté mis manos para mezclarlo haciendo que apareciera


el verde y finalmente solté ese eterno gris en el que habitaba, tomé

el pincel me dejé llevar por mi instinto, por lo que sabía hacer


aunque llevara mucho tiempo sin hacerlo. Poco a poco las flores

cobraron vida, tenían tallos, hojas, pistilos y filamentos. No tuve que


mirar una referencia, todo estaba en mi cabeza esperando por ser

desbloqueado.
Como aquella certeza que vino a mi mente mientras ponía los

detalles finales al girasol.


Entender que para recibir hay que soltar, para elegir hay que

renunciar y para abrazar hay que vaciarse las manos. Porque todo
puede esperar menos la vida.
Veintidós
La certeza
Jared

En lo profundo de mi alma, había una lucha constante entre la razón


y el deseo, entre lo correcto y lo prohibido. Desde el momento en

que la vi por primera vez, supe que ella era diferente, especial de
alguna manera que me resultaba difícil de explicar. Cada vez que

coincidía con ella era como si su presencia resonara en los rincones


más oscuros de mi ser, despertando emociones que habían estado

dormidas durante demasiado tiempo.

Antes de encomendarle la decoración de mi casa, tuvimos ocasión


de hablar, pero nunca de una forma tan íntima, tan personal. Me

limitaba a ser el médico de su hijo y a ofrecerle de forma sutil mi


apoyo. Pero pasar tiempo con ella, ver la fragilidad en sus ojos color

miel, comprender sus señales de ansiedad y de miedo, todo eso

formó una conexión inexplicable, una chispa que encendía un fuego

dentro de mí. No debía. No estaba bien. Y me recriminaba cada vez


que me descubría pensando en ella, recordando la forma en que el
flequillo le enmarcaba el rostro y le confería un aspecto más dulce e

inocente. De cerca era aún más guapa de lo que me había parecido

de lejos. Incluso descubrí que sus ojos estaban moteados con

puntitos dorados. Era preciosa, y no sé si por ser tan esquiva y

distante me hice ideas que no eran ciertas, pero cuando conseguía


verla sonreír y ver sus ojos brillantes, me anotaba un punto en el

marcador. Aunque duraba tan poco esa victoria que me dejaba

impotente ante esa sombra, ese dolor oculto que la iba

consumiendo.

Era evidente para cualquiera que estuviera dispuesto a mirar más


allá de la superficie. Los signos estaban allí: los moretones apenas

ocultos bajo su maquillaje, la manera en que evitaba el contacto

visual cuando hablaba de su esposo. La forma en que se tocaba de

manera compulsiva los anillos cuando estaba nerviosa. Esos tres

anillos, cada uno reflejaba lo lejos que estaba de mí, el de

compromiso que me recordaba que llegué muy tarde, el otro de

casada que la convertía en prohibida, el último el de la churumbela


porque era madre. Ese toqueteo compulsivo era como el grillete que

la encadenaba a su marido. Pero, aun así, ella mantenía su fachada

de felicidad, como si temiera que el mundo descubriera la verdad

detrás de su perfecta máscara.


Y mientras la observaba desde la distancia, mi corazón se llenaba

de una mezcla de compasión y anhelo. Quería protegerla, librarla de

las cadenas que la ataban a un matrimonio sin amor. Pero también

sabía que enamorarme de ella sería peligroso, un juego con

consecuencias impredecibles. Me repetía una y otra vez que debía

mantenerme alejado, que era mejor para ambos no dejar que


nuestras emociones se desbordaran. Pero cada vez que la veía, cada

vez que nuestros ojos se encontraban en esa casa vacía donde solo

éramos ella y yo, era como si el universo entero conspirara a favor

nuestro, o de mí, porque lo más seguro era que en esa nube solo me

hubiera subido yo. Mis quince días de vacaciones estuve con ella, la

vi pintar con una pasión arrebatadora, era un éxtasis rotundo

admirar sus trazos, sentirme atrapado por los detalles tan perfectos

y definidos que sentía que podía tocar las flores porque estaban

vivas.

Y así, me encontré atrapado en un torbellino de emociones


prohibidas, estaba luchando contra mis propios instintos,

intentando poner distancia a mis sentimientos nacientes sin que ella

notara que algo iba a cambiar. Pero perdía cualquier intento con solo

pensar en ella. Recordé las palabras de Luciano, tenía razón y yo me

enfrentaba al dilema más arriesgado de mi vida: ¿debía amar a una


mujer prohibida sabiendo que ese amor podría llevarnos incluso a la

tumba?

Tenía que poner un alto a mis ilusiones, también ella tenía razón,
April debía ser mi prioridad, y sin embargo, al escuchar su relato mi

corazón se encogió y una furia inusitada se apoderó de mí. Quería

protegerla, sacarla de ese infierno y si ella me lo permitía, amarla

como merecía. Pero no podía actuar precipitadamente porque

cualquier error sería fatal y si eso pasaba nunca me lo iba a

perdonar.

Su presencia había permeado cada aspecto de mi vida,

transformando mi rutina diaria de maneras que ni siquiera yo pude

anticipar. Mis días solían estar llenos de trabajo, recientemente

había tomado el cargo de director médico del hospital, lo que

conllevaba más responsabilidades, pero cada momento libre lo

dedicaba a estar cerca de ella.

Mis amigos y colegas comenzaron a notar el cambio en mí,

comentando sobre mi aire distraído y mi sonrisa perpetua. Incluso

mi hija no pudo evitar notar la diferencia en mi comportamiento.

Una noche, mientras estábamos sentados juntos en el sofá, leyendo

un libro antes de dormir, me miró con curiosidad.


—Papi, ¿estás bien?
—Sí —dije distraído—. ¿Por qué lo preguntas?

—Porque estabas leyendo y te quedaste callado, como si fueras en

una nube.

—¿Eso hice?

Dijo sí con la cabeza.

—Lo lamento, estaba pensando en algo. Pero estoy bien, cariño —

respondí, acariciando su cabello dorado con ternura—. Solo he

estado un poco distraído últimamente. Pero no te preocupes, todo

está bien.

April asintió con la cabeza, aparentemente satisfecha con mi


respuesta, pero su mirada seguía siendo inquisitiva, como si pudiera

ver a través de mi fachada de normalidad y descubrir los secretos

que guardaba en mi corazón.

Después de eso, traté de ser más consciente de mis acciones, de

mantener mis emociones bajo control en presencia de mi hija. Pero

cada vez que volvía a encontrarme con Dustine, todo lo demás

parecía desvanecerse a mi alrededor.

El inicio de clases me iba tomando por sorpresa, si Luciano y

Celine no se hubiesen encargado de surtir la lista del material

escolar, April hubiera llegado sin nada el primer día. Ambos

despertamos con la hora justa, ella tardaba demasiado en vestirse, la


cafetera no filtraba el café con la velocidad que lo necesitaba y yo

daba vueltas por la casa buscando el bendito móvil. Recordaba que

había recibido una llamada del hospital y no supe dónde lo dejé.

—April, baja que se ha hecho tarde —dije asomándome a la

escalera—. El desayuno se ha enfriado.

Me acomodaba la corbata sin saber muy bien lo que hacía, nunca

se me había dado hacer ese endemoniado nudo.

Mi hija finalmente bajó y se sentó a desayunar, yo serví el café y le

di un sorbo. Volví a merodear por la cocina buscando el móvil.

—¿Qué te pasa, papi?

—Estoy buscando el móvil… no sé dónde le dejé.

—Pero…

—Come, April, necesito que termines pronto y vayas a lavarte los

dientes.

Seguí dando vueltas como una perdiz y con el cabreo en aumento.

—¡Coño! Pero se ha hecho de humo.

Miré a April, ella masticaba y me miraba fijamente como si

intentara decirme algo.


—Papi —me señaló el bolsillo de la camisa—, creo que siempre ha

estado ahí.
Dejé caer los hombros sintiéndome un completo estúpido. Lo

saqué del bolsillo y ya no recordaba para qué lo estaba buscando.

Escuché la puerta y me asomé para ver aparecer a Celine.

—¿Lista para el primer día, abejita?

Me dio un beso en la mejilla.

—¿Vas a llevarla? —pregunté confuso.

—En eso quedamos ¿no? Dijiste que tenías una reunión y que…

—¡Joder! —El recordatorio me abofeteó. Apuré el café, besé a mi


hija en la frente y agarré el maletín del gimnasio.

—¿Vas a mudarte al hospital?


—No, he empezado a ejercitarme, si no puedo correr entonces uso

el gimnasio del hospital.


—¿Que te estás ejercitando? Pero si nunca te he visto correr ni un

metro.
Todo había empezado cuando descubrí dos cosas, las primeras

canas en el mentón y las patillas, y la visión borrosa al conducir e


intentar leer. La edad se me echaba encima como un vagón

desbocado.
—¿Tiene algo de malo? —Entré al baño del pasillo para lavarme
los dientes y ponerme perfume.

—Papi, hueles muy rico.


—¿Antes no lo hacía? —pregunté.
Al salir, Celine me acomodó el nudo de la corbata.

—Sí, pero nunca te pones perfume. Solo cuando es algo especial. Y


hace una semana compraste otro frasco. Ahora te pones todos los

días.
La mirada inquisidora y suspicaz de Celine me interrogó

enseguida. Mi hija acababa de tirarme a los rieles del tren.


—Es por mi nuevo puesto —enfaticé la respuesta, los ojos de
Celine se convirtieron en dos rendijas.

—Gimnasio, perfume y mala memoria —enumeró ella—, si no es la


crisis de la madurez, entonces estás mojando el churro, bombón.

Le cubrí la boca.
—¡April está escuchando! —dije con los dientes apretados. Los

ojos de Celine brillaban más que nunca.


—El que menos corre vuela —dijo y contoneando las caderas buscó

la salida—, vamos, abeja, dejemos que tu padre acabe de acicalarse.


—Celine, no agrandes esto —la advertí.

Curvó una ceja, esa sonrisa maliciosa me dijo que no descansaría


hasta saber lo que ocurría y me pregunté si en realidad estaba siendo

tan evidente.
—Tranquilo, bombón, ya era hora de que perdieras la virtud —me
guiñó un ojo y me dio la espalda.

Joder, tenía que aprender a disimular.

Dustine había cumplido años el fin de semana, como era lógico lo

celebró con los suyos. Aunque en realidad tenía entendido que no


fue una gran celebración sino una cena en un restaurante en San

Francisco organizada por su suegra. Eso me dijo para excusarse por


no terminar el diseño del jardín ese fin de semana. La decoración

estaba casi completada, restaban ubicar los muebles de la habitación


de April porque debía secarse la base de sellador y también la

moqueta del suelo. Era posible que esa misma semana el contrato
acabara y ya no pudiera verla más allí. La sola idea de que eso
ocurriera me causaba desazón, era como si tuviera que devolver la

ilusión que había tomado prestada.


Un lunes no es el día tradicional para una celebración, pero no

quería pasar por alto la ocasión de darle una sorpresa, yo sabía que
quería hacer algo especial para ella. Después de todo, ¿quién no

merecía un poco de alegría en su día especial?


Así que mientras preparaba la sorpresa, también me aseguré de

incluir un pequeño regalo de cumpleaños. Mi nuevo cargo me daba


ciertas libertades, como que ya no tenía tantas cirugías y podía salir

en horario decente. Ese día, en especial, me tomé desde el mediodía


para cumplir con lo que tenía en mente. Ella iría a casa mientras los

chicos asistían a la academia de música.


Envuelto con cuidado en papel de seda y adornado con un lazo

brillante, dejé el regalo en una esquina de la cocina, esperando


pacientemente su momento de ser descubierto.
No era un experto culinario y seguramente pude quedar mejor

parado comprando algo hecho en un restaurante, pero mi intención


era esforzarme un poco y ahí estaba, preparando una receta que

saqué de un libro de cocina de la biblioteca. Yo seguía siendo ese


tipo de personas que van a las bibliotecas a consultar sobre lo que no

saben porque no confío en Google como confío en un libro.


Pasé por el colmado y surtí la lista de ingredientes, empecé a

trabajar en la receta. Tuve que enfrentarme a la penosa realidad de


usar gafas graduadas para leer la letra menuda y me sentía como mi

abuelo cuando las tenía puestas. La preparación era bastante simple


y esperé que Dustine no fuese alérgica a la comida de mar porque

había elegido servir camarones rellenos de carne de cangrejo con


salsa de gambas. El acompañamiento eran pimientos rellenos y pan

con harina de maíz, y de aperitivo, queso brie envuelto con panceta


ahumada y salsa de frambuesa. Si podía con ello me anotaba para ser

chef en mi retiro.
Al cabo de dos horas lo tenía controlado. Corrí para acondicionar

la mesa bajo la pérgola que era custodiada por el viejo capellán, puse
mantelillos, platos, copas, una botella de vino del viñedo de Luciano

y velas. Pintaba como una cena romántica…, pues lo era. Incluso si


ella no sentía por mí nada más allá de una amistad, yo estaba

dispuesto a correr el riesgo de estrellarme con la brutal realidad. El


toque final fue un ramo con diversas flores de colores y tamaños. La

obra de arte de la habitación de mi hija me reveló su profunda


pasión por ellas. Además, escogí a conciencia, y de nuevo ayudado

por los libros de la biblioteca, cada una de las flores que componían
el ramo.

Aguardé la hora de su llegada y para no comerme en ansias, limpié


la cocina y llamé a mi asistente para revisar la agenda del siguiente
día. No estaba pasando seguido por el quirófano lo que me permitía

ciertas licencias con mi tiempo libre. Como estar en casa un lunes a


mitad de la tarde planificando una cena temprana de cumpleaños.

Acababa de colgar y escuché la llave abriendo el cerrojo. Mi pecho


se agitó con la simple idea de que iba a verla. No me creía lo que me
estaba pasando, era un crío nervioso que se limpiaba las manos en el
pantalón porque no conseguía hacer que parasen de sudar.

—Jared, ¿estás aquí? Vi tu auto afuera.


Su voz dulce era un arrullo para mis oídos.
Salí tratando de parecer casual.

—Hola…
—Hola. ¿Qué haces aquí?

No supe qué decir.


—Vale, es tu casa. Pregunta tonta.

Bajó las macetas que traía y entró al baño a lavarse las manos.
—Tenía algo que hacer —le dije sin hallar mejores palabras.

—¿El qué?
El flequillo se pegaba a su frente, ella se abanicaba con las manos.

Aún se sentían resquicios del inclemente verano que nos azotó ese
año. Su aspecto de mejillas sonrosadas y la piel jugosa y perlada se

me antojó tan atractiva. Imaginaba que estaría deseando arrancarse


la ropa, usaba camisa de cuello alto, mangas y pantalón ancho. Yo

estaría derritiéndome allí dentro.


—¿Jared?

Espabilé, estaba pasando de nuevo que la tenía enfrente y perdía


el cerebro.
—Tengo una sorpresa —dije porque no se me ocurrió mejor
excusa.

—¿Has comprado algo?


—Es para ti, porque fue tu cumpleaños.

Ella se quedó en silencio, de pronto ya no estaba igual de risueña.


—No tenías que hacerlo.

—Pero he querido hacerlo, bonita. Vamos, es un día especial.


Sus pupilas vacilaron.

—No puedo llevar nada a casa —advirtió temerosa y sentí la


misma impotencia que ella, estaba claro que no podía darle algo

comprometedor.
—Es comida —bajé los hombros, derrotado—. Te he preparado una

cena a las cuatro de la tarde.


Sus ojos volvieron a iluminarse.
—¡¿Has cocinado para mí?! —preguntó como si fuese alguna
proeza.

—Pues sí… soy el señor mamá, tuve que aprender a cocinar.


La forma en que se fue formando esa sonrisa en sus labios marcó
el ritmo de mis latidos. Eso, exactamente eso era mi recompensa y
mi objetivo, pintarle sonrisas donde otro dejó cicatrices.

—¿Te ayudo con algo? —Se ofreció, emocionada.


—Sí —le ofrecí mi mano y ella la tomó sin miedo—. Ven conmigo.
La llevé hasta la mesa que tenía preparada, corrí la silla para ella y

encendí las velas.


—No tenías que hacerlo —dijo con semblante avergonzado.
—Pero quería hacerlo —junté los hombros—, vuelvo enseguida.
Dispuse en platos y bandejas todo lo que necesitaba para que no
tuviera que volver a la cocina. Mis manos temblaban mientras servía

el vino y no supe si ella pudo notarlo.


—Solo una copa —me advirtió.
—No te preocupes, soy terrible con el vino, no resisto más de dos o
caigo dormido como un ceporro.

Me deleité viéndola comer con gusto, y saboreándose cada tanto.


No sé si estaba tan bueno o ella exageraba para no romper mi
corazón. Yo la escuchaba y comía sin prestar atención a lo que me
llevaba a la boca.

—Esto está delicioso —se limpió los labios con la servilleta—,


desde antes de que Kenneth naciera no comía platos de mar. Es
alérgico.
—Me alegra ser quien los traiga de regreso.

—Has traído muchas cosas de regreso, Jared —confesó solemne—,


no sabes cuán agradecida estoy contigo porque me has dado un lugar
para expresarme y sacar todo lo que llevo dentro.
—No ha sido nada.

—Lo ha sido todo, me tiraste una boya cuando más hundida


estaba.
—Pero no he logrado rescatarte.
Suspiró antes de responder:

—Si supieras que las cadenas más difíciles de soltar son las de mi
cabeza no me dirías lo mismo. Con ellas debo pelear primero.
Me ayudó a levantar la mesa y fuimos juntos a la cocina. Yo le dije
que me encargaba de fregar mientras ella buscaba su regalo. Me

tomó la palabra y se dio a la tarea de buscar en alacenas y cajones,


yo la miraba tratando de fregar los trastes y no romper las copas.
Cuando ella finalmente notó el regalo, su rostro se iluminó con una
sonrisa de sorpresa y gratitud.
—¡Estás loco! —dijo con los ojos brillando de emoción mientras

tomaba el paquete entre sus manos.


—Y no sabes de quién es la culpa —dije para mí. Le devolví la
sonrisa mientras esperaba nervioso su reacción—. Ojalá te guste.
Con manos temblorosas desató el lazo y abrió cuidadosamente el

papel de seda revelando el contenido de ese regalo. Su expresión se


suavizó al ver lo que había dentro, y sus ojos se llenaron de lágrimas

al admirarlo.
Me sequé las manos con premura y fui a su encuentro.
—Recordé la historia de tus dibujos, y lo he visto en la habitación
que pintaste para April. Es momento de que vuelvas a encontrarte
con esa mujer soñadora y que vuelvas a poner color a tu vida.

Había algo en la sencillez del regalo que parecía tocar una fibra en
lo profundo de su corazón, como si le hablara directamente.
—Esto es… —no hallaba las palabras, pasaba sus dedos sobre los
pinceles y las acuarelas—. Gracias, Jared. Esto significa mucho para

mí.
La vi luchar por mantenerse entera y no pude controlar el impulso
de abrazarla y sentirla muy cerca de mí.
—No podía dejar pasar la oportunidad —respondí suavemente,

mirándola con todo lo que sentía por ella en ese momento, que no
era poco y que casi salía en letreros por mis ojos—. Te mereces más
de lo que puedes imaginar. Esto es solo un símbolo de libertad, las
alas las tienes tú.

La forma en que sus ojos se iluminaron con ilusión, la sonrisa


espontánea y a la vez tan frágil, el rastro de felicidad que ese simple
regalo le ofreció… todo eso me lo confirmó. Estaba enamorado de
ella. No eran las mejores circunstancias ni era lo correcto. Pero había

ocurrido y el latido de mi corazón era un recordatorio constante de


lo que hace el amor cuando se le permite entrar.
Llevaba muchos años soltero, un par de citas que no llegaron a
ninguna parte, pero el corazón es así, elige quién lo despierta, quién

lo llena y por quién sentir, poco a poco el corazón recuerda cómo es


que se late cuando encuentra por quién hacerlo. No era un
sentimiento impuesto, no apareció de un día a otro. No fue amor a
primera vista, fue reconocer el amor, incluso cuando no podría ser.
Veintitrés
Pasos valientes
Dustine

Esas palabras: «las alas las tienes tú». Resonaban en las paredes de
mi cerebro una y otra vez. Era cierto, pero yo necesitaba creerlo para

tomar conciencia de que ellas seguían allí y podría abrirlas de nuevo.


Jared se había convertido en un confidente y en la única persona a

quien había revelado mi historia. Descubrí al pasar tiempo con él, a


un ser maravilloso, no era que no creyese que lo fuera, pero lo estaba

confirmando cada día. Había una inmensa ternura en su forma de

tratarme y una dulce paciencia. Llevaba mucho tiempo sin saber lo


que era ser tratada con delicadeza y tacto. Quizá no acostumbrada

pero sí resignada a la brutalidad de los golpes. Por eso cuando me


descubrí pensando en él, recordando la forma en que sus párpados

caían como si esas pestañas doradas y espesas pesaran demasiado

para que pudieran sostenerlas. Cuando me descubrí dibujando en un

cuaderno la curva elevada de su sonrisa brillante, recordando la


forma de sus manos, sus dedos largos y elegantes… Cuando me di
cuenta de lo que estaba ocurriendo, sentí miedo, alegría y un sinfín

de emociones que no podía controlar y de pronto estaba sonriendo a

la nada, soñando, reviviendo en mi memoria una y otra vez esos

pequeños instantes que compartimos… allí todo tuvo un nombre, un

significado y una razón. No quería hacerme ilusiones, nadie era más


consciente que yo de lo absurda y rotunda de nuestra realidad; él era

libre mientras yo estaba presa.

Y sin embargo, anhelaba el momento de estar en su casa,

escucharle, de verlo sonreír y sentir simplemente su presencia, no sé

cómo explicarlo, pero era como si una chispa se hubiera encendido


dentro de mí, una chispa que había estado dormida durante tanto

tiempo. Me hacía sentir viva de una manera que tal vez no había

experimentado en muchos años, como si finalmente estuviera

despertando de un largo letargo. No quisiera comparar, no obstante,

en casa cuando Connor estaba, su presencia me mantenía en alerta

constante, siempre tenía miedo. En casa de Jared, la sola idea de

saber que él estaba allí me reconfortaba, no había otro lugar en el


que me sintiera más segura que con él.

Ese detalle tan simple, tan cotidiano y a la vez tan especial de

cocinar para mí, fue una inyección de vitalidad y alegría, de sentirme

apreciada, de sentir que era importante para alguien más. Así como
mi madre siempre lo dijo, que en la cocina está el corazón y en ese

plato descubrí un lenguaje nuevo, un lenguaje especial que no

necesitaba de palabras para hacerse entender. Y apenas descubrí el

regalo que había elegido para mí supe que solo alguien que te

conoce en realidad puede darte el obsequio perfecto. Los regalos de

Connor siempre fueron ostentosos buscando sentirse complacido en


lugar de que yo me sintiera halagada. Y fue una caja de acuarelas,

pinceles y papel que simbolizaban el primer paso hacia el camino de

mi libertad. Él no lo supo ni yo tampoco lo comprendí en ese

momento, pero mis alas se estaban curando y pronto estarían listas

para echarse a volar.

Volvimos al patio, esa semana entregaría el jardín y la nostalgia

también me acusaba porque sabía que no volvería a ese lugar y que

nuestros encuentros acabarían. Mi libertad condicionada estaba

llegando a su fin. Tomé el ramo de flores, nunca me habían dado

flores en mi vida y me sentí especial, las flores tienen esa capacidad


de que su belleza adorne cualquier lugar, lo ilumine y lo transforme,

pero cuando las miras, cuando te las regalan no son ellas las

protagonistas sino tú. Nunca buscan destacar sino adornarte, son las

cómplices ideales.
Me llevé el ramo y mientras lo olía me senté bajo la sombra del

capellán, corría una brisa refrescante. Los últimos cartuchos del

verano siempre eran así, días de intenso calor y tardes acompañadas


por los vientos residuales del Pacífico. Él también vino para sentarse

junto a mí.

El momento bajo la sombra del árbol parecía suspendido en el

tiempo, como si el universo entero estuviera conteniendo la

respiración mientras nos sumergía en la intimidad de nuestro

pequeño mundo. Yo sostenía el ramo de flores y mis dedos

acariciaban los pétalos suavemente, le miré de reojo, una sonrisa

jugueteaba en sus labios.

—Dirás que estoy loca —comencé a decir, mi voz era tranquila y

serena—. Pero me encanta el sonido de las hojas cuando la brisa las

acaricia suavemente. Me hace sentir tan... libre.

Lentamente me dejé llevar por el impulso de recostarme en la

hierba, cerrando los ojos mientras la brisa jugueteaba con mi

cabello. Cuando abrí los ojos, los suyos me miraban con una fuerza

abrumadora, con una determinación que me estremeció la piel. Era

un anticipo, algo quería decirme.

Volví a sentarme.
—¿Sabes lo que dicen de los girasoles? —Él negó—. Dicen que

tienen la capacidad de limpiar el terreno donde hay elementos

tóxicos. Absorben la radioactividad.

—Vaya, y yo creyendo que sabía mucho porque te iba a responder

que era la flor por excelencia del verano.

Sonreí.

—También lo es. De hecho conseguí una semilla especial, se llama

el girasol Velvet Queen y la he plantado en tu jardín, tendremos que

esperar algunos meses para saber si es la semilla ganadora.

—¿La semilla ganadora? —Juntó las cejas de forma adorable.


—Mi madre dice que no todas las semillas dan fruto o no frutos

buenos, y en el caso de las flores es impredecible, no todas florecen o

no todas son duraderas. Este girasol es una especie única.

—¿Por qué? —se interesó.

—No es amarillo tiene tonos rojizos tirando a borgoña, y sus

pétalos parecen terciopelo, además, puede llegar a medir dos

metros.

Se removió para estar más cerca de mí y mi piel vibró con el roce

de su calidez. Además, las notas frescas de su perfume eran un

narcótico natural que adormecía mis sentidos.

—Entonces lo has elegido por algo en especial ¿verdad?


Era inquietante la forma en que podía leerme.

Asentí.

—Quería dejar algo de mí en tu jardín —confesé.

—Este jardín es tan tuyo como mío, incluso esta casa está llena de

ti.

—Lo sé… pero míralo de la siguiente forma, cada verano servirá de

recordatorio para estos días, cuando le veamos florecer será como…

—Como la certeza de que ocurrió —completó por mí.

Noté el nudo en mi garganta, aquello se asemejaba a una

despedida anticipada.

—Tú eres un girasol —tomó mi cabello para llevarlo detrás de mis

hombros—, absorbiste la maldad de ese ambiente tóxico para que tu

hijo no resultara afectado. Por eso has elegido el girasol y por eso

también lo incluí en el ramo. El amarillo representa mi admiración.

Las rosas rosadas, representan el cariño que siento por ti. Los

tulipanes rojos son señal de mi lealtad… y la lavanda, un recuerdo

de la felicidad que deseo que puedas volver a sentir.

Quedé perpleja ante aquella confesión rotunda. Me embargó una


mezcla de sorpresa y desconcierto, mientras mi interior luchaba por

procesar sus palabras. El significado era precioso, las intenciones las

más puras, pero la realidad seguía siendo oscura. Dolió romper el


momento y que mis palabras le golpearan como un puñetazo en el

estómago.

—Jared… Por favor no vayas por ese camino. Sabes que estoy

casada, que no podría ser. —Mi voz temblorosa contenía el dolor que

me causaba tener que decirlo. Aparté la mirada—. Esto no puede ser.

El peso de mis palabras cayó como una losa aplastando también

mis esperanzas y mis sueños, en un instante nos quedamos en

silencio, ese dolor agudo golpeaba con fuerza porque era el espejo de
nuestras circunstancias.

Sus dedos tocaron mi mentón con esa delicadeza que lograba


estremecerme, elevé el rostro para encontrarme de nuevo con el mar

en calma de sus ojos. No estaba decepcionado.


—No hay cadenas que puedan retener lo que siento por ti, bonita.

Que no pueda ser no significa que no pueda quererte. Acepto hacerlo


así, en silencio, a distancia y en cautiverio, porque sé que también lo

estás sintiendo.
Miedo y ganas, qué mezcla tan peligrosa. Qué combustible tan

poderoso es la ilusión que solo necesita una chispa para que todo
estalle.
Abrí la boca para replicar, y le vi acercarse vertiginosamente a mi

rostro. Se encogieron mis dedos, mi estómago, mi garganta… una


explosión de sensaciones maravillosas e inexplicables.
—Detente, por favor. No lo hagas. —Me dolió la garganta al

obligarme a pronunciar esas palabras que no quería decir.


—¿Qué es lo que no quieres que haga? —preguntó con voz

cadenciosa, cálida y seductora.


—Que no me beses —dije en medio de un suspiro contenido.

—¿No quieres que te bese? —cuestionó coqueto y mi piel se barrió


entera con un choque de electricidad.
—Si lo haces, voy a querer que lo vuelvas a hacer y me voy a ir

deseando que lo vuelvas hacer, y estaré todo el tiempo deseando que


lo vuelvas a hacer. Si me besas ya no podré…

Cerré los ojos ante la fuerza de sus zafiros azules que me


estremecían por dentro y por fuera. Jared puso su mano sobre mis

labios, los acarició lentamente y yo besé sus dedos, luego abrí los
ojos, él se llevó la mano a sus labios y los besó.

—Si yo te beso ya no querré soltarte nunca.


Ese fue nuestro primer beso.

No hay nada tan cierto como que el amor florece en lo cotidiano, y


que no conoce el miedo o el riesgo, se adapta a cualquier

temperatura, por eso cuando hace frío nos saben mejor los abrazos y
si hace calor enciende los besos. Hacía muchos años que le conocía,
y nunca se había pasado por mi cabeza un pensamiento diferente al
cariño que sientes por un amigo o por alguien que te importa. Y de

pronto allí estaba todo, tan real que casi podía tocarlo. El encanto de
las casualidades está en su dosis de realidad, nadie se viste para una

ocasión que desconoce ni nadie se prepara para un amor que no


avisa de su llegada.

Un viaje repentino de Connor que le obligó a ausentarse por dos


semanas, fue un espacio para que yo pudiera hacer florecer mis

planes, con la libertad en casa de moverme sin tener que medir mis
pasos pude pasar tiempo buscando una idea de negocios que me

diera ganancias sin tener que reportarlas a mi marido. Además,


estaba considerando la idea de contratar un contador en secreto para
revisar las cuentas de Meraki y saber con exactitud de cuánto era mi

deuda.
Pero no podía precipitarme, no podía dejarme llevar por el nuevo

latido que había aprendido mi corazón. Mi madre tuvo razón en el


hospital, no puedes poner en los hombros de una persona la misión

de salvarte ni convertirlo en el motor de tus decisiones. Y yo no


deseaba que lo que sentía por Jared se contaminara si al final de mi

batalla no era vencedora.


—¿Qué haces, mami? —preguntó Kenneth mirándome hacer unas

fotos.
—Estoy cosiendo nuestras alas —respondí con una sonrisa.

—Esas flores son muy bonitas. Parecen de verdad. ¿Por qué dibujas
flores, mami?

—No lo sé, creo que al crecer con tantas flores en casa acabé
enamorándome de ellas.
Terminé la sesión de fotos y envié las imágenes al cloud de Meraki,

donde Connor no husmeaba nunca. Las de mi móvil las eliminé para


que no quedase ningún rastro.

Nos preparamos para salir, guardé los dibujos en los que trabajé
todo el fin de semana en una carpeta, los pinceles y las acuarelas y

los llevé conmigo.


—Hoy te irán a buscar los abuelos a la escuela para llevarte a San

Francisco —informé a Kenneth en cuanto subí al auto.


—¿Por qué no irás?

—Porque tengo trabajo, cariño.


—No me gusta ir con la abuela, siempre me obliga a ponerme

derecho y sonreír.
—Lo sé, pero esta cita es importante. Si algún día quieres ser un

gran pianista, en ese lugar te enseñarán todo lo que no dice tu libro.


—No toco el piano porque quiera ser músico, mami, lo hago

porque puedo controlar el sonido y hacer que suene como quiero que
suene.

Su compulsión por el control me asustaba.


Encendí la radio, no supe en qué momento volví a escuchar

música. Vale, sí lo sabía.


—¿Por qué escuchamos música ahora?

—¿No te gusta? Si te molesta puedo quitarla.


—Es el único ruido que soporto, es ordenado, tiene diferentes

sonidos. Pero solo esas canciones tranquilas que tú escuchas.


Me sentí halagada con el comentario, mi hijo no sabía de música

moderna o antigua, para él solo era música, así que mi cancionero


polvoriento no sería juzgado.

Le dejé en el colegió y llegué con prisas a Meraki, el viñedo de


Luciano empezaba una temporada de eventos importantes que irían
uno detrás del otro y tenían que salir perfectos. Y a la par estaba

trabajando en nuestras alas. No daré más rodeos como a mi hijo, iré


al punto.

En una reunión con una pareja que contrató nuestros servicios


para una boda, me llevaron la invitación para que viese el concepto

que querían tener, un estilo boho chic, colores neutros y muchas


flores. Mi atención se centró en la invitación, eran un par de anillos
entrelazados, con hojas alrededor y algunas peonias, pintadas en

papel de acuarela. Todo el trabajo era manual, la ilustración, la


tipografía y la naturaleza que decoraba ciertos lugares.
—Esto es una belleza ¿dónde las hicistéis?

—Trabajamos con una artista, puedo darte su cuenta de


Instagram. Es ilustradora y vive en Los Ángeles.

—Por favor, quiero ver su trabajo.


—Es maravillosa, pero los precios son un poco elevados, vale,

entiendo el trabajo que conlleva, no me quejo, vale la pena.


Me quedé con esa idea en mi mente. ¿Una ilustradora?

En cuanto tuve ocasión le pedí a Annie que buscase en Instagram


la cuenta de la ilustradora, yo no llevaba redes sociales ni tenía idea

de cómo funcionaban, en Meraki teníamos una community manager,


sin embargo, la idea empezó a sonarme. En un parpadeo estuve

sumergida en su perfil admirando la belleza de sus creaciones y


descubriendo un mundo totalmente nuevo. Y así fue como apareció

la solución que estaba buscando.


Abrí un perfil en Instagram que llamé florista secreta, pasé el fin de

semana haciendo ilustraciones de flores y plantas, les tomé fotos y


estaba subiendo las primeras imágenes en ese momento. Después le
pedí a Andrea (la CM) que compartiera en Instagram esa cuenta,
quería recomendarla y en ese perfil teníamos cerca de setenta mil

seguidores. Para el final de la tarde tenía los primeros dos mil


seguidores y varios mensajes preguntando por mis servicios.

Aproveché que debíabuscar a Kenneth para tomar una foto de mi flor


de Fuchsia Magellanica o llamada comúnmente, pendientes de la

reina.
—Es tan real que sientes que puedes tocarla —dijo Clarice—, es

una pena que no esté firmada, Connor dijo que la compró a un


vendedor callejero. Me encantaría dar con él y hacerle un encargo.

Sentí el impulso de comentarle sobre cierta ilustradora, a manera


de insinuación, pero desistí. Sabía que ella pagaría bien por un

cuadro, pero si Connor lo veía de inmediato sabría que se trataba de


mí. Quizá el destino quiso que no llevara firma, a pedido del
concurso, y eso mantenía mi identidad secreta. Crucé los dedos
deseando que ella no se enterase de la florista secreta, o que no

ocurriera hasta que mis planes fueran una realidad.


Los siguientes días envié presupuestos, debía pedir un pago por
adelantado para comprar el material y destinaría la noche del
viernes y el sábado para pintar en Meraki cuando no hubiese nadie.

Solo tenía un inconveniente, cómo iba a recibir el dinero si la única


cuenta que tenía era la que manejaba Connor. Para crearme una
propia y que él no se enterase tendría que salir de la ciudad. Y estaba

el tema de los impuestos… algo se me iba a ocurrir. No quería perder


el impulso apenas empezando.
Mientras se concretaba algún pedido, adelantaba todo el trabajo
posible en la agencia y, por supuesto, veía a Jared en su casa, aunque
no por mucho rato y no a solas. Él me ofreció su ayuda y yo le dije

que cuando supiera lo que quería hacer se lo diría.


Pues estaba en ese camino.
El conveniente desabastecimiento de un par de especies de flores
que me faltaban por plantar nos regaló unas semanas más para

coincidir. Lo nuestro no era un idilio, ni una pasión desenfrenada.


Era sentarnos a hablar de nuestras vidas, conocernos mejor, reírnos
de las ocurrencias de nuestros hijos o soñar en silencio con la
libertad de poder ser.

Bajo la sombra del capellán, él recostaba su cabeza en mi regazo,


yo le acariciaba el rostro mientras me reía con lo que me decía. Se
quejaba porque empezaba a sentirse viejo ahora que usaba gafas
graduadas o del dolor de sus músculos con apenas una corta carrera

en la caminadora.
La intimidad se teje con hilos sencillos, la belleza del amor habita
en la espontaneidad, en un gesto o una caricia, en una mirada o la

simple compañía. Por eso es que es siempre la sonrisa que rompe el


hielo y la que primero enamora.
El primer pedido de la ilustradora secreta se concretó una semana
después de iniciar la cuenta. Una editorial requería ilustraciones

realistas para un libro de herbología, me enviarían las referencias


por mail y yo tendría una semana para enviar la prueba de concepto,
si lo aceptaban, me darían el contrato y tendría que enviar por
correo certificado las ilustraciones terminadas para que ellos les

hicieran el tratamiento digital.


Estaba pletórica. Era un riesgo, pero últimamente no me
importaba saltar de cabeza al vacío. Estaba decidida a coser mis alas
y aprender a volar sin importar el tiempo que me tomara. Había
conseguido el combustible, regresó la ilusión. No digo que Jared

fuera la razón, es más, cuando pensaba en el día en que pudiera ser


libre sabía que no podría obligarle a ir conmigo, porque su vida
estaba allí, porque no podría separar a April de Luciano y de Celine.
Solo confiaba en que, tal vez, el destino nos tuviera otros planes.

Primero tenía que ser libre.


El amor es eso, no completa ni llena lo ausente, ese es un trabajo

propio, pero aclara el camino y orienta los pasos valientes hacia lo


desconocido.
Veinticuatro
Rastreada
Dustine

Revisé el estado del clima y sonreí satisfecha de que por fin


llegáramos a los 18°. Mi clima ideal. Era martes, Connor no estaría

en casa en toda la semana y había dicho que si lo deseaba podía


quedarme allí el viernes, pero yo preferí aprovechar su permiso para

quedarme trabajando en los nuevos proyectos de ilustración que


llegaron. Había solucionado de una manera muy fácil el tema de la

cuenta para recibir los pagos. Fue una tarde durante una visita de

Celine que muchas cosas pasaron, en especial, recibir su apoyo con


mi nuevo proyecto.

La vi entrar en mi oficina tan sensual y arrebatadora como era,


puso un vaso de frappé en mi mesa y se sentó frente a mí.

—Hola… y gracias —dije.

Sus ojos me escrutaban como dos rendijas diminutas.

—¿Pasa algo? —pregunté nerviosa.


—No lo sé —respondió evasiva—, dime tú si pasa algo.
Había olvidado que Celine era una rastreadora innata.

—Si es porque no he ido al viñedo sabes que…

—No puedes ver a DeLuca —bebió del vaso—, tu marido es muy

ingenuo, si DeLuca estuviera interesado en ti de esa manera, no se

hubiera dado cuenta.


—¿Lo dices por ti? —arremetí.

—Sí, lo digo por mí —se miró las uñas—, y también lo digo por

Jared.

El corazón me dio un vuelco, ¿era posible que ella lo supiera? O

podría habérselo dicho él.


—Venga no te pongas nerviosa, si hasta perdiste el color —se burló

—, ¿qué me estás escondiendo, Dustine?

—Es que no sé de qué me estás hablando y eso me pone nerviosa

—me defendí.

—¡Ah, vale! No sabes de qué te estoy hablando —rio con sordina—.

Tal vez puedas explicarme por qué Jared y tú compartís la misma

sonrisa de idiotas.
Necesité casi un minuto para poder dominar mi respiración y

buscar la respuesta correcta, Me sentía como en un interrogatorio

donde claramente yo era culpable y ella conocía mi delito.

—Por favor no imagines algo que no es.


Celine curvó la espalda y se acercó a mi mesa mirándome

fijamente.

—Jared te gusta —soltó de golpe.

—¡No, claro que no! ¿Cómo dices eso? —Giré el cuerpo hacia otro

lugar para evitar delatarme.

—¡Claro, por Dios! —ironizó—. ¿Cómo podría gustarte?


La acusé con la mirada

—Celine estoy casada ¿cómo se te ocurre algo semejante? Jared es

un amigo como tú y como Luciano, deja de estar fantaseando con

historias de amor donde no las hay, búscate una propia.

—Ya tengo mi propia historia, no significa que no me interesan las

de mis amigos.

—Estás viendo cosas donde no las hay, domina esa mente, eres

peor que una niña.

—Y por eso estás tan nerviosa, por eso no puedes mirarme más de

un minuto, por eso mueves el pie ansiosa —se echó a reír con ganas
—, yo también he estado ahí, yo también he suspirado por otros

hombres. La causa de tu destierro, por ejemplo.

—Tu marido y el mío no se parecen.

—Eso es cierto, el mío al menos me deja ser libre.


—El mío me mataría si me encuentra con otro así que mejor no se

te ocurra decir nada de esto en público.

—¿Es una competencia? —Curvó una ceja.


—Por supuesto que no, ¡pero qué cosas me haces decir! Basta ya

con ese tema, no sé qué esté ocurriendo en la vida de Jared, pero no

tiene que ver conmigo te lo aseguro.

—Sí… no tiene que ver contigo, ni con tus visitas a su casa, ni con

la citas clandestinas que mantenéis solitos los dos… no, estoy

delirando, nada de eso tiene que ver contigo.

—He estado trabajando en la decoración de su casa. ¿Acaso nos

estás espiando?

Suspiró hondo.

—Lo que ocurre es que aprendí a sumar uno más uno y resulta que

últimamente he tenido que cuidar de April mucho más que antes y

se supone que el nuevo cargo de Jared le permite un horario más

flexible con su hija. Así que un día se me ocurrió pasar a saludarte y

ver cómo iban las reformas y resulta que encontré dos autos en la

entrada, escuché risas y decidí darme la vuelta y volver.

—¿Y cuando dos personas se ríen juntas significa que se gustan? —

Estaba totalmente a la defensiva, no me gustaba sentirme


acorralada.
—No estás hablando con tu hijo así que no me apliques esa

psicología infantil. Reírse con un amigo es la cosa más natural del

mundo, no voy a castigarte por eso, es más, me alegra saber que

tenéis una relación tan estrecha.

—Entonces ¿de qué se trata este interrogatorio? Porque tú

tampoco vienes de la nada a traerme café y sentarte a hablar

conmigo.

—Buena chica —afirmó con la cabeza—. Vine a confirmarlo y ya lo

has hecho. Y créeme, cualquier hombre sería mejor que Connor,

pero Jared es ganarse el premio gordo de la lotería, sin embargo,


como ya me lo has dicho, estás casada y tu marido casi-casi es el

mismo diablo.

—Entonces quieres que me aleje de él.

—Quiero que tengas cuidado porque no soportaría que algo os

pasara a ninguno de los dos. Si necesitáis una celestina, aquí me

tenéis a vuestro servicio.

Decidí sincerarme con ella, nunca me traicionaría.

—He pensado en el divorcio, pero sabes que no es tan fácil para

mí.

—Si es un tema de dinero…


—Es un tema de dinero, pero también es un tema con mi hijo. Si

no puedo demostrar mis ingresos ningún juez me dará su custodia.

No podría dejar a Kenneth con su padre.

—Pero este lugar es tuyo así las cuentas las maneje él.

—No —suspiré derrotada—, no es así, este lugar le pertenece, él

puso el dinero y eso es lo que cuenta frente a un juez… y por eso he

empezado un proyecto —revelé con ilusión—. Si sale bien podría

establecerme en cuanto consiga el divorcio.

—¿De qué se trata?

Saqué del lugar más escondido del escritorio, la carpeta que

contenía mis dibujos, lo que estaba haciendo, la propuesta que

enviaría a la editorial. Poco a poco, los ojos de Celine se abrieron

como dos naranjas, maravillados.

—¡Por Dios, Dustine es hermoso! ¿Por qué no sabía de esto? ¿Por

qué nunca mencionaste que pintabas de esta manera? Vaya locura.

—Dejé de hacerlo antes de casarme y apenas lo retomé hace muy

poco, cuando estuve pintando la habitación de April.

—No he tenido ocasión de verla, pero si es como lo que estoy


viendo aquí seguro será una obra de arte.

—No exageres.
—Es que no exagero, es precioso —sacó su móvil para hacerles

fotos—, y ¿cómo funciona? ¿Qué es lo que estás haciendo?

—Me creé una cuenta de Instagram donde comparto mi trabajo y

recibo los pedidos, ya he conseguido algunos seguidores y los

primeros pedidos, pero no sé cómo gestionar el asunto del dinero.

—¿Qué pasa con el dinero?

—Que no tengo una cuenta a mi nombre y si lo hago ya te

imaginarás lo que puede pasar.


Dejó los dibujos a un lado y tomó mis manos entre las suyas.

—¿Cuántas veces tenemos que repetirte que cuentas con


nosotros? Pide ayuda, Dustine porque la gente no sabe que la

necesitas si no lo haces.
—Mira quien habla.

—Ya no soy la que conociste hace diez años —rebatió.


—Quizá no, muchas cosas han cambiado en ti, pero la esencia

sigue y tus ganas de volver a ver a Adam también.


—Cállate ya, no desvíes el tema por un camino que no quiero

recorrer. Háblame de lo que necesites, cuentas conmigo y lo sabes.


—Si supieras cuánto valoro esto —apreté su mano—. Necesito una
cuenta para recibir los pagos y no puedo ponerla a mi nombre si

quiero evitar que Connor se entere.


—Está bien, esto es lo que haremos, iré a un banco y pediré una
cuenta que estará a mi nombre y te daré el acceso a ella, allí podrás

poner todo el dinero que necesites y cuando debas retirar me avisas.


No supe qué decir, estaba abrumada ante la sensación de que por

fin todos los caminos parecían abrirse para mí.


—Gracias —nunca se lo dije sintiéndolo tan profundo. Ese gesto

por su parte era mi salvavidas.


—Por nada, Julieta, tus secretos están a salvo conmigo. Ahora voy
a buscar a la hija de tu Romeo… te veo luego.

El miércoles tuve una visita inesperada. No he hablado sobre la


nueva misión de Secret Queen, sin embargo, cada día yo repetía la

rutina de abrir los mensajes y publicar el contenido que llegaba, los


testimonios acabaron siendo una avalancha y yo terminaba desolada

e impotente después de leerlos. Entonces recopilaba aquellos que


incluían direcciones o nombres y los enviaba a un mail

proporcionado por la página de la oficina de víctimas de delitos del


departamento de justicia. Existía The Hotline, la línea directa para

denuncias, pero no podía usar el móvil, evitaba dejar cualquier


rastro que Connor pudiera detectar.
Y lo había conseguido, al menos él no tenía idea de lo que estaba
haciendo, pero alguien más sí se enteró.

El timbre de la puerta rompió el silencio, eran casi las ocho de la


mañana y estaba preparándome para llevar a Kenneth al colegio.

Cuando abrí la puerta me encontré con David Meyers, el jefe de


policía, acompañado por una mujer de ceño fruncido y aspecto

impenetrable. Era muy bonita, pero parecía enojada.


—Hola, Dustine —me saludó David con amabilidad—, lamento

molestarte tan temprano, pero necesitamos hablar contigo.


Conseguí alarmarme, la presencia del jefe de policía en mi casa

podría indicar que algo estaba mal y lo primero que pensé fue en las
fotografías que Connor guardaba en su despacho.

—¿Está todo bien, pasa algo? Tengo que llevar a mi hijo al colegio.
Intercambiaron miradas significativas entre ellos.

—Señora Lowell, soy la detective Amelia Green del FBI —me


enseñó su placa. Yo me congelé en el acto—. Me gustaría hacerle
unas preguntas.

—¿Por qué razón? —dije temerosa.


—Por un tipo de actividad sospechosa detectada en la dirección IP

de su negocio de eventos.
—Tranquila, Dustine. Son unas cuantas preguntas —intervino

David—. La detective Green no va a tardar.


Mi corazón latía a toda prisa. No sabía cuál era la actividad

sospechosa de la que hablaban, Meraki era una agencia de eventos.


—¿Puede ser luego de que lleve a Kenneth a la escuela?

La mujer asintió.
—Te veremos allí, si te parece bien —ofreció David.
—Sí, no tardaré.

En todo el camino de ida hasta el colegio y luego a Meraki, mis


manos no paraban de temblar. Sabía que no estaba haciendo nada

malo, no había incurrido en ningún delito y, sin embargo, estaba


nerviosa como si fuera una delincuente.

Las chicas no llegaban hasta las nueve, lo que nos daba un margen
de una hora para poder hablar y aclarar la situación, no quería que se

alarmasen con la policía allí dentro.


Esperaban afuera cuando abrí la puerta, los invité a pasar y les

ofrecí café. Ninguno aceptó.


—Pasemos a la oficina, por favor —les indiqué el camino.

Tener esos dos pares de ojos encima no ayudaba con mis nervios,
sentía que analizaban cada movimiento que hacía. Una vez pude
sentarme, internamente tomé aire en espera de lo que tuvieran para

decir.
—Os escucho —dije.

La detective Green sacó una carpeta de su bolso y la colocó sobre


la mesa, abriéndola con cuidado antes de dirigirme una mirada

penetrante.
—He venido aquí hoy porque necesitamos hablar sobre algunas

denuncias que hemos recibido —comenzó, su voz era firme mientras


me observaba con atención—. Hemos estado rastreando una serie de

comentarios y publicaciones en línea de un sitio web llamado Secret


Queen que reúne testimonios de posibles víctimas de maltrato y

violencia doméstica.
Mi corazón dio un vuelco en mi pecho mientras absorbía sus

palabras, una mezcla de sorpresa y miedo brotaron dentro de mí.


¿Cómo podía ser posible que estuvieran allí por eso?
—Lo siento, no entiendo —murmuré, mi voz era temblorosa.

Luchaba por procesar la magnitud de lo que estaba sucediendo—.


¿Este sitio web cometió algún delito?

La detective se inclinó hacia adelante, sus ojos centellearon con


determinación mientras me miraba fijamente.
—No, señora Lowell. Pero hemos estado recibiendo denuncias en
nuestros canales de ayuda a las víctimas — explicó—. Y parece que

alguien ha usado la conexión a Internet de este lugar para remitirlas


a nuestro departamento de justicia.
El miedo me envolvió como una manta fría a medida que

escuchaba sus palabras, mi mente giraba con la posibilidad de que


las denuncias fueran falsas y yo estuviera metida en líos gordos.

—¿Y eso ha ocasionado algún problema?


—Lo que quiero saber es si usted tiene conocimiento de la

existencia de ese sitio web —hizo la pregunta con su voz suave pero
firme sin dejar de observarme con atención.

Sacudí la cabeza incapaz de encontrar las palabras para expresar


mis ideas en orden. Su actitud y la escueta información que me daba

no me hacía sentir segura ni cómoda para revelar la verdad.


—Quisiera saber si hay algún delito o la presunción, para pedir un

abogado. Esto es muy… intimidante.


David se aclaró la garganta.

—Perdona a la detective, es su forma de trabajar. Lamento si te


sientes incómoda. No te estamos culpando a ti o a tus empleadas de

ningún delito, pero el FBI necesita contactar con el administrador


para corroborar la información.
—¿Consideráis que las denuncias son falsas?
—Todo lo contrario, han resultado en detenciones y mujeres que

ingresaron al sistema de protección.


Una profunda sensación de alivio y de alegría me recorrió por

completo, creo que fue la sonrisa que no pude evitar la que me


delató.

La detective Green me miró con compasión, sus ojos brillaban


reflejando empatía mientras se inclinaba hacia adelante para tomar

mi mano en la suya.
—Les ha salvado la vida, Secret Queen. Pero así como nosotros

hemos rastreado el origen de esa página web, también puede ser


rastreada por personas que quieran venganza si llegan a enterarse de

que las denuncias se originaron aquí.


Tenía razón, no pensé en ello, ni siquiera se me pasó por la cabeza.
—¿Y qué es lo que tengo que hacer?
—Entregarnos el acceso. En nuestro departamento rastrearíamos

directamente los mensajes y podríamos actuar enseguida. No digo


que los mails no han servido, pero deben pasar un mayor número de
filtros hasta que puedan tomarse como denuncias.
—Significa que no puedo volver a usarla.

—Exacto. Ni usar su nombre como otra razón social.


Me quedé en silencio procesando aquella decisión… Secret Queen
había significado por muchos años el lugar donde podía

desahogarme, donde era yo misma, mi lugar seguro. Entregarlo sería


renunciar a mi refugio, a mis secretos… a la verdad.
La mirada de escrutinio de la detective no me abandonó ni un
instante, era incómodo porque lo sentía como si pudiera leerme la
mente y por más que me alegrase de que otras mujeres fueran libres,

yo no podría hacer lo mismo, no de ese modo. En mi caso tenía que


hacerlo con pasos lentos y silenciosos.
—Si necesitas tiempo para pensar —intervino David.
—Sí, por favor —le miré a él—, no se lo comentes a Connor.

Me ofreció una sonrisa amable.


—Jamás se lo comentaría a Connor, confía en mí.
—Jefe Meyers, si me lo permite me gustaría entrevistar a la señora
Lowell en privado.

—Soy Dustine —no supe por qué sentí el impulso y la necesidad de


aclararlo.
—Con Dustine —corrigió ella.
—No hay problema. Esperaré afuera.

Después de que escuché el clic de la puerta pude darme cuenta de


que uno de mis pies se movía con un temblor recurrente. Estaba
ansiosa.
La detective Green se sentó frente a mí, con una expresión seria,

pero compasiva en su rostro. Sus ojos color ámbar estaban llenos de


determinación y me estudiaba por completo como si buscara pistas
que podrían revelar lo que ella estaba buscando en mí. Me
imaginaba que quería hablarme de detalles más sórdidos como los

testimonios que se mantenían ocultos en Secret Queen.


—Dustine entiendo que empecé con mal pie con usted, no era mi
intención asustarla —comentó con suavidad en su voz usando un
tono tranquilo que me inspiraba confianza—. Pero necesitaba

hacerle entender que lo que ha estado haciendo es un acto heroico y


a la vez peligroso. Quizá pudo ir a la policía desde el principio, ¿por
qué no lo ha hecho? ¿Por qué mantenerse en el anonimato?
Esquivé su mirada inquisidora, no podía revelar la razón.
—Está bien, creo que mi reacción es natural, nadie espera que un

día al abrir la puerta, un detective del FBI esté allí para interrogarlo.
Y en cuanto a su pregunta, mi esposo es el alcalde y evito causarle
algún tipo de problemas.
—¿Quiere decir que no sabe de la existencia de Secret Queen? —

inquirió suspicaz.
—No —mi voz sonó más aguda de lo que esperaba—. Es algo que

he hecho a sus espaldas y espero que esto no afecte a su cargo.


—No se preocupe, es más, debería estar orgulloso de usted. ¿Por
qué no se lo cuenta? Yo podría hablar con él.
Las alarmas de mi cuerpo se encendieron todas en un instante, me
sudaban las manos, tenía un cosquilleo en la espalda, mi corazón

latía con fuerza, mi estómago se encogió.


—Por favor no lo haga, tal vez a él no…
—Tal vez a él no le gustaría saberlo porque usted también es una
víctima.

Me quedé helada con los ojos desmesuradamente abiertos, de


repente noté que me costaba respirar, me levanté chocando con
algunas cosas de mi escritorio que cayeron al suelo, retrocedí un
paso, estaba incómoda.

—¿Qué ha dicho? —Me costó hallar la voz para pronunciar esas


palabras.
—Me ha escuchado, Dustine. Los seres humanos no solemos
vestirnos de héroes hasta que la tragedia nos ha caído encima. Y

entiendo perfectamente que esta situación sea difícil para usted,


pero hay señales que indican que ha pasado por las mismas
experiencias difíciles y estoy aquí para escucharla, si decide hablar al

respecto. Necesita ser escuchada para poder ayudarla.


No reaccioné, me mantuve en silencio con el retumbar de mi
corazón en mis oídos y luchando contra la oleada de emociones que
amenazaban con abrumarme, de repente tenía la posibilidad de

abrirme y revelar los secretos oscuros que había mantenido


enterrados durante tanto tiempo y me aterraba.
Pensé en todas mis opciones. Si hablaba con ella, si revelaba lo
que ocurría en mi casa, todo iba a agitarse, de un momento a otro se

precipitaría una denuncia, una huida y la reacción de Connor sería


impredecible. No podía actuar sin pensar antes en mi hijo, tenía
otros planes y era posible que necesitara su ayuda en el futuro, no en
ese momento.
—No hay nada que decir, detective, puede que sí haya vivido de

cerca situaciones como estas y por eso decidí buscar la manera de


ayudar a otras mujeres. Pero no tiene que preocuparse por mí, yo
estoy a salvo.
A veces hay mentiras que salvan y otras que duelen. La mía

quemaba.
La detective asintió ligeramente con la cabeza y puso una tarjeta
en mi escritorio.
—Llámeme cuando lo crea necesario. Deseamos seguir contando

con la ayuda de Secret Queen.


—Le prometo que pronto tendrá noticias.
El miedo conoce mejor el camino que la valentía. Por eso siempre
llega antes y te paraliza.
Veinticinco
Su secreto
Jared

Se acercaba el último día del contrato con Dustine. Ya no había una


razón para que ella estuviera en casa o para que tuviera el permiso

de hacerlo, una realidad que me carcomía por dentro. No se trataba


de que me creyera mejor que su marido, posiblemente no lo era en

muchos aspectos, pero estaba seguro de que jamás hubiera coartado


la libertad a ninguna mujer, menos si había jurado amarla para

siempre. No lo hice con Allison, no intenté detenerla, no corrí tras

ella, no la busqué como ella me lo pidió porque entendí que las


personas que se quedan lo hacen porque quieren. Mantenerlas a tu

lado obligadas solo las hará infelices. Las personas son como los
pájaros, si les abres la reja y pueden volar seguramente algún día

intentarán volver.

No lo digo solo como una metáfora, lo digo porque por esos días

recibí una notificación de un abogado que me pedía una reunión


para conciliar un acercamiento entre Allison y mi hija. No puedo
negar que apenas lo leí sentí miedo, una angustia incontrolable,

pero ni siquiera sabía cómo se llamaba su madre o había visto una

foto. ¿cómo podría simplemente decirle tu madre ha vuelto? Y con el

miedo también vino la indignación, ese atisbo de resentimiento

porque ¿a cuenta de qué tenía esa intención? No me creía que


sintiera culpa y que deseara verla de corazón, pero tampoco

imaginaba el motivo que la movió a solicitarlo. Rompí la carta en

pedazos y la tiré a la basura. No me interesaba una conciliación, mi

hija no tenía madre desde que ella misma la abandonó.

Había estado en San Francisco en un par de reuniones con una


universidad para recibir nuevos practicantes en el hospital, antes de

regresar a Santa Elena estuve en un par de tiendas buscando algún

regalo para April y un nuevo abrigo ahora que se acercaba el frío,

estaba creciendo tan rápido que la ropa apenas la usaba y la dejaba

pronto. En un parpadeo mi hija cumpliría siete años. Caminaba por

los pasillos de San Francisco Centre en Union Square buscando la

salida cuando lo vi. Frente a mis ojos en el maniquí del expositor de


la tienda había un vestido color violeta con los hombros

descubiertos, la cintura marcada y con abertura a mitad de pierna,

recordé el relato de Dustine cuando le pregunté si no tenía calor y

ella me dijo que ya se había acostumbrado a vestir así. Indagué hasta


conseguir la razón de su respuesta porque no me dijo «me gusta

vestirme así», dijo «me acostumbré» e imaginé que había una

historia detrás. Por eso en cuanto lo vi supe de inmediato que

estaba hecho para ella, en sí, cualquier prenda le hubiera quedado

perfecta. Y de pronto el maniquí se convirtió en ella, con su cabello

suelto, con su sonrisa tímida… y no pude contener el impulso de


entrar y comprarlo incluso sin saber si era de su talla.

Cuando volví a Santa Helena eran cerca de las seis de la tarde,

decidí que pasaría por la casa nueva para dejar allí el vestido y evitar

que April lo descubriera o en especial Celine que tenía un radar o

visión de rayos X para descubrir cualquier cosa que intentara

esconder. Me sorprendió ver el auto de Dustine estacionado, a esa

hora ella ya no estaba. Bajé del coche e ingresé en la casa enseguida,

era posible que se hubiese quedado dando los detalles finales al

jardín.

Seguí el camino que me llevaba al patio posterior y el leve sonido


de unos jadeos me apretó el corazón, aceleré mis pasos y finalmente

pude verla sentada bajo la sombra del capellán, cubriendo su rostro

con sus manos y hecha un mar de llanto. La angustia que me

recorrió fue infinita. Llegué a su lado y mi primera reacción fue

cubrirla por completo con mis brazos.


—¿Estás bien? ¿Ha pasado algo? —Las preguntas salieron

atropelladas de mi boca.

Ella no paraba de llorar e incluso incrementaron sus gemidos.


—Dustine por favor háblame —supliqué—. Dime qué pasa.

Ella se separó de mis brazos y me miró fijamente, el borde de sus

ojos estaba enrojecido al igual que su nariz y sus mejillas. Llevaba

mucho rato llorando, era evidente por la inflamación de sus

párpados.

—No puedo —dijo con la voz apagada—, no puedo hacerlo.

—¿Qué es lo que no puedes hacer?

Volvió a desatarse en llanto, a cubrirse el rostro con las manos y a

sacudir su cuerpo en espasmos cortos.

—Por favor trata de respirar, escucha mi voz, respira un poco

¿vale? Vamos dentro para que tomes un poco de agua.

Como ella no respondía decidí levantarla en brazos y llevarla hasta

el salón donde la puse sobre el sofá. Allí se arrebujó y siguió llorando

presa de un desconsuelo que la ahogaba. Corrí a la cocina a buscar

agua y volví para entregarle el vaso.

—Bebe un poco, por favor, necesitas calmarte y explicarme qué

pasa porque me estoy preocupando.


Obedeció a mi solicitud, me recibió el vaso, dio un par de sorbos y

poco a poco su llanto fue mermando. Yo busqué un pañuelo en mi

bolsillo y limpié sus lágrimas con delicadeza.

—¿Ahora me lo puedes explicar? —pregunté con un tono suave.

—No puedo decirte —confesó.

—Creí que no tenías secretos conmigo —sesgué.

La vi pasar el nudo de su garganta.

—Todavía tengo muchos secretos, Jared, y no te los he dicho

porque me aterran. Decírtelo sería ponerte en riesgo.

—¿Tienen que ver con Connor? —Sentí la sangre bullir en mis


venas.

Movió la cabeza lentamente.

—¿Qué te ha hecho ese…?

Ella puso su mano sobre mis labios.

—Es algo más complicado de explicar, es algo que podría cambiar

mi vida para siempre y estoy muy asustada.

El intenso latido de mi pecho incrementó, también la angustia que

apretaba mi garganta.

—Por favor no me des rodeos, sabes que puedes contar conmigo y

que no voy a revelarle a nadie lo que me digas —tome sus manos y


las besé—. Por favor confía en mí, tienes que sacarlo de ti porque te

está haciendo daño.

Empezó a temblar y aparecieron también los hipidos. Decidí que

no la presionaría, puse el vaso en la mesa de café y la acogí en mi

regazo para calmarla como hacía con mi hija. Peiné su cabello con

mis dedos y le acaricié suavemente el rostro, por varios minutos no

hubo un solo ruido en casa más allá de los que ella hacía mientras se

calmaba.

Finalmente soltó un largo suspiro y escuché su voz.

—Hace algunos años creé una web donde me desahogaba y

contaba algunas situaciones que vivía con Connor —empezó por

decir—, con el paso del tiempo recibí mensajes de apoyo y otros que

me señalaban de buscar protagonismo o un escándalo, ya sabes

cómo es el mundo ahora que existe Internet —hizo una pausa para

llenarse los pulmones de aire, agarró mi mano y fue jugando con mis

dedos—. Un día ya no fueron solo los mensajes que me dejaban sobre

lo que contaba allí sino testimonios de algunas mujeres que pasaban

por cosas igual o más terribles que las que he vivido… Se convirtió
en un refugio, y para muchas otras en una especie de grupo de

apoyo. He recopilado testimonios desgarradores, historias muy

fuertes que me han abierto los ojos en muchos aspectos.


—¿Cómo se llama la web?

Entrelazamos los dedos y la escuché tomar aire antes de hablar.

—Su nombre es Secret Queen —vocalizó con la voz átona—. Le

puse así porque mi hermano siempre me ha llamado honey queen.

—Te queda perfecto el nombre, eres pura miel.

—Pero no usé honey porque no era un lugar donde destilara miel

precisamente, así que decidí que sería Secret Queen porque todo

sería en secreto, en las sombras para que Connor no lo supiera. Y lo


he conseguido por cerca de tres años, nadie ha sabido que yo soy

Secret Queen hasta hoy.


—¿Por qué me lo has dicho?

—Porque confío en ti y porque hoy vino una detective del FBI a


interrogarme.

Percibí un leve cosquilleo en la nuca.


—¿Por la web?

—Porque hace algunas semanas, la última vez que Connor me


golpeó, descubrí cosas que cambiaron la perspectiva de mi vida y mi

rumbo a seguir. Entonces ya no quise seguir desahogándome, no iba


a quejarme, menos cuando hay en el mundo personas que han
sufrido cosas peores.
—No minimices tu tragedia, Dustine, ¿por qué hablas como si lo
merecieras si no es así?

—Déjame terminar, decirte esto toma todo de mí porque ni yo


misma he conseguido procesarlo.

—Perdona, bonita, te escucho.


Volvió a llenarse los pulmones de aire.

—La mujer que vino lo hizo porque convertí la web en un sitio de


denuncias, cada día recopilaba los mensajes que recibía y de forma
anónima los enviaba a la policía. Era mi granito de arena, mi modo

de ayudarlas a salir de su infierno porque si dejaban ese mensaje allí


era porque necesitaban que alguien hiciera algo por ellas…

Quise decirle que debía empezar por hacer algo por ella, pero me
guardé ese comentario.

—Me parece algo muy valiente lo que has hecho.


—No soy tan valiente como crees, porque esta detective y el jefe

Meyers estuvieron en Meraki interrogándome. Saben que soy Secret


Queen, rastrearon el origen de los mensajes y vinieron a confirmar

quién era la persona detrás de la Web.


—Myers no te delataría.

—Sé que no lo haría y eso me mantiene tranquila, pero la detective


pidió el acceso a la web para que ellos mismos reciban las denuncias
y las procesen más pronto; no es algo malo, pero al entregarles el
acceso también les entrego toda mi historia y no sé si estoy

preparada para soltarlo.


—¿Y si ellos pudieran ayudarte a conseguir tu libertad? —

mencioné esperanzado.
Soltó un suspiro y rio amargamente.

—Esa mujer tiene mucha experiencia en su campo porque con solo


mirarme, así como tú lo hiciste, supo que yo también era víctima y

que esa fue la razón que me movió a crear Secret Queen y convertirla
en una línea de denuncia. Tengo la posibilidad de contarle la

historia, de pedirle ayuda y quizá acabar con mi propio infierno.


—¿Y qué te detiene? ¿Por qué tienes miedo?

El llanto volvió a ahogarla, había algo arraigado en ella que no


lograba soltar por más que luchara y por más que yo intentara

hacerla ver que podía soltar sus cadenas.


—Sé que esto desataría el caos, porque denunciar a Connor por
maltrato, por ultrajes y por todo lo que he soportado sería un

escándalo, mi hijo estaría en medio y yo tendría las de perder. No


quiero ser una eterna fugitiva porque sé que donde quiera que vaya

algún día él me alcanzará, no va a soltarme, no va a dejarme ir tan


fácil. Me perseguiría en cualquier lugar.
Su angustia era latente, presentía que había soportado cosas

terribles a manos de ese malnacido porque no había otra razón para


que estuviera tan asustada.

—No, eso no es así. Connor no es indestructible. Podemos


conseguir abogados, podemos...

Ella se incorporó, la forma en que me miró me apuntaló el pecho.


—Esta batalla es solo mía, Jared, no puedo permitirlo y no debes
inmiscuirte en esto porque es peligroso. Si quiero que todo esto

termine de una forma que no haga daño a mi hijo, que no lo enfrente


al estrés y a estar bajo presión, necesito pensar en cada movimiento

como si estuviese jugando al ajedrez con el Diablo. Por eso ya he


empezado a dar pasos cortos y sé que llevarán tiempo y que tendré

que soportar mucho más, pero son pasos seguros.


—¿A qué te refieres con soportar mucho más? —Me frustraba la

idea de que siguiera por más tiempo a la voluntad de ese hombre—.


¿Qué pasa? Hay algo más que estás escondiendo.

Se cubrió la boca, su llanto era una mezcla de impotencia y


espanto, no sabía definir su reacción.

—No me preguntes más, por favor, solo quería decirte que ya sé


cómo puedes ayudarme.

—Pide lo que quieras.


Curvó la línea de sus labios con una mínima sonrisa y acarició mis

mejillas con su dulzura natural.


—Quiero divorciarme de Connor y sabes que no puedo pagarlo.

—Yo lo haré — solté sin apenas pensarlo.


—No puedo pedirte eso.

—No me lo has pedido, yo me he ofrecido voluntario —dije


decidido.

—Lo que esperaba hacer era ofrecerte una especie de intercambio,


desestimando el proyecto ante Meraki, Connor nunca más preguntó

por esto, no le dio importancia. Tal vez si le digo que no lo hice no


tengo que reportarlo en los ingresos y él no…

Detuve sus palabras poniendo un dedo sobre sus labios


—No lo compliques tanto, hablaré con Luciano, sabes que conoce

mucha gente. Si juntamos esfuerzos podremos conseguir un buen


abogado y organizar mejor la demanda de divorcio, no vamos a
precipitarnos ahora ¿vale? Lo haremos como tú quieres con pasos

lentos pero firmes.


—No incluyas a Luciano —suplicó—. Si Connor se entera…

Ojalá Luciano fuese algún tipo de superhéroe porque era la


kriptonita de Lowell y no lo sabía.
—Permítenos a los demás asumir nuestros propios riesgos, no
puedes evitar las consecuencias o evitar el sufrimiento de los que te

rodeamos porque en ese camino te vas destruyendo y eso nos hace


más daño, necesitamos que nos permitas ayudarte, deja que te
ayudemos por favor.

—Antes de tomar esos riesgos debes saber que esto puede acabar
mal. Quizá tenga que irme muy lejos y nunca más nos volvamos a

ver —capté la amargura en su voz.


—¿Qué es lo que estás pensando hacer? —Estaba advirtiendo que

algo más la había movido a tomar esa decisión.


—No puedo decírtelo ahora. Vamos un paso a la vez.

—Está bien. Pero así como yo esperaré paciente a que me lo digas


tú vas a aceptar la ayuda que podemos brindarte.

Movió la cabeza afirmando, besó sus dedos índice y corazón y los


llevó a mis labios, los besé también. No pude contenerme y me

acerqué a ella acortando la distancia de nuestras bocas.


—Hoy he terminado el jardín. Es el último día.

—Puedo romper las tuberías si me lo pides, así tendrías que volver


a empezar.

Dos lágrimas rodaron por sus mejillas templadas por la sonrisa


amplia que me regalaba.
—¿Serías capaz?
—Por el placer de verte compro otra casa.

Sentí su aliento rozar mi piel.


—Me he pasado noches enteras imaginando el sabor de tus labios,

el día que pueda besarte seguro que me explotará el corazón —


confesé.

Ella se mordió el labio inferior y creí que iba a quemarme en mi


propio fuego.

—No sé cómo terminamos aquí y así… —negó con la cabeza, yo


tampoco entendía en qué momento se nos vino encima un amor

como el nuestro—. Esto que siento por ti me ha tomado por


sorpresa.

—¿Y qué es lo que sientes? —Me aventuré a preguntar deseando


que la respuesta fuera la misma que tenía en mis labios.
—Amor —afirmó en medio de un suspiro—, un amor que es el
combustible que me empuja a ser valiente.

—Entonces entregarás Secret Queen


—Sí. Elijo no tener miedo nunca más.
La abracé llevándola contra mi pecho y besé su frente, ella no
imaginaba cuánto la admiraba y cuán valiente ya era, solo había

estado sola por mucho tiempo.


—¿Sabes que Kenneth me preguntó hace poco qué era querer a
alguien? Y yo le dije que era entregarle el corazón a una persona que

eliges esperando que no lo rompa.


—Sí, April me lo dijo.
Contuvo la respiración por unos segundos.
—Ahora tú tienes mi corazón. Que es el lugar más seguro en el que
nunca ha estado.

Un remezón de electricidad me barrió por completo, esa mujer


valía cualquier riesgo que pudiera tomar.
—Te prometo que no voy a romperlo.
Sus dedos se colaron entre mi pelo, estábamos tan cerca que solo

bastaría inclinarme para poder besarla. La boca se me quedaba seca


cada vez que la tenía tan cerca y me obligaba a contenerme.
—Ya tengo una definición clara de lo que es el amor si mi hijo
vuelve a preguntarme —sus ojos brillaron como dos luceros y ver mi

reflejo en ellos me hizo sentir un jodido suertudo.


—¿Y cuál es?
—Que un amor de verdad es el lugar más seguro en medio de una
tormenta.
Veintiséis
La terrible verdad
Dustine

Cuando el amor se aparece en tu camino incluye una dosis de coraje


que nunca creíste tener, el coraje no significa la ausencia total de

miedo sino la voluntad de actuar a pesar de él, implica tomar


decisiones difíciles, enfrentarse a situaciones incómodas y

peligrosas y persistir incluso cuando las circunstancias sean


adversas. Nunca sabes en qué momento va a aparecer, se manifiesta

de formas tan diversas y en contextos tan distintos.

Y así como llega a veces también se va.


Había tomado la decisión de solicitar el divorcio a Connor, estaba

segura de que su reacción sería terrible y eso me mantenía con un


nudo en la garganta. Las personas afuera de tu propio infierno

tienden a pensar que no pides ayuda porque no quieres, porque estás

cómodo con tu situación, porque no ves más allá del miedo que te

nubla la vista… es muy fácil juzgar desde la comodidad, es muy fácil


señalar desde tu vida tranquila, pero si estás adentro, si conoces los
alcances del monstruo con el que vives, entonces entiendes que no

se trata solo del miedo y que no se trata solo de abrir la boca para

pedir ayuda; se trata de lo impredecible. Nunca sabes cómo será su

reacción. Y esa incertidumbre es la que te mantiene allí porque

tienes certeza de que si haces lo que te pide estará tranquilo, pero si


le desafías puede ser tu fin.

Es cierto, el miedo no te permite moverte, te ata con cadenas más

fuertes, nunca el miedo es infundado es el resultado de la

experiencia vivida.

Por esa razón, cuando el abogado contratado por Luciano y Jared


entró en mi oficina, me paralicé.

—Buen día, señora Lowell, soy Marc Shannon, me ha enviado el

doctor Harper.

El hombre frente a mí tenía una mirada penetrante, la postura

rígida, la mano en su bolsillo y sus labios en una fina línea. Usaba

traje elegante a medida y se veía bastante cómodo en él.

—Buen día —articulé las palabras tratando de dominar mi


ansiedad—, por favor tome asiento.

Le vi soltar el botón de su saco, poner el maletín al lado derecho

en el suelo y cruzar las manos sobre su regazo. De algún modo me


recordaba Connor, al parecer todos los abogados aprenden la misma

postura.

—Parece que está nerviosa —añadió una sonrisa profesional—, si

quisiera dejar esta reunión para otro momento lo entendería.

—Lo siento le ofrezco una disculpa —miré al suelo incapaz de

controlar la vergüenza—, es verdad, estoy un poco nerviosa, nunca


pensé que tendría que llegar a este punto.

—¿Se refiere a que no quiere divorciarse?

—Sí quiero hacerlo, pero ya sabe, el día que me casé pensé que

sería para siempre.

Una mueca agridulce cruzó por su rostro.

—Lo comprendo, pero también sé que a veces las relaciones no

suceden como uno espera. Por un error propio o por una hilera de

ellos.

Capté el tono de nostalgia en su voz.

—Sí, tiene razón.


—Qué le parece si me cuenta un poco las razones por las que

quiere solicitar el divorcio y me habla de su esposo.

Contuve el aire en mis pulmones sin saber cómo empezar.

—Pues estoy casada hace once años. Fue apenas al terminar la

universidad. Connor y yo nos conocimos cuando aún iba en el


instituto así que ha sido la única relación que he tenido. Sin

embargo, la convivencia ha sido complicada, tenemos un hijo y no

quisiera que ese entorno difícil le afecte emocionalmente.


El abogado curvó una ceja, no supe si estaba procesando mis

palabras o no las estaba creyendo.

—¿Cuál es el nombre de su esposo? ¿A qué se dedica? ¿Qué

propiedades tienen en común?

—Su nombre es Connor Lowell de profesión es abogado,

actualmente se desempeña como el alcalde de este lugar y no

tenemos propiedades en común, este negocio lo ha pagado él, al

igual que la casa. Así que no habría nada para repartir.

—Siempre hay algo para repartir, incluso una mascota. Existe una

sociedad conyugal así usted no haya aportado o legalmente no sea

propietaria de los bienes que se han conseguido dentro del

matrimonio, todo entra a repartición a menos de que se haya

firmado un preacuerdo o unas capitulaciones. ¿Es su caso?

—No es mi caso. Y aunque entiendo el concepto, en realidad lo

único que quiero es el divorcio no pretendo llevarme algo más. Solo

la custodia de mi hijo.

Exhaló pesadamente y se acercó al escritorio para hablarme en


confidencia.
—Dustine… —dijo con tono intimista, quería parecer más cercano

—, entiendo su afán por obtener el divorcio, si puedo llamarlo de esa

manera, pero debe saber que tiene derecho a una remuneración por

los años de convivencia. Además, ha mencionado a un hijo, si usted

no puede demostrar ingresos sólidos va a ser muy complicado que

un juez determine la custodia a su favor.

Tragué el nudo en mi garganta, estaba muy lejos de conseguir una

solvencia que le permitiese a mi hijo seguir la vida que llevaba, mi

trabajo con las ilustraciones iba muy bien, había ganado algo de

dinero y estaba muy contenta por ese ahorro, sin embargo, aún no
era suficiente para emprender el vuelo.

—Soy consciente de ello, pero me gustaría que esto no tuviera un

tono tan agresivo ¿me entiende? Que todo pueda acabar en buenos

términos, mi hijo podría ver a su padre cuando lo deseara, no

pretendo separarlo de él o de sus abuelos paternos, en realidad le

quieren mucho.

Se mojó los labios y volvió a poner la espalda contra la silla.

—¿Considera que podemos hacer una conciliación con su marido y

evitar la corte? Si han hablado sobre el tema no sería complicado.

Su voz y sus palabras resonaron en las paredes de mi memoria:

«No puedo dejarte ir, y tampoco soporto verte».


El abogado me observó como si estuviera leyendo mi mente.

—Dustine, no quiero alardear, quizá usted no me conocía hasta

ahora, pero vengo de Nueva York, de una de las cortes más feroces

en casos de divorcio. Mis clientes van desde políticos, famosos y

gente con mucho dinero y poder. Mis casos nunca han sido sencillos

y sé que no estoy aquí por un caso sencillo —hizo una pausa que me

dio espacio a procesar sus palabras—, si usted quiere que yo la

represente tiene que empezar por hablarme con la verdad y no

esconderme ningún detalle.

—¿Que le estaría escondiendo?

—La razón de que sea usted y no su marido quien solicita el

divorcio. El 70% de las veces es el hombre el que lo hace. Y el 30%

restante son mujeres que han sido maltratadas, que alegan

infidelidades o que se han enamorado de nuevo de alguien más.

Mientras los hombres pelean por el dinero, las mujeres pelean por el

amor… parece que es la balanza que equilibra los divorcios.

—¿Y usted cuál cree que es mi caso?

—No haré ningún comentario al respecto, Dustine, porque no me


corresponde. Le hablaré de los detalles técnicos para que usted esté

enterada de la situación en California especialmente, que es donde

reside. En este estado, el divorcio se obtiene iniciando un caso de la


corte, nadie tiene que probar que alguien hizo algo malo para causar

un divorcio, a esto se le llama un divorcio sin culpa, usted puede

divorciarse incluso si la otra persona no lo quiere. Sin embargo, está

la contraparte, si elegimos la vía del divorcio sin culpa podríamos

obtener una contrademanda de un divorcio con culpa y va a

complicarse la situación.

—¿Y cómo sería un divorcio con culpa?

—Lo más común sería una infidelidad, alguna situación de riesgo,


por ejemplo si ha sido maltratada o golpeada, si su esposo es adicto

o tiene anotaciones sobre conductas peligrosas… esto ya desataría


una demanda más agresiva y sería imposible no solicitar una

reparación por los daños, lo que conllevaría meses de preparación


para recopilar pruebas y también un juicio más largo.

—¿Qué tipo de pruebas?


—Si se tratase de maltrato o situaciones peligrosas, el demandante

necesita demostrar con evidencia documentada que fue víctima, sin


pruebas, sería un jurado quien decidiría si acepta el testimonio o lo

desestima. En caso de infidelidad, es lo mismo.


—Entonces él podría contrademandar.
—Si él no está de acuerdo con el divorcio seguro que lo hará, es

abogado, encontrará un recoveco, se lo aseguro.


Yo sabía muy bien que sí.
Recordé la primera vez que me golpeó, un bofetón porque el traje

que quería ponerse no estuvo a tiempo en la tintorería. La forma en


que se disculpó, las lágrimas y el supuesto arrepentimiento que se

trucó en inculparme. Noté la bruma en mis ojos y luché para


controlar las lágrimas.

—Dustine, el doctor Harper me habló de su caso. Si no lo hubiese


hecho yo no estaría hoy aquí. Por eso le pido que hable abiertamente
conmigo, usted es una víctima y merece justicia por tantos años de

sufrimiento.
—¿Qué le ha dicho Jared sobre mí?

Su expresión se relajó y en su lugar demudó a la compasión.


—Me dio razones suficientes para venir, eso es lo que importa. Y

estando frente a usted puedo ver por mí mismo el reflejo de alguien


que quiere acabar con su sufrimiento, pero que tiene miedo de las

consecuencias. Y eso solo me indica que usted ha soportado


demasiado en estos once años.

Negué.
—Son once años casada, pero conozco a Connor desde hace casi

veinte. El maltrato no empezó el primer día, ni el primer año. Pero


sus actitudes fueron una bandera roja en el camino que nunca supe
ver. E incluso si quisiera denunciarle, no tengo pruebas ni
testimonios que lo confirmen. Él es astuto… supo blindarse desde la

primera vez.
—En ese caso solicitaríamos un jurado y usted sería evaluada por

ellos.
—¿Van a creerme sin pruebas?

Movió los pulgares entrelazados en su regazo.


—Una verdadera víctima tiene un testimonio sólido, no es lo

mismo narrar un golpe que no se ha sentido a describir la sensación


que dejó o el tiempo que tardó en sanar. Siento que usted minimiza

su situación por la falta de pruebas. No solo las humillaciones o los


golpes son delitos, de hecho se catalogan como delitos menores.

Pero los mayores incluyen la violación conyugal, la sodomía, la


cópula oral no consentida, la penetración sexual en grupo, el aborto

sin consentimiento…
Dejé de escucharle, mi interior se nubló con el recuerdo y ese
dolor despertó de golpe apretando mi corazón al punto de hacerlo

sangrar. De todo lo que había soportado de Connor, esa era mi


herida más profunda y que nunca podría cerrar.

—¿Qué tendría que hacer para iniciar con el proceso? —dije con un
hilo de voz.
—Para solicitar el divorcio en California usted o su cónyuge deben

haber vivido en el estado durante los últimos seis meses y en el


condado en el que residen actualmente al menos tres meses. Pero

hay que tener cuidado si decide contrademandar y dónde elige


hacerlo.

—¿Qué significa?
—Se lo voy a explicar así: yo pasé los exámenes para ejercer en 20
de los 50 estados de este país. He llevado divorcios feroces de gente

con muchísimo dinero y con los mejores bufetes a su disposición, no


quiero decir que el suyo no esté al nivel de un gran litigio porque no

sabemos lo que pueda demandar la contraparte. Y si incluye alguno


de los delitos que le he mencionado, la preparación será exhaustiva.

Si contrademandara, por ejemplo, en Carolina del Norte, la pareja


tiene que llevar separada legalmente un año antes de poder solicitar

el divorcio, no tienen que vivir en domicilio separado sino que haya


una convivencia separada y transcurrido ese año se puede presentar

la demanda de divorcio. Cosa contraria a lo que ocurre aquí que no


existe este requisito de un año previo, pero sí un requisito de

residencia.
—¿Se puede evitar la contrademanda?
—Si es el caso de divorcio con agravantes, no puede hacerlo hasta

que el juicio se haya realizado.


En mis manos estaba elegir el camino simple o el complicado.

Aunque tratándose de Connor, no sería tan simple.


—¿Qué documentos necesita para empezar?

—Necesito copia del acta de registro de su matrimonio, podemos


solicitarla o si usted tiene una en casa sería más fácil. Le sugiero

también que incluya la contabilidad de este lugar que usted


administra, porque, aunque esté a nombre de su esposo, usted sería

una empleada aquí y debe percibir algún tipo de salario.


—En realidad no es así —confesé—. Connor y yo llegamos al

acuerdo de que lo que pudiera recibir de salario yo lo incluiría en


parte de pago por el préstamo que él hizo para el establecimiento de

la agencia.
—¿Y hace cuánto tiempo que está pagando ese préstamo?
—Prácticamente el mismo tiempo que llevo casada.

Se quedó en silencio, yo también sabía que era mucho tiempo y


más cuando Meraki tenía tanto éxito en el condado.

—¿Alguna vez le ha pedido un reporte o ha visto el monto que


falta por pagar?
—La verdad es que me ha dicho varias veces que aún la deuda está
vigente, yo le entrego mensualmente la contabilidad para que la

revise y se haga el pago a los empleados y todas las obligaciones


legales.
La forma sutil en la que me miró fue la certeza de que había sido

muy ingenua.
—Dustine antes de iniciar con los procesos preparativos para el

divorcio le sugiero que se informe sobre esa deuda o cualquier otra


que pueda tener en la que su marido haya sido el fiador, sea en un

banco o por su propio capital, es necesario que usted tenga


conocimiento del estado de su negocio porque, incluso si usted lo

desea, podemos solicitar que en lugar de una casa o una


manutención sea este lugar lo que reciba.

—Toda la información la tiene él —solté resignada—. Quiero decir,


de los registros contables tengo una base de datos aquí, pero no sé

cuánto adeudo, es algo que solamente sabe él.


Le vi bajar los hombros, presentí que sería más difícil de lo que me

esperaba.
—Le diré lo que voy a hacer, averiguaré las propiedades que tiene

su marido y las declaraciones fiscales que hace cada año, que


seguramente incluyen las de este lugar, y usted, por favor, consiga el
certificado de matrimonio. Nos volveremos a reunir en una semana.

No tenía ni idea de por dónde empezar a buscar.

Esa misma semana le pedí a la detective Green una reunión, iba a

entregarles Secret Queen, pero antes tenía que saber lo que


encontraría allí. No quise eliminar todo lo escrito porque para mí era

evidencia de que lo viví.


Nos reunimos cerca de la escuela de Kenneth, deseaba mantener al
margen de mi trabajo las reuniones que estaba sosteniendo.

—Me alegra que se decidiera, Dustine —dijo en cuanto se sentó a


mi lado en la silla del parque.

—No ha sido tan fácil como pudiera pensar.


—Sé que no lo ha sido, se tomó varias semanas para hacerlo. ¿Ha

pensado ya en hablar conmigo de su historia? —arremetió.


—Mi historia está aquí —le entregué un papel que contenía
nombre de usuario y contraseña de Secret Queen también del email

—. Pero le pido que no lo tome como un testimonio, puede leerlo si


no consigue dominar la curiosidad. No haré una denuncia.
Escrutó el papel con detenimiento.
—¿Por qué me dijo que estaba a salvo si no era así?
—Porque tenía miedo… todavía lo tengo. Sé que denunciar no va a
solucionarlo, ni borrará las heridas, el dolor y el daño recibidos.

—No lo borra, pero se haría justicia. Podría pasar el resto de su


vida en la cárcel si hay agravantes.
La miré y esbocé una sonrisa.
—Usted no lo conoce —afirmé.
Sus pupilas se ensancharon.

—Le aseguro que quien no lo conoce es usted, aunque vivan bajo


el mismo techo.
Noté obturado el estómago. La forma en que lo dijo me causó
escalofríos y volvieron a mi mente aquellas fotografías.

—¿A qué se refiere?


—Usted cree saber quién es su esposo porque conoce su cara
despiadada y su capacidad de manipulación. Los hombres
maltratadores siguen un mismo patrón, y las mujeres maltratadas

son como usted, siempre tienen miedo porque la tarea está bien
hecha, no denuncian porque les han plantado una semilla en su
cerebro que las hace imaginar lo que puede pasar si denuncian.
Usted me dice que no conozco a su marido porque no he sido testigo

de la brutalidad de los golpes, de las amenazas o las actitudes


agresivas. Pero usted no sabe lo que él hace, de quienes se rodea o
los negocios que lleva. Y no se atreve a indagar porque ya conoce las
consecuencias, es un ciclo que solo le beneficia a él.

No supe cómo responder, no había sombra de dudas en sus


palabras.
—Dustine, mi llegada a esta zona no ha sido casualidad y no me
trajo Secret Queen en primer lugar. En estas semanas he hecho mi

trabajo y me gustaría que viera algo.


Sacó el móvil y me enseñó una fotografía. Era Connor acompañado
de un hombre que no conocía, y rodeado de otros hombres vestidos
de negro como los que fueron mis carceleros.

—¿Conoce al hombre que acompaña a su esposo? —preguntó sin


dar más explicaciones.
—No le he visto jamás.
—¿Y alguno de los que aparece en la imagen?
—No…

—Dustine, su esposo está siendo investigado por algunos cargos


asociados a carteles de la mafia mexicana. Usted y yo sabemos que
su estatus de esposa le permite un derecho de silencio que, aunque
sepa lo que ocurre, no está obligada a decirlo ni a señalar a su

esposo. Así que no la estoy interrogando ni la estoy obligando a


declarar, solo pretendo darle información.
—No tengo la más mínima idea de los negocios de Connor, nunca

me ha compartido algo al respecto.


Recibió el móvil, lo guardó y luego metió las manos en los
bolsillos de su pantalón.
—Estamos detrás de algo grande, es lo que le puedo decir, pero el
señor Lowell sabe cubrirse bastante bien, no deja huellas ni

marcas… eso usted bien lo sabe. Esa fotografía la tomó un


informante que luego de entregarla apareció muerto. —Me
estremecí entera—. Así que no sabemos dónde fue tomada ni el día.
—No entiendo qué tiene que ver conmigo.

—No sé si haya notado algún tipo de actividades extrañas, rutinas


fuera de lo común o exigencias de su esposo que antes no hiciera.
Pensé de inmediato en su exigencia de pasar los viernes fuera de la
casa y por supuesto que pensé en las fotografías de su despacho.

—¿Qué cosas podrían resultar extrañas? —Temí que la respuesta


me diera la certeza que necesitaba.
—Que se ausente demasiado de casa podría ser una posibilidad.
—Es el alcalde, es normal que pase mucho tiempo por fuera.

Inspiró hondo y luego lo soltó.


—No quiero hacer acusaciones directas, Dustine, y no tengo
permitido revelar más información sobre esta investigación.
Estamos reuniendo pistas y usted podría ayudarnos a conseguirlas,

piense que podemos ofrecerle protección o sacarla de aquí a


cualquier lugar, no solo en el país.
—Están dando por sentado que Connor es culpable de algo.
—Es muy difícil creer que simplemente sea amigo de un capo, una

persona con su tipo de poder y su capacidad adquisitiva. ¿Por qué se


reuniría con él en privado? Hágase esa pregunta, es posible que
usted tenga más respuestas que yo.
—¿Qué es lo que me está pidiendo, detective? Sea clara.

—Le estoy pidiendo que si descubre algo fuera de lo común, que


pudiera parecer un delito, en su casa o sobre su esposo, me lo haga
saber.
—Y me está pidiendo que sea informante a riesgo de que pueda
acabar como el que hizo la foto. ¿Qué pasa si no lo hago?

—Podría pasar por cómplice para un jurado. Porque una cosa es el


derecho de silencio y otra muy distinta el encubrimiento del delito…
mucho más si son delitos sexuales.
Me quedé fría como una estatua sin saber cómo procesar aquello,

sintiendo dentro de mí que todas las piezas encajaban finalmente.


—¿Delitos sexuales? —Me costó pronunciarlo.
—Estas organizaciones no se miden, no crea que tienen un tipo de

código de honor, le aseguro que el tráfico de drogas podría ser la


menor de nuestras preocupaciones en este caso. Y si se llega a
descubrir que su marido está involucrado con este tipo de delitos,
será muy difícil que algún jurado lo absuelva. Las leyes se han

endurecido en estos casos.


Se puso de pie.
—Me gustaría saber si consiguen rescatar a más mujeres… —pedí.
Amelia me ofreció una sonrisa amable.

—Estoy segura de que Secret Queen marcará una huella. El legado


que deje dependerá de usted.

Se dice que solo necesitas escarbar un poco para encontrar la


verdad, que siempre está ahí esperando su momento y era hora de

que yo encontrara la que aguardaba por mí. Volvería a colarme en el


despacho de Connor porque era el único lugar donde encontraría la
copia del acta de matrimonio. Si había algo que destacar en él, era lo
rígido que siempre fue con el orden. En casa, cada cosa tenía un
lugar del que no se había movido nunca. Era su método para

recordarlo todo, el ejemplo más simple eran las corbatas y los


relojes. Connor siempre usaba las mismas corbatas los mismos días
de la semana, lunes azul, martes verdes… lo mismo con los relojes.
Los trajes para ocasiones especiales los tenía clasificados por el tipo
de evento, incluso si compraba alguno debía ir con el color elegido
para el evento. Era lo único predecible en él.

Mi primera elección para iniciar la búsqueda fue la habitación.


Llevaba tanto tiempo sin entrar allí y sin embargo era idéntica a
como la recordaba. Revisé los cajones de su mesa de luz, encontré
algunos medicamentos recetados, no supe para qué eran ni tenía

idea si estaba enfermo. Una biblia, vaya ironía. Y condones. Nada


más. En la otra mesa, que fue la mía, no había nada.
Fui hasta el armario, una especie de lugar sagrado. Nadie entraba
allí tan siquiera a limpiar, lo hacía él, acomodaba la ropa que llegaba
de la tintorería a su gusto y dejaba sobre la cama la que tenía que

enviarse a lavar. Empecé por los cajones de la ropa sin obtener


resultados, luego las perchas y al final los cajones más altos.
Llamaron mi atención algunas cajas que estaban donde antes iban
mis zapatos y carteras. Eran cajas negras de marcas de zapatos

masculinos italianos. No me había fijado recientemente en los


cambios. Y al hacerlo en el armario pude darme cuenta de que todos
los trajes eran nuevos, las camisas también. Las marcas de los
portatrajes costaban miles de dólares. No había encontrado nada allí
hasta que reparé en algo que se salía del orden abrumador de ese
lugar, el cajón inferior estaba a medio abrir y una bolsa negra se
asomaba por el borde.
Mis dedos fueron hasta ese lugar, abrí el cajón de lleno y ante mis

ojos se revelaron fajos de dólares agrupados uno sobre otro. Los que
estaban encima tenían la denominación más alta. Sentí angustia, las
palabras de Amelia cobraban sentido. No había razón para que
Connor guardase tanto dinero en casa. Cerré el cajón y salí de allí

aún más asustada que cuando empecé a buscar.


Me tomó varios minutos encontrar la determinación de seguir
buscando el registro matrimonial y el único lugar donde podía estar
era el despacho. Revisé la hora, contaba con treinta minutos antes

de ir a por Kenneth a la academia. La adrenalina recorría mi sistema,


llevaba el corazón latiendo en la garganta, pero si quería ser libre
tenía que olvidarme del miedo.
Usé la pinza del pelo y estuve dentro, la primera visión que tuve

fue encontrar un par de cajas grandes, una encima de la otra que


tenían la etiqueta frágil. La de arriba estaba abierta, al asomarme y
ponerme en puntas de pies descubrí que estaba llena de dinero.
Desconfianza y confusión era todo lo que sentía. Si Connor estaba
involucrado con negocios ilícitos, ese dinero solo podía provenir de
allí.
Tuve que hacer un llamado a la calma y concentrarme en lo que

necesitaba. Fui hasta el archivador de atrás donde yacían los


documentos más antiguos y encontré uno de ellos ligeramente
salido en comparación con los demás. En el lomo tenía la letra S.
Era lo que buscaba, pero no lo que esperaba encontrar.
La carpeta contenía un registro de cada cosa que Connor me había

dado, desde el primer caramelo. El dinero gastado en el tratamiento


de mi padre, la factura de la clínica de abortos, cuánto gastaba mi
auto al año en gasolina, la ropa o las joyas, el préstamo a mi
hermano y a mi madre y sus respectivos paz y salvo, copia de las

declaraciones fiscales de Meraki. El acta de matrimonio que extraje


enseguida y activé la impresora para hacer una copia, al devolverla a
su lugar, encontré algo que me golpeó con fuerza. La escritura de la
casa de mis padres en la que figuraba que él era el comprador.

—¡Dios Santo!
El teléfono vibró en mi bolsillo y estuve a punto de soltar la
carpeta. La cerré de golpe dejándola en su sitio y salí de allí con la
sensación de haber estado engañada por veinte años. ¿Quién era

Connor?
Abrí la llamada, estaba agitada y sudorosa. Intentaba procesar lo
que acababa de descubrir.
—Diga —respondí sin mirar.

—Dustine, soy Marc Shannon. ¿Podemos reunirnos?


—¿Ahora mismo?
Bajé la escalera a toda prisa y salí de casa intentando no dejar
rastro de mi visita.

—Es necesario. ¿Dónde puede quedar?


No podía ser en Meraki ni en alguna zona del pueblo, era la hora
más movida de la tarde, todo el mundo estaba saliendo del trabajo o
volviendo a casa. Pensé en el lugar menos concurrido a esa hora.

—Tengo que ir a por mi hijo a la academia de música, espéreme en


Lake Hennessey por la zona de viñedos. Le veré allí en media hora.
Veintisiete
¿Cuándo terminará?
Dustine

Marc puso frente a mis ojos las pruebas que confirmaban lo que
acababa de ver en casa. Meraki era un negocio exitoso y la inversión

que él hizo ya se había pagado en el rango de los primeros cinco


años. Me dolió reconocer lo tonta y lo manipulable que había sido,

pero lo más doloroso fue saber que mis padres entregaron nuestra
casa en parte de pago por los préstamos recibidos de la familia

Lowell. Mis padres pagaron la deuda y Connor solo sacó provecho de

nuestra pena, papá acababa de morir cuando él ya nos había


arrebatado todo.

Me culpé, porque yo le permití entrar a nuestra familia. Yo le abrí


la puerta de nuestro jardín al depredador.

El abogado me ofreció un pañuelo, no era consciente de que

estaba llorando hasta que lo hizo.

—Creo que su idea de un divorcio sin culpa no tendría fundamento


ahora —comentó.
Una oleada de rabia y de odio me barrió por completo. Quería que

Connor pagara por todo, quería acusarlo de cada cosa que soporté

por años, quería justicia para mi familia y para mi bebé. Pero me

miré las manos y supe que no tenía nada en su contra. ¿Cómo podría

destruirle?
—Nadie podría creerme… no hay un documento, ninguna prueba.

Mi testimonio sería mi palabra contra la suya, incluso su familia le

apoyaría.

—Dustine, esto no es una derrota. Podemos armar una acusación

sólida, pero llevará tiempo.


—Y ¿qué debo hacer mientras eso ocurre? Cada día será peor,

Connor es impredecible.

Exhaló pesadamente.

—Seguir soportando, por cruel que pueda sonar. Y si consigue

alguna prueba que lo inculpe no lo dude. Podemos solicitar una

separación así usted estaría más tranquila —tocó mi mano—, no se

rinda ahora porque apenas estamos empezando.


—No puedo solicitar una separación, sería avisarlo de mis planes y

yo prefiero que le tome por sorpresa.

Curvó la boca en una mueca parecida a una sonrisa.

—Ahora está hablando mi idioma. Es mejor tomarlo por sorpresa.


Con esa idea en mente me vestí de dureza, tenía que mantener mi

papel de mujer ingenua y resignada, totalmente ignorante de la farsa

en la que vivía. Lloré toda la noche en mi cama deseando que el

tiempo pasara muy pronto.

Durante la temporada de eventos de la vendimia en el condado, no

tuve oportunidad de ver a Jared, octubre y noviembre no me dieron

tregua y estaba deseando volver a los días tranquilos porque

tampoco pude tomar más de tres proyectos de ilustración.

La última semana de noviembre al fin había llegado y la

temporada de frío con ella. Era jueves y si la rutina de Connor era la


misma, el viernes podría ver a Jared en su casa, al menos por unos

minutos, le echaba de menos a rabiar. Aunque él consiguió el modo

de hacer la espera más duradera enviando flores cada semana a

Meraki.

Kenneth estaba tomando clases los jueves con un profesor de la

sinfónica de San Francisco y sus abuelos se encargaban de llevarle y

luego dejarle en casa. Por eso iba de regreso más tarde de lo común.

Prepararía una cena rápida con pollo, arroz, zanahorias salteadas y

ensalada. Mi hijo siempre volvía exhausto y con ganas de irse a la

cama, era mejor tener la comida lista, así no le daría tiempo a


dormirse. Iba tarareando una canción de Air Supply que acababa de

sonar en la radio y me activó los recuerdos de los momentos vividos

junto a Jared.
—Lost in love, and I don’t know much…

El auto de Connor estaba estacionado. Era la tercera vez esa

semana que estaba en casa. Me apresuré a apagar la radio con miedo

de ser descubierta. Pensé enseguida en que debía cambiar el menú a

algo que no fuese pollo si es que decidía quedarse a cenar, no lo

había hecho antes. En realidad no sabía dónde se quedaba o lo que

hacía porque a casa iba muy poco, en especial los viernes cuando no

tenía permitido estar allí.

Apenas estuve dentro recibí un mensaje de mi suegra que ponía

que se quedarían a un concierto para que Kenneth pudiera

disfrutarlo. Antes de subir la escalera, vi a Connor bajar llevando en

su mano la carpeta que yo había descubierto. Un escalofrío me

recorrió de los pies a la cabeza.

Su mirada me escrutó primero, se veía tranquilo.

—¿No vas a saludarme? Tu esposo está en casa.

Se acercó a pasos lentos y tomó mi mentón con firmeza para

plantarme un beso en los labios.


No reaccioné de ninguna forma.
Connor bajó su mano por mi brazo y me tomó de la mano, apretó

con fuerza y me obligó a descender con él. Llegamos al comedor

donde la mesa estaba dispuesta para uno, me soltó y corrió la silla

para que me sentara. Eso hice.

—Me disponía a cenar, pero ahora que me has iluminado con tu

presencia, puedo hacerlo en compañía.

No comprendía su actitud. Sonriente se sentó dispuesto a comer,

quitó el cubreplatos y pude ver una porción de pasta, quizá

napolitana, a Connor no le gustaba la comida italiana.

Dio el primer bocado y saboreó con gusto.


—Conocí a alguien estos días… un tipo interesante ¿sabes?

Curioso que estuviera en nuestro pueblo siendo un tío de ciudad,

trajeado y muy serio. Ha estado haciendo preguntas, parece que

lleva un caso jugoso entre manos —se limpió la salsa con la

servilleta—, ¿me sirves una copa? He dejado el vino en la cocina.

Corrí la silla para levantarme y con el primer paso que di mis

rodillas temblaron al escucharle.

—Se llama Marc Shannon —hizo una pausa—, ¿le conoces?

Creí que iba a desmayarme allí mismo, pero debía mantenerme en

mi papel.
—No lo creo —sentencié tan firme como pude hacer que mi voz

sonara.

En cuanto llegué a la cocina saqué el móvil que llevaba en el

bolsillo y con dedos torpes le escribí un mensaje a Jared que

esperaba que le sirviese de advertencia.

Dustine: Lo sabe.

Escuché que la silla fue corrida y mi corazón se desbocó en mi


pecho, apreté el botón de borrar y metí el móvil de nuevo en el

bolsillo, agarré un paño de la cocina y fui hasta la botella para

simular que la estaba limpiando. En un parpadeo lo sentí detrás de

mí.

—Lo siento, he tardado limpiándola.

Apenas le di vuelta a la botella y vi el nombre del viñedo sentí que

me moría allí mismo. Era de D’Lucchiato. Mi primer pensamiento

estuvo con Luciano.

—He querido saber qué lo hace tan atractivo —susurró Connor a

mi oído con un tono profundo y grave—, que incluso mi mujer ha

caído en sus manos.

No vi venir su mano apretando mi cuello y la otra cubriendo mi

boca. Me mandó al suelo y tirando de mi pelo me llevó hasta el

comedor.
—¡Levántate, zorra! —Me ordenó.

Hice lo que me pidió mientras temblaba como una hoja. Él puso

una mano en mi hombro obligándome a sentarme, luego usó su

corbata para amarrarme las manos detrás de la silla y con el paño

que limpié la botella me amordazó. Intentaba mantenerme tranquila

para saber qué tanto había averiguado.

—Vamos a compartir la cena y a disfrutar del espectáculo.

Giró sobre sus talones y volvió a la cocina por la botella, sirvió una
copa y la bebió.

—Sabe a vino rancio italiano como su fabricante.


Enseguida abrió la computadora que estaba en la mesa y la carpeta

también. En segundos le dio a reproducir a un vídeo


—Espero que te guste el cine gore, porque esta película incluye

sangre.
Mi respiración se fue agitando hasta sentir que perdía el aliento,

en la pantalla aparecía Luciano de rodillas mientras uno de los


hombres que le rodeaban y le apuntaban con armas, le amenazaba.

—¿Qué quieren? —dijo él desafiándoles.


—Traemos un mensaje de un amigo suyo.
—Ese soy yo —agregó Connor como si lo disfrutara. Y volvió a

beber de su copa.
—Nos advirtieron que tiene la lengua muy larga.
Luciano no respondió.

—Y que le gustan las mujeres ajenas.


—¿Y han venido para confirmarlo? —arremetió Luciano.

—Es mi parte favorita —agregó Connor.


El primer puñetazo fue como sentirlo en mi piel. Quise gritar y

moverme, pero Connor se levantó y me mantuvo la cabeza firme,


cerré los ojos y lloré en silencio mientras de fondo escuchaba los
quejidos de Luciano y me arropaba la culpa con su manto de hierro.

Escuché la voz de una mujer que gritaba y el vídeo finalizó.


—Acaba de ocurrir —me susurró con un deje de diversión en la voz

—, ha sido el perfecto postre para cerrar esta velada tan italiana.


Me sentí arrojada de la silla al suelo, llevó mis manos contra el

barandal de la escalera donde me amarró. Connor se ubicó frente a


mí y abrió los botones de su camisa.

—¿Creíste que ibas a adornarme la frente y me quedaría como si


nada?

Me removí en el suelo como pude intentando buscar una ruta de


huida, pero enseguida noté el dolor punzante en las costillas al

recibir el puntapié que me robó el aire.


—¿Crees que voy a intimidarme porque te ha conseguido un
abogado?

Le vi soltarse el cinturón y sacarlo de los pasadores. El primer


azote me calentó los muslos como si me hubiera quemado.

Después soltó el botón y bajó la cremallera. Sabía lo que me


esperaba.

—¿Estás necesitando que te recuerde quién es tu esposo? ¿O


quieres que te mande flores a la oficina?

¿Y si sabía de Jared? La angustia se incrementó.


Un nuevo azote me hizo remover con más fuerza.

Le vi sacar su miembro, estaba empalmado. ¿Sería posible que ver


cómo era golpeado Luciano lo excitara? ¡Dios, era un enfermo!

Se acarició varias veces antes de bajarse los pantalones por


completo.

—Te he dicho que nunca serás libre y no me importa quién se


ponga delante con ínfulas de redentor. Eres mía hasta la muerte. Ya
pagué por ti.

Subió la falda de mi vestido hasta cubrirme el rostro.


—Será mejor si no te veo —escupió con asco y yo me sentí el ser

más miserable sobre la tierra.


Escuché la tela de mis bragas rasgarse y sus manos burdas abrir

mis piernas con violencia para colarse dentro de mí con envestidas


rudas. Alcanzó mis pezones y los apretó haciéndome daño.

Arañó, mordió y apretujó mi piel sin ninguna piedad como si fuera


una bestia saciándose de su presa y no se detuvo hasta que estuvo

satisfecho. Cuando hubo terminado, mi cuerpo estaba a carne viva,


mi piel sollamada, y mis zonas íntimas violentadas y doloridas.
Agarró mi teléfono mientras yo permanecía inmóvil en el suelo, lo

tiró contra la pared, el aparato se rompió en pedazos.


—Ese ha sido mi error, ser muy permisivo contigo. Busca la excusa

que darás para justificar que no tienes móvil, estoy cansado de poner
la cara cada vez que cometes un error. Has despertado al monstruo,

cariño, y no debiste hacerlo.


Se acercó y besó mi frente.

—Al siguiente que intente salvarte le irá peor, más le vale a ese
gilipollas que se olvide de ti. Y si tanto le quieres, ya sabes lo que

tienes que hacer. Que te haya servido de recordatorio que nadie se


mete con lo que es de Connor Lowell.

Escuché que dio dos pasos y se detuvo.


—Y lo que tu abogado necesita está en la mesa. Por si te quedan

ganas de volverlo a intentar —me desafió.


Cuando Kenneth llegó a casa yo estaba en la bañera intentando

recuperar la dignidad. Desde la puerta del baño le pedí que se


prepara para dormir y que iría en un momento a darle el beso de

buenas noches. Salí del baño cubierta por una bata larga, mi hijo ya
dormía. Le besé la frente y quise quedarme a su lado. Pero no debía

verme, no tenía marcas en el rostro, y las del cuerpo sanarían en


algún momento… para las del alma no conocía la cura.

Y era lo que más dolía.


El dolor del cuerpo se hace insignificante cuando lo que te duele

es el alma.

Tuve el fin de semana para reflexionar sobre mis actos y tomar


decisiones. Connor no iba a darme el divorcio y la única forma de ser

libre sería escapando de él. Y para escapar también necesitaba un


plan que nadie debía conocer. Estaba agobiada sin noticias del

estado de Luciano, no podía comunicarme con nadie y estaba muy


segura de que Connor tendría sus ojos sobre mí.

La noche del domingo aproveché que Kenneth dormía para usar su


tablet y enviar un mensaje a Jared, pero no había conexión a

Internet. Éramos un par de prisioneros.


El lunes preparé a Kenneth como de costumbre para ir a clases, no
sabía si podía ir al trabajo así que no hice énfasis en prepararme.

Connor entró en la cocina y se sirvió café, sentí su mirada sobre


mí.
—Han llamado del hospital, tu hijo tiene una cita médica y no

dieron contigo. Ahora tengo que ser tu secretaria.


Un aleteó en el pecho me dijo que se trataba de Jared.

—¿A qué hora? —musité.


—A las cuatro —respondió parco—, te acompañará uno de mis

escoltas, intenta comportarte.


—¿Puedo ir al trabajo? —sorteé.

—Claro, cariño —de pronto estaba muy animado—, ¿acaso ha


pasado algo que te impida ir? ¿O la pena por no poder ver a tu

amante te está matando?


Apreté los dientes.

—Gracias —dibujé una sonrisa al darme vuelta—, nada ha pasado.


Curvó una ceja, complacido y se acercó para tomar mi mentón.

—He atajado la tormenta, mi amor, todo lo que tengo que hacer


para que me sigas queriendo y no lo ves. Juraste que sería para toda

la vida y yo me encargaré de que así sea.


Sus labios tocaron los míos y quise salir corriendo a lavarme con
lejía.

—Pasaréis las fiestas con mis padres y la perfecta familia de mi


hermano en Aspen. Yo os veré para el final del año. Espero que no

regreses con otro enamorado de ese viaje porque no me va a


importar quien sea… lo quitaré del camino.

Mis ojos se fijaron en el reloj que llevaba en su mano, no se lo


había visto antes y la marca me indicó su valor, recordé los fajos de

dólares y me pregunté si esa información sería importante para


Amelia.

La sala de espera del consultorio médico estaba sumida en un

silencio tenso, me apretaba los dedos intentando controlar mi


ansiedad. Según lo dicho por la enfermera asistente de Jared, estaba

reunido y me vería en cuanto terminara.


—Señora Lowell —mencionó la enfermera acercándose, mi
carcelero estiró el cuello, atento a lo que ella dijera.

—¿Sí?
—Tengo que llevar a Kenneth a rayos X. Usted puede pasar al
consultorio y esperar allí.
—Debes ir con Edna —le dije a mi hijo—. Allí te verá el doctor.
—Está bien —dijo él y se levantó para ir con ella.
Les vi irse y me levanté de la silla. Señalé la puerta y el carcelero

asintió dándome permiso.


Giré la perilla e ingresé en el consultorio. Allí estaba él esperando
de pie, nuestras miradas se cruzaron en un instante de
reconocimiento, y el aire pareció cargarse con la electricidad por las
horas reprimidas en las que no había podido verlo. Di un paso y él se

aproximó de lleno para cubrirme con sus brazos. Contuve el gemido


de dolor al sentir sus manos en mi costado lastimado.
El tiempo se detuvo mientras estaba en sus brazos, me tragué las
lágrimas, tenía que aprovechar cada minuto junto a él.

—Me estaba muriendo de angustia —besó mi frente con adoración.


—Estás loco ¿cómo se te ocurrió hacer esto? Si a Connor se le
hubiese ocurrido venir… —dije con mi voz en apenas un susurro,
incapaz de ocultar los ojos de su rostro.

—No lo sé, seguro estoy loco, pero necesitaba verte.


Puso su frente contra la mía, su aliento rozó mis labios
aumentando las ganas que tenía de besarlo. Detuve su impulso con
mi mano sobre sus labios. Él la besó.

—Connor descubrió a Marc —informé.


Nos sentamos en las sillas frente a su escritorio. Tomó mis manos
y las besó.

—¿Qué te hizo? Hay una tristeza tan profunda en tus ojos.


—Eso no importa… ¿Cómo está Luciano? Te dije que no quería
involucraros, Connor es muy peligroso —insistí, mi voz sonó
quebrada por el recuerdo de la tortura de esa noche.

—Luciano se está recuperando, pero está igual de preocupado,


Dustine. Tienes que salir de esa casa. ¿Qué te retiene allí? —exhaló
desesperado.
—Escúchame —acuné sus mejillas entre mis manos—, necesito

que me hagas un favor porque no tengo móvil y si Connor no me da


uno no podré comunicarme con nadie.
—Te envío uno…
—No, escucha por favor. No me interrumpas, afuera tengo un tipo
vigilándome si tardo demasiado va a entrar.

—Perdona, te escucho.
Tomé aire antes de decirlo.
—Dile a Marc que siga adelante con el proceso, pero que evite que
Connor se entere y busca a Meyers, dile que tienes un mensaje para

la detective Green de mi parte y cuando la veas a ella, pídele que use


los borradores de Secret Queen como una denuncia. Y dile que no
tengo cómo comunicarme, pero que tengo información sobre su

investigación. Estaremos en Aspen durante el receso de invierno.


Las preguntas poblaron su rostro.
—¿De qué estás hablando? Por favor dímelo, siento que estás
corriendo un riesgo innecesario.
—Connor está siendo investigado por nexos con un mafioso

mexicano —exhalé antes de poder decirlo—, es posible que incluya


delitos sexuales. No sé lo que abarca ni quiero saberlo. Pero en casa
he notado algunos cambios.
—¿Y vas a denunciarle? Dustine, no lo hagas —suplicó—. Estás en

peligro, es peor de lo que pudimos imaginar.


Me levanté de la silla y me moví hacia una ventana.
—Connor me ha dicho que nunca va a darme el divorcio y la única
forma de ser libre de él es esta.

Él también se puso de pie y se acercó, pasó las manos por su rostro


una y otra vez mientras negaba.
—No, no, no… no puedo permitir que hagas esto, es un suicidio,
Dustine.

—No lo estoy discutiendo contigo, Jared, es una decisión. Y no


ocurrirá pronto, pero ocurrirá. Estoy cansada de esto y me niego a
vivir con miedo el resto de mi vida, moviéndome de un lado a otro
para huir de él. Te juro que prefiero morir de pie que seguir

arrodillada.
—¡No hables de muerte! Dustine… no puedo permitir que hagas
esto. ¿No has pensado en Kenneth?
—¡En lo único que pienso es en él! —espeté con la voz quebrada,

mis lágrimas se desataron.


Pude ver cómo la confusión se trocaba en frustración y finalmente
en rendición. Dejó caer los hombros y me miró con los ojos nublados
de lágrimas.

—¿Entonces no hay nada que pueda decir para persuadirte?


Negué.
—Al menos haz el favor de escucharme —suplicó.
Me limpié el rostro con la mano.
—No digas nada más no importa.

Pasé por su lado y me detuvo apretando mi mano entre la suya con


un agarre firme y al tacto frío. Estaba nervioso y yo quise borrar el
sufrimiento que estaba plantando en su corazón.
—Si a ti no te importa a mí sí.

Me di vuelta.
—¿Por qué te importa tanto, Jared? No quieras ser un héroe, en
esta historia no los hay —acerté a decir al final.
—¿Por qué crees? ¿Acaso no puedes verlo? —Una lágrima cruzó su

mejilla—. No se trata de ser un héroe se trata de amor.


Contuve el aliento, ¿qué acababa de decir?
—¡Estoy enamorado de ti! ¡Completamente enamorado de ti!
¿Cómo no has podido verlo?

Sentí palidecer. Abrí la boca para replicar, pero ninguna palabra


llegó hasta mis labios. Le sostuve la mirada hasta que bajé la vista al
suelo, solté un suspiro y él me apretó entre sus brazos.
—Te quiero, Dustine. No sé cómo pasó, ni pretendo esconderlo.

Tienes que saber que hay alguien en el mundo que te quiere y que
desea que seas libre aunque no sea a su lado y ese alguien soy yo.
Finalmente apoyó una mano en mi cadera y elevó mi mentón
llevándome más cerca de él. Exhalé como si estuviera soltando un

lastre muy pesado


—Jared… esto no puede ser.
Cuando le miré, sus ojos brillaban como dos tizones encendidos.
—Voy a quererte toda la vida, incluso si nunca puede ser.

Quise gritarle al destino que fuera piadoso conmigo al menos una


vez. Una oportunidad, solo pedía ser feliz con un hombre que me
quisiera de verdad e incondicionalmente. Un hombre como él.
Y fue allí que supe que yo también lo amaba.
Alzó una mano para limpiar con sus dedos mis lágrimas, me
tocaba con suavidad y gentileza, de una forma totalmente
desconocida para mí. Y vi el instante preciso en que sus ojos se
entornaron, ladeó la cabeza y se acercó aún más, tan cerca que tuve

que cerrar los ojos abrumada por la inmensidad de lo que sentía.


Sus labios tocaron los míos como una dulce caricia y en cuanto los
apresó entre los suyos, todas las terminaciones nerviosas de mi
cuerpo despertaron en una descarga de electricidad indescriptible.

Mi corazón se sintió vivo de repente. Y me entregué a ese beso sin


reservas permitiendo que besara también mi mejilla y mi cuello. Sus
manos apresaban mi cintura de forma firme, pero no era posesiva.
Moví la cabeza hacia atrás solazándose con aquella maravillosa
sensación. La humedad de sus labios rozando mi piel causaba un

efecto delirante. Deslicé los brazos alrededor de su cuello y él me


levantó a pulso para ir hasta una silla.
En medio de ese beso que no quería terminar, me sentí realmente
amada, cuidada y protegida por primera vez.

Hay amores a los que los separa una puerta, una calle, una mirada
furtiva. Amores que no saben que lo son hasta que ocurren, que
están entre nudos para soportar la distancia. Hay amores que nacen
en cautiverio anhelando la libertad.
Veintiocho
Sigue latiendo
Jared

Los cambios de estación son como la vida, de vientos suaves a


tormentas de nieve, del inclemente sol a una lluvia torrencial. Nada

menos que eso fueron las emociones que viví durante el tiempo que
estuve separado de ella. La última vez que nos vimos me dejó claro

que no podríamos arriesgarnos otra vez hasta que Connor se relajase


con respecto al tema del divorcio. La admiraba por la determinación

que finalmente había conseguido, pero quedarse en esa casa era un

riesgo que incrementaba cada día.


Nunca una temporada la sentí tan infinitamente larga como esa,

no saber de ella más que por Celine, no poder verla ni siquiera de


lejos aunque lo intentara, incluso cambiando mi ruta para pasar

cada día de ida y vuelta por Meraki deseando que el tino de la suerte

nos encontrara. Cada vez que April hablaba con Kenneth yo me

estiraba como un trapecista de circo tratando de mirar la pantalla e


intentar verla al menos desde lejos.
Nada pasó.

Y durante ese tiempo, que no fueron días sino meses, también

enfrenté batallas propias. Como lidiar con el luto de Luciano por la

mujer que llegó a cambiarle la vida, porque lo suyo no era un

rompimiento, parecía un funeral. Era como si estuviese en la línea


de meta esperando lo que no ha de llegar.

Y el desamor de Celine, los picos de emociones que la azotaban

con la reaparición de su marido.

Los tres compartíamos el mismo mal, solo que yo debía padecer en

silencio porque en casa había alguien muy sensible a detectar mis


cambios de humor y no quería mentirle, por April necesitaba estar

bien, tener energía y centrarme.

También llegó una segunda carta del abogado de Allison, me

estaba comiendo a solas aquello para no darle importancia. Porque

tampoco sabía cómo manejarlo con April.

Decidí que tomaría algunas clases para mantener mi cabeza en

otros temas y todos nos enfocamos en la salud de Gigi que empezó a


darnos algunos sustos, como desmayos o arritmias causadas por el

marcapasos que llevaba.

—No saldremos de viaje, pero iremos a la playa de Sonoma —

escuché a April hablando con Kenneth, estaba tumbada en el sofá


del salón la tarde del sábado.

—Yo iré con mis abuelos a Nueva York.

—¿Te gusta esa ciudad? Nunca he ido.

—Es enorme y ruidosa, pero debo ir porque mamá estará cuidando

de la abuela Ophelia.

—¿Está enferma otra vez?


—Le van a operar el estómago y como el tío Gavin se ha ido de

viaje, tuvo que ir mamá a cuidarla.

—¿Por qué no fuiste con ella?

—No lo sé —respondió Kenneth.

Recogí el plato donde le había llevado cereales y di el sorbo final a

mi taza.

—¿Ya sabes si estás embarazada? —preguntó él y yo me atraganté

con el café.

—No. Pero todos los días me miro la tripa para saber si ha crecido.

Volteé a verla para comprobar que se trataba de una broma, pero


ella estaba sumergida en su mundo.

—Vale. Si te sientes mal me dices. Tengo que irme.

—Te quiero —dijo mi hija como si fuese lo más natural del mundo.

—Te quiero.
Yo quedé sembrado en mi sitio. Claro que sabía que mi hija no

estaba embarazada, tenía siete años, pero me intrigaba imaginar

cómo llegó a esa conclusión.


—¿Pasa algo, papi? —Me dijo con total indiferencia al significado

de su conversación con Kenneth.

Espabilé y me senté a su lado en el sofá. Me aclaré la garganta

varias veces buscando el modo. Si esto era obra de Celine me iba a

oír.

—Has dicho que te miras la tripa a diario.

—Sí, papi, para saber si crece —dijo inocente.

—¿Y por qué crecería?

Ella ladeó la cabeza mirándome con decepción.

—Pues porque tengo un bebé adentro.

Contuve el aire.

—Vale, vale, espera… —exhalé—, ¿por qué crees que tienes un

bebé en la tripa?

—Porque Kenneth me dio un beso… —ella sonrió ilusionada y yo

abrí los ojos como dos naranjas—, y tú me dijiste que los bebés se

hacen con amor y muchos besos.

Me cubrí el rostro sintiéndome tonto y aliviado a la vez. Olvidé


que los niños lo toman todo literal y pensé si debía explicárselo
mejor o dejarla vivir en aquella fantasía.

—Creo que necesito unas galletas y té, papi —se acarició el vientre

—, es el bebé que tiene hambre.

Tenía que atajarlo.

Permanecía sentado en una silla bajo la sombra del capellán, había

encendido una fogata para calentarme y leer un rato. Ese lugar se

había convertido en el sitio donde mejor la evocaba y repetía una y

otra vez en mi cabeza las conversaciones. Me sentía afortunado de

que me hubiera elegido para contarme su vida, sus sueños y su

pasado, pero la impotencia encadenaba mis manos sabiendo que no

podría rescatarla de ese lugar y que ella misma había elegido usar

sus propias fuerzas para hacerlo.

—Eh, grandote. Cambia esa cara que llegó el hada madrina de tu

cuento.

Admiraba esa capacidad de Celine de pasar por encima de su

tristeza y burlarse de sí misma y de paso de los demás.

La miré sin decirle nada.

—Me siento como una enfermera de guerra intentando detener la

sangre de las heridas de dos soldados, me tenéis de un lado a otro.


Se sentó a mi lado y me entregó su móvil. Apareció un mensaje de

Tinder.

—¿Quieres prestarme a uno de tus amantes? —incordié.

—No te vendría mal una noche de pasión desenfrenada, pero a tu

edad quizá te rompas la espalda.

La empujé con el hombro.

—No estoy tan viejo.

Tocó mi barba que había dejado crecer un poco más.

—Esas canas te dan cierto aire respetable.

—Ya soy alguien respetable —le aclaré.

—Un soltero codiciado, el doctor bombón sin novia ni perro que le

ladre —se burló.

—He tenido citas, tampoco es que viva como un monje tibetano.

—Has tenido tres citas en los casi siete años que tiene tu hija… y

dime ¿has mojado el churro alguna vez?

—No te importa.

Se echó a reír.

—Es cierto, no me importa. Cuando acabes quiero mi teléfono de


vuelta, y no hagáis cochinadas.

Se levantó y yo no entendí de lo que hablaba. Antes de que ella

desapareciera por completo de la casa, el móvil vibró en mi mano.


—Soy vuestra celestina, bombón.

Mi corazón saltó de júbilo retumbando en todas las paredes de mi

pecho al leer el nombre en la pantalla: mamá de Dustine.

Respondí con dedos trémulos y en un par de segundos la conexión

se estableció poniendo de nuevo en mis pupilas su rostro.

—Hola —dijo con ese tono dulce que me recorrió por dentro como

una inyección de vida.

—Hola, bonita —susurré, y un suspiro escapó de mis labios.


Ella cerró los ojos e imaginé su sonrojo, siempre que la llamaba

bonita ocurría. Seguía sin creerse lo bonita que era.


—Me ha dicho Kenneth que seremos abuelos.

Me reí con ganas.


—¿Me has llamado para reclamar la manutención? Porque estaba

pensando en planificar la boda.


Su sonrisa me apuntaló el pecho, la había anhelado por meses.

—Te he llamado porque te echo de menos.


—Gracias… no sabes el alivio que me causa poder verte, así sea de

este modo. ¿Cómo estás?


—Estoy bien —hizo una pausa—, de verdad lo estoy. Han sido
meses complicados porque mamá fue diagnosticada con cáncer
gástrico. Connor me permitió tenerla en casa durante la primera
cirugía y acompañarla en las quimioterapias, van a operarla mañana.

—Te ves preciosa —solté de golpe—, perdona, es importante lo de


tu madre, pero necesitaba decirlo.

—Te sientan las gafas… te da un aire muy atractivo.


—¿Crees que soy atractivo?

Movió la cabeza afirmando.


—Eres un bombón.
Fue mi turno de sonrojarme. Escuché voces a su alrededor y

movimiento.
—¿Dónde estás?

—En el hospital, acabo de ser madrina de bodas.


—¿Cómo… de quién?

—Mi madre se ha casado, ¿recuerdas al turco del que te hablé?


—Sí.

—Es un hombre encantador, se lo pidió hace meses, desde que


están viviendo juntos, pero a mi madre le ha dado por hacerlo aquí,

según ella porque la muerte no avisa y si se queda en la cirugía no se


lo podría perdonar.

—¿Qué tipo de cirugía es?


—Van a retirar parte del estómago, el médico ha dicho que no es
de riesgo, pero ella es un poco excéntrica.

—Me alegra que puedas vivir este momento junto a ella.


Se mojó los labios, era su gesto cuando iba a decir algo

importante.
—Le he hablado de ti… —dijo ilusionada—, le he dicho que voy a

dejar a Connor, pero que será difícil.


—¿Y le has dicho lo demás?

Negó con la cabeza.


—No podría, no quiero romper su corazón ni su inocencia. Solo le

dije que Connor no era el mismo y que estábamos en crisis, que


hacía mucho tiempo que dormíamos en habitaciones separadas y

que él tenía otras mujeres.


—¿Y qué te dijo?

—Que a mi padre nunca le gustó Connor y que si tú eras mi


felicidad entonces debía echarme a correr enseguida si quería
alcanzarte.

—Pero si no me he ido a ninguna parte —rebatí.


—Es una metáfora. Lo que siempre dejas para después nunca

ocurre, tengo que hacer que ocurra —expresó solemne.


—Aquí estaré, mi bonita. Tengo las raíces más fuertes que este

viejo capellán que también te echa de menos.


—He soñado con tu casa… es tan tranquila, los atardeceres allí son

inolvidables… y el jardín es tan hermoso.


—Y estoy yo…

—Especialmente eso.
Nos quedamos en silencio. No paraba de mirarla, de llenarme de
ella para resistir la distancia.

—¿Cuándo podré verte? —dije anhelante.


—No lo sé, Kenneth estará en Nueva York durante el receso de

primavera y Connor va y viene de sorpresa. Sigue sobre mis


hombros. En un par de semanas cuando mamá esté recuperada

estaré de regreso, el trabajo se ha acumulado y Annie no puede con


todo.

—Lo sé, Celine te ha suplido bastante bien, pero tiene sus


compromisos con el viñedo y ahora que inicia la gira de vinos no

puede dejar a Luciano solo.


—¿No ha vuelto ella?

—Tal vez nunca lo haga. Es una mujer prisionera de sí misma y le


tomará tiempo sanar sus heridas.

—Como yo… —dijo con melancolía.


—A ti te mantienen prisionera que es diferente, pero tu espíritu es

libre y con ansias de volar.


Su rostro demudó enseguida.

—Es Connor, debo responder.


La frustración rompió nuestra burbuja.

—Te quiero —dije y activé una captura de pantalla.


—Te quiero, bombón.

La llamada acabó y con ella ese mínimo instante de felicidad.


Envié la captura a mi teléfono y la borré.

Todo lo que nos hace felices tiene de enemigo al tiempo.


Veintinueve
El cerillo
Dustine

Durante un año

Ojalá no despreciáramos la fuerza desmedida que existe dentro de

un corazón que quiere volver a latir. Ojalá aprendiéramos a permitir


que la tristeza sea incendio y queme lo que debe ser quemado, que

las heridas caven hasta donde tengan que llegar para que cierren

más pronto, ojalá diéramos el permiso a las lágrimas de que ahoguen


nuestros rincones para que los purifiquen, ojalá supiéramos que

sentir el dolor hasta que ya no quepa solo lo obligará a irse. Temer a

los finales es renunciar al poder de los comienzos.

Pasé mucho tiempo siendo prisionera del miedo, creyendo que


merecía lo que vivía y aferrándome a esos grilletes con resignación.

Pero un día pude abrir los ojos, no fue un camino lento, no me llegó

la determinación en un solo impulso. En eso consiste el coraje, se

hace presente solo cuando sientes miedo. Sin miedo no es necesario


el coraje.
Ese mismo miedo me ayudó a controlar mis emociones delante de

Connor, a actuar como una mujer sumisa que aprendió su lección,

que no le daba ningún motivo para enfadarse y que iba de casa al

trabajo sin desviarse o hablar con nadie. No supe si llegó a creerme o

ambos seguíamos el hilo del mismo juego peligroso. Pero así como
yo aprendí, él también mejoró sus métodos. Volví a tener móvil, uno

que él controlaba, que solo podía usar en el trabajo y que no tenía

conexión a Internet cuando viajaba a estar con mi madre.

En ocasiones me frustraba y fue más difícil soportar la distancia

con Jared, ansiaba verlo, ansiaba otro beso que me llenara de vida y
me causaba desconsuelo no saber cuándo pasaría. Aquella

videollamada consiguió darme el impulso de soportar un poco más.

Nos repiten mucho que las palabras se las lleva el viento y que las

acciones dicen más, pero hasta que no vives un amor a distancia no

puedes comprender que las palabras también arropan.

La recuperación de mi madre nos llevó nueve meses, iba y volvía

de Berkeley cada semana para poner en orden la agencia y ver a mi


hijo. Le pedí que me perdonase por no estar todo el tiempo con él y

su respuesta me conmovió en lo más profundo.

«La abuela te necesita más, mami, vuelve cuando ella esté bien, yo

te espero».
Mi hijo crecía muy pronto y con él su forma de entender el mundo.

Durante el verano, Kenneth estuvo en un campamento de música

de Juilliard School que le regaló Preston. Allí le evaluaron músicos y

especialistas y determinaron que tenían un la habilidad excepcional

de identificar las notas musicales sin usar referencias. Le llaman

oído absoluto. Los constantes viajes a Nueva York tejieron una


relación sólida entre Kenneth y su tío, eran buenos amigos, se

llamaban y mi hijo me confesó una vez que lo sentía como un padre

y que se sentía cómodo y tranquilo en su compañía y estando es su

casa. No supe cómo agradecérselo a Preston, desconocía si mi hijo le

había hablado sobre la relación con su padre y él quiso remediarlo,

lo cierto es que me reconfortaba saber que era un niño apreciado y

protegido por su familia.

Finalmente volví a casa en octubre, acababa de enterarme de la

muerte de Gigi. No llegué a tiempo para asistir al funeral y me

entristecía no poder acercarme al viñedo para dar el pésame a


Luciano, se lo pedí a Celine. También pensaba en cómo estaría Jared,

seguramente afectado por ello, siempre fueron muy cercanos. Esa

mujer se convirtió en una madre para ellos, incluso intentó serlo

conmigo. Nunca podría olvidar su gesto de valentía al denunciar a

Connor, pero yo estaba muy aterrada entonces como para haberme


rebelado en ese momento. Quizá hubiese sido una forma de evitar

todo lo que vino después.

Una mañana estuvo en Meraki un abogado que pidió verme en


privado. Me sentí nerviosa con esa visita, pues si Connor se enteraba

iba a enloquecer de nuevo. No lo he dicho, pero desde lo ocurrido

con Luciano empezó a llevarme con él a todos los eventos, a besarme

en público y tratarme como un esposo devoto y enamorado. Y ya me

había avisado de su intención de viajar para el receso de invierno a

Jackson Hole en Wyoming, ese año él invitaría el viaje para no

quedarse atrás de su hermano, por supuesto.

—Buen día, señora Lowell —me ofreció su mano antes de sentarse

en la silla frente a mí—, soy Albert Montgomery, apoderado de la

señora Georgina Carter.

Junté las cejas.

—¿En qué puedo servirle?

Abrió el maletín que tenía sobre las piernas y extrajo una carpeta

que abrió enseguida.

—Usted ha sido citada en el testamento de la señora Carter, ella

pidió, expresamente, que no fuera llamada a la lectura con el notario

sino que me presentara aquí para notificarla.


—¿Ella me ha dejado algo? —pregunté conmovida.
—Así es —dijo con el rictus serio—, pero antes me indicó que debe

leer esta carta.

Recibí el sobre que ponía mi nombre con letras cursivas y

elegantes, saqué el papel y lo desdoblé, el ligero olor a su perfume

que guardaba, me estremeció, fue como sentirla allí:

Querida Dustine:

Escribo esta carta para ti, temiendo que quizá sea muy

tarde para que puedas recibirla. Pero si la estás leyendo,

entonces es la señal que necesitas. Te conocí hace muchos

años, cuando eras apenas una jovencita hermosa que se

colaba en el jardín de mi casa para llegar a los campos de

lavanda, Larry y yo veíamos desde el balcón cómo te

recostabas a mirar al cielo y estirabas los brazos cuando veías

las bandadas de pájaros cruzar el horizonte. A veces la vida

nos anuncia que algo perderemos haciendo que nos

fascinemos con ello.

Te he visto desdibujarte junto a ese hombre que fue como un

vampiro chupando tu juventud y tu alegría, no volviste a

visitar los campos de lavanda y poco a poco ella también se

marchitó.
Hoy estás presa en esas rejas y me pregunto si alguna vez

podrás salir de allí. Mis muchachos lo han intentado y han

fallado, porque la intención de ser libre viene dentro de uno

mismo, y yo te veo resignada y perdida.

Me voy de este mundo dejando muchos cabos sueltos,

ninguno de mis polluelos ha logrado establecer un camino

firme y lo que deseo es que ocurra pronto para todos.

Especialmente para ti.

Pregúntate qué puede ser peor allá afuera de lo que estás

viviendo ahora. Estoy segura de que no lo hay. Si lo que

quieres es volar, abre las alas, aunque estén rotas y aunque el

vuelo sea corto, ellas sanarán por el camino. No hay herida

que el viento de la libertad no sane, te lo aseguro.

Tuve una conversación con Celine que me llenó de ilusión y

miedo, porque Jared y tú seríais un cuento perfecto y creo que

podéis ser el uno para el otro, sin embargo, primero tienes

que liberarte para que vuestra historia llegue a ser.

Como no puedo hacer mucho más por ti, he dispuesto una


cantidad de dinero que deseo que pueda servir en tus planes,

me he ido por lo fácil no sabiendo qué más hacer.


Espero que estas palabras sirvan de motivación o por lo

menos de consuelo. Me reuniré con Larry pronto y desde allí

espero verte volver a los campos de lavanda antes de que se

oculte el sol. Recuerda que cada atardecer es un recordatorio

de que la vida es un tránsito fugaz, vive con miedo y con

muchas ganas, pero vive.

Con mi cariño y admiración sinceros,

G.G. Carter.

Las lágrimas fueron incontenibles y el mensaje rotundo, tenía que

vivir.
Tomé un pañuelo para limpiarme. El abogado puso una bolsa con

el logo de un banco sobre la mesa.


—La señora Carter dispuso que le entregase en efectivo la suma de

cincuenta mil dólares americanos. Por favor firme aquí indicando


que los ha recibido.

Me sentí mareada y le escuchaba en un eco lejano, podía ver que


me entregaba una pluma y señalaba un lugar en la hoja.
Nunca sentí tan cerca mi libertad como en ese momento.

«Gracias, Gigi».
La llegada de ese dinero solo significaba que debía moverme
pronto. Estaba al tanto de la demanda de divorcio en la que

trabajaba Marc desde San Francisco y de sus reuniones con Amelia


para soportar la demanda con un denuncio de violencia doméstica.

Decidí que no haría menos mi propia tragedia, Connor tenía que


hacerse responsable de sus actos y lucharía por mi hijo con uñas y

dientes.

El jueves en la noche, un día antes del viaje a Wyoming, asistiría


junto a Connor a un evento de caridad que organizó el gobernador

para ayudar a las víctimas de los incendios forestales que arrasó ese
año al estado, Connor consiguió que Meraki se encargase de una

gran parte de la decoración y al tener experiencia en el Valle de


Napa, planificar el catering y seleccionar los vinos provenientes de

los viñedos más renombrados de la zona. Por supuesto que


D’Lucchiato estaría ahí, Connor no podía controlar ese asunto

porque eran patrocinadores.


Me encargué desde Santa Helena de cuanto pude hasta que tuve

que viajar a San Francisco para coordinar los detalles finales. Como
estaba acompañada por mi equipo y por un equipo enviado por el
gobernador, Connor no puso ningún obstáculo. Tampoco lo haría, en
unos meses acabaría su mandato y perseguía una segunda elección.

El lugar elegido fue el impresionante hotel Palace, una verdadera


joya de la arquitectura y del estilo neoclásico. La decoración era

exquisita y lujosa, un verdadero sueño. Aunque la administración se


ofreció a llevar la organización, se hizo un acuerdo para que fuera un

trabajo en equipo. La noche incluía cena y una subasta en la que los


invitados de alto perfil ofrecían algo para subastar.

Me preparé para el evento como una invitada porque debía estar


junto a Connor, pero me mantenía atenta a lo que pudiera ocurrir

durante el evento para solucionarlo. Usé un vestido color azul noche


de manga larga, cuello redondo, cintura drapeada que conseguía

enmarcarla y falda vaporosa. Elección de mi marido, por supuesto. El


pelo en un recogido bajo y unas joyas que fueron regalo de mi suegra

el día de mi boda.
Llegué al salón donde los primeros invitados ya eran ubicados en
las mesas respectivas.

—Aquí estás, querida esposa —susurró Connor a mi oído y puse la


espalda rígida—, así me gusta, que te comportes como la futura

primera dama del estado. Porque esta noche pretendo sellar esa
victoria. No importa que deba jugar al alcalde bonachón un poco

más.
Tomó mi mano y lo sentí como un grillete pesado que dejaría una

marca en mi piel.
—Intenta sonreír, el gobernador es especialmente adulador con las

mujeres. Si no llamas la atención con tu aspecto al menos que digan


que eres educada.
Apreté las uñas en la mano que llevaba libre.

Noté que Connor cojeaba un poco y me pregunté cómo había


ocurrido. Por esa razón llevaba un bastón.

—Si te preguntan diles que me lesioné jugando con tu hijo, eso me


hará ver como un buen padre.

Pensé en mi hijo, el pobre tuvo que adelantarse al viaje y ya estaba


en Cheyenne con su tío porque mis suegros también estaban

invitados.
Llegamos a la mesa reservada para la familia Lowell, entonces vi a

mi suegra entregar una caja a una de las encargadas de la subasta.


En un parpadeo me vi absorta en conversaciones sin sentido y

siendo presentada con personas que no conocía y sinceramente no


me interesaba conocer. Media hora más tarde, el anfitrión del
evento, un actor contratado, pidió buscar nuestros lugares para dar

inicio.
El murmullo de la multitud llenaba el lujoso salón mientras las

luces parpadeaban y la música de un piano fluía en un suave


murmullo de fondo.

En cuanto me di vuelta, la sonrisa fingida que llevaba en los


labios, se esfumó de golpe al posar mis ojos en él. Llegaba llevando a

Celine del brazo e iba acompañado del director general del hospital y
su esposa. Su mirada chocó con la mía y perdí el aliento, fue un

intercambio de emociones que trascendía las palabras.


Connor posó su mano firme en la curva de mi espalda mientras me

guiaba a través de la multitud con una sonrisa radiante en su rostro.


En su papel de hombre cariñoso, de esposo atento que hacía todo lo

posible por mostrarme afecto delante de los demás. Pero yo sabía la


verdad que se escondía detrás de esa fachada y el hombre al otro
lado del salón también. Intenté removerme del agarre de Connor

porque no lo soportaba y porque percibía la mirada inquisidora de


Jared desde su lugar.

La velada dio inicio con la lectura del programa, el discurso del


gobernador y una exposición de la misión de esa recaudación. Se
proyectó un vídeo sobre los incendios forestales y las cifras oficiales
de los daños. Mientras eso ocurría, la cena fue servida.

De cuando en cuando, me permitía desviar la mirada hacia él y le


encontraba mirándome haciendo que mi corazón se acelerase.
Los meseros despejaron las mesas y trajeron las tarjetas de oferta,

dispusieron el escenario para la subasta y dieron inicio con la


presentación de algunos objetos a subastar. Un nudo se formó en mi

garganta al ver en el catálogo, el cuadro que estuviera en la sala de


mi suegra. ¿Por qué lo llevaría a subastar?

Uno a uno se presentaron los donantes y sus ofertas, iba desde


piezas de arte, hasta fines de semana en alguna propiedad o joyas.

Llegó el turno de Clarice.


—Buenas noches —giró el cuerpo hacia el cuadro que era puesto

en un caballete—. Este cuadro es de un pintor desconocido, no tiene


firma, me lo llevó mi hijo Connor aquí presente, como un regalo.

Sabe de mi debilidad por el arte, tristemente lo compró a un artista


callejero y no he visto otro igual en ninguna parte, y prometo que

incluso estuve en Nueva York visitando galerías en busca de algo


similar —se escucharon algunas risas—, pensaréis que no tiene valor

alguno, pero en realidad lo envié con un curador y a un marchante y


me sorprendió conocer su estimado. Sabía que tenía en casa una joya
y os preguntaréis por qué he decidido ofertarla. La verdad es que no
me ha costado nada, pero estoy segura de que puede hacer mucho

más que colgada en el recibidor de mi casa. Espero que mi hijo pueda


perdonarme.

—Connor sonrió con un nivel de simpatía imposible de creer y le


envió un beso a mi madre.

Ella volvió a la mesa y el subastador inició la puja.


—Abro la subasta con mil quinientos dólares.

No pude evitar la sorpresa, no imaginaba un precio como ese para


un cuadro tan sencillo.

—No te sorprendas, querida —dijo Clarice a mi oído—, resultó ser


un verdadero tesoro.

Un nudo se formó en mi garganta, miré a Connor y en sus ojos


descubrí la frivolidad y la satisfacción, se sentía ganador, había
logrado amarrarme en cualquier forma que me hubiese llevado a la
libertad.

Apretó mi mano y me solté violenta.


—Mil quinientos —dijo una mujer.
—Dos mil —agregó alguien más.
—Dos mil quinientos —escuché un poco más cerca.
—Dos mil quinientos —repitió el subastador—, ¿quién ofrece tres
mil?

—Tres mil —ofreció la mujer del principio.


Los otros interesados bajaron sus carteles
—¿Alguien dice tres mil quinientos?
Algunos murmullos se levantaron. La mujer mantuvo la oferta.
—Entonces…. —dijo el subastador.

—Cinco mil dólares —dijo aquella voz que tanto deseaba escuchar.
Mi piel se erizó por completo.
La reacción generalizada no se hizo esperar.
—Cinco mil dólares ofrece el caballero del fondo. ¿Alguien ofrece

más?
La mujer retiró su oferta.
—Vendida al caballero del fondo por cinco mil dólares.
El sonido del martillo me robó el aliento. Le miré fijamente, mi

garganta dolía apretando las lágrimas.


—Mira quien vino a quedarse con tu pobre intento de ser artista —
mencionó Connor a mi oído—, al menos le has hecho un aporte a la
sociedad.

Quise tirarle la copa encima y gritarle que se callara, que dejara de


fingir y que me dejara en paz porque no soportaba su presencia.
En su lugar bebí el resto del vino en mi copa y soporté estoica
hasta el final de la subasta.

Al finalizar se presentó una orquesta que amenizaría por una hora


el evento, muchas personas llenaron la pista de baile, incluyendo
mis suegros. Vi a Jared levantarse para seguir a uno de los
encargados de la subasta, iría a formalizar la compra.

Un hombre llegó a saludar a Connor y acabó sentándose. Ambos se


enzarzaron en una conversación de tintes políticos. Yo estaba
anclada a esa mesa sin posibilidades de moverme.
Entonces, apareció ella. Celine, con una sonrisa en su rostro

mientras se acercaba a nosotros con gracia y elegancia.


—¿Puedo hablarte en privado? —susurró.
—Yo…
Ella captó y se dirigió a Connor.
—Disculpe, señor alcalde —dijo muy formal y aduladora, sin duda

sabía cómo debía tratarle porque él centró su atención en ella, y para


ninguno pasó desapercibida la forma casi lasciva en que la miró—,
¿podría robarle a su esposa un momento? Hay una situación con el
catering y nadie mejor que ella para solucionarlo.

—Por supuesto, preciosa. Lo que quieras —le respondió.


—Vamos —dijo, su voz fue apenas un murmullo mientras me

tomaba del brazo y me guiaba hacia algún lugar fuera del salón.
—¿Qué estás haciendo, Celine? —La encaré—. Si Connor…
—Te estoy salvando del cerdo que tienes por marido —dijo
asqueada.
—No puedo tardar —la advertí.

Me llevó por un largo pasillo y abrió una de las puertas de servicio.


—Baja —me indicó.
—¿A dónde?
—Baja te digo, te alcanzo en un minuto.

Cerró la puerta y una luz se encendió, las escaleras llevaban a


algún lugar hacia abajo y decidí seguirlas. Llegué hasta la piscina
que a esa hora estaba cerrada al público, el lugar estaba tenuemente
iluminado por las luces del exterior que se colaban por el techo de

cristal. Di dos pasos adelante y entonces le vi. Allí estaba él,


esperando en las sombras, con las manos en los bolsillos y la pajarita
del traje suelta.
—¿Qué estás haciendo aquí? —pregunté llegando a su encuentro,

mi voz sonó anhelante, luchaba por contener las emociones que


amenazaban con desbordarse.
Me miró fijamente, con los ojos ardientes como tizones

encendidos.
—Necesitaba verte, de algo tiene que servir que sea el director de
ese bendito hospital.
Detecté en su tono que estaba molesto.

—¿Pasa algo? —toqué su pecho y moví mis manos suavemente.


Me deleité con su aspecto, llevaba la barba más tupida y el pelo un
poco más largo, lo peinaba de lado y un mechón travieso caía por su
frente. Le retiré las gafas despacio y las puse sobre una de las

tumbonas.
—No soportaba verte con él… no soportaba la forma en que te
tocaba e intentaba besarte.
Estaba celoso, podía verlo en sus ojos oscuros y en la tensión de su
mandíbula.

—Es su papel… no es real.


—Pero no quiero que te toque… —sus manos cubrieron mi cintura
y toda mi piel reaccionó—, odio estar diciéndote esto, no quiero
agobiarte… prometí soportarlo, prometí quererte a la distancia y no

he podido contener el fuego que me consume. Lo siento. Verte en


sus brazos te pone aún más lejos de mí.
Sonreí conmovida con su confesión.
—¿Cómo puedes pensar eso? —Acaricié sus mejillas—. Connor no

existe en mi corazón, ni en mi piel, ni en mis labios. Eres tú el dueño


de todo, eres el cerillo que me encendió de nuevo por dentro.
—A veces quisiera ser yo en su lugar. Ser quién te tenga para toda
la vida. Haber sido yo desde el principio.

—Cada amor es edición limitada —tragué el nudo en mi garganta


—, algunos amores que nos enseñan a amar y ese has sido tú.
Jared se acercó, sus ojos buscando los míos con una intensidad que
me dejó sin aliento.

—Te extraño —murmuró con su voz cargada de emoción mientras


se acercaba lentamente.
Sentí el peso del deseo entre nosotros, el magnetismo de los
sentimientos que no podíamos esconder. Y en ese momento, con mi

corazón bombeando embravecido y mis manos perdiéndose por fin


en el maravilloso milagro de tenerle tan cerca, nos perdimos en un
beso ardiente y desesperado, sabiendo que, aunque fuera solo por un
breve instante, éramos libres de amarnos sin que el resto del mundo

importase.
Su boca tomó la mía con anhelo y desesperación, llevándome
contra una de las columnas donde el tiempo perdió su rumbo y nos
regaló la eternidad.
Separamos las bocas en busca de aire. Sus ojos con expresión
leonina y la forma en que miraban me hicieron sentir deseada a un
nivel irracional. Como nunca antes lo sentí.
—Tal vez yo no pueda tenerte como él te tiene, Dustine, pero soy

quien te quiere de verdad.


—Jared —gemí su nombre mientras sus manos se colaban por mi
falda y me levantaba por las piernas para acabar con ellas alrededor
de su cintura

—Te quiero —besó mis labios—, por todas las veces que no
supieron quererte. Por todos los besos que no recibiste. Por todas las
caricias que te negaron —su frente tocó la mía y me perdí en esa
mirada que me lo confirmaba todo—. Y por todas las sonrisas que te
borraron.

Supe que nadie podría amarme igual y sentí miedo del futuro.
Treinta
Alas remendadas
Dustine

Un buen amor es capaz de lo improbable: formar sueños, imaginar


utopías, ablandar lo rígido haciéndolo maleable. Tiene los ojos

agudos que delatan la luz más honda, aquella que ni siquiera


notábamos que titilaba dentro. De repente florece la alegría y brotan

sueños, nos creemos invencibles. No hay magia como la del amor.


Pero no aparece solo, no es azar o sortilegio, es un intercambio y la

determinación de seguirse encontrando, de volar juntos en libertad.

El amor también requiere el coraje de quemar el miedo a sentir.


El viaje a Wyoming me dio el tiempo de organizar mi plan de

escape. No podía estar en el mismo lugar que Connor cuando la


demanda de divorcio y la denuncia de maltrato estallaran, y según

Marc, era cuestión de un par de meses. En ese tiempo debía ser

incluso más cuidadosa de lo que había sido.

La noche de la subasta, cuando finalmente pude hablar con Jared,


le conté sobre el dinero que había recibido y le pedí que enviará a
Celine a buscarlo a Meraki durante los días festivos que estaríamos

cerrados. Le dije que debía encontrar un lugar para esconderme

mientras se establecía una fecha para el juicio. También le pedí que

me consiguiese otro auto que soportara un largo viaje por carretera

porque no podía arriesgarme con el mío, era posible que Connor


tuviese algún modo de rastrearme.

Al regresar, Connor se enfocó de nuevo en ganar la reelección y se

ausentó de casa lo suficiente como para darme tiempo a sacar

algunas pertenencias de Kenneth y mías, como una fórmula surtida

de los medicamentos suficiente para un par de meses y varias


prendas de ropa. El día que saliera de esa casa por última vez lo haría

como si fuese al trabajo y desde allí emprendería mi camino.

No puedo negar que estaba ansiosa, que no dormía bien porque en

todos los sueños, él me alcanzaba y me encadenaba mientras reía y

me repetía que no sería libre nunca.

Cuando la primavera volvió, Gavin abrió sus alas y voló hasta

Europa, tenía la beca que tanto deseó para estudiar en Cambridge y


perseguir su sueño de ser algún día curador de un museo como el

British o el Louvre. Mi madre siguió sus pasos mudándose una

temporada a Turquía con Ibrahim, pensarás que me había quedado

sola, pero lo de mi madre fue un poco mi culpa, cuando me lo


comentó dijo que no quería abandonarme, pero yo necesitaba que

ella estuviera lejos de los tentáculos de Connor porque no tenía que

adivinarlo, él la usaría a ella o a mi hermano para manipularme. No

quería imaginar su furia cuando todo ocurriese, sin embargo, sabía

que sería como un huracán arrasando todo a su paso.

Y sobre Luciano estaba más tranquila, Connor ya no tendría


razones para pensar que estaba interesado en mí y ambas noticias, la

razón y que Connor lo descartara, me hacían muy feliz.

Tampoco se lo comenté a Kenneth, los niños no saben el valor de

un secreto y él hablaba con April de todo lo que le ocurría, era mejor

que no supiera nada al respecto. Para el resto de personas que me

rodeaban yo mantenía la careta de la mujer abnegada a su esposo y

una madre dedicada. Pero cada noche antes de dormir, pensaba en

él, en el lugar donde encontraba el sosiego, en sus ojos que

destilaban amor, en sus besos que encendían mi piel y

revolucionaban mi cuerpo con sensaciones nunca antes percibidas.


Jared no era el motivo, pero era el motor. Podría tardar en estar en

sus brazos para siempre, pero valdría la pena esperar.

La fiesta de pentecostés solía celebrarse con un banquete que

ofrecían mis suegros y que yo organizaba, ese año decidieron hacerlo


en el auditorio del templo e incluir un concierto de recaudación de

fondos para dotar de instrumentos nuevos al coro y pagar la

reparación de un viejo órgano que era una reliquia del condado.


El salón estaba abarrotado de gente en espera de que el concierto

empezara, Kenneth tocaría esa noche el piano junto a la sinfónica de

la escuela. Connor se saludaba con todo el que pasaba y no

desaprovechaba la ocasión para promocionar su candidatura. Mi

suegra y yo ayudábamos a servir la comida, a lo lejos reconocí un

rostro familiar, era Amelia. Contuve el aliento. Tenía que

mantenerme en mi lugar.

—Señora Lowell —se acercó la profesora de mi hijo—, ¿puede venir

un momento? Kenneth está un poco ansioso.

Miré a Connor pidiéndole permiso, sonrió levemente y asintió.

Caminé junto a ella hasta llegar a un salón donde se escuchaba el

ruido de los instrumentos, voces y risas. Entonces vi a mi hijo en una

esquina, se tapaba los oídos y balanceaba su cuerpo. Estaba

abrumado por el ruido.

Corrí hacia él y lo levanté en mis brazos.

—Todo está bien, cariño —acaricié su frente sudorosa—, respira,

mamá está aquí.


Lo saqué de allí y busqué un lugar más tranquilo, acabamos en el

baño que parecía aislar el ruido exterior.

—Ven, vamos a refrescarte.

Mojé mi mano libre y la pasé por su frente, la dejé unos segundos

para que sintiera alivio.

—Quiero usar el váter —dijo en un susurro.

Entró al cubículo, entonces la puerta se abrió. Amelia ingresó.

—¿Qué hace aquí, detective? —musité

—Necesito hablar con usted y no he podido ubicarla.

—No tengo el mismo móvil, lo he cambiado y está un poco


restringido.

Me indicó que la siguiera y llegamos hasta el cubículo de

discapacitados.

—Cariño, voy a entrar también. Espérame, por favor.

—Sí, mami —respondió.

Amelia abrió la puerta y entramos juntas.

—¿Por qué me está buscando? —Apuré sus palabras.

—Tenemos a Connor, es cuestión de días para que se expida la

orden de allanamiento. Hemos sorteado retrasos por

inconsistencias.

—¿Por qué? —pregunté al detectar su frustración.


—No sabemos si sospecha algo, pero ha estado muy quieto y sin

pruebas y agravantes que justifiquen un allanamiento, ningún juez

dará la orden.

—Mi testimonio no sirve de mucho…

—¿Qué sabe? —cuestionó interesada.

Contuve la respiración. No sabía si era el lugar y el momento para

revelarlo.

—Dustine si ha visto algo necesito saberlo.

Exhalé pesadamente.

—Mucho dinero, en cajas, en cajones… sumas exorbitantes. Pero

un día están y al otro no.

Achicó los ojos.

—¿Algo más?

El hecho de recapitular la forma en que descubrí aquellas fotos me

sustrajo a una sensación de temor y angustia.

—Unas fotos… un expediente, no lo sé. Era una niña, había una

factura… —mi voz perdió fuerza y mis dedos temblaron—, esas fotos

eran…
La miré y supe que ella entendía a lo que me refería.

—¿Cree que todavía las tenga?

—No lo sé, no he vuelto a entrar allí.


—¿Podría intentarlo? Una foto sería nuestra salvación.

Un nudo se formó en mi garganta.

—No puedo hacer fotos con mi móvil, Connor lo controla todo.

Ella se metió la mano al bolsillo y sacó un teléfono, no era muy

grande ni se veía tan sofisticado como los actuales.

—Tome este, es un teléfono conectado a mi unidad, cualquier foto

o vídeo que tome se guardará automáticamente en nuestro servidor.

Y tiene un rastreador. No va a sonar y presionando el cero


prolongado se comunica con la línea de emergencias. No tiene más

funciones, ni textos ni redes sociales.


Tomé el aparato en mi mano.

—¿Cómo voy a esconderlo?


Ella se levantó la falda larga que llevaba ese día y me enseñó las

piernas. Usaba una especie de correas donde sujetaba su arma.


—Intente algo así, usted no usa ropa ceñida.

Solté el aire que estaba conteniendo.


—¿Mami? —escuché a mi hijo y solo atiné a meter el móvil en mi

escote.
—Salga —me indicó Amelia.
Abrí la puerta luego de que ella subiera al váter y se agachara.

Sonó la descarga del agua.


—¿Estás mejor? —dije a Kenneth tratando de sonreír. Fuimos
hasta el lavabo y ambos nos lavamos las manos.

—Sí, ya no hay tanto ruido, no me duelen los oídos.


—Vamos, deben estar esperándote.

Le tomé de la mano y abrí la puerta. Mi corazón se estrujó con


fuerza al ver a Connor esperando afuera.

—¿Por qué tardasteis tanto? —cuestionó.


—Necesitaba alejarse del ruido —respondí.
Mi suegra salió de algún lugar.

—Te dije que estarían en el baño —dijo a Connor—, estaba


preocupado por Kenneth —lo excusó.

—Kenneth está bien —afirmé mirándole—, y estará mucho mejor.


Durante todo el concierto sentía que el móvil me quemaba la piel,

como un recordatorio de lo que debía hacer. Y a la par, creía que los


ojos de Connor estaban fijos en mí como un escáner. Era mi paranoia

que me traicionaba, lo sabía. El miedo a ser descubierta me estaba


matando.

Tenía que preparar a conciencia y con precisión el día que volvería


a colarme dentro del despacho en busca de la prueba que necesitaba

la policía.
Un par de semanas transcurrieron desde aquel encuentro con
Amelia, hasta que llegó el día de las elecciones. Connor nos mantuvo

a Kenneth y a mí a su lado en todo momento, necesitaba mostrar la


unión familiar y su amor hacia nosotros… Al final de la tarde,

Connor seguía siendo alcalde y lo sería por dos años más y Kenneth
estaba exhausto, le pregunté a su padre si podía llevarlo a descansar,

dijo que nos quedásemos en Meraki esa noche porque pensaba


celebrar su triunfo en la casa.

No puse ninguna objeción y tomé el auto rumbo a la agencia.


Durante el trayecto pensé que sería la ocasión idónea para ir a la

casa y colarme en el estudio. Pero si quería hacerlo debía actuar


pronto.

Ingresamos a mi oficina, Kenneth estaba prácticamente dormido


cuando lo puse en el sofá. Le cubrí con una manta y besé su frente.

—¿Dónde vas, mami? —preguntó con voz adormilada.


—Tengo que ir a casa a buscar un pijama, cariño. ¿Puedes quedarte
solo?

—¿No tardarás?
—No creo, pero si tardo no tengas miedo, llama a April y habla con

ella un rato.
—Vale —bostezó.
Estaba tan cansado que dormiría toda la noche en esa posición,

cuando volví a besar su frente ya estaba profundamente dormido.


Dejé el auto en el estacionamiento, no podía arriesgarme a que

Connor supiera que le había desobedecido, y rogaba porque no se le


ocurriese pasar por allí en mi ausencia.

Por el camino me encontré con Laura, se ponía el casco antes de


subir a la moto.
—¿Trabajando hoy? Supuse que estarías celebrando el triunfo de

Connor.
—He tenido que pasar a por algo y me he dejado las llaves del

coche. Iré andando a casa para buscar el repuesto.


—¿Caminarás hasta allí? Está un poco lejos. ¿Por qué no subes?

Puedo llevarte.
Me ilusioné.

—¿No te molestaría?
Ella sonrió.

—Claro que no. Sería como en los viejos tiempos que te subías a
mi vieja Honda Monkey y nos escapábamos a la playa.

—Te tomo la palabra —dije—, como en los viejos tiempos.


Gracias al aventón de Laura no tuve que caminar. Cuando se

ofreció a esperar para llevarme de regreso, tuve que decirle que iba a
cambiarme de ropa y que tardaría. Ya vería cómo solucionarlo.

Entré en la casa con el corazón en la garganta. Conocía muy bien


el nivel de riesgo que estaba corriendo y varias veces sentí que una

voz en mi cabeza me gritaba que me diese vuelta y volviera con mi


hijo, sin embargo, mi deseo de soltarme de las cadenas con las que

Connor me mantenía presa, pudieron más que la llamada de mi


conciencia.

El silencio inquietante que me recibió incrementó mi ansiedad.


Estaba llegando a la cima de la escalera cuando escuché el ruido de

varios autos llegando a la propiedad. Miré nerviosa por la ventana y


el ruido exterior resonó en mis oídos en un eco ominoso que

anunciaba el peligro inminente.


Con el corazón latiendo con fuerza en mi pecho, bajé la escalera

tan rápido que estuve a punto de tropezar, busqué afanosamente un


lugar donde esconderme. Las voces de varios hombres inundaron la
casa, unos reían, otros daban órdenes y mezclaban el español con el

inglés al hablar enviando un escalofrío por mi espalda mientras me


apresuraba a encontrar refugio.

Finalmente acabé dentro del mueble de la barra de bar del salón


que estaba vació, era una decoración nada más hecha con listones de

madera que dejaba entrever por sus rendijas lo que ocurría afuera.
Era lo suficientemente grande como para que cupiera mi cuerpo
tembloroso. Me hundí en la oscuridad, conteniendo el aliento

mientras los sonidos de afuera se intensificaban. Entonces, lo


escuché. Los pasos pesados resonaron en el suelo de madera, el
sonido de la puerta principal abriéndose y cerrándose con un golpe

sordo. Mi corazón iba a detenerse en mi pecho mientras esperaba en


silencio, conteniendo la respiración.

Connor apareció celebrando con un par de hombres, les abrazaba,


sonreía… se veía realmente en confianza, les hablaba en español, yo

apenas entendía un par de palabras y no tenía idea de que él hablaba


en español.

Le escuché pedir un whisky, uno de los hombres se acercó a la


barra y creí que iba a desmayarme. Sus pasos retumbaron en mis

tímpanos, mi presencia apenas escondida por un panel de madera.


Finalmente volvió con Connor y pude respirar tranquila. En un

parpadeo el salón se llenó con más personas y empezó a sonar


música a un volumen alto que me impedía escuchar sus voces.

Nunca había visto a Connor cantando.


No supe si lo que veía podía servir de algo, pero decidí sacar el

móvil de su escondite bajo la manga de mi pantalón, lo encendí y


activé la cámara, temblé antes de tocar el botón de grabar. Sentía el
metal frío presionando contra mi piel. Cada segundo se alargaba una
eternidad.

En cuestión de minutos algunos hombres salieron del salón y


volvieron llevando a empellones a cuatro mujeres, usaban vestidos

cortos y zapatos muy altos. Cuando las luces las iluminaron de lleno,
noté un pellizco en el pecho, eran muy jóvenes, posiblemente

menores de edad y su expresión era de terror. Estuve tentada de


activar el cero para llamar a la policía, pero era posible que hubiese

escolta rodeando la casa y al más mínimo asomo de una patrulla se


dispersarían.

Connor sentó a una de las menores en sus piernas. La repulsión y


el asco recorrieron mis venas. Ella se removía incómoda. Intentó

besarla y ella le esquivó, entonces la abofeteó sin piedad


mandándola al suelo, tuve que taparme la boca para no ponerme al
descubierto.
Connor cayó sobre la chica como un cazador sobre la presa y le

rasgó el vestido dejándola desnuda. Ella se removía desde allí


suplicando que se detuviera, pero no lo haría. Yo bien lo sabía.
Lo que ocurrió después no puedo describirlo con palabras, pero
quedó marcado en mi memoria con dolor e impotencia. Los demás

hombres desnudaron a las otras tres mujeres y como un grupo de


caníbales se abalanzaron sobre ellas sin importarles que les
suplicaran que se detuvieran. Connor se levantó para recibir algo

que le ofrecían sobre un fajo de dólares, le vi inhalar y limpiarse la


nariz manchada de polvo blanco, fue como si se hubiera recargado la
batería.
Los chillidos y lamentos de esas cuatro mujercitas indefensas
laceraron mi corazón sin piedad, mi rostro estaba cubierto de llanto

y mi mano temblaba intentando mantener el móvil grabando. No


supe cuánto tiempo pasó hasta que finalmente las soltaron, una de
ellas estaba desmayada a causa del estrés al que estuvo sometida y
los vejámenes que soportó, las otras lloraban… estaban heridas por

fuera y rotas por dentro.


Quise correr hacia ellas, abrazarlas, curarlas, sacarlas de allí.
Tampoco pude evitarles su destino.
Los cerdos que las ultrajaron se vestían mientras otro entró y les

entregó unas prendas de ropa que les ordenaron vestir. Connor no


tuvo reparos en mantenerse desnudo frente a los demás. Usó el
mando a distancia y apagó la música.
—Limpiad y sacad la mercancía de aquí. Ya hemos celebrado por lo

grande —se acercó a una de las mujeres, posiblemente la que golpeó


y le tomó el mentón como hacía conmigo, luego la besó—, me
encantan los coñitos vírgenes.

Tuve que detener la grabación para evitar vomitar. Me di cuenta de


que no podía detener el temblor de mi cuerpo y que mis pulmones
estaban a punto de colapsar. Debía sosegarme e intentar huir de allí
pronto.

Unos hombres sacaron a esas pobres e indefensas víctimas en


brazos, desmadejadas y con la mirada perdida, hundidas en un
agujero negro intentando despertar de una pesadilla que acababa de
empezar.

Cuando finalmente los sonidos se desvanecieron, y la casa volvió a


estar en silencio me quedé allí, en la oscuridad con el teléfono aún
en mi mano. Sabía que tenía las pruebas que necesitaba, pero
también sabía que mi vida nunca volvería a ser la misma y más que
nunca tenía que sacar a mi hijo de esa casa y alejarlo de Connor para

siempre.
Miré la hora, era medianoche. Pensé en Kenneth y supliqué
mentalmente que no se hubiera despertado. Llevaba seis horas en
ese lugar. Las peores seis horas de mi vida. Escuché el ruido de los

motores alejarse de la propiedad, aguardé una hora más y cuando no


detecté ningún movimiento me decidí a salir. Me quité los zapatos
para evitar hacer algún ruido que alertara a Connor y me escabullí

por la lavandería hacia la puerta posterior de la casa. No había nadie.


Ningún rastro de lo que había ocurrido allí.
Bordeé la casa y salí con las rodillas temblorosas. Corrí tanto como
pude sin conseguir evitar que las lágrimas me inundaran el rostro.
Me sentía culpable por no hacer cualquier cosa que hubiera detenido

aquella aberración. Cuando no pude correr más, me detuve a buscar


el aire y acabé vomitando, era como el mecanismo natural de mi
cuerpo para desintoxicarse. Solo que aquel veneno no estaba en mi
cuerpo sino en mi alma.

Ojalá aquella noche nunca hubiera ocurrido.


Treinta y uno
Enfrentar el miedo
Dustine

Volví a Meraki andando por mi propio pie, buscando que aquella


larga caminata despejase mi mente y me devolviese el aplomo que

necesitaba para planificar el siguiente paso en mi camino de huida.


No me quedaría mucho más en Santa Helena.

Cuando entré en la agencia ya había tomado dos resoluciones: la


primera tenía que ver con una decisión legal, lo vivido aquella noche

era una advertencia que no podía pasar por alto, esa misma semana

buscaría la forma de avisarle a Marc para que lo gestionara. Y la


segunda, contaba con treinta días exactos para marcharme.

La cuenta atrás había comenzado.


Encontré a Kenneth dormido, lo cubrí con la manta y besé su

frente. Aunque quisiera y me sintiera exhausta, no había forma de

quedarme dormida, me sentía acechada por un peligro constante.

Al final de la primera semana, dejé todos los eventos de la agencia


coordinados y algunas instrucciones en mi agenda por lo que se
pudiera presentar.

Mi paso por la casa se limitó a llegar a dormir, aunque por esos

días lo hice muy poco, despertaba luego de que la pesadilla de esa

noche se repetía y ya no podía volver a conciliar el sueño. Por eso me

quedaba con Kenneth, desarrollé una necesidad urgente por


protegerle, por asegurarme de que estuviera a salvo en cualquier

momento. Lo reconozco, mi paranoia iba en aumento.

La segunda semana conseguí enviar a Marc una carta firmada que

incluía una disposición legal sobre Kenneth, tuve que enviar por

correo regular una caja vacía que solo contenía ese sobre, como si
fuese un paquete del trabajo. También solicité una cita de control

para Kenneth que me aseguré de que mi hijo dejara caer en algunas

conversaciones con April, era una especie de código morse para

Jared.

Al final de esa semana estuvimos en el hospital y yo estaba más

ansiosa que nunca porque a Clarice se le ocurrió acompañarnos,

intentaba convencerme de llevarse a Kenneth con ellos en un


crucero que zarparía en el verano desde Miami. Le di mil rondas y al

final le dije que debíamos ver a un especialista, ella, digna madre de

Connor, solicitó estar presente para asegurarse.


En la sala de espera, me carcomían los nervios y estaba segura de

que no lo controlaba muy bien. Ingresamos a la consulta y en

automático hice las preguntas al especialista que acabó por darme la

razón, la reacción de Kenneth podía ser impredecible y si yo no

estaba a su lado quizá le generaría un nivel mayor de estrés.

Al salir, Edna me interceptó y mi respiración se agitó.


—Señora Lowell, ¿tiene un minuto? Necesitamos repetir las

pruebas de la última vez, la desviación de la columna de su hijo y la

curvatura preocupan un poco al doctor Harper. No sé si ahora que

estáis aquí podemos hacerlo.

—Esperaré aquí, querida —dijo mi suegra—, a los rayos x solo

entra un acompañante y no tengo intención de quitarme las joyas.

La vi acomodarse en una silla y Edna empezó a guiarnos hasta la

zona de consulta de Jared, me indicó entrar en el consultorio

mientras ella llevaba a mi hijo al examen. Me pregunté si Edna sabía

sobre Jared y yo, si actuaba como cómplice o si él lo planificaba de


modo que no despertara sospechas.

Abrí la puerta con manos temblorosas y del otro lado me esperaba

él, mi corazón saltó de júbilo. Corrí a sus brazos buscando mi

refugio, pronto nos perdimos en un beso que borrara la distancia y

alimentara la determinación de seguir soportando.


—¡Dios… cuánto he deseado tenerte así! —musitó sobre mis labios

—. Creo que he gastado todos mis deseos en pedir que ocurra.

—Las cosas se han precipitado —musité—, necesitaba verte porque


ya tengo una fecha para irme, aunque sigo sin saber a dónde.

Me dio otro beso y fuimos a sentarnos.

—Tengo un lugar que no creo que sea fácilmente rastreable.

—No puedo quedarme en un mismo sitio por mucho tiempo —

agregué—, tampoco he avisado a Amelia de mi decisión, espero

hacerlo cuando ya esté lejos. Marc tampoco lo sabe, solo le he

pedido solucionar algunos temas legales.

—Está en Pacific Grove, está a unas cuatro o cinco horas de aquí.

La casa es de alguien de confianza que me la ha ofrecido cuando

insinué que quería tomarme unas vacaciones. La otra opción es ir

hasta Tacoma, allí podríamos quedarnos en casa de mis padres,

luego ir hasta Oroville y cruzar a Canadá, entrando por la Columbia

Británica y solicitar refugio. Amelia puede ayudarnos con ello.

Escuché el nosotros incluido en sus palabras y una mezcla de

angustia y amor me embargaron.

—¿Estás pensando venir con nosotros? Jared no puedo exponerte

al peligro, ninguno de los dos sabe si esta locura acabará bien.


Acarició mis mejillas.
—No te dejaré sola nunca más.

Me levanté y me alejé de él.

—¿Qué pasará con April? No puedes incluirla, no vamos de

vacaciones. Y si algo te pasara yo…

Llegó junto a mí y me besó anhelante.

—April estará a salvo con Luciano, puedo inventar cualquier

excusa para tener que viajar solo. No te preocupes por mí.

—Sí me preocupo —confesé—. Valoro que consideres ir conmigo,

Jared, te prometo que no quisiera otra cosa, pero no puedo aceptar.

El día que me vaya tengo que hacerlo sola, con Kenneth, pero sin que
nadie más vaya conmigo. No me iré a escondidas, muchas personas

podrán verme y si te ven conmigo, Connor lo sabrá —tomé sus

manos y las besé con cariño—, puedo ir hasta Pacific Grove yo sola.

Su rostro demudó a la angustia, deseé haberlo evitado.

—Iré a verte allí, esperaré un tiempo prudente para que no levante

alguna sospecha.

—Jared… —la súplica tiñó mi voz.

—No hay nada que puedas decir que me detenga —me miró

significativamente y supe que era una decisión tomada.

Su móvil sonó, lo atendió enseguida.


—Tengo una reunión y Kenneth ya ha terminado el examen. Ha

mejorado con las terapias, pero necesitaremos que las siga haciendo.

Te diré cómo.

Luego fue hasta el cajón del escritorio y sacó algo de allí, no era

muy grande pues lo cubrió de lleno con su mano.

—He conseguido esto —me enseñó un móvil pequeño—, es una

línea desechable, puedes hacer llamadas y enviar textos. He puesto

algunos números que puedan servir. Avísame cuándo necesitas el

coche y dónde, ya lo he equipado con comida que pueda resistir un

tiempo y ropa para ambos, un botiquín y otras…

No contuve el impulso de lanzarme a besarlo. Jared era un ángel

en mi camino.

—Te quiero —susurró—. Y estoy aquí para ti.

—También te quiero, bombón.

Su sonrisa disipó toda la tensión.

Un beso más y se alejó hacia la otra puerta que daba a algún lugar

del hospital que desconocía.

—¿Cuándo? —soltó antes de abrir.


—El día de la posesión.

Ya no había vuelta atrás.


La tercera semana sentía un hueco en el estómago, la paranoia me

hacía creer que Connor estaba al tanto de mis planes y que en

cuanto diera un paso fuera de casa, él me detendría. Tenía el apetito

cerrado y me obligaba a comer alimentos que me dieran energía

porque iba a necesitarla.

El poco tiempo que lograba coincidir con Connor lo gastaba en

observarlo e intentar detectar alguna actitud diferente en él que me

diera indicios de si sospechaba algo. Durante el desayuno, una


mañana que por casualidad pasó por la casa, dejó caer sobre la mesa

un ejemplar de un diario de San Francisco.


—Te han cambiado por algo mil veces mejor —escupió con la

diversión y el triunfo brillando en sus ojos—. ¿Has notado que


ningún hombre consigue mantener el interés en ti?

Miré la fotografía que abarcaba la mitad de la página, era un


reportaje de Luciano y su mujer, una actriz famosa.

Si Connor esperaba que me echase a llorar, no podía estar más


equivocado, la noticia me hacía plenamente feliz.

Como no reaccioné de alguna manera, entonces se dedicó a darme


órdenes.
—He enviado tres trajes a la tintorería, los necesito aquí mañana

mismo. Estaré en una reunión con el gobernador en Sacramento el


fin de semana. Y la próxima semana se formaliza mi segundo
periodo en la alcaldía, tú y tu hijo me acompañarán en el acto de

protocolo, después podéis iros —dio dos pasos saliendo del comedor
—, me agobia veros por mucho tiempo.

«No te preocupes, será el último día que tengas que hacerlo», le


respondí mentalmente.

La última semana llegó. Era mitad de mayo, inicio del verano y


Kenneth acababa el segundo año, no había riesgo de que no
aprobara, las semanas que restaban no le afectarían.

Los dos primeros días estuve ultimando detalles de varios eventos


en Meraki, incluida una boda en el viñedo de Luciano, como sería mi

último evento durante un largo tiempo, entregué todo lo que tenía


para que fuese inolvidable. Que se reflejara la razón por la que elegí

el nombre de la agencia, Meraki es una palabra de origen griego y


turco que significa hacerlo todo de manera apasionada y creativa. No

fue una idea mía, fue Gavin quien lo hizo, era un explorador de las
palabras extrañas y sus orígenes, escarbaba en ellas como lo hacía en

los libros antiguos buscando las huellas de la historia.


El miércoles tenía un hueco en el estómago que dolía, era

ansiedad, angustia, emoción, expectativa. Todo junto.


En un texto le pedí a Jared que el auto fuera llevado a unas cuantas
calles de Meraki para no despertar sospechas, pero que no lo hiciera

él ni nadie conocido de Connor. Aunque sería difícil que Connor no


conociera a la mitad de las personas del pueblo.

Me respondió pidiéndome que mantuviera la calma, que el auto


tenía las indicaciones puestas en el navegador y el lugar donde puso

el dinero que le pedí sacar de la bolsa del banco. No le llevaría todo.


Y debía avisarle en cuanto cruzara los límites de Santa Helena

rumbo a la interestatal ochenta.


Reconozco que estaba ansiosa por el viaje, no era experta en

recorridos largos y menos por autopistas, pero la ilusión y el anhelo


de libertad me ayudaron a encontrar paz. Estaba muy cerca, a

escasas horas de emprender nuestro vuelo de libertad.


El día había llegado, un jueves brillante adornado por un sol

crepuscular. Una ligera brisa recorría las calles. Los turistas


aumentaban por esas fechas así que el pueblo estaba lleno de caras
nuevas que de alguna manera me resultó una señal de que la suerte

estaba conmigo. El ayuntamiento se encontraba muy retirado del


centro donde estaba la oficina de la agencia por lo que necesitaba el

auto para ir y volver. El evento se programó para las once de la


mañana, vaticiné que antes de las dos de la tarde acabarían los actos
de protocolo. Me vestí como él indicó que debíamos hacerlo, sola en

casa recorrí cada una de las habitaciones y cada rincón de aquella


prisión de lujo que me mantuvo retenida por doce años, no había un

lugar de la casa donde no quedase impregnada una marca de mi


dolor y mi sufrimiento. El último lugar que visité fue la habitación

de Connor, tuve un momento para tocar mi lado de la cama, las


lágrimas acusaron con aparecer, pero no me permití que él volviera a
causarlas. Había esperado demasiado por ese momento como para

empañarlo de ese modo. Sin embargo, los recuerdos son armas


peligrosas que aparecen cuando menos te lo esperas y en ráfaga

vinieron a mi mente reviviendo todo lo que las paredes de aquella


habitación guardaban celosamente.

Al final escaparon un par de lágrimas de su contención, las limpié


pronto con mi mano y reparé en esos grilletes que todavía llevaba

puestos. Era momento de soltarme de Connor.


Retiré uno por uno los tres anillos y, la marca blanquecina que

quedó en la piel de mi dedo, me gritó en medio del silencio, que la


libertad es trazada por un camino de cicatrices antes de conseguirla.

Los dejé alineados, fiel a su estilo compulsivo, sobre la mesa de luz


que acompañó mis noches de llanto y desolación. Al lado también

dejé el móvil.
Encontré a Kenneth preparado para salir y con la tablet en la

mano. No iba a poder llevarla durante el viaje. No podía llevar nada


que Connor pudiera rastrear.

Aproveché que fue al lavabo para sacarla de su maletín, me recibió


una foto de April que me conmovió, entré en la galería y descubrí los

pequeños tesoros de mi hijo. No me daría tiempo a hacer una copia


de las fotos que no estaban alojadas en ninguna nube de

almacenamiento. Yo controlaba lo que mi hijo veía y solo le permitía


hablar con April por FaceTime.

Tomé una decisión.


Subimos al auto, Kenneth usó la tablet para entretenerse y

llegamos a tiempo para el inicio del acto de investidura. Creo que


hice la mejor actuación de mi vida, permití que Connor me tocara,

me besara y posé con él para las fotos. Escondí mi mano izquierda


siempre debajo de la derecha para que no se notara la ausencia de
los anillos. Las dos horas que llevó me parecieron un siglo. Por fuera

era un maniquí que se movía al gusto de mi marido, pero por dentro


temblaba sin control.

—Puedes irte —musitó al finalizar el evento fingiendo que me


besaba en la mejilla para despedirse—, te veré luego —suavizó el
tono cuando alguien se acercó a nosotros—. Intenta echarme de
menos, mi amor.

Fingí una sonrisa.


«Nunca te echaría de menos, cerdo».
No tenía tiempo que perder, agarré a Kenneth de la mano y

prácticamente lo saqué a rastras del recinto. Subimos al auto y


aceleré enseguida buscando la ruta hasta Meraki.

Estacioné en el lugar de siempre, bajé del auto y le pedí a Kenneth


seguirme. Adentro me recibieron las chicas con dificultades de

último momento que tuve que solventar, Annie estaba liada con un
evento en Oakville, una convención que la mantendría un par de

días ocupada. Solucioné lo que pude, estaba siendo un poco


irresponsable al dejar a la deriva mi negocio y consideré a Celine

para encargarse, pero sería exponerla, era mejor que pensaran que
estaba de vacaciones o que sencillamente desaparecí.

En la oficina extraje la tablet de Kenneth sin que se diera cuenta,


estaba entretenido con ese aparato que le dio Preston donde solo

tenía videojuegos. La apagué y la metí en un sobre embalado para


envío con unas instrucciones dentro y puse el número del casillero

virtual de Marc como destinatario. Lo dejé en la canastilla de


mensajería, esa misma tarde pasaría el encargado de correos.
Le di un último vistazo a mi oficina porque no sabía si en el corto
tiempo volvería a verla y dejé las llaves del auto sobre el escritorio.

Con un suspiro me despedí de Meraki y de nuevo la nostalgia me


inundó. Ahora era demasiado tarde para echarme atrás.

—Vamos, cariño —dije a Kenneth—, es hora de irnos.


En mi mente practiqué por semanas la escena, abrí una sombrilla y

me puse unos lentes oscuros, tal vez no era un disfraz efectivo, pero
conseguía esconder parte de mi rostro por si alguien podía

reconocerme. Seguí caminando pegada al flanco de los locales y


guiando a mi hijo hacia el lugar donde el nuevo auto estaría

esperando. Debíamos recorrer cuatro manzanas hasta dar con el


estacionamiento posterior de un banco.

—¿Dónde vamos, mami? —preguntó Kenneth mientras intentaba


seguirme el paso—, ¿por qué tienes prisa?
—Lo siento, cariño, pero tengo una reunión importante y vamos
retrasados. Ayúdame caminando un poco más rápido.

Pese a que era un día bochornoso, soplaba un viento racheado. Al


fin doblamos la última esquina y vi un único auto estacionado en el
lugar indicado. Era una camioneta Ford negra, un color común que
no llamaría la atención. Seguí las instrucciones de Jared y busqué la
llave que dejaron escondida detrás de una de las llantas delanteras,
estaba pegada con celo en los rines.

Desactivé los seguros, la alarma me dio un susto de muerte. Abrí


la puerta de atrás.
—Sube, cariño.
—Este no es tu auto.
—He comprado este, ¿quieres que vayamos a probarlo?

Se juntó de hombros y subió. A vuelo de pájaro revisé el maletero


donde encontré dos bolsas de lona que contenían nuestra ropa y
otras pertenencias. Me quité los zapatos de tacón y por primera vez
en once años volví a usar unas zapatillas deportivas. El alivio fue

inmediato.
Fui hasta el asiento delantero y encontré el espacio que había
debajo donde estaba el dinero, saqué una cantidad a ciegas y la metí
en mi bolsillo. Subí y me abroché el cinturón, Kenneth estaba

concentrado. Miré a la derecha, encima del asiento estaba una


nevera portátil. Sonreí por el detalle.
Hice una plegaria antes de encender el auto, el tanque estaba
lleno. Solo tenía que salir de allí. Y eso hice, busqué la ruta de salida

de Santa Helena y me despedí para siempre de mi verdugo sin


detenerme a mirar atrás por un minuto.
Eran las dos de la tarde en punto.
Las manos me sudaron durante la primera hora de recorrido,

cuando el cartel de llegada a Yountville me saludó, sentí que había


recorrido una eternidad, conocía bien esas rutas por los pueblos del
condado, hasta San Francisco, pero nunca había ido por la ruta
alterna, fue justo al llegar a American Canyon que Kenneth dijo que

necesitaba usar el baño, en realidad yo también lo necesitaba.


—Buscaré un sitio.
—¿Falta mucho para llegar? —preguntó con tono cansado.
—Un poco, cariño.

El GPS señaló una gasolinera a pocos metros, era el lugar que


necesitaba. Activé las luces para indicar que giraría en el desvío y
entré hasta el estacionamiento de un Circle K. Al bajar tenía las
piernas agarrotadas, no por el cansancio sino por la ansiedad, pues
solo llevaba cuarenta minutos de recorrido.

—Ven vamos a buscar el váter.


Ingresamos, elegí algo para comer que me sirviese para calmar la
ansiedad, hice el pedido y le pregunté a la dependienta dónde
estaban los baños.

—Mami ¿qué hora es?


—Casi las tres —respondí.
—A las cuatro debo llamar a April.

Recordé que no había avisado a Jared que estaba en camino.


—Sube, cariño. Todavía nos falta.
Tecleé un mensaje y le di a enviar.
Subí a mi lugar y salí de la gasolinera. Debía desviarme hacia
Martínez en lugar de ir a Vallejo, tenía que ser tan impredecible

como Connor.
Me mantuve con los ojos fijos en la carretera, Kenneth finalmente
cayó dormido. Una a una fui descontando ciudades, llevando el
corazón en el pecho y tratando de no pensar en si Connor ya había

notado mi ausencia o llevaba ventaja.


Cuando entramos en Salinas eran las cinco de la tarde, las brisas
del pacífico se sentían a lo lejos y mis pulmones pudieron relajarse.
Estaba muy cerca. No me detendría en ese momento, tampoco había

forma de que diera vuelta. Era libre, por fin era libre.


Cinco minutos antes de las seis de la tarde, detuve el auto frente a
la última casa sobre la vía del bulevar, durante todo el recorrido en
Pacific Grove nos acompañó la costa del océano Pacífico. La casa

tenía una vista preciosa a la costa y el ruido de las olas al romperse


me estremeció de plenitud.
Lo había conseguido.
Kenneth abrió los ojos.

—¿Dónde estamos, mami?


—Vamos, te mostraré.
Bajé, mis rodillas no paraban de temblar. Abrí la puerta de mi hijo
y le ayudé a bajar. Tomé su mano y rodeamos el coche.

—¡Wao! ¡Es el mar! —dijo jubiloso—. ¿Hemos venido al mar?


Me puse a su altura y le acomodé el pelo revuelto, tenía las
mejillas arreboladas.
—¿Recuerdas que me pediste vivir los dos? —asintió—. Te dije que

iba a cosernos unas alas para volar y lo he hecho. Hemos volado


como los pájaros.
—¿Nos quedaremos aquí? —
—¿Te gustaría?
Movió la cabeza afirmando.

—¿Y podré ver a April?


—Durante unos días no podrá ser, estamos de vacaciones como
cuando vas con el tío Preston. Pero podrás llamarla.
Sonrió un poco, su mano limpió las lágrimas que no sabía que

estaba derramando.
—¿Ya eres feliz, mami?
—Sí, mi amor, ya puedo ser feliz.
Le tomé de la mano y lo invité a ir conmigo hasta la costa donde

las olas daban un espectáculo maravilloso, como si nos dieran la


bienvenida con un aplauso.
Nos sentamos en un banco y finalmente respiré el viento de la
libertad.
Treinta y dos
Vientos de tempestad
Jared

Ella lo había conseguido, finalmente estaba lejos de ese hombre y


ese solo sería su primer paso en un largo camino para conseguir

justicia. Dustine no quiso notificar a la detective Green sobre su


escape, pero yo sabía que el riesgo era demasiado alto y que no

comprendía la magnitud de lo que se desataría apenas Connor


empezara a rastrearla, necesitaba mantenerla a salvo y para eso

debía traicionar su confianza. Me reuní con la detective esa misma

noche para solicitar protección y ella prometió gestionarlo


enseguida. También mantenían a Lowell en la mira en espera de

conseguir la orden de allanamiento.


La primera semana que transcurrió, ella estuvo tranquila, me

contaba cada noche lo que había hecho, los paseos a la playa con

Kenneth, las cenas que preparaban o las películas que veían.

Permeaba la línea del teléfono sus emociones.


Durante esa primera semana seguí de cerca las actividades de

Connor por medio de las redes sociales, se mantenía entero,

asistiendo a eventos de su cargo, como si nada pasara. Pero por boca

de Celine supe que estuvo en Meraki revolviéndolo todo como un

loco y sin dar explicaciones. El auto de Dustine permanecía aparcado


en el mismo sitio donde lo dejó.

A la tercera semana yo estaba loco por verla y planifiqué una

semana de vacaciones que justifiqué con un viaje a una convención

médica en San Diego. Pedí a Luciano quedarse con April, pero por

esos recibiría a su familia y no tendría tiempo para encargarse de


ella.

Me quedaba Celine y con ella era otro cantar. Mientras Luciano

estaba sumido en su nube de felicidad y no reparaba en los demás

afuera de su burbuja.

Tenía el móvil colapsado con los mensajes de Celine preguntando

si sabía de Dustine. No había querido darle la cara porque lo sabría

con hacerme la primera pregunta.


Finalmente ocurrió. Entró en casa como una marea, escuché la

puerta y luego el sonido de sus tacones, no tuve tiempo de esconder

la maleta que preparaba cuando entró de lleno en mi habitación.

—¿Cuándo me lo ibas a decir? —espetó.


—Voy a quitarte la llave —rehuí de su acusación.

Se cruzó de brazos, el cabreo le salía por los poros.

—¿Te crees que tengo ganas de bromear, Jared?

Me enfurruñé también.

—¿Qué se supone que hice? Si vienes a desquitarte conmigo por el

huésped que tienes en casa, mejor te das la vuelta.


Me señaló con el índice derecho del que sobresalía una de sus

largas uñas repintadas. Uno la ve y su carita de ángel no te avisa de

la fiera que esconde por dentro.

—Tú no abras esa boca para hablar de lo que pasa en mi casa

porque te has empecinado en ponerte de su parte. ¿Qué esperabas

lograr al preguntarle por su servicio? ¿Intentas ablandarme?

—Intento que abras los oídos y los ojos, puede ser muy tarde

cuando lo hagas.

—Si no te has dado cuenta, ya es muy tarde. Pero no me cambies el

tema. Dime dónde está Dustine.


—No sé de Dustine desde hace mucho tiempo. Estará liada con la

boda del sábado.

Achicó los ojos.

—Tu hija, la niña más cotilla de este planeta, dijo que Kenneth no

fue a clases las últimas semanas, además, llamaste a tu madre


considerando la idea de ir a visitarlos.

—¿Eso es algo malo? Puedo ver a mis padres cuando me apetezca.

Y Tacoma florece en el verano.


Me di vuelta para esquivarla. Ella me persiguió hasta acorralarme

en la puerta del baño.

—¿Sabes por qué dudo de ti?

—Sorpréndeme —la desafié.

—Eres el único que no está preocupado por ella, que no lo ha

comentado y duerme tranquilo todas las noches.

—Tengo la conciencia tranquila —enfaticé—, por eso duermo bien

todas las noches.

—Jared, ya está bueno de darme rodeos. Algo sabes de Dustine,

cuando se te ocurrió ir a una subasta a la que no te invitaron,

parecías un loco ansioso. Me hiciste llevarla a otro lugar para que

pudieras verla. Y ahora que ella no está tú ni te inmutas.

Contuve el aire y finalmente lo solté.

—Ella se ha ido, escapó con Kenneth y está a salvo. No puedo

decirte nada más y espero que lo comprendas. Es por su seguridad.

—Y la maleta es porque irás a verla y no a San Diego a la dichosa

convención médica —dedujo—. ¡¿Acaso estás loco?! —vociferó.


Podía ver la preocupación genuina en sus ojos y agradecí que fuera

de ese modo visceral y contundente, porque sabía que su cariño y su

preocupación eran sinceros.

—Estoy loco por ella. Y si no la veo pronto…

Se echó a reír de la nada. Mi expresión fue de sorpresa absoluta.

—Esos cambios de humor debes hablarlos con tu terapeuta —le

dije, ella me dio un manotazo en el brazo.

—Eres un chiquillo enamorado, te saltan corazones de los ojos.

Le di la razón.

—La quiero es la única verdad que tengo —suspiré.


Miró la maleta que lancé al suelo y negó con la cabeza.

—Es mejor que Luciano no se entere o te corta la polla con una

botella rota.

—Auch. ¿Por qué la polla?

—Porque estás pensando con ella y no con el cerebro —dictaminó.

Me reí y acabé abrazándola. Si ella supiera que solo la había

besado no me diría lo mismo, pero no iba a darle más detalles.

—No te preocupes. Ella será libre, ha preparado todo para

demandarle y tiene apoyo de víctima. Connor va a caer.

—Eso espero —dijo antes de darse vuelta para irse.

Celine era una marea.


Yo también tuve que planificar mis pasos para no despertar

ninguna sospecha. Era cierto que había una convención en San

Diego y que tenía la invitación, incluso los pasajes de avión, acepté

ser ponente mucho antes de que Dustine decidiera la fecha de su

huida. No podía quedar mal con la organización del evento, por eso

iría a presentar mi exposición y luego conduciría hasta Pacific Grove.

Salí temprano en la mañana para llegar a tiempo al aeropuerto de

San Francisco, sin embargo, en la salida me sorprendió encontrar un

retén de la policía. El jefe Meyers me detuvo.

—Buen día, doctor Harper.

—Buenos días. ¿Pasa algo? —comenté casual.

—Procedimientos de rutina, nada más. ¿A dónde se dirige?

—Tengo un vuelo, voy a San Francisco. —Le entregué la licencia y


él la revisó—. Una convención médica.

Se acercó a la ventana para devolverme la licencia.

—Tenga cuidado —musitó—, están vigilando.

Entendí a lo que se refería. Ya había notificado a la detective de mi

viaje y del itinerario.

Retomé el camino, en el aeropuerto pasé los controles y abordé el

avión.
En San Diego hice lo que tenía que hacer y pedí que mantuvieran

mi reserva en el hotel por una semana. Si alguien quería asegurarse

de que estaba allí, esa era la manera. Al día siguiente subí al auto

que habían alquilado en la organización del evento para mi

movilidad y busqué la ruta hacia Pacific Grove en el GPS. Siete horas

de camino me separaban de mi hermosa flor.

Estuve frente a su puerta cuando las últimas luces del día pintaban

el horizonte. El viento del pacífico me dio la bienvenida y comprobé


por mí mismo, la belleza del lugar que ella había descrito.

Llamé a la puerta llevando un ramo de girasoles en una mano y en


la otra un maletín. La puerta se abrió y ella estuvo frente a mis ojos

llenándome con su presencia.


—Hola —dijo con voz suave, sus ojos brillaban como un par de

estrellas.
—Al fin estoy aquí —solté luego de contener el aliento.

Me recibió en sus brazos y busqué sus labios saciando la sed que


tenía de ella. Nos separamos cuando se nos agotó el aire en los

pulmones.
—Perdona que te reciba así —dijo avergonzada y se miró la ropa,
usaba un pantalón deportivo largo y una sudadera—, apenas

volvimos de la playa.
—A mí me parece que estás hermosa —confesé.
El sonrojo pintó sus mejillas y no pude evitar besarlas. Le ofrecí

las flores que le llevaba.


—Gracias —las llevó a su nariz para olerlas—. Pasa, Kenneth ya

duerme.
La seguí dentro hasta el salón donde vi al pequeño dormido en el

sofá.
—¿Le dijiste que vendría? —susurré.
Me miró ilusionada.

—Le he dicho que eres mi novio —bajó la mirada, sus pestañas


acariciaron sus pómulos sonrosados, se veía radiante, su piel

denotaba que el sol la había acariciado—, no es así, pero ya sabes


que así lo entiende, no quiero complicarle la cabeza y… no tienes

que decir nada y si no estás de acuerdo, le puedo decir que…


Solté la maleta, abarqué su cintura y rocé mi nariz con la suya

mirándola significativamente.
—¿Quieres ser mi novia? —dije sobre sus labios en un roce

delirante—. El corazón te lo entregué hace mucho tiempo.


Treinta y tres
Suya
Dustine

Desde el momento en que le vi en la puerta, sentí que el mundo se


detenía para nosotros. Que teníamos el permiso del universo para

saborear la felicidad. Se instaló en la habitación que le dispuse


mientras le servía la cena que preparé especialmente para él. Le

acompañé mientras comía y me habló del viaje y de la convención.


Evitaba nombrar Santa Helena o lo que estaba ocurriendo allí, sabía

que intentaba mantenerme en una burbuja, pero yo era plenamente

consciente de la realidad, pude hablar con Amelia y con Marc. El


allanamiento de la casa sucedería en cualquier momento.

Durante esos días, nuestras manos se mantuvieron entrelazadas


sin miedo de sentirnos señalados, porque sin importar mi historia,

yo seguía siendo una mujer casada. Tampoco nos arriesgábamos a

movernos lejos de los límites de la casa, no éramos turistas sino

fugitivos. Por eso Kenneth pasaba mucho tiempo jugando en la


arena o caminábamos por la orilla del océano. La química entre
Kenneth y Jared era natural, hablaban de cualquier actividad, de

animales o de música incluso de piano. Y mi hijo fue muy feliz

cuando finalmente pudo hablar con April viéndola por la pantalla

del móvil.

Jugaban baloncesto en las tardes, mi hijo nunca había prestado


interés a los deportes, fue obra de Jared. Y sin que fuera planificado,

cada puesta de sol nos encontraba abrazados, nuestros corazones

latían al unísono con el ritmo tranquilo de las olas.

La tercera noche, Jared encendió una fogata en el patio con

algunos troncos secos, Kenneth se ofreció a ayudarle mientras yo


preparaba unas brochetas para llevar a asar. Cuando me acercaba a

ellos les escuché hablar, pisé con cuidado de delatar mi presencia y

me acerqué para entender lo que decían.

Fue mi hijo el primero en hablar.

—¿Por qué no puedo casarme con April? —preguntó con cierto

tono de indignación, yo no supe si reír o preocuparme—. Ella me

dice que me quiere y yo también. Mamá dice que solo basta con que
dos personas se quieran mucho para ser felices.

Supe que debía corregir esa declaración en algún momento.

—Es cierto —dijo Jared—, pero no es lo único que debe pasar para

poder casarte con alguien.


—¿Y qué más debe pasar?

—Por ejemplo, debéis ser mayores. Al menos tener dieci… veinti —

Jared titubeó—. Treinta, con treinta años estaría bien.

—Pero esos son muchos años, seríamos ancianos.

—Yo tengo treinta y seis y no soy un anciano —se defendió Jared—.

Pero no solo es la edad, debéis haber terminado la universidad y


tener un trabajo.

—¿Para qué un trabajo?

—Pues para pagar una casa y vuestra comida. Los adultos hacemos

eso.

Mi hijo guardó silencio.

—¿Si cumplo con todo eso puedo casarme con April?

Imaginé que Jared estaba pasando del calor al frío con aquellas

palabras.

Soltó un suspiro antes de responderle.

—Si cuando llegue ese momento la sigues queriendo, entonces


puedes.

Kenneth le ofreció la mano.

—¿Es un trato? —Le dijo Kenneth.

—Solo si ella también te quiere —agregó Jared y estrechó su mano

—. Es un trato.
—Casamentera, casamentera —entoné retomando mis pasos,

Jared me sonrió.

Nos acomodamos para poner las brochetas al fuego y cocinarlas. A


lo lejos nos llegaba el sonido de las olas, había tanta paz en ese

lugar, la casa era enorme, luminosa y con un jardín hermoso. Había

descubierto en las fotografías la historia de sus dueños. Luego Jared

me confirmó que se trataba de la casa de los abuelos de Brooke, la

casa del hermano de Gigi. De algún modo sentí que ella tenía su

mano puesta en que yo acabara refugiándome allí.

—Jared —dijo Kenneth rompiendo el silencio—, ¿tú también

quieres a mamá como yo quiero a April?

Contuve la respiración. Jared acarició mi mano.

—¿Y cómo quieres a April? —cuestionó.

—Para siempre —fue su respuesta rotunda.

—Sí, yo también querré a tu madre para siempre.

—¿Puedo pedirte algo? —agregó mi hijo.

—Lo que quieras.

—Por favor no la hagas llorar ni tener miedo, tampoco que tenga

heridas en su cuerpo. ¿Me lo prometes?

Apreté los ojos, mi hijo había sufrido demasiado y aunque no lo


entendía, ya sabía lo que era el miedo a volver a confiar en alguien y
que te traicione.

—Te lo prometo —respondió Jared—, solo quiero hacerla sonreír.

La conversación profunda acabó ahí, mi hijo empezó a hablar de

los sonidos de la naturaleza y de que extrañaba tocar el piano, pero

que no era una necesidad porque allí no sentía que tuviera que

hacerlo.

Estaba tranquilo.

Le dejé que fuese a ver la tele, se había enviciado a los

superhéroes, ya habíamos hecho maratón de Los Vengadores.

Me levanté del suelo para llevar lo que habíamos ensuciado y al


pasar junto a Jared, me detuvo por la mano.

—Ven aquí, empieza a anochecer.

Subí sobre su regazo, uno de sus brazos abarcó mi espalda y la otra

se coló bajo mis piernas. Rodeé su cuello con mis brazos y estuvimos

frente a frente con su aliento acariciando mis mejillas. Me estremecí

ante las cosquillas que me provocaba su barba. Cuando su mano se

deslizó por mi brazo con caricias lentas, noté un intenso calor

líquido que se extendió por todo mi cuerpo.

—Es verdad lo que le dije a Kenneth, voy a quererte para siempre.

Detecté un pellizco en mi conciencia que me llamaba a la realidad.

—No lo hagas, no sabes si puede ser, sigo estando casada…


—Lo sé, qué más da.

—No puedes pasarte la vida aferrado a una idea… necesitas algo

real.

—Tú eres real, mi bonita, eres tinta indeleble. Y lo que sentimos

también, y estar aquí es la prueba de ello. No te rindas.

—¿Por qué no te importa?

—Porque no tengo prisa, porque te quiero ahora, en el presente,

porque tengo la misión de hacerte sonreír y porque, aunque me

esquives, vamos a emparentar en veinte años cuando Kenneth me

pida la mano de April para casarse.

Sonreí.

—Sé que no estás preparada para esto —continuó, miré al fuego,

las briquetas del carbón habían adoptado un tono blanquecino en los

bordes—, que no deberías pensar en una relación cuando estás

luchando por liberarte de otra, y está bien para mí. Aquí estaré

esperándote.

A falta de palabras hablaron los besos.

La tarde siguiente planificamos hacer una sesión de Karaoke. Era

el plan favorito de mi madre, ella entraba en performance y se creía

Dolly Parton cuando tomaba el micrófono. Pensé en ella, en que era


posible que Connor ya hubiera llamado para amenazarla y ella

estaría preocupada por mí. Pero no podía hacer ningún tipo de

acercamiento por el bien de todos.

El televisor estaba preparado y el micrófono también. Kenneth

sería nuestro jurado.

—Te advierto que soy un pésimo cantante —Jared se acercó y me

acarició el mentón, era tan dulce que parecía mentira—, así que

tienes ventaja.
—No sabes si lo hago bien o maúllo como un gato.

Echamos a la suerte quién empezaría, la moneda cayó por la cruz


así que yo empezaría. Revisé el cancionero y supe de inmediato la

canción que quería cantar, me traía buenos recuerdos.


Haciendo honor a mi madre elegí algo de country para animar la

noche. Laura y yo solíamos cantar esa canción cuando fue un éxito a


mitad de los noventas.

El intro era tan animado que enseguida me sentí transportada al


pasado y sin apenas notarlo empecé a mover los hombros y luego el

cuerpo mientras cantaba:


—Necesito un hombre que sepa cómo va la historia. Tiene que ser
apasionado, educado, que quite el aliento, que haga temblar la tierra.

Quiero un hombre mío.


Kenneth movía los hombros y sonreía mientras me miraba cantar
y Jared se levantó para bailar conmigo, se puso detrás de mí y rodeó

mi cintura, su barbilla descansó en mi cuello. Después me dio


vueltas y cuando volví a encontrarme con sus ojos descubrí en ellos

una mirada de adoración que me hizo sentir infinita. De reojo vi que


Kenneth también se había levantado e intentaba seguir el ritmo.

Nunca le vi tan feliz como en ese momento. Los tres nos tomamos
de la mano y seguimos bailando y cantando hasta que nos venció el
sueño.

La felicidad es inenarrable.
Cada momento juntos era una bendición, un regalo que atesoraba

porque nunca pensé que podría vivirlo. Una vez dije que llorar
dejando de evitar las lágrimas es liberador, pero reír sin saber que lo

haces es reparador.
El último día que estaríamos juntos, me embriagó una mezcla de

tristeza y gratitud sabiendo que el futuro sería incierto y también la


posibilidad de vernos otra vez. Las brisas del océano continuaban

empujando las olas que se enredaban en mis rodillas. Kenneth y


Jared jugaban en la arena.

Llegaron conmigo.
—Mami ¿podemos comer?
—Claro, cariño, vamos a casa a quitarte la sal con un buen baño
mientras te preparo la comida.

Jared me tomó de la mano, se sentía la tensión entre ambos, de


evitar el tema de la despedida.

—Te invito a cenar esta noche —susurró Jared a mi oído—.


Kenneth ya me ha dado permiso de hacerlo y se quedará en la

habitación viendo una peli.


Entramos en la casa, llevé sus brazos sobre mi cintura y él se

inclinó para darme un beso casto.


—A falta de mi padre, pides permiso a mi hijo, eh. Qué buen chico.

—Soy más que una cara bonita —alardeó y su comentario me hizo


reír—, pienso hacer la cena, ponerme elegante, servir vino, bailar

contigo y darte muchos besos.


Yo deseaba que fuera un poco más, sus besos causaban

revoluciones en mis sentidos, pero no podía hacerlo. Mi cabeza


siempre atajaba mis fantasías con el recordatorio del lazo que me
seguía amarrando a Connor.

—¿A qué hora irás a buscarme? Debes llevar un corsage, eh, menos
que eso no espero.

—Buscaré no decepcionarte —dijo seductor, el hoyuelo de su


mejilla derecha se hundió y me di por perdida. No había hombre más
guapo que él.

—No lo harías, doctor bombón.


Me escabullí de sus brazos rumbo al segundo nivel. Él dijo desde

abajo que iría al colmado para buscar unos ingredientes. Yo pasaría


por la ducha y buscaría verme un poco decente para la ocasión,

aunque solo tenía chándales y pantalones cortos. Consideré la


posibilidad de bajar una cortina para hacerme un vestido.
Con el paso de las horas, el olor que se colaba por la rendija de la

puerta era delirante. Ese hombre era un enigma, ¿en qué momento
había aprendido a cocinar y se había sacado la carrera y, en especial,

cómo lo hizo siendo padre soltero?


Terminaba de secarme el pelo y acomodarme el flequillo, la verdad

era que estaba ansiando cortarlo al menos por los hombros porque
era abundante y cuando hacía mucho calor sentía el cerebro hervir.

Escuché un par de golpecitos en la puerta.


Abrí apenas para asomar mi cabeza, él estaba del otro lado, usaba

la misma camiseta blanca de algodón y pantalones cargo de la


mañana.

—Voy a darme una ducha, cuando salga vendré a buscarte. Pero


antes quería darte algo.

—¿Qué cosa?
Me enseñó una bolsa que ponía el nombre de una marca de ropa

que reconocía.
—Lo he comprado hace más de un año —sonrió nervioso—, solo lo

vi y enseguida te imaginé con él. Pero si no te gusta, no tienes que


usarlo.

Recibí la bolsa.
—Gracias.

—No es nada, bonita. Te veo en unos minutos. Kenneth ya ha


comido y estaba casi dormido ahora que fui a verle.

—Gracias —repetí.
Cerré la puerta y dejé la bolsa sobre la cama, un papel de ceda

color lila cubría el interior y al sacarlo vi en el fondo una caja


redonda en color negro con un moño encima.

Abrí la tapa como si de una niña se tratase, expectante a lo que


había dentro. Poco a poco descubrí un hermoso color violeta de un
material sedoso y delicado. A primera vista había un corpiño en

forma de corazón, lo saqué por completo y pude verlo de lleno. Era


un vestido precioso, el corte era femenino y un poco seductor. Lo

puse sobre mi cuerpo y fui hasta el espejo para mirarme. Una sombra
de inseguridad me atacó sin piedad, las palabras de Connor estaban

grabadas con cincel en mi cabeza, no creí que pudiera verme bien,


tal vez al ponérmelo el resultado sería simple, perdería su belleza
porque yo no era la indicada para llevarlo.

Tomé aire y lo contuve mientras aclaraba mi mente. No podía


hacerle un desplante a Jared, él lo había comprado para mí… pero
eso sonaba como a querer complacerlo.

Lo dejé en la cama y recordé lo que Jared acababa de decirme, él


me imaginó con ese vestido, era nuestra cita. Punto final.

Minutos más tarde me sentía como la Cenicienta. No recordaba


haberme puesto algo tan bonito ni con color en muchos años.

Tampoco tan sensual, el escote dejaba al descubierto mis hombros,


un par de mangas diminutas caían a mitad de mis brazos, era

ajustado a la cintura y caía en falda A con una abertura que


empezaba a mitad del muslo izquierdo.

Escuché su voz detrás de la puerta.


—Te espero abajo, bonita.

Mi corazón tenía una revolución de mariposas. Tomé aire y decidí


bajar. Nerviosa me agarré al barandal de la escalera y bajé

lentamente controlando mis nervios. Jared me esperaba, usaba un


traje azul rey con camisa blanca y cuello abierto sin corbata.

Contuve el aliento al verle tan guapo.


Me ofreció la mano al final de la escalera y la forma en la que su
mirada me acarició me hizo sentir hermosa.

—No me creo mi suerte, voy a cenar con la mujer más hermosa del
mundo.

Besó mi mejilla, el olor de su perfume me hizo estremecer.


—Vamos, la cena nos espera.

Me llevó hasta el patio trasero donde había una mesa de jardín y


dos sillas. Los platos servidos y tapados con otros platos y de fondo

se oía música.
Corrió mi silla y antes de ir a su lugar me dio un beso corto.

—Perdona, no pude contenerme.


Sentía las mejillas doloridas de tanto sonreír.

Quitó los platos y reveló su contenido. La presentación era una


maravilla.
No pude contener mi asombro.
—¿Qué es esto?

—Es el primer plato, aguacate relleno de salmón.


—¿Quién te enseñó a cocinar? ¿Estás seguro de que no lo
compraste en algún restaurante.
Me miró fingiendo indignación.
—Aprendí cuando me quedé solo con April. Al principio ponía un
huevo a hervir y se estallaba, era un desastre. Así que tomé unas

clases en un restaurante, era el único hombre, ya te imaginarás.


—No tienes que avergonzarte por eso. Eres un padre maravilloso y
no te detienes ante las adversidades.
—Mi hija me salvó la vida —confesó.
—¿Por qué lo dices?

—Porque me obligó a pasar por encima de mi dolor para


mantenerla con vida. Y aprendí que a veces ignorar lo que te duele le
quita la importancia. No aplica en todos los casos, para mí fue así.
Cuando pasó el tiempo y volví a pensar en Allison, no sentí nada.

La conversación giró alrededor de su vida como padre soltero, de


las burlas de sus amigos por no tener citas y el afán de Gigi de que
consiguiera una novia.
Sirvió el segundo plato. Guiso de ternera con miel. La explosión de

sabor en mi boca fue apoteósica. Cuando acabé el plato, estaba


saciada.
—Falta el postre.
—No puedo comer nada más.

—Cuando sepas lo que es… —descubrió una bola de helado de


vainilla francesa, recordé enseguida el día que me ofreció decorar su
casa, el día que esa propuesta cambió mi vida.
Me di por vencida, no se trataba del helado sino del significado y

del recuerdo que siempre tendría.


Le ayudé a llevar los platos a la cocina.
—Puedo limpiar —me ofrecí.
Él negó con la cabeza, me tomó de las manos y me llevó hasta el

salón.
—La noche no ha terminado, una cita formal incluye un baile.
Se quitó el saco y lo dejó sobre una silla, usó el móvil y después de
activar la reproducción, lo metió a su bolsillo. Se acercó para

ofrecerme la mano, la besó antes de llevarla sobre su hombro y


tomar mi cintura entre las suyas.
La melodía suave nos envolvió a ambos, fue imposible no
reconocer la canción, era la banda sonora de una película que amé.
Pero más allá de eso, me conmovió que la eligiera porque su letra era

una confesión y una promesa.


—Océanos nos separan día tras día —entonó suavemente—, y
lentamente me estoy volviendo loco. Escucho tu voz en el teléfono,
pero eso no detiene el dolor.

Mi corazón iba latiendo al compás de la música, sus brazos


cubriéndome, el calor reconfortante de su cuerpo contra el mío
mientras nos mecíamos al ritmo de la canción. Él estaba intentando

salvar mi pasado, recomponerlo y volverlo a escribir. Le confesé que


no fui al baile de graduación porque Connor no quiso llevarme y
tampoco me permitió ir sola. Ahora él creaba para mí un recuerdo
inolvidable.
—Donde sea que vayas, donde sea que estés, yo estaré esperándote

aquí.
Busqué sus labios, necesitaba sentirlo, tal vez no podía prometerle
con palabras el futuro, pero tenía miles de besos para prometerle
que yo también le amaría para siempre, pasara lo que pasara.

Cerré los ojos y me dejé llevar por la música, permitiendo que el


ritmo suave y constante me envolviera en esa ola de emoción y
pasión que ardía como una llama. Sentí su aliento cálido en mi
cuello y noté una agitación en mi vientre. Lo deseaba. Lo necesitaba

y estaba luchando contra mí misma para no dejarme llevar. Claro


que quería ir más lejos con él, dárselo todo…
—No sé cómo sobreviviremos a este amor, pero si al final estoy
contigo correré el riesgo —decía la frase final.

Sus labios bajaron por mi cuello dejando a su paso una sensación


electrizante que se trasladaba hasta los pulgares de mis pies.
La canción tocó su fin y le miré a los ojos descubriendo el fuego en

ellos, el deseo y la necesidad. No podía negarle que me sentía igual


que él.
Me separé de sus brazos, buscando la huida.
Me alcanzó en un par de pasos al llegar al inicio de la escalera.

—No pasa nada, bonita —susurró sobre mi hombro y su aliento


cálido no ayudó a mi autocontrol.
Me ofreció la mano para subir y en mi puerta me besó dulcemente
en la mejilla.

—Quiero estar contigo —confesé en un susurró—, pero no puedo.


Sonrió tan bonito, con una absoluta comprensión de mi petición
tácita.
—Está bien… puedo esperarte, tengo el resto de la vida —se dio
vuelta con la intención de bajar la escalera.

«La vida es un tránsito fugaz». Ese recordatorio me empujó a


detenerle, a tomar su mano y llevarle conmigo dentro de la
habitación.
Adentro, la penumbra cubría la estancia, apenas se colaba una luz

muy tenue del exterior que me permitía verle sutilmente.


Puse mis manos en su pecho y las subí lentamente hacia sus
mejillas, acunando su rostro. Le besé, mis labios temblaban porque
no sabía muy bien lo que estaba haciendo. Intentaba seducirle y

estaba siendo muy torpe.


—Dustine… no te sientas obligada —dijo con la voz oscura por el
deseo, yo contuve un jadeo—, te prometo que puedo esperar.
Negué.

—No quiero esperar. No quiero que se pase mi vida esperando,


estás aquí, te quiero, me muero por estar en tus brazos y he
fantaseado tanto con este momento que sé que no podré
perdonarme si lo dejo pasar.

Una sonrisa suavizó su expresión. Abarcó mis mejillas con sus


manos y antes de que se inclinara para besarme, llegué a su
encuentro. Después me llevó de la mano hasta la cama y me pidió
sentarme, flexionó una rodilla delante de mí y desde allí me miró.

—Dime otra vez que estás segura de esto —suplicó.


—Estoy segura, quiero que tus besos y tus caricias borren el
pasado que me lastimó.
Tomó mi mano derecha, la besó en el dorso y puso su mejilla sobre

ella, un gesto sublime. Como una reverencia. Después me ayudó con


los zapatos, quitándolos sin prisa. Las yemas de sus dedos subieron
por mis piernas mientras yo sentía que me hacía agua delante de él.
—Puedes tocarme si quieres —mencionó con ternura—, se trata de
que tú también puedas disfrutarlo.
Contuve un jadeo que me trajo otros recuerdos.
Llevé mis manos a los botones de su camisa y los solté uno por

uno, él se quedó muy quieto apoyándose en la cama a lado y lado de


mi cadera, su pecho se elevaba con fuerza a medida que descubría la
piel de su pectoral. Mis dedos temblaron al acercarlo allí para
tocarlo, tenía una capa de vello que le cubría. La sensación de

tocarle fue maravillosa. Él se removió y acabó por sacarse la camisa.


Tuve que mojarme los labios porque sentí sed de repente.
Fue mi turno de tomar su mano y llevarla al vestido. Él deslizó la
cremallera despacio, el roce de sus dedos en mi espalda me causó un
escalofrío.

Llevé mis manos a las mangas diminutas para bajarlas, mis pechos
quedaron expuestos ante él. Jared acarició con la misma ternura y
sutileza la línea de mis hombros antes de llevar sus labios a mi
cuello y llevarme al delirio con la humedad que me marcaba la piel.

Se levantó y me ofreció la mano, de pie uno frente al otro


terminamos de desvestirnos, notaba un ligero temblor creciendo en
mi vientre, estaba ansiosa porque ningún otro hombre me había
visto desnuda y temía que Jared se desencantara, que ya no me viese
atractiva. Tenía marcas y cicatrices que contaban mi historia y
agradecí a la penumbra que no fueran del todo visibles.
—Eres preciosa, Dustine —musitó—, me siento el hombre más
afortunado por haberte encontrado.

Pasó sus manos por mi cabello y se acercó para besar mi frente. No


puedo describir lo que ese gesto me hizo sentir, pero estuve a punto
de llorar.
Nadie me había tratado así.

Sus labios bajaron por mi rostro besando mis ojos, mis mejillas, mi
nariz, mis labios, recorrieron mi cuello, mis clavículas, mis brazos,
mis costados, la línea de mi abdomen y descendieron hasta mis
piernas. Cuando estuvo de rodillas entendí que acababa de besar

todos los lugares donde le dije que Connor me había golpeado.


Las lágrimas escaparon de su contención y rodaron por mis
mejillas. Le extendí la mano para pedirle que se levantara
agradeciendo ese acto de amor infinito.

Lentamente fue llevándome sobre la cama donde se acomodó a mi


lado, buscó mis labios y mientras me besaba acarició mis pezones
generando un espasmo de placer que sentí en medio de mis piernas.
Me giré para estar frente a él y el roce de mi piel sobre su piel me
arrancó un gemido ahogado.
—Siéntelo, bonita. No te cohibas.
Sus caricias fueron llegando poco a poco a todos los rincones de
mi cuerpo y yo me estremecía con cada sensación nueva que

descubría. Cuando su boca saboreó mi intimidad, mis dedos


apretaron las mantas de la cama, no pude advertir que sería tan
placentero. Me removía, abandonada a esas maravillosas
sensaciones hasta que alcancé un umbral inimaginable que se sintió
como una explosión de estrellas.

Sus labios volvieron a mi boca, con una pasión abrasadora.


—Quiero sentirte —pedí con la voz extasiada.
Suavemente abrió mis piernas, masajeando mis muslos con sutiles
movimientos. Estaba tan excitada que no reconocía esa sensación.

Despacio su miembro se deslizó dentro arrancándome de golpe de la


realidad y llevándome al éxtasis. No fue doloroso, no se sentía
forzado. Era totalmente distinto a lo que conocía.
Jared abarcó mis labios con su boca recibiendo mis jadeos,

empujaba despacio, con movimientos medidos.


Se sentía tan natural.
No sé cuánto tiempo pasó, yo volaba en una nube cuando volví a
sentir ese remolino abrasador en mi vientre. Fui consciente de los
jadeos roncos de Jared y por alguna razón ese sonido incrementó esa
urgencia que crecía como un incendio en mi centro.
Yo me dejé ir primero y él me alcanzó enseguida.

Se tumbó a mi lado, me acunó en sus brazos y besó mi frente.


Una paz embriagadora vino a instalarse con nosotros en esa cama.
Jared era todo lo que deseaba tener en mi vida y si había hecho algo
para merecerlo, pedí un deseo al destino: la oportunidad de volar

junto a él.
—Te quiero, bonita hoy, mañana y para siempre —musitó antes de
quedarme dormida.
El amor no puede ser eterno porque es una llama, pero es infinito

mientras arde.
Treinta y cuatro
Mi Tormenta
Jared

Ninguna despedida me había costado tanto como esa. Es una agonía


vivir en lo impredecible, alimentando la esperanza con ilusiones.

Debía irme sin tener fecha de regreso. Pero el regreso también era
necesario, esa semana, que incluyó la festividad del 4 de julio, trajo

los envites de una marea con riesgo de desastre.


Luciano se hacía cargo de April porque el tema en casa de Celine

explotó como era de esperarse y los daños fueron inestimables. El

silencio y los secretos son una bomba de tiempo de los que nunca se
escapa ileso.

Cuando pasé por el viñedo para ver a mi hija y llevarla conmigo a


casa, el implacable mariscal de nuestra familia me esperaba y no

estaba tan sonriente y guasón como siempre.

—¿Qué tal estuvo la convención? —dijo al verme entrar en la

bodega donde pasaba la mayor parte del tiempo.


—Estuvo bien —no fui capaz de inventar una mentira, él era un

tipo muy sagaz y me conocía de sobra.

Me senté y le entregué una botella que había comprado en el

aeropuerto, sabía que le gustaría, era un vino chileno y él disfrutaba

de probar vinos de cualquier origen. Observó la etiqueta y luego se


levantó para poner la botella en la colección que tenía a su espalda.

Exhaló un largo suspiro antes de hablar:

—Cuando te conocí creí que eras el tío más admirable que había

conocido —se dio vuelta para mirarme—, estabas hecho pedazos por

dentro, pero por fuera eras un tipo de acero que pasaba por encima
de tus propios límites por tu hija indefensa. No te lucían las ojeras,

es más, tardaron años en borrarse, pero eran tus marcas de batalla…

Jared, te creía un tipo sensato…

—¿A qué viene este discurso? —Lo enfrenté.

Volvió a tomar aire elevando su pecho y lo soltó con fuerza.

—Gigi me dijo que lo tuyo era visceral, que te tirabas de cabeza y

lo entregabas todo como un suicida emocional. No le creí que


alguien pudiera llegar a tanto, que existiera un sentimiento o una

razón que te nubla la mente y te empuja de cabeza al precipicio… no

le creí hasta que pasaron muchas cosas en mi vida, la primera fue

enamorarme de tu hija y sentirla propia, la segunda fue sentir que


perdía a mi hermana por un desamor y la tercera fue desear estar en

el lugar de mi mujer cuando pasó lo que ya sabes.

—Luciano…

No me permitió interrumpir.

—Siempre has sido un tío aplomado, que nos hace un llamado a

sentar la cabeza, que ni siquiera sale con alguien porque solo tiene
vida para el trabajo y su hija… ¿En qué jodido momento se te ocurrió

enamorarte de la mujer de Connor Lowell? —dijo las palabras una a

una con un golpe de voz que fue in crescendo.

Su mirada me acorraló de inmediato. No estaba preguntando,

tenía la certeza plena.

—¡¿Acaso te has vuelto loco?! —Se pasó las manos por el pelo.

Me pellizqué el puente de la nariz. Era momento de hablar de ello.

—Solo pasó —no encontré otras palabras ni una mejor respuesta.

Era la verdad, no supe cómo ocurrió y tampoco me arrepentía de

nada.
Me miró en silencio y apoyó las manos en la madera del escritorio.

—Viejo… —dijo en tono conciliador—, viste lo que pasó conmigo

cuando se enteró de que le pagué el abogado, ¿qué crees que te hará

si se entera de que vosotros lleváis una relación clandestina?

—Hay mucho más que eso de fondo en esta historia, Luciano.


—Y para rematar la ayudaste a escapar.

—Su vida era un infierno, ¡no tienes idea de lo mucho que ha

soportado! —rebatí, no iba a permitir que prefiriese que ella siguiera


bajo el dominio de ese malnacido.

—No estoy relativizando, Jared, estoy diciendo que las cosas

debiste hacerlas de otro modo. Ir con la policía, denunciarlo, ¿qué sé

yo? Porque Connor sigue libre y su odio va en ascenso. Busca a

Dustine hasta debajo de las piedras, estuvo aquí amenazándome…

Me puse de pie para estar a su altura.

—Lo siento, de verdad, pero no iba a dejarla sola. Y si ella lo quiso

de esta manera no se lo iba a impedir, no podía ser igual que él y

decirle cómo hacer las cosas.

—¡Es una mujer casada, Jared! Y si ella no es libre nunca de ese

compromiso ¿qué harás?

—¿Me estás juzgando por enamorarme de una mujer casada? —

Elevé mis escudos y le ataqué—. Tú te enamoraste de Celine y no te

importó que yo recuerde. Mi relación con Dustine no fue follar y

encontrarnos a escondidas como dos amantes clandestinos… fue

escucharla, frustrarme cada vez que veía las heridas de su piel que el

maquillaje no lograba cubrir, fue ayudarla a soltar sus propios


demonios, darle mi apoyo e impulsarla a decidirse. ¿Crees que no le

costó hacerlo? Esa mujer estaba aterrada…

—Sé que no tengo moral para decirte que no debiste meterte con

ella, pero tengo la experiencia para saber que puede acabar mal para

ambos. ¡Pudiste ayudarla sin tener que enamorarte, cabrón!

—¿Y es que el amor avisa que va a llegar? Simplemente pasó,

Luciano, no me lapides porque mi corazón eligió a una mujer

comprometida, amarla y que sea ajena no me convierte en

delincuente, pero no arriesgarme sí me hace un cobarde. E incluso si

acaba mal y nunca podemos estar juntos, me queda la satisfacción


de que llegó a sentirse amada de verdad. Menos que eso no merece.

Negó con la cabeza.

—No quieres escuchar razones.

Me acerqué y puse mi mano en su hombro.

—La amo, viejo, ¿qué sería del amor sin riesgos?

Esbozó una sonrisa.

—Tienes que ser muy cuidadoso, imbécil. Por favor.

A las dos semanas también mi alerta de tormenta se convirtió en

un huracán tocando tierra sin avisar. Me preparaba para llevar a

Celine a San Francisco, ella también necesitaba volar, solo que por
razones diferentes. Me sentía demasiado solo en esa casa tan

grande, April había ido con mis padres y no volvería hasta unos días

previos al inicio de la escuela. Estaba encantada con la idea de pasar

tiempo con ellos y ya era hora de que yo la dejara crear otros lazos.

Era un día como cualquier otro, hasta que el timbre de la puerta

rompió el silencio, sacándome de mi ensimismamiento. Imaginé que

Celine estaba tan desesperada por huir de sí misma que no esperó a

que fuera a buscarla. Con pasos pesados me acerqué a la puerta y la

abrí, encontrándome cara a cara con un fantasma del pasado.

Allison estaba allí.

La sangre me bajó a los pies. Quise pellizcarme para comprobar

que no soñaba, aunque su presencia era más una pesadilla. Durante

un momento, ninguno de los dos dijo nada, solo nos quedamos

atrapados en un silencio incómodo.

—Hola, Jared.

—¿Qué estás haciendo aquí? —solté hostil, mis palabras iban

cargadas de una mezcla de incredulidad y resentimiento.

—¿Puedo pasar?
Capté en su tono la arrogancia de siempre.

—No puedes. No sé qué haces aquí, pero tampoco me interesa

averiguarlo.
Intenté cerrar la puerta, ella la detuvo poniendo un sobre frente a

mis ojos con sellos de un tribunal de San Francisco.

—Si no quieres por las buenas, tendré que hacerlo por las malas.

—Te largaste sin mirar atrás, sin importarte el daño que estabas

causando y vienes a plantarte en mi casa a amenazarme. No tienes

vergüenza —espeté con el cabreo subiendo por mis venas.

—Escúchame primero antes de escupirme todo tu veneno

¿quieres?
Rebufé.

Finalmente abrí la puerta y le permití pasar luchando por contener


la rabia que bullía en mis venas. Le mostré el salón. Antes de entrar

miró con detenimiento el cuadro de Dustine que había colgado en el


recibidor.

—Te ha ido bien —miró alrededor—, es una mejora considerable


con la anterior.

Suspiré cansado.
—No tengo mucho tiempo —solté sin tacto y saqué el móvil para

escribirle a Celine—, habla de una vez.


—Voy a sentarme porque parece que te has olvidado de los
modales.
Apreté los dientes, ella se acomodó y enseguida sus ojos se
posaron en un retrato sobre la mesa de café, una fotografía familiar

con Luciano, Gigi, Celine, Dustine, mi hija y yo. Vi su intención de


tomarla y me adelanté llevándola a mi espalda.

—No me mires así, Jared, pareces asustado —noté cierta diversión


en su tono.

—Soy una persona ocupada, Allison, y no pretendo perder mi


tiempo contigo.
Ella se cruzó de piernas y finalmente reparé en su aspecto. El paso

del tiempo se reflejaba en unas facciones más definidas, como la


línea del mentón y los pómulos, ya no tenía ese aspecto dulce e

inocente, era una mujer rumbo a la madurez. Vestía traje, llevaba


cartera costosa… y llevaba un anillo en su dedo. Estaba casada.

—Lo sé, eres el famoso doctor de las prótesis. Y ahora diriges el


personal del hospital.

—Lo diré por última vez, Allison, ¿qué es lo que quieres?


Se levantó y llegó a mi lado.

—Quiero conocerla —declaró—, que sepa que tiene una madre.


—Ella sabe que tiene una madre, no necesita conocerte.

Me miró con intensidad. Pasó un dedo por mi mejilla, la esquivé.


—Te han tratado bien los años. Y te pega el papel de papá soltero,
he escuchado tanto sobre ti en solo un día… parece que te hice un

favor.
El límite de mi paciencia estaba llegando al borde.

—Márchate —exigí.
Ella chasqueó la lengua.

—¿Por qué sigues soltero? No veo un anillo —sonrió victoriosa—,


¿acaso me sigues esperando?

—Tienes razón, me hiciste un favor enorme —ironicé—, me abriste


los ojos. Y como tú sigues siendo la misma, esta conversación ha

terminado.
Puso el sobre en mi pecho.

—Si no quieres conciliar conmigo, iré a la corte. He vuelto para


pedir su custodia.

—¿Qué interés retorcido tienes con April?


Elevó las cejas.
—April… qué nombre tan simple. Igual que tú.

—Si intentas provocarme, estás muy lejos de conseguirlo. Ya no


puedes manipularme, Allison.

—Tal vez no —sonrió maliciosa—, pero puedo asustarte y el miedo


empuja más que el coraje.
—No permitiré que veas a mi hija, no me asustas. Tú no la quieres,

la necesitas para algo y pienso averiguar para qué.


—Ella también es mi hija. Es más mía que tuya porque yo la llevé

en mi vientre. Y no me amenaces que si quiero puedo denunciarte.


Las leyes han cambiado y protegen a las víctimas.

—¿De qué demonios hablas?


—Ahora si quieres que hable —caminó hacia la puerta—, te lo he
dicho, el miedo empuja con más fuerza y tú eres un cobarde.

Apreté mis dedos en el marco de la foto.


—Puedo acusarte de obligarme a tenerla cuando no quería hacerlo

y que por esa razón sufrí estrés post parto y depresión. Y tengo ese
diagnóstico soportado por el psiquiatra que me trató.

—Eres despreciable.
—Dame el beneficio de la duda —miró al suelo donde yacía el

sobre—, te ofrezco conciliar.


Finalmente se marchó.

Cerré los ojos, necesitaba calmar las emociones tumultuosas que


me henchía las venas. Tenía que prepararme para dar la batalla y

empezaría por conseguir un abogado. April era mi hija y lucharía por


ella como un león.
La temporada de tormenta se desató también para Connor con el

allanamiento de la policía a su casa y el interrogatorio a sus padres


incluyendo la demanda en firme de Dustine. Pero Connor estaba

prófugo y esa noticia me mantenía en estado de zozobra. Hablaba


con ella casi todo el tiempo tratando de asegurarme de que estaba a

salvo. No me confiaba del todo de que la policía la estuviera


protegiendo.

En las calles de Santa Helena era palpable la tensión, se


murmuraba sobre los cargos por los que Connor era buscado y

empezaron a especular que algo había pasado con Dustine porque


nadie la había visto en meses. Ella estaba considerando moverse a

otro lugar y ahora con la intervención de la policía tenía que esperar


a que le asignaran un refugio para mujeres víctimas de maltrato. No

sabíamos cuánto tardaría en ocurrir y eso me estaba robando el


sueño.
Eso y la amenaza de Allison.

Me reuní con Marc Shannon, el mismo abogado de Dustine, para


consultarle mi caso y saber si era conveniente hacer la conciliación.

La reunión la acordamos en el viñedo porque Luciano no podía


ausentarse ahora que Celine había hecho una renuncia temporal.

Ingresé acompañado de Marc a la oficina y noté enseguida en el


ambiente la tensión entre ambos. La forma en que Luciano le miró
desde el asiento me causó escalofríos. Había una historia, estaba

seguro. Lo extraño fue que él mismo sugirió que lo consultara.


—Shannon —dijo Luciano. Apretando los dientes.
—DeLuca —dijo Marc con voz firme.

Yo quedé en medio sin saber qué decir.


—¿Necesitáis un momento? —tercié buscando derretir la tensión.

Fue mi turno de recibir la mirada del inquisidor DeLuca.


—Tomad asiento —nos ordenó.

Las miradas de ambos eran desafiantes, me sentía en medio de un


duelo en el que era el referi.

—¿Quieres decirme algo? —Le desafío Luciano—. ¿O hacer alguna


pregunta?

Marc tragó el nudo en la garganta.


—¿Y puedo preguntar? —Mantuvo el mismo tono desafiante.

Era como un partido de tenis.


Luciano exhaló el aire que estaba reprimiendo en sus pulmones.

—No garantizo que obtengas respuesta.


Por primera vez desde que conocía a Marc, vi cruzar por sus ojos

un velo de nostalgia que le obligó a mirar al suelo como si bajara su


escudo rindiéndose a la batalla.
—¿Cómo está…? —soltó en medio de un suspiro.
Luciano le dio vuelta a un marco de fotos a su derecha, la que

mostraba a su hermana y a Marcelo el día de su boda unos meses


atrás.

—Encontró a alguien que no tuvo miedo de quererla como es.


Ahora es feliz. Supongo que te basta.

Fui testigo de la forma en que Marc escondió la tristeza que lo


acusó al ver la foto, se me hizo una tortura, pero Luciano era

implacable cuando se trataba de los que amaba. Giró de nuevo la


foto y retomó su papel como el padre adoptivo de April.

—Dejando de lado nuestras desavenencias, Shannon, Jared y yo


queremos consultarte sobre un tema importante. Que no te tenga en

el mejor concepto como persona no quita que no seas el mejor en lo


que haces.
Ese bofetón de guante blanco me dolió incluso a mí.
Marc retomó el aplomo en su papel de abogado.

Le expuse el caso y le enseñé los documentos legales.


—Ha dicho que si no llego a un acuerdo pedirá la custodia en una
corte —finalicé mi exposición.
—Es improcedente —respondió Marc—, en California y en la

mayoría de los estados, un padre que abandona a un hijo no tiene


derecho a la custodia. Y Jared solicitó la custodia exclusiva luego de
demostrar el abandono. La conciliación sería si tú tienes intención

de permitir un acercamiento y ningún juez tendría facultad para


obligarte.
—Ella amenazó con demandarme por obligarla a tener a April.
Además, dice que sufrió depresión post parto y un psiquiatra lo
puede confirmar con testimonio.

Curvó las cejas.


—¿Y ella presentó esas señales durante el embarazo o después del
parto? Porque si se da el juicio van a interrogarte y en estos casos es
mejor pecar por ser muy sincero.

—Es cierto, incluso yo le propuse que abortara. Entonces también


podría acusarme de lo contrario —dije sintiéndome perdido—,
inmiscuyó a mis padres y quedé como un delincuente ante sus ojos.
—Detecto manipulación… —agregó—, ¿fue una relación abusiva?

—No, claro que no. Nunca la agredí, no sería capaz.


—¿Y ella te agredió alguna vez?
Me quedé callado pensando en si lo que iba a decir se consideraba
agresión.

—No lo sé… no creo —respondí confuso.


—No sientas vergüenza —intervino Luciano—, si crees que pudo
ser o si lo hizo, tienes que decirlo sin miedo.

—Las agresiones en una relación pueden ser fácilmente pasadas


por alto o minimizadas, y cuando se trata de los hombres se
desestima por el tema del patriarcado. Pero puedo enumerar algunas
señales.

A medida que se adentraba en los ejemplos, las imágenes revivían


esos episodios que había dejado en el pasado. Como abofetearme
cuando discutíamos y ella quería zanjar el tema y quedarse con la
última palabra, luego disculparse llorando porque se había dejado

llevar a causa de mi necedad y no entendía su punto de vista. Y


cuando se enojaba también me insultaba, me acusaba de ser infiel, o
me ridiculizaba. Montaba escenas de celos en mi trabajo. Una vez
sus celos llegaron muy lejos, llegó a mi casa a reclamarme, estaba
histérica, me lanzaba lo que encontraba, uno de esos elementos fue

un libro que tenía en la mesa mientras estudiaba, de tapa dura y


pesado, no logré esquivarlo y la esquina por poco acaba en mi ojo,
me rompió la ceja y tengo la cicatriz. Cuando me vio sangrando se
puso a llorar, a disculparse y se ofreció a curarme. Luego empezó a

besarme, a tocarme… yo le dije que no quería ir más lejos esa noche,


pero insistió y acabé cediendo. Y cuando nos dejó recibí una cuenta

enorme en la tarjeta de crédito por gastos de ropa y zapatos.


Nunca creí que fuera agresión. Lo dejé pasar como discusiones de
pareja.
—Recordaste —afirmó Marc—, tu cara nos lo dijo todo.
Exhalé resignado.

—Sí, hubo algunas situaciones que nunca consideré como


agresión, pero no tengo pruebas. Solo de las veces que me hacía
escándalos. Mi testigo ya murió.
—Entonces Gigi tenía razón —dijo Luciano.

—Ella siempre tuvo razón sobre todos nosotros.


Marc se aclaró la garganta y nos miró a Luciano y a mí.
—¿Seguro que queréis que vuestra hija tenga algún tipo de
contacto con ella? La decisión es vuestra.

—Si estuviera en mis manos, me niego en redondo —afirmó


Luciano—, pero no es mi decisión.
Me rasqué la cabeza.
—Yo tampoco lo quiero, pero no sé si, más adelante, April me lo

recrimine. Ella siempre ha preguntado por su madre.


—Cuando sea mayor puede tomar esa decisión por sí misma, en
este momento estás buscando protegerla. Y si te odia a ti me odiará
a mí también.

Tomé mi decisión.
—No conciliaré, y si tengo que ir a la corte lo haré.
—Será mejor prepararse desde ya porque si estuvo intentando un
acercamiento, no consiguió lo que quería y está aquí es porque el

proceso está adelantado. Tenemos que reunir un grupo de testigos


sólidos y en este caso vosotros seríais demandados.
—¿Por qué Luciano?
—Porque es padre de facto, porque tiene derechos de custodia.

Además, su testimonio es contundente, ha cuidado a la pequeña


desde muy corta edad.
—Pero si se presenta como víctima… —tercié.
—Ese es un tema sensible, por esa razón necesitamos un testigo
sólido. Con una prueba de que ella es agresiva el caso estaría

cerrado. Necesitamos que mantengas la custodia exclusiva.


Miré a Luciano y con la determinación que brillaba en sus ojos
supe que éramos dos soldados listos para la batalla.
Treinta y cinco
Caída del cielo
Jared

Tuve que pedirle a mi padre que trajera a April de regreso a casa.


Marc y sus asociados estaban preparando una defensa en caso de

que la demanda en mi contra fuera agresiva. Y era lo que se


esperaba. Al negarme a la conciliación buscarían cualquier excusa o

motivo para demostrar que Allison actuó de forma vulnerable y


siendo presionada a ser madre, lo que podría considerarse como un

delito sexual. Cuando lo escuché me acusó una sensación de mareo,

veía manchas negras en mi campo de visión. Me abordó la vergüenza


y la furia, yo salvé la vida de mi hija, ya no podría imaginarme un

minuto de esos siete años sin ella, y la sola idea de pensar en que
pudo no nacer y que incluso llegué a sugerirlo, me azotaba como un

látigo.

Yo daría mi vida por ella.

Así que April debía volver para que yo ganara un poco de tiempo y
abordase el tema que no había querido abordar con ella. Porque
Marc se reunió con el bufete que la representaba y supo que no se

irían con chiquitas, era posible que solicitaran una intervención

psicológica para evaluarla y la primera pregunta sería sobre su

madre. Pero lo que más me indignaba era que, según Marc, podrían

alegar que yo obligué a Allison a irse y que por esa razón se alejó de
su hija sintiéndose humillada y presionada por mí a que se pusiera

en su papel de madre. Y que al negarme a conciliar la estaba

revictimizando.

No podía ser posible tanta suerte.

Pero no terminaba ahí, mi trabajo también jugaría en mi contra


porque obligué a mi hija a crecer con extraños al dedicarme al

trabajo, lo que me convertía en un padre irresponsable. Le negué la

estabilidad de una familia y la sometí a las burlas por mi supuesta

relación con Luciano. Y para saber lo que mi hija opinaba al respecto

tenían que preguntárselo. Allison me lo advirtió, quería asustarme y

esa era una intimidación.

—Pueden usar cualquier frase de tu hija en tu contra, como que


un día se cayó de la bicicleta y no le curaste la herida y alegar

descuido. Es sucio y poco profesional, pero por alguna razón están

muy interesados en que ella obtenga la custodia compartida. Debía


mantener contacto cero con Allison hasta que asignen la fecha del

juicio.

No me imaginaba qué la movía, pero Marc ya estaba averiguando

sobre la vida de Allison en esos siete años. Si ella jugaba sucio, yo no

iba a permitir que me arrastrara en su inmundicia. Lo que teníamos

claro era que el proceso podría extenderse si no lográbamos


desestimar la demanda en la primera ronda del juicio en los

tribunales.

Intentaba mantener mi cabeza en todos los lugares, en el trabajo,

en el tema de Allison y con Dustine.

Llevaba tres meses viviendo en Pacific Grove, el final del verano

estaba cerca y era obvio que Kenneth no volvería a la escuela.

Hablábamos todas las noches antes de dormir por un largo rato, la

escuchaba con una determinación distinta, estaba pintando y

disfrutando de ese soplo de libertad. Pero no podía negarme que

estaba preocupada por la desaparición de Connor, la policía no tenía


ninguna pista sobre su paradero. Los padres de Connor estaban

perplejos con todo lo que hallaron en la casa y se ofrecieron a

colaborar. Clarice estaba encargada de Meraki y era tanta su

preocupación por la extraña desaparición de Dustine y Keneth, que

buscó a Celine para saber de ellos y acabó hablando con Luciano.


Todo era incertidumbre y mi preocupación se disparó con la

declaración de Dustine de buscar un nuevo lugar para refugiarse.

Estaba asustada y podía entenderlo, y eso me frustraba porque yo


tenía las manos atadas, no podía ir a verla hasta que pasara el tema

del juicio y ahora menos que nunca podría dejar a April sola.

Ella me dio su apoyo desde la distancia cuando le confesé todos

mis miedos y me aconsejó hablarle a April con la verdad.

Pues el día había llegado.

Como el vuelo arribó en la noche, se quedó dormida de regreso a

Santa Helena. Mi padre decidió quedarse algunos días conmigo

después de que en una llamada muy larga le hablé de todo lo que

estaba pasando con Allison.

En casa dejé a mi hija en la cama, le asigné una habitación a mi

padre y bajé a acompañarle a cenar, él era fiel a sus costumbres y no

se olvidaba de su cena predilecta cuando era detective, las

hamburguesas.

—Entonces no sabes lo que quiere en realidad —dijo antes de dar

el primer bocado, reparé en que su pelo estaba completamente gris y

me pregunté si yo me vería igual que él.

—No y tampoco me lo imagino. Ahora tengo que hablarle a April


de ella y no sé cómo persuadirla de no hablar de más.
—Te lo advertí.

Suspiré, mi padre era así. Cuando yo intentaba desahogarme con

él, sin importar el tema, conseguía culparme. Nunca logré que se

pusiera de mi parte o que al menos me diera consuelo. Y tal vez

tenía la culpa la mayoría de las veces, pero yo necesitaba sentir que

no estaba solo luchando contra el mundo.

—Lo sé, papá. Pero tengo que hacerlo ahora —dije impotente ante

su comentario—, ¿tienes algún consejo?

—Pudiste conciliar y tampoco lo hiciste. Tú te buscas tus propios

males.
Rebufé y dejé mi plato de lado.

—¿Qué? —Me miró sorprendido.

—¿Alguna vez en la vida vas a dejar de juzgarme y culparme?

¡Necesito un consejo, papá! Puedo perder a mi hija y la sola idea me

vuelve loco.

—Contigo no se puede hablar, siempre necesitas que te den la

razón y se compadezcan de ti. Tienes que controlar ese orgullo.

—¿Qué orgullo? —Me tiré el pelo—. Olvídalo…

Le dejé solo. Siempre era la misma historia.

Me senté bajo la sombra del capellán, las luces del jardín de

Dustine estaban encendidas, se veía mágico. El girasol que sembró


estaba plenamente abierto y medía casi un metro. Deseaba que

pudiera verlo.

Escuché sus pasos y me llené de paciencia para no acabar

estallando de nuevo. Era mi padre y le quería, pero él se encargaba

de recordarme por qué prefería estar lejos.

Se sentó a mi lado.

—Lo siento —palmeó mi hombro—, sé que estás preocupado, yo

estaría igual en tu lugar, hijo. La verdad es que no sé cuál sería el

consejo que necesitas oír, lo que puedo decirte es que tu madre y yo

te apoyamos y que estaremos aquí si nos necesitas, eres un padre

inigualable, no solo un buen padre. Tu hija no para de hablar de ti y

de Luciano, os pone por los aires. Yo creo que no deberías estar tan

asustado, ningún juez te separaría de ella si la escuchara hablar de

ti.

Al día siguiente visitamos a Celine, estaba de regreso y finalmente

su tormenta cesó. Esa noche conocí a Olivia, una especie de

hermana menor para ella y su esposo, creció en la misma casa de

acogida que ellos. Era una chica dulce y encantadora. No conocía a


alguien que tuviera la capacidad de hacer migas tan fácilmente con

otra persona aparte de mi hija, y en cuanto se conocieron la

conexión fue instantánea.


Estuvieron jugando con la muñeca Nancy y April le enseñó los

pasos de ballet que conocía. Ella nos habló del día que vio bailando a

Celine en el auditorio del ballet de Nueva York. Estábamos los tres

porque Adam y Celine fueron a buscar la cena.

—Yo también conozco a todas las princesas —le dijo a April—, mi

favorita es Aurora.

—Pero ella solo dormía —rebatió April.

—Pues por eso, ya no recuerdo la última vez que pude dormir un


día completo.

—¿Estás en la universidad? —pregunté.


—Acabo de graduarme y he venido a celebrarlo aquí.

—¿Qué estudiabas? —Le preguntó April.


—Fisioterapia.

—¿Y tienes plaza asignada? —pregunté yo.


—Renuncié por temas personales. Buscaré algo después.

Supe que era otra de nosotros los que acabamos en Napa


buscando volver a empezar.

—¿Qué es fisioterapia? —preguntó April.


—Imagina que tu cuerpo es como un robot increíble —tomó la
muñeca en sus manos y le fue mostrando cada movimiento con ella

—. A veces, los robots necesitan ayuda para moverse mejor o sentirse


menos incómodos. Bueno, la fisioterapia es como una especie de
entrenamiento para tu robot, es decir, tu cuerpo. Los fisioterapeutas

son como entrenadores especiales que te enseñan ejercicios y juegos


divertidos para ayudar a que tu robot funcione mejor. Por ejemplo, si

te duele una pierna o no puedes saltar tan alto como tus amigos, el
fisioterapeuta te ayudará a hacer ejercicios especiales y te enseñará

técnicas para fortalecer tus músculos y mejorar tus habilidades de


movimiento. También puede enseñarte a hacer estiramientos o usar
aparatos especiales que te ayuden a moverte más fácilmente.

—¡Como mi papi! Él es el doctor de los huesos, los vuelve a unir


con tornillos o pegamento muy fuerte. Y también hace piernas y

manos de robot… mi profesora de natación tiene una cadera nueva


que mi papi le puso.

—Perdónala —dije avergonzado.


—¿Cómo crees? Tienes la mejor gerente de publicidad del mundo,

te ha vendido tan bien que voy a tener que romperme una pierna
para comprobar tus servicios.

Nos reímos.
—Es cierto, nadie me promociona mejor que ella.

—¿Eres ortopedista y trabajas con prótesis?


—Sí, es un sueño la verdad. Poder diseñar y construir prótesis más
avanzadas y cómodas, pero no me queda tiempo y tendría que estar

en un laboratorio especial que no está a mi alcance.


—¿Y en San Francisco no puedes hacerlo?

—Tal vez, pero será después. April me necesita más.


Ella juntó las cejas.

—¿No estás casado?


—No —dijo April por mí—. Mi papi no tiene esposa, tampoco

tiene novia, porque vivimos los dos y solo le queda tiempo de


cuidarme y trabajar para poder comprarme todas las cosas que me

gustan. Está esperando que yo vaya a la universidad para tener


novia. Es triste.

El puchero que incluyó me apretujó el corazón. Su comprensión


de nuestra realidad era sorprendente.

—¿Y por qué te pone triste eso? —Le preguntó Olivia.


—Porque para ir a la universidad falta muuucho y cuando eso
pase, mi papi estará viejito como el abuelo Ray. No quiero que

espere tanto tiempo.


—Cariño, eso no es así —le aclaré.

Ella se levantó y vino a mi regazo.


—Es que quiero que seas feliz como el papi Luciano, quiero que

tengas una novia que cuide tu corazón y te de muchos besos para


que tenga un bebé. Adam me enseñó que le puedes pedir deseos a

las estrellas, y yo les he pedido crecer más rápido.


La abracé tan fuerte que creí que le hacía daño. No supe cómo ese

ángel podría ser una creación de Allison y yo.


—Yo soy feliz contigo, mi amor.
Adam y Celine llegaron, mi hija corrió a preguntarle a Adam cosas

sobre la Luna y las estrellas, me quedé con Olivia en el salón.


—Su madre nos dejó cuando era muy pequeña —le confesé—, soy

padre soltero.
—Pues te felicito lo has hecho de maravilla.

—No lo he hecho solo, he contado con mucha ayuda, empezando


por Celine.

—¿Y su madre no la ha buscado?


Recordé mi asunto.

—Nunca le he hablado de ella, y tampoco sé cómo hacerlo. Pero


tengo que enfrentarlo pronto. No sé cómo.

Ella suspiró.
—Mis padres eran adictos. Él murió primero y ella después, mi

abuela me crio, pero también murió. Por eso terminé en una casa de
acogida y ese par de maravillosas personas me adoptaron y me han

dado todo su amor. Cuando me enteré de ello, mi madre adoptiva me


preparó una noche de cine, son mis favoritas. Puedes preguntarle a

Celine, hago los mejores hot dogs del mundo. Y me explicó con
mucho cariño que ya no había nadie que fuera a buscarme . Tenía su

edad, tal vez un poco menos.


—Lo lamento.

—Ya fue hace mucho, pero gracias —sonrió.


—Me asusta su reacción —confesé.

—Es muy despierta e intuitiva. Prepara una actividad especial


para ella y se lo dices. Es mi consejo.

En ocasiones la ayuda que necesitas aparece como caída del cielo.


—Si quieres quedarte en el valle, conozco al director médico del

hospital y podría darte trabajo.


—¿Me recomendarías con él? —sonrió guasona.
—Acabas de pasar la entrevista.

Preparé un tipi en el jardín, una fogata para asar nubes de


malvavisco y jugamos a los juegos favoritos de April. Le dije que si

quería podíamos acampar en el jardín mirando las estrellas y ella


celebró la idea.
—Tengo un tesoro para ti —le dije al llevarla a la cama.
—¿Qué es, papi?

Se incorporó y recibió la caja que le llevaba decorada con un lazo.


—Ábrelo.
Soltó el moño y removió la tapa. Su expresión ilusionada me

apuntaló el pecho. Finalmente sacó la foto que contenía.


—¿Eres tú? —Tocó delicadamente el papel.

—Sí, antes de que tú nacieras.


—¿Quién es ella? Es muy bonita.

La tomé por los brazos y la acomodé sobre mis piernas. Observé la


foto, había pasado horas enteras mirándola y buscando el coraje de

mostrársela.
—¿Recuerdas que me preguntaste por tu mamá? Dijiste que

querías saber cómo se veía.


—Sí, me dijiste que pedirías una foto a la oficina de fotos de

mamás.
Sesgué una sonrisa.

—Esta es su foto, ella es tu mamá.


April no dijo nada por un largo rato, tenía las pupilas fijas en ella.

—Mis ojos son como los suyos, pero mi pelo no es de ese color, es
más como el tuyo.
—¿Quieres saber su nombre?
Se tomó otro momento para pensar. Después devolvió la foto a la

caja y la cerró.
—No, papi —me entregó la caja—, solo quería saber cómo se ve.

¿Puedes guardarla tú?


—¿No quieres quedártela?

Negó con la cabeza.


—Si ella viniera a buscarte, ¿qué harías?

—Le diría: hola, soy April.


—Pero así saludas a todas las personas desconocidas.

—Por eso, papi, no la conozco.


—¿Le dirías algo más?

—No lo sé, la invitaría a jugar con mi muñeca Nancy.


Cada pregunta que tenía que hacerle me costaba más que la
anterior.
—¿Te gustaría que ella viniera a vivir con nosotros?

—Si no tiene casa, estaría bien. Pero no como tu novia.


—¿Por qué no?
—Porque ella te rompió el corazón, papi. No quiero que te haga
llorar como la mamá de Kenneth lloraba por el papá de Kenneth.

Tomé aire para continuar, April se acomodó en la cama.


—Papi, ¿me abrazas para dormir?

Pasado un mes, April ya había iniciado el tercer año y tuvo que


asistir a varias sesiones con el terapeuta asignado por el juez que

tomó el caso y por el asignado por Allison y su abogado. Marc y su


equipo estuvieron haciendo los alegatos iniciales porque la fecha del
juicio se fijó para finales de noviembre. Si lográbamos desestimar el
testimonio y ponerla en evidencia, entonces ganaríamos.

Marc pasó a verme en el hospital para hablarme de algunos


avances.
—¿Cómo está? —pregunté ilusionado porque estuvo reunido con
Dustine y la detective Green.

—Está muy bien. Ya le asignaron el estatus de víctima, en unas


semanas será el traslado al refugio.
—¿Nada de Lowell?
—Ni de él ni de sus amigos. Piensan que cruzaron la frontera, es

posible que Connor estuviera avisado sobre la hora y escapó. Por eso
no pudo sacar nada de la casa.
Me mesé el pelo. Incluso en esas circunstancias Dustine seguía
sometida a él. Podrían pasar años y todo ese tiempo ella estaría
escondida.
—Pero vine a hablarte del juicio. Conseguimos información
importante sobre Allison. ¿Has escuchado sobre Tristan Duke?

—¿El corredor de F1 que tuvo ese terrible accidente? Quedó


parapléjico.
Asintió.
—Allison es su esposa, se casaron hace cuatro años.

No imaginé cómo pudieron conocerse siendo de mundos tan


distintos.
—Fue luego del accidente. Ella fue su enfermera por dos años, al
parecer se enamoraron y se convirtió en su esposa. Vivían en Nueva

York.
—¿Vivían?
—Tristan solicitó el divorcio y la razón va a gustarte —hizo una
pausa y entendí que estaba satisfecho con las noticias—, infidelidad.
Ella se metió con su entrenador. Lo sé, típico cliché. Y Tristan no

quiere dejarle un solo dólar. La demanda de divorcio está en espera


del juicio, y su abogado es el mismo que lleva el caso de custodia.
Fruncí el ceño, entendía que había una conexión allí. La aparición
de Allison no era gratis.

—Tienen un plan que incluye a mi hija.


—Es factible y ya he visto esa jugada antes, pero incluso

comprobándolo no podemos usarlo en su contra porque son dos


casos diferentes en cortes diferentes.
—¿Qué es lo que crees que la trajo hasta aquí?
—El dinero, ya lo he dicho antes. Los divorcios son para conseguir
dinero. Ella reclamó remuneración por los años de cuidados, Tristan

se mantiene en su sitio, prefiere un divorcio largo, pero no le dará


dinero.
—¿Tanto le dolió la traición?
—Mi fuente dice que hay un tema doméstico de fondo, Allison

despidió a la mayoría del personal médico que le cuidaba y es


posible que estén amenazados porque ninguno ha querido dar
testimonio.
—¿Y para qué fines le sirve tener la custodia compartida de mi

hija?
—Muy sencillo, alegaría su estatus vulnerable como madre soltera
que debe responder por un hijo y la corte entra a considerar qué tan
vulnerable es en ese momento. Sin propiedades o un empleo, su

perfil es perfecto para victimizarse.


Me reí. Era obvio que ella solo estaba revolviendo mi vida porque
necesitaba un beneficio, y no le importaba lastimar a mi hija.
—Pero sí podemos alegar que es una situación demasiado

conveniente para ella.


Se cruzó de brazos.
—Si nos vamos por ese camino, puede alargarse el juicio. Lo
consultaré con el resto del equipo, solo debes preocuparte por

recordar los puntos importantes de tu testimonio. El abogado va a


atacarte para volverte el victimario en lugar de la víctima.
Escuché unos golpes en la puerta y se abrió de inmediato.
—Perdón, perdón… —dijo Olivia, se veía asustada, empezó a

hablar muy rápido—, Jared lo lamento… vine a firmar el contrato y sé


que tenía que esperar, pero…
El teléfono interno sonó y tuve que atender.
—Allison me busca —dije a Marc.
—¿Conoces a Allison Duke? —soltó Olivia en un chillido.

Marc y yo la volteamos a mirar.


—Es la madre de April —revelé.
—¡Coño! —expresó sorprendida—, perdón ¡Dios! Prometí no decir
malas palabras. Lo lamento.

Olivia parecía una niña aún, actuaba de esa forma inocente e


imprudente.
—¿Por qué la conoces? —La interrogué tratando de no acorralarla.
—Era mi jefe con la que tuve problemas y me hizo renunciar… ¡no

dejes que se acerque a April! —Me advirtió.


Marc tomó el control de la situación.
—Atiéndela afuera, Jared, donde la gente pueda verte. Y yo
hablaré con la señorita… —le tendió la mano, galante. Esa faceta no

se la conocía pero tampoco era actuada, se le daba natural ese


coqueteo sutil.
—Olivia Cooper —respondió ella.
—Yo hablaré con la señorita Cooper.

Ambos sabíamos que teníamos a Allison. Era una confirmación de


que la ayuda aparece como caída del cielo.
Treinta y seis
Ave peregrina
Dustine

Conseguir la libertad es un viaje interior tan profundo como un


océano y tan vasto como el cielo, tal vez por eso uno parece el reflejo

del otro. Es un anhelo ancestral que late en lo más íntimo de cada


ser humano, una llama que arde incansablemente en el corazón de

aquellos que sueñan con alzar las alas y echarse a volar.


Pero la libertad no es simplemente soltarse de aquellas cadenas

que te mantuvieron retenido por tanto tiempo, es la capacidad de

ser uno mismo sin temor, sin inhibiciones y sin inseguridades. Para
mí significaba tomar decisiones auténticas y seguir el propio ritmo

de mi corazón. Estaba lejos de Connor y de aquella casa, iba a la


playa, jugaba con mi hijo, pintaba, veíamos la televisión,

cantábamos y bailábamos… Pero para nosotros la libertad no había

llegado. Y no llegaría hasta que pudiera darle cierre a esa historia.

Durante esos cuatro meses me había sentido más viva que nunca, y
también más asustada. Vivía con la zozobra constante y patente de
que algún día, Connor aparecería para robarme lo poco que había

conseguido y volver a encadenarme a él. Mi angustia aumentó

cuando me enteré de qué estaba prófugo, y que la policía no tenía

una sola pista de su paradero.

Con el paso de los días y la falta de resultados, empecé a


considerar la posibilidad de moverme de mi sitio. Connor podría

estar prófugo, pero estaba segura de que me culpaba del

allanamiento y las denuncias y seguía buscándome, no descansaría

hasta dar conmigo. Amelia prometió que me llevarían a un refugio

de mujeres maltratadas en el momento en que aceptaran mi


denuncia y me dieran estatus de víctima, los días pasaban uno tras

de otro y ese traslado no ocurría.

La visita de Marc y de Amelia no fue tan alentadora como

esperaba, porque lo único que podría conseguir era un divorcio, pero

eso no me protegía de los tentáculos largos de mi marido. Y era

tanta mi angustia y mi ansiedad que consideré enviar a Kenneth con

ellos, que sus abuelos le protegieran y yo siguiera mi camino en


solitario.

Ya no pensaba con cabeza fría, lo único que hice por esos días fue

conseguir un mapa y buscar la ruta una a ciudad más concurrida que

me acercara a cruzar la frontera con algún estado. Tenía en mente


atravesar el país, solo así podría sentirme un poco a salvo. No quería

decírselo a Jared, estaba enfrentando su propia tempestad y no sería

justo ponerlo a elegir entre su hija y yo. Así que organicé que mi

salida de Pacific Grove se daría el mismo día del juicio por la

custodia de April. Él estaría todo el día en los tribunales, no podría

llamarme como lo hacía a diario y con esa ventaja avanzaría hasta


Bakersfield, y en un par de semanas cruzaría hacia el estado de

Nevada. A mayor distancia de California más segura me sentiría.

Estuve caminando por la playa durante la noche mientras hablaba

con Jared, Kenneth jugaba a los videojuegos sentado en un banco.

Las temperaturas estaban bajando y no quería exponerlo por mucho

más tiempo al frío.

—No tienes que preocuparte, estoy segura de que ganarás el juicio.

—No la conoces, Allison es impredecible, es orgullosa, no tiene

escrúpulos.

—Sabes que te entiendo perfectamente.


Guardé silencio mientras escuchaba el susurro del mar, era tan

tranquilizante, por eso Kenneth tenía una fascinación con su sonido.

—¿Qué pasa? Te siento un poco extraña ¿estás triste?

Tragué el nudo de mi garganta, tenía que disimular con él para

que no pudiera detectar mis planes.


—Solo estoy pensando en el juicio, me parece que no es justo

contigo. Has sido un padre maravilloso.

—No pensemos más en eso ¿quieres? Mejor te cuento que, si todo


sale bien mañana, me escapo un par de días a verte.

Sentí el azote de la culpa porque quizá no volvería a verme en

mucho tiempo.

—Debes tener cuidado, no quiero que te arriesgues.

—Lo sé pero te extraño tanto, mi bonita, se me hace la boca agua

cada vez que pienso en darte un beso.

Me estremecí con el tono de su voz en un susurro seductor.

—Yo también te extraño, pero prefiero saber que estás a salvo.

Escuché de fondo la voz de April llamándole.

—Tengo que irme, April me necesita para revisar sus deberes, el

tercer grado está siendo un poco difícil para ella.

—Está bien, hablamos después. Te mando muchos besos.

—Un millón más para ti.

Revisé la hora en el reloj, pronto serían las nueve. Debía llevar a

Kenneth adentro, darle de comer y meterlo en la cama. Pensaba salir

temprano en la mañana.

Admiré por última vez la inmensidad del mar, una luna redonda y
brillante se reflejaba en las aguas. Agradecí en silencio la felicidad
que había encontrado en ese lugar.

Kenneth y yo preparamos la cena, un plato de espagueti con

mucha salsa roja, no se veía lleno de salsa, siempre pedía más y más,

era adicto a ella, yo evitaba darle demasiada porque a veces le dolía

el estómago después de comer.

—Vamos a lavarte los dientes, es hora de irte a la cama —acaricié

su pelo con cariño.

—Mami ¿cuándo volveré a ver April?

—Muy pronto, cariño, solo debemos viajar un poquito más y la

volveremos a ver
No quería sembrar falsas esperanzas en él, pero la ilusión de

volver a ver a April era la única razón por la que resistía en ese lugar,

si le decía que no volvería a verla se pondría triste.

Esa noche tardé un poco más en dormirlo, me dijo que había

soñado con una canción, que podía escucharla en sus oídos, pero

que no sabía cómo escribirla y que sin el piano tampoco podía

inventarla. Mi pequeño era un genio musical en potencia, deseé que

pudiera convertirse en un gran músico en el futuro. Al fin se quedó

profundamente dormido, besé su frente, le cubrí bien con las

mantas, revisé la hora de nuevo y estaba cerca de la medianoche.

Salí de la habitación cerrando la puerta. Iría a recoger el salón y


después prepararía las maletas. Tenía que seguir volando como un

ave peregrina.

Las sombras danzaban en el salón mientras descendía por las

escaleras, el reflejo de la luna se filtraba apenas por las rendijas de

la cortina.

Entré en el salón y una sensación de escalofrío recorrió mi cuerpo,

me sentí observada y ansiosa. Culpé a mis nervios por el viaje.

Me agaché para recoger la manta del sofá que estaba en el suelo y

entonces lo escuché.

—Creí que no volvería a verte, mi amor —el oscuro eco de su voz

resonó en el aire, envolviéndome en un escalofrío de terror.

Mi corazón latió con fuerza y lentamente enderecé mi espalda.

El mayor de mis miedos se materializó.

—¿No te alegras de verme?

Giré lentamente mi cabeza hacia el origen del sonido y la luz

tenue me reveló su silueta, permanecía sentado junto a la ventana,

muy cómodo y tranquilo.

No conseguía la voz para responderle, sentía que podía


desmayarme en cualquier momento. Cuando sus ojos fríos y

despiadados se posaron en mí supe que mi pesadilla era real. Su


presencia se cernió como la oscuridad, paralizándome. Intenté

retroceder, pero era demasiado tarde.

En un parpadeo se levantó y estuvo delante de mí.

—¿Dónde crees que vas, querida? —su voz era pausada lo que le

imprimía un aire siniestro. Sabía que estábamos en peligro, que

debíamos escapar, pero mis piernas se negaban a moverse.

Elevó su mano y me acarició la mejilla con el dorso de los dedos.

—Pensé al principio que no te echaría de menos, pero con el paso


de los días volví a recordar los buenos momentos… todo lo que tuve

que hacer para ganarme tu atención, todo lo que tuve que quitar del
camino para hacerte mi esposa —dijo con la voz susurrante.

Acercó sus labios a los míos, el miedo se mezcló con el asco.


—¿Recuerdas que fui paciente contigo?

Me rozó las mejillas y llegó a mi cuello donde aspiró


profundamente.

—Siempre me ha gustado como hueles.


Fijó sus ojos en mí cargados de malicia. Y en un instante sentí su

mano apretando mi mentón y tirando de él para llevarme tan cerca


que su aliento quemaba en mi piel.
—Te lo di todo, Dustine —su voz era férrea, gutural, cargada de

odio—. Vivía para complacerte… me quedé en ese pueblo, te


construí una casa y te saqué de la miserable vida que tenías
volviéndote una dama. Malgasté tanto dinero en ti y en tu familia…

¿y cómo me pagas?
Gemí de dolor, le vi disfrutarlo.

Entonces, como una bestia enjaulada, se abalanzó sobre mí, sus


manos ásperas y crueles se aferraron a mi cuello con ferocidad, mi

espalda chocó contra la pared notando el dolor por el impacto.


Cubrió mi boca y luché con todas mis fuerzas en un intento
desesperado por liberarme de su agarre.

—¡Me has envilecido! ¡Te atreviste a traicionarme! Ahora me


buscan como si fuera un monstruo y tú la pobre víctima. Pero la

culpa es tuya, tú eres la culpable, tú me convertiste en un villano al


despreciarme. No te bastó todo lo que te di, nunca pensaste en lo

que sacrifiqué, en las humillaciones que soporté.


Me ardían los pulmones por la falta de aire. En un acto de

desesperación, mis manos buscaron algo a mi alcance y encontraron


un objeto firme. Sin pensarlo dos veces lo empuñé con fuerza y le

golpeé en la cabeza. Se quejó y soltó el agarre, fue mi oportunidad


de escapar mientras él se doblaba por el impacto.

Corrí intentando aproximarme a la salida, allí empezaría a gritar


en busca de ayuda, era la única posibilidad que tenía; no podía irme
sola porque mi hijo dormía arriba. Pero Connor no se rindió tan
fácilmente, me alcanzó antes de que pudiera llegar a la puerta y

escuché ese rugido de rabia cuando me tomó del pelo y me lanzó


sobre su pecho.

Volvió a cubrirme la boca, le convenía que yo no gritara. Mi


corazón latía con fuerza, intentaba removerme, arañarle. No sé por

qué percibía una fuerza desmedida y feroz que repelía cualquier


intento por derribarlo.

—¿Crees que algún día podrás ser libre? ¿Crees que no voy a
perseguirte donde quiera que vayas? Primero estarás muerta.

Me lanzó al suelo con un golpe brutal, escuché un crujido sordo.


Entonces, un grito agudo rompió el aire, y mi corazón se detuvo al

ver a mi hijo parado en la escalera.


El dolor se extendió por todo mi cuerpo mientras luchaba por

mantener la conciencia, por proteger a mi hijo del monstruo que se


cernía sobre él. No conseguí moverme del suelo o gritar, solo percibí
las lágrimas mojar mis mejillas.

Connor agarró a Kennet y le cubrió la boca.


—Esta es tu verdadera debilidad —sonrió malévolo—, pues voy a

golpearte donde más te duele.


Mi última visión fue la de mi hijo siendo arrastrado lejos de mí y

mis ojos se cerraron lentamente sumergiéndome a la oscuridad.

Cuando finalmente recobré la consciencia, el dolor rugió en cada


fibra de mi ser como una marea implacable que amenazaba con

llevarme de vuelta a la oscuridad. Mi cabeza latía con una intensidad


frenética, como si mil martillos golpearan mi cráneo al unísono, y

cada movimiento enviaba una oleada de agonía a través de mi


cuerpo maltrecho. Con los ojos entreabiertos me encontré confusa y

desorientada. La sala a mi alrededor giraba en un torbellino de


formas borrosas, luchaba por orientarme pero todo parecía

distorsionado, como si estuviera atrapada en un sueño febril del que


no podía escapar.

Al fin, la cruel realidad se abrió paso a través de la bruma de mi


inconsciencia, como un rayo de luz que corta la oscuridad. Mi

corazón se detuvo al recordar que Connor me había encontrado.


El dolor se convirtió en angustia. Un gemido ahogado escapó de

mis labios mientras me incorporaba con esfuerzo. Pero cuando mis


ojos buscaron a mi alrededor, solo encontraron el vacío y el silencio.

El horror y la desesperación cayeron sobre mí, congelando mi


corazón.
—¡Kenneth! —musité, mi garganta quemaba.

Él se había llevado a mi hijo. La angustia y el miedo se apoderaron


de mí, tenía que levantarme, tenía que pedir ayuda.

Reuní las escasas fuerzas que tenía para levantarme, me sostuve


de los codos y me arrastré hacia la escalera. Poco a poco las piernas

salieron del agarrotamiento y pude sostenerme. Subí la escalera, me


sentía mareada, me fallaba el equilibrio. Casi arrastrándome alcancé

la cima y me precipité a la habitación de Kenneth. Lo primero que


pude ver fueron los pedazos de la consola dispersos por el suelo y la

habitación revuelta. No supe qué estaba buscando. Lloré de angustia


y desesperación temiendo que pudiera hacerle daño. Me acerqué a la

cama deshecha de mi hijo y encontré un papel sobre la almohada.


Era un número de móvil.

Bajé de nuevo al salón, debía encontrar mi teléfono porque ya no


lo llevaba conmigo. La casa estaba desordenada, los muebles
corridos y algunas esculturas tiradas. Revisé el salón y finalmente lo

encontré debajo de un sillón.


No podía controlar el temblor de mis dedos, marqué mal el

número un par de veces. Con el primer tono sentí que perdía el aire.
—Hola, querida esposa. Creí que seguías dormida.

—¿Dónde está Kenneth? —Mi voz sonó forzada.


Escuché que reía.
—Eres tan débil… tan predecible.

—Por favor no le hagas daño.


—¿Y qué harás para evitarlo? —Su tono premeditado y pausado
era más inquietante que cuando gritaba.

—Llévame a mí, por favor —supliqué—, haré lo que quieras.


Escuché un suspiro largo.

—Siempre me obligas a conseguir las cosas, Dustine, nunca lo


haces por mí, siempre es por los demás.

—Connor, por favor.


—Me encanta cuando suplicas… es casi excitante.

—Dime qué quieres de mí para dejarle ir.


—¿Lo que quiera? —preguntó jugueteando con los tonos de su voz.

—Sí.
—Lo que yo quiera… muy bien, entonces te diré lo que vas a hacer.

—Me recitó unas indicaciones para encontrar una vía hacia una
reserva natural cerca de Los Gatos y el lugar donde se encontraba—.

Tienes dos horas, si te pasas de un minuto quizá lo encuentres


flotando en las aguas de lago.

Ahogué un jadeo.
—Por favor… no le hagas daño —supliqué.
—Empieza a rodar el tiempo, mi amor. Ah, y será mejor que no le
avises a tu amiga la detective.

La llamada se cerró.
Caí de rodillas al suelo como si hubiese estado soportando un peso

enorme. Me cubrí las manos y lloré desgarrándome la garganta.


Eran las seis de la mañana.

No tenía tiempo para perder. Subí a cambiarme de ropa y me lavé


el rostro para que cualquier rastro de sangre se borrara, no podía

alertar a nadie. Al abrir el armario vi el vestido violeta, era como un


recordatorio de todo lo que quise alcanzar, un testigo de la felicidad

que arañé.
Pero la felicidad también es efímera.

Me ahogué de nuevo en el llanto. Pensé en él, en la forma dulce y


cariñosa en la que me trataba, en su mirada brillante, en sus besos
que sanaron mis heridas. En el amor que nunca antes sentí.
Iría a reunirme con Connor y dentro de mí presentía que no

volvería. Percibía el vaho de la muerte acecharme, la certeza de que


todo había llegado a su fin. Entonces busqué mi libreta de bocetos y
le escribí a Jared una despedida, la más difícil y dolorosa de todas.
Y pensé en que, si la primera vez que Connor me golpeó lo hubiese

denunciado, si hubiese tenido el valor de irme y si hubiese


reconocido todas la señales de advertencia, tal vez pude haber
evitado mi destino.

Ya era demasiado tarde.


Bajé el vestido y lo dejé sobre la cama con la carta encima, tomé la
llaves del auto, debía rescatar a mi hijo del depredador. No
importaba si era yo quien se entregaba en sacrificio, porque en ese
momento, su vida valía más que la mía, más que cualquier cosa en

este mundo.
Apagué el teléfono y subí al auto. Activé las indicaciones en el
navegador y conduje sin detenerme y sin importarme el límite de
velocidad. Todos mis pensamientos estaban con mi hijo, si estaría

nervioso, si Connor le estaba gritando, si sentía algún dolor o si su


padre lo había lastimado.
Sorteando el tráfico logré colarme en la autopista y seguí cada
instrucción que Connor había recitado, no entendía cómo las

recordaba tan fielmente, quizá la angustia y la adrenalina tenían mi


cerebro más activo.
Al cabo de una hora encontré el desvió hacia la reserva y encontré
una carretera más angosta y totalmente solitaria, solo me

acompañaba la vegetación. No cruzaba un auto ni por casualidad.


Avanzaba sin encontrar una sola señal de Connor, tenía la boca
seca y las manos sudorosas, y el dolor en mi cabeza era insoportable.

Rodeé toda la extensión de la reserva que indicaba el navegador del


auto y la ruta me mostraba que era una vía que no llegaba a ninguna
parte es específico, una zona con desvíos hacia cualquier lugar
campestre. Era estar en medio de la nada. Cuando alcancé la

siguiente curva vi un auto negro estacionado al borde del camino, a


la derecha se divisaba el cauce del lago, y fue cuando lo vi. De pie
frente a la orilla, con las manos en los bolsillos.
Mi corazón dio un brinco. Me detuve detrás de su auto. Creí que

las rodillas no me responderían, mis piernas temblaban y me costó


sostenerme en pie. Con pasos torpes me acerqué y mi angustia se
desató al no ver a Kenneth en ninguna parte.
Al sentir mi presencia se dio vuelta despacio y me observó, iba
vestido de negro completamente, tenía la barba tupida y el pelo

rapado. Era su camuflaje. Me miró de arriba abajo rezumando


desprecio y odio.
—¿Dónde está Kenneth? —La voz me sonó quebrantada.
No respondió.

—¡Connor, te lo suplico… déjalo ir!


Dio un paso y otro más, mi pulso se disparó. Y cuando se detuvo

delante de mí, me abofeteó, un golpe que sacudió mi cabeza y me


mandó al suelo. El dolor estalló y mi visión se nubló
momentáneamente.
—Delante de él no, por favor —supliqué desde el suelo.
—Ojalá me hubieras querido a mí como lo quieres a él —escupió su

veneno y me agarró del brazo para levantarme y llevarme a


empujones hasta su auto estacionado.
—Está en el asiento trasero. No pretenderás que le deje ir porque
no será posible.

Abrí la puerta, mi hijo estaba atado de pies y manos, amordazado


y hecho un ovillo, la imagen desgarró mi corazón.
—¡Kenneth! —gemí y estiré mis manos para alcanzarlo.
Mi hijo abrió los ojos y el reflejo del miedo en ellos fue una

tortura. Lo abracé con fuerza acariciando su pelo, las lágrimas me


inundaron el rostro.
—Lo siento, mi amor, lo siento tanto…
—Tenemos que irnos —bramó Connor y me separó de él.

Me puse de rodillas, recordé aquella noche que amenazó con


lanzarlo de la ventana cuando apenas era un bebé.
—Por favor déjale ir —me aferré a sus piernas—, me tienes a mí, es

lo que querías. Él no dirá nada, te lo prometo, pero deja que se vaya


—su mirada fría y oscura se regodeaba con mi dolor—, ¡te lo suplico!
Escuché el gemido ahogado de mi hijo, la impotencia me acusó
por no poder evitar que presenciara esa situación.

Connor tiró de su pierna para soltarse, se puso a mi altura y tiró de


mi pelo hacia atrás.
—Si llegan a encontrarnos…
—No pasará —me adelanté a su amenaza, no quería escucharla.

Movió la cabeza indicando que podía ir con él. Corrí a su


encuentro y le solté la mordaza.
—¡Mami! —chilló, estaba aterrado. Luego solté las cuerdas.
—¿Estás bien? —Le toqué todo el cuerpo. Él asintió.
—¿Nos vamos, mami?

Contuve el llanto. Sorbí por la nariz buscando la calma y le


acaricié el pelo.
—Tengo que ir con tu padre, ¿vale? —Mi pecho se elevaba
entrecortando mis palabras.

—No, mami, no vayas con él —pidió.


Moví la cabeza.
—Todo estará bien, confía en mí. Yo nunca te he mentido. ¿Lo

harás?
Dudó pero al final me dijo que sí.
—Vale, te irás caminando por la orilla, y si puedes correr un poco,
también lo harás. Y apenas te encuentres con alguien, pídele ayuda,

dile que estás perdido y que vives en Santa Helena. Pero no les digas
nada sobre mí o sobre tu padre.
—¿Por qué no puedo?
Tomé aire.

—Porque nosotros te veremos allí después. ¿Lo has entendido? —


Afirmó con la cabeza—. Te amo, mi sol. Siempre te amaré.
Me abrazó con sus pequeños brazos y besó mi mejilla dolorida.
—Yo también te amo, mami.

—Vete, te estaré mirando —volví a abrazarlo—. ¡Corre, Kenneth!


Sus pasos fueron dubitativos, miraba hacia atrás mientras yo
estaba allí tratando de sostenerme en pie. Cuando su imagen
desapareció de mi vista, exhalé un suspiro hondo.

Él estaba a salvo.
Ya podía respirar.
Connor me tironeó hasta llevarme al auto y me obligó a subir
junto a él.
—Este será nuestro viaje final, mi amor —declaró.
Me resigné. No importaba lo que fuera de mí si mi hijo podía vivir.
Sabía bien que los árboles cumplen un ciclo, mis hojas caerían, pero
las suyas apenas empezaban a florecer. Si conseguí que Connor le

dejara ir solo era prueba de lo que el amor de una madre puede


alcanzar. No le perdería a él también. Porque el amor de una madre
es un fuego ardiente que brota dentro de ti, una fuerza imparable
que nos impulsa a sacrificarlo todo. Es un vínculo sagrado que

trasciende el tiempo y el espacio, un lazo que ni la muerte puede


romper.
Treinta y siete
Mi sol de April
Jared

Un nudo me apretaba la garganta, se acercaba la hora de entrar al


juzgado y Dustine no había respondido a ninguna de mis llamadas,

me enviaba al buzón. No era normal. Intentaba creer que estaba en


la playa, que había ido a correr o estaba en el jardín y se dejó el

móvil. Buscaba una razón que me diera sosiego, pero lo único que lo
haría sería escuchar su voz. Siempre la llamaba antes de ir al trabajo,

ella sabía que lo hacía.

—¿Pasa algo? —preguntó Celine—. Tenemos que entrar.


—Dustine tiene el móvil apagado.

—Se pudo descargar la batería —tocó mi hombro—, intenta


calmarte porque tienes que estar enfocado en esto.

Le di la razón. Sin embargo, le envié un mensaje a la detective

Green para pedirle que se asegurara de que Dustine estaba bien.

La sala del tribunal resonaba con un murmullo tenso mientras


esperábamos la llegada del juez. Era una jueza, en realidad. Me
acompañaban mis padres, y el resto de mi familia de Santa Helena.

Los testimonios ya habían sido entregados y solo bastaban el mío y

el de Allison, y si era necesario llamarían a Luciano a subir al

estrado.

Mi mente volvía una y otra vez a los años transcurridos, a las


noches en vela preguntándome por qué la había abandonado, a las

lágrimas de impotencia cuando no sabía cómo hacer cualquier cosa

para ella porque no quería decepcionarla. Durante demasiado

tiempo había llevado el peso de la crianza en solitario, luchando por

darle a mi hija la vida feliz y segura que se merecía.


Creí haberla protegido de cualquier daño emocional y en ese

momento estaba en vilo porque no sabía cuán difícil o doloroso sería

el ingreso de Allison en su vida. Y para evitarlo tenía que

enfrentarme a la mujer que la había abandonado, que había elegido

desaparecer de su vida sin dudarlo.

—Estamos aquí —dijo Luciano en medio de un abrazo—, eres su

héroe, viejo, nadie va a quitártela.


Tomé asiento junto a Marc y enseguida vimos entrar a Allison, me

sorprendió que usara un traje sencillo, sin joyas ni el despliegue de

arrogancia de la última vez. El pelo recogido despejando su rostro y

una actitud reprimida y sumisa.


Conocía esa actitud muy bien.

El guardia anunció la entrada de la juez Blackwood y nos pusimos

de pie. El juicio dio inicio y Allison fue la primera en ser llamada al

estrado. Su abogado hizo las preguntas pertinentes que solo dieran

espacio a hablar de su estado de depresión y de indefensión por el

embarazo, la falta de apoyo de su pareja y la persuasión para que


aceptara tener un hijo que claramente ella no deseaba tener. Que

ella estaba por debajo de mí en ingresos y profesionalmente y por

eso saqué ventaja.

Fue el turno de Marc para interrogarla.

—Señora Duke, usted ha dicho que mi cliente la persuadió de

continuar con el embarazo porque él deseaba tener un hijo, ¿no es

así?

—Así es.

—¿En algún momento él le ofreció otra opción?

—Me ofreció abortar si lo quería.


—Eso podría significar que no estaba obligándola, que era libre de

elegir.

—Señoría —dijo el abogado de Allison—, mi cliente pasaba por un

estado mental frágil, era presionada a tomar cualquier decisión en el

corto plazo.
—Continúe con las preguntas, abogado —dijo la juez, era una

mujer de unos setenta años.

—Señora Duke, solo quisiera saber ¿por qué ha esperado siete


años para solicitar la custodia compartida? ¿Le llevó tanto tiempo

superar la depresión?

—Objeción.

—Denegada. Que responda la pregunta —dijo la juez.

—Tenía miedo de que su padre no me permitiera acercarme. De

que me hubiese presentado frente a ella como una mala madre y me

rechazara —gimoteó—, me he arrepentido todos estos años de

haberla abandonado. Siempre estaba imaginando cómo se vería, si

se parecía a mí o si ella deseaba conocerme. Jared nunca me buscó,

pudo mostrar compasión al menos por nuestra hija.

Apreté los puños, era una manipuladora experta.

—Me gustaría hacerle dos preguntas más, la primera… —se acercó

a la mesa y extrajo una de las pruebas que enseñó a la juez—,

quisiera presentar este documento como prueba.

En una pantalla se proyectó la imagen, después fue hasta Allison.

—¿Podría decirme si reconoce la letra de esta carta como suya?

Ella la observó.
—No lo sé… no recuerdo haber escrito una carta.
—Si lo prefiere podemos hacer una prueba comparativa de

caligrafía.

—Supongo que pude escribirla —declaró.

—Bien, supongamos que la escribió. La carta dice y cito: «Por favor

no intentes buscarme» y atrás menciona: «no es lo que quiero para

el resto de mi vida». ¿No significa que usted estaba segura de que

quería marcharse?

—Objeción, señoría. Mi cliente pasaba por depresión post parto.

Su estabilidad emocional era frágil.

—Cambie la pregunta, abogado. O avance.


—Haré mi última pregunta —se aclaró la garganta—, ¿podría

decirme la fecha del cumpleaños de su hija?

Allison palideció.

—Es irrelevante para el caso —rebatió su abogado.

Marc miró a la jueza.

—Que responda.

—Es… —Allison miró a todos lados y luego me miró a mí—, es en

Abril por eso se llama April.

—La fecha exacta, señora Duke —exigió la juez.

—No la recuerdo —confesó.

—No más preguntas, señoría —finalizó Marc.


Un murmulló se alzó en la sala. Marc me miró victorioso.

—Vamos a descanso.

Salimos al receso y volví a insistir con Dustine. Pero no tenía

respuesta. La detective respondió que enviarían a revisar su casa.

Luciano llegó conmigo.

—¿Cómo estás?

Exhalé cansado.

—No lo sé, sorprendido, supongo. Nunca pensé que podría verme

como un villano por querer tener a mi hija…

—No lo eres… April es lo mejor que nos ha pasado a ambos y lo

sabes.

Marc se acercó.

—Luciano vas a subir al estrado, están perdidos y van a buscar

cualquier recurso para satanizar a Jared.

Me pasé las manos por el pelo.

—No te preocupes, viejo, si remontaba marcadores nefastos,

puedo con esto —sonrió guasón—, soy el mariscal DeLuca, no lo

olvides.
Volvimos a la sala y mi ansiedad aumentaba, no sabía cómo estar

en dos lugares al mismo tiempo.

El abogado de Allison llamó a Luciano.


—Señor DeLuca, para informar a esta corte, por favor díganos hace

cuánto conoce al doctor Harper y en qué condiciones ocurrió.

—Le conozco hace siete años y cuatro meses. Le conocí en el

hospital de Santa Helena cuando llevé a una paciente a su consulta,

la señora Georgina Carter.

—¿Cuál fue la primera impresión que tuvo de él?

—Que era alguien que no dormía —se escucharon risas de fondo—,

se le veía cansado, pero dispuesto a ayudar.


—¿Conoció la causa de su cansancio?

—Claro que sí, era padre soltero de una criatura de tres meses de
vida, estaba totalmente entregado a su cuidado.

—Pero ha dicho que trabajaba en el hospital, entonces no estaba


entregado al cuidado de su hija. ¿Dónde estaba ella mientras el

doctor Harper trabajaba?


—Antes de conocerle, él la llevaba a la sala de neonatos del

hospital, pagaba una nodriza y una niñera.


—Entonces delegaba en otros su responsabilidad.

—Pues creo que de haber podido dar leche por su cuenta la habría
amamantado él mismo.
Volvieron las risas, ese era Luciano.

El abogado carraspeó.
—Dijo que antes de conocerlo lo hacía, ¿qué ocurrió después?
—Nos volvimos amigos, me enamoré de su hija y le ofrecí mi

ayuda porque estaba muy solo y cansado, aunque nunca lo dijera.


—Así que volvió a delegar su responsabilidad y esta vez fue usted.

—Señoría es inapropiado —apeló Marc—, está emitiendo su


opinión sobre mi cliente.

—Proceda, abogado.
—En el expediente consta que usted se convirtió en padre de facto
de la menor, ¿por qué razón solicitó este tipo de custodia?

—Porque Jared me ofreció serlo, es su forma de agradecer el


tiempo que he pasado con April, aunque no era necesario. La

consideraría mi hija sin ese documento.


—¿Es posible que usted y el doctor Harper tuvieran otro tipo de

relación? —insinuó.
—No se está juzgando la orientación sexual de mi cliente ni sus

relaciones personales —rebatió Marc.


—¿A dónde quiere llegar, abogado? —dijo la juez.

—Solo intento establecer un vínculo entre el señor DeLuca y el


doctor Harper que expliqué por qué tiene derechos legales sobre la

menor. ¿Qué tipo de relación los une?


—Conteste, señor DeLuca —solicitó la juez.
—Somos amigos —declaró solemne—, aunque ganas no me
faltaron, pero no soy su tipo

Escuché a Celine reír con ganas. Yo me cubrí la boca.


—No más preguntas.

Luciano pasó por mi lado y palmeó mi hombro.


—Tu turno —avisó Marc.

Exhalé el aire en mis pulmones y me levanté en cuanto escuché mi


nombre. Hice el juramento y Marc se acercó.

—Doctor Harper. Me gustaría que me hiciera un resumen de los


siete años de vida de su hija. Para que esta corte conozca su

testimonio.
Me aclaré la garganta y empecé a hablar.

—April nació el 8 de abril de 2017 a las 2: 43 a.m., pesó 8,5 libras y


midió 53 centímetros…

—Objeción, señoría. Exijo que los datos clínicos o científicos se


omitan del relato ya que sus estudios profesionales le permiten
usarlos a su favor.

—¿Cómo afecta a su cliente? —preguntó la juez.


—Ella se encontraría en desventaja al desconocer esta

información. Y el doctor Harper tiene habilidades profesionales para


retenerlos fácilmente.
—No se trata de que sea médico, se trata de que es su padre,

abogado —contestó ella—, prosiga, doctor Harper.


Mi relató se extendió un poco más de lo esperado porque una vez

empezaba a hablar de April no podía parar.


—Solo una pregunta más —advirtió Marc—, ¿se arrepiente de

alguna de las acusaciones que ha escuchado hoy, doctor Harper?


—No me arrepiento de nada –declaré.
—Es todo, señoría.

Volvimos a nuestros lugares.


—La corte entra en sesión. Daré mi veredicto hoy mismo.

Sonó el martillo. Noté que tenía el estómago apretado. Volví a


revisar mi teléfono y el mensaje que dejó la detective Green me

golpeó el pecho con violencia.

Amelia Green: No hay rastro de ellos en casa y todo está revuelto. Ya se

emitió una orden en el estado y las fronteras.

El suelo se movió bajo mis pies. Necesitaba levantarme, salir

corriendo a buscarla. Saber lo que había ocurrido.


—¿Pasa algo? —preguntó Marc al verme descompuesto.

—Connor tiene Dustine.


En ese momento la juez entró de nuevo. Mis sentidos estaban

adormecidos, no sabía cómo concentrarme en lo que diría.


—Bebe agua –me sugirió Marc.

—Doctor Harper y señora Duke pónganse de pie —solicitó la juez


—. He tomado mi decisión en este caso. Antes de hacerlo, me veo en

la necesidad de decir algo más —me miró fijamente—. Doctor Harper


he escuchado cada uno de los testimonios que se han reunido y el

suyo aquí en la corte, ninguno me ha indicado que usted sea un


padre irresponsable o descuidado. Admiro que haya tomado la

determinación de hacerse responsable de su hija porque no es algo


común en un padre y usted ha creado un entorno seguro y amoroso

para ella. También la he escuchado hablar de usted y no tuvo más


que elogios —hizo una pausa y miró a Allison—. Señora Duke, su

caso era improcedente desde el principio para mí y para la ley, usted


abandonó a su hija no tenía ningún derecho a custodia, sin embargo,

acepté escuchar sus razones y darle espacio para demostrarme que,


en realidad, quiere crear un lazo con su hija. Y esperé a que su
defensa me demostrara la forma en que el doctor Harper se

aprovechó de su vulnerabilidad. No ocurrió. La paternidad no es una


firma en un papel ni una declaración de un juez sobre quién se

queda con un niño; la paternidad es querer estar, y estar significa


estar presente, es comprender que ser padre es sacrificarse, es

olvidarse de los propios intereses porque hay una criatura indefensa


que depende de su padre para sobrevivir, y es poner la felicidad y la
seguridad de un hijo por encima de cualquier cosa.—La miró a ella y

después a mí—. Con esto claro, de acuerdo al código familiar de


California, reafirmo la custodia exclusiva de April Harper a su padre,
el doctor Jared Harper. Y solo si él lo considera favorable podrá

permitir un acercamiento entre la menor y su madre biológica.


También confirmo la declaración de padre de facto del señor Luciano

DeLuca que le adjudica derechos de custodia.


El sonido del martillo cerró el caso. El alivió me recorrió el cuerpo.

Porque en ese momento, supe que todo había valido la pena, que
cada lágrima derramada, cada sacrificio hecho, cada noche sin

dormir valieron la pena por seguir teniendo a mi lado a mi sol de


abril.
Treinta y ocho
Si no hay después
Jared

Era una victoria agridulce. Había ganado la custodia de mi hija, pero


ahora enfrentaba una prueba más difícil y el desasosiego me

golpeaba el pecho con violencia. Prácticamente salí corriendo de los


tribunales y llamé de inmediato a la detective Green.

—¿Qué ha ocurrido? —pregunté apenas contestó.


—En la casa hay señales de lucha y manchas de sangre. Pero no

está su auto. Las cámaras han mostrado dos autos en la zona

moviéndose a horas distintas, uno en la madrugada y otro al inicio


de la mañana.

—No entiendo…
—Al parecer ella salió después, y tenemos la hipótesis de que

Lowell pudo citarla en algún lugar. Las cámaras de seguridad la

muestran saliendo de la zona residencial, pero no hemos establecido

la ruta que tomó. Tenemos patrullas rastreando.


Exhalé pesadamente. Tenía el corazón en la garganta.
—¿Qué puedo hacer? ¿Cómo puedo ayudar?

—Doctor Harper, debe tranquilizarse porque la búsqueda puede

llevar mucho tiempo.

—¡No me pida que me tranquilice! Iré a buscarla donde sea.

—Jared, respira —dijo Celine a mi lado. Dinos qué pasa.


Les miré a los dos sintiendo que me desmoronaba por dentro.

—Connor se ha llevado a Dustine y a Kenneth.

Desde ese momento la angustia no me abandonó. Decidimos que

íbamos a dividirnos hacia el sur y el este. Yo iría con mi padre,

Luciano iría con Adam por la zona de Modesto, Celine estaría en


casa porque April no podía quedarse sola. Dimos aviso en Santa

Helena a Meyers para pedir refuerzos.

Llegando a San José, recibí la llamada de Amelia.

—Tengo novedades. Dieron aviso de un auto abandonado en

inmediaciones de la reserva de Lexington. Es el de ella.

Un escalofrío me azotó sin piedad, mi padre detuvo el auto.

—Voy para allá.


—Espere, doctor. Hay huellas de otro auto, no creemos que estén

en la zona. Si no ha ido hacia Arizona, o a la frontera con México, es

posible que sea a Nevada. Debe suponer que le buscamos en todo el

estado.
Estaba desesperado.

—No sé qué hacer…

—Comprendo su angustia, pero estamos trabajando en conjunto.

Buscamos la matrícula del auto de Lowell en las cámaras de

seguridad para poder rastrearlo.

—Llámeme con cualquier información —pedí.


Mi papá tocó mi hombro. Estaba al tanto de la historia.

—Van a encontrarla, hijo, trata de calmarte. Creo que debemos ir

al este, Nevada está más cerca que la frontera con México. No se va a

exponer en California, por eso buscó un lugar despoblado, y por esta

zona de California hay muchas rutas a los campos de cultivo. El

radio es muy amplio y los desvíos también.

—Sigamos, papá. No voy a estar tranquilo si no hago algo para

buscarla.

Mi padre encendió el auto y reanudamos el recorrido, yo le

informé a Luciano las noticias.


Pronto la noche cayó sobre nosotros, envolviendo la ruta en un

manto de oscuridad angustiante. La búsqueda era más complicada,

casi infructuosa, porque todo alrededor se mimetizaba. Mis ojos

escudriñaban la oscuridad buscando desesperadamente cualquier

indicio que pudiera llevarme hasta ella.


Miré a mi padre, estaba cansado y seguramente hambriento. Era

momento de parar.

—Busca un lugar para comer, papá. Paremos un momento.


—¿Estás seguro?

No podía comer, tenía un golpe en el estómago, una puñalada de

frustración clavada en el pecho. Tampoco podía permitirme

rendirme, pero no sabía por dónde seguir.

Asentí.

—Es inútil.

Fuera del auto se sentía el frío de la madrugada, estábamos en

Santa Cruz, siguiendo la ruta que la llevó a la reserva y preguntaba

en las estaciones de servicio o los locales 24 horas si alguien la había

visto.

Luciano estaba llegando a Los Gatos, apenas amaneciera

buscaríamos pistas en la zona de la reserva. Algo que la policía

pasara por alto.

La angustia de una búsqueda sin pistas es como un laberinto sin

salida, un torbellino de incertidumbre que amenaza con consumirte.

Con cada segundo que pasaba sin noticias de ella, la angustia

devoraba mi esperanza.
—¿Dónde estás? ¿Te ha hecho daño? —susurraba a su foto en mí

teléfono. Preguntas que giraban en mi mente en un eco incesante

que solo se calmaría si encontraba respuestas.

—¿Qué piensas hacer? —preguntó papá. Podemos ir a Pacific

Grove y revisar la casa.

—No, papá. Encontremos a Luciano en Los Gatos, a esta hora es

inútil buscar.

Mi móvil sonó, vi que el reloj marcaba las cuatro de la mañana.

—¿Dónde está, doctor Harper? —Era Amelia.

—En Santa Cruz.


—¿Puedo verlo en Los Gatos?

—Por supuesto. ¿Ha pasado algo?

La escuché tomar aire, imaginé lo peor.

—Encontraron al niño desorientado y deambulando por la reserva.

Le han llevado al Good Samaritan porque estaba deshidratado.

—¿Y Dustine? —dije con la voz ahogada.

—No estaba con él… y no ha hablado. Necesitamos que vea a

alguien de confianza para que hable. Ya avisamos a los abuelos, pero

tardarán en llegar.

—Voy en camino.
Retomé la ruta, estaba muy cerca de Los Gatos y Luciano también.

Seguramente Kenneth se sentiría más tranquilo con alguno de

nosotros.

Media hora más tarde estaba llegando al hospital. Luciano

esperaba afuera y Amelia llegó en ese momento. Hablaba por

teléfono y daba órdenes.

—Vamos, el pediatra ha permitido que podáis verlo.

La seguimos por los pasillos del hospital en silencio. Ella llevaba

un radio en la mano a bajo volumen manteniéndose al tanto del

operativo. Cruzamos un par de salas y estuvimos en el área de

pediatría, Amelia preguntó por el doctor y nos pidieron esperar.

—¿Cómo le encontraron? —cuestionó Luciano.

—Unos turistas que volvían de la reserva le vieron solo y se

detuvieron para preguntarle si estaba bien. Él les pidió que le

llevaran a Santa Helena, pero ellos decidieron llevarle con la policía

ya que no respondía a ninguna otra pregunta. Cuando le dejaron allí,

se desvaneció en una silla y le trajeron por urgencias. Y como ya

estaba la alerta de búsqueda, nos avisaron de inmediato que lo


habían encontrado.

El médico se acercó a nosotros.


—Doctor García, ellos son dos personas que conocen a Kenneth y a

su madre. El señor Luciano DeLuca y el doctor Jared Harper.

Nos estrechó la mano.

—Kenneth está estable, le tenemos con suero de hidratación

porque pasó muchas horas caminando bajo el sol. Tiene algunas

heridas en los pies por la intensa caminata y unas marcas en las

muñecas por sujeción. Por lo demás está ileso. Pero no habla, llora

en silencio, se cubre los oídos y se hace un ovillo.


—¿Podemos verlo? —pregunté.

—Sí, podéis seguirme.


Amelia dijo que esperaría y nosotros seguimos al doctor hasta la

habitación. Abrió la puerta y vimos a Kenneth arrebujado y con las


manos cubriendo sus oídos.

Cruzamos el umbral de la habitación.


—Hey, campeón —dije en un tono que no denotara mi angustia—,

estamos aquí, todo va a estar bien.


Kenneth giró de inmediato y su expresión me quebrantó, su rostro

estaba pálido y denotaba el cansancio, pero sus ojos permanecían


vidriosos, enrojecidos y desvelaban el miedo.
Me acerqué con pasos vacilantes, sintiendo el peso de la

preocupación en cada fibra de mi ser.


—¿Vino mamá? —Fue su primera pregunta, tenía la voz ronca,
pero su angustia era palpable.

Se apretó el nudo en mi garganta al ver el tormento que reflejaban


sus ojos. Me esforcé por mantener la compostura, por ser su roca en

medio de la tormenta que lo rodeaba. Me senté en la cama y acaricié


su cabeza.

—Estamos buscándola. ¿Sabes lo que pasó?


—Sí —dijo con voz temblorosa, sus manos se aferraron a las
sábanas.

—Puedes decirnos, campeón. Sabes que tu mamá confía en


nosotros —agregó Luciano.

Sus labios temblaron ligeramente mientras luchaba por contener


las lágrimas, y mi corazón se rompió al ver su sufrimiento. Extendí

mi mano y acaricié su hombro con ternura, deseando poder borrar


todo el dolor con un simple gesto.

—Se fue con él —las lágrimas le rompieron la voz, rodaron por sus
mejillas a torrentes—, él la tiró al suelo y la dejó sola. Me metió en

un auto y me amarró las manos, los pies y la boca. Y luego viajamos


mucho tiempo. Cuando se detuvo no pude bajar, tenía ganas de ir al

baño, pero me aguanté… después vino mamá, tenía las mejillas con
sangre...
Se quebrantó en ese momento y solo pude abrazarlo e intentar
calmarlo.

—Ella me soltó —dijo en medio del llanto—, me dijo que corriera y


buscara a alguien que me llevara a casa, que ella llegaría después

con él. Empecé a correr y no encontré a nadie… caminé mucho y se


hizo de noche. Tenía sed, hambre y me dolían los pies. No sé dónde

está mamá.
Su llanto desolador nos rompió a Luciano y a mí, él no lo soportó y

salió de la habitación.
—Vamos a encontrarla. Has sido muy valiente —limpié sus

lágrimas.
—No la pude defender.

—Lo hiciste bien, campeón. No te sientas culpable.


—¡Quiero ver a mamá, la extraño!

Lo atraje hacia mí y él aferró sus manos en mi torso. Dustine tenía


que aparecer.
Me quedé con él hasta que pudo dormirse, tenía pesadillas y

lloraba en medio del sueño. Sabía que iba a necesitar ayuda para
superar lo que vivió en manos del monstruo que tenía por padre.

Volví a la sala de espera, Luciano permanecía sentado con las


manos cubriendo su rostro. Todos nos culpábamos de ese final, por
no haber hecho más, por no denunciar, por dejar que ella hiciera las

cosas a su modo.
Cuando la culpa aparece también te enumera cada uno de los

errores que cometiste.


Me senté a su lado, papá me trajo café. Los minutos se hicieron

horas y pronto amaneció. Mi mente estaba con ella, me estaba


volviendo loco de angustia.
Vi entrar a los abuelos de Kenneth, seguramente les extrañaba

vernos allí. No dijeron nada y fueron con su nieto. Amelia entró en


ese momento.

—Doctor Harper, ¿puedo hablarle en privado?


Mi corazón dio un brinco y me puse de pie de inmediato. Me llevó

aparte y mientras la seguía mi respiración empezó a fallar.


—El grupo que hizo las pesquisas en la casa de Pacific Grove

encontró algo y creo que es para usted.


Me mostró una bolsa transparente que resguardaba una nota.

—Estaba encima de esto.


Cuando reconocí el color de la tela, creí que perdía la fuerza en las

rodillas para sostenerme. Recibí ambas cosas, saqué el vestido y lo


llevé a mi nariz en un intento por rescatar su aroma. Después saqué
el papel de la bolsa, era su letra, era el papel de su cuaderno de

bocetos al que le dibujó una flor en cada esquina.


Las lágrimas nublaron mis ojos antes de que pudiera leer la

primera palabra. Espanté la nube de las lágrimas y decidí escuchar


su voz a través de esa nota.

Para el hombre que me enseñó que el amor verdadero sí


existe.

Querido Jared:

Hay sueños que nos visitan alguna vez en la vida y nos

dejan satisfechos al despertar. Sueños que hacen que la vida


merezca la pena. Tú fuiste ese sueño.

Nunca imaginé que pudieran haber caricias tan llenas de


significado, que había palabras capaces de curar heridas que

no paraban de sangrar, o que hubiera besos que dan y roban


el aliento. Tú me lo enseñaste. Tú llegaste a pintar de colores

mi lienzo gris. Llenaste mi alma, curaste mis heridas, me


encendiste de nuevo por dentro, me despertaste una parte
del corazón que estaba inerte. Nuestra historia fue corta,

pero valió la pena enfrentar el miedo por vivir un instante


en el paraíso.
No quisiera causarte dolor, pero ya sabes que los árboles
cumplen un ciclo y un día sus hojas ya no florecen más, y

deben caer para despedirse, vuelven a la tierra, al origen.


Pero cuando me busques, me encontrarás en el aroma de las
flores y en cada atardecer que puedas ver.

Recuerda que lo único que no florece es aquello que no


siembras, no te niegues a sembrar de nuevo esa semilla del

amor que llevas dentro, mereces ser amado en libertad y


entregar tu corazón sin que haya cadenas. Desde donde me

encuentre estaré cuidando de esa semilla y estaré feliz de


verla florecer.

No culpes a nadie de este final, los ciclos siempre se


cierran, las hojas siempre caen y los pájaros siempre cantan,

incluso en el invierno más frío. El desierto no olvida que


alguna vez fue océano y el corazón no olvida cómo amar.

Quizá sea esta la última oportunidad que tenga para


decirte lo que siento y para despedirme. Ambos sabemos que

no volveré, pero aunque me vaya, te llevo dentro de mí,


marcaste mi piel con tus besos y esas marcas no se borrarán

jamás.
Sé que en algún lugar del universo, volveremos a
encontrarnos y allí te estaré esperando.

Te quiero hoy, mañana y para siempre,


Dustine.

Exhalé un suspiro hondo y me dejé caer por la pared al suelo


sintiendo que la vida abandonaba mi cuerpo, el sabor salado llenó

mis labios. Mi padre y Luciano se aproximaron, pero ya no quise


levantarme.
Amelia también llegó, ella sabía lo que decía esa carta.

El radio de comunicaciones emitió un chillido, Amelia respondió


al llamado.

—Detective para notificar el hallazgo de un auto accidentado en la


interestatal 80, Reno-Nevada, chocó con un tracto camión y rodó

varios metros hasta caer al río Truckee. Dos personas a bordo que
corresponden a los reportados Dustin y Connor Lowell. Uno de ellos
falleció en el siniestro.

Ojalá lo eterno pudiera ser palpable.


Treinta y nueve
Un nuevo jardín
Dustine

Ante mí hay una plantación enorme, un campo de lavanda


interminable que aromatiza con su dulce olor todo el lugar, a donde

mire todo es de color violeta, es embriagador y hay tanta paz. Un


silbido del viento que canta alguna canción de country, llega a mis

oídos y me dan ganas de bailar. Giro y giro entre las flores, se siente
la libertad.

De pronto veo al fondo una jacaranda, está tupida de ramas

violetas, parece brillar porque el sol está tras él. Me llama a ir hasta
allí, donde hay tanta luz, por el camino voy recogiendo algunas

flores para armar un armo y llevarlo a mi madre. Pero al acercarme,


el campo ya no es violeta sino amarillo como en enero cuando

florece la mostaza y me adentro en un cultivo de girasoles que dan el

rostro al sol que desciende en el cielo. Paso mis manos por ellos

acariciándolos. Unas abejas se posan en su centro y algún colibrí


también. Sigo viendo el árbol, sin embargo, siento que se ha alejado.
Pero no me detengo, me apetece sentarme a su sombra. Ahora llego

al mar, hay una familia de flamencos allí, dos adultos y dos

pequeños. Nunca los había visto tan de cerca y son realmente

hermosos.

De pronto levantan el vuelo y pasan por encima de mi cabeza.


La luz del sol me ciega momentáneamente, pero la jacaranda está

más cerca y tiene un columpio.

¡Ya sé lo que haré toda la tarde! Mamá va a enojarse.

Decido correr para alcanzar la cima y allí hay un hombre de

espaldas. Lentamente se da vuelta y su sonrisa hace vibrar mi


corazón.

—¿Qué haces aquí, pajarito?

¡Es papá! Corro a sus brazos y él me acuna en ellos, besa mi frente

con amor.

—No sabía que estarías aquí —le digo sorprendida.

—Siempre estoy aquí —mete la mano al bolsillo y saca un par de

caramelos Mary Jane que me ofrece.


—Gracias, papi.

—Ven, ¿quieres columpiarte? —Me pregunta.

—Me encantaría.
Me siento en el columpio y papá me impulsa desde atrás. No

recordaba que fuera tan divertido. Le pido que me lleve más alto y él

empuja mi espalda con más fuerza.

Pronto me doy cuenta de que está anocheciendo. Papá y yo nos

sentamos a mirar el atardecer.

—Tenemos que ir a casa, mamá va a enojarse conmigo.


Nos levantamos del suelo y veo que papá da un paso adelante,

intento seguirle y me detiene por los hombros. Besa mi frente con

adoración.

—No, pajarito. Aún no debes venir conmigo.


Epílogo
Renacer
Dustine

El ciclo de la vida ocurre sin que podamos notarlo, es como una


semilla que cae en tierra abonada, a simple vista parece no ocurrir

mucho, por encima, en la superficie no consigues percibir lo que


ocurre dentro. Lo primero en suceder es la muerte, una ironía ¿no

crees? La semilla debe morir para dar paso a la vida. Y entonces es


visible y tan evidente que te preguntas en qué momento salieron

esos brotes verdes abriéndose paso entre la tierra que antes la

mantenía en tinieblas, apretada y compactada en sus paredes como


una prisionera. Y si miras en lo profundo te das cuenta de que no ha

sido un trabajo en solitario, la semilla no daría fruto por su cuenta,


necesitaba la tierra (la muerte), necesitaba el agua (el dolor),

necesitaba el sol (el amor). Una mañana encuentras unas hojas muy

verdes que se mecen al ritmo del viento, es la vida asomándose,

imperceptible como un latido. Y luego, sin saber cuánto ha pasado,


aparece un botón, la semilla que había muerto ahora es una flor, ha
florecido y es quién reluce en ese jardín en el que antes había

hierbajos y espinas.

Tuve un despertar doloroso, no solamente del cuerpo, si algo he

aprendido con el paso de los años es que las heridas de la piel

siempre cierran, que la sangre en algún momento deja de fluir, que


las inflamaciones en algún momento desaparecen. La piel es un

misterio, es capaz de estirarse, contraerse, curarse sin que nadie

tenga que intervenir.

Y ese despertar dolió más porque ocurrió demasiado tarde, porque

me cegué a las señales, porque justifiqué en lugar de reclamar,


porque escondí mis heridas en lugar de denunciarlas. Porque permití

tanto que al final terminé creyendo que lo merecía.

Muchos mitos griegos y muchos cuentos nos han advertido que

mirar hacia atrás termina en tragedia. Sin embargo, a veces es

necesario hacerlo para darnos cuenta de que, si no apuramos los

pasos, el reloj terminará de dar la vuelta y será tarde para recuperar

el tiempo que hemos perdido.


Hoy estoy despierta. Hoy he mirado al reloj para darme cuenta que

en ocasiones se detiene para ayudarte a levantar. Hoy camino a su

ritmo sin olvidar que cada segundo es un recordatorio de que

siempre puedes volver a empezar, que es suficiente dar el primer


paso para echarse a andar y que al amor le basta una gota de agua

para brotar. ¿Quién dice que no hay flores en el desierto?

«Todos los jardines pueden volver a florecer», diría mi madre, y

también diría que las hojas secas que no se arrancan acaban por

ahogar las flores.

Recuerdo lo que ocurrió ese día, todavía despierto en medio de la


noche atormentada por las pesadillas, todavía su recuerdo vuelve

para recordarme que he sobrevivido, pero que tal vez no pudo ser

así.

Sé que esa herida emocional también cerrará, pero va a llevarle

más tiempo. Las cicatrices del alma no sangran son como quitarle

trozos a una hoja de papel que nunca más se volverán a juntar. A

todo eso se le llama experiencia.

Hay una medicina muy efectiva para el alma herida, se llama

perdón. No la consigues en ninguna farmacia, es como una planta

muy rara que solo florece en la selva, pues el perdón solo florece
dentro de ti. No sabía que necesitaba perdonar para volver a

empezar y no era porque guardase algún rencor hacia Connor, a

pesar de lo evidente, tenía que perdonarme por sentirme

insignificante, por resignarme, por callar, por no darle la

importancia que merecía.


Y el perdón también me llegó de afuera, de Clarice y Benedict que

no salían del estupor que les dejó descubrir la verdadera cara de su

hijo, del remordimiento que les provocaba ver a Kenneth luchar por
superar lo que tuvo que presenciar. Ambos me pidieron que les

perdonara por no abrir los ojos, por no atender a las señales. No era

su culpa. Pero acepté que lo hicieran porque era la forma de cerrar

para continuar.

Después del funeral de Connor decidieron que se marcharían de

Santa Helena e irían con Preston. Antes de hacerlo hicieron un acto

de desprendimiento y de reparación a mi familia. Nos devolvieron la

casa de la jacaranda donde mi madre se ha instalado con Ibrahim y

ya tiene el jardín poblado de flores. Mi pobre madre no podía creer

todo lo que había vivido.

También me entregaron la propiedad de Meraki, finalmente era

mía.

Verle marchar también fue doloroso, porque se desprendían de

Kenneth, son unos abuelos maravillosos que le esperaron con

cariño, acompañaron cada uno de sus pasos y le brindaron, sin

saberlo, un refugio seguro. Mi hijo está procesando lo ocurrido, pero

agradezco que no haya sido testigo de la verdadera brutalidad de


Connor. Esa sería una herida muy difícil de sanar.
Yo he tenido que sanar poco a poco, del accidente salí viva de

milagro, pero pasé por varias cirugías y me partí algunos huesos.

Sobra decir que tuve al doctor indicado para curarlos, no solo con

medicina también con dedicación y su amor valiente.

No, el dolor no es eterno, y cuando se le agota el papel para seguir

dibujando sus mapas, entonces elige el cuerpo para continuar con

sus trazos; las cicatrices de mi piel fueron el camino que recorrimos

para llegar a encontrarnos.

Ahora que he aprendido a disfrutar de cada segundo y que he

decidido disfrutarlo al máximo, paso mis días haciendo lo que amo y


con quienes amo. Kenneth y yo fuimos recibidos por April y Jared en

su casa, que ahora es también nuestra y hemos juntado nuestras

piezas faltantes para ser una familia.

April planta flores conmigo en el jardín y Jared juega al baloncesto

con Kenneth. April me llama mamá y Kenneth le llama papá.

Y en ese sentimiento habita lo natural. Amamos a quienes

elegimos amar. Tal vez por eso siempre me ha fascinado la

naturaleza, porque nadie la puede dominar.

La naturaleza me parece la palabra más bonita del mundo, en ella

cabe todo lo verdadero, caben las raíces, las flores, el cielo, los

árboles, los mares, el amor. Hay algo muy poderoso en las raíces,
suelen estar ocultas, pero tarde o temprano terminan por revelar el

tesoro que esconden, así son los árboles, las flores y las personas; la

manifestación de que lo perfecto habita dentro, que es real y se

mantiene firme en medio de cualquier tormenta porque lo que se

lleva por dentro jamás se rompe.

Como la certeza de que siempre llegará la lluvia a calmar la sed,

que llegará el sol y con él florecerán los girasoles, llegará el amor

como una ráfaga de viento y te sacudirá de cualquier forma y de

todas las formas, con el amor llega el quedarse, llega la otra piel

teñida de utopía, que conoce de ilusiones, el otro lado del corazón

que siempre late acelerado. Y pasará el tiempo para enseñar que

después del dolor llega la gratitud y después del llanto llega la

alegría. Y llegará la vida, de repente, sin hacer ruido, sin avisar que

es ella y que está pasando, y en defensa de tu propio dolor dirá, que

todo fue un paréntesis.

Suena la música en casa, country por su puesto. April baila y

Kenneth intenta seguirle el paso. Yo termino de decorar el jardín con

una gran mesa porque vendrá nuestra familia a celebrar mi


cumpleaños. Jared está en la cocina y me ha prohibido que me

acerque, estoy segura de que lo que prepara estará delicioso. No

quise ir a un restaurante ni hacer un evento grandioso, quise


atenderles en casa donde se sienten más acogedores los abrazos,

porque esta noche no se trata de mí sino de ellos. De agradecerles

por estar siempre dispuestos a ayudar aunque no pidiera o aceptara

su ayuda, es un homenaje a Gigi por reunirnos en un mismo lugar y

convertirnos en una gran familia, es recuperar el tiempo perdido y

empezar a sumar momentos, sonrisas e historias.

He ido a cambiarme de ropa porque se acerca la hora de la llegada.

Escucho un murmullo en la cocina y me asomo para verlo moverse


mientras canta una canción de Brian Adams y revuelve algo en una

olla. En puntas de pies me acerco y le abrazo por detrás, él sonríe y


yo me estiró para besarle en la mejilla. Toma mis manos y se da

vuelta, entonces repara en lo que llevo puesto y sus ojos brillan.


—Te ves hermosa —musita sobre mis labios.

—Es mi vestido favorito —confieso.


—¿Qué lo hace tan especial? —Acaricia mis mejillas con esa

ternura desmedida que no le cabe en el cuerpo.


—Que significa libertad.

Se acerca para besarme, sin prisa, pero en un beso que me pone a


temblar. Y de la nada empezamos a bailar, a reírnos y girar.
Es amar, en presente, sin conjugaciones ni más adjetivos.

El timbre suena y le doy un último beso antes de ir a atender.


Cuando abro la puerta del otro lado veo a mi madre, más radiante
que nunca, con su túnica de mil colores y el pelo rizado y esponjado.

Me abraza con fuerza, lo hace así desde que volvió de Turquía. Y


para ella sigo siendo su pequeña flor. Saludo a Ibrahim y les invito a

pasar. Kenneth se asoma en cuanto escucha la voz de su abuela.


Minutos después suena el timbre otra vez.

—La familia Miller —digo al atender.


Celine me abraza, está enorme. Pronto se completará su felicidad.
Después abrazo a Adam. Detrás de ellos vienen Olivia y Gavin, no

diré mucho más.


Estoy a punto de cerrar la puerta cuando escucho una voz que me

detiene.
—No irás a tirarme la puerta en la cara.

Me doy vuelta con la sonrisa pintada en el rostro y sin pensarlo


mucho más me lanzo a sus brazos, al separarme acaricio sus mejillas

y le miro en silencio pidiéndole perdón por todo lo que tuvo que


soportar.

—Tú no tuviste la culpa de nada —me sorprende con su capacidad


de leer mentes y decir las palabras correctas.

—Pero no lo merecías —rebato.


—Ya no importa, fiore, no dudes que hubiera preferido recibirlos
yo todos en tu lugar.

Las lágrimas nublan mis ojos, es gratitud, porque él nunca se


rindió conmigo, porque fue el primero en detectarlo, porque no le

importó enfrentar a Connor, porque lo soportó paciente.


—Lo siento, Brooke. Digo al separarme de él.

Ella me sonríe.
—No pasa nada. Ya me he acostumbrado a que este superhéroe

este un poco sobado.


Ven, pasa tú también que te has ganado un lugar en la mesa por

llegar hasta aquí, cuando te vayas tal vez pase mucho tiempo hasta
que puedas volver al Valle de Napa, el valle que nos cambió la vida.

Donde todos llegamos buscando un nuevo rumbo, donde


encontramos amigos incondicionales, donde aprendimos a cultivar y

a esperar, donde sanamos las heridas más profundas, donde


resistimos, donde nos enamoramos y también donde dijimos adiós.
¿Nos ves? Somos ese par de árboles solitarios que un día juntaron

sus raíces. Que se amaron en silencio y desafiaron el peligro. Es él, el


que trae la bandeja y usa un delantal de girasoles que he pintado yo.

No te lo he dicho, pero sigo pintando y ya no tengo que esconder


que soy la florista secreta. Vendo mis cuadros y hay una galería que
me va a exponer… la de mi hermano. Por algo se empieza. Mírale

sirviéndoles a todos con cariño, cuidándoles porque es lo que mejor


sabe hacer. Es el mismo, el que busca que todos sonrían, el que te

impulsa a seguir tus sueños, el que se desvive por su hija y es


apasionado en su trabajo. El hombre que no soñé jamás alcanzar y

que el destino puso delante de mí sin preguntar.


¿Que si es guapo? Basta verlo para decir que sí, pero lo más bonito
lo lleva por dentro.

Se acerca, viene a ver qué me aleja del grupo, es que me he


tumbado debajo del capellán a mirar las nubes. Lo siento a mi lado,

se acerca para darme un beso y toca mi vientre que está cultivando


una semilla creada por los dos. Pongo mi mano sobre la suya, le miro

y me mira.
—Para siempre —musita sobre mis labios.

Un para siempre que cobra sentido cuando se cruzan dos vidas,


como los dedos que encuentran su lugar en otra mano.

Soy una mujer que hoy cuenta su historia porque la vida le dio otra
oportunidad, me sigo remendando las heridas hasta que consiga

sanar. Soy una flor que finalmente pudo escapar de las garras del
depredador, que por mucho tiempo estuvo acorralada por el miedo y

la desesperanza. Soy esa ave peregrina que al fin ha podido volar. Si


algún legado me pertenece que sea este: no te conviertas en otra

Secret Queen.
¡Gracias!

Cuando eres un narrador de historias ocurren cosas tan místicas y


maravillosas como que los personajes tomen tus dedos para usarlos

de garganta y contar sus propias historias. La de Dustine y Jared

ocurrió así. Ella necesitaba que alguien le diera voz, que alguien
contara su historia, no por ella misma, también por las demás.

Acabé esta historia en un abril, una noche lluviosa y fresca que vino
a refrescarme también a mí después de tanto llanto, porque si hubo

una historia que me hizo llorar fue esta.


Quiero darte las gracias, por estar aquí, por esta oportunidad y por

el riesgo que tomaste al leer esta historia. Por los años, los meses o
los días que llevas siguiendo esta serie y que has vivido con

intensidad y emociones. Gracias por dejarme tus reseñas, por

escribirme un mensaje contándome lo que has sentido y lo que

opinas de mis libros. Cuando me etiquetas en una publicación o


haces una imagen para ellos, ayudas a mantenerlos con vida. Por eso

y tanto más: ¡mil y mil gracias!

Espero que esta historia no te decepcione.


Agradezco en especial a todas las personas que apoyaron esta

campaña, a las lectoras maravillosas que se unieron a mi grupo de

colaboradores y que han sido parte fundamental en la difusión de

este libro.

Como siempre, a mis padres que hoy más que nunca están
apostando por este sueño. A Andrea y a Mateo porque siempre me

reciben las dudas y frustraciones hechas nudo y las desenredan para

mí.

A mis sobrinas que sin importar dónde se encuentren siempre me

están recomendando y sacando el pecho por mí, son mi tesoro.


Una mención especial a Alejandra de @portologos_ac, por llevarme

por primera vez a la televisión y difundir mis historias con tanto

cariño.

Gracias a cada lector en cualquier momento del tiempo que por

azares del destino llegue a esta historia.

¡MILLONES DE GRACIAS!
Isa Quintín

(Colombia, 1991) Enamorada de su labrador Sabas, adicta a la


música, el cine y los libros, diseñadora gráfica de profesión y

escritora por afición. Estudiante de literatura, confesa fan del

universo Marvel.
Autora de literatura romántica, sus títulos más destacados son

LadyKiller (Serie Bad Romance) y Amor de Invierno. Tú, te lo pierdes


(El Diario de Lena 1), No te lo esperabas (El Diario de Lena 2).

Síguela en sus redes sociales y enamórate de sus novelas disponibles en

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Isaquin n.com
Serie Bad Romance

Volumen Título Estado Link

1 LadyKiller Publicado Comprar

2 Flirty Girl Publicado Comprar

3 Real Siren Publicado Comprar

4 Secret Queen Publicado Comprar

5 Miss X Pronto
Créditos

Secret Queen
Serie: Bad Romance

Volumen: Libro 4
©2024, Isa Quintín.

©2024 de la presente edición en castellano para todo el mundo.


Registro de la obra: 1-2024-30131

Dirección nacional de derechos de autor.


Ministerio del interior.

Colombia

Edición, diseño de portada y dirección de arte: ©Tulipe Noire Studio


www.tulipenoirestudio.com

Primera edición: Abril de 2024

Sello: Independently Published

ISBN: 979 8322 15 4099


©TODOS LOS DERECHOS RESERVADOS.

Queda rigurosamente prohibida, sin autorización escrita del titular

del Copyright, bajo las sanciones establecidas en las leyes, la

reproducción total y/o parcial, adaptación, distribución, en cualquier


medio impreso y/o digital, de las obras en este perfil compartidas

por cualquier medio o procedimiento. Historia original, no es

adaptación, ni traducción.
Contenido
Sinopsis

Nota del autor

Playlist

Uno

Una semilla

Dos

Árbol prisionero

Tres

Depredador

Cuatro

Tierra fértil

Cinco

Un vástago

Seis

Sol de abril

Siete
Retoñar

Ocho

Suplir la ausencia

Nueve

Mala hierba

Diez

Revelaciones

Once

Árbol seco

Doce

Esa propuesta

Trece

Una sonrisa

Catorce

Lo cambió todo

Quince

Asomo de tormenta

Dieciséis
Una jaula abierta

Diecisiete

Algo dentro que clama

Dieciocho

La misma pesadilla

Diecinueve

Un nudo en la garganta

Veinte

Secret Queen

Veintiuno

Vaciarse para recibir

Veintidós

La certeza

Veintitrés

Pasos valientes

Veinticuatro

Rastreada

Veinticinco
Su secreto

Veintiséis

La terrible verdad

Veintisiete

¿Cuándo terminará?

Veintiocho

Sigue latiendo

Veintinueve

El cerillo

Treinta

Alas remendadas

Treinta y uno

Enfrentar el miedo

Treinta y dos

Vientos de tempestad

Treinta y tres

Suya

Treinta y cuatro
Mi Tormenta

Treinta y cinco

Caída del cielo

Treinta y seis

Ave peregrina

Treinta y siete

Mi sol de April

Treinta y ocho

Si no hay después

Treinta y nueve

Un nuevo jardín

Epílogo

Renacer

¡Gracias!

Isa Quintín

Serie Bad Romance

Créditos

Contenido

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